Beata María Cándidade la Eucaristía

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Beata María Cándida de la Eucaristía

LaEy ucaristía María Carmelitani Scalzi Sicilia www.carmelodisicilia.it


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ivina Eucaristía, ¡Tú me fuiste dada por María! No te tendría si María no hubiese aceptado ser tu madre, Verbo encarnado. No puedo concebirte sin María ni a María concebirla sin Ti, ¡Salve, Oh Cuerpo nacido de la Virgen María! ¡Salve, oh María, Aurora de la Eucaristía! Oh dulces amores, vosotros que formáis uno sólo en mi corazón: ¡por Ti, oh Santo Amor, deseo arder! ¡Oh María, Madre mía! La Inmaculada, la Ostia de nuestros altares: He aquí el candidísimo y deslumbrante fulgor que me seduce y al que quisiera contemplar e imitar siempre. Jesús me da a María; ¡María a Jesús! ¡A los dos yo me ofrezco con irresistible arrebato, con un insaciable anhelo de amor; toda, sin reservas! Desearía amarles como nunca podrían ser amados aquí abajo. María, a Ella querría verla, poseerla. Me es más fácil percibir, gustar y poseer a Jesús. María se esconde, ¿por qué? Sin embargo, la amo sin duda aunque no lo sienta. No puedo evitar oír canciones de María o leer yo misma sobre Ella, sin llorar, sin derretirme: ¡Qué gran misterio! María me hace sollozar; y debo resistirme para poder dedicarle una oración o leer sobre ella, no pensar en ella, no mirar su imagen sino, esconderla y recurrir a sus palabras con la única intención de pronunciarlas, eludiendo el sentido. ¡Dios mío! ¿Qué es esto?

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Envidio las almas que la aman, ¡yo pido este amor! Y aunque no lo sienta, mi pluma escribe el nombre de mi Madre, mis labios lo pronuncian y con cualquiera que hable intento conducirle a María, asegurarme que acuda a Ella, a su auxilio y, sobre todo a amarla. He experimentado la alegría de haberos alcanzado un poco por la bondad misma de María y de haber propagado un poco la devoción a tal Madre, a su rosario. Su escapulario bendito lo he propagado como he podido y quisiera ver engalanados todos los pechos con él. Pero yo sigo torturando mi corazón: no amo a María pues ¿dónde está el afecto? ¿Cuándo pienso en ella y cuánto palpito por Ella? ¿Cómo la imito? Éste es para mí el máximo dolor y para mí es un misterio. Sólo en el Cielo lo sabré expresar y explicármelo. Creo que es precisamente mi Madre la que se me ha escondido del todo como una terrible prueba. La supliqué tanto; desde niña no dejé de honrarla, y todo a Ella se lo encomendé y me encomendé a Ella, ¡con cuánta santa locura! De cuántas maneras escribí mi consagración y su nombre imprimí en mi corazón: Cada frase bella, cada entrega absoluta hacia Ella, en la vida de los santos, en las oraciones a María, la hice mía y se la escribí y repetí tantas veces. ¡No puedo verme superada! María me previno: Su nombre me fue dado de la fuente Sagrada: nací, recibí

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a Jesús por primera vez, dejé mi ciudad, mi casa, mi familia, y tantas otras gracias recibidas en todos los días consagrados a María. Todo lo he recibido de María: ella me guardó viniendo al Carmelo, me envolvió con Su abrazo de Madre amorosa el día en que tomé su santo hábito; y en Su primera fiesta, después de aquel día, me alcanzó tal ráfaga de luz, de amor, de unión a Jesús. De repente, sin embargo desapareció y jamás la volví a ver: He agonizado sin Mi Madre, pero volverá, así lo creo. ¡La espero e iré con Ella! La Eucaristía me da a María: ¿puede encontrarse a Jesús sin María? Y en la angustia de no saberla amar, cuando tengo el sagrado Corazón en mi pecho, después de la Comunión, u otras veces, le digo a María: «¡Te amo con el Corazón de Él, todo su Amor te lo ofrezco por mí, por cada instante de mi vivir!» No querría amarla menos de lo que la ama Jesús. Y a Jesús le digo: «¡Te amo con el Corazón de María! Todo su Amor te lo ofrezco por mí y por cada instante de mi vida» ¡No querría amarlo menos de lo que le ama María! En cada Comunión, María está siempre conmigo: es de sus manos que quiero recibirlo, es con su Corazón que quiero acogerlo. Y lo ofrezco a Jesús: «Mira, le digo, lo que te traigo: el Corazón de María ¡Ven a reposar en Ella!» Y por Ella invoco enton-

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ces al Espíritu Santo para que venga a mí: Por intercesión de Ella ¡vendrá! Y es Ella la que debe agradecer a Jesús que haya venido a mí para hacerme una con Él, e interceder por mí! Tocando el Cuerpo adorabilísimo de Jesús, digo: «Ésta es carne de María» Yo le ruego que descienda a mí con su divino Hijo; y creo que viene en Jesús, pero sólo una vez, en una fiesta suya, la sentí de manera especial. En otra ocasión, sin ni siquiera pensarlo, fue Ella quien me condujo, entre sus brazos, al santo banquete. María madre mía, no me has ahorrado el sufrimiento, la Cruz en los días a ti consagrados, aunque manteniéndote escondida y severa. Y esto, más que ninguna otra cosa, es para mí el lenguaje de tu materno y gran amor. Sí, se lo repito a María: «Oh Madre mía, creo en tu inmenso amor por mí». Sí, lo creo aunque sienta todo lo contrario; como lo creo de mi Jesús, al que también le repito mi fe en su Amor. Es dificilísimo en ciertos momentos en los que me oprime mi miseria: Yo quiero imitar a María. Pienso en Ella, en cómo se comportaría en mi lugar e intento aproximarme a su virtud; pero no siempre lo hago, ni verdaderamente lo consigo. Hubo un bonito período en familia en el que intenté imitarla. El pensamiento de su virtud me embriaga: siento la suavidad. ¡Querría ser María en miniatura, querría ser María para Jesús! Es para repararlo por lo que tomo Su Co-

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razón, para Él Ostia querría tener todas las atenciones, las delicadezas de María: junto a Él he intentado tomar su lugar. Leí una vez en una bella vida, que María se le había revelado a un alma, pidiéndole que Le remplazase tomando su lugar junto a Jesús Ostia; recuerdo vagamente que le decía: «En la tierra cuidé tanto de mi Jesús; ¡y ahora por Él en el Sacramento no puedo hacer nada! Hazlo tu, hija mía, ¡ten con Él todas esas delicadezas que le daría yo!». Desde estas revelaciones, junto con otras, surgió una gran familia religiosa, tan difundida en Francia como en Bélgica. Yo me tomé a pecho dar delicadezas a Jesús Ostia, en lugar de Su Madre. Oh Jesús, tan potente, tan rico, hecho Ostia: es abandonado totalmente a nuestros cuidados, a nuestras caricias. ¡Si no nos tuviera a nosotros, si no tuviera sobre todo a los sacerdotes! Y yo de ternura por mi Jesús he sentido consumirme: cuántas atenciones, cuántas previsiones el amor me sugiere. Yo me sorprendo de mí misma, estoy incluso conmovida... Al final un pensamiento me da la razón sobre todo esto, al final lo he adivinado: ¡He descubierto a María! Y no podría ser de otra manera. ¡Ella, Ella ha infundido en mi corazón (perdóname, Dios mío, si me arriesgo a decirlo, pero me atrevo y lo creo), ha infundido algo, aunque sea pequeño, de su Corazón para ti! He encontrado el secreto: tanto

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amor, tanta pasión por Jesús Ostia, por Jesús habitante entre nosotros, me ha venido de María! Tiene parte de su Corazón. Extiendo mis manos hacia los sacerdotes y les suplico: «¡Tratadme bien a mi Jesús!». Entonces mi corazón se consume, se derrite de ternura. Mi corazón, mis entrañas están plenas, mi alma invadida. Oh dulzura, oh amor, mis ojos se llenan de lágrimas y mis labios siguen repitiendo: «¡Tratadme bien a mi Jesús!». ¡Oh cuánta delicadeza siento por Él! Sí, le dije a Mi Madre que ¡quería tomar su lugar aquí abajo junto a su dulce, a su bondadosísimo hijo que permanece con nosotros! ¿Ella me lo aceptará? Claro, me ama. Esa Ostia tan frágil, ese Cuerpo adorabilísimo, esa Carne inmaculada, ¡cómo querría rodearla de ternura materna! Yo tiemblo por Él: ¡si no fuera tocado por manos santas, si no fuera recibido por corazones puros, si no fuese tratado con máxima reverencia, si fueran dispersos por negligencia los sagrados fragmentos, si el Santo Sacrificio, fuera celebrado con prisas y con ceremonias hechas a medias! Todo me hace sufrir, languidecer: Jesús, ¡querría estar en todas partes, querría impedirlo, querría envolverte de ardientes ternuras del Corazón de María! A Ella me unía cuando cuidaba de todo lo que concierne a Él y al Santo altar: ¡era feliz de lavar los sagrados lienzos con las disposicio-

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nes que tuvo María, cuando lo hizo para el Niño Jesús! Siempre y en todo lo que le concierne a Él y su servicio, ¡yo quiero ser tierna, previsora, generosa, amorosísima! Sí, tierna: ¡de ternura me siento derretida! Las noticias dolorosas que me llegan me hacen como desfallecer. Mi Jesús, las santas Ostias, son tan dañadas, a veces. Este Alimento de vida es recibido casi a la fuerza, casi con asco, con sacrilegio. Dios mío, Dios mío: y Tú me escondes toda la verdad. ¡La realidad es aun más dolorosa de lo que siento! Supe, no hace mucho, que los fragmentos de Ostias consagradas fueron tan maltratadas y degradadas: ¡Cuánto sufrimiento! «Oh santos Ángeles, ¡custodiadle vosotros, cuidad siempre de Él!” ¡Es mi suspiro, mi plegaria! Se cree piadosamente que existen los “Ángeles custodios de los Fragmentos»: ¡ojala fuese verdad! Lo que no podamos hacer nosotros, hazlo Tú, oh María. Ten Tú cuidado de que no se pierdan los fragmentos del Pan Santo; suscita sacerdotes sensibles, tiernísimos para tu Jesús. ¡Yo conozco a algunos y bendigo al Señor por ellos! Cuando la dulcísima Ostia está encerrada en mi corazón, a veces siento las ternuras de María en el abrazo a Jesús. Querría defenderlo de todas los desprecios, de todas las negligencias, querría encerrarlo en mí, acariciarlo tanto,

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ese Cuerpo adorabilísimo, esa candidísima y beneficiosa Carne. Yo le encontré dos veces escondido en algunos fragmentos de Ostia y le reconocí. ¡Y postrada a lo largo le adoré! Qué fácil hubiera sido no advertirlo, especialmente una vez, pero ¡con cuánta ternura y astucia María me hizo cumplir mi labor! María, Madre mía, haz que satisfaga tu Corazón; y tome tu lugar aquí abajo, junto a Jesús sacramentado; y no sólo eso; sino que te imite en todo, oh Madre mía. Querría tener una voz que a todos, a todos llegase: «¡dadle el corazón a María! (Amad, amad, amad a esta Madre de Amor e imitadla. Si queréis, ¡dadle la más grande de las compensaciones, amad a su Jesús Ostia, tomad el lugar de María junto a Jesús! Así ahora, el amor a María os conducirá al amor a Jesús». Oh Madre mía, lo sabes: yo Te amo, ¡qué bella eres! En mi trato con Jesús Ostia me esforzaré en ser “María” por respeto, por adoración, por ternura y amor. ¡No separaré jamás a Jesús de María! Intentaré hacer amar a mi Madre. El tratado La Eucaristía y María está extraído de: Colloqui Eucaristici Maria Candida dell’Eucaristia Ed. OCD - 2004 pp. 213-229

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Consagración a J esús Eucaristia Ostia resplandeciente, a ti renuevo el don íntegro, mi total consagración. Dulcísimo Jesús que tus fulgores lleguen a todas las almas: ¡quien te ha encontrado, ha hallado aquí abajo el oasis refrescante, la felicidad! ¡Yo te bendigo y te ensalzo porque has querido revelarte a mi alma y darle en tu Amor una segunda vocación! Consume con tus llamas aquello que, en mí, no es conforme a tu voluntad. ¡Tú que me has purificado, cumple tu obra en mí! ¡Tú que me has encendido termina de consumirme, de abrasarme! ¡Todo a ti te lo debo, divina Eucaristía!

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Oh santa Ostia, hazme inmaculada, hazme toda amor: ¡y así yo me muestre ante ti! Ningún arma puede herir mejor que Tú, oh pequeña y candidísima Ostia: ¡hiéreme! Tú eres más que la espada, oh santo Amor Sacramentado, mátame tú, ¡fulmíname con tus flechas! ¡Si pudiese yo morir a tus pies por tu causa! Si pudiese cada átomo de mí incendiar, incendiar las almas de uno a otro extremo por ti Sacramentado. ¡Oh María, que me diste la Eucaristía, oh Padre mío san José, que adoraste y cuidaste la Mies de los elegidos, interceded! ¡Amén!

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«Una contribución para despertar la Fe y el Amor. Sobretodo cuando se trata de un libro nacido de la contemplación» (J. Castellano Cervera)

«El legado espiritual de María Cándida de la Eucaristía, podrá seguir acercando a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a los espacios inmensos de esa Eucaristía que, como ha afirmado el Concilio, es fuente y cúspide de toda la vida cristiana[...]» (C. Mezzasalma e A. Andreini)

Madre María Cándida, en el siglo María Barba, nació el 16 de Enerode 1884 en Catanzaro hija de Pietro Barba y de Giovanna Floreana, padres parlermitanos, profundamente cristianos. A la edad de 35 años, el 25 de Septiembre de 1919, entró en el Carmelo de Ragusa donde tomará el nombre de María Cándida de la Eucaristía. A partir de la solemnidad del Corpus Domini de 1933, Año Santo de la Redención, la Priora, María Teresa de Jesús, le pidió escribir algunas reflexiones sobre el Sagrado Corazón. Asesorada por su confesor, la Madre María Cándida escribió libremente sus pensamientos. Nació lo que podríamos llamar su pequeño “obra maestra” de espiritualidad eucarística, el manuscrito Coloquios Eucarísticos. Murió en Ragusa el 12 de Junio. Fue beatificada por Juan Pablo II el 21 de Marzo de 2004.


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