Autoría: Rosa Elena Pogo Romero
Cada noche llegaba papá a la casa después del trabajo diario y decía: ¡Ya llegué! Salíamos a recibirlo y nos abrazaba muy, muy fuerte. ¡UN ABRAZO DE OSO! decía. Luego corríamos por toda la casa para que no nos alcance. Después nos sentábamos a esperar mientras él se cambiaba y ponía la ropa en su sitio. ¡De pronto, se daba la vuelta y gritaba!: ¡UN ABRAZO DE OSO! Y nosotros lo apretábamos con todas nuestras fuerzas. Nos sentábamos a merendar y contábamos lo que había pasado en el día. Al terminar decía: ¡Tengo una
sorpresa! Pero solo la doy, si me dan: ¡UN ABRAZO DE OSO! Y nosotros nos lanzábamos a abrazarlo. Todas las noches, a la hora de acostarse, él iba a nuestro cuarto, nos cobijaba y nos leía un cuento. Cuando terminaba y se disponía a apagar la lámpara de noche, nosotros gritábamos juntos: ¡UN ABRAZO DE OSO! Y nos lanzábamos sobre él. Papá nos abrazaba tan fuerte que nos sonaban todos los huesos. Hoy estoy lejos y cómo ansío regresar e ir corriendo hacia él y decirle: ¡UN ABRAZO DE OSO, PAPÁ!