abel ibañéz galván dirección de arte y edición jessica méndez jaquez diseño editorial alejandro gaspar edición
Este suplemento es el producto final del Taller de Proceso Editorial que coordinó la Secretaría de Cultura del Distrito Federal a través del Programa de Fomento a la Lectura durante el mes de agosto y septiembre de 2010.
Tiene que haber algo de magia en eso de escribir, pero no me atribuyo ningún mérito. Ocurre, simplemente, como el cabello rojizo. Pero encuentro muy humillante tomar un libro mío para leer unas líneas y sorprenderme leyéndolo de nuevo veinte minutos después, como si lo hubiera escrito alguien más.
raymondCHANDLER
sobre el asunto de escribir
// stephBEATS Receta para hacer nada Por: El hombre contemporáneo El platillo: I kilogramo de nudos en la garganta. Una pizca de ganas. Un manojo de aire condensado. 2 cucharaditas de na que hacer. 2 o hasta 3 porciones de brazos cruzados (se consiguen en cualquier mercado). Un cubito de píquese los ojos. 10 hojas en blanco. Mezcle bien los ingredientes, para después meterlos al horno. Calentar el horno a 0º y dejar reposar el plato durante mes o mes y medio. La salsa: Licue dos piezas de ridiculez en un baño del día anterior. Hierva la salsa. En caso de ebullición suba el fuego y deje regar todo lo que se quiera regar. En caso de perder el 100% de la mezcla volver a empezar. Se recomienda contar con todos los ingredientes en porciones dobles o hasta triples por si esto ocurre. Nota para servir el plato: Espolvoree encima un poco polvos de apatía, para decorar y dar un toque dulce. Listo para disfrutar.
andreaANGULO Había una vez una vaca, no había en el mundo entero que diera con tanta regularidad tanta leche de tan alta calidad.
ANIMAL L a g e nte ve n í a d e s d e m u y l ejos para
para ver esta maravilla, todos iban a admirar a la padres les contaban a sus hijosde VACA Los su dedicación a su tarea asignada.
Los ministros de religión incitaban a rebaños a imitarla de alguna manera.
Los oficiales del gobierno se referían a ella como un paragón que el buen comportamiento, la planeación y el pensamiento podrían duplicar en la comuniHUMANA EN CORTO, TODOS PODÍAN BENEFICIARSE DE LA EXISTENCIA DE ESTE MARAVILLOSO ANIMAL.
Había, sin embargo, un factor que la mayoría la gente, absorta por las obvias ventajas de la vaca, pasaba desapercibido. Te n í a u n h á b i t o, v e r á n ; y e s t e h á b i t o e r a
tanprontocomosehubierallenado c o n
s u
CUBEl e -
i n i g u a l a b l e
L A PAT E A -
Poema de la ausencia
Como palabras como cisnes degollados como silencio que se presiente mientras tus labios se cierran y afuera es tiempo, te desenvuelves te expandes por este pánico de pechos y de muslos te revuelves contra tu tiempo que marchita y reverdece no es lenguaje de holocausto es blancura, primitiva violencia como una penetración infinita como murmullo susurrado en el afuera gotas de agua que no fluye Y sin embargo te preguntas por qué los dientes y los frutos que se pudren, infinitamente por qué las calles los cabellos
en cafés donde la prosa te devuelve por qué tanto y por qué mis palabras siempre tus nombres por qué mi aliento exala el aroma acre de tu sexo y por qué los niños y los fragmentos rotos por qué se mueve te preguntas por qué la noche y el silencio siempre noche, Ojos verdes y tú buscando la totalidad y la música siempre sí, respuestas si las palabras si afuera si nosotros si el futuro que busca prolongarse como instante, si nos repetimos por qué tantos sastres por qué leche mientras el ocaso mientras acontece y los ríos y las muertes rostros y más silencios Respondes a esos nombres esas palabras esos ritos árboles silencio mientras la oscuridad envuelve lo invisible te preguntas cómo sabes
temblando
aun cuando sus pechos, sin
temblando solo temblando, lluvia árboles, prematuros tragos la derrota y el buey herido dando tumbos silencio y más palabras nombres ocasiones París Berlín
Y te preguntas si empieza si empezó si ha transcurrido, Y por qué no hablamos aún por qué callamos y por qué sólo hablan los maltrechos cuerpos por qué los mayas por qué tanto tiempo y los cuadros y el sexo de las mujeres como cálido susurro por qué vida
Oaxaca Teotihuacan Incendio de ojos negros Cuerpos y violencia y más cuerpos y rutilan y rutilan Welt Mort panegírico del tiempo, Consagras muslos y el reflejo vespertino que descubre los lugares donde tus palabras no han besado aquellos pies Quieres más palabras como si con ellas su aliento contuviera el infinito caminar de espaldas mientras, centellea, Siempre fue noche aun cuando sus labios
(espacio) por qué silencio Avanzas sabiendo que nada acontece que nada, ella, rompes destruyes y fornicas y fornicas y aquellas palabras callan y habla tu silencio afuera tiempo, sin guarida sin lamentos solo, sabes, solo y la noche siempre la noche.
XX
Cromosoma
zimmonLAZKY
“¿Cuánto hacía que no sentía la violencia del deseo subir desde el fondo de mi sexo, avasallando mis sentidos con una urgencia dolorosa?” Susana Guzner. La insensata geometría del amor. Camina por calles oscuras, nauseabundas, lúgubres. Predomina el hedor a cloacas. Sobre el pavimento húmedo y frío se postran mendigos envueltos en carteles de anuncios desprendidos de las paredes en los que se anuncian bailes de salón, corridas de toros y funciones de lucha libre. En las esquinas, prostitutas viejas se devanan de risa mientras exhiben y ofrecen sus carnes fofas y pestilentes a decrépitos noctámbulos que buscan sacudirse la soledad urbana o el tedio de la vida diaria. Sus pasos le llevan hasta un hotel de media estrella. Adentro, las escaleras y los pasillos que conducen a los cuartos están infestados de borrachos, de yonquis; de criaturas amorfas practicando sexo oral y fornicando sobre una alfombra raída. Huele a miados, a vómito, a sudor, a semen... El edificio todo es un cuerpo putrefacto: metáfora de la descomposición del mundo exterior.
Atraviesa esa bazofia hasta llegar a una habitación. Escudriña. Poca cosa. Tan sólo una cama con un colchón deformado cubierto únicamente por unas sábanas raídas de las que asoman algunos resortes oxidados. Sus cavilaciones son interrumpidas abruptamente por una voz que proviene del baño. Le ordena quitarse la ropa, dejar al descubierto más que la piel. Así, bajo el amparo de ese insalubre e inhóspito espacio, dos seres sumergidos en el fango de sus propias existencias intercambian caricias lascivas, fricciones y fluidos en un acto furtivo, mas no ilícito. Envueltos por la lluvia exterior y la oscuridad clandestina, revuelcan incansables sus carnes concupiscentes hasta desvirgar a la noche: universo onírico para los que no tienen nada que perder; para los que no esperan recibir amor, compasión o piedad. Cosmos lúbrico para los que suficiente tienen con correrse más rápido que de costumbre; para los que les basta quebrantar el silencio con jadeos efervescentes originados por orgasmos sostenidos y no fingidos. Como aquellos...que en otras camas...con otros cuerpos...se ven obligadas a representar.
EL OBJETO AUSENTE o “Él regresó”
yessicaDÍAZ
De alguna forma, y por salud mental, creamos un estado aparente, por que no podemos registrar ni prestar atención con la misma intensidad a todos los estados por los que transitamos. De ser así viviríamos pendientes sólo de nuestro cuerpo sin prestar atención al espacio y tiempo en el que transcurre. Así creo que una ausencia que deviene necesidad es lo que determina una evocación y que esa necesidad, parafraseando a Proust no es que estuviera en mi, es que era yo mismo. Nos encontramos ante la necesidad de colmar ausencias requeridas por sucesos temporales. Entonces procedemos a buscar los ingredientes que satisfagan tales vacíos, damos cabida a los recuerdos. Bergson define el recuerdo como “... la representación de un objeto ausente” (Bergson, 1900: 316) y que en el caso específico de la pieza “Él regresó” surge como el indicio de un recuerdo, la unicidad irrepetible en las relaciones humanas. El recuerdo de un olor, una sonrisa, una caricia del otro, son únicas por la intensidad del suceso y el transitar del tiempo; es una construcción de sensaciones indiferenciadas. Tras haber analizado la memoria y su consecuencia: el recuerdo, ubico mi objeto ausente ya antes mencionado, como un recuerdo que carece de ubicación, sin manera de conservarlo íntegramente por su calidad evanescente, en donde la forma de traerlo al presente es como un espacio virtual, es decir, que tiene la posibilidad de ser en tanto representación de una imagen, pero no en la realidad por su incompletud. Lo que se representa es una leve parte del recuerdo y que en esta pieza son una serie de sensaciones indiferenciadas. Lo que se conserva (si eso de algún modo existe) son los indicios de aquellos que nos traspasó. Tomando en cuenta que el recuerdo se genera en la acción de la memoria, nos vemos obligados inconcientemente a movernos en el tiempo habituados al sentir.
los defensas son pendejos y su ídolo es Zague, un troncazo del América que se la vive de cazagoles. De todas formas no le queda más que jugar de central o banquear porque en la delantera tenemos al Chispa, que siempre mete dos o más goles por partido: es una máquina. El Gordo lo detesta y se burla de él a sus espaldas porque no tiene papá, pero yo sé que es pura envidia. Yo tampoco tengo papá pero nadie sabe, ni siquiera el Gordo. Cuando era chiquito pensaba que Javier era mi papá, pero una de las veces que se fue de la casa, le gritó a mamá: “tu hijo no es mi problema, hazte responsable de tus errores”. Luego mamá me explicó que él no era mi papá de verdad y que no había querido decirme así. Error. Ahora que soy un defensa central y he crecido, casi siempre lo detesto, más los domingos, porque si pierde el América se pone de malas y hace llorar a mamá más que yo con mis pantalones rotos. El enojo le dura toda la semana, hasta el próximo juego; es una lata. Además el América casi siempre pierde. Como me da vergüenza no tener papá, en la escuela todos creen que soy hijo de Javier, aunque nunca me vaya a ver jugar, ni acompañe a mamá a las juntas de padres de familia. A veces invento que Javier me lleva los domingos a C.U. a ver a los Pumas porque el papá del Gordo tiene un palco en el Azteca y cada lunes después de cantar el himno marista nos cuenta que es amigo de todos los jugadores y como le firman balones cada vez que quiere. Javier no va al estadio ni conoce jugadores, les grita desde el sillón como si fuera el técnico. Su jugador favorito también es Zague; no entiendo como les gusta ese pendejo. Mamá tiene prohibido hablar y durante 90 minutos se limita a prepararle sus cubas a Javier y a rezar para que al América no se le ocurra perder. Yo odio al América más que a ninguna otra cosa en el mundo pero tampoco digo nada. Hasta festejo sus victorias. No tengo prisa. Algún día llegaré a profesional y entonces sí, cuídate Zague de mierda, porque voy a romperte la pierna en mil.
rodrigoTIZANO
Los lunes son los peores días del universo. Siempre olvido llevar la tarea y como nos obligan a ir de gala por los honores a la bandera, tengo prohibido echar la cáscara en el recreo. Mamá no entiende que soy un 2 natural como el Emperador, una barredora, el último hombre. Tampoco cacha que cuándo no queda nadie más hay que meter la pierna duro. Todos en la escuela me conocen por mis barridas, porque no me da miedo acabar raspado o con moretones en las espinillas. Hasta los de secundaria saben que no me abro ni contra ellos. Cuando Javier no está borracho y es buena onda, siempre dice que para ser defensa hay que dejar pasar al hombre o la pelota, pero nunca los dos. Eso a mamá le da igual porque cada vez que llego a casa con los pantalones rotos se pone como loca y a veces me pega unos bofetones que me duermen la cara, como cuando voy al dentista. Luego se calma y me pide que la perdone, dice que pegarme le duele más a ella que a mí; yo creo que sí porque se pone a llorar cuando me ve los cachetes casi morados y entonces me abraza y siento su pecho agitado junto a mi cara: luego se desinfla hasta quedarse dormida y me deja ir, sin fuerzas. Yo nunca chillo, aunque me peguen. Los defensas no lloran. Cuando sea un futbolista rico y famoso lo primero que haré será comprar una casa en Acapulco y me llevaré a mamá y a mi hermanito lejos de Javier. Mamá siempre dice que no tenemos dinero y que algún día sabré lo que cuestan las cosas. Espero que algún día ella sepa quién es Claudio Suárez y me dejé en paz, pero hasta entonces, los lunes trato de no desobedecerla y me quedo sentado en las gradas comiendo Cazares o Chilims junto al Gordo, que siempre lleva dinero para comprar chunches en la cooperativa. Como nunca falta el lacra que le quiere gorrear su lonch, el Gordo suele escupirle a todo lo que compra. Conmigo se chinga porque es mi mejor amigo y su baba no me da asco. El Gordo es mi pareja en la defensa de la selección del Colegio México, pero él sueña con ser delantero. Dice que
Historias del Porvenir
gabrielaTOBANCHES
Porvenir pt.1
Porvenir pt.2
Porvenir pt.3
¿Cambiaría el don nato de narrarse historias, de crear imágenes y de convivir con personajes que solo existían en su propia mente, con tal de adquirir el don del sustento personal a sabiendas del riesgo de una vida fácil, más aburrida y menos emocionante?
Le dicen que tiene mal carácter porque todo el tiempo está criticando. Si algo no le parece, los inunda con porqués. Los argumentos no bastan a los 18 años; habla y habla, siempre le cambia al canal cuando la familia está mirando la televisión.
Primero sangre y luego encierro.
El afán por el porvenir económico, causó ceguera en tiempos bellos: la juventud caminaba con la palabra en la boca, con los puños levantados, con el corazón rojo y los ojos húmedos por la emoción. Un día terminó todo, la utopía se ahogó y en la noche, las conchas con leche empezaron a llegar a las bocas de los tres niños sentados a la mesa.
Cuando los padres llegan cansados de trabajar y se sientan a la mesa a comer, interrumpe las pláticas porque sabe que ellos están equivocados; las intenciones de Esperanza no son molestar. Ella vive una vida pacífica y solo quiere sacar a sus padres del error. Todos los días intenta salvarlos.
-Mano, si supieras… la vida es dura.
Y aunque hayas cesado una vida, aun tienes la gracia de seguir con la tuya Defiende tu vida Otorga una muerte Lava tu rostro en la cubeta de agua sucia Cuerpo adolorido Pies fríos Cabello sucio La mente en el porvenir. Este es el precio de ser digno, de defender a los tuyos Espera el juicio, cabizbajo
-¿Salvarnos de que Tus ojos no pierden su Esperanza? brillo - De ver programas estúpidos… Redención. vas a agradecerme después. -Hija déjanos, nosotros ya estamos viejos. Sálvate tú.
Chatwin Montaigne escribió en la entrada de sus Ensayos que él mismo sería la materia de su libro. La idea es bastante simple. Quiso hablar del hombre, pero como el único hombre que pudo más o menos conocer fue Michel de Montaigne, sus Ensayos tratarían sobre su vida, sus amigos y lecturas, sus ideas y pasiones, sus aficiones y defectos, la propia y limitada experiencia... Bajo de este paraguas me deslizo… Tengo en mi buró desde hace tiempo el libro de la obra completa de Edgar Bayley, Anatomía de la inquietud y ¿Qué hago yo aquí? de Bruce Chatwin. El libro de Bayley nunca se acaba. Ya algunos amigos deben estar cansados de escucharme esa línea suya que me hubiera gustado tener la altura de escribir, “nunca terminará es infinita esta riqueza abandonada”. Pero los libros de Chatwin son una especie de talismán. Robert Creeley recuerda en uno de sus ensayos que Melville escribió sobre la mesa de trabajo que lo acompañó toda su vida: “nunca olvides tus sueños de juventud”. Y esto es un poco lo que vivo con cada relectura de los trabajos de Chatwin. Encuentro ahí, si no mis sueños de juventud, ideas que muelo y que me gustaría seguir rumiando a lo largo de la vida. Fue por Chatwin que me enteré sobre el wabi, que no es una fruta exótica de África, sino el concepto de aquello que los japoneses llaman la “pobreza” en el arte, una medida
firme ―al menos lo ha sido para mí― de conocer, valorar, entender y experimentar lo que atraviesa mis sentidos. La explicación sobre este asunto puede leerse en el delicioso ensayo que Chatwin escribió sobre el arquitecto inglés John Pawson ―un austero imponente. Hace algún tiempo tuve la oportunidad de regalarle a una doctora en letras un ejemplar de En la Patagonia. Esta mujer da una clase de modelos biográficos y autobiográficos, libros de los cuales gozo mucho. Había tenido algunos diálogos con ella y pensé que Chatwin serviría para actualizar sus cursos. Los refinamientos estilísticos de Chatwin pueden ser muy seductores. Algunos críticos pueden encontrarlo literario y poco renovador en sus narraciones, sin embargo, su prosa tiene lo que la buena prosa exige, es filosa y delgada como una hoja de rastrillo. Es decir, ajustada y clara. Por el costado están sus ideas, en general, provocadoras. Chatwin cree que el mundo es un mundo nómada y que nos hemos empeñado en ir contra eso que se nos muestra permanentemente en evidencias que van desde el paso de las estaciones, la migración de los patos, los vagabundos, el crecimiento desmedido de los viajes de negocio o placer en avión… La sedentarización genera violencia, enfermedades físicas, mentales… Tiene además ideas criticablemente románticas pero sin duda atrayentes como el hecho de que los niños bosquimanos sufren menos y se independizan mucho antes que los demás niños del mundo, debido a que sus madres los llevan de aquí para allá en un especie de mecimiento estimulante hasta que pueden
caminar. Con Chatwin, pude enterarme también de que los pueblos nómadas tienden al arte abstracto debido a sus relaciones con el movimiento y la naturaleza. Que son “notoriamente irreligiosos” porque la migración satisface sus exigencias espirituales y “el camino que sube a las montañas es el sendero de su salvación”. Con los años he ido acumulando materiales de y sobre Chatwin. Cuando fui a Argentina visité la zona galesa con la fantasía de encontrarme con las personas de sus narraciones. Cosa que no sucedió, aunque tuve la experiencia de estar en una estancia chilena muy al sur y ver como trasquilaban algunos borregos. He leído desde hace varios años las lecturas que le interesaban como siguiendo a un maestro. Su gusto es impecable y me siento agradecido de haberlo hecho. Leí el El zen y el arte del tiro con arco de Herrigel y De allá lejos y tiempo atrás de Hudson por él. También leí a Li Po, a Walt Whitman, a Flaubert, a Rimbaud, de una manera que sin Chatwin me hubiera perdido. Con el tiempo he descubierto que muchos de los escritores que más respeto viajaron mucho. Robert Walser se pateó Suiza a pie, Michaux viajó por Asia y América y dejó como testimonio dos libros de primera ―Ecuador y Un bárbaro en Asia. Este último lo leí de principio a fin en la versión de Borges en un vuelo de Los Ángeles a Tokio. En realidad todos los libros de Michaux son grandes viajes. Rulfo también se movió bastante. Gracias a su trabajo de vendedor de llantas Goodyear pudo visitar los rincones más solitarios de México. La lista podría seguir. Hoy recurro a los ensayos
de Chatwin para dar clase. Escribió el mejor ensayo que conozco sobre la vanguardia rusa de las primeras tres décadas del siglo XX. Cuento sus anécdotas, me fascina sobre todo aquel duelo/ conversación de más de cuarenta y ocho horas al hilo con el cineasta alemán Werner Herzog ―quien por cierto recorrió Europa en bicicleta. Herzog también filmó Cobra Verde, basada en una de las narraciones de Chatwin. Leí una monumental y pedante biografía ―por el peso y el número de páginas, no del todo buena― que me hizo enojar y reír. Compré un sombrero para cubrirme del sol en mis caminatas que terminé regalando a un buen amigo argentino. Tengo unas botas cómodas para caminar, cargo el pasaporte en mi mochila ―por si acaso―, mi navaja suiza, personas cercanas han bebido botellas descorchadas por ella… ¿A qué viene todo esto? Pues a nada. Pienso que un verso de Vallejo puede auxiliarme en este momento y lo escribo: “ahora me he sentado a caminar”. Estoy en una oficina, el aire acondicionando no funciona, me muero de calor y de ganas de salir. Leer es viajar y viajar es leer el mundo. “Viajas en tus palabras y tus palabras viajan”, dice el poeta peruano Rodolfo Hinostroza. (Verano 2004)
Turn off perlaHOLGUÍN Nos tenían en cautiverio. Éramos más de cincuenta cuando nos juntaron a todos en una misma habitación. Aquella, desproporcionada en dimensiones, parecía una pintura cubista vista desde dentro. Ni el mismo Picasso o Braque pudieron haberlo imaginado. Yo no me di cuenta hasta después. Qué hubiera dado por una ventana de Metzinger con vista a una aldea, para poder respirar. Habría tenido por lo menos algo de inspiración para el espíritu si es que éste aún me sobrevivía. Los primeros días al encierro nos mantuvieron bien alimentados y en buena higiene. Tan buena como se podía tener en un cuarto donde habitaban más de cincuenta seres. Todos distintos. Entre nosotros no había conversaciones ni intercambios de nada. Pero nos conocíamos, de algún modo sabíamos que no éramos tan diferentes. Quizá –algunas veces lo pensé-, no éramos tantos. Cada tanto un poco menos de la normal, como si aquellas mentes se apagaran con los días. Turn off… El mecanismo del cautiverio. Eran una masa mientras dormían. Por mi parte estaba despierto. No tenía insomnio, pero jamás pensé en la posibilidad de dormir junto a esos demonios apilados. Si me escucharan, si supieran que les he llamado demonios, habrían acabado conmigo. El espacio es tan pequeño.
Lo que menos me incomoda es que ellos sean tantos. Seguramente la incomodidad es mayor para ellos, pues yo soy el extraño en la habitación; sin embargo, temo. El miedo que me mueve es el mismo de la causa que me hacía persistir ahí. Instrumento y consecuencia: el movimiento. El movimiento en la penumbra. El movimiento unísono de cincuenta seres congregados me aterrorizaba y por eso mismo los seguía observando. No sé cuántos días permanecí sin dormir. Los observaba en las noches (hacerlo en el día no tendría ningún valor expositivo). Incluso aquellos que dormían la siesta, recuperaban el sueño nocturno. Así el espectáculo perduraba. De haberme sentido uno más de aquellos, de haber sentido simpatía por la masa, probablemente hubiera dormido a su lado durante las horas muertas. Los observé el mayor tiempo. Su imagen me recordaba algo, no estaba seguro de qué. Pasados los días el cuerpo me exigió lo que ya condenaba a los otros. Era inevitable. Lo intenté durante el día, pero aquellos ojos casi muertos me miraban con atención. Por primera vez entendí lo que dicen de los animales, que pueden oler el miedo. En un cuarto donde no hay nada más qué hacer que vernos las caras, las miradas se sienten como filosos cuchillos que atraviesan las cabezas. Esperé entonces la noche. Me desplacé hacia el lado opuesto de la habitación con mucha cautela. Seguí el ritmo de los durmientes siempre evitando chocar con ellos -quién sabe qué cosa pudo haberme sucedido si me encontraba en movimiento durante su estado-. Al otro lado las dimensiones eran distintas. El techo de la habitación se veía más bajo, lo que hacía parecer a la masa más densa. El aire también era más denso y con un olor a putrefacción. Pero el alivio de desplazarme, aunque hubiese abandonado el único lugar seguro de la habitación, aminoraba
mis temores. Hacia ese lado la higiene estaba descuidada, pude sentir bajo los pies el roce de algunos insectos, cucarachas y larvas. No entendía cómo en una habitación tan pequeña, las condiciones de un extremo a otro podía ser tan diferentes. Por las mañanas todo el espacio parecía ser el mismo. En las noches cuando la masa dormía la habitación se hacía más turbia y con ella su contenido cobraba vida. Sus cuerpos chocaban todo el tiempo. Aún cuando no pudiera verlos el sonido de sus roces me lo habría dicho. En el acto desprendía polvo, piel seca. No había sobresaltos ni otros ruidos en la habitación, si acaso un gruñido liviano al acomodarse. Habían aprendido a convivir muy rápido. Se perdían en el espacio. Por las mañanas despertaban en lugares distintos. Tuve la certeza de haberlos visto a todos por lo menos una vez. A veces más parecidos al otro, como las parejas, que después de un tiempo de relación empiezan a parecerse entre ellas. La masa se mantenía en continuo movimiento, mientras yo la observaba. Vi cómo se terminaban de fundir los últimos restos del día en ella. En una masa amorfa que caminaba sin tener piernas, sin avanzar a ningún lugar. El mismo espacio. Sentí una atracción incomprensible por aquel espectáculo (era la prueba del extraño que desea ser parte del grupo). Quería dejar de pensar, de fijarme en la disformidad de la habitación. Tal vez volverme un par de ojos muertos mirando al nuevo extraño de la caverna. Dormir… ¡Dormir! Como simple mortal. Entonces lo recordé. Y fue cuando pensé en las pinturas cubistas. La habitación, los seres y yo, su espectador. De pronto entendí esas miradas, ese letargo durante el día. Dormidos todos los pensamientos se agotan. Turn off… La masa me absorbió lentamente, así lo decidí. Noches y días pasaron sin que terminara de entrar en contacto con todos, a pesar del estrecho espacio que nos acomodaba. La higiene y la comida por parte de nuestros raptores fueron disminuyendo. No había más a la mano que nosotros mismos. Carnes y huesos para donde se mirase.