MONTERREY ORIGEN Y DESTINO
MONTERREY ORIGEN Y DESTINO Los grupos indígenas en Monterrey Jesús Gerardo Ramírez Almaraz
Municipio de Monterrey
Lic. Adalberto A. Madero Quiroga Alcalde de Monterrey Ing. Ramón de la Peña Manrique Secretario de Desarrollo Humano Lic. José Antonio Olvera Sandoval Director de Cultura Lic. Ernesto Castillo Ramírez Editor
Museo Metropolitano de Monterrey Zaragoza y Corregidora, Zona Centro, Monterrey, N.L. Tel. (81) 8344-2503 Fax. (81) 8344-1971 dicultura@monterrey.gob.mx Consulta electrónica en: http://encicloregia.monterrey.gob.mx
Primera edición, 2009 Municipio de Monterrey
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Impreso en Monterrey, México Printed in Monterrey, México
ÍNDICE Presentación
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Prólogo
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Introducción
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Capítulo I La arqueología
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Capítulo II Antecedentes
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Capítulo III Chichimecas, ese ambiguo concepto genérico
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Capítulo IV Actividades de subsistencia
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Capítulo V La talla lítica
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Capítulo VI La movilidad de los grupos nómadas
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Capítulo VII Las pinturas y los petrograbados de Nuevo León, del arte a las manifestaciones gráfico rupestres
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Capítulo VIII Hacia una historia incluyente
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Indice de imágenes
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Blibliografía
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PRESENTACIÓN Para actuar en el presente y construir el futuro, es necesario reconstruir nuestro pasado. Una sociedad dinámica y compleja como la de Monterrey, requiere una revisión constante de su memoria histórica, indagar sobre acontecimientos nuevos u olvidados, valorar los procesos sociales que cimentaron la evolución de la metrópoli, así como desentrañar la diversidad del imaginario colectivo. El conocimiento de la historia es parte sustancial en el desarrollo de la persona, ya que la provee de una conciencia fundamental para interactuar en el ámbito social. En virtud de lo anterior, y desde el inicio de la presente administración, contamos con el apoyo de científicos sociales de la localidad como arqueólogos, historiadores, economistas, sociólogos y politólogos, con el propósito de realizar una investigación colectiva que presente la evolución histórica de Monterrey, desde los primeros grupos humanos que gravitaron en nuestro espacio, hasta la sociedad contemporánea inmersa en el proceso de la globalización. La investigación histórica Monterrey: origen y destino, que tiene el lector en sus manos, comprende la historia de nuestra ciudad. El contenido de los trabajos está sustentado en su mayoría en fuentes primarias, principalmente del Archivo Histórico de Monterrey, así como de acervos estatales, nacionales e internacionales, y en una bibliografía actualizada. Los diferentes temas están interrelacionados a través de ejes conceptuales que se van definiendo conforme la sociedad regiomontana evoluciona, la industria, educación, comercio, comunicaciones, medio ambiente, desarrollo social, migración, tecnología, cultura, entre otros. Los investigadores aportan testimonios rupestres y evidencias arqueológicas recientes, agregan nuevos datos etnográficos y plantean una nueva perspectiva histórica sobre el encuentro de los grupos amerindios y los españoles.
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Del mismo modo, se estudia el papel desempeñado por el Cabildo y sus integrantes, al ser el órgano político desde donde se tomaron las decisiones más importantes para fincar el desarrollo de la ciudad. Se destaca el proceso y la circunstancia de la fundación de la ciudad, la colonización del valle de Monterrey, la consolidación de la localidad como punto estratégico del septentrión, la etapa colonial, el siglo XIX y se pondera en el contexto contemporáneo. Se da seguimiento a las etapas en que se fue generando la gran mancha urbana y se acentúan los principales íconos del desarrollo, así como las variables que permitieron su despegue como gran urbe. De manera sistemática se documentan los grandes movimientos sociales y su incidencia en la estructura socioeconómica y política de la ciudad y su entorno, como la Independencia, la guerra contra Estados Unidos, la Intervención francesa, la Revolución, el constitucionalismo, el cardenismo, entre otros importantes eventos nacionales. También se estudian temas poco atendidos en la historia de la cotidianeidad: la cultura popular y los barrios de Monterrey, los movimientos sociales como el estudiantil y la guerrilla urbana, la reciente migración indígena, la economía informal, el liderazgo ciudadano, la gobernabilidad y los procesos electorales, por señalar los más relevantes. Este importante proyecto historiográfico fue posible gracias al esfuerzo de más de catorce especialistas de la localidad, profesores e investigadores de la Universidad Autónoma de Nuevo León, la Universidad de Monterrey, el Colegio de la Frontera Norte y el Instituto Nacional de Antropología e Historia; a todos ellos nuestro más profundo agradecimiento. Conocimiento, comprensión, sensibilidad y compromiso con la comunidad son algunos de los objetivos que esperamos lograr en todos los lectores de esta obra histórica. Ésta es una brillante oportunidad para asomarnos a la ventana de la historia de Monterrey y descubrir su grandeza, el espíritu de su gente a través del tiempo y los retos de la metrópoli en el nuevo milenio. Adalberto Arturo Madero Quiroga Alcalde de Monterrey
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Monterrey: origen y destino
PRÓLOGO
Esta obra del maestro. Jesús Ramírez abre las puertas a un mundo que perduró durante milenios, pero desapareció casi de inmediato con el contacto europeo. El inicio de la época histórica marca su fin, y por eso lo llamamos la prehistoria, olvidando por completo la trayectoria humana mucho más larga que antecede la fundación de la ciudad. En esta etapa borramos los nombres de los lugares y paisajes conocidos a los regiomontanos, y entramos en terrenos nuevos con nombres y rasgos desconocidos que ocupaban el mismo espacio. Éste es el mundo de los cazadores y recolectores amerindios al que introduce Ramírez. Se desarrolló en el mismo lugar geográfico que ocupa la actual zona metropolitana y su zona de influencia, pero hoy en día su modo de vida nos resulta tan ajeno como un viaje a la Luna. Su mundo quedó sepultado bajo el desarrollo de la urbe moderna y casi olvidado en la memoria de los habitantes actuales. El rescate de esa memoria más profunda que sobrepasa la barrera histórica es la tarea que propone este trabajo. A través de la evidencia arqueológica y la búsqueda de los trozos de información que sobreviven en los documentos coloniales, Ramírez encuentra las huellas de este mundo. Presenta los resultados de su búsqueda, tanto en el trabajo de campo arqueológico como en la investigación documental. En ello recuperamos –aunque sea todavía de mane-
ra muy parcial e incompleta, más de diez mil años de la prehistoria del noreste. Ambas vertientes presentan nuevos datos que cambian nuestra perspectiva sobre ese pasado prehistórico de los amerindios nativos de la región. Al principio, como describe Ramírez en su propio resumen histórico, las fuentes coloniales eran la única información disponible. A través de ellas, la historiografía hereda el desprecio que sentían los españoles hacia los nativos. Sus crónicas narran episodios de conflicto inmediato, de una guerra viva que tuvo como resultado final la destrucción sistemática del mundo amerindio y la introducción de una nueva economía basada en la agricultura y ganadería europeas. El exterminio de poblaciones enteras a través del trabajo forzado es otra cara de la conquista de la frontera noreste. Ninguna visión de los vencidos sobrevivió este etnocidio, ni siquiera la toponimia en sus propias lenguas de los lugares que habitaban (con solamente una o dos posibles excepciones). Por consiguiente, la historiografía regional ha incorporado la visión de los vencedores como marco único de referencia, una visión profundamente matizada en los prejuicios y limitaciones de su época. Percibir el mundo amerindio más allá de estos prejuicios requiere una lectura crítica de estas fuentes con un guía informado capaz de verlas desde otra perspectiva.
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Para corregir las distorsiones heredadas, Ramírez complementa la historia con la antropología moderna, para llegar a una etnohistoria más comprensiva. Toma en cuenta la presencia nativa dentro de un marco comparativo y menos prejuicioso. Para los antropólogos, los amerindios nativos locales no eran bestias brutas ni mano de obra, sino portadores de una cultura propia. Reconocen, en la repugnancia de los españoles hacia su modo de vida, un reflejo típico del etnocentrismo de cualquier cultura hacia normas y costumbres ajenas, y la desaparición de estos pueblos más bien como un accidente circunstancial de la historia, y no como un acto de justicia divina. La perspectiva antropológica destaca más bien la adaptación muy particular que tenían los grupos locales a un medio ambiente exigente, y las semejanzas y diferencias de su modo de vida comparada con otras sociedades de cazadores y recolectores en todo el mundo. Esta tarea requiere una reconstrucción retrospectiva que integra la información histórica y arqueológica en una sola narrativa. Así, su valor perdura en el registro etnológico como un ejemplo más de un modo de vida que predominó durante casi toda la estancia humana en la tierra, aunque haya desaparecido casi por completo en el mundo actual. Este mundo anterior no fue ni el paraíso primordial de Adán y Eva, ni tampoco el infierno de esclavitud y exterminio que les cayó encima a los nativos con la colonización española, sino un mundo al natural, cuyos rasgos principales eran definidos por el mismo entorno del paisaje natural y la vida silvestre (tanto plantas como animales) que lo habitaba. Entramos, pues, en un mundo dominado por la naturaleza, que invierte muchas de las circunstancias que predominan en nuestro mundo
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urbano actual. Es un mundo de pocas personas, viviendo en grupos relativamente pequeños, con el mínimo de bienes materiales. Así, la carga de bienes no impedía su movilidad en busca de los alimentos que proporcionaba la madre naturaleza. Para los españoles, los indios eran unos holgazanes, y los pusieron a trabajar en sus minas y haciendas para acabar con su vagancia. Las armas nativas diseñadas para la caza de venado no resistieron las embestidas de los experimentados cazadores de humanos que llegaron como avanzada de la civilización, pero para la antropología moderna, su modo de vida representa una adaptación exitosa. Para ponerlo en términos más actuales, parece un modelo de desarrollo sustentable, perdurando durante largos milenios, aparentemente sin provocar efectos importantes de origen antropogénico en el medio ambiente. Los rasgos necesarios para la sobrevivencia humana al natural incluyen los conocimientos profundos de la naturaleza misma, transmitidos a lo largo de muchas generaciones, y la ingenuidad humana de crear artefactos que respondan a las nuevas demandas y oportunidades presentadas por una naturaleza cambiante. Al correr el tiempo para atrás, una vez que pasamos la marca entre el tiempo histórico y la prehistoria, observamos que los cambios culturales derivan de los conocimientos adquiridos ante las necesidades de sobrevivencia. Este proceso transformativo de la naturaleza es universal y antecede a todo el desarollo posterior de civilizaciones en todas partes del mundo. Su desaparición total en el mundo actual, ya no hay pueblos de cazadores y recolectores ni la misma naturaleza que los sostenía, ahora nos obliga a reconstruir su modo de vida a través del registro arqueológico, por más imperfecto y tenue que sea,
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complementado por la analogía que proporciona la documentación etnográfica mundial y, en este caso, la etnohistoria. En la región norte de México, después de un largo letargo, la investigación arqueológica ha despertado. Nuevos enfoques en la arqueología mexicana han propiciado un mayor interés en la región y sus relaciones con las regiones colindantes a nivel continental. Las nuevas excavaciones y registros arqueológicos de los últimos años han dado un marco más amplio y preciso, tanto de la cultura material como los conocimientos adquiridos. Por un lado, el acervo de imágenes rupestres atestigua que eran observadores del cielo, que marcaron el ciclo solar anual de las estaciones por medio de un calendario de horizonte. Este conocimiento es un paso fundamental en la adaptación a los recursos temporales de la naturaleza. A la vez, marcaron el ciclo lunar para los tiempos más cortos, tal vez entre una y otra parada en el movimiento migratorio anual del grupo, mientras que la observación del movimiento polar de las estrellas les habría servido como una brújula celeste constante señalando el punto cardinal norte. Los hallazgos rupestres señalan la íntima relación que percibían los cazadores-recolectores entre el paisaje y el cielo, conocimiento que compartían con otros grupos vecinos, incluyendo las civilizaciones mesoamericanas. Por otro lado, las excavaciones arqueológicas han recuperado la cultura material que atestigua la ingenuidad de los cazadores y recolectores. Es cierto que muchos de los artefactos más importantes de su vida cotidiana, como la cestería y los objetos de madera o hueso, son de materiales perecederos que raras veces sobreviven los procesos naturales destructivos. Su presencia y probable uso se confirma solamente por medio de la comparación arqueológica con hallazgos en áreas vecinas y, en ciertos casos, por la representación de los mismos artefactos en las pinturas y petrograbados rupestres. En particular, los petrograbados de artefactos líticos concuerdan con los artefactos de piedra que sí sobrevivieron en los mismos sitios. La recuperación de estos materiales (principalmente puntas de proyectil y raspadores) en excavaciones controladas ha permitido definir una secuencia cronológica
más precisa de la ocupación humana en la región. Aquí, la participación directa de Ramírez en el trabajo de campo arqueológico le permite sintetizar los pasos que distinguen la investigación arqueológica profesional y contrastarla con el coleccionismo casual y el saqueo comercial más sistemático. Explica los avances más recientes en el análisis de estos materiales y cómo funcionaban los diversos tipos de artefactos recuperados. Casi todos éstos son desconocidos en la vida actual, y la materia prima de que están hechos, ahora la utilizamos en la forma de materiales de construcción. En cambio, un examen más detenido revela la destreza que exhibe su manufactura, además de la simplicidad de su diseño y la capacidad de replicarlos en poco tiempo con las materias primas a la mano. Todos estos rasgos los ubican exactamente al polo opuesto de los artefactos complejos de producción robotizada (y a menudo materiales sintéticos) que predominan hoy en día. A través del análisis tecnológico, identificamos una cultura que responde a otros valores y necesidades totalmente ajenos a la nuestra. Al examinar la lítica con más detenimiento, Ramírez distingue algunas transformaciones tecnológicas importantes en las armas de cacería. Al principio hallamos herramientas relativamente más burdas, y la cacería se hace con una lanza que depende únicamente de la fuerza del brazo. Después pasamos a los lanzadardos (o atlatl) que utilizan el principio de la palanca para aumentar la fuerza y rango del tiro, incrementando así las presas al alcance del cazador y la probabilidad de éxito. Al final, la secuencia termina con las puntas ligeras del arco y flecha que observaron los españoles en uso entre los nativos locales y que anteceden las armas de fuego que ellos trajeron de Europa. Todos estos pasos marcan cambios tecnológicos que aumentaron la efectividad del cazador y su habilidad de tomar presas a mayor distancia con mayor probabilidad de éxito. La secuencia de artefactos líticos, las representaciones rupestres y los restos paleobotánicos recuperados señalan que las condiciones del medio ambiente regional y, por ende los recursos de subsistencia disponibles a los cazadores-recolectores, registraron cambios importantes a largo plazo. En
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vez del viejo concepto de una barrera desértica infranqueable al norte de la llamada frontera mesoamericana, los datos arqueológicos más recientes revelan un paisaje con cambios cíclicos que incluye etapas de mayor humedad, con el aumento correspondiente de biodiversidad y productividad del medio natural. En vez de un medio constante e invariable, encontramos procesos que alteran la extensión territorial de todos los nichos ecológicos. La paleoecología del paisaje norestense nos permite ver los vestigios humanos como un componente dentro de una gama de procesos naturales operando a más largo plazo, un trasfondo cada vez más valioso ante los cambios recientes producidos por las actividades humanas. Este enfoque ambiental plantea un cambio paradigmático en la arqueología mexicana. Para una generación anterior, la arqueología se dedicaba a la búsqueda de las raíces indígenas del pueblo mexicano actual. Dentro de este panorama, el noreste parecía una tierra de nadie, un vacío cubierto por rubros genéricos inventados y proyectados sobre los mapas continentales y nacionales, algunos de ellos aquí ilustrados. El análisis documental permite a Ramírez identificar otro panorama atrás de este juego de etiquetas, descubriendo algunas fallas específicas en los modelos anteriores. Traza un proceso lingüístico de cómo las mismas etiquetas se transforman con el paso del tiempo por el contacto histórico con los indígenas aliados que acompañan a los españoles. Atrás de esta confusión halla un mundo oculto y étnicamente mucho más complejo, con numerosas lenguas y pueblos distintos en cada parte. Debido al traslado forzado e inmediato de los pueblos encontrados en su camino, la congruencia entre los pueblos históricos y los sitios arqueológicos específicos ya detectados sigue siendo una de las grandes incógnitas de la prehistoria regional. Aunque compartían la misma adaptación tecnocultural al medio, la diversidad lingüística de los pueblos amerindios atestigua que eran grupos muy distintos entre sí. Debido a la brusca transformación precipitada por la llegada de los españoles (una situación muy diferente a la de muchas otras partes
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de México), este enlace con el pasado amerindio queda limitado a unas cuantas correspondencias especulativas. Hay algunas relaciones estilísticas entre los motivos rupestres y el único ejemplo de arte indocristiano reconocido en la región hasta la fecha, el mosaico descubierto en la fachada de la antigua misión colonial de Lampazos durante su restauración, que aunque aceptamos la identificación coahuilteca de sus autores, no deja de ser un caso excepcional. Más bien, al cortar este enlace entre historia y prehistoria, no podemos confirmar la identidad étnica de la población amerindia del noreste, ni debemos proyectar la presencia continua de los mismos pueblos anclados en el mismo lugar hasta épocas muy remotas, circunstancia que no concuerda con las necesidades de la vida nómada y los cambios ambientales ahora reconocidos. Más allá de esta identificación de la prehistoria étnica, se oculta otra prehistoria enfocada en la transformación del mismo medio ambiente, un proceso que continúa y se acelera con cada generación humana. Ahora falta la vieja curiosidad anticuaria ante la clara necesidad de una orientación hacia los procesos naturales que operan a largo plazo, los cuales solamente la arqueología prehistórica puede documentar. Este trabajo marca una pauta en la reconstrucción de la prehistoria regional. Resume la información que contesta quiénes eran los primeros habitantes, y abre las puertas que conducen hacia caminos nuevos de investigación. Se aprecian campos a más distancia que falta explorar. Atrás de todas las diferencias culturales hay una semejanza dictada por la naturaleza en el modo de vida que compartían los amerindios nativos. El enfoque en su adaptación en vez de su abolengo tiende a acentuar el valor arqueológico de la región norestense dentro del contexto prehistórico, por la misma razón que preserva una continuidad tanto cronológica como cultural, que se remonta a los inicios de la ocupación humana. Dr. William Breen Murray Noviembre de 2008
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INTRODUCCIÓN Aunque la postura ante el indígena contemporáneo que poseía Manuel Gamio puede ser analizada desde una postura crítica, y a pesar de que Forjando patria fue escrita en el año de 1916, no cabe duda que el epígrafe que antecede este apartado es aplicable en la actualidad. De igual modo, la postura del antropólogo norteamericano Franz Boas y la corriente del culturalismo en antropología pueden ser cuestionadas por distintas razones, pero se rescata su fuerte crítica hacia el evolucionismo unilineal y el llamado relativismo culturales, su gran aportación. Manuel Gamio, Forjando patria A partir de esta postura, debemos aceptar que los grupos humanos responden de distinto modo de acuerdo al medio ambiente y a la época en que les tocó vivir. Cada cultura tiene que ser entendida en sus propios términos, y no se puede comparar con juicios de valor. Lo que trae como resultado que el nomadismo y la economía sustentada en la caza, la recolección y la pesca son un modo de vida tan válido como cualquier otro. Es decir, hay que dejar a un lado el etnocentrismo, tendencia que considera que nuestro propio modo de vida es preferible a todos los demás.1 Es importante comentar lo anterior porque hay nula o poca presencia de un discurso arqueológico sobre los indígenas que habitaron
Nuevo León, y a falta de una explicación desde una perspectiva antropológica de los modos de vida de dichos grupos, el único modo de conocerlos era a través de las fuentes escritas y de la historiografía regional que, en gran medida, ha reflejado una visión prejuiciosa,2 pues, aunque matizada por algunos autores, casi siempre se había mostrado una visión como la siguiente: Los habitadores del Nuevo Reyno de León, vivían en los montes o bajíos; y se cambiaban de una parte a otra, según sus conveniencias; se juntaban las familias o se dividían a su antojo, sin tener entre ellas más reconocimiento ni más temor que los que pueden tener los brutos; luchaban los hijos con los padres y los padres con los hijos y los hermanos contra los hermanos y aquéllos y éstos contra la madre, y la madre contra todos ellos, como si se tratara de gente extraña y sin vínculos de ninguna naturaleza.3 Esta descripción que se hace de los antiguos habitantes de Nuevo León muestra una imagen sombría y desalentadora. Sin embargo, hay que recordar que se trata de una opinión que seguía de manera literal las fuentes del siglo XVII, aunque fue escrita a inicios del siglo XX, cuando a México llegaban tardíamente las ideas evolucionistas surgidas en Europa y los Estados Unidos de Norteamérica.4 Por lo tanto, a través de la óptica de la antropología contemporánea, y desde una
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postura crítica y reflexiva, podemos preguntarnos: ¿acaso los indígenas que habitaron lo que ahora es Nuevo León y el noreste de México vivieron en esas condiciones? ¿Era acaso el caos social su modo de vida? ¿Puede una sociedad vivir de esa forma? Los grupos indígenas del noreste no sólo han desaparecido o han sido relegados a un papel menor, sino que cuando se les llegaba a mencionar fue para tildarlos de agresivos, irracionales y salvajes. Por lo tanto, en el presente trabajo se busca dejar atrás dichos prejuicios. En la sociedad del noreste todavía prevalece la idea de que estos grupos pasaban muchas horas al día buscando alimento y, por lo mismo, terminaban agotados al final del día, sin ánimos de inventar o crear cultura. Incluso, aun entre estudiosos del tema, existe con frecuencia la visión sombría de los cazadores-recolectores al borde de la muerte, a quienes se les considera como unos seres desdichados que siempre estaban buscando la subsistencia. La arqueología y la etnografía han mostrado que se trata de una idea por demás errónea, pues es falso que los cazadores-recolectores mantuvieran ese vertiginoso y poco afortunado ritmo de vida. De igual modo, hay que señalar que ya no es válido afirmar que aquí no hubo indígenas. También hay que dejar de creer que los cazadoresrecolectores de Nuevo León se mantenían al borde de la inanición, caminando y vagando sin sentido en un panorama desolador, en un caos social y sin reglas de comportamiento, dispuestos siempre a combatir y atacar sin piedad a quien apareciera enfrente de ellos. Esto simplemente no fue así. A través de los siguientes capítulos iremos tratando de argumentar, con la teoría antropológica y la evidencia arqueológica, que en realidad se trataba de grupos bien organizados y con un Fogones (vestigios arqueológicos).
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excelente conocimiento del medio ambiente que les rodeaba. El periodo temporal que abarca esta investigación se extiende hasta la llegada de los españoles, pues consideramos que la información que existe acerca de los indígenas nativos durante la época colonial, a pesar de ser poca y poseer una fuerte carga ideológica, nos resulta de gran utilidad, una vez que se le realiza un estudio crítico y se analizan los datos de acuerdo a su contexto. En otras palabras, aunque la investigación toma en cuenta el momento prehispánico a través del registro arqueológico, también se usarán fuentes documentales escritas a partir del momento de la Conquista, durante la colonización, y hasta principios del siglo XIX, cuando casi desaparecen todos los grupos étnicos originarios del noreste. De igual modo ocurre con el espacio geográfico, ya que no existe evidencia arqueológica de algún sitio de Monterrey, y, en consecuencia, es necesario ampliar nuestro campo de estudio a todo el noreste de México. Se usará información arqueológica y documental que incluya a los estados de Nuevo León, Tamaulipas, Coahuila y Texas. Esto porque existen grandes semejanzas entre los diversos grupos de cazadores-recolectores y en ocasiones pescadores que habitaron en estos territorios. Es conveniente subrayar el hecho de que no sólo es necesario echar mano de la historia y la arqueología, sino que debemos acercarnos a diversas disciplinas. Es por esto que nos valdremos tanto de los datos etnohistóricos como de la analogía etnográfica y la evidencia arqueológica, con el fin de obtener información que sustente nuestra propuesta. Se tomarán datos de las obras de los cronistas españoles que escribieron sobre estos grupos y esta región; así como de diversos documentos que se encuentran en los archivos de la localidad y que,
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de manera explícita o implícita, hacen referencia al tema. En cuanto a la evidencia arqueológica, se analizarán distintos artefactos y diversos sitios arqueológicos del noreste del país. La información que se obtenga de ciencias como la ecología, la biología y la geografía, será de gran importancia por la temática y el conocimiento que aportan sobre el medio ambiente (flora y fauna principalmente). La información arqueológica e histórica pertinente va más allá de las actuales fronteras de Nuevo León, pues, obviamente hace cientos o miles de años, éstas no existían. Y es que existen grandes semejanzas entre los diversos gru-
mación de los grupos humanos, ya que coincidimos que dichos grupos, que vivían en gran parte de lo que ahora es Coahuila y Nuevo León, compartían muchos aspectos. Además, dicha similitud no sólo es geográfica, sino también de índole temporal. Pues estos grupos comparten un modo de vida similar desde hace 9 mil años hasta principios del siglo XIX. No debe malinterpretarse esta aseveración, pues por supuesto que debieron existir grandes cambios culturales. Sin embargo, a nuestro juicio, son más de forma que de fondo, porque la subsistencia y los artefactos no tuvieron grandes cambios,5 con la excepción, claro está, de la aparición del
Chiquihuitillos.
pos de cazadores-recolectores que habitaron el norte-centro, noreste de México y sur de Texas. En cuestión ecológica sabemos que hubo graves cambios en el medio ambiente que repercutieron no sólo en la flora y la fauna, sino en la confor-
arco y la flecha, que es algo que podría considerarse un cambio tecnológico de trascendencia. Por otra parte, es válido tomar en cuenta los datos escritos, los cuales, aunque se conozcan las limitantes y desaciertos, también son de utilidad.
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Por tal motivo, las referencias que se presentan a lo largo del texto tienen el objetivo de proporcionar posibles referentes contextuales, pero de ningún modo intentan comprometer las abismales diferencias en tiempo y espacio que existen entre la evidencia arqueológica de épocas pretéritas y la información documental, por lo que siempre existirá una crítica de fuentes antes de utilizarlas. En los momentos en que se haga referencia a grupos que habitaron Nuevo León, siempre será en función de resaltar que distintos grupos humanos pueden responder de manera semejante a problemas similares, de ahí que, conocer los hechos de otras latitudes, nos permite hacer inferencias locales. De acuerdo a las características de la presente obra y a la aún novel experiencia arqueológica que se ha llevado a cabo en Nuevo León, se debe enfatizar que se ha abordado y enriquecido la evidencia documental con los más recientes hallazgos arqueológicos, incluso se ha esclarecido con la teoría antropológica. En otras palabras, aunque inevitablemente se refleje una postura teórica las discusiones sobre problemas ontológicos y epistemológicos no son abordadas de manera explícita, sino que seguramente se irán construyendo y analizando en el futuro. Para finalizar, la arqueología en Nuevo León aún se está desarrollando y, comparada con la actividad realizada en otras entidades de nuestro país, es cuantitativamente inferior. No obstante, este trabajo tiene la intención de informar acerca de los grupos indígenas que habitaron lo que ahora es Monterrey, Nuevo León, y parte del noreste de México. Desde luego, aunque el objetivo principal de la presente es ampliar nuestro conocimiento con datos e información, también tiene la intención de ir más allá, porque pretende cambiar la imagen de los antiguos grupos indígenas que habitaron esta zona, y con ello reflexionar sobre la diversidad cultural que existió y existe en el noreste de México.
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CAPÍTULO I LA ARQUEOLOGÍA
Hace algún tiempo, en el autobús, un señor de edad me preguntó qué hacía. Yo le dije que era arqueólogo. Él replicó: ‘Eso debe ser maravilloso, porque lo único que se necesita para tener éxito es suerte’. Tuve que convencerle que su punto de vista no era el mío. Él tenía la idea de que el arqueólogo desentierra el pasado, que el arqueólogo con éxito es el que descubre algo que no se había visto antes, que todos los arqueólogos emplean sus vidas yendo de un lado a otro con el fin de realizar descubrimientos espectaculares. Es ésta una concepción de nuestra ciencia quizás apropiada para el siglo XIX, pero no hoy en día, al menos en los términos en los que yo la concibo.
logo, pero, en realidad, no lo conciben desempeñándose en el noreste de México, concretamente en Nuevo León. Se cree que solamente hay evidencia arqueológica en el centro o sur de nuestro país, pero es necesario aclarar que antes de la llegada de los
Lewis R. Binford Gran parte de la población desconoce el papel del arqueólogo y el objeto de estudio de la arqueología. Incluso, en muchas ocasiones suelen confundirse y la gente asocia todo lo antiguo con arqueología. Por ejemplo, al encontrarse con un arqueólogo entre un grupo de personas, y al conocer que su profesión es la arqueología, inmediatamente surge alguien que hace comentarios acerca de lo interesante que debe ser encontrar los restos fósiles de caracoles, conchas y dinosaurios.1 Situación que desde luego le resulta incómoda, pues el arqueólogo debe explicar que eso no es arqueología, sino paleontología,2 y que a la arqueología lo que le interesa es un pasado mucho más reciente, comparado con el que suele tener la paleontología. Ya que al arqueólogo, y concretamente el que trabaja en el continente americano, se remonta a varias decenas de miles de años atrás, pues su interés es el estudio del hombre a través de la evidencia material. Es cierto que muchas veces las personas conocen a grandes rasgos lo que hace un arqueó-
La cinematografía, los dibujos animados y otros medios masivos de comunicación han ocasionado que muchas veces se tenga una idea errónea respecto a la contemporaneidad de los dinosaurios y los seres humanos cuando en realidad distan millones de años entre ellos.
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españoles, en Nuevo León también hubo grupos humanos que vivieron desde hace varios miles de años, y, por lo tanto, dejaron rastros de sus quehaceres cotidianos. En mucha de la obra historiográfica regional se ha reflejado un menosprecio o confusión acerca del papel de la arqueología practicada en el noreste, ya que suele estar bajo la sombra de las grandes pirámides.3 Por ello, debemos enfatizar que la importancia del patrimonio arqueológico no radica en sus características formales: sus dimensiones, su color, peso, textura y material. De este modo, una cabeza colosal de varias toneladas y una pequeña punta de flecha de apenas unos gramos son el producto de diferentes actividades humanas y distintos procesos sociales. Por lo que cada artefacto o sitio arqueológico refleja aspectos específicos sobre la vida cotidiana, organización social y económica, la cosmovisión, la adaptación y los cambios ambientales en los que estaban inmersos los individuos que los manufacturaron. En otras palabras, no resultan
válidas las comparaciones, pues todos tienen la misma importancia científica y están protegidos por la misma ley. En la historia de la arqueología se han hecho innumerables hallazgos de artefactos; sin embargo, es necesario precisar que casi siempre se trata de espacios de carácter político y religioso de la élite, o de contextos mortuorios, los cuales poseen un gran valor simbólico pero que difícilmente reflejarán el carácter de la sociedad en su conjunto.4 Cuando se quita el velo sensacionalista que los medios de comunicación muestran de esta ciencia, se cuenta con hallazgos muy poco deslumbrantes,5 pero de igual o mayor valor científico, por el potencial de información que aportan. Se trata entonces de sitios sencillos, pero que permiten reconstruir la vida cotidiana de las sociedades pretéritas por medio del estudio y el análisis de los artefactos que les permitían elaborar sus viviendas, vestimentas, así como todo lo relacionado con las actividades de subsistencia y las creencias sobrenaturales. Pero, ¿qué es la arqueología? Existen muchas explicaciones acerca de lo que es la arqueología y podrían surgir muchas páginas debatiendo acerca de dicha pregunta. En México, la arqueología está más cerca de la antropología que de la historia; mientras que en países de Europa está más relacionada con la historia del arte. Por lo tanto, de acuerdo al arqueólogo, a la época y tendencia teórica, la respuesta a dicha pregunta sería un tanto distinta. Aunque se puedan encontrar variantes en cuanto al medio en que se desenvuelve esta ma-
Desde el punto de vista arqueológico, una cabeza colosal de varias toneladas de peso, manufacturada por grupos sedentarios y agrícolas, y una pequeña punta de proyectil de sólo unos cuantos gramos, hecha por grupos nómadas de cazadores, son consideradas de igual manera, es decir, ambas son evidencias materiales que reflejan actividades del hombre.
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teria, lo cierto es que muchos coinciden en que la arqueología es el estudio del pasado a través de la cultura material. Pero, ¿qué tanto tiempo atrás en el pasado? Hay quienes aseguran que no necesariamente tiene que ser el pasado y, simplemente consideran la arqueología como el estudio de las relaciones entre conducta humana y cultura material.6 Incluso un arqueólogo puede hacer investigaciones, por ejemplo, con los desechos de nuestra sociedad contemporánea. Es decir, a partir de utensilios, construcciones y todos los objetos manufacturados y usados por el ser humano, asociándolos entre sí y con las áreas donde realizaba dichas actividades. Con base en esto, el arqueólogo debe responder distintas preguntas, como: ¿hace cuánto tiempo ocurrieron los hechos? ¿Quién hizo dichos objetos? ¿De dónde vinieron? Para responder cuestiones de tiempo, el arqueólogo tiene dos grandes formas de atribuir la antigüedad. Una de ellas es la cronología absoluta y la otra la cronología relativa. La llamada cronología absoluta es una forma de otorgar la antigüedad a un artefacto con base en criterios exactos, que se pueden medir y contrastar de manera empírica. Esto se hace a través de estudios físicos y químicos en un laboratorio.7 Sin embargo, no todos los materiales se pueden fechar del mismo modo, depende si se trata de material orgánico o inorgánico, y, concretamente, si es piedra, cerámica, madera u otro material. Sin duda, una de las más conocidas es la técnica de radiocarbono o carbono 14, la más utilizada en Nuevo León y el noreste de México. Para aplicar dicha técnica es necesario que el material a fechar sea de origen orgánico y posea el elemento químico mencionado (se pueden fechar huesos, madera, otros restos vegetales o animales), principalmente aquéllos en forma de carbón o ceniza.8 Hay que mencionar que esta técnica tiene límites para su uso, se debe evitar la contaminación de los materiales ya que, al entrar en contacto con otras materias orgánicas como la mano e incluso el humo de cigarro, podrían alterarse los resultados. Asimismo, la cantidad de carbón radioactivo total va disminuyendo, de ahí que no se pueda usar en muchos sitios del viejo mundo; aunque sí es suficiente para
nuestro continente porque no está documentada la aparición del hombre en una fecha anterior. La otra forma de conocer la antigüedad de un artefacto es la cronología relativa que, como su nombre lo indica, no es precisa, sino que puede variar. No existe una certeza porque no puede ser verificada en el laboratorio, sino que sólo es posible inferirla. En estos casos, el arqueólogo puede atribuir la temporalidad a distintos factores, como cuando se analiza la asociación de artefactos y elementos ya localizados al contexto en donde se encontró. Una forma de cronología relativa es el principio de superposición, lo que quiere decir que, tras una excavación, se pueden percibir distintos estratos o capas de suelos con distinta textura y color. En condiciones normales, una capa es más reciente que aquélla que cubre, lo que hace suponer que los artefactos encontrados a mayor profundidad serán más antiguos que los que estén cerca de la superficie. Lo interesante en este caso es que, al excavar dos sitios distintos en una misma región, es factible encontrar semejanzas entre ambos, pues su formación puede compartir acontecimientos naturales o eventos culturales que forman características en las capas, lo que permite homologar los hallazgos. En otras palabras, si en el sitio A se realizaron pruebas de carbono 14 y, por consiguiente, se conoce bien la antigüedad de cierta capa estatigráfica, se asume que los artefactos asociados a esta capa tienen la misma antigüedad. En caso de que en el sitio B se encuentren artefactos similares, se podrá otorgar la misma antigüedad que en el sitio A, aun sin hacer análisis de carbono. Lo anterior no es tan sencillo, porque la simple presencia de un artefacto antiguo no convierte a todo el sitio en contemporáneo a dicho objeto. Existe la posibilidad de que ese artefacto haya sido encontrado por el grupo en un lugar, y luego transportado e incluso usado en otro. En otras palabras, y para entenderlo mejor, imaginemos este contexto en nuestras propias casas del siglo XXI, en las cuales podemos poseer un plato, reloj u otro artefacto antiguo que haya pertenecido a la familia por varias generaciones, pero ello no significa que nuestra casa y nosotros mismos estemos viviendo a principios del XX. Esto provoca que la antigüedad no pueda precisarse con exactitud, por lo que a veces los ar-
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queólogos escriben Circa 2,000 años a.C., lo que significa que la antigüedad está alrededor de 2,000 años antes de Cristo9 y, por consecuencia, sería alrededor de 4,000 años a. P. que quiere decir, antes del Presente. En lo que respecta a la catalogación que se hace de los objetos, una forma de ordenarlos es a través de lo que se conoce como tipología. Mientras en Mesoamérica predomina la tipología de materiales cerámicos, en el norte de México, concretamente en el noreste y Nuevo León, esta tipología se realiza con base en los artefactos líticos, de piedra. Para entender esto hace falta un profundo análisis crítico, que por ahora no tendría sentido, pero a grandes rasgos podemos señalar que deben existir distintos atributos que muchos instrumentos comparten entre sí. Para formar un tipo se requiere encontrar distintos artefactos en varios lugares, pues no se pueden inventar con ejemplares únicos. Muchas veces, los tipos sirven para ubicar la posible procedencia o antigüedad del artefacto en cuestión. De este modo, para tener un orden, se nombran de acuerdo al lugar donde fueron encontrados por primera vez. Por ejemplo, en 1926, cerca de Folsom, Nuevo México, fue descubierto un tipo de puntas, a las cuales asignaron precisamente el nombre de Folsom.10 Esto no significa necesariamente que ése sea el lugar donde se empezó con su manufactura, sino que se debe solamente a convencionalismos de los arqueólogos, quienes posteriormente han llamado puntas Folsom a muchas puntas encontradas en distintos lugares de Norteamérica y México, pero que mantienen semejanzas con aquéllas de 1926.
El caso anterior es para señalar que los tipos los proponen los arqueólogos para evitar confusiones y así hablar en los mismos términos, aunque, desde luego, muchas veces son temas de controversia, ya que se le dan nombres distintos a lo que aparentemente es un mismo tipo. Lo que un arqueólogo llama o considera tipo, otro lo puede denominar de otra forma, pero esto casi siempre se trata de evitar, pues se pretende llegar a un consenso en la comunidad de arqueólogos que estudian determinada región. Otro cuestionamiento o crítica que se puede hacer a la elaboración de tipologías por parte de los arqueólogos es que, en ocasiones, olvidan que la catalogación de los artefactos y creación de tipologías no debe ser la finalidad o meta, sino que es sólo una valiosa herramienta; la catalogación y tipología deben ser sólo los medios para llegar a conocer el pasado. Además, como señala Leticia González, desgraciadamente muchos arqueólogos dedican demasiado tiempo en buscar y crear listas de tipos, que no profundizan en el conocimiento de los creadores, sino que se quedan en el objeto y su distribución geográfica.11 Aunque es significativo determinar cómo eran los artefactos, de qué materiales estaban hechos o cuándo y dónde fueron usados, lo importante es tratar de dilucidar los procesos
Cuando en arqueología se hace referencia a un tipo, significa que se trata de artefactos (líticos, cerámicos o de otro material) que comparten ciertas características.
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económicos y sociales que originaron la creación y uso de los mismos. Por otra parte, en relación a la metodología usada por la arqueología, existe una fuerte coincidencia con la antropología. En el caso de México, la arqueología es considerada como una rama de la antropología o la etnología. La etnología es, de algún modo, lo mismo que la antropología. Su diferencia muchas veces es más de nombre que el objeto de estudio. Lo importante aquí es que el concepto de etno viene de etnia, que a su vez surgió del griego ethnos, que significa pueblo. Por lo tanto, un antropólogo o etnólogo puede ir a una comunidad, entrar en contacto con gente viva y así iniciar el estudio de su modo de vida, sus costumbres, sus creencias religiosas y su organización social y política. En sus inicios, la antropología, concretamente en el auge del enfoque evolucionista de finales del siglo XIX, solía hacer comparaciones entre los hombres de la antigüedad y algunos grupos contemporáneos que conservaban un modo de vida simple, es decir, que poseían una cultura material poco numerosa y basaban su economía en la caza, pesca y recolección. Pues se consideraba a ciertas sociedades como fósiles vivientes o sobrevivencias, ya que se pensaba que estaban en el mismo estadio evolutivo. Esto era un error que fue justamente criticado, pues no se trata de grupos que quedaron congelados en el tiempo, desde luego, son diferentes. Sin embargo, ello no quiere decir que no se puedan hacer ciertas analogías entre grupos que vivieron en distintas épocas y diferentes espacios geográficos; esto sí puede ser de utilidad, pues los antropólogos y los arqueólogos se percataron que distintos grupos humanos pueden responder de manera semejante a problemas similares, y así ha sido durante mucho tiempo. Es decir, para cruzar un río y navegar es necesario algún tipo de trasporte, por lo que se crearon las balsas. Para hacer fuego, es posible hacerlo a través de la fricción rotatoria de dos palos, y esto ha ocurrido en distintas culturas y épocas. Esto no significa que haya existido contacto alguno entre dichos grupos, sino que solamente refleja una conducta similar para resolver o satisfacer una necesidad.
Entonces surgió lo que se llama analogía etnográfica y la etnoarqueología, que son estrategias de utilidad para el investigador. Hay arqueólogos que afirman que se puede “estudiar la cultura material del presente para entender el pasado”.12 Por lo que es válido utilizar la etnoarqueología para inferir actividades domésticas o de manufactura, y para evaluar áreas de actividad e indicadores arqueológicos.13 Y es que la ventaja principal de la etnoarqueología o de los estudios etnográficos es que el comportamiento se observa, no se infiere, de ahí que haya menos probabilidades de que se multipliquen las especulaciones.14 Por ejemplo, en el caso concreto de nuestro país, se ha utilizado con cierto éxito la analogía etnográfica y la etnoarqueología en Mesoamérica.15 Donde diversos investigadores, en la actualidad, han hecho inferencias para interpretar no sólo aspectos relacionados con la vida cotidiana, también con creencias religiosas. Todos sabemos que la materia prima, forma y función de un metate, es prácticamente la misma desde hace mucho tiempo. Pues, aunque ha sufrido cambios, existe una continuidad cultural, así como elementos que han variado poco. En otras palabras, desde hace milenios, las comunidades indígenas o rurales han molido el maíz para extraer la harina, por lo que se ha hecho y se sigue haciendo casi de la misma forma. Entonces, ante el hallazgo de un metate en un contexto arqueológico, se puede hacer la deducción de que se trata de un artefacto para moler, y que probablemente era utilizado por las mujeres. También sabemos que cierta cerámica ha sido manufacturada prácticamente sin cambios durante varios siglos, y que en muchas comunidades indígenas o campesinas las prácticas y técnicas de cultivo se han conservado.16 Sería muy extenso continuar con más ejemplos donde arqueólogos, antropólogos o historiadores apelen a una continuidad cultural en Mesoamérica para explicar la cultura material y el comportamiento social, religioso o económico de los indígenas prehispánicos o viceversa, por lo que sólo mencionamos algunos casos. Se observa que en todos los ejemplos anteriores se ha utilizado la etnoarqueología, se destaca que son regiones donde en la actualidad existen gru-
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pos indígenas. Por lo tanto, es inevitable que surja una pregunta: ¿es posible hacer etnoarqueología en el noreste de México? Creemos que la respuesta no debe ser una sola y concluyente para todo tipo de deducciones; por un lado, coincidimos con González cuando señala que en el norte-centro y noreste de México se carece en gran medida de antecedentes etnográficos para poder interpretar los petroglifos o pinturas y que, en la actualidad, nuestra sociedad contemporánea posee una organización social totalmente diferente a la que los manufacturó.17 Y es que en esta región, como se sabe, no existieron grupos indígenas nativos, y pretender hacer estas inferencias resulta complicado y arriesgado, pues sin el rigor metodológico y teórico necesario se puede tomar la posición romántica y folclorista de las sobrevivencias o pervivencias chichimecas.18 Sin embargo, pese a lo desalentador que puede parecer el intentar hacer etnoarqueología en el noreste, creemos que, sin pretender extrapolar acciones o fenómenos en el tiempo y el espacio, en algunos casos es factible argumentar nuestra explicación de esta manera, siempre y cuando se haga con la debida cautela para inferir procesos humanos del pasado. Por supuesto, para hacerlo es necesario estar conscientes de las limitaciones y conocer las circunstancias históricas que han actuado en su desarrollo. La arqueología ha echado mano de otras ciencias y disciplinas, a través de los avances tecnológicos o el simple uso de herramientas que fueron creadas para otros fines. Sin embargo, además de la antropología, la cual ha permitido hacer la analogía etnográfica, existe una disciplina que comparte con la arqueología la interpretación y explicación del pasado, pero lo hace a partir de la evidencia escrita. Se trata de la historia, la cual aborda el pasado a través de los documentos. Ambas se acercan al pasado, pero no lo hacen de la misma manera, pues se usan diferentes tipos de fuentes de información. Incluso, existe una
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diferencia más entre ambas ciencias, ya que, por un lado, el historiador comparte los patrones culturales del grupo que estudia. Por ejemplo, en el caso del investigador que se dedica al noreste de México, sabe que el gobernador del Nuevo Reino de León, Martín de Zavala, y la gente contemporánea a él, a final de cuentas hablaban castellano, eran católicos, comían maíz, trigo, carne de res y cabra, bebían vino de uva, usaban platos de barro y recipientes de vidrio; poseían una cultura que en mayor o menor medida le es familiar. Por lo tanto, habituado a este tipo de historiografía, se enfrenta a limitaciones teóricas y metodológicas cuando aborda una cultura ajena a la suya, en este caso, la indígena. En cambio, el arqueólogo, si bien está inmerso de manera cotidiana en la misma cultura que el historiador, posee la ventaja de una formación académica distinta, lo que le permite investigar desde la diversidad cultural con más armas teóricas y metodológicas. Además, aunque no es especialista, puede acercase a los documentos escritos, pues, en realidad, no es algo que desconoce, ya que la
Si bien es cierto que la arqueología es el estudio del pasado del hombre a través de su cultura material, desde sus inicios, por ejemplo en la arqueología clásica de Grecia o Roma, se han utilizado –cuando las hay– fuentes escritas. En el caso de Nuevo León, los documentos son de gran importancia para conocer algunos aspectos de los indígenas de tiempos históricos.
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arqueología desde sus inicios ha tomado la información escrita con la intención de contrastar los diferentes tipos de evidencia, lo que le ha permitido corroborar, refutar, complementar o enriquecer la explicación del pasado. El investigador que está interesado en el pasado no debe encerrarse en la élite académica y querer explicar todo desde una sola especialidad científica, porque, de acuerdo al tipo de investigación, se debe buscar una colaboración con otros profesionales. Así, arqueólogos, geólogos, biólogos, historiadores y muchos otros investigadores y profesionistas pueden llegar a construir una visión más completa si comparten la información. De igual modo, los arqueólogos también suelen ser auxiliados por dibujantes o fotógrafos profesionales. Y es que, al revisar constantemente las nuevas teorías y
Aunque generalmente el arqueólogo en México se aboca a las culturas indígenas que habitaron antes de la llegada de los españoles, en realidad, puede abordar cualquier época. Por ejemplo, en el caso de Monterrey, se han hecho hallazgos en el centro de la ciudad de restos humanos y balas de mosquete relacionados directamente con las batallas contra los norteamericanos en 1846.
conocer distintas metodologías usadas por científicos de otras especialidades, el arqueó logo puede integrar toda la información tomada de diversas fuentes, para armar una mejor y más completa explicación del pasado.
En arqueología no todo es campo ni excavación A continuación, nos limitaremos a revisar de manera general el quehacer del arqueólogo, esperando con ello un mejor entendimiento acerca de su trabajo. La concepción del arqueólogo investigando en lugares inhóspitos y peligrosos como selvas, desiertos y cuevas, si bien no es fantástica o errónea, sí es sumamente parcial y engañosa. Es verdad que muchas veces el arqueólogo se enfrenta al peligro pero esto sólo es una parte mínima de su trabajo. En el caso de Nuevo León, en ocasiones hay que cruzar ríos a pie o en lancha, subir montañas por veredas estrechas y resbalosas, entrar a cuevas oscuras y peligrosas. Los vehículos pueden tener averías y problemas lejos de la presencia de los servicios de alguna ciudad. También, durante los recorridos en muchas partes de Nuevo León, hay que estar cautelosos ante la aparición de serpientes de cascabel u otros animales y caminar con precaución entre la vegetación xerófita y sus múltiples espinas. Aunado a esto, hay que recordar las extremas temperaturas que en verano e invierno caracterizan a la región. Antes de salir al campo, el arqueólogo debe realizar un arduo trabajo frente a su escritorio, mismo que suele llamarse trabajo de gabinete, en contraposición al trabajo de campo. Sólo así podrá iniciar con los trabajos de exploración. Además, después de su temporada de campo, pasará mucho tiempo más en la oficina. En efecto, lejos de la imagen popular, los arqueólogos deben pasar más tiempo en los laboratorios y en la oficina que en el campo.19 Antes de proseguir, es necesario subrayar que la arqueología en nuestro país es manejada a nivel nacional por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, con base en la ley federal vigente, por lo que, en caso de pretender llevar a cabo una exploración, excavación o remoción de materiales, es imperativo que el investigador a cargo
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del proyecto sea un arqueólogo titulado, nacional o cueva para en el futuro realizar excavaciones, entonextranjero. ces buscará por las sierras y cañadas propicias para Para llevar a cabo cualquier actividad arriba encontrar dichas localidades. Y lo mismo sucede si mencionada, el arqueólogo debe presentar a las au- su interés son los grabados o pinturas rupestres. Si toridades del Consejo de Arqueología del INAH un su interés son campamentos a cielo abierto, deberá proyecto de investigación donde analice los estudios recorrer las planicies y áreas llanas. arqueológicos que se han llevado a cabo con anteAunque la parte más importante de un recorioridad, y revise minuciosamente los hallazgos que rrido de prospección arqueológica es precisamente se han hecho. También debe hacer un estudio car- la planeación, ello no quiere decir que no surjan tográfico, donde revise todo tipo de planos y mapas imponderables que modifiquen los planes duque existan del área. De igual manera debe conocer rante el transcurso. Además, para complementar lo más que se pueda sobre el entorno natural, la flora la información de los recorridos, muchas veces se y fauna locales, así como los cambios que han exis- consulta a lugareños que habitan la región, pues tido en el medio ambiente a través del tiempo. Asi- ellos conocen muy bien el terreno y suelen poseer mismo, examinará todo lo relacionado con los datos valiosa información sobre la existencia de lugares topográficos, geológicos e hidrológicos, basado en con materiales o elementos arqueológicos. Resulta la información cartográfica del INEGI, los estudios útil que el arqueólogo platique con ellos al respecto, de las universidades locales u otras instituciones aunque, al mismo tiempo, debe indicarles que en nacionales o extranjeras que hayan intervenido en caso de encontrar evidencia arqueológica no deben la región. También son útiles los análisis de foto moverla o dañarla. aérea y satelital para reconocer zonas potenciales, Una vez que el arqueólogo encuentra un de acuerdo a las topoformas del área, los ríos y arro- sitio, debe hacer una catalogación. El sistema de yos. registro de sitios y materiales arqueológicos puede Una vez que se hace lo anterior, se puede variar de acuerdo al arqueólogo y a los intereses y planear propiamente la salida al campo y hacer enfoques del proyecto, pues cada investigador tiene recorridos sistemáticos caminando en el área. De sus criterios. acuerdo a la topografía y a los objetivos planteados Sin embargo, esto no quiere decir que cada en la investigación, se recorren áreas con una longi- persona hace lo que quiera, sino que, en el fondo, tud que puede variar. Si lo que desea el arqueólogo debe existir un orden. es registrar todo tipo de sitios Como ya se mencionó, arqueológicos, podrá recorrer En realidad, el trabajo de campo de los arqueólogos para recolectar el material, y, ser mucho menor que el tiempo que pasan indistintamente cerros, cañadas, suele sobre todo, antes de excavar, haciendo trabajo conocido como de gabinete, es planicies y áreas marginales a los decir, en la oficina o el laboratorio analizando y es necesario hacer un levanprocesando la información. tamiento topográfico de los ríos. Pero si desea encontrar una
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El arqueólogo debe hacer mediciones detalladas del terreno. En este caso se utilizan teodolitos, hilos, nivel de burbuja y cinta métrica para tomar los datos que posteriormente les servirán para su registro.
sitios detectados a través de un geoposicionador satelital (GPS), brújula y cinta métrica. Pues hay que hacer varios croquis en diferentes escalas con la ubicación y extensión de cada uno de los sitios y la distribución general de los elementos arqueológicos, para ello es necesario basarse en los bocetos y notas tomados en campo. La técnica de elaboración depende del arqueólogo investigador y puede ser hecho con tinta china o usando programas de computadora.
En el caso del lugar con petrograbados o pinturas rupestres, como en este caso, el registro incluye no sólo dibujos de la planta y el corte del sitio, y fotografías, sino también dibujos de los detalles de los motivos representados.
Esta recolección de materiales puede hacerse de distintas formas, dependiendo del tipo de proyecto. En caso de que se planee la construcción de una carretera, presa, líneas eléctricas u otras obras de infraestructura cerca de áreas con sitios arqueológicos, es necesario realizar un proyecto
Ya sea en un trabajo de recorrido de superficie o en un proyecto de excavación, es indispensable que el arqueólogo cuente con distintos croquis detallados del sitio, con escala y señalada la dirección del norte. En este caso es el dibujo de la planta (vista aérea) de una cueva localizada al sur de Nuevo León.
De igual modo, también se debe hacer un registro fotográfico de aspectos generales y, a detalle, de los restos materiales. Después de recopilar la información necesaria para obtener todo lo anterior, y se podrá comenzar a levantar los artefactos, ya que se debe contar con la información necesaria para recrear o reconstruir la escena en el laboratorio al ubicar cada objeto.
Además de tomar varias fotografías de los artefactos, también se deben hacer dibujos de los mismos, pues en ellos se pueden enfatizar detalles que podrían ser difíciles de notar en las fotografías.
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de rescate o salvamento arqueológico antes de que intervenga la maquinaria pesada y los trabajadores. En estos casos, cuando se pone en riesgo el sitio, es necesario hacer un registro detallado y completo de todo el lugar y realizar una recolección exhaustiva de material, de lo contrario se perdería la evidencia con la construcción. Cuando los sitios no corren el riesgo de ser afectados, es posible hacer una recolección de materiales de manera parcial, a través de un muestreo aleatorio o simple, donde sólo se tome una muestra representativa. Claro está que se dejan materiales para que en el futuro otros arqueólogos aborden el sitio. Todo el material recolectado debe ser analizado y marcado con números y letras para hacer un inventario general por sitio y área. Este paso imprescindible debe servir para identificar con precisión el lugar de origen del artefacto, el sitio y el año en que fue recolectado. Esto para que, en el futuro, nuevos arqueólogos puedan saber con certeza de dónde proviene dicho objeto. La técnica de elaboración del marcado suele ser utilizando tinta china y barniz transparente, con la intención de que se conserve durante mucho tiempo. Si es posible, el arqueólogo debe anotar en la pieza pequeños números en lugares que no sean tan visibles, esto para alterar en lo menos posible el objeto.
El aficionado o el saqueador, y en general, muchas personas ajenas a la arqueología, creen y afirman que los arqueólogos son muy lentos y que trabajan despacio, pues se tardan mucho tiempo en excavar un pequeño pozo y pasan muchos años en un mismo sitio. La argumentación para hacer ese tipo de declaraciones es que, al final, el aficionado y el arqueólogo encontrarían la misma cantidad de objetos. De ahí que los aficionados muestren sus colecciones con orgullo, equiparándolas con aquéllas extraídas por arqueólogos profesionales que son exhibidas en los museos. Aunque en diversos países rigen leyes distintas respecto a la evidencia arqueológica, hay algo en común en todas partes del mundo, pues, como señalan Ellen Sue Turner y Thomas R. Hester: “Una caja de puros llena de puntas de proyectil desenterrados de un sitio por un aficionado sin preparación profesional puede resultar de interés para mostrarla a los amigos, pero no tiene valor desde el punto de
¿Por qué el arqueólogo debe excavar como lo hace? El arqueólogo no desentierra cosas, desentierra gente. Sir Mortimer Wheeler Además de escribir notas y hacer un registro respecto a su ubicación en el terreno, el arqueólogo toma fotografías de los artefactos in situ.
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vista arqueológico”.20 Por nuestra parte, en el caso del noreste de México, podemos decir que un bastidor con puntas pegadas bajo un cristal y bien enmarcado, una cubeta de plástico llena de puntas de proyectil, o una punta engarzada en una cadena y colgada al cuello, tampoco sirven de mucho desde el punto de vista arqueológico, y es algo que aunque frecuente en Nuevo León y Coahuila debe evitarse. Prueba fehaciente de que el arqueólogo no deposita el valor de un arPero, ante este hecho, al ciudadano común le surge tefacto en su tamaño, color, material o forma, es el hecho de que fraginevitablemente una pregunta: ¿por qué no sirven mentos de artefactos son registrados, catalogados y analizados como aquéllos que están completos. esos artefactos recolectados? La respuesta está en el epígrafe con el que iniciamos este apartado: no son un sitio arqueológico, menos información se podrá las cosas u objetos lo que le interesa al arqueólogo, obtener de él. sino sus creadores. Es decir, mientras al aficionado Por supuesto, no siempre fue así, al inicio o el coleccionista le interesa el objeto per se, el ar- de la arqueología existía una serie de prioridades queólogo, en cambio, busca un objeto testimonio; respecto a la importancia y el valor de los hallazgos, el aficionado sólo obtiene piedras antiguas llenas de pues se preferían los objetos bellos y completos. Sin tierra y, a lo sumo, huesos viejos, pero el arqueólogo embargo, conforme la arqueología se fue convirtienobtiene datos, información; y no sólo aquélla que do en ciencia en busca del conocimiento, esto ha ido puede obtener del objeto, sino del contexto que le cambiando, pues lo que al inicio sólo eran polvo o rodea. Por ello requiere hacer un registro minucio- cenizas, ahora se ha convertido en una valiosa fuenso y tomar todos los datos que sean posibles, por te de información que permite conocer los alimenlo que lo ideal es que el objeto se localice in situ, tos que se consumían o la vegetación que existía. es decir, en su sitio. Se requiere que no haya sido En la actualidad, muchos datos que recoge el arremovido, contrario a lo que queólogo son invisibles, hacen los coleccionistas. Y es pues se obtendrán neceque, para el arqueólogo, un sitio sariamente tras los análialterado es como la escena de un sis de laboratorio.23 Es crimen donde todas las huellas decir, es la información y evidencias han sido removidas intrínseca contenida, que o limpiadas antes que arribara el no es sino la que reside criminólogo.21 en el suelo mismo, en el En otras palabras, hay entorno y en los residuos que entender que la importancia orgánicos.24 no radica en el objeto en sí, sino Pero, ¿por qué en el contexto. Es la asociación el arqueólogo tiene que de los mismos objetos en su endescender lentamente? torno lo que sirve al investigaPara entender esto hay dor para identificar y deducir lo que tener presente que la que sucedió en el pasado; de lo excavación arqueológica, contrario, su tarea se complica por más seria y profeporque disminuye el potencial Aunque puedan ser juzgadas como bellas, grandes o bonitas, sional que sea, siempre las puntas de proyectil pegadas a u marco o una punta de de inferencia22 disponible para proyectil engarzada y colocada como pendiente en un collar, será una actividad desque el arqueólogo pueda saber han perdido casi totalmente su valor científico, pues para el ar- tructiva.25 No es que se tiene importancia precisamente el contexto en donde lo que sucedió en el pasado. Es queólogo pretenda destruir sitios se encuentran, en el cual puede obtener mucha información, y decir, cuanto más alterado esté no el artefacto por sí mismo. históricos. Aquéllos que
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señalan el carácter destructivo de la arqueología es porque, al ir retirando la tierra, se va modificando el contexto y será imposible restituirlo tal y como se encontró. Incluso, distintos investigadores comparan la excavación arqueológica con un libro al que se le van destruyendo las páginas una vez que se termina de leerlas, pues al remover la tierra ya no hay oportunidad de volver atrás.26 Por ello, el arqueólogo no puede evitar dicha destrucción, pero sí puede minimizarla.27 Entonces, ya sea porque lo depositaron, desecharon, olvidaron o perdieron, las actividades humanas van dejando restos vegetales, animales y artefactos en la superficie. Y como el viento lleva consigo polvo y otros materiales, y en el caso de las cuevas hay derrumbes, todo lo anterior va cubriendo de manera sucesiva la superficie formando capas, a las que se les conoce como capas estratigráficas, que no son sino la acumulación natural y cultural que se fue formando en el suelo y se va superponiendo.28 Para entenderlo mejor, podemos mostrar un ejemplo de nuestra propia sociedad. Imaginemos una familia que tiene hijos pequeños y que en el patio de su casa tenga sembrado césped y ciertas flores, y que, durante años, se hicieran ocasionalmente reuniones familiares, donde quedaran algunas envolturas de dulces, juguetes perdidos y algunas tapas de refresco, entre otras cosas. Años después, cuando los niños son jóvenes, decidieron cubrir con grava el patio y así pasaron varios años, quedando entre la superficie colillas de cigarros, huesos de alguna carne asada y, tal vez, una moneda perdida
No todos los sitios presentan igual número de capas estratigráficas, y no en todos ellos es posible identificarlas de manera clara. En los dibujos, el arqueólogo utiliza distinta nomenclatura y simbología para identificar y distinguir el tipo de tierra o rocas.
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y otros materiales. Posteriormente, los hijos de la familia ya son adultos y los padres deciden colocar adoquines, quedando entre los intersticios y grietas sólo semillas y restos de flores y hojas de un árbol que estaba en el patio. Por último, años después, se cubren los adoquines con cemento, y son ahora los nietos de los dueños quienes vuelven a realizar actividades en dicha superficie. Entonces, la capa de cemento, los adoquines, la grava y la tierra, serían tres diferentes capas estratigráficas. Por consiguiente, en condiciones normales, los objetos más antiguos estarán en la parte de abajo y los contemporáneos en la superficie. Primero, en la superficie se registraría una bolsa de frituras de maíz vacía, una caja de colores de cera, hojas de papel y otros objetos hoy en uso. Luego, bajo el cemento, entre los adoquines, y tras un análisis botánico, se identificaría una gran cantidad de restos de polen de limón (Citrus sp). Posteriormente, junto a fragmentos de huesos semicarbonizados, aparecería una moneda de níquel, con denominación de 200 pesos. Y, más debajo de la grava, el arqueólogo encontraría restos de herbáceas de hojas alargadas, junto a un soldado de plástico y
En el caso de una representación de la estratigrafía hipotética que se menciona, tendríamos como resultado que habría que poner de diferente color y características cada una de las capas que se vayan encontrando durante la excavación, indicando con un dibujo y entramado distinto el material encontrado.
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varias tapas metálicas oxidadas, con un fragmento de corcho con la inscripción borrosa de una marca de refresco que ya no existe en la actualidad. Lo anterior significa que, si comenzamos a excavar un sitio que no ha sido alterado por agentes naturales o humanos, entonces encontraremos cosas de menor a mayor antigüedad, y estos objetos y materiales reflejarán los cambios en la vegetación y parte de las actividades ahí realizadas a través de los años.29 Sin embargo, para poder obtener toda esa información, se requiere mucho esfuerzo y dedicación. Antes de realizar excavaciones, el arqueólogo debe hacer un proyecto respecto a cómo va a cavar el pozo, debe contar con los materiales y personal suficientes para llevar a cabo dicha tarea. Así, antes de cavar, debe hacer un levantamiento topográfico y hacer la planimetría del área. Aplicando las matemáticas hace una retícula con ejes, donde X corresponde al este-oeste mientras que el eje de la Y es el norte-sur. En cuanto a los cuadrantes, las medidas pueden variar de acuerdo al tipo de sitio o intereses del investigador; en Nuevo León, suelen ser de uno o dos metros cuadrados. De igual manera, se debe identificar un punto llamado datum que se localice a mayor altura que toda la superficie que será excavada. Dicho punto sirve como referencia para crear un nivel donde se podrá medir la profundidad (conocida con la letra Z) de cada artefacto o elemento que aparezca durante la excavación. Una vez hecho esto, se colocan estacas de plástico o madera, se tienden hilos para formar la retícula, los cuadrantes servirán de guía para que la excavación sea controlada y mantenga su forma cúbica. Posteriormente se debe estar listo con todo el material, contar con cajas de herramientas con cintas métricas, bolsas, carretes de hilo, lupas, niveles de burbuja, marcadores y muchas cosas más. En el caso de la arqueología de Nuevo León y Coahuila, aunque se cuenta con carretillas, picos y palas, éstas prácticamente no se utilizan, pues no es frecuente encontrar grandes rocas que formen el contexto arqueológico, de ahí que, salvo para ciertas tareas de remoción de grandes rocas y quitar tierra que se presume no contiene material arqueo-
lógico, la excavación se hace con instrumental más pequeño, como las pequeñas cucharillas de albañil. Obviamente, esta herramienta también se usa en el centro y sur del país, pero en ocasiones en aquellas regiones sí es necesario remover constantemente grandes rocas que forman las edificaciones. No obstante, lo cierto es que no hay mucha diferencia en las excavaciónes que se realizan en todas partes del mundo, pues siempre se usan pequeñas palas o cucharillas, ya que éstas permiten un buen manejo para controlar la tierra que se va removiendo y, al mismo tiempo, estar alerta ante cualquier objeto que vaya apareciendo, pues sólo así podrá el arqueólogo percibir los cambios en la coloración y en la textura de la tierra, lo que le indicará que muy probablemente se trata de la aparición de una nueva capa estratigráfica. También, entre las herramientas, se cuenta con espátulas, picahielos, brochas de distintos tamaños e incluso instrumental semejante al de los dentistas. A veces se requiere un punzón de material suave para evitar rayar o raspar, al momento de retirar la tierra, los materiales delicados que surjan de la excavación. Conforme va descendiendo, el arqueólogo tiene que ubicar los artefactos que vayan apareciendo de manera tridimensional. Para ello se toman en cuenta los cuadrantes de la retícula y se va ubicando cada artefacto de acuerdo a sus co-
La retícula y cuadrantes le permiten al arqueólogo recrear en el laboratorio la posición de cada hallazgo y así evitar futuras confusiones. En este caso hipotético, de acuerdo a las coordenadas asignadas, el cuchillo habría sido encontrado en el cuadrante C-2, mientras que los collares en el cuadrante D-4.
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En la recolección de material en superficie, y con mayor razón en las excavaciones, el arqueólogo realiza mediciones para formar una retícula en el terreno.
ordenadas en los ejes X (este-oeste) Y (norte-sur), así como medir la (profundidad) Z. Durante este proceso, el arqueólogo debe estar tomando las respectivas anotaciones y haciendo croquis de los hallazgos, debe tomar fotografías con escala, brújula o flecha que indique el norte y un pizarrón de datos donde se escriba la información necesaria. Aun en la excavación más detallada y minuciosa suele ocurrir que ciertos materiales no sean percibidos en el pozo; ya sea por la oscuridad, por el reducido tamaño, porque estaban dentro de un terrón u otra causa. Para ello el arqueólogo tiene una segunda oportunidad de encontrarlo, es decir, toda la tierra que va sacando de los pozos es colocada en cubetas o grandes recipientes, que también deben tener un control, porque no se debe revolver ni colocar la tierra de diferentes capas o pozos en una misma cubeta. Hay que cribar o cernir la tierra en
En arqueología se necesita paciencia, pues excavar un sitio pequeño, con pozos no muy profundos, al investigador le puede llevar varios meses de trabajo, ya que suele utilizar pequeñas cucharillas para ir removiendo los sedimentos y así localizar todo tipo de materiales.
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distintas telas de alambre, con la intención de identificar pequeños artefactos, como cuentas, huesos pequeños, minúsculas semillas y otro tipo de material que aparezca. En cuanto a los materiales, éstos se van separando de acuerdo a varios criterios. El primero establece que no se deben revolver los objetos de distintas capas estratigráficas, ya que seguramente tendrían distinta antigüedad. Sin embargo, se pueden hacer más distinciones, por ejemplo, deben colocarse en bolsas distintas los huesos, los artefactos de concha, los de piedra o madera, y así con cada materia prima. Esta división y separación de objetos responde a cuestiones de preservación, ya que hay que procurar no guardar material húmedo en bolsas de plástico, pues podría crear hongos. De igual modo, los artefactos frágiles deben ser tomados con
Al igual que ocurre con los artefactos recuperados en superficie, cada uno de ellos se registra de manera minuciosa, pero en el caso de la excavación no sólo se trata información que permite ubicarlos en un terreno bidimensional en el eje de las coordenadas (X) (Y), sino que aquí aparece la profundidad del mismo como otra variable (Z).
mucha precaución y, a veces, hay que aplicarles alguna sustancia para darles firmeza. Pero no debe ser un pegamento cualquiera, sino que debe ser reversible para que se pueda despegar con algún medio. Por ejemplo, a un hueso que se está fragmentando se le debe aplicar dicha sustancia antes de tomarlo. Después debe colocarse en pequeñas cajas o recipientes especiales que impidan su deterioro, ya que si estuvieran en contacto con rocas grandes y pesadas, sería fácilmente quebrado o dañado. También se guardan muestras de carbón y ceniza, lo cual debe hacerse con mucha precaución, para evitar que la muestra se contamine, lo que la haría inservible
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y, como consecuencia, tendría erpiadas, quedará cubierta por una rores de laboratorio. Por ello se usan capa estéril de estalagmita, tierra de instrumentos metálicos lavados con la cueva, excremento de murciélago agua destilada y se colocan el carbón o trozos de roca caídos del techo, y las cenizas en papel aluminio. En que se adhiere al nivel de ocupación cuanto a los sedimentos (tierra), hay que se halla debajo, aislándolo del que tomar muestras de distintas áreas depósito que se dejará encima de la y capas estratigráficas, pues al ser capa estéril si los hombres regresan y analizados se puede obtener valiosa vuelven a ocupar el refugio. información sobre la flora, fauna, Para obtener la mayor cantidad de inforcambios climáticos y otros datos. durante la excavación, además En esta catalogación y em- mación Gordon Childe de recuperar y registrar los artefactos balaje, lo más importante es no re- directamente en el pozo, los arqueólogos criban la tierra extraída. volver la información. Debe hacer En el caso específico de Nuevo constantemente distintas etiquetas León, y de acuerdo a los trabajos o tarjetas que indiquen los datos pertinentes, los de investigación realizados hasta el momento, en cuales deben ser colocados dentro y fuera de las los campamentos a cielo abierto se reduce la probabolsas para evitar confusiones. bilidad de encontrar artefactos o elementos de una En cuanto a la excavación, se hacen po- misma fase de ocupación en un mismo pozo de zos que varían de tamaño, forma y profundidad.30 excavación,31 ya que existen barreras físicas; el camTambién el lugar a excavar puede variar de acuerdo pamento se levantaba en distintos sitios de acuerdo al tipo de sociedad bajo estudio. Por ejemplo, en a las condiciones y necesidades, por lo que, aun el área de Mesoamérica, donde había grupos se- cuando se realizaran las mismas actividades año dentarios, se pueden hacer excavaciones en dichos con año, difícilmente se realizarían exactamente en asentamientos, ya sean grandes construcciones o el mismo espacio. Si añadimos que se trataba de áreas habitacionales a cielo abierto, pues, eviden- ocupaciones de unos cuantos días, difícilmente se temente, los restos se fueron acumulando en un formarían depósitos estratificados.32 Además, hay mismo lugar. Además, las excavaciones suelen ser que agregar que las condiciones naturales dificultan mucho más extensas e interviene mayor número de la deposición de materiales, es decir, que se cubran personas porque remueven toneladas de tierra y ro- con capas de tierra. En Nuevo León, la constante cas, y la cantidad de materiales que se descubre es inestabilidad de los ríos y arroyos es el principal facmuy basta. Mientras que, en el noreste de México, tor de la alteración de contextos y el deterioro aral tratarse de grupos nómadas o seminómadas, los queológico, debido a los inesperados afluentes que artefactos son menos numerosos, no hay construc- provocan la erosión y el arrastre de sedimentos. ciones, en cuanto a las mejores áreas para excavar, De manera similar, en el área de los bolsones son las cuevas y abrigos rocosos. coahuilenses y algunas partes de Nuevo León, las características topográficas permiten el libre acceso de fuertes corrientes de viento que impiden la deLa excavación en cuevas posición de los artefactos.33 Estas circunstancias Las cuevas pueden conservar un testimonio estratigrá- provocan que en una misma superficie se encuenfico muy claro. Algunas personas acampan en el suelo tren mezclados artefactos de distintas épocas, como de la cueva; del fuego se esparcen cenizas por tierra, y gubias del tipo Clear Fork, que pueden tener más de los desperdicios de su comida y de las vasijas y uten- 5 mil años de antigüedad, junto con monedas colosilios rotos son pisoteados contra el suelo, formándose niales, casquillos utilizados en la Revolución, y latas así una capa o nivel de ocupación. Cuando la cueva de refresco de manufactura reciente. es abandonada, esta capa, bajo condiciones apro-
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No obstante, esto no quiere decir que sea y detallado análisis de materiales, de procesar los imposible investigar este tipo de contextos. Sin em- datos y escribir un informe técnico, será cuando bargo, se trata de sitios con una baja densidad de el arqueólogo podrá responder cuestionamientos objetos y pocos elementos arqueológicos. Además, como: ¿qué sucedió?, ¿por qué?, ¿cuándo ocurrió?, algunas capas estratigráficas están aparentemente ¿cómo vivían?, ¿quiénes eran?, ¿dónde estaban? ¿cuántos eran?, ¿está el sitio tal y como fue abanestériles, pues no presentan materiales. Todo lo anterior tiene como resultado que donado?, ¿acaso los artefactos se encuentran en el para el arqueólogo del noreste de México sean los mismo lugar dónde fueron desechados, olvidados o abrigos rocosos y las cuevas los sitios más viables perdidos? En efecto, lo anterior es una constante para excavar, pues existe mayor posibilidad de que encuentren depósitos estratificados.34 La exca- preocupación del arqueólogo, quien sabe que en vación en cuevas es distinta a la de sitios abiertos.35 muchas ocasiones los restos que encuentra y estuDe acuerdo a la experiencia de la zona noreste, sabe- dia quedaron a merced de numerosos procesos que mos que las ocupaciones en refugios rocosos o cue- modificaron su ubicación o características, desde vas producen una mayor deposición de restos ma- que fueron dejados de usar hasta el momento del teriales, ya que la misma formación natural reduce hallazgo. Respecto a esto, hace más de medio siglo, el campo de acción para las actividades cotidianas Eggers y otros investigadores cuestionaron la validez y esto hace que durante las distintas ocupaciones del registro arqueológico como fuente de datos de humanas se vayan cubriendo a través del tiempo los interpretación directa, si antes no se consideraban las alteraciones que sufren los restos arqueológicos artefactos y elementos de la superficie. Ahora bien, en lo que se refiere a las técnicas por procesos naturales y humanos desde que fueron de excavación en las cuevas, podemos decir que en depositados.37 áreas desérticas o semidesérticas el arqueólogo se No obstante, fue el arqueólogo Michael enfrenta a cuevas con sedimentos muy finos, lo que B. Schiffer quien señaló de manera explícita que lo obliga a aplicar diferentes técnicas de excavación, un sitio arqueológico no es el reflejo fiel de las acincluyendo el uso de aspiradoras.36 tividades realizadas en el pasado, como en mayor o En Nuevo León hay sitios menor medida se asumía en casi donde se tiene que excavar toda investigación de este tipo, con una escobilla o brocha, pues esto sólo sucede en casos pues los sedimentos son extraordinarios y muy escasos tan suaves que se remueven contextos. con facilidad. De ahí que En consecuencia, Shisea imprescindible el uso ffer y otros han desarrollado, de distintos tipos de mascadesde hace varios años, la arrillas para protegerse, pues queología conductual,38 la cual de lo contrario podría acase enfoca en apreciar y evaluar rrear problemas de salud. las causas de variabilidad que Nuestra intención, afectan en el proceso de forcon todo lo anterior, fue mación de un contexto arqueomostrar lo que es la arlógico. queología, así como comPor ejemplo, sabemos prender que la labor del que los indígenas de la región el caso de las sociedades nómadas de cazadores-rearqueólogo es mucho más En colectores, es precisamente en las cuevas donde se pueden acostumbraban depositar a sus que la de ser un simple encontrar distintas capas estratigráficas que conforman el muertos en las cuevas y, junto En este caso, a través del tiempo, distintas ocupaexplorador; y sólo después sitio. ciones de grupos humanos van formando capas que se van con ellos, sus pertenencias. Por superponiendo de manera horizontal. lo que en algunas excavaciones de realizar un concienzudo
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de entierros realizadas en Nuevo León, se han encontrado diferentes objetos de piedra, hueso y concha, entre otros materiales.39 Sin embargo, no en todos lados es igual, pues las condiciones en que el arqueólogo encuentra los objetos difieren por diversos motivos. Tal es el caso de distintas cuevas de Coahuila, donde se han recuperado objetos de material perecedero, como artefactos de madera, fibra de ixtle, piel y hueso.40 Entonces, a primera vista y al comparar los hallazgos de algunas regiones de Nuevo León y otras de Coahuila, se podría pensar que los grupos indígenas que habitaron este amplio territorio poseían distinta cultura material. Pero esto no es así, en realidad, los indígenas tenían un modo de vida muy similar y prácticamente los mismos tipos de artefactos, por lo que las diferencias en los hallazgos no se deben a diferencias culturales, sino a las condiciones de conservación.
Lo que no es arqueología Es mucho más sencillo abanderarse de algo fácil, de algo más simple, atractivo y menos aburrido y pasar por alto los detalles que son, en última instancia, los que explican verdaderamente el fenómeno. Jaime Litvak King Irónicamente, para comprender en su totalidad lo que es arqueología, también es necesario saber lo que no es. No todos los que recolectan y extraen de la tierra artefactos antiguos son arqueólogos, ni todo lo que se dice o escribe acerca de los vestigios del pasado es arqueología. Por un lado están todas aquellas actividades de los aficionados41 que, lejos de aportar algo, casi siempre han alterado o destruido los sitios arqueológicos. Y no sólo eso, sino que generan y propician una concepción del pasado por demás deformada. También están las llamadas interpretaciones hiperdifusionistas, las cuales la arqueología profesional considera insuficientes y muy poco argumentadas,42 como creer que los nativos americanos son descendientes de las tribus perdidas de Israel; o que la construcción de las
pirámides se atribuye a fuerzas extraterrenales o a supuestos contactos trasatlánticos. Hay otras respuestas, pues la construcción piramidal es la forma geométrica más sencilla y segura para crear una estructura alta. Incluso, un cono invertido es la forma natural que toma un puñado de arena al soltarlo lentamente entre los dedos. De ahí que distintos grupos humanos hayan elegido formas semejantes de construcción sin tener contacto entre sí. Y en lo que se refiere a la ayuda alienígena proveniente de otra galaxia, no es sino una forma de subestimar y dudar del ingenio y la capacidad del ser humano, pues hasta el momento, la arqueología ha encontrado sólo evidencia de que los egipcios, mayas y muchos otros grupos hicieron lo que hicieron con sus propias manos. Ciertamente, como señala Glyn Daniel, en ocasiones se busca “tener una respuesta simple para los problemas complicados”.43 Por otra parte, antes de hacer cualquier aseveración acerca de un lugar en particular, se debe analizar el proceso de formación de dicho sitio. Es decir, cuestionarse los procesos naturales o humanos que intervinieron en la conformación del área y los artefactos que está percibiendo, evidentemente, en muchas ocasiones han actuado diferentes grupos humanos en un mismo espacio a través del tiempo. Por lo tanto, al no realizar un análisis de este tipo, se podría cometer el error de tomar como una construcción prehispánica una edificación hecha en la época colonial o en el México independiente, tal y como ha sucedido en la interpretación de aficionados en el noreste de México.44 Es por esto que el arqueólogo y el investigador social tienen el compromiso d e hacer reflexionar al lector, ajeno a la arqueología, sobre los sucesos más factibles y mejor argumentados acerca de lo que ocu rrió en el pasado.
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Citas Bibliográficas Introducción 1. El hombre y sus obras: Introducción a la antropología cultural. México, F. C. E. 1969. p. 82. 2. Ramírez Almaraz, Jesús G. Del extermino a la marginación, los indígenas del noreste de México, Editora del Gobierno de Veracruz, 2006. p. 260. 3. Cossío, David Alberto. Historia de Nuevo León: evolución política y social. Monterrey, Nuevo, León, México. Editorial Cantú Leal, 1925. p.28. 4. Trigger, Bruce. Historia del pensamiento arqueológico. España. Editorial Crítica, 1992. p. 118. 5. Sobolik, Kristin D. et alt. Limitaciones nutricionales y pautas de movilidad en el norte del desierto de Chihuahua. En: Estudios de caso en arqueología ambiental. Nueva York. Estados Unidos. Editorial Plenum Press, 1996. p. 198.
Capítulo I 1. Desgraciadamente, los dibujos animados y la cinematografía han ejercido gran influencia en este aspecto al mezclar dinosaurios con seres humanos, siendo que en realidad distan cientos de millones de años entre ellos. 2. Aunque con objetos de estudio muy diferentes, quizá la única similitud entre ambas sea aquélla que menciona Julio Montané: “Carlos Marx comparaba al arqueólogo con el paleontólogo respecto a la forma en que se le presenta su objeto de conocimiento. El paleontólogo con los restos óseos de los animales extinguidos logra establecer el proceso evolutivo de los animales; el arqueólogo con los restos de las culturas extinguidas logra establecer el desarrollo de la socie-
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dad”. Montané Martí, Julio C. Fundamentos para una teoría arqueológica. Hermosillo, Sonora: Centro Regional del Noroeste, INAH-SEP, 1980. 3. Ramírez Almaraz, op. cit. p. 270. 4. Para una mejor comprensión, imaginemos a un arqueólogo del futuro que tratara de explicar cómo vivían los regiomontanos en el siglo XXI, y para ello excavara la Catedral, el Palacio de Gobierno y el Panteón Municipal. Sin duda, encontraría información interesante. pero sólo de algunos aspectos de la sociedad, quedando fuera las actividades cotidianas realizadas por hombres, mujeres y niños en las casas, las fábricas, comercios. parques, tiendas, escuelas, calles y demás áreas. 5. No de manera gratuita, algunos investigadores han llegado a considerar la arqueología como “la ciencia de los desperdicios”. pues muchos de sus hallazgos son precisamente desechos. Moore y Keene, citado por: Trigger, Bruce. Historia del pensamiento arqueológico. España: Ed. Crítica, 1992. 6. Reid, Jefferson, et al. “Behavorial Archeology: Four Strategies”. American Anthropologist. Volumen 77, Número 4, 1975-1995. p.210. 7. Manzanilla, Linda y Barba, Luis. La arqueología: una visión científica del pasado del hombre. México: SPE, FCE, CONACYT, 1994. p. 81-91. 8. Ibid. p. 84-88. 9. Por su parte, D. C. será después de Cristo. 10. Frison, George C. Robson Bonnichsen. The pleistocene-holocene transition on the planis and rocky mountains of north american”. Humnas of the end of the ice age, the archaeology of the pleistoceneholocene trancition. USA, 1996. p.303.
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11. González Arratia, Leticia. Ensayo sobre la arqueología en Coahuila y el Bolsón de Mapimí. México. Archivo Municipal de Saltillo, Coahuila, 1992, XXII. p. 4.
una novela policíaca, no se puede hallar la pista si en un descuido se ha vaciado el cenicero que contenía la colilla de cigarrillo reveladora” (Leroi-Gourhan, 1986:10).
12. Reid, Jefferson, et al., op. cit. p. 214. 13. Sarmiento Fradera, Griselda. Primeras sociedades jerárquicas. Colección científica, Serie Arqueología, INAH, México, 1992. 14. Trigger; Bruce., op. cit. p. 125. 15. Es un concepto acuñado por un investigador llamado Paul Kirchhoff, quien así se refería a un espacio geográfico que compartía muchas cosas en común, y que actualmente comprende el occidente, centro y sur de México. 16. Rojas, Teresa. La agricultura en las tierras mexicanas desde sus orígenes hasta nuestros días. Ed. Grijalva-CNCA. México, 199. p. 13. 17. González Arratia., op. cit. 1992. p. 46,
22. Schiffer, M. “Contexto arqueológico y contexto sistémico”. Boletín de Antropología Americana, número 22, diciembre. Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México, 1990. p. 81 – 93. 23. Moberg, C.. Introducción a la arqueología. Historia serie menor, Cátedra: España, 1991. p. 91. 24. Limbrey, citado por Manzanilla y Barba, 1992. p. 21. 25. Hester, Thomas R. Digging into south Texas prehistory: a guide for amateur archaeologists. Corona Publishing Company: San Antonio, 1980. p. 1. 26. Aunque parezca una obviedad y una redundancia, no está de más subrayar que, como señala el arqueólogo escandinavo Carl-Axel Moberg: “los errores en la excavación son irreparables”.
18. Ramírez., op.cit, 2006. p. 276. 27. Manzanilla y Barba., op. cit. 1994. p. 19. 19. Braidwood, R. Archeologists and what they do. Franklin Huatas. New York, USA, 1960. p. 29. 20. Turner, Ellen S. y Hester, Thomas. A field guide to stone artifacts of Texas indians. Gulf Publishing Company: Houston, Texas, USA, 1993. p. 48. 21. Para el caso de México, Linda Manzanilla y Luis Barba señalan: “La capacidad detectivesca del arqueólogo está fundamentada en sus cualidades de integración e interpretación, como todo un Sherlok Holmes” (Manzanilla y Barba, 1994:101). Mientras que otros ejemplos afirman respecto al pasado: “No se puede penetrar en sus secretos a golpe de piqueta. Uno no accede a ellos por alusiones y, como en
28. Este principio está tomado de la geología. 29. Sin embargo, esto no siempre ocurre así. pues existen diferentes causas para que esto no suceda, ya que a veces la estratigrafía está alterada o invertida. Por ejemplo, la gente en distintas épocas hacía pozos y alteraba las capas. pues al retirar tierra sacaba elementos más antiguos y depositaba voluntaria o involuntariamente restos contemporáneos, mezclándose éstos con otros más antiguos. También, los busca dores de tesoros alteran los sitios y dañan el contexto. De igual modo, sabemos que los derrumbes, inundaciones y actividades de animales, como la
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creación de madrigueras de roedores. pueden alterar la superficie y el subsuelo, tal y como lo abordaremos en otro capítulo. 30. Litvak King, Jaime. Todas las piedras tienen 2000 años. Editorial Trillas: México, 1986. p. 77.
41. En otro capítulo, abordaremos más ampliamente las destructivas actividades de los coleccionistas y aficionados que saquean el patrimonio arqueológico. Aquí nos concentramos en aquellas posturas que, independientemente de recolectar o no material, se aventuran a dar interpretaciones del pasado.
31. Artefactos en campamentos a cielo abierto (M. Valadez, entrevista realizada en noviembre de 1998).
42. Trigger, Brucce., op. cit. 1992. p. 375.
32. Taylor, Walter W. “The hunter-gatherer nomads of northern Mexico: a comparison of the archival and archaeological records”. World Archaeology, volumen 4, número 2, October. (editorial. país) 1972. p. 167-178.
44. Ramírez., op. cit. 2006. p. 214.
33. González Arratia., op. cit. 1992. p. 174. 34. Taylor., op cit., 1972. p.167. 35. Manzanilla y Barba., op. cit. 1994. p. 61. 36. Lorenzo, 1958. p. 167. Lorenzo, José Luis. “Las técnicas auxiliares de la arqueología moderna”. Cuadernos del seminario de problemas científicos y filosóficos, número 8, segunda serie. UNAM: México, 1958. p. 167. 37. Clark, Grahame. The stone age hunters. McGraw-Hill Book Company: London, 1973. p. 7. 38. Schifer., op. cit., 1987. p. 199. 39. Rivera Estrada, Araceli. “Prácticas rituales en el sur de Nuevo León”. ACTAS, Revista de Historia de la Universidad Autónoma de Nuevo León, Volumen II, número 3, enero-junio. UANL: México, 2003. p. 55-62. 40. Aveleyra, 1954; Taylor, 1966; Heartfield, 1971; 1976.
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43. Clark, G., op. cit., 1968. p. 89.
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CAPÍTULO II ANTECEDENTES Los primeros intentos de la arqueología ...la arqueología, como cualquier otra disciplina científica, atravesó una etapa en la que los datos se empezaron a recoger por ninguna razón en concreto o bien con la esperanza de que en el futuro se sabría lo suficiente como para formular las cuestiones correspondientes. Bruce Trigger ¿Cuándo inicia la arqueología en Nuevo León? Para responder este cuestionamiento en términos estrictos, podemos decir que es con la llegada de los arqueólogos profesionales, es decir, con aquellos individuos que hicieron los correspondientes estudios universitarios. Sin embargo, esto nos remontaría sólo muy pocos años atrás y, además, dejaríamos a un lado a personas e instituciones que a través del tiempo han mostrado interés en los vestigios arqueológicos de nuestra entidad. Pues, tal y como ha ocurrido en el mundo y en nuestro país, antes de la profesionalización de la arqueología habían existido personas interesadas en el pasado que buscaban, a su manera, abordar e interpretar lo que sucedió. No obstante, no podemos evaluar a todos de la misma manera, ya que algunos ejemplos surgieron muchos años antes de que existiera la arqueología como carrera universitaria y profesión, asimismo, tampoco había una institución que rigiera y estandarizara las normas para llevar a cabo las excavaciones y demás actividades relacionadas. Se trata de intentos incipientes de hacer arqueología hechos por aficionados aún en fechas recientes, porque, como veremos, el desarrollo de la arqueología en Nuevo León es sui generis, ya que la labor arqueológica está desfasada y muestra a-
sincronía de acuerdo a lo sucedido en otras partes de nuestro país. Por mucho tiempo, aficionados y arqueólogos profesionales coexistieron en tiempo y espacio, lo que trajo confusión a las autoridades locales y a la sociedad en general, que avalaban las prácticas que, a pesar de tener buenas intenciones, eran totalmente destructivas. Por supuesto, antes de hacer el recuento o reseña de aquellas personas e instituciones que han mostrado interés por la evidencia material de las antiguas sociedades humanas que habitaron la región, hay que señalar que existen distintas publicaciones que lo han hecho con anterioridad.1 Sin embargo, creemos que cada una de ellas responde a distintos fines, pues algunas se orientan a ciertos momentos, épocas, lugares, investigadores, enfoques o temas de estudio de forma específica. Por ello se presenta un recuento de las actividades relacionadas con el patrimonio arqueológico de la región, ordenado cronológicamente. Iniciaremos con las primeras menciones que conocemos que hacen referencia a la evidencia material de los indígenas locales que se remontan a varios siglos atrás, aunque estos documentos no son de tipo arqueológico. En el caso de los aficionados, no tenemos la intención de mencionar todos los casos, y mucho menos pretendemos legitimar y aprobar todas esas actividades, pues muchas de estas intervenciones no aportaron nada, sino solamente pérdida de información o grave deterioro en los sitios arqueológicos; por ello, sólo mencionaremos aquéllas que anteceden a la presencia de los investigadores profesionales, arqueólogos y antropólogos. A diferencia de otras partes de nuestro país, en Nuevo León no conocemos algún escrito en donde se manifieste que durante la Colonia haya existido algún tipo de interés por conocer lugares
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con evidencia material de sociedades antiguas. Aunque es posible identificar algunas de ellas, se trata de menciones aisladas y circunstanciales. Por ejemplo, en documentos de archivo es posible inferir la existencia de sitios arqueológicos. Un documento del siglo XVII presenta, en el contexto de la descripción de una mina llamada San Agustín, localizada al poniente de Cerralvo, lo siguiente: “En un cerro alto que tiene unos peñascos altos por cabezada, y al pie de ellos está una cueva del tiempo de la gentilidad”.2 Evidentemente, está haciendo referencia a un tipo de ocupación específica analizada por la arqueología contemporánea: las cuevas o abrigos rocosos presentes en la localidad. Después, en ese mismo siglo, podemos encontrar una referencia directa y específica a un elemento arqueológico. Esto aparece en la obra del capitán Alonso de León, quien menciona: Me dijo delante de todos los compañeros: “Señor, si hallamos las salinas, volveremos por aquellos bosques que acullá parecen, y verás un ojito de agua pequeño; que siempre está lleno y no corre, ni crece, ni mengua, ni se le halla fondo. Y en su bordo está una macolla de trigo de castilla, que espiga y grana; y aunque los indios la cortan, siempre sale y jamás falta. Y cerca del ojo de agua está una piedra grande y dura; a la cual, oí a los viejos antiguos que sus mayores le decían, venía algunas veces un hombre de buen rostro, y mozo, y les decía muchas cosas buenas; y les estaba un rato hablando; y después se iba. Y que cuando ya no parecía, venía otro hombre muy feo, pintado como ellos; y les decía que no creyesen lo que aquél les decía; que era un embustero. Y que con esto, en volviendo el otro, estaba triste y hacía su plática y se iba con poco fruto. Y visto no le querían seguir, se fue de una vez y dejó la estampa de los pies en la
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piedra donde se paraba y que hasta ahora estaba así”. Seguramente, a lo que hacía referencia De León era a una roca con petrograbados, tal y como pensó el arqueólogo Moisés Valadez, pues fue este investigador quien, tras encontrar diversas rocas con figuras de pies grabados en Nuevo León, hizo la primera interpretación antropológica del relato. De acuerdo con Valadez, la narración hace alusión a las personificaciones del bien y el mal, y de un personaje que mostraba determinadas pautas de conducta y formas de comportamiento dentro de sociedad indígena.3 La referencia a una roca con figuras de pies humanos que hizo el capitán Alonso de León en el siglo XVII corresponde seguramente a una de las múltiples representaciones de este motivo, presentes en los sitios rupestres del noreste de México.
Sin embargo, hay que destacar dos aspectos. En primer lugar, De León no observó directamente la roca y, en segundo lugar, como ocurre en el caso del resto de sus descripciones, no estaba haciendo referencia al pasado; todo su escrito, en donde describe los campamentos, las armas y otros utensilios, era en relación a su presente, al momento que le tocó vivir. En su descripción no hay una curiosidad explícita que motivara a preguntarse por los objetos del pasado. Su escrito está en función de otros intereses y siempre aborda el presente. Posteriormente, en el siglo XVIII, encontramos otra referencia a los petrograbados, pero de igual modo que sucede con De León, independientemente de su verdadera antigüedad, las figuras en la roca no fueron concebidas como una creación antigua, sino
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que José Hermenegildo Sánchez pensó que las figuras en la roca habían sido hechas (días antes) por los indígenas que estaba persiguiendo: Que nos sintieron y estuvieron viendo nuestro movimiento lo da a entender un rastrero de ellos que se halló frontero adonde se quedó esa noche la compañía, pero en lo alto de la sierra ésta fue una piedra que se halló a los dos días con 27 rayas que éramos los mismos que íbamos allí.4 Como ya lo habíamos señalado, se trata de la primera interpretación registrada en un documento que un occidental haya hecho de un petrograbado del noreste de México.5
en busca de vestigios del pasado no fue sino hasta el siglo XX, y se debe a la llamada Junta Arqueófila7 de Monterrey, que fue comisionada a principios de siglo por el gobernador Bernardo Reyes,8 para visitar el sitio de Piedras Pintas en el municipio de Parás, lo que se convirtió en la primera muestra de interés en la arqueología de la entidad. Sobre esto, el antropólogo Roberto Rebolloso, quien escribió un recuento de las investigaciones arqueológicas en Nuevo León, cita a Israel Cavazos al relatar que, bajo la dirección de Amado Fernández, en 1906, se
Como se verá posteriormente, existen distintos petrograbados en Nuevo León que se componen de series o conjuntos de puntos o rayas que han sido registrados e identificados como cuentas, que en ocasiones están entre los 27 y 29.
Pese a que dichos autores abordan lo que ahora consideramos evidencia arqueológica, hoy sabemos que no era tal porque no tenían un interés científico por el pasado, sino solamente por conocer el presente. De hecho, aunque en México se tomó simbólicamente el año de 1790 como el inicio de la arqueología, a nivel mundial suele situarse en el siglo XIX, con la llegada de la madurez de la investigación científica.6 De este modo, si dejamos a un lado las menciones que en su momento hicieron De León y Sánchez respecto a los petrograbados, la primera referencia directa en donde se muestra cierto interés por la evidencia arqueológica en Nuevo León aparece mucho tiempo después. Tenemos que el primer caso en donde se plantea a priori el objetivo de realizar expediciones
En el Periódico Oficial de Nuevo León del 7 de abril de 1908 quedó constatada la exploración que un grupo de personas de Monterrey hizo hacia el norte del estado. Bajo el nombre de Junta Arqueófila, localizaron los sitios de Piedras Pintas y Piedra Parada.
organiza dicha Junta para crear un museo regional.9 Fernández, quien años después publicaría textos sobre temas de la geografía de Nuevo León, estuvo al frente de la Junta Arqueófila y es a él a quien se
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Desgraciadamente, lo que parecía el inicio de la arqueología en Nuevo León en 1908, en realidad fue sólo un interés aislado que no se repetiría sino hasta varias décadas después.
le debe el breve informe publicado en el Periódico Oficial donde describe la expedición realizada hacia Piedras Pintas. Dicha Junta tenía como objetivo explorar distintas áreas de la entidad en busca de sitios de interés histórico, arqueológico, paleontológico y natural, ya que, en su momento, mencionan otras localidades, como el ahora conocido parque el sabinal, y un sitio con evidencia paleontológica10 y, aunque en dicho informe hablan del sitio arqueológico de Piedra Parada, localizado en Agualeguas, en realidad se concentran en Piedras Pintas, ubicado en Parás. Al parecer, con este tipo de exploraciones, la Junta Arqueófila pretendía crear un museo e iniciar con el estudio del pasado, pues en dicho informe se puede leer lo siguiente: Los datos recogidos por la Junta en su dilatada excursión y los ejemplares que pudieron colectarse, serán elementos preciosos para la formación de la prehistoria de Nuevo León.11 Desgraciadamente, pese al optimismo que mostraba Fernández, no logró consolidar el proyecto del museo y no se conocen más datos o publi-
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caciones posteriores a este respecto. En lo que se refiere a las características y destino que tuvieron los materiales recolectados, es posible que en su momento hayan sido llevados al Colegio Civil. Sin embargo, no existe información exacta que nos conduzca a ellos.
Fue durante el periodo del gobernador Bernardo Reyes cuando se formó la llamada Junta Arqueófila que, entre otros lugares, exploró el sitio de Piedras Pintas, en 1908.
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obra sobre la geología de Nuevo León;15 sin embargo, el que nos interesa es un breve escrito aparecido en 1934 que al parecer surgió de manera paralela y al margen de su incursión en la geología regional. De acuerdo con Leticia González, fue en 1926 cuando de manera casual encontró dichos sitios mientras realizaba investigaciones por cuenta del Instituto de Geología.16 No obstante no ser arqueólogo sino geólogo, Mullerried escribió un texto titulado: Sobre artefactos de piedra en la porción oriental del estado de Coahuila, en el cual, a pesar de la aparente restricción geográfica del título, describe y trata de explicar diversos artefactos líticos encontrados tanto en el oriente de Coahuila como en Lampazos, Nuevo León, donde encontró sólo unos cuantos.
Foto: Mullerried
Es necesario analizar el contexto político e ideológico que existía a nivel nacional para entender la situación respecto a dicha Junta,12 pues el gobernador en turno en Nuevo León era un fiel seguidor y admirador de Díaz: el general Bernardo Reyes. ¿Pero, por qué existía ese interés? Hay que recordar que la arqueología mexicana comenzaba a conformarse como una actividad institucional. En el contexto nacional, sabemos que en esa misma época Díaz había apoyado las investigaciones de Leopoldo Batres en sitios de Oaxaca, como Monte Albán y Mitla, y un par de años antes de la aparición de la Junta Arqueófila de Monterrey, en 1904, Batres había llevado a cabo un proyecto en Teotihuacan. Es decir, en el ambiente comenzó una búsqueda de evidencia de los antiguos habitantes de México, pero las investigaciones estaban inmersas en un halo de fines ideológicos y políticos buscados por Díaz. Desde esa perspectiva, podemos entender la aparición de la Junta Arqueófila y el hecho de que haya surgido en el gobierno de Reyes. Por eso no es casualidad que pretendiera encontrar sitios arqueológicos en Nuevo León, buscando, en cierto modo, los mismos fines que Porfirio Díaz, con la salvedad que en Nuevo León no existían las grandes construcciones del centro y sur del país. Por lo tanto, debido a que no había edificios sino rocas con petrograbados, lo que parecía el inicio de la arqueología en Nuevo León, se considera un inicio frustrado.13 Desgraciadamente, mientras en otras partes de nuestro país la arqueología continuaba tomando fuerza cada vez con más proyectos de investigación, en el noreste, concretamente en Nuevo León, nadie se interesaba por mucho tiempo, pues en la convulsionada época de la Revolución y años subsecuentes no encontramos a nadie que tuviera interés por el pasado indígena de la entidad, al menos nadie que haya hecho un intento más serio, como publicar algo al respecto. Por lo tanto, son alrededor de tres décadas después de la llamada Junta Arqueófila cuando volvemos a encontrar que se mencione algún tipo de evidencia arqueológica en territorio nuevoleonés. Se trata de una publicación de Federico K. G. Mullerried,14 quien es conocido porque tiene una
Antes de la formación del Instituto Nacional de Antropología e Historia, existía más tolerancia respecto a quiénes realizaban exploraciones en sitios arqueológicos, de ahí que, un geólogo como Federico Mulleried, hizo un artículo de los artefactos encontrados al oriente de Coahuila y norponiente de Nuevo León.
De dicho escrito es necesario mencionar varios aspectos. El primero tiene que ver con prejuicios e ideas preconcebidas en las que se juzga el valor y la importancia de la evidencia arqueológica de acuerdo a sus características formales y a las características del modo de vida de quien las creó, por lo que, en una cuestionable escala de valores, suelen aparecer las grandes estructuras, vasijas, joyas y esculturas manufacturadas por las sociedades sedentarias del centro y sur del país como el prototipo
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de arqueología mexicana. Esto da como resultado que se subestime el tipo de artefactos y elementos arqueológicos característicos del norte del país, y, por consiguiente, de la región noreste. Y, como si la arqueología fuera una contienda deportiva, Mullerried señala que la evidencia arqueológica del noreste no puede “competir con los hallazgos precoloniales maravillosos de las demás partes de México”.17 Sin embargo, donde el autor parece lamentarse de las características de los materiales y llamar culturas pobres a los indígenas locales, hace una descripción del tipo de artefactos, las distintas materias primas utilizadas para su elaboración, y su posible origen geográfico, y concluye que son locales. Posteriormente sugiere que el modo de vida de los grupos que usaron dichos artefactos era nómada. Por otra parte, resulta interesante la alusión que el autor hace al reconocido arqueólogo mexicano Alfonso Caso,18 al agradecerle sus indicaciones en materia de arqueología,19 situación que refleja el interés de Mullerried por hacer una propuesta más seria y científica, pues, en esa época, Caso era el director del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, institución que años después se convertiría en lo que ahora es el Museo Nacional de
Aunque no estuvo en Nuevo León ni el noreste de México, de acuerdo al mismo Mulleried, sabemos que el destacado arqueólogo mexicano. Alfonso Caso, tuvo contacto con el material extraído por el geólogo.
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Antropología e Historia. Además, aunque haya sido de manera indirecta, esto significa que Caso, uno de los más destacados arqueólogos mexicanos, conoció el material arqueológico de la región.
Aunque de las puntas de proyectil que aparecen en la publicación de Mulleried sólo están dibujadas sus siluetas, ello es suficiente para identificarlas a través de la tipografía usada por los arqueólogos contemporáneos.
Lo que en 1934 sólo eran puntas en abstracto, al paso del tiempo, con el desarrollo de la arqueología en el sur de Texas y noreste de México, se ha identificado una gran cantidad de tipos.
En los años siguientes, mientras la arqueología profesional mexicana estaba concentrada en los sitios monumentales del centro y sur del país, el norte y noreste de México estaban al margen y prácticamente en el olvido. Tras la Revolución mexicana apareció un movimiento cultural que, incluyendo a la arqueología,20 buscaba una alternativa nacionalista, para lo cual se retomaba el pasado arqueológico indígena como símbolo de todos los mexicanos. Así, en la literatura, la pintura, la arquitectura y demás
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áreas de la cultura se adoptaría lo prehispánico con la intención de crear una identidad mexicana. Sin embargo, esto no abarcó todo lo prehispánico, pues en mayor medida se tomaron las evidencias de los mexicas y otros grupos mesoamericanos, dejando de lado la arqueología de otras regiones, incluyendo, desde luego, a Nuevo León. En los años 40 y 50 del siglo XX hay un vacío total de investigaciones que abordaran la evidencia material, pues ni autoridades ni investigaciones individuales parecieron mostrar interés.21 Por esta razón, ante el espacio vacante que los investigadores profesionales habían dejado, distintos aficionados se dedicaron a buscar los vestigios antiguos de Nuevo León para construir su propia interpretación del pasado regional. De este modo, en la década de los 40 sólo encontramos los trabajos hechos por investigadores independientes, quienes fueron los que se acercaron al patrimonio arqueológico local. Protasio Cadena fue el único que dirigió su atención al único sitio arqueológico conocido en la bibliografía hasta ese momento: Piedras Pintas. De acuerdo a su propio escrito, Cadena, quien era miembro de la Sociedad Nuevoleonesa de Historia Geografía y Estadística, conocía con anterioridad este sitio, pero no es sino hasta que se puso en riesgo la integridad del lugar que escribió sobre Piedras Pintas.22 En su artículo, antes de iniciar con su descripción, Cadena atribuye a un franciscano del siglo XVII su descubrimiento, pero no proporciona la fuente de forma precisa, por lo que no podemos afirmar que haya sido así.
En 1944, cuando la arqueología profesional mexicana se concentraba en los grandes sitios monumentales del centro y sur del país, existían en Nuevo León sólo intentos hechos por aficionados e interesados en el pasado prehispánico de la localidad.
Sin embargo, lo importante es que, aunque no se trata de una investigación de carácter profesional, Cadena es el primer individuo que aprecia no solamente un sitio arqueológico de Nuevo León, sino que respeta y valora a sus creadores, cosa que durante mucho tiempo no sólo no había ocurrido, sino que incluso no ocurriría hasta fechas recientes. Además, en su breve texto, parecía criticar y lamentar la ausencia de interés que hasta ese entonces existía para el estudio de este tipo de evidencia arqueológica, pues como interesado en la historia y arqueología, seguramente conocía los descubrimientos e investigaciones que en esa época se hacían en otras partes de nuestro país. Otro aspecto que es necesario destacar es que, si bien es cierto que Cadena hizo una descripción minuciosa y detallada del sitio, las rocas, los grabados y tomó un registro fotográfico del mismo, estaba consciente de sus limitaciones a nivel profesional, por lo que instaba a otros para que en el futuro se hiciera un estudio más serio: ¡Hágase culto homenaje de admiración a las razas autodidácticas de América, que nos dejaron este documento que los siglos no han podido destruir y que la curiosidad histórica no ha sabido detenerse seriamente en él con la circunspección que reclama y que urge aportar!23 Ahora sabemos que la solicitud que hiciera Cadena halló eco en la comunidad y las autoridades. Pero pasó todavía algún tiempo para que la arqueología profesional llegara a la entidad. Veinte años después apareció un texto de Jaime del Toro, integrante de la misma Sociedad Nuevoleonesa de Historia Geografía y Estadística, en donde describía la Cueva del Cordel, situada en el municipio de Aramberri. A este escrito, de tan sólo dos páginas, Del Toro añadió un mapa y un boceto donde aparecieron algunas figuras de las pinturas, y, al igual que Cadena, exhortaba a continuar estudiando este tipo de manifestaciones. Creo a mi humilde juicio, que debe ser estudiado o al menos tomado en cuenta por los honorables miembros de la Sociedad de Historia, Geografía y Estadística de nuestro Estado, para la cual este humilde trabajo,
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Todavía en los años 60 del siglo XX, ante la virtual ausencia de arqueólogos profesionales, eran personas provenientes de otras profesiones y disciplinas quienes se acercaban al pasado prehispánico de la entidad y, pese a sus carencias teóricas y metodológicas, hay que reconocer su entusiasmo y deseo de que la evidencia material de los antiguos indígenas fuesen estudiadas por profesionales.
como una pobre colaboración al esfuerzo que está desarrollando por poner en claro el verdadero paso de nuestros aborígenes por estas tierras en que nos ha tocado vivir.24 Ahora bien, revisando todo lo anterior, no cabe duda que la evidencia material de los antiguos habitantes había llamado la atención sólo como un pasatiempo, como una curiosidad que era abordada sin planteamientos teóricos, sin metodología y sin el uso de técnicas rigurosas. Analizando el desarrollo de la arqueología en Nuevo León, podemos clasificar este periodo como arqueófilo, en donde la atracción por el pasado surgió sólo de una visión romántica, subjetiva y sin sustento científico, ya que tendría que pasar el tiempo para que ese interés por los vestigios de las sociedades pretéritas se convirtiera propiamente en una visión arqueológica.
La arqueología y la antropología profesionales Regularmente, cuando se consultan informes sobre investigaciones arqueológicas de sitios pertenecientes a las distintas regiones del centro y sur de nuestro país, es decir, de Mesoamérica, los textos, además de mencionar muchos antecedentes en la bibliografía correspondiente, vienen acompañados de croquis, dibujos, fotografías y planos de elementos arquitectónicos, además de catálogos, con numerosos restos materiales, en su mayoría fragmentos de cerámica. Por el contrario, a excep-
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ción de sitios como Paquimé, en Chihuahua, o los asentamientos con casas acantilado de las barrancas de la Sierra Madre Occidental, las ocupaciones del área de Trincheras de Sonora, el Balcón de Moctezuma y el Sabinito en Tamaulipas, en los territorios localizados al norte del Trópico de Cáncer, la mayoría de los sitios carecen de restos arquitectónicos e incluso de cerámica, provocando que durante mucho tiempo fueran relegados a un segundo o tercer plano por parte de los profesionales. Esto provocó que aficionados y saqueadores se dieran a la tarea de llevar a cabo pseudoinvestigaciones. Pero, como señala Valadez, debido a la carencia de un planteamiento teórico-metodológico adecuado, sólo propiciaron la mutilación, vandalismo y saqueo de infinidad de contextos y, en algunos casos, ideas erróneas o confusiones respecto a las características de los grupos indígenas.25 En efecto, es hasta la segunda mitad del siglo XX cuando llegó la arqueología profesional a territorio de Nuevo León. Se trata de una de las intervenciones más tardías en todo el territorio nacional, ya que no es sino hasta el periodo de 1960 a 1963 cuando se realizan las primeras investigaciones en Nuevo León, siendo la arqueóloga María Antonieta Espejo26 quien recopiló por primera vez información de distintos sitios arqueológicos de la entidad, aunque se concentró en las localidades con petrograbados y pinturas rupestres. Sin embargo, el resultado de su intervención no es mucho; por un lado está una lista de 64 sitios, la cual contiene breves descripciones de las localidades, para las cuales utilizó información de historiadores, aficionados y lugareños respecto a la existencia de manifestaciones gráfico-rupestres y anexó referencias históricas. Además, contiene unas cuantas fotografías, un mapa del estado donde señala los
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Además de las descripciones de los sitios hechas por María Antonieta Espejo, como legado de su paso por Nuevo León, sólo se cuenta con breves notas de campo y sencillos dibujos esquemáticos de algunas pinturas y petrograbados.
municipios que tenían sitios arqueológicos, y muy pocos bocetos de algunos motivos presentes en los petrograbados. Por otro lado, está un breve artículo titulado: “Una vista de inspección al abrigo de roca llamado Cueva Ahumada, en la Villa de García, Nuevo León”, el cual surgió de “una visita de inspección”.27
Piedra Parada había sido un sitio reportado por la Junta Arqueófila a inicios del siglo XX, de ahí que la Sociedad de Historia, Geografía y Estadística de Nuevo León la visitara en 1944. Posteriormente, la arqueóloga Espejo, conociendo dichos antecedentes, también visitaría el sitio. Compárese el grabado de la foto y el boceto de la arqueóloga.
Por lo tanto, no profundiza demasiado, sino que se concentra en hacer una descripción del sitio y las características de las figuras grabadas y pintadas, lo que curiosamente marca una gran diferencia respecto a trabajos de arqueólogos norteamericanos, quienes, al mismo tiempo que Espejo, estaban visitando Nuevo León y el noreste, pero no tomaban en cuenta los petrograbados ni las pinturas, sino que se concentraban en otros elementos.28
María Antonieta Espejo, reconocida arqueóloga que realizó investigaciones en el centro de México, estuvo en Nuevo León, aunque en este caso su aportación se limita a un artículo publicado en Humanitas, la revista de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
En esos mismos años entra al escenario la presencia de la arqueología norteamericana en Nuevo León y el resto del noreste. En este caso fue un proyecto dirigido por Jeremiah Epstein que era auspiciado por la National Science Foundation y el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Texas en Austin. Las investigaciones iniciaron con reconocimientos de superficie; en total se registraron 43 localidades que, en su mayoría, eran sitios de campamentos abiertos, abrigos rocosos y algunas cuevas. Con excepción de dos sitios, en los 41 restantes se recolectaron artefactos. Este proyecto se desarrolló entre 1960 y 1966, y participaron en él Burney Boyd McClurkan, Glen Green, Charles Roger Nance, Dudley M. Varner, Harald Jensen, William L. Irwin, Lorraine Heartfield y Ronald W. Ralph, cuando eran estudiantes de maestría y doctorado en la misma Universidad de Texas.29
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Uno de los sitios intervenidos por este grupo de investigadores fue Puntita Negra. Este sitio se localizó sobre la ribera norte de un pequeño arroyo llamado Ayancual, a poco más de dos kilómetros de la actual ranchería con el mismo nombre, en el municipio de Los Ramones. En este sitio, la evidencia arqueológica estaba representada por concentraciones de rocas fragmentadas (fogones) asociadas a ciertos artefactos conocidos como tajadores tipo chopper, puntas de proyectil triangulares y gubias del tipo clear fork.30 De entre estos materiales destaca un artefacto en el que se centró la atención, ya que a partir de este hallazgo el sitio recibe su nombre. Se trataba de un fragmento distal de una punta de proyectil manufacturada en roca de pedernal de color negro.31 Por sus características, sus atributos morfológicos y tecnológicos, concretamente un adelgazamiento en forma de acanaladura de 11 mm de ancho, fue considerado por Epstein como una probable punta acanalada tipo folsom,32 lo cual la situaría cronológicamente alrededor de hace 9 mil años. Posteriormente, al oriente de Monterrey, a unos 35 kilómetros al oriente de Cadereyta, Epstein visitó otro sitio: San Isidro, ubicado a unos 300 metros en dirección suroeste de la carretera 40 Monterrey-Reynosa. El sitio estaba cerca del arroyo Ayancual y fue reconocido como un campamento abierto similar a Puntita Negra, con la presencia de artefactos líticos asociados a decenas de fogones. Las razones que se dieron para la excavación de esta
zona fueron su grado menor de erosión y la presencia en superficie de puntas de proyectil, entre las cuales había cuatro que identificó como tipo plainview, con una variante respecto a la conocida de las Grandes Llanuras.33 También encontró puntas Lerma y Matamoros, que en otras áreas corresponden a los periodos paleoindio y arcaico temprano fechados entre el 8900 a 2500 a. C.34 Como las exploraciones no proporcionaron material orgánico del que se pudiera obtener una datación absoluta, Epstein se limitó a utilizar los pocos artefactos diagnósticos que obtuvo, para compararlos con artefactos de áreas vecinas y propuso una secuencia cultural dividida en tres fases ocupacionales ubicadas entre el pre y postaltitermal.35 En el verano de ese mismo año, el proyecto de Epstein inicia una nueva etapa de prospección y reconocimiento de sitios a cargo de McClurkan y Green, a lo largo de los cañones y valles del extremo oriente de la Sierra Madre Oriental, a la altura de las poblaciones de Linares y Montemorelos. El objetivo principal fue tratar de localizar cuevas o abrigos rocosos con depósitos culturales en estratigrafía y evidencia orgánica que se pudiera fechar para establecer una secuencia cronológica del área. Como resultado de los recorridos, McClurkan y Green detectan una buena cantidad de abrigos, resaltando el alto potencial del área para futuras investigaciones. El sitio Cueva de la Zona de Derrumbes36 está ubicado en el cañón del río Santa Rosa, sobre los terrenos correspondientes a la comunidad de El Ebanito, municipio de Iturbide, al sur de Nuevo León.37 Las excavaciones se llevaron a cabo entre 1963-1964 y, dos años más tarde, McClurkan presentó los datos obtenidos de la primera etapa de trabajo (1963) como tesis de maestría para la Universidad de Texas.38 Se recuperaron 2,021 artefactos que fueron Cuando no son conocidos por su nombre original o un topónimo de la región, en muchas ocasiones, los nombres dados por los arqueólogos a los sitios son un tanto arbitrarios, al llamarlos por algún analizados primero por mateelemento encontrado o visto en las cercanías, tal es el caso de Puntita Negra. ria prima y porcentaje y luego
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Nombrar los sitios arqueológicos a veces llega a parecer algo chusco, tal es el caso de una cueva localizada en el cañón de Santa Rosa, pues después de observar una señal de tránsito, el lugar fue bautizado por los arqueólogos como la Cueva de la Zona de Derrumbes.
por su técnica de manufactura y forma resultante para formar tipos.39 Entre los artefactos y elementos rescatados destacan perforadores, buriles, piedras de molienda, artefactos de hueso y concha, cristal de roca transparente y azul, hematita y seis entierros.40 En cuanto a la temporalidad, se fecharon 16 muestras de carbón, logrando una secuencia cronológica que va del año 2800 a. C. al 1250 d. C. Posteriormente, en 1965, el mismo Epstein visitó varias cuevas de los cañones cercanos, pero no encontró una cueva con suficiente potencial como para ser excavada, ya que las localidades que encontraron sólo tenían una delgada capa de sedimento cultural, lo que significaba que no tenía suficiente deposición porque era de poca profundidad. Sólo un sitio llamado por los lugareños Cueva de los Indios parecía tener un depósito con profundidad suficiente para ser excavado, pero era un espacio reducido y parte de éste había sido saqueada por buscadores de tesoros.41 Esto los condujo a revisar las notas de McClurkan, pues para localizar y elegir la Cueva de la Zona de Derrumbes los arqueólogos McClurkan y Greene habían recorrido el valle que cruza el río Pilón, cerca de Montemorelos, en el verano de 1963, localizando varias cuevas. Por ello volvieron a visitar dichos sitios, pero tampoco contaban con buen potencial, pues no tenían las condiciones para ser estudiados, es decir, no contaban con evidencias claras de haber sido habitados por el hombre. En otros casos, las rocas que formaban el techo de las cuevas se habían colapsado, lo que impedía o dificultaba su excavación. No es sino cuatro semanas después, cuando un guía llamado Pedro Medina, que conocía la región, los condujo a la Calsada, sitio que aportaría una de las fechas de carbón más antiguas que se han registrado en Nuevo León.42
Este sitio se encontraba enclavado en la Sierra Madre Oriental, a una altitud de 2 mil metros sobre el nivel del mar, es decir, a unos mil 500 metros de altura a partir del fondo del cañón del río Casillas, en un punto cercano a la pequeña comunidad La Cebolla, del municipio de Rayones. La Calsada, más que una cueva, debe ser considerada como un abrigo rocoso o, mejor dicho, un frente rocoso, pues no es una gran cavidad con cámaras sino sólo un reliz que, por su inclinación, da un poco de sombra y cobijo, aunque resultó suficiente para funcionar como un sitio habitacional. En este sitio, Nance realizó una excavación estratigráfica que, posteriormente, le serviría para presentarla como tesis doctoral para la Universidad de Texas, en 1971.43 La excavación presentó en total poco más de mil artefactos líticos pero, tras su análisis y debido a los pocos antecedentes de la región, Nance tuvo dificultades para ordenarlos bajo una tipología establecida, por lo que, más que nombres, los artefactos tienen números para referirse a ellos, lo que, como señala Valadez, hace muy tediosa y complicada su utilización como referencia.44 En cuanto a la antigüedad, gracias a las muestras de carbón que fueron fechadas entre el 8690 a. C. y el 1370 d. C., se convierte en uno de los sitios con una secuencia de ocupación más larga y completa del norte de México. Respecto a los resultados de esta cueva, cabe señalar que si bien fueron presentados como tesis a inicios de los años
Más de 20 años después de haber sido escrita como tesis, en 1992, apareció el libro de Roger Nance, quien excavó la Cueva de la Calsada (sic) enclavada en la Sierra Madre Oriental, en el municipio de Rayones, al sureste de Monterrey.
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70, no aparecería una publicación sobre ellos sino día encontrar los referentes arqueológicos que perhasta 1992. Es decir, pasaron más de 25 años desde mitieran conocer las actividades que se realizaban el momento en que se hicieron las excavaciones y la en los alrededores de los fogones estudiados. De publicación del libro. igual modo, trataba de identificar otras variables, si Como hemos observado hasta el momento, las actividades realizadas alrededor de estos elemencada uno de los integrantes del equipo de arqueólo- tos dependían del medio ambiente específico.48 gos que acompañaba a Epstein, tanto en Coahuila45 Por otra parte, con la misma información del como en Nuevo León, se concentró específicamente proyecto de Epstein, John W. Clark Jr. escribe un en un sitio o área. Sin embargo, Varner, más que di- breve reporte sobre Cueva Ahumada, que aparece rigirse a una localidad o una zona se concentró en un elemento arqueológico, lo que llamamos fogones.46 De este modo, podemos decir que es la primera aproximación que se realiza con una temática específica en la arqueología del estado. Ahora bien, en ese mismo verano de 1965, Varner hizo recorridos en una gran cantidad de sitios del noreste de México, pues además de la información de los sitios localizados al norte de Torreón y Coahuila, recorrió sitios al este, oeste y sur de Monterrey, en Nuevo León. Como parte de su investigación analizó 204 elementos, de los cuales 100 no estaban asociados con artefactos, mientras que los otros 104 sí los tenían Concentraciones de pequeñas rocas de formas irregulares y fracturadas alrededor. Por supuesto, hizo también un registro debido a la exposición a altas temperaturas, fueron los elementos estucon detalles que incluían el diámetro de los mismos diados por Dudley Varner. Nótese en la fotografía uno de los criterios que usó Varner para clasificarlas, siendo éste la distinta coloración de y el tipo de roca que los componían.47 las rocas; las rojizas son del tipo areniscas y las grises/azuladas son calizas. Una pregunta inicial que se hizo Varner fue tratar de identificar con certeza cuándo se tra- en 1965 en Katunab, una revista texana; sin embargo, aunque aborda exclutaba efectivamente de restos sivamente las pinturas y de fogones, es decir, de restos petroglifos, no profundiza de hornos subterráneos, pues demasiado al respecto.49 consideraba que no todos los Al año siguiente, en 1966, amontonamientos de rocas este mismo proyecto de tuvieron la misma función y Epstein se dirigió a Cuetenían un mismo origen. Por va Ahumada, que es un lo que consideraba la posibiliabrigo rocoso localizado dad de que en algunos casos en el municipio de García, se tratara de rocas para hervir, situado en la ladera de un mezcaleros, pilas de rocas con cerro, en una plataforma significado ritual, temascales natural sobre un cañón o piedras para tomar baños por donde corre el río Pesde vapor. Otra pregunta que quería. Este sitio fue excapretendía responder con su vado por el arqueólogo H. investigación era el momento Jansen, en 1966, pero los en que fueron usados y si los La región analizada por Dudley Varner, además de la comarusaron una o más veces. De ca lagunera, fue precisamente los alrededores de Monterrey, materiales nunca fueron igual modo, también preten- donde registró una gran cantidad de elementos arqueológicos estudiados y únicamente llamados fogones.
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se supo la antigüedad de una ocupación del sitio que data del año 2680 a. C.50 De este modo, con los trabajos de Jansen en Cueva Ahumada,51 finaliza la investigación de campo del Proyecto Noreste de México y concluye la participación de Epstein, quien ha sido considerado por algunos como el principal gestor de la arqueología de Nuevo León.52 En conjunto, ¿qué fue lo que dejaron del proyecto encabezado por Epstein? Quizá, lo que podemos destacar es que, contrariamente a lo que había sucedido desde 1908, no serían los petrograbados ni las pinturas rupestres el único motivo de interés. Los arqueólogos que trabajaron con Epstein encauzaron su atención a otro lado del pasado indígena de Nuevo León, concretamente a los vestigios que podrían indicar no sólo los aspectos de la vida cotidiana, sino también la antigüedad. De este modo, por primera vez aparecieron escritos que empezaron a crear una cronología. En la entidad, los sitios arqueológicos de Nuevo León dejaron de ser simplemente antiguos, para convertirse en localidades con fechas precisas. Fue así como los sitios de Nuevo León entraron en la arqueología mexicana. Por ejemplo, el destacado arqueólogo José Luis Lorenzo había conocido el sitio de San Isidro en 1960, pues, junto con las arqueólogas Beatriz Braniff y María A. Cervantes, acompañó a Epstein representando al Instituto Nacional de Antropología e Historia, y observó el potencial del sitio. Posteriormente, en 1967, Lorenzo, quien en ese entonces estaba al frente del departamento de Prehistoria del Instituto, publicó un texto sobre las ocupaciones humanas más antiguas de México, incluyendo desde luego los sitios localizados por Epstein. En dicho escrito, el mismo Lorenzo menciona la poca información acerca de los sitios, pues se lamentaba de que los trabajos de Epstein no hubíeran sido publicados en su totalidad, sino que sólo se conocían notas e informes breves.53 No obstante, a pesar de ello, Lorenzo incluyó a San Isidro entre los sitios de 7 000 al 500 a. C.54 En tanto, la arqueología de Texas lo incluyó entre los sitios al sur del río Bravo con puntas tipo plainview y golondrina.55
Por su parte, Puntita Negra fue ubicado entre los sitios de mayor antigüedad de nuestro país, entre el 12 000 y el 7 000 a. de C.56 Asimismo, Lorenzo incluyó este sitio en los mapas de la exposición del Museo Nacional de Antropología e Historia, junto a otros sitios con la misma datación. Con ello inició la mitificación del sitio Puntita Negra y de algunos otros, al ubicarlos como los lugares con evidencia humana más antiguos de nuestro país. Este fenómeno continuó en otras obras y con otros autores. Por ejemplo, años después, cuando apareció la Enciclopedia de Historia de México,57 en el tomo I, que era dedicado al medio ambiente y a las primeras etapas, y que estaba dirigido por el mismo Lorenzo, Lorena Mirambell, quien estaba a cargo de la etapa lítica, incluyó a Puntita Negra, San Isidrio y la Calsada entre las ocupaciones más antiguas de nuestro país.58 Sin embargo, hay que mencionar que la misma Mirambell señalaba que coincidía con otros arqueólogos respecto a que la cronología para este tipo de sitios es deficiente, por lo que se suplía por comparaciones tipológicas.59 Esto quiere decir que
Aunque la arqueología de Nuevo León era prácticamente desconocida para sus habitantes, durante las decadas 70 y 80, en Texas eran ya tomados en cuenta los sitios investigados por Epstein y Nance, considerándolos como unos de los que poseían ocupación más temprana del hombre en esta región.
ciertos artefactos con determinadas características son ubicados cronológicamente debido a su semejanza con artefactos hallados en otros sitios, lo que nos crea otro problema, y es que no toda acanaladura significa que se trata de una punta acanalada.
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Lo que tratamos de señalar es que han existido casos donde ciertos artefactos fueron considerados como puntas folsom por el simple hecho de presentar una acanaladura, pero eran consecuencia de la cicatriz de una lasca,60 en otras palabras, una huella fortuita y azarosa.61 Por ello, no hay que perder de vista que en el análisis de la lítica hay que saber distinguir entre lo accidental y lo intencional.62 Ahora bien, si recordamos, el mismo Epstein dudó en catalogar a la puntita negra como acanala-
Aunque se desconocía aún en gran medida la arqueología de Nuevo León para los años 70, después de la presencia de Epstein y su equipo, se comenzarían a tomar en cuenta los sitios investigados por éste como una de las localidades más antiguas de nuestro país.
da, pues no encontró la parte proximal o base de dicho artefacto. Entonces, nos damos cuenta de que la antigüedad del sitio Puntita Negra no se le otorgó por datación absoluta a través de carbono 14, ni tampoco de acuerdo a una excavación estratigráfica, ni siquiera por un artefacto completo que sea diagnóstico, sino que la cronología fue atribuida solamente a un fragmento de punta encontrado en superficie, razón que complica el incluirla con En los análisis de la lítica, y concretamente de las puntas de proyectil, se consideran las bases de dichos artefactos como los que pueden dar información acerca del tipo al que pertenecen, pues es ahí donde se pueden ver las variantes, a diferencia del extremo de las puntas, donde resulta mucho más complicado hacerlo, debido a la similitud entre ellas. No obstante las dudas que genera esto, el extremo distal de éste artefacto sirvió a Epstein para considerarla como una punta Folsom.
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mayor exactitud en una tipología y, por ende, otorgarle una cronología confiable.63 Por supuesto que los trabajos de Epstein son de gran importancia para el desarrollo de la arqueología de Nuevo León, pero también hay que señalar sus puntos negativos. Por ejemplo, en cuanto a la ubicación de cada sitio intervenido por el Proyecto Arqueológico del Noreste de México, a decir verdad, es poco útil y ambigua, pues no se indican las coordenadas geográficas para situar los puntos, sino que en su lugar sólo se proporciona el cuadrante en escala 1: 500,000 donde cada cuadro abarca un área de 10 km2. En otros sitios esta situación fue aún más grave, pues se limitaron a señalar únicamente su proximidad a pueblos, ranchos o carreteras.64 Además, otra crítica que hay que hacerle al proyecto de Epstein se refiere a los materiales arqueológicos, ya que con un dejo del añejo imperialismo o colonialismo con el que inició la arqueología en otras partes del mundo, éstos fueron extraídos de nuestro país, donde permanecieron alrededor de 30 años, hasta la última década del siglo XX, cuando los materiales (no todos) regresarían. Esto significa que muchos de ellos no han sido devueltos, evitando así que los arqueólogos contemporáneos realicen nuevos análisis o interpretaciones de los mismos.65 No obstante, la labor de Epstein y su equipo al menos tuvo cierto impacto, pues en 1975 se celebró en Monterrey un simposio en donde se abordó la arqueología e historia del noreste de México y Texas, en donde Epstein y otros investigadores presentaron resúmenes y resultados de sus trabajos en esta región y en la cuenca baja de los ríos Bravo y Pecos en Texas. El simposio duró tres días y, además de la participación de los arqueólogos norteamericanos, también intervinieron los historiadores locales que aborda-
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ron otra temática, por lo que (a juzgar por las aisladas notas de la prensa de la época) la arqueología pasó casi a segundo plano para las instituciones mexicanas,66 pues, aunque en los periódicos67 se daba la noticia de que habría apoyo a la arqueología regional, en una visión retrospectiva, consideramos que no fue así. Cabe mencionar que en dicho simposio no sólo participaron los arqueólogos norteaméricanos que habían trabajado en Nuevo León y el noreste, también arqueólogos con investigaciones en Texas, como Thomas Hester. De igual modo, en aquel evento participó un arqueólogo que continuaría con la arqueología regional en 1976. Se trata de Joel L. Shiner, de la Universidad Metodista del Sur de Texas (SMU), quien estuvo presente en Monterrey en el simposio de 1975 y presentó la ponencia “Un modelo para los chichimecas del noreste”.68 Shiner trabajó con el apoyo de la National Geographic Society, ya que recibió financiamiento para llevar a cabo algunos recorridos en los municipios de Allende, Montemorelos y Linares, los cuales realizó en el verano de 1975 y en febrero de 1976, junto con un grupo de estudiantes de su universidad. En cuanto a los resultados, podemos decir que, aunque el propio Shiner había propuesto realizar dos publicaciones, una en español a través del Museo Nacional de Antropología e Historia y
Años después de haber participado en el Northeast Mexico Archeological Project, Epstein y su equipo llegaron a Monterrey para participar en un simposio.
Lejos de lo que las autoridades declaraban y los periódicos de la época registraban como noticia, lo cierto es que el apoyo e interés por la arqueología regional permanecería ausente por parte de las dependencias gubernamentales. La reunión de 1975 no tendría eco y el noreste arqueológico seguiría marginado de la arqueología profesional mexicana. Desgraciadamente, sería en Texas donde aparecerían publicadas las memorias de dicho evento realizado en Monterrey, N. L., cuando en 1980 se publicaron bajo el título: Papers on the prehistory of northeastern Mexico and adjacent Texas.
otra en inglés en el Bulletin of Texas Archaeological Society,69 en realidad sólo se cuenta con una brevísima publicación de lo obtenido70 y un breve informe donde se reportan 50 sitios de ocupación con una datación que Shiner estima entre 500 a. C. y 1700 d. C. Esto debió obtenerse a través de comparaciones tipológicas, ya que si bien se desconoce si recolectó artefactos, sabemos que analizó 200 puntas de proyectil, manufacturadas en pedernal negro y gris. Desgraciadamente, tampoco se tiene información gráfica de los sitios que visitó, pues sólo se cuenta con bocetos muy escuetos y sin escala, en donde sólo se señala muy a grandes rasgos la localización de los sitios, usando para ello ríos, sierras y poblados. Sin embargo, la presencia del doctor Shiner en Nuevo León no tuvo mayor repercusión en cuanto al desarrollo de la arqueología regional.71 El año de 1978 curiosamente tendría actividad importante: por un lado, por parte de la arqueología mexicana, sólo existe la fugaz presencia de arqueólogos que realizaban un proyecto de rescate, recorriendo para ello las áreas donde sería
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Aunque no pertenecía al equipo de Jeremiah Epstein, el arqueólogo Joel Shiner participó en las mesas redondas realizadas en 1975, ya que sería en el verano de ese mismo año y el siguiente, cuando llegaría con un proyecto que fue auspiciado por National Geographic Society, en donde se concentraba en explorar áreas localizadas al sureste de Monterrey, en los municipios de la región citrícola.
construido el gasoducto Cadereyta-Reynosa.72 Por otro lado, investigadores norteamericanos llegarían y presentarían sus resultados. Uno de ellos fue Herman Alphonse Smith, quien aunque había visitado los sitios en 1973 y 1974, fue en 1978 cuando presentó sus hallazgos.73 Smith hizo un análisis de las pinturas rupestres de cuatro sitios de Nuevo León y uno de Coahuila. Distingue 25 diseños que considera básicos para ser confrontados con los motivos rupestres del suroeste californiano, de la parte oriente de Nevada y de cuatro zonas en Texas.74 El trabajo fue presentado como tesis de maestría para la Universidad de Texas, convirtiéndose así en la primera tesis dedicada a los petrograbados y las pinturas rupestres de Nuevo León.75 En cuanto a los resultados y a la propuesta de Smith, se puede señalar que todo está basado sólo en cinco sitios.76 En síntesis, los resultados y conclusiones de Smith están encaminados a probar su hipótesis respecto a la similitud de los diseños de Nuevo León con aquéllos de Baja California.
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Esto se da a partir de que afirmó que existía una relación entre los motivos iconográficos del noreste de México y los del territorio Chumash del sur y suroeste californiano. Para ello trató de fundamentar su hipótesis a través de argumentos basados en la lingüística y la etnografía, pues consideraba que los grupos del noreste de México y aquéllos de la Alta y Baja California pertenecían a la familia hokana.77 Volviendo de nueva cuenta con la presencia de Epstein y su equipo, y recordando el evento de 1975, sabemos que sí influyó indirectamente a otros investigadores locales, ya que, entre los asistentes a dicho simposio, estaban alumnos y maestros de la Universidad de Monterrey, entre ellos William Breen Murray, quien aunque no era arqueólogo sino antropólogo, ya había tenido contacto con un sitio rupestre de Nuevo León.78 Por lo tanto, de acuerdo con sus propias palabras, dicha experiencia lo marcaría, y su interés en los petrograbados y pinturas rupestres en Nuevo León y el noreste se incrementó a partir de escuchar las ponencias de 1975,79 convirtiéndose así en pionero en este tipo de investigaciones. Poco tiempo después de la presencia de Epstein en el simposio de Monterrey, a finales de los 70, aparecen otros investigadores norteamericanos que abordaron la evidencia material, sin tratarse propiamente de una investigación arqueológica, puesto que no hicieron recolección de materiales o excavaciones, aunque en ese mismo año llegan los antropólogos Jon Olson y John Kirchner, junto con 20 alumnos de la Universidad Estatal de California en los Ángeles (USC), y fueron acompañados por Breen Murray y un grupo de estudiantes de la Universidad de Monterrey. De acuerdo con el mismo Olson, él conocía ya el sitio desde 1968 en una visita a la comunidad de Mina, pues había realizado una investigación etnográfica años antes, concretamente cuando estudió a los campesinos de las comunidades cercanas a ese municipio.80 Sin embargo, fue hasta 1978 cuando Olson y su equipo llevaron a cabo un registro de las rocas con petroglifos encontrados en la parte norte del sitio Boca de Potrerillos, en particular sobre el lado oriente del cerro La Zorra. Para ello dividieron el área en seis cuadrantes de 50 m2 cada uno,
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registrando un total de 398 rocas que contenían una o varias figuras grabadas. El análisis del material gráfico estuvo a cargo de Olson, quien escribió un reporte que incluía fotografías y dibujos de los grabados.81 Como parte de sus resultados, Olson propuso nueve categorías para identificar los íconos del sitio: curvilíneos irregulares, rejilla, líneas paralelas, aserrados, zigzag, círculos, puntos, líneas punteadas, onduladas y glifoides. Identificó también tres estilos básicos para la iconografía del sitio y, en cuanto a la cronología de los grabados, pensó que comprendía desde el 5 000 a. C. hasta tiempos históricos. Por último, consideró que una cuarta parte de los grabados de Boca de Potrerillos se relaciona con el fenómeno de la lluvia, y que existen similitudes con las representaciones artísticas de los huicholes.82 Asimismo, al igual que Smith, Olson encontró similitudes con áreas de California. Respecto a lo anterior, quisiéramos abordar sólo dos puntos: el primero tiene relación con algunas de sus interpretaciones y, concretamente, la que se refiere a las similitudes con las representaciones artísticas de los huicholes, pues podemos considerar que tienen algo de ideas difusionistas, ya que Olson consideró que los antiguos habitantes de Boca de Potrerillos y los huicholes contemporáneos compartían una tradición cultural, por lo que comparó ciertos artefactos llamados bastones de mando y flechas mágicas de los huicholes con ciertos glifos presentes en Boca de Potrerillos.83 Sin embargo, su único argumento fue una supuesta similitud morfológica, pero en realidad los glifos de Boca de Potrerillos han sido identificados como representaciones de atlatl, tal y como ocurre en otras partes de México y Norteamérica. Por otra parte, en lo referente a los glifos de lluvia, podemos decir que, de acuerdo a la iconografía, parece semejante. No compartimos la argumentación que da Olson, de que en Boca de Potrerillos pudo existir lo que llamó un desarrollo agrícola primitivo84 pues, tras investigaciones arqueológicas, y después de realizar análisis de polen y otros estudios, no se encontró ninguna evidencia de cultivos.85
Por otra parte, cabe mencionar que, aunque concluye su estudio diciendo que no hay evidencia de símbolos astronómicos o astrológicos con excepción del sol, deja abierta la interrogante respecto a la posibilidad de que los petrograbados tuvieran claves del conocimiento astronómico,86 posibilidad que sería explorada posteriormente por Breen Murray, quien tiene ya más de un cuarto de siglo dedicado al estudio de los petrograbados de Nuevo León, convirtiéndose en la persona que más tiempo lleva haciendo este tipo de investigaciones. Iniciando con una publicación en 1979, Breen Murray se ha dedicado, desde entonces y hasta la fecha, al estudio e interpretación de la iconografía rupestre de sitios de Nuevo León, por lo tanto, posee una nutrida bibliografía que sigue incrementándose. Cabe mencionar que muchos de los artículos que son el resultado de sus investigaciones están publicados en revistas extranjeras, por lo que algunos son difíciles de conseguir; no obstante, existen publicaciones locales y nacionales, así como recientes compilaciones de su obra.87 Aunque su visión ha ido cambiando con el tiempo, básicamente se ha concentrado en el enfoque arqueoastronómico, influenciado en un primer momento por los trabajos realizados por el conocido investigador Anthony Aveni, quien de acuerdo con el mismo Breen Murray también visitó Boca de Potrerillos en 1980.88 En el inicio se enfocó a identificar y argumentar la relación de diferentes diseños rupestres con fenómenos astrales.89 Breen Murray ha profundizado en aquellos conjuntos o series de puntos y líneas que ha interpretado como cuentas numéricas y, aunque ha sugerido que pudieron ser contabilizadas distintas cosas, se ha enfocado en aquéllas que parecen tratarse de representaciones de eventos astronómicos y la medición del tiempo, por ejemplo, las fases lunares.90 Por otra parte, pero siguiendo en el mismo enfoque arqueastronómico, Murray ha planteado la posibilidad de que algunas rocas con líneas rectas aisladas o líneas que se cruzan, o círculos, posean una disposición que corresponde con orientaciones norte-sur/este-oeste. Murray piensa que la proyec-
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Pionero en Nuevo León, William Breen Murray ha dedicado tres décadas al estudio de los petrograbados y las pinturas rupestres; durante los años 70 hasta la actualidad, ha difundido nuestro patrimonio no sólo a nivel local, sino en congresos y publicaciones a nivel nacional e internacional.
ción de algunas de estas líneas u orientaciones coin- neas había sido ya interpretado como cuenta nucide con cimas o cúspides de cerros o montañas del mérica, pero 200 años antes; aunque, por supuesto, entorno geográfico por donde sale el sol en fechas no se puede comparar la motivación, metodología y específicas, como los solsticios y equinoccios.91 finalidad de ambas interpretaciones. Sin embargo, El recuento de días y meses en las cuentas no deja de ser interesante que ambas coincidan en numéricas que coinciden con cálculos sinódicos que ciertos conjuntos de puntos o líneas grabadas y fechas críticas como solsticios y equinoccios, en la roca estaban contando algo. Después de la intervención de los norteaademás de marcar el cambio estacional, regulaba los ciclos nomádicos de los grupos pretéritos de Nuevo mericanos Olson, Murray y Smith, a finales de la León. De acuerdo con lo anterior, sitios como Boca década de los 70, un arqueólogo profesional mexide Potrerillos, que poseen el tipo cuentas numéricas cano llegó nuevamente a territorio de Nuevo León. mencionadas, pudieron ser locaciones clave, donde Se trata de Luis Aveleyra Arroyo de Anda, quien a partir de 1979, y hasta 1984, contabilizar el tiempo permitía visitó distintos sitios de Nuevo que diferentes grupos se reunieLeón. Aveleyra,94 quien es más ran en fechas específicas, para conocido por las exploraciones desarrollar actividades como ceque realizó en Coahuila, conlebraciones, festividades e intercretamente en las cuevas de la cambio de objetos.92 Candelaria y la de La Paila, llegó José Hermengildo Sána Nuevo León como parte de su chez, a finales del siglo XVIII, Proyecto de Arte Rupestre, en hace mención de una roca con el cual visitó y registró una gran petrograbados que interpretó cantidad de sitios arqueológicos como el registro de una cuenta con pinturas y petroglifos en numérica de 27 unidades que, en Chihuahua, Durango, Coahuicierto modo, corrobora lo obserla y Nuevo León, pues desde vado por Murray.93 Es decir, como ya lo 1976 era el director del Museo habíamos mencionado, no sólo Regional de La Laguna, el cual estamos ante una de las primeras Breen Murray, desde finales de la década de los tenía y tiene base en la ciudad interpretaciones de este tipo de 70 del siglo XX, ha analizado los petrograbados de Torreón, Coahuila. Y, si bien la perspectiva de la arqueoastronomía, de es en 1979 cuando Aveleyra manifestaciones en Nuevo León; desde ahí que haya identificado lo que se consideran irónicamente, el conjunto de lícuentas numéricas, como este petrograbado. aparece en Nuevo León, fue
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José Hermenegildo Sánchez localizó una roca que tenía grabadas 27 rayas, pero creyó que se trataba de que los indígenas habían contado el número de soldados que los perseguían. No obstante su interpretación, seguramente se trata de una cuenta como las que Breen Murray ha identificado como sinódicos, de ahí que los puntos o rayas van de los 27 a 29, lo que coincide en gran medida con los meses sinódicos.
el trabajo de un aficionado a la arqueología, quien aunque con buena disposición y buena fe había recolectado de manera poco científica y rigurosa diversos objetos arqueológicos durante años, en superficie y a través de pozos. Entonces, si analizamos lo anterior, es posible reconocer el contexto en el cual aparece el proyecto de Aveleyra, pues debido a que el inicio de la arqueología del noreste está desfasado con el de otras partes del país, podemos incluir a Aveleyra como uno de los primeros intentos de un arqueólogo mexicano por hacer arqueología en Nuevo León. Analizando la presencia de Aveleyra en la entidad, al igual que en el resto de sitios del mismo proyecto, podemos concluir que su objetivo no era nada pretencioso, ya que sólo tenía como meta registrar los sitios arqueológicos. Su aportación principal son los datos técnicos, pues se trata de cédulas de registro en las cuales se limita a describir las características del sitio, la técnica de manufactura de las manifestaciones gráficas y su estado de conservación, tarea que si bien es fundamental y muy valiosa, es sólo el primer paso de la arqueología, pues una vez realizado esto se debe comenzar propiamente con la explicación del pasado. Y es que, desgraciadamente, Aveleyra nunca publicó los resultados del Proyecto de Arte Rupestre, por lo que difícilmente podemos exigir otro tipo de información a las cédulas que pretenden ser frías y objetivas.96 Por ello, la base de datos del Proyecto de Arte Rupestre de Aveleyra ha sido considerada el punto de
de nuestro país, el problema no era su coexistencia, sino la competencia que, codo a codo, mantenía con los aficionados, pues éstos eran aceptados por la sociedad y avalados por instituciones serias, ya que durante mucho tiempo eran ellos quienes daban una visión del pasado indígena de la región. Por ejemplo, en 1983, mientras Aveleyra registraba Boca de Potrerillos en su proyecto del INAH, simultáneamente una reconocida universidad95 local publicaba
Luis Aveleyra Arroyo de Anda (derecha) es más conocido por sus exploraciones en las cuevas secas de Coahuila, como La Candelaria y La Paila, pero también estuvo en Nuevo León registrando distintos sitios arqueológicos con su proyecto de Arte Rupestre.
sólo para registrar el sitio de Cueva Ahumada (los Fierro), que está localizado al norte de Rinconada, en el municipio de García. En realidad, Aveleyra llegaría a Nuevo León en la década siguiente, durante 1983 y 1984, y registró los sitios presa de La Mula, cerro de Chiquihuitillos, Ojo (hoy Boca) de Potrerillos, abrigo del arroyo de la Caja Pinta, en el municipio de Mina, y Loma Bola Paredón, sitio que se localiza justo en los límites de Nuevo León y Coahuila. Hasta ese momento, Nuevo León sólo había sido visitado esporádicamente por arqueólogos nacionales, y la arqueología, en esta área, coexistía con la labor de aficionados. A diferencia de otras partes
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Además del frecuentado sitio de Boca de Potrerillos y otros lugares, Luis Aveleyra registró, en 1979, la Cueva Ahumada, localizada al poniente de Monterrey, en el municipio de García.
partida para el trabajo de campo de proyectos posteriores, pues fue de utilidad para volver a localizar los sitios y hacer nuevos trabajos de investigación.97 No podemos decir lo mismo para el caso de Nuevo León, pues en una visión retrospectiva es posible afirmar que debido a su fugaz presencia y a la ausencia de publicaciones al respecto, los trabajos arqueológicos de Aveleyra permanecieron casi desconocidos, de ahí que la aportación de este arqueólogo para la investigación local se considera limitada, pues, en realidad, nunca profundizó respecto a los sitios abordados, y menos en lo referente a las sociedades que crearon dichas manifestaciones. Sin embargo, debemos señalar que Aveleyra sí tuvo cierta participación, ya que mantuvo contacto con estudiantes de la carrera de antropología de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Aquí hay que recordar que a finales de los años 70 del siglo XX, la UANL tenía esta oferta educativa, pero apareció y despareció en pocos años, de ahí que hayamos sólo unos cuantos egresados, lo que refleja el poco interés que existía hacia esta temática por parte del alumnado y de las mismas autoridades. Aunque se trataba de la licenciatura en antropología, y no se graduaban como arqueólogos, algunos estudiantes mostraron de distintas maneras cierto interés por el pasado indígena local. Tal es el
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caso de Guadalupe De Witt, quien a inicios de los años 80 realizó un estudio que se convertiría en su tesis de licenciatura. Dicha tesis, la cual abordaba los petrograbdos de Boca de Potrerillos98 localizados en el municipio de Mina, fue el primer intento hecho por mexicanos99 para proponer y poner en práctica una metodología de registro de petrograbados en Nuevo León. De este modo, la antropóloga De Witt y el arquitecto José Garza registraron más de 600 rocas en la ladera oriente del cerro El Antrisco, pero, a diferencia de lo que habían hecho Olson y Kirchner, dividieron la zona en 80 cuadros de 50 m2 donde ubicaron a detalle cada roca con grabados. Para ello se realizó un levantamiento topográfico utilizando un teodolito, con el fin de registrar de manera exhaustiva cada roca grabada, para posteriormente realizar un croquis. Además se hizo un registro fotográfico de todas las rocas con un método sistemático.100 Respecto a la tesis, cabe destacar que fue prologada por el mismo Aveleyra, quien precisamente había visitado los sitios de Nuevo León gracias a la guía de De Witt y de Garza. Así, en poco más de dos cuartillas, Aveleyra enfatizó que el trabajo realizado por De Witt era un esfuerzo interesante, ya que proponía una metodología de registro sistemático de este tipo de evidencia material: En Boca de Potrerillos se ha seleccionado una extensa área clave en la que existen los petroglifos más abundantes y representativos de toda la zona arqueológica, y dentro de la cual, mediante cuadrículas de control, cada roca o fragmento de ella ha sido fijada en posición precisa con respecto a las demás, y los grabados que cada una de ellas ostenta han sido fotografiados y dibujados en todas sus muy diversas caras y orientaciones, lográndose así un registro inmejorablemente completo de la localidad.101 Sin embargo, a pesar del prólogo, el trabajo permaneció olvidado, hasta que en 1998 la tesis fue publicada por la UANL y el Museo Bernabé de las Casas de Mina, Nuevo León.
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Continuando en los inicios de la década de los 80, debemos mencionar que en esa época fue cuando el INAH llegó a Monterrey, al crear una oficina regional. Esto ocurrió en 1983 y, posteriormente, se convirtió en el Centro INAH Nuevo León, en 1985. De ese año hasta 1989, la arqueóloga Olivia Torres Cabello fue asignada como investigadora en esta dependencia, por lo que realizó distintas actividades durante los cuatro años de su estancia en la entidad. Por ejemplo, hizo visitas y reportes de las condiciones de distintos sitios y realizó otras actividades como peritajes en hallazgos circunstanciales.102 Asimismo, junto con la antropóloga Olimpia Farfán, quien también había llegado como investigadora en esa misma época, escribió un resumen sobre la actividad arqueológica que se había realizado en el noreste hasta ese momento.103 Traslapándose en cierto modo con la presencia de Torres Cabello, aparece otra intervención de la arqueología profesional en Nuevo León, ya que como parte de un proyecto de mayor envergadura, entre junio de 1987 y agosto de 1988, se llevó a cabo el proyecto local del Atlas Arqueológico Nacional, proyecto que era encabezado por Cristóbal Valdés Hernández, quien con la colaboración de otros arqueólogos registró 113 sitios distribuidos en 16 municipios, siendo el poniente del estado en donde seregistró la mayor cantidad de lugares con petrograbados y pinturas rupestres, pues se habían enfocado a este tipo de sitios.104 Desgraciadamente, como ya había ocurrido, el proyecto tuvo la desventaja de que no se hicieron croquis o dibujos, por lo que la información es escasa y se trata sólo de cédulas de registro de sitios rupestres que resultan limitadas. Como material gráfico, se incluyen fotos de los sitios. Respecto a los resultados, una vez concluido el proyecto, los arqueólogos dejaron el área y no existen publicaciones al respecto.105 Vuelven a pasar algunos años para que se reinicien las investigaciones arqueológicas; concretamente en 1991, cuando inicia el Proyecto Boca de Potrerillos, el cual finalizó en 1993. Este proyecto fue dirigido por los arqueólogos Solveig Turpin y Herbert Eling de la Universidad de Texas, y Moisés
Valadez Moreno del INAH. A principios del siglo XX, concretamente en 1908, el estado necesitaba un sitio arqueológico, y se intentaba encontrarlo a través de la Junta Arqueófila de Monterrey. A finales de este mismo siglo sucedió algo similar, y el reinicio de la arqueología del noreste se vió impulsado al menos en un principio por intereses ajenos a la arqueología, que respondían a intereses políticos y económicos mucho más pragmáticos. Y es que el proyecto se fue gestando por la insistente solicitud de contar con una zona arqueológica abierta al público para el estado de Nuevo León. De esta manera, y por ser uno de los sitios con petrograbados en abundancia, Boca de Potrerillos se consideró como la localidad con mayor potencial para ello; antes de abrir la zona, y previniendo el posible daño que podría sufrir con la visita de turistas y aficionados106 al estudio, se realizó un proyecto. El presidente de México en ese entonces era Carlos Salinas de Gortari, quien durante su sexenio también había impulsando los llamados megaproyectos arqueológicos realizados en otras partes de nuestro país. A nivel regional, el gobernador del estado de Nuevo León era Sócrates Rizzo García, quien junto con Salinas de Gortari impulsó obras que, como otros proyectos, buscaban utilizar el pasado histórico para mostrarnos un estado y país moderno que miraba al futuro, pero sin olvidar el pasado. Los ejemplos son varios: el Museo de Historia Mexicana y la primera parte del canal de Santa Lucía, un video de los sitios arqueológicos del noreste producido al mismo tiempo que los videos de las grandes ciudades de Mesoamérica elaborados por el INAH, y el proyecto arqueológico Boca de Potrerillos. Aunque hasta cierto punto la arqueología de Nuevo León en ese momento parecía estar condicionada por intereses más allá de los objetivos de la disciplina, lo importante es que se supo aprovechar la coyuntura para hacer dicha investigación. Es decir, al contar con el apoyo institucional y con recursos suficientes, se lograron valiosas contribuciones en el conocimiento de la arqueología nuevoleonesa; entre las aportaciones de estas investigaciones está el
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hecho de que permitieron conocer la antigüedad del sitio, y el tipo de evidencia material característica de los últimos 10 mil años. Además, se trató de una nueva forma de hacer arqueología en la entidad, pues de los vestigios macroscópicos como los petrograbados, se pasó al interés en lo microscópico. En el proyecto Boca de Potrerillos se comenzó a obtener información que había pasado casi inadvertida en investigaciones anteriores. Nos referimos a que se llevaron a cabo análisis de polen y fitolitos, a través de estudios microscópicos, y fue posible obtener polen fósil de las plantas que existían hace cientos o miles de años. Para ello se obtuvieron muestras de metates, es decir, de las rocas planas donde muy posiblemente molían plantas; también se analizaron fogones y las paredes o perfiles del arroyo. Entonces, los resultados arrojaron que antiguamente existían plantas que necesitaban un ambiente más húmedo del que existe en la actualidad, lo que refleja claramente los cambios ambientales ocurridos en los últimos 10 milenios.107 Como dato interesante, hay que mencionar que fueron precisamente la doctora Solveig A. Turpin y el doctor Herbert H. Eling Mcintosh Jr. quienes, a instancias del arqueólogo Moisés Valadez y el INAH Nuevo León, realizaron trámites y negociaciones con el propio doctor Jeremiah Epstein y con el doctor Thomas Hester, quien en ese entonces era el director del Laboratorio de Arqueología de la Universidad de Texas en Austin, para
Aunque existen cientos de sitios arqueológicos con petrograbados y pinturas rupestres en Nuevo León y Coahuila, sólo existe una zona arqueológica abierta al público en todo el noreste, y se trata de Boca de Potrerillos.
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Durante los 90, hubo varios esfuerzos por dar a conocer el pasado prehispánico de Nuevo León, ya que además del Proyecto de Boca de Potrerillos también se realizó un video en formato VHS para la venta al público, en que se mostraban distintos sitios del estado de Nuevo León.
que los artefactos arqueológicos extraídos en la década de los 70 por Epstein y su equipo regresaran a nuestro país. Y, con ellos, también regresaron notas y diarios con datos tomados en campo, así como algunos bocetos y fotografías. Sin embargo, como ya se mencionó, no todos los materiales arqueológicos fueron devueltos. Si bien el interés por la arqueología de Nuevo León tiene un siglo, pues inició en 1908, en realidad no es así, ya que la arqueología profesional no fue una labor constante, sino más bien fueron actividades interrumpidas y esporádicas, de ahí que aquella arqueología practicada antes de la última década del siglo XX la hemos llamado arqueología fugaz y a sus representantes, arqueólogos nómadas.108 Irónicamente, se necesitan arqueólogos sedentarios para que estudien de manera constante y permanente a los grupos nómadas que habitaron Nuevo León. Por esta razón, la aparición de la arqueología profesional en los 90 parecía, en un primer momento, ser una vista más. Sin embargo, después de finalizado el proyecto de Boca de Potrerillos, de 1992 a 1998 se desarrolló el primer proyecto nacional a largo plazo dirigido por Moisés Valadez.109 Desde junio de 1994, la arqueóloga Araceli Rivera Estrada dio inicio al proyecto Registro y Catalogación de Sitios Arqueológicos en el Extremo Sur de Nuevo León. Hasta la fecha, este proyecto ha registrado centenares de sitios con sus respectivos croquis y recolecciones controladas de materiales arqueológicos, que
Monterrey: origen y destino
son de gran interés porque han permitido conocer aspectos sobre los eventos prehispánicos desarrollados en la Sierra Madre Oriental. De acuerdo con Valadez, los estudios de prospección de Rivera en el área sur del estado la llevaron a elegir un área específica para realizar el proyecto Cañada Alardín.110 Se trata de un área compuesta de varios abrigos rocosos y cuevas localizados al margen del río Blanco, en Zaragoza, ubicado en las coordenadas 23º 58´ de latitud norte y 99º 45´ de longitud oeste, a una altura de 1, 377 metros sobre el nivel del mar.111 Rivera señala que en dichos sitios existían asentamientos semipermanentes, donde ha realizado excavaciones logrando importantes hallazgos, tales como: entierros humanos, artefactos líticos, restos de concha y hueso, siendo éstos puntas de proyectil, punzones, cuentas, pendientes, espátulas, agujas, una figurilla fragmentada y algunos restos de cerámica y artefactos elaborados con fibras vegetales, además de fragmentos de obsidiana.112 De 1995 a 2000, Valadez, junto con Rivera, dirigió el proyecto llamado INAH-PROCEDE-113 NUEVO LEÓN,114 el cual era un proyecto de gran envergadura, ya que se realizó en todo el territorio nacional. Este proyecto tenía como finalidad registrar los sitios arqueológicos que se localizaban en terrenos ejidales debido a que, años antes, durante el sexenio del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, se había modificado el artículo 27 de la Constitución, el cual, en términos generales, estaba relacionando con la tenencia de la tierra. Dejando a un lado las cuestiones legales y las especificaciones técnicas, podemos resumir en términos generales que la consecuencia de esta modificación era que los ejidatarios podían vender la tierra que les correspondía, lo que incidiría directamente en los sitios, pues se corría el riesgo de que sitios aún no conocidos quedaran dentro de propiedades privadas con el riesgo de que fueran dañados o deteriorados, por lo que era necesario registrarlos para salvaguardar el patrimonio arqueológico. Visto en retrospectiva, podemos señalar que dicho programa sirvió no sólo para recorrer áreas que no habían sido exploradas y registrar cientos de sitios que no eran conocidos, sino que fue de gran utilidad porque
permitió dar a conocer a un gran sector de la sociedad y habitantes de áreas apartadas de las grandes ciudades, la importancia de conservar los sitios arqueológicos de nuestro país y estado, a través de pláticas de información y sensibilización. En 2000, la arqueología norteamericana volvió de nueva cuenta a Nuevo León, pero esta vez no se trataba de la Universidad de Texas, sino del arqueólogo norteamericano James White, de la Universidad de Kentucky, quien, acompañado de estudiantes de arqueología mexicanos que conocían el área, hizo recorridos en el municipio de Mina, concretaente en la región de San José de la Popa, localizando con ello varios sitios y excavando en algunos de ellos. Dicha investigación115 pretendía encontrar evidencia del hombre al final del pleistoceno que, a su juicio, reflejaría la adaptación a los cambios del medio ambiente. En cuanto a los resultados, aún no se conocen, pues el trabajo de investigación se presentó como tesis doctoral, y sin duda contribuirá al conocimiento de la región. Posteriormente, Valadez llevó a cabo el Proyecto Arqueología en Nuevo León (PANL) y Estudios Sobre la Prehistoria del Noreste, que como secuencia de trabajos de prospección de proyectos anteriores se ha concentrado en la selección y exploración de diferentes contextos arqueológicos y de cuyos resultados se ha rescatado una importante cantidad de restos de la cultura material de los grupos indígenas de Nuevo León. Esto ha
Después de las modificaciones del artículo 27 constitucional, en relación a la tenencia de la tierra y la propiedad ejidal llevadas a cabo en los 90, se hizo necesario que a nivel nacional existieran proyectos arqueológicos destinados a registrar la mayor cantidad de sitios localizados en tierras ejidales, para conocer así su ubicación y asegurar su protección legal en caso de que quedaran dentro de terrenos privados.
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permitido ampliar la información sobre el patrón de ocupación, extensión, características y cronología de los asentamientos humanos en los últimos 6 mil años y las posibles áreas de actividad en relación a la diversidad geomorfológica de la región. El proyecto Valle de Conchos merece atención especial, y algunas otras investigaciones de la arqueóloga Rivera, pues han abordado nuevas áreas en distintos municipios del sur del estado, incluyendo excavaciones en la llamada Loma del Muerto, en General Terán, donde existen interesantes contextos arqueológicos que incluyen abrigos rocosos, petrograbados y pinturas. En cuanto a las investigaciones realizadas por Rivera, y de acuerdo a Valadez, de 1994 a 1999 sólo podían ser consultadas con permiso de la autora, en los informes técnicos.116 Posteriormente, más de una década después de su inicio, muchos de los resultados de los trabajos de Rivera estaban sólo en dichos reportes entregados a la Coordinación y al Consejo Nacional de Arqueología, pues sólo contaba con breves publicaciones en torno a los indígenas de Nuevo León.117 Afortunadamente, después de 2006, la presencia de la arqueóloga Rivera y sus hallazgos en el sur de la entidad han aparecido de manera constante en los medios masivos de comunicación, tanto en noticias televisivas de distintos canales como en notas periodísticas, programas de radio y páginas de internet. Por ejemplo, han aparecido titulares a ocho columnas donde el periódico sugiere la existencia de “La primera ciudad de Nuevo León”.118 Respecto al presunto hallazgo de asentamientos semipermanentes o permanentes al sureste de Monterrey, en el área del municipio de General Terán, sobre los que en los próximos años se tendrá que corroborar el hallazgo utilizando otros indicadores arqueológicos propios de sociedades clasistas, o, en su caso, se podrá refutar en caso de que no exista contemporaneidad entre los petroglifos y las construcciones.119 A pesar de la suposición de la existencia de pequeñas construcciones, esto no debe confundirse con el hecho de que rasgos y elementos culturales de grupos sedentarios tengan más valor que aquella evidencia de los nómadas. Entre otras cosas investigadas, la arqueóloga Rivera excavó el entierro de una mujer al oriente de Monterrey, cerca del municipio de China que,
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aunque aún no se tiene una cronología absoluta, se le asigna una antigüedad de 3 mil años. Recientemente apareció una publicación con los resultados de Rivera, lo que permite que la sociedad en general y no sólo los investigadores que pueden consultar los informes tengan acceso a la información generada de los proyectos de investigación llevados a cabo por la arqueóloga. En fechas recientes, en la parte norte de la entidad, además del registro de nuevos sitios arqueológicos, destaca la excavación del sitio La Morita II, ubicado en Villaldama. Respecto a esta importante localidad, sólo se puede mencionar que aún está en investigación, pero se ha encontrado ya importante y numerosa evidencia arqueológica. En lo particular, creemos que se han logrado avances en la perspectiva que tienen las nuevas generaciones sobre las regiones norteñas en virtud de que desde 1996 muchos grupos de estudiantes de arqueología han realizado sus prácticas de prospección y excavación en proyectos de Nuevo León. Esto ha hecho que en los últimos años hayan aparecido varias tesis y algunas ponencias en distintos foros académicos. Es decir, aunque no se hayan llevado a cabo como proyectos arqueológicos propios, distintos egresados de la carrera han realizado sus investigaciones a partir de los materiales y visitas a los sitios ya localizados, registrados y excavados.
A inicios del siglo XXI, en una loma con rocas y con petrograbados prehispánicos localizada en el municipio de General Terán, fueron observados y registrados muros y otras construcciones hechas con rocas sobrepuestas. Situación que, si bien es una asociación espacial, no necesariamente lo es de forma temporal, pues podría tratarse de asentamientos posteriores, de ahí que aún es necesario que nuevos estudios corroboren o refuten la existencia de una antigua ciudad en Nuevo León.
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Por ejemplo, Jesús G. Ramírez Almaraz, después de egresar de la facultad, empezó a colaborar con Valadez en 1996. Poco tiempo después, mientras trabajaba en proyectos en Coahuila, realizó un trabajo de investigación que analizaba la visión que se tenía del indígena del noreste que presentó como tesis en 1999120 y concluyó con la publicación del libro Del exterminio a la marginación, los indígenas del noreste de México.121 Si bien no se trata propiamente de arqueología, creemos que antes de levantar una punta de proyectil o excavar una cueva, el arqueólogo debe considerar las consecuencias que esto generará para la sociedad contemporánea. Lejos de creer que a la arqueología sólo le interesa el pasado, se ha hecho un análisis desde una posición crítica y reflexiva sobre todo aquello que incide de manera multidireccional entre la labor del arqueólogo y la sociedad contemporánea. Por esto, el autor ha seguido con otras investigaciones de carácter etnohistórico y arqueología documental;122 al mismo tiempo que ha participado en proyectos de salvamento arqueológico y colaborado en otras investigaciones en las que Valadez se hallaba como responsable. Después de participar como alumna desde 1996, Cristina Corona, quien junto a un grupo de estudiantes había participado en distintas fases del Proyecto Arqueología de Nuevo León, realizó su tesis profesional a partir de los materiales obteni-
dos en las excavaciones del sitio Cueva Ahumada, llevadas a cabo por Valadez en 1997 y 1998. La tesis Cueva Ahumada, un sitio arcaico en la Sierra Madre Oriental123 fue presentada varios años después.124 Posteriormente, sin que se tratara de proyectos arqueológicos que requirieran la recolección de materiales ni excavaciones, la misma Corona continuaría con otras investigaciones en el área a partir de enfoques teóricos de moda como lo son la llamada arqueología del paisaje y el estudio de las pinturas rupestres y petrograbados, a partir de la idea del chamán.125 Continuando con las intervenciones más recientes de la arqueología profesional en Nuevo León, hay que señalar que aunque aún hay mucho por hacer, el conocimiento general que se tiene del área y los grupos que la habitaron parece que ya es suficiente para dejar de abordar los grandes temas y enfocarse directamente sobre uno de ellos, lo que es una muestra de la mayoría de edad de la arqueología en la entidad de Nuevo León. Tal es el caso de dos tesis, la primera de ellas de Juan M. Álvarez que aborda a las cactáceas como un importante recurso para los grupos del noreste de México.126 Es importante señalar que dicho estudio aborda también a otros grupos del norte de México, y no es exclusivo de Nuevo León o el noreste. En la segunda, Agustín E. Andrade, después de participar como estudiante en distintos proyectos arqueológicos en la entidad, realizó una tesis que hablaba exclusivamente sobre un artefacto lítico y su probable función, siguiendo con la tipología propuesta por Valadez, sobre los coahuilos. Asimismo, y partiendo de una hipótesis de Jesús G. Ramírez sobre el uso probable de este artefacto, realizó una investigación que giró en torno a este instrumento y su posible utilización como cogollero para la extracción de lechuguilla.127 Otro caso en donde se refleja que la arqueología regional está madurando es a partir de la aparición de nuevas propuestas metoMoisés Valadez (derecha) es el arqueólogo que más tiempo ha estudiado los sitios arqueológicos de Nuevo León, pues desde finales de la década de los 80 del siglo pasado ha registrado cientos de sitios en la entidad. Aquí, Valadez aparece en La Morita, sitio que aún está en proceso de investigación.
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dológicas para analizar los petrograbados de Boca de Potrerillos, haciendo interpretaciones de los mismos. Por ejemplo, está el caso de dos estudiantes que habiendo participado en proyectos arqueológicos en Nuevo León, abordaron de manera distinta un mismo sitio. Por un lado está la tesis de licenciatura de Rodrigo Castañeda, en la cual el autor considera los petrograbados como un sistema de lenguaje gráfico y, más que buscar significados, propone una metodología para buscar su estructura, sugiriendo entonces que se trataba de un lenguaje que podría superar las barreras lingüísticas y que, por lo tanto, podría ser comprendido por grupos distintos. Para ello se apoyó en la llamada arqueología cognitiva y, concretamente, en autores como Colin Renfrew.128 Por su parte, y con una postura diametralmente opuesta a Castañeda, David Rettig aborda directamente las figuras grabadas y hace una interpretación de las mismas, para lo cual, siguiendo una teoría propuesta por Carl Schuster y Edmund Carpenter, explora ciertos petrograbados sugiriendo que muestran ideas acerca de la descendencia y las genealogías, por lo que Retting señala que algunos elementos encontrados en Boca de Potrerillos coinciden con dicha teoría.129 Respecto a estas propuestas,130 podemos señalar que no se pretende estudiar en su conjunto a los grupos que las hicieron, sino que se circunscriben a los petrograbados. Además, muy diferentes en cuanto a enfoques teóricos y objetivos, y no sólo entre ambas, sino con aquellas propuestas que otros investigadores habían hecho del mismo sitio Boca de Potrerillos, como las ya mencionadas de Olson y Murray. Lo anterior es una muestra de que la arqueología de Nuevo León ha iniciado y está en marcha, por lo que comenzará también la polémica y el debate científico, pues ya no es la interpretación de un solo autor, sino que ahora, y seguramente en el futuro, habrá diferentes interpretaciones y explicaciones del pasado arqueológico de la entidad, las cuales pueden ser analizadas, comparadas, desechadas, retomadas y enriquecidas por futuros investigadores. Asimismo, también sobre el sitio de Boca de Potrerillos y mostrando que la veta de investigación sigue dando frutos, recientemente se analizaron los
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materiales arqueológicos recuperados años atrás en este sitio.131 De este modo se empieza a tener una visión más completa del área, pues los objetos encontrados en esta localidad permiten relacionar las actividades de subsistencia con las manifestaciones gráfico-rupestres que habían mantenido la atención y atracción de distintos investigadores. Por último, sólo resta señalar que, si bien es cierto que la arqueología profesional tardó mucho tiempo en llegar a Nuevo León, más que lamentarnos, debemos aprovechar y sacar ventaja de esa tardía aparición. La arqueología norteña y, concretamente la de Nuevo León, ya está al tanto de la experiencia nacional, por lo que no debe repetir los mismos errores que aquélla realizada en Mesoamérica; su tardía aparición permite abrir el abanico de posibilidades y comenzar a desarrollarse diversificando así las líneas temáticas y posturas teóricas.132 En otras palabras, tenemos la ventaja de no usar las técnicas de excavación usadas a inicios del siglo XX en el centro de México. El arqueólogo norteño del siglo XXI sabe que el terreno es una valiosa fuente de información. Y, en cuanto a las posturas teóricas, obviamente debemos desechar las rígidas posturas evolucionistas o difusionistas, criticadas hace ya mucho tiempo. De igual modo, el arqueólogo norteño está consciente del uso que la arqueología ha tenido en nuestro país para fines políticos e ideológicos, por lo que, si bien difícilmente podrá evitarlo, pues no está en sus manos, al menos puede andar con cautela al relacionarse con los gobernantes y autoridades. En fin, si contamos el intento de la Junta Arqueófila en 1908, tenemos que ya ha pasado un siglo desde que la sociedad se empezó a interesar por el pasado de los grupos indígenas que habitaron lo que ahora es Nuevo León, a pesar de que las investigaciones han sido realizadas en diferentes momentos, sin seguir ninguna continuidad temporal. Como lo hemos visto a lo largo del capítulo, el desarrollo de la arqueología en el estado está aún en crecimiento, aunque ya se cuenta con avances importantes con respecto al conocimiento de los grupos indígenas que habitaron lo que ahora es la entidad, a la espera de que en el futuro dicho conocimiento siga incrementándose.
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Capítulo II 1. Valadez Moreno, Moisés. La arqueología de Nuevo León y el Noreste de México. UANL, México, 1999. p. 40. 2. AHM R.C. Vol. 02 Exp. 17, 1628. 3. De León, A. Relación y discursos del descubrimiento, población y pacificación de este Nuevo Reino de León; temperamento y calidad de la tierra. Historia de Nuevo de León, con noticias sobre Coahuila, Tamaulipas y Nuevo México, escrita en el siglo XVII. Ayuntamiento de Monterrey: México. p. 14. 4. Sánchez, José Hermenegildo. Crónicas del Nuevo Santander. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes: México 1990. p. 182-183. 5. Para el caso de Coahuila y en relación a las pinturas rupestres, se conoce una referencia en 1645 perteneciente al padre jesuita Andrés Pérez de Ribas, quien al encontrarse en algún lugar de Coahuila, escribiría: “Las peñas de aquel cerro y cavernas, estaban señaladas con caracteres y modo de letras, formadas con sangre y en partes tan altas, que no podía otro que el demonio haberlos allí formado, y tan fijas y perseverantes, que ni, aguas ni vientos las habían borrado, ni disminuido”. 6. Trigger, Bruce., op. cit. 1992. p. 69. 7. De raíces griegas, la palabra arqueo quiere decir antiguo y filos significa amor, por lo que podemos decir que los integrantes de dicha junta, románticamente se autodenominaron: los que aman lo antiguo. 8. Valadés, Carlos Manuel. La gente del mezquite. CIESAS-INI: México, 1995, p. 14.
9. Rebolloso, Redondo. Arqueología de Nuevo León. Cuadernos del Archivo número 61. AGENL: México, 1991. p. 42. 10. F Fernández, Amado. “Junta Arqueófila de Nuevo León, excursión científica”. Periódico Oficial del Gobierno Libre y Soberano del Estado de Nuevo León, Martes 7 de Abril de 1908. México, 1908, p. 49.
11. Idem. 12. Ramírez, Jesús., op. cit., 2006, p. 79 13. No obstante, dicha exploración y sus hallazgos serían mencionados a partir de ese momento como ejemplo de la presencia indígena en Nuevo León. 14. Aunque el geólogo F. K. G. Mulleried se interesó en ocasiones por la arqueología, publicando ocasionalmente sobre esto, como el caso de cierto lugar de Chiapas. 15. Mulleried, Federico K. G. “Sobre artefactos de piedra en la porción oriental de Coahuila”. Anales del Museo Nacional de Antropología y Etnografía, Tomo I, quinta época: México, 1934. 16. González Arratia, Leticia. “Los petroglifos como sistema de representación visual: algunas reflexiones sobre este tema”. Revista Trace, número 21, México, 1992(b), p. 43. 17. Mulleried, Federico K. G., op. cit. p. 120. 18. Entre muchas otras cosas, Alfonso Caso es conocido por ser el descubridor de la llamada Tumba 7 de Monte Albán, un importante sitio en Oaxaca, que contenía piezas arqueológicas, incluyendo joyas de oro.
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19. Mulleried, Federico K. G., op. cit. p. 267. 20. Entre muchos otros arqueólogos, esto lo explica de manera clara y amena Jaime Litvak King, quien señala que este fenómeno no es exclusivo de México, sino que el uso ideológico de la arqueología se ha dado en otros países. 21. En 1943, la Sociedad Mexicana de Antropología llevó a cabo la Tercera Reunión de Mesas Redondas sobre Problemas Antropológicos de México y Centro América, con el tema “El norte de México y el sur de Estados Unidos”. En ésta participaron destacados investigadores como Wigberto Jiménez Moreno y Paul Kirchhoff, pero, a pesar de abordar a los indígenas de Nuevo León, no utilizaron datos de la evidencia arqueológica, ya que aún no existían investigaciones profesionales. Así, se basaron sólo en evidencia documental. 22. Es después de que se le informa que había existido un incendio cerca de las rocas, por lo que Cadena decide visitar y documentar el sitio.
27. Incluso es un texto salpicado de detalles personales y anécdotas, por ejemplo, la forma de acceso al sitio, que en este caso fue por ferrocarril. 28. Murray, William Breen y Héctor Lazcano. Atlatl hunters of the Sierra Madre Oriental (México). American indian rock art, Volume 27. Edited by Steven M. Freers and Alanah Woody: Tucson, Arizona, 2001. p. 260-267. 29. Epstein, Jeremiah F. “Some implications of recent excavations and surveys in Nuevo León and Coahuila, Mexico”, Texas journal of science, vol. 24, número 1. USA,1972. p. 46. 30. Epstein, Jeremiah F., “The San Isidro and Puntita negra sites, evidence of early man horizon Nuevo León, México”. Homenaje a Pablo Martínez del Río. Anuario de los orígenes americanos en México. Instituto Nacional de Antropología e Historia: México. 1961. p. 72. 31. Ibid, p. 71-74.
23. Cadena, Protasio. El frontón de Piedras Pintas. Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística: Monterrey, Nuevo León, México, 1944. p. 7-8.
32. El nombre de tipo folsom se le designó a una punta acanalada encontrada cerca del poblado Folsom, Nuevo México, en 1926, y estaba asociada a restos óseos de una especie de bisonte extinto.
24. Del Toro, Jaime. “La Cueva del Cordel”. Roel, homenaje a Santiago Roel. Boletín de la Sociedad Nuevoleonesa de Historia Geografía y Estadística, año I, número 2: Monterrey, México, 1964. p. 9-11.
33. Epstein, Jeremiah F., op. cit., 1961. 34. Hester., op. cit., 1985, p. 67 35. Ibid, p. 49
25. Idem. 26. Espejo, Maria Antonieta. “Una visita de inspección al abrigo de roca llamado Cueva Ahumada, en la Villa de García, Nuevo León”. Humanitas, anuario del centro de estudios humanísticos, número 9, UANL: México, 1968. p. 457-463.
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36. El nombre dado a la cueva no es necesario aclararlo, surgió por un señalamiento de tránsito localizado en la carretera, dado que en el Cañón de Santa Rosa son comunes los deslaves y derrumbes de grandes rocas de los costados de la sierra.
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37. McClurkan, Burney, 1966, The archaeology of cueva de la Zona de derrumbes a Rockshelter in Nuevo León, México, Tesis de maestría, Universidad de Texas en Austin (mecanuscrito) p. 2. 38. Ibid, p. 3. 39. Ibid, p. 18-19. 40. Rivera Estrada, Araceli, Panorama general de la arqueología en el sur de Nuevo León: Cueva de la Zona de Derrumbes, Serie Orgullosamente Bárbaros No.4, Archivo General del Estado de Nuevo León, México, 1995. 41. Epstein., op. cit., 1992. 42. Ibid, p. 75 43. Nance C, Roger. The archaeology of La Calsada, a rockshelter in the Sierra Madre Oriental, México. University of Texas Press: Austin, 1992 p. 1-15. 44. Idem. 45. Heartfield, Lorraine. “Comparisons of artifact assemblages from southwestern Coahuila, México”. Papers on the prehistory of northeastern México and Adjacent Texas, Center for Archaelogical Research the University of Texas at San Antonio, Special Report. No. 9, 1980, 1976, p. 71-80. 46. Sin embargo, tan sólo en el noreste se le designa de muchas formas: algunos aficionados las llaman chimeneas, los norteamericanos herarths, burned rocks, sotol pits, y los arqueólogos mexicanos fogatas, mezcaleros y hogares, por citar sólo algunos nombres.
49. Murray., op. cit. 1983. p. 65. 50. En cuanto a los materiales, éstos fueron analizados casi 30 años después y, en lo que respecta a la antigüedad, la fecha obtenida por Jensen no significa que sea el único momento en que fue habitada dicha localidad, pues hoy sabemos que fue ocupada de manera estacional durante varios milenios, esto gracias al análisis de los materiales obtenidos en posteriores excavaciones. 51. Cabe mencionar que en 1977 se presentó en París, Francia, una tesis de Clarie Cera, en la cual, entre muchos otros sitios de México, aparece Cueva Ahumada. Desde luego no se trata de los resultados de una investigación arqueológica, sino de una recopilación de información. No obstante, al menos es un texto que ponía a Nuevo León en el mapa de la arqueología nacional. 52. Rebolloso, Roberto., op. cit. 1974. p.46. 53. Para 1963, Epstein tenía registrados 90 sitios en Nuevo León y 31 en Coahuila; pero sólo publicó, a manera de apéndice, el texto sobre el sitio San Isidro y la distribución y contenido de los 43 primeros. Por ello, en el ámbito local, Roberto Rebolloso, en un artículo de 1985, cuando aún no se había publicado el libro de Roger Nance (1992), en cierto modo se lamentaba al señalar que, desgraciadamente, los trabajos de Epstein y Nance se reducían a formar parte del acervo de los propios investigadores. 54. Lorenzo., op. cit. p. 55. 55. Hester, Thomas R. Digging into south Texas prehistory: a guide for amateur archaeologists. Corona Publishing Company: San Antonio, 1980, p. 152.
47. Varner., op. cit., 1967. p. 85 56. Aveleyra Arroyo de Anda, Luis. Cédulas de 48. Idem.
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registro del INAH del Proyecto Arte Rupestre. Archivo del Museo Regional de la Laguna, Torreón, Coahuila, Centro INAH Coahuila, p. 89. 57. Fue una enciclopedia editada por Salvat, la cual iniciaba en la época prehispánica y concluía en el México contemporáneo. 58. La Calsada es un sitio estratificado, y las ocupaciones más antiguas, aunque poco significativas en cuanto a sus materiales, fueron datadas dentro de esta etapa. 59. Mirambell, Lorena. “La etapa litica”. Historia de Mexico. 1979. Tomo I. Salvat. p. 55. 60. Lorenzo., op. cit. p. 39. 61. En ocasiones, ante la duda de que sea una formación producto de la naturaleza, el arqueólogo prefiere recolectar el artefacto y registrarlo, como se puede observar en el caso de algunos artefactos encontrados en La Calsada, en la Sierra Madre Oriental, al sureste de Monterrey, aunque en este caso no se trataba de una punta acanalada. 62. Bordes, François. The old stone age. World McGraw-Hill Book Company New York, University Library: Toronto, 1972. p. 24. 63. Valadez, Moreno, Moisés. op. cit. 1999. p. 31. 64. Al respecto, podemos observar lo que señala A. Rivera, quien se lamenta de no contar con los materiales extraídos en los 70: “Cabe indicar que de contar directamente con los restos óseos de los entierros recuperados en la Cueva de la Zona (de Derrumbes) en este momento, hubiera sido posible realizar otro tipo de observaciones físicas, principalmente en relación al caso de mutilación dentaria”. 65. La compilación de las conferencias no fue pu-
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blicada en México, sino que cinco años más tarde apareció con el nombre “Papers on the prehistory of Northeastern Mexico and adjacent Texas”. Special Report No. 9, pues fue publicada por el Centro de Investigación Arqueológica de la Universidad de Texas en San Antonio. 66. El Norte, Monterrey, N.L. 1975, abril 23. 67. Aunque no apareció en la publicación, sabemos que participó con dicha ponencia. 68. Shiner, Joel. Notas de campo (manuscrito). Archivo Técnico, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Centro INAH Nuevo León, 1975. 69. Shiner, Joel L. An archaeological survey of Northeastern Mexico. Lousiana Archaeology Bulletin. Número 3. USA: 1976. 70. Recientemente, la arqueóloga Araceli Rivera Estrada, del Instituto Nacional de Antropología e Historia de Nuevo León, ha iniciado con investigaciones en las áreas cercanas a las recorridas por Joel Shiner. 71. Valadez Moreno, Moisés., op. cit. 2003, p. 48. 72. Smith, Herman. A preliminary analysis of selected picto graphs from northwestern N.L. and north eastern Coahuila, Mexico. Tesis de Maestría, Universidad de Texas en Austin: USA., 1978. 73. Valadez Moreno, Moisés., op. cit. 2003. p 89. 74. Murray, William B., op. cit. 1998. p. 38. 75. Idem. 76. Idem. 77. Murray, William B., op. cit. 1998. p. 47.
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78. W. B. Murray, entrevista publicada en la sección “Vida”, del periódico El Norte, domingo 12 de marzo de 2006, Monterrey, Nuevo León.
vo León, numeración prehistórica”. Cuadernos del Archivo No. 13. Archivo General del Estado de Nuevo León: México, 1987. 90. Idem.
79. Olson, Jon L. “Un sitio de petroglifos en el noreste de México”. Boca de Potrerillos: evidencia arqueológica y paleambiental del desarrollo indígena en Nuevo León. UANL-Museo Bernabé de las Casas: México, 1998. p. 55. 80. Idem. 81. Olson, Jon L. Boca de Potrerillos: a petroglyph site in northeast Mexico. California State University at Angeles: USA, 1981, p. 58-59. 82. Olson, Jon L., op. cit. p. 92.
91. Murray, William B., op. cit. 1998. p. 47-54. 92. Dato que Murray ha identificado en rocas de distintos sitios del estado. Concretamente con aquellas cuentas precisamente de 27, que, a juicio de Murray, son represtaciones gráficas del número de días en que está visible la luna en el cielo. Además, como lo hemos sugerido, 27 y 28 son números que coinciden con el periodo de menstruación de la mujer, situación cargada de simbolismos y tabúes entre los indígenas locales por lo que podría ser un petrograbado con varios significados o funciones, como recordar el tabú.
83. Idem.
85. Olson, Jon L., op. cit. p. 33.
93. De acuerdo a Leticia González, Luis Aveleyra fue uno de los primeros arqueólogos mexicanos que trató de abordar otra temática, pues hasta ese momento dominaba el estudio de las sociedades agrícolas y sedentarias. Por ello, Aveleyra se había planteado responder cuestionamientos acerca de las sociedades que habían existido en México antes del llamado periodo preclásico.
86. Murray, William B., op. cit. 1998. p. 61.
94. Universidad Autónoma de Nuevo León.
87. Idem.
95. Ramírez Almaraz., op. cit. 2004, p. 102.
88. Murray, William Breen. “Conteo y observación del cielo en Boca de Potrerillo: huellas de una antigua tradición”. Boca de Potrerillos: evidencia arqueológica y paleoambiental del desarrollo indígena en Nuevo León, UANL Museo Bernabé de las Casas: México, 1998. p. 47-54.
96. González Arratia, Leticia. La arqueología de Coahuila y sus fuentes bibliográficas. Instituto Nacional de Antropología e Historia: México, 1999(b), p. 77.
84. Valadez Moreno, Moisés et al. The mobiliary art of Boca de Potrerillos, Mina, Nuevo León, Mexico. Plains anthropologist, journal of the plains anthropological society, vol. 41, número 156. USA. 1996, p.105-116.
97. En la actualidad la única zona arqueológica abierta al público en Nuevo León y Coahuila.
89. Murray, William Breen. “Arte rupestre en Nue-
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98. Recordemos que el mencionado investigador Jon Olson había realizada unos años antes un registro en la misma localidad, siguiendo para ello una metodología específica. 99. De Witt Sepúlveda, María Guadalupe. “Arte rupestre en la sierra El Antrisco, Mina, Nuevo León”. En: Boca de Potrerillos: evidencia arqueológica y paleo ambiental del desarrollo indígena en Nuevo León. UANL-Museo Bernabé de las Casas: México, 1998. p.35-46. 100. Aveleyra, Luis. “Prólogo”. Petroglifos en la sierra del Antrisco, Mina N.L., México, Tesis de licenciatura, UANL, México, 1984. p. 3 - 6. 101. Valdés, Carlos Manuel., op. cit. 2001. p. 58. 102. Torres Cabello, Olivia y Olimpia Farfán Morales. “Antropología en Nuevo León”. La Antropología en el Norte de México, número 12. INAH: México, 1988. p. 440-458. 103. Idem. 104. Entrevista realizada al arqueólogo Moisés Valadez. Julio, 2006.
110. Rivera Estrada, Araceli. “Prácticas rituales en el sur de Nuevo León”. ACTAS. Revista de Historia de la Universidad Autónoma de Nuevo León, volumen II, número 3: México: enero-junio 2003, p. 56. 111. Idem. 112. El nombre significaba Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares Urbanos. En este proyecto participaban varias instancias, como el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática, la Procuraduría Agraria y el Registro Agrario Nacional. 113. El proyecto en Nuevo León contó con el apoyo de Evaristo Reyes, joven regiomontano egresado en 1996 de la carrera de arqueología de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, quien es un entusiasta promotor de la arqueología local. 114. El proyecto llevaba por nombre “Early human occupation of Northeastern: a regional study in the modern desert environment”. 115. Valadez Moreno., op. cit. 1999. p .32 116. Ramírez Almaráz., op. cit. 2004. p. 56.
105. Turpin, Solveig et al. “Boca de Potrerillos: evidencia arqueológica y paleoambiental del desarrollo indígena en Nuevo León”. Boca de Potrerillos, UANL-Museo Bernabé de las Casas: México, 1998, p. 15. 106. Idem. 107. Ramírez Almaraz., op. cit. 2002, p. 155. 108. Valadez Moreno., op. cit. 1999. p. 32. 109. Idem.
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117. Periódico El Norte, Sección Vida, 16 de julio de 2006. 118. La investigadora Rivera menciona la existencia de un muro de 300 metros que, de acuerdo a las imágenes mostradas en la televisión local, se asemeja a los potrerillos o corrales de piedra abundantes en la entidad y otras partes del país, pero que fueron creados durante la Colonia o en la época contemporánea. De ahí que, desde nuestra perspectiva, es necesario descartar que sobre un sitio prehispánico haya habido ocupaciones posteriores, lo que en
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términos de M. Shiffer serían transformaciones del contexto arqueológico, concretamente asociaciones secundarias. 119. La tesis fue dirigida por Leticia González Arratia y lleva por título Los indígenas del noreste de México vistos en 400 años, y fue presentada en la Facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana en diciembre de 1999. 120. Ramírez Almaráz., op. cit. 2004. p. 86. 121. Ramírez Almaraz, Jesús. ”La infancia entre los cazadores-recolectores El papel del niño en las sociedades nómadas del noreste de México”. Revista Internacional de Derecho y Ciencias Sociales, número 6, verano. Universidad de Monterrey: Monterrey, 2005. p. 139-163. 122. La tesis presentada en enero de 2001 es homónima a una ponencia presentada en coautoría por Moisés Valadez Moreno y Gloria Cristina Corona Jamica en la ciudad de Reynosa, Tamaulipas, en 2000, en la cual se adelantaban los resultados preliminares. 123. Corona Jamica, G. Cristina. Cueva Ahumada: un sitio arcaico en la Sierra Madre Oriental. Tesis licenciatura en arqueología Escuela Nacional de Antropología e Historia: México, 2001.
ciatura en arqueología Escuela Nacional de Antropología e Historia, México, 2004. 127. Castañeda Valle, Rodrigo. Boca de Potrerillos: un espacio para la expresión y la comunicación en la prehistoria. Los petrograbados como parte de un sistema semasiográfico. Tesis licenciatura en arqueología Escuela Nacional de Antropología e Historia: México, 2005. 128. Retting Hinojosa, David. El espacio entre imágenes: la conjunción de dos prácticas expresadas en Boca de P otrerillos, Nuevo León. Un estudio de la gráfica rupestre. Tesis licenciatura en arqueología Escuela Nacional de Antropología e Historia, México, 2005. 129. Para una mejor comprensión de estas y otras obras respecto a los petrograbados y pinturas de Nuevo León, remítase el lector a los artículos de ambos autores publicados en el Fondo Editorial Nuevo León. 130. Carpinteyro, Denise, 2006, “Boca de Potrerillos: Evidencia material de ocho mil años de cultura”. Tesis. Escuela Nacional de Antropología e Historia: México, marzo, 2006. 131. Ramírez Almaraz., op. cit., 2005, p. 139. 132. Idem.
124. Idem. 125. Álvarez Pineda, Juan Manuel. Un ilimitado recurso del desierto: las cactáceas. Uso, relación e importancia entre los indígenas del noreste de México. Tesis licenciatura en arqueología Escuela Nacional de Antropología e Historia, México, 2002. 126. Andrade Cuautle, Agustín. Los coahuilos del noreste mexicano: artefactos líticos de los grupos cazadores-recolectores de Nuevo León. Tesis licen-
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CAPÍTULO III CHICHIMECAS, ESE AMBIGUO CONCEPTO GENÉRICO Mesoamérica, esto es, el núcleo de lo que sería más tarde Nueva España, era un territorio que comprendía el centro y el sur del México actual y una parte de Centroamérica. Al norte, en los desiertos y planicies incultas, vagaban los nómadas, los chichimecas, como de manera genérica y sin distinción de nación llamaban a los bárbaros los habitantes de la meseta central Octavio Paz. El laberinto de la soledad Sin duda, una de las preguntas que se hace con más insistencia a un arqueólogo cuando alguien observa un sitio arqueológico es ¿quiénes eran?, o mejor dicho ¿cómo se llamaban los que hicieron esto?, cuestiones que los arqueólogos en todo el mundo no siempre pueden responder. Es decir, es más fácil describir lo que hacían, cuándo lo hicieron e incluso para qué o por qué; pero las cosas se complican con el quiénes. En efecto, para la arqueología, entre más antigua es la cultura, más difícil es conocer el verdadero nombre del grupo. Incluso resulta por demás complicado definir con precisión una filiación étnica o lingüística a la evidencia material, de ahí que muchos nombres de ciudades, lugares, artefactos o culturas que se encuentran en las zonas arqueológicas son clasificadas en la bibliografía o en las cédulas de museos refiriendo a una construcción intelectual que se ha ido estandarizando en la jerga arqueológica. De este modo, por ejemplo, tenemos que las cabezas colosales localizadas en Veracruz y Tabasco fueron manufacturadas por los olmecas, nombre tomado por los investigadores para identificar a los creadores de dichas esculturas, aunque se desconozca con precisión la filiación étnica y familia lingüística a la que pertenecían. Lo mismo ocurre con Teotihuacan, nombre dado por los mexicas si-
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glos después de que fuera abandonada, y utilizada por los arqueólogos para identificar la gran urbe localizada al norte del actual Distrito Federal, aunque en realidad aún hoy persiste la polémica acerca del origen étnico de sus creadores. Mencionamos lo anterior para subrayar la enorme dificultad que existe para delimitar y precisar el origen étnico y distribución geográfica de los habitantes indígenas prehispánicos de nuestro país y, en este caso, aquéllos que habitaron lo que ahora es Monterrey y Nuevo León en tiempos prehispánicos y aun después de la conquista. Y es que, si bien es posible reconocer, por las características de los objetos materiales de la cultura, similitudes y diferencias interregionales, resulta imposible llamarlos por el nombre que se daban a sí mismos los creadores de dichos sitios. Por supuesto, existen muchos nombres y designaciones, pero todos estos apelativos deben tomarse con cautela, ya sean los nombres que se aplican a todos los grupos de un gran espacio, como aquellas designaciones específicas. Es por esto que es necesario analizar de lo general a lo particular algunos conceptos y nombres dados a estos grupos a través del tiempo, ya sea por sí mismos, por sus contemporáneos indígenas, por los españoles de la Colonia, los mexicanos mestizos o en la literatura científica, ya sea en la historiografía, antropología (lingüística) y en la arqueología. En este caso, un nombre o designación que de manera recurrente se escucha en el noreste de México, para referirse a los indígenas que ahí habitaron, es el de chichimecas. Aunque en realidad ya se ha abordado en muchas ocasiones y por diversos investigadores este polémico concepto, creemos que, para el caso de Monterrey y Nuevo León aún hace falta hacer algunos señalamientos a este respecto. Y es que la mayoría de los investigadores coinciden en que la
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llamada Gran Chichimeca no es una consistente y homogénea área cultural1 al norte de Mesoamérica. Este concepto fue acuñado por el investigador Paul Kirchoff, quien, desde una perspectiva culturalista, utilizó rasgos y elementos culturales presentes en el siglo XVI para delimitar y diferenciar áreas y superáreas culturales, quedando entonces dos grandes divisiones: los nómadas cazadores-recolectores del norte de México, llamada Aridoamérica, y los sedentarios agricultores del centro y sur: Mesoamérica.
Aunque la clasificación hecha por Paul Kirchhoff respecto a las áreas y subáreas culturales ha causado polémica y ha sido revisada a través del tiempo, lo cierto es que ha sido usada por la mayoría de los investigadores.
En este punto es necesario precisar que los grupos sedentarios y agricultores habían llegado un poco más al norte del Trópico de Cáncer entre los siglos I y X después de Cristo; ya en el siglo XVI la frontera septentrional de Mesoamérica había descendido hacia el sur, justo al norte de los imperios mexica y tarasco.2 En efecto, tal y como aparece en las crónicas de los españoles, el concepto de chichimecas es una clasificación y fue aplicado a los grupos nómadas que vivían al norte del río Lerma.3 Entonces podemos preguntar, ¿qué tan válido es esto? Para contestar lo anterior es necesario revisar detenidamente distintos antecedentes que existen sobre el tema. A
La llamada Mesoamérica marginal es el área que ocupan los límites entre las sociedades sedentarias que practicaban la agricultura del centro de México y los grupos nómadas de cazadores-recolectores del Norte.
continuación abordaremos diferentes planteamientos y propuestas sobre el concepto. A través el tiempo se le han otorgado distintos significados. El concepto de la palabra chichimeca está compuesto de dos vocablos nahuas que son chichi y mécatl, su traducción directa es perro y mecate, respectivamente. Por ello, habría que rastrear el significado real y la connotación que tiene en el sentido original dicha referencia, pues va mucho más allá del mero hecho de traducir etimológicamente la palabra. Una de las acepciones que se le ha dado es el de hijos de perra o linaje de perros. Concepciones
En el momento en que Paul Kirchhoff hizo su propuesta de clasificación cultural, no existían muchos datos acerca de los grupos indígenas de Nuevo León y el noreste, de ahí que los habitantes de dicha región aparezcan simplemente como rayados. Concepto que seguiría utilizándose por décadas y hasta nuestros días.
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que difieren entre sí y van mucho más allá de un cambio eufemístico. Por un lado, la propuesta de Wigberto Jiménez Moreno es la de considerar a este grupo como “linaje de perros”, el cual, desde su perspectiva, no sería ofensivo sino que, de acuerdo a su postura, el término podría haber surgido desde el mismo grupo en cuestión. En otras palabras, no sería un concepto impuesto por otros, sino un concepto adoptado y aceptado por ellos mismos. De acuerdo a este autor, esto podría explicarse con narraciones míticas que justificaran dicho nombre, y, para ejemplificarlo, menciona un mito de origen huichol, que narra la relación entre un hombre y una mujer que se transfiguraba en perra, por lo que, de dicho matrimonio nacería una descendencia que estaría otorgando el significado.4 Entonces, desde esta óptica, el valor asignado al perro y a la narración mítica no correspondería a nuestra perspectiva occidental contemporánea, sino que estarían funcionando otros parámetros culturales donde la perra es un símbolo que indicaría una filiación concreta. Es decir, de acuerdo a Jiménez Moreno, siempre y cuando se tratara de una autodenominación, no resultaría ofensivo llamar o considerar a un individuo o grupo de individuos como hijos de perra. Sin embargo, aun aceptada la postura de Jiménez Moreno, la evidencia documental y las propias interpretaciones de distintos investigadores se inclinan hacia otra explicación.
Aunque el concepto de chichimecas está documentado en el siglo XVI, seguramente existía antes de la llegada de los españoles, es decir, en tiempos prehispánicos: Con el tiempo el significado de este nombre se amplió hasta incluir no sólo a los chichimecas originales, sino a todos los recién llegados o los emigrantes que llevaban vida nómada. Por lo tanto, en un sentido general, vino a simbolizar la oposición entre el chichimeca bárbaro y el tolteca culto Según lo anterior, tenemos como resultado que no indica un grupo específico, sino más bien un conjunto de grupos que sólo tienen en común, hasta cierto punto, su modo de vida, y su ubicación geográfica al norte de la ciudad. En general, no necesariamente los mexicas y demás grupos del centro del país debieron conocer los territorios norteños, sino que aplicaron el concepto primero a los grupos inmediatos, y luego, tras la llegada de los españoles, éste se extendió hacia donde había grupos con un modo de vida similar, pero manteniendo dicha denominación y su carácter despectivo.5 Esto, entre otros ejemplos, queda de manifiesto en el texto atribuido a Gonzalo de las Casas,6 quien en el siglo XVII señala que: Este nombre chichimecas es genérico, puesto por los mexicanos en ignominia a todos los indios que andan vagos, sin tener casa ni sementera.7 En caso de tomar como verdadera esta cita, encontramos que no sólo se trata de un concepto genérico, sino que resultaba degradante y ofensivo. Entonces el concepto chichimecas es una designación que ha sido impuesta por los otros, es decir, los mesoamericanos que desde su etnocentrismo Para los grupos sedentarios de Mesoamérica que vivieron en el tiempo del contacto con los españoles, los grupos chichimecas eran concebidos de manera negativa.
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juzgaban a los demás de acuerdo a sus propios parámetros y valores culturales. De este modo, aquéllos que se creyeron superiores atribuyeron el concepto de hijos de perra, que resultó por demás ofensivo e inaceptable. Además, este concepto llevaba implícita una actitud de insumisión e infidelidad.8 En ocasiones, muchos investigadores han optado por aceptar la connotación negativa, que se trata de un concepto que surgió con una fuerte
El autor del libro titulado La Guerra chichimeca 1550-1600, Philip W. Powell, es uno de los autores que continuó con el uso del concepto de Gran Chichimeca para referirse a un extenso territorio que comprende el norte de México.
Para aumentar aún más la confusión que existe entre el concepto de chichimecas y a quién hace referencia, hay que añadirle otra variable, y es que en el centro de México grupos sedentarios también son llamados chichimecas y son aquéllos que estaban encabezados, en un momento, por Ixtlixochitl.
carga ofensiva. Por ejemplo, algunos investigadores como Philip W. Powell consideran que chichimecas sería el equivalente a perro sucio e incivil.9 Curiosamente, no escatiman en utilizar dicho concepto al referirse a muchos grupos norteños.
¿Vivían los chichimecas en Monterrey, Nuevo León? Si aceptamos únicamente el criterio documental, lo que dicen las fuentes coloniales es que los chichimecas vivieron en el noreste de México. Los españoles nombraban chichimecas a los grupos que habitaron esta región, por lo tanto, encontramos en diversos documentos históricos, provenientes de lo que ahora es Monterrey, la alusión a indios chichimecos para referirse a los indígenas de la localidad.10 Aunque no
es general el uso del concepto, encontramos en distintos documentos a través del tiempo que, durante la Colonia, se usará esta designación. Por ejemplo, ya en el siglo XVIII en las ordenanzas del gobernador Barbadillo se hace la distinción entre tlaxcaltecas y chichimecas,11 nombrando así a los indígenas aliados que venían con los españoles respecto a los indígenas nativos. Es en parte por esta razón que el concepto de chichimeca sigue siendo utilizado para aplicarlo a gran parte del norte12 pues, ya sea entre la sociedad general, o en palabras de muchos investigadores, se les suele llamar chichimecas a los grupos indígenas que habitaron en un gran espacio que incluye no sólo lo que ahora es Monterrey y Nuevo León, sino gran parte del territorio mexicano. Por lo anterior, encontramos que tanto en museos como en libros de texto y de especialistas, aparece esta designación. Muchos investigadores consideran como chichimecas a los antiguos pobladores de Nuevo León y Coahuila.13 De igual modo, historiadores de Monterrey o Nuevo León y el noreste han aceptado esta clasificación, a pesar de las inconsistencias que existen
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alrededor del concepto y que reflejan una imagen deformada de los grupos indígenas que habitaron la región. Lo anterior, como afirma Valadez, ha provocado muchas confusiones al interesado en los grupos que habitaron lo que ahora es Nuevo León.14 Por ejemplo, Andrés Montemayor, en su libro Historia de Monterrey, repite el significado textual de la palabra hijos de perra, pero sin dar ninguna explicación.15 De igual modo, Eugenio del Hoyo menciona que chicimecatl era linaje de perro,16 incluso, la connotación es distinta en el directo hijos de perra utilizado por Montemayor, que el de linaje de perro, significado usado por Del Hoyo, quien secundó la propuesta de Jiménez Moreno.17
Ya sean investigadores serios y profesionales como Rául García Flores o aficionados como Jesús Dávila, tenemos que el concepto de chichimeca ha formado parte del discurso historiográfico de los indígenas del noreste de México.
Por otro lado, David B. Adams se inclina por otro significado distinto: los que devoran carne cruda,18 del cual no otorga fuentes y que es una aplicación prejuiciosa y con cierto contenido peyorativo. Sin embargo, no es práctico para entender la complejidad de los grupos locales seguir llamándolos chichimecas pues, más que una categoría que sirve para identificar y otorgar una filiación
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cultural, utilizar el concepto para referirse a los grupos de Nuevo León no sólo causa confusión sobre la organización social de estos grupos, sino que reitera viejos prejuicios creados desde la época prehispánica, y que persistieron durante la Colonia. En otras palabras, si tomamos como válido el concepto generalizador de chichimecas para designar a muchos grupos diferentes que habitaron hacia el norte de Mesoamérica, entonces es cierto que en Monterrey hubo grupos chichimecas. Sin embargo, es limitado y poco claro ya que podemos decir lo mismo de los antiguos habitantes de lo que ahora es Coahuila, Guanajuato, Michoacán, San Luis Potosí, Tamaulipas, Zacatecas y Baja California. Por lo tanto, afirmar que en el territorio del actual Monterrey habitaron grupos chichimecas es equivalente a señalar que en Los Ángeles, California, viven millones de hispanos o latinos, lo que es una identificación por demás insuficiente, pues nunca sabremos si se trata de mexicanos, guatemaltecos, argentinos, ecuatorianos u otras nacionalidades que comprenden tan amplia designación. Incluso, el llamar chichimecas a un amplio conjunto de grupos diferentes que habitaron lo que ahora es Nuevo León sería algo semejante, por ejemplo, aceptar el concepto peyorativo de sudacas que utilizan en España para referirse a los mexicanos, ecuatorianos, argentinos, peruanos, bolivianos y otros inmigrantes latinoamericanos.19 Es decir, además de una designación arbitraria y generalizadora es, también, impuesta de manera unilateral por los grupos dominantes que se asumían como superiores. El utilizar este concepto
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tiene, de manera implícita, no sólo una carga colonialista, sino un dejo de discriminación y subjetividad.
Borrados, rayados, alazapas, pelones y otros nombres Entonces, ¿quiénes vivían en lo que ahora es Monterrey y Nuevo León antes de la llegada de los españoles? Sin duda es complicado utilizar una designación única y concluyente. Asimismo, existen cientos de nombres conocidos en Nuevo León. A través de referencias documentales se conocen más de 300 nombres de grupos indígenas de costumbres nómadas que ocuparon principalmente la parte central y nororiental del estado,20 pero, aunque valiosísimos, no deben usarse con displicencia ni a la ligera. Los cronistas del área llamaron naciones a este tipo de grupos nómadas, provocando que tanto estudiosos como historiadores locales hayan confundido el término y que, aún en la actualidad, manejen en sus textos a cada supuesta nación21 como una sociedad distinta e independiente de las otras. Sólo en fechas recientes se han señalado estas imprecisiones en las que han seguido muchos investigadores al continuar con la visión de los españoles de la Colonia, de ahí que Cecilia Sheridan llama a dichas categorías identidades cuestionadas22 y es que si bien es cierto que desde antes se habían cuestionado las categorías étnicas utilizadas para referirse a los indígenas en los documentos coloniales y en la historiografía regional, no es sino hasta fechas recientes cuando esto se hace con más insistencia y desde una perspectiva más seria. En otras palabras, no es sostenible seguir al pie de la letra la clasificación que hicieron los españoles de los grupos indígenas durante la Colonia, pues obviamente las naciones no son lo que ahora podríamos considerar como tal, y los nombres son por demás ambiguos.23 No obstante, la problemática no es exclusiva de los grupos del noreste de México, ni siquiera de los indígenas, pues dificultades similares se han encontrado quienes pretenden, por ejemplo, identificar el origen étnico o geográfico de los esclavos negros en México.24 Y es que, omitiendo el origen afri-
cano y sustituyéndolo por los nombres de los grupos indígenas, podemos establecer una similitud en las dificultades del investigador para aplicarlo al noreste de México: a) grupos que desaparecieron a través de los años; b) variaciones en el nombre; c) nombres que se daban a sí mismos diferentes de los que recibían por parte de otros grupos o los españoles; d) corrupción ortográfica de nombres; e) dualidad de nombres que correspondían a grupos diferentes; f) nombres aparentemente semejantes que correspondían a procedencias diferentes. Entender el problema de nombres implica analizar cómo, cuándo y dónde eran usados los distintos nombres. Por ejemplo, para cuestiones legales como lo las ordenanzas del gobernador Barbadillo, se hace la distinción únicamente entre tlaxcaltecas y chichimecas.25 Para el contexto general de la conquista y la referencia a un amplio espacio geográfico como podía ser el Nuevo Reino de León, resulta suficiente crear y utilizar sólo algunas grandes categorías para distinguir a los españoles de los tlaxaltecas amigos sedentarios, a éstos de los chichimecas a conquistar. En otro contexto, chichimecas surge como apelativo más concreto. En los documentos que incluyen diversos grupos, decir indio chichimeco de la nación alazapa;26 en este contexto, por ejemplo, alazapa sería entonces una designación taxativa.27 Podemos considerar que los nombres que agrupan las llamadas naciones son categorías que pretenden diferenciar a los grupos, sin embargo, no dejan de ser genéricos, aunque aplique otra valoración. Sobre esto, Jiménez Moreno señalaba hace más de 60 años que (...) tenemos el de los “borrados”, cuyo nombre plantea el problema de si se trata de una denominación genérica o si es un nombre específico para una tribu determinada.28 Además de la ambigüedad en la designación y significado específico del vocablo chichimeca, y de la gran cantidad de nombres y apelativos en los dialectos autóctonos, también encontramos nombres y apelativos intermedios, como la palabra castellana de borrados, que seguramente es un nombre genérico utilizado por los españoles,29 que pretendía agrupar de acuerdo a criterios culturales, físicos y
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lingüísticos a un determinado grupo. Lo mismo parece ocurrir con el nombre de pelones o pintos, que son lo que Sheridan considera “denominaciones descriptivas”.30 O, como señala David Adams dejando a un lado las diferencias lingüísticas, para los españoles los indios con ciertas características eran simplemente rayados.31 Obviamente, borrados y rayados se trata de apelativos que hacen alusión a la apariencia que adoptaban y que era percibida por la cultura española, sin importar su lengua o distribución geográfica, pues la palabra borrados se puede encontrar en otras partes para referirse a ciertos indígenas, por ejemplo, al poniente de Coahuila y en Chihuahua,32 lo que indica la intención descriptiva del apelativo. A su vez, los coras de Nayarit utilizan el término borrados aún en la actualidad para nombrar a los individuos que participan en una ceremonia, una de las características de éstos es que se aplican barro y pintura corporal y facial. Además, la confusión aumenta porque en ocasiones se mezcla lo que parece ser el nombre de una pequeña banda integrada por varias decenas de personas, y las designaciones genéricas de segundo nivel, como: Naturales chichimecos de la nación: aguatas, tepehuanes, cucuyainas, matolaguas, quibonoas, tacuanamas, icarias, ayaguagua, quienes, guinaimos y borrados del valle de San Juan, con sus capitanes Malacui y Calabazo.33 Del mismo modo, en ocasiones se confunde la aplicación del término para nombrar a grupos distintos, como en los casos de borrados barretados34 o borrados de la nación alazapa.35 Asimismo, los nombres dados dependían si la empresa era de gran envergadura e involucraba a los conquistadores, colonizadores, la Iglesia o la Corona en su totalidad, por ejemplo, en el caso de la conquista militar, ordenanzas reales, evangelización o exploración de nuevos territorios, es suficiente la designación chichimecas. Sin embargo, si existen intereses particulares o un limitado número de españoles involucrados en el tema, como en el caso de trámites concretos y más personales como he-
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El llamar borrados a los grupos indígenas que habitaron Nuevo León conduce, al igual que otras denominaciones, a una confusión, pues no designa a un grupo específico sino a una práctica de pintura corporal. Tan es así que, aún en la actualidad, se les conoce como borrados a ciertos individuos que participan en ceremonias entre los indígenas coras del occidente de México.
rencias, ventas, permutas o disputas por rancherías, los encomenderos llaman de manera específica a los indígenas. En otras palabras, entre más amplio sea el espacio geográfico al que se haga referencia, menos y más genéricas categorías étnicas o apelativos contienen los documentos. Y, conforme la referencia sea más local y el espacio geográfico más pequeño, aumentará el número de nombres y serán más específicos. De los tres niveles de identidad anteriores, los primeros dos resultan arbitrarios y surgen de una concepción unilateral, mientras que el tercero parece ajustarse en mayor medida a los nombres que los grupos indígenas se daban a sí mismos.
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En efecto, existen listados y mapas que consignan los nombres de diversos grupos indígenas, por ejemplo, aunque sólo incluyen de manera parcial a Nuevo León, pues se enfocan a Tamaulipas. Existen propuestas como las de Patricia Osante, quien se limita a llamar borrados de arriba y borrados de abajo a los grupos que habitaron un extenso territorio del oriente de Nuevo León y gran parte de Tamaulipas.36 Asimismo, Gabriel Saldívar hizo un mapa en el que pretende ubicar a cien diferentes grupos indígenas en niveles de identidad mucho más específicos, enumerando alrededor de grupos en el mismo territorio que Osante.37 Esto nos sirve para identificar la problemática a la que se enfrenta quien pretende hacer una clasificación.
Espacio geográfico Norte de México Noreste de México
Haciendas de Nuevo León
Nombre con el que eran conocidos Chichimecas Borrados Alazapas Pelones Pintos
Ayenguaras, quiniguillos, cacameguas... guatae, amoguamas, guaipitisuno... guemequexenamen, guamalayapen, anmaculapa...
Los grupos indígenas que habitaban Monterrey De acuerdo a las fuentes escritas, en este caso en la obra de Juan Bautista Chapa, en los alrededores de Monterrey existían los grupos indígenas llamados: Guacachinas, guinalaes, miscales, popocátoques, guayaguas, capatuus, esteguama, cajubama, amaraguisp, catujanos, camiisubaba, cabicujapas, caguchuarca, niacomala, tochoquines, amoguama, nepajanes, guamoayazuas, siamomomos, camacaliira, macapaqui, alaoquies, aguicas, michiaba, canamu, pastanquia, cazulmas, cuatachaes, aguatas, tatoamas, apitala, aguaque, acatoyan, amanasau, macacuy, amatames, poma-
liqui, aleguapiame, tepehuanes, huatachichiles, estegueno y batajagua. Con los datos que existen hasta la actualidad, resulta por demás complicado ubicar geográficamente y otorgarles una filiación étnica o lingüística a estos grupos, pues son un total de 42. Como ya
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Rayados del territorio norte
Rayados del territorio sur
Pames de Sierra Gorda (PAMESHUASTECOSOLIVES)
En ocasiones, lo que un autor engloba en un solo par de nombres y en un determinado espacio geográfico, como los nombres de rayados del norte y rayados del sur en el mapa de Patricia Osante, otro autor como Gabriel Saldivar utiliza otro criterio y distinta información para identificarlos.
hemos señalado reiteradamente, existen cientos de nombres documentados38 en fuentes históricas que designan a diferentes grupos que habitaron una área relativamente pequeña. Sin embargo, no se debe considerar cada nombre como un grupo numeroso o totalmente ajeno uno de otro. Si recordamos que el Monterrey del siglo XVII era un cuadrángulo que comprendía unos 16 kilómetros por lado, esto significa un área total de 256 kilómetros cuadrados, este espacio es más que suficiente para una sociedad sedentaria con una población de miles de personas, pero resulta un tanto limitado para sociedades nómadas de cazadores-recolectores compuestas de algunos cientos.
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Antes de continuar, es preciso recordar que distintos investigadores han señalado los probables orígenes de los nombres de los grupos indígenas de Nuevo León. Por ejemplo, Eugenio del Hoyo señala que: De algunos de estos grupos se pudo averiguar el nombre que a sí mismos se daban en su lengua; otros se conocieron por los nombres con los que los designaron los indios mexicanos y tlaxcaltecas que siempre acompañaron a los españoles (...) y que en ciertos casos, era la traducción, a la lengua náhuatl, del nombre original y por último, los más fueron designados arbitrariamente por los españoles a veces traduciendo a nuestro idioma la palabra aborigen o designándolos con el nombre de algún “capitancillo” o por el toponímico de su hábitat o, cosa muy frecuente, apodándolos en forma caprichosa y arbitraria.39 Hemos analizado los distintos criterios para designar apelativos de estos grupos, encontrando que la raíz etimológica de estos nombres es el náhuatl. Por los documentos, sabemos que los nombres en lengua náhuatl eran utilizados ampliamente por los españoles, quienes se hacían acompañar por los tlaxcaltecas. Como señala Del Hoyo, algunos parecen tratarse efectivamente de la traducción directa de un vocablo en lengua local. El grupo de los guajalotes, cacalotes o coyotes, parece que poseían el nombre de guajolotes, cuervos y coyotes, respectivamente; mientras que en otros casos podría tratarse de un nombre dado por los propios tlaxaltecas. De ahí entonces que nos enfrentamos al problema de identificar de qué tipo de nombre se trata, situación que ocurre en otras partes del noreste de México como el norte de Coahuila, donde está reportado el nombre en náhuatl de cacaxtles, del que aún se desconoce si se trataba de la traducción del nombre del grupo en una lengua local o es un nombre dado por los tlaxaltecas.40 Algo similar ocurre con el nombre de cacalotes, que sig-
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nifica cuervos, y con el de zacatiles que, como indica Martín Salinas, es un vocablo del náhuatl que puede traducirse como zacate.41 Por ejemplo, aunque se trata de un grupo registrado relativamente lejos de Monterrey, pues aparece tanto en Parras como en el municipio de Nadadores, Coahuila, nos sirve para ilustrar la problemática y la confusión en ese aparente embrollo de nombres, se trata del grupo que William B. Griffen registra como itocas42 y, posteriormente, lo nombra sin la “I”, quedando entonces toca o tooca43. Es la misma ortografía que usa Carlos Manuel Valdés al incluirlos entre los grupos documentados en el Archivo Municipal de Saltillo.44 Es muy posible que ese nombre provenga del náhuatl, pues toca significa nombre, y el prefijo i, es en realidad el posesivo en tercera persona su. Efectivamente, ese nombre aparente que se cree es un vocablo de alguna lengua indígena de la región tiene su propio significado, es un vocablo náhuatl que ni siquiera es una traducción sino que parece tratarse de una simple confusión que llegó a estandarizarse y ser tomada de manera convencional, de tal modo que itoca sería literalmente su nombre o algo así como nombrar. Por lo tanto, sin descartar que exista una casualidad fonética mas no de significado entre un vocablo de una lengua nativa de la región y un vocablo en náhuatl, creemos que en el caso de los itocas no es así, más bien es una confusión al preguntar el nombre. Un caso semejante, aunque no es náhuatl, se presentó con un grupo registrado al noreste de Nuevo León en una parte de Tamaulipas.45 Otro ejemplo de la confusión respecto a las lenguas aparece en la obra Los indios del nordeste de Méjico en el siglo XVII de Isabel Eguilaz, donde la autora afirma que el vocablo chihuat significa mujer.46 Sin embargo, aunque ése es su significado, el error radica en que la historiadora lo considera como un vocablo de la lengua maratin, siendo seguramente náhuatl. Por lo anterior, a continuación analizaremos tres nombres de tres grupos que aparecen documentados en la obra de Juan Bautista Chapa. El primero de ellos estaba presente en los alrededores de Monterrey, el siguiente habitó cerca de Caderey-
ta, y el último debió residir en el área circundante a Cerralvo. El primer nombre es el de popocátoques, que evidentemente es una palabra en lengua náhuatl. Sin embargo, ello no significa que se trata de un grupo nahua, sino que se trataba de un grupo local pero fue registrado o conocido con una designación dada por los tlaxcaltecas o españoles. Respecto a este nombre, se abordan varias posibilidades de acuerdo a sus acepciones. En cuanto al significado, resulta complicado otorgarle uno de manera tajante y definitiva, porque popoca significa echar humo o humeante.47 Por ejemplo, en el caso de popocatepetl (nombre del volcán localizado en el centro de México) es una palabra que está compuesta por los vocablos popoca y tépetl, esta última en castellano sería cerro o montaña, es decir, se trata de montaña que humea. Sin embrago, no podemos descartar que popocátoques, venga de popocatoc, que tiene varios usos, uno de ellos es ser brillante, asociado a otros términos, también puede significar él es cobarde, temeroso o miedoso.48 Es decir, podría ser que los tlaxcaltecas y españoles identificaran a cierto grupo de este modo, debido al rechazo y desconfianza que presentaban para con los colonizadores. El siguiente nombre es el de un grupo cuya designación es la de cacameguas. Este grupo, además de estar reportado en los alrededores de Cadereyta en la lista de Chapa, también es posible identificarlo en documentos del Archivo Histórico de Monterrey, en donde aparece documentado en ese
Para los sedentarios indígenas tlaxcaltecas que acompañaban a los españoles en su empresa de conquista, el modo de vida y las características de los grupos nómadas del noreste de México les debió llamar la atención. Esto pudo motivar apodos o sobrenombres dados a los indígenas.
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mismo siglo XVII en el cerro de la Silla y en áreas cercanas al actual municipio de San Pedro Garza García.49 En este caso, tenemos que dicho apelativo parece provenir del náhuatl caca (poçacac) que significa trasportar o acarrear algo.50 Por su parte, megua (eua)51 significa levantarse, irse, huir.52 Es decir, sin pretender hacer una traducción exacta ni literal, pero sí captando la idea del vocablo, podemos señalar que cacameguas, podría ser algo así como los que se van llevándose sus cosas. Es decir, es una clara alusión a un grupo con un modo de vida nómada. Por último, tenemos el nombre de calipocates, que está reportado como un grupo que vivía cerca de Cerralvo. Se compone de dos palabras: la primera es cali, que significa casa o habitación,53 mientras que la segunda es posible que también haya surgido de poçacac, transportar, acarrear algo. De ser esta última la acepción correcta, el resultado sería algo semejante a las casas que se acarrean, lo que coincide con otras fuentes históricas y evidencia arqueológica encontrada en la región, y que al ser analizada permite deducir que se trataba de chozas hechas de materiales perecederos, que estaban compuestas de elementos que, al menos parcialmente, eran trasportados. Es importante subrayar que los tlaxcaltecas, aunque indígenas como los nativos norteños, compartían con los españoles su condición de sedentarios y agricultores y, además, poseían como los españoles una estratificación social, y esto aun antes de la conquista. A su vez, a los tlaxcaltecas, cuando entraron en contacto con los indígenas del noreste, les debió llamar la atención la condición de nómadas, su economía basada en la caza y recolección, y su igualitarismo económico y social. Además de lo anterior, existen otras palabras que no han sido consideradas por otros investigadores con respecto al origen real, o la veracidad de los nombres y designaciones. Por ello, a continuación analizaremos otro caso. El maestro Israel Cavazos menciona a los bozalos como el nombre de un grupo localizado en los alrededores de río Blanco, en los actuales municipios de Zaragoza y Aramberri.54 Asimismo, siguiendo esta clasificación, en un cartel55 que editó la Universidad Autónoma de Nuevo León aparecen
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En 1992, el gobierno del estado distribuyó en las escuelas un mapa en el que aparecía la denominación y distribución de distintos grupos indígenas que habitaron lo que ahora es Nuevo León. Sin embargo, entre las críticas que se le puede hacer a dicho póster es que aparecen los bozales como un grupo determinado.
distribuidos en el mapa de la entidad 60 grupos indígenas y, entre ellos, al sur del estado, los bozales. Por otro lado, analizando el material de los archivos, se encontraron decenas de documentos en los que se menciona cómo los españoles se repartían a los indígenas en lo que se conoce como encomienda;56 en ellas encontramos grupos indígenas que eran considerados como borrados bozales.57 De igual modo, en un documento del siglo XVIII localizado en el Archivo General de la Nación, cuando se está haciendo referencia a grupos indígenas del norte del estado, se menciona la presencia de los venados, aguatinejos, carrizos y los bozalillos.58 Entonces, ¿quiénes eran los bozales? Debido a lo anacrónico que nos resulta el término bozalo en la actualidad, resulta complicado saber de qué o quiénes se trata. Sin embargo, de acuerdo a un diccionario de la actualidad, bozal es tanto un negro recién sacado de su país como algo relativo a lo cerril, salvaje, tonto o necio; y por otro significado más, tenemos que es aquél que habla muy mal el español.59 Es decir, de acuerdo a las distintas acepciones de la palabra, podemos notar que tienen un punto en común: su condición de no occidental, y, concretamente, no hispano; y su origen distante y montaraz. Efectivamente, más que un grupo determinado, cuando se menciona a un indio bozal,
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Bozales, así eran llamados en distintas partes del continente americano los esclavos que venían directamente de África, ya que se les consideraba salvajes por no saber castellano, no ser cristianos y tener costumbres muy distintas a las de los propios españoles.
más que una filiación cultural con una distribución geográfica específica, en realidad es un calificativo que está identificando al individuo de acuerdo a las características de su personalidad y condición respecto a los españoles. Al principio de la Colonia, el término bozal se aplicaba el negro esclavo recién llegado de su tierra,60 es decir, de África; y se usaba dicho término para contrastarlo con el de los negros llamados criollos, que eran aquéllos nacidos en las islas de las Antillas o el continente americano.
Sin embargo, en el noreste indígena se nombraban bozales no a los esclavos negros, sino a los indígenas que aún no estaban bajo el dominio español. Por lo tanto, la acepción del vocablo refleja el uso de una jerga lingüística de connotaciones claramente esclavistas, al equiparar la condición de los esclavos y la de los indígenas. En estos casos, borrado bozal no es una categoría étnica, sino responde a las relaciones que dicho grupo mantenía con respecto a los españoles, basadas en una oposición sumisión-rebeldía.61 Es por ello que en los documentos históricos se menciona que en un determinado grupo eran muy bozales, haciendo alusión a que no habían tenido mucho contacto con los españoles. Para verificarlo podemos observar documentos del siglo XVII, en lo que se mencionan grupos alazapa considerados como indios bozales y sin bautizar.62 De igual modo, está el caso de una mujer indígena que es considerada como alazapa bozal, debido a que no hablaba mexicano (náhuatl) ni castellano.63 En 1738, el gobernador Joseph Fernández de Jáuregui Urrutia obtiene una india bozala traída de los grupos apostatas rebeldes del valle del Pilón para que sirviera en su casa de Monterrey.64 Lejos de considerar a un grupo como bozales y ubicarlos en el mapa de Nuevo León, se estaban refiriendo a los indígenas que vivía aún en la sierra sin haber estado en una hacienda o casa de españoles, y no a una persona con determinada filiación étnica.
Si bien en un principio el término bozal implicaba a grandes rasgos un origen étnico y geográfico, con el tiempo, en el noreste se utilizó para designar a los indígenas que vivían lejos de los asentamientos españoles.
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A pesar de las dificultades de ubicar los grupos, existen criterios para ello, y uno es a partir de las convenciones lingüísticas.Por ejemplo, dada la lista de Chapa que hemos revisado, podemos señalar que es posible determinar un origen lingüístico común a varios de estos grupos. Por ejemplo, los nombres de amoguama, cajubama, esteguama y estegueno tienen evidentemente un origen lingüístico en común. Y lo mismo ocurre con macapaqui y pomaliqui. A través del tiempo, varios investigadores han enfocado sus investigaciones a realizar mapas y clasificaciones lingüísticas en las que pretenden localizar a diversos grupos indígenas que habitaron lo que ahora es Nuevo León.65 Estas investigaciones de orden históricolingüístico que existen sobre los indígenas del noreste difieren en enfoques, alcances y propuestas, pero el conocer y analizar todos ellos es necesario para nosotros, para poder corroborar, refutar, retomar, enriquecer y crear nuevas propuestas. Es así como se han dado nuevas designaciones para referirse a los grupos de la región. Por ejemplo, uno de ellos es el concepto de coahuilteca, que es una creación que nace a partir del análisis contemporáneo66 que, no obstante, tiene sus antecedentes en el concepto colonial de coahuileños, para referirse a los grupos de parte de Nuevo León y Coahuila.
razones por las cuales Alonso de León, cronista del Nuevo Reino de León, hizo la analogía bíblica de Babel cuando se refiere a las lenguas indígenas de la región noreste: Y no hay que espantarse que en tan poca distancia perdiesen tanto de su lenguaje; pues menos había entre los fabricadores de la soberbia torre y permitió Dios la confusión de lengua; y viendo no se entendían los unos con los otros, fue forzoso dividirse a diversas regiones; castigo justo a su soberbia por seguir su gusto sólo. Así estos bárbaros, difusos por estos bosques, perdiendo el lenguaje, perdieron también el conocimiento que podrían tener de la creación del mundo; quedando en la ceguedad e ignorancia que han tenido.67 Ahora bien, independientemente de la interpretación bíblica de De León, y toda la carga ideo-
Desgraciadamente, en Nuevo León y el noreste no existen vocabularios extensos ni obras escritas por los cronistas españoles donde se hayan registrado las lenguas indígenas habladas en esta región.
De la diversidad de lenguas que estas gentes hablan Las visiones de la variabilidad humana previas a la Ilustración giraban en torno a ideas de divinidad disminuida. Los compiladores medievales y los cosmógrafos renacentistas consideraban las “similitudes” con textos, sacramentos, doctrinas y rituales cristianos descubiertas en poblaciones remotas como pruebas de una unidad perdida. James A. Boon A partir de la diversidad étnica que presentaba la región, no hace falta comentar mucho respecto a las
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Otra fuente de información en donde se pueden ver vocablos de origen indígena y su traducción al castellano es en los documentos en donde los hacendados se disputaban la propiedad de los indios. En ellos suele aparecer escrita la palabra indígena que daba el nombre a un determinado grupo y en seguida su traducción al castellano.
Monterrey: origen y destino
lógica que lleva consigo para justificar la conquista y colonización de estos grupos y los territorios que ocupaban, podemos preguntarnos: ¿qué tan cierto era esto?, ¿acaso fue así?, ¿cuántas lenguas se hablaban en los alrededores de Monterrey y en la región noreste? Para responder estas preguntas primero es necesario hacer algunas consideraciones. La primera es que, por desgracia, arqueológicamente no se pueden conocer aspectos intangibles de la cultura como la lengua. Es decir, tratar de dilucidar las lenguas habladas en épocas remotas es por demás difícil, y entre más atrás se retroceda las cosas se complican, de ahí que sea casi imposible inferir las lenguas que se hablaban hace varios milenios. Por lo tanto, la única forma de conocer las lenguas extintas es a través de documentos y, en este caso, escritos de la época colonial donde hayan quedado registrados, al menos de forma aproximada y fonética, los vocablos de dichas lenguas. Por desgracia, en el caso concreto de Nuevo León y el noreste no hay muchas investigaciones
sobre estas cuestiones, como atinadamente señala Karl-Heinz Gursky al mencionar que, a diferencia del mapa lingüístico del lado norte del río Grande (o río Bravo), donde se tiene mucha información, en el caso de México no ocurre lo mismo. Incluso subraya el hecho de que esto se agudiza en el noreste de México.68 En efecto, esta situación ha sido así durante mucho tiempo, pues, como se mencionó en el apartado dedicado a los antecedentes, en muchos sentidos, y no sólo lingüísticos, el pasado indígena del noreste de México fue concebido como una de las áreas Ante la problemática de tratar de otorgarle una filiación étnica o nombre a los grupos indígenas que habitaron el noreste de México y sur de Texas, muchos investigadores se limitan a seguir criterios geopolíticos contemporáneos y estandarizar el nombre de coahuiltecos.
Tomando seguramente como referencia la clasificación lingüística de Orozco y Berra, el norteamericano J. W. Powell incluyó la lengua coahuilteca al sur de Texas y noreste de México, nombre con el que se conoce en la actualidad a los grupos indígenas de la región.
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Los grupos indígenas en Monterrey
menos conocidas de Norteamérica.69 Aunque no han sido esfuerzos locales, existen antecedentes de trabajos lingüísticos que han incluido grandes espacios territoriales, entre ellos la región que ahora nos interesa. Algunos lingüistas norteamericanos creen erróneamente que Powell designó el nombre de coahuilteco a la lengua hablada en parte de la actual
De acuerdo a la evidencia lingüística y arqueológica, distintos investigadores han encontrado similitudes entre el oeste norteamericano, Baja California y el noreste de México. Argumentan que otra familia lingüística, la yuto-azteca, penetró hacia el sur, partiendo así la distribución de la lengua hokana en dos áreas separadas.
En 1937, a través del Instituto Panamericano de Geografia e Historia y en colaboración con el Instituto Mexicano de Investigaciones Lingüísticas, Wigberto Jiménez Moreno publicó su propuesta de clasificación lingüística, en la que, además del coahuilteco, aparecen también las lenguas cotoname y comecrudo.
región noreste de México y sur de Texas.70 Powell realizó su conocido mapa lingüístico de Norteamérica en 1891. En realidad, seguramente había tomado en cuenta la primer clasificación lingüística de los grupos indígenas del noreste de México que corresponde a la realizada por Manuel Orozco y Berra, quien en 1864 agrupó y llamó coahuilteco y tamaulipeco a las lenguas de dicha región.71 Posteriormente, en 1915, tras revisar la información de documentos históricos de la época colonial, así como la generada en el siglo XIX por diversos científicos y estudiosos de la época, quienes elaboraron algunos vocabularios con base en los últimos hablantes de lenguas indígenas de la región norte de Nuevo León, Tamaulipas y el río Bravo en Texas,72 Swanton concluyó que debieron existir distintas
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lenguas, las cuales estaban distribuidas en parte de los actuales estados de Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y Texas. De acuerdo con el destacado lingüista norteamericano, la familia del coahuilteco se podía dividir en dos: una incluía la lengua cotoname y la tonkawa, mientras que la otra incluía propiamente la lengua del coahuilteco, la comecrudo y la karankawa; esta última se asemejaba a la lengua atakapa.73 Luego, cinco años después, Edward Sapir incluyó a la lengua coahuilteca con la hokana, y consideró que se extendía por un amplio territorio que iba desde Baja California hasta el noreste de México y sur de Texas; pero, de acuerdo a lo que dice, en algún momento sería dividida por otra: la
Aunque seguramente habían existido desplazamientos y migraciones forzadas de muchos grupos indígenas durante la Colonia, en el siglo XIX, Jean Louis Berlandier documentó la presencia de un grupo indígena denominado carrizos en lo que ahora es parte de Tamaulipas, Nuevo León y sur de Texas.
Monterrey: origen y destino
macrofamilia yutoazteca, que se había extendido hacia el sur dejando dos grandes porciones hokanas, una en el noreste de México y otra en el extremo norte de Baja California.74 Años después, en 1940, nuevamente Swanton analiza el tema de las lenguas que ya había
En la última década del siglo XX, el arqueólogo Moisés Valadez y la lingüista Claudia Reyes revisaron los antecedentes lingüísticos y propusieron un mapa de distribución de las lenguas indígenas.
identificado y agrega otras dos: el solano (hipayo) en Coahuila, y el maratino en Tamaulipas.75 Posteriormente, aunque estaba consciente de que no era un especialista, Del Hoyo fue estimulado por los lingüistas Maurico Swadesh y María Teresa de Miranda, y con base en fuentes documentales propuso la antigua existencia de la lengua quinigua en Nuevo León,76 que sería retomada y avalada por Kart-Heinz Gursky, quien aprovecharía el texto de Eugenio del Hoyo que había sido publicado por la Universidad Autónoma de Nuevo León para analizarla, concluyendo que se trataba de vocablos de varios dialectos (variantes) de una misma lengua.77 Años después, en 1979, Ives Goodard, tras analizar de nueva cuenta los vocabularios hechos en el
siglo XIX, cree encontrar otras dos lenguas: garza y carrizoyeme, localizadas al norte de Nuevo León hasta las riberas del río Bravo.78 Sin embargo, hay que hacer dos señalamientos: primero, que la lengua carrizoyeme es llamada también mamulique,79 y que posteriormente, en años recientes, algunos lingüistas han considerado que en realidad se trata de dialectos del comecrudo.80 Una vez revisados algunos aspectos de las lenguas habladas en la región noreste, podemos concentrarnos en las que posiblemente se hablaron en lo que ahora es Monterrey y su área metropolitana; muy probablemente, una de ellas debió ser la lengua quinigua. Podemos observar que en un espacio relativamente pequeño coexistían varias lenguas en lo que ahora es el noreste de México y sur de Texas. Y si a esto le añadimos que, tras la llegada de los españoles, individuos o grupos fueron trasladados a grandes distancias de su lugar de origen hacia las haciendas y minas y, ante la visión colonialista de los españoles, que concebían a todos como chichimecas o indios, notarán la diversidad de lenguas y formas dialectales. Sin embargo, cabe señalar que se trataba de un área multicultural donde existían varias lenguas. Sólo como dato, podemos mencionar que en la actualidad, sin ser ninguna Babel, en México se hablan 62 lenguas indígenas, y muchas otras han desparecido a lo largo de más de cuatro siglos.
Presencia de afroamericanos entre los indígenas Al analizar la situación de los indígenas del noreste, es posible distinguir que comparten algunos aspectos con los esclavos negros de África que eran traídos al continente. Por ejemplo, eran vendidos y esclavizados, a los dos se les marcaba con hierro o tatuajes, pues ésta fue práctica común en el siglo XVI donde se marcaba a los esclavos indios o negros con hierros con dibujos, letras o apellidos de los dueños.81 Dicha práctica continuó de manera ilegal hasta el siglo XVIII en el Nuevo Reino de León, de ahí que encontremos leyes que pretendían evitarlo, solicitando que no les “borren o rayen el rostro”. 82
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Los grupos indígenas en Monterrey
Junto con Veracruz y Campeche, Pánuco fue uno de los puertos de entrada de esclavos ne-
Durante la Colonia, el racismo y la discriminación tomaron un carácter institucional, donde la supuesta mezcla biológica engendraba nuevas categorías empíricamente verificables. Esto se refleja en las llamadas pinturas de castas, donde se etiquetaba con distintos nombres la descendencia: zambaigo, mulato, lobo y muchas más.
gros a México,83 por lo que distintos investigadores plantean la posibilidad de que individuos de origen africano hayan escapado hacia las tierras que eran ocupadas por los indígenas, donde no existían asentamientos españoles. Y es que hay que recordar que los cimarrones, como eran llamados, fueron comunes en todo el continente americano, y muchas veces se unían con mujeres indígenas.84 Esta teoría coincide con la de Martín Salinas, quien sugiere que cerca del río Bravo, negros africanos que so-
brevivieron de un naufragio se casaron con mujeres indígenas.85 Asimismo, algunos investigadores han creído identificar la presencia de afroamericanos en regiones indígenas, como el caso del río Grande del norte (Bravo), donde están registrados indios negros lobos o mulatos.86 Hay que recordar que durante gran parte de la Colonia, los mulatos lobos eran el producto de la relación entre un mulato pardo con el indio.87 De igual modo, a los mulatos los colocan geográficamente en el espacio ocupado por la lengua maratino.88 Existe la posibilidad que, aunque quizá no en gran cantidad como ocurrió en otras partes de nuestro país y el continente, en el noreste pudo haber presencia de cimarrones. No obstante, la relación entre los indígenas y los esclavos de origen africano fue muchas veces conflictiva, pues estos últimos debían ocupar su lugar y al huir eran tomados por los indígenas; también es cierto que el hecho de que los incluyeran en su grupo social fue un factor portador de innovación cultural.89 En el caso de individuos de origen africano que se fueron integrando con los indígenas, existe un caso por demás interesante que ha sido mencionado por varios investigadores. Se trata de un cimarrón llamado Gaspar Francisco, quien fue integrado entre los indígenas a través de ritos de paso, como la ingestión de huesos humanos y la acción de tatuarlo y escarificarlo.90 No podemos descartar que hayan existido otros casos similares, donde dos grupos humanos que eran tratados de manera parecida por los españoles se hayan identificado y unido.
La organización social
A los esclavos de origen africano que huían en el continente americano se les conoció como cimarrones. Un fenómeno que se repitió en distintas latitudes fue el hecho de que muchas veces los negros se unían y mezclaban con la población indigenas.
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A través del tiempo debieron existir notables cambios en la estructura social de los grupos que habitaron Nuevo León, pues no es posible pensar que los primeros que llegaron a un territorio sin humanos alrededor de hace 10 mil años tuvieron la misma organización social que aquellos grupos que habitaron ese mismo espacio geográfico poco antes de la llegada de los españoles a finales del siglo XVI. Incluso esos cambios debieron verse acelerados
Monterrey: origen y destino
entre los grupos indígenas que vivieron durante la Colonia y hasta el siglo XIX. Sin embargo, al comparar ese mismo periodo de tiempo en Mesoamérica, notamos cambios drásticos, pues van de las sociedades de nómadas cazadores-recolectores a sociedades agricultoras sedentarias con un estado y una fuerte jerarquía social. Pese a los cambios, los grupos indígenas de lo que ahora es Nuevo León siempre se mantuvieron con una organización social semejante y un mismo modo de vida. Por eso creemos que, tal y como mencionan las crónicas tardías del siglo XVII,91 la organización de estos grupos data de hace mucho tiempo, y se basaba en grupos pequeños, integrados por 10 o 15 viviendas, con unidades familiares de 8 a 10 individuos en cada una, aunque seguramente en épocas de escasez de recursos alimenticios era necesario esparcirse aún más; mientras que en verano, que era cuando había más alimentos, se volverían a juntar muchos de estos grupos.92 Cada grupo se desplazaba con cierta independencia; es muy probable que tuvieran vínculos de identidad con otros grupos, y todos éstos, a su vez, estaban en interdependencia con otros grupos que forman uno mayor que podemos llamar macrobanda. Lejos de lo que comúnmente se ha pensado en la histroiografía regional, la organización social de los grupos indígenas de Nuevo León tenía un orden, semejante al de otros grupos nómadas de cazadores-recolectores, y dependía, entre otras cosas, de la estación del año. De este modo, cuando el medio ambiente lo permitía, es decir, al existir suficientes recursos, se agrupaban en grupos mayores; posteriormente, cuando los recursos alimenticios y de agua disminuían, optaban por segmentarse en pequeñas bandas integradas por unos cuantos grupos familiares; así ocurría de manera cíclica, desplazándose en un territorio determinado, lo que involucra a su vez complejas reglas de territorialidad, exogamia o endogamia, cuestiones de parentesco, alianzas matrimoniales y la filiación de descendencia.
Matrimonio Aunque existen discusiones teóricas respecto a lo que es el matrimonio, por el momento nos limitaremos a entender éste como las formas específicas en las que hay una unión que la sociedad reconoce como tal, y que proporciona al individuo que nace (hijo) un padre y una madre. Una vez aclarado lo anterior, podemos pensar que en el caso de las sociedades indígenas que habitaron el noreste de México, la unión entre un hombre y una mujer se trataba de una relación aceptada y aprobada por los padres de la mujer, pues así se refleja en distintos documentos de la época colonial. Si estudiamos detenidamente la obra de De León, nos percatamos que cuando señala que los casamientos podían ocurrir dentro de una sólo ranchería,93 no significa que podían unirse miembros del mismo grupo (endogamia), pues sería demasiado reducido el número de los mismos. Si bien se dice que se trataba de individuos de la misma ranchería, seguramente los varones y las mujeres tenían un origen distinto, pues debieron ser grupos exogámicos, lo que significa que buscaban la pareja en un grupo ajeno al propio, pues de lo contrario se caería en el incesto, y estos grupos evitaban casarse entre parientes.94 Además, la reproducción del grupo resulta incomprensible no sólo desde el punto de vista biológico sino cultural, ya que entre este tipo de sociedades se requiere formar lazos de parentesco con grupos ajenos. Como ya hemos mencionado en el caso de las sociedades nómadas de cazadoresrecolectores, las relaciones de parentesco estaban relacionadas con agrupaciones de producción, asociaciones políticas y de intereses ideológicos, tenían una funcionalidad plural, pues como señala Maurice Godelier, son de forma simultánea, infraestructura y superestructura.95 Analizando detenidamente las referencias escritas directas, concretamente en documentos del siglo XVIII, sabemos que, al menos en algunos mitotes, los asistentes hacían distinción entre los casados y los solteros:
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Los grupos indígenas en Monterrey
Que se juntan en sus tierras unos de unas rancherías con otras y hacen sus bailes, y se casan las unas indias de una ranchería con indios de las otras a su usanza y gentilidad; y que así mismo, emparientan por untarse a su usanza un cebo de venado y tezcate a su usanza. Situación en donde constata que, entre otros significados de la pintura corporal, podemos suponer que a través de esa diferencia física se advertía también la posibilidad o imposibilidad de matrimonio. En principio había individuos que, al pertenecer a determinado grupo, podían o no ser candidatos o candidatas a unirse con otro u otra. En cuanto a la forma de formalizar la relación matrimonial, sabemos que en gran parte del noreste de México el hombre llevaba una piel de venado96 o de otros animales a los padres de la novia,97 situación que no debe confundirse con una simple compraventa,98 sino que en realidad tiene un significado simbólico.99 Y es que esta misma tradición es por demás común entre los cazadores-recolectores, pues para contraer matrimonio es necesario que el varón demuestre ser un buen cazador, es decir, un buen proveedor.100 Existe toda una representación simbólica en el aparente intercambio desigual, ya que el hecho de poseer una piel de venado significaba en principio que se trataba de un individuo digno del merecimiento de tener una mujer, pues para conseguir una pieza de caza como un venado se requiere fuerza y experiencia con las armas, cualidades que sólo podemos atribuirle a un individuo adulto y desarrollado.
Las sociedades menos desiguales Se dice que de un tercio a la mitad de la humanidad se acuesta todos los días con hambre. En la antigua Edad de Piedra la proporción debe haber sido mucho menor. Ésta, en la que vivimos, es la era de un hambre sin precedentes. Ahora, en la época del más grande poder tecnológico, el hambre es una institución. Marshall Sahlins
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De acuerdo a la evidencia arqueológica y a las fuentes históricas, Nuevo León estuvo ocupado por sociedades con un modo de vida nómada y una economía basada en la caza, pesca y recolección, continuando así hasta su desaparición durante los primeros años del siglo XIX. Por consecuencia, los grupos que habitaron lo que ahora es Nuevo León corresponden a lo que en la antropología se ha llamado sociedades igualitarias. En cambio, en las sociedades jerárquicas y las sociedades con Estado existe desigualdad política, económica, religiosa y social entre los individuos que la conforman, y existen personas con mayor autoridad que otras y por lo tanto tienen privilegios de distinta índole.101 Sin embargo, las sociedades nómadas de cazadores-recolectores no son igualitarias en el sentido estricto, pues coincidimos con arqueólogos como Manuel Gándara, quien afirma que es precisamente el concepto de igualitario lo que esconde en realidad una desigualdad de género y edad.102 De esta manera, al analizar las sociedades que habitaron el desierto del norte de México, debemos estar conscientes de que existía desigualdad en la división del trabajo de acuerdo al género, pues la mujer solía ser subordinada.103 En efecto, es posible que, como señala un investigador chileno radicado en México, y que desde hace muchos años ha hecho análisis teóricos sobre los grupos de cazadores-recolectores, sabemos que no hay trabajos que una mujer no pueda realizar y que la única actividad que no pueden efectuar los hombres es la de amamantar a los lactantes.104 De igual modo, la arqueóloga Leticia González subraya que ambos géneros podían y pueden realizar las mismas actividades productivas, pues el problema no es de capacidad y de orden práctico, sino de actitud, ya que son las restricciones sociales las que lo prohíben o dificultan.105 Ahora bien, sin justificar este tipo de desigualdad de género y edad, y sin pretender caer en la historia del buen salvaje, creemos que tampoco podemos negar que, como sociedad, los nómadas cazadores-recolectores representan un ejemplo de cómo el ser humano puede ser capaz de vivir y convivir en un ambiente de menos desigualdad, pues en ellos existe un espíritu de cooperación y solida-
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ridad. Mientras que en muchos de los pueblos antiguos que habitaron el centro y sur de México no sólo existía y existe una marcada desigualdad de género106 sino que, además, hay una gran desigualdad social, lo que está ausente en las sociedades de los cazadores-recolectores. Algunos autores clasifican a las sociedades que carecen de clases sociales como preclasistas o de cazadores-recolectores pretribales.107 Sin embargo, desde nuestra perspectiva, el prefijo pre puede ser mal entendido al otorgarle un marcado tinte evolucionista, ya que tiene connotaciones temporales y puede pensarse que es sinónimo de antes de algo que necesariamente antecede a otra cosa. Lo que en cierto sentido es verdad para los grupos que habitaron hace milenios el centro de México, pues ellos darían origen a las sociedades jerárquicas; en el caso del noreste de México, y concretamente de Nuevo León, los grupos siempre se mantuvieron sin clases sociales hasta su extinción. Por ello, coincidimos con otros autores de la llamada arqueología social latinoamericana y preferimos considerarlos como no clasistas.108 En otras palabras, los nómadas cazadoresrecolectores no son sociedades igualitarias, sino sociedades menos desiguales, pues no se dividen en clases de familias pobres y ricas. De hecho no hay propiedad privada que permita esta clase de distinción:109 la forma de la propiedad es colectiva.110 ¿Eran ricos o eran pobres? Creemos que la respuesta a esa pregunta podría ser relativa, y dependería de la perspectiva que adoptemos. No obstante, si partimos de la idea de que no desear es no carecer,111 se puede pensar que, por lo limitado de su cultura material, no eran pobres.
La ausencia de propiedades: todo es de todos ...y sus casas abiertas y sin llaves, sin temerse hurto, porque lo abominan y no se conocía entre ellos, sino mucha fidelidad sin trato doble. Fray Andrés Pérez de Rivas
Un religioso que vivió en el siglo XVII habla de cómo se vivía en ese tipo de sociedades que no concebían la idea del robo, cuando describía a los indígenas de un campamento al suroeste de Coahuila, que tenían un modo de vida muy similar a los que habitaron Nuevo León. Lo anterior nos hace cuestionarnos ¿acaso es verdad que entre estos grupos no existía el hurto? Para responder esto es fundamental diferenciar dos conceptos: propiedad y posesión, cuando estudiamos la economía y política de los grupos de cazadores-recolectores. Carlos Marx reevalúa estos temas y señala que existen familias y tribus que solamente poseen, pero no tienen propiedad.112 Por supuesto, no queremos ahora utilizar el concepto de comunismo primitivo, ya que ambas palabras tienen connotaciones políticas e ideológicas que habría que analizar detenidamente. Sin embargo, en lo que sí estamos de acuerdo es que entre los grupos de cazadores-recolectores no existe la propiedad como tal. Esta idea ha sido expuesta por la arqueología social iberoamericana, pues esto ha sido señalado en el caso de las sociedades de cazadores-recolectores donde sólo existe posesión.113 En efecto, en este tipo de sociedades, lo más cercano a propiedad son cosas utilizadas de manera personal, como armas, arcos, cuchillos, vestimenta, amuletos y ornamentos,114 pues entre los cazadores-recolectores no se niega la oportunidad a ningún miembro del grupo de poseer ciertos objetos personales, sino que lo que se busca es que dicha posesión no sea utilizada en perjuicio del otro, o que se obtenga provecho de ello.115 Entre los cazadores-recolectores no existe propiedad como fuente de riqueza y no hay propiedad de instrumentos de trabajo.116 Cabe destacar que una de las formas que propicia las desigualdades es la acumulación de objetos a través del tiempo, como en el caso de las herencias. Entre las sociedades nómadas de cazadores-recolectores se buscaba evitar la acumulación, destruyendo o abandonando los objetos de aquel individuo que muere. Por ello, los muertos eran enterrados o depositados con los objetos que les pertenecían. Lo anterior se encuentra en registro arqueológico de Coahuila, donde los entierros se realizan
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incluyendo este tipo de artefactos.117 Algunos de los La mejor manera para demostrar este conartefactos que solían acompañar al individuo que cepto es citando un caso. Ésta es una práctica gemoría eran destruidos o parcialmente destruidos neralizada en todas las sociedades de cazadores-recuando lo enterraban. Las implicaciones mágicas colectores y, desde luego, aunque esta reciprocidad de dicha práctica tenían que ver con un mecanismo ocurre con diferentes elementos para satisfacer difepara que nadie acumulara más de lo que podía usar, rentes necesidades, inicia en relación a uno que es pues además de impráctico debido a la migración, vital: el alimento. Desde luego, debió darse con dirompería el equilibrio económico de la sociedad. ferentes tipos de alimentos, pero en términos geneDe acuerdo a lo anterior, podemos deducir rales, todos tenían acceso a los mismos.123 En el caso que entre los grupos indígenas de Nuevo León no de los habitantes de Nuevo León, es por demás existía la propiedad de las cosas, por lo que, como ilustrativo lo relacionado a la carne obtenida a través señala Marvin Harris, entre este tipo de socieda- de la cacería. Nos referimos al hecho de que tras una des nadie entra o sale de la aldea sin ser notado. expedición de cacería exitosa, el individuo que coEs necesario susurrar para guardar la intimidad: bra la presa, por lo regular, se abstiene de comerla, con tabiques de paja, no existen puertas ceaunque se queda con una parte de la misma, rradas.118 Entonces, podemos pensar como la piel, por ejemplo.124 Con ello, que si no existen propiedades el cazador que no salió en su día y únicamente se poseen las de suerte tiene asegurada su cosas, no existe la idea porción, mientras aquél del robo.119 Por lo tanto, que consiguió la pieahora podemos entenza recibirá a cambio der lo que mencionaba alimento cuando en fray Andrés Pérez de el futuro él no logre Rivas respecto a que cazar. no se temían hurtos, y Sin embargo, es que, obviamente, intodo esto no debe conventos como la cerradura fundirse con un regalo, y el candado aparecieron en pues entre los cazadoressociedades como la nuestra, recolectores esto tendría el donde existe una distribución desmatiz de caridad y no de reciprociigual entre pocos muy ricos y Lo cierto es que entre los cazadores-recolectores nóma- dad.125 Por supuesto, esto muchos muy pobres. das un invento como el candado es inútil y absurdo, ya mismo debía ocurrir con que en este tipo de sociedades no existe la propiedad. otros alimentos, con el Para que en un grupo humano exista una cerradura, es acceso a determinada maporque dicha sociedad tiene una distribución desigual teria prima y a la manuLa reciprocidad de la riqueza: hay clases sociales. factura de diferentes utensilios. Del mismo modo, Para comprender la orgaentre estas sociedades es común que se auxilie en nización social y económica de las sociedades de cazadores-recolectores, un concepto fundamen- lo posible a los enfermos, y que todos socorrieran a tal es precisamente el de reciprocidad,120 y aunque aquel individuo que perdiera o rompiera sus armas las propuestas de investigadores como Service y de manera accidental, procurándole ayuda mientras Sahlins han sido criticadas, aportaron mucho para manufacturaba o consiguía otras. Y así existía en toentender lo que significa la reciprocidad entre estos dos los ámbitos un derecho y una responsabilidad grupos.121 A grandes rasgos, reciprocidad se puede de satisfacer las distintas necesidades de todos los definir como un derecho y, al mismo tiempo, como individuos que conformaran el grupo, es decir, reciprocidad es igual a un compromiso colectivo.126 una obligación.12
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Los jefes sin privilegios Uno de los referentes arqueológicos que se utiliza para determinar la condición social del individuo y ubicarlo como miembro de un grupo, es observar las tumbas y las ofrendas mortuorias.127 En otras palabras, las ofrendas de los entierros son un buen indicador de las diferencias sociales, y reflejan un consumo diferente de bienes y una distribución desigual de la riqueza.128 Por supuesto, los casos más evidentes y conocidos son las ofrendas y grandes construcciones mortuorias de los faraones egipcios, es decir, las pirámides, pues éstas reflejan el poder de dichos personajes. En nuestro país existen diversas formas de celebrar un funeral; las sociedades sedentarias de Mesoamérica revelan las grandes diferencias que existían entre las distintas clases sociales, pues colocaban no sólo mayor o menor número de ofrendas, sino objetos a los que se les atribuía distinto valor. Incluso, muchos de ellos no eran utilitarios, sino que había objetos, y hasta construcciones,129 que se creaban ex profeso para el ritual mortuorio. Y esto, desde luego, respondía a la condición social del individuo. Por otra parte, en el caso de las sociedades de cazadores-recolectores, generalmente los objetos con los que eran enterrados eran los mismos que utilizaron en su vida cotidiana, y no eran objetos manufacturados para el ritual mortuorio.130 De acuerdo a la experiencia que tenemos en el tipo de tumbas encontradas en Nuevo León, es muy interesante el hecho de que entre estos grupos, al parecer, existía una preocupación por disimular o no dejar rastro de los sitios donde quedaban sus difuntos.131 Por otra parte, aquello está relacionado con las prácticas económicas de estos grupos, pues la ausencia de ofrendas especiales refleja las condiciones socioeconómicas que el muerto tuvo en vida. Sin embargo, no es cierto que todos los entierros debieron ser iguales, pues la evidencia arqueológica y documental señala otra cosa. Por lo tanto, estas diferencias en cuanto al patrón de enterramiento y depósito de los cuerpos nos hacen pensar que tal vez existía una persona que por su edad, experiencia, carisma y sabiduría era el encargado de llevar el bagaje cultural del grupo, y aunque busca-
ría el consenso, sería el encargado de tomar decisiones. Aunque entre estos grupos no había jefes, ello no quiere decir que alguien no se destacara por sus habilidades.132 Incluso, en Coahuila, como señala González, no todos los individuos eran sepultados con el mismo tipo o cantidad de vestimenta, sino que debió depender de su papel en el grupo, por lo tanto, el funeral de un chamán tendría cierta parafernalia.133 Entonces, podemos pensar que a quienes se les enterraba en determinados lugares, como áreas con petrograbados, probablemente era porque se trataba de los cabecillas o jefes del grupo, y debieron tener atributos especiales, o cumplían una función específica que era reconocida por consenso, ya que no hay que olvidar que se trataba de sociedades igualitarias, sin diferencias de clase ni jerarquías. Por supuesto, hay que enfatizar que a los cabecillas que llegaron con los españoles al norte de México, llamados caciques a partir del siglo XVI, no se les puede considerar como ejemplo de jefes de grupos nómadas cazadores-recolectores, pues en este caso se trata de personajes que habían cambiado en gran medida, no sólo al adoptar muchos elementos de la cultura material de occidente, como vestimenta y armas, sino al adoptar características ideológicas ajenas y sacar provecho de éstas. No obstante, las referencias de De León respecto a la presencia de un jefe que organiza y reparte obsequios en las ceremonias pueden sernos de utilidad para deducir cómo era la organización social y el papel que jugaban estos individuos.134 Griselda Sarmiento, quien retoma la línea de investigación de Sahilins, señala que dichos jefes no tienen la fuerza física ni económica para someter al resto del grupo, ni tampoco pueden sacar ventajas, pues tienen que trabajar y participar en las actividades productivas al igual que los demás.135 Ya en la época colonial estos jefes se unirán a su vez con otros jefes de distintos grupos buscando un fin común. Por ejemplo, en 1651 diez grupos capitaneadas por el indio Cabrito atacaron la hacienda de De León en Los Potreros.136 En este caso, al parecer, Cabrito pertenecía a los garacatas, pues, en un documento de junio de 1659 se menciona un tratado de paz con los grupos tacuananas, amapoalas, ayancuaras y garacatas con sus jefes: Perico, Vicentillo, Jacobillo y Cabrito.137 En
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la actualidad, existe cerca del municipio de Los Ramones el arroyo Ayancual,138 topónimo que surgió de los ayancuaras. Es cierto, Vicentillo y Jacobillo, como muchos otros nombres de los indígenas, denotan un paso por el ritual del bautizo cristiano. Sin embargo, la conversión no ocurría, pues evidentemente era más aparente que real. Valga la expresión, el paso del agua bautismal sólo mojaba la superficie de la cabeza y no penetraba más allá.
Los caciques: jefes indígenas en tiempos históricos Con el concepto de caciques ocurre algo similar al de chichimecas y muchos otros que aparecen en los documentos coloniales del noreste. Aunque es cierto que no son en sentido estricto polisémicos, pueden llegar a tener implicaciones diferentes y hasta opuestas, pues parecen utilizar el vocablo cacique para designar a diferentes individuos que poseían características distintas. Por un lado, aparecen los caciques como aliados de los españoles y, por el otro, como los individuos que encabezan la resistencia. Según Fernando Salmerón y Griselda Sarmiento la palabra cacique proviene de kassicuan, que en lengua arawak quiere decir tener o mantener una casa.139 Se puede concluir que los españoles, al conquistar las Antillas, nombraron caciques a los jefes, y a partir de entonces la palabra se utilizó para designar algunas de las autoridades que mediaban entre ellos y los nativos en gran parte del continente.140 Durante la Colonia, el cacicazgo consistió, además, en el reconocimiento que otorgaba la Corona a algunos indígenas dándoles títulos y privilegios, así como determinados derechos y obligaciones identificados con la nobleza autóctona.141 De esta forma, apareció una nueva relación de jerarquía y control social entre los indígenas y los españoles, siendo los caciques y capitanes quienes mantuvieron una función de intermediarios entre ambos.142 Antes de la llegada de los españoles, existía en Mesoamérica, e incluso en las Antillas, cierta jerarquía o estratificación social entre los indígenas; en el caso del noreste de México era diferente, pues los grupos nómadas que habitaban en la región en la época prehispánica tenían otras características, de
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acuerdo a su modo de vida y organización social. Hay que recordar a Sahlins y Sarmiento que señalan que dichos jefes no tienen la fuerza física ni económica para someter al resto del grupo, ni tampoco pueden sacar ventajas, pues tienen que trabajar y participar en las actividades productivas al igual que los demás.143 Entonces, ¿a qué o a quiénes se refieren las fuentes cuando llaman a un individuo cacique? Al parecer, dichos caciques no eran en realidad los jefes o cabecillas de grupos nómadas de cazadoresrecolectores, sino que, en este caso, se trataba de personas que habían sido nombrados caciques y capitanes por la Corona,144 debido, entre otras cosas, a que eran indígenas que habían cambiado, no sólo al adoptar muchos elementos de la cultura material de occidente, como vestimenta y armas, sino también características ideológicas, y el cómo sacar provecho de éstas. Muchos de ellos eran, precisamente, indios ladinos, llamados así porque hablaban el castellano.145 Es por ello que encontramos documentación que hace referencia, en distintas fuentes de la época, a personas con características similares a un indio conocido en aquel tiempo llamado el Guajuco, y que por sus características debió pertenecer a un grupo de ciertos individuos que podrían ser considerados como caciques, pues además de ser reconocidos por los españoles, poseían privilegios. De acuerdo con la descripción que hace Sarmiento, Guajuco fue un indígena de origen huachichil que había sido nombrado capitán por la Corona española en la Ciudad de México146 y que, contrario a lo que sabemos que sucedía con el resto de los indígenas, se le permitía montar a caballo. Además, entre otras cosas, era encargado de llevar jóvenes indígenas para que trabajaran para los españoles; de ahí que en la historiografía, Guajuco y otros con las mismas habilidades y oficio aparezcan como indios enganchadores.147 Es decir, en su momento, los llamados caciques fueron los intermediarios del poder colonial con los grupos indígenas. Sin embargo, como han señalado algunos historiadores y antropólogos, algunos individuos que habían adquirido costumbres y algunos conocimientos de elementos culturales de los españoles, tenían ciertos privilegios
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que usaron en su propio beneficio.148 Una de estas prerrogativas, que los caciques indígenas obtenían por hacer causa común con los españoles, se reflejaba en prosperidad económica y prestigio social, participando así en la distribución desigual de la riqueza, propia de la economía de los españoles.149 No es casualidad que para el siglo XVIII aparezcan entre las castas existentes en la Nueva España los indios caciques, que era una designación socioeconómica.
narración sesgada. Además, ante la ocupación de los españoles, la distribución territorial y por ende la relación entre distintos grupos indígenas debió verse modificada.150 En efecto, hay investigadores que subrayan la importancia de tomar en cuenta la mentalidad de la época al momento de consultar las fuentes escritas, pues muchas de las sociedades de cazadores-
Los conflictos bélicos La historiografía regional, en muchas ocasiones, ha mostrado una imagen agresiva y conflictiva del indígena local, caricaturizándolo con el estereotipo del salvaje irracional; lo concibe inmerso en un entorno hostil y en una eterna disputa, fundamentada en lo escrito por los españoles hace cientos de años. Por ello, creemos que para interpretar dicha imagen no podemos olvidar el contexto de la época y, sobre
Aún en la actualidad, el término cacique suele utilizarse en poblaciones rurales e indígenas. Y, si bien es cierto que tiene otra connotación, comparte ciertos criterios en común con la antigüedad, como es el hecho de que se trata de un individuo que saca provecho y obtiene privilegios.
todo, que la versión que poseemos es precisamente la de sus enemigos. Por esta razón, se debe hacer un cuidadoso análisis de las fuentes históricas. Los escritos coloniales son valiosas herramientas, pero no pueden usarse sin antes hacer una crítica detenida, ya que los conquistadores y colonizadores tenían una opinión prejuiciosa que provoca una
En el discurso escrito de los españoles durante la Colonia, los indígenas del noreste aparecen como seres violentos que constantemente están peleando y atacando, mientas que los pueblos occidentales se consideran pacíficos y a la defensiva. Esta visión se mantendría por siglos hasta llegar a la historiografía regional contemporánea.
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recolectores en todo el mundo se vieron alteradas e influenciadas en cierto grado por la cultura occidental antes de que fueran registradas por primera vez.151 Incluso, en lo que se refiere concretamente a los enfrentamientos bélicos, algunos expertos opinan que los incidentes armados entre cazadores-recolectores son consecuencia del contacto directo o indirecto con las sociedades de nivel estatal.152 Por supuesto, sería un error considerar que vivían eternamente en paz, pero debemos contextualizar la situación para llegar a entenderla, ya que, debido a la presencia de los españoles, se dedicaron más a la defensa que a sus actividades cotidianas,153 de ahí que dicha conducta haya sido una de las imágenes y estereotipos del indígena durante la época colonial. Entonces, los indígenas que habitaron Nuevo León ¿eran violentos? Antes de responder esta pregunta hay que recordar que, hasta el momento, lo que sabemos es a partir de las fuentes documentales, y resulta complicado tomarlas como totalmente confiables. En este caso, la arqueología puede reconocer con bastante exactitud el tipo de evidencia material asociada a la guerra. Existen ciudades fortificadas con trincheras, fosas, muros y otras construcciones defensivas; asimismo, en determinadas sociedades antiguas se reconocen instrumentos y objetos específicos para la guerra, así como tradiciones de individuos dedicados permanentemente a la milicia. Sin embargo, en el caso de los sitios arqueológicos de las sociedades nómadas de cazadores-recolectores, sabemos que no existían soldados, es decir, no había castas militares ni guerreros de tiempo completo, como ocurre en las sociedades estratificadas. Por tanto, si la ocasión lo ameritaba, todo hombre adulto era potencialmente un guerrero. Además, como ocurre en otras sociedades de cazadores-recolectores, las armas de caza son iguales a las usadas en la guerra.154 Todo lo anterior dificulta la labor del arqueólogo155 en la búsqueda de evidencia de conflictos bélicos. Por ello, en el caso concreto de Nuevo León, hasta el momento no se han encontrado indicadores arqueológicos que sean pruebas fehacientes de actividades bélicas o enfrentamientos entre distintos
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grupos.156 Existe una gran cantidad de puntas de proyectil, que resulta complicado determinar cuándo fueron utilizadas para la guerra; de igual modo, en Nuevo León tampoco se han encontrado restos óseos humanos que muestren claras huellas de muerte violenta. El hecho de que no se hayan encontrado artefactos, armas o elementos arqueológicos que demuestren que fueron creados exclusivamente para combatir o defenderse, no significa que no hayan ocurrido hechos violentos. Seguramente debieron existir conflictos entre distintos grupos y ello condujo a enfrentamientos violentos en los que sin duda habría víctimas. Aunque entre los cazadoresrecolectores no existía una propiedad efectiva sobre los medios naturales de producción, sí tenían territorialidad,157 y sabemos que entre cazadoresrecolectores es posible que existan disputas por territorios de caza.158 Por ello, es posible que los conflictos bélicos entre los antiguos habitantes de Nuevo León fueran iguales durante milenios, lo que no significa que hayan sido tal y como los describen las fuentes escritas a partir del siglo XVII. Probablemente, desde el paleoindio, y los siguientes milenios hasta el arcaico, el espacio geográfico y la baja densidad de población permitían menos contactos, roces y, por lo tanto, conflictos, pues el empalme territorial entre diferentes grupos se debió dar de manera ocasional. Esto aún se puede apreciar en momentos históricos, donde se describe una actitud de respeto y cierto luto hacia el enemigo vencido. En algunos casos, si se lograba la victoria, iban dejando un rastro de fuego al regresar a su campamento; al llegar, se les recibía con fogatas, y giraban en círculos celebrando el triunfo, y las mujeres se pintaban e incorporaban a la ceremonia tomando los trofeos y bailando.159 Sin embargo, conforme la población aumentó y, en mayor medida con los cambios profundos a la llegada de los españoles, el espacio se redujo y eso trajo más conflictos.160 Sabemos por las fuentes que, en cuanto al tratamiento que tenían con los individuos del otro grupo, al apoderarse de una víctima cortaban su cuero cabelludo y lo desecaban con piedras calientes colgandólo en palos como trofeo. En
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algunas ceremonias de los grupos indígenas del noreste de México se recolectaban partes del cuerpo humano o de animales como trofeos. Estos rituales, por ejemplo, se realizaban para celebrar el éxito de un combate o la muerte de un enemigo: ...y a los muertos desuellan el casco superior de la cabeza, como un palmo, casi alrrededor, con cabello y todo; al cual pellejo, por enjuagarle y ponerlo en la forma que les parece, le envuelven por la carnaza una piedra hecha ascua, que le consume la humedad, hasta que parece cola de yegua desollada; ponen en un palo como media asta, y tantas llevan, como cabelleras.161 Sin embargo, aquí es necesario puntualizar que no se trata, de ninguna manera, de una práctica extraña o atípica en el mundo, sino que está ampliamente distribuida en tiempo y espacio, ya que ha sido común entre las sociedades preestatales,162 donde partes del cuerpo del enemigo son usadas como trofeos.163 Esto, de acuerdo a algunos antropólogos, se debe al hecho de que eran grupos que no poseen instituciones burocráticas, militares, jurídicas ni religiosas, no es necesario hacer cautivos vivos, de allí que tras los conflictos armados entre sociedades de cazadores-recolectores, éstos suelen regresar portando trofeos de cueros cabelludos o cabezas de las víctimas.164 Sin negar que se trata de una práctica milenaria, sabemos, por fuentes documentales que estos acontecimientos se propagaron en los enfrentamientos entre indígenas del noreste y los españoles. En otras partes del norte de México, como en Coahuila, está bien documentado el tratamiento que daban a los individuos muertos, mutilándolos.165 En el caso de Nuevo León, también es posible identificar este tratamiento al enemigo vencido, donde, por ejemplo, dejaban la cabeza clavada en un palo.166 A otro individuo lo dejaron colgado de las quijadas en un árbol, además, lo flecharon.167 Asimismo, en un documento del archivo de Monterrey, también se describe este comportamiento donde se narra que un grupo de españoles estaba tras la persecución de unos indígenas, y al llegar a su campamento se encontraron cabelleras, manos, dedos y otras partes
del cuerpo humano que fueron identificados como de individuos españoles.168 La acción de martirizar y descuartizar a un individuo después de muerto es una práctica que ha ocurrido en muchas lugares. Parece ser una obsesión generalizada de acabar con el enemigo matándolo varias veces, y así sucedió en muchas partes en distintas épocas y lugares.169 No obstante, en este caso se trata de un momento histórico por demás tenso, por lo que seguramente la violencia entre los indígenas y los españoles se incrementaba, y los conflictos entre los mismos grupos indígenas se intensificaban. En efecto, dejemos ya la imagen maniquea del discurso historiográfico regional predominante, el cual suele mostrar una imagen del indígena que bien podría ser el guión de un hipotético machacado western,170 donde el indígena sería siempre el malo de la película.171 Repensemos pues nuestra historia, echemos un vistazo al otro lado, el lado de los vencidos.
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Capítulo III
10. AHM, Actas de cabildo, 010, año de 1643.
1. Braniff Beatriz C. Papeles norteños. Museo de las Culturas del Norte: Chihuahua, México, 1997. p. 74-75.
11. Del Hoyo, Eugenio. Indios, frailes y encomenderos en el Nuevo Reino de León siglos XVII y XVIII. Archivo General del Estado de Nuevo León: México, 1985. p. 151.
2. Powell, Philip W. “La guerra chichimeca (15501600)”, FCE, Lecturas Mexicanas, número 52: México, 1984. p. 20. 3. Bernal, Ignacio. Ancient México in colour. Thames and Hudson: USA, 1968. p. 90. 4. Jiménez Moreno, Wigberto. “Tribus e idiomas del norte de México”. El norte de México y el sur de los Estados Unidos, tercera reunión de mesa redonda sobre problemas antropológicos de México y Centroamérica. Sociedad Mexicana de Antropología: México, 1943. p. 127. 5. Bonfil Batalla, Guillermo. El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial. Anales de Antropología, UNAM: México, 1972. p. 11. 6. En recientes investigaciones ha sido de nueva cuenta analizada dicha obra, dejando dudas respecto al creador de la obra. 7. Carrillo Cázares, Alberto. “Edición crítica, estudio introductoria, paleografía y notas”. Guerra de los chichimecas (México 1575 - Zirosto 1580). Colegio de Michoacán-Universidad de Guanajuato: México, 1999. p. 28. 8. Aguirre Beltrán, Gonzalo. La población negra de México: estudio etnohistórico. FCE: México, 1972. p. 95. 9. Powell, Philip W., op. cit. 1984. p. 48.
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12. Así, por ejemplo, Francois Rodríguez señala: Chichimecas, nombre genérico que equivale a “culturas del desierto”. 13. Powell, Philip W., op. cit. 1984. p. 49. 14. Valadez Moreno., op. cit. 1999. p. 217. 15. Montemayor Hernández, Andrés. Historia de Monterrey. Asociación de Editores y Libreros de Monterrey: México, 1971. p. 32. 16. Del Hoyo, Eugenio. Historia del Nuevo Reino de León 1577-1723, colección La Historia en la ciudad del conocimiento, Fondo Editorial Nuevo León: México, 2005. p. 123. 17. Jiménez Moreno., op. cit. 1943. p. 129. 18. Adams, David B. Las colonias tlaxcaltecas de Coahuila y Nuevo León en la Nueva España. Archivo Municipal de Saltillo, Coahuila: México, 1991. p. 4. 19. El apelativo de sudaca muchas veces se ha empleado para menospreciar a los argentinos y uruguayos, y con ello a otros latinoamericanos, contra lo que se están proyectando -en busca de chivos expiatorios- algunos de nuestros problemas, como son el paro, la delincuencia, la inseguridad ciudadana y la droga. 20. Chapa, Juan Bautista et. al. “Historia de Nuevo León con noticias sobre Coahuila, Tamaulipas y Nuevo México”. Colección La Historia en la ciu-
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dad del conocimiento, Serie Colonia. Fondo Editorial Nuevo León-UANL-Secretaría de Educación: México, 2005. p. 201.
30. Sheridan, Cecilia., op. cit. 2002. p. 449.
21. En el caso de los esclavos negros que eran traídos a América ocurre lo mismo, pues el término nación y otros apelativos que se les daban no tenían muchas veces implicaciones étnicas, sino un accidente geográfico y características psicológicas particulares.
32. Campbell, T. N., op. cit. 1988. p. 35.
31. Adams, David B., op. cit. p. 10.
33. AHM Actas de Cabildo Vol. 01 exp. 001 año de 1632. 34. AHM RC Vol. 14 Exp. 10 año de 1611.
22. Sheridan, Cecilia. “Territorios y fronteras en el noreste novohispano”. Desierto y fronteras. El norte de México y otros contextos culturales. V Coloquio Paul Kirchhoff, Editores Hernán Salas Quintanal y Rafael Pérez Taylor-UNAM-Instituto de investigaciones Antropológicas-Plaza y Valdés: México 2004. p. 447-467. 23. Ramírez Almaraz, Jesús Gerardo. El totemismo en el noreste de México: animales, plantas, objetos, elementos y fenómenos naturales entre los cazadoresrecolectores del noreste de México. Tesis de maestría. Escuela Nacional de Antropología e Historia: México, 2004. p. 41. 24. Aguirre Beltrán, Gonzalo., op. cit. 1972. p. 80. 25. Del Hoyo, Eugenio., op. cit. 1985. p. 151. 26. Idem. 27. Sheridan, Cecilia. “Reflexiones en torno a las identidades nativas en el noreste colonial”. Relaciones, estudios de historia y sociedad. Nómadas del norte, número. 92, Vol. XXIII, otoño. El Colegio de Michoacán: México, 2002. p. 76-106.
35. AHM R.C. Vol 84 exp. 3 folio 16, AHM R.C. Vol. 29 Exp. 03, Vol. 31 Exp. 01 Folio. 76 (52). 36. Osante, Patricia. Orígenes del Nuevo Santander 1748-1772. UNAM-UAT: México, 1997. p. 25. 37. Saldivar, Gabriel. Historia completa de Tamaulipas. Editorial Beatriz de Silva-Gobierno del Estado de Tamaulipas: México, 1945. p. 32. 38. Por supuesto, hay que hacer un análisis de los mismos, pues aparecen al menos dos vocablos que seguramente designan a grupos del sur y suroeste de Nuevo León: huatachichiles (guachichiles) de San Luis Potosí y Zacatecas y tepehuanes de Durango. 39. Del Hoyo, Eugenio. Historia del Nuevo reino de León (1577-1723). Ediciones Al Voleo: Monterrey, México, 1979. p. 1. 40. Campbell, T. N., op. cit. 1988. p. 40. 41. Salinas, Martín. Indians of the Río Grande delta, their role in the history of southern, and northeastern México. University of Texas Press: Austin, Texas, USA, 1990. p. 111.
28. Jiménez Moreno., op. cit. 1943. p. 121-133. 29. Campbell, T.N. The indians of southern Texas and northeastern Mexico. The University of Texas: Austin, USA, 1988. p. 39.
42. Griffen, William, B. “Culture change and shifting populations in Central Northern Mexico”, Anthropological papers of the University of Arizona,
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Number 13, The University of Arizona Press: Tucson, USA, 1970. p. 161. 43. Idem. 44. Valdés, Carlos Manuel., op. cit. 1999. p. 191. 45. Salinas Cantú, Hernán, 1991, Luis Cravajal “el viejo” fundador de Nuevo León. Su tiempo/su vida/ su obra a los cuatro siglos de su muerte 1591-1991, Monterrey, México. p. 30-40; Valadez Moreno, Moisés y Reyes Trigo, Claudia, 1996, “Identificación Geográfico-Lingüística de los grupos indígenas del noreste de México (Siglos XVI-XIX)” en, Tercer Encuentro de lingüística en el Noroeste, Universidad de Sonora, Hermosillo México. p. 575-594. 46. Eguilaz, Isabel, 1965, Los indios del nordeste de Mejico en el siglo XVIII, Universidad de Sevilla, publicaciones del seminario de antropología americana, vol. 7, Etnohistoria del Norte de Mejico, Sevilla, España. p. 36.
55. Dicho cartel llevaba por título: “Testimonio histórico de los grupos indígenas del Nuevo Reino de León” y fue editado y distribuido en instituciones educativas y culturales por el Centro de Información de Historia Regional de la UANL, en un total de 2000 ejemplares. La recopilación de los datos estuvo a cargo del historiador Celso Garza Guajardo. (“Condensa cartel historia de indígenas de Nuevo león”, El Norte, Sección Cultural, 30 de mayo de 1992. 56. La encomienda era cuando la Corona le entregaba un grupo de indígenas a los españoles para que trabajaran para ellos, y aunque en teoría debían brindarle cobijo, alimentos y salarios, además de cristianizarlos, en realidad, esto pocas veces ocurría. Existen distintos trabajos donde se analizan las características de la encomienda y la congrega en Nuevo León y el noreste. 57. Archivo Municipal de Monterrey, Ramo Civil, Volumen 11, exp. 17.
47. Simeón., op. cit. p. 392.
58. AGNP I. Vol. 143 Exp. 05 folios 51-57.
48. Idem.
59. Seco, Manuel et al. Diccionario del Español Actual. Aguilar: 1999. 2 volúmenes.
49. AHM R.C. Vol. 04 Exp. 8 y en haciendas cercanas localizadas en el actual San Pedro: Municipal de AHM, R. C. Vol. 11, exp. 20.
60. Aguirre Beltrán, Gonzalo., op. cit. p. 101.
52. Ibid, p. 150.
61. Inclusive, en 1804, se pretendía obtener esclavos bozales en Tabasco, y no los criollos o nacidos entre los asentamientos occidentales, porque creían que así se podía evitar “…que no propagaran las perniciosas máximas de libertad de que se hallaban imbuidos”.
53. Ibid, p. 61.
62. AHM RC Vol. 16. Exp. 10.
54. Cavazos Garza, Israel, 1996, Breve Historia de Nuevo León, Fondo de Cultura Económica, México. p. 16.
63. AHM RC Vol. 08 Exp. 07.
50. Simeón., op. cit. p. 53. 51. Ibid, p. 271.
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64. Zavala, Silvio, 1994, Los esclavos indios en la
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Nueva España, El Colegio Nacional, México. p. 77. 65. Valadez, Moreno, Moisés y Claudia Reyes Trigo. “Distribución étnico-lingüística de la población indígena norestense” en, Revista de Humanidades: Tecnológico de Monterrey, número 2, Departamento de Ciencias y Humanidades. ITESM: México, 1997. p. 133-153.
72. Idem. 73. Troike, Rudolph. “A contribution to coahuilteco lexicography”. International Journal American linguistics, vol. XXIX, number 4, october. USA, 1963. p. 295-299. 74. Valadez, Moreno, Moisés y Claudia Reyes Trigo. 1996. p. 575-594.
66. Murray., op. cit., 2007. p. 147.
75. Manaster, Alexis., op. cit. p. 1-38.
67. De León, Alonso. “Relación y discursos del descubrimiento, población y pacificación de este Nuevo Reino de León; temperamento y calidad de la Tierra”. Historia de Nuevo de León, con noticias sobre Coahuila, Tamaulipas y Nuevo México, escrita en el siglo XVII. Ayuntamiento de Monterrey: México, 1980, (1649) p. 1-11.
76. Gursky, Karl-Heinz., op. cit. p. 325-327.
68. Gursky, Karl-Heinz, 1963, “The linguistic position of the quinigua indians”, En, International Journal American linguistics, vol. XXX, number 4, october, USA. p. 325-327; Manaster, Alexis, 1996, “Sapir’s classifications: Coahuiltecan”, En: Anthropological linguistics, Volume 38, number 1, spring, Indiana University. p. 1-38. 69. Campbell, T.N., op. cit. 1988. p. 39. 70. Manaster, Alexis. “Sapir’s classifications: Coahuiltecan”. Anthropological linguistics, Volume 38, number 1, spring, Indiana University, 1996. p. 1-38. 71. Valadez, Moreno, Moisés y Claudia Reyes Trigo. “Identificación geográfico-lingüística de los grupos indígenas del noreste de México (Siglos XVI-XIX)”. Tercer Encuentro de lingüística en el Noroeste. Universidad de Sonora: Hermosillo, México, 1996. p. 575-594.
77. Valadez Moreno, Moisés y Reyes Trigo, Claudia., op. cit. 1996. p. 575-594. 78. Idem. 79. Hay que recordar que Berlandier había visto a los indios carrizos y garzas en el norte de Nuevo León y cerca de la hacienda de Mamulique. 80. Manaster, Alexis., op. cit. p. 1-38. 81. Zavala, Silvio, 1994. Los esclavos indios en la Nueva España, Cuadernos del Archivo No. 54, Archivo General del Estado, Nuevo León, México. p. 75. 82. Idem. 83. Aguirre Beltrán., op. cit. p. 86. 84. Calvo Buezas, Tomás. Muchas Américas; cultura, sociedad y política en América Latina. Editorial Universidad Complutense: Madrid, España, 1990. p. 158, 164. 85. Salinas, Martín., op. cit. p. 54-55. 86. Idem.
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87. Aguirre Beltrán., op. cit. p. 87.
99. Ramírez Almaraz., op. cit. 2005. p. 53.
88. Valadez Moreno, Moisés y Reyes Trigo, Claudia., op. cit. 1996. p. 575-594.
100. Sandoval Palacios, Juan Manuel. “El papel de padre en las sociedades de cazadores-recolectores: una perspectiva biosocial”. Boletín de Antropología Americana, número 12, México, 12 diciembre de 1986. p. 75-89.
89. Calvo Buezas., op. cit. p. 158, 164. 90. Ramírez Almaraz., op. cit. 2004. p. 53. 91. Valadez Moreno, Moisés. “Datos etnohistóricos y etnográficos de las sociedades indígenas que habitaron Nuevo León”. Deslinde, Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, No. 39-40, volumen XII, enero-junio. UANL: México, 1993. p. 124-136.
101. Sarmiento Fradera, Griselda. Primeras sociedades jerárquicas. Colección científica, Serie Arqueología, INAH: México, 1992. p. 24. 102. Gándara, Manuel. “El análisis teórico: aplicaciones al estudio del origen de la complejidad social”. Boletín de Antropología Americana, número 25, julio, México, 1992. p. 93-104.
92. Ramírez Almaraz., op. cit. 2004. p. 53. 93. De León, Alonso., op. cit. 2005. p. 1-119. 94. Nuñez Cabeza de Vaca, Álvar. Naufragios y comentarios. Espasa-Caple mexicana, Colección Austral: México, 1992. p. 58. 95. Ramírez Almaraz., op. cit. 2004. p. 241. 96. De León, Alonso., op. cit. 2005. p. 1-119. 97. Santa María, Fray Vicente. Relación histórica del Nuevo Santander y costa del seno mexicano. UNAM: México, 1973. p. 106. 98. Con esto se materializa la obligación, es decir, no es el objeto en sí mismo sino lo que representa, pues debe ser un testimonio que refleja la capacidad u cualidades de quien pretende desposar a la mujer. Es decir, no por poseer tres cueros de venado se podían obtener tres mujeres, pues el objeto no tiene valor intrínseco, sino que su valor es convencional y fiduciario, ya que sólo sirve para ilegitimizar la unión al crear un consenso en la sociedad.
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103. González Arratia, Leticia. “La mujer recolectora en la reproducción material. Los grupos cazadoresrecolectores del desierto del norte de México”. Antropología, Boletín Oficial del INAH, nueva época, número 34: México, 1991. p. 10. 104. Bate, Luis Felipe. “El modo de producción cazador-recolector o la economía del salvajismo”. Boletín de Antropología Americana. Instituto Panamericano de Geografía e Historia: México, 1986. p. 5-31. 105. González Arratia., op. cit. 1990. p. 14. 106. Es entre las sociedades agrícolas es donde aumenta esta subordinación de la mujer y los menores. 107. Bate, Luis Felipe. El proceso de investigación en arqueología. Ed. Crítica: Barcelona, España, 1998. p. 31. 108. Lumbreras, Luis. La arqueología como ciencia social. Ediciones librerías Allende: México, 1974. p. 27.
Monterrey: origen y destino
109. Service, Elman R. Los Cazadores. Nueva Colección, Editorial Labor: Barcelona, España, 1979. p. 97.
118. Harris, Marvin. Caníbales y reyes, los orígenes de las culturas. Alianza Editorial: México, 1989. p. 24.
110. Bate, Luis Felipe., op. cit. 1998. p. 12.
119. Entre los cazadores-recolectores, cuando alguien pretende tomar más de lo que le corresponde, es sancionado por el grupo.
111. Sahlins, Marshall. Economía de la edad de piedra. Ed. Akal: Madrid, España, 1983. p. 12.
120. Service Elman., op. cit. p. 23. 112. De alguna manera fue precisamente un anarquista el primero en marcar tajantemente la gran diferencia entre ambos conceptos. Y es que Piere Joseph Proudhon, en su libro titulado ¿Qué es la propiedad?, publicado en 1840, discutió sobre el origen y desarrollo de la misma, subrayando la diferencia entre posesión y propiedad y concluyó con una frase provocadora: “¡La propiedad es el robo!”, y, por lo tanto, sólo existe el derecho de posesión, por lo que en la sociedad anarquista la comunidad no tiene propiedad, pero sí es propietaria. 113. Bate, Luis Felipe., op. cit. 1998. p. 12.
121. Bate, Luis Felipe. “El modo de producción cazador-recolector o la economía del salvajismo”. Boletín de Antropología Americana. Instituto Panamericano de Geografía e Historia: México, 1986. p. 17. 122. Service Elman., op. cit. p. 26. 123. De acuerdo a los estudios hechos en restos óseos humanos de distintos sitios del sur de Texas, se pudo constatar que los individuos tenían igual acceso a los recursos, y que en general tenían una dieta y nutrición adecuada.
114. Service, Elman., op. cit. p. 97. 115. Así, un animal preferido, un ornamento, un ritual mágico privado o un arco favorito pueden ser considerados como muy personales, pero no como propiedad privada que pudiese tener significado en términos de crear clases económicas, ricas y pobres, o relaciones de explotación. Una persona no obtiene “provecho” a expensas de nadie por la posesión de una propiedad personal.
124. Para ejemplificar cómo funciona la reciprocidad entre este tipo de sociedades, conviene revisar un par de ejemplos de ambos extremos del norte mexicano. En el noreste en Nuevo León: “Es suyo del cazador el cuero y no come de la carne, repártense entre todos”, y en el noroeste en Baja California: “La carne dividen y reparten entre todos, y la piel es del que lo mató”. 125. Service, Elman., op. cit. p. 26.
116. Lumbreras., op. cit. p. 30. 126. Bate, Luis Felipe., op. cit. 1998. p. 60-61. 117. Taylor, Walter W. “Archaic cultures adjacent to the northeastern frontiers of mesoamerica”. Handbook of middle american Iindians, Volume four, Univesrity of Texas Press: Austin, 1966. p. 59-94.
127. Litvak King, Jaime. Todas las piedras tienen 2000 años. Editorial Trillas: México, 1986. p. 141.
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128. Sarmiento Fradera, Griselda. Primeras sociedades jerárquicas. Colección científica, Serie Arqueología, INAH: México, 1992. p. 115.
sobre Coahuila, Tamaulipas y Nuevo México, escrita en el siglo XVII, Ayuntamiento de Monterrey: México, 2005. p. XXXVIII.
129. Uno de los entierros más deslumbrantes y conocidos es el llamado templo de las inscripciones en Palenque, Chiapas, donde el arqueólogo Alberto Ruz encontró, en el interior de la construcción, una cámara mortuoria con importantes ofrendas de jade. Recordemos también las tumbas exploradas por Alfonso Caso en Monte Albán, Oaxaca, en las que encontró ofrendas que incluían joyas de oro. Sin embargo, aunque no se trata de pirámides, sino de construcciones menos evidentes y de menores dimensiones, existen tumbas de diferentes características en muchos otros sitios. Lo interesante es que las características del contexto mortuorio permite al arqueólogo identificar si se trataba de individuos privilegiados y con alta jerarquía política o religiosa, o de campesinos, artesanos e individuos pertenecientes a las clases bajas.
137. AHM, Ramo Civil Volumen 7 Expediente 5. 138. Ayancual. Hacienda del municipio Los Ramones, citada el 1º de octubre de 1705 como “paraje Los Ayancuaras”. Juan Bautista Chapa lo escribe “ayenguara”. El nombre es corrupción del de los indios ayanguara que pobló la región a la llegada de los españoles. 139. Sarmiento Fradera., op. cit. p. 55. 140. Como comentario, hay que decir que, lejos de lo que puede parecer, existen otros vocablos usados ampliamente en la actualidad que tienen su origen en las lenguas de las Islas del Caribe, entre ellas: barbacoa, hamaca y tabaco. 141. Sarmiento Fradera., op. cit. p. 55.
130. González Arratia, Leticia. Museo Regional de la Laguna y la Cueva de la Candelaria. Adopte una obra de arte, CONACULTA-INAH: México, 1999. p. 31.
142. Calvo Buezas, Tomás. Muchas Américas; cultura, sociedad y política en América Latina. Editorial Universidad Complutense: Madrid, España, 1990. p. 167.
131. Valadez Moreno., op. cit. 1993. p. 128. 143. Sarmiento Fradera., op. cit. p. 55. 132. Hester, Thomas. Digging into south Texas prehistory a guide for amateur archaeoogists. Corona Publishing Company: San Antonio Texas, USA, 1980. p. 45. 133. González Arratia., op. cit. 1990. p. 62.
144. Cuello, José. El norte, el noreste y Saltillo en la historia colonial de México. Archivo Municipal de Saltillo: Coahuila, 1990. p. 127.
134. De León., op. cit. 2005. p. 25.
145. Aguirre Beltrán, Gonzalo. La población negra de México: estudio etnohistórico. FCE: México, 1972. p. 92.
135. Sarmiento Fradera., op. cit. p. 90.
146. De León., op. cit. 2005. p. 68-77.
136. Cavazos Garza, Israel. “Estudio preliminar y notas”. Historia de Nuevo de León, con noticias
147. Cuello, José., op. cit. p. 127.
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148. Bonfil Batalla, Guillermo, “El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial”, Anales de Antropología, UNAM, México, 1972. p. 46. 149. Pozas, Ricardo; de Pozas, Isabel. Los indios en las clases sociales de México. Editorial Siglo Veintiuno: México, 1990. p. 127-128. 150. González Arratia, Leticia.“El discurso de la conquista frente a los cazadores recolectores de norte de México”. Antropología número 29. INAH: México, 1990. p. 12-15. 151. Trigger, Bruce., op. cit. p. 312. 152. Harris, Marvin., op. cit. 1989. p. 51. 153. González Arratia., op. cit., 1990. p. 12-15. 154. Harris, Marvin., op. cit. 1989. p. 53. 155. ¿Pueden observarse mediante la arqueología los diversos aspectos de la violencia prehistórica? Se puede confeccionar a priori una lista de posibles conductas violentas llevadas a cabo por las gentes de la Edad de Piedra, pero, por el contrario, será difícil hallar la confirmación arqueológica de tales actividades. 156. Esto ocurre en otros sitios del norte del país, como la Cueva de la Candelaria, donde a pesar de la gran cantidad de material recuperado, no es útil para deducir esto. “Nada nos dice el material de la Candelaria que apoye o desvirtúe este concepto”.
159. De León., op. cit. 2005. p. 36. 160. Ramírez Almaraz., op. cit. 2005. p. 55. 161. De León., op. cit. 2005. p. 38. 162. Sin duda, lo anterior nos recuerda los trofeos que hacían los mexicas de la piel desollada y la cabeza con la cabellera. Es posible que, en este caso, entre los mexicas se trataba de ritos de origen norteño, pues recordemos que las víctimas eran casi siempre cautivos de guerra (como en el caso de los conflictos armados de las sociedades sin Estado), por lo que tal vez el rito había cobrado un nuevo sentido, siendo resemantizado y acondicionado al contexto de una sociedad sedentaria, agrícola y sumamente estratificada. Pues, como se sabe, el sacrificio ocurrió en otras partes del mundo en diferentes sociedades fuertemente jerarquizadas. 163. Guiliane, Jean y Jean Zammit. El camino de la guerra, la violencia en la prehistoria. Editorial, ArielPlaneta, Madrid, España, 2002. p. 60. 164. Harris, Marvin., op. cit. 1989. p. 145. 165. Guiliane, Jean y Jean Zammit., op. cit. p. 60 166. Sánchez, José Hermenegildo. Crónicas del Nuevo Santander (1803). CONARTE: México, 1990. p. 66. 167. Ibid, p. 194. 168. AHM R.C. Vol. 11 Exp. 16.
157. Bate, Luis Felipe., op. cit. p. 5-31.
169. Guiliane y Zammit., op. cit. p. 60.
158. Clark, Grahame. “Archaeology and society, reconstructing the prehistoric past”. University Paperbacks, Methuen-London Barnes & Noble: New York, 1960. p. 236.
170. Tanto en la cinematografía como en los cómics, existe una tendencia de llamar como un platillo característico de la región o el país, a las producciones que, sin ser norteamericanas abordan personajes y
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Los grupos indígenas en Monterrey
ambientes semejantes al western anglosajón. Por ejemplo, se le ha denominado Spaghetti western a las películas italianas con dicha temática y enchilada western a las historietas mexicanas de vaqueros. De ahí que aquí se usa el término machacado western en ese sentido. 171. El western norteamericano, aunque ha ido cambiando a través del tiempo, y se ha replanteado en cuanto a sus contenidos ideológicos y reconsiderando sus mensajes respecto a la visión del indígena, por mucho tiempo, mostró una imagen negativa del nativo americano. Tal y como señala Georges Henri Morin, donde, entre otras cosas, el esteriotipo consistía en que el indígena “atacaba sin razón, hacia gritos guturales y torturaba a sus víctimas”.
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CAPÍTULO IV ACTIVIDADES DE SUBSISTENCIA
Las economías de buscadores de alimentos y de cazadores requieren competencia técnica, a despecho de su simplicidad. Encontrar y recoger raíces silvestres, nueces, simientes y bayas, cazar o coger en trampas a los animales comestibles, exige conocimiento, no sólo del terreno, sino de las épocas más favorables, y de las mejores condiciones bajo las cuales conseguir esos alimentos, sin hablar de su conservación para el consumo futuro. Melville J. Herskovits Como hemos visto, al tratarse de sociedades nómadas de cazadores-recolectores que habitaron Nuevo León, no existían personas especialistas con grandes privilegios, los jefes o cabecillas, aunque tenían otras funciones específicas, también compartían las mismas tareas que los demás. Desde luego, esto no quiere decir que todos hacían todo, sino que seguramente estaban divididas de acuerdo al género y la edad.1 Al abordar la evidencia arqueológica de estos grupos, debemos recordar que la división del trabajo al parecer era tal y como ocurre en la mayoría de las sociedades de cazadores-recolectores: los hombres cazaban y las mujeres recolectaban.2 Coincidimos con otros autores al considerar que en lo que se refiere a gran parte de los estados de Coahuila y Nuevo León, todo parece indicar que los hombres cazaban y elaboraban artefactos líticos, mientras que las mujeres recolectaban plantas, procesaban alimentos y manufacturaban cestas, petates y otros utenlsilios.3 De las actividades generales, se puede destacar que, de acuerdo a lo que podemos inferir, auxiliados por las fuentes históricas y la analogía etnográfica, en Nuevo León los hombres organizaban su unidad familiar, se avocaban a la cacería y pesca, así como a la manufactura de diversas armas y demás artefactos líticos; también
peleaban en los conflictos, mientras que otros resguardaban el campamento durante las batallas. Por su parte, las mujeres se dedicaban a buscar y recolectar frutos, raíces y semillas, obtener leña y otras materias primas. Eran las encargadas de la preparación de los alimentos, cargar a los niños al cambiar el campamento y transportar el agua. De igual modo, hacían otras actividades como el trabajo de cestería, aderezado de pieles y la obtención de fibras y manufactura de cuerdas, redes y textiles. Incluso, es muy posible que participaran en la pesca y en la caza de especies pequeñas. Las mujeres tenían una mayor carga de trabajo y participaban activamente en un gran número de actividades y tareas.4 Es importante recordar que no es lo mismo sexo que género, pues mientras el primero es natural o biológico, el segundo es una construcción cultural.5 Mencionamos lo anterior ya que, según algunas fuentes históricas del siglo XVI y XVII, como Álvar Núñez Cabeza de Vaca y el capitán Alonso de León, comentan que entre estos grupos indígenas existían varones que vestían y realizaban actividades propias de las mujeres. Aunque es evidente que existía un punto de vista prejuicioso por parte de los españoles,6 al llamarlos por ejemplo amarionados,7 al parecer estos individuos desempeñaban un papel como el resto de las mujeres, que era aceptado por los demás miembros del grupo: ..hay algunos que, siendo varones, sirven de
A diferencia de nuestra rígida clasificación científica de las especies biológicas, en la cosmovisión de algunos grupos indígenas existe una estrecha vinculación entre el peyote y el venado.
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Los grupos indígenas en Monterrey
hembra contra naturaleza; y para conocerse, andan en el propio traje de las indias, y cargando su huacal y haciendo los propios ministerios que ellas, sin que por ello él se afrente, ni ellas los menosprecien.8 No podemos descartar que algunos de estos individuos tuvieran además intervención en rituales mágicos o ceremoniales, tal y como ocurre con homosexuales que utilizan indumentaria de mujer en otras culturas de Norteamérica. Al parecer no se trataba de un comportamiento atípico o eventual, sino que era una condición consuetudinaria. En lo que se refiere a las personas de mayor edad, realizaban actividades propias de su género y ayudaban en lo que podían de acuerdo a sus habilidades y condición física.9 Estos individuos, dentro del grupo, eran los depositarios y principales emisores del bagaje cultural, pues sabían cómo curar enfermedades y entrar en contacto con lo sobrenatural. Por su parte, los niños más pequeños ayudaban en las tareas de los adultos, principalmente de la mujer, al recolectar frutos y recoger leña. Aunque esto sucedía hasta cierto momento, pues siendo aún muy jóvenes, llegaba el caso en que las actividades se dividían entre los varones y las mujeres.10 Por supuesto, hasta ahora hemos visto de manera general la división del trabajo que probablemente tenían los grupos que habitaron Nuevo León y el noreste de México, pero es posible que existieran diferencias en tiempo y espacio; además, es posible que la recolección de ciertas plantas medicinales y distintos tipos de plantas empleados como colorantes podría ser una tarea que no necesariamente realizaba sólo un sector de la población de acuerdo al género o la edad. Lo mismo sucedió quizá con la recolección del peyote que, al menos para tiempos históricos, era realizada sólo por ciertas personas, seguramente varones, pues más que de una recolección, se trataba de una cacería de peyote, ya que, como ocurre con otros grupos indígenas, existía una vinculación estrecha entre el venado y el peyote.11 Es necesario desglosar las distintas actividades productivas y las diferentes tecnologías de elaboración de artefactos en distinto material. Todo está interrelacionado en un interminable
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proceso circular, en donde toda la materia prima era tan importante como la hechura y, por tanto, son procesos complementarios.12 Por ejemplo, para obtener un artefacto de pedernal con suficiente filo, antes se requiere poseer un artefacto de hueso o asta con el cual ejercer presión. Para la extracción y procesamiento de fibra de ixtle para hacer cordeles están involucrados artefactos de piedra con mango de madera. Y para la manufactura de artefactos de concha se requiere una punta de piedra para perforar o cortar. Lo mismo ocurre con un artefacto de hueso o piel, ya que en su elaboración están involucrados otros artefactos.
La cacería Antes de mencionar el tipo de armas y estrategias de la cacería, es necesario analizar a grandes rasgos el papel que tuvo a través del tiempo la caza entre los grupos de Nuevo León, por lo que debemos iniciar dejando en claro algunos aspectos, pues, tal vez, la imagen del cazador se debe precisamente a que la mayor proporción, o al menos el tipo de evidencia material más conocido en la región, sean armas. En efecto, en Nuevo León y el noreste de México, el tipo de artefactos que se identifican como objetos de los indígenas son las puntas de proyectil, que son denominadas popularmente como chuzos o pedernales. Sin embargo, esta aparente preponderancia de la cacería resulta un tanto engañosa, pues debido a las puntas que están manufacturadas en piedra, han perdurado hasta nuestros días, a diferencia de otros artefactos elaborados en materiales como fibra, hueso, asta o madera que, salvo en ciertas condiciones, se desintegran pocos años después de ser desechados, abandonados o perdidos. A excepción de ciertos contextos como cuevas secas, tundras congeladas y pantanos, donde se conservan materiales perecederos como madera, hueso, piel y fibra, por lo general los artefactos que más predominan en los hallazgos arqueológicos son los líticos.13 Pero, afortunadamente, contamos en el noreste con algunos contextos que permitieron una conservación excepcional. Por ejemplo, en cuevas de Coahuila, la proporción de madera supera por mucho a la de piedra y, a su vez, los artefactos ma-
Monterrey: origen y destino
nufacturados en fibra son muchos más que los de madera.14 Es decir, en estas cuevas secas había una abundancia de artefactos de madera, fibras y textiles.15 Mientras en el caso de Nuevo León no ocurre así; por ejemplo, en el sitio de Cueva Ahumada 95% de los materiales recuperados en las excavaciones de artefactos eran líticos.16 De igual modo, en la Cueva de la Zona de Derrumbes, al sur de Nuevo León, también hay un 94.6% de piedra tallada y 2.8% en piedra pulida.17 Y lo mismo ocurre en gran parte de Texas, donde gracias a los documentos españoles sabemos que los indígenas poseían muchos artefactos de madera y fibra y, probablemente, durante el arcaico ocurría algo similar, pero dichos materiales han desaparecido.18 El hecho de que no se hayan conservado los artefactos manufacturados en materiales perecederos en muchos sitios de Nuevo León, no significa que hayan sido pocos, pues debieron ser igual o probablemente más abundantes que los de piedra, pero desaparecieron debido a las condiciones del medio ambiente, como la humedad, la erosión, los rayos solares, insectos y otro tipo de agentes naturales o humanos. Entonces, si recordamos que muchos de estos artefactos de madera, hueso o fibra eran usados en otro tipo de actividades productivas, es posible no otorgarle una importancia desmedida a la cacería y situar su papel y aportación en su justa dimensión.
Los primeros cazadores
Una vez aclarado lo anterior, podemos señalar que la caza dependía y podía variar de acuerdo al entorno específico y la época del año. Si tomamos en cuenta que la mayor parte de los investigadores opinan que los primeros seres humanos que ocuparon el continente americano lo hicieron al final del pleistoceno,19 entonces tenemos que, de acuerdo a la evidencia paleontológica y arqueológica de Norteamérica, hace más de 10 mil años el medio ambiente era distinto al que existe en la actualidad, por lo que los primeros humanos que llegaron a lo que ahora es el noreste de México seguramente coexistieron con los últimos ejemplares de una gran
variedad de especies de mamíferos que ahora están extintas. No parece haber duda de que existió una gran variedad de especies pleistocénicas en Nuevo León, pues hay evidencia, aunque en ninguno de estos casos existe una prueba contundente de presencia humana ni materiales arqueológicos asociados a los restos óseos correspondientes a estas épocas.20 Con respecto a la caza de estos animales en otras partes de Norteamérica y México, hay que señalar que existe una gran polémica respecto a la causa o causas que propiciaron la extinción masiva de la fauna. Hay al menos dos grandes posturas: la que atribuye dicha extinción al hombre, concretamente a la cacería, y aquélla que considera que la extinción se debe sobre todo a causas naturales, es decir, le da mayor importancia a los cambios climáticos y la modificación de la vegetación.21 Lo cierto es que
En Nuevo León y el noreste se han encontrado restos de megafauna, por ejemplo, restos de mamut.
para muchos otros investigadores ninguna hipótesis parece tratarse de una explicación completa y suficientemente argumentada,22 por lo que se piensa que no necesariamente son excluyentes, sino tal vez complementarias, de ahí que exista una posición media que considera que el impacto de los cazadores paleoindios no fue devastador para la fauna, sino que ésta resultó afectada por los cambios climáticos y la desaparición de su hábitat.23 Ciertamente no parece haber duda respecto a la eficacia de la tecnología para abatir grandes presas, pues, por ejemplo, a partir de distintas
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Los grupos indígenas en Monterrey
prácticas de arqueología experimental, se han recreado lanzamientos con atlatl de puntas tipo clovis sobre elefantes (muertos), y los investigadores encontraron que sí se puede penetrar su piel que es muy semejante a la del mamut.24 Por otra parte, también hay que señalar que la imagen popularizada del cazador de mamut ha sido cuestionada y puesta en duda por distintos investigadores en Norteamérica. Por ello, en el norte de México también se toma con cautela este tema, pues en nuestro país la asociación de artefactos líticos y restos óseos de mastodontes y otras especies de megafauna no es ni numerosa ni del todo confiable.25 Por lo tanto, de acuerdo con algunos autores, difícilmente los antiguos habitantes deben considerarse como cazadores de megafauna, pues si bien es posible que cazaran este tipo de animales, debió ocurrir en ocasiones y condiciones casi únicas,26 opinión que, como Lorenzo, subrayaba Angel García Cook, al señalar y criticar al arqueólogo Luis Aveleyra respecto a que no hay que concebir a los primeros pobladores de México como cazadores de fauna extinta, pues, aunque contemporáneos a la megafauna y tal vez cazadores ocasionales cuando la situación lo permitía, no era la base de la subsistencia. Y lo mismo afirman otros investigadores que han tachado de ilógica la expresión de cazadores de mamut para referirse a los primeros habitantes que ocuparon lo que ahora es nuestro país.27 Sin embargo, si bien es cierto que debemos tomar con cautela dicha imagen de los cazadores de grandes animales, de lo que sí estamos convencidos es que eran grandes cazadores de animales.
Muchos investigadores consideran la imagen popular de cazadores de mamut como una exageración.
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Las armas: el atlatl Para algunos autores, la primera arma usada en el continente americano fue la lanza, que tendría como punta las llamadas puntas tipo clovis, pues argumentan que no existe evidencia determinante que asegure el uso de un propulsor.28 No obstante, algunos experimentos indican que dichas puntas sí son efectivas si son lanzadas con un propulsor.29 De cualquier modo, lo cierto es que durante los primeros milenios de presencia humana en México y el noreste, es muy probable el uso de la lanza y, sobre todo, de un artefacto llamado atlatl. El atlatl es llamado así porque es la designación en náhuatl para referirse al propulsor o lanzadardos. Se le conoce de distintas formas alrededor del mundo. Aunque en Europa existen especímenes de hueso o marfil, la mayoría de las veces el atlatl está manufacturado en madera. Respecto a su función, podemos decir que surgió para hacer más eficaz la cacería, ya que una lanza que es arrojada solamente con la fuerza del brazo como una jabalina tiene un alcance y fuerza limitados, mientras que, en caso de lanzarla con el atlatl, aumenta considerablemente tanto la fuerza como la distancia del dardo.30 De acuerdo con los datos etnográficos y de experimentación, la distancia media del vuelo de una lanza era de 35 a 40 metros, mientras que la distancia media del vuelo de un dardo arrojado con un propulsor era de 70 a 80 metros.31 En el caso de Nuevo León, mediante experimentos realizados con reproducciones de atlatl, se ha obtenido información de que, aprovechando la gravedad, los proyectiles arrojados hacia abajo desde una ladera pueden llegar a unos 40 o 50 metros.32 El atlatl es un arma cuyo uso es muy diverso según la parte del mundo o la época histórica en la que investiguemos su aplicación. Evidentemente, no se trata de un invento único que se haya propagado, sino que surgió en distintas áreas en momentos diferentes.33 La forma de utilizarse se puede resumir así: el lanzador toma el atlatl por un extremo, es decir, el mango, y pasa los dedos por un sujetador34 o travesaño (que en el norte de México debió ser una tira de cuero o fibra), luego coloca el extremo opuesto
Monterrey: origen y destino
entidad continuaron siendo encontrados distintos ejemplares, como aquéllos de la cueva La Espantosa37 y otros fragmentos o ejemplares completos de las cuevas de La Candelaria y la de La Paila.38 En cuanto al tipo de atlatl, sabemos que existen varios. En Norteamérica predominan aquéllos del tipo masculino o machos, que son los que tienen un gancho o proyección al extremo o parte distal, en donde se coloca la oquedad del extremo proximal de la lanza; mientras que el atlatl del tipo mixto posee una acanaladura longitudinal en su cara dorsal y un gancho al extremo distal.39 En el caso de las cuevas de La Candelaria, La Paila y el Coyote son mixtos, y en la cueva la Espantosa coinciden los dos tipos.40 El lanzadardos, propulsor o atlatl, era una rama que servia para arrojar los proyectiles a una mayor distancia que hacerlo con la mano.
a la punta del dardo, ajustándolo en la acanaladura o gancho del atlatl; después, descansando el atlatl sobre el hombro, debe estar sujetando la lanza con los dedos. Por último, hace el movimiento de palanca para arrojar el proyectil, que saldrá disparado con gran potencia.35 Ahora bien, en el caso del norte de México, y concretamente para el caso de Coahuila, el primer ejemplo de un atlatl que está documentado es el recuperado por Edward Palmer, quien lo extrajo de la cueva del Coyote.36 Posteriormente, en la misma
Atlatl es un vocablo de origen náhuatl, y se utiliza para designar un arma que antecede en tiempo al arco y la flecha. Esta arma fue utilizada en distintas partes del mundo, como Europa, Asia, Australia y América.
En el caso de los atlalt con ganchos, el extremo del proyectil debía introducirse o sostenerse con el gancho. Tal y como se muestra en el dibujo y en la reproducción de dichos artefactos. El atlatl consistía en que el individuo que hacia el lanzamiento sujetaba con su mano el mango introduciendo los dedos en los sujetadores, luego se colocaba el atlatl sobre su hombro, y con movimiento a manera de latigazo arrojaba el proyectil.
Y aunque no se han realizado estudios específicos respecto a la identificación de especies utilizadas para su manufactura, se debieel caso del noreste de ron utilizar maderas de gran En México, en las cuevas dureza, como el mezquite, el secas de Coahuila, se ébano y la barreta, entre otras.41 han conservado ejemplares de atlatl. Como Aunque esto también dependía el fragmento de atlatl del hábitat del grupo humano y acanalado encontrado por Edward Palmer, de la vegetación a la que tenían que aún conservaba los sujetadores. acceso.
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Los grupos indígenas en Monterrey
Al parecer, el atlatl o lanza dardos cayó en desuso con la aparición del arco y la flecha, que muchos autores creen que llega a Norteamérica 2 mil años atrás,42 aunque otros lo sitúan en el año 1000 después de Cristo.43 Por consiguiente, el atlatl había dejado de ser utilizado como arma de caza por los grupos indígenas del noreste de México antes de la llegada En distintas partes de Norteamérica se ha encontrado evidencia del uso del atlatl que posee distintas características en cuanto a su forma y materiales utilizados.
Aunque depende del medio ambiente del área y de la antigüedad del artefacto, entre otras cosas, es posible que los antiguos cazadores eligieran maderas duras y resistentes, como el mezquite.
Respecto al atlatl, cabe mencionar que ningún cronista o documento histórico del norte de México hace alguna referencia a estos artefactos; en su lugar, el cronista De León da una pormenorizada descripción de la materia prima y elaboración de arco y flechas. Por ello, en la historiografía regional se ha manejado la utilización del arco y la flecha como el arma usada por los antiguos habitantes de Nuevo León para la cacería, lo que es cierto, pero parcial.
Debido a que sólo se tomaban en cuenta las fuentes coloniales, en la historiografía y su represtación gráfica, el indígena siempre aparece armado con arco y flecha. Como en el flechador del sol que aparecía en la monumental obra grabada en la roca llamada Los Altares, de Federico Cantu.
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En Mesoamérica, el atlatl seguiría utilizándose y representándose en la iconografía hasta tiempos recientes, y, a diferencia de los atlatl norteños, se elaborarían atlatl con agarraderas de concha.
de los españoles a este territorio a finales del siglo XVI, y lo mismo ocurre en ciertas áreas de Texas donde, como fecha más tardía, el atlatl dejó de usarse por lo menos algunos siglos antes de la conquista.44 En el caso de otras partes del noreste de México, hay que recordar el contexto de las cuevas de Coahuila donde se han encontrado estos artefactos, pues son anteriores a la época de la conquista española.45 Sin embargo, aunque debido a las condiciones de preservación no se han encontrado estos artefactos en Nuevo León, no podemos descartar que bajo ciertas condiciones se pudiera encontrar en el futuro un sitio arqueológico con suficientes restos de madera, fibra y demás material perecedero. No obstante, aunque no se han hecho hallazgos de atlatl, tenemos su complemento. En Nuevo León se han encontrado las puntas de proyectil que eran lanzadas con el atlatl, ya que podemos identificarlas debido a que son más grandes y pesadas que aquellas puntas utilizadas para ser lanzadas con el arco.46
Monterrey: origen y destino
Además de las puntas de proyectil, en Nuevo León existen otros indicadores que son evidencia clara del uso del atlatl. En este caso se trata de su representación en la roca. Por ejemplo, existen muchas figuras grabadas de atlatl y puntas de proyectil.
Aunque popularmente se les conoce como pedernales, chuzos o puntas de flecha, muchas de ellas no son en realidad puntas de flecha lanzadas con arco, sino puntas de dardo lanzadas con atlatl.
Si bien es cierto que no se ha encontrado hasta el momento ningun atlatl en Nuevo León, esto no quiere decir que no haya sido usado, sino que se debe a las condiciones de preservación de la madera, fibra y cuero, materiales que se han deteriorado.
Estas puntas son de diferentes tipos, tamaños47 y antigüedad.48 Además, como en otras partes del norte de México y sur de los Estados Unidos, en Nuevo León existe una gran cantidad de petrograbados con la representación de lo que ha sido interpretado como un atlatl, así como las figuras grabadas de algunas puntas de proyectil, lo que sugiere su uso.49 Respecto a los grabados, en muchas ocasiones se pueden apreciar con claridad sus partes. Por ejemplo, el gancho donde se atoraba la lanza, el sujetador donde se introducían los dedos y, por último, los llamados contrapesos,50 que han sido encontrados en Norteamérica en distintos materiales como hueso, piedra y concha, y con varias formas,51 por lo que en las representaciones grabadas en la
roca aparece dicho contrapeso con formas redondas, semirrectangulares y de media luna. Contrariamente a lo que pensaban otros arqueólogos que intervinieron en Nuevo León,52 hoy sabemos que en el pasado existían especies que aún habitan en Norteamérica, pero que están extintas en la zona, como el bisonte americano contemporáneo (Bison occidentalis).53 Y no sólo eso, sino que probablemente habitaron también otras especies extintas de bisontes. Se han hecho distintos hallazgos de mastodontes y otro tipo de fauna del pleistoceno en distintos municipios
En muchos sitios de Nuevo León y Coahuila existen rocas grabadas con representaciones de atlatl. En ocaciones es posible ver ciertas caracteristicas respecto al tipo de los mismos.
como Mina y Montemorelos, como es el caso del Mammuthus imperator,54 no se han encontrado este tipo de restos asociados a evidencia de ocupación o actividades humanas. Sin embargo, no podemos descartar que en el futuro aparezcan restos óseos que corroboren no sólo su presencia, sino su caza. Esto podría surgir, por ejemplo, de excavaciones
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Los grupos indígenas en Monterrey
al norte de la entidad, tal es el caso del sitio La Morita II en el municipio de Villaldama, donde en recientes excavaciones no sólo se recuperó un molar de Equus americano,55 es decir, una muela de caballo prehistórico, asociado a lo que aparentemente es un fogón, lascas y otros restos culturales, sino que en dicha cueva se encontraron varias puntas de considerable antigüedad que los arqueólogos No existe ninguna mención o representación del atlatl en los documentos coloniales del norte y noreste de México.
que probablemente hayan adoptado dicha arma.60 Una de las referencias a los arcos entre los grupos nómadas del norte de México pertenece a Pérez de Rivas, quien enfatiza el cuidado que los hombres tenían de dicho artefacto, dada la importancia del mismo.61 Sin embargo, el religioso no da Aunque en Nuevo León no se han encontrado restos de bisonte asociados con puntas de proyectil u otros artefactos, tal y como ocurre en sitios de Norteamérica, es pormenores del arma, por lo que la alusión seguro que al menos en ciertas regiones norteñas de la entidad coexistieron dichos más precisa y detallada es la que hace De animales con el hombre. León, quien describe la elaboración del llaman acanaladas y foliáceas. Sin embargo, esta artefacto en diferentes maderas, aunque investigación aún continúa, por lo que el análisis de señala que la raíz de mezquite era de las dichos materiales y nuevos hallazgos podrán arrojar preferidas. Esto es muy probable, pues sabemos luz sobre los cazadores que habitaron miles de años que se trata de una madera de gran resistencia y atrás en el territorio neoleonés. durabilidad. No obstante, no se puede descartar el uso de otras maderas, pues en otras partes del Las armas: el arco, la flecha y otros arte- norte de México se han reportado arcos del árbol factos conocido como brasil (Condalia hookeri).62 En cuanto a la evidencia de arcos en las Aunque existe un debate respecto a la antigüedad pinturas o petrograbados, no es tan frecuente como que tiene el arco en el viejo mundo, algunos lo el atlatl. Sin embrago, Smith menciona lo que sitúan entre los 12 mil y los 10 mil años,56 pero, en parecería una pintura hecha con carbón de grupos nuestro continente es relativamente reciente, pues indígenas armados con arco y flecha, y españoles la aparición del arco y la flecha debió ocurrir hace con armas de fuego.63 Sin embargo, no ha sido aproximadamente dos milenios.57 Por ello, en las localizada, además, el hecho de que se trataba fuentes escritas del siglo XVII que abordan Nuevo aparentemente de una pintura hecha con carbón León, Coahuila y Texas no hay menciones del atlatl, hace que no se descarte la posibilidad de que haya sino sólo del arco.58 Aquí es necesario señalar que sido un grafiti. Respecto a las dimensiones de los hay menciones de que en una parte del río Bravo, mismos, cabe señalar que pueden variar de acuerdo en los alrededores de Reynosa, había grupos que a los grupos que lo usaban. Resulta muy probable además del arco y la flecha usaban la lanza,59 pero lo que menciona De León respecto a que eran del se trata de un grupo que había experimentado tamaño de quien lo iba a utilizar, pues en Coahuila un proceso de aculturación, formado por negros fueron encontrados arcos que no iban más allá de esclavos huidos o sobrevivientes de naufragios, que 1.69 metros,64 lo que coincide con la altura promedio se habían integrado con grupos indígenas, de ahí de los grupos que habitaron Norteamérica,65 el norte
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de México y esa misma región, pues de acuerdo a los estudios de los restos osteológicos de la misma cueva de la Candelaria, en Coahuila, los hombres medían 166.80 centímetros y las mujeres 156.81 centímetros en promedio.66 En el caso de Boca de Potrerillos, en el municipio de Mina, se rescataron los restos de un individuo masculino, de entre 20 y 25 años de edad y estatura aproximada de 1.62 metros.67 En cuanto a la cuerda, la comentaremos más adelante, pero sabemos que se hacía con fibras de ixtle que se obtenía principalmente de la lechuguilla, aunque probablemente se podía usar también la yuca. Las fibras, al tener pocos centímetros, se iban uniendo y torciendo hasta conseguir la longitud deseada,68 tal y como se puede observar en la evidencia arqueológica encontrada en Coahuila, donde se hallaron arcos con cuerda,69 y además restos de tiras de piel amarradas, quizá con la intención de sujetarlo mejor.70 Junto al arco, y como su complemento, tenemos, las flechas. En cuanto a sus características, resulta muy exacta la descripción que hizo en el siglo XVII Alonso de León: Las flechas son de un carrizo delgado y duro, curado al fuego; en un extremo, una muesca que encaja en la cuerda, para que no resbale de ella y con ella tenga más fuerza para expelerla, del cual extremo hacia el otro, ponen unas plumas, unas de cuatro dedos de largo, otras de más otras de menos, hasta llegar a un palmo. Éstas, o están pegadas con un betumen que llaman sautle, o amarradas en sus extremidades con unos nervios de venado tan bien puestos, que no hay nudo ni se ve donde acaba la ligadura o dónde empieza, si no es que la mojan. Al otro extremo de la caña ponen una vara tostada, igual en el tamaño y grosor al malacate o huso que
“El arco lo hacen del tamaño de quien lo ha de gobernar”, señalaba el capitán Alonso de León en el siglo XVII al referirse a que los indígenas manufacturaban el arco de acuerdo a su propia estatura.
tienen los obrajeros cuando hilan. Este entra como cuatro dedos en la caña y, topando en uno de sus nudos, la amarran asimismo con los nervios, que queda tan fuerte y ajustada, que sólo en las materias diferencia. En el extremo del palo, que quedó fuera, hacen una muesca y en ella ponen una piedra puntiaguda. que es en forma de hierro de lanza; haciendo unos arpones, atrás, que cuando entra en alguna parte, se queda allá la piedra, si topa al salir en algo, o abre cruel herida; tiene modelo de la punta de la ancla, que tiene dos lengüetas. Ésta, pues, amarra con el nervio o pegan con sautle, y queda, de una u otra suerte, fuertísima y hace cualquier operación.71 Es decir, podemos analizar y desglosar su estructura e identificar los elementos básicos que la conforman: asta, anteasta y la punta,72 características que no son exclusivas de Nuevo León, sino que se hallan entre otros grupos de cazadores-recolectores de Norteamérica, que combinan el asta de carrizo y la anteasta de madera.73 Antes de continuar con las De acuerdo a las fuentes espartes, resulta indispensable critas, la cuerda que servía tensar el arco y arrojar abrir un paréntesis, pues si para las flechas estaba manufacbien en el caso de De León turada con fibra de ixtle de se mencionan las astas de la lechuguilla, haciendo un mecate delgado, pero tal vez carrizo, está documentado pudieron utilizar también que otros grupos norteños otras fibras. En la mencionada cueva de La Candelautilizaban la inflorescencia ria, en Coahuila, se enconde la lechuguilla,74 lo cual traron arcos que tenían aún su cuerda de ixtle. es factible, pues sabemos que tiene peso y tamaño semejante al carrizo, de ahí que los grupos indígenas que carecieran o se les dificultara la obtención de carrizo, podrían utilizar o sustituirlo por lechuguilla. Existe evidencia arqueológica en Coahuila donde las características de los artefactos coinciden con lo anterior. Por ejemplo, en el caso de la
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La flecha entre los indígenas del noreste, como la de otros grupo en el mundo, constaba de varias partes para su manufactura. Tanto las fuentes escritas de los españoles, como la evidencia arqueológica de las cuevas de Coahuila, constatan sus partes.
cueva de La Candelaria, tenemos que las astas son de carrizo y tienen en la parte proximal una muesca en forma de U para acomodar la cuerda, además se conservaron los finos amarres de tripa o tendón.75 Las anteastas encontradas eran varitas de madera redondeada y pulida, que en un extremo tenían la parte aguzada para ser introducida en el hueco del carrizo (asta) y en el otro una ranura en forma de V donde era colocada la punta de piedra. En el caso de resinas encontradas en Coahuila que fueron usadas como pegamento, Aveleyra defiende la misma propuesta de Palmer, cree que probablemente se trata de un pequeño cactus que crece en el norte de México cuyo nombre científico es Mamillaria fissurata.76 Desde luego, no podemos
toyah, cuya fabricación se extiende hasta tiempos históricos.79 Desde luego, existen otros tipos de puntas de flecha que pueden variar en cuanto a su forma, pues algunas eran sólo triangulares o con la base redondeada. Sin embargo, la característica de todas las puntas de flecha es que deben ser pequeñas,
En las cuevas de Coahuila se han recuperado flechas en extraordinario estado de conservación, en donde se pueden apreciar aún las partes que la conforman.
delgadas y ligeras, pues sólo así se consigue su eficacia. Esto del tamaño reducido y poco peso se debe a que, de lo contrario, al ser gruesas, pesadas o grandes, se dificultaría en gran medida dar impulso a la flecha con la fuerza que la tensión del arco aporta; además, si acaso se lograra arrojarla, la dirección, alcance, equilibrio y puntería no serían los adecuados para utilizarla eficazmente.80 Entre las diferencias más importantes de los proyectiles lanzados con atlatl o
Aunque seguramente se trata de proyectiles usados con atlatl y no con arco, Walter W. Taylor encontró cerca de Cuatro Ciénegas astas y anteastas con sus puntas de piedra.
descartar el uso de otras resinas vegetales77 como el mezquite o cera de candelilla, por lo que futuras investigaciones al respecto podrían brindarnos otras posibilidades. En cuanto a las puntas de proyectil, eran de distinto tamaño y forma, pues algunas, como las descritas por De León, tenían probablemente pedúnculo, muescas laterales y aletas;78 no se puede descartar que esté haciendo alusión a puntas tipo
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Aunque seguramente se utilizaron distintos tipos de resinas vegetales, como pegamento sautle, es posible que uno de ellos fuera un cactus cuyo nombre científico es Mamillaria fissurata.
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propulsor y las flechas lanzadas con arco está el hecho de que la flecha llegaba a mayor distancia, tenía más precisión, y se podían lanzar más proyectiles, pues el cazador podía cargar más debido a su menor tamaño y peso.81 De ahí que, sin duda, el arco y la flecha fueron una gran aportación tecnológica. Resulta interesante mencionar las dimensiones promedio de 160 puntas tipo toyah encontradas
Aquí es necesario señalar que, de acuerdo a las fuentes escritas y concretamente lo que dice De León, se utilizaba –como los arqueros de casi todas partes del mundo, incluyendo los contemporáneos– un protector, el cual iba desde la muñeca hasta el codo. Este protector era al parecer de piel de coyote u otro animal, y servía para protegerse del movimiento de la cuerda después de disparar las flechas.85 Además, dicho protector era al mismo tiempo la funda para guardar un cuchillo, con mango de madera y hoja de pedernal. Esta práctica, como muchas otras que hemos visto, la compartían los grupos que habitaban gran parte del norte de México, pues en la evidencia arqueológica se pudo constatar la colocación del cuchillo en la muñeca del brazo
De extrema delicadeza, algunas puntas de proyectil son sumamente delgadas y pequeñas, puesto que eran manufacturadas con dichas características para su eficacia al lanzarlas con el arco.
en la cueva de la Zona de Derrumbes, en el cañón de Santa Rosa, al sur de Nuevo León, pues van de 1.5 a 3.1 centímetros de largo, 1.1 a 2.2 centímetros de ancho y 0.2 a 0.4 centímetros de espesor.82 En La Calsada, al sureste de Monterrey, Roger Nance catalogó como puntas de flecha a aquéllas de menos de 3 centímetros de largo.83 Incluso a otras las llamó micropuntas de flecha, pues sus dimensiones son: 1.3 a 2.6 centímetros de largo, .4 a 1.0 centímetros de ancho y 0.2 a 0.3 centímetros de espesor.84
Si bien las puntas de flecha pueden tener distintas formas, en lo general, son pequeñas, delgadas y ligeras.
Al sur de Monterrey, en un abrigo rocoso localizado en la Sierra Madre Oriental, fueron recuperados por el arqueólogo norteamericano Roger Nance algunos ejemplares de pequeñísimas puntas de flecha que no iban más allá de los dos centímetros de largo.
izquierdo,86 pues en la cueva de La Candelaria se encontraron esqueletos con los cuchillos atados con tiras de piel o cordeles de fibras de ixtle precisamente en el brazo izquierdo.87 Este cuchillo enmangado se componía de un artefacto bifacial (tallado por los dos lados) que solía ser pedernal, pegado a un mango de madera por medio de betún de sautle.88 Las características de este bifacial lo asemejan a los cuchillos enmangados que reporta Aveleyra para la cueva de La Candelaria en Coahuila89 y que, como señalaba Pablo Martínez del Río, son de excelente manufactura.90 Estos utensilios encontrados en distintas cuevas en Coahuila son muy similares a los que aún utilizaban los indígenas que vivían en lo que ahora es el estado de Nuevo León durante el siglo XVII. Como ejemplo, podemos transcribir la descripción hecha por De León, un militar de la época:
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Las condiciones de preservación en las cuevas secas de Coahuila permitieron realizar el hallazgo de numerosos cuchillos enmangados.
Usan también unos pedernales de un palmo, del anchor de dos dedos. Delgados, al modo de una cuchilla de daga; y de dos filos, pegados con el mismo betumen, en un palo que sirve de hacha para sus ministerios.91 Aquí es necesario recordar que un palmo era una antigua medida de longitud que equivalía a unos 20 centímetros, la cual estaba dividida en 12 partes iguales llamados dedos, de poco más de 1.6 centímetros cada uno. Entonces, como resultado tenemos que la descripción anterior coincide con la evidencia arqueológica, pues este tipo de herramienta ha sido encontrada en distintos sitios de la región con medidas que van de 15 o 20 centímetros. Por ejemplo, en las cuevas de La Candelaria y de La Paila, en Coahuila,92 que fueron exploradas por el arqueólogo Aveleyra y su equipo en la década de los 50 en el siglo XX, se encontraron varios ejemplares de estos artefactos en un excelente estado de conservación, pues la hoja triangular de piedra aún estaba unida por medio de un pegamento de origen vegetal al mango de madera, que en algunos casos aún conservaba ciertos dibujos pintados en varios tonos.93 En otros lugares también se han encontrado este tipo de cuchillos, pero debido a las características del sitio y las condiciones del medio ambiente, sólo se ha recuperado la hoja triangular de piedra. Por ejemplo, en el caso de un campamento a cielo abierto, el material perecedero, en este caso la madera y el pegamento de origen vegetal, desaparecieron hace muchos años a causa de la intemperización, es
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decir, la lluvia, el viento, rayos solares, insectos y microorganismos. Sin embargo, no son las únicas evidencias de cuchillos que han sido encontradas en el noreste de México, pues además de aquéllos que resultan utilitarios, también existen representaciones de ellos en las manifestaciones gráficorrupestres. En Nuevo León se han registrado distintos sitios con petrograbados y, en menor medida, con pinturas rupestres con figuras que han sido interpretadas como cuchillos. En el caso de los petrograbados, a lo largo de nuestras investigaciones hemos localizado decenas de rocas con representaciones de cuchillos enmangados, por ejemplo, en el sito Presa de la Mula, localizado en el municipio de Mina, Nuevo León. En algunos sitios exisPor mucho tiempo, sólo se conocían las referencias que los cronistas españoles hacían respecto a los artefactos usados por los indígenas del noreste de México. Sin embargo, poco a poco, la arqueología ha permitido corroborar, refutar o enriquecer las fuentes documentales.
te lo que parecería una obsesiva representación de estos utensilios, pues aparecen decenas de cuchillos en una sola cara de la roca, tal es el caso del sitio Loma Bola Paredón, en los límites de Nuevo León y Coahuila, sitio que impresionó al arqueólogo Aveleyra, pues además de llamar a sus petrograbados como los más interesantes que se han encontrado en esta área central de Coahuila y Nuevo León, identificó los cuchillos enmangados representados en la roca y los calificó como idénticos a los que había encontrado en la cueva de La Candelaria y La Paila.94 En cuanto a las representaciones, algunas de ellas sugieren que la hoja de piedra, aunque siempre A diferencia de los hallazgos en las cuevas, en la superficie o bajo otras condiciones, sólo se encuentran las hojas del cuchillo, debido a que la madera y demás restos orgánicos se deterioraron a través de los años.
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terminaba en punta, pudo variar en cuanto a la base, siendo en ocasiones poco cóncava, a manera de una gota, aunque casi siempre era un triángulo de lados rectos. En referencia a las pinturas, está el caso de Chiquihuitillos, en Mina, en donde destaca una extraordinaria pintura en la que se distingue un cuchillo enmangado.95 En esta pintura puede observarse la representación de rombos pintados96 en el mango, simulando la pintura que se le solía aplicar al mango del cuchillo real de acuerdo a los ejemplos de Coahuila.
hartas), cercábanla (sic) luego, y caían tantos garrotes sobre ella, que era cosa de maravilla, y de esta manera la hacían andar de unos para otros, que a mi ver era la más hermosa caza que se podía pensar, porque muchas veces ellas se venían hasta las manos.97 Respecto a lo anterior, encontramos una descripción casi idéntica del arma, con igual función y utilizándose las mismas tácticas de cacería en el otro extremo del país, en el caso de Baja California, donde también aparece una pequeña y corva espada,98 que fue usada del mismo modo.99
Si bien es cierto que en Nuevo León no se han encontrado los cuchillos de pedernal aún pegados a sus mangos de madera, los arqueólogos y antropólogos han identificado su presencia en los petrograbados.
Las armas: el palo conejero Un artefacto que también fue usado como arma por los grupos que habitaron el noreste de México y Nuevo León es un arma arrojadiza llamada palo conejero. La descripción que hace Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien fue uno de los primeros españoles que cruzaron por lo que ahora es el noreste de México, es la primera hallada sobre este tipo de arma arrojadiza. Por aquellos valles donde íbamos, cada uno de ellos llevaba un garrote tan largo como tres palmos, y todos iban en ala; y en saltando alguna liebre (que por allí había
(Arriba) Extraordinario ejemplar de un cuchillo representado sobre la roca, en donde la pintura muestra con detalle los motivos pintados en el mango, tal y como se puede apreciar en los auténticos mangos de madera encontrados en Coahuila (abajo).
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Las armas arrojadizas tipo bumerán probablemente se usaron en muchas partes del mundo desde épocas remotas, y se caracterizan por tener un movimiento giratorio.100 Por lo que respecta al palo conejero, común también en las sociedades del sur de los Estados Unidos,101 se trata de un palo de diferentes formas, pero que suele ser arqueado por lo general. No se han encontrado estos ejemplares en Nuevo León, pero en el caso de Coahuila sí existen importantes hallazgos que constatan su uso.102 Las dimensiones de estos artefactos arqueológicos coinciden con las descripciones documentales, pues “los tres palmos” a los que hace referencia Álvar Núñez Cabeza de Vaca son alrededor de 60 centímetros.103 En cuanto al uso, sabemos que si bien funcionaba como una especie de bumerang, pero sin regreso para quebrar las extremidades del animal en movimiento,104 también tenía otros usos.
vegetales y elementos de la naturaleza, estos nombres conforman una clasificación de la naturaleza con gran detalle, pues son sumamente exactos y pueden reconocerse desde el punto de vista de la biología contemporánea.107 Podemos pensar que muchos de estos conocimientos se encuentran plasmados en la roca, y para ejemplificarlo es conveniente hacerlo con cierto tipo de figuras: las huellas de animales. En este tipo de motivos grabados es posible identificar con certeza la especie de la cual se trata: huellas de venado,
Lejos de lo que se cree, los indígenas del noreste de México presentan similitudes con grupos de otras partes de México y el mundo.
Como muchos otros artefactos de madera, en la cueva de La Candelaria y otras cuevas de Coahuila se han encontrado palos conejeros en excelentes condiciones.
El entorno de la cacería ¿Cómo sabían dónde cazar y cuándo? ¿Qué especies e individuos cazaban en estos grupos? Al darnos cuenta que durante miles de años sobrevivieron con una economía de apropiación basada en la caza, la pesca y la recolección, es posible pensar que poseían un amplio conocimiento de la naturaleza, y no sólo de las características de las rocas usadas para manufacturar herramientas y armas.105 Para cazar al igual que para recolectar debían tener un conocimiento de la geografía, de las especies animales y vegetales.106 Esto, entre muchas otras cosas, se deduce de la gran cantidad de nombres de grupos indígenas documentados en los registros históricos que hemos analizado, pues hay que recordar que estos grupos se autodenominaban con aquellas palabras que usaban para designar especies animales,
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En el sudoeste de los Estados Unidos de Norteamérica, entre los indígenas hopis, está bien documentada la cacería de conejos con armas arrojadizas.
La diferencia entre los palos conejeros del noreste de México y los de los hopis es la forma de manufactura.
borrego cimarrón, berrendo y jabalí, entre otras, ya que cada una marca diferente en el suelo. Como ejemplo, podemos mencionar al venado cola blanca que posee cuatro dedos que son dos largas pezuñas que se apoyan constantemente en el suelo, y otras
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dos pequeñas llamadas falsas pezuñas, las cuales se localizan más arriba. En contraparte, el berrendo sólo tiene dos pezuñas, pues carece de las pezuñas falsas.108 Sin embargo, el hecho de que en un determinado petroglifo aparezcan dos pezuñas, no debe interpretarse como si se tratara de la huella de un berrendo, pues en el caso del venado cola blanca las llamadas falsas pezuñas solamente dejan su impresión en el suelo cuando galopan o en terrenos húmedos.109 Esto nos permite especular acerca de los petroglifos con dos pezuñas largas y dos pequeñas ya que pueden aludir a un venado cola blanca. El reconocimiento de la huellas debió ser fundamental para tener una caza exitosa finalmente. También debieron tener conocimiento del comportamiento de los animales, conocer el hábitat y muchos otros aspectos de ellos, incluyendo la época de apareamiento, los periodos de gestación y de nacimiento. Resulta interesante la posibilidad de que dicho conocimiento esté reflejando en pinturas rupestres o en los petrograbados, pues algunos que han sido interpretados como cuentas numéricas, concretamente aquéllas que suman el número 207, se cree que se referían al periodo de gestación de ciertas especies como, el venado cola blanca.110 Estas observaciones servían para contabilizar el paso de los días, las veces que aparecía la luna, el crecimiento de las plantas y los periodos de gestación y, por consiguiente, el momento adecuado para cambiar de lugar el campamento en cada estación del año, y para la celebración de los eventos importantes y las ceremonias. Sin embargo, el hecho de que tuvieran importantes conocimientos acerca de los animales y, por lo tanto, posibilidad de cazar, no significa que lo hacían de una manera descontrolada. Por ejemplo, en cuanto a la conducta con respecto a las presas, seguramente, como ocurre con otros grupos nómadas de cazadores-recolectores, debieron mantener reglas rígidas para regular la caza, pues estas sociedades aprenden a no sobreexplotar el medio ambiente creando mecanismos sociales111 que evitan el abuso de los recursos,112 pues, de lo contrario y en caso de romper el equilibrio, se corre el riesgo de padecer hambre. Por tanto, debieron limitar la caza sólo a lo necesario y para aquello que se podía consumir.
Como ocurre también en muchos grupos, en ocasiones tal vez hubo cierta flexibilidad. De acuerdo a las fuentes escritas, sabemos que para la celebración se cazaba la mayor cantidad de animales posible y se preparaban en barbacoa.113 Desde nuestra perspectiva es necesario contextualizar dichas referencias históricas, pues seguramente esto no El conocimiento que debieron poseer los antiguos cazadores indígenas quedó plasmado, entre otras partes, en los petrograbados de las huellas de los animales, que fueron ejecutadas con detalle y exactitud.
se podía dar en cualquier momento del año ni se podía cazar cualquier pieza.114 Es decir, en muchos grupos existen prohibiciones respecto a la caza de hembras gestantes o crías, y este tipo de caza se da en determinadas circunstancias. Esto, entre otras cosas, podemos deducirlo y corroborarlo con los restos óseos encontrados en los sitios arqueológicos; sin embargo, los estudios enfocados al sexo y edad de las especies cazadas permitirán obtener más información al respecto. En cuanto al coto de caza de cada grupo, debieron ser áreas bastante grandes, lo suficiente para tener que acampar durante la expedición; tal vez salían partidas de cazadores y permanecían uno o más días en busca de presas, ya que, en el caso de que el campamento estuviera en los valles y tuvieran que internarse en las sierras y cañadas, un día no necesariamente sería suficiente para obtener la caza deseada. Debido al tiempo dedicado a la obtención de una presa mayor, como lo es un venado, más que importancia alimenticia, su cacería debió ser más útil desde otros puntos de vista, ya que se satisfacían otras necesidades que van más allá de lo alimentario cuando se obtenía una presa como ésta; el hecho de obtener la cornamenta y la piel debieron otorgar al cazador cierto prestigio dentro del grupo. Además, las pieles, al quedar en posesión de quien había obtenido la pieza, eran vistas dentro del grupo social como una prueba de la capacidad del individuo, y
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en su momento serían de utilidad para conseguir una pareja. Aunado a esto, tenían una fuerte connotación simbólica, tal y como lo constatan algunas fuentes que señalan que los indígenas atribuían poderes mágicos a las astas y esto, a su vez, se hallaba asociado con los ancestros.115 Éstas han sido encontradas en contextos arqueológicos que sugieren su uso como trofeos, y muchas veces están atadas a un palo junto con otros elementos.116 Además, en muchos petrograbados y pinturas podemos identificar con precisión las astas, lo que refleja su importancia en otros ámbitos.117 La teoría de caza y recolección óptima enfatiza el hecho de que los cazadores-recolectores darán prioridad a la búsqueda de los alimentos que brindaran más beneficios, pero que se obtengan dedicando menos tiempo y esfuerzo.118 Coincidimos con distintos investigadores al considerar que el cazador tendría preferencia por una especie pequeña pero fácil de capturar, en contraste con una especie de talla mayor pero que resulta difícil de cazar.119 Por esto se considera que la caza de un venado debió ser algo no tan común, una actividad esporádica,120 ya que requería mucho tiempo y esfuerzo, por lo que siempre había que estimar la relación de costos contra beneficios, pues muchos conejos proveen las mismas proteínas que un venado.121 Esto ha sido corroborado en estudios de coprolitos y los restos óseos de sitios como la cueva de La Espantosa, en Coahuila, y grupos del sur de Texas, donde existía más evidencia de que habían consumido una mayor cantidad de roedores y conejos que de venados o berrendos.122 En el caso del venado bura y probablemente con mayor razón el borrego cimarrón,123 hoy especies extintas en la zona, debieron ser más objeto de deseo que una pieza usual, pues aunque en Coahuila se han encontrado artefactos manufacturados con cornamenta de borrego cimarrón,124 no parece tratarse de una presa. En los petrograbados de Nuevo León y Coahuila se han encontrado representaciones que han sido interpretadas como cuernos y huellas de borrego cimarrón,125 lo que, a nuestro juicio, más que reflejar el hecho de que se tratara de una presa frecuente, corrobora la contemporaneidad de dicha especie con presencia humana, reflejando
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Las astas de la cueva de La Candelaria, unidas a un palito o travesaño de madera, reflejan el importante papel que jugaba el venado para estos grupos.
quizá el deseo de obtener un trofeo codiciado por pertenecer a una especie con alto valor simbólico. Caso similar el del berrendo,126 ya que su hábitat y comportamiento lo convertían en una presa difícil, puesto que vive en llanos y pastizales, lo que hacía que pudiera observar con facilidad a los cazadores, además de ser el animal más veloz del continente americano.127 No obstante, se tiene evidencia que sugiere su caza, pues en Coahuila se han encontrado, entre otras cosas, pezuñas de este animal.128 En tiempos tardíos, las fuentes históricas mencionan la presencia de dicha especie en el territorio.129 De igual modo, podemos señalar que es posible que cazaran grandes carnívoros como osos o pumas, aunque seguramente sería una tarea muy complicada, lo que significa que no eran presas frecuentes. Y, aunque no se puede
Aunque en Nuevo León no se han encontrado astas unidas artificialmente como las de Coahuila, sí se han encontrado sus representaciones pétreas, las cuales se asemejan a los artefactos recuperados.
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descartar la utilización de esta carne como alimento, probablemente su caza tenía también otros fines que iban más allá de las necesidades primarias, ya que por sus características es posible que se les atribuyera una fuerte carga simbólica lo que también constatan las figuras grabadas en las rocas que se han interpretado como improntas de oso.130 Su caza, por tanto, demostraba el valor y pericia del cazador, además de que se obtenían valiosas piezas como trofeos, la piel y los dientes.131 Esto se sabe a partir de la evidencia arqueológica de los grupos nómadas del noreste de México, pues, por ejemplo, al oriente de Coahuila, Walter Taylor encontró restos cortados de piel de puma,132 mientras que al suroeste de la misma entidad Aveleyra reportó
En la antigüedad, debió haber una gran población de venado, pues aún en la actualidad hay áreas en el estado de Nuevo León en las que habita.
un canino (colmillo) aparentemente de un oso atado a un cordel.133 En el caso de Nuevo León, han aparecido caninos de oso en distintos sitios serranos, como el caso de la cueva de la Zona de Derrumbes.134 Por otra parte, en la excavación de la cueva denominada La Morita II, en Villaldama,135 se recuperó un colmillo de un mamífero de grandes dimensiones.136 Sin descartar la posibilidad que los indíge-
De acuerdo a la teoría de la caza y recolección óptima, y bajo un criterio únicamente dietético, resulta más efectivo cazar varios conejos que un venado.
nas hayan hecho hallazgos fortuitos de cadáveres, de los cuales aprovecharan partes del cuerpo, nos inclinamos a pensar que, al menos ocasionalmente, dichos grupos sí cazaban osos, pumas y otros mamíferos carnívoros como el lobo, que sabemos habitó en Nuevo León. De igual modo, coyotes, tejones y otras pequeñas especies de carnívoros debieron ser cazados, sobre todo, para obtener la piel. Respecto a este grupo de carnívoros, y concretamente al grupo de los cánidos, resulta interesante que, además del lobo, coyote y zorra, es posible que existiera el perro, pues se han encontrado restos de perros en la cueva de La Candelaria, en Coahuila137 y aparentemente en Nuevo León, pues recientemente se encontraron restos óseos en la cueva La Morita que fueron identificados como restos de perro.138 Cabe mencionar que, en cuanto a las fuentes, Cabeza de Vaca menciona la presencia de lo que llamó perros mudos,139 aunque no se ha podido precisar la especie a la que hacía referencia. En cuanto a las especies explotadas en tiempos históricos, se mencionan además de venados y berrendos, conejos, liebres, víboras y culebras, jabalíes, codornices, guajolotes y otras aves, perritos de las praderas y otros roedores, gato montés, armadillos, tejones y coyotes. Cabe mencionar que los borregos, cabras, cerdos, reses y gallinas, entre otras especies, no existían en el continente americano,
El berrendo es una especie que está extinta en Nuevo León, pero se sabe que, al menos en el norte de la entidad, habitó dicha especie.
por lo que, lejos de lo que en ocasiones creen muchos lugareños y a veces se piensa en el ámbito popular, los indígenas que habitaron Nuevo León no comían cabrito ni cazaban dichas especies, hasta que fueron introducidos por los europeos, pues
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Los grupos indígenas en Monterrey
durante la Colonia los grupos indígenas del noreste efectivamente sí cazaban ganado mayor y menor, situación que, como veremos, agravó el conflicto entre españoles e indígenas.
La pesca Además de la cacería, existía otra importante fuente de recursos y proteína en la dieta de estos grupos, la pesca, que sólo era practicada si existían las condiciones, por lo tanto, se limitaba a las áreas en donde existían ríos, arroyos y lagunas. Dicha actividad está bien documentada por De León, quien refiere que al parecer debió ser practicada tanto por hombres como mujeres, pero no lo sabemos con certeza. Esta actividad de subsistencia es descrita por De León, quien también refiere la presencia de especies como robalo, bagre, mojarra y besugo en los ríos que riegan el territorio de Nuevo León. De igual modo, en la evidencia arqueológica también se puede observar el papel de la pesca como complemento de la caza y la recolección de vegetales. Ahora bien, por sus características, los restos óseos de peces son más difíciles de conservar140 por lo que es difícil encontrarlos en los contextos arqueológicos de Nuevo León, por ejemplo, en abrigos rocosos como Cueva Ahumada, sitio localizado al poniente de Monterrey.141 Sin embargo, el hecho de no encontrar evidencia de pesca, no significa que no haya existido, pues afortunadamente en otras localidades de Nuevo León sí se han recuperado evidencias, como ocurrió en las excavaciones realizadas por Valadez, pues de acuerdo a sus comentarios personales sabemos que en la cueva La Morita II, localizada en la orilla sur del río Sabinas, han sido identificados distintos restos óseos de peces, especies que aún existen en dicho río. Respecto a las técnicas con que se obtenían estos peces, es muy probable que pescaran de diferentes formas. Por ejemplo, utilizaban el arco y la flecha que probablemente tenían puntas pequeñas de piedra, las cuales tenían muescas y aletas a manera de arpón, lo que permitiría una mejor sujeción y dificultaría su salida del cuerpo del pez. Al parecer, también encandilaban al pez, como lo hacen otros grupos humanos: probablemente se introducían
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parcialmente al río o laguna e iban caminando durante la noche, portando antorchas y acercándolas a la superficie del agua con el fin de atraerlos y capturarlos. Y, tal vez, para evitar asustar a los peces, pudieron atar las antorchas en los árboles de las orillas de los cuerpos de agua. También, como lo constatan los hallazgos en Coahuila, pudieron manufacturar redes de ixtle que, además de ser útiles para cargar y trasportar
La cacería debió ser muy amplia en cuanto a las especies consumidas, y animales como el jabalí y guajolote fueron algunas de las muchas especies perseguidas.
el menaje doméstico o frutos, pudieron servir para pescar.142 Por lo tanto, podían colocar redes o ramas en lugares estratégicos aprovechando la corriente y las formaciones de estanques o represas naturales para atrapar los peces. Del mismo modo, tal y como señala De León, es posible que en ciertas ocasiones se sumergían y buceaban para pescarlos directamente bajo el agua.143
La gente cree que el cabrito, ese popular y tradicional platillo regional, tiene raíces indígenas. Así como la oveja, las reses, los caballos y los cerdos, entre muchas especies animales en la dieta de nuestro continente, en realidad fueron introducidos por los españoles hace unos cuantos siglos.
Por otra parte, aunque no se tiene la evidencia, no se puede descartar que habría situaciones que propiciaban y facilitaban la pesca, por ejemplo, cuando bajaba el nivel de los arroyos intermitentes
Monterrey: origen y destino
o lagunas que se formaban con las lluvias es posible que los peces quedaran confinados en espacios más reducidos y no tan hondos. También al haber crecidas súbitas de los ríos que tomaran de nueva cuenta su nivel, tras su desecación de manera estacional, tenían la posibilidad de que los peces quedaran atrapados en charcos de agua poco profundos que se desconectaban del curso principal del río, lo que facilitaba la pesca, incluso usando ramas, palos
Muchos ríos de Nuevo León fueron una importante fuente de recursos. De ahí que existan sitios arqueológicos localizados en los márgenes de los mismos.
En los ríos de Nuevo León existe y existió una diversidad de peces comestibles que, evidentemente, fueron aprovechados por los antiguos nómadas.
y hasta las manos, como ocurre en otras partes del mundo.
Recolección En el paleoindio y el arcaico, la caza fue una importante fuente de alimento y es muy posible que, a través del tiempo, la cacería fuera decayendo hasta que la recolección de vegetales llegó a ser la base de la alimentación de estos grupos. Por supuesto, esto no significa que se haya dejado de cazar, sino que el porcentaje de alimentos que conformaban la dieta de estos grupos era mayoritariamente de origen vegetal, y era complementada con el producto de la caza y la pesca. Es necesario señalar que esta misma situación ocurre entre la mayoría de las sociedades que tienen una economía basada en la caza y la recolección, pues de estas actividades y del trabajo de las mujeres es de donde obtienen la mayor parte de alimentos.144
Ahora bien, a diferencia de la cacería, la recolección requiere menos artefactos, o son menos fáciles de concebir en una situación retrospectiva. Por ejemplo, para la recolección de vainas de mezquite y maguacatas, tunas, pitahayas y otros frutos, no se requieren complejos artefactos, sino que la propia mano, un palo o una vara con poca o sin ninguna modificación es suficiente. Además, a esto hay que añadir que las redes, cestas u otro tipo de contenedor145 para guardarlos y trasportarlos fueron hechas de material perecedero, por lo que sólo en ciertas condiciones se han preservado. A diferencia de los restos de los huesos de animales cazados, los restos de las plantas recolectadas son más difíciles de encontrar en los sitios arqueológicos146 pues, además de que las cáscaras, semillas y demás restos de plantas se degradan en poco tiempo, hay que agregar que, cuando se conservan, se trata de restos que pocas veces se pueden observar a simple vista, por lo que lo más común es encontrar restos carbonizados o cenizas, que afortunadamente pueden mantener las suficientes características para lograr su identificación.147
Los indígenas de Nuevo León aprovechaban la formación de charcos y aguas poco profundas para la pesca.
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Los grupos indígenas en Monterrey
En otras palabras, y en comparación con las innumerables puntas de proyectil, existe relativamente poca evidencia material que permita formar teorías acerca de la recolección. Sí existen ciertos artefactos y elementos que dan cuenta de ello, como las piedras de molienda (metates y manos) y los morteros, pero sólo dan una visión parcial de la recolección. Por lo tanto, es necesario describir esta actividad a través de otros artefactos y elementos arqueológicos, así como las fuentes históricas y, desde luego, el análisis de suelos o polen. Los artefactos de piedra pulida característicos de Nuevo León son las piedras de molienda que, aunque podían tener un trabajo previo por abrasión y pulido, en realidad iniciaban siendo utilizados con su forma natural e iban tomando su forma final con el uso a través del desgaste, por lo que, si partimos de que ésta era una tarea femenina, entonces eran ellas las creadoras de estos artefactos. Entre los artefactos asociados con la molienda de semillas y pastos, están los llamados metates, los cuales, en Nuevo León, eran lajas de roca sedimentaria que eran elegidas porque de manera natural tenían características idóneas para dichas tareas, es decir, poseían una o más superficies planas, y aunque de contorno irregular, muchas veces eran semirrectangulares.148 Posteriormente, con la fricción que se le hacía con el mismo uso, se iban formando poco a poco, pues el desgaste suele producir una concavidad al centro de forma oval.149 Esto se hacía con su complemento: las manos. Las manos regularmente eran simples guijarros o piedra bola que eran escogidas por sus características: primero estaba el tamaño, pues debían tener las dimensiones de un puño, o un poco más grandes, las cuales, eran relativamente fáciles de encontrar; otra característica importante era la forma, es decir, no se elegía una piedra demasiado esférica o muy angulosa, sino con un criterio que podemos llamar ergonómico, se escogían piedras con formas oblongas o circulares, ya que éstas se adaptaban mejor y requerían menos tiempo y esfuerzo para un uso efectivo. También había morteros móviles y sus respectivos tejolotes o manos de morteros. Se trataba de rocas150 con diferentes formas y tamaños; para comprenderlo mejor, podríamos asociarlo con un molcajete, exceptuan-
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do que no tenían patas y estaban manufacturados con rocas locales, es decir, de origen sedimentario, y no como los molcajetes que son de roca volcánica. Los morteros móviles tienen la característica que se iban desgastando debido a que en su interior se machacaban y molían plantas y tal vez minerales. En ocasiones, el constante uso iba desgastando la roca hasta que se producía una perforación en la base del mortero.151 Por supuesto, estos artefactos son impensables sin su complemento, los tejolotes o manos de mortero, que eran rocas de forma alargada y servían para machacar o macerar. En teoría, los morteros y los metates eran movibles, pero en la práctica los grupos humanos sólo llevaban consigo la madera, mientras que los que se elaboraban en piedra eran dejados en el campamento para su uso en el futuro. Tenían una función semejante a un elemento arqueológico que también es para moler, pero que es imposible mover; los morteros fijos, que también se localizan en gran parte del norte de México, en Coahuila, donde han sido registrados y descritos con detalle.152 En algunos sitios se encuentran agujeros esculpidos sobre el piso de cuevas, abrigos rocosos o sobre rocas de grandes dimensiones. En cuanto a su manufactura, es verdad que resulta complicado dar una explicación concluyente, pero nos inclinamos a pensar que, como los metates y las manos de los morteros, se iban formando a través del uso. En cuanto a las dimensiones de los huecos, los hay
Las piedras de molienda, entre los cazadores-recolectores del noreste de México, suelen ser lajas amorfas, semirrectangulares y guijarros de río.
de diferentes tamaños, desde algunos pequeños de 10 centímetros hasta aquellos de 30 centímetros de diámetro, mientras que la profundidad que tienen puede pasar los 50 centímetros, dependiendo de la porosidad de la roca y del tiempo en que fueron usados.153
Monterrey: origen y destino
Las rocas de molienda eran elegidas por tener al menos una cara plana que se iba puliendo con el uso.
Obviamente, para esto se requiere que existan afloramientos de roca cuyas características permitieran su manufactura; el resultado final dependería, por tanto, de la geología local. Por ejemplo, para el caso de Nuevo León, y de acuerdo a los sitios que se han registrado, se suele tratar de diferentes tipos de rocas. En otras palabras, en algunos sitios al poniente del municipio de Mina los morteros son areniscas, lo que les da una apariencia
El área de desgaste de la superficie del metate suele ser de forma oval, y se debe al movimiento que se hacía para moler y pulverizar.
café rojizo o sepia. Mientras que en otros casos, por ejemplo en el municipio de Santa Catarina, los morteros están en afloramientos de rocas calizas, que tienen una tonalidad grisácea o de un azul blanquecino.
Las llamadas manos de metate, en Nuevo León y el noreste de México, son casi siempre pequeños guijarros de río, conocidos como piedra bola, los cuales eran elegidos por su forma natural y se pulían con el mismo uso.
En cuanto a su función, creemos que dichos agujeros funcionaban principalmente para moler semillas o plantas forrajeras, tal y como la etongrafía de grupos del norte de México lo sugiere, pues posiblemente su principal uso era machacar las semillas de mezquite.154 Igualmente, existe una referencia que arroja luz al respecto, pues en el siglo XVI Cabeza de Vaca menciona, probablemente antes de cruzar el río Bravo, cómo molían el mezquite en pozos hechos en la tierra. Situación que, si bien es posible, en otras ocasiones la debieron realizar en los llamados morteros fijos, es decir, cuando existían afloramientos rocosos. Incluso es posible que en ocasiones también se pudieran machacar las tunas para obtener líquidos, y podemos añadir que también pudieron funcionar como reservas de agua, pues sabemos que en los morteros fijos se puede acumular agua de lluvia durante muchos días, por lo que no se debió desaprovechar esta situación. Por ejemplo, a unos cuantos kilómetros al suroeste de Monterrey, en el área conocida como La Huasteca, en Santa Catarina, existen morteros fijos en afloramientos planos de roca caliza. De acuerdo a su localización, podemos pensar que, entre otras cosas, los antiguos habitantes que utilizaron dichos morteros pudieron moler distintas cosas como semillas de mezquites o piñones de las áreas cercanas, y es que en la actualidad se pueden observar árboles de mezquite en los alrededores, mientras que hacia el norte de este punto, a unos cuantos kilómetros de distancia en línea recta, pero varios cientos de metros más a nivel del mar, justo en la Sierra Madre Oriental, existe un bosque de pinoencino de donde obtenían los piñones con facilidad. Obviamente, debemos tomar en cuenta los cambios climáticos y de vegetación que han ocurrido a través del tiempo, pues como en otras áreas del noreste y sur de Texas, los bosques de mezquite se han propagado o desparecido a través del tiempo debido a cuestiones naturales o afectaciones humanas.155 En lo que respecta al complemento que servía para moler y machacar, podría tratarse de rocas alargadas y semicilíndricas como las descritas por González, que presentan uno o ambos extremos pulidos.156 Pero creemos que esto era sólo hasta cierto punto, pues no se puede descartar el uso de largas
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Los grupos indígenas en Monterrey
Otra forma de moler algunos alimentos era con los metates y morteros fijos, que son depresiones y oquedades presentes en el suelo de afloramientos rocosos.
ramas gruesas o troncos delgados, ya que algunos morteros tienen una profundidad de más de 50 centímetros, por lo que se dificultaría encontrar y manipular una roca tan larga y pesada.
Los alimentos y su preparación Como en otros ámbitos de la cultura, en lo referente a la alimentación de los grupos que habitaron Nuevo León, también debemos hacer un análisis caute-
Debido a que se trata de elementos fijos, los antiguos indígenas se adecuaban a la roca del área. Por lo tanto, las diferencias geomorfológicas determinan el tipo de roca en la que estén manufacturados los morteros.
loso, pues aunque los alimentos están determinados biológicamente de acuerdo a nuestra naturaleza, ya que el organismo acepta o no digerir un alimento, es la cultura lo que distingue aquello que sí se puede y lo que no se puede comer. En otras palabras, no todo lo comestible se come, sino que en todas las culturas existen gustos, restricciones y prohibi-
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ciones alimentarias permanentes, temporales o circunstanciales. Seguramente, al menos en ciertas áreas del noreste de México y sur de Texas, existieron grupos que durante el invierno sufrían ciertas carencias, como lo reflejan los coprolitos,157 pero en realidad no parece ser una situación generalizada. Y es que, probablemente, durante el invierno se reducía la cantidad y calidad de alimentos, pues disminuyen considerablemente los recursos alimenticios vegetales, tal como lo señalan otras fuentes históricas, como los textos de De León. También es cierto que si los indígenas que habitaban en el siglo XVII pasaban hambres se debió más a la alteración sufrida por la presencia de los españoles; por lo tanto, y de acuerdo a la evidencia etnográfica, entre los cazadores-recolectores no suele existir la desnutrición158 y, como ya lo señalamos, no es verdad que los indíge-
Aunque la función principal de los morteros era moler y pulverizar distintas semillas y plantas, no se puede descartar como un recurso para almacenar y conservar agua de lluvia.
nas de Nuevo León estaban siempre hambrientos y dispuestos a comer todo tipo de planta o animal.159 Además, debemos dejar atrás otros prejuicios que están relacionados con las prácticas alimentarias, como es el hecho de utilizar el concepto de inmundicias para referirse a determinado alimento que un grupo diferente al nuestro come. Pues, aunque no se trata de vegetales sino de animales, dentro de la recolección se pueden incluir las arañas, gusanos y roedores. Pero esto no debe entenderse de manera errónea y creer que la necesidad los orillaba a comer dichas especies, como a veces se le atribuye al considerar que eran el último recurso y los únicos alimentos disponibles. No, en realidad, cada socie-
Monterrey: origen y destino
dad tiene sus alimentos comestibles y lo separa de aquéllos que no lo son. Por otro lado, hay que recordar que las diferencias no sólo responden a cuestiones dietéticas o económicas, sino que en ocasiones el hecho de abstenerse de un alimento y preferir otro tiene un trasfondo mágico o religioso. Por ejemplo, en la sociedad católica contemporánea, durante la cuaresma, se indica abstenerse de consumir carne roja y se da preferencia a los vegetales y el pescado; y a veces se trata de reglas mucho más estrictas, como sucede con la abstención de comer carne de cerdo por los judíos, o de res por grupos de la India, por citar sólo los casos más conocidos.160 Como ha sucedido en diferentes épocas y lugares, probablemente estas prohibiciones también existían entre los grupos humanos que habitaban Nuevo León. Por ejemplo, De León señala que, al menos ciertos grupos, se abstenían de comer sapos y lagartijas, lo que refleja ciertos tabúes y restricciones alimenticias.161 Difícilmente podemos saber con certeza qué alimentos consumían todos los grupos humanos del noreste y de Nuevo León a través del tiempo, pero podemos hacer ciertas generalizaciones. Sin perder de vista, claro está, que la dieta debió variar de acuerdo al tiempo y el espacio. Entonces, ¿qué tipo de alimentos consumían? Entre las plantas nativas que eran aprovechadas en el área, podemos pensar que se consumían varios tipos de tuna, el nopal, la misma flor de tuna, la vaina de mezquite y sus semillas. También la flor de la biznaga y otros cactus, conocidos en la actualidad como cabuches, debieron ser alimento durante la primavera, y lo mismo debió ocurrir con las flores de las yucas, también conocidas como palmas (Yucca sp). Las fuentes históricas mencionan diversas especies de frutos silvestres que eran consumidas por estos grupos, pero no especifican cuáles. Sin embargo, es muy posible que, de acuerdo a la región, se tratara de anacuas (Ehretia anacua), granjenos (Celtis pallida), chapotes162 (Dyospiros sp.), nuez encarcelada (Juglans sp), y otras especies, incluyendo el llamado chile piquín (Capsiccum annuum).163 También debieron aprovechar raíces o tubérculos y algunos pastos silves-
tres, como menciona De León.164 Respecto a esto, es posible que uno de ellos fuera la setaria, pasto conocido como cola de zorra, que es una gramínea con semillas harinosas que, al parecer, fue utilizado en México desde hace milenios.165 Respecto a esto, resulta interesante el hecho de que es una especie cuya presencia se ha documentado en contextos arqueológicos del noreste de México.166 En cuanto a los análisis paleobotánicos realizados en Nuevo León, podemos destacar los efectuados en el sitio de Boca de Potrerillos, en Mina, donde se analizaron muestras de polen en un metate y uno de los fogones.167 Aquí vale la pena señalar que, aunque no se trata de los indígenas de Nuevo León sino del surponiente de Coahuila, se puede mencionar una referencia sobre el uso de las raíces de una planta de la familia del tule (Thypa latifolia), pues sabemos que en el siglo XVII la molían y hacían una harina que ingerían de distintas formas, ya sea como bebida o comida.168 Por lo tanto, el polen de tule encontrado en el metate de Boca de Potrerillos sugiere que sus habitantes practicaban y
Piñas, fresas, manzanas, naranjas, sandias, uvas y muchas otras frutas y verduras que nos son familiares y que se consumen cotidiamente, en realidad no existían en épocas prehispánicas.
compartían el mismo procedimiento de los grupos del sureste de Coahuila, utilizando el tule como alimento. Cabeza de Vaca, en el siglo XVI, menciona que los indígenas del noreste y sur de Texas se alimentaban de una especie de frijoles169 que tal vez eran maguacatas, el fruto en vaina del ébano. Otro
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Los grupos indígenas en Monterrey
especie de panes.172 Sin embargo, cabe mencionar que esto pudo tener cambios a través del tiempo, pues se sabe que el mezquite multiplicó y extendió su presencia desde hace 3 mil años en áreas donde no había existido.173 Otra de las comidas más frecuentes fue la que obtenían de distintas especies de agave, pues el corazón y la inflorescencia conocida como quiote son comestibles. Y, aunque no hay certeza de ello, en Nuevo León el uso de plantas como el maguey Todas las culturas hacen su división entre lo que es comestible y lo que no lo es, poco sabemos de los tabúes y prohibiciones alimenticias de los grupos indígenas del noreste. No obstante, se señala a la lagartija como una especie no comestible.
tipo de vaina que desempeñó un papel muy importante en la dieta de estos grupos es el mezquite (Prospois sp), pues han sido encontrados restos botánicos en gran cantidad de mezquite y otras leguminosas en sitios arqueológicos de Coahuila y Texas.170 Tan es así que, haciendo una analogía de los llamados hombres del maíz en Mesoamérica, algunos autores han llamado a los grupos del noreste como los hombres del mezquite,171 por la importancia que tuvo esta especie vegetal en distintos ámbitos de la vida, pues no sólo era alimento, sino que el uso del mezquite también era para preparar bebidas y una
Las flores y frutos de distintos cactus, como los de las biznagas, debieron ser consumidos por los antiguos nómadas.
comenzó a desempeñar un papel más importante en la dieta de estos grupos entre el 3000 y 2500 a. C.174 Respecto a esto, hay que señalar que las especies más comunes en Nuevo León son la lechuguilla (Agave lecheguilla) y el maguey americano (Agave americana).175 A diferencia de las tunas, el mezquite y otros frutos, el corazón de agave está presente todo el año, es por ello que en el invierno era el alimento
Distintos frutos de la región, como el granjeno, el chapote prieto y algunas variedades de chile, debieron ser aprovechados como una valiosa fuente de alimento. Las diferencias en la vegetación presente en las distintas áreas bióticas de la entidad eran un factor importante para conformar la dieta de los grupos indígenas.
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más consumido. Además, aportaba muchas calorías debido al azúcar que contiene.
Monterrey: origen y destino
De acuerdo a la evidencia arqueológica e histórica, distintas especies de semillas de pasto silvestre debieron ser recolectadas y molidas para hacer harinas, como el pasto conocido como cola de zorra.
Los españoles, influenciados por los grupos nahuas, llamaban mezcale a la cocción del corazón de algunos tipos de agave, pero pudieron ser varias especies las consumidas. Por ejemplo, en otras partes del noreste existe un pequeño agave llamado noa, que sabemos que también servía de alimento.176 Probablemente, el más común era el maguey sotolero, parecido a la lechuguilla, cuya cocción era durante un lapso de alrededor de 48 horas, tiempo requerido para obtener el jugo y los trozos que eran chupados y masticados, tal y como señalan las fuentes históricas. Cabe mencionar que, en las cuevas de Coahuila, en Cuatrociénegas, se han conservado restos masticados de dicha planta.177
Además de brindar una sólida y resistente madera como materia prima, el ébano aportaba una fuente de alimento, una vaina con semillas conocidas como maguacatas.
Como ya lo habíamos adelantado, otra especie que también representaba una substancial fuente de alimento era el nopal (Opuntia sp.). La mayor aportación de este alimento se obtenía en el verano, tras la aparición de las tunas; sin embargo hay que señalar que los grupos indígenas no reducían su utilidad a esta temporada del año, ya que podían anticipar y postergar la obtención de alimentos aprovechándolos en otros momentos. Por ejemplo, es posible que el nopal pudiera haber servido de alimento asando o cociendo las pencas tiernas.
El mezquite es un árbol que abundan en gran parte de la entidad, y fue uno de los principales alimentos que se consumían en la región.
El tule es una planta que crece cerca de los cuerpos de agua, y está bien documentado en referencias históricas y análisis hechos por arqueólogos que era una planta consumida como alimento.
El recurso del maguey no se agotaba solamente como alimento, sino que tenía otros usos,178 como laxante por ejemplo, ya que al desechar las hebras del maguey, se secaban al sol y se machacaban en morteros de palo hasta pulverizarlas. Luego se ingería para obtener efectos purgativos.179
Esta planta podía ser consumida de distinta forma, por ejemplo, la flor de tuna y la misma tuna cuando aún no había madurado, podían ser ingeridas tras su cocción en hornos subterráneos, es decir, a manera de barbacoa. De igual modo, ya cuando los nopales habían dado su fruto en pleno verano, se pudo haber comido la tuna cruda y fresca. Esto, por ejemplo, fue evidenciado en el análisis de los copro-
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Los grupos indígenas en Monterrey
litos (restos de excremento humano) de la cueva de La Espantosa cerca de Cuatrociénegas, en Coahuila, hecho por Bryant, quien encontró una gran cantidad de restos de tunas, lo que sugería que durante el verano se alimentaban principalmente de éstas.180 Ahora bien, aunque al finalizar el verano termina la época de tunas y se podría pensar que
en época de escasez. Por supuesto, dicha preservación y acumulación de alimentos no duraba mucho tiempo, pues además de la dificultad inherente a la cantidad y calidad de los alimentos, hay que señalar que entre estos grupos también existían restricciones sociales que lo impedían.181 No obstante, la preservación que hacían era aprovechada al máximo.
La noa también conformó la lista de plantas que se podían consumir.
Para el caso de las tunas, hacían una especie de pasa, pues, aprovechando los intensos rayos solares del verano, las tunas eran colocadas bajo el sol hasta lograr deshidratarlas. Entonces, tras la desecación, los frutos podían ser conservados sin riesgo de
La inflorescencia de maguey se conoce como quiote, y es un alimento que representaba una gran aportación de calorías para los grupos nómadas .
con ello terminaba el uso de esta planta, en realidad no es así, ya que los grupos indígenas sabían cómo prolongar la vida útil de los frutos para consumirlos
Existen distintos tipos de agaves, entre ellos el maguey y la lechuguilla, que debieron formar parte importante de la dieta de los grupos nómadas.
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Aunque cada vez es más difícil de conseguir, en algunos mercados de Monterrey todavía se vende el quiote de maguey. La forma en que se consume es masticando pequeños trozos para absorber todos su jugos, luego se escupe el bagazo.
putrefacción hasta por varios meses, lo que significa que durante el otoño e invierno, es decir, cuando ya no había disposición del fruto en la planta, la tuna podía ser consumida.182 Algo semejante ocurría con otras especies de plantas, pues igual que el nopal, el mezquite brinda sus frutos en el verano, las semillas de las vainas podían ser consumidas al tomarlas directamente del árbol cuando estaban maduras; los indígenas hacían una gran recolección de estas vai-
Monterrey: origen y destino
Si bien la tuna del nopal sólo está presente en determinada época del año, los indígenas se las ingeniaban para prolongar su consumo.
nas durante el verano, la cual excedía en cantidad la que podía ser consumida en ese momento. Esto se hacía pensando en el futuro. Las vainas de mezquite se secaban y posteriormente se machacaban en metates o morteros de madera183 o de piedra184 hasta pulverizarlas, luego era cernida y esta harina se guardaba en pequeñas bolsas de petate para comerla posteriormente. Y, aunque existen muchas variables, de acuerdo a cuestiones temporales y regionales, al menos el mezquite ya molido debió servir de alimento durante el otoño.185 En otros nichos ecológicos, por ejemplo en las sierras de Nuevo León, a cierta altitud, se hallan bosques de coníferas, y en algunas de ellas existían y aún existen distintas especies de pinos del género Pinus,186 los cuales poseen conos de distinto tamaño y semillas comestibles, destacando entre ellas las del pino piñonero (Pinus cembroides), especie que fue muy aprovechada por los grupos que habitaron la región, pues comían el piñón de distintas formas. Por ejemplo, hacían una especie de masa de piñón, la cual se obtenía al moler piñones tiernos, formando pequeñas bolas.187 También, al igual que lo hacían con otros alimentos, se hacía una harina de piñón para prolongar su tiempo de consumo. Dicha harina se hacía triturando y moliendo en metates o morteros los piñones secos y, al parecer, en esta harina incluían la cáscara bien molida. Respecto a lo anterior, cabe mencionar que en muchas ocasiones los metates y manos que se encuentran en Nuevo León y al norte muestran claras huellas de picoteo en la superficie, lo que se debe seguramente a que molían semillas duras y huesos, como señalaba Taylor para sus hallazgos de manos en cuevas de Coahuila.188 Además, la dieta de alimentos abrasivos como pastos y semillas no sólo pueden deducirse con las dentaduras, concretamente con el desgaste de las muelas de los restos humanos encontrados, sino
que, específicamente, se corrobora con el análisis de los coprolitos de la misma cueva de La Espantosa, en la cual se encontró presencia de cáscaras, huesos y semillas.189 Como ya hemos visto, hay muchos vegetales nativos del noreste que pueden ser consumidos frescos, directamente de la planta, es decir, sin ningún tipo de preparación, como la tuna, la pitahaya, el mezquite y muchos pequeños frutos. En el caso de las tunas, sólo se requiere quitarle las espinas, por ejemplo, limpiándolas con ramitas de gobernadora (Larrea tridentata) o incluso rodándolas sobre la tierra. Posteriormente podían cortarlas con un
En distintas partes del mundo, en diferentes épocas, el hombre se ha empeñado en sacarle el mayor provecho a las semillas. En este caso, las pepitas de mezquite eran pulverisadas para hacer harinas y, después, una especie de panes.
cuchillo o una lasca con filo para quitarle la cáscara con facilidad. De igual modo, aunque no contamos con la evidencia arqueológica, probablemente los indígenas de Nuevo León también consumían los panales de abejas,190 los cuales sólo era necesario bajar de los árboles o peñascos, pues una vez retiradas las abejas
En áreas boscosas de la sierra de Nuevo León y el noreste, abundaban el llamado pino piñonero.
era suficiente masticar los fragmentos de panal para obtener la miel. Otras veces estos alimentos no sólo se consumían tiernos o frescos, sino que los hacían harinas, como es el caso del mezquite, maguacatas, los piñones y otras especies. Algunos alimentos ne-
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Los grupos indígenas en Monterrey
cesariamente debían pasar por un procedimiento de preparación para hacerlos comestibles. Tal es el caso de las bellotas del encino (Quercus spp), pues no son comestibles en su estado natural, sino que se requiere cocerlas para hacerlas comestibles, es decir, había que extraerles el ácido tánico.191 En el caso de la carne, creemos que debió ser ingerida sin que pasara mucho tiempo entre la obtención y el consumo, pues debió ser asada o cocida en hornos subterráneos (parecido a lo que llamamos barbacoa) antes de que entrara en estado de putrefacción. Es decir, si partimos de que la caza de mamíferos de talla mayor no debió ser muy abun-
rocas fragmentadas que varían en tamaño de 0.5 a 2.5 metros de diámetro en promedio. Las rocas son, en general, areniscas de forma irregular, con aristas angulosas y con tamaños que van entre 5 y 20 centímetros; presentan tonalidades entre café, rojo, gris y gris muy claro, dependiendo del tipo de roca y el tiempo y grado de exposición al fuego a que fueron sujetas.194 A estos elementos se les conoce también con el nombre de hearths en Texas; cocedores o chimeneas, en Nuevo León; loberas en Sonora, hornos y mezcaleros en Coahuila.195
Muchos metates y manos que se encuentran en la región muestran claras evidencias de percusión, al haber molido huesos y semillas duras, como el piñón.
Las bellotas, como otras semillas, requieren un proceso de preparación para hacerlas comestibles, por ejemplo, a través de la cocción.
dante, es difícil creer que la conservación de carne fuera algo común. Sin embargo, en caso de haberlo hecho, seguramente debió hacerse a través de secar la carne al colocarla bajo el sol, tal y como ocurría con muchos grupos de Norteamérica.192 En cuanto a la preparación de los alimentos en los hornos subterráneos, De León describe la preparación de algunos de ellos. Por ejemplo, el quiote y otras partes del agave, las tunas verdes y por supuesto la carne eran cocidas en barbacoa. Esto se puede saber no sólo a partir de las fuentes escritas, por la abundante evidencia material.193 Pero, ¿qué es lo que el arqueólogo encuentra en la actualidad? Los elementos que se denominan fogones son pequeños montículos o concentraciones de
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Distribuidos en la superficie de muchas localidades a cielo abierto o en cuevas, los arqueólogos han registrado cientos de fogones en donde se preparaban distintos alimentos vegetales y animales.
Monterrey: origen y destino
Capítulo IV 1. Las formas más tempranas de diversificación de las actividades están dadas por los aspectos inherentes a las diferencias biológicas de sexo y edad y se nos presentan como la división doméstica del trabajo. En la medida que la experiencia histórica sea más simple, que el desarrollo de las fuerzas productivas sea más escaso y que los productos sean objeto de consumo inmediato sin posibilidades de acumulación ni excedentes, excepto los imprescindibles para la propia producción, las relaciones entre los hombres están determinadas por las capacidades de cada uno en torno a la producción a la vez que a la distribución según las necesidades de cada uno. 2. Clark, Grahame., op. cit. 1973, p. 220.
10. Como es natural, existía un momento en que, valga la expresión, los infantes indígenas se convertían en “varones” o “mujeres”. Es decir, en un principio los niños pequeños son tratados indistintamente por la sociedad, o quizá no indistintamente, pues probablemente se tenían concepciones distintas según el sexo; pero de lo que sí estamos seguros, es que durante la edad más temprana no se espera que los pequeños tomen un rol determinado, ni actitud específica según sea el caso: masculino o femenino, por lo que probablemente tanto niños como niñas participaban durante los primeros años en actividades femeninas, pues permanecían con su madre. Sin embargo, con el tiempo, se les otorgarían derechos y obligaciones a cada uno de los sexos, o mejor dicho, géneros. 11. Ramírez., op. cit. 2004. p. 179.
3. González Arratia, op. cit., 1991, p. 9. 4. Ibid, p. 60. 5. Sorensen., op. cit. 1990, p. 60. 6. Como se sabe, el continente americano fue visto como tierra de infieles durante la conquista, por ejemplo, en la obra de Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias, en la de Bernal Díaz del Castillo Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, o en la Historia general de las cosas de la Nueva España escrita por Fray Bernardino de Sahagún, son algunas obras donde también aparecen otras referencias a homosexuales y la sodomía en el continente americano, por lo que el Nuevo León, no fue la excepción, pues muchas veces se subrayaba la lasciva del indígena local. 7. Nuñez., op. cit. 1992. p. 59, 77-78. 8. De León., op. cit. 2005, p. 31.
12. Por supuesto, aunque la materia prima era complementaria, hay que reconocer que: sólo utilizando la piedra fue como el hombre pudo emplear ampliamente la madera, el hueso y el asta, para elaborar los útiles de trabajo. Por más elementales que hayan sido los procedimientos antiguos de elaboración de estos materiales, y por más ínfimos que fueran los cambios introducidos en sus formas naturales, su aprovechamiento no hubiera tenido futuro alguno si no se hubiera empleado la herramienta de piedra. 13. Silva., op. cit. 1998. p. 2. 14. Taylor, Walter W., op. cit., 1960. p. 59-94. 15. Aveleyra, Luis. “La Cueva de la Candelaria”, Memorias del Instituto Nacional de antropología e Historia, Vol. I INAH-SEP: México, 1956, p. 111. 16. Corona Jamica., op. cit. 2001. p. 9. 17. McCluckan., op. cit. 2000. p. 18.
9. Ibid, p. 20, 21, 26, 31, 37 y 38.
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18. Hester., op. cit. 1980. p. 153. 19. Lévi-Strauss, Claude. Raza y cultura. Grandes obras del pensamiento contemporáneo, Ed, Altaya: España, 1999 p.8.
McNeish señalara al respecto: “Probablemente encontraron un mamut en toda su vida y nunca dejaron de hablar de ello”. 27. Mirambell, Lorena., op. cit. 1979. p. 61.
20. Valadez, Moreno., op.cit. 1999. p. 40-42.
28. Fiedel, Stuart., op. cit. 1996. p. 87.
21. Para Joaquín García–Bárcena, fueron los rápidos cambios climáticos después de la glaciación y su repercusión en la vegetación, lo que debió propiciar una extinción masiva de la fauna en una cadena que involucró a los herbívoros y los carnívoros.
29. Frison, George C., op. cit. 1993. p. 237-249.
22. Jennings, Jesse D. Prehistory of North America. Mayfield Publishing Company: Mountain View, California, USA, Third Edition, 1989. p. 58-60. 23. Fiedel, Stuart J. Prehistoria de América. Ed. Crítica, Grijalbo-Mondadori: Barcelona. 1996. p. 84,106. 24. Frison, George C. “Paleo-indian hunting strategies and weaponry”. From Kostenki to Clovis, Upper Paleolithic-Paleo-Indian Adaptations. Edited by Olga Soffer and N. D. Praslov, Plenum Press: New York and London, 1993. p. 242,244. 25. Por ejemplo, en una recreación con un dejo de fantasía e imaginación y una conclusión un tanto aventurada, J. Armenta, quien había excavado un sitio en Puebla, mencionaba: “El elevado número de animales fósiles que se han encontrado en esta barranca (aproximadamente ocho mamutes, seis bisontes y quince caballos), localizados en un tramo no mayor de 300 m, plantea la posibilidad de que el lugar haya sido un apostadero o punto de acecho de cazadores primitivos y que el artefacto en estudió perteneció a uno de ellos, quien lo perdió durante el destazamiento del elefante al cual fue encontrado”. 26. No es gratuito que de manera irónica, Richard
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30. El propulsor fue el útil intermedio eficaz propio del armamento paleolítico superior. Su situación, entre el brazo del lanzador y la azagaya o flecha que ha de expulsarse, multiplica la fuerza del lanzamiento. 31. Semenov, S. A. Tecnología prehistórica (Estudios de las herramientas y objetos antiguos a través de las huellas de uso). Serie: arqueología, Editorial Akal Universitaria: Madrid, 1981. p. 362. 32. Murray, William Breen y Héctor Lazcano., op. cit. 2007. p. 264. 33. En cuanto al continente de América, notamos ciertas regiones donde sí es posible que el uso del atlatl haya sido transmitido, como es el caso del suroeste de los Estados Unidos y México, en donde se empleó en épocas más o menos contemporáneas y aun quizá en Centroamérica, pero en Sudamérica su invención fue local al considerar que allí su forma, material y dimensiones son por demás distintas a las del resto del Continente. 34. En Mesoamérica, hasta épocas tardías se utilizó el atlatl, el cual, en ocasiones poseía sujetadores, argollas o agarraderas de concha. 35. Noguera, Eduardo. “El atlatl o tiradera”. Anales del Museo Nacional de Arqueología Historia y Etnografía. Tomo III. Editorial Stylo-SEP-Departamento de Monumentos, México, 1945. p.206-207.
Monterrey: origen y destino
36. Edward Palmer era un botánico inglés radicado en Estados Unidos, realizó exploraciones científicas en el norte de México, incluyendo intervenciones en sitios arqueológicos de Coahuila, tanto al suroeste, donde estaba la Cueva del Coyote, como otras cuevas cerca de Monclova. 37. Taylor, Walter W., op. cit. p. 71-73.
47. Respecto a esto, hay que señalar la dificultad que existe en determinar en cada caso concreto si se trata de una punta de atlatl o no. Pues, por ejemplo, existen artefactos retrabajados o reciclados, tales como las puntas de atlatl que probablemente hayan sido usadas posteriormente como cuchillos. Por otra parte, como señala Luis Aveleyra, existe la posibilidad que los artefactos interpretados como puntas de atlatl, sean en realidad cuchillos.
38. Aveleyra, Luis., op. cit. 1950. p.150. 48. Valadez Moreno., op. cit. 1999. p. 100. 39. Idem. 49. Idem. 40. Taylor., op. cit. 1966. p. 59-94. 41. No se puede descartar el uso de otras especies, pues en la Cueva de la Candelaria se encontró un fragmento de atlatl manufacturado en quiote (inflorescencia) de maguey, madera que, como señala Luis Aveleyra, resulta muy ligera, poco resistente y por lo tanto, poco apropiada para un uso cotidiano.
50. Existen diferentes interpretaciones acera de la función de dichos artefactos, que van desde lo puramente funcional, o sea, que servían para darle estabilidad al atlatl, hasta las interpretaciones que consideran que su principal función era mágica, como un amuleto para propiciar la caza. 51. Fiedel., op. cit. 1996. p. 87.
42. Frison., op. cit. 1995, p. 244.
44. Turner, Ellen S. y Hester, Thomas. field guide to stone artifacts of Texas indians. Second edition, Gulf Publishing Company: Houston, Texas, USA, 1993.
52. Según J. Epstein, los cazadores de bisonte no entraron al noreste de México porque en esta región no habitaba el bisonte. Aseveración que ha sido considerada no sólo especulativa, sino errónea, pues resultan suficientes los hallazgos de restos óseos encontrados en Mina, localizados actualmente en el Museo Bernabé de las Casas.
45. Taylor., op. cit. 1996. p. 59-94.
53. Jiménez., op.cit. 1943. p.104.
46. De hecho, las dimensiones y características de las puntas pueden permitirnos inferir su uso. Por ejemplo, para el caso de Norteamérica, se ha sugerido que el tamaño de las puntas tipo Clovis, se debe a que estaban enfocadas a grandes mamíferos como el mamut, mientras que la punta tipo goshen (plainview) que era más pequeña, probablemente se destinaba para el bisonte.
54. Santa María., op. cit. 1973. p. 43.
43. Hester., op. cit. 1980. p. 152.
55. Entrevista realizada al arqueólogo Moisés Valadez julio, 2005. 56. Guiliane y Zammit., op. cit. p. 81. 57. Frison., op. cit. p. 244.
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58. Santa María, op. cit. 1973. p. 43. 59. Por otra parte, al otro extremo del noreste, en Coahuila, también está documentado el uso de lanzas. 60. Salinas, Martín. Indians of the río Grande delta, their role in the history of southern, and northeastern México. University of Texas Press: Austin, Texas, USA, 1990, p. 55.
dos manojos de fibra que mantiene separados, obteniendo así dos hilos sencillos. El movimiento hacia abajo produce hilos de torción “S”, y el movimiento hacia arriba hilos de torción “Z”. con la mano libre, va suministrando más fibra, según lo va necesitando, a los hilos que está torciendo. 69. Aveleyra., op. cit. 1950. p. 130. 70. Martínez del Río, op. cit.,1952. p. 222.
61. Pérez de Rivas, Andrés. Triunfo de nuestra santa Fe entre gentes las más bárbaras y fieras del Nuevo Orbe. Editorial Layac: México, 1944, (1645), p. 254.
71. De León, Alonso, op. cit., 2005. p. 1-119.
62. Griffen, William, B. “Culture change and shifting populations in central northern Mexico”. Anthropological papers f the University of Arizona, Number 13. The University of Arizona Press: Tucson, USA, 1970, p. 161.
73. Aveleyra., op. cit. 1950, p. 134.
63. Smith., op. cit. 1978. p. 38.
76. Se trata del también llamado “peyote cimarrón”, “falso peyote” o precisamente “chautle”, es decir, el Ariocarpus fissuratus.
64. Aveleyra., op. cit. 1950. p. 128. 65. Por ejemplo, el promedio de ciertos grupos del Arcaico en Norteamérica era aproximadamente de 1.54 metros en el caso de las mujeres y 1.67 metros para los hombres.
72. Valadez Moreno y Reyes Trigo., op. cit. 1997. p. 575-594.
74. Griffen., op. cit. 1970, p. 107. 75. Aveleyra., op. cit. 1950. p. 134-135.
77. En distintas partes del mundo ocurre que, además de amarres de fibras o tendones, se usa alguna resina para sujetar las puntas de proyectil. 78. Valadez., op. cit. 1999. p. 195.
66. Martínez del Río, Pablo. “El mamut de Santa Isabel Iztapan”. Cuadernos Americanos número 11 (4). México, 1952. p. 216. 67. Entrevista realizada al arqueólogo Moisés Valadez, julio, 2005. 68. Este procedimiento de torcer las fibras o hilos puede ser como el que se hacía en otras regiones sobre el muslo desnudo del hilador éste arrolla hacia abajo (o hacia arriba), con la palma de la mano,
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79. Turner, Ellen S. y Hester, Thomas., op. cit. 1993. p. 193. 80. Cabe señalar que algunos autores creen posible que pequeñas puntas folsom u otras que se asume fueron usadas a través de atlatl, tienen el peso y dimensiones para funcionar de manera efectiva siendo lanzadas con el arco. 81. Semenov., op. cit. 1981. p. 362.
Monterrey: origen y destino
91. De León., op. cit. 2005. p. 38-39. 82. McClurkan., op. cit. 2000. p. 20. 83. Nance., op. cit. 1980. p. 27. 84. Idem. 85. Esto lo señala Alonso de León al observar estos artefactos en el siglo XVII, pero el estudioso Paul Kirchhoff incluso sugiere la forma del protector, mencionando que era “una tira de cuero en forma de espiral que protegía el brazo izquierdo”. Sin embargo, desconocemos de dónde obtuvo las características del protector, al referirse que era “de forma de espiral”. Resulta interesante recordar tiras de piel de puma (Felis concolor) atadas en distintas partes del cuerpo usadas por los indígenas de Chihuahua como amuletos y protectores. Respecto a esto, hay que señalar que tiras de lo que al parecer es piel de puma fueron encontradas en cuevas de Coahuila. 86. Desde luego, queda por dilucidar si necesariamente siempre se trataba del brazo izquierdo o dependía si se trataba de las habilidades del individuo. Es decir, en caso de ser zurdo, al tirar con el arco, el protector se requería en el brazo derecho y lo más cómodo sería guardar el cuchillo en la muñeca derecha para sacarlo con la izquierda. Sin embargo, no podemos descartar la posibilidad de que existiera también un simbolismo detrás de la oposición derecha e izquierda. Y que fuera preferentemente en ese brazo donde debería ir el cuchillo. 87. Aveleyra., op. cit. 1950. p. 94.
92. Además de los ejemplares obtenidos en estas cuevas, se conocen otros ejemplos de cuchillos enmangados en perfecto estado de conservación que provienen de otras cuevas con características similares. Pero, desgraciadamente, se trata de colecciones privadas, ejidales y, por lo tanto, producto del saqueo. Por lo tanto, mucho de su valor arqueológico y la información que se pudo obtener se perdió al recogerlos sin las técnicas adecuadas y permisos necesarios. 93. Aveleyra., op. cit. 1950. p. 46 94. Aveleyra., op. cit. 1950. p. 47. 95. Turpin, Solveig A. “La nucleación cíclica: la evidencia del arte rupestre”. Relaciones, estudios de historia y sociedad, nómadas del norte, número 92, volúmen XXIII, otoño. El Colegio de Michoacán: México, 2002. p. 109-110. 96. Aunque toda la figura es en color rojo, el uso del espacio vacío que se dejaba sin pintar permite identificar las características del cuchillo. 97. Nuñez., op. cit. 1992. p. 85. 98. Del Barco, Miguel. Historia natural y crónica de la antigua California. Instituto de Investigaciones Históricas: México, 1988, p. 193.
88. La resina de origen vegetal que hemos señalado.
99. Las cazan tirándoles cierto palito, que tienen para este fin, el cual va arrastrando por la tierra y llega con ímpetu a la liebre que huye, le quiebra los pies, y entonces la cogen”.
89. Ibdid, p. 87, láminas XII-XIV.
100. Guiliane y Zammit., op. cit. 2002. p. 80.
90. Martínez del Río., op. cit. p. 222.
101. Por ejemplo, entre los hopi de Arizona, el palo arrojadizo y la cacería, de nueva cuenta es muy si-
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Los grupos indígenas en Monterrey
milar, tal y como señala George Peter Murdock: “Después de complicadas preparaciones ceremoniales, grupos de hombres baten los matorrales para espantar los conejos que acorralan y matan con boomerangs, esto es, con palos curvados arrojadizos que giran en el aire y después de dar en el blanco dan vueltas pero no regresan al que los lanza”. 102. Tomando en consideración todos los diversos sitios en que han sido hallados, muestran una extraordinaria homogeneidad y persistencia en cuanto a forma y características fundamentales. Casi todo son segmentos de madera, tallados hasta darle una sección aplanada, de ligera curvatura sencilla (o bien doble en forma de “S”), y con tres o cuatro ranuras longitudinales y paralelas, grabadas en ambas caras planas del implemento. 103. Kriegel., op. cit. 1993. p. 155.
111. Incluso, existen prescripciones mágicas y preceptos sobrenaturales para evitar que exista mayor caza que la necesaria. Como se abordará en lo referente a las creencias mágicas y sobrenaturales. 112. Bate., op. cit. 1998. p. 84. 113. De León, Alonso, et al. Historia de Nuevo León con noticias sobre Coahuila, Tamaulipas y Nuevo México. Fondo Editorial de Nuevo León-Universidad Autónoma de Nuevo León-Secretaría de Educación: México, 2005. p. 25. 114. Suele ocurrir que la caza se trata de individuos juveniles, es decir, no se trata de crías que tiene poca carne o adultos grandes y viejos, mismos que son más difíciles de cazar. Aunque, por supuesto, existen muchas variables temporales y espaciales que hacen que el tamaño y edad de la presa a cazar sea distinta.
104. Valadez., op. cit. 1999. p. 196. 115. Pérez de Ribas., op. cit. 1994. p. 254. 105. Por supuesto, tal y como ocurre en otras partes, al analizar la lítica, el arqueólogo infiere el conocimiento que tenían los grupos al momento de elegir la roca. 106. Hay estudios que abordan el caso concreto del uso de las plantas, y en específico de las cactáceas en el norte y noroetes de México. 107. Ramírez., op. cit. 2004. p. 80. 108. Aranda, Marcelo. Huellas y otros rastros de los mamíferos, grandes y medianos de México. CONABIO-Instituto de Ecología: Xalapa, México, 2000. p.160-161. 109. Idem. 110. Murray, William B., op. cit. 1998. p. 50.
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116. Aveleyra., op. cit. 1950. p. 35. 117. Murray., op. cit. 19988. p. 52. 118. Esta teoría no sólo predice que los cazadoresrecolectores seleccionarán los mejores “negocios” alimentarios a su alcance, desde el punto de vista de la relación coste-beneficios, sino que proporciona un método para calcular el momento preciso en que un determinado alimento se vuelve demasiado costoso para justificar su recolección o captura. 119. Viramontes, Carlos. De chichimecas, pames y jonaces, Los recolectores-cazadores del semidesierto de Querétaro. Serie arqueología, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Colección Científica número 416: México, 2000. p. 102.
Monterrey: origen y destino
120. González Arratia., op. cit. 1991. p. 14. 121. Sobolik, Kristin D. “Nutricional constraints and mobility patterns of hunter-gatherers in the northern Chihuahua desert”. Cases studies in environmental archaeology, Edited by Elizabeth J. Reitz, Lee A. Newson and Sylvia J. Scudder, Plenum press: New York-London, 1996. p. 206. 122. Idem. 123. Por ejemplo, el borrego cimarrón (Ovis canadensis) solía habitar en las cumbres rocosas e inaccesibles del norte árido de México. Aunque, efectivamente, son más vulnerables en las fuentes de aguan.
de Norteamérica, y aunque se menciona el uso de la carne y la grasa del oso, resalta su uso simbólico. 132. Taylor., op. cit. 1996. p. 85. 133. Aveleyra., op. cit. 1950. p. 128 y 132. 134. Mc Clurckan., op. cit. 2000. p. 58. 135. Es decir, el sitio se localiza en un área que está rodeada de sierra, donde –aún en la actualidad– se reporta la presencia de pumas y osos. 136. Dicho colmillo aún está por identificar, pero podría tratarse del canino de un puma u oso. 137. Martínez del Río., op. cit. 1952. p. 228.
124. Aveleyra., op. cit. 1950. p. 136. 125. Murray, William Breen. “San Bernabé Nuevo León: un lugar de cazadores”. Expresión y memoria, pintura rupestre y petrograbado en las sociedades del norte de México. Coordinadores: Carlos Viramontes y Ana María Crespo Instituto Nacional de Antropología e Historia, colección científica, número 385: México, 1999. p. 45-6. 126. Jiménez, Arturo, et al. Mamíferos de Nuevo León. UANL, México, 1999. p. 103
138. Los restos fueron identificados de manera preliminar por Óscar Polaco. (Comunicación personal). 139. Nuñez., op. cit. 1992. p. 87. 140. Clark, Grahame., op. cit. 1973, p. 174. 141. Corona., op. cit. p. 184. 142. Martínez del Río., op. cit. 1952. p. 227. 143. De León., op. cit. 1995. p. 48-49.
127. Leopoldo, A. Starker. Fauna silvestre de México. Ediciones del Instituto Mexicano de Recursos Naturales Renovables: México, 1983. p. 588. 128. Taylor., op. cit. 1996. p. 70. 129. De León, Alonso, et al., op. cit. 2005. p. 19.
144. Sahlins., op. cit. 1993, p. 50. 145. Por ejemplo, por fuentes documentales conocemos el uso de bolsas hechas con pencas de nopales para guardar semillas (Sánchez, Hermenegildo, pág. 209) o costalitos de petate y nopales huecos usados como contenedores de líquidos (De León pág. 21).
130. Valadez., op. cit. 1999. p. 98. 146. Clark, Grahame., op. cit. 1973. p. 173. 131. Existe una amplia información etnográfica acerca de la caza de osos y lobos por diferentes grupos
147. Ole Frank y Heizer, Robert F. Introducción
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a la arqueología prehistórica. FCE: México, 1977. p. 204. 148. Los metates usados en Mesoamérica tenían características muy distintas, pues, además de que usualmente están manufacturados en basalto, es decir, en roca volcánica, tienen patas y requerían un largo proceso para su manufactura, misma que terminaba antes de que comenzara a ser usado, al igual que ocurre con los molcajetes. 149. Se debe seguramente a un movimiento circular y giratorio, más que a un movimiento lineal como en el caso de los metates mesoamericanos para el maíz. 150. Cabe mencionar que –aunque no han sido encontrados morteros de madera en Nuevo León o el noreste, sí existe una clara mención de “morteros de palo” entre los indígenas del siglo XVII (De León, 2005). Por lo que en su caso, debió tratarse de una madera sólida y resistente, como el mezquite. 151. Valadez., op. cit. 1999. p. 107.
Historia General de la Medicina en México, tomo I, México antiguo. UNAM, Facultad de Medicina, Academia Nacional de Medicina: México, 1984. p. 369. 159. Y lo mismo ocurre en otras sociedades similares en el mundo, pues la noción de que las poblaciones paleolíticas trabajaban de sol a sol para alimentarse también resulta hoy ridícula. 160. Harris, Marvin. Buenos para comer. Alianza Editorial, Consejo Nacional para la cultura y las artes: México, 1991. 161. En otras partes era el guajolote. Y así existían muchas otras prohibiciones o prescripciones alimenticias entre los indígenas del noreste, las cuales hemos analizado más detenidamente. 162. En coprolitos hallados en cuevas secas del noreste de México y sur de Texas se han encontrado restos botánicos de Dyospyros sp. y Celtis sp. 163. Valadez Moreno, Moisés et al., op. cit. 1999. p.105-116.
152. Taylor., op. cit. 1996. p. 70. 164. De León, op.cit. 2005. p. 14. 153. Valadez., op. cit. 1999. p. 107. 154. González Arratia, Leticia. Ensayo sobre la arqueología en Coahuila y el Bolsón de Mapimí. Archivo Municipal de Saltillo: Coahuila, México, 1992. p. 70.
165. Rojas, Teresa. “La agricultura en la época prehispánica”. La agricultura en tierras mexicanas desde sus orígenes hasta nuestros días. Consejo nacional para la cultura y las artes. Grijalbo: México, p. 31. 166. Valadez., op. cit. 1999. p. 62.
155. Hester., op. cit. 1960. p. 34. 167. Ibid, p. 105-116. 156. González Arratia., op. cit. 1991. p. 72. 157. Sobolik., op. cit. 1996. p. 211. 158. González Arratia, Sara Rivera y Elisa Villalpando. “Salud y medicina en el norte de México”.
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168. El modo con que los indios benefician sus raíces es moliéndolas, y amasadas hacen roscas o panes grandes que les duran muchos días, sin endurecerse con demasía, las cuales le sirven de sabrosa comida y vianda. También, otros autores del siglo XVII
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mencionan panes hechos de raíces de tule entre los indígenas del suroeste de Coahuila. 169. Nuñez., op. cit. 1992. p. 70-76.
184. Aunque no necesariamente, es muy posible que cerca de los morteros fijos existiera una abundancia de mezquites a una distancia no tan considerable, ya que resultaría complicado y poco práctico trasladarlo grandes distancias.
170. Sobolik., op. cit. 1996. p. 203. 185. Sobolik., op. cit. 1999. p. 203. 171. Valadez., op. cit., 1999, p. 64. 186. Alanís, et al., op. cit., 1930. p. 35-44. 172. Perez de Ribas., op. cit. 1944. p. 247. 187. Valadez., op. cit., 1999. p. 126. 173. Hester., op. cit. 1980. p. 150. 188. Taylor., op. cit. 1966. p. 68. 174. Nance., op. cit. 1930. p. 143. 175. Alanís, Glafiro, et al. Vegetación y flora de Nuevo León, CEMEX Consejo consultivo flora y fauna de Nuevo León-Monterrey 400: Monterrey, México, 1996. p. 214. 176. De la Mota y Escobar, Alonso. Descripción geográfica de los reinos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León. Editorial Pedro Robledo: México, (1602-1605), 1940. p. 170.
189. En los casos que las semillas no son suficientemente bien molidas en metates o morteros, permite que debido a su dura o gruesa epidermis, resista la acción de los jugos gástricos y se conserve en las heces (Jennings, 1989:46). 190. Kirchhoff., op. cit. 1943. p. 135. 191. Rojas., op. cit. 1991. p. 31.
179. De León., op. cit. 1980. p. 20.
192. En el caso de los grupos de las llanuras, hay que recordar que tras la introducción del caballo por los europeos, su modo de vida comenzó a depender aún más de la caza del bisonte americano (llamado también búfalo). Es decir, se trata de una especie que no sólo abundaba en manadas de miles de individuos, sino que además era de gran tamaño, lo que permitía conseguir mayor número de piezas y por lo tanto carne en grandes cantidades.
180. Sobolik., op. cit. 1996. p. 210.
193. Valadez., op. cit. 1999. p. 105-116.
181. Bate., op. cit. 1998. p. 8.
194. Ibid, p. 90.
182. Valadez., op. cit. 1999. p. 126.
195. Ibid, p. 91.
177. Taylor., op. cit. 1966. p. 81. 178. Por supuesto, además de alimenticios, el agave se uso para la manufactura de distintos artefactos, de ahí la gran cantidad de restos de agave que son encontrados en sitios de Coahuila y Texas.
183. De León., op. cit. p. 20-21.
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Monterrey: origen y destino
CAPÍTULO V LA TALLA LÍTICA
Las sociedades indígenas que habitaron lo que ahora es el estado de Nuevo León y el noreste de México se distinguen como excelentes productores de artefactos líticos.1 Entre la materia prima más utilizada para la manufactura de dichos utensilios está el pedernal, que es una roca de origen sedimentario común en la región. Sin embargo, también existen otras materias primas que fueron aprovechadas para la manufactura de artefactos, tales como la lutita, arenisca, jaspe, evaporita y la obsidiana. Esta última es una roca de origen ígneo, la cual, por tratarse de un vidrio natural fue muy utilizada en zonas volcánicas al centro y sur de México, pero no existen yacimientos de esta roca en Nuevo León o Coahuila, por lo que, como analizaremos más adelante, sólo han aparecido muy pocos artefactos o fragmentos, mientras que en el sur de Tamaulipas aparece en mayor cantidad. De acuerdo a la técnica de manufactura, la arqueología ha dividido la tecnología lítica en dos: tallada y pulida. En el caso de la primera, en Nuevo León y el noreste se realizaba obteniendo pequeños nódulos o guijarros a los que, a través de la percusión y presión, iban dando forma para obtener un filo cortante y una punta aguzada. El primer paso es la búsqueda y recolección de nódulos, es decir, rocas con las características idóneas para la fabricación de utensilios. En ocasiones, antes de iniciar la manufactura de un artefacto, le daban un tratamiento térmico a la roca pues, como ha ocurrido desde el paleolítico del viejo mundo, se ha descubierto que se utilizaron medios físico-químicos de trabajo en los materiales líticos, como calentar con fuego las puntas;2 lo mismo aparece en muchos otros grupos de Texas y Nortea-
mérica.3 Por lo tanto, probablemente los indígenas de Nuevo León también colocaban la roca al fuego, y las altas temperaturas modificaban algunas de sus propiedades. Si bien es cierto que algunos artefactos eran manufacturados directamente sobre un canto ro-
El silex o pedernal es una roca que ha sido usada en distintas partes del mundo para la manufactura de puntas de proyectil y otros artefactos.
dado, es decir, que se le aplicaba percusión a una roca completa para obtener un borde con filo,4 muchos otros eran elaborados sobre lascas. Del nódulo primero se obtenía lo que se conoce como núcleo, para luego ir desprendiendo fragmentos más delgados llamados lascas. Esto se lograba al aplicar percusión a través de golpes con otra roca de mayor dureza llamada percutor o martillo duro, que no suele ser un guijarro sin ninguna alteración previa, sino que se trata de una roca que es elegida por su forma, tamaño y dureza.5 Los golpes ejercidos con dicho percutor tienen la intención de desprender la capa superficial
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Los grupos indígenas en Monterrey
La talla de artefactos líticos se puede realizar por percusión y presión. Para la talla se usa un martillo o percutor con el que se golpea otra roca para arrancar lascas.
que a manera de cáscara cubre la roca y se llama córtex.6 Es necesario señalar que, conforme inicia la talla lítica, se comienzan a retirar fragmentos de roca llamados lascas, que pueden ser lascas primarias, las cuales son las primeras que se desprenden y que suelen ser grandes, gruesas y que aún contienen córtex, hasta las pequeñas y delgadas que son llamadas lascas secundarias, y lascas de retoque, que son consecuencia de golpes más suaves y de presión, por ejemplo, aplicando fuerza con un percutor blando que sería de hueso, madera o asta.7 Para ello, los grupos de Nuevo León pudieron utilizar astas de venado, huesos de grandes mamíferos o fragmentos de madera de mezquite o ébano, que tienen una dureza
Todas las rocas tienen una capa a manera de córtex, la cual tiene una textura y color diferente respecto al interior de la misma roca.
considerable y, con ellos, se obtenían pequeños retoques finos en la pieza, lo que le da un acabado más detallado y, por supuesto, más filo. Por sus atributos, los artefactos son llamados unifacial es cuando están trabajados por una sola cara, es decir, que sólo tienen retoques de un
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lado, y bifaciales cuando presentan trabajo en las dos caras. Además, también varían de acuerdo a su materia prima, función y temporalidad. En ocasiones, debieron esforzarse por obtener un artefacto de un nódulo poco adecuado, es decir, tal vez había momentos en que ante la urgencia o la falta de ma-
Los artefactos líticos, de acuerdo a sus características, se clasifican en unifaciales, cuando están tallados solo por una cara y bifaciales cuando han sido trabajadas por ambas.
teria prima disponible se veían obligados a obtener un objeto a partir de una roca pequeña o de mala calidad pues, por ejemplo, en Nuevo León se han encontrado puntas de proyectil manufacturadas no sólo en pedernal de mala calidad, sino en otras rocas poco propicias para ello, como la caliza y arenisca, que poseen dureza y filo poco apropiados. Esta situación sin duda refleja la capacidad técnica que poseían estas sociedades para aprovechar al máximo los recursos disponibles. Una de las diferencias entre los utensilios en cuanto a función es que para las tareas rudas, como el trabajo de la madera o romper un hueso para extraer el tuétano, se requiere un artefacto voluminoso y pesado como el un tajador, mientras que otros eran delgados y pequeños, como las puntas de flecha. Asímismo, una diferencia que existe entre los artefactos de lítica se debe atribuir a la antigüedad y función de los mismos, pues se requieren diferentes puntas de proyectil de acuerdo a la presa que se quiere obtener; para abatir a un animal grande se
Monterrey: origen y destino
utilizaba un atlatl o propulsor que requería puntas de varios centímetros de largo. Para cazar una especie más pequeña, usando arco y flecha, es suficiente una punta de proyectil pequeña y delgada que incluso puede ser de un centímetro de largo y de dos milímetros de grosor. Por último, si bien es cierto que estamos acostumbrados a Algunos artefactos, de acuerdo observar sólo los artefaca su tamaño, peso y función, no tos de piedra, debemos requerían haber sido enmangados recordar que su actual para su uso. condición no necesariamente es la forma o características que tuvieron cuando fueron usados. Para el individuo no especialista en arqueología, en ocasiones cuesta trabajo visualizar cómo se sujetaba o cómo se usaba determinado objeto.8 Incluso a los indígenas de Nuevo León se les llega a representar gráficamente empuñando un artefacto de piedra directamente con la mano,9 situación que, aunque
Los artefactos líticos que el arqueólogo encuentra en el noreste de México y sur de Texas indican, su antigüedad al tratarse de puntas de atlatl o de flecha.
cierta, lo es sólo parcialmente, pues seguramente había ciertos artefactos líticos que efectivamente eran usados tomándolos con las manos, por ejemplo, ciertos tajadores grandes y pesados utilizados para cortar, o raspadores para extraer la fibra de ixtle; en realidad, muchos de ellos, la mayoría, estaban enmangados y, en cuanto a su función, los artefactos líticos fueron usados en aplicaciones semejantes a las que ahora usamos para herramientas de metal.10 Por esto, algunos arqueólogos han intentado hacer la analogía de artefactos contemporáneos de metal y su equivalente lítico, para que el lector las identifique11 ya que no son exactamente lo mismo, aunque esta comparación ayuda y permite formar una mejor comprensión respecto a la función que tuvieron los artefactos en el pasado.
Casi siempre el arqueólogo encuentra solamente el artefacto hecho de piedra.
En lo que respecta a las áreas en donde estas actividades se realizaban, pueden ser muy variadas. Por ejemplo, hay lugares donde no necesariamente se vivía y se obtenía materia prima, y se manufacturaban los artefactos. Estos sitios se caracterizan porque en toda el área se observa una gran cantidad Los arqueólogos en ocasiones hacen la analogía y comparación con herramientas contemporáneas, familiarizando y vinculando así el pasado con el presente.
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de nódulos de sílex, así como núcleos, preformas y desechos de talla en general. También en estos lugares es posible observar rocas a las que se les aplicó percusión, tal vez sólo para probar las características de la materia prima. De igual modo, la talla de lítica también se hacía en campamentos y cuevas habitacionales, pues se han encontrado sitios que así lo reflejan.12 Por supuesto, aunque se tallaba en muchas partes, el proceso de manufactura podía variar de acuerdo al sitio, lo que significa que diferentes fases del trabajo de producción de un utensilio, como del resto de procesos productivos, se pudieran llevar a cabo en diferentes lugares.13 Recordemos que, debido a la movilidad de estos grupos, no resultaría viable trasportar una gran roca extraída desde su origen natural hasta un sitio lejano para iniciar su trabajo, sino que se podía iniciar el proceso de manufactura para llevarse sólo los fragmentos que serán útiles. De igual modo, el trabajo de talla también pudo hacerse en distintos lugares por otras causas, por ejemplo, en los casos en los que se requería mantenimiento para un utensilio, como en el caso de una punta quebrada. Y es que, si la punta de proyectil hacía contacto con un hueso de la presa o se fracturaba al no dar en el blanco y golpear una roca, seguramente el cazador trataría de arreglarla14 y ello podía ocurrir en las áreas habitacionales.15 Por último, en relación a los artefactos líticos, resta señalar que no sólo eran de piedra tallada, sino también de piedra pulida, es decir, no se obtenían a través de percusión o presión, sino a través de la abrasión, pulido y desgaste. En otras partes de México existen armas y otras herramientas de piedra pulida, por ejemplo ciertas hachas;16 en Nuevo León no se han encontrado este tipo de artefactos.
Las manos para moler también son artefactos líticos, y la técnica se llama lítica pulida.
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Tecnología en madera, hueso y asta Sin duda, para los grupos que habitaron Nuevo León, la madera jugó un papel importante, pues era, en principio, material de combustión, y de forma sencilla se le utilizaba para encender el fuego.17 Sin embargo, también se hacían elaborados y muy diversos artefactos. El trabajo en madera es una actividad que difícilmente se le puede atribuir sólo a un género, es decir, masculino o femenino, ya que seguramente tanto los varones como las mujeres participaban en la manufactura de utensilios de madera. Aunque seguramente trabajaban distintos tipos de madera de acuerdo a la disponibilidad que ofrecía el medio ambiente y a la finalidad del objeto, destacan el mezquite, el ébano, la barreta, el pino y el encino; otros tipos de madera menos frecuentes son el sabino, el guayacán, la tenaza, el sauce, el álamo y el brasil. También se manufacturaban utensilios con otras especies vegetales, como el carrizo y la flor del agave. Sin embargo, una especie privilegiada, y así lo constatan la evidencia arqueológica y la histórica, es el caso del mezquite, pues sus características son idóneas para la elaboración de instrumentos y herramientas. El mezquite, en primer lugar, es una especie relativamente común en el medio ambiente local. Además, la madera recién cortada es flexible y maleable, pero una vez seca, adquiere una gran dureza y resistencia. Asimismo, el mezquite, al igual que el ébano y la barreta, posee gran durabilidad, ya que no suele ser atacada por insectos y resiste la humedad. Los instrumentos se tallaban de acuerdo con las necesidades materiales y los recursos naturales. Entre los instrumentos más comunes, de acuerdo a la temporada del año, se encontraban el atlatl, arcos, palos conejeros, partes de flechas y distintos mangos para los artefactos líticos como cuchillos o raspadores, mientras que, por otra parte, la madera también se utilizó para la manufactura de guajacas, armazones de redes, cunas y otros objetos y utensilios que correspondían al menaje usado en actividades realizadas por la mujer. Es necesario destacar que se requieren distintos procesos de elaboración según el tipo de
Monterrey: origen y destino
No es casualidad que la madera del árbol llamado mezquite (Prospopis sp.) se haya utilizado desde tiempos prehispánicos y hasta la actualidad para la manufactura de distintos objetos.
objeto; por ejemplo, en la manufactura de un palo conejero se requiere más trabajo que al hacer el armazón de una guajaca. En el caso de la guajaca o cuna se trataba no sólo de ramas forjadas; como son delgadas, no requieren tanto esfuerzo. Otra forma en que se trabajaba esta madera consiste en doblar las ramas aún verdes y frescas de acuerdo a la forma deseada y posteriormente, se sujetaban con cuerdas para moldearlas. Para darnos la idea del grosor de las cunas, tenemos las que describe Aveleyra, quien estudiando sus características concluye que se realizaban con gobernadora (Larrea tridentata).
Llamadas cunas, estos soportes de madera están manufacturados con delgadas ramas que fueron dobladas y sujetadas cuando aún estaban frescas.
Respecto a la sencillez del trabajo aplicado,18 escribe sobre las cunas lo siguiente: “Se trata de ramas dobladas en forma de U con tres varas rectas como travesaños”.19 Para la manufactura de ciertos objetos su elaboración se planeaba en varias fases, por lo que no sólo se requería más tiempo, sino que era indispensable el uso de otros instrumentos. Por ejemplo, para el trabajo de un palo conejero debieron estar involucrados distintos artefactos dependiendo del proceso de manufactura. En un primer momento, después de elegir la rama del árbol o arbusto que cumpliera con el tamaño, grosor y forma deseada, se debían usar grandes y pesados tajadores para cortar dichas ramas, ya que éstas tenían alrededor de seis centímetros de diámetro.20 Tal vez se continuaba con el mismo tajador para cortar las ramas más pequeñas que se bifurcaran de la parte principal y así dejar sólo aquella parte que se requería. Posteriormente, era necesario retirar la corteza, lo que, en el caso de especies como el mezquite y barreta, sabemos que una vez despegada de un extremo con la ayuda de un artefacto es posible seguir retirando la corteza sólo con la mano, pues es relativamente fácil dar tirones e ir desprendiéndola hasta dejar el
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Al experimentar con las distintas maderas, el investigador puede inferir técnicas y procesos para así obtener información acerca del pasado. Como es el caso de la reproducción de este palo conejero.
palo desnudo. Es aquí cuando inicia el arduo trabajo para adelgazar el trozo de madera, por lo que se usaban distintos tipos de raspadores para tallar la pieza hasta darle la forma deseada. Para ello se requería distinto tipo de raspadores, pues existe un gran número de variantes
Por último, es posible que el objeto de madera se manipulara y endureciera al colocarlo cerca del fuego y fuera pulido con arenas o con piedras ásperas como la arenisca para darle un acabado fino. Aquí concluía la elaboración de orden funcional, pues posteriormente se hacían incisiones con lascas o artefactos puntiagudos similares a buriles, como las que muestran los palos conejeros de Coahuila, que suelen presentar líneas rectas que van a lo largo de la pieza, en zigzag u otros diseños.24
Aunque no es un material muy frecuente en los sitios del noreste de México, la madera, en este caso algunos palos conejeros encontrados en Coahuila, poseen detalladas incisiones hechas seguramente con artefactos líticos delgados y afilados.
Al llamar a este artefacto gubia, los arqueólogos están infiriendo que un probable uso para este raspador fue precisamente la talla de madera, tal y como la usa el carpintero de la actualidad.
según el tamaño y formas: tabular, circular, vertical, trapezoidal, semicuadrado o semirrectangulares.21 Incluso, se pudieron usar también las gubias del tipo clear fork,22 de las cuales, por su morfología, materia prima y características generales, se cree fueron empleadas para el tallado de fibras vegetales y madera.23
Las gubias clear Fork están presentes en Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y Texas.
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En lo que se refiere a los trabajos tallados en hueso, no parece existir un gran número de objetos realizados con fines prácticos, aunque encontramos algunos de ellos, por ejemplo, los punzones y leznas manufacturadas con las extremidades de mamíferos rumiantes, concretamente con los metapoidales de venado. Tal es el caso de los recuperados en la presa de La Amistad, en la frontera entre
Debido al medio ambiente que no permite una buena preservación de los materiales, el asta y el hueso no son tan frecuentes en los hallazgos arqueológicos de Nuevo León.
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Coahuila y Texas,25 o en la cueva de La Paila26 los cuales son idénticos a los encontrados tanto al sur de Nuevo León como en los sitios de la cueva de la Zona de Derrumbes.27 Al parecer, este tipo de artefactos, como muchos otros presentes en Nuevo León y el noreste, se utilizaron por un largo periodo de tiempo28 y en un gran espacio geográfico.29 Tan es así que Cabeza de Vaca menciona que él mismo utilizó un “hueso de venado” para suturar una herida mientras se encontraba en un lugar del noreste de México o sur de Texas.30 Probablemente, como sucede en otras partes, se aplicaba vapor a las astas y los huesos para facilitar la modificación y manufactura de artefactos.31 De esta manera se tallaban frescos, y una vez concluido el trabajo, se exponían al calor para propiciar su endurecimiento y firmeza después de haber adquirido la nueva forma. En el caso de los punzones, también se hacían cortes y se raspaban con artefactos de piedra, y se trataban con calor para formar la punta, dejando la epífisis sin alterar y con su forma natural para que sirviera de empuñadura. Incluso, en el caso de los instrumentos de la cueva de La Paila, de acuerdo a Aveleyra, los punzones presentaban incisiones ornamentales,32 que no es el caso de los punzones hasta ahora encontrados en Nuevo León, pues no se ha encontrado este tipo de trabajo en ellos. En el caso de las leznas y las llamadas espátulas, se trata de huesos largos con un corte longitudinal, por lo que queda un artefacto largo, delgado y plano o un tanto acanalado.33 Se trata de instrumentos que debieron ser manufacturados con la ayuda de artefactos de piedra, al igual que los punzones.
Por otra parte, de acuerdo a lo que conocemos en Nuevo León y el noreste, tenemos que en su mayoría el trabajo en hueso era para elaborar objetos con una finalidad ornamental, como las cuentas tubulares de hueso.34 Sin embargo, aquí explicaremos la probable técnica de manufactura, pues coincidimos con el arqueólogo Avelyra respecto a que las cuentas tubulares de hueso se hacían cortando en varias secciones los huesos de las extremidades de especies pequeñas como liebres y conejos.35 En el laboratorio se pudo experimentar y verificar esto utilizando huesos pequeños; por ello se puede afirmar que el tallado se realizaba después de remojar o hervir los huesos, pues están más suaves, por ejemplo, en el caso de la tibia de una liebre o las falanges de un coyote,36 se cortaban las dos epífisis, es decir, las partes redondeadas del hueso que están en los extremos y que sirven para unirse a otros huesos; luego, al tener un hueso cilíndrico, se cortaba en dos o tres secciones de acuerdo al tamaño de cuenta deseado. Después, debido a que dichos huesos son parcialmente huecos ya que poseen poco tejido esponjoso, se terminaban de ahuecar con una espina gruesa pasando una y otra vez un cordel. Estas cuentas tubulares suelen estar limadas en los extremos, pues se buscaba redondear los bordes; para ello se tomaban y hacían fricción en toda su circunferencia sobre una roca áspera, por ejemplo una arenisca. Por último, al menos en ciertas ocasiones, se hacían delgadas líneas incisas o esgrafiadas alrededor de la cuenta como adorno, utilizando una lasca con filo agudo.
Las pequeñas cuentas de hueso tubulares, con las que se manufacturaban los collares y pendientes, son tal vez los ornamentos más frecuentes en los sitios del noreste de México.
Para hacer las cuentas tubulares de hueso, los antiguos indígenas debieron tomar los huesos largos de especies pequeñas como conejos o liebres, mientras que en el caso de los huesos de especies mayores, como coyotes, debieron elegir huesos pequeños, como las falanges.
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Tallado de piel Una vez conseguida la pieza de caza, para cortar la piel de los animales se utilizaba un instrumento filoso, es decir, un cuchillo, que pudo tener distintas formas, ya sea de hoja triangular o redondeada, pero debía poseer filo por las dos caras y en los bordes. Simultáneamente, al momento de cortar, se iba despegando la piel del cuerpo, y al retirarla por completo se lavaba con agua. Después se extendía y estiraba para que la superficie quedara plana y permitiera así continuar con su limpieza. Esto se pudo realizar, como sugiere Aveleyra, tensando la piel en el suelo y clavando pequeñas y delgadas estacas en las orillas de la misma, como las que encontró en Coahuila,37 aunque, por otra parte, también es posible que se usaran rocas como lastre para detener la piel.38 Entre otras razones, esto podía depender de si se trataba de un área pedregosa, como los sitios cercanos a las sierras, o los sitios con suficiente vegetación y sin muchas piedras, como en las planicies aluviales y llanuras. Una vez tensada, se iba haciendo fricción a la misma con una herramienta de piedra llamada raspador, para despegar todo resto de carne, grasa, cartílagos y tendones. Este raspador podría ser de diferentes formas, pero visto de perfil tiene la característica de tener un lado plano y un borde con filo, lo que permite cortar y aplanar al mismo tiempo. Es posible que en este proceso, la piel también se colocara bajo el sol y se le añadiera tierra rica en sales para quitarle la humedad; seguramente también se agregaban ciertas sustancias vegetales que contuvieran taninos vegetales, es decir, extractos que tienen la capacidad de transformar las proteínas en productos resistentes a la descomposición, de ahí que se utilicen como agentes curtidores. Debieron echar mano de algunas especies locales que tienen dichas cualidades como ciertas acacias, concretamente el chaparro prieto (acacia rigidula), el huizache (Acacia farnesiana) o arbustos como el oreganillo (lipiaa graveolens) que tienen estas propiedades,39 aunque es posible que usaran otras plantas de la región, como la gobernadora (Larrea tridentata).40 De esta manera, al moler la corteza o aplicar la ceniza de di-
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chas especies se obtiene una sustancia que es aplicada en las pieles. Una vez hecho esto, se hacía fricción y se alisaba la piel con una pequeña roca de río llamada guijarro, de ahí que se le llame alisador. En los sitios arqueológicos de Nuevo León y el noreste de México se llegan a encontrar este tipo de artefactos y se logran identificar porque suelen poseer una forma alargada, delgada y con las superficies sumamente pulidas y abrillantadas.41 Estas características son evidentes porque, al realizar esta actividad de alisado, se le añadía algún tipo de grasa o arenas para aderezar la piel convirtiéndola en una especie de gamuza, lo cual hacía que estuviera suave al tacto. Dicha acción debió hacerse por uno o ambos lados de la piel, aderezar los cueros y las pieles, de acuerdo al tipo Para pudieron utilizar arenas y los llamados de vestimenta, y alisadores, rocas que aparecen en los sitios arqueológicos. dependiendo si se deseaba conservar el pelo del animal o no.
Aunque seguramente pudieron usar la corteza del chaparro prieto o el huizache, es posible que también usaran la gobernadora en el trabajo con las pieles.
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Tallado de fibra y madera Como ya lo hemos señalado, estamos de acuerdo con diferentes autores respecto a que entre este tipo de grupos la recolección de vegetales y el proceso de obtención de fibras era una tarea femenina, al igual que la elaboración de cordeles, redes, sandalias y otros instrumentos.42 Al parecer, estos materiales eran sumamente utilizados, ya que en algunas áreas de Coahuila se pudo conocer por su proporción respecto a otra materia prima que era mucho Hace miles de años era un ma- mayor, por ejemplo, 20 terial imprescindible para los veces más que la piedra antiguos cazadores-recolectores 43 del noreste de México. Sin y cuatro que la madera. embargo, en la actualidad, las La fibra se obtenía de fibras de ixtle han caído en distintas plantas, como la desuso. lechuguilla y la yuca, que son especies vegetales que fueron ampliamente utilizadas por los grupos indígenas del noreste. Cabe mencionar que la mujer indígena poseía un notable conocimiento y habilidad para hacer uso de las diferentes plantas, ya sea con fines alimenticios o como materia prima,44 por lo que en el caso de la explotación de la lechuguilla como materia prima debió conocer cuándo eran los mejores momentos para obtener la fibra, pues si bien pue-
de ser prácticamente todo el año, en la actualidad se prefieren ciertas épocas a otras de acuerdo a las precipitaciones, pues éstas inciden directamente en las características de la planta, y, por lo tanto, en el tiempo invertido para extraer los cogollos y en la calidad de la fibra. Para la obtención de fibra, lo primero que hay que hacer es conseguirla; suele encontrarse en lomeríos y cerros pedregosos. Después había que extraer el cogollo de la lechuguilla, lo que podía hacerse sujetándolo con la mano y moviéndolo a los lados hasta despegarlo. Creemos que no era así como lo obtenían, pues aunque posible, resulta por demás complicado, ya que la planta posee numerosas y ganchudas espinas que hacen esta tarea sumamente difícil. Por ello, probablemente los grupos indígenas debieron utilizar algún tipo de artefacto para evitar dichas espinas. Entonces tenemos varias posibilidades, por ejemplo, que utilizaran una herramienta instantánea: un palo sin ninguna alteración que sería utilizado haciendo presión alrededor del cogollo. A manera de experimento, se intentó extraer un cogollo con este tipo de herramienta, y únicamente se consiguió abrirlo y desprenderle las pencas. Por lo tanto, se cree que es más probable que haya sido utilizado un palo con un trabajo ligero, como los llamados palos excavadores encontrados en contextos mortuorios en distintas cuevas de Coahuila, que presentan un extremo adelgazado La forma cóncava y convexa del artefacto llamado coahuilo permite hacer este tipo de inferencias, e involucrar a este artefacto en el proceso de extracción de lechuguilla.
El proceso para la extracción de lechuguilla sigue siendo el mismo desde hace mucho tiempo, aunque los procesos sociales, económicos y culturales en que se desenvuelve quien los realiza son muy diferentes.
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Los grupos indígenas en Monterrey
y endurecido al fuego, y que además de servir para extraer tubérculos, quizá sirvieron precisamente como cogollero.45 Lo anterior no excluye que dichos palos hayan coexistido con otro más elaborado para realizar ese mismo trabajo, por lo que hemos sugerido que se hayan usado los llamados raspadores tipo Coahuila, hipótesis que fue apoyada en otras investigaciones.46 Es necesario recordar que, como
Las gubias tipo cler fork muy probablemente también hayan servido para tallar la lechuguilla y obtener la preciada fibra.
señaló Aveleyra, las características del utensilio, la longitud y curvatura de los mangos, sugiere que fue utilizado para raspar o extraer algo, introduciéndolo en cavidades casi cerradas y a través de orificios pequeños47 por lo que posiblemente se introduciría entre las pencas para extraer el cogollo. Una vez que recorrían cierta área y después de extraer cierta cantidad de cogollos de lechuguilla, se procedía a desfibrarla, por lo que seguramente se co-
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La lechuguilla no mide sino poco más de 50 centímetros como máximo, de ahí que para conseguir un hilo o cordel de este material había que unir varias fibras.
locaban bajo una sombra y comenzaba propiamente el proceso de talla.48 Primero se tomaba la penca y se golpeaba un poco para aplanarla, usando para ello un machacador, que podría ser simplemente cualquier piedra al alcance. Luego sostenían la penca enrollando la punta en un palito (llamado actualmente bolillo) para hacer tensión y apoyándola sobre un pequeño fragmento de tronco comenzaban a tallar con un artefacto de piedra con un borde con filo, que, como mencionamos, podrían haber sido varios tipos de raspadores, entre ellos las gubias del tipo clear fork.49 Una vez retirada la materia pulposa de la penca, la dejaban secar al sol hasta que quedaran las hebras limpias y bien separadas unas de otras. Posteriormente elaboraban un hilo quizá enrollándolo en el muslo, para después ir uniéndolo en los extremos con otros cabos. Una vez realizado esto, manufacturaban cuerdas incluyendo la del arco,50 redes, amarres, sandalias y en ocasiones posiblemente textiles, como los conservados en sitios de Coahuila. Otra tecnología de productos de fibra y hojas vegetales era la creación de petates, esteras y cestería, para la cual utilizaban el tule, las hojas de sotol y palmilla. Para ello se requiere pocos utensilios para su manufactura; hacen falta sólo hojas, ramas, tallos o cortezas de diferentes especies vegetales, las cuales son tejidas o trenzadas. Quizá se utilizaban punzones u otros instrumentos de hueso, los cuales servirían al momento de unir las fibras, tallos u hojas entre sí. Sin embargo, la poca Lejos de lo que parece, las formas de tejido fibras vegetales se repiten en muchas cultura material con partes del mundo, como lo es el estilo del involucrada en petate. Los antiguos indígenas de Nuevo el proceso no León debieron usar este tejido, tal y como lo dicen las crónicas de los españoles. es sinónimo de poco trabajo y habilidad, ya que la manufactura implicaba conocimientos acerca de las características de las plan-
Monterrey: origen y destino
tas, tales como su hábitat, su resistencia y la conservación de las mismas. Asimismo, está implícito un conocimiento de las distintas formas de tejido, pues de ello dependería el uso al que sería destinado el artefacto. Para entenderlo mejor, es necesario hacer referencia a una explicación sencilla que hace Melville J. Heskovits sobre la cestería, pues señala que su manufactura sólo puede ser en tres procesos: tejido, torcido y enrollado en espiral. Si la fibra empleada es ancha y plana, la técnica es de tejido.51 Para ejemplificarlo, podemos señalar el caso de los petates; cuando la fibra es fina y delgada, la técnica es de cosido en espiral, que puede ser tan firme y apretado que dichas cestas pueden llegar a contener líquidos.52 Desgraciadamente, en Nuevo León no se han encontrado, y esto se debe seguramente a las condiciones de preservación, pues en Coahuila sí han sido hallados distintos tipos de cestas.53
Relaciones con otros grupos e intercambios Como es de esperarse, el intercambio debía tener más importancia en aquellos bienes o productos que el grupo no podía obtener por sí mismo, ya sea por la escasez o porque dichos bienes estaban ausentes en su entorno54 y, en algunos casos, seguramente la adquisición de un bien no sólo se dificultaba, sino que necesariamente debía ser obtenido por intercambio, pues la escasez era total. Arqueológicamente, dicho intercambio se evidencia con el hallazgo de ciertos artefactos o elementos usados como materias primas en lugares en donde no existen de manera natural, lo que significa que fueron llevados ahí gracias al transporte humano. Ahora bien, los momentos más adecuados para este trueque serían ciertas reuniones llamadas mitotes, que eran eventos en donde se reforzaban los lazos de amistad con otros grupos, y se hacía intercambio de individuos a través de matrimonios y, por supuesto, de materias primas y productos. Por ello debió existir una circulación de plantas, animales y minerales a través de un gran espacio geográfico, como:
•Maderas de mayor dureza de distintas especies. •Sílex de buena calidad u otra roca para la talla de artefactos. •Pigmentos minerales como la hematina (óxido de hierro) o sal. •Peyote y otras plantas estimulantes o psicoactivas. •Plumas de ave, pieles, partes de otros animales y fósiles. •Caracoles y conchas marinas. •Calabazas (guajes). Por otra parte, las rocas, y específicamente el pedernal, se hallan prácticamente en todas partes de la entidad, lo que no significa que todo el territorio era igual. Probablemente el pedernal y otras rocas debieron circular como bien de intercambio, pues desde el punto de vista de quienes manufacturaban artefactos líticos existían áreas en donde esta roca era de mejor calidad comparada con la de otras partes. Coincidimos con otros investigadores que han trabajaEl silex o pedernal de Nuevo León en do en la región realidad no es de muy buena calidad, si a raíz de nues- se le compara con el de otras partes del noreste de México. tras hallazgos arqueológicos; una vez analizadas y comparadas las características de los materiales encontrados en distintas áreas de Nuevo León, es posible identificar la cantidad y cualidad del sílex o pedernal, siendo a grandes rasgos negro, y con mayor cantidad de impurezas hacia el oriente del estado, mientras que su color era blanco y de mejor calidad hacia el poniente de Nuevo León y Coahuila.55 Desde luego, existe otra gama de tonalidades que van del gris al rojizo o café.56 Para el caso de La Calsada, en Rayones, Nuevo León, y de acuerdo con Nance, el pedernal gris resultaba de
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mejor calidad en comparación al negro, por lo que el pedernal gris y de otros colores pudo haber sido trasportado de otras regiones.57 Por supuesto, aún faltan por realizar análisis petrográficos y químicos de los artefactos líticos, pues a través de esto se puede ubicar el punto de origen de una determinada roca.58 En el futuro, estos datos serán de utilidad para conocer probables rutas de movilidad e intercambio. Estamos concientes de la importancia que tenía el tamaño de los nódulos, pues con un buen nódulo se podían extraer más y mejores artefactos. También se debía tomar en cuenta el hecho de que fuera resistente y que su fractura fuera la adecuada, pues si la roca tiene impurezas, es más quebradiza y resulta más complicado obtener una herramienta, ya que no se puede controlar con precisión la dirección de las fracturas con los golpes que se le aplican durante la manufactura. Incluso, otras características que no eran funcionales debieron incidir en la elección, pues tal vez hasta el color debió ser un atributo, ya que si bien esto no era determinante, sí debió tener importancia extra para el intercambio. Desde luego, ciertas maderas y rocas que se obtenían a través del trueque debieron servir para hacer armas u otros instrumentos. Como señalan las fuentes escritas, los indígenas del noreste de México y sur de Texas cambiaban pedernales, carrizos y sautle.59 También debieron usar, recolectar e intercambiar sal, pues existen yacimientos naturales hacia el oriente de Nuevo León y en Tamaulipas. Ade-
El peyote es un cactus que posee fuertes alcaloides, de ahí que haya sido usado como alucinógeno por muchos grupos indígenas de Norteamérica.
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El tabaco silvestre fue otra planta muy usada por distintos grupos indígenas.
más, pudieron obtener algún tipo de planta salobre. Los indígenas locales tenían la necesidad de ingerir sal o algún tipo de hierba salada que era quemada y su ceniza consumida60 ya que en verano, cuando la temperatura sobrepasa los 40 grados, existe una fuerte transpiración que hace aún más necesaria la sal para evitar la deshidratación.61 Sin embargo, creemos que la mayor parte del intercambio eran artículos que no eran de primera necesidad.62 Por ello se piensa que uno de los intercambios más conocidos era el peyote. El peyote es un cactus con efectos narcóticos y alucinógenos que al parecer fue usado en todo el noreste de México durante distintas celebraciones y seguramente esto ocurría desde muchos años antes de la llegada de los españoles. Se sabe que este cactus crece sólo bajo ciertas características específicas del medio ambiente,63 por lo que obtenerlo debió ser difícil para muchos grupos. Para conseguir el peyote los indígenas debían recorrer grandes distancias o conseguir- La circulación de bienes y materias primas debió ser algo constante y en lo a través de otros cierto modo frecuente, pues incluso grupos utilizando el los grupos nómadas del norte y cende México, lejos de las dos costas trueque. En los es- tro de nuestro país, poseían caracoles y conchas marinas. tudios realizados en otras épocas históricas, se hace mención del intercambio de ciertos productos como pieles o flechas por peyote. Esto
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mismo pudo ocurrir con otras plantas psicoactivas o estimulantes como el frijolillo (Sophora secundiflora) y algunas especies de tabaco silvestre, que sabemos fueron utilizadas en Nuevo León y el noreste y sur de Texas,64 pues además de las fuentes escritas, se han hecho hallazgos de pipas y restos de dichas plantas.65 Sin duda, los descubrimientos de ciertos instrumentos y utensilios prueban que existió circulación e intercambio de objetos y materias primas, ya que es evidente que estos artefactos debieron recorrer cientos de kilómetros antes de llegar al actual territorio de Nuevo León. Un ejemplo de ello son los hallazgos en distintos sitios arqueológicos, al sur y norponiente del estado, de pequeños caracoles marinos.66 Estos probablemente fueron usados para colgarse en collares o pendientes, o sujetados a los faldellines u otro tipo de vestimenta, como puede ser constatado hasta el siglo XVII.67 Podemos observar en la obra de Cabeza de Vaca que los grupos que habitaban en la costa de Texas y Tamaulipas en el siglo XVI intercambiaban conchas marinas a cambio de pieles, pigmentos minerales y otras materias primas con la gente de tierra adentro.68 Si bien es cierto que estas fuentes se remontan a sólo unos cientos de años, de acuerdo a los contextos arqueológicos69 donde se han encontrado estos caracoles en Nuevo León y Coahuila, podemos afirmar que esta circulación de bienes debió haber existido desde mucho tiempo antes. Por lo tanto, se deduce que los habitantes de esta región
Los guajes o calabazas, ahora frecuentes, fueron un bien muy preciado por los grupos nómadas del noreste de México.
costera, denominada por los arqueólogos como Complejo Brownsville, producían más instrumentos de concha de los que necesitaban para utilizarlos como mercancía de trueque con grupos del sur y del poniente, al menos desde el prehistórico tardío.70 Dichos restos malacológicos que se han encontrado a más de 300 kilómetros de distancia de la costa del Golfo de México, en plena Sierra Madre Oriental, permiten suponer la existencia de ciertas redes de intercambio, donde algunos bienes podían obtenerse desde zonas tan apartadas como la franja costera. Se trata de intercambios en los que seguramente participaban más de dos grupos para la recolección y la manufactura de los artículos con caracoles, esto sería lo que se conoce como un intercambio en cadena.71 Por otra parte, también existen fósiles, meteoritos y cristales de roca que han sido encontrados en contextos arqueológicos que evidencian su traslado,72 también algunos fósiles de especies que suelen tener una localización específica; entonces, con un análisis más detallado, se podría identificar su posible origen y, por lo tanto, determinar su movimiento en el territorio, lo que en un momento dado comprobaría la actividad de intercambio. Otro indicador de esta práctica de intercambio es el caso de los guajes, pues en lo que respecta a la evidencia arqueológica de distintos investigadores, hasta el momento en todo el norte de Nuevo León no se han encontrado instrumentos, contextos o restos fósiles de semillas que permitan suponer actividades de siembra, sino que todos los utensilios y sitios dan cuenta de un modo de vida basado en la recolección, caza y pesca.73 Incluso, por ejemplo, estudios de restos de polen en sitios como Boca de A unos cuantos kilómetros de Nuevo León, pero cruzando la Sierra Madre Oriental, se localizan pequeñas construcciones circulares que dan cuenta de grupos sedentarios más al norte del Trópico de Cáncer. Incluso en Tampico, existe una pequeña zona arqueológica poco conocida llamada Las Flores.
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Potrerillos, en Mina, Nuevo León, no arrojaron copilaron evidencia de construcciones arquitectónininguna evidencia de plantas cultivadas.74 Lo mis- cas, terrenos nivelados con terrazas o plataformas de mo podemos decir respecto a la prueba documental ocupación edificadas sobre las laderas o en la cima posterior, pues no encontramos referencia a cultivos de pequeñas elevaciones,80 por lo que no podemos y no se menciona la existencia del maíz en toda esta descartar el contacto entre los grupos nómadas de área. Tampoco existía el cultivo de otras especies cazadores-recolectores de Nuevo León y estos gruvegetales, como las calabazas o guajes, sino que és- pos. Tan es así que, de acuerdo con Rivera, han sido tas eran transportadas por los ríos o eran producto encontradas, entre otras cosas, fragmentos de vasijas de barro,81 quedando entonces por resolver si se del intercambio.75 Entre los objetos que se intercambian con trata de instrumentos de manufactura foránea, pues mayor frecuencia tenemos aquéllos que son de or- hasta el momento no se han encontrado evidencias namento ritual.76 claras de que los nómadas cazadores-recolectores Otro tipo de intercambio involucra la cir- los hayan producido. Aquí es necesario recordar que la lítica tamculación de artefactos entre sociedades con distinto modo de vida, al menos así lo sugieren ciertos ha- bién es una prueba que verifica el intercambio a llazgos hechos recientemente al sur de Nuevo León, través de la aparición de rocas exóticas y artefactos concretamente en el municipio de General Zarago- que reflejan la producción especializada.82 Las roza; las excavaciones hechas por Consuelo Araceli cas no son iguales en todas partes, por lo que tras Rivera sugieren que hubo movimiento de gente y un hallazgo arqueológico es posible identificar sus difusión de materiales desde la costa del golfo hasta componentes y así obtener el origen de la materia prima.83 las tierras altas de la sierra.77 Por ejemplo, en los extremos En dos distintos sitios al sur nororiental y centro-oriente de Tade Nuevo León, en la Sierra Madre maulipas, se han localizado lugares Oriental, entre los miles de artefactos que fueron ocupados a cielo abierrecuperados, sólo fueron encontrados to, similares a los de planicies sedos pequeños fragmentos de obsidiana mihúmedas, y otros ubicados sobre en La Calzada84 y uno más en la Cuedunas de arcilla de baja densidad; va de La Zona de Derrumbes que no estaban completos, siendo únicamente aquí se encontraron materiales líticos y herramientas de talla y molienun desecho de talla o posiblemente un da, y algunos artefactos de concha. fragmento de un artefacto roto.85 De Asimismo, se han reportado sitios igual modo, en el sitio de Barrancos En Tamaulipas, como en los sitios empleados como cementerios, con arqueológicos del centro y sur de Caídos, en Zaragoza, se han enconobjetos líticos y, en algunos casos, México, se ha encontrado una gran trado algunos artefactos de este mismo de figurillas y miles de fragornamentos de jadeita, vasijas cerá- cantidad material.86 mentos cerámicos. micas y tiestos decorados, al parecer Por otra parte, el hallazgo de de tradición huasteca.78 De ahí que una pequeña figurilla en un sitio de catambién Rivera, basándose en cierto zadores-recolectores podría indicar contipo de puntas de proyectil y cerámica, tacto con grupos del sur de Tamaulipas, tiene la hipótesis de que grupos huasen donde sí existieron pequeños asentatecos ejercieron influencia hacia el normientos permanentes con arquitectura, te de Tamaulipas.79 alfarería y agricultura. Respecto a esto, Sabemos que hacia el sur de hay que señalar que, aunque menciona Tamaulipas existen sitios investigados que podría relacionarse con tipos huasteEn Nuevo León, hasta el mopor Richard McNeish y Jesús Nárez, mento sólo existe el hallazgo cos, la arqueóloga Rivera le atribuye a las entre otros arqueólogos, los cuales re- de una figurilla. figurillas ciertos rasgos locales.87
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No obstante, al igual que ocurre en la actualidad, la procedencia de los artefactos no necesariamente indica que los grupos que los utilizaron tenían un contacto directo con los grupos productores. Tal vez llegaron de manera indirecta a través de otros grupos que sirvieron de intermediarios. Nosotros mismos podemos utilizar en la vida diaria objetos manufacturados en otros países y continentes, pero ello no significa que hayamos realizado largos viajes para conseguirlos. Hemos comprobado que los grupos que habitaron Nuevo León y el noreste no estuvieron aislados ni eran ajenos a grupos que habitaban a sus alrededores, y de hecho debieron tener algunas rutas de intercambio.88 Por otro lado, también sabemos que aunque tenían contacto con otros grupos, mantuvieron sus propias características culturales; incluso, aunque tras la llegada de los españoles estos grupos sufrieron graves cambios y adoptaron en mayor o menor medida algunos elementos y rasgos de la cultura occidental, mantuvieron a grandes rasgos el mismo modo de vida hasta su extinción.89
Apariencia personal La arqueología por sí misma difícilmente cuenta con la información suficiente para precisar las características físicas de las personas o dar a conocer la indumentaria usada en tiempos antiguos, pues las pieles, los textiles y otros materiales con los que a través del tiempo se ha confeccionado el vestido no suelen conservarse durante mucho tiempo; esto sólo ocurre en ciertas condiciones. En el caso de los indígenas de Nuevo León, hasta el momento, resulta com- Antes de la aparición de la arplicado hacer alguna queología profesional mexicana, conclusión respecto sólo se contaba con algunos datos históricos acerca de la apariencia a las características física de los indígenas del noreste de la vestimenta, y de México.
más aún conocer con exactitud la aplicación de la pintura corporal, los tatuajes y el tipo de peinados usados hace cientos o miles de años, ya que los individuos no pueden ser observados por el arqueólogo. La arqueología busca reconstruir el pasado con la evidencia que posee. Por esta razón, el investigador trata de deducir la parte de la vida que desconoce de las sociedades del pasado, utilizando para ello testimonios indirectos y todo tipo de pruebas e información que le sea útil; aunque no se encuentren restos de la indumentaria, sí se pueden recuperar distintos artefactos asociados a su manufactura.90 Por ejemplo, si bien en Nuevo León no se han encontrado restos de la indumentaria usada por los indígenas, sí se han recuperado distintos artefactos que dan cuenta de ello; además, se pueden aprovechar los datos etnohistóricos y echar mano de la analogía etnográfica.91 En regiones relativamente cercanas como Coahuila, los arqueólogos han hecho hallazgos bien conservados de distinto tipo de vestimenta y otros artefactos que dan cuenta de la apariencia corporal, pues si bien es cierto que a veces no se encuentran las vestimentas, otras tantas sí se hallan distintos artefactos con las que era manufacturada la indumentaria o que formaban parte de ella. Asimismo, esta información puede complementarse con la evidencia escrita que, aunque ubica en un momento histórico determinado, es de gran ayuda para precisar las técnicas de manufactura, las materias primas utilizadas y características formales del objeto. Hay que recordar que cuando estudiamos un grupo humano distinto al nuestro es necesario dejar a un lado las normas, prejuicios y convencionalismos de nuestra propia sociedad contemporánea; en favor de la objetividad y el conocimiento, debemos dejar nuestros propios valores. Debemos recordar que existen y han existido distintos cánones de belleza y moral que cada grupo considera válidos para sí mismo. Por lo tanto, lo que para algunos es normal y bello, para otros resultaría absurdo e inaceptable. Por ello, sin juzgar como bueno o malo, hay que decir que desde el punto de vista antropológico, aunque distintas, todas son equiparables como manifestaciones que buscan alcanzar los ideales de belleza propios de su época.
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Indumentaria Aunque la iconografía regional e imagen popular muestran a los indígenas locales semidesnudos, con extraños faldellines y grandes tocados de plumas, esto debe tomarse con cierta reserva. Muy probablemente los hombres, por lo regular, andaban con una especie de taparrabo y el resto del cuerpo quedaba descubierto, tal y como se menciona en las crónicas.92 Pero ello no significa que todos los grupos en toda época del año vestían igual, o llevaban la misma apariencia. Por ello hay que hacer énfasis en que entre estos grupos existían al menos dos tipos de apariencia física e indumentaria:
1.Aquélla de la vida diaria que respondía al medio ambiente, temporada del año, y diferencias en cuanto a género y edad. 2.Y
aquélla que se llevaba en momentos Desde los mapas coloniales ha existido especiales: fiestas, un estereotipo del indígena, semidesreuniones, enfrentanudo y portando plumas. mientos con otros grupos, y que servía para exteriorizar cuestiones de identidad o estados emocionales, ejemplo el luto. Es difícil de creer que lograran realizar sus actividades de manera cotidiana estando semidesnudos en plena época invernal, ya que, de acuerdo a la latitud de Nuevo León y a la altitud de gran parte de su territorio, los inviernos suelen ser muy fríos, y en ocasiones la temperatura desciende por debajo de los cero grados centígrados, presentando heladas y nevadas en algunas áreas. Por lo tanto, debieron hacer uso de pieles y otro tipo de vestimenta, por lo que seguramente tras la cacería de distintos mamíferos como venados, coyotes, conejos, liebres y otras especies, usaban su piel. Estas pieles, ya que estaban bien curtidas y aderezadas, pudieron ser usadas como cobijas,
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Ejemplo de perforador y su función.
tapetes o camas al extenderlas en el suelo de las cuevas o dentro de las chozas; en ocasiones debieron ser cortadas de distintos tamaños para elaborar aditamentos que conformaban parte de su atuendo. Por ejemplo, ciertas muñequeras que usaban como funda para guardar un cuchillo y que simultáneamente servían para protegerse del abatimiento de la cuerda del arco. De igual modo, uniendo varios fragmentos, hacían aquello que los españoles llamaban zamarros.93 Para unir estos fragmentos de piel es posible que se les practicaran perforaciones en las orillas con una herramienta de pedernal o punzón de hueso, para luego introducir un cordel de ixtle o una delgada tira de piel. Respecto a esto, cabe mencionar que en las cuevas secas de Coahuila se han encontrado tiras delgadas de piel.94 No sabemos con certeza la forma y el tamaño que tenía la vestimenta hace miles de años, pero, en tiempos históricos, sabemos que las mujeres indígenas usaban una faldilla manufacturada en piel de venado. En cuanto a sus características, al parecer ésta cubría por el frente tres cuartas partes de la pierna, mientras que por el reverso arrastraba unos 20 centímetros.95 Al final se colgaban cuentas de piedra y hueso, caracoles, dientes de animales, frutos secos
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o semillas; muchos de ellos se han conservado hasta la actualidad, y son los que el arqueólogo llega a encontrar.96 Posiblemente no sólo había faldas de piel, sino que debió ser muy común el atuendo de fibras, pues sabemos que había un tipo de faldellines hechos de heno, paixtle o pastle (Tillandsia usneoides)97 zacate o algún tipo de textil elaborado a base de una fibra vegetal, probablemente ixtle finamente hilado.
Calzado
En las cuevas de Coahuila se han encontrado, en excelente estado de conservación, cientos de sandalias manufacturadas con fibra de ixtle.
Aunque en las fuentes históricas a veces se juzgaba que algunos grupos andaban descalzos, por diversas razones resulta un tanto complicado tomarlo de manera literal pues, por un lado, hay que recordar que cuando los españoles describen esto lo hacen en una situación anormal,
ya que los indígenas estaban en una posición desfavorable que los mantenía sojuzgados, la cual los orillaba a cambiar sus prácticas y modificar sus costumbres; mientras que, por otro lado, sabemos que todo grupo humano busca satisfacer este mínimo de necesidades. Con mayor razón si lo consideramos desde el punto de vista de que nuestro territorio se compone, en gran medida, de vegetación con espinas.98 Por lo tanto, estos grupos seguramente usaban sandalias o cacles, como los menciona De León, y debió existir algún tipo de calzado. Respecto a esto, sabemos que en Coahuila se han encontrado en excelente estado de conservación cientos de sandalias manufacturadas con ixtle de lechuguilla y algunas de yuca (o palma china), pues, por ejemplo, sólo en la cueva de La Espantosa, en el municipio de Cuatrociénegas, fueron recuperadas 950 sandalias de ixtle.99 En lo que se refiere a sus características, al parecer existía una gran diversidad en cuanto a la forma y técnicas de manufactura, pues las hay desde algunas burdas hechas sólo con las pencas trenzadas, hasta algunas más elaboradas, tejidas con un delgado hilo de ixtle y, en cuanto a la talla, las hay desde un tamaño propio para niños pequeños hasta la talla de un adulto.100 Por su parte, en Nuevo León, aunque no se ha encontrado evidencia física de sandalias en los sitios arqueológicos, se cree que debió haber algo similar a las encontradas en las cuevas de Coahuila, así como otras hechas con suela de cuero sin curtir, a manera de vaqueta. Esta suela de cuero debió cortarse de acuerdo al tamaño del pie, y, al menos en ciertos casos, se dejaba el pelo del animal en la parte de abajo.101 Luego, con un perforador de pedernal, debieron hacerse algunos agujeros en las
Las sandalias de Coahuila presenta distintos tamaños, formas y tejidos, mostrando así una gran variedad.
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orillas por donde se introducían delgadas tiras del mismo material o ixtle para sujetarlas al tobillo.102
Ornamentos Walter W. Taylor señalaba que en el noreste de México los objetos de ornamentación eran hallazgos raros que se presentaban sólo de manera ocasional.103 Y es que si se compara con otro tipo de artefactos, efectivamente los ornamentos son un hallazgo poco frecuente. No obstante, a pesar de la poca proporción de ellos en la evidencia arqueológica, sabemos que existían distintos tipos de adornos usados en el atavío personal. En relación a los objetos que se utilizaban como ornamentos poco tiempo antes de la llegada
so y decorados con plumas;104 seguramente debió ocurrir una situación muy semejante desde hace miles de años, pues así lo reflejan distintos hallazgos. Ahora bien, al momento de elegir y priorizar ciertas especies
De los collares encontrados en Coahuila, hay algunos de hueso y concha.
y materiales sobre otros, debieron actuar distintos criterios. Por ejemplo, es obvio que uno de ellos era el práctico/funcional, pues debía tratarse de materiales y objetos cuyo tamaño permitiera portarlo con cierta comodidad. Sin embargo, tal vez éste era un criterio que pasaba a segundo plano ante otros, como el aspecto simbólico. Y es que lo simbólico tiene distintas vertientes, pues, además de lo ornamental, debieron atribuir diferentes cuali-
Además de los propios ornamentos, no tenemos muchos datos acerca de la apariencia de los indígenas de Nuevo León, a excepción de esta pintura rupestre que ha sido interpretada como una figura antropomorfa.
de los españoles y durante los primeros años de la colonización, sabemos que consistían en tocados, collares y perforaciones corporales, por lo que había cuentas de piedra, hueso y concha. Las joyas más comunes eran pendientes o aretes, narigueras y una especie de ornamentos que se conocen como bezotes, los cuales se colocaban en una perforación que se hacía bajo los labios, y estaban elaborados en madera, hue-
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De forma y tamaño muy similar a los encontrados en Nuevo León o Texas, en Coahuila también han sido recuperados distintos ejemplares de cuentas tubulares de hueso.
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dades a diversos objetos, y éstos iban desde poderes y sobrenaturales hasta algún reflejo de estatus o condición social dentro del grupo. Es posible que sirvieran para distinguir el género de la persona que portara ciertos elementos; además, ciertos objetos o adornos de apariencia corporal podía expresar el estatus de un individuo con referencia al matrimonio. De igual manera se podía mostrar si se trataba de individuos ancianos, adultos, jóvenes o niños. También debió servir para reflejar una identidad específica. Sin ser excluyentes, tal vez la ornamentación Los ornamentos de concha encontrados en los sitios de Nuevo León y apariencia corporal tenía una doble función. Una pudieron haber sido perforados tanto aquí, en el caso de conchas de era hacia el interior del grupo y otra hacia el exterior, agua dulce, como en su lugar de origen, en el caso de conchas marinas. es decir, hablaba acerca de cómo mostrarse ante los otros. Sin embargo, aunque todo lo anterior se puede comprobar a través de la evidencia arqueológica, ésta aún no permite ir más allá de la construcción de hipótesis que se busca corroborar, pues aún es necesario realizar muchas investigaciones más para complementar la información existente. Por otro lado, están las características formales de la evidencia material que permite conocer mucho acerca de lo anterior. Una Extraordinario ejemplar de concha encon- muestra de ello es el material que se trado en el sitio llamado Cueva Ahumada, ha localizado en distintas excavaciolocalizado al poniente de Monterrey. nes del noreste de México. Algunos collares utilizados por estos grupos estaban compuestos por una serie de cuentas tubulares de hueso, aunque también se podían intercalar con otro tipo de cuentas de distintos materiales, como las semillas, cuentas de concha, pequeños caracoles y dientes que se ensartaban en un hilo, tal y como ocurre en Coahuila.105 Aunque hasta el momento dichas cuentas tubulares de hueso son las más abundantes, de las encontradas en Nuevo León,106 sabemos que usaban otros ornamentos y cuentas de material óseo. Se ha encontrado que también se utilizaron vértebras y otros huesos de distintas especies de repLas cuentas circulares pudieron haber sido parte de collares, pero tambien de pendientes más elabo- tiles, aves o mamíferos más grandes. rados.
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Asimismo, pezuñas, colmillos y dientes de animales ducir un hilo, tal y como lo muestran análisis mieran amarrados en cordeles para ser usados como croscópicos.112 Dicha perforación tal vez se hacía por desgaste, friccionando en uno de sus lados con una ornamentos.107 En cuanto a las conchas, ya sea de agua roca áspera, por ejemplo, la arenisca. Estos artefacdulce o marinas, se usaban de distinta forma y se tos se obtenían por intercambio, pues provienen de debieron elaborar tal y como ocurrió en otras partes lugares a cientos de kilómetros; no podemos asegude nuestro país. A veces se dejaban casi en su forma rar si la perforación era realizada por los grupos que natural y sólo le practicaban una perforación, pro- los recolectaban y habitaban cerca de la costa, por bablemente con una lasca los grupos locales tierra puntiaguda o un buril de adentro o por ambos, sin pedernal,108 se taladraba embargo, es posible que un agujero por un lado y hayan llegado al noreste luego se hacía lo mismo ya con la perforación. del otro lado, hasta que se unían los orificios e inPintura, tatuaje y troducían un cordel para escarificación colgarlo como pendientes o en un collar. De acuerdo a la analogía En otras ocaetnográfica y evidencia siones, además de la etnohistórica, es posible perforación, se cortaban que la pintura corpoy limaban ciertas áreas, ral, la escarificación, el hasta obtener una figura tatuaje, el peinado y el geométrica con los lados corte de cabello que utirectos, y, en ocasiones, lizaban los indígenas de Los caracoles, muy probablemente eran perforados con muescas angulares. Nuevo León variaban de por grupos de la costa, es decir, tal vez a Nuevo León Otro tipo de trabajo con acuerdo al grupo al cual ya llegaban como artefactos modificados por el homla concha era la manupertenecían, al género y la bre, y no como simples objetos naturales. factura de cuentas disedad. Incluso debió ser coidales, que se hacían diferente en ciertos moredondeando pequeños mentos, pues no era igual discos, los cuales también la apariencia cotidiana eran perforados al centro, respecto a aquélla de un siendo la perforación casi día de fiesta. siempre de manera bicóLo mismo debió nica.109 ocurrir para otros moPor su parte, a los mentos, pues, al menos caracoles marinos, de los en la época colonial, la cuales la mayoría de ellos apariencia corporal podía son del género marginevariar si expresaba luto, lla110 y se han recuperado ya que, como en otras de distintos sitios arqueosociedades, éste se exlógicos de Nuevo León y teriorizaba depilándose o áreas vecinas,111 se les hacía Los caracoles marinos necesariamente debieron llegar arrancándose el cabello de una pequeña perforación de la costa, lo que nos permite inferir redes de inter- ciertas áreas de la cabeza113 para ser ensartados e intro- cambio a grandes distancias y contacto entre grupos y pintándose la cara con cedistintos.
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La precisión de cada rasgo icnográfico elegido por cada grupo, y la filiación del mismo, está reflejado en documentos del Archivo Histórico de Monterrey donde, por ejemplo, se puede encontrar el nombre de un grupo indígena denominado passagiriguaras, que significa los que están pintados como chapulines.
polvo que era usado como pigmento. Respecto a esto, es importante comentar que en distintas cuevas y abrigos rocosos de Nuevo León se han recuperado no sólo pequeños fragmentos de estas rocas,115 sino que también se han encontrado los metates y las manos donde dichos pigmentos eran molidos, pues de manera extraordinaria dichos artefactos aún conservan el polvo rojo adherido a la superficie, y lo mismo ocurre en Coahuila.116 Probablemente la pintura corporal no era usada de manera consuetudinaria, sino que, como en otras sociedades, se aplicaba solamente en ciertas ocasiones, como ceremonias y en los conflictos o peleas con otros grupos. Sin embargo, a diferencia de la pintura corporal, la cual se aplicaba y quitaba con facilidad al enjuagar, existía otro tipo de marcas corporales que eran permanentes. Al parecer el tatuaje, como en otras sociedades del norte de México y el mundo, se realizaba de la siguiente manera: primero se hacían punciones o cortes en la piel dibujando la forma deseada y, en las heridas vivas, se colocaba carbón molido. De este modo, al cicatrizar, el pigmento quedaba bajo la epidermis y, por consiguiente, la figura quedaba marcada en un tono azulado que se iba oscureciendo.117
niza, como los describe De León. Sin embargo, al parecer los distintivos principales entre cada grupo, más que el atuendo, eran precisamente la ornamentación corporal y los tipos de peinados. La pintura facial y corporal era muy variada en tiempos históricos, pues las fuentes mencionan que estaba constituida por líneas rectas, horizontales, curvas y onduladas.114 Y es muy posible que esta misma situación haya ocurrido cientos o hasta miles de años antes de la llegada de los españoles al continente americano, pues es una práctica muy generalizada en diferentes épocas y en todo el mundo. En el caso de los indígenas que habitaron Nuevo León, contrariamente a lo que en ocasiones se ha creído, las formas y figuras pintadas y tatuadas no eran un simple capricho o líneas azarosas, sino que seguramente dichas diferencias tenían un significado específico y se utilizaban con un propósito determinado, obedeciendo a fines concretos. En cuanto a la materia prima empleada para elaborar la pintura corporal, debieron usar diversos tipos de barro o tierra, carbón molido, cenizas y otras sustancias. Probablemente también usaban la hematita, que no es sino óxido de hierro, el cual es posible encontrar en estado natural como pequeñas rocas, que Muchas veces en la historiografía regional se ha minimizado y menospreciado el papel que jugaron la eran molidas para obtener el pintura y el tatuaje corporal, y se considera que se dibujaban formas caprichosas en el cuerpo.
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Por otra parte tenemos una modificación corporal permanente: la escarificación, la cual, a diferencia del tatuaje, no requiere pigmento alguno, sino que se obtiene sólo rasgando y cortando la piel. Técnicamente, la escarificación consiste en hacer cortes en la piel, pero no se trataba de causar simples heridas al azar, sino que el tamaño y la forma de los cortes eran planeados, pues se esperaba que con el tiempo, al cicatrizar las heridas, la figura deseada se iba a La escarificación es una técnica que consiste en hacerse cicatrices en el cuerpo. Y, como el apreciar en relieve y, debido a la tatuaje, también son marcas permanentes. En las distintas fuentes históricas, desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII, es posible encontrar ejemplos de escanreferencias en todo el noreste nueva piel, en otro tono. de México y sur de Texas. Al parecer esto se hacía en varias ocasiones durante la vida de una persona con el fin de enfatizar y darle mayor nitidez a las marcas en ambos casos, es decir, tanto pues dichos peines fueron encontrados en cuevas en el tatuaje como en la escarificación era indispen- secas de Coahuila.120 También pudieron ser espinas, sable utilizar determinadas herramientas punzocor- costillas de pescado y dientes afilados, lo que, adetantes para realizar la figura deseada. Éstos podían más de tener como resultado un tatuaje o escarificaser de distintos materiales, como los de pedernal, ción, nos permite pensar que la sangre que brotaba que eran puntiagudos y filosos, o pequeños dientes pudo ser un tipo de sacrificio u ofrenda.121 Arqueode animales, por ejemplo los incisivos de roedores, lógicamente, Taylor122 y Aveleyra123 encontraron en y también se usaron espinas duras, como las de no- sus excavaciones diferentes tipos de escarificadores pal, maguey, lechuguilla u otras especies. Respecto similares a los que mencionan los cronistas. En cuanto a los tipos de peinados, según a lo anterior, resulta por demás interesante citar las las fuentes escritas, también sabemos que algunos palabras de fray Vicente de Santa María: grupos traían el cabello largo y sujeto con correas Esta maniobra de frotar a los chicos, como de venado, mientras que otros se rapaban toda la se ha dicho, no para sólo en una vez: la reicabeza, y unos más sólo lo hacían en ciertas áreas de teran muchas, no sólo en la infancia y en la la misma.124 Esta práctica de cortarse y afeitarse el niñez sino también en la juventud y en las cabello, más que realizarse con puntas, cuchillos u demás edades, sin que se exceptúen los vieotros artefactos, debió hacerse con pequeñas lascas jos y las viejas, para que siempre estén las de pedernal recién extraídas de un núcleo o nódulo, señales vivas.118 Esta descripción pertenece a la parte sureste las cuales eran delgadas y tenían un filo agudo, lo de Nuevo León, aunque sabemos que la escarifica- que permitiría afeitarse con más facilidad. Es posición estaba ampliamente distribuida. Así, tenemos ble que, a manera de tocado, algunos grupos usaran en los documentos escritos por españoles la refe- plumas de aves como adorno o complemento de rencia a lo que llamaron peines, que eran utensilios ciertas prendas, por lo que seguramente cazaban para hacer las escarificaciones y que en ocasiones distintas especies de acuerdo al hábitat en donde estaban formados con dientes de ratón.119 Asímismo, vivían, y quizá para conseguir otras diferentes lo hase tiene evidencia arqueológica de estos artefactos, cían a través del intercambio.
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Capítulo V 1. Lítico es una palabra de origen griego que significa piedra. 2. Semenov., op. cit. 1981. p. 365. 3. Turner, Ellen S. y Hester, Thomas., op. cit. 1993. p. 19. 4. Los arqueólogos suelen llamar a estos artefactos como chopper o chopping tool, es decir, que presentan golpes y fracturas por un lado o por los dos respectivamente. Sin embargo, en ocasiones esto causa cierta confusión, pues esta es la tecnología lítica característica de los primeros homínidos. Aunque, desde luego, artefactos similares se siguieron manufacturando a lo largo del tiempo en otras partes del mundo. 5. Sliva, R. Jane. Introduction to the study and analysis of flaked stone artifacts and lithic technology. Arizona: Center for Desert Archaeology, 1997. p. 3. 6. Para una mejor comprensión, hay autores que comparan el proceso de manufactura con pelar una naranja, donde el córtex es precisamente la cáscara. Sliva., op. cit. 1997. p. 9. 7. Ibid, p.3. 8. Coincidimos con Thomas R. Hester cuando señala la obviedad del enmangue de las puntas de proyectil para su uso, ya que no es necesario ser un especialista para suponerlo. Sin embargo, para otro tipo de artefactos líticos es necesario que sea un arqueólogo quien aclare las características del artefacto y su función. 9. Probablemente esta imagen tiene cierta influencia con aquélla que suele mostrarse en los libros y documentales de televisión, pero hay que señalar que
en esos casos se trata de los primeros homínidos que vivieron hace más de dos millones de años o hace cientos de miles de años, en donde, efectivamente, los artefactos no estaban enmangados. Por ello, en nuestro caso, se hace una extrapolación en tiempo y espacio, por lo que dichos homínidos se conciben como contemporáneos y semejantes a los primeros habitantes de Nuevo León, lo cual es un error, pues en este caso, aunque hayan vivido hace 10 mil años, se trataba de seres humanos como nosotros: homo sapiens. 10. Silva., op. cit. 1997. p. 3. 11. González Rul, Francisco. Reconocimiento arqueológico en la parte mexicana de la Presa de la Amistad. México: Colección Científica No. 203 INAH, 1990. p. 101. 12. Valadez, Moisés. “Prácticas shamánicas y el mitote indígena en Nuevo León”. Revista de Humanidades, Número 3, Otoño, México, 1997 p. 191-199 / Valadez Moreno, Moisés, Solveig Turpin y Herbert Eling. op. cit., 1998, p: 15-34. 13. González Arratia., op. cit. 1990. p. 16. 14. Turner y Hester., op. cit. 1993. p. 19. 15. Binford, Lewis R. En busca del pasado, descifrando el registro arqueológico. Barcelona, España: Editorial Crítica, Grupo Grijalbo-Mondadori, 1998. p. 173. 16. Por ejemplo, en piedra pulida conocemos las llamadas “hachas de garganta”, presentes en Chihuahua. 17. Se utilizaba un quiote de maguey seco, al cual se le aplicaba fricción con un palo delgado de madera sólida.
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18. No hay que confundir la situación, nos referimos exclusivamente al trabajo en madera, pues sencillez no significa simpleza, ya que la cuna, aunque sobria, era por demás eficiente. Además, como señala el mismo Luis Aveleyra, seguramente las cunas tenían implícito también un trabajo en piel, fibras o petates y, como lo hemos señalado, la mujer tenía a su cargo mucho más trabajo. 19. Aveleyra., op. cit. 1956. p. 152. 20. Por supuesto, podían ser ramas más o menos gruesas, pero, de acuerdo a los artefactos arqueológicos, creemos que se requiere una rama de dicho grosor para obtener una sección plana de 4 a 5 centímetros. En cuanto a lo largo, también podía variar, pero un buen ejemplar debió ser entre 60 a 80 centímetros. 21. Valadez., op. cit. 1998. p. 221. 22. Ibid, p. 100. 23. De acuerdo con Hester, existen varios estudios respecto al uso de este artefacto, por lo que –como dato anecdótico– resulta interesante mencionar uno de ellos, el de J. L. Shiner, arqueólogo que en 1975 visitó Nuevo León. Turner, y Hester, 1993. p. 40, 43.
29. Podemos encontrar un artefacto muy similar en otras partes del mundo y Norteamérica, de ahí que José Luis Lorenzo utilice esto como ejemplo para el arqueólogo en general: “Algunos huesos son empleados directamente como artefactos con una pequeña modificación, por ejemplo los punzones hechos con las metapoidales de ciertos rumiantes”. Lorenzo, José Luis. Las técnicas auxiliares de la arqueología moderna. Cuadernos del seminario de problemas científicos y filosóficos. México: Universidad Nacional Autónoma de México. Núm. 8 Segunda serie. 1958. p. 175. 30. Nuñez., op. cit. p. 84. 31. Semenov., op. cit. 1981. p. 289, 355. 32. Aveleyra., op. cit. 1956. p. 176. 33. McClurkan, Burney. “The archaeology of la Cueva de la Zona de Derrumbes (N)(L). A brief summation and suggestions for future research”. Papers on the prehistory of northeastern México and Adjacent Texa., Center for Archaelogical Research, special Report, número 9. The University of Texas at San Antonio: USA, 1980, p. 57. 34. Nance., op. cit. 1980. p. 95. 35. Aveleyra., op. cit. 1956. p. 26.
24. Aveleyra., op. cit. 1956. p. 138-142. 25. González., op. cit. 1992. p. 123.
36. En nuestro caso, hicimos experimentos con huesos de coyote (Canis latrans), pero se usaron distintas especies.
26. Aveleyra., op. cit. 1956. p. 176. 37. González Arratia., op. cit. 1992. p. 38. 27. McClurkan., op. cit. 1966. p. 57. 28. Este tipo de punzones de hueso probablemente se usaban para la manufactura de cestería desde el arcaico en gran parte de Norteamérica. Fiedel., op. cit. p. 115.
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38. Binford, Lewis. Post plesitocen adaptations. An archaeological perspective. New York, USA, 1972, p. 182. 39. Alanís Galfiro, et al. op. cit. 1996. p. 191, 216.
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40. Álvarez Pineda., op. cit. p. 49. 41. Taylor., op. cit. 1972. p. 102-104. 42. González Arratia, Leticia. “La mujer recolectora en la reproducción material. Los grupos cazadoresrecolectores del Desierto del norte de México”. Antropología. Número 34. México. 1991. p. 9.
flexible, para los cuales se utilizó como alma delgados manojos de tallos de pasto. En ambos casos la estructura se forró con cordón y se le cosió para mantener el cordón en su lugar.
46. Andrade Cuautle., op. cit.
54. Por supuesto, no en todos los casos y lugares sucede lo mismo, pues la ausencia de ciertos objetos o materias primas no siempre obedece a cuestiones naturales, ya que es posible que cierto grupo no tuviera acceso a determinadas áreas. No obstante, aunque existía la territorialidad de los grupos que habitaron Nuevo León, creemos que, como la de otros grupos nómadas de cazadores-recolectores, ésta no parece ser tan rígida como para obstaculizar y negar por completo el acceso o tránsito de otro grupo.
47. Aveleyra., op. cit. 1956. p. 26.
55. Mc Clurkan, op. cit., 1996, p. 102.
48. Para ver el proceso en la actualidad en distintas partes del norte de México, consultar: Torres Cabello, Olivia y Farfán Moralesm, Olimpia. “Antropología en Nuevo León”. La Antropología en México Número 12, 1988. p. 440-458.
56. El sílex adquiere distintos colores y tonalidades según la mezcla de potasio, caliza, alúmina, óxido férrico y otros componentes.
49. Turner y Hester., op. cit. 1993. p. 40, 43.
58. Sliva., op. cit. 1997. p. 103.
50. Es muy posible que la manufactura de ciertos elementos fuera una tarea masculina, por ejemplo, lo relacionado con las armas de cacería, pues entre los pueblos cazadores suelen existir tabúes respecto a la presencia de la mujer en lo relacionado a dicha actividad.
59. Como ya mencionamos, se trata de resinas vegetales que funcionaban como pegamento para enmangar las puntas de proyectil, cuchillos y otros artefactos.
51. Herskovits., op. cit. p. 289.
61. Valadez Moreno, Moisés. “Datos etnohistóricos y etnográficos de las sociedades indígenas que habitaron Nuevo León”. Deslinde, Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León. No. 39-40, volumen XII, enero-junio. UANL, México, 1993, p. 126.
43. Taylor., op. cit. 1972. p. 107. 44. González Arratia., op. cit. 1992. p. 11. 45. González Arratia., op. cit. 1992. p. 40.
52. Ibid, p. 290. 53. Están representados dos tipos de canastos: los de estructura rígida para lo cual se utilizó una vara de sección circular doblada en una especie de espiral, la cual funciona como núcleo y los de estructura
57. Nance., op. cit. 1980. p. 103.
60. De León., op. cit. 2005. p. 40.
62. Ole y Heizer., op. cit. p. 213.
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63. Cabe señalar que actualmente existe el peyote en distintos lugares de la entidad, pero debido a sus cualidades narcóticas, su extracción, venta y consumo está tipificado como un delito federal. 64. Hester., op. cit. p. 45. 65. Mc Clurkan., op. cit. 1966. p. 127. 66. Turpin, Solveig A., et al. “The mobiliary art of Boca de Potrerillos, Mina, Nuevo León, Mexico”. En: Plains anthropologist, journal of the plains anthropological society, volúmen 41, número 156. Plains Anthropological Society: USA, 1996, p. 192. 67. Pérez de Ribas., op. cit. p. 254.
75. Nuñez., op. cit. p. 79. 76. Ole., op. cit. p. 213. 77. Rivera Estrada, Araceli. “Prácticas rituales en el sur de Nuevo León”. ACTAS Revista de Historia de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Volumen II Número 3, enero-junio, México, 2003. p. 56. 78. Hester., op. cit. p. 1-4. 79. Rivera Estrada, Araceli. Panorama general de la arqueología en el Sur de Nuevo León: Cueva de la Zona de Derrumbes. México: Serie Orgullosamente Bárbaros, Número 4, Archivo General del Estado de Nuevo León, 1995.
68. Nuñez., op. cit. p. 52. 80. Valadez Moreno., op. cit. 1993. p. 89. 69. El contexto arqueológico es la información proporcionada por los elementos encontrados en el lugar de un descubrimiento. Los datos se recopilan del conjunto de objetos, instrumentos o herramientas, según los antecedentes históricos, características físicas del espacio, vestigios de otros objetos y sustancias bioquímicas extraídas de los artefactos. Los hallazgos se estudian por su antigüedad y se interpretan de acuerdo a su interacción con el sitio de ubicación. Posteriormente se determina su relación con las personas de un grupo o eventos en un momento histórico.
81. Rivera Estrada., op. cit. p. 60. 82. Silva., op. cit. p. 104. 83. Manzanilla, Linda y Barba, Luis. La arqueología: una visión científica del pasado del hombre. México: SPE; FCE; CONACYT, 1994. p. 78-79. 84. Nance., op. cit. 1980. p. 103. 85. Mc Clurkan., op. cit. 1966. p. 52.
70. Hester., op. cit. p. 120.
86. Rivera., op. cit. 1995. p. 62.
71. Bate., op. cit. p. 25.
87. Ibid, p. 57
72. Valadez Moreno., op. cit. 1993. p. 109.
88. Analizando la obra de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en otra parte ya habíamos propuesto que dicho personaje probablemente siguió en su recorrido rutas de tránsito e intercambio que tenían establecidas los distintos grupos con los que convivieron Cabeza de Vaca y sus acompañantes.
73. Ibid, p.73 74. Turpin., op. cit. 1996. p. 105-116.
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89. En términos generales, coincidimos con el arqueólogo J. Shiner, al señalar que estos grupos, de manera intencional y planeada, evitaban el contacto con los españoles para “asegurar la libertad y la autonomía”. Shiner, Joel Lewis. Prehistoric demography of the northeastern chichimecas of Mexico. México: Archivo Técnico INAH, 1976. p. 6.
Laguna, del Instituto Nacional de Antropología e Historia, localizado en la ciudad de Torreón. 101. Sánchez., op. cit. 1990. p. 85. 102. Bautista Chapa., op. cit. p. 19. 103. Taylor., op. cit. 1993. p. 170.
90. Clark., op. cit. 1960. p. 204. 104. Valadez., op. cit. 1993. p: 204. 91. Los instrumentos son objetos que sirven para elaborar otros objetos, incluidos los propios instrumentos. Cuando conocemos los objetos elaborados podemos señalar cuáles son los instrumentos necesarios para su confección, y si tenemos distintos objetos y los instrumentos necesarios, estaremos en condiciones de describir fácilmente el proceso de trabajo. Montané Martí, Julio C. Fundamentos para una teoría arqueológica. Hermosillo, Sonora: Centro Regional del Noroeste INAH SEP., 1980. p. 41.
105. Martínez del Río., op. cit. 1987. p. 233. 106. Nance., op. cit. 1980. p. 95. 107. Taylor., op. cit. 1972. p. 59-94. 108. Aunque no podemos descartar el uso del llamado taladro de arco, creemos que al tratarse de materiales suaves, era suficiente hacer una perforación manual con un perforador.
92. Nuñez., op. cit. p. 19. 93. De León., op. cit. 2005. p. 44.
109. Suárez Lourdes. Técnicas prehispánicas en los objetos de concha. México: Colección científica, Instituto Nacional de antropología e historia, 1981.
94. Martínez del Río., op. cit. 1987. p. 233. 95. Bautista Chapa., op. cit. p. 20.
110. Junto con las cuentas de los géneros de oliva y cyprea, en Norteamérica las cuentas de marginella son las más abundantes.
96. Pérez de Ribas., op. cit. p. 254. 111. Aveleyra., op. cit. 1956. p. 126. 97. Sánchez., op. cit. 1990. p. 145. 112. Turpin, et. al. op. cit. 1993. p.105-116. 98. Alanís., op. cit. 1996. p. 225. 99. Taylor, Walter. “The hunter-gatherer nomads of northern Mexico: a comparison of the archival and archaeological records”. World Archaeology. Volumen 4, Número 2. Octubre, 1972. p. 170. 100. Por ejemplo, estas sandalias pueden ser apreciadas en la exhibición del Museo Regional de La
113. En Coahuila, se han encontrado pequeñas cestas que contienen cabellos aparentemente cortados y/o arrancados. Lo que probablemente, es una muestra de ciertas actitudes rituales respecto al cabello. Como la que existe en el Museo Regional de La Laguna, del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en Torreón, Coahuila.
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114. De León., op. cit. 2005. p. 45. 115. Nance., op. cit. 1980. p. 94. 116. Taylor., op. cit. 1966. p. 170. 117. Del Hoyo, Eugenio. “Vocablos de la lengua quinigua de los indios borrados del Noreste de México”. Humanitas, Tomo 1, Anuario del Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad de Nuevo León, Editorial Jus, México. 1960. 118. Santa María., op. cit. p. 108. 119. Pérez de Ribas., op. cit. p. 273. 120. Taylor, op. cit.. 1972. p. 81. 121. De León, et. al. op. cit. 2005 p. 25. 122. Taylor., op. cit. 1972. p. 62-87. 123. Aveleyra., op. cit. 1956. p. 154. 124. De León., op. cit. 2005. p. 55.
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CAPÍTULO VI LA MOVILIDAD DE LOS GRUPOS NÓMADAS
Coincidimos con Lewis R. Binford cuando señala que, en mayor o menor medida, en la actualidad se ha heredado una visión errónea respecto a que el movimiento es algo que el ser humano intenta suprimir y que siempre busca el asentarse y convertirse en sedentario.1 De igual modo, el antropólogo Marvin Harris critica la debilidad del argumento que muchos esgrimen respecto a que de manera natural todo ser humano pretende asentarse.2 Ésta es una idea por demás arraigada en el mundo a través del tiempo, por lo que también la encontramos en el caso del noreste de México y, por supuesto, en Nuevo León. Desde las crónicas de los españoles, hasta llegar a gran parte de la historiografía regional contemporánea, el movimiento constante se ha manejado como una característica negativa y prueba de la incapacidad de los grupos indígenas locales. La investigadora Leticia González apunta lo siguiente: “dicho movimiento, que se ha considerado como irracionalidad, es lo que requerían para llevar a cabo sus formas fundamentales de organización del trabajo: la caza, la pesca y la recolección”.3 Queda claro que los grupos que habitaron Nuevo León, contrario a lo que muchos piensan, no eran víctimas del medio ambiente, que pasaban hambre, frío y deambulaban sin sentido en un simple vagabundeo, pues, como lo hemos subrayado reiteradamente, no eran unos náufragos en el desierto4 ni estaban perdidos en el laberinto de la sierras. No podemos generalizar un mismo patrón o estrategia de movilidad, sino que seguramente existieron cambios a lo largo de milenios. Probablemente los primeros grupos humanos que provenían del norte y que llegaron a Nuevo León se desplazaban a lo largo de su vida a mayor distancia y tal vez algunos de ellos lo hacían constantemente descubriendo nuevos territorios sin volver atrás. Tal vez, durante algunas generaciones, el movimiento era un tanto
aleatorio y literalmente era una aventura, pues los grupos humanos estaban expandiéndose en territorios deshabitados y por lo tanto desconocidos. Sólo a través del tiempo, conforme comenzó a poblarse el continente, el patrón de movilidad debió modificarse hasta desembocar en un movimiento sumamente planeado, que era determinado por la estación del año, y también debió circunscribirse a un espacio, por lo que, más que un constante caminar en línea recta, debemos entender que los grupos nómadas que habitaron el noreste de México y Nuevo León recorrían sólo un área, a manera de circuito, a lo largo de un año. En otras palabras, la experiencia acumulada por generaciones tras la observación de los eventos cíclicos naturales, les permitían situarse en el tiempo5 y el espacio6, pues debían saber cuándo podían estar en cada lugar, cuánto tiempo permanecer y en qué momento abandonarlo y trasladarse a otro sitio. Para ello, es muy probable que utilizaran las fases de la luna y el movimiento del sol, las estrellas o el planeta Venus como han sugerido distintos investigadores. De esta manera, condicionaban su movilidad según los ciclos naturales a la presencia o ausencia de lluvias, especies animales y frutos vegetales. Por mencionar un caso, seguramente la llegada de ciertas aves migratorias o insectos como la mariposa monarca los ayudaba a ubicarse en la estación del año, y eso mismo pudo ocurrir tras observar a otras especies de animales o vegetales. Los prejuicios con que se concibe a estos grupos afirman que fueron obligados o incapacitados por circunstancias naturales o culturales para desarrollar la agricultura y asentarse en poblaciones fijas, aunque debemos entender que fue una elección. No es que no conocieran las plantas cultivadas y las consecuencias biológicas de las semillas, su germinación y cultivo, sino que entre
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los cazadores-recolectores la idea de la agricultura es inútil cuando se puede obtener toda la carne y los vegetales que se desean con unas pocas horas de caza y de recolección semanales.7 También hay que olvidar la idea errónea respecto a que no tenían tiempo para nada, sino sólo para la mera subsistencia, pues popularmente se cree que se la pasaban constantemente buscando qué comer y que por lo tanto no podían cambiar de modo de vida. Respecto a este argumento de la falta de tiempo, hay que enfatizar que por supuesto que existe tiempo libre entre cazadores-recolectores, pero que no lo usaban en actividades productivas, y por ende, no era para producir excedentes.8 Hemos tratado de explicar de manera concisa que los grupos nómadas o seminómadas no son sociedades atrasadas o irracionales, sino que es un modo de vida funcional. Sin embargo, de acuerdo con Binford, si una sociedad elige ser nómada, esto trae aparejado varias estrategias que hay que llevar a cabo; una de ellas tiene que ver con el hecho de la necesidad de regular la población9 y otra será con respecto a las características de la cultura material.
En contra de la idea generalizada, los antropólogos y arqueólogos han señalado que el nomadismo no es un simple vagabundeo, sino que se trata de recorridos bien definidos en tiempo y espacio .
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Demografía y control de población Como en todas las sociedades nómadas de cazadores-recolectores que tienen una economía de apropiación, y que dependen exclusivamente de los bienes otorgados por la naturaleza, los grupos que habitaron Nuevo León debían mantener un equilibrio entre la demografía y los recursos disponibles, pues de lo contrario se correría el riesgo de agotar los insumos. Y, si la recolección de alimentos no es suficiente para subsistir, deben optar entonces por la migración o el control natal. Por ello, es posible que durante el paleoindio, considerado como los primeros milenios con presencia humana en Norteamérica, las bandas de cazadores podían segmentarse en familias que emigrarían una vez que comenzaba a crecer el grupo. Sin embargo, al menos desde el arcaico, es posible que debido a las restricciones sociales y lingüísticas se frenara el crecimiento de la población a través de un control cultural, pues se debía mantener un equilibrio entre población y recursos naturales.10 Esta necesidad fue aumentando con la creciente población que debía distribuirse en menos espacio. Esta situación llegaría al extremo durante la Colonia, donde la presencia española llevaría a los grupos de Nuevo León a entrar en conflicto, ya que se disputaban entre sí el territorio que la cultura dominante les dejaba. Tenemos que la forma de controlar la población de un grupo y, en este caso, disminuir el índice de natalidad, puede ser a través de medidas anticonceptivas, abortivas y, por último, el infanticidio. Efectivamente, el infanticidio y la continencia sexual son mecanismos para mantener el equilibrio demográfico en correspondencia a la capacidad de recursos de un medio ambiente determinado.11 Este control de población se lograba, en este tipo de sociedades, con un variado número de métodos químicos y físicos para provocar el aborto.12 Otras formas para mantener el equilibrio demográfico eran, por ejemplo, limitar la frecuencia del coito, tabúes posparto, abstinencia, poligamia y rituales de mutilación del genital. También se prolonga el periodo de lactancia,13 se usan plantas y animales contraceptivos y se practica el infanticidio.14
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Asimismo, sabemos que los indígenas nómadas de otras partes del norte de México practicaban el infanticidio, que está bien documentado, como es el caso de Baja California.15 Aunque los hallazgos arqueológicos no lo ha constatado, es conocido que desde el sur de Texas hasta el suroeste de Coahuila, pasando por Nuevo León y gran parte de Tamaulipas, también existía esta práctica.16 Algo similar sucedía cuando en un parto la madre fallecía, ya fuera en el periodo de gestación o poco tiempo después de dar a luz, ya que era sepultada junto al recién nacido aún con vida. También cuando se trataba de mellizos o gemelos se escogía al neonato que se consideraba de mejores condiciones físicas y al segundo se le separaba para ser enterrado vivo, y la misma suerte corría aquel infante que mostrara señas de malformación o defectos congénitos.17 La primera impresión desde la sociedad actual es que esto podría parecer cruel, por lo que es necesario hacer algunas consideraciones al respecto, pues debemos recordar que, a excepción de los bebés que cuentan con su madre, en una sociedad nómada de cazadores-recolectores el individuo que se ve imposibilitado para caminar por sí mismo se convierte en un desahuciado o condenado. Por lo tanto, las circunstancias del nacimiento de gemelos, debido a las características de esta sociedad, dificultaban la posibilidad de criar a dos pequeños simultáneamente, por lo que se optaba por la sobrevivencia de uno. En otras palabras, si la enfermedad, deformaciones físicas o la avanzada edad le impedían a un individuo trasladarse por sí mismo de un lugar a otro, éste se convertiría en una carga para los demás, en un obstáculo para continuar.18 En estas sociedades no hay posibilidad de retrasos; la movilidad está condicionada por la estación del año, ya que estacionarse en un sitio pone en peligro a todo el grupo, pues una sociedad que depende de la movilidad y de los recursos que de manera natural provee el medio ambiente, no puede esperar a los enfermos, ancianos o impedidos, pues demora su emigración a otro campamento.19 Por supuesto, el infanticidio es una práctica que aún para el antropólogo más imparcial difícil-
mente puede pasar inadvertido, ya que el investigador, con todo y su objetividad, no está ajeno a los sentimientos y emociones. No obstante, es necesario analizar dicha práctica en el interior de esos grupos, y así resulta comprensible. Sin embargo, el hecho de la funcionalidad y la eficiencia de esta medida entre estos grupos no debe confundirse con que resultara igual en todo momento, lugar y grupo humano. No se podría comparar esta práctica en sociedades sedentarias, y por supuesto en la nuestra, pues dicha medida preventiva no se justificaría ahora, ya que se cuenta con los medios y la infraestructura necesarios para proveer el sustento. También se puede asistir a las personas con capacidades diferentes, a los niños y a los adultos mayores. Además, entre otras cosas, obviamente, las sociedades sedentarias, para su sobrevivencia, no dependen de la movilidad. En estas sociedades se buscaba justificar el infanticidio con una premisa: sacrificar al individuo para sobrevivir como sociedad.20 Sin embargo, coincidimos con otros autores, como el antropólogo norteamericano Harris quien; al analizar este fenómeno de las sociedades nómadas de cazadores-recolectores, consideraba el infanticidio como la mancha en lo que, de otro modo, podría confundirse con el jardín del paraíso.21
Características de la cultura material de un grupo de nómadas Debe entenderse que entre las sociedades nómadas no es posible la acumulación de objetos, pues “la movilidad y la propiedad son incompatibles”. 22 Es así que los utensilios deben reducirse al mínimo.23 Por supuesto, los grupos del noreste de México no son la excepción, pues además de una limitada cantidad de artefactos, éstos eran ligeros, pequeños, irrompibles y fácilmente portátiles.24 En Coahuila se han recuperado palos conejeros con un extremo puntiagudo, de lo que se infiere servían para excavar.
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Los artefactos que usaban los grupos nómadas tienen ciertas características; para analizarlas y comprenderlas es necesario conocer la clasificación que hizo el investigador australiano R. Gould,25 en la cual cataloga en tres rubros las características de los artefactos y la conducta que tienen con ellos dichos grupos: 1.Herramientas multiusos, ligeras y fáciles de cargar. 2.No suelen transportar las piedras con que muelen sus alimentos, pues éstas son dejadas en aquellos lugares que visitan cíclicamente. 3.Utilizan piedras o palos que están a la mano como instrumentos instantáneos (instant tools), sin que sea necesario hacerles modificaciones y las desechan después de su uso.26 Sobre el primer tipo de artefactos que Gould menciona entre los australianos, un ejemplo es el uso del spearthrower, es decir, el atlatl o propulsor, que era un objeto que además de ser un arma se empleaba para otros fines.27 Esta práctica coincide además con lo mencionado por algunos arqueólogos como Michael Schiffer, acerca de que la movilidad constante favorece o propicia la creación y utilización de artefactos multifuncionales.28 Lo anterior coincide con el uso de un artefacto descrito por el cronista De León para el noreste de México: Usan llevar con el arco un palo arqueado a forma de catana de Japón, que, además de servirle de arrimo en pie, de cabecera dur-
En gran parte del norte de México está documentada la cacería de conejos y liebres con palos arrojadizos.
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miendo, les sirve de azadón o barreta para sus necesidades.29 Es necesario enfatizar la multifuncionalidad de éste, porque sirve como bastón para irse apoyando cuando se sube una ladera entre las piedras; además, podía servir para hacer a un lado las ramas con espinas. A lo anterior, se le puede añadir la evidencia arqueológica procedente de varias cuevas de Coahuila, de que existió un instrumento llamado palo conejero o rabbit stick, con uno de los extremos aguzado y desgastado.30 Las fuentes escritas indican que debió ser de gran utilidad para la extracción de Entre los nómadas cazadoresrecolectores siempre se busca raíces y tubérculos, para hacer más eficiente el utilaje, remover el acceso a las por lo que distintos artefactos madrigueras de roedores, son multifuncionales. conejos y liebres, con el objeto de capturarlas. Incluso, además de estas funciones, se ha propuesto que dichos palos curvos pudieron ser también bastones-escudo para desviar los proyectiles o armas contundentes para atacar en peleas cuerpo a cuerpo.31 Sin embargo, una de las funciones más importantes es el hecho de que era un arma semejante a un bumerán, pero sin regreso, y que muy probablemente era usada para abatir conejos y liebres.
Existen ciertos objetos que, aunque potencialmente se pueden mover, en la práctica eso no se hace, pues no vale la pena el esfuerzo. Tal es el caso de los metates o piedras de molienda.
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Es precisamente de ahí de donde se le ha dado su nombre. Al segundo grupo de utensilios pertenecen los metates, la mano de molienda y los morteros en piedra, ya que son utensilios pesados y de difícil transportación. Entonces, conforman lo que el arqueólogo Binford denomina mobiliario de sitio,32 pues su transporte deja de tener sentido, ya que si bien es posible moverlos, resulta poco práctico hacerlo, y se convierten en carga inútil e incomoda.33 Además, son utensilios a los que no se les dedicó mucho tiempo en su manufactura, sino que eran ciertas rocas elegidas aprovechando la forma natural de las mismas y sólo se iban puliendo y desgastando con el uso. Por sus características, estas rocas eran relativamente fáciles de encontrar en cualquier lugar, por lo que podían ser sustituidas con otras piedras o instrumentos que, a su vez, fueron dejados en distintos sitios con la intención de utilizarlos al volver en su recorrido cíclico. Así, al llegar al nuevo campamento, estaban aguardando otros metates y manos de molienda. Otro tipo de artefactos que posiblemente, y al menos en ciertas ocasiones, podían ser dejados en el lugar donde se usaban, eran algunos tajadores que los arqueólogos llaman tipo chopper, pues no requieren mucho tiempo para su manufactura, ya que suelen ser simples guijarros o rocas con muy poco trabajo, porque son rocas a las que se les aplicaron solamente unos cuantos golpes para conseguir filo en un extremo. Por lo tanto, debido a que son grandes y pesados y a que requerían poco trabajo de manufactura, era fácil abandonarlos. Así, en un traslado a un medio ambiente inhóspito, el grupo sabía que podía crear fácilmente un nuevo instrumento. Por otra parte, los artefactos
Ejemplos de morteros móviles, realizados en madera y piedra.
Instrumento de hueso utilizado como aguja para unir pieles y formar diferentes prendas de vestir y otros utensilios.
voluminosos eran trasportados sólo en casos de recorrer áreas con pocas rocas en su superficie. Otros de los instrumentos clasificados por Gould son los instant tools, que muy probablemente estuvieron también en el noreste de México. En este caso son instrumentos muy difíciles de identificar, por tratarse de simples palos o pequeñas rocas sin alteración alguna.34 Resulta sumamente complicado reconocerlos plenamente, y con mayor razón si se trata de artefactos encontrados en superficie, pues en el caso de las excavaciones, en algunas se podría suponer que dicha roca fue expresamente trasportada al sitio por el ser humano.
Las fuentes escritas mencionan que los indígenas locales utilizaban ciertos cactus huecos como recipientes.
Los nómadas de todas partes del mundo han utilizado distintas formas para contener líquidos.35 Muchos grupos carecían de cerámica, pero utilizaban ingeniosas ideas, como el recurso de echar piedras calientes, para hervir líquidos, en diferentes recipientes que el hábitat les suministraba.36 Según las fuentes históricas del noreste, encontramos que se valían de nopales huecos para usarlos como recipientes,37 los cuales funcionaban
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como una especie de cantimplora.38 Sin embargo, el agua de las pencas, aun si se trata de una grande, es poca. De ahí que se mencione que cargaban con una docena de nopales huecos. Por lo tanto, no podemos descartar que usaron otro tipo de cactus, por ejemplo, las biznagas, las cuales todavía utilizan los indígenas seris de Sonora para este propósito.39 A los cactus, los nopales grandes o biznagas, les hacían una perforación en uno de sus extremos y se raspaba su interior hasta dejarlos huecos. Para ello, la llamada biznaga colorada (Ferocactus pringlei) y la biznaga verde (Echinocactus platyacanthus)40 pudieron ser utilizadas de manera eficiente como recipientes, aunque los más adecuados serían los cactus que miden de 30 a 80 centímetros de altura, pues serían los más óptimos por ser fáciles de transportar. Las biznagas podían almacenar de cinco a ocho litros de agua, cantidad que resulta significativa. En conclusión, los cactus huecos serían un contenedor óptimo por ser ligeros, fáciles de sustituir y son resistentes al calor. Sobre lo anterior, podemos hacer mención de una práctica contemporánea que registramos de manera circunstancial durante una excavación en el sur de Nuevo León.41 En aquella ocasión, los lugareños mencionaron una estrategia para calentar o hervir líquidos sin necesidad de recipientes, utilizaban un utensilio llamado tarro, lo fabricaron de la siguiente manera: se corta una penca de maguey y se le despega cuidadosamente la capa superior de la parte cóncava hasta formar una bolsa que cumple la función de recipiente donde se vierte el líquido que se pretende calentar. Enseguida se busca una pequeña rama en forma de horqueta y, con ésta, se toma una piedra recién expuesta al fuego. Se introduce la piedra y la transmisión de calor actúan sobre el líquido,42 se hace lo mismo varias veces hasta obtener la temperatura deseada. Por supuesto, sería aventurado decir que específicamente esta práctica proviene de tiempos prehispánicos. Sin embargo, el calentamiento de líquidos en bolsas de piel está documentado en diferentes grupos del sur de Estados Unidos y del norte de México.43 Arqueólogos como Pablo Martínez del Río consideran que los grupos del norte de México, que
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no contaban con cerámica, hervían con este mismo procedimiento, pero usando cestas.44 Aunque en Nuevo León no se han encontrado cestas como las de Coahuila, no por ello se descarta su uso. Estas cestas fueron manufacturadas bajo la técnica de cosido en espiral, tal y como lo hacían la mayor parte de los grupos de Norteamérica.45 Tomando en cuenta lo anterior, para el arqueólogo se dificulta identificar las piedras que eran usadas en dicho proceso, ya que en determinados casos, cuando aparecían desperdigadas, se confundirían con las rocas de las fogatas o fogones. En otras palabras, no todas las rocas fracturadas y de formas angulosas, debido a la exposición al fuego que observamos, son necesariamente restos de fogatas o fogones, sino que algunas de ellas pueden ser rocas térmicas.46
Los cazadores recolectores utilizan el ingenio y la creatividad para suplir la ausencia de cierta cultura material, como en el caso de hervir agua sin cerámica.
Para tomar líquidos en lugares distantes de fuentes de agua, los indígenas del noreste tenían una estrategia que consistía en cavar un agujero de unos cuantos centímetros de profundidad en el suelo; luego colocaban pequeñas ramas en las paredes y el fondo, en seguida se machacaban varias tunas hasta llenar el hueco con el jugo extraído; para beberlo, se inclinaban y sorbían el líquido.47 Otro recurso para hidratarse durante las largas caminatas, según lo documenta un religioso del siglo XVII en Coahuila, era raspando los magueyes para tomar lo que se conoce como aguamiel.48 Al respecto, podemos mencionar que la extracción
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de aguamiel también está documentada al sureste de Monterrey, en la Sierra Madre Oriental. En distintos archivos históricos quedó constatado que algunos grupos se retiraban a la sierra a conseguir alimento para su subsistencia, y entre éstos se encontraba el aguamiel,49 lo que comprobó aún en la actualidad el arqueólogo Nance cerca del sitio La Calsada.50
En caso de que existieran cerros o laderas en condiciones para ser habitadas, los grupos indígenas del noreste ocuparon cuevas y abrigos rocosos.
El aguamiel todavía se acostumbra en el centro de México. En el noreste es diferente, pues se requiere que crezca en ciertas condiciones y a determinada altitud.
Los lugares de habitación Durante mucho tiempo, para nombrar al hombre que vivió hace miles de años se le llamaba cavernícola o troglodita. Lo cual, en principio, es verdad, pues las raíces de la palabra cavernícola indican el lugar donde habita.51 Sin embargo, también es cierto que este nombre se utiliza de forma despectiva, por ello hay que tomarlo en cuenta cuando nos referimos a cualquier grupo humano antiguo. De lo que no hay duda es que desde hace millones de años y hasta la actualidad, los homínidos y el hombre contemporáneo han aprovechado las cuevas como refugios naturales para resguardarse de los elementos atmosféricos. Estudiar la ocupación de abrigos rocosos o cuevas depende de la disponibilidad de información básica como formaciones orográficas con ciertas características morfológicas. Cuando no existen las condiciones naturales como las cuevas, los grupos humanos que viven en planicies y llanuras crean
otro tipo de habitación que debe ser fácilmente desmontable y movible.52 En el caso de los indígenas del noreste, aunque se cuente con el acceso a cuevas, también optarán por crear dichas chozas de acuerdo a las necesidades. Por ejemplo, si se trataba de una cueva pequeña y el grupo era grande o si los refugios rocosos estaban lejos del área que se iba a explotar, decidían crear sus propios refugios. En ocasiones se piensa que los indígenas locales no tenían el tiempo, la capacidad ni los materiales para la construcción de casas habitación. Pero debemos entender que para las sociedades nómadas, una casa hecha de materiales más sólidos no sería práctica, pues debían ser abandonadas en un periodo corto.53 Seguramente la vivienda común de los grupos que habitaron Nuevo León tenía como objetivo primordial brindar protección contra los elementos naturales, como el viento, la lluvia, la temperatura extremosa y, desde luego, los fuertes rayos del sol. Por esta razón, la casa habitación no buscaba añadir
Alonso De León consideró que las chozas de los grupos nativos de la región tenían forma de campana.
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Es posible que para la construcción de las chozas colocaran palos largos unidos en el extremo superior, posteriormente amarraban ramas de manera transversal, y por último las recubrían con pastos, carrizos, ramas o petates.
demasiados elementos que dieran prestigio o aditamentos estéticos, sino que debía ser sencilla, práctica y funcional. De ahí que, como señala Taylor, los grupos del noreste de México debieron hacer casas fácilmente movibles,54 transportables y, hasta cierto punto, desechables, pues parte de la materia prima usada en la construcción sería obtenida en los alrededores del campamento cada vez que cambiaban a uno nuevo, para evitar cargar lo innecesario. Debido a que el material para la manufactura de las chozas era perecedero, plantas y pieles, es lógico que no se hayan conservado restos. Sin embargo, de acuerdo a las crónicas, al menos para el siglo XVII, sabemos que la habitación era en forma de campana y el material era carrizo y zacate.55 Debieron ser semejantes a los tepes de otros grupos indígenas de Norteamérica56 y otras partes del norte de México.57 Para construir sus casas, primero se alineaban en el perímetro de un círculo varios postes de madera o quiotes de maguey, los cuales se sostenían con pequeñas rocas y/o se enterraban un poco en el suelo mientras que, en el extremo de arriba, todos los postes se unían y sujetaban con ixtle, formando una estructura cónica de alrededor de dos metros de altura. Luego, en el caso de las zonas semidesérticas, se colocaban de manera transversal ramas de ocotillo o albarda (Fouquieria splendens) las cuales pueden medir hasta varios metros de altura y son flexibles. En otras partes se utilizaban ramas aún
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verdes y delgadas de otros árboles y/o arbustos, porque era necesario doblarlas y adaptarlas a la forma curva alrededor de toda la estructura. Posteriormente eran amarradas con cuerdas de ixtle, quedando alrededor del entramado reticular, formado por los postes verticales y las ramas horizontales. Por último se cubría con ramas de follaje, carrizos, pastos, hojas de sotol (Dasylirion texanum) y, en algunos casos, se extendían petates y esteras. En cuanto a la fachada, según señalan las fuentes escritas, la entrada era pequeña y reducida. Asimismo, en la parte superior se dejaba un hueco sin cubrir para que sirviera como ventilación y dejara salir el humo, pues regularmente tenían una pequeña fogata al interior de la choza para iluminar durante las noches y calentarse en invierno. No sólo vivían en este tipo de habitación, pues esto dependía de la estación del año, el hábitat y la disponibilidad de recursos, por lo que en tiempos benignos, y en las áreas boscosas de las sierras o en los márgenes de ríos y arroyos, podían aprovechar la sombra de grandes árboles. En áreas semidesérticas también podían usar las ramas del ocotillo o albarda (Fouquieria splendens), sin la necesidad de arrancarlas, pues son largas, delgadas y flexibles, por lo que podían crear refugios eficientes. Cuando las condiciones naturales del territorio lo permitían, es decir, si existían lomas, cerros con cuevas y refugios rocosos, éstas también funcionaban como habitación, tal y como lo constatan de-
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en el estado, así como evidencia de sedimentos, artefactos, restos de flora y fauna para poder determinar la época del año en que se solía utilizar cada una de ellas. También es importante comparar los datos de la investigación de campo con información documentada, por ejemplo, se sabe que ciertas aves como las grullas y algunas especies de patos son especies migratorias que llegan sólo durante el invierno.59 Entonces, de encontrarse restos óseos de especies migratorias y evidencia en el trabajo de campo de haber sido consumidas como alimento, el investigador puede saber si el sitio estuvo ocupado precisamente durante determinada época.60 En lo que se refiere al interior de las habitaciones, su disposición y contenido de utensilios dependía, si se trataba de una choza o una cueva, de las posibilidades del espacio, por lo que muchas tareas se llevaban a cabo al exterior. En el caso de las chozas, resultaría incómodo y hasta peligroso manufacturar artefactos de lítica en su Las ramas de oculello o albarda (Fouquieira splendens) también podían utilizarse para forinterior por no tener buena visibilimar un refugio cuando el tiempo así lo permitía. dad, además, las lascas y los desechos 58 de talla son aristas cortantes y filosas cenas de sitios registrados en la entidad. También las formaciones geológicas con cualidades térmicas y quedarían esparcidas en el suelo. Por su parte, en el caso de las cuevas, existiría un espacio más adelas convertían en lugares cómodos de residencia. La selección de vivienda estaba condiciona- cuado, incluso en el caso de las pequeñas chozas se da a las necesidades del momento, si bien las chozas dificultaría la manufactura de artefactos de madera o podían ser más frágiles, eran más adaptables al es- cestería que requieren espacios más amplios y abierpacio. Por otra parte, la cueva tiene la desventaja de tos. Lo mismo se puede decir de otras actividades, que el espacio está delimitado por la misma forma- como el trabajo de destazar a las presas de cacería y ción geológica. Su capacidad de albergue es redu- curtir la piel, pues estos procesos suelen realizarse cida, mientras que las chozas podían refugiar a los en la periferia de las áreas centrales.61 Concluimos individuos que se deseaba. Podemos concluir que, que las actividades variaban de acuerdo a la estade acuerdo a la estación del año o características del ción climática y a la distribución geográfica, así, área, un mismo grupo podía habitar en distintos una actividad podría realizarse o no, dependiendo lugares, usando tanto las cuevas como los campa- de la iluminación con la que se contaba para llevarla mentos a cielo abierto. Es necesario analizar las ca- a cabo.62 Las labores en la cuevas se realizaban en racterísticas de cada sitio y su ubicación geográfica lo que se conoce como terrazas y taludes, ya que la
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erosión puede alterar y mezclar los artefactos, de ahí que resulte complicado relacionarlo con el interior de la cueva.63 A su vez, el arqueólogo Binford considera que un mismo grupo puede actuar distinto según la época del año; apunta que quienes habitan en cuevas, en invierno se colocan de manera paralela al fondo del abrigo rocoso para aprovechar el calor asimilado por la roca durante el día. Mientras que en verano, el lecho se colocaría de manera perpendicular al fondo rocoso y la cabeza alejada de éste, para así evitar la irradiación del calor.64 En lo que respecta al dormitorio, ya sea en las cuevas o a cielo abierto, usaban pieles tendidas en el suelo como lechos y fibras o heno como almohada,65 desde luego, lo anterior es complicado encontrarlo y constatarlo en la evidencia arqueológica, ya que se trata de materiales de rápida degradación. Sin embrago, sí es posible encontrar ciertos objetos arqueológicos en las cuevas y establecer su relación con la conducta de sus habitantes, quienes suelen tener al lado de los dormitorios vertederos con huesos que son los restos de alimentos consumidos, así como fragmentos de artefactos que limpiaban, reparaban o mantenían en buenas condiciones.66 Si se toma en cuenta la afirmación de De León; de que en cada vivienda habitaban de 8 a 10 personas en promedio, entonces la población, según el tamaño de los campamentos, oscilaría entre 100 y 500 individuos. De acuerdo a las fuentes escritas, estos grupos se congregaban generalmente en
conjuntos de 15 viviendas en disposición lineal o en media luna, fortaleciendo el acceso al campamento en caso de que hubiera conflictos bélicos. Entonces, podemos suponer con suficientes bases que esto respondía a ciertas normas y restricciones establecidas previamente, ya que sabemos que los pueblos cazadores siempre acampan bajo un orden.67 De ahí que se distribuían las chozas de acuerdo a los miembros que las iban a utilizar. Pero, volviendo de nueva cuenta con la descripción que hizo De León, algunos arqueólogos consideran que en el caso del noreste de México, este tipo de campamentos era una excepción, ya que casi siempre eran más pequeños.68 Pues, debido a que su economía se basada solamente en lo que les brindaba el medio ambiente, es por ello que en ciertas épocas del año o lugares específicos sería posible que se reunieran varias bandas formando un conglomerado mayor. Efectivamente, en condiciones normales, entre los cazadores, los campamentos suelen ser pequeños y transitorios.69 Se trata muchas veces de ocupaciones efímeras,70 pues como están manufacturadas con material perecedero, difícilmente dejan vestigios arqueológicos,71 en ocasiones sólo dejan ciertos pozos en el suelo y algunas piedras alrededor.72 Es por ello que la labor de investigación se dificulta, ya que, si al tamaño reducido de los campamentos sumamos que sólo contamos con huellas casi imperceptibles, resulta complicado determinar el lugar donde las chozas fueron levantadas. No obstante, existen otros elementos que pueden ayudar para identificar los campamentos. Uno de ellos lo estudia la arqueóloga González, quien trabaja la misma línea de investigación que el arqueólogo John Yallen. González señala que el número de fogatas podría ser indicador del número de grupos y su forma de organización, es decir, grupo primario o unidad familiar.73
Los recorridos diarios y el traslado del campamento Alonso de León afirmaba que en cada habitación indígena habitaban de 8 a 10 personas.
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A lo largo del tiempo y a lo ancho del mundo, han existido grupos nómadas que son pescadores, pastores y hasta practican cierta agricultura.74 Cuando
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Algunos investigadores consideran que el número de fogatas podría indicar, de manera aproximada, el número de familias y personas que ocuparon un sitio. Fotografía: Eric Lara.
el hábitat cuenta con recursos naturales abundantes, posibilita que un grupo de cazadores-recolectores cambie su comportamiento migratorio y opte por el asentamiento; pero sólo en casos excepcionales sucedió así, la mayoría de los grupos de cazadoresrecolectores son nómadas y requieren de una constante movilidad. Tal es el caso de los grupos de Nuevo León, pues aunque en el sur de la entidad se han encontrado sitios, no eran refugios transitorios sino semipermanentes.75 Las evidencias siguen sin ser concluyentes y podemos pensar que se trataba de grupos que practicaban un seminomadismo. Lo anterior significa que, para satisfacer sus necesidades, se requiere utilizar un espacio enorme durante un tiempo considerable.76 Por lo que un sitio sólo es una información parcial, los sitios de grupos nómadas de cazadores-recolectores no deben estudiarse de manera aislada, sino vinculada. Se deben localizar y relacionar los sitios con el comportamiento del grupo, según las necesidades vitales y gestiones de satisfacción, pues sólo así es
posible tener una idea global de las distintas actividades realizadas.77 En otras palabras, las actividades de este tipo de grupos están estructuradas en una serie de sitios, y no sólo en uno.78 De acuerdo al arqueólogo Bruce Trigger, a mediados del siglo XX, la arqueología adoptó nombres y términos de la cultura ecológica, utilizando designaciones como nomadismo, nomadismo restringido, nomadismo en torno a un centro y otros conceptos similares.79 Debido a esta influencia, el investigador Taylor propone, en 1964, el nombre de nomadismo enclaustrado para referirse a la movilidad de los grupos nómadas de Coahuila. Taylor conjetura que este nomadismo estaba determinado por las fuentes de agua, por lo que podemos pensar que habría áreas más ocupadas que otras, es decir, debido a la gran distancia que hay entre las fuentes de agua, en ciertas áreas existirá menos evidencia arqueológica,80 pues son espacios más de tránsito que de habitación. Tomando en cuenta la importancia del agua, y en mayor medida en las regiones más áridas, la
Existen distintos modelos que han sido creados por antropólogos y arqueólogos respecto a la movilidad y estacionalidad de los grupos nómadas. En ellos se trata de inferir posibles rutas seguidas y recursos aprovechados de acuerdo al hábitat.
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Aunque evidentemente se trata de otras condiciones ecológicas, en el presente aún se puede ver la diferente vegetación existente en Nuevo León. Por ejemplo, la parte norte de la Sierra Madre Oriental (Chipinque) es mucho más húmeda que la parte sur.
distribución de las fuentes acuíferas debió ser un criterio de gran importancia para decidir el lugar del campamento.81 Por ello, quienes habitaban en áreas semidesérticas debían poseer un conocimiento de cómo encontrar agua, al igual que ocurre con los nómadas de Australia o África.82 Lo anterior indica que, para acampar, debían elegir lugares con fuentes de agua cercana, ya sea ríos, arroyos, ojos de agua, lagunas y, en época de secas, hasta tinajas naturales de piedra o charcos donde se acumulaba el agua por varias semanas o
El papel de las fuentes de agua debió ser un criterio por demás importante para planear el movimiento de los grupos nómadas.
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meses. Por supuesto, esto podía variar por las condiciones del medio ambiente y las diferentes zonas
También los arroyos debieron servir en algún momento para favorecer los asentamientos humanos. Fotografía: A. Narváez.
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explotables que existen en el noreste de México, guajolotes y jabalíes, la cual es relativamente más ya que las condiciones difieren en la Sierra Madre sencilla. Los conejos y liebres son presas de oportuOriental o en la llanura costera del Golfo, de ahí que nidad, los guajolotes y patos es una caza de acecho, debemos estudiar el recorrido de los campamentos por lo que no se requeriría mayor desgaste físico ni caminar grandes distancias. La caza de especies más de acuerdo a estas posibilidades. Si tomamos como punto de partida el cam- grandes requería expediciones más amplias, invertir pamento, hombres y mujeres recorrían varios kiló- mayor tiempo de investigación y organización, pues metros durante el día para buscar alimento y materias primas necesarias, para después volver. La cantidad de territorio que debían explorar seguramente variaba dependiendo de la estación del año y de las condiciones ecológicas de los alrededores; por lo tanto, la caminata sería de mayor o menor distancia de acuerdo a la cantidad de alimento disponible y las fuentes de agua. Aunque podía haber excepciones, la distancia recorrida en cada salida de recolección de raíces, frutos, y semillas debía ser tal, que permitiera el regreso el mismo día. Es decir, en el caso de que partieran por la mañana, debían regresar al atardecer o al anochecer,83 ya que la posibilidad del desplazamiento está limitada por la carga y por las actividades a realizar en el transcurso de un día.84 En el caso de Monterrey y sus zonas colindantes aunque hay poca evidencia arqueológica, es factible pensar que debieron existir estos sitios, ya que debió tener gran El espacio que hoy ocupa Monterrey y las demás ciudades contemporáneas, ha sido importancia el acceso al río Santa Catarina, sumamente alterado y modificado por el ser humano. Por ello, hay que tratar de dejar atrás esa imagen para inferir las condiciones del antiguo ambiente. los ojos de agua, el arroyo del Topo Chico, el río La Silla y otros escurrimientos y coa veces debían seguir a las presas durante varios días rrientes de agua85 como el río Pesquería y el río San y muchos kilómetros subir cerros pedregosos e inJuan. Incluso, ya en la Colonia, encontramos datos ternarse en cañadas. Por ello, en el caso de las parque mencionan estas fuentes de agua. Esta información es de utilidad para conocer las condiciones ecológicas que existían en el pasado, así como las necesidades de subsistencia y la capacidad de los grupos para satisfacerlas. Asimismo, proporciona información de las características distintivas de una colectividad, permitiendo reconstruir de manera hipotética el hábitat y la forma de vida del pasado. Por otra parte, en el caso de la cacería, podríamos dividirla al menos en dos, aquélla dedicada Otra forma para obtener fuego con un trozo de madera y una vara es hacer la fricción con la ayuda de un arco. a especies pequeñas como liebres, conejos, patos,
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tidas de cacería, las rutas seguidas serían diferentes, pues podían cazar y regresar o, por otro lado, podían cazar, procesar la carne para evitar su putrefacción y continuar cazando antes de volver al campamento base.86 Seguramente debían dormir en los puestos de caza.87 Entonces, entre un campamento y otro, es posible que no fuera suficiente un día para recorrer dicha distancia, por lo que era necesario que se detuvieran para descansar y continuar al día siguiente. Incluso improvisarían un campamento para pernoctar que, desde el punto de vista arqueológico, se caracterizaría por una baja densidad de artefactos.88 Existen algunos datos importantes que están asociados con la movilidad de las sociedades de Nuevo León. Por ejemplo, tenían una gran facilidad para hacer fuego en cualquier parte, por medio de fricción rotatoria de un palo delgado sobre un trozo de madera plano,89 probablemente de quiote de maguey, como los que se han encontrado en algunos sitios de Coahuila.90 Para que las chispas comenzaran a encender una llama, los indígenas de Nuevo León debían colocar, junto al punto de fricción, material que fuera de fácil y rápida combustión, como pastos delgados o fibras de ixtle bien secas. Éste es el método para hacer fuego más frecuente en distin-
El fuego seguramente sirvió para muchas cosas: para calentarce en temporadas invernales, para preparar alimentos y algunos otros usos que aún se investigan.
Existen distintas formas de hacer fuego, muchos grupos humanos lo alcanzaban haciendo fricción de distinta forma entre un palo delgado y una tablilla plana, casi siempre de distinta madera.
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tos grupos humanos, el cual consiste en sujetar en el suelo una pieza de madera llamada hogar, la cual debe ser suave y de forma aplanada; mientras que se hace girar rápidamente otra pieza, que suele ser un palo de una madera rígida y más dura.91 Sin embargo, el hecho de que tuvieran la capacidad de iniciar fuego de manera rápida, no significa que lo hicieran continuamente. Sino que, muy probablemente, una vez iniciado el fuego tratarían de conservarlo el mayor tiempo posible, y esto no necesariamente con lumbre, sino que era suficiente mantener las brasas, pues al mantener un carbón encendido, sería más fácil reavivar el fuego que iniciarlo de nueva cuenta. Es por ello que De León menciona que en el interior de las chozas tenían siempre un poco de fuego.
En la actualidad, en la región noreste y otras partes de nuestro país, se utiliza un artefacto conocido como guajaca, mismo que sirve para cargar objetos.
Las representaciones pictóricas de grupos indígenas que habitaban el norte de nuestro país, muestran muchas veces un elemento muy parecido a las guajacas.
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El cambio de campamento Después de varios días o semanas de habitar en un lugar, debían cambiar el campamento. El tiempo que permanecían en un lugar dependía de distintas variables, principalmente debían trasladarse antes de agotar los recursos existentes en los alrededores. Antes de que eso sucediera, tomaban todas sus pertenencias y se cambiaban a otro lugar que, salvo excepciones provocadas por imprevistos, se trataba ya de un lugar conocido. Para trasportar la carga, al menos para el siglo XVII, tenían unos artefactos que en la obra de De León los llama cacaxtles de red,92 esto es un vocablo tomado de la lengua ná-
En el sur de Texas y el norte de Coahuila y Nuevo León está documentado un grupo indígena denominado cacaxtles, que es un vocablo náhuatl para referirse a cierta red para cargar.
huatl. Este artefacto, como otros instrumentos y elementos arqueológicos, no era exclusivo de los grupos del noreste, sino que se extienden en tiempo y espacio. Ejemplo de ello fue un grupo indígena que habitaba al norte de Coahuila y sur de Texas, que fue conocido precisamente como los cacaxtles.93 En el códice florentino encontramos la representación iconográfica de un artefacto muy similar. No se conoce desde cuándo fue utilizado este instrumento, pero es posible que haya existido desde mucho tiempo atrás. Los cacaxtles eran una especie de canastos en forma ovoide utilizados para cargar y trasladar cosas, los cuales eran elaborados con ramas de uno o dos centímetros de diámetro.
Se utilizaban colgados en la espalda, sostenidos de la frente por medio de una correa, de manera parecida a un mecapal.94 Actualmente, en Nuevo León y otras entidades del norte de México, como en Coahuila, San Luis Potosí y Chihuaha, se sigue elaborando un artefacto muy similar, el cual es conocido como oaxaca o guajaca.95 En este artefacto colocaban gran parte del menaje doméstico, lo que facilitaba su transportación durante el cambio de campamento, y seguramente depositaban lo obtenido en la recolección que hacían de manera cotidiana. Incluso, en algunos casos, está documentado que a los niños pequeños que aún no caminaban por sí mismos, además de ser cargados sobre los hombros, eran colocados en los mencionados armazones de palo y red.96 Ahora bien, para continuar analizando el traslado del campamento, creemos conveniente hacer referencia a una cita del siglo XVII que, presuntamente, describe un campamento de los indígenas de Nuevo León: Es gente muy puerca; no usan el barrer y toda la porquería está, así en el rancho como fuera de él; y es vergüenza y causa asco y horror llegar a una ranchería, según las inmundicias que hay y hedetina; pues suele un hombre apenas hallar dónde poner el pie.97 Resulta necesario hacernos la misma pegunta que con otras aseveraciones de los cronistas: ¿qué tan cierta es dicha imagen? Y, concretamente, ¿cómo debemos tomar la descripción del campamento? Para esclarecer estas interrogantes creemos que no se puede dar una sola respuesta, pues tiene al menos dos aspectos que es necesario analizar. El primero de ellos tiene que ver con cuestiones subjetivas y de apreciación, y la otra está relacionada con los cambios sufridos en la movilidad de los grupos indígenas tras el contacto con los europeos. Respecto a lo primero, podemos tomar el adjetivo despectivo con el que señalaba a los indígenas locales De León, cuando se refería a ellos como gente muy puerca. En el ejemplo anterior se reconoce en De León un prejuicio etnocéntrico, muy común de la mentalidad de su época, lo cual refleja una percepción distinta de los hábitos de limpieza. Por ello hay
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que echar mano de la subjetividad cultural y de los estudios antropológicos y sociológicos para conocer cómo el ser humano desarrolla sus hábitos de higiene, según sus necesidades sanitarias, adaptándose al medio ambiente así como a sus concepciones culturales y religiosas. Las costumbres de limpieza, como aquello que designamos como basura, son una consecuencia lógica de las actividades humanas, es decir, construcciones culturales. El criterio de selección y las categorías de valor son distintos en cada sociedad, ya sea contemporánea o de épocas anteriores. En este sentido, el investigador debe saber que la disposición y ubicación de los desechos dependen del tipo de sociedad y de su particular concepción de limpieza.98 Los estándares sobre limpieza pueden variar al interior de una misma sociedad dependiendo de la época del año.99 Éste sería el caso de sociedades cazadoras-recolectoras del noreste mexicano, quienes dada su condición nómada, el comportamiento frente a sus desechos era distinto cuando recién lle-
gaban a instalar su campamento que cuando faltaba poco tiempo para trasladarse a otro lugar. También existe la posibilidad que los indígenas del noreste que describe De León continuaban con la misma conducta respecto a desechar su basura, pero ya no se retiraban del lugar en el mismo periodo de tiempo en que acostumbraban, sino que, al perder movilidad y quedarse más tiempo en un lugar debido a las presiones coloniales o por habitar cerca de los españoles, tenía como resultado que los desechos se acumularan más de lo ordinario.100 Al trasladarse, dejaban tras de sí muchas cosas, además de restos de comida, como huesos y plantas; quedaban restos de carbón de las fogatas y fogones, objetos quebrados o dañados, y otros más que habían olvidado. No todos ellos eran inservibles, sino que dejaban algunos objetos como los metates y las manos para moler, pues por su peso y dimensiones debieron ser abandonados de manera temporal para posteriormente ser reutilizados.101 En consecuencia, desde el punto de vista arqueológico, sabemos que la probabilidad de encontrar los metates y las manos para moler, justo o muy cerca del lugar donde fueron utilizados, es muy elevada.
El caballo y la movilidad entre los indígenas De acuerdo a las fuentes escritas, un indígena conocido por el nombre de Cabrito encabezó los grupos de resistencia en el siglo XVII a través de movilizaciones armadas en los asentamientos españoles. Cabrito, antes de morir, organizó a los rebeldes y formó un consejo, les recomendó a los indígenas
Para los españoles, el caballo fue un elemento de vital importancia para la conquista del continente americano. En la imagen, bocetos de caballos en un documento referente a equinos en la hacienda de Mamulique siglo XVIII.
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Además de los caballos de los españoles que dejaban pastar en amplios terrenos aledaños a las haciendas, existían animales que vivían libres y que no poseían dueño.
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que lo apoyaban una táctica específica: si deseaban vencer a los españoles, había que quitarles todas las bestias.102 Mejor dicho, y tal como señala Santiago Roel, si querían vencer al enemigo, había que quitarles “todos sus caballos”.103 En retrospectiva, a la luz de los conocimientos actuales de la antropología y la historiografía, creemos que las tácticas subversivas aplicadas por Cabrito eran acertadas. Ya que él reconoció la importancia militar de los equinos en los enfrentamientos bélicos entre indígenas y españoles. Desde épocas tempranas, el caballo desempeñó un papel fundamental en las invasiones en el viejo mundo.104 Se ha escrito acerca de la relevancia del caballo como un elemento clave para entender la conquista y colonización en el continente americano
Si bien es cierto que hay evidencia documental respecto a que los indígenas del noreste hayan montado a caballo, al parecer, en su mayoría se trata de ciertos individuos con privilegios o aliados a los españoles.
por parte de los españoles. Existen investigaciones en torno a los pueblos nativos de Norteamérica, particularmente los de las grandes llanuras en épocas poscontacto. Antes de la presencia de los europeos, los indios usaban perros para trasportar su menaje doméstico, éste fue sustituido por el caballo, que incrementó el éxito en la caza del bisonte.105 Asimismo, antes de la presencia del caballo en las praderas, las guerras eran esporádicas y casi nunca sangrientas, y este animal proporcionó nuevos medios para llevarla a cabo.106 Lo anterior fue un agente de cambio, el cual se manifestó en muchos sentidos, por ejemplo, la costumbre de enterrar a los muertos con
todas sus pertenencias se modificó drásticamente, ya que el caballo era considerado un bien muy valioso, algunos individuos llegaban a tener decenas de caballos.107 Es de sobra conocido el caso de los comanches, un grupo que se adaptó de manera rápida a los cambios producidos por la presencia de los europeos, y particularmente usaron el caballo. Muestra de ello es la repentina aparición de varios vocablos diferentes para designar los distintos tipos y colores de los caballos.108 Incluso, estos cambios culturales no sólo repercutieron en lo económico y lo material, sino que toda la cosmovisión fue influenciada por elementos externos. Podemos corroborar lo anterior con los grupos apaches-lipanes de Texas, que en épocas tardías penetraron a lo que hoy es territorio mexicano y para quienes era tabú comer carne de caballo o mula.109 Lo que quiere decir que la aparición de dicho tabú obviamente tuvo que ocurrir relativamente en poco tiempo. Al sur de los Estados Unidos ha existido un interés por investigar aquello relacionado con el caballo, para esclarecer su papel en las migraciones de las grandes culturas nómadas ecuestres de las planicies, las cuales se extendieron durante el siglo XIX no sólo sobre gran parte de Norteamérica, sino el norte y noreste de México. En Nuevo León se ha documentado y analizado poco este tema. Aunque existen investigaciones en torno a la ganadería, y se menciona de manera implícita la relación ganado/indígena,110 no se ha analizado la perspectiva indígena. A finales del siglo pasado, Carlos Manuel Valdés planteó este tema, mismo que había sido pasado por alto con anterioridad en la historiografía regional.111 Por esta razón, es interesante estudiar la función del caballo en la vida cotidiana de la región. Durante la Colonia habrá múltiples quejas de los hacendados, al señalar que los indígenas estaban robando su ganado. Y no sólo el ganado mayor (reses) y menor (cabras y ovejas), sino los caballos y las mulas.112 En efecto, existen datos acerca de que los grupos indígenas se llevaban caballada.113 Las fuentes documentales indican que los indígenas entraron muy fácilmente en contacto
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directo con los caballos, su uso más común era aprovecharlo como alimento y proveedor de piel, o utilizarlo como medio de locomoción. En otras partes del norte de México, hacia Coahuila, sabemos que existieron ambas posibilidades: llevarse caballos para comérselos, pero también para domarlos y montarlos.114 Esto mismo debió ocurrir en Nuevo León, la cuestión es hilar cabos para tratar de dilucidar cuál de los dos destinos tuvieron los equinos en la entidad. Por una parte tenemos a los indígenas que no participaban en las tareas de las haciendas, seguían en libertad con una economía sustentada en la caza y la recolección, y optaban por hacer de los caballos sus piezas de caza. Existe un documento en el Archivo Municipal de Monterrey que refleja la forma en que el indígena se concebía en el entorno que lo rodeaba, también describe su organización social y económica, así como sus costumbres y procesos de manufactura para aprovechar los recursos naturales. El documento de 1668 muestra la relación que los grupos nativos de la región mantenían con los españoles, el texto hace referencia a hurtos realizados por los indígenas de animales como reses, ovejas, cabras y caballos. Los españoles comentan la situación de la siguiente manera: ...son incapaces de toda razón, no distinguen lo bueno de lo malo, no conocen la gravedad de los delitos. Y, en cuanto a lo llevado de las caballadas, lo hacen por entender que todos los bienes son comunes y que la naturaleza se los produjo en su misma tierra, como es su costumbre entre ellos.115 Evidentemente, como señala Del Hoyo, la presencia de ganado, desde su introducción en estas tierras, pronto comenzó a tener impacto en la vida de los indígenas al incluir dichas especies en su dieta.116 Lo anterior se puede verificar en diferentes épocas y lugares. En el sureste de Nuevo León se decía que los indígenas robaban caballos para luego matarlos.117 También se menciona el uso de los caballos y las mulas exclusivamente como alimento,118 y misma suerte corrían otros equinos, como los burros que hacían en barbacoa al sureste de Monterrey.119
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Habíamos señalado que ciertos instrumentos y objetos de origen europeo fueron integrados en la cosmovisión indígena.120 Así, los caballos eran considerados de manera semejante a los ancestrales venados: …el modo de procurarse casarse es haciéndose el novio o pretendiente de una buena caza de venado o liebres y también de caballos o mulas.121 En ocasiones les otorgaron cualidades mágicas, tal y como se puede notar en el siguiente pasaje: Entienden (los indios) que se les contagia la agilidad de los animales comiendo sus carnes; y así comen de las bestias mulares y caballares por ser más livianas. Lo más común en ellos es comer venado.122 También existen algunos casos de pinturas rupestres o petrograbados con figuras de caballo, aunque estas representaciones frecuentemente no son ecuestres. Sin embargo, las pinturas o grabados propias de los grupos de las llanuras de Texas serán, casi siempre, figuras de caballos acompañados de su jinete, muestra fiel de los cambios culturales que tuvieron tras la llegada de los europeos. Se cree que los indígenas se convirtieron en jinetes tratando de escapar de los asentamientos españoles, se familiarizaban con los caballos y aprendían a montar.123 Esta opinión la comparten otros investigadores, por ejemplo, David Adams, quien enfatiza que los indios fugados de las haciendas, debido a su experiencia como esclavos, poseían más conocimiento acerca de la vulnerabilidad de los asentamientos españoles.124 En la segunda mitad del siglo XVIII, en el sureste del estado, se dice que al ganado que se llevaban los indígenas les cortaban las orejas para su conocimiento,125 ya que al mutilarles las orejas se dificultaba que los animales fueran identificados, pues, además del hierro, era precisamente en las orejas donde se podía reconocer al propietario. En 1777, por el estado de Coahuila y al norte de Nuevo León, los tobosos y coahuilos se llevaban los caballos de los asentamientos españoles.126
Monterrey: origen y destino
Algunos documentos del siglo XVII, loca- algunos grupos, ya diezmados, se hayan agrupado lizados en el Archivo de Monterrey, dicen sobre los con otros, formando conglomerados heterogéneos indígenas que “muchos de ellos, por ser ejercitados que se unían bajo la misma premisa: la resistencia. en andar a caballo, causan muchos y crecidos da- Como es el caso de los llamados malnombre, grupo ños, hurtando de unas partes a otras las bestias que que posiblemente se había conformado con indivihallan en el campo”.127 Esta situación la enfrentó duos de diferente filiación.131 Esto bien pudo ocurrir Martín de Zavala, entonces gobernador, prohibien- desde los primeros contactos. Sin embargo, en el siglo XVIII, e incluso a do que los chichimecos pudieran andar a caballo, pues de lo contrario serían azotados y se les quita- inicios del siglo XIX, podemos notar que la identificación de los grupos indígenas ecuestres es más rían los animales. Los caballos que habían escapado de las ha- concreta. Aparecen varios grupos de manera reguciendas o aquéllos que habían ya nacido en los mon- lar, uno de ellos son los ayaguas, a quienes se les tes, eran conocidos como mesteños y orejanos,128 y perseguía –entre otras razones– porque se llevaban durante gran parte de la Colonia debieron ser abun- caballos.132 Probablemente algunos grupos como los dantes. Por ejemplo, para el siglo XVIII, estos animales, según el gobernador Francisco Barbadillo, ayaguas, garzas y malnombre, ya muy diezmados, abundaban en la región, siendo tanto caballos como formaron a su vez alianzas con los grupos –nómamulas.129 De ahí que el mismo gobernador continua- das ecuestres– comanches, lipanes y carrizos, que ría con las prohibiciones a los indígenas para andar provenían del norte.133 En distintos documentos se les acusaría de eso, por lo que se les perseguiría, a caballo.130 Para los indígenas del noreste, el caballo, capturaría para ser enviados a prisión,134 donde además de un potencial medio de transporte, tam- morían.135 bién fue concebido como alimento. Según la información que se encuentra en los documentos, los La magia y el ámbito sobrenatural indígenas se llevaban caballos de los españoles para ser cocinados en pozos de barbacoa. Es cierto que No existen pueblos, por primitivos que sean, que existe material de archivo acerca de caballos usados carezcan de religión o magia. Tampoco existe, ha de con fines de locomoción, sin embargo, los datos re- añadirse de inmediato, ninguna raza de salvajes que copilados no son cuantitativamente suficientes ni desconozca ya la actitud científica, ya la ciencia, a pecualitativamente claros sobre los hábitos indígenas sar de que tal falta les ha sido frecuentemente atribuide utilizar este anida. En toda comunidad mal como medio de primitiva, estudiada por transporte. Si bien observadores compeesto no es un eletentes y dignos de conmento determinante fianza, han sido enconen la cultura de los trados dos campos, el grupos, sí influye sagrado y el profano. para entender el desarrollo histórico de Bronislaw Malos indígenas locales linowski, Magia, cieny su aparente extincia y religión ción. No obstante, Desde la época de la en los documentos Resulta sugerente que, a diferencia de lo que ocurre con las pinturas de grupos conquista y colonizade las llanuras de Texas, cuando existen representaciones de case puede identificar provenientes ballos en las pinturas o petrograbados de la región noreste, suelen estar aislados ción española, se tiene la posibilidad de que y sin jinete. la idea de que los gru-
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pos que habitaron Nuevo León no practicaban una religión y que no tenían creencias sobrenaturales: Todas las naciones, así del Viejo como de este Nuevo Mundo, por bárbaras que hayan sido, han llegado a tener dioses a quien adorar y reverenciar; si no son las que han habitado y al presente habitan en el barbarismo de este Nuevo Reino de León.136 Esta afirmación hay que analizarla detenidamente. Es verdad que no contaban con una religión institucionalizada, tal y como la tenían los españoles y otros grupos indígenas que habitaban el centro y sur de nuestro país, pues entre los nómadas cazadores-recolectores que habitaron la región noreste no había sacerdotes ni dignatarios religiosos o templos donde practicar ritos específicos. Por eso los españoles consideraron que no tenían dioses ni religión.
No existen dibujos o pinturas coloniales sobre los mitotes en el noreste, pues sólo se conocen los grabados del siglo XVIII para el norte de Tamaulipas.
cos con petroglifos y pinturas rupestres que abundan en el desierto norteño, los todavía desconocidos patrones de sepultura y una gran cantidad de artefactos arqueológicos, son evidencia suficiente para demostrar que los cazadores-recolectores del norte de México no sólo tenían tiempo para destinarlo a las actividades de subsistencia, sino que invertían tiempo en otras actividades para lograr satisfacer las necesidades materiales del grupo. Una muestra de ello son las celebraciones que realizaban, en la cuales se reunía una gran cantidad de personas, y que son conocidas como mitotes. A la llegada de los españoles al norte de México, éstos traían consigo una imagen generalizada del indígena, lo que provocó que, ante fenómenos que a su juicio eran semejantes, aplicaran las mismas palabras para nombrarlo. Un claro ejemplo de ello es la palabra mitote, vocablo de origen
Existían distintos tipos de reuniones festivas y, algunas de ellas, al aparecer, eran celebraciones de carácter bélico.
No obstante, ello no significa que estos grupos carecieran de creencias sobrenaturales y de prácticas mágicas. Hay que señalar que sí existen elementos y artefactos arqueológicos propios del noreste y Nuevo León que sugieren una función ritual137 y un uso en cuestiones mágicas. Como todo grupo, los cazadores-recolectores del noreste de México decidieron ir más allá de la cotidianidad. La gran cantidad de sitios arqueológi-
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El arqueólogo Luis Aveleyra infirió que la parte superior del cerro de Chiquihuitillos, en Mina N.L., pudo haber sido un ejemplo de las áreas destinadas para celebrar un mitote. Fotografía: Eric Lara.
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Es muy factible que algunos petrograbados y pinturas hayan jugado un papel en celebraciones o rituales, pues distintos investigadores lo han planteado así. Fotografía: Eric Lara.
náhuatl que los europeos pronto adoptaron para designar determinadas celebraciones y rituales que realizaban los grupos cazadores-recolectores. Los mitotes se realizaban por distintos motivos y en distintas épocas. No se puede afirmar que existían fechas precisas para dichas reuniones, sino que muchas celebraciones estaban condicionadas por los ciclos naturales. La entrada aproximada del equinoccio de primavera, la aparición y desaparición de estrellas y el planeta Venus, así como la presencia de los primeros frutos, eran fenómenos que provocaban mitotes. De igual modo sucedía con fenómenos culturales, como el inicio de la guerra y la llegada de la paz eran motivos para hacer estas grandes reuniones. Los mitotes tomaron, además, otras funciones, por ejemplo, organizar alguna estrategia contra los españoles. Además, muchos de estos mitotes tenían la finalidad de crear alianzas matrimoniales al reforzar los lazos de parentesco entre distintos grupos. Por otra parte, como señala Valadez, quien a su vez coincide con Ruecking, creemos que, además del aspecto religioso, en dichas celebraciones estaba implícita una función económica, ya que estas celebraciones servían para que las sociedades de cazadores-recolectores de estas zonas intercambiaran artefactos, alimentos y materias primas.138 Poco se sabe arqueológicamente de los lugares donde se celebraban los mitotes, pero por los datos etnohistóricos, podemos pensar que se trataba de planicies y lugares llanos, pues por el número de participantes se necesitaban amplios espacios.139 Sin embargo, a partir de lo anterior, podemos suponer
algunas áreas en donde se pudieron llevar a cabo. Por ejemplo, en áreas asociadas a petroglifos y pinturas rupestres, pues aunque están sobre lomas o pequeños cerros, se les ha ligado con la ingestión de alucinógenos, danzas, cantos y gesticulaciones, o en otras palabras, con algún tipo de mitote. Además, en muchas ocasiones los grabados en las rocas se localizan a decenas o cientos de metros de lugares que muestran grandes concentraciones de rocas fracturadas por fuego y otros vestigios. Elementos arqueológicos que evidencian la presencia de grupos indígenas en el pasado son la existencia de hogueras, hornos y fogatas. Aunque es posible proponer algunos sitios donde realizaban los mitotes, para la arqueología aún resulta complicado afirmarlo con certeza.140 No obstante, el arqueólogo Aveleyra señaló que en ciertas áreas asociadas a pinturas rupestres o petrograbados en Coahuila y Nuevo León, se pudieron haber realizado mitotes sobre el cerro de Chiquihuitillos, en Mina, Nuevo León.141 Estos elementos arqueológicos suelen considerarse como parte de creencias sobrenaturales. Prácticamente todos los investigadores que las han abordado en Nuevo León coinciden en mayor o menor medida en que evidentemente los petrograbados y las pinturas rupestres están asociados al ámbito ritual.142 Tampoco debe confundirse que cada sitio tenía solamente una función; al contrario, el gran tamaño de muchos de éstos y la gran cantidad de rocas e imágenes grabadas, nos hacen pensar que los sitios servían simultáneamente para diversas funciones pues, desde nuestra perspectiva, sería un
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error el creer que una interpretación o explicación de ciertas figuras explican la totalidad del sitio. Analizaremos algunos aspectos relacionados con otras actividades y artefactos asociados al ámbito mágico religioso.
Las puertas a lo sobrenatural: ayuno, agotamiento físico y consumo de alucinógenos En realidad, aunque los prejuicios de los conquistadores concibieran a los mitotes como un caótico encuentro de indígenas, hoy podemos proponer con certeza que en realidad no había desorden, pues todo estaba permitido, o al menos todo aquello que para los españoles era un desorden: el excesivo consumo de alimentos y la ingestión de bebidas estimulantes y alucinógenos, las relaciones sexuales, los gritos, las gesticulaciones y los autosacrificios. No debe malinterpretarse lo anterior y pensar que los indígenas tenían este comportamiento en su vida diaria, pues en las sociedades de cazadoresrecolectores existe también una organización y una regulación social muy compleja. En otras palabras, era precisamente en estos encuentros cuando el individuo salía de la cotidianidad, pues al asistir a los mitotes había lugar para el desenfreno y la sociedad entera se permitía el exceso.143 Sin duda, estos grupos buscaban mantener lazos de comunicación con seres o eventos sobrenaturales con la finalidad de controlar los eventos cotidianos.144 Sin embargo, el ámbito sobrenatural no debió ser algo consuetudinario y al alcance de todos. Sino que muy probablemente había momentos específicos en los que se podía ingresar a él y entrar en contacto con las fuerzas sobrenaturales. Una forma en que muchos grupos de cazadores-recolectores mantienen contacto con lo sobrenatural es a través de lograr estados alterados de conciencia. Entonces uno de estos momentos sería los llamados mitotes, ya que la intención de estas ceremonias era lograr dichos estados de conciencia alterados para comunicarse con los seres sobrenaturales. Para entrar en trance, aplicaban distintas estrategias, una de ellas es el agotamiento físico, que si bien es cierto por sí solo puede conducir a
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un estado de conciencia alterado, hay que añadirle el ayuno, el cual en ocasiones se realizaba durante ciertos mitotes: Y era tal el temor que con estas amenazas había puesto este fiero adversario en esta engañada gente, que hubo una vez que los hizo estar bailando tres y cuatro días con sus noches, sin comer bocado delante de un ídolo en que se les aparecía, hasta que rendidos del trabajo y baile gentílico, caían en la tierra desmayados y medio muertos.145 Al ayuno y el agotamiento físico, que son dos medios para alcanzar el estado de conciencia alterada o visiones, podemos añadir la música, pues a través de sonidos constantes y repetitivos también es posible alcanzar dicho estado. Y si bien no sabemos con certeza si la música sirvió para estos fines entre los indígenas del noreste, sí sabemos que la música era una parte fundamental en la realización del mitote.146 Uno de los instrumentos utilizados eran las calabazas (o guajes), los cuales describiremos más adelante. También usaban otros instrumentos, como palitos con muescas que se raspaban a manera de güiros.147 Distintas fuentes coinciden en que era uno o varios ancianos quienes dirigían la danza, el canto y la música,148 elementos que formaban un todo bien articulado y que por sí mismos podrían servir para alcanzar un estado de conciencia alterado. Sin embargo, una de las estrategias más eficaces e inmediatas para lograrlo es el consumo de estimulantes y alucinógenos. Desde luego, el más conocido, pero no el único, es el peyote (Lophopora williamsii) y el frijolillo, frijol de mezcal, o también conocido como los colorines (Sophora secundiflora), cuya utilización al
El frijolillo (Sophora secundiflora) es un alucinógeno que esta reportado en contextos arqueológicos de Texas.
Monterrey: origen y destino
parecer es muy antigua, según algunos investigadores como Hester.149 Álvar Núñez Cabeza de Vaca, tras su naufragio y travesía, escribió: “beben cierta cosa y son grandes borrachos”, refiriéndose a ciertos grupos del sur de Texas y noreste de México en el siglo XVI.150 En Tamaulipas del siglo XVIII era una bebida hecha a base de mezquite151 (Prosopis sp.), maguey (Agave), tuna (Opuntia) o peyote (Lophophora williamsii), este último de gran veneración y fuertes efectos.152 Y de mezquite también hacían cierta bebida en Coahuila.153 Lo mismo ocurría con los indígenas de este estado, quienes consumían peyote en sus fiestas y bailes.154 Existe otro tipo de narcóticos y estimulantes que seguramente formaron parte de las provisiones de los mitotes, y que debió tener un gran valor simbólico, como el caso de “...una fruta como frijoles con que se curan y hacen sus bailes y fiestas”. 155 Probablemente se trata del frijol de mezcal (Sophora secundiflora), utilizado como narcótico.156 Igualmente importante debió ser el tabaco sil-
En el noreste de México se han encontrado pipas de piedras tubulares, que posiblemente tenían boquilla de hueso, como las encontradas en Texas.
vestre. Existen datos etnohistóricos y arqueológicos que denotan su utilización, como la referencia a que estos indígenas se emborrachaban con un humo.157 También está el vocablo quidajos, que identificaba a un grupo indígena de Nuevo León y que significa chupa tabaco.158 En las investigaciones de campo se han encontrado utensilios para consumirlo, como las pipas tubulares de piedra en la cueva de La Paila al sur de Coahuila159 y en Nuevo León. Por su parte, McClurkan, investigador que en los 60 llevó a cabo algunas excavaciones en la parte sur de Nuevo León,160 también encontró fragmentos de pipas de piedra, en las que se fumaba tabaco. Además del ayuno y el agotamiento físico como vías para lograr el trance, los indígenas del noreste de México se valieron de distintas plantas, variando en gran medida por las condiciones de la flora local. Como estudiaremos más adelante, la ausencia de ciertas especies no era impedimento alguno para obtenerlo y consumirlo. El alucinógeno más utilizado por estos grupos indígenas era el peyote Lopohora williamsi, se trata de un pequeño cactus que posee fuertes alcaloides, por lo que tras su ingestión produce alucinaciones, de ahí que era utilizado en ceremonias o festividades. Este cactus, aunque se distribuye en gran parte del norte de México, también requiere condiciones climáticas específicas para su crecimiento. Las fuentes escritas indican que se organizaban expediciones para su recolección, o para conseguirlo a través del intercambio con otros grupos, que recibían a cambio flechas y pieles, tal y como señala De León.161 También José Hermenegildo Sánchez hace mención de indígenas de Tamaulipas que van en busca de peyote.162 ...se van trabando de las manos por la cintura los que bailan y haciendo círculo alrededor del fuego, que con este calor, los pistos que echan del pulque o del peyote que beben y las vueltas que ello dan, al cabo de mucho rato caen todos privados. Pero esto sólo para en alegría.163 El peyote y su consumo debieron ser tan importantes que hasta la extinción de estos grupos fue una práctica que no pudo ser erradicada, a pesar de los esfuerzos de los españoles. Existieron algunos
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intentos para prohibir su consumo, como el del gobernador Vicente González de Santianes: “Que no usen en los bailes que llaman mitotes la bebida del peyote ni otra que los embriague”. 164 Aunque se consumía de distintas formas, es probable que, al ser deshidratado, podía conservarse por más tiempo y trasladarse de un lugar a otro. Es de este modo como su consumo aparece en las crónicas, pues indican que, tras desecarlo, lo
El peyote (Lophopora williamsii) es una cactácea que posee fuertes alcaloides, por lo que tras su ingestión, produce alucinaciones, de ahí que haya sido usado por muchos grupos indígenas en el norte de México y en Mesoamérica para entrar en contacto con los seres sobrenaturales.
molían en metates o morteros. Posteriormente, al disolverlo en agua, creaban una bebida embriagante que se consumía al inicio de la celebración. Dicha bebida debió causar la pérdida del movimiento y un estado de alucinación en el cual los individuos comenzaban a tener visiones. Beben el peyote molido y deshecho en agua, la cual bebida embriaga; de manera que les hace perder el sentido, y se quedan, del movimiento y del vino, en el suelo como muertos.165 Gracias a las condiciones del medio ambiente desértico se conservaron botones de peyote en las cuevas de Coahuila, que debieron ser transportados y cuidados por sus dueños.166 Es probable que el peyote se consumiera de distintas maneras y para objetivos diferentes. Por ejemplo, se mezclaba con huesos de alguna persona que había fallecido recientemente y así era apreciada.167
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Curanderismo y la parafernalia ritual Entre los indígenas de Nuevo León, como en otros grupos de cazadores-recolectores, existen personas con experiencia, sabiduría y habilidades distintas a las del resto del grupo. El grupo escoge a estas personas para que sean los depositarios de su bagaje cultural. Probablemente los ancianos fueron los encargados de entrar en contacto con lo sobrenatural y mantener el equilibrio y el orden, tanto social como natural. Aunque en literatura antropológica se le ha denominado a este individuo chamán, lo cierto es que dicho concepto también ha sido cuestionado y criticado. La palabra tiene como origen a individuos de una región de Siberia, y posteriormente los investigadores la han aplicado a distintos grupos humanos del pasado y el presente. Estos individuos descifraban el significado de los sueños e indicaban los buenos y malos augurios y el tipo de remedio que era necesario aplicar en cada caso. Otra de sus funciones era hacer curaciones, de ahí que se les haya denominado médico brujo o curandero, pues mezcla tanto curaciones físicas como psicológicas. En el caso de los grupos nómadas de cazadores-recolectores, la práctica de la medicina no es algo aislado, sino que integra conceptos mágicos y sociales.168 En efecto, sabemos que ciertos ritos practicados por los indígenas del noreste incluían no sólo el uso de ciertas plantas medicinales y remedios físicos, el aspecto psicológico era de gran importancia para que sanara el enfermo.169 Con base en datos documentales, se sabe que los indígenas del noreste podían experimentar deterioro en su salud debido a cuestiones no físicas, sino psicológicas. Ante tal situación, el afectado debía encontrar un pronto remedio, ya que el continuo estado de angustia le podía provocar un serio problema de salud.170 Probablemente esta era una de las razones por las que se tenía tanta precaución en disimular o no hacer obvios los lugares de enterramiento, ante la posibilidad de que las osamentas cayeran en manos de los grupos adversarios. Creemos que aquí resulta útil analizar lo que describió De León respecto al uso de medios
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mágicos para hacer curaciones, como el caso de los soplidos: Y todas sus curas paran en chupar la parte que duele, llevando escondido en la boca algún carboncillo, piedrezuela, espina o hueso; y luego van dando arqueadas, como cuando un perro quiere vomitar. Y con ellas y veinte regüeldos, hacen que aquello que llevaban escondido, sacan del pecho; donde con los chupetones se les había metido. Muéstranlo (sic) a la gente y al enfermo, y apartándose lejos a machucarlo entre unas piedras; y esto hacen tres o cuatro veces, y cada vez llevan a la boca lo que a mano pueden llevar; donde machucan lo que han fingido sacar.171 Por esto interpretamos que la enfermedad o el problema de salud del paciente debía materializarse, o sea, volverse tangible. Primero se hacía la extracción del mal del cuerpo del enfermo a través de la succión, enseguida era regurgitado, se le mostraba al enfermo y, por último, la enfermedad era pulverizada. Así, al recaer en una espina, piedra o pequeño hueso la dolencia del individuo era posible manipularlo y, por lo tanto, el mal podía ser desaparecido a través de medios físicos.172 Cabe mencionar que esta práctica es compartida por muchos grupos de Norteamérica.173 Todo esto nos remite a lo que Charles Coury y Laurance Girord llaman terapéutica del gesto, que consiste en realizar movimientos, danzas y cantos, buscando obligar a la enfermedad a salir, para atraparla y destruirla.174 Así como la succión realizada con la boca extraía la enfermedad, la exhalación o emanación de aire, a manera de soplo, introducía la salud. Esto ya lo mencionaba Cabeza de Vaca: “...porque ellos curan las enfermedades soplando al enfermo, y con aquel soplo y las manos echan de él la enfermedad”. 175 En lo que se refiere a las cosas tangibles, resulta complicado que el arqueólogo logre inferir cuándo un artefacto o un elemento tenía una función de carácter mágico o ritual. En muchas ocasiones, los objetos a los que no se les puede identificar su función práctica suelen ser denominados en la literatura arqueológica como artefacto ritual.176
Sin embargo, la evidencia arqueológica de la región, auxiliada por la analogía etnográfica y las fuentes escritas, puede sugerir la existencia de una serie de artefactos usados en contextos ceremoniales. Por ejemplo, las calabazas o guajes, los cristales de roca y cuarzos, ciertos fósiles y pequeñas piedras con dibujos hechos con incisiones. La calabaza o guaje se presume que pudo ser utilizada como objeto ritual, debido al uso que le daban los chamanes y por la presencia que tenían en festividades como el mitote. Asimismo, los cuarzos y cristales de roca también debieron ser considerados como objetos rituales, mágicos o religiosos, como lo sugiere el entierro humano encontrado en la Cueva de la Zona de Derrumbes. Otro objeto que también se relaciona con el ámbito ritual es las llamada piedra incisa.177 Se trata de una pequeña pieza de roca caliza y arenisca de grano fino, en cuya superficie presenta figuras manufacturadas a base de incisiones. Comparten ciertas medidas aproximadas en cuanto al largo, ancho y espesor; tiene un tamaño menor al de la palma de la mano, además, suele ser roca que debió ser elegida por sus características naturales, ya que casi siempre son semirectangulares, aunque también las hay cuadrangulares o triangulares, pero todas ellas son delgadas como tablillas. Una de las interpretaciones respecto al uso de estas piedras incisas es que pudieron ser versiones portátiles de los petroglifos.178 Si bien era imposible que los individuos llevaran consigo las grandes rocas, sí podían trasportar su versión en miniatura, pero, seguramente su uso estaba restringido sólo a unas cuantas personas, quizá sólo la podía poseer un individuo.179 Cabe mencionar que existen antecedentes de pequeñas piedras con motivos pintados o incisos que han sido encontrados en Texas y se les ha atribuido una antigüedad considerable, pues han aparecido en contextos del paleoindio o del arcaico.180
La antropofagia ritual Sin duda, existe cierto tabú respecto a la ingestión de restos humanos; en cualquiera de sus formas; la
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Los arqueólogos han encontrado en Nuevo León y Coahuila pequeñas piedras incisas, y de acuerdo a las hipótesis, se utilizaron con fines adivinatorios o como amuletos.
antropofagia suele poseer connotaciones negativas en nuestra sociedad contemporánea. Sin embargo, esta práctica ha ocurrido desde hace mucho tiempo y en diferentes lugares del mundo. En el caso del noreste de México, esta leyenda negra respecto al canibalismo inició por los escritos de De León en el siglo XVII, y fue continuada y alentada por muchos de los historiadores181 regionales: Entre esta gente de este reino es tan usado, que así del enemigo como del amigo la comen; con esta diferencia: que la del amigo comen en fiestas y bailes, a fin de emparentar con el difunto; la carne hecha en barbacoa y los huesos bebidos, y molido el polvo, en el diabólico brebaje de su peyote, con el que se emborrachan, como adelante diremos. Más la del enemigo la comen por vía de venganza.182 Para este tema es necesario recurrir a destacados antropólogos que han estudiado las prácticas alimenticias, como Marvin Harris, quien clasifica la antropofagia en dos distintas vertientes, la primera es el canibalismo funerario y la otra es el canibalismo bélico.183 Ambas formas se pudieron practicar
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en el noreste del país, sur de Texas y gran parte de Norteamérica.184 En cuanto al canibalismo funerario, hay que mencionar que es una práctica común entre muchos grupos de nómadas cazadores-recolectores, por que ingerían las cenizas, la carne carbonizada y los huesos triturados de los parientes muertos.185 Las fuentes escritas así lo confirman, pues tenían ceremonias fúnebres donde la ingestión era una manera de emparentar con el difunto: Una india ladina de hacia la sierra que llaman Tamaulipa la vieja, informándome de ella, me dijo que la carne del amigo la comían las mujeres de la ranchería, y los varones no; que los huesos sí bebían todos en común. También los huesos muelen en seco, medio quemados, y los revuelven con el mezquitamal.186 También se sabe que una de las costumbres era guardar la calota, o sea, la parte superior del cráneo para utilizarlas como plato para comer o como recipiente para beber líquidos.187 Sin embargo, desconocemos si se trataba del cráneo de los parientes o de enemigos, y si se trataba de un recipiente usado sólo en ciertas ceremonias, o si se hacía de manera cotidiana. Respecto a esto, hay que mencionar que cerca de San Rafael de los Milagros, entre las ciudades de Torreón y Saltillo, Coahuila, fue encontrada una calota con estas características, pero desgraciadamente no se conoce el contexto exacto y detallado del hallazgo, sino que fue reencontrada por los investigadores en las bodegas de un Museo de la Ciudad de México, sin saber su procedencia y forma de recuperación.
Los documentos coloniales mencionan que los indígenas del noreste utilizaban una parte del cráneo humano como recipiente. Dibujo: Jesús Rodríguez Almaraz.
Monterrey: origen y destino
Pero, ¿qué evidencias físicas tiene la arqueología regional de dichas prácticas de antropofagia? En el norte y oeste de Monterrey se cuentan con indicios de dicha práctica, como hallazgos en varios sitios de la entidad donde se han recuperado restos óseos totalmente fragmentados y sin orden alguno, lo que en primera instancia ha sugerido el previo desmembramiento corporal y la probable ingestión de la carne.188 Se ha inferido que la ingestión de carne humana se realizaba bajo ciertas circunstancias y no era parte de su dieta diaria. Sin embargo, aún es aventurado afirmar dicha situación, pues evidentemente, hay que tomar esto con cautela, debemos recordar que la ausencia de ciertos huesos, el aparente desorden de estos, los cortes y hasta las marcas de los mismos, no necesariamente indican la práctica del canibalismo.
Aunque aún es insuficiente, distintos arqueólogos han encontrado evidencia de entierros humanos en diferentes partes de Nuevo León, permite comparar los hallazgos con las fuentes escritas, para descubrir similitudes y diferencias culturales y temporales.190 Entre los entierros, hay algunos que se han encontrado cubiertos con pencas de lechuguilla (Agave lecheguilla) y formaban una especie de cubierta protectora de los huesos.191 Respecto a esto, cabe señalar que eso mismo ocurrió en el caso de la cueva de La Candelaria de Coahuila, donde los cuerpos enterrados evitan el contacto con el suelo y/o con otros cuerpos, por lo que los colocaban sobre artefactos de madera, palos, pencas de nopal y –como el caso de Boca de Potrerillos y otros sitios de Nuevo León– pencas de lechuguilla.192 Lo que, dicho sea de paso, algunos arqueólogos sugieren La muerte: sus ceremonias fúnebres y el pudiera tener un significado que va más allá de lo práctico y funcional.193 luto El enterramiento de individuos al parecer ocurría en todas las edades, pues se han encontrado A diferencia de las sociedades mesoamericanas del restos de infantes en diferentes zonas arqueológicas centro y sur del país, entre las particularidades de las de Nuevo León. Uno de estos casos es en la Cueva sociedades que habitaron lo que hoy ocupa el estade la Zona de Derrumbes. do de Nuevo León, las prácticas y usos en torno a la También los restos óseos humanos dan muerte revelan una concepción distinta de ésta.189 cuenta de la dieta que tuvo el individuo en vida; a través del desgaste de los dientes podemos apreciar, por ejemplo, si se alimentaba con semillas y pastos, acción que provoca un desgate considerable y característico de las piezas dentales. De igual modo, con la ayuda de antropólogos físicos, es posible reconocer posibles enfermedades, heridas o patologías que tuvo el individuo cuando En la antropofagia, aunque probablemente se llevó a cabo en el noreste, estaban involucrados aspectos rituales y mágicos. aún vivía.
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Los grupos indígenas en Monterrey
Aunque aún es necesario que se realicen más investigaciones arqueológicas en Nuevo León, poco a poco se sabe más de los antiguos pobladores de la región.
En cuanto a la forma de guardar luto, existen diferencias. En el caso de las mujeres, al fallecer el marido, hermano o hijo, se ponían en cuclillas con las manos juntas y emitían lamentos mientras se azotaban contra el suelo. Posteriormente se arrancaban el cabello de la nuca, la frente y el resto lo cortaban casi al ras. Los hombres repetían la misma operación pero sin desprender el cabello de la nuca. Conductas que coinciden en gran manera con la de
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otros grupos de cazadores-recolectores del mundo y de México.Por ejemplo, de acuerdo con fuentes históricas como Gonzalo de las Casas, sabemos que entre otros grupos de cazadores recolectores, como aquéllos que vivían en Zacatecas y Querétaro, se rapaban y pintaban el rostro de negro;194 lo mismo ocurría en Coahuila, donde se colocaban tizne en el rostro.195
Monterrey: origen y destino
Capítulo VI
11. Sahlins., op. cit. 1993. p. 48.
1. Binford., op. cit. 1972. p. 219.
12. Harris., op. cit. 1991. p. 29.
2. Harris., op. cit. 1991. p. 23.
13. En cuanto a la alimentación, podemos señalar que si bien la lactancia resulta obvia y natura, el periodo en el cual se realiza resulta ser netamente cultural. Es decir, desconocemos cuando ocurría el destete, pero, al igual que ocurre con muchos grupos nómadas, se debió prolongar varios años. Por supuesto, no sólo se practicaba por funciones nutritivas, sino que, como señala Marvin Harris, entre los grupos nómadas es una efectiva medida anticonceptiva, pues mientras la madre amamante al niño, existen pocas posibilidades para que se reanude la ovulación.
3. González Arratia, Leticia. “El discurso de la conquista frente a los cazadores recolectores de norte de México”. Antropología Número 29, INAH, México, 1990. p. 5. 4. Ramírez Almaraz, op. cit. 2003. p. 47. 5. Esto, de acuerdo a la estacionalidad, que algunos definen como: el conjunto de épocas diferentes que a lo largo de un ciclo anual natural determinan la presencia o ausencia de determinado objeto de trabajo animal o vegetal. González Arratia, Leticia. “Los petroglifos como sistema de representación visual: Algunas reflexiones sobre este tema”. TRACE, Número 21, México, 1992. p. 28. 6. Para comprender el uso del espacio, Leticia González Arratia define movilidad como: “…la forma de responder a las necesidades de reproducir los procesos de trabajo que integran el sistema productivo para lo cual se requiere de la ocupación de diferentes espacios geográficos que pueden ser ecológicamente similares o diferentes en términos de microambientes”. “Los petroglifos como sistema de representación visual: Algunas reflexiones sobre este tema”. TRACE, Número 21, México, 1992. p. XII. 7. Harris., op. cit. 1991. p. 23. 8. Bate., op. cit. 1998. p. 99. 9. Binford., op. cit. 1972. p. 220. 10. Fiedel., op. cit. 1996. p. 108.
14. Hayden, Brian. “Population control among hunter/gatherers”. World Archaeology, Volumen 4, Número 2, octubre, 1972. p. 208-209. 15. Del Barco, Miguel, 1988, Historia natural y crónica de la antigua California, Serie historiadores y cronistas de Indias UNAM., Instituto de Investigaciones Históricas, México. p. 202. 16. Pérez de Ribas., op. cit. 1944. p. 80. 17. Santa María., op. cit. 1973. p. 107-108. 18. Sahlins., op. cit. 1993. p. 48. 19. En efecto, como señala Ralph Linton, entre los grupos de cazadores: (…) todo grupo de familias incluye cierto número de individuos ancianos, niños pequeños y mujeres preñadas, que son menos activos que los hombres físicamente útiles. Por lo tanto, de esta situación depende en gran medida la movilidad del grupo. 20. Ramírez Almaraz, Jesús. ”La infancia entre los cazadores-recolectores El papel del niño en las so-
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Los grupos indígenas en Monterrey
ciedades nómadas del noreste de México”. Revista Internacional de Derecho y Ciencias Sociales, verano, 2005, Número 6, Universidad de Monterrey, p. 139-163. 21. Harris., op. cit. 1991. p. 29.
pleados como herramientas porque un guijarro manuable, que pudiera servir como martillo, ha de ser considerado como un universal tipo de he-rramienta humana. Ole Frank y Heizer, Robert F. Introducción a la arqueología prehistórica. México: Fondo de Cultura Económica, 1977. p. 231.
22. Sahlins., op. cit. 1993. p. 12.
35. Clark., op. cit. 1973. p. 39.
23. Service., op. cit. 1979. p. 20.
36. Herkovits Melville., op. cit. 1976. p. 82.
24. Taylor., op. cit. 1966. p. 167.
37. Kirchoff, Paul. “Los recolectores-cazadores del norte de México” El norte de México y el Sur de los Estados Unidos, tercera reunión de mesa redonda sobre problemas antropológicos de México y Centro América, Sociedad Mexicana de Antropología, México, 1943. p. 135.
25. Para R. A. Gould su obra, Living Archaeology, no es analogía etnográfica en el sentido estricto, sino una estrategia con nombre y características propias. Gould, R. A. Living archaeology. Cambridge Aty Press, 1980. p. 4.
28. Valadez., op. cit. 1999. p. 129. 26. Gould, R. A. Living archaeology. Cambridge Aty Press, 1980. p.70-72.
39. Álvarez Pineda., op. cit. 2002. p. 85.
27. Idem.
40. Alanís., op. cit. 1980. p. 112-113.
28. Schiffer, Michael B. Behavioral archaeology: first principles. Salt Lake City, University of Utah Press, 1995. p. 32.
41. La información se obtuvo gracias a los lugareños durante excavaciones realizadas en el municipio de Gral. Zaragoza, dirigidas por Consuelo A. Rivera (1998).
29. De León, et. al., op. cit. 2005. p. 20. 30. Aveleyra., op. cit.1956. p. 140.
42. En la actualidad, el líquido suele ser leche de cabra con que se alimentan los pastores.
31. Ibid, p. 139.
43. Rodríguez García., op. cit. 1998. p. 174.
32. Schiffer, Michael. “¿Existe una “premisa de pompeya” en arqueología?” Boletín de Antropología Americana, Número 18, 1988 (b) p. 15.
44. González Arratia., op. cit. 1992. p. 43.
33. Shalins, Marshall. op. cit. 1993. p. 47-48.
46. Varner, Dudley. An archaeological investigation of hearths in northeastern Mexico. Austin: Universidad de Texas, 1967. p. 29.
34. Hemos de tener cuidado de no presuponer que los huecos o piedras no modificadas no fueron em-
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45. Herskovits., op. cit. 1976. p. 290.
Monterrey: origen y destino
47. De León., op. cit. 2005. p. 135.
58. Sánchez., op. cit. 1980. p. 75, 183.
48. Pérez de Ribas., op. cit. 1944. p. 254.
59. Leopoldo, A. Starker. Fauna silvestre de México. México: Ediciones del Instituto Mexicano de Recursos Naturales Renovables, 1983.
49. Archivo Histórico de Monterrey R.C. Volumen 09, Expediente 16.
60. Ole y Heizer., op. cit. 1977. p. 144. 50. Nance., op. cit. 1980. p. 4, 15. 61. Binford., op. cit. 1980. p. 182. 51. Por ejemplo, arborícola, es un concepto que se les aplica a las especies que habitan en los árboles.
62. Litvak King., op. cit. 1986. p. 83.
52. Clark., op. cit. 1973. p. 199.
63. Manzanilla, y Barba., op. cit. 1994. p. 61.
53. Sahlins., op. cit. 1993. p. 48.
64.Binford., op. cit. 1980. p. 173.
54. Taylor., op. cit. 1966. p. 167.
65. De León., op. cit. 2005. p. 19.
55. Todavía para el siglo XVIII se menciona la existencia de casas de los indios hechas de estos materiales en gran parte del norte de México, como en un documento de 1772, donde se pretende evitar que los indígenas hicieran sus casas de zacate y carrizo y que las hicieran de piedra. AGN P.I. Vol. 152 Exp.2 Folio 158.
66. Binford., op. cit. 1980. p. 173.
56. Aunque los tipis más conocidos son los manufacturados por los grupos de las llanuras norteamericanas, y estaban hechos con pieles (de bisonte) en una estructura cónica, en realidad, su uso se extiene por gran parte del continente y existían variantes de distintos materiales. Sin embargo, como señala Pablo Martínez del Río, sabemos que: “El principio es siempre el mismo: unos palos colocados en círculo e inclinados hacia adentro, todos ellos atados en el punto de convergencia, del cual sobresale un poco; el revestimiento es a veces de pieles, a veces de corteza”. Martínez del Río, Pablo. Los orígenes americanos. México, D.F.: Secretaría de Educación Pública, 1987. p. 239.
68. Taylor., op. cit. 1966. p. 170.
57. Rodríguez García., op cit. 1998. p. 161.
75. Rivera., op. cit. 2003. p. 56.
67. El campamento de cualquier grupo cazador tiene por lo general un patrón preciso de arreglo, según el cual ciertas familias vivirán siempre muy próximas unas de otras, y otras siempre en un extremo del campamento. Linton, 1985. p, 214.
69. Ole y Heizer., op. cit. 1977. p. 273. 70. Taylor., op. cit. 1966. p. 168. 71. Hester., op. cit. 1980. p. 153. 72. Childe, Vere Gordon. Introducción a la arqueología. México: Fondo de Cultura Económica, 1977. p. 74. 73. González Arratia., op. cit. 1992. p. 20. 74. Taylor., op. cit. 1996. p. 167.
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Los grupos indígenas en Monterrey
76. Binford., op. cit. 1980. p. 125. 77. Manzanilla, y Barba., op. cit. 1194. p. 43.
ra, Provincias de Texas, Nuevas Philipinas. (1739). Monterrey, N. L. México: ITESEM, Serie Historia número 10, 1969. p. 65.
78. González Arratia., op. cit. 1992. p. 67.
90. Aveleyra., op. cit. 1950. p. 144.
79. Ramírez Almaraz, Jesús Gerardo. “Petroglifos y Pintura rupestre de Nuevo León”, Ponencia presentada en el Primer seminario de petrograbados del norte de México: “Los petroglifos un paradigma de investigación, CONACULTA-INAH, DIFOCUR, Universidad Autónoma de Sinaloa, Mazatlán, Sinaloa, Diciembre.
91. Herskovits., op. cit. 1976. p. 281.
80. Binford., op. cit. 1980. p. 7.
95. Torres Cabello, Olivia y Farfán Moralesm Olimpia. “Antropología en Nuevo León”. La Antropología en México, Número 12, México, 1988. p. 9.
81. González Arratia., op. cit. 1992. p.29
92. Santa María., op. cit. 1973. p. 174. 93. Campbell., op. cit. 1988. p. 39. 94. De León., op. cit. 2005. p. 22.
82. Clark, Grahame. The stone age hunters. London: McGraw-Hill Book Company New York, 1973. p. 129.
96. Sánchez., op. cit. 1980. p. 152.
83. Binford, Lewis. “Willow smoke and dogs’ tails: Hunter-Gatherer settlement systems”. American Antiquity, Volumen 45, Número 1, 1980. p. 125.
98. Hodder, Ian. Interpretación en arqueología, corrientes actuales. Barcelona, España: Editorial Critica, 1988. p. 17.
84. González Arratia., op cit. 1990. p. 10.
99. Schiffer., op. cit. 1988. p. 13.
85. En el caso de las ocupaciones localizadas a los márgenes de los ríos, arroyos y demás zonas fluviales, los ha denominado como sitios ribereños.
100. Quizá, para tener una mejor comprensión de este fenómeno, podríamos ejemplificar algo semejante en nuestra propia sociedad y ciudad. Pues, aunque en nuestro caso no somos nosotros los que nos movemos, sino la basura, el resultado sería semejante. Es decir, ¿qué pasaría si los camiones recolectores de basura dejaran de pasar una semana? Por supuesto, ese simple hecho no nos convertiría súbitamente en personas más sucias, pues seguiríamos con nuestra misma actividad de consumir y desechar, pero, al vernos imposibilitados en deshacernos de nuestra basura como lo hacemos de manera habitual, entonces da como resultado que
86. Binford., op. cit. 1980. p. 8. 87. Idem. 88. González Arratia., op. cit. 1992. p. 56. 89. Ladrón de Guevara, Antonio. Noticias de los poblados de que se componen el Nuevo Reyno de León, provincias de Coahuila, Nueva Extremadu-
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97. De León., op. cit. 2005. p. 19.
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la basura se acumularía en nuestras casas dando una imagen distinta.
Reino de León Siglo XVII, México: Cuadernos del Archivo Número 14, AGENL, 1987. p. 22.
101. De manera semejante ocurre con los morteros fijos esculpidos sobre la roca en cuevas, abrigos y algunos sitios abiertos, que más que mobiliario, son parte del inmobiliario del sitio, pero cumplen la misma función de procesamiento de alimentos o bebidas a través de la molienda de manera cíclica. Y probablemente, también aprovechaban la acumulación de agua de lluvia.
111. Valdés., op. cit. 1999. p. 133.
102. De León., op. cit. 2005. p. 163
115. Archivo Histórico de Monterrey RC. Volumen 11. Exp. 16.
103. Roel, Santiago. Nuevo León, apuntes históricos. México: Editorial Castillo, 1980. p. 35. 104. Harris., op. cit. p. 117. 105. Osborn, Alan J. “Ecological aspects of equestrian adaptations in aboriginal North America”. American Anthropologist, Journal of the American Anthropological Association, Volume 85, Número 3, September 1983. p. 563-591. 106. Ross, Howard, La cultura del conflicto. Barcelona, España: Paidós Estado y Sociedad, 1995. p 40. 107. Linton, Ralph. Estudio del hombre. México: Fondo de Cultura Económica, 1985. p. 292-293.
112. Archivo Histórico de Monterrey RC. Volumen 03. Exp. 21 Folio 03. 113. Bautista Chapa., op. cit. p. 146. 114. Griffen., op. cit. p. 114.
116. Del Hoyo., op. cit. p. 22. 117. Archivo General de la Nación P.I. Volumen 123. Exp. 1 Folio 187. 118. “Asimismo se halló un caballo y una mula en barbacoa que tenían para comer, natural sustento suyo”. Archivo Histórico de Monterrey RC. Volumen 11. Exp. 16. 119. Sánchez., op. cit. 1980. p. 183. 120. Ramírez Almaraz, Jesús. Artículo (en prensa) escrito en coautoría para la revista del Center for Big Bend Studies, Sul Ross State University, en Alpine, Texas. 2003.
108. Wallace Ernest y Hoebel, E. Adamson. The comanches, lords of the south plains. University of Oklahoma Press, 1976.
121. Santa María., op. cit. 1973. p. 106.
109. Rodríguez García, Martha. Historia de resistencia y exterminio, los indios de Coahuila en el siglo XIX. México: CIESAS, 1995. p. 45.
123. Newcomb, W.W. Jr. The indians of Texas, from prehistoric to modern times. Austin: University of Texas, 1984. p. 86.
110. Del Hoyo, Eugenio. Señores de ganado, Nuevo
124. Adams, David B. Las colonias tlaxcaltecas de
122. Sánchez, op. cit. 1980. p. 93.
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Coahuila y Nuevo León en la Nueva España. México: Archivo Municipal de Saltillo, Coahuila, 1991. p. 89. 125. Sánchez., op. cit. 1980. p. 93. 126. Adams., op. cit. p. 89. 127. Archivo Histórico de Monterrey. Actas de Cabildo 1643 / 0II 2 fojas. 128. Del Hoyo., op. cit. p. 22. 129. Del Hoyo., op. cit. p. 174. 130. Archivo General de la Nación. P.I. Volumen 143. 131. Salinas., op. cit. 1990. p. 98-99. 132. Archivo Histórico de Monterrey. Correspondencia. Volumen 02. Exp. 06. 133. “Siempre entran y salen libremente y aún se presume comunican con el Apache y Lipan y si éstos para insultos y maldades se acompañan con los del Nombre Torpe para vivir juntos perpetuamente. No me persuado hagan liga, a lo menos con los principales cabecillas, pues hasta ahora los hemos visto separados, y que en su tanto no son los Carrizos tan perversos como los del Malnombre, pues nunca se ha oído de ellos tantas quejas como de los otros”. Archivo General de la Nación P.I. Volumen 143, Expediente 5, folios 51-57. 134. Archivo Histórico de Monterrey. Volumen 165. Expediente 16, año de 1783. 135. Archivo General de la Nación. P.I. Volumen 144, folio 385. 136. De León., op. cit. 2005. p. 10.
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137. En este momento no profunizaremos respecto a la definición de rito y ritual, por lo que consideramos suficientes la explicación siguiente: Rito es toda práctica fuertemente pautada que se dirige a la sobrenaturalaza. López Austin, Alfredo. Cuerpo humano e ideología: las concepciones de los antiguos nahuas. México: Universidad Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Antropológicas, 1998. p. 6. 138. Valadez Moreno, Moisés. “Datos etnohistóricos y etnográficos de las sociedades indígenas que habitaron Nuevo León”. Deslinde, Revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Número 39-40, Volumen XII, enerojunio, México, 1993. p. 130. 139. Buscan un paraje abrigado de monte y bien llano para el efecto. Juntan bastante leña, y de las rancherías más cercanas convidan todos los que puedan concurrir al baile y música, que resulta de un indio viejo. 140. Valadez Moreno, Moisés. “Prácticas shamánicas y el mitote indígena en Nuevo León”. Revista de Humanidades, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, número 3, otoño, 1997. p. 191-199. 141. Esto, de acuerdo a la descripción del sitio en las cédulas del Proyecto Arte Rupestre de Luis Aveleyra. 142. Entre muchas otras funciones prácticas, también se le han atribuido funciones rituales, como el hecho que son marcadores astronómicos, que reflejan acontecimientos míticos, que están relacionados con ritos de paso, que fueron usados para realizar curaciones, que eran un medio para entrar en comunicación con seres sobrenaturales y para propiciar la cacería, lluvia o fertilidad de la tierra. Que son temáticas que a continuación abordaremos, sin que ello
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signifique que negamos otro tipo de funciones prácticas presentes no sólo en otros petroglifos y pinturas rupestres, sino aun en las mismas que nosotros les atribuimos funciones rituales. González Arratia, Leticia. Teoría y método en el registro de las manifestaciones gráficas rupestres. México: INAH, 1987. 143. Ramírez Almaraz, Jesús Gerardo., “Los indígenas, un vistazo desde la injusta sociedad dominante”. Brecha, Torreón, Coahuila, México, 2000. 144. González Arratia., op. cit. 1992. p. 32. 145. Pérez de Ribas., op. cit. 1944. p. 270. 146. García Flores, Raúl. La música, el canto y la danza entre los chichimecas del noreste. México: Fondo Editorial Nuevo León, 1993. 147. Idem. 148. Sánchez., op. cit. 1980. p. 210-211. 149. Hester., op. cit. p. 140. 150. Nuñez., op. cit. 1992. p. 84. 151. De acuerdo a Paul Kirchhoff, se preparaba cociendo la harina. 152. Sánchez., op. cit. 1980. p. 63. 153. De la Mota y Escobar, Alonso. Descripción geográfica de los reinos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León. México: Editorial Pedro Robredo, 1940. p. 168. 154. Pérez de Ribas., op. cit. 1944. p. 248. 155. Nuñez., op. cit. 1992. p. 52. 156. Taylor., op. cit. 1966. p. 81.
157. Nuñez., op. cit. 1966. p. 77. 158. Del Hoyo., op. cit. 1987. p. 503. 159. Aveleyra., op. cit. 1950. p. 174-175. 160. McClurkan., op. cit. 1980. p. 127. 161. De León., op. cit. 2005. p. 24. 162. Sánchez., op. cit. 1980. p. 192. 163. Ibid, p. 210. 164. González de Santianes, Vicente. La República de indios de Don Vicente González de Santianes. Tamaulipas: Universidad Autónoma de Tamaulipas, Instituto de Investigaciones Históricas, Editorial Jus, México, 1983. p. 58. 165. De León., op. cit. 2005. p. 25. 166. Taylor., op. cit. 1972. p. 175. 167. De León., op. cit. 2005. p. 23. 168. González Arratia, y Villalpando., op. cit. p. 370. 169. Valadez., op. cit., 1997. p. 130. 170. De León., op. cit. 2005. p. 27. 171. Idem. 172. Ramírez Almaraz, Jesús Gerardo. El totemismo en el noreste de México: Animales, plantas, objetos elmentos y fenómenos naturales entre los cazadoresrecolectores del noreste de México. México: Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2004. 173. Lumholtz, Carl. El México desconocido Tomo I. México: Editora Nacional, 1960. p. 309.
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174. González Arratia y Villalpando., op. cit. 1992. p. 375. 175. Nuñez., op. cit. p. 49. 176. Montané Martí, Julio C. Fundamentos para una teoría arqueológica. Hermosillo, Sonora: Centro Regional del Noroeste INAH SEP 1980. p. 117. 177. Valadez Moreno, Moisés, Solveig Turpin y Herbert Eling. “Boca de Potrerillos: evidencia arqueológica y paleoambiental del desarrollo indígena en Nuevo León”. Boca de Potrerillos, Universidad Autónoma de Nuevo León y Museo Bernabé de las Casas, México, 1998. p. 28. 178. Idem. 179. Ibid, p. 299-300. 180. Turner, y Hester., op. cit. p. 299-300.
185. Harris., op. cit. 1991. p. 265. 186. De León., op. cit. 2005. p. 24. 187. Ibid, p. 24. 188. Entrevista realizada al arqueólogo Moisés Valadez: julio, 2006. 189. En gran parte de la arqueología mexicana se sabe de la existencia de grupos mesoamericanos del centro y sur del país, que al menos desde el año de 1,800 a de C. poseían ya un elaborado culto a la muerte, el cual, hoy sabemos que desembocaría en toda una ideología en torno a ella en la que aparecerían deidades, mitos, poesías, construcciones, esculturas y demás fenómenos que hacían por demás evidente el tema de la muerte. Matos Moctezuma, Eduardo. Muerte a filo de obsidiana. México: SEP, Serie Lecturas Mexicanas número 50, 1986. 190. De León., op. cit. 2005. p. 34.
181. Partiendo de los cronistas y rememorando la figura del Caribe (Caníbal) antillano, Eugenio del Hoyo afirmaba: “Todos ellos eran antropófagos y para satisfacer esta necesidad vivían en constante guerra los unos con los otros y eran en extremo crueles”. Del Hoyo, Eugenio. Historia del Nuevo reino de León (1577-1723). Monterrey, México: Ediciones Al voleo, 1979. p. 3. Por supuesto, como ya lo hemos analizado, hay que recordar que la imagen del caníbal es una parte importante de lo que el escritor cubano Roberto Fernández Retamar llamó “arsenal ideológico” utilizado para justificar el exterminio en distintas partes de América. 182. De León,. op. cit. 2005. p. 24. 183. Harris., op. cit. 1991. p. 264-309. 184. Hester., op. cit. 1980. p. 45.
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191. Valadez Moreno., op. cit. 1998. p. 92. 192. González Arratia., op. cit. 1992. p. 30. 193. Álvarez Pineda., op. cit. 2002. p. 149. 194. Viramontes, Carlos [et al.] Expresión y memoria: pintura rupestre y petrograbado en las sociedades del norte de México. México, D.F.: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2000. 195. Pérez de Ribas., op. cit. 1944. p. 262.
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CAPÍTULO VII LAS PINTURAS Y LOS PETROGRABADOS DE NUEVO LEÓN, DEL ARTE A LAS MANIFESTACIONES GRÁFICO RUPESTRES Una de las manifestaciones más características y frecuentes en la arqueología de Aridoamérica es el arte rupestre, pictografías o petroglifos sobre la roca en cuevas, abrigos, cañones del desierto, con incontables ideogramas abstractos y –en gran minoría– naturalistas, que representan potencialmente un tesoro de información cuyo mensaje nos es, por ahora, muy difícil de interpretar.
• Pintura rupestre o pictografías: Es una figura bidimensional creada con pigmentos naturales y/o minerales, los cuales se aplican sobre la roca, ya sea directamente con la
Luis Aveleyra Arroyo de Anda Existen otros restos, a parte de las puntas de proyectil, que se asocian de inmediato con la presencia de grupos indígenas. Nos referimos a las figuras representadas en piedra, comúnmente conocidas como petrograbados o petroglifos y las pinturas rupestres.1 Antes de continuar, se debe hacer la distinción técnica que existe entre las distintas representaciones gráficas hechas en la roca: • Petrograbado o petroglifo: figura que aparece en relieve, pues está manufacturada a base de percusión, incisión, pulido o abrasión, lo cual altera la roca, retirando pequeños fragmentos de la capa superficial conocida como córtex.
Los geoglifos son figuras hechas en el suelo al colocar o retirar pequeñas rocas, formando líneas y espacios en blanco. En este caso, aunque se trata de un geoglifo registrado en Coahuila, no se puede asegurar que sea de origen prehispánico.
Mientras que un petroglifo o petrograbado se forma fracturando y retirando la superficie de la roca, la pintura es una figura bidimensional hecha al aplicar un pigmento sobre la superficie de la roca.
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mano, los dedos o con algún tipo de artefacto intermedio que funciona como pincel. Durante mucho tiempo, los interesados quizá más aficionados que arqueólogos han denominado como arte rupestre a estas manifestaciones. Esto surgió con la vieja tesis del arte por el arte, propuesta por Edoaurd Lartet a mediados del siglo XIX.2 Sin embargo, actualmente el término rock art es el más común a nivel internacional. En el caso de los investigadores que se dirigen a esta temática en nuestro país, existen varias posiciones al respecto y distintos conceptos en torno a ello. Algunos enfoques critican de manera explícita la utilización del concepto arte para referirse a estas como manifestaciones gráficorupestres, pues consideran que la motivación para manufacturar los grabados o pinturas rupestres no era crear una obra de arte, posición que ha sido seguida por autores como Carlos Viramontes, quien señala el riesgo de utilizar el concepto de arte, pues dicha idea proviene del pensamiento renacentista occidental. Por otra parte, dando un giro de 180 grados, tenemos la posición de otros arqueólogos que no sólo utilizan el concepto de arte, sino que defienden y parecen alentar dicho concepto. En nuestro país, arte rupestre también es una etiqueta sumamente arraigada aunque, debido a las connotaciones que tiene la palabra arte, dicha designación ha causado controversia. Es por esto que hay dos grandes posiciones, una que se considera más objetiva y utiliza un concepto que pretende ser neutral e imparcial, que es el de manifestaciones gráfico rupestres. Mientras que. por otro lado, está aquel que en un primer momento parecería un tanto subjetivo y aplica el concepto de arte rupestre. Probablemente, al considerarlo como arte se abriría la puerta a la subjetividad y la libre interpretación y dificultaría su comprensión. Esto, sin duda, conduce a un peligroso relativismo que permite cualquier tipo de interpretación, pues la etiqueta de arte no sólo admite sino que exige el afloramiento de emociones y sensaciones que se utilizan en la actualidad para admirar una obra; pero al ser aplicadas a los petrograbados y las pinturas rupestres, hacen depender esto de la percepción y el análisis de cada individuo y no de una sociedad, como seguramente sucedía en el pasado.
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Los arqueólogos de Nuevo León también siguen las anteriores tendencias. Por un lado, entre los que usan el concepto de arte rupestre, aparecen destacados antropólogos como Olson, De Witt y Breen Murray. Incluso, este último investigador
En nuestro país, existen dos tendencias al llamar a los petrograbados y las pinturas rupestres, por un lado, están quienes las consideran manifestaciones gráficas rupestres, por el otro, aquéllos que utilizan el concepto de arte rupestre.
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realizó una extensa compilación cuyo título es Arte rupestre del noreste.3 Por otra parte, también hay propuestas que parecen alejarse del concepto arte y lo consideran manifestaciones gráfico rupestres y/o lenguaje gráfico.4 Incluso hay quienes se refieren a los petrograbados y pinturas rupestres como la gráfica rupestre.5 Algunos usan simultáneamente ambas posturas, por ejemplo, la arqueóloga Cristina Corona, quien ha abordado las pinturas y petrograbados de Nuevo León, usa tanto el concepto de manifestaciones rupestres como el de arte rupestre.6 Por el momento no podemos enfocarnos en una polémica teórica respecto a los distintos conceptos que se utilizan para designar estos elementos arqueológicos; pero, sin duda, compartimos la legítima preocupación y discusión que hay al respecto. Por ello, creemos que al iniciar el estudio de sitios rupestres, no deberá haber jerarquías entre los motivos grabados y/o pintados, incluso deben tener la misma importancia en cuanto a su registro y análisis con el resto de los elementos y materiales que forman parte del sitio arqueológico, situación que no siempre ocurre, pues el investigador pasa por alto esta evidencia.
Existen diferentes posturas para acercarse al estudio del testimonio rupestre, en otras palabras, un mismo sitio arqueológico o una misma roca pueden conducir a dos o más investigadores a conclusiones diferentes, de ahí la riqueza de información que potencialmente existe en estos sitios.
Si bien al noreste de la ciudad de Monterrey existen pocas formaciones orográficas, al noroeste se localizan las elevaciones que conforman la Sierra Madre Oriental, de ahí que muchos sitios con pintura rupestre y petrograbados se localicen en esa ‘área.
La mayoria de las veces, los petrograbados no se encuentran en grandes cerros ni en las partes más altas, sino que localizan en las laderas y partes bajas de lomas y cerros.
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No obstante, lo cierto es que es preciso poseer una metodología adecuada y coherente que le permita al investigador identificar y ordenar el sitio. De este modo, al analizar las distintas investigaciones realizadas en Nuevo León, podemos percatarnos que no se trata de un aglomerado caótico de figuras, sino que todo tiene una determinada disposición en el espacio. Lo que ha permitido a los investigadores obtener información sobre la flora, fauna, fenómenos naturales y de los artefactos, así como proponer hipótesis acerca de mitos y conocimientos astronómicos que han quedado plasmados en las rocas.7
de los sitios tienen los grabados en bloques pétreos ubicados en laderas de cerros y entradas a cañones por donde pasan ríos o arroyos. En general, los petrograbados fueron realizados sobre rocas como arenisca, lutita y caliza. En el caso de la arenisca y la lutita, que son rocas color sepia características de los municipios de García y
Las pinturas y los petrograbados, ¿dónde se hacían?, ¿cómo se hacían?, ¿qué figuras hacían? La distribución de los petrograbados se localiza en gran parte del territorio de Nuevo León y depende de las características propias de la geomorfología, ya que hay áreas con una mayor concentración de sitios, mientras que en otros lugares los sitios aparecen aislados y son de menores dimensiones. Por ejemplo, al oriente de la entidad, que comprende parte de la llanura costera del golfo, sólo existen pequeñas lomas y unas cuantas cuevas. Hacia el norte y poniente del estado, las formaciones geológicas están conformadas por grandes macizos montañosos que albergan abrigos rocosos. Muchos No todas las rocas presentan la misma coloración en la superficie, no obstante, algunas de ellas, como las areniscas, muestran en ocasiones un evidente contraste entre la capa superficial llamada córtex, y el interior.
Boca de Potrerillos, en el municipio de Mina, está ubicada en una región montañosa en la que existen importantes sitios arqueológicos.
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Mina, permiten un fuerte contraste entre los motivos grabados y la superficie exterior. Mientras que los grabados hechos sobre calizas, piedra de tonalidades gris claro y azuladas, las figuran suelen ser más difíciles de percibir. No existe tamaño o forma específica de roca o bloque pétreo para la elaboración de los grabados, en ocasiones están en bloques de varios metros de altura y otras veces en pequeñas rocas de pocos centímetros de longitud. Las imágenes pueden presentarse en una o varias caras de la roca, o una misma
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figura puede abarcar varias caras. La mayoría de los grabados en Nuevo León se realizaron por percusión directa e indirecta, y otros presentan una fase más de trabajo, que es la abrasión o pulido. La percusión directa es cuando el individuo toma con su mano una pequeña piedra y golpea directamente sobre la roca que desea grabar. Sin embargo, no se tiene un control tan preciso sobre la figura. Por ello, creemos que la mayor parte de los grabados de Nuevo León debieron hacerse por percusión indirecta, la cual requiere el uso de una roca con punta o cierto filo que sirva como cincel. Esta piedra debe ser de un tamaño y dureza considerable, por ejemplo, grandes trozos de pedernal. Su complemento sería otra roca usada como percutor o martillo y, para ello, bien pudieron servir las llamadas piedras bola, o sea, los guijarros de río.8 Con esta técnica, los antiguos habitantes de Nuevo León debieron tener mayor control y precisión al momento La percusión directa se de crear las figuras. hace golpeando directaEn cuanto al diseño mente con una roca la sude las imágenes, se combiperficie a grabar, mientras que la percusión indirecta, nan técnicas de contorno se realiza utilizando un martillo o percutor. En y relleno. A veces las figuras este caso, con la técnica de percusión indirecta se tiene mayor control y mejores resultados.
están formadas sólo con el perímetro, mientras que otras aparecen como áreas, es decir, las figuras están rellenas. En una segunda etapa de trabajo, algunos grabados fueron ampliados y profundizados por abrasión y desgaste, para lo cual debieron utilizar una roca áspera que hiciera fricción y así conseguir el resultado deseado; ejemplo de ello son los del si-
En el municipio de Paras, al noreste de Nuevo León, se encuentra uno de los sitios con petrograbados más conocidos de la región. Los grabados de Piedras Pintas, se distinguen, entre otras cosas, por su peculiar manufactura, ya que se trata de los grabados mucho más anchos y profundos de la región noreste.
tio de Piedras Pintas en el municipio de Parás, pues las líneas son de varios centímetros de ancho y de igual profundidad. También, hay otros grabados realizados por incisión, es decir, a manera de corte, pero suelen ser líneas delgadas y poco profundas. Es necesario enfatizar que los petrograbados no sólo son un sistema de representación visual, sino que plantean un problema de profundidad teórica, tal y como lo hace la llamada escritura braile.9 A excepción de la pintura corporal y la pintura rupestre, los petrograbados, las piedras incisas y la misma escarificación, pertenecen al ámbito espacial y no al visual. Algunos investigadores consideran las diferencias de grabado de gran importancia, pues atribuyen a las distintas fases de trabajo no sólo una cuestión puramente técnica, sino que creen que pueden tener otras connotaciones, porque reflejan
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una construcción del devenir histórico entre estos grupos, al grabar y regrabar la misma figura durante varios momentos.10 Tal y como ocurre con el acto de pintar y luego repintar las pinturas rupestres en otras partes del mundo, como es el caso de Australia. El total de rocas con grabados de un lugar puede variar desde uno o dos ejemplares, hasta sitios con varios miles de rocas localizados en la parte norponiente de Nuevo León y el extremo oriente de Coahuila, lo que nos permite afirmar que se trata de una de las zonas con más alta concentración de petrograbados en nuestro país y, probablemente, una de las más abundantes de América. Las rocas que eran elegidas para ser grabadas se localizan preferentemente sobre lomas, pequeñas elevaciones y laderas de cerros. Respecto a su orientación geográfica, muchas de ellas están a la salida o puesta del sol y, en especial, en sitios donde la geografía natural forma Para algunos investigadores, como Leticia González, la técnica de manufactura de los petrograbados podría estar haciendo referencia a una concepción histórica del tiempo, pues muchas veces las figuras muestran u proceso que va de la percusión a la abrasión, 1997.
cardinales y puntos en el horizonte para registrar eventos astrales, como solsticios y equinoccios.12 Las manifestaciones pictóricas requieren de condiciones especiales para su preservación y, por lo regular, se localizan en las paredes de abrigos rocosos, pequeñas cavidades o frentes de piedra y otras formaciones naturales que las protegen de los rayos del sol y la lluvia. En repetidas ocasiones, se obserLa abrasión consiste en pulir, probablemente con otras rocas y arenas, la superficie de la figura que había sido previamente percutida.
entradas o bocas de acceso a cañones o pequeños valles por donde cruzan ríos y arroyos, probablemente por la accesibilidad a este recurso vital.11 En cuanto a las características y distribución de las imágenes rupestres, es cierto que en primera instancia parecen abstractas y sin orden alguno, pero al analizar a detalle la ubicación, orientación y el tipo de íconos de cada sitio, podemos inferir que muchas veces fueron elaboradas en sitios, momentos y rocas específicos, cuya proyección vertical y horizontal apunta a lugares determinados del paisaje, como picos de cerros, elevaciones en direcciones
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Los cerros y las formaciones rocosas cercanas a las corrientes de agua suelen tener petrograbados, de ahí que una posibilidad es que tengan relación con el vital líquido.
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va la huella de escurrimientos que se van formando hasta que aparece una capa o película de carbonatos color blanco que cubre las pinturas y, hasta cierto punto, las protege de otros agentes erosivos. A diferencia de las áreas abiertas donde están los grabados, las pinturas suelen estar en zonas apartadas, de difícil acceso, en espacios reducidos y a veces oscuros. Irónicamente, parecería que la intención era que no se vieran o, al menos, restringir su acceso a un reducido número de individuos. En algunos casos, donde el espacio es por demás pequeño, debió ser sólo un individuo quien se encontrara frente a las pinturas.13
A diferencia de los sitios con petrograbados, los cuales están a cielo abierto, en el caso de las pinturas, se trata de sitios pequeños, reducidos y bajo protección de la inclemencias del tiempo. Las cuevas y abrigos rocosos son excelente lugares donde se conserva la pintura.
Entre las técnicas de elaboración de las pinturas, se distinguen el delineado fino y grueso. Las líneas delgadas requirieron de algún instrumento que utilizaron como pincel, pues en Nuevo León existen pinturas pequeñas cuyo trazo es sumamente delgado, de hasta un milímetro. También hay otras líneas de diferente grosor, pero muchas de ellas se puede observar que fueron aplicadas directamente con los dedos. Existen figuras pintadas con la técnica de positivo y negativo, aunque estas últimas en menor cantidad. Por ejemplo, después de colocar pigmento rojo en la palma de la mano y los dedos, se estampa en la pared, dando como resultado la imagen de una mano roja. Por otro lado, la técnica al negativo es cuando se coloca la mano –sin pigmento– sobre la pared y posteriormente se aplica pintura sobre ésta y sus lados,
Además de estar en muchas ocasiones en espacios reducidos que impiden ser observadas por varias personas de manera simultanea, existen pinturas hechas a base de líneas sumamente delgadas, incluso de un milímetro de grosor. Esto es evidencia de que sólo podían ser percibidas a una corta distancia y por un número limitado de personas a la vez.
ya sea con la mano, con un pincel o escupiendo y soplando la pintura que se había mantenido en la boca. Como resultado, queda la forma de la mano del mismo tono de la pared y estará delimitada y rodeada del color aplicado. Sin embargo, en el caso de Nuevo León y el noreste este tipo de técnica no es algo común.
Si bien algunas líneas delgadas fueron hechas necesariamente con algún tipo de pincel, la mayoría de las pinturas de la región noreste parecen haber sido aplicadas directamente con los dedos.
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Las pinturas descubiertas en Nuevo León están hechas en monocromo, bicromo y policromo, es decir, algunas pinturas son de un solo color, otras tienen dos y otras más de dos colores, siendo éstos diferentes tonalidades de rojo, amarillo, ocre, negro y blanco. Estos pigmentos podían ser de origen animal, vegetal o mineral. Por ejemplo, el negro lo debieron obtener del carbón molido; para las variadas tonalidades de rojo, pudieron usar la cochinilla del nopal y el óxido de hierro. Además, debieron usar baba de nopal o grasas animales como aglutinante y fijador. La mayoría de los grabados o pinturas de la región noreste están compuestos por figuras geométricas o abstractas, y sólo existe un reducido número de figuras que podemos reconocer como realistas o naturalistas.14 Por supuesto, cabe aclarar que toda clasificación implica la interpretación visual de las imágenes y que, seguramente, tuvo un contexto y significación muy distintos para la sociedad que los produjo. Por ello, los rubros que a continuación
manejamos sólo tienen fines metodológicos, pues es necesario crear un orden. En este caso, presentaremos las categorías que Valadez ha clasificado en Nuevo León. • Motivos geométricos: líneas rectas, curvas, intersectadas, triángulos, rectángulos, cuadros, rombos, círculos, puntos asilados, series de puntos, zigzag, radiales, círculos concéntricos, retículas, grecas, espirales y media luna. •Motivos antropomorfos: cuerpos completos sexuados o asexuados, manos y pies.
Cochinilla grana o cochinilla del nopal, Dactylopius coccus, es un insecto que suele encontrarse en los nopales. De este insecto, muchos pueblos prehispánicos obtenían un colorante natural de tonalidad rojiza, que probablemente pudo haber sido usado en las pinturas rupestres al mezclarlo con otras substancias.
Si bien es cierto que en la región noreste destaca por mucho las pinturas hechas en distintas tonalidades de rojo, también existen pinturas en ocre, blanco y negro.
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•Motivos zoomorfos: venados, huellas de venados, astas de venados, huellas de osos y otros animales, serpientes, lagartijas y aves. •Motivos fitomorfos: flores, hojas, árboles, peyote y agaves. •Motivos formalizados (artefactos): atlatl, arcos,
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flechas, puntas de proyectil, cuchillos enmangados, guardapúas, redes y canastos. •Motivos naturalistas: soles, lunas, cometas, estrellas, lluvia y relámpagos.15 La clasificación anterior coincide con las convenciones creadas por la academia para el registro de sitios rupestres en México. Ahora bien, no se debe perder de vista que en estos casos se están clasificando como realistas o naturalistas solamente a las figuras que nosotros, como observadores contemporáneos, así consideramos de acuerdo a nuestra propia percepción. Son figuras que Edwin Panofsky, el gran estudioso de la iconografía, consideraba una simple identificación de formas puras.16 El investigador u observador contemporáneo puede identificar ciertas figuras en los petrograbados o en las pinturas, y considerarlas como naturalistas o realistas porque ha tenido la experiencia de verlas. Pero esta simple clasificación puede llevar a errores de interpretación debido a problemas de observación, ya que desde nuestras propias concepciones puede haber disparidad de interpretaciones, tal y como lo señala el arqueólogo Ian Hodder al plantear una paradoja iconográfica con una figura en la que nos pregunta ¿es un pájaro mirando hacia arriba o un ciervo mirando hacia abajo?17 Por lo anterior no debe creerse que estamos
asegurando o proponiendo que figuras como las mencionadas, que están representadas en las manifestaciones gráfico rupestres, se vuelvan categorías, sino todo lo contrario, pues únicamente las utilizamos de ejemplo para mostrar que oposiciones tajantes como naturalistas versus geométricas, tienen una utilidad limitada para el análisis iconográfico y pueden resultar peligrosas por su carácter presentista y etnocentrista, ya que estaríamos otorgándoles dichas categorías de acuerdo a nuestras propias convenciones iconográficas. Pero para ejemplificar lo anterior, y analizar la problemática que tenemos quienes abordamos las manifestaciones gráfico rupestres, quisiéramos traer el caso de un aficionado a la arqueología de origen norteamericano, quien, al enfrentarse ante determinadas figuras presentes en los petrograbados del oriente de Coahuila y poniente de Nuevo León, menciona que, aunque seguramente sería otra cosa, aquellas figuras le parecían “huellas de zapato con tacón”. Pero, a diferencia de la simple observación del aficionado, el arqueólogo puede identificar dichas figuras como representaciones de cuchillos enmangados. Es decir, no es suficiente hacer extrañas analogías entre la iconografía occidental contemporánea y las manifestaciones gráfico rupestres. Resulta inAunque el arqueólogo puede distinguir y pensar que ciertas dispensable recordar lo que figuras son representaciones de soles, en realidad no puede ase- señala Panofsky respecto a gurar que lo fueron también para la importancia de comparar los individuos que los crearon. y contextualizar la imagen Pues aunque existe la probabilidad, no se puede descartar que que se está analizando con se trate de otra cosa. la información, en caso de que exista, de documentos escritos.18 Determinadas figuras sólo pueden ser decodificadas si conocemos los artefactos representados y/o su descripción en documentos escritos de la época colonial, pues de
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lo contrario, la tarea de identificación se complica. Como ya señalamos, la clasificación anterior no pretende ser exhaustiva y definitiva, sino que sólo se trata de un panorama general de acuerdo a nuestra experiencia de camPara ejemplificar el carácter polipo. Además, dicha sémico y ambiguo que puede tener una figura grabada o pintada, el arclasificación sólo tiequeólogo Ian Hodder llamó la atenne fines metodológición al mostrar una figura y preguntarse si se trataba de un ave mirando cos, para catalogar a hacia arriba o de un antílope mirando los gráficos y tratar hacia a abajo. de darle un orden al total de figuras de un determinado sitio. Pues –aunque resulta imposible evitar hacer una interpretación subjetiva– estamos convencidos que sólo así se podrá iniciar propiamente con un análisis iconográfico que busque interpretar o explicar de manera amplia las figuras. Lo que le pareció la huella de un zapato a un aficionado a la arqueología, para el arqueólogo experimentado en la región noreste y la cultura material de los grupos nómadas, le resulta algo sencillo inferir que muy probablemente se trata de la representación en piedra de un cuchillo de pedernal con mango de madera, característico de los grupos nómadas de la región noreste.
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Las pinturas y los petrograbados: ¿quién las hizo?, ¿cuándo?, ¿para qué y qué significan? La pregunta que se refiere a quién las hizo implica dos niveles de identidad. El primero tiene que ver con el papel que desempeñaba el individuo con relación a su sociedad. Es importante conocer qué edad, género, rol y diferencias poseía respecto a los demás integrantes del grupo. El segundo nivel se refiere a la identidad del grupo humano que las creó. Pero resulta sumamente complicado otorgarle una filiación cultural.19 Aunque se conocen muchos sitios, lo más difícil de hacer es atribuir a un determinado grupo la creación de unas pinturas o grabados. En el noreste de México, como en otras partes del mundo con cazadores-recolectores nómadas, había individuos que fungían como depositarios del bagaje cultural e intermediarios entre los hombres y las fuerzas y/o seres sobrenaturales.20 Pero no debe entenderse a estas personas como los artistas de épocas remotas. Pues la creación de las imágenes no estaba relacionada con la creatividad o la facilidad manual que hoy en día es entendida como talento artístico, sino que las figuras estaban condicionadas por la sociedad y su propia cultura, de allí que no había una razón para inventar o improvisar diseños según el capricho del momento, ni plasmar un determinado motivo según su estado de ánimo21 o inspiración. Muy probablemente existían convencionalismos en el significado de las figuras y la manera de representarlas. De hecho, las referencias documentales y analogías etnográficas nos han permitido entender que, entre las sociedades nómadas de cazadores-recolectores, las manifestaciones gráfico rupestres tenían un carácter social; su creación respondía a necesidades compartidas y tenía implicaciones para todos los integrantes del grupo, porque su realización involucraba los procesos sociales, económicos e ideológicos de los que dependía el grupo en general. Es muy posible que la manufactura de los petrograbados y las pictografías esta-
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ban asociadas con otras prácticas como danzas, cantos y gesticulaciones.22 En otras palabras, bien podría tratarse de algún tipo de mitote o celebración, que variaba de acuerdo a la época del año, y podía ser originado por la aparición cíclica o improvisa de cuerpos celestes, como la aparición de un cometa. También es posible que se deba a la llegada de las lluvias, la regeneración vegetal u otro tipo de fenómenos naturales o acontecimientos culturales. Si bien es cierto que las rocas se pueden fechar en términos geológicos y naturales, esto es de poca utilidad para el arqueólogo, pues lo que busca es una antigüedad en términos culturales, o sea, en qué momento la roca fue alterada, y para ello
Desde luego, existen muchas causas y eventos que podrían estar representados y ligados a la creación de pinturas o petrograbados. Distintos investigadores han explorado diferentes posibilidades, Solveig Turpin, Herb Eling y Moisés Valadez identificaron un cometa, Jon Olson menciona la posibilidad de representaciones de nubes, rayos y lluvia y Breen Murray ha destacado la importancia de la cacería para estos grupos y su posible vinculación con los petrograbados en forma de huellas de venado.
no hay técnicas exactas, hasta el momento sólo se usa la cronología relativa. En el caso de las pinturas rupestres, ha habido algunos intentos para tratar de fecharlos de manera precisa, pero las técnicas aún están siendo perfeccionadas, pues dependen del tipo de pigmentos con el que fueron realizadas. Asimismo, sabemos que la superficie de las rocas expuestas a la intemperie sufren cierta alteración química, por lo que la superficie se ve modificada a través del tiempo con una capa llamada pátina.23 Existen muchas variantes relacionadas con la formación de esa capa.24 El utilizar a la pátina para indicar si es más o menos antiguo, puede resultar engañoso. La pátina depende de la posición de la roca, si tiene escurrimientos durante las lluvias y de la vegetación del área, entre muchas otras variantes. Otro recurso que se ha intentado utilizar se relaciona con las figuras que están representadas en la roca. Por ejemplo, existen en los petrograbados del norte de México representaciones de distintos artefactos que han sido identificados y fechados por medio de contextos arqueológicos. De este modo, cuchillos, ciertas puntas de proyectil y otros objetos encontrados en cuevas u otros sitios arqueológicos permiten situar a los petrograbados como contemporáneos a dichos objetos, ya que la representación grabada comparte características con el artefacto, lo que conlleva a proponer una cronología relativa del grabado.
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Sin embargo, también es cierto que no se puede descartar la posibilidad de que las representaciones grabadas o pictóricas de algún artefacto continuaran realizándose aún si este artefacto no se utilizara en el quehacer diario. Las representaciones del atlatl siguieron manifestándose a pesar de que este instrumento se dejó de usar, ya que tendría un significado simbólico, por ejemplo, como parte de la parafernalia de un personaje místico. Es decir, independientemente de la pérdida de la función práctica como artefacto, en las manifestaciones gráficas la figura del atlatl no sólo no perdió un significado para los grupos indígenas de épocas tardías, sino que pudieron continuar con la ejecución de dichas representaciones. De forma contraria, otros motivos representados indican fechas posteriores, por ejemplo, las figuras ecuestres son evidentemente mucho más tardías, pues, obviamente, los caballos llegaron con los españoles, por lo que las pinturas o petrograbados pueden ser coloniales o hasta del siglo
XIX, periodo en que los grupos indígenas nómadas fueron expulsados o exterminados en Nuevo León y Coahuila. Lo anterior es sólo una muestra de la dificultad que aún existe para otorgar una antigüedad determinada a los petrograbados, pues hasta el momento no existe una técnica de cronología absoluta, y en el caso de las pinturas rupestres, aunque hay avances al respecto, no es confiable ni generalizada. Ahora bien, hasta aquí nos estamos refiriendo al concepto de función, lo que respondería solamente la pregunta ¿para qué las hacían?, pero la respuesta para el ¿qué significan? sigue sin producirse. En realidad, la interrogante debería ser ¿cuál fue el papel, la función de los petroglifos como
Como ya se ha mencionado en otros capítulos, existen numerosas representaciones de lanzadardos o atlatl en los petrograbdos, el cual fue un arma que ya no era usada al momento del contacto con los españoles. De ahí que haya sido usado como referente cronológico.
La pátina o capa que se va formando en la superficie de la roca es un indicador del tiempo que ha pasado desde el momento que la roca fue grabada. Sin embargo, no es un indicador exacto, pues depende del tipo de roca, la posición y orientación en la que se encuentre, pues una misma roca puede tener distinta pátina en sus diferentes caras.
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componente de la vida cotidiana de una sociedad?25 Es decir, lo anterior ocurre con la llamada arqueología del paisaje,26 pues al adoptar esta postura no es necesario comprender el significado original de las representaciones rupestres, tal y como lo aceptan algunos investigadores que siguen este enfoque.27
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Como muestra de un problema más, hay que señalar que está latente la posibilidad de que ciertas marcas en las rocas que juzgamos y catalogamos como petrograbados, no lo sean. Aunque técnicamente se trate de retirar la capa superficial de la roca, es posible que ciertas incisiones correspondan a un motivo diferente, o una consecuencia secundaria y casi siempre se trata de líneas dispersas colocadas de manera aleatoria. Los petrograbados del noreste muestran las líneas incisas que suelen estar sobre una superficie sumamente pulida y resbalosa, que presenta una evidente coloración rojiza que sugiere la aplicación de un pigmento, tal y como lo indicó el arqueólogo norteamericano Taylor cuando se Por otra parte, figuras de caballos, cruces y otros elementos, son evidencia de que se refiere a un pequeño bloque pétreo de trata de petrograbados hechos por grupos contemporáneos de la época colonial o por estas características recuperado en una colonizadores y españoles. cueva de Coahuila, ya que señala que tenía la apariencia de que le había sido bados, y no por el significado. Por otro lado, están aplicada una sustancia como grasa o cebo, ceniza, aquellas posturas en donde se pretende encontrar sangre y hematita y/o una combinación de estos eleno sólo estructuras de comunicación, sino hasta sig- mentos.31 nificados en cada una de las figuras, tal y como lo Tal y como ocurre en un rito que está docuhacen los enfoques semióticos. mentado en Australia, en donde se frotan grandes Sin embargo, cabe señalar que es precisa- rocas con la intención de obtener un fino polvo que mente el significado la búsqueda más compleja del es soplado para esparcirlo, y en ocasiones, dicho arqueólogo. Por lo que la mayor parte, si no es que polvo extraído de las rocas se mezclaba con sangre. todas las interpretaciones, quedan sólo como hipóte- De algún modo, podríamos pensar entonces que el sis, pues tienen implícita una probabilidad y es que, primer propósito de esta práctica no era hacer dichas aún cuando lográramos identificar ciertas figuras, marcas en la roca, sino que es posible que fuera la no acabaría el problema porque no necesariamente obtención del polvo, por lo que las incisiones serían estarían representando lo que son. Ya que en un entonces una consecuencia. Por supuesto, esto no modelo sustitucional de significación, no se supone negaría el hecho de que las marcas en la roca tuvieque el signo deba parecerse a aquello que represen- ran un significado intrínseco. En conclusión, sobre la función social de las ta.29 Por ejemplo, en las pinturas de Australia, se ha cuestionado si el hombre armado junto a un emú manifestaciones rupestres, y analizando las distines en realidad un cazador con su lanza frente a un tas hipótesis al respecto, se puede considerar que ave que sería su presa, o si tal vez se trata del clan fueron elaboradas tanto en espacios abiertos como que tiene al emú por tótem u otra cosa. Es decir, en espacios reducidos. La diferencia sería que las cabe la posibilidad que no se trate de una escena de primeras estarían ante la vista simultánea de muchas caza, sino de un conflicto entre grupos humanos, o personas, como es el caso de los petrograbados que tal vez el emú no es ni humano (miembro del tótem suelen estar localizados en lugares de fácil acceso, emú), ni una ave, sino que podría tratarse de un ser a cielo abierto, donde varios individuos podían presenciar fenómenos astronómicos o ceremonias sobrenatural.30
Con un objetivo similar, pero con una base teórica y metodológica muy distinta, la llamada arqueología social latinoamericana28 también se ha inclinado por encontrar la función de los petrogra-
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con rituales, como las relacionadas al tema del agua, la cacería, pactos de paz, o alianzas, donde incluso individuos de grupos antagónicos podían convenir para reunirse en fechas especiales como el cambio de las estaciones del año y realizar ceremonias que quedaban registradas en las símbolos rupestres. Mientras que los sitios pequeños y/o inaccesibles, como lo son muchos sitios con pinturas, serían para un número limitado de personas y, probablemente, estarían relacionados con alguna celebración individual, como ritos de pubertad, ritos de iniciación de guerreros o enlaces matrimoniales.
manifestaciones. El número de sitios arqueológicos y la cantidad de manifestaciones rupestres es tan significativo que hicieron que Boca de Potrerillos fuera la primera zona abierta al público en nuestro país. Y es que, en comparación con los grabados y pinturas de las culturas mesoamericanas, las zo-
Existen algunos petrograbados hechos a base de incisiones, los cuales, aunque en ocasiones muestra algunas figuras geométricas como triángulos o rombos, casi siempre son líneas aleatorias. Asimismo, muchas veces aparecen sobre rocas en las afueras de cuevas, en superficies sumamente pulidas y con una colocación rojiza producto de aplicación de pigmentos.
Como se puede apreciar, la interpretación de las manifestaciones gráficorupestres es una tarea mucho más complicada de lo que parece, pues no basta con sentarse frente a ellas y dejar volar la imaginación. Se necesita no sólo apoyo económico para realizar proyectos de investigación, sino profesionales interesados en la arqueología, en este caso de Nuevo León y el noreste, pues la interpretación arqueológica es tarea de varias generaciones, y el desarrollo de la arqueología del desierto está iniciando. El noreste de México es una de las regiones más ricas de nuestro país respecto a este tipo de
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nas rupestres de Nuevo León son verdaderamente monumentales, no sólo por su extensión que puede alcanzar varios kilómetros, sino porque fueron realizados por grupos de reducido número que, periódicamente, se reunían para celebrar ritos o eventos de trascendencia que debían quedar registrados a través de símbolos y signos grabados o pintados en la roca como memoria gráfica. Con todo lo anterior, hemos tratado de enfatizar la importancia de este tipo de evidencia arqueológica, pues hay que valorar en su justa dimensión que Nuevo León es uno de los estados con mayor riqueza de estas manifestaciones en el país.
Monterrey: origen y destino
Capítulo VII 1. En la literatura arqueológica se suele incluir los dibujos hechos en el suelo, que son denominados geoglifos. Los más conocidos son los de Nazca, en Perú, pero los hay en otras partes del mundo, incluyendo México. Pueden ser de dos tipos: positivos y negativos. Los positivos son cuando la figura se delinea acomodando pequeñas rocas y piedras. Y en negativo, cuando la figura es creada al retirar las piedras en el suelo, quedando espacios en blanco. En el caso de Nuevo León y Coahuila, no hay evidencia clara de la existencia de ellos. 2. Viramontes., op. cit., 2000. p. 45-61. 3. Murray., op. cit., 1987. p. 15. 4. Castañeda Valle, Rodrigo., op. cit., 2005. p. 51. 5. Retting Hinojosa., op. cit., 2005. p. 71. 6. Corona Jamica., op. cit., 2001. p. 23. 7. Murray., op. cit., 1987. p. 16. 8. Olson., op. cit., 1988. p. 55-124. 9. Harris, Roy. Signos de escritura. Barcelona, España: Gedisa, 1999. p. 67. 10. Sin embargo, como hemos visto, los petroglifos y pictografías no eran concebidas por sus creadores como obras de arte, por lo que su ejecución no se realizaba forzosamente en un mismo momento, ni por el mismo individuo. Sino que las figuras que aparecen en una misma roca o en la pared de una cueva, pueden haber sido ejecutadas en distintos días, años, o durante cientos de años. Además, pudo haber sido otro grupo con una cultura semejante, e incluso una sociedad ajena con una cosmovisión diferente, por lo que se complica más no sólo su inter-
pretación, sino el darle una temporalidad a un sitio arqueológico de estas características. 11. Valadez., op. cit., 1999. p. 97. 12. Valadez, Moisés. “Conteo y observación del cielo en Boca de Potrerillo: huellas de una antigua tradición”. Boca de Potrerillos: evidencia arqueo-lógica y paleoambiental del desarrollo indígena en Nuevo León, Universidad Autónoma de Nuevo León, Museo San Bernabé de las Casas, México, 1998. p. 47-54. 13. En el interior del sitio resulta evidente que en muchas ocasiones las pinturas aparecen en un reducido espacio, como en pequeñas grietas, nichos naturales o en los techos de abrigos rocosos de muy baja altura, los cuales nos obligan a entrar agachados o incluso acostados. Además, en algunos sitios es posible observar delgados trazos realizados con algún tipo de pincel que forman pequeñas pinturas que sólo es posible percibir a muy corta distancia. 14. Murray., op. cit. 1987. p. 17. 15. Valadez., op. cit. 1999. p. 98-99. 16. Panofsky, Erwin. Estudios sobre icnología. Madrid: Alianza Editorial, 1972. p. 15. 17. Hodder., op. cit. p. 30-31. 18. Panofsky., op. cit. p. 24. 19. Mendiola, Francisco. El arte rupestre en Chihuahua. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, colección científica, número 448, 1999. p. 21. 20. González Arratia., op. cit. 1999. p. 58. 21. Aquí, vale la pena señalar que existe una teoría
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Los grupos indígenas en Monterrey
que sugiere que muchos de los motivos grabados y pintados se trata de figuras llamadas fosfenos que son percibidas por el ser humano cunado está en un estado de conciencia alterado, es decir, en trance. Por ejemplo, bajo los influjos de alucinógenos. Sin embargo, el hecho de que fisiológicamente aparezcan las mismas figuras entre los humanos de diferentes partes del mundo y de distintas épocas, ello no quiere decir que tengan el mismo significado. 22. González Arratia, Leticia. Teoría y método en el registro de las manifestaciones gráficas rupestres. México: INAH, 1987. p. 32. 23. La aparición de la pátina se debe a los agentes naturales como la luz solar, la intemperie y otros factores. Semenov., op. cit. 1981. p. 23. 24. Ole y Heizer., op. cit., 1977. p. 231. 25. Rodríguez, Maria Elena. “Los petroglifos en arqueología social”. GENS, volumen 1, numero 1, marzo 1985, Sociedad venezolana de arqueólogos, colegio de sociólogos y antropólogos de Venezuela, Venezuela. p. 37-50. 26. Este término tiene que ver con la diferente percepción que cada grupo humano hace del medio ambiente que le rodea y como integra su cultura material a este. 27. Bradley, Richard, Felipe Criado y Ramón Fábregas. “Los petroglifos como forma de apropiación del espacio: algunos ejemplos gallegos”. Trabajos de prehistoria, Volumen 51, número 2, Madrid, España, 1994. p. 159-168. 28. Se trata de una corriente teórica seguida por distintos arqueólogos latinoamericanos, que parten de una postura que busca ser alternativa respecto a la tendencia de la arqueología angloamericana. Ade-
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más, el arqueólogo asume un compromiso político con la sociedad. 29. Harris, Roy. Signos de escritura. Barcelona, España: Gedisa, 1999. p. 123. 30. Chippindale, Christopher, [et al.] Benjamin Smith y Paul S.C. Taçon, 2000, “Visions of dinamic Power: Archaic rock – paintings, Altered States of Consciousness an “clever men”. Cambridge Archaeological Journal, Volumen 10 Número 1, The McDonald Institute for Archaeological Research, Cambridge University Press, 2000. p. 69. 31. Taylor., op. cit., 1966. p. 59-94.
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CAPÍTULO VIII HACIA UNA HISTORIA INCLUYENTE
En consecuencia, la diversidad de culturas humanas no debe invitarnos a una observación divisoria o dividida. Ésta no está tanto en función del aislamiento de los grupos como de las relaciones que les unen. Lévi-Strauss El célebre etnólogo francés, Claude Lévi-Strauss señala que cada sociedad puede, desde su punto de vista, dividir a las culturas en tres categorías: la primera, son aquéllas que le son contemporáneas, pero se encuentran en otra parte del mundo; la segunda, las que han existido más o menos en el mismo espacio geográfico, pero en tiempos pasados; y, por último, las que han existido con anterioridad al tiempo histórico en un espacio distinto.1 Si mencionamos lo anterior es porque queremos analizar, de manera breve, los criterios que utiliza la sociedad neolonesa para categorizar a las culturas locales. Evidentemente, existen diferentes juicios, de acuerdo a la cultura que se observa. Por ejemplo, en Nuevo León algunos sectores de la sociedad suelen discriminar a los indígenas. Aunque se acepte su diferencia cultural, muchas veces son catalogadas prejuiciosamente, se les señala negativamente como grupos con costumbres que no corresponden a la civilización actual, comunidades con tradiciones atrasadas que se niegan a cambiar, a incorporarse a la modernidad, y otras ideas semejantes. Por otra parte, la apreciación de la cultura indígena prehispánica, coincide con la tercera categoría que Lévi-Stauss señala, es vista con respeto y
algunos se sorprenden con admiración ante ella. De manera contradictoria, esta forma de pensamiento, cuando juzga a la cultura indígena antigua afirma que aquellos indígenas son nuestras raíces mexicanas, aunque margine a sus descendientes directos. Así, a los indígenas que caminan por la calle se les proscribe, mientras que a los indígenas de las crónicas y leyendas mitificados en los libros de historia se les representa en esculturas, pinturas y litografías, se exhibe su representación iconografíca en algunas plazas públicas o salas de museos. Serán, pues, los antiguos indígenas héroes de monumentos y leyendas. Lo anterior se puede identificar en la figura de
El indígena nativo del noreste esta prácticamente fuera de la historiografia regional, y ausente en los símbolos de identidad de la ciudad de Monterrey. Cuando se llega a pensar en la imagen de un indígena, suele ser uno mesoamericano, como la estatua de Cuauhtémoc. Fotografía: Eric Lara.
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Los grupos indígenas en Monterrey
Cuahutémoc, inmortalizado a imagen y semejanza de los dioses griegos.2 Elegido cuando se requirió un indígena para nombrar a una avenida de Monterrey.3 Otro ejemplo es la escalinata del antiguo Palacio Federal ubicado en el primer cuadro de la ciudad de Monterrey, que está adornada con grandes cabezas de serpientes emplumadas, símbolos que representan a los grupos mesoamericanos en Nuevo León.
Si en otras latitudes es utilizada como símbolo nacional de nuestras raíces indígenas, la serpiente emplumada, presente en las escalinatas de los edificios mesoamericanos, ha pasado como un forzado injerto cultural en el noreste de México.
De acuerdo con lo que dice Lévi-Strauss respecto a la forma en la que cada sociedad divide las culturas en varias categorías, tenemos a las que han existido en el mismo espacio geográfico, pero en tiempo anterior. Es decir, en este caso, debemos analizar la concepción que se tiene de las culturas indígenas que estuvieron antiguamente en la ubicación geográfica que hoy ocupa Monterrey y el noreste de México. En relación a lo anterior, ocu-
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rren varias cosas, por un lado, tenemos que se trata de un legado material que durante mucho tiempo no se tomó en cuenta como arqueología. Es decir, casi siempre la concepción de sitio arqueológico es y ha sido la de las grandes construcciones típicas de Mesoamérica, de allí que otro tipo de vestigios, como lo de las sociedades nómadas de cazadoresrecolectores no hayan sido considerados como tales, pues aunque desde hace mucho tiempo autores como Santiago Roel4 y Alessio Robles denunciaban la evidencia material de petrograbados, eran poco valorados. Robles confirma lo anterior en la siguiente cita: ”en Nuevo León solamente se ha hallado un monumento arqueológico en el margen del río Sabinas”,5 esta concepción se ha mantenido por generaciones. Así, en esa época de inicios del siglo XX y en cierto modo hasta la actualidad, el nomadismo es juzgado como un modo de vida casi incapaz de dejar vestigios arqueológicos; lo anterior debido a que cuando se comparan los sitios arqueológicos de sociedades sedentarias con los de sociedades nómadas, se hace sólo desde un punto de vista cuantitativo, en donde se pretende valorar un sitio arqueológico por las dimensiones o cantidades de elementos o artefactos arqueológicos que lo conforman. Es necesario subrayar que este criterio para jerarquizar el patrimonio arqueológico prevalece en la actualidad en gran parte de la población. Ya que durante mucho tiempo, las investigaciones arqueológicas realizadas en México se habían mantenido concentradas en la arquitectura monumental. El hecho de que se subestime el patrimonio arqueológico de Nuevo León se debe a dos motivos: el primero es el prejuicio a que lo arqueológico sólo es vasijas y figurillas de cerámica, esculturas en piedra, objetos de oro, jade o grandes construcciones y artefactos producto de sociedades sedentarias de agricultores procedentes del occidente, centro y sur del país; el segundo la falta de interés en los grupos indígenas por desconocimiento de que sí exis-
Monterrey: origen y destino
ten culturas prehispánicas en lo que actualmente es Nuevo León y el noreste de México, así como otros aspectos de este patrimonio cultural en la localidad. Por lo anterior, creemos que resulta necesario conocer y valorar nuestro propio acervo arqueológico. Ya que no solamente posee datos que enriquecen nuestra cultura general, también refleja la cultural en un tiempo y espacio determinados, lo cual posibilita aceptar la diversidad y abrirnos a la tolerancia en la convivencia con otras sociedades y comprender la relación de la cultura actual con el pasado. De esta manera se fomenta el respeto para los grupos étnicos que viven en nuestro país y en nuestra entidad, tanto los que nos antecedieron como los actuales.
¿Por qué no hay indígenas en Nuevo León?
Por supuesto, es difícil analizar detenidamente las razones por las cuales en Nuevo León no existen grupos indígenas nativos, tal y como ocurre, por ejemplo, en el noroeste de la república, con grupos como los yaquis, los seris, los mayos, los pames, o con los mayas en la península de Yucatán y parte de Centroamérica, o los miles de indígenas nahuas que están distribuidos en los diferentes estados de México; así podríamos enumerar muchas regiones y entidades más donde existen grupos indígenas, pues hay decenas de etnias en nuestro país que suman millones de personas. Entonces, cabría preguntar ¿por qué aquí no hay descendientes directos de aquellos grupos indígenas nativos?, ¿por qué en Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas no existen hablantes de las lenguas originarias de la región? Responder a lo anterior no es tarea fácil, ya que la
En muchas zonas la población india prácticamente desapareció. Fue exterminada, como muchos grupos nómadas de la llamada Gran Chichimeca Guillermo Bonfil Batalla Se ha comprobado, a partir de los descubrimientos arqueológicos de diferentes investigadores, que sí hubo indígenas en Nuevo León antes de la llegada de los españoles, y fueron ellos los A diferencia de otras entidades de nuestro país, en Nuevo León, desde el siglo XIX, no existen grupos indígenas nativos. primeros habitantes colonizadores del territorio que hoy ocupa la entidad. Así también, se ha estudiado razón de la ausencia de estos grupos en la actualidad su vida cotidiana: sus hábitos alimenticios, cómo se debe buscar en el tipo de conquista llevada a cabo manufacturaban los instrumentos y la vestimenta en el noreste de México. Aunque los gobernadores que utilizaban, sus creencias religiosas y rituales, y encomenderos que llegaron al Nuevo Reino de aunque estamos conscientes que resulta complicado León tenían entre sus obligaciones el compromiso de dar un buen trato, protección y evangelización recrear 10 mil años en unas cuantas cuartillas.
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Los grupos indígenas en Monterrey
a los naturales, en realidad esto nunca se dio, y la que eran explotados en las haciendas regresaban o relación con los indígenas fue hostil y agresiva. huían a los montes, llevando consigo la enfermedad, Al repartírselos como mano de obra los es- propagándola. clavizaron, rompiero las estructuras que les daban Desafortunadamente, para el siglo XVIII, la cohesión como grupo; esto generó un dramático población indígena estaba francamente disminuida. proceso en el que casi se extinguen,6 por lo que a Esto puede ser leído en distintos documentos del finales del siglo XVIII quedaban ya muy pocos. Sin siglo XVIII, donde cada vez se menciona menos a embargo, no sólo la guerra fue la causa de este exter- los indígenas locales. Por ejemplo, Pedro de Rivera, minio, sino también las enfermedades, es decir, las confirma que para la primera mitad del siglo XVIII epidemias que atacaron a la población en aquellos la población indígena nativa era mínima.9 Como días,7 pues durante la Colonia, sabemos que mu- ya lo hemos señalado,10 por alguna razón el año de chos indígenas, y con mayor facilidad los niños y los 1775 fue una especie de fecha simbólica, en la que ancianos, murieron a causa de las distintas enferme- en el noreste se verificó el fin de los indígenas en el dades traídas a nuestro continente por los europeos Nuevo Reino de León; en esto coinciden distintos y esclavos africanos. El contagio y la mortandad no autores. ocurría sólo por el contacto directo con los indígeSin embargo, existe evidencia de que algunas que vivían entre los españoles, medio por el nos grupos indígenas nativos aún vivían en lo que cual se transmitían los gérmenes de la enfermedad, ahora es Nuevo León, y todavía a inicios del siglo también contribuyeron de XIX es posible encontrar forma importante el hareferencias de los últimos cinamiento, el vivir cerca grupos locales. de la basura y encontrarse Thomas Hester señaexpuestos a los desechos la que, para el siglo XVIII, humanos, algo desconoel vidrio, el latón y el hierro cido por los grupos nómatomaron el lugar de la piedas y que seguramente en dra en las puntas de flecha, las haciendas aumentaba concluyendo así con una el índice de mortalidad, tradición milenaria.11 Lo anterior, a final de cuentas, pues se puede verificar es como una triste metáfora mediante una investipara ilustrar lo que sucegación documental que dería, poco tiempo después, los grupos nómadas, en a inicios del siglo XIX, a los distintas partes del mungrupos nativos de lo que do, perecían al contacto ahora es el estado de Nuevo con occidentales debido León, que dejaron de existir a la viruela, el cólera, la como grupos étnicos difetifoidea y otras enfermedades endémicas en la po- Como una triste metáfora, podemos decir que el metal de la renciados, y así, el metal en espada sustituyó, en unos cuantos años, a los artefactos de blación que conquistaba roca que habían sido usados durante milenios por los grupos la espada tomaría el lugar de los territorios;8 aunado a indígenas. Una forma de vida, una cosmovisión, una lengua la madera y la piedra de los y una forma de vida desparecieron para siempre a inicios del esto, muchos indígenas siglo XIX. instrumentos indígenas.
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Monterrey: origen y destino
El nuevo pasado indígena Que la respuesta tradicional consiste en afirmar que América se hizo patente a resultas de su descubrimiento, idea que ha sido aceptada como algo de suyo evidente y constituye, hoy por hoy, uno de los dogmas de la historiografía universal. Pero, ¿puede realmente afirmarse que América fue descubierta sin incurrirse en un absurdo? Edmundo O’Gorman En las zonas áridas y semiáridas del norte de Nuevo León y el noreste de México, existen ocasionalmente fuentes de agua que eran frecuentadas por distintos grupos indígenas. Esto lo sabían quienes buscaban exterminarlos en el siglo XIX, de ahí que pensaran en el envenenamiento de las tinajas del desierto.
Algunos cuestionan el trato dado a los grupos nativos12 y/o critican la forma de abordar la historia de los indígenas en Nuevo León, y han manifestado
“... he tenido el placer de recibir hoy su muy grata carta del actual, y con ella las dos botellas de veneno que U. Se sirve mandarme para emplearlo en los aguajes aislados de los bárbaros, lo cual será todo conforme a las instrucciones en su apreciable mencionada” AGENL Correspondencia Vidaurri con Vicente Garza, 1863, Folio 3691.
su desacuerdo con la costumbre de subestimar a los grupos indígenas locales. Como ejemplo, transcribimos una cita hallada en un texto de Máximo de León Garza, quien exclama indignado: ¡Y agregaría yo, no duró más porque para entonces no quedó ni un solo indio, pues todos estaban bien muertos!13 De León expone lo anterior porque estaba cuestionando con ironía la postura de José P. Saldaña14 con respecto a la duración del conflicto entre españoles e indígenas en el noreste de México. Por otra parte, Abraham Nuncio se refiere a los grupos indígenas de comanches y apaches mezcaleros del siglo XIX e inicios del siglo XX, de la siguiente manera: Los primeros en ser no sólo desplazados, sino extinguidos fueron los indios. La guerra que se libró contra ellos, menos espectacular que la guerra del Yaqui pero quizá más efectiva, fue sistemática y total. En Vidaurri encontrarían a su Custer más implacable.15 La veracidad de la afirmación de Nuncio se fundamenta en la intolerancia con los indígenas que distinguió al gobierno de Santiago Vidaurri, el cual
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una polémica discusión entre el idealismo indigenista16 y el radical hispanismo.17 De este modo, se desató la polémica por el llamado “descubrimiento de América”, se subrayó el hecho de que la palabra descubrimiento tenía una fuerte carga ideológica que surgía de una posición unilateral y eurocéntrica, donde los indígenas nativos de América no eran considerados en el desarrollo histórico, ya que, según este enfoque, los indígenas aguardaron por milenios para ser descubiertos y así ingresar a la historia.18 En la última década del siglo XX se replantea el tema de interpretar la historia sobre los indígenas del noreste de una forma mas objetiva. Por un lado, está la vieja historiografía positivista que se escribía desde un punto de vista etnocentrista, por lo que era prejuiciosa hacia los nómadas cazadoresrecolectores. Por el otro, una historia hecha no sólo bajo metodologías y técnicas académicas distintas, La cuestión no debe ser mantener un rechazo a la presencia europea, ni a los españoles, sino que el cuestionamiento debe ir dirigido a preguntarnos por qué personajes como Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, muy seguramente el primer hispano que caminó por tierras que ahora son el estado de Nuevo León y que mantuvo una visión más tolerante frente al indígena, ha pasado casi desapercibido de nuestra historia, y solamente se honra a esclavistas y militares.
aplicó medidas radicales, tales como ordenar el envenenamiento de los aguajes del desierto durante el conflicto. Desde la Brevísima relación de la destrucción de las Indias del dominico Bartolomé de las Casas, publicada en 1542, han existido posiciones contestatarias de la historiografía tradicional, que escribe los hechos sólo desde la versión hispanista. En la primera mitad del siglo XX, surgió en América Latina un grupo de intelectuales que propusieron una interpretación de la historia al cuestionarla desde la identidad latinoamericana. En el año de 1992, después de cinco siglos, aparecieron en todo el continente distintos puntos de vista que criticaban de manera explícita el acontecimiento ocurrido el 12 de octubre, cuando llegó Colón. Críticas a favor y en contra se escuchaban en
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La imagen recurrente a cerca de la fundación de Monterrey gira en torno a la llegada de los españoles, y los indígenas son meros extras de la historia, a los sumo son concebidos como un problema para el progreso. Sin embargo, la historiografía contemporánea y la arqueología han llamado la atención acerca de que hubo grupos humanos en esta región mucho antes de 1596.
sino bajo una perspectiva que integra el humanismo contemporáneo. Historiadores como Martha Rodríguez,19 Cecilia Sheridan y Carlos Manuel Valdés,20 han cuestionado en distintos textos a la historiografía tradicional que, desde un punto de vista evolucionista, le atribuye a estas sociedades un atraso primigenio. En el caso concreto de Monterrey y Nuevo León,
Monterrey: origen y destino
en el año de 1996 surgió lo que podemos llamar una corriente de ruptura, la cual era representada por un grupo de investigadores que compartían las mismas inquietudes; lo anterior contrastó con la celebración de los 400 años de la fundación de la ciudad de Monterrey. Por un lado, se dio el festejo por la presencia hispana,21 la cual se pretendía legitimar y ostentar, por ejemplo, con estatuas de conquistadores, mientras que, por otro lado, predominaba una marginación y olvido hacia los antiguos indígenas locales. El año 1992 en el continente, y 1996 en la ciudad de Monterrey, se recuerdan en la historiografía regional como punto de partida para replantear la valoración ética del pasado histórico americano. En un contexto global que incluía el fin de la guerra fría, la caída de sistemas totalitarios y del apartheid sudafricano, el movimiento de los zapatistas en Chiapas en 1994, instituciones,22 estudiantes e intelectuales se inclinaron por esta forma de reinterpretar el pasado, con un punto de vista crítico elaborado por la sociedad mestiza. Por otra parte, esta visión crítica también se puede observar en la obra de Alonso de León, que es una valiosa fuente de información; por mucho tiempo había sido utilizada como la única verdad absoluta, ya que lo afirmado por De León se valoraba como veraz y objetivo. En fechas recientes se hizo una lectura crítica de su trabajo, y fue cuestionado de manera explícita. Por ejemplo, en un breve pero conciso artículo periodístico titulado Alonso de León, ¿garante o violador de los derechos humanos? el historiador Nicolás Duarte Ortega puso en duda la objetividad del autor, evidenciando su parcialidad y eurocentrismo: En De León el indio es traidor, cruel, antropófago, deshonesto, embustero, hechicero, sucio, glotón, drogadicto (usa el peyote), fiero, homosexual y carece del verdadero dios. Los estudios históricos, hasta ahora, han ignorado esta postura del cronista. En De
León los españoles son honestos, divinos, ilustres, verídicos, grandes y cristianos.23 Siguiendo en esta misma línea, Nuncio observaba con atinado juicio que, si bien era una fuente importante de datos acerca del modo de vida de los indígenas locales, la obra de De León no sólo poseía una fuerte carga ideológica, sino que precisamente lo convertía en uno de los primeros antecedentes de la intolerancia hacia los indígenas que prevalece actualmente en Monterrey y el noreste,24 argumento que cobra relevancia por sus implicaciones en la migración indígena que existe en la sociedad contemporánea. Estas críticas hacia De León surgieron entre historiadores, en el ámbito de la arqueología y en el de la antropología, ya que su obra tenía puntos cuestionables. Por ejemplo, Leticia González criticaba no sólo a De León, sino a otros cronistas y a los historiadores contemporáneos que han repetido el mismo discurso.25 De igual modo, Moisés Valadez criticaba el tipo de conquista llevada a cabo en la región,26 cuestionando la historiografía nuevoleonesa por el hecho de tomar como verdad irrefutable lo mencionado por De León, repitiendo adjetivos como incivilizados, salvajes, bárbaros y primitivos.27 Así existen otras posturas que han analizado tanto los cronistas como los historiadores, y algunos otros investigadores que han repetido la deformada visión respecto a los nómadas cazadores-recolectores.28 Sin embargo, la construcción de una imagen distinta del pasado prehispánico e indígena aún está en proceso, se estudia en espacios académicos con poca difusión, lo que por desgracia ayuda poco a reinterpretar la historia indígena del noreste y cuestionar a la historiografía etnocéntrica de la sociedad en general. Aunque la historiografía en el mundo, en México, en el noreste y en Monterrey ha cambiado, es cierto que en todas partes, desgraciadamente, el hecho de integrar a los que quedaron excluidos en el discurso anterior es todavía un objetivo que se desea
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conseguir,29 por lo que, con mayor razón, la historiografía de Nuevo León y la de Monterrey deben ver el pasado con otra perspectiva. Entonces, las investigaciones futuras deberán abordar este tema desde un enfoque multidisciplinario. Sin duda, la arqueología, la antropología y la historia trabajarán para dar una mejor comprensión de estos grupos. La historia que se genere en el siglo XXI tiene precisamente el reto de integrar todos los elementos, hasta aquéllos que el discurso anterior dejaba fuera, buscar la objetividad con aquellos grupos que han sido marginados, no sólo desde el punto de vista académico y puramente científico al analizar su papel en el desarrollo histórico de la ciudad y nues-
La erosión, aunque es un fenómeno natural, es muchas veces propiciado y agudizado por la actividad humana. Sus prejuicios, además de los obvios problemas ecológicos que conllevan, traen consigo alteraciones graves en los sitios arqueológicos.
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tro estado, sino que debemos incluirlos y aceptarlos desde su diversidad cultural.
La conservación del patrimonio arqueológico Los antiguos grupos nativos que vivieron en lo que ahora es Nuevo León nos legaron su evidencia material, es decir, los vestigios arqueológicos que ahora pueden ser encontrados. Para estudiarlos es indispensable su conservación, sin embargo, existen causas naturales y humanas que actúan en perjuicio de éstos, por lo que es preciso conocer la forma de preservar este patrimonio. La conservación de los sitios arqueológicos ha disminuido, y uno de los factores que más han contribuido a ello es la erosión. Cabe señalar que la erosión es un proceso natural, pero también puede ser propiciado o acelerado por el ser humano cuando desvía el cauce de los ríos, urbaniza, crea presas, explota los mantos acuíferos, introduce ganado y sobreexplota algunas especies vegetales como el mezquite,30 ya que esto genera cambios en la flora y fauna de la región. Entonces, al momento que la vegetación disminuye, la ausencia o poca cantidad de raíces que compacten el suelo ocasiona que con las lluvias haya un arrastre anormal de sedimentos, lo que
Monterrey: origen y destino
altera muchos de los contextos arqueológicos, pues los sitios muestran acarreo del material lítico y, entre otras cosas, provocan que afloren las rocas de los fogones. Incluso, hay lugares en los que se pueden apreciar al menos dos niveles de suelo, el que está fuertemente erosionado y aquél que aún se mantiene como montículos naturales debido a las raíces y vegetación. Por otra parte, en el caso de las excavaciones, el arqueólogo se enfrenta a otro tipo de agentes. Por ejemplo, las raíces profundas y grandes de los árboles cruzan en ocasiones el sitio arqueológico, removiendo los materiales que están bajo la superficie. De igual modo, a veces no es la flora, sino la fauna la que origina alteración del contexto. Por ejemplo, una de ellas se debe a las aves de rapiña, como búhos y otras especies que anidan en las peñas de los cerros y los macizos rocosos, pues hay ocasiones que en las cuevas se van acumulando los restos óseos de los animales con los que se alimentan, lo que lo altera en un momento dado, ya que estos restos puede llegar a confundirse con restos similares dejados por el ser humano hace mucho tiempo. Lo mismo ocurre con carnívoros de distinta talla, como pumas, coyotes, gato montés u otras especies que habitan Nuevo León y que llevan sus presas a sus madrigueras, dejando huesos desperdigados en el área; sus madrigueras, en muchas ocasiones, son
cuevas o abrigos rocosos que fueron ocupadas hace cientos o miles de años por el hombre. Igualmente, las madrigueras de roedores revuelven el material arqueológico a través de los túneles que hacen.31 También esos mismos roedores suelen mordisquear y roer los restos óseos, pues muchas veces son encontrados en las excavaciones con claras huellas de dientes.
Debido a los cambios bruscos de temperatura y a las características propias del tipo de roca de cual se trate, en muchas ocasiones es posible encontrar rocas fracturadas, en donde se puede apreciar si la fractura ocurrió antes o después de haber sido grabadas. Como en este caso, donde los motivos pintados y grabados fueron divididos por fracturas a posteriori.
Las pinturas rupestres, muchas veces presentan escurrimientos de carbonatos y otros minerales que en ocasiones hacen casi imperceptibles los motivos pintados.
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Los grupos indígenas en Monterrey
Ahora bien, en lo que respecta, a los sitios con manifestaciones gráficorupestres, podemos mencionar que el deterioro y alteración incide tanto en el sitio en su conjunto, como en las rocas, es decir, en el caso del daño causado al contexto en general, podemos mencionar el caso de Cueva Ahumada, si-
por lo que en ocasiones las pinturas están cubiertas parcial o totalmente. Por otra parte, hay que mencionar que las rocas con petrograbados de los sitios tienen en mayor o menor medida fracturas y exfoliaciones causadas por los cambios bruscos de temperatura, donde en pocas horas la temperatura asciende o desciende súbitamente, provocan que las rocas se fracturen.32 Además, en algunas ocasiones, las rocas muestran las figuras grabadas parcialmente cubiertas por excremento de aves, lo que propicia el crecimiento de hongos o líquenes.
Factores humanos de afectación Comparado con los agentes naturales, el daño producido por las actividades humanas suele Otro tipo de afectación, aunque no de graves consecuencias, es la acumulación de excremento de aves y el consiguiente crecimiento de líquenes y hongos sobre algunas rocas, lo que afecta los ser cualitativa y cuantitativapetrograbados. mente más devastador. Es decir, ocurre de manera más inmediata tio ubicado en García, el cual ha sufrido graves da- y muchas veces es radical, pues un sitio puede desaños por agentes naturales como el huracán Gilberto parecer por completo en muy poco tiempo. en 1988. De igual modo, en Boca de Potrerillos, la zona arqueológica localizada en Mina, la erosión ha provocado que grandes rocas con petrograbados se hayan desprendido y rodado hacia el lecho del arroyo, pues con las crecidas causadas por las lluvias torrenciales que ocasionalmente azotan la región el arroyo cada vez se ensancha más, de ahí que la cerca que lo delimita haya sido dañada. El otro tipo de afectación, el que se da a partir del medio ambiente y que incide de manera concreta en la roca, puede deberse a varios factores. Por Cada vez, las áreas con evidencia arqueológica están más cerca de las grandes ciudades. Sin embargo, la arqueología no está en contra del ejemplo, hay ocasiones que la roca que sirve como desarrollo, pues son consecuencias del incremento de la población y necesidades económicas y sociales. Sin embargo, es necesario saber soporte para la pintura muestra escurrimientos de las mantener una relación entre desarrollo y conservación del patrimonio a través de proyectos de salvamento. carbonatos que cubren parcialmente la superficie,
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Sin embargo, no toda alteración y afectación del contexto arqueológico causado por el hombre es igual, ya que a veces se da de forma indirecta y a veces es inconsciente. Por otro lado, existe aquel daño y deterioro que se realiza con premeditación y alevosía, el cual es el más peligroso. En cuanto a los primeros, se deben a diferentes obras de infraestructura, tales como desmonte, construcción de brechas o caminos de terracería y, aún con mayor impacto, la construcción y/o ampliación de carreteras y autopistas. También la instalación de torres de líneas eléctricas, pues la maquinaria necesaria para construirlas requiere grandes espacios libres de vegetación y/o áreas planas; por su parte, los gasoductos y tuberías de agua potable o drenaje requieren realizar excavaciones, alterando así no sólo la superficie del terreno, sino aquellos materiales que son subterráneos. Asimismo, y debido al crecimiento urbano y a la consiguiente necesidad de vivienda, cada año se hace indispensable crear nuevas líneas de infraestruc-
tropolitana, sino en otros municipios aledaños. De este modo, las casas, calles, vías de acceso y obras concernientes a los servicios públicos se hacen en áreas próximas a sitios arqueológicos y áreas en las que, aunque no hayan sido registradas, se sabe que potencialmente pueden existir vestigios. Por ello, el Instituto Nacional de Antropología e Historia ha llevado a acabo proyectos de rescate y salvamento arqueológico para proteger, investigar y conservar el patrimonio que corre el riesgo de verse afectado con distintas obras de infraestructura en todo el territorio nacional. De manera específica,
En ocasiones, la gente se pregunta la razón de que los arqueólogos no dan información exacta acerca de la ubicación de los sitios arqueológicos. Lamentablemente, muchas veces se debe a que, si bien pueden permanecer casi intactos durante milenios, una vez dado a conocer, los sitios se ven alterados por grafiti con pintura en aerosol o inscripciones raspadas o incisas.
tura que ponen en riesgo la evidencia arqueológica.33 Así, nuevos fraccionamientos están siendo construidos no sólo en Monterrey y su área me-
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Muchas veces, saqueadores intentan llevarse algunas figuras de las rocas, golpeando con cinceles u otros artefactos metálicos la superficie de la roca, consiguiendo solo con ello la fractura parcial de las mismas.
en años recientes, el Centro INAH de Nuevo León y Coahuila mantienen comunicación constante con el gobierno del Estado y distintas dependencias federales como la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, la Comisión Federal de Electricidad y Petróleos Mexicanos, con la intención de conocer con suficiente antelación los proyectos que dichas dependencias tienen para realizar obras de infraestructura en la entidad, ya que sólo así es posible prevenir la afectación del patrimonio a través de proyectos de salvamento arqueológico.34 Otro tipo de afectación que tiene consecuencias muy graves e inmediatas es el vandalismo, esto es, los actos premeditados que buscan dañar el patrimonio arqueológico en forma directa a través de actividades intencionales que causan deterioro. Por ejemplo, en Nuevo León desgraciadamente existen sitios cuyas pinturas rupestres y petrograbados han sido dañados con grafiti, usando pintura en aerosol, o han sido raspados con objetos metálicos. También, en ocasiones, muestran fracturas y mutilaciones producto de fuertes golpes que le fueron dados para intentar llevarse parte de la roca donde estaba la figura deseada. Tal es el caso
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de Cueva Ahumada, localizada en el municipio de García, la cual presenta vandalismo, mutilación y saqueo causado por excursionistas que lo visitan continuamente dada su cercanía a la ciudad de Monterrey.
No toda la afectación es causada de manera intencional, sino que, a veces, las buenas intenciones tienen implícitos daños colaterales. Por ejemplo, el llevar una roca con pintura o petrograbados a un museo puede provocar la pérdida de información a cerca de posibles orientaciones astronómicas de las mismas o fragmenta el contexto de todo el sitio, limitando la interpretación de todo el conjunto.
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Hay que recordar que la importancia de las rocas con petrograbados, además de la intrínseca, es aquélla que se relaciona con el contexto donde se ubican. Hay que tomar en cuenta la posición de la roca con respecto del suelo y las demás rocas; también, es importante conocer la orientación geográfica, es decir, si estaba hacia el norte, sur, oriente o poniente. Incluso, es posible que la roca sirviera como marcador astronómico de fenómenos como solsticios o equinoccios. Por lo tanto, al removerla, aún con buenas intenciones, es inevitable la pérdida de información.
Actividades para dejar atrás el saqueo y el coleccionismo Confesamos un serio desprecio hacia los abridores de tumbas, porque no pasan de ahí. Siguen teniendo el señuelo de la “pieza de arte” ignorando todo lo demás. (…) nos parece, en las fechas en las que vivimos, leso crimen de arqueología. José Luis Lorenzo
Resulta interesante que a inicios del siglo XX, cuando aún no existía un interés claro por conservar nuestro patrimonio arqueológico, la Junta Arqueófila instara a las autoridades y lugareños del municipio de Parás a conservar el sitio de Piedras Pintas, pues en el Periódico Oficial del Estado de Nuevo León, con fecha del martes 7 de abril de 1908 se puede leer: Se recomendó a los vecinos de la jurisdicción que procurasen conservar aquel monumento.35 Y el traslado de una gran roca; sin embargo, Piedras Pintas aún se conserva en buen estado, aunque muchos otros sitios de Nuevo León no han corrido con la misma suerte. Sin duda, uno de los factores más dañinos para el arqueólogo, y concretamente en el noreste de México y Nuevo León, es el saqueo y el coleccionismo. Por supuesto, esto no es
exclusivo de cierta región o país, sino que, por desgracia, para el arqueólogo ocurre en todo el mundo, lo que es una causa continua de pérdida de la información.36 En el caso de Nuevo León, uno de los primeros arqueólogos profesionales preocupados por el saqueo fue Dudley Varner, quien durante su estancia en el estado señalaba que en algunos sitios sólo observó fragmentos de puntas de proyectil, pero consideraba que la poca presencia de artefactos se debía a la cercanía de la carretera, por lo que sospechaba que debió existir saqueo de parte de los los coleccionistas.37 Esta situación desgraciadamente continúa, pues el saqueo de objetos arqueológicos sigue presentándose en la entidad. Roberto Rebolloso, quien realizó un escrito sobre los antecedentes de la arqueología de Nuevo León, señalaba que efectivamente las puntas de proyectil habían sido motivo de interés de los coleccionistas, quienes las poseen sólo como objetos exóticos o artísticos dándoles diferentes denominaciones tales como38 pedernales, chuzos o puntas de flecha, sin embargo el saqueo de piezas es una actividad que se realizó y, lamentablemente, aún se realiza en Nuevo León por parte de individuos ajenos a la arqueología.39 Ahora bien, en otras áreas como el centro y sur del país, los saqueadores no actúan solos y han llegado a hurtar hasta piezas de gran tamaño como estelas o partes de muros con pintura, pero dadas las características de los sitios, es casi imposible que borren por completo la evidencia arqueológica. En cambio, en el noreste de México, donde la mayoría de las áreas fueron ocupadas por grupos nómadas de cazadores recolectores, un coleccionista de pedernales o chuzos puede transformar gravemente, o prácticamente desaparecer, todo lo que restaba del campamento habitado por este tipo de sociedades indígenas. De manera infortunada, a veces la incomprensión de lo que en realidad es la arqueología profesional y el desconocimiento de la ley pro-
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vocaba que dichas acciones de saqueo no sólo se justificaran, sino que incluso fueran alentadas por historiadores: Seguido sabemos de personas o grupos de amigos que “salen al monte” a buscar pedernales y que al encontrar uno y otro más, se emocionan y continúan con avidez su labor, que comenzaron como pasatiempo, y termina por convertirse en inquietantes esfuerzo de coleccionista y urgador (sic) del pasado histórico más remoto.40 Y es que, por mucho tiempo, la ausencia de arqueólogos profesionales provocó que infinidad de objetos arqueológicos fueran removidos sin ninguna sistematización por aficionados y saqueadores en Nuevo León41 y Coahuila.42 De igual modo, a nivel estatal y municipal, no existían programas de información, difusión y conservación del patrimonio en el estado y los municipios, lo que provocó que aquéAfortunadamente, distintos ni- llos que se acercaban para veles de gobierno, a través de diversas instancias, han bus- desarrollar la labor que les cado promover la conservación correspondía a los profede los sitios y artefactos arqueosionales, pero sin poseer lógicos. la preparación académica debida, sólo habían propiciado la mutilación y desaparición de infinidad de sitios arqueológicos, aunado a una serie de interpretaciones sin fundamento y hasta fantásticas. Desde luego, hay que reconocer que desde la última década del siglo XX esto ha cambiado. Con la presencia de arqueólogos de planta en el INAH y sus proyectos de investigación, difusión y
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Resulta por demás sorprendente que no es sino hasta las postrimerías del siglo XX cuando se publica por primera vez un libro escrito por un arqueólogo mexicano acerca de la arqueología de Nuevo León. Situación que denota el desfase respecto a otras regiones de nuestro país, de ahí que haya aún mucho por hacer.
conservación, no sólo se sabe más de la vida de las antiguas sociedades indígenas, sino también de la conservación de su evidencia material. Asimismo, el Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León ha creado foros de diálogo y programas para la protección de nuestro patrimonio arqueológico, histórico e intangible, como la tradición oral. Por su parte, la Universidad Autónoma de Nuevo León, a finales del siglo XX, publicó un par de libros sobre arqueología,43 y a través de sus facultades ha implementado cursos y diplomados sobre el mismo tema. Hay que señalar que no todos aquéllos que destruyen el patrimonio arqueológico actúan del mismo modo. Por ejemplo, en ocasiones no se trata de un saqueo ex profeso, sino que debido a la proximidad de algunos sitios con la carretera y áreas habitacionales, es evidente que existe en mayor o menor medida saqueo ocasional, pero fortuito. Por ejemplo, pastores de ganado caprino y trabajadores
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El admirar el pasado prehispánico o el ser aficionado a la historia y la arqueología no debe confundirse con el saqueo del patrimonio arqueológico. Por ejemplo, una punta de proyectil en un collar, además de ir en contra de la Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicas, ha perdido su valor científico.
que participan en la construcción de una carretera o en líneas eléctricas suelen recoger artefactos no por coleccionismo, sino por curiosidad. De igual modo, el hecho de que pastores y lugareños obtengan dinero por la venta ilícita de artefactos arqueológicos es diferente. No obstante, todo lo anterior no debe confundirse y mal interpretarse con nuestra postura, pues nadie puede impedir que cualquier individuo, sin importar su edad, formación académica, profesión u oficio, pueda convertirse en un buen lector de la arqueología, ni que pueda admirar un sitio arqueológico y disfrutar de una exhibición en un museo. Es decir, el gusto y la fascinación por el pasado no deben limitarse a unos cuantos, al contrario, resulta agradable saber que la arqueología y las sociedades pretéritas llaman la atención de la gente.
Sin embargo, lo que sí es criticable y debemos evitar, es la recolección de materiales arqueológicos por aficionados, e impedir el saqueo y las destructivas prácticas de coleccionismo de puntas de proyectil y otros artefactos que por mucho tiempo realizaron, y aún realizan, personas que no sólo no poseen los conocimientos teóricos, técnicos y metodológicos, sino que, además, no cumplen con las disposiciones legales que rigen el patrimonio arqueológico. La solución para erradicar este tipo de prácticas no es restringir el acceso con cercas y colocar custodios o policías que vigilen en cada uno de los sitios arqueológicos, pues esto, además de impráctico, resulta imposible, ya que hay cientos de sitios en la entidad y miles en todo el país. Tampoco es factible crear más leyes o incrementar las sanciones a quien dañe el patrimonio; la mejor protección es tomar conciencia de la importancia de salvaguardar el patrimonio arqueológico. Por lo tanto, lo que hay que hacer es tratar de cambiar la actitud al respecto y abogar para que la evidencia material no sea removida antes de hacer una investigación arqueológica. Y, en caso de
El arqueólogo no es policía ni busca a quienes infringen la ley federal. Sin embargo, independientemente de la labor científica que realizan dichos investigadores, existe una ley que convierte en delito federal el uso indebido de la evidencia arqueológica y paleontológica de nuestro país. Por ello, más que con guardias, custodios y cercas de alambre, los vestigios deben ser protegidos por todos los ciudadanos con un cambio de conciencia.
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que efectivamente exista un riesgo inminente que ponga en peligro el patrimonio, como por ejemplo una construcción sobre un sitio o la inundación que provocará una presa, sólo hace falta dar aviso a las autoridades competentes del INAH, y una arqueólogo realizará el rescate del sitio. Sin embargo, hay que explicar la situación: lo primero, es que la recolección de materiales y la excavación de un sitio son muy tardadas, pues efectivamente, si se le compara con la labor de un saqueador o un coleccionista, la diferencia puede ser de muchos días, semanas o meses. Pero la diferencia real es que, mientras el coleccionista sólo obtuvo un artefacto, el arqueólogo profesional recuperó mucho más que eso. Es decir, supongamos que el arqueólogo obtuvo muestras de carbón que permitieron otorgarle una antigüedad de tres mil años, y también recuperó distintos tipos de objetos que son evidencia de actividades cotidianas realizadas por un grupo humano que vivía en ese lugar. Además, a través de análisis de polen descubrió que se alimentaban de especies animales y vegetales que hoy no habitan en la región, y que reflejan un cambio climático. Y así podríamos describir muchos datos más que obtiene el profesional. La aparente tardanza o lentitud del investigador es porque, como ya vimos, se requiere hacer un registro minucioso y tomar todos los datos que sean posibles. En lo que respecta a que el arqueólogo no recolecta todo y no explora todos los sitios, es por varias razones. Una de ellas tiene que ver con que no existe ni el personal ni los recursos suficientes; lo que pretende el arqueólogo es obtener una muestra representativa y no arrasar con todo el sitio. El pensar que en la actualidad el investigador debe recolectar y excavar todo sería un tanto egoísta por parte del investigador contemporáneo, pues esperamos que la arqueología siga existiendo, y por lo tanto, otros deben tener la oportunidad de hacer sus propias investigaciones. Incluso, la mayoría de los sitios excavados suelen dejar ciertas áreas sin intervenir, pues están conscientes que en los años venideros, nuevos
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interesados podrán aproximarse al sitio. En efecto, la arqueología debe estar en constante crecimiento, y creemos que con nuevas técnicas y con otra tecnología, seguramente los investigadores profesionales del mañana aportarán nuevos datos, al igual que ocurre en la actualidad, cuando los arqueólogos contemporáneos obtienen más información que sus antecesores.44 Incluso, es posible que los del futuro se lamenten y hasta nos reprochen el haber omitido el registro de datos que ahora no contemplamos como tales. Sin embargo, estamos convencidos que no se debe poner toda la esperanza en la tecnología, pues a final de cuentas, esto sólo debe ser el medio y no el fin, ya que lo importante es llegar a una comprensión del pasado. Para ello, primero es necesario un verdadero deseo e interés por conocer a las sociedades del pasado y, en cuanto al patrimonio que nos legaron, hay que valorarlo tal cual es, sin prejuicios e ideas preconcebidas. No debemos menospreciar o glorificar su legado. Pues también es cierto que si no conocemos nuestro pasado, difícilmente podremos conocer nuestro presente y visualizar nuestro futuro.
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Capítulo VIII 1. Lévi-Strauss., op. cit. 1999. p. 55. 2. Litvak King, Jaime. Todas las piedras tienen 2000 años. México: Editorial Trillas, 1986. p. 163.
9. De Rivera, Pedro. Diario y derrotero de lo caminado, visto y observado en la visita que hizo a los presidios de la Nueva España septentrional el Brigadier Pedro de Rivera. Archivo Histórico Militar Mexicano, México, 1736, 1946. 10. Ramírez Almaraz., op. cit. 2006. p. 78.
3. Nuncio, Abraham. Visión de Monterrey. San Nicolás de los Garza, N.L.: Universidad Autónoma de Nuevo León; México: Fondo de Cultura Económica, 1997. p. 19. 4. Santiago Roel en su libro Historia de Nuevo León afirmaba de manera tajante: nuestros indios no dejaron rastro alguno, ni construcciones, ni ídolos, ni pinturas por donde iniciar siquiera alguna investigación. 5. Alessio Robles, Vito. Monterrey en la historia y en la leyenda. México: Porrúa e Hijos, 1936. p. 70. 6. Ya en otra parte hemos analizado ampliamente el exterminio ocurrido en Nuevo León, y hemos señalado ejemplos del Archivo Histórico de Monterrey, con documentos que dicen cosas así: los quiaguixcaguas, han quedado muy pocos de ...los indios turipeaiennigo, se murieron, que no ha quedado ni uno solo... los indios camajuguamma y por haberse muerto la mayor parte de ellos, pido se me deje agregar la ranchería de los camafeos Respecto a una ranchería, un encomendero ...dice que no han quedado más que tres indios. 7. Esto también ocurrió en otras partes del norte de México donde había grupos nómadas, como en Coahuila y Baja California. Pues, aunque atacadas con poderes sobrenaturales a través de diversos rituales, las epidemias, por ejemplo de viruela, terminaron con la vida de muchos indígenas.
11. Turner y Hester., op. cit. 1993. p. 61. 12. Aunque es verdad que existen autores que cuestionan prácticas como la encomienda y la venta de esclavos, muchas veces podemos incluirlos en lo que hemos denominado el doble discurso pues en el mismo texto y aún en el mismo párrafo, suelen mostrar una posición contradictoria respecto al destino del indígena local. Por ejemplo, mencionamos lo escrito por Vito Alessio Robles: “trajo, además, otras consecuencias sociológicas que no deben pasar inadvertidas: acabó con los indios en la tierra de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, resultado doloroso desde el punto de vista sentimental, pero a cuyo fenómeno se debe desde luego una gran unidad racial en los tres estados mencionados y también, en modo indudable, su rápido progreso, ya que no tienen, como el resto de México, el pesado lastre de indios substraídos a la civilización. 13. De León Garza, Máximo. ¿Grandeza de Monterrey?: respuestas a don José P. Saldaña. Monterrey, N.L.: Alfonso Reyes, 1970. p. 64. 14. José P. Saldaña era en ese entonces el cronista de la ciudad de Monterrey, y mantenía diferencias irreconciliables con De León Garza, pues Saldaña escribía con una óptica eminentemente hispanista y apologética la historia de Nuevo León. 15. Nuncio, Abraham. El grupo de Monterrey. México, D.F.: Editorial Nueva Imagen, 1982. p. 100.
8. Harris., op. cit. 1989. p. 27.
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16. De poco sirve la visión romántica de pretender instaurar el imperio mexica, portar penacho y desear que sea el náhuatl la lengua de todos los mexicanos como proponen ciertos movimientos nativistas.
23. Duarte Ortega, Nicolás. Monterrey 400, una historia de progreso, suplemento mensual del periódico El Norte. 24. Nuncio., op. cit. 1997. p. 39.
17. Respecto a esto, podemos recordar lo que señala el antropólogo Félix Báez: a la historia falsa que cuenta como la civilización cristiana redimió las tierras del supuesto salvajismo y la barbarie, urge encontrarle un lugar en el desván de las ideologías que han enajenado las capacidades intelectuales del hombre. 18. O’Gorman, Edmundo. La invención de América. Lecturas Mexicanas 63. FCE: México, 1984. p. 36. 19. Aunque se centra en el estudio de los indígenas del siglo XIX, y si bien su crítica es en un tono algo matizado, es evidente que se trata no sólo de un trabajo bajo un esquema teórico y metodológico riguroso, sino que lo hace desde una posición distinta respecto a la historiografía tradicional que domino por mucho tiempo el noreste. 20. La mayor parte de los trabajos que me precedieron sobre el tema deberíamos situarlos como historia española, o mexicana tal vez, la cuales tienen por eje el poder central, el cual por esencia es centralizador. 21. Sirva de ejemplo la demoledora opinión de Santiago Roel, autor de un libro que todavía en los 80, servia como texto a nivel medio: tribus nativas e inmigrantes se extinguieron hace muchos años, y desde entonces en el estado de Nuevo León dejó de existir el problema del indio. 22. No es casualidad, que en instituciones como el INAH y el CIESAS dieran un giro indigenista nunca visto en esta región.
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25. Conceptos como salvaje, agresivo, holgazán y otros para referirse a los cazadores recolecto-res; y evangelizador y civilizador, para referirse a los españoles, estructuran este discurso, el cual, en el proceso de lectura, se convierte en un mensaje rápidamente aprendido, asimilado, aceptado y hasta reproducido por el lector, generalmente, sin mayores cuestionamientos. 26. Probablemente, si los indígenas hubieran contado con la protección y comprensión de misioneros como en otras áreas, se hubiera logrado algún tipo de integración; pero, como el interés inicial de la conquista en esta región fue el rápido enriquecimiento por medio de la venta de esclavos, el carácter de la Colonia en el Nuevo Reyno de León puede traducirse como una constante contradicción entre ibéricos e indios, que concluiría con la extinción paulatina de estos últimos. 27. Valadez Moreno., op. cit. 1999. p. 185. 28. Ramírez Almaraz., op. cit. 2006. p. 80. 29. Fontana, Joseph. La historia de los hombres. Barcelona, España: Ed. Critica, 2001. p. 333. 30. Por ejemplo, hay áreas en donde se han talado los mezquites de forma descontrolada para la obtención de leña y/o carbón. 31. Por ejemplo, al sur de Nuevo León, en la cueva de la Zona de Derrumbes, así se explicaba la presencia de un fragmento de vidrio color azul contemporáneo hallado a una profundidad de alrededor de 55 centímetros.
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32. Por ejemplo, después de varios días con temperaturas muy altas que van provocando la absorción de calor de la roca, de pronto, de más de 40 grados, la temperatura puede descender más de 20 grados. Para entenderlo mejor, tal vez sea conveniente recordar un fenómeno similar que puede ser apreciado en nuestro ámbito doméstico, por ejemplo, cuando un recipiente de vidrio que estaba a una temperatura alta, se rompe al contacto con un líquido frío o viceversa. 33. Manzanilla, y Barba., op. cit. 1994. p. 20. 34. Valadez, Centro INAH Nuevo León, comunicación personal. Julio 1998. 35. Fernández, Amado. “Junta Arqueófila de Nuevo León, excursión científica”. Periódico Oficial del Gobierno Libre y Soberano del Estado de Nuevo León, pagina 1, martes 7 de Abril de 1908.
vestigaciones Dr. José María Luis Mora, Gobierno del Estado de Nuevo León México, 1989. 41. Valadez Moreno., op. cit. 1999. p. 7. 42. González Arratia, 1994. p. 174. 43. Valadez, et. al., op. cit., 1998. p. 15-34. 44. En este sentido, el conocido historiador francés André Leroi-Gourhan es claro: por otra parte, nunca se excava más que una parte del yacimiento y se conserva como “testimonio” todo lo que se pueda para que, pasados 20 años o varios siglos, con medios científicos más perfeccionados, los historiadores del futuro estén en condiciones de retomar el desciframiento.
36. Ole y Heizer., op. cit. 1977. p. 93. 37. Varner., op. cit. 1967. p. 46. 38. Rebolloso, Roberto. Arqueología de Nuevo León. Cuadernos del Archivo No. 61. AGENL: México, 1991. p. 67. 39. En el noreste de México ocurre un fenómeno muy semejante a lo que sucede en Texas, donde las puntas de proyectil son los artefactos más identificados y buscados por aficionados y coleccionistas. Sin embargo, la gran diferencia es la ley, pues mientras en los Estados Unidos dichas actividades son toleradas, en México constituye un delito. No obstante, pese a estas diferencias, el resultado es el mismo: la destrucción y alteración de contextos arqueológicos. 40. Garza Guajardo, Celso (compilador). Nuevo León textos de su historia. Tomo I. Instituto de In-
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Índice de Imágenes Introducción P.13 Franz Boas (An ilustrated biography) Capítulo 1 P.17 Cartel de TINTAN P.18 Cabeza Colosal Archivo Histórico de Monterrey, Ramo Civil, Vol. 23 Expo. 01 P.22 “Arqueología Histórica” Archivo Técnico del INAH Nuevo León P.33 “Fundación Cosmos” P.56 “Cédula de registro” Archivo General del Estado de Nuevo León P.39 “Periódico Oficial de Nuevo León” Archivo del Gobierno Federal P.59 “Cártel de Procede” AHM RC 165 A Exp. 50. P.186 “El caballo” Arqueología Mexicana, 2005 P.55 “Luis Aveleyra Arroyo de Anda” P.154 “El tabaco silvestre” Centro INAH, Coahuila P.132 “Metates” P.146 “Lítica pulida” P.159 “Fibra de ixtle” P.159 “Sandalias de Coahuila” P.211 “Municipio Parás” P.220 “Petrograbados con figuras geométricas” Códice Florentino P.72 “Grupos sedentarios de Mesoamérica” P.79 “Sedentarios indígenas tlaxcaltecas” 242
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Directorio Idea y Proyecto Adalberto Madero Quiroga Coordinación General José Antonio Olvera Coordinación Ejecutiva Eduardo Cázares Coordinación Editorial Ernesto Castillo Coordinación de Diseño Mónica Arroyo Diseño Gráfico Wendolyne Alemán Belinda Wong Imagen Melissa Villarreal Fotográfos Eric Lara Jesús Escandón Diana Salazar Brenda Sánchez Jessica Jaramillo Tere González Correctores de estilo Abel Garza Ana Narváez Luis Enrique Gómez Rodrigo Navarro José Ángel Anguiano Teresa Villarreal
Agradecimientos Archivo General del Estado de Nuevo León, Archivo Municipal de Monterrey, Museo de Historia Mexicana, Biblioteca Central Fray Servando Teresa de Mier, Fototeca del Estado de Nuevo León, Biblioteca Cervantina del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Capilla Alfonsina de la UANL, Museo de las Armas Nacionales de Lampazos, N.L., Museo de Sitio Boca de Potrerillos, Zonas Arqueólogicas de Chiquihuitillos y Cueva Ahumada, INAH, N.L.
Esta obra se termin贸 de imprimir en septiembre de 2009, en los talleres de Imprenta Plata Monterrey, Nuevo Le贸n. Se tiraron 1000 ejemplares m谩s sobrantes para reposici贸n.