Kami García y Margaret Stohl
Hermosas Criaturas
Grupo de Traducción:
Rania, Evelin, Caty, Clo, Sawi, romi.i, y PaolaS.
Transcripción:
Andrea.
Grupo de Corrección:
Gemma, Anne2426, Rossmary, Aleexa.mp y Lily*~.
Recopilación:
Gemma.
Diseño:
Liz.
El presente documento fue elaborado en el Foro Purple Rose, el cual tiene como finalidad impulsar la lectura hacia aquellas regiones de habla hispana en las cuales son escasas o nulas las publicaciones, cabe destacar que dicho documento fue elaborado sin fines de lucro, así que se le agradece a todas las colaboradoras las cuales pusieron su granito de arena para sacar adelante este proyecto. También van dirigidos agradecimientos especiales a todas las lectoras que se interesan en nuestras traducciones no oficiales.
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FRAGMENTO _______________________________________________________________________________________ 5 CAPITULO 1 _____________________________________________________________________________________ 6 CAPITULO 2 _____________________________________________________________________________________ 8 CAPITULO 3 ____________________________________________________________________________________ 14 CAPITULO 4 ____________________________________________________________________________________ 22 CAPITULO 5 ____________________________________________________________________________________ 35 CAPITULO 6 ____________________________________________________________________________________ 43 CAPITULO 7 ____________________________________________________________________________________ 51 CAPITULO 8 ____________________________________________________________________________________ 65 CAPITULO 9 ____________________________________________________________________________________ 83 CAPITULO 10 __________________________________________________________________________________ 106 CAPITULO 11 __________________________________________________________________________________ 114 CAPITULO 12 __________________________________________________________________________________ 124 CAPITULO 13 __________________________________________________________________________________ 142 CAPITULO 14 __________________________________________________________________________________ 155 CAPITULO 15 __________________________________________________________________________________ 165 CAPITULO 16 __________________________________________________________________________________ 175 CAPITULO 17 __________________________________________________________________________________ 193 CAPITULO 18 __________________________________________________________________________________ 213 CAPITULO 19 __________________________________________________________________________________ 220 CAPITULO 20 __________________________________________________________________________________ 235 CAPITULO 21 __________________________________________________________________________________ 254 CAPITULO 22 __________________________________________________________________________________ 260 CAPITULO 23 __________________________________________________________________________________ 266 CAPITULO 24 __________________________________________________________________________________ 277 CAPITULO 25 __________________________________________________________________________________ 289 CAPITULO 26 __________________________________________________________________________________ 303 CAPITULO 27 __________________________________________________________________________________ 318 CAPITULO 28 __________________________________________________________________________________ 339 CAPITULO 29 __________________________________________________________________________________ 342 CAPITULO 30 __________________________________________________________________________________ 350 CAPITULO 31 __________________________________________________________________________________ 365 CAPITULO 32 __________________________________________________________________________________ 392 CAPITULO 33 __________________________________________________________________________________ 401 CAPITULO 34 __________________________________________________________________________________ 414 CAPITULO 35 __________________________________________________________________________________ 438 BIOGRAFIA ______________________________________________________________________________________ 446
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Antes EN MEDIO DE LA NADA
H
abía sólo dos tipos de personas en nuestro pueblo.
—Los estúpidos y los atascados—. Mi padre había clasificado afectuosamente a nuestros vecinos. —Los que están obligados a quedarse o los que son muy imbéciles para marcharse. Todos los demás encuentran una razón para irse. No quedaba duda del grupo en el que él se encontraba, pero nunca tuve el valor para preguntar por qué. Mi padre es un escritor y nosotros vivimos en Gaitlin, Carolina del Sur, porque los Wates siempre lo han hecho, desde que mi tátara—tátara—tátara abuelo, Ellis Wate, luchó y murió del otro lado del río Santee durante la guerra civil. La gente de aquí abajo eran los únicos que no la llamaban Guerra Civil. Todas las personas menores de sesenta años la llaman la Guerra entre los Estados, mientras que cualquiera de más de sesenta la llama la Guerra de la Agresión Norteña, como si alguien del norte hubiera envuelto al sur en una guerra por una mala cosecha de algodón. Todos, y eso quiere decir todos, excepto mi familia. Nosotros la llamamos Guerra Civil. Otra razón por la que no podía esperar para largarme de aquí. Gaitlin no es como los pequeños pueblos que ves en las películas, a menos que sea una película de hace cincuenta años. Estábamos demasiado lejos de Charleston para tener un Starbucks o un Mc Donald‘s. Todo lo que teníamos era el Rey de los lácteos, y el
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nombre del local estaba incompleto en el aviso, ya que los Gentrys habían sido demasiado tacaños para comprar todas las letras. La biblioteca aún funcionaba con un sistema de fichas, la escuela aún tenía pizarras con pintura verde, y nuestra piscina pública era el lago Moultrie, con todo y su agua turbia y tibia. Podías ver una película en el Cineplex más o menos en la misma época que salía a la venta el DVD, pero para eso tendrías que conseguir que te llevaran hasta Summerville, hasta la Universidad del estado. Las tiendas estaban en la calle Main, las casas bonitas en River y todos los demás vivíamos al sur de la ruta nueve, donde el pavimento se desintegraba en pequeñas piedritas de concreto— terribles para caminar—, pero perfectas para lanzárselas a las zarigüeyas rabiosas, los animales más malvados que existen. Uno nunca ve eso en las películas. Gaitlin no era un lugar complicado, Gaitlin era simplemente Gaitlin. Los vecinos vigilaban desde sus porches durante los insoportables veranos, sofocándose sin razón. No tenía sentido. Nada cambiaba nunca. Mañana sería mi primer día en la escuela Stonewall Jackson, y ya sabía todo lo que iba a pasar— dónde me iba a sentar, a quién le iba a hablar, las bromas, las chicas, quién iba a parquear y dónde. No había sorpresas en el Condado de Gaitlin, nosotros estábamos en medio de la nada. Por lo menos eso era lo que yo pensaba, mientras cerraba mi gastada copia de Casa del terror 5, apagaba mi iPod y desconectaba la luz, ese último día de verano. Resultó que no podía estar más equivocado. Había una maldición. Había una chica. Y al final, había una tumba. Yo nunca lo vi venir.
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02 de Setiembre SOÑANDO
—¡E
than!
Ella me llamó, y tan sólo el sonido de su voz hizo que mi corazón se acelerara. — ¡Ayúdame! Ella estaba cayendo también. Yo estiré mi brazo, tratando de atraparla. Lo intenté, pero todo lo que alcancé fue aire. No había suelo debajo de mis pies, y yo estaba aferrándome al lodo. Las puntas de nuestros dedos se tocaron y vi chispas verdes en la oscuridad. Entonces ella se resbaló entre mis dedos, y todo lo que pude sentir fue pérdida. Limones y romero. Podía olerla incluso entonces. Pero no pude atraparla. Y yo no podía vivir sin ella. Me senté de un salto, tratando de normalizar mi respiración. — ¡Ethan Wate! ¡Despierta! No voy a permitir que llegues tarde el primer día de clase— Yo podía oír la voz de Amma llamándome desde abajo. Mis ojos se enfocaron en un halo de luz que atravesaba la oscuridad. Podía escuchar el tamborileo de la lluvia resonando contra nuestra vieja plantación. Debe estar lloviendo. Debe ser por la mañana. Yo debo estar en mi habitación.
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Mi habitación estaba caliente y húmeda, por la lluvia. ¿Por qué estaba mi ventana abierta? Mi cabeza estaba matándome. Caí de nuevo en la cama, y el sueño retrocedió como siempre lo hacía. Estaba seguro en mi cuarto, en nuestra antigua casa, en la misma cama de caoba en la que probablemente habían dormido seis generaciones de Wates antes que yo, donde la gente no caía en pozos hechos de lodo, y nunca pasaba nada en realidad. Me quedé mirando el techo de yeso, pintado del color del cielo para evitar que las abejas carpinteras aniden en el. ¿Qué me está pasando? He estado teniendo este sueño por meses. Incluso cuando no puedo recordarlo todo, la parte que recordaba siempre era la misma. La chica estaba cayendo. Yo estaba cayendo. Yo tenía que aguantar, pero no podía. Si me soltaba, algo terrible iba a pasarle a ella. Pero esa era la cosa. Yo no podía soltarme. No podía perderla. Era como si estuviera enamorado de ella, aunque no la conocía. Casi como amor antes de la primera vista. Lo que parecía bastante loco porque ella era tan sólo una chica en un sueño. Ni siquiera sabía cómo se veía. Había tenido el mismo sueño durante meses, pero en todo este tiempo nunca he visto su cara, o no podía recordarla. Todo lo que sabía es que el mismo sentimiento horrible lo tenía cada vez que la perdía. Ella se deslizaba entre mis dedos, y yo sentía mi estómago caer—de la forma en que sientes cuando estás en una montaña rusa y el auto toma una bajada profunda—. Mariposas en tu estómago. Esa era una metáfora bastante mala. Mis audífonos estaban aún enredados en mi cuello, y cuando mire mi iPod, vi una canción que no reconocía. Dieciséis Lunas. ¿Qué era eso? Presioné el botón. La melodía era obsesionante. No podía identificar la voz, pero me sentía como si la hubiera escuchado antes.
Dieciséis lunas, dieciséis años. Dieciséis de tus miedos más profundos. Dieciséis veces tú soñaste con mis lágrimas. Cayendo, cayendo a través de los años. Tenía un humor cambiante, tétrico—casi hipnótico. —¡Ethan Lawson Wate!— Podía oír a Amma gritar sobre la música. La apagué y me senté en mi cama, quitándome de encima las cobijas. Mis sábanas se sentían como si estuvieran llenas de arenas, pero yo sabía lo que pasaba.
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Era tierra. Y mis uñas estaban llenas de lodo negro, justo como la última vez que tuve el sueño. Arrugué la sábana, dejándola debajo de la camisa sudorosa del entrenamiento de ayer. Me metí en la ducha y traté de olvidarlo mientras frotaba mis manos, y las últimas marcas negras de mi sueño desaparecían en el desagüe. Si no pensaba en eso, no estaba pasando. Pero no era así cuando se trataba de ella. No podía evitarlo. Siempre pensaba en ella. Seguía regresando al mismo sueño, incluso cuando no podía explicarlo. Así que ese era mi secreto, todo lo que había para contar. Yo tenía dieciséis años, estaba enamorándome de una chica que no existía y estaba enloqueciendo lentamente. Sin importar que tan fuerte me fregara, no podía hacer que mi corazón dejara de acelerarse. Y sobre el olor del jabón de marfil y del Shampoo Stop & Shop, podía olerlo. Sólo un poco, pero sabía que estaba ahí. Limones y romero. Bajé al primer piso, a la reconfortante igualdad de las cosas. En la mesa del desayuno, Amma servía en la misma vieja vajilla azul y blanca —Platos dragón, como la llamaba mi mamá— huevos fritos, tocino, tostadas con mantequilla y sémola de maíz estaban en frente mío. Amma era nuestra ama de llaves, pero era más como mi abuela, excepto que era más inteligente y rara que mi verdadera abuela. Amma prácticamente me había criado, y ella sentía que su misión personal era hacerme crecer al menos otros treinta centímetros, incluso cuando ya medía 1,87. Esta mañana estaba extrañamente hambriento, como si no hubiera comido durante una semana. Me serví un huevo y dos piezas de tocino en mi plato, sintiéndome mejor. Le sonreí con mi boca llena. —No te preocupes por mi Amma. Es el primer día de escuela.— Ella descargó un vaso gigante de jugo de naranja y uno aún más grande de leche— leche entera, del único tipo que consumimos por aquí — frente a mí. — ¿Se acabó la leche chocolatada?— Yo tomaba leche chocolatada de la misma forma en que algunas personas tomaban Coca cola o café. Incluso en la mañana, siempre estaba en busca de mi próxima dosis de azúcar. —A.C.O.S.T.Ú.M.B.R.A.T.E. — Amma tenía un crucigrama para todo, entre más larga la palabra, mejor, y a ella le gustaba usarlos. La forma en que te deletreaba las palabras letra por letra, se sentía como si te estuviera acariciando la cabeza, cada vez. —Como en, acostúmbrate. Y ni se te ocurra poner un píe fuera de esa puerta hasta que te bebas la leche que te serví. —Si señora.
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—Veo que te arreglaste—. No lo había hecho. Estaba usando jeans y una camisa desteñida, como casi todos los días. Todas ellas decían cosas diferentes; la de hoy era de Harley Davidson. Y las mismas Converse que había usado durante los últimos tres años. —Pensé que ibas a cortarte ese cabello— Ella lo dijo con una pequeña mueca, pero yo lo reconocía por lo que era: simple y viejo cariño. — ¿Cuándo dije eso? — ¿No sabes que los ojos son la ventana del alma? —Tal vez no quiero a nadie asomándose a la mía. Amma me castigó con otro plato de tocino. Ella medía apenas 1,50 y era probablemente más vieja que los Platos Dragón, aunque en cada cumpleaños ella insistía en que apenas tenía cincuenta y tres. Pero Amma era cualquier cosa excepto una cálida ancianita. Ella era la autoridad absoluta en mi casa. —Bien, no creas que vas a salir con el cabello mojado en este clima. No me gusta cómo se siente esta tormenta. Como si algo malo hubiera molestado al viento, y no hay forma de detener un día así. Tiene voluntad propia. Yo rodé mis ojos. Amma tenía una forma particular para referirse a las cosas. Cuando ella estaba de ese humor, mi mamá solía llamarlo irse a la oscuridad — la religión y la superstición mezcladas, como sólo se podía hacer en el sur. Cuando Amma estaba oscura, era mejor simplemente mantenerse fuera de su camino. Igualmente era mejor dejar sus amuletos en las ventanas y las muñecas que hacía en los cajones donde las dejaba. Yo engullí otra carga de huevo y terminé mi desayuno de campeones — huevos, jamón y tocino, todo embutido en un sándwich tostado—. La puerta del estudio de mi padre estaba cerrada. Mi papá escribía toda la noche y dormía en el viejo sofá de su estudio durante el día. Así había sido desde que mamá murió el pasado Abril. Él bien podría ser un vampiro; eso es lo que mi tía Caroline dijo después de quedarse con nosotros esa primavera. Probablemente había perdido mi posibilidad de verlo hasta mañana. No había forma de abrir esa puerta después de que fuese cerrada. Escuché un claxon desde la calle. Link. Agarré mi desgastada mochila negra y corrí desde la puerta hacia la lluvia. Podrían haber sido las siete de la noche tan fácil como las siete de la mañana, así de oscuro estaba el cielo. El clima había estado extraño los últimos días. El auto de Link, el Beater, estaba en la calle, su motor ronroneando, la música a todo volumen. Yo había ido con Link a la escuela desde el Jardín de infancia, cuando nos
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convertimos en mejores amigos después de que él me diera la mitad de su Twinkie en el bus escolar. Sólo fue después cuando descubrí que lo había dejado caer al suelo. Aún cuando los dos habíamos obtenido nuestras licencias este verano, Link era el único que tenía un auto, y ese era el fin de la historia. Por lo menos el motor del Beater estaba a salvo de la tormenta. Amma se paró en el porche, sus brazos cruzados desaprobatorios. —No pongas esa música ruidosa aquí, Wesley Jefferson Lincoln. No creas que no voy a llamar a tu mamá para contarle lo que estuviste haciendo el verano de cuando tenías nueve años en el sótano. Link parpadeó. No muchos lo llamaban por su nombre real, excepto su madre y Amma. —Si señora. La puerta se cerró con un estruendo. El se rió, girando sus ruedas sobre el asfalto mientras salía de la entrada. Como si estuviéramos escapándonos, lo que describía bastante bien la forma en que conducía siempre. Excepto que nunca nos íbamos lejos. — ¿Qué hiciste en mi sótano cuando tenías nueve años? — ¿Qué no hice en tu sótano cuando tenía nueve años?— Link le bajó el volumen a la música, lo que era bueno, porque era terrible y el estaba a punto de preguntarme si me gustaba, cómo lo hacía todos los días. La tragedia de su banda, Quién le disparó a Lincoln, era que ninguno de sus integrantes podía tocar realmente un instrumento ni cantar. Pero él siempre estaba hablando de tocar la batería y mudarse a Nueva York después de la graduación y contratos de grabación que probablemente nunca iban a firmarse. Y por probablemente, me refiero a que él es más propenso a hundirse en una esquina del parqueadero del gimnasio, totalmente borracho. Link no quería ir a la universidad, pero aún así tenía las cosas más claras que yo. El sabía lo que quería hacer, incluso cuando era bastante difícil. Todo lo que yo tenía era una caja de zapatos llena de panfletos de Universidades que no le podía enseñar a mi papá. No me importaba de cual se tratara, mientras estuvieran por lo menos a mil millas de Gaitlin. Yo no quería terminar como mi papá, viviendo en la misma casa, en el mismo pequeño pueblo en el que crecí, con la misma gente que nunca ha intentado irse de aquí. A cada lado de nosotros, viejas casas Victorianas delineaban las calles, casi igual a cuando fueron construidas hace cien años. Mi calle se llamaba Cotton Bend porque esas casas viejas solían preceder millas y millas de campos de algodón. Ahora ellas
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simplemente precedían la Ruta 9, lo que era casi la única cosa que había cambiado por aquí. Tomé una dona glaseada de la caja que estaba en el suelo del auto. — ¿Tú subiste esa rara canción a mi iPod anoche? — ¿Cuál canción? ¿Qué piensas de esta?— Link puso su último demo. —Creo que necesitas trabajar en ella. Como todas tus canciones— Era lo mismo que le decía todos los días, más o menos. —Sí, bien, tu cara va a necesitar que trabajen en ella después de que te de una buena golpiza—. Era lo mismo que él respondía todos los días, más o menos. Yo busqué en mi lista de reproducción. —La canción, creo que se llamaba Dieciséis lunas o algo así. —No sé de qué estás hablando.
No estaba ahí. La canción había desaparecido, pero yo acababa de escucharla esta mañana. Y sabía que no me la había imaginado, porque aún la tenía en mi cabeza. —Si quieres escuchar una canción, te pondré una nueva. — Link miró hacia abajo buscando la canción. —Hey, hombre, mantén tus ojos en la carretera. Pero él no lo hizo, y de reojo, vi un extraño auto pasar frente a nosotros... Durante un segundo, los sonidos de la carretera y la lluvia y Link se disolvieron en el silencio, y pareció como si todo estuviera moviéndose en cámara lenta. No podía apartar mis ojos del auto. Era simplemente un sentimiento, nada que pueda describir. Y entonces, nos sobrepasó, girando hacía otra vía. No reconocí el auto. Nunca lo había visto antes. Ustedes no pueden imaginarse lo imposible que es eso, porque conozco cada uno de los autos del pueblo. En esta época del año no había turistas. Ellos no se arriesgarían en plena temporada de huracanes. Este auto era largo y negro, como un coche fúnebre. De hecho, estaba bastante seguro de que eso es lo que era. Tal vez era una premonición. Tal vez este año iba a ser peor de lo que me imaginaba. —Aquí está. —Pañuelo Negro—. Esta canción me va a convertir en una estrella. Para cuando el levantó la mirada, el auto había desaparecido.
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02 de Setiembre CHICA NUEVA
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cho calles. Esa era la distancia que había para llegar a la curva de Cotton
Bend en la secundaria Jackson. Resulta que yo podía vivir toda mi vida, subiendo y bajando esas ocho calles, y ocho calles eran lo suficiente como para poner un extraño coche fúnebre fuera de tu mente. Tal vez es por eso que no se lo mencione, a Link. Pasamos por el Stop & Shop, también conocido como el Stop & Steal. Era la única tienda de comestibles en la ciudad, y lo más cercano que teníamos a un 7—Eleven. Así que cada vez que salías con tus amigos, había que esperar no encontrarte con la mamá de alguien más haciendo las compras para la cena. O peor aún, a Amma. Me di cuenta que el Grand Prix estaba estacionado en frente. —Uh—oh. El gordito esta acampado ya. — Estaba sentado en el asiento del conductor, leyendo las listas de estrellas. —Tal vez no nos vio — Link miraba el espejo retrovisor, tenso. —Tal vez estamos jodidos —. El gordito era el oficial de ausencias para la escuela Jackson y un miembro orgulloso de la de la policía de Gatlin. Su novia, Amanda, trabaja en el Stop & Steal, y el Gordo se estacionaba en frente la mayoría de las mañanas, esperando a que los productos recién horneados se entregarán. Lo cuál era bastante incómodo si tú siempre llegabas tarde, como Link y yo. No se podía ir a la escuela Jackson sin conocer acerca de la rutina del gordito, así como su horario de clases. Hoy, el gordito nos saludó, sin ni siquiera levantar la vista de la sección de deportes. Él nos estaba dando un pase.
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— Sección de deportes y un bollo pegajoso. ¿Sabes lo que eso significa? —Tenemos cinco minutos. — Hicimos rodar al auto en neutro al estacionamiento de la escuela, con la esperanza de poder pasar inadvertidos más allá de la Oficina de Asistencia. Pero todavía andábamos fuera de tiempo, al momento en que entramos en el edificio, nuestras zapatillas de deporte estaban empapadas y producían un chirrido tan fuerte que simplemente deberíamos dejarlas ahí. — ¡Ethan Wate!, ¡Wesley Lincoln!— Nos quedamos en la oficina, esperando nuestra detención. — Tarde en el primer día de escuela. Tu mamá tendrá que elegir muy bien unas pocas palabras para usted, Sr. Lincoln. Y no aparente estar satisfecho, Sr. Wate. Amma freirá su pellejo. La señorita Hesterhgn tenía razón. Si es que ya Amma no sabía que había llegado cinco minutos tarde este día. Mi madre solía decir: Carlton Eaton, el administrador de correos, leía cualquier carta que le pareciera medio interesante. Ni siquiera se molestaba en sellarla de nuevo. No es que no existiera alguna noticia real. Cada casa tenía sus secretos, pero todos en la calle lo sabían. Ese no era ningún secreto. — Señorita Hester, yo sólo conduje lento a causa de la lluvia — Link trató de parecer encantador. La señorita Hester se bajó un poco las gafas y miró a Link, desencantada. La cadena que sostenían sus gafas alrededor de su cuello se balanceaban de adelante atrás. — En este momento no tengo tiempo para conversar con ustedes. Estoy ocupada preparando sus detenciones de esta tarde—, dijo, mientras nos daba cada uno un papelito azul. Estaba ocupada si correcto. Se podía oler el esmalte de uñas, incluso antes de dar vuelta a la esquina. Bienvenido de nuevo a Gatlin, el primer día de escuela en realidad nunca cambiaba. Todos los maestros, se conocían de la iglesia, y habían decido si eras estúpido o inteligente desde que estabas en kinder. Yo era inteligente, porque mis padres eran profesores. Link era estúpido, porque había comido sobre las páginas de un buen Libro durante la clase de escritura, y vomitó una vez durante el Desfile Navideño. ¿Porque yo era inteligente?, Porque escribía buenas notas, ¿por qué Link era estúpido?, porque el conseguía hacer malas notas. Supongo que nadie se molestó en leerlas. A veces él escribía cosas al azar en medio de mis ensayos, sólo para ver si mis profesores decían algo. Nadie lo hizo. Por desgracia, el mismo principio no se aplica a las pruebas de selección múltiple.
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En el primer período de Inglés, descubrí a uno de mis siete profesores era un maestro centenario, cuyo nombre en realidad era el Sr. De Inglés, había esperado que durante el verano nosotros leyéramos Matar a un ruiseñor, por lo que yo no lo hice. Yo había leído el libro hace dos años. Fue uno de los favoritos de mi mamá, pero eso fue hace tiempo y los detalles eran borrosos. Un hecho que pocos conocían acerca de mí: he leído todo el tiempo. Los libros eran la única cosa que me sacaban fuera de Gatlin, aunque fuera sólo por un rato. Yo tenía un mapa en la pared, y cada vez que leía sobre un lugar al que quería ir, lo marcaba en el mapa. Nueva York era el principal. En medio del salvaje Alaska. Cuando en el camino seguí leyendo agregué Chicago, Denver, L.A., y Ciudad de México. Uno puede comprar prácticamente en todas partes. Cada mes, tracé una línea para conectar las marcas. Una delgada línea verde que trazaba un camino para el viaje un verano antes de la universidad, si es que alguna vez salía de esta ciudad. Guardé el mapa y todo referente a la lectura sólo para mí. Porque aquí, los libros y el baloncesto no se mezclaban. Química no era mucho mejor. El Sr. Hollenback me había condenado a ser compañero de Ethan. Él estaba con Emily, también conocida como Emily Asher, quien me había despreciado formalmente el año pasado, cuando cometí el error de usar mis zapatos Converse con mi traje formal y deje que mi papá nos llevara en el Volvo oxidado. La ventana estaba rota permanentemente y había destruido su perfecto pelo rizado y rubio, cuando llegamos al baile en el gimnasio se parecía a María Antonieta. Emily no me habló por el resto de la noche. La ponchera era una fuente interminable de diversión para los chicos, que esperaban vernos juntos de nuevo. Lo que ellos no sabían era que yo no estaba con chicas como Emily. Era bonita, pero eso era todo. Y sólo por mirarse bien no justificaba que tenía que escuchar lo que salía de su boca. Yo quería a alguien diferente, alguien con quien pudiera hablar de algo distinto que conseguir ser coronada en el baile formal de invierno. Una chica que fuera inteligente, divertida, o al menos una decente compañera de laboratorio. Tal vez una chica así que fuera un verdadero sueño, un sueño, que seguía siendo mejor que una pesadilla. Incluso si la pesadilla llevaba una falda de porrista. Sobreviví a química, pero mi día empeoró aun más desde ahí. Al parecer este año, estaba llevando nuevamente Historia de los EE.UU. y la historia que enseñaban en la escuela Jackson, sólo era redundante. Yo iba a pasar por segundo año consecutivo, estudiando de la `Guerra del norte y la agresión´. No tenía ninguna relación con él. Pero como todos sabemos, el espíritu del Sr. Lee era famoso por estar en la confederación general de sí mismo. El Sr. Lee era uno de los pocos profesores que realmente me odiaban. El año pasado, en un desafío, yo había escrito un artículo llamado `La guerra del sur y la agresión´, y el Sr. Lee me había dado una calificación `D´ (Ósea una nota de 6). Los profesores en realidad no leían los artículos, después de todo.
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Encontré un asiento en la parte de atrás junto a Link, tomaba nota de cualquier clase en la que él no se durmiera. Pero dejó de escribir tan pronto como me senté. —Amigo, ¿has oído? —Hey, ¿Sobre qué? —Hay una chica nueva en Jackson. —Hay un montón de chicas nuevas, una la clase de primer año, no soy idiota. —No estoy hablando de las estudiantes de primer año. Hay una chica nueva en nuestra clase. En cualquier otra Escuela secundaria, una chica nueva en la clase de segundo año no sería noticia. Pero esto era Jackson, y no habíamos tenido una chica nueva en la escuela desde el tercer grado, cuando Kelly Wix vino a vivir con sus abuelos después de que su padre fuera detenido en un sótano en Lake City jugando. — ¿Quién es ella? —No lo sé. Tuve clase de cívica en el segundo período con todos los chiflados de la banda, y no sabían nada, salvo que toca el violín, o algo así. Me pregunto si ella es ardiente—. Link tenía esos pensamientos en su mente, como la mayoría de los chicos. La diferencia era que Link llevaba esos pensamientos directamente a su boca. — ¿Así que ella es una chiflada de la banda? —No. Un músico. Tal vez ella comparte mi amor por la música clásica. — ¿Música clásica?— La única música clásica que Link había oído era mientras estaba en la oficina del dentista. —Tú sabes, los clásicos. Pink Floyd. Black Sabbath. The Stones. —Comencé a reír. —Sr. Lincoln. Sr. Wate. Lamento interrumpir su conversación, pero me gustaría comenzar si está bien por ustedes, muchachos. — El tono del Sr. Lee era tan sarcástico como el año pasado, y llevaba un peinado grasiento. Pasó las copias del mismo programa que probablemente había estado utilizando durante diez años. Este requería de una participación en una verdadera guerra civil. Por suerte para mí, terminaría pidiendo prestado el uniforme de uno de mis familiares que participaron por diversión los fines de semana en este tipo de representaciones. Después de sonar la campana, Link y yo nos quedamos en el pasillo junto a los armarios, con la esperanza de obtener un vistazo de la chica nueva. Él hablaba de ella como si ya fuera su alma gemela y futura compañera de banda. Pero la única cosa a la
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que le echamos un vistazo fue a la falda jean de Charlotte Chase, dos tallas más pequeñas. Lo que significaba que no íbamos a saber nada hasta la hora del almuerzo, porque nuestra próxima clase era ASL, lenguaje Americano de señas y está estrictamente prohibido hablar durante clase. Nadie era lo bastante bueno como para deletrear las palabras `chica nueva´, especialmente desde que ASL era la clase que teníamos en común con el resto del equipo de baloncesto de Jackson. Yo había estado en el equipo desde octavo grado, cuando crecí seis pulgadas en un verano y terminé por lo menos una cabeza arriba sobre todos los demás en mi clase. Además, había que hacer algo normal cuando tus padres eran profesores. Resultó que era bueno en baloncesto. Siempre parecía saber dónde los jugadores del otro equipo iban a pasar el balón, Esto me brindó un lugar para sentarme en la cafetería todos los días. En Jackson, esto era algo que valía la pena. Este día el asiento valía mucho más la pena porque Shawn Bishop, nuestro punto de guardia había visto realmente a la chica nueva. Link hizo la única pregunta que a todos ellos les importaba. —Así que, ¿es ardiente? —Muy ardiente. — ¿Savannah nueve ardiente?— Savannah era una chica de la escuela y la forma como se medía a todas las otras chicas en Jackson. Cuando Emily entró en la cafetería, tomada del brazo de Ethan Hating, todos miramos porque la Savannah de ella era de 5'8 —, era una calificación a las piernas más perfectas que he visto. Emily y Savannah eran casi una persona, incluso cuando no estaba en uniforme de porrista. Pelo rubio, bronceado falso, sandalias, y faldas Jean tan cortas que podrían pasar por cinturones. ¡¡Savannah tenía unas piernas!! Pero Emily era a la que todos los chicos trataban de echar un vistazo durante el verano en el lago, a su parte superior del bikini. Nunca parecía llevar ningún libro, sólo pequeñas bolsas metálicas bajo el brazo, con espacio suficiente como para un teléfono celular y para las pocas ocasiones en que efectivamente Emily dejaba mensajes de texto. Sus diferencias se reducían a sus respectivas posiciones en el equipo de las animadoras. Savannah era la capitana, y una base `una de las chicas que sostenían dos niveles de porristas en la famosa pirámide de los Wildcats´. Emily era un volante, la niña en la parte superior de la pirámide, la que era lanzada unos cinco o seis metros en el aire para completar una vuelta o algún otro alegre y loco truco que fácilmente podría resultar en una fractura de cuello. Emily correría el riesgo de cualquier cosa para permanecer en la cima de esa pirámide. Savannah no lo necesitaba. Cuando Emily era
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lanzada, la pirámide seguía sin ella. Cuando Savannah se movía un centímetro, todo se venía abajo. Ethan Hating y Emily se fijaron en nosotros y fruncieron el ceño al verme. Los chicos rieron. Emory Watkins me dio una palmadita en la espalda. —Es casi igual a un pecado. Sabes Emily, entre más te mira, más le importas. Hoy no quiero pensar en Emily. Yo quería pensar en lo contrario a Emily. Desde que Link había sacado el tema en historia, este se había quedado conmigo. La chica nueva. La posibilidad de alguien diferente, de un lugar diferente. Tal vez alguien con más vida que la nuestra, y, supongo que la mía. Tal vez incluso alguien con quien yo había soñado. Sabía que era una fantasía, pero yo quería creer en ello. — ¿Ya todos escucharon sobre la chica nueva?— Savannah se sentó en el regazo de Earl Petty. Earl, él era nuestro capitán del equipo y Savannah, era su novia. Él frotó las manos en sus piernas color naranja, lo suficientemente alto y entonces tú ya no sabías hacia dónde mirar. —Shawn nos dijo que ella está que arde. ¿Vas a ponerla en el equipo? —Link tomó un par de papas empanizados de mi bandeja. —Difícilmente. Tú deberías ver como es ella— Strike Uno. — ¿Y cuan pálida está?— Strike Dos. Tú no podías estar demasiado delgado, o muy bronceado, algo por lo que Savannah estaba preocupada. Emily se sentó al lado de Emory, inclinándose un poco sobre la mesa. — ¿Te dijo quién es ella? — ¿Qué quieres decir?— Emily hizo una pausa para un efecto dramático. —Ella es la sobrina de Ravenwood el Anciano—. No necesitaba hacer una pausa para esto. Era como si el aire hubiera sido extraído de la habitación. Un par de chicos comenzaron a reír. Ellos pensaban que estaba bromeando, pero podría decir que ella no lo estaba. Strike tres. Ella estaba fuera. A partir de este momento, ya no podía imaginármela más. La posibilidad de la chica de mis sueños había desaparecido, antes de que pudiera imaginarme nuestra primera cita. Que estaba condenada a ser tres años después de la que había tenido con Emily. Macon Melquisedec Ravenwood, él era como una ciudad cerrada. Digamos, me recuerda lo suficiente al personaje amargado del libro matar al ruiseñor. El Viejo Ravenwood hacía que Boo Radley se viera como una mariposa social. Vivía en una
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estropeada casa antigua, sobre la plantación más vieja e infame como la mayor parte de Gatlin y no creo que alguien en la ciudad lo hubiera visto desde antes de que yo naciera, tal vez mucho más. — ¿En serio?—, Preguntó Link. —Totalmente. Carlton Eaton se lo dijo a mi mamá ayer, cuando le llevó nuestro correo—. Savannah asintió. —Mi mamá escuchó lo mismo. Se fue a vivir con el viejo Ravenwood hace un par de días, viene de Virginia o Maryland, no me acuerdo. Todos hablaban de ella, su ropa, su pelo y que probablemente su tío era un monstruo. Eso es lo que más odiaba de Gatlin. La forma en que todo el mundo tenía algo que decir sobre todo lo que haces, o, en este caso, lo que llevas. Me quedé mirando los fideos de mi bandeja, nadaban en un líquido color naranja que no se parecían mucho a que fuera de queso. Dos años, ocho meses. Tenía que salir de esta ciudad. Después de la escuela, el gimnasio estaba siendo utilizado para las pruebas de animadoras. La lluvia finalmente había dejado de caer, así que la práctica de baloncesto era en el patio exterior, estaba agrietado y tenía charcos de agua por la lluvia de la mañana. Había que tener cuidado de no golpear las fisuras que corría por el medio, eran como el Gran Cañón. Aparte de eso, podías ver casi todo el estacionamiento, y mirar la mayor parte de la primordial acción social de la secundaria Jackson mientras calentabas. Hoy he tenido la mano caliente. Yo tenía siete por siete la línea de tiros libres, pero también la tenía Earl, me preparé para disparar mi tiro. Swish. Ocho. Parecía como si sólo pudiera mirar a la red, y la pelota se balanceaba. Algunos días eran así. Swish. Nueve. Earl se molestó. Me di cuenta por la manera en que rebotaba la pelota, cada vez lo hacía con más dificultad. Él era nuestro otro centro. Nuestro silencioso acuerdo era: lo dejo a tu cargo, y él no me causaba problemas si yo no tenía ganas de pasar un rato en el Stop & Steal cada día después de la práctica. Había tantas maneras en que se podía hablar acerca de las mismas chicas y tantos Slim Jim que comer. Swish. Diez. Yo no podía fallar. Tal vez era sólo la genética. Tal vez era otra cosa. No me había dado cuenta, pero desde que mi madre murió, yo había dejado de intentarlo. Era un milagro que llegara a la práctica. Swish. Once. Earl gruñó detrás de mí, rebotando la pelota aún con más dificultad. Traté de no sonreír y miré hacia el estacionamiento cuando tomé el siguiente tiro. Vi una maraña de cabello largo y negro, detrás del volante de un coche largo y negro. Un coche fúnebre. Me quedé helado. Luego, se volvió y, a través de la ventana abierta, pude ver a una chica mirar en mi dirección. Al menos, pensé que lo hacía. La pelota golpeó el aro y rebotó hacia la
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valla. Detrás de mí, escuché el sonido familiar. Swish. Doce. Earl Petty ya podía relajarse. Cuando el coche arrancó, miré a través de la cancha. El resto de los muchachos estaban ahí de pie, como si hubieran visto un fantasma. — ¿Esa fue…?— Billy Watts, asintió con la cabeza, agarrándose de la cerca de alambre con una mano. —La sobrina del viejo Ravenwood —. Shawn tiró la pelota. —Sí. Justo como ellos dicen, conduce un coche fúnebre — Emory, sacudió la cabeza. —Ella es sexy. Qué desperdicio. —Volvieron a jugar a la pelota, pero por el momento Earl tomó su próximo lanzamiento, justo cuando había comenzado a llover de nuevo. Treinta segundos más tarde, estábamos atrapados en un aguacero, era la lluvia más fuerte que habíamos visto en todo el día. Me quedé ahí, dejando que la lluvia martillara sobre mí. Mi cabello mojado colgaba sobre mis ojos, bloqueando el resto de la escuela y el equipo. El mal augurio no era solamente un coche fúnebre. Era una chica. Durante unos minutos, había perdido la esperanza sobre que tal vez este año no sería igual, que tal vez en dos años algo iba a cambiar. Que iba a tener a alguien con quien hablar. Pero todo lo que tenía fue un buen día en la cancha, y nunca había sido lo suficiente.
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02 de Setiembre UN AGUJERO EN EL CIELO
P
ollo frito, puré de papas, salsa, habichuelas, y galletitas—todo puesto con
enfado, impersonalmente y congelado sobre la estufa donde Amma los había dejado—. Por lo general, ella mantenía mi cena caliente para mí hasta que llegaba a casa de la práctica, pero no hoy. Estaba en un montón de problemas. Amma estaba furiosa, sentada a la mesa comiendo Red Hots (caramelos), y marcando lejos el crucigrama del New York Times. Mi papá se suscribió secretamente a la edición del domingo, porque los de The Stars and Stripes tenían demasiadas faltas de ortografía, y los de Reader‘s Digest eran demasiado cortos. No sé cómo logró pasarlo a Carlton Eaton, quien se habría asegurado que el pueblo entero supiera que éramos demasiado buenos para el Stars and Stripes, pero no había nada que mi papá no hiciera por Amma. Ella deslizó el plato en mi dirección, mirando hacia mí sin mirarme. Empujé el frío puré de papas y pollo dentro de mi boca. No había nada que Amma odiara como la comida dejada en tu plato. Intenté mantener mi distancia del punto de su especial lápiz negro #2, usado sólo para sus crucigramas, mantenido tan puntiagudo que podía en realidad extraer sangre. Esta noche podría hacerlo. Escuché el golpeteo constante de la lluvia sobre el techo. No había otro sonido en la sala. Amma golpeteó el lápiz sobre la mesa.
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—Ocho letras. Confinamiento ó dolor exigido por maldad. — Ella me lanzó otra mirada. Empujé otra cucharada de papas dentro de mi boca. Sabía lo que venía. Ocho horizontal. —C A S T I G A R— Al igual que en, reprender. Al igual que en, si no puedes llegar a la escuela a tiempo, no dejarás esta casa. Me pregunté quien la había llamado para decirle que había llegado tarde, ó más probablemente quién no la había llamado. Ella le sacó punta a su lápiz, a pesar que ya estuviera puntiagudo, afilándolo dentro de su viejo sacapuntas automático sobre el mostrador. Todavía estaba intencionalmente No Mirando hacia mí, lo que era aún peor que mirarme fijamente directo a los ojos. Me acerqué a donde ella estaba afilando y puse mi brazo alrededor suyo, dándole un buen apretón. —Vamos, Amma. No estés enojada. Estaba lloviendo torrencialmente esta mañana. No querrías que aceleráramos en la lluvia, ¿no? Levantó una ceja, pero su expresión se suavizó. —Bueno, parece que va a llover desde ahora hasta el día posterior a que te cortes ese cabello, así que mejor que encuentres una manera de llegar a la escuela antes de que suene el timbre. —Sí, señora. —Le di un último apretón y volví a mis papas frías. —Nunca creerás lo que pasó hoy. Tuvimos una chica nueva en nuestra clase—. No sé por qué lo dije. Creo que todavía estaba en mi mente. — ¿Piensas que no sé acerca de Lena Duchannes?—. Me ahogué con mi galletita. Lenna Duchannes. Pronunciado, en el Sur, para rimar con lluvia. De la manera en que Amma lo extendió, hubieras pensado que la palabra tenía una sílaba extra. Du—kay— yane. — ¿Ese es su nombre? ¿Lena?—Amma empujó un vaso de chocolatada en mi dirección. —Sí y no, y no es un asunto tuyo. No debes meterte con cosas de las que no sabes nada, Ethan Wate. Amma siempre hablaba con enigmas, y nunca te daba más que eso. No había ido a su casa en Wader‘s Creek desde que era un niño, pero sabía que la mayoría de las personas en el pueblo lo habían hecho. Amma era la tarotista más respetada dentro de un centenar de kilómetros de Gatlin, al igual que su madre antes que ella y su abuela antes que ella. Seis generaciones de lectoras de cartas. Gatlin estaba lleno de Bautistas temerosos—de—Dios, Metodistas, y Pentecostales, pero no podían resistir la tentación
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de las cartas, la posibilidad de cambiar el curso de sus propios destinos. Porque eso es lo que creían que una poderosa lectora podía hacer. Y Amma no era nada sino una fuerza a tener en cuenta. A veces encontraba uno de sus amuletos de fabricación casera en mi cajón de calcetines ó colgando por encima de la puerta del estudio de mi padre. Sólo una vez había preguntado para qué eran. Mi padre se burlaba de Amma cada vez que encontraba uno, pero noté que nunca sacó ninguno de ellos. —Más vale prevenir que lamentar. — Supongo que se refería a salvo de Amma, quien podía hacerte lamentarlo mucho. —¿Escuchaste algo más acerca de ella? —Ten cuidado. Un día vas a elegir un agujero en el cielo y el universo va a caer a través de él. Entonces todos estaremos en un aprieto. Mi padre caminó arrastrando los pies dentro de la cocina en pijama. Se sirvió una taza de café y tomó una caja de Shredded Wheat (cereal) de la despensa. Pude ver los tapones de cera amarillos todavía pegados a sus oídos. El Shredded Wheat significaba que su día estaba por empezar. Los tapones significaban que en realidad todavía no había empezado. Me incliné hacia delante y le susurré a Amma: —¿Qué escuchaste? Jaló de mi plato y lo llevó al fregadero. Enjuagó algunos huesos que lucían como paleta de cerdo, lo que era extraño ya que habíamos tenido pollo esta noche, y lo puso en un plato. —Eso no es de tu incumbencia. Lo que me gustaría saber es por qué estás tan interesado. Me encogí de hombros. —No lo estoy, en realidad. Sólo curiosidad. —Sabes lo que dicen acerca de la curiosidad. — Metió un tenedor en mi porción de pastel de suero de leche. Entonces me lanzó la Mirada, y se fue. Aún mi padre notó la puerta de la cocina balanceándose en su estela, y sacó un tapón de su oreja. — ¿Cómo estuvo la escuela? —Bien —¿Qué le hiciste a Amma? — Llegué tarde a la escuela.
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Estudió mi cara. Yo estudié la suya. —¿Número 2? Asentí. —¿Afilar? — Empezó afilado y luego ella lo afiló. — Suspiré. Mi padre casi sonrió, lo que era raro. Sentí un gran alivio, tal vez incluso un logro. — ¿Sabes cuántas veces me senté en esta vieja mesa mientras ella ponía un lápiz en mí, cuando era un niño?— preguntó, aunque no era en realidad una pregunta. La mesa, mellada y salpicada con pintura y pegamento y marcas de todos los Wates que me precedieron, era una de las cosas más viejas en la casa. Sonreí. Mi papá tomó su tazón de cereal y agitó la cuchara en mi dirección. Amma había criado a mi padre, un hecho que siempre me era recordado cada vez que siquiera pensaba en hablarle descaradamente cuando era un niño. — M.I.R.I.A.D.A. — Deletreó la palabra mientras depositaba su tazón en el fregadero. — P.L.É.T.O.R.A. Al igual que, más que tú, Ethan Wate. Cuando caminó dentro de la luz de la cocina, la media sonrisa desapareció a un cuarto, y luego se había ido. Se veía peor que lo usual. Las sombras de su rostro eran más oscuras, y podías ver los huesos debajo de su piel. Su rostro era verde pálido por nunca dejar la casa. Parecía un poco como un cadáver viviente, como lo había hecho desde hace meses. Era difícil recordar que era la misma persona que solía sentarse conmigo durante horas en las costas del Lago Moultrie, comiendo sándwiches de ensalada de pollo y enseñándome como arrojar una línea de pesca. — Ida y vuelta. Diez y dos. Diez y dos. Como las agujas de un reloj— Los últimos cinco meses habían sido duros para él. Realmente había amado a mi madre. Pero así también yo. Mi papá tomó su café y empezó a arrastrar los pies nuevamente hacia su estudio. Era el momento de enfrentarse a los hechos. Tal vez Macon Ravenwood no era el único encerrado del pueblo. No creía que nuestro pueblo fuera lo suficientemente grande para dos Boo Radleys (Personaje del libro — Matar al Ruiseñor— , Amargado y extraño). Pero esto era lo más cercano que habíamos tenido en meses a una conversación, y no quería que se vaya. —¿Cómo va el libro?— Solté. Quédate y habla conmigo. Eso es lo que quería decir. Me miró sorprendido, luego se encogió de hombros. — Está yendo. Todavía queda mucho trabajo para hacer. — No podía. Eso es lo que quería decir.
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—La sobrina de Macon Ravenwood se acaba de mudar al pueblo. — Dije las palabras justo cuando él se ponía nuevamente los tapones de los oídos. Fuera de sincronía, nuestra conexión habitual. Ahora que lo pienso, esa había sido mi conexión con la mayoría de las personas últimamente. Mi padre se sacó uno de los tapones, suspiró, y se sacó el otro. —¿Qué?— Él ya estaba caminando de regreso a su estudio. El medidor de nuestra conversación se estaba acabando. — Macon Ravenwood, ¿qué sabes de él? — Lo mismo que todos los demás, supongo. Es un ermitaño. No ha dejado la casa solariega Ravenwood en años, hasta donde sé. — Abrió la puerta del estudio y pasó por encima del umbral, pero no lo seguí. Sólo me quedé parado en la puerta. Nunca daba un paso dentro. Una vez, sólo una vez, cuando tenía siete años, mi papá me había encontrado leyendo su novela antes que la hubiera terminado de revisar. Su estudio era oscuro, un lugar aterrador. Había una pintura que siempre mantenía cubierta con una sábana sobre el raído sofá victoriano. Sabía que nunca debía preguntar qué era lo que estaba debajo de la sábana. Más allá del sofá, cerca de la ventana, estaba el escritorio de mi padre de caoba tallada, otra antigüedad que había sido pasada con la casa, de generación en generación. Y libros, viejos libros encuadernados en cuero que eran tan pesados que descansaban sobre un soporte de madera cuando eran abiertos. Esas eran las cosas que nos mantenían unidos a Gatlin, y unidos al Desembarco de los Wate, así como habían unido a nuestros antepasados por más de cien años. Sobre el escritorio estaba su manuscrito. Había estado apoyado allí, en una caja de cartón abierta, y yo sólo tenía que saber lo que estaba allí dentro. Mi padre escribía terror gótico, así que no había mucho de lo que él escribía que fuera apropiado para leer para un chico de siete años. Pero todas las casas en Gatlin estaban llenas de secretos, al igual que el propio Sur, y mi casa no era la excepción, incluso en aquel entonces. Mi papá me había encontrado, acurrucado en el sillón de su estudio, con las páginas todas desparramadas a mí alrededor como si un cohete hubiera estallado en su caja. No sabía lo suficiente como para cubrir mis huellas, algo que aprendí bastante rápido después de eso. Sólo recuerdo a él gritándome, y a mi mamá salir para encontrarme llorando en el viejo árbol de magnolia en nuestro patio trasero. — Algunas cosas son privadas, Ethan. Incluso para los adultos. Yo sólo quería saber. Ese siempre había sido mi problema. Aun ahora. Quería saber porqué mi papá nunca salía de su estudio. Quería saber porque no podíamos dejar
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esta vieja casa sin valor solamente porque un millón de Wates habían vivido aquí antes que nosotros, especialmente ahora que mi madre no estaba. Pero no esta noche. Esta noche sólo quería recordar los sándwiches de ensalada de pollo y los diez y dos y un tiempo en el que mi papá comía su Shredded Wheat en la cocina, bromeando conmigo. Me quedé dormido recordando. Antes incluso que sonara el timbre al día siguiente, Lena Duchannes era todo de lo que todos en Jackson podían hablar. De alguna manera entre las tormentas y los cortes de energía, Loretta Snow y Eugenie Asher, las madres de Savannah y Emily, habían logrado cenar en la mesa y llamar a casi todos en el pueblo para dejarles saber que la `pariente´ del loco Macon Ravenwood estaba conduciendo por el pueblo en su coche fúnebre, que estaban seguros que él usaba para transportar cadáveres cuando nadie estaba mirando. Desde allí simplemente se enloquecía más. Había dos cosas con las que siempre podías contar en Gatlin. Uno, puedes ser diferente, incluso loco, siempre y cuando salgas de la casa cada tanto, para que los pueblerinos no piensen que eres un asesino del hacha. Dos, si hay una historia que contar, puedes estar seguro que habrá alguien que la cuente. Una chica nueva en el pueblo, mudándose en la Mansión Encantada con el encerrado de la ciudad, ésa era una historia, probablemente la historia más grande que golpeó Gatlin desde el accidente de mi mamá. Así que no sé porqué estaba sorprendido cuando todos estaban hablando de ella——— todos excepto los chicos. Ellos tenían asuntos que atender primero.
—Entonces ¿qué tenemos, Em?— Link cerró de un golpe la puerta de su casillero. —Contando las pruebas de las porristas, parece como cuatro 8‘s, tres 7‘s, y un puñado de 4‘s. — Emory no se molestó en contar las chicas de primer año que calificó por debajo de cuatro. Cerré la puerta de mi casillero de un golpe. — ¿Esto es noticia? ¿No son éstas las mismas chicas que vemos en el Daree Keen todos sábados?— Emory sonrió, y me palmeó el hombro. — Pero están en juego ahora, Wate. — Miró hacia las chicas en el corredor. — Y estoy preparado para jugar. Emory era mayormente todo palabras. El año pasado, cuando éramos estudiantes de primer año, todo lo que escuchábamos era acerca de las calientes estudiantes de último año que pensaba engancharse ahora que había entrado al equipo universitario junior. Em era tan delirante como Link, pero no tan inofensivo. Él tenía una veta mezquina; todos los Watkinses la tenían.
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Shawn sacudió su cabeza. — Como sacar melocotones de la parra. — Los melocotones crecen en árboles. — Yo ya estaba molesto, quizás porque me había reunido con los chicos en el puesto de revistas Stop & Steal antes de la escuela y fui sometido a esta misma conversación mientras Earl hojeaba temas de la única cosa que siempre leía—revistas exhibiendo chicas en bikinis, yaciendo sobre las capotas de los coches. Shawn me miró, confundido. — ¿De qué estás hablando? No sé porqué siquiera me tomaba la molestia. Era una conversación estúpida, del mismo modo que era estúpido que todos los chicos tuvieran que reunirse antes de la escuela la mañana de los miércoles. Era algo que había llegado a considerar como el pasar lista. Se esperaban algunas cosas si eras parte del equipo. Te sentabas en grupo en el comedor. Ibas a las fiestas de Savannah Snow, invitabas a una porrista al evento formal de invierno, te reunías en el Lago Moultrie en el último día de escuela. Podías abandonar casi cualquier otra cosa, si aparecías para el pase de lista. Sólo que me estaba resultando más y más difícil aparecer, y no sabía por qué. Todavía no había llegado a la respuesta cuando la vi. Aún si no la hubiera visto, hubiera sabido que estaba allí porque el corredor, el cual por lo general estaba atiborrado de personas corriendo a sus casilleros e intentando llegar a clase antes del segundo timbre, se despejó en cuestión de segundos. Todos en realidad se hicieron a un lado cuando ella vino por el pasillo. Como si fuera una estrella de rock. Ó una leprosa. Pero todo lo que podía ver yo era una hermosa chica en un largo vestido gris, bajo una chaqueta deportiva blanca con la palabra Munich cosida en ella, y destartaladas Converse negras asomando por debajo. Una chica que usaba una larga cadena plateada alrededor de su cuello, con toneladas de cosas que pendían de ella—un anillo de plástico de una máquina de chicle, un alfiler de seguridad, y un montón de otra basura que estaba demasiado lejos para ver. Una chica que no se veía como que perteneciera a Gatlin. No podía sacarle los ojos de encima. La sobrina de Macon Ravenwood. ¿Qué estaba mal conmigo? Se metió sus oscuros rizos detrás de las orejas, uñas pintadas de negro capturaban la luz fluorescente. Sus manos estaban cubiertas de tinta negra, como si hubiera escrito en ellas. Caminó por el corredor como si fuéramos invisibles. Tenía los ojos más verdes que hubiera visto jamás, tan verdes que podrían haber sido considerados como algún color completamente nuevo.
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— Sí, ella es ardiente, — dijo Billy. Sabía lo que estaban pensando. Por un segundo, ellos estaban pensando en abandonar a sus novias por la oportunidad de seducirla. Por un segundo, ella era una posibilidad. Earl le dio la mirada de arriba abajo, luego cerró la puerta de su casillero. — Si ignoras el hecho que ella es un fenómeno. Había algo en el modo en que lo dijo, ó más bien, la razón porque lo dijo. Ella era un fenómeno porque no era de Gatlin, porque no estaba luchando para entrar al equipo de porristas, porque no le había dado una segunda mirada a él, ó siquiera una primera. Cualquier otro día lo hubiera ignorado y hubiera mantenido mi boca cerrada, pero hoy no me sentía como para callarme. — Así que ella es automáticamente un fenómeno, ¿por qué? ¿Por qué no tiene puesto el uniforme, cabello rubio y una falda corta? La cara de Earl era fácil de leer. Esta era una de esas veces cuando se suponía que debía seguir su ejemplo, y no estaba cumpliendo con mi parte de nuestro acuerdo tácito. — Porque ella es una Ravenwood. El mensaje era claro. Ardiente, pero ni siquiera lo pienses. Ella ya no era una posibilidad. Aun así, eso no evitaba que ellos siguieran mirando, y todos estaban mirando. El corredor, y todos en él, se habían cerrado sobre ella como si fuera un venado atrapado en el punto de mira. Pero ella simplemente siguió caminando, con su collar tintineando alrededor de su cuello. Minutos después, me paré en la puerta de mi clase de inglés. Allí estaba ella. Lena Dunchannes. La chica nueva, quien aun sería llamada así dentro de cincuenta años, si aun no era llamada la sobrina del Viejo Ravenwood, entregándole un papel rosado de trasferencia a la Sra. English, quien entrecerró los ojos para leerlo. — Ellos desordenaron mi horario y no tenía una clase de Inglés, — estaba diciendo. — Tuve Historia de los EE.UU por dos períodos, y ya había tomado Historia de EE.UU en mi vieja escuela. — Ella sonaba frustrada, y traté de no sonreír. Ella nunca había tenido Historia de los EE.UU, no de la manera que la enseñaba el Sr. Lee. — Por supuesto. Toma cualquier asiento disponible. — La Sra. English le dio una copia de To Kill a Mockingbird. El libro lucía como si nunca hubiera sido abierto, lo cual probablemente era así ya que lo habían convertido en una película.
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La chica nueva levantó la vista y me atrapó mirándola. Aparté la vista, pero fue demasiado tarde. Intenté no sonreír, pero estaba avergonzado, y eso sólo me hizo sonreír más. Ella no pareció notarlo. — Está bien, traje el mío. — Ella sacó una copia del libro, de tapa dura, con un árbol grabado en la cubierta. Parecía realmente viejo y gastado, como si lo hubiera leído más de una vez. — Es uno de mis libros favoritos. — Ella solamente lo dijo, como si no fuera raro. Ahora yo estaba mirando fijamente. Sentí una aplanadora estrellándose contra mi espalda, y Emily empujó por la puerta como si yo no estuviera parado allí, la cual era su manera de decir hola y esperar que la siguiera hasta el final del salón, donde nuestros amigos estaban sentados. La chica nueva se sentó en un asiento vacío en la primera fila, en la Tierra De Nadie enfrente del escritorio de la Sra. English. Mala jugada. Todos sabían que no debían sentarse allí. La Sra. English tenía un ojo de vidrio, y la audición terrible que obtienes si tu familia maneja el único campo de tiro en el país. Si te sentabas en cualquier otro sitio que no fuera justo enfrente de su escritorio, ella no podía verte y no te llamaría. Lena iba a tener que responder preguntas por la clase entera. Emily parecía entretenida y salió de su camino para pasar más allá de su asiento, pateando el bolso de Lena, haciendo que sus libros se deslicen por el pasillo. — Upsss. — Emily se agachó, recogiendo un estropeado anotador de espiral que estaba a un rasgón de perder su cubierta. Ella lo sostuvo como si fuera un ratón muerto. —Lena Duchannes. ¿Es ése tu nombre? Pensé que era Ravenwood. Lena levantó la vista, lentamente. —¿Puedes darme mi cuaderno?— Emily pasó las páginas, como si no la hubiera escuchado. —¿Es esté tu diario? ¿Eres una escritora? Eso es tan sensacional. Lena extendió su mano. — Por favor. Emily cerró el libro de golpe, y lo sostuvo lejos de ella. — ¿Puedo tomar prestado esto sólo por un minuto? Me encantaría leer algo que escribiste.
—Me gustaría que me lo devolvieras ahora. Por favor. — Lena se puso de pie. Las cosas iban a ponerse interesantes. La sobrina del Viejo Ravenwood estaba a punto de enterrarse a sí misma en la clase de agujero de la cual no se podía salir; nadie tenía una memoria como Emily.
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—Primero tendrías que ser capaz de leer. — Le saqué el diario de las manos a Emily y se lo devolví a Lena. Luego me senté en el escritorio a su lado, justo allí en Tierra de Nadie. Buena—Vista Lateral. Emily me miró con incredulidad. No sé por qué lo hice. Estaba tan sorprendido como lo estaba ella. Nunca me había sentado en el frente de ninguna clase en mi vida. El timbre sonó antes que Emily pudiera decir algo, pero no importaba; supe que lo pagaría más tarde. Lena abrió su anotador y nos ignoró a ambos. — ¿Podemos empezar, gente?— La Sra. English levantó la vista desde su escritorio. Emily se escabulló a su asiento habitual en el fondo, tan suficientemente lejos del frente que no tendría que responder ninguna pregunta en todo el año, y hoy, lo suficientemente lejos de la sobrina del Viejo Ravenwood. Y ahora, lo suficientemente lejos de mí. Lo que se sentía en cierto modo liberador, incluso si tenía que analizar la relación de Jem y Scout por cincuenta minutos sin haber leído el capítulo. Cuando sonó el timbre, me giré hacia Lena. No sé lo que pensé que le iba a decir. Tal vez estaba esperando que me diese las gracias. Pero no dijo nada mientras empujaba nuevamente los libros dentro de su bolso. 156. No era una palabra la que había escrito en el dorso de su mano. Era un número. Lena Dunchannes no me habló nuevamente, ni ese día, ni esa semana. Pero eso no me impidió pensar en ella, ó verla prácticamente en todas partes que intentaba no mirar. No era solamente ella lo que me estaba molestando, no exactamente. No se trataba de su aspecto, el cual era lindo, aunque siempre estuviera vistiendo la ropa equivocada y esas destartaladas zapatillas. Se trataba de lo que había dicho en clase—por lo general algo en lo que nadie más hubiera pensado, y si lo hubieran hecho, algo que no se hubieran atrevido a decir. No era que ella era diferente a todas las chicas en Jackson. Eso era obvio. Era que ella me hizo dar cuenta de lo mucho que me parecía al resto de ellos, incluso si quería fingir que no lo era. Había estado lloviendo todo el día, y yo estaba sentado en alfarería, también conocido como UGA, — una garantizada A—, ya que la clase era calificada en el esfuerzo. Me había inscripto en alfarería la primavera pasada porque tenía que cumplir con mi requisito de artes, y estaba desesperado por quedarme fuera de la banda, la cual estaba practicando ruidosamente en el piso de abajo, dirigida por la locamente flaca y más
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que entusiasta Srta. Spider. Savannah se sentó a mi lado. Yo era el único chico en la clase, y ya que era un chico, no tenía idea de lo que hacer a continuación. — Hoy es todo acerca de la experimentación. No van a ser clasificados en esto. Sientan la arcilla. Liberen su mente. E ignoren la música de abajo. — La Sra. Abernathy se estremeció cuando la banda despedazó lo que sonaba como — Dixie. — Caven profundo. Sientan el camino a sus almas. Giré en la rueda de alfarería y miré fijamente la arcilla mientras comenzaba a girar enfrente de mí. Suspiré. Esto era casi tan malo como la banda. Luego, cuando el cuarto se tranquilizó y el zumbido de las ruedas de alfarería ahogó el murmullo de las filas traseras, la música de abajo cambió. Escuché un violín, ó quizás uno de esos grandes violines, una viola, creo. Era hermoso y triste al mismo tiempo, y era inquietante. Había más talento en la voz novata de la música de lo que la Srita. Spider había tenido el placer de dirigir alguna vez. Miré alrededor; nadie más parecía notar la música. El sonido se arrastraba justo debajo de mi piel. Reconocí la melodía, y en segundos pude escuchar las palabras en mi mente, tan claramente como si estuviera escuchando mi Ipod. Pero esta vez, las palabras habían cambiado. Dieciséis lunas, dieciséis años El sonido del trueno en mis oídos Dieciséis millas antes que ella se acerque Dieciséis buscan lo que dieciséis temen… Mientras miraba la arcilla girar enfrente de mí, el bulto se volvió un borrón. Cuanto más me centraba en ello, más se disolvía el cuarto alrededor, hasta que la arcilla parecía estar girando el aula, la mesa, y la silla junto con ella. Como si todos estuviéramos unidos en este torbellino de movimiento constante, asignados al ritmo de la melodía del salón de música. El cuarto estaba desapareciendo a mí alrededor. Lentamente, estiré una mano y arrastré la punta de un dedo por la arcilla. Entonces un flash, y el cuarto giratorio se disolvió en otra imagen——— Yo estaba cayendo. Nosotros estábamos cayendo. Estaba de regreso en el sueño. Vi su mano. Vi mi mano agarrando la suya, mis dedos cavándose en su piel, su muñeca, en un intento desesperado de aguantar. Pero ella se estaba resbalando; podía sentirlo, sus dedos tirando a través de mi mano.
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—¡No te sueltes! Quería ayudarla, sostenerla. Más de lo que alguna vez hubiera deseado nada. Y entonces, ella cayó a través de mis dedos… —Ethan, ¿qué estás haciendo?— La Sra. Abernathy sonaba preocupada. Abrí los ojos, y traté de enfocar, para traerme de regreso. Había estado teniendo los sueños desde que había muerto mi mamá, pero ésta era la primera vez que había tenido uno durante el día. Miré mi gris y embarrada mano, cubierta de arcilla seca. La arcilla sobre la rueda de alfarería mantenía la huella perfecta de una mano, como si acabara de aplastar lo que sea que estaba trabajando. Lo miré más de cerca. La mano no era mía, era demasiado pequeña. Era la de una chica. Era la de ella. Miré bajo mis uñas, donde pude ver la arcilla que había agarrado de su muñeca. — Ethan, podrías al menos intentar hacer algo. — La Sra. Abernathy puso su mano en mi hombro, y salté. Fuera de la ventana del aula, escuché el estruendo de un trueno. — Pero Sra. Abernathy, creo que el alma de Ethan se está comunicando con él. Se rió Savannah, inclinándose hacia delante para obtener una mejor vista. — Creo que te está diciendo que consigas una manicura, Ethan. Las chicas a mi alrededor comenzaron a reír. Machaqué la huella de la mano con mi puño, convirtiéndola nuevamente en un trozo de nada gris. Me puse de pie, secándome las manos en los jeans mientras sonaba el timbre. Agarré mi mochila y salí corriendo del cuarto, resbalando en mis zapatillas de caña alta cuando doblé la esquina y casi tropezando con mis desatados cordones mientras bajaba corriendo los dos pisos por escaleras que estaban entre el cuarto de música y yo. Tenía que saber si lo había imaginado. Empujé las puertas dobles del salón de música con ambas manos para abrirlas. El escenario estaba vacío. La clase me estaba pasando en fila. Yo iba en el camino equivocado, dirigiéndome río abajo cuando todos los demás subían. Tomé un aliento profundo, pero supe lo que iba a oler antes de olerlo. Limones y romero. Allí en el escenario, la Srta. Spider estaba recogiendo las partituras, dispersas a lo largo de las sillas plegables que ella usaba para la pobre orquesta Jackson. La llamé: — Discúlpeme, señora. ¿Quién estaba tocando recién esa———esa canción?
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Ella sonrió en mi dirección. — Tenemos una maravillosa nueva audición para nuestra sección de cuerdas. Una viola. Ella se acaba de mudar al pueblo———— No. No podía ser. No ella. Giré y corrí antes que ella pudiera decir el nombre. Cuando sonó el timbre del octavo período, Link me estaba esperando enfrente de la sala de casilleros. Se pasó la mano por su puntiagudo cabello y enderezó su desteñida camiseta de Balck Sabbath. — Link. Necesito tus llaves, hombre. — ¿Qué pasa con la práctica? — No puedo hacerla. Hay algo que debo hacer. — Tío, ¿de qué estás hablando? — Sólo necesito tus llaves. — Tenía que salir de allí. Estaba teniendo los sueños, escuchando la canción, y ahora desmayándome en medio de la clase, ni siquiera podías llamarlo así. No sabía que estaba pasando conmigo, pero sabía que era malo. Si mi mamá todavía estuviera viva, probablemente le hubiera dicho todo. Ella era así, le podía decir cualquier cosa. Pero se había ido, y mi papá estaba encerrado en su estudio todo el tiempo, y Amma rociaría sal por todo mi cuarto durante un mes si le contara. Estaba por mi cuenta. Link extendió sus llaves. — El entrenador va a matarte. — Lo sé.
— Y Amma va a averiguarlo. — Lo sé. — Y va a patear tu trasero todo el camino hasta la Línea del Condado. — Su mano flaqueó cuando agarré las llaves. — No seas estúpido. Me di la vuelta y salí disparado. Demasiado tarde.
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11 de Setiembre COLISIÓN
E
n el momento en que llegué al coche, yo estaba completamente empapado.
La tormenta se había fortalecido toda la semana. Había un aviso del tiempo en cada estación de radio de las que tenía recepción, que no decían mucho considerando que el Beater sólo contaba con tres estaciones, todas del A.M. Las nubes eran totalmente negras y desde que fuera temporada de huracanes, no era algo para tomarse a la ligera. Pero eso no importaba. Necesitaba despejar mi cabeza y comprender lo que estaba pasando, aun si no tenía idea a dónde me estaba dirigiendo. Tuve que encender las luces delanteras incluso para salir del estacionamiento. No podía ver más de tres metros por delante del coche. No era un día para estar conduciendo. Un relámpago partía el oscuro cielo delante de mí. Conté, como Amma me había enseñado años atrás— uno, dos, tres. Los truenos rugían, lo cual significaba que la tormenta no estaba lejos— tres millas de acuerdo a los cálculos de Amma. Me detuve en el semáforo cerca de Jackson, uno de los tres semáforos que tenía el pueblo. No tenía idea de qué hacer. La lluvia martillaba en el Beater. La radio estaba reducida a interferencia estática, pero podía escuchar algo. Giré el mando de volumen y la canción fluía a través de los asquerosos altavoces.
Dieciséis Lunas. La canción que había desaparecido de mi lista de reproducción. La canción que nadie más parecía escuchar. La canción que Lena Duchannes había tocado en la viola. La canción que me estaba volviendo loco.
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El semáforo se puso en verde y el Beater se tambaleó cuando comencé a manejar. Estaba en camino, y no tenía ni la menor idea de a dónde iba. Un relámpago rasgó el cielo de lado a lado. Conté— uno, dos. La tormenta se estaba acercando. Encendí los limpiaparabrisas. No sirvió de nada. Ni siquiera podía ver la mitad de la cuadra. Relampagueó. Conté— uno. Un trueno resonó por encima del techo del Beater, y la lluvia comenzó en dirección horizontal. El parabrisas se sacudió como si fuera a doblarse en cualquier segundo, lo cual, considerando la condición del Beater, podría pasar. Yo no estaba persiguiendo la tormenta. La tormenta me estaba persiguiendo y me había encontrado. Apenas podía mantener las llantas en la resbaladiza carretera y el Beater empezó a zigzaguear, patinando erráticamente de ida y vuelta entre los dos carriles de la Ruta 9. No podía ver nada. Golpeé fuertemente los frenos, girando fuera de control hacia la oscuridad. La luces delanteras parpadearon, por apenas un segundo, y un par de enormes ojos verdes me miraban fijamente desde la mitad de la carretera. Al principio creí que era un venado, pero estaba equivocado.
¡Había alguien en el camino! Tiré del volante con ambas manos, tan fuerte como pude. Mi cuerpo se estrelló contra un lado de la puerta. Su mano estaba extendida. Cerré mis ojos esperando el impacto, pero nunca llegó. El Beater se detuvo bruscamente, no a más de tres pies (91.44cm) de distancia. Las luces delanteras hacían un pálido círculo de luz en la lluvia, reflejando uno de esos ponchos baratos que uno puede comprar por tres dólares en una farmacia. Era una chica. Lentamente, ella se quitó la capucha de su cabeza, dejando que la lluvia corriera por su cara. Ojos verdes, cabello negro. Lena Duchannes. Yo no podía respirar. Sabía que ella tenía ojos verdes; los había visto antes. Pero esta noche lucían diferentes— diferentes a cualquier ojos que jamás había visto. Eran enormes y extrañamente verdes, un verde eléctrico, como los relámpagos de la tormenta. Parada en la lluvia de esa manera, ella casi no parecía humana. Salí torpemente del Beater hacia la lluvia, dejando el motor encendido y la puerta abierta. Ninguno de los dos dijo una palabra, parados en la mitad de la Ruta 9 en un aguacero que sólo ves durante un huracán o una ventisca. La adrenalina bombeaba a través de mis venas y mis músculos se tensaron, como si mi cuerpo estuviera todavía esperando el choque.
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El cabello de Lena se batía rápidamente por el viento a su alrededor, chorreando agua por la lluvia. Di un paso hacia ella y el olor me golpeó. Limones húmedos. Romero húmedo. Todo a la vez, el sueño comenzó a llegar de nuevo a mí, como olas cayendo sobre mi cabeza. Sólo que esta vez, cuando ella se deslizaba a través de mis dedos— Pude ver su cara. Ojos verdes y cabello negro. Me acordé. Era ella. Ella estaba parada justo en frente de mí. Tenía que estar seguro. Agarré su muñeca. Allí estaban: los pequeños arañazos en forma de luna, justo donde mis dedos la agarraban en el sueño. Cuando la toqué, la electricidad recorrió mi cuerpo. Un rayo cayó sobre un árbol a menos de diez metros donde estábamos parados, partiendo el tronco perfectamente a la mitad. Y comenzó a arder lentamente. — ¿Estás loco O sólo eres un pésimo conductor?— Ella se alejó de mí, con sus ojos verdes brillando intermitentemente ¿con ira?, con algo. — Eres tú. — ¿Qué estabas tratando de hacer, matarme? — Eres real. — Las palabras se sentían extrañas en mi boca, como si estuviera llena de algodón. — Un cadáver real, casi. Gracias a ti. — No estoy loco. Creí que lo estaba, pero no lo estoy. Eres tú. Estás parada justo en frente mío. — No por mucho tiempo. — Ella me dio la espalda y emprendió su camino. Esto no estaba saliendo de la manera en que lo había imaginado. Corrí para alcanzarla. — Tú eres la que apareció de la nada y acabó en medio de la carretera. Ella movió el brazo dramáticamente como si estuviera espantada con la idea. Por primera vez, vi el coche negro y largo en las sombras. El coche fúnebre, con su capó. — ¿Hola? Estaba buscando alguien que me ayudara, genio. El coche de mi tío murió. Podías sólo haber pasado por delante. No tenías por que tratar de atropellarme. — Estabas en los sueños. Y la canción. La extraña canción en mi iPod. Ella se dio vuelta. — ¿Qué sueños? ¿Qué canción? Estás borracho o ¿esto se trata de algún tipo de broma? — Sé que eres tú. Tú tiene las marcas en tu muñeca.
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Ella volteó su mano y la miró, confundida. — ¿Estás? Tengo un perro. Supéralo. Pero yo sabía que no estaba equivocado. Ahora podía ver la cara de mis sueños demasiado clara. ¿Era posible que ella no lo supiera? Ella se puso la capucha y emprendió su largo camino hacia Ravenwood en la torrencial lluvia. La alcancé. — Una sugerencia. La próxima vez, no salgas de tu coche en medio de la carretera durante una tormenta. Llama al 911. Ella no paró de caminar. — No estaba a punto de llamar a la policía. Ni siquiera se supone que debería de manejar. Sólo tengo un permiso de aprendizaje. De todos modos, mi celular no funciona. Claramente ella no era de por aquí. La única manera en que te detenían en este pueblo era si estabas manejando del lado equivocado de la carretera. La tormenta se estaba reanudando. Tuve que gritar por encima del rugido de la lluvia. — Sólo déjame darte un aventón a casa. No deberías estar aquí afuera. — No gracias. Esperaré a que el siguiente chico me atropelle. — No va a haber otro chico. Podrían pasar horas antes de que alguien más venga por aquí. Ella comenzó a caminar, otra vez. — No hay problema. Caminaré. No podía dejarla deambular sola en la torrencial lluvia. Mi mamá me había enseñado mejores modales. — No puedo dejar que camines hasta tu casa con este clima—. Como si fuera el momento justo, un trueno retumbo sobre nuestras cabezas. Su capucha voló. —Manejaré como mi abuelita. Manejaré como tu abuelita. — No dirías eso si conocieras a mi abuela. — El viento se estaba haciendo más fuerte. Ahora ella estaba gritando, también. — Vamos. — ¿Qué? — Al coche. Entra conmigo. Me miró fijamente, y por un segundo no estaba seguro de que ella iba a ceder. — Supongo que es más seguro que ir caminando. Contigo en el camino, de todos modos.
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El Beater estaba empapado. Link se descompensaría cuando lo viera. La tormenta parecía diferente una vez que estábamos en el coche, fuerte y silenciosa. Podía oír la lluvia golpeando el techo, pero era casi ahogada por el sonido de los latidos de mi corazón y de mis dientes rechinando. Forcé el carro para que arrancara. Estaba tan consciente de Lena sentada a mi lado, a unos cuantos centímetros de distancia en el asiento del pasajero. Le di una mirada furtiva. A pesar de que ella era una molestia, era hermosa. Sus ojos verdes eran enormes. No podía comprender por qué se veían tan diferentes esta noche. Ella tenía las pestañas más largas que jamás había visto y su piel era pálida se hacía aun más clara por el contraste de su natural cabello negro. Ella tenía una pequeña marca de nacimiento de color marrón claro en el pómulo justo debajo de su ojo izquierdo, era algo con forma de media luna. Ella no se parecía a nadie de Jackson. No se parecía a nadie que hubiera visto jamás. Ella se quitó el poncho mojado sobre su cabeza. Su camiseta negra y sus jeans se aferraban a ella como si hubiera caído a una piscina, su chaleco gris goteaba constantemente agua en el asiento de cuero. — Me estas m—mirando. Miré a otro lado, a través del parabrisas, a cualquier lugar, pero mi mirada volvía a ella. — Deberías quitarte eso. Sólo te dará más frío. Podía ver su torpeza con los delicados botones de plata en el chaleco, incapaz de controlar el temblor de sus manos. Me incliné hacia delante y ella se quedó inmóvil. Como si me hubiera atrevido a tocarla de nuevo. — Voy a subir el calor. Volvió su atención a los botones. — Gra-Gracias. Pude ver sus manos— más tinta, ahora con manchadas por la lluvia. Sólo lograba ver algunos números. Tal vez un uno o un siete, un cinco y un dos. 152. ¿De qué se trataba todo eso? Le eché un vistazo al asiento trasero buscando una vieja cobija militar que Link usualmente mantenía allí. En vez de eso había una bolsa de dormir cutre, probablemente de la última vez que Link se metió en problemas en su casa y tuvo que dormir en el coche. Olía como a humo de una fogata y a moho del sótano. Se la entregué a ella. — Mmmm. Eso está mejor. — Ella cerró los ojos. Podía sentir su alivio por la temperatura del calefactor y me relajé, con sólo mirarla. El rechinar de los dientes era más lento. Después de eso, nos fuimos en silencio. El único sonido era el de la
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tormenta y el de las llantas rodando y rociando al pasar por la carretera que se había convertido en un lago. Ella trazó algunas figuras con sus dedos en la ventana llena de niebla. Traté de mantener mis ojos en el camino, traté de recordar el resto del sueño— algún detalle, con el que pudiera demostrarle que ella era, no sé, ella, y que yo era yo. Pero cuanto más me esforzaba, todo parecía desvanecerse, entre la lluvia, la carretera y el paso de campos de acres y acres de tabaco, desperdiciados con arcaica maquinaria agrícola y la podredumbre de viejos graneros. Llegamos a los alrededores del pueblo y pude ver el desvió en el camino. Si tomabas la izquierda, hacia mi casa, llegarías al Rio que es donde están todas las casas restauradas después de la guerra. Esa era también la manera de salir del pueblo. Cuando llegamos a la bifurcación, automáticamente comencé a girar a la izquierda, por la costumbre. La única cosa a la derecha era la Plantación Ravenwood y nadie iba allí. — No, espera. Ve a la derecha, — dijo. — Oh, sí. Lo siento— Me sentí mal. Subimos por la colina hacia Ravenwood Manor, la colosal casa. Estaba tan envuelto en ella, que había olvidado quien era. La chica con la que había estado soñando durante meses, la chica de la que no podía dejar de pensar, era la sobrina de Mancon Ravenwood. Y yo estaba llevándola a su casa la Mansión Embrujada— así era como la llamábamos. Así era como yo la había llamado. Ella se miró las manos. Yo no era el único que sabía que ella estaba viviendo en la Mansión Embrujada. Me preguntaba lo que ella había oído en los pasillos. Si sabía lo que todo el mundo estaba diciendo sobre ella. La mirada incómoda en su cara decía que si. No sabía por qué, pero no podía soportar verla así. Trate de pensar en algo que decir para romper el silencio. — Así que, ¿por qué te viniste a vivir con tu tío? Por lo general las personas tratan de irse de Gatlin, nadie se viene a vivir aquí. Escuché el alivio en su voz. — He vivido en todas partes. Nueva Orleans, Savannah, Los Cayos de Florida, Virginia, por unos pocos meses. Incluso viví en barbados por un tiempo. Me di cuenta que no había respondido la pregunta, pero yo no podía dejar de pensar en lo mucho que habría matado para vivir en uno de esos lugares, incluso por un verano. — ¿Dónde están tus padres? — Están muertos. Sentí que mi pecho se apretaba. — Lo siento.
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— Está bien. Ellos murieron cuando yo tenía dos años. Incluso no puedo recordarlos. He vivido con muchos de mis familiares, sobre todo con mi abuela. Ella tenía que hacer un viaje por unos cuantos meses. Por eso me estoy quedando con mi tío. — Mi mama murió, también. Accidente de coche. — No tenía idea porque lo dije. Pasaba la mayor parte de mi tiempo tratando de no hablar acerca de eso. — Lo siento. No dije que estaba bien. Tenía la sensación de que ella era el tipo de chica que sabía que no estaba bien. Nos detuvimos frente a una curtida puerta negra de hierro forjado. Delante de mí, en el nacimiento de la colina, a pena visible a través de la manta de niebla, permanecían en pie las ruinas y los restos de la casa de plantación más antigua y conocida de Gatlin, Ravenwood Manor. Nunca había estado tan cerca de esa casa antes. Apagué el motor. Ahora la tormenta se había desvanecido a una especie de llovizna suave y constante. — Parece que los truenos se han ido. — Estoy segura de que habrán más de donde viene. — Tal vez. Pero no esta noche. Ella me miró, casi con curiosidad, — No. Creo que hemos terminado por esta noche. — Sus ojos parecían diferentes. Se habían desvanecido a un tono menos intenso de verde y estaban más pequeños de alguna manera— no pequeños, pero si tenían una apariencia más normal. Empecé a abrir mi puerta, para acompañarla a la casa. — No, no lo hagas. — Ella parecía avergonzada. — Mi tío es un poco tímido. — Esa era una descripción que se quedaba corta. Mi puerta estaba entreabierta. Su puerta estaba entre abierta. Los dos nos estábamos mojando aun más, pero sólo nos quedamos sentados sin decir nada. Yo sabía lo que quería decir, pero también sabía que no podía decirlo. No sabía porque estaba sentado aquí, empapado, en frente de Ravenwood Manor. Nada tenía sentido, pero sabía una cosa. Una vez manejara por la colina y volviera a la Ruta 9, todo cambiaría de nuevo. Todo tendría sentido. ¿Verdad? Ella habló primero. — Gracias, supongo. — ¿Por no atropellarte? Ella sonrió. — Si, por eso. Y por el aventón.
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Sonreímos, casi como si fuéramos amigos, lo cual era imposible. Empecé a sentir claustrofobia, como si tuviera que salir de allí. — No fue nada. Quiero decir, es genial. No te preocupes por eso. Lancé la capucha de mi buzo de baloncesto de la manera en que Emory había hecho cuando una de las chicas con las que se había disipado trataba de hablar con él en el pasillo. Ella me miró, sacudiendo su cabeza y me tiró la bolsa de dormir, un poco duro. La sonrisa se había ido. — Lo que sea. Nos veremos por aquí. — Ella me dio la espalda, pasó por las puertas y subió la empinada y barrosa entrada que dirigía a la casa. Cerré la puerta. La bolsa de dormir estaba en el asiento. La recogí para tirarla hacia la parte trasera. Todavía tenía el olor a humo de fogata con moho, pero ahora también olía un poco a limones y romero. Cerré mis ojos, cuando los abrí, ella ya estaba en la mitad del camino hacia la entrada de la casa. Bajé la ventana. — Ella tiene un ojo de vidrio. Lena me miró. — ¿Qué? Grité, la lluvia goteaba en el interior de la puerta del coche. — La señora English. Tienes que sentarte al otro lado, o ella te hará hablar. Ella sonrió mientras la lluvia bajaba por su cara. — Tal vez me gusta hablar. — Se dio vuelta de nuevo hacia Ravenwood y subió las escaleras del porche. Di marcha atrás en el coche y volví hasta el desvío en el camino, y así poder cambiar a la forma en que usualmente me desviaba y tomar el camino que había tomado toda mi vida. Hasta hoy. Vi algo brillando desde la hendidura del asiento. Un botón de plata. Lo metí en mi bolsillo, y me pregunté qué soñaría esta noche.
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12 de Setiembre CRISTALES ROTOS
N
ada.
Fue un largo, sueño sin sueños, el primero que he tenido en mucho tiempo. Cuando desperté, la ventana estaba cerrada. No había barro en mi cama, no había misteriosas canciones en mi iPod. Comprobé dos veces. Incluso mi ducha sólo olía como jabón. Me quedé en mi cama, mirando el techo azul de mi cuarto, pensando en ojos verdes y cabello negro. La sobrina del Viejo Ravenwood. Lena Duchannes, que rima con lluvia. ¿Cuán lejos podría llegar un chico? Cuando Link se detuvo, estaba esperándolo en la acera. Me subí y mis zapatillas se hundieron en el tapete mojado, lo que hacía que el cacharro oliera incluso peor que de costumbre. Link sacudió su cabeza. — Lo siento, hombre. Trataré de secarlo después de la escuela. — Lo que sea. Sólo hazme un favor y bájate del tren de la locura, o todos estarán hablando de ti en vez de la sobrina del Viejo Ravenwood. Por un segundo, consideré guardarlo para mí mismo, pero tenía que decírselo a alguien. — La vi. — ¿A quién?
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— Lena Duchannes. Me miró en blanco. — La sobrina del Viejo Ravenwood. En el momento en que nos detuvimos en el estacionamiento, le había contado a Link toda la historia. Bueno, tal vez no toda la historia. Incluso los mejores amigos tienen sus límites. Y no podía decir que él creyera todo, pero entonces otra vez, ¿Quién lo haría? Yo seguía teniendo dificultades para creerlo por mí mismo. Pero incluso si él no tenía claro los detalles, mientras caminábamos para unirnos a los chicos, él tenía claro una cosa. Control de daños. — No es como si algo pasara. Tú la llevaste a su casa. — ¿Nada pasó? ¿Has tan siquiera escuchado? He estado soñando con ella por meses y ella resulto ser—— Link me cortó. — Ustedes no se acostaron ni nada. Tú no entraste en la Mansión Embrujada ¿Verdad? y nunca lo viste, ya sabes… a él. — Incluso Link no podía intentar decir su nombre. Una cosa era estar con una chica hermosa, en cualquier situación. Otra cosa era pasar el rato con el Viejo Ravenwood. Sacudí mi cabeza, — No, pero—— — Lo sé, lo sé. Estás jodido. Yo sólo estoy diciendo, que te lo guardes para ti, amigo. Todo esto es una estricta necesidad—de—conocer los principios básicos. Como en, nadie más necesita saberlo. — Yo sabía que iba a ser difícil. No sabía que iba a ser imposible. Cuando abrí la puerta de Ingles, todavía estaba pensando en todo—sobre ella, la nada que había pasado—. Lena Duchannes. Tal vez era la forma en que ella usaba ese loco collar con toda esa basura en él, como si cada cosa que tocara podría importarle o realmente le importara. Tal vez era la forma en que usaba esas desgastadas zapatillas ya fuera que llevara pantalones o vestido, como si pudiera salir corriendo, en cualquier momento. Cuando la miraba, yo estaba más lejos de Gatlin de lo que nunca había estado. Tal vez era eso. Supongo que cuando comencé a pensar, me detuve, y sentí a alguien atropellarse contra mí. Sólo que no fue una aplanadora esta vez, más bien fue un tsunami. Habíamos chocado, fuerte. Al momento en que nos tocamos, la luz del techo parpadeo sobre nosotros, y una lluvia de chispas cayó sobre nuestras cabezas. Las esquivé. Ella no lo hizo.
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— ¿Estas tratando de matarme por segunda vez en dos días, Ethan?— Se hizo un silencio muerto en el cuarto. — ¿Qué?— apenas y pude hacer salir mi voz. — Dije ¿Estas tratando de matarme de nuevo? — No sabía que estabas allí. — Eso fue lo que dijiste anoche. Anoche. La pequeña palabra que podía cambiar tu vida para siempre en Jackson. Incluso aunque había un montón de luces todavía funcionando, se podría decir que había un proyector sobre nosotros por la audiencia que teníamos. Pude sentir a mi cara tornarse roja. — Lo siento. Quiero decir—hola. — Murmuré, sonando como un idiota. Parecía divertirse. Colgó su mochila en la misma mesa en la que se había sentado toda la semana, justo en frente de la Sra. Ingles. El lugar del Ojo Bueno. Había aprendido mi lección. No había quien le dijera a Lena Duchannes donde se podía o no podía sentar. No importa lo que pienses acerca de los Ravenwoods, tenías que reconocerle eso. Me deslicé en el asiento a su lado, justo en el centro de la Tierra de Nadie. Como lo había hecho toda la semana. Sólo que esta vez ella me hablaba, y de alguna manera eso hizo todo diferente. No una mala diferencia, simplemente aterrador. Ella comenzó a sonreír pero se contuvo. Traté de pensar en algo interesante que decir, o al menos no estúpido. Pero antes de que se me ocurriera algo, Emily se sentó a mi lado, con Eden Westerly y Charlotte Chase acompañándola a su otro lado. Seis filas más cerca de lo habitual. Ni siquiera sentarme en el lugar del Ojo Bueno iba a ayudarme hoy. La Sra. Ingles levantó la mirada de su escritorio, sospechando. — Hey, Ethan. — Eden se volvió hacia mí, y sonrió, como si yo hiciera parte de su pequeño juego. — ¿Cómo te va? No me sorprendía ver a Eden seguir el ejemplo de Emily. Ella era sólo otra de las niñas bonitas que no era lo suficientemente bonita para ser Savannah. Eden era estrictamente una segunda en el grupo, en el equipo de animadoras y en la vida. No era una base, no era un volante, a veces ni siquiera estaba en la escuadra. Eden nunca dejaba de intentar hacer algo para dar el salto, sin embargo. Ella pensaba que era diferente, a excepción de, supongo, la parte de ser diferente. Nadie es diferente en Jackson.
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— No queremos que tengas que sentarte aquí solo. — Se rió Charlotte. Si Eden era segunda, Charlotte era tercera. Ella era una de las cosas que una respetable animadora de Jackson no debería ser, un poco gruesa. Charlotte nunca había perdido su grasa de bebé, y a pesar de hacer una dieta perpetua simplemente no podía deshacerse de esos últimos cuatro kilos y medio. No era su culpa; ella siempre lo intentaba. Comerse el pastel y dejar la corteza. El doble de galletas y la mitad de la salsa. — ¿Puede este libro ser más aburrido?— Emily ni siquiera miró en mi dirección. Esta era una disputa territorial. Ella podría haberme abandonado, pero al parecer no quería ver a la sobrina del Viejo Ravenwood en ningún lugar cerca de mí. — Como si yo quisiera leer sobre una ciudad llena de personas completamente locas. Tenemos suficientes por aquí. Abby Porter que por lo general se sienta en el lugar del Ojo Bueno, se sentó al lado de Lena y le dio una débil sonrisa. Lena le sonrió y pareció como si Abby le fuera a decir algo agradable, pero Emily le disparó a Abby una mirada que dejaba claro que la famosa hospitalidad sureña no se aplicaba a Lena. Desafiar a Emily Asher era un acto de suicidio social. Abby sacó su carpeta del Consejo Estudiantil y escondió su nariz en ella, ignorando a Lena. Mensaje recibido. Emily se volvió hacia Lena y con destreza le lanzó una mirada que logró abrirse camino desde la parte superior de Lena, el cabello no—tinturado, pasando la cara no— bronceada, bajando a la punta de las uñas no—pintadas de color rosa. Eden y Charlotte se dieron la vuelta en sus sillas para quedar de frente a Emily, como si Lena no existiera. La ley del hielo—era como si tuvieran quince años. Lena abrió su destartalado cuaderno argollado y comenzó a escribir. Emily sacó su teléfono y comenzó a digitar. Miré hacia abajo, a mi cuaderno, y deslicé mi cómic de Silver Surfer entre las páginas, lo cual era más difícil de hacer en la primera fila. — Muy bien, damas y caballeros, ya que parece que el resto de las luces permanecerán encendidas, no tendrán suerte. Espero que todos hayan hecho la lectura correspondiente al día de hoy. — La Sra. Ingles estaba garabateando locamente en la pizarra. — Les daré un minuto para analizar los conflictos sociales en una pequeña ciudad. Alguien debería habérselo dicho a la Sra. Ingles. A mitad de la clase, teníamos más que un conflicto social en una pequeña ciudad. Emily estaba coordinando un ataque a gran escala. — ¿Quién sabe porque Atticus está dispuesto a defender a Tom Robimson, en cara de la insignificancia y el racismo? — Apuesto a que Lena Ravenwood sabe. — Dijo Eden, sonriendo inocentemente a la Sra. Ingles. Lena miró hacia abajo, a las líneas de su cuaderno, pero no dijo nada.
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— Cállate. — Susurré, un poco demasiado fuerte. — Sabes que ese no es su nombre. — Ese bien podría ser su nombre. Ella vive con ese monstruo. — Dijo Charlotte. — Cuida lo que dices. Escuché que eran, como, una pareja. — Emily estaba sacando la artillería pesada. — Suficiente. — La Sra. Ingles volvió su ojo bueno hacia nosotros, y todos nos callamos. Lena cambió de postura, su silla chirrió con fuerza contra el suelo. Me incliné hacia adelante a propósito, tratando de convertirme en un muro entre Lena y Emily y sus secuaces como si pudiera físicamente desviar sus comentarios.
No puedes. ¿Qué? Me senté, sorprendido. Miré a mi alrededor, pero nadie me estaba hablando; nadie estaba hablando en absoluto. Mire a Lena. Todavía estaba medio escondida en su cuaderno. Genial. No era suficiente soñar con chicas reales y escuchar canciones imaginarias. Ahora tenía que escuchar voces, también. Toda la cosa de Lena estaba realmente afectándome. Supongo que me sentía responsable, en cierto modo. Emily, y el resto de ellas, no la odiarían tanto si no fuera por mí.
Lo harían. Ahí estaba de nuevo, una voz tan silenciosa que apenas podía oírla. Era como si viniera de la parte de atrás de mi cabeza. Eden, Charlotte y Emily siguieron disparando, y Lena ni siquiera parpadeó, como si pudiera sólo bloquearlas si continuaba escribiendo en su cuaderno. — Harper Lee parece decir que no puedes conocer realmente a alguien hasta que te pongas en sus zapatos. ¿Qué piensan de eso? ¿Alguien? Harper Lee nunca vivió en Gatlin. Mire a mí alrededor, sofocando la risa. Emily me miró como si estuviera loco. Lena levantó su mano. — Creo que significa que tienes que darle a la gente una oportunidad. Antes de que automáticamente saltes a la parte de odiarla. ¿No lo crees, Emily?— ella miró a Emily y sonrió. — Tú eres un poco extraña. — Susurró Emily en voz baja.
No tienes ni idea.
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Miré más de cerca a Lena. Se había dado por vencida con su cuaderno; ahora estaba escribiendo sobre su mano con tinta color negro. No tenía que verlo para saber lo que era. Otro número. 151. Me pregunté lo que significaba, y por qué no podía ir escrito en su cuaderno. Enterré mi cabeza de vuelta a Silver Surfer. — Hablemos de Boo Radley. ¿Qué los llevaría a creer el que esté dejando regalos para los niños? — Él es como el Viejo Ravenwood. Probablemente trata de atraer a esos niños hacia su casa para así poder matarlos. — Susurró Emily, lo suficientemente alto como para que Lena escuchara, pero lo suficientemente bajo para mantenerlo fuera de los oídos de la Sra. Ingles. — Después puede poner sus cuerpos en su coche fúnebre y llevarlos a la mitad de la nada y enterrarlos.
Cállate. Escuché la voz en mi cabeza de nuevo, y algo más. Era un sonido crujiente. Apenas perceptible. — Y él tiene ese loco nombre de Boo Radley. De nuevo, ¿Qué es? — Tiene razón, ese espeluznante nombre Bíblico nadie lo usa hoy en día. Me puse rígido. Sabía que estaban hablando del Viejo Ravenwood, pero también estaban hablando de Lena. — Emily, ¿Por qué no te tomas un descanso?— le respondí. Ella entrecerró los ojos. — Es un monstruo. Todos ellos lo son y todos lo saben.
Dije que te calles. El crujido fue cada vez más fuerte y empezó a sonar más como algo astillándose. Miré a mi alrededor. ¿Qué era ese sonido? Aunque era extraño, no se parecía a algo que hubiera oído antes—como la voz. Lena estaba mirando al frente, pero su mandíbula estaba apretada y estaba extrañamente concentrada en un punto en la pared, como si no pudiera ver nada más que ese punto. La habitación parecía hacerse cada vez más pequeña, diminuta. Escuché la silla de Lena arrastrándose de nuevo por el suelo. Ella se levantó de su asiento, se acercó a la biblioteca bajo la ventana, a un lado de la habitación. Probablemente pretendiendo afilar su lápiz, así ella podría escapar de lo inevitable, el juez y jurado de Jackson. El sacapuntas comenzó a funcionar. — Melchizedek, eso es todo. Detente.
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Todavía podía escuchar el sacapuntas. — Mi abuela dice que es el nombre del mal. Detente detente detente. — Es apropiado para él, también.
¡SUFICIENTE!
Ahora la voz era tan fuerte que me tapé los oídos. El sacapuntas se detuvo. Cristales salieron volando, fragmentándose en el aire, mientras la ventana se rompía de la nada— la ventana al lado derecho de nuestra fila, justo al lado de donde Lena estaba parada afilando su lápiz. Justo al lado de Charlotte, Eden, Emily y yo. Ellas gritaron y saltaron de sus asientos. Fue entonces cuando descubrí de donde había venido el sonido. La presión. Pequeñas grietas se formaban en el cristal, extendiéndose como dedos, hasta que la ventana se desplomó hacia el interior como si hubiera sido tirada por un hilo. Se armó un caos. Las niñas gritaban. Todos en la clase se escabullían de sus asientos. Incluso yo salté. — No entren en pánico. ¿Están todos bien?— dijo la Sra. Ingles, tratando de recuperar el control. Me volví hacia el sacapuntas. Quería asegurarme de que Lena estaba bien. No lo estaba. Estaba de pie junto a la ventana rota, rodeada de cristal, mirándose a sí misma con pánico. Su cara estaba incluso más pálida de lo normal, sus ojos incluso más grandes y verdes. Al igual que anoche en la lluvia. Pero parecían diferentes. Parecían asustados. Ya no se veían tan valientes. Ella extendió ambas manos. Una de ellas estaba cortada y sangrando. Gotas rojas salpicaron el linóleo del suelo. −Yo no quería ¿Había ella roto el cristal? ¿O el cristal se había roto y la había cortado? — Lena—— Ella salió disparada de la habitación, antes de que pudiera preguntarle si estaba bien. — ¿Viste eso? ¡Ella rompió la ventana! ¡Ella la golpeó con algo cuando caminó hacia allí! — Ella golpeó el cristal con su puño. ¡Lo vi con mis propios ojos! — ¿Entonces como es que ella no está llena de sangre?
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— ¿Qué eres? ¿CSI? Ella trató de matarnos. — Estoy llamando a mi papi en este momento. ¡Ella está loca, al igual que su tío! Se oían como una manada de gatos rabiosos, gritándose entre ellos. La Sra. Ingles intentaba restaurar el orden, pero pedía lo imposible. — Que todo el mundo se calme. No hay razón para entrar en pánico. Los accidentes ocurren. Es probablemente algo que puede ser explicado, como una vieja ventana y viento. Pero nadie creía que eso pudiera ser explicado como una vieja ventana y viento. Más bien la explicaban como la sobrina del Viejo y una tormenta eléctrica. La tormenta de ojos verdes que acababa de llegar al pueblo. El huracán Lena. Una cosa es segura. El clima ha cambiado, es cierto. Gatlin nunca ha visto una tormenta como esta. Y ella probablemente ni siquiera sabía que estaba lloviendo.
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12 de Setiembre GREENBRIER
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o lo hagas.
Podía oír su voz en mi cabeza. Al menos pensaba que podía.
No vale la pena, Ethan. Lo hacía. Ahí fue cuando empujé mi silla hacia atrás y corrí por el pasillo tras ella. Supe lo que había hecho. Había escogido un lado. Estaba en un tipo diferente de problema ahora, pero no me importaba. No era sólo Lena. Ella no era la primera. Los había visto hacerlo, toda mi vida. Se lo hicieron a Allison Birch cuando su eccema se puso tan mal que nadie se sentaba a su lado en la mesa del almuerzo, y al pobre Scotter Richman porque era el peor tocando trombón en toda la historia de la orquesta sinfónica de Jackson. Aunque nunca había tomado un marcador y escrito PERDEDOR a través de un casillero por mí mismo, me había limitado a observar, un montón de veces. De cualquier manera, siempre me había molestado. Sólo que nunca lo suficiente como para salir de la habitación. Pero alguien tenía que hacer algo. Toda una escuela no podía sólo acabar con una persona así. Todo un pueblo no podía sólo acabar con una familia. Excepto, por supuesto, que ellos podían, porque lo habían estado haciendo siempre. Tal vez por eso Macon Ravenwood no había salido de su casa desde antes de que yo naciera.
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Yo sabía lo que estaba haciendo.
No lo sabes. Crees que lo haces, pero no. Ella estaba allí en mi cabeza de nuevo, como si siempre hubiera estado allí. Sabía a lo que me iba a enfrentar el día siguiente, pero nada de eso importaba para mí. Lo único que me importaba era encontrarla. Y no podría decir si esto era por ella o por mí. De cualquier manera, no tenía opción. Me detuve en el laboratorio de Biología, sin aliento. Link me miró y me lanzó sus llaves, sacudiendo su cabeza sin ni siquiera preguntar. Las atrapé y continúe corriendo. Estaba bastante seguro de saber dónde encontrarla. Si tenía razón, ella había ido a un lugar donde nadie iría. Al lugar donde yo hubiera ido. Había ido a casa. Incluso si su casa era Ravenwood, se había ido a su casa en Gatlin. La Ravenwood Manor apareció frente a mí. Se levantaba sobre la colina como un reto. No estoy diciendo que estaba asustado, porque esa no es exactamente la palabra para ello. Yo estaba asustado cuando la policía tocó a la puerta la noche en que murió mi madre. Estaba asustado cuando mi papá desapareció en su estudio y me di cuenta que en realidad, nunca volvió a salir. Tenía miedo cuando era un niño y Amma se puso oscura, cuando descubrí que las pequeñas muñecas que hacía no eran juguetes. No tenía miedo de Ravenwood, incluso si resultaba ser tan espeluznante como se veía. Lo inexplicable era una clase de presunción en el Sur; todo pueblo tiene una casa embrujada, y si le preguntabas a la mayoría de los habitantes, al menos un tercio de ellos han visto un fantasma o dos en su vida. Además, he vivido con Amma, cuyas creencias incluyen pintar nuestras cortinas de azul fantasma para dejar los espíritus fuera, y cuyos embrujos están hechos de crin de caballo y tierra. Así que estaba acostumbrado a lo inusual. Pero el Viejo Ravenwood, eso era otra cosa. Caminé hacia la puerta y vacilante puse la mano en el hierro destrozado. La puerta se abrió. Y entonces, no pasó nada. Ningún trueno, ninguna combustión, ninguna tormenta. No sabía lo que esperaba, pero si había aprendido algo de Lena hasta ahora, era esperar lo inesperado, y a proceder con cautela. Si alguien me hubiera dicho hace un mes que caminaría a través de estas puertas, subiría esa colina, y pondría un pie en la tierra de los Ravenwood, le hubiera dicho que estaba loco. En un pueblo como Gatlin, donde puedes ver todo lo que viene, no había visto esto. La última vez, sólo había llegado hasta las puertas. Mientras más me acercaba, más fácil era ver como todo se estaba desmoronando. La gran casa, Ravenwood Manor, se veía igual a las estereotipadas plantaciones del Sur que la gente del Norte esperaba ver después de los años en películas como Lo que el Viento se llevó.
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La Ravenwood Manor era aun impresionante, al menos en gran escala. Flanqueada por palmas pequeñas y cipreses, se veía como si pudiera haber sido el tipo de lugar donde la gente se sentaba en el porche bebiendo cócteles de menta y jugando cartas todo el día, si no se estuviera cayendo a pedazos. Si no fuera Ravenwood. Fue un renacimiento griego, lo cual era raro en Gatlin. Nuestro pueblo estaba lleno de estilo federal y casas de plantaciones, lo que hacía que Ravenwood destacara más como el dolor en el pulgar que era. Grandes, blancas y rústicas columnas, con la pintura descascarada por los años de abandono, soportaban un techo que se inclinaba bruscamente hacia un lado, dando la impresión de que toda la casa estuviera inclinada como una anciana reumática (que sufre de artritis). La cubierta del porche estaba astillada y completamente separada de la casa, amenazaba con derrumbarse si te atrevías a poner tan siquiera un pie sobre ella. La hiedra era tan espesa en las paredes exteriores que en algunos lugares se hacía imposible ver las ventanas bajo ella. Como si la tierra se hubiera encargado de tragarse la casa, tratando de llevarla de vuelta, desapareciéndola en la misma tierra donde había sido construida. Había un dintel, la parte de la viga que se encuentra sobre la puerta en algunos edificios realmente antiguos. Pude ver una especie de tallado en el dintel. Símbolos. Parecían como círculos y medias lunas, tal vez las fases de la luna. Di un tentativo paso sobre la quejumbrosa escalera para verlos más de cerca. Yo sabía algo sobre dinteles. Mi madre había sido una historiadora de la Guerra Civil, y me los había señalado en nuestras innumerables peregrinaciones a cada sitio histórico a un día de camino de Gatlin. Ella decía que eran muy comunes en las viejas casa y castillos, en lugares como Inglaterra y Escocia. Los cuales eran algunos de los lugares de donde venían algunas de las personas de por aquí, bueno, antes de que fuesen de por aquí. Nunca había visto uno con símbolos tallados en él antes, sólo palabras. Esos eran más como jeroglíficos, que rodeaban lo que parecía una sola palabra, en un idioma que no reconocía. Probablemente significaban algo para las generaciones de Ravenwood que vivían aquí antes de que el lugar se cayera a pedazos. Tomé aire y salté el resto de escalones del porche, dos a la vez. Calculé que aumentarían mis probabilidades de caer a través de ellos un cincuenta por ciento si sólo tocaba la mitad de ellos. Alcancé el anillo de bronce suspendido de la boca de un león que servía como aldaba, y llamé a la puerta. Toqué una vez, otra vez. Ella no estaba en casa. Me había equivocado, después de todo. Pero entonces la escuché, la melodía familiar. Dieciséis lunas. Ella estaba aquí en alguna parte. Golpeé con el anillo de bronce sobre la puerta. Se quejó, y escuché un brusco salto de respuesta al otro lado de la puerta. Me preparé para ver a Macon Ravenwood, a quien
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nadie había visto en el pueblo, no en mi vida de todos modos. Pero la puerta no se abrió. Miré el dintel, y algo me dijo que lo intentara. Quiero decir, ¿qué era lo peor que podría suceder? ¿Qué la puerta no se abriera? Instintivamente, estiré mi mano y toqué el centro del tallado por encima de mi cabeza. La luna creciente. Cuando lo presioné, pude sentir la madera dando paso bajo mi dedo. Era una especie de gatillo. La puerta se abrió sin siquiera un sonido. Di un paso por el umbral. No había vuelta atrás ahora. La luz inundaba las ventanas, lo que parecía imposible teniendo en cuenta que las ventanas en el exterior de la casa estaban completamente cubiertas por hiedra y escombros. Sin embargo, dentro estaba iluminado, brillante y de alguna manera nuevo. No habían muebles antiguos o cuadros de los Ravenwoods que habían vivido antes que el Viejo Ravenwood, ni reliquias de antes de la guerra. Este lugar se veía más como una página de un catálogo de muebles. Mullidos sofás, sillas y mesas de cristal con libros apilados en ellas. Todo era tan suburbano, tan nuevo. Yo todavía esperaba ver el camión de reparto estacionado afuera. — ¿Lena? La escalera de caracol parecía llevar a un loft; se veía increíblemente alta, muy por encima del rellano del segundo piso. No podía ver la cima. — ¿Sr. Ravenwood? — Pude escuchar el eco de mi propia voz contra el alto techo. No había nadie aquí. Al menos, nadie interesado en hablar conmigo. Escuché un ruido detrás de mí, y salté, casi tropezando con una silla de gamuza. Era un perro negro azabache, o tal vez un lobo. Algún tipo de mascota de miedo, porque llevaba un pesado collar de cuero del cual colgaba una luna de plata que sonó cuando se movió. Se quedó mirándome como si estuviera planeando su próximo movimiento. Había algo extraño en sus ojos. Eran demasiado redondos, demasiado humanos. El lobo—perro gruñó y me enseñó los dientes. El sonido se volvió alto y estridente, más como un grito. Hice lo que haría cualquiera. Corrí. Me tropecé con la escalera antes de que mis ojos se hubieran adaptado a la luz. Continué corriendo, por el camino de grava, lejos de la Ravenwood Manor, lejos de la aterradora casa con mascotas y esos extraños símbolos en la puerta, de vuelta a la segura, débil y real luz de la mañana. El camino seguía y seguía, serpenteando a través de los bosques y los descuidados árboles sin cultivar, salvajes con zarzas y arbustos. No me importaba a donde llevara, siempre y cuando fuera lejos.
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Me detuve y me incliné, con las manos en las rodillas, mi pecho explotándose. Mis piernas eran de goma. Cuando levanté la vista, vi una desmoronada pared de roca frente a mí. Apenas y podía ver la copa de los árboles al otro lado de la pared. Olí algo familiar. Limoneros. Ella estaba allí.
Te dije que no vinieras. Lo sé. Estábamos teniendo una conversación, salvo que no lo estábamos haciendo. Pero al igual que en clase, podía escucharla en mi cabeza, como si estuviera parada a mi lado susurrándome al oído. Sentí que me movía hacia ella. Había un jardín amurallado, tal vez incluso un jardín secreto, como algo sacado del libro que mi madre había leído al crecer en Savannah. Este lugar debería ser realmente viejo. La pared de piedra estaba desgastada en algunos lugares y completamente rota en otros. Cuando me abrí paso entre la cortina de la vid que ocultaba el viejo y podrido arco de madera, pude escuchar el bajo sollozo de alguien llorando. Miré a través de los árboles y arbustos, pero aun no podía verla. — ¿Lena?— Nadie respondió. Mi voz sonaba extraña, como si no fuera mía, rebotando contra los muros de piedra que rodeaban el bosquecillo. Agarré el arbusto más cercano a mí y arranqué una rama. Romero. Por supuesto. Y en el árbol encima de mi cabeza, allí estaba: un perfecto y suave limón de un extraño color amarillo. — Soy Ethan.— Mientras los sollozos crecían, supe que me estaba acercando. — Vete, te lo dije.— Sonó como si tuviera un resfriado; ella probablemente había estado llorando desde que salió de la escuela. — Lo sé. Te he oído.— Era verdad, y no podía explicarlo. Me acerqué con cuidado alrededor del romero, tropezando con las raíces de maleza. — ¿En serio?— Ella sonó interesada, momentáneamente confusa. — En serio.— Era como los sueños. Podía oír su voz, salvo que estaba aquí, llorando en un jardín escondido en medio de la nada, en vez de cayendo entre mis brazos. Separé una gran maraña de ramas. Allí estaba, ovillada entre la hierba, mirando el cielo azul. Ella tenía un brazo sobre su cabeza, y otro aferrado a la hierba, como si pensara que pudiera salir volando si se soltaba. Su vestido gris yacía en un charco a su alrededor. Su cara estaba llena de lágrimas. — ¿Entonces porque no lo hiciste?
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— ¿Qué? — ¿Irte? — Quería asegurarme de que estuvieras bien.— Me senté a su lado, el suelo estaba sorprendentemente duro. Pasé la mano por debajo de mí y descubrí que estaba sentado sobre una lisa losa de piedra plana, oculta por la tierra. Justo cuando me acosté, ella se sentó. Me senté, y ella se acostó de nuevo. Torpes. Así eran todos mis movimientos, cuando estaba cerca de ella. Ahora, los dos estábamos acostados, mirando el cielo azul. Que se estaba volviendo gris, el color del cielo de Gatlin durante la temporada de huracanes. — Todos me odian. — No todos. Yo no. ni Link, mi mejor amigo. Silencio. — Ni siquiera me conoces. Dale tiempo; probablemente me odiarás también. — Casi te atropello, ¿recuerdas? Tengo que ser amble contigo, así no harás que me arresten. Era una mala broma. Pero allí estaba, la sonrisa más pequeña que posiblemente había visto en mi vida. — Está justo en la parte superior de mi lista. Te reportaré a ese gordo hombre que se sienta en frente del supermercado todo el día.— Volvió a mirar hacia el cielo. Yo la miré. — Dales una oportunidad. No todos son tan malos. Quiero decir, lo son, justo ahora. Sólo están celosos. Lo sabes, ¿verdad? — Sí, seguro. — Lo están.— La miré, a través de la alta hierba. — Lo estoy. Ella sacudió su cabeza. — Entonces estás loco. No hay nada que envidiar, al menos que te guste almorzar sólo. — Has vivido en todas partes. Ella se puso pálida. — ¿Y entonces? Tú probablemente has ido a la misma escuela y vivido en la misma casa toda tu vida. — Lo he hecho, ese es el problema. — Créeme, ese no es un problema. Yo conozco de problemas. — Has ido a lugares, visto cosas. Mataría por hacer eso.
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— Sí, todo sola. Tú tienes un mejor amigo. Yo tengo un perro. — Pero no le temes a nadie. Actúas de la manera que quieres y dices lo que quieres. Todo el mundo aquí tiene miedo de ser ellos mismos. Lena recogió un poco de mugre con su dedo índice. — A veces desearía actuar como todos los demás, pero no puedo cambiar lo que soy. Lo he intentado. Pero nunca uso la ropa correcta o digo las cosas correctas, y algo siempre sale mal. Sólo desearía ser yo misma y todavía tener amigos que noten si estoy en la escuela o no.— — Créeme, ellos lo notaron. Al menos, lo hicieron hoy.— Ella casi se rió, casi. — Quiero decir, de una buena manera.— Miré hacia otro lado.
Yo lo noto. ¿Qué? Si estás o no en la escuela. — Entonces supongo que estás loco.— Pero cuando dijo las palabras, sonó como si estuviera sonriendo. Mirándola, no me importaba tener una mesa para almorzar nunca más. No podía explicarlo, pero ella era, esto era, más que eso. No podía sentarme y verlos destruirla. No a ella. — Sabes, siempre es así.— Ella le estaba hablando al cielo. Una nube flotaba en el oscuro gris—azul. — ¿Nublado? — En la escuela, para mí.— Levantó su mano y la agitó. La nube parecía arremolinarse en la dirección en que su mano se movía. Se secó sus ojos con su manga. — No es como si realmente me importara si les gusto. Sólo quisiera que no me odiaran automáticamente.— Ahora la nube era un círculo. — ¿Esos idiotas? En unos meses, Emily tendrá un auto nuevo y Savannah tendrá una nueva corona y Eden se teñirá su cabello de un nuevo color y Charlotte tendrá, no lo sé, un bebé o un tatuaje o algo, y esto será historia antigua.— Estaba mintiendo, y ella lo sabía. Lena agitó su mano de nuevo. Ahora la nube se veía más como un círculo ligeramente abollado, y entonces quizás una luna. — Sé que son idiotas. Por supuesto que son idiotas. Todo ese cabello teñido de rubio y todos esos bolsos metálicos que combinan. — Exacto, son estúpidos. ¿A quién le importa?
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— A mí. Ellos me molestan. Y por eso soy estúpida. Eso me hace exponencialmente más estúpida que estúpida. Soy una estúpida con el poder de la estupidez.— Ella agitó su mano. La luna voló lejos. — Esa es la cosa más estúpida que he oído.— La miré por el rabillo del ojo. Ella trataba de no sonreír. Ambos simplemente nos quedamos allí por un minuto. — ¿Sabes que es estúpido? Tengo libros bajo mi cama.— Acababa de decirlo, como si fuera algo que dijera todo el tiempo. — ¿Qué? — Novelas. Tolstoy. Salinger. Vonnegut. Y los leo. Ya sabes, porque me gustan. Ella se dio la vuelta, apoyando su cabeza en el codo. — ¿Si? ¿Qué piensan tus atléticos amigos sobre ello? — Digamos que me lo guardo para mí mismo. — Sí, bueno. En la escuela, me di cuenta que te gustan los cómics.— Ella trataba de sonar casual. — Silver Surfer. Te vi leyéndolo. Justo antes de que todo pasara.
¿Lo notaste? Podría haberlo hecho. No sabía si estábamos hablando, o si sólo me lo estaba imaginando todo, salvo que no estaba tan loco todavía. Ella cambió el tema, o más exactamente, regresó al anterior. — Yo también leo. Poesía más que todo. Podía imaginármela tendida en su cama leyendo un poema, aunque tenía problemas para imaginarme esa cama en Ravenwood Manor. — ¿Si? He leído a este tipo, Bukowski.— Lo cual era verdad, si dos poemas contaban. — Tengo todos sus libros. Sabía que ella no quería hablar de lo que había sucedido, pero no podía soportarlo más. Tenía que saberlo. — ¿Vas a contármelo? — ¿Contarte qué? — ¿Qué fue lo que pasó? Hubo un largo silencio. Se sentó y alejó la hierba a su alrededor. Se dejó caer sobre su estómago y me miró directamente a los ojos. Ella estaba a sólo unos centímetros de mi cara. Me quedé allí, congelado, tratando de concentrarme en lo que decía. — Realmente no lo sé. A veces sólo me pasan cosas como esa. No lo puedo controlar.
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— Como los sueños.— La miré a la cara, buscando tan siquiera un parpadeo de reconocimiento. — Como los sueños.— Ella lo dijo sin pensar, luego se estremeció y me miró, arrepentida. Yo había estado en lo cierto. — Tú recuerdas los sueños. Escondió su cara en sus manos. Me senté. — Sabía que eras tú, y tú sabías que era yo. Sabías de lo que estaba hablando todo el tiempo.— Alejé sus manos de su cara para verla, y un zumbido recorrió mi brazo.
Tú eres la chica. — ¿Por qué no dijiste nada anoche?
No quería que lo supieras. Ella no me miraba. — ¿Por qué?— La palabra resonó en el silencio del jardín. Y cuando me miró, su cara estaba pálida, y se veía diferente. Asustada. Sus ojos eran como el mar antes de una tormenta en la costa de Carolina. — No esperaba que estuvieras aquí, Ethan. Pensé que era sólo un sueño. No sabía que eras una persona real. — Pero cuando supiste que era yo, ¿por qué no dijiste nada? — Mi vida es complicada. Y no quería que tú, no quiero que nadie se mezcle en ella.— No tenía ni idea de lo que estaba hablando. Todavía estaba tocando su mano; estaba tan consciente de ello. Pude sentir la rugosa roca bajo nosotros, y me agarré del borde de ella, sosteniéndome a mí mismo. Sólo que mi mano se cerró alrededor de algo pequeño y redondo, atrapado en el borde de la piedra. Un escarabajo, o tal vez una piedra. Salió de la piedra hacia mi mano. Entonces la impresión me golpeó. Sentí la mano de Lena apretarse alrededor de la mía.
¿Qué está pasando, Ethan? No lo sé. Todo cambió a mí alrededor, y fue como si estuviera en otro lugar. Estaba en el jardín, pero no en el jardín. Y el olor de los limones cambió, a olor a humo.
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Era medianoche, pero el cielo estaba en llamas. Las llamas alcanzaban el cielo, impulsando masivos puños de humo, tragándose todo a su paso. Incluso la luna. El suelo se había convertido en pantano. Las cenizas de lo que se quemaba empapaba la tierra como lluvia que venía del fuego. Si sólo hubiera llovido hoy. Genevive tragó el humo que quemó su garganta hasta que le dolía respirar. El barro se aferraba a la parte inferior de su falda, haciéndola tropezar cada pocos metros con los voluminosos pliegues de tela, pero se obligaba a si misma a seguir moviéndose. Era el fin del mundo. De su mundo. Y ella podía oír los gritos, mezclados con los disparos y el incesante rugido de las llamas. Podía oír a los soldados gritar las órdenes para asesinar. — Quemen esas casas. Que los Rebeldes sientan el peso de su derrota. ¡Quémenlo todo! Y una por una, los soldados de la Unión encendían las grandes casas de plantación, con sus propias cargas de keroseno, sábanas de cama y cortinas. Una por una, Genevive veía las casas de sus vecinos, de sus amigos y familia, entregándose a las llamas. Y en las peores circunstancias, muchos de esos amigos y familiares se rendían también, siendo comidos vivos por las llamas en las casas en las que habían nacido. Eso era por lo que corría, entre el humo, hacia el fuego, justo hacia la boca de la bestia. Ella tenía que llegar a Greenbrier antes que los soldados. Y no tenía mucho tiempo. Los soldados eran metódicos, trabajaban a su manera para quemar las casa de Santee una por una. Ya habían quemado Blackwell; Dove's Crossing era la siguiente, luego Greenbrier y Ravenwood. El General Sherman y su ejército habían iniciado la campaña de quema cientos de kilómetros antes de llegar a Gatlin. Habían quemado a Columbia hasta la tierra, y continuaban marchando hacia el este, quemando todo a su paso. Cuando alcanzaran las afueras de Gatlin las banderas de la Confederación continuarían agitándose, el segundo viento que necesitaban. Fue el olor lo que le dijo que era muy tarde. Limones. El ácido olor de los limones mezclado con las cenizas. Estaban quemando los limoneros. La madre de Genevive amaba los limones. Así que cuando su padre visitó una plantación en Georgia cuando era niña, le había traído a su madre dos limoneros. Todo el mundo dijo que no crecerían, que el frío de las noches de invierno en Carolina del Sur los mataría. Pero la madre de Genevive no los escuchó. Ella plantó los árboles justo en frente de la plantación de algodón, cuidándolos ella misma. En las frías noches de invierno, cubría los árboles con mantas de lana y apilaba tierra en los bordes para mantener fuera la humedad. Y los árboles crecieron. Crecieron tan bien a través de los años, que el padre de Genevive le trajo veintiocho árboles más. Algunas de las otras damas del pueblo le pidieron a sus esposos
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limoneros, y algunas de ellas incluso tenían un árbol o dos. Pero ninguna logró descubrir cómo mantener los árboles con vida. Los árboles sólo parecían florecer en Greenbrier, en las manos de su madre. Nada había sido capaz de matar esos árboles. Hasta hoy. — ¿Qué acaba de suceder?— Sentí como Lena alejaba de un tirón su mano de la mía, y abrí mis ojos. Ella temblaba. Miré hacia abajo y abrí mi mano para revelar el objeto que había agarrado inadvertidamente de debajo de la piedra. — Creo que tiene algo que ver con esto.— Mi mano se había acurrucado alrededor de un viejo y maltratado camafeo, negro y ovalado, con la cara de una mujer grabada en marfil y perla. El trabajo en su cara era complicado y detallado. En un lado, descubrí una pequeña protuberancia. — Mira, creo que es un relicario. Empujé la protuberancia, y el camafeo se abrió para revelar una pequeña inscripción. — Sólo dice Greenbrier. Y una fecha. Ella se sentó. — ¿Qué es Greenbrier? — Debe ser esto. Esto no es Ravenwood. Es Greenbrier, la plantación de al lado. — Y esa visión, el fuego, ¿la viste también? Asentí. Era demasiado horrible para hablar de ello. — Esto debe ser Greenbrier, lo que queda de ello, de todos modos. — Déjame ver el relicario.— Se lo entregué con cuidado. Se veía como algo que había sobrevivido a mucho, incluso tal vez el incendio de la visión. Le dio la vuelta en sus manos. — 11 de febrero de 1865. Dejó caer el relicario, palideciendo. — ¿Qué está mal? Ella miró hacia abajo, a la hierba. — El once de Febrero es mi cumpleaños. — Así que es una coincidencia. Y un regalo de cumpleaños por adelantado. — Nada en mi vida es una coincidencia. Cogí el medallón y le di la vuelta. En la parte trasera había dos pares de iníciales grabadas. — ECW & GKD. Este relicario debió pertenecer a uno de ellos.— Hice una pausa. — Eso es extraño. Mis iníciales son ELW. — Mi cumpleaños, tus iníciales. ¿No crees que es un poco más que extraño?— Tal vez tenía razón. A no ser que...
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— Debemos intentarlo de nuevo, para que podamos descubrirlo.— Era como un anhelo que tenía que tachar. — No lo sé. Podría ser peligroso. Realmente sentí como si estuviera allí. Mis ojos todavía me arden por el humo. — Tenía razón. No habíamos dejado el jardín, pero se había sentido como si estuviéramos allí en medio del incendio. Podía sentir el humo en mis pulmones, pero no importaba. Tenía que saberlo. Sostuve el medallón en mi mano. — Vamos, ¿no eres más valiente que eso? — Era un desafío. Ella hizo girar sus ojos, pero tomó mi mano al mismo tiempo. Sus dedos rozaron los míos, y sentí el calor de su mano propagándose hacia la mía. Se me puso la piel de gallina. No sé de qué otra forma describirlo. Cerré mis ojos y esperé, nada. Abrí mis ojos. — Tal vez sólo lo imaginamos. Tal vez se le acabaron las baterías. Lena me miró como si fuera Earl Petty en Algebra, por segunda vez. — Tal vez no le puedes decir a algo que hacer, o cuando hacerlo.— Se puso de pie y se sacudió. — Me tengo que ir. Hizo una pausa, mirándome. — Sabes, no eres lo que esperaba.— Se dio la vuelta y comenzó a buscar su camino de vuelta a través de los limoneros, hacia el otro lado del jardín. — ¡Espera! — La llamé, pero ella siguió su camino. Traté de alcanzarla, tropezando con las raíces. Cuando alcanzó el último limonero, se detuvo. — No. — ¿No qué? Ella no me miraba. — Sólo déjame sola, mientras todo sigua bien. — No entiendo de que estás hablando. En serio. Estoy intentándolo. — Olvídalo. — ¿Crees que eres la única persona complicada en el mundo? — No, pero, es mi especialidad.— Se volvió a ir. Dudé, y puse mi mano sobre su hombro. Estaba caliente por el desaparecido sol. Pude sentir el hueso bajo su camisa, y en ese momento ella parecía frágil, como en los sueños. Lo que era extraño, porque cuando me miraba, todo lo que podía pensar era en lo fuerte que se veía. Tal vez tenía algo que ver con sus ojos. Nos quedamos así por un momento, hasta que finalmente se rindió y se dio la vuelta. Lo intenté de nuevo. — Mira. Algo está pasando aquí. Los sueños, la canción, el olor, y ahora el medallón. Es como si debiéramos ser amigos.
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— ¿Acabaste de decir el olor?— Se veía horrorizada. — ¿En la misma oración que la palabra amigos? — Técnicamente, creo que fue una frase diferente. Ella miró fijamente mi mano, y la quité de su hombro. Pero no podía dejarla ir. La miré directamente a los ojos, realmente la miré, tal vez por primera vez. El abismo verde parecía estar tan lejos que no podía alcanzarla, ni siquiera en toda una vida. Me pregunté lo que la teoría de Amma — los ojos son la ventana del alma— haría con esto.
Es demasiado tarde, Lena. Ya eres mi amiga. No puedo serlo. Estamos en esto juntos. Por favor. Tienes que creerme. No lo estamos. Ella rompió el contacto con mis ojos, apoyando su cabeza en el limonero. Se veía triste. — Sé que no eres como el resto de ellos. Pero hay cosas que no puedes entender sobre mí. No sé como conectamos de la forma que lo hicimos. No sé porque tuvimos el mismo sueño, no más que tú. — Pero quiero saber que está pasando... — Cumpliré dieciséis en cinco meses.— Levantó su mano, entintada con un número como de costumbre. 151. — Ciento cincuenta y un días.— Su cumpleaños. Los números cambiantes que escribía en su mano. Ella estaba haciendo una cuenta regresiva de su cumpleaños. — No sabes lo que significa, Ethan. No sabes nada. Puede que ni siquiera esté aquí después de eso. — Estás aquí ahora. Ella miró más allá de mí, hacia Ravenwood. Cuando finalmente habló no me estaba mirando. — ¿Te gusta ese poeta, Bukowski? — Sí.— Respondí, confundido. — No lo intentes. — No lo entiendo. — Eso es lo que dice, en la tumba de Bukowski.— Ella desapareció a través de la pared de piedra y se había ido. Cinco meses. No tenía ni idea de lo que estaba hablando, pero reconocí ese sentimiento en mi estómago. Pánico.
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En el momento en que atravesé la puerta en la pared, ella había desaparecido como si nunca hubiera estado allí, dejando sólo la brisa que flotaba con olor a limones y romero detrás de ella. Lo curioso era, que mientras más corriera, más decidido estaba a seguirla.
No lo intentes. Estaba bastante seguro que mi tumba diría algo diferente.
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12 de Setiembre LAS HERMANAS
L
a mesa de la cocina estaba aún puesta cuando regresé a casa.
Afortunadamente para mí, porque Amma me hubiera matado si me perdía la cena. Lo que no había considerado era la cadena telefónica que debía haberse activado en el momento justo en que dejé la clase de inglés. No menos de medio pueblo debe haber llamado a Amma, para la hora en que llegué a casa. —¿Ethan Wate? ¿Eres tú? Porque si lo eres estás en graves problemas. Escuché un sonido de golpeteo familiar. Esto era peor de lo que había pensado. Pasé por la puerta hacia la cocina. Amma estaba aún esperando en el mesón con su delantal industrial de jean, el cual tenía catorce bolsillos para utensilios y podía sostener hasta cuatro taladros. Ella estaba sosteniendo su cuchillo chino, el mesón estaba lleno de pilas de zanahorias, repollo y otros vegetales que no pude identificar. Los rollitos primavera requerían picar más que cualquier otra receta del libro de Amma. Si ella estaba preparando rollitos primavera, sólo tenía un significado, y no era precisamente que le gustara mucho la comida china. El entrenador llamó esta tarde, y el Sr. Ingles y el Director Harper, y la mamá de Link y la mitad de las señoras de la HRA. Y tú sabes cuánto odio hablar con esas mujeres. Malvadas como el pecado, cada una de ellas. Gaitlin estaba lleno de damas dispuestas a ayudar, pero la HRA era la madre de todas ellas.
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Fieles a su nombre, para ingresar a las Hijas de la Revolución Americana, tenías que demostrar que estabas emparentado con un verdadero patriota de la revolución americana para ser considerado como miembro. Ser miembro, aparentemente te daba derecho a decirle a todos tus vecinos de la calle River de qué color pintar sus casas, además de ser mandón en general, esparcir chismes y juzgar a todos los habitantes del pueblo. A todos menos a Amma. Eso me gustaría verlo. —Todos ellos dicen lo mismo. Que huiste de la escuela, en medio de una clase, persiguiendo a esa chica Duchannes. Otra zanahoria rodó atravesando la tabla de cortar. —Lo sé, Amma, pero... La zanahoria se partió a la mitad. —Así que yo dije, no, mi chico no se iría de la escuela sin permiso ni faltaría a la práctica. Debe tratarse de un error. Debe ser algún otro chico faltándole al respeto a sus profesores y manchando el nombre de su familia. No puede tratarse de un chico al que yo crié, uno que vive en esta casa. Cebollas verdes volaron a través del mesón. Había cometido el peor de los crímenes, avergonzarla. Lo peor de todo, ante los ojos de la Sra. Lincoln y las mujeres de la HRA, sus enemigas juradas. —¿Qué puedes decir para defenderte? ¿Qué podría justificar que escaparas de la escuela como si estuviera en fuego? Y no quiero escuchar que lo hiciste por alguna chica. Respiré profundamente. ¿Qué podía decir? ¿Qué he estado soñando con una chica misteriosa durante meses y que esa chica resultó ser la sobrina de Macon Ravenwood? Entonces, en adición a los sueños terroríficos sobre esta chica, tuve una visión de alguna otra mujer, una que definitivamente no conozco, que vivió durante la guerra civil. Sí, eso me sacaría de este problema, al mismo tiempo que el sistema solar estallara y el sistema solar muriera. —No es lo que piensas, los chicos en nuestra clase estaban haciendo sentir mal a Lenna, molestándola con su tío, diciendo que ella transporta cadáveres en su coche fúnebre, y ella se enojó mucho y salió corriendo de clase.
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—Estoy esperando que llegues a la parte que explica que tiene que ver todo eso contigo. —¿No eres tú la que siempre ha dicho que debo seguir el ejemplo de nuestro Señor? ¿No crees que él hubiera querido que defendiera a alguien que estaba siendo maltratado? Ahora lo había hecho. Podía verlo en sus ojos. —No te atrevas a usar la palabra del Señor para justificar el rompimiento de las reglas de la escuela, o te juro que voy afuera a buscar una vara y a marcar algo de buen sentido en tu espalda. No me importa cuántos años tengas. ¿Me escuchaste? Amma nunca me había golpeado con nada en toda mi vida, a pesar de haberme perseguido con una vara unas cuantas veces para aclarar un punto. Pero este no era el momento para recordarle eso. La situación estaba yendo rápidamente de mal a peor; necesitaba una distracción. El camafeo aún se sentía pesado en mi bolsillo trasero. Amma amaba un buen misterio. Ella me había enseñado a leer cuando tenía cuatro años usando novelas policíacas y crucigramas justo sobre su hombro. Yo era el único niño del jardín infantil que podía leer la palabra examinación en el tablero, porque se parecía mucho a examen médico. Y en cuanto a misterios, el camafeo era uno bueno. Simplemente iba a saltarme la parte de tocarlo y tener una visión de la Guerra Civil. —Tienes razón Amma. Lo siento. No debería haber dejado la escuela. Sólo estaba intentando asegurarme de que Lena estaba bien. Una ventana se rompió en el salón justo tras de ella, y ella estaba sangrando. Sólo fui a su casa para ver si se sentía bien. —¿Estuviste en esa casa? —Sí, pero ella estaba afuera. Su tío es realmente tímido, me imagino. —No necesitas decirme nada sobre Macon Ravenwood, como si supieras algo que yo no sé. La Mirada. —L.E.T.A.R.G.I.C.O. —¿Qué? —Como en, no tienes ni una pizca de sentido común, Ethan Wate.
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Saqué el camafeo de mi bolsillo trasero y caminé hacia donde ella estaba aún parada al lado del fogón. —Estábamos en el jardín, atrás de la casa, y encontramos algo,— dije, abriendo mi mano para que ella pudiera verlo. —Tiene una inscripción dentro. La expresión en la cara de Amma me detuvo. Ella se veía como si algo le hubiera sacado el aire de los pulmones. —Amma, ¿Te sientes bien?— La tomé por el codo, para estabilizarla en caso de que estuviera a punto de desmayarse. Pero ella alejó su brazo antes de que pudiera tocarla, como si se hubiera quemado la mano con la manija de un recipiente. —¿De dónde sacaste eso?— Su voz era un susurro. —Lo encontramos en la tierra, en Ravenwood. —Eso no lo encontraste en la plantación Ravenwood. —¿De qué estás hablando? ¿Cómo sabes de donde salió esto? —Quédate justo ahí, no te muevas.— Dijo ella, apresurándose hacia la cocina. Pero la ignoré, siguiéndola hacia su cuarto. Este siempre había parecido más una botica que una habitación, con una cama sencilla bajita en medio de filas de armarios. En los armarios había periódicos impecablemente ordenados, Amma nunca tiraba a la basura un crucigrama resuelto, y jarras llenas de sus ingredientes para hacer hechizos. Algunos eran bastante estándar: Sal, huesos de colores, hiervas. Entonces estaban las colecciones más inusuales, como una jarra con raíces y otra con nidos de pájaros abandonados. El estante superior eran simplemente botellas con tierra. Ella estaba actuando extraño, incluso para Amma. Yo iba tan sólo un par de pasos tras ella, pero cuando entré, ya estaba buscando en los cajones. —Amma, que estás... —¿No te dije que te quedaras en la cocina? ¡No traigas esa cosa aquí!— Ella se alejó, cuando yo di un paso hacia ella. —¿Por qué estás tan molesta? Ella metió varias cosas que no pude ver muy bien en su delantal de herramientas, y se apresuró a salir del cuarto. La alcancé de nuevo en la cocina. —Amma, ¿cuál es el problema? —Toma esto.— Ella me entregó un pañuelo tejido, cuidándose de no tocar mi mano con la suya. —Ahora envuelve esa cosa en esto. Justo aquí, justo ahora.
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Esto iba más allá de su lado oscuro, iba directo a la locura. —Amma... —Haz lo que te digo, Ethan.— Ella nunca decía mi nombre sin decir también mi apellido. Una vez que el camafeo estuvo totalmente envuelto en el pañuelo, ella se calmó un poco. Ella buscó en los bolsillos de debajo de su delantal, removiendo una pequeña bolsa de cuero y un vial con polvo. Yo sabía lo suficiente para reconocer uno de sus hechizos cuando lo veía. Su mano tembló ligeramente mientras ponía un poco del polvo oscuro dentro de la bolsita de cuero. —¿Lo envolviste bien? —Sí,— dije, esperando que ella me corrigiera por responderle tan informalmente. —¿Seguro? —Sí. —Ahora ponlo aquí. La bolsita de cuero se sentía cálida y suave en mi mano. —Hazlo. Ahora. Yo metí el ofensivo camafeo en la bolsa. —Ata esto alrededor.— Instruyó ella, entregándome una pieza de lo que parecía hilo normal, aunque yo sabía que nada de lo que Amma usaba para sus hechizos era normal, o lo que parecía. —Ahora llévatelo de aquí, al lugar donde lo encontraste y entiérralo. Llévalo directamente allá. —Amma, ¿qué está pasando? Ella avanzó unos cuantos pasos y me tomó de la barbilla, quitando el cabello de mis ojos. Por primera vez desde que saqué el camafeo de mi bolsillo, ella me miró a los ojos. Nos quedamos así por lo que pareció el minuto más largo de mi vida. Su expresión era extraña, incierta. —Aún no estás listo,— ella susurró, dejándome ir. —¿No estoy listo para qué?
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—Haz lo que te digo. Lleva esa bolsa de regreso a donde lo encontraste y entiérralo. Entonces regresa a casa. No te quiero ver alrededor de esa chica nunca más, ¿entiendes? Ella había dicho todo lo que tenía que decir, incluso más. Pero yo nunca lo sabría porque si hay una cosa en la que Amma era mejor que en leer cartas o resolver un crucigrama, era en guardar secretos. —Ethan Wate, ¿estás despierto? ¿Qué hora era? Nueve y media. Sábado. Ya debería estar despierto, pero estaba exhausto. Anoche había pasado dos horas caminando por ahí, para que Amma creyera que había regresado a Greenbrier a enterrar el camafeo. Me bajé de mi cama y caminé por el cuarto, tropezando con una caja de Oreos rancias. Mi habitación era siempre un desastre, amontonada con tantas cosas que mi padre decía que causaba riesgo de incendio y que algún día iba a quemar toda la casa, aunque él no había estado aquí en mucho tiempo. Además de mi mapa, las paredes y el techo estaban empapeladas con pósters de lugares que esperaba conocer algún día: Atenas, Barcelona, Moscú, incluso Alaska. La habitación estaba delineada por filas de cajas de zapatos, algunas llegaban al metro de alto. A pesar de que estaban puestas al azar, yo podría decirte la ubicación de cada caja, desde la blanca de Adidas con mi colección de encendedores de mi fase pirotécnica durante el octavo grado, hasta la caja verde de New Balance con las conchas marinas y un desgastado pedazo de bandera que encontré en el Fuerte Sumter con mi mamá. Y la que estaba buscando, la caja amarilla de Nike, con el camafeo que había hecho que Amma enloqueciera. Abrí la caja y saqué la suave bolsa de cuero. Esconderlo había parecido una buena idea anoche, pero lo guardé de nuevo en mi bolsillo, por lo que ocurriera. Amma gritó desde la escalera de nuevo. —Baja aquí ya mismo o vas a llegar tarde. —Bajo en un minuto. Cada sábado, pasaba la mitad del día con las tres mujeres más ancianas de Gaitlin, mis tías abuelas Mercy, Prudence y Grace. Todos en el pueblo las llamaban Las Hermanas, como si fueran una sola entidad, lo que de cierto modo era verdad. Todas ellas estaban cerca de cumplir cien años, y ni siquiera ellas podían recordar quién era la mayor.
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Las tres habían estado casadas múltiples veces, pero habían vivido más que todos sus esposos y se habían mudado a la casa de tía Grace. Y ellas eran incluso más locas que viejas. Cuando tenía doce, mi mamá comenzó a llevarme los sábados para ayudarles, y yo continué haciéndolo desde entonces. La peor parte era tener que llevarlas a la iglesia los sábados. Las hermanas eran bautistas del sur, y ellas iban a la iglesia los sábados y los domingos, y la mayoría de los otros días, también. Pero hoy era diferente. Yo estaba fuera de mi cama y en la ducha, antes de que Amma pudiera llamarme la tercera vez. No podía esperar para llegar allí. Las hermanas conocían prácticamente a todos los que vivían en Gaitlin; ellas debían, dado que entre las tres, habían estado relacionadas con la mitad del pueblo por matrimonio, en un momento u otro. Después de la visión era obvio que la G en GKD era por Genevie. Pero si había alguien que pudiera saber a que correspondían el resto de las iníciales, esas eran las tres mujeres más viejas del pueblo. Cuando abrí el primer cajón de mi armario para sacar medias, noté una pequeña muñeca que parecía un muñeco de trapo, sosteniendo una pequeña bolsa de sal y una piedra azul, uno de los hechizos de Amma. Ella los hacía para alejar los malos espíritus o la mala suerte, incluso un resfriado. Ella puso uno en la puerta del estudio de mi padre cuando comenzó a trabajar los domingos en lugar de ir a la iglesia. Incluso a pesar de que mi papá no le prestaba mucha atención cuando asistía, Amma decía que el Buen Señor le daba crédito por estar allí. Un par de meses después mi papá le compró por Internet una bruja de cocina y la colgó sobre la estufa. Amma estaba tan molesta que le sirvió sémola fría y café quemado durante una semana. Usualmente, yo no le ponía mucha atención a los pequeños regalos de Amma cuando encontraba uno. Pero había algo a cerca del camafeo. Algo de lo que ella no quería que me enterara. Había una sola palabra para describir la escena que encontré cuando llegué a la casa de Las Hermanas. Caos. Tía Mercy abrió la puerta, aún tenía sus rulos.
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—Gracias a Dios que llegaste Ethan. Tenemos una E—mergencia en nuestras manos,— dijo ella, pronunciando la —E— como si se tratara de otra palabra por sí sola. La mitad del tiempo no podía entender nada de lo que decían, sus acentos eran tan densos y su gramática peor. Pero así era en Gaitlin; tú podías adivinar la edad de alguien por la forma en la que hablaban. —¿Ma‘dam? —Harlom James ha sido herido, y no estoy segura de que no se encuentre a punto de morir.— Ella susurró las últimas tres palabras como si el mismísimo Dios pudiera estar escuchando, y ella estuviera asustada de darle ideas. Harlom James era el Yorkshire terrier de tía Prudence, nombrado en honor a su último esposo fallecido. —¿Qué pasó? —Te diré lo que pasó,— dijo tía Prudence, apareciendo de la nada con un kit de primeros auxilios en su mano. —Grace trató de matar al pobre Harlom James, y él está apenas resistiendo. —No traté de matarlo,— respondió tía Grace desde la cocina. —No cuentes historias Prudence Jane. ¡Fue un accidente! —Ethan, tú ve a llamar a Dean Wilks, y dile que tenemos una E—mergencia,— tía Prudence instruyó, sacando una píldora de sales olorosas y dos curitas extra largas del kit de primeros auxilios. —¡Estamos perdiéndolo! Harlom James estaba tirado en el suelo de la cocina, viéndose traumatizado, pero para nada cerca a la muerte. Su pierna trasera estaba doblada debajo de él, y lo tiraba hacia atrás cuando trataba de pararse. —Grace, con el Señor como testigo, si Harlom James muere... —Él no va a morir, tía Prue. Creo que su pierna está rota. ¿Qué pasó? —Grace lo golpeó de muerte con una escoba. —Eso no es verdad. Te lo dije, no estaba usando mis espectáculos y él se veía justo como una de esas ratas gigantes corriendo por la cocina. —¿Como podías saber a qué se parece una rata gigante? Nunca has visto una en toda tu vida. Así que llevé a Las Hermanas, quienes estaban completamente histéricas, y a Harlom James, que a estas alturas probablemente deseaba estar muerto, a la casa de Dean Wilkes en su Cadillac de 1964. Dean Wilks dirigía la tienda de alimentos, pero era lo
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más cercano que teníamos a un veterinario en el pueblo. Afortunadamente, Harlom James sólo se había fracturado una pierna, así que Dean Wilkes estaba a la altura de la tarea. Para cuando regresamos a la casa, me estaba preguntando si el loco era yo por pensar en conseguir algún tipo de información de parte de Las Hermanas. El auto de Thelma estaba en la calle. Mi papá había contratado a Thelma para cuidar a las Hermanas después de que tía Grace casi quema su casa hace diez años, cuando puso un pie de merengue de limón en el horno y lo dejó allí toda la tarde mientras ellas iban a la iglesia. —¿Dónde estaban, chicas?— Preguntó Thelma desde la cocina. Ellas tropezaron mientras intentaban sobrepasarse mutuamente camino a la cocina para contarle a Thelma su desgracia. Me dejé caer en una de las poco combinadas sillas de la cocina cerca a tía Grace, quien parecía deprimida por ser de nuevo la villana de la historia. Saqué el camafeo de mi bolsillo, sosteniendo la cadena con el pañuelo, y lo dejé rodar unas cuantas veces. —¿Qué tienes ahí, buen mozo? Preguntó Thelma, escupiendo tabaco hacia el bote de la ventana y acumulándolo en su labio inferior, lo que se veía aún más extraño de lo que suena, dado que Thelma era bastante delicada y se parecía a Dolly Parton. —Es tan sólo un camafeo que encontré en la Plantación Ravenwood. —¿Ravenwood? ¿Qué diablos estabas haciendo allá? —Mi amiga se está quedando allá. —¿Te refieres a Lena Duchannes?— Preguntó tía Mercy. Por supuesto que ella lo sabía, todo el pueblo lo sabía. Esto se trataba de Gaitlin. —Sí, ma‘dam. Estamos en la misma clase en la escuela.— Ahora tenía su atención. — Encontramos este camafeo en el jardín que está atrás de la gran casa. No sabemos a quién le perteneció, pero parece que es realmente antiguo. —Eso no es parte de la propiedad de Macon Ravenwood. Eso es parte de Greenbrier,— dijo tía Prue, escuchándose bastante segura de sí misma. —Déjame echarle un vistazo a eso,— dijo tía Mercy, tomando sus anteojos del bolsillo de su abrigo. Le entregué el camafeo, aún envuelto en el pañuelo. —Tiene una inscripción.
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—No puedo leer eso. Grace, ¿puedes verlo?— Preguntó ella, entregándole el camafeo a tía Grace. —Yo tampoco veo nada,— dijo tía Grace esforzándose bastante. —Hay dos iníciales, justo allí,— dije, señalando las marcas en el metal. —ECW y GKD. Y si giras ese disco hacia afuera, hay una fecha, 11 de febrero de 1865. —Esa fecha se escucha familiar,— dijo tía Prudence. —Mercy, ¿qué pasó en esa fecha? —¿No te casaste ese día, Grace? —1865, no 1965.— Corrigió tía Grace. Su audición no estaba mucho mejor que su vista. —11 de febrero de 1865... —Ese fue el año en que los Federales casi queman totalmente Gaitlin.— Dijo tía Grace. —Nuestro bisabuelo lo perdió todo en ese incendio. ¿No recuerdan esa historia, chicas? El General Sherman y el Ejercito de la Unión recorrieron el sur, quemándolo todo en su camino, incluyendo Gaitlin. Ellos lo llamaron El Gran Incendio. Por lo menos una parte de cada plantación en Gaitlin fue destruida, excepto Ravenwood. Mi abuelito solía decir que Abraham Ravenwood debió haber hecho un trato con el Diablo esa noche. —¿Qué quieres decir? —Es la única forma en la que ese lugar pudo haberse salvado. Los Federales quemaron cada plantación de la rivera del río, una al tiempo, hasta que llegaron a Ravenwood. Ellos simplemente la pasaron por alto, como si no estuviera allí. —Como contaba el abuelito, esa no fue la única cosa extraña a cerca de esa noche.— Dijo tía Prue, mientras le daba a Harlom James un trozo de tocino. —Abraham tenía un hermano, vivía allí con él. Y él simplemente desapareció esa noche. Nadie lo volvió a ver nunca. —Eso no parece extraño. Tal vez fue asesinado por los soldados de la Unión, o quedó atrapado en una de esas casas incendiadas.— Dije yo. —O tal vez fue algo más. Ellos nunca encontraron su cadáver. Me di cuenta que la gente venía hablando de los Ravenwood por generaciones; no había comenzado con Macon Ravenwood. Me preguntaba que más sabrían las Hermanas. —¿Qué hay a cerca de Macon Ravenwood? ¿Qué saben sobre él? —Ese chico nunca tuvo una oportunidad por ser un hijo ilegitimo.
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En Gaitlin, ser ilegitimo era el equivalente a ser comunista o ateo. —Su papi, Silas, conoció a la madre de Macon después de que su primera esposa lo dejó. Ella era una chica linda de New Orleans, creo. De cualquier forma, no mucho después Macon y su hermano nacieron. Pero Silas nunca se casó con ella, y entonces ella lo dejó también. Tía Prue la interrumpió, —Grace Ann, tú no sabes contar una historia. Silas Ravenwood era un E—xcentrico, y malvado como el día es largo. Y en esa casa pasaban cosas muy extrañas. Las luces permanecían encendidas toda la noche, y de vez en cuando un hombre con un sobrero alto y negro era visto vagando alrededor de la casa. —Y el lobo. Cuéntale sobre el lobo. No necesitaba que me contaran sobre ese lobo, lo que sea que fuera. Yo lo había visto por mí mismo. Pero no podía tratarse del mismo animal. Los perros, incluso los lobos, no vivían tanto tiempo. —Había un lobo en la casa. ¡Silas lo trataba como si fuera una mascota!— Tía Mercy sacudió la cabeza. —Pero esos chicos, ellos se mudaban una y otra vez de la casa de Silas a la de su madre, y cuando estaban con él, Silas los trataba horriblemente. Los golpeaba todo el tiempo y apenas los dejaba estar fuera de su vista. Ni siquiera los dejaba asistir a la escuela. —Tal vez sea por eso que Macon Ravenwood nunca deja su casa.— Dije. Tía Mercy sacudió su mano en el aire, como si esa fuera la cosa más tonta que hubiera escuchado en su vida. —Él sale de su casa. Lo he visto muchas veces en el edificio de la HRA, justo después de la hora de la cena.— Seguro que sí. Ese era el problema de Las Hermanas; la mitad del tiempo ellas tenían un firme contacto con la realidad, pero eso era sólo la mitad del tiempo. Nunca había escuchado de alguien que hubiera visto a Macon Ravenwood, así que dudaba que él estuviera paseándose por la HRA observando viejas pinturas y charlando con la Sra. Lincoln. Tía Grace observó el camafeo detenidamente, sosteniéndolo sobre la luz. —Puedo decirte algo. Este pañuelo de aquí, le perteneció a Sulla Treadeau, era conocida como Sulla la profetiza, por la cantidad de personas que aseguraban que ella podía ver el futuro en sus cartas. —¿Cartas de tarot?— Pregunté.
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—¿Qué otro tipo de cartas hay? —Bien, hay cartas de juego, y cartas de felicitación, y cartas de acomodación para las fiestas...— Balbuceó tía Mercy. —¿Cómo sabes que el pañuelo era suyo? —Sus iníciales están bordadas justo ahí en el borde, ¿y ves eso que está ahí? Preguntó ella señalando una pequeña ave bordada debajo de las iníciales. —Eso de ahí era su marca. —¿Su marca? —La mayoría de los adivinos tenían una marca en ese entonces. Ellos marcaban sus cartas para asegurarse de que nadie se las cambiara. Un adivino es tan bueno como sus cartas. Eso es todo lo que sé.— Dijo Thelma, escupiendo dentro de una pequeña urna en la esquina de la habitación con la precisión de un tirador. Treadeau. Ese es el apellido de Amma. —¿Era familiar de Amma? —Claro que lo era. Era la tátara—tátara—abuela. —¿Y qué hay de las iniciales del pañuelo? ¿ECW y GKD? ¿Saben algo de esas? Era poco probable. No recordaba la última vez que las Hermanas habían tenido un momento de lucidez que durara tanto como este. —¿Estás burlándote de una anciana, Ethan Wate? —No ma‘dam. —ECW. Ethan Carter Wate. Él era tu tátara-tátara-tátara-tío. ¿O era tu tátara-tátaratátara-tátara-tío? —Tú nunca has sido buena con la aritmética.— Interrumpió tía Prudence. —De cualquier modo, el era el hermano de tu tátara—tátara—tátara—tátara—abuelito Elli. —El hermano de Eli Wate se llamaba Lawson, no Ethan. De él obtuve mi segundo nombre. —Ellis Wate tuvo dos hermanos, Ethan y Lawson, tú fuiste nombrado en honor a los dos. Ethan Lawson Wate. Traté de recordar mi árbol familiar. Lo había visto las veces suficientes. Y si hay algo que un Sureño conoce, es su árbol familiar. No había ningún Ethan Carter Wate en la
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copia enmarcada que colgaba en nuestro comedor. Obviamente había sobreestimado la lucidez de la tía Grace. Debo haberme visto poco convencido, porque un segundo después, tía Prue estaba parándose de su silla. —Yo tengo el árbol de la familia Wate en mi libro de genealogía. Le sigo el rastro al linaje completo para las Hermanas de la Confederación. Las Hermanas de la Confederación, el primo menor de la HRA, pero igualmente horrorífico, era algún tipo de club de costura que se remontaba a la Guerra. Hoy en día, los miembros pasaban la mayor parte de su tiempo buscando sus raíces de la Guerra Civil para documentales y miniseries de televisión. —Aquí está,— Tía Prue salió de la cocina cargando un enorme álbum de cuero, con pedazos amarillentos de papel y viejas fotografías saliéndose de los bordes. Ella buscó entre las páginas, dejando caer pedazos de papel y viejos recortes de periódico por todo el piso. —Mira eso... Burton Free, mi tercer esposo. ¿No fue él el más apuesto de todos mis esposos?— Preguntó ella, sosteniendo en alto la vieja fotografía para que todos la viéramos. —Prudence Jane, sigue buscando. Este chico está poniendo a prueba nuestra memoria.— Tía Grace estaba notablemente agitada. —Está justo aquí, después del árbol de los Statham. Me quedé mirando los nombres que conocía perfectamente del árbol familiar que estaba en el comedor de mi casa. Allí estaba el nombre, el que faltaba en el árbol familiar en la Plantación Wate, Ethan Carter Wate. ¿Por qué tendrían las Hermanas una versión diferente de mi árbol familiar? Era obvio cual era el verdadero. Estaba sosteniendo la prueba en mis manos, envuelto en el pañuelo de un profeta de ciento cincuenta años. —¿Por qué no está en mi árbol familiar? —La mayoría de las familias en el Sur están llenas de mentiras, pero estaría sorprendida si él apareciera en cualquiera de las copias del árbol de los Wate.— Dijo tía Grace, cerrando el libro y dejando libre una nube de polvo que invadió el aire. —Es sólo debido a mi excelente labor de archivo que él aparece en este,— tía Prue sonrió, mostrando toda su dentadura. Tenía que volverlas a enfocar. —¿Por qué no aparece en mi árbol familiar, tía Prue?
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—Porque fue un desertor. No entendía. —¿Qué quieres decir con desertor? —Señor, ¿qué es lo que les enseñan en la escuela hoy en día? Tía Grace estaba ocupada sacando todos los pretzels del paquete de frituras mixtas. —Desertores. Los Confederados que se escaparon del General Lee durante la Guerra. Yo debí haber parecido confuso porque tía Prue sintió la necesidad de explicarse. —Había dos tipos de soldados Confederados durante la Guerra. Aquellos que apoyaban la causa de la Confederación y aquellos a los que sus familias los obligaban a enlistarse.— Tía Prue se levantó y caminó hacia el mesón, caminando de un lado a otro como un profesor de historia real dando una lección. —Para 1865, el ejercito de Lee estaba vencido, pasando hambre y superado en número. Algunos dicen que los rebeldes estaban perdiendo la fe, así que se fueron. Desertaron de sus regimientos. Ethan Carter Wate fue uno de ellos. Él fue un desertor. Las tres bajaron sus cabezas como si la vergüenza de esto fuera demasiado para ellas. —¿Así que estás diciéndome que fue borrado del árbol familiar porque no quiso morir de hambre, luchando en una guerra para el bando equivocado? —Esa es una manera de verlo, supongo. —Eso es lo más estúpido que he escuchado en mi vida. Tía Grace saltó de su silla, tanto como una persona de noventa y algo puede saltar. —No nos regañes, Ethan. Ese árbol fue cambiado mucho antes de que nosotras naciéramos. —Lo siento, ma‘dam. Ella arregló su falda y se sentó de nuevo. —¿Por qué mis padres usaron el nombre de algún tátara—tátara—tátara—tío que avergonzó a la familia? —Bueno, tu mamá y tu papi tenían sus propias ideas al respecto, gracias a todos esos libros que leían sobre la Guerra. Sabes que ellos siempre han sido liberales. ¿Quién sabe que estaban pensando? Deberías preguntárselo a tu papi. Como si hubiera alguna posibilidad de que me lo dijera. Pero conociendo las sensibilidades de mis padres, mi mamá probablemente había estado orgullosa de
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Ethan Carter Wate. Yo estaba bastante orgulloso, también. Pasé mi mano sobre la descolorida página café del álbum de tía Prue. —¿Y qué hay sobre las iníciales GKD? Creo que la G podría ser por Genevie,— dije, sabiendo desde antes que así era. —GKD. ¿No saliste una vez con un chico que tenía las iníciales GK, Mercy? —No puedo recordar. ¿Tú recuerdas un GK, Grace? —GK... ¿GK? No, ninguno que recuerde. Las había perdido. —Oh mi Dios, miren la hora, chicas. Es tiempo de ir a la iglesia.— Dijo tía Mercy. Tía Grace se dirigió hacia la puerta del garaje. —Ethan, sé un buen chico y saca el Cadillac. Nosotras aún tenemos que hacer algo con nuestras caras. Conduje las cuatro cuadras hasta la eucaristía, en la Iglesia Bautista Misionera Evangélica, y empujé la silla de ruedas de la tía Mercy por la calle de gravilla. Esto tomó más tiempo que conducir hasta la iglesia, porque cada dos metros la silla se atoraba en la gravilla y yo tenía que moverla de un lado a otro para liberarla, a punto de voltearla y tirar a mi tía abuela al suelo. Para el momento en que el predicador tomó el tercer testimonio de una anciana que juraba que Jesús salvó sus rosales de los escarabajos japoneses o su mano de tejer de la artritis, yo estaba durmiéndome. Tomé el camafeo entre mis dedos, dentro del bolsillo de mis jeans. ¿Por qué nos mostró esa visión? ¿Por qué dejó de funcionar de repente?
Ethan. Detente. No sabes lo que estás haciendo. Lena estaba en mi cabeza de nuevo.
¡Guárdalo de nuevo! La iglesia comenzó a desaparecer a mí alrededor y podía sentir los dedos de Lena agarrándose a los míos, como si estuviera justo a mi lado... Nada pudo haber preparado a Genevie para la vista de Greenbrier quemándose. Las llamas cubrían la casa por ambos lados, tragándose el ático y el balcón. Los soldados cargaban antigüedades y pinturas fuera de la casa, corriendo como ladrones comunes. ¿Dónde estaban todos? ¿Estaban escondidos en el bosque como ella? Las hojas sonaron. Ella sintió a alguien tras ella, pero antes de que pudiera girarse una mano
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lodosa se cerró sobre su boca. Ella tomó la muñeca de la persona con ambas manos, tratando de romper su fuerza. —Genevieve, soy yo.— La mano soltó su agarre. —¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás bien?— Genevie pasó sus manos alrededor del soldado, vestido con lo que fue una vez un orgulloso uniforme gris de la Confederación. —Estoy bien, querida.— dijo él, pero ella sabía que estaba mintiendo. —Pensé que tú podías estar...— Genevieve sólo había sabido de Ethan a través de cartas durante los dos últimos años, desde que él se había enlistado, y no había vuelto a recibir una carta desde la batalla en Wilderness. Genevieve sabía que muchos de los hombres que habían seguido a Lee en esa batalla nunca habían salido de Virginia. Ella se había resignado a morir solterona. Ella estaba segura de que había perdido a Ethan. Era casi inimaginable que él estuviera vivo, parado allí, esta noche. —¿Dónde está el resto de tu regimiento? —La última vez que los vi, estaban en las afueras de Summit. —¿Qué quiere decir, la última vez que los viste? ¿Todos ellos murieron? —No lo sé. Cuando me fui estaban vivos. —No comprendo. —Deserté Genevieve. No podía pelear más por algo en lo que no creía. No después de todo lo que he visto. La mayoría de los chicos que peleaban conmigo ni siquiera sabían de qué se trata todo esto, que ellos simplemente estaban derramando su sangre por algodón. Ethan tomó su fría mano entre la suya, áspera llena de cortes. —Comprendo si no quieres casarte conmigo ahora. No tengo dinero y ahora no tengo honor. —No me importa si no tienes dinero, Ethan Carter Wate. Tú eres el hombre más honorable que he conocido. Y no me importa si mi padre cree que nuestras diferencias son demasiado grandes para ignorarlas. Él está equivocado. Tú estás ahora en casa y nosotros vamos a casarnos. Genevieve lo abrazó fuertemente, asustada de que desapareciera en el aire si lo dejaba ir. El olor la trajo de nuevo al momento. El rancio olor de limones quemándose, de sus vidas quemándose. —Tenemos que ir hacia el río. Hacia allí se hubiera dirigido mamá. Ella se fue hacia el sur a la casa de tía Marguerite.— Pero Ethan no tuvo tiempo para responder. Alguien estaba acercándose. Las ramas estaban sonando como si alguien estuviera pasando por
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los arbustos. —Quédate tras de mí,— ordenó Ethan, empujando a Genevieve detrás de él con un brazo y agarrando su rifle con el otro. El arbusto se dividió y apareció Ivy, la cocinera de Greenbrier. Ella aún estaba en su ropa de dormir, negra por el humo. Ella gritó cuando vio el uniforme, demasiado asustada para notar que era gris, no azul. — Ivy, ¿estás bien?— Genevieve se apresuró a atrapar la anciana que estaba comenzando a caerse. —Señorita Genevieve ¿qué está haciendo aquí? —Estaba tratando de llegar a Greenbrier. Para advertirles a todos. —Es demasiado para eso, niña, y no haría ningún bien. Esos pájaros azules rompieron las puertas y entraron a la casa, como si fuera de ellos. Revisaron el lugar para ver que podían robar, y después comenzaron los fuegos.— Era casi imposible entender lo que decía. Estaba histérica y cada pocos segundos era interrumpida por un ataque de tos, ahogándose tanto con el humo como con sus lágrimas. —En toda mi vida nunca había visto demonios como esos. Quemando una casa con mujeres adentro. Todos ellos tendrán que responderle a Dios todopoderoso en el más allá.— La voz de Ivy se quebró. Las palabras tardaron un momento en ser registradas. —¿Qué quieres decir con que quemaron una casa con mujeres adentro? —Lo siento tanto, niña. Genevieve sintió sus piernas fallar debajo de ella. Se arrodilló en el lodo, la lluvia corriendo por su cara, mezclándose con sus lágrimas. Su madre, su hermana, Greenbrier, todos habían desaparecido. Genevieve levantó su vista al cielo. —Dios es el único que tiene que responderme por esto. La visión nos sacó tan rápido como nos había llevado a ella. Estaba mirando al predicador de nuevo y Lena se había ido. ¿Lena? Ella no respondió. Me senté en la iglesia con un sudor frío, sentado en medio de tía Mercy y tía Grace, quienes estaban buscando en sus bolsos monedas para la colecta. Quemar una casa con mujeres adentro, una casa con limoneros. Una casa donde apostaba que Genevieve había perdido su camafeo. Un camafeo grabado con el día en que Lena nació, pero cien años atrás. Con razón Lena no quería ver esas visiones. Estaba comenzando a darle la razón. Las coincidencias no existen.
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14 de Setiembre EL REAL BOO RADLEY
E
l domingo por la noche, volví a leer El guardián en el cementerio, hasta
que me sentí cansado, lo suficiente como para conciliar el sueño. Solamente que no me sentí lo suficiente cansado. Y no podía leer, porque la lectura no se sentía igual. Y no podía desaparecer en el personaje de Holden Caulfield, porque no podía perderme en la historia, no en la forma en que se debe, para convertirse en alguien más. Mi cabeza estaba llena de medallones, fuego, y las voces. Personas que no conocía, y visiones que no entendía. Puse el libro y metí las manos detrás de mi cabeza. —Lena, estás ahí, ¿verdad? Me quedé mirando el techo azul. No sirve de nada. Sé que estás ahí. Aquí. Sea lo que sea. Esperé, hasta escucharla. Su voz, se desarrollaba como un recuerdo pequeño, brillando en el más oscuro, rincón de mi mente. No. No exactamente. —¿Eres tú? ¿Has sido tú, toda la noche? —Ethan, estoy durmiendo. Sonreí.
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—No, no era yo. ¿Qué estabas escuchando? —No era yo. —Sólo admítelo, eras tú. —Chicos. ¿Creéis que todo es acerca de vosotros? Tal vez me gusta ese libro. —¿Puedes venir cuando quieras, puedes ahora? Hubo una larga pausa. —No por lo general, pero sólo esta noche ha pasado. Todavía no entiendo cómo funciona. —Tal vez podemos pedirle a alguien que nos ayude. —¿Cómo a quién? —No lo sé. Supongo que tendremos que averiguarlo nosotros mismos. Al igual que todo lo demás. Otra pausa. Traté de no preguntarle si lo de —nosotros— la asustaba, en caso de que ella pudiera oírme. Tal vez fue eso, o tal vez era otra cosa, ella no quería que yo lo averiguara y menos si era algo que tuviera que ver con ella. —No lo intentes. Sonreí, y tuve que cerrar los ojos. Apenas podía mantenerlos abiertos. —Lo estoy intentando. Apagué la luz. —Buenas noches, Lena. —Buenas noches, Ethan. Tenía la esperanza de que no pudiera leer todos mis pensamientos. Baloncesto. Definitivamente iba a tener que pasar más tiempo pensando en el baloncesto. Y en cuanto pensé en el libro de jugadas de baloncesto, sentí que mis ojos se cerraron, sentí que me hundía, perdía el control... Me estaba ahogando.
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Me agitaba en el agua verde, las olas rompiendo sobre mi cabeza. Mis pies dieron patadas en el fondo fangoso de un río, tal vez el Santeé, pero no había nada. Pude ver una especie de luz, rozando el río, pero no pude llegar a la superficie. Yo iba hacia abajo. —Es mi cumpleaños, Ethan. Está sucediendo. Extendí mi mano y la doblé para agarrarla a ella. Agarró mi mano, pero ella se alejó, y no podía retenerla más. Traté de gritar, mientras la veía pálida a la deriva bajando hacia la oscuridad, pero tenía la boca llena de agua y no podía hacer ningún sonido. Yo podía sentir como me asfixiaba. Estaba empezando a perder el conocimiento. —Traté de advertirte. ¡Debes dejar que me vaya! Me senté en la cama. Mi camiseta estaba empapada. Mi almohada estaba mojada. Tenía el pelo mojado. Y mi habitación estaba pegajosa y húmeda. Supuse que había dejado nuevamente la ventana abierta. —¡Ethan Wate! ¿Me estás escuchando? Será mejor que vengas aquí ahora mismo, o no tendrás desayuno en toda esta semana. Yo estaba en mi asiento, al igual que tres huevos que fácilmente se deslizaron en el plato de biscochos y salsa. —Buenos días, Amma. Ella se dio la vuelta sin ni siquiera darme una mirada. —Ahora ya lo sabes no habrá nada—. Todavía estaba enfadada conmigo, pero yo no estaba seguro si era porque me había salido de la clase o porque había traído el medallón a casa. Probablemente ambas cosas. Yo no podía culparla, aunque, no suelo meterme en problemas en la escuela. Esto fue todo un nuevo territorio. —Amma, siento mucho lo de salirme de la clase el viernes. No va a volver a suceder. Todo volverá a la normalidad. Su rostro se suavizó, sólo un poco, y se sentó frente a mí. —No lo creo. Todos toman decisiones, y esas decisiones tienen consecuencias. Espero que tú tengas tu infierno para que pagues cuando llegues a la escuela. Quizás lo inicie escuchándome a mí ahora. Quédate lejos de Lena Duchannes, y de aquella casa. No era como si Amma se llevara con todos los demás en la ciudad, teniendo en cuenta que generalmente era al revés. Me di cuenta que ella estaba preocupada por la forma en que seguía revolviendo su café, mucho tiempo después de que la leche había desaparecido. Amma siempre se preocupaba por mí y la amaba por ello, pero algo se sentía diferente desde que le mostré el medallón. Caminé alrededor de la mesa y le di un abrazo. Olía como a lápiz y a algo picante, como siempre.
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Sacudió la cabeza, murmurando, —no quiero oír hablar nada sobre ojos verdes y cabello negro. Es como encontrar una nube mala este día, así que ten cuidado. Amma no sólo estaba de un humor oscuro. Hoy era de negro azabache. Pude sentir como subía sobre mí en este instante la nube mala. Link se detuvo y como siempre iba escuchando algunos temas terribles. Bajó el volumen de la música cuando me deslicé en el asiento, esa era una mala señal. —Lo sé. —Jackson tendrá un linchamiento esta mañana. —¿Qué has oído? —Lo mismo desde el viernes por la noche. Oí a mi madre hablando y he tratado de llamarte. ¿De todos modos dónde has estado?— —Estaba tratando de enterrar un medallón hexagonal en Greenbrier, por lo que Amma me mantuvo en la casa. Link se rió. Cuando de Amma se trataba él ya estaba acostumbrado a hablar de hechizos, encantamientos y el mal de ojo. —Al menos ella ya no coloca esa bolsa apestosa a cebolla alrededor de tu cuello. Eso sería repugnante. —Era ajo. Fue en el funeral de mi madre. —Fue desagradable. Lo que pasaba con Link es que él había sido mi amigo desde el día que le di un Twinkie (marca de pastelillo) en el autobús, y después de eso a él no le importaba mucho lo que decía o hacía. Incluso desde entonces, ya sabías quiénes eran tus amigos. Así era Gatlin. Todo había sucedido, hace diez años. Para nuestros padres, todo había sucedido hace veinte o treinta años. Y para la propia ciudad, parecía como si nada hubiera ocurrido hace más de cien años. Tuve la sensación de que eso estaba a punto de cambiar. Mi madre hubiera dicho que era el momento. Si había una cosa que a mi madre le gustaba, era cambiar. A diferencia de la madre de Link. La Sra. Lincoln era una adicta a la furia cuando algo cambiaba, una combinación peligrosa. Cuando estábamos en octavo grado, la señora Lincoln arrancó el cable de la pared porque encontró mirando a Link la película de Harry Potter, una vez había hecho una campaña para prohibir la Biblioteca del Condado de Gatlin porque tenía el pensamiento de que promovía la brujería. Afortunadamente, Link había logrado escapar a casa de Earl Petty, para ver la MTV. Lo que mataba a Lincoln no era en
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convertirse en el primer ministro de la secundaria en Jackson, quiero decir, a él sólo le interesaba una banda de rock. Nunca comprendí a la Sra. Lincoln. Cuando mi madre estaba viva, ella ponía los ojos en blanco y decía, —Link puede ser tu mejor amigo, pero no esperes que me una Al grupo de —DAR— y empiece a llevar una falda de aro para nuevas recreaciones. (Faldas estilo la película LO QUE EL VIENTO SE LLEVO).— Entonces, nosotros nos imaginamos a mi madre, caminando kilómetros en los campos de batalla llena de fango en busca de casquillos de bala, y cortando sus propios cabellos con tijeras de jardín, como toda una miembro del DAR, organizando ventas de comida y diciéndole a cada uno cómo decorar su casa. La Sra. Lincoln era fácil de imaginarla dentro del DAR. Ella era la Secretaria de Actas, e incluso sabía que ella estaba en la Junta con Savannah Snow y la madre de Emily Asher, mientras que mi madre pasó la mayor parte de su tiempo encerrada en la biblioteca buscando en las microfichas. Link seguía hablando y pronto me di cuenta que le empezaba a poner mayor atención. —Mi madre, la de Emily y la madre de Savannah... Se han pasado encima de las líneas telefónicas durante las últimas dos noches. Escuché a mi madre hablando acerca de la ventana rota en la clase de Inglés y cómo la sobrina del viejo Man Ravenwood tenía sangre en sus manos. Él se desvió al dar la vuelta en la esquina, sin siquiera tomar un respiro. —¿Y acerca de cómo tu novia estuvo en una institución mental en Virginia, y también que ella era huérfana, y que era algo maníaca? —Ella no es mi novia. Sólo somos amigos,— le dije de forma automática. —Cállate. Estás tan alocado que debería comprarte una silla de montar. Era algo que siempre decía sobre cualquier chica con la que hablaba o miraba en el pasillo. —No hay nada con ella. No ha pasado nada. Sólo pasamos el tiempo. —Eres una completa mierda, tú podrías pasar por un inodoro. Te gusta. Admítelo.— Link no era grandioso en cuanto a sutilezas, y no creo que él podría imaginarse estando con una chica para cualquier otra razón que tal vez no fuera tocar con ella la guitarra, a excepción de las obvias. —No estoy diciendo que no me gusta. Sólo somos amigos.— Lo cual era verdad, en realidad, no quisiera que ella lo fuera. Pero eso es otra cuestión. De cualquier manera, debo haber sonreído un poco. Fue un paso en falso. Link pretendió vomitar sobre su regazo hacia fuera del auto. Pero lo hacía bromeando.
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A Link no le importaba que ella me gustara, siempre y cuando le diera motivos para molestarme. —¿Y bien? ¿Es cierto? ¿Ella Lo hizo? —¿Ella qué? —Tú sabes. La loca caída del árbol, ¿cuando golpeó con todas las ramas hacia abajo? —Una ventana se rompió, eso es todo lo que pasó. No es un misterio. —La señora Sayin Asher dice que golpeó, o tiró algo sobre él. —Es curioso, que la señorita Emily Asher no está en mi clase de Inglés, desde la última vez que asistí. —Sí, bueno, mi madre no lo hace bien, pero ella me dijo que pasaría por la escuela hoy. —Excelente. Le guardaré un asiento en la mesa del almuerzo. —Tal vez es porque ella ha hecho esto en todas sus escuelas, y por eso permanecía por poco tiempo en una institución.— Link se puso serio, lo que significaba que había escuchado un montón de cosas desde el incidente de la ventana. Por un segundo, me acordé de lo que Lena había dicho sobre que su vida era complicada. Tal vez esta era una de esas complicaciones, o sólo una de las veintiséis mil otras cosas que no podía hablar. ¿Qué pasaría si todas las Emilys Ashers del mundo estaban en lo cierto? ¿Qué si yo había tomado el lado equivocado, después de todo? —Cuídate, hombre. Puede ser que ella tenga su propio lugar en más de una villa. —Sí, realmente creo que eres un idiota. Nos metimos en el estacionamiento de la escuela sin hablar. Me sentí molestó, aunque sabía que Link sólo estaba tratando de abrirme los ojos. Pero no podía evitarlo. Todo se sentía diferente. Salí y cerré la puerta del coche. Link me llamó después y me dijo. —Estoy preocupado por ti, amigo. Has actuado como un loco. —¿Crees que sólo se trata de tú y yo? Tal vez deberías pasar más tiempo preocupándote por no poder conseguir una chica con quien hablar, te parezca una locura o no. Se bajó del coche y miró hacia el edificio de administración. —De cualquier manera amigo, tal vez lo mejor será que te cuides especialmente este día. Mira…
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La Sra. Lincoln y la señora Asher se dirigían hacia el Director Harper. Emily estaba acurrucada junto a su madre, tratando de parecer patética. La Sra. Lincoln estaba dando una conferencia a Harper, que asentía con la cabeza como si estuviera memorizando cada palabra. El director Harper podría haber sido el que controlaba la secundaria Jackson, pero él sabía quien controlaba la ciudad. Él estaba mirando a dos de esas personas. Cuando la madre de Link terminó, Emily se sumergió en una versión especial animada sobre el incidente de la ventana rota. La Sra. Lincoln se acercó y puso su mano sobre el hombro de Emily, comprendiendo como se sentía ella. El Director Harper negó con la cabeza. Bien, este ha sido un día de nubes malas. Lena estaba sentada en el coche fúnebre, escribiendo en su destartalado cuaderno. El motor estaba apagado. La llamé sobre su ventana y saltó. Volvió a mirar hacia el edifico de administración. También miró a las madres. Le hice señas para que abriera la puerta, pero ella sacudió la cabeza. Di la vuelta al lado del pasajero. Las puertas estaban cerradas, pero ella no se iba a librar de mí tan fácilmente. Me senté en el capó de su automóvil y dejé caer la mochila junto a mí. No me marcharía a ninguna parte. —¿Qué haces? —Esperar. —Va a ser una larga espera. —Tengo tiempo. Ella me miró a través del parabrisas. Oí desbloquear las puertas. —¿Alguien alguna vez te ha dicho que estás loco? — Ella dio la vuelta a donde estaba sentado sobre el capó, tenía los brazos cruzados, como Amma cuando estaba dispuesta a reñirme. —No tan loco como, he oído que tú lo estás. Tenía el pelo recogido con un pañuelo negro de seda y con unas flores de cerezo dispersas a través de ella. Pude imaginar cómo se miraba a sí misma en el espejo, como con una sensación de que ella iba a su propio funeral, llevaba una mezcla entre camiseta y vestido negro sobre sus pantalones vaqueros y sus zapatos negros Converse. Ella frunció el ceño y miró hacia el edificio de administración. Las madres probablemente estaban sentadas en la oficina de Harper en este momento. —¿Puedes escucharlos? Sacudió la cabeza. —No es como si pudiera leer las mentes de la gente, Ethan.
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—Puedes leer la mía. —No realmente. —¿Lo de anoche? —Te lo dije, no sé por qué sucede. Sólo parece ser una conexión—. Incluso esta mañana esa palabra parecía difícil pronunciarla. Ella no me miraba a los ojos. —Nunca ha sido así con nadie más. Quería decirle que sabía cómo se sentía. Quería decirle que cuando estábamos, conectados con nuestras mentes, incluso si nuestros cuerpos estuvieran a un millón de millas de distancia, me sentía más cerca de ella. Y que nunca me había sentido así con nadie más. No podía. Ni siquiera podía pensar en ella. Pensé en el libro de las jugadas de baloncesto, el menú de la cafetería, la sopa de guisantes verdes, el color del pasillo. Cualquier otra cosa. En cambio, incliné la cabeza hacia un lado. —Sí. Las chicas me lo dicen todo el tiempo.— Idiota. Me sentí más nervioso, y mis chistes lo empeoraban todo. Ella sonrió, era una, sonrisa torcida. —No trates de animarme. No va a funcionar. Pero así era. Miré hacia atrás a los escalones. —Si quieres saber lo que están diciendo, te lo puedo decir. Ella me miró con escepticismo. —¿Cómo? —Esto es Gatlin. No hay secretos aquí. —¿Qué tan grave es?— Ella miró hacia otro lado. —¿Piensan que estoy loca? —Bastante. —¿Un peligro para la escuela? —Probablemente. No miran con buenos ojos a los extraños por aquí. Y mucho menos si son más extraños que Macon Ravenwood, sin ofender.— Yo le sonreí. El primer timbre sonó. Me agarró de la manga, ansiosa. —La otra noche. Tuve un sueño. ¿Lo viste? Asentí. Ella no tenía que decirlo. Sabía que ella había estado ahí en el sueño conmigo. —Incluso con el pelo mojado.
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—Yo también.— Ella me mostró su brazo. Había una marca en su muñeca, donde yo había tratado de agarrarla. Antes de que se hundiera en la oscuridad. Tenía la esperanza de que no hubiera visto esa parte. A juzgar por su cara, yo estaba bastante seguro de que ella lo sabía. —Lo siento, Lena. —No es culpa tuya. —Me gustaría saber por qué los sueños son tan reales. —Traté de advertirte. Debes permanecer lejos de mí. —Lo que sea. Me considero advertido.— De alguna manera sabía que no podía estar lejos de ella. A pesar de que estaba a punto de entrar a la escuela y enfrentar una enorme carga de mierda, no me importaba. Se sentía bien tener a alguien con quien poder hablar, sin necesidad de editar todo lo que decía. Y podía dirigirme a Lena; en Greenbrier sentí que podría haberme sentado en la maleza y hablar con ella durante días. —¿Qué pasa con tu cumpleaños? ¿Por qué dices que no podrías estar aquí después de eso? Rápidamente cambió de tema. —¿Qué pasa con el medallón? ¿Viste lo que yo vi? ¿Fue abrasador? ¿Otra visión? —Sí. Yo estaba sentado en el centro de la iglesia y casi me caí de la banca. Pero averigüé algunas cosas de las Hermanas. Las iniciales de la ECW, que representan Ethan Carter Wate. Él fue mi tátara—tátara—tátara—tátara—tío, y mis tres tías chifladas, decían que fui nombrado después de él. —Entonces, ¿por qué no reconocen las iniciales en el medallón? —Esa es la parte extraña. Nunca había oído hablar de él, y está convenientemente ausente en el árbol genealógico de mi casa. —¿Qué pasa con GKD? Es Genoveva, ¿verdad? —Parece que no lo saben, pero tiene que ser. Ella es la de las visiones, y la D debe representar a los Duchannes. Iba a preguntarle a Amma, pero cuando le mostré el medallón sus ojos casi se le salen de la cabeza. Como si fueran en triple hexagonal, penetrando en un cubo vudú, y envolviéndolo en una maldición justo a la medida. El estudio de mi padre está fuera de los límites, ahí es donde se mantienen todos los viejos libros de mi madre acerca de Gatlin y la guerra.— Estaba divagando. —¿Se podría hablar con tu tío?— —Mi tío no sabe nada. ¿Dónde está el medallón ahora?
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—En mi bolsillo, envuelto en una bolsa llena de polvo que Amma vertió sobre él, cuando lo vio. Ella piensa que lo llevé a Greenbrier y que lo enterré. —Ella debe odiarme. —No más que cualquiera de mis chicas, ya sabes, los amigos. Quiero decir, amigos que son chicas. No podía creer lo estúpido que me escuchaba. —Creo que es mejor ir a clase antes de entrar en más problemas. —En realidad, estaba pensando en irme a casa. Sé que voy a tener que lidiar con ellos. Con el tiempo, pero me gustaría vivir en la negación un día más. —¿Te quieres meter en más problemas? Ella se rió. —¿Con mi tío, el infame Ravenwood Macon, que piensa que la escuela es una pérdida de tiempo y que a los buenos ciudadanos de Gatlin se deben evitar a toda costa? Estará emocionado. —Entonces, ¿por qué debería ir?— Estaba bastante seguro que Link nunca volvería aparecer en la escuela si su madre no lo persiguiera hasta afuera de la puerta cada mañana. Ella le daba vuelta a uno de los encantadores dijes de su collar, una estrella de siete puntas. —Creo que pensé que aquí sería diferente. Tal vez podría hacer algunos amigos, si me uno al periódico o algo. No lo sé. —¿Nuestro periódico? ¿El Stonewaller Jackson? —Traté de unirme al periódico en mi vieja escuela, pero dijeron que todos los puestos ya estaban completos, a pesar de que nunca tuvieron suficientes escritores para sacar el periódico a tiempo—. Ella desvió la mirada, avergonzada. —Debería ponerme en marcha. Abrí la puerta para ella. —Creo que debes hablar con tu tío sobre el medallón. Él puede saber más de lo que piensas. —Confía en mí, no lo sabe.— Cerré la puerta. Por mucho que yo quería que se quedara, una parte de mí sabía que en verdad se iba a casa. Y ahora yo iba a tener suficiente a que hacerle frente. —¿Quieres que entregue esto por ti?— Señalé el cuaderno que estaba tirado en el asiento del pasajero. —No, no es la tarea.— Ella abrió la guantera y tiró el blog de notas en su interior. —No es nada.— De todos modos ella no me diría nada sobre él.
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—Es mejor que te marches antes que el Gordito comience a explorar el lugar.— Comenzó a encender el coche antes de que pudiera decir algo más, y ella me saludó cuando se apartó de la acera. Y escuché un ladrido. Me volví para ver el enorme perro negro de Ravenwood, sólo a unos pocos pies de distancia. La Señora Lincoln me sonrió. El perro gruñó. La Sra. Lincoln miraba con tal repugnancia, que pensarías que estabas mirando al mismísimo Macon Ravenwood. Era como una competencia, no estaba seguro de que uno de ellos estuviera a la cabeza. —Perros salvajes portadores de rabia. Alguien debería notificar al condado.— Sí, alguien. —Sí, señora. —¿A quién acabo de ver conducir en ese extraño auto negro? Parecías tener una larga conversación.— Ella ya sabía la respuesta. No era una pregunta. Se trataba de una acusación. —Señora. —Sí, hablando con un extraño, el Director Harper está planificando mandar a la muchacha Ravenwood con una transferencia profesional. Ella puede decidirse, entre cualquier escuela de los tres condados. Siempre que no fuese Jackson. Yo no dije nada. Ni siquiera la miré. —Es nuestra responsabilidad, Ethan. Que el director Harper y todos los padres de Gatlin. Estemos seguros de mantener a los jóvenes fuera de este tipo de incidentes. Y lejos de la gente equivocada—. Lo que significa cualquier persona como ella. Ella extendió la mano y me tocó en el hombro, tal como lo había hecho con Emily, no hace menos de diez minutos. —Estoy segura de que entiendes mi punto de vista. Después de todo, eres uno de nosotros. Tu padre nació aquí y tu madre fue enterrada aquí. Tu sitio está aquí. En donde cada uno hace. Me quedé mirándola. Ella entró en su camioneta antes de que yo pudiera decir una palabra. Una vez que llegué a clase, el día se convirtió en algo normal, extrañamente normal. No vi más padres de familia, aunque sospechaba que estaban por ahí merodeando alrededor de la oficina. Durante el almuerzo, como de costumbre me comí tres platos de pudín de chocolate con los chicos, aunque estaba claro qué no estábamos hablando. Incluso miré a Emily enviar como loca mensajes de texto en clase. También inglés y
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química parecían algún tipo de verdad universal. A excepción de la sensación que tenía acerca de que se trataban los mensajes de texto. Como he dicho, todo era muy normal. Hasta Link me dejó después de la práctica de baloncesto y me decidí a hacer algo completamente loco. Amma estaba de pie en el porche delantero, un signo seguro de problemas. —¿La has visto? Debería haber esperado algo como esto. —Ella no estuvo en la escuela hoy.— Técnicamente eso era cierto. —Tal vez eso es lo mejor. Los problemas siguen a esa niña, al igual que a Macon Ravenwood's. No quiero que te sigan a esta casa—. —Voy a tomar una ducha. ¿Está lista la cena? Link y yo tenemos que hacer un proyecto para esta noche.— Lo dije desde la escalera, tratando de parecer normal. —¿Proyecto? ¿Qué proyecto? —Historia. —¿A dónde vas y cuándo vas a volver? Dejé ir de golpe la puerta del baño antes de contestarle. Tenía un plan, pero necesitaba una historia, y tenía que ser buena. Diez minutos más tarde, sentado en la mesa de la cocina, ya lo tenía planeado. No era a prueba de todo, pero fue lo mejor que podía inventar en tan poco tiempo. Ahora sólo tenía que llevarlo a cabo. No era el mejor mentiroso y Amma no era tonta. —Link va a llevarme después de la cena a la biblioteca y vamos a estar ahí hasta que la cierren. Creo que en alrededor de las nueve o diez. —Estudiaré algo sobre el Oro de Carolina sobre mi Carne. El Oro de Carolina era sobre una masa pegajosa de salsa de mostaza, barbacoa y fue algo que hizo famoso al condado de Gatlin, por que no tenía nada que ver con la Guerra Civil. —¿La biblioteca? Mentirle a Amma siempre me ponía nervioso, así que intentaba no hacerlo tan a menudo. Y esta noche realmente lo estaba sintiendo, especialmente en mi estómago. La última cosa que quería hacer era comer tres platos de barbacoa de cerdo, pero no tenía otra alternativa. Ella sabía exactamente cuánto podía guardar. Dos platos, y despertaría sospechas. Un plato, y ella me enviaría a mi habitación con un termómetro y Ginger Ale. Asentí y me puse a trabajar en limpiar mi segundo plato. —No has puesto un pie en la biblioteca desde…
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—Lo sé.— Desde que murió mi madre. La biblioteca era el hogar lejos del hogar para mi madre, y mi familia. Habíamos pasado allí cada tarde de domingo desde que era un niñito, vagando por las pilas, sacando cada libro con la foto de un barco pirata, un caballero, un soldado, o un astronauta. Mi madre solía decir: —Esta es mi Iglesia, Ethan. Así es como guardamos el sábado Santo en nuestra familia.— La jefa de la biblioteca de Gatlin, Marian Ashcioft, era la amiga más antigua de mi madre, la segunda historiadora más inteligente en Gatlin después de mi madre, y hasta el año pasado, su compañera de investigación. Ellas habían sido estudiantes de postgrado juntas en Duke, y cuando Marian terminó su Doctorado en Investigación en estudios Américo—Africanos, ella siguió a mi madre hasta Gatlin para terminar su primer libro juntas. Ellas estaban a mitad de camino de su quinto libro antes del accidente. No había puesto un pie en la biblioteca desde entonces, y todavía no estaba preparado. Pero también sabía que no había manera que Amma me detuviera de ir allí. Ella ni siquiera llamaría para comprobarlo. Marian Ashcroft era familia. Y Amma, quien había amado a mi madre tanto como lo hizo Marian, no respetaba nada tanto como la familia. —Bien, cuida tus modales y no levantes la voz. Sabes lo que tu madre solía decir. Cualquier libro es un Buen Libro, y donde quiera que ellos mantengan los buenos libros a salvo es también la Casa del Señor.— Como dije, mi madre nunca lo hubiera logrado en la DAR (Hijas de la Revolución Americana). Link tocó la bocina. Él me estaba llevando en su coche en su camino a la práctica con la banda. Huí de la cocina, sintiéndome tan culpable que tuve que luchar contra el impulso de arrojarme a los brazos de Amma y confesar todo, como si tuviera seis años nuevamente y hubiera comido toda la mezcla de gelatina de la despensa. Tal vez Amma estaba en lo correcto. Tal vez había elegido un agujero en el cielo y el universo estaba a punto de caer sobre mí. Mientras me acercaba a la puerta de Ravenwood, mi mano se apretó alrededor de la carpeta azul brillante, mi excusa para aparecerme en la casa de Lena sin invitación. Estaba visitándola para darle la asignación de Ingles que se había perdido hoy, eso era lo que planeaba decir, de todas formas. Había sonado convincente, en mi cabeza, cuando estaba de pie en mi propio porche, pero ahora que estaba en el porche de los Ravenwood, no estaba tan seguro. Por lo general no soy el tipo de chico que haría cosas como estas, pero era obvio que no había manera de que Lena fuera a invitarme alguna vez por su propia cuenta. Y tenía el presentimiento que su tío podía ayudarnos, que él podría saber algo.
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Ó quizás sea lo otro. Quería verla. Había sido un largo y aburrido día en Jackson, sin el huracán Lena, y me estaba empezando a preguntar cómo atravesé alguna vez ocho períodos sin todos los problemas que ella me causaba. Sin todos los problemas que me hacía quererme causar. Pude ver la inundación de luz desde las ventanas cubiertas de vid. Escuché el sonido de música en el fondo, viejas canciones de Savannah, de esa compositora de Georgia que mi madre había amado. —En el frío frío frío de la noche. Escuché ladridos desde el otro lado de la puerta incluso antes de golpear, y en cuestión de segundos la puerta se abrió. Lena estaba parada allí descalza, y se veía diferente, vestida con un vestido negro con pájaros bordados en él, como si estuviera saliendo a cenar en un restaurante elegante. Yo me veía más como si me dirigiera al Daree Keen en mi agujereada camiseta Atari y mis jeans. Salió al porche, cerrando la puerta detrás de ella. —Ethan, ¿qué estás haciendo aquí? Levanté la carpeta, sin convicción. —Te traje tu tarea. —No puedo creer que sólo te presentaras aquí. Te dije que a mi tío no le gustaban los extraños.— Ya me estaba empujando por las escaleras. —Tienes que irte. Ahora. —Simplemente pensé que podíamos hablarle. Detrás de nosotros escuché el incómodo aclarar de una garganta. Levanté la vista para ver al perro de Macon Ravenwood, y detrás de él, Macon Ravenwood en persona. Intenté no verme sorprendido, pero estoy bastante seguro que me delató el casi saltar fuera de mi piel. —Bien, esa es una que no escucho a menudo. Y odio decepcionar, ya que no soy nada sino un caballero sureño.— Él hablaba con un acento sureño medido, pero con perfecta enunciación. —Es un placer finalmente conocerlo, Sr. Wate.
No podía creer que estaba de pie enfrente de él. El misterioso Macon Ravenwood. Solamente, que en realidad había estado esperando a Boo Radley, un tipo caminando penosamente por la casa en overol, murmurando en algún tipo de lenguaje monosilábico como un Neandertal, quizás incluso babeando un poco por las comisuras de su boca. Este no era Boo radley. Este era más un Atticus Finch. Macon Ravenwood vestía impecablemente, como si fuera, no lo sé, de 1942. Su almidonada camisa blanca estaba sujeta con antiguos gemelos plateados, en lugar de botones. Su chaqueta negra de cena estaba impecable, perfectamente arrugada. Sus ojos eran oscuros y brillantes; parecían casi negros. Ellos estaban nublados, polarizados, como el vidrio de las ventanas del coche fúnebre que Lena conducía por
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el pueblo. No había vista dentro de esos ojos, ningún reflejo. Estaban fuera de su pálido rostro, el cual era tan blanco como la nieve, blanco como el mármol, blanco como, bien, lo que esperarías del encerrado del pueblo. Su cabello era canoso, gris cerca de su rostro, y tan negro como el de Lena en la parte superior. Él podría haber sido alguna clase de estrella de cine estadounidense, desde antes que se inventara el tecnicolor, ó tal vez de la realeza, de algún pequeño país que nadie por aquí hubiera escuchado alguna vez. Pero Macon Ravenwood, él era de éstos lugares. Eso era lo confuso. El Viejo Hombre Raven era el coco de Gatlin, una historia que había escuchado desde jardín de infancia. Sólo que ahora él parecía pertenecer aquí menos de lo que lo hacía yo. Él cerró el libro que sostenía, sin sacar nunca los ojos de mí. Él me estaba mirando, pero era más como si estuviera mirando a través de mí, buscando algo. Tal vez el hombre tenía visión de rayos x. Habida cuenta de la semana pasada, cualquier cosa era posible. Mi corazón latía tan fuerte que estaba seguro que él podía escucharlo. Macon Ravenwood me tenía de los nervios y él lo sabía. Ninguno de los dos sonreía. Su perro estaba tenso y rígido a su lado, como esperando la orden de atacar. —¿Dónde están mis modales? Pase, Sr. Wate. Estábamos por sentarnos a cenar. Usted simplemente tiene que unírsenos. La cena es siempre bastante el asunto, aquí en Ravenwood. Miré a Lena, deseando alguna clase de directiva.
Dile que no quieres quedarte. Confía en mí, no lo quiero. —No, está bien, Sr. No quiero importunar. Sólo quise dejarle la tarea a Lena. Sostuve en alto la carpeta azul brillante por segunda vez. —Tonterías, debe quedarse. Disfrutaremos algunos Cubanos en el jardín de invierno después de la cena, ¿ó es usted más un hombre de Cigarrillos? Salvo, por supuesto, que lo incomode entrar, en cuyo caso, lo comprendo totalmente.— No pude decir si estaba bromeando. Lena deslizó su brazo alrededor de su cintura, y pude ver su cara cambiar al instante. Como el sol pasando entre las nubes en un día nublado. —Tío M, no te burles de Ethan. Él es el único amigo que tengo por aquí, y si lo espantas tendré que ir a vivir con la Tía Del, y entonces no quedará nadie para que tortures. —Todavía tendré a Boo.— El perro levantó la vista a Macon, perplejo.
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—Lo llevaré conmigo. Es a mí a quien sigue por el pueblo, no a ti. Tuve que preguntar. —¿Boo? ¿El nombre del perro es Boo Radley? Macon agrietó la más pequeña de las sonrisas. —Mejor él que yo.— Lanzó la cabeza hacia atrás y se echó a reír, lo que me sorprendió, ya que no pude haber imaginado a sus facciones componer ni siquiera tanto como una sonrisa. Abrió la puerta de par en par detrás de él. —En serio, Sr. Wate, por favor acompáñenos. Amo tanto la compañía, y han pasado años desde que Ravenwood ha tenido el placer de acoger a un invitado de nuestro propio delicioso pequeño Condado Gatlin. Lena sonrió torpemente: —No seas un snob, Tío M. no es su culpa que nunca hables con ninguno de ellos.— —Y no es mi culpa tener una inclinación por la buena crianza, razonable inteligencia, e higiene personal aceptable, no necesariamente en ese orden. —Déjame adivinar. ¿Tiene algo que ver con el Director Harper?— Lena asintió. —La escuela llamó. Mientras el incidente esté siendo investigado, estoy a prueba.— Ella revoleó los ojos. —Una ‗infracción‘ más y me suspenderán. Macon rió despectivamente, como si estuviéramos hablando de algo completamente intrascendente. —¿A prueba? Qué divertido. A prueba implica una fuente de autoridad.— Nos empujó a ambos dentro de la sala delante de él. —Un Director de preparatoria con sobrepeso quien apenas finalizó la universidad, y un grupo de enojadas amas de casa con pedigrí que no podrían ser rivales para Boo Radley, difícilmente califican. Pasé por encima del umbral y me detuve en seco. El vestíbulo de entrada era alto y grande, no el modelo de casa suburbana al que había entrado hace apenas unos días atrás. Una monstruosamente enorme pintura al óleo, el retrato de una mujer terriblemente hermosa con brillantes ojos dorados, pendía sobre las escaleras, las cuales ya no eran contemporáneas, sino una clásica escalera flotante aparentemente suspendida sólo por el aire en sí mismo. Scarlett O‘Hara podría haber volado sobre ella en una falda de aro y no hubiera lucido ni un poco fuera de lugar. Arañas de cristal escalonadas estaban goteando desde el techo. El salón estaba lleno de grupos de antiguos muebles victorianos, pequeñas agrupaciones de sillas intrincadamente bordadas, mesas de mármol, y helechos agraciados. Una vela brillaba de cada superficie. Altas y puertas con postigos se abrieron; la brisa traía el aroma de gardenias, las cuales estaban colocadas en altos jarrones de plata, artísticamente colocadas sobre las mesas. Por un segundo, casi pensé que estaba de regreso en una de las visiones, excepto que el relicario estaba a salvo envuelto en el pañuelo en mi bolsillo. Lo sabía, porque lo
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había comprobando. Y ese escalofriante perro me estaba observando desde las escaleras. Pero no tenía sentido. Ravenwood se había transformado en algo completamente diferente desde la última vez que estuve allí. Parecía imposible, como si hubiera retrocedido en la historia. Aún si no fuera real, deseaba que mi madre pudiera haberlo visto. Ella hubiera amado este lugar. Sólo que en este momento se sentía real, y sabía que así era la forma en que esta gran casa se veía, la mayor parte del tiempo. Se sentía como Lena, como el jardín amurallado, como Greenbrier.
¿Por qué no se veía así antes? ¿De qué estás hablando? Creo que lo sabes. Macon caminaba delante de nosotros. Doblamos en una esquina, dentro de lo que era la cómoda sala de estar, la semana pasada. Ahora era un gran salón de baile, con una larga mesa de patas de garra puesta para tres, como si él me estuviera esperando. El piano continuaba tocando por sí mismo en el rincón. Supuse que era uno de esos mecánicos. La escena era extraña, como si el salón debería haber estado lleno del tintinear de copas, y risas. Ravenwood estaba dando la fiesta del año, pero yo era el único invitado. Macon continuaba hablando. Todo lo que decía hacía eco en las frescas paredes gigantescas y los abovedados techos tallados. —Supongo que soy un snob. Detesto los pueblos. Detesto a los pueblerinos. Tienen mentes pequeñas y traseros gigantes. Es decir, lo que les falta en el interior lo construyen en la parte trasera. Son comida chatarra. Grasosos, pero en última instancia, terriblemente insatisfechos.— Él sonrió, pero no era una sonrisa amigable. —¿Entonces, por qué simplemente no se muda?— Sentí una oleada de fastidio que me trajo de vuelta a la realidad, cual sea la realidad en la que estaba en la actualidad. Era una cosa que yo hiciera bromas de Gatlin. Era distinto viniendo de Macon Ravenwood. Venía de un lugar diferente. —No sea absurdo. Ravenwood es mi hogar, no Gatlin.— Escupió la palabra como si fuera tóxica. —Cuando pase las ataduras de esta vida, tendré que encontrar a alguien que cuide de Ravenwood en mi lugar, ya que no tengo hijos. Siempre ha sido mi enorme y terrible propósito, mantener a Ravenwood vivo. Me gusta pensar de mi mismo como el guardián de un museo viviente. —No seas tan dramático, tío M. —No seas tan diplomática, Lena. ¿Por qué quieres interactuar con esos ignorantes pueblerinos? Nunca lo entenderé.
El tipo tiene un punto.
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¿Estás diciendo que no quieres que vaya a la escuela? No, sólo quise decir... Macon me miró. —La compañía presente excluida, por supuesto. Cuanto más hablaba él, más curioso estaba yo. ¿Quién sabría que el viejo Macon Ravenwood sería la tercera persona más inteligente del pueblo, después de mi madre y Marian Ashcrift? Ó tal vez la cuarta, dependiendo si mi padre alguna vez mostraba su cara nuevamente. Intenté ver el nombre del libro que Macon estaba sosteniendo. —¿Qué es eso, Shakespeare? —Bety Crocker, una mujer fascinante. Estaba tratando de recordar lo que los locales consideraban una cena. Estaba de humor para una receta regional esta noche. Me decidí por barbacoa de cerdo.— Más barbacoa de cerdo. Me sentía enfermo sólo de pensarlo. Macon retiró la silla de Lena con una reverencia. —Hablando de hospitalidad, Lena, tus primos están saliendo para los Días de Encuentros. Recuerda decirles a la Casa y Cocina que seremos cinco más. —¿Qué son los Días de Encuentro? —Mi familia es tan extraña. Las Jornadas de Encuentro es sólo un viejo festival de cosecha, como un Día de Gracias anticipado. Sólo olvídalo.— Nunca supe de nadie que visitara Ravenwood, de la familia o de otra clase. Nunca había visto ni un solo coche tomar ese giro en la bifurcación de la carretera. Macon parecía divertido. —Como desees. Hablando de la cocina, estoy absolutamente voraz. Voy a ir a ver que ha mezclado ella para nosotros.— Aun cuando hablaba, podía escuchar las ollas y las cacerolas traqueteando en algún cuarto lejano fuera del salón de baile. —No te vayas por la borda, Tío M. Por favor. Observé a Macon Ravenwood desaparecer a través de un salón, y entonces se había ido. Todavía podía oír el clip de sus zapatos de vestir sobre los pisos pulidos. Esta casa era ridícula. Hacía ver a la Casa Blanca como una choza de bosque. —Lena, ¿qué está pasando? —¿A qué te refieres? —¿Cómo supo para poner un lugar para mí? —Debe haberlo hecho cuando nos vio hablando en el porche.
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—¿Qué hay de este lugar? Estuve en tu casa, el día que encontramos el relicario. No lucía para nada como esto. Dime. Puedes confiar en mí. Ella jugaba con el borde de su vestido. Terca. —Mi tío está en las antigüedades. La casa cambia todo el tiempo. ¿Importa en realidad?— Lo que sea que estaba pasando, ella no iba a decírmelo justo en este momento. — Okay, entonces. ¿Te importa si echo un vistazo?— Ella frunció el ceño, pero no dijo nada. Me levanté de la mesa, y caminé hacia el siguiente salón. Estaba dispuesto como un pequeño estudio, con sofás, una chimenea, y algunos escritorios pequeños. Boo Radley estaba echado frente al fuego. Él empezó a gruñir en el momento en que puse un pie en la habitación. —Lindo perrito.— Gruñó más fuerte. Retrocedí fuera de la habitación. Él paró de gruñir y agachó la cabeza en el hogar. Yaciendo en el escritorio más cercano estaba un paquete, envuelto en papel marrón y atado con un cordel. Lo levanté. Boo Radley comenzó a gruñir nuevamente. Estaba estampillado Biblioteca del Condado de Gatlin. Conocía la estampilla. Mi madre había tenido cientos de paquetes como éste. Sólo Marian Ashcroft se molestaría en envolver un libro de esta manera. —¿Tiene interés en las bibliotecas, Sr. Wate? ¿Conoce a Marian Ashcroft?— Macon apareció junto a mí, tomando el bulto de mi mano y mirándolo con deleite. —Sí, Sr. Macon, la Dra. Ashcroft, ella era la mejor amiga de mi madre. Ellas trabajaban juntas. Los ojos de Macon parpadearon, con un brillo momentáneo, luego nada. Pasó. —Por supuesto. Qué increíblemente estúpido soy. Ethan Wate. Conocí a su madre. Me congelé. ¿Cómo pudo haber Macon Ravenwood conocido a mi madre?— Una expresión extraña cruzó su rostro, como si estuviera recordando algo que había olvidado. —Sólo a través de su trabajo, por supuesto. He leído todo lo que ella ha escrito alguna vez. De hecho, si mira de cerca las notas al pie de Plantaciones & Siembras: Un Jardín Dividido, verá que varias de las fuentes primarias para sus estudios provinieron de mi colección personal. Su madre era brillante, una gran pérdida. Logré una sonrisa. —Gracias. —Estaría honrado de mostrarle mi biblioteca, naturalmente. Sería un gran placer compartir mi colección con el único hijo de Lila Evers.
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Lo miré, sorprendido por el sonido del nombre de mi madre viniendo de la boca de Macon Ravenwood. —Wate. Lila Evers Wate. Él sonrió de una manera más amplia. —Por supuesto. Pero primero lo primero. Creo, por la falta de bochinche de la Cocina, que la cena ha sido servida.— Palmeó mi hombro, y caminamos de regreso dentro del gran salón de baile. Lena nos estaba esperando en la mesa, encendiendo una vela que se había apagado por la brisa de la noche. La mesa estaba cubierta con un elaborado festín, aunque no podía imaginar cómo había llegado allí. No había visto ni una sola persona en la casa, aparte de nosotros tres. Ahora había una casa nueva, un perro—lobo, y todo esto. Y yo había esperado que Macon Ravenwood fuera lo más extraño de la noche. Había suficiente comida como para alimentar al DAR, cada iglesia de la ciudad, y al equipo de baloncesto, combinados. Sólo que no era la clase de comida que alguna vez había sido servida en Gatlin. Había algo que parecía un cerdo entero rostizado, con una manzana pegada a su boca. Un costillar vertical, con pequeños sombreritos de papel en la parte superior de cada costilla, apoyado junto a lo que parecía un mutilado ganso cubierto de castañas. Había cuencos de aderezos y salsas y cremas, bollitos y panes, coliflores y remolachas y comidas que no podía nombrar. Y por supuesto, sándwiches de barbacoa de cerdo, lo que particularmente parecía fuera de lugar entre los otros platos. Miré a Lena, sintiéndome enfermo ante la idea de la cantidad que tendría que comer para ser cortés. —Tío M. Esto es demasiado.— Boo, se enroscó alrededor de las patas de la silla de Lena, golpeando la cola con anticipación. —Tonterías. Esta es una celebración. Has hecho un amigo. La Cocina estará ofendida. Lena me miró con ansiedad, como si temiera que me fuera a levantar a usar el baño y fugarme. Me encogí de hombros, y empecé a llenar mi plato. Quizás Amma me dejaría saltearme el desayuno mañana. Para el momento en que Macon vertía su tercera copa de Escocés, pareció un buen momento para traer a colación el relicario. Ahora que lo pienso, lo había visto llenar su plato con comida, pero no lo había visto comer ni una cosa. Parecía desaparecer en su plato, con sólo el más pequeño mordisco ó dos. Tal vez Boo Radley era el perro más afortunado del pueblo. Doblé mi servilleta. —¿Le importa, Sr., si le pregunto algo? Ya que parece conocer tanto de la historia, y, bien, no puedo en realidad preguntarle a mi madre.
¿Qué haces? Sólo estoy haciendo una pregunta. Él no sabe nada.
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Lena, debemos intentarlo. —Por supuesto.— Macon tomó un sorbo de su copa. Metí la mano en mi bolsillo y saqué el relicario de la bolsa que Amma me había dado, con cuidado de mantenerlo envuelto en el pañuelo. Todas las velas se apagaron. Las luces se atenuaron y luego chisporrotearon hasta apagarse. Hasta la música del piano murió.
Ethan, ¿qué estás haciendo? No hice nada. Escuché la voz de Macon en la oscuridad. —¿Qué es eso en tu mano, hijo? —Es un relicario, Sr. —¿Te importaría mucho volverlo a poner en tu bolsillo?— Su voz era tranquila, pero yo sabía que no lo estaba. Podía decir que le estaba costando mucho esfuerzo el mantener la compostura. Sus modales fluidos se habían ido. Su voz tenía un borde, un sentido de urgencia que estaba tratando muy duro de disfrazar. Metí el medallón de nuevo en la bolsa y lo puse en mi bolsillo. Al otro lado de la mesa, Macon tocaba los candelabros con sus dedos. Una por una, las velas en la mesa se volvieron a encender. El festín entero había desaparecido. A la luz de las velas, Macon lucía siniestro. Él también estaba callado por primera vez desde que lo había conocido, como si estuviera sopesando sus opciones en una escala invisible que de alguna forma sostenía nuestro destino en la balanza. Era hora de irse. Lena estaba en lo cierto, esta era una mala idea. Tal vez había una razón por la que Macon Ravenwood no dejaba nunca su casa. —Lo lamento, Sr. No sabía lo que pasaría. Mi ama de llaves, Amma, actuó como usted, como, si fuera en realidad poderoso cuando se lo mostré a ella. Pero cuando Lena y yo lo encontramos, no ocurrió nada malo.
No le digas nada más. No menciones las visiones. No lo haré. Sólo quería averiguar si estaba en lo cierto acerca de Genevieve. Ella no tenía que preocuparse; no quería decirle nada a Macon Ravenwood. Sólo quería salir de allí. Comencé a pararme. —Creo que debería irme yendo a casa, Sr. Se está haciendo tarde. —¿Le importaría describirme el relicario?— Era más una orden que un pedido. No dije ni una palabra.
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Fue Lena la que finalmente habló. —Es antiguo y maltratado, con un camafeo en el frente. Lo encontramos en Greenbrier. Macon torció su anillo de plata, agitado. —Deberías haberme contado que fuiste a Greenbrier. Esa no es parte de Ravenwood. No puedo mantenerte a salvo allí. —Estaba a salvo allí. Pude sentirlo.— ¿A salvo de qué? Esto era más que un poco sobre protector. —No lo estabas. Está más allá de las fronteras. No puede ser controlado, por nadie. Hay un montón de lo que no sabes. Y él...— Macon hizo un gesto hacia mí desde el otro extremo de la mesa. —Él no sabe nada. No puede protegerte. No deberías haberlo metido en esto. Hablé en voz alta. Tuve que hacerlo. Él estaba hablando de mí como si ni siquiera estuviera allí. —Esto se trata también de mí, Sr. Había iniciales en el reverso del relicario. ECW. ECW era Ethan Carter Wate, mi tátara-tátara-tátara-tátara-tío. Y las otras iniciales son GKD, y estamos bastante seguros que la D significa Duchannes.
Ethan, detente. Pero no pude. —No hay razón para ocultarnos algo a nosotros porque lo que sea que esté ocurriendo, nos está pasando a ambos. Y guste o no, parece estar ocurriendo justo ahora.— Un vaso de gardenias salió volando por la habitación y se estrelló contra una pared. Este era el Macon Ravenwood del que todos habíamos estado contando historias desde que éramos niños. —Usted no tiene idea de lo que está hablando, joven.— Me miraba directo a los ojos, con una oscura intensidad que hacía que se me erizaran los pelos de la nuca. Él estaba teniendo problemas en mantener la compostura ahora. Lo había empujado demasiado lejos. Boo Radley se levantó y paseaba detrás de Macon como si estuviera acechando a una presa, con sus ojos obsesivamente redondos y familiares.
No digas nada más. Los ojos de él se estrecharon. El glamour de la estrella de cine se había ido, reemplazado por algo mucho más oscuro. Quería correr, pero estaba clavado al suelo. Paralizado. Estaba equivocado acerca de la casa solariega Ravenwood, y Macon Ravenwood. Estaba aterrorizado de ambos. Y cuando finalmente habló, fue como si estuviera hablando para sí mismo. —Cinco meses. ¿Sabes lo lejos que iré, para mantenerla a salvo por cinco meses? ¿Lo que me costará? ¿Cómo me drenará, tal vez, me destruirá?— Sin decir una palabra, Lena se movió junto a él, y apoyó su mano sobre su hombro. Y entonces, la tormenta en sus ojos pasó tan rápido como había llegado, y recuperó la compostura.
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—Amma suena como una mujer sabia. Consideraría tomar su consejo. Regresaría ese objeto al lugar donde lo encontraste. Por favor no lo vuelvas a traer dentro de mi hogar.— Macon se puso de pie y tiró la servilleta sobre la mesa. —Creo que nuestra pequeña visita a la biblioteca tendrá que esperar, ¿no lo cree? Lena, ¿puedes ver que tu amigo encuentre su camino a casa? Fue, por supuesto, una velada extraordinaria. En su mayoría iluminadora. Por favor regrese en otra ocasión, Sr. Wate. Y entonces la sala estuvo oscura, y él se había ido. No podía salir de la casa lo suficientemente rápido. Quería escapar del escalofriante tío de Lena y del espectáculo de fenómenos que tenía por casa. ¿Qué diablos acababa de suceder? Lena me llevó corriendo a la puerta, como si temiera lo que podría suceder si no me sacaba de allí. Pero mientras atravesábamos la sala principal, me di cuenta de algo que no había notado antes. El relicario. La mujer con los inolvidables ojos dorados en la pintura al óleo estaba usando el relicario. Agarré el brazo de Lena. Ella lo vio y se congeló.
No estaba allí antes. ¿Qué quieres decir? La pintura ha estado colgada allí desde que era una niña. He caminado junto a ella un millar de veces. Ella nunca llevó un relicario.
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15 de Setiembre UNA BIFURCACIÓN EN EL CAMINO
E
scasamente hablábamos mientras íbamos de camino a mi casa. Yo no sabía
qué decir, y Lena parecía agradecida de que no dijera nada. Ella me dejó manejar, lo cual era bueno porque necesitaba algo para distraerme hasta que mi pulso se calmara. Pasamos por mi calle, pero no me importó. No estaba preparado para llegar a casa. No sabía que estaba pasando con Lena, con su casa, o con su tío, pero ella tenía que decírmelo. —Pasaste tu calle.— Esa fue la primera cosa que había dicho desde que salimos de Ravenwood. —Lo sé.— —Piensas que mi tío está loco, como todos los demás. Sólo dilo. El Viejo Loco Ravenwood.— Su voz era amarga. —Tengo que ir a casa. No dije ni una palabra cuando pasamos por el General Verde, la mancha de hierba descolorida que lo rodeaba era casi la única cosa en Gatlin que jamás aparecía en las guías—el General, una estatua de la Guerra Civil del General Jubal Anderson Early. Permanecía firme en el suelo, como siempre lo había hecho, ahora la estatua estaba en mal estado y me golpeó una mala sensación. Todo había cambiado; todo se mantenía cambiando. Yo era diferente, viendo, sintiendo y haciendo cosas que incluso hace una semana me hubieran parecido imposibles. Se sentía como si el General hubiera cambiado, también.
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Di vuelta en la Calle Dove y llevé el coche fúnebre al lado de la acera, justo debajo del letrero que decía Bienvenidos a Gatlin, el hogar de las más exclusivas e históricas casas de plantación y de la mejor tarta de mantequilla del mundo. No estaba seguro sobre la tarta, pero el resto era verdad. —¿Qué estás haciendo? Apagué el coche. —Tenemos que hablar. —No me parqueo con chicos.— Era una broma, pero podía escucharlo en su voz. Ella estaba petrificada. —Empieza a hablar. —¿Sobre qué? —Estás bromeando, ¿verdad?— Estaba tratando de no gritar. Ella tiró de su collar, girando un pedazo de lata de un refresco. —No sé qué quieres que te diga. —Que tal explicar lo que pasó allá. Ella miró por la ventana, hacia la oscuridad. —Él estaba furioso. Algunas veces pierde el temperamento. —¿Perder el temperamento? ¿Te refieres a lanzar cosas sin tocarlas a través de la habitación y encender velas sin fósforos? —Ethan, lo siento.— Su voz era tranquila. Pero la mía no lo era. Aún más cuando evitaba mis preguntas, me hacía enojar. —No quiero que te disculpes. Quiero que me digas que está pasando. —¿Con qué? —Con tu tío y su extraña casa, que de alguna manera se las arregla para volver a decorar en un par de días. Con la comida que aparece y desaparece. Con toda esa charla acerca de los límites y tu protección. Elije una. Ella sacudió su cabeza. —No puedo hablar de eso. Y tú no lo entenderías, de todos modos. —¿Cómo lo sabes si no me das una oportunidad? —Mi familia es diferente a las otras familias. Créeme, tú no podrías manejarlo. —¿Qué se supone que significa eso?
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—Acéptalo, Ethan. Tú dices que no eres como los demás, pero lo eres. Quieres que yo sea diferente, pero sólo un poco. No realmente diferente. —¿Sabes qué? Estás tan loca como tu tío. —Viniste a mi casa sin ser invitado y ahora estás enojado porque no te gustó lo que viste. No respondí. No podía ver por las ventanas y no podía pensar claramente, tampoco. —Y estás enojado porque tienes miedo. Todos ustedes lo tienen. En el fondo, todos son iguales.— Lena sonaba cansada, como si ya se hubiera dado por vencida. —No.— La miré fijamente. —Tú tienes miedo. Ella se rió con amargura. —Sí, claro. Las cosas que a mí me atemorizan, tú ni siquiera podrías imaginarlas. —Tienes miedo de confiar en mí. Ella no dijo nada. —Tienes miedo de llegar a conocer a alguien lo suficientemente bien como para notar si va o no a la escuela. Ella arrastró su dedo a través de la niebla de su ventana. Hizo una temblorosa línea, como un zigzag. —Tienes miedo de estar por ahí y ver qué sucede. El zigzag se convirtió en lo que parecía un rayo. —Tú no eres de aquí. Tienes razón. Y no eres sólo un poco diferente. Ella seguía mirando por la ventana, a la nada, porque no se podía ver nada allí afuera. Pero yo podía verla a ella. Podía verlo todo. —Eres inconcebiblemente, absolutamente, extremadamente, supremamente, increíblemente diferente.— Toqué su brazo, con solo las yemas de mis dedos y de inmediato sentí la calidez de la electricidad. —Sé que en el fondo, yo también creo que soy diferente. Entonces dime. Por favor. ¿Cuán diferente eres? —No quiero decírtelo. Una lágrima se derramaba por su mejilla. La alcancé con mi dedo y se consumió. — ¿Por qué no? —Porque esta podría ser mi última oportunidad para ser una chica normal, incluso si es en Gatlin. Porque eres mi único amigo aquí. Porque si te lo digo, no me creerás. O
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peor aún, lo harás.— Ella abrió sus ojos y miró fijamente los míos. —De cualquier manera, nunca vas a querer hablar conmigo otra vez. Hubo un golpe en la ventana y los dos dimos un salto. Una linterna brillaba a través del empañado vidrio. Dejé caer mi mano y bajé la ventana, maldiciendo por lo bajo. —¿Los chicos se perdieron en el camino a casa?— Era el Gordito. Estaba sonriendo como si hubiera tropezado con dos donas en el lado de la carretera. —No, señor. Estamos de camino a casa ahora mismo. —Este no es su coche, Sr. Wate. —No, señor. Alumbró con su linterna a Lena, persistentemente durante un tiempo. —Entonces muévanse y vayan a casa. No quieres tener a Amma esperándote. —Sí, señor.— Di vuelta a la llave. Cuando miré el espejo retrovisor, pude ver a su novia, Amanda, en el asiento de su coche de patrulla, riéndose. ********** Cerré la puerta del coche. Pude ver a Lena a través de la ventana del conductor, tan ansiosa en frente de mi casa. —Te veo mañana. —Claro. Pero sabía que no nos veríamos mañana. Sabía que si ella se alejaba de mi calle eso sería todo. Era un camino, justo como la bifurcación en la carretera que conduce a Ravenwood o a Gatlin. Tenía que elegir uno. Si ella no elegía uno, ahora, el coche fúnebre seguiría llevándola al otro lado de la bifurcación, pasando por delante de mí. Justo como había sido la mañana en la que por primera vez lo vi pasar. Si ella no me elegía. No puedes tomar dos caminos. Y una vez que estás en uno, no hay marcha atrás. Oí el motor rugir, seguí caminando hacia mi puerta. El coche fúnebre se alejó. Ella no me eligió. ********** Estaba acostado en mi cama, frente a la ventana. La luz de la luna fluía a través de ella, lo cual era molesto, porqué me mantenía despierto cuando todo lo que quería era que este día terminara. Ethan. La voz era demasiado suave que casi no pude oírla.
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Miré a la ventana. Estaba cerrada, me había asegurado de ello. Ethan, vamos. Cerré mis ojos. El pasador de mi ventana se sacudió ruidosamente. Déjame entrar. Las persianas de madera se abrieron de golpe. Diría que era el viento, pero era obvio que no había ni siquiera una brisa. Salí de la cama y miré hacia fuera. Lena estaba parada en mi jardín en pijama. Los vecinos tendrían un día de campo y Amma tendría un ataque al corazón. —Bajas o voy a subir. Un ataque al corazón y luego una apoplejía. Nos sentamos en el escalón principal. Yo tenía puestos mis jeans, porque no dormía en pijama y si Amma hubiera salido y me encontraba con una chica en mis bóxers, probablemente hubiera sido enterrado en el césped trasero por la mañana. Lena se recostó en un escalón, mirando la blanca y despellejada pintura del porche. — Casi doy la vuelta al final de tu calle, pero estaba demasiado asustada para hacerlo.— En la luz de la luna, podía ver que su pijama era verde y morado con un toque de estilo chino. —Pero entonces en el momento en el que llegué a casa, estaba demasiado asustada para no hacerlo.— Ella estaba picando un poco su esmalte de uñas en sus pies descalzos, así fue como supe que ella tenía algo que decir. —No sé realmente como hacer esto. Nunca lo había dicho antes, así que no sé cómo va a salir todo. Me froté mi despeinado cabello con una mano. —Sea lo que sea, puedes decírmelo. Sé lo que es tener una familia loca. —Crees que conoces la locura. No tienes idea. Ella tomó un profundo respiro. Lo que fuera que estaba a punto de decir, era demasiado duro para ella. Yo podía verla luchando por encontrar las palabras. —Las personas de mi familia y yo, tenemos poderes. Podemos hacer cosas que las personas normales no pueden hacer. Nacimos de esa manera, no podemos evitarlo. Somos lo que somos. Me tomó un segundo entender lo que estaba diciendo, o al menos lo que yo creía que ella estaba diciendo. Magia. ¿Dónde estaba Amma cuando la necesitaba?
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Tenía miedo de preguntar, pero tenía que saber. —¿Y qué, exactamente, son?— Eso sonaba tan loco que casi no pude decir las palabras. —Hechiceros,— dijo en voz baja. —¿Hechiceros? Ella asintió. —¿Como, *Los Lanzadores de Hechizos*?— (*Juego*) Ella asintió de nuevo. La miré fijamente. Tal vez ella estaba loca. —¿Como, brujos? —Ethan. No seas ridículo. Exhalé, momentáneamente aliviado. Por supuesto, era un idiota. ¿Qué estaba pensando? —Esa es una palabra demasiado estúpida, realmente. Es como decir cosas superficiales o tecnicismos. Es sólo un tonto estereotipo. Mi estómago se revolvió. Una parte de mí quería salir corriendo por los escalones, cerrar la puerta y ocultarme en mi cama. Pero otra parte de mí, una parte más grande, quería quedarse. ¿Por qué no había una parte más racional en mí todo el tiempo? Puede que no hubiera sabido lo que era, pero si sabía que había algo en ella, algo más grande que sólo ese raro collar y esos viejos Converse. ¿Qué estaba esperando de alguien que podía traer un aguacero? ¿Que podía hablar conmigo sin siquiera estar en la misma habitación? ¿Que podía controlar la forma en que las nubes flotaban en el cielo? ¿Que podía abrir las persianas de mi habitación desde el jardín? —¿Pueden ser llamados por un mejor nombre? —No hay una palabra que describa a todas las personas de mi familia. ¿Acaso hay una palabra que describa a la tuya? Yo quería romper la tensión, fingir que ella sólo era como cualquier otra chica. Convencerme a mí mismo de que esto podría estar bien. —Sí. Lunáticos.— —Nosotros somos Hechiceros. Esa es la definición más amplia. Todos nosotros tenemos poderes. Tenemos dones, igual a como algunas familias son inteligentes, otras son ricas, o hermosas, o atléticos. Sabía cuál era la siguiente pregunta, pero no quería responderla. Ya sabía que ella podía romper una ventana con sólo pensar en eso. Pero no sabía si estaba listo para averiguar qué más podía destrozar.
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De todos modos, estaba empezando a sentir como si estuviéramos hablando sobre alguna otra loca familia del Sur, como las Hermanas. Los Ravenwood habían existido tanto tiempo como cualquier otra familia en Gatlin. ¿Por qué deberían de ser menos locos? O al menos eso era lo que trataba de decirme a mí mismo. Lena tomó el silencio como una mala señal. —Sabía que no debería haber dicho nada. Te dije que me dejaras sola. Ahora probablemente piensas que soy un fenómeno. —Creo que eres talentosa. —Crees que mi casa es extraña. Tienes que admitir eso. —Es porque re—decoran, mucho.— Estaba tratando de mantenernos unidos. Estaba tratando de que ella sonriera, sabía que le había costado mucho decirme la verdad. Yo no podía escaparme de ella ahora. Me di vuelta y señalé el estudio iluminado encima de los arbustos de azaleas, escondido detrás de esas gruesas persianas de madera. — Mira. ¿Ves esa ventana de allí? Ese es el estudio de mi padre. Él trabaja toda la noche y duerme todo el día. Desde que mi madre murió, él no ha salido de la casa. Ni siquiera me ha mostrado que está escribiendo. —Eso es demasiado romántico,— dijo ella en voz baja. —No, es una locura. Pero nadie habla de eso, porque no hay nadie con quien hablar. Excepto Amma, que esconde encantos mágicos en mi habitación y me grita por llevar joyería antigua a la casa. Me di cuenta de que ella casi estaba sonriendo. —Tal vez eres un fenómeno. —Yo soy un fenómeno, tú eres un fenómeno. Tu casa hace que las habitaciones desaparezcan, mi casa, hace que la gente desaparezca. Tu encerrado tío está loco y mi encerrado padre es un lunático, así que no creo que eso nos haga tan diferentes. Lena sonrió, aliviada. —Estoy tratando de encontrar una manera de ver eso como un cumplido. —Lo es. La miré, estaba sonriendo en la luz de la luna, una sonrisa real. Había algo en la apariencia que tenía en ese momento. Me imaginaba inclinándome un poco más y besándola. Me esforcé por alejarme, subí un escalón más. —¿Estás bien? —Sí, estoy bien. Sólo un poco cansado.— Pero no lo estaba. Nos quedamos así, hablando en las escaleras, por horas. Me recosté en el escalón de arriba y ella se recostó en el de abajo. Miramos el cielo de la oscura noche, y luego el oscuro cielo de la mañana, hasta que pudimos escuchar los pájaros.
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En el momento en que el coche fúnebre finalmente se alejó, el sol comenzaba a elevarse. Vi a Boo Radley andar lentamente a casa después del coche. Al ritmo que iba, llegaría la puesta del sol antes de que el perro llegara a casa. Algunas veces me preguntaba por qué le molestaba. Estúpido perro. Puse mi mano en la manija de metal de mi propia puerta, pero casi no me atrevía a abrirla. Todo estaba al revés y nadie en el interior podía cambiar eso. Mi mente estaba revuelta, todo se agitaba como los huevos de Amma en un gran sartén, esa era la manera en la que mi interior se sentía desde hace días. T.E.M.E.R.O.S.O. Así es como Amma me llamaría. Ocho letras, como otro nombre para un cobarde. Tenía miedo. Le había dicho a Lena que no era gran cosa que ella y su familia – ¿fueran qué? ¿Brujos? ¿Hechiceros? Y no del tipo que mi padre me había enseñado. Sí, no es gran cosa. Yo era un gran mentiroso. Apostaría que incluso ese estúpido perro pudo haberse dado cuenta de eso.
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24 de Setiembre LAS TRES ÚLTIMAS FILAS
¿C
onoces esa expresión, —Me pegó como una tonelada de ladrillos—? Es
verdad. En el momento en que ella le dio la vuelta al coche y terminó en mi puerta con su pijama color púrpura, así es como me sentía por Lena. Yo sabía que iba a venir. Sólo que no sabía que me sentiría así. Desde entonces, había dos lugares en los que quería estar: con Lena, o solo, así que podría tratar de martillear todo fuera de mi mente. No tenía palabras para lo que éramos. Ella no era mi novia; ni siquiera estábamos saliendo. Hasta la semana pasada, ella ni siquiera había admitido que éramos amigos. No tenía ni idea de cómo se sentía ella sobre mí, y no era como si pudiese enviar a Savannah para averiguarlo. No quería arriesgarme a perder lo que teníamos, lo que fuera eso. ¿Entonces, por qué pensaba en ella cada segundo? ¿Por qué estaba tan feliz en el momento en que la veía? Sentía como si tal vez ya supiera la respuesta, pero ¿Cómo podría estar seguro? No lo sabía, y no tenía ninguna forma de averiguarlo. Los chicos no hablábamos sobre cosas como esa. Sólo nos quedábamos bajo la pila de ladrillos.
—Así que, ¿Qué estás escribiendo? Ella cerró el cuaderno argollado que parecía llevar a todas partes. El equipo de baloncesto no tenía práctica los miércoles, así que Lena y yo estábamos sentados en el
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jardín de Greenbrier, el cual, pensaba, era como nuestro lugar especial, aunque eso era algo que nunca admitiría, ni siquiera a ella. Había sido aquí donde encontramos el relicario. Era un lugar en el que podíamos estar juntos sin que todos nos miraran y murmuraran. Se suponía que estábamos estudiando, pero Lena estaba escribiendo en su cuaderno, y yo ya había leído el mismo párrafo sobre la estructura interna de los átomos nueve veces. Nuestros hombros se tocaban, pero mirábamos hacia diferentes direcciones. Yo estaba tumbado en el desaparecido sol; ella se sentó bajo la creciente sombra de un roble cubierto de musgo. —Nada especial. Sólo estoy escribiendo. —Está bien, no tienes que decírmelo.— Intenté no sonar decepcionado. —Es sólo que… es una estupidez. —Entonces, dímelo de todos modos. Por un minuto, no dijo nada, escribiendo en el borde de caucho de su zapato con su bolígrafo negro. —Sólo escribo poemas a veces. He estado haciéndolo desde que era niña. Sé que es extraño. —No creo que sea extraño. Mi madre era escritora. Mi padre es escritor.— Podía sentirla sonriendo, incluso aunque no la mirara. —Está bien, ese es un mal ejemplo, porque mi padre es realmente extraño, pero no puedes culpar de eso a la escritura. Esperé a ver si ella sólo me prestaba el cuaderno y me pedía que lo leyera. No tuve esa suerte. —Tal vez pueda leerlo alguna vez.— —Lo dudo.— Escuché el cuaderno abrirse de nuevo y a su bolígrafo moviéndose a través de las páginas. Miré fijamente mi libro de química, repitiendo la frase que había pasado más de cien veces por mi cabeza. Estábamos solos. El sol se desvanecía; ella estaba escribiendo poesía. Si iba a hacerlo, este era el momento. —Así que, quieres, ya sabes, ¿salir conmigo?— intenté sonar casual. —¿No es eso lo que estamos haciendo? Hundí mis dientes en la punta de una vieja cuchara de plástico que había encontrado en mi mochila, probablemente de una taza de pudín. —Sí. No. Quiero decir, no quieres, no lo sé, ¿Ir a alguna parte? —¿Ahora?— ella tomó un bocado de una barra de granola abierta, y estiró sus piernas de modo que quedaron a mi lado, sosteniéndolas cerca de mí. Sacudí mi cabeza. —No ahora. El viernes, o algo así. Podríamos ver una película.— Metí la cuchara en mi libro de química, cerrándolo. —Eso es asqueroso.— Ella hizo una mueca, y pasó de página. —¿Qué quieres decir?— Pude sentir mi cara ponerse roja.
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Sólo estaba hablando de una película. Tú idiota. Señaló a mi sucia cuchara como separador de libro. —Me refiero a eso. Sonreí, aliviado. —Sí. Es un mal hábito que aprendí de mi madre. —¿Ella tenía algo con los cubiertos? —No, los libros. Ella tendría quizás veinte a la vez, por toda nuestra casa—en la mesa de la cocina, junto a su cama, el baño, nuestro auto, sus bolsos, una pila en el borde de cada escalón. Y usaba cualquier cosa que encontraba como separador. Mi calcetín perdido, un corazón de manzana, sus gafas de leer, otro libro, un tenedor. —¿Una cuchara vieja y sucia? —Exactamente. —Apuesto a que Amma se volvía loca. —Eso la volvía loca. No, espera—ella lo estaba— — inhalé profundo. — A.L.T.E.R.A.D.A. —¿Ocho vertical?— se rió ella. —Probablemente. —Esto era de mi madre.— Ella extendió uno de sus amuletos que pendía de la larga cadena que nunca se quitaba. Era un pequeño pájaro de oro. —Es un cuervo. —¿Por Ravenwood?— (Raven: cuervo) —No. los cuervos son las criaturas más poderosas en el mundo Caster. La leyenda dice que ellos pueden almacenar energía en sí mismos y liberarla en otras formas. A veces son incluso temidos por su poder.— Vi cuando ella soltó el cuervo y este cayó nuevamente en su lugar entre un disco con una extraña escritura en él y una cuenta de vidrio negro. —Tienes muchos amuletos. Se metió un mechón de cabello detrás de la oreja y miró hacia su collar. —No son realmente amuletos, sólo cosas que significan algo para mí.— Sostuvo la anilla de una lata de soda. —Esta es de la primera lata de soda de naranja que he bebido, sentada en el porche de nuestra casa en Savannah. Mi abuela me la compró cuando llegué a casa de la escuela llorando porque nadie puso nada en mi caja de zapatos de San Valentín. —Eso es lindo.
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—Si por lindo quieres decir trágico. —Quiero decir, que la guardaste. —Guardo todo. —¿Qué es esta?— señalé el cordón negro. —Mi tía Twyla me lo dio. Está hecho de esas rocas que están en un área muy remota de Barbados. Ella dijo que me traería suerte. —Es un collar increíble.— Pude ver lo mucho que significaba para ella, por la forma en que sostenía cada cosa en su mano tan cuidadosamente. —Sé que sólo se ve como un puñado de basura. Pero no he vivido en un solo lugar por mucho tiempo. Nunca he tenido la misma casa, o la misma habitación por más de unos pocos años, y a veces siento como si las pequeñas piezas de esta cadena fueran todo lo que tengo. Suspiré y arranqué un puñado de hierba. —Desearía haber vivido en uno de esos lugares. —Pero tú tienes raíces aquí. Un mejor amigo de toda la vida, una casa con una habitación que siempre ha sido tuya. Tú probablemente hasta tienes uno de esos marcos de puerta con tu altura marcada en él.— Lo tenía.
Lo tienes, ¿verdad? La empujé con mi hombro. —Puedo medirte en mi marco si quieres. Puedes ser inmortalizada para siempre en la casa de los Wate.— Ella sonrió en su cuaderno y empujó su hombro contra el mío. Por el rabillo del ojo, pude ver la luz del sol de la tarde golpeando un lado de su cara, una sola página de su cuaderno, el rizado borde de su cabello negro, la punta de sus Converse negras.
Acerca de la película. El viernes está bien. Luego deslizó su barra de granola al medio de su cuaderno, y lo cerró. Las puntas de nuestras raídas zapatillas negras se tocaban. Mientras más pensaba en la noche del viernes, más nervioso me ponía. No era una cita, no oficialmente—lo sabía. Pero eso era parte del problema. Quería que lo fuera. ¿Qué se supone que haces cuando te das cuenta de que puedes tener sentimientos por una chica que apenas admite ser tu amiga? ¿Una chica cuyo tío te sacó a patadas de su casa, y que tampoco es totalmente bienvenida a la tuya? ¿Una chica a la que casi todos los que conoces odian? ¿Una chica que comparte tus sueños, pero tal vez no tus sentimientos?
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No tenía ni idea, por lo que no había hecho nada. Pero eso no me impidió pensar en Lena, y en casi conducir hasta su casa el jueves en la noche—si su casa no estuviera fuera del pueblo, si tuviera mi propio coche. Si su tío no fuera Macon Ravenwood. Fueron esos —si…— los que me impidieron hacer el ridículo. Cada día era como un día en la vida de alguien más. Nunca me pasaba algo a mí, y ahora todo me estaba pasando a mí—y por todo, en realidad quiero decir Lena. Una hora era ambas, rápida y lenta. Me sentía como si estuviera aspirando el aire de un globo gigante, como si mi cerebro no estuviera recibiendo suficiente oxígeno. Las nubes eran más interesantes, el comedor menos repugnante, la música sonaba mejor, los mismos chistes viejos eran más divertidos y Jackson pasó de ser un grupo de edificios industriales color verde grisáceo a un mapa de los momentos y lugares donde podría encontrarme con ella. Me sorprendí a mí mismo sonriendo sin razón, manteniendo mis auriculares puestos y reproduciendo nuestras conversaciones en mi cabeza, sólo para escuchar su voz de nuevo. Había visto este tipo de cosas antes. Sólo que nunca las había sentido.
En la noche del viernes, había estado de un excelente humor todo el día, lo que significaba que lo había hecho peor que todos en clase, y mejor que todos en la práctica. Tenía que poner toda esa energía en alguna parte. Incluso el entrenador se dio cuenta, y me alejó para hablarme. —Sigue así, Wate, y podrías ser tú el único explorador el próximo año— Link me dio un aventón hasta Summerville después de la práctica. Los chicos estaban planeando ver una película, también, lo cual probablemente debería haber considerado dado que el Cineplex sólo tenía una pantalla. Pero era muy tarde para eso, y yo estaba más allá del punto en que me importara. Cuando llegamos al Beater, Lena estaba parada fuera en la oscuridad, en frente del iluminado teatro. Llevaba una camiseta purpura, con un flacucho vestido negro sobre ella que te hacía recordar lo niña que era, y destrozadas botas negras que te hacían olvidarlo. Dentro, aparte de la acostumbrada multitud de estudiantes de la Comunidad Universitaria de Summerville, estaba el equipo de animadoras reunido en la formación, pasando el tiempo en el vestíbulo con los chicos del equipo. Mi humor comenzó a evaporarse. —Hola.
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—Llegas tarde. Tengo las entradas.— Los ojos de Lena estaban ilegibles en la oscuridad. Busqué dentro de ella. Estábamos fuera de un gran comienzo. —¡Wate! ¡Ven aquí!— la voz de Emory resonó sobre la galería, la multitud y la música de los ochenta que sonaba en el vestíbulo. —¿Wate, tienes una cita?— ahora Billy me molestaba. Earl no dijo nada, pero sólo porque Earl difícilmente decía algo. Lena los ignoró. Se frotó la cabeza, caminando delante de mí como si no quisiera mirarme. —Se llama vida.— Les grité sobre la multitud. Escucharía sobre esto el lunes. Alcancé a Lena. —Hey, siento mucho eso. Ella se dio la vuelta para mirarme. —Esto no funcionará si eres el tipo de chico que no quiere ver los avances.
Te esperé. Sonreí. —Avances y créditos, y el chico de palomitas de maíz que baila.— (Es el que aparece al final, final de las películas.) Ella miró más allá de mí, de nuevo a mis amigos, o por lo menos, las personas que históricamente funcionaban de esa manera.
Ignóralos. —¿Con mantequilla o sin mantequilla?— ella estaba molesta. Yo había llegado tarde, y ella había tenido que enfrentarse a la alta sociedad de Jackson por sí sola. Ahora era mi turno. —Mantequilla,— confesé, sabiendo que sería la respuesta equivocada. Lena hizo una mueca. —Pero te cambio la mantequilla por extra de sal.— Dije. Sus ojos miraron más allá de mí, luego de regreso. Podía escuchar la risa de Emily acercándose. No me importó.
Dilo y nos iremos, Lena. —Sin mantequilla, sal, mezcladas con Milk Duds. (Leche achocolatada). Te gustará.— Dijo, sus hombros se relajaron sólo un poco.
Ya me gusta. El equipo y los chicos pasaron junto a nosotros. Emily se ganó un punto al no mirarme, mientras que Savannah caminó lo más lejos de Lena que pudo, como si
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estuviera infectada con algún tipo de virus que se transmitía por el aire. Sólo podía imaginar lo que les dirían a sus madres al llegar a casa. Agarré la mano de Lena. Una corriente recorrió mi cuerpo, pero esta vez, no fue el choque que sentí esa noche bajo la lluvia. Era más como una confusión de los sentidos. Como ser golpeado por una ola en la playa y escalar bajo una tormenta eléctrica en una noche lluviosa, todo al mismo tiempo. Dejé que pasara a través de mí. Savannah se dio cuenta y le dio un codazo a Emily.
No tienes porque hacer esto. Le apreté la mano. ¿Hacer qué? —Hey, niños. ¿Vieron a los chicos?— Link me tocó el hombro, llevaba unas palomitas de maíz tamaño extra gigante y un granizado gigante de color azul. El Cineplex estaba presentando una especie de misterio de asesinato, lo cual le habría gustado a Amma, dada su afición a los misterios y cadáveres. Link fue a sentarse en frente de los chicos, mirando telescópicamente a las chicas universitarias de camino. No porque él no quisiera sentarse con Lena, sino porque asumía que queríamos estar solos. Lo queríamos—al menos, yo lo quería. —¿Dónde te quieres sentar? ¿Cerca, en el medio?— esperé a que decidiera. —Justo aquí.— La seguí hasta el pasillo de la última fila. Besarse, esa era la razón de los chicos de Gatlin para venir al Cineplex, teniendo en cuenta que todas las películas que presentaban ya estaban en DVD. Pero esa era la única razón por la que te sentabas en las tres últimas filas. El Cineplex, la torre de agua, y en el verano, el lago. Aparte de eso, había unos pocos baños y sótanos, pero no muchas opciones. Sabía que no íbamos a besarnos para nada, pero incluso si habíamos venido aquí, no había traído a Lena para eso. Lena no era una de esas chicas que llevabas a las tres últimas filas del Cineplex. Ella era más que eso. Sin embargo, fue su elección, y sabía por qué lo había hecho. No podías estar más lejos de Emily Asher que en las últimas tres filas. Tal vez debería habérselo advertido. Antes de los avances, la gente ya estaba comenzando a hacerlo. Ambos miramos las palomitas de maíz, ya que no había ningún otro lugar seguro para mirar.
¿Por qué no me dijiste nada? No lo sabía. Mentiroso.
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Seré un perfecto caballero. Lo prometo. Empujé todo fuera de mi mente, pensando en nada, el clima, baloncesto, y metí mi mano en el balde de palomitas. Lena metió su mano al mismo tiempo, y nuestras manos se tocaron por un segundo, enviando un escalofrió por mi brazo, caliente y frío, todo mezclado. Tomarlo y girar. Cubrir al tirador. Pasar la línea. Había tantas jugadas en el libro de balonvesto de Jackson. Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba. La película fue terrible. Diez minutos, y ya sabía el final. —Él lo hizo.— Susurré. —¿Qué? —El chico. Él es el asesino. No sé como lo mató, pero él lo hizo.— Esa era la otra razón por la que Link no quería sentarse a mi lado: yo siempre sabía el final desde el principio y no podía guardármelo para mí mismo. Esta era mi versión de hacer el crucigrama. Esta era la razón por la que era tan bueno en los videojuegos, juegos de carnaval, juego de damas con mi padre. Podía entender las cosas, justo desde el primer movimiento. —¿Cómo lo sabes? —Sólo lo sé. ¿Cómo será este final? Sabía a lo que se refería. Pero por primera vez, no sabía la respuesta.
Feliz. Muy, muy feliz. Mentiroso. Ahora pásame el Milk Duds. Ella empujó su mano dentro del bolsillo de mi sudadera, buscándolo. Sólo que estaba en el lado equivocado, y en cambio encontró lo último que esperaba. Allí estaba, la pequeña bolsa, el duro bulto que los dos sabíamos era el relicario. Lena se incorporó de un salto, sacándolo y sosteniéndolo como si fuera un ratón muerto. —¿Por qué continúas llevando esto en tu bolsillo? —Shh—estábamos molestando a las personas a nuestro alrededor, lo cual era chistoso teniendo en cuenta que ellos ni siquiera estaban viendo la película. —No puedo dejarlo en casa. Amma piensa que lo enterré. —Tal vez deberías haberlo hecho. —No importa, la cosa tiene mente propia. Casi nunca funciona. Lo has visto cada vez que lo hecho.
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—¿Puedes callarte?— dijo la pareja frente a nosotros al aire. Lena saltó, dejando caer el medallón. Ambos nos agachamos por él. Vi el pañuelo deslizándose, como si estuviera en cámara lenta. Apenas y pude ver el cuadrado blanco en la oscuridad. La pantalla grande se convirtió en una insignificante chispa de luz, y ya podíamos oler el humo—
Quemar una casa con mujeres en ella. No podía ser verdad. Mamá. Evangeline. La mente de Genevive estaba corriendo. Tal vez no era demasiado tarde. Ella rompió a correr, ignorando las irregulares garras de los arbustos que la instaban a volver y las voces de Ethan e Ivy la llamaban tras ella. Los arbustos se abrieron, y allí estaban dos Federales en frente de lo que quedaba de la casa que el abuelo de Genevive había construido. Dos Federales escondiendo una bandeja de plata en una mochila del gobierno. Genevive era un torrente de tela negra ondulante capturando las ráfagas levantadas por el fuego. —¿Que ray—— —Agárrala, Emmett,— le gritó el primer adolescente al otro. Genevive estaba subiendo las escaleras de dos en dos, ahogándose por el vendaval de humo que salía de la apertura de lo que había sido la puerta principal. Ella estaba fuera de control. Mamá. Evangeline. Sus pulmones estaban en carne viva. Se sintió a si misma caer. ¿Era el humo? ¿Se iba a desmayar? No, era algo más. Una mano en su muñeca, tirando de ella hacia atrás. —¿A dónde crees que vas, niña? —¡Déjeme ir!— gritó, su voz ronca por el humo. Su espalda golpeó las escaleras, una por una mientras él la arrastraba, una mancha de azul marino y oro. Su cabeza golpeó la siguiente. Calor, entonces algo empapó el cuello de su vestido. Mareo y confusión mezclado con desesperación. Un disparo. El sonido fue tan fuerte que la trajo de vuelta, cortando a través de la oscuridad. El agarre en su muñeca se relajó. Ella trató de enfocar su mirada. Otros dos disparos estallaron. Señor, por favor auxilia a Mamá y a Evangeline. Pero al final, fue demasiado pedir, o tal vez había sido la petición equivocada. Porque cuando escuchó el sonido de un tercer cuerpo cayendo, sus ojos se reorientaron lo suficiente para ver la chaqueta gris de lana de Ethan salpicada de sangre. Muerto a tiros por los soldados contra los que él se había negado a seguir luchando. Y el olor de sangre mezclado con pólvora y los limones quemados.
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Los créditos estaban corriendo, y las luces estaban encendidas. Los ojos de Lena estaban todavía cerrados, y ella estaba recostada en su asiento. Su pelo estaba hecho un caos, y ninguno de los dos podía recuperar el aliento. —¿Lena? ¿Estás bien? Abrió los ojos, y subió el apoya brazos entre nosotros. Sin una palabra, descansó su cabeza en mi hombro. Podía sentirla temblando tan fuerte que ni siquiera podía hablar.
Lo sé. También estuve allí. Todavía estábamos sentados así cuando Link y el resto pasaron por allí. Link me guiñó un ojo y me extendió uno de sus puños al pasar, como si fuera a chocarlo con el mío de la forma en que lo hacía cuando yo hacía un tiro difícil en la cancha. Pero él estaba mal, todos ellos lo estaban. Podríamos habernos sentado en la última fila, pero no nos habíamos besado. Podía oler la sangre y los disparos todavía resonaban en mis oídos. Acabábamos de ver morir a un hombre.
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09 de Octubre JORNADAS DE ENCUENTRO
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espués del Cineplex, no pasó mucho tiempo. Se dio a conocer que la
sobrina del viejo hombre de Ravenwood andaba con Ethan Wate. Si yo no fuese el Ethan Wate a quién se le murió la madre este último año, la conversación podría haberse propagado con mayor velocidad, o más crueldad. Incluso los chicos del equipo tenían algo que decir. Sólo les llevó más de lo habitual decirlo, porque no les había dado la oportunidad. Para un tipo que no podría sobrevivir sin tres almuerzos, había estado saltándose la mitad de ellos desde el Cineplex —por lo menos, saltándose los del equipo. Pero sólo no había tantos días en los que podría conseguir un bocadillo en medio de las gradas, y sólo no hubo tantos lugares para esconderse. Porque, en realidad, no se podía ocultar. Jackson High era una versión más pequeña de Gatlin; no tenía a dónde ir. Mi acto de desaparición no había pasado desapercibido por los chicos. Como dije, tenía que aparecer para pasar lista, y si dejas a una chica en el camino de eso, sobre todo una chica que no estaba en la lista aprobada —queriendo decir, aprobada por Savannah y Emily— las cosas se complicaban. Cuando la chica era una Ravenwood, que es lo que Lena siempre sería para ellos, las cosas eran casi imposibles. Tenía que ser un hombre. Ya era hora de ir al comedor. No importaba que incluso no éramos en realidad una pareja. En Jackson, bien podrías haber estacionado detrás de la torre de agua, y estar almorzando juntos. Todo el mundo siempre supone lo peor, más bien, la mayoría. La primera vez que Lena y yo entramos al comedor, juntos, ella casi se da la vuelta y caminó afuera. Tuve que agarrar la correa en su bolso.
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— No seas loca. Es sólo un almuerzo. — Creo que me olvidé algo en mi armario. Ella se dio la vuelta, pero yo me quedé agarrando la correa. — Los amigos almuerzan juntos. — No, no lo hacen. Nosotros no. Quiero decir, no aquí. Agarré dos bandejas de plástico para comida de color naranja. —¿Bandeja? — Empujé la bandeja en frente de ella y metió un triángulo brillante de pizza en él. — Que hacemos ahora. Gallina. — ¿No crees que he intentado esto antes? — No lo has intentado conmigo. Creí que querías que las cosas fueran diferentes de lo que eran en tu vieja escuela. Lena miró a su alrededor dubitativa. Respiró hondo y dejó caer un plato de zanahorias y apio en mi bandeja. — Come esos, y yo me sentaré en cualquier lugar que desees. Miré a la zanahoria, luego al comedor. Los chicos ya estaban colgando en nuestra mesa. — ¿En cualquier lugar? Si esto fuera una película, nos sentaríamos en la mesa con los chicos, y ellos habrían aprendido alguna valiosa lección, como no juzgar a la gente por su aspecto, o que ser diferente estaba bien. Y Lena aprendería que todos los deportistas no eran estúpidos y poco profundos. Siempre parecía funcionar en las películas, pero esta no era una película. Esto era Gatlin, lo que limitó seriamente lo que podría suceder. Link llamó mi atención mientras me di la vuelta hacia la de la mesa, y comenzó a sacudir la cabeza, como en, de ninguna manera, hombre. Lena estaba a pocos pasos detrás de mí. Estaba empezando a ver cómo se iba a jugar, y digamos que nadie iba a aprender alguna lección valiosa. Casi me di la vuelta, cuando Earl me miró. Esa mirada que lo decía todo. Decía que si la trae por aquí, estás hecho. Lena debe haber visto demasiado, porque cuando me volví hacia ella, ella se fue. Ese día, después de la práctica, Earl fue nominado para hablar conmigo, lo cual era bastante divertido, ya que hablar nunca había sido lo suyo. Se sentó en el banco
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enfrente de mi casillero del gimnasio. Me di cuenta de que era un plan porque estaba solo, y Earl Petty casi nunca estaba solo. Él no perdió el tiempo. — No lo hagas, Wate. — No estoy haciendo nada, — dije sin levantar la mirada de mi armario. — Sé genial. Este no eres tú. — ¿Sí? ¿Y si es así?— Me puse mi remera de Transformers. — A los chicos no les gusta. Si recorres ese camino, no hay vuelta atrás. Si Lena no hubiese desaparecido en la cafetería, Earl lo hubiera sabido no me importa lo que ellos piensen. No me había preocupado por un tiempo. Cerré la puerta de mi armario, y me fui antes de que pudiera decirle lo que pensaba de él y de su callejón sin salida de una carretera. Tuve la sensación de que era mi última advertencia. No le echaba la culpa a Earl. Por una vez estaba de acuerdo con él. Los chicos iban por una carretera, y yo iba por otra. ¿Quién podría discutir con eso? Sin embargo, Link se negó a abandonarme. Y me fui a la práctica, la gente ni siquiera me pasó la pelota. Estaba jugando mejor de lo que nunca lo he hecho, no importa lo que ellos dijeran, o más a menudo, no lo dijeron, en el vestuario. Cuando estaba alrededor de los chicos, intenté no dar a entender que mi universo se había dividido por la mitad, que hasta el cielo se veía diferente para mí, que no me importaba si llegamos a la vida real. Lena estaba en el fondo de mi mente, no importa dónde estaba ni con quién estaba. No es que mencioné eso en la práctica, ni hoy, después de la práctica, cuando Link me alcanzó en el Stop & Steal para reabastecerse de combustible de camino a casa. El resto de los muchachos estaban allí, también, y yo estaba tratando de actuar como parte del equipo, por Link. Mi boca estaba llena de rosquillas, que casi me atraganto cuando entré a través de las puertas corredizas. Allí estaba ella. La segunda chica más bonita que jamás haya visto. Era un poco mayor que yo, aunque vagamente familiar, nunca había estado en Jackson cuando yo estaba ahí. Estaba seguro de eso. Era el tipo de chica que un tipo siempre recuerda. Ella era un chorro de música de la que nunca había oído hablar, y descansando al volante de su convertible negro y blanco Mini Cooper, que estaba estacionado al azar a través de dos espacios en el estacionamiento. La chica no parecía darse cuenta de las líneas, o no le importaba. Estaba chupando una piruleta como un cigarrillo, sus labios sensuales rojo se hicieron aún más rojo por el color cereza.
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Ella nos miró, y subió la música. En una fracción de segundo, dos piernas llegaron volando sobre el lado de la puerta, y ella estaba de pie delante de nosotros, todavía chupando el caramelo. — Frank Zappa. Drowning Witch. Un poco antes de su tiempo, muchachos.— Ella se acercó, lentamente, como si nos estuviera dando tiempo para que la observemos, lo que admito, estábamos haciendo. Tenía el pelo rubio largo, con una franja rosa de espesor barrido a un lado de su cara, el viento agitaba el flequillo. Llevaba gafas de sol gigantes negras y una falda plisada corta negra, como una especie de animadora Gótica. Su camiseta blanca era tan delgada, que se podía ver la mitad de una especie de sujetador negro, y la mayoría de todo lo demás. Y había mucho que ver. Botas Negras, un anillo de vientre y un tatuaje. Era negro y tribales y rodeando su ombligo, pero no podía ver desde aquí lo que era, y estaba tratando de no mirar. — ¿Ethan? ¿Ethan Wate? Me detuve en seco. La mitad del equipo de baloncesto chocó contra mí. De ninguna manera. Shawn estaba tan sorprendido como yo cuando mi nombre salió de su boca. Él era la clase de tipo que tenía el juego. — Caliente. Link se quedó mirando, con la boca abierta. — TDB caliente. El mayor elogio que Link podría pagar por una chica, incluso superior a Savannah Nieve caliente. — Parece problema. — Las chicas calientes son un problema. Ese es el asunto entero. Se acercó hasta mí, chupando su paleta. — ¿Cuál de ustedes muchachos suertudos es Ethan Wate?— Link me empujó hacia adelante. — ¡Ethan!— Ella me echó los brazos alrededor del cuello. Sus manos se sentían sorprendentemente frías, como si hubiese estado sosteniendo una bolsa de hielo. Me estremecí y retrocedí. — ¿Te conozco? — Ni un poquito. Soy Ridley, soy la prima de Lena. Pero no te gustaría haberme conocido primero. En la mención de Lena, los chicos me lanzaron algunas miradas curiosas, y de mala gana fueron hacia sus coches. A raíz de mi conversación con Earl, habíamos llegado a un mutuo acuerdo sobre Lena, los chicos de clase sólo habían llegado. Significando, yo
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no lo había traído arriba, y ellos que no sacaban el tema, entre nosotros, de alguna manera, todos acordaron seguir así indefinidamente. No preguntes, no digas. Lo que no iba a ser por mucho más tiempo, sobre todo si los familiares de Lena comenzaban a aparecer en la ciudad. — ¿Prima? ¿Había Lena mencionado una Ridley? — ¿Para las vacaciones? ¿Tía Del? ¿Rhymes con el infierno? ¿Te suena?— Ella tenía razón; Macon lo había mencionado en la cena.
Sonreí, aliviado, excepto mi estómago seguía con un nudo enorme, por lo que no debí sentir ese alivio. — Correcto. Lo siento, se me olvidó. Los primos. — Cariño, estás viendo a la prima. El resto son sólo los hijos que mi madre tuvo tras de mí. — Ridley saltó de nuevo en el Mini Cooper. Cuando dije eso, quiero decir, ella literalmente saltó sobre un lado del vehículo y cayó en el asiento del conductor del Mini. Yo no estaba bromeando acerca de lo de la animadora. La chica tenía unas piernas poderosas. Pude ver a Link sin dejar de mirar cómo se puso de pie junto a la Beater. Ridley dio unas palmaditas en el asiento junto a ella. — Súbete, novio, vamos a llegar tarde. — Yo no soy... quiero decir, no estamos—— — Realmente eres lindo. Ahora entra. No querrás que llegamos tarde, ¿verdad?— — ¿Tarde para qué?— — Cena familiar. Las Altas Fiestas. The Gathering. ¿Por qué crees que me enviaron todos hasta aquí en Gat—estiércol para encontrarte?— — No lo sé. Lena nunca me invitó. — Bueno, digamos que no hay manera de que la tía Del no compruebe al primer tipo al que Lena trajo a casa. Así que has sido convocado, y como Lena está ocupada con la cena y Macon todavía está, ya sabes, — durmiendo— , me tocó la paja más corta. — Ella no llevo a su casa. Pase una noche para dejar su tarea. Ridley abrió la puerta desde el interior. — Entra, Short Straw.
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— Lena me hubiese llamado si hubiese querido que fuera. — De algún modo sabía que iba a entrar como yo estaba diciendo. Dudé. — ¿Siempre eres así? ¿O estas coqueteando conmigo? Porque si estás jugando duro para conseguirme, me lo dices ahora y vamos a aparcar en el pantano y entra ya. Me metí en el coche. — Bien. Vamos. Ella se acercó y me apartó el pelo de los ojos con su mano fría. — Tienes unos lindos ojos, Novio. No deberías tenerlos todos cubiertos.
En el momento en que llegamos a Ravenwood, no sabía lo que había sucedido. Ella siguió tocando música de la que nunca había escuchado hablar, comencé a hablar, y seguí hablando, hasta que le dije cosas que nunca le había contado a nadie, a excepción de Lena. Realmente no puedo explicarlo. Era como si hubiera perdido el control de mi boca. Le conté sobre mi madre, acerca de cómo murió, aunque casi nunca hablara de eso con nadie. Le hablé de Amma, acerca de cómo lee las cartas, sobre cómo ella era como mi madre ahora que no tenía una, salvo por los encantos, muñecas y su naturaleza en general desagradable. Le hablé de Link, de su madre, sobre cómo había cambiado últimamente que se pasaba todo el tiempo tratando de convencer a todos de que Lena estaba tan loca como Macon Ravenwood, y era un peligro para todos los estudiantes en Jackson. Le conté sobre mi padre, sobre que estaba encerrado en su estudio, con sus libros y algún cuadro secreto que nunca me permitió ver, cómo sentía que tenía que hacer lo que fuera necesario para protegerlo, aunque era algo que ya había ocurrido. Le hablé de Lena, de cómo nos conocimos en la lluvia, la forma en que parecía que nos conocíamos el uno al otro incluso antes de habernos conocido, y sobre la desordenada escena con la ventana. Casi se sentía como si estuviera chupando todo eso de mí, como chupaba la piruleta roja, la que mantenía lamiendo mientras conducía. Me tomó toda la fuerza que tenía no decirle sobre el medallón, y los sueños. Tal vez el hecho de que ella era la prima hermana de Lena acababa de hacer todo un poco más fácil entre nosotros. Tal vez fuera otra cosa. Justo cuando estaba empezando a preguntarse, llegamos a Ravenwood Manor, y apagó la radio. El sol se había puesto, la paleta se había ido, y finalmente me había callado. ¿Cuando había pasado eso?
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Ridley se inclinó hacia mí, muy cerca. Podía ver mi cara reflejada en sus gafas de sol. Respiré su olor. Olía dulce y a un tipo de humedad, nada como Lena, pero todavía familiar de alguna manera. — No necesitas preocuparte, Short Straw. — Sí, ¿por qué no? — Son un verdadero asunto. — Ella me sonrió, y sus ojos brillaban detrás de los lentes, podía ver un destello de oro, como el oro de los peces que nadan en un estanque oscuro. Eran hipnóticos, incluso a través de sus sombras. Tal vez por eso se les ponía. Luego, los lentes se oscurecieron, y desordenó mi pelo. — Lástima que probablemente nunca volveré a verte de nuevo una vez que cumplan los resto de nosotros. Nuestra familia es un poco rara. — Ella salió del coche, y yo la seguí. — ¿Más rara que tú? — Infinitamente. Genial… Ella puso su mano fría sobre mi brazo, una vez más, cuando llegamos a la parte final de la casa. — Y, Novio. Cuando Lena termine la relación, lo cual hará en unos cinco meses, dame una llamada. Sabrás cómo encontrarme. — Ella enlazó su brazo con el mío, de repente extrañamente formal. — ¿Puedo? Me hizo un gesto con la mano libre. — Claro, después de ti. A medida que subía las escaleras, que gemían bajo el peso combinado. Conduje a Ridley hasta la puerta de entrada, todavía no del todo seguro de si las escaleras iban a soportarnos o no. Llamé, pero no hubo respuesta. Me estiré y sentí la luna. La puerta se abrió, lentamente. Ridley parecía tentativa. Y al cruzar el umbral, casi pude sentir la casa, como si el clima en el interior hubiese cambiado, casi imperceptiblemente. — Hola, mamá. Una mujer redonda, animada a sentar las calabazas y las hojas de oro a lo largo de la repisa de la chimenea, sorprendida, dejó caer una calabaza pequeña y blanca. El artefacto explotó en el suelo. Ella se agarró a la repisa de la chimenea para no caerse. Parecía extraña, como si llevase un vestido de hace un centenar de años atrás. — ¡Julia! — Dijo Ridley. — ¿Qué estás haciendo acá? Debo estar confundida. Pensé, pensé...
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Sabía que algo andaba mal. Esto no parecía como un saludo madre—hija. — ¿Jules? ¿Eres tú? — Una versión menor de Ridley, tal vez diez, vino caminando al hall de la entrada con Boo Radley, que ahora estaba vestido con una capa azul brillante sobre su espalda. Disfrazar el lobo de la familia, como si nada estuviera pasando. Todo sobre la chica era como la luz; Tenía el pelo rubio y ojos azules, radiante, como si hubieran pequeños puntos de el cielo en una tarde soleada en ellos. La muchacha sonrió, y luego frunció el ceño. — Ellos dijeron que te fuiste. Boo comenzó a gruñir. Ridley abrió los brazos, esperando que la niña a corriera a ellos, pero la chica no se movió. Así que Ridley se sujetó las manos y se enderezó. Una piruleta roja apareció en la primera y, para no ser menos, un pequeño ratón gris con una capa de color azul brillante que hacía juego con la de Boo, olió el aire de la otra mano, como un truco barato de carnaval. La niña dio un paso adelante, tentativamente, como si su hermana tuviese el poder para tirarla a través de la habitación, sin siquiera un toque, como la luna y las mareas. Lo había sentido por mí mismo. Cuando Ridley habló, su voz era gruesa y áspera como la miel. — Vamos, Ryan. Mamá estaba tirando de tu cola para ver si chillabas. No he ido a ninguna parte. No realmente. ¿Podría tu hermana mayor favorita dejarte alguna vez? Ryan sonrió y corrió hacia Ridley, saltando hacia arriba, como si estuviera a punto de saltar a sus brazos abiertos. Boo ladró. Por un momento, Ryan se quedó suspendida en el aire, como uno de los personajes de dibujos animados que, accidentalmente, saltan a un acantilado y están allí unos pocos segundos, antes de caer. Entonces, ella se cayó, golpeando el suelo bruscamente, como si se hubiera golpeado con un muro invisible. Las luces del interior de la vivienda crecieron más brillantes, a la vez, como si la casa fuese un escenario, y la iluminación estuviese cambiando para indicar el final de un acto. A la luz, las características de Ridley eran sombras duras. La luz de las cosas cambió. Ridley levantó una mano a los ojos, llamando a la casa. — Oh Por favor, tío Macon. ¿Es realmente necesario? Boo dio un salto hacia adelante, poniéndose entre Ryan y Ridley. Gruñiendo, el perro presionando más y más cerca, el pelo de su espalda en su posición final, que le hacía, incluso más como un lobo. Al parecer los encantos de Ridley se perdieron en Boo. Ridley enrolló el brazo hacia atrás a través del mío con fuerza, y riendo, gruñendo, o algo así. El sonido no era amistoso. Traté de mantener la calma, pero mi garganta se sentía como si estuviera rellena con calcetines mojados. Con una mano en mi brazo, ella levantó la otra sobre su cabeza y tiró hacia el techo.
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— Bueno, si vas a ser grosero. — Cada luz en la casa se quedó a oscuras. La casa entera parecía en cortocircuito. La voz de Macon con calma bajaba desde la parte superior de las oscuras sombras. — Ridley, mi querida, Qué sorpresa. No te estábamos esperando. ¿No la esperaban a ella? ¿Qué estaba diciendo? — No me perdería el Encuentro por nada en el mundo, y mira, he traído a un invitado. O, supongo que se podría decir que soy su huésped. Macon caminaba por la escalera, sin apartar los ojos de Ridley. Yo estaba viendo dos círculos de leones entre sí, y estaba parado en el medio. Ridley había jugado conmigo, y yo había caído, como un tonto, como el chupetín rojo que estaba chupando en este momento. — No creo que esa es la mejor idea. Estoy seguro que está siendo esperado en otro lugar. Tiró la paleta de la boca con un estallido. — Como dije, no me lo perdería por nada el mundo. Además, no querrás que lleve a Ethan todo el camino a casa. ¿Lo que nunca íbamos a hablar? Me gustaría sugerir que nos vayamos, pero no podía pronunciar las palabras. Todo el mundo se quedó ahí en la sala principal, mirándose el uno al otro. Ridley se apoyó en uno de los pilares. Macon rompió el silencio. — ¿Por qué no le muestran a Ethan el comedor? Estoy seguro de que recuerdas dónde está. — Pero Macon…— La mujer que supuse que era la tía Del miró con pánico, y otra vez, confusa, como si ella no supiera muy bien lo que estaba pasando. — Está bien, Delphine. — Pude ver en la cara de Macon que estaba trabajando cosas, saltando paso a paso, por delante del lugar en que todos estábamos. Sin saber en lo que había tropezado, en realidad era reconfortante saber que estaba allí. El último lugar al que quería ir era el comedor. Yo quería salir de ahí, pero no podía hacer que pasara. Ridley no soltaba mi brazo, y mientras ella me estaba tocando, me sentía como si estuviera en piloto automático. Ella me llevó al comedor formal en el que había ofendido a Macon la primera vez. Miré a Ridley, aferrada a mi brazo. Esta ofensa era mucho peor. La habitación estaba iluminada por cientos de pequeñas velas negras, y filamentos de vidrio negro colgados de la araña. Había una enorme corona de flores, toda de plumas
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negras, en la puerta de la cocina. La mesa estaba puesta con plata y placas de perlas blancas, que realmente estaban hechas de perlas, por lo que sabía. La puerta de la cocina se abrió. Lena estaba pasando por la puerta, llevando una bandeja de plata enorme, con una montaña de frutos de aspecto exótico que definitivamente no eran de Carolina del Sur. Ella llevaba una chaqueta negra larga, ceñida en la cintura. Parecía extrañamente intemporal, como nada de lo que había visto en este país, o incluso en este siglo, pero cuando miré hacia abajo, Me di cuenta de que llevaba sus Converse. Se veía más bella aún que cuando tuve que venir a cenar... ¿cuándo? ¿Hace unas semanas? Mi mente se sintió nublada, como si estuviera medio dormido. Tomé una respiración profunda, pero todo lo que podía oler era a Ridley, un olor a almizcle mezclado con algo demasiado dulce, como el jarabe de burbujas en la estufa. Era fuerte y sofocante. — Estamos casi listos. Sólo unos pocos más…— Lena se congeló, la puerta siguió su medio apogeo. Ella parecía que había visto un fantasma, o algo mucho peor. No estaba seguro de si era sólo la visión de Ridley, o los dos de pie, brazo a brazo. — Bueno, hola, Cuz. Tanto tiempo sin verte. — Ridley avanzó unos pasos, me arrastraba junto a ella. — ¿No vas a darme un beso? La bandeja que Lena llevaba se estrelló contra el piso. — ¿Qué estás haciendo aquí?— la voz de Lena era apenas un susurro. — Por qué, vine a ver a mi prima favorita, por supuesto, y traje una cita. — Yo no soy tu cita— , dije sin convicción, apenas me asfixia con las palabras, aún pegado a su brazo. Sacó un cigarrillo de un paquete escondido en su bota y lo encendió, todo con su mano libre. — Ridley, por favor no fumes en la casa— , dijo Macon, y el cigarrillo de inmediato estaba fuera. Ridley se rió y lo arrojó en un tazón de algo que parecía puré de las patatas, pero probablemente no lo era. — Tío Macon. Siempre fuiste tan riguroso con las normas de la casa. — Las normas se establecieron hace mucho tiempo, Ridley. No hay nada que tú o yo pudiéramos hacer para cambiarlo ahora. Se miraron uno al otro. Macon hizo un gesto y una silla se retiró de la mesa. — ¿Por qué mejor no tomamos asiento? Lena, ¿puedes dejar saber en la Cocina que habrá dos más para la cena? Lena se quedó allí, hirviendo.
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— Ella no puede quedarse. — Está bien. Nada puede dañarte aquí— , le aseguró Macon. Sin embargo, Lena no parecía asustada. Ella parecía furiosa. Ridley sonrió. — ¿Estás seguro de eso? — La cena está lista, y sabes cómo se siente la Cocina cuando sirve comida fría. — Macon entró en el comedor. Todo el mundo se presentó detrás de él, a pesar de que apenas había habla lo suficientemente alta como para que los cuatro de nosotros en la sala pudiéramos escucharlo. Boo abrió el camino, seguida por Ryan. La tía Del seguía, del brazo de un hombre de pelo gris de la edad de mi padre. Estaba vestido como salido de uno de los libros del estudio de mi madre, con botas hasta la rodilla, una camisa con volantes, y una capa de ópera rara. Los dos parecían una exposición de un museo Smithsonian. Una chica mayor entró en la habitación. Se parecía mucho a Ridley, salvo que tenía más prendas de vestir y no parecía tan peligrosa. Tenía el pelo largo y rubio y liso con una versión más ordenada del entrecortado flequillo de Ridley. Parecía el tipo de chica que ves llevar una pila de libros de fantasía en un viejo campus de la universidad en el Norte como Yale o Harvard. La chica con los ojos fijos en Ridley, como si pudiese ver los ojos de Ridley a través de los lentes oscuros que todavía llevaba. — Ethan, me gustaría presentarte a mi hermana mayor, Annabel. Oh, lo siento, me refiero a Reece. ¿Quién no conoce el nombre de su propia hermana? Reece sonrió y habló lentamente, como si ella estuviese eligiendo cuidadosamente sus palabras. — ¿Qué haces aquí, Ridley? Pensé que tenías otro compromiso esta noche. — Los planes cambiaron. — Lo mismo ocurre con las familias. Reece extendió la mano y la agitó delante de la cara de Ridley, sólo un simple florecer, como un mago agitando la mano sobre un sombrero de copa. Me dio un respingo, y no sé lo que estaba pensando, pero por un segundo pensé que podía desaparecer a Ridley. O más de preferencia, que podría. Pero ella no desapareció, y esta vez, fue Ridley, que se estremeció y apartó la vista, como si fuera físicamente doloroso buscar los ojos de Reece. Reece miró a la cara a Ridley, como si se tratara de un espejo. — Interesante. ¿Por qué es, Rid, cuando miro en tus ojos todo lo que puedo ver es a ella? Ustedes dos son tan gruesas como los ladrones, ¿no?
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— Estás balbuceando de nuevo, hermana. Reece cerró los ojos, para concentrarse. Ridley se agitó como una mariposa clavada. Reece ondeaba la mano de nuevo, y por un momento, la cara de Ridley se disolvió en la imagen turbia de otra mujer. El rostro de la mujer era algo familiar, sólo que no pude recordar por qué. Macon dejó caer la mano pesadamente sobre el hombro de Ridley. Fue la única vez que vi a alguien tocarla, excepto yo. Ridley hizo una mueca, y yo podía sentir una punzada de dolor súbito, de su mano, por mi brazo. Macon Ravenwood claramente no era un hombre a tener a la ligera. — Ahora. Nos guste o no, el Encuentro ha comenzado. No voy a arruinarle Las Altas fiestas a nadie, no bajo mi techo. Ridley ha sido, como ella tan amablemente aclaró, invitada a unirse a nosotros. No se necesita nada más que decir. Por favor, todos tomen un asiento.— Lena se sentó, con los ojos fijos en nosotros dos. Tía Del parecía aún más preocupada que cuando llegamos por primera vez. El hombre de la ópera con capa le dio unas palmaditas en la mano para tranquilizarla. Un tipo alto como de mi edad en jeans negro, una remera negra desteñida, y botas desgastadas, vagaba, pareciendo aburrido. Ridley manejaba las presentaciones. — Ya has conocido a mi madre. Y éste es mi padre, Barclay, Kent, y mi hermano, Larkin. — Es un placer conocerte, Ethan. — Barclay dio un paso adelante como si fuera a darme la mano, pero cuando se dio cuenta de la mano de Ridley en mi brazo, dio un paso atrás. Larkin, puso su brazo alrededor de mi el hombro, sólo cuando miré por encima de su brazo se había convertido en una serpiente, con un parpadeo de su lengua dentro y fuera de su boca. — ¡Larkin! — Barclay silbó. La serpiente se convirtió en el brazo de Larkin de nuevo en un instante. — Jesús. Sólo estaba tratando de levantar el estado de ánimo de por acá. Todos sois como un puñado de quejicas. Los ojos de Larkin parpadearon amarillos, entrecerrados. Ojos de serpiente. — Larkin, dije que eso era suficiente. — Su padre le dio la clase de mirar que sólo un padre puede dar a un hijo que siempre lo está decepcionando. Los ojos de Larkin volvieron a cambiar a verde. Macon, tomó asiento a la cabeza de la mesa.
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— ¿Por qué no nos sentamos todos? La Cocina tiene una de las mejores comidas de fiestas preparadas. Lena y yo hemos sido objeto del ruido por días. — Todo el mundo se sentó a la enorme mesa rectangular. Era de madera oscura, casi negra, y tenía diseños intrincados, como de vides, talladas en las patas. Grandes velas negras ardían en el centro de la mesa. — Siéntate aquí por mí, Short Straw. Ridley me llevó a una silla vacía, frente a la explotación de la fuente de plata que había traído Lena, como si tuviera elección. Traté de hacer contacto visual con Lena, pero sus ojos estaban fijos en Ridley. Y eran feroces. Tenía la esperanza de que Ridley fuera a la única a la cual dirigiese su ira. La mesa estaba llena de alimentos, incluso más que la última vez que estuve ahí, cada vez que miraba a la mesa había más. Un asado en corona, filete atado con romero, y más platos exóticos que nunca había visto antes. Un pájaro grande relleno y las peras, en reposo en plumas de pavo reales que se disponían a parecerse como la cola abierta de un pájaro vivo. Tenía la esperanza de que no fuera un pavo real, pero teniendo en cuenta las plumas de la cola, estaba bastante seguro de que era. Y espumosos dulces, creo que, de forma exactamente igual que los caballitos de mar reales. Pero nadie estaba comiendo, nadie, salvo Ridley. Ella parecía estar disfrutando por sí misma. — Sólo amo los caballos de azúcar. — Se metió dos de los pequeños caballitos de mar oro en la boca. Tía Del tosió un par de veces, vertiendo en un vaso un líquido negro, con la consistencia de vino, de la jarra sobre la mesa. Ridley miró a Lena a través de la mesa. — Así que, ¿Cuz, grandes planes para tu cumpleaños?— Ridley introdujo los dedos en una salsa de color marrón oscuro de la salsera junto al pájaro que yo esperaba que no fuese un pavo real, y se lamió los dedos, sugerentemente. — No estamos debatiendo esta noche la celebración del cumpleaños de Lena,— Macon, advirtió. Ridley estaba disfrutando de la tensión. Se metió otro caballito de mar en la boca. — ¿Por qué no? Los ojos de Lena eran salvajes. — No necesitas preocuparte por mi cumpleaños. No serás invitada.
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— Ciertamente debería. La preocupación, quiero decir. Es un cumpleaños tan importante, después de todo. — Ridley se rió. El cabello de Lena comenzó a enrollarse y desenrollarse como si hubiera un viento en la habitación. No lo había. — Ridley, dije que es suficiente. — Macon estaba perdiendo la paciencia. Reconocí su voz como la misma que había tenido después de que tomó el relicario de mi bolsillo, durante mi primera visita. — ¿Por qué estás de su lado, el tío M? Pasé tanto tiempo contigo como Lena lo hizo, creciendo. ¿Cómo se ha convertido de repente en tu favorita?— Por un momento, casi me parecía herida. — Sabes que no tiene nada que ver con favoritos. Has sido reivindicada. Está fuera de mis manos. ¿Reivindicada? ¿Por qué? ¿Qué estaban diciendo? La neblina asfixiante a mí alrededor era cada vez más gruesa. No podía estar seguro de que estaba escuchando todo correctamente. — Pero tú y yo somos los mismos. — Estaba rogando a Macon, como un niño malcriado. El cuadro comenzó a temblar de manera casi imperceptible, el líquido negro de las copas de vino con suavidad chapoteaban de lado a lado. Entonces escuché un ritmo tocando el techo. Lluvia. Lena se estaba agarrando del borde de la mesa, con los nudillos blancos. — No sois los mismos— , dijo entre dientes. Sentí endurecer el cuerpo de Ridley contra mi brazo, que todavía estaba envuelto como una serpiente. — Crees que eres mucho mejor que yo, Lena... ¿verdad? Ni siquiera sé tu nombre real. No se dan cuenta de que esta relación de ustedes está condenada. Espera hasta que estés reivindicada y descubras cómo funcionan realmente las cosas. — Se rió, un tipo de siniestro y doloroso sonido. — No tienes idea de si somos los mismos o no. En pocos meses, podrías terminar exactamente como yo. Lena me miró, entró en pánico. El cuadro empezó a temblar más fuerte, golpeando contra las placas la madera. Hubo un crujido de fuera por los rayos y la lluvia comenzó a caer por las ventanas, como las lágrimas. — ¡Cállate! — Dile, Lena. ¿No crees que a Short Straw aquí merece saber todo? ¿Eso de que no tienes idea si estás en la Luz o la Oscuridad? ¿Qué no tienes elección? Lena se puso de pie, golpeando la silla detrás de ella.
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— ¡Dije, cállate! Ridley estaba relajada de nuevo, disfrutando de ella misma. — Dile en la forma en que vivimos juntas, en el mismo cuarto, como hermanas, que yo era exactamente igual que tu hace un año y ahora... Macon estaba a la cabeza de la mesa, agarrándose con las dos manos. Su rostro pálido parecía aún más blanco que de costumbre. — ¡Ridley, es suficiente! Voy a echarte de esta casa si dices una palabra más. — No puedes expulsarme tío. No eres lo suficientemente fuerte como para eso. — No sobrestimes tus habilidades. Ningún expulsado oscuro en la Tierra es lo suficientemente potente como para entrar en Ravenwood por su cuenta. Estoy ligado al lugar. Todos lo estamos. ¿Expulsado oscuro? Eso no suena bien. — Ah, el tío Macon. Te olvidas de la famosa hospitalidad sureña. No irrumpí. Fui invitada, del brazo de la persona más hermosa de Gat—estiércol. — Ridley se volvió hacia mí y sonreía, tirando de ella tonos en sus ojos. Estaban sólo mal, resplandecientes de oro, como si estuviesen en llamas. Eran de la forma de un gato, con aberturas negras en el centro. Una luz brillaba en sus ojos, y en esa luz, todo cambió. Ella me miró, con esa sonrisa siniestra, y su rostro se retorcía en la oscuridad y las sombras. Las características que habían sido tan femeninas y atractivas ahora eran fuertes y duras, transformándose ante mis ojos. Su piel parecía estar bajando alrededor de sus huesos, acentuando cada vena hasta que casi podía ver el bombeo de la sangre a través de ellas. Ella parecía un monstruo. Había traído un monstruo a la casa, a la casa de Lena. Casi de inmediato, la casa empezó a temblar violentamente. Las arañas de cristal se balanceaban, las luces parpadeaban. Las contraventanas de la planta se abrieron de golpe y se cerraron de nuevo y de nuevo la lluvia maltrataba el techo. El sonido era tan fuerte, que era casi imposible escuchar otra cosa, como la noche en que estuve a punto de golpear a Lena cuando ella estaba de pie en la carretera. Ridley apretó la empuñadura de hielo frío en mi brazo. Traté de agitarla, pero podía apenas moverme. El frío se estaba extendiendo, y mi brazo entero comenzaba a sentirse entumecido. Lena miró hacia arriba de la mesa, con horror. — ¡Ethan!
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La tía Del pateó el suelo de la habitación. El suelo parecía rodar por debajo de sus pies. El frío se había extendido por todo mi cuerpo. Mi garganta estaba congelada. Mis piernas paralizadas, no podía moverme. Yo no podía alejarme del brazo de Ridley, y no podía decir a nadie lo que estaba sucediendo. En unos minutos más, no sería capaz de respirar. La voz de mujer volaba a través de la mesa. Tía Del. — Ridley. Te dije que te mantengas alejada, del chico. No hay nada que podamos hacer por ti ahora. Lo siento mucho. La voz de Macon era dura. — Ridley, un año puede marcar la diferencia en el mundo. Estás reivindicada ahora. Has encontrado tu lugar en el Orden de las Cosas. No perteneces más acá. Tienes que irte. Un segundo después, él estaba de pie delante de ella. O eso, o yo estaba perdiendo la pista de lo que estaba sucediendo. Las voces y rostros estaban empezando a dar vueltas alrededor de mí. Apenas podía recuperar el aliento. Estaba tan frío, mi mandíbula congelada ni siquiera podía moverse lo suficiente como para hablar. — ¡Vamos!— , Gritó. — ¡ N o! — ¡Ridley! ¡Pórtate bien! Debes salir de este lugar. Ravenwood no es un lugar de magia negra. Este es un lugar confinado, un lugar de luz. No puedes sobrevivir aquí, no por mucho tiempo. La voz de Tía Del era firme. Ridley respondió con un gruñido. — Yo no me voy, madre, y no podes obligarme. La voz de Macon interrumpió su berrinche. — Sabes que no es verdad. — Soy más fuerte ahora, tío Macon. No puedes controlarme. — Es verdad, tu fuerza está creciendo, pero no estás lista para mí, y haré lo que sea necesario para proteger a Lena. Incluso si eso significa hacerte daño, o peor. El peso de su amenaza fue demasiado para Ridley. — ¿Me harías eso a mí? Ravenwood es un lugar oscuro de poder. Siempre lo ha sido, desde Abraham. Fue uno de los nuestros. Ravenwood debe ser nuestra. ¿Por qué la vinculaste a la luz?
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— Ravenwood es el hogar de Lena ahora. — Me pertenece a mí, tío M. Con ella. Ridley se puso de pie, arrastrándome. Los tres estaban de pie ahora Lena, Macon, y Ridley, los tres puntos de un triángulo realmente aterrador. — No tengo miedo de tu tipo. — Puede ser, pero no tienes poder acá. No contra todos nosotros, y una Natural. Ridley cacareó. — Lena, ¿una natural? Esa es la cosa más divertida que has dicho en toda la noche. He visto lo que un natural puede hacer. Lena nunca podría ser uno. — Un Catalizador y un Natural no son lo mismo. — No lo son, ¿sin embargo? Un Catalizador es un Natural que se fue a lo Oscuro, dos caras de una misma moneda. ¿Qué estaban diciendo? Yo estaba en mi cabeza. Y luego sentí mi cuerpo aprovecharse, y sabía que iba a desmayarme —que probablemente iba a morir. Era como si toda la vida me hubiese sido succionada, con el calor de mi sangre. Oí el sonido de un trueno. Uno—, entonces los rayos y la caída de la rama de un árbol en las afueras de la ventana. La tormenta estaba aquí. Justo sobre nosotros. — Estás equivocado, tío M. No vale la pena proteger a Lena, y ciertamente no es una Natural. No sabrás su destino hasta el día de su cumpleaños. ¿Crees que sólo porque ella es dulce e inocente ahora, ella será reclamada por la Luz? Eso no significa nada. ¿No era yo lo mismo años atrás? Y por lo que a Short Straw acá me ha estado diciendo, ella está más cerca de ir al Oscuro que a la Luz. ¿Las tormentas eléctricas? ¿Aterrorizando a la escuela secundaria? El viento se hizo más fuerte, y Lena se estaba poniendo más enojada. Pude ver la ira en sus ojos. Un ventana rota, al igual que en la clase de Inglés. Yo sabía a dónde iba esto. — ¡Cállate! ¡Tú no sabes de lo que estás hablando!— La lluvia comenzó a entrar en el comedor, seguido por el viento, enviando los vasos y los platos estrellarse contra el suelo, el líquido negro tiño el piso en rachas largas. Nadie se movió. Ridley se dio vuelta a Macon. — Siempre le has dado demasiado crédito. Ella no es nada.
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Yo quería liberarme de Ridley, agarrarla y arrastrarla fuera de la casa por mí mismo, pero no podía moverme. Una segunda ventana rota, luego otra y otra. El vidrio se rompía en todas partes. China, copas de vino, el vidrio en cada cuadro. Los muebles se golpeaban contra las paredes. Y el viento, que era como un tornado que había aspirado la habitación con nosotros. El sonido era tan fuerte, que no pude escuchar nada más. El mantel salió de la mesa, con todas las velas, platos, y las bandejas en ella, tirando todo contra la pared. El cuarto estaba dando vueltas, creo. Todo estaba siendo arrastrado hacia el hall de la entrada, hacia la puerta de entrada. Boo Radley gritó, un grito horriblemente humano. El agarre de Ridley parecía estar flojo alrededor de mi brazo. Parpadeé duro, tratando de no perder el conocimiento. Y ahí, de pie en medio de todo, estaba Lena. Estaba inmóvil, con su pelo azotando con el viento a su alrededor. ¿Qué estaba pasando? Sentía mis piernas débiles. Así como perdí el conocimiento, sentí que el viento, un aumento de poder literalmente me arrancaba el brazo de la mano de Ridley, como si fuera succionado fuera de la habitación, hacia la puerta principal. Me desplomé en el suelo, mientras escuchaba la voz de Lena, o pensaba que lo hacía. — Aléjate un infierno de mi novio, bruja. Novio. ¿Era eso lo que era? Traté de sonreír. En su lugar, me desmayé.
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09 de Octubre UNA GRIETA EN EL YESO
C
uando desperté, no sabía dónde estaba. Traté de enfocar las primeras
cosas que me saltaron a la vista. Palabras. Frases escritas a mano en lo que parecía una delicada escritura con Sharpie, justo en el techo sobre la cama.
‗Los momentos aparecen todos juntos, sin un lapso de tiempo.‘ Había cientos de otros también, escritos por todas partes, fragmentos de oraciones, fragmentos de versos, una colección aleatoria de palabras. En una de las puertas del clóset estaba garabateado El destino decide. En la otra decía hasta que es retado por el condenado. Por arriba y debajo de la puerta, podía ver las palabras desesperado/ sin descanso/ condenado/fortalecido. El espejo decía ‗Abre tus ojos‘; en los vidrios de las ventanas decía ‗y echa un vistazo‘. Incluso la pálida pantalla de la lámpara estaba garabateada con las palabras Iluminalaoscuridadiluminalaoscuridad una y otra vez, en un patrón repetitivo sin fin. La poesía de Lena. Finalmente podía leer un poco de ella. Incluso si desconocías la inconfundible tinta, esta pieza no lucía como el resto de la casa. Era pequeña y acogedora, metida bajo el alero. Un ventilador de techo giraba lentamente sobre mi cabeza, pasando a través de las frases. Había pilas de cuadernos de espiral en cada superficie, y una pila de libros en el velador. Libros de poesía. Plath, Eliot, Bukowski, Frost, Cummings — por lo menos reconocía los nombres. Estaba tendido sobre una pequeña cama blanca de hierro, mis piernas se salían del borde. Esta era la pieza de Lena, y yo estaba tendido sobre su cama. Ella estaba acurrucada en una silla a los pies de la cama, con su cabeza apoyada sobre el brazo.
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Me senté, aturdido. — Hey ¿Qué ocurrió? Estaba casi seguro de que me había desmayado, pero los detalles eran confusos. La última cosa que recordaba era el frío que estaba recorriendo mi cuerpo, mi garganta cerrándose, y la voz de Lena. Pensé que ella había dicho algo acerca de que yo era su novio, pero ya que estaba al borde de desmayarme en ese momento y que no había nada en verdad que hubiese pasado entre nosotros, eso era algo incierto. Me hice ilusiones, adiviné. — ¡Ethan!— Ella saltó de su silla y vino a la cama a mi lado, aunque parecía cuidarse de no tocarme. — ¿Estás bien? Ridley no iba a dejarte ir, y no sabía qué hacer. Tú lucías como si estuvieses padeciendo de mucho dolor, así que yo sólo reaccioné. — ¿Te refieres a ese tornado en la mitad de tu comedor? Ella miró a otra parte, abatida. — Eso es lo que ocurre. Siento cosas, me pongo furiosa o asustada y luego… las cosas simplemente suceden. Extendí mi mano y la puse sobre la suya, sintiendo el calor subiendo por mi brazo. — ¿Cosas como vidrios rompiéndose? Ella me miró de vuelta, y enrosqué mi mano alrededor de la de ella hasta que la estaba sosteniendo en la mía. Una grieta al azar en el viejo yeso parecía estar creciendo en la esquina detrás de ella, hasta que dobló su camino a través del techo, rodeó la araña de cristal, y giró su camino volviendo hacia abajo. Se veía como un corazón. Un corazón gigante, rizado y afeminado acababa de aparecer en la grieta del yeso del techo de su pieza. — Lena. — ¿ Si ? — ¿No crees que el techo de tu pieza esté al borde de caer sobre nosotros? Ella se dio vuelta y miró la grieta. Cuando la vio, mordió su labio, y sus mejillas se volvieron rosadas. — No lo creo. Es sólo una grieta en el yeso. — ¿Estabas intentando hacer eso? — No. Un progresivo rosado se desplegó a lo largo de su nariz y mejillas. Ella miró a otra parte.
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Quería preguntarle qué era lo que había estado pensando, pero no quería avergonzarla. Sólo esperaba que tuviese algo que ver conmigo, con su mano anidada en la mía. Con la palabra que creí que le oí decir, en el momento anterior a desmayarme. Miré dubitativamente a la grieta. Un montón de cosas estaban pasando a causa de esa grieta en el yeso. — ¿Puedes deshacerlos? Esas cosas que simplemente… ¿ocurren? Lena suspiró, aliviada por poder hablar de algo más. — A veces. Depende. A veces quedo tan abrumada que no puedo controlarlo y no puedo arreglarlo, ni siquiera después. No creo que haya podido haber puesto de vuelta el vidrio de la ventana del colegio. No creo que haya podido detener la tormenta que se acercaba, el día que nos conocimos. — No creo que esa haya sido tu culpa. No puedes echarte la culpa por cada tormenta que pase por el Condado de Gaitlin. La temporada de huracanes ni siquiera se ha acabado aún. Se volcó sobre su estómago y me miró directamente a los ojos. Ella no se alejó, y tampoco lo hice yo. Todo mi cuerpo estaba estremeciéndose por el calor de su contacto. — ¿Acaso no viste lo que pasó esta noche? — Quizás a veces un huracán es sólo un huracán, Lena. — Todo el tiempo como yo ande por aquí, yo seré la temporada de huracanes en el Condado de Gaitlin. Ella intentó retirar su mano, pero eso sólo hizo que yo la agarrara más fuerte. — Eso es divertido. Para mí te pareces más a una chica. — Sí, bueno, no lo soy. Soy todo un sistema de tormentas, fuera de control. La mayoría de los Hechiceros pueden controlar sus dones para cuando tienen mi edad, pero la mitad del tiempo se siente más como que el mío me controla a mí. Señaló su propio reflejo en el espejo de la pared. La escritura del Sharpie se garabateaba a sí misma a lo largo del reflejo mientras mirábamos. ‗¿Quién es esa chica?‘ — Sigo tratando de entenderlo todo, pero a veces parece ser como que nunca lo haré. — ¿Todos los Hechiceros tienen los mismos poderes, dones, lo que sea? — No. Todos podemos hacer cosas simples como mover objetos, pero cada Hechicero tiene también habilidades más específicas relacionadas con sus dones.
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En ese preciso momento, deseé que hubiese algo así como una clase que pudiese tomar para ser capaz de entender estas conversaciones, Hechicería 101, no lo sé, porque siempre estaba como medio perdido. La única persona que conocía que tenía algún tipo de habilidad especial era Amma. Ver el futuro y protegerse de los espíritus debían contar como algo, ¿Cierto? Y por todo lo que sabía, quizás Amma podía mover objetos con la mente; ella sí que podía conseguir que mi trasero se moviera con sólo una mirada. — ¿Y qué hay acerca de la Tía Del? ¿Qué es lo que ella puede hacer?— — Ella es una Palimpsesta*. Lee el tiempo. — ¿Lee el tiempo? — Es como, tú y yo entramos a una sala y vemos el presente. Tía Del ve diferentes puntos en el pasado y en el presente, todo de una vez. Ella puede entrar a una sala y verla como es hoy en día y como fue hace diez años atrás, veinte años atrás, cincuenta años atrás, al mismo tiempo. Es como cuando tocamos el relicario. Es por eso por lo que siempre está tan confundida. Ella nunca sabe exactamente cuándo o siquiera dónde está. Pensé en cómo me sentí luego de una de las visiones, y cómo sería sentirse de esa forma todo el tiempo. — No bromees. ¿Y qué hay de Ridley? — Ridley es una Sirena (como de alarma). Su don es el Poder de la Persuasión. Ella puede poner cualquier idea dentro de la mente de cualquiera, hacerlos que le digan lo que sea, que hagan lo que sea. Si ella usase su poder sobre ti, y te dijese que saltes de un precipicio, tú saltarías. Recordé cómo me sentía en el auto con ella, como le podría haber dicho casi cualquier cosa. — No saltaría — Lo harías. Tendrías que hacerlo. Un hombre Mortal no se le compara a una Sirena. — No lo haría. La miré. Su cabello estaba flotando en la brisa que rodeaba su cara, excepto por el hecho de que no había ninguna ventana abierta en la pieza. Busqué en sus ojos algún tipo de señal de que quizás ella se estaba sintiendo de la misma forma en la que yo lo estaba haciendo. — No puedes saltar a un precipicio cuando ya has caído dentro de uno aún más grande. Escuché cómo salían las palabras de mi boca, y quería retractarme tan pronto como las dije. Habían sonado mucho mejor en mi cabeza. Ella me miro, tratando de ver si lo estaba diciendo en serio. Lo estaba, pero no podía decirlo. En lugar de ello, cambié de
*Palimpsesta: Documentos (N. del T.)
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tema. — Así que, ¿Cuál es el súper poder de Reece? — Ella es una Sibila, lee las caras. Puede ver lo que has visto, a quién has visto, qué has hecho, con sólo mirarte a los ojos. Puede abrir tu cara y literalmente leerla, como a un libro. Lena seguía estudiando mi cara. — Sí, ¿Y quién era esa? ¿La otra mujer en la que Ridley se convirtió por un segundo, cuando Reece la estaba mirando fijamente? ¿Lo viste?— Lena asintió. — Macon no me lo dirá, pero debe haber sido alguien Oscuro. Alguien poderoso. Seguí preguntando. Tenía que saber. Era como descubrir que acababa de cenar con un puñado de aliens. — ¿Qué puede hacer Larkin? ¿Encantar serpientes? — Larkin es un Ilusionista. Es como un Cambiador. Pero el Tío Barclay es el único Cambiador en la familia. — ¿Cuál es la diferencia? — Larkin puede Encantar, o hacer que cualquier cosa luzca como la cosa que desee, por medio de un encanto—gente, cosas, lugares. Él crea ilusiones, pero no son reales. El Tío Barclay Convertir, lo cual significa que él puede en realidad convertir un objeto en otro, por tanto tiempo como él quiera. — Así que, ¿Tu primo cambia cómo se ven las cosas, y tu tío cambia lo que son las cosas? — Sí. En su mayoría, la Abuela decía que sus poderes son muy cercanos. Sucede a veces entre padres y sus hijos. Ellos son muy diferentes, así que siempre están peleando. Sabía lo que ella estaba pensando, que ella nunca podría saber eso por sí misma. Su cara se nubló, y yo hice un intento estúpido de levantarle el ánimo. — ¿Ryan? ¿Cuál es su poder? ¿Diseñadora de ropa para perros? — Es demasiado temprano para saberlo. Ella tan sólo tiene diez años. — ¿Y Macon? — Él sólo es…el Tío Macon. No hay nada que el Tío Macon no pueda hacer, o que no haría por mí. Pasé mucho tiempo con él, creciendo. Ella miró a otro lado, evadiendo la pregunta. Ella se estaba guardando algo para sí misma, pero con Lena, era imposible saber qué era. — Él es como mi padre, o como imagino a mi padre. Ella no tenía por
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qué decir algo más. Yo ya sabía lo que se sentía perder a alguien. Me pregunté si sería peor nunca haberlos tenido. — ¿Y qué hay de ti? ¿Cuál es tu don? Como si ella tuviese sólo uno. Como si no los hubiese visto en acción desde el primer día de escuela. Como si no hubiese estado intentando conseguir el valor para preguntarle esto desde esa noche en la que ella se sentó en mi porche en su pijama morado. Ella hizo una pausa de un minuto, recolectando sus pensamientos, o decidiendo si ella me lo diría; era imposible saber cuál de las dos. Luego me miró, con sus infinitos ojos verdes. — Soy una Natural. Por lo menos, eso es lo que creen Tío Macon y Tía Del que soy. Una Natural. Me sentía aliviado. No sonaba tan mal como una Sirena. No creo que hubiese podido manejar eso. — ¿Qué significa eso exactamente? — Ni siquiera yo lo sé. En realidad no es sólo una cosa. Quiero decir, supuestamente una Natural puede hacer muchas más cosas que los otros Hechiceros. Ella lo dijo rápidamente, casi como si ella estuviese esperando que yo no lo haya oído, pero lo hice. Más que el resto de los Hechiceros. Más. No estaba seguro acerca de cómo me sentía acerca del más. Menos, podría haberme manejado con menos. Menos habría sido bueno. — Pero como tú viste esta noche, ni siquiera sé qué puedo hacer. Tomó el edredón que estaba entre nosotros, nerviosa. Tiré de su mano hasta que ella estaba tendida en la cama a mi lado, apoyada en su codo. — No me importa nada de eso. Me gustas tal como eres. — Ethan, tú apenas me conoces. El somnoliento calor estaba recorriendo mi cuerpo, y para ser honesto, no podría haberme importado menos lo que ella estaba diciendo. Se sentía tan bien el sólo estar cerca de ella, sosteniendo su mano, sólo con el edredón blanco entre nosotros. — Eso no es verdad. Sé que escribes poesía y sé acerca del cuervo de tu collar y sé que amas la soda de naranja y de tu abuela y de los Milk Duds que mezclas con tu popcorn.
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Por un segundo, pensé que ella sonreiría. — Eso es prácticamente nada. — Es un comienzo. Ella me miró directamente a los ojos, con sus verdes ojos buscando en los míos azules. — Tú ni siquiera sabes mi nombre — Tu nombre es Lena Duchannes. — Okey, bueno, para principiantes, no lo es. Me empujé hasta quedar completamente sentado, y solté su mano. — ¿De qué estás hablando? — Que no es mi nombre. Ridley no estaba mintiendo acerca de eso. Algo de la conversación que se había sostenido comenzó a volver a mi mente. Recordé a Ridley diciendo algo acerca de que Lena no sabía su nombre real, pero no creí que hubiese sido literal. — Bueno, ¿Entonces, cuál es? — No lo sé. — ¿Es eso alguna de esas cosas de Hechiceros? — No realmente. La mayoría de los Hechiceros saben sus nombres verdaderos, pero mi familia es diferente. En mi familia, no conocemos nuestro nombre de nacimiento hasta que cumplimos los dieciséis años. Hasta ese momento, nosotros tenemos otros nombres. El de Ridley era Julia. El de Reece era Anabel. El mío es Lena. — Así que, ¿Quién es Lena Duchannes? — Yo soy una Duchannes, eso es lo más que sé. Pero Lena, ese es sólo un nombre con el que mi abuela comenzó a llamarme, porque ella pensaba que yo era tan flaca como un poroto verde Lena Poroto*. No dije nada por un segundo. Estaba tratando de asumirlo todo. — Okey, entonces tú no sabes tú primer nombre. Lo sabrás es un par de meses. — No es así de simple. No sé nada acerca de mí misma. Es por eso que estoy tan loca todo el tiempo. No sé mi nombré y no sé qué les ocurrió a mis padres. — Ellos murieron en un accidente, ¿verdad?
*Rima que solo funciona en inglés (N. del T.)
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— Eso es lo que me dijeron, pero nadie en realidad habla sobre ello. No puedo encontrar ningún documento acerca del accidente, y nunca he visto sus tumbas ni nada. ¿Cómo podría siquiera saber que es cierto? — ¿Quién mentiría acerca de algo tan espeluznante como eso? — ¿Has conocido a mi familia? — Correcto. — Y ese monstruo que estaba en el piso de abajo, esa bruja, ¿la que casi te mató? Lo creas o no, solía ser mi mejor amiga. Ridley y yo crecimos juntas viviendo juntas en la casa de mi abuela. Nos mudábamos tanto que incluso compartíamos la maleta. — Es por eso por lo que ustedes no tienen acento. La mayoría de la gente nunca creería que ustedes hayan vivido en el Sur. — ¿Cuál es tu excusa? — Profesores, padres, y una jarra llena de cuartos de dólar cada vez que soltaba una G. Puse los ojos en blanco. — ¿Así que Ridley no vivió con la Tía Del? — No. La Tía Del sólo hace visitas en las vacaciones. En mi familia, tú no vives con tus padres. Es demasiado peligroso. Me contuve de hacerle mis siguientes cincuenta preguntas mientras Lena proseguía, como si hubiese estado esperando para contar esta historia por cerca de un millón de años. — Ridley y yo éramos como hermanas. Dormíamos en la misma pieza y fuimos educadas en casa juntas. Cuando nos mudamos a Virginia, convencimos a mi abuela de que nos dejara ir a una escuela normal. Queríamos hacer amigos, ser normales. La única vez que hablábamos con Mortales era cuando la Abuela nos llevaba a una de sus excursiones a los museos, a la ópera, o de almuerzo al Olde Pink House. — Entonces ¿Qué ocurrió cuando fueron a la escuela? — Fue un desastre. Nuestra ropa no era la apropiada, no teníamos televisión, cumplimos con todas nuestras tareas. Éramos unas perdedoras totales. — Pero pudieron pasar el tiempo con los Mortales. Ella no me miraba. — Nunca había tenido un amigo Mortal hasta que te conocí. — ¿En serio? — Sólo tenía a Ridley. Las cosas fueron así de malas para ella también, pero a ella no le importaba. Ella estaba demasiado ocupada asegurándose de que nadie me molestara.
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Fue difícil imaginar a Ridley protegiendo a alguien. La gente cambia, Ethan. No tanto. Ni siquiera los Hechiceros. Especialmente los Hechiceros. Eso es lo que estoy tratando de explicarte. Ella alejó su mano de la mía. — Ridley comenzó a actuar de forma extraña, y luego los mismos tipos que la habían ignorado, comenzaron a seguirla a todas partes, esperándola luego de la escuela, peleándose por llevarla a casa. — Sí, bueno. Algunas chicas son así. — Ridley no es cualquier chica. Te lo dije, ella es una Sirena. Ella puede hacer que la gente haga cosas, cosas que normalmente ellos no querrían hacer. Y esos chicos estaban saltando por el barranco, uno por uno. Ella enrolló su collar alrededor de sus dedos y siguió hablando. — La noche anterior al día en el que Ridley cumpliera los dieciséis, la seguí hasta la estación de trenes. Ella estaba asustada de su mente. Ella decía de que se daba cuenta de que se estaba volviendo Oscura, y que ella tenía que alejarse antes de que hiriese a alguien que amaba. Antes de que me hiriese a mí. Soy la única persona a la que en realidad Ridley alguna vez amó. Ella desapareció esa noche, y nunca la volví a ver hasta hoy. Creo que después de lo que viste esta noche, es bastante obvio que ella se volvió Oscura. — Espera un segundo, ¿De qué estás hablando? ¿A qué te refieres con volverse Oscura? Lena respiró profundamente y vaciló, como si ella no estuviese segura de si ella en verdad quería darme la respuesta. — Tienes que decírmelo, Lena. — En mi familia, cuando cumples dieciséis, eres Reclamado. Tu destino está escogido para ti, y te conviertes en Luz, como la Tía Del y Reece, o te conviertes en Oscuridad, como Ridley. Oscuridad o Luz, Blanco o Negro. No hay gris en mi familia. No podemos escoger, y no podemos deshacerlo una vez que eres Reclamado. — ¿A qué te refieres con que no pueden escoger? — No podemos decidir si queremos ser Luz u Oscuridad, buenos o malos, como los Mortales y otros Hechiceros pueden hacerlo. En mi familia, no hay un futuro libre. Está decidido para nosotros, en nuestro cumpleaños número dieciséis.
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Intenté comprender qué era lo que estaba diciendo, pero era demasiado loco. Había vivido con Amma el tiempo suficiente como para saber que había magia Blanca y Negra, pero era difícil creer que Lena no tenía elección acerca de cuál de las dos era. Quién era.
Intenté comprender qué era lo que estaba diciendo, pero era demasiado loco. Había vivido con Amma el tiempo suficiente como para saber que había magia Blanca y Negra, pero era difícil creer que Lena no tenía elección acerca de cuál de las dos era. Quién era. Ella seguía hablando. — Es por eso por lo que no podemos vivir con nuestros padres. — ¿Qué tiene eso que ver? — No solía ser de esa manera. Pero cuando la hermana de mi abuela, Althea, se volvió Oscura, su madre no pudo enviar a Althea lejos. En ese entonces, cuando un Hechicero se volvía Oscuro, se suponía que ellos debían abandonar su casa y a su familia, por razones obvias. La madre de Althea pensó que podía ayudarla a combatirlo, pero no pudo, y cosas terribles comenzaron a suceder en el pueblo en donde vivían. — ¿Qué clase de cosas? — Althea era una Evolucionadora. Ellos son increíblemente poderosos. Ellos pueden influenciar a la gente como Ridley, pero también ellos pueden Evolucionar, convertirse en otras personas, en cualquiera. Una vez que ella se Convirtió, accidentes inexplicables empezaron a ocurrir en el pueblo. La gente estaba herida y finalmente una chica se ahogó. Ahí fue cuando la madre de Althea finalmente la envió lejos. Pensé que habíamos tenido problemas en Gaitlin. No podía imaginar a una versión más poderosa de Ridley merodeando todo el tiempo. — Entonces, ¿Ahora ninguno de ustedes puede vivir con sus padres? — Todos decidieron que sería demasiado difícil para los padres el darle la espalda a sus hijos si ellos se volvían Oscuros. Así que desde ese entonces, los niños viven con otros miembros de la familia hasta que son Reclamados. — Entonces, ¿Por qué Ryan vive con sus padres? — Ryan es… Ryan. Ella es un caso especial. Se encogió de hombros. Por lo menos, eso es lo que dice el Tío Macon cada vez que pregunto.
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Todo sonaba tan subreal, la idea de que todos en su familia poseyeran poderes sobrenaturales. Ellos lucían como yo, como cualquier otra persona en Gaitlin, bueno, quizás no como todos, pero ellos eran completamente diferentes. ¿O no lo eran? Incluso Ridley, pasando el tiempo al frente del Stop&Steal, ninguno de los chicos habría sospechado que ella fuese otra cosa que no fuese una chica increíblemente sexy, quién obviamente estaba bastante confundida si me estaba buscando. ¿Cómo funciona? ¿Cómo llegas a ser un Hechicero en vez de sólo algún chico normal? — ¿Tus padres también estaban dotados?— Odiaba traer el tema de sus padres a colación. Sabía que era como hablar sobre tu pariente muerto, pero a este punto tenía que saberlo. — Sí. Todos en mi familia lo son. — ¿Cuáles eran sus dones? ¿Eran algo parecido a los tuyos? — No lo sé. La Abuela nunca dijo nada. Te lo dije, es como si nunca hubiesen existido. Lo cual me hace pensar, tu sabes. — ¿Qué? — Que quizás eran Oscuros, y yo me convertiré en una Oscura también. — No lo serás. — ¿Cómo lo sabes? — ¿Cómo puedo tener los mismos sueños que tú tienes? ¿Cómo es que sé en cuanto entro a una sala si has estado o no en ella? Ethan. Es verdad. Toqué su mejilla, y dije en voz baja, — No sé cómo lo sé. Simplemente lo sé. — Sé qué crees en ello, pero no puedes saberlo. Yo ni siquiera sé qué me va a ocurrir. — Esa es la basura más grande que he escuchado. Era como todo lo demás de esta noche; no quise decir lo que dije, por lo menos no en voz alta, pero estaba feliz de que lo hubiese hecho. — ¿Qué? — Toda esa basura acerca del destino. Nadie puede decidir lo que te pasará. Nadie más que tú.
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— No si eres una Duchannes, Ethan. Los otros Hechiceros, ellos pueden elegir, no nosotros, no mi familia. Cuando somos Reclamados a los dieciséis años, nos convertimos en Luz u Oscuridad. No hay destinos libres. Levanté su barbilla con mi mano. — Así que eres una Natural. ¿Qué hay de malo con eso? La miré a los ojos, y supe que iba a besarla, y sabía que no había nada de qué preocuparse mientras estuviésemos juntos. Y creí, por ese segundo, que siempre lo estaríamos. Dejé de pensar sobre el libro de jugadas de básquetbol de Jackson y finalmente le dejé ver cómo me sentía, qué era lo que había en mi mente. Qué era lo que estaba a punto de hacer, y cuánto tiempo me había tomado obtener el valor para hacerlo. Oh. Sus ojos se abrieron, y se pusieron más grandes y vedes, si es que eso era posible. — Ethan —no lo sé. Me incliné y besé sus labios. Tenían un sabor salado, como sus lágrimas. Esta vez no fue calor, sino electricidad, que recorrió desde mi boca hasta los dedos de mis pies. Podía sentir un hormigueo en la yema de mis dedos. Era como hundir un lápiz en una toma de corriente, a lo cual Link me había retado cuando tenía ocho años. Ella cerró los ojos y me acercó a ella, y por un minuto, todo fue perfecto. Ella me besó, con sus labios sonriendo entre los míos, y supe que ella había estado esperándome, quizás por tanto tiempo como yo la había estado esperando a ella. Pero entonces, tan rápido como se había abierto a mí, se cerró. O más exactamente, me empujó hacia atrás. — Ethan, no podemos hacer esto. — ¿Por qué no? Pensé que sentíamos los mismo el uno por el otro. O quizás no lo hacíamos. Quizás ella no se sentía así. Estaba mirándola fijamente, desde el fin de sus manos estiradas que seguían apoyadas en mi pecho. Ella probablemente estaba sintiendo lo rápido que estaba latiendo mi corazón. — No es eso… Ella empezó a alejarse, y yo estaba seguro de que ella estaba a punto de echarse a correr como lo había hecho el día que encontramos el relicario en Greenbrier, como la noche en la que ella me dejó parado en mi porche. Puse mi mano en su muñeca, e instantáneamente sentí el calor. — Entonces, ¿qué es?
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Ella me miró de vuelta, y yo intenté escuchar sus pensamientos, pero no obtuve nada. — Sé que tú crees que yo tengo una opción acerca de lo que va a ocurrirme, pero no la tengo. Y lo que Ridley hizo esta noche, eso no era nada. Ella podría haberte matado, y quizás lo habría hecho si yo no la hubiese detenido. Ella respiró profundamente, con sus ojos brillando. — Eso es en lo que yo podría convertirme, un monstruo, lo creas o no. Deslicé mis brazos de vuelta alrededor de su cuello, ignorándola. Pero ella prosiguió. — No quiero que me veas en esa forma. — No me importa. Besé su mejilla. Ella se bajó de su cama, sacando su brazo del agarre de mi mano. 122. Ciento veintidós días más, manchado con tinta azul, como si eso fuese todo lo que teníamos. — Lo entiendo. Tú estás asustada. Pero vamos a encontrar algo que hacer. Se supone que debemos estar juntos. — No. Tú eres un Mortal. Tú no puedes entenderlo. No quiero ver que salgas herido, y eso es lo que te va a ocurrir si te acercas demasiado a mí. — Demasiado tarde. Había escuchado cada palabra de lo que ella había dicho, pero yo sólo sabía una cosa. Yo estaba metido hasta el fondo.
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09 de Octubre LOS GRANDES
T
enía sentido cuando una bella chica lo estaba diciendo. Ahora que estaba
de vuelta en casa, solo, y en mi propia cama, finalmente lo estaba perdiendo. Incluso Link no creería nada de esto. Traté de pensar acerca de cómo pudo darse la conversación, la chica que me gusta, cuyo nombre real no conozco, es una bruja — perdón, una hechicera, de toda una familia de hechiceros, y en cinco meses va a saber, esencialmente, si es buena o mala. Y que puede hacer huracanes en el interior y romper vidrios de ventanas. Y yo puedo ver en el pasado, cuando toco el relicario loco de Amma y Macon Ravenwood, lo que no es realmente una parada en lo absoluto, me hace querer enterrarlo. Un medallón que se materializo en el cuello de una mujer en una pintura en Ravenwood, que por cierto, no es una mansión embrujada, sino una casa perfectamente restaurada que cambia por completo cada vez que voy allí, a ver a una chica que me quema y me choca y me destruye con un solo toque. A la que bese. Y ella me besó de vuelta. Era demasiado increíble, incluso para mí. Me di la vuelta. Lagrimeos. El viento estaba rompiendo mi cuerpo. Yo me agarre del árbol, mientras él me golpeaba, el sonido de su grito desgarrador en mis oídos. Todo a mi alrededor, el viento se arremolinaba, luchando entre sí, su velocidad y fuerza se multiplicaban cada segundo. El granizo llovía como el cielo se habría. Tenía que salir de aquí. Pero no había a donde ir.
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— Déjame ir, Ethan. ¡Sálvate a ti mismo! Yo no la veía. El viento era demasiado fuerte, pero la sentía. La estaba sosteniendo su muñeca con tanta fuerza, que yo estaba seguro de que la rompería. Pero no me importo, yo no la solté. El viento cambió de dirección, me levantaba del suelo. Yo me agarre del árbol más fuerte, y de su muñeca aun más apretada. Pero yo podía sentir la fuerza del viento mientras nos rasgaba aparte. Me aleja del árbol, lejos de ella. Sentí su muñeca deslizándose entre mis dedos. No podía aguantar más. Me desperté tosiendo. Todavía podía sentir la quemazón del viento en mi piel. Como si mi cercana experiencia a la muerte en Ravenwood no fuera suficiente, ahora los sueños volvían. Era demasiado para una noche, incluso para mí. La puerta de mi habitación estaba abierta, lo que era extraño, teniendo en cuenta que Yo había estado bloqueando mi puerta en la noche últimamente. Lo último que necesitaba era de Amma plantando un hechizo vudú loco en mí durante mi sueño. Estaba seguro de que la había cerrado. Miré hacia mi techo. El sueño no estaba en mi futuro. Suspiré y me recosté en todo el marco de la cama. Encendí la vieja lámpara de tormentas* junto a mi cama y saque el marcador de libros desde donde lo había dejado en — Snow Crash, cuando oí algo. ¿Pasos? Venía de la cocina, débil, pero todavía los oía. Tal vez mi papá estaba tomando un descanso de la escritura. Tal vez esto nos daría la oportunidad de hablar. Quizás. Pero cuando llegué a la parte inferior de la escalera, yo sabía que no era él. La puerta de su estudio estaba cerrada y la luz venía de la grieta debajo de la puerta. Tenía que ser Amma. Tan pronto como pase en la puerta de la cocina, la vi correteando por el pasillo hacia la sala, en la medida en que Amma pudiera corretear. Oí que la puerta transparente en la parte posterior de la casa sonar y cerrarse. Alguien venia o iba. Después de todo lo que había ocurrido esa noche, era una importante distinción. Caminé hacia el frente de la casa. Había un viejo, destartalado camión, con un horno de los cincuenta, estacionado por la acera. Amma estaba apoyada en la ventana hablando con el conductor. Le entregó su bolso y se subió a la camioneta. ¿A dónde iba en el medio de la noche? Tenía que seguirla. Ir tras la mujer que puede muy bien haber sido mi madre cuando se metía en un coche por la noche, con un hombre extraño a la conducción de un
*Lámparas que prenden con gasoil o aceite (N. del T.)
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Junker, era una cosa difícil de hacer si tú no tenías un coche. No tenía elección. Tuve que tomar el Volvo. Era el coche que mi mamá había estado conduciendo cuando tuvo el accidente, que era lo primero que pensaba cada vez que lo veía. Me metí detrás del volante. Olía a papel viejo y Windex, al igual que lo había hecho siempre. Conducir sin las luces encendidas fue más complicado de lo que pensaba que sería, pero sabía que la camioneta se dirigía hacia Wader's Creek. Amma debe haber estado yendo a casa. La camioneta salió de la carretera 9, hacia el país de atrás. Cuando finalmente se estaciono y tiró a un lado de la carretera, apague el motor y guíe el Volvo con el hombro. Amma abrió la puerta y la luz del interior se encendió. Mire en la oscuridad. Reconocí al conductor, era Carlton Eaton, el administrador del correo. ¿Por qué Amma le habría de pedir a Carlton Eaton un aventón en el medio de la noche? Nunca los había visto hablar entre sí antes. Amma dijo algo a Carlton y cerró la puerta. El camión se fue de nuevo a la carretera sin ella. Me bajé del coche y la seguí. Amma era una criatura de costumbres. Si algo había conseguido que se volviera tan trabajadora y que se arrastrara hacia el pantano en el medio de la noche, yo podía adivinar que esto involucraba a más de uno de sus clientes habituales. Ella desapareció en la maleza, un camino de ripio que alguien había tenido una gran cantidad de problemas para hacer. Caminó a lo largo de la ruta de acceso en la oscuridad, el crujido de grava debajo de los pies. Entré en la hierba siguiendo su ruta para evitar que el mismo sonido crujiente, que me habría delatado por seguro. Me dije que era porque quería ver por qué Amma se estaba escabullendo fuera de la casa en medio de la noche, pero sobre todo me daba miedo que me atrapara siguiéndola. Es fácil ver cómo Creek Wader obtuvo su nombre, ya que en realidad te tenías que vadear a través de estanques de agua negra para llegar, al menos la forma en que Amma nos llevaba. Si no hubiese habido luna llena, me habría roto el cuello tratando de seguirla a través del laberinto de pantano, encinas y matorrales. Estábamos cerca del agua. Podía sentir el pantano en el aire, caliente y pegajoso como una segunda piel. El borde del pantano estaba alineado con unas plataformas planas hechas de troncos de madera de ciprés atadas con cuerdas, los transbordadores de los pobres. Ellos se alineaban a lo largo de la orilla como los taxis, esperando para llevar a las personas a través del agua. Pude ver Amma en la luz de la luna, haciendo pericias para
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equilibrarse sobre una de las plataformas, empujando hacia fuera de la orilla con un largo palo que utilizaba como un remo para cruzar al otro lado. Yo no había estado en casa de Amma en años, pero me habría acordado de esto. Debemos habernos ido de otra manera en aquel entonces, pero era imposible de saber en la oscuridad. Lo único que podía ver era cómo se pudrían las plataformas, cada una parecía tan inestable como la siguiente. Así que tome una. De maniobra de la plataforma era mucho más difícil de lo que Amma lo hizo ver. Cada pocos minutos, se oía un chapoteo, cuando la cola de un caimán caía al agua, y se deslizaba en el pantano. Me alegré de que no hubiera considerado rodearlo. Empujé contra el suelo del pantano con mi propio palo largo por última vez, y toque el borde del banco de la plataforma con éxito. Cuando entré en la arena, pude ver la casa de Amma, pequeña y modesta, con una sola luz en la ventana. Los marcos de las ventanas fueron pintadas el mismo tono de azul como los demás en Wate's. La casa estaba hecha de ciprés, como si fuera parte del mismo pantano. Había algo más, algo en el aire. Fuerte y poderoso, como los limones y el romero. Y esto era poco probable, por dos razones. El Jazmín de la Confederación no florecía en el otoño, sólo en la primavera, y no crecía en el pantano. Sin embargo, allí estaba. El olor era inconfundible. Había algo imposible en el, como todo lo demás en esta noche. Vi la casa. Nada. Tal vez acababa de decidir volver a casa. Tal vez mi papá sabía que se iba, y yo estaba dando vueltas en el medio de la noche, con el riesgo de ser comido por cocodrilos para nada. Estaba a punto de devolverme atrás a través del pantano, deseando haber dejado migas de pan en mi camino hasta aquí, cuando la puerta se abrió de nuevo. Amma estaba en la luz de la puerta, poniendo las cosas que no podía ver a su buena cartera de patentes de cuero. Tenía puesto su mejor vestido de la iglesia de lavanda, guantes blancos y un sombrero a juego de fantasía con flores a su alrededor. Iba de nuevo en movimiento, en dirección hacia el pantano. ¿Iba ella al pantano usando eso? Por mucho que no gozaba de la caminata a la casa de Amma, penosamente a través de la ciénaga en mis jeans era peor. El barro era tan espeso que sentía como si estuviera tirando mis pies de cemento cada vez que daba un paso. Yo no sabía cómo Amma iba a ser capaz de pasar a través de este, con su vestido, a su edad. Amma parecía saber exactamente a dónde iba, deteniéndose en un claro de hierba alta y las malas hierbas de barro. Las ramas de los árboles de ciprés se enredaban con sauces llorones, creando un dosel. Un escalofrío recorrió mi espalda, aunque todavía
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había setenta grados aquí. Incluso después de todo lo que había visto esta noche, había algo espeluznante acerca de este lugar. Había neblina que en el agua, se filtraba desde los lados, como el vapor empujando fuera de la tapa de una olla en ebullición. Me acerqué aun más. Ella estaba tirando algo de su bolso, el cuero blanco brillaba en la luz de la luna. Huesos. Parecían huesos de pollo. Ella dijo algo sobre los huesos, y los puso en una bolsa pequeña, no muy diferente de la bolsa que me había dado para someter el poder del medallón. Pesco alrededor de la bolsa de nuevo, sacó una toalla de mano de lujo, de las que encontraría en una sala de limpieza, y la utilizó para limpiar el barro de su falda. Hubo leve luces blancas en la distancia, como luciérnagas parpadeando en la oscuridad, y la música, lenta, música sensual y la risa. En algún lugar, no tan lejos, la gente estaba bebiendo y bailando en el pantano. Miró hacia arriba. Algo le había llamado la atención, pero yo no oí nada. — Es mayo, así que muéstrate. Sé que estás ahí. Me quedé inmóvil, preso del pánico. Ella me había visto. Pero no era yo al que estaba hablando. Fuera de la bruma sofocante entró Macon Ravenwood, fumando un cigarro. Parecía relajado, como si acabara de salir de un coche con chofer, en lugar de vadear a través del agua negra y sucia. Estaba impecablemente vestido, como de costumbre, en una de sus camisas blancas y frescas. Y él estaba impecable. Amma y yo estábamos cubiertos de barro y pantano de hierba hasta las rodillas, y Macon Ravenwood estaba allí, sin ni siquiera una mota de polvo en el. — Ya era hora. Usted sabe que no tengo toda la noche, Melquisedec. Tengo que volver. Y yo no considero amable ser convocado aquí afuera, lejos del camino de la ciudad. Es simplemente de mala educación. Sin mencionar, inconveniente. Ella Olfateó. — Incómodo, querrás decir. I. N. C. O. M. O. D. O. S. — 9 Vertical. Deletreé en mi cabeza. — He tenido una noche muy agitada, Amarie, pero esta cuestión requiere nuestra atención inmediata. — Macon dio unos pasos hacia adelante. Amma retrocedió y señaló con el dedo huesudo en su dirección. — Tú te quedas dónde estás. No me gusta estar aquí contigo en esta extraña noche. No me gusta ni un poquito. Tú te quedas así mismo, y yo seguiré aquí. Dio un paso atrás casualmente, haciendo anillos de humo en el aire.
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— Como iba diciendo, algunos sucesos requieren de nuestra atención inmediata. — Exhaló, un suspiro de humo. — 'La luna, cuando es más completa, está más alejada del sol. Por Citar a nuestros buenos amigos, los Clergy. — No me hables fino y poderoso conmigo, Melquisedec. ¿Qué es tan importante que usted necesita que me salga de la cama en medio de la noche? — Entre otras cosas, el medallón de Genevieve. Amma casi gritó, sosteniendo el pañuelo sobre su nariz. Ella claramente no podía ni soportar escuchar la palabra medallón. — ¿Qué hay de eso? Te dije que lo envolví, y yo le dije a él que lo llevara de nuevo a Greenbrier y que lo enterrara. No puede causar ningún daño si está de vuelta en la tierra. — Incorrecta en el primer conteo. Mal en el segundo. Él Todavía lo tiene. Me lo mostró en la santidad de mi propia casa. Aparte de que, no estoy seguro que algo pueda detener a tan oscuro talismán. — En su casa... cuando estuvo en su casa? Le dije que se mantuviera alejado de Ravenwood. Ahora estaba visiblemente agitada. Genial, Amma iba a encontrar alguna forma para que pagara más tarde. — Bueno, tal vez usted podría considerar acortarle la correa. Evidentemente, no es muy obediente. Yo le advertí que esa amistad podría ser peligrosa, que podría convertirse en algo más. Un futuro entre los dos es imposible. Amma estaba mascullando entre dientes en la forma en que siempre lo hacía cuando yo no la escuchaba. — Él siempre me hacía caso hasta que conoció a su sobrina. Y no me culpes. Nosotros no estarían en esta situación si no la hubieses traído aquí, en primer lugar. Yo me ocuparé de esto. Le diré que él no puede verla nunca más. — No seas absurda. Son adolescentes. Cuanto más tratamos de mantenerlos separados, más tratarán de estar juntos. Esto no será un problema una vez que ella sea reclamada, si lo ponemos así de lejos. Hasta entonces, controla al chico, Amarie. Es sólo por unos pocos meses más. Las cosas son suficientemente peligrosas, sin él haciendo un lío aún mayor de la situación. — No me hable de líos, Melquisedec Ravenwood. Mi familia ha limpiado los líos de su familia durante más de cien años. Me he guardado tus secretos, al igual que has guardado los míos.
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— Yo no soy el vidente que no pudo prever la búsqueda del medallón. ¿Cómo explica eso? ¿Cómo tus amigos espíritus pudieron perder eso? — Hizo un gesto a su alrededor con su cigarro, con sarcasmo. Ella Se dio la vuelta, con los ojos salvajes. ¿No insultes a los Grandes. No aquí, no en este lugar. Tienen sus razones. Debe de haber una razón por la que no lo revelaron. — Se apartó de Macon. — Ahora no lo escuchen. Les he traído algo de camarón, grits y tarta de limón.— Ella claramente no estaba hablando con Macon. — Su favorito — , dijo, tomando la comida de los recipientes de Tupperware y organizándola sobre un plato. Dejó el plato en el suelo. Había una pequeña lápida junto a una placa, y varios otros dispersos cercanos. — Esta es nuestra Casa tátara, la casa tátara de mi familia, ¿me oyes? Mi tátara—tía Sissy. Mi tátara—tío Abner. Mi tátara—tátara—tátara—tátara—abuela Sulla. ¿No faltes el respeto a los grandes en su casa? Usted quiere respuestas, muestre un poco de respeto. — Pido disculpas. Ella esperó. — En verdad. Ella suspiró. — Y cuidado con sus cenizas. No hay ningún cenicero en esta casa. Mala costumbre. El tiró su cigarro en el musgo. — Ahora, vamos a hacer lo que debemos. No tenemos mucho tiempo. Tenemos que saber el paradero de Saraf… — Shh— , dijo entre dientes. — No digas su nombre, no esta noche. No deberíamos estar aquí. De media luna funciona para la magia blanca y luna llena para la Negra. Estamos aquí en la noche equivocada. — No tenemos elección. Hubo un muy desagradable episodio esta noche, me temo. Mi sobrina, que se transformó el día de su reclamación, se presentó esta noche en la reunión. — ¿La hija de Del? ¿Esa bebida oscura es un peligro? — Ridley. Sin invitación, obviamente. Cruzó el umbral de mi casa con el chico. Necesito saber si fue una coincidencia.
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— No es bueno. No es bueno. Esto no es bueno. — Amma se balanceaba sobre sus talones, furiosamente. — ¿Y bien? — No hay coincidencias. Usted lo sabe. — Por lo menos podemos estar de acuerdo en eso. Mi mente no encontraba sentido alrededor de todo esto. Macon Ravenwood nunca ponía un pie fuera de su casa, pero allí estaba, en el centro del pantano, discutiendo con Amma— y ni siquiera tenía idea de que se conocieran— de mí y de Lena y el medallón. Amma revolvió en su bolso de nuevo. — ¿Trajiste el whisky? Tío Abner ama a su Wild Turkey* Macon tendió la botella. — Póngalo ahí,— dijo, señalando a la tierra, — un paso atrás y allá. — Veo que aún tiene miedo de tocarme después de todos estos años. — Yo no tengo miedo de nada. Mantenlo para ti mismo. Yo no te pregunto sobre tus negocios, y yo no quiero saber nada al respecto. Puso la botella en el suelo a pocos metros de Amma. Lo recogió, vertió el whisky en un vaso, y se lo bebió. Yo nunca la había visto beber nada más fuerte a Amma que el té dulce en toda mi vida. Luego sirvió un poco del licor en la hierba, que cubría la tumba. — Tío Abner, estamos en la necesidad de tu intercesión. Llamo a tu espíritu a este lugar. Macon tosió. — Estás colmando mi paciencia, Melquisedec.— Amma cerró los ojos y abrió los brazos hacia el cielo, con la cabeza echada hacia atrás como si estuviera hablando con la luna misma. Se agachó y sacudió la pequeña bolsa que había sacado de su bolsillo. El contenido se derramó sobre la tumba. Huesos de pollo pequeños. Tenía la esperanza de que no fueran los huesos de la canasta de pollo frito que había guardado esta tarde, pero tuve la sensación de que podrían haber sido. — ¿Qué dicen?— Macon preguntó. Ella pasó los dedos sobre los huesos, aventándolos sobre la hierba.
*Nombre del whisky (N. del T.)
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— No estoy recibiendo una respuesta. Su perfecta compostura comenzó a resquebrajarse. — ¡No tenemos tiempo para esto! ¿De qué sirve ser una vidente si no puedes ver nada? Tenemos menos de cinco meses antes de que cumpla los dieciséis años. Si ella se convierte, ella nos maldecirá a todos nosotros, a los mortales y los hechiceros por igual. Tenemos una responsabilidad, una responsabilidad que asumimos de buen grado mucho tiempo, mucho tiempo atrás. Tú a mortales, y yo a mis hechiceros. — Yo no necesito que me recuerdes acerca de mis responsabilidades. Y mantén tu voz baja, ¿me oyes? Yo no necesito ninguna reunión de mis clientes aquí ni que nos vean juntos. — ¿Cómo sería eso? ¿Una miembro respetable de la comunidad como yo? No líes con mi negocio, Melquisedec. — Si no encuentra dónde está Saraf, donde está ella y que está planeando, tendremos mayores problemas en las manos que tus negocios defectuosos, Amarie. — Ella es una oscura. Nunca se sabe en qué dirección el viento soplará con eso. Es como tratar de ver donde golpea un tornado. —Aun así. Necesito saber si se va a tratar de hacer contacto con Lena. — No, si. Cuando. Amma cerró los ojos, tocando el amuleto en el collar que nunca se quitaba. Era un disco, grabado con lo que parecía un corazón con algún tipo de Cruz saliendo de la parte superior. La imagen la vi miles de veces Amma frotándolo, como estaba haciendo ahora. Ella hablaba en voz baja una especie de canto en un idioma que no entendía, pero había oído antes en alguna parte. Macon paseaba impaciente. Cambié de entre la maleza, tratando de no hacer ruido. — No puedo leerlo esta noche. Esta turbia. Creo que el tío Abner está de mal ánimo. Estoy segura que fue algo que usted ha dicho. Esto debe haber sido su punto de ruptura, porque la cara de Macon había cambiado, su piel pálida estaba brillando en las sombras. Cuando se adelantó, los ángulos agudos de su cara se convirtieron en una aterradora luna. — Basta de estos juegos. Una hechicera oscura entró en mi casa esta noche, lo que en sí mismo es imposible. Llegó con su hijo, Ethan, lo que puede significar sólo una cosa. Él tiene poderes, y has estado escondiéndolo de mí. — Tonterías. Ese muchacho no tiene un poder más de lo que yo tengo una cola.
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— Estás equivocada, Amarie. Pregúntale a los grandes. Consulte a los huesos. No hay otra explicación. Tenía que ser Ethan. Ravenwood está protegida. Una hechicera oscura nunca podría evitar ese tipo de protección, no sin alguna forma de gran alcance que la ayude. — Usted ha perdido la razón. Él no tiene ningún tipo de poder. He criado a ese niño. ¿No Crees que lo conozco? — Estás equivocada esta vez. Estás demasiado cerca de él, esta nublando tu visión. Y hay demasiado en juego ahora para los errores. Ambos tenemos nuestros talentos. Te lo advierto, hay más en el chico que cualquiera de nosotros podríamos imagina. — Voy a preguntarle a los grandes. Si hay algo para saber ellos se aseguraran de que lo sepa. Que No se te olvide, Melquisedec, tenemos que luchar tanto con los muertos como con los vivos y eso no es tarea fácil. — Ella revolvió en su bolso y sacó una cadena con pequeñas cuentas con hileras de aspecto sucio. — Huesos de Cementerio. Tómalos. Los grandes quieren que tú la tengas. Protege el espíritu de los espíritus, y, la muerte de los muertos. No sirve de nada para nosotros, la gente Mortal. Dáselo a tu sobrina, Macon. No le hará daño a ella, pero podría mantener a la hechicera oscura lejos. Macon tomó la cuerda, sujetándola entre dos dedos, y luego la dejo caer en un pañuelo, como si fuera un gusano particularmente desagradable. — Estoy agradecido. Amma tosió. — Por favor. Diles que, estoy agradecido. Mucho.— Miró a la luna como si estuviera controlando su reloj. Y luego se volvió y desapareció. Disuelto en la niebla del pantano, como si se hubiese evaporado en la brisa.
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10 de Octubre EL SUÉTER ROJO
A
penas me había acostado en mi cama cuando el sol salió, y estaba
cansado—cansado hasta los huesos, como diría Amma. Ahora estaba esperando a Link en la esquina. Incluso cuando era un día soleado, yo estaba cubierto por mi propia sombra personal. Y me estaba muriendo de hambre. No había sido capaz de enfrentarme a Amma en la cocina esta mañana. Una mirada a mi cara le hubiera revelado todo lo que vi anoche, y todo lo que sentía, y eso era algo a lo que no podía arriesgarme. No sabía que pensar. Amma, en quien confiaba más que nadie, tanto como a mis padres, tal vez más − me estaba ocultando cosas. Ella conocía a Macon, y los dos querían mantenernos alejados a Lena y a mí. Todo estaba relacionado con el relicario, y el cumpleaños de Lena. Y peligro.
No podía relacionarlo todo, no por mí mismo. Tenía que hablar con Lena. Era todo en lo que podía pensar. Así que cuando el coche fúnebre salió a la vista en la esquina, en lugar del Beater, no debería haberme sorprendido.
—Me imagino que lo escuchaste.— Me deslicé en el asiento, tirando mi mochila en el suelo en frente mío.
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—¿Escuchar qué?— Ella sonrío, casi tímida, empujando una bolsa hacia mi asiento. — Escuché que te gustan las rosquillas. Podía escuchar tu estomago rugiendo durante todo el camino desde Ravenwood. Nos miramos incómodamente. Lena bajó la mirada, avergonzada, retorciendo un hilo suelto de un suéter rojo tejido, que se veía como algo que las Hermanas hubieran podido tener en algún lugar de su ático. Conociendo a Lena, no era del centro comercial en Summerville. ¿Rojo? ¿Desde cuándo usaba rojo? Ella no estaba teniendo un mal día; acababa de salir de uno. Ella no había escuchado mis pensamientos. Ella no sabía lo de Amma y Macon. Ella simplemente quería verme. Supongo que algo de lo que dije anoche quedó claro. A lo mejor ella quería que tuviéramos una oportunidad. Yo sonreí, abriendo la bolsa de papel blanco. —Espero que tengas hambre. Tuve que pelear con el policía gordo por ellas. Ella avanzó por la curva en el coche fúnebre. —Así que, ¿simplemente se te ocurrió recogerme para ir a la escuela?— Eso era algo nuevo. —Nop— Ella bajó la ventanilla, la brisa de la mañana soplaba por su cabello formando ondas. Hoy se trataba tan sólo del viento. —¿Tienes algo mejor en mente? Toda su cara se iluminó. —¿Crees que hay una mejor forma de pasar un día como este que en la escuela? Ella estaba feliz. Mientras giraba el auto, noté su mano. Sin tinta. Sin números. Sin cumpleaños. Ella no tenía preocupaciones, hoy no. 120. Lo sabía, como si estuviera escrito con tinta invisible sobre mi propia mano. Ciento veinte días faltaban, para que pasara lo que fuera que asustaba tanto a Macon y a Amma. Miré hacia la ventana, cuando giramos por la Ruta 9, deseando que pudiéramos estar así por un rato más. Para cuando llegamos a Summerville, ya sabía a dónde nos
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dirigíamos. Sólo había un lugar al que los chicos como nosotros iban a Summerville, cuando no se trataba de las tres últimas filas del Cineplex. El coche fúnebre se abrió camino por la arena detrás de la torre de agua al borde del camino. —¿Vamos a aparcar aquí? ¿En la torre de agua? ¿Ahora?— Link nunca creería esto. El motor se apagó. Nuestras ventanillas estaban abajo, todo estaba tranquilo, y la brisa entraba por su ventana hacia la mía.
¿No es eso lo que la gente hace aquí? Si, no. No la gente como nosotros. No en un día de escuela. Por una vez, ¿Podríamos se ellos? ¿Siempre tenemos que ser nosotros? Me gusta como somos. Ella soltó su cinturón de seguridad y yo el mío, acercándola y sentándola en mí regazo. Podía sentirla, cálida y feliz, extendiéndose hacia mí.
¿Así que de esto se trata aprovecharse del parqueadero? Ella se rió, inclinándose para apartar mi cabello de mis ojos. —¿Qué es eso?— Agarré su brazo derecho. Estaba colgando de su muñeca, el brazalete que Amma le había dado a Macon, anoche en el pantano. Mi estómago se retorció, y sabía que el buen humor de Lena estaba a punto de cambiar. Tenía que contárselo. —Mi tío me lo regaló. —Quítatelo. —¿Por qué?— Ella alejó su brazo de mí. —Algo pasó anoche. —¿Qué pasó? —Después de que llegué a casa, seguí a Amma hasta el Lago Wader, donde ella vive. Ella salió de su casa en medio de la noche a encontrarse con alguien en el pantano. —¿Quién? —Tu tío. —¿Qué estaban haciendo allí?— Su cara se había puesto totalmente blanca, y podía darme cuenta que la parte de aprovecharnos del parqueadero del día había terminado.
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—Ellos estaban hablando sobre ti, sobre nosotros. Y el camafeo. Ahora ella estaba prestando atención. —¿Qué pasa con el camafeo? —Es algún tipo de talismán oscuro, lo que sea que eso significa, y tu tío le dijo a Amma que yo nunca lo enterré. Ellos estaban realmente asustados por eso. —¿Como supieron ellos que se trata de un talismán? Estaba comenzando a enojarme. Ella no parecía estar enfocándose en lo realmente importante. —¿Qué hay sobre cómo se conocieron, en primer lugar? ¿Tenías alguna idea de que tu tío conocía a Amma? —No, pero yo no conozco a todas las personas que él conoce. —Lena, ellos estaban hablando sobre nosotros. A cerca de mantenernos alejados del camafeo, y mantenernos alejados el uno del otro. Tengo el presentimiento de que ellos piensan que yo soy algún tipo de amenaza. Como si me estuviera interponiendo en su camino, o algo. Tu tío piensa—— —¿Qué? —Él piensa que yo tengo algún tipo de poder. Ella se río en voz alta, lo que me molestó aún más. —¿Y por qué pensaría eso? —Por qué yo llevé a Ridley a Ravenwood. Él dijo que yo necesitaba tener algún tipo de poder, para hacerlo. Ella frunció el seño. —Tiene razón. Esa no era la respuesta que yo esperaba. —Estás bromeando, ¿verdad? Si tuviera poderes, ¿no crees que lo sabría? —No lo sé. Tal vez ella no lo sabía, pero yo sí. Mi padre era un escritor y mi madre había pasado sus días leyendo los diarios de Generales de la Guerra Civil muertos. Yo estaba tan lejos de ser un Hechicero como era posible, a menos que preocupar a Amma contara como poder. Obviamente había algún tipo de falla que había permitido entrar a Ridley. Uno de los cables en el sistema de seguridad de los Hechiceros había fallado. Lena debía haber estado pensando lo mismo. —Relájate. Estoy segura de que existe una explicación. Así que Amma y Macon se conocen. Ahora lo sabemos. —No pareces muy disgustada por eso.
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—¿A qué te refieres? —Ellos han estado mintiéndonos. Los dos. Encontrándose en secreto, tratando de separarnos. Tratando de que nos deshagamos del camafeo. —Nunca les preguntamos si se conocían. ¿Por qué estaba actuando así? ¿Por qué no estaba molesta, o enojada, o algo? —¿Por qué deberíamos? ¿No crees que es extraño que tu tío esté afuera en el pantano en medio de la noche con Amma, hablando con espíritus y leyendo huesos de pollo? —Es raro, pero estoy segura de que ellos sólo están tratando de protegernos. —¿De qué? ¿De la verdad? Ellos estaban hablando de algo más, también. Ellos estaban tratando de encontrar a alguien, Sara algo. Y a cerca de como tú puedes condenarnos a todos si cambias. —¿De qué estás hablando? —No lo sé. ¿Por qué no le preguntas a tu tío? A ver si te dice la verdad de una vez por todas. Me había excedido. —Mi tío está arriesgando su vida para protegerme. El siempre ha estado ahí para mí. Él me recibió incluso cuando sabe que me puedo convertir en un monstruo en unos pocos meses. —¿De qué te está protegiendo realmente? ¿Al menos lo sabes? —¡De mí misma!— Gritó ella. Eso fue todo. Ella abrió la puerta y se bajó de mi regazo, hacia el campo de afuera. La sombra de la gigante torre de agua blanca nos escudaba, pero el día ya no parecía tan soleado. Donde había habido un cielo sin nubes hace unos minutos, ahora había manchas de gris. La tormenta se estaba acercando. Ella no quería hablar sobre ello, pero a mí no me importaba. —Esto no tiene sentido. ¿Por qué se está encontrando con Amma en medio de la noche para decirle que aún tenemos el camafeo? Y más importante, ¿Por qué no quieren que estemos juntos? Éramos solo nosotros dos, gritando en un campo. La brisa estaba convirtiéndose en un fuerte viento. El cabello de Lena comenzó a girar a su alrededor. Ella gritó —No lo sé... Los padres siempre están tratando de separar a los adolecentes, es lo que hacen. Si tú quieres saber por qué, a lo mejor deberías preguntarle a Amma. Ella es la que me odia. Ni siquiera puedo recogerte en tu casa porque te preocupa que nos vea juntos.
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El nudo que se estaba formando en mi estomago se apretó. Estaba enojado con Amma, más enojado que nunca en toda mi vida, pero aún la amaba. Ella era la que había dejado cartas del hada de los dientes debajo de mi almohada, curado cada herida en mis rodillas y lanzado miles de bolas de beisbol cuando estaba tratando de entrar a la liga de menores. Y desde que mi madre murió y mi padre desapareció, Amma era la única que se preocupaba por mí, a quien le importaba o incluso notaba si faltaba a la escuela o perdía un juego. Yo quería creer que ella tenía una explicación para todo esto. —Es que tú no la comprendes. Ella cree que está... —¿Qué? ¿Protegiéndote? ¿Como mi tío está tratando de protegerme? ¿Alguna vez se te ocurrió que los dos están tratando de protegerte de lo mismo... de mi? —¿Por qué siempre tienes que decir eso? Ella se alejó de mí, parecía a punto de correr. —¿Qué más puedo decir? De eso se trata todo esto. Ellos están asustados de que te hiera a ti o a alguien más. —Estás equivocada. Esto se trata del camafeo. Hay algo que ellos no quieren que sepamos. Busqué en mi bolsillo, tratando de encontrar la familiar forma envuelta en el pañuelo. Después de lo de anoche, no había forma de que lo dejara fuera de mi vista. Estaba seguro de que Amma lo iba a buscar hoy, y si ella lo llegara a encontrar no lo volvería a ver nunca. Lo puse sobre el techo del auto.
—Necesitamos saber que pasa después. —¿Ahora? —¿Por qué no? —Ni si quiera sabes si va a funcionar. Comencé a desenvolverlo. —Sólo hay una forma de saberlo. Tomé su mano, incluso cuando ella trató de alejarla. Toqué el suave metal − La luz de la mañana se volvió más y más brillante hasta que fue todo lo que podía ver. Sentí la familiar sensación de ser llevado ciento cincuenta años atrás. Entonces una sacudida. Abrí mis ojos. Pero en lugar de un campo lodoso y llamas en la distancia, todo lo que vi fue la sombra de la torre de agua y el coche fúnebre. El camafeo no nos había mostrado nada.
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—¿Sentiste eso? Comenzó, y entonces se detuvo. Ella asintió, alejándome. —Creo que estoy mareada por el auto, o cualquier tipo de mareo que quieras llamarlo. —¿Estás bloqueándolo? —¿De qué estás hablando? No estoy haciendo nada. —¿Lo juras? ¿No estás usando tus poderes de Hechicera, o algo? —No, estoy demasiado ocupada tratando de desviar el poder de tu estupidez. Pero no creo que sea lo suficientemente fuerte. No tenía sentido, simplemente llevarnos adentro y entonces sacarnos de la visión de esa forma. ¿Qué lo hacía diferente? Lena se acercó, envolviendo el camafeo en el pañuelo. El brazalete de cuero sucio que Amma le había dado a Macon llamó mi atención. —Quítate eso. Metí mi dedo debajo de la tira, levantando el brazalete y su brazo al nivel de mis ojos. —Ethan, es para protegerme. Dijiste que Amma hace este tipo de cosas todo el tiempo. —No creo que este sea el caso. —¿Qué quieres decir? —Quiero decir, que tal vez esa cosa es la razón por la cual el camafeo no funciona. —Sabes que no funciona todo el tiempo. —Pero estaba comenzando a hacerlo, y algo lo detuvo. Ella sacudió su cabeza, los rizos salvajes acariciaron su hombro. ¿Honestamente crees eso? —Prueba que me estoy equivocando. Quítatelo. Ella me miraba como si estuviera loco, pero estaba considerándolo. Podía darme cuenta. —Si estoy equivocado, vuelves a ponértelo. Ella dudó por un segundo, entonces me dio su brazo para que lo desamarrara. Aflojé el nudo y puse el talismán en mi bolsillo. Tomé el camafeo, y ella puso su mano en la mía.
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Cerré mi mano a su alrededor, y giramos hacia la nada— La lluvia comenzó casi
inmediatamente. Lluvia fuerte, un aguacero. Como si el cielo acabara de abrirse. Ivy siempre decía que la lluvia eran las lágrimas de Dios. Hoy Genevieve lo creía. Se trataba tan sólo de unos pocos metros, pero Genevieve no podía llegar lo suficientemente rápido. Ella se arrodilló junto a Ethan y acunó su cabeza en sus manos. Su respiración era desigual. Él estaba vivo. —No, no, no este chico. Ya tomaste demasiado. Demasiado. No este chico.— La voz de Ivy alcanzó un tono afiebrado y comenzó a rezar. —Ivy, consigue ayuda. Necesito agua y Whiskey y algo para sacar la bala. Genevieve presionaba el arrugado material de su falda sobre el hoyo que el pecho de Ethan había llenado hasta hacía poco. —Te amo, y me hubiera casado contigo, sin importar lo que pensara tu familia.— susurró él. —No digas eso Ethan Carter Wate. No digas eso como si te fueras a morir. Vas a estar bien. Muy bien.— Ella repitió, tratando de convencerse tanto a ella misma como a él. Genevieve cerró sus ojos y se concentró. Flores floreciendo. Bebés recién nacidos llorando. El sol saliendo. Vida, no muerte. Ella veía las imágenes en su mente, esperando que se volvieran realidad. Las imágenes se repetían una y otra vez en su mente. Vida, no muerte. Ethan se ahogó. Ella abrió sus ojos, y sus ojos se encontraron. Por un instante el tiempo pareció detenerse. Entonces, los ojos de Ethan se cerraron, y su cabeza rodó hacia un lado. Genevieve cerró sus ojos de nuevo, visualizando las imágenes. Tenía que tratarse de un error. Él no podía estar muerto. Ella había invocado su poder. Ella lo había hecho un millón de veces antes, moviendo objetos de la cocina de su madre para hacerle bromas a Ivy, curando pichones que habían caído de sus nidos. ¿Por qué no ahora? ¿Por qué no cuando realmente importaba? —Ethan despierta, por favor despierta. Yo abrí mis ojos. Estábamos parados en medio del campo, exactamente en el mismo lugar de antes. Miré a Lena. Sus ojos estaban brillantes, a punto de romper en llanto. —Oh, Dios. Yo me incliné y toqué las hierbas sobre las que estábamos parados. Una mancha rojiza marcaba el piso a nuestro alrededor. —Es sangre.
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—¿Su sangre? —Eso creo. —Tenías razón. El brazalete estaba bloqueando la visión. ¿Pero entonces, por qué diría tío Mason que era para protegerme? —A lo mejor sí. Ese no puede ser su único objetivo. —No tienes por qué tratar de hacerme sentir mejor. —Obviamente hay algo de lo que no quieren que nos enteremos, y tiene algo que ver con el camafeo, y, estoy dispuesto a apostar que también incluye a Genevieve. Tenemos que averiguar todo lo que podamos, y tenemos que hacerlo antes de tu cumpleaños. —¿Por qué mi cumpleaños? —Anoche, Amma y tu tío estaban hablando. Lo que sea que ellos no quieran que sepamos, tiene algo que ver con tu cumpleaños. Lena respiró profundamente, como si estuviera tratando de calmarse. —Ellos saben que me voy a volver Oscura. De eso se trata todo esto. —¿Que tiene que ver eso con el camafeo? —No lo sé, pero tampoco importa. Nada de esto importa. En cuatro meses, no voy a ser yo misma. Tú viste a Ridley. Eso es en lo que voy a convertirme, o peor. Si mi tío tiene razón y soy una Natural, entonces voy a hacer que Ridley parezca una voluntaria de la cruz roja. Yo la halé hacía mi, envolviendo mis brazos a su alrededor como si la pudiera proteger de algo que los dos sabíamos no podía protegerla. —No puedes pensar eso. Tiene que haber una forma de detenerlo, si esa es realmente la verdad. —Tú no lo entiendes. No hay ninguna forma de detenerlo. Simplemente pasa.— Su voz se estaba levantando. El viento estaba comenzando a arreciar. —Está bien, a lo mejor tienes razón. A lo mejor simplemente pasa. Pero vamos a encontrar una forma de que no te pase a ti. Sus ojos estaban tan nublados como el cielo. —¿No podemos simplemente disfrutar el tiempo que nos queda?— Por primera vez sentí las palabras.
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El tiempo que nos queda. No podía perderla. No lo haría. Sólo el pensamiento de no poder volver a tocarla me hacía enloquecer. Peor que perder todos mis amigos. Peor que ser el chico menos popular de la escuela. Peor que tener a Amma disgustada conmigo perpetuamente. Perderla era lo peor que podía imaginarme. Como si estuviera cayendo, pero esta vez definitivamente iba a tocar el fondo. Pensé en Ethan Carter Wate cayendo al suelo, la sangre roja en el campo. El viento comenzó a bramar. Era hora de irnos. —Nunca hables así. Vamos a encontrar una solución. Pero incluso mientras lo decía, no estaba seguro de creerlo.
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13 de Octubre MARIAN, LA BIBLIOTECARIA
H
abían pasado tres días, y todavía no podía dejar de pensar en ello. A
Ethan Carter le habían disparado, probablemente estaba muerto. Lo había visto con mis propios ojos. Bien, técnicamente, todos los de aquél entonces estaban muertos ahora. Pero, de un Ethan Wate a otro, estaba teniendo problemas en sobreponerme a la muerte de éste soldado de la Confederación en particular. Más bien, desertor de la Confederación. Mi tátara—tátara—tátara tío—abuelo. Pensé en ello durante Álgebra, mientras Savannah se atragantaba con su ecuación enfrente de la clase, pero el Sr. Bates estaba demasiado ocupado leyendo el último número de Armas y Municiones para darse cuenta. Pensé en ello durante la asamblea de Los Futuros Agricultores de América, cuando no pude encontrar a Lena y terminé sentándome con la banda. Link estaba sentado con los chicos unas filas detrás de mí, pero no lo noté hasta que Shawn y Emory empezaron a hacer sonidos de animales. Después de un rato, no los podía escuchar más. Mi mente seguía volviendo a Ethan Carter Wate. No era que él fuera un Confederado. Todos en Gatlin estaban relacionados al lado equivocado en la Guerra entre Estados. Estábamos acostumbrados a eso ahora. Era como nacer en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, ser de Japón después de Pearl Harbor, ó norteamericano después de Hiroshima. La historia era una perra a veces. No podías cambiar de dónde eras. Pero aún así, no tenías que quedarte allí. No tenías que quedarte pegado al pasado, como las damas en la DAR, o la Sociedad Histórica de Gatlin, o Las Hermanas. Y no
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tenías que aceptar que las cosas tenían que ser de la forma en que eran, como Lena. Ethan Carter no lo había hecho, y yo tampoco podría. Todo lo que sabía era, que ahora que conocíamos acerca del otro Ethan Wate, teníamos que averiguar más acerca Genevieve. Tal vez había una razón por la que nos habíamos tropezado el uno con el otro en un sueño, incluso si era más una pesadilla. Normalmente, le hubiera preguntado a mi madre qué hacer, de regreso cuando las cosas eran normales y ella estaba viva. Pero se había ido, mi padre estaba demasiado fuera de tema para ser de alguna ayuda, y Amma no estaba dispuesta a ayudarnos en nada que tuviera que ver con el relicario. Lena estaba todavía malhumorada acerca de Macon; la lluvia en el exterior era obvia. Se suponía que estuviera haciendo mi tarea, lo que significaba que necesitaba cerca de medio galón de leche chocolatada y tantas galletitas como pudiera cargar en mi otra mano. Caminé por el pasillo desde la cocina e hice una pausa enfrente del estudio. Mi padre estaba arriba tomando una ducha, que era casi la única vez que dejaba el estudio ya, así que la puerta estaría probablemente cerrada con llave. Siempre lo estaba, desde el incidente del manuscrito. Me quedé mirando la manija de la puerta, mirando a ambos lados del pasillo. Equilibrando precariamente mis galletitas sobre el cartón de leche, la alcancé. Antes de poder siquiera tocar la manija, escuché el clic de la cerradura moverse. La puerta se destrabó totalmente por sí misma, como si alguien adentro la estuviera abriendo para mí. Las galletitas cayeron al suelo. Un mes atrás, no lo hubiera creído, pero ahora sabía mejor. Esto era Gatlin. No el Gatlin que pensé que conocía, sino algún otro Gatlin que aparentemente se había estado escondiendo a simple vista todo el tiempo. El pueblo en donde la chica que me gustaba venía de una larga línea de Hechiceros, mi ama de llaves era una Vidente quien leía huesos de pollo en el pantano y convocaba a los espíritus de sus ancestros muertos, y hasta mi padre actuaba como un vampiro. Parecía no haber nada demasiado increíble para éste Gatlin. Es curioso cómo puedes vivir en lugar tu vida entera, pero no verlo realmente. Empujé la puerta, lentamente, vacilante. Pude ver sólo un vislumbre del estudio, un rincón de la construcción en los estantes, repleto con los libros de mi madre, y los restos que ella parecía recolectar a donde sea que iba. Tomé un aliento profundo e inhalé el aire del estudio. No era extraño que mi padre nunca dejara el estudio. Casi podía verla, enroscada en su vieja silla de lectura junto a la ventana. Ella estaría tipeando, justo al otro lado de la puerta. Si abría la puerta un poco más, por todo lo que sabía, ella podría estar allí ahora. Sólo que no podía escuchar ningún tipeo, y sabía que no estaría allí, y nunca lo volvería a estar.
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Los libros que necesitaba estaban en esos estantes. Si alguien sabía más acerca de la historia del Condado de Gatlin que las Hermanas, era mi madre. Di un paso adelante, abriendo la puerta sólo unos centímetros más. —Dulce Hostia de Cielo y Tierra, Ethan Wate, si estás planeando poner un pie en ese cuarto, tu papi te va a llamar para que limpies la próxima semana. Estuve a punto de dejar caer mi leche. Amma. —No estoy haciendo nada. La puerta sólo se abrió. —Qué vergüenza. Ningún fantasma de Gatlin se atrevería a poner un pie en el estudio de tu madre y padre, a excepción de tu madre en sí misma.— Ella me miró desafiante. Había algo en sus ojos que me hacía preguntar si ella estaba intentando decirme algo, quizás incluso la verdad. Tal vez era mi madre, abriendo la puerta. Porque una cosa estaba clara. Alguien, algo, quería que entrara en ese estudio, tanto como que alguien quería mantenerme fuera. Amma cerró la puerta de un golpe y sacó una llave de su bolsillo, cerrándolo. Escuché un clic y supe que mi oportunidad se había cerrado de repente, tan rápido como se había abierto. Cruzó los brazos. —Es noche de escuela ¿no tienes algo que estudiar? La miré, molesto. —¿Volver a la biblioteca? ¿Terminasteis ese informe tú y Link? Y entonces vino a mí. —Sí, la librería. De hecho, allí es donde me dirijo justo ahora.— Besé su mejilla y la pasé corriendo. —Saluda a Marian de mi parte, y no llegues tarde para la cena. La buena vieja Amma. Ella siempre tenía todas las respuestas, las conociera o no, y estuviera o no dispuesta a revelarlas. Lena me estaba esperando en el estacionamiento de la Librería del Condado de Gatlin. El agrietado concreto todavía estaba húmedo y brilloso por la lluvia. Aún cuando la librería estaba abierta por dos horas más, el coche fúnebre era el único auto en el lugar, salvo por un familiar y viejo camión turquesa. Sólo digamos que este no era un gran pueblo de bibliotecas. No había mucho de lo que quisiéramos saber de cualquier ciudad además de la nuestra, y si tu abuelo o bisabuelo no podía decirte, es probable que no necesitaras saber. Lena estaba acurrucada contra el costado del edificio, escribiendo en su cuaderno. Llevaba puestos harapientos jeans, enormes botas de lluvia, y una camiseta negro suave. Trenzas minúsculas colgaban alrededor de su rostro, perdidas entre todos los rizos. Lucía casi como una chica normal. No estaba seguro si quería que fuera una chica normal. Estaba seguro que quería volver a besarla, pero tendría que esperar. Si
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Marian tenía las respuestas que necesitábamos, tendría muchas más oportunidades de besarla. Revisé mi libro de jugadas nuevamente. Levanta y Lanza. —¿Estás seguro que aquí hay algo que podrá ayudarnos?— Lena me miró por encima de su cuaderno. Tiré de ella con mi mano. —No algo. Alguien. La librería en si misma era hermosa. Había pasado tantas horas en ella cuando era un niño, había heredado la creencia de mi madre que la librería era una clase de templo. Ésta biblioteca en particular era uno de los pocos edificios que habían sobrevivido a la Marcha de Sherman y al Gran Incendio. La librería y la Sociedad Histórica eran los dos edificios más antiguos de la ciudad, aparte de Ravenwood. Era una venerable Victoriana de dos pisos, antigua y curtida con descascarada pintura blanca y merecidas décadas de viñedos durmiendo por las puertas y ventanas. Olía a madera envejecida y creosota, tapas de libros de plástico, y papel viejo. Papel viejo, el cual mi madre solía decir era el aroma del tiempo en sí mismo. —No lo entiendo. ¿Por qué la biblioteca? —No es sólo la biblioteca. Es Marian Ashcroft. —¿La bibliotecaria? ¿La amiga del Tío Macon? —Marian era la mejor amiga de mi madre, y su compañera de investigación. Ella es la única otra persona que conoce tanto de Gatlin como mi madre, y es la persona más inteligente en Gatlin ahora. Lena me miró, escéptica. —¿Más inteligente que el Tío Macon? —Okey. Ella es el Mortal más inteligente en Gatlin. Nunca pude entender qué estaba haciendo alguien como Marian en una ciudad como Gatlin. —Sólo porque tú vives en el medio de la nada,— me diría Marian, sobre un emparedado de atún con mi madre, —no quiere decir que no puedas saber dónde vives.— No tenía idea de lo que quería decir. No tenía idea de lo que estaba hablando, la mitad del tiempo. Eso era probablemente por lo que Marian se había llevado tan bien con mi madre, tampoco sabía de lo que mi madre estaba hablando, la otra mitad del tiempo. Como dije, la mente más grande en la ciudad, o quizás sólo el personaje más grande. Cuando entramos en la biblioteca vacía, Marian estaba vagando por las estanterías en sus medias, gimiendo para sí misma como la loca de una tragedia griega, las cuales era propensa a recitar. Ya que la biblioteca era casi un pueblo fantasma, excepto por la
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visita ocasional de una de las damas de la DAR chequeando sobre genealogía cuestionable, Marian tenía pase libre por el lugar. —¿Sabes una cosa? Seguí su voz profunda en los estantes. —¿Has escuchado? Le di la vuelta a la esquina en la Ficción. Allí estaba, balanceándose, sosteniendo una pila de libros en sus brazos, mirando a través de mí. —O está oculto de ti…. Lena apareció detrás de mí. —…que nuestros amigos son amenazados… Marian miró desde mí hacia Lena, por encima de sus cuadradas gafas rojas de lectura. —…con el castigo de nuestros enemigos… Marian estaba allí, pero no allí. Conocía bien esa mirada y supe, que aunque tenía una cita para todo, no las escogía a la ligera. ¿Qué castigo de mis enemigos me amenazaba, o a mis amigos? Si ese amigo era Lena, no estaba seguro de querer saberlo. Leo mucho, pero no tragedia griega. —¿Edipo? Abracé a Marian, por encima de su pila de libros. Ella me abrazó con tanta fuerza que no podía respirar, una inmanejable biografía del General Sherman cortando en mis costillas. —Antígone.— Dijo en voz alta Lena desde detrás de mí.
Alardeas. —Muy bien.— Marian sonrió por encima de mi hombro. Le hice una mueca a Lena, quien se encogió de hombros. —Escuela en casa. —Siempre es impresionante encontrar una persona joven que conoce a Antígone. —Todo lo que recuerdo es que ella sólo quería enterrar a los muertos. Marian nos sonrió a ambos. Metió la mitad de la pila de sus libros en mis brazos, y la mitad en los de Lena. Cuando sonrió, pareció como si pudiera haber estado en la portada de una revista. Tenía dientes blancos y una hermosa piel morena, y lucía más como una modelo que como una bibliotecaria. Tenía esa apariencia bonita y exótica, la mezcla de tantas líneas de sangre que era como mirar a la historia del Sur en sí mismo, gente de las Indias Occidentales, las Islas de Azúcar, Inglaterra, Escocia, incluso
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América, todos entremezclándose hasta alcanzar un bosque completo de árboles familiares para trazar el rumbo. A pesar de que estábamos al Sur de algún lugar y al Norte de ninguno, como Amma diría, Marian Ashcroft estaba vestida como si pudiera haber estado enseñando una de sus clases en Duke. Toda su ropa, todas sus joyas, todo lo de su firma, los brillantes pañuelos estampados parecían venir de otro lugar y complementar su involuntariamente fantástico cabello corto. Marian no era más del Condado Gatlin que Lena, y sin embargo, ella había estado aquí tanto como mi madre. Ahora ya no. —Te he extrañado tanto, Ethan. Y tú—tú debes ser la sobrina de Macon, Lena. La nueva chica famosa en la ciudad. La chica de la ventana. Oh sí, he escuchado acerca de ti. Las damas, están hablando. Seguimos a Marian nuevamente al mostrador del frente y descargamos los libros sobre el carro de re—apilamiento. —No crea todo lo que escucha, Dra. Ashcroft. —Por favor, Marian.— Estuve a punto de dejar caer un libro. Aparte de mi familia, Marian era la Dra. Ashcroft para casi todos por aquí. A Lena se le estaba ofreciendo acceso instantáneo al círculo interno, y no tenía idea del por qué. —Marian,— Lena sonrió. Aparte de Link y yo, ésta era la primera degustación de nuestra famosa hospitalidad sureña, y de otro extraño. —Lo único que quiero saber es, cuando rompiste esa ventana con tu palo de escoba, ¿sacaste la futura generación del Dar?— Marian comenzó a bajar las persianas, haciéndonos señas para que la ayudáramos. —Por supuesto que no. Si lo hice, ¿dónde conseguiría toda esa publicidad gratuita?
Marian lanzó la cabeza hacia atrás y se echó a reír, poniendo su brazo alrededor de Lena. —Un buen sentido del humor, Lena. Eso es lo que necesitas para moverte en esta ciudad. Lena suspiró. —He escuchado un montón de bromas. Sobre todo acerca de mí. —Ah, pero—‗Los monumentos del ingenio sobreviven a los monumentos del poder.‘ —¿Eso es Shakespeare?— me estaba sintiendo un poco atrás. —Cerca, Sir Francis Bacon. Aunque, si eres una de las personas que piensa que él escribió las obras de Shakespeare, supongo que estabas en lo correcto la primera vez. —Me rindo.
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Marian alborotó mi cabello. —Has crecido alrededor de cinco centímetros desde la última vez que te vi, EW. ¿Con qué te está alimentando Amma en estos días? ¿Pastel para el desayuno, almuerzo, y cena? Me siento como si no te hubiera visto en cien años. La miré. —Lo sé, lo siento. Simplemente no me sentía con ganas de…leer. Ella sabía que estaba mintiendo, pero sabía lo que quería decir. Marian fue hacia la puerta, y giró el letrero de ‗Abierto‘ a ‗Cerrado‘. Giró el cerrojo con un clic seco. Me recordó al estudio. —Pensé que la biblioteca estaba abierta ¿hasta las nueve?— Si no lo estaba perdería una excusa valiosa para ir a escondidas hacia lo de Lena. —No hoy. La bibliotecaria en Jefe ha declarado hoy un Día festivo de la Biblioteca del Condado de Gatlin. Ella es bastante espontánea de esa manera.— Guiñó un ojo. —Para una bibliotecaria. —Gracias, Tía Marian. —Se que no estarían aquí si no tuvieran un motivo, y sospecho que la sobrina de Macon Ravenwood es, cuanto menos, una razón. Así que, ¿por qué no vamos todos a la habitación trasera, hacemos una taza de té, y tratamos de ser razonables?— Marian amaba un buen juego de palabras. —Es más como una pregunta, en realidad.— Sentí en mi bolsillo, donde estaba el medallón todavía envuelto en el pañuelo de Sulla el Profeta. —Pregunta todo. Aprende algo. Responde nada. —¿Homero? —Eurípides. Mejor que empieces a surgir con alguna de éstas respuestas, EW, o en realidad voy a tener que ir a alguna de esas reuniones de la junta escolar. —Pero acabas de decir que no responda nada. Ella abrió con llave una puerta marcada como archivo privado. —¿Yo dije eso? Como Amma, Marian siempre parecía tener la respuesta. Como cualquier buena bibliotecaria. Como mi madre. Nunca había estado en el archivo privado de Marian, el cuarto trasero. Ahora que lo pienso, no conocía a nadie que hubiera estado alguna vez aquí atrás, excepto por mi madre. Era el lugar que ellas compartían, el lugar donde escribían, investigaban y quién sabe qué más. Ni siquiera a mi padre se le permitía entrar. Puedo recordar a Marian
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deteniéndolo en la puerta, cuando mi madre estaba examinando un documento histórico en el interior. —Privado significa privado. —Es una biblioteca, Marian. Las bibliotecas fueron creadas para democratizar el conocimiento y hacerlo público. —Por aquí, las bibliotecas fueron creadas para que los Alcohólicos Anónimos tuvieran donde reunirse cuando los Bautistas los sacaron a patadas. —Marian, no seas ridícula. Es sólo un archivo. —No pienses en mí como una bibliotecaria. Piensa en mí como una científica loca, éste es mi laboratorio secreto. —Tú estás loca. Las dos estáis mirando algunos viejos papeles en ruinas. —Si le revelas tus secretos al viento, no deberías culpar al viento por revelarlos a los árboles. —Khalil Gibran.— Disparó en respuesta. —Tres pueden guardar un secreto si dos de ellos están muertos. —Benjamín Franklin. Eventualmente hasta mi padre había desistido de intentar entrar en su archivo. Nosotros habíamos ido a casa y comido helado rocoso de la ruta, y después de eso, siempre había pensado de mi madre y Marian como una imparable fuerza de la naturaleza. Dos científicas locas, como había dicho Marian, encadenadas la una a la otra en el laboratorio. Habían producido en serie un libro tras otro, incluso una vez haciendo una pre—selección para la Voz de los Premios del Sur, el equivalente sureño de los Premios Pulitzer. Mi padre estaba muy orgulloso de mi madre, de ambas, aún cuando nosotros sólo estábamos siguiéndolas en el camino. —Alegre de mente—. Así era como solíamos describir a mi madre, especialmente cuando estaba a la mitad de un proyecto. Ahí era cuando ella estaba más ausente, y aun así, de alguna manera, cuando él parecía amarla más. Y ahora, aquí estaba yo, en el archivo privado, sin mi padre o mi madre, o incluso un tazón de helado rocoso de la ruta, a la vista. Las cosas estaban cambiando bastante rápido por aquí, para una ciudad que nunca cambió en absoluto. El cuarto estaba revestido con paneles, la habitación más aislada, sin aire y sin ventanas, del tercer edificio más antiguo en Gatlin. Cuatro mesas de roble estaban situadas en líneas paralelas en el centro del cuarto. Cada centímetro de cada pared estaba abarrotado de libros. Artillería y Municiones de la Guerra Civil. Rey Algodón: Oro Blanco del Sur. Los cajones de la estantería plana de metal tenían manuscritos, y
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gabinetes rebosantes de ficheros alineaban una pequeña sala adjunta a la parte posterior del archivo. Marian se ocupó de la tetera y la plancha de la cocina. Lena se acercó hacia una pared de mapas del Condado de Gatlin enmarcados, desmoronándose detrás del vidrio, tan viejos como las Hermanas en sí mismas. —Mira———Ravenwood.— Lena movió sus dedos por el vidrio. —Y allí está Greenbrier. Puedes ver la línea de la propiedad mucho mejor en este mapa. Caminé hacia la esquina más alejada del cuarto, donde estaba una mesa solitaria, cubierta con una fina capa de polvo y una telaraña ocasional. Una carta constitucional de la antigua Sociedad Histórica estaba abierta, con círculos en nombres, y un lápiz todavía clavado en la columna vertebral. Un mapa elaborado con papel de calco, clavado a un mapa del Gatlin de hoy en día, parecía como si alguien estuviera intentando excavar mentalmente la ciudad vieja desde debajo de la nueva. Y yaciendo encima de todo esto estaba la foto de la pintura en la entrada de Macon Ravenwood. La mujer con el medallón.
Genevieve. Tiene que ser Genevieve. Tenemos que decirle, L. Tenemos que preguntar. No podemos. No podemos confiar en nadie. Ni siquiera sabemos porque estamos teniendo las visiones. Lena. Confía en mí. —¿Qué es todo esto de aquí, Tía Marian? Ella me miró, con su rostro nublándose brevemente. —Ése era nuestro último proyecto. De tu madre y mío.
¿Por qué tu madre tenía una foto de la pintura en Ravenwood? No lo sé. Lena se acercó a la mesa, y levantó la foto de la pintura. —Marian, ¿qué estaban haciendo ustedes chicas con ésta pintura? Marian nos pasó a cada uno de nosotros una buena taza de té, con un platito. Esa era otra cosa acerca de Gatlin. Usabas un platito, en todo momento, sin importar qué. —Deberías reconocer esa pintura, Lena. Pertenece a tu tío Macon. De hecho, él mismo me envió esa foto. —Pero ¿quién es la mujer?
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—Genevieve Dunchannes., pero espero que sepas eso. —No lo sabía, en realidad. —¿No te ha enseñado nada tu tío acerca de tu genealogía? —No hablamos mucho acerca de mis parientes muertos. Nadie quiere traer a colación a mis padres. Marian se acercó a uno de los cajones planos del archivo, buscando algo. —Genevieve Duchannes era tu tátara—tátara—tátara—tátara— abuela. Ella era un personaje interesante, en realidad. Lila y yo estábamos rastreando el árbol completo de la familia Duchannes, para un proyecto con el que nos había estado ayudando tu tío Macon, justo hasta———— Bajó la mirada. —El año pasado. ¿Mi madre había conocido a Macon Ravenwood? Pensé que él había dicho que sólo la conocía a través de su trabajo. —En verdad deberías conocer tu genealogía.— Marian volvió algunas hojas amarillas de pergamino. El árbol familiar de Lena nos contemplaba, justo al lado del de Macon. Señalé el árbol familiar de Lena. —Eso es raro. Todas las chicas en tu familia tienen el apellido Duchannes, incluso las que estaban casadas.
—Es sólo algo en mi familia. Las mujeres mantienen el nombre de la familia aún después de casarse. Siempre ha sido de esa manera. Marian dio vuelta la página, y miró a Lena. —Es por lo general el caso en líneas de sangre en donde las mujeres son consideradas particularmente poderosas. Quería cambiar de tema. No quería excavar demasiado profundo en las mujeres poderosas de la familia de Lena con Marian, especialmente considerando que Lena era definitivamente una de ellas. —¿Por qué estaban tú y mamá trazando el árbol de los Duchannes? ¿Cuál era el proyecto? Marian revolvió su té. —¿Azúcar? Apartó la vista mientras yo ponía una cucharada en mi taza. —En realidad estábamos mayormente interesadas en este medallón.— Ella señaló otra foto de Genevieve. En ésta, ella estaba usando el relicario. —Una historia en particular. Era una historia simple, en realidad, una historia de amor.— Sonrió con tristeza.—Tu madre era una gran romántica, Ethan.
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Trabé los ojos con Lena. Ambos sabíamos lo que Marian estaba a punto de decir. —Interesantemente para ustedes dos, esta historia de amor involucra tanto a un Wate como a una Duchannes. Un soldado de la Confederación, y una hermosa amante de Greenbrier. Las visiones del relicario. La quema de Greenbrier. El último libro de mi madre era acerca de todo lo que habíamos visto pasar entre Genevieve y Ethan, La tátara-tátaratátara-abuela de Lena y mi tátara-tátara-tátara ti-abuelo. Mi madre estaba trabajando en ese libro cuando murió. La cabeza me daba vueltas. Gatlin era así. Nada aquí sucedía sólo una vez. Lena lucía pálida. Se inclinó hacia delante y tocó mi mano, donde descansaba sobre la polvorienta mesa. Instantáneamente, sentí el familiar pinchazo de electricidad. —Aquí. Ésta es la carta que nos hizo iniciar todo este proyecto.— Marian mostró dos hojas de pergamino en la próxima mesa de roble. Secretamente, me alegré que ella no hubiera alterado la mesa de trabajo de mi madre. Pensé en ello como una conmemoración apropiada, más parecido a ella que los claveles que todo el mundo había puesto sobre su tumba. Hasta la DAR, ellas estaban allí para el funeral, poniendo esos claveles como unas locas, aunque mi madre lo hubiera odiado. La ciudad entera, los Bautistas, los Metodistas, hasta los Pentecostales, acudían a una muerte, un nacimiento, o un casamiento. —Puedes leerlo, simplemente no lo toques. Es una de las cosas más antiguas en Gatlin. Lena se inclinó sobre la carta, sosteniendo su cabello hacia atrás para evitar que rozara el viejo pergamino. —Están locamente enamorados, pero son demasiado diferentes.— Ella escaneó la carta. —‘Una Especie Aparte‘, él los llamó. La familia de ella está intentando mantenerlos separados, y él ha ido a enlistarse, aunque no cree en la guerra, con la esperanza que pelear por el Sur le ganará la aprobación de su familia. Marian cerró sus ojos, recitando:
—Bien podría ser un mono como un hombre, para todo el bien que me hace en Greenbrier. Aunque simple Mortal, mi corazón se rompe con tal dolor ante la idea de pasar el resto de mi vida sin ti, Genevieve. Era como poesía, como algo que imaginé Lena escribiría. Marian abrió los ojos nuevamente. —Como si él fuera Atlas cargando el peso del mundo sobre sus hombros.
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—Todo es tan triste,— dijo Lena, mirándome. —Ellos estaban enamorados. Había una guerra. Odio decírtelo, pero terminó mal, o eso parece.— Marian terminó su té. —¿Qué hay acerca de éste medallón?— Señalé la foto, casi con miedo de preguntar. —Supuestamente, Ethan se lo dio a Genevieve, como la palabra de honor de un compromiso secreto. Nunca supimos lo que pasó con él. Nadie lo ha vuelto a ver, después de la noche en que murió Ethan. El padre de Genevieve la obligó a casarse con alguien más, pero cuenta la leyenda, que ella conservó el relicario y fue enterrado con ella. Se dice que es un poderoso talismán, el enlace roto de un corazón roto. Me estremecí. El poderoso talismán no fue enterrado con Genevieve; estaba en mi bolsillo, y un Oscuro talismán según Macon y Amma. Podía sentirlo palpitar, como si hubiera sido cocinado a las brasas.
Ethan, no. Tenemos que hacerlo. Ella puede ayudarnos. Mi madre nos hubiera ayudado. Metí una mano en el bolsillo, empujando más allá del pañuelo para tocar el maltratado camafeo, y tomé la mano de Marian, con la esperanza que ésta fuera una de esas veces cuando el relicario funcionaba. El cuarto empezó a arremolinarse. —¡Ethan!— gritó Marian. Lena tomó la mano de Marian. La luz en el cuarto comenzó a disolverse en la noche. —No te preocupes. Estaremos contigo todo el tiempo.— La voz de Lena sonaba muy lejos, y escuché el sonido de disparos lejanos. En momentos, la biblioteca se llenó de lluvia———
La lluvia los apaleó. Los vientos se levantaban, empezando a sofocar las llamas a pesar que era demasiado tarde. Genevieve miraba fijamente lo que quedaba de la gran casa. Ella lo había perdido todo hoy. Mamma. Evangeline. Ella no podía perder también a Ethan. Ivy corrió a través del fango hacia ella, utilizando su falda para llevar las cosas que había pedido Genevieve. —Se me hizo demasiado tarde, Señor en el Cielo, se me hizo demasiado tarde,— Lloró Ivy. Ella miró los alrededores con nerviosismo. —Vamos, Srita. Genevieve, no hay nada más que podamos hacer aquí. Pero Ivy estaba equivocada. Había una cosa.
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—No es demasiado tarde. No es demasiado tarde.— Genevieve seguía repitiendo las palabras. —Está hablando disparates, niña. Ella miró a Ivy, desesperada. —Necesito el libro. Ivy retrocedió, negando con la cabeza. —No. No puedes meterte con ese libro. No sabes lo que estás haciendo. Genevieve agarró a la anciana por los hombros. —Ivy, es la única forma. Tienes que dármelo. —No sabes lo que estás pidiendo. No sabes nada acerca de ese libro——— —Dámelo o lo encontraré yo misma. El humo negro estaba ondeando detrás de ellas, el fuego seguía escupiendo mientras se tragaba lo que quedaba de la casa. Ivy cedió, recogiendo sus harapientas faldas y dirigiendo a Genevieve más allá de lo que solía ser el limonero de su madre. Genevieve nunca había estado más allá de ese punto. No había nada allí afuera más que campos de algodón, o por lo menos eso era lo que siempre le habían dicho. Y nunca había tenido una razón para estar en esos campos, excepto las raras ocasiones cuando ella y Evangeline jugaban el juego de ocúltate y busca (las escondidas) Pero el camino de Ivy era intencional. Ella sabía exactamente donde estaba yendo. A la distancia, Genevieve todavía podía oír el sonido de disparos y los gritos desgarradores de sus vecinos, mientras observaban sus propios hogares incendiarse. Ivy se detuvo cerca de una zarza de parras silvestres, rosa—marías, y jazmines, serpenteando su camino en subida por el costado de un viejo muro de piedra. Había un arco pequeño, oculto debajo del sobrecrecimiento. Ivy se agachó y caminó por debajo del arco. Genevieve la siguió. El arco debe haber estado sujeto al muro porque la zona estaba cercada. Un círculo perfecto—sus paredes oscurecidas por los años de vides silvestres. —¿Qué es este lugar? —Un lugar del que tu mamma no quería que tú supieras nada, o sabrías lo que era. A la distancia, Genevieve podía ver pequeñas piedras que sobresalían de la alta hierba. Por supuesto. El cementerio familiar. Genevieve recordaba estar allí fuera, alguna vez, cuando era muy joven, cuando su bisabuela había muerto. Recordaba que el funeral fue a la noche, y su madre se había parado en la alta hierba, a la luz de la luna,
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susurrando palabras en un lenguaje que Genevieve y su hermana no habían reconocido. —¿Qué estamos haciendo aquí afuera?— —Dijiste que querías el libro. ¿No? —¿Está aquí afuera? Ivy se detuvo y miró a Genevieve, confundida. —¿Dónde más estaría? Más atrás, había otra estructura que era estrangulada por vides silvestres. Una cripta. Ivy se detuvo en la puerta. —Estás segura que quieres——— —¡No tenemos tiempo para esto!— Genevieve buscó el picaporte, pero no había ninguno. —¿Cómo se abre? La anciana se puso de puntillas, alcanzando por encima de la puerta. Allí, iluminada por la lejana luz de los incendios, Genevieve pudo ver un pequeño trozo de piedra lisa encima de la puerta, con una media luna tallada en ella. Ivy puso su mano sobre la pequeña luna y presionó. La puerta de piedra comenzó a moverse, abriéndose con el sonido de la piedra raspando la piedra. Ivy alcanzó algo al otro lado de la entrada. Una vela. La luz de la vela iluminó la pequeña habitación. No pudo haber sido más grande que unos pocos metros de ancho a su alrededor. Pero había viejos estantes de madera en cada costado, apilados en lo alto con pequeños frascos y botellas, llenas de flores de plantas, polvos, y líquidos turbios. En el centro del cuarto, había una mesa de piedra erosionada, con una vieja caja de madera encima. La caja era moderada para cualquier estándar, el único adorno era una diminuta media luna tallada en la tapa. El mismo tallado de la piedra sobre la puerta. —No voy a tocarla,— dijo Ivy en voz baja, como si pensara que la caja podía escucharla. —Ivy, es sólo un libro. —No hay tal cosa como sólo un libro, especialmente en tu familia. Genevieve levantó la tapa con cuidado. La solapa del libro era de cuero negro agrietado, ahora, más gris que negro. No había un título, sólo la misma luna creciente entallada en relieve en el frente. Genevieve levantó con indecisión el libro de la caja. Sabía que Ivy era supersticiosa.
Aunque se había burlado de la anciana, también sabía que Ivy era sabia. Ella leía cartas y hojas de té, y la madre de Genevieve consultaba a Ivy y sus hojas de té para casi todo, el mejor día para plantar sus hortalizas para evitar la congelación, las hierbas adecuadas para curar un resfriado. El libro estaba cálido. Como si estuviera vivo, respirando.
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—¿Por qué no tiene un nombre?— preguntó Genevieve. —Sólo porque un libro no tenga un título, no significa que no tenga un nombre. Ese justo allí es El Libro una Lunas. No había más tiempo que perder. Ella siguió las llamas a través de la oscuridad. De regreso a lo que quedaba de Greenbrier, y a Ethan. Hojeó las páginas. Había cientos de Hechizos. ¿Cómo encontraría el correcto? Entonces lo vio. Estaba en Latín, un idioma que conocía bien; su madre había traído un tutor especial del Norte para asegurarse que ella y su hermana Evangeline lo aprendieran. El idioma más importante en lo que se refería a su familia. El Hechizo Vinculante. Para vincular la Muerte a la Vida. Genevieve apoyó el libro en el suelo junto a Ethan, con su dedo debajo del primer versículo del encantamiento. Ivy agarró su muñeca y la sostuvo fuerte. —Ésta no es una noche para esto. Trabajar con Luna Creciente, Magia Blanca; trabajar con Luna Llena, Negra. Sin luna es completamente otra cosa. Genevieve sacudió su brazo del agarre de la anciana. —No tengo alternativa. Ésta es la única noche que tenemos. —Srita. Genevieve, necesita entender. Esas palabras son más que un Hechizo. Son un pacto. No puede usar El Libro una Lunas, sin dar algo a cambio. —No me preocupa el precio. Estamos hablando de la vida de Ethan. He perdido a todos los demás. —Ése muchacho no tiene más vida. Le han disparado por completo. Lo que usted está intentando hacer es antinatural. Y no puede haber ningún derecho en eso. Genevieve sabía que Ivy estaba en lo correcto. Su madre le había advertido con bastante frecuencia a ella y a Evangeline acerca de respetar las Leyes de la naturaleza. Ella estaba cruzando una línea que ninguno de los Hechiceros de su familia se hubiera atrevido alguna vez. Pero todos ellos se habían ido ahora. Ella era la única que quedaba. Y tenía que intentarlo. —¡No!— Lena soltó nuestras manos, rompiendo el círculo. —Ella fue a lo Oscuro ¿no lo entienden? Genevieve, ella estaba usando magia Negra. Agarré sus manos. Ella intentó alejarse de mí. Por lo general todo lo que podía sentir de Lena era una especie de alegre calor, pero esta vez ella se sentía más como un
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tornado. —Lena, ella no eres tú. Él no soy yo. Todo esto pasó hace más de cien años atrás. Ella estaba histérica. —Ella soy yo, es por eso que el medallón quiere que vea esto. Está advirtiéndome que me mantenga alejada de ti. Para que no te lastime después que yo vaya hacia lo Oscuro. Marian abrió los ojos, los cuales eran más grandes de lo que alguna vez los había visto. Su cabello corto, normalmente limpio y perfectamente en su lugar, era salvaje y volado por el viento. Se veía agotada, pero eufórica. Conocía esa mirada. Era como si mi madre la estuviera acechando, especialmente alrededor de sus ojos. —Ustedes no están Reclamados, Lena. No son ni buenos ni malos. Esto es simplemente como se siente tener quince y medio, en la familia Duchannes. He conocido a muchos Hechiceros en mi día, y un montón de Duchannes, tanto Oscuros como de Luz. Lena miró a Marian, aturdida. Marian intentó recuperar el aliento. —Tú no te estás volviendo Oscura. Eres tan melodramática como Macon. Ahora tranquilízate. ¿Cómo sabía ella acerca del cumpleaños de Lena? ¿Cómo sabía acerca de los Hechiceros? —Tenéis el relicario de Genevieve. ¿Por qué no me lo dijeron? —No sabemos qué hacer. Todos nos dicen algo diferente. —Déjame verlo. Metí la mano en el bolsillo. Lena puso su mano en mi brazo, y dudé. Marian era la amiga más cercana a mi madre, y era como familia. Sabía que no debía cuestionar sus motivos, pero entonces sólo había seguido a Amma dentro del pantano para encontrarse con Macon Ravenwood, y nunca habría visto venir eso. —¿Cómo sabemos que podemos confiar en ti?— pregunté, sintiéndome enfermo incluso haciendo la pregunta. —La mejor manera de averiguar si puedes confiar en alguien es confiando en ellos. —¿Elthon Jhon? —Cerca. Ernest Hemingway. A su manera, una especie de estrella del rock de su tiempo. Sonreí, pero Lena no estaba tan dispuesta a alejar sus dudas por arte de magia. —¿Por qué deberíamos confiar en ti cuando todo el resto nos ha estado ocultando cosas? Marian se puso seria. —Precisamente porque no soy Amma, y no soy el Tío Macon. No soy tu abuela o tu Tía Delphine. Soy Mortal. Soy neutral. Entre la magia Negra y
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Blanca, Luz y Oscuridad, tiene que haber algo intermedio—algo que resista la atracción—y ése algo soy yo. Lena se apartó de ella. Era inconcebible, para ambos. ¿Cómo sabía tanto Marian de la familia de Lena? —¿Qué eres?— En la familia de Lena, ésa era una pregunta capciosa. —Soy la Bibliotecaria en Jefe del Condado de Gatlin, lo mismo que he sido desde que me mudé aquí, lo mismo que seré siempre. No soy una Hechicera. Sólo guardo los registros. Sólo guardo los libros.— Marian se alisó el cabello. —Soy la guardiana, sólo una en una larga línea de Mortales encomendada con la historia y los secretos de un mundo del que nunca podemos ser parte por completo. Siempre debe haber alguien, y ahora ese alguien soy yo. —¿Tía Marian? ¿De qué estás hablando?— Estaba perdido. —Sólo digamos que hay bibliotecas, y entonces hay bibliotecas. Sirvo a todos los buenos ciudadanos de Gatlin, sean Hechiceros o Mortales. Lo que funciona bien ya que la otra rama es un trabajo más de noche, en realidad. —¿Quieres decir———? —La Biblioteca de Hechicería del Condado de Gatlin. Yo soy, por supuesto, la Bibliotecaria Hechicera. La Bibliotecaria Hechicera en Jefe. Me quedé mirando a Marian como si la estuviera viendo por primera vez. Ella me devolvió la mirada con los mismos ojos marrones, la misma sonrisa cómplice. Se veía igual, pero de alguna manera ella era completamente diferente. Siempre me había preguntado por qué Marian se quedó en Gatlin todos estos años. Pensé que era por mi madre. Ahora me daba cuenta que había otra razón. No sabía lo que estaba sintiendo, pero sea lo que fuera, Lena estaba sintiendo lo opuesto. —Entonces tú puedes ayudarnos. Tenemos que averiguar lo que les sucedió a Ethan y a Genevieve, y qué tiene que ver con Ethan y conmigo, y lo tenemos que averiguar antes de mi cumpleaños.— Lena la miró expectante. —La Biblioteca de Hechicería debe tener registros. Quizás el Libro de Lunas está aquí. ¿Piensas que podría tener las respuestas? Marian apartó la mirada. —Tal vez, tal vez no. Me temo que no puedo ayudaros. Lo lamento. —¿De qué estás hablando?— Ella no tenía sentido. Nunca había visto a Marian negarse a ayudar a nadie, especialmente a mí. —No puedo involucrarme, aun si quisiera. Es parte de la descripción del trabajo. No escribo los libros, o las reglas, sólo los guardo. No puedo interferir.
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—¿Este trabajo es más importante que ayudarnos a nosotros?— Me paré enfrente de ella, para que tuviera que mirarme a los ojos cuando respondiera. —¿Más importante que yo? —No es tan simple, Ethan. Hay un balance entre el mundo de los Mortales y el mundo de los Hechiceros, entre la Luz y la Oscuridad. El Guardián es parte de ese balance, parte del Orden de las Cosas. Si desafío las leyes por las que estoy Comprometida, ese balance es expuesto al peligro.— Ella me volvió a mirar, con su voz temblorosa. —No puedo interferir, aunque me cueste la vida. Incluso si lastima a la gente que amo. No entendía de lo que estaba hablando, pero sabía que Marian me amaba, como había amado a mi madre. Si ella no podía ayudarnos, tenía que haber una razón. —Bien. Tú no puedes ayudarnos. Sólo llévame a la Biblioteca de Hechiceros, y lo descubriré yo mismo. —Tú no eres un Hechicero, Ethan. Ésta no es tu decisión para hacer. Lena se paró junto a mí, y tomó mi mano. —Es mía. Y yo quiero ir. Marian asintió. —Está bien, te llevaré la próxima vez que esté abierta. La Biblioteca de Hechicería no funciona en el mismo horario que la Biblioteca del Condado de Gatlin. Es un poco más irregular. Por supuesto que lo era.
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31 de Octubre LA NOCHE DE LOS ESPÍRITUS
L
os únicos días del año que la Biblioteca del Condado de Gaitlin estaba
cerrada eran los feriados de los bancos — como Acción de Gracias, Navidad, Pascua. Como resultado esos eran los únicos días en que la Biblioteca para Hechiceros del Condado de Gaitlin estaba abierta, algo que aparentemente no era algo que Marian pudiera controlar. —Enójate con el Condado. Como dije, yo no hago las reglas—. Me preguntaba a que Condado se refería — ese en el que yo había vivido toda mi vida, o el que había estado escondido durante el mismo periodo de tiempo. Aún así, Lena parecía casi esperanzada. Por primera vez, parecía que ella creía que podía existir una forma de prevenir lo que siempre había considerado inevitable. Marian no podía darnos las respuestas, pero ella nos daba confianza en la ausencia de las dos personas en las que más confiábamos, quienes no se habían ido a ninguna parte, pero parecían tan lejos como si lo hubieran hecho. Yo no le dije nada a Lena, pero sin Amma me sentía perdido. Y sin Macon, Lena ni siquiera alcanzaba a sentirse perdida. Marian sí nos dio algo, las cartas de Ethan y Genevieve, tan antiguas y delicadas que eran casi transparentes, y todo lo que ella y mi madre habían coleccionado sobre ellos. Un gran montón de papeles en una polvorienta caja marrón, con cartón impreso a los lados para hacerlo parecer paneles de madera.
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A pesar de que Lena adoraba analizar la prosa de las cartas ——los días sin ti se
desangran juntos hasta que el tiempo no es nada más que otro de los obstáculos que debemos vencer—— todo lo que parecían contener era una historia de amor con un final realmente malo y oscuro. Pero era todo lo que teníamos. Ahora todo lo que teníamos que hacer era descifrar que era lo que estábamos buscando. La aguja en el pajar, o en este caso, en la caja de cartón. Así que hicimos lo único que podíamos hacer. Empezamos a buscar. Después de dos semanas, había pasado más tiempo con Lena buscando entre los papeles del camafeo de lo que hubiera pensado posible. Entre más leíamos las cartas, más parecía que estábamos leyendo sobre nosotros mismos. En la noche, nos quedábamos despiertos hasta tarde tratando de resolver los misterios de Ethan y Genevieve, un mortal y una Hechicera, desesperados por encontrar una forma de estar juntos, en contra de todas las posibilidades. En la escuela, nos enfrentábamos a las situaciones complicadas de nuestra propia realidad, soportar ocho horas en la Secundaria Jackson, se estaba haciendo cada vez más difícil. Cada día se inventaban una nueva intriga para hacer expulsar a Lena, o para separarla de mí. Especialmente si ese día era Halloween.
Halloween usualmente, era una fiesta importante en Jackson. Para un chico, cualquier cosa que involucrara disfraces era un accidente a punto de ocurrir. Y entonces, estaba el estrés de preguntarte si ibas o no a estar en la lista de invitados de la fiesta anual de Savannah Snow. Pero Halloween tomaba un significado totalmente nuevo cuando la chica por la que estabas loco era una Hechicera. No tenía idea de que debía esperar cuando Lena me recogió para ir a la escuela, a un par de cuadras de mi casa, en la esquina que nos aseguraba que estábamos a salvo de los ojos que Amma parecía tener en la espalda. —No estás vestida para la ocasión— Dije, sorprendido. —¿A qué te refieres? —Pensé que hoy usarías un disfraz, o algo— Yo supe que sonaba como un idiota un segundo después de que las palabras salieran de mi boca. —Oh, ¿tu creías que los hechiceros nos vestíamos especialmente para Halloween y volábamos por ahí en nuestras escobas?— Ella se rió. —No quise decir—— —Siento decepcionarte. Nosotros sólo nos vestimos especialmente para la cena como lo haríamos para cualquier otro día feriado.
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—Entonces es un día feriado, también para ustedes. —Es la noche más sagrada del año, y la más peligrosa— la más importante de nuestras cuatro festividades principales. Es nuestra versión de la Noche de Año Nuevo, el fin de un año viejo y el comienzo de uno nuevo. —¿A qué te refieres con peligrosa? —Mi abuela dice que es la noche en la que el velo entre este mundo y el Otro Mundo, el mundo de los espíritus, se hace más delgado. Es una noche de poder y una noche de conmemoración. —¿El Otro Mundo? ¿Es como el Más allá? —Algo así. Es el reino de los espíritus. —Así que Halloween de verdad se trata de espíritus y fantasmas—. Ella puso sus ojos en blanco. —Nosotros recordamos los Hechiceros que fueron perseguidos por sus diferencias. Hombres y mujeres que fueron quemados por usar sus dones. —¿Te refieres a los juicios de Salem? —Creo que así es como los llamáis. Hubo juicios de brujas a lo largo de toda la costa oeste, no solamente en Salem. Los hubo por todo el mundo. Los juicios de brujería de Salem son tan sólo los que mencionan tus libros de texto.— Ella dijo —llamáis— como si fuera una palabra sucia, y hoy de entre todos los días, tal vez lo era. Condujimos por el Stop & Steal. Boo estaba sentado en la señal de pare de la esquina. Esperando. Él vio el coche fúnebre y corrió lentamente tras el auto. —Deberíamos llevar ese perro en el auto. Debe estar cansado, siguiéndote día y noche. Lena se asomó por el espejo retrovisor. —Él nunca entraría. Yo sabía que ella tenía razón. Pero cuando me giré para mirarlo de nuevo, podría jurar que el perro asintió. Vi a Link en el parqueadero. Estaba usando una peluca rubia y un suéter azul con un parche de los Wildcats. Incluso llevaba pompones. Se veía espantoso y de hecho se parecía un poco a su madre. El equipo de basquetbol había decidido ir disfrazado de porristas este año. Con todo lo que ha estado pasando,
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me olvidé— o al menos eso me dije a mí mismo. Yo iba a meterme en un lío por esto, y Earl tan sólo estaba esperando por una razón para atacarme. Desde que comencé a salir con Lena, había mejorado muchísimo en la cancha. Ahora yo era el lanzador central, en lugar de Earl, quien no estaba muy feliz por eso. Lena juraba que la magia no tenía nada que ver con ello, por lo menos ningún tipo de magia de Hechicero. Ella fue a un juego y yo encesté cada tiro. El inconveniente era, que ella estaba en mi cabeza durante todo el juego, preguntándome un millón de cosas sobre tiros de falta y asistencias y la regla de los tres segundos. Resultó que ella nunca había ido a un juego. Fue peor que ir con Las Hermanas a la feria del Condado. Después de eso ella decidió no volver a los juegos. A pesar de todo, yo podía sentirla escuchando cada vez que jugaba. Podía sentirla conmigo. Por otro lado, tal vez ella era la razón por la que las porristas estaban teniendo un año más difícil de lo normal. Emily estaba teniendo dificultades sosteniéndose en la cima de la pirámide durante los juegos, pero nunca le pregunté a Lena sobre eso. Hoy era difícil reconocer a mis compañeros de equipo, hasta que te acercabas lo suficiente y veías sus caras y piernas peludas. Link nos alcanzó. Él se veía peor de cerca. Había intentado maquillarse, pintalabios rosa incluido. Se levantó su falda, estirando las tirantes pantimedias que llevaba debajo. —Apestas— dijo, señalándome a través de una fila de autos. —¿Dónde está tu disfraz? —Lo siento, hombre. Lo olvidé. —Mentira. Tú simplemente no querías someterte a esta mierda. Te conozco, Wate. Te asustaste. —Lo juro, simplemente lo olvidé. Lena le sonrió a Link. —Creo que te ves fantástico. —No sé cómo lo hacéis las chicas para usar toda esta basura en vuestras caras. Pica como el demonio. Lena hizo una cara. Ella casi nunca usaba maquillaje; ella no tenía que hacerlo. —Sabes, no es como si firmáramos un contrato con Maybelline cuando cumplimos trece— Lena le dio unas palmaditas a su peluca y metió otro par de medias bajo su suéter. —Puedes decirle eso a Savannah.
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Caminamos hacia la entrada principal, y Boo estaba sentado en el campo, al lado del asta de la bandera. Estuve a punto de preguntar cómo era posible que el perro hubiera llegado a la escuela antes que nosotros, pero ahora sabía que era inútil molestarme. Los pasillos estaban llenos. Parecía que la mitad de la escuela estaba faltando al primer periodo. El resto del equipo de basquetbol estaba reunido en el casillero de Link, vestidos como mujeres, lo que era un gran éxito. Aunque a mí no me interesaba.
—¿Donde están tus pompones Wate?— Emory sacudió uno en mi cara. —¿Cual es el problema? ¿Esas patas de pollo no se ven bien con una falda? Shawn terminó de ponerse su suéter. —Apuesto a que una de las chicas del equipo puede prestarte una falda. Algunos de los chicos se rieron. Emory me rodeó con su brazo, inclinándose más cerca. —¿Qué pasa, Wate? ¿O Halloween pasa a ser un día común cuando sales con una chica que vive en la mansión encantada? Lo agarré de la parte de atrás de su suéter. Una de las medias de su brasier se cayó al suelo. —¿Quieres hacer esto ahora, Em? Él se encogió de hombros. —Como quieras. Va a pasar tarde o tempranoLink se interpuso en medio. —Damas, damas. Estamos aquí para animar. Y tú no quieres arruinar esa hermosa cara, Em. Earl sacudió su cabeza, empujando a Em por el pasillo frente a él. Como de costumbre, él no dijo nada, pero yo sabía lo que significaba su mirada.
Una vez que vas por ese camino, Wate, no hay forma de retroceder. Parecía que el equipo de básquet era la comidilla de la escuela, hasta que vi el verdadero equipo de porristas. Resultó que mis compañeros no fueron los únicos en decidirse por un disfraz grupal. Lena y yo íbamos camino a clase de inglés cuando las vimos. —Santa mierda— Link golpeó mi brazo con el reverso de su mano. —¿Qué? Ellas estaban marchando por el pasillo en una sola fila. Emily, Savannah, Eden y Charlotte, seguidas por cada miembro de la escuadra de porristas de los Wildcats de
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Jackson. Ellas estaban vestidas exactamente igual con vestidos negros ridículamente cortos, por supuesto, botas de punta negras, y altos sombreros de bruja doblados. Pero eso no era lo peor. Ellas usaban pelucas negras rizadas en largos tirabuzones salvajes. Y con maquillaje negro, justo debajo de sus ojos tenían medias lunas dibujadas con exagerado cuidado. La inconfundible marca de nacimiento de Lena. Para completar el efecto, cargaban escobas, pretendiendo barrer frenéticamente los pies de la gente mientras caminaban por el pasillo, en procesión. ¿Brujas? ¿En Halloween? Que creativo. Yo apreté su mano. Su expresión no cambió, pero podía sentir su mano temblando.
Lo siento, Lena. Si tan sólo ellas supieran. Esperé que el edificio comenzara a temblar, las ventanas a estallar, algo. Pero nada pasó. Lena simplemente se quedó de pie, agitada. La futura generación de la HRA se dirigía hacia nosotros. Decidí encontrarlas a mitad del camino. —¿Dónde está tu disfraz Emily? ¿Te olvidaste de que es Halloween? Emily se veía confusa. Entonces me sonrió, esa sonrisa dulzona de alguien que está demasiado orgulloso de sí mismo. —¿A qué te refieres Ethan? ¿No es esto lo que te gusta ahora? —Tan sólo estábamos tratando de hacer que tu novia se sienta en casa— dijo Savannah, masticando su chicle. Lena me miró.
Ethan, detente. Tan sólo vas a empeorar las cosas para ti mismo. No me importa. Yo puedo soportar esto. Lo que te pasa a ti me pasa a mí. Link caminaba a mi lado, estirando sus pantimedias. —Hey chicas, pensé que hoy iban a vestirse de perras. Oh, espera, eso es todos los días. Lena le sonrió a Link a pesar de sí misma. —Cierra tu boca, Wesley Lincoln. Voy a decirle a tu madre que estás juntándote con este fenómeno, y no te dejará salir de tu casa hasta navidad.
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—Sabes que significa esa cosa en su cara. ¿Verdad?— Emily sonrió, señalando la marca de nacimiento en la mejilla de Lena hacia la media luna que ella dibujó en su mejilla. — Es llamada la marca de la bruja. —¿Buscaste eso anoche en Internet? Eres aún más idiota de lo que pensé— Yo me reí. —El idiota eres tú. Tú eres el que está saliendo con ella. Yo estaba poniéndome rojo, y eso era lo último que quería que pasara. Esta no era una conversación que yo quisiera tener en frente de toda la escuela, eso sin mencionar el hecho de que no estaba seguro de que Lena y yo estuviéramos saliendo. Nos habíamos besado una vez. Y siempre estábamos juntos, de una forma u otra. Pero ella no era mi novia, por lo menos yo no pensaba que lo fuera, incluso cuando la había escuchado decirlo en la reunión. ¿Y qué se suponía que hiciera, preguntar? A lo mejor esta era una de esas cosas que si tenías que preguntar, la respuesta era probablemente, no. Había una parte de ella que aún parecía contenerse conmigo, una parte de ella que yo simplemente no podía alcanzar. Emily me pinchó con el extremo de su escoba. Podía ver como el concepto de —estaca en el corazón— le parecía atractivo, justo ahora. —Emily, porque no vas y saltas desde una ventana. Mira si puedes volar. O no. Sus ojos se achicaron. —Espero que disfrutéis estar sentados juntos en casa esta noche, mientras el resto de la escuela está en la fiesta de Savannah. Este será el último feriado que ella pase en Jackson.— Emily giró y marchó de vuelta por el pasillo hacia su casillero, con Savannah y sus esbirros siguiéndola de cerca. Link estaba bromeando con Lena, tratando de animarla, lo que no era difícil, considerando lo ridículo que se veía. Como dije, siempre podía contar con Link. —Ellas realmente me odian. Nunca van a olvidarlo. ¿Verdad?— Lena suspiró. Link comenzó una porra, saltando alrededor y agitando sus pompones. —Ellas te odian, sí señor. Ellas nos odian a todos. ¿Qué dices tú? —Yo estaría más preocupada si les gustaras— Me incliné hacia ella y la rodeé con mi brazo incómodamente, o al menos traté de hacerlo. Ella me esquivó, mi mano apenas rozó su hombro. Fantástico.
Aquí no. ¿Por qué? Simplemente estás empeorando las cosas para ti. Soy un glotón del castigo.
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—Suficiente con la muestra de afecto en público.— Link me dio un codazo en las costillas. —Van a hacerme sentir mal conmigo mismo, ahora que me he condenado a otro año sin una cita. Vamos a llegar tarde a clase de inglés, y tengo que quitarme estas pantimedias en el camino. Me están causando una seria comezón. —Yo tan sólo tengo que ir a mi casillero y sacar mi libro.— dijo Lena. Su cabello comenzó a ondular sobre sus hombros. Yo desconfié un poco, pero no dije nada. Emily, Savannah, Charlotte y Eden estaban paradas frente a sus casilleros, arreglándose frente a los espejos que colgaban de sus puertas. El casillero de Lena estaba a pocos metros, bajando por el pasillo. —Tan sólo ignóralas.— Le dije. Emily estaba frotando su mejilla con un kleenex. La marca en forma de media luna tan sólo estaba haciéndose más grande y negra, por más que frotaba. —Charlotte, ¿Tienes algún removedor de maquillaje? —Claro. Emily trató de limpiar su mejilla unas cuantas veces más. —Esto no quiere salir. Savannah, pensé que habías dicho que esto saldría con agua y jabón. —Así es. —¿Entonces por qué no sale?— Emily cerró la puerta de su casillero con fuerza, enojada. El drama obtuvo la atención de Link. —¿Qué están haciendo esas cuatro allá? —Parece que están teniendo problemas— dijo Lena, apoyándose contra su casillero. Savannah trató de limpiar la media luna negra de su propia mejilla. —La mía tampoco sale. Ahora la luna era una mancha que cubría la mitad de su cara. Savannah comenzó a buscar en su bolso. —Tengo el lápiz justo aquí. Emily sacó su bolso del casillero, buscando adentro. —Olvídalo. Tengo el mío en mi bolso. —Que demo—— Savannah sacó algo de su bolso. —¿Usaste un Sharpie?— Emily se rió. Savannah sostuvo el marcador frente a sus ojos. —Por supuesto que no. No tengo idea de cómo llegó esto aquí.
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—Eres una tonta. Eso no va a salir antes de la fiesta de esta noche. —No puedo tener esta cosa en mi cara toda la noche. Voy a vestirme de Afrodita, la Diosa griega. Esto arruinaría totalmente mi disfraz. —Deberías haber tenido más cuidado— Emily seguía buscando en su pequeño bolso plateado. Finalmente lo puso en el suelo debajo de su casillero, labiales y esmalte de uñas rodaban por el piso. —Tiene que estar aquí. —¿De qué están hablando?— Preguntó Charlotte. —El maquillaje que usé esta mañana, no está aquí.— Ahora, Emily estaba atrayendo una gran audiencia; la gente se detenía para ver que estaba pasando. Un Sharpie rodó hacia la mitad del pasillo. —¿Tú también usaste un Sharpie? —¡Por supuesto que no!— gritó Emily, frotando su cara fanáticamente. Pero la luna negra tan sólo se hacía más grande y negra como las otras. —¿Qué diablos está pasando? —Yo sé que tengo el mío— dijo Charlotte, abriendo la puerta de su casillero. Ella lo abrió y se quedó parada durante unos segundos, mirando hacia adentro. —¿Qué pasa?— Demandó Savannah. Charlotte sacó su mano de su casillero. Estaba sosteniendo un Sharpie. Link sacudió sus pompones. —¡Las porristas son las mejores! Yo miré a Lena.
¿Sharpie? Una sonrisa traviesa apareció en su cara.
Pensé que no podías controlar tus poderes. Suerte de principiante. Para el final del día, toda la escuela estaba hablando del escuadrón de porristas. Aparentemente, cada una de las animadoras que se disfrazó de Lena, de alguna manera había usado un Sharpie en lugar de delineador de ojos para dibujar la luna Creciente en su cara.
Animadoras. Los chistes eran infinitos.
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Todas ellas tendrían que caminar por el pueblo, cantar en el coro de la iglesia y animar en los juegos, con Sharpie en sus caras por los próximos días, hasta que desaparezca. La Sra. Lincoln y la Sra. Snow van a sufrir un infarto. Yo tan sólo deseaba estar lo suficientemente cerca para presenciarlo. Después de la escuela, acompañé a Lena hasta su auto, lo que era una simple excusa para tener su mano entre las mías por un rato más. Las intensas sensaciones físicas que sentía cada vez que la tocaba no eran tan disuasivas como uno podría imaginarse. Sin importar como se sintiera, bien fuera que estuviera ardiendo o explotando bombillas o siendo alcanzado por rayos, tenía que estar cerca de ella. Era como comer o respirar. Yo no tenía elección. Y eso era más tenebroso que un mes completo de días de Halloween, y me estaba matando. —¿Qué vas a hacer esta noche?— Mientras hablaba, ella pasaba una mano por su cabello distraídamente. Estaba sentada sobre el coche fúnebre y yo estaba parado justo en frente de ella. —Pensé que quizás quisieras venir, podríamos quedarnos en casa y abrir la puerta cuando pidan dulces. Podrías ayudarme a vigilar el patio para asegurarnos de que nadie trate de quemar una cruz en el— Yo trataba de no pensar demasiado en el resto de mi plan, que incluía a Lena y nuestro sofá y películas viejas y a una Amma ausente durante el resto de esa noche. —No puedo. Esta es una de las fiestas principales. Hay familiares visitándonos desde todo el mundo. Tío M no me dejaría salir de la casa durante cinco minutos, eso sin mencionar el peligro. Yo nunca le abriría mi puerta a extraños durante una noche con tanto poder oscuro. —Yo nunca lo había pensado de esa manera— Hasta ahora. Para cuando llegué a casa, Amma estaba alistándose para salir. Ella estaba hirviendo un pollo en la estufa y mezclando pasta de bizcochos con sus manos, —de la única forma en que cualquier mujer que se respete prepara sus bizcochos—. Yo miré sospechosamente el recipiente, preguntándome si esta comida era para nuestra cena o para la de los espíritus. Yo pellizqué un poco de masa, y ella agarró mi mano. —L.A.D.R.O.N.Z.U.E.L.O.— Yo sonreí. —Como sea, mantén tus ladronas manos alejadas de mis galletas, Ethan Wate. Hay gente hambrienta a la que tengo que alimentar.— Supongo que no comeré galletas y pollo esta noche. Amma siempre iba a casa el día de Halloween. Ella decía que era una noche especial en la iglesia, pero mi madre solía decir que era tan sólo una buena noche para los
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negocios ¿Qué mejor noche para que te lean las cartas que en la de Halloween? No podrías obtener la misma audiencia en Pascuas o el Día de San Valentín. Pero a la luz de los últimos sucesos, me pregunté si no había alguna otra razón. Quizás era también una buena noche para leer los huesos de pollo en el cementerio. No podía preguntar, y no estaba seguro si quería saber. Extrañaba a Amma, extrañaba hablar con ella, extrañaba confiar en ella. Si ella notaba la diferencia, no lo dejaba ver. Quizás ella tan sólo pensó que yo estaba creciendo, o quizás lo estaba. —¿Vas a ir a esa fiesta en la casa de los Snows? —No, me quedaré en casa simplemente este año. Ella levantó una ceja, pero no iba a preguntar. Ella ya sabía por qué no iba. Haz tu cama, será mejor que te prepares para tenderte sobre ella. No dije nada. Ya lo sabía. Ella no esperaba una respuesta. —Me estoy preparando para irme en unos minutos. Les abres la puerta a esos jovencitos cuando vengan. Tu padre está ocupado trabajando.— Como si mi padre fuese a salir de su exilio auto—impuesto para abrirles la puerta a los que hacen −dulce o travesura. —Por supuesto. Las bolsas de dulces estaban en el vestíbulo. Las desgarré y los coloqué dentro de un gran bol de vidrio. No podía sacarme las palabras de Lena de la cabeza. Una noche de tanto poder Oscuro. Recordé a Ridley parada frente a su auto, afuera del Stop & Steal, toda dulces y pegajosas sonrisas y piernas. Obviamente, identificar fuerzas Oscuras no era uno de mis talentos, o decidir a quién y a quién no debería abrirle la puerta de entrada. Como dije, cuando la chica en la que no puedes dejar de pensar es una Hechicera, Halloween toma un sentido completamente distinto. Miré el bol de dulces en mis manos. Luego abrí la puerta de entrada, puse el bol en el porche, y volví adentro. Mientras me resolvía a ver El Resplandor, me encontré extrañando a Lena. Dejé que mi mente vagara, pues normalmente encontraba una forma de vagar por dondequiera que ella estuviese, pero ella no estaba ahí. Me dormí en el sofá esperando a que ella soñase conmigo, o algo así. Me sorprendió un golpe en la puerta. Miré mi reloj. Eran cerca de las diez, muy tarde para quienes hacían dulce o travesura. —¿Amma? No hubo respuesta. Escuché golpear nuevamente.
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—¿Eres tú? La sala de estar estaba a oscuras, y la única luz de la TV estaba parpadeando. Era la parte en El Resplandor cuando el padre rompía la puerta de la pieza del hotel con su hacha ensangrentada para apalear a su familia. No era el mejor momento para abrir la puerta, especialmente en Halloween. Otro golpe. —¿Link?— Apagué la TV y busqué algo que coger alrededor, pero no había nada. Cogí una vieja consola de juegos, que estaba sobre una pila de videojuegos. No era un bate de béisbol, pero era algo de decente tecnología Japonesa antigua. Debía pesar por lo menos unos 3 kilógramos (5 libras). Lo levanté por sobre mi cabeza y me acerqué un paso más a la pared que separa la sala de estar de el vestíbulo. Otro paso, y corrí la cortina de encaje que cubría los paneles de vidrio de la puerta, sólo un milímetro.
En la oscuridad del porche sin luz, no podía ver su cara. Pero reconocería esa vieja van color beige, que seguía andando en la calle frente a mi casa, en cualquier parte. — Arena del Desierto,— solía decir ella. Era la madre de Link, sosteniendo un plato con brownies. Yo seguía sosteniendo la consola. Si Link me hubiese visto, no me dejaría vivir sin recordármelo. —Espere un minuto, Sra. Lincoln.— Prendí la luz del porche, y quité el pestillo de la puerta de entrada. Pero cuando intenté abrirla, la puerta se atascó. Chequeé el pestillo nuevamente, y seguía con pestillo, aunque recién se lo había quitado. —¿Ethan? Descorrí el pestillo nuevamente. Se cerró con un chasquido, antes de que pudiese sacar mi mano de él. —Lo siento, Sra. Lincoln, parece que mi puerta está trabada.— Empujé la puerta con todo mi peso, haciendo malabarismos con la consola. Algo cayó al suelo frente a mí. Me detuve para recogerlo. Ajo, envuelto en uno de los pañuelos de Amma. Si tuviese que adivinar, diría que había uno en cada puerta y en cada alféizar de las ventanas. La pequeña tradición de Halloweeen de Amma. Aún así, algo no dejaba que la puerta se abriese, así como algo había intentado abrir la puerta del estudio para mí hace sólo un par de días. ¿Cuántos pestillos en esta casa iban a simplemente correrse y descorrerse solos? ¿Qué estaba pasando? Descorrí el pestillo una vez más y le di a la puerta un último tirón. Se abrió de golpe, golpeándose contra la pared del vestíbulo. La Sra. Lincoln estaba alumbrada por detrás, una oscura figura en una piscina de pálida luz de lámpara. La silueta era inquietante. Ella fijó su mirada en la consola de juegos en mi mano. —Los videojuegos pudrirán tu cerebro, Ethan.
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—Sí, señora. —Te traje unos brownies. Una oferta de paz.— Ella me los tendió expectante. Debería haberla invitado a entrar. Había una fórmula para todo. Supongo que podrías llamarlos modales, hospitalidad Sureña. Pero había intentado eso con Ridley, y no había ido tan bien. Vacilé. —¿Qué está haciendo acá afuera esta noche, señora? Link no está aquí. —Por supuesto que no está aquí. Él está en la casa de los Snows, que es donde cada respetable miembro del cuerpo estudiantil debiese ser lo suficientemente suertudo para estar. Tomó un gran número de llamadas telefónicas de mi parte para obtenerle una invitación, a la luz de su reciente comportamiento. Todavía no podía comprenderlo. Había conocido a la Señora Lincoln a lo largo de toda mi vida. Ella siempre había sido un bicho raro. Ocupada haciendo que se saquen libros de los estantes de la biblioteca, que despidan a los profesores de las escuelas, que las reputaciones se arruinen en una sola tarde. Últimamente, ella era diferente. La cruzada contra Lena era diferente. La Señora Lincoln siempre había tenido convicción, pero esto era personal. —¿Señora? Ella lucía agitada. —Te hice brownies. Pensé que podría entrar, y así podríamos hablar. Mi lucha no es contra ti, Ethan. No es tu culpa el hecho de que esa chica esté usando su hechicería en ti. Tú deberías estar en la fiesta, con tus amigos. Con los chicos que pertenecen aquí.— Ella me tendió los brownies, los pegajosos brownies de fudge con el doble de chips de chocolate eran siempre la primera cosa en ir a la Venta de Pasteles de la Iglesia Bautista. Había crecido con esos brownies. —¿Ethan? —Señora. —¿Puedo pasar? No moví ni un músculo. Mi agarre se tensó alrededor de la consola. Miré los brownies y repentinamente ya no tenía hambre en absoluto. Ni siquiera el plato, ni una miga de esa mujer era bienvenida en mi casa. Mi casa, como Ravenwood, estaba comenzando a tener su propia mente, y no había una sola parte en mí o en mi casa que la deje entrar. —No, señora. —¿Qué fue eso, Ethan? —No. Señora. Estrechó sus ojos. Ella empujó el plato hacia mí, como si fuese a entrar de todas formas, pero se sacudió como si se hubiese golpeado contra una muralla invisible entre ella y yo. Vi el plato irse abajo, cayendo lentamente al suelo hasta que se quebró en un millón de pequeños pedazos de cerámica y chocolate, todo sobre nuestro felpudo de
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Feliz Halloween. A Amma le daría un ataque en la mañana. Ella se echó hacia atrás y bajó los escalones del porche con cautela, y desapareció en la oscuridad del viejo Arena del Desierto.
¡Ethan! Su voz me sacó en un segundo de mi sueño. Debo haberme quedado dormido. La maratón del horror se había acabado y la televisión se había convertido en un ruidoso y gris salvapantallas de —sin señal.
¡Tío Macon! ¡Ethan! Lena gritaba. En alguna parte. Podía oír el terror en su voz, y me dolía tanto la cabeza que por un segundo olvidé donde estaba.
¡Qué alguien me ayude, por favor! Mi puerta de entrada estaba completamente abierta, meciéndose y golpeándose con el viento. El sonido retumbaba en las paredes, como disparos.
¡Pensé que habías dicho que estaba a salvo aquí! Ravenwood. Agarré las llaves del viejo Volvo, y corrí. No puedo recordar cómo es que llegué a Ravenwood, pero sé que casi me salí del camino un par de veces. Mis ojos apenas podían enfocar. Lena estaba sometida a tanto dolor, y nuestra conexión era tan fuerte, que casi pierdo el conocimiento por sólo sentirlo a través de ella. Y los gritos. Los gritos eran continuos, desde el momento en el que desperté, hasta el momento en el que presioné la luna creciente y entré a la casa señorial de Ravenwood. Mientras la puerta de entrada se abría, pude ver que Ravenwood se había transformado nuevamente. Esta noche, era casi como un tipo de castillo antiguo. Los candelabros proyectaban extrañas sombras en la multitud vestidos de togas, vestidos, y chaquetas negras, superando el número de invitados de la Reunión.
¡Ethan! ¡Apresúrate! No puedo seguir aguantándolo… —¡Lena!— Grité. —¡Macon! ¿Dónde está? Nadie siquiera me miró. No vi a nadie a quien reconociera, aunque el vestíbulo estaba repleto de invitados, circulando de sala en sala como fantasmas en una fiesta
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embrujada. Ellos no eran de por aquí, por lo menos por cientos de años. Vi hombres en faldas oscuras y rústicas ropas Gaélicas, y a mujeres en vestidos con corsé. Todo era negro, envuelto en sombra. Pasé por entre la multitud y entré a lo que parecía ser un gran salón de baile. No podía ver a ninguno de ellos—ni a Tía Del, ni a Reece, ni siquiera a la pequeña Ryan. Las velas crepitaron en llamas en las esquinas de la sala, y en lo que parecía ser una orquesta translúcida de extraños instrumentos musicales que se movían dentro y fuera del foco, tocándose a sí mismos, mientras las oscuras parejas iban girando y deslizándose en el piso, que ahora era de piedra. Los bailarines ni siquiera parecen estar conscientes de mi presencia. La música era claramente música de Hechiceros, que conjuraba un hechizo por sí misma. Eran de cuerdas, principalmente. Podía oír el violín, la viola, el cello. Casi podía ver la telaraña que se tejía de bailarín en bailarín, la forma en que se acercaban y se alejaban los unos a los otros, como si hubiese un patrón premeditado, y todos ellos fuesen parte del diseño. Y yo no lo fuese.
Ethan— Tenía que encontrarla. Hubo un repentino aumento de dolor. Su voz se estaba volviendo más silenciosa. Me tropecé, agarrándome del hombro de uno de los invitados en toga que estaba a mi lado. Todo lo que hice fue tocarlo y el dolor, el dolor de Lena, fluyó a través de mí y entró en él. Él se tambaleó, chocando contra una pareja que bailaba a su lado. —¡Macon!— Grité con todas mis fuerzas. Vi a Boo Radley estaba al comienzo de las escaleras, como si estuviese esperándome. Sus ojos redondos y humanos se veían aterrados. —¡Boo! ¿Dónde está ella?— Boo me miró, y vi los ojos nublados y de color gris acero de Macon Ravenwood; por lo menos, podría haber jurado que lo hice. Luego Boo dio media vuelta y empezó a correr. Lo perseguí, o pensé que lo estaba persiguiendo, subiendo las escaleras de espiral de piedra corriendo de lo que ahora era el Castillo de Ravenwood. En el descanso de la escalera, él esperó a que yo lo alcanzara, luego corrió hacia una oscura sala al final del pasillo. Viniendo de Boo, esto era prácticamente una invitación. Él ladró, y dos enormes puertas de roble crujieron al abrirse por sí solas. Estaban tan lejos de la fiesta que no podía escuchar la música ni el parloteo de los invitados. Era como si hubiésemos entrado a un lugar y a un tiempo distinto. Incluso el castillo estaba cambiando bajo mis pies, con las rocas desmenuzándose y las paredes volviéndose musgosas y frías. Las luces se habían convertido en antorchas que colgaban en las paredes.
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Conocía lo viejo. Gaitlin era viejo. Había crecido en lo viejo. Esto era algo completamente distinto. Como Lena había dicho, un Año Nuevo. Una noche fuera de tiempo. Cuando entramos a la cámara principal, me llamó la atención el cielo. La habitación estaba completamente abierta a los cielos, como un invernadero. El cielo sobre nosotros era negro, el cielo más negro que he visto. Como si estuviésemos en el centro de una terrible tormenta, aunque la sala estaba silenciosa. Lena estaba tendida sobre una pesada mesa de piedra, doblada en posición fetal. Ella estaba empapada en su propio sudor y retorciéndose de dolor. Todos ellos estaban parados a su alrededor—Macon, Tía Del, Barclay, Reece, Larki, incluso Ryan, y una mujer a la que no reconocí, tomados de las manos, formando un círculo. Sus ojos estaban con los ojos muy abiertos, pero ellos no estaban viendo. Ellos ni siquiera se dieron cuenta de que yo estaba en la habitación. Podía ver que sus bocas se estaban moviendo, murmurando algo. Mientras me acercaba a Macon, me di cuenta de que no estaban hablando en inglés. No podría asegurarlo, pero había pasado el suficiente tiempo junto a Marian para pensar que eso era latín.
—Sanguis sanguinis mei, tutela tua est. Sanguis sanguinis mei, tutela tua est. Sanguis sanguinis mei, tutela tua est. Sanguis sanguinis mei, tutela tua est. Todo lo que podía oír era el silencioso murmuro, el cántico. Ya no podía escuchar a Lena. Mi cabeza estaba vacía. Ella se había ido.
¡Lena! ¡Respóndeme! Nada. Ella estaba simplemente tendida allí, gimiendo suavemente, doblándose lentamente como si ella estuviese intentando despojarse de su propia piel. Seguía sudando, sudor mezclado con lágrimas. Del rompió el silencio, histérica. —¡Macon, haz algo! No está funcionando. —Eso estoy intentando, Delphine.— Había algo en su voz que nunca antes había oído. Miedo. —No lo entiendo. Nosotros Envolvimos este lugar juntos. Este era el único lugar en el que se suponía que estaría a salvo.— Tía Del miró a Macon buscando respuestas. —Estábamos equivocados. Aquí no hay un cielo seguro para ella.— Una bella mujer de cómo la edad de mi abuela con espirales de pelo negro habló. Ella vestía unas hebras de abalorio alrededor de su cuello, apiladas una sobre la otra, y recargados anillos de
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plata en sus pulgares. Ella tenía la misma exótica cualidad que Marian poseía, de que parece venir de algún lugar muy lejano. —Tú no sabes eso, Tía Arelia.— Dijo bruscamente Del, y volviéndose a Reece. —Reece, ¿Qué está pasando? ¿Puedes ver algo? Los ojos de Reece estaban cerrados, y las lágrimas corrían por su cara. —No puedo ver nada, Mamma. El cuerpo de Lena se contrajo y ella gritó—o por lo menos ella abrió la boca y parecía como si estuviese gritando, pero ella no emitió ningún sonido. No podía seguir con esto. —¡Hagan algo! ¡Ayudadla!— Grité. —¿Qué estás haciendo tú aquí? Ándate. No es seguro,— advirtió Larkin. La familia había notado mi presencia por primera vez. —¡Concentraos!— Macon sonaba desesperado. Su voz se elevó por sobre las otras, más y más fuerte, hasta que él estaba gritando—
—¡Sanguis sanguinis mei, tutela tua est! ¡Sanguis sanguinis mei, tutela tua est! ¡Sanguis sanguinis mei, tutela tua est! ¡Sangre de mi sangre, la protección es delgada! Los miembros del círculo tensaron sus brazos como para entregarle más fuerza al círculo, pero no funcionó. Lena seguía gritando, silenciosos gritos de terror. Esto era peor que los sueños. Esto era real. Y si ellos no iban a detenerlo, yo lo haría. Corrí hacia ella, agachándome bajo los brazos de Reece y Larkin. —¡Ethan, NO! Mientras entraba al círculo, lo podía oír. Un alarido. Siniestro, inquietante, como la voz del mismísimo viento. ¿O era una voz? No podía estar seguro. Aunque estaba a tan sólo un par de pies de la mesa donde ella se encontraba tendida, se sentía como si estuviese a un millón de millas más lejos. Algo estaba tratando de empujarme hacia atrás, algo más poderoso que cualquier cosa que haya sentido antes. Incluso más poderoso que cuando Ridley me estaba congelando la vida. Empujé con todo lo que había en mí contra ello.
¡Estoy llegando, Lena! ¡Resiste!
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Lancé mi cuerpo hacia adelante, estirando mi mano, como lo había hecho en los sueños. El negro abismo en el cielo comenzó a girar. Cerré mis ojos y embestí hacia adelante. Nuestros dedos apenas se tocaron. Oí su voz.
Ethan. Yo… El aire dentro del círculo se azotó a nuestro alrededor como un vórtice. Arremolinándose hacia el cielo, si es que podía ser llamado cielo. Hacia la oscuridad. Hubo un aumento, como una explosión, que golpeó a Tío Macon, a Tía Del, y a todos, golpeando sus espaldas contra las paredes detrás de ellos. Al mismo tiempo, el viento que giraba dentro del círculo roto fue succionado por la oscuridad sobre nosotros. Luego se acabó. El castillo se convirtió en un ático normal, en una ventana normal, que se abrió bajo los aleros. Lena estaba tendida sobre el suelo, en una maraña de pelo, partes del cuerpo, e inconsciencia, pero ella respiraba.
Macon se paró en la puerta de entrada, mirándome fijamente, asombrado. Luego caminó hacia la ventana y la cerró fuertemente. La Tía Del me miró, con las lágrimas aún corriendo por su cara. —Si no lo hubiese visto yo misma… Me arrodillé junto a Lena. Ella no podía moverse ni hablar. Pero ella estaba viva. Podía sentirlo, un pequeño latido de corazón latiendo en su mano. Puse mi cabeza al lado de la de ella. Era todo lo que podía hacer para no colapsar. La familia de Lena lentamente se contrajo a nuestro alrededor, un oscuro círculo que hablaba por sobre mi cabeza. —Te lo dije. El chico tiene poderes. —Eso es imposible. Él es un Mortal. Él no es uno de nosotros. —¿Cómo es que un Mortal pudo romper el Círculo Sanguinis? ¿Cómo es que un Mortal pudo protegerse de un Mentem Interficere tan fuerte que hizo que Ravenwood se convirtiese en todo menos un lugar Desenvuelto? —No lo sé, pero debe haber una explicación.— Del levantó una mano por sobre su cabeza.—Evinco, contineo, colligo, includo.— Ella abrió sus ojos. —La casa sigue estando Envuelta, Macon. Puedo sentirlo. Pero ella llegó hasta Lena de todas formas. —Por supuesto que lo hizo. No podemos detener el que ella venga por los niños.
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—Los poderes de Sarafine van creciendo cada día. Reece puede verla ahora, cuando mira los ojos de Lena.— La voz de Del era temblorosa. —El atacarnos aquí, esta noche. Ella sólo lo hizo para plantear su punto. —¿Y cuál sería ese punto, Macon? —Que ella puede. Podía sentir una mano en mi sien. Me acariciaba, moviéndose a lo largo de mi frente. Traté de escuchar, pero la mano hizo que me diera sueño. Quería arrastrarme hasta mi casa, a mi cama. —O que ella no puede.— Miré hacia arriba. Arelia estaba frotando mis sienes, como si fuera un pequeño gorrión lastimado. De lo único que podía darme cuenta era de que ella estaba sintiendo por mí, por lo que estaba dentro de mí. Ella estaba buscando algo, hurgando en mi cabeza como si estuviese buscando un botón perdido o un calcetín viejo. —Ella fue insensata. Ella cometió un error crítico. Hemos aprendido la única cosa que en realidad necesitábamos saber,— dijo Arelia. —¿Así que concuerdas con Macon? ¿El chico tiene poderes?— Ahora, Del sonaba aún más desesperada. —Estuviste en lo correcto antes, Delphine. Debe haber alguna otra explicación. Él es un Mortal, y todos sabemos que los Mortales no pueden tener poderes por sí mismos,— dijo Macon bruscamente, como si él se estuviese intentando convencer a sí mismo tanto como al resto. Pero había comenzado a preguntarme qué si no era cierto. Él le había dicho lo mismo a Amma en el pantano, que yo tenía algún tipo de poder. Es sólo que no tenía sentido, ni siquiera para mí. Yo no era uno de ellos, por todo lo que sabía. Yo no era un Hechicero. Arelia miró a Macon. —Tú puedes envolver la casa todo lo que quieras, Macon. Pero yo soy tu madre y te digo que puedes traer a cada Duchannes, a cada Ravenwood, y hacer el Círculo tan amplio como este desolado condado si así lo deseas. Hechiza a todos los Vincula que puedas. No es la casa lo que la protege. Es el chico. Nunca había visto algo como esto. No hay un solo Hechicero que pueda separarlos. —Así parece.— Macon sonaba enojado, pero no cuestionó a su madre. Estaba demasiado cansado como para que me importara. Yo ni siquiera levanté mi cabeza. Podía oír a Arelia susurrando algo en mi oído. Sonaba como si estuviese hablando latín nuevamente, pero las palabras sonaban diferentes.
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—¡Cruor pectoris mei, tutela tua est! ¡Sangre de mi corazón, la protección es delgada!
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01 de Noviembre LA ESCRITURA EN LA PARED
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or la mañana, no tenía idea de dónde estaba. Entonces vi las palabras que
cubrían las paredes, la cama de hierro viejo, las ventanas y los espejos, todos los garabatos de la escritura a mano de Lena, y me acordé. Levanté la cabeza, y me limpié la baba de mi mejilla. Lena aún estaba dormida, podía ver el borde de su pie colgando sobre el borde de la cama. Me esforcé a levantarme, tenía una molestia en la espalda por dormir en el suelo. Me pregunté quién nos había traído desde el ático, y cómo. Mi teléfono celular se prendió, era la alarma predeterminada, por lo que Amma sólo tendría que gritarme desde las escaleras tres veces para que me levantara. Sólo que hoy, no sonaba a todo volumen —Rapsodia Bohemia—. Sonó la canción. Lena se incorporó, asustada, atontada. — Qu é P a s — — —Shh. Escucha. La canción había cambiado.
Dieciséis lunas, dieciséis años, Dieciséis veces has soñado mis temores, Dieciséis intentarán enlazar las esferas,
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Dieciséis gritos, pero sólo se oye...
—¡Basta!— Ella me agarró el celular y lo apagó, pero el verso siguió sonando. —Se trata de ti, creo. Pero, ¿qué es enlazar las esferas? —Casi me muero anoche. Estoy harta de que todo sea acerca de mí. Estoy harta de todas estas cosas extrañas que me pasan. Tal vez la estúpida canción es acerca de ti, para un cambio. Tú eres realmente el único de dieciséis años aquí—. Frustrada, Lena echó una mano al aire y la abrió. Cerró el puño, y lo golpeó contra el suelo como si estuviera matando una araña. La música se detuvo. Hoy no había posibilidad de molestar a Lena. No podía culparla, para ser honesto. Ella se veía verde y tambaleante, tal vez incluso peor que Link aquella mañana después de que Savannah lo retara a tomarse la vieja botella de licor de menta de la despensa de su madre, el último día de clases antes del receso de invierno. Tres años más tarde y aún no se comía un bastón de caramelo. El cabello de Lena sobresalía en quince direcciones, y sus ojos estaban pequeños e hinchados de tanto llorar. Así que, así es como se ven las chicas por la mañana. Yo nunca había visto a una, ni de cerca. Traté de no pensar en Amma y el infierno que iba a pagar cuando llegara a casa. Me arrastré hasta la cama y tiré de Lena a mi regazo, pasando la mano a través de su loco cabello. —¿Estás bien? Cerró los ojos y hundió el rostro en mi sudadera. Sabía que para esta hora debía oler como una zarigüeya salvaje. —Creo que sí. —Podía oírte gritar, todo el camino desde mi casa. —Quién sabría que Kelting salvaría mi vida. Me había perdido algo, como de costumbre. —¿Qué es Kelting? —Así es como se llama, la forma en que somos capaces de comunicarnos unos con otros, no importa donde estemos. Algunos Hechiceros pueden hacerlo, algunos no. Ridley y yo solíamos ser capaces de hablar de una a la otra en la escuela de esa manera, pero—— —Pensé que dijiste que nunca había ocurrido antes —Nunca me ha ocurrido antes con un mortal. Tío Macon dice que es realmente raro.
Me gusta el sonido de eso.
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Lena me dio un codazo. —Viene de la parte Celta de nuestra familia. Es cómo los Hechiceros lograban mandarse mensajes unos a otros, durante los juicios. En los Estados Unidos, se solían llamar `Los susurradores´. —Pero yo no soy un Hechicero. —Lo sé, es muy raro. No se supone que funcione con los mortales.— Por supuesto que no. —¿No te parece que es un poco más raro? Podemos hacer eso del Kelting, Ridley logró entrar a Ravenwood, por mí, incluso tu tío me dijo que te puedo proteger de alguna manera. ¿Cómo es eso posible? Quiero decir, no soy un Hechicero. Mis padres son diferentes, pero no son ‗tan‘ diferentes. Ella se apoyó en mi hombro. —Tal vez no tienes que ser un Hechicero para tener poder. Le coloqué el pelo detrás de la oreja. —Tal vez sólo tienes que enamorarte de uno. Lo dije, así nada más. Nada de chistes estúpidos, ni de cambiar de tema. Por una vez, no estaba avergonzado, porque era la verdad. Había caído. Creo que siempre he estado cayendo. Y ella puede saberlo ahora, si es que ya no lo había descubierto, porque no había vuelta atrás. No para mí. Ella me miró, y el mundo entero desapareció. Como si no hubiese más que nosotros, como si siempre fuésemos sólo nosotros, y no necesitáramos magia para eso. Era una especie de alegría y tristeza, todo al mismo tiempo. No podría estar a su alrededor, sin sentir cosas, sin sentirlo todo.
¿Qué estás pensando? Ella sonrió.
Creo que puedes descubrirlo. Puedes leer la escritura en la pared. Y como dijo, había algo escrito en la pared. Apareció, poco a poco, una palabra a la vez.
Tú no eres el único enamorándose.
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Se escribió a sí mismo, con la misma caligrafía negra y enroscada que cubría el resto de la habitación. Las mejillas de Lena se sonrojaron un poco, y se cubrió el rostro con las manos. —Va a ser realmente embarazoso si todo lo que pienso empieza a aparecer en las paredes. —¿No tenías la intención de hacer eso? —No.
No tienes que sentirse avergonzada, L. Saqué sus manos.
Porque siento lo mismo por ti. Sus ojos estaban cerrados, y me incliné para besarla. Fue un beso pequeño, un beso insignificante. Sin embargo, hizo que mi corazón se acelerara. Ella abrió los ojos y sonrió. —Quiero oír el resto. Quiero saber cómo me salvaste la vida. —Ni siquiera me acuerdo cómo llegué aquí, y luego no pude encontrarte, y tu casa estaba llena de todas esas personas escalofriantes que parecían estar en una fiesta de disfraces. —No lo estaban. —Me di cuenta. —¿Entonces me encontraste?— Apoyó la cabeza en mi regazo, mirándome con una sonrisa. —¿Entraste en la habitación en tu corcel blanco y me salvaste de una muerte segura a manos de un Hechicero Oscuro? —No bromees. Era realmente aterrador. Y no hubo ningún corcel, era más como un perro. —Lo último que recuerdo es al tío Macon hablando de la Vinculación.— Lena giró su pelo, pensando. —¿Qué era lo del Círculo? —El Círculo Sanguinis. El Círculo de Sangre. Traté de no parecer impresionado. Apenas podía soportar la idea de Amma y los huesos de pollo. No creo que pueda soportar la sangre de pollo real, al menos, esperaba que se tratara sólo de sangre de pollo. —Yo no vi la sangre. —No sangre real, idiota. La sangre como en los familiares, la familia. Mi familia entera está aquí para las vacaciones, ¿recuerdas?
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—Correcto. Lo siento. —Te lo dije. Halloween es una noche poderosa para realizar hechizos. —Así que, ¿eso es lo que estaban haciendo aquí? ¿En ese círculo? —Macon quería Vincular Ravenwood. Siempre está Vinculado, pero él lo vincula de nuevo cada Halloween para el Año Nuevo. —Pero algo salió mal. —Supongo que sí, porque estábamos en el círculo, y luego oí hablar al tío Macon con la Tía Del, y entonces todo el mundo estaba gritando, y todos estaban hablando de una mujer. Sara algo. —Sarafine. Lo escuché, también. —Sarafine. ¿Era ese el nombre? Nunca lo escuché antes. —Ella debe ser una Hechicera Oscura. Todos parecían, no sé, asustados. Nunca he oído hablar a tu tío así. ¿Sabes lo que estaba sucediendo?, ¿Estaba realmente tratando de matarte?— No estaba seguro de querer saber la respuesta. —No lo sé. No recuerdo mucho, excepto esa voz, como si alguien me hubiese estado hablando realmente de muy lejos. Pero no puedo recordar lo que estaba diciendo. Ella se retorció en mi regazo, apoyándose torpemente en mi pecho. Casi parecía como si pudiese sentir su corazón latiendo sobre el mío, como un pequeño pájaro revoloteando en una jaula. Estábamos tan cerca como dos personas podrían estarlo, sin verse el uno al otro. Que, en mi opinión, era lo que los dos necesitábamos esta mañana. —Ethan. Nos estamos quedando sin tiempo. No sirve de nada. Lo que fuera, lo que fuese, ¿no crees que la razón por la que se acercó, es porque sabe que en cuatro meses voy a volverme Oscura? —No. —¿No? Eso es todo lo que tienes que decir sobre la peor noche de mi vida, cuando casi me muero?— Lena se alejó. —Piensa en ello. ¿Para qué querría esta Sarafine, quienquiera que sea, cazarte si vas a convertirte en uno de los malos? No, en ese caso los buenos serían los que te persigan. Mira a Ridley. Nadie en su familia la recibió exactamente con una alfombra de bienvenida. —Excepto tú. Idiota.— Me golpeó en broma en las costillas.
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—Exactamente. Porque yo no soy un Hechicero, sólo soy un mortal insignificante. Y como dijiste tú misma, si me ordenaba que saltara desde un acantilado, lo hubiese hecho. Lena se echó el pelo hacia atrás. —Tu madre nunca te lo preguntó, Ethan Wate: ¿si tus amigos saltan por un acantilado, saltarías tú también? La rodeé con mis brazos, sintiéndome más feliz de lo que debería, después de lo de anoche. O tal vez era Lena quien se sentía mejor, y yo estaba contagiándome de ella. En estos días, una corriente tan fuerte fluía entre nosotros que era difícil separar lo que era yo, de lo que era ella. Todo lo que sabía era que quería darle un beso.
Vas a la Luz. Y así lo hice.
Definitivamente, a la Luz. La besé de nuevo, tirando de ella en mis brazos. Besarla era como respirar. Tuve que hacerlo. No podía evitarlo. Apreté mi cuerpo contra el suyo. Podía oír su respiración, sentir los latidos de su corazón contra mi pecho. Mi sistema nervioso parecía estar en llamas. Las puntas de mi cabello se erizaron. Su pelo negro se derramaba en mis manos, y ella se relajó contra mi cuerpo. Cada toque de su pelo era como un pinchazo de electricidad. Había estado esperando para hacer esto desde que la conocí por primera vez, desde la primera vez que soñé con ella. Era como ser alcanzado por un rayo. Éramos uno sólo.
Ethan. Incluso en mi cabeza, pude oír la urgencia en su voz. Lo sentí también, como no lograba estar lo suficientemente cerca de ella. Su piel era suave y caliente. Podía sentir los pinchazos intensificándose. Nuestros labios eran brutales, no podíamos besarnos con más fuerza. La cama comenzó a temblar, y luego a levantarse. Podía sentirla balanceándose debajo de nosotros. Sentí que mis pulmones se estaban derrumbando. Mi piel estaba fría. Las luces se encendieron y se apagaron, y la habitación daba vueltas, o tal vez estaba oscureciendo, no lo podría decir y no sabía si era yo, o si fue la luz en la habitación.
¡Ethan! La cama se estrelló contra el piso. Escuché el sonido de vidrio, en la distancia, como si una ventana se hubiese roto. Escuché a Lena llorar.
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Luego, la voz de un niño. —¿Qué pasa, Lena beana? ¿Por qué estás tan triste? Sentí una mano pequeña y cálida en el pecho. El calor irradiaba desde la mano, hacia mi cuerpo, y la habitación dejó de girar, y pude volver a respirar, y abrí mis ojos. Ryan. Me incorporé, mi cabeza palpitante. Lena estaba a mi lado, con la cabeza presionada contra mi pecho, en la misma posición en la que estaba una hora antes. Sólo que esta vez, sus ventanas estaban rotas, la cama se había derrumbado y una pequeña rubia de diez años, estaba de pie delante de mí con su mano sobre mi pecho. Lena, aún llorando, trató de impulsar el marco de un espejo roto lejos de mí, y lo que quedaba de su cama. —Creo que ahora sabemos que es Ryan. Lena sonrió, limpiándose los ojos. Se acercó a Ryan. —Un taumatólogo. Nunca hemos tenido una en nuestra familia. —Supongo que es el nombre elegante de los Hechiceros para un curandero—, le dije, frotándome la cabeza. Lena asintió con la cabeza y besó la mejilla de Ryan. —Algo así.
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27 de Noviembre SIMPLEMENTE TUS TÍPICAS VACACIONES AMERICANAS
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uego de Halloween, me sentí como en la calma después de la tormenta.
Nos instalamos en una rutina, aunque sabíamos que teníamos poco tiempo. Caminaba hasta la esquina para esconderme de Amma, Lena me recogía en el coche fúnebre, Boo Radley nos alcanzaba en el Stop & Steal y nos seguía hasta el colegio. Con la ocasional excepción de Winnie Reid, el único miembro del grupo de Debate de Jackson, lo cual hacía que el debate fuese difícil, o de Robert Lester Tate, quién había ganado el Concurso Estatal de Deletreo dos años seguidos, la única persona que incluso se sentaba con nosotros en la cafetería era Link. Cuando no estábamos en el colegio comiendo en las gradas, o siendo espiados por el Director Harper, estábamos encerrados en la biblioteca releyendo papeles sobre el camafeo y esperando que Marian se equivocara y nos dijera algo. No hubo señales de coquetas primas Sirenas que porten un chupetín y un agarre mortífero, ni de inexplicables tormentas de 3ª Categoría o siniestras nubes negras en el cielo, ni siquiera una extraña cena con Macon. Nada fuera de lo normal. Excepto por una cosa. La cosa más importante. Estaba loco por una chica que de hecho sentía lo mismo por mí ¿En qué momento ocurrió eso? El hecho que ella fuese una Hechicera era casi más fácil de creer que el hecho de que ella existiera. Yo tenía a Lena. Ella era poderosa y hermosa. Cada día era terrorífico, y cada día era perfecto. *********
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—De todas formas, no sé por qué quieres venir a mi casa para el Día de Acción de Gracias. Es un poco aburrido.— Yo estaba nervioso. Era evidente que Amma estaba tramando algo. Lena sonrió, y yo me relajé. No había nada mejor que cuando ella sonreía. Siempre me dejaba alucinado. —No creo que suene aburrido. —Es que nunca has estado en el Día de Acción de Gracias en mi casa. —Nunca he estado en la casa de nadie el Día de Acción de Gracias. Los Hechiceros no lo celebran. Es un día festivo para los Mortales. —¿Estás bromeando? ¿No coméis Pavo? ¿Ni tarta de calabaza? —Nop. —No comiste mucho hoy, ¿cierto? —No realmente. —Entonces estarás bien. Yo había preparado a Lena de antemano para que no se sorprendiera cuando las Hermanas envolviesen galletas extra en sus servilletas y las metiesen dentro de sus carteras. O cuando mi Tía Caroline y Marian gastaran la mitad de la noche debatiendo la ubicación de la primera biblioteca pública de Estados Unidos (Charleston) o la correcta proporción para obtener —verde Charleston— (Dos partes de negro — Yankee— y una de amarillo —Rebelde—). Tía Caroline era una conservadora de museos en Savannah y ella sabía tanto de arquitectura de la época y antigüedades como mi madre había sabido acerca de municiones de la Guerra Civil y sus tácticas de guerra. Eso era para lo que Lena debía estar preparada –Amma, mis parientes locos, Marian y Harlon James siendo lanzado en buena medida. Omití un detalle que en realidad ella tenía que saber. Dado a cómo habían sido las cosas últimamente, el Día de Acción de Gracias probablemente significaba también una cena con mi padre en pijama. Pero eso era algo que simplemente no podía explicar. Amma se tomó el Día de Acción de Gracias como algo realmente serio, lo cual significaba dos cosas. Mi padre finalmente saldría de su estudio, aunque técnicamente era de noche así que no era una gran excepción, y él comería en la mesa con nosotros. No Cereal de Trigo Triturado. Ese sería lo mínimo que Amma permitiría. Así que en honor a la peregrinación al mundo en el que todos habitábamos cada día, Amma cocinaba una tormenta. Pavo, puré de patatas con salsa, judías blancas con crema de maíz, patatas dulces con malvaviscos, jamón a la miel y galletas, tarta de calabaza y limón con merengue, lo cual, luego de mi tarde en el pantano, estaba casi seguro de que estaba haciéndoselo más a Tío Abner que para el resto de nosotros.
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Me detuve por un segundo en el porche, recordando cómo me sentí la primera vez que me paré en la terraza en Ravenwood la primera noche en la que me presenté allí. Ahora era el turno de Lena. Ella había apartado su oscuro pelo de su cara, y yo toqué el lugar donde se las arregló para escapar, enroscándose alrededor de su mentón.
¿Estás lista? Ella sacó su suelto vestido negro de adentro de sus pantys. Estaba nerviosa.
No lo estoy. Pues deberías. Sonreí y abrí la puerta. —Aunque no estés lista.— La casa olía como a mi infancia. Como a puré de patatas y trabajo duro. —Ethan Wate, ¿eres tú?— Dijo Amma desde la cocina. —Sí, señora. —¿Traes a esa chica contigo? Tráela aquí, de forma que nosotros podamos verla. La cocina estaba sofocante. Amma estaba de pie frente a la cocina, con su delantal, y con una cuchara de madera en cada mano. Tía Prue estaba entretenida, metiendo sus dedos en los cuencos con mezclas sobre la encimera. Tía Mercy y Tía Grace estaban jugando al Scrabble en la mesa de la cocina; ninguna de las dos parecía notar que en realidad no estaban formando palabras. —Bueno, no te quedes parado allí. Tráela aquí. Cada músculo de mi cuerpo se tensó. No había forma de predecir lo que Amma, o las Hermanas, iban a decir. Seguía sin saber por qué Amma había insistido para que invitase a Lena para que viniera, en primer lugar. Lena dio un paso al frente. —Encantada de conocerlas, finalmente. Amma miró a Lena de arriba a abajo, secándose las manos con su delantal. —Así que tú eres la que mantiene a mi niño tan ocupado. El chico del correo tenía razón. Guapa es sólo una forma de decir.— Me pregunté si Carlton Eaton se lo había mencionado en su viaje a Wader‘s Creek (riachuelo). Lena se sonrojó. —Gracias. —He oído que has estado revolucionando las cosas en el colegio.— Tía Grace sonrió. — Lo cual es algo bueno, también. No sé qué es lo que les están enseñando allí. Tía Mercy bajó sus letras, una por una. A-N-C-I-O.
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Tía Grace se acercó al tablero, entrecerrando los ojos. —Mercy Lynne, ¡Estás haciendo trampa de nuevo! ¿Qué tipo de palabra es esa? Ocúpala en una oración. —Ansío tener un trozo de ese queque blanco. —No es así como se escribe.— Por lo menos una de ellas sabía escribir. Tía Grace sacó una de las letras del tablero. —No se ocupa la N en Ansío.— O quizás no.
No exagerabas. Te lo dije. —¿Es a Ethan a quién oigo?— Tía Caroline entró en la cocina justo a tiempo, con sus brazos completamente abiertos. —Ven aquí y dale un abrazo a tu tía.— Siempre me pillaba con la guardia baja por un segundo, por el hecho de lo mucho que se parecía a mi madre. El mismo largo pelo café, siempre peinado hacia atrás, y los mismos ojos cafés. Pero mi madre siempre había preferido andar con los pies descalzos y con jeans, mientras que Tía Caroline era más como una Belleza Sureña con sus vestidos de tiritas y pequeños suéters. Creo que a mi tía le gustaba ver la expresión en las caras de las personas cuando descubrían que ella era la conservadora del Museo de Historia de Savannah y no una simple debutante de edad. —¿Cómo van las cosas aquí en el Norte?— Tía Caroline siempre se refería a Gaitlin como —el Norte— ya que estaba al norte de Savannah. —Todo bien. ¿Me trajiste Pralinés? —¿Acaso no lo hago siempre? Tomé la mano de Lena, trayéndola más cerca de nosotros. —Lena, esta es mi Tía Caroline y mis tías abuelas, Prudence, Mercy y Grace. —Es un placer conocerlas a todas s.— Lena alargó su mano, pero en cambio mi Tía Caroline la atrajo para darle un abrazo. La puerta de entrada se cerró de un portazo. —Feliz Día de Acción de Gracias.— Marian entró cargando una cacerola y platos apilados uno sobre otro. —¿Qué me perdí? —Ardillas.— Tía Prue caminó arrastrando los pies hasta ella y rodeó con su brazo el de Marian. —¿Qué sabes de ellas? —De acuerdo, todos vosotross, despejad mi cocina. Necesito algo de espacio para trabajar en mi magia, y Mercy Statham, ya puedo verte comiendo mis Red Hots.— Tía Mercy paró de masticar por un segundo. Lena me miró, intentando no reírse.
Yo podría llamar a Cocina.
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Créeme, Amma no necesita ningún tipo de ayuda cuando se trata de cocinar. Ella tiene su propia magia. Todos se aglomeraron en la sala de estar. Tía Caroline y Tía Prue discutían acerca de cómo hacer crecer caquis en una terraza asoleada, y Tía Grace y Tía Mercy seguían discutiendo acerca de cómo se escribe —ansío,— mientras que Marian arbitraba. Eso era suficiente para enloquecer a cualquiera, pero cuando vi a Lena metida entre las Hermanas, ella se veía feliz, incluso contenta.
Esto es agradable. ¿Bromeas? ¿Era este su concepto de un día festivo con la familia? ¿Cacerolas, Scrabble y señoras mayores discutiendo? No estaba seguro, pero esto era lo más diferente a los Días de Encuentro que podía haber.
Por lo menos nadie está intentando matar a otra persona. Dales cerca de quince minutos, L. Me di cuenta de que Amma estaba observando desde la entrada de la cocina, pero no era a mí a quien estaba mirando. Era a Lena. Definitivamente, estaba tramando algo. La cena de Acción de Gracias se desarrolló de la forma en la que siempre lo había hecho. Excepto porque nada seguía siendo igual. Mi padre estaba en pijama, la silla de mi madre estaba vacía, y le estaba cogiendo la mano a una Hechicera por debajo de la mesa. Por un segundo, era abrumador—el estar feliz y triste al mismo tiempo—como si esas dos cosas estuviesen unidas de alguna forma. Pero tuve sólo un segundo para pensar en ello; apenas habíamos dicho —amén— cuando las Hermanas comenzaron a robarse los panecillos, Amma estaba echándonos cucharadas colmadas de puré de patatas y salsa en nuestros platos, y Tía Caroline empezó con la pequeña charla. Sabía qué era lo que estaba pasando. Si había suficiente trabajo, suficiente charla, suficiente tarta, quizás nadie notaría la silla vacía. No había suficiente tarta en todo el mundo para ello, ni siquiera en la cocina de Amma. De todas formas, Tía Caroline estaba determinada en mantenerme hablando. —Ethan, ¿necesitas que te preste algo para la reconstrucción? Tengo unas chaquetas entalladas en el ático que se parecen asombrosamente a las auténticas. —No me lo recuerdes.— Casi me había olvidado que tenía que vestirme como un soldado de la Confederación para la Reconstrucción de la Batalla de Honey Hill si quería aprobar historia este año. Cada Febrero, había una reconstrucción de la Guerra Civil en Gaitlin; era la única razón por la que los turistas aparecían por aquí.
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Lena alargó la mano para agarrar un panecillo. —No entiendo por qué la reconstrucción es algo tan importante. Parece un gran trabajo el recrear una batalla que pasó hace más de cien años, considerando que podemos simplemente leer sobre ello en nuestros libros de estudio.
Uh—oh. Tía Prue dio un grito ahogado; según ella, eso era una blasfemia. —¡Alguien debería quemar su colegio! Allí no están enseñando ningún tipo de historia. No pueden aprender acerca de la Guerra por la Independencia Sureña a través de los libros. Tenéis que verla por vosotros mismos, y cada uno de vosotros, chicos, debería; porque el mismo país que luchó unido en la Revolución Americana por la independencia, se volvió claramente contra sí mismo en la Guerra.
Ethan, di algo. Cambia el tema de conversación. Demasiado tarde. Ella va a empezar a hablar de `La Bandera Llena de Estrellas´ en cualquier minuto. Marian partió un panecillo y lo untó con jamón. —La Señorita Statham tiene razón. La Guerra Civil volvió a este país contra sí mismo, a menudo, hermano contra hermano. Es un trágico episodio en la historia de América. Más de medio millón de hombres murieron, aunque la mayoría de ellos murió más por enfermedad que por una batalla. —Un trágico episodio, eso es lo que fue.— Tía Prue asintió. —Ahora, no te pongas nerviosa, Prudence Jane.— Tía Grace le dio palmaditas en el brazo a su hermana. Tía Prue apartó de un golpe la mano de su hermana. —No me digas que estoy nerviosa. Sólo estoy tratando de asegurarme de que ellos sepan esto de pies a cabeza. Soy la única aquí que les está enseñando algo. Ese colegio debería pagarme.
Debí haberte advertido que no tienes que hacer que empiecen. ¿Y ahora me lo vienes a decir? Lena se movió incómodamente en su silla. —Lo siento. No quise ser irrespetuosa. Es sólo que nunca había conocido a alguien que haya estado tan informado acerca de la Guerra Civil.
Ésa fue buena. Si con informada te refieres a obsesionada. —No te sientas mal, cariño. Es sólo que Prudence Jane se enfada de vez en cuando.— Tía Grace le dio un codazo a Tía Prue.
Es por eso que le ponemos whiskey a su té.
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—Son las consecuencias de comer turrón de maní Carlton.— Tía Prue miró a Lena pidiendo perdón. —Paso un mal rato cuando como mucho azúcar.
Un mal tiempo permaneciendo lejos de la azúcar. Mi padre tosió y revolvió distraídamente su puré de patatas a lo largo de su plato. Lena divisó una oportunidad para cambiar el tema de conversación. —Ethan dice que usted es escritor, Sr. Wate. ¿Qué tipo de libros escribe? Mi padre levantó la vista hacia ella, pero no dijo nada. Probablemente ni siquiera se dio cuenta de que Lena le hablaba a él. —Mitchell está trabajando en un nuevo libro. Un gran libro. Quizás el más importante que haya escrito. Y Mitchell ha escrito una gran cantidad de libros. ¿Cuántos van, Mitchell?— Amma preguntó como si le estuviese hablando a un niño. Ella sabía perfectamente cuántos libros había publicado mi padre. —Trece,— masculló. Ella no se desalentó con las aterradoras habilidades sociales de mi padre, aunque yo sí lo había hecho. Lo miré, llevaba el pelo despeinado y círculos negros bajo sus ojos. ¿En qué momento esto se volvió tan malo? Lena siguió presionando. —¿De qué se trata su libro? Mi padre volvió a la vida, animado por vez primera en esa tarde. —Es una historia de amor. Este libro realmente ha sido un viaje. La gran novela Americana. Algunos podrían decir que es como —El Ruido y la Furia— de mi carrera, pero en realidad no puedo hablar sobre el argumento. No realmente. No a este punto. No cuando estoy tan cerca… de…— él se estaba yendo por las ramas. Luego, simplemente dejó de hablar, como si alguien hubiese movido un interruptor en su espalda. Él observó la silla vacía de mi madre mientras entraba en trance. Amma lucía ansiosa. Tía Caroline trató de distraer a todo el mundo de lo que rápidamente se estaba convirtiendo en la noche más vergonzosa de mi vida. —Lena, ¿de dónde dijiste que venías? Pero no pude oír la respuesta. No podía oír nada. En cambio, todo lo que podía ver era todo moviéndose en cámara lenta. Desdibujándose, expandiéndose y contrayéndose, de la forma en la que se ven las ondas de calor mientras se mueven por el aire. Y luego— La habitación estaba congelada, excepto por el hecho de que no estaba congelada. Yo estaba congelado. Mi padre estaba congelado. Sus ojos estaban casi cerrados, y sus labios estaban curvados para formar sonidos que no habían tenido la oportunidad de
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salir de sus labios. Aún mirando el plato lleno de puré de patatas que no había sido tocado. Las Hermanas, Tía Caroline, y Marian parecían estatuas. Incluso el aire estaba quieto. El péndulo del reloj del abuelo se había quedado parado a la mitad de una oscilación.
Ethan, ¿estás bien? Intenté responderle, pero no pude. Cuando Ridley me había sostenido con su agarre mortífero, había estado seguro de que me iba a congelar hasta morirme. Ahora estaba congelado, excepto por el hecho de que no tenía frío y no estaba muerto. —¿Acaso yo hice esto?— Lena preguntó en voz alta. Sólo Amma pudo responder. —¿Conjurar un Atado del Tiempo? ¿Tú? Eso es tan probable como el hecho que este pavo esté incubando a un caimán.— Ella resopló. — No, tú no hiciste esto, hija. Esto es mucho para ti. Los Grandes se figuraron que era hora de que nosotras tuviéramos una charla, de mujer a mujer. Nadie puede escucharnos ahora.
Excepto yo. Yo puedo escucharte. Pero las palabras no salieron. Las podía oír hablando, pero yo no podía hablar. Amma levantó la vista hasta el techo. —Gracias, Tía Delilah. Agradezco tu ayuda.— Ella caminó hasta el aparador y cortó un trozo de tarta de calabaza. Ella lo puso sobre un plato de fina loza china y puso el plato en el centro de la mesa. —Ahora voy a dejar este trozo para ti y para los Grandes, y asegúrate de recordar que lo hice. —¿Qué está pasando? ¿Qué les hiciste? —No les hice nada a ellos. Supongo que sólo nos traje un poco de tiempo. —¿Eres una Hechicera? —No, sólo soy una Vidente. Veo lo que necesita ser visto, lo que nadie más puede o quiere ver. —¿Detuviste el tiempo?— Los Hechiceros podían hacer eso, detener el tiempo. Lena me lo había dicho. Pero sólo los increíblemente poderosos. —Yo no hice nada. Sólo les pedí a los Grandes un poco de ayuda y Tía Delilah los obligó. Lena lucía confundida, o asustada. —¿Quiénes son los Grandes? —Los Grandes son mi familia del Otro Mundo. Ellos me dan un poco de ayuda de vez en cuando, y no están solos. Ellos tienen a otros junto a ellos.— Amma se inclinó sobre la mesa, mirando a Lena a los ojos. —¿Por qué no estás usando el brazalete?
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—¿Qué? —¿Acaso Melchizedek no te lo dio? Le dije que necesitabas llevarlo. —Él me lo dio, pero yo me lo quité. —¿Y por qué harías tal cosa? —Descubrimos que estaba bloqueando las visiones. —Estaba bloqueando algo perfectamente. Hasta que dejaste de usarlo. —¿Qué era lo que estaba bloqueando? Amma alargó la mano y tomó la de Lena en las suyas, dándole vuelta para dejar a la vista su palma. —No quería ser yo la que te dijera esto, hija. Pero Melchizedek, tu familia, ellos no van a decírtelo, ninguno de ellos. Y tú necesitas saberlo. Necesitas estar preparada. —¿Preparada para qué? Amma miró al techo, murmurando por lo bajo. —Ella va a venir, hija. Ella va a venir por ti, y ella es una fuerza a tener en cuenta. Tan Oscura como la noche. —¿Quién? ¿Quién va a venir por mí? —Desearía que hubiesen sido ellos quienes te lo hubiesen dicho. No quería ser yo la que lo hiciera. Pero los Grandes, ellos dicen que alguien tiene que decírtelo, antes que sea demasiado tarde. —¿Decirme qué? ¿Quién va a venir, Amma? Amma sacó una pequeña bolsita, que pendía de un cordón de cuero que llevaba alrededor de su cuello, de debajo de su camisa y la agarró firmemente, bajando la voz como si tuviese miedo de que alguien la pudiera escuchar. —Sarafine. La Oscura. —¿Quién es Sarafine? Amma vaciló, agarrando la bolsita aún más fuerte. —Tu madre. —No lo entiendo. Mis padres murieron cuando yo era una niña, y el nombre de mi madre era Sara. Lo he visto en el árbol genealógico de mi familia. —Tu padre murió, eso es cierto, pero tu madre está viva, tan seguro como que yo me encuentro aquí. Y tú sabes lo de los árboles genealógicos aquí en el Sur, nunca son tan certeros como dicen serlo.
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El color se esfumó de la cara de Lena. Me esforcé por alargar la mano y agarrar la suya, pero lo único que pasó fue que mi dedo tembló. Yo no tenía poder. No podía hacer nada, mientras que ella caía a un lugar oscuro, sola. Como en los sueños. —¿Y ella es una Oscura? —Ella es la Hechicera viva más Oscura. —¿Por qué no me lo dijo mi tío? ¿O mi abuela? Ellos dijeron que estaba muerta. ¿Por qué motivo me mentirían? —Está la verdad y está la verdad. No son la misma cosa. Reconozco que ellos intentaban protegerte. Ellos creen que todavía pueden. Pero los Grandes, ellos no están muy seguros. No quería ser yo la que te lo dijera, Melchizedek es un tipo testarudo. —¿Por qué quieres ayudarme? Pensé—pensé que yo no te agradaba. —No tiene que ver con que me agrades o no me agrades. Ella va a venir por ti, y tú necesitas no tener distracciones.— Amma levantó una ceja. —Y no quiero que nada le pase a mi niño. Esto te supera, los supera a ambos. —¿Qué es lo que nos supera a ambos? —Todo esto. Es sólo que tú y Ethan no estáis destinados a estar juntos. Lena lucía confundida. Amma estaba hablando en clave de nuevo. —¿A qué te refieres? Amma se dio la vuelta bruscamente, como si alguien detrás de ella le hubiese dado un golpecito en el hombro. —¿Qué es lo que dices, Tía Delilah?— Amma se volvió hacia Lena. —No nos queda mucho tiempo. El péndulo del reloj empezó a moverse casi imperceptiblemente. La sala empezó a cobrar vida nuevamente. Los ojos de mi padre comenzaron a parpadear lentamente, por lo que a sus pestañas les tomó varios segundos tocar sus mejillas. —Vuelve a ponerte ese brazalete. Necesitas tener toda la ayuda que puedas. El tiempo volvió a transcurrir de forma normal— Parpadeé un par de veces, miré toda la sala a mí alrededor. Mi padre seguía mirando sus patatas. Tía Mercy seguía envolviendo un panecillo en su servilleta. Levanté mis manos frente a mi cara, moviendo mis dedos. —¿Qué demonios fue eso? —¡Ethan Wate!— Gritó Tía Grace. Amma estaba partiendo sus panecillos y rellenándolos con jamón. Ella levantó su vista hacia mí, desprevenida. Era obvio que su intención no era que yo escuchara su
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pequeña charla de chicas. Ella me dio la Mirada. Queriendo decir, mantén tu boca cerrada, Ethan Wate. —No vuelvas a ocupar ese tipo de lenguaje en mi mesa. Para mí no eres lo suficientemente viejo como para que te lave la boca con jabón. ¿Qué crees que es? Jamón y panecillos. Pavo y relleno. Ahora, he cocinado todo el día, así que espero que comas. Miré a Lena. La sonrisa se había ido. Ella estaba mirando su plato fijamente.
Lena Beana. Vuelve a mí. No dejaré que nada te pase. Estarás bien. Pero ella estaba muy lejos de allí.
Lena no dijo nada en todo el trayecto a su casa. Cuando llegamos a Ravenwood, abrió la puerta del auto de un tirón, la cerró con un portazo, y partió hacia la casa sin decir una palabra. Por poco no la seguí. Todo me daba vueltas. No podía imaginar cómo se estaría sintiendo. Era suficientemente malo haber perdido a tu madre, pero ni siquiera podía imaginar cómo sería descubrir que tu madre quería que murieras. Yo había perdido a mi madre, pero no me había perdido a mí. Ella me había anclado, a Amma, a mi padre, a Link, a Gaitlin, antes de que ella se fuese. La podía sentir en las calles, en mi casa, en la biblioteca, incluso en la despensa. Lena nunca había tenido eso. A ella la hicieron con un corte holgado y ahora se le estaban soltando las amarras, como diría Amma, como el pobre hombre de los ferries en el pantano. Yo quería ser su ancla. Pero en ese momento, no creo que alguien hubiese podido serlo. Lena pasó indignada al lado de Boo, quien estaba sentado en la galería del frente ni siquiera jadeante, aunque había corrido obedientemente tras nuestro auto a lo largo de todo el camino a casa. También, él se había sentado en el jardín de al frente durante toda la cena. Parecía que a él le gustaban las patatas dulces y los pequeños malvaviscos, los cuales yo había tirado frente a la puerta de entrada en cuanto Amma fue en busca de más salsa. La podía oír gritando desde adentro de la casa. Suspiré, salí del auto, y me senté en las escaleras del porche al lado del perro. Mi cabeza estaba a punto de estallar, tenía una baja de azúcar. —¡Tío Macon! ¡Tío Macon! ¡Despierta! ¡El sol está escondido, sé que no estás durmiendo! Podía oír a Lena desde el interior de mi cabeza, también.
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¡El sol está escondido, sé que no estás durmiendo! Esperaba el día en que Lena viniera de golpe y me contara la verdad acerca de Macon, así como me había contado la verdad acerca de ella misma. Lo que sea que él era, no parecía ser un Hechicero normal, si es que eso siquiera existía. La forma en que dormía todo el día y tan sólo aparecía y desaparecía a su gusto, no necesitabas ser un genio para ver a qué iba todo eso. De todas formas, no quería ir a ese punto ese día. Boo me miraba fijamente. Alargué la mano para acariciarlo, pero él alejó su cabeza, como si quisiera decir: estamos bien así. Por favor, no me toques, chico. Cuando escuchamos que las cosas se empezaban a romper adentro, Boo y yo nos paramos y seguimos el ruido. Lena estaba golpeando la puerta de una de las habitaciones del piso de arriba. La casa había vuelto al estado al cual yo sospeché que era el preferido de Macon, una destartalada finura de la preguerra. Yo estaba secretamente aliviado de no estar en un castillo. Me hubiera gustado poder detener el tiempo y ponerlo tres horas atrás. Para ser honesto, estaría perfectamente feliz si la casa de Lena se hubiese transformado en un tráiler el doble de ancho, y que todos estuviéramos sentados frente a un bol de sobras del relleno, como todo el resto de Gaitlin. —¿Mi madre? ¿Mi propia madre? La puerta se abrió de golpe. Macon se quedó parado allí en la entrada, un desaliñado desorden. Llevaba un arrugado pijama de lino, sólo que lo que realmente era, odio decirlo, algo más parecido a un camisón. Sus ojos estaban más rojos y su piel estaba más blanca que lo usual, y su pelo estaba alborotado. Parecía como si hubiese sido atropellado por un camión Mack. A su modo, él no era tan diferente a mi padre, un lío. Tal vez un lío mejor. Excepto por el camisón; a él nunca lo encontrarían usando un vestido. —¿Mi madre es Sarafine? ¿Esa cosa que intentó matarme en Halloween? ¿Cómo me pudiste ocultar esto? Macon sacudió su cabeza y se pasó la mano por la cabeza, molesto. —Amarie.— Hubiese pagado por ver a Macon y a Amma enfrentarse en una pelea. Yo apostaría por Amma, como siempre. Macon pasó a través de la entrada, cerrando la puerta de un portazo detrás de él. Pude ver brevemente su habitación. Lucía como algo sacado de El Fantasma de la Ópera, con candelabros de hierro forjado que eran más altos que yo y una cama con dosel cubierta con un terciopelo negro y gris. Las ventanas estaban cubiertas con el mismo material, colgando desordenadamente sobre el marco negro de las persianas. Incluso las paredes estaban tapizadas con una tela deshilachada de color negro y gris que
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probablemente tenía unos cien años. La habitación estaba de un negro absoluto, negro como la noche. El efecto era escalofriante. Oscuridad, la verdadera oscuridad, era algo más que sólo la falta de luz. Mientras Macon pasaba a través de la entrada, él salió al pasillo perfectamente vestido, sin ningún pelo fuera de lugar en su cabeza, sin ninguna arruga en sus pantalones ni en su impecable camisa blanca. Incluso sus tersos zapatos de gamuza estaban sin un raspón. Él no se parecía en nada a lo que había sido un momento antes, y lo único que había hecho fue pasar por la puerta de su propia habitación. Miré a Lena. Ella ni siquiera lo había notado, y sentí frío, recordando por un momento cuán diferente debe haber sido siempre su vida con respecto a la mía. —¿Mi madre está viva? —Me temo que es un poco más complicado que eso. —¿Te refieres a la parte en que mi propia madre quiere matarme? ¿Cuándo pensabas decírmelo, Tío Macon? ¿Cuándo ya hubiese sido Reclamada? —No empecemos con eso de nuevo. No te vas a volver Oscura.— Suspiró Macon. —No sé cómo puedes pensar lo contrario. Ya que soy la hija de, y estoy citando, ‗la Hechicera viva más Oscura‘. —Entiendo que estés enfadada. Son muchas cosas las que tienes que asimilar, y debería habértelo dicho yo mismo. Pero tienes que creerme, yo sólo intentaba protegerte. Lena estaba más que enfadada ahora. —¡Protegerme! Tú me dejaste creer que lo de Halloween había sido sólo un ataque esporádico, ¡pero era mi madre! Mi madre está viva, y estaba intentando matarme, ¿y no pensaste que debería saberlo? —No sabemos si estaba intentando matarte. Los marcos de foto comenzaron a golpear las paredes. Las bombillas de las lámparas que bordeaban el pasillo hicieron cortocircuito una a una. El sonido de la lluvia repiqueteaba en las persianas. —¿Acaso no hemos tenido suficiente mal tiempo durante las últimas semanas? —¿En qué más me has estado mintiendo? ¿Qué es lo siguiente que voy a descubrir? ¿Que mi padre también está vivo? —Me temo que no.— Lo dijo como si fuese una tragedia, algo demasiado triste como para poder hablarlo. Era el mismo tono que la gente usaba cuando hablaban de la muerte de mi madre.
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—Tienes que ayudarme.— Su voz se quebró. —Haré todo lo que esté a mi alcance para ayudarte, Lena. Siempre lo he hecho. —Eso no es cierto,— le escupió en respuesta. —No me has contado acerca de mis poderes. No me has enseñado cómo protegerme. —No sé el alcance de tus poderes. Eres una Natural. Cuando necesites hacer algo, lo harás. A tu modo, a tu tiempo. —Mi propia madre quiere matarme. No tengo tiempo. —Como dije anteriormente, no sabemos si está tratando de matarte. —¿Entonces cómo explicas lo de Halloween? —Hay otras posibilidades. Del y yo estamos tratando de entenderlo.— Macon se apartó de ella, como si fuese a volver a su habitación. —Necesitas calmarte. Podemos hablar sobre esto más tarde. Lena se volvió hacia un florero, sentándose en el mueble al final del pasillo. Como si estuviese siendo llevado por una soga, el florero siguió sus ojos hasta la pared cercana a la puerta de la habitación de Macon, volando a través de la pieza y rompiéndose contra el yeso. Estaba lo suficientemente lejos de Macon como para estar seguro de que no le habría pegado, pero lo suficientemente cerca como para plantear su punto. No era un accidente. No era una de esas veces en las que Lena perdía el control y las cosas simplemente pasaban. Ella había hecho esto a propósito. Ella tenía el control. Macon se giró tan rápido que ni siquiera lo vi moverse, pero él estaba parado frente a Lena. Estaba tan sorprendido como yo, y había llegado a la misma conclusión; no fue un accidente. Y la expresión que tenía su cara me dijo que ella estaba igual de sorprendida. Él lucía dolido, tan dolido como Macon Ravenwood era capaz de lucir. — Como dije, cuando necesites hacer algo, lo harás. Macon se volvió hacia mí. —Me temo que en las próximas semanas se pondrá aún más peligroso. Las cosas han cambiado. No la dejes sola. Cuando está aquí, yo puedo protegerla, pero mi madre estaba en lo correcto. Parece ser que tú también puedes protegerla, quizás incluso mejor que yo. —¿Aló? ¡Aún puedo oírte!— Lena se había recuperado de su manifestación de poder y de la mirada de Macon. Sabía que se torturaría por ello más tarde, pero en ese momento ella estaba muy enfadada como para poder ver eso. —No hables de mí como si no estuviese aquí. Una bombilla explotó detrás de él, y él ni siquiera se estremeció.
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—¿Te estás escuchando a ti mismo? ¡Necesito saberlo! Soy yo la que está siendo cazada. Soy yo a quien ella desea, y ni siquiera sé por qué. Ellos se miraron fijamente, un Ravenwood y una Duchannes, dos ramas del mismo retorcido árbol de Hechiceros. Me pregunté si ése sería un buen momento para irme. Macon me miró. Su cara dijo sí. Lena me miró. La suya decía no. Ella me agarró por la mano, y pude sentir el calor quemándome. Ella estaba ardiendo, nunca la había visto tan enfadada. No podía creer que todas las ventanas de la casa aún no estuviesen hechas añicos. —Tú sabes por qué ella me está persiguiendo, ¿cierto? —Es—— —Déjame adivinar, ¿Complicado?— Se miraron fijamente. El cabello de Lena se estaba rizando. Macon estaba dándole vueltas a su anillo de plata. Boo estaba yéndose apoyado sobre su vientre. Perro inteligente. Desearía poder irme gateando del pasillo, también. La última bombilla explotó, y nos quedamos de pie en la oscuridad. —Tienes que decirme todo lo que sepas acerca de mis poderes.— Esas eran sus condiciones. Macon suspiró, y la oscuridad comenzó a disiparse. —Lena. No es como si no quisiese decírtelo. Luego de tu pequeña demostración, está claro que ni siquiera yo sé de qué eres capaz. Nadie lo es. Sospecho que ni siquiera tú.— Ella no estaba completamente convencida, pero estaba escuchando. —Eso es lo que significa ser una Natural. Es parte del don. Ella comenzó a relajarse. La batalla había terminado, y ella la había ganado, por ahora. —¿Entonces qué voy a hacer? Macon lucía inquietantemente parecido a mi padre cuando entró a mi cuarto cuando estaba en quinto grado para explicarme lo de los pájaros y las abejas. —La introducción a tus poderes puede ser un tiempo muy confuso. Quizás hay un libro sobre el tema. Si tú quieres, podemos ir a ver a Marian. Sí, seguro. Opciones y Cambios. La Guía Moderna De Chicas Para Hechizar. Mi
Madre Quiere Matarme: Un Libro De Autoayuda Para Adolescentes. Serían unas pocas, pero largas semanas.
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28 de Noviembre DOMUS LUNAE LIBRI
—¿H
oy? Pero no es un día feriado.— Cuando abrí la puerta del
frente, Marian era la última persona que hubiera esperado ver, parada en la entrada de mi casa, con su abrigo. Ahora estaba sentado con Lena en el frío asiento del viejo camión turquesa de Marian, camino a la librería de Hechiceros. —Una promesa es una promesa. Es el día antes de acción de gracias. El viernes negro. Puede que no parezca un día feriado, pero es un feriado bancario, y eso es todo lo que necesitamos.— Marian tenía razón. Amma probablemente estaba haciendo fila en el centro comercial con un manojo de cupones desde antes del amanecer; ya estaba oscureciendo, y ella aún no había regresado. —La biblioteca del Condado de Gaitlin está cerrada, así que la Biblioteca de Hechiceros está abierta. —¿El mismo horario?— Le pregunté a Marian, mientras ella se dirigía hacia Main. Ella asintió. —De nueve a seis— Entonces, dándonos un guiño, —Nueve p.m a seis a.m. No toda mi clientela puede aventurarse a salir con la luz del día. —Eso suena muy injusto— Se quejó Lena. —Los mortales tienen tanto tiempo, y ellos ni siquiera vienen aquí a leer. Marian se encogió de hombros. —Como dije, mi sueldo lo paga el Condado de Gaitlin. Enójate con ellos. Pero ten presente cuanto tiempo pasará antes de que tu Lunae Libri esté abierta de nuevo. Yo las miré desconcertado.
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—Lunae Libri. Traducido aproximadamente, Libros de la Luna. Puedes llamarlos los pergaminos de los Hechiceros. A mí no me importaba como se llamaran. No podía esperar para saber que nos dirían los libros en la Biblioteca de los Hechiceros, o un libro en particular. Porque estábamos cortos de dos cosas: respuestas y tiempo. Cuando salimos del camión, no podía creer donde estábamos. El camión de Marian estaba aparcado en el bordillo, a menos de tres metros de la Sociedad Histórica de Gaitlin, o como mi madre y Marian preferían llamarla, la Sociedad Histérica de Gaitlin. La Sociedad Histórica era también el cuartel general de la HRA. Marian había aparcado su camión más adelante, para evitar la luz de una lámpara que iluminaba el pavimento. Boo Radley estaba sentado en la acera, como si estuviera esperándonos. —¿Aquí? ¿La Lunae, lo que sea, está en el cuartel general de la HRA? —Domus Lunae Libri. La casa de los Libros de la Luna. Lunae Libri para resumir. Y no, solamente la entrada desde Gaitlin.— Yo no pude contener la risa. —Tienes la misma apreciación por la ironía que tu madre. Caminamos hacia el edificio desierto. No podríamos haber escogido una noche mejor. —Pero no es una broma. La Sociedad histórica es el edificio más viejo del Condado, junto al propio Ravenwood. Nada más se salvó durante el gran incendio— Añadió Marian. —Pero, ¿la HRA y los Hechiceros? ¿Cómo pueden tener algo en común?— Lena estaba estupefacta. —Espero que os deis cuenta de que tenéis más en común de lo que pensáis. Marian se apresuró hacia el viejo edificio de piedra, sacando su familiar llavero. —Yo por ejemplo, soy miembro de ambas sociedades. Miré incrédulo a Marian. —Soy neutral. Pensé que había sido perfectamente clara. Yo no soy como tú. Tú eres como Lila, te involucras demasiado... Podía terminar esa frase por mí mismo. Y mira lo que le pasó a ella. Marian se congeló, pero las palabras colgaban el aire. No había nada que ella pudiera hacer para retractarse. Yo me sentía entumecido, pero no dije nada. Lena me tomó de la mano, y podía sentirla tratando de alejarme de mi introversión.
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Ethan. ¿Estás bien? Marian miró su reloj de nuevo. —Faltan cinco para las nueve. Técnicamente, no debería dejaros entrar aún. Pero necesito estar abajo a las nueve, en caso de que tengamos más visitantes esta noche. Seguidme. Seguimos por el oscuro camino del patio tras el edificio. Ella buscó entre sus llaves hasta que sacó lo que siempre había pensado que era un llavero, porque no se parecía a una llave en nada. Era un anillo de hierro, con una bisagra a un lado. Con mano experta, Marian giró la bisagra hasta que se dobló sobre sí misma, convirtiendo el círculo en una media luna. Una luna Hechicera. Ella empujó la llave en lo que parecía ser una rejilla de hierro, en la base del edificio. Ella giró la llave y la rejilla se abrió. Tras la rejilla estaba una escalera de piedra oscura que se dirigía hacia un lugar aún más oscuro, el sótano debajo de la HRA. Cuando giró la llave una vez más hacia la izquierda, una fila de antorchas se encendieron automáticamente a cada lado de la pared. Ahora la escalera estaba totalmente iluminada con la parpadeante luz, y yo incluso podía ver las palabras Domus Lunae Libri talladas en el arco de la entrada de abajo. Marian giró la llave una vez más, y la escalera desapareció, reemplazada una vez más por la rejilla de hierro. —¿Eso es todo? ¿No vamos a entrar?— Lena sonaba molesta. Marian pasó su mano a través de la rejilla. Era una ilusión. —No puedo Hechizar, como bien sabes, pero tenía que hacer algo. Los vagabundos intentan entrar en la noche. Macon hizo que Larkin lo hiciera para mi, y él se pasa por aquí para mantenerlo intacto de vez en cuando. Marian nos miró, sombría de repente. —Bueno, entonces. Si estáis seguros de que esto es lo que queréis hacer, no puedo deteneros. No puedo guiaros de ninguna forma, una vez que bajemos la escalera. No puedo evitar que se lleven un libro, o que regreséis uno antes de que la Lunae Libri esté abierta de nuevo. Ella puso su mano en mi hombro. —¿Lo comprendes, Ethan? Esto no es un juego. Allí abajo hay libros poderosos, libros de vinculaciones, pergaminos de Hechizos, talismanes Oscuros y de Luz, objetos de poder. Cosas que ningún mortal ha visto nunca, excepto yo y mis predecesores. Muchos de los libros están encantados, otros están malditos. Tienes que ser cuidadoso. No toques nada. Deja que Lena se encargue de los libros. El cabello de Lena estaba ondulando. Ella ya estaba sintiendo la magia de este lugar. Yo asentí, cauteloso. Lo que estaba sintiendo era menos mágico, mi estómago retorciéndose como si fuera yo el que hubiera bebido demasiado licor de menta. Me preguntaba que tan a menudo
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se paseaban la Sra. Lincoln y sus compinches en el piso de arriba, ignorando lo que se encontraba debajo de ellas. —Sin importar lo que encontréis, recordad que debemos salir antes del amanecer. Nueve a seis. Ese es el horario de la biblioteca, y la entrada sólo aparece durante ese periodo de tiempo. El sol sale exactamente a las seis; siempre lo hace en un día de biblioteca. Si no habéis subido la escalera para el amanecer, estaréis atrapados hasta el siguiente día de Biblioteca, y no tengo idea de qué forma podría un mortal sobrevivir a esa experiencia. ¿He sido totalmente clara? Lena asintió, tomando mi mano. —¿Podemos ir ahora? No puedo esperar. —No puedo creer que esté haciendo esto. Tu tío Macon y Amma me matarían si se enteran.— Marian revisó su reloj. —Después de vosotros. —¿Marian? tu le− ¿mi madre llego a ver esto?— No podía dejarlo pasar. No podía pensar en nada más. Marian me miró, sus ojos brillando extrañamente. —Tu madre fue la persona que me dio el trabajo. Y con eso, desapareció frente a nosotros, atravesando la ilusión de la rejilla, y continuó bajando hacia la Lunae Libri. Boo Radley ladró, pero era demasiado tarde para arrepentirnos ahora. Los escalones eran fríos y resbaladizos, el aire pesado. Cosas mojadas, cosas escurridizas, cosas escondidas−no era difícil imaginarlas sintiéndose cómodas aquí abajo. Traté de no pensar en las últimas palabras de Marian. No podía imaginarme a mi madre bajando por esta escalera. No podía imaginarla sabiendo nada acerca de este mundo con el que yo tropecé, o más bien, este mundo que tropezó conmigo. Pero ella lo sabía, y no podía dejar de preguntarme como. ¿Se había tropezado con el también, o alguien la había invitado? De alguna forma, lo hacía parecer todo más real, que mi madre y yo compartiéramos este secreto, incluso cuando ella ya no estaba aquí para compartirlo conmigo. Pero era yo el que estaba aquí ahora, caminando por los escalones de piedra, tallados y planos como el piso de una vieja iglesia. A cada lado de la escalera podía ver columnas de piedra en bruto, las bases de un antiguo salón que existía aquí en lugar del edificio de la HRA, mucho antes de que la propia estructura fuera construida. Miré hacia abajo de la escalera, pero todo lo que podía ver eran toscos perfiles, formas en la oscuridad. No parecía una biblioteca. Parecía más lo que probablemente era, lo que siempre había sido. Una cripta. Al fondo de la escalera, en las sombras de la cripta, incontables pequeños domos curvados allí donde las columnas se alzaban en el techo abovedado, cuarenta o
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cincuenta en total. Mientras mis ojos se ajustaban a la oscuridad podía ver que cada columna era diferente, y algunas de ellas estaban inclinadas, como viejos robles encorvados. Sus sombras hacían que la cámara circular pareciera algún tipo de silencioso y oscuro bosque. Era un lugar aterrador. No había forma de saber hasta dónde se extendía, dado que cada dirección se disolvía en la oscuridad. Marian insertó su llave en la primera columna, marcada con una luna. Las antorchas a los lados de las paredes se encendieron, iluminando la habitación con esa luz parpadeante. —Son hermosos— suspiró Lena. Podía ver su cabello aún ondulando, y me preguntaba cómo se sentía este lugar para ella, de formas que yo nunca podría entender.
Vivo. Poderoso. Como la verdad, cada verdad está aquí, en algún lugar. —Recolectados alrededor del mundo, mucho antes de que yo naciera. Estambul.— Marian señaló las puntas de las columnas, las partes decoradas, las partes centrales. — Tomadas de Babilonia— Ella señaló otro punto, con cuatro cabezas de halcón saliendo de cada lado. —Egipto, el ojo de Dios.— Ella acarició otra, dramáticamente tallada con la forma de una cabeza de león. —Asiria—. También toqué la pared con mi mano. Incluso las piedras de las paredes estaban talladas. Algunas con caras de hombres, criaturas, pájaros, mirándonos desde el bosque de columnas, como predadores. Otras piedras estaban talladas con símbolos que no reconocía, jeroglíficos de Hechiceros y culturas que no conocía. Avanzamos por la cámara, fuera de la cripta, que parecía servir como algún tipo de vestíbulo, y de nuevo las antorchas se encendieron, una después de otra, como si estuvieran siguiéndonos. Podía ver que las columnas formaban un círculo alrededor de una mesa de piedra en medio de la habitación. Los estantes, o lo que yo asumí eran estantes, radiaban hacia fuera del centro del círculo como los radios de una rueda, y parecían levantarse casi hacia el techo, creando una tenebrosa masa en la que imaginaba que un Mortal podía perderse fácilmente. En esta habitación, no había nada más que las columnas, y la mesa de piedra circular. Marian tomó calmadamente una antorcha de una medialuna de hierro en la pared y me la entregó. Le entregó otra a Lena, y tomó una para ella. —Mirad alrededor. Yo tengo que revisar el correo. Puedo tener una petición de transferencia de otra sucursal. —¿Para la Lunae Libri?— No había considerado que pudieran existir otras Bibliotecas para Hechiceros. —Por supuesto— Marian se dirigió de nuevo hacia la escalera.
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—Espera. ¿Cómo recibes el correo aquí?— —De la misma forma en que tu lo haces. Carlton Eaton lo entrega, llueva o relampaguee. Carlton Eaton era uno de los que sabía. Por supuesto. Eso probablemente explicaba por qué había recogido a Amma en medio de la noche. Me preguntaba si también abría el correo de los Hechiceros. Me preguntaba que más no sabía sobre Gaitlin, y la gente que vivía aquí. Ni siquiera tenía que preguntar. —No hay muchos de nosotros, pero somos más de los que crees. Tienes que recordar que Ravenwood ha estado aquí más tiempo que este viejo edificio. Este era un Condado de Hechiceros, mucho antes de convertirse en uno de mortales. —A lo mejor esa es la razón por la que todos vosotros sois tan raros por aquí— Lena me dio un golpecito con sus dedos. Yo seguía pensando en lo de Carlton Eaton. ¿Quien más sabia lo que estaba pasando en Gaitlin?, ¿en el otro Gaitlin, el que tiene Bibliotecas mágicas subterráneas y chicas que controlan el clima o que te pueden hacer saltar de un acantilado? ¿Quién más sabía de los Hechiceros, como Marian y Carlton Eaton? Como, ¿mi madre? ¿Fatty? ¿La Sra. English? ¿El Sr. Lee? —No te preocupes, cuando los necesites ellos te encontrarán. Así es como funciona, así es como siempre lo ha hecho. —Espera— Agarré a Marian del brazo. —¿Mi padre sabe? —No— Por lo menos había una persona en mi casa que no estaba viviendo una doble vida, incluso si estaba loco. Marian nos dio un último consejo. —Ahora, es mejor que empecéis. La Lunae Libri es miles de veces más grande que cualquier biblioteca que hayáis visto antes. Si os perdéis, volved sobre vuestros pasos inmediatamente. Esa es la razón por la cual todos los estantes rodean esta cámara. Si simplemente podéis ir adelante o atrás, hay menos posibilidades de que os perdáis. —¿Cómo puedes perderte si vas en una línea recta? —Inténtalo tú mismo. Ya lo verás. Lena interrumpió. —¿Qué hay al final de los estantes? Quiero decir, ¿al final de los pasillos? Marian la miró confusa. —Nadie lo sabe. Nadie ha ido lo suficientemente lejos para averiguarlo. Algunos de los pasillos se convierten en túneles. Algunas partes de la
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Lunae Libri permanecen sin explorar. Hay demasiadas cosas allí que nunca he visto. Algún día, quizá. —¿De qué estáis hablando? Todo termina en algún lugar. No puede haber filas y filas de libros en túneles debajo del pueblo. ¿Qué, te detienes por un té en la casa de la Sra. Lincoln? ¿Giras a la izquierda para llevarle un libro a tía Del en el pueblo siguiente? ¿Tomas el túnel de la derecha para una charla con Amma?— Yo era escéptico. Marian me sonrió, divertida. —¿Cómo crees que Macon recibe sus libros? ¿Cómo crees que la HRA nunca ve ningún visitante entrando o saliendo? Gaitlin es Gaitlin. A sus habitantes les gusta como es, de la forma que creen que es. Los mortales sólo ven lo que quieren ver. Ha habido una vibrante comunidad Hechicera en y alrededor de este pueblo desde antes de la Guerra Civil. Esos son cientos de años, Ethan, y no es algo que vaya a cambiar de repente. No tan sólo porque ahora tú lo sabes. —No puedo creer que Tío Macon nunca me contó de este lugar. Pensar en todos los Hechiceros que han venido aquí.— Lena levantó su antorcha, sacando un grueso volumen del estante. El libro estaba empastado vistosamente, pesado en sus manos, y levantó una nube de polvo gris en el aire. Yo comencé a toser. —Hechicería, la historia breve.— Ella sacó otro. —estamos en la H, supongo. Este era una caja de cuero que se abría en la parte de arriba, para revelar el pergamino que se encontraba adentro. Lena sacó el pergamino. Incluso el polvo parecía más viejo, más gris. —Hechicería para Creación y Confusión. Este es uno antiguo. —Cuidado. Tiene más de unos cientos de años. Gutenberg no inventó la imprenta hasta 1455— Marian tomó el pergamino en sus manos cuidadosamente, como si estuviera sosteniendo un bebe recién nacido. Lena sacó otro libro, empastado en cuero gris. —Hechicería en la Confederación. ¿Los Hechiceros hicieron parte de la guerra? Marian asintió. —En ambos lados, el Azul y el Gris. Me temo que fue una de las grandes divisiones en el mundo de los Hechiceros. De igual forma en que lo fue para nosotros los mortales. Lena miró a Marian, colocando el empolvado libro de nuevo en su estante. —Los Hechiceros de mi familia, ¿Seguimos en guerra, verdad? Marian la miró entristecida. —Una casa dividida. Así es como el Presidente Lincoln lo llamó. Y si Lena, me temo que lo que dices de tu familia es verdad— Ella tocó la mejilla de Lena. —Y esa es la razón por la que estás aquí, si bien recuerdas. Ahora, será mejor que empecéis.
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—Hay demasiados libros Marian. ¿No puedes señalarnos la dirección correcta? —No me mires a mí. Como dije, yo no tengo las respuestas, sólo los libros. Vayan. Aquí funcionamos con el reloj lunar, y pueden perder el sentido del tiempo. Las cosas no son exactamente lo que parecen cuando estás aquí abajo. Miré de Lena a Marian. Estaba asustada de perder de vista a cualquiera de las dos. La Lunae Libri era más intimidante de lo que había imaginado. Menos como una biblioteca y más como, bien, catacumbas. Y el Libro de las Lunas podría estar en cualquier parte. Lena y yo nos enfrentamos a los interminables estantes, pero ninguno de nosotros dio un sólo paso. —¿Cómo vamos a encontrarlo? Debe haber un millón de libros ahí. —No tengo idea. A lo mejor...— Yo sabía lo que ella estaba pensando. —¿Deberíamos intentar con el camafeo? —¿Tu lo trajiste?— Yo asentí, y saqué el cálido paquete del bolsillo de mis jeans. Le entregué la antorcha a Lena. —Necesitamos ver lo que pasa. Tiene que haber algo más— Yo desenvolví el camafeo y lo puse sobre la tabla de piedra redonda del centro de la habitación. Noté una mirada familiar en los ojos de Marian, la mirada que ella y mi madre compartían cuando encontraban algo particularmente bueno. —¿Quieres ver esto? —Más de lo que te imaginas— Marian tomó mi mano lentamente, y yo tomé la de Lena. Me incliné, con mis dedos entrelazados con los de Lena y toqué el camafeo. Una luz cegadora forzó mis ojos a cerrarse. Y entonces pude ver el humo y oler el fuego, y estábamos lejos−
Genevieve levantó el libro para poder leer las palabras bajo la lluvia. Ella sabía qué decir esas palabras era ir en contra de las leyes naturales. Ella casi podía oír la voz de su madre rogándole que se detuviera— que pensara en la decisión que estaba tomando. Pero Genevieve no podía detenerse. Ella no podía perder a Ethan. Ella comenzó con el cántico.
—CRUOR PECTORIS MEI, TUTELA TUA EST. VITA VITAE MEAE, CORRIPIENS TUAM, CORRIPIENS MEAM.
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CORPUS CORPORIS MEI, MEDULLA MENSQUE, ANIMA ANIMAE MEAE, ANIMAM NOSTRAM CONECTE. CRUOR PECTORIS MEI, LUNA MEA, AESTUS MEUS. CRUOR PECTORIS MEI. FATUM MEUM, MEA SALUS.
—Detente niña, antes de que sea demasiado tarde— La voz de Ivy sonaba desesperada. La lluvia caía con fuerza y los rayos atravesaban el humo. Genevieve contuvo el aliento y esperó. Nada. Ella debía haberse equivocado. Se esforzó en leer las palabras más claramente en la oscuridad. Las gritó en medio de la oscuridad, en el lenguaje que conocía mejor.
—SANGRE DE MI CORAZÓN, LA PROTECCIÓN ES DÉBIL. VIDA DE MI VIDA, TOMANDO LA TUYA, TOMANDO LA MIA. CUERPO DE MI CUERPO, CARNE Y MENTE, ALMA DE MI ALMA, QUE A NUESTRO ESPÍRITU ATA. SANGRE DE MI CORAZÓN, MI MÁREA, MI LUNA. SANGRE DE MI CORAZÓN, MI SALVACIÓN, MI CONDENA.
Ella pensó que sus ojos estaban haciendo trucos con ella, cuando vio los párpados de Ethan luchando por abrirse. —¡Ethan!— Por medio segundo, sus ojos se encuentran. Ethan lucha por respirar, evidentemente tratando de hablar. Genevieve presiona su oído cerca de sus labios y puede sentir su cálido aliento en su mejilla. —Nunca le creí a tu padre cuando decía que era imposible para un Hechicero y un Mortal estar juntos. Nosotros hubiéramos encontrado una forma de hacerlo. Te amo, Genevieve.— Él presionó algo en su mano. Un camafeo. Y tan rápido como sus ojos se abrieron, se volvieron a cerrar, su pecho dejando de moverse.
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Antes de que Genevieve pudiera reaccionar, una sacudida de electricidad recorrió su cuerpo. Ella podía sentir la sangre pulsando en sus venas. La debió haber alcanzado un rayo. Las olas de dolor se concentraron sobre ella. Genevieve trató de mantenerse consciente. Entonces todo se volvió negro. —Dulce Dios del cielo, no te la lleves a ella también. Genevieve reconoció la voz de Ivy. ¿Dónde estaba? El olor la trajo de vuelta. Limones quemados. Ella trató de hablar, pero notaba su garganta como si hubiera tragado arena. Sus ojos parpadearon. —Oh señor, ¡Gracias!— Ivy estaba mirándola, arrodillada a su lado en el lodo. Genevieve tosió y alcanzó a Ivy, tratando de acercarla. —Ethan, el está...— ella susurró. —Lo siento, niña. Él se ha ido. Genevieve luchó por abrir sus ojos. Ivy saltó hacia atrás, como si hubiera visto al mismo demonio. —¡Señor ten piedad! —¿Qué? ¿Qué está mal, Ivy? La anciana mujer luchaba por comprender lo que veía. —Tus ojos, niña. Ellos han... ellos han cambiado. —¿De qué estás hablando? —Ya no son verdes. Son amarillos, tan amarillos como el sol. A Genevieve no le importaba de qué color fueran sus ojos. Ya no le importaba nada ahora que había perdido a Ethan. Ella comenzó a llorar. La lluvia se hizo más fuerte, convirtiendo el suelo bajo sus pies en lodo. —Tienes que parar, Señorita Genevieve. Tenemos que comunicarnos con los Espíritus del Otro Mundo.— Ivy trató de ponerla de pie. —Ivy, eso no tiene sentido. —Tus ojos−Te lo advertí. Te dije lo que pasaría por culpa de la luna. Por hacerlo cuando no hay luna. Tenemos que saber lo que significa. Tenemos que consultarlo con los Espíritus.
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—Si hay algo extraño en mis ojos, estoy segura de que se debe a que fui alcanzada por un rayo. —¿Qué fue lo que viste?— Ivy estaba en pánico. —Ivy, ¿Qué pasa? ¿Por qué estás actuando de forma tan extraña? —No fuiste alcanzada por ningún rayo. Eso fue otra cosa Ivy corrió hacia los campos quemados de algodón. Genevieve la llamó, tratando de ponerse en pie, pero seguía mareada. Ella inclinó su cabeza hacia atrás, sobre el espeso lodo, con la lluvia cayendo constantemente sobre su cara. Lluvia mezclada con las lágrimas de los abatidos. Ella iba y venía, saliendo y entrando de su estado consciente. Ella escuchó la voz de Ivy, suave, en la distancia, diciendo su nombre. Cuando sus ojos se enfocaron de nuevo, la anciana mujer estaba a su lado, agarrando su falda con sus manos. Ivy estaba cargando algo entre los pliegues de su falda, y ella lo soltó en el suelo al lado de Genevieve. Pequeños frasquitos y botellas de lo que parecía arena y tierra uno al lado del otro. —¿Qué estás haciendo? —Una ofrenda, a los Espíritus. Ellos son los únicos que pueden decirnos que significa todo esto. —Ivy, cálmate, estás diciendo tonterías. La anciana mujer sacó algo del bolsillo de su vestido. Era una pieza de un espejo roto. Ella lo puso frente a Genevieve. Estaba oscuro, pero no había oportunidad de pasarlo por alto. Los ojos de Genevieve brillaban. Ellos habían pasado de verde profundo a dorado brillante, y eran diferentes de sus ojos de otra evidente manera. En el centro, donde debería estar una redonda pupila negra, había unas rendijas con forma de almendra, como las pupilas de un gato. Genevieve tiró el espejo al suelo y se giró hacia Ivy. Pero la anciana no le estaba prestando atención. Ella ya había mezclado los polvos y la tierra y estaba pasándolo de mano en mano, susurrando en el viejo lenguaje de sus ancestros. —Ivy, ¿qué estás—— —Shhh— siseó la anciana. —Estoy escuchando los Espíritus. Ellos saben lo que has hecho. Ellos van a decirnos lo que significa. —De la tierra a sus huesos y de la sangre a mi sangre.— Ivy cortó su dedo con el borde del espejo roto y regó las pequeñas gotas de sangre sobre la tierra que tenía en sus
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manos. —Déjenme oír lo que ustedes oyen. Ver lo que ustedes ven. Saber lo que ustedes saben. Ivy se puso en pie, levantando sus brazos hacia el cielo. La lluvia caía sobre ella, la tierra caía por su vestido. Ella comenzó a hablar de nuevo en el extraño lenguaje, y entonces− —No puede ser. Ella no lo sabía,— Ella discutía con el oscuro cielo. —Ivy, ¿qué pasa? Ivy estaba temblando, abrazándose a sí misma y gimiendo. —No puede ser, no puede ser. Genevieve agarró a Ivy de sus hombros. —¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Que está mal conmigo? —Te dije que no usaras ese libro. Te dije que esta no era una noche para Hechizos, pero es demasiado tarde ahora, niña. No hay forma de deshacerlo. —¿De qué estás hablando? —Ahora está maldita, Señorita Genevieve. Usted ha sido reclamada. Ha sido Convertida, y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. Una ofrenda. Usted no puede tomar nada del Libro sin darle algo a cambio. —¿Qué? ¿Qué le di? —Tu destino, niña. Tu destino y el de todos los niños Duchannes que nazcan después de ti. Genevieve no comprendía. Pero entendía lo suficiente para saber que había hecho algo que no podía ser reparado. —¿A qué te refieres? —En la Decimosexta Luna, del Decimosexto Año, el Libro va a tomar lo que le ha sido prometido. Lo que le ofreciste. La sangre de un niño Duchannes, y ese niño va a volverse Oscuro. —¿Todos los niños Duchannes? Ivy inclinó su cabeza. Genevieve no era la única derrotada esta noche. —No todos. Genevieve parecía esperanzada. —¿Cuáles? ¿Cómo sabremos cuales? —El libro los escogerá. En la Decimosexta Luna, el cumpleaños número dieciséis del niño.
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—No funcionó.— La voz de Lena sonaba estrangulada, lejana. Todo lo que podía ver era humo, y todo lo que podía escuchar era su voz. Ya no estábamos en la biblioteca, ya no estábamos en la visión. Estábamos en algún lugar intermedio y era horrible. —¡Lena! Y entonces, por un momento, vi su cara entre el humo. Sus ojos estaban gigantes y oscuros−tan sólo que ahora, el verde se veía casi negro. Su voz era más un susurro. — Dos segundos. Él estuvo vivo durante dos segundos, y entonces ella lo perdió. Ella cerró sus ojos y desapareció. —¡L! ¿Dónde estás? —Ethan. El camafeo— Podía escuchar a Marian, como si estuviera muy lejos. Podía sentir la dureza del camafeo en mis manos. Lo comprendí. Lo solté. Abrí mis ojos, tosiendo por el humo que seguía en mis pulmones. La habitación estaba girando, borrosa. —¿Qué diablos están haciendo ustedes aquí? Aclaré mis ojos y logré enfocar el camafeo. Estaba sobre el suelo de piedra, pareciendo pequeño e inofensivo. Marian soltó mi mano. Macon Ravenwood estaba de pie en medio de la cripta, su abrigo girando a su alrededor. Amma estaba a su lado, su abrigo bueno mal abotonado, aferrado a su bolsillo. No sabía cual se veía más enojado. —Lo siento Macon. Conoces las reglas. Ellos pidieron ayuda, y yo estoy obligada a dársela. Marian parecía afligida. Amma estaba furiosa con Marian, como si hubiera cubierto nuestra casa con gasolina. —En mi opinión, tú estabas obligada a cuidar del chico de Lila, y la sobrina de Macon. Y no veo que estés haciendo ninguna de las dos. Esperé que Macon le gritara a Marian, también, pero él no dijo una sola palabra. Entonces me di cuenta por qué. Él estaba sacudiendo a Lena. Ella había colapsado sobre la mesa de piedra en el centro de la habitación. Sus brazos estaban totalmente abiertos, su cara contra la dura piedra. Ella no parecía consciente.
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—¡Lena!— Yo la tomé entre mis brazos, ignorando a Macon, quien ya estaba a su lado. Sus ojos aún estaban negros, mirándome. —Ella no está muerta, tan sólo está a la deriva. Creo que puedo alcanzarla.— Macon estaba trabajando en silencio. Sus ojos estaban iluminados de una forma extraña. —¡Lena! ¡Regresa!— Yo puse su cuerpo flácido en mis brazos, acostándola sobre mi pecho. Macon estaba murmurando. Yo no entendía las palabras, pero podía ver el cabello de Lena comenzando a ondularse en el ahora familiar, viento sobrenatural en el que había comenzado a pensar como en la brisa Hechicera. —Aquí no, Macon. Tus Hechizos no funcionan aquí.— Marian estaba buscando entre las páginas de un libro empolvado, su voz sonaba insegura. —No está habiendo un Hechizo, Marian. Está Viajando. Ni siquiera un Hechicero puede hacerlo. Donde ella está, sólo los de la clase de Macon pueden seguirla. Abajo.— Amma trataba de tranquilizarnos, pero no era nada convincente. Sentí el frío tomando el cuerpo vacío de Lena, y supe que Amma tenía razón. Donde fuera que ella estuviera, no era en mis brazos. Ella estaba lejos. Hasta yo podía sentirlo y yo era un simple Mortal. —Te lo dije Macon. Este es un lugar neutral. No hay ninguna Atadura que puedas crear en una habitación de tierra.— Marian estaba caminando de un lado a otro, agarrando el libro como si la hiciera sentir que estaba ayudando de alguna forma. Pero no había respuestas adentro. Ella misma lo había dicho. La Hechicería no podía ayudarnos aquí. Yo recordé los sueños, recordé cuando sacaba a Lena del lodo. Me preguntaba si este era el lugar en el que la perdía. Macon habló. Sus ojos estaban abiertos, pero no estaba viendo. Era como si sus ojos estuvieran viendo hacia adentro, hacia donde Lena estaba. —Lena. Escúchame. Ella no puede retenerte.
Ella. Yo miraba los ojos vacios de Lena. Sarafine. —Tú eres fuerte, Lena; Libérate. Ella sabe que no puedo ayudarte dónde estás. Ella te estaba esperando entre las sombras. Tienes que hacerlo por ti misma. Marian apareció con un vaso de agua. Macon lo derramó sobre la cara de Lena, sobre su boca, pero ella no se movía. Yo ya no podía soportarlo.
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Tomé su boca y la besé, fuertemente. El agua corría por nuestras bocas, como si le estuviera dando respiración boca a boca a una víctima ahogada.
Despierta, L. No puedes dejarme ahora. Te necesito más que ella. Los ojos de Lena se movieron.
Ethan. Estoy cansada. Ella volvió a la vida, ahogándose, escupiendo agua sobre su chaqueta. Yo sonreí a pesar de todo, y ella me sonrío a mí. Si de esto se trataban los sueños, habíamos cambiado la forma en que terminaban. Esta vez yo la había sostenido. Pero en el fondo de mi mente, yo lo sabía. Este no era el momento en que ella se deslizaba de mis brazos. Era tan sólo el comienzo. Incluso si eso era verdad, la había salvado esta vez. Me agaché para tomarla entre mis brazos. Yo quería sentir la familiar corriente entre nosotros. Antes de que la pudiera envolver entre mis brazos, ella se sobresaltó y se alejó. —¡Tío Macon! Macon estaba al otro lado de la habitación, recostado contra la pared de la cripta, apenas capaz de sostener su propio peso. Inclinó su cabeza hacia atrás, contra la piedra. Estaba sudando, respirando con dificultad, y su cara estaba totalmente blanca. Lena corrió hacia él, una hija preocupada por su padre. —No deberías haber hecho eso. Ella podría haberte matado.— Lo que sea que estuviera haciendo cuando estaba Viajando, lo que fuera que eso significara, el esfuerzo le había costado mucho. Así que esta Sarafine. Esta cosa. Lo que sea que ella fuera, era la madre de Lena. Si este era el resultado de un viaje a la biblioteca, no sabía si estaba preparado para lo que podría pasar en los siguientes meses. O a partir de mañana en la mañana, 74 días.
Lena se sentó, aún empapada, envuelta en una manta. Parecía tener cinco años. Yo miraba la antigua puerta de roble tras ella, preguntándome si sería capaz de encontrar la salida solo. No lo creo. Habíamos avanzado como treinta pasos por uno de los pasillos, y entonces desaparecimos bajando por una escalera, a través de una serie de puertas pequeñas, hacia un acogedor estudio que al parecer era algún tipo de sala de lectura. El pasaje había parecido infinito, con una puerta cada pocos metros, como algún tipo de hotel subterráneo.
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Cuando Macon se sentó, un servicio de té plateado apareció en el centro de la mesa, con exactamente cinco copas y un plato de pan dulce. A lo mejor Cocina estaba aquí, también. Miré alrededor. No tenía idea de donde estaba, pero sabía una cosa. Estaba en algún lugar de Gaitlin, y al mismo tiempo, estaba más lejos de Gaitlin que nunca. De cualquier forma, esto estaba fuera de mi liga. Traté de encontrar un sitio cómodo en una silla apoltronada que se veía como si hubiera pertenecido a Henry VII. De hecho, existía la posibilidad de que así fuera. La tapicería en la pared también parecía haber salido de un viejo castillo, o de Ravenwood. Estaba tejido con la forma de una constelación. Azul medianoche e hilos plateados. Cada vez que lo miraba, la luna aparecía en una fase diferente. Macon, Marian y Amma estaban sentados al otro lado de la mesa. Decir que Lena y yo estábamos en problemas era ponerlo de la mejor manera posible. Amma estaba mucho más allá de eso. —¿Qué te hace pensar que puedes decidir por ti misma que mi chico está listo para el Mundo Subterráneo? Lila te despellejaría con sus propias manos, si estuviera aquí. Tienes agallas, Marian Ashcroft. Las manos de Marian temblaban cuando levantó su taza. —¿Tu chico? ¿Te refieres a mi sobrino? Y creo que ella fue la atacada. Macon y Amma, habiéndonos despedazado a nosotros, estaban comenzando con los demás. Ni siquiera me atrevía a mirar a Lena. —Tú has causado problemas desde el día en que naciste, Macon. Amma se giró hacia Lena. —Pero no puedo creer que tú hayas arrastrado a mi chico a esto, Lena Duchannes. Lena no pudo más. —Por supuesto que lo arrastré a esto. Yo siempre hago cosas malas. ¿Cuándo van a comprenderlo? ¡Y solamente va a empeorar! El set de té salió volando de la mesa hacia el aire, donde se congeló. Macon se quedó mirándolo, sin parpadear. Un reto. El set completo se enderezó y aterrizó suavemente sobre la mesa. Lena miraba a Macon como si no hubiera nadie más en la habitación. —Voy a volverme Oscura, y no hay nada que puedas hacer para evitarlo. —Eso no es cierto—
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—¿No lo es? Yo voy a terminar justo igual que mí—— Ella no podía decirlo. La manta cayó de sus hombros, y ella tomó mi mano. —Tienes que alejarte de mi Ethan. Antes de que sea demasiado tarde. Macon la miró, irritado. —No vas a volverte Oscura. No seas tan crédula. Eso es lo que ella quiere hacerte creer.— La forma en que él pronunciaba Ella, me recordaba la forma en que pronunciaba Gaitlin. Marian puso su taza de té sobre la mesa. —Adolescentes−para vosotros todo es tan apocalíptico. Amma sacudió su cabeza. —Algunas cosas están destinadas a ocurrir y otras tienen un proceso involucrado. Este no ha terminado. Podía sentir las manos de Lena temblar entre las mías. —Ellos tienen razón, L. Todo va a estar bien. Ella alejó su mano. —¿Todo va a estar bien? Mi madre, una Cataclista, está tratando de matarme. Una visión de hace cien años acaba de aclararme que toda mi familia ha sido maldecida desde la guerra civil. Mi cumpleaños número dieciséis es dentro de dos meses, ¿Y eso es lo mejor que se te ocurre? Tomé su mano de nuevo, gentilmente, porque ella me lo permitió. —Yo vi la misma visión que tú. El libro escoge a quien toma. A lo mejor no te escoge a ti.— Era una pequeña esperanza, pero era todo lo que tenía. Amma miró a Marian, dejando caer su platillo en la mesa. La taza giraba sobre él. —¿El Libro?— Los ojos de Macon se enfocaron sobre mí. Traté de mirarlo a los ojos, pero no pude. —El Libro de la visión.
No menciones una palabra más Ethan. Tenemos que decírselo. No podemos hacer esto solos. —No es nada, Tío M. Ni siquiera sabemos que significan las visiones.— Lena no estaba dispuesta a contarles, pero después de esta noche, yo sentía que debía hacerlo. Que debíamos hacerlo. Todo se estaba saliendo de control. Sentía como si me estuviera ahogando y no pudiera salvarme, mucho menos a Lena. —A lo mejor las visiones significan que no todos en tu familia se vuelven Oscuros cuando son Reclamados. ¿Qué hay de tía Del? ¿Reece? ¿Crees que la pequeña Ryan va a volverse Oscura cuando puede curar a las personas?— dije yo, acercándome a ella. Lena se hundió de nuevo en su silla. —Tú no sabes nada a cerca de mi familia.
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—Pero él no está equivocado, Lena— Macon la miraba, exasperado. —Tú no eres Ridley. Y tú no eres tu madre.— Dije yo, tan convincentemente como pude. —¿Cómo puedes saberlo? Tú no conoces a mi madre. Y por cierto, yo tampoco, excepto por los ataques psíquicos que nadie parece poder prevenir.— Macon trató de sonar tranquilo. —Nosotros estábamos poco preparados para ese tipo de ataques. Yo no sabía que ella podía Viajar. No sabía que ella compartía algunos de mis poderes. No se trata de un don destinado a los Hechiceros. —Nadie parece saber nada a cerca de mi madre, o de mí. —Esa es la razón por la que necesitamos el libro.— Esta vez, miré directamente a Macon mientras lo decía. —¿Cual es ese libro del que sigues hablando?— Macon estaba perdiendo la paciencia.
No le digas, Ethan. Tenemos que hacerlo. —El libro que maldijo a Genevieve.— Macon y Amma se miraron. Ellos ya sabían lo que yo estaba a punto de decir. —El Libro de las Lunas. Si así fue como se creó el Hechizo de la maldición, algo en él debería decirnos como terminarlo. ¿Verdad?— La habitación quedó en silencio. Marian miró a Macon. —Macon—— —Marian. Mantente alejada de esto. Tú has interferido demasiado, y el sol va a salir dentro de unos pocos minutos.— Marian sabía. Ella sabía donde podíamos encontrar El Libro de las Lunas y Macon quería que mantuviera su boca cerrada. —Tía Marian, ¿dónde está el libro?— La miré a los ojos. —Tienes que ayudarnos. Mi madre nos hubiera ayudado, y se supone que tú no puedes tomar bandos, ¿verdad?— Yo no estaba jugando limpio, pero era verdad. Amma levantó sus manos, entonces las puso de nuevo sobre su regazo. Un extraño signo de rendición. —Lo que está hecho, está hecho. Ellos ya se acercaron a la amenaza, Melchizedek. Esta mujer está obligada a revelarles todo, de cualquier forma. —Macon, existen protocolos. Si ellos preguntan, estoy obligada a responderles,— dijo Marian. Entonces ella me miró. —El Libro de las Lunas no está en la Lunae Libri. —¿Cómo lo sabes?
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Macon se puso de pie para marcharse, mirándonos a nosotros dos. Su mandíbula estaba tensa, sus ojos oscuros y furiosos. Cuando finalmente habló, su voz resonó por toda la cámara, sobre todos nosotros. —Porque ese es el libro en honor al que fue nombrado este archivo. Es el libro más poderoso que existe aquí y en el Otro Mundo. Es también el libro que maldijo a nuestra familia eternamente. Y ha estado perdido durante más de cien años.
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01 de Diciembre RIMA CON BRUJA
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l lunes a la mañana, Link y yo conducíamos por la ruta 9, deteniéndonos
en la bifurcación en el camino para recoger a Lena. A Link le gustaba Lena, pero no había manera que condujera hasta la Mansión Ravenwood. Todavía era la mansión Embrujada para él. Si sólo supiera. El receso de Acción de Gracias sólo había sido un largo fin de semana, pero se sentía mucho más largo, considerando ese ocaso de una cena de Acción de Gracias, los floreros volando entre Macon y Lena, y nuestro viaje al centro de la Tierra, todo sin dejar los límites de la ciudad de Gatlin. A diferencia de Link, quien había pasado el fin de semana mirando fútbol, aporreando a sus primos, e intentando determinar si las bolas de queso tenían o no cebolla este año. Pero de acuerdo con Link, había problemas de otra índole elaborándose y esta mañana sonaba igualmente peligroso. La madre de Link había estado quemando las líneas por las últimas veinticuatro horas, susurrando en el teléfono con el cable largo y la puerta de la cocina cerrada. La Sra. Snow y la Sra. Asher habían aparecido después de la cena, y las tres habían desaparecido dentro de la cocina, - el Cuarto de Guerra. Cuando Link entró, pretendiendo tomar un Mountain Dew (*refresco), no captó mucho. Pero fue suficiente para adivinar el juego final de su madre. —La sacaremos de nuestra escuela, de una manera u otra.− Y su pequeño perro, también. No era mucho, pero si conocía a la Sra. Lincoln, conocía lo suficiente como para estar preocupado. Nunca podías subestimar lo lejos que las mujeres como la Sra. Lincoln podían llegar para proteger a sus hijos y su ciudad de la única cosa que odiaban más— cualquiera diferente a ellas.
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Lo debería saber. Mi madre me había contado las historias de los primeros años que ella había vivido aquí. La manera en que lo contó, ella era un criminal, incluso las damas más temerosas de Dios de la Iglesia se aburrían de informar sobre ella, que hacía el mercadeo los domingos, caía por cualquier iglesia que le gustara o por ninguna en absoluto, era una feminista (lo que la Sra. Asher a veces confundía con comunista), una Demócrata (lo que la Sra. Lincoln señalaba que tenía prácticamente —demonio— en la palabra en si misma), y lo peor de todo, una vegetariana (lo que descartaba cualquier invitación a cenar de la Sra. Snow). Más allá de eso, más allá de no ser un miembro de la iglesia correcta o la DAR o la Asociación Nacional del Rifle, estaba el hecho que mi madre era una forastera. Pero mi padre había nacido aquí y era considerado uno de los hijos de Gatlin. Así que cuando mi madre murió, todas las mismas mujeres que habían sido tan críticas con ella cuando estaba viva entregaron cazuelas con crema-de-algo, asados en ollas de barro y chili-ghetti con una venganza. Como si finalmente estuvieran obteniendo la última palabra. Mi madre lo hubiera odiado, y ellas lo sabían. Ésa fue la primera vez que mi padre fue dentro de su despacho y cerró la puerta por días. Amma y yo habíamos dejado los guisos acumulados en el porche hasta que se los llevaron y volvieron a juzgarnos, como lo habían hecho siempre. Ellas siempre tenían la última palabra. Link y yo, ambos, los sabíamos, incluso si Lena no. Lena se encontraba como un sándwich entre Link y yo en el asiento delantero del Beater, escribiendo en su mano. Yo apenas podía distinguir las desbaratadas palabras como todo lo demás. Ella escribió todo el tiempo, de la manera en que algunas personas masticaban goma de mascar o hacían girar su pelo, no creo ni siquiera que se diera cuenta. Me preguntaba si algún día me permitiría leer uno de sus poemas, si alguno de ellos era acerca de mí. Link bajó la mirada. —¿Cuándo vas a escribirme una canción? —Justo después que termine la que estoy escribiendo para Bob Dylan. —Mierda.— Link pisó el freno en la entrada del estacionamiento. No podía culparlo. La visión de su madre en el estacionamiento antes de las ocho de la mañana era aterradora. Y allí estaba ella. El estacionamiento estaba lleno de gente, mucho más que de costumbre. Y padres; a excepción de después del incidente de la ventana, no había habido un padre en el estacionamiento desde que la madre de Jocelyn Walter vino a sacarla de un tirón de la escuela durante la película acerca del ciclo reproductivo en el Desarrollo Humano. Algo estaba pasando definitivamente.
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La madre de Link le pasó una caja a Emily, quien tenía a todo el equipo de animadoras—Varsity y JV- empapelando cada coche en el estacionamiento con algún tipo de folleto de neón. Algunos estaban ondeando en el viento, pero pude ver unos pocos desde la relativa seguridad del Beater. Era como si estuvieran ejecutando alguna clase de campaña, sólo que sin un candidato. ¡DILE QUE NO A LA VIOLENCIA EN JACKSON! ¡TOLERANCIA CERO! Link se puso rojo brillante. —Perdón. Tenéis que salir.— Se agachó en el asiento del conductor, tan bajo que parecía que nadie estuviera conduciendo el coche. —No quiero que mi madre me mate a golpes enfrente de todo el pelotón de animadoras. Me escabullí hacia abajo, llegando a través del asiento para abrir la puerta para Lena. — Te veremos dentro, hombre. Agarré la mano de Lena y la apreté.
¿Lista? Tan lista como voy a estarlo. Nos agachamos entre los coches alrededor del estacionamiento. No pudimos ver a Emily, pero pudimos escuchar su voz desde atrás de la camioneta de Emory. —¡Conoce las señales!— Emily se estaba acercando a la ventana de Carrie Jensen. — Estamos formando un nuevo club en la escuela, Los Ángeles Guardianes de La Preparatoria Jackson. Vamos a ayudar a mantener a nuestra escuela segura, reportando actos de violencia o cualquier comportamiento inusual que vemos alrededor de la escuela. Personalmente, creo que es la responsabilidad de todos los estudiantes en Jackson el mantener nuestra escuela segura. Si quieres unirte, tendremos una reunión en la cafetería después del octavo período.— Mientras la voz de Emily se desvanecía en la distancia, la mano de Lena se apretó alrededor de la mía.
¿Qué quiere decir eso? No tengo ni idea. Pero lo han perdido por completo. Vamos. Intenté tirar de ella, pero me empujó hacia abajo y atrás. Se escabulló nuevamente junto a la llanta. —Sólo necesito un minuto. —¿Estás bien? —Míralos. Piensan que soy un monstruo. Formaron un club. —Simplemente no pueden soportar a los forasteros, y tú eres la chica nueva. Una ventana rota. Necesitan alguien a quien culpar. Esto es sólo una...
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—Cacería de brujas.
No estaba por decir eso. Pero lo estabas pensando. Apreté su mano y mis cabellos se me pusieron de punta. No tienes que hacer esto. Sí. Le permití a gente como ellos tirarme de mi última escuela. No voy a dejar que ocurra de nuevo. A medida que salíamos de la última fila de coches, allí estaban ellos. La Sra Asher y Emily estaban embalando las cajas extras de panfletos dentro de la parte trasera de la minivan. Eden y Savannah estaban repartiendo volantes a las animadoras y a cualquier tipo que quisiera ver un poco de las piernas de Savannah o su escote. La Sra. Lincoln estaba a unos pocos metros hablándoles a las otras madres, lo más probable prometiendo agregar sus casas al Tour del Patrimonio del Sur si hacían un par de llamadas telefónicas al Director Harper. Ella le entregó a la madre de Earl Petty un portapapeles con una pluma sujeta a él. Me llevó un minuto darme cuenta lo que era— no había manera. Parecía una petición. La Sra, Lincoln se percató de nosotros parados allí y se concentró en nosotros. Las otras madres siguieron su mirada. Por un segundo, no dijeron nada. Pensé que tal vez se sentían mal por mí y que iban a deponer sus volantes, empacar sus minivans y rancheras familiares, e irían a casa. La Sra. Lincoln, en cuya casa había dormido casi tantas veces como en la mía propia. La Sra. Snow, quien era técnicamente mi prima tercera en cierta medida distanciada. La Sra. Asher, quien había vendado mi mano después que me la abrí de un corte con un gancho de pesca cuando tenía diez. La Srta. Ellery, quien me dio mi primer corte real de cabello. Estas mujeres me conocían. Me habían conocido desde que era niño. No había manera de que fueran a hacer esto, no a mí. Iban a echarse atrás. Si lo decía las suficientes veces tal vez sería cierto.
Va a estar bien. Pero en el momento en que me di cuenta que estaba equivocado, era demasiado tarde. Se recuperaban de su impresión momentánea de vernos a Lena y a mí. Cuando la Sra. Lincoln nos vio, sus ojos se achicaron. —El Director Harper...— Miró de Lena a mí, y agitó la cabeza. Sólo digamos que no sería invitado nuevamente a casa de Link para cenar pronto. Ella levantó la voz. —El Director Harper ha prometido su apoyo total. No toleraremos en Jackson la violencia que ha asolado las escuelas de la
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ciudad en este país. Los jóvenes están haciendo lo correcto, protegiendo su escuela, y en lo que respecta a los padres——ella nos miró a nosotros——haremos cualquier cosa que podamos para apoyarlos. Aún sosteniéndonos las manos, Lena y yo caminamos junto a ellos. Emily se paró enfrente de nosotros, empujándome un panfleto a mí e ignorando a Lena. —Ethan, ven a la reunión hoy. Los Ángeles Guardianes podrían realmente usarte. Era la primera vez que me hablaba en semanas. Recibí el mensaje. Tú eres uno de nosotros, última oportunidad. Empujé su mano lejos. —Eso es justo lo que Jackson necesita, un poco más de tu angelical comportamiento. Porqué no vas a torturar algunos niños. Arranca las alas de una mariposa. Golpea a un pajarito fuera de su nido.— Jalé a Lena pasándola. —¿Qué diría tu pobre madre, Ethan Wate? ¿Qué pensaría de la compañía que conservas?— Me volví. La Sra. Lincoln estaba de pie justo detrás de mí. Estaba vestida de la manera en que siempre lo estaba, como alguna clase de dura bibliotecaria sacada de una película, con económicas gafas de farmacia y un contrariado cabello que no podía decidir si era castaño o gris. Te tenías que preguntar, ¿De dónde había venido Link? —Te diré lo que tu madre diría. Lloraría. Ella se estaría retorciendo en su tumba. Había cruzado la línea. La Sra. Lincoln no sabía nada acerca de mi madre. No sabía que mi madre fue la que le envió al Superintendente Escolar una copia de cada fallo contra la prohibición de los libros en los Estados Unidos. No sabía que mi madre se encogía cada vez que la Sra. Lincoln la invitaba a una Mujeres Auxiliadoras o a la DAR, pero porque odiaba lo que la Sra. Lincoln representaba. Esa mente-pequeña catalogada de mujeres de liderazgo en Gatlin, como por lo que la Sra. Lincoln y la Sra. Asher eran tan famosas. Mi madre siempre había dicho: —Lo correcto y lo fácil nunca son lo mismo.— Y ahora, en este preciso instante, supe qué era hacer lo correcto, incluso si no iba a ser fácil. O por lo menos, las consecuencias no lo iban a ser. Me volví hacia la Sra. Lincoln y la miré a los ojos. —Bien por ti, Ethan. Eso es lo que mi pobre madre hubiera dicho, madame. Giré nuevamente hacia la puerta del edificio de administración y seguí caminando, jalando a Lena por el camino a mi lado. Estábamos sólo a unos pasos de distancia. Lena estaba temblando, a pesar de que no parecía asustada. Me mantuve apretando su mano, intentando reconfortarla. Su largo cabello negro se estaba enrulando y desenrulando, como si estuviera a punto de explotar, o quizá era yo quien lo estaba. Nunca pensé que estaría tan feliz de poner un pie en los pasillos de Jackson, hasta que
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vi al Director Harper de pie en la entrada. Él nos estaba mirando como si deseara no ser el director de modo que podría entregar un volante propio. El cabello de Lena resoplaba alrededor de sus hombros mientras caminábamos junto a él. Sólo que ni siquiera nos miró. Estaba demasiado ocupado mirando más allá de nosotros. —Qué demon... Me volví y miré por encima de mi hombro justo a tiempo para ver cientos de volantes verdes de neón, enrollándose lejos de los parabrisas y fuera de las pilas y cajas y camionetas y manos. Volando lejos en una repentina ráfaga de viento, como si fueran una bandada de pájaros subiendo vertiginosamente dentro de las nubes. Escapando, hermosos y libres. Algo así como la película de Hitchcock Los Pájaros, sólo que en reversa. Pudimos escuchar los alaridos hasta que las pesadas puertas de metal se cerraron detrás de nosotros. Lena se alisó el cabello. —Tiempo loco el que hace por aquí.
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06 de Diciembre PERDIDO Y ENCONTRADO
M
e sentí casi aliviado de que fuera sábado. Había algo reconfortante en
pasar el día con mujeres cuyos únicos poderes mágicos fueran olvidar sus propios nombres. Cuando llegué a las Hermanas, el gato siamés de la Tía Mercy, Bola Lucillelas Hermanas amaban, yo amo a Lucy-estaba `ejercitándose´ en el patio delantero. Las Hermanas tenían un tendedero que corría a lo largo del patio, y cada mañana la Tía Mercy ponía a Bola Lucille en una correa y la enganchaba en el tendedero para que el gato pudiera ejercitar. Yo había tratado de explicar que podías dejar a los gatos afuera y ellos volverían cuando quisieran, pero la Tía Mercy me había mirado como si hubiera sugerido que se mudara con un hombre casado. —No puedo simplemente permitir que Bola Lucille merodee las calles sola. Estoy segura que alguien se la apropiará.— No había habido muchos raptos de gatos en la ciudad, pero era un argumento que nunca ganaría. Abrí la puerta, esperando la conmoción de costumbre, pero hoy la casa estaba notablemente tranquila. Una mala señal. —¿Tía Prue? Oí su voz cansina procediendo de la parte trasera de la casa. —Estamos en el solario, Ethan. Me agaché por debajo de la entrada del mosquitero del porche para ver a las Hermanas caminando rápidamente alrededor del cuarto, llevando lo que parecían pequeñas ratas peladas. —¿Qué diablos es eso?— Dije sin ni siquiera pensar.
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—Ethan Wate, cuida tu boca, o la tendré que lavar con jabón. Sabes más que para usar palabrotas,— dijo la Tía Grace. Lo cual, en lo que se refería a ella, incluía palabras como bragas, desnudo, y vejiga. —Lo siento, madame. Pero, ¿qué es lo que tienen en sus manos? La Tía Mercy corrió hacia delante y forzó su mano fuera, con dos roedores durmiendo en ella. —Son ardillas bebés. Rudy Wilcox las encontró en su ático el martes pasado. —¿Ardillas silvestres? —Hay seis de ellas. ¿No son las cosas más lindas que hayas visto alguna vez? Todo lo que pude ver fue un accidente esperando a suceder. La idea de mis ancianas tías manipulando animales salvajes, bebés o de otra clase, era un pensamiento aterrador. —¿Dónde las consiguieron? —Bien, Ruby no podía hacerse cargo de ellas...— Comenzó la Tía Mercy. —Debido a ese abominable esposo suyo. No la dejará ni siquiera ir al Stop & Shop sin decírselo. —Así que Ruby nos las dio a nosotras, a cuenta de que ya teníamos una jaula. Las Hermanas habían rescatado un mapache herido después de un huracán y lo habían cuidado hasta que estuvo sano nuevamente. Después de eso, el mapache comió los periquitos de la Tía Prudente, Sonny y Cher, y Thelma puso al mapache fuera de la casa, para nunca volver a hablar de eso. Pero ellas aun tenían la jaula. —Saben que las ardillas pueden trasmitir la rabia. No pueden manipular éstas cosas. ¿Qué pasa si una de ellas las muerde? La Tía Prue frunció el ceño. —Ethan, estas son nuestros bebés y son simplemente las cosas más dulces. No nos morderán. Nosotras somos sus mamás. —Son tan mansas como lo pueden ser, ¿no lo son todas?— Dijo la Tía Grace, acariciando con la nariz a una de ellas. Todo lo que podía imaginarme era a una de esas pequeñas sabandijas atrapando el cuello de una de las Hermanas y yo teniendo que llevarlas a la sala de emergencia para que les den las veinte dosis en el estómago que obtienes si eres mordido por un animal rabioso. Dosis que estoy seguro que a su edad podría matar a cualquiera de ellas. Traté de razonar con ellas, una completa pérdida de tiempo. —Nunca se sabe. Son animales salvajes. —Ethan Wate, claramente no eres amante de los animales. Estos bebés nunca nos lastimarían.
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La Tía Grace me frunció el ceño con desaprobación. —¿Y qué querrías que hagamos con ellas? Su mamá se ha ido. Morirán si no nos encargamos de ellas. —Puedo llevarlas al ASPCA. La Tía Mercy las apretó contra su pecho protectoramente. —¡El ASPCA! Esos asesinos. ¡Seguramente las matarán! —Suficiente charla acerca del ASPCA. Ethan, pásame ese cuentagotas de allí. —¿Para qué? —Tenemos que alimentarlas cada cuatro horas con este pequeño gotero,— explicó la Tía Grace. La Tía Prue estaba sosteniendo una de las ardillas en su mano, mientras succionaba ferozmente al final del gotero. —Y una vez al día, tenemos que limpiar sus pequeñas partes privadas con un hisopo, para que aprendan a limpiarse a ellas mismas.— Ésa era una visión que no necesitaba. —¿Cómo pueden saber eso? —Lo hemos buscado en Internet.— La Tría Mercy sonrió orgullosa. No podía imaginarme cómo mis tías sabían algo de Internet. Las Hermanas ni siquiera tenían horno tostador. —¿Cómo entraron en Internet? —Thelma nos llevó a la biblioteca y la Señorita Marian nos ayudó. Ellos tienen computadoras allí. ¿Sabías eso? —Y puedes buscar simplemente acerca de cualquier cosa, hasta fotos pornográficas. De vez en cuando, las fotos más pornográficas que alguna vez hayas visto aparecerán en la pantalla. ¡Imagínate!— Por —pornográficas—, la Tía Grace probablemente quería decir desnudos, lo que pensé que las mantendría fuera de Internet por siempre. —Sólo quiero hacer constar que pienso que esto es una mala idea. No pueden quedárselas por siempre. Se pondrán más grandes y más agresivas. —Bien, por supuesto que no estamos planeando cuidarlas por siempre.— La Tía Prue estaba agitando su cabeza, como si fuera un pensamiento ridículo. —Vamos a soltarlas en el patio trasero tan pronto como puedan cuidarse por sí mismas. —Pero no sabrán cómo encontrar comida. Por eso es que es una mala idea acoger animales salvajes. Una vez que los dejas ir, mueren de hambre.— Este parecía un argumento que apelaría a las Hermanas y me mantendría fuera de la sala de emergencias. —Ahí es donde te equivocas. Dice todo acerca de eso en Internet,— dijo la Tía Grace. ¿Dónde estaba este sitio Web sobre la cría de ardillas silvestres y la limpieza de sus partes íntimas con un hisopo?
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—Debes enseñarles a recoger nueces. Entierras nueces en el patio y dejas que las ardillas practiquen encontrándolas. Pude ver a dónde estaba yendo esto. Lo cual condujo a la parte del día que me tuvo en el patio trasero enterrando mezclados cócteles de nueces para las ardillas bebés. Me preguntaba cuántos de estos agujeros tendría que cavar antes que las Hermanas estuvieran satisfechas. A media hora de mi excavación, comencé a encontrar cosas. Un dedal, una cuchara de plata, y un anillo de amatista que no se veía particularmente de valor, pero me dio una buena excusa para dejar de esconder cacahuates en el patio trasero. Cuando regresé dentro de la casa, la Tía Prue estaba usando sus extra gruesas gafas de lectura, trabajando sobre una pila de papeles amarillentos. —¿Qué estás leyendo? —Sólo estoy buscando algunas cosas para la mamá de tu amigo Link. La DAR necesita algunas notas sobre la historia de Gatlin para el Tour del Patrimonio del Sur.— Rebuscó en una de las pilas. —Pero es difícil encontrar algo acerca de la historia de Gatlin que no incluya a los Ravenwood.— Lo cual era el último nombre que la DAR quería escuchar. —¿Qué quieres decir? —Bien, sin ellos, calculo que Gatlin no estaría aquí en absoluto. Así que es difícil escribir la historia de una ciudad y dejarlos fuera de ella. —¿En realidad fueron ellos los primeros aquí?— Había escuchado decirlo a Marian, pero era difícil de creer. La Tía Mercy levantó uno de los papeles de la pila y lo sostuvo tan cerca de su rostro que debe haber estado viendo doble. La Tía Prue lo arrebató de nuevo. —Dame eso. Yo misma tengo un sistema en marcha. —Bien, si no quieres ninguna ayuda.— La Tía Mercy se volvió hacia mí. —Los Ravenwood fueron los primeros en estas partes, correcto. Se consiguieron una concesión de tierra del Rey de Escocia, en algún momento alrededor del 1800. —1781. Tengo el papel justo aquí.— La Tía Prue zarandeó una hoja de papel amarillo en el aire. —Eran agricultores, y resultó ser que el Condado de Gatlin tenía el suelo más fértil en toda Carolina del Sur. Algodón, tabaco, arroz, índigo−todo crecía aquí, lo que era peculiar a cuenta que esos cultivos no suelen crecer en el mismo lugar. Una vez que la gente descubrió que podías cultivar casi cualquier cosa aquí, los Ravenwood tuvieron una ciudad. —Les gustara o no,— agregó la Tía Grace. Levantando la vista desde su punto de cruz. Era irónico; sin los Ravenwood, Gatlin podría incluso no existir. La gente que evitaba a Macon Ravenwood y su familia tenían que agradecerles por el hecho que ellos siquiera
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tuvieran una ciudad. Me preguntaba cómo se sentiría la Señora Lincoln sobre eso. Apuesto que ya lo sabía, y tenía algo que ver con la razón por la que todos odiaban tanto a Macon Ravenwood. Miré fijamente mi mano, cubierta en ese inexplicable fértil suelo. Todavía estaba sosteniendo la baratija que había desenterrado del patio trasero. —Tía Prue, ¿esto les pertenece a alguna de ustedes?— Enjuagué el anillo en el fregadero y lo sostuve en alto. —¿Por qué?, ése es el anillo que mi primer marido, Wallace Pritchard, me dio por nuestro primer, y único, aniversario de boda.— Ella bajó su voz a un susurro. —Él era un mezquino, mezquino hombre. ¿Dónde en el mundo lo encontraste? —Enterrado en el patio trasero. También encontré una cuchara y un dedal. —Mercy, mira lo que encontró Ethan, tu cuchara Tennessee de Colección. ¡Te dije que yo no la había tomado!— Gritó la Tía Prue. —Déjame ver eso.— Mercy se puso sus gafas para inspeccionar la cuchara. —Bien, existiré. Finalmente tengo todos los once estados. —Hay más de once estados, Tía Mercy. —Sólo colecciono los estados de la Confederación.— Las Tías Grace y Prue asintieron en acuerdo. —Hablando de cosas enterradas, ¿pueden creer que Eunice Honney-Cutt hizo enterrarla con su libro de recetas? No quería que nadie en la iglesia pusiera sus manos en su receta de pastel de frutas.— La Tía Mercy agitó su cabeza. —Ella era una rencorosa, justo como su hermana.— La Tía Grace estaba espiando un abierto Muestrario Whitman con la cuchara Tennessee de Colección. —Y esa receta no era nada buena, de todas formas,— dijo la Tía Mercy. La Tía Grace volvió la tapa sobre el Muestrario Whitman para que ella pudiera leer los nombres de los dulces dentro. —Mercy, ¿cuál es la crema de mantequilla? —Cuando muera, quiero ser enterrada con mi estola de piel y mi Biblia,— dijo la Tía Prue. —No vas a conseguir puntos extras con el Buen Dios por eso, Prudente Jane. —No estoy intentando conseguir puntos, sólo quiero tener algo para leer durante la espera. Pero si hay puntos que son entregados, Grace Ann, tendría más que tú. Enterrada con su libro de recetas…
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¿Qué pasa si el Libro de las Lunas fue enterrado en algún lugar? ¿Qué pasa si alguien no quería que nadie lo encontrara, entonces lo escondió? Quizás la persona que entendía su poder mejor que nadie. Genevieve.
Lena, creo que sé dónde está el libro. Por un segundo, hubo sólo silencio, y entonces los pensamientos de Lena encontraron su camino hacia los míos.
¿De qué estás hablando? El Libro de las Lunas. Pienso que está con Genevieve. Genevieve está muerta. Lo sé. ¿Qué estás diciendo, Ethan? Creo que sabes lo que estoy diciendo. Harlon James cojeó hacia la mesa, viéndose lamentable. Su pierna todavía estaba envuelta en vendas. La Tía Mercy comenzó a alimentarlo con chocolates negros fuera de la caja. —Mercy, ¡no alimentes con chocolate a ese perro! Lo matarás. Lo vi en el espectáculo de Oprah. ¿Chocolate, o era cebolla rehogada? —Ethan, ¿quieres que te guarde los dulces de leche?— Preguntó la Tía Mercy. — ¿Ethan? Ya no estaba escuchando. Estaba pensando en cómo desenterrar una tumba.
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07 de Diciembre EXCAVACIÓN DE TUMBAS
L
a idea fue de Lena. Hoy era el cumpleaños de la Tía Del, y en el último
minuto, Lena decidió hacer una fiesta familiar en Ravenwood. También fue Lena la que invitó a Amma, a sabiendas que nada menos que la intervención divina podía llevar a Amma a poner un pie a través de la puerta de la Mansión Ravenwood. Lo que sea que fuere acerca de Macon, Amma reaccionaba sólo apenas mejor a su presencia de lo que lo hacía con el relicario. Y prefería mantener a Macon justamente lejos. Boo Radley había aparecido en la tarde con un pergamino en la boca, con letras en prolija caligrafía. Amma no tocaría la cosa, incluso si era una invitación, y casi no me dejó ir. Fue bueno que no me viera meterme dentro del coche fúnebre con la vieja pala de jardín de mi madre. Eso hubiera levantado una bandera o dos.
Me alegré de salir de mi casa, por cualquier razón, incluso si la razón incluía profanación de tumbas. Después del Día de Acción de Gracias, mi padre se había encerrado en el estudio, y desde que Macon y Amma nos descubrieron en la Lunae Libri, todo lo que obtenía de Amma era una mirada sucia.
A Lena y a mí tampoco se nos permitía regresar a Lunae Libri, por lo menos, no por los próximos sesenta y cinco días. Macon y Amma no parecían querer que desenterremos más información que ellos no habían planeado decirnos en primer lugar.
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—Después del once de febrero, puedes hacer lo que quieras,— había carraspeado Amma. —Hasta entonces, puedes hacer lo que hace cualquiera de tu edad. Escuchar música. Mirar la televisión. Sólo mantén tus narices lejos de esos libros. Mi madre se hubiera reído, ante la idea que no me fuera permitido leer un libro. Obviamente las cosas se habían vuelto bastantes malas por aquí.
Es peor aquí, Ethan. Boo hasta duerme a los pies de mi cama ahora. Eso no suena tan mal para mí. Él me espera afuera de la puerta del baño. Eso es sólo Macon siendo Macon. Es como arresto domiciliario. Lo era, y ambos lo sabíamos. Teníamos que encontrar El Libro de Las Lunas, y tenía que estar con Genevieve. Era más que posible que Genevieve hubiera sido enterrada en Greenbrier. Había algunas lápidas erosionadas en el claro justo en las afueras del jardín. Podías verlas desde la roca en donde por lo general nos sentábamos, la cual resultó ser una lápida. Nuestro lugar, así es como yo pensaba en él, aun cuando nunca lo había dicho en voz alta. Genevieve tenía que estar enterrada allí afuera, salvo que se hubiera mudado después de la Guerra, pero nadie alguna vez dejaba Gatlin. Siempre pensé que yo sería el primero. Pero ahora que había salido de la casa, ¿cómo iba a encontrar un libro de Hechicería perdido que puede o no salvar la vida de Lena, que puede o no estar enterrado en la tumba de una ancestral Hechicera maldecida, que puede o no estar al lado de la puerta de la casa de Macon Ravenwood? ¿Sin que su tío me viera, detuviera o matara primero? El resto dependía de Lena. —¿Qué clase de proyecto de historia requiere visitar un cementerio en la noche?— preguntó la Tía Del, tropezando con una zarza de vides. —¡Oh, mi! —Mamma, ten cuidado.— Reece enroscó su brazo en el de su madre, ayudándola a sortear el crecimiento excesivo. A la Tía Del le era suficientemente duro caminar sin tropezar con nada a la luz del día, pero en la oscuridad era pedirle demasiado. —Tenemos que hacer un calco de una de las lápidas de nuestros antepasados. Estamos estudiando genealogía.— Bien, eso era una especie de verdad. —¿Por qué Genevieve?— Preguntó Reece, mirando con sospecha.
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Reece miró a Lena, pero Lena inmediatamente apartó la mirada. Lena me había advertido que no permitiera que Reece viera mi rostro. Aparentemente, una mirada era todo lo que necesitaba una Oráculo para saber si estabas mintiendo. Mentirle a un Oráculo era más difícil que mentirle a Amma. —Ella es la que está en la pintura, en el vestíbulo. Simplemente pensé que sería genial usarla. No es que tengamos un gran cementerio familiar de donde elegir, como la mayoría de las personas en los alrededores. La música hipnótica de Hechicería de la fiesta estaba comenzando a desaparecer en la distancia, reemplazada por el sonido de hojas secas crujiendo debajo de nuestros pies. Habíamos cruzado hasta Greenbrier. Nos estábamos acercando. Estaba oscuro, pero la luna llena era tan brillante que ni siquiera necesitábamos nuestras linternas. Recordé lo que Amma le había dicho a Macon en el cementerio. Media luna para trabajar con magia blanca, luna llena para trabajar con negra. No íbamos a trabajar con ningún tipo de magia, esperaba, pero no lo hacía parecer menos espeluznante. —No estoy segura que Macon querría que deambuláramos por aquí afuera en la oscuridad. ¿Les dijeron dónde estábamos yendo?— La Tía Del estaba atemorizada. Ella tomó del cuello alto de su blusa de encaje. —Le dije que íbamos a dar un paseo. Él sólo me dijo que me quedara contigo. —No sé si estoy lo suficientemente en forma para esto. Tengo que admitir que me falta un poco el aire.— A la Tía Del de faltaba el aliento, y el cabello alrededor de su rostro había escapado de su siempre apenas descentrado rodete. Entonces olí ese aroma familiar. —Estamos aquí. —Gracias a Dios. Caminamos hacia el desmoronado muro de piedra del jardín, donde había encontrado a Lena llorando el día posterior a la ventana rota. Me agaché por debajo de la arcada de la vid, dentro del jardín. Se veía diferente en la noche, menos como un lugar para mirar las nubes y más como el lugar en donde una Hechicera maldecida sería enterrada.
Es esto, Ethan. Ella está aquí. Puedo sentirlo. Yo también. ¿Dónde crees que esté su tumba? Mientras que cruzábamos la piedra de la chimenea donde habíamos encontrado el relicario, pude ver otra piedra en el claro unos metros más allá. Una lápida, con una borrosa figura apoyada en ella.
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Oí jadear a Lena, apenas lo suficientemente alto como que la escuchase.
Ethan, ¿puedes verla? Sí. Genevieve. Ella estaba sólo parcialmente materializada, una mezcla de nublosa niebla y luz, desvaneciéndose dentro y fuera mientras el aire se movía a través de su forma fantasmal, pero no había duda de ello. Era Genevieve, la mujer de la pintura. Ella tenía los mismos ojos dorados y cabello rojo ondeado largo. Su cabello se volaba suavemente con el viento, como si fuera sólo una mujer sentada en un banco en la parada del autobús, en lugar de una aparición sentada sobre una lápida en un cementerio. Era hermosa, aun en su estado actual, y aterradora al mismo tiempo. Los pelos de la nuca se me pusieron de punta. Quizá esto era un error. La Tía Del se detuvo en seco en sus pasos. Ella también vio a Genevieve, pero estaba claro que no pensaba que alguien más pudiera verla. Ella probablemente pensaba que la aparición era resultado de ver demasiadas veces al mismo tiempo, las imágenes confusas de este lugar en veinte décadas diferentes. —Creo que deberíamos volver a la casa. No me estoy sintiendo muy bien.— La Tía Del claramente no quería meterse con un fantasma de ciento cincuenta años en un cementerio de Hechicería. Lena se tropezó con una vid suelta y trastabilló. Agarré su brazo para atraparla, pero no fui lo suficientemente rápido. —¿Estás bien? Se sorprendió y miró hacia arriba por una fracción de segundo, pero una fracción de segundo era todo lo que Reece necesitaba. Ella se concentró en los ojos de Lena, mirando dentro de su rostro, de su expresión, de sus pensamientos. —¡Mamma, están mintiendo! No están haciendo un proyecto de historia en absoluto. Están buscando algo.— Reece se llevó la mano a la sien como si estuviera ajustando la pieza de un equipo. —¡Un libro! La Tía Del se veía confundida, aun más confundida de lo que se veía por lo general. — ¿Qué clase de libro estarías buscando en un cementerio? Lena se separó de la mirada que ella y Reece sostenían. —Es un libro que perteneció a Genevieve. Abrí el cierre del bolso marinero que había estado llevando y saqué una pala. Caminé lentamente hacia la tumba, intentando ignorar el hecho de que el fantasma de Genevieve estaba observándome todo el tiempo. Quizá me iba a golpear un rayo o
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algo así; no me hubiera sorprendido. Pero habíamos llegado tan lejos. Empujé la pala en el suelo, sacando una pila de tierra. —¡Oh, Grandiosa Madre! Ethan, ¿qué estás haciendo?— aparentemente, la excavación de tumbas trajo a la Tía Del de vuelta al presente. —Estoy buscando un libro. —¿Allí dentro?— La Tía Del parecía desfallecer. —¿Qué clase de libro estaría allí dentro? —Es un libro de Hechicería, uno realmente viejo. Nosotros ni siquiera sabemos si realmente está aquí. Es solamente una corazonada,— dijo Lena, mirando a Genevieve, quien aun estaba sentada en el borde de la lápida sólo a treinta centímetros de distancia. Intenté no mirar a Genevieve. Era inquietante la forma en que su cuerpo se desvanecía dentro y fuera, y ella nos miraba fijamente con esos dorados ojos de gato, vacíos y sin vida como si estuvieran hechos de vidrio. La tierra no era tan dura, especialmente considerando que era diciembre. En unos minutos, ya había cavado 30 centímetros de profundidad. La Tía Del caminaba de aquí para allá, viéndose preocupada. Cada tanto, ella daba un vistazo alrededor para asegurarse que ninguno de nosotros estaba observando, entonces miraba a Genevieve. Por lo menos no era el único asustado por ella. —Deberíamos regresar. Esto es repugnante,— dijo Reece, intentando hacer contacto visual conmigo. —No seas tan niña exploradora,— dijo Lena, arrodillándose sobre el agujero.
¿Reece la ve? No lo creo. Sólo no hagas contacto visual con ella. ¿Qué pasa si Reece lee la cara de la Tía Del? No puede. Nadie puede. La Tía Del ve muchas cosas al mismo tiempo. Nadie salvo un Manuscrito puede procesar toda esa información y darle sentido a la misma. —¿Mamma, realmente vas a permitirles cavar una tumba? —Por el amor de las estrellas, esto es ridículo. Vamos a parar esta tontería ahora mismo y volver a la fiesta. —No podemos. Tenemos que saber si el libro está allí abajo.— Lena se volvió hacia la Tía Del. —Tú podrías mostrarnos.
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¿De qué estás hablando? Ella puede mostrarnos lo que hay allí abajo. Puede proyectar lo que vea. —No lo sé. A Macon no le gustaría.— La Tía Del se estaba mordiendo el labio con inquietud. —¿Piensas que preferiría que caváramos una tumba?— contrarrestó Lena. —Está bien, está bien. Sal de ese agujero, Ethan. Salí del agujero, sacudiendo la tierra de mis pantalones. Miré a Genevieve. Ella tenía una mirada peculiar en su cara, casi como si estuviera interesada en ver lo que estaba a punto de suceder, o tal vez simplemente estaba a punto de vaporizarnos. —Todos, sentaos. Esto podría marearos. Si os sentís mal, poned la cabeza en medio de las rodillas,— instruyó tía Del, como algún tipo de azafata sobrenatural. —La primera vez es siempre la más difícil—. Tía Del se acercó para que pudiéramos tomarnos de las manos. —No puedo creer que estés participando en esto, Mamma. Tía Del sacó el gancho de su moño, dejando que su cabello cayera sobre sus hombros. —No te comportes como una niña exploradora, Reece. Reece puso sus ojos en blanco y tomó mi mano. Miré a Genevieve. Ella me miraba directamente, y sostenía un dedo sobre sus labios como si dijera —Shh. El aire comenzó a disolverse a nuestro alrededor. Entonces estábamos girando como uno de esos juegos en los que te amarran a la pared y todo gira tan rápido que sientes que vas a vomitar. Entonces llegaron las luces... Una después de otra, abriéndose y cerrándose como puertas. Una después de otra, segundo a segundo. Dos chicas con enaguas corriendo por la hierba, tomadas de las manos, riendo. Moños amarillos en sus cabellos. Otra puerta se abrió. Una joven mujer con piel color caramelo, colgando ropa en un tendedero, susurrando silenciosamente, mientras la brisa levantaba las sábanas al viento. La mujer se da la vuelta hacia una casa blanca estilo Federal y grita, —¡Genevieve, Evangeline!
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Y otra. Una joven mujer moviéndose por el claro al atardecer. Ella mira hacia atrás para asegurarse de que nadie la esté siguiendo, con su cabello rojo al aire tras ella. Genevieve. Ella corre hacia los brazos de un muchacho alto y larguirucho- un chico que podría haber sido yo. Él se inclina y la besa. —Te amo Genevieve. Y un día voy a casarme contigo. No me importa lo que diga tu familia. No puede ser imposible.— Ella toca sus labios, con ternura.
—Shh. No tenemos mucho tiempo. La puerta se cierra y otra se abre. Lluvia, humo, y el crepitante sonido del fuego, comiendo, respirando. Genevieve está de pie en la oscuridad; humo negro y lágrimas manchan su cara. Hay un libro encuadernado en cuero negro en sus manos. No tiene título, sólo una luna creciente en relieve en la portada. Ella mira a la mujer, la misma que estaba colgando ropa en el tendedero. Ivy. —¿Por qué no tiene nombre?— Los ojos de la anciana están llenos de miedo. —Sólo porque un libro no tenga un título no quiere decir que no tenga un
nombre. Ese que tienes ahí es el Libro de las Lunas. La puerta se cierra con fuerza. Ivy, más anciana y triste, parada sobre una tumba recién cavada, una caja de pino descansando profundamente en el agujero. —Aunque camine en el valle de las sombras, no le temo a la maldad.— Hay algo en su mano. El Libro. Cuero negro con una luna creciente en la portada. —Llévese esto con usted, Señorita Genevieve. Para que no pueda causar más daño.— Ella mete el libro en el hoyo con el ataúd. Otra puerta. Nosotros cuatro sentados alrededor del agujero medio-cavado, y debajo de la tierra, tan abajo que no podemos verlo sin la ayuda de Del, la caja de pino. El libro descansa sobre ella. Entonces, más abajo, dentro del ataúd, el cuerpo de Genevieve, descansando en la oscuridad. Sus ojos cerrados, su pálida piel de porcelana, como si aún respirara, perfectamente preservada de una forma en la que ningún cadáver podría estarlo. Su largo, fiero cabello cayendo sobre sus hombros. La vista regresa arriba, fuera de la tierra. De regreso a nosotros cuatro, sentados alrededor del hoyo medio excavado, sosteniendo nuestras manos. Arriba de la lápida y a la figura borrosa de Genevieve, observándonos. Reece grita. La última puerta se cierra. ********
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Traté de abrir mis ojos, pero estaba mareado. Del tenía razón, me sentía a punto de vomitar. Traté de recomponerme, pero mis ojos no enfocaban. Sentí a Reece soltar mi mano, retrocediendo, tratando de alejarse de Genevieve y su tenebrosa mirada dorada.
¿Estás bien? Eso creo. La cabeza de Lena estaba en medio de sus rodillas. —¿Estáis todos bien?— Preguntó tía Del, su voz calmada y estable. Tía Del ya no parecía tan torpe o confundida. Si tuviera que ver todo eso cada vez que miro algo, me desmayaría o me enloquecería. —No puedo creer que eso sea lo que tú ves,— dije, mirando a Del, con mis ojos finalmente comenzando a enfocar. —El don de la Palimpestría es un gran honor, y una gran carga. —El Libro, está allí abajo,— dije. —Así es, pero parece que le pertenece a esta mujer,— dijo Del, señalando hacia la aparición de Genevieve, —a quien vosotros dos no parecen particularmente sorprendidos de ver. —La hemos visto antes,— admitió Lena. —Bueno, entonces, ella escogió revelarse a vosotros. Dado que ver a los muertos no es uno de los dones de los Hechiceros, ni siquiera de un Natural, y mucho menos está en el rango de talentos de los Mortales. Uno sólo puede ver los muertos, si ellos así lo desean. Yo estaba asustado. No como cuando entré a Ravenwood, ni como cuando Ridley me congeló. Esto era algo más. Estaba más cerca al miedo que sentía cuando despertaba de los sueños, al pensamiento de perder a Lena. Era un miedo paralizante. El tipo de miedo que sientes cuando te das cuenta de que el poderoso fantasma de un Hechicero Oscuro maldito está observándote, en medio de la noche, viendo como cavas en su tumba para robar un libro de su ataúd. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué estábamos haciendo, viniendo aquí, desenterrando una tumba bajo la luna llena?
Están tratando de enmendar un error. Había una voz en mi cabeza, pero no era la de Lena. Me giré hacia Lena. Ella estaba pálida. Reece y tía Del estaban ambas mirando a lo que quedaba de Genevieve. Ellas podían oírla, también. Miré hacia sus brillantes ojos dorados mientras ella continuaba apareciendo y desapareciendo. Ella parecía presentir lo que estábamos haciendo.
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Tómalo. Miré a Genevieve, inseguro. Ella cerró sus ojos y asintió sutilmente. —Ella quiere que tomemos el Libro,— dijo Lena. Supuse que no estaba enloqueciendo. —¿Cómo sabemos que podemos confiar en ella?— Ella era una Hechicera Oscura después de todo. Con los mismos ojos dorados de Ridley. Lena me miró con una chispa de emoción. —No lo sabemos. Había una sola cosa por hacer. Cavar. El libro se veía exactamente como en la visión, cuero negro desgastado, con una luna creciente en relieve. Olía a desesperación y se sentía pesado, no sólo físicamente sino psíquicamente también. Este era un libro Oscuro; lo sabía por los pocos segundos que lo sostuve, antes de que quemara la piel de mis dedos. Sentía que el libro robaba un poquito de mi aliento cada vez que respiraba. Saqué mi brazo del agujero, sosteniéndolo sobre mi cabeza. Lena lo tomó y yo logré salir. Quería irme de allí, tan rápido como fuera posible. No era ajeno al hecho de estar parado sobre el ataúd de Genevieve. Tía Del gimió. —Gran Madre, nunca pensé llegar a verlo. El Libro de las Lunas. Se cuidadosa. Ese libro es tan viejo como el tiempo, a lo mejor más. Macon no va a poder creer que nosotros... —Él nunca va a enterarse.— Lena limpió la tierra de la cubierta gentilmente. —Está bien. Ahora de verdad te enloqueciste. Si por un minuto has pensado que no vamos a decirle a tío Macon...— Reece se cruzó de brazos como una niñera irritada. Lena sostuvo el libro más alto, justo en frente de la cara de Reece. —¿Contarle qué?— Lena estaba mirando a Reece de la misma forma en que Reece había mirado los ojos de Ridley durante la Reunión, intensamente, con un propósito. La expresión de Reece cambió- ella parecía confusa, casi desorientada. Ella se quedó mirando el libro, pero era como si no pudiera verlo. —¿Qué vas a contarle, Reece? Reece apretó sus ojos, como si estuviera intentando de olvidarse de un mal sueño. Ella abrió su boca como si fuera a decir algo, entonces la cerró abruptamente. La insinuación de una sonrisa apareció en la cara de Lena, mientras se giraba hacia su tía. —¿Tía Del?
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Tía Del parecía tan confundida como Reece, que era como se veía la mayor parte del tiempo, pero algo era diferente. Y ella no le respondió a Lena, tampoco. Lena se giró un poco y metió el Libro en mi mochila. Cuando lo hizo vi chispas verdes en sus ojos, y el movimiento ondulante de su cabello iluminado por la luna, la brisa de los Hechiceros. Era casi como si pudiera ver la magia girando alrededor de ella en la oscuridad. No comprendía lo que estaba pasando, pero ellas tres parecían estar encerradas en una oscura conversación sin palabras que yo no podía escuchar ni comprender. Entonces terminó, y la luz de la luna se convirtió en luz de luna de nuevo, y la noche se convirtió de nuevo en noche. Miré detrás de Reece, hacia la lápida de Genevieve. Genevieve había desaparecido, como si nunca hubiera estado allí. Reece se reacomodó, y su acostumbrada expresión mojigata estaba de vuelta. —Si pensaste por un minuto que no voy a decirle a tío Macon que nos arrastraste hasta un cementerio por ninguna razón en particular, sólo por un estúpido proyecto escolar que al final no hiciste... ¿De qué demonios estaba hablando? Pero Reece estaba mortalmente seria. No recordaba lo que acababa de pasar mucho más de lo que yo lo comprendía.
¿Qué acabas de hacer? Tío Macon y yo hemos estado practicando. ¿Practicando qué? ¿Control mental? Cosas pequeñas. Teletransportar piedras. Ilusiones Interiores. Ataduras de tiempo, pero esas son difíciles. ¿Esto fue fácil? Saqué el Libro fuera de sus mentes. Supongo que tú podrías pensar que lo borré. Ellas no podrán recordarlo, porque en sus realidades, nunca pasó. Sabía que necesitábamos el libro. Sabía por qué lo había hecho Lena. Pero de alguna forma se sentía como si ella hubiera cruzado una línea, y ahora no sabía dónde estábamos, o si ella podía cruzar de nuevo a donde yo estaba. A donde ella solía estar. Reece y Tía Del ya estaban de regreso en el jardín. Yo no necesitaba ser un Sybil para averiguar que Reece quería largarse de aquí. Lena comenzó a seguirlas, pero algo me detuvo.
L, espera. Caminé de regreso hacia el agujero y busqué en mi bolsillo. Abrí el pañuelo con las iniciales familiares, y levanté el camafeo de su cadena. Nada. Ninguna visión, y algo me
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decía que no iba a haber ninguna otra. El camafeo nos había dirigido hasta aquí, nos había mostrado lo que necesitábamos ver. Sostuve el camafeo sobre la tumba. Parecía lo correcto, un intercambio justo. Estaba a punto de dejarlo caer, cuando escuché de nuevo la voz de Genevieve, esta vez más suave.
No lo hagas. No me pertenece.
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08 de Diciembre HASTA LA CINTURA
L
lega un momento en el que estás metido en tantos problemas que la
amenaza de meterte en más problemas deja de ser una amenaza. En algún punto, estás tan lejos de la orilla, que lo único que te queda por hacer es continuar nadando, si es que tienes alguna posibilidad de llegar al otro lado. Era un ejemplo clásico de la lógica de Link, pero apenas estaba comenzando a darle el crédito que se merecía. A lo mejor no podías llegar a comprenderlo por ti mismo hasta que el agua no te llegara hasta la cintura. Para el día siguiente, allí estábamos, Lena y yo. Con el agua hasta la cintura. Todo comenzó falsificando una nota con uno de los lápices #2 de Amma, luego, faltando a la escuela para leer un libro robado, que no se suponía que estuviera en nuestro poder en primer lugar, y terminó con un montón de mentiras sobre un `proyecto escolar´ para créditos extras en el que estábamos trabajando juntos. Estaba convencido de que Amma iba a descubrirlo todo dos segundos después de que dijera las palabras créditos extras, pero ella estaba hablando por teléfono con mi tía Caroline discutiendo la `condición´ de mi padre. Me sentía culpable por las mentiras, sin mencionar el robo, la falsificación y los recuerdos borrados, pero no teníamos tiempo para ir a la escuela; teníamos demasiada investigación real por hacer. Porque teníamos el Libro de las Lunas. Era real. Podía sostenerlo en mis manos— —¡Ouch!— Quemó mi mano. Como si hubiera tocado una hornilla caliente. El Libro cayó al suelo de la habitación de Lena. Boo Radley ladró desde algún lugar de la casa, podía escuchar sus patas pisando sobre los escalones, dirigiéndose hacia nosotros.
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—Puerta.— Dijo Lena sin apartar su mirada de un viejo diccionario de latín. La puerta de su habitación se cerró inmediatamente, justo cuando Boo se acercaba al corredor. Él protestó con un ladrido resentido. —Aléjate de mi habitación, Boo. No estamos haciendo nada. Estoy a punto de comenzar a practicar. Me quedé mirando la puerta, sorprendido. Otra lección de Macon, supuse. Lena ni siquiera reaccionó, como si lo hubiera hecho antes cientos de veces. Era como el truco que practicó con Reece y Tía Del anoche. Estaba comenzando a pensar que entre más nos acercáramos a su cumpleaños, la Hechicera se iba apoderando más de la chica. Estaba tratando de no pensar en ello. Pero entre más lo intentaba, más lo hacía. Ella me miró, mientras frotaba mis manos sobre mis jeans. Todavía me dolían. —¿Que parte de ‗no puedes tocarlo si no eres un Hechicero‘ no entendiste? —Exacto. Esa parte. Ella abrió un desgastado estuche negro y sacó su viola. —Son casi las cinco. Tengo que comenzar a practicar o Tío Macon se va a dar cuenta cuando se despierte. Siempre lo hace. —¿Qué? ¿Ahora?— Ella sonrió y se sentó en una silla en la esquina de su habitación. Ajustando el instrumento con su barbilla, tomó un largo arco y lo puso sobre las cuerdas. Durante un momento, ella no se movió, y cerró sus ojos como si estuviéramos en una filarmónica, en lugar de en su habitación. Y entonces, comenzó a tocar. La música salía de sus manos hacia la habitación, moviéndose por el aire como otro de sus poderes aún no descubiertos. Las finas cortinas blancas colgadas en su cortina comenzaron a ondear, yo escuché la canción—
Dieciséis lunas, dieciséis años, El Reclamo de la Luna, la hora se acerca, En estas páginas la Oscuridad se aclara, Poderes Ocultos que el fuego sella...
Mientras la miraba, Lena se deslizó de la silla y cuidadosamente puso la viola de nuevo donde había estado sentada. Ella ya no la estaba tocando, pero la música seguía saliendo de ella. Ella apoyó el arco contra la silla, y se sentó a mi lado en el suelo.
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Shh. ¿Esto es practicar?
—Tío M no parece notar la diferencia. Y mira—— Ella señaló hacia la puerta, donde podía ver una sombra, y escuchar un golpeteo rítmico. La cola de Boo. —A él le gusta, y a mí me gusta tenerlo frente a mi puerta. Piensa en esto como algún tipo de sistema de alarma anti-adultos.— Ella tenía razón. Lena se arrodilló junto al Libro y lo puso fácilmente sobre sus manos. Cuando abrió las páginas de nuevo, vimos lo mismo que habíamos estado viendo todo el día. Cientos de Hechizos, cuidadosamente escritos en inglés, gaélico y en otros lenguajes que no reconocía, uno de ellos compuesto de extrañas letras curvadas que no había visto nunca antes. Las delgadas hojas marrones eran frágiles, casi translúcidas. El pergamino estaba cubierto con tinta marrón oscuro, en una antigua y delicada caligrafía. Por lo menos esperaba que fuera tinta. Ella señaló con su dedo la extraña escritura y me entregó el diccionario de latín. —No es latín. Compruébalo tú mismo. —Creo que es gaélico. ¿Habías visto algo así antes?— Dije, señalando la caligrafía curvada. —No. A lo mejor es algún tipo de antiguo lenguaje Hechicero. —Mala suerte que no tengamos un diccionario Hechicero. —Lo tenemos, quiero decir, mi tío debe tenerlo. Él tiene cientos de libros de Hechizos en su biblioteca. No es la Lunae Libri, pero probablemente tenga lo que estamos buscando. —¿Cuánto falta para que se despierte? —No mucho. Halé la manga de mi camiseta hasta mi palma y usé el material para recoger el Libro, como si estuviera usando uno de los guantes para hornear de Amma. Pasé las delgadas páginas; ellas se doblaban ruidosamente bajo mi toque, como si estuvieran hechas de hojas secas, en lugar de papel. —¿Esto tiene algún significado para ti? Lena sacudió su cabeza. —En mi familia, antes de tu Reclamo no estás realmente autorizado a saber nada.— Ella fingió buscar entre las páginas. —En caso de que te conviertas en Oscuro, supongo.
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Yo ya sabía lo suficiente como para dejar el tema ahí. Páginas y páginas, no había nada que pudiéramos siquiera empezar a comprender. Había dibujos, algunos tenebrosos, otros hermosos. Criaturas, símbolos, animales— incluso las caras humanas de algún modo se las arreglaban para parecer cualquier cosa menos humanas en el Libro de las Lunas. En mi opinión, era como la enciclopedia de otro planeta. Lena puso el Libro sobre su regazo. —Hay tantas cosas que no sé, y todo esto es tan—— —¿Complicado? Me incliné contra su cama, mirando el techo. Había palabras por todas partes, nuevas palabras, y números. Yo podía ver la cuenta regresiva, los números cubriendo las paredes de su habitación como si fuera una celda. 100, 78, 50... ¿Durante cuánto tiempo íbamos a poder estar sentados como ahora? El cumpleaños de Lena se estaba acercando, y sus poderes ya estaban manifestándose. ¿Qué iba a pasar si ella tenía razón, si se convertía en algo irreconocible, algo tan Oscuro que ni siquiera me reconociera o se interesara en mí? Me quedé mirando la viola en la esquina, hasta que ya no quise verla nunca más. Cerré mis ojos y escuché la melodía del Hechizo. Y entonces escuché la voz de Lena— —...HASTA QUE LA OSCURIDAD LLEGUE A LA HORA DEL RECLAMO, DURANTE LA DÉCIMO SEXTA LUNA, CUANDO LA PERSONA DE PODER OBTIENE LA LIBERTAD DE DECISIÓN Y LA HABILIDAD PARA CONVOCAR LA ETERNA DESICIÓN, AL FINAL DEL DÍA, O EL ÚLTIMO MOMENTO DE LA ÚLTIMA HORA, BAJO LA LUNA DEL RECLAMO... Nos miramos sorprendidos. —¿Cómo lo—?— Me quedé mirando sobre su hombro. Ella giró la página. —Está en español. Estas páginas están escritas en español. Alguien comenzó a traducirlo, aquí, en la parte de atrás. ¿Ves que la tinta es de otro color? Ella tenía razón. Incluso las páginas en español debían tener cientos de años. La página estaba escrita con otra elegante letra, pero no era la misma de antes, y no estaba escrita con la misma tinta marrón, o lo que sea que fuera. —Mira la parte de atrás. Ella sostuvo el Libro, leyendo. —EL RECLAMO, UNA VEZ REALIZADO, NO PUEDE SER CAMBIADO. LA ELECCIÓN, UNA VEZ CONVOCADA, NO PUEDE SER CONVOCADA DE
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NUEVO. UNA PERSONA DE PODER CAE EN LA GRAN OSCURIDAD O EN LA GRAN LUZ PARA SIEMPRE. SI EL TIEMPO PASA Y LA ÚLTIMA HORA DE LA DÉCIMO SEXTA LUNA PASA SIN QUE SE REALICE EL RECLAMO, EL ORDEN DE LAS COSAS ESTARÁ DESTRUIDO. ESTO NO DEBE PASAR. EL LIBRO RECLAMARÁ A AQUEL QUE NO SEA RECLAMADO, POR EL RESTO DE LA ETERNIDAD. —¿Así que realmente no hay forma de evitar esto del Reclamo? —Eso es lo que he estado tratando de decirte. Me quedé mirando las palabras que no me ayudaban a comprender nada. —¿Pero qué es lo que pasa, exactamente, durante el Reclamo? ¿Esta luna del Reclamo envía algún tipo de rayo Hechicero, o algo? Ella revisó la página. —No lo describe exactamente. Todo lo que sé es que pasa bajo la luna, a la medianoche—'CON EL AMPARO DE LA GRAN OSCURIDAD Y BAJO LA GRAN LUZ, DE LA CUAL VENIMOS' Pero puede pasar en cualquier lugar. No es algo que puedas ver realmente, simplemente ocurre. Sin ningún rayo Hechicero involucrado. —¿Pero qué es lo que pasa exactamente?— Yo quería saberlo todo, y aún sentía que ella estaba ocultando algo. Ella mantenía sus ojos pegados a la página. —Para la mayoría de los Hechiceros es una decisión consciente, justo como dice aquí. La Persona de Poder, el Hechicero, toma la Decisión Eterna. Ellos escogen Reclamarse a ellos mismos para la Luz o para la Oscuridad. De eso se trata la libertad de elección y la habilidad, como cuando los Mortales escogen ser buenos o malos, excepto que para los Hechiceros, esta decisión es definitiva. Ellos escogen la vida que quieren llevar, la forma en la que se van a relacionar con el mundo natural, el Orden de las Cosas. Sé que suena loco. —¿A los dieciséis? ¿Cómo se supone que sepas quién eres y quién quieres ser por el resto de tu vida a esa edad? —Sí, bueno, esos son los afortunados. Yo ni siquiera puedo escoger. Casi no pude decidirme a hacer mi siguiente pregunta. —¿Entonces qué va a pasarte a ti?— —Reece dice que simplemente cambias. Pasa en un segundo, como un latido. Sientes esta energía, este poder moviéndose por tu cuerpo, casi como si estuvieras naciendo por primera vez.— Ella parecía melancólica. —Por lo menos, eso es lo que dijo Reece. —Eso no se oye tan mal.
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—Reece lo describió como una calidez increíble. Ella dijo que se sentía como si el sol estuviera brillando para ella, y para nadie más. Y en ese momento, ella dijo que tú simplemente sabías que camino había sido escogido para ti. Sonaba tan fácil, tan poco doloroso, como si estuviera omitiendo algo. Como la parte que explicaba que se sentía cuando un Hechicero era Reclamado como Oscuro. Pero no quería hablar de eso, aunque sabía que los dos lo estábamos pensando.
¿Sólo así? Solo así. No es doloroso ni nada, si es por eso por lo que estás preocupado. Esa era una de las cosas que me preocupaba, pero no la única. Yo no estoy preocupada. Yo tampoco.
Y esta vez, los dos decidimos dejar a un lado lo que estábamos pensando, incluso de nosotros mismos. El sol avanzaba sobre la alfombra tejida del suelo de Lena, la luz naranja convirtiendo en dorado todos los colores del tejido. Por un momento, la cara de Lena, sus ojos, su cabello, todo lo que la luz tocaba fue dorado. Ella era hermosa, a cientos de años y de kilómetros de distancia, como las caras del libro, de algún modo, no era totalmente humana. —Está atardeciendo. Tío Macon va a despertarse en cualquier momento. Tenemos que esconder el Libro.— Ella lo cerró, metiéndolo de nuevo en mi mochila. —Llévatelo. Si mi tío lo encuentra va a intentar apartarlo de mí, como a todo lo demás. —De verdad no puedo imaginar que es lo que él y Amma están escondiendo. Si todo esto va a pasar de cualquier forma y no hay nada que podamos hacer para detenerlo, ¿por qué no nos dicen todo de una vez? Ella no era capaz de mirarme. La atraje hacia mis brazos, y ella apoyó su cabeza contra mi pecho. No dijo una sola palabra, pero entre las dos capas de camisas y suéter, podía sentir su corazón latiendo contra el mío. Ella miró la viola hasta que la música se detuvo, desvaneciéndose como el sol en la ventana.
El siguiente día en la escuela, estaba claro que éramos los únicos que pensábamos en algún tipo de libro. Nadie levantaba la mano en clase, a menos de que alguien
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necesitara permiso para ir al baño. Ni una sola persona tocaba un pedazo de papel, a menos que fuera para escribir una nota sobre quien había sido invitado, quien no tenía oportunidad de ser invitado, y quien había sido rechazado. Diciembre sólo tenía un significado en la Secundaria Jackson: El baile formal de invierno. Estábamos en la cafetería cuando Lena habló del tema por primera vez. —¿Invitaste a alguien al baile?— Lena no estaba familiarizada con la no tan secreta estrategia de Link, de ir sólo a todos los bailes para poder coquetear con la Entrenadora Cross, la entrenadora de atletismo femenino. Link había estado enamorado de Maggie Cross, quien se graduó hace cinco años y regresó después de la universidad para convertirse en la entrenadora Cross, desde que estábamos en quinto grado. —No, prefiero ir solo.— Link sonrió, con su boca llena de papas fritas. —La Entrenadora Cross es la chaperona, así que Link siempre va sólo para poder merodearla toda la noche,— expliqué yo. —No quiero decepcionar a las damas. Ellas van a estar peleándose por mí, apenas tomen su primer trago de ponche. —Yo nunca he estado en un baile.— Lena miró su bandeja y tomó su sándwich. Ella se veía casi decepcionada. Yo no la había invitado al baile. No se me había ocurrido que ella quisiera ir. Con todas las cosas que nos estaban pasando, todo parecía más importante que el baile de la escuela. Link me miró. Él me había advertido que esto pasaría. —Hombre, todas las chicas quieren ir al baile. No tengo idea por qué, pero estoy seguro.— Nadie adivinaría lo brillante que era Link, considerando que su plan maestro con la Entrenadora Cross nunca había funcionado. Link se tomó el resto de su Coca-Cola. —¿Una chica tan bonita como tú? Tú podrías ser la reina de la nieve. Lena trató de sonreír, pero ni siquiera estuvo cerca. —¿Y de qué se trata todo eso de la reina del invierno? ¿No tenéis una reina de regreso a clase como todo el mundo? —No. Este es el baile formal de invierno, así que es una Reina del Hielo, pero la prima de Savannah, Suzanne, ganó todos los años hasta que se graduó y Savannah ganó el año pasado, así que todos lo llamamos la reina de la nieve.— Link se inclinó y tomó un pedazo de pizza de mi plato. Era bastante obvio que Lena quería ser invitada. Otro misterio acerca de las chicas— ellas querían ser invitadas incluso aunque no quisieran ir. Pero tenía el presentimiento de que ese no era el caso de Lena. Era casi como si ella tuviera una lista de cosas que imaginaba que una chica normal debía hacer en la escuela, y ella estaba determinada a
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hacerlas todas. Era tan loco. El baile era el último lugar al que quería ir en este momento. No éramos las personas más populares de la Secundaria Jackson últimamente. No me importaba que todos se quedaran mirándonos cuando caminábamos por los pasillos, incluso si no íbamos tomados de la mano. No me importaba que la gente probablemente estuviera hablando de nosotros ahora, cosas crueles, mientras nosotros tres nos sentábamos solos en la única mesa vacía de la atestada cafetería, o que todo el club de los Ángeles de Jackson estuviera patrullando los pasillos esperando que cometiéramos un error. Pero el asunto es, antes de Lena, esto me hubiera importado. Estaba empezando a preguntármelo, quiero decir, a lo mejor yo mismo estaba bajo los efectos de algún tipo de hechizo.
Yo no lo hice. Yo nunca he dicho que tú lo hiciste. Acabas de decirlo. No dije que tú me habías Hechizado. Simplemente dije, que a lo mejor, yo estaba bajo los efectos de uno. ¿Crees que soy como Ridley? Creo que... olvídalo.
Lena se quedó observando mi cara aún más concentrada, como si quisiera leerla. A lo mejor también podía hacer eso ahora, después de todo.
¿Qué? Eso que dijiste la mañana después de Halloween, en tu habitación. ¿Hablabas en serio, L? ¿Qué cosa? Lo que escribiste en la pared ¿En cuál pared? En la pared de tu habitación. No actúes como si no supieras de qué estoy hablando. Tú dijiste que sentías lo mismo que yo.
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Ella comenzó a jugar con su collar.
No sé de qué estás hablando. Enamorarte. ¿Enamorarte? Enamorarte... tú sabes. ¿Qué? Olvídalo. Dilo, Ethan. Lo acabo de decir. Mírame. Estoy mirándote.
Miré hacia abajo, hacia mi leche achocolatada. —¿Lo entiendes? ¿Savannah Snow*? ¿La reina del hielo?— Link vertió helado de vainilla a sus papas fritas. Lena me miró, sonrojándose. Ella metió su mano bajo la mesa. Yo la tomé, y casi la retiro, de lo fuerte que era la energía de su toque. Realmente era como meter mi mano en el enchufe de una pared. La forma en la que me estaba mirando, incluso si no hubiera podido escuchar lo que estaba pensando lo hubiera sabido.
Si tienes algo que decir Ethan, sólo dilo. Sí. Eso. Dilo.
*Snow: Nieve. El juego de palabras de Link respecto a La reina de la nieve no se puede traducir, pero hace referencia al apellido de Savannah. (N. del T.)
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Pero no había necesidad de que lo dijéramos. Estábamos solos, en medio de todas las personas de la cafetería, en medio de una conversación con Link. Entre nosotros dos, no teníamos ni idea de qué estaba hablando Link. —¿Lo entienden? Sólo es gracioso porque es verdad. Ya saben, Reina de hielo, Savannah es una. Lena soltó mi mano para lanzarle una zanahoria a Link. Ella no podía dejar de sonreír. Él pensaba que le estaba sonriendo a él. —Está bien. Lo entiendo. Reina del Hielo. Aún así es estúpido.— Link metió un tenedor en la pegajosa mezcla de su comida. —No tiene sentido. Aquí ni siquiera nieva. Link sonrió sobre sus papas fritas con helado. —Ella está celosa. Lo mejor es que te cuides. Lena simplemente quiere ser elegida como Reina de hielo, para bailar conmigo cuando sea elegido como rey. Lena se rió a pesar de sí misma. —¿Tú? Pensé que estabas reservándote para la entrenadora de atletismo. —Lo estoy, y este va a ser el año en que ella se enamore de mí. —Link se pasa toda la noche pensando en cosas ingeniosas para decir cuando ella pase a su lado. —Ella cree que soy gracioso. —Piensa que te ves gracioso. —Este es mi año. Puedo sentirlo. Voy a ser el rey de la Nieve este año, y la entrenadora Cross va a verme finalmente cuando esté en el escenario con Savannah Snow. —Realmente puedo ver cómo se van a solucionar las cosas de ahí en adelante.— Lena comenzó a quitarle la cascara a una naranja. —Oh, ya sabes, ella va a quedar sorprendida por mi increíble apariencia, mi encanto y mi talento musical, especialmente si tú escribes una canción para mí. Entonces ella va a bailar conmigo y a seguirme hasta Nueva York para ser mi fan número uno después de la graduación. —¿Qué es esto? ¿El especial de después de la escuela?— La cáscara de la naranja se desprendió en una larga espiral. —Tu novia cree que soy especial, tío.— Las papas caían de su boca. Lena me miró. Novia. Los dos lo habíamos escuchado.
¿Eso es lo que soy?
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¿Eso es lo que quieres ser? ¿Estás preguntándome algo? No era la primera vez que pensaba al respecto de ello. Lena se había sentido como mi novia desde hace un tiempo. Cuando considerabas todo por lo que habíamos pasado, era prácticamente un hecho. Así que no sé porque nunca antes lo había dicho, y no sé por qué era tan difícil decirlo ahora. Pero había algo acerca de decir esas palabras que lo hacían más real.
Supongo que sí. No te oyes tan seguro.
Tomé su otra mano debajo de la mesa y miré sus verdes ojos.
Estoy seguro, L. Entonces supongo que soy tu novia.
Link seguía hablando. —Tú vas a pensarlo cuando la entrenadora Cross esté sobre mí en el baile.— Link se paró y recogió su bandeja. —Como sea. No te ilusiones con que mi novia reserve una canción para bailar contigo— . Yo recogí la mía. Los ojos de Lena se iluminaron. Tenía razón, ella no sólo quería que la invitara, ella quería ir. En ese momento no me importaba que hubiera en su lista de cosas por hacer de chica-normal-de-secundaria. Yo iba a asegurarme de que las hiciera todas. —¿Vais a ir? La miré expectante y ella apretó mi mano. —Sí, supongo que sí. Esta vez ella realmente sonrió. —Y Link, ¿Qué piensas de que reserve dos canciones para ti? A mi novio no le importaría. Él nunca me diría con quien puedo o no puedo bailar.— Yo puse mis ojos en blanco. Link levantó su brazo y yo choqué mis nudillos contra los suyos. —Sí, eso seguro.
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La campana sonó y el almuerzo terminó. Así de simple, no sólo tenía una cita para el baile formal de invierno, tenía una novia. Y no tan sólo una novia, por primera vez en mi vida, estuve a punto de decir la palabra con A. En medio de la cafetería, frente a Link. Este sí que fue un almuerzo interesante.
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13 de Diciembre FUNDIÉNDOSE
—N
o veo por qué no puedan reunirse aquí. Estaba esperando poder ver
a la sobrina de Melchizedek toda maquillada con su vestido de fantasía.— Yo estaba de pie delante de Amma para que pudiera atar el nudo de mi corbata. Amma era tan baja, que tenía que ponerse de pie, tres escalones delante de mí, para llegar a mi cuello. Cuando era niño, solía peinarme y atar mi corbata antes de ir a la iglesia, los domingos. Ella siempre había parecido estar tan orgullosa, y así es como me miraba ahora. —Lo siento. No hay tiempo para una sesión de fotos. Voy a recogerla a su casa. El chico se supone que recoge a la chica, ¿recuerdas?— Eso era un tramo, teniendo en cuenta que iría a recogerla en el Batidor. Link estaba dando un paseo con Shawn. Los muchachos del equipo aún le guardaban un asiento en su nueva mesa de almuerzo, aunque solía sentarse con Lena y conmigo. Amma tiró de la corbata y soltó una carcajada. No sé qué pensaba que era tan divertido, pero me hizo tensar. —Está demasiado apretado. Siento como si estuviera estrangulándome.— Traté de meter un dedo entre mi cuello y el cuello de la chaqueta de alquiler de Tux Buck, pero no pude. —No es el nudo, son tus nervios. Vas a estar bien.— Ella me examinó con aprobación, como imaginé que mi madre haría si hubiera estado aquí. —Ahora, déjame ver las flores.— Alcancé detrás de mí una caja pequeña, una rosa roja rodeada de pequeñas florcitas blancas en su interior. Se veía bastante feo para mí, pero no se podía conseguir mucho mejor de `Los jardines del Edén´, el único lugar en Gatlin. —Y hablando de las más lamentables
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flores que he visto en mi vida.— Amma echó un vistazo y las tiró en la papelera bajando de la escalera. Se dio la vuelta y desapareció en la cocina. —¿Por qué has hecho eso? Abrió la nevera y sacó un ramillete de muñeca, pequeño y delicado. Blanco con Jazmín de la Confederación y romero silvestre, atados con una cinta de plata pálida. Plateado y blanco, Los colores del invierno formal. Era perfecto. Por mucho que yo supiera que Amma no estaba loca por mi relación con Lena, había hecho esto de todos modos. Lo había hecho por mí. Era algo que mi madre hubiera hecho. Fue sólo desde que murió que me fijé en cuánto me apoyaba Amma, cuánto había confiado en ella siempre. Ella era la única cosa que me mantenía a flote. Sin ella, probablemente me habría ahogado, como mi padre. —Todo quiere decir algo. No trates de cambiar algo salvaje en algo doméstico. Yo subí el arreglo hasta la lámpara de la cocina. Sentí la longitud de la cinta, con cuidado mientras la sondeaba con mis dedos. Escondido en la cinta, había un hueso pequeñito. —¡Amma! Ella se encogió de hombros. —¿Qué, vas a tener problemas con ese muy pequeñito hueso de cementerio? Después de todo este tiempo creciendo en esta casa, después de ver las cosas que has visto, ¿dónde está tu sentido? Un poco protección no hace daño a nadie, ni siquiera a ti, Ethan Wate. Suspiré y puse el arreglo en la caja. —También te quiero, Amma.— Ella me dio un aplastante abrazo, y corrí por las escaleras en la noche. —Tú ten cuidado, ¿me oyes? No te dejes llevar.— No tenía idea de lo que quería decir, pero sonreí de todas formas. —Sí, señora.— veía la luz de mi padre que estaba en el estudio mientras me alejaba. Me pregunté si él sabía que esta noche era el invierno formal. Cuando Lena abrió la puerta, mi corazón casi se detuvo, lo que era decir mucho, teniendo en cuenta que ni siquiera me estaba tocando. Yo sabía que ella no luciría en nada parecida a cualquiera de las otras chicas en el baile esta noche. Sólo había dos tipos de vestidos de fiesta en el Condado de Gatlin, y todos ellos procedían de uno de dos lugares: Little Miss, el proveedor de vestidos para los concursos locales, o de Southern Belle, la tienda de novias que quedaba a dos pueblos. Las chicas que acudían a Little Miss llevaban los vestidos de sirena cachonda, con todos los cortes y escotes y lentejuelas, esas eran las chicas con las que Amma nunca me habría permitido ser visto en un picnic de la iglesia, y mucho menos en el invierno formal. A veces eran las niñas de certamen local o las hijas de las mujeres del certamen local, como Edén, cuya madre había sido la Primera ganadora del Miss Carolina del Sur, o más a menudo sólo las hijas de las mujeres que deseaban haber sido niñas
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certamen. Éstas eran las mismas chicas que podrías finalmente ver, cargando a sus bebés, en la celebración de la graduación de la escuela secundaria Jackson; en un par de años. Los vestidos de Southern Belle eran los vestidos de Scarlett O'Hara, con forma de cencerros gigantes. Las niñas de Southern Belle eran hijas de la DAR y los miembros de las señoritas auxiliares—las Emilys Asher y las Sabana-Snows y podrías llevarlas a cualquier lugar, si podías digerirlo, si podías digerirlas, y digerir la forma en que parecía que estabas bailando con una novia en su propia boda. De cualquier manera, todo era brillante, todo era de colores, y todo se relacionaba mucho a ajustes metálicos y un tono específico de naranja llamado melocotón Gatlin, que estaba reservado para los vestidos de las damas de honor de mal gusto en todas partes, excepto en el condado de Gatlin. Para los chicos, era una presión menos evidente, pero en realidad no era más fácil. Teníamos que combinarnos con nuestra pareja, lo que podría implicar el temido melocotón Gatlin. Este año, el equipo de baloncesto iba de corbatas plateadas y fajas plateadas, evitándonos la humillación de los moños de color rosa o púrpura o melocotón. Lena definitivamente nunca habría llevado el melocotón Gatlin en su vida. Mientras la miraba, las rodillas me comenzaron a ceder, lo que empezaba a convertirse en un sentimiento familiar. Ella era tan bonita que dolía.
Wow. ¿Te gusta? Ella dio una vuelta. Su pelo rizado caía sobre sus hombros, largo y suelto, sujetado con brillantes ganchitos en una de esas maneras mágicas que tienen las niñas de hacer que su cabello esté donde debería estar, pero también con algunos mechones sueltos. Quería correr mis dedos a través de ella, pero no me atreví a tocarla, ni un solo cabello. El vestido de Lena caía de su cuerpo, aferrándose a todos los lugares correctos, nada que ver con Little Miss, en hilos de plata gris, tan delicado como una tela de araña de plata, plata tejida por las arañas.
¿Lo era? ¿Plata hilada por arañas? ¿Quién sabe? Podría haber sido. Fue un regalo del tío Macon. Ella se rió y me llevó a la casa. Incluso Ravenwood parecía reflejar el tema del invierno formal. Esta noche, el vestíbulo de la entrada parecía Hollywood antiguo con azulejos blancos y negros, el piso a cuadros blancos y los copos de nieve flotando en el aire por encima de nosotros. Tenía una antigua mesa lacada en negro frente a las cortinas de
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plata iridiscente, y más allá de ello, pude ver algo que brillaba como el océano, aunque sabía que no podía ser. Velas encendidas se cernían sobre los muebles, lanzando pequeños charcos de luz de la luna. Miré por todas partes. —¿De veras? ¿Arañas? Pude ver la luz de las velas que se reflejaba en sus brillantes labios. Traté de no pensar en ello. Trataba de no querer besar la pequeña media luna en su pómulo. Había una sutil capa de brillo plateado en sus hombros, su rostro, su pelo. Incluso su marca de nacimiento parecía ser plata esta noche. —Es una broma. Probablemente fue sólo algo que se encontró en alguna pequeña tienda en París o en Roma o Nueva York. Al tío Macon le gustan las cosas bellas.— Tocó la luna creciente de plata en su cuello, colgando justo encima de su cadena de recuerdos. Otro regalo de Macon, supuse. El tono familiar salió del pasillo oscuro, acompañado por un candelero de plata. — Budapest, no París. Aparte de eso, soy culpable de los cargos.— Surgió Macon con una chaqueta de esmoquin clara sobre pantalón negro y camisa blanca, con los botones de plata en la camisa capturando el brillo de la luz de las velas. —Ethan, te agradecería enormemente si pudieras tomar todas las precauciones con mi sobrina esta noche. Como sabéis, yo la prefiero en su casa por las noches.— Me dio un corsage para Lena, una corona de flores pequeñas de jazmín de la Confederación. —Todas las precauciones posibles. —¡Tío M!— Lena parecía molesta. Miré el corsage más de cerca. Un anillo de plata colgaba de las patillas de las flores. Había una inscripción en un idioma que no entendía, pero la reconocí del Libro de las Lunas. No lo tuve que mirar muy de cerca para ver que era el anillo que él había usado noche y día, hasta ahora. Saqué el corsage casi idéntico de Amma. Entre el centenar de hechicerías probablemente unidas al anillo, y todos los tátaras* de Amma, no había un espíritu de la ciudad que se pudiera meter con nosotros. Eso esperaba. —Creo que, entre usted y Amma, Señor, Lena sobrevivirá el invierno formal de Jackson bien.— Sonreí. Macon no lo hizo. —No es el invierno formal lo que me preocupa, pero le estoy agradecido a Amarie igualmente. Lena frunció el ceño, mirando a su tío y a mí. Tal vez no parecíamos los chicos más felices de la ciudad. —Tu turno.— Tomó una flor por el ojal de la mesa del vestíbulo, una rosa blanca con una ramita pequeña de jazmín, y la prendió en mi chaqueta. —
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Desearía que todos dejarais de preocuparos por un minuto. Esto se está poniendo embarazoso. Puedo cuidar de mí misma. Macon no parecía convencido. —En cualquier caso, no quiero que nadie se haga daño. Yo no sabía si se refería a las brujas de Jackson High, o a la poderosa y oscura hechicera Sarafine. De cualquier manera, había visto suficiente en los últimos meses para tomar una advertencia como esa en serio. —Y tráela de vuelta a medianoche. —¿Es esa alguna hora poderosa para los hechiceros? —No. Es su toque de queda.
Lena parecía ansiosa camino a la escuela. Estaba sentada muy tiesa en el asiento delantero, jugando con la radio, con su vestido, con su cinturón de seguridad. —Relájate.— —¿Es una locura que vayamos esta noche?— Lena me miró expectante. —¿Qué quieres decir?— —Me refiero a que todo el mundo me odia.— Se miró las manos. —Quieres decir que todo el mundo nos odia. —Está bien, todo el mundo nos odia. —No tenemos que ir. —No, yo quiero ir. Esa es la cosa...— Se retorció el corsage en la muñeca unas cuantas veces. —El año pasado, Ridley y yo habíamos planeado ir juntas. Pero entonces...— No Podía oír su respuesta, ni siquiera en mi cabeza. —Las cosas ya habían ido mal en ese momento. Ridley había cumplido dieciséis. Entonces se fue, y tuve que dejar la escuela. —Bueno, esto no es del año pasado. Es sólo un baile. Nada ha salido mal. Ella frunció el ceño y cerró el espejo.
Todavía no. Cuando entramos en el gimnasio, hasta yo estaba impresionado por lo duro que debía haber trabajado el Consejo de Estudiantes todo el fin de semana. Jackson había ido hasta el final con el tema del Sueño del Solsticio de Invierno. Habían cientos de pequeños copos de nieve de papel, algunos blancos, algunos con papel de aluminio
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brillante, brillo, lentejuelas, y cualquier cosa que pudiera hacer brillar—guindados en hilo de pescar desde el techo del gimnasio, habían Escamas de jabón polvoriento `nieve´. En las esquinas del gimnasio, prendían y apagaban las luces blancas que caían en los filamentos de las bandas. —Hola, Ethan. Lena, te ves hermosa.— La entrenadora Cross nos entregó dos tazas de ponche de melocotón Gatlin. Llevaba un vestido negro que mostraba la pierna demasiado; sólo un poco, pensé, en Aras de Link. Miré a Lena, pensando en la plata de los copos de nieve flotando en el aire en Ravenwood, sin hilos de pescar o papel de aluminio. Sin embargo, sus ojos brillaban y se aferró a mi mano con fuerza, como si fuera un niño en su primera fiesta de cumpleaños. Nunca le había creído a Link cuando dijo que los bailes ejercían algún tipo de efecto inexplicable en las chicas. Pero estaba claro que era cierto; era en todas, incluso en las chicas hechiceras. —Es hermoso.— Sinceramente, no lo era. Lo que era, era un plano y viejo baile de la secundaria Jackson, pero supongo que para Lena, era algo hermoso. Tal vez la magia no era tan mágica, cuando crecías con ella. Entonces oí una voz familiar. No podía ser. —¡Vamos a hacer que esta fiesta comience!
Ethan, mira-Me di vuelta y casi me ahogo en mi golpe. Link me sonrió, llevaba lo que parecía ser un traje de piel de tiburón plateado. Llevaba una de esas camisetas negras con la imagen de la parte delantera de una camisa de esmoquin por debajo, y sus zapatos negros de plataforma. Lucía como un artista de la calle Charleston. —¡Hey, pajilla corta! ¡Hey, Cuz!— oí la voz inconfundible de nuevo, sobre la multitud, sobre el DJ, sobre el golpeteo de los graves golpes, y las parejas en la pista de baile. Miel, azúcar, melaza, y paletas de dulce de cereza, todo en uno. Fue la única vez en mi vida que había pensado que algo era demasiado dulce. Lena apretó su mano en la mía. En el brazo de Link, increíblemente, con el más pequeño toque de lentejuelas plateadas llevado nunca a un baile formal de Jackson, tal vez ni al formal, estaba Ridley. Yo ni siquiera sabía dónde mirar, ella era todo piernas y curvas y pelo rubio derramado en todas partes. Podía sentir cómo subía la temperatura en la habitación con sólo mirarla. Del número de chicos que habían dejado de bailar con sus pasteles de bodas—que estaban furiosas, era evidente que no era el único mirándola. En un mundo donde todos los vestidos de fiesta venían de una de dos tiendas, Ridley llevaba menos que las niñas de Little Miss. Ella hacía que la entrenadora Cross se pareciera a la madre superiora. En otras palabras, Link estaba condenado.
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Lena miró a su prima, enferma. —Ridley, ¿qué estás haciendo aquí? —Cuz. Por fin llegamos al baile después de todo. ¿No estás de éxtasis? ¿No es fantástico? Pude ver el cabello de Lena empezando a enrollarse en el viento inexistente. Ella parpadeó y la mitad de las luces blancas se apagaron. Tenía que actuar rápido. Me acerqué a Link donde estaba el ponche. —¿Qué estás haciendo con ella? —Amigo, ¿puedes creerlo? Ella es la chica más sexy de Gatlin, sin ánimo de ofender. Una quemadura de Tercer Grado. Y ella estaba sola cuando fui a comprar Slim JIM en Stop & Steal en el camino. Incluso tenía un vestido. —¿No Crees que es un poco raro? —¿Crees que me importa? —¿Y que si es algún tipo de psicópata? —¿Crees que me amarrará o algo así?— Él sonrió, ya imaginándoselo. —No estoy bromeando. —Siempre estás bromeando. ¿Qué pasa? Ah, ya entiendo, estás celoso. Porque me parece que te recuerdo a ti subiéndote en su coche muy rápido. No me digas que tratas de conseguir algo con ella. —De ninguna manera. Ella es la prima de Lena. —Lo que sea. Todo lo que sé es que estoy aquí, en el formal con la más caliente y picante en tres condados. Es como, ¿cuáles son las probabilidades de que un meteorito golpee esta ciudad? Esto nunca va a suceder otra vez. Sé bueno, ¿de acuerdo? No lo arruines, por mí.— Él ya estaba bajo su hechizo, no es que ella hubiese necesitado mucho con Link. No importaba lo que dijera. Yo le di la otra oportunidad. —Ella es una mala noticia, hombre. Está jugando con tu cabeza. Te chupará y te vomitará después de haberte usado. Me agarró los hombros con ambas manos. —¡Chupará! Link puso su brazo alrededor de la cintura de Ridley y salió a la pista de baile. Apenas miró a la entrenadora Cross, mientras pasaba por allí. Separé a Lena en la otra dirección, hacia el rincón donde el fotógrafo le tomaba fotografías a las parejas frente a un montón de nieve con un muñeco de nieve falsa, mientras que los miembros del Consejo de Estudiantes se turnaban para echar nieve artificial en la escena. Yo me topé a la derecha con Emily. Miró a Lena. —Lena. Te ves... brillante.
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Lena apenas la miró. —Emily... Te ves hinchada. Es cierto. Ella era de Southern Belle. Emily llevaba plata y melocotón: parecía un bollo de crema, desplumado y acicalado, y en tafetán arrugado. Su pelo estaba hecho en rizos gorditos, daban un poco de miedo, parecía que estaban hechos de cinta amarilla enrollada. Su rostro parecía haber sido estirado un poco demasiado fuerte, mientras estaba en la peluquería en el Snip N 'Curl y parecía que la habían apuñalado en la cabeza demasiadas veces con horquillas. ¿Qué había visto en alguna de ellas? —Yo no sabía que tu clase bailaba. —Lo hacemos.— Lena miró fijamente. —¿Alrededor de una hoguera?— La cara de Emily se torció en una sonrisa desagradable. El cabello de Lena comenzó a enrollarse de nuevo. —¿Por qué? ¿Buscas una hoguera para quemar ese vestido?— La otra mitad de las luces parpadeantes hicieron cortocircuito. Podía ver al Consejo de Estudiantes luchando para comprobar la conexión de los cables.
No dejes que gane. Ella es la única bruja aquí. Ella no es la única, Ethan. Savannah apareció junto a Emily, Earl arrastrándose detrás de ella. Iba exactamente igual a Emily, sólo tenía plata y rosa, en lugar de plata y melocotón. Su falda era tan esponjosa. Si las mirabas, podías visualizar sus bodas ahora. Era horrible. Earl miró al suelo, tratando de evitar el contacto visual conmigo. —Vamos, Em, están anunciando la `Corte Real´.— Savannah miró a Emily significativamente. —No dejes que te mantengan aquí.— Savannah hizo un gesto a la línea de las imágenes. —Quiero decir, ¿quieres incluso aparecer en la película, Lena?— Ellas volaron fuera, con el vestido de bollo de crema y todo. —¡Siguiente! El cabello de Lena aún estaba ondeando.
Son unas idiotas. No importa. Nada de eso importa. Oí la voz del fotógrafo de nuevo. —¡Siguiente!
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Agarré la mano de Lena y tiré de ella hacia el montón de nieve falsa. Ella me miró, sus ojos estaban nublados. Y entonces, las nubes pasaron, y estaba de regreso. Podía sentir la tormenta resolverse. —Dejen caer la nieve,— escuché en el fondo.
Tienes razón. No importa. Me incliné para besarla.
Tú eres lo que importa. Nos besamos, y el flash de la cámara se apagó. Por un segundo, un segundo perfecto, parecía que no había nadie más en el mundo, y nada más importaba. La cegadora luz de una bombilla y, a continuación, pegote blanco y pegajoso estaba sirviéndose en todas partes, en los dos.
¿Qué car-? Lena tenía la voz entrecortada. Traté de quitar el unto de mis ojos, pero estaba en todas partes. Cuando vi a Lena, estaba aún peor, su pelo, su cara, su hermoso vestido. Su primer baile. En ruinas. La formación de espuma, la consistencia de la mezcla de la crepe, goteando de una cubeta sobre nuestras cabezas, que iba a liberar copos de nieve artificial para que pudieran caer suavemente para la foto. Miré hacia arriba, sólo para obtener otra vez la cara llena de la cosa. El cubo cayó al suelo. —¿Quién puso agua en la nieve?— El fotógrafo estaba furioso. Nadie dijo una palabra, y yo estaba dispuesto a apostar a que los Ángeles de Jackson no habían visto nada. —¡Ella está derritiéndose!— gritó alguien. Nos quedamos en un charco de pegamento blanco o jabón de lo que sea, deseamos poder reducir hasta desaparecer, al menos, eso es lo que debió haber parecido para la multitud de pie alrededor de nosotros riendo. Savannah y Emily se encontraban al lado, disfrutando cada minuto de lo que era quizá el momento más humillante de la vida de Lena.
Un hombre gritó por encima del estruendo. —Debiste haberte quedado en casa. Hubiera reconocido la voz de aquel estúpido en cualquier lugar. Yo la había oído bastantes veces en el único lugar en que alguna vez la había utilizado. Earl estaba susurrando al oído de Savannah, con su brazo colgado en su hombro. Me rompió. Yo estuve en la sala tan rápido que Earl ni siquiera me vio llegar a él. Lo golpeé con mis puños llenos de jabón en la mandíbula y él cayó al suelo, golpeando al aro de la falda de Savannah en el proceso.
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—¿Qué diablos? ¿Has perdido la razón, Wate?— Earl comenzó a levantarse, pero lo empujé hacia abajo con el pie. —Es mejor que te quedes abajo. Earl se sentó y se acomodó el cuello de su chaqueta para enderezarlo, como si aún pudiera lucir fresco sentado en el suelo del gimnasio. —Espero que sepas lo que estás haciendo.— Pero no volvió a levantarse. Podría decir lo que quería, pero ambos sabíamos que si se levantaba, era él quien acabaría de nuevo en el suelo. —Lo sé.— Saqué a Lena del charco de espuma donde solía estar la nieve falsa. —Vamos, Earl, que están anunciando la Corte,— dijo Savannah, molesta. Earl se levantó y se sacudió el polvo. Me limpié los ojos, sacudiéndome el pelo mojado. Lena se quedó temblando, chorreando falsa nieve como cal. Incluso en la multitud, había un pequeño charco de espacio a su alrededor. Nadie se atrevió a acercarse demasiado, excepto yo. Traté de secarle la cara con la manga, pero retrocedió.
Esta es la forma en que siempre sucede. —Lena.
Debí saberlo mejor. Ridley apareció a su lado, con Link detrás de ella. Estaba furiosa, pude ver que mucho. —No lo entiendo, Cuz. No veo por qué quieres estar con su clase.— Ella escupió las palabras, sonando como Emily. —Nadie nos trata así, claro u oscuro… ni uno de ellos. ¿Dónde está tu autoestima, Lena Beana? —No vale la pena. No esta noche. Sólo quiero irme a casa.— Lena estaba demasiado avergonzada para estar tan enojada como Ridley. Era la pelea o la huida, y ahora, Lena estaba escogiendo la huida. —Llévame a casa, Ethan. Link se quitó la chaqueta de plata y la puso sobre sus hombros. —Eso fue un desastre. Ridley no podía quedarse quieta, o no lo haría. —Ellos tienen malas noticias, Cuz, excepto pajilla corta. Y mi nuevo novio, Shrinky Dink. —Link. Te dije, es Link. —Cállate, Ridley. Ella ha tenido suficiente.— El efecto de sirena no estaba trabajando en mí. Ridley miraba sobre mi hombro, y sonrió, una sonrisa oscura. —Piensa en ello, he tenido suficiente, también.
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Seguí su mirada. La Reina de Hielo y su Corte habían hecho su camino hasta el escenario, y sonreían desde una posición ventajosa. Una vez más, Savannah fue la reina de las nieves. Nada, nunca cambiaba nada. Ella estaba mirando a Emily, una vez más su princesa del hielo, al igual que el año pasado. Ridley se quitó sus gafas de sol de estrella de cine, sólo un poco. Sus ojos brillaban, casi podías sentir el calor que emanaba. Apareció una piruleta en su mano, y me olía grueso, a dulzura enfermiza en el aire.
No, Ridley. Esto no es acerca de ti, Cuz. Es más grande que eso. Las cosas están a punto de cambiar en este jodido pueblo. Pude oír la voz de Ridley en mi cabeza claramente, como la de Lena. Sacudí la cabeza. Déjalo en paz, Ridley. Sólo vas a empeorar las cosas. Abre los ojos, no puede ser peor. O tal vez puede. Le dio a Lena unas palmaditas en el hombro.
Mira y aprende. Estaba mirando a la Corte Real, chupando su piruleta de cereza. Tenía la esperanza de que fuera demasiado oscuro para que vieran sus ojos de gato espeluznante.
¡No! Simplemente me echarán la culpa a mí, Ridley. No lo hagas. GAT-estiércol tiene que aprender una lección. Y yo soy la que se las enseñará a ellas. Ridley se dirigió hacia el escenario, sus brillantes tacones golpeaban contra el suelo. —Oye, nena, ¿a dónde vas?— Link estaba detrás de ella. Charlotte estaba subiendo las escaleras, usando su tafetán color lavanda brillante dos tallas más pequeño, hacia su brillante corona plateada de plástico y a su lugar habitual en la cuarta posición de la Corte real, detrás de Eden—Doncella de Hielo, supongo. Justo cuando estaba tomando el último paso, su gigantesca creación de talleres de explotación de lavanda se atrapó en la punta, y cuando subió al último escalón, la parte de atrás de su vestido se arrancó de inmediato por la costura débil. A Charlotte le tomó un par de segundos darse cuenta y para entonces, la mitad de la escuela estaba mirando sus bragas rosas, del tamaño del estado de Texas. Charlotte soltó un gritó espeluznante, del grito ahora-todo-el-mundo-sabe-cuan-gorda-estoy-realmente. Ridley sonrió.
¡Uy!
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¡Ridley, detente! Estoy empezando. Charlotte estaba gritando, mientras que Emily, Eden y Savannah intentaban protegerla de la vista con sus vestidos de novia adolescente. El sonido de los discos chirriaron cuando la música cambio a través de las cornetas a los Stones. —Simpatía por el diablo.— Podría haber sido el tema central de Ridley. Ella se estaba presentando a sí misma, de una gran forma. La gente en la pista de baile sólo suponía que era otro desastre de Dickey Wix, en su camino a convertirse en el más famoso DJ de treinta y cinco años de edad en el circuito de bailes de graduación. Pero la broma estaba sobre ellos. Olvidaos de un cortocircuito en hilos de luz, en cuestión de segundos todas las bombillas sobre el escenario y la iluminación a lo largo de la pista de baile comenzaron a soplar, uno por uno, como fichas de dominó. Ridley llevó a Link a la pista de baile, y lo hacía girar su alrededor, mientras los estudiantes de Jackson gritaban, empujando para hacer camino, bajo el chorro de chispas. Estoy seguro de que todos pensaron que estaban en medio de algún tipo de desastre eléctrico del que Red Sweet, único electricista de Gatlin, sería culpado. Ridley echó atrás la cabeza, riéndose y ondulante alrededor de Link con el taparrabos del vestido.
¡Tenemos que hacer algo! ¿Qué? Era demasiado tarde para hacer nada. Lena se volvió y corrió, y yo estaba detrás de ella. Antes que ninguno de nosotros llegara a las puertas del gimnasio, los aspersores que estaban, a lo largo del techo en el gimnasio, vertían agua. El equipo de audio comenzó a hacer cortocircuito, lo que generó como una electrocución en espera. Copos de nieve mojados caían al suelo como empapados panqueques, y se convirtieron en un lío de propagación. Todo el mundo comenzó a gritar, las niñas goteaban rímel y productos capilares, corrían hacia las puertas en las faldas de tafetán empapadas. En el comedor, no podía decir quién era una Little Miss o Southern Belle. Todas parecían ratas de color pastel ahogadas. Al llegar a la puerta, escuché un fuerte ruido. Me volví al escenario cuando el telón de fondo gigante de escarcha y copos de nieve cayó. Emily se resbaló hacia fuera del escenario. Aún saludando a la multitud, trató de sostenerse a sí misma, pero sus pies se escurrieron en virtud de ella y cayó al suelo del gimnasio. Se desplomó en un montón de tafetán melocotón y plata. La entrenadora Cross salió corriendo.
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No sentí lástima por ella, aunque yo la sentí por las personas responsables de esta pesadilla: el Consejo de Estudiantes por su telón de fondo peligrosamente inestable, Dickey Wix por capitalizar la desgracia de una animadora gorda adolescente en ropa interior, y Red Sweet por su profesionalidad y potencialmente mortal cableado de iluminación en el gimnasio de la secundaria Jackson.
Hasta luego, Cuz. Esto fue incluso mejor que lo prometido. Empujé a Lena fuera de la puerta frente a mí. —¡Vamos! Estaba tan fría que apenas podía seguir tocándola. En el momento en que estábamos frente al coche, Boo Radley ya estaba con nosotros. Macon no se habría de preocupar por su toque de queda. No eran sino las nueve y media.
Macon estaba enfurecido, o tal vez sólo estaba preocupado. No podría decirlo porque, cada vez que me miraba, yo apartaba la mirada. Boo no se atrevió siquiera a mirarlo, situado a los pies de Lena, golpeando su cola en el suelo. La casa ya no se parecía al baile. Apuesto a que Macon nunca permitiría que un copo de nieve de plata se pasara a través de las puertas de Ravenwood de nuevo. Todo era negro ahora. Todo: los pisos, los muebles, las cortinas, el techo. Sólo el fuego en el estudio constantemente encendido en la chimenea, arrojaba luz a la sala. Tal vez la casa reflejaba su estado de ánimo, cambiando, y éste era uno oscuro. —¡Cocina!— Una taza de chocolate negro apareció en la mano de Macon. Se lo entregó a Lena, que estaba envuelta en una manta de lana áspera frente al fuego. Se aferró a la taza con ambas manos, con el pelo mojado escondido detrás de las orejas, aferrándose a la calidez. Se paseó por delante de ella. —Deberías haberte ido en el momento en que la viste, Lena. —Estaba muy ocupada recibiendo rocíos de jabón y risas de todos en la escuela. —Bueno, no estarás más ocupada. Estás castigada hasta tu cumpleaños, por tu propio bien. —Mi propio bien, claramente no es el punto aquí.— Todavía estaba temblando, pero yo no creo que fuera por el frío, ya no. Él me miró, sus ojos fríos y oscuros. Estaba furioso, ahora estaba seguro. —Tú debiste hacerla irse. —Yo no sabía qué hacer, señor. No sabía que Ridley iba a destruir el gimnasio. Y Lena nunca había estado en un baile.— Me pareció estúpido cuando lo estaba diciendo.
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Macon sólo me miraba, haciendo girar el whisky en su vaso. —Es interesante observar, que ni siquiera un baile. Ni un solo baile… —¿Cómo sabes eso?— Lena dejó la taza. Macon dijo. —Eso no es importante. —En realidad, es importante para mí. Macon se encogió de hombros. —Es Boo. Él es, a falta de una palabra mejor, mis ojos. —¿Qué? —Él ve lo que veo. Veo lo que ve. Es un perro hechicero, ya sabes. —¡Tío Macon! ¡Has estado espiándome! —No a ti, en particular. ¿Cómo crees que puedo manejar lo que tienen en la ciudad? Yo no llegaría muy lejos sin el mejor amigo del hombre. Boo aquí ve todo, así que lo veo todo.— Miré a Boo. Pude ver sus ojos, ojos humanos. Debí haberlo sabido, tal vez siempre lo había sabido. Tenía los ojos de Macon. Y algo más, algo que estaba masticando. Tenía una bola de algo en su boca. Me agaché para tomarlo. Estaba arrugado, empapado. Lo había llevado todo el camino desde el gimnasio. Nuestra foto del formal. Yo estaba allí de pie, con Lena en medio de la nieve falsa. Emily estaba equivocada. Lena se presentó un poco en la película, sólo que era brillante, y transparente, como si de la cintura para abajo, ya hubiese empezado a disolverse en una especie de aparición fantasmal. Como que en realidad se estaba fundiendo, antes de que la golpeara la nieve incluso. Esto no era algo que Lena necesitara ver ahora. Acaricié la cabeza de Boo y me embolsé la foto. A dos meses, hasta el día de su cumpleaños. No necesitaba la foto para saber que estábamos corriendo fuera de tiempo.
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16 de Diciembre CUANDO LOS SANTOS VAN MARCHANDO
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ena estaba sentada en el porche cuando aparqué. Insistí en manejar, ya que
Link quería ir con nosotros en el coche, y no podía arriesgarse a que lo vieran en el coche fúnebre. Y no quería que Lena tuviese que entrar sola. Ni siquiera quería que fuese, pero no había forma de disuadirla para ello. Lucía como lista para la batalla. Estaba usando un sweater negro con cuello de tortuga, vaqueros negros, y un chaleco negro con una capucha forrada en piel. Estaba a punto de enfrentarse al pelotón de fusilamiento, y lo sabía. Habían pasado tan sólo cuatro días desde el baile, y la DAR no había perdido el tiempo. La reunión del Comité Disciplinario de Jackson de esta tarde no sería muy diferente a un juicio para brujas, y no había que ser Hechicero para saberlo. Emily andaba cojeando con una escayola, el desastre del formal de invierno se había convertido en el tema del pueblo, y la Sra. Lincoln finalmente había conseguido todo el apoyo que necesitaba. Los testigos se pusieron a su disposición. Y si distorsionabas todo lo que todos alegaban haber visto, oído, o recordar lo suficiente, podías entrever, apenas torcer la cabeza hacia la derecha*, e intentar verle la lógica: que Lena Duchannes era la responsable. Todo estaba bien hasta que ella llegó al pueblo. Link saltó del coche y le abrió la puerta a Lena. Él se sentía tan culpable, lucía como si fuese a vomitar. —Hola, Lena. ¿Cómo estás?
*Gesto Pensativo (N. del T.)
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—Estoy bien.
Mentirosa. No quiero que se sienta mal. No es su culpa. Link carraspeó. —Siento mucho todo esto. He estado peleando con mi madre durante todo el fin de semana. Siempre ha estado loca, pero esta vez es diferente. —No es tu culpa, pero aprecio el hecho de que hayas intentado hablar con ella. —Quizá hubiese sido diferente si todas esas brujas de la DAR no hubiesen estado hablando al oído sobre otros. La Sra. Snow y la Sra. Asher deben haber llamado unas cien veces a mi casa en los últimos dos días. Pasamos en el coche por el Stop & Steal. Ni siquiera el gordito estaba ahí. Los caminos estaban desiertos, como si hubiésemos estado manejando a lo largo de un pueblo fantasma. La reunión del Comité Disciplinario estaba programada para las cinco en punto, y nosotros íbamos justo a tiempo. La reunión era en el gimnasio, puesto que era el único lugar en Jackson lo suficientemente grande para acomodar al número de personas que probablemente se presentarían. Esa era la otra cosa acerca de Gatlin, cada cosa que pasaba, envolvía a todo el mundo. No existían los casos cerrados por estos lados. Según como lucían las calles, todo el pueblo lo tenía todo cerrado, lo que sólo significaba que casi todos iban a estar en la reunión. —Aún no puedo comprender cómo es que tu madre preparó todo esto tan rápido. Esto es rápido incluso para ella. —Por lo que pude oír, el Doctor Asher participó en ello. Él sale a cazar con el Director Harper y con algunos peces gordos dentro del Consejo Escolar.— El Doctor Asher era el padre de Emily y el único doctor de verdad del pueblo. —Genial. —Chicos, sabéis que posiblemente me echen del colegio, ¿cierto? Apostaría a que incluso ya ha sido decidido. Esta reunión es sólo para hacer el show. Link lucía confundido. —Ellos no pueden echarte sin haber oído tu versión de la historia. Tú ni siquiera hiciste nada. —Nada de eso importa. Estas cosas son decididas detrás de las puertas. Nada de lo que diga hará una diferencia. Ella tenía razón, y los dos lo sabíamos. Así que no dije nada. En cambio, llevé su mano hacia mi boca y la besé, deseando por enésima vez ser yo el que se enfrente al Consejo Escolar, en vez de Lena.
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La cosa era que nunca podría haber sido yo. Sin importar lo que hiciera, sin importar lo que dijera, siempre sería uno de ellos. Lena nunca lo sería. Y creo que esa era la cosa que más me molestaba, y la que más me avergonzaba. Los odiaba aún más, pues, en el fondo, ellos seguían reclamándome como uno de los suyos, a pesar de que salía con la sobrina del Viejo Ravenwood, de haberme enfrentado a la Sra. Lincoln, y de no haber sido invitado a las fiestas de Savannah Snow. Yo era uno de ellos. Les pertenecía a ellos, y no había nada que yo pudiese hacer para cambiarlo. Y si lo opuesto fuese verdad, y ellos de cierta forma me perteneciesen, a lo que Lena se confrontaba no era sólo a ellos. Era a mí. Esa verdad estaba matándome. Quizás Lena sería Reclamada en su cumpleaños número dieciséis, pero yo había sido reclamado al momento de nacer. No había tenido más control sobre mi destino del que ella tenía. Quizás ninguno de los dos lo tenía. Metí el coche en el aparcamiento. Estaba lleno. Había una multitud alineada en la entrada principal, esperando entrar. No había visto esta cantidad de gente en un lugar desde el estreno de Dioses y Generales, la más larga y aburrida película acerca de la Guerra Civil que hayan hecho, donde la mitad de mis parientes habían participado como extras, ya que ellos poseían sus propios uniformes. Link se agachó en el asiento de atrás. —Ahora me voy a deslizar hacia afuera. Los veo dentro.— Abrió la puerta y se escurrió por entre los coches. —Buena suerte. Las manos de Lena se encontraban sobre su regazo, temblando. Me mató el verla así de nerviosa. —No tienes por qué entrar ahí. Podemos dar la vuelta y llevarte de vuelta a casa. —No. Voy a entrar. —¿Por qué te quieres someter a esto? Tú misma lo dijiste, probablemente esto lo hacen por puro espectáculo. —No voy a dejar que piensen que tengo miedo de enfrentarlos. Dejé mi colegio anterior, pero no pienso huir esta vez.— Ella respiró profundamente. —No es huir.— —Lo es para mí. —¿Viene tu tío, por último? —No puede. —¿Por qué demonios no puede?— Ella estaba completamente sola en esto, aunque yo estuviese a su lado.
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—Es demasiado temprano. Ni siquiera le dije. —¿Demasiado temprano? ¿De qué va eso, de todas formas? ¿Él está encerrado en algún tipo de cripta o algo por el estilo? —Algo por el estilo. No valía la pena hablar sobre ello. Ella iba a tener suficiente con lo qué lidiar dentro de unos pocos minutos. Caminamos hacia el edificio. Empezó a llover. La miré.
Créeme, lo estoy intentando. Si lo soltara todo, sería un tornado. La gente nos miraba fijamente, incluso nos apuntaba, no es que me sorprendiera. Hasta ahí les había llegado la decencia. Eché un vistazo a mi alrededor, casi esperando ver a Boo Radley sentado en la puerta, pero esta noche, él no estaba en ningún lugar a la vista. Entramos al gimnasio por el costado, casualmente era—la entrada de los Visitantes, idea de Link, la cual se convirtió en una buena idea. Porque, una vez dentro, me di cuenta de que la gente no estaba afuera esperando poder entrar, ellos sólo habían estado esperando poder escuchar la reunión. Adentro no quedaban asientos. Lucía como una patética versión de un jurado de acusación sacado de un episodio de uno de esos culebrones de la tele. Había una gran mesa plegable plástica al frente de la sala, y unos pocos profesores—el Sr. Lee por supuesto, luciendo un corbatín rojo y su propio estilo agreste de pre-juicio; el Director Harper; y un par de personas quienes deben pertenecer al Consejo Escolar—estaban sentados en fila tras las mesas. Todos ellos lucían viejos y enojados, como si estuviesen deseando poder estar en sus casas viendo QVC* o la programación religiosa. Las gradas estaban repletas con lo mejor de Gatlin. La Sra. Lincoln y su banda de linchadores de la DAR habían adquirido las primeras tres filas, junto con las Hermanas de la Confederación, el coro de los Primeros Metodistas, y la Sociedad Histórica poseían las filas que le seguían. Inmediatamente detrás de ellos, estaban los Ángeles de Jackson—también conocidos como las chicas que querían ser Emily y Savannah, y los chicos que querían meterse en las pantaletas de Emily y Savannah—luciendo sus recientemente estrenadas camisas de Guardián. La parte frontal de las camisas tenían una imagen de un ángel que se parecía sospechosamente a Emily Asher, con sus inmensas alas blancas de ángel bien desplegadas, vistiendo nada menos que—la camisa de los Linces de Jackson High. En la parte trasera, había un simple par de alas blancas
*QVC: El equivalente a A3D, comerciales de TV (los infomerciales) que muestran cosas que puedes comprar llamando ‗al número que aparece en pantalla‘ (N. del T.)
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destinadas a lucir como si brotaran de la mismísima espalda de la persona, y el grito de guerra de los Ángeles, `Te Estaremos Vigilando´. Emily estaba sentada junto a la Sra. Asher, su pierna y su gigantesca escayola estaban sostenidas en una de las sillas naranjas de la cafetería. La Sra. Lincoln entrecerró los ojos cuando nos vio, y la Sra. Asher puso su brazo alrededor de Emily de forma protectora, como si uno de nosotros fuese a correr hacia allá y le fuese a golpear con un garrote como a una indefensa cría de foca. Vi a Emily sacar su móvil de su pequeñísima cartera plateada, lista para escribir un mensaje de texto. Pronto, sus dedos estarían volando. Probablemente, el gimnasio de nuestro colegio sería el epicentro del cotilleo local de los cuatro condados esta noche. Amma estaba sentada un par de filas más atrás, jugueteando con el amuleto que llevaba en su cuello. Por fortuna, eso haría que a la Sra. Lincoln le salieran los cuernos que había estado ocultando ingeniosamente todos estos años. Por supuesto, mi padre no estaba ahí, pero las Hermanas estaban sentadas junto a Thelma, al otro lado del pasillo junto a Amma. Las cosas deben haber sido peor de lo que imaginaba. Las Hermanas no habían salido de la casa a estas horas de la tarde desde el año 1980, cuando la Tía Grace comió demasiado Hoppin‘ John* picante y pensó que estaba teniendo un paro cardíaco. Tía Mercy se dio cuenta de que las estaba mirando y me saludó con su pañuelo. Llevé a Lena al asiento frente a la habitación, obviamente reservado para ella. Estaba precisamente frente al pelotón de fusilamiento, en el punto muerto.
Todo saldrá bien. ¿Lo prometes? Podía oír la lluvia golpeando el techo.
Te prometo que esto no importa. Te prometo que estas personas son unas idiotas. Te prometo que nada de lo que ellos digan podrá cambiar lo que yo siento por ti. Tomaré eso como un no. La lluvia golpeó más fuerte el techo, lo cual no era una buena señal. Tomé su mano y la apreté un poco. El pequeño botón plateado del chaleco de Lena que encontré en el Beater, en el agrietado tapizado, la noche que nos encontramos en la lluvia. Lucía como un pedazo de chatarra, pero lo había llevado en el bolsillo de mis jeans desde ese entonces.
*Hoppin‘ John: Es la versión del Sur de Estados Unidos del típico plato Caribeño de arroz y frijoles. Consiste en frijoles de ojo negro y arroz, con cebolla picada y tajadas de tocino, sazonado con una pizca de sal (N. del T.)
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Toma. Es algo así como un amuleto de buena suerte. Por lo menos a mí me trajo algo bueno. Podía ver cuánto le costaba no romperse a llorar. Sin decir una palabra, Lena se sacó su cadena y lo añadió a su propia colección de basura valiosa.
Gracias. Si ella pudiese haber sonreído, lo habría hecho. Caminé de vuelta hacia la fila donde las Hermanas y Amma se encontraban. Tía Grace se paró, apoyándose en su bastón. —Ethan, por aquí. Te guardamos un sitio, cariño. —¿Por qué no te sientas, Grace Statham?— Dijo entre dientes una señora de edad con el pelo azul que estaba sentada detrás de las Hermanas. Tía Prue se dio vuelta. —¿Por qué no te metes en tus propios asuntos, Sadie Honeycutt? ¿O acaso quieres que yo me meta en ellos por ti? Tía Grace se volvió hacia la Sra. Honeycutt y sonrió. —Ahora, ven aquí, Ethan. Me metí entre Tía Mercy y Tía Grace. —¿Cómo has estado, dulzura?— Thelma sonrió y pellizcó mi brazo. Cayó un trueno, y las luces parpadearon. Unas pocas mujeres de edad soltaron un grito sofocado. En el centro de la mesa plegable estaba sentado un hombre algo tenso a juzgar por su aspecto. Carraspeó antes de tomar la palabra. —Es una leve caída de la potencia, sólo eso. ¿Por qué no tienen todos ustedes la amabilidad de ocupar sus asientos para que podamos empezar? Me llamo Bertrand Hollingsworth y soy el presidente de la Junta Escolar. Esta sesión se ha convocado en respuesta a una petición de expulsión, la de la alumna Lena Duchannes, ¿es eso correcto? El director Harper se giró sobre su asiento en la mesa central para dirigirse hacia el señor Hollingsworth, el instructor del expediente, o para ser más precisos con el lenguaje, el títere verdugo de la señora Lincoln. —Sí, señor. Varios progenitores preocupados me presentaron dicha petición y está firmada por unos doscientos padres, entre quienes figuran los ciudadanos más respetados de Gatlin y un nutrido grupo de estudiantes.— Por descontado que sí. —¿Cuáles son los cargos para solicitar la expulsión? El señor Harper pasó varias páginas de su libro de notas amarillo, de tamaño similar al de los letrados, como si estuviera leyendo un expediente de antecedentes penales. —Asalto y destrucción de la propiedad escolar. Además, la señorita Duchannes estaba en período de prueba.
¿Asalto? ¿A quién he asaltado?
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Sólo es una acusación. No pueden demostrar nada. Me puse de pie antes de que hubiera terminado de hablar. —¡Nada de eso es cierto!— Grité. En el extremo opuesto de la mesa se sentaba otro hombre de rostro nervioso, que alzó la voz para hacerse oír por encima del aguacero y de los susurros de veinte o treinta ancianas provocados por mis malos modales. —Tome asiento, jovencito, que aquí no hay permiso para hablar todos a la vez. El señor Hollingsworth hizo caso omiso al barullo y prosiguió con la sesión. —¿Existe algún testigo que corrobore dichas acusaciones?— Un montón de asistentes se pusieron a cuchichear en ese momento, preguntándose unos a otros para ver si alguien conocía el significado del verbo corroborar. El director Harper se aclaró la garganta con desazón. —Sí, y acabo de ser informado de que esta alumna ha tenido problemas parecidos en la escuela en la que había estado matriculada antes de venir a nuestro instituto.
¿A qué se refieren? ¿Cómo se han enterado de mi antigua escuela? No lo sé. ¿Qué sucedió allí? Nada. Una mujer de la Junta Escolar tenía unos papeles delante de ella y los hojeó antes de comentar. —Nos gustaría escuchar en primer lugar a la Presidenta de la Asociación de Padres del instituto, la señora Lincoln. La madre de Link se puso en pie con teatralidad y recorrió el pasillo central en dirección al gran jurado de Gatlin. Tenía pinta de haberse tragado unas cuantas pelis de juicios. —Buenas tardes, damas y caballeros. —Usted fue una de las principales denunciantes, señora Lincoln, ¿puede decirnos qué sabe acerca de esta situación? —Por supuesto, la señorita Ravenwood, perdón, la señorita Duchannes, quise decir, se mudó a nuestra localidad hace unos meses y desde entonces hemos tenido una serie de problemas en el Instituto Jackson. En primer lugar, rompió una ventana en la clase de inglés… —Estuvo a punto de hacer pedazos a mi niña,— gritó la señora Snow. —Muchos alumnos se salvaron por poco de sufrir graves lesiones y muchos de ellos se cortaron con los cristales.
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—¡Eso fue un accidente y sólo resultó herida Lena!— Gritó Link desde su posición, al fondo de la sala. —Wesley Jefferson Lincoln, vete a casa ahora mismo si no quieres enterarte de lo que es bueno,— siseó la señora Lincoln. Luego, recobró la compostura y se volvió hacia los miembros del Comité de Disciplina. —Los encantos de la señorita Duchannes parecen tener gran efecto en el sexo débil,— repuso con una sonrisa. —Como iba diciendo, rompió una ventana en clase de inglés, lo cual asustó tanto a un número significativo de alumnas que sintieron la necesidad cívica de crear los Ángeles Guardianes del Instituto Jackson—un grupo cuyo único propósito es proteger a los estudiantes del centro realizando una especie de vigilancia ciudadana. Los Ángeles Guardianes asintieron al unísono en la gradas, como si fueran marionetas y alguien manejara los hilos para que todas se movieran a la vez, algo que, al menos en cierto modo, era cierto. El señor Hollingsworth garabateó algo en el bloc de notas y a continuación preguntó. — ¿Es ése el único incidente en el que se ha visto envuelta la señorita Duchannes? La testigo simuló una gran sorpresa. —¡Cielos, no! Pulsó la alarma contraincendios, arruinando el baile y causando daños en el equipo de audio valorados en cuatro mil dólares. Por si eso no fuera suficiente, empujó fuera del escenario a la señorita Asher, que se rompió una pierna. Sé de buena tinta que tardará meses en recuperarse. Lena se mantuvo erguida, negándose a mirar a nadie. —Gracias, señora Lincoln.— La madre de Link se dio la vuelta y sonrió a Lena. No era una sonrisa de verdad, ni siquiera sarcástica, sino una de ésas de significado claro: voya-arruinarte-la-vida-y-disfrutaré-haciéndolo. La Presidenta de la Asociación de Padres se dirigió a su asiento, pero, de pronto, se detuvo para mirar directamente a Lena. —Casi lo olvido,— añadió. —Obra en mi poder el expediente de la señorita Duchannes en su anterior instituto, en Virginia, aunque tal vez sería más exacto llamarlo sanatorio.
Jamás he estado en un psiquiátrico. Era una escuela privada. —Ésta no es la primera vez que la señorita Duchannes protagoniza episodios violentos, tal y como ha mencionado el director Harper. El tono de la voz de Lena en mi mente indicaba que se hallaba al borde de la histeria. Intenté tranquilizarla.
No te preocupes.
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Pero quien se estaba intranquilizando era yo. La señora Lincoln no iba de farol: si lo soltaba delante de todos, significaba que tenía algún tipo de prueba. —La señorita Duchannes es una joven perturbada. Sufre una enfermedad mental, déjeme ver…— La señora Lincoln se detuvo, sacó un papel de la carpeta y lo repasó con el dedo como si buscara algo. Me mantuve a la espera para saber qué enfermedad mental padecía Lena capaz de justificar, según ella, el hecho de que era diferente. —Ah, sí, aquí está. Parece que la señorita Duchannes padece un trastorno bipolar, lo cual, como puede explicarles a todos el doctor Asher, es una afección mental muy seria. Quienes la padecen son propensos a estallidos de violencia y tienen un comportamiento impredecible. Esta dolencia es hereditaria, su madre también la padecía.
Esto no puede estar pasando. La tromba de agua martilleaba con fuerza el tejado y el viento había subido en intensidad, castigando con saña la puerta de la entrada. —De hecho, su madre asesinó a su padre hace catorce años.— Los asistentes profirieron gritos de asombro. Juego. Set. Partido. Los asistentes empezaron a hablar, todos a la vez. —Damas y caballeros, por favor,— clamó el director Harper en un intento de calmar los ánimos, pero aquello era como acercar una cerilla encendida a un arbusto seco: resultaba imposible sofocar el fuego una vez prendido.
Se necesitaron diez minutos para que las aguas volvieran a su cauce en el gimnasio, pero Lena no se calmó. Su corazón latía tan desbocado como el mío, lo presentía, y se le había formado un nudo en la garganta de tanto contener las lágrimas, aunque lo estaba pasando mal con eso a juzgar por el diluvio desatado en el exterior. Me sorprendía que todavía no hubiera salido corriendo de allí, pero o era muy valiente o se había quedado paralizada por la sorpresa. La madre de Link mentía. No me creía que Lena hubiera estado en un sanatorio, no más de lo que aceptaba que el propósito de los Ángeles era proteger a los estudiantes del instituto. Ahora bien, ignoraba si había inventado lo otro, eso de que la madre de Lena había matado a su padre. También sabía que quería matar a la señora Lincoln. Toda mi vida la había conocido como la madre de Link, pero ya no era capaz de verla de ese modo. No parecía la mujer que arrancaba de la pared la caja decodificadora de la tele por satélite y nos leía durante horas sermones sobre las virtudes de la castidad. Aquello no guardaba relación
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alguna con esas causas tan fastidiosas como inocentes. Era algo vengativo, personal. No lograba imaginarme por qué odiaba tanto a Lena. El señor Hollingsworth intentó recobrar el control. —De acuerdo, guarden silencio, todos. Le agradezco su declaración de esta tarde, señora Lincoln. Me gustaría examinar esos papeles, si usted no tiene inconveniente. —¡Todo esto es ridículo!— Grité, poniéndome de pie. —¿Por qué no enciende una hoguera y la quema en ella? El señor Hollingsworth se esforzó otra vez por reconducir la situación, que amenazaba con caer a los niveles de los peores programas de telebasura, como El show de Jerry Springer. —Tome asiento, señor Wate. O me veré obligado a pedirle que se marche. No quiero más salidas de tono durante esta sesión. He revisado los testimonios escritos sobre lo sucedido en el baile y todo parece bastante claro, por lo tanto sólo queda tomar una decisión sensata. Las enormes puertas metálicas de la parte posterior se abrieron en medio de un gran estruendo, dando paso a un soplo de viento y a un aguacero de impresión. Y a algo más. Macon Ravenwood caminó por el pabellón con desenvoltura. Vestía un lujoso traje oscuro de raya diplomática debajo de su abrigo negro de cachemira. Marian Ashcroft venía de su brazo y llevaba un pequeño paraguas a cuadros del tamaño justo para no quedar empapada bajo el aguacero. Macon estaba seco a pesar de no llevar protección alguna. Boo avanzaba con paso pesado detrás de ellos. Tenía erizado su negro pelaje empapado, lo cual acentuaba su aspecto, más próximo al de un lobo que al de un perro. Lena se revolvió en su asiento de plástico naranja y durante un segundo pareció tan vulnerable como se sentía. Percibí en sus ojos un alivio inmenso y también cuánto se estaba esforzando por seguir sentada en vez de arrojarse llorosa a los brazos de su tío. Los ojos de Macon volaron en dirección a su sobrina y Lena se irguió en la silla. Luego avanzó entre el público, recorriendo el pasillo hasta llegar ante los miembros de la junta escolar. —Lamento mucho el retraso. Esta noche hace un tiempo de perros. Siga, siga, no deseo interrumpirle, estaba a punto de tomar una decisión sensata, si he oído correctamente. El señor Hollingsworth se había quedado a cuadros, como el resto de los presentes en el gimnasio. Ninguno de ellos había visto a Ravenwood jamás en carne y hueso. — Disculpe, señor, no sé quién se cree usted que es, pero estamos en mitad de una instrucción… Ah, y no puede traer aquí a ese chucho. En el recinto del instituto sólo se admiten animales de servicio.
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—Oh, le comprendo a usted perfectamente, pero sucede que Boo Radley es mi perro guía.— No pude reprimir una sonrisa. Supuse que técnicamente era cierto. Boo agitó su corpachón para sacudirse la lluvia del pelaje y acabó duchando a cuantos se sentaban cerca del pasillo. —Bien, señor… —Ravenwood, Macon Ravenwood. Los ocupantes de las gradas profirieron otra exclamación contenida e ipso facto se levantó un rumor de cuchicheos. Todo el pueblo había esperado ese momento desde antes de que yo naciera. Se palpaba en el ambiente cómo se había reavivado el interés a raíz de esa aparición, pues no había nada, absolutamente nada, que Gatlin adorase más que el espectáculo. —Damas y caballeros del condado de Gatlin. ¡Cuánto me agrada conocerlos por fin! Confío en que todos ustedes conozcan a mi buena amiga, la hermosa doctora Ashcroft, que ha tenido la bondad de acompañarme esta noche, pues yo no conocía bien el camino hacia este, nuestro hermoso pueblo.— Marian hizo un ademán de saludo. — Permítame que me disculpe otra vez por llegar tarde. Por favor, continúe, caballero. Estoy convencido de que estaba usted a punto de explicar que las acusaciones contra mi sobrina era infundadas e iba a animar a todos estos muchachos a volver a casa y dormir bien para acudir a clase mañana. Durante un minuto dio la impresión de que Hollingsworth se mostraba dispuesto a hacer lo que le había dicho Macon, lo cual me llevó a preguntarme si Macon tenía el Poder de Persuasión, como Radley, pero el presidente de la Junta Escolar retomó el hilo original de sus pensamientos cuando una mujer le susurró al oído algo que sonó como el zumbido de un panal. —No, señor, no es eso lo que iba a hacer, en absoluto. De hecho, pesan sobre su sobrina serias acusaciones y parece haber varios testigos de los hechos aquí contemplados. Basándome en las declaraciones escritas y en la información expuesta durante esta sesión, me temo que sólo tenemos una alternativa: la expulsión. —¿Son ésas sus testigos?— Inquirió Macon al tiempo que con un gesto de la mano abarcó a Emily, Savannah, Charlotte y Eden. —¿Un grupito de niñas imaginativas con un grave problema de inmadurez?— La señora Snow se levantó de un salto. —¿Insinúa usted que mi hija está mintiendo? —En absoluto, mi querida señora,— replicó Macon con esa sonrisa suya de actor de cine. —No lo insinúo, lo afirmo. Seguro que usted es capaz de apreciar la diferencia. —¡Cómo se atreve!— La madre de Link se revolvió como un lince. —No tiene derecho a estar aquí, entorpeciendo el desarrollo de esta instrucción.
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Marian esbozó una sonrisa antes de adelantarse. —Como dijo un gran hombre ‗La injusticia es en cualquier parte una amenaza contra la Justicia en todas partes.‘ Y no veo en esta sala atisbo alguno de justicia, señora Lincoln. —No me salga ahora con esa verborrea de Harvard. Marian cerró el paraguas con un golpe seco antes de replicar. —No creo que Martin Luther King fuera a Harvard. El señor Hollingsworth retomó la palabra y habló de forma autoritaria. —Persiste el hecho de que, según los testigos, la alumna Duchannes pulsó la alarma de incendios, ocasionando daños por valor de miles de dólares a la propiedad del Instituto Jackson, y también echó del escenario a la señorita Asher de un empujón, causándole heridas. Tenemos motivos para expulsarla basándonos sólo en estos hechos. Marian suspiró, y miró de forma muy significativa a la madre de Link. —‗Es difícil liberar a los tontos de las cadenas que veneran.‘ La cita es de Voltaire, y él tampoco pisó Harvard. Ravenwood no perdió la compostura, lo cual pareció sacar de quicio aún más a todos. —Señor… ¿Cómo se llamaba usted? —Hollingsworth. —Señor Hollingsworth, sería una verdadera lástima que continuara por ese camino. Como usted sabe, en ese gran estado de Carolina del Sur es ilegal impedir la asistencia a clase a un menor. La escolaridad es obligatoria, es decir, forzosa. No puede expulsar a una chiquilla inocente sin cargos. Esos días han terminado, incluso aquí, en el sur. —Ya le he explicado, señor Ravenwood, que sí existen acusaciones y actuamos en el ámbito de nuestras funciones al expulsar a su sobrina. La señora Lincoln se levantó de un salto. —No puede aparecer de la nada e interferir en el buen funcionamiento del pueblo. ¡No ha salido de esa mansión en años! ¿Qué derecho tiene a meter baza en los asuntos de esta localidad o de nuestros hijos? —¿Se refiere usted a esa colección de marionetas vestidas de… unicornios?— Macon señaló con un gesto a los Ángeles. —Tendrán que perdonarme, muchachos, pero ando mal de la vista. —Son ángeles, señor Ravenwood, no unicornios, aunque tampoco cabe esperar que reconozca a los enviados de Nuestro Señor, dado que no recuerdo haberle visto jamás en misa. —Que tire la primera piedra quien Lena hizo una pausa durante un necesitaría un respiro para poner
esté libre de pecado, señora Lincoln.— El tío de instante, como si pensase que su interlocutora en orden sus ideas. —Tiene usted razón en lo
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referente a su primera afirmación: paso mucho tiempo en mi mansión, y no me importa, pues la propiedad es maravillosa, pero tal vez debería pasar más tiempo en el pueblo, sí, quizá deba venir aquí con más frecuencia, y sacudir un poco las cosas, si me permite la frase a falta de otra mejor. La posibilidad espantó a la señora Lincoln y a las Hijas de la Revolución Americana, que se revolvieron en sus asientos y se miraron entre sí, horrorizadas ante semejante idea. —De hecho, si Lena no vuelve al instituto, deberá recibir instrucción en casa. Entonces, tal vez deba invitar a alguna de sus primas, pues no desearía descuidar mis obligaciones en la vertiente social de su educación. Algunas son cautivadoras, como de hecho, creo que alguno de ustedes tuvo ocasión de comprobar en el baile de máscaras del solsticio de invierno. —No era un baile de disfraces. —Acepte mis disculpas. Di por hecho que eran disfraces a juzgar por la apariencia tan chillona de esas ropas horrorosas. La señora Lincoln se sonrojó. Ya no era una mujer intentando prohibir los libros, era alguien con quien convenía no enzarzarse en una pelea. Me preocupé por Macon, y por todos nosotros. —Seamos claros, señor Ravenwood. Ni usted forma parte de este lugar ni hay lugar para usted en este pueblo, y está claro que tampoco para su sobrina. No creo que esté en posición de exigir nada. La expresión del hombre cambió levemente mientras le daba vueltas a su anillo. — Aprecio su franqueza, señora Lincoln, y voy a intentar ser con usted tan sincero como usted lo ha sido conmigo. Empecinarse en este asunto sería un grave error para todos los habitantes de este pueblo. Soy un hombre adinerado, lo saben y un tanto despilfarrador, pero si persisten en expulsar a mi sobrina del Instituto Stonewall Jackson, me veré obligado a gastar algo más de dinero. ¿Quién sabe? Tal vez abra un autoservicio Wal-Mart. —¿Es eso una amenaza? —En absoluto, pero da la casualidad de que la finca ocupada por el hotel Southern Comfort es de mi propiedad. Su cierre sería un gran inconveniente para usted, ¿verdad, señora Snow? Su esposo tendría que conducir mucho más para reunirse con esas señoritas tan amigas suyas y estoy seguro de que lo de llegar tarde a cenar va a convertirse en una costumbre. No podemos consentir eso, ¿a qué no?— El señor Snow se puso colorado como un tomate y se agachó para esconderse detrás de un par de tipos grandotes del equipo de fútbol, pero Macon no había hecho más que comenzar.
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Macon señaló con un ademán a una señorita de la Junta Escolar sentada junto a él. — ¿No los he visto a ustedes juntos en alguna parte…? Yo juraría que… —No en absoluto, soy un hombre casado, señor Ravenwood. Macon centró su atención en el calvo sentado junto a Hollingsworth. —Ay, señor Ebitt, si yo rescindiera el arrendamiento de Waydard Dog, ¿dónde se iba a pasar usted las tardes emborrachándose mientras su esposa cree que está en un grupo de estudio de las Sagradas escrituras? —¡Wilson! ¿Cómo has podido usar a Nuestro Señor Todopoderoso como coartada? ¡Arderás en las llamas del infierno tan seguro como que yo estoy aquí!— La señora Ebitt echó mano al bolso y se marchó precipitadamente hacia el pasillo. —¡No es cierto, Rosalie! —¿Ah, no?— Macon sonrió. —No logro imaginarme la de cosas que podría contar Boo si fuera capaz de hablar. Ya saben ustedes, va y viene por todas partes, se mete en los patios y en los garajes de este pueblo suyo tan bonito. Apostaría a que ha visto un par de cositas curiosas. Reprimí una carcajada. El perro levantó las orejas al oír su nombre y bastantes asistentes se revolvieron inquietos en sus asientos, temerosos de que Boo abriera las fauces y resultase tener el don del habla, lo cual no me habría sorprendido después de la noche de Halloween, ni a mí ni a nadie en el condado, considerando la reputación de Macon Ravenwood. —El número de personas no del todo honestas en este pueblo es grande, como pueden ver ustedes mismos. Por eso, han de comprender mi preocupación cuando supe que las terribles acusaciones contra mi propia familia se sustentaban en el testimonio de cuatro adolescentes. ¿No sería mejor para todos dejarlo correr? ¿Acaso no sería lo más… caballeroso, señor? Hollingsworth tenía toda la pinta de estar a punto de sufrir un ataque, la mujer sentada junto a él parecía desear que se la tragara la tierra, el señor Ebitt, cuyo nombre jamás se había mencionado antes de que Macon lo pronunciara, ya había salido detrás de su mujer. Los restantes miembros del comité estaban acongojados, temiendo que Ravenwood o su chucho empezasen a contar a todo el pueblo sus trapos sucios. —Considero que tal vez esté usted en lo cierto, señor Ravenwood. Quizá debamos investigar esas acusaciones un poco más, antes de seguir con una instrucción que, probablemente, presente algunas inconsistencias. —Una sabia elección, señor Hollingsworth, una muy sabia elección.— Macon caminó hacía el pupitre donde se sentaba Lena y le ofreció el brazo. —Vamos, Lena. Es tarde, y mañana tienes clase.— Lena se incorporó y permaneció más erguida de lo habitual.
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El golpeteo de la lluvia en el techo había aminorado hasta convertirse en un débil tamborileo. Marian le anudó un pañuelo en torno al cuello y los tres recorrieron el pasillo con Boo avanzando detrás de ellos. No miraron a nadie más en el recinto. La señora Lincoln se puso de pie, señaló a Lena con el dedo y bramó, —¡Su madre es una asesina! Macon se dio media vuelta y hubo un cruce de miradas. Había algo peculiar en su expresión, y era la misma que cuando le mostré el guardapelo de Genevieve. Boo gruñó de forma amenazante. —Cuidado, Martha, jamás sabes cuándo pueden volver a cruzarse nuestros caminos. —Pero se cruzarán, Macon,— replicó con una sonrisa que era todo menos eso. Ignoraba qué había sucedido entre ambos, pero no parecía un simple rifirrafe. A pesar de que aún no habían salido al exterior, Marian abrió de nuevo el paraguas y sonrió a todos con sumo tacto. —Espero verlos a todos en la biblioteca. No lo olviden, estamos abiertos hasta las seis de lunes a viernes. Indicó la dirección de ésta con la cabeza. —‗¿Sin librerías qué tenemos? No tenemos pasado ni futuro.‘ Pregúntenselo a Ray Bradbury, o acudan a Charlotte y léanlo con sus propios ojos en la pared de la biblioteca pública.— Macon cogió a Marian del brazo, pero ella aún no había terminado. —Ah, y él tampoco fue a Harvard, señora Lincoln. Ni siquiera pudo asistir a la universidad. Y dicho esto, se fueron.
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19 de Diciembre NAVIDADES BLANCAS
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espués de la reunión del Comité Disciplinario, no creo que nadie creyera
que Lena se iba a presentar en la escuela al día siguiente. Pero lo hizo, justo como supe que lo haría. Nadie más sabía que ella había renunciado al derecho de ir a la escuela alguna vez. Ella no iba a permitirle a nadie sacárselo de nuevo. Para todos, la escuela era la prisión. Para Lena, era la libertad. Sólo que no importaba, porque ése fue el día en que Lena se convirtió en un fantasma en Jackson— nadie la miraba, le hablaba, se sentaba cerca de ella en ninguna mesa, tribuna, o escritorio. Para el martes, la mitad de los chicos en la escuela estaban vistiendo la camiseta de los Angeles de Jackson, con esas alas blancas en sus espaldas. La manera en que la miraban, parecía como si la mitad de los profesores desearan poder llevarlas también. El viernes, devolví mi jersey de básquetbol. Simplemente no se sentía como si todos fuéramos ya, del mismo equipo. El entrenador estaba furioso. Después que todo el griterío se calmó, él sólo agitó su cabeza. —Estás loco, Wate. Mira la temporada que estás teniendo, y lo estás tirando por una chica.— Pude escucharlo en su voz. Alguna chica. La sobrina del Viejo Ravenwood. Aun así, nadie dijo ninguna palabra desagradable hacia ninguno de nosotros, por lo menos en nuestras caras. Si la señora Lincoln había puesto el temor de Dios en ellos, Macon Ravenwood le había dado a la gente de Gatlin algo aun peor para temer. La verdad. Mientras miraba los números de Lena en la pared y la aguja del reloj se hacía más y más pequeña, la posibilidad se volvía más real. ¿Y si no podíamos detenerlo? ¿Qué
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pasaba si Lena había estado en lo correcto todo el tiempo, y después de su cumpleaños la chica que conocí desaparecía? Cómo si nunca hubiera estado aquí en absoluto. Todo lo que teníamos era El Libro de las Lunas. Y más y más, había un pensamiento que intentaba mantener fuera de la cabeza de Lena y de la mía. No estaba seguro que el Libro fuera suficiente.
¨ENTRE LAS PERSONAS DE PODER, HAY FUERZAS GEMELAS DE DONDE FLUYEN TODA LA MAGIA, LA OSCURIDAD & LA LUZ¨ —Creo que teníamos todo lo de la Oscuridad y la Luz resuelto. ¿Crees que podríamos llegar a la parte buena? La parte llamada, ¿Lagunas Legales para Tu Día de Reclamo? ¿Cómo vencer un Rufián Catalizador? ¿Cómo Revertir el Paso del Tiempo?— Estaba frustrado, y Lena no estaba hablando. Desde donde nos sentamos en las frías tribunas, la escuela se veía desierta. Se suponía que estuviéramos en la feria de ciencias, observando a Alice Milkhouse empapar un huevo en vinagre, escuchando a Jackson Freeman argumentar que no había tal cosa como el calentamiento global, y Annie Honeycutt contrarrestar con cómo hacer a Jackson una escuela verde. Quizás los Ángeles iban a tener que empezar a reciclar sus folletos. Me quedé mirando el libro de Algebra II colgando de mi mochila. No parecía que hubiera ya algo que valiera la pena aprender en este lugar. Había aprendido lo suficiente en los últimos meses. Lena estaba a un millón de kilómetros de distancia, aún enterrada en el Libro. Lo había comenzado a llevar de acá para allá en mi mochila, por temor a que Amma lo encontrara si lo dejaba en mi habitación. — Aquí hay más sobre Cataclistas.
¨LA MAYOR DE LAS OSCURIDADES ES EL PODER MÁS CERCA AL MUNDO Y AL INFRAMUNDO, EL CATACLISTA. LA MAYOR LUZ ES EL PODER MÁS CERCA AL MUNDO Y AL INFRAMUNDO, EL NATURAL. DONDE NO HAY NADIE QUE PUEDA SER EL OTRO, COMO SI SIN LA OSCURIDAD NO PUEDE HABER LUZ¨ —¿Ves? No vas hacia la Oscuridad. Eres Luz porque eres la Natural. Lena agitó su cabeza y señaló el próximo párrafo. — No necesariamente. Eso es lo que piensa mi Tío. Pero escucha esto…
¨EN EL MOMENTO DEL RECLAMO, LA VERDAD SE HARÁ MANIFIESTA. LO QUE PARECE OSCURIDAD QUIZÁS SEA LA LUZ MÁS GRANDE, LO QUE PARECE LUZ TAL VEZ SEA LA OSCURIDAD MAYOR¨
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—Tenía razón, no había manera de estar seguro. —Entonces se pone realmente complicado. No estoy ni siquiera seguro de entender las palabras.
¨EL ASUNTO OSCURO PUEDE SER EL FUEGO OSCURO, & EL FUEGO OSCURO PUEDE SER LOS PODERES DE TODOS LOS LILUM EN EL MUNDO DE LOS DEMONIOS & HECHICEROS DE OSCURIDAD Y LUZ. SIN TODO EL PODER NO PUEDE HABER PODER. EL FUEGO OSCURO PUEDE SER LA MÁS GRANDE OSCURIDAD & LA MÁS GRANDE LUZ. TODO PODER ES PODER OSCURO, ASI COMO EL PODER OSCURO ES INCLUSO LA LUZ¨ —¿Asunto Oscuro? ¿Fuego Oscuro? ¿Qué es esto, el Big Bang para Hechiceros? —¿Qué pasa con Lilum? Nunca he oído hablar de nada de esto, pero entonces otra vez, nadie me dice nada. Ni siquiera sabía que mi propia madre estaba viva.— Ella intentó sonar sarcástica, pero pude oír el dolor en su voz. —Tal vez Lilum es una palabra antigua para Hechicero, ¿o algo así? —Cuanto más averiguo, menos entiendo. —Y cuanto menos tiempo tenemos. —No digas eso. El timbre sonó y me puse de pie. —¿Vienes? Ella negó con la cabeza. —Me voy a quedar aquí afuera un rato más. Sola, en el frío. Más y más, era así; ella ni me había mirado a los ojos desde la reunión del Comité Disciplinario, casi como si yo fuera uno de ellos. No podía culparla en realidad, considerando que la escuela entera y la mitad de la ciudad habían básicamente decidido que ella era la institucionada chica bipolar de una asesina. —Es mejor que aparezcas en clase tarde o temprano. No le des más municiones al Director Harper. Ella volvió la vista hacia el edificio. —No veo cómo importe ahora.
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Por el resto de la tarde, ella no estuvo por ninguna parte. Por lo menos, si lo estaba, no estaba escuchando. En química, no estuvo para nuestro cuestionario de la tabla periódica.
No eres Oscura, L. Yo lo sabría. En historia, no estuvo allí cuando reconstruimos el debate Lincoln−Douglas, y el Sr. Lee intentó hacerme argumentar el lado Pro−Esclavitud, probablemente como castigo por algún futuro papel de −mentalidad liberal− que estaba destinado a escribir.
No les permitas que te afecte tanto. Ellos no importan.
En ASL, ella no estuvo allí cuando tuve que pararme enfrente de la clase e indicar −Brilla, Brilla, Pequeña Estrella− mientras el resto del equipo de básquetbol simplemente estaba sentado allí, sonriendo burlonamente.
No me voy a ningún lado, L. No me puedes dejar fuera. Fue entonces cuando me di cuenta que ella podía. Para el almuerzo, no podía soportarlo más. Esperé a que ella saliera de Trig y la empujé hacia un lado del pasillo, soltando mi mochila al suelo. Tomé su cara entre mis manos, y la llevé hacia mí. —Ethan, ¿qué estás haciendo? —Esto. Jalé su cara en la mía con ambas manos. Cuando nuestros labios se tocaron, pude sentir el calor de mi cuerpo filtrarse en la frialdad del de ella. Pude sentir su cuerpo fundiéndose en el mío, la inexplicable atracción que nos había unido desde el principio, juntándonos nuevamente. Lena dejó caer sus libros y envolvió sus brazos alrededor de mi cuello, respondiendo a mi toque. Me estaba empezando a marear. El timbre sonó. Ella se apartó de mí, jadeando. Me agaché para recoger su copia de Placeres de los Condenados de Bukowski y su cuaderno de espiral maltratado. El cuaderno estaba prácticamente cayéndose a pedazos, pero entonces de nuevo, ella había tenido mucho de lo que escribir últimamente. —No deberías haber hecho eso. —¿Por qué no? Eres mi novia, y te extraño. —Cincuenta−y−cuatro días, Ethan. Eso es todo lo que tengo. Es tiempo de dejar de pretender que podemos cambiar las cosas. Será más fácil si ambos lo aceptamos.
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Había algo en el modo en que lo dijo, como si estuviera hablando de algo más que sólo su cumpleaños. Ella estaba hablando de otras cosas que no podíamos cambiar. Se dio la vuelta, pero agarré su brazo antes que pudiera darme la espalda. Si estaba diciendo lo que pensé que estaba diciendo, quería que me mirara cuando lo dijera. —¿Qué quieres decir, L?— casi no podía preguntar. Desvió la mirada. —Ethan, sé que piensas que esto puede tener un final feliz, y por un tiempo tal vez yo también lo hice. Pero no vivimos en el mismo mundo, y en el mío, querer algo desesperadamente no hará que ocurra.— Ella no me miraba. — Simplemente somos demasiado diferentes. —¿Ahora somos demasiado diferentes? ¿Después de todo por lo que hemos pasado?— Mi voz se estaba volviendo más fuerte. Un par de personas se volvieron y se quedaron mirándome. Ni siquiera miraron a Lena. —Somos diferentes. Tú eres un Mortal y yo soy una Hechicera, y esos mundos pueden cruzarse, pero nunca serán lo mismo. No estamos destinados a vivir en ambos. Lo que estaba diciendo era que ella no estaba destinada a vivir en ambos. Emily y Savannah, el equipo de básquetbol, la Sra. Lincoln, el Sr. Harper, los Ángeles de Jackson, todos ellos finalmente estaban obteniendo lo que querían. —Esto se trata de la reunión disciplinaria, ¿no? No les permitas… —No es sólo acerca de la reunión. Es todo. No pertenezco aquí, Ethan. Y tú sí. —Así que ahora soy uno de ellos. ¿Es eso lo que estás diciendo? Cerró los ojos y casi pude ver sus pensamientos, enredados en su mente. —No estoy diciendo que seas como ellos, pero eres uno de ellos. Así es como has vivido tu vida entera. Y después que todo esto termine, después que sea Reclamada, todavía vas a estar aquí. Vas a tener que caminar por estos pasillos y por esas calles nuevamente, y yo probablemente no estaré allí. Pero tú sí, por quien sabe cuánto tiempo, y tú mismo lo dijiste − la gente en Gatlin nunca olvida nada. —Dos años. —¿Qué? —Ése es el tiempo que estaré aquí. —Dos años es mucho tiempo para ser invisible. Confía en mí, lo sé.
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Por un minuto, ninguno de los dos dijo nada. Ella sólo se quedó allí parada, jalando jirones de papel de la alambrada columna vertebral de su cuaderno. —Estoy cansada de luchar contra eso. Estoy cansada de pretender que soy normal. —No puedes darte por vencida. No ahora, no después de todo. No puedes permitirles ganar. —Ya lo han hecho. Ellos ganaron el día que rompí la ventana en Inglés. Había algo en su voz que me decía que estaba dándose por vencida en algo más que sólo Jackson. — ¿Estás rompiendo conmigo?— Estaba sosteniendo mi respiración. —Por favor, no hagas esto más difícil. No es lo que quiero, tampoco. —Entonces no lo hagas. No podía respirar. No podía pensar. Era como si el tiempo se hubiera detenido de nuevo, de la forma que lo había hecho en la cena de Acción de Gracias. Sólo que esta vez, no era la magia. Era lo opuesto a la magia. —Sólo creo que las cosas serán más fáciles de esta manera. No cambia el modo en que siento por ti. Levantó la vista hacia mí, con sus grandes ojos verdes brillando con lágrimas. Entonces se volvió y huyó por el pasillo que estaba tan silencioso que podrías haber escuchado un lápiz caer. —Feliz Navidad, Lena. Pero no había nada que escuchar. Ella se había ido, y eso no era algo para lo que hubiera estado preparado en, no en cincuenta y tres días, no en cincuenta y tres años, no en cincuenta y tres siglos. Cincuenta y tres minutos más tarde, estaba sentado solo, mirando por la ventana, lo que era una afirmación justo allí, considerando lo lleno que estaba el comedor. Gatlin estaba gris; las nubes se habían amontonado. No lo llamaría una tormenta, exactamente; no había nevado en años. Si teníamos suerte, Teníamos una nevisca o dos, quizás una vez al año. Pero no había nevado ni un solo día desde que tenía doce años. Desearía que nevara. Desearía poder apretar rebobinar y estar de nuevo en el pasillo con Lena. Desearía poder decirle que no me preocupaba si todos en la ciudad me odiaban, porque no importaba. Estaba perdido antes de encontrarla en mis sueños, y que ella me encontrara ese día en la lluvia. Sabía que parecía como si siempre fuera el que intentaba salvar a Lena, pero la verdad era que ella me había salvado, y no estaba listo para que ella se detuviera ahora.
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—Hey, hombre.— Link se deslizó sobre el banco enfrente mío en la mesa vacía. — ¿Dónde está Lena? Quería darle las gracias. —¿Por hacer qué? Link sacó un doblado pedazo de papel de cuaderno de su bolsillo. — Ella me escribió una canción. ¿Bastante genial, huh?— No podía ni siquiera mirar el papel. Ella le hablaba a Link, simplemente no a mí. Link tomó una porción sin tocar de pizza. —Escucha, tengo un favor que pedirte. —Seguro. ¿Qué necesitas? —Ridley y yo vamos a ir a New York durante el receso. Si cualquiera pregunta, estoy en el campamento de la iglesia en Savannah, por lo que tú sabes. —No hay ningún campamento de la iglesia en Savannah. —Sip, pero mi madre no sabe eso. Le dije que me inscribí porque tenían una especie de banda de rock Bautista. —¿Y ella creyó eso? —Ha estado actuando un poco extraña últimamente, pero qué me importa. Dijo que podía ir. —No importa lo que diga tu madre, no puedes ir. Hay cosas que no sabes acerca de Ridley. Ella es…peligrosa. Podrían sucederte cosas. Sus ojos se iluminaron. Nunca había visto a Link así. Entonces de nuevo, no lo había visto mucho últimamente. Había estado pasando todo mi tiempo con Lena, o pensando en Lena, el Libro, su cumpleaños. Las cosas que mi mundo giraba en torno ahora, o lo hacía, hasta hace una hora atrás. —Eso es lo que espero. Además, me ha pegado fuerte esa chica. Ella en realidad me hace algo, ¿sabes?— Tomó la última porción de pizza de mi bandeja. Por un segundo consideré decirle todo a Link, justo como en los viejos tiempos— acerca de Lena y su familia, Ridley, Genevieve, y Ethan Carter Wate. Link había sabido todo en un principio, pero no sabía si creería el resto, o si podría. Algunas cosas eran simplemente pedir demasiado, incluso de tu mejor amigo. Justo ahora no podía arriesgarme a perder a Link también, pero tenía que hacer algo. No podía dejarlo ir a New York, o cualquier otro lugar, con Ridley. — Escucha hombre, tienes que confiar en mí. No te involucres con ella. Sólo está usándote. Vas a salir lastimado.
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Aplastó una lata de Coca Cola en su mano. — Oh, lo entiendo. Si la chica más caliente de la ciudad está saliendo conmigo, ¿debe estar usándome? Supongo que piensas que eres el único que puede tirarte a una chica caliente. ¿Cuándo llegaste a ser tan ególatra? —Eso no es lo que estoy diciendo. Link se puso de pie. —Creo que ambos sabemos lo que estás diciendo. Olvida que pregunté. Era demasiado tarde. Ridley ya había llegado a él. Nada de lo que dijera iba a cambiar su opinión. Y no podía perder a mi novia y a mi mejor amigo en el mismo día. — Escucha, no lo quise decir de esa manera. No diré nada, no es que tu madre me hable de todas formas. —Está bien. Debe ser difícil tener un mejor amigo que es atractivo y tan talentoso como yo.— Link tomó la galletita de mi bandeja y la partió en dos. Que bien podría haber sido el bizcocho del sucio piso del autobús. Había terminado. Se necesitaría mucho más que una chica, incluso una Sirena, para interponerse entre nosotros. Emily lo estaba mirando. —Es mejor que te vayas antes que Emily te de caza de ratas con tu madre. Entonces no estarás yendo a ningún campamento de la iglesia, real o imaginario. —No estoy preocupado por ella.— Pero lo estaba. No quería quedarse atrapado en la casa con su madre todo el receso de invierno. Y no quería ser expulsado por el equipo, o por todos en Jackson, incluso si era demasiado estúpido o demasiado leal para darse cuenta.
El lunes, ayudé a Amma a traer las cajas de adornos de navidad del ático. El polvo me hizo lagrimar los ojos, por lo menos, eso fue lo que me dije a mí mismo. Encontré toda una pequeña ciudad, iluminada por pequeñas luces blancas, que mi madre solía poner todos los años debajo del árbol de navidad, sobre un pedazo de algodón que pretendíamos era nieve. Las casas eran de su abuela, y ella las había amado tanto que yo también lo había hecho, aun cuando estaban hechas de cartón endeble, pegamento y brillo, y la mitad de las veces se tumbaban cuando intentaba ponerlas de pie. —Las cosas viejas son mejores que las nuevas, porque tienen historias en ellas, Ethan.— Ella sostenía un coche viejo de lata y decía. —Imagina a mi bisabuela jugando con este mismo coche, organizando esta misma ciudad debajo de su árbol, justo como lo hacemos nosotros ahora. ¿No había visto la ciudad desde cuándo? Desde que había visto a mi madre, por lo menos. Se veía más pequeña que antes, el cartón más retorcido y desgarrado. No pude
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encontrar a las personas en ninguna de las cajas, o siquiera los animales. La ciudad se veía solitaria, y me entristeció. De alguna manera la magia se había ido, sin ella. Me encontré tratando de alcanzar a Lena, a pesar de todo. Falta todo. Las cajas están allí, pero está todo mal. Ella no está aquí. No es incluso ni siquiera una ciudad ya. Y ella nunca se va a encontrar contigo. Pero no hubo respuesta. Lena había desaparecido, o me había desterrado. No supe cual era peor. Estaba realmente solo, y la única cosa peor que estar solo era tener a todos los demás viendo qué tan solo estabas. Así que fui al único lugar en la ciudad donde sabía que no me encontraría con nadie. La Biblioteca del Condado de Gatlin. —¿Tía Marian? La biblioteca estaba congelada, y completamente vacía, como de costumbre. Después del modo en que había ido la reunión del Comité Disciplinario, suponía que Marian no había tenido ningún visitante. —Estoy aquí atrás.— Ella estaba sentada en el piso en su abrigo, en medio de una pila, hasta la altura de la cintura, de libros abiertos; como si se acabaran de caer de los estantes a su alrededor. Estaba sosteniendo un libro, leyendo en voz alta, en uno de sus familiares libro−trances. —‘Nosotros lo vemos venir a ÉL, y sabemos que Él es nuestro, Quien, con Su brillo−solar, y Sus Radiaciones, Convierte todo el paciente terreno en flores. El Preferido del mundo está llegan…‘ Ella cierra el libro. Robert Eric. Es una canción de navidad, cantada para el rey en el Palacio Whitehall. Ella sonaba tan lejana como Lena lo había estado últimamente, y yo me sentía ahora. —Lo lamento, no conozco al tipo. — Hacía tanto frío que podía ver su aliento cuando ella hablaba. —¿A quién te recuerda? Convirtiendo el suelo en flores, el preferido del mundo. —¿Te refieres a Lena? Apuesto que la Sra. Lincoln tendría algo que decir al respecto. — Me senté junto a Marian, esparciendo libros en el pasillo. —La Sra. Lincoln. Qué criatura triste. —Agitó la cabeza, y sacó otro libro. —Dickens piensa que la navidad es una época para que las personas ‗abran libremente sus cerrados corazones, y para pensar de las personas que están debajo de ellos como si en realidad fueran colegas pasajeros a la tumba, y no otra raza de criaturas.
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—¿La calefacción está rota? ¿Quieres que llame a Electrónica Gatlin? —Nunca la enciendo. Supongo que me distraje. —Lanzó el libro nuevamente sobre la pila a su alrededor. — Lástima que Dickens nunca vino a Gatlin. Hemos tenido más que nuestra porción de corazones cerrados por aquí. Levanté un libro. Richard Wilbur. Lo abrí, enterrando mi rostro en el aroma de las páginas. Miré las palabras. — ¿Cuál es el opuesto a dos? Un solitario yo, un solitario tú. —Extraño, así era exactamente cómo me estaba sintiendo. Cerré el libro de golpe y miré a Marian. —Gracias por venir a la Reunión, Tía Marian. Espero que no te trajera problemas. Siento que fue todo mi culpa. —No lo fue. —Siento que lo fue. — Lancé el libro abajo. —¿Qué, ahora tú eres el autor de toda la ignorancia? ¿Le enseñaste a la Sra. Lincoln a odiar, y al Sr. Hollingsworth a temer? Ambos simplemente nos quedamos sentados allí, rodeados por una montaña de libros. Ella se estiró y apretó mi mano. — Esta lucha no empezó contigo, Ethan. No terminará contigo tampoco me temo, o conmigo, para lo que cuenta. — Su rostro se volvió serio. — Cuando entré esta mañana, estos libros estaban en una pila en el suelo. No sé cómo llegaron allí, o porqué. Cerré las puertas con llave cuando me fui anoche, y estaban todavía cerradas esta mañana. Todo lo que sé es que, me senté a hojearlos, y cada libro, cada uno de ellos, tenía alguna clase de mensaje para mí acerca de este momento, en esta ciudad, justo ahora. Acerca de Lena, de ti, aun de mí. Agité la cabeza. — Es una coincidencia. Los libros son así. Ella arrancó un libro al azar de la pila y me lo entregó. — Intenta tú. Ábrelo. Tomé el libro de su mano. — ¿Qué es esto? —Shakespeare. Julio César. Lo abrí, y empecé a leer. — `Los hombres en algún momento son maestros de sus destinos: La culpa, querido Brutus, no está en nuestras estrellas, Sino en nosotros mismos, que somos subordinados.´ —¿Qué tiene que ver eso conmigo?
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Marian me miró con atención, por encima de sus gafas. — Soy solamente la bibliotecaria. Sólo puedo darte los libros. No puedo darte las respuestas. Pero sonrió de todos modos. — El asunto acerca del destino es, ¿Eres tú el dueño de tu destino, o lo son las estrellas? —¿Estás hablando de Lena, o de Julio Cesar? Porque odio decírtelo, pero nunca leí la obra. —Tú dime. Pasamos el resto de la hora revisando la pila, tomando turnos para leer el uno al otro. Finalmente, supe por qué había venido. — Tía Marian, creo que necesito volver a entrar en el archivo. —¿Hoy? ¿No tienes cosas que necesitas hacer? ¿Compras navideñas por lo menos? —No hago compras. —Dicho sabiamente. En cuanto a mí, ‗me gusta Navidad en su conjunto….en su manera torpe, acerca la Paz y la Buena Voluntad. Pero es más torpe cada año. —¿Más Dickens? —E. M. Foster. Suspiré. — No puedo explicarlo. Creo que necesito estar con mi madre. —Lo sé. La extraño, también. — En realidad no había pensado en lo que le diría a Marian sobre cómo me estaba sintiendo. Acerca de la ciudad, y en cómo todo estaba mal. Ahora las palabras parecían atascadas en mi garganta, como si otra persona estuviera tropezándose con ellas. — Simplemente pensé que si pudiera estar alrededor de sus libros, podría sentir cómo era antes. Quizás podría hablar con ella. Intenté ir al cementerio una vez, pero no me hizo sentir como si ella estuviera allí, en el suelo. — Me quedé mirando un punto al azar en la alfombra. —Lo sé. —Aún no puedo pensar que ella está allí. No tiene sentido. ¿Por qué meterías a alguien a quien amas en un solitario agujero en la tierra? ¿Dónde está frío, y sucio, y lleno de insectos? Así no puede ser como termina, después de todo, después de todo lo que ella era. — Intenté no pensar en ello, en su cuerpo convirtiéndose en huesos y barro y polvo allí abajo. Odié la idea que ella tuviera que pasar por eso sola, como yo estaba pasando por todo ahora. —¿Cómo quieres tú que termine?— Marian apoyó su mano en mi hombro. —No lo sé. Yo debería, alguien debería construir un monumento, o algo así.
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—¿Al igual que el General? Tu madre se habría reído en forma de eso. — Marian jaló su brazo a mí alrededor. — Sé a lo qué te refieres. Ella no está allí, ella está aquí. Ella tendió su mano, y yo la levanté. Nos sostuvimos las manos todo el camino de regreso al archivo, como si yo fuera un niño al que ella estaba cuidando mientras mi madre estaba trabajando en el fondo. Sacó una anilla gruesa de llaves y abrió la puerta. No me siguió adentro. De regreso en el archivo, me hundí en la silla enfrente del escritorio de mi madre. La silla de mi madre. Era de madera y llevaba la insignia de la Universidad de Duke. Creo que se la habían dado por graduarse con honores, o algo así. No era cómoda, sino reconfortante y familiar. Olí el barniz viejo, el mismo barniz que había probablemente masticado de bebé, y enseguida me sentí mejor que en meses. Podía respirar el aroma de las pilas de libros envueltos en plástico crujiente, el viejo pergamino desmenuzado, el polvo y los baratos gabinetes de archivos. Podía respirar el aire de la particular atmósfera del planeta muy particular de mi madre. Para mí, era lo mismo que si tuviera siete años de edad, sentado en su regazo, enterrando mi rostro en su hombro. Quería ir a casa. Sin Lena, no tenía otro lugar al que ir. Tomé una pequeña fotografía enmarcada del escritorio de mi madre, casi oculta entre los libros. Era ella, y mi padre, en el estudio de nuestra casa. Alguien la había tomado en blanco y negro, hace mucho tiempo. Probablemente para el dorso de la cubierta de un libro, en uno de sus primeros proyectos, cuando mi padre todavía era un historiador, y ellos habían trabajado juntos. Antes, cuando tenían cabellos graciosos, y feos pantalones, y podía ver la felicidad en sus rostros. Era duro de ver, pero más duro de dejar. Cuando fui a regresarla al escritorio, junto al montón de libros polvorientos, un libro me llamó la atención. Lo saqué de debajo de una enciclopedia de armas de la Guerra Civil y un catálogo de plantas nativas de Carolina del Sur. No sabía lo que era el libro. Sólo sabía que estaba marcado con una larga rama de romero. Sonreí. Por lo menos no era un calcetín, o una sucia cuchara de postre. El Libro de cocina de la Liga Juvenil del Condado de Gatlin, Pollo frito y Falta de Tacto. Se abrió, por sí solo, en una única página. — Tomates Fritos en Sartén con Mantequilla,— el favorito de mamá. El aroma de romero se levantaba de las páginas. Miré el romero más de cerca. Era fresco, como si ayer hubiera sido arrancado del jardín. Mi madre no pudo haberlo puesto allí, pero nadie más usaría romero como un marcador de libros. La receta favorita de mi madre estaba marcada con la esencia familiar de Lena. Quizás los libros realmente estaban intentando decirme algo. —¿Tía Marian? ¿Estuviste buscando freír algunos tomates?
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Metió la cabeza por la entrada. — ¿Crees que tocaría un tomate, mucho menos cocinar uno? Me quedé mirando el romero en mi mano. —Eso es lo que pensé. —Creo que eso es la única cosa en la que tu madre y yo no estábamos de acuerdo. —¿Puedo tomar prestado este libro? ¿Sólo por unos días? —Ethan, no tienes que preguntar. Esas son las cosas de tu madre; no hay nada en este cuarto que ella no quisiera que tuvieras. Quería preguntarle a Marian acerca del romero en el libro de cocina, pero no pude. No podía soportar enseñárselo a alguien más, o separarme de él. A pesar de que nunca había freído y probablemente nunca freiría un tomate en mi vida entera. Metí el libro debajo de mi brazo mientras Marian me acompañaba a la puerta. —Si me necesitas, estoy aquí para ti. Para ti y para Lena. Lo sabes. No hay nada que no haría por ti. — Me apartó el cabello de los ojos y me sonrió. No era la sonrisa de mi madre, pero era una de las sonrisas favoritas de mi madre. Marian me abrazó, y arrugó la nariz. —¿Hueles a romero? Me encogí de hombros y me deslicé puertas afuera, dentro del día gris. Tal vez Julio César tenía razón. Quizás era tiempo de enfrentar mi destino, y el destino de Lena. Ya fuera que dependiera de nosotros o de las estrellas, no podía sentarme a esperar a averiguarlo.
Cuando salí, estaba nevando. No podía creerlo. Levanté la vista al cielo y dejé caer la nieve en mi congelada cara. Los gruesos copos de polvo blanco iban a la deriva sin un propósito en particular. No era una tormenta, en absoluto. Era un regalo, quizás hasta un milagro: una navidad Blanca, justo como la canción. Cuando subí en mi porche delantero, allí estaba ella, sentada con la cabeza descubierta en los escalones delanteros con su capucha hacia abajo. En el momento en que la vi, me di cuenta de lo que realmente era la nieve. Una ofrenda de paz. Lena me sonrió. En ese segundo, los pedazos de mi vida que se estaban desmoronando volvieron a su lugar. Todo lo que estaba mal simplemente se arregló por sí mismo; tal vez no todo, pero lo suficiente. Me senté a su lado en el escalón. —Gracias, L. Ella se inclinó contra mí.
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—Sólo quise hacerte sentir mejor. Estoy tan confundida, Ethan. No quiero que salgas lastimado. No sé lo que haría si algo te ocurriera. Le pasé la mano por el cabello húmedo. — No me apartes, por favor. No puedo soportar perder a cualquier otra persona que me importe. — Abrí la cremallera de su abrigo, deslizando mi mano alrededor de su cintura, dentro de su chaqueta, y la jalé hacia mí. La besé mientras ella se apretaba contra mí, hasta que sentí como que derretiríamos todo el jardín delantero si no parábamos. —¿Qué fue eso?— preguntó ella, recuperando el aliento. La besé de nuevo, hasta que no pude aguantarlo más, y me retiré. —Creo que eso se llama destino. He estado esperando para hacer esto desde el evento formal de invierno, y no voy a esperar más. —No lo vas a hacer. —No. —Bien, tendrás que esperar un poco más. Todavía estoy castigada. El Tío M piensa que estoy en la biblioteca. —No me importa si estás castigada. Yo no lo estoy. Me mudaré a tu casa si tengo que hacerlo, y dormiré con Boo en su cucha. —Él tiene un dormitorio. Duerme en una cama con dosel. —Aún mejor. Ella sonrió y se aferró a mi mano. Los copos de nieve se derretían cuando aterrizaban en nuestra cálida piel. —Te he echado de menos, Ethan Wate. — Ella me devolvió el beso. La nieve caía más fuerte, goteándonos. Éramos prácticamente radioactivos. — Tal vez tenías razón. Deberíamos pasar más tiempo juntos como podamos antes que… —Ella se detuvo, pero yo sabía en lo que estaba pensando. —Vamos a encontrar alguna solución, L. Lo prometo. Ella asintió a medias, y se acurrucó dentro de mis brazos. Pude sentir la calma desparramándose entre nosotros. —No quiero pensar en ese día. —Ella me alejó, juguetonamente, de regreso entre los vivos. —¿Si? ¿Entonces en qué quieres pensar? —En ángeles de nieve. Nunca he hecho uno.
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—¿En serio? ¿No hacéis ángeles? —No son los ángeles. Sólo nos mudamos a Virginia por unos pocos meses, así que nunca he vivido en un lugar donde nieva. Una hora más tarde, estábamos empapados, húmedos y sentados alrededor de la mesa de la cocina. Amma se había ido al Shop & Steal, y nosotros estábamos bebiendo el lamentable chocolate caliente que había intentado hacer yo mismo. —No estoy segura que ésta sea la manera de hacer chocolate caliente,— Lena se burlaba de mí mientras yo raspaba un cuenco calentado en microondas de trocitos de chocolate dentro de leche caliente. El resultado fue marrón, blanco y grumoso. Se veía genial para mí. —¿Si? ¿Cómo lo sabrías? ‗Cocina, chocolate caliente, por favor.‘— Imité su voz alta con la mía baja y el resultado fue un crujido extraño de falsete. Ella sonrió. Había extrañado esa sonrisa, incluso cuando sólo habían sido días; la extrañaba incluso cuando habían sido sólo minutos. —Hablando de La Cocina, me tengo que ir. Le dije a mi tío que estaba en la biblioteca, y está cerrada para esta hora. La jalé a mi regazo, sentado en la mesa de la cocina. Estaba teniendo problemas en no tocarla a cada segundo, ahora que podía de nuevo. Me encontré inventando excusas para hacerle cosquillas, cualquier cosa para tocar su cabello, sus manos, sus rodillas. La atracción entre nosotros era como un imán. Ella se inclinó contra mi pecho y simplemente nos quedamos allí sentados hasta que escuché pasos en la planta superior. Ella se escapó de mi regazo como un gato asustado. —No te preocupes, ése es mi padre. Él sólo está tomando una ducha. Es la única vez ya que sale de su estudio. —Está empeorando, ¿no?— Tomó mi mano. Ambos sabíamos que en realidad no era una pregunta. —Mi padre no era así hasta que mi madre murió. Él sólo enloqueció después de eso. — No tenía que decir el resto; ella me había escuchado pensarlo la suficiente cantidad de veces. Acerca de cómo murió mi madre, y nosotros dejamos de cocinar tomates fritos, y perdimos las pequeñas piezas de la ciudad de Navidad, y ella no estaba allí para enfrentarse a la Sra. Lincoln, y nada volvió a ser lo mismo nunca más. —Lo lamento. —Lo sé. —¿Es por eso que fuiste hoy a la biblioteca? ¿Para buscar a tu madre?
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Miré a Lena, apartándole el cabello de la cara. Asentí, sacando el romero de mi bolsillo y colocándolo con cuidado sobre el mostrador. — Vamos. Quiero mostrarte algo. —La jalé fuera de su silla y tomé su mano. Nos deslizamos por los viejos pisos de madera en nuestros calcetines húmedos y nos detuvimos en la puerta del estudio. Miré escaleras arriba al dormitorio de mi padre. Ni siquiera había escuchado la ducha todavía; aún teníamos un montón de tiempo. Intenté con el picaporte de la puerta. —Está cerrada. — Lena frunció el ceño. — ¿Tienes la llave? —Espera, observa lo que pasa. —Nos quedamos parados allí, mirando la puerta. Me sentía estúpido mirando la puerta, y Lena debía haberse sentido igual porque comenzó a reír nerviosamente. Justo cuando yo estaba por empezar a reír, el cerrojo comenzó a destrabarse por sí mismo. Ella dejó de reír.
Eso no es un Hechizo. Sería capaz de sentirlo. Creo que se supone que ingrese, o ambos. Di un paso hacia atrás y el cerrojo se cerró nuevamente. Lena levantó su mano, como si ella fuera a usar sus poderes para abrir la puerta para mí. Toqué su espalda, suavemente. — L. Creo que necesito hacerlo. Toqué el picaporte de nuevo. El cerrojo se destrabó y la puerta se abrió, y caminé dentro del estudio por primera vez en años. Todavía era un lugar oscuro y aterrador. La pintura, cubierta con una sábana, aún pendía sobre el descolorido sofá. Debajo de la ventana, el escritorio de caoba tallado de mi padre estaba empapelado con su última novela, apilada encima de su computadora, apilada encima de la silla, apilada cuidadosamente por la alfombra persa sobre el piso. —No toques nada. Él lo sabrá. Lena se agachó y miró la pila más cercana. Luego, levantó un pedazo de papel y encendió la lámpara de bronce del escritorio. —Ethan. —No enciendas la luz. No quiero que él baje aquí y se desquicie con nosotros. Me mataría si supiera que estuvimos aquí dentro. Todo lo que le importa es su libro. Ella me pasó el papel, sin una palabra. Lo tomé. Estaba cubierto de garabatos. No palabras garabateadas, sólo garabatos. Agarré un puñado de los papeles más cercanos a mí. Estaban cubiertos de líneas serpenteantes y formas, y más garabatos. Levanté un pedazo de papel del piso, nada más que diminutas filas de círculos. Arremetí a través de la basura de papel de su escritorio y el suelo. Más garabatos y formas, páginas y páginas ellos. Ni una sola palabra. Entonces entendí. No había un libro. Mi padre no era un escritor. Ni siquiera era un vampiro.
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Era un loco. Me agaché, puse mis manos en las rodillas. Iba a descomponerme. Debería haberlo visto venir. Lena me frotaba la espalda.
Está bien. Sólo está pasando por un momento difícil. Él volverá a ti. No lo hará. Él se ha ido. Ella se ha ido, y ahora lo estoy perdiendo a él también. ¿Qué es lo que ha estado haciendo mi padre todo este tiempo, evitarme? ¿Cuál era el punto de dormir todo el día y trabajar toda la noche, si no estabas trabajando en la gran novela americana? ¿Si estabas garabateando filas y filas de círculos? ¿Escapar de tu único hijo? ¿Lo sabía Amma? ¿Todos estaban en la broma menos yo?
No es tu culpa. No te hagas esto. Esta vez yo era el que estaba fuera de control. La ira se apoderó de mí, y empujé su laptop fuera de su escritorio, mandando a volar sus papeles. Derribé la lámpara de bronce, y sin ni siquiera pensarlo, jalé fuera la sábana de la pintura que pendía sobre el sofá. La pintura cayó tambaleando al suelo, derribando una estantería baja. Una pila de libros volaron al piso, desparramándose abiertos sobre la alfombra. —Mira la pintura. — Ella la enderezó, en medio de los libros sobre el suelo. Era una pintura mía. Yo, como un soldado confederado, en 1865. Pero era yo, no obstante. Ninguno de los dos necesitó leer la etiqueta con lápiz en el reverso del marco para saber quién era. Él incluso tenía el desgarbado cabello castaño cayéndole por la cara. —Era hora que te conociéramos, Ethan Carter Wate,— dije, justo cuando escuché a mi padre moviéndose pesadamente escaleras abajo. —¡Ethan Wate! Lena miró la puerta, presa del pánico. —¡Puerta!— Se cerró de un golpe y se trabó con cerrojo. Levanté una ceja. No creía que alguna vez me acostumbrara a eso. Hubo golpes en la puerta. —Ethan, ¿estás bien? ¿Qué estás haciendo ahí dentro?— Lo ignoré. No podía imaginar que otra cosa hacer, y no podía soportar mirarlo justo ahora. Entonces me di cuenta de los libros.
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—Mira. Me arrodillé en el suelo enfrente del más cercano. Estaba abierto en la hoja 3. Pasé a la hoja 4 y se volvió a la 3. Justo como el cerrojo de la puerta del estudio. —¿Tú acabas de hacer eso? —¿De qué estás hablando? ¿No nos podemos quedar aquí dentro toda la noche? —Marian y yo pasamos el día en la biblioteca. Y tan loco como suena, ella pensaba que los libros nos estaban diciendo cosas. —¿Qué cosas? —No lo sé. Cosas acerca del destino, y de la Sra. Lincoln, y de ti. —¿Yo? —¡Ethan! ¡Abre la puerta!— Mi padre ahora estaba golpeando, pero me había mantenido afuera lo suficiente. Era mi turno. —En el archivo, encontré una pintura de mi madre en este estudio y luego un libro de cocina, abierto en su receta favorita, con un marcador hecho de romero. Romero fresco. ¿No lo entiendes? Tiene que ver contigo, de alguna manera, y con mi madre. Y ahora estamos aquí, como si algo quisiera que viniera aquí. O, no lo sé − alguien. —O quizás sólo pensaste en ello porque viste la pintura de ella. —Tal vez, pero mira esto. Pasé las hojas del libro de Historia Constitucional enfrente mío, de la hoja 3 a la 4. Una vez más, ni bien la había pasado, la hoja regresó por sí misma. —Eso es extraño. — Ella se volvió hacia el próximo libro. Carolina del Sur: De la Cuna a la Tumba. Estaba abierto en la página 12. Ella la pasó a la 11. Regresó a la 12. Me aparté el pelo de los ojos. — Pero esta página no dice nada, es un gráfico. Los libros de Marian estaban abiertos en ciertas páginas porque estaban intentando decirnos algo, como mensajes. Los libros de mi madre no parecen estar diciéndonos nada. —Quizás es alguna clase de código. —Mi madre era terrible en matemáticas. Ella era una escritora,— dije, como si esa fuera una explicación suficiente. Pero yo no lo era, y mi madre sabía eso mejor que nadie. Lena sopesó el siguiente libro. — Página 1. Esta es sólo la página del título. No puede ser el contenido. —¿Por qué me dejaría un código?— Estaba pensando en voz alta, pero Lena aun así tenía la respuesta.
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—Porque tú siempre sabes el final de la película. Porque creciste con Amma, las novelas de misterio, y los crucigramas. Tal vez tu madre pensó que tú descubrirías algo que nadie más podría. Mi padre azotaba la puerta sin entusiasmo. Miré el próximo libro. Página 9, y luego 13. Ninguno de los números superaba el 26. Y sin embargo, montones de libros tenían muchas más hojas que eso… —Hay 26 letras en el alfabeto, ¿correcto? —Sip. —Eso es. Cuando era pequeño, y no podía sentarme quieto en la iglesia con las Hermanas, mi madre creaba juegos para que yo jugara en el reverso del programa de la iglesia. El ahorcado, palabras revueltas, y este, el código del alfabeto. — Espera, deja que agarre un bolígrafo. —Ella tomó una pluma del escritorio. — Si A es 1 y B es 2— permíteme escribirlo. —Cuidado. A veces solía hacerlo al revés, donde Z es 1. Lena y yo nos sentamos en el medio del círculo de libros, moviéndonos de libro en libro, mientras mi padre afuera aporreaba la puerta. Lo ignoré, justo como él me había estado ignorando. No iba a responderle, o darle una explicación. Dejémoslo que vea cómo se siente para variar. — 3, 12, 1, 9, 13… —¡Ethan! ¿Qué estás haciendo ahí dentro? ¿Qué es todo ese escándalo? — 25, 15, 21, 18, 19, 5, 12, 6. Miré a Lena, y extendí un papel. Yo ya estaba un paso más adelante. — Creo———que se supone sea para ti. Estaba tan claro como si mi madre estuviera parada en el estudio, hablándonos con sus propias palabras, con su propia voz. RECLAMÁTE A TI MISMA Era un mensaje para Lena. Mi madre estaba allí, en alguna forma, en cierto sentido, en algún universo. Mi madre todavía era mi madre, incluso si solamente vivía en los libros y en los cerrojos y en el olor de los tomates fritos y papeles viejos. Ella vivía.
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Cuando finalmente abrí la puerta, mi padre estaba parado allí en su bata de baño. Miró más allá de mí, dentro del estudio, donde las hojas de su libro imaginario estaban desparramadas por todo el piso y la pintura de Ethan Carter Wate descansaba contra el sofá, al descubierto. —Ethan, yo... —¿Qué? ¿Vas a decirme que has estado encerrado por meses en tu estudio haciendo esto?— Levanté una de las hojas arrugadas en mi mano. Bajó la vista al piso. Mi padre puede haber estado loco, pero estaba lo suficientemente cuerdo para saber que me había dado cuenta de la verdad. Lena se sentó en el sofá, viéndose incómoda. —¿Por qué? Eso es todo lo que quiero saber. ¿Hubo alguna vez un libro o simplemente intentabas evitarme? Mi padre levantó la cabeza lentamente, con sus ojos cansados e irritados. Se veía viejo, como si la vida lo hubiera consumido de a una decepción a la vez. — Sólo quería estar cerca de ella. Cuando estoy aquí dentro, con sus libros y sus cosas, se siente como si en realidad no se hubiera ido. Aun puedo olerla. Tomates fritos…— Su voz se apagó, como si nuevamente estuviera perdido en su propia mente y el extraño momento de claridad se hubiera ido. Pasó junto a mí, de regreso al estudio, y se agachó a recoger una de las hojas cubiertas de círculos. Su mano temblaba. — Estaba intentando escribir.— Miró hacia la silla de mi mamá. — Simplemente ya no se qué escribir. No era por mí. Nunca había sido por mí. Era por mi madre. Hace unas horas me había sentido de la misma manera en la biblioteca, sentado entre sus cosas, tratando de sentirla allí conmigo. Pero ahora sabía que no se había ido, y todo era diferente. Mi padre no lo sabía. Ella no estaba destrabando puertas para él o dejándole mensajes. Él ni siquiera tenía eso.
La semana siguiente, en Víspera de Nochebuena, la deteriorada y deformada ciudad de cartón no parecía tan pequeña. El ladeado campanario se mantenía en la iglesia, y la granja incluso se paraba por sí misma, si la ponías bien derecha. El brillante pegamento blanco centellaba y las mismas viejas piezas de nieve de algodón sujetaban la ciudad, constante como el tiempo. Me acosté en el suelo sobre mi estómago, con mi cabeza metida en las ramas más bajas del gordo pino blanco, justo como lo había hecho siempre. Las agujas azul—verde rayaban mi cuello mientras yo cuidadosamente empujaba una serie de diminutas luces blancas, una por una, en los orificios circulares en la parte posterior de la rota aldea.
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Me senté hacia atrás para echar una mirada, la suave luz blanca desviaba colores a través de las ventanas de papel pintado de la ciudad. Nunca encontramos a las personas, y los coches de hojalata y los animales todavía estaban desaparecidos. La ciudad estaba vacía, pero por primera vez no parecía desierta, y yo no me sentía solo. Mientras estaba sentado allí, escuchando rayar el lápiz de Amma, y el chirriante disco viejo de navidad de mi padre, algo me llamó la atención. Era pequeña y oscura, y atrapada en un pliegue entre las capas de nieve de algodón. Era una estrella, del tamaño de un centavo, pintada de plateado y dorado, y rodeada por un halo trenzado hecho de lo que parecía ser un clip de papel. Era del destapa pipas de la ciudad del árbol de Navidad, que no habíamos sido capaces de encontrar en años. Mi madre lo había hecho en la escuela, siendo una niña pequeña en Savannah. Lo puse en mi bolsillo. Se lo daría a Lena la próxima vez que la viera, para su collar de encantos, para que la custodie. Así no se perdería nuevamente. A mi madre le habría gustado eso. Le gustaría eso. Justo como le habría gustado Lena— o tal vez incluso, le gustaba. Reclámate a ti misma. La respuesta había estado enfrente nuestro, todo el tiempo. Simplemente estaba encerrada con todos los libros en el estudio de mi padre, atrapada entre las páginas de los libros de cocina de mi madre. Un poco enmarañada en la polvorienta nieve.
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12 de Enero PROMESA
H
ay algo en el ambiente. Cuando oyes esta frase, lo normal es que no pase
nada, pero cuanto más inminente era el cumpleaños de Lena, la sensación era más intensa. A la vuelta de las vacaciones navideñas nos encontramos las taquillas y las paredes llenas de pintadas, pero haber echado antes un vistazo al Libro de las Lunas ni siquiera habríamos sabido de qué se trataba. Una semana más tarde, todas las ventanas se abrieron de pronto en plena clase de inglés. Podía haber sido otra vez el viento, salvo que no soplaba ni una ligera brisa. Por otra parte, ¿cómo era posible que el viento se notara sólo en una única aula? Como ya no estaba en el equipo de baloncesto, tenía que ir a clase de educación física el resto del curso, era la peor asignatura del Instituto Jackson con diferencia. Después de una hora de sprints cronometrados y de hacerme unas cuantas quemaduras de tanto subir y bajar hasta el techo del gimnasio en una soba con nudos fui a la taquilla y me encontré con que estaba abierta y todos mis papeles tirados por el pasillo. Mi mochila había desaparecido. Link la localizó al cabo de unas horas en un contenedor de basura fuera del gimnasio, pero aprendí la lección: el instituto no era un lugar adecuado para el Libro de las Lunas. A partir de ese momento lo guardé en mi armario y esperé a que Amma lo descubriera, dijera algo o cubriera con sal el suelo de mi cuarto, pero no ocurrió nada de eso. Me enfrascaba en la lectura de sus páginas, estuviera o no con Lena, con el desgastado diccionario de latín de mi madre. Utilizaba unas manoplas de Amma para reducir al mínimo las quemaduras. Había miles de hechizos y sólo unos pocos estaban
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traducidos. El resto estaba escrito en idiomas ilegibles para mí o en la lengua Caster, que ni siquiera podía aspirar a descifrar. La inquietud de Lena aumentaba conforme nos familiarizábamos cada vez más con sus páginas. —Llámate a ti misma. Eso no significa nada. —Por supuesto que sí. —Ningún capítulo lo menciona. No existe ni una sola descripción sobre la Llamada en el libro. —Basta con seguir mirando. Esto no vamos a encontrarlo en ningún resumen. El libro tenía la respuesta… si lográbamos encontrarla. No éramos capaces de pensar en otra cosa, bueno, en eso y en que quedaba un mes antes de que todo estuviera perdido.
Por la noche nos quedábamos despiertos hasta las tantas, charla que te charla, cada uno en nuestra casa, sobre todo ahora, que cada velada parecía estar más cerca de la que podía estar la última.
¿En qué piensas Lena? ¿De verdad quieres saberlo? Siempre lo quiero saber. ¿Siempre? Contemplé el mapa arrugado de mi pared. La delgada línea verde unía todos los lugares que reconocía por mis lecturas. Ahí figuraban los escenarios de mi futuro imaginario unidos con cinta, indicadores y chinchetas. Habían cambiado muchas cosas en seis meses. Ninguna cinta verde me conducía al futuro, ya no, sólo una chica. Me costaba oír sus pensamientos. Tenía que esforzarme para escucharla.
Una parte de mí desearía no haberte conocido. Es una broma ¿no? Ella no contestó, al menos no inmediatamente.
Hace que todo sea mucho más complicado. Antes tenía mucho que perder, pero ahora te tengo a ti. Entiendo lo que quieres decir.
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Di un golpe en la pantalla de la lámpara, situada junto a la cama, y me encontré con la vista clavada en la bombilla. Si la miraba directamente, el brillo del filamento me cegaba y me hacía llorar.
Y ahora podría perderte a ti. Eso no va a suceder, L. Se mantuvo en silencio mientras espirales y destellos luminosos me cegaban hasta el punto de que era incapaz de ver el tono azul del techo a pesar de tenerlo delante.
¿Lo prometes? Lo prometo. No estaba en mi mano cumplir ese compromiso, y ella lo sabía, pero lo hice de todos modos porque iba a encontrar la forma de hacer realidad mi promesa. Me quemé la mano al intentar quitar la luz.
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04 de Febrero SANDMAN O ALGUIEN PARECIDO
F
altaba una semana para el cumpleaños de Lena.
Siete días. Ciento sesenta y ocho horas. Diez mil ochenta segundos.
Llámate a ti misma. Lena y yo estábamos reventados. Hacíamos novillos para pasarnos los días con el Libro de las Lunas. Yo era un hacha falsificando la firma de Amma y la señorita Hester no tenía agallas para pedirle a Lena una nota firmada por Macon Ravenwood. Era un frío de día de cielos despejados. Estábamos acurrucados en el gélido jardín de Greenbrier, protegidos por el viejo saco de dormir mientras intentábamos averiguar por enésima vez cómo podía ayudarnos el libro. Estaba seguro de que Lena empezaba a rendirse. Había llenado el techo con esos garabatos de rotuladores indelebles Sharpie y las paredes rebosaban palabras imposibles de expresar e ideas que le asustaban demasiado para manifestarlas en voz alta.
Fuego oscuro, luz oscura / materia oscura, ¿qué importa? La gran oscuridad absorbe la gran luz mientras ellos devoran mi alma / Caster / una chica sobrenatural / antes / a primera vista / siete días / siete días / siete días / siete días / 7777777777777777.
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No podía culparla, pues la cosa pintaba muy mal, pero yo no estaba dispuesto a abandonar. Jamás iba a rendirme. Lena se dejó caer sobre el viejo muro de piedra, tan desmoronado como las escasas oportunidades que nos quedaban. —Esto es imposible. Hay demasiados hechizos y ni siquiera sabemos cuál buscamos. Había conjuros para cualquier propósito imaginable: vincular a los traidores, atraer agua marina, vincular runas. Pero no decía nada de nada acerca de hechizos para liberar a tu familia de la maldición de un Vínculo oscuro, ni neutralizar el intento de resucitar a un héroe de guerra por parte de la tatatarabuela Genevieve o evitar volverse Oscuro al día de la Llamada. Ni siquiera el que yo estaba buscando con ahínco: salvar a tu chica, ahora que al fin te has echado novia, antes de que sea demasiado tarde. Volví a echarle un vistazo al índice de contenidos: Obsecrationes, Incantamina, Nectentes, Maledicentes, Maleficia. —No te preocupes. Lo averiguaremos. —Pero albergaba serias dudas incluso mientras lo decía.
Crecía en mi interior la sensación de que mi cuarto estaba encantado conforme el libro permanecía cada vez más tiempo en la balda superior de mi armario. Lo de los sueños nos pasaba a los dos todas las noches, y eran casi siempre pesadillas, la cosa iba de mal en peor. Muchas noches sólo lograba dormir un par de horas, los sueños me asaltaban en cuanto cerraba los párpados y me amodorraba. Estaban ahí, al acecho, pero lo malo era que se trataba de la misma pesadilla repitiéndose en un bucle incesante. Perdía a Lena todas las noches, una y otra vez, y eso me estaba matando. Mi única táctica alternativa era permanecer despierto, así que me entretenía con videojuegos, me ponía hasta las cejas de coca cola y Red Bull para tener en la sangre azúcar y cafeína en abundancia y leía de todo, desde El corazón de las tinieblas hasta mi número favorito de Estela plateada, ése en el cual Galactus devora el universo, pero, como sabe todo el que no pega ojo en varios días, a la tercera o cuarta noche estás tan hecho polvo que te quedas dormido de pie. Ni siquiera Galactus tenía ninguna posibilidad de triunfar contra la somnolencia. Llamas. Había lenguas de fuego por doquier. Y humo. Me asfixiaba por culpa del humo y la ceniza. Aquello estaba oscuro como boca de lobo y resultaba imposible ver nada. El calor era tan intenso que lo sentía como papel de lija sobre la piel.
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Sólo era posible oír el rugido del incendio. Ni siquiera lograba escuchar los gritos de Lena, salvo en mi mente.
¡Suéltame, debes irte! Sentía chasquidos en los huesos de la muñeca, como cuerdas de una guitarra que se rompen una tras otra. Lena se soltaba de mi mano como si se preparase para que la dejara caer, cosa que yo jamás hacía.
No voy a hacerlo, L. No pienso dejarte ¡Hazlo! Sálvate, por favor Yo nunca la soltaba. Sin embargo, sentía cómo sus dedos resbalaban entre los míos, y por mucho que apretara con más fuerza, ella seguía escurriéndose…
Entre toses, me incorporé en la cama como impulsado por un resorte. La ilusión parecía tan real que sentía el sabor del humo, pero en mi habitación no hacía calor, sino frío, la ventana volvía a estar abierta. La luz de la luna hizo posible que el iris se me acostumbrara a la oscuridad antes de lo habitual. Por el rabillo del ojo atisbé cómo algo se movía entre las sombras. Había alguien allí. —¡Joder! El intruso intentó escabullirse antes de que me diera cuenta, pero no fue lo bastante rápido. Cuando supo que le había visto, hizo lo único que podía hacer: volver su rostro hacía mí. —Aunque no me considero precisamente un santo, ¿cómo voy a reprocharte ese lenguaje después de una escapatoria tan indigna? Macon esbozó esa sonrisa suya a lo Cary Grant y se acercó a los pies de mi cama. Llevaba un largo abrigo negro y unos pantalones de sport oscuros. Parecía haberse ataviado como si fuera de paseo al pueblo a principios del siglo pasado en vez de cómo un intruso de nuestros días. —Hola, Ethan. —¿Qué demonios hace en mi cuarto?
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Macon parecía un tanto aturullado, lo cual significaba que no tenía en la punta de la lengua una explicación inmediata y estupenda. —Es complicado. —Pues simplifíquelo. Se ha encaramado a mi ventana en plena noche, así que debe de ser un vampiro o un pervertido, o un poco las dos cosas. ¿Cuál de ellas es? —¡Mortales! Para vosotros todo es blanco o negro. No soy un Hunter, ni tampoco un Harmer. Me estás confundiendo con mi hermano, Hunting. No me interesa la sangre. —Se estremeció sólo de pensarlo—. Ni la sangre ni la carne. —Encendió un cigarro y jugueteó con él. A Amma le iba a dar un síncope cuando oliera la nicotina a la mañana siguiente—. De hecho, ambas cosas me dan un poco de asco. Se me estaba acabando la paciencia. No había dormido en varios días y estaba harto de que todo el mundo esquivara mis preguntas. Quería respuestas y las quería ahora. —Ya estoy harto de acertijos. Respóndame a una cosa: ¿qué hace en mi dormitorio? Ravenwood se encaminó hacia la vieja silla que había delante del escritorio y se sentó con un movimiento rápido. —Digamos que sólo estaba…escuchando a escondidas. Había hecho una bola con cada vieja camiseta del equipo de baloncesto y la había dejado en el suelo. La recogí y me la puse antes de levantarme. —¿Y qué escuchaba exactamente? Aquí no hay nadie. Yo estaba durmiendo. —No, estabas soñando. —¿Cómo sabe eso? ¿Es qué uno de sus poderes es Caster? —Me temo que no. No soy un Caster, técnicamente no. Se me hizo un nudo en la garganta. El tío de Lena nunca salía de casa durante el día, era capaz de materializarse de la nada, observaba todo a través de los ojos de un lobo al que hacía pasar por perro y había estado a punto de acabar con un Caster Oscuro sin inmutarse. Si no era un Caster, sólo quedaba una explicación. —Así pues, es usted un vampiro. —Nada de eso. —Parecía perplejo—. Eso es un cliché muy vulgar y poco halagador…No existe nada parecido a los vampiros. Supongo que también crees en hombres lobo y en alienígenas. La culpa de todo esto la tiene la televisión. —Dio una prolongada calada al cigarro—. Lamento decepcionarte. Soy un Incubo. Estoy seguro de que es cuestión de tiempo que Amarie te lo diga, dado ese interés suyo en desvelar todos mis secretos. — ¿Un Incubo? —Ni siquiera sabía si tenía que estar asustado o no. Esa confusión debió
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de reflejarse en mi rostro, porque Ravenwood se sintió obligado a añadir una explicación—. Los caballeros como yo disponemos de ciertos… poderes gracias a nuestra naturaleza, pero tenemos que reponerlos con regularidad. Pronunció el verbo ―reponer‖ de un modo inquietante. —¿A qué se refiere con eso de reponer? —A falta de un término más preciso, nos alimentamos de los mortales para reponer fuerzas. —Empecé a ver girar la habitación, o tal vez era Macon quien daba vueltas—. Siéntate, Ethan, te has puesto pálido. El tío de Lena se plantó junto a mí de dos zancadas me condujo hasta la cama para que me sentara. —Como he dicho, empleo la palabra ―alimentar‖ porque no hay otra más adecuada. Sólo un Incubo de sangre se nutre de la sangre de los mortales y yo soy un Incubo de sangre. Aunque los dos somos Lilum, los que moran en la Oscuridad absoluta, yo he evolucionado. Tomo algo muy abundante entre los mortales, algo que ni siquiera necesitáis. —¿El qué? —Sueños. Fragmentos y retazos de sueños. Ideas, deseos, miedos, recuerdos… Nada que vayáis a echar de menos. Las palabras salían despacio de sus labios, como términos de un conjuro, mientras yo me devanaba los sesos en mi intento de comprenderlas, pero tenía la mente embotada. Y entonces lo entendí todo y sentí cómo todas las piezas del rompecabezas chasqueaban en mi mente mientras encajaban en su sitio. —Los sueños… ¿Se ha llevado una parte de mis sueños? ¿Los ha absorbido? ¿Por eso no recuerdo ni uno entero? Sonrió y echó el cigarro en una lata vacía de coca cola olvidada encima del escritorio. —Me declaro culpable, excepto en lo de absorber. No es la palabra más adecuada. —Si es usted el que absorbe, bueno, el que roba mis sueños, entonces conoce el resto, quiero decir: usted sabe cómo acaba. Puede decírnoslo y entonces podremos entenderlo. —Me temo que no. Elijo cada fragmento intencionadamente. —¿Por qué no desean que nos enteremos de lo que pasa? Si conocemos el resto del sueño, tal vez seamos capaces de impedir que ocurra.
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—No es que yo no entienda del todo lo que sucede, eres tú quien sabe demasiado. —Deje ya de hablar de esa forma tan enigmática. Usted sigue diciendo que puedo proteger a Lena, que tengo que poder. ¿Por qué no me cuenta de qué va esto en realidad, señor Ravenwood? Porque estoy harto, me he cansado de dar tumbos. —No puedo revelar lo que ignoro, hijo. Eres un verdadero misterio. —¡Yo no soy su hijo! —¡Melquisedec Ravenwood! —El hombre perdió la compostura cuando la voz de Amma retumbó como el tañido de una campana—. ¿Cómo te atreves a entrar en esta casa sin mi permiso? —Estaba en la puerta, en bata y llevaba una larga hilera de cuentas en la mano. Habría pensado que era un collar de no haber sabido lo que era. Agitó el talismán con ira—. Según nuestro trato, no puedes acceder a esta casa. Búscate otro sitio para tus sucios quehaceres. —No es tan sencillo, Amarie. El chico ve en sueños cosas peligrosas para ellos dos. Amma se puso furibunda al oír aquello. —¿Te estás alimentando de mi niño? ¿Es eso lo que dices? ¿Supones acaso que eso va a hacer que me sienta mejor? —Calma, tranquila, no te lo tomes al pie de la letra. Me limito a hacer lo necesario para protegerlos a los dos. —Sé qué eres y qué haces, Melquisedec, y darás cuenta al diablo a su debido tiempo, pero no traigas el mal a mi casa. —Ha pasado mucho tiempo, desde que elegí y he luchado conmigo mismo para no convertirme en lo que estaba destinado a ser. He luchado contra ello todas las noches de mi vida. Pero no soy Oscuro, no mientras tenga que ocuparme de la chica. —Eso no cambia lo que eres. Eso no puedes elegirlo. Macon entrecerró los ojos. El acuerdo entre ambos era delicado, eso era obvio, como también lo era que él lo había puesto en peligro al entrar aquí. ¿Cuántas veces había venido? Y yo ni siquiera lo sabía. —¿Por qué no se limita a decirme qué sucede al final? Después de todo, ése es mi sueño. —Es un sueño poderoso y perturbador. Lena no necesita conocerlo, no está preparada para verlo, y vosotros dos estáis conectados de una forma inexplicable. Ella ve todo lo que tú ves. ¿Entiendes ahora por qué debía eliminarlo?
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Me pillé un buen rebote. Estaba enfadado, mucho más que cuando la señora Lincoln se plantó ante el comité de disciplina y se puso a soltar embustes, mucho más que cuando descubrí los cientos de páginas de garabatos sin sentido. —Si usted sabe algo que puede ayudarla, ¿por qué no nos lo dice? ¿Por qué no deja de usar sus trucos mentales de caballero Jedi sobre mí y mis sueños y me deja verlo por mí mismo? —Sólo intento proteger a Lena, la quiero, y nunca… —Lo sé, eso ya lo he oído. Nunca haría nada que pudiera hacerle daño, pero se ha olvidado mencionar una cosa: no nos ha contado que tampoco iba a hacer nada por ayudarla. Apretó los dientes. Ahora era él quien estaba enfadado, yo podía reconocerlo. Pero no varió el gesto ni siquiera medio minuto. —Intento protegerla, Ethan, y también a ti. Sé que cuidas de mi sobrina y que le has brindado algún tipo de protección, pero ahora no ves las cosas como son, ciertas cosas están más allá de cualquier tipo de control por nuestra parte. Un día lo entenderás. Ella y tú sois muy distintos. <<Especies Diferentes>>, tal y como el otro Ethan le había escrito a Genevieve. Lo comprendí todo. No había cambiado nada en más de cien años. Ravenwood suavizó la dureza de su mirada. Pensé que tal vez se estaba compadeciendo de mí, pero había algo más. —En último término, esto se convertirá en una carga difícil de sobrellevar y ese peso siempre recae sobre los hombros del mortal. Confía en mí, lo sé. —No me fío de usted, y se equivoca: Lena y yo no somos tan diferentes. —Cuánto envidio a los mortales. Os creéis capaces de cambiar el mundo, detener el universo y deshacer lo hecho hace mucho tiempo. Sois hermosas criaturas — En principio, me estaba hablando a mí, pero yo no tenía la impresión de que se refiriera a mí —. Pido disculpas por mi intromisión. Ahora me voy y te dejo dormir. —Manténgase lejos de mi habitación y de mi cabeza, señor Ravenwood. Se volvió hacia la puerta, lo cual me sorprendió un poco, la verdad, pues daba por hecho que iba a marcharse por donde había entrado. —Una cosa más: ¿sabe Lena qué es usted? —Por supuesto. —Macon sonrió—. No hay secretos entre nosotros. No le devolví la sonrisa. Entre ellos había algo más que un montón de secretos, incluso aunque su condición de incubo no fuera uno de ellos, y tanto él como yo lo sabíamos.
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El intruso se dio la vuelta y desapareci贸 entre el revoloteo de los faldones de su abrigo. Como si tal cosa.
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05 de Febrero LA BATALLA DE HONEY HILL
A
la mañana siguiente me desperté con dolor de cabeza y un martilleo en
las sienes. Y no lo hice pensando en que los hechos de la velada anterior jamás habían sucedido, como ocurre tan a menudo en los cuentos. No se me pasó por la cabeza ni durante un segundo considerar que había sido un sueño la aparición y desaparición de Macon Ravenwood en mi habitación. Durante los meses posteriores a la muerte de mi madre me levantaba todas las mañanas convencido de que había tenido una pesadilla. No volvería a cometer ese error jamás. Esta vez sabía que si todo tenía pinta de haber cambiado era porque había cambiado de verdad. Si las cosas me parecían cada vez más raras, se debía a que lo eran. Si tenía la sensación de que a Lena y a mí se nos acababa el tiempo, era porque se nos estaba agotando.
Seis días y seguía la cuenta atrás. Todo cuanto podía decirse era que las cosas no se presentaban bien para nosotros. Y, por supuesto, no decíamos nada. En el instituto hacíamos lo de siempre: íbamos juntos de la mano por el pasillo, nos besábamos al final de las taquillas hasta que nos dolían los labios y yo me sentía a puntos de morir electrocutado. Permanecíamos dentro de nuestra burbuja y disfrutábamos fingiendo vivir unas vidas normales o lo poco que nos quedaba de ellas. Estábamos juntos todo el día, todos los minutos de clase, incluso en aquellas asignaturas en que no coincidíamos.
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Lena me hablaba de las islas Barbados y de la línea donde se encontraban el cielo y el mar, tan fina que resultaba imposible diferenciar uno de otro, mientras se suponía que yo estaba haciendo un cuenco de barro en la clase de cerámica. Lena me hablaba de su abuela, que le dejaba beber 7-Up usando regaliz rojo a modo de pajita, mientras en clase de literatura escribíamos un ensayo sobre El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde y Savannah Snow mascaba chicle sin cesar. Me habló también de Macon, el cual, hasta donde le alcanzaba la memoria, y a pesar de todo, con independencia de donde estuviera, siempre había estado presente el día de su cumpleaños. Esa noche, tras permanecer en vela hasta las tantas, peleando con el Libro de las Lunas, contemplamos juntos el amanecer a pesar de que ella estaba en Ravenwood y yo en mi casa.
¿Ethan? Aquí estoy. Tengo miedo. Lo sé. Deberías dormir un poco, L. No quiero despilfarrar el tiempo durmiendo. Yo tampoco. Pero ambos sabíamos que eso no era así. A ninguno de los dos nos apetecía demasiado tener sueños.
—<< La noche de la Llamada es de gran debilidad, pues se ayuntan la Oscuridad de dentro y la de fuera, y entonces la persona de poder debe abrirse a la gran Oscuridad sin defensas, Vínculos, hechizos de guardar y amparar, y la muerte para siempre y eterna a la hora de la Llamada ha de esperar >>. Lena cerró el libro de golpe. —No soy capaz de leer más sobre esto. —No me extraña que tu tío ande tan preocupado todo el rato, no bromeo. —No basta con que pueda convertirme en una especie de demonio maléfico, también puedo sufrir la muerte eterna. Pon eso en la lista, debajo de condenación inminente. —Lo tengo. Demonio. Muerte. Condenación.
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Nos hallábamos una vez más en el jardín de Greenbrier. Lena me dio el libro y se dejó caer de espaldas para poder contemplar el cielo. Yo albergaba la esperanza de que estuviera jugando con las nubes y no dándole vueltas a lo poco que habíamos averiguado durante aquellas tardes estudiando el libro. En todo caso, no le dije que me ayudara mientras pasaba las páginas con los viejos guantes de jardinería de Amma, que me estaban demasiado pequeños. El libro de las Lunas tenía miles de páginas y algunas explicaban más de un conjuro. Estaban organizadas sin orden ni concierto, o al menos yo no acertaba a saberlo. El índice había resultado ser una patraña de primera categoría, pues apenas se correspondía con el contenido. Me puse a pasar las hojas con la esperanza de acabar tropezándome con algo de interés, pero la gran mayoría resultaba ser un galimatías. Miraba las palabras sin entender ni torta. I Ddargandfod yr Hyn Sudd ar Goll Datodwch y Cwlwm, Troellwch a Throwch ef Bwriwh y Rhwymyn Hwn Fel y Caf Ganfod Yr Hyn rwy´n Dyheu Amdand Yr Hyn rwy´n ei Geisio. Entonces se me encendió la bombilla y me acordé de una cita que me estaba clavada con chinchetas en el estudio de mis padres: << Pete et invenies >>. Busca y encontrarás. << Invenies >>. Encontrar. Ut unvenias quod abest Expedi nodum, torque et convolve Elice hoc vinculum Ut inveniam Quod desidero Quod peto. Pasé a toda prisa las páginas del diccionario de latín de mi madre. Garabateaba las palabras por detrás a medida que las iba traduciendo y al final me encontré cara a cara con los términos del hechizo. Para hallar lo perdido Deshago el nudo, giro y enrollo.
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Hago este vínculo Para poder encontrar Aquello que anhelo, Aquello que busco. —¡He encontrado algo! Lena se incorporó para echar un vistazo por encima de mi hombro. —¿De qué hablas? —preguntó con escasa convicción. Sostuve en alto el papel que yo había escrito aunque mi letra era casi ilegible. —He traducido esto. Da la impresión de que puede servir para encontrar algún objeto perdido. Lena se acercó más para revisar mi traducción y puso los ojos como platos. —Es un hechizo de localización. —Suena como algo útil para averiguar respuestas, quizá nos sirva para descubrir cómo deshacer la maldición. Lena me quitó el libro de un tirón y lo apoyó en su regazo para estudiar concienzudamente la página. Señaló el conjuro situado encima del texto en latín. —Es el mismo conjuro en galés, o eso creo. —¿Pero nos sirve de algo? —Ni idea. Ni siquiera sabemos qué estamos buscando. —Torció el gesto; de pronto, parecía menos entusiasmada—. Además. Los hechizos orales no son tan fáciles como aparentan y yo nunca he hecho uno. Pueden salir mal un montón de cosas. ¿Estaba de guasa? —¿Cómo? ¿Qué las cosas pueden salir mal? ¿Hay algo peor que el hecho de que te conviertas en una Caster Oscura el día de tu decimosexto cumpleaños? —Le arrebaté el libro de las manos, se me quemaron las margaritas dibujadas en los guantes—. ¿Por qué expoliamos una tumba y malgastamos semanas intentando averiguar sus secretos si ni siquiera vamos a probar suerte? Sostuve el libro en alto hasta que uno de mis guantes empezó a echar humo. Lena sacudió la cabeza.
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—Dámelo. —Respiró hondo—. Vale, lo intentaré, pero te lo advierto: no tengo la menor idea de qué puede suceder. Habitualmente no lo hago así. —¿Así como? —La forma de usar mis poderes, ya sabes, todo ese rollo de los Naturales. Ésa es la cuestión, que se supone que todo debe salir de forma natural y la mitad del tiempo ni siquiera sé lo que me hago. —Vale, pues entonces yo te ayudo esta vez. ¿Qué debo hacer? ¿Dibujar un círculo en el suelo? ¿Encender velas…? Puso los ojos en blanco —¿Qué tal si te sientas ahí? —Contestó, y señaló un lugar a varios metros de distancia—. Sólo por si las moscas. Yo esperaba más preparativo, pero bueno, era simple mortal, ¿qué iba a saber yo? Hice caso omiso a su orden de distanciarme de su primer intento de conjuración oral, pero sí retrocedí varios pasos. Lena sostuvo el libro en alto, lo cual era toda una hazaña, pues pesaba lo suyo, y tomó aire. Iba moviendo los ojos conforme leía los
versos del conjuro. Para hallar lo perdido Deshago el nudo, giro y enrollo. Hago este Vínculo Para poder encontrar Aquello que anhelo, Alzó la vista y recitó la última línea en voz nítida y fuerte.
Aquello que busco. Durante unos instantes no pasó nada. Las nubes seguían sobre nuestras cabezas y el aire era frío. Lena se encogió de hombros. No había funcionado. Llegó a la misma conclusión que yo hasta que oímos un sonido similar al producido por una ráfaga de aire al pasar por un túnel. El árbol situado detrás de mí se había incendiado, de hecho, estaba ardiendo, las llamas subían por el tronco entre chasquidos y se extendían por las ramas. Jamás había visto extenderse un fuego con semejante rapidez. La madera empezó a humear de inmediato y, entre toses, me acerqué a Lena para alejarla de las llamas.
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—¿Estás bien? —También estaba tosiendo. Aparté los rizos negros de su rostro—. Bueno, es evidente que no ha funcionado, a no ser que lo que querías fuera tostar un caramelo de malvavisco realmente gigante. Lena esbozó una sonrisa de circunstancias. —Te avisé de que las cosas podían torcerse. —Eso se queda corto. Alzamos la vista y contemplamos el ciprés en llamas. Cinco días y seguía la cuenta atrás. Cuatro días y seguía la cuenta atrás. Las nubes se arremolinaban en el cielo y Lena estaba enferma en casa. El río Santee bajaba desbordado y los caminos que discurrían al norte del pueblo estaban inundados. En las noticias locales hablaban sin cesar del calentamiento global, pero yo sabía bien de qué iba la cosa. Lena y yo discutíamos sobre el libro mientras yo estaba en clase de matemáticas, lo cual no iba a ayudarme en nada con la nota del examen sorpresa.
Olvídate del libro, Ethan. Me tiene harta. No sirve para nada. No podemos echarlo en saco roto. Es tu única posibilidad. Ya oíste a tu tío, es el libro más poderoso del mundo de la magia. También es el libro que maldijo a toda mi familia. No te rindas. La respuesta tiene que estar en alguna de sus páginas. La estaba perdiendo, iba a dejar de escucharme de un momento a otro y yo iba a catear el tercer examen del semestre. Genial. Por cierto, ¿puedes simplificar 7x-2(4x-6)? Yo sabía que sí, ella ya había dado trigonometría.
¿Y eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando? Nada, pero voy a suspender este examen. Suspiró.
Ser novio de una Caster tiene sus ventajas. Tres días y seguía la cuenta atrás. Pronto empezaron los aluviones de lodo y el terreno se desprendió sobre el polideportivo. Las animadoras no iban a poder animar el equipo y el comité de disciplina iba a tener que buscarse otro escenario para sus cazas de brujas. Lena siguió sin venir al instituto, pero permanecía en mi mente todo el día.
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Su voz era cada vez menos audible, hasta que llegó un momento en que apenas fui capaz de notarla, ahogada por el bullicio de otro día más en el Instituto Stonewall Jackson. Me senté solo en el comedor, pero fui incapaz de probar bocado. Por primera vez desde que había conocido a Lena miré a cuantos compañeros tenía a mí alrededor y sentí una punzada de algo difícil de escribir. ¿Qué era eso? ¿Celos? ¡Qué vidas tan sencillas y fáciles llevaban! Tenían problemas pequeños, propios de los mortales, como solían ser antes los míos. Por el rabillo del ojo pillé a Emily mirándome. Savannah llegó y se abalanzó sobre ella, provocando el gruñido de siempre. No, no era celos. No cambiaría a Lena por nada de esto. No concebía la posibilidad de volver a una existencia tan insignificante.
Dos días y seguía la cuenta atrás. Lena ni siquiera me hablaba. Se había hundido la mitad del tejado de la sede de las Hijas de la Revolución Americana por efecto de los fuertes vientos. Los registros que la señora Lincoln y la señora Asher habían reunido durante años iban a Mayflower y a la Guerra de la Independencia quedaron destrozados. Los patriotas del condado de Gatlin tendrían que demostrar de nuevo que su linaje era superior al de todos nosotros. Conduje hacia Ravenwood de camino al instituto. Llamé a la puerta con todas mis fuerzas. Lena no salía de casa. Cuando finalmente me abrió la puerta, supe por qué. La mansión había vuelto a cambiar y parecía una cárcel de máxima seguridad. Las ventanas estaban atrancadas y los muros eran de hormigón liso, salvo los del pasillo de entrada, acolchonados y de color naranja. Lena llevaba un mono naranja con unos números: 1102, el día de su cumpleaños, y tenía las manos llenas de conjuros. A su manera, con el pelo negro alborotado, estaba guapa. Era capaz de tener buen aspecto incluso con ropa de presidiario. —¿Qué pasa, L? Siguió la dirección de mi mirada más allá de su hombro, hacia el interior de Ravenwood. —¿Te refieres a esto? Oh, nada, es una broma. —No sabía que tu tío fuera tan bromista. —Y no lo es. —Dio un tirón a un hilo suelto de su manga—. Es cosa mía. —¿Y desde cuándo controlas la mansión? Se encogió de hombros.
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—Me desperté ayer y la casa tenía este aspecto. Debe de haber sido cosa de mi mente. La casa sólo la escuchó, me imagino… —Salgamos de aquí. Estar en la cárcel sólo va a ponerte más triste. —Podría ser Ridley en un par de días. Es de lo más deprimente. Lena meneó la cabeza con pesar y se sentó en el porche. Me acomodé a su lado. No me miró, en vez de eso mantuvo los ojos fijos en sus zapatillas de presidiaria, de lona blanca. Me pregunté cómo podía saber cómo era el calzado que se llevaba en la cárcel. —Los cordones… Eso es lo que llevas mal… —¿Qué? Le señalé las deportivas con la mano. —En las cárceles de verdad les quitan los cordones a las zapatillas. —Tienes que irte, Ethan. Eso se acabó. No puedo evitar que llegue mi cumpleaños ni se cumpla la maldición. Ya no puedo pretender ser una chica normal. No soy como Savannah Snow o Emily Asher. Soy una Caster. Cogí un montoncito de piedras del primer peldaño del porche y lancé una lo más lejos posible.
No voy a decirte Admon, L. No puedo. Cogió una piedrecita de mi mano y la lanzó. Percibí el suave contacto de su calor cuando sus dedos rozaron los míos. Intenté memorizar la sensación.
No te queda otro remedio. Me habré ido y ni siquiera recordaré cuánto me importabas. Yo era tozudo. No podía escuchar eso. Lancé otra piedra; esta vez, impactó contra un árbol. —Sólo estoy seguro de una cosa: nada va a cambiar lo que sentimos el uno por el otro. —Ethan, es posible que yo ni siquiera sea capaz de sentir nada. —Eso no me lo creo. Arrojé el resto de piedrecillas sobre las hierbas del patio, más crecidas de la cuenta. No supe dónde cayeron, pues no hicieron ruido alguno, pero me mantuve mirando en esa dirección el mayor tiempo posible mientras tragaba saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
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Lena alargó una mano hacía mí, pero luego le entraron dudas y al final la retiró sin llegar a tocarme. —No te enfades conmigo. Yo no pedí nada de esto. —Tal vez —le solté con brusquedad—, pero ¿y si mañana es nuestro último día juntos? Podríamos pasarlo juntos, pero, en vez de eso, te quedas aquí, comiéndote el tarro como si ya te hubieran Llamado. Lena se levantó. —No lo entiendes. Cerró de un portazo al regresar al interior, de vuelta a su casa, a su celda carcelaria o lo que fuera. Yo no había tenido novia antes, así que no estaba preparado para lidiar con todo aquello. De hecho, tampoco sabía muy a las claras cómo llamarlo, y menos aún al tratarse de una novia Caster. Me rendí. Me levanté y fui al coche, no se me ocurrió nada mejor. Conduje hacia el instituto y llegué tarde, como siempre.
Veinticuatro horas y seguía la cuenta atrás. Un sistema de bajas presiones se había instalado sobre Gatlin. No era posible determinar si iba a nevar o granizar pero el cielo tenía muy mal aspecto y podía suceder cualquier cosa. Al mirar por la ventana en clase de historia vi pasar un cortejo fúnebre, salvo que aún no había tenido lugar ningún entierro. Se trataba del coche funerario de Macon, seguido de siete limusinas negras modelo Lincoln Town Car. Pasaron por delante del instituto al cruzar el pueblo de camino a la mansión Ravenwood. Nadie prestaba atención al señor Lee. Estaba dando la tabarra con la inminente recreación de la batalla de Honey Hill, una de las menos conocidas de la Guerra de la Secesión, pero de la que más se enorgullecían los ciudadanos del condado. —En 1864, Sherman, comandante de las fuerzas de la Unión, ordenó a las tropas del general de brigada John Hatch cortar el ferrocarril que unía Charleston y Savannah para que las fuerzas confederadas no pudieran interponerse en su marcha hacia el mar, pero los unionistas se retrasaron debido a un << error de navegación >>. Sonrió con orgullo mientras escribía en la pizarra: ERROR DE NAVEGACIÓN. Vale. Los de la Unión eran idiotas. Lo pillábamos. Ése era el quid de la batalla de Honey Hill y de la misma Guerra de Secesión, y eso nos lo habían enseñado desde la guardería, pasando por alto, eso sí, el hecho de que la Unión se había impuesto al final. En Gatlin, todas las conversaciones definían la derrota poco menos que como
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otra caballerosa concesión del siempre caballeroso sur. El sur había hecho lo más correcto y ético desde una perspectiva histórica o, al menos, eso sostenía el señor Lee. Pero nadie miraba a la pizarra, todos observábamos a través de los cristales el cortejo fúnebre a su paso por la calle, detrás del campo de atletismo. Ahora Macon había salido del armario, por así decirlo, parecía disfrutar lo suyo montando un numerito, y para ser un tipo que sólo asomaba la nariz por la noche, se las arreglaba muy bien para llamar la atención. Noté una patada en la espinilla. Link se echó hacia delante para evitar que el profesor le viera. —¿Quién irá en todos esos coches? —¿Tendría la bondad de explicarnos qué sucedió a continuación, señor Lincoln? Después de todo, su padre estará al frente de la caballería mañana. El señor Lee nos miraba con los brazos cruzados. Mi amigo fingió toser. El honor de encabezar la caballería durante la recreación había recaído en el padre de Link, intimidado por aquello; ocupaba ese lugar desde la muerte el año anterior de Big Earl Eaton, pues el único modo de ascender en rango en la recreación era por la muerte de alguien. Esto habría sido algo muy importante para la familia de Savannah, pero Link no le concedía demasiada importancia a todo eso de la recreación histórica. —Veamos, señor Lee. Espere, lo tengo. Esto… ganamos la batalla y perdimos la guerra, o ¿fue al revés? Porque aquí a veces resulta difícil tenerlo claro. El profesor ignoró el comentario de Link. Probablemente, él era de esos que durante todo el año hacía ondear la primera bandera confederada delante de su casa, bueno, de su casa prefabricada. —Para cuando Hatch y los unionistas llegaron a Honey Hill, el coronel Colcock… —La clase se desternilló de risa mientras Lee nos fulminaba con la mirada—. Sí, el coronel se llamaba así, Colcock. Él, la brigada bajo su mando y la milicia dispusieron siete cañones de un lado a otro, formando una barrera infranqueable. ¿Cuántas veces íbamos a tener que oír lo de los siete cañones? Lo contaban poco menos como si fuera el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Link se dio la vuelta para mirarme y señaló la calle principal con un movimiento de cabeza. —¿Y bien? —Es la familia de Lena, creo. Se supone que iban a venir para su cumpleaños.
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—Ya. Algo de eso comentó Ridley. —¿Seguís juntos? —pregunté, no sin cierto temor. —Sí, colega. ¿Sabes guardar un secreto? —¿No lo hago siempre? Link se levantó la manga de su camiseta de los Ramones y me enseñó un tatuaje; parecía una versión manga de Ridley vestida como las niñas de un colegio católico: con falditas y calcetines hasta las rodillas. Yo albergaba la esperanza de que la fascinación de mi amigo por Ridley hubiera disminuido un poco, pero en el fondo sabía que no era así. Link sólo podría pasar página con Ridley si ésta era legal y cortaba con él, y eso si antes no le obligaba a tirarse de cabeza por un acantilado. E incluso entonces tal vez no fuera capaz de olvidarla. —Lo terminé durante las vacaciones de Navidad. ¿A qué mola un huevo? Me lo dibujó Ridley. Esta chica es tremenda como artista. Artista no sé, pero lo de tremenda me lo creía. ¿Y qué le decía yo? ¿Te has tatuado en el brazo una versión en plan tebeo de una Caster Oscura, que, por cierto, te tiene sorbido el seso con algún conjuro de amor y encima es tu novia? Pues no, así que respondí: —Tú madre va a flipar en colores cuando lo vea. —No va a verlo, lo tapa la manga y ahora tenemos una nueva regla de privacidad en casa: debe llamar a la puerta antes de entrar. —¿Llamar antes de entrar de sopetón y hacer lo que le venga en gana? —Sí, bueno, pero al menos llama primero. —Por tu bien, eso espero. —En cualquier caso, Ridley y yo tenemos una sorpresa para Lena, pero no le digas a Rid que te lo he contado, me mataría si se entera. Mañana vamos a darle una fiesta a Lena en el terreno que hay al lado de Ravenwood. —Más vale que sea una broma. —No, es una sorpresa. De hecho, parecía entusiasmado, como si la fiesta fuera a celebrarse, Lena asistiera o se le pasara por la cabeza a Macon dejarle ir. —Pero ¿en qué estáis pensando? Eso va a sentarle fatal a Lena. Ella y Ridley ni siquiera se hablan.
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—Eso es cosa de Lena, tío. Debería olvidar las rencillas, son familia. El influjo de Ridley le había convertido en un zombi, yo lo sabía, pero me seguía fastidiando mucho. —No sabes de lo que hablas. Mantente al margen, confía en mí. Abrió una barrita de Slim Jim y le pegó un mordisco. —Lo que tú digas, tío. Nosotros vamos a intentar hacer algo chulo por Lena. No es como si hubiera mucha gente dispuesta a acudir a una fiesta suya. —Razón de más para no hacerla. No va a acudir nadie. Sonrió de oreja a oreja antes de meterse en la boca el resto del Slim Jim. —No faltará nadie. Acudirán todos. O, al menos, eso es lo que hice Ridley. ¿Ridley? Entonces, por supuesto que sí, todo el pueblo la seguiría como si fuera el flautista de Hamelín en cuanto ella se pusiera a tocar, pero Link parecía no ver cuál era la situación. —Mi banda, los Holy Rollers, va a tocar por primera vez. —¿Los qué…? —Mi nueva banda, ya sabes, la que monté en el campamento cristiano. No había querido saber nada de lo que le había sucedido durante las vacaciones. Me bastó con verle regresar de una pieza. Mientras escribía un enorme número ocho, el señor Lee golpeaba violentamente la pizarra con la tiza para darle énfasis a su frase: —Al final, Hatch no logró sobrepasar a los confederados y se retiró con ochenta y nueva bajas y seiscientos veintinueve heridos. Los del sur ganaron la batalla y tan sólo hubo ocho muertos. Y ésa es la razón—continuó, dando golpecitos al número escrito en tiza—, por la que todos vosotros vais a venir mañana conmigo a la recreación histórica de la batalla de Honey Hill. Recreación. Histórica viva. Eso era lo que la gente como el profesor Lee llamaba representaciones de la Guerra de Secesión. Y se lo tomaban muy a pecho. Todo, hasta el último detalle, se hacía exactamente igual, desde el uniforme y la munición hasta la posición de los soldados en el campo de batalla. Link esbozó una ancha sonrisa, toda manchada por el Slim Jim. —No se lo digas a Lena. Queremos darle una sorpresa… Nos gustaría que fuera nuestro regalo de cumpleaños, el de los dos.
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Me limité a mirarle mientras le daba vueltas, por un lado, al talante taciturno de Lena y a ese mono naranja de presidiario, y por otro, a la banda de Link, que iba a ser un horror, eso fijo, una fiesta con los del instituto, Emily Asher, Savannah Snow, los Ángeles Guardianes, Ridley, todos en Ravenwood, y eso sin mencionar la sucesión de cañonazos procedentes de la recreación de la batalla. Y todo eso contemplado por Macon con desaprobación, y además estaba su madre intentando matarla, y el perro ese que permitía a Macon ver todo cuanto hacíamos. Sonó el timbre. Sorpresa, sorpresa, pues no, sorpresa no era la palabra adecuada para describir cómo iba a reaccionar, y quien iba a contárselo era yo. —No se olviden de firmar cuando lleguen a la recreación o se quedarán sin nota. Y recuerden: manténganse detrás de las cuerdas, en la zona de seguridad. No les voy a poner un sobresaliente en la asignatura por llevarse un balazo—, gritó el señor Lee mientras desfilábamos por la puerta. Recibir una bala no me parecía la peor de las alternativas posibles en ese preciso momento.
Las recreaciones de la Guerra de Secesión son un fenómeno de lo más peculiar y la de la batalla de Honey Hill no suponía una excepción. En realidad, ¿quién podía estar interesado en llevar unas ropas de algodón sudadas con aspecto de ser disfraces de Halloween? ¿A quién le interesaba andar por ahí con un fusil del año de la catapulta, tan inestable que se sabía de gente que se había amputado alguna extremidad al dispararlo? Por cierto, así es como había muerto Big Earl Eaton. ¿A quién podía preocuparle la recreación de batallas libradas en una guerra de hace ciento cincuenta años y que encima no había ganado el sur? ¿Quién iba a hacer algo así? En Gatlin, y en la mayoría de los estados del sur, la respuesta era: tu médico, tu abogado, tu predicador, el tipo del taller adonde llevabas el coche, el repartidor de correo, y lo más probable era que también tu padre y todos tus tíos y sobrinos, tu profesor de historia (sobre todo si te tocaba alguien como el señor Lee) y sin ningún género de dudas el propietario de la armería del pueblo. Daba igual que cayeran chuzos de punta o brillara el sol, pero durante la segunda semana de febrero nadie en el condado hablaba, pensaba o se quejaba de otra cosa que no fuera la recreación de la batalla de Honey Hill. Honey Hill era nuestra batalla. No sé cómo lo decidieron, pero estoy convencido de que guardaba relación con los siete cañones. La gente del pueblo se tiraba semanas y semanas preparándolo todo para ese día. Ahora que se acercaba el momento, había que limpiar con vapor y planchar los uniformes de soldado confederado, razón por la
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cual flotaba en el aire de todo Gatlin un olor a algodón caliente. Limpiaban los rifles de avangarga, pulían los sables y la mitad de los hombres se pasaban la última semana fabricando munición casera en la propiedad de Buford Radford, porque a su esposa no le molestaba aquella pestilencia. Las viudas estaban muy ocupadas lavando sábanas y congelando pasteles destinados a los turistas que vendrían a presenciar la recreación del combate. Las integrantes de las Hijas de la Revolución Americana se habían pasado semanas preparando su versión de la representación: el Tour del Patrimonio Histórico del Sur. Entretanto, sus hijas habían estado dos sábados enteros horneando bizcochos de mantequilla para servirlos al final de cada recorrido. Estas excursiones eran especialmente divertidas, ya que las Hijas de la Revolución Americana, incluida la señora Lincoln, hacían de guía engalanadas con trajes de época. A base de tirones conseguían meterse dentro de corsés y enaguas, lo cual les confería una cierta similitud con salchichas a punto de reventar por efecto del calor. Y no eran las únicas: sus hijas, incluyendo a Savannah y Emily, la futura generación de las Hijas de la Revolución Americana, debían ponerse esos vestidos trasnochados mientras se ocupaban de los quehaceres de la casa. Parecían personajes salidos de La casa de la pradera. El viaje siempre empezaba en la sede de la asociación, pues era el segundo edificio más antiguo de Gatlin. Me preguntaba si repararían a tiempo el tejado. No podía evitarlo, me imaginaba a todas esas mujeres dando vueltas por el edificio de la Sociedad Histórica de Gatlin, enseñando los edredones llenos de estrellas, justo encima de los cientos de documentos y pergaminos Caster, allí guardados a la espera del siguiente día festivo. Pero ellas no eran las únicas que participan en el acto. Era frecuente referirse a la Guerra de Secesión norteamericana como << la primera guerra moderna >>, pero bastaba un paseo por Gatlin durante la semana previa a la recreación para comprobar que no había nada de moderno en ella. Estaba en funcionamiento hasta la última reliquia de aquella contienda, desde las calesas hasta los cañones, y en el pueblo hasta un niño de parvulario era capaz de explicar que eran piezas de artillería montadas sobre unos armazones viejos. Las Hermanas llegaron a sacar incluso su enseña original de la Confederación y la clavaron en la puerta de la entrada cuando yo me negué a colgarla en el porche. Casi todo valía para el espectáculo, pero ahí me planté. El día previo a la recreación había un gran desfile y los participantes tenían ocasión de marchar por las calles vestidos con sus uniformes de punta en blanco para que pudieran verlos los turistas, pues al día siguiente iban a estar tan cubiertos de lodo y manchas de humo que nadie podría valorar sus fulgurantes botonaduras de bronce ni sus chaquetas entalladas auténticas.
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Después del desfile se celebraba una gran fiesta con una barbacoa y había una especie de puesto para besarse y un concurso de pasteles a la antigua usanza. Amma se pasaba días y días cocinando, pues, dejando a un lado la feria del condado, éste era el concurso más grande de pasteles en el que participaba y su oportunidad para hacer morder el polvo a sus rivales. Sus pasteles siempre eran los más vendidos, lo cual sacaba de quicio a la señora Lincoln y a la señora Snow, razón por la cual se daba semejante paliza en la cocina. Su principal motivación era destacar por encima de todas las Hijas de la Revolución Americana y restregarles por los morros que los suyos eran pasteles de segunda. Por tanto, las cosas cambiaban todos los años cuando el calendario llegaba a la segunda semana de febrero, era como si nuestras vidas cesaran y todos regresáramos a 1864, a la víspera de la batalla de Honey Hill. Este año no era una excepción, pero con una peculiaridad. Este mes de febrero, mientras llegaban al pueblo vehículos para transportar caballos —todo respetable jinete recreacionista poseía su propio caballo— y camionetas arrastrando cañones, había en curso otros preparativos para una batalla muy diferente. Sólo que aquélla no empezaba en el segundo edificio más antiguo de Gatlin, sino en el primero. Estaban los cañones que todos conocíamos, pero también había otros. En ese otro enfrentamiento no tenían cabida armas de fuego ni caballos, pero eso no le restaba ni un ápice a su naturaleza de guerra campal. Siendo sinceros, era la única batalla real del pueblo. En cuanto a las ocho bajas sufridas en Honey Hill, no había lugar a la comparación. A mí sólo me preocupaba una, porque si la perdía a ella, también yo estaría perdido. Por eso olvidé la batalla de Honey Hill. Para mí, aquello se parecía mucho más al Día D.
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11 de Febrero DULCES DIECISÉIS
O
s lo digo a todos: ¡dejadme sola! ¡No podéis hacer nada!
La voz de Lena me despertó tras unas pocas horas de sueño intranquilo. Me enfundé los vaqueros y una camiseta gris sin detenerme a pensar en ninguna otra cosa que no fuera esto: Día uno. Ya no debíamos esperar la llegada del fin. El fin estaba aquí.
No con una explosión, sino con un gemido; no con una explosión, sino con un gemido; no con una explosión, sino con un gemido. Apenas había amanecido y Lena ya estaba perdiendo el control. El libro. Maldita sea, lo había olvidado. Volví corriendo a mi cuarto, subiendo las escaleras de dos en dos y alargué la mano hacia la balda superior de mi armario, donde se ocultaba, mientras me preparaba para achicharrarme en cuanto lo tocara. Sólo que no sucedió, y no sucedió porque el libro no estaba allí. El libro de las Lunas, nuestro libro, había desaparecido. Lo necesitábamos hoy más que ningún otro día, pero la voz de Lena me martilleó las sienes. Así es como se acaba el mundo: no con una explosión, sino con un gemido. Que Lena estuviera recitando a T.S. Eliot no era buena señal. Cogí las llaves del Volvo y eché a correr. El sol despuntó en el horizonte mientras conducía por Dove Street Greenbrier, el único terreno de Gatlin deshabitado y accesible para todo el mundo, por ser el que
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marcaba la localización de la batalla de Honey Hill, también empezaba a cobrar vida. Las descargas de artillería se sucedían al otro lado de la ventanilla, pero, y eso era lo más curioso de todo, tenía tal barullo mental que ni las oía. Boo me estaba esperando y se puso a ladrar en cuanto subí a la carrera los escalones del porche de Ravenwood, donde también estaba Larkin, enfundado en una chupa de cuero apoyado sobre una de las columnas. Jugueteaba con la serpiente: ésta se enroscaba y desenroscaba en torno a su brazo; primero estaba su brazo y luego la serpiente. Pasaba de una a otra con ese gesto distraído típico del repartidor de cartas al barajar. Eso me pilló por sorpresa durante unos instantes. Eso y la reacción de Boo. Pensándolo bien, no estaba seguro de quién ladraba, si a Larkin o a mí. El perro pertenecía a Macon, y nuestra relación no pasaba precisamente por un buen momento. —Hola, Larkin. Éste saludó con desinterés. Hacía frío y el aliento se le escapo de su boca, como la bocanada de un pitillo imaginario. El vaho se estiró hasta formar un círculo y luego se convirtió en una culebra que se mordió la cola y se fue devorando a sí misma hasta desaparecer. —Yo que tú no entraría ahí. Tu chica está un poquito… ¿Cómo lo diría yo? ¿Venenosa? El ofidio se retorció en torno a su cuello antes de convertirse en el cuello de su cazadora. La tía Del abrió la puerta con fuerza. —¡Por fin! Te hemos estado esperando. Lena está en su habitación y no deja entrar a nadie. La miré. Iba desastrada: la bufanda le caía sobre un hombro, llevaba torcidas las gafas, e incluso le colgaban cabellos sueltos que se le habían soltado de su característico moño gris. Me incliné para abrazarla. Olía como uno de esos armarios antiguos de las Hermanas, llenos de sobrecitos de lavanda y ropa blanca que había pasado de una generación a otra. Reece y Ryan permanecían detrás de ella con un aire de familia afligida a la espera de malas noticias en el vestíbulo triste de un hospital. La mansión volvía a estar más en sintonía con el humor de Lena que con el de su tío. O tal vez estaban los dos del mismo talante. Era imposible saberlo, pues no se veía a Macon Ravenwood por ninguna parte. Resultaba posible imaginar la tonalidad de la ira mirando el color de las paredes; lo que colgaba de las arañas del techo era rabia, eso o cualquier otro sentimiento denso y profundo; el resquemor estaba en la urdimbre de las gruesas alfombras de los suelos;
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el odio parpadeaba por debajo de cada pestañeo de las luces. Cubría el suelo una sombra, una negrura especial que se había deslizado paredes arriba y ahora mismo caía sobre mis Converse hasta el punto de que no podía ni vérmelas. Era una oscuridad absoluta. No estaba seguro de poder describir la estancia. Su aspecto me tenía demasiado desconcertado, hasta tenía cierta clase. Probé a pisar un escalón de la escalera que conducía hasta la habitación de Lena. Había subido esos escalones un centenar de veces, no era como si no supiera adónde iban, pero aun así, hoy parecían diferentes. La tía Del miró a Reece y a Ryan, que iban detrás de mí, como si yo abriera la marcha en dirección a un frente de batalla desconocido. Toda la casa tembló hasta los cimientos cuando puse el pie en el segundo peldaño. Las miles de velas de la antigua araña oscilaron por encima de mi cabeza y me cayó cera sobre la cara. Fruncí el ceño y me la quité. Las escaleras se curvaron bajo mis pies sin previo aviso y dieron un tirón que me lanzó de espaldas y me hizo caer de culo contra el suelo, sobre cuya superficie pulida resbalé hasta acabar casi en el vestíbulo de la entrada. Reece y la tía Del se quitaron de en medio enseguida, pero me choqué con la pobre Ryan, que se cayó como si fuera unos bolos de la bolera. Me incorporé y grité para que mi voz se oyera en el piso de arriba. —Lena Duchannes, yo mismo informaré al comité de disciplina si vuelven a atacarme estas escaleras. —Pisé el primer escalón, y luego el segundo. No sucedió nada—. Llamaré al señor Hollingsworth y testificaré, diré que eres una loca peligrosa. — Entretanto, subí las escaleras de dos en dos todo el tramo hasta llegar al primer piso—. Porque lo serás si me haces daño, ¿lo oyes? Entonces percibí cómo su voz fue desenroscándose en mi mente.
No lo comprendes. Tienes miedo, lo sé, pero enfrentarte a todo el mundo no va a mejorar nada. Vete. No. Lo digo en serio, Ethan. No quiero que te pase algo. No puedo. Estaba ya ante la puerta de su cuarto. Apoyé la mejilla contra el frío revestimiento de madera. Quería estar con ella, estar todo lo cerca que fuera posible sin sufrir un ataque al corazón. Y si esto era toda la proximidad que me permitía, por ahora me bastaba.
¿Estás ahí, Ethan?
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Estoy aquí. Estoy asustada. Lo sé, L. No quiero que te pase nada. No me pasará nada. ¿Y si te pasa? Voy a esperarte. ¿Incluso si me vuelvo Oscura? Incluso si te vuelves muy, muy Oscura. Abrió la puerta y me arrastró al interior. Tenía la música puesta a todo el volumen que se podía. Conocía la canción. Era una versión cargada de rabia, casi un tema de heavymetal, pero daba igual: la reconocí en el acto.
Dieciséis años, dieciséis lunas. Dieciséis de tus miedos más íntimos. Dieciséis veces soñaste con mis lágrimas Cayendo, cayendo a lo largo de los años…
Parecía como si hubiera estado llorando toda la noche, y probablemente así era. Cuando le acaricié la cara, vi que la tenía llena de churretes por culpa de las lágrimas. La estreché entre mis brazos y nos balanceamos mientras continuaba sonando la canción.
Dieciséis lunas, dieciséis años Con el sonido del trueno en tus oídos. Dieciséis millas hasta el reencuentro con ella. Dieciséis que buscan lo que dieciséis temen.
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Por encima de su hombro pude contemplar la habitación; estaba manga por hombro y destrozada, tal y como la dejaría un ladrón al asaltar un piso. Las paredes se habían agrietado y se había desprendido pintura, el tocado estaba volcado y las ventanas estaban hechas pedazos. Sin los cristales, los paneles de las ventanas tenían toda la pinta de ser barrotes de una mazmorra en un castillo antiguo, y la prisionera se aferraba a mí conforme nos envolvía la melodía. Aun así, la música no cesaba.
Dieciséis lunas, dieciséis años. Dieciséis son mis temores soñados, Dieciséis que van a Vincular las esferas, Dieciséis gritos que sólo uno oye.
La última vez que había estado allí el techo estaba casi completamente cubierto por palabras reveladoras de los pensamientos más íntimos de Lena, pero ahora hasta el último rincón de la estancia estaba cubierto por su inconfundible letra negra. En los bordes del techo podía leerse: La soledad consiste en abrazar a quien amas 7 sabiendo que podrías no volver a hacerlo nunca más. Y en las paredes: incluso perdido en la oscuridad / mi corazón te encontrará. En la jamba de la puerta: El alma muere a manos de su portador. En los espejos: Si supiera de un lugar adonde huir / un escondite seguro, allí estaría hoy. Incluso el tocador mostraba frases: La más sombría luz del día me encuentra aquí, quienes esperan jamás dejan de observar, y otra parecía decir: ¿Cómo escapar de uno mismo? Podía leer la historia de Lena en esas palabras, la oía en la música.
Dieciséis lunas, dieciséis años. La hora de la Luna de la Llamada se acerca,
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En estas páginas, la Oscuridad se aclara Y el Poder Vincula, lo que el fuego marca.
El punteo de la guitarra aminoró su intensidad y escuché una nueva estrofa, al final de la canción. Por fin algo tenía un final. Intenté quitarme de la cabeza los sueños sobre tierra y fuego y agua y viento mientras la oía.
Luna dieciséis, año dieciséis. Al fin ha llegado el día que temías. Llamar o ser llamada, Derramando sangre y lágrimas, Sol o Luna…ser adorada o destruida.
La guitarra dejó de sonar y los dos permanecimos en silencio. —¿Qué crees tú…? Lena me tapó la boca con la mano. No soportaba que se hablara del tema. Ella estaba más sensible que nunca. Soplaba una fría brisa que la azotaba al pasar, la envolvía, y luego salía como un huracán por la puerta abierta a mis espaldas. No sabía si sus mejillas estaban coloradas a causa del frío o del llanto, y tampoco lo pregunté. Caíamos a plomo sobre su cama y nos acurrucamos hasta que resultó difícil determinar de quién era cada extremidad. No nos besamos, pero fue como si lo hiciéramos. Estábamos más cerca de lo que yo nunca había imaginado que podían estar dos personas. Supongo que así era como se sentía uno cuando amaba a alguien, cuando lo amaba y le había perdido, incluso aunque todavía le estrechara entre los brazos. Lena tiritaba. Notaba todas sus costillas y hasta el último de sus huesos y parecía que su cuerpo se movía por propia voluntad. Liberé el brazo que había pasado por debajo de su cuello y lo giré hasta poder agarrar el edredón a cuadros que estaba hecho un rebujo a los pies de la cama y tiré de él para taparnos. Se acurrucó contra mi pecho y cuando lo puse por encima de nuestras cabezas nos quedamos a oscuras los dos en aquella minúscula gruta, los dos solos.
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Nuestras respiraciones acabaron por calentar la cueva. Besé sus fríos labios. La corriente existente entre nosotros se intensificó y se acurrucó en busca del hueco de mi cuello.
¿Crees que podríamos quedarnos así para siempre, Ethan? Podemos hacer lo que se nos antoje. Es tu cumpleaños. Se puso en tensión
No me lo recuerdes. Pero te he traído un regalo. Alzó la colcha lo justo para que por una rendija entrara luz. —¿Por qué? Te dije que no… —¿Desde cuándo escucho algo de lo que me dices? Además, Link asegura que si una chica te dice que no le regales nada para su cumpleaños, eso significa << tráeme un regalo y asegúrate de que sea una joya >>. —Eso no es aplicable a todas las chicas. —Vale. Olvídalo. Dejó caer el edredón y se acurrucó otra vez en mis brazos.
¿Es eso? ¿El qué? Una joya. Pero ¿no hemos quedado en que no querías ningún regalo? Es sólo curiosidad. Sonreí para mis adentros y retiré el edredón. Un chorro de aire frío nos cayó encima. Me apresuré a sacar una cajita del bolsillo de los vaqueros, y volví a subir la colcha. Sólo alcé un pico para que pudiera verla. —Baja eso, hace un frío que pela. Dejé caer el edredón y nos sumimos de nuevo en la oscuridad. La caja comenzó a refulgir con un brillo verde y eso me permitió ver los delicados dedos de Lena mientras retiraba la cinta plateada. El brillo cálido y radiante se extendió hasta iluminar tenuemente su rostro. —Anda, este poder es nuevo.
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Sonreí, alumbrado por la luz esmeralda. —Lo sé. Me ocurre desde que me desperté esta mañana. Sucede cualquier cosa que pienso, así, sin más. —No está mal. Miró la cajita con melancolía, como si estuviera demorando todo lo posible el momento de abrirla. Caí en la cuenta entonces que probablemente ése era el único regalo que iba a recibir en el día de hoy, dejando a un lado la fiesta sorpresa. Iba a decírselo casi en el último minuto.
¿Fiesta sorpresa? ¡Huy! Más valdrá que sea una broma. Cuéntaselo a Ridley y a Link ¿Ah, sí? Pues la sorpresa es que no va a haber fiesta. Limítate a abrir la caja. Me miró fijamente y después la abrió, y la luz fluyó a raudales, aun cuando eso no guardaba relación alguna con el regalo. Se le suavizó el semblante y supe que me había librado del problemón de hablarle de la fiesta gracias a esa relación especial que hay entre las chicas y las joyas. ¿Quién sabe? Link iba a tener razón después de todo. Sostuvo en alto un collar centelleante y delicado con un anillo engarzado en la cadena. El anillo estaba trenzado, haciendo una espiral, con oro rosa, amarillo y blanco.
¡Ethan! Me encanta. Lena me besó unas cien veces, pero yo empecé a hablar incluso mientras me besaba, pues sentía que debía decírselo antes de que se lo pusiera y pasara algo. —Era de mi madre. Lo cogí de su viejo joyero. —¿Estás seguro? Asentí. No podía pretender que valía poco. Lena sabía lo que yo sentía por mi madre. Era algo valioso y me aliviaba saber que ambos contábamos con ello. —No es nada raro ni tampoco un diamante o algo por el estilo, pero tiene un gran valor para mí. Creo que a ella le habría gustado que te lo diera porque, bueno, ya sabes…
¿…porque qué? Eh.
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—No querrás que te lo deletree, ¿verdad? —pregunté con voz rara y temblorosa. —No quiero fastidiarte, pero la ortografía no es lo tuyo. Me estaba escaqueando, y Lena lo sabía, y al final me obligaría a decirlo. Yo prefería nuestra comunicación sin palabras. Facilitaba un montón las conversaciones, las de verdad, a alguien como yo. Le aparté el pelo de la nuca y le abroché el cierre. Ahora estaba en su cuello, centelleando bajo la luz, justo por encima del colgante que nunca se quitaba. —Porque eres especial para mí.
¿Cómo de especial? Creo que llevas la respuesta colgada del cuello. Llevo muchas cosas colgadas del cuello. Le acaricié el collar de amuletos. Parecía una baratija, y en buena medida lo era, pero era la bisutería más importante del mundo: un penique achatado con un agujero que le había devuelto una de las máquinas en la zona de comida rápida del cine donde tuvimos nuestra primera cita; un trozo de hilo del suéter rojo que lucía cuando aparcamos en el depósito del agua, lo cual se había convertido en una broma entre los dos; el botón de plata que le había regalado para que le diera suerte durante la sesión del comité de disciplina y la estrellita con el clip que había sido de mi madre.
Entonces, ya deberías saber cuál es la respuesta. Se acercó para besarme otra vez, y fue un beso de verdad, de esos que en realidad ni siquiera pueden llamarse así, de los que incluyen brazos y piernas y cuello y pelo, de ésos en los que el edredón se desliza por el suelo y, en este caso, los cristales de las ventanas se recomponían solos, la cómoda se enderezaba por su cuenta, las ropas volvían a los colgadores y el frío polar de la estancia desaparecía y acababa por ser cálido: un fuego chisporroteaba en el pequeño hogar de su dormitorio, pero eso no era nada comparado con el calor que me corría por el cuerpo. Se me aceleró el corazón y noté una descarga de electricidad más potente de lo que estaba acostumbrado a experimentar. Me eché hacia atrás, sin resuello. —¿Dónde está Ryan cuando se la necesita? Vamos a tener que averiguar qué podemos hacer con todo esto. —No te preocupes, está abajo. Me empujó y el fuego del hogar chisporroteó con más fuerza, amenazando con desbordar el tiro de la chimenea con el humo y las llamas.
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Una joya, os lo digo yo. Menuda cosa. Eso, y amor. Y puede que también el peligro.
—¡Ya vamos, tío Macon! —Lena se volvió hacia mí y suspiró—. Supongo que no podemos posponerlo más. Hemos de bajar y ver a mi familia. Miró hacia la puerta y el pestillo se abrió solo. Hice una mueca mientras le acariciaba la espalda. Aquello se había acabado. El día se había encapotado cuando el cuarto de Lena volvió a ser un lugar habitable. Yo había pensado que bajaríamos a escondidas para hacerle una visita a Cocina a la hora de comer, pero Lena se limitó a cerrar los ojos y un carrito entró por la puerta y se plantó en medio de la estancia. Supuse que incluso Cocina sentía lástima por ella en el día de hoy. Era eso o que Cocina podía resistirse a los recién obtenidos poderes de Lena tan poquito como yo mismo. Me comí mi peso en tortitas con chocolate. Lena se comió un sándwich y una manzana. Entonces, todo se desvaneció y volvimos a los besos. Ésa podía ser la última vez que estuviéramos en su cuarto de aquel modo, y me dio la impresión de que ambos lo sabíamos. Era como si no pudiéramos hacer nada más. La situación era la que era, y si hoy era cuanto teníamos, al menos íbamos a aprovecharlo. En realidad, estaba tan atemorizado como entusiasmado, y aunque ni siquiera era la hora de la cena, ya era el mejor y el peor día de mi vida. Cogí a Lena de la mano y la conduje escaleras abajo. Su piel seguía siendo cálida, y supe que estaba de mejor humor. Los amuletos del collar centelleaban en torno a su cuello y las velas de la araña emitían destellos de plata y oro mientras pasábamos por debajo de ellas al bajar los peldaños. No estaba acostumbrado a ver la mansión con un aire tan jovial y tan lleno de luz, lo cual dio la impresión por un segundo de ser un cumpleaños de verdad, donde los participantes eran felices y asistían al festejo con despreocupación. Durante un segundo. Entonces vi a Macon y a la tía Del, ambos con velas en las manos. A sus espaldas, la mansión estaba cubierta por un velo de penumbra y sombras había otras figuras oscuras moviéndose tras ellos, y aún peor, Macon y Del iban ataviados con largas ropas negras, como acólitos de una extraña orden de sacerdotes druidas o sacerdotisas. La cosa era que aquello tenía poca pinta de fiesta de cumpleaños y daba tanto repelús como un funeral.
Feliz decimosexto cumpleaños. No me extraña que no quisieras salir de tu cuarto.
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Ahora entiendes a qué me refería, ¿no? Al llegar al último escalón, Lena se detuvo y se dio media vuelta para mirarme. Parecía fuera de lugar con sus vaqueros gastados y mi sudadera con capucha del Instituto Jackson, que le venía grande. Yo dudaba que Lena se hubiera vestido así ni una sola vez en toda su vida, pero tuve la sospecha de que pretendía conservar una parte de mí el mayor tiempo posible.
No tengas miedo. Sólo es el Vínculo para mantenerme a salvo hasta la salida de la luna. La llamada no tendrá lugar hasta que la luna esté en lo alto. No estoy asustado, L. Lo sé. Hablaba para mí misma.
Tras soltarse de mi mano dio un último paso y bajó el rellano de la escalera. Se transformó en cuanto su pie tocó el pulido suelo negro. Las holgadas ropas del Vínculo ocultaron las curvas de su cuerpo y el negro de su pelo se fundió con el de los atuendos hasta formar una sombra que le cubría de los pies a la cabeza, a excepción del rostro, pálido y luminiscente como la mismísima luna. Se llevó la mano al cuello, cerca de donde aún colgaba el anillo de mi madre. Yo confiaba en que eso le ayudara a recordar que yo estaba allí con ella, igual que yo confiaba en que mi madre intentaba ayudarnos todo el tiempo.
¿Qué van a hacerte? Esto no será ninguno de esos ritos paganos con sexo, ¿verdad? Lena rompió a reír a mandíbula batiente. La tía Del la miró de refilón, horrorizada. Reece se alisó la toga con la mano de forma remilgada y aires de superioridad mientras Ryan empezó a reírse tontamente. —Compórtate —siseó Macon. Larkin esbozó una sonrisa burlona. De algún modo, el tío se las apañaba para tener el mismo aspecto cool con el ropón negro que con la cazadora de cuero. Lena reprimió las risotadas entre los pliegues de su túnica. Cuando se movieron las velas, logré distinguir los rostros más cercanos. Macon, Lena, Larkin, Reece, Ryan y Barclay. Había otros semblantes menos familiares, como Arelia, la madre de Macon, y otro arrugado y bronceado, pero incluso desde mi posición, bueno, desde donde pretendía quedarme, descubrí que se parecía lo bastante a su nieta como para adivinar su identidad al primer golpe de vista. Lena y yo la vimos al mismo tiempo.
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—¡Yaya! —Feliz cumpleaños, corazón. El círculo se rompió por unos breves instantes mientras Lena corría para echarse en brazos de la mujer de cabellos blancos. —Pensé que no vendrías. —¡Cómo no iba a venir! Quería darte una sorpresa. El vuelo desde Barbados es muy rápido. Llegué aquí en un abrir y cerrar de ojos.
Lo dice en un sentido literal, ¿a que si? ¿Qué es? ¿Otra Viajera? ¿Un íncubo como Macon? Es una pasajera habitual de United Airlines, Ethan. Experimentó un breve momento de alivio, lo percibí a pesar de que yo me sentía cada vez más fuera de lugar. Vale que mi padre estuviera como un cencerro, que mi madre hubiera muerto, o algo por el estilo, y que me hubiera criado una mujer bastante familiarizada con el vudú. Podía asumir todo eso, pero ahí plantado yo solo, rodeado por Casters reales en activo, con sus cirios y sus ropajes, tenía la impresión de que para lidiar con eso necesitaba saber muchísimo más sobre ellos, más de lo que Amma me había contado, y debía enterarme antes de que empezaran con sus latinajos y sus conjuros. Demasiado tarde: Macon avanzó un paso dentro del círculo y alzó la vela.
—Cur Luna hac Vinctum convernimus? La tía Del se adelantó un paso junto a él. La luz de su vela fluctuó cuando la alzó y tradujo: —¿Por qué nos reunimos en esta luna y realizamos el Vínculo?
—Sextusdecima Luna, Sextusdecimo Anno, Illa Capietur —canturreó el círculo a modo de respuesta, manteniendo en alto las velas. —En la decimosexta luna, el decimosexto año, ella será Llamada—contestó Lena. La llamarada de su cirio subió hasta dar la impresión de que iba a quemarle el rostro. Lena permanecía en el centro del círculo, con la cabeza muy alta. La luz de las velas procedía de todas las direcciones e iluminaba su rostro. Una llama verde empezó a arder en su propia vela.
¿De qué va todo esto, L? No te preocupes. Forma parte del Vínculo.
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Si eso sólo era el Vínculo, tuve la convicción absoluta de no estar preparado para la Llamada. Macon entonó un cántico que yo recordaba de Halloween. ¿Cómo lo habían llamado?
Sanguis sanguinis mei, tutela tua est. Sanguis sanguinis mei, tutela tua est. Sanguis sanguinis mei, tutela tua est. Sandre de mi sangre, tuya es la protección.
Lena se puso blanca como el papel. Sanguinis. Un círculo de sangre, eso era. Sostuvo la vela y cerró los ojos. La llama verde estalló y se transformó en una enorme llamarada de color rojo anaranjado que saltó de una vela a otra hasta prender todas las del círculo. —¡Lena! —grité para hacerme oír por encima de la explosión, pero no contestó. La lengua de fuego subió tan alto en la oscuridad que me di cuenta de que la mansión Ravenwood no tenía techos ni tejado aquella noche. Me puse la mano en los ojos cuando el fuego se intensificó para que no me deslumbrara. No podía pensar en otra cosa que no fuera Halloween. ¿Y si se repetía todo? Me estrujé las meninges para recordar qué habían hecho aquella noche para repeler a Sarafine. ¿Qué habían cantado? ¿Cómo lo había llamado la madre de Macon? El Sanguinis, pero no me acordaba de las palabras, no tenía ni idea de latín. Por una vez deseé haberme unido a los empollones de clásicas. Alguien aporreó la puerta; al cabo de unos instantes se apagaron las llamas y desaparecieron las túnicas, el fuego, las velas, la oscuridad y la luz. Todo se volatilizó, absolutamente todo. Y en un pispás se convirtieron en una familia corriente y moliente situada alrededor de una tarta de cumpleaños. Y cantaban.
¿Qué demonios? —¡… cumpleaños feliiiiz! Las últimas notas de la canción retumbaron mientras proseguía el aporreo. En medio del salón apareció una mesa con manteles blancos, con un juego de té y un enorme pastel de cumpleaños de tres pisos, de color rosa, blanco y dorado. Lena volvía a tener el aspecto de cualquier chica de dieciséis años ahora que llevaba los vaqueros y mi sudadera con el nombre del Instituto Jackson. Apagó las velas de un soplido y
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manoteó para apartar el humo de sus ojos donde hacía unos instantes había una gran llama. Su familia estalló en aplausos. —¡Ésa es nuestra chica! La abuela dejó las agujas de hacer punto y se puso a cortar el pastel mientras la tía Del se ocupaba de servir el té. Reece y Ryan trajeron un montón de regalos. Macon se sentó en un sillón de orejas victoriano y procedió a servir dos vasos de whisky, uno para él y otro para Barclay.
¿Qué pasa, L? ¿Qué acaba de suceder? Hay alguien en la puerta. Sólo están teniendo cuidado. No sé si voy a ser capaz de seguirle el juego a tu familia. Toma un poco de pastel. Se supone que esto es una fiesta de cumpleaños, ¿te acuerdas? El golpeteo en la puerta prosiguió. Larkin levantó la vista de su tarta con bizcocho de chocolate. —¿Es que nadie va a ir a abrir la puerta? Ravenwood alisó un pliegue de su chaqueta de cachemira y miró a Larkin con aplomo. —Ve sin falta a ver quién es, Larkin. Macon miró a su sobrina y negó con la cabeza. Aquel día, no era la encargada de abrir la puerta. Lena asintió y se inclinó para hablar con su abuela. Sostuvo el plato con el trozo de tarta y sonrió como la nieta adorable que en verdad era. Lena dio unas palmaditas en el cojín del sofá. Genial. Había llegado el momento de que me presentaran a la abuela. En esos instantes me llegó a los oídos una voz familiar y supe que prefería enfrentarme a esa anciana antes que lidiar con quienes esperaban fuera, detrás de la puerta, porque allí estaban Ridley y Link, Savannah y Emily, Eden y Charlotte, y el resto de su club de fans, y también el equipo de baloncesto del instituto. Ninguno de ellos llevaba su uniforme de diario: la camiseta de los Ángeles Guardianes. Entendí la razón cuando advertí las manchas de barro de sus mejillas. Venían de la recreación de la batalla. Entonces caí en la cuenta de que Lena y yo nos la habíamos perdido y de que nos iban a catear en historia. A esas horas, ya sólo quedaba la campaña vespertina y los juegos artificiales. Menuda guasa, cualquier otro día un suspenso nos habría parecido algo gordo. —¡Sorpresa!
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La palabra sorpresa se quedaba muy corta para describir todo aquello. Una vez más, yo había permitido que el caos y el peligro se abrieran paso hasta el interior de la mansión. La abuela saludaba con la mano a cuantos se apiñaban en el vestíbulo de la entrada y Macon bebía su whisky a sorbos, tan imperturbable como siempre, y sólo te dabas cuenta de que estaba en un tris de perder los nervios si lo conocías. De hecho, ahora que lo pensaba, ¿por qué les había dejado entrar Larkin?
Esto no puede estar sucediendo. La fiesta sorpresa… ¡Me había olvidado por completo! Emily se abrió paso a empujones hasta ponerse al frente del grupo. —¿Dónde está la cumpleañera? Y extendió los brazos en cruz como si albergara la intención de darle un gran abrazo a Lena. Ésta retrocedió, pero Emily no era de las que desistían con facilidad y le pasó el brazo por la cintura, rodeándola como si fueran viejas amigas que no se veían desde hacía tiempo. —Nos hemos tirado toda la semana planeando la fiesta. Hemos traído música en directo y Charlotte ha alquilado un equipo de iluminación al aire libre para que todo el mundo pueda verlo, ya sabes lo oscuros que son los terrenos de Ravenwood. —Emily fue bajando el volumen de la voz como si estuviera discutiendo la venta de mercancías de contrabando en el mercado negro—. Y tenemos licor de melocotón. —Tienes que verlo —aseguró Charlotte arrastrando las palabras. La verdad es que prácticamente jadeaba entre una y otra, probablemente por culpa de aquellos jeans tan apretados—. Hay un cañón láser. Es una macrofiesta rave en Ravenwood, ¿a que es guay? Se parece a una de esas fiestas universitarias de Summerville. ¿Una fiesta rave? Ridley había hecho uso de todos los recursos a su alcance para montar aquello. ¿Emily y Savannah dando una fiesta a Lena y haciéndole la pelota como si fuera la Reina de los Hielos? Eso había de ser más duro de tener que tirarse las tres por un barranco. —Ahora, subamos a tu cuarto para prepararte, cumpleañera—dijo Charlotte, con su jovialidad de animadora más acentuada de lo normal en ella, que ya de por sí solía ser algo exagerada. Lena se puso verde. ¿Su cuarto? Probablemente, la mitad de las pintadas de las pareces estaban dedicadas a ellas.
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—Pero ¿qué dices, Charlotte? Está guapísima. ¿No te parece, Savannah? —terció Emily al tiempo que propinaba un codazo de desaprobación a Charlotte, como si le quisiera indicar que debía dejar el pastel y molestarse en mirar semejante belleza. —¿Bromeas? Moriría por este pelo —replicó Savannah, jugueteando con un mechón de la melena de Lena entre los dedos—. Es tan… increíblemente...negro. —El año pasado yo tenía el pelo negro, al menos las puntas—protestó Eden. El curso anterior, en uno de sus torpes intentos por llamar la atención, se había teñido la capa inferior del pelo de color negro y se había dejado rubia la parte superior. Savannah y Emily se habían ensañado con ella sin misericordia hasta que al día siguiente volvió teñida por completo. —Pero tú parecías una mofeta —repuso Savannah, aunque luego sonrió aprobadoramente a Lena—. Sin embargo, tú tienes aspecto de Italia. —Vamos, todo el mundo te está esperando —le instó Emily al tiempo que le cogía del brazo. Lena se las quitó de encima.
Esto ha de tener algún tipo de truco. Y lo tiene, sin duda, pero no creo que sea de la clase que tú imaginas. Probablemente, guarda más relación con un Siren y una piruleta. Ridley. Debería haberlo sabido. Lena miró a la tía Del y a Macon. Estaban horrorizados, como si todos los latines del mundo no les hubieran preparado para esto. La abuela sonrió, poco familiarizada con este tipo de ángeles en particular. —¿A qué viene tanta prisa? ¿Os gustaría quedaros a tomar una taza de té, niños? —Hola, ¿qué hay, abuela? —saludó Ridley a grito pelado desde más allá de la entrada, pues se había quedado rezagada en el porche, dándole lametones a la piruleta roja con una intensidad tal que me llevó a pensar que si ella se paraba, todo aquel montaje se desmoronaría como un castillo de naipes. Esta vez, cuando franqueó la entrada, no me tenía en mente. Se quedó a medio dedo de Larkin. A éste pareció hacerle gracia, pero permaneció delante de ella. Ridley estaba a punto de hacer estallar el apretado chaleco de encaje, a medio camino entre un top de lencería y las prendas habituales de las modelos de la revista Hot Rod, y la minifalda vaquera de talle bajo. Ridley se reclinó contra el marco de la puerta.
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—Ridley, ¡cuánto me alegro de verte, cielo! Tu nuevo aspecto es de lo más apropiado. Estoy segura de que con él tendrás un buen número de pretendientes. —La anciana le dedicó una sonrisa inocente, pero no había cariño ninguno en sus ojos. Ridley hizo un mohín, pero no dejó de chupar la piruleta. Me dirigí hacia ella. —¿Cuántos lengüetazos has necesitado, Rid? —¿Para qué, Perdedor? —Para conseguir que Savannah Snow y Emily Asher le organicen una fiesta a Lena. —Más de los que te imaginas, señor novio. Me sacó la lengua, lo cual me permitió apreciar que la tenía a rayas rojas y púrpuras, una imagen algo repulsiva. Larkin suspiró y me miró al pasar. —Ahí fuera, en el prado, debe de haber un centenar de críos. Han montado un escenario con altavoces, y hay aparcados coches a lo largo de todo el camino. —¿De verdad? —Lena miró a través de la ventana—. Pues sí, hay un escenario en medio de los magnolios. —¿De mis magnolios? —saltó Macon, poniéndose en pie. Todo aquello era una farsa, yo sabía que Ridley había montado aquel tinglado dándole insinuantes lengüetazos a la piruleta, y Lena también, pero, aun así, pude leerlo en sus ojos: una parte de ella deseaba salir fuera. Una fiesta sorpresa a la cual asistía todo el mundo debía figurar también en la lista de cosas que supuestamente hacen todas las chicas normales en el instituto. Era capaz de sobrellevar lo de ser una Caster, pero estaba harta de ser una marginada. Larkin miró a Macon. —No vas a conseguir que se vayan. Acabemos con esto de una vez. Estaré con ella todo el rato, yo o Ethan. Link se abrió camino a empellones hasta situarse delante del gentío. —Tío, vamos, es el debut ante el instituto de mi banda, los Holy Rollers. Va a ser la leche. Jamás en la vida le había visto tan feliz. Eché un vistazo a Ridley. Ella se encogió de hombros y chupeteó la piruleta. —No vamos a ir a ninguna parte, esta noche no.
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No podía creer que Link estuviera allí. A su madre iba a darle un infarto si se enteraba. Larkin miró a Macon, que estaba irritado, y a la aterrada tía Del. Ésta era la noche en que menos deseaban perder de vista a Lena. —No. —Macon ni siquiera se detuvo a considerarlo. Larkin lo intentó de nuevo. —Cinco minutos. —Rotundamente no. —¿Cuándo van a volver a darle una fiesta un montón de compañeros de instituto? —Por suerte, nunca —replicó de inmediato Ravenwood. Lena puso mala cara. Yo tenía razón. Deseaba formar parte de todo aquello, aunque no fuera real. Era como el baile o el partido de baloncesto. Ése era el principal motivo por el cual se molestaba en ir al instituto, sin importarle lo horrorosamente mal que la trataban. Por eso aparecía por clase un día tras otro, aunque tuviera que comer en las gradas o sentarse en el Lado del Ojo Bueno. Fuera o no una Caster, tenía dieciséis años, y por una noche eso era todo lo que quería ser. Sólo había una persona más tozuda que Macon Ravenwood; su sobrina, y si yo conocía bien a Lena, su tío no tenía ninguna oportunidad de salirse con la suya. Esta noche no. Se acercó a Macon y le cogió del brazo. —Sé que suena a locura, tío M, pero ¿puedo ir a la fiesta? Sólo un ratito, sólo para oír al grupo de Link. Permanecí a la espera de que se le rizara el pelo y soplase la delatora brisa mágica, pero no fue así. No era su magia de Caster lo que estaba desplegando. Era algo de naturaleza muy diferente. Bajo la vigilancia de Macon, no podía valerse de sus poderes para marcharse, así que había puesto en acción una magia más antigua y poderosa, la que mejor había funcionado con su tío desde que se había mudado a Ravenwood. Puro y simple amor. —¿Por qué quieres ir con toda esa gente después de todo lo que te han hecho pasar? — Percibí cómo Macon se ablandaba conforme hablaba. —Nada ha cambiado. No quiero ir con esas chicas, pero quiero ir a la fiesta. —Eso no tiene ningún sentido — replicó, frustrado. —Lo sé, y también soy consciente de que es una tontería, pero sólo quiero saber qué se siente siendo normal. Quiero ir a un baile sin que prácticamente termine
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destrozándolo. Quiero ir a una fiesta a la que sí me han invitado. Sé que todo es cosa de Ridley, ¿pero tan mal está que eso no me importe? —Alzó los ojos y se mordió el labio. —No puedo permitirlo, incluso aunque quisiera. Es demasiado peligroso. Las miradas de ambos se encontraron. —Ethan y yo no siquiera hemos bailado, tío Macon. Lo dijiste tú mismo. Durante un instante dio la impresión de que Macon iba a transigir, pero fue sólo durante un segundo. —Y ahora digo lo que antes me callé: acostúmbrate. Yo jamás pude pasar un día en ninguna escuela ni salir de paseo el domingo por la tarde. Todos nos llevamos nuestras decepciones. Lena se jugó la última carta. —Pero es mi cumpleaños, y podría ocurrir cualquier cosa. Ésta podría ser mi última oportunidad para… —La frase quedó suspendida en el aire. Para bailar con mi novio. Para ser yo misma. Para ser feliz. No hacía falta que lo dijera. Todos lo sabíamos. —Entiendo cómo te sientes, pero mi responsabilidad es mantenerte a salvo. Esta noche en especial debes estar aquí, a mí lado. Los mortales sólo van a hacerte sufrir o a ponerte en situaciones de riesgo. No puedes ser normal porque no estás hecha para serlo. Macon jamás le había hablado así a Lena. Yo no estaba muy seguro de si hablaba de la fiesta o de mí. Lena tenía los ojos relucientes, pero no derramó ni una lágrima. —¿Por qué no? ¿Qué hay de malo en desear lo que ellos tienen? ¿Te has parado a pensar que a lo mejor alguna vez sí hacen algo bien? —¿Y qué si es así? ¿Acaso importa? Eres una Natural. Un día irás a algún sitio donde Ethan no podrá seguirte nunca, y cada minuto que estéis juntos ahora será una carga que deberás llevar el resto de tu vida. —Él no es una carga. —Oh, sí, ya lo creo. Te debilita y eso le hace peligroso. —Me fortalece, y eso sólo le hace peligroso para ti.
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Me interpuse entre ellos. —Vamos, señor Ravenwood, no haga eso esta noche. Pero Macon ya lo había hecho. —¿Y qué sabrás tú? —Lena estaba furiosa—. Jamás has sobrellevado el peso de ninguna relación en toda tu vida, ni siquiera el de una amistad. No entiendes nada, pero ¿cómo vas a hacerlo? Te pasas durmiendo todo el día y deprimiéndote en tu biblioteca por las noches. Odias a todo el mundo y te crees superior a los demás. Si en realidad nunca has amado a nadie, ¿cómo vas a saber qué es lo que siento? Le dio la espalda a su tío y al resto de nosotros y subió corriendo las escaleras, con Boo pisándole los talones. Se metió en su cuarto y se cerró con un portazo que retumbó hasta en el vestíbulo de la planta de abajo. Boo se tendió ante la puerta de Lena. Macon se quedó mirando fijamente a su sobrina mientras ésta se alejaba, y no cambió la dirección de la mirada hasta que ella desapareció. Entonces se volvió hacia mí. —No podía permitirlo. Estoy seguro de que lo entiendes. Aquélla era la noche más peligrosa en toda la vida de Lena, y yo lo sabía, y también que era su última oportunidad de ser la chica que todos amábamos. Por eso le entendía, pero no deseaba estar en la misma habitación que él en ese momento. Link se abrió paso poco a poco entre el cúmulo de chavales parados en el vestíbulo hasta ponerse delante del grupo y preguntar: —Bueno, pero entonces ¿va a haber fiesta o no? Larkin cogió su abrigo. —Ya la hay. Vamos fuera y celebrémosla por Lena. Emily se abrió paso a empujones hasta ponerse junto a Larkin, echaron a andar y todos los demás los siguieron. Ridley seguía en la puerta principal. Me miró y se encogió de hombros. —Lo intenté. Link me esperaba junto a la entrada. —Ethan, vamos, tío, venga. Miré al piso de arriba.
¿Lena?
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Voy a quedarme aquí. —Bajará de un momento a otro, lo sé, Ethan. —La abuela dejó de hacer punto—. ¿Por qué no vas con tus amigos y vienes a recogerla dentro de unos minutillos? Pero no quería irme. Ésta podía ser la última noche que estuviésemos juntos. Incluso aunque la pasáramos metidos en el cuarto de Lena, aún quería estar con ella. —Al menos, sal y escucha mi nueva canción, tío. Luego, vuelves y esperas a que baje — insistió Link, con las baquetas en la mano. —Creo que sería lo mejor—comentó Macon mientras se servía otra copa de whisky—. Puedes volver al cabo de unos minutos. Entretanto, debemos discutir unas cuantas cosas. El asunto estaba zanjado. Me estaba dando la patada. —Una canción. Luego, esperaré ahí fuera, en el porche. —Miré a Macon—. Y sólo un rato.
El prado situado detrás de la mansión Ravenwood era un hervidero de gente. En uno de los extremos se alzaba un escenario improvisado con focos portátiles muy similares a los usados para la recreación de la parte de la batalla de Honey Hill que sucedía de noche. Los altavoces vomitaban música a todo volumen, pero resultaba difícil oírla por encima del retumbar lejano de los cañones. Seguí a Link hasta el escenario, donde ya se estaban preparando los Holy Rollers: el guitarrista, un tipo con los brazos cubiertos de tatuajes y lo que parecía ser una cadena de bici enrollada al cuello, ajustaba el amplificador de la guitarra eléctrica; el bajista llevaba el pelo en plan pelo pincho a juego con el maquillaje negro alrededor de los ojos; el otro músico tenía tantos piercings que hacía daño sólo mirarlo. Ridley se subió de un brinco al escenario, se sentó y saludó con la mano. —Espera a oírnos tocar rock. Sólo desearía que Lena estuviera aquí para oírlo. —Bueno, no querría decepcionarte. Lena se acercó por detrás de nosotros y me rodeó la cintura con los brazos. Tenía los ojos enrojecidos por las lágrimas, pero en la oscuridad parecía como todos los demás. —¿Qué ha pasado? ¿Ha cambiado de idea tu tío? —No exactamente, pero ojos que no ven, corazón que no siente, y tampoco me importa si se entera.
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No dije nada. Jamás había entendido la relación entre Macon y su sobrina, no más de lo que ella entendía la mía con Amma, pero supe que iba a sentirse fatal cuando todo esto acabase. Era incapaz de soportar que alguien dijera nada malo de su tío, ni siquiera yo; por lo cual, decirlo ella era todavía aún peor. —¿Te has escapado? —Sí, Larkin me echó una mano. Larkin se acercó a nosotros con una copa de plástico. —Sólo se cumplen dieciséis una vez, ¿vale?
Esto no es buena idea, L. Un baile, sólo quiero eso. Después, volveré. Link se dirigió hacía el escenario. —Te he compuesto una canción por tu cumple, Lena. Te va a encantar. —¿Cómo se titula? —pregunté yo con desconfianza. —Dieciséis lunas. ¿Recuerdas esa extraña canción que no encontrabas en el iPod? Me vino a la cabeza la semana pasada toda enterita. Bueno, Rid me ayudó un poquito. —Esbozó una ancha sonrisa—. Podría decirse que tuve una musa, supongo. Me quedé sin habla, pero Lena me apretó la mano y Link agarró el micrófono para tener el micro delante de la boca. Bueno, para ser sinceros, más que delante de la boca, se lo metió dentro, y resultaba bastante grosero. Link había visto demasiados conciertos de la MTV en casa de Earl. Había que reconocerlo, sagrado o no, estaba a punto de ponerse a rodar por el escenario. Bien mirado, le estaba echando un par de narices. Cerró los ojos. —Un, dos, tres. El guitarrista, el tipo hosco con la cadena de bici enrollada en el cuello, golpeó una cuerda y arrancó una nota a la guitarra. Sonó horroroso y los amplificadores del otro lado del escenario gimieron. Aquello no iba a ser agradable. Y luego, vino otra nota y otra más. —Damas y caballeros, si es que hay alguno por aquí cerca. —Link alzó una ceja y una cascada de risas surgió entre el público—. Me gustaría desearle a Lena un feliz
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cumpleaños. Y ahora, cogeos de las manos para escuchar el estreno mundial de mi nuevo grupo, los Holy Rollers. Link le guiñó un ojo a Ridley. El pobre se creía Mick Jagger. Me sentí mal por él y apreté la mano de Lena. Tuve la sensación de hundir los dedos en las aguas de un lago en pleno invierno, cuando la superficie está caliente por el sol y un centímetro por debajo es puro hielo. Me estremecí, pero no la solté. —Espero que estés lista para esto. Va a pegarse un tortazo de campeonato. Ella alzó los ojos y le miró con gesto pensativo. —No estoy tan segura de eso. Ridley se mantuvo sentada en el escenario, sonriendo y agitando los brazos como la más enfervorecida fan. La brisa le alborotaba los cabellos y algunos mechones rosáceos y dorados se le enroscaban en los hombros. Entonces escuché los primeros acordes de una melodía conocida y empezó a sonar a todo meter por los altavoces Dieciséis lunas. Sólo que esta vez el acabado no era el de una maqueta, no se parecía en nada a los temas de las maquetas de Link. Eran buenos, eran realmente buenos, y el público enloqueció. Los alumnos del Instituto Jackson iban a tener su baile después de todo. Sólo que estábamos en un prado, en medio de la finca de Ravenwood, la plantación más temida y de peor fama de todo Gatlin. La potencia era alucinante, arrebatadora como un delirio. Todos bailaban y la mitad de los asistentes también cantaba, lo cual era una locura, dado que nadie antes había escuchado la canción. La música arrancó una sonrisa incluso a Lena, y los dos empezamos a movernos al ritmo de la multitud, pues era imposible resistirse. —Están tocando nuestra canción. —Buscó y encontró mi mano. —Eso mismo estaba pensando yo. —Lo sé —aseguró mientras entrelazaba sus dedos con los míos y me provocaba descargas por todo el cuerpo—. Y el grupo es muy bueno —aseguró a voz en grito para hacerse oír por encima de la bulla del gentío. —¿Bueno? ¡Estos tíos son geniales! Como el día de hoy, el mejor en la vida de Link. Lo dije en serio. Link, los Holy Rollers, el fiestón, todo aquello era una verdadera locura. Ridley se balanceaba en un extremo del escenario sin dejar de chupetear su piruleta. No era el mayor despropósito que había visto a lo largo de ese día, pero tampoco le iba a la zaga. Lena y yo seguimos bailando, y los cinco minutos transcurrieron una y otra vez hasta ser veinticinco, y luego cincuenta y cinco, sin que ninguno de los dos nos diéramos cuenta ni nos importara. Habíamos detenido el tiempo, o al menos así era como lo
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sentíamos. Sólo disponíamos de un baile, pero íbamos a apurarlo todo lo posible por si acaso no teníamos ninguno más. Larkin no tenía prisa alguna. Bailaban bien apretado con Emily, se estaban dando el lote junto a uno de los fuegos que alguien había encendido en los viejos cubos de basura. Emily llevaba la chupa de Larkin y de vez en cuando él le desnudaba el hombro y le pegaba un lametón en el cuello o hacía alguna otra grosería. Se estaba comportando como una auténtica serpiente. Lena se volvió hacía la fogata y le dijo a voz en grito: —¡Eh, Larkin! Tiene como unos dieciséis. El chico sacó la lengua, que se desplegó hacia el suelo de un modo impracticable para cualquier mortal. Emily no pareció darse cuenta. Se desenredó de Larkin y se acercó a Savannah, que bailaba con Charlotte y Eden, situadas justo detrás. —Venga, chicas démosle a Lena su regalo. Savannah alargó la mano hacia un bolso plateado, por cuya abertura asomaba un paquetito envuelto con papel y cinta plateados. Tiró de él para cogerlo. —Es un detallito sin más. —Toda chica debería tener uno — apuntó Emily, articulando mal las palabras. —El metálico va a juego con todo. —Eden apenas podía contener las ganas de rasgar el papel de regalo ella misma. —Tiene el tamaño justo para que te quepa el móvil y el pintalabios, por ejemplo. — Charlotte le dio el regalo—. Vamos, ábrelo. Lena sostuvo el paquete y les sonrió. —Savannah, Emily, Eden, Charlotte, no tenéis ni idea de lo que esto significa para mí. Ninguna de ellas le pilló el sarcasmo, pero yo sí estaba al tanto, sabía qué significaba exactamente para ella.
Estúpidas a la enésima potencia. Mi novia no me miró o los dos nos hubiéramos echado a reír a mandíbula batiente. Luego, mientras nos abríamos paso hacia la zona donde bailaba toda la gente, lanzó el paquetito a la fogata, donde las llamas amarillas y azafranadas devoraron el envoltorio y consumieron el bolsito metálico, que quedó reducido a humo y cenizas.
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Los Holy Rollers se tomaron un descanso y Link se dejó caer junto a nosotros para disfrutar de la gloria de su debut musical. —Ya te dije que éramos buenos. Estamos a un paso de firmar con una discográfica. — Link me dio un codazo en las costillas, como en los viejos tiempos. —Tenías razón, tío. Sois geniales. —Debía admitirlo, aunque tuviera de su lado a PiruRidley. Savannah Snow se paseó por allí, exhibiéndose, probablemente para hacer tartamudear a Link. —Hola Link. —Y parpadeó de forma insinuante. —Hola, Savannah. —¿Crees que podrías reservarme un baile? —Era increíble. Estaba ahí delante, mirándole como si fuera una verdadera estrella de rock—No sé qué haré si no consigo uno —añadió, y le dedicó otra sonrisa de Reina de los Hielos. Me sentí atrapado en uno de los sueños de Link, o tal vez de Ridley. Y en ese momento, ella apareció. —Aparta esas manos de mi chico, reina del baile, este modelo de portada es sólo mío. —Ridley le rodeó con el brazo, cubriendo otras partes clave de su anatomía para marcar el territorio. —Lo siento, Savannah. Quizá la próxima vez. Link se guardó las baquetas en el bolsillo trasero y los dos regresaron a la zona de baile, donde Ridley siguió con sus contoneos de peli para adultos. Ése debió de ser el mejor momento de toda la vida de Link, tanto es así que uno se hubiera podido preguntar si era su cumpleaños. Volvió al escenario cuando terminó la canción. —Tenemos un último tema escrito por una buena amiga mía. Está dedicada a una gente muy especial del Instituto Jackson. Sabréis a quiénes de vosotros se refiere. El escenario se quedó a oscuras, pero las luces volvieron con el primer punteo de guitarra. Link llevaba una camiseta de los Ángeles de Jackson con las mangas arrancadas. Tenía un aspecto ridículo, ésa era su intención. Huy, si su padre pudiera verle ahora… Se acercó al micro y comenzó a lanzar un hechizo de su propia cosecha.
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Los Ángeles a mí alrededor se precipitan. El dolor a más dolor se extiende. Tus flechas rotas me atormentan. ¿Qué es lo que no se entiende? Lo que aborreces en tu fatalidad conviertes En tu destino. Ángel caído.
Era la canción de Lena, la que había compuesto para Link. Conforme se siguió desgranando la música, cada integrante de los Ángeles de Jackson bailó al ritmo de la canción destinada a ellos. Quizá todo fuera cosa de Ridley, quizá no. La cuestión fue que para cuando hubo concluido la canción y Link hubo lanzado la camiseta a la hoguera, se palpaba en el ambiente que muchas más cosas iban a arder en las llamas. Todo cuanto había parecido duro e insalvable durante tanto tiempo se consumió para desvanecerse con el humo. Mucho tiempo después de que el grupo hubiese dejado de tocar, incluso cuando no era posible encontrar en ningún sitio a Ridley y a Link, Savannah y Emily todavía seguían siendo encantadoras con Lena, y de pronto, el equipo de baloncesto al completo volvió a dirigirme la palabra. Miré a mi alrededor en busca de algún pequeño indicio en alguna parte, a la búsqueda de una piruleta, ese único hilo delator que me permitiera desenredar toda la madeja. Pero no había nada, salvo la luna, las estrellas, la música, los focos y el gentío. Lena y yo ya no bailábamos, pero seguíamos agarrados. Nos balanceábamos de acá para allá mientras por mis venas fluía una ola de calor, frío, energía y miedo. En cuanto dejó de sonar la música, seguimos en nuestra burbuja de cuchicheos. Ya no estábamos solos en nuestra cueva de mantas, pero aún era todo perfecto. Me apartó con suavidad, con esa forma suya propia de los momentos cuando tenía algo en mente, y alzó los ojos hacía mí. Era como si me mirase por primera vez. —¿Qué te pasa? —Nada, yo…—Se mordió el labio inferior con nerviosismo, y respiró hondo—. Es sólo que hay algo que debo decirte. Intenté leerle el pensamiento, el rostro, o algo, pues empezaba a tener la percepción de que se repetía todo lo de la semana previa a las vacaciones de Navidad y estábamos en los pasillos del instituto en lugar de en el campo de Greenbrier.
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Mantuve los brazos alrededor de su cintura y tuve que resistirme a la tentación de estrecharla con más fuerza para asegurarme de que no podía irse. —¿Qué pasa? Puedes decirme lo que sea. Apoyó los brazos en mi pecho. —Quiero decirte una cosa por si esta noche sucede algo… Lena me miró a los ojos y lo dijo con tanta claridad como si me lo hubiera susurrado al oído, salvo que significaba más que si hubiera pronunciado las palabras en voz alta, las dijo de la única manera que importaba entre nosotros, de la forma en que nos habíamos encontrado el uno al otro desde el principio, de la forma en que siempre encontrábamos el camino de regreso.
Te quiero, Ethan. Durante unos instantes no supe qué responder, porque << te quiero>> no me parecía bastante. No dije nada de lo que quería decirle: que ella me había salvado de aquel pueblo, de mi vida y de mi padre, y de mí mismo. ¿Cómo cabía todo eso en dos palabras? No era posible, pero aun así las dije, porque deseaba pronunciarlas.
Yo también te quiero, Lena y creo que te querré siempre. Se acomodó otra vez junto a mí, reposando la cabeza en mi hombro. Sentí el calor de sus cabellos sobre el mentón y otra cosa más, algo que jamás creí que iba a ser capaz de alcanzar: esa parte que Lena mantenía lejos del mundo. Noté que estaba abierta el tiempo suficiente para permitirme entrar. Lena me estaba dando una parte de sí misma, la única realmente suya. Yo deseé recordar ese sentimiento y aquel momento como si fuera un recuerdo al que acudir cuantas veces quisiera. Yo quería que todo permaneciera así para siempre. Y para siempre resultó durar exactamente cinco minutos más.
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11 de Febrero LA CHICA DE LA PIRULETA
L
ena y yo seguíamos bailando al ritmo de la música cuando Link se abrió
paso a codazos entre la multitud. —Eh, tío, te he buscado por todas partes. Al llegar a donde estábamos, se dobló en dos y apoyó las manos en las rodillas mientras intentaba recobrar el aliento. —¿Dónde está el fuego? —Se trata de tu padre: se ha subido el pijama al balcón de Fallen Soldiers. Según la Guía de viaja de Carolina del Sur, Fallen Soldiers era un museo de la Guerra de Secesión, pero en realidad sólo era la vieja casa de Gaylon Evan, que estaba repleta de sus recuerdos sobre la contienda. Gaylon había legado la casa y la colección de bártulos a su hija Vera y ésta, desesperada por convertirse en miembro de las Hijas de la Revolución Americana, había dado permiso a las compinches de la señora Lincoln para que la restaurasen y la convirtieran en el único museo de Galtin. —Genial. No le bastaba con avergonzarme en casa, ahora había decidido aventurarse fuera. Link pareció perplejo. Probablemente, había esperado por mi parte una reacción de sorpresa al saber que mi padre vagaba por ahí en pijama. Ignoraba que aquello era un incidente de lo más normal. Eso me hizo caer en la cuenta de lo que poco que él sabía de mi vida en los últimos tiempos, considerando que era mi mejor amigo, mi único amigo.
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—Ethan, está en el balcón. Es como si fuera a saltar. Fui incapaz de moverme. Oía sus palabras, pero no podía reaccionar. Me había avergonzado de mi padre en los últimos tiempos, pero le seguía queriendo, y estuviera o no como una regadera, no podía perderle. No me quedaba ningún familiar más.
¿Estás bien, Ethan? Miré a Lena. Sus enormes ojos verdes mostraban preocupación. Esa noche también podía perderla a ella, podía perderlos a los dos. — ¿Me has oído, Ethan?
Debes ir, Ethan. Vamos, todo irá bien. — ¡Venga, tío! —me urgía Link, tirando de mí. La estrella de rock había desaparecido y ahora sólo quedaba mí mejor amigo intentando salvarme de mí mismo, pero no podía abandonar a Lena.
No pienso dejarte aquí sola, dependiendo sólo de ti. Por el rabillo del ojo vi a Larkin acercándose hacía nosotros. Se había soltado del abrazo de Emily por unos momentos. — ¡Larkin! —Sí, ¿qué ocurre? Parecía percibir que algo se había puesto en marcha; de hecho, parecía preocupado, y eso era mucho para un tipo cuya expresión solía ser siempre de desinterés. —Necesito que lleves a Lena de vuelta a Ravenwood. — ¿Por qué? —Tú limítate a llevarla a la mansión. —Voy a estar bien, Ethan, vete tranquilo. —Lena me empujó hacia Link. Estaba tan preocupada como yo. Aun así, no me moví. —Que sí, hombre —contestó Larkin—, la llevaré a casa ahora mismo. Link tiró de mí una última vez y los dos atravesamos la multitud. Ambos sabíamos que yo podía estar a pocos minutos de convertirme en alguien con sus padres muertos.
Corrimos por los campos de Ravenwood, llenos de gente, en dirección a la carretera y a Fallen Soldiers. Enseguida nos encontramos con el aire saturado por la pólvora de la
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recreación y al cabo de pocos segundos se pudo oír una descarga de fusilería. La parte vespertina de la campaña estaba en todo su apogeo. Nos estábamos acercando al extremo de la plantación Ravenwood, donde terminaba ésta y comenzaba Greenbrier. Pude ver en la oscuridad el centelleo de las cuerdas de amarillo fosforito que señalizaban la zona de seguridad. ¿Y si llegábamos demasiado tarde? Fallen Soldiers estaba a oscuras. Link y yo subimos los escalones de dos en dos, intentando ascender los cuatro pisos lo más deprisa posible. Me detuve de forma instintiva nada más llegar al tercer piso. Link se percató enseguida, como hacía cuando estaba a punto de pasarle la pelota cada vez que intentaba agotar el tiempo de posesión, y se detuvo a mi lado. —Tu padre está ahí arriba. Pero no fui capaz de moverme. Mi amigo me lo adivinó en la cara, supo a qué le tenía miedo. Había estado a mi lado en el funeral de mi madre: repartió claveles blancos entre los asistentes para que pudieran depositarlos encima del féretro mientras mi padre y yo mirábamos la tumba como si también nosotros estuviéramos muertos. — ¿Y si…? ¿Y si ha saltado ya? —De ningún modo. Rid está con él. Ella jamás permitiría que sucediera eso. << Si usa tu poder contigo y te dice que saltes por un barranco, tú lo haces >>. Empujé a Link al pasar para subir el último tramo de escaleras y observé el corredor desde la entrada. Todas las puertas estaban cerradas, excepto una. La luz de la luna bañaba el sucio suelo de tablones de pino. —Está aquí —me informó Link, pero ya lo sabía. Entrar allí fue como retroceder en el tiempo. Las Hijas de la Revolución Americana habían hecho un trabajo realmente soberbio. En un rincón había un enorme hogar de piedra con una grade repisa de madera repleta de velas alargadas que goteaban cera conforme se iban consumiendo y al otro lado de la chimenea se hallaba una cama con dosel; los ojos de los caídos de la Confederación devolvían fijamente la mirada desde sus retratos de color sepia, pero, aun así, había algo fuera de lugar; un olor dulzón a almizcle, demasiado dulce, una mezcla de peligro e inocencia, aunque Ridley fuera cualquier cosa menos inocente. Ridley estaba de pie junto al balcón, con el pelo ondulado por el viento. Las puertas en cuestión estaban abiertas de par en par y las cortinas cubiertas de polvo se metían en la habitación casi a empujones, por efecto del viento. Como si alguien ya hubiera saltado. —Le encontré—anunció Link a Ridley.
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—Eso ya lo veo. ¿Cómo va eso, Perdedor? —Me dedicó una dulce sonrisa de lo más forzada, tanto que me dieron ganas de vomitar y al mismo tiempo estuve tentado de devolvérsela. Me acerqué despacio al balcón, temeroso de que mi padre ya no estuviera allí, pero se encontraba en el estrecho saledizo, al otro lado de la barandilla, descalzo y vestido sólo con su pijama de franela. — ¡Papá, no te muevas! Patos, llevaba dibujados patos en el pijama, lo cual estaba un poco fuera de lugar, considerando que podía saltar desde un edificio. —No te acerques más o saltaré, Ethan—me avisó. Parecía tener la mente despejada y hacía meses que no se le veía tan lúcido y decidido. Su voz sonaba muy parecida a la de mi padre, y supe que no era él quien hablaba, o al menos no lo hacía por iniciativa propia. Todo era cosa de Ridley y su poder de persuasión exprimido al máximo. —Papá, tú no quieres saltar. Déjame ayudarte. —Me acerqué un par de pasos. — ¡Alto ahí! —gritó mientras soltaba una mano para señalarme. —No deseas la ayuda de tu hijo, ¿a que no, Mitchell? Sólo anhelas algo de paz. Sólo quieres ver de nuevo a Lila —intervino Ridley, apoyada en la pared con la piruleta suspendida en el aire y lista para empezar a darle lametones. — ¡No menciones el nombre de mi madre, bruja! —Pero ¿qué haces, Rid? —inquirió Link, de pie ante la puerta del balcón. —Mantente al margen, Encogido. Esta liga no es la tuya. Me puse enfrente de Ridley, interponiéndome entre ella y mi padre, como si eso pudiera desviar su poder. — ¿Por qué haces esto, Ridley? Él no tiene nada que ver con Lena ni conmigo. Si quieres hacerme daño, adelante, hazlo, pero deja a mi padre fuera de esto. Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada que sonó seductora y perversa. —No tengo especial interés en hacerte daño, Perdedor. Sólo hago mi trabajo. No es nada personal. Se me heló la sangre en las venas. Su trabajo.
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—Haces esto por Sarafine. —Vamos, por favor, ¿y qué esperabas, Perdedor? Tú has visto cómo me trata mi tío y conoces todo el embrollo familiar. Ahora mismo no tengo otra opción. —¿De qué hablas, Rid? ¿Quién es Sarafine? —preguntó Link, y se acercó hacia ella. Ridley le miró. Durante un segundo creí ver algo en su semblante, algo que parecía una emoción auténtica, pero se la quietó de encima y desapareció tan pronto como había llegado. —Creo que quieres regresar a la fiesta, ¿verdad, Encogido? El grupo está calentando motores para una segunda actuación. Recuerda: estamos grabando este directo para la nueva maqueta. Yo misma voy a llevarla a un sello discográfico de Nuevo York. — ronroneó sin dejar de mirarle intensamente. Link parecía desconcertado, como si de verdad quisiera volver a la fiesta, pero no estuviera seguro del todo. —Papá, escúchame. No quieres hacer esto. Ella te está controlando. Es capaz de influir en la gente, eso es lo que hace. Mamá jamás habría querido que tú hicieras esto. Le miré en busca de algún indicio de que mis palabras causaban algún efecto, de que me escuchaba, pero no lo encontré. A lo lejos se oían los gritos de los hombres de la batalla y el estruendo de las bayonetas. —No tienes ningún motivo para vivir, Mitchell. Has perdido a tu esposa, eres incapaz de escribir una línea y tu hijo se irá a la universidad en un par de años. Si no me crees, pregúntale acerca de esa caja de zapatos llena de folletos sobre campus universitarios. Vas a quedarte solo. — ¡Cállate! Ridley se volvió hacia mí mientras le quitaba el envoltorio a otra piruleta. —Lamento todo esto, Perdedor, de veras que sí, pero todo el mundo debe representar un papel, y éste es el mío. Tu padre va a tener un accidente esta noche, igual que le ocurrió a tu madre. — ¿Qué acabas de decir? Link estaba hablando, yo lo sabía, pero no podía oír su voz; de hecho, era incapaz de escuchar nada, salvo esas palabras que retumbaban una y otra vez en mi cabeza. << Igual que le ocurrió a tu madre >>. — ¿Mataste tú a mi madre? —pregunté mientras avanzaba hacia ella. Me daba igual cuáles fueras sus poderes, si ella había matado a mi madre…
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—Cálmate, grandullón. No fui yo. Eso ocurrió antes de que llegara mi momento. — ¿De qué demonios va todo esto, Ethan? —Link se había situado junto a mí. —Ella no es lo que parece, tío. Es… —No encontraba la forma de explicárselo de modo que pudiera entenderlo—. Es una Siren, algo muy similar a una bruja. Te ha estado controlando exactamente igual que ahora domina a mi padre. Mi amigo se echó a reír. —Una bruja. A ti te falta un tornillo, tío. No aparté la mirada de Ridley. Esbozó una sonrisa y recorrió el pelo de Link con los dedos. —Vamos, cielo, tú sabes que te encantan las chicas malas. Yo no tenía ni idea del alcance de sus poderes, pero sabía que era capaz de matar a cualquiera después de lo que había visto en Ravenwood. No tenía que haberla tratado como si sólo fuera cualquier otra chica inofensiva de la fiesta. Aquello me venía grande, pero sólo ahora empezaba a darme cuenta de hasta qué punto era así. Link nos miraba sin saber a quién creer. —No bromeo, colega. Debería habértelo contado antes, pero te juro que te estoy diciendo la verdad. ¿Por qué razón si no está intentando matar a mi padre? Link empezó a andar de un lado a otro. No me creía. Lo más probable era que pensara que me había vuelto loco. Me pareció una locura incluso a mí cuando lo expresé en voz alta. — ¿Es eso cierto, Ridley? ¿Has usado algún poder sobre mí durante todo este tiempo? —Si quieres buscarle tres pies al gato… Mi padre soltó una mano de la barandilla y extendió el brazo como si anduviera por la cuerda floja y con ese gesto quisiera mantener el equilibrio. — ¡Papá, no! —No hagas esto, Rid —pidió Link. La cadena de su llavero tintineó cuando se acercó a ella lentamente. — ¿No has oído a tu amigo? Soy una bruja…mala. —Se quitó las gafas de sol, dejando ver sus dorados ojos felinos. Noté cómo a Link se le formaba un nudo en la garganta y le costaba respirar, como si la viera como realmente era por primera vez, pero sólo duró un instante.
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—Tal vez sí, pero no eres del todo mala. Eso lo sé. Hemos pasado tiempo los dos juntos, hemos compartido cosas. —Eso formaba parte del plan, tío bueno. Necesitaba a alguien que estuviera en el ajo para poder estar cerca de Lena. A Link se le descompuso el rostro. Con independencia de lo que Ridley le hubiera hecho o el hechizo que hubiera usado, los sentimientos de mi amigo hacia ella persistían. — ¿Todo era de pega? Vamos, no te creo. —Créete lo que quieras, pero es la verdad, o lo más parecido a la verdad que soy capaz de decir. Observé cómo mi padre, todavía con el brazo estirado, cambiaba el peso de un pie a otro, daba la impresión de estar probando sus alas para ver si era capaz de volar. Un proyectil de artillería golpeó el suelo a pocos metros de distancia y levantó un montón de tierra. — ¿Y qué hay de todo eso que me habías contado sobre que habíais crecido juntas y que erais como hermanas? ¿Por qué ibas a querer hacerle daño? Algo ensombreció las facciones de la Siren. No estaba seguro, pero me pareció arrepentimiento. ¿Sería eso posible? —No es cosa mía. Yo no llevo las riendas. Como ya he dicho, éste es mi cometido: alejar a Ethan de Lena. No tengo nada en contra de ese viejales, pero su mente es débil. Ya sabes, pan comido. —Dio una chupada a la piruleta—. Sólo era un objetivo fácil. << Alejar a Ethan de Lena >>. ¿Cómo podía haber sido tan tonto? La cuestión no era si yo tenía o no alguna clase de poder. No se refería a mí, sino a nosotros. El poder era lo que existía entre nosotros, lo que siempre había estado ahí. Cuando nos encontramos bajo la lluvia en la Route 9, en la bifurcación, no había sido necesario un hechizo de Vinculación para mantenernos juntos. Ahora que habían conseguido separarnos, yo me hallaba impotente y Lena estaba sola la noche en que más me necesitaba. Era incapaz de pensar con claridad. No tenía tiempo y no iba a perder a una de las personas que más quería. Corrí hacia mi padre; a pesar de que se encontraba a unos pocos metros, aquello fue como correr sobre la arena. Vi cómo Ridley se adelantaba con los cabellos revueltos por el viento; parecía Medusa: serpientes por cabellos.
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Link dio un paso adelante y la cogió por el hombro. —No lo hagas, Rid. Durante una centésima de segundo no tuve ni idea de lo que estaba a punto de ocurrir, pero lo vi todo a cámara lenta. Mi padre se dio la vuelta para mirarme. Vi cómo se ensortijaban las hebras rubias y rosas de la Siren. Y vi a Link plantarse delante de ella para mirar aquellos ojos dorados antes de susurrar algo que no logré escuchar. Ella le miró, y sin mediar palabra, la piruleta salió disparada por encima del balcón y describió un arco mientras caía sobre el suelo, donde explotó como una granada. Todo se había terminado. Mi padre se volvió hacia la barandilla, y hacia mí, tan deprisa como se había alejado. Le sujeté por los hombros y tiré de él hacia delante, pasó por encima de la barandilla y lo llevé a tierra firme donde se desplomó como un saco de patatas, y allí tendido me buscó con la mirada igual que un niño asustado. —Gracias, Ridley, de veras. Sea como sea, gracias. —No quiero tu agradecimiento —se burló, apartándose de Link con un empujón y ajustándose el top—. Tampoco te he hecho ningún favor. No me apetecía matarle… hoy. Hizo lo posible por resultar amenazante, pero acabó por parecer una pura chiquillada. —Aunque esto va a enfadar horriblemente a alguien — añadió mientras se retorcía un mechón rosado del pelo. No necesitaba aclarar a quién se refería, pero vi pánico en sus ojos. Durante un segundo pude apreciar un gran parte de su personaje era pura farsa, apariencia, una cortina de humo. A pesar de todo, me daba lástima incluso ahora, mientras intentaba tirar de mi padre para que se pusiera de pie. Ridley podía tener a cualquier chaval del planeta, aun así, estaba totalmente sola. Su fortaleza no se acercaba a la de Lena ni por asomo. Lena.
Lena, ¿estás bien? Lo estoy. ¿Ocurre algo malo?
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Miré a mi padre, incapaz de mantener los ojos abiertos y con problemas para sostenerse en pie.
Nada. ¿Estás con Larkin? Sí, estamos regresando a la mansión Ravenwood. ¿Está bien tu padre? Sí. Te lo contaré todo cuando llegue allí. Deslicé un brazo por debajo del hombro de mi padre y Link le sujetó por el otro lado.
Quédate con Larkin y vuelve dentro con tu familia. No estás a salvo sola. Ridley pasó junto a nosotros dando grandes zancadas y, antes de que pudiéramos dar un paso, llegó a la entrada y cruzó el umbral rápidamente con esas piernas suyas kilométricas. —Lo siento, chicos. Voy a pillar un avión. Me voy a borrar del mapa una temporada. Tal vez vuelva a Nueva York. —Se encogió de hombros—. Es una ciudad chula. Mi amigo no podía dejar de mirarla aunque fuera un monstruo. —¡Eh, Rid! Ridley se detuvo y se volvió a mirarle, casi a regañadientes, como si no pudiera evitar ser lo que era, igual que un tiburón no puede dejar de serlo, pero si pudiera… —¿Sí, Encogido? —No eres toda maldad. Ella le miró fijamente y esbozó una media sonrisa. —Ya sabes lo que suele decirse: es que soy así.
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11 de Febrero REUNIÓN FAMILIAR
R
egresé a la fiesta en cuanto dejé a mi padre en las capacitadas manos de los
servicios médicos de la recreación. Me abrí camino entre las chicas del instituto; se habían quitado las cazadoras y tenían una pinta tremenda con los tops de tirantes y las camisetas playeras mientras daban vueltas al ritmo de los Holy Rollers. Menos Link, en cuyo favor tengo que decir que venía pisándome los talones. Aquello era un follón. El concierto en vivo del grupo sonaba a toda pastilla y las descargas de artillería eran atronadoras. El ruido era tal que apenas oí a Larkin. — ¡Ethan, por aquí! Larkin estaba entre los árboles, justo detrás de la cuerda amarilla fluorescente que avisaba: << Vas-a-llevarte-un-disparo-en-el-culo-si-cruzas-esta-linea-de-seguridad >>. ¿Qué hacía en el bosque, más allá de la zona de seguridad? ¿Por qué no había regresado a la mansión? Le hice un gesto con la mano y me contestó por señas antes de desaparecer tras una pendiente. Sortear la cinta de un salto habría sido una elección temeraria y difícil otro día, pero no hoy: no me quedaba más alternativa que seguirle. Link venía a trompicones detrás de mí, pero conseguía aguantar mi ritmo, tal y como solía ocurrir. —Eh, Ethan. — ¿ Si ? —Es sobre Ridley. Tenía que haberte escuchado. —Está bien, tío. No podías evitarlo. Y yo tenía que habértelo contando todo.
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—No sufras, tampoco te habría creído. El fuego de artillería resonó por encima de nuestras cabezas. Ambos las agachamos de forma instintiva. —Espero que sea munición de fogueo—admitió Link, algo nervioso— ¿No sería una locura que mi propio padre me pegase un tiro aquí? —Con la suerte que tengo últimamente, no me sorprendería que nos alcanzara a los dos con el mismo disparo. Llegamos a lo alto de la pendiente, desde donde divisé los matorrales, los robles y el humo de la artillería de campaña. —¡Estamos aquí! —nos avisó Larkin desde el otro lado del matorral. Ese plural me hizo asumir que le acompañaba Lena, por lo cual corrí más deprisa, como si su vida dependiera de ello, lo que, por lo que sabía, podía ser cierto. Me hice composición de lugar sobre dónde estábamos. En Greenbrier había un pasaje abovedado que conducía hacía el jardín. Lena y Larkin nos esperaban en el claro, al otro lado del jardín, en el mismo lugar donde habíamos exhumado la tumba de Genevieve haría cosa de unas semanas. Nos encaminamos hacia allí. Cuando nos encontrábamos a pocos metros de ellos, una figura salió de las sombras y ocupó la zona bañada por la luz de la luna. Estaba oscuro, sí, pero teníamos la luna llena justo encima de nosotros. Parpadeé. Era…Era… —¡Mamá! Pero ¿qué demonios haces tú aquí? Link se llevó una sorpresa mayúscula cuando vio delante de nosotros a su madre, la señora Lincoln parecía encajar o estar fuera de lugar, depende de cómo se mirase. Llevaba unas enaguas ridículamente grandes y ese estúpido vestido de percal que le apretaba demasiado en la cintura. Estaba justo encima de la tumba de Genevieve. —Vamos, vamos, jovencito, ya conoces mi opinión sobre el lenguaje vulgar. Link se frotó la cabeza. No tenía sentido ni para él ni para mí.
¿Qué está pasando, Lena? ¿Lena? No hubo respuesta. Algo iba mal. —¿Se encuentra bien, señora Lincoln? —Estupendamente, Ethan. ¿No es una batalla maravillosa? Y hoy Lena cumple años, me lo ha contado. Os estábamos esperando, o al menos, a uno de vosotros.
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Link se acercó. —Bueno, ya estoy aquí, mamá. Voy a llevarte a casa. No deberías estar fuera de la zona de seguridad. Vas a conseguir que te vuelen la cabeza. Ya conoces la mala puntería de papá. Agarré a mi amigo por el brazo para retenerle. Pasaba algo raro de verdad. Algo no encajaba en la forma en que su madre nos sonreía ni en el semblante aterrado de Lena.
¿Qué está pasando Lena? ¿Por qué no me contestaba? Sacó el anillo de mi madre de la sudadera y sostuvo la cadena en la mano. Vi cómo movía los labios en la oscuridad, pero yo apenas oía nada, poco más que un susurro perdido en el rincón más recóndito de mi mente.
¡Vete, Ethan! ¡Vete con tío Macon! ¡Corre! Pero no podía moverme. No podía abandonarla. —Link, cielo, ¡qué chico tan considerado eres! ¿Link? La señora que teníamos delante no podía ser la señora Lincoln. Era imposible. Era igual de raro que le llamara Link, y no Wesley Jefferson Lincoln, como que saliera corriendo por las calles desnuda. Cada vez que llamábamos a su casa y preguntábamos por Link, ella le recriminaba: << ¿Por qué usas ese ridículo apodo cuando tienes un nombre tan digno? >>. Link detuvo su avance al notar mi mano sobre su brazo. También se había dado cuenta, lo leí en su rostro. —¿Mamá? —¡Ethan, vete! Larkin, Link, que alguien avise a tío Macon—gritó Lena. No dejó de vociferar. Nunca la había visto tan asustada y corrí hacía ella. Entonces oí el sonido de una bala al salir por la boca de un cañón, y luego le siguió la ráfaga de viento característica de toda descarga de artillería. Algo me golpeó en la espalda con gran estruendo. Fue como si me abrieran la cabeza y durante unos instantes todo se volvió borroso. —¡Ethan! Oí el grito de Lena, pero fui incapaz de moverme. Me habían disparado, estaba seguro. Luché por mantenerme consciente.
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Recuperé la nitidez de la visión al cabo de unos instantes. Estaba en el suelo, con la espalda apoyada sobre un enorme roble. Debía de haber salido disparado hacia atrás hasta estamparme contra el tronco del árbol. Busqué la herida con los ojos, pero no encontré rastro alguno de sangre ni el orificio de entrada de la bala. Link estaba recostado sobre otro árbol a pocos metros de mí. Tenía pinta de estar tan grogui como yo. Me incorporé y me acerqué a Lena dando tumbos hasta chocar de frente contra algo y caer de espaldas sobre el suelo. Era exactamente como cuando en casa de las Hermanas, no advertí que la puerta corredera estaba cerrada porque era de cristal, y literalmente me la tragué. No me habían disparado. Me habían herido con otro tipo de arma. —¡Ethan! —gritó Lena. Me puse de pie y avancé muy despacio. A mi alrededor había un muro intangible tan imperceptible como aquella puerta de cristal. La emprendí a golpes, pero no hubo ruido alguno cuando mi puño dio con esa superficie invisible. ¿Qué más podía hacer? Fue entonces cuando me di cuenta de que también Link golpeaba las paredes invisibles de su jaula. La señora Lincoln me dedicó una sonrisa mucho más malvada que cualquiera que hubiera logrado esbozar Ridley en su día más inspirado. —¡Suéltalos! —aulló Lena. Los cielos se abrieron y las nubes vaciaron literalmente su pesada carga. Parecía como si alguien hubiera vertido un enorme cubo de agua. Aquello era cosa de Lena, cuyo pelo se ensortijaba con furia. La lluvia se convirtió en una cortina de agua y empezó a caer inclinada, atacando a la señora Lincoln desde todas las direcciones. Se caló hasta los huesos en cuestión de segundos. La señora Lincoln, o quienquiera que fuera, sonreía. Había algo especial en esa sonrisa suya. Era como si estuviera orgullosa. —No voy a hacerles daño. Sólo deseo tener un rato para que podamos hablar tú y yo. —Un trueno retumbó por encima de su cabeza —. Esperaba tener la oportunidad de ver alguno de tus talentos. ¡Cuánto lamento no haber estado a tu lado para perfeccionar tus dones! —Calla, bruja Lena tenía una expresión hosca. Nunca había visto una mirada tan acerada en sus ojos verdes, ahora duros como el pedernal, fijos en la señora Lincoln. En ellos había resolución, odio e ira. Era como si quisiera arrancarle la cabeza y parecía muy capaz de hacerlo. Al fin descubrí lo que tanto le había preocupado durante todo el año.
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Yo sólo había visto su poder de amar, pero también tenía el de destruir. Cuando descubres que posees ambos, ¿cómo los manejas? La señora Lincoln se volvió hacia Lena. —Espera a comprender todo lo que puedes hacer y cómo eres capaz de manipular los elementos, ése es el verdadero don de una Natural, algo que las dos tenemos en común. ¿Algo que tenían en común? La señora Lincoln alzó los ojos y la lluvia empezó a caer. Ella no se mojó, parecía que estuviera refugiada bajo un paraguas. —Ahora mismo provocas aguaceros, pero pronto aprenderás a controlar también el fuego. Déjame enseñarte cómo se juega con el fuego. ¿Aguaceros? ¿Bromeaba? Estábamos en medio de un auténtico monzón. Un relámpago traspasó las nubes y el cielo se llenó de carga eléctrica en cuanto alzó la palma de la mano. Mantuvo en alto tres dedos con sus uñas perfectamente arregladas. Saltó un chispazo cuando sacudió un dedo: el relámpago impactó en el suelo, levantando un montón de tierra, a poco más de medio metro de donde se encontraba atrapado Link. Movió otro dedo: el rayo hendió por la mitad el roble situado detrás de mí. Y otro más: el relámpago alcanzó a Lena; ésta se limitó a alzar la mano con los dedos extendido. La llama del rayo rebotó y cayó a los pies de la señora Lincoln. La hierba de los alrededores comenzó a humear y a arder. La señora Lincoln se carcajeó e hizo un gesto con la mano para apagar el fuego de la hierba. —No está mal. —Miró a Lena con un destello de orgullo—. De tal palo, tal astilla. Me alegra. No era posible. Lena la fulminó con la mirada y dobló las manos en una postura defensiva. —¿Ah, sí? ¿Y qué dicen de los palos podridos? —Nada. Nadie ha vivido para contarlo. —Luego, la señora Lincoln, con la trenza oscilando sobre la espalda, las enormes enaguas y ese vestido de percal, se puso frente a Link y a mí. Nos miró fijamente con sus flameantes ojos dorados—. Lo siento mucho, Ethan. Esperaba que nuestro primer encuentro se produjera en circunstancias muy diferentes. No todos los días una conoce al primer novio de su hija. —Se giró hacia Lena—. Ni a su propia hija. Tenía razón. Sabía quién era y con quién nos la estábamos jugando.
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Sarafine. Unos instantes después, el rostro, el vestido y la propia señora Lincoln comenzaron a rasgarse y a partirse. Se le empezó a caer la piel por todas partes, como el envoltorio arrugado de un helado. Cuando el cuerpo se desgajó por la mitad, todo se cayó como un abrigo puesto sobre los hombros. Había alguien debajo. —Yo no tengo madre —chilló Lena. Sarafine torció el gesto, como si quisiera parecer dolida. Era la madre de Lena, y eso era una verdad genética incuestionable. Tenía el mismo pelo negro rizado de su hija, salvo que ésta era de una belleza sobrecogedora mientras que Sarafine sólo sobrecogía. Su semblante era alargado y hermoso, como el de Lena, pero en vez de sus hermosos ojos verdes, tenía los mismos refulgentes ojos azafranados de Ridley y Genevieve. Y los ojos marcaban la diferencia. Sarafine llevaba unas botas negras moteras de caña alta y lucía un vestido de terciopelo verde oscuro con corsé, era una mezcla de vestido moderno, en plan rollo gótico, y estilo fin de siglo, todo en uno. Salió literalmente del cuerpo de la humana, cuyos trozos volvieron a unirse como un tejido cosido con puntadas. La verdadera señora Lincoln se derrumbó sobre la hierba entre el revuelo de su miriñaque, quedando al descubierto sus enaguas y la banda elástica de las ligas a la altura de las rodillas. Link estaba estupefacto. Sarafine se enderezó y se sacudió para liberarse de todo el peso. —Mortales. Ese cuerpo era insufrible, torpe e incómodo. Y estaba zampando cada cinco minutos. ¡Qué criaturas tan desagradables! —¡Mamá, mamá, despierta! Link se puso a dar golpes en lo que era un campo de fuerza, o algo por el estilo. Daba igual que la señora Lincoln fuera un dragón, era el dragón de Link, y debía de ser muy duro ver como la tiraban a un lado igual que aun despojo humano inservible. Sarafine hizo un además. Link seguía moviendo los labios, pero de ellos no salía ningún sonido. —Eso está mejor. Tienes suerte de que en estos últimos meses no haya tenido que estar todo el tiempo dentro del cuerpo de tu madre. Estarías muerto de otro modo. No sabes la de veces que he estado a punto de matarte, aburrida de que me dieras la tabarra con lo de ese estúpido grupo de rock.
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Ahora todo tenía sentido. La cruzada contra Lena, la sesión del comité de disciplina, las mentiras sobre los informes escolares de Lena, incluso los bizcochos de chocolate y nueces tan raros de Halloween. ¿Cuánto tiempo llevaba Sarafine haciéndose pasar por la señora Lincoln? Dentro de la señora Lincoln. Nunca hasta ese momento había sabido contra qué nos enfrentábamos. La Caster Oscura más poderosa de la época. Ridley parecía inofensiva a su lado. No me extrañaba que Lena llevara temiendo aquel día tanto tiempo. Sarafine se dio la vuelta y contempló a su hija. —Tal vez creas que no has tenido una madre, Lena, pero eso es verdad sólo porque tu tío y tu abuela te apartaron de mí. Yo siempre te he querido. Desconcertaba la facilidad con la que Sarafine pasaba de una emoción a otra, de la sinceridad y el arrepentimiento al asco y al desprecio. Y cada una era tan vacía y falsa como la anterior. Lena le dedicó una mirada glacial. —Entonces, ¿por qué has intentado matarme, madre? Sarafine hizo un esfuerzo por aparentar preocupación, o tal vez sorpresa. No era fácil saberlo, ya que su expresión era poco natural, muy forzada. —¿Es eso lo que te han contado? Únicamente intenté establecer contacto y hablar contigo. Mis intentos jamás te habrían puesto en peligro de no haber sido por todos esos Vínculos que realizaron, un hecho del que ellos eran conscientes. Comprendo su preocupación por supuesto. Soy una Caster Oscura, una Cataclyst, pero Lena, tú mejor que nadie sabes que no tuve alternativa en ese asunto. No tomé esa decisión y eso tampoco cambia lo que siento por ti, mi única hija. —No te creo—le espetó Lena, pero parecía dubitativa incluso mientras lo decía, como si no supiera qué pensar. Le eché un vistazo al reloj del móvil. Eran las 21:59. Faltaban dos horas para la medianoche. Link se desplomó sobre el árbol con la cabeza entre las manos. Yo no era capaz de apartar los ojos de la señora Lincoln, tendida inerte sobre la hierba. También Lena la miraba. —Ella no está… ya sabes, ¿verdad? —Necesitaba saberlo por Link.
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La bruja intentó hacerse la simpática, pero estaba seguro de que había perdido todo interés en Link y en mí, lo cual casi nos iba bien. —Volverá a ser igual de desagradable que siempre dentro de un rato. ¡Asquerosa mujer! No tengo interés alguno en ella ni en su retoño. Sólo intentaba mostrar a mi hija la verdadera naturaleza de los mortales: con qué facilidad pueden ser manipulados y lo vengativos que son. —Se volvió hacia su hija—. Han bastado unas pocas palabras de esa mujer para volver a todo un pueblo contra ti. No perteneces a ese mundo, perteneces al mío. —Entonces se volvió hacia Larkin—. Y hablando de cosas desagradables, Larkin, ¿por qué no nos enseñas esos ojitos tuyos de color azul claro? Bueno, quería decir amarillos. Larkin sonrió y entrecerró los párpados hasta reducirlos a dos ranuras mientras alzaba los brazos como si se desperezara después de una larga siesta, pero algo había cambiado cuando abrió los ojos. Bizqueó con vehemencia, y sus ojos se alteraron con cada parpadeo. Casi era posible ver cómo se le recolocaban las moléculas hasta que en el lugar ocupado por Larkin sólo hubo un montón de serpientes. Los ofidios se enroscaron y se subieron uno encima de otro hasta que Larkin volvió a surgir del retorcido montón. Alargó dos serpientes de cascabel a modo de brazos, éstas sisearon mientras retrocedían lentamente para meterse dentro de la chupa de cuero y convertirse en sus manos. Sólo entonces volvió a abrir los ojos, pero no eran lo que yo estaba acostumbrado a ver. Nos devolvió la mirada con los mismos ojos dorados de Ridley y Sarafine. —El verde nunca ha sido mi color. Una de las ventajas de ser Illusionist. —¿Larkin? —Se me cayó el alma a los pies. Era uno de ellos, un Oscuro. Las cosas iban peor de lo que pensaba. —¿Qué eres, Larkin? —Lena pareció perpleja, aunque sólo durante unos instantes—. ¿Por qué? Pero la respuesta se hallaba en los ojos que nos miraban fijamente. —¿Por qué no? —¿Por qué no? Oh, no sé, ¿y qué hay de la lealtad a mi familia, por ejemplo? Larkin giró la cabeza y lamió su mejilla con la lengua mientras la gruesa cadena dorada de su cuello se retorcía como una serpiente. —La lealtad no es lo mío. —Has traicionado a todos, incluso a tu propia madre. ¿Cómo puedes vivir con eso? —Es mucho más divertido ser Oscuro que luminoso, prima. Ya lo verás. Somos lo que somos. Estaba destinado a ser esto. No existe razón alguna para luchar contra ello. —
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Sacó la lengua, ahora bífida con tanta doblez como la serpiente que habitaba en su interior—. No veo por qué le das tantas vueltas. Mira Ridley, se lo pasa en grande. —¡Eres un traidor! —Lena estaba perdiendo el control. El trueno retumbó sobre nuestras cabezas y el aguacero se intensificó. —No es el único traidor, hija — replicó Sarafine, y dio varios pasos en dirección a Lena. —¿De quién hablas? —De tu querido tío Macon—respondió Sarafine con amargura. Me di cuenta de que a Sarafine no se le había pasado por alto que Macon había hecho de todo para arrebatarle a su hija. —Mientes. —Es él quien te ha mentido todo este tiempo. Te ha dejado creer que tu destino estaba predeterminado y que no tenías alternativa. La Luz o la Oscuridad te reclamarán esta noche, durante tu decimosexto cumpleaños. —Así es. — Lena sacudió la cabeza con obstinación y alzó las palmas de las manos. Un trueno retumbó y empezó a caer un auténtico diluvio. Tuvo que gritar para hacerse oír—. Le sucedió a Ridley, a Reece y a Larkin. —Tienes razón, pero tú eres diferente. Esta noche no vas a ser Llamada, vas a Llamarte a ti misma. Las palabras flotaron en el aire como si tuvieran el poder de detener el tiempo. << Llamarme a mi misma >>. —¿Qué has dicho? —susurró Lena con el rostro tan lívido que durante unos instantes pensé que iba a desmayarse. —Eso es imposible. —El ulular del viento sofocaba la voz de Lena apenas audible. —Se te permite elegir porque eres mi hija, la segunda Natura nacida en la familia Duchannes. Tal vez ahora sea un Cataclyst, pero un día fui la primera Natural de nuestro linaje. —Sarafine hizo una pausa y luego recitó un verso—: << La primera será Oscura, pero la segunda podrá elegir volverse Oscura o no >>. —No te entiendo — repuso Lena, cuya larga melena chorreaba por todas partes. Las piernas se le doblaron y cayó de rodillas sobre el fango y las hierbas. —Siempre has tenido la posibilidad de elegir y tu tío lo ha sabido en todo momento. —¡No te creo! —Lena alzó los brazos y el espacio que había entre ella y su madre se desgajó en montones de tierra que empezaron a girar impulsados por el vendaval. Me
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protegí los ojos con las manos cuando el polvo y los guijarros volaron como perdigones en todas las direcciones. —No le hagas caso, Lena —grité para hacerme oír por encima del estruendo de la tormenta—. Ella es Oscura. No le importa nadie. Tú misma me lo dijiste. —¿Por qué el tío Macon me ocultó la verdad? Lena me miró fijamente, como si fuera el único capaz de saber la respuesta, y no era así. No podía decir nada. Luego, se puso de pie, dio un pisotón y el suelo comenzó a temblar. Noté la sacudida bajo mis pies. Era la primera vez que un terremoto alcanzaba el condado de Gatlin. Sarafine sonrió. Sabía que su hija estaba perdiendo el control y, por tanto, ella estaba ganando. El aparato eléctrico de la tormenta no cesaba de aumentar en el cielo. —¡Ya basta, Sarafine! —La voz de Macon retumbó y apareció de la nada—. Deja en paz a mi sobrina. Ravenwood, a la luz de la luna, parecía diferente esa noche. Tenía un aspecto menos humano y guardaba más semejanza con su verdadera naturaleza, y había algo más, su rostro parecía más joven y delgado. Preparado para luchar. —¿Te refieres a la hija que me arrebataste? Sarafine se irguió y empezó a menear los dedos como un soldado cuando revisa su arsenal antes de la batalla. —Como si ella significara algo para ti —replicó Ravenwood con aplomo mientras se alisaba la chaqueta, tan impecable como de costumbre. Boo irrumpió de entre los arbustos, como si hubiera acudido a la carrera detrás de él. Su aspecto se correspondía exactamente con lo que era: un enorme lobo. —Me siento honrada, salvo que, por lo visto, me he perdido la fiesta de cumpleaños de mi hija, pero está bien, siempre nos queda la noche de la Llamada. Todavía faltan un par de horas, y eso no me lo perdería por nada del mundo. —En tal caso, supongo que te habrás llevado un chasco al no estar invitada. —Es una pena, ya que yo había convidado a alguien por mi cuenta y se muere de ganas de verte. Esbozó una sonrisa y agitó los dedos. Igual de deprisa que se había materializado Macon, apareció un hombre recostado sobre un tronco de sauce. Allí no había nadie hacía unos segundos. —¿Hunding? ¿De qué agujero te ha sacado Sarafine?
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El recién llegado guardaba un extraordinario parecido con Macon, pero le superaba en estatura y era algo más joven. Tenía el pelo brillante y lacio, negro como la tinta, y una piel pálida como la de su hermano, pero donde Macon ofrecía un marcado aire a un caballero sureño de otro tiempo, aquel hombre vestía de lo más chic y todo de negro: jersey de cuello vuelto, vaqueros y una cazadora de aviador. Parecía más una de esas estrellas de cine que veían en las portadas de las revistuchas que ese porte a lo Gary Grant de Macon, pero una cosa sí estaba clara: también era un Incubo, y no de los buenos, si es que eso existía. Fuera lo que fuera Macon, Hunting era diferente. Hunting esbozó una mueca que para los de su especie podrá pasar por una sonrisa. Anduvo en círculos alrededor de Macon. —Cuánto tiempo, hermano. Macon no le devolvió la sonrisa. —No lo suficiente. No me sorprende nada que hayas tomado partido a favor de alguien como ella. Hunting soltó unas carcajadas roncas y sonoras. —¿Y con quién más iba a relacionarme? ¿Con el grupo de Luminosos como hiciste tú? La idea de que uno puede alejarse de su verdadera naturaleza y del legado familiar se me antoja absurda. —Hice una elección, Hunting. —¿Una elección? ¿Así es como lo llamas? —inquirió su hermano y se rió otra vez sin dejar de dar vueltas alrededor de Macon—. Tiene más pinta de ser una primera. No puedes escoger lo que eres, hermano. Eres un Incubo, una criatura Oscura, te alimentes o no de sangre. —¿Es cierto lo que ella dice, tío Macon? —quiso saber Lena, por interesada el reencuentro de los hermanos. Sarafine soltó una estridente carcajada. —Dile la verdad a la chiquilla por una vez en la vida, Macon. Macon miró a su sobrina con obcecación. —No es tan sencillo. —Pero ¿es cierto? ¿Puedo elegir? El pelo le seguía chorreando por los húmedos rizos. Macon y Hunting estaban secos, por supuesto. El segundo encendió un cigarrillo sin dejar de sonreír, saboreando el momento.
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—¿Es verdad, tío Macon? — suplicó Lena. Éste, exasperado, observó a Lena unos segundos y luego desvió la mirada. —Puedes elegir, Lena, pero es una elección complicada y de graves consecuencias. Dejó de llover en el acto y el aire se quedó en calma. Si aquello era un huracán, nos encontrábamos en su mismo centro. Las emociones de Lena eran un caos. Aun sin escuchar su voz en mi mente, yo conocía sus sentimientos: felicidad por haber obtenido lo único que siempre había deseado, elegir su propio destino, e ira por haber perdido a la única persona en quien había confiado. Lena miró a Macon como si le viera con ojos nuevos. Pude ver cómo la oscuridad se deslizaba por su rostro. —¿Por qué no me lo dijiste? Me he pasado la vida entera aterrada porque iba a volverme Oscura. Se oyó un trueno en el cielo y comenzaron a caer gotas suavemente, como si fueran lágrimas, pero Lena no estaba llorando, estaba enfadada. —Puedes escoger, Lena pero hay consecuencias que no podías entender siendo una niña. En realidad, tampoco puedes comprenderlas ahora. Aun así, desde que naciste, me he pasado toda la vida sopesándolas, y como tu querida madre sabe muy bien, las condiciones de este trato quedaron establecidas hace mucho. —¿Qué clase de consecuencias? Lena miró a Sarafine con escepticismo y cautela, como si abriera la mente a otras posibilidades. Supe qué la rondaba por la cabeza. Si no podía confiar en su tío, si éste le había ocultado semejante secreto todo aquel tiempo, tal vez su madre le revelara la verdad.
¡No escuches a tu madre, L! No confíes en ella… Pero no hubo respuesta. La presencia de Sarafine interfería en nuestra conexión. Era como si alguien hubiera cortado esa línea existente entre nosotros. —Lena, te presionan para que elijas y es muy posible que no entiendas qué tipo de elección debes hacer ni tampoco que hay un riesgo. La lluvia pasó del tamborileo de las lágrimas al aullido de una tromba de agua. —Como si pudiera confiar en ti después de mil mentiras—terció Sarafine, que fulminó a Macon con la mirada y se volvió hacia su hija—. Me gustaría que tuviéramos más tiempo para hablar, Lena, pero has de hacer la Elección, y yo estoy obligada a explicarte los riesgos. Hay consecuencias; tu tío no te ha mentido respecto a eso. —
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Hizo una pausa—. Si eliges volverte Oscura, morirán todos los Luminosos de tu familia. Lena se puso pálida. —¿Y por qué iba a estar de acuerdo en hacer algo así? —Porque si te decantas por la Luz, fallecerán todos los Oscuros y los Lilum de nuestra familia. —Sarafine se volvió para mirar a Macon—. Y cuando digo todos, me refiero a todos. Tu tío, el hombre que ha sido como un padre para ti, dejará de existir. Le destruirás. Ravenwood desapareció para materializarse en menos de un segundo delante de su sobrina. —Escúchame, Lena, no estoy dispuesto a sacrificarme. Por esa razón no te conté nada. No quería que te sintieras culpable por mi marcha. Siempre he sabido cuál es tu Elección. Hazla. Déjame marchar. A Lena la cabeza le daba vueltas. ¿De veras podía destruir a Macon si la Caster Oscura le decía la verdad? Pero si eso era cierto, ¿qué otra elección tenía? Macon era una sola persona, incluso aunque ella le quisiera tanto. —Yo puedo ofrecerte algo más —agregó Sarafine. —¿Qué puedes ofrecerme para que prefiera acabar con la abuela, la tía Del, Reece y Ryan? Sarafine se acercó unos cuantos pasos con cautela. —A Ethan. Disponemos de una forma para que ambos podáis estar juntos. —¿De qué me hablas? Ya estamos juntos. Sarafine ladeó la cabeza lentamente y entornó los ojos, por los cuales cruzó una sombra, la del reconocimiento. —No lo sabes, ¿verdad? —Sarafine se volvió hacia Macon y se echó a reír—. No se lo habéis contado. Bueno, eso no es jugar limpio. —¿Saber el qué? —inquirió Lena con brusquedad. —Ethan y tú nunca podréis estar juntos, al menos físicamente. Ni los Casters ni los Lilums pueden estar con mortales. —Ella sonrió, saboreando el momento—. Al menos, no sin matarlos.
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11 de Febrero LA LLAMADA
<< L
os Casters no pueden estar con los mortales sin matarlos >>
Ahora, todo tenía sentido. La conexión entre nosotros, la electricidad, la asfixia cada vez que nos besábamos, el ataque al corazón que casi acabó conmigo. No podíamos estar materialmente juntos. Era cierto. Recordé las palabras de Macon con Amma aquella noche en el pantano y la conversación en mi cuarto. << Ellos no tienen futuro juntos >>. << Ahora no ves las cosas como son, ciertas cosas están más allá de cualquier tipo de control por nuestra parte >>. Lena estaba temblando. También ella sabía que era verdad. —¿Qué has dicho? —preguntó con un hilo de voz. —Que Ethan y tú jamás podréis estar juntos de verdad. Jamás podréis casaros ni tener hijos. Jamás tendréis un futuro, al menos no uno real. No puedo creer que no te lo hayan contado. ¡Pues sí que os han mantenido protegidas a Ridley y a ti! Lena se volvió hacia su tío. —¿Por qué no me lo has dicho? Sabes que le quiero.
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—Jamás habías tenido un novio, y mucho menos uno mortal. A ninguno de nosotros se nos pasó siquiera la posibilidad por la cabeza. No comprendimos lo fuerte que era tu conexión con Ethan hasta que fue demasiado tarde. Oía sus voces, pero no les estaba escuchando. Jamás podríamos estar juntos. Nunca podría estar cerca de ella. El aire empezó a soplar con renovados bríos. Cada golpe de viento convertía las cortinas de agua en una granizada de cristales. El resplandor de los relámpagos desgarraba los cielos y los rayos impactaban en el suelo con tal fuerza que éste se estremecía. Era obvio que ya no estábamos en el ojo de la tormenta y yo sabía que Lena no iba a poder controlarse durante mucho más tiempo. —¿Y cuándo pensabas decírmelo? —chilló ella, haciéndose oír por encima del viento. —Después de que eligieras en la Llamada. —Pero ¿no lo ves, Lena? —Terció Sarafine, cazando al vuelo la oportunidad en cuanto la vio—. Tenemos una fórmula para que tú y Ethan podáis estar juntos el resto de vuestras vidas, os caséis y tengáis hijos, y cualquier otra cosa que tú quieras. —Ella nunca lo permitirá, Lena —saltó Macon—. Incluso si eso fuera posible, los Casters Oscuros desprecian a los mortales. Jamás permitirán que se diluya la pureza de su linaje con la sangre de un mortal. Ésa es una de nuestras grandes diferencias. —Eso es cierto, pero en este caso estaríamos dispuestos a hacer una excepción si consideras nuestra alternativa. Hemos hallado el modo de hacerlo factible. —Y con un encogimiento de hombros agregó—. Y eso es mejor que la muerte. —¿Matarías a toda tu familia para estar con Ethan? —Replicó Macon, mirando a su sobrina—. ¿A la tía Del? ¿A Reece? ¿A Ryan? ¿A la abuela? Sarafine extendió sus amplias y enérgicas manos de forma voluptuosa, mostrando su poder. —Toda esta gente te importa un pimiento una vez que estés Desviada, y me tendrás a mí, que soy tu madre, a tu tío, y a Ethan. ¿Acaso no es él la persona más importante de tu vida? Una sombra empañó los ojos de Lena. Lluvia y neblina se arremolinaron a su alrededor con tal estruendo que ahogaron las descargas de la artillería de Honey Hill. Había olvidado que podíamos morir de un momento a otro, víctimas de cualquiera de las dos batallas que se libraban aquella noche. Ravenwood cogió a su sobrina por los brazos.
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—Ella está en lo cierto: no sentirás remordimientos si accedes a esto, pues dejarás de ser tú misma. La persona que eres en este momento morirá. Lo que tu madre no te dice es que no vas a recordar tus sentimientos por Ethan. Tu corazón se habrá vuelto tan negro que él no significará nada para ti dentro de unos meses. La Llamada tiene un efecto de poder increíble sobre los Naturales. Puede incluso que le mates, serás perfectamente capaz de hacer semejante maldad, ¿a que sí, Sarafine? Dado que te has convertido en la defensora de la verdad, cuéntale a Lena cómo falleció su padre. —Tu padre te apartó de mi lado, hija. Lo ocurrido fue una desgracia, un accidente. Lena parecía afligida. Que su padre había muerto a manos de su madre era una de las cosas que había tenido que oír de la demente señora Lincoln ante el comité de disciplina. Era otro suceso cuya veracidad debía esclarecerse. Macon aprovechó para llevar el asunto a su terreno. —Díselo, Sarafine. Cuéntale cómo su padre murió devorado por las llamas en su propia casa, víctima de un incendio provocado por ti. Y todos nosotros sabemos cuánto te gusta jugar con fuego. —Has interferido durante dieciséis años, ¿sabes? —Replicó ella, mirándole con ojos acerados—. Creo que deberías mantenerte al margen de este asunto. Hunting apareció de la nada a pocos centímetros de Macon, pero ahora tenía menos aspecto humano y guardaba más parecido con su naturaleza demoníaca: el negro pelo lacio se le había puesto de punta, como el del lomo de un lobo a punto de atacar, las orejas se le habían aguzado hasta terminar en punta y se vio una dentadura de animal cuando entreabrió los labios. Entonces desapareció, se desmaterializó. Hunting reapareció en un pispás encima de su hermano. Sucedió tan deprisa que yo ni siquiera estaba seguro de haber visto lo sucedido. Macon aferró al atacante por la chaqueta y lo lanzó contra un árbol. Jamás me había dado cuenta de la fuerza real del tío de Lena. Hunting salió volando por los aires, pero en vez de estamparse contra el tronco, lo atravesó y rodó por el suelo. En ese mismo momento, Macon desapareció y reapareció sobre él, derribando a Hunting con tal fuerza que la superficie se cuarteó a sus pies. Hunting yació sobre el terreno, derrotado. Macon se volvió para mirar a su sobrina, momento que aprovechó Hunting para levantarse sonriente a sus espaldas. Grité en un intento de avisar a Macon, pero nadie pudo oírme por culpa del huracán que se estaba formando a nuestro alrededor. Hunting se lanzó sobre su hermano y gruñó brutalmente mientras hundía los dientes en el cuello del señor Ravenwood como un perro durante una pelea.
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Macon soltó un grito natural y desapareció, pero su hermano debía de habérsele colgado encima, porque se diluyó con él, y cuando reaparecieron en el límite del claro, Hunting seguía sujeto al cuello de su víctima. ¿Qué hacía? ¿Se alimentaba? No estaba lo bastante enterado como para saber si eso era posible, pero fuera lo que fuera que absorbiera Hunting, parecía estar succionando a Macon. Iracunda, Lena profirió unos gritos espeluznantes. Hunting retiró de un empujón el cuerpo de Macon. Éste yació sobre el barro, desmadejado y azotado por la lluvia. Retumbó otra descarga de bombas. Di un respingo, sobresaltado por la proximidad de la munición real. La recreación avanzaba hacia Greenbrier, cada vez más cerca de nosotros. Los confederados oponían la última resistencia. El estruendo de las descargas enmascaró un ruido diferente pero conocido: el gruñido de Boo Radley, que acudía en defensa de su amo. Aulló y se precipitó de un brinco sobre Hunting. Justo cuando Boo se abalanzaba sobre su objetivo, el cuerpo de Larkin comenzó a retorcerse en espiral hasta formar un montón de serpientes delante del perro. Las víboras sisearon mientras se deslizaban sobre otras. Boo no se dio cuenta de que las serpientes sólo eran una ilusión y que podía atravesarlas. Retrocedió sin dejar de ladrar y con la atención puesta en los serpenteantes ofidios. Ésa era la oportunidad que necesitaba Hunting: desapareció para reaparecer detrás del perro a quien empezó a ahogar con su vigor sobrenatural. El cuerpo del perro se convulsionaba mientras intentaba luchar contra Hunting, pero toda resistencia era inútil. Hunting era demasiado fuerte. Al final, arrojó el cuerpo desmadejado junto al de Macon. Boo permaneció quieto. El perro y su amo yacían inmóviles en el barro. —¡Tío Macon! —gritó Lena. Hunting se pasó los dedos por el pelo lacio y sacudió la cabeza, lleno de energía. Larkin miró la luna y luego su reloj. —Y media pasadas. La medianoche está al llegar. —La decimosexta luna, el decimosexto año—proclamó Sarafine, alzando en cruz los brazos, como si pretendiera abarcar el cielo. Hunting, con el rostro embadurnado de barro y de sangre, dedicó una ancha sonrisa a Lena. —Bienvenida a la familia.
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Lena no albergaba intención alguna de unirse a esa familia. Eso lo cacé al vuelo. Hizo un esfuerzo para permanecer de pie, estaba empapada de los pies a la cabeza y cubierta de barro por culpa de la lluvia torrencial que ella misma había provocado. El pelo negro se le pegaba a la cara. Apenas podía resistir la embestida del viento y se inclinaba hacia atrás, como si de un momento a otro fuera a salir despedida del suelo y perderse en el cielo negro. Tal vez fuera capaz habíamos llegado a unos extremos en que ya no me sorprendía nada. Larkin y Hunting se desplazaron en silencio al amparo de las sombras hasta situarse frente a Lena, uno a cada lado de Sarafine. Ésta se acercó más. Su hija alzó una sola mano con la palma extendida. —Alto. Ahora. Lena cerró el puño cuando su madre no se detuvo y se alzó una línea de fuego entre las hierbas. Las rugientes llamas separaron a la madre de la hija. Sarafine se detuvo en seco. No había esperado que su hija fuera capaz de invocar otra cosa diferente a lo que para ella debían de ser cuatro gotas y un poco de viento. Lena la había pillado por sorpresa. —Jamás te ocultaré nada, como sí ha hecho el resto de la familia. Te he explicado las alternativas y te he contado la verdad. Quizá me odies, pero sigo siendo tu madre, y puedo ofrecerte algo que ellos no pueden: un futuro con el mortal. Las llamaradas se hicieron más altas y el incendio se extendió como si tuviera voluntad propia hasta rodear por completo a Sarafine, Hunting y Larkin. Lena soltó una risotada siniestra, como la de su madre, que me hizo temblar incluso a mí, que estaba en la otra punta del claro. —No tienes por qué fingir que te preocupas por mí. Todos sabemos la clase de bruja que eres, madre. Creo que eso es en lo único que todos estamos de acuerdo. La Oscura frunció los labios como si fuera a mandar un beso y resopló. Cuando lo hizo, las lenguas de fuego se agrandaron y se dirigieron hacia la maleza cercana a Lena. —Y tú que lo digas, querida. Híncale a esto el diente. Lena sonrió. —¿Intentas quemar a una bruja? ¡Menudo cliché! —Ya estarías muerta si quisiera calcinarte, Lena. Recuerda que no eres la única Natural. Lena alargó lentamente el brazo y metió una mano en las llamaradas. No torció un músculo del rostro, que permaneció completamente inexpresivo. Luego, introdujo la
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otra mano en el fuego y alzó ambas por encima de su cabeza, sosteniendo las llamas como si fueran una pelota ígnea, y la lanzó hacia mí con todas sus fuerzas. La bola impactó contra el roble situado a mis espaldas, por cuyas ramas el fuego se extendió más deprisa que si fuera leña seca y enseguida bajó por el tronco. Avancé en un intento de quitarme de en medio y no dejé de moverme hasta llegar al muro invisible de mi prisión, sólo que en esta ocasión no había impedimento alguno para que siguiera hacia delante, y me arrastré penosamente centímetro a centímetro por aquel barrizal. Miré de refilón a Link, caído junto a mí. El roble que había detrás de él ardía con más intensidad aún que el mío. Las llamaradas se alzaron hacia el cielo negro y comenzaron a extenderse por el terreno circundante. Eché a correr hacia Lena. No podía pensar en otra cosa. Link se acercó a su madre dando tumbos. Sólo Lena y la línea de fuego parecían mediar entre nosotros y Sarafine. Tenía pinta de ser suficiente por el momento. Le toqué el hombro a Lena. Tal vez se hubiera sobresaltado en medio de la negrura, pero sabía que era yo, y eso que ni siquiera me miró.
Te quiero, L. No digas nada, Ethan. Ella puede oírlo todo. No estoy segura, pero creo que siempre ha sido capaz de escucharnos. Recorrí el campo con la mirada, pero no fui capaz de ver a la Caster Oscura, ni a Hunting ni a Larkin más allá de las llamas. Sabía que estaban ahí y también que probablemente intentarían matarnos, pero estaba con Lena, y durante un instante, nada más me importó. —¡Ve en busca de Ryan, Ethan! Tío Macon necesita ayuda y yo no voy a poder contenerla durante mucho más tiempo. Eché a correr antes de que Lena dijera nada más. Fuera lo que fuera lo que Sarafine había hecho para desactivar la conexión entre nosotros, ya no funcionaba. Lena había regresado a mi corazón y a mi cabeza, y sólo eso me importaba mientras corría por el accidentado bosque. Excepto por una cosa: casi era medianoche. Apreté el paso.
Yo también te quiero, date prisa…
Miré la hora en el móvil. Eran las 23:25. Golpeé con violencia la puerta de Ravenwood y aporreé la luna creciente del dintel como un poseso. No sucedió nada. Larkin debía de haber hecho algo para sellar el umbral, pero no tenía ni idea de qué podía ser.
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—¡Ryan, tía Del, abuela! Tenía que encontrar a Ryan. Macon estaba herido y Lena podía ser la próxima. Era incapaz de prever qué le haría Sarafine a su hija cuando ésta la rechazara. Link subió las escaleras a trompicones detrás de mí. —Ryan no está aquí. —¿Ryan es médico? Mi madre necesita ayuda. —No. Ella es…Luego te lo explico. —¿Algo de todo esto es verdad? —se preguntó Link mientras pasaba por el porche arriba y abajo. Pensar. Tenía que pensar, estaba solo en este aprieto. La mansión era virtualmente una fortaleza aquella noche. Nadie podría entrar en ella, o al menos no un mortal. Y no podía fallarle a Lena. Le di un telefonazo a la única persona que sabía que era capaz de codearse sin problemas con dos Casters Oscuros y un Incubo de sangre en medio de un huracán de origen sobrenatural. Alguien que también era una fuerza de la naturaleza: Amma. —No contesta. Estará con mi padre. 23:30. sólo había otra persona capaz de ayudarme. Marqué el número de la biblioteca del condado. —Marian tampoco está. Ella sabría qué hacer, fijo. ¿Qué demonios pasa? Nunca sale de la biblioteca, ni siquiera después de cerrar. —No hay nada abierto. Es un puñetero festivo, por lo de la batalla de Honey Hill, ¿no te acuerdas? Lo único que nos queda es ir hasta la zona de seguridad en busca de asistencia sanitaria. Le miré fijamente, como si al abrir la boca le hubiera salido un chispazo entre los labios y me hubiera dado en la cabeza, iluminándome la mente. —Es festivo. No hay nada abierto—repetí. —Ya, es lo que acabo de decirte, así que ¿qué hacemos? Mi amigo parecía profundamente infeliz. —Link, eres un verdadero genio, un genio de flipar. —Lo sé, tío, pero ¿qué tiene que ver eso ahora? —¿Tienes por ahí el Cacharro? —Asintió—. Debemos irnos de aquí.
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Link encendió el motor; resopló, pero acabó por encenderse, como siempre. Luego, puso a toda pastilla la maqueta de los Holy Rollers, y grabados eran tan malos como de costumbre. Vaya, Ridley se había tomado en serio lo de poner buen rock en su canto de Siren cuando actuaron en la fiesta. —¿Adónde vamos? —A la biblioteca. —Pensé que habías dicho que estaba cerrada. —A la otra biblioteca. Link asintió como si me entendiera, aunque no era así, pero de todos modos siguió adelante, como en los viejos tiempos. El Cacharro voló sobre el camino de grava como cualquier mañana de lunes cuando llegábamos tarde a primera hora de clase. Sólo que no era el caso. Eran las 23:40.
Link ni siquiera intentó entender nada cuando dio un frenazo y el coche derrapó hasta detenerse frente a la Sociedad Histórica de Gatlin. Salí disparado por la puerta antes de que él tuviera tiempo siquiera de apagar la música. Me alcanzó cuando doblaba la esquina del segundo edificio más antiguo del condado. —Ésa no es la biblioteca. —Cierto. —Es el edificio de las Hijas de la Revolución Americana. —Cierto. —Y tú las aborreces. —Cierto. —Mi madre se planta aquí casi todos los días. —Cierto. — ¿Qué hacemos aquí, colega? Me encaminé hacia el enrejado y metí la mano a través del metal, bueno, de lo que parecía ser metal, lo cual hacía que mi brazo tuviera aspecto de estar amputado por la muñeca. Link me agarró.
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—Ridley me ha debido de echar algo en la botella de Mountain Dew, tío, porque juraría que tu brazo... que tu brazo…olvídalo, estoy alucinando. Volví a sacar el brazo y moví los dedos delante de su rostro. —En serio, colega, después de todo lo que has visto esta noche, ¿todavía crees que sufres alucinación? ¿Todavía? Comprobé la hora. Las 23:45. —No tengo tiempo de contártelo, pero a partir de ahora todo va a ser más extraño todavía. Vamos a bajar a la biblioteca, pero en realidad no es exactamente una biblioteca, y seguramente se te va a ir la olla, así que si prefieres esperarme en el coche, por mí, sin problemas. Link intentaba comprender mis palabras casi tan deprisa como las estaba pronunciando, lo cual era complicado. —¿Vienes o no? Mi amigo miró la rejilla. No dijo esta boca es mía y metió la mano. Ésta desapareció. Estaba dentro.
Me agaché al cruzar la entrada y empecé a descender por los gastados escalones de piedra. —Venga, manos a la obra. —Link celebró su propia broma con una risilla nerviosa mientras bajaba a trompicones detrás de mí—. ¿Lo pillas? Obra, libro, biblioteca… Descendíamos a duras penas y en medio de la oscuridad cuando de pronto las antorchas se encendieron. Saqué una del candelabro con forma de media luna sujeto en la pared y se la pasé a Link. Las demás se encendieron una tras otra conforme nos dirigíamos al centro de la cámara. Las columnas emergían en la penumbra a la parpadeante luz de otras que se encontraban fijas en la pared. Las palabras DOMUS LUNAE LIBRI reaparecieron en la sombra de la entrada, donde las había visto la última vez. —¿Estás aquí, tía Marian? Cuando ella me dio en el hombro desde detrás, pegué un brinco del susto y me choqué con Link. Éste profirió un alarido y soltó la antorcha, que cayó al suelo. Apagué las llamas a pisotones antes de que algo se prendiera fuego.
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—¡Ostras, doctora Ashcroft! Menudo susto me ha dado, casi me da algo. —Lo siento, Wesley. Ethan, ¿te has vuelto loco? ¿Se te ha olvidado quién es la madre de este pobre chico? —La señora Lincoln está inconsciente; Lena, metida en un apuro, Macon está herido. Necesito entrar en Ravenwood, pero no encuentro manera de hacerlo y no localizó a Amma. Necesito ir por los túneles. De pronto, volvía a ser un niño pequeño y todas las palabras me salían farfullando. Me dirigía a Marian del mismo modo que le hablaba a mi madre, o al menos a alguien que sí sabía cómo le hablaba a mi madre. —No puedo hacer nada por ayudarte. De un modo u otro, la Llamada tiene lugar a medianoche. No puedo detener el reloj, ni salvar a Macon ni a la madre de Wesley ni a nadie. No puedo interferir. —Miró a Link—. Lamento lo de tu madre, no pretendía ser irrespetuosa. Link parecía derrotado. —No me entiendes. No quiero que hagas nada diferente a lo que haría cualquier otro bibliotecario Caster. —¿Qué…? Le dirigí una mirada elocuente. —Tengo que llevar un libro a Ravenwood. —Me acuclillé junto al montón de libros más cercanos y saqué uno al azar, chamuscándome las yemas de los dedos—. La guía
completa de la ponzoña y la patraña. Marian se mostró escéptica. —¿Esta noche? —Exacto, esta misma noche. Macon me ha pedido que se lo lleve personalmente antes de la medianoche. —El único mortal que conocer los túneles de la Lunae Libri es el bibliotecario Caster. —Marian me dedicó una mirada astuta y cogió el libro de mis manos—. Da la casualidad de que soy yo, menos mal.
Link y yo seguimos a la bibliotecaria a través de los sinuosos túneles de la Lunae Libri. Fui contando las puertas de roble conforme las íbamos atravesando, pero lo dejé cuando llegamos a dieciséis. Los túneles eran un laberinto, y cada una era diferente. Se sucedían unos pasajes de techos bajos donde Link y yo debíamos agachar la cabeza y
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unos vestíbulos de techumbres tan elevadas que parecían no tener tejado alguno. Aquello era otro mundo en el sentido literal del término. Algunos corredores eran toscos y sus paredes de mampostería rudimentaria estaban desnudas mientras que otros parecían ser galerías de un museo o de un castillo bien conservado, llenos de tapices, mapas antiguos enmarcados y óleos colgados de las paredes. En otras circunstancias me habría detenido a leer las plaquitas de latón situadas al pie de los retratos. Tal vez fueran Casters famosos, ¿quién sabe? Los túneles sólo tenían una cosa en común: el olor a tierra y a abandono, y el número de veces que Marian debió buscar a tientas el llavero que llevaba en torno a la cintura para coger la llave con forma de luna creciente y abrir una puerta. Después de lo que pareció una eternidad, llegamos a la puerta. Las antorchar casi se habían consumido y tuve que alzar la mía para poder leer el rótulo grabado en las planchas verticales: MANSIÓN RAYVENWOODE. Marian metió la luna creciente en la última cerradura metálica, la giró y abrió la puerta. Unos escalones tallados en piedra nos condujeron al interior de la casa y por lo que pude atisbar, nos encontrábamos en la planta baja. —Gracias, tía Marian. —Alargué la mano para coger el libro—. Se lo daré a Macon. —No tan deprisa. Aún no he visto un carné de lector extendido a tu nombre, Ethan Wate. —Me guiñó un ojo—. Yo misma le daré el libro. Miré el móvil. Eran las 23:45 otra vez, lo cual resultaba del todo imposible. —¿Cómo puede ser la misma hora que cuando llegamos a la Lunae Libri? —Es cosa del tiempo lunar. Los chicos nunca prestáis atención. Ahí abajo las cosas no siempre son como parece. Link y Marian me habían seguido escaleras arriba hasta el vestíbulo de la entrada, donde vimos que Ravenwood estaba exactamente igual que como la dejamos, los restos de pastel cortados sobre los platos, el juego de té, el montón de regalos sin abrir. —¡Tía Del, Reece, abuela! ¿Hola…? ¿Dónde está todo el mundo? —grité hasta que salieron de quién sabe dónde. Del se hallaba junto a las escaleras, llevaba una lámpara encima de la cabeza, como si fuera a estampársela a Marian de un momento a otro. La abuela permanecía en la entrada, protegiendo a Ryan con el brazo. Reece se ocultaba debajo de las escaleras, con el cuchillo de cortar tarta en la mano. —¡Marian, Ethan! Estábamos muy preocupadas, Lena ha desaparecido y cuando oímos la campana de los túneles, pensamos que era… —¿La has visto? ¿Está ahí fuera?
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—¿Has visto a Lena? Empezamos a angustiarnos cuando Macon no regresó. —Y Larkin. No le ha hecho daño, ¿verdad? Las miré sin dar crédito a mis ojos. Le quité la lámpara de las manos a Del y se la di a Link. —¿Una lámpara? ¿De verdad crees que vas a salvarte con esto? La tía Del se encogió de hombros antes de responder. —Barclay ha subido al desván para mutar en armas las varas de las cortinas y los decorados del solsticio pasado. No he encontrado otra cosa. Me arrodillé junto a Ryan. No disponíamos de mucho tiempo, catorce minutos para ser exactos. —¿Recuerdas lo que hiciste cuando me puse malo y tú me ayudaste, Ryan? Necesito que hagas lo mismo ahora en Greenbrier. El tío Macon se ha caído, él y Boo están heridos. Ryan parecía a punto de echarse a llorar. —¿También Boo se ha hecho daño? Link en el fondo de la habitación, carraspeó. —¿Y mi madre…? Quiero decir, sé que ella ha sido como un dolor de muelas y todo eso, pero ¿podría ayudar a mi madre? —Y quiero que ayudes también a la madre de Link. La abuela puso a Ryan detrás de ella y le dio unas palmadas en la mejilla. —Entonces, vale, iremos Del y yo. Reece, quédate aquí con tu hermana. Dile a tu padre adónde hemos ido. —Abuela, necesito a Ryan. —Yo seré Ryan esta noche, Ethan —sentenció, y cogió su bolsa. —No voy a irme de aquí sin Ryan. —No di mi brazo a torcer, pues había mucho en juego. —No podemos arrastrar ahí afuera a una niña aún sin ser Llamada, no durante la decimosexta luna. Podría acabar muerta. Reece me miró como si fuera idiota. Una vez más me sentía fuera de juego en estos líos de los Casters.
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Del me cogió del brazo para darme confianza. —Mi madre es una Empath, tan perceptiva a los poderes ajenos que puede tomarlos prestados durante un tiempo. Justo ahora está usando los de Ryan. No durará mucho tiempo, pero de momento puede hacer lo mismo que ella. Y la abuela ya ha sido Llamada, aunque haya llovido mucho desde entonces, por supuesto, así que nosotras te acompañaremos. Miré el móvil. Eran las 23:49. —¿Y si no lo hacemos a tiempo? Marian sonrió y alzó el libro. —Me falta por hacer una entrega en Greenbrier, bueno, Del, ¿crees que encontrarás el camino? —Los Palimpsésticos siempre encuentran viejas puertas olvidadas — respondió Del asintiendo; luego, se puso las gafas—. Sólo tenemos problemas de verdad con las de estilo moderno. Y dicho esto se dirigió hacia los túneles y desapareció, enseguida de cerca por Marian y la abuela. Link y yo nos apresuramos a ir tras ellas y corrimos hasta darles alcance. —Para ser un puñado de viejas, no veas lo deprisa que se mueven—comentó Link entre jadeos.
Esta vez anduvimos por unos pasillos pequeños a punto de venirse abajo en cuyas paredes y techumbres crecía musgo verdoso y negro, y probablemente también el suelo, pero resultaba imposible verlo en llamas oscilantes no caminábamos a oscuras, pero dado que Link y yo íbamos al final de grupo, el humo flotaba y se me metía en los ojos, llorosos a causa del picor. Saturaba los túneles un humo que no procedía de las antorchas, sino de los pasajes ocultos que conducían al exterior, y eso me permitió saber que nos acercábamos a Greenbrier. —Es por ahí—anunció tía Del entre toses mientras alargaba la mano para palpar una revuelta pronunciada en el muro de piedra y asegurar su avance. Marian frotó la superficie mohosa hasta dejar al descubierto una puerta. La llave Lunae encajó a la perfección, como si la cerradura estuviera en uso a diario en vez de no haberse abierto en miles de días. La puerta en cuestión no era de roble, sino de piedra. No me cabía en la cabeza que la tía Del tuviera la fuerza necesaria para empujarla.
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Se detuvo en el hueco de la escalera y se hizo a un lado para dejarme pasar, sabedora de que casi se nos había acabado el plazo. Agaché la cabeza y pasé por debajo del musgo. Olisqueé el aire húmedo mientras ascendía por los escalones de piedra. Continué la subida hasta salir del túnel, pero me quedé helado cuando llegué a la cripta de piedra en cuyo centro estaba la mesa en donde había permanecido durante tantos años el Libro de las Lunas. Y supe que era la misma mesa porque el libro descansaba allí de nuevo. Era el mismo libro que yo había dejado en la balda superior de mi armario y que había desaparecido esa misma mañana. ¿Cómo había llegado hasta allí? No tenía ni idea, pero no había tiempo para preguntas. Escuché el chisporroteo de las llamas incluso antes de ver el fuego. El incendio crepitaba estruendoso con rabia e intensidad, sembrando la destrucción. Me sentí asfixiado por la humareda que saturaba el aire y las llamas me chamuscaron los brazos. Era como la visión del guardapelo, o aún peor, como una de mis últimas pesadillas, ésa en la que Lena era consumida por el fuego. Tuve la corazonada de que la estaba perdiendo, de que el sueño se estaba cumpliendo.
¿Dónde estás, Lena? Ayuda a tío Macon, me ordenó con voz apagada. Agité la mano para apartar el humo y poder ver la pantalla del móvil. Eran las 23:53. Faltaban siete minutos para la medianoche. Se nos terminaba el tiempo. La abuela me cogió de la mano. —No te quedes ahí parado. Necesitamos a Macon.
La abuela y yo corrimos entre las lenguas de fuego cogidos de la mano. La salida abovedada de acceso al cementerio y a los jardines estaba flanqueada por una larga hilera de sauces en llamas. Ardía absolutamente todo: los arbustos, los robles blancos, las serenoas, el romero y los limoneros. Escuché a lo lejos el detonar de la artillería. La batalla de Honey Hill estaba a punto de acabar y yo sabía que los participantes en la recreación pronto empezarían con los fuegos artificiales, como si pudieran rivalizar con los que se habían desatado aquí. Los alrededores de la cripta, tanto el parque como el claro, estaban ardiendo. La abuela y yo anduvimos a trompicones a través del humo hasta acercarnos a los robles en llamas. Encontramos a Macon tumbado donde le habíamos dejado. Se reclinó sobre él y le tocó la mejilla con la mano. —Está débil, pero se recuperará.
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En ese mismo momento, Boo Radley rodó y se incorporó. Avanzó con el rabo entre las piernas y se tendió junto a su amo. Ravenwood hizo un gran esfuerza para ladear la cabeza hacia la abuela y preguntó con un hilo de voz. — ¿Dónde está Lena? —Ethan ha ido a buscarla. Descansa. Voy a ayudar a la señora Lincoln. Y sin decir nada más se encaminó rápidamente hacia la señora Lincoln y Link, que se encontraba al lado de su madre. Yo permanecí de pie y traté de encontrar a Lena, pero no vi en ninguna parte ni rastro de ella, ni de Hunting, Larkin o Sarafine. No vi a nadie.
Estoy aquí arriba en lo alto de la cripta, pero creo que estoy herida. Aguanta, L, ya voy. Me abrí paso entre las lenguas de fuego, procurando utilizar únicamente los senderos de Greenbrier donde había estado con Lena. Las llamas eran cada vez más altas conforme me aproximaba a la cripta. Tenía la sensación de que la piel se me caía a trozos aunque sabía que sólo se me estaba chamuscando. Me encaramé a una lápida que no tenía grabado ningún nombre y alcé todo lo que pude. En lo alto de la cripta había una estatua, una especie de ángel, con el cuerpo roto. Me agarré a ella, no supe muy bien a qué parte, aunque el tacto parecía ser un tobillo, y tiré con fuerza para auparme por encima del saliente.
¡Date prisa, Ethan! Te necesito. Y fue entonces cuando me encontré cara a cara con Sarafine. Me hundió la hoja de un cuchillo en el estómago. Un cuchillo muy real en el estómago, igualmente real. Ése era el fin del sueño que nunca se me había permitido ver, sólo que esta parte no tenía nada de onírico, y lo sabía porque se trataba de mis tripas y me dolía cada centímetro de la hoja hundida en ellas.
¿Te sorprende, Ethan? ¿Acaso pensabas que Lena era la única oyente en este canal? La voz de Sarafine empezó a desvanecerse.
Déjala ahora que intente continuar siendo Luminosa.
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A medida que me alejaba, sólo era capaz de pensar en una cosa: era como Ethan Carter Wate si me vestían con un uniforme confederado, tenía incluso una herida en el vientre y guardaba en el bolsillo el mismo guardapelo. Incluso existía otra semejanza más: había abandonado el equipo de baloncesto del instituto exactamente igual que él desertó del ejercito de Lee. Me marchaba pensando en una joven Caster a la que amaría siempre, como el otro Ethan.
¡Ethan, no!
¡No, no, no! Estuve gritando un minuto, pero luego, el sonido se me pegó en la garganta. Recuerdo la caída de Ethan y la sonrisa de mi madre, el centelleo del cuchillo y la sangre, la sangre de Ethan. No podía estar sucediendo eso. Todo estaba inmóvil, absolutamente todo. Todo se había detenido y permanecía tan petrificado como una escena en un museo de cera. Las nubes de humo continuaban allí, todavía eran esponjosas y agrisadas, pero no iban a ninguna parte, ni subían ni bajaban. Se limitaban a seguir suspendidas en el aire como si estuvieran hechas con cartulina y formaran parte del decorado de una obra de teatro. Las llamas aún eran transparentes, todavía quemaba, pero no ardían ni hacían ruido. Ni siquiera el aire se movía. Todo se hallaba exactamente igual que hacía un segundo. La abuela se acuclillaba cerca de la señora Lincoln y su mano se había detenido en el aire cuando estaba a punto de tocarle la mejilla. Arrodillado en el suelo como un niño asustado, Link apretaba la mano de su madre. La tía Del y Marian permanecían agachadas en los escalones inferiores del pasaje de la cripta para protegerse el rostro de la humareda. El tío Macon yacía tendido en el suelo y Boo se agazapaba a su lado. Hunting se apoyaba sobre un árbol a escasos metros de allí y admiraba su obra. La cazadora de cuero de Larkin estaba ardiendo y él iba en la dirección equivocada, estaba en medio del camino que conducía a Ravenwood. Como era de esperar, rehuía a la acción en vez de acercarse a ella. Y sarafine, mi madre, sostenía por encima de la cabeza una daba curva, una reliquia Oscura. Su rostro febril hervía de rabia, furia, fuego y odio. La hoja todavía chorreaba sangre sobre el cuerpo inerte de Ethan. Permanecían suspendidas en el aire incluso las gotas de sangre.
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El brazo extendido de Ethan colgaba por un extremo del tejado del mausoleo. Oscilaba por encima del cementerio. Como en nuestro sueño, pero a la inversa. Yo no me había escurrido de entre los brazos, lo habían arrancado a él de los míos.
Llegué al pie de la cripta, me estiré y aparté las llamas y el humo hasta entrelazar mis dedos con los de Ethan. Me había puesto de puntillas, pero apenas si podía alcanzarle. Ethan, te quiero. No me dejes. No puedo hacer esto sin ti. Podía haber visto su semblante a la luz de la luna, pero no había luna, ni siquiera eso, y la única luz procedía del fuego, aun detenido, que me rodeaba por todas partes. El cielo estaba vacío y completamente negro. No había nada. Esa noche lo había perdido todo. Sollocé hasta que no pude respirar y mis dedos se deslizaron por entre los suyos, sabiendo que éstos nunca jamás iban a recorrer mis cabellos de nuevo. Ethan. Quise gritar su nombre incluso aun no habiendo nadie que me oyera, pero ya no me quedaba ni un grito en las entrañas. No me quedaba nada, excepto aquellas palabras. Me acordé de las palabras de las visiones. Las recordé todas y cada una de ellas. Sangre en mi corazón. Vida de mi vida. Cuerpo de mi cuerpo. Alma de mi alma.
—No hagas eso, Lena Duchannes. No hagas el tonto con el Libro de las Lunas y empieces otra vez con toda esta oscuridad. Abrí los ojos. Amma estaba a mi lado, en las llamas. El mundo circundante permanecía inmóvil. La miré. — ¿Han hecho esto los Notables? —No chiquilla. Todo esto es obra tuya. Los Notables sólo me han ayudado a llegar hasta aquí.
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— ¿Y cómo lo he hecho? Se sentó en el suelo junto a mí. —Todavía ignoras de lo que eres capaz, ¿verdad? Al menos en eso Melquisedec tenía razón. — ¿De qué hablas, Amma? —Siempre le dije a Ethan que un día haría un agujero en el cielo, pero he de admitir que lo has hecho tú. Intenté enjuagarme el llanto, pero seguía llorando, y cuando las lágrimas se deslizaron dentro de mi boca, me inundó su sabor a hollín. — ¿Soy…soy…Oscura? —Todavía no, ahora no. — ¿Soy Luminosa? —No, tampoco puedo decir que lo seas. Alcé la vista al firmamento. El humo lo cubría todo: los árboles, el cielo, y donde tenían que estar la luna y las estrellas sólo había un negro manto vacío. Ceniza, y fuego, y humo, y nada. —Amma. — ¿ Si ? — ¿Dónde está la luna? —Bueno, si tú no lo sabes, niña, yo seguro que no. Hace un minuto estaba mirando tu decimosexta luna y tú estabas debajo de ella, contemplando las estrellas como si sólo Dios en los cielos pudiera ayudarte, con las manos alzadas como si sostuvieran el firmamento. Y después…nada de nada. Sólo esto. — ¿Y qué hay de la Llamada? —Bueno. —La anciana hizo una pausa para sopesar la respuesta—. No sé qué sucede cuando a medianoche no hay luna el día de tu cumpleaños en el decimosexto año. Jamás ha sucedido, hasta donde yo sé, pero tengo el presentimiento de que no hay Llamada si no hay decimosexta luna. Debería haber sentido alivio, gozo, confusión, pero sólo era capaz de experimentar dolor. —Entonces, ¿todo ha terminado?
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—No lo sé. Me tendió la mano y tiró de mí hasta que ambas nos pusimos de pie. Su palma era cálida y fuerte, y de pronto sentí que mi mente se aclaraba. Era como si las dos supiéramos lo que iba a hacer acto seguido, tal y como Ivy había sabido el siguiente de Genevieve en este mismo lugar hace más de cien años, o al menos ésa fue mi sorpresa.
Supe qué página debía pasar en cuanto abrimos la agrietada tapa del libro, era como si lo hubiera sabido todo el tiempo. —Esto no es natural, eres consciente de ello, y también que dará lugar a una serie de consecuencias. —Sí. —Y sabes que no hay garantías de que funcione. No salió demasiado bien la última vez, pero puedo decirte esto: tengo a mi tía bisabuela Ivy entra las Notables, y ellas no echarán una mano si pueden. —Amma, por favor, no tengo elección. Me miró a los ojos y al final asintió. —Sé que nada de lo que diga te va a impedir hacerlo, porque tú quieres a mi chico, y yo voy a ayudarte porque también le quiero. La miré y entonces comprendí. Luego, alargó la mano hacia mi cuello y de debajo de la sudadera del Instituto Jackson sacó mi collar, donde todavía estaba el anillo de Ethan. —Éste es el anillo de Lila. Debe de quererte muchísimo para habértelo dado. Ethan, te quiero. —El amor es algo poderoso, Lena Duchannes. El amor de una madre no es algo con lo que se pueda jugar. A mí me parece que Lila ha intentado ayudarte cuanto ha podido. Arrancó el anillo dando un tirón al collar. Sentí una marca y un rasguño en la piel allí donde se rompió la cadena. Luego, deslizó el anillo en mi dedo corazón. —Lila te habría gustado. Tienes la única cosa que le faltó a Genevieve cuando usó el libro: el amor de dos familias. Cerré los ojos y sentí el frío mental contra mi piel. —Ojalá tengas razón.
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—Espera. Amma se inclinó y sacó del bolsillo de Ethan el guardapelo de Genevieve, todavía envuelto en el pañuelo de la familia de ésta. —Esto es sólo para recordar a todos que ya pesa sobre ti la maldición. —Suspiró con inquietud—. No deseamos que te juzguen dos veces por la misma causa. —Dejó el guardapelo sobre el libro—. Esta vez vamos a hacerlo bien. Entonces, se quitó el gastado amuleto de su propio cuello y lo puso sobre el libro, cerca del guardapelo. El pequeño disco dorado casi parecía una moneda cuya imagen se hubiera borrado por efecto del uso y el tiempo. —Y esto es para recordar a todos que si fastidian a mi muchacho, me fastidian a mí. Cerró los párpados y yo la imité. Puse las manos en las páginas y comencé a canturrear, al principio en voz baja, y luego cada vez más alto. Cruor pectoris mei, tutela tua est. Vita vitae meae, corripiens tuam, corripiens team.
Pronuncié las palabras con confianza, con esa seguridad que se experimenta cuando de verdad a uno le da igual vivir o morir.
Corpus Corporis mei, medulla mesque, Anima, animae meae, animam nostram conecte.
Grité esas palabras al paisaje detenido a pesar de que no había nadie para oírlas, salvo Amma.
Cruor pectoris mei, luna mea, Festus meus. Cruor pectoris mei, fatum deum, mea Salus.
Amma alargó el brazo y cogió mis manos temblorosas entre las suyas, muy firmes, y juntas volvimos a pronunciar el Hechizo. Esa vez lo recitamos en el lenguaje y de su madre, Lila, y del tío Macon, y de la tía Del, y de Amma, y de Link, y de la pequeña
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Ryan y de cuantos amaban a Ethan, y quienes nos querían. Esta vez nuestras palabras se convirtieron en una canción. Una canción de amor para Ethan Lawson Wate de parte de las dos personas que más le habían querido y que más le echarían de menos si nosotras fracasábamos.
La sangre de mi corazón te protege. Si tu vida se pierde, la mía con la tuya se va. Cuerpo de mi cuerpo, mente y tuétano de mis huesos, Alma de mi alma, que nuestros espíritus enlaza, Sangre de mi corazón, mi luna, mi marea. Sangre de mi corazón, mi condena y mi salvación.
Nos cayó un rayo, a mí, al libro, a la cripta y a Amma, o al menos eso pensé yo que nos había ocurrido, pero después recordé las visiones donde Genevieve también había sentido lo mismo. Amma salió despedida hacia el muro, se golpeó la cabeza contra las piedras. Fui consciente de cómo la electricidad recorría mi cuerpo y me abandoné a ella, aceptando el hecho de que si moría, al menos estaría con Ethan. Le sentí. ¡Qué cerca estaba! ¡Cuánto lo amaba! El anillo me quemaba el dedo. Cuánto me quería él. Sentía una quemazón en los ojos y veía un fulgor de luz dorada mirase donde mirase, como si fuera yo quien la emitiera. —Mi chico —susurró Amma. Me volví hacia Ethan, bañado por la luz dorada, como todo lo demás. Seguía inmóvil. Miré a Amma, aterrada. —No ha funcionado. Se inclinó sobre el altar de piedra y cerró los ojos. —No ha funcionando —grité. Me alejé del libro a trompicones por el barro y alcé la vista al firmamento, donde la luna había recuperado su lugar. Alcé los brazos hacia el cielo. Por mis venas corría fuego en vez de sangre. La ira me desbordaba sin encontrar un destino adonde ir y
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advertí que aquélla me consumía. Supe que la cólera me destruiría a menos que encontrara el modo de quitármela de encima. Hunting. Larking. Sarafine. El depredador, el cobarde y mi madre, la asesina que vivía con el propósito de destruir a su propia hija. Las ramas nudosas de mi árbol genealógico de Casters. ¿Cómo me iba a ocurrir Llamarme a mí misma cuando ellos se habían llevado lo único que me importaba? El fuego me subió por las manos como si tuviera voluntad propia mientras un relámpago zigzagueaba en el cielo. Supe dónde iba a caer antes de que lo hiciera. Tres puntos en una brújula sin un norte como referencia. El rayo estalló en llamas y alcanzó tres objetivos de forma simultánea, impactó en quieres me lo habían quitado todo aquella noche. Me habría gustado mirar hacia otro lado, pero no lo hice. La estatua que un momento antes había sido mi madre resultaba de una belleza extraña a la luz de la luna cuando la envolvió la llamarada del chispazo. Bajé los brazos y me limpié los ojos de tierra, ceniza y lágrimas de pesar, y cuando volví a mirar ella había desaparecido. Habían desaparecido los tres.
Empezó a llover y la visión emborronada se me agudizó hasta que fui capaz de vez caer las cortinas de agua sobre los humeantes robles, sobre los campos, sobre los matorrales. Vi con claridad por primera vez en mucho tiempo, tal vez como no lo había hecho jamás. Regresé hacía la cripta, hacia Ethan. Pero éste había desaparecido. Había otra persona allí donde momentos antes estaba Ethan. El tío Macon. No lo entendí y me volví a Amma en busca de respuestas. Sus ojos estaban dilatados por el espanto. — ¿Dónde está Ethan, Amma? ¿Qué ha sucedido? Pero no respondió; se había quedado sin habla por primera vez en su vida. Atónita, no apartaba la vista del cuerpo de mi tío. —Jamás se me ocurrió que esto pudiera terminar así, Melquisedec, después de tantos años juntos aguantando el peso del mundo sobre nuestros hombros. —Amma le hablaba como si él pudiera oírle, incluso ahora, que hablaba con la voz más baja que jamás le había escuchado—. ¿Cómo voy a mantener en pie todo esto yo sola?
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Los huecos agudos de Amma se me clavaron en las manos cuando la agarré por los hombros y le pregunté: — ¿Qué está pasando? Alzó los ojos en busca de los míos. —No puedes quitarle nada al libro sin darle algo a cambio—replicó con un hilo de voz, y una lágrima rodó por la piel apergaminada de su mejilla. No podía ser cierto. Me arrodillé junto al tío Macon y, muy despacio, alargué la mano hasta acariciar ese rostro suyo tan perfectamente afeitado. Por lo general, habría asociado su calor engañoso con el de un ser humano, impulsado por la energía de las esperanzas y los sueños de los mortales, pero hoy no. Hoy, su piel estaba fría como el hielo, como la de Ridley, como la de los muertos. Y sin recibir nada a cambio. —No… Por favor. Había acabado con mi tío y ni siquiera me había Llamado a mí misma, ni siquiera había elegido la Luz, pero le había matado. Me invadió otra vez la ira y el viento sopló con más fuerza a nuestro alrededor, girando cada vez más, en un remolino muy similar a mis emociones. Empezaba a sentirle como algo familiar, muy semejante a un viejo amigo. El libro había sellado alguna especie de horrible trato, uno que yo no había pedido. Y entonces lo entendí. Un trato. Si mi tío estaba tendido en el mismo sitio donde yacía muerto Ethan, ¿podía eso significar que tal vez éste estaba vivo? Me puse de pie y eché a correr en dirección opuesta a la cripta. La luz dorada tenía el paisaje congelado. A lo lejos vislumbré a Ethan, tendido sobre la hierba junto a Boo, donde tío Macon había estado hasta hacía unos segundos. Me encaminé hacia él y le cogí de la mano, pero estaba fría. Ethan seguía muerto y Macon se había ido también. ¿Qué había hecho? Los había perdido a los dos. Me arrodillé en el barro y enterré la cabeza en el pecho de Ethan antes de echarme a llorar. Sostuve su mano sobre mi mejilla y pensé en todas las veces que me había negado a aceptar mi destino, a rendirme, a despedirme. Bueno, pues ahora me tocaba. —No voy a decir adiós, no pienso decirlo.
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Y así debía ser: un sencillo susurro en un campo de hierbajos calcinados. Fue entonces cuando noté que los dedos de Ethan se movían en busca de los míos. ¿Lena? Apenas podía oírle. Sonreí mientras me echaba a llorar y le besé la palma de la mano. ¿Eres tú, Lena Beana? Entrelacé mis dedos con los suyos y me prometí no soltarlos nunca: luego, alcé el rostro y dejé que la lluvia lo bañara y se levara todo el hollín. Estoy aquí. No te vayas. No voy a irme a ningún sitio, y tú tampoco.
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12 de Febrero RESQUICIO DE ESPERANZA
M
iré el móvil. Se había roto.
En la pantalla aún se veía la hora: 23:59. Pero yo sabía perfectamente que era medianoche pasada, pues habían empezado los fuegos artificiales. La batalla de Honey Hill había terminado otro año más. Yacía tumbado en un campo fangoso, calado por la lluvia. Todo me parecía turbio mientras veía como unos fuegos artificiales de poca montan intentaban explotar en el lluvioso cielo nocturno. No lograba concentrarme. Al caerme, me había dado un buen porrazo en la cabeza y en otras partes del cuerpo: me dolía el estómago y la cadera, y todo el costado izquierdo en general. Amma iba a matarme cuando apareciera en casa hecho un cristo. Todos mis recuerdos terminaban en el momento en que me aferraba a esa estúpida talla del ángel y en un segundo después estaba tendido de espaldas sobre el barro. Pensé que una parte de la estatua se había resquebrajado mientras intentaba subirme al techo de la cripta, pero en realidad no estaba muy seguro. Link debía de haberme arrastrado fuera después de caerme como un idiota. Aparte de eso, tenía la mente completamente despejada. Supongo que ése era el motivo por el cual no comprendía los llantos de Marian, la tía Del y la abuela, apiñadas en la cripta. Nada me había preparado para la escena que vi cuando llegué allí andando a trompicones. Macon Ravenwood había muerto.
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Tal vez lo había estado siempre, eso lo ignoraba, pero ahora se había ido. Eso lo sabía muy bien. Lena se aferraba al cuerpo del difunto mientras la lluvia los calaba a ambos. Era la primera vez que la lluvia mojaba a Macon. A la mañana siguiente reconstruí unos cuantos hechos relativos a la noche del cumpleaños de Lena. Macon fue la única baja. Al parecer, Hunting le había vencido después de que yo perdiera el conocimiento. La abuela explicó que la sangre es un nutriente mucho más poderoso que los sueños. Supongo que él jamás tuvo ninguna oportunidad de ganar a su hermano, pero aun así, eso no le había disuadido de intentarlo. Macon siempre dijo que haría cualquier cosa por su sobrina, y al final, hizo honor a su palabra. Todo el mundo parecía encontrarse bien, al menos físicamente. La tía Del, la abuela y Marian se habían arrastrado como habían podido para volver a Ravenwood. Boo las había seguido, lloriqueando como un cachorro. La tía Del era incapaz de comprender que le había pasado a Larkin. Nadie sabía muy bien cómo soltarle la noticia de que en la familia había dos ovejas negras y no una, así que al final nadie dijo ni pío. La señora Lincoln no se acordaba de nada y Link las pasó canutas para explicarle qué hacía con medias y enaguas en mitad del campo de batalla. Se horrorizó al verse en compañía de la familia de Macon Ravenwood, pero estuvo suave como la seda mientras su hijo la llevaba hasta el Cacharro. Link tenía un montón de preguntas, pero supuse que podían esperar hasta la clase de matemáticas. Eso nos daría algo con lo que entretenernos cuando las aguas volvieran a su cauce, ocurriera cuando ocurriera. Y Sarafine. Sarafine, Hunting y Larkin habían desaparecido; lo supe, porque cuando recobré el conocimiento ellos ya no estaban allí, allí estaba Lena, que se apoyó en mí mientras regresábamos a la mansión Ravenwood. Yo me hacía un lío con los detalles, un poco lo mismo que ahora, pero al parecer tanto Macon como su sobrina habían subestimado los poderes de Lena como Natural. No se sabía muy bien cómo, pero después de todo se las había arreglado para apartar la luna y eludir la Llamada. Y sin la Llamada, Sarafine, Hunting y Larkin había huido, al menos por el momento. Yo me había quedado dormido en el suelo de su dormitorio, junto a ella, todavía con nuestras manos entrelazadas. Cuando me desperté, se había marchado. Las paredes de su dormitorio, las mismas que habían estado cubiertas de pintadas negras hasta el punto de que resultaba imposible ver el color blanco de debajo, ahora estaban limpias del todo, excepto una, la pared que estaba frente a la ventana estaba cubierta por un montón de palabras escritas del techo al suelo, pero los textos ya no se parecían a los de Lena, habían desaparecido esas palabras de chica introvertida. Toqué la pared
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como si de ese modo pudiera sentir las palabras, y entonces supe que se había pasado escribiendo toda la noche.
Macon Ethan Apoyé la cabeza sobre su pecho y lloré porque había sobrevivido Porque él ha muerto Un océano seco, un desierto de emoción Feliz tristeza, luz oscura, gozo doloroso, todo me invade y me recorre. Logré escuchar el sonido, pero no entendí las palabras Y entonces comprendí que el ruido lo hacía yo, al romperme lo sentí todo y no sentí nada, todo en un momento estaba hecha pedazos, me había salvado, lo había perdido todo, me habían dado todo lo demás. Una parte de mí murió y otra nació, sólo supe Que la chica se había ido Quienquiera que fuera yo, jamás voy a ser ella otra vez Así es como va el mundo No acaba con una explosión, sino con un gemido Llámate a ti misma, llámate, reclámate, reclama gratitud Ira amor desesperación esperanza odio El primer verde de la naturaleza es oro pero nada verde perdura No Intentes Qu e Perdure Nada Verde.
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T.S. Eliot, Robert Frost, Bukowski. Reconocí los versos de algunos poetas en los textos de la pared, pero excepto el poema de Frost, los había escrito al revés, lo cual era impropio de ella. Nada dorado perdura, sobre eso versaba el poema. Nada verde. Quizás ahora todo le pareciera igual.
Bajé a rastras hasta la cocina. La tía Del y la abuela cuchicheaban sobre los preparativos del funeral. Recordaba los tonos bajos y los preparativos de cuando murió mi madre y aborrecía a ambos. Me acuerdo de cuánto dolía seguir vivo, cuánto les costaba a las abuelas y a las tías hacer planes, telefonear a los parientes y poner todo en marcha del mejor modo posible cuando todo lo que deseas es meterte tú también en el fénetro, o tal vez plantar un limonero, freír unos tomates o erigir un monumento con las manos desnudas. — ¿Dónde está Lena? No hablé en voz baja, pero Del dio un respingo. La abuela permaneció inalterable, ella jamás se sobresaltaba. — ¿No estaba en su dormitorio? — inquirió la tía Del, aturullada. La abuela se sirvió otra taza de té con mucha calma. —Creo que sabes dónde está, Ethan. Lo sabía.
Lena permanecía tumbada en la cripta, en el lugar donde habíamos encontrado a Macon. Llevaba la ropa húmeda y cubiertas de barro de la noche anterior y mantenía la mirada fija en el cielo gris de la mañana. Ignoraba cuándo se habían llevado el cuerpo, pero entendía su impulso de acudir a ese lugar: estar con su tío incluso sin su presencia. Me oyó llegar, pero no me miró. —Jamás tendré ocasión de retirar todas aquellas cosas horribles que le dije. Nunca sabrá lo mucho que le quería. Mi cuerpo dolorido se quejó cuando me tendí en el barro junto a ella. La estudié: el negro pelo ensortijado y las mejillas, pero no hizo intento alguno de sacármelas, y yo tampoco.
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—Murió por mi culpa Mantuvo la vista fija y sin parpadear en el cielo. Me hubiera gustado poder decirle algo que la hubiera hecho sentir mejor, pero nadie mejor que yo sabía que esas palabras no existían, y no las pronunció. En vez de eso, le besé todos los dedos de la mano, y me detuve cuando mis labios detectaron un sabor a metal, y entonces lo vi: llevaba el anillo de mi madre en un dedo de la mano derecha. Alzó la mano. —No quiero perderlo. El collar se rompió anoche. Los nubarrones aparecían y desaparecían en el cielo. Aún no habíamos visto la última tormenta, bien que lo sabía yo. Rodeé sus manos con la mía. —Nunca te he amado más que ahora, en este preciso momento, y jamás te querré menos que ahora, en este preciso momento. El vasto cielo gris conocía un momento de calma desprovista de sol, un interludio entre la tormenta en ciernes y la que había cambiado nuestras vidas para siempre. — ¿Es eso una promesa? Le apreté la mano.
No la olvides. Jamás. Nuestras manos se entrelazaron. Ladeó la cabeza y, cuando la miré a los ojos, advertí por primera vez que uno era verde y el otro de color avellana, de hecho, era más bien dorado.
Era casi mediodía cuando inicié el largo paseo de vuelta a casa. Rayos dorados y pinceladas de gris oscuro hendían el cielo azul. La presión atmosférica iba en aumento, pero daba la impresión de que tardaría unas horas en empezar a llover. Lena estaba en estado de shock, o eso pensaba, pero yo ya estaba listo para la tormenta, y cuando se desatara, un tornado de la época de huracanes parecería un chaparrón primaveral a su lado. Del se había ofrecido a llevarme en coche hasta casa, pero yo prefería dar un paseo. A pesar de que me dolía todo el cuerpo, necesitaba aclarar ideas. Hundí las manos en los bolsillos de los vaqueros y me encontré con un bulto muy familiar: el guardapelo. Lena y yo teníamos que encontrar la forma de devolvérselo al otro Ethan Wate, el que descansaba en su tumba, tal y como Genevieve hubiera deseado. Tal vez no diera a Ethan Carter Wate un poco de paz. Era mucho lo que le debíamos.
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Descendí el abrupto camino de acceso a Ravenwood y me encontré de nuevo en la bifurcación de la carretera, esa que parecía tan aterradora antes de que yo conociera a Lena, antes de que supiera adónde iba, antes de probar el sabor del miedo y del amor de verdad. Caminé por delante de los campos y bajé hacia la Route 9, pensando en aquel primer viaje, en esa primera noche de tormenta. Le di vueltas a todo, incluso a cómo había estado a punto de perder a mi padre y a Lena, en cómo había abierto los ojos y la había visto allí mirándome fijamente, y sólo era capaz de pensar en la suerte que tenía, eso antes de saber que habíamos perdido a Macon. Pensé en el tío de Lena, en sus libros atados con cordeles y papel, en sus camisas perfectas y sin una arruga y en su compostura aún más perfecta. Pensé en lo duras que iban a ser las cosas para Lena a partir de entonces, echándole de menos, deseando poder oír su voz una vez más, pero yo iba a estar a su lado, con ella, del modo en que a mí me habría gustado tener a alguien conmigo cuando perdí a mi madre. Y tampoco pensaba que Macon Ravenwood se había ido del todo, no cuando mi madre nos había enviado un mensaje al cabo de unos meses después de su muerte. Tal vez siguiera en algún sitio de por ahí, velando por nosotros. Se había sacrificado por Lena, de eso estaba seguro. Lo correcto y lo fácil nunca son lo mismo, y nadie lo sabía mejor que Macon. Alcé los ojos y advertí que empezaba a deslizarse unos trazos grisáceos sobre aquel cielo color añil claro, un azul idéntico al del techo de mi cuarto. Me pregunté si ese tono azulado impediría de verdad anidar a los abejorros carpinteros y si en verdad esas aves confundirían el techo pintado con el cielo. La de locuras que puedes llegar a ver cuando no miras de verdad. Saqué el iPod del bolsillo y lo encendí. Había una nueva canción en la lista de reproducción. La miré fijamente durante un buen rato. Diecisiete Lunas. Pulsé el botón.
Diecisiete lunas o decimoséptimo año. Si la Luz o la Oscuridad en tus ojos aparece El dorado si o el verde no
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Nadie sabrĂĄ, hasta llegar al diecisiete.
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Ethan y Lena, Lena y Ethan: juntos pueden afrontar cualquier cosa, pero después de haber sufrido una trágica pérdida, Lena comienza a distanciarse y a guardar secretos que pondrán a prueba su relación. Y ahora que Ethan se ha adentrado en la cara oscura de Gatlin, ya no hay vuelta atrás. Asaltado por extrañas visiones que sólo él puede ver, Ethan se adentra cada vez más en la enmarañada historia de su ciudad y se ve envuelto en los peligros que entrañan los pasadizos secretos que entrecruzan el Sur, donde nada es lo que parece.
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Kami Garcia vive en Los Ángeles con su marido, su hijo y su hija, pero pasó su niñez en las afueras de Washington DC (aunque asegura que siempre tuvo un pie en el sur). Estudió en la George Washington University, donde se licenció en Educación. Es profesora y organiza grupos de lecturas para niños y jóvenes. Comenzó a escribir en diarios durante su niñez. Confiesa ser muy supersticiosa y va siempre cargada de amuletos.
Margaret Stohl reside en Santa Mónica (California) con su familia. Ha estudiado Literatura Americana en Amherst y Yale, Filología Inglesa en la Universidad de Stanford y escritura creativa en la Universidad de East Anglia, en Norwich. Ha trabajado como diseñadora y guionista de videojuegos (por eso sus dos perros se llaman Zelda y Kirby).
Tanto para Kami como para Margaret, Hermosas criaturas es su primera novela y han sido seleccionadas por la cadena de librerías americana Borders como las voces más originales de enero de 2010 en la sección de literatura juvenil. En la red son conocidas como «las chicas Caster».
Saga De Las Dieciséis Lunas 1. Beautiful Creatures (Hermosas Creaturas) 2. Beautiful Darkness (26 de Octubre del 2010)
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http://www.purplerose1.com/
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