Dos mil tres lunas, mitos, ritos y leyendas de América, de Flor Romero1
Aleyda Gutiérrez Mavesoy Docente Departamento de Humanidades y Letras
formas diversas, Flor Romero lo hace de manera implícita a lo largo de las narraciones, asumiendo distintas posiciones como autor modelo y como narrador. Toda narración es la configuración de un modelo de mundo que busca ser comunicado a otro ausente pero latente. El universo narrativo establece una forma de comunicación entre el texto y su lector posible. Algunos textos erigen abiertamente el tipo de comunicación a su interior, otros lo enmascaran en un juego de voces y narradores; sin embargo es claro que cualquier texto trae consigo una relación más o menos proporcional entre un autor empírico, un autor modelo, un lector modelo y un lector empírico. Ahora bien, entre el autor modelo y el lector modelo, se introduce un tipo de relación especial, determinada por el texto mismo, es decir, el texto crea, explícita o implícitamente a su lector modelo como estrategia textual. Umberto Eco afirma que hay dos formas del lector modelo. El primer tipo avanza a través de la trama para llegar
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La siguiente nota está basada en los dos primeros tomos de la colección que adelanta la autora. Flor ROMERO, Dos mil tres lunas, mitos, 1, Mitos, ritos y leyendas de América. Bogotá, UNEDA, 2003. ROMERO. Dos mil tres lunas, mitos, 2, La era de la eterna mirada, Bogotá, UNEDA, 2004. 2 ROMERO, 2003, p. 9.
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Flor Romero se empeña en una tarea de largo aliento: recoger en 15 tomos los mitos, ritos y leyendas de toda América: “Nuestro rico patrimonio precolombino permanece aún casi inédito. Somos un continente exuberante en historias míticas que continúan ocultas para el gran público y es necesario que sean conocidas, amadas y difundidas para estar orgullosos de nuestro pasado”2. La autora desea poner en el mismo nivel de las tradiciones orales de Oriente y Occidente, como La Iliada, el Ramayana o el Mahabarata, las tradiciones de los pueblos aborígenes americanos. Detrás de este rescate del patrimonio cultural nuestro, se evidencia una intención de trasfondo, hay una concepción del papel social del escritor; fijar las historias de nuestro pasado a través de la palabra, consolida su posición ético-estética como arquitecto de una nueva identidad. La preocupación por el carácter mismo de la escritura es una constante en los creadores contemporáneos. La reflexión metadiscursiva ha sido asumida por ellos de
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a la historia global, lo que significa que su interés apunta a descubrir la fábula; el segundo tipo va más allá y pretende detectar al autor modelo; para ello, recurre al análisis de las estrategias narrativas presentes en el texto; es así como el lector modelo de segundo nivel de-construye el andamiaje del texto para localizarlo. Así pues, no sólo el autor le pide al lector modelo que colabore sobre la base de su competencia del mundo real, no sólo le provee de esa competencia cuando no la tiene, no sólo le pide que haga como si conociera cosas, sobre el mundo real, que el lector no conoce, sino que incluso lo induce a creer que debería hacer como si conociera cosas que, en cambio, en el mundo real no existen3. Para estudiar las formas en que se establece el pacto narrativo y las estrategias discursivas en la obra de Flor Romero, empecemos con el título, Dos mil tres lunas. Me inclino a considerar que la autora empírica se constituye a sí misma como la autora modelo de las narraciones, esta estrategia discursiva atiende a una disposición ideológica que se hace evidente en los epígrafes. En el primero “A los niños de América”.4 La dedicatoria nos indica dos direcciones, por un lado, puede ser que la estructura de cada relato esté inmersa dentro del cuento infantil; es decir historias para ser contadas o leídas para los niños. Por el otro, una apuesta por el futuro, representada en los niños de América, si ellos conocen nuestro pasado y se sienten orgullosos de él, habrán dado un paso importante en la consolidación de una identidad propia y sólida.
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El segundo epígrafe: “Tras luengos años vendrá un siglo nuevo y dichoso/ que al océano anchuroso/ sus límites pasará./ Descubrirán grande tierra/ verán otro nuevo mundo/ navegando el gran profundo/ que agora el paso nos cierra…(L. Séneca, Siglo de Nerón)”5. La re-interpretación de este fragmento y su ubicación al principio del texto, desnuda la mirada de América como una nueva tierra: ese siglo nuevo es el descubrimiento de América, continente nuevo, virgen y por ende puro; la re-interpretación es una afirmación de América frente al “viejo continente” como tierra de promisión y de renovación. Es de esta manera que el título condensa la intención de hacer una lectura distinta de la prehistoria americana; para ser contada desde una perspectiva diferente. “Dos mil tres” puede ser el año de un nuevo comienzo y “lunas” –en oposición al sol– es la mirada femenina. Recordemos que en muchas comunidades aborígenes de Colombia, la luna representa a la máxima deidad y es un símbolo múltiple: protección, fertilidad, entrega, amor, continuidad; entonces, estos libros serán una re-elaboración de nuestro pasado desde la mirada de una mujer escritora. Hasta ahora han salido a la luz pública los dos primeros libros de esta ambiciosa colección de 15 tomos. En ambos, el narrador se constituye de manera diferente. En el primero encontramos a un narrador con la discursividad típica de la tradición oral, mientras que en el segundo aparece un narrador que es personaje, narrador y autor modelo al mismo tiempo.
Umberto ECO. Seis paseos por los bosques narrativos. Barcelona: Lumen, 1996, p. 105. ROMERO, 2003, p. 3. 5 ROMERO, 2003, p. 4. 4
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puede haber una voz, la del narrador que nos cuenta la historia. Es su mirada la que apreciamos en el discurso y debemos confiar en que lo que nos presenta es verdadero porque ha sido contado de “generación en generación” hasta llegar a oídos de este narrador que les da vida en los escritos para preservarlos. ○
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El primer libro, Dos mil tres lunas, mitos, ritos y leyendas de América, recoge 12 historias que presentan los principales mitos fundacionales del territorio colombiano. El texto está construido con la estructura tradicional del relato mítico. La autora modelo se esconde detrás de un narrador omnisciente que conoce completamente la historia y en esos términos la cuenta. Este narrador es la voz de la tradición; por ello, concentra todas las voces posibles de los pueblos precolombinos; tanto en el nivel sintagmático –la manera en que construye las frases desde la sencillez formal de lo oral–, semántico –la recuperación del léxico y las significaciones pasadas de las palabras que nombran el mundo– y pragmático– la contextualización en el momento evocado, el “como si estuviéramos en ese tiempo”–; es por esta razón que sólo hay una voz, la del narrador, y cuando aparecen diálogos solo funcionan como ratificadores de lo que la voz principal ya nos ha presentado. Dentro de la estructura tradicional del relato mítico sólo puede haber una voz, la del narrador que nos cuenta la historia. Es
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su mirada la que apreciamos en el discurso y debemos confiar en que lo que nos presenta es verdadero porque ha sido contado de “generación en generación” hasta llegar a oídos de este narrador que les da vida en los escritos para preservarlos. Tal vez por un acto de fidelidad con la tradición oral, en este primer libro, Flor Romero no da rienda suelta a su creatividad poética y se mantiene dentro de los límites del relato mítico; sin embargo, hay momentos de la narración en la que el autor modelo se asoma detrás de la voz del narrador y nos da luces sobre su presencia ideológica. Finalmente, el tono aleccionador de los relatos míticos adquieren un matiz especial y es el de la permanencia de los mitos, su continuidad entre los pueblos indígenas: “desde entonces, los nativos aprendieron a amar y a respetar el agua.”6; “los paeces lo lloraron muchas lunas; guardaron la lanza, que sacan cada vez que hay tempestad, [...]”7; “Dicen que en noches oscuras la lechuza se para en troncos o en el piedrón de Fu a lamentarse, [...]”8. De acuerdo con lo expuesto anteriormente, aunque el narra-
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ROMERO, 2003, p. 49. ROMERO, 2003, p. 91. 8 ROMERO, 2003, p. 98. 7
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dor tiene la discursividad del relato mítico tradicional, la presencia del autor modelo es lo suficientemente fuerte como para poder asegurar que el narrador es al mismo tiempo el autor modelo. En el segundo libro, Dos mil tres lunas, la era de la eterna mirada, Flor Romero se permite mayores libertades y su narración adquiere un tono poético intimista. Esta vez presenta 15 relatos, aunque predominan los correspondientes al territorio colombiana, empieza la introducción de mitos y leyendas de otros países de América. Es también característica de esta versión la preeminencia del carácter modelador de los mismos, basados en un centramiento en las costumbres de los pueblos y la configuración de un tono aleccionador de los relatos. En las primeras historias se mantiene el narrador omnisciente, pero esta vez el lenguaje es menos anecdótico –sin dejar de serlo– y más descriptivo con una fuerza poética mayor. Mientras que en las historias finales, el narrador– se convierte en personaje y autor modelo explícito de los relatos. El narrador-autor modelo como personaje incorpora la reflexión crítica del presente; hace una oposición entre el sistema de valores de los aborígenes y el del mundo europeo, hoy en día: “No era la selva tupida de árboles y de animales anhelantes de carne. Era la ceguera espiritual que les velaba la razón y la inteligencia, volviéndolos salvajes.”9. Asimismo, siendo personaje afirma como salida la opción de la visión de mundo indígena sobre la racional occidental, como ya se señaló anteriormente y como se ejemplifica en la historia de “El chocola-
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ROMERO, 2004, p. 67. ROMERO, 2004, p. 88. ROMERO, 2004, p. 97. ROMERO, 2004, p. 99.
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te fornicador”, aquí el juego está entre el presente de los mestizos y el pasado de sus ascendientes y la continuidad a través de las costumbres: “A doña Asunción lo que más le interesó del pasaje del libro de los sabios fue la referencia al cacao que a ella tanto le gustaba, puesto que no podía desayunar sin su taza fragante, que sus amigos llaman la bebida de los dioses.”10. En síntesis, Flor Romero transforma la posición del narrador en este segundo libro para dar mayor ahínco a su intención éticoestética de afirmación de la riqueza cultural indígena. Al construirse como narradoraautora, modelo- personaje busca señalar la cercanía con ella y su identificación con los valores fundamentales que pregona, aunque movida fundamentalmente por la nostalgia del mundo perdido. Ya no es un narrador separado de su materia narrativa sino uno inmerso totalmente en él: “Su mirada serena albergaba lo insondable del Titicaca y la dureza de la Madre piedra, [...]”11. El narrador omnisciente del primer libro muestra su estrategia en el relato “La madre piedra a orillas del lago Titicaca”: “El lago Titicaca a esa hora de las cinco de la tarde, doraba sus aguas, y los indígenas Aymarás lo contemplaban con recogimiento, como lo han venido contemplando desde edades inmemoriables”12. Se supone que estamos en la incidencia íntima de Flor Romero, autor modelo, de la forma en que conoció la historia, como personaje; al mismo tiempo asistimos al relato de la historia misma –en medio de la reflexión metadiscursiva–, como narradora; pero también el tipo de discursividad tradicio-
nal –del narrador omnisciente– se hace presente en el relato a través de aseveraciones como “desde edades inmemoriables” y de la forma discursiva misma –a nivel sintáctico, semántico y pragmático–: “Sus miradas subían y bajaban del agua a la montaña, de la piedra al manto azuloso, como en los comienzos del mundo.”13. Este análisis de Dos mil tres lunas ha pretendido revelar el proceso de transformación de la narratividad del discurso de uno a otro libro y la manera como el texto va transparentando las estrategias discursivas que dan pie a una asunción intimista del material narrativo. El paso del narrador del relato mítico tradicional a un narrador que se desnuda a medida que avanza el discurso ha sido un descubrimiento que he intentado corroborar en esta nota. Los límites de la ficción se rompen en el último relato “La palabra del viento”, en éste, la
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distinción entre uno y otro mundo se borra ¿hasta dónde estamos inmersos en la historia mítica? ¿Cuándo empieza a hablarle a ese lector “Nicolás”, que menciona al final del texto, la narradora-autora modelo-personaje? ¿Quién es ese lector? ¿Todo el tiempo le ha hablado a él, ese es su lector modelo? Quizás, o puede ser que su lector modelo sí sea a quienes dedica estos dos textos: “A los niños de América”. Al final de la obra, la narradora-autora-modelo-personaje está sumida en el mundo mágico del mito y se ha apropiado de la visión indígena para actuar y ver en el mundo: “Esta mañana, cuando la niebla que arropaba el cerro de Monserrate comenzó a rasgarse, y los pinares se asomaron tímidos, espiando a un sietecueros por entre los velos de muselina, sorprendí a una mirla contándole esta historia a su pichón aún tembloroso: [...]”14. h U
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