El Calvario cien años de historia mirando al Llano y a Colombia

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El Calvario cien aĂąos de historia mirando al Llano y a Colombia

AlcaldĂ­a Municipal de El Calvario Junta Organizadora del Centenario, JOC



El Calvario

cien aĂąos de historia mirando al Llano y a Colombia


El Calvario, cien años de historia mirando al Llano y a Colombia.

ISBN 978-958-57170-0-8 ©Alcaldía Municipal de El Calvario ©Junta Organizadora del Centenario, JOC Bogotá, Colombia, diciembre de 2011. Alcaldía Municipal de El Calvario Alcalde Jairo Morales T. Gestora Municipal Elizabeth Velásquez Junta Organizadora del Centenario, JOC Coordinadora General Ana Lilia Velásquez de Martínez Secretaria Técnica Sandra Santiago Secretaria de Actas Gladys Ramos M. Comité Académico Coordinadora Ana Lilia Velásquez de Martínez Comité de Prensa y Comunicaciones Coordinador Heberth Romero B. Comité Cultural Coordinadora Deisy Argenys García C. Comité de Finanzas Coordinador Orlando Murcia Comité Logística del Retorno Coordinador Berney Vargas J. Coordinación Editorial Sérvulo E. Velásquez B. Editor Germán Fernández C. Diseño Gráfico Prismalión Diagramación Johanna Rojas A. Impresión Geyco Impresores


El Calvario cien aĂąos de historia

mirando al Llano y a Colombia

AlcaldĂ­a Municipal de El Calvario

Junta Organizadora del Centenario, JOC





Tabla de Contenido Presentación ....................................................................... 11 Introducción ...................................................................... 13 Juan Bautista Arnaud ......................................................... 21 Llano arriba ....................................................................... 23 Tras las huellas del padre Arnaud ...................................... 75 Nelyony Velásquez ............................................................. 91 El Calvario, paraíso de Colombia ...................................... 93 Llano arriba... (sección fotográfica) ................................... 127 Sérvulo Velásquez ............................................................. 139 Crónicas del retorno .......................................................... 141 La mayor riqueza: nuestra gente ........................................ 159 Mirándonos a nosotros mismos ......................................... 171 Reinvención de El Calvario (entrevista) ............................ 189 Agradecimientos ................................................................ 193 Créditos de fotografía e ilustración .................................... 194 Bibliografía ........................................................................ 197 Tabla de contenido

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Presentación Este libro es algo más que un documento sobre el centenario de la fundación de El Calvario: constituye el testimonio imperecedero de las actuales generaciones de calvariunos —residentes en el municipio o fuera de él— acerca de la solemne conmemoración de este primer siglo de vida institucional. El Calvario, cien años de historia, mirando al Llano y a Colombia aparece gracias a los esfuerzos mancomunados de la Administración Municipal y de la Junta Organizadora del Centenario —JOC— comprometidas desde enero de este jubiloso año 2011 con la celebración de la efemérides. Responde además al interés manifiesto de todos: ancianos, adultos, jóvenes y niños, por recuperar la memoria colectiva, preservarla y difundirla como uno de nuestros más valiosos legados, conservado y transmitido de generación en generación. En la composición del libro pueden apreciarse tres momentos: el de la fundación eclesial y civil en palabras de su más destacado artífice, el padre Juan Bautista Arnaud; el del tránsito de la tradición oral a la fijación por escrito de los acontecimientos; y por último la crónica del año del centenario, escrita un poco al calor de los sucesos conmemorativos. Todo ello adornado con hermosas fotografías e ilustraciones. El motivo principal que anima las páginas que siguen es dejar a quienes vendrán después de nosotros un libro hecho de muchas Presentación

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palabras e imágenes, abierto al porvenir —que es también el por hacer—, para que amen y protejan la tierra heredada de nuestros padres: esa heroica estirpe de quineros y colonos comandados por los sacerdotes montfortianos. No puedo menos que expresar, a nombre de la Alcaldía y la JOC, el eterno agradecimiento a quienes han hecho posible la edición del centenario: a Dios en primer lugar, a la comunidad de los padres montfortianos, que autorizó la publicación de un fragmento de las memorias del fundador, a los otros autores de los textos, fotografías e imágenes, a las colonias calvariunas del Meta y Bogotá, a las diferentes instituciones municipales, y en fin, a todos los que aportaron su granito de arena para que la empresa editorial se hiciera realidad. Por último, en manos sobre todo de la niñez y la juventud queda un valioso libro para que ahora y en el futuro lo lean con la intención de descubrir nuestros orígenes, así como el presente y el devenir, esa ruta de esperanza trazada desde hace más de cien años a duros golpes de hacha, machete y tenacidad. Jairo H. Morales T. Alcalde Municipal

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Introducción La celebración del centenario del municipio ha revivido el interés por su historia, contada al principio por la tradición oral, después en algunas publicaciones de prensa, a modo de reseñas. Tal es el caso de “El Calvario" en "Así es Colombia, los municipios”, publicado en 1995 por el diario El Espectador, y “El Calvario" en "El Meta y sus municipios”, publicado en 2002 por Llano 7 días. Este libro quiere, de un lado, recopilar los primeros dos documentos escritos de que se tenga noticia: el del sacerdote Juan Bautista Arnaud y el del abogado Nelyony Velásquez Santiago; y de otro, publicar algunas crónicas acerca de los actos de la agenda con que los calvariunos conmemoramos los primeros cien años de vida institucional. Se pretende también señalar cómo no solamente por razones geográficas, sino también por motivos de carácter histórico y sociocultural, el pueblo siempre ha mirado al Llano, y reclama que haya por fin reciprocidad: que el Llano mire más hacia arriba, hacia la cordillera. Una primera y provisional revisión bibliográfica arroja afortunadamente más preguntas que respuestas, y por lo tanto obliga a abrir la discusión y el debate no solo entre los expertos, sino así mismo entre los ciudadanos del común, tal cual lo busca la Cátedra El Calvario de la que se hablará en su momento. Como quiera que la historia se nutre de las canteras del pasado, del presente y del futuro, se ha venido hablando desde el comienzo Introducción

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de fundaciones y reinvenciones, rescatando de paso el verdadero papel de hombres y mujeres: no meros agentes o actores de los procesos, sino sobre todo sujetos de los mismos. En las páginas que siguen el lector encontrará coincidencias, pero también discrepancias entre sus autores; motivos para el acuerdo y el desacuerdo, encuentros y desencuentros, aciertos y desaciertos, en fin, que de eso y mucho más están hechos los libros. Pero ante todo, hallará un testimonio de las generaciones del centenario para la posteridad. Al menos esa es la intención. Un siglo es apenas un instante en la historia de la humanidad, y no obstante tratar de aproximarse a él es una empresa ardua, tan ardua como lo fue la fundación de la población andina, según escribe el padre Arnaud, parodiando a Virgilio: “Tantae molis erat andinam condere gentem”. Tan difícil tarea era fundar un pueblo Llano arriba a finales de aquel lejano año de 1911, con un puñado de colonos aislados en el corazón mismo de la selva.

Primero fueron los indígenas… pero también los españoles Todas las reseñas históricas a que se ha hecho alusión coinciden en el reconocimiento de que El Calvario estuvo poblado inicialmente por indígenas, con base en diferentes hallazgos arqueológicos: tumbas con huesos y calaveras, oratorios, hachas de piedra, vasijas, manos de moler, y según dicen hasta tunjos de oro. Tales vestigios de las culturas precolombinas, al parecer, eran comunes en El Calvario, San Francisco y San Juanito. Esto se sabía desde los tiempos de los relatos orales de los abuelos. Lo que llama la atención es la existencia de españoles también “hasta poco tiempo des-

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pués de la independencia”, como escribieron respectivamente Arnaud y Jane Rausch (Rausch, p. 344), con una diferencia de setenta y seis años. ¿Qué pasó con los indios? Y los españoles… ¿qué se ficieron?, como se preguntaba de los infantes de Aragón. Buenos temas de investigación para profesores, estudiantes y estudiosos congregados alrededor de la Cátedra El Calvario.

La fiebre de la quina También hay acuerdo acerca del papel desempeñado por los quineros de finales del siglo XIX, procedentes de Fómeque y Quetame, en la fundación del municipio. Se cuenta que por los años de 1870, Eufrasio Lara habitaba solo en El Baldío, y que en 1874 arribaron a hacerle compañía Cándido Velásquez y su esposa, Encarnación Castro. Habrían de transcurrir dieciséis años antes de que llegasen otros, igual que ellos oriundos del oriente de Cundinamarca. A medida que la quina iba perdiendo precio en los mercados, los antiguos quineros se convirtieron en colonos. Su presencia coincide con el auge de la extracción de la corteza medicinal de la también denominada “cinchona”, entre 1860 y 1880 aproximadamente, para enmarcar los hechos en el contexto nacional de la época. Es decir, El Calvario fue un poco producto de la “bonanza de la quina”, como dicen los historiadores, refiriéndose a uno de los monocultivos de nuestra economía agrícola de entonces, junto con el tabaco y el café. Al vaivén de las fluctuaciones del mercado, por ahora, pueden señalarse dos grandes rutas de colonización del alto Guatiquía: oriente de Cundinamarca —Fómeque, Quetame, Fosca, Cáqueza y Choachí— y provincia del Guavio — Junín y Gachalá, sobre todo. Basta con echarle un rápido vistazo a los apellidos predominantes: Velásquez, Parrado, Romero, Santiago, Murcia, Ramos, Morales, Rojas, Baquero, García, Rodríguez, Alférez, Gutiérrez, Garavito, Beltrán, etc.

Introducción

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Éxodo de guerra En la fundación de El Calvario no solo intervino el auge de la quina, sino también la guerra. Para el caso, la guerra de Los Mil Días (1899-1902), la que ocasionó un éxodo de campesinos, proveniente de los mismos lugares de origen de los antiguos quineros, en busca de refugio. Los más viejos contaban que por aquellos años arribaron a El Baldío, muchos hombres y mujeres, familias enteras, expulsados a las montañas por los rigores de la confrontación bélica: reclutamiento forzoso, asolamiento de los campos, hambre, miseria, enfermedades, y odios heredados de las pugnas partidistas del siglo XIX. Hasta un veterano de esa guerra hubo en el pueblo: don Jesús Ramos, quien murió a los 115 años, en 1983, en su vereda de El Carmen, sin haber disfrutado —igual que los demás colombianos— de la engañosa paz de Neerlandia y Wisconsin. Don Chucho pudo hablar a su manera de Palonegro, gracias a que no le correspondió —por suerte— ser alguno de los cien mil compatriotas sacrificados en aquella guerra, absurda e inútil como todas las guerras. Él y los otros constituyeron el contingente de pobres y desarraigados con los que el padre Arnaud realizó su empresa colonizadora. Un veterano de guerra… Lo que hacía falta para completar las coincidencias —guardadas proporciones— con “Cien Años de Soledad”. Igual que en la novela, hacia 1910 llegaron a El Baldío, el primer corregidor (don Julio Acevedo) y el primer párroco (el padre Arnaud), como sucedió en Macondo en donde en los comienzos aparecieron Apolinar Moscote, primer corregidor y Nicanor Reyna, primer cura. Sin embargo ojalá que al contrario de lo escrito por Gabriel García Márquez, las estirpes de Velásquez, Laras, Parrados, Santiagos, Romeros, Morales, Agudelos, Rojas y Murcias, condenadas a cien años de soledad, tengan una segunda

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oportunidad sobre la tierra. Si a los abuelos —quineros y colonos— correspondió en su momento emprender la obra de la fundación; a sus descendientes, y sobre todo a la generación del centenario, incumbe ahora la reinvención como empieza a escucharse ya en reuniones y discusiones académicas de maestros y otros profesionales congregados por la celebración de los cien años.

Llegan los montfortianos Su arribo a Villavicencio en 1904, tuvo lugar al establecerse las prefecturas apostólicas de la intendencia Oriental y los llanos de San Martín, encomendadas a la comunidad religiosa de los Montfortianos y dirigidas por el padre Eugéne Moron, como primer prefecto apostólico . Hacia 1909, ya en épocas del vicariato apostólico, siendo obispo monseñor José María Guiot, llegó a Villavicencio procedente de Francia, quien con el tiempo habría de convertirse en un personaje histórico en la colonización del alto Guatiquía: el padre Juan Bautista Arnaud. Ingeniero de profesión, arquitecto, ebanista, misionero y colonizador, la figura de este hijo de Montfort resulta en verdad apasionante sobre todo después de leer sus memorias escritas sobre la marcha, en las breves pausas concedidas a su ímpetu de fundador de pueblos y constructor de edificios y caminos. Como otro europeo esforzado, Don Quijote de la Mancha, Arnaud hizo tres salidas a El Calvario y su entrada definitiva en la historia entre 1910 y 1911, en condiciones que honran el nombre con que bautizó el pueblo, llamado antes El Baldío. Con posterioridad —1912— llegaron a sí mismo a El Calvario, las Hermanas de la Sabiduría, fundadas también por san Luis María Grignion de Montfort, quienes en adelante se desempeñarían como maestras de escuela y enfermeras.

Introducción

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Las fundaciones montfortianas El Calvario en 1911 y San Francisco y San Juanito en 1912, las tres realizadas por el padre Arnaud, dan cuenta de un proceso de transformación de la colonización espontánea en colonización dirigida, en momentos en que había interés del gobierno nacional por poblar y explotar las tierras baldías. Años después, en 1949, otro monfortiano francés también, muy recordado en la región, el padre Alejandro Chesnai, fundaría a Montfort del Meta en terrenos denominados antes La Esmeralda. A principios del siglo XX, en palabras de Jane Rausch (Rausch, pp. 344-345) “había dos proyectos de colonización organizados: los caseríos del alto Guatiquía, dirigidos por el padre Juan B. Arnaud, y la fundación de la colonia penal por el gobierno nacional”. El Calvario y Restrepo respectivamente. Hoy son municipios El Calvario y San Juanito; y San Francisco y Montfort, caseríos en jurisdicción del primero, cumpliéndose así los sueños de los fundadores: dos ciudadanos franceses y unos cuantos colonos oriundos de los pueblos de Cundinamarca.

La segunda oportunidad Como se dijo atrás, no queremos para nuestra tierra —en algún tiempo llamada también La Soledad— el terrible designio de no tener “una segunda oportunidad sobre la tierra”, como la estirpe trágica de los Buendía según Gabriel García Márquez en su novela. Por tal razón, el momento de la celebración es así mismo el momento de la reinvención: desde el libro, la cátedra, el foro, las nostalgias, el retorno a los orígenes, las reuniones, los encuentros, los conversatorios y las tomas simbólicas de la capital. 20

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Sabemos del derecho a ser visibles, escuchados y tenidos en cuenta, y hemos comenzado a reivindicarlo a partir de lo que alguien — infortunadamente no recuerdo quién— llamó la calvariunidad: algo más que una palabra ingeniosa, una forma de estar y de ser fraguada con la savia de quienes nos precedieron en los riscos ancestrales. Sérvulo E. Velásquez B.

* Campesina de la región oriental de Cundinamarca, principal centro colonizador del alto Guatiquía. Detalle de una acuarela de Edward Mark de 1846

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El célebre misionero montfortiano francés nació en el año de 1860 y murió en Salies du Salat, el 6 de enero de 1938, a la edad de 72 años. Llegó al país en el año de 1909 y regresó a su tierra natal en 1930. Fue el fundador de El Calvario, San Francisco y San Juanito, situados en la cordillera. “Con la tenacidad de un bretón práctico y prevenido”, como él mismo dice en sus escritos, desde 1910 se puso al frente de la colonización del alto Guatiquía, por determinación de monseñor José María Guiot, luego de haber sido por un tiempo párroco de Villavicencio, donde aún se lo recuerda por obras como el antiguo Hospital Montfort y la catedral. Arquitecto de renombre, fino ebanista, astrónomo en sus horas de insomnio durante El padre las noches frías, gran lector y escritor, pero sobre todo ingeniero experto, durante ocho años Juan Bautista convivió con los colonos viejos y los nuevos, fundando pueblos y trazando caminos por riscos imposibles.

Arnaud Reseña

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Sus feligreses lo llamaban cariñosamente “Padre Eterno”, a causa de su espesa y larga barba; y ahora nietos, bisnietos y demás descendientes de los antiguos pobladores de El Calvario evocan, con admiración y afecto, su nombre, con ocasión del centenario. El padre Arnaud nos enseña que una colonización no se hace solamente con machetes y hachas, sino también con la pluma; y ahí están sus memorias para comprobarlo.

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Llano arriba La Parroquia del Calvario: su fundación El Baldío Cuando la quina perdió valor comercial, varios de los que se dedicaban al comercio de aquella corteza fijaron su morada al norte de Villavicencio en la banda izquierda del río Guatiquía. En 1870 vivía en aquel punto un tal Lara, el primero de los colonos allí establecidos, quien duró cuatro años completamente solo, época en que se estableció Cándido Velásquez con su esposa Encarnación Rojas. Estos dos últimos viven todavía y han desempeñado un papel importante en la historia que nos proponemos narrar. Pocos años después de haber entrado la familia Velásquez, Lara murió aplastado por un árbol: Iba a ver a sus hijos ocupados en la derriba del monte. Al mirar a su padre que se les acercaba, aquellos le gritaron que tuviese cuidado con los palos cortados ya, pero todavía fijos sobre su tronco. “Tengo

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práctica”, les contestó, y en esto se enredó y cayó atrayendo sobre sí el árbol que lo mató. Lara y Velásquez duraron solos en la selva diez y seis (16) años al cabo de los cuales principiaron a establecerse a proximidad de ellos algunos naturales de Quetame y de Fosca. Durante la última guerra aumentóse el número de las familias, refugiadas con sus pequeños haberes y unas pocas cabezas de ganado. El Camino por donde transitaban nuestros selvícolas era una trocha de quineros, es decir una senda buena ni para cabros. Por la línea más recta y más pendiente a la vez subían a la parte más alta del páramo de la “Cordillera de las Burras” que divide la parroquia de Quetame del Valle del Guatiquía. Así y todo, en la vereda de Tibrote el dueño de la hacienda de las Mercedes ¡cobraba un impuesto de peaje a los transeúntes! Pero, molestado siempre por aquel ir y venir, el propietario de la vía desistió del recaudo, dio él mismo herramientas y ayudó personalmente a la apertura de otro camino por otra parte. Este camino (que el mismo ingeniero de su trazo, Cándido Velásquez, me señalaba con orgullo), sigue cuchilla arriba hasta el punto más alto entre las “Burras” y los “Órganos”, y luego se precipita por toda la cuchilla hasta Tibrote, donde termina. Más tarde, un tal Hipólito Molano hizo una variante, una de las muchas que forman hoy en día el camino definitivo, que bien merece el primer puesto en la lista de tantos estupendos y absurdos que surcan las cordilleras. Aquel camino fue llamado y se llama con mucha propiedad “Caballo Viejo”: Un espinazo desnudo de cincuenta centímetros de ancho, a cada lado el abismo sin una mata, sin una brizna de hierba que oculte el horror del doble despeñadero sobre el cual cuelgan las piernas del jinete. Tibrote al otro lado de la Cordillera, queda precisamente en la mitad del valle del Guatiquía desde Villavicencio hasta el arranque del Chingaza de donde viene aquel río. Verdad que según el dicho obligado de los baquianos “del que cayese no quedaría ni el sombrero para recoger”. 26

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Situación geográfica En la geografía de Colombia, publicada con láminas por Francisco Javier Vergara Velasco, por orden del Gobierno, la región oriental está perfectamente delineada. En una lámina, por curvas generales, se ve representado en lo que el sabio geógrafo llamó Llano abajo y Llano arriba, designando con este nombre a la vertiente oriental que limita las cumbres del Sumapaz al Chingaza. En otra lámina, parte orográfica, los bloques de las montañas determinan con exactitud y precisión la hoya hidrográfica del Guatiquía, encerrada por las cordilleras de la Huesada, de las Burras, de los Órganos y de los Farallones. Conforme a los datos geográficos y el sistema de cordilleras y contrafuertes, la región que nos ocupa pertenece a los Llanos de San Martín en la sección de Llano arriba. Cuando se fundó la población de Villavicencio, el vicepresidente de la República encargado del Poder Ejecutivo, Dr. José de Obaldía, firmó el 20 de diciembre de 1851 el Decreto que fijaba los límites del territorio de Villavicencio de acuerdo con los conocimientos geográficos de la época, así: “Desde el arranque del Chingaza, las orillas del Guatiquía etc…” En efecto, la región del Baldío que tiene como límites al sur la Cordillera de la Huesada y al oeste la Cordillera de las Burras, situada en oposición a la parte donde nace el río Contador que forma el valle de la vereda del Tibrote al otro lado de la Cordillera, queda precisamente en la mitad del valle del Guatiquía desde Villavicencio hasta el arranque del Chingaza de donde viene aquel río.

Historia antigua El inmenso valle del Guatiquía, de una capacidad de más de 30.000 hectáreas y largo de tres días de camino desde Villavicencio hasta la Cordillera de Peñas Blancas, que lo cierra al norte enlazando el Chingaza con los Farallones, fue habitado y cultivado en toda su extensión por los indios y los españoles, hasta poco tiempo después de la independencia. Llano arriba

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Los primeros colonos, cuando valía la quina, encontraron rastrojos en varias partes. Nepomuceno Parrado, quién se posesionó el primero en la parte norte de la Quebrada de Santa Bárbara aprovechó los trabajos de los últimos habitantes y pudo usufructuar potreros con grama muy alta (de ahí el nombre de Rastrojos que lleva esa parte del Baldío). Pero es de notar cómo después de haber sido cultivados estos potreros no bien se abandonan la selva los vuelve a ocupar, parece que con frenesí, o desesperación por haber sido desalojada aunque temporalmente. En todas las veredas se encuentran sepulturas de indios con huesos y calaveras, ollas, tiestos y hachas de piedra. Cuando el ingeniero Dr. Dussan, al principio de la explotación de la quina, cruzando la Cordillera de los Órganos, vino a medir un terreno de más de 3.000 hectáreas, en la parte oeste de los Farallones que llaman el Tablón, frente a San Juanito, los peones de Fómeque que acompañaban al agrimensor hallaron admirados sementeras abandonadas. Según ciertos datos, parece que esta región fue una vereda de Fómeque, llamada “Buena Vista”. La selva en toda la región proclama que es muy nueva: Los árboles, en esta tierra tan feraz, si tienen ya un desarrollo extraordinario en altura, no lo tienen en grosor. En el mismo punto, pues, donde se está formando el pueblo de San Juanito, hay una meseta magnífica de 100 fanegadas, muy bien cultivada. Después de la quema del monte derribado, vimos, con grata sorpresa, los surcos perfectamente trazados, como con cordel y tan exactamente iguales que caminando de surco en surco, a paso largo de un metro, los pies caen siempre en la parte realzada. El aspecto del terreno es como si los últimos habitantes hubieran huido después de la siembra de las papas; tan perfecta y redonda quedó la labranza. En el patio donde se edifica la casa cural el azadón sacó tiestos de loza y manos de piedra de moler. En fin, al otro lado del Guatiquía, a donde fueron en este verano, 17 colonos a establecer trabajos 28

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para posesionarse, uno de ellos encontró en su lote tres círculos de piedras clavadas, de las que se llaman crómlech, es decir por el estilo de las que elevaban los Druidas.

Motivos de la primera visita En la primera reunión de la Junta de fábrica de Villavicencio, el R. P. Morón, Prefecto de la Misión, preguntó a los HH. Miembros cuales eran las distintas veredas de la parroquia y se escribió en el Acta la lista respectiva; El Baldío ocupa el último lugar. De Villavicencio al Baldío no había camino; con tanto que hacer en los primeros años, no había para qué pensar en abrirlo aún para la administración de tan apartada región. El M. R. P. Prefecto rogó al señor cura párroco de Quetame para que de acuerdo con la autoridad superior se sirviese prestar los auxilios de la religión a los habitantes, con usufructo por supuesto de los derechos parroquiales correspondientes. En efecto, la trocha que hemos dicho, permitía el acceso desde Quetame; permitía pero no facilitaba porque en los 40 años que Cándido Velásquez tenía de vivir en esa selva, el sacerdote no había ido más que 4 veces demorándose unos pocos días en cada visita. En 1910, los colonos de El Baldío, resueltos a comunicarse con la capital y estar bajo la administración directa de la autoridad civil y religiosa, abrieron un sendero, con los fondos que les proporcionó la Intendencia y se presentaron ante el Ilmo. señor Vicario Apostólico para exigir de S.S. el que se dignara mandar a visitarlos uno de sus misioneros, pues eran ellos vecinos y feligreses de Villavicencio. Con prudencia, S.S. Ilma. contestó que no era posible atender esa petición, hasta no conocer exactamente los limitantes de la parroquia de Villavicencio con los de la feligresía de Quetame. Después de las comunicaciones oficiales con la curia de la Arquidiócesis, Monseñor Guiot mandó al suscrito cura párroco a inspeccionar y luego informar. Llano arriba

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Primera visita Con la copia de los límites en el bolsillo, descalzo, (pues solo así me aseguraban podría resistir el viaje), salí por la tarde. Hice esta primera jornada (dos horas) montado de a caballo, es decir hasta los confines de la civilización que ahí paraba detenida por la selva. Al otro día, con un lío de ropa al hombro, sin medias y con bordón, me lancé adelante “en nombre de Dios y de la Virgen” cuyo reino me proponía extender y para gloria de los cuales pretendía trabajar. Los ojos iban recreados con la vista de tantas bellezas como hay en las selvas vírgenes; pero los pies!.. la boca por su parte no sabía a qué atender y tan pronto lanzaba “ahes” admirativos como suspiraba “ayes” lastimeros. Atravesamos el primer río que nos brindaba su alfombra de arena mullida pero traidora pues sus granos eran como bravísima lima en los alpargates mojados. Las peñas y los caños se sucedían sin interrupción, pero de repente llegamos a una verdadera pared. Fue forzoso trepar, con manos, codos y rodillas; casi con los dientes asidos de lo imaginable, y con la punta de los pies en las aristas que por fortuna se encuentran llegamos a la cuchilla. El que iba adelante había desaparecido! De repente, alcanzó a verlo, punto minúsculo muy abajo, iba… por el camino que seguía con sus intervalos de peñas y ríos, éstos llenos de piedras redondeadas y resbalosas. Al fin dimos con un peñón que se adelanta sobre el abismo y que se salva colocando los pies y las manos en una serie de agujeros que parecen hechos a propósito, es un ejercicio más bien... emocionante. Seguíamos, pues, subiendo a las alturas y bajando hasta las cavernas por donde rodaba el río. De este nos despedimos el segundo día y aguardamos que pasara una tempestad espantosa que se desencadenó sobre nosotros. Al tercer día varió el ejercicio, los abismos se salvaban pasando por sobre palos sin sujetar y en alguna parte orillándolos por una senda de 10 centímetros de ancho y 30 metros de largo. En toda 30

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la mitad me paré, miré hacia el abismo, y lancé un guijarro; el ruido de la piedra al tocar el fondo no alcanzó a subir hasta mis oídos! —Todos desfilamos por ese horrible volcán sin la menor novedad. Al fin! A una vuelta del camino, me señalaron la primera casa de El Baldío donde nos esperaban. En aquella vuelta debían estar las monturas listas: un buey enjalmado para el secretario, el único macho que había, para el Corregidor, y para el misionero el único caballo de la región. Habíamos acordado una solemne entrada, pero por una tardanza de los dueños de las bestias, sólo vino el buey; lo ofrecieron al Corregidor. Este, con mucha cortesía, no quiso seguir montado, mientras el padre tuviese que andar de pie, y me ofreció el animal. Sin más formalidades, acepté. Estaba tan cansado, que veía con gratitud cuatro patas, sean cuales fueren, cargar con mi cuerpo molido. Una hora más tarde entramos en la casa de Jesús Murcia. Eran las 4 de la tarde. Al día siguiente, la comitiva siguió para El Baldío: con su buey el secretario, el Corregidor con el macho, y de a caballo el misionero; detrás venían los compañeros y los vecinos de Hoya Grande. A medio día llegamos a la casa donde el Corregidor tenía su Despacho. Era un sábado. El domingo todos los habitantes se reunieron para oír misa. Muchos aprovecharon la circunstancia para confesarse y comulgar. Naturalmente, hubo cohetes en honor a la llegada de un sacerdote y para solemnizar el acontecimiento. Después de la misa, expliqué a los colonos el fin de mi visita: venía a conocer, sobre el terreno mismo, los límites exactos de Quetame con Villavicencio, y al efecto di lectura de los datos transmitidos por la Curia Arquiepiscopal. Cándido Velásquez, el guapo quinero, quién durante muchos años recorrió todas esas montañas, y los demás vecinos, me explicaron punto por punto las cumbres, las cuchillas, las quebradas, los páramos que encierran El Baldío; y saqué en consecuencia que la Cordillera de las Burras al oeste es la parte más alta y que el río Contador que pasa al pie de Quetame nace del otro lado, a seis (6) horas de donde estábamos, detrás de la Cordillera. Los límites señalados por la Curia de Bogotá

...

"Habíamos acordado una solemne entrada, pero por una tardanza de los dueños de las bestias, sólo vino el buey”.

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correspondían exactamente a los puntos indicados por los habitantes de El Baldío. Resultaban, por consiguiente, conformes a la topografía de las cordilleras los límites de la parroquia de Villavicencio que dicen: “desde el arranque del Chingaza, las orillas del Guatiquía…” Este río corre de norte a sur, desde el páramo del Chingaza donde tiene sus fuentes, pasa abajo a una hora de la primera casa de la Hoya, la de Jesús Murcia, y a 3 horas de la casa de Cándido Velásquez.

De regreso El consejo que me habían dado de ponerme alpargates fue desastroso para mí. El domingo principié a sentir una comezón como de agujas en los pies que ya no cabían en el calzado. Quise averiguar la causa: Eran sabañones, seres cuya existencia ignoraba hasta entonces. El lunes, ni botas ni alpargates, nada había lo bastante ancho para recibir aquellos pies hinchados como odras. Tuve que calzarme a medias… y con ellas no más caminaba como sobre ascuas, buscando apoyo con las manos en las paredes de la casa. A pesar de los nuevos consejos que me daban para que aguardara mi curación completa, el miércoles emprendí el viaje de regreso; pero, ¿cómo?, ¿descalzo? Con verdadero coraje, corté los botines, lo que estorbaba el cabimiento de los pies, y en lugar de medias que hubieran irritado el mal, envolví los pies en pañuelos bien amarrados. Para el regreso no se emplearon si no dos días. Eso no quiere decir que las dificultades hubieran desaparecido, ni que por milagro se hubieran ido los sabañones. Nada; pero en la bajada, piedra rueda, dice el refrán, y así fue. A brincos, rodaba y bajaba, no diría que con elegancia… hasta mi sombrero suaza se me hacía pesado. Para subir, el misionero, con buena salud, gastó 3 días y para bajar, el mismo, enfermo, gastó 2 días: Es que si las penalidades acaban las fuerzas el fin sobrenatural perseguido y obtenido sostiene la voluntad y da valor, únicas espuelas verdaderamente eficaces para conseguir el triunfo. A todo se acostumbra el misionero. 32

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De vuelta a Villavicencio, rendí mi informe al Ilmo. Señor Obispo he hice el mapa de la región. El resultado físico e inmediato de esa primera visita fue una reclusión forzada de tres meses con cama, a consecuencia de las úlceras que me ocasionaron los antes desconocidos sabañones. He relatado con detalles aquella visita para no tener que alargar el relato fiel de la gestación de los pueblos levantados en el “Baldío”, con la descripción de tantas correrías que en la región del alto Guatiquía me tocó hacer. Duré semanas entre los montes, en los páramos, en la Huesada, en los Organos, en el Chingaza, en los Farallones, por el estilo de esta primera excursión fueron todas las demás y si se quiere con más dificultades y sufrimientos todavía. A lo menos había apariencia de trocha cuando subí al Baldío, mientras que en las demás entradas en la selva me fue preciso vivir la vida del propio peón que con peinilla rompe el monte para penetrar en él. En la selva, días enteros —muchos de ellos bajo la lluvia—, me fue preciso pasar rompiendo las ramas con manos y cabeza, para poder ir adelante a ver lo que había detrás de ese monte tupido, enredado y gritar al machetero: —pique más arriba, pique más abajo— o bien devolvámonos, no se puede pasar, busquemos la vía en otra dirección. Como lo dije, el fin sobrenatural, el de PREPARAR SITIOS PARA NUEVAS POBLACIONES CRISTIANAS y un entusiasmo innato por el progreso nacional acrisolado por medio de la Acción Social Católica, sostienen las fuerzas de los que van a la vanguardia en el batallón de los esforzados que dirige el Sumo Pontífice y a quienes mandan los Obispos de la Nación. Si fuera para ganar dinero —como dicen— ni los misioneros lucharían con tales penalidades y durante tantos años; ni siquiera asomarían la cabeza.

Segunda visita El asunto de los límites entre la parroquia de Villavicencio y la de Quetame, siguió el trámite Llano arriba

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oficial. El Ilmo. Señor Arzobispo, nombró al Dr. Martínez, Vicario de Chipaque, en representación de la Curia Primada, y el Ilmo. Señor Vicario Apostólico de los Llanos de San Martin me nombró para hacer sus veces. En febrero de 1.911 pasamos por Quetame y trepando por el espinazo de Caballo viejo, la mayor parte del tiempo de a pie, ahogados por el calor y sin resuello por lo empinado de la cuesta, llegamos a las 11 a.m. a la parte más alta, a unos 3.000 metros de altura. Entonces fue cuando conocí ese camino tremendo de El Baldío, que recuerdos horrorosos imprimió en la memoria del Dr. Martínez. Al bajar, apresurando el paso, llegamos a la posada en el punto denominado El Común, a las 5 de la tarde. Al siguiente día, después de una hora de camino, saludamos a los colonos que se hallaban reunidos en el Despacho del Corregidor. El señor Vicario habló a los vecinos y preguntó por los puntos de los límites de las parroquias, recibiendo las mismas indicaciones que me habían dado. Estudiado el asunto con madurez, se extendió una minuta de la visita, anotando en ella las indicaciones de los vecinos, y se firmó el Acta. La autoridad superior eclesiástica dictó el fallo definitivo, y la Misión se hizo cargo oficialmente de la hoya del Guatiquía, región templada en la cual el Ilmo. Señor Vicario Apostólico resolvió establecer un centro que fuese núcleo del progreso católico y también sanatorium para los misioneros maltratados por el clima del Llano o cansados por el diario batallar de las luchas evangélicas.

Tercera visita En septiembre del mismo año 1911 volví al Baldío para visitar todas las familias, levantar el censo e iniciar la construcción de la capilla y de la casa cural. La definición de un camino en Oriente, y tal vez en otras partes, no se encuentra en ningún libro científico. Un camino de esos es sencillamente: por donde uno pasa, sin más datos explicativos. 34

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Por las rocas, por los ríos, por los precipicios ¿puede uno pasar? —Si—, por consiguiente había camino entre Villavicencio y El Baldío. En esta tercera salida iba mejor preparado que para la primera. La experiencia va perfeccionándose y amaestrándonos. Llegamos al río para seguir por la orilla opuesta, ¡imposible! Una gran creciente llevaba corriendo las aguas de una tempestad en El Baldío. Regresamos a la posada de Morro. Al día siguiente el camino estaba abierto, la vía libre, y sin más novedad llegamos a la casa de Cándido Velásquez, donde me hospedé durante un mes. Inmediatamente me puse a la obra. Cuando visitaba las casas de los habitantes una impresión desalentadora me oprimía el corazón. Los que me acompañaban llevaban peinilla y machete para despejar los caminos, tanta era la maleza que cerraba el paso. Los peones, de a pie, pasaban, pero el jinete, él tenía que favorecerse la cabeza con el brazo. En algunas partes el mero caballo sin caballero gastaba todas sus fuerzas para no caerse de espaldas así era de abrupta la pendiente. — Pero, hombre!— Dije una vez, aquí tienen caminos para los ángeles, las aves y quizá para las bestias, pero no para los cristianos. — ¿Cómo no? ¿Cómo no? ¿Y este camino por dónde pasamos?— —Precisamente, ángeles y aves tienen alas, y cuatro pies las bestias; pero nosotros no disponemos de los mismos remos. Aquello no era nada, lo que más me fastidiaba era el ver tanto desaseo en las viviendas. En la misma entrada de las habitaciones había fangales formados por los desperdicios de la cocina, aguas, cáscaras y hojas podridas, todo revuelto en una mezcla infecta con la majada de las vacas de ordeñar. Entonces reanudé relaciones estrechas con los sabañones de marras, que a pesar de mis botas penetraban y se cebaban en mi pobre humanidad. — La higiene! ni la palabra la comprenden los campesinos. Luego, si aquí la anemia es rara, si hay pocos enfermos y menos muertos todavía, es que el clima de esa región es de los mejores. Llano arriba

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El censo arrojó 533 habitantes repartidos en 80 familias. Se comprende que un grupo tan reducido de colonos muy pobres no podía ayudarme eficazmente ni sostener los gastos estrictamente necesarios para edificar una capilla y una modesta casa cural, mucho menos dar lo indispensable para el sustento de un sacerdote. Esos gastos debían salir de otra fuente, si no, aquellos colonos hubieran quedado siempre aislados sin esperanzas de progreso; en cuanto al sacerdote, él, para consagrarse al servicio espiritual y material de esa gente debía prepararse para muchos y grandes sacrificios. El segundo domingo después de mi llegada, organicé una junta de todos los vecinos para escoger el punto donde habíamos de levantar la capilla, centro del nuevo pueblo. Fueron ofrecidos dos terrenos. El parecer de cada cual fue dictado, como era de suponer, por el propio interés. Además, nadie se daba cuenta de las condiciones necesarias para el fin que nos proponíamos. Las partes resolvieron dejarme fallar en última instancia. Fui tres veces y en días distintos, a visitar cada sitio. El menos malo era el lote ofrecido por Cándido Velásquez, en un potrero, a 100 metros de la selva. También inspeccioné otro terreno más arriba, donde me decían que había una meseta, y encontré puestos buenos para aldeas y pueblos; pero a tres kilómetros del camino, y por las conversaciones que oía comprendí que no había para que pensar en la construcción de la capilla en ninguno de aquellos lugares. Nadie iría a trabajar allí. Forzoso fue contentarme con el potrero de Cándido. Éste, en su carácter de primer colono y lleno de alegría por la decisión que acababa de manifestar, me abrió paso por entre el rastrojo para señalarme el mejor punto de su heredad, y me llevó a una mesetica de unos 50 metros de ancho, por 80 de largo, y por añadidura pantano gredoso!!!... Imposible!... Al siguiente día dije a Cándido: —Présteme su peinilla, y déjeme buscar en sus rastrojos, como salir del paso.— Dos horas estuve paseando las zarzas, el chilco, los helechales, hasta que por fin co-

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nocí bien el terreno. Con bastante trabajo podría trazar casas y edificar calles, no en la forma acostumbrada de manzanas cuadradas, pero si, en otra, más elegante, de quintas a lo largo de bulevares abiertos horizontalmente, con un panorama magnífico, frente a la Cordillera de los Organos. El sitio cuya elección me preocupaba de veras era el de la capilla y la casa cural. El Corregidor citó fecha a los colonos para dar principio a la obra. Se despejó el punto escogido para los edificios citados en pocos días, y el último se trazó la primera calle, cambiando la dirección vertical del camino que cruzaba el potrero de Cándido y tomando otra transversal. Este trabajo quedó terminado a las 3 de la tarde. El gusto de esa gente al ver una parte plana y bastante larga, fue tan grande que instintivamente todos, dejándose llevar de su pasión para el juego, buscaron tejos y se quedaron estrenando la calle con el turmequé!!! El último domingo hubo misa campal en lo que habla de ser una de las plazuelitas de la población. Fue una fiesta emocionante: Las cordilleras altísimas formando circo con el cielo como bóveda de templo, y en el centro, humildes colonos, de rodillas en un potrero, ante un altar rústico engalanado con árboles y flores silvestres. Así son los triunfos de la Iglesia, que en cumplimiento de su misión envía a sus apóstoles a sembrar la buena semilla del Evangelio por todas partes y en las mismas selvas levantar altares en cuyo contorno los hombres se civilicen, edifiquen pueblos y naciones. La razón: ahí está la hostia sagrada, ahí está Jesucristo, autor y único guardián de la verdadera libertad, única fuente de progreso eficiente. Al señor Corregidor dejé las indicaciones necesarias, para preparar los materiales, el plano de las construcciones proyectadas, la lista de las maderas clasificadas con sus respectivas dimensiones, y la de las ofertas. En Villavicencio, rendí mi informe al Ilmo. Señor Obispo y le dije: Si su Señoría Ilma. tiene intención de dar uno de sus misioneros a aquella buena gente, me ofrezco para esa obra. S.S. aceptó mi ofrecimiento y extendió mi nombramiento.

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"El gusto de esa gente al ver una parte plana y bastante larga, fue tan grande que instintivamente todos, dejándose llevar de su pasión para el juego, buscaron tejos y se quedaron estrenando la calle con el turmequé!!!”

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Entrada definitiva Cada domingo se presentaban a la casa cural de Villavicencio algunos de los vecinos de El Baldío, quienes traían quesos para vender. Les preguntaba sobre los trabajos que había dejado organizados, si tenían mucha madera, si adelantaba el terraplén, etc... A Cándido le dije un día: ¿No sería bueno aprovechar el buen tiempo y en noviembre o diciembre emprender la obra? Ah! padre —me contestó— imposible, en aquellos meses la gente llora por los alimentos. Esa contestación me dejó perplejo y pensativo; la comprendí mas tarde y entonces no tuve compasión. El refrán siempre picante “el que no trabaja, no gana su comida”, caía con toda su fuerza y razón sobre El Baldío. Calculando por los informes recibidos en la forma indicada que la madera estaba lista y el terreno aplanado, hice mis preparativos para subir al Baldío. A principios de diciembre de 1.911, salí del todo de la Capital del Llano después de dos años en ese clima caliente que tanto me había debilitado. Subí a Bogotá pues tenía que comprar de todo lo necesario para una nueva fundación: herramientas de carpintería y de construcción, puntillas, bisagras, etc., pólvora, taladros, almádenas, etc., utensilios de cocina, de mesa, recado de escribir, etc. Para una lista de gastos tan larga y necesaria, S.S, Ilma. sólo me dio $ 400,00. Darme más no podía, porque la llave de la caja ya le sobraba. El día de mi entrada a El Baldío, fue arreglado con el Corregidor, quien había quedado de mandar a Fómeque los peones con bueyes para traer las cargas. Por otra parte, con un comerciante de Cáqueza que alzaba las cargas de la misión de Bogotá a Villavicencio y viceversa, también se arregló mi salida de la capital de la República. La señal muy significativa de la Providencia Divina, el sello sagrado de la cruz, se imprimió desde ese día en la obra de la Colonización del alto Guatiquía, y se notará por todo el curso de esta historia la rúbrica divina que los hombres llamamos contratiempo. El día señalado no apareció el caqueceño. Este, al día siguiente se presentó con excusas. Inmediatamente mandé un telegrama al Dr. Gómez, cura 38

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Párroco de Fómeque, rogándole avisase a los peones de El Baldío que me esperaran un día más. Cuando llegué, el excelente sacerdote cuya delicadeza aprendí a conocer y cuyos oficios (que nunca me faltaron) aproveché desde entonces, me dijo que los peones habianse devuelto ya por no pagar 5 centavos más de pastaje para sus bueyes. Conseguí un peón baquiano y al día siguiente salimos temprano. Al llegar a Tibrote la cordillera se cubrió de nubes. Al pie de la célebre cuchilla del Caballo viejo queda la última casa de la vereda; rogué al dueño que tuviese la bondad de acompañarme para seguir adelante. —Con el mayor gusto, me dice, pero me llevo un barretón, por si acaso. El camino es tan malo! — Buena fue la previsión del hombre. En un mal paso, un pie de mi mula quedó prensado entre raíces de tal modo que, “solo después de Dios y la Virgen”, el barretón nos salvó de tan peligrosa y mojada situación; llovía a cántaros. A las 6 de la tarde, llegamos con la oscuridad a un tambito que había en el páramo. Ahí fue la posada. Mientras adentro arreglaba yo, las maletas, mis compañeros ellos, procuraban tapar con ramas las goteras del techo. De repente, las varas podridas se rompen, el artefacto se desploma y, nuevo Atlas, llevo sobre mis espaldas el portal mientras traen estantillos. Dije portal, porque aquella noche era la del 24 de diciembre, era Nochebuena! Con ese contratiempo del caqueceño y el de los peones, Jesús quiso obsequiar a su misionero con lo mejor que tiene, la cruz, y darle la llave con que había de entrar al punto que más tarde se llamaría El Calvario. Tenía calculada mi llegada al Baldío y pensaba iniciar con una fiesta solemne la fundación de ese nuevo pueblo. Mi fiesta fue una noche de insomnio en un tambo frío, oscuro, húmedo, debajo de un encauchado. El veinticinco, llegué a las 10 de la mañana a la casa de Cándido Velásquez.

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"Tenía calculada mi llegada al Baldío y pensaba iniciar con una fiesta solemne la fundación de ese nuevo pueblo. Mi fiesta fue una noche de insomnio en un tambo frío, oscuro, húmedo, debajo de un encauchado”.

Posada y reglamento diario La casa del viejo quinero, situada a 1.760 m. sobre el nivel del mar, debía servirme de posada porque Llano arriba

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era la más cercana al puesto donde se edificaba la capilla. La sala, adornada, serviría de oratorio, y mi cuarto sería un aposento de dos metros en cuadro sin ventana. Todos los días tendría que subir una cuesta de 180 m. para llegar antes de las 8 a. m. y recibir a los peones que hablan de trabajar en la construcción. Un llanero débil no resulta montañés valiente, seríame preciso hacer pausas y tomar aliento. Así fue. A medio día bajaba, resbalaba más bien, para ir a tomar el almuercito, unas veces listo a las 2 p.m., y de nuevo cuesta arriba con los descansos de ley. Es que no podía dejar los peones solos porque o no trabajaban o echaban a perder la obra. Por la tarde, otro resbalamiento hacia la posada. Después de la comida, el rosario, y a las 9 de la noche, un baño en una pequeña corriente, que pasaba por la platanera, baño higiénico, refrescante… a esa altura! El agua fría me traía un sueño reparador, después de llevarse el cansancio del día, durante el cual había trabajado como cualquier peón. Por espacio de dos meses y medio, ese fue mi reglamento diario.

Trabajo hecho por los colonos La organización del trabajo se hizo en una junta de vecinos, y bajo la autoridad del Corregidor quien publicaba la lista de los peones con 8 días de anticipación, para que cada uno se alistara y se presentara al día citado. El lunes de la primera semana de enero 1.912, llegué el primero. Si a uno de mis lectores le ha caído una sorpresa espantosa, aplastante, ese comprenderá cual fue la mía. Ningún domingo me faltaron informes en Villavicencio. No dudaba de la veracidad de los testigos, ni de la buena fe de los trabajadores. De ahí que me paseara en aquel día, con las manos arrastrando por el suelo (figura!!!). Tanto se me habían caído los brazos en presencia de los 40

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preparativos de la obra. Sí! Había un poco de madera, que representaría unos 5 días de trabajo. —Pero casi todo pura leña, inútil—. El terraplén, obra de pocos peones, era insignificante. Y todo eso con dos meses de preparación!! Todos los vecinos se habían comprometido, ya con una semana de trabajo, ya con unos días; éste entregaría 50 estantillos, aquel 50 varas, etc., todos en la misma proporción, y el Corregidor tenía la lista. Engañado por los informes verídicos recibidos abajo, en Villavicencio, abandonado en Fómeque por los mismos que ahora me hicieron tocar con el dedo su falta de fe en los compromisos tomados con solemnidad y viéndome sólo en un potrero, con el sol radiante en carrera para el alto de la bóveda celeste eran las 9… ¿para qué esperar más?, ¿Qué haría?: bajar a la posada, hacer mis cargas, salirme sacudiendo el polvo de mi calzado y abandonar esa gente!!! No!, esperaré todavía. Al fin, llegan los peones. Saludos de etiqueta contestación de rúbrica… ¡Bueno, bueno!, me dijeron que la madera estaba lista. ¿Dónde? —En el monte. El monte queda a 5 minutos, cuesta arriba como siempre— Vamos!— Entro en la selva. Ahí estaba la madera, parada sobre sus raíces!; sí, es verdad, estaba lista… para el hacha; los peones, también estaban listos con sus herramientas y machetes. Inmediatamente indiqué a los peones la clase de piezas que necesitaba, su tamaño, largo y número respectivo. De repente el entusiasmo de los colonos estalla: Unos derriban el monte, otros preparaban la rastra por donde los bueyes habían de bajar la madera, o mejor dicho por donde la madera se llevaría los bueyes por delante. El trabajo más difícil fue el del terraplén del sitio de la capilla. El piso tenía un desnivel de cinco metros en un ancho de ocho y de 6 en una extensión de 30. Para aprovechar el terreno opté por hacer una casa de dos pisos. Encontramos en el subsuelo piedras enormes, que derrumbes ocasionados por terremotos antiguos habían dejado ahí enterradas, y que solo con dinamita pudimos arrancar. Como de ese arte

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"Encontramos en el subsuelo piedras enormes, que derrumbes ocasionados por terremotos antiguos habían dejado ahí enterradas...”

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nada sabían mis ayudantes, me vi en el caso de enseñarles a taladrar, preparar el cartucho, colocarlo y poner fuego a la mecha. En mis visitas anteriores me había dado cuenta de mis futuras necesidades, de ahí que llegara apercibido de todo lo necesario, a lo menos de lo indispensable, que tardó más de un mes en llegar de Quetame!... Ese incumplimiento, esa desidia se hacía sentir cada día más: llegado desde muy temprano, a veces me vi en el caso de quedarme solo hasta después de las 10!.. Días hubo sin nadie! Y otros cuando me caían 19, 20 individuos; pero entonces no tenía en que ocuparlos, porque la obra no necesitaba sino de ocho diarios; y sin embargo, las listas los llamaban por turno. El capricho imperaba y no valieron avisos ni ruegos, ni la misma autoridad del Corregidor. Un ejemplo entre tantos: Un día llega un vecino con su yunta de bueyes a las 11 a.m., pero sin yugo ni aperos. Los va a conseguir después de almorzar, sube al monte a 5 minutos de distancia, trae dos vigas y se va para su casa. Total tres jornales efectivos en dinero (el de cada uno de los animales y el del dueño de los mismos) y seis horas, no más, útiles para la obra. A pesar de tanto contratiempo llegamos a poder armar el techo: todos se mareaban; con mucha dificultad puede conseguir cuatro ayudantes que me alcanzaran los materiales que iba colocando y sujetando. Un domingo avisé al Corregidor que no se podía seguir la obra, por falta de madera. Miguel Velásquez hijo de Cándido el quinero, se brinda a traérmela. Peones y bueyes todo el día trabajaron con furor, corrían por un lado, por otro y al fin de la jornada me entregaron un montón de leña del cual, escogiendo pieza por pieza se sacó una que otra que tal vez podrían servir. Dije que faltaba la madera cortada. Fue una equivocación, o mejor dicho me he de explicar. No faltaba, antes sobraba. Pero sucedió que fueron a cortarla en la selva, sin tener el cuidado de amontonarla en un solo punto. Los que entraban en el monte para traerla, no dando con la que iban a buscar, amarraban sus bueyes, cortaban los palos

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que tenían a su alcance y se venían. Más tarde me di cuenta del error cometido. Efectivamente, se cortó madera para edificar tres casas más grandes que la capilla y la casa cural, construcción de 30 metros de largo. Pero si el derribar para aquellos colonos no era nada, lo difícil, pesado y necesario era precisamente llevarla al camino; lo que no se hizo. Para la paja del techo, la pérdida fue mayor todavía: cinco, seis individuos iban al monte, y todo el día cortaban el yunse (especie de palma fina), pero dejaban los manojos regados sin hacer gravillas y por la tarde bajaban con un tercio. Cada día el mismo sistema ocasionaba la misma perdida. Se cortó paja como para poner un techo de cincuenta centímetros de espesor y lo que se trajo no alcanzó para nada. Acudí a la hoja de caña de la cual hubo grandes cantidades, pero nadie supo utilizarla. Las indicaciones para trabajar con juicio, los ruegos, no faltaban para el bien de ellos mismos: Todo era inútil. Llamado para ir a ver un enfermo, dejo un trabajo bien explicado al cuidado de tres peones; al volver por la tarde los encontré acabando la obra, pero al revés y al día siguiente para desbaratar lo hecho y volverlo a componer, hora y media se gastó. Tantae molis erat andinam condere genten!

La capilla y la casa cural Me di cuenta de que el único modo de lograr algún resultado era pasándome a vivir a aquel esqueleto de casa y expliqué a los habitantes que había necesidad de estrenar la capilla en la fiesta de San José, el 19 de marzo. Teníamos ya dos meses de trabajo. Con tablas, a falta de adobes, pensaba arreglarme un cuarto y en el corredor colocar el altar. No me faltaba sino conseguir las tablas. La cocina, cubierta con astillas de palo, servía de posada a los trabajadores. Con algo, muy poco, de buena voluntad, se hubieran cubierto el corredor y mi pieza. Reunióse la junta de vecinos para tratar el asunto y conseguir los aserradores pagados por

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" Durante la noche, mientras trataba de conciliar el sueño, hacía desde mi cama observaciones astronómicas. Seguía el curso de las estrellas por el enmaderado del techo....”

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los habitantes. Rafael Camelo fue nombrado para recibir las ofertas, que subieron a un total de 160 centavos para comprar 500 tablas. Como sería de pobre esa gente! — Ay!— Pobreza no es vicio; y un vicio muy grave, el alcoholismo, era la causa de tantas dificultades con que tropezaba en mi labor que perseguía con tesón para dar a Colombia esta parte de suelo tan rica y hasta entonces completamente desconocida. Por fin, llegan las tablas que ayudado por 2 peones coloco para formar el presbiterio en el corredor y a continuación mi pieza de 9 metros cuadrados. Las tablas, es cierto, están verdes y al secarse se apartaran; por alli se colará el viento,… poco importa. Ahora, como no alcanzaran para todo, hice con varillas y una capa delgada de paja y tierra un piso de tierra armada! La puerta se cerró con listones y encerados de baúles, la ventana, lo mismo. Una cortina dividía el cuarto en dos partes, de las cuales una servía de alcoba y ropero y la otra desempeñaba el oficio de sala, despacho y comedor. En fin, pensaba, tengo mi capilla y mi casa cural. No me falta sino ponerles techo. Los que habían de cubrirlo no vienen el día convenido y, por la noche, cae el primer aguacero del año, torrencial, espantoso, que trasforma en pantano el piso de tierra armada… que me servía de entablado. Más tarde, demasiado tarde, conseguí quienes amarraran la paja, pero vinieron tan pocos que apenas alcanzaron a tapar lo ancho del presbiterio y del cuarto. El 19 de marzo, fiesta de San José, fue la inauguración de esa pobre capillita de 3 metros, y del campamento del misionero. ¡Que de contratiempos para mí, que en adelante había de vivir en condiciones tan penosas y eso durante todo el invierno! El 20, recibo mis baúles y me acomodo estrechamente en el rincón que me había reservado. — ¿Y el piso? dirá el lector. ¿Se secaría? —Barro, puro barro! — Y en ese barro puse dos toletes gruesos; sobre estos durmientes, 3 tablas sin cepillar; sobre éstas, un tendido sencillo; y sobre este último mis pobres huesos adoloridos. Los muebles eran del mismo estilo y factura, palos toscos servían de patas; así quedó terminado mi

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palacio. — Se me olvidaba decir que mantuve una hoguera durante tres semanas en el propio cuarto donde dormía, para secar algo el piso de lodo. El sol había desaparecido; las nieblas del invierno tomaban asiento en mi sala – despacho, de donde no podía lograr despacharlas y el viento como niño pícaro y travieso, soplaba mi vela siempre que la necesitaba encendida. Durante la noche, mientras trataba de conciliar el sueño, hacía desde mi cama observaciones astronómicas. Seguía el curso de las estrellas por el enmaderado del techo mientras la paja se dañaba ahí mismo porque no había quien me hiciese la caridad de salvarla colocándola en las varillas tendidas ya, y listas para recibirla. Estos detalles tan raros y otros más estupendos todavía, que sin ser referidos bien pueden adivinarse, dan a conocer la lucha que el misionero tuvo que sostener para llevar a cabo un esqueleto de ramada destinada a servir de capilla y casa cural! Y todo lo anterior no es más que la narración de un aprendizaje. Para realizar la obra acometida y colonizar el alto Guatiquía, me faltaba graduarme de maestro.

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"Y todo lo anterior no es más que la narración de un aprendizaje. Para realizar la obra acometida y colonizar el alto Guatiquía, me faltaba graduarme de maestro...”

El trabajo en la selva Panorama de invierno Estoy solo! No puedo quedarme en mi cuarto de tablas, éstas son enemigas entre sí al punto de separarse cada día más e irse alejando una de otra a pesar de cuantas puntillas las tienen cosidas. Es la hora de la tempestad fría del invierno. El viento penetra en el interior, y contra él no me favorecen ni el encerado de la puerta ni el de la ventana; casi tullido por la humedad tengo que salir y andar. Estudiaré las nubes y el panorama. Este valle hondo, extenso, que en días pasados admiraba al contemplarlo iluminado de luz, se ha convertido en un abismo de tinieblas. Ni los árboles del patio se ven. Huye, barrida por el huracán, una nube espesa perseguida por otras, que desfilan corriendo durante horas y horas. Pero, de repente Llano arriba

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"Pero, en estas cordilleras, en estas selvas cerradas, sin caminos, ¿quién vendrá? ...”

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se calma la tempestad, y entonces es de la sima hacia lo alto que las nubes arremolinadas suben, siempre en caprichosa fuga. Esos juegos de la naturaleza alimentan la meditación del solitario, quien se da cuenta de cómo serán los meses siguientes de la estación, si los primeros días así se le presentan. Estoy en un rastrojo, solo. Estoy solo! Me paseo por el patio mirando las cordilleras que en forma de paredones de gigantesca cárcel se levantan en contorno cerrándome el horizonte. La selva, por todas partes, las cubre. Hace días y días que hago de centinela con la esperanza de ver hasta donde se alzan aquellas murallas; pero inmóvil, la nube se extiende, losa inmensa de plomo y descansa inmisericorde sobre las cumbres. Semanas enteras pasarán así, y el viento que corre ya demasiado bajo, ya demasiado cargado de agua, no puede romper ni rasgar siquiera un pedazo de aquel toldo gris y triste; de ninguna parte se verá por el menor agujero la más pequeña parte del cielo! Es una tumba que no deja filtrar rayo de luz alguno. El sol hermoso y brillante del Llano pasa con el más riguroso incógnito. Si tan extensas las nubes se tienden, ¡más espesas se amontonan! Panorama triste, desconsolador del invierno! Pero, la meditación del solitario se ilumina! Estoy solo! ¿Qué hacer? Estudiar los medios para alcanzar el fin que se propone la Misión: Colonizar. ¿Para el misionero qué es la colonización? Levantar capillas y en su rededor llamar y establecer familias cristianas. Pero, en estas cordilleras, en estas selvas cerradas, sin caminos, ¿quién vendrá? Los pobres: si, los pobres. Saben sufrir, saben trabajar. ¿Cuántas familias en los pueblos vecinos no tienen ni un metro cuadrado de terreno que cultivar? En una pobre choza viven, y jornaleros míseros ganan miserables centavos. Esas familias serán la base de la colonización. El misionero no es agente comercial, ni de industrias, ni de compañías explotadoras de los minerales del rico suelo colombiano. El misionero

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es el representante de Jesucristo, quien dio a los enviados de Juan, como señal de que Él era el Cristo: Pauperes evangelizantur, a los pobres se les anuncia la Buena Nueva. Con esta meditación, el misionero admira las nubes y la tempestad. El huracán es ya para él un amigo de mal humor, que de rabia de tanto cargar, tira al suelo su pesada maleta de nubarrones, lava el barro de los caminos, arrastra las inmundicias de los patios, llena las fuentes, rompe lo que la selva tiene de podrido e inútil, dejando señales de su trabajo hecho a la furia pero contento de haber acabado su tarea en pocas horas. En seguida, recoge a prisa su talego aliviado de tanto peso que traía y con la gaza fina de su manto barre la atmosfera, dejando al sol el cuidado de pedir a los colonos —por el mal por él hecho y en gracia del bien que resulta— un perdón que no se concede. ¿Las nubes? Pero son un bien, son una necesidad para la agricultura. El invierno es triste, desesperante, pero es otro amigo, también de mal carácter. Más perezoso que la tempestad, tarda semanas enteras en hacer su trabajo, y no acaba de rociar los campos; parece tener miedo de hacer daños, tan despacioso anda en su tarea. Las nubes que lleva, caen en lloviznas, sin que se pierda una sola gota, y las cumbres las almacenan todas para el verano. Las selvas, ellas se empapan en la humedad. La vegetación se complace en el terreno blando, húmedo. Lo sobrante, al fin, llena las quebradas y los ríos. En una palabra, la riqueza de las tierras bajas depende de mis nubes altas, y es elemento de vida lo que me parecía señal de muerte. Dios, pues, no me abandona. Su Providencia me ilumina, el panorama ya me parece un cuadro encantador. Todos los elementos de la naturaleza se presentan admirablemente en favor de la colonización agrícola. El comercio, las industrias, la explotación de muchas riquezas de la región, vendrán más tarde con el progreso pero deben ser consecuencia del desarrollo de la primera parte del trabajo sacerdotal, parte básica: la fe católica.

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"Estoy solo. La soledad con Dios llena el alma de fuerzas. El pensamiento profundiza las ideas y da valor cuando llega la hora de realizar el programa ideado”

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Panorama en agosto “El invierno no dura todo el año”, es mi refrán de consuelo en los días de tristeza y cuando los feligreses vienen con lamentos a contarme las penas, sufrimientos y miserias de la familia. El velo inmenso, opaco, que tanta melancolía me infundía, se levantó. Las nubes ahora vuelan ligeras por encima de las cumbres. El cielo, profundo, azul, espléndido, de las alturas es más bello que el de los Llanos; aquí el sol derrama una luz consoladora y suave. La primavera está de paso entre nosotros. Fue una sorpresa muy grande para muchos, aun sabios, de Bogotá, cuando, después de experiencia y estudio, les expliqué la perfecta regularidad de las estaciones astronómicas en las regiones del alto Guatiquía. Los colonos, ellos, no se habían fijado en la variedad de los tiempos del año. No alzan la cabeza; trabajan!, miran hacia sus sementeras! Atraídos por la necesidad de conseguir víveres, tienen la vista fija en sus cultivos, pero no estudian el elemento que fertiliza: el sol y su influencia. No conocen más que la lluvia que es el invierno, y el sol, que es el verano. Para ellos, en la misma semana, las cuatro estaciones se suceden. Si algún astro les llama la atención es la luna en su creciente y en su menguante; la ciencia atmosférica y astronómica de aquella buena gente no tiene más alcance. Estamos a fines de agosto. El panorama se desarrolla, se extiende, es una maravilla, qué inmensidad! Todo el valle del Guatiquía se abre en los Órganos y los Farallones. Allá!, al norte, a dos días de camino, se divisa la última cuchilla de la Cordillera de Peñas blancas, que cerrando el horizonte abraza los picachos más altos de Chingaza y los de las torres de Medina. Aquí, al frente, en la dirección oeste, se distingue el valle de Santa Bárbara, a seis horas de camino en dirección hacia Fómeque. La selva cubre todo. Tal cual casita de colono se adivina entre los reducidos descumbres del monte. Por la ventana de mi cuarto, miro al sur en dirección hacia Villavicencio, y a 5 minutos arriba principia la selva. Ahí terminan los desmontes de Cándido y …el mundo para los colonos. En contorno de la capilla y del rancho del mi-

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sionero, el potrero del quinero, que invade el rastrojo y no tiene pasto; ni una sola casa todavía en lo que ha de ser y será el pueblo de El Calvario… Estoy solo. La soledad con Dios llena el alma de fuerzas. El pensamiento profundiza las ideas y da valor cuando llega la hora de realizar el programa ideado.

El programa en vía de realización Carácter de los colonos Padre, buenos días le dé Dios! Así nos saludan los colonos de El Baldío —¿Cuándo bajas a Villavicencio?— Pasado mañana, si Dios me da licencia, salud y vida— contestan. La boca dice lo que en el corazón vive. El pensamiento sobrenatural se refleja en la conversación y cuando sobrevienen las dificultades y sufrimientos, las quejas terminan con la expresión de una confianza infantil pero filial en el poder paternal del Todopoderoso. —Dejemos eso a la mano de Dios!— La base cristiana la tiene ya el misionero: El sentido religioso es vital en los colonos; esta tierra será propicia y recibirá con fruto la buena semilla del Evangelio. En la capillita del corredor se reza la misa a las 9 a.m. cada domingo. Por las trochas y malezas, por las piedras, por el barro, los feligreses corren sin miedo a la lluvia del invierno, tan crudo en la selva, y más se apresurarán todavía si quieren confesarse y comulgar. Los hay quienes, en ayunas, corren así tres y más horas de camino. (1) Las mujeres, ellas, llevan en un pañuelo su ropa para mudarla al llegar. Todos en el corredor, —junto al montón de paja que se pudre— y de rodillas sobre varillas amarradas (ya se sabe que las tablas no habían alcanzado) aguantan con devoción la lluvia que les cae durante todo el santo Sacrificio. Con este cuadro sencillo tiene el lector, pintado a lo vivo, el carácter de los colonos de El Calvario: católicos en el alma, heróicos en la práctica,

Varias veces averigüé a los colonos, cuantas horas gastaban hasta tal punto.—“uno que corre bien, tantas horas.” (1)

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pero, por contraste, dejados, descuidados, abandonados para todo lo demás. ¿Por pereza? ¡Tal vez no! Entonces, ¿por qué? —Es el carácter, el temperamento; ellos son así… !— Por consiguiente, el elemento que tengo a la mano es inadecuado, y si se quiere contrario a mi programa de colonización que exige iniciativa y actividad. Esta fue la primera conclusión que saqué en mi soledad. Eran las 4 de la tarde de un domingo: Una vocinglería hostigante! Padre, Padre!— me grita mi muchacho, —están peleando! — Salgo inmediatamente en dirección a una casita que había a la vera del camino. Al verme llegar, muchos se esconden en la casa; en la yerba alcanzo a ver a un hombre tendido, con la cara ensangrentada. Denme inmediatamente agua!— Y de rodillas, junto al pobre herido desmayado, voy bañándole las heridas, que con un azadón le habían hecho sin contar; después lo mandé llevar a mi casa. Esta otra manifestación del carácter es la consecuencia de un vicio desastroso: el aguardiente. ¿Hubo castigos? Qué castigos!... si la misma autoridad estaba tomando en compañía con los borrachos. En el rastrojo, a 50 metros de la capilla, hay, escondidas, botellas de aguardiente; por turnos van a esa fuente de la selva y muchos allí quedan tendidos entre las malezas hasta el lunes. Misa y aguardiente! Dos elementos opuestos y que coexisten en el alma de mis feligreses. La primera parte de mi programa, pues: vida cristiana se ha de iniciar inmediatamente. El resultado fue consolador: La asistencia a la misa fue más numerosa, la misma comunión frecuentada y las hermandades concurridas. Pero la lucha contra el vicio reinante fue tremenda, continua. ¿Cuántas veces tuve que correr para impedir peleas, y peleas sangrientas? Ya tarde, con un candelero en la mano, por la noche oscura, con mi compañero que llevaba un farol, entre las malezas de calles sin despejar, tropezando aquí, cayendo allá, tenía que hacer acto de presencia y yen-

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do del uno al otro, con palabras de cariño trataba de apaciguar los ánimos no desamparando a nadie hasta no haber conseguido paz y calma. Con la práctica de los sacramentos, vino disminuyendo el mal de la embriaguez y pasaron meses enteros “sin novedad”.

La construcción de la casa de todos Ya, el primer año, con su diario en mano, se había presentado ante el tribunal de Dios. El segundo verano principió, y con él la lista de jornaleros para continuar con la construcción de la capilla y la casa cural. Si al iniciar la obra, cuando el entusiasmo de los habitantes era tan grande, el resultado había sido tan desesperante, el misionero, calculaba de antemano lo difícil que se le presentaría una nueva acometida. Pasará todo el verano, se deslizarán tres meses, durante los cuales el sacerdote trabajará sin descansar, hará lo que tres peones guapos y no se terminará nada. Los habitantes volverán a traer paja y no cubrirá si no la mitad de lo indispensable. Estos eran mis cálculos. Luego en algo resultaron fallidos. El mismo lector extrañará el resultado obtenido. En efecto si bien a duras penas alcanzaron a preparar 4 cuartos de bahareque, cada uno de 3 metros de ancho por 4 de largo, sin pañete, sin entablar — esta vez, si, se aserraron como 300 tablas. Los pocos detalles, narrados atrás, dan a comprender como fue. Lo que unos peones hacían hoy y mal hecho, los de mañana burlándose de los primeros lo desbarataban y lo volvían a hacer de otro modo, pero… a veces peor. Una pared, hecha con varillas amarradas a estantillos, y barro adentro, trabajo corriente y sencillo, tuve que mandarla rehacer cuatro veces y la última quedo tan mal que les dije: No más!, Guardemos esto como modelo en la obra! Con el hermano lego Montfortiano que me acompañaba, hice el entablado de mi cuarto y con un carpintero las puertas y el entablado de la capilla que medía 3 metros por 4.

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El verano, por tercera vez, ilumina la selva. Tercera junta de vecinos presidia por el Alcalde, hay entusiasmo para terminar la capilla, las ofertas se multiplican. En fin, tendremos adobes y algún dinero para pagar los oficiales. Magnífico, consolador! Los vecinos vuelan a traer la paja, se cubre la última parte de la construcción, pero fue necesario sacar mucha madera dañada por los inviernos anteriores. Como había sucedido, sucede y sucederá en El Baldío, hubo pérdidas y más pérdidas, gastos y más gastos, únicamente por culpa de los mismos vecinos. El invierno, se presenta a su hora. Pero no se presentaron con esa puntualidad los de las listas. El mayordomo de fábrica pudo recoger las ofertas en dinero, pero no le fue posible hacer efectivos los compromisos de adobes que la lluvia deshacía. Una niña de la escuela cortó una docena de adobes que ella misma entregó y dos colonos me trajeron hasta 500. Pero los miles apuntados quedaron… en lista. Otra vez, el incumplimiento y la dejación!!! El misionero ¿qué más podrá hacer en adelante? Manifestar a la autoridad el caso o sea cómo después de tanto sufrir y trabajar; después de admitir promesas de parte de los vecinos, estos las dejan de cumplir, a pesar de la ineludible obligación que les corresponde de terminar la capilla y la casa cural. Llega entonces el aviso oficial de Ilmo. Señor Vicario Apostólico al Despacho del Alcalde para que éste ponga en conocimiento de los habitantes que si en el verano siguiente no se termina la capilla el sacerdote tendrá que retirarse. Lo raro de mis feligreses, lo increíble para muchos, se explicará con esta conversación que tuvo lugar cuando principié el trabajo; varios me decían: —Padre; aquí nunca tendremos capilla. — ¿Y por qué? Es que no trabajamos y nos cansamos. —Era Miguel Velásquez, hijo del guapo quinero, quien, más que otros, volvía con esta cantilena. — Otros (y de los buenos) me decían: padre en esta tierra no se consigue nada a las buenas; todo a las malas.

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Al tercer año a los que repetían: —Nunca tendremos capilla!— dije, aquí tienen su capilla en este cuarto! —Para la otra, la verdadera, un Alcalde dio con el remedio. El ultimátum del Ilmo. Señor Vicario Apostólico lo conocían todos. Era por consiguiente el cuarto verano el último plazo. Los vecinos acordaron cumplir con las ofertas de adobes y convinieron en que las listas de cita publicadas se hicieran efectivas. Esfuerzo supremo!, que resultó porque el Alcalde tuvo conciencia de su deber y el valor para hacerlo cumplir casi militarmente. En efecto, en ese verano se levantaron en adobes las primeras paredes de la capilla. Paredes que solo terminaron en 1922, bajo el impulso de R. P. José María Seignard, segundo cura Párroco de El Calvario, y después de 10 años de constantes esfuerzos de parte de los misioneros de la compañía de María!!! Esta capilla no tiene sino 8 metros de ancho por 12 de largo!!! Y su techo es de tejas de barro.

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“El plano se siguió con la tenacidad de un bretón práctico y prevenido. La casa del misionero ha de ser en el caso presente y por mucho tiempo un pueblo en miniatura...”

De cómo era la casa de todos No pocos se indignarán al ver el empeño que tenía en la terminación de mi casa. — Pero no se figuran que esa casa era la de todos. El sitio escogido para la población era un rastrojo de potrero. Las casas que se han de levantar (y qué casas!!) para formar el pueblo, tardarán años. La casa cural, ella sí, presenta alguna forma de edificio racional. El plano se siguió con la tenacidad de un bretón práctico y prevenido. La casa del misionero ha de ser en el caso presente y por mucho tiempo un pueblo en miniatura, en embryon: 1a Capilla, 2a casa cural, 3a posada, 4a escuela, 5a tienda, 6a Alcaldía y 7a cárcel. Las dificultades del puesto me obligaron a edificarla de dos pisos. Era lo más económico. Bajo un mismo techo y con los mismos cimientos, teníamos tres casas. La del piso correspondiente al del patio, la del de la calle y la del zarzo, formada por el triángulo del techo.

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Posada.

La casa cural fue la posada pública durante cuatro años. Tan pronto como la cocina tuvo su techo de astillas, los peones, que de las veredas apartadas venían para sus 3 días de trabajo, se presentaban con su cocinera y en la cocina se albergaban. El 19 de marzo, como queda dicho, se inició el culto público en el corredor. Desde ese día, el concurso de gente fue continuo. La víspera de la fiesta hubo más de 40 personas, familias enteras, que posaron allí. Se hicieron cama blanda como nunca la tuvieran, con los manojos de la paja de caña, que en esa mera noche, fue desperdiciado por cargas. Cada sábado llegaban vecinos pidiendo posada. En cualquier parte se tendían para dormir; 20, 30 y más a la vez. Las madres con sus criaturitas, se adelantaban, para el domingo poder esperar en ayunas, la hora de la comunión y la misa. Entonces el tiple de los inocentes no me dejaba soñar! En fin, hubo casas en el pueblo, pero tan estrechas y desaseadas que la casa cural parecía un palacio a pesar de sus incomodidades y era el refugio hasta de los borrachos, que no podían llevar su pesado cuerpo más adelante. — Padre! Vengo a molestarlo por la posada, mañana tengo una demanda y quiero que me despachen temprano. — Bueno! ahí la tiene. Llegan forasteros, al misionero piden posada y la reciben.

Escuela.

La enseñanza es la primera parte del programa de civilización católica. Existía una escuela rural en una vereda. Tan pronto como el pedazo de techo fue lo bastante grande para cubrir unos metros más del enmaderado, se abrió la escuela en la casa cural. La gritería y algarabía de los niños, durante el recreo, eran más deliciosos para el sacerdote, que los cantos de las aves en la selva.

Tienda.

¿De cuantas cositas no necesitará esa gente del campo, que centavo por centavo economiza para comprar ropa, jabón, etc.? Otros vienen para ven54

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der sus mercancías y para guardar sus productos, les es forzoso pedir un cuarto al Padre. Durante 2 años, ahí tuvimos mercado cubierto. El misionero a todo se hace.

Alcaldía.

En el segundo verano, el Corregimiento de El Baldío fue transformado en Municipio. Abrir su despacho en una casa, aunque cercana, el Alcalde no quiere, —me pide posada. —Aquí tiene su cuarto, y su despacho, Señor Alcalde, junto al mío, en el mismo corredor. No le costará nada el arriendo—. Y la Alcaldía sigue en la casa cural, hasta el día en que un nuevo Alcalde se presenta en la forma que voy a describir: Estaba en mi cuarto, tenía la puerta – ventana abierta, eran las 11 a.m. Pasa delante de mí una persona que se sienta en la banca del corredor, frente al despacho de la Alcaldía a 4 pasos del mío, y no me saluda. Salgo para almorzar— no me saluda. Después de pasearme un rato en el jardín, vuelvo a mi escritorio. Ahí está el personaje en el corredor con el Alcalde. —Ni un saludo. Tres horas se queda aquel charlando, frente a mí, sin dirigirme palabra alguna. Al día siguiente, a las 9 a.m., recibo del nuevo alcalde una carta escrita a mi lado. Para entrar en la capilla, paso por delante de la puerta del cuarto donde está el individuo de mi cuento. Ni una palabra. En fin, a las 5 p.m. el Alcalde cesante me pide posada para el nuevo. —Le contesté que no le podía hacer ese favor. Hace más de un día —le dije— que aquel señor está en mi casa y es el primero, el único que al entrar, ni me saludó, ni me pidió posada siquiera. Que en otra casa ponga su despacho porque no puedo tolerar semejante falta de respeto o de cultura, como Ud. quiera llamarla.

Cárcel.

— ¿No será mentira? —¿La cárcel en la casa cural? Es la pura verdad! y eso durante varios años. —Entonces, nuevo Torquemada, el padre quiso tener un calabozo horroroso, para con el terror, civilizar a esos pobres colonos, a usanza de los siglos de fanatismo e ignorancia! Llano arriba

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De ignorancia! amigo lector, junto a la cárcel tengo la escuela y ahora le voy a decir qué cárcel tenía. En el cuarto contiguo a mi comedor, en el piso bajo, tengo la carpintería, con una puerta hecha con listones, formando dibujo. Para que éntre mejor la luz en mi taller, no hay paredes, sino listones formando un calado rústico, bastante elegante. La puerta sin llave ni candado queda siempre abierta. Esa era la cárcel de la casa cural del misionero. Como la autoridad civil, tenía que luchar también para formar a la vida social sus súbditos cuyo carácter peculiar conoce el lector, llegó la hora de castigar. El Alcalde mandó preparar el instrumento de sabiduría. A la madrugada del día siguiente ni palo, ni rastro de su camino. Lo ocurrido dio lugar a comentarios y risas el domingo siguiente. Padre, —me dice entonces el Alcalde, —si S.R., no lo toma a mal, déjenos poner el cepo en su casa. —Tendrán así respeto los castigados. Una vez más accedo. Aquí tiene Ud. mi carpintería!— Esta fue la cárcel, la más segura tal vez entre miles de otras con cerrojos y policías armados en la puerta. Ni uno de los presos que mandó la autoridad a la cárcel de la casa del misionero dio un solo paso para huir. Sucedió más bien este caso notable: cierto domingo el Alcalde se presenta; —Padre, fulano tal, ni quiere pagar la multa de 3 días de trabajo, ni quiere dejarse llevar a la cárcel en pago de esos días. El policía no pudo cogerlo el otro día, y hoy ya está en la plaza y no quiere obedecer. — Bueno! le digo, yo me hago cargo del asunto. —Salgo a la plaza. —Encuentro al joven. — Mira!, amigo, le digo, es necesario obedecer a la Autoridad. Si tienes quejas contra el Alcalde, por injusto, por ejemplo, la Autoridad del Intendente, te amparará. Pero mientras tanto, tienes que obedecer. Ven conmigo, sigue para la cárcel. —Entró y se quedó en la carpintería, puerta abierta. Vino el Alcalde. El asunto se terminó en favor de la Autoridad y el joven rebelde pagó, sin murmurar, la multa que le correspondía. Ah! si fueran todas las cárceles, como la del misionero de El Baldío, en su carpintería!!!

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Con la autoridad civil Toda autoridad viene de Dios. ¡Qué bien se comprende ese derecho de mandar, cuando se le concede origen divino! Pero, el contraste entre las dos autoridades civil y eclesiástica, sirve de realce a la influencia de las ideas superiores de la civilización cristiana. Para formar una población, el sacerdote, representante de la Autoridad Divina, levanta una capilla. Allí en el altar, como en su trono, Jesucristo vive presente, y en su nombre, el representante de Dios enseña a los hombres el Código que encierra toda sabiduría: la Sabiduría Divina, los 10 mandamientos, sobre cuyo cumplimiento aquel fallará también, en el confesionario, su tribunal. Con estos elementos, el misionero trabajará explicando el Evangelio, la doctrina católica. Los hombres, ellos, aprenderán a rezar: “Padre nuestro que estas en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros el tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. La verdadera civilización pues, es la que forma las almas, las conciencias, la que prepara el hombre para cumplir mejor todos y cada uno de sus deberes. Aun así, no alcanzará tal vez el hombre la perfección humana de las virtudes, pero si reportará en muchos casos grandes triunfos sobre sus pasiones, sobre su corazón. En las dificultades y luchas contra el mal, el sacerdote dirá la última palabra y señalará el dedo de Dios, la Justicia Divina. La Autoridad civil, ella, también como representante de la Autoridad Suprema de Dios, toma parte en la formación de los nuevos centro de civilización y al efecto instala su despacho, abre su juzgado y comenta su Código de sabiduría humana con sus miles de capítulos y artículos. Pero los medios empleados por ella para llevar acabo lo que se llama el progreso humano y la educación cívica, son muy diferentes de los medios empleados por el sacerdote. La voluntad del hombre se hace rebelde a tantos artículos de policía, a tantas trabas para salvaguardar las relaciones mutuas en la sociedad. Efec-

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“La verdadera civilización pues, es la que forma las almas, las conciencias, la que prepara el hombre para cumplir mejor todos y cada uno de sus deberes.”

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tivamente, el libre albedrío difícilmente acepta la autoridad de un superior humano, al cual el colono mira como a un enemigo de sus costumbres independientes. El representante de la Autoridad de la Nación por otra parte está en la obligación de conseguir el fin que se le ha señalado: Debe dominar y triunfar hasta con la fuerza. Esta es la explicación de la cárcel y de los policías armados, para si fuere necesario imponer el progreso de la civilización, hasta con la muerte de los rebeldes, como último recurso de la justicia humana. A mi llegada a esta región, la Nación tenía como representante de la Autoridad un Corregidor con su Secretario. No siempre obra movido por un ideal superior el que manda; el interés particular, el deseo de aprovechar la ocasión para con negocios ventajosos ganar algún sobresueldo, lo lleva a cometer actos que le son prohibidos. En la comitiva de colonos que me acompañaba en la primera visita, iba un peón con una maleta que no me llamó la atención sino el último día, al llegar frente a la primera casa; era un barril de aguardiente. Ese buen negocio iba en provecho del Secretario del Corregidor, pero no en bien de sus administrados ni de la civilización. Al año siguiente el Corregimiento fue Municipio. En ese rincón de la Cordillera, en la selva, el puesto de Alcalde no era precisamente de mucha apariencia. De Villavicencio vino como Autoridad para desempeñar el puesto un individuo que gastó cinco días para llegar. Otro, nombrado en reemplazo del cesante, entró por el “Caballo viejo”. La fama del camino era tal, que en la plaza de Quetame, alguien le dijo: ¿se va Ud. para El Baldío? Permita que le dé un consejo. Haga primero su testamento y que el peón que lo acompaña lleve una cruz, para señalar el punto por donde, con toda seguridad, ¡Ud. se despeñará! El representante del Gobierno al igual del misionero tenía que sufrir, desde la entrada. A pesar de condiciones tan poco atractivas no faltaron los candidatos para el puesto, más bien sobraban. El saber escoger el empleado adecuado para una situación es propiamente el arte —desgraciadamente de difícil acierto— del que sabe gobernar. 58

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Las relaciones mutuas entre la Autoridad civil y el misionero, con raras excepciones, fueron correctas, y tenía que suceder así porque el Alcalde no tenía más apoyo que el ascendiente del sacerdote. Más de una vez, el representante de Jesucristo fue la salvación del representante de la Nación, en medio de la ira loca de los colonos. Un domingo, después de mediodía, se oye un ruido espantoso, que poco a poco se va apaciguando. El silencio devuelve la paz y calma a mi corazón que latía a romperse. De repente, entra corriendo la esposa del Alcalde gritando: —“Padre!, por Dios vaya a la Alcaldía. Esta vez sí, que van a matar a mi marido”. Salgo corriendo. Delante de la Alcaldía, un tumulto de gente y en toda la mitad un vecino, con un puñal en una mano y una piedra en la otra, pronto para atacar. —El Alcalde, intrépido, parado en la puerta de su despacho; dos policías, el rifle en la mano, la culata alzada listos para tumbar al agresor; los amigos del vecino y sus parientes apercibidos para tomar parte en la refriega; en contorno curiosos aterrorizados por el miedo de lo que iba a suceder. Me adelanto tranquilamente hacia el pobre vecino, ciego de furor. —Amigo mío, le digo, ven conmigo a mi casa. Ven! Dime lo que sucede. Entonces ese me explica el porqué de sus iras. —Ve, mi amigo, es mejor que me atiendas, vamos a casa. —Apaciguado, el revoltoso me sigue, y se calma la tempestad. El gran defecto para la Autoridad civil fué el cambio continuo de empleados, y éstos sin la debida preparación. Con ese cambio continuo no fue posible activar el progreso para alcanzar la pronta educación cívica de esa gente rehacia a todo mandato, y desobediente. Las órdenes de cita al despacho no eran atendidas. Al misionero le cupo acostumbrar sus feligreses a la obediencia inmediata de las órdenes recibidas, lo que al fin se consiguió. Si para la capilla los colonos trabajaban con tanta renuencia, con más dificultad entendían a los trabajos de urbanización. Cuántas veces tuve que hacer limpiar yo mismo la cañería que atraviesa la población, y a los 3 años de estar el pueblo con casas, me vi en la obligación de rozar con peinilla las zarzas de la Llano arriba

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calle para poder pasar sin mayor dificultad y llevar la comunión a un enfermo en su casa del pueblo. De los cambios indicados no alcanzo a conocer los motivos; pero si el resultado, pues en menos de ocho años pasaron 20 Alcaldes. Qué progreso se puede esperar en un pueblo que se está formando en la selva, con ese renuevo perpetuo! El misionero, muchas veces era el complemento necesario de la Autoridad, y hasta el suplente del Alcalde. Un día se me presenta el secretario. “Padre: el Alcalde esta de permiso y no volverá sino dentro de algunos días, tengo que mandar el correo a Villavicencio. Hágame el favor de hacer mi despacho” . Este secretario no sabía sino poner su firma. Un nuevo Alcalde había entrado. No tuve ocasión de verlo. Duró pocas semanas. Un domingo, por la tarde, recibí de él una carta en la cual, con frases que me hicieron comprender cuales eran sus principios e ideas, apelaba a la influencia del sacerdote para proteger su autoridad y persona contra las amenazas, que, decía, los vecinos le hacían de ultrajarlo gravemente. Le contesté inmediatamente, que podía contar con el apoyo decidido del misionero. El lunes, por la mañana, los vecinos me dieron la noticia de que ese señor se había huido durante la noche. Les pregunté la razón, y ellos me informaron cómo desde que entró, no había cesado de hablar contra la religión, los curas y los frailes: “no lo podíamos aguantar más; a la misión le debemos todo. Le dijimos pues, nuestro modo de pensar; entonces como había hablado tan mal de la misión se retiró pero no es cierto que haya sido amenazado”. A la experiencia acumulada por tantos misioneros consagrados a la obra redentora de civilizar y formar nuevas poblaciones, a los deseos de justos reclamos de esos obreros del verdadero progreso nacional, aporto mi contingente de experiencia, de deseos y justos reclamos en favor del mismo bien de la Nación, del Gobierno, de la Autoridad civil: Ojala! se celebrara algún convenio, algún acuerdo, que dejando en salvo la independencia absoluta del Gobierno tuviese como resultado la unión completa entre las dos Autoridades en los pueblos en vía de formación. A más de las ventajas 60

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que reportaría con esta unión, la Nación obtendría más fácil y prontamente el fin que le es propio, el objeto de sus anhelos: progreso, paz y tranquilidad.

Una casa para las religiosas Hermanas de la Sabiduría, maestras de Escuela En mis informes al Ilmo. señor Vicario Apostólico le narraba cuanto sucedía con los vecinos, y ponía la autoridad superior al tanto de las cualidades y vicios de mis feligreses. Cierto orador francés, defensor ante el Congreso de la escuela laica decía con enfática solemnidad, en favor de la ley que presentaba sobre las escuelas obligatorias y laicas. “Por cada escuela que se abre, se cierra una cárcel”. Bien equivocado e ignorante se manifestaba. No es la ciencia la que cierra cárceles, es la calidad de los maestros, y son las virtudes de los pedagogos, lo que más eficazmente ayuda a los policías para mantener el orden en la sociedad. El Ilmo. señor Obispo me ordenó preparar una casa para en ella establecer una comunidad de Hermanas de la Sabiduría, maestras experimentadas en la enseñanza, que formarían la nueva generación y prepararían los elementos del porvenir de esta población naciente. Con verdadero entusiasmo se inició la obra. Resolví edificar la casa, aprovechando un barranco todavía más alto que el de la capilla por ser el punto muy bueno. Con la esperanza de conseguir los peones suficientes, ofrecí pagar los jornales cinco centavos más de lo acostumbrado. Cinco centavos, bien poco! En otra parte tal vez, aquí era mucho. Tenía tiempo y de sobra para terminar la construcción antes del invierno, pero conforme había tiempo, así hubo contratiempo. Un alfarero vecino, no cumplió con su palabra, y abandonó la región, con el dinero que le había adelantado. Celebro un contrato con otro y el Alcalde le ordena ir a trabajar a otra parte, precisamente en los días que tenia hábiles para su trabajo, en los días de sol. El que con sus bueyes debía arrimar Llano arriba

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los pocos adobes que había cortado recibe la misma contraorden de la misma autoridad. Viene un oficial de Quetame, ofrece traer seis maestros y no llega sino con uno, en fin, el fuego del entusiasmo de los vecinos, delante de tantas dificultades se apaga, a pesar del sol caliente del verano. Con la paja que teníamos preparada para el techo, se favorecen los lienzos de pared de adobes; y con paciencia aguardamos que pasara el invierno. Al verano siguiente, la paja podrida y los adobes desleídos formaban, con otros desperfectos, la primera lista de gastos; no obstante, se reanudó el trabajo. Entre tanto las Rdas. Hermanas habían llegado y vivían en una casa arrendada. El salón de la escuela estaba en el piso bajo de la casa cural. A duras penas y con mucho rogar conseguía cada domingo los peones suficientes para los oficios de la semana. La perspectiva era para mí más negra que los nubarrones de los últimos días del verano. Utilizando hasta los últimos pedazos de madera, alcancé a tener el techo a medio armar; pero nadie se comprometía a traerme la paja necesaria para cubrirlo. Así pues, veía con claridad la ruina completa de todo el trabajo por el invierno que se aproximaba. Ruegos y más ruegos!; —La voluntad del misionero se embotaba en la apatía de todos. Y sin embargo, el edificio proyectado se levantaba para el bien de los vecinos, a quienes se prometía un jornal más elevado del que recibían comúnmente. La seguridad de tener buenas maestras de escuela y una Hermana encargada de la farmacia, etc., no fue tampoco motivo suficiente para animarlos: El desastre inevitable se cernía encima de la obra. A situaciones peligrosas, remedios heroicos. A las buenas no se consigue nada, quizá de otro modo algo se logra! Ellos mismos me lo han dicho tantas veces!!! Un domingo, pues, doy aviso al público. “Como estamos en los últimos días de la menguante, si mañana, no tengo los peones que necesito para tumbar la madera que falta, mañana mismo hago mis baúles y me voy del todo. Esperar otra menguante sería demasiado tarde; con el invierno, se caerá la casa y se acabará el pueblo”. 62

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El lunes se presentaron cuatro peones; pero con lo que estos cortaron, sin dejar de aprovechar ni la última varilla torcida y todo, se hizo lo indispensable y se favoreció lo que se había levantado con tanta dificultad. A las malas siempre! ¡Qué situación más desesperante para el misionero! Solo al tercer verano se terminó la construcción que con tres meses no más de trabajo debieran haber dejado en regular estado. Desde entonces, por intervalos y aprovechando la presencia de tal cual maestro se adelantó la obra que todavía está sin acabar, pero sí presta buenos e importantes servicios a la región.

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“El primer centro en la selva se llama El Calvario, nombre adecuado: al terreno y a todo, caminos y vecinos...”

Fundación de San Francisco Mi programa de colonización se iba desarrollando poco a poco. Su realización completa no la veremos si no muy tarde cuando haya llegado la hora de la Providencia. El primer centro en la selva se llama El Calvario, nombre adecuado: al terreno y a todo, caminos y vecinos. En su campanario de vigas altas hay una campana, cuyo tañido sonoro, se extiende por los valles hasta 3 horas de distancia, recordando a los feligreses, las horas en que los católicos hemos de saludar a la Madre de Dios: Ave María. Frente al pueblo, en una meseta propia para asiento de una población, resolví dar principio a otro centro que quedaría a una altura de 2.100 m. sobre el nivel del mar, como Fosca, y a mitad del camino entre El Calvario y la parte más alta de las vías que van a Quetame la una y se abrirá para Fómeque la otra. Al saber que la primera población se formaría en el potrero de Cándido, los vecinos de la vereda de las “Lagunas” me manifestaron el deseo de quedarse independientes de las otras veredas. No era posible por ahora satisfacerlos, pero les prometí que más tarde se les edificaría una capilla. Esta sección que es la más poblada de la Parroquia, por estar más cerca a las poblaciones vecinas, Llano arriba

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“Al arreglar el patio dimos con el de una antigua casa de indios. Con cada azadonazo se sacaban tiestos de loza indígena.”

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tiene una gran desventaja y es que sus pobladores son de los que menos atienden a las cita de la Autoridad, los menos trabajadores; en una palabra, por su indolencia son el elemento más rebelde a todo progreso con el cual haya tenido que luchar. Allí, sin embargo, se fundó una escuela. Para la instrucción, lo mismo como para lo demás, los vecinos se manifestaron reacios. El local pasó de una casa a otra, siempre en condiciones pésimas, luego se abrió en otra donde fue peor la cosa; en fin, no hubo más escuela. Resuelto a triunfar para el bien de los mismos colonos, compré una casucha para en ella alojar a la maestra y se hizo un salón de escuela. Naturalmente la Misión pagó los gastos: tablas, bancas, días de trabajo, etc. Al arreglar el patio dimos con el de una antigua casa de indios. Con cada azadonazo se sacaban tiestos de loza indígena. Cuando se trató de edificar la capilla, las ofertas de los vecinos fueron cuantiosas y en una lista muy larga, según la cual en un verano, no más, se terminaría el trabajo. Pero el misionero sabe ya lo que valen aquellas listas, a las cuales no da importancia ninguna. Así y todo, se inició la obra que siguió al día según el capricho de los voluntarios. Para la semana señalada fue el misionero. Su posada la había de tomar en la única casa aseada que hay en todo el vecindario, en la de Bruno Romero, albañil de mucha experiencia, el que ayudó en la construcción de la Iglesia de El Calvario y del convento de las Rdas. Hermanas. Llegué, pues, un domingo por la tarde para recibir los peones el lunes, temprano. Lo que había de suceder, sucedió. De cuantos había en lista, muy pocos se presentaron y muy tarde. Trabajamos toda la semana, y al fin quedaron parados unos estantillos, y arrimadas unas pocas vigas que logramos poner después de muchas citas y llamamientos, junto con una parte del enmaderado del techo y unos metros cuadrados de paja. No fue posible hacer más y al cabo de dos inviernos, las vigas vinieron al suelo. El misionero es tenaz: el pueblo debe formarse, y Dios mediante se formará. Trato pues de infundir en aquellos habitantes el deseo de tener su capilla y algo de entusiasmo para terminarla.

El Calvario, cien años de historia


El resultado fue negativo, algunos centenares de adobes que había cortados los dejaron perder en el invierno. Salí de El Calvario en 1918 para ir a trabajar en San Juanito, pero no abandoné la idea de formar la población de San Francisco. En el verano de diciembre de ese mismo año, avisé a los vecinos que se presentaba para ellos una ocasión muy buena de terminar la capilla, y era conveniente que se prepararan para trabajar durante varias semanas: Saldría de San Juanito, que queda a más de un día de camino de la vereda, para pasar algún tiempo dirigiendo la obra por cuenta de la misión que pagaría los jornales. Les quedarían todas las ventajas: capilla, salón de escuela y casa para la maestra, las calles del pueblo bien trazadas y algo de dinero en el bolsillo. Por mi parte, cumplí lo resuelto y llegué el día citado. Yendo de camino me encontré con colonos que trabajaban en sus sementeras, los saludé y les avisé que desde el lunes principiaría la obra. ¿Total? Nada! y nada! Cuando habrían podido presentarse 20 peones diarios, solo vinieron 3 y si no me quedé solo los últimos días de la semana, fué que por cierto pundonor siguieron 2 trabajando. Mientras tanto ¡qué raro! varios vecinos pedían solares para levantar sus casas. Darles el permiso resultaba para éllos mismos una como trampa que les obligaría a trabajar en la capilla. Con el mayor gusto se les señaló el solar deseado y contentísimos nuestros ciudadanos regresaron a sus sementeras. Yo también regresé a San Juanito, pero los Franciscanos quedaron con la obligación de levantar por su cuenta y razón su capilla y salón de escuela, ¡no había de poner dos veces la mano en la misma hoguera! El R.P. Juan Riga, quién me sucedió en El Calvario, se vio en la obligación de apelar al sistema de a las malas y triunfó! Los vecinos siguieron la obra. Poco tiempo después, el R.P. José María Seignard, con los mismos medios, siempre penosos, hizo trabajar y trabajó hasta tener terminado el techo y levantada en adobes una parte de las paredes. El maestro, un vecino de la vereda, para decir la verdad, no dejó el artefacto a la altura de su buena voluntad, ni mucho menos. En fin, aún así,

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“Salí de El Calvario en 1918 para ir a trabajar en San Juanito, pero no abandoné la idea de formar la población de San Francisco.”

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los tres nos declaramos muy contentos. Se edificaron junto con la capilla varias casas; y desde El Calvario, por la mañana, cuando el sol se levanta por encima de la Cordillera de los Farallones, brillan paredes blanqueadas que dan la ilusión de todo un pueblo muy adelantado allá en la meseta de San Francisco.

Los caminos de El Calvario Según la definición dada en el heroico libro de la colonización, El Calvario tenía caminos, pues los colonos iban a todas partes. Los que bajaban al mercado de Quetame, se arremangaban tan alto como podían, por los callejones de la cordillera trepaban, llegaban al páramo y rodaban hacia el pueblo. Un detalle pintoresco. Cuando entré por ese camino con el Dr. Martínez, en una pendiente más fuerte que las otras, el Sr. Vicario se desmontó para seguir de a pie. Yo no quise desmontarme a pesar de los consejos de nuestros baquianos. La mula, es cierto, tenía un andar seguro pero a duras penas alcanzábamos a caber ella y yo en la zanja honda y estrecha. De repente la pendiente se hace más recta y el jinete que hacía alarde de habilidad, resbalando de su galápago viene a quedar sentado sobre el pescuezo de su bestia. Con la sola ayuda de sus manos le fue fácil volver a su puesto. El caso de la salida fue más gracioso. Los peones muy atentos instaban para que nos desmontáramos por miedo a una caída. A todo me negaba porque, como les decía, iba con seis piernas y era, que la mula no muy alta, subía por la zanja muy estrecha mientras el jinete de piernas bastante largas, alzando los pies iba caminando por los barrancos. Aun así, los peones tenían razón. La mula a pesar de su media carga, no alcanzó a dar un paso y cayó dejándome parado como el coloso de Rhodes. El animal luego, siguió adelante y yo también; cuan do salimos del callejón, nos encontramos cada uno en su condición respectiva y situación normal: la mula parada y yo sentado sobre mi silla. 66

El Calvario, cien años de historia


El camino para Villavicencio Desde la primera entrada observé que la trocha describía una vuelta larguísima, por Hoya Grande, para llegar a la casa de Cándido. Llevaba una brújula y un aneroide, luego no podía engañarme. Durante el trabajo de la capilla, hable con los vecinos tratando de animarlos al trabajo del camino de Villavicencio. Todos convenían en que era la obra la más necesaria. Entonces les expliqué cómo se habían equivocado en la dirección. “Padre, — me contestaban— meternos en la selva, no es posible; y de buscar el camino por donde S.R. nos dice, nos hubiéramos perdido. —Fuimos, a dar desde aquí, al Guatiquía, y el río que pasa junto a Villavicencio, nos llevó a la Villa”. Y entre ellos, añadían. —Es que el padre no sabe de nuestras Cordilleras, nos indica Villavicencio en aquella parte y cuando se encuentra en la parte opuesta. No había pues remedio, querrían trabajar pero en su camino. La Intendencia votó una suma para el banqueo, el misionero recibió el nombramiento de director de la obra e inmediatamente el nuevo nombrado fué hasta la Quebrada del Palmar, a trazar una gran parte de la vía. Bien pronto me di cuenta de la inutilidad de mis esfuerzos para dejar un trazado racional con los trabajadores que traía. Efectivamente: “hay que arrancar ese palo, les decía. —No, me argüían, es mucho trabajo, pasemos por más abajo”. Más adelante otro, “pasemos por arriba.” —Sigue una piedra enorme, “para qué perder el tiempo en hacerla rodar, pasemos por encima”. De un obstáculo a otro, quedó el camino un absurdo y una desesperación continua para los mismos trabajadores y peritos de El calvario. Sea que uno baje los 2.100 m. del retiro de Hoya Grande para Villavicencio, sea que vaya subiendo desde Villavicencio, las fatigas son las mismas, todo el camino es bajada y subida. Con la esperanza de tener en pocos meses un camino científico, el misionero presentó a los vecinos el siguiente proyecto: Me resuelvo a vivir un año más en mi cuartico que antes de ser mío es del viento que me despacha tantas veces de mi propio despacho; entraré en la selva y me quedaré en el Llano arriba

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camino hasta llevarlo bien abierto al propio Villavicencio; rezaré misa en el monte los domingos, etc., y el trabajo que los vecinos quedan de dar para terminar la capilla y la casa cural se invertirá en el camino; las mujeres vendrán a oír misa los domingos a donde estemos, y traerán los víveres para los jornaleros. Si este proyecto se realiza pronto tendremos una vía de comunicación buena. Inútil!!! Entonces, el misionero trató de buscar, en la verdadera dirección de El calvario a Villavicencio, si había facilidad de abrir una buena trocha. La triangulación topográfica indicaba una distancia de 8 horas entre los dos puntos, y por el camino se gastaban 12 horas a lo menos, apresurando el paso. (Actualmente se gasta día y medio). El remedio estaba en dejar convencido al abuelito Cándido Velásquez de la dirección verdadera. El quinero me había contado que una vez sus peones, para no volver por la trocha de las Burras a Quetame, habían pasado por la selva que los llevó a Pipiral y Villavicencio. Duraron ocho días en salir, medio muertos de hambre, cuando pensaban ahorrar tiempo. (La experiencia adquirida en tantas correrías por los montes, me ha convencido de que precisamente el promedio de una trocha abierta en un día, resulta en camino abierto el valor de una hora más o menos). Ese camino de 8 días se resolvía pues científicamente en las 8 horas que había calculado por triangulación. Un día luego, fui a ver a Cándido: — “Cándido! Ven conmigo, entraremos por la cuchilla de la Quebrada de la panela, arriba del pueblo y cuando lleguemos a la parte alta, tú me dices por donde llevaste tus peones a Pipiral! — Había entrado ya solo, en la selva por esa misma cuchilla, y conocía bien la cordillera: llegamos temprano. — Ahora, Cándido! mira bien, fíjate en las cuchillas para darte cuenta de los lugares por donde pasaste; pero, antes, dime ¿Dónde queda Villavicencio? El viejo quinero, todavía muy guapo, miraba por un lado y por otro, al fin, rompió el silencio! Villavicencio queda en esa dirección —y como todos los vecinos señalaba e oriente en lugar del sur. 68

El Calvario, cien años de historia


—Te equivocas, amigo Cándido, Villavicencio queda al sur, en aquella dirección; tu pasaste por esa cuchilla, después por aquel cerro, luego cerca a ese picacho, y seguí indicándole el camino que le había llevado a Pipiral. Callado, el colono observaba pensativo, cuando de repente, exclama: ¡Tiene razón, padre! Tiene razón, me acuerdo perfectamente bien. Sí, es verdad, yo pase por donde S.R. señala. El domingo siguiente tenía a mi favor un abogado: “Yo mismo, voy a acompañar al Padre, decía Cándido, ya me acuerdo, pasaremos junto al cerro del Buque etc.”. Conseguí 8 peones. Les advertí que gastaríamos toda la semana y llevaran los víveres suficientes. El lunes entramos en la selva. Cándido iba adelante, como un general conquistador. Era de ver como con su peinilla nos abría paso. De cuantos macheteros me han acompañado en otras entradas, a nadie vi tan diestro como a ese quinero. Bien pronto noté lo tremenda que es la selva y cómo fácilmente puede uno perderse. Cándido, que había cruzado esos montes durante años y años en busca de la quina, lo mismo que sus peones, quedó desorientado por completo. — “Fíjate bien, Cándido, en la dirección que llevamos; sigue adelante, de tal modo que cuando levantas la cabeza, el sol este siempre iluminándote el ojo izquierdo, de menos en menos, hasta la hora del almuerzo. Quedaban del todo equivocados. Con la brújula en mano, el misionero tenía que conservar la dirección a pesar de las protestas y casi rebelión de sus tripulantes, perdidos, atemorizados en la selva, como marineros en el mar a la merced de las olas. El segundo día, llegamos al pie de un cerro. Era fácil pasar por la izquierda, pero como quería seguir en línea recta, para mejor darme cuenta, les ordené que cada uno, como pudiera y sin perder el tiempo en hacer trocha, llegara a la cumbre. — Dos horas duro la ascensión. Ya estamos! —Qué alegría la de los peones; al frente, allá abajo, Villavicencio, con su plaza, calles, iglesia, casa cural y en la lontananza, el Llano inmenso. Todo se veía como desde un aeroplano. Llano arriba

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“Padre, —me decían,— ¿cuál será ese río que suena tanto, a la derecha? — Es el Guatiquía! —No puede ser; estamos muy lejos del río.”

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Entonces, y solo entonces, quedaron convencidos de que se habían equivocado trazando su camino por Hoya Grande. La nube, cubría todo el valle de la Quebrada Honda, que era el paso más difícil y que no fue posible conocer en esa excursión. Bajamos al primer punto señalado, a la izquierda y seguimos adelante. El tercer día nos acantonamos en el paso de la Quebrada y el cuarto nos quedamos en una loma donde lo que le había pasado a Cándido nos sucedió a nosotros. Ni una gota de agua para aliviar la sed. Comer a secas pues, y dormir. Si fue grande la alegría en el cerro a la vista de la capital del Llano, fue mayor la desesperación de los peones en esta loma en donde se consideraban absolutamente perdidos. “Padre, —me decían,— ¿cuál será ese río que suena tanto, a la derecha? — Es el Guatiquía! —No puede ser; estamos muy lejos del río. —No, amigos, dentro de media hora llegamos al camino que va de Hoya Grande a la Quebrada Blanca, ahorita vamos a bajar, preparemos la comida que dejamos sin probar anoche, y nos desayunaremos para cruzar después el Morro azul”. Así fue, y el sábado nos encontrábamos en Villavicencio. Regresaron todos convencidos de que la razón estaba conmigo y gozaron narrando a sus amigos las peripecias de la correría. El interés particular de los de la Hoya, fue el obstáculo más grande de cuantos habían encontrado los peones. Fué impedimento dirimente, no se hizo nada. Más tarde los vecinos me rogaron les trazara el camino en aquella dirección, convencidos todos de que era la verdadera la más corta y la de la colonización entre El Calvario y Villavicencio, pero ya era demasiado tarde. El programa debe realizarse a tiempo, así: ¡Adelante, cuanto antes! En ese momento estaba ocupado en otra fundación, en la de San Juanito. El actual alcalde hizo una entrada por donde había pasado el misionero, pero se devolvió pronto, no se hizo nada tampoco. Al fin, los colonos anhelan por tener otro camino, con tanta más razón que el primero, el de los precipicios, se presenta ya, con muy mala cara. Quizá, y Dios lo quiera, hagan esta vez esfuerzos eficaces.

El Calvario, cien años de historia


El camino para San Francisco En unas de las primeras reuniones del primer Concejo Municipal, por unanimidad se resolvió fomentar la construcción de los nuevos caminos del Municipio y al efecto se decretó y organizó una junta de caminos. El Concejo me nombró Presidente de la Junta. He probado como el carácter particular de los colonos era un obstáculo para la misma obra de la colonización; en lo de los caminos tenemos otra prueba de lo dicho. Se señaló con minuciosos detalles, la dirección del camino de San Francisco, que después debía llevarnos a Quetame y Fómeque; por las razones aducidas ya mil veces, el Presidente de la junta tuvo que presentar su renuncia irrevocable, aunque sin abandonar su labor, sin dejar de hacer esfuerzos y trabajar en esa obra redentora. Pasaron los años sin adelanto. Después de haberse principiado la capilla de San Francisco, uno de los policías de la vereda, guiado por las indicaciones del misionero, abrió una trochita en la dirección propia y fue preciso que tomara yo la defensa de aquel valiente contra los concejales y el mismo alcalde. En efecto, en el archivo del primer Consejo Municipal, queda sentada el acta en que se ordenan la abertura de ese camino, recto, plano, corto, como variante necesaria del camino de Quetame. Después otro colono, por cuyo terreno había de pasar el camino de la vereda, se opuso a la variante, a tal punto que no contento con dirigirnos amenazas graves, se fue hasta el Sr. Intendente, para que se interpusiera la primera autoridad. (No será por demás hacer notar que aquel colono aprovechó el caminito tan pronto como lo abriera el policía). El Intendente, hombre de progreso se dio muy bien cuenta del asunto y dio orden de atender a las indicaciones recibidas. Después de varios años de perseverancia, con contados días de trabajo de muy pocos vecinos, quedó abierto el nuevo camino. Desde el día de la resolución del Concejo Municipal, hasta el día de la apertura oficial de la vía Llano arriba

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pasaron 6 años. Seis años de esfuerzos y de luchas para lograr un camino de una hora de largo!

El camino para Quetame y Fómeque Este camino había de ser reforzado del todo, desde la salida de El Calvario. Cuchilla arriba cuchilla abajo con pendiente del 60% durante horas, la tal vía no era para favorecer el comercio. El primer ensayo fué desastroso. El presidente de la junta de caminos había indicado la primera variante del camino a la vereda del común disponiendo que se hiciera mientras él bajaba a Villavicencio y San Martín. Sucedió pues, que el vigilante de las cuadrillas, para eximirse de la servidumbre del camino en su predio, en lugar de pasarlo por el punto indicado, en una meseta, lo hizo pasar más abajo, por un precipicio. Desde allí se despeñó, mientras trabajaba, Miguel Velásquez, hijo de Cándido el quinero. La cruz señala a los viajeros la desgracia ocurrida, al tiempo que les avisa del peligro que les amenaza. Qué trabajo científico podría esperarse de trabajadores que apenas alcanzan a despejar, con peinilla y machete las malezas de la selva que cada año viene cerrándoles el paso y a quienes no se les ocurre la idea, si quiera de tirar a un lado los palos caídos que tanto estorban ya los pies de los peatones, ya la cabeza del jinete. Qué golpes tremendos, a veces se da el que de a caballo pasa. A la salida del pueblo, para aprovechar una parte plana, hice una variante de algunas cuadras, que podía dar muy buena impresión a favor de la población. Duraron 3 años en hacerlo, por metros cada año. Venció la tenacidad de un Alcalde poniendo en juego los dulces argumentos de la policía.

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El camino de los rastrojos para San Juanito Pocos días después de la reunión del Concejo Municipal en que se decretó la reforma y el trazado de los nuevos caminos de las veredas, un concejal me dijo: —Hemos decretado y resuelto componer todos los caminos, el primero será el de la vereda de los Rastrojos que no tiene sendero que sirva. El Concejo se permite suplicar a S.R. tenga a bien trazarnos los caminos y éste, primero que todos. —Con el mayor gusto, estoy a las órdenes del Concejo, y a la hora que quieran voy con peones, y trabajaremos. Como siempre, proyectos magníficos y deseos sin cumplir. Nadie se presentó ni concejal ni policía ni peón ni nadie. Dos años más tarde, con otro Concejo Municipal, vuelve y me dice otro concejal. — Padre, háganos el favor de trazarnos el camino de los Rastrojos. —Con el mayor gusto, que vengan conmigo dos jornaleros mañana lunes, y trabajaremos. No hubo peones, pero si 2 concejales se presentaron. Inmediatamente a la obra, y por el potrero de Cándido bajamos guardando la pendiente racional. Llegamos a una meseta donde aquel estaba con peones recogiendo maíz. —Padre, me dice, por donde pasa con su camino! Le di el permiso para pasar si, pero me quita mucho terreno con ese trazo. Yo había pensado que S.R. pasaría por esa hoya, arriba. —Pero, Cándido, sería inútil, cambiar la escalera de lado nada más. El Concejo quiere un camino y se lo voy trazando bien. No se terminó el estudio ese día, y se aplazó para el lunes siguiente. Entonces no se presentó sino un solo concejal que venía a decirme que no se podía trabajar y no se habló más del camino. Dos años más tarde, el Alcalde resuelve emprender nuevamente la obra y se presenta a la casa cural. El cura Párroco era el R.P. José María Seignard. Poco importa el nombre del misionero. El, siempre es la consagración al bien público, lo mismo para las almas, como para el progreso material. —Padre, tenemos que trazar el camino de los Llano arriba

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Rastrojos. Ya no se puede aguantar más. —Bueno! pues, vamos inmediatamente; y el misionero se arma con una peinilla. Las dos Autoridades, unidas, van a dar un ejemplo notable de colonización práctica. Resolución y eficiencia son palabras que van a tomar sentido con la apertura de una vía decretada hace cinco años. Una vez hecho el trazado, el Alcalde manda organizar el trabajo. Se nombra el vigilante. Se trabaja mucho. ¿Resultado? ¡Estupendo! Los trabajadores con el vigilante abren el camino por otra parte y lo dejan peor que la antigua trocha; movidos por el interés de un particular habían cambiado la escalera de puesto y la habían colocado en la parte la más gredosa, cuesta arriba! El año pasado, al fin, al Alcalde logró vencer tantos obstáculos y volvió a hacer con el misionero un nuevo estudio. Se llevó a cabo el banqueo del camino por un punto algo más seco. Por desgracia, siempre quedó con mucha pendiente, conforme a cuantos modelos antiguos tenemos de camino en cordilleras. Es que tampoco mejor no podían hacer con los peones que les servían. Este camino que costó tantos esfuerzos, se recorre en tres cuartos de hora subiendo y en media hora bajando. Con estos apuntes tomados del natural y escrito al correr de la pluma, como memorias, bien puede el lector darse cuenta de lo ardua que es la labor del misionero que a fuer de oscurantista — como dicen— quiere implantar el progreso y hacer prosperar una región que lo merece bajo cualquier punto de vista. El texto del padre Juan Bautista Arnaud ha sido transcrito exactamente como aparece en el documento original conservado en los archivos oficiales de El Calvario. De esta manera, se ofrece al lector una semblanza acorde con el estilo y el temple del sacerdote fundador. Nota del Editor.

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Tras las huellas del padre Arnaud La arquitectura y el arte religiosos, el ímpetu colonizador por convertir selvas rodeadas de viejas peñas y piedras recias, en pueblos y campos de cultivo y pastoreo, cruzados por caminos de ida y de regreso, con sus puentes de leyenda, así como la escuela, testimonian que las semillas de Arnaud —arquitecto, colonizador, ingeniero y educador— fructificaron gracias al esfuerzo de quienes continuaron su obra. Esta primera sección de fotografía está predecida por una serie de ilustraciones —unas recientes, otras antiguas— alusivas al marco histórico que rodea el acontecimiento fundacional de El Calvario y a su flora y fauna características. Nota del editor

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* Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, dos hechos caracterizaron la aventura colonizadora del alto Guatiquía: el difícil acceso a muchas regiones inexploradas por la carencia de vías, y el gran interés suscitado por la quina y otras plantas medicinales. Ilustraciones de Jorge Crane (arriba) y José Manuel Groot. 78

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* Hildebrand y Riou, interpretando el relato de Edouard André de mediados del siglo XIX, grabaron estas dos escenas: “El paso del río Guatiquía” y “Sobre el ribazo del Guatiquía”. Tras las huellas del padre Arnaud

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* “Olla de barro precolombina encontrada cerca de Quetame”. Ilustración de Eustasio Barreto.

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* De izquierda a derecha y de arriba a abajo: La quina (Cinchona pubescens); el lulo (Solanum quitoense); el sagĂş (Canna indica); el frijol (Phaseolus vulgaris); la trucha arcoiris (Oncorhynchus mykyss). Ilustraciones de Edgard Palacio.

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* 1. El venado (Odocoileus virginianus); 2. la lapa (Agouti paca); 3. la pava o GurrĂ­ (Aburria aburri); 4. la gallineta azul o patico de agua (Gallinula chloropus); 5. la gallineta o gallina de Guinea (Numida meleagris); 6. el soche (Mazama gouazoubira). Ilustraciones de Edgard Palacio.

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* Antiguo convento de las Hermanas de la SabidurĂ­a (arriba) e Iglesia de la Santa Cruz, construida por el padre RamĂłn Ramos. Tras las huellas del padre Arnaud

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* Gruta de Lourdes, obra del padre Pedro Antonio BeltrĂĄn (arriba) y retablo tallado por el misionero francĂŠs Alejandro Chesnai, situado en la Iglesia parroquial. 84

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* Iglesia de San Francisco; el hacha, sĂ­mbolo del Ă­mpetu colonizador; y parque principal de El Calvario.

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* PanorĂĄmicas de San Francisco, El Calvario y Montfort.

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* Entrada a San Francisco en la vĂ­a a Quetame; cordillera de PeĂąas Blancas y piedras en la vereda de San Luis.

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* Camino Quetame-San Francisco; camino real del ChorrerĂłn a El Calvario; y puente colgante sobre la quebrada San Luis.

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* Camino carreteable, vereda Santa María; la misma vía a lomo de caballo; y niños del colegio Juan Bautista Arnaud en la clase de obras manuales. Tras las huellas del padre Arnaud

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* Nave de la iglesia parroquial de El Calvario; encuentro en el atrio de la iglesia; y misa en la iglesia de San Francisco.

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Calvariuno de nacimiento y de profesión abogado (especializado en derechos canónigo y administrativo), en la actualidad se desempeña como litigante tras una exitosa carrera en la rama jurisdiccional en la que fue ascendiendo, con esfuerzo, dedicación y estudio, desde el cargo de secretario de juzgado en varios despachos, hasta los de juez promiscuo municipal, abogado visitador de la Procuraduría General de la Nación, juez de instrucción criminal, juez penal del circuito, juez superior Nelyony de aduanas, y Fiscal Seccional de Bogotá. Ha escrito Notas Sobresalientes de la Constitución Sacrae Disciplina Leges en 1995 y Cláusulas Excepcionales de los Contratos Estatales en 1999.

A.

Velásquez S. Reseña

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En 1986, 63 años después de la publicación de la obra del padre Arnaud, este bisnieto de don Cándido Velásquez, el fundador, con el empeño y tenacidad del viejo y guapo quinero, emprende la tarea de publicar su Monografía del Municipio de El Calvario, con cargo a su propio peculio y sin contar con mayor información documental. Por tal razón sus fuentes fueron principalmente los relatos orales de los abuelos: Carmen y Erasmo Velásquez. El libro tiene además los méritos de haber sido el primer testimonio histórico escrito por un calvariuno y constituye un antecedente de dos monografías posteriores: la de Llano 7 días y la que aparece ahora en la página Web del municipio.

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El Calvario Paraíso de Colombia

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Dedicatoria Este trabajo, que con todo celo he preparado, lo ofrendo en forma especialísima a dos mujeres y a mis hijos, así: Carmen Santiago de Velásquez, nieta de Cándido Velásquez, mi madre, quien con sus sabios consejos movió mi intelecto al estudio y al discernimiento de la ciencia, sin ahorrar esfuerzo alguno en aras a que llegara a ser profesional. A Luz Ángela Méndez Rojas, mi esposa. Y a mis hijos Andrea Catalina y Harold Santiago, grandes ejecutores de mi proyecto humano y realización como persona. Bogotá, D. C., agosto de 2011

El paraíso de Colombia

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Introducción Desde que inicié mis estudios secundarios, consideré que mi patria chica (El Calvario, Meta) no podía ser la cenicienta de la historia de los municipios de nuestro país, al carecer de un texto que enseñara a sus nuevas generaciones cómo se había producido su existencia (historia) cuál su desarrollo; cómo es su territorio, su gobierno, sus habitantes y en general todos aquellos caracteres que lo identifican con ese nombre tan bello que le diera una de las mujeres a quienes he dedicado esta obra (Luz Ángela Méndez) cuando en buena hora lo bautizó como "El paraíso de Colombia". Fue así como el 13 de agosto de 1986 logré la impresión del folleto elaborado de la manera más artesanal, contentivo de la tradición oral de los abuelos Erasmo Velásquez Herrera y Carmen Velásquez Castro, con quienes sostuve varias reuniones, y que hoy la Junta Organizadora del Centenario de El Calvario se aviene a incluir en la publicación oficial a divulgarse con ocasión de este. Resulta importante dejar constancia de cómo en esta segunda versión he introducido algunas correcciones y adiciones, basado en los escritos del padre Juan Bautista Arnaud encontrados a última hora; personaje que guarda una especial importancia en la existencia de este ente territorial y contando para ello con la debida autorización del padre Miguel Patiño, Superior Provincial de la Comunidad de Misioneros Montfortianos para Colombia. A través de este trabajo veremos cómo los orígenes de esta, mi amada patria chica, en su aspecto jurídico y como Estado de Derecho (municipalidad legítimamente constituida) se remontan a finales del siglo XVIII y mediados del XIX, cuando fuera desterrado el arzobispo Manuel José Mosquera, por el entonces Presidente de la República de Colombia, don José Hilario López. Veremos igualmente su aspecto físico, situación, localización, división política, marco institucional, relieve, topografía, vegetación, clima, población, etc., haciendo una somera descripción 96

El Calvario, cien años de historia


de lo que hoy es el Municipio de El Calvario con su disgregado San Juanito. Adicionaremos la información en el sentido de cómo se produce la institución legal de la Municipalidad de El Calvario por aquella época y cómo todo obedeció al descontento manifestado por los colonos que a principios del siglo XX acuden al obispo de Villavicencio y le insinúan cómo estos terrenos (Alto Guatiquía), por facilidad, deben corresponder a la Intendencia del Meta en lo civil, y al Vicariato Eclesiástico de San Martin, en lo eclesiástico; y no como hasta ese entonces, a Cáqueza en lo civil y a Quetame y/o Bogotá, en lo eclesiástico. Siendo esta última la razón que movió tanto a la Intendencia como al Vicariato a enviar sus delegados a la región para que investigaran si el dicho de aquellos correspondía a la realidad.

Reseña histórica Merece aquí una mención especial el logro del suscrito, al encontrar en poder de uno de los hijos de San Juanito, el Dr. Guido Jiménez, un ejemplar de las anotaciones que nos dejara el padre Juan Bautista Arnaud, exactamente “Las Misiones de la Compañía de María en los Llanos de San Martin”. El documento trata la forma como se operó la colonización del Alto Guatiquia, versión que se encuentra en su totalidad conforme con el recuento que me hicieran los abuelos Velásquez, glosas cuyo uso, como ya lo anoté, fue autorizado tras nuestro empeño, por el padre provincial de los montfortianos en Colombia, reverendo padre Miguel Patiño. Es así como utilizando los dos medios de que dispongo en el momento (los dichos verbales de los abuelos, ya impresos en mi texto inicial y el contenido del sustancioso libro del padre Juan), concluyo lo siguiente: A finales del siglo XVIII existió una religiosidad especial en algunos pueblos del oriente de Cundinamarca, llegando a ser tal que las personas poseedoras de considerables fortunas en bienes inmuebles, las entregan a la Arquidiócesis de Bogotá, quedando éstos en calidad de administradores de dichas propiedades. El paraíso de Colombia

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Tales hechos tuvieron su ocurrencia por la época del señor Manuel José Mosquera. En 1853, el Gobierno de José Hilario López desterró al Arzobispo Manuel José Mosquera, lo que trajo como consecuencia el que todos los bienes que poseía la Arquidiócesis pasaran a ser propiedad del “Gobierno de las manos Negras” (así se denominó este gobierno), excluyéndose de manera inmediata a los administradores que tenía la curia en éstos (los anteriores propietarios de estos patrimonios) permaneciendo los mismos sin la menor fuente de ingreso para atender el sostenimiento de sus hogares. Se cree que desde el año 1870, más o menos, algunos habitantes residentes en las provincias de Fómeque y Quetame remontan las cordilleras que los separa del Meta, donde encuentran la planta de Quina Cinchona pubescens y proceden a la recolección de su corteza, para llevarla en maletas y al hombro hasta Cáqueza, desde donde son enviadas a laboratorios de Bogotá, donde es trasformada en medicinas destinadas a curar las fiebres palúdicas que por la época azotaban la zona. Después de esto se inicia la colonización por algunos habitantes de Fómeque, Quetame y Cáqueza, quienes buscan las mejores tierras del valle descubierto y que hasta ese momento pertenecía a Cundinamarca. Es en esta época (al parecer 1870) que llega don Eufrasio Lara, procedente de Fómeque, trasmontando el páramo de las Mercedes y descendiendo por las hoy llamadas Veredas San Antonio (alto y bajo), hasta donde encontró un clima más o menos aceptable y que le sirviera para la agricultura. Este sitio es precisamente lo que hoy llamamos Hacienda San Antonio, de propiedad de los herederos de Jesús Velásquez Romero. Como dato importante, sabemos que allí se encuentran los restos mortales tanto de Lara como de su esposa. El primero muere aplastado por un árbol a los pocos días de la llegada de Don Cándido Velásquez García a la región (lo anterior basado en la información verbal de los abuelos). Al parecer en el año 1874 (se dice que cuatro años después de la llegada de Eufrasio Lara) llega a la región Cándido Velásquez García con su esposa Encarnación Castro, por la vía que utilizara 98

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Lara. Aquel también dedicado a la recolección de la quina, se ubica en el sitio que actualmente ocupa la cabecera Municipal de El Calvario y sus alrededores urbanos, inicialmente en el sitio Casas Viejas (abajo del actual cementerio) y finalmente en la finca que hoy es propiedad de Héctor Samuel Santiago, su nieto, donde se hospedara el padre Juan Bautista Arnaud en los viajes que inicialmente realizara a la región (tomado del libro del padre montfortiano). La familia de Cándido Velásquez García estaba conformada así: Los dos esposos y sus hijos Sildana, Sandalia, Concepción, Carmen, Emperatriz, Miguel, Cándida y Abdón. De estos, por una u otra razón, en su mayoría, la población calvariuna tenemos nuestros ancestros. De acuerdo con las últimas investigaciones, se sabe que Cándido Velásquez García fue hijo de Isidro Velásquez y de María de los Ángeles García. De igual modo, conforme al registro eclesiástico de defunción, su muerte ocurrió allí entre el 15 ó 16 de noviembre de 1925, dado que el mismo se suscribe el 16. Su esposa, Encarnación Castro, de quien no tengo mayor información, muere el 25 de mayo de 1932. De este matrimonio desciende en línea directa el autor, encontrándose con relación a estos en tercer grado de consanguinidad de manera descendente. Sabemos también cómo estos dos personajes (Eufrasio Lara y Cándido Velásquez García) residen en la región solitarios durante unos 16 años, al cabo de los cuales empiezan a establecerse en la proximidad de sus fundos otras personas procedentes de Quetame y Fosca y por los lados de San Juanito, Domingo Beltrán y otros, procedentes de Ubalá y sitios circunvecinos. En San Francisco, por esta época, la colonización tiene como protagonista otro importante quinero, el señor Salomón García, padre de Roberto García, personaje de tanta importancia en nuestra época por los esfuerzos que hiciera en procura del desarrollo de la región. Continuando con el registro de ingreso de colonos, llega otro, no menos importante: Nepomuceno Parrado, quien con su familia se establece entre el río Santa Bárbara y su homólogo el GuaEl paraíso de Colombia

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tiquía, en el punto que denominó “Los Rastrojos”, debido a que allí encontró vestigios de pretéritas colonizaciones (se cree que fomequeños, indígenas y, por qué no decirlo, españoles), tales como pastos, montañas nuevas y otros que fueron aprovechados por sus reses. Esta aseveración nos la ratifica el Padre Arnaud en sus escritos, cuando nos dice cómo en ese lugar encontraron rastros de colonizaciones anteriores, posiblemente de españoles e indígenas. Como ya se dijo, por el lado de San Juanito (vereda perteneciente a Fómeque y que para la época se denominaba Buena Vista) llegó don Domingo Beltrán, quien según palabras del padre Arnaud tuvo una gran importancia e injerencia en la fundación de la otrora Inspección de San Juanito, hoy Municipio con el mismo nombre. El número de los colonos aumentó durante la Guerra de los Mil Días, cuando otros superhombres buscaron resguardo con sus familias, haberes y algunas pocas cabezas de ganado; debiendo registrar el ingreso de Jesús Murcia, propietario de la vivienda en la que pernoctaron en 1910 el padre Juan Bautista Arnaud y su comitiva, en su primer viaje fundacional. De estos importantes patricios, seguramente descendemos todos los habitantes, residentes y no residentes de El Calvario, puesto que si hacemos las más mínimas indagaciones sobre nuestro árbol genealógico, podremos concluir que todos somos una familia, como lo esbozara acertadamente el Alcalde Jairo Morales Tiuso a través de su mandato. La mayoría de los selvícolas —como calificara nuestro padre Juan Bautista a los aguerridos colonos— ingresaron a la región por la trocha de los quineros, que era precisamente la línea más recta

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y más pendiente a la vez, por donde subían a la parte alta del páramo o Cordillera de las Burras, que era precisamente la división de la Parroquia de Quetame y el Valle del Guatiquía, hoy las municipalidades de El Calvario y San Juanito. En el relato del sacerdote Arnaud se reseña cómo esta arteria vial fue trazada por Cándido Velásquez García y en sus palabras nos decribe que sigue cuchilla arriba hasta el punto más alto entre el Páramo de las Burras y los Órganos, precipitándose luego por toda la cuchilla, hasta Tibrote. El Padre Juan Bautista nos describe los límites de la región así: Al sur, la cordillera de la Huesada y al oeste la cordillera de Las Burras, situada en oposición a la parte donde nace el río Contador que forma el valle de la vereda Tibrote, al otro lado de la cordillera, quedando precisamente en la mitad del Valle del Guatiquía, desde Villavicencio hasta el arranque del Chingaza. Según el célebre sacerdote montfortiano, el Valle del Guatiquía tiene una extensión de más de treinta mil hectáreas y fue habitado y cultivado como ya se dijo por indígenas, españoles y fomequeños, hasta poco después de la Independencia. Se sabe, como ya se dijo, que la región de San Juanito perteneció a Fómeque con el nombre de Vereda Buena Vista. El hallazgo de restos de sepulturas, huesos, calaveras, ollas, tiestos y hachas de piedra, especialmente en las veredas del Centro y El Carmen de El Calvario, es un hecho que ha venido a corroborar las observaciones del sacerdote francés. En cuanto hace a las hachas de piedra, el suscrito posee físicamente una, la cual fuera hallada en algún sitio de la vereda El Centro de nuestro Municipio (ver página 124).

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Llegada del padre Juan Bautista Arnaud a la región A principios del siglo XX los colonos de El Calvario buscaron su vinculación con Villavicencio, aduciendo que por territorialidad eran vecinos y feligreses de aquella ciudad. El Calvario (en esa época “El Baldío”) estaba relacionado por jurisdicción eclesiástica con Quetame (Cundinamarca), pero en 40 años que llevaba allí CándidoVelásquez García, el párroco solamente los había visitado cuatro veces (afirmación del padre Juan). Atendiendo la insistencia de los colonos, en 1910, Monseñor José María Guiot envía al padre Juan Bautista Arnaud para que, acompañado por el representante de la intendencia, estableciera si, como lo decían los colonos, debía adherirse la región a la circunscripción intendencial del Meta. El presbítero Arnaud nos reseña en su libro uno a uno los grandes sacrificios que hubo de realizar para llegar a ese, hoy, agradable paraíso de Colombia. Debo reiterar cómo en mi monografía inicial no disponía de mayor información sobre los viajes del padrecito, pero gracias a Dios, las versiones de mis abuelos resultan acordes con la mayoría de las narraciones del sacerdote.

Primer viaje del padre Juan Los abuelos Erasmo y Carmen me expresaron que el padre fue acompañado por el señor Julio Acevedo, quien sería el corregidor y su secretario. En su versión incluían la anécdota de cómo el padre ingresa montado en el único caballo que había allí y que pertenecía a don Rafael Camelo, mientras que el corregidor lo hizo cabalgando un toro. Dicho viaje se cumplió en 1910 (esta fecha después de un estudio comparativo entre el dicho de los abuelos y el registrado por nuestro ilustre sacerdote Arnaud, resultan conformes la una con la otra, teniéndose la misma como cierta e incuestionable). De 102

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acuerdo con los dos relatos, el del padre Arnaud y el de los abuelos, el desplazamiento se realizó por la vera izquierda del río Guatiquía, hasta dar a unas altas peñas que hubieron de salvar con la ayuda de manos, codos y con la punta de los pies asidas de las aristas rocosas halladas, hasta dar con la cuchilla. Después de una vuelta del mal llamado camino, los colonos le enseñan al sacerdote la primera casa de El Baldío, donde al parecer habían de esperar las cabalgaduras, y que era precisamente la de Jesús Murcia; pero al llegar allí solo encuentran el buey, el cual lo ofrece el corregidor al padre para que lo cabalgue. A esta casa llegan a eso de las cuatro de la tarde y pernoctan hasta el día siguiente. Y a la mañana siguiente (sábado 24 de diciembre) la comitiva sigue hacia El Baldío, así: el secretario cabalga el buey, el corregidor un macho y el padre continúa el viaje en el caballo de don Rafael Camelo. Detrás de la ilustre comitiva van todos los colonos, vecinos de la vereda Hoya Grande (hoy San Pedro) y llegan al medio día a la casa donde despacharía el corregidor. Interpretando el dicho de los abuelos y del padre Juan con la ayuda de personas conocedoras de la región, se infiere que este viaje lo realizan tomando la vera izquierda del río Guatiquía, remontando la cordillera al lado de El Calvario, pasando por las veredas El Palmar y San Isidro, hasta llegar a la vereda Hoya Grande, hoy de San Pedro. Como conclusión de este viaje, se tiene que llegan a El Baldío en 1910, precisamente a la casa de Cándido Velásquez García (se cree que éste acompañó al sacerdote en su primer viaje y los demás que realizara puesto que nos lo presenta como la persona más disponible para dichas tareas). Al día siguiente (domingo) se reúnen los habitantes para oír la misa (en latín), oportunidad que aprovechan algunos para confesarse y comulgar, sin que faltaran en la celebración los cohetes de pólvora para solemnizar el acontecimiento. Narra nuestro encomiable sacerdote relatándonos cómo seguidamente a la celebración les expuso el motivo de la visita y les leyó los límites del territorio entregados por la curia arquiepiscopal de Bogotá, expresando cómo don Cándido Velásquez El paraíso de Colombia

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García, tuvo una importancia e ingerencia destacada en la colonización. Lo apoda desde ya como “el guapo quinero”, diestro en el manejo de la macheta y en la apertura de trochas. Igualmente recibirá el sobrenombre de “el Runcho” dada su habilidad para el despeje de pajonales con el machete y para la apertura de caminos en esos abruptos raizales (constancia esta última de los dos abuelos). El relato de nuestro glorioso sacerdote continúa diciéndonos cómo Cándido Velásquez, “el Runcho”, quien por muchos años recorrió esos territorios y otros vecinos, le señala punto por punto las cumbres, las cuchillas, las quebradas y los páramos que encierran El Baldío. Según la conclusión del ilustre oficioso geógrafo; la cordillera de Las Burras, al oeste, es la parte más alta, y el río Contador, que pasa al pie de Quetame, nace al otro lado, a seis horas de donde llegaron. Comprueba pues que los límites entregados por la curia de Bogotá correspondían exactamente a los puntos entregados por los habitantes de El Baldío y concreta que los límites de Villavicencio eran conformes a la topografía de las cordilleras, así: “Desde el arranque del Chingaza, las orillas del río Guatiquia, este corre de norte a sur, desde el páramo de Chingaza donde tiene sus fuentes, pasa abajo a una hora de la primera casa de la Hoya (la de Jesús Murcia) y a tres horas de la de CándidoVelásquez”. Este inmortalizado misionero, de manera anecdótica, nos narra cómo a su llegada principió a sentir una comezón como de agujas en los pies, que ya no entraban en su calzado. Al averiguar la causa, se entera de que son sabañones, seres desconocidos hasta el momento para él y que así fue como al lunes siguiente ya no pudo calzar ni las botas ni los alpargates, puesto que éstos no eran lo bastante anchos para alojar sus inferiores extremidades, demasiado dilatadas. Prosigue la narración del padre Juan, explicando cómo el miércoles siguiente, desobedeciendo los concejos de los habitantes, emprende su viaje de regreso a Villavicencio, lo cual consiguió en dos días, uno menos que al subir. Una vez allí, rinde su informe al señor obispo, Monseñor 104

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Guiot, a quien entrega una mapa de la región. Deja una constancia expresa de cómo su recuperación se cumplió luego de permanecer tres meses en cama.

Segunda visita Con el fin de confirmar la información suministrada por el Padre Arnaud al señor Obispo, este lo nombra como su representante para que con el Dr. Martínez, Vicario de Chipaque, en representación del arzobispo de Bogotá, realizaran una nueva expedición a la región. Es así como en febrero de 1911 (fecha reseñada directamente en el libro del padre) pasan por la población de Quetame (Cund.) y trepan por el espinazo de Caballo Viejo, la mayor parte del tiempo a pie, hasta llegar a la parte más alta a las 11 a. m. (3.000 metros sobre el nivel del mar). Después de un apresurado descenso llegan a la posada, punto denominado El Común, a las cinco de la tarde, donde se encuentran los colonos reunidos. Allí, el señor Vicario interroga a los colonos sobre los límites de las parroquias, recibiendo las mismas indicaciones que el padre Juan recibiera en su primer viaje. A continuación, se procede a suscribir el acta respectiva. Fue así cómo la autoridad superior eclesiástica emitió el fallo definitivo, adscribiendo oficialmente la hoya del Guatiquía a la misión encomendada a los misioneros montfortianos.

Tercera visita En Septiembre de 1911 vuelve el sacerdote Arnaud a El Baldío, donde visita a las familias, levanta el censo de habitantes e inicia la construcción de la capilla y casa cural. Este viaje lo realiza por la vera del río, llegando a la casa de Cándido Velásquez donde se hospeda durante un mes. El sacerdote narra con lujo de detalles las visitas que realizó a las casas de los colonos, describiendo la situación de higiene y demás que vivían y las incomodidades del transporte por pésimos caminos. El paraíso de Colombia

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En cuanto al censo de habitantes, especifica cómo el mismo arrojó un total de 533 habitantes, dato este inconforme con el suministrado por los abuelos inserto en mi inicial monografía (412). Continúa narrando cómo al segundo domingo de esta visita reúne a los vecinos para escoger el sitio donde fundará la parroquia, seleccionando entre varios el que ofrecía Cándido Velásquez. En lo que sigue del relato, comenta las vicisitudes que hubo de pasar para la construcción de la iglesia y casa cural, así como de la casa de las hermanas de la sabiduría que en 1915 llegan para colaborarle, ya como docentes, como enfermeras y en el culto religioso. Así mismo, repasa la colonización de San Juanito y San Francisco, y cómo se logra la inmigración de habitantes de otros pueblos de Cundinamarca para poblar tan densos territorios.

Cuarto viaje, ya definitivo del padre Lo realiza en diciembre de 1911; ingresa nuevamente a la región, llevando consigo algunas herramientas de carpintería y de construcción, puntillas, visagras, pólvora, taladros y almádenas, utensilios de cocina, y de mesa, adquiridos en Bogotá, con cuatrocientos pesos ($ 400) que para ello le entregara el señor Obispo de San Martín, Monseñor Guiot.

Sitios ocupados por los colonos Eufracio Lara. Hacienda San Antonio de la vereda del mismo nombre. Como bien lo anoté en mi monografía de 1986. Candido Velásquez y Encarnación Castro, ocuparon el sitio donde actualmente se encuentra la cabecera municipal y sus alrededores urbanos. Nepomuceno Parrado y Familia, se establecieron entre el río Santa Bárbara y su homólogo el Guatiquía, en el punto que denominaron Los Rastrojos, debido a que encontraron vestigios de

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colonizaciones antiguas, tales como pastos, montañas nuevas y otros que indicaban cómo pretéritamente habían vivido allí seres racionales. Los pastos encontrados fueron aprovechados por los ganados propios de esta familia y se cree que aquellos antiguos pobladores procedían de Fómeque, puesto que lo que hoy es el neo-municipio de San Juanito (Meta), incluyendo hasta el río Santa Bárbara, hizo parte como vereda de aquella comprensión municipal, bajo el nombre de Buena Vista. Domingo Beltrán. Vereda Buena Vista de Fómeque, hoy San Juanito. Salomón García, ocupó lo que hoy es la Inspección de San Francisco. Jesús Murcia, vereda Hoya Grande, hoy San Pedro.

Otros datos importantes El primer nombre dado a lo que hoy comprenden los municipios de El Calvario y San Juanito, fue el de “El Baldío” y era administrado civilmente por un corregidor que dependía de la Alcaldía Provincial de Oriente, con sede en el municipio de Cáqueza (Cund.). Por aquellos tiempos, la instrucción primaria de nuestros antepasados adolescentes estuvo a cargo de las profesoras Carmen Agudelo y Mercedes Herrera, a quienes el padre de familia pagaba dos centavos mensuales por la instrucción de cada hijo. No se disponía de herramientas para laborar la tierra y en reemplazo de éstas se utilizaban los palos punteados. El comercio se efectuaba con los municipios de Fomequé y Quetame, contándose entre los productos a exportar la grasa de cerdo y las panelas de caña de azúcar, los cuales eran transportados en maletas y a hombro. Mediante el mismo sistema se importaban otros de primera necesidad para el consumo doméstico, especialmente la sal. Es de anotar que eran pocos los productos de importación, dadas las múltiples penalidades para su acarreo.

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La Inspección de San Francisco es declarada Inspección Departamental mediante ordenanza 34 de 1997, registrándose allí como fundadores Abel Rojas y su familia, así como los hermanos Olga y Néstor Vargas Moreno.

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En política, no existían las profundas divisiones que hoy conocemos. Solamente se contaba con los grandes partidos tradicionales: El liberal y el Conservador, y las ideas de uno y otro eran respetadas sagradamente por los seguidores de cada bando. La Fundación de El Calvario, por los personajes antes indicados, comenzó en 1911, recibiendo inicialmente, como se ha dicho, el nombre de El Baldío, luego Santa Bárbara, Jericó, Santa María y por último El Calvario, nombre que lleva en la actualidad con verdadero orgullo de sus habitantes. Es importantísimo anotar cómo el nombre de El Calvario fue escogido por el padre Juan Bautista Arnaud teniendo en cuenta el sinnúmero de sufrimientos que hubo de padecer para llegar a lo que hoy son nuestras pródigas tierras. En 1912 llega a El Calvario la primera maestra oficial, la señora Celia Rojas, quien para 1986, según se supo, sobrevivía en Bogotá. Después de estos históricos personajes, han continuado las inmigraciones de personal procedente de las municipalidades de Choachí, Cáqueza, Junín, Fosca y otras del Departamento de Cundinamarca. Por aquella época la delimitación de tan vasto territorio, era la siguiente: Partiendo del páramo de las Mercedes o de las Burras, hasta el empinado cerro de Pan de Azúcar, siguiendo el páramo del Arrastradero, hasta encontrar los nacimientos de la Quebrada Honda, de allí aguas abajo a dar con la desembocadura de ésta en el río Guatiquía y siguiendo por la rivera del río, hasta donde desemboca la quebrada de Chupaderos, limitando hasta aquí con el Municipio de Villavicencio y por éste aguas arriba hasta su nacimiento. “Hoy por este costado se extiende hasta Quebrada Honda, en límites con el Municipio de Restrepo en el Meta” (según información obtenida de Erasmo Velásquez). Sigue limitando con la cordillera más alta que linda los municipios de Restrepo (Meta) y Medina (Cund.), yendo hasta el páramo de Cuequeta. De allí al páramo de las Mercedes o de las Burras y encierra. En 1914 es nombrado Alcalde Mayor de Villavicencio el Coronel (r) Heliodoro Moyano,

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quien se interesa tanto por El Calvario que envía una comisión compuesta por gendarmes, citadores y alcaldes de cárcel a fin de que abrieran una pica o camino que cruzando por lo que hoy llamamos Vereda El Palmar comunicara a Villavicencio con El Calvario. No falló en su intento a pesar de los variados obstáculos que se le presentaron, como fueran la construcción de los numerosos puentes para salvar los ríos y quebradas que encontró a su paso, lo escabroso de los terrenos, las altas peñas y rocas, etc., logrando ver la cristalización de su proyecto al finalizar su mandato. En 1916 llegan a El Calvario las reverendas Hermanas de la Sabiduría. En esta oportunidad la Madre Verónica y la Hermana Alfredina, ambas de origen francés, y la Hermana María Eugenia, colombiana. Dichas religiosas de inmediato se hacen cargo de la enseñanza primaria, habiendo correspondido a mis padres y sus contemporáneos, recibir de ellas los conocimientos respectivos en cuanto hace a las primeras letras. En 1918, el padre Juan Bautista Arnaud funda la Inspección de Policía de San Juanito, que como es sabido hizo parte de nuestro ente municipal, adquiriendo muy recientemente su cédula municipal, luego de salvar dificultades relacionadas con el monto de presupuesto, carencia de habitantes y por qué no decirlo, escasez de territorio. En las montañas de El Calvario abundaba el marisco (saíno, cafuche y gallineta) así como otros semovientes propios de la región y del clima. Los caminos fueron construidos mediante la ayuda oficial y la inversión de las multas que sus vecinos pagaban como sanción a las infracciones a las normas estatutarias de policía, que por una u otra razón transgredían. En 1925, se abre el camino que de la cabecera conduce a la ciudad de Villavicencio por la vía a Fósquita, y en 1927 el que llega a la misma ciudad, pero pasando por la Inspección Departamental de Policía de Montfort. Villavicencio, para aquella época, no era nada en comparación con lo que es hoy, ya que según fuentes de entero crédito y que como tal conocieron, equiparan lo que hoy es El Calvario con lo que entonces era Villavicencio.

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La Inspección Departamental de Policía de Montfort es fundada por el padre Alejandro Chesnai, sobre terrenos que donara don Antonio Contento.

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En 1944, por móviles políticos, se elimina el municipio de El Calvario y las corregidurías de San Juanito y San Francisco, bajando nuevamente a la categoría de corregimiento toda la región. Así permanece hasta 1955 cuando vuelve a erigirse el municipio mediante el Decreto Intendencial No. 182 de dicho año, ratificado por el Ejecutivo Nacional en su símil 2543 de 1955, siendo su primer alcalde el señor Ubaldo Romero y creándose las inspecciones departamentales de Policía de San Juanito y San Francisco, en su orden.

Fundación de San Juanito Este Municipio, hijo de El Calvario, ocupa en mi memoria un sitio especial, puesto que siempre he considerado que la Región del Alto Guatiquía es la que nos interesa sin tener en cuenta individualidades, puesto que en la zona se encuentran empotrados físicamente los dos municipios, vale decir El Calvario y San Juanito, que deberían coexistir en armonía, como bien lo predijo el Padre Arnaud al describir “esa prospera región del Meta”. Nos comenta el religioso cómo para los primeros días del mes de noviembre de 1912 viajó de El Calvario a las selvas y dio vuelta a los Farallones, saliendo a Gachalá y Junín, acompañado por Eliseo Bobadilla, Miguel Velásquez, don Hermenegildo Acosta y su hijo Jesús, estos últimos vecinos de la Hoya de Junín, y quienes habían viajado hasta allí para hacer parte de la exploración. Nos reseña el montfortiano cómo ese día a eso de las 4 p.m. llegaron al Río Guajaro, vertiente de la laguna del Chingaza, emprendiendo el ascenso entre calambre y calambre (debido al frío), y llegando hasta el otro lado de la chuchilla a un tambo, después de muchos esfuerzos. Allí, según sus dichos, pasó una de las peores noches de su existencia, sin dormir, con las piernas tullidas y el cuerpo molido por los nudos de las varillas de la cama, calambres y más calambres. De esta excursión informó detalladamente al señor Vicario Apostólico de Villavicencio, y en marzo de 1913 regresaron para la mesa de San Luis, llevando víveres y lo necesario para ocho días 110

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de trabajo. Esa noche llegaron hasta el Guajaro, recostándose en la playa de este fluvial. Al día siguiente, a las 10 a.m., llegaron a la Meseta, acompañados por Domingo Beltrán, personaje que había recorrido esta selva. Inspeccionaron la existencia de un caño cercano, el cual, gracias a Dios, encontraron. El sábado siguiente regresa el padre a El Calvario, dejando los peones que lo acompañaban por una semana más. Estos derribaron dos hectáreas de árboles, dando con esto principio a la fundación de un nuevo centro de colonización, lo que hoy es San Juanito. Los héroes jornaleros encontraron allí piedras amontonadas, como señal inequívoca del trabajo de los antiguos habitantes. Lo anterior es conocido como un trabajo práctico del agricultor ya que estas piedras diseminadas en el campo son estorbo para la labranza y acaban con la herramienta utilizada. El agricultor experimentado, si bien pierde tiempo recogiéndolas, tiene en adelante un campo abierto para realizar cualquier cultivo. A los pocos meses, entraron los primeros colonos por los pantanos del Gaque. Allí construyeron su casita en medio de la montaña derribada, dejaban allí a sus esposas con sus niños mientras iban a dos días de distancia a conseguir una maleta de víveres. Esta conducta perduró por más de un año. Los colonos entraban y salían con sus maletas para sostener a sus familias, hasta que finalmente la tierra domesticada recompensó su trabajo y perseverancia con frutos propios para la alimentación de sus familias. Así pues, tuvieron para comer, mas no para vestirse. Entonces es cuando se imponen nuevos sacrificios, partiendo a jornalear un día de camino en los desmontes de El Calvario, siendo ésta la época en que el padre se valió de ellos para la construcción de la casa de las Hermanas de la Sabiduría (que todavía hoy existe), para abrir varios kilómetros de camino hacia Villavicencio, y para adelantar otras tareas similares. Posteriormente, el misionero concretó con los jefes colonos de la hoy San Juanito, una semana de trabajo para construir una capilla en la meseta

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de San Luis. Fue así como en el verano de 1915, encontrándose el padre tan “ensabañonado” que no toleraba el calzado, según su cometario, viaja a la mesa de San Luis, saliendo a su encuentro los vecinos para prestarle la ayuda necesaria. Llegó, guindó su hamaca y se acostó a dormir, sin comer y sin lograr conciliar el sueño por el frío y el agotamiento que llevaba. Al día siguiente dieron principio a la obra. Despejaron las palizadas dejadas por las derribas de hacía dos años. Se arrancaron los troncos y se limpió el terreno, se recopilaron los materiales propios para construcción tales como estantillos y vigas, varillas, bejuco y paja, presentándose esta labor como un juego para nuestros campesinos quienes iban alcanzándole lo necesario. El sábado siguiente ya contaban con una capilla de 12 metros de largo por cinco de ancho. Destaca el padre cómo esto lo hicieron en una semana, lo cual llenó de orgullo a nuestro regio misionero y el día de la primera misa se le puso nombre a la nueva colonización, para lo cual meditó al ver esa capillita en la mitad del monte y recordó a San Juan en el desierto, dándole por ello el nombre de San Juanito.Viene entonces la fiesta, amenizada por los campesinos con sus instrumentos, tiples, tambor y maracas, y de la soledad quedaría únicamente el recuerdo. Durante ese año el padre estuvo en varias oportunidades visitándolos, alojándose en el zarzo de la capilla, donde algunos tercios de paja mullían su lecho. Y a los tres años de haber sido derribadas las primeras hectáreas de monte, se abre la primera escuela en San Juanito, realizando, como era de esperarse, la iniciación de la educación cristiana, fomentándose ésta como base de esa población. La primera escuela funcionó en un caedizo que construyeron los colonos, detrás de la capilla, y cuyas medidas tenían nueve metros de largo por tres de ancho. Esta era la vivienda de la profesora, y a la vez servía de internado a treinta alumnos que debieron tomar esta opción, dadas las distancias que existían entre este centro y sus fundos. Narra el padre Arnaud cómo para la cons-

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trucción de los caminos se valió del Estado, para que éste creara en San Juanito una Colonia Penal (1918), figurando ésta y no San Juanito en el mapa de Cundinamarca que se elaborara en la época. Esta colonia comienza a funcionar con 30 presos experimentados en el trabajo de la carretera, ya que venían de la colonia de Albán, más otros 10 de otras colonias, quienes venían vigilados por una guardia proporcionada de vigilantes y directores. Dicha obra se realizó después de superar una gran cantidad de obstáculos, que fueron presentados a la consideración del Gobierno Nacional, inclusive la falta de recursos económicos. El hoy Municipio de San Juanito, antes Inspección departamental de Policía, se separa de El Calvario mediante Ordenanza del Meta No. 32 de 1981. Hoy San Juanito se comunica con El Calvario por carretera destapada en una longitud de 25 kilómetros y con Fómeque (Cund.) por la vía a Chingaza.

Situación del municipio de El Calvario en el Departamento del Meta Aspectos físicos, situación y localización El municipio de El Calvario se encuentra localizado a los 4 grados 21´ Latitud Norte y 73 grados 40´ de Longitud Oeste en relación al meridiano de Greenwich, y en el Departamento del Meta (Colombia). Tiene un área aproximada a los 200 kilómetros cuadrados (ya desmembrado San Juanito) y sus límites son: Por el norte, municipio de San Juanito (Meta); por el occidente, el Departamento de Cundinamarca; por el oriente, los municipios de Restrepo y Cumaral (Meta) y en parte con Medina (Cund.), y por el sur con la ciudad de Villavicencio (ver mapa en la página 129).

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Veredas que conforman la cabecera municipal:

El Centro Lourdes I El Carmen San Pedro Corrales

Quebrada Honda Fósquita Mesalinda San Bernardo El Cedro

La Inspección Departamental de Policía de San Francisco está integrada por:

El Centro San Isidro San Antonio bajo

San Luis San Antonio Alto

Montfort está conformado por las siguientes veredas:

El Centro Lourdes II

San Isidro II San Rafael El Palmar

Marco institucional Está conformado por las siguientes instituciones: La Familia, el Estado y la Religión.

La Familia

Tiene su origen en el matrimonio católico, dependiendo en un 99.5 % los hogares de este sagrado vínculo y en desarrollo de las semillas esparcidas al respecto por el misionero Juan Bautista Arnaud. Es quizá la célula más importante y alrededor de ella giran el resto de establecimientos. En general, las familias son numerosas y relativamente jóvenes. (Hombre, 18 años; mujer, 16 o menos y de 4 a 8 hijos en promedio).

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El Estado

Esté ente está constituido por las Agencias Gubernamentales de que nos hablara Montesquieu: la autoridad municipal que legisla (el Consejo), la que ejecuta la ley (el Alcalde Municipal en todo su territorio) y por último la que sanciona al infractor de la ley (el Juez Promiscuo Municipal) quien debe conocer los casos civiles, penales y laborales que allí se presentan, declarando el derecho ante ellos y guardando así la paz y la armonía social. A esta tripartición del poder agregamos al señor Personero Municipal, quien cumple funciones de Auditor de la Contraloría Departamental, Agente del Ministerio Público y Representante de la Sociedad. • Existen otras dependencias, que si bien aparecen como separadas del poder público, hacen parte de él y son: La Policía Nacional, La Tesorería Municipal, Telecom y La Cooperativa de Consumo. • Funcionó allí una oficina de la Caja de Crédito Agrario industrial y Minero hasta 1992. Esta oficina ofrecía los servicios de crédito y bancarios a la ciudadanía, pero inexplicablemente fue suprimida con el consiguiente perjuicio para la región. Otro tanto ocurrió con la oficina de Recaudación de Impuestos Nacionales. • De otro lado y de manera reciente, como lo expondré más adelante, viene funcionado la empresa Comcel, servicio telefónico que tanto ha servido a mis paisanos.

La Religión

Es ésta la institución más respetada por los pobladores de la región. Todos son fieles cumplidores de los mandatos religiosos. El Sacerdote a cuyo cargo se encuentra la Parroquia, es el líder principal de la comunidad a la cual orienta y apoya, cuando la misma acude en procura de consejo. Se nota un constante acercamiento a los Sacramentos de la Iglesia, considerándose casi un apóstata al que no lo haga. Recalcamos cómo uno de los sacerdotes que más tiempo han permanecido en la región ha sido El paraíso de Colombia

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el Padre Pedro Antonio Beltrán Cruz, misionero montfortiano, como lo fuera el padre Juan, y quien ejecutó la labor pastoral por un lapso superior a los 29 años. El Obispo de Villavicencio, Monseñor Gregorio Garavito Jiménez, a cuya Diócesis pertenece El Calvario, viajó esporádicamente a la región durante su ministerio, donde se le aclamó como el personaje central y de mayor importancia, y a quien sus gentes ruegan ayuda para la solución de sus problemas, no sólo espirituales, sino también materiales, encontrando en él siempre una respuesta, por grandes que fueran los inconvenientes.

Relieve y topografía El territorio comprendido por el Municipio de El Calvario, en su generalidad es montañoso y corresponde a la Cordillera Oriental de nuestros Andes, con alturas superiores a los 3.500 metros sobre el nivel del mar. Entre los accidentes orográficos, merecen destacarse: La Cuchilla de los Tres Picos, el Páramo del Atravesado, la Serranía de los Dragones, el Cerro de Pan de Azúcar, la Loma de Monserrate, la Loma de Oso, la Loma de Mesa linda, la Serranía de los Farallones, el Alto del Tigre, el Alto de Sobretana.

La vegetación Esta se encuentra profundamente modificada por la actividad humana. En un principio, la región se encontraba cubierta de selvas o montañas que conformaban una cobertura vegetal continua. Dadas las condiciones ecológicas, fisiológicas y del suelo forestal, la erosión era bajísima y la cantidad de flujo de agua prácticamente constante. En este estado, la infiltración excesiva en algunos suelos y en condiciones específicas producía algunos derrumbes. Actualmente, el bosque ha sido reemplazado por vegetación cultural, principalmente pastos. El proceso de roturación se inició en los sitios con pendientes suaves y prolongadas, en suelos de buen tipo y carentes de caos rocoso. El proceso 116

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consistía en la tala del bosque, con siembra posterior de cultivos de pan coger (subsistencia, tales como maíz, papa y algunas hortalizas); tras pocos años de siembra se permitía el desarrollo de pastos para ganadería. Las consecuencias que nos esperan (a menos que se tome conciencia de ello), serán el empobrecimiento paulatino de la tierra, ante la pérdida que sufren los suelos por la erosión y el agotamiento de los recursos madereros, la escasez de combustible de cocina (leña) y por consiguiente la búsqueda de nuevas tierras para reiniciar la espiral de pobreza. Estas nuevas tierras, no serán otras que las veras de las cañadas, las ocupadas por los bosques protectores de las cabeceras de los ríos y las marginales de los páramos. Los ríos arrastran el mantillo fértil, perdiendo tal calidad los terrenos, debido a estas causas. Los suelos expuestos a la acción de las lluvias, sufrirán la erosión laminar y el carcavamiento, quedando expuestos a procesos de infiltración, produciéndose tensiones excesivas en su interior, lo que originaría los problemas de soli-fluxión, reptación, derrumbes, etc. Las quebradas actuarían como conductos por donde, en crecidas rápidas, se perderían tanto los suelos como el agua que hubiera de infiltrarse o ser retenida por el manto superior del suelo, para drenarla con menor rapidez. De acuerdo con estudios de suelos llevados a cabo en la región, tenemos que este suelo es residual, producto de la descomposición de esquistos (piedritas negras del balastro), los cuales aparecen con espesores variables sobre la roca, y algunas coluviales, cuyo espesor alcanza hasta tres metros. Estratigráficamente se encuentran cubiertos por la capa vegetal en un espesor que oscila entre los 30 y los 70 centímetros. (Estudio de suelo realizado en la finca La Cumbre en la vereda El Centro de El Calvario, propiedad del autor.) Los materiales inorgánicos son los limo-arcillosos y los arenosos-arcillosos, de colores carmelito y amarillo y en ocasiones de color gris. En algunos sitios se presentan con contenido de esquisto descompuesto. Los límites de consistencia indican limos de mediana a alta plasticidad “MH”. Los contenidos de humedad en general están cer-

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canos al límite plástico del material, indicativo de suelos pre-consolidados. Su consistencia es firme y media blanda.

Climatología Las condiciones topográficas y de relieve que favorecen al territorio calvariuno, permiten establecer que su área presenta cuatro pisos térmicos: Cálido, medio, frío y páramo. Dada la configuración superficial de la región, su temperatura es constante e inferior a los 18 grados centígrados. Tiene clima húmedo en las tierras templadas, y frías y húmedas en tierra fría y páramos bajos.

Corrientes fluviales principales del municipio de “El calvario”. Hidrología Se considera una región muy rica en aguas (H2O). Su río principal es el Guatiquía, que nace precisamente en la Laguna del Chingaza, de donde se ha adquirido el agua para abastecer a Bogotá de tan preciado líquido. A él confluyen numerosas quebradas, caños y arroyos que por sus profundas caídas y volumen de aguas, presagian que nuestro territorio puede ser un emporio de energía por el sistema hidráulico. Dentro de los afluentes del Guatiquía, podemos relacionar (ver mapa en la página 129): Río Santa Bárbara

Quebrada La Tigrera

Quebrada Grande

Quebrada San Bernardo

Quebrada La Panela

Quebrada La Paujila

Quebrada El Chorrerón

Quebrada La Colorada

Quebrada La Plata

Quebrada Honda

Quebrada San Antonio, entre otras 118

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La población De acuerdo con los datos suministrados por el censo efectuado en 1985, se tenía que el Municipio de El Calvario albergaba un total de dos mil seiscientos veintiséis habitantes (1.327 hombres y 1.299 mujeres), los cuales estaban distribuidos en núcleos rurales y urbanos. Los primeros congregaban la mayoría de la población, puesto que los segundos reunían cantidades oscilantes entre los 180 y 280 habitantes (esto en las cabeceras de El Calvario, San Francisco y Montfort). De acuerdo con los datos del censo del año 2005 la población actual de El Calvario es de 3079 habitantes. En lo rural, se observa cierta proximidad entre las viviendas, lo cual permite un contacto casi permanente entre los habitantes del lugar. Por tal razón, se puede definir como una comunidad homogénea y unida, donde la solución de los problemas de cualesquier índole se caracteriza por la intervención conjunta de los habitantes del lugar. La región, independiente de las condiciones infra-humanas en que viven sus hijos, posee suelos de muy buenas calidad tanto para la agricultura como para la ganadería. La población allí asentada, en su gran mayoría es propietaria de parcelas, con lo cual aseguran la alimentación y el equipo adicional para el resto de necesidades. Esta contra-prestación hace que nuestros paisanos normalmente sean trabajadores de la tierra y que presenten una imagen de personas confiadas y de hábitos sanos, considerándose que para ello les es favorable el medio ambiente en que viven.

Natalidad y mortalidad De acuerdo con los datos suministrados por la Alcaldía Municipal de El Calvario, tenemos que en el año 1984 hubo 39 nacimientos y 7 defunciones en la jurisdicción municipal, lo cual nos indica que hay un promedio de 3.25 nacimientos por El paraíso de Colombia

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mes y 0.58 defunciones en el mismo período, dependiendo las últimas, de causas naturales (no violentas).

Educación Esta le ha merecido especial importancia a los gobiernos de turno en cuanto a la instrucción primaria, y es así como podemos decir que cada vereda por pequeña que sea cuenta con su escuela, dotada de profesora o profesor, según el caso. No ocurre lo mismo en la secundaria, puesto que sólo hasta el año 1973, en el Gobierno del Dr. Misael Pastrana Borrero, se inauguró el Colegio que hoy imparte el Bachillerato Básico a nuestros jóvenes. En cuanto a este logro, merece destacarse aquí la oportuna e infatigable labor realizada por el señor Mario Vidal Velásquez, quien sin ahorrar esfuerzos ni dinero logró que el entonces gerente del Instituto Colombiano de Construcciones Escolares, Dr. Alfonso Latorre Gómez, aprobara la cantidad de dinero suficiente para lograr la realización de tan apremiante obra, sin contar aún con la vía carreteable y teniendo que transportar los materiales necesarios a físico lomo de mula. La falta de recreación es visible a todo nivel, agudizándose este fenómeno entre los jóvenes, quienes ante la situación optan por dedicar sus días de descanso a ingerir bebidas embriagantes en los diferentes establecimientos de venta que allí existen. Se considera necesario orientar la educación secundaria existente (bachillerato básico), hacia una preparación más técnica enfatizada en las labores del agro, a fin de disminuir de esta forma la fuga de adolescentes hacia otros lugares, especialmente hacia las regiones dedicadas al cultivo de la coca (Vaupés, Vichada y Llanos en general). En este momento merecen especial reconocimiento las autoridades del Colegio y Municipales, que en buena hora encontraron acertado bautizar nuestro colegio con el nombre de ese insigne sacerdote, Juan Bautista Arnaud, 120

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que tanta altura le ha dado al mismo. En forma más reciente, han sido abiertos sendos colegios de Secundaria, en las Inspecciones de San Francisco y Montfort.

Sitios turísticos Son incontables si tenemos en cuenta que el panorama, sus cascadas, sus peñas, etc., dan al visitante ese ambiente de campo, de aire oxigenado, de que tanto adolecen nuestras ciudades (ver páginas 129 a 126). Entre los más importantes y destacados podemos mencionar la “Cueva del Diablo”. Esta cueva es un túnel natural que une las quebradas El Chorreón y La Plata; está situada a escasos 1.500 metros de la cabecera municipal y se cree fue utilizada como vivienda de nuestros antepasados aborígenes, dado que allí se han encontrado tesoros en oro y dentro de recipientes de barro. También son un atractivo para el visitante las “Peñas de Lourdes”, verdaderas moles de roca con altos porcentajes de cal. Estas rocas son elemento primario en la elaboración de este mineral; un producto que aún no se ha explotado, lo cual nos lleva a pronosticar para un futuro grandes fábricas de este químico. Sobre una de estas se ha incrustado un altar con la imagen de la Virgen de Fátima, empresa que se debe al Padre Pedro A. Beltrán y a Monseñor Gregorio Garavito Jiménez. Este sitio es frecuentado por los habitantes para orarle a la Virgen. El altar mayor de la Iglesia de El Calvario ha sido tallado en madera por el padre Alejandro Chesnai, y consta de 45 columnas de distintos tamaños, siendo la de mayor longitud de 1.25 metros. Tiene el estilo Bernini de la Basílica de San Pedro de Roma, y está decorado con rosetones y flores de lis, tallada a navaja. Dentro de este inventario de sitios de interés turístico debemos incluir el Salto del Chorrerón, compuesto por dos caídas de unos 100 metros cada una y ubicado a un kilómetro del pueblo; la campana “Paccard” de París, ubicada en la iglesia parroquial y cuya principal característica es el tañido argentino. El paraíso de Colombia

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Servicios públicos No hemos sido los más afortunados en este campo, ya que en el Gobierno Central ha pasado inadvertida la existencia de este municipio y sólo hasta ahora comienza a tenernos en cuenta. Contamos con los servicios de acueducto, luz y alcantarillado, pero en forma por demás rudimentaria. Existe un teléfono recién instalado por Telecom, el cual promete una comunicación rápida con las demás ciudades del país, pero que al ser inalámbrico su servicio no es continuo. Hoy si, mañana no. Y más recientemente, después de una ardua tarea cumplida por el suscrito ante el entonces presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez, se logró la instalación de la torre repetidora por parte de Comcel para dar el servicio a la región, a pesar del sentimiento empresarial del presidente de aquella compañía, en el sentido de que allí no eran viables los fines económicos que persigue la Empresa. En época reciente se ha logrado la electrificación de la región en su mayor parte, realizada por la Electrificadora de Cundinamarca; servicio que, a decir verdad, ha resultado una de las principales fuentes de progreso para la misma. Se considera que una región como la del Alto Guatiquía, premiada por la naturaleza con grandes caídas hidráulicas, debería tener los mejores servicios tanto de luz como de acueducto que se puedan imaginar.

La cabecera municipal y su situación geográfica

Está localizada en la cota 1.850 metros sobre el nivel del mar y su temperatura media es de 18 grados centígrados, al noroccidente del Departamento del Meta, sobre la cordillera oriental. De Villavicencio se encuentra a una distancia de 84 kilómetros y la región se ubica entre los 750 y los 3.000 metros sobre el nivel del mar.

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Situada sobre la ladera oriental del río Santa Bárbara y en unas pequeñas terrazas, con fuertes limitaciones, razón por la cual su distribución urbana presenta un sector alto y otro bajo. Sus edificaciones se caracterizan por la construcción escalonada, con espacios considerablemente reducidos, que impiden un desarrollo urbanístico. Estas condiciones se presentan igualmente para el núcleo de San Francisco, siendo allí menos acentuada la reducción de continentes, lo que hacemás fácil el futuro crecimiento físico de aquel poblado.

Su vía carreteable El sábado 26 de noviembre de 1983, después de unos 15 años de arduos trabajos en la vía Guayabetal-Monterredondo-El Calvario, a eso de las cinco de la tarde, ingresó el buldócer al caserío, operado por el paisano Vicente Amaya Morales. Lo reciben, según el dicho de nuestro Padre Pedro Antonio Beltrán, unas cien personas en el sitio La Violeta, quienes lo vitorean en medio de vivas y aplausos. Y es al día siguiente, domingo, cuando ingresa el primer vehículo, un “Toyota”, conducido por Raúl Molano, procedente de San Francisco. Antes de su ingreso hubo de ser remolcado por el buldócer en un lodazal del caño San José. Lo anterior, en palabras del mismo padre, fue motivo de gran alegría y festival. El automotor, engalanado con el tricolor nacional, fue llevado hasta el Colegio. El regreso de este no fue menos tormentoso. Nuevamente se entierra en el caño San José. Se tienden vigas en el fango y utilizando palancas se trata de sacarlo, pero todo resultó inútil. Por último, con la ayuda una yunta de bueyes de Fidel Santiago, se logra desatascar y sacar el vehículo de allí. Finalmente, el 9 de febrero de 1984 se inaugura la carretera con la presencia de Monseñor Gregorio Garavito Jiménez, del Gobernador del Departamento, Narciso Matus Torres, y del padre Pedro A. Beltrán.

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Gracias a Dios, el padre Beltrán dejó estos datos por escrito, y el texto me fue suministrado por la Junta Organizadora del Centenario de El Calvario. También debo mencionar a mi recordado amigo Mario Vidal Velásquez, Alcalde Municipal para la época, quien no ahorró esfuerzos, sacrificios y dinero, para ver convertida en realidad la obra principal que traerá a El Calvario el desarrollo que por tantos años se le había negado. Esta vía tiene una longitud de 84 kilómetros, entre Villavicencio y El Calvario.

Conclusión Como bien lo logramos plasmar a través de este trabajo, “El Paraíso de Colombia” fue colonizado en los siglos XIX y XX por los personajes citados y en momentos en que fuera desterrado el Arzobispo Manuel José Mosquera, por el entonces Presidente de Colombia, el Dr. José Hilario López. Los personajes centrales de dicha colonización resultan ser don Cándido Velásquez García, junto con el padre Juan Bautista Arnaud, quienes por situaciones del destino descubrieron las tierras que hoy tienen tanto valor, no solo económico sino histórico. No hay que olvidar, por supuesto, que el

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primero en llegar al territorio fue Eufrasio Lara. Su desarrollo se ha visto interrumpido en varias oportunidades desde su erección, si tenemos en cuenta que, siendo municipio se le bajó a corregimiento, y sólo hasta 1.955 adquiere la estabilidad de que hoy goza como ente municipal. La llegada de los pioneros, tanto colonos como autoridades a la región, fue toda una odisea llena de sufrimientos, maltratos y malos ratos; no de otra manera se considera un maletero cargado de grasa de cerdo y panelas, por los intransitables caminos que para aquella época existían. Pero son precisamente estas dificultades las que nos llevan a amar más a nuestra patria, hincando nuestras rodillas ante los sepulcros de todas esas personas que tan valerosamente nos demostraron que El Calvario vale la pena y que debemos amarlo filialmente, siendo conscientes de la tal realidad. La carretera a El Calvario, como bien se anotó un poco más arriba, llegó a finales de 1983 y fue inaugurada en 1984 y presidida por personajes de tanta importancia como son Monseñor Gregorio Garavito Jiménez, el Dr. Narciso Matus Torres, Gobernador del Departamento del Meta, el padre Pedro Antonio Beltrán Cruz, el señor Mario Vidal Velásquez, Alcalde Municipal, y todos los vecinos que acudieron en ese día de tanta recordación.

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* Capilla y casa cural construidas por el padre Arnaud; hacha de piedra hallada en la vereda El Centro; y tres herramientas indispensables para los calvariunos desde la ĂŠpoca de la colonizaciĂłn: hacha, machete y peinilla. 126

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Llano arriba… Situado al norte del Departamento, en su zona montañosa, El Calvario es una hermosa y promisoria reserva de paisajes, atracciones turísticas naturales y agua en abundancia, donde aún el perro y la mula, esos otros símbolos de la colonización, sobreviven en medio del colorido y la exuberancia de nuestra bio-diversidad.

Llano arriba...

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Sistema hídrico y mapa político del municipio de El Calvario N Medina

Parque Nacional Natural Chingaza

San Francisco

El Calvario Montfort

Bogotá

Área ampliada

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Departamento del Meta

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El Calvario

Altitud: 1.850 m. snm. Temperatura media: 18oC. Localización: 4o21´ Latitud. Norte y 73o40´ de Longitud Oeste (Greenwich). Población: 3079 habitantes (DANE, 2005).

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Fotografía: Ronald Dueñas. Ilustración: Edgard Palacio. Infografía: Germán Fernández.

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Río Guatiquía Caño Arenales.

Lecho de la quebrada “El Chorrerón”.

Cascada de la quebrada “Chiquita”.

Trucha “Arcoiris” (Oncorhynchus mykiss).

Llano arriba...

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* Paisaje nublado y sendero de la gruta de Lourdes.

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* Cueva del Diablo (entrada); don Noé Gutiérrez Abad en el interior de la cueva; y caída de la quebrada La Panela al Santa Bárbara.

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* Los animales, partícipes anónimos de la colonización y la biodiversidad.

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* Musgos a la entrada de la Cueva del Diablo y cascada de la quebrada de La Plata. Llano arriba...

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* El berriador o gallito de roca (Rupicola peruviana) y flor del SagĂş (Canna indica). 136

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* Dalias (Dalia pinnata) y flor del quiche (Aechmea spectabilis).

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* Lulo (Solanum quitoense); mora (Rubus glaucus); y mazorca (Maíz: Zea mays).

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Su patria chica es El Calvario. De profesión pedagogo, ha sido maestro, profesor de bachillerato y de la universidad (Unillanos), cargo en el que se jubiló para dedicarse de tiempo completo al periodismo, oficio que siempre ha desempeñado al lado de la docencia. De él ha dicho recientemente el también escritor Jaime Fernández: “No solo sobre Cuervo, sino sobre García Márquez, los problemas de la academia, la política, la vida universitaria, la investigación en general, Sérvulo con su pluma —aguda, afilada, acerada— está ahí; siempre con sus comentarios acertados y rigurosos.” El lanzamiento del Centenario de El Sérvulo E. Calvario en enero lo cogió allá, y desde entonces se convirtió en cronista de los diversos Velásquez actos con los que los calvariunos lo han venido celebrando. Suyas son la introducción del Reseña

B.

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libro y las páginas que siguen, producto de su incursión en libros, archivos y viejos papeles, y el diálogo directo con otras fuentes: las personas. Forma parte de la Junta Organizadora del Centenario ( JOC), en los comités académico y editorial, y es uno de los animadores de la recién creada Cátedra El Calvario, “un proyecto pedagógico ambicioso, orientado a pensar el pueblo y reinventarlo”, según sus propias palabras. Este año, ha viajado tres veces a El Calvario y aspira volver el próximo diciembre, en las caravanas del retorno programadas.

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Crónicas del retorno Regreso a las raíces “Los caminos del mundo están llenos de polvo, pero ese polvo ha sido santificado por el cansancio de muchos caminantes.” Sérvulo Anzola.

Luego de una prolongada ausencia de casi 40 años, volví a El Calvario el 14 de enero de este año de gracia de 2011, ya no como en los lejanos tiempos de mi infancia y mi juventud, transitando caminos polvorientos, abiertos de risco en risco, sino a través de una carretera —digamos— soportable. Con el corazón estrujado por muchos y encontrados sentimientos, llegué directamente al Colegio Juan Bautista Arnaud donde sus laboriosos y abnegados profesores concluían un curso de actualización dictado por la profesora Lilia Velásquez de Unillanos, a cuya clausura había sido invitado. Allí hablé, por supuesto, de pedagogía y

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educación, y los maestros me hablaron del centenario de la fundación del pueblo. Quizá el primer acto de conmemoración de esta efemérides fue el sencillo homenaje, que rendimos aquella tarde en la institución educativa al padre Arnaud, el fundador, a los otros fundadores —los colonos— y a las tres primeras maestras de El Calvario: Carmen Agudelo, Mercedes Herrera y Celia Rojas. En la noche, al calor del colegaje y la amistad, hubo celebración al mejor estilo calvariuno: con comida abundante, cerveza, música del Llano y carranga, baile, y sobre todo sabrosas y picantes coplas, en medio de la eterna neblina, la llovizna y aquel frío de la cordillera tan conocido. Al día siguiente, 15 de enero en la tarde, gracias a los buenos oficios de los docentes y a la colaboración del alcalde, hubo reunión en las instalaciones del Palacio Municipal con el propósito de ponernos de acuerdo en la manera como se celebraría el centenario. Unas veinte personas, entre representantes de la administración municipal, el Concejo, la cultura, las autoridades militares, líderes cívicos, y calvariunos residentes en Villavicencio, asistimos al acto. Especial mención merece el hallazgo del libro “Las Misiones de la Compañía de María en los Llanos de San Martín, 1903-1924”, escrito a modo de memoria por el padre Arnaud, rescatado por los profesores, y cuidado celosamente por las autoridades, gracias a su valor histórico en los anales de El Calvario. Lo mismo que el encuentro con don Noé Gutiérrez y Horacio Baquero, que desde el principio se convirtieron en amables corresponsales. Como resultado de la susodicha reunión se constituyó un comité pro celebración de los cien años de historia del municipio, integrado por personas de El Calvario y Villavicencio, que de inmediato comenzó a trabajar en cumplimiento de la agenda trazada.

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Primero y segundo encuentros de calvariunos

Tal como se había decidido en la reunión de El Calvario y ratificado por el Comité en sesión del 17 de febrero, el día 19 de ese mes, en uno de los auditorios de la Asociación de Educadores del Meta – ADEM, se realizó el primer encuentro de paisanos, residentes unos, otros en representación de las colonias de Bogotá y Villavicencio, e invitados especiales. Según las planillas de asistencia al acto, participaron en él aproximadamente 40 personas. De acuerdo con la tradición calvariuna, el menú ofrecido por el alcalde Jairo Morales Tiuso y su esposa, señora Elizabeth Velásquez, fue “un cafecito” —tinto con pan de sagú— degustado entre reencuentros, abrazos y remembranzas de quienes no habían vuelto a verse durante muchos años. Sabido es desde tiempos inmemoriales que cuando dos o más calvariunos raizales se encuentran en una calle de Villavicencio se abrazan con efusión, conversan e irremediablemente paran el tráfico. La decisión más importante adoptada en aquella primera asamblea popular y ratificada por unanimidad en la segunda, la reseñó así el periodista Oscar Pabón en la edición de Llano 7 Días de febrero 24: “En la más reciente convocatoria, a cargo de los hermanos Lilia y Sérvulo Velásquez, los cuarenta asistentes integraron grupos de trabajo encargados de Comunicaciones y Relaciones Públicas, Finanzas, Cultura, Académico y Logística.” Tales comités entraron a conformar la Junta Organizadora del Centenario —JOC— presidida por el alcalde, a cuyo nombre se emitió posteriormente la siguiente información, que también da cuenta de la segunda cita convocada para el 16 de abril, así mismo en el auditorio de ADEM, con la participación esta vez de unas setenta personas:

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Comunicado de prensa No. 1 Villavicencio, 18 de abril de 2011 La Junta Organizadora del Centenario de El Calvario (Meta) informa a los calvariunos residentes en el Municipio, a la colonia calvariuna de Villavicencio, Meta, Bogotá y el resto del país, y a la ciudadanía en general: Primero. Al cumplirse este año el centenario de la fundación se han realizado encuentros preparatorios de la celebración en El Calvario y en Villavicencio, los días 15 de enero, 19 de febrero y 16 de abril. Segundo. Como resultado de dichos encuentros se creó la Junta Organizadora, presidida por el señor Alcalde e integrada por los coordinadores de los comités: Académico, Cultural, de Finanzas, logística del Retorno y Comunicación y Prensa. Tercero. La celebración central se realizará en El Calvario los días 8, 9 10, 11 y 12 de diciembre de 2011, con un gran Festival del Retorno, precedido de diferentes actos académicos, culturales y sociales, que se darán a conocer oportunamente. Cuarto. Se invita a todos los calvariunos (de nacimiento o por adopción) a participar activamente en los actos celebratorios, lo mismo que a las autoridades locales, regionales y nacionales y demás fuerzas vivas de la sociedad. Atentamente, Comité de Comunicaciones y Prensa Heberth Romero Bobadilla Coordinador

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Cabe anotar además que desde aquellas dos primeras reuniones se acordaron como actos centrales del centenario: construcción de un monumento a los fundadores, publicación de un libro, creación de la cátedra “El Calvario”, foro sobre los problemas de la región, toma simbólica de Villavicencio, diversas muestras culturales (fotografía, museo, comparsas y gastronomía), así como celebraciones religiosas. Ideas estas que se irían decantando y afinando en próximos encuentros y sesiones, tanto de los diferentes comités constituidos como de la junta central, con el aditamento de la realización de sendos conversatorios acerca de la historia municipal en El Calvario y Villavicencio respectivamente. El propósito es recuperar la tradición oral, conservarla y difundirla como un legado de los hombres y las mujeres del centenario a las próximas generaciones. El éxito sin precedentes de los encuentros de febrero y abril honran el entusiasmo, el espíritu emprendedor y el tesón de los organizadores, dignos herederos de los quineros, los fugitivos valerosos de la Guerra de los Mil Días y los heroicos colonos del oriente de Cundinamarca y El Guavio.

Historias de mi pueblo Desde que tengo memoria de personas, sucesos, cuentos, anécdotas y consejas, fraguados con el correr de los tiempos, en El Calvario ha habido particular interés por la historia del municipio, casi siempre confundida con la de la parroquia cuyo nombre es “La Santa Cruz”, por razones que saltan a la vista. Primero fue, claro está, la tradición oral. Corría el año de 1955, yo cursaba segundo año de educación primaria en la escuelita oficial de varones, y con motivo de las celebraciones por la erección del pueblo —antes corregimiento— a

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municipio, la maestra Nubia Clavijo, haciendo honor a sus raíces culturales del oriente de Cundinamarca, leyó estas dos coplas: Señores, vengo a decirles que El Calvario fue fundado por el padre Juan Arnaud, según cuenta don Erasmo Y sí, en efecto, don Erasmo Velásquez, mi padre, relataba a adultos, jóvenes y niños, historias de quineros, campesinos fugitivos de la Guerra de los Mil Días, colonos, en fin, que comandados por los padres montfortianos habían fundado aquella aldea remota, perdida en lo profundo de la selva. Pero doña Nubia no solo enseñaba la historia con coplas, de la misma manera lo hacía con las primeras lecciones de geografía: En medio de cuatro cerros se encuentra este caserío, y esa es una gran ventaja porque no hace mucho frío. Con la ingenuidad de mis nueve años, yo pensaba entonces, con la mirada puesta en las montañas imponentes, en los nombres que escuchaba en clase de sociales: Los Farallones, Los Órganos, La cordillera de las Burras, La Huesada… Años después, estudiante ya de bachillerato, el viejo Erasmo con quien habíamos ascendido a una de las tantas colinas de aquella geografía agreste, me contaba señalando con la mano, los límites fabulosos de los terrenos de que habían sido dueños los primeros colonos: Cándido Velásquez García, el pionero, mandaba desde la quebrada La Panela hasta la quebrada La Plata, Cándido Velásquez Beltrán —el segundo— lo hacía desde la quebrada de La Plata hasta la de San Antonio; y de Nepomuceno Parrado eran las tierras comprendidas entre el río Santa Bárbara y Los Rastrojos. Me refería también cómo a Eufrasio Lara, que había llegado de Fómeque por allá en 1870 y permanecido solo muchos años en El Baldío, lo había matado un árbol que derribaban sus hijos, al caerle encima. 148

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Mi papá no ahorraba elogios para aquellos hombres y mujeres, que machete y hacha en mano, habían descuajado la selva para fundar pueblos, abrir caminos y cultivar los campos feraces del alto Guatiquía. —Ustedes, los descendientes de esos hombres valientes, deberían escribir su historia, le dije—, y él me replicó: la mayoría de ellos son analfabetos, y los otros a duras penas escribimos y leemos; a ustedes, la generación de los bachilleres y los letrados corresponde esa tarea. Y como los viejos no pudieron escribirlo, con su puño y letra, entonces nos tocó hacerlo a nosotros: bachilleres, maestros, licenciados, abogados, ingenieros, y demás profesionales, hombres y mujeres del Centenario. Con ocasión de éste, ese fervor por la historia —la sagrada y la patria, como nos enseñaban en la escuela— se ha avivado, y nos ha llevado a hurgar en bibliotecas y archivos en busca de escritos que completen la fragilidad de la memorial oral, casi extinguida con la muerte de los hijos de los colonos y sus nietos. Conocedores los calvariunos de mi interés por dichos temas, comenzaron a enviarme por todos los medios, desde la entrega personal hasta el correo electrónico, documentos y más documentos acerca de las fundaciones montfortianas y los cien años de historia posteriores. Fue así como don Noé Gutiérrez Abad, el encargado de la Biblioteca Municipal, me suministró copia digitalizada de las memorias del padre Arnaud y me mostró el libro de la historiadora Jane Rausch, “La frontera de los Llanos en la Historia de Colombia (1830-1930)”, amén de muchas fotografías y datos interesantes provenientes de los archivos del municipio y la parroquia, aportados a lo largo de estos siete meses. Por su parte, Horacio Baquero, de la emisora comunitaria Manantial Estéreo puso en mis manos copias de los guiones de su programa La Historia de mi Pueblo, emitido celosamente desde el año 2005, en desarrollo de una labor periodística digna de encomio. Igual que don Noé, continúa enviando datos acerca de El Calvario. Otro tanto hizo el abogado Nelyony Alonso Crónicas del retorno

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Velásquez Santiago, bisnieto de Cándido Velásquez García, con su libro de 1986, “Monografía del Municipio de El Calvario” y otros documentos valiosísimos en la reconstrucción histórica de este siglo de vida institucional. En el transcurso del primer semestre del año, a los anteriores interlocutores se sumaría además el señor Humberto Santiago, de igual manera, poseedor de mucha y variada información sobre la colonización de la región y su posterior devenir. Últimamente don Fidel Rojas Bobadilla ha tenido a bien hacerme llegar un extenso libro inédito: Historias, Cuentos y Poemas, del que apenas he leído algunos capítulos, al parecer inspirados también en el plausible afán de contar. Para no hacer tan largo el cuento y recuento de datos históricos acerca de la región, por ahora en mi poder, he de decir que gracias a la curiosidad y al espíritu emprendedor de mis paisanos, uno encuentra desde copias de viejas partidas de bautismo, relaciones de defunciones, actas de posesión de funcionarios, decretos fundacionales, listas de párrocos y de alcaldes, trabajos de grado y cartas en francés, hasta recientes recortes de periódicos, y la noticia de que hay un obispo católico nacido en El Calvario: monseñor Álvaro Efrén Rincón Rojas. Por mi parte, y en atención a que conocía desde los años en que fui alumno de los montfortianos en Choachí, sus dotes de cronistas juiciosos de los hechos de que habían sido coautores, acudí a ellos en procura de relatos, semblanzas y opiniones sobre los años transcurridos entre 1911 y 2011. En sucesivas entrevistas con el provincial de la comunidad, otros sacerdotes y el obispo emérito, monseñor Gregorio Garavito, obtuve excelente bibliografía con el sello editorial s.m.m. o sociedad mariana montfortiana. ¿Qué hacer con tanta y tan disímil información que excede las modestas pretensiones de la crónica? Se me ocurrió proponer la idea de crear una Cátedra “El Calvario”, con su centro de documentación, y la Junta Organizadora del Centenario —JOC— la acogió y aprobó, consciente de la necesidad de imprimirle continuidad en el tiempo al esfuerzo colectivo de recuperar, conservar y di150

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fundir nuestra memoria histórica, con proyección a las futuras generaciones. Luego de haber leído todo, por lo menos lo que ha caído en mis manos, llego a la conclusión de que no hay una historia de El Calvario, sino historias contadas polifónicamente, ¡por varias voces!, desde diversas y a veces opuestas perspectivas, en espera de lecturas, reescrituras y diferentes interpretaciones. Son las historias de mi pueblo. Cuando quien estas páginas escribe como modesto cronista del centenario termine su trabajo, todo ese acopio escrito y gráfico en que se basó irá al Centro de Documentación de la Biblioteca Pública Municipal, ad perpetuam rei memoriam (para perpetua memoria de los hechos). A los bisnietos, tataranietos y demás descendientes de los esforzados colonos de antaño les está reservada la nueva hazaña de la reinvención de su pueblo, condenado como alguna vez dije a cien años de soledad, por el olvido y la desidia oficiales con una tierra que siempre ha mirado al Llano y a Colombia, expectante, desde la montaña mágica, coronada de eternas neblinas, y atravesada por trochas, atajos y caminos trazados de breña en breña.

Cenas de la confraternidad Durante los días 7 y 8 de mayo la JOC sesionó en la cabecera municipal, y con tal motivo se ofreció un apetitoso banquete con caldo y pan de sagú, en el que tomaron parte unas ciento cincuenta personas. En seguida, como es tradicional, tuvo lugar una gran fiesta de integración. En esta ocasión se dio cuenta a todos los asistentes sobre el trabajo que se viene realizando y sobre la propuesta de programación, con el fin de democratizarla y hacer de este evento una oportunidad de participación efectiva. La primera exhibición de herramientas de trabajo, utensilios y enseres, relacionados con usos y costumbres de la vida cotidiana de los calvariunos de antaño —una especie de museo— organizada por el Comité Cultural, mereció toda suerte de comentarios favorables. Crónicas del retorno

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En la tarde del domingo 8, antes de que los integrantes de las colonias bogotana y villavicense que habían viajado a la localidad con el objeto de participar en los actos programados, emprendieran el viaje de regreso se emitió el siguiente documento con destino a los medios de comunicación:

Comunicado de prensa No. 2 El Calvario, 8 de mayo de 2011. La Junta Organizadora del Centenario de El Calvario (Meta) informa a los calvariunos residentes en el Municipio, a la colonia calvariuna de Villavicencio, Meta, Bogotá y el resto del país, y a la ciudadanía en general: Primero. Que en el marco de la celebración del Centenario, los días 7 y 8 de mayo del año en curso se desarrollaron los siguientes eventos: • Taller de socialización de la Cátedra El Calvario, la cual se iniciará en las instituciones educativas del municipio, el próximo semestre lectivo. • Primer Banquete de la confraternidad y Primera fiesta de integración en el Centro Comunitario, con la presencia de residentes en el municipio y visitantes procedentes de las ciudades de Bogotá y Villavicencio. • Reunión ampliada de la Junta Organizadora de la celebración CIEN AÑOS de EL CALVARIO presidida por el señor alcalde municipal, con el objeto de proseguir la preparación de los actos conmemorativos.. Segundo. Se reitera la invitación a participar del Segundo Banquete de la Confraternidad y Primer Conversatorio Histórico, el cual se llevará

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a cabo el día 4 de junio del año en curso en las instalaciones del Colegio Departamental de La Esperanza. Tercero. La celebración central del CENTENARIO de EL C ALVARIO se realizará en El Calvario los días 8 a 12 de diciembre de 2011, con un gran Festival del Retorno, precedida de otros actos académicos, culturales y sociales. Atentamente, Comité de Comunicaciones y Prensa Heberth Romero Bobadilla Coordinador

Durante los restantes días del mes de mayo y los primeros de junio, los paisanos integrantes de los comités de Finanzas, Académico, Cultural y de Logística, se dedicaron entusiastas a la ardua tarea de preparar la Cena de la Confraternidad y Primer Conversatorio Histórico a realizarse en Villavicencio en la noche del 4 de junio. Superando aun los más modestos cálculos, la concurrencia a este acto fue de cerca de cuatrocientas personas, animadas por la idea de vincularse, con alma, vida y sombrero, como se dice en la tierra natal, a las celebraciones del centenario. La agenda de aquella noche inolvidable dió inicio con una oración, el Himno Nacional y el Himno del Municipio de El Calvario. Después de escuchar las palabras del señor Alcalde Jairo Morales Tiuso, se disfrutó de una variada muestra de música y danzas de la región protagonizada por delegaciones de Corculla, la Universidad de Los Llanos, el grupo de danzas de Alexis Parrado y un grupo musical a cargo de Deiver Velásquez. Alternando las demostraciones artísticas con la presentación de la programación del Centenario, el Conversatorio y el Banquete ocuparon la franja central del evento.

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El comunicador social Oscar Pabón dio posteriormente a los medios de Villavicencio este parte:

El primer encuentro de la colonia calvariuna en Villavicencio resultó exitoso. El anterior sábado 4 de junio se cumplió el gran encuentro de los hijos de El Calvario en Villavicencio, la cita fue a partir de las 7:00 pm en el polideportivo del colegio Departamental de La Esperanza. Los organizadores esperaban reunir unas 200 personas, pero el número superó las 300. Esa noche hubo emotivos reencuentros de paisanos y se compartió en medio de presentaciones artísticas y apuntes y reminiscencias sobre la historia de su pueblo. Además se saboreó caldo de gallina con pan de sagú. El encuentro de paisanos cordilleranos que estuvo presidido por Jairo Morales Tiuso, alcalde de esa municipalidad, contó con la coordinación general de la licenciada Lilia Velásquez y tuvo la total colaboración de los integrantes de los diferentes grupos de trabajo que organizan el centenario. Este certamen forma parte de la preparación que desde comienzo de año los calvariunos hacen, con motivo del Centenario de fundación de su Patria Chica, gran gala prevista para los primeros días de diciembre próximo.

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La agenda del Centenario

A partir del mes de enero de este año, he venido informando a mis lectores acerca de la celebración, en diciembre de 2011, de los cien años de fundación institucional (civil y eclesiástica) de El Calvario, un “pueblito viejo”, recatado en lo profundo de las selvas de la Cordillera Oriental. Desde entonces calvariunos raizales, descendientes de quineros y colonos, hijos suyos y amigos —viejos y nuevos— nos hemos dado a la tarea de conmemorar este aniversario digna y solemnemente con actos sociales, culturales y académicos, bajo la orientación de la entusiasta y dinámica Junta Organizadora del Centenario ( JOC).

El Calvario se toma Villavicencio Esta vez quiero referirme a la apretada agenda de agosto: Durante los días 20 y 21, la JOC sesionó en la cabecera municipal, con amplia participación de la comunidad, con el propósito de revisar las tareas acordadas y definir la programación del gran Festival del Retorno que se celebrará allá del 8 al 12 de diciembre. Mención especial merece su significativo papel en el Segundo Foro Municipal de Educación, desarrollado exitosamente por las instituciones educativas Juan Bautista Arnaud de El Calvario y Simón Bolívar de San Francisco, acontecimiento en el que se lanzó la Cátedra El Calvario en su modalidad de educación formal. Cansados pero satisfechos, el 23 en las horas de la tarde, en el auditorio de la Cámara de Comercio de Villavicencio, realizamos una concurrida rueda de prensa en la que se hizo el lanzamiento oficial del centenario, y de manera especial la invitación a la actividad “El Calvario se toma a Villavicencio” del día 26. Este viernes, sin exageración, El Calvario se tomó a Villavicencio, con el primer Mercado Campesino y la Muestra Gastronómica y Cultural, que tuvieron lugar en la plaza Los Libertadores a donde madrugaron los campesinos con sus productos tradicionales, y los villavicenses ávidos por comprarlos. Crónicas del retorno

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El periódico Llano 7 Días (edición del 27 de agosto) publicó una interesante crónica del periodista Rubén Darío Romero Castro, con fotografías de Guillermo Herrera, en la que se destaca el éxito de la toma simbólica: “Un evento para creer en lo propio”. He aquí algunas de sus apreciaciones: “Unas 15 toneladas de frutos de El Calvario apenas duraron tres horas en la Libertadores”, “8 millones de pesos, valor aproximado de las ventas que se efectuaron ayer en El Mercado Campesino.” Y no podía faltar la queja por la carencia de vías de comunicación repetida hace cien años, desde los tiempos del fundador, padre Juan Bautista Arnaud: “Muchos habitantes del municipio de El Calvario que estuvieron ayer en Villavicencio en la muestra campesina, se lamentaron de que la carretera estuviera tan mala porque de otra forma habían alcanzado a traer más alimentos para vender.”

Mirando al Llano Otros cronistas, iletrados mas fieles a la tradición oral, nuestros padres, contaban que hacia el año de 1910, los colonos aislados en El Baldío y desesperados por la escasez de vías de comunicación y demás recursos para proseguir su arduo empeño de fundar un pueblo en medio de la selva, decidieron viajar a Villavicencio —capital de la Intendencia Nacional del Meta y sede del Vicariato Apostólico— “Guatiquía abajo”, en busca de ayuda, con la certeza de hacer parte de esta jurisdicción. Por las memorias de Arnaud —materia del primer Capítulo de este libro—, sabemos que los colonos tenían razón: El Baldío descubierto e inicialmente colonizado por campesinos de Quetame

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y Fómeque, pertenecía legalmente al Meta, pero el Llano lo ignoraba; y para enmendar el error, en 1911 fueron designados el primer corregidor y el primer párroco, una vez resuelta la cuestión de los límites. Aquella hazaña de los antiguos calvariunos fue también una toma simbólica de Villavicencio, en busca de reconocimiento del derecho a ser vistos, escuchados y tenidos en cuenta como integrantes de la región, a pesar de sus remotos orígenes cundinamarqueses. A comienzos de este año, y como respuesta a algún escrito mío, el sociólogo Wilson Ladino —villavicense— dice en un mensaje de correo electrónico: “El Calvario es una de nuestras despensas de gente trabajadora, agua, biodiversidad y oxígeno.” Mostrar un poco eso fue lo que quisieron los habitantes de El Calvario, San Francisco y Montfort, con el olor y el sabor de los frutos de la tierra: miel, panela, alfandoques, lulo, mora, golosinas, cuajada, quesos, pan de sagú, arepas de bore, pollo, huevos, chivo asado, y mermeladas. Pero El Calvario no es solo biodiversidad, también es pluralidad cultural; por eso, con ocasión del mercado campesino hubo también presentaciones de música y danzas en las que alternaron expresiones del folclore llanero y el andino, representado este en la música carranguera, de igual manera apreciada por aquellos lares. Ocho meses de continua presencia en los medios de comunicación, de encuentros, conversatorios, actos académicos, y reuniones, tanto en Villavicencio como en el municipio, nos permiten constatar que el Llano también ha comenzado a mirar hacia El Calvario con nuevos ojos. Empieza a percibirse el “Guatiquía arriba” en reciprocidad.

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* Una hipotética escena de los colonos pioneros dedicados a la extracción de la quina. Ilustración de Juan Pablo Vergara

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La mayor riqueza: nuestra gente El trabajo del campo y la ganaderĂ­a siguen siendo habituales ocupaciones del calvariuno, orgulloso de sus ancestros, de sus tradiciones y de su patrimonio cultural (material e inmaterial), marcado por el contraste y la diversidad, lo que hace de ĂŠl una persona acogedora, alegre y tolerante; y de su pueblo una comunidad con cien aĂąos de juventud.

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* Ordeño en una finca típíca; arreo de ganado; y laboreo del campo.

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* Clase de quĂ­mica en el colegio J. B. Arnaud y mujeres artesanas.

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* Amasijo, horneo del pan y muestra de danzas folclรณricas en San Francisco.

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* Armonio en el antiguo convento; arpas y cuatro; y grupo de mĂşsica de cuerda.

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* Grupo de danzas y mĂşsicos ocasionales de San Francisco; encuentro de generaciones en la cancha de mini-tejo.

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* Dos abuelas centenarias: doña Anaís Bravo y doña Aguedita Agudelo.

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* Otros dos queridos longevos de San Francisco: don Abel García y doña María de los Ángeles Cruz; y en contraste, joven padre con su bebé.

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* Casonas aledañas al parque principal; moderna urbanización y templo evangélico.

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Mirándonos a nosotros mismos El día a día en El Calvario todavía transcurre lentamente, por calles destapadas o empedradas, cubiertas de polvo secular, en las que parece que el tiempo se detuvo. También la gente se detiene aún en ellas, sin la prisa de las ciudades, a conversar, mientras las casas antiguas y modernas se asoman a través de ventanas y balcones a verla y a verse reflejada en el espejo de los días... De golpe esas calles aparecen vacías, y entonces se escucha el lenguaje de las piedras y la canción del viento y de las cosas.

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* En la página anterior (185), funcionarios del Centro de Salud y Consejo Directivo del colegio Juan Bautista Arnaud con su rector. En esta página, representantes de las instituciones del Municipio (arriba) e integrantes de la Junta Organizadora del Centenario, JOC (abajo). La conformación de la JOC, de atrás a adelante y de izquierda a derecha: Orlando Murcia, Sandra Santiago, Álvaro Velásquez, Argenis García, Heberth Romero, Bladimir Martínez, Gladys Ramos, Sérvulo Velásquez, Lilia Velásquez, Elizabeth Velásquez, Jairo Morales Tiuso, María Enith Santiago y Digoberto Tejeiro.

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Entrevista

Comprometidos con la reinvención de nuestro pueblo A modo de epílogo y por invitación del Editor, la profesora Lilia Velásquez, Coordinadora General de la Junta Organizadora del Centenario ( JOC), dio razón de las actividades desarrolladas por este equipo de entusiastas calvariunos durante 2011. Germán Fernández.Sabemos de la intensa actividad desplegada por la Junta Organizadora del Centenario de El Calvario durante todo el año: encuentros, cenas de la confraternidad, ruedas de prensa, mercado campesino, columnas de prensa, etc., pero en últimas, ¿qué sentido tiene todo eso? Lilia Velásquez. La intención de la junta desde el comienzo fue lograr la participación real de los ciudadanos de El Calvario, tanto de los residentes como de las colonias de Bogotá, Villavicencio, Acacías. Este objetivo se ha logrado ya que los diferentes eventos han permitido a muchos de nuestros paisanos unirse a la celebración del centenario. G.F. A escasos dos meses de las celebraciones en El Calvario, ¿qué sigue?, ¿qué nos puede anticipar como coordinadora general de la JOC? L.V. Especialmente para el mes de noviembre se prevé una intensa actividad: lanzamiento oficial del centenario con la preEntrevista

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sencia del gobierno regional; lanzamiento del libro “El calvario, cien años de Historia mirando al Llano y a Colombia” (Edición del Centenario), gran fiesta de integración, que será para muchos de nuestros paisanos otra oportunidad de festejo pero sobre todo de reencuentro con su gente, con su cultura, con su pueblo. Se analiza la posibilidad de otro mercado campesino. Naturalmente estaremos también muy ocupados en la preparación de los actos conmemorativos que tendrán lugar del 8 al 12 de diciembre. G.F. La gente habla de la Cátedra El Calvario, y algo han dicho sobre ella los medios, ¿en qué consiste y qué propósitos la animan? L.V. La cátedra El Calvario es un proyecto pedagógico que ya se está desarrollando en las instituciones educativas y que pronto se iniciará como educación no formal, con un grupo de personas que prestan diferentes servicios en el municipio. Igualmente se proyectan como parte de la cátedra, diplomados sobre planeación prospectiva, gestión ambiental y seguridad alimentaria. A ella se han vinculado importantes instituciones de educación superior como la UNAD y Unillanos. Se orienta al fortalecimiento de la identidad, construcción de región y posicionamiento de la misma teniendo en cuenta la situación estratégica de El Calvario como parte de la región del alto Guatiquía. G. F. Han estado muy activos los profesionales de El Calvario, y las colonias de Bogotá y Villavicencio, ¿qué nos puede decir de la participación de los calvariunos residentes en el municipio? L.V. Con mucha satisfacción hemos visto a los docentes, a los líderes comunitarios y a muchas personas tanto del área urbana como del sector rural participando en cada una de las actividades propuestas. La presencia de la juventud de San Francisco y de la mujeres de San Rafael en el mercado campesino, entre otros, indican claramente que el centenario se está viviendo en toda la geografía de nuestro pueblo. G.F. Y después del Festival del Retorno, ¿qué?, ¿se ha pensado en el post-centenario? L.V. Toda la actividad académica, cultural y social que se ha desplegado nos ha permitido dimensionar el inmenso valor de esta tierra tanto por su capital humano como por su riqueza natural, pero también ha develado la problemática de un pueblo que a pesar de esa incalculable riqueza podría desaparecer. El retorno tiene que ser la oportunidad para que muchos hijos de El Calvario nos comprometamos con la reinvención de nuestro pueblo. Es posible que a partir del reconocimiento de lo que somos, podamos anticiparnos al futuro, un futuro de desarrollo y de progreso para un pueblo que tiene un potencial hasta ahora no reconocido de manera suficiente.

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Agradecimientos Han hecho posible este libro: Monseñor Gregorio Garavito J., obispo emérito de Villavicencio, con su valiosa y oportuna información; el padre Miguel Patiño H., provincial de los montfortianos en Colombia, con su autorización para la publicación de las memorias del padre Juan Bautista Arnaud, nuestro fundador; los señores Horacio Baquero, Noé Gutiérrez y Humberto Santiago, proveedores de datos históricos de interés; el párroco de El Calvario, padre Manuel Ipiales; el rector y los profesores del Colegio Juan Bautista Arnaud, siempre dispuestos a colaborar en el proyecto editorial; los medios de comunicación radiales y escritos con sus labores de difusión; Duperly Eventos, con su constante y generoso apoyo logístico; y Liliana Martínez V. con su trabajo de asesoría en diseño gráfico y digitación de textos para las actividades de la JOC. A todos ellos, y a quienes involuntariamente hayamos omitido, ¡gracias!; su apoyo y su estímulo fueron definitivos para el feliz término de nuestro empeño.

Agradecimientos

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Créditos de fotografía e ilustración Ronald Dueñas, diseñador gráfico, es el autor de gran parte del material fotográfico del libro y, en particular, de las fotos de portada. Como siguiendo “las huellas del padre Arnaud”, cámara en mano, Ronald realizó una ardua travesía por una fracción de la geografía descrita a lo largo del texto. Actualmente se desempeña como desarrollador Web y su trabajo fotográfico puede ser visitado en http://www.flickr.com/photos/ronald-duenas/ Las demás fotografías son aporte de Sandra Santiago (página 186) y Lucy Asbleidy Parrado (foto superior de la página 172 y vista de Montfort en la página 84). Las fotos del padre J. B. Arnaud (página 21) y de su primera iglesia (página 124) proceden del libro referenciado con su autoría. Nelyony Velásquez suministró la foto inferior de la página 131 y la foto del hacha de piedra (página 124). Edgard Palacio (páginas 79, 80, 123, 124 y 134) es biólogo e ilustrador científico. Actualmente coordina la sala de fotografía y diagnóstico remoto en el Laboratorio de Diagnóstico Fitosanitario del Instituto Colombiano Agropecuario, ICA. Juan Pablo Vergara, biólogo, ilustrador científico y autor de la escena de los quineros (página 156), es docente universitario y artista visual en varias instituciones colombianas. Los biólogos Claudia Martínez y Fernando Fernández, prestaron una valiosa ayuda con la terminología científica y la búsqueda de imágenes. Los grabados de Riou e Hildebrand (página 77), proceden del libro citado de Wiener et Al. Los grabados de Eustasio Barreto (página 78) y de Jorge Crane (página 76), fueron tomados de la versión referenciada del “Papel Periódico Ilustrado” de Alberto Urdaneta. La ilustración de Edward Mark (página 19), adaptada a nuestro formato, proviene del libro “Acuarelas de Mark”. La ilustración de José Manuel Groot, en la página 76, procede del volumen de la “Historia de la caricatura en Colombia” reseñado en la bibliografía.

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Bibliografía Acuarelas de Mark. Colombia 1843-1856. Un testimonio pictórico de la Nueva Granada. Litografía Arco, Santafé de Bogotá D. C., Colombia, 1992. ARNAUD, Juan Bautista.Las misiones de la Compañía de María en los Llanos de San Martín 1903-1924, Imprenta San José, Villavicencio, 1923. BRULS, Francisco José. Memorias de la Misión Monfortiana en los Llanos Orientales de Colombia, 1904-1973, Villavicencio, noviembre del año 2000. El Calvario, página Web, nuestro municipio. En http://www. elcalvario-meta.gov.co/nuestromunicipio.shtml El Espectador. Así es Colombia, los municipios, p. 409, Bogotá, 1995. Esquema de Ordenamiento Territorial. El Calvario Productor de agua. Administración Municipal de El Calvario, 2005.

Bibliografía

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JOC (Archivo). Comunicados de prensa, 2011. José Manuel Groot (1800-1878). Historia de la caricatura en Colombia / 8. Biblioteca Luis Angel Arango, Santa Fe de Bogotá, octubre de 1991. Llano 7 días. El Meta y sus municipios, p. 25, Casa Editorial El Tiempo, Bogotá, 2002. Llano 7 días. 100 Destinos Meta, Villavicencio, noviembre 2009. RAUSCH, Jane. La frontera de los Llanos en la historia de Colombia, 1830-1930, Banco de la República / El Áncora Editores, Bogotá, 1999. Revista Eco Llanero, septiembre-octubre de 1985, pp. 3-25. ROZO, José Aurelio. Cien años en Colombia construyendo futuro, 1904-2004, Ediciones Montfortianas, Bogotá, 2007. URDANETA, Alberto. Papel Periódico Ilustrado. Grabados, edición del Banco de la República, Bogotá, 1968. VELÁSQUEZ SANTIAGO, Nelyony. Monografía del municipio de El Calvario, Ediarte, Bogotá, 1986. VELÁSQUEZ, Sérvulo. Cátedra El Calvario. En: http://en-contravia.blogspot.com/ lunes 18 de abril de 2011. VELÁSQUEZ, Sérvulo. El Calvario: cien años mirando al Llano. En: Llano 7 Días, 25 de enero de 2011. WIENER et Al. América pintoresca. Descripción de viajes al Nuevo Continente. Montaner y Simón Editores, Barcelona, 1884.

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Himno de El Calvario Cordillera soberana cuna donde duerme el sol te bautizaron Calvario en honor al redentor Somos tallos y raíces que protejen del alud tus semillas germinaron Juan Bautista Arnaud La llanura está postrada ante tu trono de nieve bella población del Meta grabada en alto relieve Son tus aguas inmortales bellas fuentes de la vida gran reserva de Colombia es la tierra prometida Noble orgullo de los Andes un valioso relicario escrito allá está el Calvario

1911 2011

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Autor Carlos Mauricio Gutiérrez J.

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