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Los Yaiga fueron un pequeño pueblo indígena que habitaban una porción remota y salvaje de las Tierras del Viento. Su origen y destino final se mantienen hasta el día de hoy como un misterio, pero sus costumbres y forma de vida pudieron ser brevemente retratadas gracias al trabajo fotográfico y a las reflexiones personales de un autor anónimo. Moviéndose en un pequeño clan de unos 30 a 50 miembros denominado “yaiganato”, esta gente mantuvo una vida nómada y de estrecha relación con la naturaleza, la cual les proveía de todo lo que necesitaban. Guiados por los cambios estacionales se desplazaban montaña arriba y río abajo hasta las costas, año tras año, buscando las mejores condiciones para su subsistencia. Tal vez su mayor rasgo distintivo fueron los patrones que solían pintar sobre sus cuerpos, adornos que los acompañarían por el resto de sus vidas. Las notas encontradas en su diario íntimo son una ventana a la mente de alguien que encontró en la convivencia con los Yaiga, las respuestas a muchas preguntas que no conocía hasta ese momento.
Durante el verano, el sol y el fuerte viento obligaban al clan a abandonar las costas y buscar las tierras más altas, donde se encontraban los bosques. Estos les proveían protección de las inclemencias climáticas. Junto a ellos se movía un gran grupo de animales autóctonos, a los que llamaban “gunas”. Los Yaiga y los gunas mantenían una estrecha relación con los mismos, casi simbiótica. Los animales les otorgaban una leche de un altísimo contenido nutricional la gran parte del año, la cual servía casi exclusivamente como única fuente de alimento para el clan. Tambíen utilizaban las pieles y cueros de los animales como abrigos y para la fabricación de sus tiendas. Sus huesos eran utilizados como herramientas y la carne y órganos servían con propósitos más ceremoniales. A cambio, los Yaiga protegían a los animales de los depredadores y les garantizaban siempre alimento y fértiles zonas de pastoreo. Siendo un animal de gran porte y resistencia física, también asistían en el transporte de los niños, ancianos y enfermos.
Los Yaiga mantenían estrechos lazos familiares los cuales formaban la base de su sociedad. La familia podía abarcar hasta 3 o 4 generaciones y en algunos casos se extendía a parientes cercanos que hayan quedado solos. A este grupo se referían ellos como “yaiganato”. Practicaban generalmente la monogamia, pero era posible realizar excepciones ante situaciones particulares. Un hombre podía tomar como mujer a una viuda y a su hija para mantenerlas a salvo y fortalecer la supervivencia del grupo. El rol del hombre y la mujer solamente parecían diferenciarse en algunas tareas específicas como la crianza de los hijos (que recaía en las mujeres durante la infancía temprana) o la eventual caza durante la temporada invernal (que recaía en los hombres más jóvenes del clan, pero no era exclusivo). Para todo lo demás las tareas eran de igual a igual y no parecía mantenerse una fuerte presencia patriarcal en su organización. El respeto se mantenía de igual a igual entre todos los miembros del clan. Esta homogeneidad en el trato y la distribución de los roles y tareas tenía como fin asegurarse que, ante la ausencia o fallecimiento de cualquier miembro del grupo, se mantuviese la continuidad del yaiganato.
Durante el invierno los gunas cesaban su lactancia y no iniciaba de nuevo hasta la siguiente primavera. Esto obligaba a los Yaiga a buscar fuentes alternativas de alimento. Debido a las bajas temperaturas, gran parte de la costa se congelaba, creando kilómetros de hielo que se metían mar adentro. Esto les permitía acceder a grandes grupos de calamares que rondaban cerca de la superficie. Estas criaturas no solamente eran una excelente fuente de alimentación, sino que también les proveía de un ingrediente único en el mundo: la tinta que utilizaban para cubrir sus cuerpos. Estas tintas tenían la particular propiedad de ser imposibles de quitar una vez mezcladas con ciertas flores locales y ser aplicadas en el cuerpo. Coincidentemente, lo único que podía remover esta pintura, era la leche de los gunas. Las familias preparaban grandes fuegos que les servían para mantenerse calientes en los fríos inviernos, pero también servían de faro para los cazadores, que debían alejarse por horas, y a veces, incluso hasta días.
Una vez llegada la primavera y con grandes cantidades de tintas recolectadas durante el invierno, se daba inicio a una serie de ceremonias que marcaban el comienzo del nuevo año y un nuevo ciclo en la vida de los miembros del clan. A esto ellos lo denominaban el “Yi’a” Los patrones representaban dos cosas: la identidad de la familia a la que pertenecían y relatos de sus vivencias y rasgos de la personalidad. Entre ellos era muy fácil saber de dónde venían, a qué familia pertenecían y qué tipo de persona eran. El miembro que debía ser pintado elegía al familiar que mejor lo conociese para intervenir sus cuerpos, de esta forma aseguraban que los relatos fuesen fidedignos y los dibujos familiares fuesen fieles al linaje. En este ritual participaban absolutamente todos, ya que todos tenían algo que contar; incluso alguien tan joven como un bebé llegaba a ese mundo con una historia detrás, la de su familia. La leche de los gunas se utilizaba en casos excepcionales, ya que tenía la propiedad de poder remover estas tintas de sus cuerpos.
Una vez finalizado el Yi’a, comenzaban una serie de celebraciones que se extendían a lo largo de semanas. Festejaban los nuevos relatos, el comienzo de un nuevo año junto con la llegada de la primavera y agradecían al Universo por todo lo que recibían. Los Yaiga no eran teístas, es decir, no creían en una entidad única o grupo de deidades creadoras del universo y todo lo que existía. En cambio, ellos veían a la propia naturaleza, la existencia y la ley natural como parte de un todo, un único concepto digno de ser alabado, respetado y festejado. No existía un ente creador del universo, independiente del mismo, ajeno a él. Ellos eran uno con el universo, ya que formaban parte del mismo y el cosmos, a su vez, no podían existir sin ellos. Una gran ingesta de alucinógenos llevaba a los miembros del clan a realizar bailes que podían durar horas. De esta forma lograban abrir su “verdadero ojo”, una mirada que les revelaba el camino a seguir durante el resto del año. Los niños también eran incluidos en este proceso, de esta manera garantizaban una igualdad jerárquica en la comunidad. Con los festejos terminados y la primavera ya iniciada, el clan se movía montaña arriba para dar inicio a un nuevo año, en lo profundo de los bosques.
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