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Crímenes

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Vida primaria

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Anadie debe extrañar, en conocimiento de la trayectoria profesional del doctor Pedro Figari, que haya considerado incluir dentro de las «Secciones que abarca mi pintura», según consta en sus apuntes, un lugar especial para los «Crímenes», el noveno, luego de las «Costumbres urbanas, suburbanas y camperas» y las «Corridas de toros».

Un crimen político, el homicidio del joven militante Tomás Butler, lo condujo, recién iniciada su carrera de abogado Defensor de Pobres, a una investigación de cuatro años gracias a la cual se comprobó la inocencia del alférez Enrique Almeida, injustamente acusado. Este juicio condujo a su vez al propio Figari a un aclamado reconocimiento público.

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Los sangrientos asesinatos de la campaña a principios de siglo fueron también objeto de su análisis, y el desdeñoso comportamiento de los criminales en el preciso momento de la pena de muerte, un argumento que Figari empleó para bregar contra la pena capital cuya abolición se produjo en Uruguay hacia 1907, gracias, entre otras razones, a su encendida prédica. Finalmente, crímenes cometidos en el campo fueron también los principales asuntos de algunos de sus relatos ficticios, como «El crimen de Pororó», «En capilla» y «Sadi Ballah», escritos entre 1927 y 1928 y publicados póstumamente. 19 20

El crimen de este cuadro remite a circunstancias que desconocemos. Aunque en los registros del Museo Histórico Nacional la pintura entregada en los años cincuenta por la hija mayor de Figari, María Elena Figari de Regidor, figura con este título genérico de El crimen, en un libro de Georges Pillement publicado en París en el año 30, es decir, en vida de Figari y en la ciudad que a la sazón residía, se incluye en sus páginas bajo el título Les femmes a soldats: époque de Rosas. La Tragédie. 21 Algún suceso particular protagonizado por estas mujeres «cuarteleras» —piezas fundamentales en las llamadas campañas al desierto que emprendió Juan Manuel Rosas— parece ser aludido por la presencia de los mazorqueros y las divisas punzó firmemente adheridas a sus lacias cabelleras, que desde el punto de vista plástico y simbólico operan también como remarcador del hecho de sangre. Las amplias y espaciadas calles del pueblo, el tránsito de los animales domésticos, la pincelada suelta y ligera, le restan dramatismo a la muerte. Flota un aire de «ajuste de cuentas», tal vez un desengaño amoroso. Dos testigos se apresuran a huir de la escena del crimen, que, por lo demás, parece detenida fuera del tiempo: la vida se pierde bajo un cielo de nubes plácidas, tan alto como indiferente.

Pedro Figari. El crimen, 1929-30. Óleo sobre cartón, 100 x 70 cm Colección Museo Figari

El motivo del asesinato cruento ofrece al pintor un interés especial dada su pasada experiencia como penalista. Pero desde el punto de vista compositivo denota su preferencia por la pintura de carros: diligencias, volantas, cupés, carretas, carruajes son empleados por Figari como indicadores de tiempos pretéritos cargados de nostalgias, con otras velocidades físicas y anímicas. En la estructura de estas obras, la geometría de la rueda y del carro techado —simbología similar a la casa rodante— juega su valor expresivo. Las líneas rectas de la carcasa y los rayos de las ruedas contrastan con el paisaje siempre irregular de la vegetación y los cielos, ofreciendo un contrapunto de precaria civilidad al entorno pampeano. Aquí la diligencia se sume en el entrevero de la emboscada y el «ruido» de los caballos —los contornos difusos suscitan ideas de lucha y confusión—, quedando a merced de jinetes, espadas y lanzas. El cuerpo de Facundo Quiroga yace como un blando despojo bajo las ruedas y un cielo de tintes cobaltos se cierne sobre el ataque. Envaina el sicario el arma asesina en su cintura, y si bien ese gesto dista de la precisión histórica, funciona como el resumido signo del traidor. Con la elección del drama de Barranca Yaco —que se anticipa al poema de su amigo Jorge Luis Borges—, 22 Figari rinde créditos a la valentía del caudillo federal pero más a su desenlace funesto, recordando que también las derrotas y las traiciones tejen el entramado de la historia.

Pedro Figari. El asesinato de Quiroga, c. 1923. Óleo sobre cartón, 50 x 70 cm Colección MNAV

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