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CUENTOS INFANTILES
NATHALIA ROBLES
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Había una vez un pobre leñador que regresaba a su casa después de una jornada de duro trabajo. Al cruzar un puentecillo sobre el río, se le cayo el hacha al agua.
Entonces empezó a lamentarse tristemente: ¿Como me ganare el sustento ahora que no tengo hacha?
Al instante ¡oh, maravilla! Una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al leñador:
Espera, buen hombre: traeré tu hacha.
Se hundió en la corriente y poco después reaparecía con un hacha de oro entre las manos. El leñador dijo que aquella no era la suya. Por segunda vez se sumergió la ninfa, para reaparecer después con otra hacha de plata.
Tampoco es la mía dijo el afligido leñador.
Por tercera vez la ninfa busco bajo el agua. Al reaparecer llevaba un hacha de hierro.
¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la mía!
Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la mentira y te mereces un premio.
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Los cazadores, armados de lanzas y de agudos venablos, se acercaban silenciosamente.
La leona, que estaba amamantando a sus hijitos, sintió el olor y advirtió en seguida el peligro.
Pero ya era demasiado tarde: los cazadores estaban ante ella, dispuestos a herirla.
A la vista de aquellas par. Y de repente pensó merced de los cazadores. la mirada para no ver las rros y, dando un salto niéndolos en fuga.
armas, la leona, aterrada, quiso escaque sus hijitos quedarían entonces a Decidida a todo por defenderlos, bajó amenazadoras puntas de aquellos hiedesesperado, se lanzó sobre ellos, po-
Su extraordinario coraje los. Porque nada hay imnes.
la salvó a ella y salvó a sus pequeñueposible cuando el amor guía las accio-
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Un anciano rey tuvo que huir de su país asolado por la guerra. Sin escolta alguna, cansado y hambriento, llegó a una granja solitaria, en medio del país enemigo, donde solicitó asilo. A pesar de su aspecto andrajoso y sucio, el granjero se lo concedió de la mejor gana. No contento con ofrecer una opípara cena al caminante, le proporcionó un baño y ropa limpia, además de una confortable habitación para pasar la noche.
Y sucedió que, en medio de la oscuridad, el granjero escuchó una plegaria musitada en la habitación del desconocido y pudo distinguir sus palabras:
-Gracias, Señor, porque has dado a este pobre rey destronado el consuelo de hallar refugio. Te ruego ampares a este caritativo granjero y haz que no sea perseguido por haberme ayudado.
El generoso granjero preparó un espléndido desayuno para su huésped y cuando éste se marchaba, hasta le entregó una bolsa con monedas de oro para sus gastos.
Profundamente emocionado por tanta generosidad, el anciano monarca se prometió recompensar al hombre si algún día recobraba el trono.
Algunos meses después estaba de nuevo en su palacio y entonces hizo llamar al caritativo labriego, al que concedió un título de nobleza y colmó de honores. Además, fiando en la nobleza de sus sentimientos, le consultó en todos los asuntos delicados del reino.
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Carolina y Maite siempre han sido grandes amigas. Todo lo habían compartido. Sus padres también eran grandes amigos desde jóvenes y ellas lo pasaban muy bien cuando los días de fiesta se reunían todos juntos y los mayores explicaban cosas que hacían juntos hace años, cuando ellas aún no habían nacido. La madre de Carolina acompañaba a las dos niñas cada mañana a la escuela, porque además eran vecinos, y la madre de Maite las recogía cada tarde. Fue ella la que notó que algo no iba del todo bien entre las dos pequeñas, cuando aquella tarde, en lugar de pedir a gritos que les dejaran hacer juntas los deberes en casa de Maite, al llegar a casa, las dos niñas se separaron casi sin despedirse.La explicación era muy sencilla: esa mañana, a la hora del recreo, Carolina había visto como Maite hablaba al oído con Rosa, mientras le enseñaba una cosa que tenía en la libreta. Cuando Carolina se acercó. Maite cerró muy rápidamente la libreta y empezó a silbar, intentando disimular.
Carolina se quedó tan sorprendida que, aunque pasó el resto de la mañana jugando al fútbol e incluso marcó dos goles, no se podía sacar de la cabeza ni por un momento, lo que había pasado. Esa tarde, después de separarse de Maite sin abrazos ni besos, la madre de Carolina le pidió si le podía acompañar a comprar.Todo el rato que pasaron recorriendo los larguísimos pasillos del supermercado, su madre se extrañó que no pidiera caramelos y ni siquiera unos pequeños croissants de chocolate que siempre eran el premio que quería cuando ayudaba a comprar. Tan extrañada quedó la mamá de Carolina, que de camino a casa, pararon en el parque y se sentaron en uno de los bancos que hay delante del columpio, al lado del árbol preferido de Carolina. .
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Había una vez un payaso muy gracioso que vivía en la gran carpa del Circo Círculis. Un circo lleno de ilusión y alegría que Sonri, el payaso, lograba alegrar constantemente, con canciones, música, acrobacias de los malabaristas, y como no, sus propios números, en los que la risa salía por las lonas del circo y llegaba a todas las casas de los niños que no habían podido ir a verlo.Un día muy lluvioso, Sonri apenas tenía público que le hiciese actuar con tanta ilusión como otras veces, y se le ocurrió cambiar la actuación y hacer que se convertía en un mono. De esa manera, se aseguraba las risas de los niños, y él no se cansaba tanto para los demás días de circo que no iba a llover Cual fue su sorpresa cuando al ponerse unas orejas de cartón marrón y enormes en la cabeza, pincharse un rabo largo con una chincheta en la espalda, e imitar el sonido de los monos, ningún niño de los pocos que había, se rió. Sonri pensó: - “Tendré que cambiar de estrategia, ahora me convertiré en pingüino”. – Y así lo hizo.Con la improvisación del pingüino obtuvo el mismo resultado que con el mono, así que Sonri se vino abajo, y sintió que tenía un auténtico problema. Se echó a llorar con la cara entre las manos, y de repente: Los niños estaban riéndose porque un payaso estaba llorando, ¡inaudito!. La función acababa de empezar y la lluvia había cesado, y Sonri vio como de pronto empezaron a llegar niños de la calle, que comentaban que al oír la risa tan contagiosa de los que estaban dentro, pensaron que no se lo podían perder, ¡por mucho que lloviera!. , Así fue como el circo se llenó de niños y de risas, y Sonri el payaso, se dio cuenta de que los niños son tan agradecidos, que para que él no llorase, ellos se reían más que nunca. Nunca jamás Sonri el payaso se vio en apuros, y siempre tuvo éxito en todas sus funciones, ya que expresaba sus propias emociones, sin improvisar ninguna.
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Érase una vez, una princesa llamada Ana, a la que le gustaba mucho contar cuentos a sus sobrinos antes de dormir. Tantos cuentos escribió la princesa para ellos, que un día, decidió compartirlos con todos los niños del mundo, y así creó la web de Cuentos Infantiles Cortos. En esta aventura la princesa Ana no estaba sola…, le acompañaba un apuestopríncipe llamado Fran. Juntos, escribían cuentos para niños todos los días. En el reino en el que vivían les daban por locos, pues se decía, que sólo querían escribir cuentos, con valores, cada día. Y así era, Fran y Ana, Ana y Fran, tenían una misión muy importante en sus vidas, educar en valores, a través de los cuentos, a todos los niños del mundo. Con el paso del tiempo, Ana y Fran, escribieron cientos y cientos de cuentos, y por fin, su sueño se estaba cumpliendo, muchísimos niños en todo el mundo estaban disfrutando y aprendiendo con ellos.
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Había una vez un niño que se llamabaSebastian, tenía cinco años. Ya era tiempo de ir al colegio pero su padres le llevaron a los seis años.
Era un buen estudiante y su familia lo apoyaba en todo. Fue creciendo – “Voy a sacar un cinco por lo menos en el examen”. Pero tenía malas amistades y le bajaban la nota por esa razón, porque tenía que ser más tolerante y respetuoso. Un día la mamá se dio cuenta de todo lo que había pasado y le regañó y la profesora castigó a Sebastian. Pero él no aprendía la lección. Un día casi pierde el año de estudios, pero se dio cuenta que por culpa de la malas amistades y por perder los valores que en su casa le enseñaron, por no poner empeño a las matemáticas, no cumplía su sueño y perdíó un año de colegio.
Entonces es cuando reaccionó y no se volvió a juntarse con gente que no le hacía ningun bien. A partir de ese día Sebastian era el mejor del área de matemática y era el más respetuoso del salón y del colegio. Pasaron los años y ahora es le mejor contador que hay en el Huila.
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¿Quién cuida tanto o más que el granjero Jorge a las hortalizas del Jardín? Nuestro queridísimo espantapájaros, pero éste era bueno, lo había hecho Sofía con su mamá, con ropa que tenía gastada su papá. Le había puesto un sombrero de color marrón, con una pluma amarilla, una camisa violeta y pantalones negros, quedaba precioso. Viéndolo de lejos parecía una persona porque tenía hasta peluca y unas gafas. Lo importante era que cumplía con su función, porque lo que había que saber era que si no estuviera el espantapájaros ahí, cada vez que el granjero Jorge plantaba semillas, todos los pajaritos, incluida Pajarita que era amiga de Sofía, se llevarían todas las semillas y no crecerían las hortalizas para después comer.
El espantapájaros todos los días cumplía con su deber, protegía todo lo plantado que la familia con mucho esfuerzo cosechó. Por eso en la granja le querían mucho, ya que cuidaba de todo el campo. Y además, siempre alegraba a todos con su sonrisa y buen humor que tenía. El espantapájaros siempre veía las cosas por el lado bueno, era muy optimista.
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Ruedín era un patinete de la familia de los Patinetes Pegaso, de color verde manzana, que tenía una rueda delantera y otra trasera. La plataforma donde había que apoyar los pies era rugosa para no resbalarse, y el manillar se podía girar hacia todos los lados, para conseguir hacer giros. con más efecto. Vivía en una tienda de deportes enorme, junto con otras familias de vehículos. Era uno de los patinetes más privilegiados de la tienda, ya que además de descender de los Pegaso, incluía todo tipo de artilugios para hacer de su uso, la mayor diversión para los niños. De hecho, cuando las puertas de la tienda abrían, todos los niños iban directamente hacia Ruedín, y hacían fila para probarlo.El patinete más solicitado de la tienda estaba encantado, y terminaba el día tan cansado que se dormía en cualquier sección. Casi todas las noches, lasbicicletas se encargaban de llevarlo a su cama, junto con sus padres y hermanos. Una noche, Ruedín acabó tan agotado, que después de que el último niño lo dejara de usar, no sabía ni dónde estaba y se quedó dormido. Todos sus amigos y familia muy asustados, comenzaron una batida de búsqueda por toda la tienda, estaban preocupados por el estado de salud de Ruedín, y querían encontrarlo cuanto antes para que descansara.Por fin, después de varias horas de angustia, lo encontraron profundamente dormido en el baño de los chicos apoyado en el secamanos, con delicadeza lo llevaron a su cama, y decidieron que al día siguiente se quedaría descansando lo máximo posible. Todos votaron por eso, y fue uno de sus hermanos, muy parecido a Ruedín, el que al día siguiente estuvo al pie del cañón, trabajando mucho para no bajar el listón de su hermano. Hacia mitad de la tarde, Ruedín se despertó sobresaltado, no sabía qué le había pasado, y nada más ponerse de pie, se volvió a caer, aún tenía que descansar más, y mientras estaba tumbado, preguntó a su madre: - “Mamá, ¿quién me está sustituyendo?” La madre le contestó: - “Tu hermano Rueditas, que es el que más se parece a ti”. Ruedín dijo: - “Pero Rueditas es aún pequeño para hacer lo que yo hago, se va a cansar muy pronto”. Preocupado y con ayuda de su madre, consiguió incorporarse para ir a hablar con su hermano pequeño. Cuando lo vio en acción, se quedó boquiabierto. Rueditas iba y venía por toda la tienda, y la fila de niños que querían probarlo era de más del doble que en el mejor momento de Ruedín. Sintió mucho orgullo por su hermano, y de nuevo se fue a descansar, tranquilo y confiado de que su labor estaba en los mejores manillares. Ruedín entendió que hay que confiar en los demás, que nadie es imprescindible, y que merece la pena delegar en ciertos momentos las obligaciones, para en el futuro no estar desgastado de tanta rutina.
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