EL DIARIO DEL SR. DARCY Amanda Grange ARGUMENTO Basada en la obra maestra de J ane Austen, O rgullo y Prejuicio (Pride and Prejudice), el D iario del S r. D arcy nos narra la historia original de J ane Austen desde el punto de vista delSr. Darcy, presentándolo como entradas de su diario personal. A manda Grange mediante este libro muestra una gran lealtad a la historia original, la narrativa es de gran parecido a la de nuestra querida J ane Austen, y los sentimientos que descubre por parte de nuestro héroe son de lo más fieles a la trama principal.
-JULIO 1811-
Lunes 1 de julio He hecho lo correcto al establecer a Georgiana en Londres, ¿verdad? El verano va a ser muy caluroso, y cuando la visité esta mañana, la encontré sin su energía habitual. Creo que laenviaré a la costa en estas vacaciones.
Martes 2 de julio Le he dado instrucciones a Hargreaves de que busque una casa disponible en Margate, o tal vez Ramsgate, para Georgiana. Me gustaría ir con ella, pero me es difícil encontrar un nuevo administrador para reemplazar a Wickham y no puedo perder el tiempo. ¡Wickham! Es extraño que un sólo nombre pueda generar sentimientos tan contradictorios. E l administrador de mi padre fue un hombre que admiré y respeté, pero su hijo es un hombre que no puedo soportar. Me cuesta creer que G eorge y yo fuimos amigos de niños, pero George era diferente entonces. A veces me pregunto cómo un muchacho que tuvo tantas ventajas, quien fue bendecidocon una buena apariencia, maneras y educación, y que fue el hijo de un hombre tan respetable, se haya vuelto tan malo. C uando pienso en la disipación que se ha permitido desde la muerte de su padre... Me alegro de no haber oído de él recientemente. N uestro trato el último año no fue placentero. Cuando me preguntó por el beneficio que mi padre en vida quiso para él, se enfadó por mi negativa a dárselo, aunque él sabía muy bien que había perdido todo derechoa reclamarlo, y que su carácter era totalmente inapropiado para la iglesia. A fortunadamente,una suma de dinero selló el asunto. Temí que se acercara de nuevo cuando se le terminara,pero finalmente le convencí de que no recibiría más ayuda de mi parte. Por causa de laamistad que una vez tuvimos le dí mucho, pero no le ayudaré más. La única persona quepuede ayudar a George Wickham ahora, es él mismo.
Sábado 6 de julio Hargreaves ha encontrado una casa para Georgiana en Ramsgate, y su dama de compañía, Mrs Younge, la ha inspeccionado. Ella la encuentra apropiada, por lo que la alquilaré.R amsgate no está muy lejos, y podré reunirme con Georgiana siempre que los negocios melo permitan. Estoy seguro de que el aire del mar la revivirá y estará de buen humor otra vez.
Martes 10 de julio N o me había dado cuenta de cuánto extrañaría a mi hermana. Me he acostumbrado a hablar con ella todos los días. Pero ella está en buenas manos, y yo estoy persuadido de quelo disfrutará mucho. Cené con Bingley esta tarde. Él aún está en la ciudad, pero viajará alnorte a ver a su familia la próxima semana. “Creo que sabes, Darcy, que alquilaré una casa para el invierno”, dijo después de la cena.“¿En la ciudad?” “N o. En el campo. Tengo en mente comprar una finca. Caroline siempre me dice que debería tener una, y estoy de acuerdo. Voy a alquilar una propiedad primero, y si me gusta,la compraré”. “Creo que es una excelente idea. Dejarás de deambular por todo el país”, le dije. “Exacto. Es lo que pienso. S i tengo una casa la mitad de fina que Pemberley, no siempre iría de un lugar a otro. Podría invitar a gente para quedarse conmigo, en lugar de viajar a lolargo y ancho del país para encontrar compañía”, respondió. “¿Dónde piensas buscar?”, le pregunté, cuando terminé mi bebida. “En el algún lugar en el centro del país. N o muy al norte, y no muy al sur. Caroline me recomendó el condado de Derby, pero ¿por qué debería vivir en Derby? Si quiero visitar esa parte del país me puedo quedar en Pemberley contigo. Le dije a mi agente que busque algoen el condado de Hertford, o en los alrededores. Confío en que lo inspecciones conmigocuando encuentre algo”. “Si sigues adelante con esto, entonces estaré encantado de hacerlo”. “¿No crees que lo haré?” “Creo que cambiarás de opinión tan pronto veas una cara bonita, después de lo cual decidirás quedarte en Londres”, dije con una sonrisa. “Me crees muy débil”, dijo riendo. “¡Pensé que eras mi amigo!” “Y lo soy”. “¿Y aún así me crees capaz de abandonar mi plan? Por mi honor, no me disuadirán tan fácilmente, y nada me detendrá hasta alquilar una casa en el campo. ¿Vendrás a visitarme?”“Por supuesto”. “Y debes llevar a Georgiana. ¿Cómo está ella? N o la he visto en meses. D ebo llevar a Caroline y visitarla”. “Ella no está en Londres en este momento. La he enviado a Ramsgate por el verano”. “Muy sabio. Yo mismo no puedo esperar para irme de la ciudad”. Partimos después de la cena. S i fuera aún la temporada, no tendría muchas esperanzas de que él encontrara un lugar, por mucho que proteste. Pero como Londres está vacío de compañía femenina, entonces pienso que puede mantenerse en su propósito – aunque alguna joven en el norte podría aparecer para captar su atención, ¡tras lo cual él se quedaráen casa hasta Navidad!
Viernes 12 de julio Recibí una carta de Georgiana esta mañana. Es alegre y afectuosa, y estoy conforme con haberla enviado a la playa. Ha llegado segura a Ramsgate y escribe sobre su placer en la casa:Es pequeño comparado con mi hogar en Londres, pero es muy confortable y tiene una hermosa vista del mar. Mrs Younge y yo hemos ido a la playa esta mañana, ya que estoy ansiosa por hacer un dibujo de la costa. Te lo enviaré cuando lo termine. Tu afectuosa hermana, Georgiana D oblé la carta e iba a guardarla en mi escritorio con las otras cuando noté la escritura de una de sus cartas anteriores. La tomé, así pude comparar las dos. Ella ha hecho un gran progreso, tanto en su escritura como en el estilo de sus cartas, en los últimos años. S in embargo, confieso que encuentro sus cartas anteriores encantadoras, aunque su escritura sea pobre y la ortografía espantosa.Cuando releí sus cartas, recordé cuán preocupado estuve deque ella no fuera feliz en el colegio, pero no tenía que preocuparme. Le gustaban sus maestros, e hizo un buen número de amigas allí. Tendré que sugerirle que invite a alguna de ellas a quedarse con ella en Londres durante el otoño. S i voy a ayudar a Bingley a encontrarsu finca, una amiga le será de alguna compañía a Georgiana mientras yo esté lejos.
Martes 16 de julio Cabalgué con el coronel Fi william esta mañana. Me dijo que ha estado en Rosings y que vio a Lady Catherine, y que ha designado a un nuevo párroco. Por un momento temí que fuera Wickham, sabiendo que si había oído hablar de la riqueza de Rosings, podría haber intentado congraciarse con mi tía. “¿Cuál es el nombre del párroco?”, pregunté. “Collins”. Respiré de nuevo. “Un joven pesado de la manera más extraordinaria”, continuó el coronel Fi william. “Una mezcla de servilismo y vanidad. A dula todo y cualquier cosa. Habla sin cesar pero no dice nada. N o tiene opiniones propias, excepto su idea de su propia importancia, la cual es tan absurda como inquebrantable. S in embargo a mi tía le agrada bastante. El cumple bien sus tareas y es útil para una mesa de cartas”. “¿Está casado?” “No creo que tarde mucho en tomar esposa”. “¿Está prometido, entonces?” “N o, pero mi tía encuentra tedioso a Rosings con poca gente para entretenerla, y creo que pronto le dirá que debe casarse. Una nueva novia será una diversión para ella, y tendrá a alguien para... ayudar”, dijo con una gran sonrisa. “A ella le gusta ser servicial”, remarqué, devolviéndole la mirada. “Y ella está en tan buena posición que otra gente tiene pocas posibilidades pero agradecen su consejo”, agregó. A mbos hemos recibido una gran cantidad de consejos de Lady Catherine. La mayoría han sido buenos, pero igualmente muchas veces he sentido alivio de que Rosings no esté en el condado de Derby, si no en el lejano Kent. “¿C ómo está G eorgiana?”, preguntó cuando dejamos el parque y comenzamos a regresar a mi casa. “Muy bien. La he enviado a Ramsgate por el verano”. “Bien. Hace mucho calor en la ciudad para ella. Mucho calor para cualquiera”, dijo. “Voy a ir a Brighton la próxima semana. Es una lástima que no vaya a verla, pero la próxima vez que esté en la ciudad voy a asegurarme de hacerle una visita. ¿Tú te reunirás con ella en Ramsgate?” “No aún. Tengo mucho que hacer”. “¿Pero irás a Pemberley?” “Mas adelante este año, sí”. “Te envidio Pemberley”. “Entonces deberías casarte. Eso te permitiría comprar un lugar propio”. “S i encuentro una heredera adecuada, lo consideraría, pero por el momento estoy disfrutando la vidade soltero”. Con esto partimos, él fue a sus barracas y yo regresé a la casa.
Domingo 28 de julio
Finalmente mis negocios en la ciudad se terminaron, y estoy libre para visitar a Georgiana. Pienso ir temprano maĂąana y sorprenderla.
Lunes 29 de julio N o tenía idea, cuando salí para Ramsgate esta mañana, de lo que me esperaba. El tiempo estaba óptimo y todo prometía un día para disfrutar. Llegué a la casa de Georgianay me alegré de encontrarla ordenada y bien cuidada. Fuí anunciado por la doncella, y siendoel establecimiento demasiado chico para permitir todo el personal, me encontré a Mrs Younge en el salón. Sorprendida por mi llegada, me miró con consternación. “Mr Darcy. No lo esperábamos hoy”. “Pensé que sorprendería a mi hermana. ¿Dónde está?” “Ella está... afuera... dibujando”. “¿Sola?”, pregunté. “Oh, no, por supuesto que no, con su doncella”. “N o la contraté a usted para que se quede en casa mientras mi hermana va afuera con una doncella”, dije, disgustado. “D e ordinario la he acompañado, por supuesto, pero estuve forzada a quedarme adentro esta mañana. Yo estuve... indispuesta. Comí algún pescado en mal estado... no me sentía bien. Miss D arcy estaba ansiosa por continuar su dibujo, y como el clima estaba bueno no quise arruinarle a su hermana la diversión. S u doncella no es una joven niña, si no una mujer sensible que no la perjudicará”. Me había tranquilizado. Mrs Younge en verdad se veía mal, aunque en ese momento yo desconocía la verdadera causa de su palidez. “¿P or dónde se fueron?”, pregunté. “Me uniré a ellas. P uedo quedarme con ella mientras dibuja, y podemos regresar juntos”. E lla dudó un momento antes de decir: “E llas tenían la intención de ir por el margen derecho de la costa, así Miss Darcy podría finalizar un dibujo que ya había comenzado”. “Muy bien, las seguiré y la sorprenderé”. Fui hacia el hall, pero en ese mismo momento vi a Georgiana bajando las escaleras. Me sobresalté. Estaba vestida con ropa de estar en casa y no mostraba indicios de haber estado dibujando. Le iba a preguntar a Mrs Younge qué quiso decir con su invento, cuando ella misma habló. “Miss D arcy, pensé que ya había salido”, dijo. “A quí su hermano ha venido a verla”. Luego agregó: “Recuerde, una pequeña resolución es todo lo que necesita, y usted tendrátodo lo que su corazón desea”. Yo pensé que su lenguaje había sido extraño, pero lo tomé como que si G eorgiana se aplicaba sería capaz de terminar su dibujo para su satisfacción. ¡Qué equivocado estaba! “Fitzwilliam”, dijo Georgiana poniéndose pálida. Ella se frenó en las escaleras y no bajó. D e pronto me pareció verla muy joven y desconcertada. Me alarmé, y pensé que no se encontraba bien. “¿Q ué sucede? ¿Estás enferma?”, pregunté. “El pescado – ¿tú también comiste?” “¿Pescado?”, preguntó, perpleja. “El pescado en mal estado que comió Mrs Younge. ¿Tú también comiste uno?” “Oh, no”, dijo, retorciéndose las manos. “N o estás bien, sin embargo”, dije, notando un brillo de sudor en su frente y viendo cuán blanca se había puesto. Tomé su mano y la llevé hacia el salón. Mrs Younge iba a seguirnos cuando le dije: “Busque al doctor”. “N o creo –” comenzó a decir, pero la detuve. “Mi hermana no está bien. Envíe por el
doctor”. Mi tono no le dejó opción y se fue. Cerré la puerta. Georgiana había caminado hasta la ventana, y estaba más pálida por momentos. “A quí”, le dije, tomando una silla y ayudándola a sentarse. Pero ella inmediatamente se levantó de nuevo. “No, no puedo”, dijo tristemente. “No puedo decepcionarte, no importa lo que él diga”. Yo estaba espantado. “¿No importa lo que él diga?” repetí, al final. Ella asintió seriamente. “Él dijo que si tú sabías de esto nos detendrías”, continuó tristemente. “¿Quién, Georgiana?” “George”, dijo, inclinando la cabeza. “¿George?” “S í, George Wickham. Mrs Younge y yo lo encontramos por casualidad en la orilla del mar. Está de vacaciones aquí. N osotros conversamos, y él me dijo cuánto le dolió que haya habido alguna frialdad entre ustedes últimamente. Yo, también, lo he lamentado. Me gustaba mucho más cuando ustedes eran amigos. N o estaba bien que existiera algo sin concluir entre ustedes. Me sentí aliviada cuando me dijo que sólo había habido un tonto malentendido, yque todo había sido aclarado, por lo que no había motivos para no estar juntos de nuevo amigablemente. Él me recordó el tiempo en que montaba en mi pony y me hacía cabalgarpor el jardín, y de cuando me regaló una bolsa llena de bellotas”, dijo ella sonriendo. “D ijoque se sentía afortunado de que nos hubieramos encontrado, así podríamos renovar nuestraamistad. Le dije que ya no me gustaban las bellotas, y él se rió y dijo que entonces meregalaría diamantes en su lugar”. “¿De veras?” pregunté. “¿Y Mrs Younge qué dijo de eso?” “Ella dijo que era perfectamente apropiado que entretuviera a un amigo de la familia. N o lo habría hecho de otra manera”, dijo mi hermana. “¿Entretenerlo?”, pregunté, sintiéndomemás y más alarmado. “S í. Él cenó aquí en una ocasión, y se unió a nosotras durante el día como el tiempo estaba lluvioso. J uega al ajedrez tan bien como siempre, pero yo estoy mejorando y le he ganadodos veces”. Hubo algo de viveza en su cara al decir esto, pero vaciló de nuevo al ver mi expresión. “Te he decepcionado”. “Para nada”, dije, recobrando mi compostura. “N o hiciste nada malo”. “N o pensaba enamorarme de él, realmente no”, dijo suplicante. “S é que soy muy joven, pero él me dijo tantas cosas placenteras sobre el futuro que creo ver nuestro casamiento como un hecho”. “¿Casamiento?”, exclamé con horror. “Él... ha dicho que me ama, y me ha recordado que yo le dije que lo amaba”.“¿Cuándo le dijiste eso?” demandé. “Cuando caí de la verja del patio y él me levantó”. “¡Pero tenías siete años!” “Por supuesto, fue sólo una cosa de chicos en ese momento, pero cuanto más lo vi aquí, más me he convencido de que estuve enamorada de él antes. S ólo no me gusta la idea de decepcionarte. Yo quise que todo fuera abierto. Le dije que él debería pedirte mi mano dela manera tradicional, pero él dijo que tú no dejarías que nos casáramos hasta que yo tuviera dieciocho años, y que perderíamos tres preciosos años de nuestra vida juntos. Él dijo que deberíamos fugarnos, y enviarte una carta desde los Lagos después” “¿Y tú estuviste de acuerdo?” pregunté consternado.
Ella bajó la voz. “Pensé que sonaba como una aventura. Pero ahora que te veo, y sé lo mucho que te aflige, no me parece para nada una aventura”. “N o lo es. Es un engaño de lo más vil. ¡El te ha hablado de amor para ganar tu fortuna, y para herirme! ¡Persuadirte de que te olvides de tus amigos y familia y escapes con él hacia tu propia ruina es monstruoso!” “¡No!” exclamó. “No es así. Él me ama”. Vi el miedo en sus ojos y no quise continuar. Para ella, entender que el sinvergüenza no la amó nunca seguramente la heriría. Pero no podía dejarla seguir creyendo una mentira. “N o quiero decirte esto, Georgiana”, dije suavemente, “pero debo hacerlo. Él no te ama. Te ha utilizado”. A nte ésto ella se quebró. Yo estaba impotente frente a sus lágrimas. N o sabía qué hacer, cómo consolarla, y en ese momento extrañé a mi madre más que nunca. Ella sabría qué hacer. Ella sabría qué decir. Ella sabría cómo consolar a su hija, cuando han jugado con sus sentimientos. Yo sólo pude quedarme sin hacer nada y esperar que Georgiana superara su dolor. Cuando sus lágrimas comenzaron a cesar, le di mi pañuelo. Ella lo tomó y se sonó la nariz.“D ebo hablar con Mrs Younge y asegurarme de que sepa lo que ha sucedido a sus espaldas”, dije. “Ha sido una negligencia no darse cuenta”. Algo en la expresión de Georgiana me frenó. “¿Fue a sus espaldas?”, pregunté. Georgiana bajó su mirada hacia su regazo. “Ella me ayudó a planear la fuga”. Sentí crecer la furia en mí. “¿Ella hizo eso?” Georgiana asintió lastimosamente. Me partió el corazón verla así. ¡Q ue la felicidad de mi hermana fuera destruida por un hombre indigno! Puse mi mano sobre su hombro. “N o temas, Georgie”, dije con ternura. “Cuando seas mayor conocerás a un hombre que te amará por ser tú misma. Un hombre bueno, encantador, respetable que le gustará a tu familia. Un hombre que me pedirá tu mano de la manera apropiada. N o habrá necesidad de una fuga. Tú tendrás una gran boda, con un espléndido vestido y una luna de miel dondela desees”. Ella intentó sonreír, y puso su mano sobre la mía. “He sido un problema para ti”, dijo. “Nunca”, le dije dulcemente. Q uise encontrar algo que la distrajera de sus tristes pensamientos. D í un vistazo por la habitación y mis ojos se detuvieron en uno de sus dibujos. “Esto está bien hecho”, dije. “Veo que has captado los botes pesqueros llegando desde el mar”. “S í, tuve que levantarme muy temprano para observarlos. Los pescadores estaban sorprendidos de verme sentada allí”, dijo. Me complació que ella dejara a un lado mi pañuelo cuando tomó el dibujo, y oír su voz más fuerte. “Tal vez te gustaría terminarlo. ¿Lo puedes hacer adentro, o necesitas salir de nuevo?” “No, lo puedo hacer aquí. Ya he hecho lo suficiente para imaginar lo que falta”. “Bueno. Entonces te dejaré por unos minutos mientras hablo con Mrs Younge”. “¿No estarás enojada con ella?” preguntó Georgiana “Estaré muy enojado con ella. Empacará sus maletas y dejará esta casa dentro de una hora” .
Mi conversación con Mrs Younge no fue agradable. En primer lugar ella negó conocer la amistad entre mi hermana y Wickham, diciendo que nunca lo admitió en la casa y que de hecho no lo conocía. E scucharla llamar a mi hermana mentirosa me hizo enojar más de lo que había estado nunca y ella se encogió, admitiendo al final que había alentado la amistad de G eorgiana con él. Después de preguntarle más descubrí que Mrs Younge conocía a Wickham de antes, y que el primer encuentro entre él y G eorgiana fue planeado. E lla entonces le dijo dónde estaríancada día, así él pudo arreglar varios “encuentros casuales” más. D espués de ello animó a G eorgiana a invitarlo a la casa, y le enseñó a verlo primero como un amigo y luego como interés amoroso. “¿Y por qué no lo haría?” preguntó cuándo yo la recriminé. “D espués de que él ha sido tan maltratado por U sted. ¿P or qué él no podría tener lo que le corresponde, además de un poco de diversión?” Yo iba a permitirle una hora para empacar, pero cambié de opinión. “Usted dejará esta casa inmediatamente.”, le dije fríamente. “Le enviaré sus pertenencias más tarde”. Ella pareció a punto de negarse, cuando una mirada a mi rostro le dijo que sería inútil. Murmuró maldiciones por lo bajo, pero se puso su capa y sombrero, y luego de recoger su canasta salió de la casa. Cuando mi cólera se enfrió, le escribí a Wickham, Mrs Younge me había dado su dirección, diciéndole que debe irse de R amsgate de inmediato. A demás, le dije que si algunavez intentaba ver o hablar con Georgiana de nuevo, yo lo arruinaría. A ún estoy enojado mientras escribo. Q ue él pueda haber hecho algo tan deshonesto. Q ueél haya usado a Georgiana en sus esquemas, su compañero de juegos de tiempos apacibles....ha perdido toda decencia. Estoy casi tentado a exponerlo, pero si lo hago, la reputación deG eorgiana se verá afectada. D ebo esperar que sus experiencias en estos asuntos lo prevengande hacer otra cosa parecida de nuevo.
-AGOSTO-
Jueves 1 de agosto
He traído a Georgiana de nuevo a Londres. Ella se quedará conmigo hasta que pueda encontrarle una nueva dama de compañía. D espués del problema con Mrs Younge, tengo miedo de dejarla, pero sé que debo hacerlo. No puedo estar siempre en Londres, y ella no puede siempre venir conmigo en mis viajes. Ella debe atender sus estudios. S in embargo, voy a asegurarme de no engañarme con tal compañía de nuevo. No sólo seguiré referencias, yo mismo visitaré a sus anteriores empleadores hasta quedar satisfecho de su honestidad y de que sea una ser dama de compañía adecuada, antes de dejar a Georgiana a su cargo. Es confortable para mí saber que el tiempo que Georgiana esté en Londres, estará bajo la protección de mi fiel mayordomo y ama de llaves. Han estado con la familia muchos años, y me alertarán enseguida si algo anda mal. No pienso enviar a Georgiana lejos de la ciudad otra vez, hasta que pueda ir con ella.
Miércoles 14 de agosto
“He encontrado una mujer que podría ser apropiada para Georgiana”, dijo el coronel Fitzwilliam cuando cenó conmigo esta tarde. Como él también es tutor de Georgiana, tuve que contarle lo que sucedió en Ramsgate. “¿Quién es ella?” “Es Mrs Annesley. Viene de una buena familia, y su estancia con mis amigos, los Hammonds, está llegando a su fin”. “¿La conoces?” “S í, en varias ocasiones. S é que los Hammonds están muy conformes con ella”. “Entonces llamaré a los Hammonds mañana y veré qué se puede arreglar”.
Jueves 15 de agosto
Fui a visitar a los Hammonds y me encontré con que Mrs Annesley es una mujer gentil y agradable, que me causó buena impresión por su clase y su discurso. Ella tomará su posición con Georgiana la próxima semana. Yo me quedaré en la ciudad por unas semanas para asegurarme de que sea tan apropiada como parece, y luego haré varias visitas inesperadas en los próximos meses para ver yo mismo que todo esté en orden. Mientras tanto, la amiga del colegio de Georgiana llegará pronto. Le hará bien tener alguna compañía de su misma edad.
Viernes 23 de agosto
Mrs Annesley llegó esta mañana. Ella y Georgiana parecen llevarse bien y creo que esta relación va a ser una relación feliz. Ella está encantada al saber que la amiga del colegio de Georgiana está de visita, y ha hecho arreglos para una variedad de salidas para las chicas. Espero que con esto Georgiana se recupere totalmente de su asunto con Wickham. Estoy convencido de que para Navidad ella habrá olvidado todo el incidente de su mente.
Viernes 30 de agosto
Ahora que Georgiana está establecida, me siento más confiado de dejarla si Bingley me necesita. Es una suerte, porque si lo dejo a él elegir su propia estancia, va a elegir una con un río desbordado, o ratas, o una renta dexorbitante. Lo declarará fantástico y cerrará con el agente antes de darse cuenta, y luego me preguntará cómo liberarse de su situación. Va a ser mejor que lo ayude desde el comienzo, a tener que rescatarlo después. D ebo confesar que tengo muchas ganas de verlo de nuevo. Estoy cansado de Londres, y tengo ganas de visitar el campo.
-SEPTIEMBRE-
Lunes 2 de septiembre He recibido una carta de Bingley. Mi estimado Darcy, He encontrado una propiedad en el condado de Hertford que parece ser la indicada. Bien situada, tanto que puedo irme a Londres cuando se me antoje, o al norte de Inglaterra a visitar a mi familia, y no está tan lejos de Pemberley que no pueda ir a visitarte fácilmente, también. El agente me la recomienda mucho, pero sé muy poco acerca de este tipo de cosas y me gustaría que me aconsejes. ¿Te encontrarás conmigo allá?
Lunes 9 de septiembre D ejé Londres hoy y me encontré con Bingley en Netherfield Park. Había olvidado cuán buena compañía es; siempre dispuesto a estar complacido y siempre animado. D espués de mi verano difícil, es bueno estar con él de nuevo. “¡Darcy! S abía que podía contar contigo. ¿Cómo estuvo tu verano? No tan difícil como el mío, lo apuesto”. No dije nada, lo que él tomó como un asentimiento. “Caroline ha estado atormentándome estos tres últimos meses, pero ahora que encontré una propiedad espero que esté satisfecha”. Bingley estaba, por supuesto, encantado con todo lo que veía. Comentó lo espléndido que era y no hizo ninguna pregunta sensata, si no que caminaba por los alrededores con sus manos detrás como si hubiera vivido allí por los últimos veinte años. Estaba contento con la ubicación y con las habitaciones principales, y satisfecho con lo que el agente, Mr Morris, dijo sobre su precio. No preguntó nada sobre la chimenea, o la caza, o el lago, en verdad sobre nada. “¿Está en buenas condiciones?” pregunté a Mr Morris. Él me aseguró que sí, pero igualmente lo inspeccioné yo mismo. “¿S erá fácil encontrar sirvientes en el vecindario? Mi amigo traerá algunos propios, pero vamos a necesitar criadas, jardineros y hombres para el establo del área local”. “No encontrará ninguna dificultad en conseguirlos en Meryton”. “¿Qué piensas, Darcy?” preguntó Bingley, cuando completamos el recorrido. “El precio es demasiado alto”. Mr Morris insistió en que era razonable, pero pronto le convencí de que era excesivo, y propuso una suma mucho menor. “Por mi honor, Darcy, no me gustaría oponerme a tí cuando te has hecho una idea. ¡Pobre Mr Morris, podría haber estado de acuerdo inmediatamente, y salvarse del esfuerzo de tener que discutir contigo!” dijo Bingley, cuando hubo cerrado el trato con el agente. Puede reírse, pero me agradecerá por mi cuidado cuando esté bien establecido. “¿Cuándo piensas tomar posesión?” le pregunté. “Lo más pronto posible. Antes de San Miguel, con certeza”. “D eberías enviar a algunos de tus sirvientes antes de venir, para que puedan tener la casa lista para cuando llegues”. “¡Piensas en todo! Los tendré aquí para el próximo fin de semana”. Estoy contento de que haya seguido mi consejo. S i no, habría llegado al mismo tiempo que sus sirvientes, y entonces se preguntaría por qué no está la cena esperándolo.
Martes 24 de septiembre
“¡Darcy, bienvenido a mi finca!” dijo Bingley cuando me encontré con él en Netherfield Park hoy al mediodía. S us hermanas, Caroline y Louisa, estaban con él, así como el marido de Louisa, Mr Hurst. “La casa, el vecindario, todo es exactamente como deseaba que fuera”. “La finca está bastante bien, pero el vecindario es pequeño, con muy pocas familias”, señalé. “Te lo advertí en el momento”. “Hay muchas familias”, dijo. “Suficientes para cenar con nosotros, ¿y qué más queremos?” “¿Compañía superior?” respondió Caroline satíricamente. “¿Conversación entretenida?” “Estoy seguro que tendremos todo eso” dijo Bingley. “D ebiste dejar que te ayudara a elegir la casa”, dijo Caroline. “No necesité tu ayuda, tenía a Darcy”, dijo Bingley. “Y es algo bueno, también. S ólo esta mañana le decía a Louisa que no podrías haber encontrado una mejor”, dijo Caroline, sonriéndome. “Por mi honor, no puedo pensar en un campo más fino que el condado de Hertford”, dijo Bingley. Él está encantado con el vecindario por el momento, pero yo pienso que lo encontrará aburrido si se instala aquí por algún tiempo. S in embargo, es poco probable. Es tan caprichoso que probablemente se irá de nuevo en un mes. S e lo dije a Caroline después de la cena. “Es muy posible”, dijo ella. “Hasta entonces, nosotros debemos estar agradecidos de que tenemos la compañía del otro”.
Miércoles 25 de septiembre
Éste ha sido nuestro primer día en Netherfield Park. Caroline ha manejado las cosas bien, y estuvo particularmente agradecida cuando comenté que nadie adivinaría que es una casa alquilada. Tuvo algunos inconvenientes con los sirvientes contratados de los alrededores, pero es por ella que la casa está funcionando correctamente.
Jueves 26 de septiembre Las visitas del vecindario han comenzado. Es aburrido, pero es lo que se esperaba. S ir William Lucas y Lady Lucas vinieron esta mañana. Bingley los trató con mucha cortesía, teniendo en cuenta que S ir William se inclinaba cada dos minutos y mencionaba que había sido presentado en S t J ames. Caroline sospechó que su prisa en visitarnos significaba que son los padres de una muchacha mayor, soltera y sin atractivos, a quien quería ver casada, y se lo dijo a Bingley tan pronto como se fueron. “¡D ependen de eso, ellos tienen una hija de casi treinta años e intentan hacerla pasar por una de veintiuno!” le advirtió. Bingley se rió. “¡Estoy seguro que ellos no tienen una hija así, y si la tienen, estoy seguro que ella es muy encantadora!” “Caroline tiene razón”, dijo Louisa. “una de las criadas me dijo que los Lucas tienen una hija llamada Charlotte. Charlotte no está casada, y tiene veintisiete años”. “Eso no impide que sea encantadora. Estoy seguro que es una delicia de muchacha”, protestó Bingley. “Y yo estoy segura que se queda siempre en casa para ayudar a su madre a hacer pasteles”, dijo Caroline en tono gracioso. “Bueno, yo pienso que fue muy bueno que los Lucas vinieran, y mejor aún que nos invitaran a la fiesta en Meryton”, dijo Bingley con firmeza. “¡La fiesta en Meryton! ¡Dios me ampare de las fiestas del campo!”, remarqué. “Usted está acostumbrado a estar en compañías superiores”, dijo Caroline. “En verdad. Las fiestas en Londres están llenas de la gente más elegante de la ciudad”. Por alguna razón ella no sonrió ante mi comentario. No puedo entender por qué. Ella sonríe ante todo lo que digo, y seguramente debía estar pensando en mis conocidos de Londres, pues ¿en quién más podría suponer? S ir William Lucas y Lady Lucas no fueron los únicos visitantes de hoy. Fueron seguidos por Mr Bennet. Parece ser un caballero. “Tiene cinco hijas”, dijo Caroline, cuando él se retiró. “Lindas muchachas”, dijo Mr Hurst, saliendo de su estupor. “Las vi en Meryton. Guapas todas ellas”. “¡Ahí tienes!” dijo Bingley. “S abía que había elegido bien en situarme en Netherfield. Estará lleno de bonitas muchachas con quienes bailar”. “S é lo que está pensando”, remarcó Caroline, al ver mi expresión. “Está pensando en que sería un disgusto estar obligado a quedarse junto a una campesina. Pero no necesita hacerlo. Charles dará un espectáculo, no hay duda, pero usted no necesita hacerlo. Nadie esperará que usted baile”. “Espero que no”, dije. “La idea de quedarme con gente que no conozco es insoportable para mí” Bingley se echó a reír. “Vamos, Darcy, ése no eres tú. Generalmente no eres tan terco. Es el tiempo. S ólo deja que pare la lluvia y estarás tan ansioso por bailar como yo”. Bingley es optimista.
Lunes 30 de septiembre
Bingley y yo recorrimos parte de la estancia esta mañana. Ha sido mantenida en buen orden, y si piensa comprarla, creo que sería apropiada. Pero esperaré a ver si se instala. Él puede decidir que quiere comprar una estancia en Kent, o en Cheshire, o en S uffolk la semana próxima. Pronto sugerí que volviéramos. “Pienso que debería devolver la visita a los Bennet”, dijo con indiferencia, cuando volvíamos al trote a la casa. “¿Ansioso de ver a la señoritas Bennet?” le pregunté. Lo tomó de buena manera. “S é que piensas que me enamoro y desenamoro cada pocas semanas, pero es sólo que pienso que debería ser cortés en devolverle la visita a Mr Bennet”. Nos separamos, él fue hacia Longbourn, y yo regresé a Netherfield. No tardó mucho en volver. “Bueno, ¿viste a las cinco preciosas hijas de las que tanto habías oído hablar?”, le pregunté cuando regresó. “No”, dijo él tristemente. “Me quedé en la librería de Mr Bennet por casi diez minutos pero en ningún momento pude ver a las muchachas”.
-OCTUBRE-
Martes 1 de octubre
El buen humor de Bingley regresó por una invitación de Mrs Bennet, pidiéndole que se reuniera a cenar con la familia. “¡Pero no puedo ir!” dijo, cabizbajo. “Me invitaron para mañana, y tengo que estar en la ciudad”. “Mi querido Bingley, tanto ellas como tú sobrevivirán. Además, las verás en la fiesta de Meryton”. Se le iluminó el rostro. “Sí, así será”.
Miércoles 2 de octubre
Bingley se fue a la ciudad hoy. Y es como pensé. Nunca se establecerá en el campo. Ya está cada vez más inquieto. No me sorprendería si dejara Netherfield antes de Navidad.
Sábado 12 de octubre Hemos estado en la fiesta de Meryton, y fue peor de lo que esperaba. No habíamos estado allí cinco minutos cuando oí a una mujer –detestaría llamarla señora- cuchicheando con otra que yo tenía diez mil libras al año. D e todas las cosas, lo que más odio es ser cortejado por mi riqueza. El rumor recorrió el salón, y me encontré siendo observado como si fuera una bolsa de oro. No hice nada para disfrutar más de la tarde. Afortunadamente, no necesité mezclarme con la gente del lugar. Aunque éramos un grupo pequeño, Caroline, Mr, Mrs Hurst y yo nos entretuvimos entre nosotros. Bingley se enredó en el asunto como siempre lo hace. Él, por supuesto, fue bien recibido. Tiene modales naturales que lo hacen quedar bien adonde vaya. Oí muchos comentarios acerca de su carácter agradable y su cara agraciada. Yo, también, fui descripto como bien parecido, hasta que ofendí a Mrs Carlise. Ella hizo un comentario presuntuoso y yo me irrité tanto que no le cedí el asiento: ni dos minutos antes ella había estado rumoreando con su vecina que pensaba conseguir mis diez mil libras al año para su hija, y luego, cuando me la presentó, tuvo la audacia de decirme a la cara que pensaba que la riqueza no importaba en el matrimonio, y que lo que importaba era el afecto mutuo. Bingley bailó todos los bailes, lo que Caroline encontró divertido. “Él estará enamorado de nuevo antes de que termine la tarde”, dijo. Estuve de acuerdo. Nunca conocí a un hombre que se enamorara y desenamorara tan fácilmente. D éjenlo ver una cara bonita y modales encantadores, y no verá más allá. Bailé una vez con Mrs Hurst, pero los músicos eran tan malos que una vez fue suficiente. Me abstuve de ser presentado a cualquier otra joven y me contenté con caminar por el salón hasta que Bingley hubiera bailado hasta que se cansara. No fue fácil evitar las parejas. Había varias jóvenes sentadas en los costados del salón. Una de ellas era una hermana de la joven que había llamado la atención de Bingley, y él decidió que quería verme bailar con ella. “Ven, Darcy”, dijo, “debo verte bailar. Odio verte allí parado con ese aire estúpido. Estarás mucho mejor bailando”. “Ciertamente no lo haré. Tus hermanas están comprometidas, y sería un castigo permanecer junto a cualquier otra mujer del salón”, dije, con un ánimo que no se complacería con cualquier cosa. “¡Yo no sería tan desdeñoso como tú por D ios! Por mi honor, nunca estuve con tantas muchachas bonitas en mi vida”. “Tú estás bailando con la única muchacha guapa en el salón”, le recordé, mirando a la mayor Miss Bennet. “¡Oh! ¡Ella es la criatura más bella que he visto jamás! Pero allí, justo detrás de ti, está sentada una de sus hermanas, que es muy bonita, y muy agradable, me atrevo a decir. Déjame que le pida a mi pareja que te la presente”. “¿A quién te refieres?” le pregunté, mirando alrededor. Noté que era Miss Elizabeth Bennet, entonces ella me miró y me vi forzado a alejar la vista. “Es tolerable”, admití, “pero no lo suficientemente guapa para tentarme, y por el momento no estoy de humor como para darle importancia a jóvenes menospreciadas por otros hombres”. Caroline entendió muy bien mis sentimientos.
“¡Esta gente!” me dijo. “¡No tienen estilo ni elegancia, y aún así todos están tan satisfechos consigo mismos! ¿S abe Usted que tuve que sonreír cortésmente mientras me describían a Mary Bennet como la muchacha más perfecta del vecindario? S i ella fuera la
mitad, mejor dicho la décima parte, de lo completa que es Georgiana, estaría muy sorprendida”. “Pero eso sería difícil” dije. “Georgiana es inusualmente talentosa”. “Por cierto lo es. La adoro”, dijo Caroline. “Ella es como una hermana para mí”. Tal vez con el tiempo ella sea realmente una hermana para Caroline. No le he dicho nada de esto a ella, pero Bingley es un hombre gentil con una fortuna adecuada, y sería un buen esposo. No tenía pensado organizar un matrimonio para Georgiana antes de que cumpliera veintiuno, pero después de su asunto con George Wickham, he comenzado a pensar que no sería malo casarla antes. Una vez unida a Bingley, ella estaría a salvo de desvergonzados como Wickham. Aunque no estoy seguro de que Meryton sea un buen lugar para ella. S i Bingley muestra alguna intención de dejar este lugar, lo fomentaré. Me gustaría tenerla cerca mío, en el condado de D erby, o en Cheshire, tal vez. Entonces ella podría visitarme en pocas horas si lo quisiera. t Al fin volvimos a la casa. “Nunca estuve con gente más placentera ni con muchachas más bonitas en mi vida”, dijo Bingley, cuando nos retiramos al salón. “Todos fueron de lo más amables y atentos. No había formalidad, ni rigidez. Pronto sentí que todos en la sala eran mis amigos. Y con respecto a Miss Bennet, no puedo concebir un ángel más bello”. Caroline me lanzó una mirada irónica. En Brighton, Bingley nos había dicho que Miss Har era la criatura más encantadora que había visto. En Londres había sido Miss Pargeter. Parece ser que en Meryton, Miss Bennet es la elegida. “Es una muchacha muy dulce”, concedió Caroline. “Es bonita”, dije. S iempre es mejor seguirle la corriente a Bingley en estos temas. “Pero sonríe demasiado”. “S eguramente, sonríe demasiado”, estuvo de acuerdo Louisa, “pero aún así es una muchacha dulce. ¿Creo que debemos ser sus amigas mientras estemos aquí, Caroline?” “Claro que sí” dijo Caroline, agregando, “debemos tener a alguien que nos ayude a pasar las horas tediosas, y que nos entretenga mientras los caballeros no están”. La única cosa que se me cruza por la mente mientras escribo es la mirada que vi en Miss Elizabeth Bennet cuando remarqué que no era lo bastante guapa para tentarme. S i la conociera más, pensaría que fue irónica. No se si ella me escucharía, pero no fue mi intención que las palabras llegaran a sus oídos. Aun así, sería tonto preocuparme por sus sentimientos. S u temperamento no es delicado, y si se parece a su madre no sufrirá daño. Esa mujer abominable me condenó rotundamente por mi comentario casual, describiéndome ante todo el que quisiera oírlo como que es hombre más orgulloso y desagradable del mundo y diciendo que esperaba que no volviera nunca allí. Nunca pensé que estaría de acuerdo con una mujer de su clase, pero en esta ocasión nuestras mentes son una.
Martes 15 de octubre
Bingley y yo examinamos los bosques hoy. Mientras estĂĄbamos afuera, las seĂąoritas Bennet se quedaron con Caroline y Louisa.
Viernes 18 de octubre
Mientras Bingley y yo estuvimos afuera cabalgando, Caroline y Louisa fueron en el carruaje a Longbourn y visitaron a los Bennet. Creo que piensan hacerse amigas de las dos muchachas mayores. Dios sabe, hay poca compañía para ellas aquí.
Sábado 19 de octubre
Un día lluvioso. D espués de vernos obligados a quedarnos dentro de la casa fue casi un alivio salir a una reunión para cenar esta tarde. No fue mejor que la fiesta, la gente no fue más elegante ni la conversación más estimulante, pero tuvo la ventaja de darnos cierta novedad. Bingley se sentó de nuevo con Miss J ane Bennet. La ha cortejado, y sus modales son tan sencillos como los de él, hacen una buena pareja. A ella no parece molestarle su atención, lo toma de buena manera y lo ve como la agradable diversión que es. “Es una pena que las otras muchachas Bennet no tengan los modales ni la cara de su hermana mayor”, comentó Caroline después de la cena. “Lo es”, concordé. “No me sorprende que Usted no pueda soportar la idea de estar junto a Miss Elizabeth Bennet. No tiene nada de la belleza de su hermana”. “No tiene ningún rasgo sobresaliente en su cara”, repliqué, volviendo mis ojos para estudiarla más de cerca. “No, de hecho”, dijo Caroline. “Oh, vamos, Darcy”, dijo Bingley, quien se nos había unido cuando hubo dejado a Miss Bennet con una de sus hermanas. “Es una muchacha muy linda”. “No es remarcable en ningún aspecto”, contesté. “Muy bien, piensa lo que quieras. No hay nada tolerable en ella”. S e echó a reír, y regresó junto a Jane Bennet. Caroline continuó criticando al vecindario. Mientras lo hacía, mis ojos se volvieron de nuevo hacia Miss Elizabeth Bennet, y comencé a sentir que no le había hecho justicia. Aunque no tiene rasgos sobresalientes en su cara, se puede apreciar una inteligencia poco común por la hermosa expresión de sus ojos negros. Me encontré a mí mismo mirándola, y cuando se levantó para dejar la mesa descubrí además que su figura es ligera y placentera. Aunque no es lo suficientemente atractiva para tentar a un hombre de mi estilo, pero tiene más belleza de lo que pensé al principio.
-NOVIEMBRE-
Lunes 4 de noviembre
Otra reunión social. Fue inevitable, pero no me encontré tan mal predispuesto para las salidas como estaba antes. Proveen un cambio para nuestro círculo íntimo usual. La reunión de esta noche fué en la casa de Sir William Lucas, Lucas Lodge. “Prepárese para recibir reverencias cada diez minutos”, dijo Caroline, cuando entrábamos en la casa. “Cada cinco minutos”, dijo Louisa. “Sir William es una persona muy agradable”, dijo Bingley. “Querido Charles, tú pensarías que cualquiera es agradable si te permiten coquetear con Miss Bennet en una de sus reuniones”, dije. “Ella es un ángel”, dijo Bingley , de ninguna manera turbado. Él pronto encontró a Miss Bennet. Mr Hurst bailó con Caroline, y Louisa entró en conversación con Lady Lucas. Noté que Miss Elizabeth Bennet estaba allí, hablando con el coronel Forster. S in saber lo que hacía me acerqué, y no pude evitar oír su conversación. Había algo en su actitud que la hacía juguetona, y cuando ella se vuelve traviesa hay un cierto brillo en sus ojos. Lo observé, como observé el color de animación que agregaba belleza a sus mejillas. S u cutis es saludable y su piel es ligeramente bronceada. Tal vez no es tan elegante como la palidez de Caroline, pero es igual de placentera. Ella pronto dejó la compañía del coronel Forster y buscó a Miss Lucas. Las dos parecen ser amigas. I ba a hablarle, sintiendo el impulso de ver esa chispa de nuevo en sus ojos, cuando la dama misma me desafió. “¿No piensa Usted, Mr Darcy, que me expresé inusualmente bien, cuando insistía al coronel Forster para que ofreciera un baile en Meryton?” “Con gran energía”, contesté, sorprendido, pero no decepcionado, de que me hablara. “Pero es un tema que siempre hace enérgicas a las mujeres”, agregué. “Usted es severo con nosotras”.
Ésto lo dijo con una mirada tan pícara que me vi obligado a sonreír. S u actitud no iría en Londres, pero es algo que remarcar en el campo. Uno necesita variedad, después de todo. “Ahora será su turno para que nos burlemos de ella”, dijo Miss Lucas, mirándome. Voy a abrir el instrumento, Eliza, Y tú sabes lo que sigue”. Ella se resistió al principio, diciendo que no quería tocar frente a quienes tenían por costumbre oír a los mejores músicos, pero Miss Lucas le insistió hasta que fue. S u interpretación fue sorprendentemente buena. No por las notas, creo que muchas de ellas estuvieron erradas. Pero había una dulzura en su tono que agradó mucho a mis oídos. Estaba comenzando a acercarme a ella, de hecho iba a intentar continuar nuestra conversación, cuando ella dejó el pianoforte y por alguna razón –afortunada o desafortunada, no lo sé bien- su hermana menor tomó su lugar. La sonrisa se congeló en mi cara. Nunca había oído una interpretación más desastrosa en mi vida, y no podía creer que Miss Mary Bennet exhibiera su falta de talento ante tanta gente. S i hubiera tenido que escucharla un minuto más creo que se lo hubiera dicho. Las cosas se volvieron peores cuando las dos muchachas menores fueron a bailar con algunos oficiales. S u madre las miraba, todo sonrisas, y las jóvenes coqueteaban con cada oficial en turno. ¿Cuántos años tiene? No parece tener más de quince. D ebería estar en un salón de clases, no en público donde podría causar una desgracia a ella y a su familia. S u comportamiento disipó cualquier sentimiento tibio que pudiera tener hacia Miss Elizabeth Bennet, y no volvería a hablarle de nuevo. “¡Qué encantadora diversión es ésta para los jóvenes, Mr Darcy!” dijo S ir William Lucas, acercándose a mi lado. “No hay nada como bailar, después de todo. Considero que es uno de los refinamientos de las sociedades refinadas”. “Cierto, señor”, repliqué, y mi mirada se detuvo en Miss Lydia Bennet quien estaba bailando sin el más mínimo decoro, “y tiene la ventaja de estar de moda entre las sociedades menos refinadas del mundo. Todos los salvajes bailan”. S ir William sólo sonrió, y me atormentó con una larga conversación acerca de los bailes, preguntándome si yo bailaba en S t J ames. Contesté con suficiente cortesía, pero creo que si mencionaba a S t J ames una vez más, estaría tentado de estrangularlo con su propia corbata. Mientras paseaba mi mirada por el salón, vi a Miss Elizabeth Bennet acercándose. A pesar de las deficiencias de sus hermanas, me llegó nuevamente la gracia de sus movimientos, y pensé que, si había una persona que me gustaría ver bailar en el salón, era ella. “Mi querida Miss Eliza, ¿por qué no estás bailando?” preguntó S ir William, como si leyera mis pensamientos. “Mr Darcy, debe permitirme presentarle a esta joven como una pareja muy deseable. No puede negarse a bailar, cuando tanta belleza está delante suyo”. Él tomó su mano, y me sorprendió casi dándomela. No había pensado bailar yo mismo con ella, sólo había pensado verla bailar, pero habría tomado su mano si ella no la hubiera retirado. “D e hecho, señor, no tengo la menor intención de bailar. Le pido a Usted que no suponga que me he acercado para buscar pareja”, dijo. Me encontré con que no quería finalizar ese trato inesperado.
“¿Me hará el honor de su mano?” pregunté, interesado más que nada en su negativa a bailar conmigo. Pero ella se negó de nuevo. Sir William intentó persuadirla. “Aunque al caballero no le agrade esta diversión en general, él no tendrá objeción, estoy seguro, a complacernos durante media hora”. Una sonrisa cruzó sus ojos, y volviéndose a mí, dijo: “Mr Darcy es toda cortesía”. Fue una sonrisa desafiante, no había duda. Aunque dijo que era todo cortesía, quiso decir lo contrario. S entí que el deseo de bailar con ella crecía. Ella se había vuelto mi adversaria, y sentí adentro mío un instinto de estar a su altura. ¿Por qué me rechazó? ¿Porque me había oído diciendo que no era lo suficiente guapa para tentarme en el baile de Meryton? ¡Claro! Me encontré a mí mismo admirando su espíritu. Mis diez mil libras al año eran nada comparadas con su deseo de vengarse de mí. La vi alejarse de mí, notando la ligereza de su paso y la elegancia de su figura, y tratando de recordar la última vez que me había sentido tan complacido. “Puedo adivinar el objeto de sus pensamientos” dijo Caroline, acercándose a mi lado. “No creo que lo imagine”, dije. “Usted está pensando lo insoportable que sería pasar las veladas de esta forma, en una sociedad como ésta, y créame que opino lo mismo. ¡Nunca estuve más irritada! ¡S on insípidos y aún así son ruidosos; son insignificantes pero se dan mucha importancia! ¡Me gustaría saber su opinión de ellos!” “S u conjetura está totalmente equivocada, se lo aseguro. Mi pensamiento iba a cosas más agradables. Estaba meditando en el gran placer que otorgan un par de hermosos ojos en la cara de una bella mujer”. Caroline sonrió. “¿Y cuál de las damas tiene el crédito de inspirarle tales reflexiones? preguntó, volviéndose a mí. “Miss Elizabeth Bennet”, respondí, mientras la miraba cruzar el salón. “¡Miss Elizabeth Bennet!” exclamó ella. “Estoy asombrada. ¿D esde cuándo es su favorita?Y por favor dígame ¿cuándo debo darle la enhorabuena?” “Esa es exactamente la pregunta que esperaba que hiciera” le dije. “La imaginación de una dama es muy rápida, salta de admiración al amor, del amor al matrimonio, en un momento. Ya sabía que deseaba darme la enhorabuena”. “Nada de eso, si es Usted serio en esto, consideraré el asunto totalmente sellado. Tendrá una suegra encantadora, de hecho, y por supuesto estará siempre en Pemberley con ustedes”. La dejé hablar. Me es totalmente indiferente lo que diga. S i deseo admirar a Miss Elizabeth Bennet, lo haré, y nada de lo que Caroline diga sobre ojos hermosos y suegras me lo impedirá.
.
Martes 12 de noviembre Bingley y yo cenamos con los oficiales esta tarde. Hay un regimiento estacionado aquí, y la mayoría de los hombres son bien educados e inteligentes. Cuando volvimos a Netherfield encontramos a Miss Bennet en la casa. Caroline y Louisa la invitaron a cenar Vino cabalgando, y la lluvia la encontró en el camino. No es sorpresa que se haya resfriado. Bingley se preocupó, insistiendo en que se quedara por la noche. S us hermanas asintieron. Ella se retiró a la cama temprano, y Bingley estuvo distraído por el resto de la tarde. Recordé el hecho de que él tiene sólo veintitrés, y todavía está en una edad inestable. Actualmente está preocupado por la salud de Miss Bennet, pero para Navidad estará en Londres, donde sin duda se habrá olvidado de ella.
Miércoles 13 de noviembre
Miss Bennet aún no se sentía bien esta mañana, y Caroline y Louisa insistieron en que se quedara en Netherfield hasta que esté totalmente recuperada. S i hubieran insistido tan vehementemente si no estuvieran aburridas es dudoso, pero como el tiempo está mal y deben quedarse en casa, están ansiosas por persuadirla de que se quede.Bingley insistió en enviar por Mr Jones, el boticario, tan pronto como supo que no estaba mejor. “¿Es realmente necesario?” le pregunté. “Tus hermanas parecen pensar que no es más que dolor de garganta y migrañas”. “No se sabe hasta dónde un dolor de garganta y migraña pueden llegar”, dijo Bingley. Una nota fue enviada a Mr J ones, y otra a la familia de Miss Bennet, y bajamos a desayunar. Estábamos aún en la sala de desayuno algo más tarde cuando escuchamos algo en el hall de entrada. Caroline y Louisa echaron un vistazo por encima de sus tazas de chocolate, mirándose inquisitivamente y luego a su hermano. “¿Quién podría venir a esta hora, y con este tiempo?” preguntó Caroline. S u pregunta pronto fue respondida ya que la puerta se abrió y vimos a Miss Elizabeth Bennet. S us ojos estaban brillantes y sus mejillas sonrojadas. S u ropa mostraba signos de que había caminado, y sus botas estaban cubiertas de barro. “Miss Bennet!” exclamó Mr Hurst, mirándola como si fuese una aparición. “Miss Bennet!” repitió Caroline. “¿No ha venido a pie?” preguntó, horrorizada, observando sus botas y su falda, que tenía seis pulgadas (quince centímetros) de barro. “Sí”, dijo ella, como si fuera lo más natural del mundo. “¡Caminar tres millas (cinco Km) tan temprano!” dijo Caroline, mirando horrorizada a Louisa. “¡Y con este tiempo tan terrible!” exclamó Louisa, devolviendo la mirada. Bingley parecía preocupado pero no asombrado. “Miss Elizabeth Bennet, que bueno que ha venido”, dijo, levantándose y tomándole la mano. “Su hermana no está bien, me temo”. Caroline se había recuperado de su asombro. “Vamos, Charles, no la inquietes”, dijo. S e volvió a Miss Bennet. “No es nada más que una migraña y un dolor de garganta. No durmió bien, pero ha mejorado esta mañana. Aún así tiene fiebre, creo, y no está lo suficientemente bien para dejar la habitación”. “D ebe Usted tener frío y está mojada”, dijo Bingley, mirando a Elizabeth con consternación. “No es nada. Frecuentemente camino en las mañanas. El frío y la humedad no son un problema para mí. ¿Donde está Jane? ¿Puedo verla?”. “Por supuesto”, dijo Bingley. “La llevaré inmediatamente”. No pude evitar pensar en que su cutis brillaba por el ejercicio, aunque me pregunté si debería haber caminado tan lejos sola. S i su hermana hubiera estado peligrosamente enferma, tal vez, ¿pero por un resfriado? Charles dejó el salón con Miss Bennet. Caroline y Louisa, sintiendo su responsabilidad como anfitrionas, los siguieron. Bingley volvió pronto,
dejando a sus hermanas en la habitación de la enferma. “Deberíamos irnos”, dije, mirando el reloj. Habíamos arreglado un encuentro con algunos de los oficiales para jugar al billar. Podría decir que Bingley no quería ir, pero lo persuadí de que sería ridículo si se quedara en casa porque la amiga de sus hermanas tenía un resfriado. Parecía que iba a protestar, pero tiene el hábito de escucharme y seguir mi consejo. Estoy complacido de eso. El coronel Forster habría pensado que era muy extraño si cancelaba el compromiso con un pretexto tan leve. Volvimos a la casa tarde ese día y a las seis y media nos sentamos a cenar. Miss Elizabeth Bennet estuvo con nosotros. S e veía cansada. El color había desaparecido de sus mejillas y sus ojos estaban sombríos. Pero tan pronto como Bingley preguntó por su hermana ella se volvió más animada. “¿Cómo está su hermana?” preguntó Bingley. “Me temo que no está mejor”. “¡Espantoso!” dijo Caroline. “Me apena oírlo”, dijo Louisa. Mr Hurst gruñó. “No me gusta estar enferma”, dijo Louisa. “A mí tampoco. No hay nada peor”, dijo Caroline. “¿Hay algo que pueda hacer por ella?” preguntó Bingley. “No, se lo agradezco”, contestó ella. “¿No hay nada que necesite?” “No, tiene de todo”. “Muy bien, pero debe Usted decirme si hay algo que pueda hacer para hacerle más sencillo lo que está sufriendo”. “Gracias, lo haré”, dijo ella, conmovida. “S e ve Usted cansada. Ha estado sentada con ella todo el día. D éjeme traerle un tazón de sopa. No me gustaría que se enferme por atender a su hermana”. Ella sonrió ante su amabilidad, y yo lo bendigo. Tiene una facilidad de maneras que yo no tengo, y agradezco ver que lo use para alcanzarle los mejores platos de la mesa. “D ebo regresar con J ane”, dijo, tan pronto como terminó la cena. Hubiera preferido que se quedara. Tan pronto como se fue, Caroline y Louisa comenzaron a criticarla. “Nunca olvidaré su apariencia esta mañana. Realmente se veía casi salvaje”, dijo Louisa. “Es cierto, Louisa”, respondió Caroline. “Supongo que vieron su falda, seis pulgadas cubiertas de barro”, dijo Louisa. Ante esto Bingley explotó. “Yo no noté su falda sucia”, dijo. “Usted lo observó, estoy segura, Mr Darcy”, dijo Caroline. “Me temo que por esta situación le ha restado Usted admiración a sus hermosos ojos”. “Para nada”, repliqué. “Estaban más brillantes por el ejercicio”. Caroline mantuvo silencio. No permitiré que critique a Miss Bennet frente a mí, aunque estoy seguro de que la criticará en el momento en que me vaya. “Le tengo un gran aprecio a J ane Bennet, ella realmente es una muchacha dulce, y deseo con todo mi corazón que se establezca bien. Pero con esos padres, y con conexiones tan deplorables, temo que no tendrá oportunidades”, dijo Louisa.
“Creo haberte escuchado decir, que su tío es procurador en Meryton”, remarcó Caroline. “S í; y tienen otro tío que vive en algún lugar cerca de Cheapside (la zona pobre)”, dijo Louisa. “S i tienen tíos suficientes para llenar todo Cheapside, no las hará menos agradables”, protestó Bingley. “Pero disminuiría materialmente sus posibilidades de casarse con algún hombre de importancia en el mundo”, remarqué. No hago daño en traer a Bingley a la realidad. Él casi se deja llevar el año pasado, y estuvo cerca de proponerse a una joven cuyo padre era panadero. No hay nada de malo con los panaderos, pero no pertenecen a la familia, ni tampoco los procuradores ni la gente que vive en Cheapside. “Qué bien lo ha expresado, Mr Darcy”, dijo Caroline. “No lo habría dicho mejor yo mismo” intervino Mr Hurst, saliendo momentáneamente de su estupor. “¡Cheapside!” dijo Louisa. Bingley no dijo nada, pero se hundió en tristeza. S us hermanas visitaron la habitación de la enferma, y cuando bajaron, Miss Elizabeth Bennet estaba con ellas. “¿S e une a jugar a las cartas?” preguntó Mr Hurst. “No, se lo agradezco”, dijo ella, mirando el juego. Para comenzar, tomó un libro, pero se acercó poco a poco a la tabla de juegos y observó el partido. S u figura se apreciaba ventajosamente mientras se detuvo detrás de la silla de Caroline. “¿Ha crecido mucho Miss Darcy desde la primavera?” preguntó Caroline. “¿S erá tan alta como yo?” “Creo que sí. Está tan alta como Miss Elizabeth Bennet, o quizás más”. “¡Cuánto deseo verla de nuevo! ¡Tal semblante, tales maneras! ¡Y es extremadamente instruida para su edad!” “Es asombroso para mí cómo las jóvenes tienen la paciencia para ser tan instruidas, como son todas”, dijo Bingley. “¡Todas las jóvenes instruidas! Mi querido Charles, ¿qué quieres decir?” preguntó Caroline. “Sí, todas ellas, creo. Todas pintan mesas, decoran biombos y hacen monederos”. “Tu lista de detalles que hacen a la instrucción es muy acertada”, dije, asombrado. Me han hablado de docenas de jóvenes que se consideran instruidas, sólo para encontrar que no hacen más que pintar bonito. “No puedo jactarme de conocer más que a media docena”. “Ni yo, estoy segura”, dijo Caroline. “Entonces Usted debe tener una idea muy amplia de lo que es una mujer instruida”, dijo Miss Bennet. ¿Me lo imaginé, o ella se estaba riendo de mí? Tal vez, pero tal vez no. Estaba aguijoneado al replicar: “Sí, tengo una idea muy amplia”. “¡Oh! Ciertamente”, dijo Caroline.
Miss Bennet no estaba avergonzada, como pensé que estaría. En su lugar, mientras Caroline enumeraba las perfecciones de una mujer realmente instruida, distinguí una sonrisa en el rostro de Miss Bennet. Empezó en sus ojos, cuando Caroline comenzó diciendo: “Una mujer debe conocer ampliamente de música, canto, dibujo, baile y lenguas modernas...” y se extendió a sus labios cuando Caroline terminaba: “D ebe poseer un cierto misterio en su aire y manera de caminar, el tono de su voz, su comportamiento y expresiones”. La diversión de Miss Bennet me irritó, y agregué severamente: “A todo ello se debe agregar aún algo más sustancial, debe mejorar su pensamiento con una extensa lectura”. “Ya no me sorprende que Usted conozca sólo seis mujeres instruidas. Lo que me pregunto es cómo conoce alguna”, dijo Miss Bennet con una sonrisa.D ebería haberme enojado por su descaro, pero de algún modo sentí brotar una sonrisa de respuesta de mis ojos. Parecía absurdo, de repente, que yo esperara tanto del sexo opuesto, cuando un par de hermosos ojos eran todo lo que hacía falta para alcanzar la felicidad absoluta. Es la felicidad que nunca sentí al escuchar a una mujer cantar o tocar el piano, y dudo que lo haga nunca. “¿Es Usted tan severa con su propio sexo, que duda que todo eso sea posible?” preguntó Caroline. “Nunca vi a una mujer semejante”, contestó Miss Bennet. “Nunca vi tal capacidad, y gusto, y aplicación, y elegancia, como Usted describe, en una misma persona”. Yo mismo comencé a preguntarme si alguna vez lo había visto. Caroline y Louisa aceptaron el reto, declarando que conocían muchas mujeres que correspondían a la descripción. Miss Bennet torció su cabeza, pero no en asentimiento ni en derrota. Fue para que no vieran la sonrisa que cruzaba su boca. Fue sólo al ver su sonrisa, cuando me dí cuenta que se estaban contradiciendo con sus expresiones anteriores, cuando habían dicho que existían pocas mujeres así. Ahora estaban diciendo que tales mujeres eran frecuentes. Al ver la sonrisa de Miss Bennet extenderse a su mirada, pensé que ella nunca me gustó más, ni he disfrutado más de una discusión. Mr Hurst llamó a su esposa y a la hermana de ésta para desviar su atención hacia el juego, y Miss Bennet regresó a la habitación de su hermana enferma. Me he dado cuenta que existe un fuerte lazo de afecto entre ella y su hermana. No puedo pensar que Caroline y Louisa estarían tan ansiosas de ayudarse, si una de ellas se enfermara; aunque ellas, también, son hermanas, parece haber muy poco afecto entre ellas. Es una lástima. El cariño de mi hermana es uno de los mayores placeres de mi vida. “Eliza Bennet”, dijo Caroline, cuando Miss Bennet hubo dejado el salón, “es una de esas jóvenes que buscan recomendarse a sí mismas ante el sexo opuesto, a través de desestimar el suyo propio; y con muchos hombres, debo decir, tienen éxito. Pero en mi opinión, es un artificio miserable, una técnica indigna. “S in duda, hay indignidad en todas las artes que las damas a veces intentan emplear para cautivar. Toda astucia para fingir afinidad es despreciable”. Ella se retiró de ésto, y volvió a sumirse en el juego. Al fin regresé a mi habitación, sintiéndome disconforme con el día. Mi tranquilidad de espíritu habitual me ha abandonado. Me sorprendo a mí mismo pensando, no en lo que voy a hacer mañana, si no en Elizabeth Bennet.
Jueves 14 de noviembre
He tenido un recordatorio oportuno de la insensatez que supone dejarse llevar por un par de r ojos hermosos. Elizabeth envió una nota a su madre esta mañana, pidiéndole que venga y que juzgue ella misma el estado de salud de Miss Bennet. D espués de quedarse por un rato con su hija enferma, Mrs Bennet y sus dos hijas menores, quienes la acompañaban, aceptaron la invitación a unirse al resto de nuestro grupo en el salón de desayuno. “Espero que Miss Bennet no esté tan mal como Usted esperaba”, dijo Bingley. Él ha estado trastornado por todo este asunto, y nada lo confortaba si no dar continuas instrucciones al mayordomo, con la intención de mejorar el bienestar de Miss Bennet. “En realidad sí, S eñor”, dijo Mrs Bennet. “Está demasiado enferma para ser trasladada. M J ones me dijo que no deberíamos pensar en moverla. D eberemos abusar de su amabilidad un poco más”. “¡Moverla!” protestó Bingley. “Ni pensarlo.” Caroline no parecía complacida con este comentario. Creo que la presencia de una inválida en la casa está comenzando a molestarle. Ha pasado muy poco tiempo con su invitada, y si Elizabeth no hubiera venido, su hermana habría pasado mucho tiempo sola en una casa de extraños. Caroline contestó con suficiente civilidad, sin embargo, diciendo que Miss Bennet recibiría todas las atenciones. Mrs Bennet nos recalcó a todos cuán enferma estaba su hija, y luego, mirando alrededor, remarcó que Bingley había escogido bien al rentar Netherfield. “No pensará Usted dejarlo pronto, espero, aunque tenga un contrato de alquiler corto”, dijo. “Lo que sea que haga, lo haré en forma rápida”, dijo él. Esto condujo a una discusión sobre personalidades, de lo que Elizabeth confesó ser una estudiosa. “Por lo general, el campo le puede aportar sólo pocos objetos de observación para tal estudio”, le dije. “Pero la gente cambia tanto que allí hay algo nuevo para observarles por siempre”, contestó. Hablar con Elizabeth es como hablar con nadie más. No es una actividad habitual; más aún es un ejercicio estimulante para la mente. “S í, de hecho”, dijo Mrs Bennet, llamándonos la atención. “Le aseguro que hay tanto de ello en el campo como en la ciudad. Por mi parte no puedo ver que Londres tenga una gran ventaja sobre el campo, excepto por los negocios y lugares públicos. El campo es muy placentero, ¿no es así, Mr Bingley?”
Bingley, tan sencillo como siempre, dijo que era igualmente feliz en ambos. “Eso es porque Usted tiene buena disposición. Pero este caballero”, dijo ella, mirándome, “parece pensar que el campo no es nada”. Elizabeth tuvo la bondad de ruborizarse y decirle a su madre que estaba equivocada, pero me hizo recordar enérgicamente el hecho de que no hay ruborizaciones, por placenteras que sean, que superen la desventaja de tener esa madre. Mrs Bennet siguió peor y peor, elevando las formas de S ir William Lucas, y haciendo marcadas referencias a “personas que se sienten muy importantes y nunca abren la boca” por lo que, supongo, se refería a mí. Lo peor estaba por venir. La muchacha menor avanzó y le pidió a Bingley por un baile. Tiene tan buen humor que rápidamente accedió, luego de lo cual Mrs Bennet y sus dos hijas menores se fueron. Elizabeth volvió a la habitación de su hermana enferma. Caroline no tuvo piedad una vez que se fue. “¡Han cenado con veinticuatro familias!” dijo. “¡No sé cómo hice para no reírme! Y esa pobre mujer piensa que eso es una sociedad variada”. “Nunca oí nada más ridículo en toda mi vida” dijo Louisa. “O vulgar”, dijo Caroline. “¡Y la muchacha menor! Rogando por un baile. No puedo creer que la hayas alentado, Charles”. “Pero disfruto de dar bailes”, protestó Bingley. “No deberías haber recompensado su impertinencia”, dijo Louisa. “No, ciertamente. S ólo harás que sea peor. Aunque no sé cómo ella podría ser peor. Ki y fue lo suficientemente terrible, pero la muchacha menor – ¿cómo se llama?” “Lydia”, respondió Louisa. “¡Lydia! ¡Por supuesto, eso es! S er tan atrevida. A Usted no le gustaría que su hermana fuera tan atrevida, ¿no es así, Mr Darcy?” “No, claro que no”, dije, malhumorado. Que comparara a Georgiana con una muchacha como ésta fue más de lo que pudiera tolerar. “Y aún así tienen la misma edad”, prosiguió Caroline. “Es increíble cómo dos muchachas pueden ser tan diferentes, una tan elegante y refinada, y la otra tan insolente y bulliciosa”. “Es su educación”, dijo Louisa. “Con esa madre degradante, ¿qué podría ser Lydia si no vulgar?” “Esas pobres muchachas”, dijo Caroline, sacudiendo la cabeza. Todas están tocadas por la misma vulgaridad, me temo”. “¡No Miss Bennet!” protestó Bingley. “Tú misma dijiste que era una muchacha dulce”. “Y lo es. Tal vez tengas razón. Tal vez ha escapado de corromperse al mezclarse con gente como esa. Pero Elizabeth Bennet se inclina a ser impertinente, incluso si tiene ojos hermosos”, dijo Caroline, volviendo su vista hacia mí. Yo había estado por desestimar a Elizabeth en mis pensamientos, pero cambié de idea. No lo haré para complacer a Miss Bingley, no importa lo sarcástica que sea. En la tarde, Elizabeth se nos unió en el salón de dibujo. Tuve cuidado de no decir más que un breve, “Buenas tardes”, y luego tomé un lápiz y comencé a escribir a Georgiana. Elizabeth, noté, tomó una labor de bordado en un rincón alejado del salón.
Apenas había comenzado mi carta, sin embargo, cuando Caroline empezó a dirigirme cumplidos sobre la uniformidad de mi escritura y la longitud de mi carta. Hice lo que pude para ignorarla, pero ella no se disuadió y continuó alabando cada cosa. La adulación está muy bien, pero un hombre se puede cansar de esto tan pronto como de las críticas. No dije nada, sin embargo, porque no quise ofender a Bingley. “¡Qué delicia para Miss Darcy cuando reciba una carta así!” dijo Caroline. La ignoré. “Usted escribe inusualmente rápido”. Estaba lo suficientemente irreflexivo para replicar un: “Usted está equivocada. Escribo más bien despacio”. “Por favor dígale a su hermana cuánto deseo verla”. “Se lo he dicho ya una vez, como fue su deseo”. “¿Cómo puede Usted escribir con tanta uniformidad?” preguntó. Me tragué mi frustración y permanecí en silencio. Una tarde húmeda en el campo es una de las peores cosas que conozco, especialmente en compañía restringida, y si contestara temo que sería rudo. “Dígale a su hermana que estoy encantada de saber que ha progresado en el arpa...” Por favor, ¿de quién es la carta? Estuve cerca de contestar, pero me detuve justo a tiempo.“... y sea tan amable de decirle que estoy maravillada con su precioso dibujo para una mesa, y que creo que es infinitamente superior al de Miss Grantley”. “¿Tendría la bondad de dejar su entusiasmo hasta la próxima vez que le escriba? En este momento no queda lugar para hacerle justicia”. Vi a Elizabeth sonreír ante esto, y ocultar su cabeza en su labor de bordado. S onríe de buena gana, y estoy empezando a encontrarlo contagioso. Estuve tentado de sonreír también. Caroline, sin embargo, no se cohibió. “¿Siempre le escribe cartas tan encantadoramente largas, Mr Darcy?” “Generalmente son largas”, contesté, incapaz de evitar responder su pregunta. “Pero si siempre son encantadoras, no soy quién para decirlo”. “Es una regla para mí, que una persona que puede escribir cartas largas, con facilidad, no puede escribir mal”, dijo. “Eso no es un cumplido para Darcy”, interrumpió Bingley, “porque no escribe con facilidad. Utiliza demasiadas palabras de cuatro sílabas. ¿No es así, Darcy?” “Mi estilo de escritura es muy diferente al tuyo”, concordé. “Mis ideas fluyen tan rápidamente que no tengo tiempo de expresarlas, por lo que mis cartas a veces no transmiten las ideas que quisiera decir al destinatario”, dijo Bingley. “S u modestia debe desarmar a los que lo censuran”, dijo Elizabeth, dejando a un lado su labor. “Nada es más engañoso que la apariencia de humildad”, dije, riendo del comentario de Bingley, pero consciente por lo bajo de la ligera irritación que me causaba el que ella lo estuviera alabando. “Frecuentemente es sólo carencia de opinión, y a veces es indirectamente presunción. “¿Y a cuál de las dos atribuyes mi pequeño rasgo de modestia?” preguntó Bingley.
“La presunción indirecta”, dije con una sonrisa. “El poder de hacer algo con rapidez es siempre muy apreciado por su posesor, y frecuentemente no advierte la imperfección de su comportamiento. Cuando le dijiste a Mrs Bennet esta mañana que te irías en cinco minutos, quisiste hacer un elogio de ti mismo, pero yo no estoy convencido. S i, cuando estuvieras montado en tu caballo, un amigo te dice, “Bingley, sería mejor que te quedaras hasta la próxima semana”, tú probablemente lo harías”. “Cos esto Usted sólo prueba que Mr Bingley no hizo justicia a su propia disposición. Usted ha mostrado mucho más de él que él mismo”, dijo Elizabeth riendo. “Estoy muy agradecido de que Usted convierta todo lo que dice mi amigo en un cumplido hacia la dulzura de mi temperamento”, dijo Bingley alegremente. S onreí, pero no estaba tan contento, aunque no sé por qué. Aprecio mucho a Bingley, y siempre me complace cuando otras personas también lo valoran. “¡Pero Darcy pensaría mejor de mí, si en tales circunstancias yo me negara rotundamente, y cabalgara tan rápido como pudiera!” agregó. “¿Entonces Mr Darcy consideraría que la precipitación en su primera intención sería compensada por su obstinación en seguirla?” preguntó juguetonamente Elizabeth. “Le aseguro que no puedo explicar el asunto. El mismo Darcy debe hacerlo”. Dejé mi pluma a un lado, olvidando todos los pensamientos sobre la carta. “Tú esperas que dé opiniones que dices llamar mías, pero que nunca he compartido”, dije con una sonrisa. “Ceder con rapidez a la persuasión de un amigo no es mérito para Usted”, dijo Elizabeth. A pesar mío, había caído en su broma. “Ceder sin convicción no es un cumplido al entendimiento de ninguno de los dos”, respondí. “Me parece, Mr Darcy, que no le otorga nada Usted a la influencia de la amistad y el afecto”.Vi que Caroline estaba petrificada ante nuestro intercambio, pero yo estaba disfrutando de la estimulante conversación con Elizabeth. “¿No sería aconsejable que acordáramos el grado de intimidad entre las partes antes de decidir?” le pregunté. “D esde luego”, protestó Bingley. “Tengamos presente todos los particulares, sin olvidar sus pesos y tamaños, porque le aseguro a Usted que si Darcy no fuera un sujeto tan alto no le habría tenido la mitad de la consideración. D eclaro que no conozco nada tan terrible como Darcy, específicamente en su casa, y en una tarde de Domingo cuando no tiene nada que hacer”. S onreí, no obstante estaba ofendido. Temí que hubiera un dejo de verdad en lo que Bingley dijo, y no me gustó que Elizabeth lo escuche. Elizabeth miró como si fuera a reír, pero no lo hizo. Espero que no me tenga miedo. Pero no. ¡S i me tuviese miedo, no se reiría tanto de mí! “Ya veo lo que buscas, Bingley”, dije, dejando su comentario de lado. “No te gusta el tema, y quieres pasarlo por alto”.
“Tal vez”, admitió Bingley. La viveza había abandonado la conversación y ahora prevalecía la incomodidad. Elizabeth volvió a su labor de bordado, y yo a mi carta. El reloj se podía sentir en la mesa. Terminé mi carta y la dejé a un lado. El silencio continuaba. Para romperlo, les pedí a las damas que nos deleitaran con algo de música. Caroline y Louisa cantaron, y dejé vagar mi mirada hasta Elizabeth. Ella no es como ninguna mujer que haya conocido antes. No es hermosa, pero aún así miraría su cara más que a cualquier otra. No tiene elegancia, pero sus modales me gustan más que los de cualquiera con quien haya estado. No es instruida, y aún así tiene una inteligencia que la hace una excelente argumentadora, y ofrece una conversación estimulante. Hace mucho tiempo que no tenía que defenderme con palabras, en realidad no estoy seguro de que lo haya hecho antes, y aún así con ella frecuentemente me encuentro comprometido en un duelo de genios. Caroline comenzó a tocar un vivo aire escocés, y movido por un impulso repentino le dije, “¿No siente Usted la inclinación, Miss Bennet, de aprovechar esta oportunidad para bailar un reel?” Ella sonrió, pero no contestó. Encontré su silencio enigmático. ¿Ella es un misterio, enviada para atormentarme? Debe serlo, ya que mis pensamientos no son tan poéticos. En lugar de disgustarme, sin embargo, su silencio sólo me enardeció más, y le repetí la pregunta. “Oh”, dijo, “le oí a Usted antes, pero no pude determinar inmediatamente qué decir en respuesta. Yo sé que Usted quiere que le diga “S í”, así tiene el placer de despreciar mi gusto; pero siempre me deleita el contrariar este tipo de planes. Por lo tanto he decidido decirle que no quiero bailar un reel de ningún modo – y ahora desprécieme Usted si se atreve”. ¿Realmente le parezco tan perverso? me pregunté. Y no pude evitar sonreír ante su ocurrencia, y su valentía al expresarla. “Le aseguro que no me atrevo”, le dije. Pareció sorprendida, como si esperara una respuesta cortante, y estoy contento de haberla sorprendido, en mayor parte porque ella siempre me sorprende. La encuentro completamente fascinante, y si no fuera por la inferioridad de su situación en la vida creo que estaría en peligro, porque nunca una mujer me había cautivado tanto en mi vida. Fue Caroline quien intervino y cortó mis pensamientos y me previno de decir algo que podría haber lamentado después. “Espero que su hermana no se sienta demasiado mal”, dijo Caroline. “Creo que subiré a su habitación y veré cómo está”. “Iré con Usted”, dijo Elizabeth. “Pobre Jane. La he dejado sola demasiado tiempo”. Ellas subieron, y yo me quedé preguntándome si Caroline había llamado la atención de Elizabeth sobre su hermana deliberadamente, y pensando lo cerca que había estado de que me traicionaran mis sentimientos.
Viernes 15 de noviembre
Fue una linda mañana, y Caroline y yo dimos una caminata por los matorrales. “Le deseo mucha felicidad en su matrimonio”, dijo cuando paseábamos por el camino. Me gustaría que dejara el tema, pero temo que hay pocas posibilidades de que lo haga. S e ha estado burlando de mi supuesto matrimonio por días. “Espero, no obstante, que Usted le dé a su suegra unas cuantas advertencias, cuando tan deseable evento tenga lugar, sobre las ventajas de refrenar la lengua; y si lo consigue también, evite que las hijas menores corran detrás de los oficiales”. S onreí, pero estaba contrariado. Había dado un golpe en la exacta razón por la cual no podía seguir mis sentimientos. Nunca podría tener a Mrs Bennet como suegra. S ería insoportable. Y por las hermanas menores, hacerlas hermanas de Georgiana – no, no haría tal cosa. “¿Tiene Usted algo más que proponerme para mi felicidad doméstica?” pregunté sin dejar ver mi irritación, porque sólo lo haría peor. “D ebe dejar que los retratos de sus tíos Philips sean colocados en la galería de Pemberley. En cuanto al retrato de Elizabeth, no debe dejar que lo hagan, ya que ¿qué pintor podría hacer justicia a sus hermosos ojos?” dijo en tono burlón. Ignoré su burla, e imaginé un retrato de Elizabeth en Pemberley. I maginé otro retrato cerca de éste, de Elizabeth conmigo. El pensamiento fue placentero y me hizo sonreír. “No sería fácil, claro, captar su expresión, pero su color y forma, y sus pestañas, tan
remarcablemente finas, podrían copiarse”, reflexioné. Caroline no se veía contenta, y yo estaba feliz de haberla molestado. Estaba por responder, cuando nos encontramos con Louisa y la misma Elizabeth que venían por otro camino. Caroline estaba avergonzada, y bien que debería estarlo. Yo, también, estaba incómodo. No ceo que Elizabeth haya escuchado a Caroline, pero si lo había hecho, no la había perturbado. Ella no se había perturbado tampoco cuando escuchó mi comentario poco caritativo en el baile. En cuanto la vi, de repente fui consciente de que ella es una invitada en la casa. Había estado tan ocupado pensando en ella de otra forma que había olvidado que se estaba quedando con Bingley. S entí una angustia incómoda al darme cuenta que ella no me había tratado con ningún entusiasmo ni amistad durante su estadía. Con seguridad, me ha tratado con cortesía a la cara, pero incluso la cortesía desaparecía tan pronto como se daba vuelta. Nunca había sentido tanta falta de simpatía con Caroline... o tanta simpatía con Louisa, porque al menos se había molestado en preguntar a Elizabeth si quería dar un paseo, cosa que yo no hice. Me reproché a mí mismo por no hacerlo. No era adverso a admirar sus ojos, pero había hecho muy poco para hacer su estadía en Netherfield más confortable. Las siguientes palabras de Louisa, sin embargo, deshicieron mi sentimiento caritativo hacia ella. D iciendo: “Ustedes se han portado terriblemente mal yéndose a pasear sin decirnos que iban a salir”, tomó mi brazo libre dejando a Elizabeth sola. Estaba mortificado, e inmediatamente dije: “El camino no es lo bastante amplio para todo el grupo. Mejor vamos por la avenida”. Pero Elizabeth, quien no estaba para nada mortificada de ser tratada tan mal, sólo sonrió traviesamente y dijo que nos veíamos tan bien juntos que una cuarta persona lo arruinaría. Entonces se despidió y echó a correr alegremente, como una niña que de repente queda libre del salón de clases. Mientras la veía correr, sentí mi espíritu elevarse. S entí como si, yo también, fuera de repente libre, libre de la dignidad trabada de mi vida, y quise correr detrás de ella. “Miss Eliza Bennet se comporta tan mal como sus hermanas menores”, dijo Caroline burlonamente. “S in embargo, ella no se comporta tan mal como nosotros”, dije, irritado. “Ella es una invitada en la casa de su hermano, y como tal merece nuestro respeto. No debería sufrir nuestra negligencia, ni sufrir nuestra crítica ni bien se da vuelta”. Caroline me miró estupefacta y luego disgustada, pero mi expresión fue tan severa que se quedó callada. Bingley se puede quejar de mis expresiones terribles, pero tienen sus usos. Me volví a mirar a Elizabeth, pero ella ya estaba fuera de vista. No la ví de nuevo hasta la hora de la cena. D esapareció inmediatamente después, para ver a su hermana, pero cuando Bingley y yo nos unimos a las damas en el salón de dibujo, la encontramos con ellas.
Los ojos de Caroline se volvieron inmediatamente hacia mí. Pude ver que estaba inquieta. Le había hablado ásperamente más temprano, y no le había dicho ni una palabra desde entonces. Le dí una mirada fría y volví mi atención a Miss Bennet, quien estaba lo suficientemente bien para acompañarnos, y estaba sentada junto a su hermana. Bingley estaba encantado de ver que Miss Bennet se estaba sintiendo mejor. S e mantuvo alrededor de ella, asegurándose de que el fuego seguía encendido y que ella no sufría ninguna corriente de aire. Mi expresión se suavizó. Podía sentirlo. Él estaba tratándola con todo el cuidado y la atención que merecía, y yo recordé por qué me agrada tanto y estoy feliz de llamarlo mi amigo. S us maneras pueden ser tan fáciles de llevar como para hacer que alguien se aproveche de ello, pero esas mismas maneras lo hacen un compañero agradable y un anfitrión afectuoso. Era evidente que Elizabeth también pensaba eso. S entí que, después de nuestras diferencias, habíamos encontrado algo en común. Caroline fingió prestarle atención a la inválida, pero en realidad estaba más interesada en mi libro, el que yo había tomado cuando decidí no jugar a las cartas. “¡D eclaro que no existe entretenimiento igual a leer un libro!”, dijo, ignorando el suyo para favorecer el mío. No respondí. Estaba fuera de simpatía con ella. En cambio, me apliqué con esmero a mi libro, lo cual fue una pena, porque me habría gustado mirar a Elizabeth. La luz del fuego iluminando su piel era una vista que me pareció cautivante. Al descubrir que no me haría hablar, Caroline molestó a su hermano hablándole de su baile, antes de comenzar a pasearse por el salón. Estaba inquieta, y deseando llamar la atención. S in embargo, yo no le presté atención. Me había ofendido, y no estaba preparado para perdonar su ofensa. “Miss Eliza Bennet, déjeme persuadirla de seguir mi ejemplo, y pasearse por la habitación”. No pude evitarlo. Levanté la vista. Vi una mirada de sorpresa en el rostro de Elizabeth, mey pregunté si mis palabras hacia Caroline habían afectado su comportamiento, haciéndole tomar conciencia sobre su forma de tratar a la invitada de su hermano. Pero no era tal cosa. Ella simplemente quería mi atención, y había sido lo suficientemente astuta para darse cuenta de que ésa era la manera de obtenerla. Inconscientemente, cerré mi libro. “Mr Darcy, ¿no se nos une?” dijo Caroline. Me negué. “Hay sólo dos razones por las cuales ustedes querrían caminar juntas, y mi presencia interferiría con ambas”, dije. Mi sonrisa no estaba dirigida a Caroline, si no a Elizabeth. “¿Qué quiere decir?” preguntó Caroline, asombrada. “Miss Eliza Bennet, ¿Usted sabe?” “Para nada”, fue su respuesta. “Pero dependiendo de ello, él busca ser severo con nosotras, y la mejor forma de decepcionarlo será no preguntarle nada”. S entí que mi sangre se agitaba. Ella estaba enfrentándome, aún cuando estaba hablando con Caroline, y yo estaba disfrutando la experiencia. Caroline, sin embargo, no se enfrentaría. Sólo pudo decir: “debo saber qué quiere decir. Vamos, Mr Darcy, explíquese”.
“Muy bien. Ustedes se encuentran en confidencia y tienen asuntos secretos que discutir, o son conscientes de que sus figuras lucen mucho mejor al caminar; si es lo primero, yo interferiría entre ustedes; y si es lo segundo, las puedo admirar mucho mejor sentado junto al fuego”. “¡Oh, espantoso!” exclamó Caroline. “¿Cómo podemos castigarlo por lo que dijo?” “Nada más fácil, si tiene Usted la inclinación”, dijo Elizabeth con chispas en sus ojos. “Búrlese – ríase de él. Íntimos como son, Usted debe saber cómo hacerlo”. “¡Burlarse de un temperamento tranquilo y de su presencia de mente! Y al reírnos, no le parece, nos expondremos nosotras mismas por intentar reírnos sin causa. Mr Darcy puede presumirse”. “¡Que no nos podamos reír de Mr Darcy!” protestó Elizabeth. “Eso es una desventaja desafortunada. Adoro reírme”. Yo también. Pero no me gusta que se rían de mí. Sin embargo, no podía decir eso. “Miss Bingley me ha otorgado más crédito de lo que merezco”, dije. “El más sabio de los hombres puede exponerse al ridículo ante una persona cuyo primer objetivo en la vida sea la risa”. “Espero nunca ridiculizar lo que es sabio o bueno”, respondió. “Las torpezas y necedades me divierten, pero esto es precisamente, supongo, de lo que Usted carece”. “Tal vez eso no sea posible para nadie. Pero he intentado en mi vida evitar esas debilidades que frecuentemente exponen al ridículo a un buen entendimiento”. “Como la vanidad y el orgullo”. “La vanidad, sí. Pero donde hay verdadera superioridad de mente, el orgullo estará siempre resguardado”, dije. Elizabeth se dio vuelta para ocultar una sonrisa. No sé por qué, pero su sonrisa me dolió. Creo que me puso de mal genio, porque cuando dijo: “Mr Darcy no tiene defectos. Él mismo lo admite sin disimulo”, estaba irritado al contestar: “Tengo muchas faltas, pero no son, espero, de entendimiento. No me atrevo a responder por mi temperamento. Podría tal vez llamarse resentimiento. Mi buena opinión una vez perdida está perdida para siempre”. Mientras hablaba, pensaba en George Wickham. “En verdad ésa es una falta”, dijo Elizabeth. “El resentimiento implacable es una sombra en el carácter. Pero Usted ha escogido bien su falta. Realmente no me puedo reír de ella. Usted está a salvo de mí”. Pero no estoy a salvo de Usted, pensé. “Permítanos un poco de música”, dijo Caroline, cansada de no tener parte en la conversación. El pianoforte fue abierto, y ella le pidió a Elizabeth que tocara. Me irrité con ella en ese momento, pero después de unos minutos comencé a agradecerle el gesto. Le estoy prestando demasiada atención a Elizabeth. Ella me cautiva. Y aún así sería una locura enamorarme de ella. Pretendo casarme con un tipo de mujer muy diferente, una cuya fortuna y linaje se equipare a la mía. No le prestaré más atención a Elizabeth.
Sábado 16 de noviembre Bingley y yo cabalgamos hacia el Este esta mañana y examinamos más la estancia. Él estaba satisfecho con todo cuanto veía y lo encontró a todo maravilloso. Yo remarqué que las vallas estaban rotas y que la tierra necesita drenaje, pero él sólo dijo: “S í, supongo que sí”. S é que es de naturaleza fácil, pero había más complacencia en él que lo habitual. S ospecho que en realidad no prestaba atención, si no que estaba preocupado por Miss Bennet. Es desafortunado que se haya enfermado mientras visitaba a sus hermanas. Eso ha revolucionado la casa. Y me ha traído demasiado contacto con Elizabeth. Fiel a mi resolución, no le presté atención a Elizabeth cuando entró en la habitación con su hermana esta mañana, cuando Bingley y yo regresamos de cabalgar. D espués de intercambiar saludos, Miss Bennet pidió que le prestaran el carruaje de Bingley. “Mi madre no puede disponer de nuestro carruaje hasta el Martes, pero yo estoy bastante recuperada y no deseamos abusar de su hospitalidad por más tiempo”, dijo. S entí una mezcla de emociones: alivio de que Elizabeth se fuera pronto de Netherfield, y pena porque no podría hablas más con ella. Bingley no compartió la opinión de Miss Bennet. “¡Es demasiado pronto!” protestó. “Usted puede sentirse mejor mientras está sentada junto al fuego, pero no está lo suficientemente bien como para emprender el viaje. Caroline, dile a Miss Bennet que debe quedarse”. “Querida J ane, por supuesto debe quedarse”, dijo Caroline. Noté frialdad en su voz, y no me sorprendió cuando agregó: “No podemos dejar que se marche antes de mañana”. Una estadía de más de un día extra no la complacía. Bingley miró sorprendido, pero Miss Bennet accedió a la sugerencia. “I ncluso mañana es demasiado pronto”, protestó Bingley. “Es muy amable de su parte, pero realmente debemos irnos entonces”, dijo Miss Bennet. Ella es una muchacha dulce pero también puede ser firme, y nada de lo que dijera Bingley la disuadiría. Yo estaba consciente de la necesidad de estar en guardia durante este último día. Le he prestado a Elizabeth demasiada atención durante su estadía, y, tarde, me había preocupado de que pudiera haber fomentado especulaciones. Resolví deshacerlas, si de hecho se habían formado. Escasamente le dirigí diez palabras en todo el día, y cuando desafortunadamente me quedé solo con ella por media hora, me apliqué a mi libro y no la miré ni una sola vez.
Domingo 17 de noviembre
Todos fuimos a la I glesia a la mañana siguiente, y luego las señoritas Bennets se marcharon. “Querida J ane, lo único que me resigna ante su partida es que Usted está bien al fin”, dijo Caroline, despidiéndose afectuosamente de su amiga. “S oy un hombre egoísta. S i no fuera por lo que Usted ha sufrido, casi estaría agradecido de que se haya resfriado”, dijo Bingley, tomando la mano de J ane. “Me ha permitido estar con Usted todos los días por casi una semana”. Él, al menos, ha hecho agradable su estadía, y se tomó el trabajo de entretenerla r siempre que estuvo con nosotros. Es fácil ver por qué Bingley la ha cortejado. Ella tiene dulzura y franqueza, lo que la hace agradable, mientras que sus sentimientos no parecen ser fáciles de conmover. No importa lo encantador o animado que esté Bingley, él no debe temer que se malinterpreten sus intenciones. “Y Miss Eliza Bennet”, dijo Caroline, con una amplia sonrisa. “Ha sido tan... encantado tenerla aquí”. Elizabeth notó la vacilación y sus ojos brillaron con regocijo. No obstante, contestó con bastante cortesía. “Miss Bingley. Ha sido muy bondadosa al recibirme aquí”. A Bingley, le dio una afectuosa despedida. “Gracias por todo lo que ha hecho por J ane”, dijo. “Es para mí muy importante ver lo bien que la ha cuidado. No pudo Usted ser más amable, cuidando que el fuego estuviera encendido, o corriendo las cortinas para evitar las corrientes de aire, o haciendo preparar platos especiales para tentar a Jane a que comiera”. “S ólo lamento no haber podido hacer más”, dijo él. “Espero verla pronto en Netherfield de nuevo”. “Yo también lo espero” Se volvió hacia mí. “Miss Bennet”, dije, haciendo una fría reverencia. Ella me miró sorprendida por un momento, luego una sonrisa apareció en sus ojos, y se inclinó, respondiendo en tono majestuoso: “Mr Darcy”. Casi me hace sonreír. Pero escondí mi semblante en una expresión de severidad y me alejé. El grupo entonces se dividió. Bingley escoltó a las dos jóvenes al carruaje y las ayudó a subir. Mi frialdad no había dañado el buen humor de Elizabeth ni por un minuto. Agradecí que así fuera – antes de recordarme que el humor de Elizabeth no es de mi incumbencia. Volvimos al salón de dibujo. “¡Bien!” dijo Caroline. “Se han ido”. No respondí. S e volvió a Louisa e inmediatamente comenzaron a hablar de cuestiones de la casa, olvidando todo sobre su supuesta amiga. Mientras escribo esto, me encuentro agradecido de que Elizabeth se haya ido. Ahora, tal vez pueda volver a pensar en ella como Miss Elizabeth Bennet. D ebo tener pensamientos más racionales, de esa manera no tendré que sufrir más las burlas de Caroline.
Lunes 18 de noviembre
Por fin, un día sensato. Bingley y yo examinamos el extremo S ur de su tierra. Parece interesado en comprar la estancia, y dice que está listo para establecerse. S in embargo, no ha estado aquí por mucho tiempo y no creo que sus intenciones estén fijadas hasta que haya pasado un invierno aquí. Si le gusta después de eso, creo que podría ser el lugar para él. Caroline estuvo encantadora esta tarde. S in Miss Elizabeth Bennet en la casa ella no se burla de mí, y pasamos una agradable tarde jugando a las cartas. No extraño para nada a Elizabeth. Creo que escasamente pensé en ella media docena de veces en todo el día.
Martes 19 de noviembre
“Creo que deberíamos cabalgar hacia el resto de la estancia hoy”, le dije a Bingley esta mañana. “Luego, tal vez”, dijo. “Pienso dirigirme a Longbourn esta mañana para preguntar sobre la salud de Miss Bennet”. “S ólo la viste antes de ayer”, le remarqué con una sonrisa; Bingley preso de uno de sus coqueteos es de lo más divertido. “Lo que significa que no la vi ayer. Es tiempo de corregir mi negligencia!” replicó, imitando mi tono. “¿Vendrás conmigo?” “Muy bien”, dije. Un momento después me arrepentí, pero es que estaba irritado conmigo por mi cobardía. S eguramente puedo sentarme con Miss Elizabeth Bennet por diez minutos sin caer en una cierta atracción, y además, no había certeza de que iba a verla. Bien podría estar fuera de su casa. S alimos después de desayunar. Nuestro camino pasaba por Meryton, y vimos al objeto de nuestro viaje en la calle principal. Miss Bennet estaba tomando aire con sus hermanas. Nos miró al oír los cascos de nuestros caballos. “Me dirigía a ver cómo estaba Usted, pero ya puedo ver que está mucho mejor. Me alegro de ello”, dijo Bingley, tocando su sombrero. “Gracias”, dijo ella, con una sonrisa fácil y encantadora. “Ya no está pálida, tiene algún color en sus mejillas”. “El aire fresco me ha hecho bien”, dijo. “¿Caminaron por Meryton?” preguntó él. “Sí”. “¿No estará Usted cansada, espero?” agregó él frunciendo el ceño. “No, se lo agradezco, el ejercicio fue bueno. He pasado tanto tiempo adentro de casa que me alegra poder salir de nuevo”. “S iento exactamente lo mismo. S iempre que estoy enfermo, no puedo esperar a estar fuera de casa tan pronto como me sienta lo suficientemente bien”.
Mientras ellos continuaban de esa forma, con Bingley mirando feliz cómo Miss Bennet había escapado de la maldición del tifus más que de un simple resfriado, yo conscientemente evité mirar a Elizabeth. En su lugar, dejé divagar mi vista sobre el resto del grupo. Vi a las tres muchachas Bennets menores, una de ellas llevando un libro de sermones y a las otras dos a las risitas entre ellas, y a un joven de aspecto torpe que no había visto antes. Por su vestimenta era un clérigo, y parecía estar muy atento hacia las damas. Estaba reflexionando que tal vez su presencia explicaba por qué Mary Bennet llevaba un libro de sermones, cuando recibí una sorpresa inesperada, en realidad un shock terrible. A un costado del grupo había dos caballeros más. Uno era Mr D enny, un oficial a quien Bingley y yo ya habíamos conocido. El otro era George Wickham. ¡George Wickham! Ese hombre detestable, quien traicionó la confianza de mi padre y casi arruina a mi hermana! Verme forzado a encontrarlo de nuevo, en este momento y en este lugar... fue espantoso. Pensé que había terminado con él, pensé que nunca tendría que verlo de nuevo. Pero allí estaba, hablando con D enny como si nada le reocupara en el mundo. Y supongo que no, porque nunca le ha preocupado nada en la vida, más que él mismo. Volvió su cabeza hacia mí. S entí palidecer, y lo vi enrojecer. Nuestros ojos se encontraron. I ra, disgusto y desprecio dispararon los míos. Pero, recuperándose rápidamente, una impertinencia detestable dispararon los de él. Tuvo la audacia de tocar su sombrero. ¡Tocar su sombrero! ¡A mí! Me habría dado vuelta, pero tengo demasiado orgullo para hacer una escena, y me obligué a devolver su saludo. S in embargo, mi cortesía fue en vano. Echando un vistazo a Miss Elizabeth Bennet por e l rabillo del ojo, vi que ella había notado nuestro encuentro, y que no se había engañado ni por un instante. Ella supo que algo estaba muy mal entre nosotros. “Pero no debemos entretenerlas”, oí decir a Bingley. Sentí, más que ver, que se volvía hacia mí. “Vamos, Darcy, debemos continuar”. Yo estaba demasiado ansioso por seguir su sugerencia. Nos despedimos de las damas y nos fuimos cabalgando. “Ella se siente mucho mejor, y cree que está completamente bien de nuevo”, dijo Bingley. No respondí. “Se veía muy bien, creo”, dijo Bingley. De nuevo, no respondí. “¿Algo está mal?” preguntó Bingley, finalmente captando mi humor. “No, nada” dije secamente. “Nada de eso, Darcy, no es así. Algo te ha preocupado”. Pero no se lo explicaré. Bingley no sabe nada del problema que tuve con Wickham este verano, y no quiero que lo sepa. La insensatez de Georgiana podría dejar una sombra en su reputación si se supiera, y estoy determinado a que Bingley no escuche nada de eso.
Miércoles 20 de noviembre
S alí a cabalgar temprano esta mañana, sin preguntarle a Bingley si quería acompañarme, porque quería estar solo. ¡George Wickham, en Meryton! Le ha quitado placer a mi visita. Peor aún, estoy obsesionado por una idea de mi memoria, algo tan leve que no estoy seguro que sea real. Pero no me abandonará, y colma mis sueños. Es esto: cuando alcancé a las damas ayer, creo que vi una expresión de admiración en los ojos de Elizabeth mientras miraba a Wickham. Seguramente, ella no puede preferirlo a él antes de mí! ¿Qué estoy diciendo? S us sentimientos hacia mí no son importantes. Como sus sentimientos por George Wickham. Si ella quiere admirarlo, es su problema. No puedo creer que ella lo admire aun cuando sepa cómo es, y sabrá cómo es. Él no ha cambiado. Es el derrochador que siempre ha sido, y ella es demasiado inteligente para engañarse por mucho tiempo. Aun así es bien parecido. Las damas siempre lo admiraron. Y tiene una facilidad de maneras y estilo de abordar que lo hacen caer bien entre aquellos que no lo conocen, mientras que yo... ¡No puedo creer que me estoy comparando con George Wickham! D ebo estar loco. Aunque si Elizabeth... no debo pensar en ella como Elizabeth. S i ella decide compararnos, que lo haga. Eso probará que es indigna de mis atenciones, y yo no pensaré más en ella.
Jueves 21 de noviembre
Bingley declaró sus intenciones de ir a Longbourn a invitar a los Bennet a su baile. Caroline y Louisa accedieron pronto a ir con él, pero yo no acepté, diciendo que tengo cartas que escribir. Caroline inmediatamente declaró que ella también tenía algunas cartas que escribir, pero Bingley le dijo que eso podía esperar hasta que regresara. Yo estaba agradecido. No quería compañía hoy. No puedo dejar de pensar en George Wickham. Por comentarios locales, supe que esta pensando en unirse al regimiento. S in duda piensa que se verá bien con una casaca roja. Peor aún, Bingley ha incluido a todos los oficiales en su invitación a Netherfield, y temo que Wickham podría unírseles. No deseo verlo, pero aun así no evitaré el baile. No está en mí evitarlo. Es un sinvergüenza y un villano pero no voy a molestar a Bingley rechazando su invitación al baile.
Viernes 22 de noviembre
Un día lluvioso. Estaba dispuesto a salir a cabalgar con Bingley esta mañana, pero la lluvia comenzó y nos vimos obligados a quedarnos en casa. Pasamos el tiempo hablando de la estancia y de los planes de Bingley sobre ella. S us hermanas nos ofrecieron sus puntos de vista sobre las alteraciones necesarias que deben hacerse a la casa y el tiempo pasó lo suficientemente placentero, aunque extraño la compañía animada de Elizabeth.
Sábado 23 de noviembre
Otro día lluvioso. Caroline estaba de un humor irritante. Me alegro que Elizabeth no esté aquí, o seguramente debería haber soportado lo peor del malhumor de Caroline. Bingley y yo nos retiramos a la sala de billar. Es algo bueno que la casa posea una, o creo que nos habríamos aburrido terriblemente.
Domingo 24 de noviembre
Recibí una carta de Georgiana esta mañana. Le está yendo bien en los estudios, y está feliz. Está comenzando un nuevo concierto con su maestro de música, un hombre que me alegra decir que es casi su adoración, y ella lo está disfrutando. La lluvia continúa. Caroline y Louisa se entretienen decidiendo qué vestirán para el baile, mientras Bingley y yo discutimos sobre la guerra. Estoy comenzando a encontrar tedioso al campo. En casa, Pemberley, tengo mucho de qué ocuparme, pero aquí hay muy poco que hacer además de leer o jugar billar cuando el tiempo está mal. Me gustará ver si este temporal de lluvia disuade a Bingley de comprar Netherfield. Una estancia a la luz del sol es muy diferente a una en la lluvia.
Lunes 25 de noviembre
Estoy agradecido por el baile. Al menos, si tenemos otro dĂa lluvioso maĂąana, tendremos algo de quĂŠ ocuparnos.
Martes 26 de noviembre
La mañana fue lluviosa, y la pasé escribiendo cartas. Al mediodía, Bingley y sus hermanas se ocuparon de las preparaciones finales para el baile. Yo tenía poco para hacer, y finalmente me encontré pensando en Miss Elizabeth Bennet, tanto que cuando el grupo de Longbourn llegó esta tarde la estuve buscando con la mirada. Creía que la había sacado de mi mente, pero no soy tan insensible a ella como suponía. “J ane se ve encantadora”, dijo Caroline, cuando su hermano se fue para recibir a Miss Bennet. “Es una pena que no pueda decir lo mismo de su hermana”, dijo Louisa. “¿Qué es lo que está vistiendo Miss Elizabeth Bennet?” Caroline la recompensó con una mirada divertida. “Miss Eliza Bennet desprecia la moda, y está vistiendo un vestido que es tres pulgadas más largo de lo que debería y usa un gran exceso de encaje. ¿No lo cree Usted, Mr Darcy?” “No sé nada sobre la moda de las damas”, dije, “pero para mí se ve muy bien”. Caroline mantuvo silencio, pero sólo por un momento. “Me pregunto a quién está esperando. Ciertamente está buscando a alguien”. “Probablemente está buscando a los oficiales”, dijo Louisa. “Entonces no es tan rápida como sus hermanas, porque ellas ya los han encontrado”, dijo Caroline. Las muchachas más jóvenes habían corrido ruidosamente por el salón, y saludaban a los oficiales con risas y chillidos. “¡Si se acercan más a Mr Denny, lo sofocarán!” remarcó Louisa. “A Usted no le gustaría ver a su hermana comportándose de esa manera con los oficiales, estoy segura”, dijo Caroline, volviéndose a mí. No lo dijo para herirme, pero no podría haber escogido peor su comentario. Mis pensamientos fueron a Georgiana, y de ella a Wickham, quien iba a obtener una casaca roja. No, no me gustaría verla así, pero estaba desagradablemente consciente de que si no hubiera llegado a Ramsgate sin avisar, podría haber sucedido. Caroline miró alarmada mientras yo palidecía, pero me sobrepuse lo suficiente para responder fríamente: “¿Está Usted comparando a mi hermana con Lydia Bennet?” “¡Ellas tienen la misma edad!” dijo Louisa, a punto de reír. “No, por supuesto”, dijo Caroline rápidamente, dándose cuenta de su error. “No es posible compararlas. S ólo decía que a las muchachas Bennet se les permite correr salvajemente”. Asentí fríamente y me alejé de ella, esperando que las miradas de Elizabeth sobre el salón hubieran sido por mí. Cuando me acerqué a los oficiales, oí a D enny decirle a Miss Lydia Bennet que Wickham no estaba porque se había visto forzado a irse del pueblo por unos días. “¡Oh!” dijo ella, con la cara larga.
Elizabeth se les había unido y ella también se veía decepcionada. Recordé la mirada que le había otorgado a Wickham en Meryton y cerré los puños cuando comprendí con un desagradable shock que cuando ella entró en el salón había estado buscando a Wickham, y no a mí. “No creo que sus asuntos los hubieran hecho irse justo ahora si no hubiese deseado evitar a cierto caballero aquí”, escuché decir a Mr Denny. ¿Entonces se ha vuelto un cobarde? No hay duda sobre eso. El coraje nunca formó parte del temperamento de Wickham. I mponerse a los ingenuos, engañar a los inocentes y seducir a jóvenes, ésa es su fortaleza. Pero seguramente, Elizabeth no era ingenua. No. Ella no se dejaría llevar tan fácilmente. Tal vez aún no lo haya descubierto, pero estaba seguro de que lo haría. Mientras tanto, no quise desaprovechar la oportunidad de hablarle. Caminé hacia ella. “Me alegra verla aquí. ¿Espero que haya tenido un viaje agradable?” pregunté. “¡Esta vez, espero que no haya venido caminando!” “No, se lo agradezco”, dijo ella con rigidez. “Vine en el carruaje”. Me pregunté si la había ofendido. Tal vez pensó que mi comentario era un desaire suponiendo la incapacidad de su familia de mantener caballos apropiados para el carruaje. Intenté reparar el daño de mi primer comentario. “¿Está Usted ansiosa por el baile?” Ella se volvió y me miró directamente. “Es la compañía la que hace al baile, Mr Darcy. D isfruto de cualquier entretenimiento en el que estén presentes mis amigos”. “Entonces estoy seguro de que disfrutará su tarde aquí”, dije. Ella se alejó con un grado de malhumor que me aturdió. No tuvo problemas en recuperarse cuando habó con Bingley, y resolví que todo estaba concluido con ella. Que me dé la espalda cuando le hablo. Que lo prefiera a Wickham y no a mí. No quería nada más con ella. D ejó a sus hermanas y cruzó el salón para hablar con su amiga, Miss Lucas, cuando pidió su mano el joven clérigo torpe con el que la había visto en Meryton. A pesar de mi enojo, no pude evitar sentir lástima por ella. Nunca había visto un baile más mortificante en mi vida. Por su expresión, diría que ella sentía lo mismo. Él iba a la izquierda cuando debía ir a la derecha. Retrocedía cuando debía avanzar. Y aún así ella bailó tan bien como si hubiera tenido un compañero experto. Cuando la vi dejando la pista, iba a pedirle el próximo baile. Me vi frustrado en esto porque bailó con uno de los oficiales, pero luego me adelanté y le pedí el siguiente baile. Me miró sorprendida, y lo lamenté, porque tan pronto como le pedí el baile me pregunté qué estaba haciendo. ¿No había decidido yo no prestarle más atención? Pero estaba hecho. Ya había hablado, y no podía retirar mi oferta. Ella aceptó, más por la sorpresa que por otra cosa, creo. No pude encontrar nada que decirle, y me alejé, determinado a pasar mi tiempo con gente más racional hasta que el baile comenzara. Fuimos hacia la pista. Hubieron miradas de asombro alrededor nuestro, aunque no sé por qué. Puedo haber elegido no bailar en la fiesta, pero un baile privado es una situación muy diferente.
Intenté pensar en algo que decir, pero no pude. Eso me sorprendió. Nunca me había quedado sin palabras antes. Seguramente, no siempre se me hace fácil hablar con quienes no conozco muy bien, pero generalmente puedo pensar en alguna trivialidad. Creo que fue la hostilidad que percibí de Elizabeth lo que me despojó de mis sentidos. Al final ella dijo: “Ésta es una danza agradable”. Viniendo de una mujer cuyo ingenio y viveza me deleitaban, fue un comentario seco, y no respondí. D espués de unos minutos, dijo: “Es su turno de decir algo ahora, Mr Darcy. Yo hablé sobre la danza, y Usted debería hacer algún tipo de comentario sobre el tamaño del salón, o el número de parejas”. Eso fue más parecido a Elizabeth. “Diré lo que Usted quiera que diga”, respondí. “Muy bien. Esa respuesta servirá por el momento. Tal vez luego observemos que los bailes privados son más placenteros que los públicos. Pero por ahora podemos guardar silencio”. “¿Habla Usted por regla, mientras baila?” pregunté. “A veces. Uno debe hablar un poco, Usted sabe, y aún así para ventaja de algunos, la conversación debe llevarse de modo de decir lo menos posible”. “¿Está Usted considerando sus propios sentimientos en ese caso, o imagina que gratifica los míos?” “Ambos” replicó maliciosamente. o pude evitar sonreír. Es esa malicia lo que me atrae. Es provocativa sin ser impertinente, y nunca lo había visto en una mujer antes. Ella levanta la cabeza en una forma tal cuando hace uno de sus comentarios traviesos que se apodera de mí un abrumador deseo de besarla. No es que me dejaría llevar por ese impulso, pero lo mismo está allí. “He observado una gran similitud en nuestra forma de pensar” continuó. “Ambos somos antisociales, taciturnos, deseando no hablar, a menos que esperemos decir algo que asombre a todo el salón, y quede para la posteridad con la fuerza de un proverbio”. Yo estaba intranquilo, no muy seguro de si reírme o sentirme consternado. S i era parte de su juego, lo habría encontrado divertido, pero ¿si ella realmente pensaba eso? ¿Había estado tan taciturno cuando había estado con ella? Volví a pensar en la fiesta en Meryton, y en los primeros días en Netherfield. Tal vez no había sido simpático con ella, pero nunca lo fui. Tal vez, había sido brusco al principio, pero creía que había reparado mis faltas hacia los últimos días de su estadía en Netherfield. Hasta el último día. Recordé mi silencio, y mi determinación en no hablarle. Recordé el felicitarme por no dirigirle más de diez palabras, y mantenerme en silencio cuando me quedé solo con ella por media hora, fingiendo estar absorto en mi libro. Estuve bien en mantener silencio, pensé. I nmediatamente después pensé que estuve mal. Estuve tanto bien como mal: bien si quería deshacer cualquier expectación que pudiera haber surgido en el curso de su visita, pero mal si quería ganar sus favores, o ser cortés. No estoy acostumbrado a estar tan confundido. Nunca lo estuve, antes de conocer a Elizabeth.
Tomé conciencia del hecho de que de nuevo esta en silencio, y sabía que debía decir algo si no iba a confirmar su suposición de que era deliberadamente taciturno. “Eso no le hace justicia a su propio temperamento, estoy seguro”, dije, mi incomodidad reflejada en mi tono de voz, porque no sabía si estar divertido o herido. “Cuán bien refleje el mío, no lo puedo decir. Usted piensa que es un justo retrato, sin duda” “No lo puedo decidir por mis propias observaciones”. Caímos en un silencio incómodo. ¿Ella me estaba juzgando? ¿Me despreciaba? ¿O estaba jugando conmigo? No podía decidirlo. Al final, le hablé sobre su visita a Meryton, y me contestó que ella y sus hermanas habían hecho un nuevo conocido allí. Me congelé. S abía lo que quería decir. ¡Wickham! ¡Y la forma en que hablaba de él! No con desprecio, si no con amabilidad. Temí que continuara, pero algo en mi expresión la mantuvo en silencio. S abía que debería haber ignorado la cuestión. No tenía que darle explicaciones. Aún así me encontré diciendo: “Mr Wickham está bendecido con buenas maneras que le aseguran muchos amigos. Si es igualmente capaz de retenerlos es menos certero”. “Ha tenido la desgracia de perder su amistad, y de una forma en que lo lamentará toda su vida”. ¿Qué es lo que le ha dicho a ella? ¿Qué le ha contado? D eseé contarle la verdad sobre el asunto, pero no pude hacerlo por miedo a herir a Georgiana. Una vez más hubo silencio. Nos rescató S ir William Lucas quien lanzó un comentario que sacó a Wickham de mi mente. Por eso, al menos, debo agradecerle. Nos felicitó por el baile, y luego, mirando a Miss Bennet y Bingley, dijo que esperaba tener el placer de repetirlo frecuentemente cuando cierto evento deseable tuviera lugar. Me detuve en seco. No podía haber malentendidos sobre lo que estaba diciendo. Él pensaba que era posible, mejor dicho certero, que Miss Bennet y Bingley se casarían. Lo miré bailar, pero no logré ver nada en sus maneras que llevaran a esa conclusión. Aún así me estaban hablando como si yo supiera que el asunto iba en serio. No puedo dejar que Bingley arruine la reputación de una mujer, no importa cuán agradable sea su coqueteo. Recobrándome, le pregunté a Elizabeth de qué estábamos hablando. Ella contestó, “De nada en particular”. Comencé a hablarle de libros. Ella no admitiría que compartimos los mismos gustos, por lo que declaré que, al menos, deberíamos hablar de algo. Ella respondió que no podría hablar de libros en un salón de baile, pero yo pensé que eso no era lo que le preocupaba. El problema era que su mente estaba en otra parte. D e repente me dijo, “Recuerdo haberle oído decir una vez, Mr Darcy, que Usted nunca perdona, que una vez que crea un resentimiento no lo deshace. ¿Usted debe ser muy cauteloso, supongo, en lo que lo resiente?”. ¿Ella estaba pensando en Wickham? ¿Él le habría dicho de la frialdad entre nosotros? S e veía genuinamente ansiosa de escuchar mi respuesta, y le contesté.
“Lo soy”, dije firmemente. Siguieron más preguntas, hasta que le pregunté qué quería saber con todo eso. “Meramente a una ilustración de su carácter”, dijo, intentando salir del tono grave. “Es lo que estoy intentando hacer”. Entonces no estaba pensando en Wickham. Estaba complacido. “¿Y cuál es su conclusión?” no pude evitar preguntarle. Sacudió la cabeza. “No llego a ninguna. Oigo tantas cosas diferentes de Usted que estoy realmente confundida”. “Lo puedo entender”, dije, pensando en Wickham con un sentimiento oscuro. Agregué en un impulso, “D esearía que no hiciese un estudio de mi carácter en este momento, porque tengo razones para temer que el resultado no favorecerá a nadie”. “Pero es que si no lo hago ahora, puedo no tener nunca más la oportunidad”. Le había rogado clemencia. No rogaría de nuevo. Le contesté fríamente, rígidamente: “No tengo la intención de demorar sus placeres”. Terminamos el baile como lo empezamos, en silencio. Pero no puedo estar enojado con ella por mucho tiempo. Algo le ha dicho George Wickham, eso era claro, y como él no era capaz de decir la verdad, seguramente la ha embaucado con un montón de mentiras. En cuanto dejamos la pista de baile, había perdonado a Elizabeth, y vuelto mi ira hacia Wickham. ¿Qué era lo que él le había dicho?, me pregunté. ¿Y cuánto repudio me había causado en su estima? En ese momento dejé de pensar en estas reflexiones, porque el joven torpe hizo una reverencia enfrente de mí y se disculpó por presentarse él mismo. Estaba por irme de allí cuando recordé haberlo visto con Elizabeth, y me sentí curioso de lo que tenía que decir. “Estoy muy consciente de que presentarse a uno mismo va en contra de las normas establecidas de ceremonia, pero me congratulo de que las reglas que gobiernan a un clérigo son muy diferentes, de hecho considero que el oficio de clérigo es igual en dignidad a los más altos rangos del reino, por lo que he venido a presentarme a Usted, una presentación que, estoy persuadido, no la considerará impertinente cuando sepa que mi noble benefactora, la Dama que me ha otorgado graciosamente una generoso legado, es nada menos que su estimable tía, Lady Catherine de Bourgh. Ella es quien me ha concedido su preferencia al atorgarme la valuable rectoría de Hundsford, donde es mi deber, mejor dicho mi placer, dictar las ceremonias que deben, por su misma naturaleza, recaer sobre la interesada”, me aseguró con una sonrisa obsecuente. Lo miré estupefacto, preguntándome si estaría del todo cuerdo. Parecía que en realidad pensaba que un clérigo es el igual al Rey de I nglaterra, aunque no de mi tía, porque su declaración estuvo plagada de efusiones de gratitud y halagos hacia su nobleza y condescendencia. Lo encontré sumamente extraño; pero mi tía, sin embargo, evidentemente lo había encontrado merecedor del legado, y como ella lo conocía mejor que yo sólo pude suponer que poseía virtudes que yo no conocía. “Estoy seguro que mi tía nunca concedería un favor a quien no lo merece”, dije cortésmente, pero con suficiente frialdad como para que no siguiera diciendo nada más. S in embargo él no estaba disuadido, y comenzó un segundo discurso que fue más largo y más
enredado que el primero. En cuanto abrió la boca para tomar aliento, le hice una inclinación y me fui. Lo absurdo tiene su placer, pero no estaba de humor para divertirme con eso, tan poco después de dejar a Elizabeth. “Veo que ya ha conocido al estimable Mr Collins”, me dijo Caroline cuando fuimos a cenar. “Es otro de los parientes de los Bennet. Realmente parecen tener la más extraordinaria colección. Creo que esto supera incluso a si tío de Cheapside. ¿Qué piensa Usted, Mr Darcy?” “Todos podemos tener parientes de los que no estemos orgullosos”, dije. Ésto hizo que Caroline se detuviera. Ella parece olvidar que su padre hizo su fortuna en el comercio. “Muy cierto”, contestó. Pensé que había adquirido alguna sensatez, pero un momento después dijo, “Estuve hablando con Eliza Bennet. Parece haber desarrollado el más extraordinario afecto por George Wickham. No sé si Usted lo ha notado, pero ella está muy apegada a la milicia aquí. D e todas las cosas es la más irritante, que Usted pudiera ser incomodado por un hombre como George Wickham. Mi hermano no deseaba invitarlo, lo sé, pero sintió que no podría hacer una excepción cuando invitó a los demás oficiales”. “Se habría visto personal”, concedí. Bingley no podría ser culpado por la situación. “S é que Charles estaba muy complacido cuando Wickham se quitó él mismo del camino. Charles no desearía perturbarlo a Usted de ninguna manera. S abiendo que no se puede confiar en Wickham, le advertí a Eliza Bennet acerca de él, diciéndole que yo sabía que se ha comportado infame con Usted, aunque no conocía los particulares...” S e detuvo, pero si estaba esperando que la iluminara, se iba a decepcionar. Mis asuntos con Wickham nunca se harán públicos, ni se los contaré a nadie que no los conozca ya. “... pero ella ignoró mi advertencia y salió en su defensa de una manera salvaje”. I ba a poner fin a su conversación, porque me estaba causando un grado de pena considerable, cuando otra voz interrumpió la charla. Reconocí el tono estridente en el momento. Era Mrs Bennet. No deseaba escuchar su conversación, pero fue imposible no oír lo que estaba diciendo. “¡Ah! Ella es tan hermosa que yo sabía que no podía ser tan hermosa por nada. Mi adorada J ane. ¡Y Mr Bingley! Qué hombre tan apuesto. ¡Qué elegante! Y tales maneras agradables. Y luego, por supuesto, está Netherfield. Está a la distancia justa de nosotros, ya que ella no querrá estar demasiado cerca, no cuando tendrá su propia estancia que dirigir, y aún así no le quitará tiempo el ir a visitarnos en el carruaje. Me atrevo a decir que tendrá un carruaje muy elegante. Probablemente dos carruajes elegantes. O tal vez tres. El precio de un carruaje no es nada para un hombre con cinco mil libras al año”. Me fui poniendo rígido mientras la escuchaba proseguir. “Y sus hermanas son tan amables con ella”. Agradecí que Caroline estuviera ocupada con un joven que había llamado su atención a su izquierda, por lo que no escuchó. S u amabilidad hacia J ane se habría evaporado en un momento si supiera hacia dónde apuntaban los pensamientos de Mrs Bennet. Los pensamientos de Sir William iban en la misma dirección.
Miré a lo largo de la mesa, y vi a Bingley hablando con Miss Bennet. S us modales eran tan abiertos como siempre, pero creo que detecté algo más que un afecto común. D e hecho, cuanto más lo observaba, más seguro estaba de que sus sentimientos estaban comprometidos. Observé a Miss Bennet, y aunque podías decir que estaba complacida de hablarle, no daba signos de que sus sentimientos fueran de ninguna manera recíprocos. Respiré con más calma. S i yo podía sacar a Bingley del vecindario, estoy seguro de que él la olvidaría pronto, y ella lo olvidaría a él. S i el asunto sólo se relacionara con Miss Bennet, no me habría preocupado tanto con el pensamiento de Bingley casándose con ella, pero no era sólo cuestión de Miss Bennet, estaba el asunto de su madre, quien era una matrona maleducada, y su padre indolente, y sus tres hermanas menores quienes eran tontas y coquetas, y si tío en Cheapside, y otro tío procurador, y el la cima de todo esto, su extraña conexión, el clérigo adulador... Mientras escuchaba a Mrs Bennet, sentí que no podía perder tiempo y que debía inmiscuirme en el asunto. No podía abandonar a mi amigo a tal destino, con tan poco esfuerzo de mi parte para sacarlo del apuro. Estaba seguro que con unas pocas semanas en Londres, él encontraría pronto un nuevo cortejo. “S ólo espero que sea Usted tan afortunada, Lady Lucas”, continuó Mrs Bennet evidentemente pensando que no había posibilidades de que su vecina compartiera su suerte. “Tener una hija tan bien establecida – ¡qué cosa maravillosa!” La cena había terminado. Fue seguida de una exhibición de Mary Bennet, cuyo canto fue tan malo como su ejecución. Para hacer las cosas peores, cuando su padre finalmente la sacó del pianoforte, lo hizo de una forma que haría ruborizar a cualquier persona decente. “Lo has hecho extremadamente bien, pequeña. Nos has deleitado lo suficiente. D eja que otras jóvenes tengan tiempo de exhibirse”. ¿Existe algún otro discurso más imprudente? La tarde no terminaría tan pronto, porque por alguna coincidencia o estratagema, no se cuál, el carruaje de los Bennets fue el último en retirarse. “D ios, ¡qué cansada estoy!” exclamó Lydia Bennet, bostezando exageradamente, lo que hizo que Caroline y Louisa intercambiaran miradas sarcásticas. Mrs Bennet no se quedaba quieta, y hablaba incesantemente. Mr Bennet no hizo ningún esfuerzo por callarla, y fue uno de los cuartos de hora más incómodos de mi vida. S alvar a Bingley de una compañía como ésa era todo lo que ocupaba mi mente. “¿Vendrá Usted a cenar con mi familia, espero, Mr Bingley?” dijo Mrs Bennet. “Nada me daría más placer”, contestó. “Tengo algunos negocios que atender en Londres, pero iré a visitarlos tan pronto como regrese”. S aber ésto me deleitó. S ignifica que no tendré que pensar en una manera de sacarlo del vecindario, porque si sucede que debiera quedarse en Londres, el contacto con Miss Bennet se rompería y él no pensará más en ella. Pretendo hablar con Caroline, para asegurarme de que los afectos de J ane no están comprometidos, y si encuentro, como sospecho, que no lo están, entonces sugeriré que nos vayamos a Londres con Bingley para persuadirlo de que se quede allí. Un invierno en la ciudad le hará olvidar sus afectos, y lo dejará libre para otorgárselos a un objeto más merecedor.
Miércoles 27 de noviembre Bingley se fue a Londres hoy. “Caroline, desearía hablarle”, dije, cuando él partió. Caroline levantó la vista de su libro y sonrió. “Estoy a su disposición”. “Es sobre Miss Bennet sobre lo que deseo hablar”. S u sonrisa desapareció, y sentí que estaba en lo cierto al pensar que su afecto por su amiga estaba disminuyendo. “Hubieron varias alusiones en el baile, sugiriendo que algunos de los nuevos vecinos de Bingley estaban esperando que un casamiento tuviera lugar entre él y Miss Bennet”. “¡Qué!” gritó Caroline. “Pensé que le disgustaría. Yo no pude ver nada en las maneras de Miss Bennet que me hagan pensar que está enamorada, pero quiero su consejo. Usted la conoce mejor que yo. Ha estado con ella en confidencia. ¿Ella mantiene sentimientos de afecto hacia su hermano?Porque, si lo hace, no se debe jugar con esos sentimientos”. “Ella no los tiene para nada”, dijo Caroline, lo cual me dejó en paz. “¿Está Usted segura de ello?” “Lo estoy. Ella ha hablado de mi hermano varias veces, pero sólo en términos que usa para cualquier joven de su conocimiento. Por lo que, estoy segura que nunca pensó en Charles en ese sentido. Ella sabe que no piensa establecerse en Netherfield, y simplemente está entreteniéndose mientras esté aquí”. “Es como lo supuse. Pero los sentimientos de Bingley están mucho más comprometidos”. “Yo temo lo mismo. S i él fuera tan tonto como para unirse a esa familia, lo lamentará para siempre”. “Lo hará. Creo que debemos separarlos, antes de que su comportamiento de lugar a más especulaciones. S i lo hace, vendrá un tiempo en que las expectaciones deban se cumplidas, o la reputación de la dama sufrirá un daño irreparable”. “Está en lo cierto. No debemos dañar la reputación de la querida J ane. Ella es una dulce muchacha. Louisa y yo la apreciamos. No debe ser herida”. Mr Hurst nos interrumpió en ese momento. “¿Viene a cenar con los oficiales?” preguntó. “Me invitaron a ir. Estoy seguro de que Usted será bienvenido”. “No”, dije, Quería terminar mi conversación co Caroline. Hurst se encogió de hombros y fue en busca del carruaje. “Propongo que sigamos a Bingley a Londres. S i nos quedamos con él allá, no tendrá razones para regresar”, dije. “Un plan excelente. Le escribiré a J ane mañana. No diré nada fuera de lo ordinario, pero le dejaré saber que Charles no regresará este invierno, y que deseo que disfrute con sus familiares las Navidades”.
Jueves 28 de noviembre
La carta de Caroline fue escrita y enviada esta mañana, poco antes de partir hacia Londres. “Oí la cosa más demente anoche en Meryton”, dijo Mr Hurst mientras el coche traqueteaba por el camino a Londres. No presté mucha atención, pero mientras continuaba lo fui atendiendo más. “La muchacha Bennet – ¿cuál es su nombre?” “Jane”, ayudó Louisa. “No, no ella, la otra. La de las enaguas”. “Ah, quieres decir Elizabeth”. “Esa misma. Ha recibido una oferta del clérigo”. “¿Una oferta? ¿D el clérigo? ¿Qué quieres decir?” preguntaron Caroline y Louisa al mismo tiempo. “Una oferta de casamiento. Collins. Ese era su nombre”. “¡Mr Collins! ¡Qué delicioso!” dijo Louisa. “Parece que Mr Collins es otro admirador de sus hermosos ojos”, dijo Caroline, mirándome sarcásticamente. “Creo que se llevarán bien juntos. Una es toda impertinencia, y el otro es todo un imbécil”. Yo no sabía, hasta que oí esto, cuán lejos habían llegado mis sentimientos. La idea de que Elizabeth se casara con Mr Collins fue mortificante, y penoso en una manera que no imaginaba. Rápidamente me recuperé. Hurst debe estar equivocado. Ella no podía rebajarse tanto. Estar unido a ese payaso por el resto de su vida.... “Usted debe estar equivocado”, dije. “Para nada”, dijo Hurst. “Lo oí de Denny”. “No es una mala unión”, dijo Louisa, considerando. “D e hecho, es una buena. S on cinco hijas, solteras, y su estancia está vinculada, creo”. “Vinculada a Collins”, dijo Mr Hurst. “Mejor aún”, dijo Louisa. “Miss Eliza Bennet no tendrá que dejar su hogar, y sus hermanas tendrán un lugar donde vivir cuando su padre muera”. “Y también su madre”, dijo Caroline alegremente. “Qué encantador estar confinada a Mrs Bennet por el resto de su vida...” “Pero me pregunto por qué no pidió a Jane”, dijo Louisa. , “¿Jane?” preguntó Caroline. “Sí. Es la mayor”. Caroline me miró. S upe lo que estaba pensando. Mr Collin no pidió a J ane, porque Mr s Bennet le habría dejado creer que Jane iba a casarse pronto con Bingley.
“Me atrevo a decir, que con la estancia vinculada, él pensó que tendría su oportunidad”, dijo Caroline. “Los padres de Miss Eliza Bennet deben estarle agradecidos, aunque no estoy segura que ella sea la esposa apropiada para un clérigo. ¿Qué opina Usted, Mr Darcy?” No dije nada, por miedo a decir algo que podía lamentar. No puedo permitirme admirar a Elizabeth, entonces, ¿qué importa si otro hombre lo hace? Pero aun así apreté las manos y bajando la vista, percibí que mis nudillos estaban blancos. Ella me miró, esperando mi respuesta, sin embargo, y al final dije, más para satisfacer mis propios sentimientos que los de ella: “Puede venir de la nada. D enny podría estar equivocado”.
“No veo cómo”, dijo Caroline. “Es íntimo de Lydia. S abe todo lo que ocurre en esa casa me atrevo a decir”. “Lydia es una niña, y puede estar en un error”, me escuché diciendo. “D enny no lo escuchó de Lydia”, dijo Mr Hurst. “Lo escuchó de su tía. La tía vive en Meryton. S e lo contó a D enny ella misma. La casa entera estaba hecha un tumulto, dijo. Primero Mr Collins se ofrece a Elizabeth, luego Elizabeth le dice que no lo acepta”. “¿Que no lo acepta?” Escuché la esperanza de mi voz. “Lo rechazó. La madre está histérica. El padre de su lado”, dijo Mr Hurst. ¡D ios bendiga a Mr Bennet! Pensé, preparado para perdonarle todas las demás instancias de negligencia. “Si ella no cambia de opinión y lo acepta, él irá por la muchacha Lucas”, dijo Mr Hurst. “¿Cómo lo sabe?” preguntó Caroline sorprendida. “La tía lo dijo. “S i Lizzy no es rápida, Charlo e lo aceptará”, dijo. “Él tiene que casarse, su . patrona se lo dojo, y una muchacha es tan buena como otra al fin”. Respiré de nuevo. S ólo cuando lo hice me dí cuenta cuán profundamente me sentía atraído por Elizabeth. Es bueno que nos vayamos a Londres. He salvado a Bingley de una unión imprudente, no puedo hacer menos por mí mismo. Una vez lejos del vecindario de Elizabeth, dejaré de pensar en ella. Entraré en conversaciones racionales con mujeres racionales, y no pensaré más en su mente ágil. Llegamos a Londres con buen tiempo. Bingley estaba sorprendido de vernos. “No quisimos dejarte aquí solo, y que tuvieras que pasar las horas en un hotel incómodo”, dijo Caroline. “¡Pero mis negocios sólo me tomarán unos días!” dijo él en sorpresa. “Espero que no te vayas antes de ver a Georgiana”, dije. “Sé que le gustaría verte”. “Q uerida Georgiana”, dijo Caroline. “D í que podemos estar en la ciudad por una semana, Charles”. “No veo por qué no podemos quedarnos una día o dos más”, concedió. “Me gustaría ver a Georgiana también. Dime, Darcy, ¿ha crecido mucho?” “No la reconocerías”, dije. “Ya no es una niña. Está convirtiéndose en una mujer”. “¿Pero aún es joven para disfrutar las Navidades?” preguntó Caroline. S onreí. “Eso creo Ustedes deben quedarse y celebrar con nosotros”. “No nos quedaremos tanto tiempo”, dijo Bingley.
“Qué, ¿y perdernos las Navidades con Darcy y Georgiana?” preguntó Caroline. “Pero prometí cenar con los Bennets”, dijo. “Mrs Bennet me lo pidió particularmente, y de la manera más amable”. “¿Vas a abandonar a tus viejos amigos por los nuevos?” protestó Caroline. “Mrs Bennet dijo que podías cenar con su familia en cualquier momento. Yo misma la escuché. Los Bennets aún estarán allí después de Navidad”. Bingley parecía dudar, pero luego dijo: “Muy bien. Nos quedaremos en la ciudad para Navidad.”. Comenzó a verse más animado. “Me atrevo a decir que será divertido. S iempre es mejor celebrar Navidad cuando hay niños en la casa”. Esto no fue un buen auguro para sus sentimientos hacia Georgiana, pero me conforté con el hecho de que no la ha visto en mucho tiempo, y pienso que ella debe haberse visto como una niña la última vez que se vieron, ahora claramente se estaba convirtiendo en una joven. “Y luego de Navidad, iremos al condado de Hertford para Año Nuevo”. D ijo. “Le escribiré a Miss Bennet y le diré de nuestros planes”. “No hay necesidad de ello”, dijo Caroline. “Yo le escribiré hoy. Se lo diré yo misma”. “Envíale mis mejores deseos”, dijo Bingley. “Lo haré”. “Y dile que estaré en el condado de Hertford en enero”. “Me aseguraré de hacerlo”. “Envíale saludos a su familia de mi parte”. “Por supuesto”. Habría continuado, pero interrumpí con un: “Entonces está decidido”. Caroline dejó la sala para ir a escribir la carta. Louisa y su esposo se fueron, también, y Bingley y yo nos quedamos solos. “Estaré ansioso por Navidad, y más aún por Año Nuevo”, dijo Bingley. “Te gusta Mis s Bennet”, observé. “Nunca conocí a una muchacha que me gustara ni la mitad”. Me senté, y Bingley se sentó frente a mí. “Aún así no estoy seguro de que sea una buena esposa para ti”, dije pensativamente. “¿Qué quieres decir?”, preguntó, sorprendido. “Sus bajas conexiones – ” “¡No pretendo casarme con sus conexiones!” dijo Bingley riendo. “Un tío procurador, otro que vive en Cheapside. No pueden aportar nada a tu jerarquía y, al final, la disminuyen”. La sonrisa de Bingley disminuyó. “No puedo ver en qué importa. ¿Que jerarquía necesito yo?” “Todos los caballeros necesitan jerarquía. Y están sus hermanas”. “Mis Elizabeth es una muchacha encantadora”. Me golpeó en mi punto débil, pero estaba firme y me recobré. “S us hermanas son, la mayoría, ignorantes y vulgares. La menor es una coqueta empedernida”. “No tendremos la necesidad de verlas”, dijo Bingley.“Mi querido Bingley, no puedes vivir en Netherfield y no verlas. Estarán siempre con ustedes. Y también su madre”. “Entonces no viviremos en Netherfield. No he comprado la estancia. S ólo es alquilada. Nos estableceremos en cualquier lugar”. “¿Pero Jane lo consentirá?” Hizo un gesto sombrío.
“S i ella siente un afecto fuerte hacia ti, tal vez pueda persuadirse de dejar su vecindario”, dije. “¿Tú piensas que no lo siente?” preguntó Bingley desconcertado. “Es una muchacha amable, pero no muestra más placer en tu compañía que en la de otros hombres”. Se mordió los labios. “Yo pensé... ella parecía complacida de hablar conmigo... parecía complacida de bailar conmigo... también pensé que se veía más complacida conmigo que con cualquier otro hombre. Cuando bailamos juntos – ” “Bailaron dos veces en cada baile, y ella bailó dos veces con otros hombres”. “Es cierto”, admitió, “pero pensé que era sólo porque sería rudo rehusar”. “Tal vez habría sido rudo para ella el rechazarte a ti”. “¿Piensas que sólo bailó conmigo para ser cortés?” preguntó con consternación. “No diría tanto. Creo que ella disfrutó bailar contigo, y hablar contigo, y coquetear contigo. Pero creo que no lo disfrutó más que con otros hombres, y ahora que tú no estás en el condado de Hertford –” “Debo volver”, dijo, parándose. “Lo sabía”. “Pero si ella es indiferente, sólo te causarás pena”. “Si es indiferente. Tú no sabes si lo es”. “No, no lo sé, pero la observé muy de ceca, y no pude ve ningún signo de afecto particular”. “¿La observaste?” preguntó con sorpresa. “Tu parcialidad comenzó a llamar la atención. Otros además de mí lo notaron. S i hubieras ido más lejos, te habrías visto obligado a hacerle una propuesta”. “Me habría gustado hacerle una propuesta”, me corrigió, luego vaciló. “¿Piensas que habría aceptado?” “Por supuesto. Habría sido una buena unión para ella. Tú tienes un ingreso considerable, y una linda casa. S e habría establecido cerca de su familia. No hay razones para que te rechace. ¿Pero te gustaría casarte por esas razones?” Se veía confuso. “Más me gustaría casarme por mí mismo”, concedió. “Y lo harás, algún día”. Se sentó de nuevo. “Ella era demasiado buena para mí”, dijo taciturno. “No creo eso, pero si sus afectos no están comprometidos, ¿cuál es el punto de casarse? Conocerás a otra muchacha, tan dulce como Miss Bennet, pero una que responda a tus sentimientos en igual medida. Londres está lleno de damas”. “Pero yo no tengo interés en otras jóvenes”. “Con el tiempo, lo tendrás”. Bingley no dijo nada, pero yo estaba tranquilo. Él la olvidará antes de que termine el invierno. Estoy complacido de que haya expresado su deseo de ver a Georgiana de nuevo. La conoce desde hace mucho más que a Miss Bennet, y no se puede esperar que una nueva conocida ocupe el mismo lugar en sus afectos que una vieja, particularmente cuando vea cuánto ha crecido Georgiana. La unión sería bienvenida por ambos lados, y me congratulo de que sería una unión feliz.
-DICIEMBRE-
Jueves 5 de diciembre
Bingley vino a cenar conmigo hoy. Ha estado ocupado la última semana, pero llegó puntualmente esta tarde y se quedó encantado con Georgiana. “S e está volviendo una belleza”, me dijo. “Y es tan instruida”, agregó, cuando ella tocó para nosotros después de la cena. Lo es. Casi había olvidado lo que es escuchar una ejecución excelente, y no pude evitar un escalofrío interno cuando pensé en la actuación de Mary Bennet comparada con la de Georgiana. La ejecución de Elizabeth fue dulce, es verdad, aunque no tan perfecta como la de mi hermana, pero aún así hubo calidad en su forma que me hizo querer oírla.
Viernes 6 de diciembre
. Caroline vino a ver a Georgiana esta mañana, y la entretuve hasta que terminó la lección de música de mi hermana. “Charles se quedó encantado con Georgiana anoche”, remarcó. “D ijo que Georgiana es una de las jóvenes más hermosas e instruidas de su conocimiento”. Estoy complacido. Caroline parecía complacida, también. Creo que no sería adversa a un matrimonio entre ellos. “¿Va Usted a visitar a su tía en Kent antes de Navidad?” preguntó. “No, no creo, aunque probablemente la visite para las Pascuas”. “Querida Lady Catherine”, dijo Caroline, sacándose los guantes. “Cómo deseo verla Rosings es una casa elegante, por donde se la mire”. “Sí, lo es, muy elegante por cierto”. “En un lugar tan agradable del país”. “Es cierto”. “Le sugerí a Charles que debería buscar una casa allí. Yo estaría feliz de vivir en Kent. Pero él pensó que el condado de Hertford estaba bien situado. Una lástima. Podría haber evitado ciertos enredos si se hubiera establecido en otro lugar”. “Sin embargo, está libre de ellos ahora”. “S í, gracias a su intervención. Tiene suerte de tenerlo como amigo. Yo sentiría un gran confort de saber que un amigo se preocupa tanto por mí”, dijo, mirándome. “Usted tiene a su hermano”. Ella sonrió. “Por supuesto. Pero Charles aún es un muchacho. Una necesita un hombre a veces, alguien maduro y profundo, que esté acostumbrado a los caminos del mundo y sepa cómo vivir en él”. “¿No tiene Usted planes de casarse?” “Lo haría, si conozco al caballero correcto”. “Ahora que está en Londres tendrá más oportunidades de conocer gente. Bingley piensa organizar algunos bailes, según supe. Lo he alentado. Cuantas más caras bonitas vea en las próximas semanas, mejor. Y por Usted, extenderá su círculo social”. “No es muy necesario. Nosotros cenamos con más de veinticuatro familias, Usted sabe”, remarcó sarcásticamente. Recordé a los Bennets, como era su intención, pero si hubiera conocido la dirección exacta de mis pensamientos, dudo que hubiese estado tan complacida. No importa lo que haga, todas las conversaciones parecen traerme un recuerdo de ellos de alguna manera. Es una suerte que haya dejado de pensar en Elizabeth, de otra forma lo Bennets nunca saldrían de mi mente.
Sábado 7 de diciembre
Bingley se ocupó de hacer negocios y se encuentra de buen humor, aunque de vez en cuando capto una mirada pensativa en él. “¿Estás seguro que ella no sentía nada por mí?” preguntó esta tarde, cuando las damas se retiraron después de la cena. No tuve que preguntar a quién se refería. “Estoy seguro de ello. Ella disfrutaba de tu compañía, pero nada más”. Asintió. “Pensé que ella no... un ángel como ella... aún así, esperaba... pero es como tú dices. Ella se casará con alguien de Meryton, supongo. Alguien que la conozca de toda la vida”. “Muy probablemente”. “No alguien que recién la conoce”. “No”. “Ella no debe extrañarme, ahora que me fui”. “No”. Se quedó callado. “Hay algo muy positivo en casarse con alguien que uno conoce de toda la vida, o al menos por mucho tiempo”, dije. “Sí, supongo que sí”, dijo, pero sin entusiasmo real. “S us defectos ya son conocidos, y también su familia. Georgiana se casará con alguien que ella conozca, espero”, dije. “Sí, sería algo bueno”, dijo Bingley, pero sin prestar atención. Una lástima. Pensé que sus afectos irían en esa dirección. S in embargo, marqué el punto, y en el futuro él puede tenerlo en cuenta.
Martes 10 de diciembre
Hice restaurar las perlas de mi madre para Georgiana, y pienso dárselas como regalo. Tiene suficiente edad ahora, y pienso que se verá bien con ellas. Mientras estaba en Howard & Gibbs, pregunté sobre la posibilidad de remodelar el resto de la joyería de mi madre. Es de buena calidad, y la mayoría ha estado en mi familia por generaciones. Llegué a un acuerdo sobre restaurar el broche de perlas y los pendientes esta vez, y se los daré a Georgiana en su próximo cumpleaños. Las demás piezas de la joyería las pondré a examinar para que puedan armar nuevos arreglos. Los bosquejos se podrían alterar ante cualquier cambio de la moda y las piezas se pueden reajustar a medida que Georgiana llegue a la edad apropiada para lucirlas.
Jueves 12 de diciembre
Cené con Bingley y sus hermanas. Durante el curso de la tarde hablamos de las festividades de Navidad. Habrán algunas fiestas grandes a las que asistir, pero en los días inmediatamente posteriores a Navidad quisiera arreglar unas cuantas reuniones privadas sólo con los Bingleys, así Georgiana puede asistir. “Pensé que podríamos celebrar un pequeño baile para el 23”, dije, “y luego charadas para la noche de Navidad”. “Una idea excelente”, dijo Caroline. “He invitado al coronel Fi william, lo que nos hará cuatro caballeros y tres damas. ¿Piensa Usted que debería invitar más damas?” le pregunté a Caroline. “No”, dijo ella enfáticamente. “Mr Hurst nunca baila, lo que nos deja tres parejas”. Mis pensamientos volvieron al baile de Netherfield, donde bailé con Elizabeth. “¿Ha decidido Usted cuándo hará su presentación Georgiana?” preguntó Caroline, como si me leyera la mente. “No hasta que tenga dieciocho, tal vez después”. “D ieciocho es una buena edad. Ella habrá dejado atrás el salón de clases y superará su timidez, pero tendrá la sangre fresca de la juventud. Romperá muchos corazones”. “Espero que no rompa ninguno. D eseo que sea feliz, y si sucediera que encontrara un buen hombre en su primera temporada, estaré feliz de verla establecida”. Caroline miró a Bingley. “En dos años, entonces, debemos esperar que encuentre a alguien que la merezca. Alguien con temperamento fácil, quien sea generoso y amable”. “Exactamente eso”. “Mientras tanto, sería bueno para ella tener la compañía de un joven agradable, así se acostumbre a la compañía masculina y no se queda sin palabras en presencia de caballeros. Ella nunca es callada con Charles, si no que parece disfrutar su compañía”, dijo Caroline. “¿Qué es lo que dices?” preguntó Bingley, quien había estado hablando con Louisa y levantó la cabeza al oír su nombre. “Estaba diciendo que Georgiana está siempre cómoda contigo. Darcy quiere que disfrute de algunos entretenimientos de adultos estas Navidades, y estoy segura que puede confiar en que bailarás con ella”. “Nada me daría más placer. S e está volviendo una belleza, Darcy”. Yo estaba agradecido.
Lunes 16 de diciembre
La casa se ve festiva. Georgiana ha estado ayudando a Mrs Annesley a decorarla con acebo, metiendo piezas de la planta detrás de los cuadros y alrededor de los candelabros. S iempre le ha gustado hacer esas cosas, incluso desde niña. Cuado llegué, la encontré adornando la ventana del salón de pintura con más plantas. “Creo que tendremos un baile un unos pocos días”, dije. Ella se ruborizó. “Sólo uno pequeño, con amigos íntimos”, le aseguré. “Tal vez te gustaría poner una cinta nueva para adornar tu muselina”, dijo Mrs Annesley a Georgiana. “Oh, si”, dijo, mirándome esperanzada. “Debes comprar lo que sea que necesites”, repliqué. Estaba por decirle que debería comprarse un abanico nuevo cuando lo pensé mejor. Yo mismo se lo compraré y la sorprenderé.
Miércoles 18 de diciembre
Hoy nevó. Georgiana estaba excitada como una niña, y la llevé al parque. Caminamos por los senderos blancos y regresamos a la casa con las caras sonrosadas y un gran apetito. No pude evitar recordar cuán sonrojada se veía Elizabeth después de caminar hasta Netherfield. Sus ojos habían estado radiantes, y su complexión brillante por el ejercicio. ¿Dónde está ella ahora? ¿Estará caminando por el campo alrededor de su casa en la nieve? ¿Está en su casa, adornando con acebo como Georgiana está haciendo aquí? ¿Estará ansiosa por la Navidad? S i no hubiera alejado a Bingley de Netherfield, podríamos estar allí ahora... lo que hubiera sido un error muy grave. Es mejor para todo nosotros que estemos en Londres.
Lunes 23 de diciembre
Tuvimos nuestro baile esta tarde y me gratificó ver a Georgiana disfrutarlo. Bailó dos veces con Bingley, una con el coronel Fitzwilliam y una conmigo. “Georgiana se mueve con una gracia extraordinaria”, dijo Caroline. Era un tema que no podía dejar de agradarme. “¿Usted piensa eso?” “Lo hago. Fue una idea excelente celebrar un baile privado. Es bueno para ella practicar en este tipo de ocasiones. Usted baila muy bien, Mr Darcy. Usted y yo juntos podemos servirle de ejemplo. Charles y yo estamos a su disposición si Usted desea celebrar otra tarde como ésta. Nada mejor para Georgiana si puede ver a otros bailando, y la ayudará a adquirir confianza y postura”. Me hizo acordar de otros momentos en que ella me había alabado, diciendo lo bien que escribía mis cartas. Recordé la escena exactamente. Fue en Netherfield, y Elizabeth estaba con nosotros. S iento una agitación adentro mío cuando pienso en ella. ¿Enojo, tal vez, de que me haya embrujado tanto? Nuestro baile terminó. Nuestros invitados se fueron, y tuve la satisfacción de ver a Georgiana retirarse a dormir, cansada pero feliz. Ha olvidado completamente a George Wickham, estoy seguro. Mientras nada se lo recuerde, no creo que piense en él nunca más.
Martes 24 de diciembre
Hicimos un juego de charadas después de cenar esta tarde. Estaba complacido cuando Caroline sugirió que Georgiana y Bingley trabajaran en su charada juntos. S e retiraron a un rincón del salón, sus cabezas lo suficientemente cerca para casi tocarse. Fue la vista más agradable. D isfrutamos del juego, y después que todos actuamos, volvimos al salón de cena. “S abes, Darcy, pensé que pasaríamos Navidad en Netherfield este año”, dijo Bingley con un suspiro. “Eran mis planes cuando renté la propiedad. Me pregunto que estarán haciendo ellos ahora”. Pensé que sería conveniente distraer sus pensamientos de esa dirección. “Seguramente lo mismo que estamos haciendo aquí. Toma un poco más de ciervo”. Hizo lo que sugerí, y no dijo más acerca de Netherfield.
Miércoles 25 de diciembre
Nunca disfruté más de una Navidad. Fuimos a la I glesia esta mañana y por la tarde jugamos a budín de balas y boca de dragón Cuando lo hacíamos noté un cambio en Georgiana. El año pasado jugaba como una niña, disfrutando de meter las manos en el fuego para sacar las pasas de uva calientes, y se soplaba los dedos cuando no era lo suficientemente rápida para salir ilesa. Este año, jugó para complacerme. Lo pude ver en sus ojos. Me pregunto si Elizabeth juega a budín de balas* y boca de dragón*. Me pregunto si ella se quema los dedos mientras saca las pasas del fuego*.
Sábado 28 de diciembre
“Estaba pensando en que deberías casarte con Miss Bingley”, le dije al coronel Fi william mientras cabalgábamos juntos esta mañana. “¿Miss Bingley?” “Es una joven adinerada, y tú necesitas una heredera”. Sacudió la cabeza. “No deseo casarme con Miss Bingley”. “Es encantadora y elegante, graciosa y bien educada”. “Es todo eso, pero no podría casarme con ella. Es una mujer fría. Cuando me case me gustaría una esposa con más cariñosa. Además quisiera a alguien que me mire a mí, más que al nombre de mi familia”. “Nunca pensé que quisieras eso de una esposa”, le dije sorprendido. “Como hijo menor, he debido mirar desde abajo a los demás toda mi vida. ¡Me gustaría ver la situación desde el otro lado una vez!” Habló alegremente, pero creo que había algo de verdad en lo que dijo. S eguimos en silencio por algún tiempo, disfrutando del escenario cubierto de nieve. “¿Cuánto te quedarás en la ciudad?” le pregunté. “No mucho. Tengo negocios que requieren mi atención en Kent. Pienso prestarle mis respetos a Lady Catherine mientras esté allí. ¿Debo decirle que la visitarás para Pascuas?” “S í, la visitaré como siempre. ¿Cuándo regresarás a la ciudad?”. “Pronto, espero. Antes de Pascuas, seguramente”. “Entonces debes cenar conmigo cuando lo hagas”. *** 1 - La traducción más apropiada para el juego charades en Argentina sería "Dígalo con mímicas"; en otros lugares ignoro como se llama. 2 - Bullet pudding es un juego que se nombra varias veces en las obras de Austen y otras de Regencia. Según leí, consistía en buscar una bala en un "budín" de harina, con la boca sin usar las manos, si la misma se caía de la punta del budín en el turno de esa persona. 3 - Snapdragon, supongo que se refiere a sacar pasas de uva del fuego, como menciona a continuación.
-ENERO 1812-
Viernes 3 de enero Ha ocurrido un incidente inesperado. Caroline ha recibido una carta de Miss Bennet. “Ella escribe que está por visitar Londres”, se lamentó Caroline. “S e quedará con sus tíos en la calle Gracechurch. Por la fecha de la carta, creo que ya debe estar aquí”. “No es algo que hubiera deseado que ocurriera”, dije. “Bingley parece haberse olvidado de ella. Si la ve de nuevo, su admiración puede renovarse”. “Él no necesita saber de su visita”, dijo Caroline. Estuve de acuerdo. “Dudo que se encuentren”, dije. “Creo que no responderé la carta. Ella no estará mucho tiempo en la ciudad, y pensará que la carta se perdió. Mejor aún, que piense que no en bienvenida aquí. Es una muchacha dulce, no deseo herir sus sentimientos, pero mi amor por mi hermano es mayor y debo salvarlo de una unión inapropiada”. Aplaudo sus sentimientos, pero no me encuentro cómodo conmigo mismo. Todo lo ladino u oscuro me aborrece. Pero Caroline tiene razón. No podemos permitir que Bingley sacrifique su vida en el altar de una familia vulgar, y es una mentira pequeña después de todo.
Lunes 6 de enero
Georgiana se está desenvolviendo tal como lo esperaba. S u instrucción, su porte, sus modales son los que me gustan ver. No sabía cómo proceder cuando fue dejada a mi cargo, pero me congratulo porque se está volviendo la jovencita que mi madre hubiera deseado que sea.
Martes 7 de enero
Me llevé una sorpresa cuando visité a Caroline y a su hermana hoy, para llevarles una nota de Georgiana. Cuando me acercaba a la casa, vi a Jane Bennet alejarse. “¿Qué ha sucedido aquí?” pregunté cuando fui admitido. Caroline se veía desalentada. “La cosa más desafortunada. J ane Bennet ha estado aquí. Pensé que ya se habría ido de la ciudad, pero parece que pensaba hacer una visita extendida”. “Esto es mala suerte. ¿Qué le dijo Usted a ella?” “No se bien qué le dije. Me tomó por sorpresa. Me dijo que me había escrito y le respondí que nunca recibí su carta. Preguntó por Charles. Le dije que estaba bien, pero que está tan frecuentemente con Usted que casi no lo veía. Le dije cuánto ha crecido Georgiana y que la veríamos para la cena esta tarde. Entonces dejé entrever que Louisa y yo estábamos por salir. Después de eso no se pudo quedar”. “Usted tendrá que devolver la visita”, le dije. “No lo puedo evitar. Pero no me quedaré mucho, y espero que por mi conducta ella se de cuenta que no espero futura intimidad. Charles casi la ha olvidado. En pocas semanas estará fuera de peligro”. D e eso no estoy tan seguro. El aún habla de ella a veces. S e contiene cuando ve mi expresión, pero aún no es seguro para él pensar en Miss Bennet o en el condado de Hertford.
Martes 21 de enero
Caroline devolvió su visita a Miss Bennet esta mañana. Fue de corta duración, y utilizó el tiempo para decirle a Miss Bennet que Bingley no está seguro de regresar al condado de Hertford, y que puede dejar Netherfield. Cuando se fue no hizo mención de ver de nuevo a J ane, y le dijo que ahora está perfectamente segura de que Miss Bennet no la visitará otra vez. A lgún día Bingley nos agradecerá nuestro cuidado. Es sólo ese pensamiento lo que me reconcilia con la duplicidad que me he visto forzado a emplear.
-FEBRERO-
Sábado 1 de febrero
“Caroline ha sugerido que vayamos a Bath para la primavera”, dijo Bingley esta mañana. “Tal vez podría alquilar una casa allí”, agregó con indiferencia. Pensé que era un signo alentador de que ha olvidado el condado de Hertford. “Es una idea excelente”, dije. “¿Te gustaría venir con nosotros?” preguntó. “D ebo ir a Pemberley y asegurarme que J ohnson tiene todo en regla. Hay algunos cambios que deseo hacer en la forma en que se administra la casa y otras mejoras que me gustaría hacer en la estancia”. “Entonces, te veré de nuevo en el verano”.
Viernes 7 de febrero
El coronel Fi william regresó a la ciudad y cenó conmigo esta tarde, trayéndome noticias de Rosings. Me dijo que Mr Collins se ha casado. Contuve la respiración, esperando que Hurst hubiera tenido razón cuando dijo que Elizabeth había rechazado a Mr Collins. “Parece ser una buena muchacha, aunque debería decir mujer. Parece tener cerca de treinta años”, dijo mi primo. Solté la respiración. “Pero es algo bueno”, continuó. “Una mujer más joven podría haber sido intimidada por mi tía, por sus-” “¿Interferencias?” “Ayudas”, dijo con una amplia sonrisa. “Pero Mrs Collins acepta los consejos de Lady Catherine sin una queja”. “S upongo que debo haberla conocido en el condado de Hertford. ¿Cuál era su nombre de soltera?” “Lucas. Miss Charlotte Lucas”. “S í, la conocí a ella y a su familia. Me alegro que esté bien establecida. Mr Collins no será el marido más sensible, pero puede proveerle una vida confortable”. Y yo podría proveer a Elizabeth mucho más. Pero no debo pensar en ello. Estoy resuelto a no pensar en ella de nuevo.
-MARZO-
Viernes 28 de marzo
Recibí una carta de Lady Catherine, esta mañana, diciéndome que estaba ansiosa de verme. Me sorprendió leer el siguiente pasaje en su carta. Mrs Collins tiene a su hermana, María, de visita con ella, y a una amiga, Miss Elizabeth Bennet. Fue un shock enterarme que Elizabeth está en la parroquia. Creo que ambas te conocen. S ir William Lucas también estuvo aquí, pero ha regresado a su casa. Miss Elizabeth Bennet tuvo la entereza de quedarse por su cuenta pero como nunca tuvo el beneficio de una institutriz, no es sorprendente. Una institutriz es necesaria en una familia de niñas, y así se lo dije. Mr Collins estuvo totalmente de acuerdo conmigo. Tuve el placer de introducir muchas institutrices a sus empleadores. Cuatro sobrinas de Mrs Jenkinson están bien situadas gracias a mis intervenciones. Las hermanas de Miss Bennet han sido presentadas en sociedad, todas. No sé en qué estaría pensando su madre. ¡Cinco hermanas, todas presentadas! Es muy extraño. Y las menores presentadas antes de que la mayor esté casada. Una situación muy mal regulada. S i Mrs Bennet viviera cerca, se lo diría. Le encontraría una institutriz, y sin duda estaría agradecida por mi recomendación. Ella maneja su casa muy mal. Miss Bennet da su opinión muy decididamente para ser tan joven. S u punto de vista de su familia es extraordinario. Ella declaró que sería muy duro para las hermanas menores tener que esperar hasta que las mayores se casen antes de poder participar en sociedad. Me encuentro sonriendo ante esto. Nunca escuché a nadie, hombre o mujer, desafiar a Lady Catherine antes, ¡y desafiarla de esa forma! Porque es indudablemente duro para las muchachas menores tener que esperar su turno para ser presentadas, aunque nunca pensé en ello antes. Tal vez es un error asustarme de que Elizabeth esté en la parroquia. Tal vez debería estar complacido. Me dará la oportunidad perfecta para demostrar que ella no tiene ningún poder sobre mí. S erá un deleite saber que puedo estar en su compañía sin sentimientos inapropiados, y que he sido capaz de salvarme a mí mismo, como a Bingley, de una unión imprudente.
-ABRIL-
Jueves 3 de abril
CenĂŠ con el coronel Fi william en mi club hoy. Hemos decidido que viajaremos juntos a Rosings.
Lunes 7 de abril
Mi primo y yo tuvimos un viaje placentero hasta Kent, y la conversación fue de generalidades hasta volver a matrimonios. “Estoy en una edad que debería sentir que debo asentarme, y aún así el casamiento es un asunto peligroso”, dijo. “Es fácil dar un paso en falso y luego verse forzado a vivir con ello”. “Lo es”, concedí, pensando en Bingley. “Recientemente salvé a un amigo de dar ese paso en falso”. “¿De verdad?” “S í. Alquiló una casa en el campo, donde conoció a una joven de bajas conexiones. S e había dejado atraer por ella, pero afortunadamente los negocios lo enviaron a Londres. Percibiendo el peligro, sus hermanas y yo lo seguimos hasta Londres y lo persuadimos de quedarse”. “Entonces lo salvaste de un matrimonio imprudente”. “Así es”. “Él te agradecerá por lo que hiciste. No es agradable despertarse de un sueño y encontrarse atrapado en una pesadilla”. Me alienta su opinión. Respeto su juicio, y es reafirmante saber que comparte mis sentimientos en este asunto. Llegamos a Rosings al mediodía, y la belleza del parque me volvió a llamar la atención. No es tan bonito como Pemberley, pero se ve muy bien en la primavera. Nos cruzamos con Mr Collins en nuestro camino hacia la casa, y creo que nos estaba esperando. S e inclinó cuando pasamos, y luego corrió en dirección de la parroquia para compartir las noticias con sus íntimos. Me pregunto si Elizabeth estaba adentro, y cómo se sentirá ella con nuestra llegada.
Martes 8 de abril Mr Collins vino esta mañana a presentarnos sus respetos. Me encontró con el coronel Fi william. Mi tía estaba de paseo con mi prima, Anne. “Mr. Darcy, es un honor verlo de nuevo. Tuve la buena fortuna de conocerle a Usted en el condado de Hertford, cuando estaba visitando a mis primos lejanos. No estaba casado entonces, ya que mi querida Charlo e aún o había consentido en ser mi esposa. D esde el primer momento que la ví supe que no deshonraría la parroquia de Hundsford, y que encantaría a mi estimada patrona, Lady Catherine de Bourgh, quien tiene el honor y la distinción de ser su venerable tía, con su humildad y simpatía. D e hecho, Lady Catherine ha sido tan amable como para decir –” “¿Está Usted regresando a la parroquia?” pregunté, interrumpiendo sus efusiones. Hizo una pausa momentánea, luego dijo, “De hecho, así es”. “Es una mañana agradable. Caminaremos con Usted. ¿Qué opinas?” le pregunté al coronel Fitzwilliam. “Claro que sí”. S alimos. Mr Collins recontó las bellezas del parque, intercalando con expresiones de humilde gratitud por nuestra consideración en visitarlos en su humilde morada. Mi mente estaba preguntándose. ¿Habría cambiado Elizabeth desde el otoño? ¿Estaría sorprendida de verme? No. Ella sabía de mi visita. ¿Estaría complacida u otra cosa? Complacida, por supuesto. Encontrarse con un hombre de mi posición debe ser deseable para ella. Nuestra llegada fue anunciada por el mayordomo y poco después entramos en el salón. Presenté mis respetos a Mrs Collins, y ella me dio la bienvenida. Elizabeth hizo una inclinación. Ella está como siempre ha sido, pero el placer de verla me tomó por sorpresa. Pensé que había dominado mis sentimientos por ella, por supuesto, lo he hecho. Fue solo el primer momento de verla que me desconcertó. “¿La casa es de su agrado, espero?” le pregunté a Mrs Collins. “Sí, claro que lo es”, respondió. “Me alegro. Mi tía hizo algunas mejoras últimamente, creo. ¿Y el jardín? ¿Le agrada ese aspecto?” “Es muy agradable”. “Bien”. D ebería haber dicho algo más, pero mi atención estaba en Elizabeth. Ella estaba conversando con el coronel Fi william con sus maneras fáciles y libres. No logro decidir si me gustó o no. Ella está en libertad de hablar con mi primo, por supuesto, y de encantarlo si lo desea, pero me ofuscó ver cuánto disfrutaba él de su compañía, y aún peor, ver cuánto disfrutaba ella la suya también. Cuando me di cuenta que estaba perdido en mis pensamientos, hice un esfuerzo por ser civil. “¿Su familia está bien, espero, Miss Bennet?” pregunté. “S í, gracias”, replicó. Hizo una pausa, luego dijo, “mi hermana J ane ha estado en la ciudad estos tres meses. ¿No la ha visto Usted?” Estaba desconcertado, pero respondí con suficiente calma. “No, no he tenido el placer”. Me mantuve en silencio, molesto con el giro que había tomado la conversación, y poco después mi primo y yo nos retiramos.
Día de Pascua, Domingo 13 de abril
No había visto a Elizabeth desde mi visita a la parroquia, pero la ví esta mañana en la iglesia. S e veía muy bien. El sol temprano había coloreado sus mejillas, y puesto brillo en sus ojos. D espués del servicio, Lady Catherine se detuvo a hablar con los Collins. Mr Collins sonreía cuando ella caminó hacia él. “S u sermón fue demasiado largo”, dijo Lady Catherine. “Veinte minutos es un tiempo suficiente para que instruya a su congregación”. “Sí, Lady Catherine, yo-” “No hizo mención de la sobriedad. D ebería haberlo hecho. Ha habido demasiados borrachos últimamente. Es el deber de un rector atender los cuerpos de sus parroquianos tanto como su alma”. “Por supuesto, Lady –” “Hubieron demasiados himnos. No me gusta escuchar más de tres himnos en el servicio de Pascuas. S oy muy apegada a la música y disfruto del canto, pero tres himnos son suficientes”. Ella comenzó a caminar hacia el carruaje, y Mr Collins la seguía. “Sí, Lady Catherine, yo –” “Uno de los bancos tiene polillas. Lo noté cuando me lo crucé. Deberá Usted verlo”. “Al momento, Lady –” dijo. “Y vendrá a cenar con nosotros esta noche. Mrs Collins vendrá con Usted, como así también Miss Lucas y Miss Elizabeth Bennet. Haremos una mesa de naipes”. “Es tan buena –” respondió, haciendo reverencias y uniendo sus manos. “Le enviaré el carruaje para ustedes”.
La seguí hasta el carruaje y el cochero cerró la puerta. Me encontré ansioso por la visita de Elizabeth en Rosings, pero inmediatamente disolví ese sentimiento. S u grupo arribó puntualmente, y porque conocía el peligro de hablar con ella, pasé la mayor parte del tiempo conversando con mi tía. Hablamos de varias relaciones, pero no pude evitar que mis ojos fueran adonde estaba Elizabeth. S u conversación era más vivaz que nunca. Estaba hablando con el coronel Fi william, y al ver la animación en su rostro me fue difícil quitarle los ojos de encima. Mi tía, también, los miraba, hasta que al fin dijo: “¿D e qué están hablando? ¿Qué le estás diciendo a Miss Bennet? Déjenme oír de qué se trata”. El coronel Fi william respondió que estaban hablando de música. Mi tía se unió en la conversación, alabando las habilidades de Georgiana en el pianoforte y luego mortificándome al invitar a Elizabeth a practicar en el pianoforte de la habitación de Mrs J enkinson. ¿I nvitar a una huésped a tocar el piano en la habitación de la dama de compañía?Nunca pensé que mi tía pudiera ser tan mal educada. Elizabeth miró sorprendida, pero no dijo nada, sólo su sonrisa mostraba lo que pensaba. Cuando terminamos el café, Elizabeth comenzó a tocar, y recordando el placer que tuve en su performance anterior, caminé hacia su lado. S us ojos brillaban con la música, y me situé en una posición desde la que podía ver la emoción sobre su rostro. Ella lo notó. A la primera pausa en la música se volvió hacia mí con una sonrisa y dijo: “I ntenta Usted asustarme, Mr Darcy, viniendo de esta forma a escucharme. Pero no me alarmará, aunque su hermana toque tan bien. Hay una obstinación en mí que me impide asustarme a voluntad de los demás. Mi coraje siempre aumenta con cada intento por intimidarme”. “No diré que está Usted en un error”, repliqué, “porque realmente no puede Usted creer que me entretiene algún deseo de alarmarla; y he tenido el placer de conocerla lo suficiente para saber que se divierte Usted en ocasiones al profesar opiniones que en realidad no son suyas”. D e dónde vino este discurso, no lo sé. No acostumbro a participar de estos intercambios juguetones, pero hay algo en el carácter de Elizabeth que aliviana el mío. Elizabeth rió con entusiasmo, y yo sonreí, sabiendo que ambos disfrutábamos del intercambio. Tanto lo disfrutaba yo que olvidé mis cuidados y me permití apreciar el momento. “S u primo le dará una bonita impresión de mí”, le dijo al coronel Fi william. Volviéndose hacia mí ella dijo: “Es muy poco generoso de su parte que mencione todo lo que Usted conoce de mis desventajas en el condado de Hertford – y, déjeme decir, muy arriesgado también – porque está provocando una represalia, y algunas cosas podrían salir a la luz, que espantarían a sus relaciones si las oyeran”. Sonreí. “No le tengo miedo a Usted”. Sus ojos brillaron ante mi comentario. El coronel Fitzwilliam rogó que le contara cómo me comportaba yo entre extraños. “Lo oirá entonces”, dijo Elizabeth. “Pero prepárese para algo muy feo. La primera vez que
lo vi en el condado de Hertford, debe Usted saber, fue en un baile, y ¿qué piensa Usted que él hizo? ¡Bailó sólo cuatro bailes!” A sus ojos, mi rechazo a bailar se veía ridículo, y así lo vi yo también, por primera vez. Ocultarme tras todo mi orgullo, en lugar de disfrutar como cualquier caballero bien educado habría hecho. ¡Absurdo! D e ordinario no toleraría tales bromas, pero aún así había algo en sus maneras que quitaba cualquier maldad y el su lugar lo hacía causa de risa. En ese momento me di cuenta que ha habido pocas risas en mi vida últimamente. Tomé las responsabilidades de un hombre cuando murió mi padre, y me sentía orgulloso de haberlas conducido bien, como habría hecho mi padre. Había atendido mi estancia, vigilado el bienestar de los tenientes, la salud, felicidad y educación de mi hermana, visitar los beneficios de mi patronazgo y manejar los negocios fielmente. Hasta que conocí a Elizabeth eso había sido suficiente, pero ahora vi cuán vacía estaba mi vida. Había sido demasiado ordenado. Muy bien regulado. S ólo ahora comencé a verlo, y a sentirlo, ya que los sentimientos adentro mío eran totalmente diferentes de los que conocía. Cuando me reía, mi disposición se aligeraba. “En ese momento no tenía el honor de conocer a ninguna dama en la fiesta además de las de mi propio grupo”, pontifiqué, imitando su tono. “Verdad: y nadie puede ser introducido en un salón de baile”. “Tal vez habría sido juzgado mejor, si me presentaba a los demás, pero no estoy bien calificado para recomendarme a mí mismo ante extraños”.Ella ironizó, preguntándose cómo un hombre sensible y educado no podría hacerlo, y el coronel Fitzwilliam se le unió, diciendo que no me daría el problema. “Ciertamente no tengo el talento que algunas personas poseen, de conversar con facilidad con quienes no he visto nunca. No puedo imitar el tono de su conversación, ni fingir interés en sus asuntos, como frecuentemente he visto hacer”, agregué. “Mis dedos no se mueven sobre este instrumento de la manera magistral que he visto a muchas mujeres hacerlo, poro siempre supuse que era por mi propia falta – porque no me tomé el trabajo de practicar”. Sonreí. “Está Usted en lo cierto”. En ese momento, Lady Catherine nos interrumpió. “¿Dé qué están hablando, Darcy?” “De música”, dije. Lady Catherine se nos unió en el pianoforte. “Miss Bennet no tocaría mal, si practicara más, y pudiera tener la ventaja de un maestro en Londres”, declaró mi tía. “Tiene una buena noción de la música, aunque su gusto no es como el de Anne. Anne habría sido una ejecutora deleitante, si su salud se lo hubiera permitido”. Apenas la escuché. Estaba observando a Elizabeth. Ella enfrentaba los comentarios de mi tía con cortesía remarcable, y ante el pedido del coronel Fi william y mío, se mantuvo en el instrumento hasta que el carruaje estuvo listo para que el grupo se retirara a su casa. Pensé que había superado mi admiración por ella. Pensé que la había olvidado. Pero estaba equivocado.
Lunes 14 de abril
Estaba dando un paseo por los parques esta mañana cuando mis pasos inconscientemente me llevaron a la parroquia. Encontrándome afuera no pude, educadamente, pasar de largo, y llamé para presentar mis respetos. Para mi horror, allí encontré a Elizabeth sola. Ella parecía tan sorprendida como yo, pero no estaba, pienso, molesta. ¿Por qué estarlo? D ebe ser satisfactorio para ella pensar que me ha cautivado. Me ofreció asiento, y no tuve otra opción más que sentarme. “Lamento la intrusión”, dije, sintiendo la incomodidad de la situación, y queriendo asegurarme que ella supiera que no había sido a propósito. “Tenía entendido que todas las damas estaban en casa”. “Mrs Collins y María se fueron de compras al pueblo”, respondió. “Ah”. “¿Lady Catherine está bien?” dijo al fin. “Sí, se lo agradezco. Está bien”. Silencio. “¿Y Miss de Bourgh? ¿Ella se encuentra bien también?” “Sí, gracias. Lo está”. Otro silencio. “¡Cuán repentinamente se fueron Ustedes de Netherfield en noviembre último, Mr Darcy!” comenzó luego. “D ebe haber sido una sorpresa agradable para Mr Bingley verlos tan pronto; porque, si no recuerdo mal, se había ido sólo el día anterior. ¿Él y sus hermanas se encontraban bien, supongo, cuando dejó Londres?” “Perfectamente, gracias”. “Tengo entendido que Mr Bingley no tiene ideas de regresar a Netherfield de nuevo”. “Nunca lo oí mencionarlo, pero es probable que pase muy poco tiempo allí en el futuro. Tiene muchos amigos, y está en una época de la vida en la que los amigos y los compromisos continuamente aumentan”.
“S i tiene pensado ir tan poco a Netherfield, sería mejor para el vecindario que dejara el lugar por completo, para darle la posibilidad a una familia para que se establezca allí. Pero tal vez Mr Bingley no tomó la casa tanto para conveniencia del vecindarios como para la suya propia, y debemos esperar que la mantenga o la deje en base a los mismos principios”. No me agradaba el tema, pero contesté con suficiente cortesía. “No me sorprendería que lo dejara, tan pronto como aparezca una oferta razonable”. D ebería haberme ido de la parroquia entonces. Lo sabía. Y aún así no pude irme. Hay algo en la forma de su cara que invita a mis ajos a seguirla, y algo en su la caída de su cabello que me hace querer tocarlo. Ella no decía nada, y una vez más estuvimos en silencio. No podía decir lo que estaba pensando, y aún así me encontré con que no podía irme. “Parece ser una casa muy confortable”, dije. “Sí, así es”. “D ebe ser agradable para Mrs Collins estar establecida a una distancia tan corta de su familia y amigos”. “¿Una distancia corta ha dicho?” preguntó sorprendida. “S on cerca de cincuenta millas (80 km)”. “¿Y qué son cincuenta millas con una ruta en buen estado? Poco más de medio día de viaje”. “Nunca hubiera considerado la distancia como una de las ventajas de la unión”, protestó Elizabeth. “Eso prueba su propio apego al condado de Hertford. Todo lo que se encuentre más allá del vecindario de Longbourn, supongo, le parece lejano”, dije. “No quise decir que una mujer no pueda establecerse lejos de su familia”. Ah. Ella sabe lo ruin de sus relaciones y no se apenaría de alejarse de ellos. Cuando se case, podría dejarlos atrás. “Pero estoy persuadida de que mi amiga no diría que se encuentra cerca de su familia a menos que se encuentre a la mitad de la presente distancia”, continuó. “Usted no tiene derecho a sentirse tan apegada a su lugar”, dije, acercando mi silla un poco mientras hablaba, porque sentía un deseo creciente de estar cerca de ella. “Usted no siempre debió estar en Longbourn”. Ella miró sorprendida, y yo me detuve. Casi me dejo llevar por mi admiración y la tentación diciendo que ella no tendría objeción de vivir en Pemberley, pero había ido muy rápido y estoy agradecido por ello. S u mirada de sorpresa me salvó de entrar en un curso de acción del que seguramente me arrepentiría. Alejé mi silla, y tomando un periódico, miré por encima. “¿Le gusta a Usted Kent?” pregunté, con suficiente frialdad como para derribar cualquier esperanza que ella pudiera haberse formado por mis modales previos. “Es muy placentero”, dijo, mirándome con perplejidad. Entramos en una discusión sobre sus atracciones, hasta que fuimos salvados de necesitar más conversación por el regreso de Mrs Collins y María. Estuvieron sorprendidas de verme allí, pero expliqué mi error y me quedé sólo unos minutos más, luego regresé a Rosings.
Martes 15 de abril
Elizabeth me ha embrujado. Estoy en mucho más peligro aquí que en el condado de Hertford. Allá, tenía a su familia constantemente enfrente mío, recordándome cuán imposible sería una unión entre nosotros. Aquí, sólo está ella. S u viveza, su alegría, su buen humor, todo me tienta a abandonar mi auto-resistencia y declararme; pero no debo hacerlo. Tengo que considerar otras cosas aparte de mí. Tengo a mi hermana. Exponer a Georgiana a la vulgaridad de Mrs Bennet sería un acto de crueldad que mi devoción de hermano no puede permitir. Y presentarle a Georgiana, como hermanas, a Mary, Ki y y Lydia Bennet sería repulsivo. Tener la influencia de ellas, forzarla a estar en su compañía porque no podría ser de otra forma si Elizabeth fuera mi esposa- sería imperdonable. Peor – aún. Ella estaría forzada a oír de George Wickham. Quien es el favorito de las muchachas menores. No. No puedo hacerlo. No lo haré. D ebo, por lo tanto, tener cuidado de que no se me escape una palabra en compañía de Elizabeth. No debo dejarle saber lo que siento. Ella ya sospecha de mi inclinación estoy seguro. D e hecho, por su naturaleza vivaz ella me ha alentado, y sin duda estará esperando que le hable. S i se casara conmigo dejaría su esfera y se elevaría a la mía. S e uniría en matrimonio con un hombre de carácter superior y de mundo, y sería la señora de Pemberley. Un hombre de mi carácter y reputación, riqueza y posición, tentaría a cualquier mujer. Pero nunca podrá ser.
Jueves 17 de abril
No sé qué es lo que pasa conmigo. D ebería estar evitando a Elizabeth, pero todos los días cuando el coronel Fi william va a la parroquia, voy con él. No puedo negarme el placer de verla. Su cara no es hermosa pero me cautiva. He tenido la resolución suficiente como para no decir nada, por miedo a decir demasiado, pero mi silencio ha comenzado a ser notado. “¿Por qué te quedas callado cuando vamos a la parroquia?” preguntó el coronel Fitzwilliam cuando regresábamos hoy. “Tú no eres así, Darcy”. “No tenía nada para decir”. “¡Oh, vamos! Te he visto hablar con obispos y con labradores. S iempre puedes pensar en algo para decirles, por mucho que protestes que encuentras difícil conversar con extraños. Y aún así cuando vas a la parroquia, no abres la boca. Es de lo más grosero. Por lo menos podrías preguntar por las gallinas de Mrs Collins, y preguntarle a Mr Collins cómo le vienen los sermones, y si no puedes pensar en nada para decirle a las damas, siempre puedes hablar del clima”. “Intentaré hacerlo mejor la próxima vez”. Pero en cuanto lo dije, me di cuenta de que no debo ir a la parroquia de nuevo. S i hablo con Elizabeth, no se sabe adónde nos llevará. Ella me mira extraño a veces, y estoy seguro que está esperando que me declare. ¿Un casamiento entre nosotros sería realmente tan imposible? Me lo pregunto, pero siempre como respuesta, una imagen de su familia se eleva ante mí, y sé que lo sería. Así que estoy determinado a permaneces en silencio, porque por un momento de debilidad, lo lamentaré por el resto de mi vida.
Sábado 19 de abril
Me he mantenido fiel a mi propósito de no visitar la parroquia, pero mis buenas intenciones han sido interrumpidas por mi tendencia a caminar por el parque, y tres veces ya me he encontrado con Elizabeth. La primera vez fue casualidad; la segunda y tercera, no sé bien si lo fue o no. D e no hacer más que inclinar mi sombrero y preguntar por su salud en la primera ocasión, comencé a decir más, y esta mañana mis pensamientos me traicionaron hasta un grado alarmante. “¿Está Usted disfrutando su estancia en Hundsford, espero?” le pregunté cuando me la encontré. Fue una pregunta inocente. “Sí, así es, se lo agradezco”. “¿Ha encontrado a Mr y Mrs Collins en buen estado de salud?” “Sí”. “¿Y felices, confío?” “Eso creo”. “Rosings en una casa refinada”. “Lo es, aunque me resulta difícil encontrar algunos caminos. Me he perdido ya en una o dos ocasiones. Cuando intentaba encontrar la librería, fui por error al salón”. “No es de esperarse que encuentre Usted los caminos la primera vez. La próxima vez que visite Kent tendrá una oportunidad mejor de familiarizarse con la casa”. Ella pareció sorprendida ante esto, y me reprendí a mí mismo. Casi me traicionan mis sentimientos, ya que en esa oración incauta sugerí la idea de que la próxima vez que visite Kent ella se hospedaría en Rosings, y ¿cómo podría hacerlo a menos que sea mi esposa? Pero de hecho, se me hace cada vez más y más difícil ser prudente. D ebería irme de una vez, y alejarme del peligro. Pero si lo hago, habrá comentarios,por lo que debo aguantar un poco más. El coronel Fitzwilliam y yo nos iremos pronto, y yo estaré a salvo.
Martes 22 de abril Estoy en tormento. D espués de todas las promesas que me hice. D espués de todas mis resoluciones, éste – ¡éste! –es el resultado. No puedo creer los eventos de las últimas horas. Si sólo pudiera considerarlos efecto de una fiebre en mi mente, pero no hay dudas de que han sucedido. Le he ofrecido mi mano a Elizabeth Bennet. No debería haber ido a verla. No necesitaba hacerlo, únicamente porque no se unió a nosotros para el té. Tenía migraña. ¿Qué dama no sufre de migrañas? Al principio tomé mi té con mi tía y Mr y Mrs Collins, pero todo el tiempo mis pensamientos estaban con Elizabeth. ¿Estaba ella sufriendo? ¿Realmente se encontraba mal? ¿Podía hacer algo para ayudarla? Al final ya no pude contenerme más. Mientras los demás hablaban de la congregación, declaré que necesitaba aire fresco y expresé mi intención de dar un paseo. No sé bien si tenía idea o no de ir a la parroquia cuando dejé Rosings. Mi corazón me llevaba allí pero mi razón me urgía a regresar, y mientras tanto mis pies continuaron caminando hasta que me encontré afuera de la puerta de la parroquia. Al preguntar por Miss Bennet me llevaron al recibidor, donde ella me miró sorprendida cuando me vio entrar. Yo mismo estaba sorprendido. Comencé con suficiente racionalidad. Le pregunté por su salud, y respondió que no se encontraba tan mal. Me senté. Me levanté. Caminé por el cuarto. Al final no pude contenerme más. “En vano he luchado”. Las palabras estaban afuera antes de que pudiera detenerlas. “No lo haré más”, continué. “No puedo reprimir mis sentimientos. D ebe Usted permitirme que le diga cuán ardientemente la admiro y la amo”. Listo. Lo había dicho. El secreto que tanto había guardado había encontrado voz y había salido a la luz del día. Ella se asombró, se sonrojó, y mantuvo silencio. ¿Cómo no hacerlo? No había nada que pudiera decir. S ólo debía escuchar mi declaración y luego aceptarme. S abiendo que yo había caído bajo sus encantos, ella sabía muy bien que las puertas de Pemberley se abrirían para ella, y que toda la sociedad de mundo sería suya. “No pretendo ser ignorante de la naturaleza pobre de sus conexiones, de la inferioridad y carencia de nacimiento”, dije, sin poder creer que había permitido que mi amor por ella superara esos sentimientos naturales, llevado por emociones que eran imposibles de controlar. “Habiendo pasado muchas semanas en el condado de Hertford, sería tonto pretender que no es una degradación aliarme con una familia así, y sólo la fuerza de mi pasión ha permitido que deje de lado esos sentimientos”. Mientras hablaba, una imagen de los Bennets se levantó ante mis ojos, y me encontré hablando no tanto a Elizabeth si no a mí mismo, pensando en todas las ideas que me habían perseguido las últimas semanas y meses. “S u madre, con su vulgaridad y su lengua locuaz; su padre con su rechazo deliberado a controlar los excesos de sus hermanas menores. ¡Estar unido a esas muchachas!” dije, recordando a Mary Bennet cantando en la fiesta. “La mejor de ellas una muchacha aburrida, sin gusto ni sentido, y la peor de ellas una tonta, consentida y egoísta, que no encuentra nada mejor que hacer que correr detrás de los oficiales”, continué, recordando a Lydia y Kitty en el baile de Netherfield. “Un tío procurador y otro que vive en Cheapside”, seguí, mis sentimientos fluyendo como un torrente. “He sentido la imposibilidad de una unión todas estas semanas. Mi razón se revuelve contra ello,
más aún, toda mi naturaleza está en contra. S é que me estoy rebajando al hacer una oferta como ésta. Estoy repudiando tanto las conexiones de mi familia como el orgullo. Que yo posea estos sentimientos por alguien tan por debajo de mí es una debilidad que desprecio, y aún así no he podido superarlo. Me fui a Londres y me inmiscuí en negocios y placer, pero nada de eso quitó su recuerdo de mi mente”, dije, volviéndome a mirarla y dejando que mis ojos recorrieran su cara. “Mi devoción ha sobrepasado a todos mis argumentos razonados, ha sobrevivido a una larga separación, la cual, en lugar de aplacarla, la ha hecho más fuerte, y ha resistido mi determinación de superarla. No importa cuáles sean mis sentimientos más racionales, no lo negaré. Es tan fuete que estoy preparado para dejar de lado las faltas de su familia, la bajeza de sus conexiones y la pena que debo infligir a mis amigos y familiares, y pedirle que se case conmigo. S ólo espero que mi lucha sea ahora recompensada”, dije. “Libéreme de mi incertidumbre. Calme mi ansiedad. Dígame, Elizabeth, que será mi esposa”. Mi declaración había sido apasionada. Había hecho lo que nunca había hecho con otro ser humano; había abierto mi alma. Le había mostrado todos mis miedos y ansiedades, mis argumentos y mi lucha, y ahora esperaba por su respuesta. No podía tardar mucho en llegar. Ella había estado esperando mi declaración, expectante, estaba seguro de ello. Ella no podía haber sido inconsciente de mi atracción, y cualquier mujer se sentiría elogiada de haber ganado la mano de Fi william Darcy. S ólo quedaba para ella decir la palabra nos uniría y la cosa estaría sellada. Aún así, para mi confusión, la sonrisa que había esperado ver en su cara no apareció. Ella no dijo: “Me hace Usted mucho honor, Mr Darcy. Estoy halagada más aún gratificada por su declaración, y le agradezco por su condescendencia. La situación en la vida de mis parientes, sus vicios y locuras, no es de esperar que le traigan a Usted placer, y soy consciente del honor que Usted me hace al dejar de lado sus indecencias y pedirme que sea su esposa. Es por lo tanto con un humilde sentido de obligación que acepto su mano”. Ella no dijo ni siquiera un simple “Sí”. En lugar de ello, el color subió a sus mejillas, y en el más indignado tono posible, dijo: “En casos como éste, creo, es la costumbre expresar un sentido de obligación por los sentimientos expresados, aunque éstos no sean correspondidos. Es natural que sintiera obligación, y si pudiera sentir gratitud, se lo agradecería a Usted ahora. Pero no puedo. Nunca he deseado su buena opinión, y ciertamente Usted me la ha otorgado muy en contra de su voluntad. Lamento causarle pena a alguien. Ha sido de modo inconsciente, sin embargo, y espero que su duración sea corta. Los sentimientos que, Usted ha dicho, han prevenido por largo tiempo el reconocimiento de su aprecio, tendrán poca dificultad para sobreponerse luego de esta explicación”. La miré con incredulidad. ¡Ella me había rechazado! Nunca me imaginé que pudiera hacerlo. Ni una sola vez en todas esas noches cuando yacía despierto, diciéndome cuán imposible sería una unión entre nosotros, me había imaginado este desenlace. ¿Éste iba a ser el fin de mi lucha? ¿Ser rechazado? ¡Y de ésta manera! ¡Un Darcy! Que me respondiera como si fuera un cazador de fortunas o un pretendiente no deseable. Mi incredulidad rápidamente dio lugar al resentimiento. Tan resentido me sentí que no abrí mis labios hasta que creí que había controlado la emoción. “¡Y ésta es la respuesta que debo tener el honor de esperar!” dije al final. “Podría, tal vez, desear ser informado por qué, con tan poco esfuerzo de civilidad, soy
rechazado así. Pero es de poca importancia”. “Yo podría también preguntar”, contestó ella acaloradamente, “¿por qué con tan evidente deseo de insultarme, ha elegido Usted decirme que le gusto en contra de su voluntad, en contra de su razón e incluso en contra de su carácter? ¿No es ésa una excusa por ser incivil, si lo fui? Pero tengo otras provocaciones. Usted sabe que las tengo. S i mis sentimientos no estuviesen decididos en su contra, si hubieran sido indiferentes o incluso si hubieran sido favorables, ¿piensa Usted que alguna consideración en el mundo me tentaría a aceptar al hombre que fue el causante de arruinar, tal vez para siempre, la felicidad de mi más querida hermana?” S entí que cambiaba de color. Ella había oído de eso. Esperaba que no lo hubiese hecho. No es de esperar que la haga pensar bien de mí. Pero no tengo nada de lo que avergonzarme. Actué por el mejor interés de mi amigo. “Tengo todas las razones del mundo para pensar mal de Usted. Ningún motivo puede excusar la parte injusta y poco generosa que actuó allí”, continuó. Sentí que mi expresión se endurecía. ¿Injusto? ¿Poco generoso? Claro que no. “No se atreve Usted, no puede negar que ha sido el principal, si no el único responsable de separarlos uno de otro, exponiendo a uno a la censura del mundo por su capricho e inestabilidad, y a otra por la burla de sus esperanzas defraudadas, y envolviéndolos a ambos en una miseria del peor grado”. No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Capricho e inestabilidad? ¿Quién juzgaría a Bingley de caprichoso por irse a Londres cuando tenía negocios que atender? ¿Burla por sus esperanzas defraudadas? Miss Bennet no tenía esperanzas, a menos que hayan sido plantadas en su mente por su madre, quien no veía más allá de las cinco mil libras al año de Bingley. ¿Miseria del peor grado? S í, eso es lo que Bingley habría sufrido si hubiera expresado sus sentimientos. Se habría unido a una mujer muy inferior a él. “No tengo deseos de negar que hice todo en mi poder para separar a mi amigo de su hermana, o que me regocijo de mi éxito. Con él he sido más amable que conmigo mismo”. Elizabeth ignoró mi comentario y dijo, “Pero no es sólo en ese asunto en lo que se basa mi aversión. Mucho antes de eso mi opinión sobre Usted estaba decidida. S u carácter quedó al descubierto por lo que me dijo hace muchos meses Mr Wickham. En esta cuestión, ¿qué tiene Usted que decir? ¿En qué acto imaginario de amistad puede Usted defenderse aquí? ¿O bajo qué malinterpretación puede Usted imponerse ante los demás?” ¡Wickham! Ella no podía haber encontrado un nombre más apropiado para herirme, y al mismo tiempo, disgustarme. “Usted tiene un gran interés en lo que concierne a ese caballero”, repuse con agitación. Me arrepentí de esas palabras tan pronto como las dije. ¿Qué me importaba si ella mostraba interés en George Wickham? D espués de su rechazo a mi mano, nada sobre Elizabeth tenía derecho a interesarme nunca más. Y aún así la mortificación que sentía se intensificó, y sentí en mi pecho una nueva emoción, la más inesperada. Celos. ¡Encontré intolerable que ella prefiriera a George Wickham antes que a mí! Que ella no haya sido capaz de ver a través de su exterior sonriente hacia su corazón ennegrecido e indigno. “¿Quién que sepa cuáles han sido sus infortunios, puede evitar sentir interés en él?” “¡S us infortunios!” repetí. ¿Qué cuento le ha estado diciendo? Wickham, quien ha tenido
todo. Quien ha sido consentido y mimado en su niñez y, a pesar de ello, se ha vuelto el más inmoral y libertino de todos los jóvenes los que conozco. Mientras pensaba en el dinero que mi padre había gastado en él, las oportunidades que tuvo y la ayuda que yo mismo le di, no pude evitar que mis labios murmuraran. “S í, sus infortunios han sido grandes por cierto”. “Y por su culpa”, dijo ella amargamente. “Usted lo ha reducido a su presente estado de pobreza, pobreza comparativa. Usted le ha negado su beneficio, el cual Usted sabía que estaba destinado a él. Lo ha privado de los mejores años de su vida, de su independencia que es lo menos que le correspondía y merecía. ¡Usted ha hecho todo eso! Y aún así puede mencionar sus infortunios con desprecio e ironía”. “Y ésta”, protesté, mientras, incitado más de lo que aguantaba, comencé a ir y venir por la habitación, “¡es su opinión sobre mí! ¡Esta es la estima en la que me tiene! S e lo agradezco por explicarlo tan detalladamente. ¡Mis faltas, de acuerdo a sus cálculos, son en verdad graves! Pero tal vez esas ofensas podrían haber sido dejadas de lado, si su orgullo no hubiese sido herido por mi honesta confesión de los escrúpulos que por largo tiempo evitaron que me formulara cualquier propósito serio. Pero aborrezco todo tipo de máscara. No estoy avergonzado de los sentimientos que expresé. Eran naturales y justos. ¿Esperaría Usted que me regocije con la inferioridad de sus conexiones? ¿Que me congratule con esperar relacionarme con aquellos cuya condición en la vida está tan decididamente por debajo de la mía?” Ella se estaba enojando tanto como lo estaba yo, aún así controló su temperamento lo suficiente para responder. “S e equivoca Usted, Mr Darcy, si supone que el modo de su declaración me ha afectado de alguna otra manera, que la de evitar la compasión que habría sentido al rechazarlo, si se hubiera comportado de un modo más caballeroso”. S entí un shock intenso. ¿S i me hubiera comportado de un modo más caballeroso? ¿Cuándo he sido otra cosa que un caballero? “No podría Usted haber hecho la oferta de su mano en ningún modo posible que me tentara a aceptarlo”, dijo. Yo no podía creerlo. ¿Ella nunca habría aceptado mi mano? ¿Nunca aceptaría una conexión con la familia Darcy? ¿Nunca aceptaría todos los beneficios que le otorgaría el ser mi esposa? Era una locura. Y culparme, no sólo por mis modales, ¡si no por mi persona! La miré con abierta incredulidad. ¡Yo, quien he sido presentado en salones elegantes a lo ancho y largo de la tierra! Pero ella no había terminado. “Desde el mismo principio, casi desde el primer momento en que lo conocí debo decir, sus modales que me convencieron totalmente de su arrogancia, su desprecio y su desdén egoísta por los sentimientos de los demás, fueron las bases de la desaprobación que los eventos posteriores cimentaron un desagrado firme; y no lo había conocido ni un mes antes de sentir que era Usted el último hombre en la tierra con el que me sentiría tentada de casarme”. S entí que la incredulidad daba paso a la ira, y la ira a la humillación. Mi mortificación era ahora completa. “Ha dicho Usted lo suficiente, madam”, le dije secamente. “Comprendo perfectamente sus sentimientos, y sólo me resta avergonzarme de lo que han sido los míos. D iscúlpeme por haber tomado tanto de su tiempo” –y para probarle que era, incluso
ahora después de tantos insultos, un caballero, agregué –“y acepte mis mejores deseos de salud y felicidad”. Luego, habiendo lanzado mi última expresión de orgullo, dejé el cuarto. Regresé a Rosings, caminando ciegamente, viendo sólo a Elizabeth. Elizabeth diciéndome que había arruinado la felicidad de su hermana. Elizabeth diciéndome que había arruinado las esperanzas de George Wickham. Elizabeth diciéndome que no me había comportado como un caballero. Elizabeth, Elizabeth, Elizabeth. No dije ni una palabra en la cena. No dije nada, no oí nada, no degusté nada, sólo pensé en ella. Lo intenté todo lo que pude, pero no pude sacar sus acusaciones de mi mente. El peso de haber arruinado la felicidad de su hermana podía tener algún mérito, aunque yo actué de buena fe. La acusación de arruinar las esperanzas de Wickham estaba en otro orden. Impugnaba mi honor, y no podía dejarlo así. “¿Un juego de billar, Darcy?” preguntó el coronel Fitzwilliam, cuando Lady Catherine y Anne se retiraron por la noche. “No. Gracias. Tengo una carta que escribir”. Me miró con curiosidad pero no dijo nada. Me retiré a mi cuarto y tomé mi pluma. Tenía que exonerarme. Tenía que responder a su acusación. Tenía que mostrarle que estaba equivocada. ¿Pero cómo? Querida Miss Bennet Tache las líneas tan pronto las escribí. Ella no era mi querida Miss Bennet. No tenía derecho a llamarla querida. Arrugué el trozo de papel y lo arrojé lejos. Miss Bennet El nombre conjuraba la imagen de su hermana. No estaba bien. Arrojé la segunda hoja de papel. Miss Elizabeth Bennet No. Lo intenté de nuevo. Madam, Usted me ha acusado de Ella no lo leerá. No se alarme, Madam, al recibir esta carta, por la aprensión de que contenga una repetición de los sentimientos, una renovación de la oferta que tanto disgusto le provocó anoche. Mejor. Le escribo sin ninguna intención de apenarla, ni humillarme repitiendo deseos que, para bien de ambos, no pueden ser olvidados tan pronto. S í. La manera era formal pero, me enorgullecí, no rígida. Le aliviaría la preocupación inmediata y la persuadiría de seguir leyendo. ¿Pero qué escribir a continuación? ¿Cómo poner en palabras lo que tenía que decir? D ejé la pluma y caminé hacia la ventana. Miré hacia el parque mientras organizaba mis pensamientos. La noche era calma. No había nubes, y la luna podía verse brillante en el cielo. Bajo la misma luna, en la parroquia, estaba Elizabeth. ¿Qué estaba pensando ella? ¿Estaba pensando en mí? ¿En mi propuesta? ¿En mis faltas? ¡Mis faltas! No tengo faltas. Regresé al escritorio y leí lo que había escrito. Tomé mi pluma y continué. Las palabras fluían fácilmente.
Dos ofensas de naturaleza muy diferente, y de ningún modo de igual magnitud, puso Usted a mi cargo anoche. La primera mencionada fue que, sin tener en cuenta los sentimientos de ambos, separé a Mr Bingley de su hermana; y la otra, es que yo, desconociendo distintos derechos, repudiando el honor y la humanidad, arruiné la prosperidad inmediata y perjudiqué el bienestar de Mr Wickham. ¡Perjudicar el bienestar de ese sinvergüenza! Yo le he dado todo beneficio, y él me pagó buscando arruinar a mi hermana. Pero el primer cargo debe ser respondido primero. Pensé de nuevo en el otoño, cuando llegamos al condado de Hertford. Fue sólo unos meses atrás, y aún así parecía una vida. No había pasado mucho en el condado de Hertford, antes de ver, al igual que otros, que Bingley prefería a su hermana mayor a cualquier otra joven en el campo. Observé el comportamiento de mi amigo atentamente; y pude percibir que su parcialidad hacia Miss Bennet fue mayor de la que nunca había visto en él. Hasta aquí ninguna falsedad. Lo había hecho con disgusto, había visto una parcialidad en Bingley, y no mentí. A su hermana también la observé. Su mirada y maneras eran abiertas, encantadoras y atractivas como siempre, pero sin ningún síntoma de afecto particular, y de mi observación esa noche quedé convencido de que, aunque ella recibía sus atenciones con placer, no respondía con igual participación de sentimientos. Si Usted no está equivocada en esto, entonces yo estuve en un error. Su conocimiento superior de su hermana hace esto último lo más probable. Si así fuera, si estuve en un error y con eso le infringí pena, su resentimiento es con razón… Estaba caritativo, reconociendo los sentimientos de Elizabeth, y su natural defensa a favor de su hermana, pero también debía ser caritativo conmigo mismo. … la falta de conexiones no sería tan grande y perjudicial para mi amigo como para mí. Pero había otras causas de repugnancia. Dudé. Ya había expresado antes estos sentimientos, en persona. Las palabras de Elizabeth volvieron a mí. “S i se hubiera comportado de un modo más caballeroso”. ¿Era poco caballeroso enumerarle las fallas de su familia? Mi ira se agitó. No, sólo era la verdad. Y yo diría la verdad. Yo ya la había disgustado. No tenía nada que perder. Estas causas deben ser mencionadas, aunque brevemente. La situación de la familia de su madre, aunque objetable, no era nada en comparación con la total falta de propiedad tan frecuentemente, tan uniformemente demostrada por ella misma, por sus tres hermanas menores, y ocasionalmente incluso por su padre. Perdóneme. Me apena ofenderla. ¿Poco caballeroso? Pensé, mientras escribía las palabras. Le había rogado perdón. ¿Qué podría ser más caballeroso que eso? … espero que la consuele el considerar que, al haberse conducido de forma de no compartir la misma censura, es de más valor su comportamiento y el de su hermana mayor, ambas honorables con sentido y disposición. No sólo caballero si no generoso, pensé, complacido. Bingley dejó Netherfield y partió a Londres, al día siguiente, como estoy seguro que recordará, con la idea de regresar pronto. Me detuve un momento. Aquí mi conciencia me perturbó. Me había comportado de una manera indigna. Me había incomodado en ese momento, porque el engaño me es repugnante, y aún así lo había hecho. La parte en la cual actué será explicada ahora. Me detuve nuevamente. Pero debía escribir la carta, y la noche estaba entrada.
La preocupación de sus hermanas había alcanzado niveles similares a la mía; pronto descubrimos nuestra coincidencia de sentimientos y, conscientes de que no había que perder tiempo en desapegar a su hermano, rápidamente decidimos unirnos a él directamente en Londres. Una vez allí rápidamente me encargué de exponerle a mi amigo los errores de su elección. Se los describí en detalle y con precisión. Sin embargo su reparo pudo haber sido escaso o retrasar su determinación, y supongo que finalmente no hubiera evitado el matrimonio, si no hubiera sido secundado por la seguridad, que no dudé en darle, de la indiferencia de su hermana. Él había creído hasta ese momento que ella regresaba su afecto con sinceridad, si no igual intensidad. Pero Bingley tiene una gran modestia natural, con una fuerte dependencia hacia mi juicio más que hacia el suyo. Por lo tanto, convencerlo de que se había engañado no fue difícil. Persuadirlo de no regresar al condado de Hertford, una vez convencido, fue cuestión de un momento. No puedo culparme por haber hecho todo esto. No, de hecho no puedo. Lo había salvado de un destino del cual no me había salvado yo mismo, y aún así no se sentía bien. Había actuado mal. D ebía confesarlo. Mi honor me lo demandaba. Hay una parte de mi conducta en todo este asunto, en la cual no reflexiono con satisfacción; es que, acepté tomar medidas para ocultarle que su hermana se encontraba en la ciudad. Yo lo sabía por medio de Miss Bingley; pero su hermano aún hoy lo ignora. Tal vez ellos se hubiesen encontrado sin consecuencias, es probable; pero su afecto no me parecía lo suficientemente extinguido como para verla sin algún riesgo. Tal vez este ocultamiento, este engaño sea indigno de mí; está hecho sin embargo, y fue hecho para bien. Sobre este asunto no tengo nada más que decir, ninguna otra disculpa que ofrecer. Si herí los sentimientos de su hermana, fue hecho sin voluntad: y aunque los motivos que me llevaron a ello naturalmente pueden parecerle a Usted insuficientes, yo aún no he podido condenarlos. Había escrito la parte fácil de la carta. La parte difícil aún estaba por llegar. ¿Tenía derecho de ir más allá? Los incidentes que debía relatar no sólo me involucraban a mí, concernían a mi hermana, mi querida Georgiana. S i alguna vez se hiciesen públicos… pero me encontré con que no temía tal cosa. Elizabeth no hablaría de ello con nadie, ciertamente no si yo pedía su silencio, y ella tenía que saber. ¿Pero debía saber todo? ¿Tenía que saber de la debilidad de mi hermana? Luchaba conmigo mismo. Regresé una vez más a la ventana. Miré la luna saliendo sobre el cielo despejado. S i ella no supiera de la debilidad de mi hermana, no podría saber de la perfidia de Wickham, reflexioné, y fue para decirle eso que comencé la carta. Podía pretender que fue para responder la acusación de ser la causa de la infelicidad de su hermana, pero en mi corazón sabía que fue porque debía exonerarme de toda culpa acerca de mi conducta hacia George Wickham. No podía soportar la idea de que él fuera su favorito, o la idea de que me valore como nada a su lado. Regresé a mi carta. Con respecto a la otra acusación, más grave, de haber injuriado a Mr Wickham, sólo puedo refutarla exponiéndole toda la historia de su conexión con mi familia. Ignoro de qué me ha acusado en particular; pero en cuanto a la verdad de cuanto voy a relatarle, puedo citar a más de un testigo de indudable veracidad. “El coronel Fitzwilliam responderá por mí”, dije por lo bajo. ¿Pero cómo relatar la historia? ¿Cómo explicar los incidentes de la vida de Wickham en una historia coherente? ¿Y cómo escribirlos de manera tal que mi animosidad no tiñera cada palabra? Porque quería ser justo, incluso con él.
Pensé. Al final continué escribiendo. Mr Wickham es el hijo de un hombre muy respetable, quien condujo por muchos años los asuntos de todas las dependencias de Pemberley, y cuya buena conducta en el cumplimiento y su confianza naturalmente inclinó a mi padre a ayudarlo, y a George Wickham, quien era su ahijado, su generosidad fue por lo tanto libremente otorgada. Mi padre lo mantuvo en el colegio y posteriormente en Cambridge. Esperando que la Iglesia fuera su profesión, tuvo la intención de proveerlo. En cuanto a mí mismo, hace mucho, muchos años que comencé a pensar de él en una forma muy diferente. La propensión a los vicios, la carencia de principios, la cual escondía cuidadosamente de su mejor amigo, no pudo escapar a la observación de un joven de casi su misma edad. Aquí debo apenarla nuevamente… ¿Cuán profundos son sus sentimientos? me pregunté. Apreté el papel con mi pluma y manché la página. S in embargo, no le preste atención a la mancha. Estaba escrita con tantas tachaduras y añadidos, que sabía que debía reescribirla antes de llevársela a Elizabeth. …hasta un grado que sólo Usted puede decir. Pero cualesquiera que sean los sentimientos que Mr. Wickham haya creado, la sospecha de su naturaleza no me prevendrá de descubrir su carácter real. Incluso le agrega otro motivo. El motivo de mantenerla a salvo, querida Elizabeth. Me encontré pensando en lo que podría haber sido. S i ella me hubiera aceptado, yo estaría durmiendo tranquilamente, con la expectativa de pasar una mañana felizmente en su compañía. Como sucedieron las cosas, yo era incapaz de dormir, y estaba escribiendo a la luz de una vela y el reflejo de la luna que entraba por la ventana. Tomé mi pluma, diciéndole cómo mi padre, en su testamento, había deseado que le diera a Wickham un beneficio razonable, que Wickham había decidido que no quería entrar en la Iglesia y que había pedido dinero a cambio. Agregó que tenía la intención de estudiar leyes, y que yo debía saber que los intereses de mil libras serían muy insuficientes para sostenerlo. Yo deseaba, más que creerle, que fuera sincero, pero, en cualquier caso, estaba perfectamente de acuerdo con su propuesta. Yo sabía que Mr Wickham no debía ser clérigo; el asunto quedó entonces arreglado, él renunció a todo derecho sobre su beneficio en la Iglesia, aunque estuviera alguna vez en posición de recibirlo, y aceptó en compensación tres mil libras. Toda conexión entre nosotros parecía disuelta. Yo pensaba muy mal de él para invitarlo a Pemberley, o admitir su presencia en la ciudad. Racionalmente escrito. Ella no podría tener objeciones a tal moderación, aunque haya tenido que escribirlo cinco veces para llegar a ese resultado. Durante cerca de tres años oí poco de él; pero a la muerte del poseedor del beneficio que había sido designado a él, me pidió nuevamente por carta su presentación. Sus circunstancias, me aseguró, y no tuve dificultad en creerle, eran extremadamente malas. Usted difícilmente me culpará por rechazar su pedido, o por resistir cada repetición del mismo. Su resentimiento estuvo en proporción con la magnitud de sus circunstancias, y sin duda fue tan violento en hablar de mí a otros como lo fue en sus reproches a mí mismo. Después de ello toda apariencia de relación terminó. Cómo vivía lo ignoro. Pero el último verano lamentablemente intervino de nuevo en mi vida. S i. El último verano. Me fui hacia el costado del cuarto. Había llevado la licorera conmigo, y una copa. Me serví un whisky y me lo bebí. El fuego había sido encendido en la chimenea, pero hacía mucho se había apagado, y necesitaba el whisky para calentarme. No quería escribir la siguiente parte de la carta pero debía hacerlo.
I ntenté dejarlo de lado, pero el reloj en el mantel estaba corriendo y sabía que debía terminar lo que había comenzado. D ebía, sin embargo, pedirle que guardara el secreto. Ella lo haría, no tenía duda. Ella tenía una hermana a la que amaba. Entonces entendería el amor y el afecto que siento por la mía. Le conté sobre el encuentro de Georgiana con Wickham en Ramsgate, y de la manera que él jugó con sus afectos, persuadiéndola de aceptar una fuga. El principal objetivo de Mr Wickham era sin duda la fortuna de mi hermana, que es de treinta mil libras; pero no puedo evitar suponer que el deseo de vengarse de mí haya sido un gran aliciente. Su venganza de hecho hubiera sido completa. Me eché hacia atrás, cansado. Tenía que terminarla. Ahora todo lo que restaba era desearle bien. Este, Madam, es un fiel relato de los eventos que nos conciernen; y si Usted no lo rechaza totalmente como falso, me librará, espero, de su acusación de crueldad hacia Mr Wickham. Ignoro de qué manera, con cuáles falsedades se ha impuesto ante Usted; pero su éxito no es cuestión que merezca considerar. Ignorante como era Usted de los eventos que nos conciernen a ambos, detectarlos no estaba en su poder, y sospecharlos ciertamente no era su inclinación. Usted posiblemente se preguntará por qué no le dije todo esto anoche. Pero yo entonces no era lo suficientemente dueño de mí mismo como para saber qué podía o debía revelarle. De la veracidad de lo que le relaté, puedo apelar más particularmente al testimonio del coronel Fi william; y por la posibilidad de consultarle, intentaré encontrar la oportunidad de entregar esta carta en sus manos en el transcurso de la mañana. Sólo agregaré, que Dios la bendiga. Fitzwilliam Darcy. Estaba hecho. Miré el reloj. Eran las dos y media. Tenía que pasar la carta en una copia fiel, una que ella pudiera leer, pero estaba cansado. D ecidí acostarme. Me desvestí lentamente y me fui a la cama.
Miércoles 23 de abril
Esta mañana me desperté con el amanecer. Me dormí de nuevo, hasta que mi valet me despertó, me vestí rápido, e hice la copia fiel de mi carta. Fui al cuarto del coronel Fitzwilliam. Estaba en su bata de dormir cuando llegué, y su valet estaba por bañarlo. “Necesito hablar contigo”, le dije. “¿A esta hora?” preguntó, riendo. “Necesito tu ayuda”. Su mirada cambió. Le dijo a su valet que se retirara. “La tienes”, dijo. “Necesito que hagas algo por mí”. “Dilo”. “Necesito que sirvas de testigo de los eventos que se relatan en esta carta”. Me miró sorprendido. “Contiene detalles de lo ocurrido entre Wickham y mi hermana”. Palideció. “No creo que debas divulgarlo a nadie”. “Los eventos han hecho imperativo que lo haga”. En breves términos le dije lo que había pasado; que le había hecho una propuesta a Elizabeth y que me había rechazado. “¿Rechazado?”, me interrumpió en ese punto. “Por D ios, ¿qué puedes haberle dicho para hacer que te rechazara?” “Nada. Sólo le dije lo que cualquier hombre sensible hubiera dicho”, respondí. “Le dije de la lucha que tuve en dejar de lado la inferioridad de sus conexiones, el comportamiento cuestionable de su familia, la bajeza de su situación en la vida-” “¿S ólo lo que cualquier hombre sensible hubiera dicho?” preguntó sorprendido. “Darcy, tú no eres así. No puedes haber manejado tan mal el asunto. ¿I nsultar a una mujer y luego esperar que se case contigo?” Me sorprendió su reacción. “No dije más que la verdad”.
“S i todos dijéramos la verdad la infelicidad reinaría en el mundo, y particularmente en estas ocasiones. Algunas cosas es mejor que no se digan”. “Aborrezco la mentira”, dije. “¡Y yo aborrezco la estupidez!” respondió, entre divertido y exasperado. Entonces se puso serio. “Pero hacerle una oferta a Miss Bennet… confieso que me tomaste por sorpresa. No tenía idea que tus sentimientos estuvieran comprometidos”. “Tuve cuidado de no mostrarlos. No quería que nadie supiera. Pensé que los había superado”. “¿Pero eran demasiado fuertes para ti?” Asentí, y aunque no lo admitiría a nadie más que a mí mismo, aún estaban ahí. No importa. Los superaría. No tenía alternativa. “¿Serás mi testigo? ¿Estarás disponible para ella, si lo desea?” le pregunté. “¿Estás seguro que no se lo dirá a nadie?” “Estoy seguro”. “Muy bien. Entonces, así, lo haré”. “Gracias. Ahora debo dejarte. Espero dejar esta carta en sus manos esta mañana. Ella camina por el parque después del desayuno. Espero encontrarla allí”. Lo dejé con su valet y me fui al parque. No tuve que esperar mucho. Vi a Elizabeth y caminé hacia ella. Ella dudó, y creo que se hubiera vuelto si hubiera podido, pero sabía que la había visto, y fui hacia ella rápidamente. “Estuve caminando por el parque esperando encontrarla. ¿Me hará el honor de leer esta carta?” La coloqué en sus manos. Y luego, antes de que pudiera devolvermela, le hice una reverencia y me fui. D e mis sentimientos mientras regresaba a Rosings no diré nada. Casi ni sé cuáles eran. La imaginé leyendo la carta. ¿Me creerá? ¿Pensará mejor de mí? ¿O la descartará como una mentira? No tenía forma de saber. Mi visita a mi tía está llegando a su fin. Me iré mañana con mi primo. No podía irme sin saludar a los de la parroquia, pero tenía miedo de la visita. ¿Cómo me miraría Elizabeth? ¿Qué diría ella? ¿Que diría yo? El azar quiso que Elizabeth no estuviera allí. D ije lo apropiado a Mr y Mrs Collins y luego me fui. El coronel Fi william volvió después, quedándose por una hora para que Elizabeth pudiera hablar con él si lo deseaba, pero ella no regresó. S ólo puedo esperar que haya aceptado que le dije la verdad, y que sus sentimientos hacia mí sean ahora menos hostiles. Pero cualquier otro tipo de sentimientos… esas esperanzas están perdidas.
Jueves 24 de abril
Estoy en Londres de nuevo. D espués de los sucesos acontecidos en Rosings encuentro que aquí, al menos, las cosas están igual. Georgiana ha aprendido una nueva sonata y tejió un monedero. También ha hecho un muy buen dibujo de Mrs Annesley. Pero aunque Londres no ha cambiado, yo sí. Ya no soy feliz aquí. Mi casa parece solitaria. Nunca había notado cuán grande es, o cuán vacía está. Si las cosas hubieran sido diferentes… pero no lo fueron. Tengo mucho que hacer, y pronto estaré demasiado ocupado como para pensar en el pasado. Durante estos días tengo negocios que atender, y por las noches pienso asistir a cada fiesta, a cada baile o a cualquier reunión a los que sea invitado. No permitiré que los sucesos de la última semana me desalienten. He sido un tonto, pero ya no lo seré. Estoy determinado a olvidar a Elizabeth.
Viernes 25 de abril
“¡Mr Darcy! ¡Qué bueno que haya venido a nuestra pequeña reunión!” dijo Lady S usan Wigham cuando entré en su casa esta tarde. Es confortable estar de vuelta en el mundo de elegancia y buen gusto, sin gente vulgar que me mortifique. El salón de baile estaba repleto de gente refinada, muchos de los cuales conozco de toda mi vida. “Permítame presentarle a mi sobrina, Cordelia. Ella ha venido a visitarme desde el campo. Es una muchacha encantadora, y una consumada bailarina”. Me presentó a Miss Farham, una bella rubia de unos diecinueve o veinte años. “¿Le gustaría bailar, Miss Farham?” pregunté. Ella se sonrojó delicadamente y murmuró: “Gracias, sí”. Mientras la conducía a la pista, mis pensamientos me llevaron al baile de Netherfield, pero rápidamente los controlé y me obligue a pensar en Miss Farham. “¿Hace mucho que está en la ciudad?” le pregunté. “No, no hace mucho”, dijo. Al menos, creo que es lo que dijo. Tiene el hábito de murmurar, lo cual hace difícil oírla. “¿Está Usted disfrutando de su estancia?” “Sí, gracias”. Se mantuvo en silencio. “¿Ha hecho algo de interés?” pregunté. “No, en realidad no”. “¿Ha ido al teatro, tal vez?” “Sí”. No dijo nada más. “¿Qué obra vio?”, insistí. “No recuerdo”. “¿Fue a algún museo, tal vez?” pregunté, pensando que el cambio de tema podía alentar su conversación
“No lo sé. ¿El museo es un edificio grande con columnas afuera? S i es así, estuve allí. No me gustó. Era frío y con corrientes de aire”. “¿Tal vez prefiera Usted leer libros a visitar museos?” le pregunté. “No especialmente”, murmuró. “Los libros son muy difíciles, ¿verdad? Hay tantas palabras en ellos”. “Es una de sus faltas innegables”. Elizabeth se hubiera reído ante esto, pero no había humor en la voz de Miss Farham cuando murmuró: “Exactamente eso pienso”. Continuamos en silencio, pero dándome cuenta que mis pensamientos me estaban llevando de nuevo a Elizabeth, me decidí a insistir. “¿Quizás le gusta dibujar?” le pregunté. “No especialmente”, dijo. “¿Hay algo que le guste hacer?” pregunté, oyendo una nota de exasperación en mi voz. Ella me miró más animada. “Oh, sí, de hecho lo hay, me gusta jugar con mis gatitos. Tengo tres, Mancha, Parche y Raya. Mancha tiene una mancha negra, por lo demás es completamente blanco. Parche tiene un parche blanco en su espalda, y Raya…” “Déjeme adivinar. ¿Tiene una raya?” “Cómo, ¿Usted lo ha visto?” preguntó sorprendida. “No”. “D ebe haberlo hecho, si no ¿cómo podría saberlo?”, dijo, mirando alrededor. “Pienso que mi tía debe habérselo enseñado cuando yo no estaba”. Ella siguió hablando de sus gatitos hasta que terminó el baile. No permití que mi falta de éxito con mi primera compañera quebrantara mi resolución de disfrutar, y bailé todos los bailes. Volví a casa complacido de no haber pensado en Elizabeth más de dos o tres veces en toda la tarde. ¿Ella pensará en mí? ¿Pensará, tal vez, en mi carta? Me satisface que me haya creído cuando hablé de Wickham, porque no consultó a mi primo, Pero ¿entendió por qué le hablé así cuando le ofrecí mi mano? D ebe haberlo hecho. No puede ser inconsciente acerca de su baja posición en la vida, y al reflexionar ella sin duda se dio cuenta que no fue poco caballeroso de mi parte hablarle de esa forma. D ebe haber comprendido que tenía razón en hacerlo. ¿Y respecto a sus sentimientos sobre la forma en que actué con los afectos de su hermana?Ella verá ahora, espero, que actué de buena fe. No puede dejar de entender, o reconocer, que lo que hice estuvo bien. En cuanto a George Wickham, ella sabe ahora la clase de sinvergüenza que es. ¿Pero aún tiene sentimientos hacia él? ¿Aún prefiere su compañía a la mía? ¿S e estará riendo con él en estos momentos, en la casa de su tía? ¿Piensa ella que es mejor hablar con un hombre que tiene la apariencia de un caballero, a con uno que realmente lo es? Si ella se casara con él… No debo pensar en eso. Si lo hago, me volveré loco.
-MAYO-
,
Miércoles 7 de mayo
Me encontré con Bingley en el baile de Lady J essop esta tarde. Ha estado en el norte visitando a su familia, y ahora ha regresado a la ciudad. “Darcy! No esperaba encontrarte aquí”. “Ni yo a ti”. “¿Cómo pasaste tu estancia con tu tía?” “Bastante bien”, repliqué. “Tú disfrutaste en el norte?” “Si”, dijo, pero había poco ánimo en su voz. Había hecho mal en separarlo de Miss Bennet?, me pregunté. No ha encontrado un nuevo romance desde el suyo, y aunque bailó toda la tarde, nunca pidió a una joven más de un baile. Mi propia noche no fue más placentera. Fui solicitado por Mrs Pargeter casi tan pronto como llegué. “Darcy! Dónde se ha estado escondiendo? D ebe Usted venir al campo a vernos. Y a semental. Margaret se lo mostrará. Margaret!”, la llamó. Margaret se unió a nosotros. Recordé el comentario que Caroline Bingley hizo el año pasado, que Miss Pargeter pasaba tanto tiempo con los caballos que había comenzado a parecerse a uno. “D ebería de estar pensando en ponerse a cazar pronto, Darcy”, dijo Mrs Pargeter. “Margaret tiene líneas limpias. Excelente pedigrí. Y buena educación para la crianza.” Margaret me miró con interés. “Alguna demencia en su familia?” me preguntó. “Ninguna de la que yo sepa”. “Alguna enfermedad?” “Mi prima tiene constitución débil”, respondí. “Ella es. Anne de Bourgh. Olvidé eso”, dijo su madre. “Mejor seguir buscando, Margaret.” D espués de eso parecía absurdo solicitarle a Margaret un baile. Bailé con varias jóvenes quienes eran lo suficientemente entretenidas, pero como Bingley, no pedí a ninguna dos veces.
Jueves 15 de mayo
Bingley cenó con Georgiana y conmigo esta tarde. He abandonado todo pensamiento de alentar una unión entre ellos. Ella se vuelve más encantadora cada día, pero estoy persuadido de que sus temperamentos no combinarían. Además hay otros impedimentos para la unión. Bingley estuvo distraído la mayor parte de la tarde. Podrá ser que aún no haya olvidado a Miss Bennet? Qué le dije a Elizabeth, con respecto a su hermana? No puedo recordarlo. Me esfuerzo por recordar las palabras. Fui arrogante? Rudo? Poco caballeroso? No, seguramente no eso. Y aun así declarar que su hermana no era una esposa digna de Bingley… estoy empezando a pensar que estaba equivocado. No hay nada en contra de ella. Tiene una bondad de carácter y una dulzura de disposición que se complementan con las de él. Pero sus parientes… no, no habría funcionado. Y aún así yo estaba preparado para superarlo en mi propio caso. S e lo había admitido a Elizabeth. Si, y ella me había criticado duramente por ello. Me saqué de mis pensamientos. “Georgiana y yo estamos preparando un picnic para el próximo mes, Bingley”, dije. “Eso suena muy placentero”. “Estarás aún en la ciudad?” “Si”. “Entonces debes venir”. “Si, Mr Bingley, eso sería muy placentero”, dijo mi hermana tímidamente. “Estaré encantado. Caroline y Louisa estarán en la cuidad también, y Mr Hurst”. Traté de ocultar mi falta de entusiasmo, y dije: “Debes de traerlos contigo”.
-JUNIO-
Sábado 7 de junio
Tuvimos buen tiempo para nuestro picnic. Fuimos al campo, y comimos bajo las grandes ramas de un roble antiguo. Georgiana estuvo muy callada al principio, pero recibió a sus invitados con cortesía y creciente facilidad. D espués del almuerzo, estuve complacido de ver a Caroline ir a hablar con Georgiana, mi hermana estando en ese momento sola. Fui hacia ellas y felicité a Georgiana por su éxito. “Me alegra que te haya complacido”, dijo. “Le estaba diciendo a Georgiana lo bien que se ve”, dijo Caroline. “Usted, también, se ve bien, Mr Darcy. El tiempo más cálido le sienta bien”. Por alguna razón sus cumplidos me irritaron. Sólo dije: “Nos sienta bien a todos”. “Georgiana me estuvo diciendo que Usted visitó Rosings para Pascuas. Miss Eliza Benne fue una del grupo, escuché”. “Si, lo fue”. “Y cómo estaban sus hermosos ojos?” preguntó Caroline. “Estaban tan brillantes como siempre”. Ella sonrió, pero la respuesta no pareció complacerla. “Tengo entendido que hubo algunos pequeños inconvenientes hacia el final de su estancia”. Ella no pudo haber oído nada de Georgiana, pero me pregunté si el Coronel Fi william había dicho algo indiscreto. No satisfice su curiosidad. “No. Nada de eso”. Después de un momento comenzó de nuevo. “Pasé por Longbourn recientemente”. No dije nada, pero captó mi interés. “Eso fue por lo que pensé que habían habido algunos pequeños inconvenientes”, dijo. Ah. Entonces no fue mi primo. Pensé que no podía haber sido. “Almorcé en la posada, y los sirvientes estaban chismoteando, como los sirvientes lo hacen. Mr Collins le había escrito a Mr y Mrs Bennet. Les dijo de su sorpresa de verlo a Usted en Rosings, y su carta decía algo acerca de que Miss Eliza Bennet se había enfermado”.
t
“No pudo haberse sorprendido de mi visita. Frecuentemente visito Rosings. Y por el malestar de Miss Elizabeth Bennet, no recuerdo nada más que una jaqueca”, dije. “Llamaron al doctor?”
Su sonrisa se borró un poco. “No, creo que no”. “No debe haber sido nada de importancia entonces”, observé. , Ella lo intentó de nuevo. “Escuché que George Wickham está comprometido…” S entí palidecer con el sonido del nombre, y palidecer aun más al saber que estaba comprometido. No podía estar comprometido con Elizabeth. Seguramente, después de todo lo que le había dicho, ella no aceptaría su mano en matrimonio. No después de haber rechazado la mía. A menos que ella no me haya creído. “… con una heredera”, continuó Caroline. Sentí que mi color regresaba. S i él estaba comprometido con una heredera, entonces mi miedo de que estuviera comprometido con Elizabeth era infundado. S entí el alivio atravesarme. Pero mi alivio fue de corta duración. "Pero su familia se la llevó lejos de él”, dijo Caroline. “Me pregunto por qué?” Esperaba que yo hablara. Ella sabe solamente que Wickham se portó mal conmigo, y estaba esperando que le dijera más, pero no lo hice. Me sentí mal por mi hermana, quien estaba temblando incómodamente a mi lado. Tener que recordar a Wickham fue de lo más desafortunado. “Miss Howard no tiene con quien hablar”, le dije a Georgiana. “Creo que debes ir y preguntarle cómo está”. Georgiana se retiró agradecida. “Es una muchacha tan hermosa”, dijo Caroline, mirándola irse. “Y tan elegante. Tiene la misma edad que Miss Lydia Bennet, y aun así son tan diferentes. Lydia va a ir a Brighton escuché”, agregó Caroline sarcásticamente. “Está determinada a perseguir a los oficiales, y si son enviados a Francia, ella probablemente se subirá en el primer barco”. D eseaba que ella no hablara de los Bennet, pero no podía detenerla sin parecer particularmente afectado por ese tema. No me gustaba escuchar las críticas hacia Miss Lydia Bennet, sin importar que tan justificada fuera su censura. Criticar a alguien nunca está bien. Mientras pensaba esto, me sentí cada vez más intranquilo. Había criticado a Lydia de una manera atroz, y en frente de su hermana. No era de asombrar que a Elizabeth no le hubiera gustado escucharlo. Me había felicitado en ese momento por mi honestidad, pero empezaba a estar de acuerdo con mi primo, en que algunas cosas, no importa que tan verdaderas sean, es mejor no decirlas.
“Su padre sin duda piensa que el aire de mar le hará bien a la familia”, comenté. Pero Caroline no se iba a quedar callada. “S u padre no la llevará. No le gusta tomarse ningún problema en lo que concierne a su familia”. “La ha dejado ir a Brighton bajo el cuidado de su madre?” pregunté, antes de poder detenerme. “Lydia no irá con su madre. Irá sola, en compañía del Coronel y Mrs Forster”. No podía creer que aún Mr Bennet pudiera ser tan negligente como para dejar que una muchacha del temperamento de Lydia vaya a un lugar de esparcimiento sin su familia. Ella seguramente los deshonraría, y por lo tanto deshonraría a Elizabeth. Mi pobre Elizabeth!Cómo lo lamento por ella, y como me fastidia la injusticia de la situación. S u nombre podría ser marcado por una hermana sobre quien no tenía ningún control. Y aun así, injusto como era, no la había yo marcado las faltas de su familia, y no le había dicho yo que ella no merecía mi atención porque sus hermanas se portaban mal? Me cuesta creer que haya sido tan poco generoso, pero sé que ese fue el caso. Qué fue lo que ella me dijo? Qué fui poco caballeroso? Qué bien merecido el comentario. S i hubiera ido a decirle que no deseaba verla de nuevo, habría tenido alguna excusa para dejarle ver en qué baja estima la tenía, pero decirle que no era mi igual, decirle que me estaría rebajando al conectarme con ella, y luego tener la audacia de pedirle su mano! Y pedírselo de tal forma, con toda la expectativa de ser aceptado! No puedo creer que yo, quien siempre me enorgullecí de mi justicia y buen juicio, pueda haber actuado tan mal. Para distraer a Caroline de seguir discutiendo sobre los Bennet, le pregunté sobre su hermano. Me dijo de sus asuntos en el Norte, y me dijo lo complacidos que estaban de ser invitados a Pemberley de nuevo para el verano. Observé a Bingley mientras hablábamos de temas generales, atento en ver si prefería a cualquier joven dama en sus atenciones. D e nuevo, no lo hizo. Habló con cada joven presente, reía y estaba alegre, pero aun así había algo en sus maneras que lo hacían reservado, como si escondiera una parte de sí mismo. “Su hermano tiene algún romance en el Norte?” le pregunté a Caroline. “No. Nadie ha captado su interés” “No piensa Usted que aún tiene sentimientos por Miss Bennet?” “Para nada” respondió decididamente. Pienso que está equivocada. Estoy resuelto a observarlo para estar seguro, pero una vez que esté convencido, pienso hablar con él y decirle que estaba equivocado acerca de que J ane era indiferente. Debo reparar el daño que he hecho.
Lunes 23 de junio
Le regalé a Georgiana un nuevo parasol esta mañana, y estuve complacido al ver cuánta alegria le dió. El color está comenzando a regresar a su rostro. Mientras pensaba esto, no pude evitar que mis pensamientos fueran a Elizabeth. S u rostro siempre era saludable. Le gustaba estar fuera de casa, y siempre estaba caminando, lo que hacía que sus ojos y su rostro estuvieran más brillantes. ¿Dónde está ella ahora? ¿Está en Longbourn? ¿Piensa en mí? ¿Me desprecia, o me ha perdonado?
Miércoles 25 de junio
Ahora estoy convencido de que Bingley aún está enamorado de J ane Bennet. Lo he observado por más de seis semanas, y sé que se acerca el momento de decirle lo que he hecho. Tener el derecho de decirle con quien debería o no debería casarse fue un acto de arrogancia, y emplear el arte de ocultar para conseguirlo fue una impertinencia de la peor clase. “Pareces pensativo, Darcy” dijo el Coronel Fi william, viniendo a mi lado. “Bingley ha hecho algo que te preocupe?” “No. Soy yo quien hizo algo que lo angustia” “Oh?” “Creo que te hablé una vez de un amigo a quien había salvado de un matrimonio desastroso. Estoy empezando a pensar que fue una interferencia equivocada”. “Me pareció que habías hecho algo a su servicio”. “Y yo también lo creía, en su momento, pero ha perdido interés en las jóvenes desde entonces”. “Ese joven era Bingley, ¿no es así?” Lo admití. “Es joven. Encontrará a alguien más”. “No estoy seguro. Es ese momento pensé que actuaba con distinción, pero todo distinto ahora. Fue una interferencia” “Entonces están en armonía con Miss Bennet!” “¿Miss Bennet?” pregunté. “S í. Miss Elizabeth Bennet. Ella también opinó que fue una interferencia. Oh, no temas” dijo, al ver mi expresión. “No le dí particulares, solo que tu habías salvado a Bingley de una unión desastrosa. No mencioné el nombre de la dama, de hecho, no lo conocía. No necesitas temer que pueda conocer a la familia” No dije nada. D e hecho, estaba muy horrorizado para hablar. Entonces Elizabeth había oído de mi intervención, y lo había oído de una forma congratulatoria, donde mi primo, en toda su inocencia, le dijo lo útil había sido. Ya no me pregunto por qué estaba tan enojada conmigo en la parroquia. Ahora sólo me pregunto por qué no estaba aún más enojada. Empecé a ver claramente por qué me había rechazado. Y a ver que, por mi propio orgullo, arrogancia y estupidez, he perdido a la mujer que amo.
-JULIO-
Viernes 4 de julio
No estoy seguro de cómo actuar. S i le digo a Bingley que Miss Bennet lo favorece, podría hacer más mal que bien. Ahora han pasado más de dos meses desde que hablé con Elizabeth del asunto, y es posible que en este tiempo, J ane haya encontrado a otro hombre a quien amar. He decidido que no le diré de los sentimientos de Miss Bennet, pero lo alentaré a regresar a Netherfield después de su visita a Pemberley. S i ella tiene algún sentimiento por él, pronto lo descubrirá. Cuando Elizabeth me culpó por la infelicidad de su hermana, yo pensé que era un cargo menor que el de culparme por los infortunios de Wickham, pero he comenzado a pensar que no era así. Ahora sé algo de lo que J ane ha sufrido, habiendo sentido el dolor del rechazo yo mismo. S i le he causado a ella tener que sentir el vacío que yo he sentido en los últimos dos meses, entonces verdaderamente lo lamento.
Lunes 7 de julio
“Qué silenciosos estamos ahora que Mr Bingley y sus hermanas se han ido a visitar a su primo”, dijo Mrs Annesley mientras nos sentábamos juntos después de la cena esta tarde. “Los estaremos viendo de nuevo dentro de poco” dijo Georgiana, mientras se sentaba cerca de la ventana con su costura. “Van a venir a Pemberley con nosotros”. “Estoy ansiosa por ver Pemberley”, dijo Mrs Annesley. “Tengo entendido que es una estancia muy hermosa” Con esta gentil oración persuadió a mi hermana de hablarle sobre ello, y pensé cuán afortunado había sido al encontrarla. Le ha ayudado a Georgiana a crecer en confianza, y nosotros la guiaremos para que sea una mujer segura y feliz.
Martes 8 de julio
Regresé a Pemberley hoy, ya que quería darle a Mrs Reynolds la noticia de mi próxima visita, y dejarle saber cuántos invitados estaría trayendo. Podría haberle escrito, pero nuestra conversación de anoche me llenó de ganas de volver a ver mi casa. Mientras volvía por el pabellón y cabalgaba por el parque, no pude evitar pensar: “Aquí pude haber traído a Elizabeth”. Cabalgué por el bosque, siguiendo el sendero que subía hasta la cima. D etuve a mi caballo y dejé que mi mirada se posara sobre la casa de Pemberley, a lo lejos del valle. Mi mirada recorrió toda la casa, sus piedras suaves brillando a la luz del sol; la corriente del arroyo frente a ellas; y las montañas boscosas por detrás. D e todo esto Elizabeth pudo haber sido dueña. Pero ella había rechazado mi mano. No había permitido que ninguna consideración de posición o riqueza la influenciara, y la honro por eso. No conozco a ninguna otra mujer que hubiese actuado de esa manera. S entí de nuevo toda la pena y la miseria de haberla perdido. Continué, bajando la colina y cruzando el puente antes de llegar a la puerta. Mientras desmontaba, y me detenía frente a la casa, me di cuenta de cuánto la hubiera valorado como mi esposa; como su viveza de espíritu hubiera suavizado el mío, y su falta de orgullo impropio hubiera moderado el mío. Fui adentro. Encontré la casa bien cuidada, y Mrs Reynolds estaba complacida de saber que estaría visitando el lugar con un grupo de amigos en Agosto. “Será bueno ver a Miss Georgiana de nuevo, Señor”. “Ella está ansiosa por estar aquí. Extraña Pemberley”. S i Elizabeth hubiera aceptado mi mano, Georgiana estaría viviendo aquí de nuevo, no sola, sino con su familia. Ella y Elizabeth hubieran sido hermanas… pero no debo torturarme. Fuí a cabalgar por la finca con J onhnson, y vi las reparaciones que le había encargado. Él rinde bien a la propiedad, y estoy complacido de tenerlo. Cuando regresé a la casa, Mrs Reynolds había hecho un plan para la disposición de las habitaciones, dejándoles a Bingley y a sus hermanas sus sitios usuales. Ellos se quedarán conmigo cuando regrese. También había hecho una selección de menús. Le di mi aprobación, y pasé la tarde discutiendo con ella algunos cambios que me gustaría ver en el ala este, antes de retirarme a la cama.
Viernes 18 de julio
RegresĂŠ a la ciudad, y pienso terminar todos mis negocios antes de pasar el resto del verano en Pemberley.
Sábado 19 de julio
Estaba sorprendido de ver a Bingley hoy, cuando cabalgaba por el parque. “Pensé que estarías visitando a tu primo”, le dije. “Estaba, pero tuve que volver una semana antes. Tenías razón acerca de mí, ya ves, no tengo constancia” Agradecí la oportunidad que ese comentario me ofrecía. “Pensé que, en otros asuntos, tal vez la tenías”, aventuré. “Oh?” No dijo más, pero pude ver hacia dónde iban sus pensamientos. “Te dije que visité Rosings estas Pascuas?” pregunté. “Fui a quedarme con mi tía, Lady Catherine de Bourgh”. “S í, creo haber oído algo de eso”, dijo Bingley sin interés. “Espero que Lady Catherine esté bien?” “S i, gracias. Estaba bien de salud y espíritu. Tenía visitas quedándose con ella, un grupo de Longbourn”. Cambió de color ante ésto. “Longbourn? No sabía eso. Qué estaban haciendo en Kent?” preguntó, mientras entrábamos en el parque. “Estaban visitando la rectoría. Tal vez te acuerdes de Mr Collins, un joven pesado quien era el rector de la parroquia de mi tía?” “No, no lo recuerdo”. “S e estuvo quedando en Longbourn antes de Navidad. Asistió al baile en Netherfield, con los Bennet”. “Ah, ahora recuerdo. Había un rumor de que iba a casarse con Elizabeth Bennet”. “No fue nada más que un rumor”. Gracias a Dios, pensé. “Sin embargo él encontró una esposa, y se casó con Charlotte Lucas”. “La encantadora hija de Sir William?” preguntó Bingley, volviéndose hacia mí. “Sí”
“Una buena unión”, dijo, complacido. “S é que ella quería su propia casa. Estoy feliz por ella. Estaba feliz cuando la viste?” “S í. Tenía razones para estarlo. S u familia la estaba visitando. S u padre y su hermana se estaban quedando con ella. S ir William se quedó sólo una semana, pero su hermana María se quedó más tiempo”. Hice una pausa. “Tenía otra visita, Miss Elizabeth Bennet”. S e sobresaltó, pero sólo dijo: “S í, creo que eran amigas”. D espués de un momento dijo: “Ella estaba bien?” “Lo estaba”. “Me gustaba mucho Miss Elizabeth Bennet. Era una muchacha con viveza como la que cualquiera quisiera conocer. Y sus padres, estaban bien?” “Sí, creo que sí”. “Y sus… hermanas?” preguntó, ignorando mi conscientemente mi mirada. “Estaban bien, aunque creo que Miss Bennet no estaba de buen espíritu”. “No?” preguntó, entre la esperanza y la preocupación. “No”, dije firmemente. “Tal vez extrañaba a su hermana. Era muy unida con ella, y no querría estar separada de ella”. “Ella había estado triste antes de que su hermana se fuera”. “Extrañaba a Caroline, entonces. Se conectaron mucho cuando estuvimos en Netherfield, y se hicieron amigas”. “Tal vez. Pero no es lo habitual que una joven esté triste sólo porque su amiga se fue”. “No”. Dudó, luego dijo: “Qué piensas, Darcy? Debería dejar Netherfield?” “Es lo que deseas hacer?” “No estoy decidido. Es una hermosa casa, y un hermoso campo, y la compañía tan buena – aunque, tal vez, no a la que estás acostumbrado”, dijo con un dejo de ansiedad. “Tal vez no, pero había varias personas quienes hacían el vecindario muy placentero”. “Es cierto. Sir William ha sido presentado en St James’s”. “No estaba pensando en Sir William.” Aunque quería ser de ayuda a mi amigo, no pude evitar que la imagen de Elizabeth se impusiera ante mis ojos. “Podría tal vez ir por unas pocas semanas hacia el final del verano. Qué dices de esa idea?” preguntó. “Creo que es excelente” “Entonces creo que iré después de mi visita a Pemberley” No dije nada más. No deseo darle demasiada esperanza, por si J ane ha superado su dolor y se ha interesado en algún joven del vecindario. Pero si él vuelve al vecindario, entonces en poco de tiempo verán si están hechos para estar juntos, y esta vez, no seré tan impertinente como para interferir.
-AGOSTO-
Domingo 3 de agosto
Bingley y sus hermanas se nos unieron a georgiana y a mi justo después del desayuno, y partimos rumbo a Pemberley. Para empezar, Caroline habló de su visita a su primo, pero después la conversación se volvió en una ola de halagos. —¿Qué hermoso coche tiene usted, Mr Darcy? — ella dijo, mientras transitábamos por las calles. —Charles no tiene ninguno como éste. Le sigo diciendo que debería comprar algo de este estilo. —Mi querida Caroline, si comprará todo lo que quisieras, estaría en bancarrota al final del año — dijo Bingley. —Tonterías. Todo caballero debe tener su carroza, o usted qué opina, ¿Mr Darcy? — preguntó. —Es ciertamente muy útil— admití. —¡Darcy! ¡Confiaba en ti para estar de mi lado! Estaba seguro que lo calificarías como una extravagancia. —Si esperas viajar mucho, entonces es más barato que alquilar un coche. —Ahí lo tienes—dijo Caroline, dirigiéndome una sonrisa—Mr Darcy está de acuerdo conmigo. Que afable es cuando dos personas piensan igual. D ebes de tener respaldos en justamente este color, Charles—dijo, volteando hacia los asientos. —Me aseguraré de que sean de un color totalmente diferente—respondió—de otra forma, no sobria si es mi coche o el de Darcy. —Que cómodo es— dijo Caroline —No es así, ¿Georgiana? — pregunto, recurriendo a mi hermana. —Si, lo es—dijo Georgiana. —Y tan bien moldeado. Charles, debes de asegurarte que tu coche tenga estos mismos resortes. —Si lo hado, el coche de Darcy será muy incomodo sin ellos. —Y tendrás que mandar construir un escritorio para escribir en el coche. —Me disgusta escribir cartas cuando estoy quieto, y no tengo ninguna intención de hacerlo mientras soy sacudido por cada raíz y hoyo. —Pero tus compañeros de viaje podrían disfrutarlo. ¿Qué dices georgiana? ¿No sería útil?— Si— mi hermana aventuró.
—Ahí lo tienes, Charles. Georgiana piensa que sería útil, y no solo para escribir, tenlo por seguro. También sería útil para dibujar. ¿Cómo está tu progreso con el dibujo? — le preguntó a Georgiana. —Bien, le agradezco —Mi hermana me dio un dibujo de Hyde Park la semana pasada— dije. —¿Estaba bien hecho? — preguntó Caroline. —Estaba muy bien hecho— dije con una cálida sonrisa. —Recuerdo mis propios días de escuela. ¡Como me encantaba dibujar! D ebe dejarme ver ese trabajo, Georgiana. —Lo dejé en Londres— respondió mi hermana. —No importa. Lo veré la próxima vez que nos encontremos. Viajamos en paz y sin problemas y nos detuvimos para pasar la noche en el Black Bull. Era una respetable hostería. La comida era buena y los cuartos cómodos. Le había dicho a mi criado que me despertará temprano. Tenía algunas cartas que escribir antes de que siguiéramos nuestro viaje.
Martes 5 de Agosto
No puedo creerlo. He visto a Elizabeth. Apenas y sé que estoy escribiendo. Fue tan extraño. Estábamos de camino a Pemberley, Bingley, sus hermanas, Mr. Hurst, Georgiana y yo cuando nos detuvimos para la merienda en una posada. El día era caluroso y las damas estaban cansadas. No deseaban viajar más lejos, y de hecho, le había dicho a mi ama de llaves que no llegaríamos sino hasta mañana. Pero estaba inquieto. D ecidí adelantarme, deseando ver a J ohnson y poner algunos asuntos del cuidado de la propiedad fuera del camino antes de que mis invitados llegaran. Cabalgué a Pemberley. Era una tarde hermosa, y disfruté del paseo. Estaba saliendo de los establos, y caminando hacia el frente de la casa cuando me detuve en corto. Me pregunté si estaba alucinando. El día era caliente, y dudaba si me había afectado el sol. Pues estaba enfrente de mí una figura que conocía bien. Era Elizabeth. Estaba caminando por el prado hacia el rio, en la compañía de dos personas a quienes no conocía. En ese momento ella volteó para ver hacia atrás. Me vio. Me quede plantado en el suelo. Estábamos a veinte yardas de cada uno. No había forma de evitarla, aunque lo hubiera deseado. Nuestros ojos se encontraron y la vi sonrojarse. Sentí mi propio rostro ponerse rojo. En fin, me recuperé. Caminé hacia el grupo. Ella había instintivamente volteado hacia otro lado, pero deteniéndose con mi cercanía, recibió mis saludos con gran azoramiento. Lo sentía por ella, y lo habría hecho más fácil para ella si hubiera podido. Mientras le hablaba no podía evitar preguntarme qué estaba haciendo ahí. ¡Estar en Pemberley! Parecía tan extraño, pero al mismo tiempo tan correcto. —¿Espero que este bien? — pregunté. —Si, gracias— respondió, ruborizándose, e incapaz de verme a los ojos. —¿Y su familia? Tan pronto como lo dije, la vi ruborizarse aun más, y sentí un sonrojo en respuesta en mi rostro. No tenía ningún derecho de preguntar por su familia, habiéndolos criticado tan tajantemente en su cara, pero respondió educadamente. —Están bien, gracias. —¿Hace cuanto que dejó Longbourn? —Casi un mes. —¿Ha estado viajando? —Si. —¿Está disfrutando el viaje, espero? —Si. Repetí lo mismo tres veces, preguntándole si se había divertido, hasta que pensé que era mejor permanecer en silencio, pues no tenía nada sensato que decir. D espués de un momento me repuse y me despedí.
Encontrar a Elizabeth, aquí, ¡en Pemberley! Y encontrarla dispuesta a hablar conmigo. Había estado avergonzada, pero no me había ignorado. Había contestado cada pregunta que le hice con más educación de la que merecía.
¿Qué estaba pensado? Me pregunté. ¿Estaba complacida al haberme encontrado? , ¿Mortificada? ¿I ndiferente? No, no lo último. S e había sonrojado cuando me acerqué. Había estado enojada, tal vez, pero no indiferente. La idea me dio esperanzas. Entre a la casa, pero en lugar de dirigirme al cuarto del mayordomo, me vi yendo al salón. No había estado tranquila, al menos eso estaba claro, y no había hecho nada para ayudarla. Había estado envuelto en sorpresa, y en un montón de otras emociones a las que no me atrevo poner nombre, y había sido incoherente. Un caballero la habría calmado. Un caballero la habría hecho sentirse en casa. Un caballero le habría pedido que le presentara a sus compañeros. ¡Qué tan lejos de ser un caballero estaba yo! Decidí de pronto corregir mis errores. S aliendo a los jardines, le pregunté a uno de los jardineros en qué dirección se habían ido los visitantes, y fui en busca de ellos. Los vi abajo, cerca del río. Me fui acercando. Nunca se me había hecho una caminata más larga. ¿Estaría complacida de verme? Yo esperaba, por lo menos, que no estuviera disgustada. Me acerqué a ella. Ella empezó a hablar, con un poco mas de tranquilidad que en nuestro encuentro previo. —Mr Darcy. Usted tiene una hermosa propiedad aquí. La casa es encantadora, y los jardines son muy placenteros Parecía que iba a seguir, pero entonces se sonrojó. Creo que ambos pensamos lo mismo: la casa podría ser ahora suya, si hubiera aceptado mi mano. Para ayudarla en su apuro, dije —¿Me haría el honor de presentarme a sus amigos? Parecía sorprendida, y entonces sonrió. Había un rastro de travesura en su sonrisa, y me di cuenta de cuánto la había extrañado. —Mr Darcy, permítame presentarle a mi tía y mi tío, Mr y Mrs Gardiner— dijo. Entendí la razón de su traviesa sonrisa. Estos eran los parientes a quienes había criticado, y había estado equivocado al despreciarlos. Ellos no eran las bajas conexiones que me había temido. En realidad, antes de que me los presentara, los había tomado como gente elegante. —Estábamos regresando hacia la casa— dijo Mr Gardiner—La caminata ha cansado a mi esposa.
—Permítanme caminar con ustedes. Tomamos camino. —Tiene una hermosa propiedad aquí, Mr Darcy —Gracias. Creo que es una de las más hermosas en Inglaterra – pero mi juicio es parcial. Mr y Mrs Garginer se rieron. —Su criado nos ha estado mostrando las truchas en el rio— dijo Mr Gardiner. —¿Le gusta la pesca? —Si, cuando tengo la oportunidad. —Entonces debe de venir aquí tanto como usted desee. —Es muy amable de su parte, pero no he traído mi caña para pescar. —Hay suficientes aquí. Puede usarlas cuando venga— Me detuve—Ese es un buen trecho del río— dije, apuntando uno de los mejores tramos para pescar la trucha. Vi a Elizabeth y a su tía intercambiando miradas, y no pude evitar darme cuenta la mirada de asombro de Elizabeth. ¿Me creía incapaz de ser educado? Quizás. Había dado muy poca muestra de ello en Hertfordshire. No pude evitar mirarla, aunque hablara con su tío. S u rostro, sus ojos; su boca, todo me cautivaba. Pensé que se veía bien, y aunque parecía avergonzada, no vi ningún rastro de hostilidad en su expresión. D espués de un tiempo, Mrs. Gardiner tomo el brazo de su esposo, por lo que fui a caminar con Elizabeth. —No sabía que usted estaría aquí—dijo inmediatamente—Mi tía tenía el antojo de ver Pemberley. Vivía en el vecindario cuando era una niña. Pero nos habían dicho que no regresaría sino hasta mañana. Entonces había descubierto eso, y solo había venido bajo el conocimiento de que no me vería. Mi ánimo se hundió, pero se volvió a levantar al darme cuenta que el destino había jugado sus cartas a mi favor. S i no me hubiera decidido a atender los asuntos de mi propiedad, estaría con Georgiana en la posada, en lugar de aquí con Elizabeth. —Esa era mi intención, pero un asunto que tenía que arreglar con mi mayordomo me trajo aquí unas cuantas horas antes de mis acompañantes. S e me unirán mañana temprano, entre ellos hay algunos que usted conoce: Mr Bingley y sus hermanas. No pude evitar pensar en todo lo que había pasado en relación con Bingley, y supuse que sus pensamientos se dirigieron en la misma dirección. Me pregunté si debía decir algo; darle algún indicio de mi cambio de opinión en el tema; pero no sabía cómo empezar. En lugar de eso, dije—Me permitiría, o pido mucho, el presentarla a mi hermana durante su estancia en Lambton? —Me encantaría.
Había una calidez en su voz, y en la sonrisa que acompañaron esa expresión, que aliviómis temores. S eguimos caminando en silencio, pero más tranquilos que antes. El ambiente no estaba tan tenso, y había, si no una confianza entre nosotros, por lo menos no más azoramiento. Llegamos al carruaje. Si tío y su tía venían atrás, algo más retrasados. —¿Le gustaría entrar a la casa? ¿Le gustaría tomar un refrigerio? —No, gracias— respondió—Debo esperar a mi tía y a mi tío. Estaba decepcionado, pero no la presioné. Traté de pensar en algo que decir. Quería decirle lo equivocado que había estado. Ella, también, parecía que quería decir algo, pero qué era, no lo sabía. Al fin ella comenzó, pero solo para decir—Derbyshire en una región muy hermosa. —¿Ha visto mucho de ella? —Si. Hemos estado en Matlock y en Dove Dale. —Vale la pena verlas. Mi conversación era fútil. La suya era mejor. Había tanto que quedaba sin expresarse entre nosotros, pero no había tiempo. Quizás, en unos días, cuando nos conociéramos un poco mejor… S u tía y su tío se acercaron. Los invité a tomar algunos refrigerios, pero rechazaron la invitación. Ayude a las damas a subir al carruaje y se fueron. Los vi irse por el mayor tiempo posible, evitando que mi atención pareciera especial, y entonces caminé lentamente hacia la casa. No dije ninguna de las cosas que quería decir, pero saber que vería a Elizabeth otra vez me animaba. Estaba de mucho mejor humor del que había estado en mucho tiempo.
Miércoles 6 de Agosto
Me levanté de la cama muy temprano. No podía dormir. Busqué a Georgiana y por fin llegó, con Bingley y sus hermanas. Los recibí afectuosamente, y después, diciéndole a Georgiana que quería mostrarle un nuevo specimen de árbol en el jardín, la invité a dar un paseo. Ella fue conmigo enseguida. Cuando estábamos a alguna distancia de la casa, le dije—Georgiana, hay alguien a quien me gustaría que conocieras. Me miró inquisitivamente. —Cuando estaba en Hertfordshire el otoño pasado, conocí a una joven llamada Elizabeth Bennet. Me agrada mucho. Georgiana parecía sorprendida, y después complacida. —Está visitando D erbyshire, y se está quedando en una posada cerca de aquí. S i no estás muy cansada, me gustaría que la conocieras esta mañana. S abía que era algo repentino, pero ahora que había encontrado a Elizabeth, no podía esperar el presentársela a mi hermana. —No, no estoy muy cansada. Me gustaría conocerla. Regresamos a la casa. Caroline y Louisa estaban arriba, y Georgiana las siguió , prometiendo bajar cuando se hubiera refrescado las manos y la cara, y hubiera cambiado su vestido. Bingley estaba en la biblioteca. —Hay alguien quien se está quedando cerca de aquí, a quien creó te gustará ver. —¿Oh? —se giró. —Miss Elizabeth Bennet. Ha estado viajando con su tía y su tío. Por casualidad estaban visitando la casa ayer, justo cuando llegué. Prometí que los visitaría esta mañana. Voy a llevar a Georgiana conmigo, y pensé que te gustaría venir. Parecía sorprendido, pero dijo—Claro, Darcy. Me encantaría volver a verla— Dudó un momento y dijo—¿S erá mejor si no pregunto por su hermana? ¿O parecería eso muy inusual y descortes? —Creo que deberías preguntar por ella. S onrió, y yo estaba complacido por el rumbo que la situación había tomado. Viajamos a Lambton, con Bingley siguiéndonos a caballo. Esperaba que Elizabeth no hubiera salido. La vi en la ventana y me tranquilicé. Creo que había estado tan nervioso como Georgiana cuando regresó al salón y ordené que fuera traída la calesa, y como Georgiana cuando llegamos a la posada. Elizabeth parecía azorada, pero tan pronto como le presenté a Georgiana, ella recobró su compostura. Entre ambas parecía haber surgido un cariño real. Georgiana estaba cohibida al principio, pero Elizabeth persistió, haciéndole preguntas y guiándola gentilmente a que hablara. Georgiana cada vez era más abierta en su conversación, y poco después estaban sentadas juntas.
—No debe olvidar que prometió pescar en mi río— le dije a Mr Gardiner. Parecía sorprendido, como si pensara que ya habría cambiado de opinión, pero aceptó rápidamente. No pude evitar desviar mi mirada hacia Elizabeth, y creo que se hubiera mantenido ahí si no hubiéramos sido interrumpidos por Bingley. Afortunadamente sus hermanas no habían bajado durante el tiempo en que nos preparábamos para partir, o habríamos estado obligados a invitarlas a venir con nosotros. Los rasgos de Elizabeth se suavizaron al verlo. No consideraba su inconstancia como algo en contra suya, entonces. Estaba agradecido. Yo había sido la causa de ello, no él. S i no hubiera sido por su natural modestia, hubiera seguido su propio deseo en lugar de escucharme a mí. —Su familia está bien, ¿espero? — dijo. —Si, muy bien, gracias. —¿Su madre y su padre? —Están bien de salud.— —¿Y sus hermanas? —Si, están todas bien. —Perfecto— S e detuvo, tan avergonzado como yo había estado el día anterior—Ha pasado un largo tiempo desde la última vez que tuve el placer de verla—Ella abrió la boca para responder, pero él siguió—Han pasado alrededor de ocho meses. No nos hemos visto desde el 26 de Noviembre, cuando todos estábamos bailando juntos en Netherfield. Que tan lejano parecía. Y cuanto drama se había desarrollado desde entonces. —¿Cuándo planea regresar a Longbourn? — preguntó Bingley. —Pronto. En poco menos de una semana. —Estará encantada de ver a sus hermanas otra vez. Elizabeth sonrió. No podía ignorar la razón detrás de toda esta charla acerca de sus hermanas. —Si. —Y ellas de verla. —Estoy segura que lo estarán. —Estoy pensando en regresar a Netherfield yo mismo— dijo de modo indiferente. —¿Oh? Había escuchado el rumor de que deseaba dejarlo. —De ningún modo. Es la casa más placentera que he encontrado. —Y aun así, ha estado mucho tiempo lejos. —Tenía asuntos que atender— dijo—Pero ahora soy el dueño de mi destino. Los ojos de Elizabeth se toparon con los míos, y sonreímos. Estaba seguro de que ella sabía a lo que Bingley se refería cuando decía que ahora era el dueño de su destino. Me di cuenta de que su tía se giraba en nuestra dirección, pero no disfrace mi admiración por su sobrina. Que lo supiera. Me gustaría decírselo a todo el mundo. Estoy enamorado de Elizabeth Bennet.
Me estuve preocupando por ser agradable. No fue difícil. S implemente pretendía que había conocido a los Gardiner toda mi vida. Es increíble que fácil es ser abierto con los extraños cuando le encuentras la maña. Y la motivación, tenía que admitir. Antes no me hubiera tomado la molestia. Ahora, hacia un esfuerzo por ser agradable. Nos quedamos alrededor de media hora, pero no podía irme. Al fin me di cuenta que Mrs. Gardiner miraba continuamente el reloj, y sabía que debíamos retirarnos. —Espero que nos acompañen a cenar antes de que se vayan del vecindario— dije, mirando a Georgiana para que se me uniera en la invitación. Si, nos encantaría que nos pudieran acompañar— dijo tímidamente. Mire a Elizabeth, pero ella rehuyó mi mirada. No estaba preocupado. Había un rastro de incomodidad, pero no de hostilidad en su rostro, y espero que con el tiempo nos conoceremos mejor y esa incomodidad desaparecerá. —Estaríamos encantados— dijo Mrs. Gardiner. —¿Qué tal el día después de mañana? —El día después de mañana será. —Estaré esperándolo con ansias— dijo Elizabeth. S e topó con mi mirada mientras lo decía, y sonreí. Vi una sonrisa como respuesta elevarse en sus labios, y estuve satisfecho. —Yo también lo espero con ansias— dijo Bingley a Elizabeth—Tenemos mucho de qué hablar. Me gustaría escuchar sobre todos mis amigos en Hertfordshire. Nos retiramos, y regresamos a Pemberley. Georgiana se retiró a su cuarto para quitarse su bonete y su capa. Entré al salón con Bingley, y encontramos a Caroline y a Louisa ahí. —¿Han estado fuera? —preguntó Caroline. —Si, visitando a Miss Bennet— dijo Bingley. —¿Jane Bennet está aquí? — preguntó Caroline sorprendida. —Debía haber dicho, Miss Elizabeth Bennet Aún peor, decía la expresión de Caroline. Pero pronto la suprimió. —D ios mío, pero que coincidencia que ella resulte estar en D erbyshire justo cuando usted regresa, Mr Darcy —Si, es afortunado ¿no lo cree? — pregunté. Ella parecía querer decir algo sarcástico, pero reflexionó. —Me gustaría verla otra vez. Creo que le hare una visita. ¿Qué dices, Louisa? ¿Vendrías conmigo?
—No hay necesidad— dijo su hermano—Ella vendrá aquí. —¿Aquí? — Caroline sonaba horrorizada. —Darcy la invitó a comer. —Con su tía y su tío— agregué. —¿No el abogado de Meryton? — preguntó con un tono burlón. —No, el tío que vive en Cheapside— respondí, removiendo su aguijonazo Parecía molesta—¿Y él es muy vulgar? — preguntó. —Debe serlo. ¡Querida! Cheapside— dijo Louisa estremeciéndose. —De hecho es un hombre muy caballeroso, y su esposa una dama elegante. —¿Y vamos a conocer a estos dechados? — dijo Caroline—Que entretenido. La escuché con condescendencia mientras seguía hablando de la misma manera. Nada
que dijera podría perturbar mi felicidad. Pensé sólo en Elizabeth. No me había rechazado. No me había hablado con desagrado y desprecio. Había sido cortés, y agradable, y había algo en sus maneras que me hacían tener esperanzas de que no le era indiferente. Cuando pienso que una vez había dado por hecho que ella se casaría conmigo. Que no hubiera ni siquiera considerado la posibilidad de que me fuera a rechazar. Y ahora, aunque sentía la esperanza crecer en mí, tenía la precaución de que mis sentimientos podrían no ser devueltos. Pero no pensaré en algo tan lejano. La veré el día después de mañana. Eso es suficiente.
Jueves 7 de Agosto. Mr. Gardiner llegó temprano esta mañana y lo llevé colina abajo hacia el rio, junto con algunos de mis otros invitados. Tiene conocimientos de pesca, y le presté una caña de pescar para que pudiera probar su suerte en atrapar algo. Mis otros invitados habían traído las suyas. Estaba por unirme a ellos cuando un comentario de Mr. Gardiner me hizo cambiar de parecer. —Fue muy cortés por parte de su hermana el visitarnos ayer, Mr Darcy. Mi esposa y mi sobrina estaban muy sorprendidas por tal atención— dijo —Estaban decididas a devolverle dicha atención esta mañana. —Es muy amable de su parte— dije, cuando pude dominar mi sorpresa. —No quieren ser faltas de ninguna atención. —Espero que disfruten su pesca— les dije a los caballeros—S i me disculpan, debo volver a la casa. Mis invitados murmuraron despedidas, asumiendo que tenía algún asunto de negocios que atender, pero vi la mirada de comprensión en el rostro de Mr. Gardiner. Él lo sabía. No estaba sorprendido. No había tomado ninguna precaución en guardar mis sentimientos cuando visité a su sobrina. No pienso fingir una falta de interés. Regresé a la casa y entre al salón. Mis ojos fueron directamente a Elizabeth. S abía instantáneamente que ella pertenecía a este lugar. Mientras la miraba, visualice un futuro, un futuro en el que veía a Elizabeth y a mí viviendo en Pemberley. Lo deseaba más que cualquier cosa, y sólo puedo tener esperanzas que ella quiera lo mismo. —Miss Bennet, Mrs. Gardiner, es muy amable de su parte el devolver la visita a mi hermana tan pronto— dije. —Oh, sí, muy gentil— dijo Georgiana, ruborizándose—No lo esperaba. —No podíamos actuar de otra manera, después de su amabilidad en darnos la bienvenida —dijo Mrs. Gardiner a Georgiana. Georgiana se ruborizó nuevamente, pero solo tenía ojos para Elizabeth. S u mirada se encontró con la mía. D esvió la mirada, avergonzada, y aun así pensé ver una aceptación en sus ojos antes de que se girara. Caroline y Louisa estaban sentadas silenciosamente, sin hacer ninguna contribución a la conversación y dejando a Georgiana sola para realizar los deberes de una anfitriona. Mrs. Annesley la ayudó, diciendo a Elizabeth—Los jardines de Pemberley son muy hermosos, ¿creo que los vio hace unos días? —S i, disfrutamos mucho pasear por ellos —dijo Elizabeth—Los arboles son muy hermosos. Miró hacia la ventana, a algunos ejemplares.
—Esos árboles son castaños españoles— dijo Georgiana dulcemente, complacida de poder hacer una contribución a la conversación. —¿Han estado ahí mucho tiempo? — preguntó Elizabeth, girándose hacia ella, alentándola. —Oh, sí, son muy viejos. Georgiana se volvió hacia mí buscando mi probación y le sonreí. No tiene mucha experiencia recibiendo a invitados, y ninguna en recibir a personas que no conoce, pero se ha adaptado muy bien. Caroline evidentemente pensó que había permanecido en silencio suficiente tiempo. —D ígame, Mis Eliza, ¿los soldados no han sido movidos de Meryton? D ebe de ser una gran pérdida para su familia. Nunca la había escuchado hablar con tanto veneno. S us comentarios sarcásticos eran expresados con una pequeña sonrisa, pero hoy no había nada alegre en ellos, y me di cuenta por primera vez de lo venenosa que Caroline puede ser. Vi a Elizabeth angustiarse. Centenares de recuerdos llenaron mi mente. Mis propios comentarios poco generosos relacionados con sus hermanas menores; su rostro al acusarme de arruinar a Wickham; mi furiosa respuesta; y mi carta. Me sentí mal por ella, pero no necesitaba mi ayuda en repeler el ataque. D espués de un momento de angustia, respondió—S iempre es triste perder la compañía de gente inteligente y bien educada. Hay algunos que entran en un vecindario con la intención de burlarse de todo lo que ven, o con la intención de formar falsas amistades para pasar el rato, y no tienen ninguna consideración de sus sentimientos una de vez se han ido, de los que se quedaron. Pero fuimos afortunados con los oficiales. Eran corteses y bien educados. Nos procuraron placer cuando estuvieron con nosotros, y no dejaron más que recuerdos placenteros detrás suyo. Atrapé la mirada de Elizabeth y sonreí. Caroline fue silenciada, y mi hermana fue aliviada de la vergüenza que había experimentado cuando las palabras de Caroline le recordaron a George Wickham. Estaba liberado de un gran agobio. Por su conducta calmada creo que la admiración de Elizabeth hacia Wickham había terminado. La visita llego a su fin, pero no pude soportar el dejar a Elizabeth irse. —D ebe permitirme acompañarla al carruaje— le dije, mientras Mrs. Gardiner se levantaba para irse. —Gracias— respondió. Caminé con ellas, agradecido por la oportunidad que me daba de estar con Elizabeth. S u tía caminó un poco más adelante, para que pudiera hablar a solas con ella.
—Espero que haya disfrutado su mañana. —Sí, gracias, lo he hecho. —Espero verla otra vez aquí. Habíamos llegado al carruaje, y no podía decir más. Pero mis sentimientos estaban en mi mirada. Ella se sonrojó, y bajó su mirada, con confusión, espero. Hay aun algo de incomodidad entre nosotros, pero ya pasará, y entonces descubriré si sus sentimientos siguen siendo los mismos que en Pascua. Ayudé a subir al carruaje a Mrs. Gardiner. Después a Elizabeth, y el carruaje se fue. Nunca sospeché cuando llegué a Pemberley que encontraría tantas cosas de mi interés. Pronto tendría a una nueva señora, esperaba. Miré al otro lado de las amplias colinas e imaginé a mis hijos yendo colina abajo hacia el río a pescar. Miré hacia la casa y vi a mis hijas regresando de un paseo, sus faldas cubiertas de barro. S i estuviera seguro de que eso pasaría, sería muy afortunado, en verdad. Estaba poco dispuesto a regresar al salón, pero sabía que debía hacerlo. No podía dejar a Georgiana sola con Caroline y Louisa. No habían hecho nada para ayudarla durante la visita de Elizabeth, y en cambio no hicieron más que angustiarla. S i era posible invitar a Bingley a Pemberley sin sus hermanas, lo haría gustosamente. —Que mal se veía Miss Eliza Bennet esta mañana— dijo Caroline, tan pronto como entre a la habitación—S e ha puesto tan quemada y tosca. Louisa y yo acordábamos que no la hubiéramos reconocido. Estaba claro que los comentarios de Caroline estaban inspirados por los celos. Me había preguntado, en ocasiones, si ella se imaginaba como la siguiente Mrs Darcy, pero siempre lo negaba. Ahora estaba seguro de ello. Esta dispuesto a no dejar que sus comentarios de mala naturaleza arruinaran mi felicidad. —No vi nada diferente en ella, excepto que estaba algo bronceada, nada inusual al haber estado viajando en verano. —Por mi parte— prosiguió maliciosamente—debo confesar que nunca vi ninguna belleza en ella. Mientras seguía criticando la nariz, el mentón, la figura y los dientes de Elizabeth, me molestaba más y más, pero no dije nada, incluso cuando dijo—Y en cuanto a sus ojos, que algunas veces han sido llamados bellos, nunca pude percibir nada extraordinario en ellos. Me miró retadoramente, pero permanecí en silencio. —Recuerdo especialmente una noche, después de que ellos cenaran en Netherfield, usted dijo: —¡Ella una belleza!- Primero llamaría a su madre un genio. —S í— repliqué sin poder contenerme más tiempo—Pero eso fue cuando empecé a conocerla, porque hace ya muchos meses que la considero como una de las mujeres más bellas que he visto. Y entonces, salí de la habitación. La impertinencia de Caroline sobrepasa todo límite. S i no fuera la hermana de Bingley, le diría que se fuera. ¡I nsultar a Elizabeth enfrente mío! Ella debe de estar inundada por los celos. Pero no puede quitarme mi felicidad. Amo a Elizabeth. Ahora sólo falta ver si Elizabeth me ama.
Viernes 8 de Agosto. No pude dormir esa noche pensado, pero esta vez fue causado por felicidad. Creo que Elizabeth no siente aversión hacia mí. Con el tiempo, creo, puedo llegar a gustarle. Creo que fue el feliz destino quien la trajo a Derbyshire, y quien me incitó a adelantarme al resto de mi grupo, para encontrarla. En Londres, traté de olvidarla, pero era imposible. Ahora, debo tratar de ganarla. Fui a la posada, por lo tanto, esta mañana, esperando sentarme con ella. Fui introducido a la sala por el sirviente. Mientras íbamos escaleras arriba, me pregunté cual sería su expresión cuando entrará en la habitación. D e eso, podría saber algo. Una sonrisa mostraría que era bienvenido. Un sonrojo me daría esperanza. Una mirada fría me acabaría completamente. La puerta se abrió. Pero en lugar de ver a Elizabeth sentada con su tía, la vi saliendo disparada hacia la puerta, su rostro pálido y sus maneras agitadas. Pensé que una gran calamidad le había pasado para producir esa apariencia, pero antes de que tuviera la oportunidad de hablar, volvió sus ojos angustiados hacia los míos y exclamó —Le ruego que me disculpe, pero debo dejarlo. D ebo de encontrar a Mr. Gardiner en este momento, es un asunto que no puede ser demorado; no puedo perder ningún instante. —¡D ios mío! ¿D e qué se trata? — pregunté, esperando ser de ayuda. Tan pronto como las palabras salieron, sabía que poco consoladoras habían sido. Recuperándome, dije—Permítame que sea yo, o mande un criado a buscar a los señores Gardiner. Usted no está en condiciones. —Oh, sí, el criado— Lo llamó y le dijo con voz apagada—D ebe encontrar a mi tío. Tráigalo pronto. Es una cuestión de la mayor urgencia. Mande a un chico. D ígale que su sobrina lo necesita inmediatamente. Dígale a mi tía… Ella debe venir, también. El criado prometió hacerlo así, y se fue. Vi las rodillas de Elizabeth temblar y me moví hacia adelante, listo para prestarle mi asistencia, pero ella se sentó antes de que pudiera alcanzarla, viéndola tan descompuesta que no hubiera podido irme, incluso si lo hubiera querido —Permítame llamar a su doncella— dije suavemente, sintiéndome repentinamente inútil. No sabía nada sobre ayudar a las damas en tales circunstancias. Repentinamente se me ocurrió—Una copa de vino, ¿le traigo una? —No, gracias— respondió. La vi luchar consigo mismo y controlando lo peor de su agitación. —Yo estoy bien. Lo único que ocurre es que estoy desolada por una horrible noticia que acabo de recibir de Longbourn. Rompió a llorar. D eseaba acercarme y consolarla. D eseaba poner mis brazos alrededor suyo y calmar su sufrimiento. Por primera vez en mi vida condenaba los modales y la clase civilizada. S iempre habían parecido tan importantes para mí, pero ahora eran de poco valor porque me estaban separando de Elizabeth. Un momento más y creo que hubiera arrojado los modales al aire, pero ella se recuperó y dijo—He recibido una carta de J ane y me da una noticias espantosas que a nadie pueden ocultarse. Mi hermana menor nos ha abandonado, se ha fugado, se ha entregado a… Wickham. Los dos se han escapado de Brighton. Usted le conoce demasiado bien para comprender lo que eso significa. Lydia no tiene dinero ni nada que a él le haya podido tentar… Está perdida para siempre.
No podía creer lo que está escuchando. Esto era pérfido en verdad. Robar a una joven y alejarla de sus parientes y amigos. Y aun así él ya lo había hecho antes, o al menor lo había tratado, y hubiera tenido éxito de no haberlo detenido en el intento. —¡Cuando pienso que yo pude haberlo evitado! ¡Ya que sabía quién era!— exclamó —No, quería decirlo. Usted no tiene la culpa. Yo debí haber hecho saber su naturaleza. Las palabras salían de ella como un torrente, y no podía hacer otra cosa que dejarla hablar. Al final, su torrente llegó a su fin. —¿Pero es seguro, completamente seguro? — pregunté. Las noticias viajan rápido, especialmente las malas, pero es frecuente que sean distorsionadas en el camino. No podía pensar que Wickham se fugaría con Miss Lydia Bennet. No tenía nada que lo tentará, y él no tenía deseos de establecerse con los Bennet. Él debe de saber que tal comportamiento lo haría un prófugo. Era un precio muy alto por el placer de casarse con una chiquilla sin ningún nombre y ninguna fortuna. Y entonces, en verdad, ¿Cómo podría el casarse con ella? Ella era menor de edad. Podría llevarla a Gretna Green, pero el viaje costaría mucho, y yo sabía bien que no podría gastar ni la mitad de esa cantidad a menos que su novia fuera una heredera de considerable fortuna. —D ejaron Brighton juntos el sábado en la noche y fueron seguidos casi hasta Londres, pero no más lejos; definitivamente no han ido a Escocia. Estaba empezando a hacerme una idea de lo que debía haber pasado. Wickham conocía Londres. S abía que podría permanecer oculto. Y cuando él hubiera obtenido su placer, podría abandonar a Miss Lydia Bennet con impunidad. Todo esto había surgido por mi insufrible orgullo. S i hubiera hecho público el carácter de Wickham, nada de esto hubiera pasado, pero había despreciado el hacerlo, y en consecuencia había herido a la mujer que amaba. —¿Y qué se ha hecho, que han intentado hacer para encontrarla? — pregunté. Necesitaba saberlo, para así saber cómo usar mi tiempo, y como llevar a cabo mi propia búsqueda. No descansaría hasta que la hermana de Elizabeth regresará con ella. —Mi padre ha ido a Londres, y J ane ha escrito solicitando la inmediata ayuda de mi tío: espero que nos vayamos en media hora. ¡Media hora! A pesar de todas mis esperanzas, perder a Elizabeth tan pronto, pero claro, debía de hacerse. ¿Pero cómo convencer a un hombre semejante? ¿Cómo descubrirles? No tengo la menor esperanza. Se mire como se mire es horrible. No podía decir nada, ni hacer nada, sino darle mi simpatía y esperar que la fortaleciera. D eseaba abrazarla, pero su tío estaría de regreso en cualquier momento, y hacerlo empeoraría la situación. —¡Oh, sí cuando abrí los ojos y vi quién era Wickham hubiese hecho lo que debía! Pero no me atreví, temí excederme. ¡Qué desdichado error! S abía que ella deseaba que me fuera. Era yo quien la había instigado a guardar el secreto; yo quien le dijo que no debía decírselo a nadie. Y éste había sido el resultado. Una hermana arruinada, una familia en apuros… No me volvería a ver. No estaba sorprendido.
Logré murmurar algunas palabras incoherentes, diciéndole que no había nada que disculpara mi presencia, pero que me había quedado por verdadero, aunque inútil interés. —Creo que este desdichado asunto va a privar a mi hermana del gusto de verla a usted hoy en Pemberley Tan pronto como las palabras salieron de mi boca, pensé en lo ridículas que eran. Por supuesto que la privaría. No parecía importarle a ella, pues me respondió directamente. —¡Oh, si! Tenga la bondad de excusarme ante Miss Darcy. D ígale que cosas urgentes nos reclaman en casa sin demora. Oculte la triste verdad, tanto como sea posible, aunque sé que no será por mucho tiempo que se sepa la triste realidad. —Puede confiar en mi discreción. Lamento que haya llegado a esto. Le deseo una mejor conclusión de estos sucesos de la que ahora parece posible. Porque si una mejor conclusión es posible, la haría suceder de alguna manera, pensé. Dicho esto la dejé en su soledad y regresé a Pemberley. —Ha estado fuera desde temprano— dijo Caroline mientras entraba al salón—Ha estado visitando a Miss Eliza Bennet, ¿quizás? Vi los celos en sus ojos, y lo oía en su voz. No me había percatado hasta ese momento de cuanto me deseaba. O tal vez sería más acertado decir, cuanto deseaba Pemberley. S in eso, me hubiera visto como un don nadie. Mi caligrafía podría ser la más alineada del mundo y no hubiera creído adecuado el comentarlo. —Si, lo he hecho— respondí. —¿Y cómo ha estado esta mañana? —Está muy bien. —¿Y la estaremos viendo después, supongo? Como aburren esta gente del campo con sus visitas. —No, ella no podrá venir. —¿No son malas noticias de su hogar, espero? — Preguntó Caroline—¿Lydia Bennet no se ha fugado con uno de los oficiales? Me sorprendí, pero enseguida me controle. No pudo haber escuchado de ello. Elizabeth no se lo había dicho a nadie salvo a mí. Las palabras de Caroline eran el resultado de desprecio, y su acierto no era nada más que suerte. —O tal vez su talentosa hermana, Mary, ¿no es así?, visitó a Lydia en Brighton y atrajo la atención del Príncipe de Gales? Tal vez él ha invitado a toda la familia a quedarse con él, para que pudieran compartir el triunfo de Mary mientras lo entretiene en el Marine Pavilion—dijo con un tono burlón. —S u tío ha tenido que llevarla a casa. S e ha visto forzado a acortar sus vacaciones, pues un asunto urgente de negocios lo requiere de vuelta en Londres. —Estos hombres de ciudad y sus asuntos urgentes de negocios— dijo Caroline, olvidando convenientemente, como es su costumbre, que su padre hizo su fortuna mediante el comercio. —Esto es lo que pasa al tener un tío en Cheapside— dijo Louisa—Compadezco a Miss Eliza Bennet. Debe de ser mortificante el acortar unas vacaciones por razones de trabajo. —Me recuerda que yo también tengo asuntos que atender en Londres, que he demorado demasiado— dije cortantemente—Me permitirán ausentarme por algunos días, estoy seguro.
—¿Vas a ir a Londres? — preguntó Bingley. —Si —Que buena idea. Me encantaría pasar algunos días en Londres— dijo Caroline. —¿Con este calor? — preguntó Louisa. —El calor no es nada— respondió. —¿No pueden esperar tus asuntos pendientes? — me dijo Bingley—Yo también tengo que ir a Londres a final del mes. Podríamos ir juntos. —D esafortunadamente es algo urgente. Quédense y disfruten de Pemberley. Hay mucho que ustedes pueden hacer aquí, y mi hermana se asegurará de que sean bien atendidos. No me ausentaré por mucho. —Creo que aprovecharé la oportunidad de ir a Londres con usted y hacer algunas compras —dijo Caroline, levantándose—Llamaré a mi modista. No puede objetar el llevarme con usted en el carruaje, estoy segura. —No deseara dejar a Georgiana— dije—Yo sé cuanto disfruta de su compañía. Caroline quedó muda. Ella le tenía cariño a Georgiana, o eso es lo que le gustaba decir, y no podía seguirme sin revelar que su amistad era falsa. Ella puede traicionar a Miss Bennet, pero no se atrevería a traicionar a Georgiana, particularmente por el plan implantado en su mente, uno similar al que yo una vez tuve, en el que Georgiana se convertía en su cuñada. S entí una punzada de remordimiento por abandonar a mi hermana en compañía de tan mal humor, pero recordé que tendría su música y sus dibujos para entretenerla, y tendría a Bingley para divertirla, al igual que a Mrs Annesley, así que no sería tan molestada. Además, no tenía opción. Debo de encontrar a Wickham y reparar el daño que ha hecho. Quería irme de inmediato, pero varias preparaciones debían hacerse, y me dispuse a partir a primera hora de la mañana.
Sábado 9 de Agosto.
Llegué a Londres hoy y sabía en donde empezar mi búsqueda: Mrs Younge. Tuve suerte de haberla despedido y echado sin darle la oportunidad de empacar sus cosas, porque significaba que tenía que dejar una dirección a la cual pudieran ser enviadas. La encontré muy pronto, una gran casa en Edward Street. —¡Mr Darcy! — D ijo sorprendida cuando abrió la puerta. Entonces se volvió cautelosa— —¿Que está haciendo usted aquí? S i es para acusarme de haberme llevado las cucharas para servir de plata cuando me fui de Ramsgate, entonces es una mentira. Nunca las toqué. Tengo mis sospechas sobre Watkins —Mi visita no tiene nada que ver con las cucharas para servir— dije, agradecido de que ése fuera un problema domestico del cual me había desentendido. ¿Puedo entrar?— —No, no puede— respondió, inclinándose hacia atrás y poniéndose su chal sobre sus hombros. —Tengo suerte de tener un techo sobre mi cabeza después de que usted me echó tan cruelmente, sin siquiera una referencia. No tenía donde ir. —Pero parece que lo ha hecho bien por sí misma—comenté—D ígame, Mrs Younge, ¿Cómo logró costearse una casa como ésta? Se lamió los labios—Me dejaron una herencia— dijo—Y una muy buena, después de… —Estoy buscando a George Wickham— dije, no queriendo perder más tiempo escuchando sus mentiras y decidiendome que sería inútil el tratar de persuadirla en dejarme entrar. Parecía sorprendida—¿Mr Wickham? —Si. George Wickham. Se puso aun más reacia—No lo he visto—dijo. Era obvio que estaba mintiendo, pero sabía que no obtendría nada más de ella en ese momento. —Dígale que lo estoy buscando. Regresaré luego. Buenos días. S abía que, eventualmente, la avaricia la convencería de buscarme. Y con eso regresé a Darcy House.
Lunes 11 de Agosto
Mrs Younge vino a verme esta mañana, como sabía que lo haría. —¿Usted dijo que estaba buscando a Mr Wickham? — preguntó, al presentarla mi mayordomo. —Sí, así es. —S é dónde está. S ucede que lo encontré por casualidad en el parque ayer— dijo—Le mencione que usted estaba en la ciudad, y dijo que estaría encantado de que lo visitará. Él piensa que puede sacarme dinero, sin duda. —Muy bien. ¿Cuál es su dirección? —Pues, ahora, déjeme pensarlo. Era un nombre gracioso— dijo, extendiendo su mano. Puse un soberano en ella. —Si pudiera solo recordarlo. Me tomó cinco soberanos, pero al final descubrí lo que quería saber. Fui inmediatamente a la dirección que me había dado, y encontré a Wickham esperándome. —Mi querido Darcy— dijo, girándose hacia mí al entrar —Qué amable de tu parte el encontrar tiempo para visitarme. Miré alrededor a su habitación Era pequeña y humilde, lo que me dijo que su situación era desesperada. Estaba complacido por mi visita, y sabía que lo volvería más complaciente. —Por favor, siéntate— dijo. —Prefiero permanecer de pie. —Como desees. Él se sentó y pendía en su silla, descansando sus piernas sobre el brazo.— ¿Qué te trae por aquí? — preguntó, sonriéndome. —Sabes bien que me trae por aquí. —Confieso que estoy perdido. ¿Has decidido darme una manutención, quizás, y has venido a darme las buenas noticias? Su insolencia me enfurecía, pero mantuve la calma. —Vine a decirte lo que tu propia conciencia debería haberte dicho, que nunca debiste haber secuestrado a Miss Bennet. —¿Miss Bennet? — preguntó, fingiendo sorpresa—Pero no he visto a Miss Bennet. He estado en Brighton, y ella permaneció en Longbourn.
—Miss Lydia Bennet. —Ah, Lydia. No la secuestré. Ella vino conmigo por su propia cuenta. Estaba partiendo de Brighton pues mis acreedores se estaban poniendo algo nerviosos, y Lydia sugirió el venir conmigo. Traté de convencerla de que se quedará. Para ser honesto, Darcy, ella me aburré. Es una conquista muy fácil. Ella se convenció a si misma de que soy el hombre más apuesto del regimiento y todo estaba hecho. Le dije que no tenía dinero, pero a ella no le importó. ‘Estoy segura de que lo tendrás algún día’ dijo ‘D ios, que gracioso’. Estoy tan cansado de sus súplicas que fue más fácil el dejarla venir conmigo que el hacerla quedarse. Además, tiene sus usos, — dijo descaradamente. En ese momento la puerta se abrió, y la mismísima Lydia entró. —D ios, que sorpresa! ¡Mr Darcy! — dijo, dirigiéndose hacia donde estaba Wickham. S e paró detrás de su silla y descanso una mano sobre su hombro. —Mr Darcy ha venido a reprenderme por haberte secuestrado— dijo Wickham, cubriendo su mano con la suya. Ella se rió de mí. —Mi querido Wickham no me secuestró! ¿Por qué habría de hacerlo? Estaba muy dispuesta a ver Londres. Le dije que debía llevarme con él. ¡Qué divertido ha sido! —¿No le tiene consideración a su familia? — le pregunté fríamente—Han estado preocupados por usted desde que dejo la protección del Coronel Forster. No tienen ni idea de dónde esta. —¡D ios! Olvidé escribirles—dijo Lydia—He estado tan ocupada con mi querido Wickham ¡Nos hemos divertido tanto! Pero no importa. Les escribiré tan pronto nos casemos. ¡Qué divertido será, el firmar mi nombre, Lydia Wickham! Ella apretó la mano de él, y él, el insolente perro, la atrajo hacia su regazo y la besó, y después sonrió mientras la acariciaba. —Entonces ya ves, Darcy, tus preocupaciones son infundadas— dijo él. Las palabras de Lydia me había dicho una cosa: que al menos ella esperaba casarse. S entí que , ella estaría menos dispuesta en quedarse con él si supiera que Wickham no tenía tales intenciones. No pensé que se lo hubiera dicho, pues ¿Por qué desperdiciaría a una dispuesta compañera? y entonces sentí necesario el hacer algo. —Me gustaría hablar con Miss Bennet a solas— le dije a Wickham. —Muy bien— respondió, levantándola y alejándola de sí—Trata de convencerla de regresar a casa si deseas. Ella es una ramera. Pero no sé por qué su destino pueda importarte a ti— agregó mientras se ponía de pie. —I mporta porque pude haber hecho tu comportamiento público en Meryton y no lo hice. Hubiera sido imposible para ti el comportarte de esta manera si tu verdadero yo hubiera sido conocido. —Quizás— dijo—Pero no creo que ésta sea la razón. Dudo que me hayas buscado si me hubiera fugado con María Lucas No dudé. S i le dejaba adivinar que tenía una razón personal para buscarlo, se me haría muy difícil el comprarlo a cualquier precio.
—Quédate— dijo Lydia, tomando su mano al caminar él hacia la puerta. —Mr Darcy desea hablar contigo a solas. Temé que te este forzando a quedarte aquí, y quiera darte la oportunidad de ir a casa con él. —Como si quisiera regresar al mal ventilado y viejo Longbourn— dijo, enredando sus manos alrededor de su cuello y besándolo en los labios. Él puso sus brazos alrededor de ella y le devolvió el beso, después giró hacia mí, retándome a decir algo en contra, antes de irse de la habitación. —¿No es guapo acaso? — preguntó Lydia, mientras la puerta se cerraba detrás de él—Todas las chicas estaban locas por él en Meryton, y Miss King se hubiera casado con él si su guardián no la hubiera detenido. Fue lo mismo en Brighton. Muchas de las chicas hubieran escapado con él. —Miss Bennet, no puede quedarse aquí— la interrumpí. —Está en un mal estado, es seguro, pero tendremos algo mejor dentro de poco. Me gustaría su ayuda en algo, Mr Darcy. —¿Si? — dije, esperando que hubiera visto la luz al fin. —¿Usted qué cree? No puedo decidirme. ¿Mi querido Wickham se ve mejor con su casaca roja o con la azul? —¡Miss Bennet!— exclamé violentamente—No puede quedarse aquí con Wickham. Él no tiene ninguna intención de casarse con usted. S é que él ha dicho que lo haría, pero era una mentira, para hacerla fugarse con él. —Él no me hizo fugarme con él, fui yo quien lo hizo fugarse conmigo. Brighton estaba volviéndose aburrido— dijo con un bostezó— el Coronel Forster era tan molesto. Él no me dejaba ir a la mitad de los lugares a los que yo quería, y tuve que escaparme del campamento en dos ocasiones para atender las fiestas de Wickham. D enny me ayudó. Me vestí como un hombre. Debería haberme visto. Mi propia madre no me hubiera reconocido. —¡S u reputación quedará en ruinas! Él la abandonará tan pronto como se canse de usted, y usted quedará abandonada en Londres sin ningún protector, sin dinero y en ningún lugar para vivir. Vuelva conmigo ahora, y haré lo que pueda para persuadir a su familia que la reciban de nuevo. —¡D ios! ¡No quiero ir a casa! Moriría de aburrimiento. Estoy segura de que tarde o temprano nos casaremos, y si no, no significa mucho— dijo. Era inmovible. No lo dejaría. Puesto que estos eran sus sentimientos, no podía hacer otra cosa que tratar de asegurar que el matrimonio tomará lugar. —¿Está escuchando esto? — le pregunté a Miss Bennet. Ella sólo se encogió de hombros. —No significa nada. Una heredera podría darnos algo de dinero, entonces podríamos tener una mejor casa— dijo. Era sólo por Elizabeth que me quedaba. Mi deseo era salir de ahí y dejar a su hermana en la vida que había elegido para ella. Pero el recordar el rostro pálido de Elizabeth me sostenía. —Reúnete conmigo en mi club mañana— le dije a Wickham. —Mi querido Darcy, saber que no soy bienvenido ahí. —Me aseguraré de que seas admitido. Parecía sorprendido, pero dijo—Muy bien. Mientras me alejaba de la casa, el recuerdo de su insolente sonrisa estaba presente.
Jueves 14 de Agosto. Me reuní con Wickham en mi club y las negociaciones comenzaron. —Debes de casarte con ella— le dijo cortante. —Si hago eso, perdería la oportunidad de hacer mi fortuna mediante el matrimonio. —La has arruinado— dije —¿Eso no significa nada para ti? Cruzó un tobillo sobre otro y se recostó en la silla —Ella misma se arruinó— dijo. Un camarero pasó, y él pidió un whisky. No reaccioné, sabiendo que sólo deseaba molestarme. —¿Cuánto debes? — le pregunté, yendo directamente al meollo del asunto. —Varios cientos de libras. —S i eso es cierto o no, no puedo saberlo, pero lo sabré pronto. S i le das tus cuentas a mi contable, él las pagará por ti. A cambio, te casarás con Lydia. —Vamos, si estás tan ansioso de verla casarse, ella vale mucho más que eso. ¿Es Miss Bennet quien ha acaparado tu atención, o es la linda Elizabeth? —Estoy haciendo esto por mi propia conciencia— le dije. Se rio en mi cara. —Ningún hombre va tan lejos para aliviar su propia conciencia. D éjame adivinar. Es La hermosa Jane Bennet. Con su naturaleza dulce. S ería una esplendida adquisición para Pemberley. Te felicito, Darcy. —No tengo ninguna intención de casarme con Miss Bennet. —Entonces es Elizabeth. No dije nada, pero debió de haberlo adivinado por mi expresión. —¡Ah! ¡Acerté! S u vivacidad te ha atraído. Nunca lo hubiera pensado. Eres tan ceremonioso, Darcy, pero dicen que los opuestos se atraen. Él tenía la ventaja y estaba disfrutando en utilizarla. —Ten cuidado— le advertí —Haré mucho para salvar a Lydia Bennet de su desgracia, pero estás yendo muy lejos; en vez de pagar tus deudas y algo más, te encontraras perseguido por todos tus acreedores en Brighton, y tal vez el ejército, pues les daré a todos tu dirección. —Puedo ir a Bath, o a Lyme, al distrito de los Lagos— dijo —No tengo por qué vivir aquí. Sin embargo, podía ver que ya no tenía ganas de seguir con su juego. —Entonces hazlo— dije, respondiendo a su engaño. Me levanté y camine hacia la puerta.— Espera— dijo. Me detuve. —Me casaré con ella —Bien— me volví a sentar —Por treinta mil libras —¿Qué?— exclamé. —Es la suma que hubiera tenido por Georgiana. Controlé mi furia con dificultad —No te daré nada por el estilo. —Muy bien, entonces, veinte mil. Me levanté y me fui del club. Regresará pronto. No tiene a donde ir. No me complace verle, pero saber que ésto aliviara los temores de Elizabeth me recompensa por cualquier problema o pérdida de tiempo que tenga, y espero que, antes de mucho tiempo, la vea feliz nuevamente.
Viernes 15 de Agosto.
Wickham me visitó esta tarde, como sabía que lo haría. S u situación es desesperada, y no puede permitirse el desdeñar cualquier ayuda. S ólo el pensar en la felicidad de Elizabeth me sostuvo en esta prueba, la cual fue tan poco placentera como nuestro último encuentro. S i no fuera por ella, hubiera abandonado todo el asunto. Por fin llegamos a un acuerdo: mil libras para pagar sus deudas y otras mil más. —Y una carta de referencia. —No creo que seas bien recibido en el ejército. —Tienes algunas influencias ahí. Vamos, D arcy, necesito tener algo para vivir. ¿D e qué otra forma mantendré a mi esposa? Al final accedí, con la condición de que se uniera a un regimiento en el norte. No quiero verlo cuando Elizabeth y yo estemos casados. S i Elizabeth y yo nos casamos. Ya cometí el error una vez al pensar que ella deseaba que se lo propusiera, pero estaba equivocado. No cometeré el mismo error otra vez. Habiendo fijado todo con Wickham, decidí llamar a Mr Gardiner para dejarle saber lo que se había decidido. Pronto encontré su casa, pero cuando pedí verlo me percate por la charla de los criados que Mr Bennet estaba con él. Dudé. S i Mr Bennet lo supiera, temí que haría algo precipitado, al estar tan estrechamente involucrado en el incidente. I ndagando un poco más descubrí que Mr Bennet estaría regresando a casa mañana. Por esto juzgué más conveniente esperar, pensando que sería más fácil hablar con Mr Gardiner que con Mr Bennet. Mr Gardiner está menos involucrado, y será probablemente más racional. Sábado 16 de Agosto. Visité a Mr Gardiner y esta vez lo encontré solo. Estaba sorprendido al verme, pero me recibió cordialmente. —Mr D arcy. No sabía que tenía planeado visitar la ciudad tan pronto. ¿Cómo esta su hermana? ¿Bien, espero? —Muy bien. —Estuvimos encantados de conocerla en Derbyshire. Ella es una hermosa joven. —Gracias. Es muy amable. Pero no es sobre mi hermana por quien he venido a hablar con usted, sino acerca de su sobrina. Lo vi cambiar de color. —¿Desea sentarse? —Gracias. Fui a visitarla después de que la carta de su hermana hubiera sido recibida—dije— y me reveló la desafortunada realidad. Me siento responsable por la situación, pues conocía el carácter de Wickham y aun así permanecí en silencio. Ya había hecho algo similar antes, pero no lo mencione porque quería proteger la reputación de la joven. S i lo hubiera hecho público, entonces ninguna mujer habría sido capaz de amarlo, y Miss Lydia hubiera estado a salvo.
S u expresión decía que nada hubiera mantenido a salvo a una chica tan inmadura como Lydia. Pero solo dijo —No es en absoluto su culpa. —Aun así, tomé como mi obligación el buscarlo. Conocía sus amistades, y sabía cómo descubrir el lugar en donde pudiera estar. Lo he visto, y lo he persuadido de que una boda debe llevarse a cabo. Cada vez parecía más y más sorprendido mientras desvelaba los detalles. S e negó a dejarme asumir cualquiera de los arreglos financieros, y mientras discutíamos sobre esto, una expresión pensativa empezó a cubrir su rostro. S ospechaba la naturaleza de mis sentimientos por Elizabeth. Estoy seguro de ello, pero no dijo nada. ¿Cómo podría? Al fin él dijo que habíamos hablado suficiente, y me invitó a presentarme mañana nuevamente. Creo que desea consultarlo con su esposa sobre si debería permitirme ayudar. Lo dejé y me retiré a mi club. Todo estará pronto arreglado, tengo confianza en ello. Tan pronto como Elizabeth escuche de esto, estará muy aliviada, y esa idea es la que me sostiene. S era capaz de reír otra vez, y molestarme, y se olvidará de todo lo concerniente con su hermana.
Domingo 17 de Agosto.
Visité nuevamente a Mr Gardiner, y esta vez Mrs Gardiner estaba con él. Me recibieron calurosamente, y después de intercambiar los debidos respetos, dije que deseaba arreglar las deudas de Wickham. A eso accedieron, pero no accedieron en permitirme arreglar nada más. Hay algunas otras cosas que falta arreglar, y me esforzare en convencer a Mr Gardiner mañana, hasta que me permita resolver todo el asunto.
Lunes 18 de Agosto Todo se ha arreglado al fin. He logrado obtener lo que quería. Mr Gardiner ha enviado un mensaje a Longbourn, y me satisface en gran medida el saber que Elizabeth estará libre de sus preocupaciones. Mr y Mrs Gardiner ofrecerán a Lydia su protección hasta que la boda sea arreglada. No los envidio. No siente ningún remordimiento por lo que ha hecho, y parece que lo ve como una gran broma. Ella es la muchacha más indigna e impertinente que he conocido.
Martes 19 de Agosto
Regresé a Pemberley, y me complació comprobar que mis invitados no habían notado nada extraño sobre mi ausencia. S i supieran que estaba arreglando una boda, en lugar de atender algunos negocios, ¡que sorprendidos estarían!
SĂĄbado 30 de Agosto
ViajĂŠ de regreso a Londres, y maĂąana tengo la poca placentera tarea de asegurarme de que Wickham asista a su propia boda.
-SEPTIEMBRE-
Lunes 1 de Septiembre Hoy Lydia se casó, y su reputación fue salvada. La mañana comenzó mal. Me reuní con él en sus aposentos a las diez y media y lo encontré a medio vestir. —¿Qué significa esto? — le pregunté —Tienes que estar en la iglesia en media hora. Se sirvió una copa y se la tomó de un sorbo. —Solo nos tomará diez minutos el llegar a la iglesia. Hay suficiente tiempo. —Si llegas después de la hora, no será posible que te cases hoy— le dije. —Sabes, D arcy, si me hubieras dado el sustento que quería cuando te lo pedí, todas estas displicencias nunca hubieran pasado. No le respondí. —Me hubiera quedado mejor el casar a otras personas en lugar de casarme yo mismo. Estoy empezando a creer que no quiero casarme para nada. — comentó. —Entonces debes encarar a tus acreedores. —Ah. Eso me gusta mucho menos. Puso su copa a un lado y recogió su abrigo. S e lo puso y ato su corbata, entonces salió hacia el carruaje que esperaba afuera. —Esto es como nuestra camaradería de antes— me dijo, mientras nos subíamos al carruaje — Los dos juntos. S iempre pensé que estarías a mi lado en mi boda. Últimamente empezaba a dudarlo, pero ya ves, aquí estamos, amigos otra vez. —Tú no eres mi amigo— le dije. S onrió tentadoramente —S i mis sospechas son ciertas, pronto seremos algo más que amigos. Seremos hermanos— S e reclinó en el respaldo —Que felices hubiera hecho esto a nuestros padres, el saber que seriamos tan cercanos. Íbamos a ser casi hermanos el año pasado…— se detuvo, y me tomo todo mi control el no responderle —Pero, bueno, el destino tenía otras ideas. O al menos, tú las tenías. ¿Cómo esta Georgiana? —Mucho mejor al estar lejos de ti. —Que pena. No pensé que me olvidaría tan pronto. Aun pensaba que estaba enamorada de mí. Estoy ansioso por verla otra vez, cuando Lydia y yo visitemos Pemberley. —Eso es algo que nunca harán— le dijo con finalidad. El viaje a S t Clement’s era corto. La iglesia había sido elegida por estar cerca del lugar en donde se alojaba Wickham, y por que el rector estaba dispuesto a llevar a cabo la ceremonia. El no sabía nada de lo que había sido necesario para lograr este matrimonio, solo que una joven pareja deseaba casarse. El nos recibió con una sonrisa mientras entrabamos a la iglesia y esperábamos a que Lydia llegara. —Tal vez ella cambio de parecer— dijo Wickham —No puedes culparme. A pesar de esto tienes que pagar mis deudas. —Ella estará aquí. Su tía y su tío se aseguraran de ello. En ese momento Lydia entró en la iglesia. Miró hacia el altar y explotó en un ataque de efusividad cuando vio que Wickham ya había llegado. Su tía y su tío le hicieron recordar dónde estaba, y caminaron con ella hacia el altar. —Estaré más que agradecido cuando todo esto terminé— me dijo Mr Gardiner en voz baja. —Yo igual— dijo su esposa—Traté de hacerla comprender las preocupaciones y temores que le había causado a sus padres, la desgracia que podría haber traído a su familia y la
gratitud que le debía a aquellos que la habían rescatado de la ruina, pero sin ningún resultado. No me prestaba ninguna atención y en su lugar hablaba constantemente de Wickham, con una queja de vez en cuando de tener que estar encerrada en la casa. La ceremonia inicio, y la boda que había tomado tanto tiempo en lograr fue rápidamente consumida. —Espero que agradezcas a Mr Darcy por todo lo que ha hecho— le dijo Mrs Gardiner a Lydia cuando todo había terminado. —Mrs Wickham. ¡Qué bien suena! — dijo Lydia, ignorando a su tía y mirando al anillo en su dedo. Algunos curiosos habían entrado a la iglesia, y Lydia les mostro el anillo, diciéndoles que debían felicitarla y ser los primeros en llamarla por su nuevo nombre. —Cuanta envidia me tendrán mis hermanas— dijo, mientras dejábamos la iglesia—Ninguna de ellas está casada, y eso que todas son más grandes que yo. Me avergonzaría el tener más de veinte y no estar casada aun. J ane se está volviendo rápidamente en una solterona. Ella tendrá que cederme su lugar en la mesa, pues ahora soy una mujer casada. ¡Qué divertido será! ‘Jane’ diré. ‘Ahora yo tomo tu lugar, y debes de ir abajo, porque soy una mujer casada.’ Mr y Mrs Gardiner intercambiaron miradas. —Todos estarán tan celosos de mí y mi guapísimo esposo. Estaba tan preocupada esta mañana, cuando llegamos a la iglesia. Me temía que estuviera de negro, pero mi felicidad fue completa cuando vi que había elegido su abrigo azul. S entí un deje de satisfacción al darme cuenta que Lydia será tan tonta como su madre, y disfrute el saber que Wickham sería, después de todo, castigado por sus maldades, porque tendría que vivir con ella por el resto de su vida. —Pero sería muy bueno para Georgiana. Creo que ella no ha visto el mar desde el verano pasado, cuando se quedó en Ramsgate. Ella debe de estar ansiosa por ir— Ella volteó hacia Georgiana— ¿No te gustaría volver a verlo? Georgiana se sonrojó, y dijo que no tenía ningún deseo en hacerlo. Caroline volteo hacia mí. —Regresaría a Pemberley renovado, y podría manejar el doble de trabajo que si no hubiera ido— comentó. —Mis intenciones son fijas. Pero ustedes deben ir— mientras abría la boca para cambiar de opinión —El aire de mar les vendrá de maravilla —Aire de mar— dijo Mr Hurst, después volvió hacia su estupor.
Jueves 4 de Septiembre
Caroline, Louisa y Mr Hurst se fueron a Scarborough. Trataron de persuadir a Bingley de ir con ellos, pero les dijo que no tenía ningún deseo de ser arrastrado y que se quedaría en Pemberley. Caroline alentó la idea. Ella todavía cree que Bingley se casará con Georgiana, y quiere que se vean con mayor regularidad, aunque es obvio para cualquier mirada imparcial que él nunca lo hará.
Lunes 8 de Septiembre
—Creo que iré a Netherfield otra vez— dijo Bingley indiferentemente mientras cabalgábamos esta mañana. —Es una buena idea. S i deseas quedarte con la casa, debes de hacer uso de ella de vez en cuando. —Eso es exactamente lo que pienso. ¿Vendrás conmigo? Me gustaría pagarte tu hospitalidad. Mi espíritu se levantó. S i iba a Netherfield, entonces tendría la oportunidad de ver a Elizabeth otra vez. —¿Cuándo piensas ir? — le pregunté. —En una semana. Pensaba mandar a los sirvientes mañana, para que prepararan la casa.— Sí, te acompañaré. Parecía complacido. —Es casi un año desde el día en que la alquile. Y un poca menos desde… S u voz se desvaneció poco a poco, y no era difícil adivinar qué rumbo habían tomado sus pensamientos. No dije nada más, y lo deje perderse en sus ensoñaciones. Quizás se vuelvan realidad después de poco. Y mis sueño… ¿Qué pasara con ellos?
Miércoles 17 de Septiembre
Llegamos a Netherfield esta tarde. Bingley declaro su intención de cabalgar hacia Meryton tan pronto como llegáramos, fue la lluvia la que lo hizo cancelar su visita.
Jueves 18 de Septiembre
S ir William Lucas nos visitó esta mañana, para darnos la bienvenida en nuestro regreso al vecindario. —Mr Bingley— dijo con una pequeña reverencia —nos hace un gran honor al regresar a nuestro humilde vecindario. Pensábamos que no teníamos suficientes diversiones para mantenerlo aquí, y aun así aquí esta, fresco de sus triunfos en la ciudad, y honrando nuestro humilde pueblo con su presencia. Mr Darcy— dijo, con una baja inclinación —Parece que fue ayer cuando estábamos tomando el té con Lady Catherine en su hermoso salón en Rosings Park. Disfruto su estancia, ¿espero? ¿D isfrutarlo? D ifícilmente describiría mis sentimientos durante esas turbulentas semanas así, pero el tomo mi silencio como una afirmación. —¿Ha visitado a su estimada tía desde entonces? —No— dije cortante. —Espero visitar nuevamente a mi hija en poco tiempo— dijo S e embarcó en un enmarañado discurso, exaltando las virtudes de la posición de su hija. ¡Que tanto hubiera seguido si Mr Long no nos hubiera visitado después, no lo sé! Cuando nuestros huéspedes se habían ido, Bingley dijo —Fue después de la visita de S r William que Mr Bennet vino el año pasado. ¿Crees que lo hará otra vez? Pensé en los indolentes hábitos de Mr Bennet y dude. —Tal vez pueda visitar a los Bennet sin tanta ceremonia— sugirió Bingley. —Espera y ve si él visita mañana— fue mi consejo.
Sábado 20 de Septiembre Mr Bennet no nos visitó nuevamente ayer, y esta mañana Bingley decidió ir a visitar Longbourn. “Ven conmigo Darcy,” dijo. Convenciéndome de que iría con él solo para ver si Miss Bennet aún tenía algún interés en él, acepté, pero mi verdadero motivo era ver a Elizabeth. Estaba ansioso por verla como Bingley lo estaba por ver a su hermana, estaba tan nervioso como él. Partimos. Bingley estaba callado, y yo también, perdido en mis pensamientos, preguntándome como sería recibido. S i Elizabeth me culpaba por ser la causa de la ruina de Lydia no podía culparla, y sobre todo porque ella no sabía que había ayudado para resolver el problema. Había estado especialmente preocupado porque no lo supiera. No quería su gratitud. S i había desarrollado algún sentimiento afectuoso hacia mí, quería que fueran por amor, y nada más. Llegamos. Los sirvientes nos llevaron adentro. I nmediatamente vi a Elizabeth bajas su mirada, avergonzada, y se ocupó de su labor de aguja. ¿Qué significaba eso? Ojala lo supiera. ¿Significaba que estaba consciente de la rareza de la situación, o no podía soportar mirarme? “¡Oh, Mr Bingley!” exclamó Mrs Bennet, levantándose con una sonrisa. “Qué placer es verlo de nuevo en Longbourn. Como lo hemos extrañado. ¡Nos dejó muy apresuradamente el año pasado que no tuvo tiempo de decirnos adiós! ¿Espero que no esté pensando en dejarnos otra vez tan rápido?” “No, espero que no.” dijo Bingley, mirando a Miss Bennet. La observé sonreír, y bajar su mirada. Ella, al menos, era fácil de leer, y estaba claro que las esperanzas de Bingley no serían decepcionadas. “Y Mr. Darcy,” dijo Mrs Bennet con un tono malhumorado, volteando hacia mí. No le preste atención a su humor, y me fue difícil creer que hace algunos meses lo había pensado suficiente razón para no proponérmele a Elizabeth. ¿Que importaba si su madre era tonta y vulgar? No quería casarme con Mrs Bennet. No pude tomar asiento al lado de Elizabeth, sus hermanas menores tomaron ese lugar, pero le pregunté cómo estaban su tía y tío. Respondió cortésmente, pero entonces volvió su atención a su labor. Por fuera estaba calmado. Por dentro, era todo lo contrario, pero no podía hacer nada. No estaba tan cerca de Elizabeth como para continuar la conversación sin parecer algo particular, y que le diría, bajo la mirada de su madre, ¿de lo que quería decir? Para distraer mis pensamiento, mire a Miss Bennet y me pregunté cómo no había visto su parcialidad hacia Bingley el año pasado. Los sentimientos que ella sentía por él estaban en cada movimiento, cada expresión, cada mirada y cada sonrisa. ¿Me había cegado, esperando casar a Bingley con Georgiana? No lo había pensado entonces, pero ahora me daba cuenta que lo había hecho.
Miré otra vez a Elizabeth, deseando poder leer sus pensamientos. Después de un rato, ella dijo: “Miss Darcy se encuentra bien, ¿espero?” “Si, gracias.” respondí, complacido de escuchar el sonido de su voz. No hubo oportunidad para nada más. S u madre empezó a hablar de la boda de Lydia. Elizabeth no volteaba. ¿S abía que yo estaba involucrado? No, estoy seguro que no lo sabía. Los Gardiners me habían jurado secrecía, y sabía que no me traicionarían. S u confusión provenía del mismo tema, conociendo mi relación con Wickham. “Es algo maravilloso, el tener una hija bien casada,” dijo Mrs Bennet, un comentario que me hubiera disgustado algunos meses antes, pero que ahora no tenían ningún efecto. No me importaba Mrs Bennet. D ejadla ser la mujer más tonta en la cristiandad si ella lo deseaba. Eso no me prevendría de casarme con Elizabeth, si ella me aceptaba. Mrs Bennet continuo hablando sobre Wickham, diciendo que había entrado en el ejército, y agregando: “¡Gracias al cielo! Él tiene algunos amigos, aunque no tantos como mereciese.” El rostro de Elizabeth se puso completamente rojo, y sus ojos brillaban con mortificación. ¡Como deseaba ayudarla! Mientras pensaba como hacerlo su color natural volvió. Después levantó si cabeza y habló. “¿Piensa quedarse en el campo, Mr Bingley?” ella preguntó. D eseé ser Bingley en ese momento, para ser al que le hablará. ¿Por qué favorecía a mi amigo? ¿Por qué no me miraba? ¿Acaso no lo deseaba? Estaba destrosado. Al fin, la visita llegó a su término. Me hubiera quedado todo el día si pudiera, pero era imposible. “Me encantaría que viniera a cenar con nosotros el Martes, Mr Bingley” dijo Mrs Benne mientras nos levantábamos. Volvió sus ojos fríos hacia mí, añadiendo despectivamente: “Y usted también, Mr Darcy.” ¿Y qué me importaban sus malos modales? Vería a Elizabeth otra vez. La próxima reunión me dirá si acaso ella siente algo por mí, si ella pueda perdonar mis horribles errores que he cometido hacia su familia, y si acaso puede amarme. Me encontraré en tormento hasta entonces. t
Domingo 21 de Septiembre
“Creo que Miss Bennet se veía muy bien la noche pasada,” me dijo Bingley esta mañana. “Si, así fue.” “Creo que se veía muy bien” dijo un poco después. “Si, así fue.” “Y de buen humos. Ha disfrutado el verano, supongo,” dijo nostálgicamente. “Era de esperarse. ¿No hubieras deseado que fuera infeliz?” “Por supuesto que no,” respondió rápidamente. “Pienso que no se veía tan radiante cuando entramos” le dije. “¿No?” pregunto esperanzado. “No. Pero su semblante floreció cuando te vio.” Bingley sonrió. “Mrs Bennet es una maravillosa mujer. En verdad encantadora. Y tan educada. No esperaba que me invitara a cenar tan pronto. Es una atención que no merezco”. Cualquiera que puede pensar que Mrs Bennet es una mujer maravillosa esta mas que cegado por el amor. ¡Está enamorado! Me alegro por Bingley, y solo espero que mi propia fortuna pueda ser tan buena.
Martes 23 de Septiembre
Bingley estaba preparado para ir a Longbourn media hora antes de nuestra cita. “No podemos ir tan pronto” le dije, aunque yo estaba tan ansioso como él de partir. “Algo podría retrasarnos en el camino” dijo. “No en un viaje tan corto” respondí. “Jennings no querrá hacer a los caballos correr tan rápido.” “Llegaremos a Loungbourn muy pronto, incluso si caminan todo el camino.” “Puede que haya una rama en el camino” “Podemos manejar alrededor de ella” “O el carruaje puede perder una rueda.” “No podemos irnos hasta que pase media hora,” dije, sentado con un libro en mano. D eseaba sentirme tan calmado como aparentaba. Estaba tan ansioso como Bingley por irme, y aun así me sentía renuente a ir. Él tenía la certeza, y la felicidad que esta le daba de que sus sentimientos eran correspondidos. Yo no tenía tal seguridad. ¡Ver a Elizabeth nuevamente! Apenas y me atrevía a pensar en ello. S i ella sonreía, ¡qué alegría! S i evitaba mi mirada, que miseria. Bingley caminó hacia la ventana. “Deberías hacer como yo, y escoger un libro,” dije. Caminó hacia mí y tomó el libro de mis manos, después lo volteo antes de devolvérmelo. “Lo leerás mejor si está del lado correcto.” me dijo. Me miro con curiosidad pero no le aclaré la razón de mi distracción. En lugar de eso, mantuve mis ojos en el libro, pero no veía nada. Por fin el tiempo acordado llego, y nos dirigimos a Longbourn. Todo el camino nos mantuvimos ambos en silencio. Llegamos. Entramos. Mrs Bennet saludo a Bingley con un exceso de civilidad, y me dio una fría reverencia. Nos dirigimos al comedor. Miss Bennet voltio el momento en que entramos y Bingley tomo su lugar junto a ella. ¡Afortunado Bingley! Yo no tuve tal fortuna. Estaba tan lejos de Elizabeth como era posible. Aun peor, estaba sentado al lado de su madre. Mrs Bennet se había esforzado mucho para arreglar esta cena, y no era difícil el adivinar porque. Sus atención constante hacia su hija mayor y Bingley mostraban en qué dirección sus pensamientos se estaban dirigiendo. La sopa estaba buena, y fue seguida por perdices y venado. “¿Esperó que encuentre la codorniz bien cocida?” Mrs Bennet me preguntó. “Remarcablemente,” respondí, haciendo un esfuerzo por ser agradable. “Y el venado. ¿Ha visto alguna vez una pierna más gorda?” “No” “Probara algo del gravy, ¿espero?” me presionó. No tenía mucho apetito, y decliné su oferta. “S upongo que usted está por encima de un simple gravy,” dijo. “Estará acostumbrado a una variedad de salsas en Londres.”
“Lo estoy” respondí. “Ha cenado con el Príncipe de Wales, ¿supongo?” “He tenido el honor” “Algunas personas piensan que ese tipo de glotonería es refinada, pero confieso que siempre la he clasificado como vulgar. Nosotros no tenemos veinte salsas con cada platillo. No somos tan despilfarradores en el campo.” Volvió su atención hacia Bingley, y yo me dedique a comer mi comida. Mire a Elizabeth , deseoso de una mirada en mi dirección, pero no voltio hacia mí. Las damas se retiraron. Los caballeros nos sentamos en el pórtico. No preste atención a la conversación. Las injusticias de los franceses no me interesaban. Las tonterías del Príncipe de Wales no podían mantener mi atención. Mire al reloj, y después al resto de los caballeros. ¿A caso nunca dejarían de hablar? Nos reunimos con las damas y me dirigí hacia Elizabeth, pero no había lugar alguno cerca de ella. Los reunidos para la cena eran muchos, y mientras ella servía el café, no pude acercarme a ella. Lo intente sin embargo, pero una joven que será por siempre un estorbo en mis ojos se acerco a ella y la comprometió en una conversación. ¿A caso estaba Elizabeth molesta por esto? Pensé que así era, y el pensarlo me dio esperanzas. Me aleje, pero tan pronto como terminé mi café, el cual quemó mi boca por la rapidez con la que lo tomé, llevé mi taza hacia ella para que me volviera a servir. “¿Está su hermana todavía en Pemberley?” preguntó. Parecía tranquila, distanciada. “Si, ella permanecerá ahí hasta Navidad,” respondí. Preguntó por los amigos de Georgiana, y no dijo nada más. No sabía si hablar o permanecer en silencio. Quería hablar, pero tenía tanto por decir que no sabía por dónde empezar, y reflexionando me di cuenta que nada de eso podría ser dicho en una habitación tan concurrida. Mi silencio llamó la atención de una de las damas y estuve obligado a retirarme, maldiciéndome por no haber aprovechado mi oportunidad. Los servicios del te fueron retirados y las mesas de cartas acomodadas. ¡Esta era mi oportunidad! Pero Mrs Bennet pidió mi presencia en la mesa de whist, y no podía negarme sin ofenderla. Casi lo hice. Casi estuve por decirla: “Preferiría hablar con su hija.” ¿Qué hubiera respondido? ¿Ella me hubiera dicho que no tenía ninguna intención de imponer tan desagradable hombre a Elizabeth, o hubiera estado sorprendida, y hubiera callado dichosamente? Estuve tentado a probar, pero no podía avergonzar a Elizabeth. No podía mantener mi atención en el juego, perdí repetidamente. Esperaba una oportunidad para hablar con Elizabeth antes de irme, pero no pude encontrar ninguna, y regresé a Netherfield con un humor sombrío. Bingley, por el contrario, estaba rebosante de felicidad. He decidido que, mañana, tengo que decirle que Miss Bennet estaba en la ciudad, y que lo mantuve lejos de ella. No estará complacido con la noticia, pero el engaño ha durado ya demasiado.
Miércoles 24 de Septiembre
“¿N o es Miss Benneth la más hermosa joven que jamás hayas visto?” Bingley me preguntó esta tarde mientras jugábamos billar. “Lo es.” “Creo que tal vez haya esperanzas” dijo. “Estoy seguro que las hay.” dude, pero tenía que hablar. “Bingley, hay algo que tengo que decirte.” “¿Oh?” “Te he causado un gran perjuicio. La primavera pasada, Miss Bennet estuvo en la ciudad” “¡Pero no la vi!” dijo sorprendido. “N o. Lo sé. D ebí habértelo dicho, pero pensé que la habías olvidado. N o, permíteme ser honesto, esperaba que la hubieras olvidado, o que la olvidaras, si no la volvías a ver otra vez. ” “¡Darcy!” Sonó herido. “Lo siento. N o tenía ningún derecho de meterme en tus asuntos. Fue impertinente de mi parte.” “¿A sí que ella me siguió a Londres?” dijo, olvidando mi engaño por la alegría que le causaba el pensar que ella lo había seguido. “Ella fue para quedarse con su tía y su tío, pero trató de verte. Le escribió a Caroline.” “¡Caroline! ¿Ella también lo sabía?” “S i. Me avergüenza decir que Caroline corto toda relación con Miss Bennet, y que yo la animé.” “¡Darcy!” Estaba enfadado. “Me porte de la peor manera, y ruego tu perdón.” “S i ella acepta ser mi esposa, lo tendrás. Pero tal vez en el futuro consideraras que puedo manejar mis propios asuntos.” “Lo hare, y mejor de lo que manejo los míos” Me miró inquisitivamente. N o dije nada más. N o puedo hablar de mi amor por Elizabeth hasta que sepa que es reciproco. Si es que lo es.
Jueves 25 de Septiembre
Me he visto obligado a regresar a la ciudad. Que tanto permanezca allá dependerá de las circunstancias. Martes 30 de Septiembre Recibí una carta de Bingley esta mañana, evidentemente escrita precipitadamente. Estaba manchada y tan mal escrita que era casi ilegible. Pero por fin pude descifrarla. Mi querido Darcy, ¡Felicítame! ¡Jane y yo nos casaremos! ¡Ella es el más dulce y adorable ángel! No puedo creer que haya sido tan afortunado como para ganarla. Su madre está emocionada. Su padre complacido. Elizabeth está encantada. No tengo tiempo para más. Caroline me pide que te mande sus saludos. Ella está ya planeando su vestido como la dama de honor, y espera verte en la boda. Charles Bingley P.S. Olvide preguntarte. ¿Estarás conmigo? C.B. Le escribí, enviándole mis más afectuosos felicitaciones y diciéndole que por supuesto estaría con él. Me vi tentado a regresar a Netherfield y darle mis mejores deseos personalmente, pero Georgiana se siente mal y planeo quedarme en la ciudad hasta que se sienta mejor. Mientras estoy sentado junto a ella, no puedo evitar pensar en Elizabeth. Las dos serían amigas si Elizabeth consiente en ser mi esposa. Es de todas maneras una conclusión de todo lo que ha pasado tan esperada, y aun así estoy inseguro. No he visto ninguna señal en las palabras o en las maneras de Elizabeth que me hagan pensar que mis sentimientos son regresados. Y aun así no vi nada que me hiciera pensar que ella esta irrevocablemente en contra mía. Tengo miedo de regresar a Longbourn. Mientras estoy con Georgiana, sigo teniendo esperanzas, pero una vez que regrese a Longburn pueden hacerse trizas para siempre.
Octubre
Martes 2 de Octubre
El coronel Fi william nos visitó hoy para ver cómo estaba Georgiana. Ella está muy recuperada, y pronto seré capaz de regresar a Netherfield. “¿Tengo entendido que has ido recientemente a Netherfield?” él dijo. Estábamos comiendo en el comedor. Georgiana, todavía indispuesta por su enfermedad, prefirió la cena en su cuarto. “Si.” Le conté sobre el compromiso de Bingley. “¿Y te molesta?” “No. Estoy muy feliz por él. Estoy feliz por ambos.” “¿Acaso Miss Elizabeth Bennet te habló sobre tu carta? ¿Ha aceptado que tu no fuiste la causa de la ruina de Wickham?” preguntó vacilante. “Ella no ha dicho nada, pero creo que lo ha aceptado.” “¿Y eso ha endulzado sus sentimientos hacia ti?” No supe cómo responder. “Estos asuntos son dolorosos mientras duran, pero no deben de permitirse durar para siempre.” D ijo. “Es tiempo de que vuelvas tu mirada al futuro nuevamente, Darcy. D ebes de casarte. S ería bueno para Georgiana el tener a un mujer en la casa” Tomó un bocado de rodaballo, y dijo. “Anne ha estado esperando tu proposición por varios años.” “¿Anne?” pregunté sorprendido. “Vamos Darcy, sabes cómo Lady Catherine ha tomado su matrimonio como algo decidido desde que su cuna. Estaba sorprendido cuando le ofreciste tu mano a Elizabeth, pero como no era de mi incumbencia. Mantuve la calma. Ahora que te ha rechazado, creo que deberías formalizar tu compromiso con Anne.” No tengo ninguna intención de casarme con Anne.” Dije. “Pero Lady Cartherine lo espera. Ella y tu madre los prometieron a ella y a ti en sus cunas.” “¿Ella no piensa en serio en eso? La he escuchado decirlo muchas veces, pero lo tomaba como una vana fantasía, tal como: Cuando eras un bebe, mi hermana y yo decidimos que irías al ejercito, o cuando eras niño, yo decidí que te adentraría a la política.”
“Te lo aseguró, ella lo dice en serio” “¿Y Anne?” pregunté. “Si. Ella también lo espera. Es por eso que nunca se ha casado.” “Yo pensaba que era porque aún era joven…” “Ella tiene veintiocho, como tú. Has olvidado que estuvieron en sus cunas juntos, y que los tres jugábamos juntos cuando éramos niños?” Lo había olvidado. Ella solía perseguirnos a mi primo y a mí. No, no perseguirnos. Ella podía correr igual de rápido que yo. Mi primo, siendo cinco años más grande que yo, podía superarnos a los dos. “¿Recuerdas como solía retarnos a subir a la cima del roble?” él preguntó. “Ella no debía subirlo. En su intento rompió su vestido, y fue confinada al vivero con pan y leche por una semana.” “Lo recuerdo. También recuerdo como le llevaste una sándwich frio de res y una rebanada de pay, envueltos en un pañuelo. Pensé que seguramente caerías al subir por el techo a su ventana. ¿Acaso alguna vez fuiste atrapado robando de la cocina?” “No. Mrs Heaney siempre culpaba al perro.” “¡Pobre Ceasar! Habia olvidado las hazañas de Anne. Era mucho más vivaz como niña, cuando su salud era buena.” Comenté. “Y cuando tenía a S ir Lewis para defenderla. Él se entero de las ordenes de Lady Catherine de tenerla confinada al vivero, y fue el mismo a darle medio soberano.” “¿En verdad?” dije con una sonrisa. Podía imaginarlo. S ir Lewis había querido siempre mucho a Anne, y ella también había querido mucho a su padre. Había sido un golpe muy fuerte para ella su muerte. “Siempre me he preguntado….” Empezó mi primo. “¿Si?” “Has notado que su tos es siempre peor cuando su madre está cerca.” “No.” “Y no solo su toz, también su timidez. Ella es mucho más vivaz cuando está conmigo.” “Ella nunca muestra mucho espíritu cuando está conmigo.” “Pero es que te tiene cierto pavor.” “¿A mí?” “Eres todo un personaje, Darcy, particularmente cuando estas fuera de quicio. D eja que el clima sea malo, y el aburrimiento te vuelve un ogro.” “Estaba a punto de decirle que estaba diciendo tonterías, cuando recordé que Bingley me había dicho algo similar.” “Lamento esto. Pero Anne no necesita sufrir más. Visitaré Rosings y le diré que un matrimonio entre nosotros dos está fuera de toda posibilidad” “No hay necesidad. Lady Catherine esta en Londres, y Anne esta con ella. Las vi a ambas esta tarde, antes de venir aquí. Lady Catherine desea visitarte antes de regresar a Rosings.” Terminamos nuestra comida, y después de sentarse conmigo una hora, el Coronel Fi william se fue. S e quedará en Londres por las próximas dos semanas, y me ha prometido visitar a Georgiana todos los días para asegurarse que este bien y feliz.
Sábado 4 de Octubre.
Lady Catherine vino esta mañana, trayendo a Anne con ella. Estaba a punto de preguntar por su salud, cuando mi tía empezó su discurso sin más preámbulo. “D ebes de poner un fin a estos sinsentidos de una vez, Darcy” dijo, tan pronto como se había sentado. No sabía de qué estaba hablando, pero antes de que pudiera decir algo, prosiguió: “He escuchado de Mr Collins que estabas a punto de proponerle matrimonio a Miss Elizabeth Bennet. Siéntate Anne.” Anne prontamente se sentó. “S abiendo que tal reporte debía de ser una grotesca falsedad, visité Longbourn en orden de hacer que Miss Elizabeth Bennet lo negarla. ¡La audacia de esa muchacha! ¡Qué perversidad! ¿Aunque, que más podrías esperar con una madre como esa, y un tío en Cheapside? S e negó a darme la negativa de tal reporte, aunque yo sabía que era falso. Nunca he conocido a una chica mas insolente en toda mi vida. S e burló de mí de la manera más vulgar. Cuando le dije que debía contradecir el reporte, me replico que, si había declarada que era imposible, entonces no había necesidad de contradicción. Eres un hombre muy orgulloso como para ser influenciado, cualesquiera sean las artes que ella utilizó. ¡El unirte con tal familia! Y mediante ellos, el relacionarte con Gearge Wickham, el hijo del mayordomo de tu padre. Él, ¡nombrarte su hermano! No debe siquiera pensarse. Que pusiera un fina sus artimañas, le dije que estabas comprometido con Anne, y ¿sabes lo que me dijo? ” “No.” Respondí, no sabiendo que esperar del discurso de Elizabeth, esperanzado – por primera vez tenía una razón de tener esperanzas – de que no estuviera firmemente en contra mía. “Que si era así, ¡no hubieras podido hacerle ninguna oferta a ella! Ha perdido cualquier sentido de propiedad. Honor, decoro y modestia, todos prohíben tal alianza! Y aun así ella no podía decirme que el rumor era falso. No tomaba en cuenta de ninguna forma la desgracia que traería al honor de nuestro apellido, o la contaminación que infringiría a la sombra de Pemberley! Cuando pienso en una chica tan ignorante en Pemberley! Pero claro que es imposible. Tú y Anne están hechos el uno para el otro. D escienden de la misma línea noble. S us fortunas son espléndidas . Y aun así esta chica presuntuosa, sin familia, conexiones o fortuna, no podía asegurarme que nunca se casaría contigo.” Mis esperanzas se dispararon. ¡No estaba totalmente en contra mía! S i hubiera sido así, se lo hubiera dicho a mi tía. Entonces había aun una oportunidad para mí.
“¿Bueno?” Demando Lady Catherine. “Mamá -” empezó Anne tímidamente. “Guarda silencio, Anne.”-ordenó mi tía. “Dime, Darcy” “¿Si?” pregunté. “¿Me asegurarás que tú nunca le pedirás a esta mujer el ser tu esposa?” “No tía, no lo haré.” Me miró furiosa. ¿Entonces están comprometidos? “No tía, no lo estamos.” “Ah, eso pensé. No podías estar tan perdido en lo que es correcto y propio, y de cualquier sentido común.” “Pero si ella me acepta, deseo hacerla mi esposa.” Su silencio fue horrible, y fue seguido por un torrente de palabras. “Ni siquiera pienses que serás bienvenido a Rosings si te casas con esa pretensiosa mujer. No traerás tal vergüenza y degradación a mi propia casa, aun si eres capaz de traerla con tu propia persona. Tu santa madre estaría perpleja al descubrir que esa mujer es su sucesora en Pemberley.” “Mi madre estará orgullosa de que haya elegido tan bien.” “D ebes de tener una fiebre. Es la única explicación,” dijo. “S i te casas con esa muchacha serás desterrado de tu familia y amigos. Ellos no te visitarán, ni te invitaran a visitarlos en respuesta. S erás condenado al ostracismo, marginado. Te daré una semana para que vuelvas a tus cabales. S i no escucho de ti de ahora a entonces, diciendo que has estado totalmente equivocado en este absurdo plan, y si no me ruegas por mi indulgencia, entonces ya no seré tía vuestra.” Le di una fría reverencia y ella salió de la habitación. “Lo siento” le dije a ella. “Nunca supe que tomabas nuestro compromiso como algo asentado hasta que mi primo me hablo de ello, pues si no, me hubiera asegurado de que supieras que no me veo como prometido tuyo. “No hay ninguna necesidad de que te disculpes. No quería casarme contigo” dijo. Ella sonrió, y fui tomado por sorpresa. No había ninguna timidez en su sonrisa, y mientras caminaba hacia mí, ella se veía confiada y segura. “¿Soy acaso tan terrible?” Pregunté. “No, eso no. Como una amiga y una prima te quiero en verdad y me gustas – siempre y cuando el clima sea bueno, y no te veas forzado a quedarte en casa – pero no te amo, y la idea de casarme contigo me hacia miserable. Me alegra que vayas a casarte con Elizabeth. Ella está enamorada de ti. Ella te sacará de tu rigidez, y seremos todos amigos.” “¿Ella está enamorada de mí? Me gustaría poder estar tan seguro” “Una mujer enamorada reconoce a otra” dijo. Volvió a sonreír y después siguió a Lady Catherine fuera de la habitación.
Lunes 6 de Octubre
Estoy nuevamente en Netherfield. Llegué aquí con más esperanzas de las que haya sentido jamás, pero aun así no me atrevo a tomar el amor de Elizabeth como algo asegurado. Bingley y yo dejamos Netherfield temprano y llegamos pronto a Longbourn. Miss Bennet estaba llena de sonrojos y nunca había lucido más favorecida. Elizabeth era más difícil de entender. Ella, también, se sonrojó. ¡Ojalá supiera la causa! Bingley sugirió una caminata. “I ré por mi bonete” dijo Ki y. “He estado esperando ver a María. Podemos caminar hacia la casa de los Lucas” Mrs Bennet frunció el entrecejo para mostrarle su desaprobación, pero Kitty no lo notó. “No soy una buena caminante, me temo,” dijo Mrs Bennet, volviéndose hacia Bingley con una sonrisa. “D eben disculparme. Pero J ane ama caminar. J ane, mi querida, ve por tu chaqueta. Ese hombre, supongo, ira también,” ella dijo, girándose hacia mí como si fuera un insecto desagradable. Elizabeth se sonrojó. I gnoré el comentario lo mejor que pude, pensando que sólo mi amor por Elizabeth podría inducirme a volver a poner un pie en esa casa nuevamente. Bingley parecía desvalido. “Mary, corre y trae tu abrigo también. D ebes de hacerle compañía a Mr Darcy. Estoy segura de que él no estará interesado en nada que Lizzy diga.” “Estoy muy ocupada como para caminar,” dijo Mary, levantando su cabeza de su libro. “He observado frecuentemente que aquellos que son mejores caminantes son esos que carecen de la capacidad intelectual de instruirse en los asuntos serios de la vida.” “¡Oh, Mary!” dijo Mrs Bennet impacientemente, Mary regresó a su libro. Elizabeth y su hermana regresaron, y habiéndose puesto sus abrigos nos fuimos. Bingley y su amada pronto se rezagaron. Ki y, sabía, nos dejaría pronto para visitar a su amiga. ¿Acaso Elizabeth también iría? Esperaba que no. S i ella se quedaba conmigo, entonces sería capaz de hablar con ella. Y debía hablar con ella. Llegamos al retorno de la casa de los Lucas. “Puedes seguir tu sola,” dijo Elizabeth, “no tengo nada que decirle a Maria.” Kitty corrió había la vereda, dejándonos a Elizabeth y a mí solos. Voltee hacia ella. Elizabeth, estaba a punto de decir, cuando me detuve al hablar ella. “Mr Darcy, soy una criatura muy egoísta que no me preocupo mas que de mis propios sentimientos, sin pensar que quizá lastimaría los suyos”
S entí como me ponía helado. Todas mis esperanzas parecían ahora como mera vanidad. Ella iba a herir mis sentimientos. Había estado equivocado al ver que no negaba el rumor de nuestro compromiso. No había significado nada, excepto que ella no se dignaría a negar un tonto comentario para beneficio de mi tía. Ella estaba obviamente encontrando difícil el continuar. Ella me dirá que no vuelva nunca a Longbourn otra vez, pensé. No puede soportar verme. S u disgusto hacia mí es tanto que no puede superarlo. No he usado mis oportunidades. He visitado Longbourn con Bingley y no dicho nada, por que tenia tanto que decir. Aun así nada podía ser dicho en frente de otros. Y ahora es muy tarde. Pero no dejaré que sea muy tarde. Le hablaré y se lo diré, le guste a ella o no. Pero entonces ella continuó, después de que todos estos pensamientos pasaran por mi cabeza. “Pero ya no puedo pasar más tiempo sin darle a usted las gracias-” ¿Darme las gracias? ¿No culparme, pero darme las gracias? No sabía que pensar. “- por su bondad inigualable con mi pobre hermana“. ¿Bondad inigualable? ¡Entonces ella no me odia! La idea hizo que mis ánimos aumentarán, pero cautelosamente, pues no sabía que hubiera podido oír del asunto, o que más iba ella a decir. “D esde que lo supe, he estado muy ansiosa por demostrarle cuan agradecida me siento. S i el resto de mi familia lo supiera, no tendría solo mi gratitud por expresar” Gratitud. No quería su gratitud. Gusto, si. Amor, si. Pero no gratitud. “S iento muchísimo” dije “que haya sido usted informada de una cosa que, mal interpretada, podía haberle causado alguna inquietud. No creía que Mrs Gardiner fuese tan poco reservada.” “No debe de culpar a mi tía” respondió. “La indiscreción de Lydia fue lo primero que me descubrió su intervención en el asunto; y, como es natural, no descansé hasta que supe todos los detalles. D éjeme que le agradezca una y mil veces, en nombre de toda mi familia, el generoso interés que le llevó a tomarse tanta molestia y a sufrir tantas mortificaciones para dar con el paradero de los dos.” Generoso interés. Pensaba bien de mí, pero ¿de qué forma? Era un suspenso agonizante. “”S i quiere darme las gracias, hágalo sólo en su nombre.” D ije. Mi voz era baja y apasionada. No podía esconder mis sentimientos. “Les tengo un gran respeto, pero no pensé más que en usted.” Paré de respirar. Había hablado. Había expresado mis sentimientos. S e los había ofrecido a ella, y solo podía esperar y ver si ella los lanzaría de vuelta en mi cara. Pero ella no dijo nada. ¿Por qué no hablaba? ¿Estaba sorprendida? ¿Horrorizada? ¿Feliz? La esperanza se avivó en mi pecho. ¿Tal vez se encontraba muda por la felicidad? Tenía que saberlo. “Es usted demasiado generosa para burlarse de mí.” añadí “S i sus sentimientos son aún los mismos que en el pasado Abril, dígamelo de una vez. Mi cariño y mis deseos no han cambiado, pero con una sola palabra suya no volveré a insistir más.” Parecieron transcurrir años antes de que ella hablara. “Mis sentimientos son tan diferentes…” comenzó. Volví a respirar. “… que me siento muy honrada de pensar que usted pueda aun amarme…” Empecé a sonreír.
“… ahora recibo con placer y gratitud sus proposiciones.” “La he amado por tanto tiempo” dije, mientras ella pasaba su mano por mi brazo y ya lo cubría con la mía. El reclamarla era un placer. “Pensé que era imposible. Traté de olvidarla, pero sin ningún resultado. Cuando la vi de nuevo en Pemberley estaba inundado de sorpresa, pero rápidamente bendije mi buena fortuna. Tenía una oportunidad para demostrarle que no era un malvado de espíritu como usted me pensaba. Tenía una oportunidad para demostrarle que podía ser un caballero. Cuando usted no me evitó, cuando aceptó mi invitación, me atreví a tener esperanzas, pero los problemas de su hermana la alejaron de mí y no la vi más. No podía dejar que las cosas quedarán así. Tenía que ayudar a su hermana, y lo hice sabiendo que al hacerlo estaría ayudándola a usted. Entonces, cuando ella estuvo debidamente casada, tenía que verla. Estaba igual de nervioso que Bingley cuando llegué a Longbourn. Estaba claro que su hermana era una mujer enamorada, pero no podía decir nada de sus maneras o su cara. ¿Acaso me amaba? ¿Le gustaba? ¿Podía siquiera tolerarme? Pensé que si, después que no. Decía tan poco ” “Lo cual no estaba en mi naturaleza” dijo con una amplia sonrisa. “No.” Respondi, con una sonrisa. “No sabía si era porque estaba disgustada por verme o meramente apenada.” “Estaba apenada,” ella dijo. “No sabía por qué había venido. Tenía miedo de mostrar demasiado. No quería exponerme al ridículo. No podía creer que un hombre de orgullo como el suyo pudiera ofrecer su mano cuando ya había sido rechazada.” “S u mano no, pero su corazón sí. Usted es la única mujer con la que he querido casarme, y al aceptar mi mano me ha puesto en deuda con usted para siempre.” “Se lo recordaré, cuando esté enojado conmigo.” Dijo juguetonamente. “No podría estar nunca enojado con usted” “Piensa que no, pero cuando contamine las sombras de Pemberley, es posible que lo esté.” Reí. “Ah, sí, mi tía se expreso enérgicamente con ambos.” “Ella me dijo que nunca viviría en Pemberley” dijo Elizabeth. “D ebo de aborrecerla por ello, pero estoy en deuda con ella. Es su visita la que me trajo con usted” “¿Fue a verlo?” “Lo hizo. En Londres. ”Ella estaba muy enojada. Me dijo que había ido a verla, y que le había exigido que contradijera el rumor de nuestro inminente matrimonio. S u negativa de satisfacer sus deseos la pusieron tristemente fuera de sí, pero me permitió albergar esperanzas” Hablé de mi carta. “¿Acaso,” dije. “la hizo pensar mejor de mí? ¿D io, al leerla, crédito de su contenido?” “Me hizo pensar mucho mejor de usted, y tan inmediatamente, que me sentí profundamente apenada de mi misma. La volví a leer otra vez, y otra vez, y al hacerlo, cada uno de mis prejuicios fueron desvaneciéndose.” “S abía que lo que estaba escribiendo podría causarle dolor, pero era necesario. Espero que haya destruido la carta.” “La carta será quemada, si cree que es esencial para la preservación de mi aprecio; pero, como ambos tenemos razones para pensar, mis opiniones no son totalmente inalterables, no son, espero, tan fácilmente cambiantes” “Cuando escribí esa carta, me creí a mi mismo en calma y serenidad, pero desde entonces
estoy convencido que la misma fue escrita con una terrible amargura de espíritu.” “La carta, tal vez, comience con amargura, pero no terminó así. El adios es cariñoso en sí mismo. Pero no piense más en la carta. Los sentimientos de la persona que la escribió, y la persona que la recibió, son ahora inmensamente diferentes de lo fueron, así que cualquier circunstancia desagradable debe ser olvidada. D ebe de aprender de mi filosofía. Piense sólo en el pasado cuando el recuerdo le procuré placer.” No podía hacerlo. No podía dejar el pasado ir sin contarle a ella sobre mis padres, buenas personas que me habían alentado a pensar bien de mí mismo y mezquinamente de los demás. Le dije que era el único hijo varón, e hijo único durante gran parte de mi vida, y como había aprendido a valorar sólo a los de mi círculo familiar. Para usted, fui inapropiamente humilde. Me presente ante usted sin ninguna duda de mi aceptación. Usted me mostró lo insuficiente que eran todas mis pretensiones de complacer a una mujer digna de ser complacida. Hablamos sobre Georgiana y de Lydia, y del día en el hotel cuando la carta de J ane llegó . Hablar de Jane naturalmente nos llevó a hablar sobre su compromiso. “¿Debo de preguntar si estaba usted sorprendido?” preguntó Elizabeth. “Para nada. Cuando me fui, presentí que pronto sucedería.” “Eso quiere decir, que ya había dado su permiso, me atrevo a adivinar” Para entonces ya habíamos llegado a la casa. No fue hasta que entramos que me di cuenta del tiempo que habíamos estado afuera. “Mi querida Lizzy, ¿en dónde pudiste haberte ido a caminar?” preguntó su hermana, mientras nos sentamos en la mesa. Elizabeth se sonrojó, pero dijo: “Nos paseamos por ahí, sin poner atención de a dónde íbamos, y nos perdimos.” “Ten por seguro que me apena sobremanera,” dijo Mrs Bennet, susurrando lo suficientemente fuerte para que lo escuchara “D ebe haber sido un gran suplicio para tí, tener que hablar con ese antipático hombre.” Elizabeth estaba mortificada, pero atrape su mirada y sonreí. S u madre puede ser la mujer más espantosa que para mi desgracia haya conocido, pero toleraría una docena de madres como ella por el bien de Elizabeth. No podía hablar con ella como hubiera deseado durante la tarde. J ane y Bingley se sentaron juntos, hablando del futuro, pero hasta que le pidiera a Mr Bennet la mano de Elizabeth, ella y yo no podríamos actuar de igual manera. Era tiempo de que Bingley y yo regresáramos a Netherfield. Fuí capaz de desahogar mis sentimientos un poco en el carruaje al dirigirnos a casa. “Ya te he deseado felicidad,” dije. “Ahora tú debes hacer lo mismo.” Bingley parecía sorprendido. “Me casaré con Elizabeth.” “¿Elizabeth?” “Si. Se lo propuse durante nuestra caminata. Ella ha aceptado casarse conmigo.” “¡Esas son grandiosas noticias! Casi tanto como las mías. Ella es la esposa perfecta para tí. Es la única persona que he conocido nunca que puede enfrentarte. Nunca olvidaré la forma en que se burló de tí cuando se quedó con nosotros en Netherfield, cuando Jane estaba enferma. Estabas aburrido y con uno de tus augustos humores. Caroline estaba admirando todo lo que hacías y decías. Recuerdo haber pensado que sería una tragedia que te casarás
con ella. Ella te convencería de que estabas por encima de todos en todos los aspectos. ¡No es que necesites mucho convencimiento sobre eso!” Me reí. “¿En verdad era tan arrogante?” “Lo eras,” dijo Bingley. “¡S abes que lo eras! Pero Elizabeth se asegurará de que no lo vuelvas a ser. ¿Cuándo planean casarse?” “Tan pronto como sea posible. Elizabeth necesitará tiempo para comprar el vestido de novia, y si desea hacer cualquier modificación en Pemberley antes de que llegué, entonces necesitaré tiempo para hacerlo. De otra forma, me gustaría casarme ya.” “¿Modificaciones en Pemberley? D ebe de ser amor,” dijo Bingley. “Estoy seguro de que serán muy felices.” “Elizabeth y yo estabamos hablando sobre ello. Hemos decidido que tú y J ane serán felices, pero que nosotros seremos aún más felices.” “Oh no, en eso nunca estaremos de acuerdo.” El carruaje paró. “¿S e lo dirás a Caroline, o se lo diré yo?” preguntó Bingley mientras entrabamos. I nmediatamente prosiguió: “Tal vez sea mejor que me permitas decírselo, o es posible que diga algo de lo que se arrepienta al escuchar las noticias.” “Como desees.” Al entrar en la casa, me retiré a la biblioteca, para pensar en Elizabeth, y en el futuro.
Martes 7 de Octubre Me encontré con Caroline en el desayuno, y estaba complacido por la forma en que ella se comportaba, educadamente. “Me he enterado de que debo felicitarle,” comentó. “Si, me voy a casar.” “Estoy encantada” dijo ella. “Ya era tiempo de que tomarás a una esposa. ¡Quién hubiera pensada que cuando venimos a Netherfield el años pasado, ambos, usted y Charles encontrarían amor verdadero!” Ignoré su tono irónico. “Tal vez algún día sea usted tan afortunada como yo.” “No creo que me vaya a casar nunca” declaró. “No tengo ningún deseo de dejar a nadie controlarme. ¿Cuándo será la boda?” “Pronto.” “Entonces debo de ver a mi modista. Dos bodas en tan poco tiempo requerirán de una planeación cuidadosa.” “Oh, sí” dijo Louisa. “Debemos de tener algo nuevo.” Después del desayuno, Bingley yo nos dirigimos a Longbourn. “Caroline se porto muy educada,” le dije. “Creo que tomo bien las noticias.” “No fue tan educada cuando se lo dije,” comentó Bingley. “pero le recordé que si no era cortés contigo se vería excluida de Pemberley.” Llegamos. Mrs Bennet estaba llena de sonrisas mientras saludaba a Bingley, y llena de gestos al saludarme. ¿Cómo reaccionará cuando sepa que estoy por ser su yerno? Bingley miró a Elizabeth cálidamente, así que estoy seguro que ella adivinaba que ya se lo había contado, cuando él dijo: “Mrs Bennet, ¿No tendrá otros caminos por aquí en los que Lizzy pueda perderse nuevamente?” Mrs Bennet estaba lista para aceptar su sugerencia, ansiosa por permitirle un poco de privacidad con J ane. Ella sugirió que camináramos hacia el monte Oakham. Bingley, en un tono brillante, dijo que estaba seguro de que sería demasiado para Ki y, y Ki y concordó que prefería quedarse en casa. ¡Es un gran cambio el tener a Bingley ordenando mi vida por mí! Pero no podía quejarme, pues unos minutos después ya estaba fuera de la casa, libre de hablar con Elizabeth. “D ebo de pedir el consentimiento de su padre para nuestro matrimonio” comenté, mientras vagábamos por el monte. “¿Y si él no lo da?” ella preguntó con una amplia sonrisa. “Entonces tendré que llevármela sin su consentimiento,” dije. “¿Cree que me lo negará?” le pregunté más seriamente. “No. No le temo a lo que él pueda decir. Por lo menos, no una vez que lo haya conocido mejor, aunque, al principio creo que estará sorprendido. Cuando la carta de Mr Collins llego…” Se detuvo. La miré inquisitivamente. “Mr Collins le escribió, diciéndole que no debía casarme con usted, pues molestaría a Lady Catherine”
“¿Y qué fue lo que su padre respondió?” “Está muy ocupado disfrutando la ridiculez del asunto como para responder aún.” “Puedo ver que tendré una entrevista difícil con él. ¿Pensará que estoy bromeando cuando le pida por su mano?” “No creo que se atreva a hacerlo.” Respondió. Ella hablaba alegremente, pero podía notar que estaba preocupada. “Me esforzaré por conocerlo” dije. “Él y yo nos entenderemos mejor, y me aseguraré de que no se arrepienta de haber dado su consentimiento.” Seguimos caminando. “Y además está mi madre.” “¿Cree que dejaré de ser ‘ese hombre’ en sus ojos?” le pregunté con una sonrisa. “Ni lo mencione” dijo ella con un escalofrío. “S i supiera cuantas veces me he apenado por ella, o cuantas veces he deseado que se quede callada. Creo que se lo comentaré cuando este sola” prosiguió. “Entonces tendrá la oportunidad de sobre pasar la primera impresión, y posiblemente le hará hablar más racionalmente hacia usted.” “¡Exactamente los pensamientos de Bingley, cuando decidió que sería mejor darle la noticia a Caroline el mismo!” “¿Me preguntó si ella seguirá pensando que su caligrafía es tan uniforme una vez que este casado?” “Me temo que no. Ella probablemente la encuentra extraordinariamente desordenada.” Alcanzamos la cima del monte. “Y bien, ¿qué le parece la vista desde aquí?” Elizabeth me preguntó. Me volví a verla a ella. “Me gusta mucho” respondí. Ella se veía tan hermosa que le cedí el paso a la necesidad de besarla. Ella estaba sorprendida al principio, pero después respondió tiernamente, y supe que nuestro matrimonio sería muy feliz en todo sentido. S eguimos caminando juntos, hablando del futuro. Estoy ansioso por mostrarle a Elizabeth Pemberley, no como una visitante, pero como su futura dueña. “¿No le importará que mi tía y tío nos visiten?” ella preguntó. “Por supuesto que no. Me agradan.” “¿Y mis hermanas?” “J ane y Bingley estarán con nosotros seguido. S us hermanas más jóvenes son bienvenidas de visitarnos cuando gusten, o cuando usted lo desee- Pero no recibiré a Wickham.” Nos reunimos con Jane y Bingley mientras regresábamos a Longbourn. Durante el resto del día, Elizabeth no estaba tranquila. D eseaba liberarla de sus preocupaciones, pero no podía hablar con Mr Bennet sino hasta terminar la cena. Tan pronto como lo vi retirarse a la biblioteca, lo seguí.
“Mr Darcy” dijo sorprendido, mientras cerraba la puerta de la biblioteca detrás de mí. “Me gustaría hablar con usted” dije. “Estoy a sus órdenes. Ha escuchado, supongo, del rumor que dice que usted está por casarse con Elizabeth, y desea que sea detenido, pero le sugiero que disfrute de su absurdidad, en vez de preocuparse por una inofensiva tontería.” “No la encuentro ni remotamente absurda,” le dije. “La encuentro altamente deseable. Lo he seguido con el fin de pedirle la mano de Elizabeth en matrimonio.” Quedo boquiabierto. “¿Pedirme la mano de Elizabeth en matrimonio?” repitió por fin. “Si.” “Pero debe de haber algún error” “No hay ningún error.” “Pero yo pensé… eso es, ¡Mr Collins es un tonto! Él está siempre deleitándome con alguna noticia o historia absurda, y estaba seguro de que debía haber cometido algún error. Usted, ¡quien jamás había puesto ojos en Elizabeth en su vida! Y aun así me dice ahora que desea casarse con ella.” “En verdad la amo, y de haberla elegido para mis atenciones, he hecho más que eso. Usted no ha estado ahí, sin embargo, así que no puedo culparlo por su sorpresa. Cuando ella estaba en Netherfield, y tuve el placer de disfrutar de su compañía por casi una semana, pase la mayoría de mi tiempo con ella. La vi nuevamente en Kent, cuando fue a visitar a Mrs Collins, y llegamos a conocernos mejor. La encontré más recientemente en D erbyshire, y cada vez que la encontraba, la amaba aun más. Mis sentimientos no son de corta duración. S on duraderos, y no cambiaran.” “¡Pero ella siempre lo ha odiado!” respondió. “Cualquier hombre que persista en contra de esta obvia aversión debe de sufrir locura.” A esto sonreí. “Puedo asegurarle que estoy suficientemente cuerdo. S u aversión ha sido superada hace mucho. Ya le he pedido que se casará conmigo, y me dio el sí.” “¡Dijo si!” exclamó Mr Bennet débilmente. “Y como los dos estamos de acuerdo, necesitamos solo su permiso para fijar la fecha.” “¿Y si no lo doy?” “En ese caso, me temo que tendré que casarme con ella sin él.” Me miró como si estuviera decidiendo si estaba hablando en serio. D espués, recuperando su ingenio, dijo: “S i es como dice, y Elizabeth en verdad desea casarse con usted, entonces ustedes tienen mi consentimiento y mi bendición. Pero quisiera oírlo de sus labios. Mandela conmigo.” Lo deje y fui con Elizabeth. Ella vio por mi rostro que su padre había dado su consentimiento. “Él desea hablar contigo.” Ella asintió, y dejó la habitación. Mrs Bennet, quien había estado hablando con Jane y Bingley, notó su partida. “¿Ha donde ha ido Lizzy?” le preguntó a Jane. “No lo sé,” respondió Jane, aunque por su expresión podía ver que lo había adivinado. “S upongo que ella ha logrado crear una excusa para salir de la habitación, estando ya
cansada de tener que hablar con ese displicente caballero.” D ijo Mrs Bennet, sin tomarse la molestia de bajar el tono de su voz. “No la culpo. Ahora, J ane, debes de tener un nuevo vestido para tu boda. ¿Qué color crees que debe ser? Yo me case de azul.” Ella dijo. “en un de los vestidos más hermosos, no como las modas de ahora. Tenía una falda amplia, y una blusa en punta. D ebemos de asegurarnos que tú tengas algo igual de fino. S atén, creo, o encaje de Brujas.” Jane me miro disculpándose al inicio de este discurso, y después atendió a su madre, pero apenas escuche la efusiva charla de Mrs Bennet. Me estaba preguntando qué estaba pasando en la biblioteca. Elizabeth parecía haberse ido hacía ya mucho tiempo. ¿Qué le estaba diciendo su padre? ¿Acaso le estaba tomando tanto tiempo el convencerlo de sus sentimientos por mí? “He notado frecuentemente, que el lujo de la boda no tiene ninguna relación con la felicidad del matrimonio” dijo Mary, saliendo de su libro. “Tales cosas son mera vanidad, dispuestas para atrapar a la incauta mujer y dirigirla por el camino de la tentación.” “Oh, hush Mary, guarda silencio, nadie te pregunto” dijo Mrs Bennet, molesta “Cuando encuentres a un esposo, puedes decir tanto como quieras acerca de la naturaleza de los vestidos de novia.” Mary fue silenciada. “Cuando me case, tendré una falda de satén cubierta por una capa de encaje,” dijo Ki y, “Y no me escapare con mi esposo a vivir en Londres primero.” “Ki y, guarda silencio” dijo Mrs Bennet. Ella se volvió hacia Bingley con una sonrisa “¿Qué es lo que usted se pondrá Mr Bingley? ¿Un saco azul o uno negro? Wickham se caso en su saco azul. ¡Mi querido Wickham!” dijo con un suspiro. “Que hombre tan apuesto. Pero no tan apuesto como usted.” Capte la mirada de Bingley. Era probable que, si Wickham hubiera tenido cinco mil libras por año, habría sido tan apuesto como Bingley. “Me pondré lo que Jane desee.” Respondió. ¿En dónde estaba Elizabeth? S entí que mi impaciencia crecía. Al fin regresó a la habitación y sonrió. Todo estaba bien. La velada paso tranquilamente, recibí una fría reverencia por parte de Mrs Bennet cuando me fui, y me pregunté cual sería su recepción la mañana del día siguiente. Vi líneas de preocupación en la boca de Elizabeth, y sabía que no estaba feliz por lo que le esperaba en la entrevista con su madre. “Para esta hora mañana, todo habrá terminado” dije. Ella asintió, y entonces Bingley y yo nos fuimos. “¿S u padre dio su consentimiento?” preguntó Bingley mientras regresábamos a Netherfield. “Lo hizo.” “Jane y yo ya hemos fijado una fecha para nuestra boda. ¿Nos estábamos preguntando qué pensarían tu y Elizabeth de una boda doble?” Me sorprendió mucho la idea. “Me agrada. Si Elizabeth acepta, entonces eso es lo que haremos.”
Miércoles 8 de Octubre.
“Mr Bingley”dijo Mrs Bennet, jugueteando mientras lo saludaba. Volteo hacia mí, y vi a Elizabeth ponerse tensa. Pero su madre simplemente me miro con asombro y dijo: “Mr Darcy.” No había frialdad en su tono. En realidad parecía sorprendida. Le hice una reverencia y me dirigí al lado de Elizabeth. La mañana paso tranquila. Mrs Bennet llevo a las jóvenes arriba con ella mediante cualquier pretexto, y Elizabeth y nos vimos libres de hablar. Cuando el almuerzo fue servido, Mrs Bennet se sentó a un lado mío, y Elizabeth en el otro. “¿Un poco de salsa holandesa, Mr D arcy?” dijo Mrs Bennet. “Tengo entendido que le gustan las salsas.” Pase mi mirada por la mesa, y vi nada más que seis salseras. Estaba por rechazar la salsa holandesa cuando vi la expresión mortificada de Elizabeth y me decidí a devolver la nueva civilidad de Mrs Bennet con civilidad de mi parte. “Gracias.” Tome un poco de salsa holandesa. “Y b arnaise? La mande hacer especialmente para usted.” Dude un poco, pero puse un poco de salsa b arnaise junto a la salsa holandesa. “¿Y un poco de salsa de vino de Oporto?” dijo. “Espero que pruebe un poco. El cocinero la hizo especialmente.”
Me serví un poco de salsa de vino de Oporto y mire mi plato en consternación. Mire a Elizabeth y la atrape riendo. Me serví un poso de salsa de b chamel, salsa de mostaza y salsa de crema también, y después me dispuse a comer mi extraña merienda. “¿Está disfrutando su almuerzo?” preguntó Mrs Bennet solícitamente. “Si, gracias.” “No es a lo que está usted acostumbrado, supongo.” Podía decir honestamente que no lo era. “¿Tendrá usted dos o tres cocineros franceses, me supongo?” “No, solo tengo una cocinera, y ella es inglesa.” “¿Es su cocinera en Pemberley?” “Si, lo es.” “Pemberley,” dijo Mrs Bennet. “Que imponente suena. Me alegra que Lizzy haya rechazado a Mr Collins, pues una casa parroquial no es nada comparada con Pemberley. I magino que la chimenea será aun más grande que la de Rosings. ¿Cuánto ha costado, Mr Darcy? ” “No estoy seguro.” “Seguramente mil libras o más.” “D ebe ser difícil mantenerlo” dijo Mr Bennet. “I ncluso en Longbourn, es difícil sustentar todos los mantenimientos” Nos adentramos en una discusión acerca de las propiedades, y encontré que Mr Bennet es un hombre sensato. Puede ser negligente en lo que concierne a su familia, pero sus deberes en otras áreas son llevados a cabo responsablemente. D ebo de perdonar su presente negligencia, pues gracias a ella Elizabeth es como es. S u vivacidad y energía habrían sido aplastadas bajo una crianza ordinaria. He decidido que Georgiana debe de tener un tiempo sin una institutriz o acompañante, para que pueda desarrollar su propia personalidad. Estoy segura que Elizabeth estará de acuerdo.
Viernes 10 de Octubre. Elizabeth me ha preguntado cómo me había enamorado de ella. “¿Cómo pudo haberse iniciado?” preguntó- “puedo entender como fue avanzando encantadoramente una vez comenzado; pero ¿Qué pudo haberte inclinado hacia ello?” Lo pensé. ¿Qué pudo haber sido lo que me llevo a enamorarme de ella? ¿Fue cuando me miro satíricamente en la asamblea? ¿O cuando había caminado sobre el lodo para ver a J ane? ¿O cuando se negó a alagarme, al no decirme cuán bien escribía? ¿O cuando se había negado a tratar de atraer mi atención? “No puedo decidir la hora, o el momento, o la mirada, o las palabras que cimentaron la base. Fue hace mucho. Estaba en la mitad del camino, antes de darme cuenta que había comenzado.” Ella me molesto, diciendo que había resistido su belleza, y por lo tanto debía haberme enamorado de su impertinencia. “Es seguro, que usted no conocía nada bueno sobre mi – pero nadie piensa en eso cuando está enamorado.” “¿Acaso no había bondad en su comportamiento afectuoso hacia J ane, mientras ella estaba enferma en Netherfield?” “¡Mi querida J ane! ¿Quién podría haber hecho menos por ella? Pero vuelve mi comportamiento una virtud sin falta. Mis cualidades están bajo su protección, y podrás exagerarlos tanto como sea posible.” “No te ofendes fácilmente. No pudo haber sido fácil para usted estar en Netherfield – no fuiste muy bien recibida – y aún sí estaba divertida, más que cualquier cosa por nuestra rudeza.” “Me gusta reír” admitió. “Y usted le es leal a sus amigos. Me reprendió por mis comportamiento con Wickham” “¡No hable de él!” me suplicó. “Apenas y puedo soportar él pensar en ello.” “Pero yo si puedo. Él es un individuo detestable, pero no lo sabía en ese momento, y lo defendió. No hay muchas mujeres que defenderían a un podre amigo contra un rico y codiciable soltero.” “Sin importar que tan indigno sea el ´amigo´” dijo tristemente. “Y no temió el cambiar de opinión una vez que supo la verdad. No se aferró a sus prejuicios, tanto de Wickham como míos. Usted admitió la justicia de lo que dije.” “S i, acepte que un hombre que no le da una vivienda a un derrochador no es un bruto. ¡Ese es un signo de gran bondad, en verdad!” “Ayudó con todo lo que estaba en su poder para ayudar a Lydia, a pesar de que sabía que ella era salvaje y descuidada” remarqué. “Ella es mi hermana. Difícilmente podría abandonarla a su suerte con un truhán.” Replicó. “Pero tengo el permiso de exagerar sus cualidades” le recordé- “Usted misma lo dijo” Ella se rió. “Pobre Lydia. Pensé que ella había arruinado la posibilidad de mi felicidad con usted para siempre. No podía imaginar cómo podría usted desear estar conectado con una familia en la que una de las hermanas se había fugado, especialmente por ser su mayor enemigo con quien se había escapado.”
“Nunca pensé en eso. Usted me había enseñado para entonces que tales cosas no importan.” “Le he enseñado más cosas de las que había notado, entonces. Cuando vino usted a Longbourn, después de la boda de Lydia” “¿Si?” “Hablo tan poco. Pensé que yo ya no le interesaba.” “Puesto que usted estaba seria y callada, y no me daba ningún aliciente.” “Estaba apenada” ella dijo. “Y yo también.” “D ígame, ¿Por qué regresó a Netherfield? ¿Era simplemente para poder cabalgar a Longbourn y estar avergonzado? ¿O planeaba algo con más consecuencia?” “Mi verdadero propósito era el verla, y juzgar, si podía, si acaso podría tener esperanzas en enamorarla. Lo que declaraba, o lo que me declaraba a mí mismo, era que venía ver si su hermana estaba aún interesa en Bingley, y si lo estaba, confesarle a Bingley mis intervenciones en ese asunto.” “¿Tendrá alguna vez el valor para anunciarle a Lady Catherine lo que le espera?” “Creo que necesitó más tiempo que valor, Elizabeth. Pero debe de hacerse, y si me proporciona una hoja de papel, lo haré ahora mismo.” Mientras yo escribía mi carta para Lady Catherine, Elizabeth escribió una carta a su tía y tío en Gracechurch S treet. La suya era mucho más fácil que la mía, puesto que proporcionaría placer, mientras que la mío daría angustias. Pero debía realizarse. Lady Catherine, Estoy seguro de que deseará desearme felicidad. Le he pedido a Miss Elizabeth Bennet su mano en matrimonio, y ella me ha hecho el gran honor de concedérmela. Su sobrino, Firzwilliam Darcy. Y ahora escribiré una más placentera, me dije. Tomé otra hoja de papel y le escribí a Georgiana. Mi querida hermana, Sé que estarás encantada de escuchar que Elizabeth y yo nos casaremos. Te lo contaré todo cuando te vuelva a ver. Tu amoroso hermano, Fitzwilliam Era corta, pero no tenía tiempo para más. La releí, la sellé y dirigí el sobre. “¿Le importaría tener otra hermana?” le pregunté a Elizabeth. “De ninguna manera. Lo espero con ansias. ¿Vivirá con nosotros en Pemberley?” “¿Si no tiene usted ninguna objeción?” “Ninguna.” “Ella podrá aprender mucho de usted.” “Y yo de ella. Podrá contarme todo lo referente a las tradiciones en Pemberley.” “Puedes alterar cualquier cosa que no te agrade.” “No, no alteraré nada. Mi tía y yo estamos de acuerdo en esto. Pemberley es perfecto tal y como es.”
Martes 14 de Octubre
Elizabeth está deleitada con la carta de Georgiana, la cual llegó esta mañana. Estaba bien escrita, y en cuatro páginas expresaba el placer que sentía Georgiana de tener una hermana. Menos bienvenida fue la carta de Lady Catherine. Fitzwilliam, No te nombro sobrino, pues ya no eres sobrino mío. Estoy sorprendida y ofendida de que pudieras inclinarte a ofrecer tu mano a una persona de tan bajo rango. Es una mancha en el honor y crédito del apellido Darcy. Ella no te traerá más que degradación y pena, y reducirá tu hogar a un lugar de impertinencia y vulgaridad. Sus hijos serán salvajes e indisciplinados. Sus hijas se escaparan y sus hijos se convertirán en abogados. Nunca serás recibido por ninguno de tus conocidos. Serás desgraciado en los ojos del mundo, y te convertirás en una figura de desprecio. Te arrepentirás amargamente de este día. Recordarás que te advertí de las consecuencias de tan desastroso acto, pero para entonces será muy tarde. No terminaré esta carta deseándote felicidad, pues ninguna felicidad puede seguir tan desastrosa unión. Lady Catherine de Bourgh.
Miércoles 15 de Octubre
Cene con Elizabeth esta tarde, y me sorprendió el encontrar una grupo grande, consistente de Mrs Philips, S ir William Lucas y Mr y Mrs Collins. La visita inesperada de los Collinse fue pronto explicada. Lady Catherine había estada últimamente tan enfadada por nuestro compromiso que pensaron más sabio el irse de Kent por un tiempo y retirarse a Lucas Lodge. Elizabeth y Charlote tenían mucho que discutir, y mientras las dos hablaban después de la cena, me vi consignada a las gratificaciones de Mr Collins. “Estaba deleitado al saber que usted le había ofrecido su mano a mi querida prima, y que ella, en su sabiduría femenina y agraciada, lo había aceptado.” D ijo, radiante. “Ahora comprendo la razón por la cual ella no podía aceptar la propuesta que yo tan imprudentemente le había hecho el otoño pasado, cuando yo no conocía nada de los presentes felices acontecimientos. Pensé en esos momentos que era extraño que una joven tan amable rechazará la nada excepcional mano de una estimable caballero, particularmente uno que poseía una viviendo tan ventajosa, y quien, si me permite mencionarlo, tenía las virtudes de su profesión que ofrecerle ,así como las virtudes de su persona. S u negativa parecía inexplicable para mí en su momento, pero ahora entiendo completamente. Mi querida prima había ya perdido su corazón por alguien quien, si me permite mencionarlo, es por virtud de su posición, mucho más digno incluso que un párroco, pues él tiene el destino del mismo en sus manos.” Vi a Elizabeth mirar satíricamente hacia mí, pero soporte su conversación con compostura. Puedo incluso, con el tiempo, empezar a entretenerme con ella. “Admirablemente expresado” dijo S ir William Lucas, mientras se nos unía. Me hizo una reverencia, y después a Mr Collins, y a mi nuevamente. “S olo ese valor podría resignarnos al hecho de que usted se estará llevando la joya más brillante del estado cuando se lleve a Elizabeth a D erbyshire,” continuó con otra reverencia. “Espero que todos nos encontremos frecuentemente, ya sea en Longbourn o en St James´s.” Afortunadamente nos retiramos a cenar, y aunque me había librado de la compañía de Mr Collins y S ir William, me encontré sentado al lado de Mrs Philips. Ella parecía muy sorprendida como para decir mucho, pero cuando hablo, fue todo muy vulgar.
“¿Entonces, Mr Darcy, es cierto que usted tiene diez mil libras al año?” ella preguntó. La miré inquisitivamente. “Estoy seguro de que debe ser así, pues lo he oído decir en todas partes. ¿Y es Pemberley más grande que Rosings?” Cuando no respondí, ella volvió a hacer la pregunta. “Lo es” dije. “¿Y cuánto vale la chimenea? Mr Collins estaba contando que la chimenea en Rosings había costado ochocientas libras. S upongo que la chimenea en Pemberley debió costar alrededor de mil libras. Mi hermana y yo hablamos sobre ello el otro día.” “Téngalo por seguro” dije. “debió de haber sido más de mil libras” “Es muy seguro que costó más de doce mil libras” respondió. “Es algo muy bueno que Lizzy no se casará con Mr Collins, después de todo, aunque mi hermana estaba muy disgustada con ella en su tiempo, ¿pero que es Mr Collins enfrente a Mr Darcy? I ncluso Lady Lucas concuerda que él no es nada. D iez mil libras por año. Los vestidos, los carruajes que ella tendrá.” S oporté sus comentarios lo mejor que pude, y esperé con ansias el día en el que tendría a Elizabeth conmigo en Pemberley, libre de todas sus relaciones.
Martes 28 de Octubre
No sabía que podía sentirme tan nervioso, pero esta mañana me sentí casi tan nervioso como el día en que le pedí a Elizabeth que se casara conmigo. Bingley y yo nos dirigimos a la iglesia juntos. Creo que él estaba aún más ansioso que yo cuando fuimos y tomamos nuestros lugares en el frente. Los invitados comenzaron a llegar. Mr Collins fue el primero. S u esposa no estaba con el, pues ella era la dama de Elizabeth. Mrs Philips lo siguió. Los Lucas llegaron, después una cantidad de conocidos de Elizabeth. Por mi parte, de familiares son estaban el Coronel Fi william y mi hermana Georgiana. Lady Catherine y Anne no asistieron. No lo esperaba, y estaba aliviado de que mi tía decidiera permanecer alejada, pero me hubiera gustado el ver a Anne, y sospecho que a ella le hubiera gustado verme seguramente casado con Elizabeth. La iglesia estaba llena. Los invitados tomaron sus asientos. Bingley y yo intercambiamos miradas. Miramos hacia la puesta. Nos volvimos a voltear a ver. Mire mi reloj. Bingley miró el suyo. El sonrió nerviosamente. Yo sonreí tranquilizadoramente. El asintió. J unte mis manos. Y entonces escuchamos un suspiro y, volteando alrededor, contemplé a Elizabeth. Estaba caminando hacia el altar en el brazo de su padre, con J ane en el otro brazo. Pero no tenía ojos para J ane. Tenía solo ojos para Elizabeth. Ella se veía radiante. S entí mis nervios y angustias dejarme mientras ella se me unía, tomando su lugar junto a mí, como J ane tomaba su lugar junto a Bingley. El servicio fue sencillo pero me conmovió profundamente. Al intercambiar los votos Elizabeth y yo, pensé que no podía existir un hombre más feliz en toda Inglaterra. Partimos de la iglesia, y mientras miraba a Elizabeth, sabía que ella era ahora Mrs Darcy. “¡Mrs Darcy!” dijo su madre, repitiendo mis pensamientos. “Que bien suena. ¡Y Mrs Bingley! ¡Oh! S i pudiera ver a mis otras dos hijas tan bien casadas, no tendría nada más que pedir.” Regresamos a Longbourn para el desayuno de la boda, y después Elizabeth y yo nos dirigimos a dar un paseo por Lake D istrict. J ane y Bingley fueron con nosotros. Nos detuvimos en la noche en una pequeña posada y estoy haciendo lo mejor con esta oportunidad de escribir en mi diario, pues no tendré tiempo después. Estoy ansioso de que llegué la tarde. Después de la cena, nuestro verdadero matrimonio comenzará.
-NOVIEMBRE-
Martes 11 de Noviembre
Hoy regresamos a Pemberley, después de nuestra luna de miel en los lagos. Elizabeth se veía feliz y saludable. La mire mientras el carruaje seguía cuesta arriba por el camino, admirando su asombro en su rostro al contemplar su nuevo hogar. El carruaje se detuvo fuera de la puerta. Entramos. Mrs Reynolds había hecho reunir a todo el personal, y nos dieron la bienvenida. Mrs Reynolds, lo sé, está encantada en ver a una señora en Pemberley nuevamente. Nos dirigimos a nuestras recámaras. Me adentre en su suite junto con ella. Eran las únicas habitaciones que ella quería cambiar, y habían sido decoradas tal como ella deseaba. “¿Te gustan?” pregunté. Ella mira alrededor apreciándolo. “Es perfecto.” Fui hacia ella y la bese. “¿Te gustan a ti?” preguntó, mirando alrededor de la habitación nuevamente. “No importa si me gusta o no.” “Yo creo que sí,” inició. “Después de todo, tú serás un frecuente visitante.” Sonreí y volví a besarla. Fueron algunas horas después que volvimos a bajar. “¿Estás segura de que no deseas ninguna de las otras habitaciones redecorada?” le pregunte, mientras entrabamos en el comedor. “No, me gustan tal y como están. Me recuerdan mi primera visita a Pemberley.” Caminó hacia la ventana y miro hacia afuera. “Es una hermosa vista.” Concordé. La colina frondosa era hermosa, y el rio centellaba al fluir en su camino por el valle. Amo cada árbol y cada estrecho de pasto, y me conforta el saber que ella también los ama. “¿Qué fue lo que pensaste la primera vez que los viste?” le pregunté. S onrió juguetonamente. “Que hubiera podido ser la señora de todo esto, ¡si te hubiera aceptado!” “¿Y te arrepentiste de haberme rechazado?” “Por un minuto – hasta que recordé que no se me hubiera permitido invitar a mi tía y tío aquí.” “No puedo creer que haya podido ser tan orgulloso. S i no hubiera sido por tus tíos, tal vez nunca nos hubiéramos visto nuevamente. S erán bienvenidos en cualquier momento en que lo desees.” Puse mis brazos alrededor de ella. “Debemos de invitarlos pronto. Le he prometido a mi tía el pasearla por el parque en un faetón y un par de ponies” Ella giró dentro de mis brazos y acarició mi mejilla. “Pero por lo pronto, aún no los invitaremos.”
Martes 18 de Noviembre
Hemos estado en Pemberley por una semana, y Elizabeth y Georgiana se están llevando tan bien como pude haberlo esperado. Georgiana esta empezando a perder un poco de su timidez gracias a su relación con Elizabeth, y aunque ella no es tan juguetona como Elizabeth, se ha aventurado a bromear conmigo en una o dos ocasiones. Por fin siento que puedo ser un hermano para Georgiana otra vez, y no un padre o madre. Ella esta creciendo ahora, y con Elizabeth guiándome, ya no me preocupo por los asuntos de las damas que quedan fuera de mi conocimiento. S i en algún momento tengo dudas, solo tengo que preguntarle a Elizabeth. La vida es mucho más sencilla para Georgiana también, pues ahora tiene tanto una hermana como una confidente en Elizabeth.
Jueves 20 de Noviembre
Elizabeth recibió una carta de Lydia esta mañana, pidiéndole ayuda con algunas cuentas. Me la encontré por casualidad mientras estaba leyéndola en su habitación. Me miró con un semblante culpable mientras entraba. “¿Secretos?” Parecía pesarosa. “Es de Lydia. Ella es tan extravagante que ha excedido sus ingresos otra vez. Me escribe que debe ser lindo ser rico, y me pide ayuda.” “¿No se la darás?” Examiné su rostro. “Si, lo harás.” “Es mi hermana después de todo.” Respondió. “Déjala acudir a Jane.” “Ya le ha pedido ayuda a J ane.” Respondió Elizabeth, su coquetería devuelta. “Presiento que planea pedirnos a cada una en turnos.” “Entonces debes decirle que no. Así ella aprenderá a moderarse-” “¡I mposible para Lydia! Ella acumulará deudas hasta que los comerciantes pidan su pago, y entonces ella y Wickham tendrán que cambiar de alojamiento y empezar todo de nuevo. Piénsalo de esta manera, no estoy ayudando a Lydia, estoy ayudando a los comerciantes a los que está estafando.” Con este argumento, ella sabía que no podía decir no. “Nunca dejo de preguntarme como es que tú y J ane se convirtieron en tan buenas mujeres, mientras que tus otras hermanas resultaron todo lo contrario.” D ije, yendo directo a su lado y besándola en la mejilla. “Ki y no es tan mala” dijo Elizabeth. “Estaba pensando en tenerla con nosotros un tiempo. D espués de la fiesta de Navidad, el próximo mes, voy a invitarla a quedarse. Un poco de compañía superior servirá para influenciarla a mejorar.” “Si debes de hacerlo, adelante. Aunque preferiría tenerte solo para mi.” “Ella no estará dentro de la casa todo el tiempo. Ella saldrá a dar caminatas largas con Georgiana.” Dijo Elizabeth. “O largos paseos en el carruaje” dije, besándola en los labios. “O días de campo” dijo Elizabeth, regresándome el beso. “Mi amor, mejor cierro la puerta.”
-DICIEMBRE-
Viernes 5 de Diciembre
Elizabeth ha ordenado un faetón de dos para Navidad. S u tía y tío se unirán al grupo, y llegarán en un poco más de quince días. Elizabeth me ha convencido de que debo de invitar a mi tía también. Es tiempo de poner el fin a las hostilidades, me ha dicho, y tiene la razón. No puedo permanecer en malos términos con Lady Catherine por siempre. J ane y Bingley se quedarán con nosotros, y traerán a Caroline y a Louisa con ellos. Mr y Mrs Bennet también vendrán junto con Mary y Ki y, y Lydia los estará acompañando. He accedido renuentemente a acogerla, pero bajo la condición de que Wickham no viniera con ella. No lo tendré en Pemberley, ahora o nunca. Elizabeth lo comprende. Ella no tiene ningún deseo de verlo tampoco, y ambos sabemos que sería mortificante para Georgiana. A las dos personas que no veremos son a Mr y Mrs Collins. Charlo e está en una interesante condición y no puede viajar. Elizabeth me ha recordado buscar una mejor vivienda para Mr Collins de la que tiene en este momento. "Una casa más grande para Charlo e", me dijo Elizabeth, "y una con suficientes distracciones para mantener a Mr Collins ocupado. Con algo cerca que pueda hacer él afuera de la casa, tal vez algunas casas de caridad que administrar, sería mucho mejor. Y asegúrate de que la casa tenga dos habitaciones placenteras, para que Charlo e pueda tener una al igual que su marido." "Esta hecho, pero no los tendré dentro de un perímetro de menos de una hora de viaje de Pemberley. Me agrada Charlo e lo suficiente, pero ni su amistad contigo puede conciliarme con su esposo. " Y en esto, Elizabeth y yo somos uno.
Sรกbado 13 de Diciembre
Nuestros invitados llegarรกn el lunes. Uno mรกs se ha sumado al grupo. El Coronel Fitzwilliam vendrรก junto con Lady Catherine y Anne.
Lunes 15 de Diciembre
Al fin ya están aquí. Bingley y J ane fueron los primeros en llegar, trayendo consigo a Caroline y Louisa. "Mrs Darcy" dijo Caroline, con un exceso de cortesía. "Qué encantada estoy de volverla a ver." Ella sonrió como si ella y Elizabeth hubieran siempre sido las mejores amigas, y después volteo hacia mí. "Mr Darcy, que bien se ve usted," dijo, "Y Georgiana. ¡Cómo has crecido! Debe ser por el aire de Derbyshire. Es tan vigorizante." Louisa fue menos verbal pero nos saludó amablemente. Mr Hurst solo gruño antes de retirarse a la sala de billar. Caroline y Louisa subieron a las alcobas superiores, guiadas por Georgiana, y Elizabeth y yo fuimos libres de hablar con Jane y Bingley. "Así que, ¿Lydia vendrá?" preguntó Bingley, mientras todos nos sentábamos en la sala. "Si; ella vendrá, aunque no junto con su marido" dijo Elizabeth. "¿Crees que es incorrecto que no lo allá invitado?" le preguntó a Jane. "Querida Lizzy, por supuesto que no. No es cómo si él y Lydia no tuvieran otro lugar a donde ir. Han venido a quedarse con nosotros dos veces. Les es mucho más barato quedarse con nosotros que vivir por su cuenta. D ejaron de alquilar su vivienda antes de venir con nosotros, de manera que no tuvieran que pagar ninguna renta, y después alquilaron otra cuando regresaron." "Qué penoso," dijo Elizabeth. "No para Lydia. Ella es la misma de siempre, exuberante y con buen humor. Ella medra con el cambio" "La próxima vez que vengan, creo que les diré a los sirvientes que digan que no estamos en casa," dijo Bingley. "Estamos muy convenientemente situados en Netherfield, ese es el problema" dijo Jane. "Visitan Longbourn, y después vienen con nosotros cuando ya han sobrepasado su recepción ahí. Y no es solo Lydia quien nos visita. Parece que todos los días mi madre encuentra una razón para visitarnos. Estamos pensando en tomar una casa en otro lugar." "¡Pobre Jane! Debes de venir y vivir a Derbyshire" dijo Elizabeth. "Hay algunas muy hermosas propiedades por aquí" dije yo. "Creo que lo haremos," dijo Bingley. Un coche acercándose a la entrada nos alertó del hecho de que Lady Catherine había llegado. Ella descendió con todo refinamiento y entró a la casa. Unos minutos después entró dentro de la sala sin esperar a ser anunciada. Ella miró alrededor con una mirada crítica. "Puedo ver que los muebles no han sido remplazados, " dijo ella, sin saludarme ni a mí ni a Elizabeth. "Pensé que usted pondría los muebles de mi hermana en el ático y los remplazaría con algo de muy inferior calidad."
"Su señoría no puede pensar que yo arruinaría mi propia casa." dijo Elizabeth. "¡Su casa! Ah!" exclamó mi tía. Elizabeth me lanzó una mirada burlona, pero haciendo un esfuerzo, les dio la bienvenida a Lady Catherine, a Anne y al Coronel Fitzwilliam. "Nos volvemos a encontrar" dijo él. "Así es" conteste. "Y en felices circunstancias. Darcy es un hombre muy afortunado" dijo. "Darcy no es tal cosa" dijo mi tía. "Él debió de haberse casado con Anne." Anne desvió su mirada al suelo. "¿Ha tenido un buen viaje, espero?" le preguntó Elizabeth. Anne levantó la mirada un poco, pero no respondió. Estaba sorprendido por la diferencia en su comportamiento desde la última vez que la había visto, y pensé en lo que mi primo me había dicho, que ella tenía mucha más energía lejos de su madre. "La salud de Anne es delicada. Ella nunca viaja bien" dijo mi tía. "Pero el viaje fue bueno" dijo el Coronel Fi william. "El carruaje de Lady Catherine es cómodo, y las carreteras no estaban mal." "Permítanme llevarlos a sus habitaciones" dijo Elizabeth. "Ese es el trabajo de la ama de llaves," dijo Lady Catherine despectivamente. "Entonces le pediré a Mrs Reynolds que le muestre el camino" dijo Elizabeth. Ella se volvió hacia Anee. "Permítame llevarla a su habitación" dijo. "Es la habitación que siempre se le asigna. Le pregunte a Mrs Reynolds cual era la suya." Anne miró preocupadamente a su madre, pero permitió a Elizabeth que la guiara al piso superior. Jane fue con ellas, mientras que mi tía tuvo que esperar por Mrs Reynolds. El Coronel Fi william río. "Elizabeth no le teme a nadie" dijo, cuando Mrs Reynolds había llevado a Lady Catherine arriba. "Por supuesto que no" dijo Bingley. "¡S e casó con Darcy! Aunque creo que él ya no es tan terrible como antes. El matrimonio le ha sentado bien." "Les favorece a ambos. Tal vez yo deba pensar en dar el mismo paso." dijo el Coronel. Elizabeth se nos unió nuevamente, y pronto el resto de las damas habían encontrado su camino hacia la sala de estar. Mi tía y Anne ya conocían a Caroline y a Louisa, y una vez que las cuatro habían intercambiado saludos, mi tía comenzó a hablar, sólo para detenerse una vez que escuchó otro carruaje acercándose. "¿Quién es?" preguntó ella, mirando fuera de la ventana. "¡Mi tía y mi tío!" exclamó Elizabeth, brincando. "¿El tío que es un abogado, o el tío que vive en Cheapside?" pregunto Lady Catherine desdeñosamente. Elizabeth no respondió, pero fue a recibir a sus invitados tan pronto como entraron a la habitación. "¡Elizabeth! Qué bien te ves" dijo Mrs Gardiner. Ella estaba vestida elegantemente, y tenía un porte refinado. "Positivamente floreciente" agregó Mr Gardiner.
Vi a Elizabeth satisfecha con la cara de sorpresa de Caroline. I ntercambiamos miradas, y nuestros pensamientos regresaron a cuando conocí por primera vez a los Gardiners, cuando yo también, había sido placenteramente sorprendido. D e ahí siguió la usual conversación acerca del viaje, y el hablar sobre el carruaje de los Gardiner dio pie a que Elizabeth dijera. "Tengo el faetón y los caballos listos para ustedes, tal como me lo pidieron. Tan pronto como se sientan listos para viajar nuevamente, lo llevaremos al rededor del parque." “¿Faetón y caballos? ¿Qué significa esto? ¿Un equipamiento para una salida? D ebo de ser parte de dicho placer. Me gustan sobremanera los paseos alrededor del parque. Hubiera aprendido a manejar si el S r Lewis me hubiera enseñado, y estoy segura que hubiera sobresalido en ello”, dijo Lady Catherine. “El S r Lewis me lo dijo él mismo. D ebe decirme cuando piensa ir. Iré con ustedes, al igual que Anne.” “Pero sólo hay dos asientos.” Remarcó Elizabeth. “Entonces Anne y yo tomaremos el carruaje.” “Estoy convencida que a su señoría no le agradará la expedición”, dijo Elizabeth. “No sólo iremos por el rio, también pasaremos por el bosque.” “¿Qué significa esto?” preguntó Lady Catherine. “El bosque es uno de mis grandes placeres. Cuando mi hermana estaba viva, paseábamos continuamente por ellos.” “Pero, como su señoría me informó en nuestro último encuentro, mi presencia los ha contaminado.” dijo Elizabeth maliciosamente. Mi tía no pudo pensar en una respuesta. Nunca la había visto quedarse sin palabras. Fue una grata experiencia. Pero ella no iba a ser superada, y después de unos minutos se sobrepuso a su sorpresa y dijo: “Su madre y sus hermanas vendrán, tengo entendido.” “Si, así es.” “¿Todas ellas?” “Si, todas.” “¡Qué!, ¿Incluso la que se escapó con el hijo del mayordomo de Darcy?” “Si, incluida Lydia.” dijo Elizabeth seriamente, pero con una sonrisa en sus ojos. “He oído que su madre la ha recibido en Longbourn, después de su escandaloso comportamiento. No puede ser cierto, por supuesto. El rumor debe de ser falso. Ninguna madre podría aprobar tal infamia por parte de una hija. Ella debería excluirla inmediatamente y dejarla sufrir las consecuencias de sus actos.” En la estimación del carácter de Mrs Bennet, no podía estar más equivocada. Mrs Bennet llegó poco después que su hermano y su esposa, y no sólo aprobaba el comportamiento de Lydia, lo vanagloriaba. “Lady Catherine, que bueno es verla nuevamente,” dijo ella mientras hacía una reverencia. “Parece que fue ayer cuando nos visitaba en Longbourn, trayéndonos noticias de Charlotte en su camino por el pueblo. S i me hubiera dicho entonces lo que sé ahora, no lo hubiera creido. ¡Mi Lizzy, casándose con Mr Darcy! Por supuesto, que no se debe dudar. Ella siempre ha sido una chica muy buena, la favorita de su padre, y aunque J ane tiene mayor belleza, Lizzy tiene mayor ingenio, aunque claro, ya no debería llamarla Lizzy, debo llamarla ¡Mrs
Darcy! Que bien suena. ¡Y pensar que ella es la señora de Pemberley! S abía que no podía ser tan enérgica con ella. Pemberley es una hermosa vivienda. No tenía idea de que sería tan fina. Lucas Lodge no es nada comparada con ella, y es aún mejor que la gran casa en Stoke. “ “Y en cuanto a Purvis Lodge, tiene las más horribles buhardillas, pero Lizzy-, Mrs Darcy me asegura que las buhardillas en Pemberley son las mejores que ella haya visto.” “Estoy seguro de que ella te dará un recorrido.por ellas, si se lo pides amablemente,” dijo Mr Bennet secamente, mientras entraba y besaba a Elizabeth. “¿Cómo estás Lizzy? Te ves bien.” “Estoy bien Papá.” “Darcy te está tratando bien” “Si, así es” “Bien. Entonces no tendré que retarlo a un duelo.” “Espero que venga conmigo a pescar en su lugar,” dije. “Estaría encantado.” “Y usted también está incluido en la invitación por supuesto” le dije a Mr Gardiner. “Será todo un placer.” “¿Qué te parece mi bonete, Lizzy?” Preguntó Lydia, acercándose, “¿No es encantador? Lo compré ayer.” “Pensé que necesitabas economizar”, dijo Elizabeth. “Lo hice,” respondió Lydia, “Había tres bonetes en la tienda que me gustaban, y sólo compré uno.” “Por todo lo que he leído, la práctica de la economía no se da naturalmente en las mujeres,” dijo Mary. “D eben estudiarlo diligentemente si no desean dejar que sus gastos excedan sus ingresos.” “Bien dicho Mary, muy bien planteado”, dijo Mrs Bennet. Ella se volvió hacia el Coronel Fitzwilliam. “Una chica tan talentosa. Ella lee no sé cuántos libros. S erá, para un afortunado soldado, una excelente esposa.” Por primera vez en mi vida, vi a mi primo desconcertado. No se vio obligado a responder, pues mientras Lydia fue al espejo y empezó a admirarse, Mrs Bennet siguió su conversación. “Cuando usted se fue después de su visita a Longbourn, Lady Catherine, hubiera creído más probable que un gato fuera a ver a la reina que nosotras fuéramos a ser parientes, pero ahora somos familia.” “Por supuesto que no lo somos” dijo mi tía indignada. “¡Pero lo somos! S u sobrino está casado con mi hija. Eso nos hace primas de alguna manera. Mi prima, ¡Lady Catherine! Qué envidia tenía Lady Lucas cuando se lo dije, pues ella no es una verdadera "Dama", sólo le fue dado el título cuando a S ir William le fue dado su título de caballero, a cuenta de un favor que le hizo al rey. Ella era simplemente Mrs Lucas antes de eso, y su esposo era comerciante en Meryton. Él dejó el trabajo cuando fue ascendido a Sir William, pero el linaje se nota.”
-
“Eso es seguro”, remarcó Lady Catherine. “Y ésta es la muchacha que se fugó con el hijo del mayordomo”, preguntó, girándose hacia Kitty. “No, no lo soy”, dijo Kitty sonrojándose. “Ella es mi segunda hija más joven, Ki y.” dijo Mrs Bennet. “¡Una chica tan buena! ¡Tan buenos modales! Y en el camino de volverse toda una belleza. Ella estará girando cabezas antes de que sea más mayor, recuerde mis palabras. No es que no lo haya hecho ya. El capitán D enny estaba muy atraído por ella, y había otros dos oficiales que la preferían a ella, aunque aún fuera joven, pero –“ “No puedes ser tú”, dijo Lady Catherine, atravesando a Mrs Bennet y volviéndose a Lydia “Eres una niña.” Lydia no se giró, pero habiéndose quitado el bonete, se colocó sus rizos frente al espejo. “¡Bah! ¡Que tonterías habla usted! declaró. He estado casada estos cuatro meses. Mi querido Wickham y yo nos casamos en Septiembre. Soy toda una matrona.” Se volvió y encaró a Lady Catherine. “Estoy encantada de conocerla”, le dijo, extendiendo su mano como si fuera una duquesa y mi tía la esposa de un granjero. “Mi querido Wickham me ha contado muchas cosas sobre usted.” “¡S í que lo ha hecho!” dijo Lady Catherine, ignorando su mano. Lydia la bajó, nada perturbada, y se volvió hacia el Coronel Fitzwilliam, yendo hacia él con la mano extendida. “¡La! Un oficial. Le hace bien a mi corazón ver una casaca roja. Me recuerda a mi querido Wickham.” “S iempre me han gustado los hombres con casaca roja”, dijo Mrs Bennet a Lady Catherine. “Lydia se parece a mí en eso.” “D esafortunadamente para quienes nos gusta una conversación racional”, dijo Mr Bennet. “Darcy, ¿tendrá un salón de billar aquí?” “S i lo tengo, S eñor. Permítame mostrárselo, ¿Caballeros?” Y diciendo esto, los rescate de las damas. “Mi esposa es una fuente constante de diversión para mí.” dijo Mr Bennet mientras salíamos de la sala, “y Lydia aún más. Tenía grandes esperanzas en Mary, pero se ha vuelto menos tonta ahora que sale un poco más, y no sufre en comparación de sus hermanas, aunque su arrebato del día de hoy me da esperanzas de que su estupidez no haya desaparecido completamente. Ki y, también, parece decepcionarme. S e ha convertido en una criatura tan racional desde que pasa dos días de cada tres en Netherfield que me temo que se convertirá en una sensata joven dama después de todo.” Todavía me siento incómodo con la manera de hablar de Mr Bennet acerca de sus hijas, pero como su frivolidad ayudo a crear el carácter juguetón de Elizabeth, supongo que no puedo quejarme.
Martes 16 de Diciembre Elizabeth llevó a su tía por los prados en el faetón hoy como había prometido, y las dos regresaron con ojos brillantes y un color saludable en sus mejillas. “¿Y, le gusta Pemberley tanto como la última vez que lo visito?”, le pregunté. “Mucho más”, ella respondió. “Antes era simplemente una hermosa casa. Ahora es el hogar de Elizabeth.” “Debe de ser una forma muy placentera de ver el prado.” dijo Anne. Había un rastro de nostalgia en su voz. Elizabeth lo escucho y dijo, “D ebe usted tomar un paseo conmigo esta tarde.” La bendeci por eso. Anne tenía muy poca diversión en su vida. S e fueron después de la merienda, y aunque su viaje fue más corto que el anterior, regresaron muy alegres. “Creo que he juzgado mal a Anne”, dijo Elizabeth después, “Yo que me vanaglorio con mi habilidad para juzgar a las personas en base a primeras impresiones, creo haber cometido puros errores este año. Cometí un terrible error contigo, y creo haberlo cometido también con Anne. La tomaba por alguien enfermiza y gruñona, y pensé… “. Ella se detuvo abruptamente. “Si, ¿qué fue lo que pensaste?” “Pensé que ustedes dos se merecían el uno al otro”. dijo ella pícaramente. “Es una pena que no supiera esto antes, pues pudiera haberte complacido al casarme con ella.” Nunca antes había sabido que era el burlarse de alguien, o ser el objetivo de la burla hasta que conocí a Elizabeth, pero ahora estoy aprendiendo. “Ella no es ni tan enfermiza ni tan gruñona como suponía. D e hecho, cuanto más nos alejábamos de la casa, más vivaz ella se convertía.” “Ella solía ser mucho más alegre cuando éramos niños, hasta el invierno en el que ella se resfrío, y la tos se quedó en su pecho. Mi tía la sacó del internado y dijo que no estaba lo suficientemente bien como para regresar.” “Ah. Entonces, ¿ella estuvo sola en Rosings con Lady Catherine desde entonces?” “Ella tenía su acompañante.” “Debía ser una acompañante muy valiente para soportar a Lady Catherine? Concordé. “¿De qué hablaste con Anee?” “Para empezar, hablamos sobre el parque. Tiene muy buenos recuerdos de él de cuando era niña, y me señaló el lugar en donde perdió su muñeca, y el lugar en donde el Coronel Fi william la encontró… - aunque él no era Coronel en ese entonces. Pero parece haber sido un buen chico. No pudo haber sido cómodo el tener a una pequeña niña correteando detrás de él, y aun así parece que él le mostró gran amabilidad.” “Él siempre le tuvo mucho afecto a Anne.” “Y después hablamos sobre libros. Ella ha leído una gran cantidad, y disfrutamos de un debate amistoso. Creo que ella se siente mucho mejor lejos de su madre. Le pediré a tía Gardiner que la lleve en el faetón mañana. Entre nosotras dos, podremos separarla de Lady Catherine durante la mayor parte de su visita.”
Jueves 18 de Diciembre
La visita dentro de la casa está probando ser sobremanera placentera. Mrs Bennet es feliz con caminar a todo lo largo y ancho de Pemberley, memorizando sus detalles para así poder contarle a sus vecinos de sus esplendores a su regreso a Longbourn. Lydia pasa su tiempo coqueteando con los jardineros. Es inútil tratar de detenerla, y por lo menos eso la mantiene fuera de la casa. Mr Bennet se sienta en la biblioteca la mayor parte del tiempo, saliendo sólo para los viajes de pesca. Lady Catherine se ha tomado la libertad de instruir a Ki y y a Mary en la conducta correcta que debe tener una joven dama, y Ki y le tiene tal admiración a mi tía que se sienta y la escucha con halagadora atención por horas seguidas. Mary, también, se sienta y escucha, interviniendo con sus profundas opiniones de sus lecturas. Caroline y Louisa se entretienen con revistas de moda, mientras que Mr Hurst duerme la mayoría del tiempo. Anne ha aprovechado al máximo su oportunidad para escapar de la atención de su madre, y ha comenzado a caminar por los prados, donde es regularmente acompañada por el Coronel Fi william. S u tos parece molestarla mucho menos que antes, y ella dice que es el ejercicio lo que le está haciendo bien. Cuando los demás están ocupados, es con J ane y Bingley, Georgiana y Mr y Mrs Gardiner con quienes Elizabeth y yo pasamos la mayor parte del tiempo.
Sábado 20 de Diciembre
Elizabeth y yo salimos con J ane y Bingley esta mañana para ver una propiedad a diez millas de Pemberley. Es una hermosa casa, con muy buen paisaje. Miramos alrededor y J ane y Bingley estaban muy complacidos con lo que vieron. "Si no encontramos nada mejor, creo que lo compraremos" dijo Bingley. "Empiezo a creer que estás aprendiendo a ser precavido," le dije a Bingley. "Hace un año la hubieras tomado sin pensarlo." "Es imposible para mí hacer eso ahora," dijo, sacudiendo la cabeza, “S i he aprendido algo de ti, Darcy, es que no debo de tomar una casa sin saber antes el estado de las chimeneas" "Regañé a Bingley por no hacer ninguna pregunta sensata cuando rentó Netherfield," expliqué, cuando Elizabeth me miró desconcertada. "Fue buena fortuna que no haya preguntado," dijo Elizabeth. “o tal vez nunca nos hubiéramos conocido" Regresando a la casa, encontramos a Mrs Bennet sumida en conversación con Mrs Reynolds, averiguando cuanto habían costado las cortinas, y cuáles eran las dimensiones exactas del salón de baile. Anne estaba en la sala de estar con Mrs Gardiner, y sus risas nos llegaron cuando entrabamos a la habitación. Anne se ve mucho mejor que antes. Hay una vivacidad en ella que faltaba completamente cuando estaba confinada con Lady Catherine, y debo admitirlo, cuando pensaba que se casaría conmigo. "¿Les gustó la casa?" pregunto Mrs Gardiner. "Si, mucho" dijo Jane. "Es un poco más pequeña que Netherfield, pero sigue siendo de un buen tamaño" "¿Más pequeña que Netherfield?" preguntó Mrs Bennet, entrando a la habitación. "Eso no funcionará." "Pero está a una corta distancia de Pemberley," dijo Jane. "Pero, por supuesto, eso es un punto a su favor. Entonces podría visitarlas a ambas al mismo tiempo. Puedo quedarme con Lizzy primero y después, querida J ane, me puedo quedar contigo. Es un viaje muy largo para visitar a una hija, pero una corta distancia para visitar a dos. Me atrevo a decir que estaré aquí todo el tiempo." "Creo que el parque era algo pequeño" dijo Bingley, mirando a Jane. "Y las buhardillas están en mal estado" dijo ella. "Oh, si las buhardillas están en mal estado, no la tomaría en cuenta" dijo Mrs Bennet. "Deberían mejor quedarse en Netherfield."
Lunes 22 de Diciembre
Fue un día lluvioso ayer. D espués de la cena, Lady Catherine se retiró temprano. Ki y y Lydia estaban ocupadas en adornar un bonete, y Mrs Bennet estaba diciéndole a Ki y que cuando se casara debía asegurarse de tener una casa tan bella como Pemberley. Mr Gardiner y Mr Bennet estaban jugando ajedrez, mientras Mrs Gardiner miraba un libro de grabados. "¿A alguien le gustaría una partida de billar?" preguntó el Coronel Fitzwilliam "Darcy jugará con usted, y yo observaré" dijo Elizabeth. "Anne,¿nos acompañaría?" Anne aceptó, y los cuatros nos dirigimos a la sala de billar. Apenas habíamos entrado, cuando Elizabeth se excusó debido a una jaqueca, y me pidió que la ayudara a volver a la sala de estar. Al cerrarse la puerta de la sala de billar tras de nosotros, su jaqueca parecía haber desaparecido. "Pensé que Fitzwilliams y Anne estarían mucho mejor sin nosotros" dijo ella. La miré sorprendido. "Él solo necesita un poco de estímulo para darse cuenta de que está enamorado de ella" "¿Fitwilliam y Anne?" "Creo que se ven bien. S us ojos lo siguen siempre que está él en la habitación, y ella apenas puede hablar de otro tema sin mencionarlo de alguna manera. Por su parte, él siempre ha sentido cariño por ella, y sería un casamiento apropiado, así como por amor. Él necesita casarse con una heredera, y Anne está por heredar Rosings y una considerable fortuna." Estaba aún más sorprendido. "¿Cómo sabes que debe casarse con una heredera?" "Él me lo dijo" "¿Cuando hizo eso? "En Rosings, cuando estábamos todos juntos las Pascuas pasadas. S ospecho que era para ponerme en guardia, y advertirme que no debía de esperar una oferta de su parte." "¡Qué arrogantes hombres somos! ¡Los dos pensando que deseabas una oferta por nuestra parte!" "Tal vez sí deseaba una oferta por parte del Coronel" bromeó. "Mi amor, te advierto que soy un esposo celoso. Exiliaré a mi primo de Pemberley, si no me dices en este instante que no deseabas una oferta suya," "Muy bien, no la deseaba. Pero creo que Anne sí la desea." "Puede que no sea una mala idea" dije. "D e hecho, cuanto más lo considero, más me agrada la idea" "Lady Catherine también, estaría complacida" "¿Así que los estás alentando para complacer a Lady Catherine?" le pregunte inocentemente. "Mr Darcy, se está volviendo tan impertinente como su esposa" bromeo.
"Pero no estoy seguro de que Lady Catherine lo apruebe" dije pensativo. "No puede poner queja alguna acerca de su linaje" "Tal vez no, pero es el hijo menor, y empobrecido" le recordé. "Pero la fortuna de Anne es suficiente para los dos" "Mi primo no tiene propiedades" "Él vivirá en Rosings" respondió. "Mandando a Lady Catherine a la casa de retiro" "Mientras que, si te hubiera casado con Anne, ella hubiera sido la señora de Pemberley, y Lady Catherine hubiera seguido siendo la señora de Rosings." Ambos nos imaginamos como reaccionaría Lady Catherine cuando se enterará que debía trasladarse a la casa de retiro. "Crees que Anne encuentre el coraje para enfrentarse a su madre?" pregunté. "Será interesante verlo"
Jueves 25 de Diciembre Nunca hubiera pensado, cuando celebraba la Navidad el año pasado con Georgiana en Londres, que la siguiente vez que la celebrará estaría casado. Pemberley se ve muy festivo. Adornos de vegetación entrelazados en las barandillas, mientras el acebo, grueso con bayas rojas, adorna los retratos y el muérdago cuelga de los candelabros. Nos despertamos con un olor a comida, y después del desayuno, fuimos a la iglesia. El clima era tan bueno que Elizabeth, J ane y Bingley y yo decidimos caminar a la iglesia mientras que el resto del grupo fue llevado en carruaje. "Esto me recuerda las caminatas que hacíamos cuando J ane y yo estábamos recién comprometidos" dijo Bingley, mientras crujía la escarcha bajo nuestros pies. "Aunque no hacia tanto frio" "Tú y J ane estaban en la feliz situación de ser reconocidos como pareja. Podían pasar el tiempo hablando entre ustedes e ignorando al resto, mientras que Elizabeth y yo no podíamos ni sentarnos juntos." "Pero se las arreglaron para perderse en las veredas del campo siempre que estábamos fuera de la casa" dijo Bingley con una sonrisa. "Las veredas fueron muy útiles" dijo Elizabeth. "Y nuestra madre los ayudó sobremanera, al insistir que mantuvieras ocupado a ese hombre" dijo Jane. "Nunca en mi vida he estado tan mortificada" dijo Elizabeth, pero estaba riendo al decirlo. Llegamos a la iglesia y entramos. Nuestros invitados ya estaban reunidos, y tan pronto ocupamos nuestros lugares, el servicio comenzó. Fue vivaz e interesante, lleno de buen ánimo para la ocasión. Lady Catherine se quejó de los himnos, el sermón, las velas y el libro de oraciones, pero estoy persuadido de que todos los demás fueron animados por el servicio. Tuvimos una espléndida cena, y después de ella jugamos a charadas. Caroline eligió al Coronel Fi william como su pareja, pero Elizabeth frustró sus tentativas de llamar su atención más tarde por la noche al invitarlo a abrir el baile junto con Anne. Hicieron una muy vivaz pareja desmintiendo las advertencias de Lady Catherine sobre que Anne sufriría un ataque de tos. Ki y bailo con Mr Hurst, e incluso Mary fue convencida de pasar a la pista, aunque protestó diciendo que el baile no era una actividad racional y declaró que preferiría sobremanera leer un libro. Cuando todos nuestros invitados se habían retirado, nos dirigimos arriba. "¿Cansada?" pregunté. Como respuesta, ella levantó su mano sobre su cabeza, y ví que estaba sosteniendo una rama de muérdago…
Lunes 29 de Diciembre
Nuestro grupo se separó esta mañana. Lady Catherine y Anne fueron las primeras en irse, acompañadas del Coronel Fi william. Elizabeth esperaba escuchar sobre su compromiso, pero aunque Fizwilliam y Anne habían pasado gran parte del tiempo en compañía uno del otro, nada había sido dicho. Los Bennets fueron los siguientes. Por último fueron Jane y Bingley. "Deben de venir y visitarnos en Netherfield" dijo Jane. "Y traigan a Georgiana " dijo Bingley. Prometimos ir a verlos en breve tiempo. Al fin teníamos nuestra casa para nosotros. "Es muy agradable tener invitados" dije, mientras el último carruaje se alejaba. "Pero es mucho mejor el verlos partir" Regresamos a la sala de estar. Georgiana y Elizabeth pronto comenzaron a revivir la visita, hablando sobre quienes habían visto. Georgiana se aventuró a hacer un comentario chistoso acerca de Lady Catherine, y después me miró para ver si me había ofendido. Al ver mi cara, la suya se relajó. Había perdido ya mucha de su timidez, y estaba en camino en convertirse en una joven dama segura y confiada. Por esto, y por muchas otras cosas, tenía que agradecerle a Elizabeth.
-MARZO 1813-
Miércoles 4 de Marzo Mr y Mrs Collins llegaron esta mañana, y se quedarán por una semana. Pensaron que era mejor irse de Kent ahora que Lady Catherine está enfurecida. S e ha enterado de que Anne se casará con el Coronel Fitzwilliam. "S u señoría no estaba infeliz con la idea al principio, aunque ella indulgentemente me confió que hubiera preferido tener a un hombre de fortuna como yerno. Pero el estimable Coronel tiene un antiguo nombre, y ella magnánimamente lo considera digno de poder unirse a su propia, más estimada, línea de familia. Ella fue lo bastante condescendiente para dar su consentimiento, y decir que Anee sería la novia más elegante del año. Fui capaz de complacer a su señoría al mencionar que Miss de Bourgh engrandecería cualquier iglesia en la que eligiera casarse. "Pero su señoría cambió de parecer cuando Anne le aclaró que ella pensaba vivir en Rosings, y que deseaba que su madre se mudará a la casa de retiro" agregó Charlotte. “Lady Catherine muy educadamente lo declaró imposible. Ella me honró con la más complaciente confidencia, diciendo que no se movería de su casa para acomodarse a las conveniencias de un irreflexivo muchacho, y prosiguió a confiarme amablemente que Anne era una chica cabeza dura, quien no tenía el debido sentido de la gratitud.” “Anne señaló que, si ella fuera un hombre, su madre debería dejar la casa después de su matrimonio, a lo cual su señoría respondió que Anne no era un hombre, y que por lo tanto ella debía permanecer allí.” “Esperaba que Anne cediera ante esto,” dijo Charlo e, “pero no fue el caso. El amor la ha hecho más fuerte.” “La atmosfera no ha sido desafortunadamente de lo más armonioso. D e todas las cosas, me disgusta más el aire de discordia. Ofende a un hombre de mi profesión de una forma que no puedo describir. Trate de ofrecer una rama de olivo, señalando que la casa de retiro era un edificio muy hermoso, con apartamentos elegantes y jardines suntuosos, pero Lady Catherine me miró con tal mirada de desaprobación que mi coraje flaqueció, y estuve forzado a añadir, ‘pero no tan hermoso como Rosings’, creo que eso le agrado a su señoría.” “Pero no a su hija,” remarqué. El rostro de Mr Collins se ensombreció. “No, me temo que es imposible mantenerse en buenos términos con ambas, y por lo tanto sentimos que era mejor venir aquí.” “Y hay también otra razón para nuestra visita. D eseaba que vieran a Elinor,” dijo Charlotte. La niñera trajo a Elinor. Nunca había tenido ninguna atracción hacia los bebes, pero Elizabeth estaba encantada con la pequeña niña, y la tomó de los brazos de la niñera. Al acunar al bebe en sus brazos, me miró de una manera que hizo parar mi corazón, y repentinamente los bebes se convirtieron en la cosa más interesante en el mundo para mí. Pensé que este último año había sido el más feliz de mi vida, pero creo que éste será aún mejor.
FIN