Sergio Sanchez. POESÞIA URBANA

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POESÍA URBANA Puede que esta historia nunca os interese, pero, me gustaría dejarla como legado a los pocos que la leáis. Mi nombre es… Nate Rhyme. Vivo, o vivía, en los barrios de Eleven Street. En aquellos tiempos era algo bajito, de pelo corto y marrón, de tez pálida, ojos marrones y de tamaño más bien empequeñecido, además, unas grandes y oscuras ojeras reseguían el contorno inferior de mis ojos, como un semicírculo. Era algo inconformista y, en cierta manera, un tanto impulsivo. Por último, me gustaría añadir que se me apodaba con el sobrenombre de Roach. Sí, así es, cucaracha. Hacía ya tiempo que compaginaba algún que otro pequeño trabajo con los estudios, pero no grandes carreras ni nada comparable a la universidad, pues no había dinero. Acerca de Eleven Street, pues… no había demasiado que contar. Era un barrio casi marginal, lleno de pobreza y pandilleros, insoportables pandilleros. Yo vivía en una casa muy humilde, si se le podía llamar casa, claro. Hacía tiempo que mi madre subsistía como podía, decía que pronto no le daría para cuidarme, pero un día todo cambió. Gracias a mi gran amor, cabe decir que a veces no correspondido, el rap. Aquel fue el día que todo cambió, tan diferente. Hacía ya un tiempo que algunos amigos míos me habían propuesto participar en las batallas de gallos del local abandonado que se encontraba en el barrio, punto de reunión de los supuestos MC’s (raperos) de la zona. Eran las diez de la mañana y comencé con mi habitual profesión, ya sabéis atender pedidos, coger la condenada motito en pleno invierno, etcétera. Un detalle a resaltar era que, como una tradición, me llevaba buenas palizas propinadas por los grandes MC’s del lugar. Aquel día no faltó tampoco, no. Chester y sus compadres se presentaron y me volvieron a dar la del pulpo. Pero yo estaba contento, sabía que aquel día iba a volar. Las 22:00, hora de cerrarles la boca a aquellos tipos. Sí, había llegado el momento de brillar. En cuánto entré a aquel lugar los abucheos se hicieron casi constantes. Salí al escenario y le tocó rapear a Chester. No me interesaba otra cosa que vencerle e irme. Empezó él. - Acércate debilucho, te veo pachucho, entérate, no vales nada y sé que eso te enfada, te desagrada, prepárate pequeño niño de mamá porqué hoy vas a aprender a volar. En cuanto se me dio el turno a mí, me puse a pensar y cuando escuché “Dale DJ”, las rimas empezaron a fluir: - Qué sabes tú de vivir, sufrir, lo único que sabes es prohibir, te da miedo lo que puedan decir, perrito faldero, conozco grandes raperos que te comerían entero, aún no me desespero, mereces el cero, sin ningún insulto demuestro que soy culto, os dejo a ti a tus amigos de parvulario ese pobre vocabulario. El público aclamó y, con mi vaga experiencia, vencí. Así demostré que mis convicciones no se doblegaban y que podía mejorar. Así, victorioso, salí.


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