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No hemos aprendido del dolor y la desesperanza, de lo que ha significado la guerra para campesinos, indígenas, afrodescendientes, empresarios, educadores, líderes sociales y gente pobre y humilde de las distintas regiones de Colombia. La guerra, nos ha dejado una dolorosa deuda por reparar con más de nueve millones de desplazados, víctimas del despojo de sus tierras, hombres, mujeres y niños desaparecidos, asesinados, masacrados, exiliados, además de los más de seis mil falsos positivos víctimas, de una guerra que no les pertenece. El Acuerdo de Paz, dio un paso esperanzador hacia la terminación del conflicto armado interno y la reconciliación. Desafortunadamente los amigos de la guerra lo quisieron hacer trizas; sin embargo, en medio de las dificultades y de los incumplimientos del actual gobierno, la Comisión de la Verdad y la JEP se mantienen vigentes y sobreviviendo, valientemente erigiéndose como ejemplo ante el mundo por el derecho a la paz como la bandera más preciada de la gran mayoría de los colombianos. Los principios de Verdad, Justicia, Reparación y garantías de NO Repetición a las víctimas, fueron prioridades del Acuerdo de Paz. La Comisión de la Verdad, bajo la dirección del padre jesuita Francisco de Roux, abrió una inmensa posibilidad para que las víctimas y toda la sociedad colombiana encontraran esa verdad que es fundamental para superar esa tragedia que nos hundió en la incertidumbre, el dolor, el desarraigo y la desesperanza. La persistencia del Padre de Roux, de buscar la paz, la reconciliación y la verdad ha sido una tarea de vida. Su sensibilidad frente al dolor y la tragedia, su solidaridad y convicción frente al derecho de las víctimas y sus familias a la reparación del daño sufrido ha sido fundamental para la reconstrucción del proyecto de vida en condiciones de vida digna.
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Son más de dos años de trabajo de la Comisión de la Verdad, con un equipo de jóvenes, hombres y mujeres, que recorren los territorios; los registros y testimonios nos abren toda una historia de horror que no puede repetirse. El conocer la verdad cierra en el corazón de la sociedad y de las víctimas el ánimo de venganza, esa herida abierta por el dolor que dejó el daño irreparable de la guerra y la desaparición de sus seres queridos. Sólo la verdad, el encuentro de los actores de la guerra y las víctimas puede hacer posible el camino hacia una paz duradera. Atrás, en el pasado deben quedar las soluciones violentas para dar paso a una sociedad del diálogo civilizado y la democracia, del respeto a la diferencia y al Estado social de derecho. El Gobierno debe responder frente a esa realidad garantizando seguridad, reparación integral a las víctimas. De la mayor importancia es la voluntad política del Estado y sus instituciones con la presencia social y el desarrollo integral en los territorios, abrir soluciones definitivas al crimen del narcotráfico, la corrupción, las guerrilla y bandas criminales. No más guerra, no más asesinatos ni masacres. A este preocupante contexto de gobierno guerrerista, se une la pandemia y sus consecuencias sobre la sociedad. Un gobierno que recoge de los recursos de los colombianos 117 billones de pesos, para disminuir el impacto de la pandemia, fueron a beneficiar al sector financiero y grandes empresas y un porcentaje mínimo al sector de pequeñas, medianas empresas y microempresas. Y como si fuera poco, el gobierno tiene la genial idea de una Nueva Reforma Tributaria, que no toca la obligación de tributación a los super-ricos ni a las multinacionales. ¿A dónde nos quieren llevar? ¿Hasta cuándo la sociedad civil puede soportar tanta ignominia?
E n c u e n t ro s
Y el derecho a la paz, para cuando?