La pelea de los Adanes Apóstol Sergio Enríquez O.
Guatemala, 30 de marzo del Año de la Abundancia
En el interior de aquellos que han recibido al Señor Jesús como Su único y exclusivo salvador, existe una batalla entre la vieja naturaleza heredada del primer Adán y la nueva naturaleza heredada del postrer Adán; la cual se adquiere desde el momento en que Jesucristo entra a morar en la persona. Dicha batalla surge debido a que la vieja naturaleza habida en nosotros aun insiste en controlar la manera en que vivimos, dirigiendo nuestros pasos por caminos cuyo final es de muerte; mientras que la nueva naturaleza trata de llevarnos hacia la santidad y purificación, pues ésta es considerada como la fuente de todo deseo conforme a la voluntad de Dios. Sabemos y entendemos que la orden dada por nuestro Padre Celestial es que nos apartemos de toda mala obra y aprendamos a hacer el bien, que guardemos Sus mandamientos, y que evolucionemos hasta que seamos maduros en el Señor y lleguemos a la plena y completa medida de Cristo. Sin embargo, para que esto pueda llevarse a cabo primeramente necesitamos ser llenos del Espíritu Santo, morir a nuestro “yo” para que Cristo crezca en nosotros y, finalmente, romper con todos los lazos de muerte que nos atan y sujetan a esta tierra. En estudios anteriores hemos hecho mención de varios de estos lazos; por ejemplo, la letra, apartarse del camino del saber, la codicia, la prosperidad del insensato, la apostasía, el enojo, la religión o legalismo, la falta de instrucción, la mezquindad, la falta de entendimiento y el miedo. Y también hemos explicado que el antídoto contra estos lazos de la muerte lo es el temor a Jehová (Pr 14:27). La Palabra Profética nos revela que es el Señor el que da muerte y da vida; hace bajar al Seol y hace subir (1Sam 2:6). Y partiendo de este hecho podemos interpretar que el primer Adán (vieja naturaleza) nos hace bajar y nos ata a la tierra, pues sobre él hay una maldición que dice: “polvo eres y al polvo volverás” (Gn 3:19), y éste regresa a la tierra como lo que era (Ecl 12:7). No obstante, es el postrer Adán (Jesucristo – nueva naturaleza) quien nos hace subir. Si nosotros entregamos el control de nuestra vida al Señor, Él guiará nuestros pasos conforme a Sus promesas y no permitirá que la iniquidad nos domine y nos desvíe de Sus planes divinos; recordemos que los pensamientos de Dios no son como los nuestros, y Sus caminos están muy por encima de lo que pudiéramos imaginarnos; esto quiere decir que para poder andar y permanecer en el camino que el Todopoderoso ha dispuesto para nosotros, y ser levantados de la tierra en el momento de Su parusía, es necesario renovar nuestra mente día a día y procurar obtener Sus pensamientos. Cuando nuestra mentalidad es cambiada y todo yugo de iniquidad se pudre, dejamos de sentir atracción por las cosas vanas que este mundo ofrece y comenzamos a caminar en pos de lo eterno; por lo que nos llenamos del Espíritu Santo, quien hace que los lazos de muerte que nos atan a la tierra sean cortados de forma pareja para que nosotros podamos ir al encuentro del Amado cuando éste nos llame diciendo: “Sube acá”. Cabe mencionar que es responsabilidad de cada uno de nosotros el no contristar al Espíritu Santo, así como el mantener ardiendo la llama en nuestro corazón, pues si nos alejamos de la fuente de agua viva y nos rehusamos a escuchar y seguir la voz del Espíritu de Dios, nuestras amarras no podrán ser soltadas y correremos el riesgo de quedarnos a la gran tribulación. Recordemos que es el fuego del Espíritu lo que hará que subamos de la tierra cuando nuestras ataduras sean rotas en su totalidad. Escrito ha quedado en la Palabra que el primer Adán vino a ser alma viviente; mas el postrer Adán vino a ser un Espíritu vivificador, tal como se lee en 1Cor 15:45 VMP. Lo primero que hay que resaltar de este pasaje es que se dice que el primer Adán es alma; mientras que del postrero se dice que es Espíritu. En otras palabras, el alma viviente está amarrada a la tierra; contrario al Espíritu vivificador, el cual desciende del cielo para liberarnos a todos nosotros de los lazos de muerte y hacer que subamos al cielo. A este respecto, también vemos en 1Cor 15:46-49 LBA que no vino primero lo espiritual, sino lo natural, y después lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre es del cielo. Los que son terrenales son como el hombre terrenal, y los que son celestiales son como el hombre celestial. Y así como hemos llevado la imagen de aquel hombre terrenal, algún día llevaremos también la imagen del celestial. En el entendido de que nosotros cargamos en nuestro ser la imagen del primer Adán -el cual pecó en el huerto atrayendo sobre sí mismo maldiciones que se fueron trasladando de generación en generación como consecuencia de su pecado-; lo que nos corresponde hacer es deshacernos de lo terrenal; y ¿en qué forma?, batallando contra el pecado y resistiéndolo hasta derramar nuestra sangre (Heb 12:4). Lo que esto quiere decir en su plenitud, es que tenemos que batallar contra la sangre pues ésta no formaba parte del plan original de Dios, sino que dentro del plan original lo que existía era la luz, por eso Adán era un ser lumínico en sus inicios. Sin embargo, cuando él peca, pierde la luz y en su lugar le es colocada la sangre para trasladar la genética, y es precisamente de ésta de donde proviene lo bueno y lo malo. Por ello, es necesario que nosotros seamos restaurados y transformados a la imagen del Hijo, para que volvamos a ser seres lumínicos, pues dicha luz es Jesús. Estamos predestinados a ser a Su imagen, Rom 8:29 LBA. Cuando analizamos los versículos mencionados en la primera epístola a los corintios, vemos claramente que se hace mención de las tres esferas: la celestial, la espiritual y la terrenal. Y se nos marca claramente el plan que Dios tiene para con nosotros, el cual 1 Este estudio puede imprimirse y reproducirse por cualquier medio siempre y cuando se cite la fuente de donde se obtuvo.
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La pelea de los Adanes Apóstol Sergio Enríquez O.
Guatemala, 30 de marzo del Año de la Abundancia
implica que seamos desprendidos de las amarras que tenemos a esta tierra para que subamos al nivel celestial que es donde nos corresponde estar por la eternidad. Ahora, ¿cómo sabemos si realmente estamos siendo desatados de las amarras? Porque dejamos de hablar de cosas terrenales para ocuparnos únicamente de lo celestial (Jn 3:31 LBA); igualmente buscamos hacer morir las cosas pecaminosas que nos asechan, como por ejemplo, la inmoralidad sexual, la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría (Col 3:5 R60), y nuestros ojos solo están puestos en las cosas del cielo (Col 3:2 PDT). Además nos dedicamos a servir al Señor con todas nuestras fuerzas en una entrega total por amor; pero sin olvidar que aquellos que son casados les es requisito el pensar en sus responsabilidades conyugales y agradar a su esposa (1Cor 7:1-4 y 1Cor 7:25-33 NTV), por lo que éstos también deben dedicarle tiempo a eso; mientras que los solteros pueden permanecer dedicados a la obra por completo. El primer Adán es alimentado con lo terrenal, según se expone en Gn 3:19 LBA; y aunque hemos explicado que debemos desprendernos de las cosas terrenales para poder subir a la presencia de Dios por la eternidad; es necesario aclarar que hay algunas cosas terrenales que sí son buenas y debemos procurar tenerlas, por citar ejemplos, el nuevo nacimiento, el bautismo en agua y en el Espíritu Santo, y ver y entrar en el reino. Si no creemos en estas cosas, ¿cómo creeremos en las celestiales?, Jn 3:12 LBA. En resumen, es necesario que sean rotas todas las ataduras que podamos poseer y que nos impiden ser levantados de la tierra; y esto es algo que debemos procurar realizar con diligencia, pues el Amado ya está a las puertas y pronto se escuchará Su voz dando la orden de que subamos a Su encuentro, y el que aun siga atado a la tierra no podrá subir. No seamos oidores olvidadizos, sino más bien hacedores de la Palabra; pongamos por obra lo que se nos ha enseñado. ¡Amén!
Redactado por: Hna. Natalie Marie Figueroa
2 Este estudio puede imprimirse y reproducirse por cualquier medio siempre y cuando se cite la fuente de donde se obtuvo.
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