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VOCES
Esperar por un futuro mejor en este mundo—para los pobres, los enfermos, los aislados y deprimidos, para los esclavos, los refugiados, los hambrientos y personas sin hogar, para los maltratados, los paranoicos, los oprimidos y desesperados, y de hecho, para todo este maravilloso y herido mundo— no es algo más, algo extra, algo añadido al evangelio como idea de última hora.
Trabajar por esa esperanza intermedia, la sorprendente esperanza que viene del futuro final de Dios al presente urgente de Dios, no es una distracción de la tarea de la misión y la evangelización en el presente. Es una parte central, esencial, vital y vivificante de la misma.
Más que nada, el propio Jesús fue escuchado por sus contemporáneos por lo que estaba haciendo. Ellos le veían salvar a la gente de la enfermedad y de la muerte, y le oían hablar acerca de una salvación, el mensaje que habían anhelado, que iría más allá de lo inmediato al futuro final. Pero ambas cosas no estaban desvinculadas, el presente no era una mera ayuda visual del futuro o un truco para capturar la atención de la gente.
El punto entero de lo que Jesús se ocupaba era que estaba haciendo, en primer plano, en el presente, lo que estaba prometiendo a largo plazo, en el futuro. Lo que prometía para ese futuro, y hacía en ese presente, no era salvar almas para una eternidad incorpórea, sino rescatar a las personas de la corrupción y el deterioro del mundo actual para que pudieran disfrutar, ya en el presente, de esa renovación de la creación que es el propósito último de Dios—para que pudieran convertirse en compañeros y socios de ese proyecto mayor.
Este extracto ha sido tomado de Surprised by Hope: Rethinking Heaven, the Resurrection, and the Mission of the Church de N.T. Wright.