Negativo Número 5

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revista mensual de arte y cultura no. 5 • 31 marzo de 2021 méxico

Negativo —rueda, cae


Meteoro Sobre la mesa un vaso se desmaya, rueda, cae. Al estrellarse contra el piso, una galaxia nace.

—Elías Nandino



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No se preocupe, somos los mismos

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Índice Negativas 12

Dalia León

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Christian Denisse

Entrevistas

Poesía Sorora Segundo sexo Elegía a la piedra Cuento ¿Quién sabe?

Reflexión 16

Farid Pozos

Ensayo 16

16

Ana Feliz

16

Gamaliel Ramírez

16

Josué Jude

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Dalia León

Las revoluciones de María ¡Corre que corre, que corre, que vuela! El Orfeo de la Balbuena Es que somos muy pobres

Construcción histórica del indio como categoría en América

Poesía 16

Christian Denisse

16

Farid Pozos

16

Paulina Márquez

El canto

Cuento

Gamaliel Ramírez

Indecencia Vagabundos En octal Sin títulos Milán

A i r Mono

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nía

Hojas Negras 16 16

Andrea Olguín Blues Araiza

Chistes Pelados 16

Sopita


Nega tivas



Entrevistas Alexandra, 25 años.

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uando estudiaba en la Universidad, generalmente mi círculo social era de mujeres. Sin embargo, tenía un compañero del que en algunas ocasiones escuchaba comentarios dirigidos a otras compañeras tipo: “esa morra está bien buena” o expresiones similares. Con los profesores puedo mencionar la clase de serigrafía, que fue impartida por el profesor Silvano, el cual parecía buen tipo debido a que siempre lo veías de buen humor y siendo amable. Sin embargo, a pesar de que con los hombres se llevaba bien, cuando estaba con las mujeres su lenguaje corporal cambiaba, se acercaba más y ponía su mano en tu hombro. De hecho, eso sí lo llegué a platicar en ese entonces con una de mis mejores amigas y le decía que no nos acercáramos tanto a Silvano, en especial ella. Yo siempre he estado cómoda vistiendo sudaderas y tenis pero mi amiga era más de usar tacones, pintarse y arreglarse. Debido a esto, cuando estábamos con Silvano, él se dirigía más a ella, incluso era más intrusivo y eso siempre nos causó una especie de foco de alerta, pero jamás lo llegamos a externar con alguien más. Sin embargo, en la universidad por ser mujer nunca recibí algún tipo de agresión física o psicológica que me haya hecho sentir incómoda. Pero he de decir que por ser mujer sí me llegaron a dar un trato diferente; donde laboraba en su mayoría eran hombres, y no sé si no les gustaba que una mujer les dijera cómo hacer las cosas pero en repetidas ocasiones me saltaban a mí, siendo yo la Jefa del área de Marketing y Producción, y se iban con mi compañero de sistemas. A él le preguntaban todo lo que debían de preguntarme. Y si él, del área de sistemas, les decía cómo debían hacer las cosas, le hacían caso sin cuestionar. Pasando al ámbito laboral, nunca supe si había un caso de brecha salarial, ya que la verdad nunca supe cuánto ganaban los demás en comparación a mí. En el ambiente laboral, a veces los comentarios venían del área de ventas, respaldados por el director general. En algunas reuniones los comentarios eran de “la del piso cuatro está muy buena” o “Jefe, ¿ya vió a la del piso cuatro?”. En alguna ocasión tuve que contratar a un CM para mi área y los compañeros de ventas nuevamente con sus comentarios tipo: “Oye Alexa pero contrata a mujeres bonitas” o “¿No tienes a una amiga bonita para que venga?” Esos comentarios me hacían sentir muy incómoda, a veces les decía que ya eran unos señores que se comportaran como tal. En otras me iba a mi oficina; lo que ellos veían como una “simple broma” yo sabía que no era así de simple: eran una manera de acoso y violencia, y lo peor de todo es que estaba tan normalizada que si decía algo la que estaba mal era yo. También recuerdo que en esa misma empresa contrataron a un señor llamado Victor. El estar con él me hacía sentir incómoda e incluso tensa, porque su actitud hacia todas las mujeres era de violencia debido a su prepotencia. Llegué a ver cómo le gritaba a su compañera de trabajo y lo peor de todo es que su jefe también lo vió y no dijo nada. Yo hablé con la compañera de Víctor y le dije que no permitiera eso, sin embargo, sabíamos que no tenía ni el apoyo de su jefe de área ni el de nuestro jefe directo, así que terminó renunciando. Para conservar mi trabajo, llegué a callar muchas cosas. En la empresa entré en el año 2017, en ese entonces el movimiento feminista claramente existía, pero aún no había he-

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cho tanto ruido. En ese tiempo yo no conocía el término feminicidio, ni estaba el “Me too”, ni se hacía tanto ruido por discutir la violencia normalizada o las marchas. Así que en ese entonces ¿qué podía hacer? ¿Con quién podía dirigirme sin que me despidieran o me tomaran por una persona conflictiva? Con nadie, así que mejor me encerraba en mi oficina y me mantenía lo más alejada posible; no me gustaba socializar ni nada por el estilo, yo iba a trabajar y hasta ahí . Por eso es que me hubiera gustado valorarme más y no haber aguantado cuatro años laborando en una empresa así, pero necesitaba la experiencia que ese puesto me iba a dar. Me tuve que deconstruir para saber que las cosas estaban mal y que no tenía porqué tolerar esos modos y formas en una empresa o dónde sea. Afortunadamente ahora es más visible todo lo de la violencia hacia la mujer: puedes informarte, leer y saber el por qué de los movimientos y lo que vivimos. Sabes que no eres la única que cree que no se debe de normalizar la violencia y que puedes hacer algo, empezando por ti.

Ivette 26 años.

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ablando sobre mi experiencia, tanto en el ámbito estudiantil como laboral, puedo mencionar varias cosas. En el ámbito estudiantil había compañeros que no creían capaces a las compañeras de realizar ciertas actividades. Sucedía también que algunos profesores se les insinuaban a las compañeras. En la Universidad, por ser mujer, recibí comentarios y chistes misóginos de profesores o compañeros. Ahora en el trabajo, por ser mujer, me llegaron a dar un trato diferente, pero no estoy informada sobre si me pagan menos que a los hombres. Lo que sí puedo mencionar es el acoso dirigido hacia mí, sobre todo con los operadores de maquinaria. Ellos hacen insinuaciones o no aceptan un “no” por respuesta, sin embargo, nunca he llegado a callarlos porque me interesa conservar mi trabajo. Simplemente no contesto a los operadores, no les dejo mi número de celular y les pongo límites, pero ahora considero reportarlos directamente con gerencia si esto continua.

Giselle 27 años.

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e cuesta contar esto, y me sorprende que me cueste. No es porque me incomoden sino porque no recuerdo bien si he pasado por esas situaciones. Creo que está tan normalizada la violencia de género que me cuesta identificarla entre mis propias experiencias. Algo que recuerdo vagamente es que en la preparatoria, en la ENP no. 9 de la UNAM, había muchas etiquetas hacia las mujeres dependiendo de su número de parejas o si habían salido con tal o cual chico. Una anécdota que recuerdo es que había un grupo de chicos que apostaban para ver quién besaba primero a alguna chica y en las fiestas que se realizaban, estando las chicas alcoholizadas, aprovechaban para ganar esas apuestas. Después estudié medicina en la ESM del IPN, donde los compañeros hacían muchas insinuaciones a las mujeres, sobre todo si sobresalían académicamente. Esto era motivo de comentarios sobre supuestas relaciones con los profesores o sobre que las mujeres “la tenían más fácil” en las materias impartidas por hombres. También en la carrera había un

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grupo de compañeros que tenían un grupo de WhatsApp donde se pasaba fotos privadas de las compañeras y hacían comentarios sobre sus experiencias con ellas. Siguiendo con el tema del acoso, las experiencias que recuerdo con más claridad de este tipo fueron en la preparatoria. Mi profesor de física, desde el primer día que entré a clase, me dio una hoja; los compañeros me dijeron que le daba esa hoja a la más puta, a modo de elegirla. Desde ahí me empezó a hacer insinuaciones y deje de entrar a clases. Al final del ciclo tenía que hacer el examen final para pasar la materia; no me dejó presentarlo y me fui a extraordinario. No pasó a mayores pero pasé momentos muy incómodos. Ahora en la carrera, los superiores eran el problema. Más que profesores, a estos se les considera superiores, ya que las jerarquías son muy marcadas en la carrera de Medicina en México. Hubo una guardia de 12 horas donde el residente, que era mi superior, me acosó haciéndome insinuaciones, afirmando que eran bromas y así toda la guardia. Quería que lo acompañara a todos lados, incluso a lugares privados. Mientras tanto sus compañeros solo se burlaban de mí y mis compañeros se enojaron pero no hicieron nada. Varias compañeras fueron acosadas durante las rotaciones por superiores, residentes o médicos adscritos. Era algo muy común, prácticamente pasaba diario y pasaba desapercibido. En este momento voy comenzando en el mundo laboral. Estoy en mi primer trabajo como médico general y con mis jefes no tengo ningún problema, pero con mis pacientes es otra historia; muchas veces me llaman señorita o muchacha en vez de Doctora. Esto es común en la carrera de medicina: a los hombres se les dice Doctor y a las mujeres muchachas. Actualmente, con las herramientas emocionales que tengo gracias a haber ido a terapia por 4 años, me doy cuenta que muchas situaciones debieron ser denunciadas y ser manejadas de forma diferente, que no debí callarme ni conformarme. En un futuro no pienso hacerlo.

Anónimo 29 años.

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uando estudiaba, más que violencia de género, había discriminación (refiriéndome al sentido estricto que atañe la definición de la palabra “discriminar”, es decir, hacer una diferencia). El ejemplo más relevante que puedo compartir al respecto se trata de mi educación media superior. Cursé la preparatoria en una vocacional de ciencias físico-matemáticas. Al tratarse de ciencias exactas, la mayoría de los alumnos eran hombres. En mi grupo de más de 30 alumnos apenas éramos 6 mujeres y al menos la mitad de ellas desertaron. En las vocacionales, además de las asignaturas de nivel preparatoria, se cursan materias correspondientes a una carrera técnica. En esas asignaturas se “evitaba” que las mujeres realizáramos labores pesadas, como cargar materiales, ajustar maquinaria pesada, etc., lo cual no considero descabellado. En general, en la rama técnica que escogí podía percibirse la idea de que “las mujeres somos débiles” y por eso no podemos hacer todo aquello que se suponía deberíamos hacer como parte de la carrera técnica, requiriendo ayuda constante de profesores y compañeros. No fue una mala experiencia para mí, pero está claro que al ser mujer se esperaba menos. Del lado “bueno” de la discriminación podía decirse que los profesores eran más amables con las mujeres y generosos en las calificaciones. Pero, del lado “malo” había rumores de acoso por parte de alumnos y profesores (mi mejor amiga en ese entonces fue víctima de acoso). Las pocas mujeres de la escuela éramos constantemente asediadas por compañeros buscando pretendernos. Lamentablemente, la única arma válida al respecto era hacerles saber a esos múltiples pretendientes que tenías novio (aunque no fuera así), de lo contrario,

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el “cortejo” constante nunca se detenía. Mis amigos se ofrecían a llevar el título de “novio” aún cuando no fuera verdad e incluso me acompañaban en los tiempos libres o a la salida de la escuela para evitar encuentros desagradables. Profundizaré en la anécdota que mencioné anteriormente. En la preparatoria fui testigo de cómo un profesor acosó a mi mejor amiga. Ese día hicimos una obra escolar para su materia, por lo que mi amiga estaba disfrazada de Blancanieves. El profesor le pidió que se quedara a hablar con él después de terminada la clase. Salió todo el grupo, él cerró la puerta y yo la esperé afuera, sabía que algo andaba mal. Al salir, mi amiga lucía pálida y me contó que el profesor le hizo insinuaciones mientras le regalaba una manzana. Vi la manzana en su mano, y lo único que se nos ocurrió fue deshacernos de ella aventándola con toda la furia del mundo contra la pared, como si así pudiéramos borrar lo que recién había ocurrido. En mi universidad se especializan en ciencias de la salud, por lo que la cantidad de mujeres en los salones de clases era significativamente mayor con respecto a mi preparatoria. Cabe señalar que también había gran cantidad de compañeros homosexuales (dato relevante para entender la segunda anécdota a continuación). Me gustaría compartir dos pequeñas historias. La primera nuevamente de acoso por parte de un profesor a una de mis compañeras. El nombre de mi compañera se parece en algo al nombre de una marca de galletas; lo que provocaba que cada vez que el profesor se dirigía hacia ella dijera “tu nombre es como el de unas galletas, ¡MUY BUENAS, por cierto!” (imagínate al profesor con cara de perro hambriento y babeando), mientras la miraba morbosamente de pies a cabeza. La segunda anécdota, me ocurrió a mí personalmente. Uno de los profesores e investigadores más renombrado en la escuela es gay (aunque no abiertamente). Curiosamente, las plazas para sus asistentes de investigación, oportunidad que se da a alumnos de los últimos semestres de licenciatura, nunca fue ocupada por mujeres, aunque tuvieran los mejores promedios. Estos lugares siempre eran ocupados por compañeros atractivos, independientemente de sus cualidades académicas o su promedio escolar. Aplique a la posición sin saberlo y fui rechazada, como todas mis compañeras, por ser mujer. En el ámbito laboral, particularmente en mi primer trabajo como supervisor de una planta de fabricación, se me daba un trato diferente por ser mujer. Durante los primeros meses de mi estadía sufrí acoso por parte de los operadores hasta que lo elevé a la dirección de la empresa. Nuevamente, el número de mujeres era reducido, yo era la única mujer en el área y con apenas 21 años tenía a mi cargo aproximadamente a 30 operadores experimentados de entre 30 y 50 años de edad. Fue una experiencia verdaderamente difícil; fui acosada por operadores, por otros supervisores y hasta por el CEO de la empresa, el cual había sido denunciado ya en anteriores ocasiones por cargos similares y finalmente fue destituido. Callé al principio para conservar mi trabajo, después de un tiempo fui lo suficientemente valiente como para elevarlo a la dirección. Pero cuando supe que incluso la dirección estaba corrompida, es decir, que el CEO era un acosador, tuve motivos suficientes para dejar la empresa. Mi manera de manejarlo era sufrir en silencio, lloraba en mis ratos libres intentando explicarme por qué la vida laboral estaba tan alejada de todo lo que había aprendido en la universidad y me preguntaba si algo de todo aquello que había aprendido me serviría de algo algún día. ¿Habría valido la pena recorrer todo ese camino académico? Ahora sé que la respuesta es sí y que el problema no era yo, era esa empresa. Ahora, después de haber tomado terapia, he aprendido a entender mis emociones, a no encerrarlas y dejarlas salir para que no me coman por dentro, empezando por hablarlo con alguien. Tal vez habría iniciado la terapia más temprano para hacer las cosas diferente; enterarme de todo lo que puedo hacer y saber que no estoy sola. Todas estas experiencias me han hecho más fuerte y más resiliente, pero desearía que hubiera un camino menos tortuoso para desarrollar esas habilidades. —Dalia León

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SORORA Extendida sobre una ciudad desflorada alucino los montes piadosos los muslos flacos y agrietados las caderas filosas los senos caídos goteando leche. Yo, yo tenía hambre y seis costillas de fuera y me alimentaste con la miel de tus tetas. Y la gloria no es más que eso una amante de media noche sensual y amable que calma tu hambre.

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SEGUNDO SEXO De piernas delgadísimas y soñadoras -desnutridasSoy como una gacela en las montañas Un siervo en su sabana que durante sus paseos, nunca toca la hierba mojada. Vírgenes talones putas nubes que me conocen. Extenderé mi alma por los pasillos de esta perspectiva, diré pocas palabras desde una garganta estirada todos pararán oreja para ser besados por la nota más rara. Cogeré el sol azulado y haré a un lado las tristezas de este mundo, besaré a los borrachos que hacen del espacio público un segundo de fragilidad y absurdo. Saliendo del espacio privado mediante mis cabellos trigueños domaré el viento, las llamas, los incendios hasta embriagarme con el humo sereno de los tostados anhelos. En este espacio, en este tiempo encadenados al suelo ellos buscarán forma a mi espíritu que deforma las lagunas mentales, pero yo caminaré libremente sobre las aguas saladas siendo las hazañas de una mujer liberada la leve espera la suave gravedad la señal para levitar entre el desierto, el subsuelo y las nubes del infierno para hallar en un lugar lejos al “segundo sexo”.

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ELEGÍA A LA PIEDRA Soy una piedra rodante, en cada fisura hay un dolor prematuro como piedra rodante siento estrellarme contra el suelo antes de ser arrojada porque yo piedra rodante, merezco ser pateada. Presiento en mis fachadas la espera, la suave mentada para escuchar otra vez que mi hermana muerta está. Rigor Mortis. Para el injurioso Sol nuestras ruinas son una blasfemia y enmudecen el eco de nuestra súplica. Soy guijarro y soy pedernal. pedernal de calendario llorarme cada vez en Marzo así como todos los días del año. Soy la eterna desmembrada Coyolxauhqui cuatrocientas veces apuñalada cuatrocientas veces desmembrada cuatrocientas veces mala sangre, una y otra vez, legítimamente deshilvanada monolito usurpado es el hilo escarlata de mi sangre en los muros la fiel prueba de mi atentado. Soy una piedra desaparecida cuando me buscan nunca estoy si me cazan yo me escondo si me encuentran nunca soy si me llaman no respondo piedra ingrata dicen que soy. Mi cuerpo es un pétreo templo los pliegues de mi cuerpo el empedrado de los Dioses (dicen que en mí tallan los poetas de la piedra la eterna figura de la belleza) la Madre Tierra es el máximo santuario igualmente saqueadas de la bondad de su cintura igualmente vandalizadas en los cimientos de sus pies igualmente profanadas de los dones y las gracias de su sexo

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colonizadas sin clemencia de su huerto, el cinismo no tiene fronteras cuando el rostro del abusador mastica frente a nuestras madres la hurtada semilla. ¿Por qué no habremos de levantarnos caóticas nosotras, y las que imaginamos nuestras hermanas, cuando hemos descubierto al lobo feroz bajo el disfraz de cordero modelo y pastor soberano? ¿Que los monumentos no se tocan? ¿Que son la virtud donde se resguarda el alma de la patria? Y yo en virtud de mi defensa exijo el blanco muro el Muro de la Paz la violeta amable la censura a la ofensa que corroe mi vivencia el castigo al macho que asalta mi presencia la jurisdicción certera porque no es mi culpa no es mi culpa no es mi culpa si yo estaba en la tierra mansa, brava o embriagada. ¿Cómo se llama la maniobra de proteger la piedra histórica infértil quieta callada sedentaria a una vía transitada por sobre la piedra origen de vida monolito fértil erótica volcánica venusiana? Manden a traer al escuadrón granaderas de la esperanza que usen sus escudos de la democracia en función de una valla valla soberana que proteja mi cara de ser ultrajada mis senos de ser mutilados. Bienvenidas mis amores, gas lacrimógeno para hacernos llorar. Círculo policíaco de apoyo emocional rodeen a las mujeres piedra y dígannos paren de llorar una no es ninguna, dos apenas es una. ­—¡Esas no son formas! Bajo el cielo, sobre la tierra de mis muertas, el mar será herido, ya no seremos presas. —Hay de piedras a piedras. Esa forma tuya, amigo, es el camino de falsos laureles es la tierra perpetua, sus doncellas y su sangre es la desfachatez, es la perpetua relación Estado-Violador. Rompe el pacto, cruel, en vez de perpetuarlo. Yo soy una piedra rodante no soy símbolo. Soy una piedra rodante

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mi existencia ha sido erosionada históricamente pero se mantiene dura candente no cesa, grita y se retuerce mi existencia es la resistencia en medio de la corriente que se empeña en silenciar mi grito gemido aullido. Es la metafísica pedrada es el ruido del estallido contundente es la inocente fachada desmantelada -al fin y de una vez por todas-. ¿Qué adjetivo será ángel para pintarte machista sin que la gracia de tu arena caliente bosque universal, piedra maya teotihuacana noche azteca, patria perfecta, no se vea manchada? NADA. No estamos dispuestas a disfrazar una vez más el instinto asesino de modos vamos a desgañotarnos en medio del tradicional silencio cómodo silencio vasto silencio pero ya no eterno silencio. Y descubriremos en el rostro otrero a nuestra dulce hermana fantasma acecho seremos nosotras quienes llevaremos flores al huerto para no olvidar, para no soltar tu nombre del que pende nuestra libertad

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¿QUIÉN SABE? M

e gusta perder el tiempo. Entonces busco mil y dos pretextos para desafanarme del quehacer cotidiano, del agandalle comercial, de la rapsodia imperial, del bombardeo matinal de la T.V. Miro con desgana la televisión, por mí se podía ir al carajo todo el canal de las estrellas, los disque periodistas, aquellos guiones que reparan en el morbo y lo sadomasoquista —el mexicano tiene una filia con la muerte—, esos conductores insensibles llenando el saco de «Bla bla bla… salió sexymente… bla… entró a un lugar con luces de neón… bla bla… bebió mucho… bla bla… un amigo a su casa la llevó… bla bla bla… muerta… bla… en su cama… bla… por puta…» Pateé la insensata voz, pantalla estrellada, me puse un suéter y sobre mis pies salí a la calle. Avispada trotaba, el asfalto cedía bajo mis pisadas cargadas de ansias. Un semáforo altivo se mostraba imperturbable pese a mis deseos, ¿cómo podía? Lo maldije, él está saltando de un color a otro y nada más, es el ojo del huracán, provocador de caos, no entendía su existencia colorida en son de paz en medio de la jungla. Crucé la calle, en medio de ella un cuerpo arrollado y cubierto de cal, con indiferencia, las llantas de los conductores bordeaban el cadáver, pero otros no se preocupaban, tal vez el pelaje haría de buena alfombra para el camino. Quise acercarme para remover el cuerpo inerte a un extremo del paso peatonal cuando un piropo salió disparado desde la cabina de una micro hasta mis piernas. Abstraje el rostro, fruncí el ceño en asco y quise desmantelar la cara del imbécil. Como me distraje, un automóvil casi me desbarata. Corrí al metro, confusa y asqueada. Debajo del suelo, pero sin ser el infierno, pese al mortal calor, hay un ahogado mar de sudor, manos largas haciendo la ola, los dedos son la brisa, los cabellos puentes entrelazados para los piojos forajidos, además de los novios y las novias, senos y miembros erectos, siluetas fajando, ¡Venus habita el metro! - Ahí estaba, perdida en el lugar en que se habita y no se habita, tal vez aquello me acogiera con más calma. Salté los torniquetes, me orillé a la espera, respiraba hondamente, no podía inhibirme ante esas miradas que me desnudan, y entonces sé que en su mente me cogen vorazmente. El metro es el lugar exacto para ser anónimos y mal sitio para ser una mujer, ¿qué lugar en el universo será bueno para amar y desdoblarnos sin que nadie quiera sofocar nuestro rastro? Y pensar que cavando los túneles descubrimos edificaciones consagradas a la mujer, Tlaltecuhtli descubierta con sus senos rebosando miel para sus hijos flacos y desnutridos, y una lengua de fuego para incinerarlos a besos. Coyolxauhuqui desmembrada, de fuera los sesos tocados por el sol que de nueva cuenta son vulnerados por las miradas sin pudor. Hoy en día no somos diferentes, ¡cuánto nos parecemos a aquellas matriarcas y desterradas deidades! No hay diferencia, somos la misma mujer, hoy y ayer. Llegó un andén dirección universidad. Tal vez sí quiera recorrer toda esa carretera planeada bajo la ciudad, sobre el rastro evaporado de lo que antes fueron ríos subterráneos, nuevos caminos de acero y cables eléctricos, conduciendo un millón de almas al día a no sé cuantos kilómetros por hora. Ya estaba adentro, tomé asiento frente a un muchacho, este me miraba desquiciado y sin pausas, noté que algo comenzaba a moverse bajo su pantalón, su mano se agitaba, me miraba y se masturbaba. Quise vomitar, quise llorar, mi percepción acerca del tiempo se agudizó, en los mejores momentos las manecillas del reloj vuelan, en los peores uno siente que los segundos se engrosan y se vuelven lustros. Saqué una sopita de letras para resolver, de nuevo lo hice, el tiempo corría. Faltarían dos o tres estaciones por llegar. ¿A dónde llegar?

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Aunque se nos permite ir de aquí para allá, ser tragados, desaparecidos y luego regurgitados, de aburrimiento matarnos o volando yendo y llegando, lo místico es que el metro no nos lleva a nada nuevo, no hay trucos, la ciudad y su gente siempre con la misma energía. Entonces se abrieron las últimas puertas, salí y ante mí los mismos muros, las cabinas telefónicas, las taquillas mugrientas. Estaba en donde empecé, en todo caso debía asegurarme de no tener la cabeza en los pies o el corazón en los zapatos. Algunas conjeturas me aturdían, mejor subí al vagón, me aseguré de que fuera la dirección correcta. Abordando una vez más, tenía hambre y… vendedores ambulantes, benditos sean. Comí. Tic tac. Llegaba al tan deseado extremo, se partieron las “últimas puertas”. Bajé rapidísimo al igual que los otros usuarios, pero sucedió nada, siendo que todo lo era estación universidad, no había nada. Estaba donde me había dejado, indios verdes otra vez, aquellas instalaciones perpetuas, fijadas en la eternidad. No me gusta caer en pánico ni vestirme de estrés. Abordé, «va de nuez», pedía que no me abandonara la suerte, duras páginas dibujadas por la muerte, hazme el favor, mi destino está tan distante, y el estúpido chofer tiene el cerebro jodido y me regresa otra vez a mis inicios. ¿Cómo lograr mi destino? Me asomé por la ventanilla, creí ver mis deseos, no quise perder la claridad ni arrojar el miedo, sin embargo, crucé las puertas abiertas, desmantelé las conjeturas lógicas, me revolqué en las vías, le sonreí a todos esos ángeles que pasaban veloces devorando millas, habitaba la fábula, besé los torniquetes y ahí estaba el secreto: ni para atrás ni para adelante, todo en este mundo es cero. Entonces se acercó el taquillero que traía puesto un sombrero de vaquero y bajo el ruido de las máquinas feroces me dijo muy quedo «bienvenida al siglo XXI, mi amor».

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Negativas/Cuento



—Fotografías por: Alhelí León



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El canto despierta

El canto del gallo. Poelectrones” de don Jesús Arellano retumba bien adentro de mi inconciencia. No sé si es por su vivaz crítica a los sistemas políticos regidos por la economía, presentes en todos los sectores de nuestra sociedad mexicana aún hoy que han pasado 49 años desde su primera edición o por su tan cuidada caligramación de los poemas que se nos presentan. La composición de Arellano así como su crítica pasaron a ser invisibles por su no merecida pobre difusión, bien podría convertirse en una lectura obligada de la literatura mexicana contemporánea. Debido a sus constantes embestidas contra la gestión literaria en cuanto a la otorgación de becas por parte del estado o por parte de los organismos privados. Arellano fue esquinado, como la mayoría de los proletarios y campesinos a los que este tanto estimaba, terminó sin voz. Esta antología poética que nos sitúa en una realidad vigente aún hoy parece una burbuja en el tiempo, se siente como si el poeta ya supiera que nuestra situación es esa roca y nosotros somos esos sísifos, y hagamos lo que hagamos a nuestras queridas instituciones literarias las mueve el dinero. En fin, la escritura de Arellano entra por los ojos, se queda en la lengua, nos revoletea un rato y termina por salirnos por cada poro. Y yo no sé si soy el canto o si soy el gallo, pero Arellano, sé que en nuestra memoria deben de estar grabadas las palabras: pueblo y poesía. Porque tú nos enseñaste que son sinónimos. —Farid Pozos

Reflexión

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Última fotografía de Jesús Arellano. Cortesía INBAL.



Cuento


Las revoluciones de María. D

esde niña, María sabía lo que podía ocasionar si hablaba de las cosas que le gustaban o de las que no. Cuando abría la boca todos se quedaban callados para oírla, porque no era de las que hablaba mucho, y cuando lo hacía los silencios incómodos no faltaban ni las miradas de desapruebo de los mayores. Fue hasta que cumplió 15 años cuando dijo que no quería ser secretaria y se dio cuenta de lo que pensaban, lo que nadie se animaba a decirle a su madre: “qué mal has educado a la niña”. Pero María ya no era una niña y su madre no tenía nada que ver, y cuando lo entendió se dibujó en su frente una palabra: revolución. Cualquiera podía pensar lo que quisiera, porque por pensar inician los motines. Se sintió contenta y miró a las niñas que apenas llegaban a los a 10 años y ansió poder ver el día en que la rebeldía les floreciera. “¿Desde cuándo piensas así?” le había preguntado su madre, María dijo que no sabía, y tenía razón; no recordaba el día en que había sentido por primera vez arder su pecho. Quizá había sido la María de 6 años que rechazó los zapatos rosas, o María de 8 que no había hecho caso cuando le dijeron que el traje de baño no le quedaba bien, la María de 10 que abrió por primera vez un libro, o María de 13 que quemó el arroz y dijo que no quería un marido. A lo mejor habían sido todas, cada una formando pequeños alborotos para dar paso a una gran revolución. A lo largo de los años María se había dado cuenta de lo que ocasionaba cuando hacía las cosas que quería. Cuando se depiló las cejas por primera vez nadie había dicho nada, pero cuando dijo que no lo volvería a hacer la gente al rededor se había levantado en armas; “¿Por qué?” “Se veían mejor depiladas” “Te hacen ver más femenina”. María no solía sentirse atrapada, pero ese día las voces de su hermano y su madre sonaban más altas, se quedó callada por un momento y se limitó a decir: “Porque duele”. Y a pesar de la insistencia, María no cedió, y vivió el placer de ver una revolución nacer. María podía ocasionar una revolución si no se depilaba. Y se sintió libre, los rastrillos irritaban su piel y eran caros, no le importaba si a alguien le molestaban sus cejas pobladas o sus piernas con vello. María se había dado cuenta de que nadie hablaba de los kilos de más que tenía su primo que era dos años mayor que ella, nadie se fijaba si su ropa le quedaba o no bien, y nadie comentaba nada de cómo iba peinado. A veces, María solo los ignoraba pero sentía que eso no era suficiente, entonces comenzó a reírse cuando alguien le decía algo sobre sus brazos grandes y sacó del closet las playeras que los hacían lucir. Cuando María se abrazó la revolución más linda había comenzado, y decidió que sobre todas las cosas ella estaba primero. María podía ocasionar una revolución cuando se amaba. Luego de varías revoluciones, María decidió hacer todas las cosas que quería. María había decidido ocasionar una revolución cuando dijo que quería ser poeta y se puso el vestido de artista. María quería ser una con su lápiz como Violeta Parra con su guitarra, quería escribir sonetos para alabar la ternura revolucionaria del amor entre mujeres igual que Sor Juana.

Cuento

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María había decidido dejar de lado el papel de musa al que (pensaba) estaba destinada, no juzgaba a Gala por serlo pero quería seguir a todas las poetas, cada que se miraba en el espejo se lo decía: “eso de ser musa se lo dejo a las estrellas”, y cuando decidía qué iba a escribir iniciaba una nueva revolución que salía de la punta de su lápiz, y con la revolución venía la felicidad de saberse infinita en cada una de sus palabras. María podía ocasionar una revolución con una hoja vacía, y lo sabía bien. María había ocasionado varías revoluciones cuando descubrió la revolución que ocasionaban las mujeres que la rodeaban. Y entonces cuando estalla una nueva revolución, María emana, en unos ojos, en un corazón, en una lágrima, o incluso en los escombros.

—Ana Feliz

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Cuento


¡Corre que corre, que corre, que vuela! C

arlos, o el Edu, como le apodan ahí en su colonia; una más fuera de la periferia, tras esa línea que separa los contrarios, una de las no “regularizadas”, sin pavimentar, sin drenaje, sin escuelas o servicios, donde la mayoría de los terrenos son baldíos y las casas están en “obra negra”, con techos de lámina de asbesto que encierra el calor en verano, porque hay lugares donde el sol calienta más y hace a los niños salir en busca de un poco de aire fresco; donde todavía hay llanos donde los niños juegan fucho mientras se les entierran los pies y lodazales en época de lluvias que les salpican las piernas cuando corren. Ahí habita Carlos, quien hoy como de costumbre se levanta temprano para ayudar a su abuela que en las prisas ha olvidado orear la alfalfa de los borregos y se han inflado. Preocupada busca la aguja para pincharles la barriga y así su marido no se de cuenta que ha sido su culpa. Carlos es sólo un niño, uno de los hermanos, uno de los hijos de Juana… un numerito más en las cosas donde se le contempla, pocas, por cierto, porque como ya dijimos, Carlos es un niño apenas. Carlos se viste, se enjuaga la cara, cepilla sus dientes y prepara la charola que será una extensión de sus brazos por las siguientes horas, acomodando las gelatinas que su abuela ha hecho y durante el día tendrá que caminar intentando vender. Carlos sale de su casa y recorre la avenida conocida, donde desde muy temprano la gente comienza a moverse en busca del bocado del día, los transportes que les harán posible llegar a sus trabajos, abriendo sus locales, o armando sus puestos ambulantes sobre la banqueta. Algunos otros de los que se encuentran ya en la calle son apenas niños, unos apenas más grandes que Carlos, que salen ya sea a ser chalanes de sus padres, o vender periódico o a trabajar de lo que encuentren hoy. Sólo pocos salen a esta hora para emprender el largo camino que requiere vivir aquí y poder llegar a la escuela. Se encuentra con dos o tres amigos suyos, el Cinco, hijo de un zapatero y Meche, la hija de Marta, una mujer que no tiene marido, pero dinero no le hace falta porque tiene varios amigos, o eso dice la abuela de Carlos, que cuando habla de ella la compara con la mensa de la mamá de Carlos, porque por lo menos ella sí supo conseguir más que hijos de los hombres. En este trayecto ya vendió algunas de las gelatinas, famosas por ser las de Doña Luisa pero para terminar las casi cincuenta gelatinas que ella le entregó, Carlos esta vez tendrá que caminar mucho más allá de donde acostumbra a llegar. Lugares donde Carlos no es Carlos, no es el Edu, no es el nieto de María Luisa, es sólo un niño que no tiene identidad, amigo de nadie y enemigo de otros niños, que como él buscan vender. Y cuando se los encuentra de frente, él no se detiene, porque sabe que detenerse es demostrarles a esos niños, apenas

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más grandes que Carlos, miedo. Y aunque a Carlos ser niño lo haga vulnerable, y pequeño y un poco inexperto, Carlos es fuerte y sobrevive y quiere terminar de vender esas gelatinas, regresar a casa con su abuela y comer tortillas con sal mientras espera la hora de la comida y la ve preparar las gelatinas de mañana. Carlos quiere poder volver llegar hasta aquí, poder hacer de esta nueva colonia parte de su recorrido común y conocer más a las gentes que le compran para saludarlos cuando pase por allí, que reconozcan el sabor de sus gelatinas y la próxima vez, le esperen con antojo. Por eso inicia frunciendo el ceño, para decirles a la distancia que él es fuerte y no se va a dejar, que no está dispuesto a ceder. Pero esos niños, se susurran entre sí, y como si todos aquellos hubieran inventado un nuevo lenguaje de señas, estos le responden con el mismo ceño. Entonces esperan a que su caminar lo acerque, admirando a la vez su osadía de seguir el trayecto recto sin tambalear, mismo que le estaban obstruyendo. Y cuando sus caminos se sobreponen, los otros Carlos abren un camino para que pase, y luego de alejarse dos pasos dejándolos atrás, el instinto que le grita que corra, se apodera de sus deseos de volver aquí y los transforma en el deseo de sólo volver a casa. Entonces no corre, vuela, con sus dos piernas delgadas de acero cubiertas de tierra. En su corrida, dos calles más adelante avienta sus gelatinas al pasar por un pasto suelto y alto, quizá con esperanza de que no se partan y pierdan y pueda volver más tarde por ellas. Encuentra una barda y en ella mira la posibilidad de escapar, porque confía en su rapidez y habilidad; salta hacia ella para treparla y cuando logra hacer llegar la punta de sus manos al borde más alto, los tabiques sobrepuestos comienzan a caer y Carlos entre ellos, y aunque un poco lastimado, abre los ojos para verificar su buen estado. Entonces los otros niños llegan a donde él está aplastado y lo rodean como quien mira a un gato abandonado en una caja. Y entonces le sonríen. Los otros Carlos se van seguros de que aquél mocoso no va a volver en un buen rato, que no habrá quien les haga competencia en la venta. Y con varios pesos más, que a parte de significar una buena cantidad, significarán seguramente un segundo escarmiento para aquél niño. —Gamaliel Ramírez

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El Orfeo de la Balbuena E

I

l sol aún no salía, y ya estaba despierto. Puso un poco de agua en una olla, prendió el fuego y, mientras el agua alcanzaba su punto de ebullición, se metió a bañar. Junto con el agua y el shampoo, los pocos recuerdos que le quedaban del sueño que tuvo durante la madrugada se iban por la coladera. Cerró la regadera, se puso su toalla y desempañó el espejo. Era el mismo de ayer, y el de antier, y el de antes de antier. Todavía húmedo apagó la estufa y, mientras soltaba un bostezo, sirvió el agua que aún burbujeaba en una taza. “Me iré a vestir en lo que esta madre se enfría un poco”, pensó. Se puso la ropa en el estricto orden en el que lo hacía desde los 12 años: calzón, camiseta, pantalón (sin abrochar), camisa, calcetines, zapatos. El sol comenzaba a anunciar su salida en el mismo momento en el que se ponía el cinturón y verificaba que su saco estaba en el mismo lugar en que lo había dejado la noche anterior, sobre el respaldo del sillón. Le puso un poco de Nescafé a su agua ya tibia, mientras trataba de dominar su deseo de volver a la cama. Dos sorbos y se fue a peinar. Un sorbo y se fue a preparar su portafolio. Dos sorbos y verificó que llevaba dinero en su cartera. Tres sorbos y rectificó la hora. Tomó las llaves de su casa, su celular, sus audífonos y, dejando el café a la mitad, salió rumbo al trabajo. A cada segundo que avanzaba, el alumbrado público se volvía más inútil hasta que, cuando estaba por llegar a metro Balbuena, no eran más que un estorbo para peatones, un estacionamiento para las bicicletas y un urinario para perros. Bajó las escaleras como siempre, saludó con el “Buenos días” de siempre a la taquillera y, ya en el andén, esperó al metro en el mismo lugar de siempre. Sacó sus audífonos, los conectó a su teléfono y reprodujo la única playlist que tenía en su teléfono desde hace meses, pues había eliminado todas las que tenían canciones que le recordaban a ella. Dejó pasar dos trenes hasta que encontró espacio en el tercero. El mismo olor y los empujones de siempre lo recibieron. Un “Disculpe, ¿baja en la siguiente?” salió de su boca con el mismo tono de siempre a los segundos de arribar a Insurgentes. Subió los escalones de dos en dos y la glorieta lo recibió con un caos de gente. Se encaminó a su trabajo mientras trataba de encajar su andar con el ritmo de la música que iba escuchando. Durante todo el día, no hubo cambios, nada extraordinario, todo transcurría de la misma manera que transcurrían los días de lunes a viernes de 9 de la mañana a 6 de la tarde (con posibilidad de horas extra). Para este punto, ya no sentía nada, había perdido toda identidad. En su trabajo su nombre fue sustituido por CHLL8801261H0, entre sus compañeros de trabajo pasó a ser 2601 y entre sus amistades y familiares, se le comenzó a conocer como “el godín”. Al inició le molestaba, hoy, hasta de memoria se sabe su RFC y su ID de trabajador. Los hombres de gris lo habían alcanzado.

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II Los días posteriores no cambiaron en nada, siguieron siendo igual de rutinarios. Incluso los sábados y domingos se repetía la misma puesta en escena que inició en el 2012. Pero todo daría un cambio cuando 1503 enfermó. Ese día notó inmediatamente la ausencia de su compañera pues era quien ponía la radio en la oficina, todo gracias a su derecho de antigüedad (o eso argumentaba ella). En cuanto todos los trabajadores notaron la ausencia de 1503, dio inicio una guerra de miradas y, quien saliera vencedor, pondría la música ese día en la oficina. Ganó 1710 quien, modestamente, puso una playlist de spotify. Todo transcurría normal hasta que, de pronto, comenzó la guitarra de Maps de los Yeah Yeah Yeahs, la canción que por meses trató de evitar. Paró de escribir lo que sea que estaba corrigiendo en su computadora, alzó la cabeza y abrió los ojos por primera vez en meses. Poco a poco sus manos comenzaron a abrazar una guitarra imaginaria, a la vez que una plumilla del mismo material comenzó a rasguear aquellas cuerdas de aire. Abrió la boca sin emitir sonido alguno y cerró los ojos dejándose llevar por aquel delorean sonoro. La vio allí, sentada junto a él, tomándole la mano y diciéndole “Sí, Luis, quiero andar contigo”. Mientras se hundía en el recuerdo, el Luis de la oficina, aún con los ojos cerrados, esbozó una melancólica sonrisa. En cuanto terminó la canción y volvió al mundo de la oficina, le volvieron ganas de tocar la guitarra, pero eso sería imposible ya que, en primer lugar, estaba en la oficina y no le dejarían producir un solo acorde, y segundo, ya no tenía guitarra, la vendió a una tienda de música en su desesperación por olvidarla. Pero extrañó esos momentos en la academia de música donde comenzó a tocar rolas de Bowie y Dylan, esos momentos con sus amigos donde se ponían a improvisar, los pequeños conciertos que armaba con sus amigos de prepa, cuando se juntaba con Federico a sacar de oído las rolas de los Strokes, recordó aquel momento en un estudio de grabación donde grabaron un demo que contenía la única canción que había compuesto. Recordó, en pocas palabras, todo aquello que había antes de entrar a trabajar. Abrió su cartera y contó los billetes que traía, eran $2000. “Vendí mi guitarra en $1700, igual y me alcanza pararecuperarla” pensó e, inmediatamente después, acordó consigo mismo el salir temprano de la oficina y pasar a la tienda de música por su vieja guitarra. El deseo por volver a tocar la guitarra no lo abandonaría el resto del día. Eran cinco para las seis y Luis ya estaba guardando sus cosas, expectante de que su jefe no saliera a la mera hora para pedirle que se quedara 15 minutos más. En cuanto dio la hora, salió corriendo. No sé por qué, en vez de caminar hacia metro Insurgentes, caminó hacía el metrobús Hamburgo, le sorprendió encontrar lugar y poder ver el atardecer en el transporte público sin empujones o mentadas de madre. Se bajó en Nuevo León y transbordó a la línea morada en la cual, si bien había mucha más gente, tuvo la fortuna de que pasó un convoy vacío. No alcanzó lugar sentado, pero encontró un lugar cómodo. Su destino era Coyuya. Bajó y caminó rumbo a metro Mixiuhca, pues a las pocas cuadras se encontraba la tienda de música. No sé si fue por haber caminado más rápido que lo habitual o por pura suerte, pero el caso es que alcanzó el local abierto. Habló con el recepcionista, quien lo reconoció y le dijo que su guitarra seguía allí, aún sin venderse. A Luis inmediatamente se le iluminaron los ojos. “¿Por cuánto me la regresa?” preguntó Luis. “Dame lo mismo que te di por ella” le respondió el señor. Luis sacó la cartera, sacó los $2000 y, quizá por la emoción, le dijo “Tenga, quédese con el cambio”. III Decidió regresarse caminando a su casa. La verdad es que no quedaba muy lejos, pues vivía a pocas cuadras de Waltmart Balbuena, por lo que no dilataría más de 20 minutos en

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poder estar en la intimidad de su casa, tocando y cantando las canciones que celosamente aún resguardaba, quizá parcialmente, su memoria. Con la guitarra al hombro, vio cómo anochecía y cómo se prendía el alumbrado público. Distraído en sus pensamientos, no notó que dos individuos en una motocicleta lo empezaron a seguir, hasta que fue demasiado tarde. Luis entró a una calle donde sólo uno de los cinco postes de luz estaba en funcionamiento, momento que aprovecharon los individuos de la moto para perpetrar su asalto. —Órale, el teléfono y la cartera — le dijo uno de los sujetos a la vez que la motocicleta frenaba frente a Luis impidiéndole el paso —¿Qué? — respondió Luis aún perdido en sus pensamientos —¡Ah, con que nos saliste sordo, cabrón! — le grito mientras sacaba una pistola— Que te rifes con tu teléfono y tu cartera Luis, una vez captó lo que pasaba no pudo evitar encogerse en hombros y buscar los objetos que los individuos armados le solicitaban. Les extendió su teléfono, pero la cartera no la entregó. —¿Quieres jugarle al vergas o qué? — le preguntó el otro sujeto de la moto al ver que se negaba a entregar su cartera —Es que... ya no traigo dinero, lo acabo de gastar todo en esta guitarra — inmediatamente después, Luis se preguntó por qué les había dicho eso, lo cual lo puso más nervioso. —Y rezongón el güey — dijo el sujeto que ya tenía en su poder el teléfono de Luis – ¿Y si se le quitamos lo respondón? — dijo mientras extendía la punta de la pistola hacía la cabeza de Luis, el cual entró en shock y no supo qué hacer o cómo reaccionar, se quedó allí quieto, como si un hechizo lo hubiera inmovilizado. —No, no, no, por favor, no. Les doy otra cosa, lo que me pidan, pero, por favor, no dispar... IV Eugenio despertó, miró su reloj y, viendo que aún faltaba media hora para que su despertador sonara, decidió volver a dormirse. Pero fue inútil, a los 15 minutos una serie de gritos provenientes de la calle interrumpieron su descanso. Quien gritaba, tenía una voz extraña y familiar. Eugenio lo mandó a chingar a su madre en sus pensamientos y se levantó. Corrió las cortinas de su habitación, se asomó y trató de identificar donde se encontraba el señor que lo había despertado. Estaba a media calle, era uno de esos señores que venden periódicos de nota roja. En el hombro izquierdo cargaba una bolsa con los periódicos y con la mano derecha extendía un ejemplar. “¿Ahora qué pasó?”, se preguntó en voz alta Eugenio, ya que la presencia del aquel vendedor sólo augura malas noticias. Calló sus pensamientos y puso atención a los gritos ya desgastados del señor: — ¡... ya lo encontraron muerto! ¡Vecino de la Balbuena es asesinado! ¡Le dispararon a sangre fría, ya lo encontraron muerto! ¡Vecino de aquí de la Balbuena es asesinado después de un robo! ¡Vea las fotos, los disparos parecen mordidas de perro! —Josué Jude

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Es que somos muy pobres E

s que somos muy pobres, lo sé porque mamá lo dice a menudo, sobre todo cuando pelea con papá porque no se apura a recoger el agua de la lluvia y entonces ese día ya no nos toca baño; bueno, no es como que nos bañemos mucho, pero si usamos ropa limpia, de esa que trae doña Julia y que hasta huele rico. Mi mamá dice que doña Julia es un pan de Dios, porque siempre nos ayuda a quitarnos las garrapatas, a cocer los zapatos y siempre huele como a suavitel, como la ropa que nos trae para andar fresquitos fresquitos, así dice. Pero cuando hace frío no me gusta andar fresquito, porque por ahí de diciembre que el viento se arrecia, a mi me gustan más las chamarras, pero solo tenemos una grande que compartimos mi hermano y yo para dormir, mi mamá siempre llora cuando nos la pone, yo creo que a ella también le da frío ¿El frío le da también a los que no son pobres? Yo la verdad no creo, porque aquí en la panadería de la cuadra siempre andan sude que sude y yo he visto como a don Manuel le dan unos billetotes cuando cobra por tanto bolillo o como cuando venden chocolate, se me hace agua la boca. A veces don Manuel me da migajas que se quedan y un chorro de chocolate, nombre yo siento que así puedo comer a diario, pero luego van todos mis hermanos y don Manuel se enoja, porque no tiene tanto chocolate, entonces ese año ya no me tocan las migajas. Luego también diciembre se pone padre porque doña Julia nos invita a la iglesia y ahí comemos tres veces al día y nos bañamos de a diario, nombre, a mi me gusta un montón esa agüita caliente que cae desde arriba. Esos días mi mamá no llora, por eso son mis favoritos. Y es que a mi la verdad no me molesta ser pobre, porque no sé cómo es ser rico, pero sí sé que a los ricos no les gusta tanto el chocolate y la agüita caliente como a mí. —Dalia León

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a 0


Construcción histórica del indio como categoría de marginación en América Se denominó indios a los habitantes nativos de América, cuando los españoles pensaron equívocamente haber llegado a las Indias. Durante los cinco siglos que han transcurrido desde su arribo al continente, el concepto de indio ha sufrido modificaciones ontológicas que han cambiado la forma en la que se les identifica e “incluye”. Indio se concibe desde el momento de la invasión como una categoría para diferenciar a dicha población del resto de la nueva sociedad que comenzaba a formarse y establecerse. Este término ha trascendido en los países donde aún existe la población indígena, no sólo como ancestros de una actual y compleja sociedad mestiza sino como etnias que sobreviven, resisten, y que como escribe Lucio Mendieta “no están identificadas con la población nacional del país”.1 Según Guillermo Bonfil2 indio o indígena designa una categoría social específica, y para definirla hay que ubicarla dentro del contexto social global. Más cualquier intento por definir a la población indígena en base a un solo criterio, es insuficiente. El indio no puede definirse por rasgos fenotípicos, lengua, territorio, costumbres pues, aunque al escuchar indio se piense en el hombre prehispánico, en realidad se trata de poblaciones muy diversas entre ellas y en sí mismas. Indio denota la condición de colonizado y hace referencia a su relación colonial. Antes del descubrimiento, la población estaba formada por sociedades distintas con identidad propia y con diferentes grados de desarrollo, pero a la llegada del hombre blanco se genera una necesidad por distinguirlos, así como un naciente interés por conocer diversos aspectos del mundo precolombino con el afán de facilitar su aculturación. Perdieron su individualidad y fueron integrados por igual a la categoría de indios. Hay también una perspectiva donde la condición de indio es una cuestión de grado, diferenciándolos entre 1 Mendieta y Núñez Lucio, Notas sobre el artículo “El indio en México” de Robert Redfield, Revista Mexicana de Sociología, Universidad Autónoma de México, México, IV, 3, 1942. 2 Bonfil Batalla Guillermo, “El concepto de indio en América: Una categoría de la situación colonial”, en Juan Comas, Anales de Antropología, Vol. IX, México, Instituto de Investigaciones Históricas UNAM, pp. 105-124.

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otros grupos de la sociedad como los inferiores, infieles y menos capaces. No obstante, estos criterios siempre han ido en función de justificar el lugar que ocupan los indios en el sistema mundo. Aquí podemos introducir el término indio como una categoría colonial que abarca la relación entre los grupos a los que se les entiende como indígenas y otros sectores del sistema social del que forman parte. En antropología el criterio más favorecido para determinar al indígena es el de la cultura. Entendamos esta como un todo conjunto de conocimientos, prácticas y costumbres. Ahora bien, en este caso no se busca definir la cultura indígena sino su contraste con la cultura dominante, dejando siempre en claro que esta cultura occidental es la verdadera principalmente obedeciendo a una relación de creencias generalizadas en Europa y más tarde también a una supuesta relación con un concepto de desarrollo. Así, los indios eran entonces los que creían en falsos dioses; en esta visión que reclamaba la evangelización de los infieles, no cabe ningún esfuerzo por hacer distinciones de sus creencias. Paradójicamente este poco esfuerzo es también característico del estudio antropológico en países latinoamericanos, como menciona Eduardo Matos3 en el caso de México, carente de referencia teórica y metodológica mayormente motivada por intereses de sometimiento. Algunas corrientes buscan explicar la perduración del concepto desde el siglo XVI, analizándolo en etapas: el resultado es que se conserva el mismo sistema de explotación. Indio siempre entendido como ser inferior justificando su inclusión como a quien había que educar, civilizar, enseñar y someter, pues varias de las veces su voluntad no entendía que la labor de su enseñanza y corrección era necesaria, así como encomendarles trabajos que pagaran tal labor a quienes se encargaban de ellos y su aculturación. Esa posición fue utilizada por el sistema colonial para destruir las culturas indígenas, con el fin de facilitar su incorporación, por supuesto al estrato inferior como mano de obra barata y sujeto de explotación. Consecuencia de esto es la pérdida de elementos que nos permitan conocer más sobre las culturas de las que sí logramos saber y de otras de las que nunca tuvimos conocimiento. El fin del periodo colonial debía significar entonces un cambio en la situación del indio en América, no obstante, la estructura social se conservó a grandes rasgos y en consecuencia el indio mantuvo la misma posición, ahora en países independizados. Por ello actualmente puede entenderse su conservación como una relación del modo de producción capitalista.4 Más tarde, se inició el proyecto de nación que se forjó en los países independizados de América en búsqueda de identidad, el cual no contempló a los grupos indígenas, incluso los excluyó. La identidad nacional se definió entonces como un conjunto de rasgos culturales comunes que la diferencian de otras.5 Y así es como los grupos sociales identificados como “no nacionales” fueron excluidos y aislados. Tal vez, al excluirlos del “desarrollo”, parecería que se tiende a su eliminación por medio de la pobreza a la que se encuentran sometidos. Ellos eran y son poseedores de otra cultura, lenguas y costumbres ajenas. Se proponía y actualmente sigue haciéndose, que los pueblos indígenas olviden sus costumbres y su idioma, para formar una nación homogénea que, al acercarlos al desarrollo, a la periferia y así a las oportunidades, les podría sacar de la condena de la pobreza y se obtendría supuesta igualdad social. Se entendió que para que los indígenas formaran parte de la nación se debía integrarlos, es decir amestizarlos. Bonfil nos habla de que la intención del indigenismo era la de anular a los pueblos indígenas por medio de su incorporación al sistema nacional, con lo que se lleva a cabo un control cultural. El indigenismo liberal quiso buscar igualdad jurídica para terminar con el indio y unificarlo con el resto de la sociedad, pero no hubo un cambio socioeconómico que le respaldara y dejó entrever la intención de ejercer mayor ex3 Matos Moctezuma Eduardo, Las corrientes arqueológicas en México, en Nueva Antropología, Universidad Nacional Autónoma de México, México, III, No. 12, Diciembre 1979. 4 Bonfil Batalla Guillermo, “El concepto de indio en América: Una categoría de la situación colonial”, en Juan Comas, Anales de Antropología, Vol. IX, México, Instituto de Investigaciones Históricas UNAM, pp. 105-124. 5 Francisco Pimentel, “Memoria sobre las causas que han originado la situación actual de la raza indígena de México” citado en Rocío Rosas Vargas, “Exclusión, marginación y desarrollo de los pueblos indígenas”, en Ra Ximhai Revista de Sociedad, Cultura y Desarrollo Sustentable, Universidad Autónoma Indígena de México, septiembre-diciembre, Vol.3, Número 3, 2007, Mochicahui, El Fuerte, Sinaloa, pp. 693-705..

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plotación sobre él, en un intento de proporcionarle lo que merecía y luego arrebatárselo. Por otra parte, en algunos de los países que buscaban una identidad que contrariara al sistema del que se habían desprendido por voluntad propia, nacieron concepciones nacionalistas que llevaban al indio como símbolo del origen de estas generaciones mestizas que lograron ascender al poder del que habían sido privados durante el imperio por ser descendientes de los nativos, afirmando que en lo indio descansa su verdadera identidad, dando pie al indigenismo moderno. Sin embargo, esta imagen del indio busca nuevamente la integración nacional pretendiendo absorberlo… y así nuevamente se cree en el supuesto derecho a imponerle al indio una única salida: la nacionalidad.6 Sin embargo, estos pueblos no aceptan de forma pasiva la integración y pérdida de sus territorios, recursos, y cultura. Han respondido con movilizaciones indígenas, con demandas. Son los movimientos de los últimos años que han incorporado demandas no solamente por la tierra, o por la autogestión de los procesos productivos, o por la defensa de sus recursos naturales, sino también buscando la autonomía de las regiones étnicas, buscando mantener sus propias costumbres, su lengua, su identidad. La idea de un Estado homogéneo hizo que la heterogeneidad cultural fuera vista como una amenaza, como una forma de desestabilizar al Estado nacional. Esta homogenización ha tenido como consecuencia la exclusión y la grave marginación7 de los pueblos indígenas.8 Vemos así, el camino para lo que ahora empíricamente concebimos como indio y los estragos de estos hechos, en el ámbito cultural y social. Los prejuicios que han acompañado al término durante siglos se visionan en la categoría universal que toma cualquier elemento cultural producto de este grupo de civilizaciones. Muestra de ello es la mitificación a su historia al afirmar que no tienen escritura, la consideración de su arte como utensilios con poco o nulo valor estético o ideológico, sus lenguas y dialectos que han desaparecido y seguramente seguirán haciéndolo por falta de esfuerzo en su conservación; en general estos prejuicios de inferioridad e incluso discriminación han hecho de su estudio algo incompleto, a veces esporádico y también una herramienta político-cultural. Las culturas indígenas son para algunos de los habitantes del propio continente lo que han pasado a significar para varios de los que colocan sus ojos sobre estos pueblos: algo exótico que comprar, visitar o consumir y apropiar. Ahora hablemos un poco de indio como palabra. Hay cuatro significados que refieren a esta palabra. El primero “natural de la India”, y el segundo “relativo a un país al suroeste de Asia”, guardan una relación, hacen referencia al origen. El tercero “indígena de América”, hace alusión al bautizo a los nativos por Cristóbal Colón. Y tal parece que hasta aquí la carga semántica aún no era peyorativa. No así para el último significado, que posee una carga semántica racista. Extrañamente en la actualidad convergen todas estas funciones del término. Trátese de una palabra que se utiliza con sentido despectivo y como categoría para definir al mismo grupo de personas, que durante poco más de cinco siglos ha definido como si se siguiera obedeciendo un sentido de estatus. Ya sea para identificar todos los rasgos que se les acuñan a quienes hemos integrado en él o como la raza que nombramos ancestros, indio es ese sector de la población que vive marginado y al que en torpes intentos de reconocerlos como parte de la sociedad se ha buscado hacerles perder nuevamente su propia identidad ignorando su propia conciencia, autodefinición, autonomía y negando su existencia y resistencia. 6 Lagarde Marcela, “El concepto histórico del indio, algunos de sus cambios”, en Juan Comas, Anales de Antropología, Vol. IX, México, Instituto de Investigaciones Históricas UNAM, pp.215-222. 7 Marginación: una situación social de desventaja que puede ser económica, social política o Cultural. La marginación puede ser producto de las prácticas discriminatorias hacia un grupo social. http://es.wikipedia.org. 8 Rocío Rosas Vargas, “Exclusión, marginación y desarrollo de los pueblos indígenas”, en Ra Ximhai Revista de Sociedad, Cultura y Desarrollo Sustentable, Universidad Autónoma Indígena de México, septiembre-diciembre, Vol.3, Número 3, 2007, Mochicahui, El Fuerte, Sinaloa, pp. 693-705.

—América Gamaliel Ramírez Rivera

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INDECENCIA Porque cuando tú ya vas yo ya vengo en la línea me mantengo. Te sigues creyendo el cuento de que somos libres. Pero ¿qué no ves? ahí está el santo al revés y las caras derretidas y las faldas rasgadas y las orugas prematuras y las niñas asustadas y los buses a deshora y los grises que todo decoran y los relojes puntuales y los pobres sin aire. Y niegas su existencia ¿cómo te has de negar? Lo que pasa es que estás agotado piensas que para ver primero hay que creer. Deja ya tus laberintos lógicos me marean tus desplantes racionales, en esta ciudad no puedes vivir sin mendigar cordura y claridad. Eso es lo que eres, un méndigo vagabundo taciturno noctámbulo esquizofrénico sonámbulo míseras vísceras las tuyas voy a abrirte el estómago con mi lengua navaja de obsidiana y sacaré de ti al mal bicho parasitario que en ti se ha alojado: devorándote el cerebro puliendo tu imagen por fuera pareces bien cuerdo pero no puedes engañar a la maestra. Todos están enfermos, todos están muriendo por aquí. Déjame curarte un poco la racionalidad te contagio tantita locura, te hago morir. Yo cerraré tus párpados ahora que mueres. Yo te daré la nalgada ahora que naces.

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Tu inocencia será suero para el mundo que está sediento, que está crudo de la borracha modernidad de la indecencia de la indigencia.

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VAGABUNDOS Es que somos maltrechos feos indeseables indios mestizos flacos y muy pobres. Tenemos hambre y también caras de ángel, sucias y rotas. Somos los niñitos que nunca ganarán la lotería pero soñamos con billetes alrededor de nuestra cama canicas, bolsitas de canicas y alegrías de feria para hacernos la anestesia. En nuestra montaña todavía sopla Ehécatl y devela los rostros huérfanos las vísceras secas los sueños en cachitos junto con todo el arsenal y todos los vidrios de los erectos monstruos de acero. Crecemos a las orillas de una mancha gris para ellos somos más terribles que esa mancha gris. Se ríen de nosotros por haber nacido en el lugar impreciso -nosotros somos culpables-. En caso de devolver la sonrisa pasa que creen en el efecto “a la inversa” luego clavan cruces y se suben a las cruces y pretenden que somos nosotros los malvados aunque la obsidiana está en sus manos. Su río subterráneo se amarga su bosque se asfixia su aire quema sus filosas mentes cercenan las manos de los indigentes los pechos de las mujeres

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los ojos de los niños las canas de los abuelitos. No puedo maldecirte mientras hacemos el amor no nos importan las largas corporaciones ni las micropartículas PM2,5 ni los puentes oxidados ni salvar el bosque de Chapultepec nuestro río subterráneo de semen y sudor nos resucita después de que el neoliberalismo —y el machismo— nos marchita.

—Poemas por: Christian Denisse

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En Octal quise hacer un poema de cerosyunos para que juntos dijeran lo que no he sido. porque no aprendí a rimar porque a las rimas las habían privatizado y pues ya ni modo no. quedaron al menos los chiquicuentos pero nunca supe cómo hacerlos porque un chiquicuento es y ya, y si a Garcilaso no le salían cómo me van a salir a mí, y pues ya ni modo no. así es la chamba y antes eso que aPAZiguarnos porque a mí la rima no me sale y no quiero pagar derechos de autor, y pues ya ni modo no. por eso quería escribir un poema en cerosyunos, pero a lo mejor me dicen que las máquinas no entienden y pues si ellas no lo entienden pues menos yo, y pues ya ni modo no.

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Sin Títulos Nada me han enseñado los años y ¿cómo me iban a enseñar siendo yo tremendo sin-letrar? pero, sin letrar de no haber estudiado, letras, pues qué más. Porque letras de letras tengo muchas, tengo 4 y 5, que dan 9. 9 mías, porque las otras 13 namás me las rentaron. Pero, pues con esas 9 algo hice: aprendí a sudar, aprendí a no estornudar, aprendí a ver al sol, aprendí a hacer el amor rápido porque solo así se hace y el que lo haga lento es porque no ama, aprendí a chillar, pero como chilla el plástico ese áspero, que duele en los dientes. Y, pues de las otras trece no me han cobrado los 20 años de de sa sosiego que les quedé a deber. Pero, cuando pasen factura espero haber aprendido [a vivir.

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MILÁN ¿Qué me ha dejado lo bello? pues nada, que yo recuerde. ¿Qué me ha dejado? ve, yo ni sabía qué era ni de quién, ni de cuándo ni porqué. Me quedó más del pasto en los cabellos, de las calcetas (mojadas por supuesto). Me quedó más de mi mamá dormida porque llegaba cansada. Y yo quería jugar, pero llegaba cansada, y yo quería jugar. Me quedó más del querer cambiar y al final no hacerlo lo suficientemente bien como para que ya no me maree en los carros con pinitos. Me quedó más del Emiliano sin hablar _________________. Me quedó más del amor, rápido y con calcetas (mojadas por supuesto), y de los detectores de humo y de tener frío y no querer cambiarse y de que te corran a la calle y de que ya te tengas que ir y de que te regreses veinte pasos por un beso y de que ya fuera a llegar el tren y de que no te quieres ir porque al final ¿qué son veinte pasos por un beso? pero, uno se tiene que ir porque vas a llegar cansado y yo quería jugar.

—Poemas por: Farid Pozos

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A

i

r

e

Volverme pequeña y hacerme aire. Habitar todos y ningún lugar de esta casa. Que pueda visitar a mi abuela y decirle al oído que sus sueños son tan reales como ella los [desee. Confesarle a mi hermana que en su rebeldía habitan sus mejores ideas. Enseñarle a mi mamá que también hay cariño en la ausencia. Ser aire y acompañar a mi papá en sus viajes. Hacerles cosquillas a mis perros cuando pase rápidamente cerca de sus orejas. Levantar el polvo de mis plantas y uno que otro pelo. Ir a Veracruz, unirme con el agua y ser la brisa que toca tus mejillas. Huir para estar en todas partes. Ser aire. Dejar atrás mi cuerpo y entender que termino y empiezo más allá de la punta de mis dedos.

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Mono

nía

La monotonía se instala en mis caderas,

en mis huesos.

Llegó inadvertida visitante, intrusa, ocupó cada espacio hasta no [dejar rincón ajeno a ella. Habitó mi hogar, mi mente, mi cuerpo. Aprendamos a vivir juntas, vecina escandalosa, [anuncia siempre su presencia. Entre sus pertenencias se encuentran

dos muebles, uno amplio, estorboso color tristeza;

otro más pequeño, que se aparece [donde menos esperas con tintes de soledad.

También trae consigo una maleta repleta de casetes, discos, películas (al parecer tiene un [gusto por lo antiguo y nostálgico, quién lo diría). Las historias que contiene forman parte de una colección especial de recuerdos color azul [melancolía que reproduce cada noche,

en un gran proyector,

por cada habitación. Con cada uso

las imágenes,

el sonido, se distorsionan

hasta convertirse en una proyección

monótona con algunas particularidades que distinguen unas de otras.

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Poesía


La monotonía tiene un perfume olor morado que inunda cada espacio transitado y por [transitar.

No tiene cura, ni remedio.

—Poemas por: Paulina Márquez

Poesía

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Andrea Olguín Tel. 044-5504950360 Hojas Negras

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Andrea Olguín

@andyxoc

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Hojas Negras


(fluir), 2019. Impresión en papel de resina. Estenopeica II. Media hora en el pentágono, 2019. Impresión en papel de resina. Mains dansantes, 2019. Impresión en papel de resina. (No) me reconozco, 2019. Fotografía digital. Autorretrato, 2020. Fotografía digital.











Blues Araiza Tel. 044-5509204812 Hojas Negras

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Blues Araiza Serie: Primavera 2021 @bluez.araiza

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