Andaluces NÂş 1 octubre 2011
En este nĂşmero:
*El libro de los signos *El Islam *Allah *Charlas Andaluzas
Musulmanes Andaluces El Islam está en nuestras raíces doblemente, por nuestra condición de andaluces y por nuestra condición de seres humanos. Recuperar nuestra identidad islámica así como ahondar en nuestro espíritu nos llevan a afrontar el Islam como un gran reto que nos exige, a la vez, sensibilidad y rigor. Es lo que pretendemos ofrecer en este espacio, donde verteremos el resultado de nuestras inquietudes intentando ser fieles al extraordinario patrimonio de la Tradición islámica a la vez que lo ensayamos y vivenciamos en nuestra cotidianidad. Las enormes posibilidades del Islam -una vez que se descartan las exposiciones frívolas, absurdas, aberrantes o insuficientes, cuando se desechan fanatismos, sectarismos y tonterías, cuando se descubre la inconsistencia de interpretaciones arbitrarias o interesadas- nos anima a indagar en un universo enriquecedor al alcance de quien posee una intuición iluminadora. Al margen de estrategias y sumisiones, de adaptaciones y conveniencias, de banalidades y confusiones, queremos retomar un Islam inspirado en sus propios orígenes en los que es expresión de un estallido espiritual capaz de configurar un mundo por su propio poder, sin concesiones ni claudicaciones. Y también queremos aprovechar lo mucho que a lo largo de la apasionante historia del Islam se ha pensado, se ha hecho y se ha compartido como testimonio de su autenticidad. Somos andaluces, tenemos una genealogía en el Islam y recogemos un legado que nos pertenece, nos afirmamos en lo que inevitablemente somos -musulmanes andaluces-, ofrecemos a nuestros compatriotas lo que les fue robado por la conquista cristiana, en definitiva, nos recuperamos a nosotros mismos que es el único modo de situarnos en el mundo y relacionarnos con la realidad. Es suficiente dejar fluir al Islam para que se convierta en un hecho trasformador. Por tanto, simplemente queremos ser comunicadores de las claves que adivinamos en su profundidad, trasmitir los presentimientos que han hermanado al grupo de musulmanes que se reúne en Sevilla, para compartirlos con otros musulmanes, con otros andaluces y con quien coincida con nosotros en el sentir. 1 Todos los artículos son extraidos de musulmanesandaluces.org
Islâm es Istislâm, es Rendición. El Dîn, la Vía del Islam, consiste en claudicar ante Allah, y desmoronarse ante la Inmensidad del UnoÚnico, renunciado simultáneamente al culto a los ídolos, sean de tipo que sean. El Islam es rendirse por completo a la Verdad, llevar la frente al suelo, abandonarse sin reparos, ofrecerse... En realidad, ante el Absoluto -si se piensa bien- no cabe otra cosa, y por ello el Islam tiene un sentido profundo y un alcance enorme que ninguna traducción del término recoge de modo satisfactorio. Sólo la descripción de la actitud espiritual del musulmán, en su sencillez y plasticidad, es capaz de acercarnos a la poderosa intuición contenida en la palabra Islam, en toda su radicalidad, con toda su carga telúrica y primordial. El musulmán realizando cinco veces al día el Salât, sobrecogido en medio de un momento en el que se asoma a lo indecible, ejecutando los movimientos estrictos de su rendición, nos da la imagen de la plenitud e intensidad del Islam El Islam es abrirse por completo a Allah, sin dar al Creador un modelo previo, sin forzarle a que adopte un modo, sin pretender que se adapte a nuestras expectativas. Es sumergirse en Él sin „imagen‟, sin ídolo alguno, sin mitología, sin marcos conceptuales. Se trata de asumir el anhelo por lo eterno que hay en el corazón y convertir ese deseo en camino y desbrozarlo hasta sus últimas consecuencias. Es ahondar en el sentir y es bucear por las regiones recónditas y abismales de la emoción espiritual. 2
con el que le ha Creado, con su Señor presente, con el Pilar de su ser y su Destino. Esta es la actitud espiritual del musulmán criado en la autenticidad del Islam de nuestras raíces. Y su actitud exterior es idéntica, y su cuerpo mismo refleja y complementa esa „tendencia‟ hacia Allah, completándose debidamente el círculo de lo perfecto. Quien se rinde por completo ante Allah, con su ser, con su corazón, con su cuerpo, es musulmán (muslim) y sigue elDîn al-Islâm, la Vía del Islam El juicio de Allah lo conocemos a través de la Revelación comunicada por el Profeta Sincero y llegada a nosotros de modo fiable. Cuando estas condiciones se han dado como es, sin duda, el caso en el Islam- al hombre de intuición espiritual no le queda más remedio que someterse a la confluencia de verdades que tiene lugar ante él. Es la Revelación la que le permite completar su ser y aunar su sentir a su acción. Quien ejecuta con seriedad y autenticidad las enseñanzas del Islam está en Paz (Salâm). He aquí otra serie de ideas que aclara el alcance y significación del Dîn, la Vía. Islam es Salâm en su esencia y conduce a la Paz. Es otra forma de ver lo dicho al principio. Hay una actitud original que se desborda y posibilita un universo en el que se realiza la reconciliación con lo más profundo, con lo Verdadero Nosotros hablamos de un Islam que cada vez es más difícil de encontrar porque no es exhibicionista. Es el Islam de nuestra gente sincera, el de los que son musulmanes, no el de „los que van de musulmanes‟. Los verdaderos son, sin duda, inmensa mayoría, pero no rinden culto a la „imagen‟ y pasan desapercibidos. Son los musulmanes de los barrios y de los pueblos, de los campos, los desiertos y las montañas, musulmanes auténticos, con una sensibilidad verdaderamente musulmana, pero que los „musulmanes educados por Occidente‟, o los „musulmanes militantes‟, o „los acomplejados‟, desprecian e ignoran mientras acomodan el Islam a lo que debe ser una „religión moderna‟ y una „religión de Estado‟, degeneraciones en las que jamás podrá reconocerse el Islam de nuestras raíces... El Islam no es, ni puede ser, una „ideología‟. No es, ni puede ser, una „religión‟. Precisamente, el Islam es la certeza con la que el musulmán vive la Libertad Absoluta de su Señor y se sumerge en Él. Para eso no hay sucedáneos, y sólo cabe la simple Rendición, el Islam en su esencia, en su sencillez donde hay 3
EL LIBRO DE LOS SIGNOS BADI' AZ-ZAMAN SA'ID AN-NURSI Traducción de Abderramán Mohamed Maanán
«Proclaman su alabanza los siete cielos y la tierra, y cuantos habitan los cielos y la tierra. Nada hay que no proclame su elogio, pero sois incapaces de percibir sus palabras. Ciertamente, Allah es Sutil, y disculpa.» 1 Muchos son los Signos del Corán al-Karim que presentan a Allah explicado por el universo: los cielos, que son la superficie más pura del Tawhid, provocan en el que dirige hacia ellos su mirada una perplejidad que lo arrebata al sentido; los cielos son capaces de disolver al ser humano en un asombro revelador. El impacto que produce en la mente una mirada dirigida hacia la inmensidad del Universo nace de una estupefacción que va acompañada de deleite y placer. Quien quiera conocer a Allah deberá empezar por alzar sus ojos. Todo el que llega a este mundo es un huésped. Se aloja en un espacio abierto que lo recibe y le da la bienvenida. ¿Qué ve cada vez que abre los ojos?: contempla la exhuberancia de un Anfitrión que no repara en gastos a la hora de honrar a su invitado. Contempla un espectáculo, la vida en efervescencia, que no deja de entretener su reflexión. Contempla el campamento de un ejército impresionante que causa en su ánimo una intensa emoción. Contempla un hermoso jardín de belleza incomparable en el que reposar y por el que conducir sus pasos. Contempla estímulos que llegan a él y lo embriagan haciendo nacer en sus adentros el amor y la pasión. En definitiva, ve un libro abierto, rebosante de significados, de una oratoria clara y una gramática sabia y precisa. Y mientras el huésped viajero siente nacer en sí un intenso deseo por conocer y encontrarse con el Generoso, el Magnánimo, que lo ha hospedado en su nobleza, el Autor de este gran libro, el Sultán de este reino impresionante, he aquí que el hermoso rostro del brillante cielo poblado de estrellas luminosas descorre ante él su velo y le dice: 4
"Alza tus ojos, mírame; yo te mostraré al que buscas." El viajero vuelve la mirada hacia las alturas y observa la manifestación evidente de un Poder señorial que se le muestra en su esplendor. Ve un espacio infinito poblado de cientos de miles de gigantescos cuerpos celestes sostenidos sin soporte alguno en una inmensidad inabarcable. Sus ojos contemplan estrellas enormes, mucho más grandes que el suelo que pisa, miles de veces más impresionantes, setenta veces más veloces que una bala disparada por un fusil. Presiente las órbitas invisibles por las que navegan los astros y los planetas a una velocidad que no puede imaginar, y sin embargo, ni se apelotonan ni se encuentran. Y en esa noche, su admiración se embriaga ante el espectáculo de las infinitas lámparas a las que no alimenta ningún aceite ni son apagadas por ninguna mano. Sus sentidos captan la sabiduría de ese Poder que mueve las masas gigantes, un ritmo que no es alterado, un equilibrio cuya armonía nada perturba. Su sonido es el del silencio, pero su imperativo no encuentra excusas. Así es como se le muestra el Poder invisible, y sin embargo, es el más efectivo; el Poder inquietante de su Anfitrión que ha hecho que ese universo majestuoso sea amable hacia el ser humano. Y el viajero nota su cuerpo calentado por un sol al que no puede dirigir la mirada. Y se refresca a la luz de una luna que lo invita al reposo. Y ese cielo inmenso se le ofrece como techo que lo cobija, como prolongación en lo eterno de su ser efímero. Y aún su mente es perturbada por una poderosa sensación de insignificancia: incapaz es de contar el número inabarcable de las estrellas del cielo. El hombre se pierde a sí mismo en lo inconmensurable, en lo impensable de una existencia infinita que lo supera. Su paz se mezcla así con el sobrecogimiento ante la grandeza de ese Sultán que se oculta tras la manifestación de su Poder inquebrantable. Su estupor le hace adivinar la Fuerza inextinguible, la Energía que sostiene los mundos sin mostrarse, que no conoce el cansancio, el desgaste ni la mengua. Su entendimiento es inquietado por la evidencia de lo invisible: ve un Poder señorial que no se deja alcanzar por la mirada, sin embargo, nada le niega la obediencia. Los mil soles someten su envergadura a una Mano sutil, imperceptible, mágica. Y nada se aparta del ritmo que el Poder imprime a ese universo inconmensurable. Nada se aparta de una Ley que trasciende toda reflexión. 5
Y ese cielo cristalino, puro, limpio, transparenta todos esos significados, los expresa, los muestra sin velo a los ojos del huésped. Como un ejercitó en un alarde sin igual, las estrellas surcan un cosmos deslumbrante: su brillo es el Poder de Allah, latente, presente, ausente, inconcebible. El pensamiento es hecho añicos, las palabras enmudecen, la mirada vuelve a los ojos del viajero sin haber encontrado fisura en un cielo perfecto. El día sucede a la noche, la noche sucede al día: la luz y las penumbras son los rostros de una Verdad que es la Rububía, el Poder señorial, la Fuerza real, auténtica, originaria, primordial, esencia de las esencias, profundidad remota, infinitamente lejana y cercana, fuente inagotable de sensaciones y emociones. La inmensidad de los cielos es elocuente para el huésped: sus palabras no se agotan y sus verdades no son enumerables. El ser humano se siente centro, destino de esa grandeza. La recibe en sus adentros, la interpreta, enmudece, intuye en ella a su Dueño. Se sabe gobernado como las estrellas, amado como los planetas, honrado por el Autor del libro. Detecta al Verdadero, contempla su huella en la vida que lo rodea, en los cielos que lo cobijan. Y dice de Él que es Uno sobre todas las cosas, en todas las cosas, el Real, el Auténtico. Suyo es el Poder que nada niega, que nada rechaza, un Poder manifiesto en su ocultamiento, sutil en la abundancia de sus vestigios. Y sabe que es Allah el que está por encima de todas las cosas
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ALLAH Cada lengua tiene su especificidad, y configura y a la vez expresa un modo de situarse en la existencia, de percibir la realidad, de vivirla y relacionarse con ella. El árabe no es una excepción pero su diferencia ha sido escamoteada en las gramáticas convencionales que nos ofrecen una distorsión de la que deriva la dificultad de los estudiantes occidentales para moverse con naturalidad en un idioma que les es presentado como una simple variante a la que es posible tener acceso con el estudio de unas cuantas reglas. Las gramáticas comparadas han simplificado la cuestión hasta tal punto que reestructuran el árabe de acuerdo a una mentalidad que le es ajena e imposibilitan, por tanto, su verdadera comprensión. Para conocer el Islam es necesario partir de un sondeo inteligente de lo que es capaz de expresar la lengua que le sirve de soporte, y que es, fundamentalmente, el árabe. Un profesor tunecino, Moncef Chelli, ha escrito el primer trabajo importante en este sentido (La parole arabe, ed. Sindbad, París, 1982). Si bien sus desarrollos son cuestionables en algunos puntos, parte de intuiciones muy valiosas. En su libro, Moncef Chelli denuncia la labor de etnólogos y arabistas, los cuales han sorteado la cuestión de las especificidades del árabe „traduciendo‟ textos sin cuestionarse las concomitancias de cada término, tan diferentes en cada lengua, y más cuando pertenecen a mundos lingüísticos diferentes y a sensibilidades peculiares. Puesto que tiene vigencia el tópico referente a la supuesta poca originalidad del Islam, éste es presentado como perfectamente comprensible para una mentalidad judeo-cristiana. Pero la realidad es muy distinta, y el Islam será un gran desconocido si no hay un replanteamiento que lo sitúe en sus auténticas coordenadas. Lo lamentable es que ya existe un corpus tan grande que su „peso‟ parece como si fuera un argumento irrebatible. Todo el mundo ha aceptado esas „traducciones‟, y occidentales y musulmanes las emplean sin proponerse la menor crítica. Ello ha dado existencia a un „Islam‟ producto de las investigaciones de los arabistas, sobre el que se habla y al que se le hace interlocutor, pero que no existe objetivamente. Pero el principal problema es que, con el uso y la aceptación, acabe superponiéndose al Islam tradicional, cosa que parece estar sucediendo entre las capas sociales más porosas ante la influencia occidental y, sobretodo, en el Islam. 7
oficial‟, el que se enseña en las escuelas y se predica por las televisiones. El Islam de los arabistas se está difundiendo ante la falta de respuesta y el desarraigo de los musulmanes. Cada lengua tiene su propia historia en la que el valor de las palabras se va fijando a lo largo de experiencias y reflexiones. Pero más allá de la historia, tienen su propia estructura interna, anterior a su devenir. Esa estructura es lo verdaderamente determinante en cada una de ellas y es soporte de las evoluciones posteriores. Es relativamente fácil hacer la cronología de los cambios semánticos pero es difícil abordar lo que germinó de la inconsciencia hasta convertirse en un modo de expresar la realidad. Sin embargo ahí hay claves fundamentales. Sirva todo esto de introducción a las puntualizaciones que haremos a continuación sobre la palabra central del Islam: ALLÂH. De manera acertada, Louis Massignon afirmó que los términos fundamentales de la cultura musulmana son ambivalentes, y Jean-Paul Charnay explica que esa ambigüedad “no puede ser considerada a priori como una arcaísmo lógico, una carencia resultado de un insuficiente esfuerzo de disociación, sino que, al contrario, supone la condensación, por una especie de repliegue sobre el centro, de la multiplicidad de los posibles y de su aparición simultanea o diacrónica” (J-P Charnay, L’ambivalence dans la culture arabe, Anthropos, París, 1967). Para comprender esto debemos saber que, en árabe, las palabras no tienen una significación „fija‟, sino que fluyen en el seno de combinatorias que las matizan. Expresan ideas en las que participan muchos elementos psicológicos, y por ello los diccionarios están ordenados por raíces dentro de cada una de las cuales se mueve la palabra que nos interesa. Cuando el estudiante va directamente al término que busca y desatiende el resto de explicaciones pierde la oportunidad de conocer el universo en el que la palabra tiene correspondencias. Pero esto está lejos de las mentalidades indoeuropeas donde cada palabra es independiente y tiene una significación clara. Además, en árabe, las raíces están interconectadas siendo la lengua un todo en el que las partes se reenvían mutuamente de modo que el conjunto está integrado. La estructura interior del idioma se asemeja al arte musulmán, geométrico y armonioso, del que no se puede apartar ningún elemento sin perturbar y dislocar la obra. Eso sucede con todas las palabras, pero en especial con ALLAH, verdadero corazón de la lengua árabe y en sí misma la más ambigua e indefinida según reconocen los propios gramáticos musulmanes, incapaces de ponerse de acuerdo sobre su condición de palabra derivada de una raíz o plenamente independiente de la combinatoria que rige a la lengua. Se le llama Ism al-Yalâla, el Nombre de la Majestad. La palabra ALLAH es traducida como Dios, concepto demasiado fijo e insuficiente como para dar idea del verdadero
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alcance y de las concomitancias de un Nombre en el que hay infinitas insinuaciones y todo un desafío para el musulmán. Lo primero que debiera llamarnos la atención es la coincidencia de los musulmanes a la hora de sentir como „fría‟ la palabra Dios frente al calor que desprende ALLAH. Aunque utilicen el término „Dios‟ cuando hablan en castellano, interiormente se sienten insatisfechos porque intuyen que no vierten correctamente las emociones que ALLAH desencadena en ellos. Creen que al menos comunican algo y se contentan con suponer que existe una equivalencia y se desentienden de sus propias intuiciones. Les resulta frustrante el no poder dar cuenta de todo lo que despierta en ellos la palabra ALLAH pero lo achacan a un desajuste entre culturas. Pero hay algo más, y es que cada una de las palabras explica la existencia de una manera distinta. Allah es integrador de la realidad mientras que Dios es una supuesta explicación de la realidad. Esto es esencial para lo que queremos decir en este artículo. Por su misma sonoridad, la palabra ALLAH es tremendamente sugerente. Su pronunciación sale de las entrañas y eclosiona en la boca del que la articula correctamente. Es más un suspiro que una palabra, por ello el musulmán es capaz de modularla de mil maneras distintas consiguiendo ritmos que la convierten en letra suficiente para sus cantos y para sus invocaciones en la soledad. ALLAH es pura emoción, es un sentir indefinido pero rico e iluminador en lo más profundo del ser. Expresa, por tanto, „lo más hondo‟, para el que no hay más palabras que el suspiro. ALLAH es un Nombre que se emplea para provocar el Recuerdo. Es la palabra esencial en el Dzikr porque va acompañada de reminiscencias que desatan nudos con los que el hombre se ha ido complicando. ALLAH remueve los cimientos del musulmán y lo enfrenta a la absoluta desnudez en la que está la Verdad. ALLAH evoca ese desierto en el que el hombre se reencuentra con lo más auténtico, con lo anterior a todo, lo precedente y lo posterior a la vida, lo que estructura cada realidad. Por su parte „Dios‟ es un concepto religioso y teológico, designa algo concreto sobre lo que es posible estar de acuerdo o en desacuerdo. En el Islam no existe el „ateísmo‟ porque ALLAH es „vivido‟, no „creído‟. ALLAH es vivido en la naturalidad del que siente. Sentir es sentir a ALLAH. Aquí hay sutiles diferencias que marcan rupturas en la apreciación de la esencia de las cosas. Se comete un grave error cuando se identifican ALLAH y Dios como si designaran un mismo objeto, pero ni ALLAH ni Dios son objetos, por lo que son más importantes las emociones que rodean esas palabras-claves. Son esas sensaciones las que nos explican „qué son‟ 9
por completo ante Él durante sus recogimientos. Mientras que el cristiano lo hace objeto de un discurso y le reza, el musulmán simplemente se sumerge en el Océano Infinito que le insinúa la palabra ALLAH y ahí descubre a su Señor, a su Creador, a su Único Rey. En un sentido estricto, ALLAH y Dios son excluyentes entre si. No deben confundirnos las coincidencias. Tanto el cristianismo como el Islam hunden sus raíces en un modo semita de expresar la espiritualidad, pero el cristianismo renunció pronto a sus orígeEl Islam no es teís- nes. Mantuvo un lenguaje y unos relatos, pero los inserta, ni deísta, ni tó, creando conflictos, en una mentalidad distinta a la de panteísta, ni mono- sus principios. Al helenizarse y después latinizarse, el teísta, ni ateo ni cristianismo, para amoldarse a los ponada de ello. deres vigentes a los que se sometió y posteriormente para instaurar su propio poder, se despojó de las grandes intuiciones que estaban en sus orígenes y las convirtió en creencias. Se privó a los cristianos de sus propias fuentes y la fe se convirtió en un mecanismo de control y dominio. En el Islam no ha sucedido nada de ello y por eso es fresco en la universalidad de un presentimiento no convertido en dogma. El cristianismo inventó un nuevo ídolo (más sofisticado y estilizado, pero nada más) mientras que el Islam sigue dando a los musulmanes el espaldarazo a la intuición primigenia del ser humano, a su espiritualidad más genuina. El Islam es antiidolátrico en su definición misma y enfrenta a cada hombre con la inmensidad que sondea en sus suspiros. A cada musulmán le propone como reto el Tawhîd, la profundización precisamente en el carácter insondable de su Señor Verdadero. El Islam no es teísta, ni deísta, ni panteísta, ni monoteísta, ni ateo ni nada de ello. Debiéramos huir de esas definiciones que no enmarcan nuestro sentido de la trascendencia sino que son la terminología adecuada para un conflicto que no es el nuestro. Preferimos dejar siempre en árabe la palabra ALLAH, posibilitando un progreso en su entendimiento. Aceptar Dios como su versión en castellano imposibilita ese avance al dar una noción definitiva que pertenece a un ámbito espiritual distinto del Islam. No hay en ello desconsideración alguna sino la simple sugerencia de unas profundidades que intuimos en los musulmanes cuyo equivalente no encontramos entre los cristianos y se debe a que adivinan más cosas, entienden algo más insondable, más allá de formas, imágenes y conceptos.
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Charlas Andaluzas Todos los viernes en Sevilla en la Calle Valle nº 24 (Puerta Osario) A partir de las 21:00 h Seguirá a la charla una Yalsa de té