Un Marido Infiel. Una Novela sobre Nick & Tú.
Visita el blog: Los Colores Del Sol Autores: ¿Desearte? ¡Uf! Ni que fueras el próximo CD de los Jonas Brothers.(Para ir al enlace presiona Ctrl+Clic)
Indice. Argumento. Capitulo 1: Capitulo 2: Capitulo 3: Capitulo 4: Capitulo 5: Capitulo 6: Capitulo 7: Capitulo 8: Capitulo 9: Capitulo 10: Capitulo 11:
Argumento. _____ y Nick tenían tres hijos y formaban un sólido matrimonio, o al menos eso era lo que _____ pensaba. Pero su feliz existencia se hizo añicos cuando supo que Nick tenía una aventura. Entonces _____ se dio cuenta de que, a lo largo de los años, sus vidas se habían separado cada vez más, _____ quería salvar su matrimonio, pero tal vez fuera ya demasiado tarde. Si Nick había llevado su infidelidad hasta sus últimas consecuencias, ¿podrías perdonarlo alguna vez?
CAPITULO 1: El teléfono empezó a sonar cuando tú, después de dejar a los mellizos acostados, bajabas las escaleras. Maldijiste entre dientes, te colocaste sobre la cadera al pequeño Frankie y bajaste apresuradamente los últimos escalones para descolgar el teléfono del recibidor. Te detuviste paralizada al verte reflejada en el espejo que había sobre la mesita del teléfono. « ¡Dios mío, estás hecha un desastre!», te dijiste con desconsuelo. El pelo, de un negro como la noche y recogido en un moño medio despeinado, estaba húmedo y te caía sobre la frente. Tenías las mejillas coloradas y la camisa azul claro mojada en varios sitios, allí donde tus tres hijos, a los que acababas de bañar, te habían salpicado. Frankie empeoraba tu aspecto todavía más tirando de los botones de tu camisa, esforzándose por descubrir uno de tus pechos. Si ya normalmente era un niño inquieto, en aquellos momentos estaba, además, cansado e impaciente. -No -le dijiste con dulzura pero con firmeza, quitándole la mano de la camisa- Espera. Besaste su cabecita y descolgaste el teléfono, sin dejar de fruncir el ceño ante lo que veías en el espejo; -¿Diga? -dijiste distraídamente, sin darte cuenta de la pequeña pausa que hizo la otra persona antes de responder. -¿_____? Soy Delta. -¡Hola, Delta! Tú hiciste un gesto de sorpresa y te relajó al escuchar a tu amiga, y, al hacerla, te diste cuenta de que, hasta ese momento, habías estado muy tensa, lo que hizo que volvieras a ponerte tensa de nuevo. Estabas perpleja, últimamente, te habías sorprendido muy tensa demasiadas veces. -¡Frankie, por favor! ¡Espera! El niño gruñó y tú, en broma, le devolviste otro gruñido. En tus ojos marrones se reflejaba todo el amor y la alegría que sentías por tu hijo. Era el más exigente de tus hijos y el de peor carácter, pero lo querías tanto como a los gemelos. ¿Cómo no ibas a quererlo si tenía los mismos ojos marrones de su padre? -¿Todavía no has acostado a esos mocosos? -dijo Delta con un suspiro. No se molestaba en ocultar que, para ella, los niños eran un incordio. Aunque era el modelo de mujer triunfadora, no tenía tiempo para los niños. Era alta con el pelo rubio, y su vida transcurría en un nivel muy diferente al tuyo. Delta era la sofisticada mujer de mundo, mientras que tú eras la abnegada ama de casa y madre de familia. Pero era tu mejor amiga. En realidad, era la única amiga que habías conservado desde los tiempos del instituto. La única que vivía en Londres, como Nick y tú. Las demás, por lo que sabias, seguían viviendo en Cheshire. -Dos ya están en la cama y uno está a punto -dijiste-. Frankie tiene hambre y está
impaciente. -¿Y Nick? ¿Todavía no ha llegado? Tú detectaste el tono de desaprobación de tu amiga y sonreíste. A Delta no le gustaba Nick. Saltaban chispas entre ellos cada vez que se veían. -No -respondiste, y añadiste con cierta tristeza-: así que puedes meterte con él cuanto quieras, que no te va a oír. En realidad, era una vieja broma entre vosotras dos. Tú nunca te habías molestado porque Delta te manifestara su opinión acerca de Nick. Siempre habías permitido que te dijera a ti lo que no se atrevía a decirle a Nick a la cara. Pero, aquella vez, un extraño silencio siguió su comentario. -¿Ocurre algo? - le preguntaste a Delta. -Maldita sea -dijo Delta entre dientes- Sí, la verdad es que sí. Escúchame, _____. No me siento muy mal por hacer esto, pero tienes derecho a... Justo en aquel momento, un diablillo en pijama apareció en lo alto de la escalera y la bajó a toda velocidad, convertido en piloto de caza y disparando la ametralladora de su avión. -Necesitamos agua -informó el piloto a su madre, desapareciendo por el pasillo en dirección a la cocina. -Mira... -dijo Delta con impaciencia-, ya veo que estás ocupada. Te llamo después... o mañana. Yo... -¡No! -interviniste de repente- ¡No cuelgues! Estabas distraída, pero no tanto como para no darte cuenta de que lo que Delta quería decirte era importante. -Espera un momento que voy a ocuparme de estos mocositos. Dejaste el auricular sobre la mesa y fuiste a buscar a tu hijo mayor. Tú no eras alta, pero eras esbelta y tenías una bonita figura. Sorprendentemente bonita, teniendo en cuenta que habías dado a luz a tres niños. Sin embargo, no era del todo extraño porque, siempre que encontrabas tiempo, acudías al gimnasio local, donde nadabas, hacías aerobic y jugabas al bádminton. -¡Te pillé con las manos en la masa! -dijiste sorprendiendo a tu hijo con la mano en la lata de las galletas. Lo miraste con severidad y el niño se puso colorado- Está bien, pero llévale una a Vanessa. Y no quiero ver ni una miga en la cama -dijiste viéndolo salir corriendo, con una sonrisa triunfal, por si cambiabas de opinión. -¡A que estás casada con un sinvergüenza! -exclamó Delta.- ¡Maldita sea, _____, te está tomando el pelo! ¡No está trabajando, está saliendo con otra mujer! Aquellas palabras te golpearon como un látigo. -¿Qué? ¿Esta noche? -te oíste decir, sintiéndote como una estúpida. -No, no esta noche en particular -respondió Delta con pesar- Algunas noches, no sé si muchas o pocas. Lo único que sé es que tiene una aventura. ¡Y todo Londres lo sabe menos tú! Se hizo el silencio. A ti se le heló el aire en los pulmones, fue como si te clavaran alfileres en el pecho.
-Perdóname, _____... -dijo Delta con voz grave, tratando de hablar con suavidad- No creas que me gusta esto, no importa que... Delta iba a decir qué poco le gustaba Nick y cuánto le gustaría verlo caer, pero se contuvo. No era ningún secreto que no se gustaban mutuamente, y que sólo se soportaban por ti. - Y no creas que te digo esto sin estar segura -añadió-. Los han visto en varios lugares. En algún restaurante... ya sabes, demasiada intimidad para que se tratara de una reunión de negocios. Pero lo peor es que los he visto con mis propios ojos. Mi último novio vive en el mismo bloque que Selena Gómez, los he visto salir y entrar muchas veces... Tu habías dejado de escuchar. No dejabas de recordar ciertas cosas, indicios que convertían lo que Delta decía en algo demasiado probable para que pudieras tomártelo como si fuera una simple habladuría. Detalles en los que debías haber reparado hacía semanas. Pero habías estado demasiado ocupada, demasiado absorta en tus propios asuntos para darte cuenta. Nunca habías desconfiado del hombre cuyo amor por ti y por tus hijos no habías puesto en duda jamás. En aquellos momentos, te dabas cuenta de muchas cosas. El frecuente mal humor de Nick, su irritación contigo y con los niños, las numerosas veces que se había quedado en su estudio en lugar de subir a acostarse contigo. Te estremeciste de la cabeza a los pies. Cerraste los ojos y recordaste que, otras veces anteriores, Nick había querido hacer el amor y tú le habías respondido que estabas demasiado cansada. Pero tú creías que habían solucionado aquel problema. Pensabas que, desde hacía un par de semanas, desde que Nick dormía sin despertarse en toda la noche y tú estabas más descansada, todo había vuelto a la normalidad. Sólo habían pasado unas noches desde que hicieran el amor con tanta ternura que Nick se había estremecido entre tus brazos al despertar. ¡Dios...! -_____... ¡No! ¡Ya no podías seguir escuchando a tu amiga! -Tengo que colgar -dijiste con voz grave-, tengo que dar de comer a Frankie. En aquel momento, recordaste algo mucho más doloroso que el mal humor de Nick. Recordaste el delicado aroma de un caro perfume de mujer que una mañana descubriste en una de las camisas de tu marido al recogerla para echarla a la lavadora. Estaba impregnado en el algodón de la camisa. En el cuello, en los hombros, en la pechera. El mismo delicado aroma que tú habías detectado sin reconocerlo desde hacía algunas noches, cada vez que tu marido volvía a casa tarde y te saludaba con un beso. En su mejilla, en el cuello, en el pelo... ¡Qué estúpida habías sido! -No, _____, por favor, espera... Colgaste bruscamente y el auricular se te cayó de las manos, golpeó sonoramente sobre tus piernas y sobre el suelo y quedó a los pies de la escalera. Imaginabas a Nick. Lo imaginabas con otra mujer, teniendo una aventura, haciendo el amor, ahogándose en suspiros... Te dieron náuseas y te cubriste la boca con una mano, apretando el puño contra tus fríos y temblorosos labios. El teléfono sonó otra vez. Un llanto cansado que provenía de la cocina se mezcló con
el sonido del teléfono. Te pusiste de pie. Poseída de una extraña calma, levantaste el auricular y lo volviste a colgar. Luego, con la misma calma, que no era más que una manifestación del profundo choque que acababas de sufrir, lo agarraste, lo dejaste descolgado y te dirigiste a la cocina. Nada más terminar su cena, Frankie se durmió. Se tumbó boca abajo, hecho un ovillo, abrazado a un osito de peluche. _____ te quedaste mirándolo un buen rato, aunque sin verlo realmente, sin ver nada en absoluto. Se te había quedado la mente en blanco. Echaste un vistazo a las habitaciones de los mellizos. Zac estaba dormido, con las sábanas arrugadas a los pies de la cama, como siempre, y los brazos cruzados sobre la almohada. Te acercaste, le diste un beso y lo tapaste. De tus hijos, Zac era el que más se parecía a su padre, moreno y con una barbilla prominente, señal de su carácter decidido, como el de su padre. Era alto y fuerte, igual que Nick a la misma edad, tal y como habías visto fotos del álbum de tu suegra. Luego, fuiste a ver a tu hija. Vanessa era muy diferente a su hermano mellizo. Al entrar por la mañana en su habitación, te la encontrabas siempre en la misma posición en que se había dormido. Vanessa tenía el pelo sedoso y negro, esparcido sobre la almohada. Era el ojito derecho de Nick, que no ocultaba su adoración por su princesa de ojos marrones. Y la pequeña lo sabía y explotaba la situación al máximo. ¿Cómo podía Nick hacer algo que le pudiera doler a su hija? ¿Cómo podía hacer algo que pudiera rebajarlo a ojos de su hijo mayor? ¿Podía ponerlo todo en peligro sólo por el sexo? ¿Sexo? Te dieron escalofríos. Tal vez era algo más que sexo, tal vez era amor, un amor verdadero. La clase de amor por la que un hombre lo traiciona todo. Pero, tal vez, fuera todo mentira. Una mentira sucia y estúpida, y tú estabas cometiendo con él la mayor de las indignidades con tan sólo suponerlo capaz de algo así. Pero recordaste el perfume, y las muchas noches que había pasado fuera, echándole las culpas al contrato de Harvey's. ¡Maldito contrato! Te tambaleaste y saliste de la habitación de Vanessa para dirigirte a tu cuarto, donde, la semana anterior, se habían encontrado de nuevo y habían hecho el amor de una manera muy tierna por primera vez en muchos meses. La semana anterior. ¿Qué había pasado la semana anterior para que él volviera a ti de nuevo? Que tú habías hecho un esfuerzo, eso es lo que había ocurrido. Tú habías estado muy preocupada por cómo iba tu matrimonio y habías hecho un esfuerzo. Habías dejado a los niños con su madre y habías cocinado el plato favorito de Nick. Te habías puesto un vestido de seda negro y habían cenado con velas, Sin embargo, recordaste la tensión del rostro de Nick al estar desnudos en la cama, una tensión que él achacaba a menudo al estrés, y sentiste un escalofrío. Cerraste la puerta y te dirigiste al cuarto de estar. Te dabas cuenta de muchas cosas, cosas que en tu estúpida ceguera no habías visto hasta entonces. La fuerza con que lo habías agarrado por los hombros, en un intento desesperado, pero evidente de guardar distancias. La triste mirada de tus ojos marrones mientras observabas su boca. El suspiro con que había recibido tu confesión: «Te quiero, Nick», le habías dicho, «siento mucho que haya sido muy difícil vivir conmigo». Nick había cerrado los ojos y tragado saliva, frunciendo los labios y apretando los
puños sobre tus hombros hasta que sentiste dolor. Luego, te había estrechado entre sus brazos y había hundido el rostro en tu cuello, pero no había dicho una palabra, ni una sola palabra; Ni una disculpa, ni una declaración de amor, nada. Pero habían hecho el amor con mucha ternura, recordabas con un dolor que recorría todo tu ser. Fuera cual fuese su relación con la otra mujer, todavía lo deseabas con pasión, con una pasión que no podrías sentir por ningún otro hombre. ¿O tal vez sí? ¿Qué sabías tú de los hombres? Habías conocido a Nick con diecisiete años. Había sido tu primer amante, tu único amante. Tú no sabías nada de los hombres. Y, por lo visto, nada de tu marido. Viste tu rostro reflejado en el espejo que había sobre la chimenea de mármol y lo miraste fijamente. Estabas pálida y tenías un rictus de tensión en los labios, pero, por lo demás, tu aspecto era el normal. Ni sangre ni cicatrices. La misma _____ _____ de siempre. Veinticuatro años, madre y esposa, por ese orden. Sonreíste amargamente. Aquella era una verdad a la que nunca te habías atrevido a enfrentarte. «Lo querías», te dijiste, «y lo conseguiste, en el corto espacio de seis meses. No está mal para una ingenua muchacha de diecisiete años». Pero Nick tenía veinticuatro años, pensaste con cinismo, y la suficiente experiencia como para dejarse atrapar por el truco más viejo del mundo. Pero, entonces, el cinismo te abandonó. No había sido ningún truco, no tenías derecho a denigrarte a sí misma llamando truco a algo que en absoluto lo fue. Tenías diecisiete años cuando conociste a Nick, y eras muy inocente. Era la primera vez que ibas a una discoteca, acompañada de un grupo de amigas que se rieron de tu miedo a que les preguntaran la edad y no les dejaran pasar. -¡Oh, vamos! -te dijeron- Si te preguntan cuántos años tienes, miénteles, como hacemos nosotras. Fuiste consciente de la presencia de Nick desde el momento de entrar. Era fuerte, delgado y moreno, y muy atractivo, tanto como una estrella de cine. Tus amigas también advirtieron su presencia, y se rieron tontamente al comprobar que no ocultaba su interés por ellas. Pero, en realidad, era a ti a quien estaba mirando. Tu, con tu pelo largo, negro y ondulado, que te caía hasta los hombros y enmarcaba tu preciosa cara. Tu amiga Miley te había maquillado y te había prestado una de sus minifaldas ajustadas y un pequeño top que dejaba al descubierto tu ombligo cada vez que girabas al ritmo de la música. Si tus padres te hubieran visto así vestida, se habrían muerto del susto. Pero estabas pasando el fin de semana en casa de Miley, mientras tus padres se habían ido a visitar a unos parientes, así que no podían ver cómo su única hija pasaba el tiempo mientras ellos estaban fuera. Y fue a ti a quien Nick se acercó cuando pusieron una canción lenta. Te dio un toquecito en el hombro para que te volvieras y sonrió, con gracia y confianza en sí mismo. Consciente de la envidia de las otras chicas, dejó que te tomara entre sus brazos sin una palabra de protesta. Tú todavía podías recordar aquel hormigueo al sentir su tacto, su proximidad, su suave pero firme masculinidad. Bailaron durante mucho rato antes de que él hablara. -¿Cómo te llamas? -_____ -le respondiste con timidez- _____ _____. (Tu nombre y apellido) -Hola, _____ _____ -dijo Nick con un murmullo-. Nick Jonas. Cuando estabas absorbiendo todavía las resonancias de su voz suavemente modulada, Nick te puso la mano bajo el top y tú te estremeciste al sentir su tacto
sobre la piel desnuda de la espalda, Nick te atrajo hacia él, pero no hizo ningún intento de besarte, tampoco te dijo que salieras del local con él y dejaras a tus amigas. Tan sólo te pidió el número de teléfono y prometió llamarte muy pronto. Tú pasaste la semana siguiente pegada al teléfono, esperando con impaciencia su llamada. En tu primera cita, te llevó en coche. Un Ford rojo. -Es el coche de la empresa -te dijo con una sonrisa que no llegaste a comprender bien. Amablemente, pero con una intensidad que te hacía contener el aliento, Nick te dio confianza para que le hablaras de ti misma. De tu familia, de tus amigos, de tus gustos. De tu ambición de estudiar Arte para dedicarte a la publicidad. Al decirle aquello, Nick frunció el ceño y te preguntó su edad. Incapaz de mentir, tú te sonrojaste y le dijiste la verdad. Nick frunció el ceño todavía más y tú te mordiste el labio porque sabías que lo habías echado todo a perder. Nick te llevó de vuelta a casa y se despidió con un escueto «Buenas noches». Tú te quedaste destrozada. Durante muchos días, apenas comiste y no pudiste dormir. Estabas a punto de tener un problema serio de salud cuando Nick te llamó una semana más tarde. Te invitó al cine. Tú te sentaste a su lado en la oscuridad y no dejaste de mirar la pantalla, pero no viste nada, sólo podías concentrar tu atención en la proximidad de Nick, en el sutil aroma de su colonia, en su rodilla a unos centímetros de la tuya, en el tacto de sus hombros, que se rozaban. Con la boca reseca, tensa y con temor a hacer cualquier movimiento por no echarlo todo a perder una segunda vez, no pudiste evitar un gritito cuando él te agarró la mano. Con expresión seria entrelazó tus dedos. -Tranquila -murmuró-. No voy a morderte. El problema era que tú estabas deseando que te mordiera. Incluso entonces, ingenua como eras, sin saber cómo debías comportarse con un hombre, lo deseabas con una desesperación que debía ser patente en tu rostro. Nick murmuró algo y apretó tu mano entre la suya mientras volvía a concentrarse en la película. Aquella noche te besó con tal deseo que sentiste cierto temor antes de que te dejara marchar. En tu siguiente salida, te llevó a un restaurante muy tranquilo y no dejó de mirarte durante la cena, mientras te contaba cosas acerca de si mismo. Acerca de su trabajo como vendedor en una gran empresa de ordenadores que le obligaba a viajar por todo el país. Acerca de su ambición de tener su propia empresa, de cómo ahorraba todas sus comisiones para poder hacerlo algún día. Hablaba con tal calma y suavidad que tú tenías que inclinarte hacia delante para no perderte palabra de lo que decía. No dejaba de mirarte, no para observarte, sino para absorberte. Cuando te llevó a casa, tú estabas en peligro de explotar por la tensión sexual acumulada. Sin embargo, se limitaron a darse un beso. Lo mismo sucedió otra media docena de veces, hasta que un día, inevitablemente, en vez de llevarte al cine te llevó a su apartamento. Después de aquel día, apenas iban a otros lugares. Estar solos y hacer el amor se convirtió en lo más importante de sus vidas. Nick se convirtió en lo más importante, por encima de tus notas, de tus ambiciones, de la opinión de tus padres, que no paraban de manifestarte su desaprobación sin menoscabar lo que sentías hacia Nick. Tres meses más tarde, y después de que Nick estuviera fuera dos semanas, tu le estabas esperando en el apartamento. -¿Qué haces aquí? -te preguntó Nick. Sólo en el momento de recordarlo, siete años más tarde, te dabas cuenta de que no le había gustado encontrarte allí. Tenía el rostro serio y cansado, igual, pensabas
sentada en el cuarto de estar de tu casa, que en los últimos meses. - Tenía que verte -le dijiste, agarrándolo de la mano y arrastrándolo al interior del apartamento. Inevitablemente, hicieron el amor, luego hiciste café y lo bebieron en silencio. Nick, que sólo llevaba un albornoz, se sentó en su viejo sillón de orejas y tú te hiciste un ovillo a sus pies, y te abrazaste a sus rodillas. Entonces, le dijiste que estabas embarazada. Nick no se movió ni dijo nada y tú no lo miraste. Nick te acarició el pelo y tú apoyaste la cabeza en la pierna. Al cabo de unos momentos, Nick dio un largo y profundo suspiro. Te agarro y te sentó en su regazo. Tú encogiste las piernas, como una niña, como Vanessa cuando se sentaba en brazos de su padre para buscar consuelo. -¿Estás segura? -Completamente -dijiste, asiéndote a él, asiéndote al eje sobre el que giraba tu vidaMe retrasé en el período y compré una de esas pruebas que venden en la farmacia. Ha dado positiva. ¿Crees que puede ser incorrecta? ¿Voy al médico antes de que decidamos algo? -No -dijo Nick-. Así que estás embarazada. Me pregunto cómo ha ocurrido -añadió pensativamente. Te reíste nerviosamente. -Es culpa tuya -le dijiste- Eres tú el que tiene que tomar precauciones. -Y eso he hecho -replicó él- Bueno, al menos tenemos tiempo de casamos antes de que toda la ciudad se entere de por qué lo hacemos. Y aquello fue todo. La decisión estaba tomada. Nick se ocupó de todo, evitando que tú sufrieras cualquier pregunta indiscreta, cualquier inconveniente, ayudándote a soportar la decepción que suponía para tus padres. Una vez más, fue siete años más tarde, cuando te dio cuenta del verdadero significado de sus palabras: «Al menos tenemos tiempo de casamos antes de que toda la ciudad se entere de por qué lo hacemos». Y, por primera vez, pensaste que, tal vez, en otras circunstancias, Nick no se habría casado. Tú lo habías atrapado. Con tu juventud, tu inocencia, con tu confianza infantil y tu ciega adoración. Nick se había casado contigo porque creía que era lo que tenía que hacer. El amor no tenía nada que ver con el asunto. El sonido de una llave en la puerta principal te devolvió al presente. Te diste la vuelta. Sentías una extraña calma, un extraño alivio. Miraste al reloj de pared. Eran las ocho y media. Nick no iba a volver a casa hasta varias horas después. Tenía una cena de negocios, te había dicho. Qué burda te pareció aquella excusa, te dijiste sonriendo amargamente y acercándote a la puerta del cuarto de estar. Nick te daba la espalda. Tú te diste cuenta de la tensión de los músculos del cuello y de la rigidez de su espalda bajo la tela de su abrigo negro. Se dio la vuelta lentamente y sonrió. Tú observaste su rostro cansado, pálido. Nick miró al teléfono descolgado. Se acercó, dejó la cartera de cuero en el suelo, y levantó el auricular. La mano le temblaba ligeramente al dejarlo en su lugar. Delta debía haberlo llamado. Debía haber sentido pánico al ver que tú te negabas a contestar al teléfono y lo había llamado para decirle lo que había hecho. Te habría gustado oír aquella conversación, pensabas. La acusación, la defensa, la confesión y el veredicto. Nick te miró, y tú dejaste que te observara durante unos instantes. Luego, sin decir nada, te diste la vuelta y volviste al cuarto de estar.
Era culpable. Lo llevaba escrito en su aspecto. Culpable sin atenuantes
CAPITULO 2 La pelea Pasaron algunos minutos antes de que Nick se reuniera contigo en el cuarto de estar. Necesitaba algún tiempo para prepararse para lo que iba a ocurrir. Tu lo esperabas sentada, pacientemente. Curiosamente, estabas muy tranquila. Tu corazón latía a un ritmo normal y tenías las manos apoyadas relajadamente sobre el regazo. Nick entró. Se había quitado el abrigo y la chaqueta, y se había desanudado la corbata y desabrochado el cuello de la camisa. No miró te miró y se dirigió al mueble bar para servirse un whisky. -¿Quieres uno? -te preguntó. _____ negó con la cabeza. Nick no repitió la pregunta, tampoco te miró. Se sirvió una generosa cantidad de whisky y se sentó en el sofá, frente a ti. Dio un largo trago. -Tienes una amiga muy fiel -dijo. «Y un marido infiel», pensaste. Nick cerró los ojos. No te había mirado desde que entrara en la habitación. Estiró las piernas y tomó el vaso con ambas manos. Tu te fijaste en sus dedos: largos, fuertes y con las uñas perfectamente cortadas. Era un hombre fuerte y alto, y siempre aseado. Buenos zapatos, trajes elegantes, camisas a medida y corbatas de seda. Estaba más pálido que de costumbre, pero su semblante, que reflejaba tensión, seguía siendo atractivo. Sus rasgos eran bien formados y suaves, tenía la nariz recta y la boca delgada, en un gesto de determinación. Iba a cumplir treinta y dos años y siempre había sido muy masculino, aunque, con el paso de los años, habían ido aflorando otras facetas de su carácter. Había adquirido una fuerza interior, que, tal vez, suele aparecer siempre con la madurez, y una nueva confianza y conciencia de la propia valía. Su rostro reflejaba su personalidad, es decir, la de un hombre acostumbrado a ejercer el poder y con la capacidad de superar eficazmente las dificultades. En su compañía, se tenía la sensación de estar ante un hombre especial. Otro rasgo eminente de su personalidad, pensabas, era su dominio de sí mismo. Nick siempre había poseído una gran capacidad para controlar sus emociones, raramente perdía los nervios, raramente se irritaba cuando las cosas no marchaban como él quería. Ante los problemas, tenía la rara habilidad de olvidar los aspectos negativos y extraer lo más positivo de la situación. Aquél era el rasgo más sobresaliente de Nick Jonas, presidente de Jonas Holdings, una organización que, en pocos años, había crecido de un modo extraordinario. Compraba pequeñas empresas que no marchaban bien y las reconvertía en filiales de la suya, logrando que obtuvieran grandes beneficios, y lo había hecho todo con sus propios medios. Manteniendo un delicado equilibrio entre el éxito y el desastre, aunque sin llegar a poner en peligro el bienestar de su familia, había construido un pequeño imperio. Por el contrario, te había rodeado de lujo, tanto como podías desear. -Y ahora, ¿qué? -preguntó de repente, levantando los párpados y revelando la belleza de sus ojos marrones y profundos. Así que no iba a tratar de negar nada, te dijiste.
Deseabas encontrar algo que decir, pero no sabías qué. -Dímelo tú -dijiste, todavía con aquella tranquilidad asombrosa. Delta debía haberle dicho que temía que cometieras colgarte de una lámpara. Qué melodramático, qué novelesco. Pobre Delta, pensabas con simpatía, qué mal tenía que haberlo pasado. -Es una zorra -gruñó Nick. La idea que tenía de Delta, obviamente, no se parecía a la tuya. Se inclinó hacia delante apretando el vaso de whisky entre las manos. Tenía el ceño fruncido y le temblaba un músculo de la mandíbula. Apoyaba los codos en las rodillas y no apartaba la vista de la alfombra. -Si no hubiera metido las narices, podrías haberte ahorrado todo esto. ¡Ya había terminado! -espetó-. ¡Si supiera cerrar la boca, se habría dado cuenta de que todo había terminado! Esa zorra me la tenía jurada. Ha estado esperando a que cayera para hincarme el diente. Pero nunca pensé que caería tan bajo como para hacerlo a través de ti. Era cierto, pensabas. Maldita Delta, ¿por qué se había metido donde no la llamaban? -¡Di algo, por Dios! -gruñó Nick. Tu parpadeaste, porque Nick nunca te había levantado la voz, y te diste cuenta de que, desde que Nick había entrado, tenías los ojos fijos en él, pero sin verlo. Sólo te fijaste verdaderamente en él en aquellos instantes, como si necesitaras que sucediera algo para darse plena cuenta de lo que estaba ocurriendo. Aunque, en realidad, no desearas que sucediera por temor a echarte a llorar y derrumbarte. . «Así debe sentirse uno», te decías, «cuando muere un ser querido». -Quiero el divorcio -dijiste. Fue lo primero que te vino a la cabeza y te sorprendiste tanto de oírlo como el propio Nick. -Tú puedes marcharte, yo me quedaré con la casa y los niños. No creo que tengas dificultades para mantenemos -añadiste y te encogiste de hombros. No cabías en sí de asombro ante tu propia tranquilidad, cuando lo normal era gritarle como una esposa ofendida. -¡No seas estúpida! -gruñó Nick-. Eso no es posible y tú lo sabes. -No grites, vas a despertar a los niños. Aquello fue la gota que colmó el vaso. Nick se puso en pie y dejó el vaso sobre la repisa de la chimenea con un sonoro golpe y derramando el líquido sobre el mármol de la repisa. Nick te miró con furia, pero no pudo sostener por mucho tiempo su mirada. Agachó la cabeza apesadumbrado y se metió las manos en los bolsillos. -Mira ... -dijo al cabo de unos instantes, tratando de recobrar la calma- No era lo que tú crees, lo que esa zorra te ha hecho creer. Sucedió sólo ... por casualidad ... y se acabó casi antes de empezar -dijo haciendo un seco ademán. «Pobre Selena», pensaste, «guillotinada de un plumazo». -Tenía mucha presión en el trabajo. La compra de Harvey's ha sido muy arriesgada y amenazaba todo lo que he conseguido -prosiguió Nick, y tomó el vaso de whisky y dio un largo trago-. He tenido que trabajar día y noche. Tú has tenido que ocuparte de Frankie y he pasado más tiempo con ella que contigo. Luego, los mellizos tuvieron sarampión y no quisiste que contratáramos a una enfermera. Estabas agotada, casi
enferma, y yo estaba preocupado por ti, por los mellizos, por Frankie, que no dormía más de media hora seguida, y con más dificultades que nunca en la empresa. Creí que lo mejor para ti era que no te preocupara contándote mis problemas en la oficina... Nick hablaba de los meses anteriores. Un periodo en que tu pensaste que todo lo que podía ir mal había ido mal. Pero no se te había ocurrido añadir a tu lista de problemas que tu marido te engañaba con otra mujer. -_____... -dijo Nick con voz grave- no era mi intención. Ni siquiera quería hacerlo. Pero ella estaba allí cuando yo necesitaba a alguien, y tú no estabas, y yo ... -¡Cállate! -exclamaste. Te dieron náuseas y tuviste que llevarte la mano a la boca para no vomitar sobre tu preciosa y carísima alfombra. Te levantaste, Nick hizo intención de ayudarte y tu le dirigiste una mirada hostil. Fuiste dando tumbos hasta el mueble bar y, con manos temblorosas, te serviste whisky. Era una bebida que detestabas, pero, en aquellos momentos, sentías la angustiosa necesidad de beber algo fuerte. Nick seguía de pie. Te miró con desconsuelo al verte beber el whisky de un trago y cerrar los ojos echando la cabeza hacia atrás. Tu tratabas de mantener la calma, pero la tormenta se había desencadenado. Tu cuerpo fue sacudido por un mar de emociones violentas. Te palpitaba el corazón y trataste de respirar profundamente, pero tenías la sensación de tener los pulmones encharcados. Tenías paralizados los músculos del estómago, tu cerebro, al contrario, estaba sumido en un torbellino de angustia y dolor. -¡Se ha acabado, _____! -dijo Nick con una voz grave que tu nunca le habías oído-. ¡Por Dios, _____, se ha acabado! -¿Cuándo se acabó? -le preguntaste mirándolo a los ojos- ¿Cuando te permitiste el lujo de volver a hacer el amor conmigo? Pobre Selena. El whisky comenzaba a hacer el efecto deseado. -¿Me pregunto a quién de las dos tomas por imbécil? -Nick sacudió la cabeza negándose a aceptar la lucha. -Simplemente, ocurrió -dijo tristemente, pasándose la mano por el pelo-. Ojala no lo hubiera hecho, pero no puedo echar marcha atrás, aunque sea lo que más deseo. Por si te sirve de algo, te diré que me avergüenzo de mi mismo. Pero, y te lo juro por Dios, te doy mi palabra de que no volverá a suceder de nuevo. -Hasta la próxima vez -dijiste y fuiste a salir de la habitación antes de que los sentimientos sombríos que se agolpaban en tu interior estallaran con amargura. -¡No!-exclamó Nick, agarrándote del brazo y atrayéndote hacia sí-.¡Tenemos que arreglarlo! Por favor, sé que te he hecho daño pero necesitamos ... -¿Cuántas veces? -le espetaste, perdiendo el control- ¿Cuántas veces has venido oliendo a su perfume? ¿Cuántas veces me has hecho el amor por obligación después de haberte acostado con ella? ¿Cuántas veces? -le espetaste, perdiendo el control- ¿Cuántas veces has venido oliendo a su perfume? ¿Cuántas veces me has hecho el amor por obligación después de haberte acostado con ella? -¡No, no, no! -dijo agarrándote por ambos brazos mientras tratabas de liberarte- ¡No, _____! ¡Nunca! ¡No he dejado que llegara tan lejos! . Se puso pálido ante tu mueca de incredulidad. -¡Te quiero, _____! -dijo con voz grave- ¡Te quiero! Por alguna razón, aquella declaración desesperada te enervó y, llevada por la violencia, le diste una bofetada.
Nick se quedó de piedra. Tu te apartaste de él. Nadie que te conociera te habría creído capaz de sentir tanto odio como revelaban tus ojos. Nick estaba atónito, tratando de digerir el horror que contenía tu mirada. Sin decir nada más, diste media vuelta y saliste de la habitación. Te detuviste en la puerta de la habitación que compartías con Nick y luego, te dirigiste a la habitación de Frankie. El niño ni se movió cuando entraste. Tu te acercaste te inclinaste sobre la cuna y te quedaste mirando a tu hijo preguntándote si el intolerable dolor que sentías en tu interior te haría enfermar. Luego, el dique que contenía tus emociones se rompió y con un sollozo caiste sobre la cama que sería de Frankie cuando creciera. Te arropaste con la manta y ahogaste tu llanto en la almohada, para que nadie te oyera. La mañana comenzó con el gorjeo de Frankie, que, completamente despierto, pataleaba alegremente en su cuna. Tu tardaste unos instantes en darte cuenta de por qué estabas durmiendo en aquella habitación. Sentiste que algo se rompía en tu interior al recordar la noche anterior, pero, a los pocos instantes, experimentaste una gran calma, te sentías vacía, hueca. Te levantaste y frunciste el ceño al darte cuenta de que llevabas la misma ropa del día anterior. Te llevaste la mano a la cabeza. Tenías aún el pelo recogido con una goma. Te la quitaste y sacudiste la melena. Tenías un aspecto desastroso y te sentías muy mal. Ni siquiera te habías molestado en quitarte los tenis para dormir. Te sentaste en la cama y te las quitaste. En aquel momento, el niño se dio cuenta de tu presencia y dio un gritito de alegría. Tu te inclinaste sobre la cuna. La sonrisa de tu hijo fue como un bálsamo para tu triste corazón. Por unos instantes, te sumergiste en la alegría que suponía disfrutar de tu hijo. Le diste unos golpecitos en el vientre y murmuraste las cosas que las madres suelen decirles a sus hijos, y que sólo ellas y sus hijos entienden. Aquello te pertenecía, te dijiste. No importaba qué cosas querría arrebatarte o concederte la vida, jamás podría quitarte el amor de tus hijos. «Esto», te dijiste, «es sólo mío». Frankie estaba empapado. Tu le quitaste el pañal antes de sacarlo de la cuna. Frankie siempre estaba alegre por las mañanas. No dejó de gorjear y moverse cuando lo llevaste al baño, para limpiarlo y refrescarlo. Lo sacaste, lo envolviste en una toalla y volviste a su habitación para vestirlo. Normalmente, lo habrías llevado a la cocina para darle el desayuno sin siquiera vestirlo y sin vestirte tu. Normalmente, lo hacías cuando los niños se habían ido al colegio y tu marido a trabajar, pero no podías despertar a los mellizos con aquel aspecto. Te preguntarían por qué tenías una pinta tan desastrosa sin el menor rubor . Hiciste acopio de valor y abriste la puerta de tu habitación. Sabías que Nick sólo estaría medio dormido. Entraste sin hacer ruido y miraste hacia la cama, sumida en la penumbra del amanecer. No estaba allí. Oiste ruido en el baño y Nick apareció al cabo de un instante. Llevaba una camisa blanca y pantalones grises. En cuanto te vio, se detuvo bruscamente. Desde que lo conocías, nunca te habías sentido tan vulnerable en su presencia. Era consciente de tu desamparado aspecto: de tus ojos enrojecidos por el llanto, de la palidez de tu semblante y de tus cabellos enredados. También estabas alerta ante él. Observabas lo alto que era, la fortaleza de su cuerpo y sus músculos esbeltos . El ancho pecho, las caderas estrechas y las piernas largas y
poderosas ... Tragaste saliva y levantaste la vista. Cruzaron una mirada. Tampoco él tenía buen aspecto. Parecía cansado, como si no hubiera dormido mucho. Debía haber estado pensando, tratando de encontrar una solución, la salida a una situación imposible. Era una de sus virtudes convertir los fracasos en éxitos. Era la causa principal de su prosperidad. Acababa de afeitarse, su barbilla parecía limpia y suav .. Tu absorbiste el familiar aroma de su loción de afeitar y te diste cuenta de que tus sentidos respondían. La atracción sexual no conocía límites, reconociste amargamente. Incluso en aquellos instantes, sin dejar de odiarlo y despreciarlo, sabías que era el hombre al que habías amado ciegamente durante muchos años. Te acercaste a la cama, apoyaste la rodilla en el colchón y dejaste a Frankie sobre la colcha. Entonces, te diste cuenta de que Nick no había dormido en aquella cama, la única evidencia de que la había utilizado era la huella de su cuerpo sobre el edredón de color melocotón. Frankie se puso a patalear, tratando de captar la atención de su padre, que, sin embargo, no apartaba los ojos de ti. El niño gritó con frustración y se puso colorado del esfuerzo de tratar de sentarse sobre la cama. Tu sonreiste al ver sus dificultades y le tendiste una mano, que el niño usó para equilibrarse. Nick se acercó al otro lado de la cama e, inconscientemente, estiró el brazo para ayudar a Frankie. -¡Pa! -dijo el bebé triunfalmente, librándose de ambas manos para prestar toda su atención a la colcha. Tu mantuviste la vista fija en tu hijo, dándote cuenta de que Nick no apartaba los ojos de ti. -_____, por favor, mírame -dijo Nick con una súplica que te conmovió las entrañas. -No -dijiste con un susurro, tratando de mantener la calma. Nick profirió un suspiro. Levantó a su hijo, le dio un beso en la mejilla y lo volvió a dejar sobre la cama. Tu fuiste a levantarte, pero Nick fue más rápido que tu. Te agarró por la cintura y tiró de ti hasta que pudo estrecharte entre sus brazos. A ti te dieron ganas de sumergirte en el calor que Nick te ofrecía. Te pusiste tensa y tuviste que hacer esfuerzos por no llorar. -No llores -te dijo Nick. Era lo peor que podía haber dicho, porque, al ver el gesto de ternura de Nick, tu comenzaste a sollozar sobre su hombro. Nick te estrechó con fuerza y enterró la cabeza entre tus cabellos. -Lo siento -dijo una y otra vez- Lo siento, lo siento, lo siento ... -Pero no era bastante. No podía ser bastante. Nick había acabado con todo. El amor, la fe, la confianza, el respeto, todo se había desvanecido, y las disculpas no iban a devolvérselo. -Estoy bien -murmuraste, haciendo un esfuerzo monumental por recobrar la calma y apartarte de él. Pero Nick te estrechó con fuerza. -Sé que te he hecho mucho daño -dijo, tratando de contener sus propias lágrimas. Tu podías sentir la tensión de su pecho, el ritmo errático de su corazón- Pero no tomes ninguna decisión precipitada mientras ... Lo tenemos todo para ser felices si nos das otra oportunidad. No lo tires todo por la borda sólo porque he cometido un error estúpido. ¡No puedes tirarlo todo por la borda!
-No he sido yo quien lo he hecho -replicaste. Aquella vez, Nick dejó que te separaras de él. Tenía una mirada triste y desolada. Tu, buscando algo que ponerte, fuiste del armario a la cómoda y vuelta al armario, sin saber realmente lo que estabas eligiendo. Habías pasado muchos años comprendiendo sus ambiciones, teniendo una fe ciega en él. Muchos años aguardándole en casa, esperando sus caricias como un perro o un gato, como una mascota, mientras él alimentaba en casa sus necesidades básicas: comida, bebida y un paseo de vez en cuando, y tu lo habías aceptado con alegría. «¡Qué criatura más patética eres!». te dijiste. Frankie dejó escapar un chillido. Los dos dieron un respingo. El niño, aburrido de jugar solo, reclamaba su desayuno. Tu te quedaste inmóvil en el centro de la habitación, con la ropa en las manos, preguntándote qué hacer a continuación. Vestirte o atender a Frankie. Era una elección muy sencilla, pero no parecías en condiciones de tomarla. Fue Nick quien finalmente levantó al niño. -Yo me ocupo de él. Vístete tranquilamente, todavía es temprano -dijo y se marchó por la puerta. Tu suspiraste, sintiendo que la tensión de la habitación se relajaba. El desayuno fue horrible. Tu veías una provocación en cada gesto. En Vanessa porque comía demasiado, en Zac porque se comió los cereales con muy poca leche, tu llenaste demasiado la cafetera y tu café estaba demasiado amargo. Al final, te enfadaste contigo misma por reaccionar contra todo, frustrada por no saber lidiar : con tu propia desgracia. La emprendiste con Zac porque se había dejado el ordenador encendido la noche anterior, con todos los juegos esparcidos sobre la alfombra. Cuando terminaste de reñirlo, el pobre niño estaba pálido rígido, Vanessa sorprendida, Frankie callado y Nick... Nick simplemente estaba sombrío. El resto del desayuno transcurrió en silencio. Los niños se mostraron visiblemente aliviados cuando su padre los mandó a recoger sus cosas para irse al colegio. -¡No tenías por qué tratar así a Zac! -te espetó Nick en cuanto Zac y Vanessa no podían oírlo- ¡Sabes muy bien que normalmente es muy ordenado! Vas a convertirlos en un manojo de nervios si no pones más cuidado. Son unos chicos estupendos y se comportan muy bien la mayor parte del tiempo. ¡No voy a dejar que la tomes con ellos porque estés enfadada conmigo! Tu te diste la vuelta hecha una furia. -¿Y desde cuándo estás aquí el tiempo suficiente para saber cómo se comportan? -le dijiste, viendo con gran satisfacción que se ponía tieso como un clavo- Los ves durante el desayuno, ¡pero sólo cuando dejas de leer tu precioso Financial Times! ¡La mayoría del tiempo ni siquiera te acuerdas de que tienes tres hijos! Los ... los quieres como quieres ... a esa pintura de Lowry que compraste, eso cuando piensas en ellos. ¡Así que no me digas cómo tengo que educar a mis hijos cuando como padre eres un completo inútil! ¿Qué te ocurría? Te preguntaste dando un paso atrás mientras Nick se ponía en pie y se acercaba a ti. -Me puedes acusar de muchas cosas, _____ -dijo Nick entre dientes- Y, probablemente, la mayoría de ellas me las merezco, ¡pero no me puedes acusar de no querer a nuestros hijos! -¿De verdad? -le preguntaste con sarcasmo- ¡En primer lugar, te diré que sólo te casaste conmigo porque estaba embarazada de los mellizos! ¡Incluso Frankie fue un error al que te costó acostumbrarte! Nick dio un puñetazo sobre la mesa. Tu parpadeaste al verlo levantar la mesa,
apartarla para levantarse y acercarse a ti. La violencia casi se podía palpar. A ti se te secó la garganta al ver cómo Nick se aproximaba a ti con la intención, creías tu, de estrangularte. En el último momento, cambió de opinión y te agarró por los hombros. Tu te diste cuenta de que estaba temblando. -Es demasiado pequeño para comprender lo que estás diciendo -dijo con una voz ronca y señalando a Frankie con la cabeza-, pero si los mellizos te oyen, si les das alguna razón para que piensen que no los quiero, te ... No terminó la frase. No hacía falta, tu sabías exactamente cómo continuaba. Nick siguió mirándote por unos instantes, luego te soltó y salió de la cocina. Tragaste saliva y diste un profundo suspiro, y sólo entonces, te diste cuenta de que habías estado conteniendo la respiración. Sólo por pura necesidad de consuelo, levantaste a Frankie y lo meciste en tus brazos. Te avergonzabas de ti misma. Y también estabas furiosa, porque, al haberle gritado de aquella manera, le habías dado el derecho a meterse contigo, cuando, hasta ese momento, eras tu la que tenía todo el derecho a meterte con él.
CAPITULO 3 Al llegar el fin de semana, los mellizos se dieron cuenta de que algo extraño sucedía. Y, como siempre, fue la observadora y callada Vanessa quien quiso saber qué era. -¿Por qué estás durmiendo en la habitación de Frankie, mamá? -preguntó el domingo por la mañana mientras toda la familia estaba reunida en la cocina, desayunando. La niña lo había descubierto porque aquella mañana Frankie había dormido hasta más tarde de lo acostumbrado, con lo cual, tu también se habías despertado tarde. Después de pasar varias noches durmiendo mal en una cama demasiado pequeña y atormentada por tus pensamientos, estabas exhausta; la noche anterior, para tu alivio, habías conciliado el sueño nada más meterte en la cama, y no te habías despertado hasta que Zac entró en la habitación. Pero no te sentías mucho mejor que los días anteriores, Porque, si dormir había servido para dar descanso a tu cuerpo, tu mente no había reposado en absoluto. Sabías qué habías soñado, pero, desde luego, tus sueños no habían aliviado el peso de tu corazón, ni tu rabia, ni tu amargura. Incluso te aborrecías a ti misma por no hacer nada para remediar la situación. Nick te había aconsejado que no tomaras ninguna decisión hasta que no estuvieras un poco más tranquila -hasta que dejaras de ser la criatura patética en que te habías convertido-, pero aquel consejo sólo te servía como excusa para no enfrentarte a la realidad. Nick no tenía mejor aspecto que tu, su rostro reflejaba la misma tensión. Desde la noche fatídica de la llamada de Delta, había estado llegando a las seis y media todos los días. Tu sospechabas que se debía más a que lo habías criticado como padre que al deseo de demostrarte que su aventura había terminado. Llegaba a tiempo de bañar a los niños y meterlos en la cama mientras tu preparabas la cena. En apariencia, tu vida transcurría normalmente, y los dos hacían un gran esfuerzo por que los niños no se enteraran de sus problemas. Cada noche, durante la cena, Nick hacía algún intento por mantener una conversación, pero tu permanecías en silencio, de modo que él desaparecía en su estudio en cuanto terminaban de cenar. Tu recogías la mesa y subías a acostarte a la habitación de Frankie, sintiéndote cada día un poco más sola, un poco más deprimida. Saber que tu marido te engañaba había supuesto para ti un golpe brutal que había conseguido anular tu voluntad, de modo que tu vida transcurría en una lenta
monotonía y no te dabas cuenta de lo que hacías. Nick te observaba, serio y en silencio, esperando que tu salieras de tu letargo y estallaras. En aquellos momentos, la pregunta de tu hija te devolvía a tu cruda situación. Te sonrojaste ligeramente, y te las ingeniaste para dar una respuesta coherente. -A Frankie le están saliendo los dientes otra vez. Nick arrugó ligeramente el periódico que estaba leyendo, y tu te diste cuenta de que estaba escuchando. Y puede que también te estuviera mirando de reojo. Tu no lo miraste. En realidad, te importaba muy poco lo que pudiera hacer. Morena y con ojos marrones, Vanessa tenía, además, la misma mirada inteligente que tu. Asintió, como si comprendiera perfectamente lo que decías. Los dientes de Frankie habían sido un tormento para todos en las noches anteriores. Aunque a ti no se te había ocurrido irte a dormir a su habitación. Pero aquello no se le había ocurrido a Vanessa, que prestaba atención a su querido padre. -Seguro que echas de menos no poder abrazar a mamá, ¿verdad, papá? -dijo bajándose de la silla y acercándose a Nick-. Si me lo hubieras dicho, habría ido a darte un abrazo -dijo y fue a sentarse sobre las rodillas de su padre, sabiendo que sería bien recibida. La tensión se apoderó de la habitación. -Muchas gracias, mi reina -dijo Nick, doblando el periódico para prestar atención a su hija- Pero creo que puedo estar solo unos días más antes de que me sienta completamente triste. Si aquel comentario iba dirigido a ti, lo ignoraste, y seguiste sentada bebiendo café, sin revelar el esfuerzo que te costaba. Observaste a Nick, allí sentado, con su albornoz azul, que dejaba al descubierto la mata de vello que le cubría el pecho. Besó a Vanessa en la mejilla y esbozó una sonrisa tan encantadora que a ti se te hizo un nudo en el estómago, como si tuvieras celos de tu hija. ¡Celos de tu propia hija! ¿Cómo era posible tanta amargura? No pudiste evitar dar un respingo mientras recogías los platos. Nick te miró y tu le devolviste la mirada. Nick debió ver algo en sus ojos marrones, porque frunció el ceño. Tu te diste la vuelta de inmediato. Estabas incómoda y desconsolada. Pero tu marido y tus hijos parecieron ignorar tu reacción. Zac intervino en la conversación que Nick estaba teniendo con Vanessa, e incluso Frankie insistió en que le sacaran de su silla. Nick lo sacó y lo sentó sobre sus rodillas, mientras el niño alegraba la conversación con sus particulares gorgojeos. Tu no pudiste soportarlo. Había algo en aquella atmósfera de cariño que te ponía los nervios de punta. Te sentías incapaz de unirte a ellos, como habrías hecho normalmente. Selena te lo impedía. Su imagen era como un muro infranqueable que te separaba de tu familia, del afecto y el amor de los tuyos. Dejaste de fregar los platos, porque corrías el riesgo de romper alguno y saliste de la cocina diciendo entre dientes: -Voy a hacer las camas. Nadie te oyó y te sintió aún peor, más apartada de tu familia. Estabas en tu dormitorio, el dormitorio de Nick y tuyo, mirando al vacío, cuando entró Nick. Con un gesto nervioso te dirigió al baño, tratando de aparentar que eso estabas haciendo cuando Nick abrió la puerta. Cuando saliste, Nick seguía allí, al lado de la ventana y con las manos metidas en los bolsillos. Era alto y gallardo y, en aquel momento, estaba tan atractivo que a ti te daban ganas de tirarle algo, de
hacer cualquier cosa para mitigar tu profundo dolor. Haciendo un esfuerzo por ignorar su presencia, comenzaste a arreglar la habitación. Te acercaste a la cama, que, desde la llamada de Delta, se había convertido en el mueble más odioso de la casa. Cada día era más difícil estirar las sábanas, ahuecar las almohadas, cubrirla con la colcha. Olía a Nick, a su olor limpio y masculino. Despertaba tus sentidos, que creías dormidos. Al contrario de lo que habías esperado, tu deseo por Nick no había disminuido, sino todo lo contrario. La traición de Nick no había provocado más que la odiosa actitud de estar siempre pendiente de él. El odio alimentaba el deseo, y el deseo hacía tu tormento todavía mayor. Nick se dio la vuelta lentamente y te observo. Al cabo de un rato, cuando el silencio comenzaba a hacerse insoportable, se acercó a ti y se interpuso en tu camino. -_____... -dijo con suavidad. Tu permaneciste con la cabeza agachada, sin querer mirarlo a los ojos. -¿Te acuerdas de que tengo que pasar la semana que viene en Birmingham? No, no te habías acordado hasta aquel momento. Serviste una ira repentina al comprobar que Nick anteponía sus negocios a su vida privada, cuando ésta estaba en crisis. -¿Qué te meto en la maleta? ¿Iba a ir Selena con él? ¿Iban a dormir en la misma habitación? ¿Iban a pasar toda una preciosa semana sin que nadie les interrumpiera? Te palpitaba el corazón, y tuviste que hacer un gran esfuerzo para no retroceder para apartarte de él. Retroceder habría sido como otorgarle una especie de victoria, así que te quedaste donde estabas, sin mirarlo, con el semblante pálido. Físicamente, no habían estado más cerca desde la noche en que todo estallara por los aires. Tu sentiste escalofríos. -Cualquier cosa -replicó Nick con impaciencia. Tu solías hacerle la maleta siempre que él se marchaba de viaje. Y te encantaba hacerlo, guardar sus camisas, contar los pares de calcetines, la ropa interior, meter algunos pañuelos, las corbatas y los trajes. Incluso en aquellos momentos, mientras rogabas que se apartara de tu camino para poder alejarte de él y con ganas de decirle que se hiciera él la maleta, no podías evitar hacer, mentalmente, una lista con todo lo que necesitaba. Nick permaneció inmóvil, y la tensión entre vosotros se hizo intolerable. No se atrevía a decir nada por miedo a que lo utilizaras en su contra. -¿Vas a estar bien? -preguntó por fin- Puedo llamar a mi madre para que se quede contigo, si no quieres quedarte sola, si te hace falta compañía, o… -¿Y por qué me iba a hacer falta compañía? -le espetaste, dirigiéndole una mirada penetrante- Nunca me ha hecho falta una niñera cuando te vas de viaje y no me va a hacer falta ahora. Nick apretó la mandíbula, pero mantuvo la tranquilidad. -Yo no estaba poniendo en duda tu capacidad -dijo-, pero estás muy cansada y me preguntaba si, con todo lo que está pasando, no te vendría bien alguna ayuda. «Muy cansada», te repetiste, no estabas sólo cansada, estabas agotada. -¿Tu secretaria va contigo?
Tu te arrepentiste de aquella pregunta nada más hacerla. -Sí, pero, ... -Entonces no tengo por qué preocuparme por ti, ¿verdad? -_____ -dijo Nick, dando un suspiro-, Selena no ... -¡No quiero saberlo! -dijiste empujándolo, prefiriendo rozar su cuerpo a permanecer allí quieta por más tiempo soportando aquella conversación. -Entonces, ¿para qué me lo preguntas? -exclamó Nick en voz alta e, inmediatamente, hizo un gran esfuerzo por controlarse- ¡_____, tenemos que hablar! Tu estabas haciendo la cama. Apretabas los dientes y seguías con tu trabajo porque era lo único que te quedaba por hacer. -No podemos seguir así -dijo Nick-. ¡Tienes que darte cuenta! A Vanessa le parece muy raro que duermas con Frankie, lo que significa que, a partir de ahora, va a estar pendiente de nosotros, que va a vigilarte, a calcular los días que te quedas en la habitación de Frankie... -Y no debemos molestar a tu querida Vanessa, ¿verdad? -exclamaste, y te avergonzaste al instante. ¿Cómo podías sentir celos de tu propia hija? Pero era cierto, estabas horriblemente celosa de tu hija, porque tenía el amor de su padre. -No pienso responder a eso, _____ -dijo Nick sobriamente. Tu terminaste de hacer la cama, podías marcharte. -Deja que te explique que Selena no ... -dijo Nick. -¿Qué vas a hacer hoy? ¿Vas a quedarte en casa? -Sí -dijo Nick, desconcertado-. ¿Por qué? -Porque yo tengo que salir y, si tú te vas a quedar, no tengo que llamar a tu madre para que se quede con los niños. Por qué habías dicho aquello, no podías saberlo. Tu decisión de salir no había sido una decisión consciente. Pero nada más decirlo pensaste que pasar unas horas sola, completamente sola, era vital para tu integridad mental. Abriste el armario, impaciente por salir y alejarte de tu familia, y sacaste lo primero que encontraste, tu anorak impermeable. Nick parecía un poco aturdido, y se limitó a quedarse allí de pie, observándote. -_____ -dijo por fin-, si quieres salir, sólo tienes que decirlo. Tu no atinabas a cerrar la cremallera y te estabas poniendo cada vez más nerviosa. «¿Es posible sofocar sus propias emociones?», te preguntabas. Porque creías que eso era precisamente lo que estaba haciendo. -Dame diez minutos y me voy contigo ... ¡Los zapatos! ¡No te habías puesto los zapatos! Te inclinaste y revolviste en la parte baja del armario. Nick seguía quieto en el mismo sitio, cada vez más perplejo. Tu encontraste tus botas de cuero negras y te sentaste sobre la alfombra para ponértelas. Luego metiste los pantalones en las botas con dedos temblorosos.
-¡_____... no hagas esto! -dijo Nick. Te diste cuenta de que estaba realmente afectado porque quisieras irte sola, su voz era grave y denotaba impaciencia. -Nunca has salido sin nosotros, espera a que todos ... Tu apenas lo oías. Pero Nick tenía razón, nunca habías salido sola. Si no con él, con los niños, o con su madre. Durante toda tu vida adulta, habías vivido bajo el amparo protector de otros. Primero tus padres, luego tus amigas y finalmente, Nick. Sobre todo, Nick. ¡Pero por Dios, estabas a punto de cumplir veinticuatro años! Y allí estabas, convertida en ama de casa, cada día menos atractiva, con tres hijos y un marido que... -¡Me voy sola! ¡No te va a pasar nada porque, por una vez, te quedes con los niños! -¡No me estoy quejando de eso! -dijo Nick, suspirando y acercándose a ti- Pero, _____, nunca habías ... -¡Exactamente! -exclamaste, apartándote de él-. Mientras tú te ocupabas de hacerte rico y de buscar a una amante, yo estaba sentadita en esta maldita casa, muriéndome de asco. -¡No digas tonterías! -dijo Nick, agarrándote por la muñeca- Esto es ridículo, te estás portando como una niña. -Precisamente, Nick, de eso se trata, ¿no te das cuenta? -dijiste, apelando a la comprensión a pesar de que lo que más deseabas era irte de allí cuanto antes- Eso es exactamente lo que soy ... una niña. Una niña a la que han explotado, a la que han herido profundamente. No he crecido porque no me han dado la oportunidad de crecer. ¡Tenía diecisiete años cuando me casé contigo! -le gritaste- ¡No había terminado el colegio! Y antes de que aparecieras tú, mis padres me tenían entre algodones. Dios mío, qué decepción debió ser para ellos descubrir que su dulce y pequeña hija se había estado acostando con el lobo feroz. Nick se rió. A ti no te sorprendió, sabías que tu calificación era tan acertada que no tenías más remedio que reírte si no querías llorar. -Y me quedé embarazada -prosiguió-, y cambié a unos padres por otros, tú y tu madre. -Eso no es cierto, _____ -protestó Nick-. Yo nunca te he visto como una niña. Yo ... -¡Mentira! ¡Eres un maldito hipócrita mentiroso! ¿Y sabes por qué sé que eres un mentiroso? Por el miedo que te da que yo quiera pasar algún tiempo sola. -¡Esto es una locura! -dijo Nick, negando con la cabeza, como si no creyera que aquella conversación pudiera tener lugar. -¿Una locura? -repetiste-. ¿Cómo crees que me siento sabiendo que he dejado que me hicieras todo eso? Lo único que hice fue sentarme y dejar que me trataras como te daba la gana ... y mira qué he conseguido. Veinticuatro años, tres hijos y un marido que se ha cansado de mí. Así que, por favor, deja que me vaya. Con un sollozo, te apartaste de él y saliste de la habitación. Corriste escaleras abajo, recogiste el bolso de la mesita del recibidor y saliste precipitadamente a la calle. El BMW de Nick cerraba el paso a tu Ford Escort blanco, así que tuviste que irte a pie, alejándote de la moderna casa en la que vivían desde hacía cinco años. En una casa situada en una de las zonas más acomodadas de Londres. Aquella casa te encantaba porque les ofrecía mucho más espacio que el pequeño piso alquilado
del centro de Londres en el que vivían anteriormente. Sin embargo, en aquellos momentos, lo único que querías era alejarte de allí lo más deprisa posible. Te apresuraste por la acera, bajo la sombra de los árboles, sabiendo que Nick no te seguiría. Todavía tenía que vestirse y vestir a los niños, así que no podría detenerte antes de que tomaras el autobús. El primero que llegó se dirigía al centro de Londres. Te sentaste junto a la ventanilla y miraste a través del cristal manchado de polvo y de gotas de barro. Te fijaste en el parque al que solías llevar a los niños. ¿O eran ellos los que te llevaban a ti? No lo sabías, ya no estabas segura de nada. Te subiste el cuello del anorak para protegerte del frío aire de septiembre, te metiste las manos en los bolsillos y comenzaste a pasear por Londres, cuyas calles siempre estaban solitarias los domingos por la tarde. Estabas perdida en un mar de tristeza. Un mar más profundo a medida que un ojo interior se abría cada vez más para mostrarte cómo era la verdadera _____ _____. Una mujer de veinticuatro años que se había estancado emocionalmente a la edad de diecisiete. Pensaste que Nick te amaba porque había hecho el amor contigo, y nunca te preguntaste si te quería realmente. Pero había llegado la hora de hacerlo. Y, aunque la idea te mortificaba, te dabas cuenta de que sólo se había casado contigo para aceptar su responsabilidad por haberte dejado embarazada. Puede que Nick considerara que estaba en su derecho de llevar otra vida, aparte de la que ya llevaba contigo. No cabía duda, se trataba de eso. Nick quería llevar otra vida, una vida aparte de la que llevaba contigo. Tu te diste cuenta, en aquellos momentos en que tu vida estaba al borde del precipicio, de que Nick nunca había compartido contigo aquella otra vida excitante y apresurada. Sólo había construido vuestro matrimonio para ti, para que jugaras a ser esposa y madre de vuestros hijos, porque era lo que tu querías ser. Pero, ¿acaso se trataba sólo de un juego, de una fantasía? No lo sabías, no podías saberlo. Caminaste durante horas. Horas y horas, sin darte cuenta del tiempo que pasaba. Tristes horas de reflexión, contemplando la intensidad de tu propio dolor. Hasta que el más completo agotamiento te obligó a regresar a casa. Estabas agotada y hacía frío, así que tomaste un taxi. De repente, tu casa se convirtió en el único lugar del mundo en el que querías estar. Pero, al darte cuenta, experimentaste una sensación de derrota, porque aquello significaba que tus horas de libertad no te habían hecho ningún cambio.
CAPITULO 4 Cuando entraste en el salón, Nick estaba sentado en el sofá con un libro entre las manos. Tenía el aspecto de alguien que no se hubiera movido del sitio durante horas. No se molestó en saludarte, que, tras una corta pausa, esperando su repentina explosión de furia, que no llegó, cerraste la puerta y te dirigiste a la cocina. Esbozabas una sonrisa. Nick no te engañó ni por un momento con su aire de indiferencia, le habías visto mirando por la ventana justo antes de entrar por la puerta del jardín. Dejaste el abrigo sobre una de las sillas de la cocina, te quitaste las botas y preparaste café. Nick entró como un gato en busca de su comida diaria. Llevaba vaqueros y camisa de algodón. -Será mejor que llames a Delta -murmuró, apartando una silla con el pie para
sentarse en ella -¿Por qué? -dijiste con curiosidad, y mirándolo por un instante. -Porque no he parado de llamarla creyendo que estarías en su casa, y ella no me lo quería decir. -¿Y por qué estás tan seguro de que no ha sido así? Antes de contestar, Nick guardó silencio por unos instantes. -Porque llamé a mi madre para que cuidase de los niños y me fui a su apartamento para ver si era verdad. -Así que no sólo Delta, sino también tu madre sabe que he estado fuera todo el día dijiste con acritud sirviéndote el café, que ya estaba listo. -No puedes echarme la culpa de que estuviera tan preocupado después de cómo te fuiste -se quejó Nick. «Eso está mejor», pensaste. «Eso le enseñará a no tratarme como a una niña. Puede que lo sea, pero eso no significa que me guste que me traten como tal. Además, así se dará cuenta de que su predecible esposa no es tan predecible después de todo.» Te sentaste frente a él, tomando con gusto la taza de café caliente entre las manos, todavía frías. Nick se pasó las manos por el pelo y luego las apoyó sobre la mesa y comenzó a tamborilear con los dedos, como si algún pensamiento le rondara en su interior. Inclinó la cabeza hacia delante. Tenía el pelo revuelto, como si se hubiera pasado las manos por él muchas veces. Tu nunca lo habías visto así, con un aspecto tan frágil. -Tus padres también lo saben -dijo inesperadamente- Los llamé cuando no se me ocurrió ningún otro sitio donde pudieras haber ido. Han estado esperando que aparecieras por Altrincham toda la tarde. Será mejor que los llames para decirles que estás bien. Así que sólo se le había ocurrido llamar a tres sitios para localizarte. ¿Qué te decía eso de ti misma? Te preguntaste, pero decidiste que ya habías hecho suficiente auto análisis aquel día y decidiste posponer la respuesta. -Te voy a decir una cosa, Nick -le sugeriste- ¿Por qué no los llamas tú ya que fuiste tú quien los has preocupado? Llama a tu madre y a Delta, no tengo ninguna gana de hablar con ella. -¿Con quién? ¿Con mi madre? -No, con Delta -dijiste sarcásticamente- Has sido tú el que la has vuelto a meter en este lío después de decirle que se ocupara de sus asuntos, así que, si crees que está preocupada, llámala tú. -iTodos estábamos muy preocupados! -exclamó Nick, dirigiéndote una mirada furiosa. -No pienso suicidarme -dijiste con calma, sorbiendo tu café. Cuanto más nervioso estaba Nick, más tranquila estabas tu- Puede que me hayas tomado por una imbécil, pero no me voy a perder el resto de mi vida por eso. -¡Yo no te he tomado por una imbécil! -Claro que lo has hecho. Por ejemplo, cuando has perdido el tiempo pensando que había hecho una tontería -dijiste con mordacidad. Nick tragó saliva. Quería contenerse, evitar cualquier disputa.
-¿Dónde has ido? -preguntó. -A Londres -respondiste, irguiendo la cabeza con orgullo. -¿A qué parte de Londres? ¿Y para qué? Has estado fuera desde las diez de la mañana, ¡casi doce horas! ¿Qué has estado haciendo durante doce horas si las tiendas están cerradas? -¡Puede que haya salido con un hombre! -exclamaste, y viste con satisfacción que a Nick le mudaba el semblante- No es tan difícil encontrar uno, ¿sabes? Puede que haya decidido echar una canita al aire e irme a buscar... comprensión, ya que, últimamente, no encuentro mucha en esta casa -dijiste con ironía. Nick se puso de pie, dando un golpe con la silla contra el suelo. -¡Ya basta! -dijo Nick, pasándose la mano por el pelo- ¡Deja ya de tomarte la revancha! No solías disfrutar haciendo daño a los demás. Eso era cierto. Era extraño comprobar cómo podía cambiar una persona de la noche a la mañana. Nunca habías tenido ningún deseo de hacer daño a nadie, pero, de repente, ni siquiera te importaba que tus padres estuvieran preocupados por ti. Probablemente, la madre de Nick estaría sentada en su apartamento, apenas a un kilómetro de allí, esperando con inquietud una llamada que le dijera que su adorable _____ estaba bien. -Haz esas llamadas y no tendrás que escucharme -replicaste con la vista fija en la taza de café que tenías entre las manos. Nick te miró con furia. Parecía a punto de estallar, pero, para sorpresa tuya, suspiró profundamente y se marchó. Tu oiste que cerraba de un portazo la puerta del estudia e hiciste una mueca. Subiste al piso de arriba para darte una ducha. Recogiste tu larga melena en el gorro de baño y te metiste bajo el agua. Después de ducharte, mientras te ponías el albornoz recordaste que no habías hecho la maleta de Nick. Con una maldición, entraste apresuradamente en la habitación, recogiste la maleta de cuero, la dejaste sobre la cama y la abriste. -No hace falta que lo hagas -dijo Nick, desde la puerta- Esta tarde he cancelado el viaje. -Vaya por Dios -dijiste, mientras él cerraba la puerta- Qué decepción se habrá llevado Selena. Nick se encogió, como si alguien le hubiera golpeado can un látigo. Tu sentiste pánico al ver su semblante pálido. Nick se acercó, te agarró por los brazos y tu te estremeciste. -Ya no puedo soportarlo –dijo Nick entre dientes-. ¡No vas a cambiar de opinión sobre mí a pesar de la que haga o diga! -¡Ya he cambiado de opinión sobre ti! -replicaste, sintiendo temor ante el extraño brillo de los ojos de Nick-. ¡Pensaba que eras un santo, ahora sé que eres un cerdo! -¡Pues, entonces, voy a portarme como un cerdo! -exclamó Nick y te besó. No fue un beso persuasivo, ni dulce, fue un beso brutal. Tu gemiste. Nick clavó sus manos como garras en tus hombros. Tu hiciste esfuerzos para apartarte, tratando de no tocar su cuerpo. Nick te metió la lengua entre los labios, y tu quisiste morderle. Pero Nick, que preveía tu reacción, apretó tus labios con fuerza para impedírtelo y te acarició la lengua con sensualidad. Tu te estremeciste y le golpeaste el pecho con
los puños, en un desesperado intento por detener el ardor que despertaba en tu cuerpo. Aunque lo odiaras desde lo más profundo de tu ser, seguías siendo vulnerable a sus caricias. Gemiste de nuevo y le diste una patada con tu pie desnudo. Pero dio igual. Nick no estaba dispuesto a soltarte. Tu cuerpo no era más que un junco que se doblaba ante la voluntad de Nick. Con una mano te agarró por la cintura y con la otra la melena, tirando de ti para obligarla a abrir la boca y a recibir su beso. Tu estabas ardiendo, tu cuerpo se sacudió con una oleada de calor al sentir el cuerpo de Nick apretándose contra ti. Pero no era sólo la temperatura de tu cuerpo la que había sobrepasado los límites, sino también tus sentidos. Estabas fuera de control, ansiosa, como una abeja precipitándose hacia la miel más dulce de la Tierra. «¡No es justo!», pensaste con desconsuelo. «¡No es justo que me siga haciendo esto!» Te odiabas a ti misma y odiabas a Nick por obligarte a darte cuenta de tu debilidad. -iMaldito seas! -exclamaste cuando Nick se separó de ti para respirar. Nick tenía las mejillas sonrosadas y sus ojos eran como oscuros estanques llenos de frustración. -Sí -dijo con un susurro- Maldíceme cuanto quieras, _____, pero me deseas. Me deseas tanto que casi no puedes pensar en otra cosa. Era la amarga verdad. Te encogiste un poco, pero te dispusite a hacer algo en lo que habías pensado muchas veces en los últimos días. Con un gruñido animal, y sin importarte el dolor que te hacía Nick al tirarte del pelo, levantaste los brazos para arañarlo. Sólo sus buenos reflejos salvaron a Nick. Echó la cabeza hacia atrás y tu sólo alcanzaste su cuello. -¡Vaya, qué gatita! -dijo soltándote el pelo para tocarse el cuello. -¡Te odio! -Mejor -dijo Nick, atrayéndote hacia el- Así será más fácil hacerte el amor de cualquier manera, sin importarme lo que sientas por mí. -¡Estupendo! ¿Por qué no añadir la violación al adulterio? -¿Violación? ¿Desde cuándo he tenido que recurrir a la violación al acostarme contigo? ¡En toda mi vida no he conocido a una mujer más caliente que tú! -¿Ni siquiera Selena? Nick te apartó de un empujón y cruzó las manos detrás de la nuca, como si se estuviera conteniendo para no tener que pegarte. En sus ojos se divisaba algo muy parecido al tormento. -Ya basta, _____ -dijo entre dientes- Deja ya de provocarme antes de hacer algo que podamos lamentar. Tu te preguntaste a qué se refería. ¿Acaso lo estabas provocando, lo estabas poniendo furioso para que te hiciera el amor? Te diste cuenta de que era eso lo que estabas haciendo exactamente. Tentándole con cada mirada cuando debías irte de allí mientras podías. Pero querías alimentar el odio que le tenías, llevar al límite tu angustia, tu decepción y, sobre todo, el profundo dolor que no había abandonado tu pecho desde la llamada de Delta. Te oiste a ti misma decir, como desde el otro lado de un largo túnel:
-Entonces, ¡vete! ¿Por qué no haces lo que debes hacer y te vas de aquí? ¡No hay nada que te impida marcharte con tu preciosa Selena! - ¡Deja ya de mencionar su maldito nombre! -Selena -repitió ella al instante- Selena, Selena, Selena. Un brillo, tal vez de angustia, cruzó la mirada de Nick. Se mordió el labio y te agarró por los brazos. -¡No! -dijo entre dientes- ¡Tú, tú, tú! Con un rápido movimiento, te obligó a girar y a echarte sobre la cama. Lo que sucedió estuvo muy lejos de tener algo que ver con el amor. Fue una batalla. Una batalla para ver quién de los dos lograba excitar más al otro. Una batalla de los sentidos donde cada caricia era deliberada y respondida por otra, donde cada mirada recibía como respuesta otra mirada de burla. En cuanto uno de los dos se excitaba, más lo excitaba el otro, lanzados frenéticamente a un torbellino de sensaciones dolorosas, rotas. Por un instante, Nick pareció a punto de recuperar el sentido común y trató de apartarse de ti. Pero tu te diste cuenta. Tuviste miedo, pánico a perderlo, y te aferraste a él y lo besaste con frenesí. Nick suspiró y pronunció tu nombre en una ardiente súplica. Pero tu no atendiste aquella súplica. En aquellos instantes, eras tu la que jugaba el papel de seductora, la que dominaba la situación. Y mantuviste aquel papel desde el desesperado principio hasta el tumultuoso final. Dominaste a Nick, y al terminar, te apartaste y te hiciste un ovillo, presa de la frustración. Tu cuerpo había exigido algo que se le negaba hacia días, pero sólo te sentías abatida y asqueada contigo misma.Así que, ¿quién ganó la batalla? Te preguntaste. Nadie. Tu comportamiento te daba náuseas. Habías hecho el amor con él, no porque lo quisieras, sino por tu miedo a perderlo. Era esencial para tu integridad mental saber que, a pesar de todas las Selenas que pudiera haber habido o que hubiera en el futuro, tu, la pequeña y aburrida _____, todavía podía volverlo loco en la cama. Y además, tenías que reconocer que lo habías deseado, el deseo que habías sentido por él no dejaba espacio para el orgullo ni el respeto por ti misma. Pero, sin embargo, hacer el amor no había supuesto ningún alivio para la tristeza y el dolor que sentías desde hacia una semana. Era como si tu alma herida se negara a concederle a Nick un respiro. Una solitaria lágrima se derramó por tus mejillas. Tu, en tu desesperado deseo de probarte que todavía podías excitar a tu marido, habías perdido más de lo que habías ganado. Te habías dado cuenta de que ya no sentías lo mismo por él. Habías perdido la confianza ciega y, con ella, tu forma de amarlo libremente. Te dolía y te daba miedo. Te sentías más sola que si Nick se hubiera marchado y te hubiera dejado. Porque no sabías si algún día volverías a sentir por él lo que antaño sintieras. -¿_____? Te diste la vuelta. Nick te contemplaba con una mirada sombría. -Lo siento -dijo tranquilamente. ¿Qué lamentaba, hacer el amor o toda aquella horrible situación? Qué importaba, te dijiste. Al fin y al cabo, ya nada importaba. Te sentías como una cáscara vacía, perdida y sola y ningún lamento lograría que te sintieras mejor. Se te llenaron los ojos de lágrimas.
-Me avergüenzo de mí misma -le dijiste con voz grave y temblorosa. A Nick se le humedecieron los ojos. -Ven aquí -dijo estrechándote entre sus brazos- Te juro que no volveré a hacer nada que pueda hacerte tanto daño, _____. Palabra de un hombre que en su vida se ha sentido peor. ¿Podías arriesgarte a creerlo? Sería fácil. Y sería fácil perdonarlo y olvidarlo todo, con la esperanza de que el perdón y el olvido se llevaran el dolor para Siempre. -Te quiero -te dijo Nick con voz grave- Te quiero mucho,_____. -¡No! -exclamaste violentamente, abandonando la idea de perdonado al escuchar aquellas tres palabras falsas. Ya le habías creído una vez, y sólo te había servido para hundirte en el lodo. -No me hables de amor -le replicaste amargamente- El amor no tiene nada que ver con lo que acaba de suceder, ¿o es que te casaste conmigo por amor? El desayuno transcurrió en medio de una atmósfera enrarecida. Los mellizos no dejaban de mirarlos con extrañeza y curiosidad. Tu sabías que se habían hecho muchas preguntas acerca de tu ausencia del día anterior, pero era obvio que Nick les había ordenado que no hicieran preguntas. No pudiste evitar una media sonrisa cuando Vanessa abrió la boca para decir algo y Nick la silenció con una mirada. Zac se comportaba de forma distinta. No dejaba de mirarte, pero no decía nada, en realidad, no había dicho nada desde que había bajado a desayunar. -Come, Zac -le dijiste amablemente, después de que el niño estuviera jugando con la cuchara un buen rato-. A media mañana vas a tener hambre si ahora no comes nada. Zac frunció el ceño y te miró. Tenía los mismos ojos que su padre. -¿Adónde fuiste ayer? -te preguntó de repente, y miró a su padre. -Pues ... salí a pasar el día por ahí -respondiste con una sonrisa, para demostrarle a tu hijo que no sucedía nada anormal- No te importa; ¿verdad? Zac se removió en la silla. Tu te inquietaste. Zac no era como su hermana, extrovertida y comunicativa con todo el mundo, siempre se callaba sus problemas. Si le hacía aquella pregunta era porque estaba realmente preocupado. -Pero, ¿adónde fuiste? -insistió el niño. Tu suspiraste y le acariciaste el pelo. Zac no protestó, como solía hacer. -Estaba muy cansada -respondiste, tratando de encontrar una explicación que un niño de seis años pudiera comprender-. Además, como me paso el tiempo en casa, me apetecía dar un paseo. Eso es todo. -¡Pero normalmente vas con uno de nosotros, para que te cuide! -dijo mirando a su padre, pero esta vez para decirle que se mantuviera al margen de aquella conversación. -¿Quién ha dicho eso? -dijiste en broma, tratando de tomarte aquella afirmación con buen humor, cuando, en realidad, estabas horrorizada de que tu hijo también pensara que eras incapaz de cuidar de ti misma- Ya sabes que soy mayor y que puedo cuidar de mí misma. -Papá dijo que no -intervino Vanessa-. Llamó a la abuela, y estaba muy nervioso. Y habló por teléfono con la tía Delta, y se puso furioso.
-Ya basta, Vanessa -dijo Nick con calma, pero en un tono tajante. -¡Pero sí lo dijiste! ¡Y te portaste como un toro loco! -¿Como un qué? -preguntó Nick. -Como un toro loco -repitió la niña- Eso es lo que nos dice mi profesora cuando corremos por la clase, "Los toros al campo" dice -dijo Vanessa y esbozó una de sus encantadoras sonrisas, de ésas con las que se le caía la baba a su padre- Pero mamá volvió sana y salva, como dije yo. Así que, al menos, había un miembro de tu familia que te creía capaz de cuidar de ti misma. «Gracias, Vanessa», pensaste. -Acábate el desayuno -dijiste-. Como podéis ver, estoy sana y salva, así que vamos a olvidarlo, ¿vale? En cuanto los niños se marcharon a recoger sus cosas del colegio, le dijiste a Nick: -Puedes irte a Birmingham, si quieres. Nick estaba guardando el periódico en su cartera. Al oírte se detuvo por un instante y luego, cerró la cartera. Tenía todo el aspecto de un hombre de negocios. Con la camisa de seda blanca y el chaleco. Parecía fuera de lugar en aquella cocina de atmósfera tan familiar, su atuendo era apropiado para una mansión de estilo georgiano, con muebles de caoba. Tu sentiste una gran tristeza al pensar en lo mucho que Nick había evolucionado con los años mientras tu permanecías estancada. -Ya no tengo que ir -dijo Nick-. Jack Brice puede ocuparse de todo tan bien como yo. Entonces, ¿por qué no iba él desde un principio?, te preguntaste. -¿Tenías miedo de que te abandonara mientras tú no estabas en casa? -le preguntaste con un sincero interés por saber su respuesta. A Nick le importaban mucho tu y los niños, pero no sabías en qué medida sería para él una tragedia que dejaran de formar parte de su vida. Nick se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo junto a la ventana que daba al jardín trasero de la casa, lleno de juguetes. -Sí -admitió sobriamente. Tu experimentaste un gran alivio al oír su respuesta, lo que, por otro lado, te puso furiosa, porque no era más que una muestra de su propia debilidad. -Yo no tengo por qué irme -replicaste- Eres tú quien tiene que hacerlo. -Sí -dijo Nick, y agachó la cabeza antes de darse la vuelta. No te miró, pero hizo como si examinara su cartera de nuevo- Sé que, si me quedara un átomo de orgullo, debería recoger mis cosas y marcharme. Pero no quiero marcharme, no quiero echar a perder lo que hemos ... tenido. Sé que tengo que probarte que puedo y volver a ser el mismo. Sé que me va a costar algún tiempo, pero no voy rendirme, _____ -dijo y se atrevió a mirarte con determinación -Puedes hacer lo que quieras, pero no voy a ser yo quien me vaya. -Podría pedirte la separación -le espetaste de repente- Para hacer que te marches.
Nick frunció el ceño. -¿ Y cómo sabes que si pides la separación puedes obligarme a irme? -dijo Nick, preguntándose si tu habrías hablado con algún abogado. No te creía capaz, pero no estaba seguro. A ti te encantaba verlo tan desconcertado. Te hacía recuperar algo de orgullo, así que te encogiste de hombros y dijiste con sarcasmo: -Veo mucha televisión. -Entonces, ¿vas a ... acabar con nuestro matrimonio? Tu tenías que admitir que era muy listo. Con una simple pregunta te había dejado a ti toda la responsabilidad. -Has sido tú el que has empezado a estropear nuestro matrimonio, Nick -respondiste con tranquilidad- Pero no, no voy a hacer nada por cambiar esta situación ... todavía. -¿Todavía? ¿Si quieres pedir el divorcio por qué no lo haces cuanto antes? -dijo Nick, dando un suspiro, recogiendo la chaqueta del respaldo de la silla. Tu observaste cómo se la ponía. Te fijó en su anillo de oro. No significaba nada, sólo era un trozo de oro que te habían puesto allí hacía un millón de años. Era un anillo sencillo y barato. Cuando se casaron, no habían podido pagar nada mejor. Al cabo de algunos años, Nick te había regalado una sortija de oro con un diamante engastado. Recordabas el día que lo habían comprado; «Te quiero, _____», había dicho poniéndotelo en el dedo, «sin ti y los mellizos, mi trabajo no tendría sentido». Pero Nick se equivocaba. Sin ti ni los mellizos, habría llegado mucho más lejos, de eso estabas segura. Nick te observaba con aquella mirada sombría, mientras esperaba tu respuesta. Por un instante, se cruzaron una mirada, luego, agachaste la cabeza. -No lo sé. Pero creo que quiero verte sufrir -respondiste con sinceridad. Para tu sorpresa, Nick sonrió y se llevó la mano al cuello, donde era visible el arañazo de la noche anterior. -Yo creía que ya me habías hecho sufrir bastante -dijo. -No lo suficiente -dijiste, sonrojándote ligeramente. -Ya veo. -Me alegro. -Así que ahora vamos a iniciar un periodo en el que me toca recibir a mí -dijo Nick, sonriendo de nuevo y agachándose para besar a Frankie-. Pues que así sea -añadió y salió orgullosamente de la habitación, dejandote desconcertada. Durante las dos semanas siguientes, vivieron en una especie de tiempo muerto, como si su matrimonio hubiera entrado en coma. En realidad, se estaban tomando una tregua para recobrarse antes de afrontar su futuro. Tu no volviste a dormir en la habitación de Frankie. Dormías con Nick, sin saber muy bien por qué. Tampoco le rechazabas cuando te buscaba, en el prolongado silencio en que sus noches se habían convertido. Y llegaron a compartir cierto afecto, aunque aquellos encuentros no fueron demasiado satisfactorios para ninguno de los dos. Tu te dejabas llevar y recorrías con Nick el largo y sensual camino del placer. Pero, en los instantes de mayor intensidad, palpitando de deseo entre sus brazos y
sintiendo cómo él se estremecía y profería pequeños gemidos, no podías dejar de imaginar a Selena en tu lugar, de pensar que Selena le había llevado al mismo estado de pasión desenfrenada. Y, en aquellos momentos, te apartabas de él con angustia, y el placer se extinguía tan rápidamente como había surgido. Entonces dabas la espalda a Nick y te hacías un ovillo para soportar tu desesperación en soledad mientras Nick estaba tendido a tu lado cubriéndose el rostro con una mano, sabiendo, aunque nunca hablaban de ello, que Selena se interponía una vez más entre vosotros. En aquellos momentos, el dolor de la infidelidad y la angustia de los celos te azotaban con toda su crueldad y no podías soportar que Nick te tocara. Y él se quedaba quieto y ni siquiera lo intentaba. Tu pasabas los días preocupada, pensando en aquellos momentos con temor, porque sabías que, si había algo que pudiera hacer volver a Nick a brazos de Selena era tu estúpido comportamiento en la cama. Que Nick viera aquellos momentos como el modo en que tu querías devolverle su infidelidad, sólo hacía que te sintieras peor, porque era lo último en que pensabas cuando Nick te buscaba. Y te sentías más tensa y sufrías cada vez más cuando Nick trataba de hacer el amor, porque sabías que no podrían alcanzar una satisfacción plena. Y aun así, lo necesitabas, a pesar de que no podías darle lo que pedía. Necesitabas experimentar el pequeño placer de los primeros escarceos y necesitabas saber que Nick te necesitaba.
CAPITULO 5 La madre de Nick empezó a pasar más tiempo contigo. No mencionaba el domingo que tu habías pasado en Londres, pero el hecho estaba allí, aguardando tras sus cuidadosos gestos, tras la cautela con que abordaba ciertas conversaciones. Denisse estaba orgullosa de su hijo. Era un hombre, que se había hecho a sí mismo, que había triunfado a pesar de las dificultades. Pero no estaba ciega ante lo que la tentación podía suponer para un hombre del calibre de Nick. Era un hombre perspicaz, inteligente y lleno de vida. Con treinta y dos años, ya era respetado en la comunidad de ejecutivos. La profunda mirada de sus ojos marrones y su habilidad para hacer dinero donde no lo había, lo hacían muy interesante para las mujeres. Y, aunque nadie le había dicho nada de por qué el matrimonio de su hijo atravesaba por tiempos difíciles, Denisse no era tonta y tenía una idea bastante acertada de la verdad. Así que decidió pasar más tiempo contigo, para ofrecerte su apoyo moral. Tu, se lo agradecías, porque habías llegado a la dolorosa conclusión de que, en el mundo extraño en el que habías empezado a vivir, ella era tu única amiga. Te sentías decepcionada contigo misma por haberte dejado llevar hasta convertirte en una persona vacía. Tu hogar, que antaño era tu orgullo y tu gozo, se había convertido en continuo objeto de tus críticas. Podía ser un buen lugar para ti, pero no para Nick. Su avance en la vida merecía una casa mayor, una que reflejara sus éxitos. Tu no dejabas de atormentarte recordando las muchas veces que Nick te había comentado que quería mudarse a una casa más grande, mejor. Tal como habías empezado a considerarlo últimamente, lo comprendías perfectamente. No había duda de por qué no había llevado a aquella casa a ninguno de sus amigos: debía avergonzarse de su hogar. Pero tu también te sentías furiosa con tu marido por no abrirte las puertas de su mundo. Tal vez fueras culpable por permanecer ciega a lo mucho que él había cambiado, pero él tenía parte de culpa por esconderla, como si fuera un incómodo secreto que no convenía a su imagen de triunfador. La ira se convirtió en resentimiento y el resentimiento en una inquietud que te hacía irritable e impaciente, hasta el punto de que hasta tus hijos estaban alerta para evitar tus reacciones intempestivas.
«¿Quién eres, _____?», te preguntaste una noche que Nick volvía tarde del trabajo, después de muchas semanas en que había vuelto a las seis y media en punto. La tardanza de tu marido aumentaba tu inquietud. Necesitabas que Nick estuviera allí para experimentar cierta paz. «No puedes echarle a Nick la culpa de todo», te decías. «Has vivido en una nube, tan encerrada en tu pequeño mundo que ni siquiera te has preguntado cómo era el de tu marido. Sabías que acudía a muchas comidas de negocios, que tenia que moverse en ciertos círculos si quería estar al día, pero no te preguntaste si debías preocuparte por entrar con él en ese mundo, ni siquiera te preocupaste de escucharlo y apoyarlo.» Te diste cuenta de que ni siquiera sabías que la compra de Harveys se había consumado hasta que Delta te lo dijo. Aún más, sólo te enteraste de que quería comprar Harveys cuando la madre de Nick salió en su defensa una noche que tu te quejabas de que volvía demasiado tarde a casa. -¡Está ocupado con la compra de Harvey's! -había exclamado molesta- ¿No te das cuenta de que es muy importante que consiga ese negocio? La verdad era que no podías darte cuenta, porque no sabías de su existencia, pero lo más triste era que todavía no te habías preocupado de averiguarlo. ¿Qué futuro tenía un matrimonio que no compartía más que una casa, una cama y tres hijos? -Ni siquiera soy guapa -dijiste con un suspiro, mirándote al espejo una mañana. «Al menos, no en el sentido clásico, supongo», te dijiste sin dejar de mirarte al espejo. «Mi figura no está mal, sobre todo, teniendo en cuenta que he tenido tres hijos. Tengo unas piernas bonitas, pero no tengo una cara que llame la atención. No es la cara que se espera de la mujer de Nick Jonas. Tengo los ojos demasiado grandes y la nariz demasiado pequeña, la boca no está mal, pero mi mirada es demasiado vulnerable.» Hiciste una mueca de disgusto. «¡Y mira qué pelo!»,te dijiste acariciando tu larga melena oscura. «¡No he cambiado de peinado desde que tenía la edad de Vanessa! ¡Incluso la ropa que me pongo es demasiado juvenil!» «Pues haz algo para cambiar», te dijo con impaciencia una voz interior. -¿Por qué no? -susurraste con un impulso desafiante- Voy a decirte una cosa, Frankie dijiste dándote la vuelta y hablando a tu hijo pequeño, que jugaba en la alfombra-. ¡Me voy de compras! Vamos a ver si la abuela puede cuidar de ti, y si no puede, pues ... pues llamaremos a papá y que se ocupe él, por un día no le va a pasar nada dijiste y te mordiste el labio, exactamente igual que hacía tu hija Vanessa cuando tomaba una decisión. Pero la madre de Nick aceptó cuidar a su nieto con alegría, lo que en cierto modo te contrarió. De alguna manera, te atraía la idea de entrar en el ultramoderno edificio de oficinas donde Nick tenía el despacho y dejarle a Frankie en brazos. «Aunque, sin embargo», pensabas mientras te dirigías en taxi al centro de Londres, «una cosa es imaginarlo y otra muy distinta hacerlo». Te sentías feliz y esperabas que aquella sensación te durara algún tiempo. ¿Era tan malo no tener otra ambición que ser una buena madre y esposa? Siempre habías amado tu trabajo, que consistía en cuidar de tus tres hijos, escucharlos, jugar con ellos o, simplemente, disfrutar de ellos. Y de Nick. Nick podía ser un león en la jungla de los negocios, pero tu sabías que la tensión desaparecía de su cuerpo en cuanto llegaba a su casa y encontraba a su pequeña familia con sus pequeños problemas, esperando que él los solucionara. Muchas noches llegaba agotado y con el semblante serio, con el rostro de un
cazador implacable, pensaste en aquellos momentos, pero en menos de media hora, estaba tumbado en el suelo jugando con los gemelos. Jugando o viendo la televisión. Se compenetraba absolutamente con ellos y podía llegar a pelearse con Zac por un juego de ordenador, y no tenía la menor señal de tensión ni de pesadumbre, tan sólo aquella sonrisa infantil igual a la de su hijo, que decía que había abandonado el mundo de los negocios para sumergirse en el feliz alivio que le ofrecía su familia. Tu te preguntabas si el mismo proceso funcionaba a la inversa, ¿le era tan fácil desprenderse de su papel de padre y esposo cada vez que salía para irse a trabajar? ¿Era un alivio para él volver a aquel otro mundo mucho más excitante, ser el gran hombre con poder sobre otros y verse tratado de forma especial? ¿Se convertían su pequeña mujer y sus tres hijos en poco más que nada una vez que volvía a aquel escenario sofisticado lleno de gente inteligente y sofisticada, con ropa sofisticada y sofisticadas conversaciones? Sofisticado, te repetiste por enésima vez, en eso se había convertido Nick, en un hombre maduro y sofisticado. Mientras, tu te habías estancado. Te odiaste a ti misma por haber dejado que ocurriera y odiaste a Nick por obligarte a ver tus propios defectos, porque eso significaba que tu tenías que asumir parte de culpa por lo que les estaba ocurriendo. Tu sentiste un inexplicable alivio al no ver el BMW negro de Nick cuando el taxi te dejó en casa a las seis en punto de la tarde. Ibas tan cargada con bolsas y paquetes que tuviste que llamar al timbre con el codo. -¡Cielo Santo! -exclamó la madre de Nick, abriendo la puerta y mirando a su nuera con asombro. Tu seguiste hacia el interior sin detenerte. -¡Cielo Santo! -volvió a exclamar cuando, una vez en el interior de la casa, tu dejaste caer los paquetes a sus pies. -¿Qué te parece? -preguntaste con incertidumbre. La _____ que había abandonado su hogar una hora después que su marido no era la misma que estaba ante su suegra. Te habías cortado el pelo en un óvalo alrededor de la cara, hasta la altura de la barbilla. Te habían maquillado de modo que quedaran realzados los hermosos rasgos que tu no creías tener. Tenias un aspecto tan natural que era imposible decir cómo te habían arreglado los ojos y la boca para que, de repente, llamaran tanto la atención. Pero aquello no era todo. Ya no llevabas el abrigo de lana azul pálido y los vaqueros con que habías salido aquella mañana. En su lugar, llevabas el traje de chaqueta de lana más exquisitamente cortado que Denisse había visto. Era de color marrón pálido y se ajustaba perfectamente a tu figura. Se abrochaba con dos filas de botones de un marrón más oscuro en la pechera y estaba adornado con tres botones en cada puño. También llevabas unas botas de ante por debajo del tobillo y un bolso a juego. -Creo -dijo Denisse- que lo mejor será que preparemos una bebida fuerte para cuando mi hijo vuelva a casa. Denisse no podía saberlo, pero había dado la respuesta que más podía satisfacerte a ti, que habías ido adquiriendo una actitud más desafiante a medida que pasaba el día. Se abrió la puerta y entró Zac. -¡Uauh! -exclamó, y tu sonreiste de oreja a oreja como una idi*ota. El tiempo que habías empleado preocupándote por la reacción de tus hijos ante tu nuevo aspecto, había sido tiempo perdido. -¿Qué hay en los paquetes? -preguntó Zac, despreocupándose de ti como si fueras
la misma de siempre. Al cabo de diez minutos, el suelo del cuarto de estar estaba cubierto de paquetes medio abiertos y Vanessa no paraba de corretear luciendo un collar de cuentas rojas que tu le habías comprado. A Frankie le habías traído un juego de piezas de construcción, pero lo que más le gustaba era la caja de cartón, que estaba destrozando poco a poco. Para Zac habías comprado un nuevo juego de ordenador, y ya estaba jugando con él en su habitación cuando llegó Nick. Nick se detuvo en el umbral de la puerta y se quedó mirando. La actividad en el cuarto de estar se detuvo. Vanessa dejó de corretear para observar su reacción y su madre dejó de recoger los envoltorios, mientras tu te ponías en pie incómodamente y lo mirabas con una mezcla de desafío y súplica. Fue Denisse quien rompió la tensión del momento. Recogió a Frankie de la alfombra y agarró a Vanessa de la mano. Pero tu no prestabas atención a tus hijos, estabas pendiente de Nick, que te observaba con una inescrutable expresión. Una tenue sonrisa se dibujó por fin en el rostro de Nick. Tu te quedaste muy sorprendida, porque era la misma sonrisa con que se había acercado a ti la noche que se conocieron, una sonrisa ambigua. Tu te erguiste con una expresión definitivamente desafiante. -Vaya, vaya -dijo Nick-, ya veo que ha comenzado la segunda etapa. ¿La segunda etapa? ¿De qué diablos estaba hablando? Te preguntaste. -¿Vas a salir? -preguntó Nick-. Vas a tener que perdonarme, _____, pero, si me has dicho que tenías planes para salir esta noche, creo que me he olvidado por completo. Tu frunciste el ceño. Sabías que Nick no decía nada al azar, y te preguntabas qué quería decir con aquel «¿Vas a salir?» y el «segunda etapa», cuando sabía muy bien que no ibas a ninguna parte. Te quedó claro que no iba a hacer ningún comentario sobre tu nuevo aspecto. Tal vez no le gustaba, tal vez prefería tu versión aburrida, la que no le causaba ningún problema, la que sabía el lugar exacto que ocupaba en el ordenado mundo de Nick y no pensaba salir de él. Tu pensaste que lo que tal vez le ocurría a Nick era que no las tenía todas consigo, y experimentaste una sensación de triunfo. Tal vez su pregunta fuera sincera. -Y si estuviera pensando en salir, ¿qué harías? -le preguntaste. La pregunta provocó de nuevo la sonrisa irónica de Nick. Al verte, tu te estremeciste llena de frustración. -Supongo que preguntarte con quién sales -respondió Nick, que sabía jugar mejor que tu al juego de las ambigüedades. -¿Para ver si tu mujercita sale con buenas compañías? -Pero, entonces, ¿vas a salir? -preguntó Nick, apretando los puños- ¿Con quién? ¿Con un hombre? Tu no cabías en tí de satisfacción. -Cuando tú sales, no me dices con quién, no sé por qué tengo que hacerlo yo -dijiste con frialdad. Nick frunció el ceño y te miró como diciéndote «Ten cuidado». -No te burles de mí -te dijo-. Dame un nombre, sólo quiero un nombre. Era una conversación completamente estúpida -pensaste-, ya que tu no ibas a
ninguna parte. -No hay ningún nombre -murmuraste, furiosa por la facilidad con que Nick había estropeado aquel día tan feliz para ti. Paseaste la mirada por los paquetes esparcidos por el suelo, sin encontrar en ellos ninguna satisfacción- Acabo de llegar, no iba a ninguna parte. A Nick le había bastado con ver los paquetes y las bolsas para darse cuenta. ¿A quién quería engañar, fingiendo con una pequeña mueca de sorpresa que no los había visto hasta aquel momento? Nick se acercó al paquete que tenía más próximo, una caja larga y plana que todavía estaba sin abrir. Aprovechando que Nick te dejaba libre el paso, tomaste tu bolso nuevo y te dirigiste hacia la puerta tristemente decepcionada. -¿Qué es esto? -preguntó Nick. Tu te encogiste de hombros, tan arrogante como tu hija cuando no obtenía la respuesta que quería. -Un traje -respondiste de mala gana. -¿Y esto? -preguntó Nick, señalando otra caja con el pie. -Ropa interior -respondiste ruborizándote, porque la caja rebosaba con la ropa interior más cara que tu habías visto en tu vida. -¿Y esto? -Dos vestidos -replicaste y lo miraste con resentimiento-. ¿Por qué? No irás a echarme la bronca por haber gastado demasiado, ¿verdad? ¡Fuiste tú quien me dio todas esas tarjetas de crédito! Una para cada gran almacén de Londres, creo. Tu no las habías utilizado nunca. Hasta aquel día, no te habías dado cuenta de las delicias que podían ofrecerte. Nick ignoró el comentario. -Es un vestido que merece una cena en uno de los restaurantes más caros de Londres, tal vez con un poco de baile después, ¿no te parece? Tu te estremeciste y miraste a Nick a los ojos, sin acabar de comprender. -¿Me estás invitando a cenar? -preguntaste con tanta inocencia que Nick no pudo evitar una sonrisa irónica. -Sí -asintió con cierta burla. Tu tuviste la impresión de que tu ingenuidad le parecía algo muy divertido. Te sonrojaste y deseaste que te tragara la Tierra antes que continuar con aquella tortura. Por lo visto, Nick no podía tomar en serio nada de lo que hacías. -Sí, _____ -repitió Nick con mayor amabilidad, como si se hubiera dado cuenta de tu inquietud y lamentara haberla causado- Te estoy preguntando si te gustaría que saliésemos a cenar esta noche. -Oh -exclamaste desconcertada y sin saber qué responder. Te alegraste de oír a Zac bajar corriendo por las escaleras, como un alud. Pasó a tu lado como una exhalación y saltó a los brazos de su padre. -¡Hola! -exclamó- Mamá me ha comprado un juego nuevo -prosiguió con excitación¿Puedo bajado y ponerlo en la televisión? Es un simulador de vuelo y hay que aterrizar y despegar en un tornado.
-¿Por qué no? -dijo Nick sonriendo sin dejar de mirarte-. Si a tu abuela no le importa, puedes bajarlo. Tú madre y yo nos vamos a cenar. -¿Os vais a cenar los dos juntos? -exclamó Zac, tan sorprendido como tu-. ¡Qué bien! agregó mirandote- Papá te lleva a cenar en vez de ir tú sola como el otro ... -Zac -dijo su padre. El niño se calló. Tu te sentiste muy incómoda. -A lo mejor tu madre no puede quedarse -dijiste. Sabías que Nick sólo te había invitado a cenar al ver todas las molestias que te habías tomado para cambiar de aspecto. - Ha estado aquí todo el día y no me parece bien que ... -No importa -dijo Denisse, viniendo por el pasillo. Tu te diste la vuelta. Denisse y Vanessa estaban allí. Tuviste la sensación de que en aquella casa no había la menor intimidad. -Por supuesto que importa -dijiste- Has estado aquí todo el día y yo ... -Llévala a un sitio bonito -dijo Denisse, ignorando tus protestas. Tu suspiraste con impaciencia, sabiendo que tu opinión importaba poco. -Creo recordar que no he dicho que quiera salir -dijiste. -Claro que quieres salir -intervino Denisse-. Así que recoge todas esas cosas y súbetelas. ¡Vanessa y Zac, ayudad a vuestra madre! Tu exhalaste un suspiro de resignación. A no ser que quisieras contarles a todos tus razones para no salir con Nick, no tenías más remedio que hacerlo. Los niños obedecieron inmediatamente. Recogieron varios paquetes y salieron, dejandote que recogieras el resto. Cuando estabas al pie de la escalera, oiste la voz de Denisse. -Si quieres saber mi opinión, Nick, ya era hora de que salieseis juntos. Y no estaría de más que empezaras a llevarla a esas cenas donde conoces a tanta gente del mundo de los negocios. Tu te habías detenido en las escaleras y esperabas con curiosidad la respuesta de Nick, pero cuando habló no pudiste distinguir sus palabras. Sin embargo, a Denisse se le entendía perfectamente. -¡Tonterias! -replicó-. ¿Cómo sabes que no le va a gustar cuando no le has dado la oportunidad de averiguarlo? Tu problema, Nick, es que la tienes tan envuelta entre algodones que no le dejas descubrir lo que realmente quiere de la vida. ¿Era eso lo que Denisse pensaba?, te dijiste. En realidad, tu creías que siempre habías sabido lo que quería de la vida, ser una buena madre y una buena esposa. Eso era todo. No era algo ni muy excitante ni muy ambicioso. Sólo querías ser una buena esposa para el hombre al que amabas y una buena madre para unos hijos a los que adorabas. ¿Qué tenia eso de malo? -Y te digo algo más -continuó Denisse-. No sé qué es lo que ha pasado para que esa pobre chica tenga roto el corazón, pero sé que ha sufrido mucho y me imagino de quién es la culpa.
A ti te dio un vuelco el corazón. Te invadió una terrible sensación de desolación, como ocurría siempre que recordabas la llamada de Delta. -Sigue mi consejo, hijo, y sé muy cuidadoso a partir de ahora, porque si alguna vez _____... Tu subiste las escaleras precipitadamente. No querías saber lo que podría ocurrir «si alguna vez ____...» Lo que te ocurría era ya bastante doloroso como para preocuparte si alguna vez ...
CAPITULO 6 Si alguna vez ______... ¿qué? Te preguntabas metida en el pequeño cuarto de baño de Frankie mientras esperabas a que Nick saliera de vuestro dormitorio para no tener que encontrarte con él. ¿Si alguna vez _____ descubría que había habido otra mujer? Bueno, tu ya lo habías descubierto. ¿Si alguna vez _____ decidía crecer?, te dijiste cínicamente, y te miraste al espejo con cierto sobresalto, porque era casi como mirar a otra persona. «Mírate», te dijiste. «Escondiéndote aquí cuando ni siquiera tienes que usar el baño. No te atreverías a bañarte por miedo a que el agua te estropeara el peinado, ni a lavarte por si no puedes rehacer el maquillaje. Nick te va a invitar a cenar, pero sólo porque se siente culpable y, además, espera salir con la persona que acaba de conocer, la misma que te mira desde el espejo, pero esa persona no es más que una ilusión. Un disfraz bajo el que la verdadera _____ está tratando de ocultarse». Oiste que se cerraba una puerta y luego el andar característico de Nick, que bajaba las escaleras. Tu diste un profundo suspiro, miraste de reojo a la mujer del espejo y saliste de tu escondite. En el brazo llevabas uno de los vestidos que te habías comprado, y lo colgaste en la puerta del guardarropa, luego, te alejaste unos pasos, preguntándote si te atreverías a ponértelo o no. Era muy sexy. De encaje color rubí y seda negra, dejaba al descubierto los hombros y buena parte de la espalda. La dependienta se había dado cuenta de tu desconcierto al ver cuánto exponía tu cuerpo y había ido a buscar una chaquetilla de terciopelo negra con mangas y cuello alto, que sólo dejaba expuesto el tentador escote. ¿Ibas a ponértelo o no?, te preguntó reflexivamente. ¿O te ponía el vestido negro que llevabas normalmente cuando salías con Nick? Vanessa entró apresuradamente en la habitación, colorada y oliendo a polvos de talco. Se acercó a ti y abrió mucho los ojos al ver el vestido nuevo. -¿Te lo vas a poner, mamá? -preguntó con dulzura. -No lo sé -respondiste con incertidumbre- Puede que ... lo mejor sea ponerme mi vestido negro ... -dijiste extendiendo el brazo para sacarlo del armario. La niña te detuvo. -¡Pero no puedes ponerte eso! -exclamó con horror- Papá se ha puesto su esmoquin con pajarita, ¡está guapísimo! Tu frunciste los labios. Sin duda, el maravilloso papá de Vanessa merecía algo mejor que tu viejo vestido negro. -Además, ese vestido negro es muy aburrido -dijo la niña. «Aburrido», te repetiste. Era una palabra con la que estabas muy familiarizada las
últimas semanas. -Bueno, entonces, me pondré el rojo -dijiste. Si la vieja _____ era aburrida, la nueva estaba decidida a no serlo-. Ve a ayudar a la abuela mientras yo me visto. Te agachaste y le diste un beso en la mejilla. Vanessa salió corriendo de la habitación. A ti te dio la impresión de que estaba impaciente por ayudar a su abuela, orgullosa de colaborar a que sus padres pudieran salir. Te vestiste y bajaste. Tus hijos y tu suegra, que estaban cenando en la cocina, se quedaron boquiabiertos. Había llegado el momento de saber la opinión del verdadero experto, pensaste deteniéndote antes de entrar en el salón. Vanessa tenía razón, te dijiste observándolo al entrar, Nick estaba guapísimo con el esmoquin. Pero se trataba de algo más que del elegante corte del traje, era el hombre que lo llevaba el que marcaba la diferencia. Tenía un aire de madurez y sofisticación que parecía aumentar el innato atractivo que siempre había tenido. Estaba junto al mueble bar, sirviéndose una tónica, y no se había dado cuenta de tu presencia. Tu te alegraste porque así tenías tiempo de calmar el efecto que tenía sobre tus sentidos. Llevaba el pelo tan informal como siempre, ni muy corto ni muy largo, con un peinado ni moderno ni anticuado. Y eso decía mucho de su carácter. Nick siempre dejaba huella en la gente porque no era ni muy convencional ni demasiado extravagante. Era un hombre con una gran confianza en sí mismo, pero que mantenía en el misterio una parte de su personalidad, lo que le hacía aún más atractivo. Tu no podías dejar de sentirte intimidada ante aquel hombre y pasabas nerviosamente los dedos por el borde de la chaquetilla. No solías pensar en él en aquellos términos. De hecho, no solías pensar en él como otra cosa que no fuera tu marido. Ésa era otra novedad a la que tenías que hacer frente, que pudieras sentirte intimidada por un hombre con el que llevabas viviendo siete años. Nick se dio la vuelta y te vio en el umbral de la puerta. A ti te dio un vuelco el corazón al ver que fruncía el ceño y te observaba de arriba abajo, pero no podías ver bien la expresión de sus ojos. «Se esconde, huye de mi», te dijiste, «lo hace todo el tiempo». Incluso en aquellos instantes en que veías cómo observaba tu nuevo peinado y tu rostro maquillado, no podías saber lo que estaba pensando. El vestido era mucho más fino que cualquier cosa que te hubieras puesto en tu vida, realzaba tu esbelta figura, tus piernas largas y bonitas, pero Nick lo observó sin dar la menor muestra de aprobación o disgusto. Luego, sin previo aviso, un brillo de emoción cruzó por sus ojos antes de desaparecer de nuevo. Tu te sobresaltaste, porque estabas segura de que sus ojos no revelaban otra cosa que tristeza. Pero, ¿por qué debía Nick sentir tristeza al ver a su mujer vestida para salir con él? O, tal vez, no fuera tristeza, tal vez fuera su conciencia culpable. ¿Qué había dicho su madre? «La tienes guardada entre algodones». Aquella frase debía haberle calado muy hondo, y, en aquellos instantes, allí estabas, distinta, convertida en otra mujer. Y Nick debía saber que tu nunca habrías llegado tan lejos si él no te hubiera hecho sentirte tan insegura. -¿Quieres algo de beber antes de que nos vayamos? -preguntó Nick. Tu te diste cuenta de que no iba a hacer ningún comentario sobre el vestido y sentiste una gran decepción. -No ... gracias -replicaste con voz grave- ¿Has .. has reservado mesa? Nick sonrió. -Sí -dijo-. ¿Nos vamos?
Tu te sentaste en el BMW. Te sentías intranquila y no dejabas de mirarte las manos mientras Nick aceleraba en dirección al centro de Londres. Tu montabas pocas veces en aquel coche, porque cuando salían solían hacerlo con vuestros hijos y era tu Ford Escort blanco el elegido. Así que te sentías algo extraña en aquel coche. En realidad, te sentías extraña con todo, incluso contigo misma -¿Adónde vamos? -preguntaste sin mucho entusiasmo. Te diste cuenta de que Nick te miró, y volviste la cabeza para mirarlo. El volvió a mirar a la carretera. Tenía la mandíbula apretada. Hormigueo en la piel. Era uno de los sitios más frecuentados por los ricos y famosos, tu pensabas que había que tener cierto estatus para ser admitido en uno de aquellos lugares y la naturalidad con que Nick mencionó aquel club te hizo sentirte aún más incómoda. -La comida es buena -decía sin darle importancia- Lo bastante buena como para tentar incluso los apetitos más frágiles. ¿Se refería a ti? Podría ser, desde hacía algún tiempo, no tenías mucha hambre. La comida se convertía en un problema cuando tenías que vivir con un nudo permanente en la garganta. -Entonces, lo conoces -dijiste. -He estado una o dos veces.- ¿Con Selena? Tu no pudiste evitar aquel pensamiento, que provocó que permanecieras en silencio el resto del camino. Nick no estaba más alegre que tu. Te guió a través del vestíbulo del club, iluminado con luz indirecta para realzar el lujo del lugar. -Buenas noches, señor Jonas -le saludó un hombre bajo, calvo y gordito, con acento francés. Luego se inclinó educadamente para saludarte. -Buenas noches, Claude -respondió Nick con una familiaridad que provocó una mueca tuya-. Me alegro de que hayáis podido encontrar una mesa para nosotros habiéndoos llamado con tan poca antelación. Claude se encogió de hombros de un modo típicamente europeo. -Ya sabe, señor, para personas como usted siempre tenemos sitio. Por aquí, por favor. Nick te agarró por la cintura. Tu miraste a tu alrededor, mientras seguían a Claude, tratando de no demostrar lo impresionada que estabas por el lujo del lugar. Siempre que habías salido con Nick habían ido a alguno de los restaurantes del barrio, indio, chino o italiano. Él no llevaba más que unos vaqueros y una camiseta, tal vez una chaqueta de sport, y tu llevabas una ropa igualmente informal. Solían sentarse relajadamente y compartir una botella de vino con la relajada intimidad de dos personas que se encuentran a gusto en compañía del otro. Pero tu dudabas de que pudieras relajarte en aquel lugar. No podías imaginar, por ejemplo, a Nick robándote del plato una patata frita, su comida favorita, como solía hacer, o a ti misma inclinándote sobre la mesa para darle una, sosteniéndola entre los dedos. Aquel ambiente no inspiraba aquella clase de intimidad. En realidad, te dijiste mientras la admiración era reemplazada por cierto desprecio, encontrabas que allí no había ambiente en absoluto, aparte del que decía: «Comemos aquí no porque nos guste, sino porque está de moda». -No te gusta -te dijo Nick, observando tu expresión. -Todo es ... muy bonito -replicaste.
-Bonito -repitió Nick con ironía- Resulta que es uno de los mejores restaurantes de Londres, y a ti sólo te ocurre decir que es «bonito» -Lo siento -dijiste-. ¿Debería estar impresionada? -No -dijo Nick, pero tenía la mandíbula apretada. -¿O lo que debería impresionarme es que consigas mesa con tanta facilidad? Ten cuidado, Nick, o empezaré a sospechar que tratas de impresionarme. -Y es una posibilidad demasiado ridícula como para que la tengas en cuenta, ¿no? Tu reflexionaste un momento acerca de aquel comentario, mientras paseabas la mirada por las otras mesas, ocupadas por elegantes personas luciendo elegantes vestimentas. Luego miraste a Nick. -Francamente, sí -replicaste con desdén- Yo creía que los dos sabíamos que no tenías que hacer nada para impresionarme. -Nick suspiró con impaciencia. -_____, no te he traído aquí para que discutamos. Yo sólo quería ... -¿Darme un trato especial? -sugeriste con sarcasmo. -¡No! ¡Quería complacerte, sólo complacerte! -dijo Nick con amarga intensidad. -¿Enseñándome cómo vive tu otra mitad? -preguntaste burlonamente. -¿Mi otra mitad? -dijo Nick con desconcierto- ¿Qué diablos quieres decir con eso? -Tu otro yo, ése del que yo no sé nada -dijiste, añadiendo para ti: «el Nick que ha ido creciendo más y más mientras el otro se ha ido desvaneciendo poco a poco sin que yo me diera cuenta»-. El que se siente como pez en el agua en lugares como éste. Un brillo cruzó la mirada de Nick. -¿Habrías preferido que, así vestidos, fuéramos a un chino? Te has tomado muchas molestias para conseguir una nueva imagen, _____. Y esto ... -dijo señalando a su alrededor- ... es lo que coincide con ella. Depende de ti elegir si lo prefieres o no. Tu respuesta fue «no», e hiciste una mueca al darte cuenta de lo que aquella respuesta significaba. No te encontrabas a gusto así vestida y aquel ambiente no era el tuyo. Pero estaba tan claro que sí era el de Nick, que te daban ganas de llorar. ¿Les quedaría algo en común? -¿Y tú la prefieres? -le preguntaste-. ¿Prefieres mi nueva imagen? Nick se reclinó sobre su silla. Tenía una extraña expresión. -Me gusta tu pelo -admitió al cabo de un momento-, pero no estoy seguro de que me gusten tus razones para haber cambiado. El vestido también me gusta. Es precioso, pero no me gusta lo que hace con la mujer que ... En aquel momento, un camarero se detuvo junto a ti y les ofreció la carta. -La carta, señores -,dijo. -Gracias -,dijo Nick y despidió al camarero con un ademán. El camarero se marchó con una inclinación de cabeza. -Has sido un poco brusco con él -dijiste-. ¿Qué te ha hecho para que le trates así? -Me ha interrumpido cuando trataba de hacerte un cumplido. Tu lo miraste con ironía.
-Si llamas a eso cumplidos, Nick, te diré que no me impresiona tu estilo... Nick hizo una mueca. -De acuerdo-asintió-, me cuesta acostumbrarme a tu nueva imagen. _____... -dijo Nick, inclinándose hacia delante y agarrándote la mano - ... eres muy guapa, no hace falta que te lo diga ... «¿No hace falta?», te preguntaste. - ... pero no, por favor, no dejes de ser la encantadora persona que eres sólo porque quieres probarme algo. -No he hecho esto por ti, Nick-dijiste con frialdad- Lo he hecho por mí misma; Ya era hora de crecer. -Oh, no, cariño -murmuró Nick-, estás equivocada. Yo ... -¡Por todos los diablos, pero si es el mismísimo Nick Jonas! -dijo una voz. -Maldita sea -murmuró Nick, apretando tu mano y volviéndose para mirar al intruso. -Kevin -le saludó poniéndose en pie- Creía que estabas en Estados Unidos -dijo estrechándole la mano. Tu te fijaste en él. Era atractivo y tendría la misma edad que Nick. Era moreno y delgado, y tenía unos ojos verdes cuya mirada podría atravesar una armadura si se lo proponía. -He vuelto hace un mes -respondió Kevin-. Eres tú el que ha estado fuera de la circulación últimamente -dijo mirandote con una curiosidad puramente masculina -. ¿Tiene esta hermosa criatura la culpa? -preguntó con suavidad. Luego miró a Nick y le preguntó-: ¿Qué ha ocurrido con la encantadora S... -Mi mujer -le interrumpió Nick. Tu, sin embargo, imaginaste el nombre que Kevin iba a pronunciar. -_____-añadió Nick con un gesto de la mano- Kevin Evans. Tenemos el mismo abogado. ´ Kevin Evans miró a Nick pensativamente. -Vaya, vaya -murmuró antes de rodear a Nick para ofrecerte la mano. Tu estabas demasiado ocupada tratando de recordar por qué te sonaba aquel nombre como para pensar en lo que aquel pequeño comentario significaba. Kevin Evans era el dibujante de la sección política del Sunday Globe, y tenía un humor mordaz. Tenía la infalible capacidad de captar las debilidades de la gente y utilizarlas de modo que podía convertir a la persona más eminente en el mayor hazmerreír. Aquella habilidad también le había convertido en una celebridad de la televisión. -Ahora entiendo por qué nadie ha visto a Nick durante semanas -murmuró cuando tu le tendiste la mano-. Te has casado -añadió con suavidad- No hay duda de que tu gusto ha mejorado, Nick. Tu supiste que te estaba comparando con Selena. -Gracias -respondiste en lugar de Nick, que estaba tan tenso que no parecía capaz de pronunciar palabra aunque quisiera- He oído hablar de usted, señor Evans. Admiro su trabajo.
-¿Una admiradora? -replicó Kevin con humor- Dígame una cosa ... -añadió haciendo ademán de retirar una silla para sentarse. -Kevin, cariño, ¿no te olvidas de algo? -dijo una mujer interrumpiéndole. Con un gesto de fastidio, hecho para que tu lo vieras, se irguió y se dio la vuelta. -Disculpa -dijo-, pero debes entender que tenía que saborear este momento. Este hombre ha sucumbido a los encantos del matrimonio -dijo con un suspiro y se volvió a Nick agarrando a su acompañante por la cintura- Stella, éste es Nick Jonas, de quien, sin duda habrás oído hablar. -¿Y quién no? -añadió Stella con sequedad- Todos esperábamos con impaciencia el resultado de la venta de Harvey's. Tu bajaste la vista, preguntándote si serías la única persona del mundo que no sabía lo importante que había sido la venta de Harvey's. -Encantada de conocerte -dijo Stella. Nick se limitó a responder con una sonrisa. Tenía los ojos fijos en Kevin, que te miraba con un no disimulado interés. -Nos gustaría que os sentarais con nosotros, pero ya hemos pedido la cena -mintió. -No te preocupes -dijo Kevin con una sonrisa- No tenemos ningún deseo de interrumpir a unos recién casados. Nick abrió la boca para corregir el error, pero tu mirada le obligó a guardar silencio. «¡No!», le decían tus ojos, «¡No les digas la verdad! Conoce a Selena, así que no me pongas en ridículo diciéndole que llevamos casados siete años y que nuestros hijos tienen seis». Nick apartó la mirada y apretó los labios con un gesto sombrío y lleno de frustración. Tu te sentías tan mal que te daban ganas de salir corriendo para no tener que hacer frente a tu humillación. Entonces, Nick hizo algo inesperado y extraño. Te agarró por la barbilla, se inclinó y, allí mismo, ante la sociedad más refinada de Londres, te besó apasionadamente. Cuando se separó, tu viste en su mirada un dolor tan profundo que se te llenaron los ojos de lágrimas. -Ya veo que la luna de miel no ha terminado -dijo Kevin Evans-. Vamos, Stella, creo que debemos dejar solos a estos dos tortolitos. -¿Qué quieres cenar? -preguntó Nick al cabo de un rato. Absorta, desconcertada y excitada por el inesperado beso de Nick, y conmovida por la expresión de su mirada, tuviste que hacer un gran esfuerzo para concentrarte en lo que había dicho. -Pues ... -dijiste mirando la carta sin poder leer una palabra- Pues ... El corazón te palpitaba y en tus labios ardía el recuerdo de aquel beso apasionado. -Pídeme lo que quieras -dijiste por fin apartando la carta. Nick llamó al camarero con un gesto. Luego le pidió la cena con tal sequedad que el camarero se movió nerviosamente hasta el momento de desaparecer, como si en aquella mesa hubiera demasiada tensión para poder soportarla.
Tu te preguntaste si el camarero habría visto cómo se besaron, si lo habría visto toda aquella gente. Con un rubor en las mejillas, miraste de reojo a tu alrededor, pero nadie parecía prestarles interés. Te retorciste las manos bajo la mesa y hablaste con normalidad. -¿Cómo conociste a Kevin Evans? -le preguntaste a Nick. -Heredó un par de pequeñas empresas de su padre. -te respondió- No las quería, así que me las vendió. -Me gusta su trabajo. A mí no se me daba mal dibujar, así que supongo que puedo apreciar mejor su talento. -También has podido apreciar su encanto, ¿no? -dijo Nick, apretando la mandíbula. Tu te sobresaltaste. ¿Nick celoso? -¿Por eso me has besado así? Una mirada cegadoramente amarga cruzó el semblante de Nick. -Te miraba como si fueras un plato del menú -respondió-. No quería que tuviera ninguna duda de a quién perteneces. ¿Pertenecer? Sí, tu pertenecías a Nick, pero Nick no parecía pertenecerte a ti. -¿Hay alguien, en este otro mundo en el que te mueves, que sepa de mi existencia o de la de los niños? -le preguntaste con brusquedad. -Mi vida privada no es asunto de nadie -respondió Nick-. Sólo me mezclo con ellos por interés, eso es todo. Ahora, ¿podemos dejar el tema? A no ser, por supuesto, que los encantos de Kevin Evans te parezcan más interesantes que mi compañía, en cuyo caso, puedo llamarlo para que os doréis la píldora mutuamente. ¡Vaya, estaba celoso! La idea te complacía mucho. -Bueno, al menos, no hace callar a su acompañante cada vez que abre la boca replicaste con dulzura, observando con una sensación de triunfo el semblante cada vez más serio de Nick. Gracias a Dios, llegó el primer plato, porque estar allí sentados sin más deseos que lanzarse pullas continuamente, convertía la comida en la mejor opción. Tu pensaste que no podrías probar bocado, pero Nick había pedido para ti una mousse de salmón que estaba deliciosa. Ibas por la mitad cuando Nick estiró el brazo y te acarició el dorso de la mano. -_____ -murmuró con voz grave. Tu levantaste la vista y le miraste a los ojos- ¿Por qué no intentamos pasarlo bien al menos esta noche? No quiero pelear contigo, sólo quiero ... -¡Nick, cuánto me alegro de verte! Nick frunció el ceño con irritación y tu te sentiste decepcionada ante la nueva interrupción, porque, después de mucho tiempo, te habías dejado sumergir en la hermosa mirada de sus ojos marrones. Aquella vez, Nick ni siquiera se levantó para saludar a quien os interrumpía, una pareja de mediana edad que se había detenido junto a él. Ni siquiera te presentó . Se limitó a cumplir con la más estricta cortesía, dejándoles claro que no quería ser interrumpido. -Ahora ya sabes por qué no me gusta traerte a estos sitios -dijo-. Nos van a estar
interrumpiendo durante toda la noche. -¿Y qué tiene de malo? -preguntaste ofendida porque veías la irritación de Nick como un signo de su reticencia a presentarte como su esposa. -Porque, cuando salimos, me gusta tenerte para mí solo -respondió Nick y volvió a mirarte como antes, con aquella mirada oscura y posesiva que te hacía un nudo en el estómago. Pero tenía razón. Volvieron a interrumpirlos al menos otras tres veces durante el curso de la cena. Finalmente, Nick te ofreció la mano para ayudarte a levantarte. -Vamos -dijo-, podemos ir a bailar. Al menos, mientras estemos bailando, la gente no se atreverá a interrumpirnos. Te llevó de la mano a través de las mesas hasta unas puertas cerradas que se abrieron al empujarlas con la mano. En aquella sala había menos luz. Desde la entrada, apenas se distinguía el otro lado, donde había una barra y un pequeño estrado donde una orquesta tocaba una pieza de jazz muy tranquila. Nick te llevó hasta la pista de baile y te tomó entre sus brazos. Al instante, tu te viste asaltada por una extraña sensación de incertidumbre, como si Nick fuera un extraño. Un extraño alto y moreno que apelaba a tus sentidos y hacía que te sintieras como una mujer. Pero no era ningún extraño, sino Nick, pensabas mientras comenzaban a moverse al ritmo de la música. Ningún extraño, sino el hombre con el que llevabas casada siete años. Sin embargo, aquel Nick era extraño para ti, y no sólo porque estuvieras compartiendo con él una noche en su mundo. En realidad, era un extraño para ti desde hacía pocas semanas. No pudiste evitar un suspiro lleno de tristeza. Y Nick debió darse cuenta, porque apretó la mano que tu apoyabas sobre su pecho y te atrajo hacia él con la mano que apoyaba en tu cintura. Pero se detuvo al instante. Una repentina quietud los asaltó cuando la mano de Nick rozó tu espalda desnuda. Tuviste que cerrar los ojos, estremecida por una oleada de sensaciones. Trataste de combatirla y moviste la cabeza para respirar otro aire que no fuera el que impregnaba el olor del cuerpo de Nick. Pero él te detuvo apoyando en tu nuca la mano que tenía la tuya agarrada. -Déjate llevar -susurró. Tu diste un respingo. La primera vez que bailaron juntos tu llevabas una camiseta cortada por encima del ombligo y él metió la mano por debajo. Aquella vez llevabas una chaquetilla de terciopelo, algo mucho más sofisticado, pero tuviste la misma reacción ardiente y torrencial, que siseaba como el agua sobre el carbón ardiente. Te palpitaba el corazón y te estremeciste al notar que Nick recorría tu espalda. «No», te dijiste, «no dejes que te haga esto». Pero todo el vello de tu cuerpo se erizó en respuesta a las caricias de Nick. Cerraste los ojos y arqueaste un poco el cuerpo, de modo que rozaste con los senos el pecho de Nick. Nick se puso rígido y luego se agitó, presa de una necesidad tan vieja como el tiempo y dejaste escapar un suspiro. -No ha cambiado ni un ápice, ¿verdad? -dijo-. Seguimos teniendo el mismo efecto el uno sobre el otro. Tenía razón, te dijiste. Y con un último suspiro, que provenía de lo más profundo de tu interior, te dejaste llevar e hiciste lo que estabas deseando hacer tan desesperadamente y lo besaste.
Fue la primera vez desde hacía semanas que te acercabas a él intencionadamente. Nick respiró profundamente y dejó escapar el aire poco a poco. -Vámonos a casa -dijo con voz ronca- No es esto lo que quiero que hagamos. -Yo ... -dijiste. Estabas a punto de ceder. Te sentías como si ya no tuvieras nada que reprocharle. Pero entonces, otra persona les interrumpió, con una voz burlona y familiar, y aquella sensación se hizo añicos. -Vaya, pero si es el mismo Don Juan en persona. y con una nueva conquista...
CAPITULO 7 Tu cerraste los ojos. Al reconocer aquella voz, apoyaste la cabeza sobre el hombro de Nick, que se había puesto rígido como una tabla. -Sabes que está casado, ¿verdad, querida? Obviamente, Delta no te había reconocido. -Lleva casado siete años, nada menos -prosiguió-. Con una chica preciosa, aunque un poco sosa que, en estos momentos, estará sentada en casa cuidando de sus tres hijos mientras su querido marido seduce a todas las mujeres que se le ponen por delante. -A todas no, Delta -replicó Nick fríamente- A ti siempre me ha resultado muy fácil rechazarte. ¿Es que Delta había andado detrás de Nick? Levantaste la cabeza y viste la expresión cínica de Nick y entonces, otro velo cayó de tus ojos confiados. Nick se dio cuenta y su mirada se ensombreció. Siempre habías aceptado que Nick y Delta no se llevaban bien, sin preguntarte por qué. Al saber la razón, te sentiste muy mal. -Los hombres siempre deben desconfiar de una mujer a la que han rechazado, Nick dijo Delta-. Después de todo, es una de nuestras pequeñas armas. -Y tú la has usado con sabiduría, ¿verdad? -repicó Nick-. Apuntando directamente al punto más débil. -A propósito, ¿cómo está _____? ¿Tiene la pobre alguna idea de lo pronto que has sustituido a Selena? Tu ya habías oído bastante. Te separaste un poco de Nick y te volviste para mirar a la que en otro tiempo fuera tu mejor amiga. A Delta se le mudó el color de la cara y, sin decir una palabra, se dio la vuelta y se alejó. Tampoco Nick y tu hablaron al salir de club y andar hasta el coche. -¿Cuánto tiempo? -le preguntaste una vez en el interior del coche. -Años -respondió Nick, avanzando entre el tráfico londinense. -¿Y alguna vez se te pasó por la cabeza acostarte con ella? -preguntaste y observaste que Nick apretaba el volante con fuerza. Aquella pregunta ofendía su dignidad, pero tu tenías derecho a hacerla. -No, nunca -respondió. -¿Por qué no?
-Me deja frío. -Entonces, ¿por qué no me lo dijiste? -Porque confiabas en ella -dijo Nick, cruzando contigo una mirada sombría- Nunca oculté el hecho de que no me gustaba -te dijo. -Pero tampoco hiciste nada para abrirme los ojos -dijiste-. Bastaba una palabra, Nick, una sola palabra. Con decirme que me estaba utilizando para conseguirte, habríamos evitado la pequeña escena de esta noche. -¿Sabiendo lo mucho que te habría dolido la verdad? Sólo un canalla habría hecho algo así. Al llegar a casa, te dirigiste directamente a las escaleras, sin molestarte en ir a saludar a Denisse. -Me duele la cabeza -le dijiste a Nick, lo que no era mentira- Por favor, pídele disculpas a tu madre de mi parte. Todavía no te habías dormido cuando Nick entró en la habitación después de llevar a su madre a casa, pero fingiste que lo estabas. Fuiste consciente de cada movimiento de Nick, que se metió en la cama desnudo, como de costumbre. Se acostó boca arriba, cruzó los brazos por detrás de la cabeza y se quedó mirando al techo, mientras tu yacías muy quieta a su lado. Deseabas con toda tu alma que el destino los cubriera con un velo y borrara las últimas semanas de tu existencia, como si nunca hubieran ocurrido. Pero el destino no fue tan amable de responder a tu súplica y siguieron allí acostados largo tiempo. La tensión era tan evidente que tu empezaste a sentirte sofocada. Entonces, Nick dejó escapar un suspiro y apoyó una mano sobre tu cuerpo. Tu no pudiste evitar volverte y echarte en sus brazos. Probablemente, necesitabas lo que iba a ofrecerle tan desesperadamente como él. Se amaron con un frenesí casi tan insoportable como el silencio anterior. Selena te visitó una vez más, y justo cuando creías que, por fin, ibas a liberar tus reprimidos deseos, te pusiste muy tensa, en el mismo punto que en las noches anteriores. Nick se dio cuenta y se quedó muy quieto viendo cómo luchabas contra los demonios que te amenazaban y luchabas con todas tus fuerzas. Cerraste los ojos para contener las lágrimas, besaste a Nick para detener el temblor de tus labios y apretaste las manos sobre sus hombros para no estremecerte. Cuando lograste alejar a Selena de tu mente, pensaste que habías superado otro obstáculo. Luego, con un suspiro, besaste a Nick. -_____-susurró él al penetrarte. Susurró tu nombre una y otra vez, como si quisiera decirte que había compartido contigo la batalla que acababas de vencer y que sabía que lo habías hecho por él. Sólo por él. Sin embargo, cuando estaban a punto de llegar al clímax y, aunque sus cuerpos se movían al unísono, sólo Nick alcanzó el orgasmo y tu te quedaste al borde, sin llegar, sintiéndote perdida y vacía. Fue un fracaso tan grande que ni siquiera te atreviste a pensar en él. Nick volvió a estar muy ocupado con la compra de una nueva empresa y tuvo que pasar muchas noches fuera, porque las negociaciones tenían lugar en Liverpool. Tu aceptabas sus excusas sin hacer preguntas, lo que dejaba a Nick tenso y lleno de frustración. Tu te quedabas en casa sentada, atormentándote con sospechas que bien sabías que eran injustas. Nick, a cambio, no te comentaba ninguno de sus negocios porque había decidido que no tenía por qué justificar ante ti todo lo que hacía. En pocas palabras, te estaba pidiendo que confiaras en él. Pero tu no podías, lo que sólo servía para poner tu matrimonio en la cuerda floja. Y la vida se hacía más
insoportable a medida que iban pasando las semanas. Entonces, una tarde, cuando estabas hojeando el periódico local, que te enviaban semanalmente por correo, viste algo que te aceleró el pulso. Aquella misma noche, Kevin Evans daba una charla sobre su obra en una facultad de Arte que había cerca de allí. La entrada era libre. Nick estaba fuera de la ciudad, pero, si su madre podía cuidar de los niños, ¿qué daño podrías hacer a nadie si asistía a la charla? En el fondo, sabías que sólo estabas cediendo a la necesidad de herir a Nick donde más le dolía. La culpa la tenía él, pensabas para justificarte mientras aparcaba tu coche en un sitio vacío delante de la facultad. No debía haberse mostrado celoso de una persona como Kevin Evans. Sólo gracias a esos celos estabas allí. Te sentaste en la parte de atrás de la sala de conferencias. No esperabas que Kevin te viera, y en caso de verte, sería difícil que te reconociera, al fin y al cabo, sólo os habíais visto una vez. Pero sí te vio, y te reconoció al instante. Se acercó al estrado, miró sonriendo a la audiencia, te vio, se detuvo, volvió a mirarte, y logró que te sonrojaras al sonreír tan abiertamente que todo el mundo se dio la vuelta para ver a quién concedía el orador su atención tan abiertamente. Tu le devolviste una tímida sonrisa y te ocultaste tras el cuello de tu abrigo azul pálido con el deseo de desaparecer cuanto antes. Pero, en cuanto Kevin comenzó a hablar, volviste a relajarte. El ingenioso e inteligente discurso de Kevin atrapó tu atención. Estaba relajado y no dejaba de sonreír mientras contaba cómo se las arreglaba para captar las debilidades de sus víctimas. En muchas ocasiones, te sorprendió riendo con el resto de la audiencia. Al verte, te guiñaba el ojo. Hacía mucho tiempo que no te sentías tan halagada. Al terminar, Kevin se acercó a ti, agradeciendo alegremente las muchas felicitaciones que recibía de los asistentes. -_____... -dijo estrechando tu mano- ... me alegro mucho de que hayas venido. -y yo me alegro de haberlo hecho -replicaste, sintiendo de nuevo una gran timidezHa sido muy interesante. -¿Vienes a clase a esta facultad? -Oh, no -respondiste, sonrojándote ligeramente porque jamás habrías esperado semejante pregunta. Luego pensaste en el aspecto que debías tener, con unos vaqueros viejos, el abrigo azul y sin maquillaje. No te parecías en absoluto a la mujer de tu primer encuentro. Más bien tenías aspecto de estudiante. -Vivimos cerca de aquí -le dijiste-. Me enteré de la conferencia en el periódico local y, siguiendo un impulso, vine. -¿Tú sola? -Sí -dijiste y te sonrojaste aún más, sin saber por qué, ya que aquel hombre no podía saber que apenas salía- Nck está de viaje. -Ah -exclamó Kevin, y te dirigió una extraña mirada- ¿Te interesa la política? -Más bien el arte, o las caricaturas. Aunque no lo creas, se me daban bastante bien admitiste con timidez-, antes de que tuviera que dedicar la mayor parte del tiempo a mis hijos.
Te dio un vuelco el corazón cuando te diste cuenta de lo que habías dicho, ya que Kevin creía que Nick y tu se habían casado hacía muy poco. Kevin frunció el ceño con desconcierto y tu te mordiste el labio. Por suerte, alguien les interrumpió para hacerle algunas preguntas a Kevin. Tu decidiste que lo mejor era aprovechar la ocasión para marcharte, antes de que se enredaran más la cosas. Te metiste las manos en los bolsillos y te diste la vuelta. Pero Kevin te agarró por el brazo. -No te vayas -dijo- Tengo que despedirme de los organizadores, pero si me esperas, podemos ir a tomar una copa. Tu vacilaste, presa de algo parecido a la tentación. Tomar una copa, en un pub, con un hombre que no fuera Nick no era como cruzar el límite invisible que imponía el matrimonio. ¿O sí lo era? ¡La gente lo hacía continuamente! ¡Nick lo hacía continuamente! ¿Qué daño podrías hacerle a nadie si aceptabas? ¿A quién le importaba que lo hicieras? Probablemente a Nick, te respondiste. Pero, inmediatamente, te olvidaste de ello, ya que era mucho más fuerte tu deseo de revancha. Además, Kevin te caía bien, y estabas muy interesada en lo que hacía. -Gracias -dijiste-, me encantaría. En aquel momento, fue Kevin quien vaciló y te dirigió aquella mirada pensativa que recordabas de la primera ocasión en que se habían visto. Luego asintió y te soltó el brazo. -Cinco minutos -prometió y se marchó. Tu te quedaste debatiéndote con tu conciencia. Disfrutaste del rato que pasaron en un pub cercano. El lugar estaba lleno, porque más de la mitad de la gente que había asistido a la conferencia estaba en él. Kevin y tu estaban en la barra, bebiendo una cerveza. Te encantaba estar allí, relajadamente, hablando simplemente de persona a persona y no sólo como madre o esposa. Te gustaba la cordialidad de Kevin, su modo de escuchar, tan atento, cuando tu le contaste tus propias ideas, primero tímidamente y luego, con entusiasmo. El nombre de Nick no apareció en la conversación hasta el momento de las despedidas. -¿Cuánto tiempo lleváis casados Nick y tú, _____? -preguntó Kevin. Tu suspiraste, sintiendo que el placer de la noche se desvanecía. -Siete años -respondiste-. Tenemos tres hijos, dos niños y una niña. Los mayores, Zac y Vanessa son mellizos. Kevin sonrió, pero sin el menor asomo de humor. -Creo que te debo una disculpa por la noche que nos conocimos -dijo. Se refería a sus alusiones a las otras mujeres de Nick. Tu sentiste una punzada en el corazón, pero te encogiste de hombros. -No, no me debes ninguna disculpa -replicaste- Sólo fuiste sincero. Fuimos Nick y yo los que no dijimos la verdad. Buenas noches, Kevin -añadiste antes de que él pudiera decir algo más. No querías hablar de aquella noche, no querías saber qué más
estaba pensando-. Me lo he pasado muy bien, gracias. Te diste la vuelta para abrir la puerta de tu coche. La voz de Kevin te detuvo. -Escucha -te dijo-, estoy pensando en dar un curso de caricaturas en esta facultad. Un día a la semana durante doce semanas. ¿Te interesaría asistir? ¿Te interesaba? Tu lo miraste con suspicacia. Tal vez, se le acababa de ocurrir. -No lo sé -respondiste con vacilación- ¿Hay tanta gente interesada como para que te merezca la pena venir aquí a dar un curso? Kevin sonrió cínicamente. Al fin y al cabo, era una celebridad, el curso rebosaría de gente. -Te gustará -dijo- Te lo prometo. Tu sentiste un nudo en el estómago. La promesa de Kevin implicaba más de lo que decía. En realidad, no había hecho ningún esfuerzo por ocultar que tu le gustabas. El problema era: ¿querías tu alentar algo que podría llegar a ser muy peligroso? La respuesta era «no». Tu vida ya era bastante complicada como para complicarla aún más con un hombre como Kevin Evans. Y era una pena, ciertamente, porque te atraía mucho la idea de volver a tomar un lápiz y un bloc de dibujo. -Cuando sepas si vas a dar el curso -dijiste finalmente-, llámame y lo pensaré. -¿Kevin Evans va a dar clases en ese colegio universitario tan pequeño? ¿Y por qué iba a molestarse en venir a un sitio tan poco importante? -dijo Nick, frunciendo el ceño. -A lo mejor porque le interesa -dijiste un poco ofendida por el desdén de Nick. No le había gustado nada que salieras sin que él lo supiera, pero, al saber que fue con Kevin Evans, se puso hecho una furia. -¿Y cómo te enteraste de que daba esa conferencia? -Por la Gaceta Local-replicaste-. ¿Has comido? -le preguntaste cambiando de tema diplomáticamente- ¿Quieres que te haga algo? -iNo! Lo que quiero es que me digas por qué saliste con Kevin Evans... -iYo no salí con él! ¡Sólo fui a escuchar su conferencia –le dijiste, porque había un abismo entre eso y salir con él- ¿Qué diablos estás intentando decir, Nick?-le preguntaste comenzando a perder la paciencia-. ¿Qué hicimos todo lo posible por vernos a solas? Nick se ruborizó, de modo que tu supiste que era eso exactamente lo que estaba pensando. -Es muy capaz -dijo- ¡Le gustaste desde el momento en que te vio! «Dios mío», pensaste mientras una sensación de euforia se apoderaba de ti, «el invencible Nick Jonas tiene miedo de que su pequeña esposa esté pensando en echarse un amante». -Eres tú quien no confía en nuestro matrimonio, Nick, no yo. -Pero podrías hacerlo por venganza.
-Y tú podrías volverte paranoico con tu sentido de culpabilidad. No me metas a mí en el mismo saco -replicaste, y, una vez más, algo te decía que no estabas siendo completamente sincera. -No digas tonterías, yo no estoy haciendo eso -dijo Nick, y se levantó para servirse algo de beber. -Entonces, ¿qué es lo que estás haciendo? -Pues la verdad ... -dijo Nick, y suspiró con desconsuelo-, la verdad es que no sé qué estoy haciendo -confesó-. ¿Vas a ir al curso? -¿Vas a hacer de marido dominante impidiéndome ir si quiero hacerlo? -¿Me vas a hacer caso si te pido que no vayas? -No. -Entonces, no merece la pena que lo intente -dijo Nick encogiéndose de hombros y luego salió del salón. Tu te quedaste allí sentada, furiosa y con una sensación de impotencia. Pero, sobre todo, con un intenso desamparo. Porque tanto si discutías como si hacías el amor con él, todavía te sentías desamparada cada vez que Nick se separaba de ti. «Tu problema, _____, es que llevas tanto tiempo viviendo para él que ya no sabes vivir para ti»,te dijiste y aquélla fue la razón por la que decidiste asistir al curso cuando Kevin te llamó para decirte que todo estaba preparado. Nick no dijo ni palabra. Pero tu supiste su opinión cuando abandonaste la casa un par de semanas después para asistir a la primera clase. Y cuando volviste, no esperó a que anocheciera para compartir la cama matrimonial, sino que, en cuanto apareciste por la puerta te agarró de la mano y te llevó a la habitación. Sin embargo, después de hacer el amor, sintieron una amarga frustración, porque, aunque te precipitaste con él en el ardiente camino de la sensualidad, Nick, de nuevo, alcanzó solo las puertas del cielo. Lo que no dejó satisfechos a ninguno de los dos. Tu talento para la caricatura emergió a lo largo del curso. Incluso Nick se rió con las que hizo de toda la familia. Kevin te animaba mucho. Nunca hacía ningún comentario personal en clase, pero después, cuando se dirigía con los alumnos a tomar algo al pub de al lado, siempre se sentaba a tu lado. Tu tratabas de ignorar el evidente interés de Kevin. Querías aprender de su talento, y temías, si él se ponía demasiado insistente, verte obligada a abandonar sus clases. Llegó diciembre y tu te viste inmersa en los preparativos de las Navidades. Fuiste de compras muchas veces y te aprovisionaste para preparar comidas adecuadas para la ocasión. La casa se llenó de actividad. Nick estaba todavía más ocupado y más preocupado también. Su única concesión a la necesidad tuya de ser considerada como algo más que su esposa era salir contigo regularmente. Iban al teatro, al cine, salían a cenar, a bailar. Tu te compraste más ropa elegante, aunque normalmente seguías vistiendo como siempre. Mantuviste tu corte de pelo porque te gustaba y porque era más cómodo que la melena. Pero la tensión de tu matrimonio se manifestaba en otros detalles. Te cansabas con facilidad, te irritabas por pequeñas cosas y, a veces, te echabas a llorar sin motivo aparente, lo que dejaba a tu familia sumida en la preocupación. Una tarde, tu coche no arrancó cuando te disponías a ir a clase. Nick estaba en
Liverpool y no volvería hasta muy tarde. Denisse estaba cuidando a los niños. Caía aguanieve y tu contemplaste con desgana tu casa, que acababas de abandonar, sabiendo que debías volver a entrar para llamar un taxi, pero sin la menor gana de hacerlo. Te sorprendiste al darte cuenta de que contemplabas tu casa como si fuera una especie de prisión. Diste un profundo suspiro, te subiste el cuello del abrigo y bajaste la calle para tomar el autobús. Llegaste a la facultad calada hasta los huesos, con el pelo empapado y aterida de frío. Con una exclamación, todos los alumnos se precipitaron para ayudarte a secarte. Alguien te secó el pelo con una toalla de papel y otro te quitó las botas y los calcetines. -¡Vaya! -exclamó alguien- La dama lleva calcetines de hombre. Todos rieron, y lo mismo hiciste tu. Te sentías alegre y libre por primera vez en mucho tiempo. Tenías la blusa empapada. Kevin te ofreció su suéter negro de lana. Te quitaste la blusa y te lo pusiste mientras las demás mujeres de la clase formaban una pantalla para protegerte de las miradas de los hombres. Al final, tus ropas estaban por todos los radiadores de la clase y tu no ibas vestida más que con la ropa interior y el suéter de Kevin, que te llegaba por las rodillas. Pero tus ropas seguían húmedas cuando terminó la clase, y cambiar el cálido suéter por los vaqueros y la blusa húmedos no te apetecía en absoluto. Cuando Kevin se ofreció para llevarte directamente a casa, en lugar de ir con los demás a tomar algo al pub de enfrente, tu leíste la expresión de sus ojos, pero, de todas formas, aceptaste, ignorando lo que un timbre de alarma te decía en el interior de tu cabeza. Kevin tenía un Porsche último modelo, que se deslizaba sobre la carretera mojada como si estuviera pegado a ella. -Mmm -exclamaste con placer, cuando la calefacción del coche empezó a calentarte las piernas. Kevin te miró y sonrió. Tu tenías los ojos cerrados y una sonrisa en los labios. -¿Mejor? -te preguntó. -Mmm -volviste a murmurar- Siento que te hayas perdido tu cerveza. -No importa -dijo Kevin-. Prefiero estar aquí, contigo. Tu sentiste un escalofrío de alarma y abriste los ojos. -En la próxima a la izquierda -dijiste. Kevin giró obedientemente. -¿Qué le parece a Nick que vengas a mi curso todos los jueves? -preguntó con suavidad. Tu te encogiste de hombros. No querías hablar de Nick, tampoco querías ponerte en guardia contra Kevin. -Me da muchos ánimos -dijiste e hiciste una mueca. En realidad, Nick odiaba que fueras a aquellas clases, y, como lo odiaba, tu le pasabas tu interés por las narices. No dejabas de decirle quién te había hecho recordar su amor por el dibujo. -Pero no has hecho ninguna caricatura de él, ¿verdad? -dijo Kevin con calma- La has hecho de los demás miembros de tu familia, pero de él no.
-No creo que quede bien -dijiste- Sigue recto después del cruce. -¿Nick? -preguntó Kevin con humor- Yo diría que es ideal, siendo como es una fiera en los negocios y un hombre tan normal en su casa. Si mezclas los dos, puede resultar algo muy divertido. Tu no estabas de acuerdo. Ya no veías nada divertido en Nick. Tal vez un tiempo atrás, habrías disfrutado haciendo de él una caricatura, pero ya no. -Entonces, puede que algún día lo intente -dijiste, sabiendo que no lo harías- Aquí es. La casa blanca con el BMW aparcado a la puerta. Así pues, Nick había vuelto. Tu temblaste, pero no de frío. Kevin se detuvo al pie del camino de entrada. Apagó el motor y los dos se quedaron callados, escuchando el golpeteo de la lluvia sobre el coche. Kevin se volvió para mirarte y tu le devolviste la mirada. -Bueno, gracias por traerme -dijiste sin hacer el menor movimiento para salir del coche. Te sentías atrapada por la expresión de Kevin, por el calor que hacía en el interior del coche, por la sensación que te provocaba la profunda mirada de tu acompañante. -Ha sido un placer -dijo él, ausente. No dejaba de observarte, buscando en tus ojos algo que tu no estabas segura de estar mostrando. Entonces, se dio cuenta de que sí lo estabas mostrando, porque Kevin se inclinó y te besó con dulzura en la boca. Tu no respondiste, pero tampoco te apartaste. Te estremeciste y el corazón comenzó a palpitarte dentro del pecho, aunque no sabías si era porque estabas jugando con fuego o porque te sentías realmente atraída por él. Kevin te acarició la mejilla y el pelo sin dejar de besarte. Luego te acarició los labios, pidiendo tu respuesta . Pero al hacer eso, tu te apartaste, segura de que no era aquello lo que querías. Kevin te dejó y se quedó observándote con un brillo en los ojos. -Lo siento -dijiste con voz temblorosa. -¿Por qué? Tu no respondiste, no podías. Lo único que querías era salir del coche. Buscaste la manecilla de la puerta con una mano temblorosa. -Tú has querido que te besara, _____ -murmuró Kevin-. No sé qué es lo que piensas ahora mismo, pero recuerda que lo has deseado tanto como yo. Tus mejillas se llenaron de rubor, porque sabías que Kevin tenía razón. Tu habías querido que te besara, habías querido saber qué se sentía al besar a otro hombre además de a Nick. Pero, en aquellos instantes, te sentías como una estúpida, y furiosa contigo misma por permitir que hubiera ocurrido. Aquello animaba a Kevin a pensar que había para él un lugar en tu vida, cuando eso no era posible. En tu vida, sólo había sitio para Nick. Él era todo lo que querías. Maldito fuera. Mil veces maldito. Al correr bajo la lluvia hacia la puerta de la casa, te preguntaste si Nick os habría oído llegar. Miraste hacia las ventanas, pero no viste nada a través de las cortinas. No te había visto besando a Kevin, pensaste con alivio. Estaría esperando que llegaras en autobús, así que incluso si lo había oído, no habría asociado el ruido del coche con tu llegada. No estaba en el salón. Miraste por la puerta entreabierta del estudio, pero tampoco estaba allí. Lo encontraste en la cocina.
-Has vuelto antes de lo que esperaba -dijo. Nick te daba la espalda porque estaba haciendo té. Estaba muy atractivo con un suéter negro y unos vaqueros. -Le dije a mi madre que se fuera a casa -dijo poniendo dos bolsitas de té en dos tazas- Estaba preocupada porque vio tu coche, pero tú no estabas por ninguna parte. Tendrías que haberle dicho que no ibas en tu coche. -No arrancaba -le dijiste-, así que tomé el autobús. Lo siento, no pensé que fuera a preocuparse. Mañana le pediré disculpas. Se hizo un silencio. Nick todavía no te había mirado. Estaba concentrado en la bandeja de té que estaba preparando. De repente, al ver la tensión de los músculos de su cuello, te diste cuenta de que estaba muy enfadado. Estaba tenso e hicieras lo que hicieses no te miraba. ¿Te había visto besando a Kevin? Con una sonrisa nerviosa exclamaste; -¡Estoy empapada! Quisiste tener un tono alegre, pero fuiste patética. Tenías un gran sentimiento de culpabilidad. Te sonrojaste. Si Nick te miraba, se daría cuenta de que le ocurría algo extraño -Me voy a dar un baño caliente -dijiste nerviosamente, luego añadiste-: ¿Has... has cenado? Puedo hacerte algo antes de que... -¡No! -exclamó Nick tan violentamente que tu te sobresaltaste. Te mordiste el labio, observando el evidente esfuerzo de Nick por controlarse. Cuando Nick levantó la vista de la tetera, aunque sin darse la vuelta, contuvo la respiración. -No -dijo con más calma-, ya he cenado, gracias. -Entonces... -dijiste con vacilación, y saliste de la cocina apresuradamente. Os había visto, te dijiste mientras llenabas la bañera, y te estremeciste, aunque no supiste si era por miedo, culpabilidad o simplemente satisfacción por haberte vengado, aunque sólo fuera un poco. Te fuiste a la cama muy tensa y lista para enfrentarte a Nick en cuanto subiera. Pero no subió. No subió en toda la noche.
CAPITULO 8 Los días siguientes fueron horribles. Nick se convirtió en un extraño, hosco y poco comunicativo, que durante las noches ni siquiera te tocaba. Los niños estaban cada vez más revoltosos, excitados con las fiestas que se aproximaban y preocupados por la situación. Tu sabías que las dificultades por las que atravesaba tu matrimonio les afectaban tanto como a Nick o a ti. El problema era que no sabías qué hacer. Te habría gustado contarle a Nick lo que había ocurrido entre Kevin y tu, y pedirle perdón, pero no podías hacerlo. Habría sido la prueba de que te importaba lo que él pudiera pensar o decir, y habías decidido no mostrar por él ningún interés. Una mañana caiste enferma y te pasaste el día entero dando vueltas por la casa, débil y aburrida. Cuando los mellizos volvieron del colegio se pusieron a jugar, armaron tanto ruido que te dio un terrible dolor de cabeza. Te alegraste de ver llegar a Nick, porque así podría dejárselos a él y acostarte. -¿Por qué no me has llamado? -te reprochó Nick-. Si me hubieras dicho que no te
encontrabas bien, habría venido enseguida. Tu le diste una respuesta confusa y subiste las escaleras para dirigirte a tu dormitorio. Ni siquiera se te había pasado por la cabeza llamarlo. En realidad, pensabas metiéndote en la cama, nunca lo habías llamado al trabajo. Nick llamaba desde el despacho a menudo, pero tu nunca te habías molestado en llamarlo. Una vez más, te asombraste del muro que se alzaba entre el Nick hombre de negocios y el Nick padre de familia y no pudiste recordar que te hubieras atrevido a traspasar ese muro ni una sola vez. El caso era que Nick logró que los niños dejaran de hacer ruido. Al cabo de un rato, te quedaste dormida y tu sueño no fue interrumpido por ningún ruido. Te despertaste horas después. Había amanecido y Nick estaba inclinado sobre la cama con una taza en las manos. -Pensé que podría apetecerte esto -dijo dejando la taza humeante en la mesilla¿Cómo estás? -Mejor -dijiste, aunque al incorporarte no quisiste hacer ningún movimiento brusco con el estómago. Te apartaste el pelo de la cara antes de tomar la taza- Gracias murmuraste. -Puedo tomarme el día libre y quedarme en casa a trabajar, si quieres -dijo Nick, mirándote con detenimiento. Tu negaste con la cabeza. -No es necesario. Me siento un poco débil, pero puedo arreglármelas. -Aun así... Tu tenías la extraña sensación de que Nick se debatía para entre decirte algo o no. -Creo que será mejor que no vayas a clase esta noche, con el tiempo que hace ... -Teníamos pensado salir a celebrar la Navidad -dijiste soplando el humeante té de la taza- Kevin nos va a llevar a un club. No quiero perdérmelo. Con el rabillo del ojo, te diste cuenta de que Nick apretaba la mandíbula. Aunque deseabas hacerle sufrir un poco, al ver su reacción, lo pasabas muy mal. -Ya veremos cómo te encuentras esta tarde -dijo Nick, y se dio la vuelta para marcharse y de repente, tu sentiste la necesidad imperiosa de que se quedara. -Mis padres, como siempre, vendrán a pasar las Navidades con nosotros -dijiste. Nick se detuvo bruscamente en la puerta del baño- Pero este año tenemos un problema... Nick no te miraba, tan sólo te daba la espalda esperando a que terminaras lo que tenias que decirle. -El año pasado la habitación de Frankie estaba libre. Ahora, no sé cómo van a poder pasar aquí dos noches. No me imagino a mi padre durmiendo en el sillón de tu estudio ni a mi madre durmiendo en el sofá -dijiste esta última frase con la intención de hacer gracia, pero Nick se dio la vuelta sin la menor sombra de una sonrisa en el rostro. Tu sentiste un gran vacío en el corazón, aún mayor que el que tenías aquellos días. -¿Y qué quieres que haga? -dijo Nick-. Ya he perdido la cuenta de las veces que te he dicho que quería mudarme a una casa más grande. Pero no te has molestado ni siquiera en discutirlo. Pues mira, ahora tienes un problema que vas a tener que solucionar tú sola. Yo no quiero saber nada. Tu te lo quedaste mirando con asombro mientras salía de la habitación dando un
portazo. Aquella noche asististe a tu clase de dibujo. No porque te sintieras lo bastante bien para ir, que no era así, no porque tuvieras ganas, que no tenías, sino porque estabas tan enfadada con Nick que no querías darle la satisfacción de estar en casa cuando volviera. Pero no disfrutaste de la clase. Tenías la mente ocupada en el millón de cosas que tenías que hacer en casa, y tu estómago se negaba a tranquilizarse. Estabas cansada, tensa y pálida. Y además, Kevin pasó la mayor parte de la clase mirándote. Era la primera vez que lo veías con otra cosa que no fueran unos vaqueros, y tenías que reconocer que estaba muy atractivo con su traje oscuro de seda y una camisa de color crema. Tu llevabas un vestido negro corto que habías comprado en tu escapada a Londres. Dejaba los hombros y las piernas al descubierto, y despertó la admiración de los hombres de la clase. Pero te sentías muy incómoda ante las miradas de Kevin. Sus ojos no dejaban de decirte que recordaba el beso que se habían dado en su coche, aunque ya habían pasado algunas semanas desde entonces. A ti no te había resultado difícil olvidarlo, lo que no lograbas vencer era un sentimiento de culpa. Al terminar la clase, se dirigieron a un nightclub que había cerca de allí. Era en realidad un viejo cine remozado. Tenían una mesa reservada en la zona de los antiguos palcos del cine, con vistas al viejo patio de butacas convertido en pista de baile. Había un gran montaje de luces y la música estaba tan alta que era imposible hablar. En cualquier otra ocasión, habrías disfrutado del lugar. Lo sitios a los que te llevaba Nick eran mucho más refinados. Antes de tu crisis matrimonial, habías deseado muchas veces soltarte la melena e ir a bailar toda la noche. Aquella era la ocasión. Kevin se había sentado a tu lado y quería monopolizar tu atención. La música estaba tan alta que te veías obligada a inclinarte hacia él, con lo que no dejabas de rozar su cuerpo. Kevin empezó a tocarte ligeramente en el brazo, en los hombros, en las mejillas o en el pelo. Tu te sentías incómoda con la situación, pero no sabías qué hacer para librarte de él sin provocar una escena. Te alegraste cuando Kevin te invitó a bailar. Al menos bailando no tendría por qué tocarte, no si bailaban del modo en que se bailaba en aquel lugar. Así que dejaste que te condujera hasta la pista de baile. Pero una vez allí, te estrechó entre sus brazos. -No, Kevin-dijiste queriendo apartarte de él. -No seas estúpida, _____. Sólo estamos bailando. No estaban sólo bailando y él lo sabía. Después de algunas semanas, Kevin había decidido dar un paso adelante para conquistarte. Si no lo detenías, entonces, sí serías culpable de traicionar a Nick. -No -repetiste con firmeza, te soltaste y te alejaste de la pista. No debías haber ido. Después de aquel beso, no debías haber ido. Kevin te deseaba, pero tu a él no. Tu sólo deseabas a Nick. Aquella certeza te dolía tanto que te daban ganas de llorar. Kevin fue tras de ti hasta el vestíbulo principal. Tu te dabas cuenta de que te seguía y te metiste en una cabina telefónica para llamar a un taxi. Como era Navidad, no pudiste encontrar ningún taxi libre, todos estaban reservados. Casi con desesperación llamaste a tu casa. Se te hizo un nudo en el estómago al escuchar la profunda e impaciente voz de Nick.
-Soy yo -dijiste con voz grave. Se hizo una larga pausa. Sólo pudiste escuchar la respiración de Nick al otro lado de la línea. -¿Qué ocurre? -dijo él por fin. -No puedo volver a casa. Es imposible encontrar un taxi... ¿Qué hago? Qué fácil había sido volver a ser la misma _____ de antes. La mujer indefensa que recurría a Nick para resolver cualquier problema. Lo único que tenías que hacer era sentarte y esperar que tu marido encontrara una solución. El silencio continuó. Tu agachaste la cabeza; levantabas el auricular con fuerza, como si así estuvieras más cerca de Nick. -¿No te va a traer tu Romeo? -dijo Nick por fin. -iNo es mi Romeo! ¡Y, además... ! Repentinamente cambiaste de opinión. No querías darle a Nick el placer de oír que no querías ver a Kevin Evans ni en pintura. -No puedo decirle que se vaya en lo mejor de la fiesta sólo porque estoy cansada. ¿No puedes venir tú? -¿Y los niños? No querrás que los deje solos. -Oh -exclamaste, y volviste a sentirte como una estúpida. No habías pensado en ello. Al verte en problemas, lo único que habías pensado era en llamar al hombre que podría solucionarlos. -Vaya, ahora ella piensa que debería haber seguido mi consejo y contratar a alguien que los cuidara -dijo Nick burlonamente. -Le diré a Kevin que me lleve -replicaste. La cuestión de contratar una chica para cuidar a tus hijos era un viejo punto de fricción entre vosotros. Nick quería una casa más grande, una asistenta que limpiara y una niñera. Lo que a ti te habría gustado saber era qué te quedaría a ti si Nick buscaba a otras personas para hacerlo todo. -Llamaré a mi madre, vendrá mientras voy a buscarte -dijo Nick, cambiando repentinamente de opinión-. Supongo que la despertaré, y no creo que le guste, aunque no la culpo, pero... -Oh, no -dijiste-. No quiero que te molestes tanto. Kevin me llevará -dijiste y colgaste sin dar tiempo a que Nick respondiera. -¿No ha habido suerte? -dijo Kevin, que estaba apoyado en la pared. Tu no podías saber si había oído tu conversación con Nick, aunque, en realidad, te importaba muy poco. -No -replicaste-. Tendré que esperar a que haya algún taxi libre -dijiste y te encogiste de hombros para demostrarle a Kevin que estabas dispuesta a esperar el tiempo necesario. -Yo te llevo -dijo Kevin. Tu lo miraste detenidamente. No te sentías con fuerzas para pasar media hora más a su lado. Pero tampoco querías esperar una hora entera a que llegara un taxi, que era el tiempo mínimo de espera.
Kevin tomó la decisión por ti al agarrarte por la muñeca. -Vamos -dijo con tranquilidad- Yo te llevo. La mirada de Kevin no dejaba lugar a dudas, no tomaba en serio tu negativa. Cansada, harta y un poco deprimida por la discusión constante que tenías con cuantos te rodeaban, incluida tu misma, cediste. Fueron juntos al guardarropa para recoger tu abrigo, luego salieron al aire helado de diciembre para dirigirse al Porsche rojo de Kevin. Al poco rato, estaban en la carretera, cubierta de sal para impedir que se formara hielo. Tu te subiste las solapas de tu abrigo y observaste el camino en silencio. -¿Por qué le soportas cuando sólo es un cerdo egoísta? -dijo Kevin de repente. -¿No son así todos los hombres? -No tanto como Nick. Todavía me cuesta creer que esté casado con alguien como tú -dijo Kevin, y te miró -. Le van más las mujeres como Selena Gomez. Fue un comentario tan cruel que tu sentiste una punzada de dolor en el pecho. Lo peor era que no podías contradecirle. Tal vez a Nick le convenía más Selena Gomez que tu, aunque no podías juzgarla porque no la conocías -y no tenías la menor gana de conocerla. Selena Gomez era el nombre del fantasma sin cara que te visitaba todas las noches. Con eso tenías bastante. -Y Delta Goodrem-añadió Kevin-. Menuda discusión tuvisteis aquel día en la pista de baile. -¿Oíste algo? -preguntaste, dando un respingo. -La mitad de la sala lo oyó, querida. Y fue asombroso. Nick Jonas, el joven tiburón de las finanzas, tenía mujer y tres hijos y nadie lo sabía. Supongo que esa noticia le dio a Selena donde más duele. Quería casarse con él, ¿sabes? Nick era la elección ideal para una abogada con su futuro. Así pues, Selena era abogada, y no la secretaria de Nick, como tu habías creído. La noticia te sobresaltó. «Compite con eso si puedes», te dijiste con amargura. Una cosa era luchar por el amor de tu marido con una simple secretaria, pero otra muy distinta hacerlo con una mujer que estaba acostumbrada a vivir en el mismo mundo que él. Como si estuviera pensando algo parecido, Kevin dijo: -Si lleváis casados siete años, eso quiere decir que lo atrapaste antes de que iniciara su carrera meteórica. ¿Cómo te sientes? ¿Como un desliz de su juventud? Tu te dijiste que, tal vez, merecías alguno de aquellos insultos. Pero el último comentario era lo que más te había dolido, probablemente, porque tu empezabas a pensar algo parecido. -Creo que será mejor que te calles y pares el coche antes de que digas algo que me ofenda de verdad -dijiste. Para tu consternación, Kevin hizo exactamente lo que le habías pedido, deteniéndose bruscamente en el arcén. -Soy yo quien me siento ofendido por el modo en que has estado jugando conmigo durante todo este tiempo. ¡Dios mío! No has pensado en mí en serio ni por un momento, ¿verdad? -No -respondiste sinceramente.
-Entonces, ¿por qué no me detuviste antes de que llegáramos tan lejos? -¿Tan lejos? ¿Cómo que tan lejos? -le dijiste con una mirada desafiante- ¡Pero si sólo nos hemos dado un beso! -No se trataba sólo de eso, _____, y tú lo sabes. Pero para ti era sólo un juego, ¿verdad? Te diste cuenta de que me gustabas y pensaste que podrías jugar un rato conmigo, ¿no es eso? -te preguntó Kevin amargamente- ¿Qué ocurre? ¿Que tu autoestima estaba en un nivel muy bajo? ¿Tanto te molestaba que prefiriese acostarse con su abogada a acostarse contigo? Tu le diste una bofetada al tiempo que te ponías roja de vergüenza. Luego agarraste la manecilla de la puerta con una mano y te desabrochaste el cinturón de seguridad con la otra. Pero Kevin te agarró por el brazo. -Oh no -dijo entre dientes- No pienses que te vas a escapar tan fácilmente. Tiró de ti y te besó. Fue un beso brusco, desagradable. Cuando te soltó, tu estabas asqueada del sabor de su boca. Saliste del coche dando un portazo. Kevin arrancó haciendo chirriar los neumáticos dejándote a merced del viento helado de la noche. Te llevaste una mano a la boca, y viste asqueada que te había hecho sangre en el labio. Lo maldijiste, deseando estar de vuelta cuanto antes en tu mundo de cuento de hadas, donde nada malo podía ocurrirte. Maldijiste a Miley por haberte despertado de aquel mundo de ensueño, añadiste para ti iniciando el camino de regreso a casa. Y maldijiste a Nick por su infidelidad y a Selena por haberlo seducido. Pero, por encima de todos, te maldijiste a ti misma. No tardaste mucho en llegar a casa, pero tenías los pies deshechos. Te quitaste los zapatos, de tacón alto, nada más entrar. En el interior de la casa, hacía calor. El reloj del pasillo marcaba la una de la madrugada. Te sentías deprimida y la escena con Kevin no dejaba de darte vueltas en la cabeza. No te molestaste en ir a ver a Nick. Por ti podía irse al infierno. De todas formas, no estabas de humor para tener otra discusión. Pero te equivocaste al pensar que él te ignoraría tan fácilmente. Acababas de ponerte el camisón cuando entró en la habitación con tus zapatos en la mano. -Te has olvidado de esto -dijo dejándolos detrás de la puerta. -No me he olvidado, simplemente me los he quitado al entrar -replicaste tu, que estabas sentada al borde de la cama masajeando tus pies doloridos. La melena ocultaba tu rostro a ojos de Nick. -¿Dónde te ha dejado? -dijo Nick con suspicacia. ¿Otra vez espiando tras las cortinas?, te preguntaste con amargura. -No me ha dejado en ninguna parte. -Si hubieras hecho todo el camino andando, habrías tardado más. «Bastante he andado de todas formas», pensaste acariciándote las plantas de los pies. -Una pelea entre amantes, ¿no? -añadió Nick con mal gusto. -Algo así -dijiste, encogiéndote de hombros, y saliste de la cama para dirigirte al baño. «¡Que piense lo que quiera!», te dijiste. Nick te agarró por los brazos y te obligó a mirarlo a la cara. Estaba furioso y tenía una mirada penetrante y amada. -¿Y por qué os peleasteis? -te preguntó, apretando los dientes- ¿Porque no querías ir a su casa? ¿Por eso? ¿Qué pasaba, que no estabas de humor? Tu lo miraste con ira. Sentías amargura y asco hacia los hombres por lo que te
estaban haciendo pasar aquella noche. -¿Y cómo sabes que no he estado en su casa toda la noche? Podría haberte llamado desde allí. ¿Cómo ibas a saberlo? Nick se puso pálido y apretó con fuerza tus brazos. Te miraba fijamente, como si buscara evidencias de lo que estabas diciendo. -¡Te ha dado una bofetada y te ha roto el labio! -Me estás haciendo daño. ¡Suéltame! -exclamaste Tu trataste de apartarte pero sin conseguirlo. -¿Cómo has podido? -dijo Nick casi gritando- ¿Cómo has podido hacerlo, _____? ¿Cómo has podido? La situación había estallado. Llevaba muchos días amenazando con hacerlo, y finalmente, la intensidad de tus sentimientos reprimidos empezaba a aflorar a la superficie. -Se me acaba de ocurrir una cosa, Nick. Te propongo un cambio, si me cuentas cómo fue con Selena, te diré lo que ha pasado con Kevin. -¡Dios, ya basta! -dijo Nick, cerrando los ojos y haciendo una mueca de verdadero dolor. A ti se te llenaron los ojos de lágrimas, y, por segunda vez aquella noche, golpeaste a un hombre. Nick te soltó. -Me das asco, ¿sabes? -susurraste amargamente y te encerraste en el cuarto de baño. Cuando volviste a salir, más tranquila, aunque no del todo, viste a Nick sentado en la cama con la cabeza escondida entre las manos. Te dolía verlo así, pero, aquellos días, todo te dolía. Ya no podías recordar si alguna vez habías llegado a reír en aquella casa. -Quiero acostarme -le dijiste, negándote a ceder a tus deseos de consolar a Nick. Nick no se movió. Tu permaneciste allí de pie durante un interminable minuto, debatiéndote entre el amargo deseo de volver a pegarle y la tenue necesidad de acercarte a él y estrecharlo entre tus brazos. Tan sólo eso, estrecharlo entre tus brazos porque estaba sufriendo y tu lo amabas. A pesar de lo que pudiera hacer o decir, lo amabas. Te estremeciste y, con un gemido, caiste de rodillas ante él, y le apartaste las manos de la cara. -¿De verdad quieres saber lo que ha ocurrido esta noche? -le dijiste con voz temblorosa- Quiso besarme, pero yo le rechacé. Él se vengó comparándome con Selena -dijiste- Con Selena, la brillante abogada que le conviene a Nick Jonas mucho más que la pobre y patética _____. -Eso no es cierto -murmuró Nick. -¿No? -dijiste con los ojos llenos de lágrimas- Pues yo creo que sí. Nos hemos alejado, Nick. Tú has avanzado mientras yo me he quedado estancada. Además, creo que las mujeres como Selena Gomez te van más que yo. Nick se rió, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer lo que estaba oyendo. -¿Te parece que me he alejado de ti? ¿Crees que quiero dejarte? ¿No crees que si quisiera dejarte, sería capaz de hacerlo? En aquellos momentos, era Nick quien te agarraba por las muñecas.
-Selena -murmuraste, cerrando los ojos-, es ... -Al infierno con la maldita Selena -dijo Nick violentamente- No tiene nada que ver con esto. ¡Se trata sólo de nosotros y de si podemos seguir soportándonos el uno al otro! -Entonces es tu conciencia -dijiste suspirando- Te quedas porque te sientes culpable. -La verdad es que sí, sí que me siento culpable -asintió Nick con amargura- Pero no seas tan tonta como para pensar que soy un mártir. Si creyera que nuestro matrimonio es una pérdida de tiempo, me habría marchado hace mucho tiempo. Estamos en los noventa -añadió cínicamente-, y hay muchos divorcios. Si me quedo, es por esto -dijo atrayéndote hacia él para besarte- Te deseo. No me canso de ti. Llevamos siete años casados, y me excito sólo con verte. ¡Dios mío! ¡Ni siquiera puedo evitar hacerte el amor incluso sabiendo que no puedo satisfacerte! Sacudió la cabeza. -Pero ésa no es razón para lo que has hecho. _____, ¿cómo puedes, sólo porque te he hecho daño, convertir tu vida en algo miserable? ¿Por qué? Si quieres que me vaya, ¿por qué no me lo has dicho? -Yo ... Tu te negaste a proseguir, porque la respuesta era demasiado dolorosa para tu alma humillada. -¿Quieres que me vaya? -dijo Nick. Tu sentiste un escalofrío y una punzada de dolor recorrió tu cuerpo. -No -susurraste, sintiendo que las lágrimas se agolpaban en tu pecho. -¿Por qué no? -insistió Nick-. ¿Cómo puedes soportar que viva en la misma casa que tú, que duerma en la misma cama, que te toque, que te abrace? ¿Cómo puedes soportarlo, _____? ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo? «Porque te quiero, maldito bastardo», pensaste , y rompiste a llorar entre sollozos. Nick dio un suspiro, que provenía de lo más profundo de su ser. Luego, te estrechó entre sus brazos y te tendió sobre la cama, echándose encima de ti. Te abrazaba tan fuerte que tu apenas podías respirar. -¿De verdad te parece que cada vez estamos más separados? -te preguntó en voz baja. -No -respondiste tu, que no deseabas estar en ningún otro lugar del mundo. -Entonces, no vuelvas a decirlo -dijo Nick con voz ronca y te besó. Fue un beso largo e impulsivo. Tu sólo pudiste dejarte llevar por tus demandas, hasta sumergirte en las cálidas aguas de su afecto. -¿Has dejado que ese cerdo te toque? -preguntó Nick con voz grave. Tu recuperaste tus sentidos, abriste los ojos y viste la mirada atormentada de Nick. Te negabas a creer que hubiera sido capaz de preguntarte algo así. -Contesta -insistió él- ¡Quiero saberlo, necesito saberlo! ¡Dios, tengo que saberlo! Tu lo miraste durante un largo instante, luego apretaste los dientes y dijiste: -¡Vete al infierno! Nick fue directo al infierno, pero se aseguró de llevarte con él. Con furiosa pasión,
Nick abrió tu bata y se quitó la ropa. Te hizo el amor con tal crudeza que, cuando todo terminó, a ti te dio la impresión de que habías contenido el aliento hasta ese momento. Rodaste hacia tu lado de la cama mientras Nick se encerraba en el baño. Permaneció en él largo rato. El suficiente para encontrarte dormida cuando salió. La noche siguiente, el teléfono empezó a sonar cuando estabas quitando la mesa. Te dirigiste al vestíbulo y levantaste el auricular, frunciendo el ceño porque los niños tenían la televisión demasiado alta. -Dígame -dijiste distraídamente tirando del cable del teléfono para llevarlo hasta el salón. Hubo una pausa, luego una voz femenina preguntó por Nick. -Todavía no ha llegado -respondiste-. Si quiere, puedo darle un mensaje cuando venga o decirle que la llame. Hubo otra pausa. Tu miraste el reloj. Tenías un guiso en el horno, si la mujer no se daba prisa... -Soy Selena Gomez-dijo por fin, y tu te pusiste absolutamente rígida.
CAPITULO 9 Tu seguías mirando fijamente el teléfono cuando Nick llegó unos minutos más tarde. Él te vio nada más entrar y se detuvo al instante. -¿Qué ocurre? -te preguntó con impaciencia, dándose cuenta de que tu sufrías una especie de conmoción. Tu te llevaste la mano a la mejilla. La tenías helada. -Selena acaba de llamar -le dijiste-. Quiere que la llames. Sin dejar de mirar a Nick, te preguntaste si se desmayaría o se echaría a llorar. Nick se sonrojó y dio un suspiro. Pocas veces habías visto tanta emoción en sus ojos. Nick dejó caer la cartera y suspiró con los dientes apretados. Luego se acercó a una paralizada _____, te apartó de su camino y se dirigió a su estudio. Entró y cerró la puerta. Tu te quedaste mirándolo, haciéndote preguntas acerca de lo que acababa de ocurrir entre vosotros, además del holocausto que tenías lugar en tu interior. ¿Nick reaccionaba así ante la simple mención del nombre de Selena? Tu contuviste un sollozo, negándote a dejarte llevar por lo que ocurría en tu interior. ¡Al saber que Selena acababa de llamar, Nick había corrido al teléfono como un poseso! Estabas con Frankie en el salón cuando Nick entró buscándote. Estaba pálido, y, aunque de sus rasgos había desaparecido todo rastro de emoción, podías ver huellas de la conmoción que sentía en sus ojos. Vanessa corrió hacia él para abrazarlo, como de costumbre, pero sólo recibió una caricia en el pelo. Zac estaba viendo la televisión y Frankie estaba cansado, así que se limitó a dirigir una mirada a su padre antes de volver a sumergirse en tu cálido abrazo. Nick te miraba fijamente. -Lo siento -dijo con voz grave- Le dije que no llamara aquí nunca.
-No importa. -¡Claro que importa! -exclamó Nick violentamente. Los niños se dieron la vuelta para mirarlo. Se pasó la mano por el pelo, tratando de tranquilizarse. -Zac... Vanessa. Quedaos con Frankie un momento mientras yo hablo con mamá. Sin dar lugar a una respuesta, levantó a Frankie y lo dejó sobre la alfombra, entre las piernas de Zac. Luego dirigió a sus tres sorprendidos hijos una mirada tranquilizadora. Se dio la vuelta y te agarró de la mano. Al llegar a su estudio, te soltó. -Le dije que no debía llamar aquí -repitió- ¡Le dije que si era muy urgente, le dijera a la señora de la limpieza que me llamara en su lugar! ¡Pero que ella no llamara nunca! -Ya te he dicho que no importa. -¡Pero sí importa! -estalló Nick ferozmente- ¡Te ha hecho sufrir, y no quiero que eso ocurra! -Entonces, lo que tenías que haber hecho... Tu te interrumpiste porque no querías insurtado y, encogiéndote de hombros, te acercaste a su mesa. -¿Cómo es que sigue trabajando para ti? -le preguntaste entre dientes- Si decías que todo había terminado. -No trabaja para mi -dijo Nick-. Trabaja para mi bufete de abogados. Hace meses que le pasé todos mis asuntos a uno de sus compañeros. Tu no lo creías. Tenías grabada la expresión de su cara cuando le dijiste que Selena acababa de llamar. Todavía recordabas cómo te había apartado para correr a llamarla. -Entonces, ¿por qué te ha llamado? Nick suspiró. Tu estabas segura de que trataba de controlar las emociones que le había provocado la llamada de Selena. -Era la única que estaba en la oficina cuando llegó una información muy importante por fax -te explicó Nick-. Lo bastante importante como para que yo lo supiera inmediatamente. Y no había nadie más en el bufete. -Oh -exclamaste tu, que no podías pensar en algo más que decir- Bueno, pues asegúrate de que no vuelva a llamar -añadiste fríamente, para acabar con el asunto. Pero el incómodo silencio que se hizo a continuación, te decía que aún no había concluido. -El caso es que -dijo Nick con prudencia:- tengo que marcharme. Ha surgido un problema legal con el negocio de Liverpool y tengo que volver a la oficina para solucionarlo personalmente. La compra de Harvey's y el negocio de Liverpool, ¿dónde estaba la diferencia? -Claro que sí. Tú tienes que irte -dijiste con tal acidez que fue como una bofetada en la cara-, y yo tengo que meter a los niños en la cama. Lo empujaste con la intención de abandonar el estudio. Pero Nick te detuvo. -No -exclamó-. Voy a mi oficina, no a la de Selena. No voy a verla. No quiero verla. Estaré en la otra punta de Londres, ¿lo entiendes?
¿Entender? Sí, por supuesto, tu lo entendías todo. Te estaba pidiendo que confiaras en él. Pero no podías. Tal vez nunca volvieras a confiar en él. -Tengo que acostar a Frankie-murmuraste y lo empujaste para salir de la habitación. Aquello ocurrió un viernes. Al lunes siguiente, Nick se marchó a Liverpool para atar los cabos sueltos del contrato antes de las vacaciones de Navidad. Y después de un horrible fin de semana, durante el cual los dos se comportaron con exquisita cortesía, tu sentiste alivio al verlo partir. Pero hicieron el amor el domingo por la noche. Y, en medio de sus desesperados intentos por conseguir algún nivel de mutua satisfacción, Nick rompió una de las estrictas reglas que os habíais instituido entre vosotros y te habló. Te pidió que le perdonaras. Tu le dijiste que se callara, para no estropear más las cosas. Nick se mordió la lengua, pero, cuando te penetró, lo hizo con una ansiedad tal que rayaba en el tormento. Al terminar se separó de ti y hundió el rostro en la almohada. Tu sentiste entonces la desesperada necesidad de consolarlo, pero no pudiste, porque habría sido concederle algo demasiado importante. El problema era que ya no sabías qué era aquello tan importante, porque habías empezado a perder la noción de las causas que los separaban. «Selena», recordaste, «Selena». Pero incluso aquel nombre empezaba a perder el poder de hacerte tanto daño como antes. Los días siguientes, tu te sumergiste en los apresurados preparativos de las fiestas de Navidad. Ignoraste las frecuentes molestias de tu estómago y te dispusiste a limpiar y reordenar las habitaciones. La noche que volvía Nick, consideraste seriamente si no sería mejor meterte en la cama y descansar. Estaban todos en el salón, tratando de poner en pie el enorme árbol de Navidad que acababan de traer, cuando se abrió la puerta y entró Nick. Una sonrisa suavizó sus duros rasgos al ver los esfuerzos de su mujer y sus hijos para sostener el árbol. -Veo que para algunas pequeñas tareas todavía hago falta -dijo en broma, atrayendo la atención de sus hijos. Los niños te abandonaron y corrieron hacia Nick. Él, fingiendo terror, cayó en la alfombra mientras Vanessa y Zac se abalanzaban sobre él gritando y riendo. El tercer miembro del trío gateó como pudo hasta alcanzar los pies de su padre. Tu observaste la escena embobada, mientras las agujas del pino se te clavaban en la palma de las manos. Fue en aquel preciso instante, al sentir una sensación de dulzura y afecto que jamás habías experimentado, cuando te diste cuenta del valor que tenía tu vida. Amabas a tu familia. Amabas el amor de tu familia. Un amor sencillo que extendía sus lazos de unos a otros y que los unía hasta tal punto que, cuando un eslabón se rompía amenazando con romper la cadena, los demás volvían a unirse para formarla otra vez. El Nick de aquella escena era el viejo Nick. No el que estaba tan cansado que no tenía tiempo de echarse en el suelo para jugar con sus hijos, para disfrutar de ellos. Frankie estaba sentado sobre él, golpeándole el pecho con los puños. -Me rindo, me rindo -decía Nick, mientras Zac le sujetaba por los brazos para que Vanessa pudiera hacerle cosquillas sin piedad. Los dos niños sabían que Nick no
podía hacer ningún movimiento para salvarse mientras tenía a Frankie sentado sobre él- ¡Ayúdame, _____! ¡Necesito ayuda! Tu soltaste el árbol, asegurándote de que no caería sobre ellos antes de ir a agarrar a Frankie con un brazo y atacar a Vanessa con tus propias armas, dejando que Nick se las entendiera con Zac. Al cabo de unos segundos, el padre había doblado el brazo de su hijo mayor sobre su espalda y no dejaba de darle besos. -¡Puaj! -protestaba Zac, pero, en realidad, disfrutando y riéndose como un loco. No hay muchas formas de darle a un niño de seis años los besos que necesita, pero que no se deja dar. Nick estaba empleando el mejor truco, porque se los daba jugando. Cuando dejó al niño en el suelo, estaba loco de felicidad, aunque sin dejar de hacer gestos de asco. Luego se moría de risa cuando su padre persiguió a Vanessa, que no paraba de chillar, pero que, en realidad, estaba deseando que Nick la abrazara y la cubriera de besos. Frankie observaba con una sonrisa de felicidad y tu te abrazaste a él. El cálido cuerpo de tu hijo te reconfortó, aunque en realidad, lo que más deseabas era esperar a que te llegara el turno de que Nick te persiguiera también a ti, como había hecho en el pasado. Que Nick estaba pensando lo mismo quedó claro cuando dejó a Vanessa en el suelo y te miró con incertidumbre. Tu sentiste una repentina timidez y le ofreciste a Frankie, agachando la mirada mientras Nick se tumbaba en el suelo jugando con su hijo pequeño. Precisamente en aquel instante, el árbol de Navidad comenzó a inclinarse. Tu lo atrapaste a tiempo, pero se te echó encima. Otra mano, más grande y fuerte que la tuya apareció de repente para sostener el árbol, volviendo a ponerlo recto con gran facilidad. -Te ha arañado en la cara -dijo Nick, tomándote entre sus brazos y besándote en la comisura de los labios y acariciándote con la lengua- Hola -murmuró suavemente. Tu te sonrojaste. -Hola -respondiste con voz grave. Nick te besó de nuevo, con intensidad, ternura e intimidad. Fue un beso cálido y lleno de vida. Tu cerraste los ojos y te abandonaste al abrazo de aquel cuerpo que conocías tan bien. El sonido del timbre de la puerta los separó. Sus hijos se apresuraron a abrir, porque a aquella hora esperaban a Denisse. -Tu madre va a llevarlos a oír villancicos -dijiste. -¿Sí? -replicó Nick distraídamente, sin dejar de mirarte intensamente- Mejor -añadió con un murmullo y te besó de nuevo, suavemente. No se separó de ti ni cuando su madre entró en la habitación. Tu ni siquiera la oiste. El amor que creías perdido para siempre palpitaba en el fondo de tu ser, alimentando una deliciosa calidez en cada rincón de tu cuerpo. Con un suspiro, que fue como el suave murmullo de una brisa, le acariciaste los brazos y enterraste los dedos en sus cabellos. Estaban sin respiración cuando se separaron. Nick se volvió para saludar a su madre con una sonrisa. Denisse sonreía nerviosamente, pero la expresión de esperanza escrita en sus ojos, era inequívoca. Al poner los anoraks a los niños, mientras Nick estaba fijando la posición del árbol, tu recordaste los cambios que habías hecho en el piso de arriba. Te mordiste el labio preguntándote cómo se lo dirías, y pospusiste el momento hasta que no tuvieras más
remedio. Os despidisteis de los niños y de su abuela desde la puerta. Nick te agarraba por la cintura mientras Denisse salía por la puerta del jardín empujando el cochecito de Frankie y con los mellizos correteando a su lado y sin parar de hablar. Nick cerró la puerta. Después del alboroto anterior, el silencio parecía muy extraño. -Ven conmigo mientras me cambio -dijo Nick, ofreciéndote la mano. Tu la agarraste dócilmente y te dejaste llevar escaleras arriba hasta vuestro dormitorio. Allí, Nick se separó de ti con un suspiro y comenzó a desanudarse la corbata. Tu lo mirabas desde el umbral de la puerta, retorciéndote las manos nerviosamente. -Nick... Él, que no te oía, se dirigió al baño. -Pero qué ... -dijo saliendo disparado y mirándote con asombro. -Tenía que poner a mis padres en alguna parte -dijiste, poniéndote a la defensiva-, y ésta era la única solución -dijiste señalando la cama. Habías quitado del baño todos tus objetos personales y vaciado uno de los armarios y habías puesto tu ropa con la de Nick. Casi no había cabido, la habías metido con tanta presión que tendrías que plancharla otra vez antes de ponértela, pero... -¿Y dónde vamos a dormir tú y yo? Tu señalaste las otras habitaciones con un gesto vago. -He comprado dos camas. Una la he puesto en la habitación de Zac y otra en la de Vanessa. Tu madre puede dormir con Vanessa. La madre de Nick siempre se quedaba a dormir con ellos la Nochebuena porque le gustaba ver a sus nietos abriendo los regalos el día de Navidad. -Yo dormiré con Frankie y tú con Zac. Sólo son dos noches, Nick -dijiste apelando a su comprensión cuando lo viste a punto de explotar- Sabes que no podemos poner juntos a los mellizos o no se dormirán nunca. Están muy excitados y ... -¡Maldita sea! -exclamó Nick-. ¿Qué te ocurre, _____? ¿Por qué tengo que dejarle mi cama a tus padres? ¿Por qué no pueden dormir en otra cama? ¿O haces esto porque quieres seguir vengándote de mí? Porque, si es eso, te aviso: creo que ya he sufrido bastante. Tu te indignaste ante tal injusticia. -¿Desde cuándo han sido mis padres un problema para ti? ¡Sólo vienen una vez al año! ¡Ten algo de consideración con ellos, por amor del Cielo! Saldrán para acá en cuanto cierren la tienda y harán el camino de un tirón. Empiezan a ser mayores, y no creo que sea muy cómodo para ellos dormir con los niños. -¡No puedo creer que estés haciendo esto! -exclamó Nick, demasiado enfadado como para atender a razones-. Vuelvo a casa después de una semana entera en Liverpool... ¡En Liverpool, por Dios Santo! -dijo como si se tratara del fin de la Tierra-. Buscando un poco de tranquilidad en mi propia casa. ¡En mi propia casa! Y me encuentro con que me ha echado de mi habitación mi propia mujer, una mujer vengativa que no encuentra bastantes maneras de... ¡No pasaría nada... ! -continuó observando a una pálida _____-. No pasaría nada si la maldita casa fuera lo bastante grande para perderme en ella si me daba la gana. Pero como tú te negaste a mudarnos a una más grande, yo tengo que pagar las consecuencias. ¡Yo! Un maldito
millonario viviendo en una casita de juguete con tres mocosos que no paran de hacer ruido y una mujer que... Se interrumpió dirigiéndote a ti, que estabas completamente pálida, una mirada furiosa. -¡Maldita sea! -exclamó-. ¡Maldita sea! ¡Maldita sea! -¿Por qué no te vas a casa de Selena? -le sugeriste con voz temblorosa- ¡Puede que ella te trate mejor! Giraste sobre tus talones y saliste del dormitorio antes que Nick pudiera decir algo más. ¿Creía que eras vengativa? ¿Qué vivía en una casa de juguete? ¡Y a los niños! ¡Había llamado mocosos a vuestros hijos! Recogiste los platos donde habían cenado los niños y te dispusiste a lavarlos. Podrías haberlos metido en el lavavajillas, pero aquella actividad te daba la oportunidad de descargar tu rabia. Nick apareció a tus espaldas y te apretó contra el fregadero. -Lo siento -dijo besándote en la nuca- No quería decir eso. Tu suspiraste, restregando un plato de tal modo que el dibujo corría el riesgo de desgastarse. -Entonces ¿por qué lo has dicho? -Porque... -dijo Nick, pero se interrumpió para seguir besándote en el cuello. -¿Porque qué? -insististe. -Porque estaba decepcionado -dijo Nick-. Porque he pasado toda la semana sin pensar en otra cosa que en esa maldita cama. Porque me sentía culpable por haber olvidado el problema de tus padres. Porque -dijo y se detuvo para dar un suspiro-, no quiero dormir con Zac. Quiero dormir contigo. Quiero despertarme la mañana de Navidad y ver tu cara sobre la almohada. Porque... maldita sea, hay un millón de porqués. Pero todos desembocan en una sola causa. Me he puesto así porque me has quitado el único sitio donde me siento cerca de ti. Necesito esa cama, _____, la necesito. Con un repentino sollozo, tu dejaste caer el plato que estaba fregando y te diste la vuelta para apoyarte en el pecho de Nick. -Oh, Nick –susurraste-. Estoy tan triste. -Lo sé -dijo Nick con un suspiro abrazándote y acariciando tu espalda. Apoyó su cabeza en la tuya y, una vez más, su cuerpo se convirtió en tu refugio. Finalmente, tu conseguiste calmarte y Nick te agarró por la barbilla para examinar tu rostro. Tu le dejaste, tan silenciosa y petulante como Vanessa. -Mi madre me va a matar si te ve así -dijo Nick sonriendo- una mirada y me acusará sin escucharme. Tu, a tu pesar, le devolviste la sonrisa. Pero Nick tenía razón. Denisse siempre se ponía de tu lado cuando discutían, tuvieras razón o no. -¿Me perdonas? -te preguntó Nick, apartándote el pelo de la cara- Vamos a firmar un tregua, _____. Vamos a ser felices estas Navidades. Incluso cederé nuestra maldita cama si eso te hace feliz. -¿Quién ha dicho que me haga feliz? -objetaste, metiendo las manos en el pantalón de Nick para buscar un pañuelo. Rozaste con los dedos sus genitales y Nick dio un respingo. -No me provoques, pequeña-te acusó Nick asombrado, porque sabía cuál era tu intención. Y sonrió al comprobar que allí estaba la vieja _____, la que pensó que había perdido para siempre- Vamos a firmar una tregua, _____ -te rogó con voz
ronca- Por favor. -¡Has llamado mocosos a los niños! -¿He dicho eso? -dijo Nick, y parecía sinceramente sorprendido. -¡Y mucho más! -Me pregunto por qué no me has tirado nada -murmuró Nick-. ¿Me perdonas? Tu consideraste la propuesta, complacida por el modo en que Nick te acariciaba el cuello y las mejillas. -¿De verdad eres millonario? -le preguntaste. -¿También he dicho eso? Debo haberme vuelto loco. -¿Lo eres? -insististe. -Si te digo que sí, ¿voy a ganar un poco más de respeto en esta casa? -dijo Nick con una sonrisa. -Tal vez. -Entonces, sí. Tienes a un millonario delante de ti. Tal vez a un multimillonario, añadiré, sólo para conseguir un poco más de respetabilidad, ya sabes -dijo con buen humor. Tu te sentiste dolida porque sabías que te estaba diciendo la verdad. Nick era un hombre muy rico y tu ni siquiera lo habías sabido. Para ti no era más que Nick, el hombre al que llevabas amando toda tu vida. -¿Una tregua? -te preguntó Nick, rozando tu boca con los labios. -Sí -murmuraste y cerraste los ojos. -¿Por mis millones? -Por supuesto -dijiste sonriendo-. ¿Por qué otra cosa iba a ceder? Nick se rió, porque, si te conocía en algo, sabía que no eras interesada. Te besó en la frente y se dio la vuelta agarrándote de la mano. -Entonces, ven y charla conmigo mientras me cambio -te dijo. La habitación estaba bañada, como de costumbre, por una tenue luz anaranjada. -Esta noche, por supuesto, podemos dormir en nuestra cama -comentaste distraídamente, y recibiste una palmadita en las nalgas. Entraron en el cuarto de baño riendo. Fueron unas Navidades felices, tranquilas, alegres, pero terminaron enseguida. Llegó el momento en que tu tuviste que decidir si ibas a volver a las clases de Kevin, Nick no hizo ningún comentario, pero tu no tuviste la menor duda de su opinión al ver su cara cuando te sorprendió con tu bloc de dibujo. Además, tu te negaste a comentárselo porque querías que fuera una decisión exclusivamente tuya. Muy lentamente, volvieron a ser dos extraños que vivían bajo el mismo techo. Tu pensabas que el noventa por ciento de la culpa la tenía el hecho de que no habías conseguido una relación satisfactoria en la cama. Nick era un hombre muy sensual y su propia y continua incapacidad para entregarse por completo debía desafiar su virilidad. Odiaba las restricciones que tu imponías: la oscuridad, el silencio, tu reticencia a dejarte llevar por tus sensaciones. Tu temías que, si no podías solucionarlo, una vez más, él se fuera en busca de la satisfacción a alguna otra
parte. ¿Te abandonaría alguna vez aquel miedo? Te preguntaste una mañana, después de una noche especialmente desastrosa. Nick había sufrido tanto como tu después de su aventura con Selena, pero saber que podía volver a caer en la tentación cuando la presión fuera demasiado fuerte, acababa con la necesaria confianza que tu necesitabas para volver a sentirte segura con él. Tu eras presa de una terrible inseguridad, una inseguridad que te mantenía continuamente irritada. Volviste a tener dolores de estómago, unos dolores que ya duraban meses. Y, cuando pensabas en aquellos meses, se te helaba la sangre en las venas.
CAPITULO 10 Eran las dos en punto de la tarde de un miércoles. Nick estaba en su despacho, recogiendo los documentos en los que había estado trabajando para preparar su próxima reunión cuando sonó el teléfono. -Una señora le llama por teléfono, señor Jonas, dice que es la señora Jonas. A Nick le dieron escalofríos. Tu nunca lo llamabas al despacho. ¿Habría ocurrido algún accidente?, se preguntó con alarma. ¿Le habría ocurrido algo a vuestros hijos? -Pásemela -le pidió a su secretaria. Cuando recibió la llamada, había considerado tantas posibilidades que se desconcertó cuando no oyó tu voz sino la de su madre. Sacudió la cabeza y dijo: -Empieza otra vez, mamá. Me temo que no he entendido una sola palabra. Al cabo de unos minutos, estaba en su coche, pisando el acelerador en dirección a vuestra casa. Su madre le abrió la puerta. -Está ahí dentro -le dijo Denisse con gesto de preocupación y con signos de haber llorado-. Está muy enfadada, Nick-añadió susurrando. Nick hizo un gesto de dolor al abrir la puerta del salón y verte sentada en una esquina del sofá. Tenías el rostro enterrado en un cojín y no parabas de sollozar. Se acercó a ti con cuidado. Se quitó la corbata antes de intentar tocarte, le temblaron las manos. -_____-susurró agachándose y apoyando la mano en tu hombro. -Vete -dijiste sin dejar de sollozar. Nick frunció el ceño, desconcertado y temeroso. Nunca te había visto así, tan destrozada que ni siquiera podías decirle lo que te ocurría. Permaneció allí, acariciándote los hombros con ternura mientras se preguntaba qué podía haberte llevado a aquel estado. Pensó en Kevin Evans y se le hizo un nudo en el estómago. Si aquel canalla te había hecho daño cuando te estabas recuperando del daño que él mismo te había ocasionado... -_____... -dijo aproximándose y acariciándote el pelo. Se sorprendió al comprobar que estaba húmedo. ¿Cuánto tiempo llevaba así?-. Por Dios Santo. Háblame, dime qué ocurre. Tu sacudiste la cabeza. Nick tragó saliva sin saber qué hacer. Luego, con resolución,
te levantó para estrecharte entre sus brazos y volvió a sentarse contigo hecha un ovillo sobre su regazo, con cojín y todo. Al menos, no tratabas de separarte de él, advirtió Nick que permanecía impotente escuchando tus sollozos . -Tú tienes la culpa -dijiste por fin. Nick suspiró, recordando los últimos días, tratando de averiguar si había hecho algo que pudiera causarte tanto dolor. En realidad, había sido muy cuidadoso. Ni siquiera había dicho una palabra sobre tu maldita clase de dibujo. Tampoco habían hecho el amor. -Se suponía que eras tú el que iba a tener cuidado -añadiste con aquella voz rota que le partía el corazón. Acarició tu pelo con la mejilla. -¿Tener cuidado de qué? -te preguntó. Tu sollozaste todavía más, amenazando con ahogarte si no te calmabas. Nick te agarró por los hombros y te sentó, tirando el cojín lejos de allí. -Cálmate -te dijo con firmeza, muy preocupado por tu estado. Pero, gracias a aquella firmeza, tu trataste de tranquilizarte y quisiste contener las lágrimas. Nick tomó un pañuelo, apartó tus manos de tu rostro y te secó las mejillas. Estabas tan caliente que te quitó el jersey de lana que llevabas. Tu te estremeciste al quedarte sólo con la blusa y sentir algo de frío. -Ahora -dijo Nick-, cuéntame qué ocurre. Has dicho que era algo que yo he hecho. Tu lo miraste. Tenías los ojos bañados en lágrimas e hiciste un puchero con la boca. A Nick casi le dieron ganas de sonreír, porque tu eras la viva imagen de Vanessa. Pero eras tu, no vuestra pequeña hija, y tu eras fuerte, a pesar del aire de fragilidad que te rodeaba. -No llores -murmuró, al ver que tu volvías a llorar- _____, por el amor de Dios, tienes que decirme qué te pasa para que pueda ayudarte. -¡No puedes ayudarme! ¡Nadie puede ayudarme! ¡Estoy embarazada, Nick! ¡Embarazada! -dijiste sin dejar de sollozar y luego tragaste saliva- ¡Dijiste que ibas a tener cuidado! Fue él el que debió tener cuidado cuando te quedaste embarazada de los mellizos, a partir de ese momento fuiste tu quien se ocupó de todo. Hasta que la píldora te produjo una reacción, así que Nick volvió a ocuparse de todo, y entonces, nació Frankie. -¡Eres un inútil! ¡Puede que sepas dirigir un millón de empresas, pero en todo lo demás eres un inútil! ¡Sólo tengo veinticinco años, por el amor de Dios! -dijiste balbuciendo-. A este paso me vas a enterrar antes de llegar a los treinta. Nick no pudo evitar una sonrisa, pero apretó tu cabeza contra su pecho para que no pudieras verla. -¡Chiste! -dijo- Todavía estoy intentando asumirlo. Pero tu estabas enfadada y te erguiste, para decirle todo lo que llevaba atormentándote durante tanto tiempo. -¡Me he convertido en una fábrica de niños! -gruñiste-. Ahora me explico por qué me tienes aquí encerrada. Tus amigos, esos grandes hombres, se quedarían boquiabiertos cuando descubrieran que también has montado una fábrica en casa.
Apuesto a que... si consultamos a un sindicato, te denunciaría por abuso de contrato. -¡Cállate, _____! -dijo Nick, que ya no pudo contener la risa por más tiempo-. ¡No puedo pensar si me lanzas todas esas acusaciones! -¡Piensa sólo en que estoy embarazada y no quiero estarlo! «¡Piensa en eso todo lo que quieras!», te dijiste con amargura. -¿De cuánto? -te preguntó Nick, después de una larga pausa. Tenía un nudo en la garganta y estaba pálido. -De tres meses -le respondiste tu, sintiéndote estúpida. -Tres meses -repitió Nick, relajándose- ¡Dios Santo! -exclamó tan sorprendido como tu aquella mañana cuando había visto al médico-. Eso significa... -Sí. Significaba que debió ser la primera vez que dejaste que se acercara a ti, después de enterarte de lo de Selena. -Dios mío, ahora me acuerdo de que no se me ocurrió pensar en... Se hizo el silencio, mientras los dos reflexionabais. Tu seguías sentada sobre las rodillas de Nick que te acariciaba el pelo distraídamente. De repente, te acordaste de aquella vez en que él te acarició el pelo de aquella manera, mientras trataba, también, de asumir una noticia semejante. No estaba furioso en aquella ocasión y no lo estaba entonces. -Bueno, pues que así sea -dijo Nick por fin, y te dio un beso en la boca- Ahora sí que tendremos que comprar una casa más grande. Con tu primer embarazo había ocurrido lo mismo. Nick había hecho un comentario semejante para aceptar la situación... «Tendremos que casarnos», había dicho. Tu no volviste a tus clases de dibujo. Fue una decisión enteramente tuya. Habías recuperado el amor por el dibujo, pero el sentido común te decía que no debías volver a las clases si Kevin estaba allí. Pero no dejaste de dibujar, y tus caricaturas de los niños se podían encontrar por toda la casa. Sin que mediara ningún acuerdo entre vosotros, Nick empezó a invitarte a salir todos los miércoles, como si quisiera compensarte por todo lo que había perdido... También salían a buscar casa. Les llevó mucho tiempo encontrar una que les convenciera a todos. -¡Así nunca vamos a encontrar casa! -le dijiste secamente a Nick después de pasar un fin de semana examinando todas las propiedades en venta de los alrededores y comprobar que nunca coincidían en la elección. -¿Para qué quieres una casa tan grande? -te quejaste una vez después de ver una mansión demasiado grande como para que se pudiera vivir cómodamente en ellaPuede que necesitemos una casa más grande que ésta, pero no tanto. No será para que tengamos habitaciones libres para tus amigos, ¿no? -La verdad es que aquí no podemos invitar a nadie -replicó Nick, desafiante- Y creo, _____, que, después de todo lo que he trabajado para que podamos comprar casi lo que queramos, deberías darme el placer de comprar algo especial.
Al cabo de algún tiempo, encontraron algo que les gustaba a los dos. Una vieja casa solariega de ladrillo rojo con grandes ventanales y techos altos. Estaba en una pequeña finca delimitada por un alto muro de ladrillo y árboles, para resguardar la intimidad del lugar. El lugar tenía el prestigio que Nick buscaba y era lo bastante acogedor para convertirse en el hogar que querías construir. A los mellizos les gustaba porque tenía piscina cubierta y establos. Además, tenía una pequeña casa para huéspedes ideal para la madre de Nick, que se enamoró del lugar en cuanto lo vio. En las habitaciones del piso de abajo, vivía una pareja mayor que llevaba cuidando de la propiedad más de veinte años y que estaban muy preocupados por su futuro después de que la casa se vendiera. Tu buen corazón te impidió despedirlos, y Nick se alegró porque así tendrían una asistenta permanente, que te liberaría de muchos trabajos, y un jardinero y chofer para llevar y traer a los niños de la escuela. Tu te sumergiste en la deliciosa tarea de re-decorar tu nuevo hogar, y descubriste, para tu sorpresa, que tenías un gran gusto para hacerla. Llevabas el embarazo mejor que el de Frankie y, mientras el invierno dejaba paso a la primavera, la casa empezaba a estar lo bastante bien acondicionada como para que consideraran la idea de mudarse. Nick estaba metido hasta el cuello en otro negocio, la compra de una pequeña empresa de construcción de Manchester que había trabajado para él en el pasado y que atravesaba dificultades financieras, así que pasaba más tiempo en el norte del país que en Londres, mientras tu tratabas de concluir los preparativos de la mudanza antes de que tu embarazo te lo impidiera. Selena se había disuelto de tus pensamientos a medida que habían ido pasando los meses y no había vuelto a atormentarte mientras hacíais el amor, aunque tu seguías necesitando hacer el amor a oscuras. Pero, al menos, habías logrado superar una infidelidad que había estado a punto de echar a perder tu matrimonio. La crisis de los siete años, te decías íntimamente. Si no ocurría nada semejante sino al cabo de otros siete años, podrías soportarlo. Porque te habías dado cuenta de que nunca dejarías a Nick. Sus vidas estaban demasiado unidas por el amor que sentían por los hijos que ya tenían y por el que pronto nacería. ¿Te amaría a ti?, te preguntaste. Desechaste aquella idea como un sueño que pertenecía a los sueños de la niña que habías sido. Pero te habías convertido en una mujer madura, que había aprendido a dominar sus emociones para salvaguardar su matrimonio. Una tarde que estabas en tu dormitorio, Nick llegó inesperadamente desde Manchester. Estabas sentada en el suelo separando ropa que querías conservar de otra de la que querías deshacerte. Nick tenía aspecto de estar muy cansado. Por su mirada, tu te diste cuenta de que le molestaba que estuvieras haciendo aquello. -¿Por qué no contratas a una asistenta? -dijo Nick con impaciencia, quitándose la chaqueta y la corbata y dirigiéndose al baño con cuidado de no pisar la ropa. -¡No quiero que ninguna extraña husmee en nuestros objetos personales! exclamaste-. Y además, ¿cómo iban a saber qué tenían que tirar y qué no? ¡Tengo que hacerla yo! Nick no se molestó en contestar, pero dio un portazo al cerrar la puesta del baño. Al cabo de un instante, tu te levantaste y tomaste tu bloc de dibujo. Cuando Nick salió del baño, recién duchado y con una toalla alrededor de la cintura, estabas echada en la cama y dibujando afanosamente. -¿Qué haces? -dijo Nick, tendiéndose a tu lado. -¡Serás bruja! -exclamó al ver el dibujo y soltó una carcajada. Se reconoció a sí mismo en el diablo con cuernos y una horca que estaba tomando
una ducha. Pero, en lugar de agua, de la ducha caían llamas. -¡Pequeña bruja! -dijo quitándote el bloc. Tu fuiste a agarrarlo, pero Nick se tumbó de espaldas y te agarró por tu hinchada cintura mientras con la otra mano echaba un vistazo a las demás páginas del bloc. Tu te quedaste muy quieta. Te palpitaba el corazón mientras observabas la reacción de Nick al ver tus dibujos. Aquel no era el bloc donde tenías las caricaturas, la que le acababas de hacer era la única de todo el cuaderno. No, aquel era tu trabajo más serio, y nadie lo había visto hasta aquel momento. Había un retrato de Zac, con el ceño fruncido y una mirada solemne. Era igual que Nick, tanto, que a ti te dio un vuelco el corazón al comparar el retrato con él. Vanessa parecía satisfecha de sí misma. Su pelo negro era como un halo alrededor de su cara. Tenía una mirada traviesa la misma con que había recibido la noticia de que su padre iba a comprarle un pony, y sus rasgos expresaban que era independiente y extrovertida. Se parecía a ti, pero no eras tu. En aquel aspecto, se parecía más a su padre. Había más retratos de Frankie, porque tu pasabas más tiempo con él. En uno estaba durmiendo, boca abajo, con el culito en pompa y abrazado a su osito. Había otro dibujo en el que estaba riendo, y sus pequeños dientes asomaban en un rostro lleno de luz. En otro estaba muy serio, concentrado en dar sus primeros pasos. -Son buenos -dijo Nick. Tu suspiraste. -Gracias -dijiste e hiciste ademán de tomar el bloc antes de que Nick volviera la hojaDisfruto al hacerlos. Nick no te devolvió el bloc. Al volver la siguiente página, se quedó muy quieto. Esperaba ver algún dibujo de él mismo, pensaste más tarde. Era la conclusión lógica después de ver dibujos de todos los miembros de la familia. Pero no había ningún retrato suyo. Era un autorretrato. El retrato de una mujer joven, con el pelo corto y el rostro terso. Una mujer que había cambiado poco a lo largo de los años. Su boca era pequeña y suave y tenía la nariz delicadamente recta. Pero sus ojos, los miraban con una tristeza que conmovía el alma. Para ti, fue como mirar a una extraña. Habías odiado aquel retrato nada más terminarlo. Por eso lo habías tachado con dos rayas de esquina a esquina de la página. -¿Por qué lo has tachado? -preguntó Nick con seriedad, siguiendo una de las rayas con un dedo y deteniéndose en la boca. Tu te apartaste un poco de él. -No soy yo, no me gusta. Nick no hizo ningún comentario, pero se quedó mirando el dibujo durante largo tiempo. Tu te levantaste de la cama y trataste de concentrarte en la ropa que tenías extendida sobre el suelo de la habitación. -De mi no has hecho ningún dibujo -dijo Nick, cuando acabó de examinar el cuaderno. Tu le dirigiste una sonrisa forzada. -¿Cómo que no? -dijiste- ¿Y ese diablo? Así es como yo te veo. No podías explicar por qué no habías intentado dibujarlo. Sabías las razones, pero no habrías sabido decirlas con palabras. Nick era distinto. Era y no era de la familia. Los demás rostros del bloc eran parte de ti. Nick lo había sido, tu parte más importante, pero ya no lo era. Se había alejado, se había convertido en una imagen borrosa.
No lo querías tanto como a tus hijos. Él era el eslabón roto de la cadena. Te estiraste para agarrar el cuaderno. Nick te lo dio, observando en silencio cómo lo guardabas en el último cajón del armario y cerrando la puerta antes de mirarlo a él de nuevo. Él seguía tumbado en la cama, cubierto sólo por la toalla. -¿Dónde está Frankie? -preguntó suavemente. -En casa de tu madre. Cruzasteis una mirada y el tiempo se detuvo. La mirada de Nick no dejaba lugar a dudas, te deseaba. Tu estabas a un metro de él, nerviosa, insegura. Te sonrojaste sintiendo que el deseo también se apoderaba de ti. Te fijaste en la mata de vello rizado que cubría el pecho de Nick y que descendía en forma de flecha, perdiéndose por debajo de su cintura. Nick era alto, esbelto y muy masculino. Sus piernas eran poderosas y con unos muslos bien formados, y estaban cubiertas de vello. Tu casi podías sentir el roce de aquel vello sobre tu piel suave y delicada. La pálida luz del sol entraba por la ventana, y te diste cuenta, con un pequeño sobresalto, que hacía muchos meses que no mirabas a Nick tan abiertamente. La necesidad de hacer el amor a oscuras te había privado de aquel placer. Y también del placer el ver arder el deseo en los ojos de Nick. Nick estiró el brazo, invitándote a tenderte a su lado. Tu le diste la mano en silencio, llevada por una fuerza contra la que era imposible luchar. Nick entrelazó los dedos contigo, con cuidado de no romper el hipnótico contacto de vuestras miradas. Se sentó muy despacio y separó las piernas para que tu te deslizaras entre ellas. Tu sólo llevabas un vestido muy ancho y las braguitas. Nick te agarró por la cintura y te acarició la cadera y las piernas hasta alcanzar el borde del vestido. Tu contuviste la respiración y diste un respingo. Nick se detuvo y te miró para comprobar el significado de aquel gesto. Tu dejaste escapar el aire de tus pulmones lentamente y cerraste los párpados inclinándote para besar a Nick en la boca. Nick se echó hacia atrás y tu te echaste con él. Sin dejar de besarte, Nick te quitó el vestido. Al instante, se perdieron el uno en el otro, hambrientos, ansiosos, llenos de deseo, sumergiéndose en una cascada de sensualidad y de caricias, sin dejar nunca de besarse. Tu estabas preparada para recibirlo, y tus sentidos se ahogaron en un pozo de deseo. Nick se colocó encima de ti y tu lo agarraste por la cadera para que te penetrara. Entonces, ocurrió. Amándolo con cada poro de tu piel, con cada uno de tus sentidos, abriste los ojos muy despacio y miraste el hermoso rostro de Nick, su pelo rizado, bañado por la tenue luz del sol, y viste la ferocidad de su pasión en el brillo fulminante de sus ojos. Entonces, el fantasma de tu infierno volvió para atemorizarte y cerraste los ojos, gimoteando con frustración y poniéndote completamente rígida. -¡No! -exclamó Nick con violencia, porque se daba cuenta de lo que te estaba ocurriendo -. ¡No, maldita sea, _____, no! Tu luchaste con todas tus fuerzas, apretándote a él y sin dejar de jadear. -¡Mírame! -te exigió Nick-. ¡Por lo que más quieras, mírame! Tu abriste los ojos lentamente. Nick tenía los párpados entrecerrados, con una evidente expresión de deseo. Tal vez Nick no te amara, pero te deseaba
apasionadamente a pesar de que llevabais ocho años casados, a pesar de que tu embarazo era evidente, a pesar de todo lo que había ocurrido entre vosotros en durante los últimos meses. Nick todavía te deseaba con una gran intensidad, y, tal vez, eso fuera suficiente -¡No! -exclamó Nick al ver que tu cerrabas los ojos otra vez¡No, esta vez no me puedes dejar así, _____! Tomó tu rostro entre sus manos y te apretó el rostro hasta conseguir que abrieras los ojos. -Me deseas -dijo con violencia-, pero no me tendrás a no ser que abras los ojos y aceptes a quien deseas. ¡A mí! -exclamó- ¡A mí, _____! ¡A mí, el hombre que yo era antes de hacerte daño y el hombre que soy ahora! -¿Y si no puedo? -susurraste, desconsoladamente- ¿Y si no puedo superar lo que nos hiciste? -Entonces, nunca me tendrás otra vez -respondió Nick con pesar- Porque sé que no puedo seguir haciendo el amor con una mujer que tiene que cerrar los ojos para hacer el amor conmigo. Te apartó de su lado, mientras tu tratabas de asumir sus palabras. Nick te había dado un ultimátum, te dijiste mientras le observabas dirigirse al baño. Te había dicho que ya había pagado su infidelidad. Te había dicho, en definitiva, que tenías que volver a confiar en él o tendrías que olvidarte de vuestras relaciones sexuales. No podías creerlo, no podías creer cómo se las había arreglado Nick para darle la vuelta a las cosas. Parecía ser tu la que tenía que hacer concesiones si quería que tuvieran una relación normal en el futuro. El resentimiento se apoderó de ti, aunque te preguntaste si Nick no tenía razón y tu tendrías que aceptarlo tal como era, con sus culpas, si querías salvar vuestro matrimonio. Pero aquello sólo añadió confusión a tus pensamientos. Seguías buscando una respuesta cuando sucedió algo que hizo que olvidaras todos tus problemas. Los mellizos desaparecieron.
CAPITULO 11 Tu te dijiste a ti misma en el momento en que te diste cuenta de que se habían ido. La semana había transcurrido con una tensión insoportable. Nick se comportó de un modo frío y distante, sin preocuparse de ocultar su enfado contigo, así que, todos suspirasteis aliviados cuando se marchó a Manchester por un par de días. Pero no se trataba sólo de eso. Era Semana Santa y los niños estaban de vacaciones, así que pasaban todo el día en casa. Su excitación ante el inminente cambio de casa no ayudaba a que tu estuvieras tranquila. Muchas veces se entrometían en tu trabajo y tu no tenías la paciencia suficiente. Acabaste por darles algunos cachetes que no merecían. Estabas cansada de guardar cosas en cajas cuando oíste el teléfono. Proferiste un juramento y te dirigiste a contestarlo, pero dejó de sonar. Volviste a tu tarea sin dejar de maldecir. Todavía estabas jurando entre dientes, cuando los mellizos entraron en la habitación. -Era papá -dijo Zac con el semblante muy serio. No había olvidado la bronca que le echaras tu por tirar su zumo de naranja sobre el suelo de la cocina. Para Zac había sido una injusticia, porque lo había tirado cuando lo tomó para Frankie, de modo que su intención había sido ayudarte, pero tú viste el pequeño accidente y perdiste los nervios. -Ha dicho que te diga que está volviendo de Manchester -dijo el pequeño con frialdad- Y que primero irá a la oficina, así que llegará tarde.
«Al cuerno con él», pensaste. Que se quedara en su oficina mientras tu te encargabas de la mudanza. «¿Haciendo el papel de mártir, _____?», oiste que te decía la voz de Nick en el interior de tu cabeza. -Le dije que viniera a jugar con nosotros -intervino Vanessa. -Y supongo que él colgó enseguida, muerto de miedo -dijiste con sarcasmo. Los mellizos no fueron ajenos a la crudeza de aquella expresión. Vanessa se puso roja de ira. -¡No, no dijo eso! -exclamó- ¡Dijo que prefería jugar con nosotros a trabajar! ¡Y tú no eres una buena mamá! Tu viste que a Vanessa se le llenaban los ojos de lágrimas antes de salir corriendo de la habitación y bajar las escaleras como un rayo seguida de Zac. Suspirando, apoyaste una mano sobre tu vientre hinchado y la otra en la frente. Reconociendo que, probablemente, merecías las palabras de Vanessa, te dirigiste al piso de abajo. Los mellizos te ignoraron, fingiendo estar concentrados en la televisión. Levantaste a Frankie del suelo, donde había estado jugando alegremente con su juego de construcción y miraste a Zac y a Vanessa, con la esperanza de que te devolvieran la mirada para poder decirles que lo sentías. Pero pensaste que, tal vez, aquello aumentaría tu irritación y saliste del salón con el pequeño. Una hora más tarde estabas a punto de volverte loca. Los buscaste por todas partes, pero los mellizos habían desaparecido de la faz de la Tierra. Fuiste en coche hasta el parque, pensando que podrían estar en los columpios. Fuiste a la casa de la madre de Nick, sabiendo que Denisse estaba fuera visitando a unos amigos, pero pensando que los mellizos no lo sabrían y que habrían podido dirigirse allí. Inspeccionaste la casa de arriba abajo por dos veces, buscaste en el jardín, y llegaste a llamar a la nueva casa pensando que podrían haber ido hasta allí de alguna manera. Pero no había sido así. Te disponías a llamar a la policía cuando sonó el teléfono. Contestaste al instante. Estabas temblando de tal manera que te costaba apoyar el auricular en la oreja. -¿Señora Jonas? -Sí -respondiste con un susurro. -Señora Jonas, soy la secretaria de su marido... Te dio un vuelco el corazón. -¿Está Nick ahí? -preguntaste. -No, todavía no ha llegado -respondió la mujer- Pero sus hijos acaban de aparecer preguntando por él y he pensado que... -¿Están ahí? -Sí -dijo la secretaria amablemente, dándose cuenta de tu preocupación -. Sí, están aquí. -¡Oh, Dios mío! -exclamaste, tapándote la boca con la mano, conteniendo un torrente de lágrimas- ¿Están bien? -Sí, están bien. Tú te sentaste en la escalera, invadida por una sensación de alivio. Pero te pusiste en pie casi al instante.
-¿Puede decirles que se queden ahí, por favor?-dijiste casi en un susurro- Voy enseguida, voy enseguida... Colgaste el teléfono, proferiste una pequeña risa nerviosa y te apresuraste a preparar a Frankie. Tu llegaste al edificio de Jonas Holdings justo cuando finalizaba la hora de descanso para comer. El moderno vestíbulo estaba repleto de gente que volvía a sus respectivas oficinas. Tenías las mejillas sonrosadas por el sofoco de la prisa y, en tu expresión, se veía que habías sufrido un gran disgusto. Ibas vestida con un pantalón blanco ajustado, que te ponías para estar en casa, y con una camisa vieja de Nick. Te detuviste en la entrada y miraste con asombro a tu alrededor. No podías ver a los niños. Sentiste una punzada en el corazón y avanzaste hacia el mostrador de recepción que había al otro lado del amplio vestíbulo, donde una chica coqueteaba con un joven que estaba apoyado en su mesa. -Perdóneme -dijiste sin aliento- Soy _____ Jonas. Mis hijos. Yo ... -¡Señora Jonas! -exclamó la chica, poniéndose en pie y observándote como si no pudiera creer lo que veía. Tú no la culpabas, sabías que tu aspecto era horrible. Pero no te importaba, lo único que querías era ver a Zac y a Vanessa, necesitabas verlos. -Mis hijos -repetiste-. ¿Dónde están? -preguntaste sin darte cuenta de que la exclamación de la recepcionista se había oído en todo el vestíbulo y todo el mundo te estaba mirando. -Oh, el señor Jonas ha llegado hace diez minutos -te dijo la chica- Los ha llevado a su despacho y ha dicho que usted... -La acompañaré a su despacho, si quiere -dijo el Joven. Tú lo miraste distraídamente y asentiste. -Gracias -susurraste y lo seguiste a los ascensores, demasiado turbada para darte cuenta de las miradas curiosas. El ascensor os llevó muchos pisos más arriba y os dejó en una planta cuyo suelo estaba cubierto por una gruesa alfombra gris que amortiguaba el sonido de sus pasos. Os acercasteis a un par de puertas de color gris mate. Tu aminoraste el paso, sintiéndote extraña, débil. El joven golpeó la puerta con los nudillos, esperó unos instantes y abrió. Luego se apartó para dejarte paso. Tu te detuviste en el umbral y miraste a Nick con cautela. Estaba apoyado en una gran mesa de despacho, con los brazos cruzados. Los niños estaban sentados, muy juntos, en un gran sofá de cuero. Se te llenaron los ojos de lágrimas. Dejaste a Frankie en el suelo, tragaste saliva y exclamaste: -¡Oh, Zac, Vanessa! Y te desmayaste al instante. Cuando volviste en si, estabas echada en el sofá y tenías algo frío y húmedo sobre la frente. Cuatro rostros con reconocible parecido entre ellos te miraban con preocupación. Sonreíste débilmente y recibiste cuatro sonrisas en respuesta. Nick estaba de rodillas a tu lado y agarraba a Frankie con un brazo. Con una mano, agarraba la tuya. Zac y Vanessa estaban a su lado, cada uno apoyado en uno de los hombros de su padre. Era una imagen muy dulce y deseaste tener papel y lápiz para poder inmortalizarla. -¿Cómo estás? -te preguntó Nick.
-Mareada -dijiste, luego miraste a tus hijos mayores-. Lo siento -dijiste con un susurro y recibiste dos sollozos como respuesta. Aquel sollozo expresaba su arrepentimiento, sus disculpas, su amor y su miedo al verte desmayarte. Luego, te contaron su aventura atropelladamente: habían llamado a un taxi, reunido sus ahorros para pagado, y habían llegado a la oficina de su padre antes de que él llegara, con la consiguiente preocupación para todos los empleados. -Y metiendo el miedo en el cuerpo a vuestra madre -dijo Nick, y se quedaron callados. Te dirigió una seria mirada a ti, que agachaste los ojos. -Lo planearon todo muy concienzudamente -añadió-. Llamaron a la compañía de taxis a la que tú llamas cuando yo estoy de viaje. Dijeron que estabas enferma y que querías que los llevaran a mi oficina. Incluso le entregaron al taxista una de mis tarjetas de visita para que todo fuera más creíble. -Oh, Vanessa -dijiste, recordando lo importante que se sentía la niña cuando le encargabas que llamara a un taxi para llevarlos al colegio cuando Nick no estaba. La pobre niña agachó la cabeza. -Yo pensé en usar la tarjeta de papá -intervino Zac, compartiendo valientemente las culpas con su hermana. Aunque todos sabían que el cerebro de aquella operación había sido la revoltosa Vanessa. -Lo siento -susurró la pequeña, y tu viste con una punzada en el corazón cómo se limpiaba las lágrimas con su pequeña manita. El hecho de que no se acercara a su padre para buscar su reconfortante abrazo, te decía que, antes de tu llegada, Nick los había reprendido severamente por su aventura. Tú observaste a Nick. Estaba pálido y tenía los labios fruncidos, signo de una rabia contenida. Sostenía a Frankie, abrazándolo como si necesitara el calor de su cuerpecito para consolarse de lo que realmente deseaba... abrazar a los mellizos. Se dio cuenta de que tú lo estabas observando y frunció el ceño. -Mi secretaria está haciendo café -dijo- En cuanto venga, le diré que baje con los niños a la cafetería para que coman algo. Tenemos que hablar. Aquello sonaba como una amenaza. Tú agachaste la vista y te incorporaste. En ese momento, llegó una joven de rostro muy agradable con una bandeja llena. Sin dejar a Frankie, Nick se levantó y se acercó a ella. Mientras dejaba la bandeja en la mesa, le dijo algo en voz baja y llamó a los mellizos. Los niños le obedecieron con tal presteza que se vieron confirmadas las sospechas tuyas de que les había estado regañando. Un momento después, Frankie reposaba confiadamente en los brazos de la joven, que salió de la habitación dejando paso a los mellizos. Nick sirvió el café. No dijo nada hasta que te ofreció una taza, sentándose a tu lado para comprobar que te apuraba hasta el último sorbo. -Bueno, ¿qué ha pasado? -te preguntó entonces. Tú reconociste tus culpas.
-He sido muy impaciente con ellos -admitiste-. Más de lo normal. Supongo que se han ofendido, así que se han ido a buscar consuelo a otra parte -dijiste y dejaste la taza en el suelo. Estabas a punto de llorar otra vez- Pensé que habían ido a casa de tu madre... los he buscado por todas partes... Pero no se me ocurrió que fueran a venir aquí. -Está bien -dijo Nick, agarrándote las manos- No te atormentes más. Están bien, ya lo has visto. Tú asentiste, tratando de tranquilizarte. -Lo siento -dijiste al cabo de un rato. -¿Por qué? -Por no ser una buena madre para tus hijos -dijiste-. Por... venir aquí. -Algunas veces, _____ -dijo Nick, perdiendo la paciencia-, me pregunto qué pasa por esa cabeza tuya. -¿Les has pegado? Nick frunció el ceño. -No, me contuve -dijo secamente- ¡Pero los he regañado muy seriamente! Lo que han hecho ha sido estúpido y peligroso, y además, no había razón para hacerlo -dijo sacudiendo la cabeza- Zac ha encajado bien la bronca, pero Vanessa estaba consternada. Creo que nunca le había gritado así. -Te perdonará -le aseguraste. Vanessa adoraba a su padre. -No, si es como su madre, no lo hará -dijo Nick, y tú agachaste la mirada. -No se trata de... perdonar -murmuraste- Lo que me pasa es que no puedo olvidar. Has ensombrecido mi mundo, Nick. -Lo sé -dijo Nick, observando con tristeza vuestras manos entrelazadas- Y el mío también. No es que importe, pero yo me lo merezco, tú no. -Entonces, ¿por qué lo hiciste? Nick suspiró profundamente y soltó tu mano para pasársela por la cabeza. -Porque ella estaba allí -respondió de manera brutal, y frunció el ceño al ver que tu te sobresaltabas. -Debes haberle hecho mucho daño. -¿Sí? -dijo Nick-. No es como tú, _____. Las mujeres como Selena tienen la piel curtida, no se les hacen daño tan fácilmente. -Y con eso te justificas, ¿no? -No -dijo Nick y se apoyó los codos en las rodillas y se quedó mirando al suelo sobriamente- Pero no puedo sentirme culpable por sus sentimientos cuando no ha tenido en cuenta los míos. Tú frunciste el ceño, sin entender a qué se refería. Nick te vio y suspiró. -Si trato de explicártelo todo, ¿me escucharás? -dijo. ¿Lo escucharías? ¿Querías saberlo todo? ¿Podrías aceptar la verdad? Apartaste los ojos de él. Te temblaban los labios y estabas llena de incertidumbre. Nick te agarró la mano y la estrechó.
-Por favor -te pidió de nuevo- Eras y sigues siendo la única mujer a la que he amado, _____. Si no puedes oír nada más, por favor, oye eso, porque es la verdad. -Entonces, ¿por qué te acostaste con Selena? Nick se irguió y frunció los labios. Retiró la mano y la dejó caer entre sus rodillas. -Porque, por un corto periodo de tiempo, perdí el control. No sólo con lo que estaba ocurriendo entre tú y yo, sino también aquí, en este despacho. Selena fue una válvula de escape. Así de simple -dijo mirándote con pesadumbre-. Estaba bajo mucha presión y, sinceramente, la utilicé para librarme de alguna de esa presión. ¿Y eso qué significaba para ti?, te preguntabas, sintiendo que la ira se agitaba en tu interior. -Y ahora, yo tengo que perdonar y olvidar -dijiste- Y sentarme a esperar la próxima vez que estés bajo presión y sientas la necesidad de encontrar otra válvula de escape. -No -dijo Nick con tranquilidad-, porque no volverá a ocurrir. Tu lo miraste con escepticismo. -No volverá a ocurrir -repitió Nick-, porque la primera vez no funcionó. Observó tu rostro para ver si entendías lo que quería decir. Sonrió al comprobar que no era así. -Tú y tu eterna inocencia -murmuró secamente. -Dejé de ser inocente, Nick, a los diecisiete años. ¡Tú me quitaste la inocencia! -Tú me la diste, _____. Me la diste libremente. Tu te sonrojaste. Nick tenía razón. No solamente se la habías dado, sino que se la habías entregado alegremente. -Y, lo creas o no -continuó Nick-, la acepté cuando no tenía intención de hacerlo. No... no pienses mal. Te deseaba. ¡Dios mío, siempre te he deseado! Tenía veinticuatro años y cierta experiencia. Sabía que debía apartarme de ti y marcharme antes de que las cosas llegaran a ser demasiado serias. Pero no pude, así que decidí que lleváramos una relación inocente, pero tampoco pude conseguirlo -dijo apretando la mandíbula- Al final, estaba tan obsesionado contigo que mi trabajo se resintió. Y el tuyo también. Tenías sobresaliente en todo hasta que aparecí yo. Pero, en lugar de sumergirte en los estudios, que era lo que debías hacer, empezaste a salir conmigo. Y tus padres hablaron conmigo... Tu te quedaste muy sorprendida ante aquella noticia. Siempre habías pensado que tus padres se habían limitado a saludar a Nick con una sonrisa cuando iba a recogerte a casa. -No querían que saliéramos. Y tenían razón, yo ponía en peligro tus estudios. Y por ti, yo pospuse los grandes planes que tenía para mi futuro. -¿Esto? -preguntaste, refiriéndote al despacho en el que estabais. - Algo como esto -asintió Nick. -Así que al final alcanzaste tu sueño, a pesar de mí -dijiste amargamente. -Pero a expensas del tuyo -dijo Nick. -¿Los míos? ¿Cómo sabes cuáles eran mis sueños si nunca te molestaste en
preguntar? -Estudiar Arte primero y luego, ganarte la vida como artista. En publicidad, tal vez, o en diseño. No pensabas en otra cosa. -¿Ah no? -dijiste, burlándote de la excesiva confianza de Nick-. Eso demuestra lo poco que me conoces. Un brillo cruzó la mirada de Nick. -Entonces, ¿qué querías? -preguntó Nick con cierta incomodidad, como si no quisiera escuchar la respuesta. Tu le dirigiste una mirada desafiante. «A ti», querías decirle, «todo lo que he querido en la vida eres tú». -Digamos que he obtenido lo que merecía -dijiste, y te diste cuenta de que a Nick le dolieron aquellas palabras. -Estuve a punto de desaparecer de tu vida hace ocho años, cuando me dijiste que estabas embarazada -dijo Nick y tu cerraste los ojos, aceptando que le correspondía a él hacerte daño- Pasé aquella noche aquí, en Londres, pero lo que no sabes es que tuve varias entrevistas en las que me ofrecieron irme a trabajar al extranjero. Tu lo habías sospechado. Desde que supiste su aventura con Selena, sospechaste que Nick se había visto atrapado por tu embarazo. Nick no se habría casado contigo, pero no tuvo elección. -No... -dijo Nick agarrándote las manos otra vez-... estás confundiendo mis razones. ¡No quería dejarte! Pero estaba preparado para salir de tu vida por tu propio bien. Eras demasiado joven como para decidir tu vida tan pronto. Aquellas ofertas de trabajo eran una encrucijada. Acepté una de ellas, porque creía que era lo mejor para los dos. Pero no era una decisión fácil y me sentía muy mal, ensayando un montón de adioses. Se detuvo, recordando. -Y allí estabas tú -murmuró-, de pie delante de mí, mirándome con esa... con esa dijo, cubriendo con una mano tus mejillas por un instante- Y allí estaba yo, muriéndome por dentro porque tendría que abandonarte. Y lo que ocurrió a continuación... -dijo tragando saliva- ... fue que hicimos el amor cuando no debimos hacerlo, porque, ¿cómo le dices a la mujer que amas que vas a dejarla? -dijo, tan perdido en sus propios recuerdos que no se daba cuenta de que tu estabas pálida y quieta- Entonces, cuando trataba de decirte que me iba, apoyaste la cabeza en mis rodillas y dijiste: «Estoy embarazada, Nick, ¿qué vamos a hacer?». Rió ligeramente, sacudiendo la cabeza. -Fue como la anulación de una condena a muerte cuando el verdugo está a punto de ponerte la soga al cuello. Me sentí libre, vivo. Tan vivo que lo único que pude hacer fue quedarme allí sentado y dejarme invadir por la alegría. No tenía que dejarte marchar porque me necesitabas. ¡Me necesitabas! Podía dejar de pensar en tus estudios, en lo joven que eras. Y podía hacer lo que más deseaba, que era casarme contigo y cuidarte y guardarte, para que nadie supiera el maravilloso tesoro que tenía. Respiró profundamente y luego, dejó escapar el aire muy despacio. -Entonces, nos casamos -continuó con menos emoción-. Y nos vinimos a vivir en aquel piso tan pequeño de Camden Town. No teníamos dinero ni propiedades, pero creo que no he sido más feliz en mi vida. Entonces, llegaron los mellizos y empecé a hacer algo que siempre había pensado, empecé a jugar en la bolsa. Compré acciones, y un día, un paquete me dio un gran resultado. Podía hacer dos cosas: comprar una casa para ti o reinvertirlo todo. Lo invertí todo -confesó-, y me sentí como si hubiera
cometido un pecado mortal. A ti te habría gustado que, al menos, consultara contigo lo que debía hacer. Pero, pensaste, tal vez, Nick no habría llegado a ser el que era si hubiera tenido que consultar a otros cada vez que tomaba una decisión arriesgada. -Pasé un año sintiéndome culpable cuando se hizo tan difícil vivir en aquel piso con los dos niños. Pero entonces, las acciones empezaron a dar dividendos y alcanzaron un precio tan alto que las vendí para invertir otra vez. Y después de aquello, nunca tuve que mirar atrás. Compramos la casa y fundé mi propia empresa, que ha crecido hasta llegar a convertirse en lo que es hoy. Aunque todo eso, no sin sacrificios. Cuanto más crece la empresa, más tiempo tengo que pasar trabajando. Y la naturaleza de mi negocio supone que tengo que moverme por ciertos círculos sociales para enterarme de lo que pasa en el mundo de los negocios. Pero, cuanto más conozco ese mundo, más decidido estoy a que no te toque ninguna de sus bajezas. Tú has sido el jardín de rosas en medio de la jungla urbana en la que me desenvuelvo. Tú has sido la única constante de mi vida. Siempre que vuelvo a casa, veo a la chica de diecisiete años de quien me enamoré y sé que sería capaz de luchar contra el mismo diablo para conservarte así. De nuevo, respiró profundamente. Te miró con alguna timidez, porque te estaba revelando demasiado del hombre que normalmente guardaba escondido en su interior, el hombre que tu siempre habías querido conocer, pero que nunca parecía estar lo bastante cerca de ti. -Creo que allí arriba, alguien debía pensar que era demasiado feliz, porque tuviste un embarazo y un parto muy difícil con Frankie, y uno de mis últimos negocios se vio metido en un escándalo de fraude, que llevó meses resolver. Pasé más tiempo fuera que en casa, que era donde debía estar, ayudándote. Porque muchas veces eres demasiado terca, _____. Teníamos más dinero del que podíamos gastar y te negaste a contratar una asistenta. Tu te erguiste. -Puede que tú no puedas dirigir este lugar tú sólo, pero yo sí puedo ocuparme de una casa y tres niños. Nick suspiró. -Pero todos tenemos un límite de resistencia -señaló-. Tú casi alcanzaste el tuyo cuando nació Frankie y nos dio cuatro meses de tormento. -Y me enteré de tu aventura con Selena -añadiste con frialdad. Pero Nick negó con la cabeza. -No. Ése fue el resultado de sobrepasar mi límite de resistencia, _____. Casi lo pierdo todo en la compra más difícil en la que he estado metido. Harvey's, un grupo de empresas más grande que el mío, decidió que quería quitarme de la circulación y me atacó con todas sus armas. Incluida una acusación de fraude. -¿La compra de Harvey's?. Tu siempre habías pensado que había sido Nick el que proponía comprar aquella empresa, y no al revés. Nick asintió, sin saber que tu estabas asombrada con la nueva visión de los hechos. -Fue amarga y muy dura -dijo- Y tuve que asumir riesgos que me hacen temblar cuando pienso en ellos, ahora que terminó todo hace tiempo. En otros periodos difíciles, siempre te tuve a ti para encontrar alivio, pero estabas ocupada con Frankie y con el sarampión de los mellizos. Sé que suena muy egoísta, pero los envidiaba porque ellos obtenían tus cuidados y yo no. ¡Te necesitaba, _____, pero no podías ayudarme! Y, que Dios me perdone, Selena sí podía -dijo y suspiró con angustia- Con
la brillante ayuda de Selena, gané la batalla de Harvey's. Pero sabe Dios por qué razón, me sentí tan aliviado que perdí el control y caí en sus brazos. -¿Cuánto tiempo? Nick te miró con asombro. -¿Cuánto tiempo qué? -¿Cuánto tiempo fuisteis amantes? Nick sacudió la cabeza con una extraña expresión. -Nunca lo fue, al menos, no en el sentido en que tú lo dices. He intentado decírtelo alguna vez, pero te negabas a escucharme... Dios sabe que no te culpo. Al fin y al cabo, te he sido infiel en todo menos en hacer el amor. Salía con Selena en lugar de volver a casa. La invitaba a cenar, a bailar... -Delta me dijo que te había visto saliendo de su apartamento -dijiste con voz grave. Nick asintió. -Después de la batalla con Harvey's me volví un poco loco -dijo sin poder ocultar cierto desprecio por sí mismo-. Me quedé sentado aquí bebiendo hasta que no pude volver a casa conduciendo. Selena me recogió y me llevó a su apartamento hasta que estuve sobrio. ¡Oh! -añadió con una sonrisa cínica-, no me entiendas mal. Ella sabía lo que estaba haciendo y yo sabía lo que se proponía, pero... no pude. No eras tú y, borracho o no, la idea de acariciarla me ponía enfermo. Debió darse cuenta, porque salió de la habitación. Yo me quedé dormido y no me desperté hasta la mañana siguiente. No tengo ni idea de dónde durmió ella aquella noche, pero entró en la habitación mientras yo trataba de recordar lo que había ocurrido, horrorizado por mi comportamiento incluso antes de que me dijera que no me había portado mal para haber bebido tanto. Se detuvo para tragar saliva y tu te pusiste muy pálida. -Dejó que me atormentara durante meses antes de decirme la verdad. Fue su forma de vengarse de mí por quitarle la representación de mi empresa y dársela a uno de sus socios. La noche que habló contigo no fue más que un intento de vengarse de mí. Cuando la llamé, le dije que iba a retirar mis negocios de su esfera. Estoy hablando de mucho dinero, _____, de una cuenta muy lucrativa. Que la firma perdiera la representación de mis negocios completamente no iba a sentar muy bien a sus socios, que la temen, sobre todo, porque se puede ir de la lengua. Los insultos que cruzamos son tan viles que no quiero repetirlos, pero me dijo que no la había tocado nunca, lo que me hizo sentirme mucho mejor. Me dijo las peores cosas que se le pueden decir a un hombre, pero a mí me sonaron a música celestial, porque me di cuenta de que estaba diciendo la verdad cuando decía que no la había tocado. Y esa es la verdad desnuda... -dijo mirándote a los ojos- Espero que la creas, pero no te culparé si no quieres hacerlo. Tú agachaste la cabeza, mirándote las manos que tenias apoyadas sobre el regazo. Querías creerlo, necesitabas creerlo, pero... -Puedes quedarte con todo mi dinero y todo mi poder -dijo Nick con voz grave-, a cambio de tu perdón. -Ya tienes mi perdón -le dijiste con irritación, pero las dudas no te abandonaban. -Entonces ¿qué más quieres que diga? -dijo Nick con frustración- ¡No puedo obligarte a que lo olvides! ¡Sólo tú puedes hacerlo! Tú perdiste la paciencia y te levantaste. Te ponía furiosa que Nick descargara en ti los problemas de vuestro matrimonio. Había revelado mucho de sí mismo, pero aquel hecho no te ayudaba.
Tal vez aquel fuera tu problema. Tú, como Nick, siempre habías ocultado una parte de ti misma. Tus sueños, tal como él los había llamado. Pero, ¿cómo iba él a saber que tu sueño era ser su esposa y la madre de sus hijos, si tú no se lo habías dicho nunca? ¿Podrías decírselo en aquellos momentos? Con toda la tristeza y el dolor que habías llevado a sus espaldas en los últimos meses, ¿podrías ser tan sincera con él como él lo había sido contigo? ¿Podrías serlo con el fin de salvar vuestro matrimonio? El silencio era espeso. Entonces, al verlos colgados sobre la pared, detrás de donde Nick se encontraba, te dio un vuelco el corazón .., Zac, Vanessa, Frankie y tú. Tus propios dibujos enmarcados y colgados en el despacho de Nick. -Los robé -dijo poniéndose en pie mientras tu te acercabas a ellos-. Quería verlos cada vez que lo necesitaba... ¿Te molesta? Tú te sorprendiste de no haberlos echado de menos. Entonces, recordaste el desorden que reinaba en tu casa con los preparativos de la mudanza y sonreíste. -Has quitado las rayas -advertiste observando tu retrato y sintiéndote un poco expuesta por lo mucho que revelaba de ti misma- Yo no soy así -dijiste a pesar de lo que tus ojos te decían. -Sí lo eres -dijo Nick con un orgullo que no te pasó desapercibido -. Es una galería familiar. -Pero faltas tú. -Sí -dijo Nick, y la sonrisa desapareció de su semblante-. ¿Por qué _____? ¿Por qué no había un retrato mío en ninguno de tus cuadernos? ¿Los había hojeado todos? Vacilaste un momento y luego, le dijiste la verdad, era la hora de la verdad. -Todos me quieren -le dijiste mirando los retratos de tus tres hijos- Yo creía que tú ya no me querías. Traté de dibujarte -añadiste-, pero no lograba recordar tus rasgos, así que lo dejé. -¿Los ha visto Evans? -¿Qué? -la hosquedad de su voz te sorprendió y tuviste que pensar por un momento antes de recordar quién era Evans-. ¡Oh!, no. Nadie los había visto. -¿Fue muy serio lo que ocurrió entre vosotros? -En absoluto. -Lo besaste. Os vi. -¿Un beso apresurado en un coche? -dijiste burlándote de los celos de Nick-. No fue nada, nada en absoluto. Pero Nick no se convenció y te agarró por los hombros. Tú suspiraste. Nick lo había hecho de nuevo, había descargado las culpas sobre ti de modo que tenías que defenderte de algo que ni siquiera habías hecho. Sonreíste al pensar en lo absurdo que era todo. -Vuelves a parecerte a ese diablo -dijiste-. Ya sabes, el que se ducha con fuego. -Voy a besarte -gruñó Nick.
-¿Qué? ¿Aquí en tu despacho? Te equivocas de escenario, cariño, yo pertenezco a tu otro mundo, ¿recuerdas? Nick te besó apasionadamente, hasta que tú te rendiste entre sus brazos. Te besó hasta que tú le echaste los brazos al cuello y le acariciaste la nuca, hasta que vuestras lenguas se entrelazaron. Tus pezones se erizaron, al tiempo que sentías la urgencia del deseo de Nick contra el vientre. -Te quiero, _____ -susurró Nick. -Lo sé -dijiste besándole suavemente en el cuello-. Creo que puedo creerte otra vez. Nick suspiró con alivio y volvió a besarte, esta vez dulcemente. Uno de los teléfonos empezó a sonar. Nick lo miró con un brillo de ira en la mirada. Luego te agarró y te llevó hasta su mesa. -No te muevas -dijo separándose un poco de ti para alcanzar el teléfono. Fue increíble cómo pasó de ser un amante apasionado a ser un frío hombre de negocios, pensaste mientras mirabas a Nick aunque sin oír nada de lo que decía. Parecía más delgado, con los rasgos más duros, como si se hubieran alterado para corresponderse con el hombre que era en aquellos momentos. Su mirada era fría, a pesar de que dejaba de mirarte, y tenía los labios apretados, perdiendo toda la sensualidad que tenían al besarte. Tú sonreíste y Nick frunció el ceño al verte, sin distraer la atención de la conversación que estaba manteniendo. Un diablillo en tu interior hizo que te dieran ganas de hacer cosquillas sobre la armadura de aquel magnate de las finanzas y le acariciaste un muslo. Nick casi se atragantó. Agarró tu mano para detenerte, un brillo cruzó por sus ojos y le tembló la voz. Tu te reíste. -Te llamaré más tarde -gruñó Nick y colgó-. ¡Era un cliente muy importante! ¡Lo has hecho a propósito! -te acusó atrayéndote hacia él. -Te quiero, Nick-le dijiste suavemente. Nick se puso pálido y tragó saliva. -Dilo otra vez. Tú lo besaste en la boca con ternura. -Te quiero -repetiste, dándote cuenta de lo fácil que te resultaba decirlo después de haberlo dicho una vez. Nick respiró profundamente, casi como si estuviera oliendo el aroma de aquellas palabras. -Echaba de menos que me lo dijeras -dijo, y volvió a respirar profundamente- He echado de menos la luz de tu cara cuando me lo dices -dijo acariciándote la mejilla. -Te quise cuando era una niña de diecisiete años -le dijiste con dulzura- Y, desde entonces, nunca he dejado de amarte. Sólo que, a veces, me olvidaba. -Y ocultaste tus sentimientos, convirtiendo las noches en un infierno -dijo Nick con un profundo suspiro- Todas esas noches silenciosas y oscuras. Eran como un castigo. -Vámonos a casa -murmuraste tu que deseabas abrazarlo desnudo en la luz de vuestro dormitorio- ¿No nos podemos ir? -¡Claro que podemos! -dijo Nick levantándose de la mesa- Soy el jefe, esto es mío.
-Mmm.... ya me había olvidado de que eres multimillonario -dijiste, mirándolo reflexivamente- Eso significa que, si nos divorciamos, la mitad de tus propiedades son mías. Me pregunto si merecerá la pena... Nick te agarró por los hombros y te condujo hacia la puerta. -Vámonos a casa. A la nueva. Le dejaremos los niños al ama de llaves e inauguraremos una de las habitaciones, así podré enseñarte la más valiosa de mis propiedades. -Parece interesante -musitaste. -Será algo más que eso. -Estoy en una condición muy delicada, ya lo sabes. -Lo que no ha supuesto ningún problema hasta ahora. De hecho, te recuerdo que sueles ser más sensible cuando estás así. En aquel momento, se abrió la puerta del despacho y los niños entraron corriendo. Nick agarró a Frankie, que estaba muerto de sueño. El niño apoyó la cabeza en el hombro de su padre, y tú no pudiste evitar una sonrisa al ver la escena. Bajaron en ascensor y se dirigieron al aparcamiento. Nick llevaba a Frankie en un brazo y con el otro rodeaba tus hombros. Zac se había convertido en un piloto de caza que amenazaba con atacarlos según avanzaban y Vanessa iba agarrada con fuerza de tu mano. -Nunca volveré a hacerlo, mamá -te había dicho hacía unos instantes. Y tú sabías que cumpliría su promesa. Era un día soleado y la mitad de los empleados de Jonas Holdings estaban asomados a las ventanas para ver a la familia del dueño de la empresa. -No puedo creerlo -dijo un hombre- Sabía que estaba casado, ¡pero cuatro hijos! -Llevo años trabajando para él -puntualizó otro- Y no sabía que estaba casado. Siempre ha sido demasiado duro, no sé cómo una criatura como ésa puede haberse casado con un hombre así. -Ahora no parece tan duro -señaló el primero-. Al revés, tiene un aspecto muy amable. Puede que en su casa sea diferente. - Puede que ella no sea tan dulce como parece -dijo el segundo-. Después de todo, si tienen cuatro hijos, significa que... -¿Y mi coche? -preguntaste. -Haré que lo lleven esta tarde. -No mientras tenga la llave aquí misma -dijiste con un aplomo muy femenino. Nick murmuró algo entre dientes, cambió al pequeño Frankie por las llaves del coche tuyas, y después de abrir el coche les dijo a los mellizos que se metieran en el asiento de atrás. Abrió la puerta del acompañante y te ayudó a entrar. Los empleados que miraban desde las ventanas, lo vieron volver al edificio y aparecer al cabo de unos segundos con Archer, del departamento de ventas, el joven que te había acompañado hasta su despacho.
Nick le dio las llaves y señaló el coche blanco. Nick montó en el BMW y, un momento después, salió para abrir la puerta de atrás. Los niños salieron a toda velocidad y él fue a abrir la puerta del acompañante. Recogió a Frankie y todos juntos se dirigieron hacia el Escort. Nick cruzó unas palabras con Archer y se intercambiaron las llaves. La razón del cambio de coche quedó clara cuando sentaron a Frankie en su sillita. Archer se dirigía al BMW cuando Vanessa lo detuvo. La niña miró a su padre, que a su vez miró a Archer, quien se encogió de hombros, sonrió y la agarró de la mano. Los dos se dirigieron al BMW y los demás al Escort. -Santo Dios -dijo alguien- ¡Lo tienen en el bote! Me pregunto cómo lo hacen. Saberlo puede valer una fortuna. -Ojos marrones, pelo negro y un cuerpo delicioso, aunque esté embarazada, ésa es la fórmula. -Yo creía que tenía una aventura con Selena Gomez-murmuró otro. -¡Selena Gomez! -Perdón. Es verdad, es una idea muy estúpida. -Qué niños tan guapos -dijo alguien. -Qué mujer tan guapa -dijo otro. -Qué coche tan bonito -dijo riendo el siguiente. -¿Su casa es bonita? -Su negocio es bonito -dijo algún bromista. -Bonito panorama. Venga, todos a trabajar -gritó un jefe. -Recuérdame que compre una sillita para mi coche -dijo Nick. -¿Qué? ¿Y echar a perder tu imagen de despiadado hombre de negocios? -¿Qué imagen de despiadado hombre de negocios? ¿Te has molestado en mirar a las ventanas del edificio? -No, ¿por qué? -dijiste, volviéndote a mirar en aquellos instantes y observando a los curiosos- ¿Te van a gastar bromas sobre nosotros? -En mi cara, no, si tienen un mínimo instinto de supervivencia. Aunque sabe Dios lo que dirán a mis espaldas. -No importa -dijiste, apoyando una mano sobre la pierna de Nick-. Despiadado o no, todos te queremos. -Deja la mano donde está y dirán que soy un maníaco sexual. -¿Qué es un maníaco sexual? -preguntó Zac. Tu proferiste una risita y apartaste la mano. Nick miró al cielo y suspiro. -Cuando seas mayor, hijo -dijo- Te lo explicaré cuando seas mayor. -¿Me lo vas a explicar a mi también cuando sea mayor? -dijiste. Nick te dirigió una ardiente mirada. -Haré algo mejor que eso. Te haré una demostración en cuanto estemos a solas.
-Con la luz encendida, para que pueda... -¡_____! -exclamó Nick, cerrando los ojos- No sabes cuánto deseo hacerlo. -Sí que lo sé -le dijiste, y tu mirada le dijo por qué. La mirada de Nick se ensombreció. -Sigue pensando lo que estás pensando -dijo, y aceleró.
FIN.