Hacia el interior de todas las honduras posibles. (CompilaciĂłn poĂŠtica)
Una mirada encalada en el pĂŠtalo de una flor Intensificaciones de un alma extasiada Algunos esbozos de cielo en el fondo de una copa
Miguel テ]gel Guerrero Ramos
© del texto: Miguel Ángel Guerrero Ramos © de esta edición: La Lluvia de una Noche Diseño de portada: La Lluvia de una Noche
1ª Edición: julio de 2014
Ă?ndice de libros:
Una mirada encalada en el pĂŠtalo de una flor Intensificaciones de un alma extasiada Algunos esbozos de cielo en el fondo de una copa
Libro 1: Una mirada encalada en el pテゥtalo de una flor Miguel テ]gel Guerrero Ramos
Contenido
1. Un sorbo de océano en una flor El júbilo del mar El alma es un río Caricias de olas frescas Las oceánicas pupilas de la magia primaveral Era fácil para el mar La mínima y más excelsa expresión del alma El cielo es vanidoso Tan cierto Ella se enrolla entre las sábanas Efímeros agujeros imperceptibles En los ocasos de la cultura humana El frescor del rocío Un sorbo de océano en una flor 2. La revelación de una ilustre mariposa Mirar al cielo La revelación de una ilustre mariposa Ese lívido rocío Los más férvidos límites del universo Cuando las miradas son olas Una inspiración lunar es la más ensimismada de las elocuencias Miradas que derraman liquicidades de estrellas La mirada de mi sombra En la memoria de un pétalo En cada uno de nuestros sueños Cada pálpito Buscando una pasión de contornos infinitos
Una insomne gota de nostalgia ¿Qué nos dice el firmamento? La luz de algunas galaxias 3. Una rosa en un segundo de éxtasis Pálpitos de mirada La apasionada y secreta sed de las flores Columpio de sensaciones Una rosa en un segundo de éxtasis 4. Las flores como las efigies de las más sublimes entregas y algunas cuantas abstractas y sinérgicas complicidades El cálido despertar de los meridianos del alma Los trazos de la brisa El poeta que comienza a sentir la mentira cósmica La certeza de la flor (haikus) La sinuosa mecánica del límite Almacenamientos de brillo 5. Artes que invocan a las flores Genealogía de otras cosas Durante el naufragio crepuscular de su sombra Las paredes del alma de una flor Una bella hada que cose el tiempo Dice el fuego El punto cardinal de la flor La flor del arrecife Nunca es tarde para un último rito La efigie de las más sublimes entregas 6. Una mirada encalada en el perfume de una flor
El consustancial secreto del aroma floral Con una belleza capaz de incendiar almas Cuando el alma inventa sus propias lejanĂas Performance de rosa Un pensamiento de suavĂsima estructura Una mirada encalada en el perfume de una flor
1. Un sorbo de ocĂŠano en una flor
El júbilo del mar Por la plenitud de estar en sintonía con la persona amada, por el latir de un corazón furtivo y navegante, por el camino que conduce al alma a través de la piel, por la selva ampulosa que compone la flora mística de los sentimientos, y por el deseo que insta a los amantes a vestirse únicamente de sí, el júbilo del mar me dice que hay marea alta, y que cada ola de amor, de ternura, de comprensión, de dulce y pulquérrima entelequia que me prodigues, estará, irremediablemente, indefectiblemente destinada a ahogarme, y a sumergirme, en la profundidad arrulladoramente insondable de tu ser.
El alma es un río El alma es un río que ha perdido al tiempo. Un río que nunca supo que era río, pues se imaginaba a sí mismo como un suspiro infinito.
Caricias de olas frescas Esta pasión de mar está llena de olas, de olas que dejan sensaciones remanentes en los movimientos de esas finas sábanas de aterciopeladas texturas y ucrónicos sentires en las cuales se arrebujan los cuerpos. Una pasión de mar que, sin duda, es una elocuencia de caricias, y una promesa de éxtasis, tan ligera, como para hacer levitar al alma con una sedosidad insospechada.
Las oceánicas pupilas de la magia primaveral Las dulces pupilas de la magia primaveral, en el océano, destellan un azul muy similar al que puede tener la vastedad del alma o el enfrascamiento del infinito en unos ojos de azul claro. Ello sucede porque las oceánicas pupilas de la magia primaveral, saben medir las distancias con sus propias palpitaciones y saben cómo distinguir todos y cada uno de los perfumes florales que desean engarzarse en la eternidad.
Era fácil para el mar Era fácil para el mar conocer las palabras contenidas en cada tipo de eso que llamamos silencio. Era fácil para las olas saber que cada palabra de amor lleva en sus adentros alguna u otra clase de silencio. Y así, entre tanto silencio, entre tanto vértigo de pneumas insonoras, siempre ha sido fácil para la marea hacer malabares con los secretos de la humanidad.
La mínima y más excelsa expresión del alma En las oblicuidades de una fugaz pero intensa lluvia de sensaciones, y en las más caóticas de las esencias de la armonía, un manojo de flores escarchadas nos revela que el cuerpo no es la mínima expresión de esta transitoriedad física del alma sino la caricia.
El cielo es vanidoso El cielo es vanidoso, no está para reflejar a la mar; aquella amante, extasiadamente bailarina, encendidamente azul, fogosamente susurradora, florida y primorosa, que baila para él, que baila para él como una flor acariciada por la brisa. Aquella amante que de cuando en cuando se ve ebria con los húmedos perfumes de una tormenta ocasional que representa, sin ningún alarde de superioridad, el relampagueo mismo de la ternura. Una tormenta cuyos oleajes, altivos y encendidos muchas veces, y discretos en ocasiones, son la forma curva y primigenia de la sensualidad.
Tan cierto Sí, eso es muy pero muy cierto. Es tan cierto como que el aire carece de pertenencias. Tan cierto como que la inspiración a veces se arropa plácidamente con las estrellas, y tan cierto como que en su juventud el corazón es muy dado a actuar con las vanidosas y curiosas premuras de un océano. Sí, es muy pero muy cierto que mis más profundas cicatrices buscan otra alma, y que yo aún sigo buscándote en aquella inolvidable y mística playa en la que te regalaba flores y te amaba a un paso de la más lúcida y palpable eternidad. A un paso de salir del tiempo.
Ella se enrolla entre las sábanas Ella se enrolla entre las sábanas y ellas, como el dulce gorjeo de una luz dentro de uno mismo, adquieren la simetría de unas olas impetuosas, es decir, la sinuosa y aureada simetría de sus femeninos y apetecibles labios. Unos labios de sedosísimo e intempestivo oleaje pasional.
Efímeros agujeros imperceptibles Cada sueño y cada meta tienen cierta cantidad de océano condensado. Eso lo sabe cualquier sombra. Para la luz, vistas desde otra perspectiva, todas las cosas mienten con sus olores y sus formas. Pero lo que en realidad sucede, es que el universo entero, en su efímera presencia inagotable, en sus agenciales pulsiones inaprehensibles, y en sus más falsarios instantes de existencia, cae, cae en los más evanescentes agujeros imperceptibles, al igual que todas las luces y todas las sombras de probable transitoriedad. O al menos, eso es lo que nos dice la conciencia, aún vigente y lúcida, de una vieja y extraviada creación.
En los ocasos de la cultura humana En los ocasos de la cultura humana se llegará a pensar que la estrategia divina está basada en la puzzlealidad de las almas. Es decir, se llegará a pensar que cada persona debe encajar de múltiples formas, y con múltiples roles, entre muchas otras personas. Se llegará a pensar incluso que cuando todas las personas encajen con quienes deben encajar, en un abrir y cerrar de ojos el universo entro se dará la vuelta y el tiempo volverá a empezar de nuevo.
El frescor del rocío Un extraño verano que titila de frío entre los árboles, recibe todo el polvo errabundo de la tierra. Por extraño, o irónico o inaudito que parezca, aquel verano no anhela los cálidos rayos del sol, sino el fresco rocío del océano del cielo.
Un sorbo de océano en una flor Una flor esquiva y pudorosa escribe un diario íntimo en el viento. En todos los rincones místicos en los que converge la dulzura de su aroma, se comprende que ella lleva oculta, en la levedad almibarada y dulce de su fragancia y en todos los intersticios de su propio ser ella, una pasión oceánica y una gota infinita de ternura. Se comprende que ella contiene un sorbo de océano que jamás dejará de chocar contra las orillas sinuosas de la playa del deseo, que jamás dejará de chocar en su empeño imperecedero, y por siempre inacabable de buscar su propia alma.
2. La revelaci贸n de una ilustre mariposa
Mirar al cielo
Mirar al cielo con el Ăşnico objetivo de anegarse de infinito, es muy parecido a cuando dejas que el capricho de tus alas interiores te haga ver el mundo.
La revelación de una ilustre mariposa
Perdido en las desconocidas orillas de un océano de luz, una mariposa que se ahoga con su propio perfume, me revela que muchas veces el amor no es más que un viaje,
un viaje tímido o impetuoso, irrequieto o explosivo, intrínseco o extrínseco, que comienza, y termina, en los ojos de alguien más.
Ese lívido rocío
Ese lívido rocío en donde se acumulan los más tiernos pensamientos de una nube, posee la misma energía que tiene la huella invisible y sedosa, que una piel ha dejado sobre otra piel.
Los más férvidos límites del universo
Dicen, en una enfebrecida marea de miel, o en algún sueño de posvirginal aroma, que el universo termina en las más vivas y venturosas miradas, y vuelve a comenzar en una pasión de ondeante e hipnótico desenfreno y en unas sábanas de oceánica y almidonada blancura.
Dicen, de hecho, que el universo es el límite de la imaginación, y, aun así, el comienzo más enfebrecido y requirente de la experiencia táctil.
Cuando las miradas son olas
Cuando las miradas son olas y llegan a las plĂĄcidas arenas de la orilla de un alma con sus mĂĄs dionisĂacas y meridianas palpitaciones, en ese mismo momento, en ese mismo instante de prefabricado infinito, ellas se vuelven absolutamente inservibles para medir el tiempo.
Una inspiraci贸n lunar es la m谩s ensimismada de las elocuencias
Puede que s贸lo cuando la luna se desintegre en millones de mariposas perladas y danzarinas, el universo se canse, por fin, y deje de requerir, de reclamar, de exigir a toda costa la forma m谩s desnuda y desinhibida del infinito.
Miradas que derraman liquicidades de estrellas
Dicen que una mirada que desea derramar la liquicidad de alguna que otra estrella, es una de esas miradas que saben abreviar todas y cada una de nuestras distintas personalidades.
La mirada de mi sombra
No sé por qué la mirada de mi sombra siempre se encuentra en el corazón de mis intuiciones.
No sé por qué eso nunca dejará de ser así aun cuando mi alma llegue a la edad que tiene el universo ahora, en este mismo instante de abismada fugacidad.
En la memoria de un pĂŠtalo
En la memoria de un pĂŠtalo que ha perdido su flor, quedan todas esas palabras que utilizan los susurros como puentes de ensueĂąo.
En cada uno de nuestros sueños
En cada uno de nuestros sueños hay un lugar en el cual se encuentra el itinerario de los mismos.
Sobre un camino esmaltado con la piel del sol, se encontraba hace mucho un ave a la que le gustaba buscarlo. Sí, un ave de lúbricos plumajes y ojos de aspecto primaveral, a la que le gustaba buscar aquel itinerario como a quien le gusta conquistar el amor de alguien para ablandar al tiempo.
Cada pรกlpito
Cada pรกlpito es para una emociรณn lo que para el tiempo es un segundo.
Buscando una pasión de contornos infinitos
Buscando una pasión de contornos infinitos y una cálida sonrisa que quedó extraviada en otro tiempo, me topé de repente con una ventana llena de voracidades interiores.
Es decir, con una noche que sabe aprovechar al ciento por ciento su propia desnudez.
Una insomne gota de nostalgia
Una insomne gota de nostalgia me hace sentir el silencio como el taĂąido distintivo de la Nada.
Esa gota es una lĂĄgrima. Una lĂĄgrima, triste, turbia y desdeĂąosa, y muy bien acomodada al fondo del pasillo de los silencios.
¿Qué nos dice el firmamento?
¿Qué nos dice el firmamento?
Que mientras más excelsa la inspiración más difuso el enamoramiento.
La luz de algunas galaxias
La luz de algunas galaxias que de lejos son simples puntos blancos, pero de cerca unos racimos fulgurantes de luz y colorido diverso, suele esconderse de dĂa en el cuerpo repentinamente tierno de algunas flores. Unas flores que llegan al alma con perfumes pero que la acarician con luminosidades.
3. Una rosa en un segundo de ĂŠxtasis
Pálpitos de mirada Una mirada me quedó debiendo para siempre la eternidad. Otra mirada se coló en el mundo de los entresueños y se abandonó a sí misma allí. Otra más, se dedicó a buscar las flameantes efervescencias de una piel amada. Otra, quiso explorar como si nada entre las insuficiencias del lenguaje y detrás de los silencios. Y no faltó, por supuesto, la mirada despistada que se dedicó a vivir toda una vida entre sugestivas alucinaciones. Sí, entre todas y cada una de las alucinaciones que son necesarias para conformar la realidad.
La apasionada y secreta sed de las flores En las flores se encuentra una pasión enervante, una pasión que es una exhalación de eternidad y todos los secretos suspiros que se encuentran ocultos en las apetencias de la brisa. En sus pétalos, por cierto, en sus suaves y multicromáticos pétalos, que son como labios dulces y ansiosos, se encuentra una curiosa y extraña sed. Una sed que conjura la lluvia, porque según las flores, la lluvia las hace ver más hermosas. Sí, así es. Según las flores, la lluvia exhala esa esencia que calma su sed y toda la hermosura que se posa sobre ellas, de la misma forma, en la cual, la naturaleza exhala por los poros de la vida, la sigilosa y cálida sospecha del infinito.
Columpio de sensaciones Una promesa que se agrieta entre las esquivas aguas del tiempo para caminar sobre la superficie de un pétalo, suele, de cuando en cuando, cubrir mi alma de silencio e inquietud. Una brisa siseante, que trae la dulcedumbre de un otoño que me mira atentamente con los ojos con los que suele mirar un espejismo, y que suele plantear muy a menudo una sucesión de situaciones que nunca sucedieron, me llena por completo con esa levedad de aguas verdosas que posee la esperanza. Y así, en esa tónica de ir remando entre mil dudas susurradas por la vida misma, vivo en un sube y baja de sensaciones y sentimientos, en un avasallador terraplén de horizontes inciertos. Vivo sin ningún otro objetivo en mi efímera existencia, más que el de querer hallar el único sentimiento que aún no se ha inventado el corazón.
Una rosa en un segundo de éxtasis Los argumentos de la lluvia siempre serán aburridos para una rosa que se precie de ser la más bella de todas las rosas. Por eso mismo es que ellas, es decir, las bellas rosas, aman al sol, a quien consideran un amigo que de día permite a todos los demás seres vivos apreciar su suntuosa y magnificente belleza, y que de noche, se vuelve la casa de sus más eróticos sueños. Sueños que en un día de límpida luz bien pueden convertirse, de una u otra forma, en efluvios de belleza pasional, porque si hay algo que las rosas en verdad amen, en toda su vida, es y será siempre su radiante e impecable belleza. Claro, cada una de ellas, de las hermosas rosas, cree que solo puede ser bella, o la más bella de todas las rosas, cada vez que se sienten amadas. Es por eso que ellas gustan de ofrecerse al sol y a la brisa, y cómo no, cómo no se van ellas a ofrecer, si el éxtasis que sacude a su ser más íntimo no es sino belleza pura y sempiterna que sale al exterior. Es belleza que ha dejado de columpiarse entre cualquier otro sentimiento o sensación que no sea el placer, pero eso sí, estamos hablando de un placer sigiloso, habilidoso, fino, un placer que tiende a tornarse en una forma y en unos colores bastante hermosos y cautivantes,
como si se tratase, acaso, de la soluciĂłn, en un solo efĂmero pero eterno segundo, a los secretos laberintos de algĂşn colorido y memorioso arco iris.
4. Las flores como las efigies de las mĂĄs sublimes entregas y algunas cuantas abstractas y sinĂŠrgicas complicidades
El cálido despertar de los meridianos del alma Hoy he despertado con unas ansias apremiantes de querer vivir toda una vida de viajes turísticos inolvidables, al cálido y placentero cuerpo de mi amada. Hoy he despertado con esas volcánicas sacudidas de mis horizontes interiores, esas sacudidas que no dejan de clamar por la piel de ella. Hoy he despertado, por cierto, soñando el color del océano en sus más ligeras y extasiadas superficies. He despertado soñando a mi amada totalmente desnuda y flotando en los ligeros colores de aquel océano cautivador cuyas superficies he soñado no una sino cientos y cientos de veces. Hoy he despertado anhelando esos besos que unen los meridianos del alma, los cuales no despiertan junto a mí sino junto a mi hermosa y consentida amada. Hoy he despertado así, y hoy dormiré, sin duda alguna, junto a esa llama pasional que me reconforta junto a un bello y femenino cuerpo musical.
Los trazos de la brisa Hoy tomaré todos los trazos que en una hora la brisa hace al momento de esbozar los distintos perfiles de una nube. Los tomaré para dibujar el suave roce de una perfecta caricia fractal. Los tomaré para dibujar todos aquellos sucesos que me sucederán el viernes número 1450 de mi vida. Los tomaré y los haré solo míos. Y para que nadie que no sea yo los pueda siquiera observar, los ocultaré junto con otros secretos, bajo el lustroso suelo ortogonal de mi cocina. Sí, estoy completamente seguro de que allí estarán bien. Estoy completamente seguro de que a nadie se le ocurrirá pensar, que para descubrir aquellos finos y mágicos trazos, no hace falta nada más que observar una pequeña nube nómada y coqueta durante una hora. Una hora de lívido y geométrico sosiego celeste.
El poeta que comienza a sentir la mentira cósmica Bajo un sol de apacibles pero constantes llamaradas un poeta que no se cansa de embadurnar la luna con sus sentimientos, comienza a sentir, mientras escribe, la pliegosidad de la mentira cósmica. Comienza a sentirla y a presentirla intensamente con cada una de las fibras de su ser, mientras piensa en los distintos segmentos del océano, del aire, y de la vida misma. Sí, él comienza a sentir y a presentir la mentira cósmica, la exquisita, almibarada y eterna mentira cósmica. Comienza a sentirla mientras él camina de la mano junto a ella, como si él y ella fueran acaso un par de nuevos enamorados que no quieren pensar en otra cosa más que en ellos mismos. Sí, aquel poeta comienza a sentir la mentira cósmica que anida en su ser y en el ser de todas las personas; tal y como podría sentir a una bella enamorada o a una extraña suerte de vals que mece con tranquilidad y plenitud el cuerpo de todas las dulzuras.
La certeza de la flor (haikus) Rama de ĂĄrbol: la brisa que te ama calla el amor. Ante una luz, mi mano en su rosa abre una flor. Labios carmesĂ dan besos de un rojo luminiscente. Camino de hiel, para dos corazones: una distancia. SueĂąo difuso. Destreza amatoria. Luz de camelia. Quiebra sus alas, una mariposa que ahora es flor.
La sinuosa mecánica del límite El último sorbo de tiempo líquido rebosó la copa biselada de los sueños y trastocó las fibras más sensibles de la materia, para transformarse en una simple pero dulce gota de ti. El abismo que engendra el vértigo perfecto es el mismo que hace que tus ojos se aferren a mil sueños dulces y profundos, con un corazón intemporal que no conoce de márgenes ni de silencios que no sean de cristal. Tú, como desafío a todos los límites de la conciencia cósmica y el universo, haces que la imposibilidad del infinito perfore para siempre en mi corazón.
Almacenamientos de brillo A qué escalas de temperatura hierve y bulle el alma, se preguntan unas ondulantes hordas pasionales, unas hordas que conocen a la perfección esas inciertas profecías que duermen en el interior de mis palabras, aunque, eso sí, si me preguntaran, no podría decir por qué diantres aquellas hordas pasionales se preguntan algo así. El hecho es que se lo preguntan, y el alma, entretanto, por alguna u otra razón, transpira pequeñas gotas de infinito, las traspira con la misma paciencia que tiene el arquitecto que diseña las nubes. Y es que no es fácil, dicen algunas nubes, caminar sobre los monólogos de la brisa, pero un solitario y errante hombre así lo prefiere, en lugar de estar caminando por ahí todo perdido en un desesperante laberinto hecho con paredes de intervalo. Por otra parte, las brisas a veces son de sedosidades verdes, y, por ello, cambiando un poco de tema, debo decir que una joven e insospechada mujer, sin pensarlo dos veces, se bebió, de un momento a otro, todo un diluvio de estrellas. Ahora bien, por algún extraño motivo, eso me hace preguntarme cuántas hebras de alma lleva consigo un huracán, y si no me lo pregunto yo, al menos sí se lo pregunta aquella joven e insospechada mujer de la que hablaba. Pero claro, la respuesta a aquella pregunta no llega, y alguien, por alguna razón, decide tomar asiento en su cama,
mientras estrecha una suave almohada contra su pecho, y las cortinas de su alma se abren de súbito y su luz se difumina por todos los rincones de una perfumada alcoba. Qué puede significar aquello, más que algún día todos se ahogarán en las lágrimas de Dios, o al menos eso es lo que dicen algunos cuantos susurros fugaces. Pero, yo me pregunto algo, ¿cómo no hemos de ver todas esas realidades personales y autosuficientes que suelen tener las almas teñidas de ocaso? ¿Cómo no verlas?... La verdad, no lo sé. Quizá sea porque dichas realidades también parecen estar inmersas en los claroscuros del tiempo, pero repito que no sé. De cualquier forma, siempre es mejor ponerse, ante todo, a contemplar la curva y sugerente cintura de la excitación. Siempre es mejor ponerse a oler una fragancia de excelsas resurrecciones. Siempre es mejor navegar entre dulces sustituciones de miradas. Y, de cualquier forma, hay que recordar que la fúlgida vida siempre será el más grande de todos los tesoros. De todos los tesoros y de todos los misterios. Pero ¿por qué ello es así? La verdad es que eso tampoco lo sabría yo decir a ciencia cierta. Lo único que puedo decir es lo siguiente: la suma de todos los momentos certeros de alguien, no son, a decir verdad, más que una insulsa Nada, pero, eso sí, cualquier momento de máximo brillo bien lo puede significar todo para alguien.
5. Artes que invocan a las flores
Genealogía de otras cosas Deja de decirme eso. Deja de decirme eso de que ningún alma humana está vacía de fuego, de bellas soflamas quiescentes. Deja de decirme que no existe un latido, una pulsión en el pecho de alguien que no bisbisee las más profundas o crudas realidades. Deja de decirme, por favor, que el tiempo es muy dado a secuestrar recuerdos distantes. Deja de decirme que la luna de la mañana no es, en verdad, sino una breve asonada de pasión disfrazada de luz. Deja de decirme que las rosas enrojecidas siempre serán manifestaciones pasionales. Deja de decirme, por amor a Dios, que en cada uno de nosotros hay pequeños retazos de futuro archivados misteriosa y psicosomáticamente en nuestros olvidos. Deja de decirme, por lo que más quieras, que no cultive amores infecundos y que coseche siempre lo que con esfuerzo he sembrado. Deja de decirme que no debo recoger las esquirlas de otras almas. Deja de decirme… Deja de aconsejarme, por favor… Y deja, ante todo, de recordarme a cada nada, que cada uno de nosotros, no somos más que la insulsa o compleja genealogía de otras cosas.
Durante el naufragio crepuscular de su sombra Durante el naufragio crepuscular de su sombra, la bella diosa de las primaveras puede sentir todos los ecos que van de una estrella a otra. Puede sentir, aun sin mucho esfuerzo, ese sereno cantar que atraviesa la linfa de la esperanza, los retrasados resoplidos de un hipnótico sol adormecido, y todos esos paisajes que saben prolongarse dentro del ser. Puede sentir, además, esa insospechada brisa que cierta vez se filtró entre el infierno para sosegar un poco con su inigualable frescor a los allí cautivos. Durante el naufragio crepuscular de su sombra, la bella diosa de las primaveras puede sentir que la nostalgia descansa invisible en cada cosa desapercibida. Puede sentir la forma en la que todos los amantes llenan de golpe sus precipicios interiores con los desbocados paroxismos de sus pieles. Puede sentir un susurro clavado en cada sombra que proyecta una estrella. Puede sentir la armónica polifonía del enamoramiento y puede sentir todas y cada una de las incertidumbres que han sido puestas en la sinbalanza del plusequilibrio, nadie sabe aún, si cósmico o espiritual. Pero ¿cómo es posible que la bella diosa de las primaveras pueda sentir todo aquello que hemos dicho que siente, durante el crepuscular naufragio de su sombra? No lo sabemos, pues lo único cierto es que la bella diosa de las primaveras funciona con el mismo mecanismo que hace que en una gigantesca aurora espejeante, todo instante presente reflejado no sea más
que la visi贸n de un hermoso sue帽o pasado.
Las paredes del alma de una flor Aquella flor se despierta muy coqueta en la mañana. Si su presencia se incendia desbordará al aire con su fragancia. Si sus colores atraen a algunas cuantas aves, los cantos de ellas serán, sin duda alguna, mucho más alegres. Y si ella, por alguna razón, me revela las esenciales directrices de sus vistosos colores, entonces yo podré pintarla con los más perennes y sublimes materiales del universo. Podré pintarla, cómo no, con los colores de una bella y espectacular nebulosa, y lo digo sin temor a equivocarme. Sí, yo podré pintarla a ella y a las suaves paredes de su alma, es decir, a sus bellos y coloridos pétalos.
Una bella hada que cose el tiempo Una bella hada que cose el tiempo con cada uno de sus orgasmos, se hace presente en el salón de los dioses ateos. Muchos allí se encuentran afinando inspiraciones o escondiendo límites bajo alguna alfombra persa o alguna reluciente copa de oro. Aquella hada los contempla entonces a todos allí, como si ellos no fueran más que una familia que ha sido dejada a solas en un mundo en el que no tienen otra preocupación más que la de sus potenciales incestos. Sí, ella los contempla, a todos ellos y a todas ellas, y, de un momento a otro, se desnuda por completo. Ahora bien, luego de que ello sucediera, vino un afán incontrolable de lujuria. Todos los dioses ateos entraron entonces junto con aquella hermosa hada en una gigantesca y fulgurante piscina divina. Una gigantesca y fulgurante piscina divina llena con pétalos de flores, en donde todos ellos, que no sabían nadar, se ahogaron junto a aquella hada y junto a todas las supuestas bellezas del infinito.
Dice el fuego Dice el fuego que mañana tendrás que desabrochar los botones de los múltiples conceptos de lo finito. La brisa dice que tendrás que cruzar a nado un impetuoso mar de turquesas verdes. La vida, por su parte, Dice que mañana te verás obligado a hacer parte del sueño de la flor más loca. Una bella y resplandeciente sonrisa, en cambio, dice que mañana tendrás que mecer la cuna en donde reposa plácidamente el absoluto de las eteridades. Una luz que viaja de existencia en existencia, dice que mañana habrás de descubrir, con algunas cuantas pruebas irrefutables, que la Verdad y la Mentira funcionan con los mismos esquemas interiores. Y yo, por mi parte, nada más te digo, que el día de mañana habrán de doblarse, para ti, y solamente para ti, todos los ángulos hilemórficos del ayer.
El punto cardinal de la flor Una colorida y fragante flor anhela que por un solo minuto todos sus anhelos, o más bien todos sus pensamientos, se muden de universo. Claro, lo que sucede es que ella quiere cambiar de dirección. Ella quiere adornar otros paisajes con sus hermosas vestimentas. Quiere irse y llevarse consigo aquella dádiva del cielo que hace mucho le ha sido otorgada. Ella quiere beber de otras cataratas, sentir otros aromas de azahar, procurar que sus fantasías atraviesen otros umbrales y tratar de resolver otras paradojas. Sí, ella quiere que otros seres sepan del dulce néctar de sus labios, que se enteren de que la intensidad de su color, es y siempre será una avidez perpetua. Ella quiere asomarse desde otros balcones existenciales mientras se afianza en una luz diáfana y una rauda espiral de sueños intemporales. Quiere hacer eso, mientras su fragancia viaja en otras brisas, enamoradas, por supuesto, del colorido de sus ojos.
La flor del arrecife La flor del arrecife sabe que todas las personas nos podemos manchar cada vez que el universo decide desteĂąir aquella tinta contenida en los intangibles colores de la Nada. La flor de las praderas sabe que, con manchas o no, las aves siempre suelen cantar tejiendo amaneceres. La flor de los barrancos, por su parte, sabe que siempre habrĂĄ oportunidad para que se arrodillen sobre el tapiz de las irrealidades, todas y cada una de las limitaciones humanas. La flor de los arroyuelos, sabe que todos los seres del planeta siempre somos sometidos a los prejuiciosos favoritismos de la eternidad. SĂ, las flores tienen diversas ideas, pero si hay algo en lo que todas ellas estĂĄn de acuerdo, es en la contundencia indiscutible de su belleza.
Nunca es tarde para un último rito Las flores saben que nunca es tarde para un último rito. Ellas saben que nunca es tarde para ensayar un juego escandalosamente lujurioso. Ellas saben que siempre hay tiempo de sobra para seguir la ruta embriagante de la única cicatriz bella o de un curioso universo lleno de murmullos acuáticos. Ellas saben que hasta el último segundo de sus vidas, y hasta el último pétalo sedoso que de ellas caiga al suelo, habrá tiempo, mucho mucho tiempo, para que la colorida proyección de su mirada hechicera se mezcle en forma incesante con una venturosa y tersa brisa. Las flores saben que siempre habrá tiempo para escuchar los trinos que llenan un bosque, para expulsar esa bella fragancia de pasión fluvial y diluviana que tanto las caracteriza, para esbozar una de sus sutiles pero profundas sonrisas, para embriagarse con las emociones insoslayables de un cúmulo de estrellas contemplativas y para dejarse amar por las desapercibidas delicuescencias de un inspirador ambiente matinal. Las flores saben que siempre habrá tiempo para expresarle al mundo la felicidad ligeramente incorpórea de su suave tacto de terciopelo cromáticamente tierno. Las flores saben, además, que es muy fácil galopar entre palabras abismadas o en el vertiginoso giro de hélices de un universo todo lleno de dudas. Las flores saben que siempre habrá tiempo
para una última pasión amorosa, porque ellas saben que un extraño silencio desvela los ojos tiernos de la serenidad. Las flores, como se ha podido ver, saben muchas cosas sobre el tiempo y saben muy bien eso de que nunca es tarde para un último rito; lo saben debido a que ellas también tienen conocimiento de que, ante la orquesta catatónica de la Nada y todas esas certezas que han llegado a inundar sus suaves pétalos, el universo está condenado a que le falte un solo segundo para cumplir con su destino.
La efigie de las más sublimes entregas Hay una flor que se consume entre mil delirios distintos y entre las más turbulentas vicisitudes de la galaxia, una flor que conoce muy bien cada una de las involuntariedades inmersas en las derrotas humanas, y todos los inclementes enigmas que se ocultan con sigilo en la oscuridad. Hay una flor que posee un color sin precedentes en el mundo, el agua lívida e intangible que llora el océano y el más sublime de los contactos naturales. Hay una flor, en alguna parte del mundo, que posee el mismo andamiaje de todas las estrellas que han sido tejidas con suspiros. Hay una flor que conoce de las gramáticas del beso y de la calidez de los más apasionados sueños. Hay una flor que también sabe de tristezas y que sabe muy pero muy bien, que solo silencio, y nada más silencio, sale de entre las voces de la eternidad. Aun así, y con todo, hay una flor, en alguna parte, que conoce toda esa gran cantidad de luz que nuestras sombras guardan en su interior. Hay una flor que, sin duda alguna, se sabe hermosa. Una flor que se puede llamar rosa, o azucena, o clavel, o hortensia, o jazmín, o camelia o de muchas otras formas. Lo que quiero decir es que hay una flor, en alguna parte, que cuando abre sus pétalos, se convierte al instante en la efigie de las más sublimes entregas. Una flor que bien puede expandir su fragancia
a nuestro alrededor, mientras retoña en alguna parte de nuestro ser. Sí, así es… Nadie debe olvidar jamás, que ninguna flor de colores vívidos y claros, se guarda sus alegrías solo para sus adentros.
6. Una mirada encalada en el perfume de una flor
El consustancial secreto del aroma floral Toda la lacrimosidad del otoño, todos los temblores que pueden llegar a soportar las azucenas en invierno, así como las más dulces miradas cristalinamente anochecidas del existir, pueden llegar a ser parte de la quididad sedosamente aflorecida de lo eterno. Es decir, de la esencia primigenia, y de la sustancia última, de una pequeña porción de aroma floral. Esto, a decir verdad, sucede a razón de que todo aroma floral que se precie de tal, posee una suprema energía de múltiples sustancias encumbradas, y de múltiples momentos inabarcables.
Con una belleza capaz de incendiar almas Ella es hermosa. La luz de inconfundible y atrayente esencia de su existir es la de una vida dulcemente cristalizada en estrellas, en estrellas lumínicas y parpadeantes. Sus ojos arrullan miles y miles de lunas. Por su espectacular cabello azabache y otoñado suele correr uno que otro de los más tardígrados e incoloros perfumes de la primavera. Ella posee la intactacidad de un tiempo pasionalmente colmado de belleza, y en su piel la noche se vuelve abismo inusitado. Sus caricias, por su parte, bien pueden llegar a incendiar esas sábanas intangibles y perfumadas que hacen las veces de piel del alma. Nunca, por cierto, ha sido necesario que ella diga esto o lo otro para cautivar a cualquier persona. Claro, es el silencio de las flores, y no otra cosa, lo que a diario recorre y aviva y ama con fuego enardecido, su solícita piel.
Cuando el alma inventa sus propias lejanías Cuando el alma inventa sus propias lejanías, las palabras de amor son apenas susurros. Cuando se infarta de pasión el horizonte, el mar desea alzarse entonces hasta el origen mismo del universo, o quién sabe si hasta el lunar y oleaginoso naufragio de un cariño indescriptible. Cuando la noche pierde su última desnudez, la dulzura pierde todos sus colores. Y cuando las flores deciden ser coquetas y enternecidamente traviesas, a una quiescente y bella primavera, como bien se lo puede imaginar la brisa de lo absoluto, ya no le importa estar o no estar en un determinado lugar sino vivir hasta las últimas consecuencias.
Performance de rosa Aquel rojo, en aquella rosa, es el performance perfecto de una entretejida y bien hilvanada ilusiรณn. La ilusiรณn mรกs bella de la existencia. La ilusiรณn de una pasiรณn infinitamente encendida y naturalizada.
Un pensamiento de suavísima estructura Bajo un ocaso de color cereza, un pensamiento entra de repente, súbita y silenciosamente, furtiva y acarameladamente, en un almibarado y lustroso cuarto. En una fantástica habitación de aurora sin cielo. En una delicada tersura de expeditiva ensoñación. En un álgido perfume de néctar azucarado. En un infinito corazón de suspirantes latidos. En una pequeña suite de lúcida ambrosía y en la libido misma de las más candentes emociones. Se trata de un pensamiento que entra a una flor y, de cuando en cuando, en la misma estructura de la noche.
Una mirada encalada en el perfume de una flor Se ha detenido a observar las flores, allí, en aquella tierra en donde los suspiros aceleran su mensaje. De repente, cae un pétalo, y por alguna razón a él le parece escuchar la canción de una sirena enfebrecidamente enamorada. Por un instante, y sólo por un instante, le parece que la flor que se ha deshecho de uno de sus pétalos se ve descieladamente perversa, pero luego, con la magia que sólo puede poseer la impostergabilidad del rocío, le parece que ella, con todo y su lujuriosidad de colores, se ve irresistiblemente encantadora. Pero no son los colores de aquella flor los que le producen esa pasión alterna y vigorizante que de pronto se ha apoderado de él. No, es su perfume. El perfume de aquella flor. Ese perfume que posee el fragor de una vibrante irrealidad y la esencia de todo ese cúmulo de aromas que tan frecuentemente se cuelgan de la vida. Él no sabe por qué causa el perfume de las flores hace que él quiera contemplarlas. Claro, no sabe que cuando ellas exhalan su perfume, ellas no hacen otra cosa más que abandonar la insabora inocencia de su ser.
Libro 2: Intensificaciones de un alma extasiada
Miguel テ]gel Guerrero Ramos
Contenido
Parte 1. En el interior de las cosas intangibles
A lo que se ama se observa para siempre Tus ojos, como el dulce abrevadero de los ángeles Una mirada en su plenitud es una sonrisa Las flores convertidas en sueño Bajo una luna verde y enhebrada en ausencias Ojos con vocación de sueño Rocío de caricias La arquitectura cristalina de un susurro Hasta hacer evidente el vértigo de una caricia La dulce y aureada canción de los murmullos Soledad Infinitud Esencia de vida Los espejismos que le dan sentido al corazón La noche lo sabe
Parte 2. Los secretos escándalos del alma
El lugar en el que nacen las olas Cada minuto una mirada Cada minuto una mirada (I I) Los arpegios cautivantes y secretos de la luz Bajo el pétalo de un clavel Es en los ojos en donde se iluminan los anhelos El aroma de lo desvanecido Esa pequeña partícula de eternidad Una pasión de suave crepitar Las dulces seudolevitaciones de la flor De la existencia del amor Los secretos escándalos del alma Un sublime y almibarado morir a la luz de la tarde Dibujos en la transparencia del cielo Razones para atesorar una primavera No se puede viajar sin hacer una promesa Cercanía psiquiátrica
Parte 3. Objetos que nunca caerรกn del cielo como una lluvia de adioses Objetos que nunca caerรกn como una lluvia de adioses
Sinopsis del presente poemario
Parte 1. En el interior de las cosas intangibles
A lo que se ama se observa para siempre
Lo que se ama ha de perdurar de forma intensa, de forma arrolladora, como la infrangible, bella y apetecible caricia de un deseo de placer, o como la desenfrenada presencia de lo omnipotente y sus detonantes deslizamientos dentro de nosotros. SĂ, lo que se ama ha de perdurar. Ha de perdurar aun en la ausencia. Porque lo que se ama, dicen las flores, y dice la brisa, se ha de observar para siempre.
Tus ojos, como el dulce abrevadero de los ángeles Esta, es una de esas mañanas matutinas en las que suelo pensar en los renaceres de la aurora, y en todas esas certezas que nos llegan desde los distintos espejismos de la vida. Pero, más que nada, esta también es una de esas sedosas y sosegadas mañanas en las que suelo pensar en tus ojos, vida mía, bajo el místico recuerdo de la eclosión de la noche, el toque de la diana, y un tierno derroche de caricias presentidas. Hoy, vida mía, reconozco que tus bellos ojos de aguamar, no son sino el dulce abrevadero de los ángeles. Sí, un abrevadero en cuyas aguas encrespadas se refleja un hermoso cielo nimbado de vida y todas esas férvidas y pulsantes palabras que nunca fueron dichas por el alma. Ahora, ¿que cómo lo sé? ¿Que cómo sé que tus bellos ojos de aguamar son el dulce abrevadero de los ángeles? Bueno..., una fluida luz de luna con su pálida y liviana ingravidez, y una rosa emblanquecida y muy campante y tierna bajo el sol, me lo han dicho. Me han dicho que tus ojos son el dulce abrevadero de los ángeles. Claro, ahora que me pongo a pensar con más detalle, y quizá un poco con la emoción de recordar tu cuerpo fragoroso, veo que tus ojos son la vívida representación de un sentimiento de amor, que exhalan perennes bocanadas de luz circunscritas
a la piel de la pasión, y que poseen la libido sinuosa de los besos más profundos. Entonces, ¿cómo no decir que ellos son el dulce abrevadero de los ángeles? Cómo no decir que en ellos gira una bella espiral que arrastra un vértigo de segundos trascendentes, que son una invitación a explorar unos sentidos demasiado intensos, o que son un grávido fuego de parpadeante eternidad, y que ellos, y solo ellos, saben modular la voz única del alma. Cómo no decirlo, si ellos calman mi sed, y la sed insospechada de los ángeles, al ser ellos una intrincada geometría de sueños y una plácida fuente en cuyas aguas se insinúa sin ningún rubor el más palpitante de los infinitos.
Una mirada en su plenitud es una sonrisa
Sentía pánico ante la sola idea de volver a caer en la nada, de volver a quedar aniquilado. No obstante, una sonrisa, complaciente y luminosa, como ninguna otra sonrisa, lo salvó. Claro, no por nada es que la brisa dice, de cuando en cuando, en los más abiertos parajes o en los más frondosos bosques, que la vida, sí, la vida, bien puede ser todo un infinito vacío que contenga una sola sonrisa, es decir, una sola gota de una inmensidad sublime y eternizada. La sonrisa del mar, por ejemplo, bien puede ser una ola, una ola de vida, mientras que la sonrisa del cielo, para los que no lo saben, bien puede estar escondida, leve y dulcemente escondida, en el brillo de alguna mirada. De una mirada que añore sonreír.
Las flores convertidas en sueño Ese paisaje lleno de susurros en el que danzan mil fragancias distintas y al que se le antoja suspirar una reminiscente y perpetua primavera, es un paisaje en el que suele ondular, de cuando en cuando, en la tranquilidad de su aire, el vértigo sereno de un aroma eléctrico y palpitante. Se trata del aroma eléctrico y palpitante de las flores. Un aroma que puede convertirse en una sucesión de embriagueces, que puede mezclarse con los sabores del tiempo y que advendrá a la lucidez de la memoria, cada vez que ellas, las hermosas y dulces damas de la primavera, opten por convertirse en el recuerdo de una fragancia, es decir, en un cálido y táctil sueño.
Bajo una luna verde y enhebrada en ausencias Tenía que caminar por los renglones que surcan la respiración de la brisa y que suelen escribir las mariposas con su vuelo, y seguir el rastro de las flores que retoñan en la espesura del olvido, para dar con la asesina de los ojos verdes. Tenía que organizar los dígitos del caos para buscarla a ella, entre la opulenta vibración de la muerte y el río arterial de la oscuridad. Tenía que dar con su mirada inquietante e inconmovible, de esencias nítidas e incorpóreas al acecho, presta a lanzarse en un escape furtivo hacia la luna, para encontrarla a ella tras una de sus típicas y acostumbradas masacres. Tenía que seguir la estela de su energética y maligna presencia, fluyendo entre las sombras de la ciudad, para dar con su mirada verde y enhebradora de lunas, de las lunas más bellas que puedan llover sobre una piel deseosa, para preguntarle por qué, por qué cuando aprendí el arte de la confesión que es el arte de dejar el corazón desnudo,
ella utiliz贸 el arte del crimen, del crimen de clavar sus agujas, como a otros tantos, en mi decidido e ilusionado coraz贸n.
Ojos con vocación de sueño Junto a los bordes del silencio, unos ojos con vocación de sueño se sumergen en las aguas donde las horas florecen sin los pétalos fugaces de los segundos. El infinito se congela entonces mientras una memoria hecha con la materia líquida de la luna busca los besos dulces y sedantes de una flor de fuego. Luego, aquellos ojos con vocación de sueño, que hemos mencionado con anterioridad, se mezclan con una noche apasionada y delirante mientras ellos flamean royendo la luz y anticipando dulcemente la eternidad. Ellos flamean en un brillo impasible y en medio de un frugal e impertérrito silencio. Ellos flamean y yo me doy cuenta, de que cuando lo hacen, de que cuando yo miro con aquellos ojos con vocación de sueño, un abismo inmaterial e intangible se precipita irremediablemente hacia mi ser.
Roc铆o de Caricias A veces, el soplo exquisito de un deseo, o el anhelo de una chispa incandescente de pasi贸n, suelen llevar a mil caricias intensas, que obtienen el brillo del amago de la noche, y se adivinan en los ojos del amante.
La arquitectura cristalina de un susurro La arquitectura de un susurro está diseñada con el lápiz utilizado para escribir en las nubes, con la sustancia sucesiva de la nada, el vago rumor de un color blanco ceniciento y el terciopelo perlado de tu luna. La arquitectura, lúcida y cristalina de los susurros, es amiga de la brisa, y posee la fragancia serena de los bosques. Está diseñada para invocar a los besos, llamar a las caricias y precipitar las confesiones. La arquitectura de los susurros es sublime y encantadora, pues, a fin de cuentas, no es sino otra de las texturas de tu tersa y deseosa piel.
Hasta hacer evidente el vértigo de una caricia
La suya no es sino un ansia infinita de pertenecer, de entregarse, de que la haga mía a toda costa. Un ansia que arroba por completo a aquella hermosa sílfide de ojos de aguamar, a aquella sílfide lujuriosa, serenísima y coqueta que abre sus muslos con una sonrisa a flor de labios y con el único objetivo de soliviantar vidas y de sopesar algunos cuantos perfumes pasionales. Sí, la de ella es un ansia verdaderamente única tal y como lo puede ser el ansia de sus senos, o la de sus pezones indiscretos, unos pezones que no dejan de señalarme con su mirada, unos pezones ligeramente endurecidos bajo el tacto del deseo y ligeramente robustecidos bajo el tacto de mis manos expeditivas. Un ansia que, cabe decir, también se encuentra en su lengua juguetona, una lengua que persigue mi sexo erguido y firmemente recostado en la lascivia que ella y la esencia de su propio ser ella inspira. Sí, una lascivia, una entrega, un ansia de emoción, la de ella, la de la lúcida, la evidente, la de hoy, la de ayer, la de aquella misteriosa y lúbrica sílfide que habla un lenguaje de caricias que destiñe letras de placer y alguno que otro universo multicromático.
Aquella hermosa sílfide que se abre sobre mí y me propone inventar los latidos del deleite. Aquella
bellísima musa de la
entrega que me propone acariciarla por aquí, o por allá, o por dentro, o por fuera, hasta hacer evidente el vértigo de una piel llevada al límite y la misma intensidad pulsátil de las orgías del alma, que son y no dejarán de ser nunca, las orgías más intensas de la vida.
La dulce y aureada canción de los murmullos
El sol cae incesante. Camina por los surcos del alma, por el anhelo del tiempo y por el umbral aureado de los sueños. Él, en medio de una de sus más suaves y fervorosas demostraciones de calidez, traspasa las hojas de los árboles… De hecho, él las ama, las acaricia, juega con ellas y las desea. Y no solo eso, el sol también se mezcla con los murmullos del viento, con el trinar de las aves enamoradas y con otras canciones no exentas de vívida magia. Otras canciones no exentas de la máxima y más intensa plenitud del existir.
A veces, sólo el sol sabe escuchar una buena ópera o un buen compás de murmullos naturales o una buena demostración del místico deambular de la existencia.
Claro, lo que sucede, es que a veces sólo el sol y la naturaleza saben cómo amar… cómo amar de verdad y cómo estar enamorados, mientras que nosotros sólo nos sentamos a esperar a que ellos nos enseñen. A que ellos se comuniquen con nosotros.
Soledad
Es nuestra propia alma la habitaci贸n que preferimos para esconder la soledad.
Infinitud
La infinitud que resulta de nuestros abismos combinados, traspasa la infinitud que tejen los hilos del olvido.
Esencia de vida
De cuando en cuando una esencia se vuelve insostenible en el aire y desciende a los recuerdos.
Los espejismos que le dan sentido al corazón
Un corazón tan indefenso que no puede huir de sus propias reminiscencias, se aletarga un poco ante un atardecer que segrega palabras, se aletarga un poco ante un ligero aroma de teoremáticos fulgores. Un corazón valiente, por su parte, desmenuza poco a poco las esencialidades de la nada. Las desmenuza hasta encontrar algo, hasta encontrar los espejismos que le dan sentido, que le dan sentido a su propio ser él dentro de las circunvoluciones del sentimiento.
La noche lo sabe
La noche lo sabe, reaprender el fuego es una tarea destinada al corazón del ser humano. Ella lo sabe, porque la noche es un vocablo absoluto en donde parpadean no solo los símbolos del silencio o los más finísimos brillos del misterio, sino la más sinérgica y sedosa música de la existencia. De esta existencia que crepita con la llama densísima del tiempo.
Parte 2. Los secretos escรกndalos del alma
El lugar en el que nacen las olas
La dulzura de una tarde de sol alegre aunque a punto de abandonar el horizonte, me revel贸 que el lugar en el que nacen las olas se mueve con ellas. Me revel贸, de igual forma, que el lugar en el que nacen las olas es como la mirada, es decir, siempre sigue aquello que cree que es su destino.
Cada minuto una mirada
Siempre estamos viendo lo ausente por detrรกs de la mirada.
Cada minuto una mirada (I I)
Se necesita que algo caiga en un abismo para que este pierda su virginidad, y una mirada sumamente intensa para astillar al silencio.
Los arpegios cautivantes y secretos de la luz Los sueños galopan en un bosque lleno de trinos y manantiales esfumados. El amor, que aparece de repente con sus ropas tornasoladas, se inocula entonces en los corazones y en su delicuescente andar de belleza ensoñadora. Un aluvión de luna recorre luego la mirada y un viento céfiro, o quién sabe si algún otro de los doce vientos, juega a amar intensamente a la piel mientras se mezcla en una extraña y diversa amalgama de fragancias discontinuas. Sí, enamorarse es así. Es como una dulce ablución del alma, como una almoneda cósmica, o como los arpegios cautivantes y secretos de la luz. Enamorarse, en realidad, no es entregarse a una sola y única cosa sino el acto sublime y sempiterno de descansar cada noche en un sueño distinto.
Bajo el pétalo de un clavel
Las ramas de los árboles pintan el aire de trasparencia, un sinfín de sueños con la forma primorosa de un rocío de flores cae sobre la pradera de las ilusiones y las gotas del paisaje aman ardientemente.
Una sombra mística se rasga entonces y acaricia el borde de un alma, y todo el universo decide amar intensamente mientras que yo dejo mi último trozo de amor, no marchito aún, bajo el pétalo suave y dulce de un clavel.
Es en los ojos en donde se iluminan los anhelos
Es en los ojos en donde se iluminan los anhelos y de seguro que en ese íntimo e imperecedero instante, en los míos, se estaban arremolinando un millón de ellos a la vez. Ella, entretanto, me miraba. Ella, por cierto, se veía hermosa. Ella no llevaba nada sobre su piel. Ella estaba a punto de ingresar, así, como estaba, dentro del concepto más puro de belleza. De repente, ella me soltó un “qué esperas”, como con cierto retintín de que yo no debía perder el tiempo. Pero yo no dije nada. Yo no contesté nada. Claro, cómo explicarle a ella que los segundos se habían desdibujado de mi ser, que se habían desdibujado por el simple y sencillo hecho, de que ninguna desnudez deja correr el tiempo sobre ella.
El aroma de lo desvanecido
El alma se desvanece. El ser se desvanece. Ojalá fuéramos como el mar, o siquiera como las olas. Claro, todas las mariposas saben, todas las olas saben, y todas las brisas saben, que nunca se ha desvanecido la respiración mística e infinita del mar. Nunca se ha desvanecido del más rítmico y perenne ir y venir de la vida.
Esa pequeña partícula de eternidad Un fantasma inconmensurable que lleva el alma rota se ve sanado a sí mismo ante una dulce sucesión de ritmos sublimes que provienen del hemisferio más místico del universo y toman la forma de un recuerdo que se envuelve sucesiva y regularmente en los socavones del alma, es decir, allí, en ese mismo y exacto lugar en donde dicen que también se encuentra el secreto terraplén del infinito. Es entonces cuando nace la vida, como un soplo de ternura o un ciclón cósmico de suspiros. La vida, esa extraña materia que siempre ha sido inspiración de futuras y ligeras reminiscencias. Esa esencia de flujo torrencial y arrobador que puede tener el vago aroma de un otoño lejano o la calidez de una primavera presente. Sí, la vida, o en las palabras de la naturaleza, esa forma suave, y a veces demasiado agitada y turbulenta, en la que se despliegan los susurros de la brisa, el presente y fin último de los frutos de los sueños errantes, o, sencillamente, los ojos espejeantes en los que brillan las huellas de una noche nupcial y dulcificada de rebosante descubrimiento. La vida, esa que se reconoce en una mariposa que bate sus alas, en el hondo murmullo de un alma alegre o en las voces de un paisaje soñador. La vida, esa insospechada propiedad del universo
que con bastante frecuencia tiende a quedar convertida en simples e intensos momentos pretéritos y en jubilosas tardes de nostalgia. Sí, todo eso es la vida, todo eso e incluso más, pues la vida también es como la unión de unos labios ansiosos o un coctel de sabores inciertos y aun así predestinados. Pero, aun cuando la vida tienda a tornarse meramente como un abordaje de sentimientos que subyuga la existencia en general, hay que decir que cuando ella lleva sus mejillas encendidas y una sonrisa a flor de labios, siempre se podrá adivinar en ella una pasión vibrante y sobrecogedora. De esta forma, ella siempre cantará, porque ella, en gran parte, no es sino el fondo de un océano de música. Y así, y aun cuando aquel fantasma inconmensurable que llevaba el alma rota, se vea obligado a cruzar esa senda que podemos hallar entre el desasosiego de unas ansias tempestuosas y las ingentes transfiguraciones de la nostalgia, lo cierto es que cuando aquel fantasma que es un escultor de aire y de luz diáfana, se encuentre de repente con la primera luz de la mañana, esta le dirá, con la inflexión más dulce que pueda tener una voz en esta tierra, que la vida, sí, la vida que ha decidido caer sobre el tiempo para luego saltar abruptamente de él, no es, a decir verdad, sino la partícula más pequeña y sublime de la eternidad.
Una pasión de suave crepitar Una pasión de suave crepitar y del altivos y resonantes latidos es como una abertura intangible en la piel, allí, en ese pequeño rincón virgen donde el cielo, alguna vez, se partió. Es como los motivos que tiene un espejo para reflejar la hermosura de una joven dama, o como el hálito dulce de una luna enamorada, o como un lago de recuerdos que ondulan en los sedosos cabellos del tiempo. Sí, todo ello es una pasión tal. No obstante, una pasión con tales matices sublimes en su suave crepitar, es mucho, mucho más. Es como el ligero sabor de una medianoche mística, como el viaje de una lluvia susurrante o el de una nube nómada que se cuela entre los párpados con la magia de una sonrisa advenediza. Es el trasluz de las palabras de cariño o el intervalo dulce y eterno de las caricias de una mano que escribe con el fuego de los ojos. De unos ojos llameantes que destellan la fragancia de un suave y sublime crepitar.
Las dulces seudolevitaciones de la flor Cómo se musicaliza un paisaje dulce, inquieto y soñador, pregunta la brisa, y estas sencillas y fragantes urdimbres poéticas, apostadas dulcemente en la piel del infinito, le responden con cierta ternura y comprensión, desde luego, que ello solo se puede conseguir a través, y solo a través, de una cándida y bella flor. Sí, porque solo en las espectaculares formas de una flor, cubiertas estas por el rocío más brillante que ha salido de un cielo irreal, o quizá solo en los rizomas de sus dulces sueños, o en la suavidad de sus fragantes pétalos, o quién sabe si en su arrobador aroma, el cual trae consigo a veces ligeras reminiscencias, y con ellas, ciertas y extrañas levitaciones del ser, puede llegarse a la definición de la felicidad. A la definición de la felicidad como un estado único y sublime, por no decir que natural, en el que uno se sabe completamente libre.
De la existencia del amor
Nada posee una existencia más nouménica que el mismo amor. Nada tiene una existencia más irreal y compleja que el amor, y aun así no lo creemos por completo. No lo creemos por completo cuando creemos verlo, o cuando nos hace sentirnos a nosotros mismos, o cuando nos hace sentir nuestra propia alma. Cuando nos hace sentirla a través de lo amado. Cuando nos hace sentirla más que a nada, o más que a cualquier otra cosa en el universo. Pero un beso, a diferencia del amor, es real. Es real para la piel. Pero la piel del alma, que se sepa, también siente. Por eso, a veces, solo a veces, en la irrealidad de todo lo irreal, una mirada es el único beso posible para el tacto del alma humana.
Los secretos escándalos del alma
Cuando el alma sale de su escondite subcutáneo, se disemina de inmediato sobre el aroma de la vida y sobre el deslumbrante destello de una confesión de amor. Un destello este, por cierto, sumamente curioso. Tan curioso como una pasión que no desgasta sino que engrandece el alma, o como el fugaz parpadeo de una existencia que nunca quiso eternizarse, o como la inopinada rareza de una brisa dulcemente perfumada en una habitación vacía y con sus ventanas abiertas.
Sí, las intensificaciones del alma, son como el destello de una confesión de amor. Un destello de proporciones solares. Porque las intensificaciones del alma, solo se presentan en los más secretos e íntimos escándalos del existir.
Un sublime y almibarado morir a la luz de la tarde (Poma finalista concurso Atiniense de poesía 2012)
Un ave con pensamiento de estrella y voz de milagro nos dijo (a ella y a mí) que una ignota gota de vértigo estelar se había colado en este mundo para darle forma a un nuevo atardecer. Después de ello, aquella curiosa ave con alas de horizonte migratorio y premonitorio, se marchó. Y después de ello, por extraño que parezca, fue cuando mi amada y yo, con nuestros ojos alborozados y nuestras almas tiernas, supimos a qué sabe con exactitud un borbotón de eternidad, cómo se pueden incendiar las sombras y cómo calcular la profundidad de la gruta eflorescente de la vida. Después de ello, fue cuando ambos supimos que la soledad se puede dilatar en una mirada, qué tramo exacto de la vida anochece cuando amanece el otoño y cómo prodigar las más suspirantes y avezadas caricias. Y finalmente, tanto para ella como para mí,
fue un atardecer inolvidable. Un atardecer inolvidable y un sublime y almibarado morir de tintes transparentes. Porque siempre hay un atardecer. Sí, siempre hay un atardecer, porque el atardecer, con todo y sus colores de ensueño, se ha fugado más allá de esta vida.
Dibujos en la transparencia del cielo
Arde, en la transparencia del cielo,
en la mirada de vida y de melindrosa belleza
de aquel estanque
en donde sueñan los relámpagos,
en el fulgor de una dulce y ensoberdecida nube
inventada con música de auroras,
y en la cada vez más precipitada lozanía y calidez
de una primavera que se retrae visiblemente
ante la luz malteada
de una luna sedosamente enamorada,
todos los dibujos, acrílicos, antiefímeros, aluviales,
que el mar, y sus olas enfebrecidamente
enfermas, y arrulladas, de amor y de vida,
han trazado sobre la esencia perenne y lustrosa del amanecer.
Razones para atesorar una primavera
Mi bebé lleva horas durmiendo en su cunita como un ángel. Afuera, entretanto, la primavera trascurre bastante rápida, bastante sedosa, bastante llena de fragancias incoloras. Una primavera que va a 200 km por hora por las vías de unos sueños realmente suaves y cristalinos. Una primavera, de esas, que te miran con una mirada sumamente golosa y suspicaz. Mi bebé, por cierto, todavía ignora que se puede gozar de una primavera como esta. Por ello, es que voy a tratar de atesorar esta y algunas otras primaveras más en mi mirada, no sea que algún día, por alguna u otra razón, cuando él me pida algún consejo, se me ofrezca comunicárselas de alguna forma.
No se puede viajar sin hacer una promesa
No se puede viajar al otro lado del mundo con una persona, así como así y como si nada, sin hacerle a dicha persona una promesa. Hoy, por cierto, he prometido bajar la luna. Esa es una tarea muy difícil, una tarea sumamente ardua, una tarea que delinea los contornos de un ligerísimo y espléndido infinito. Por fortuna, mañana podré descansar un poco. Podré descansar mientras veo una gran obra en un gran anfiteatro. Una obra maestra. Claro, no se le puede bajar la luna a una persona, así como así y como si nada, sin prometerle a dicha persona el más bello espectáculo de la vida.
Cercanía psiquiátrica
Mucho me temo que vienen a rescatarme. Algo me dice, de hecho, que ya están bastante cerca. Tanto así, que no puedo dejar de oír sus voces, sus pasos, esos murmullos con los que pretenderán transpórtame a otras orillas de la realidad, a otros confines de un pensamiento demasiado denso para mí. Ya los puedo sentir, vienen preparados. Vienen con los esquemas más rigurosos y reflexivos a refrenar los vapores de mi inconciencia. Pero no me importa. Yo no les haré caso. Yo soy Cristóbal Colón y de seguro que en máximo diez días llegaré a las Indias Orientales, o quién sabe si a algún extraño rincón de ultramar en donde podré ser yo mismo para siempre.
Parte 3: Objetos que nunca caerรกn del cielo como una lluvia de adioses
Objetos que nunca caerán del cielo como una lluvia de adioses I Infelizmente cautivo en el reino de los olvidos imposibles, los objetos de la soledad y el silencio llegan a él como un viento céfiro que se abre paso entre los árboles y la piel de la vida natural. Es más, él se los encuentra en cada esquina que bordea el viento, en cada ola de un mar nostálgicamente enamorado de la luna y en cada mirada de estrella albeada. Se los encuentra, por aquí o por allá, flotando como si nada sobre una de las lágrimas del amanecer y en todos los místicos reflejos que han alimentado un espejo de agua. Se los encuentra, cada día, cada mañana y cada noche, entre la erracidad de lo fugaz y la inexistente culpabilidad del tiempo. Se los encuentra, sin falta, en el alma que ayer se fugó de su cuerpo. II Los objetos de la soledad y el silencio buscan almas otoñadas, el juego matutino de la brisa entre el césped, esos instantes alucinados en los que no hay luna pero la noche sueña con ella, algunos cuantos aromas de belleza furtiva y alguna que otra sábana hecha con el dulce y apetalado cuerpo de una flor. En suma, los objetos de la soledad y el silencio buscan los rítmicos hechizos de las olas de la vida, los buscan con el único fin de hacerse eternos mientras sumen a la vida en una espesa bruma. Los buscan para configurar su propia alma sobre el estrecho parquet sobre el que reposa el más desesperado de los infinitos. Sí, su alma, es decir, el alma de los objetos de los que hemos estado hablando, es el alma que surge tras la más tierna calcinación de un sueño.
III Son muchos y muy variados los objetos de la soledad y el silencio (unos objetos que como bien se puede suponer, nunca caerán del cielo). El Piano de la incertidumbre, desde luego, es uno de ellos. El Piano de la incertidumbre, por cierto, es un enorme piano de cola y teclas de marfil con mirada de nostalgia. Un piano con el cual se pueden tocar esas lívidas y sórdidas melodías tan propias de esos espacios vacíos que se encuentran entre una estrella y otra. Por eso, bajo un cielo de ámbar y una luna nacaradamente hermosa, la música de aquel viejo piano bien puede arreglárselas para incrustar una profunda y abismada tristeza en forma de un océano lirico y lacrimal dentro de mí. IV Un diario viejo e inacabado, una gafas que ya no le sirven a nadie, una muñeca de trapo que ha perdido sus ojos o alguna que otra carta de amor que nunca le será entregada a nadie, entre muchos otros objetos de similar silencio, no son sino olvidos que de cuando en cuando miran al pasado. Son la suma de todas las noches que han bañado una sola soledad. Son los objetos de la soledad y el silencio, que están ahí, es decir, en la existencia, para que el infinito no padezca de inanición. V Pero no hablemos tan solo de los objetos de la soledad y el silencio. Hablemos también de la poesía. Recordemos que la poesía bien puede ser como una espada de luz, una
espada que puede llegar a cualquier parte del corazón y cortarlo. Digamos que en medio del ballet de una niebla vertiginosa, ella, es decir, la poesía, bien puede darle voz a algún objeto que se resiste a decirnos adiós y puede hacer que dicha voz se vaya en las faldas de alguna serpenteante y coqueta brisa. Sí, de vez en cuando una brisa serpenteante nos trae voces de personas que nos llaman, que nos llaman con todo su corazón, aun cuando dichas personas no nos conocen. De vez en cuando, mientras la noche aletea en medio del silencio, nos tropezamos con alguna cosa que nos recuerda a alguien que nunca estuvo con nosotros. Alguien que se pudo disfrazar de recuerdo. Alguien que no permanece con nosotros en forma de persona. Alguien que nunca caerá del cielo pero que de alguna u otra forma puede estar viajando a través de él.
Sinopsis del presente poemario
Este poemario es una mirada arrobadora, un destello sumamente curioso, tan curioso, por cierto, como lo son las más escandalosas intensificaciones de nuestras almas. Pero no solo eso, este poemario es también una melodía de párpados de mujer coqueta, o, si no, por lo menos sí como un rocío de caricias, o como una pasión de suave crepitar, o como los secretos y cristalinos susurros que trae consigo la brisa. Es la felicidad escondida entre las olas, es el brillo de unos ojos con vocación de sueño, pero, más que ello, es también, de igual forma, el color deslucido de la nostalgia, de la tristeza, de los objetos que nunca caerán del cielo hacia nosotros. Sí, este poemario es como el aroma de lo desvanecido y, a su vez, como una gran galería de colores y emociones y sentencias que han surgido, cómo no, del alma humana, como cualquier otra poesía suave e intensificada.
Libro 3: Algunos esbozos de cielo en el fondo de una copa
Miguel テ]gel Guerrero Ramos
En cualquier estación el pájaro pule sus alas (…). Aprende que la mirada es espejo desnudo del firmamento.
Juan Carlos Vilehez, Ave migratoria
Ella dirá que no ve nada. Es transparente el infinito. Nunca sabrá que lo miraba.
Octavio Paz, El mismo tiempo
La luz es tiempo que se piensa.
Octavio Paz, La vista, el tacto
Contenido: Parte 1: El cielo escrito en los ojos Primer paso al terreno del alma Rumor de agua sabia La superficie concéntrica del infinito Lluvia platónica La aurora en la noche La incertidumbre ensimismante del límite Una de las más suaves caricias del cosmos El tiempo que gira en torno a las flores La misericordia anda descalza Las habitaciones del eclipse Las secretas vanidades del horizonte Los signos de la luz El abismo de mis horizontes La lluvia extasiada del infinito La maleabilidad indiscutible de una pluma en un sueño Trazados de alma Junto al brocal de la fuente de la sabiduría Bendita desnudez El sueño de la mariposa El manto de mi ser Elegir La eternidad entre líneas El cielo escrito en los ojos
Parte 2: Un suave esbozo de cielo en el fondo de una copa Un suave esbozo de cielo en el fondo de una copa La constelaciĂłn de mis pecados Nuevo nutriente para el cielo La muerte sueĂąa los fantasmas que vemos Un suave esbozo de cielo en el fondo de una copa 2 Seas flor o seas gata Tu sonrisa El alma de quienes se preocupan por ti Quienes tienen que probar las buenas intenciones de los demĂĄs El orden repentino de una fragancia que se hace suave
Parte 1: El cielo escrito en los ojos
Primer paso al terreno del alma El murmullo de las olas entre los guijarros, abrió mis ojos. Una flor milenaria y esmaltada me esperaba, entretanto, sobre el más remoto confín de la existencia. Salí a buscarla, y un manjar de enigmas y un ardiente deseo de sonidos diáfanos, cayeron sobre mí en la forma leve y sinuosa de un rocío de hermosura. Tomé la flor entonces y uno de sus pétalos se precipitó al vacío. En ese instante, en ese finísimo instante, tardé en comprender, que aquella no era sino la sublime y magistral caída de una cálida esperanza hacia una azul e inmensa pradera. Una esperanza que, hoy por hoy, recala en las tierras azules de mi alma.
Rumor de agua sabia Sólo cuando lluevan mis muertos sobre el tejado traslúcido de mis sueños, correré con todo mi ser, y con todas mis energías, tras un rumor de agua sabia. Es decir, sólo haré aquello cuando lluevan mis muertos sobre aquel remoto e insospechado lugar donde mis súplicas son cartas al cielo, cartas al cielo sin ningún pasaporte apropiado para cruzar la frontera cósmica de las estrellas.
En ese momento, en el momento en el que lluevan mis muertos, mendigaré entonces, ante un centenar de huracanes nocturnos y vigilantes, el ocaso, un rojo y vívido ocaso.. Lo mendigaré como último recurso de quien conoce el arte de experimentar con el tiempo. También haré las siguientes cosas: recogeré las hojas del bosque de mi alma, allí, donde los ríos menguan el silencio. Erraré por el universo, nómada del cariño de la luna, y tomaré de la copa de la sospecha que tiene el vino dulce de la intriga. Escribiré la semántica almibarada de los susurros que exhalan las estrellas y pintaré mi vida con el color ineficaz del aire.
Llenaré la luna de ilusiones y los océanos de luna. Buscaré intensamente, en las mágicas peripecias de una lumbre cósmica que danza en la oscuridad, el aroma hipnótico de la ubicuidad, el lápiz que dibuja el infinito, una sonrisa que oculta una redención y la mirada abatida de una luna solitaria. Esperaré el eterno retorno de la delicia suprema y realizaré todas estas tareas con el absurdo cuidado de quien construye las alas de una mariposa. Y sí, tantas cosas haré a sabiendas de que lo único que busco, es el amor intacto e imperecedero de la luz de alguna estrella. Una estrella que se encuentre tan pero tan solitaria como yo.
La superficie concéntrica del infinito Absorto en un presagio que se oculta oculto en la rugosidad de una roca, volteé mi vista para observar la invisible membrana de una rugiente y maquinal cascada. Era una vista sobrecogedora que pronto me daría a entender que la excesiva visión de un oasis puede revolotear para siempre en la memoria. Sin embargo, la irrupción clara de una intuición espiritual me conminó a buscar una rosa con la faz sobrecogedora de un océano en reposo. La visión se hizo, al cabo de unos cuantos segundos, mucho más sobrecogedora. Se trataba, sin duda, de la fuerza cósmica que viste a la flor de realidades y nos envuelve en la superficie concéntrica del infinito. Se trataba, en realidad, de la sonrisa de la luz, de la lámpara excelsa de la vida irradiando esporas de verdad, y de una ola que recelaba y añoraba una sinuosa playa. Sí, se tratada, a decir verdad, de la superficie luminosa y concéntrica del infinito, y de nada más.
Lluvia platónica El pulso del viento, en la inmensidad del instante, corta de tajo, y ante mi vista perpleja, el hilo del tiempo. Debido a ello, en el momento de la lluvia, la luna que me mece, y la espina de la rosa que busca mi corazón, se vuelven puntos de sutura, pasiones retomadas y lágrimas que cosen flores. Unas extrañas sensaciones llegan entonces a mí. Unas sensaciones que no son sino un ciclón en el cuenco de la mano y el fuego con el que habla la soledad. Unas sensaciones que son la tregua del cielo con el mar en la incierta melodía de la nada, y en una lluvia culminante que cae sobre los tallos sensoriales de la vida. Esas sensaciones, como ya se ha dicho, caen en el momento de la lluvia, de una lluvia platónica. Una lluvia que cae sobre la cicatriz de los días en forma de mágicos roces de cielo que nunca han dejado ni dejarán de invadir el alma.
La aurora en la noche El cielo en la mañana lucía infinitamente azul, es decir, con su corazón enamorado. El cielo en el ocaso, en cambio, lucía enardecidamente rojo, es decir, con la frenética textura de un corazón apasionado. En la noche, en cambio, hubo aurora y un espíritu supremo sobrevoló como nunca antes las ilusiones de la existencia.
La incertidumbre ensimismante del límite Un papiro entre la niebla revela la creación como un cataclismo pasional, es decir, como una gota escurridiza de ternura que formó una burbuja de placer que poco a poco se fue dilatando y que encerraba dentro de sí misma el jeroglífico psicológico del cosmos. Hoy en día dicha gota ha serpenteado un océano de zafiros y ha tomado distintas formas. La más usual es su forma de néctar y ambrosía, o del amor que se escribe en el aire con los dedos. Otras veces, en cambio, dicha gota suele esconderse en el misterioso ciclo de las miradas en donde ella toma la forma sinuosa de lágrimas hipotéticas de júbilo. Pero dicha gota, a decir verdad, no es sino una luz, una luz que ha surcado el espacio, que viene del mañana y que araña la memoria con el arrebato inusitado de la primera ternura. Sin embargo, un papiro entre la bruma la revela también como una entidad
que se viste con los trajes del omega. Sea como fuere, hoy en día aquella gota ha llegado hasta mi vida. Yo no sé lo que es, pero a veces, lleno de paz, tiendo a pensar que es una luz que brilla más allá de la muerte.
Una de las más suaves caricias del cosmos Un ápice de sueños forma un alijo de sortijas diseminadas por el mundo como lágrimas que fecundan el espíritu. Serán mi guía para desenvolverme entre esta agridulce irrealidad. Me darán el sabor del arco iris, las más bellas flores del cielo y un almibarado corazón de terciopelo. Me darán todo ello y mucho más, poco antes de que el sonido de mi voz más interior salga de mi silencio. Sí, poco antes de que dicho sonido salga para llenar los caudales del entorno, y para trazar algunos cuantos bocetos de humanidad. Poco antes de que dicho sonido salga para ayudarme a atrapar en el aire los secretos más fugaces, y para enseñarme a trazar los contornos del cielo en el clima atemporal de mis verdades, e incluso, y por extraño que suene, para ayudarme a aprender cómo se pueden ver tan magnos contornos de cielo hipotéticamente trazados por mí. Pero luego de que el sonido mencionado salga, y cumpla con aquellos deberes que he descrito, las respuestas se escaparán de mi piel, se escaparán en el crucial momento de los mil aprendizajes, y una gota tintineará en la celda cálida del corazón, y una nueva caricia, única como ninguna otra, posará al espíritu del cosmos
en un cuerpo suave y eternamente deseado. Un cuerpo que habita serena y secretamente en los mรกs enervantes deseos del aire.
El tiempo que gira en torno a las flores La naturaleza es un elixir de sonidos y un universo de ecos. En ella se asienta el espíritu de la vida, el cual se dedica a llenar el vacío de las almas que la escuchan. En ella se refugia una flor. Una bella flor. Ahora, en el tiempo que gira en torno a las flores una leve y sutil brizna bien puede refugiarse en la eternidad de una caída de hojas, y una mariposa, por su parte, bien puede posarse sobre una bella y mágica rosa, y sentir sus latidos en cada gota de agua que cae de sus pétalos. Un colibrí, en el tiempo que gira en torno a las flores, bien puede extraer el polen de la vida mientras el aire acaricia airadamente su piel, y una abeja, con un aletear desenfrenado, bien puede dedicarse a ronronear por ahí, mientras la luz del sol engalana sus deseos. Las flores, entretanto, mientras aquel colibrí o aquella mariposa o aquella abeja hacen de las suyas, se lanzarán a la aventura de amar. Sí, ellas se lanzarán a la aventura de amar bajo el murmullo del río y el rumor del viento que las acunan. Y será cierto, entonces, y solo entonces,
que una obsesiva y dulce ola de vida no se rinde en el tiempo que gira en torno a las flores, y que todas las criaturas que pernoctan alrededor de ellas se sentirán hechas única y exclusivamente de la materia sublime de la existencia. Y no habrá duda, al menos no en los filamentos de la naturaleza, de que en el discurrir del tiempo lúcido y sublime, que gira en torno a las flores, existe todo un infinito universo de vida. Todo un infinito universo en la indecisión de un solo segundo.
La misericordia anda descalza La misericordia anda descalza entre la cólera de un torbellino que se ha llevado el refugio dorado de la ternura y la arrulladora melodía de las olas del mar. La misericordia anda descalza sobre terrenos pedregosos, y siente, además, la desazón del mundo mientras cubre su rostro leve con el frío del otoño. La misericordia anda descalza, pues ya no es, siquiera, un susurro inaudible que llena el universo, y en la pesadez infinita de sus párpados ha tenido que aprender a amar la soledad más dulce, la ternura más amarga y el sabor insípido de los días inconcretos. Ella se ha vuelto vieja, por si fuera poco, y eso se le nota en las arrugas que bordean sus tiernos ojos de mirada pesarosa. Ella ya no se arrebuja con tanta soltura en la calidez del corazón. Anda descalza y no tiene abrigo para cubrirse. Sí, la misericordia anda descalza, y no sabe, siquiera, en qué mirada andará sumergida.
Las habitaciones del eclipse El nervio de la rosa siente la oscuridad del cielo. Siente un laberinto contiguo al existir y que brilla en la luz opalescente de la luna. Siente los álgidos latidos del vacío y un suspiro que entra a hurtadillas en la habitación de un corazón. Siente la luz ávida del sol marchitarse para renovarse luego sobre la más querida y mágica de todas las pieles sempiternas. Siente, y sabe que lo que siente no es sino la forma sinuosa del hado, del místico hado que duerme en las habitaciones del eclipse.
Las secretas vanidades del horizonte La incandescencia vibrante de mi alma busca los ríos que fluyen sin pausa, el alma voluble de la brisa y una promesa anclada en la verdad. Para ello, cada día me siento junto al ocaso para beberme la vida de un cielo signado por el fragor de los misterios. Es entonces cuando me doy cuenta de que el horizonte nos mira con la mirada sugerente del ser interior de las cosas. Sin embargo, hay veces en las que el horizonte se oculta tras el velo sinuoso de innumerables noches hermosas, y a veces hasta llora cuando cree que morirá con la tarde. Aun así, y con todo, el horizonte también es caprichoso. A veces, él ensombrece a la luna y a veces, en cambio, se confunde con la anatomía profunda del océano. Eso lo hace sólo para recordarnos que únicamente la líquida materia del agua es similar en algo a la esencia del alma humana. Debido a todo lo anterior, también es común encontrar, de cuando en cuando, un horizonte inquietante que sublime los sentidos y nos cubra de sensaciones solares. Eso lo hace mientras opta por creer
que conoce la plenitud absoluta de los instantes de un sue単o. De un sue単o de vida.
Los signos de la luz I Las ilusiones en los sueños se presentan como realidades. La realidad, en últimas, está hecha con la luminosa materia de la irrealidad.
II Una cascada de luz entra furtivamente por la ventana de mi recamara y se posa suavemente sobre una sábana adormilada. Sí, es el día que me llama.
III ¿Por qué se agota la luz en el espacio? Quizá porque no sea la infinitud lo que cautiva al alma, sino simplemente la distancia.
IV Este sencillo poema no es sino el incierto aviso de algo que nunca sucedió
y de que La Nada muere para vivir, y de que solo la ostensible luz de la verdad, en ella, es real.
El abismo de mis horizontes Hoy voy a desvelar a las estrellas, a su talante de diosa aureada y a los sonidos de los ecos que magnifican su belleza. Hoy voy a utilizar todas las tácticas del alma y todos los ritos sagrados del ser, y bosquejaré todos los prototipos utilizados en la creación, para estar junto a una de aquellas dulcísimas estrellas. Hoy la veré a ella, a la estrella que elegiré, mirándome fijamente con su mirada de cristal y sus ojos de lago. Una mirada que, por cierto, tiene, sin duda alguna, el sabor de los anhelos que exhuman los sentidos más profundos. Hoy…, hoy partiré tras la magia de aquella mirada y tras los demás rayos de esperanza de la desbordante magnética de una óptica sublime. Sí, esta noche visitaré una estrella y la amaré y no la dejaré dormir. Esta noche, yo sé que podré estar junto a ella, porque hoy podré surcar, sin duda alguna, el abismo insalvable de todos mis horizontes.
La lluvia extasiada del infinito Dios ocultó la única palabra que define al universo, bajo una hoja de árbol que se precipita con suavidad y ligereza al suelo. ¿Cuándo conoceremos dicha palabra? A decir verdad, no se sabe. Solo se sabe que una brisa incierta, que hace gala de cierta sabiduría, dice que cuando acabe de caer la lluvia extasiada del infinito.
La maleabilidad indiscutible de una pluma en un sueño Acostumbrado a un lecho místico sigo el compás del ritmo de las pasiones. Soy un poeta, es decir, un acróbata de la vida impalpable. Un acróbata que trabaja con la esencia voluble del alma, con la insensata turbiedad de las emociones y con las más cálidas mantas del ser. De esta forma, hoy me permito tomar la arcilla maleable del espíritu para moldear el paraíso y las cumbres inexpugnables del alma. Me permito tomarla, para pintar de mil colores la media penumbra de la vida y para conjurar una existencia llena de sueños. Para decir que los sueños son el alimento del alma y que en el mundo sobran las personas y las circunstancias que nos arrebatan dicho alimento. Sí, hoy me serviré de sueños, ni más ni menos, que para erigir en la piel del ser y en la piel de lo infinito, un monumento a la última estrella del universo.
Trazados de alma Pruebo sorbos de existencia sobresaturados de mí. Luego me acomodo y me pongo a escribir con los trazos de un empedernido soñador que busca en cada surco de vida el florecer de sus virtudes. Una sutil idea me invade entonces en un sentimiento que se oculta en el reverso del aire. Una idea que me avisa, impertérrita, que escribir es una tarea magna y prodigiosa del alma. Claro, escribir es atrapar al espíritu creador que flota en la levedad del aire y en la mística absoluta de las olas del mar. Hoy escribo y hoy me mira, el alma suprema que trazo, que dibujo y que me encuentra oculto entre mis laberintos místicos y gramaticales.
Junto al brocal de la fuente de la sabiduría Un hombre se acercaba cada día, durante el suave bostezo de la mañana, a una fuente en medio del desierto. Cargaba unos cuencos que, según él, llevaban algunas mágicas estrellas derramadas. No era mentira, un diluvio de luz y de vida manaba de cada uno de dichos cuencos a borbotones. Se trataba, en realidad, de pequeñas notas con la energía de un cuerpo sideral errante por el universo. En una que otra de aquellas notas, por ejemplo, se encontraba la definición de ciertas esencias naturales del alma: Paz: “el estado secreto y verdadero del infinito”. El cariño, el amor y otras emociones: “esencias que impregnan el corazón y hacen taxación del espíritu divino y su presencia diamantina”. Otros de aquellos mensajes que salían desde aquellos cuencos como una columna de luz, daban, en cambio, proverbios: En una mano tendida fluyen los ríos de la paz. No busques en el cielo lo que tienes dentro de ti.
Una semilla siempre es impulsada por el viento y colocada por la vida. Un día un hombre sediento llegó junto al brocal de aquella fuente mencionada y vio dichos cuencos. Él no lo pensó dos veces, y bebió de su contenido. Luego de ello se hizo sabio.
Bendita desnudez Bendita desnudez que despierta al sueño dormido, que renace en el pasado y vive en el ahora. Abismo que traspasa a la ilusión en la mirada que todo condensa, incluso al fuego. Atributo de la llama, filo de la espada huella perpetua, manto del color del viento, estirpe de sagrada flor bajo el secreto insospechado de una historia que arropa a la humanidad. Bendita desnudez del cuerpo o del alma. Margen del infinito que esculpe en la roca de mis sueños y que hace que las nubes parezcan poesía. Bendita desnudez, escucha atentamente: el secreto de la vida dice que los ojos aman y siempre amarán la desnudez.
El sueño de la mariposa El reino de la verdad llora un cielo ingrávido, y las esencias que forman el sueño de una cándida y juguetona mariposa, lo derraman sobre el mundo y sobre los surcos del alma. Los recuerdos más preciados se agolpan entonces en el corazón y las ideas de verdad comienzan a merodear en el cielo. El amor se disfraza de pensamiento y susurra en el umbral del sueño. Crecen entonces geranios, azucenas, camelias, rosas, lirios y otras flores de exótica belleza, flores que se cubren de grandes y emotivos momentos. Claro, son los frutos jugosos y fervientes que poseen el aroma ligero de la libertad. Son la simple sonoridad del horizonte que abarca al alma y al sueño de la mariposa.
El manto de mi ser Levanto el manto de mi ser y recojo en él, la poesía que lima la conciencia, toda la erosión del miedo y todas las estrellas que se adhieren a la piel traslúcida del cielo. Recojo también, el sueño más fugaz, el precipicio del otoño, los teoremas formados con el magma de una secreta devoción y el misterio de un paisaje nocturno. También el canto intermedial de la lluvia, los destellos que ondulan en el túnel del amor, y los ruidos de fondo de una orquesta divina y natural. Con mi manto sublime, agorero de vida y teñido con el calor de las caricias del alma, puedo atrapar la certeza viva de la emoción humana. Puedo atrapar, en últimas, con mi manto extendido de hilos musicales, la esencia misma de la vida. Y todo ello mientras me embriago con un poco de paraíso.
Elegir La huerta de luz atrae el ingrávido beso de la brisa que juega conmigo al libre albedrío en la escarcha insuficiente de los días. La teatralidad de la obra divina, como bien lo supone una brisa otoñal, se desenvuelve luego en el pensamiento suave de una pompa ligera de jabón. Los ojos del tiempo contemplan entonces, tras las bambalinas de la realidad, el complejo juego del libre albedrío que desmenuza sueños y deseos. Qué tan grande crecerá aquella huerta de luz que mencionaba, dependerá de cuánta luz puede albergar la viva y sagrada experiencia de elegir.
La eternidad entre líneas “Eternitatea înseamnã suprimarea finitudinii, cãci moartea este abisul ei. Sub forma nostalgiei, fericirea asta înseamnã: eºti conºtient cã trãieºti ceea ce tocmai îþi scapã”. Horia-Roman Patapievici, en: Zbor în bãtaia sãgeþii La eternidad entre líneas no es sino el infinito que ha llegado a posesionarse de mí. No es sino el silencio filarmónico de la noche que se alía con el perfume de la mirada para desmoronar las verdades en la neblina cálida del ser absoluto. La eternidad entre líneas no son sino los secretos motivos de los espejos que no añoran mi piel sino la esencia de mi alma fundiéndose con el tacto sugerente de la brisa.
El cielo escrito en los ojos Una chica estaba sentada en el banco de un parque y un hombre en el tejado de su casa. El universo entero, y el estallido receptivo del azul celeste, los observaba. El hombre en el tejado, tras un súbito arranque de revelación, pensó en algo. Pensó correr tras un lívido rumor de agua sabia, pensó que sería bueno abrigarse de luz y soñar con la plenitud de los instantes, pensó en recorrer la superficie concéntrica del infinito, en beber de la fuente elevada del universo, en bañarse de aurora y en ampararse en un suave suspiro. La mujer del banco, entretanto, miraba al cielo y pensaba que su mirada palpitaba en él –es decir, en aquel cieloy que un ojo soñador siempre se entrega a la magia de la noche. Ella pensaba en la incertidumbre ensimismante del límite, en las suaves caricias del cosmos, en la misericordia y hasta en el tiempo que gira en torno a las flores. Él y ella en este instante, en este mismo momento, miran el cielo, sí, y lo descubren sobrecogedor. Descubren que una luz fosforescente y calcinante, y todas las ideas de verdad existentes en el mundo, lo merodean. Descubren que el cielo escrito en los ojos es un bullir de milagros inconclusos.
Y descubren que la realidad, que se transforma repentinamente en el cielo de los ojos, les susurra suavemente que el cielo no es y nunca serĂĄ el lĂmite.
Parte 2: Un suave esbozo de cielo en el fondo de una copa
Un suave esbozo de cielo en el fondo de una copa
Con suavidad pero con firmeza, de esa forma, él y ella sienten una densa sensación de vacíos instantáneos e infinitos dentro de sus respectivos seres interiores. De repente, ambos (tanto él como ella) aparecen en un bello jardín desbordante de flores frescas, un jardín en el cual ellos se sienten, pese a la gran belleza del lugar, como si navegaran en un misterioso y opalescente mar de sargazos.
De un momento a otro, en aquel bello aunque misterioso jardín, él y ella son testigos de cómo unos cuantos relámpagos desbastan las fibras más esenciales de algunos cuantos sueños. Luego, pasados unos cien relámpagos, y unos cien segundos de intensa vida, de estridente anchura e inmenso dominio, sin el más mínimo aviso por parte de nadie, ellos son trasportados a ese lejano e insospechado día en el cual el cielo eyaculó fuego sobre la luna y dejó plasmado en ella un invisible tatuaje de vida. Ella, al verse allí, se abraza entonces a él con ternura, y él, sumido en el más metafísico de los perfumes siderales, decide corresponderle a ella con un poco de cariño. Acto seguido, él comienza a acariciar el cabello de su amada. Comienza a acariciarlo mientras sigue llegando a él aquel metafísico y místico perfume sideral. Sí, mientras sigue llegando a él aquella fragancia capaz de regalarle los más hermosos y dulces minutos a una piel. Una fragancia que posee las distintas convergencias de un exclusivo y poco habitual deleite.
Ella, al cabo de unos segundos, alza su rostro y le dedica a él una sonrisa mientras se diluyen las orillas del universo sobre su joven piel, mientras un conjunto inimaginable de tardes se entremezclaban en una fugaz descarga de melancolías que repentinamente se suicidaron ante el brillo de una hoguera de vida.
Él se queda contemplando entonces la sonrisa de ella, y en ese mismo instante un cielo escarlata estalla en cientos de millones de gotas de vida. No obstante, debido a ello, aquel cielo queda con millones de agujeros por los cuales se filtra la nada sin ninguna compasión.
Ahora bien, hay que decir que él y ella tienen la tarea de tapar los hoyos del tejado de la Nada con la arcilla sempiterna que da forma a los pensamientos y a un proyecto de vida compartido. Un proyecto de vida que también es una fragancia común. Una misma copa de dulce y extasiado licor.
La constelación de mis pecados La constelación de mis pecados, no es sino un plagio de estrellas, que contiene el delicioso sabor de la uva apasionada de tus más secretos racimos. Son cientos de uvas ya degustadas, por cierto, que se dibujan en la noche y forman las más hermosas constelaciones, como vastos cultivos de tus gotas de cariño. La constelación de mis pecados es, en suma, una esencia mística que descubre la irrealidad del bien, la irrealidad del mal y la irrealidad, incluso, de todo lo real. Una esencia mística que me permite saber que para lanzarme a la constelación de mis pecados, debo saltar primero desde uno de tus suspiros para caer luego sobre tu hermosa y deseosa piel de fuego.
Nuevo nutriente para el cielo A Donato
Has partido, mi querido amigo, has ido al cielo en donde seguramente podrás desplegar tus alas sin ningún inconveniente. Y ahora, yo sé que es muy seguro que no solo el rumor de las nubes nutrirá el cielo, sino el canto de tu voz. Una voz de loro que hilará el tejemaneje del destino y las entretelas de la brisa.
La muerte sueña los fantasmas que vemos
La muerte sueña los fantasmas que vemos, eso fue lo que me dijo ese sinuoso y suspirante espíritu que en la noche toma el azul del cielo como sábana, me lo dijo mientras yo escribía un tratado sobre la poesía no fonética de los últimos años. Pero lo que menos quería yo en esta vida, y en aquel momento, era escuchar a ese fantasma. No quería escucharlo, puesto que los rezagos de las aniquiladas nubosidades de un sueño intrascendente se estaban apoderando poco a poco de mi alma. Tonto de mí. Yo quería cumplir con aquella magna tarea de análisis poético, pero el periódico del día estaba sobre el escritorio de cedro sobre el cual yo me encontraba trabajando, y yo no lo había leído, y me hacía ojitos con gran suspicacia. La televisión, por su parte, se encontraba encendida, y en ella aparecían algunos cuantos adolescentes con el ligero temblor del deseo en sus pieles. Miles de preocupaciones también se agolpaban en mi mente y en la gruta efervescente e intangible de una inmensidad desconocida. Por eso, al descubrir que por más que lo intentara yo no iba a poder concentrarme, decidí asomarme por una ventana para contemplar las pocas nubes que había convocado el cielo esa noche. ”Tú no quieres escribir ese tratado”, me dijo aquel sinuoso y suspirante espíritu. “Tú lo que quieres es hallar algunos cuantos trazos, o siquiera algún que otro boceto, de una memoria sinérgica y desconocida, en un efímero y prodigioso vaho de vida. Tú lo que quieres es deshacerte de todos tus fantasmas".
Un suave esbozo de cielo en el fondo de una copa 2
Ayer imaginé que hoy hallaría entre la brisa ese impulso del alma que siempre nos empuja a aferrarnos a algo irreal. El día de ayer pensé que el día de hoy me iba a topar con esos recuerdos que fluyen en el ser como el fluir de la sangre en el cuerpo. Pensé que aquella luna neblinosa de los cielos de mi ciudad seguiría parpadeando intensamente. Pensé que podría salir de esta casa habitada por fantasmas huérfanos de sí mismos en la que me hallo. Pensé que podría volver a tener una mirada de ella, pero no una mirada cualquiera sino una de esas miradas que poseen un poco del tacto del alma, o por lo menos los más sensuales y lujuriosos recuerdos del tacto de una piel. Pensé que no iba a estar así, es decir, seco y vacío como un río que se quedó sin lágrimas. Pensé que siquiera el día de hoy iba a poder ver en lo alto una nube lamiendo el cielo con candidez. Que no me iba a encontrar así, mirando recuerdos en el nostálgico lobby de un hotel. Sí, el día de ayer pensé que regresarías a mi vida,
y que no me encontraría el día de hoy este suave esbozo de nuestros sueños en el fondo de una copa de Baccarat.
El día de ayer pensé que el día de hoy podría llegar a escuchar la ardiente melodía de tu tenue y casi que insonora risa coqueta.
Seas flor o seas gata Seas flor o seas gata siempre te estaré pensando desde ese lugar al que me marché sin querer irme, a ese lugar que se fragmenta de cuando en cuando para revelar vestigios de un pasado difuso, un pasado que ya parece otra vida, otra existencia, otro estar sin estar u otro vivir sin del todo vivir. Por eso mismo los intersticios de la vida o las sedosidades mismas de la brisa me recuerdan que ya lo he decidido, que lo he decidido de forma tajante y perentoria, de forma ligeramente intensa y azarosa, y creo, incluso, que lo decidí ayer. He decidido hacer lo siguiente: llenaré el futuro de recuerdos aun cuando la vida se halle incompleta de fragancias, llenaré el alma de vida aun cuando el futuro se halle incompleto de ti, y le pediré a la luna que te inspire a cumplir todos tus sueños. Si no pudiste estar, por lo menos sé, sé tú, sé un tú que llegue muy lejos con toda la fuerza de tu propio ser gata o de tu propio ser flor. De tu propio ser inspiración.
Tu sonrisa DĂŠjame que sea hoy tu sonrisa la que coloque detrĂĄs de cada estrella. En todos los rincones del alma. En todas las estancias del ser.
El alma de quienes se preocupan por ti El alma de quienes se preocupan por ti es una conciencia viva, una llama inextinguible. A ellos los reconoces no porque los ves a menudo sino porque los sientes. Porque sabes que están ahí con su ser, con su alma, con toda la vitalidad de sus esencias, aun cuando estén enojados o indispuestos contigo. El mejor agradecimiento para ellos, por tanto, es, desde luego, una pequeña eternidad, porque donde muere la eternidad, por pequeña que esta sea, renace el infinito. Renace la magia de la vida. Renace el esplendor del existir. Sí, el mejor agradecimiento, a fin de cuentas, es un gracias y el dedicar el mayor esfuerzo posible en todo aquello que se emprenda. Es un decir, en todo aquello que se haga, en todo aquello que se lleve en el alma, "a ellos y por ellos".
Quienes tienen que probar las buenas intenciones de los demás Quienes tienen que probar las buenas intenciones de los demás son quienes no han aprendido a verse a sí mismos. Son quienes no saben que todos tenemos defectos y que eso es precisamente lo que nos hace humanos. Porque, eso sí, si no hubiera defectos y debilidades en las personas, no tendría ningún sentido estar en este plano de la existencia para tratar de entendernos los unos a los otros. No tendrían sentido los idiomas del tiempo ni los más suaves repliegues de la infinitud. No tendría sentido ese fuego que lo consume todo sin más obstáculos que la promesa misma de la vida.
El orden repentino de una fragancia que se hace suave
Si todas las aves cantaran en la madrugada, llevando en su voz la lívida aventura de un pleno susurro, harían de la mañana una fiesta de júbilo sobre las frescas tesituras de una vida dulcemente alborozada. Si todas las luces brillaran al mismo tiempo, sería tu silueta la que resplandecería tras un enorme torrente de mariposas que se ven brillar bajo la mirada empozada de los sueños. Sí, sueños, mariposas, aves y luces. Madrugadas, siluetas y una mirada… El orden repentino de una fragancia que se hace suave. Una confesión de amor que siempre estará nadando entre los perfumes de un amanecer, un amanecer consustancial a las más suaves e inextinguibles melodías de la vida. Una vida que revolotea sobre una melífera caricia y que se hace mil preguntas y cuestionamientos como los siguientes: ¿cuánto calor puede aprisionar el ocaso sobre los efluvios portentosamente esculpidos de una intensificada existencia pasional? ¿Qué fragancias, tan finas y hialinas, recoge la profundidad de tu mirada cuando tu alma serena y ligerísima vuela con alas de espuma? ¿Cuánta suavidad cabe encontrar en la emersión de una estrella? ¿Hasta dónde podría volar un ave que somatiza dulzura si volara en compañía del amanecer y sus caricias de vida? ¿Y cuántos serían los sueños de aquel amanecer si él fuera arrullado por los susurros de aquella dulce y carismática ave cantarina? Un millón de cantos atraviesan la lindísima ola de la primera idea. La atraviesan y la colman de promesas. Sí, estrellas, emersiones, alas, confesiones, melodías, promesas, y, cómo no, fragancias. Un canto suave, suavecísimo. Un canto sublime. Una progresión de la existencia que dice una que otra cosa sobre el orden supremo, que me recuerda una y otra vez en lo más profundo y en lo más pasajero de mí mismo, que aún poseo una pluma, una sonrisa y una mirada coqueta de la última pajarita que se atrevió a volar sobre este bello y espléndido cielo.