Dos
E
lla dio media vuelta y se adhirió a su espalda. El roce leve de la mano de él, tosca y paradójicamente afectuosa, era un gesto cotidiano, esperado. Pensó en la ropa de mañana, en el almuerzo, los horarios de los chicos... Porque
regresaría del consultorio como a las ocho y él los martes y los jueves hacía horas extras...tendría que enviar un taxi a recogerlos... Entibió sus pies al calor de los de él y valoró estar allí, protegida, sabiendo que era un hombre con una voluntad férrea para el trabajo y un padre incondicional. La otra se acostó sin ropa, con la piel húmeda, buscando el diálogo por debajo de las sábanas y con su boca derrochando risas exuberantes. Su cuerpo voluptuoso innovaba caricias
y
recreaba
movimientos
de
un
lenguaje ancestral . Ella apagó la luz, cerró el libro que su atención dispersa le hacía releer cada noche y lo besó fugazmente en los labios. La otra descubrió cada región viril y la fundó con besos y mordiscos vehementes. Sentía que su libido aleteaba en un campo de mariposas amarillas y deshojaba pétalos de jazmines sobre el torso desnudo. Dejó que su vulva balbuceara obscenidades para que él se erigiera en ellas. Ella soñó con una casa laberíntica, de muchas habitaciones y con una mesa grande que se extasiaba con la frescura de un ramo de jazmines y la presencia alborotada de los nietos. La otra soñó con una fiesta epicúrea y un juego de seducción con alguien nuevo que le haría el amor mañana. Ella y la otra durmieron en la misma cama, con el mismo hombre y al amanecer despertaron juntas con una intensa fragancia de jazmines bostezando sus distintos sueños.
Mónica Rivas