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Tierra de promisi贸n Reflexiones sobre la inmigraci贸n en Am茅rica
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Nelson Montes-Bradley
Tierra de promisi贸n Reflexiones sobre la inmigraci贸n en Am茅rica
2012
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©
2012, by Nelson Montes-Bradley
ISBN-10: 978-1475161540 ISBN-13: 1475161549
MB Ediciones 1165 Owensville Road Charlottesville, VA 22901
2nd Edition
Printed in USA
Información estadística del Pew Hispanic Center. Centro de estudios para la migración. http://www. pewhispanic.org/ Y de The American –Western European Values Gap, Pew Research Center, Q61.
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En recuerdo de mi hermano Horacio, que decidi贸 quedarse en Trapalanda.
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Contenido
1 Introducción
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2 Problemas de identidad
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3 Antecedentes
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-Reforma y contrarreforma
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4 Antiimperialismo de café
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-Los cubanos
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-Los puertorriqueños
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-Los haitianos
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5 Webster’s vs. Larousse
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6 ¿Hispanos?
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7 Derechos humanos e inmigración
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Anexos estadísticos
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Introducción
Las tradiciones guardan historias y costumbres acrisoladas en un pasado –en ocasiones cercano, remoto en otras– que contribuye a modelar y definir la personalidad y la conducta social que nos singulariza. La lengua materna; la narrativa; las anécdotas; la música y el refranero; el vestido, los gestos y decires; la escuela, las creencias religiosas; las normas morales y de conducta, y hasta las comidas con las que nuestras madres nos alimentaron en la infancia, constituyen parte fundacional de un patrimonio cultural que nos identifica, más allá de la voluntad. Cuando digo las creencias religiosas me refiero las creencias ancestrales, animistas por lo general, y no a las grandes religiones impuestas desde afuera, con pretendidos dogmas eternos e inmutables. El hambre endémico, la miseria, el analfabetismo y la ignorancia no son patrimonio cultural de pueblo alguno. La tradición no nos hace mejores ni peores, sólo distintos, y –a veces– a poco que se profundice el tema, ni tanto. Constituye una herencia con 11
frecuencia lineal, simple y directa que suele enriquecerse y hacerse más compleja con los aportes migratorios, que llegan hasta a alterar el patrón original de la comunidad receptora; el arribo de gente extraña con costumbres diferentes, que modifican y se modifican, relacionándose dinámicamente con la sociedad de la tierra de adopción. Cuando esto no ocurre y los elementos culturales se perpetúan sin cambio, la comunidad languidece hasta su extinción, agotada la capacidad de regenerarse, desangrada por la emigración de sus hijos y absorbida por aquellos polos en expansión. Es muy difícil establecer hasta donde debemos escarbar para encontrar atributos de aquel grupo humano –lejano en el tiempo– que podríamos atrevernos a señalar como primigenio de nuestra identidad: pudo cambiar más allá del reconocimiento, haberse refugiado en el folklore y la literatura costumbrista, o simplemente haber desaparecido, como tantas culturas y civilizaciones que nos precedieron. Sin entrar en precisiones históricas o antropológicas. Esta reflexión es válida para todas las sociedades humanas del orbe. Todos somos –generación más, generación menos– hijos de inmigrantes. Lo ratifica el mero hecho de estar aquí y ahora. La especie viene migrando desde sus más remotos orígenes y seguirá haciéndolo, en búsqueda de mejores pastos o territorios de abundante caza, metafóricamente hablando. Con contratiempos –sin duda– las movilizaciones humanas nunca erraron el rumbo de sus desplazamientos y nadie tiene au12
toridad como para establecer que el proceso se agotará en nuestra instancia cronológica. A partir de esta premisa, el debate acerca de la inmigración debe circunscribirse a la regulación inteligente de un fenómeno inherente a la condición humana. Las migraciones son incontenibles y responden a una dialéctica propia que trasciende las fronteras nacionales (que sólo resultan serlo administrativamente hablando). Dicha regulación inteligente opera con acuerdos internacionales, leyes y disposiciones ajustadas a las circunstancias, pero sobre todo con visión política y sentido común. En atención a lo dicho, el ingreso de extranjeros al país, sin autorización ni documentación legal pertinente constituye una suerte de ―pecado original‖ que no se redime con la buena conducta del protagonista, ni con su aporte laboral o disposición a establecer un hogar y tener hijos que concurran a establecimientos educativos. Las infracciones a las leyes no se compensan automáticamente, y la Ley de Migraciones no prescribe. El manoseo –por lo general intencionado– de la información sobre el tema, sólo aumenta la confusión y lleva a conclusiones erróneas, oscureciendo el panorama.
* * * Entre mis ancestros en línea directa, arribados al Río de la Plata a lo largo de doscientos años,
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montados en sucesivas oleadas migratorias, más duras y erizadas de mayores dificultades que las de hoy en día, se cuentan: castellanos de Castilla la Vieja; gallegos de El Ferrol; gaditanos y andaluces de las serranías de Ronda (mozárabes) y de Cartagena de Levante. Pero también italianos de Verona, sospechados de remoto origen sefaradí (de los expulsados de España en 1492, que fueron a parar a Génova primero y más tarde a Ferrara, en Italia). Sin olvidar a los alemanes de Tipitz, llegados a las playas del Plata después de la batalla de Ituzaingó –dos de ellos– antes de que Alemania fuera Alemania; y un tercero, armero de profesión, que había emigrado a Inglaterra y fuera allí contratado por Manuel Moreno para tecnificar la fábrica de armas de Esteban DeLuca. Sin omitir a los norteamericanos de Massachusetts y Maine (cuyos antepasados habían llegado, a su vez, desde Inglaterra): marinos, corsarios, comerciantes y labriegos que combatieron por la independencia de su país en dos guerras, para más tarde, con familia y escasos bienes, adoptar el proyecto de Rivadavia, largándose a ayudar a fundar una república en el lejano Sur. Estos aportaron el componente romántico de la estirpe, pero bien se dice que ―no hay buena intención que quede impune‖. Más tarde, casé a mi vez con la hija de un honorable comerciante polaco y una rumana, judíos ambos, llegados a la provincia de Santa Fe, en Argentina, en el período comprendido entre las dos
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guerras mundiales, insuflando renovados bríos al viejo tronco familiar. De historias y anécdotas de parientes, amigos y vecinos –narradas en primera persona– he aprendido cuanto se puede conocer y decir sobre el tema: los desplazamientos, violentos o pacíficos; el drama del desarraigo; la discriminación; las penurias económicas; el hambre; las arbitrariedades y los atropellos; las injusticias y los miedos; las historias del Hotel de Inmigrantes y las cuarentenas. ¿Idioma? Había sólo uno: el que hablan todos…el oficial del país. ¿Protección? ¿Servicios sociales? ¿Vivienda? ¿Educación? Todo estaba por hacerse. Todo debía ser inventado. Trabajaron duramente y salieron adelante, con gobiernos corruptos, sectarios y amiguistas, policía ―brava‖, caudillos políticos, represión, cárceles, muertes y la permanente amenaza de deportación. Claro está que las deportaciones a que me refiero no respondían a la condición de su ingreso al país –por ―ilegales‖ o ―indocumentados‖, que no lo eran– sino obedeciendo a razones de otra índole: Integrantes de la Federación Obrera de la Construcción, les aplicaron la temida Ley de Residencia, la ―ley Cané‖ de 19021, utilizada hasta por Perón en el ´55 –cuando se enojó con la Iglesia–; violatoria de derechos elementales consagrados por la 1
“Ley Cané‖, así llamada por haber sido Miguel Cané (periodista, diplomático, Senador de la Nación, escritor, autor de ―Juvenilia‖) su impulsor desde el Senado, a solicitud de la Unión Industrial Argentina, que buscaba librarse de sindicalistas perturbadores. Y el Estado acudió en su ayuda.
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Constitución Nacional y tardíamente anulada por Frondizi en 1960. ¡Nada menos que cincuenta y ocho años de vigencia de una ley infame!; a veces activa o, si no, jugando como reserva o amenaza para emergencias ―sociales‖ por los gobiernos que se sucedieron2. Este rigor político-administrativo no se emplea ahora sobre los millones de bolivianos, paraguayos, peruanos y chilenos que pueblan las ―villas de emergencia‖ en los suburbios de los centros urbanos de Argentina (y a veces no sólo en los suburbios), sobrecargan los servicios públicos asistenciales o viven, lisa y llanamente, dependiendo de subsidios de Estado, ―enganchados‖ al servicio eléctrico, viviendo en casillas miserables (levantadas en terrenos fiscales o de algún propietario indefenso) tal vez no mejores que las que dejaron en su país, pero con un grifo de agua potable cercano, un dispensario gratuito y una escuela para sus hijos. Es mejor una mala vida que una peor muerte. En su gran mayoría indocumentados, desocupados o realizando las tareas más duras, peligrosas y menos remuneradas de la escala laboral. Y aún delincuentes, vinculados al tráfico de estupefacientes o al contrabando de bienes y personas; buscados en sus respectivos países o no; protegidos por
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En 1920, durante el gobierno de Yrigoyen, se deportaron 7.029 extranjeros radicados en Argentina. El 30 de octubre de 1937, en el ―Principessa Giovana‖ se deportó a Guido Fioravanti, José Pierpuccioni, Emilio y Pedro Fabretti y Mario Pini, anarquistas, enviándolos a la Italia fascista, con destino previsible.
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la ineficiencia, la lenidad, cuando no la complicidad directa de las autoridades, comisarios y jueces de la Nación, que los utilizan políticamente, olvidando el compromiso fundacional de brindar seguridad a los ciudadanos. Sin embargo, los ―progresistas‖ se rasgan las vestiduras por el destino de los intrusos en los EE. UU. Como si corrieran algún riesgo cierto, que no sea bajo la protección de una legislación y un sistema jurídico del que no gozan en sus países de origen, asolados por gobiernos demagógicos que se benefician con sus transferencias de dólares; incapaces –por otro lado– de proporcionarles trabajo y condiciones elementales, mínimas, de higiene, salud y educación, para llevar una vida digna en su tierra, tras dos siglos de haberse constituido como ―naciones‖ independientes.
* * * Nací, crecí y gradualmente fui ganando conciencia de lo que significaba pertenecer a una familia, a una sociedad en particular, en Rosario, la más italiana de las ciudades argentinas. Mis condiscípulos eran testimonio viviente del cosmopolitismo de nuestra comunidad. Los había hijos de italianos y de españoles, pero también judíos centroeuropeos, armenios, sirios, libaneses, ingleses y criollos con bastante de indio y negro, y hasta un japonés. De ahí salieron también mis amigos, para toda la vida.
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Soy al fin –digamos– un producto hecho y derecho (sin que ello entrañe mérito propio alguno) de esta América aluvional cuyos habitantes vinimos todos de otra parte. Atención: Antes o después, pero de otra parte: caminando; escapando a fenómenos geológicos; en balsas de totora impulsadas por los vientos del Pacífico; desertores de las naos de los conquistadores; contrabandistas u honestos mercaderes. Más tarde, pasajeros hacinados en la tercera (o cuarta o quinta) clase de los buques, buscando mejor futuro para su semilla; y –más recientemente– en la ―clase turista‖ de gigantescas aeronaves, que han acortado distancias aunque sin aportar nada nuevo al impulso primario de emigrar, con ser sólo un recurso más del desarrollo tecnológico global de la humanidad, que apura el traslado, pero no el arraigo, de la gente. Todos los recién llegados debieron competir a brazo partido con quienes (carentes de otro derecho que no fuera el de haber sido actores de anteriores y similares epopeyas personales) demandaban privilegio, por estar allí desde antes, para ganar un espacio propio y el derecho de permanencia en la nueva tierra pacíficamente conquistada, despreciando al recién llegado, discriminando al ―diferente‖. Analizando la historia de las sociedades humanas veremos que, cuanto más primitivo sea el grupo en estudio, mayor será la desconfianza y la hostilidad manifiesta de éste hacia los forasteros, llegando a culparlos de los males e infortunios (plagas, pestes o disfavor de los dioses) que pudiera 18
soportar circunstancialmente la tribu, llegando hasta el sacrificio propiciatorio del distraído visitante y aún al canibalismo. Estas acciones, por injustas y crueles que parezcan, son comprensibles en un contexto cultural dado, y son de carácter individual por multitudinarias que fueran en los hechos. Por el contrario, la atención cordial y solícita del extranjero, más aún cuando se encuentra en apuros o en condiciones de necesidad extrema, señala un elevado nivel intelectual y cultural de los protagonistas. El problema reviste características diferentes cuando la discriminación es administrada y dirigida por las autoridades del Estado, con sentido racial, religioso o económico. Si la segregación por raza, color de piel o rasgos fisonómicos naturales es cruel e injusta, la discriminación por motivos religiosos es estúpida, porque el pensamiento religioso corresponde al campo de las ideas (que son materia opinable), y la discriminación ideológica constituye tal vez la forma más torpe e irracional del género. Solamente el miedo acuña diferencias. La historia de las migraciones compone un capítulo importante de la más amplia historia de la humanidad y ésta podría resumirse en aquella. Sin tener a menos la natural curiosidad de la especie, que siempre quiso y quiere saber qué hay más allá del horizonte (y tratar de sobrevivir en la adversidad), las cuestiones económicas más primitivas constituyen el principal motor de los desplazamien-
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tos humanos. Desde procurarse alimento y abrigo de las inclemencias naturales, hasta la libertad de desarrollar una actividad comercial, artesanal o intelectual lícita. Pero no son éstas las únicas causas a considerar: La intolerancia, las persecuciones raciales, políticas y religiosas; la codicia y la rapiña; componen otra categoría de inmigrantes, que suele ser –según se vea– tanto o más importante que las anteriores. Corresponden a un carácter que me atrevo a englobar como ―las tribulaciones del espíritu‖, origen de demandas tan perentorias y dolorosas como las del estómago, satisfechas que fueran éstas.
* * * Precisamente en esta última categoría de los impulsos sociales centrífugos radica la menos analizada razón de las diferencias malévolamente señaladas como ―culturales‖ entre las sociedades de Europa y Estados Unidos. Los anti-norteamericanos, que no son todo lo ―antiimperialistas‖, ―anticapitalistas‖ ni ―antiliberales‖ que dicen ser, son sólo y simplemente antinorteamericanos, viscerales. Coinciden en ello las corrientes fascistas; la iglesia católica; las ―organizaciones no gubernamentales‖ (ONG) de muy diversa índole, ignoto origen, y propósitos difusos; y los grupúsculos de la izquierda bastarda, punto donde convergen el corporativismo y el ―Estado de Bienestar‖
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bismarckeano, que culminan en una abstracción ante la imposibilidad de sostener sus tesis sobre la superioridad de la cultura europea en relación con la de EE.UU. Hoy por hoy no se puede ya negar el aporte de ésta nación a la civilización universal –en el sentido más amplio– en todas las expresiones del Arte, las Ciencias y las tecnologías aplicadas, su asombroso desarrollo científico y su influencia determinante en la vida cotidiana de terceros países, desde la pasta dental y el papel higiénico hasta la curiosa sonda marciana, aún de aquellos que se suponen enconados adversarios, política o económicamente. Pero debemos convenir en que sí, existe una diferencia, nada sutil aunque difícil de advertir por aquello de que ―en la oscuridad todos los gatos son pardos‖ 3 y más aún de evaluar, sin mediar un análisis más profundo y detenido que el derivado de la simple observación de la ventajosa (estadísticamente hablando) posición de Norteamérica frente al Viejo Continente. Los valores en que el pueblo norteamericano se apoya, difieren sustancialmente de aquéllos cultivados preferentemente por los europeos. Sin duda, la mayoría de los americanos son individualistas a porfía y poco inclinados a aceptar la intervención del Estado como garante o regula-
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Me refiero en este caso a las tinieblas de la mente.
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dor de actividades privadas, que no sean aquellas que puntualmente le asigna la Constitución y la Declaración de Derechos (Bill of Rights) de 1789, con sus enmiendas posteriores, ratificado en 1791. Tal vez consecuencia del proceso de globalización en marcha (producto del formidable impacto de los medios de comunicación satelitales en la vida cortidiana; del incremento del turismo internacional y del intercambio científico y cultural) cada vez son menos los estadounidenses que estiman el desarrollo de su país –en materia cultural– como inferior al de los países europeos4. En cuanto a los beneficios derivados del promocionado estado de bienestar, éstos cuentan con la aprobación de sólo un 35% de la población, en tanto el 58% de ella es partidaria de la libertad de los individuos para alcanzar sus objetivos vitales como resultado de su propio esfuerzo y capacidades. En los países de UE estas cifras oscilan: entre el 55 y el 38% –respectivamente– para Gran Bretaña, y el 67% y 30% para España, valores –en este último caso– que tienen su explicación en la ―pedagogía social‖ de los largos años de la dictadura del nacional-sindicalismo franquista. Con todo, en la cuestión religiosa se plantea una contradicción: Para el 50% de los norteamericanos la religión (cualquiera sea) es muy importan-
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Actualmente menos del 50% de la población considera que si bien su sociedad no es perfecta, su cultura supera a las demás (46% disiente)
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te en sus vidas. Se me ocurre que esta firmeza de convicción ciudadana deriva del espíritu de confrontación de la Reforma. Estos valores decrecen vertiginosamente en el Viejo Continente: en España es 22%; en Alemania un 21%; para la Gran Bretaña el 17%, y Francia registra tan sólo un 13%. Cabe señalar que en Europa los cultos religiosos se concentran en dos o tres iglesias mayoritarias, en tanto en EE.UU. la dispersión es notablemente mayor, con más de veinte cultos importantes en número de fieles y proyección sobre la sociedad. A diferencia de la mayoría de los norteamericanos, que lo aborrecen, los europeos –en términos generales– profesan una adoración casi mística por el Estado. Es algo inherente al origen y la configuración de las naciones del Viejo Mundo. Desde tiempos bíblicos y aún antes, durante milenios, jefes, caciques, príncipes, señores feudales, reyes, monarcas absolutos (y no tan absolutos), emperadores, sátrapas y tiranos, pero también líderes revolucionarios civiles, funcionarios encaramados en la burocracia, dictadores de toda laya (por lo común entroncados con la clase político-militar) levantando engañosas banderas de justicia social y prometiendo el paraíso en la Tierra, crearon y sostienen una entelequia denominada ―Nación‖ o ―Estado‖: Paternalista, omnipotente, previsor, protector de pobres y entenados; representante de sí mismo y árbitro sabio y justiciero en los enfrentamientos corporativos de la comunidad organizada. Reserva
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para sus actores –verdaderos sumos sacerdotes del culto– el goce de honores, pompa y lujos nada republicanos por cierto. Herencia o resabio de monarquías ultramontanas y del clero: ―Su Excelencia‖, ―Su Señoría‖,‖Eminencia Reverendísima‖, ―Excelentísimo Señor‖, ―Honorable Magistrado‖, etc. Así como son acreedores a estos títulos grandilocuentes y escandalosos, los jerarcas lo son también a reverencias, genuflexiones y veneración pública indiscutida; y por supuesto, a disponer de hacienda y bienes públicos como propios. Conforma el estado totalitario por antonomasia. El Estado es una entelequia, es el ―pueblo‖ en su conjunto –las masas– y sólo éstas dan sentido a su existencia. Es la dictadura de la mayoría. Una vez más el bien y el mal, la aristotélica oposición de los contrarios5. La lealtad o la traición. Los slogans partidarios, voceados por multitudes arreadas a sus fastos rituales en señalados días feriados o en circunstancias previsibles, reiterados hasta el éxtasis colectivo, operan como salmodias del culto de los máximos jefes políticos, de exaltada irracionalidad. Sus líderes, pasan a constituir la encarnación o imagen viviente de lo más sagrado de la sociedad: la ―Patria‖ eterna. Entidad sobrenatural, etérea y difusa –aunque de precisos e inviolables límites territoriales y símbolos intangi-
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―Si el pueblo es peronista, estar contra Perón es estar con la anti-Patria, compañeros‖, rezaba uno de los slogans favoritos de Eva Perón.
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bles– que expresa y da sentido al ―ser nacional‖, al que se adhiere por el mero acto involuntario de nacer en su suelo, de ser hijos de nacidos en él (ius soli), o mediante la aceptación de un reglamento ad-hoc (si se trata de un extranjero que pretende sumarse), previas pruebas de honestidad, vocación, y juramento de fidelidad, trámite éste insoslayable. Con el apoyo y estímulo entusiasta del verticalismo papal, la devoción por el Estado se ha configurado como el pensamiento ―nacional y popular‖ vinculado a las virtudes del altruismo y el servicio heroico del mismo y sus encarnaciones locales. No habría mayor honor que el de servir al mandón de turno, que personifica los principios sagrados de la nacionalidad: el ―Caudillo‖ o ―Líder‖ carismático. Es claro que el desarrollo del concepto y la aceptación de la existencia etérea de un único ―Señor‖ en los cielos (creación sustantiva de las religiones monoteístas y primerísimo artículo de sus reglamentos) sería inviable sin haber incorporado y asumido previamente la noción de un homólogo terrenal, con similares aunque –sin duda– más limitados poderes y atributos, legalizados y refrendados por el Todopoderoso celestial en el acto de su coronación a manos de una autoridad religiosa, con periódicas reafirmaciones, mediante invocaciones y fórmulas rituales esotéricas de ocasión. Con el transcurso de los siglos y las adaptaciones evolutivas impuestas por circunstancias 25
cambiantes, estos atributos de poder han sido cuestionados y limados. Pocos creen, hoy por hoy, en la intervención de la voluntad divina para ungir un rey (o un ―presidente democrático‖), aunque es evidente en la sustitución de la pomposa ceremonia de coronación del monarca por una más simple misa de acción de gracias (Te Deum) del presidente electo y su estado mayor, celebrada en la Iglesia Catedral (en la mañana siguiente a su asunción al cargo y antes que ningún acto de gobierno), con la asistencia de las máximas autoridades y que viene a ratificar y bendecir la acertada designación de éstas y –a su vez– resaltar su sumisión a la iglesia. Sin embargo el europeo común, de a pie, es un fiel y honorable siervo de tal orden de ideas. Se trate de ciudadanos de monarquías constitucionales o de gobiernos socialdemócratas, el socialismo y el progresismo han calado muy hondo. Claro está que no todos en Europa piensan del mismo modo. Los que no, son también candidatos a emigrar, más temprano que tarde, aun si sus necesidades alimentarias estuvieran satisfechas, tropezando ahora con el impedimento de las ―cuotas‖ de inmigración del Acta de 1964. Algo similar sucede con sectores de la riquísima burguesía latifundista (y más recientemente, en cierto grado, industrial también) centro, sudamericana y caribeña; terrateniente, heredera de los antiguos hidalgos españoles, corrupta hasta el tuétano, prebendaría, rapaz y codiciosa, cuyos intelec-
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tuales, liados con la cultura europea y la curia católica, recibieron –infiltrado– el culto y la adoración del Estado omnipotente y su infinita sabiduría, benefactor, que premia y castiga a sus habitantes como a niños malcriados, disfrutando de su posición a la derecha del César todopoderoso. Viene al caso la admonición atribuida al Generalísimo Francisco Franco, Caudillo de España ―por la Gracia de Dios‖: —―¡Ay españoles, españolitos…Sois como niños!‖ refiriéndose a la necesitad de aplicarles severos correctivos que iban desde la mazmorra y la tortura hasta el garrote vil o el fusilamiento sumario. Ni unos ni otros entienden la importancia del individuo, ni sus derechos fundamentales. Esteban Echeverría, lúcido, anticipaba: — ―Hemos logrado la Independencia, pero no la emancipación…‖
* * * Los pioneros arribados a Massachusetts, colonos, agricultores y artesanos (y no Caballeros de la Cruz y de la Espada), puritanos, conducidos por quienes representaban en Europa lo más brillante de su intelectualidad, influidos por las ideas de Bacon y John Locke, habían abandonado el Viejo Continente para fundar una Inglaterra Nueva; no sólo impulsados por persecuciones religiosas, como se machaca insistentemente, sino hasta donde éstas tenían que ver con cuestiones políticas: estaban
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desconformes con lo que percibían como corrupción de la iglesia de Inglaterra y la tiranía de la Corona. Sentaron las bases de una sociedad de hombres libres, sin invocaciones al altísimo ni en representación de monarca alguno; sociedad que parte del respeto a la persona y sus derechos y la irrestricta igualdad ante la Ley, y se apoya en el reconocimiento de las libertades individuales. Fieles a estos principios, un siglo y medio más tarde los ―Padres Fundadores‖ instituyeron un orden político original, provisto de los mecanismos jurídicos y administrativos para la organización, desarrollo y funcionamiento de los trece Estados Unidos de Norteamérica primigenios, la primera República moderna y única revolución destinada a durar hasta nuestros días. Hombres de profunda fe religiosa, levantaron –sin embargo– un muro de separación infranqueable entre la iglesia y el Estado. Es natural consecuencia entonces que el europeo, de donde quiera fuera, devoto de la Revolución Francesa y fascinado por las propuestas de Rousseau, no comprenda la importancia de las ideas de la Revolución Americana, una verdadera epifanía laica. Con táctica curialesca se mezclan y confunden deliberadamente conceptos básicos: Como individualismo o materialismo con egoísmo; o el liberalismo de las ideas con el liberalismo moral, derivando la cuestión fundamental –política y filosófica– al campo de la ética (más al gusto de los
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jesuítas y sus discípulos), aún cuando no hay en el mundo sociedad solidaria como la norteamericana, donde la Cultura, el Arte en sus múltiples expresiones, la asistencia y la educación se apoyan en la generosidad y el mecenazgo de personas comunes instituciones u organismos privados, y no en la discutible benevolencia e idoneidad del Estado. Más allá de las becas personales de estudio, de especialización o investigación, con contadas excepciones las universidades; colegios; bibliotecas; museos; teatros; salas de concierto; orquestas sinfónicas y ballets (sus actuaciones y giras nacionales e internacionales o la contratación de figuras extranjeras); como también el sostenimiento de hospitales, clínicas, escuelas de medicina y centros de investígación científica de todas las disciplinas, son sostenidas por donaciones de personas, fundaciones establecidas por éstas o empresas comerciales de la más diversa índole. Desde el aporte de dinero o propiedades hasta la contribución con horas de trabajo voluntario de quienes no tienen otra cosa que ofrecer. Dentro del sistema, claro está, y de la Ley. Este, en definitiva, sería el campo de confrontación entre la mentalidad del ciudadano norteamericano común y corriente, y la importada por los inmigrantes iberoamericanos (y algunos europeos también), que se sintetiza en la cuestión político-religiosa.
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Problemas de identidad
Otra reflexión me mueve a analizar un hecho singular: en los Estados Unidos el vocablo ―latino‖ se reserva con exclusividad para identificar a los sudamericanos, mexicanos, puertorriqueños y dominicanos de habla castellana, y no así a un italiano, aun cuando… ¿Habría acaso en el mundo alguien más latino que un romano…? No obstante, no es así. Para los norteamericanos los italianos no son ―latinos‖, es decir, no se les considera como tales en el habla corriente. Un maya guatemalteco, o un hijo de argentinos descendiente de alemanes, serán latinos en el lenguaje popular y en los medios de comunicación audiovisuales. Y no ya en el vocabulario de gente de origen o ancestros europeos (residentes o ciudadanos antiguos ignorantes del tema), como en el de los propios sudamericanos, mexicanos y caribeños, que se autodefinen como integrantes del subgrupo. En lo personal, debo decir que nunca tuve oportunidad de conocer a ―latinoamericano‖ alguno, y sí a miles (por parte baja) de argentinos, chilenos, 31
uruguayos, peruanos, ecuatorianos, mexicanos, colombianos, cubanos, venezolanos, etc., quienes, cultivan y preservan libremente los atributos nacionales que los identifican: la lengua materna; tradiciones familiares; sus fiestas colectivas; artesanías; trajes; comidas típicas y las banderas nacionales de sus respectivos países, que enarbolan y agitan en cuanta oportunidad se les brinda. Pero ¿latinos…? No. Jamás. Porque ninguno de ellos proviene del Lacio –como he señalado–, ni de ninguna otra región de la península itálica. La denominación no abarca solamente a los sudamericanos propiamente dichos, sino también a mexicanos, cubanos y puertorriqueños, que no lo son; y últimamente a los haitianos. Los mexicanos, técnicamente, son tan americanos del Norte como los estadounidenses o los canadienses, a punto de compartir con ambos países la membrecía del NAFTA y de beneficiarse con ello. Sin embargo a nadie en su sano juicio se le ocurriría llamar a un mexicano ―norteamericano‖ en aras de la precisión geopolítica. Y el disparate culmina con el galimatías que encierra la categoría de ―judíos latinoamericanos‖, como si algo así fuera posible. Podrán ser sudamericanos judíos, argentinos judíos o brasileños judíos (en orden de englobarlos de algún modo), pero… ¿católicos? De ningún modo, es un absurdo. ―Americano‖ o ―norteamericano‖, son los apelativos regulares de un ciudadano de los Estados
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Unidos, por nacimiento o naturalización. En todo caso con los usuales prefijos racistas y discriminatorios de ―ítalo-americano‖, ―afro-americano‖, ―germano-americano‖ o lo que corresponda para cada comunidad. Pero el ―latino-americano‖ es otra cosa: no es un norteamericano de origen ―latino‖ como los casos mencionados, por la simple razón de que no existe tal calidad. Es… ¡vaya usted a saber qué!
*** ―Latinoamericanos‖; ―lo latino‖; ―somos latinos‖; ―la Raza‖; ―Latinoamérica‖; no son sino muletillas racistas, totalizadoras y auto discriminantes que nivelan ―por abajo‖ (capite deminutio). Un médico uruguayo o chileno, hijo de italianos (o de polacos o de sirios), destacado profesional en un hospital de Filadelfia; un ingeniero peruano funcionario municipal en Chicago o un campesino nicaragüense que cosecha tomates en el Sur de la Florida; un oficinista de Los Ángeles, de rasgos indígenas, piel oscura, cabello negro tieso y bigote ralo, o un oficial de policía de Nueva York hijo de puertorriqueños, alto, rubio y de ojos claros (como sus ancestros gallegos) de tercera generación en los Estados Unidos, todos son nivelados con el rasero de ―latino‖, con frecuencia por mera portación de apellido. Los mismos que utilizan el ―gringo‖, ―tano‖, ―gachupín‖, ―gallego‖, ―bolita‖, ―yanqui‖, ―franchute‖ ―turco‖ o ―ruso‖ para caracterizar peyorativamente a los inmigrantes en sus respectivos países, acep-
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tan encantados, al punto de hacerlo propio, y utilizan graciosamente el mote de ―latino‖. Se ufanan de ello y lo promueven de cuanta forma les es posible. Destacados intelectuales y funcionarios sud y centro americanos, mexicanos y caribeños, incluyendo a no pocos enrolados en la izquierda clásica (muchos de ellos ateos o agnósticos que gozan de becas y residencias universitarias en Estados Unidos y otros que no, pero que quisieran) insisten con entusiasmo en el uso del vocablo ―Latinoamérica‖ y sus derivados, para referirse a actividades vinculadas con diversas ramas de una actividad científica, cultural o empresaria y sus respectivos actores. Así, el decir: ―pintura latinoamericana‖ o ―poesía latinoamericana‖, como ―escritor latinoamericano‖, o ―música latinoamericana‖ esconde un prejuicio racista y discriminatorio, en la innecesaria mención de un equívoco origen nacional, que sectoriza el análisis e introduce –por añadidura– un nuevo error, derivado de la traducción automática del idioma inglés: En español castellano (no en ―hispano‖, por cierto) el sustantivo precede al adjetivo y éste, a su vez, lo califica (se dirá: ―el mar azul‖ y no ―el azul mar‖). Del mismo modo, debiera decirse: América Latina y no ―Latinoamérica‖; como ―americolatinos‖ y no ―latinoamericanos‖ serán sus habitantes. ¿No dicen acaso, los autodenominados hispanos o latinoamericanos, al referirse a la nomenclatura urbana: ―42 Calle‖ por Calle 42 ó ―75 Aveni34
da‖ por Avenida 75, traduciendo las denominaciones catastrales de las calles de Miami al castellano, sin modificar la sintaxis inglesa? ¿No dicen ―tráfico‖ (del inglés ―trafic‖) en lugar del castizo ―transito‖, referido al desplazamiento de personas o vehículos? En español, como en inglés, ―tráfico‖ se reserva exclusivamente para el movimiento de mercancías. Resulta que el castellano lo olvidaron y el inglés no lo aprendieron nunca.
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Antecedentes
Me pregunto entonces: ¿Cuál es el origen de la etiqueta, aplicada con entusiasmo radiofónico y televisivo rayano en el frenesí por ambas partes, rotuladores y rotulados?¿Qué tienen en común esas personas para ser así agrupadas y clasificadas? Pues, simplemente, el proceder de la porción católica de América (de ahí la inclusión de México, Puerto Rico y Cuba en el paquete, pese a su ubicación); de la porción del continente heredera de España y Portugal con la Iglesia de Roma incluida. Históricamente, ―latino‖ –refiriéndose a los habitantes de la América Austral– quiere decir, simple y llanamente, ―católico apostólico romano‖. La denominación es de carácter religioso y no geopolítico, lingüístico ni antropológico. No se refiere a la difusión del idioma español en sus territorios, ni a ninguna cultura en particular de las muchas que habitan en el subcontinente, aunque a algunos se les llene la boca hablando de ―La Raza‖. En la casi totalidad de los países del área, la católica es religión oficial del Estado, y el clero cobra sueldos y subvenciones de éste; sus bienes y emprendimientos están exentos de impuestos, aunque la Iglesia sea 37
un poderoso propietario (sobre todo urbano) y sus inversiones sean meramente especulativas, hasta llegar a constituir un formidable poder político en la administración de los gobiernos con que operan. A punto que el Vaticano tiene una agencia de Bolsa y un Banco en sus dependencias. Debemos recordar el escándalo del banco Ambrosiano, del Instituto de Obras Sociales Religiosas y del obispo Marcinkus, reiterado recientemente en affaires que enrolan a personajes de la más alta jerarquía en la casa de San Pedro, y hasta al mismísimo Benedictus XVI, quien honra cabalmente la memoria de sus antecesores. La difundida calificación de Francia, España, Portugal e Italia como países ―latinos‖ nada tiene que ver con la mentada raíz compartida de la lengua latina6, ni con los vastos dominios del antiguo Imperio Romano, sino con la condición oficial de la Iglesia Católica o su supremacía en los países involucrados en la denominación. Como toda regla conlleva su excepción, los filipinos, quienes también fueron súbditos coloniales de España desde 1543 hasta el Tratado de París (que puso término a la guerra entre España y Estados Unidos de 1898), portadores de nombres y apellidos muy hispánicos (aquí sí corresponde el uso del vocablo) y cuya lengua todavía se habla fa-
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Britania y Romania participan de ella también, en mayor o menor grado, y no se les considera países latinos.
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miliarmente, pese a un siglo largo de influencia norteamericana, paradójicamente, no son ―latinos‖ en USA, como sí lo son los puertorriqueños o los cubanos, con historias nacionales paralelas. Se dirá que la población natural del archipiélago filipino hablaba y aún habla mayoritariamente tagalo, pero también los peruanos y los bolivianos de hoy se expresan regularmente (y en vastos sectores de la población, con exclusividad) en quechua o aymara. Los paraguayos se relacionan cotidianamente en guaraní, y en México casi tres millones de habitantes hablan sólo náhuatl. Pero eso no les permitirá evadir el mote de ―hispanos‖ o ―latinos‖. Reforma y Contrarreforma El gran cisma de 1054 dividió a la Iglesia en dos grandes campos: la Iglesia de Oriente u Ortodoxa y la Iglesia Católica Apostólica encabezada por el Obispo de Roma, o iglesia latina. Desde entonces, ―latinos‖ serían aquellos que siguieran disciplinadamente el dogma y la liturgia de esta última, que incluía el uso del latín como idioma de culto hasta hace muy poco tiempo (y todavía algunos ―conservadores‖ reclaman su reimplantación). La posterior Reforma Luterana (iniciada en 1521) se verificó en el seno de la Iglesia Católica misma, y señaló a sus adversarios en el dogma, a los católicos, como a ―aquellos que siguen al anticristo de Roma, los que rezan en latín‖: en suma, los ―latinos‖, identificándolos peyorativamente con esa etiqueta. 39
La respuesta del papado a Lutero y sus seguidores fue reforzar la intransigencia, con la colaboración de los jesuitas, y culminó en 1545 con el Concilio de Trento, gatillando el movimiento de la ―Contrarreforma‖, sintetizado en una serie de resoluciones adoptadas al efecto: La obediencia ciega al Pontífice y su infalibilidad; el fortalecimiento del celibato –para terminar con el derecho de herencia en el clero, que había llegado a niveles de escándalo–; preservar la vigencia de la rentable e inmoral venta de indulgencias; la organización militar de los cuadros jesuitas (―el Ejército de Dios‖, ―la Compañía de Jesús‖) y otras lindezas por el estilo: La mágica ―transubstanciación‖ 7; el culto de María y de los santos; la veneración de sus reliquias e imágenes y la confesión auricular. Se incluyen en el Índex los evangelios llamados ―apócrifos‖8 (censura literaria); se establece asimismo que la tradición es fuente de revelación y se fortalece la Inquisición (que no era ninguna santa) para controlarlo todo. Se instituyó el Tribunal del Santo Oficio para juzgar y sentenciar a los acusados de herejía dentro del dogma (cátaros, albigenses, templarios y apóstatas); a los que quedaban con vida –claro está– por-
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En la Misa, la transformación (por intervención divina) del vino y el pan, en la sangre (que sólo bebe el oficiante) y la carne del celebrado (la ostia), en un acto de canibalismo ritual sustitutivo. 8 No incluidos entre los evangelios canónicos por los editores del Nuevo Testamento: Entre ellos los testimonios (evangelios) de Tomás, María Magdalena y Judas.
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que la Inquisición en Francia venía masacrando cátaros, albigenses, templarios y otros ―herejes‖ desde comienzos del s.XIII. De los centenares de miles de sacrificados por Domingo de Guzmán, impulsor de la orden domínica (quién solía presenciar los ―autos de fe‖), no se acuerda nadie9. Lo de los judíos vino más tarde, por extensión, porque estos –en realidad– no constituían herejía (no estaban dentro del dogma) sino competencia; pero este último empeño es el que ganó mayor difusión con la Inquisición Española (1478). —¿Para qué marchar hasta Jerusalén y afrontar peligros, miserias y penurias combatiendo herejes, cuando hay judíos entre nosotros?– Fue la gran ocurrencia de los inquisidores: —"Donde quiera que en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles o de primera línea, ha habido o hay confrontaciones: en los cruces de ideologías y en las trincheras sociales, entre las exigencias del hombre y el mensaje cristiano allí han estado y están los jesuitas." 10
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Durante la Cruzada Albigense, a las puertas de Bézieres,en 1209, Simón de Montfort, al comando de las tropas, consulta con Arnaldus Amalricus, (abad de Cîteaux y futuro Obispo de Narbona):–―¿Y a los que no son herejes, debo también matarlos?‖ La respuesta (en latín por cierto), fue: –―Mata a todo ser viviente. Dios después tomará a los suyos‖. Con semejante mandato, no quedó perro ni gato vivo en la ciudad. 10 Pablo VI, 1975. Cambió el nombre de la Inquisición por el de ―Santa Congregación para la Doctrina de la Fe‖.
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Volviendo a nuestro tema: En cuanto a las consecuencias de la aplicación del Index o censura literaria, Mario Vargas Llosa señaló con precisión las consecuencias perversas de ésta en la evolución del pensamiento occidental y –en particular de la América del Sur: ―La Inquisición lo vio clarísimo: los libros deben ser examinados y purgados por censores estrictos para asegurar que sus contenidos se ajusten a la ortodoxia y no se deslicen en ellos apostasías y desviaciones de la doctrina verdadera. Dejarlos prosperar sin esa camisa de fuerza de la censura previa sería poblar el mundo de heterodoxias, teorías subversivas, tentaciones peligrosas y desafíos múltiples a las verdades canónicas11. Esta mentalidad llevó a decidir que todo un género literario –la novela– fuera prohibida durante los tres siglos que duró la colonia en todas las posesiones españolas de América. Durante trescientos años no se pudo editar ni importar ficciones en las colonias americanas. El contrabando se encargó de que muchas novelas circularan en nuestras tierras, felizmente. Pero una de las perversas –o tal vez felices– consecuencias de esta prohibición fue que, en América Latina, como la ficción fue reprimida en el género que la expresaba mejor –las novelas–, y como los seres humanos no podemos vivir sin ficciones, éstas se la arreglaron para contaminarlo 11
En entrevista televisiva el cardenal Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI expresó que, en su momento, la Inquisición, fue un ―progreso‖. No es de extrañar: Ratzinger fue Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe antes de ascender al papado.
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todo, la religión, desde luego, pero también las instituciones laicas, el derecho, la ciencia, la filosofía y, por supuesto, la política, con el previsible resultado de que, todavía en nuestros días, los latinoamericanos tengamos grandes dificultades para discernir entre lo que es ficción y realidad. Eso ha sido muy beneficioso en los dominios del arte y la literatura, pero bastante catastrófico en otros, en los que sin una buena dosis de pragmatismo y de realismo – saber diferenciar el suelo firme de las nubes– un país puede estancarse o irse a pique― 12
Los detalles no tienen importancia, aunque haya habido consecuencias políticas, como que las tropas de Loyola terminaran expulsadas de las tierras del Rey de España, por socio desleal y por pretender construir un Estado dentro del Estado, competencia que al Monarca absoluto no le hacía muy feliz que digamos, por más católico que fuera el propósito de los frailes. La medida fue inspirada, pero ineficaz. La independencia de las antiguas colonias dejó a los nuevos países desnudos, expoliados, pobres, sin instituciones, sin fronteras seguras, amenazados desde adentro y asediados desde afuera por los ejércitos reales que no se resignaban a partir y los de otras naciones europeas que, hábilmente, pretendían sustituirlos. En manos de patriotas inspirados, pero inexpertos en asuntos de la con-
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Su discurso en la Feria del Libro de Buenos Aires, Argentina, abril de 2011, que se le impidió inaugurar.
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ducción del Estado y con la quinta columna vistiendo hábitos, enquistada en el seno de la sociedad colonial. Anticipándose a los cambios que se avecinaban, la Iglesia hacía la ―vista gorda‖ con las filtraciones del pensamiento de Rousseau, pero no así con las ideas de John Locke o Roger Williams, Thomas Paine o Benjamin Franklin. Sabían bien dónde les apretaba el zapato. Tampoco los líderes revolucionarios independentistas más audaces (incluyendo a algunos que acabaron asesinados o en el exilio), vieron con claridad que la ruptura política con España debía acompañarse con estrictos límites a la influencia de la Iglesia en la administración del Estado. Camino éste –por otra parte– arduo de recorrer cuando era vital la movilización de un pueblo idólatra e ignorante, adoctrinado durante siglos por el clero13, alguno de cuyos integrantes militaban entre los partidarios de una Junta de Gobierno propia que protegiera los intereses del felón de Fernando VII en tiempos tormentosos. España, luchando por su propia independencia y su Constitución liberal, traicionada desde adentro, no estaba en condiciones de sostener el dominio político, mercantil y militar sobre sus colonias; pero la Iglesia no renunciaría,
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Correspondencia de J. de San Martín y Manuel Belgrano. Biblioteca Mitre, Buenos Aires, Argentina. En los monopólicos establecimientos de primera enseñanza, administrados por el clero, no podían concurrir las mujeres ni los pobres y el analfabetismo rondaba el 90% de la población del país.
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así como así, a intervenir activamente en esta nueva etapa, y asumía posiciones estratégicas. Ejemplo actualizado de la agilidad política del Vaticano, se da hoy en la visita del Papa Benedicto XVI a Cuba: Frente al evidente deterioro de la agonizante ―revolución marxista-leninista‖, presiona, obtiene renovadas prebendas, reúne y arenga a sus tropas, y se prepara para el cambio cercano. En la España de la Reconquista y de las Partidas14 al enemigo de la religión católica se le consideraba, a la vez, enemigo del Estado, y en la primer Constitución ―liberal‖ de la Provincias Unidas del Río de la Plata, de 1819 se lee: ―La Religión Católica, Apostólica, Romana es la Religión del Estado. El Gobierno le debe la más eficaz y poderosa protección, y los habitantes del territorio todo respeto, cualesquiera fueran sus opiniones privadas‖.15
Curándose en salud la Primera Junta de Gobierno –electa el 25 de Mayo de 1810– al día siguiente de su establecimiento, el 26 de mayo, proclamó que el primer cuidado del nuevo Gobierno Provisional debía ser el de: ―proveer por todos los 14
Ley 15, título II, Partida IV, se prescribe que ―ningún cristiano debe casar con judía, mora, ni con hereje, ni con ninguna otra mujer que no tenga la ley de los cristianos, bajo pena de nulidad del matrimonio. Concepto incorporado a la legislación Argentina en 1833, por el gobierno del ―Restaurador de las Leyes‖. Ya sabemos de qué leyes se trataba. 15 TONDA, AMÉRICO A. La Iglesia Argentina incomunicada con Roma (1810-1858). Editorial Castellvi, Santa Fe, Argentina.
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medios posibles la conservación de nuestra Religión Santa‖. Liberales, pero no mucho, ni todos. Los gobiernos americanos, nacidos del movimiento constitucionalista español, no estaban en condiciones económicas, ni contaban con maestros, educadores, ni siquiera funcionarios suficientes como para llevar adelante un proyecto nacional laico. Y ni decir que el Papa colaboró, fulminando con su Santa Ira la insurrección liberal sudamericana como crimen de lesa majestad católica. Atendiendo a objetivos inmediatos, los patriotas debieron aceptar la presencia de religiosos en sus cuadros, pactar y establecer convenios con las órdenes religiosas, que se hicieron cargo (o, mejor dicho, continuaron a cargo) de la educación, de los registros vitales y de los cementerios, en todos los niveles. Además, la propia educación católica recibida debió pesar gravemente en el espíritu de los revolucionarios, en el momento de las decisiones, salvo contadas y destacables excepciones. El Dr. Manuel Moreno16 se refería a la formación que recibiera su hermano Mariano –el Numen de Mayo– cuando alumno del Real Colegio de San Carlos, hoy Colegio Nacional Buenos Aires: ―En cuanto a la utilidad que debía esperarse de promover los conocimientos y las ciencias, estando reducidas sus lecciones en el Colegio de San Carlos a formar de los alumnos unos teólogos intole16
QUIROGA, MARCIAL I. Manuel Moreno. EUDEBA, Buenos Aires,
1972. Páginas 28 y 29.
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rantes que gastan su tiempo en agitar y defender cuestiones abstractas sobre la divinidad, los ángeles…y consumen su vida en averiguar las opiniones de autores antiguos sobre puntos que nadie es capaz de conocer, debemos decir que es absolutamente ninguna…‖ [Los estudiantes] ―…son educados para frailes y clérigos y no para Ciudadanos…‖
Al respecto, ―La Gazeta de Buenos Aires‖ del 21 de junio de 1810, editorializa: 17 ―…No se adelantarán las artes, ni los conocimientos útiles, porque no teniendo libertad de pensamiento se seguirán respetando los absurdos que han consagrado nuestros padres, y han autorizado el tiempo y la costumbre. Seamos una vez menos partidarios de nuestras envejecidas opiniones; tengamos menos amor propio; dese acceso a la verdad, y a la introducción de las luces y de la ilustración; no se reprima la inocente libertad de pensar en asuntos de interés universal…‖
Finalmente destruido el incipiente movimiento liberal –como en la metrópoli–, el tirano Rosas, el ―Restaurador de la Leyes‖, acabaría por clausurar todos los establecimientos de enseñanza que no fueran católicos, devolviendo su gestión a la Iglesia. Imitando a Fernando VII, repatrió a la Compañía de Jesús. La Iglesia Católica ha estado siempre, históricamente, contra toda corriente de liberación intelectual o política. Desde entonces la educación
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La nota carece de firma, pero se adivina la pluma de Mariano Moreno.
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pública ha funcionado como una máquina de adoctrinar, a excepción del breve período fundacional del Presidente Sarmiento y su lucha esclarecedora. Necesaria tal vez (en algunos aspectos) para alcanzar la integración de las diversas nacionalidades y culturas que componían la heterogénea avalancha de inmigrantes arribados a la América del Sur a fines del s.XIX, así como el guardapolvo blanco reglamentario de las escuelas públicas uniformaba a los niños en su aspecto exterior, debía lograrse lo mismo con ciertos usos y costumbres, con el lenguaje y con la educación de los recién llegados. Inevitablemente esto llevó a controlar el contenido de los programas de estudio, como las materias y los libros de texto, convirtiendo a los educandos no en ciudadanos sino en obedientes servidores de un Estado fundado con la bendición papal, clausurando de raíz el pensamiento crítico y todo disenso constructivo. Las sesenta y una maestras norteamericanas (y cuatro maestros) introducidas por Sarmiento entre 1868 y 1893 para establecer con ellas las bases del sistema educativo18 nacional, por su condición de herejes (protestantes) sufrieron la intolerancia de los fieles más conspicuos y la cerril enemistad del clero, encabezado por el Obispo de Córdoba. A uno de ellos, George Stearns, fun18
CRESPO, JULIO. Las maestras de Sarmiento. Editorial GAC, Buenos Aires. ISBN 9789871121281.
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dador de la primera Escuela Normal de Paraná (Entre Ríos) llegó a impedírsele enterrar en el cementerio local el cuerpo de Julia, su joven esposa fallecida, por no ser católica, debiendo hacerlo en campo abierto y proteger la sepultura de los animales salvajes armado de dos pistolas. Diesieis de aquellas educadoras arribaron al puerto de Rosario y seis de ellas están sepultadas en el cementerio local. Sin embargo, avanzado el siglo, en 1871, el Consejo Municipal de la ciudad rechazaría una solicitud para establecer en ella un colegio americano –laico e inspirado en modernos sistemas educativos– a consecuencia de la enérgica batalla dada por el Cura y Vicario de la Catedral en contra de la propuesta. En 1877 una alumna de la Escuela Municipal fue expulsada porque sus padres se oponían a que a la niña de administraran el sacramento de la ―confesión‖, impuesto en la institución educativa.
* * * En lo personal, inicié mi educación formal en una escuela primaria estatal, pública, supuestamente laica y patriótica de la ciudad de Rosario, administrada por el Consejo Escolar de la Provincia de Santa Fe. Sin embargo mi maestra de 1° a 6° grado lucía en su solapa el botón de la Acción Católica Argentina. El libro de lectura oficial para el 2° grado titulado ―Brisas‖ (que aún guardo en mi biblioteca) fue editado por las ―Escuelas Pías de Ar-
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gentina‖ y exhibe –en la retiración de contratapa– una estampilla de control de tiraje con la imagen de San José de Calasanz, el fundador de dicha institución. Faltaban aún dos años para el golpe militar fascista de 1943 que, entre otros desmanes, reimplantaría la enseñanza obligatoria de la religión católica en todas las escuelas del país, con la firma del Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Martínez Zubiría19.
* * * Cursábamos entonces el 3er. grado elemental. Nuestra maestra se hizo cargo de la clase de ―religión‖, durante cuyo desarrollo aquellos alumnos que –justificadamente– estaban exceptuados de asistir (judíos y algún protestante) debían retirarse del salón de grado y aguardar en el patio hasta el siguiente recreo. Eran los diferentes, los segregados. Es obvio que no hubiera sido tampoco prudente identificarse como proveniente de un hogar de ateos o librepensadores. Esta fue mi primera experiencia sobre discriminación, que me llevó a tomar conciencia de la di19
El Ministro de Justicia y Educación designado por los militares del golpe fascista del ’43, era entonces el escritor Gustavo Adolfo Martínez Zubiría (conocido bajo el seudónimo literario de Hugo Wast), católico conservador, clerical y antisemita simpatizante del fascismo y de Francisco Franco. La Sala de Lectura de la Biblioteca Nacional Argentina, de la que fuera Director, lleva su nombre. Fue reemplazado en 1944 por el Dr. Alberto Baldrich –fascista también, aunque no clerical– durante la presidencia del general Edelmiro J. Farrell.
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visión que introducía la cuestión religiosa en nuestras vidas. Continuó en las aulas de la escuela secundaria con una variante tramposa: la incorporación de clases alternativas a las de religión: ―Moral‖, con programas y textos de autores católicos que encerraban una exégesis, más o menos encubierta, de la doctrina cristiana, y la crítica a los filósofos de la Reforma y al racionalismo; pero –ya adolescentes– nos solazábamos poniendo en apuros, con planteos ―impertinentes‖, a los curitas jóvenes y las religiosas ―laicas‖ que dictaban las clases semanales, derivando nuestra actitud en sanciones disciplinarias severas. Tanto ―Religión‖ cuanto ―Moral‖ eran consideradas materias de promoción, es decir, debían ser aprobadas para la promoción del alumno al curso inmediato superior, como cualquier otra asignatura programática (v.g. matemáticas, física, historia o geografía). A instancias de funcionarios obsecuentes, o siguiendo órdenes del ministerio respectivo, las aulas fueron presididas por crucifijos adosados a la pared, sobre el pizarrón de clase, en el dintel del portal de acceso a la escuela y en la Sala de Dirección; había también una Virgen de Luján, emplazada en una hornacina ubicada estratégicamente en el patio, junto al mástil con la bandera nacional, en el comedor o en el hall principal, bien visible, en sitios por donde los alumnos debían circular. Lo mismo sucedía (y sucede aún) en hospitales, tribunales de justicia y dependencias administrativas del Estado, de toda índole. El país, es 51
católico. Los altos grados militares (y hasta hace pocos años el mismísimo Presidente de la Nación) debían profesar la fe católica para acceder a su rango.
** * Con esta breve semblanza he procurado ilustrar al lector sobre algo que el norteamericano medio ignora: cuál es la atmósfera en que se desarrollaba y desarrolla aún la educación en las escuelas públicas de los países herederos de la tradición hispano-católica. No voy a referirme a las instituciones abiertamente religiosas, escuelas primarias y secundarias segregadas (varones y mujeres separados) dirigidas por curas y monjas –y posteriormente, desde 1960– universitarias también, administradas por el clero, contribuyendo a la formación ―espiritual‖ de los ―ciudadanos‖ y futuros dirigentes políticos y empresariales. ¿Qué decir de la situación en el resto de los países de Centro y Sudamérica: de México, Cuba o Honduras?, o de aquellos carentes de una importante corriente de inmigración europea ilustrada (reguladora, hasta cierto punto, de los abusos), constituidos mayoritariamente por masas de campesinos semianalfabetos y temerosos de dios, manipuladas a voluntad por obispos, curas, frailes y monjas locales, congelando sus mentes en las relaciones sociales y de producción del s.XV. Esto es lo que no se dice de la migración de ―latinos‖ indocumentados a los EE.UU., y define una cuestión meramente política (que nada tiene 52
que ver con la libertad religiosa consagrada por la Constitución americana para sus ciudadanos) en el marco de una estrategia tendiente a la conquista del electorado iberoamericano: los demócratas para ganarlos, y los republicanos para no ponérselos en contra. Es necesario establecer entonces debidamente la importancia electoral de esta comunidad, aunque constituya en la actualidad la mayor de las minorías en el país20 con un 14% de la población total, sólo la mitad de ella (un 8%) fue a las urnas. Muchos son ilegales y otros son residentes legales, pero no ciudadanos; y de aquellos que lo son, tampoco se registran todos para votar. No obstante, de los que sí votan –influenciados por su educación y la Doctrina Social de la Iglesia– las dos terceras partes lo hacen por el Partido Demócrata. Esta circunstancia favoreció a Obama en las elecciones del 2008 y orientó la campaña de captación de este sector del electorado. Proyectos recientes como el Dream Act y la suspensión limitada y condicionada de las deportaciones de ciertos sectores obedece a tales lineamientos, y nada tienen que ver con la necesaria elaboración de una ley de inmigraciones de alcance global que procure resolver el problema sobre bases permanentes. Después de la 2ª Guerra Mundial, hubo en Estados Unidos sectores religiosos que aprovecharon la atmósfera favorable creada por la ―guerra 20
Recientemente ha superado a la minoría de color (12%).
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fría‖ y el macartismo rampante, so pretexto de la lucha anticomunista, para avanzar posiciones en el sector –entre otros– de la educación estatal. Valgan de ejemplo las peripecias de Ms. McCollum en relación con la educación de sus hijos: En 1948 una madre de tres hijos demandó al Consejo de Educación del Estado de Illinois, por la introducción de la enseñanza religiosa (―cristianismo‖) en las escuelas del Estado. Mientras se desarrolló el juicio, sus sucesivas apelaciones y fallos en las cortes inferiores, como resultado de la intolerancia de la comunidad –alentada desde arriba– sus hijos fueron discriminados y agredidos, y su esposo perdió su empleo; pero Ms.V. McCollum siguió adelante. Finalmente la Corte Suprema, en un fallo ejemplar, dió razón a la demandante por 8 votos contra 1, y se terminó la experiencia. Una mujer puso el último bloque en el muro que separa la Iglesia del Estado. Semejante actitud, en cualquier país de la América de habla española sería impensable, aún hoy.
* * * La colonización de América del Norte por protestantes de diversos cultos: puritanos, luteranos, calvinistas, metodistas, episcopales, baptistas y cuáqueros extendió el uso de la denominación de ―latinos‖ –sin entrar en mayor análisis ni razón– para referirse a los habitantes de la porción Sur del continente, conquistada por los Reyes Católicos, sus herederos y servidores, en coyunda con el Pa54
pa de Roma, acción ésta coincidente –en tiempo terrenal– con la puesta en marcha de las inspiradas estrategias y doctrinas de la Contrarreforma, aplicadas sin limitaciones en los reinos, territorios y pueblos anexados. Por extensión se acuñaría el sello de ―América Latina‖ (una entelequia) para ratificar el territorio Austral como la América de los ―latinos‖, es decir, una vez más, de los fieles a la iglesia de Roma21. Con pulcritud se expurgó de esta categoría a millones de católicos norteamericanos de cualquier otro origen nacional o procedencia (irlandeses, Italianos, franceses, austríacos o alemanes). Es decir, que el calificativo de ―latino‖ se aplicaría, con exclusividad, para identificar a quienes arribaran de Iberoamérica. Para el resto de los católicos, se reservó el mote de ―papistas‖, que no requiere mayor explicación y no tuvo la permanencia del ―latino‖ en el uso corriente.
* * * Los planes y proyectos del Vaticano son atemporales e inmutables. En el breve espacio urbano del Municipio de Roma que Mussolini otorgó a Pío XI con el Pacto de Letran (1929), no se mide el tiempo en años ni siglos, sino en milenios. Desde la conversión de Constantino hasta Carlomagno y el Sacro Imperio; la Cruzada Albigense de Inocencio III, aliado a los Capetos (1209-1927); las cruzadas 21
No es en modo alguno casual que el nombre elegido por el Opus Dei para su universidad y organizaciones vinculadas a la misma sea, precisamente, ―Austral‖.
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a Tierra Santa (1095-1270); la Cruzada de los Niños (1212); la masacre de San Bartolomé (1572) y la masacre del Ulster (o de San Agustín), en 1641; hasta los concordatos con Hitler y Mussolini, Franco y Salazar, la iglesia de Roma fue coherente consigo misma y ajena a toda razón y conocimiento. En sus decrépitos mil setecientos años (no dos mil como se afirma) entronizó, coronó y se asoció con sátrapas, usurpadores, pervertidos, monarcas absolutos y emperadores (menos Napoleón, que se coronó sólo, aunque después echó atrás y pactó), criminales, y a cuanto dictador o tiranuelo surgiera en el espectro político del mundo. Durante siglos sepultó en mazmorras, asesinó, descuartizó, incineró en la hoguera o asó a fuego lento a quienes plantearan disidencia con el dogma papal. El culto mariano confinó a la mujer al rol de esposa y madre, y la sometió a la triple dictadura del cura, el padre y el marido. Aún hoy las bodas se asemejan a una transferencia de mandos: el padre hace ―entrega‖ de su hija al futuro esposo (en presencia del sacerdote, pastor o rabino, quién valida el acto), que pasa a ser ―Jefe del Hogar‖, con todos los atributos que la sociedad y las leyes otorgan al cargo. En el ejercicio monopólico de la educación, torcieron la natural y fecunda curiosidad de los niños, alimentando su imaginación no con las maravillas del Universo y la Naturaleza, sino aterrorizándolos con imágenes espantosas de crueles castigos, el horror del infierno subterráneo, la condenación y el suplicio eterno a manos de demonios; 56
sometidos a una disciplina cruel y severa, a veces brutal, que no escatima el castigo corporal y psicológico ni garantiza su intangibilidad ante el abuso de pederastas protegidos por la jerarquía. Sostuvo guerras ―de religión‖ que duraron décadas, con centenares de miles, millones de víctimas. Arrasó ciudades, destruyó bibliotecas enteras y sometió a su dominio absoluto, durante siglos, a las artes y la Ciencia dentro de los enjutos límites de cánones obtusos, pautando así el período más oscuro de la historia de Occidente.
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Antiimperialismo de café
Pienso que estimulado tal vez por actitudes contradictorias y deplorables –en lo comercial y diplomático– de algunos de sus gobiernos (demócratas o republicanos por igual) que se sucedieron a partir de la Guerra Civil americana, el antinorteamericanismo de los argentinos ha sido alimentado con pasión y constancia desde la escuela elemental, que ha estado y aún está –de un modo u otro– bajo el dominio o influencia de las autoridades religiosas, sea en la educación privada confesional o en la estatal y pública, infiltrada por la iglesia y por el ―revisionismo‖ nacionalista, clerical e hispanista y enemigo de las ideas liberales, en sus múltiples vías de acción22. Mutilando o alterando la historia de las relaciones entre los países, a pesar de la importante ayuda material y política que Estados Unidos brindara –desde un primer momento– a los movimientos independentistas criollos iniciados a
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Buenos Aires, Diario Clarín, 21-11-2011: ―Medidas odiosas y revisionismo punzó‖. Cuando digo ―ideas liberales‖, me refiero a las tradicionales libertades de reunión, de pensamiento, de culto, de imprenta y de desplazamiento.
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partir de 1810, cuando el país del Norte no era la potencia económica, militar ni cultural que es hoy y se debatía en sus propios conflictos con Gran Bretaña y las monarquías europeas solidarias con ésta, que miraban con recelo o franca antipatía al experimento republicano de la ex colonia británica en América23, y su eventual metástasis continental, que –entretanto– debía realizar juegos de malabares para auxiliar a las prometidas repúblicas, sin enredarse en conflictos con las potencias del Viejo Mundo. El papa León XIII, ya en los umbrales del siglo XX24, definía a los Estados Unidos como: —―País de ateos y masones, sin Dios y sin familia‖.
No es posible dejar de lado tampoco la contribución a esta línea de pensamiento, de las ideas de la Revolución Francesa –el primer movimiento fascista moderno– en la formación de los intelectuales de Iberoamérica. La gauche bastard francesa es esencialmente antinorteamericana25. Opuesta en la filosofía y en la acción a la Revolución de 1776, totalitaria, nacionalista, terrorista, conspirativa y populista, la Revolución Francesa engendró a los dos primeros dictadores: el paranoide Robespierre 23
La Santa Alianza: Rusia, Austria, Gran Bretaña, Francia y Suecia, en defensa del absolutismo monárquico. 24
―HUMANUM GENUS‖. Papa León XIII, abril de 1884. Thomas Paine eludió la guillotina gracias a la muerte de Robespierre, aunque debió mantenerse oculto por el resto de su permanencia en territorio francés. 25
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y el Emperador Napoleón26, cuyos modelos seguirían los entusiastas del egalitarismo y del ―bien común‖. El pensamiento roussoneano derivó, entre otros males, en el antinorteamericanismo más perverso, vestido de un antiimperialismo inverosímil en tanto nacido de la vanguardia intelectual de la última potencia colonial de Europa; y si no, preguntémosle a Argelia, a Indochina o a las colonias africanas y americanas. Casi trece millones de kilómetros cuadrados (cerca del 9% de la superficie terráquea) integraron el Imperio Francés, que sobrevivió penosamente hasta el fin de la 2ª Guerra Mundial. Los norteamericanos, en Vietnam, eran imperialistas; claro está que los franceses les habían llevado, en cambio, las bondades de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad. En los años 70, las fuerzas represivas de la dictadura militar en Argentina fueron asesoradas por torturadores desocupados del régimen colonial de Argelia, importados por Perón durante su breve tercer gobierno y heredados por los militares que lo sucedieron, alentados –entre bambalinas– y confortados por la jerarquía eclesiástica en su sagrada misión evangelizadora. Los mismos que habían engendrado e inspirado a la ultraderecha nacionalista católica e hispanista, de donde surgieron los grupos más conspicuos del terrorismo vernáculo:
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Llamado en España el ―petit cabrón‖ después de la traición de Bayona.
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La ―Alianza Libertadora Nacionalista‖; el ―Movimiento Nacionalista Tacuara‖ y los ―Montoneros‖. Habría que analizar también los planes de la Iglesia ante el rol jugado por Estados Unidos en la liquidación de su aliado secular, el imperio español, a consecuencia de la guerra de 1898. Si bien el hundimiento de la flota española puso fecha cierta al derrumbe de los Borbones, el Vaticano maniobró para reafirmar su presencia al Sur del Río Grande. Ya entrado el s.XX, y en la certeza de que bajo su tutela (en comunión con la España de Franco y el Portugal de Salazar), se crearía un nuevo polo de influencia política: unir a todos los católicos romanos (los latinos, la hispanidad). Y se dispuso a hacer frente al nuevo campeón que aparecía en la escena histórica, dando combate casa por casa y puerta por puerta. Paradójicamente, el peor imperialismo expoliador y genocida que la América de habla castellana padeció –ante todo y durante siglos– fue precisamente el español, aliado a todo efecto con el Vaticano, ¡y los ―progresistas‖ suponen que debemos estar orgullosos de ello y reivindicarlo! Más recientemente (expresado en tiempos históricos) se padeció la hegemonía comercial de los británicos, algo menos de los alemanes y hasta de los franceses, aunque una fuente insospechable para los antiimperialistas de café, Vladimir I. Lenin anota los casos ejemplares de Noruega y Argentina, como el de países que no eran colonias británicas, 62
sino economías sujetas a relaciones de intercambio asimétricas, de las que habría que pedirles cuenta, antes que a nadie, a sus respectivas burguesías27. Finalmente, los intereses financieros norteamericanos venían muy atrás, cobrando nuevos bríos recién a posteriori y como resultado de la Segunda Guerra Mundial y las crisis nacionales derivadas de ésta en Europa. Nunca las tropas norteamericanas desfilaron triunfales por las calles del país de los argentinos, ni bloquearon sus puertos, ni jamás padeció éste un gobierno impuesto por ejército alguno de ocupación extranjera. Hubo sí, quienes parecían serlo: corruptos hasta la nausea, abusivos, ladrones, criminales, traidores al país y a su historia; pero debemos convenir que éstos brotaron de las entrañas mismas de la sociedad argentina y –en muchos casos– fueron votados mayoritariamente (y hasta dos y tres veces sucesivas) por un electorado confundido por la ignorancia, el populismo embriagador y la demagogia; si bien lo hizo en ejercicio libérrimo de su derecho a elegir, ¿o no? En lo personal, creo que no; en tanto optar y elegir no son sinónimos intercambiables. Las opciones, más o menos claras o tramposas, caracterizaron siempre a la política argentina: desde el alarido xenófobo de ―Religión o 27
OBRAS COMPLETAS. T.XXIII. Editorial Cartago, 1969. Buenos Aires. El mismo concepto debería aplicarse para definir la índole de las relaciones con EE.UU.
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Muerte‖ del fúnebre estandarte de Facundo Quiroga; ―Federación o Muerte‖ de Rosas; actualizado más tarde en: ―Alpargatas sí, libros no‖, de los radicales de Mendoza; ―Perón o Braden‖; ―Soberanía o dependencia‖; y ―Libre o laica‖, referida esta última a la enseñanza universitaria28, que por cierto acabó siendo libre y religiosa. Derivaciones prácticas de la trampa aristotélica del bien y el mal; ―cielo o infierno‖; ―premio o castigo‖, ―golosina o azote‖, instilada gota a gota en las mentes infantiles desde tierna edad. Pero volvamos al tema que nos ocupa: Sin duda que Estados Unidos ha sido y es receptor neto de inmigrantes, en el marco de legislaciones establecidas oportunamente. Decía en mi breve introducción a estas reflexiones, que el hombre, el homo sapiens, no es originario de América del Norte, ni del Sur. No existe tal cosa como los ―pueblos originarios‖ en toda América. Están los que vinieron antes, y los que vinieron después. Todos, tarde o temprano, todos, insisto, vinimos de otra parte: También los mayas, los aztecas y los incas; los mapuches y ranqueles (estos últimos araucanos que arribaron a la Patagonia desde Chile por los pasos cordilleranos, diezmando a los puelches y tehuelches, que ya estaban radicados allí). Y los tobas, los mataco-chorotes y los guaraníes, más allá de las injusticias y atropellos que la sociedad ―blanca‖ y los gobiernos cometieran –y cometen aún hoy– con ellos, gustan de posar como dueños
28
Cuando lo opuesto a ―laica‖ no es ―libre‖, sino ―religiosa‖.
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de casa, olvidando que alguna vez no hubo nadie para recibir a los recién llegados. A un puñado de españoles les facilitó en México la conquista del imperio autóctono que los precedió (el brutal régimen de Moctezuma), su alianza táctica con pueblos –muy americanos también– que por entonces estaban ya ―hasta la gorra‖ y querían liberarse de los feroces y crueles mexicas, que no hablaban inglés ni español, sino náhuatl, pero que despojaban y esclavizaban como a bestias de carga29 a los pueblos vecinos y hasta se los almorzaban regularmente en ritos sangrientos, prescindiendo de la magia ritual de la transustanciación. Más tarde, nuestros ancestros inmigrantes debieron responder a cuotas de inmigración, discriminaciones racistas, pasajes ―de llamada‖, permisos de radicación adjudicados mañosamente por los consulados en el exterior, corruptos y coimeros (una vez más con la ayuda del propio Vaticano, en el caso de miles de nazis alemanes, franceses y croatas después del ´45), a cuarentenas sanitarias en Ellis Island en Nueva York o en el Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires. Pero los recién llegados a Estados Unidos no eran todavía los desesperados del subcontinente Austral. Los precedieron soldados españoles que
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Debemos recordar que en América no había caballos, ni burros ni camellos. Y no se conocía la rueda.
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buscaban la Fuente de la Juventud; hambrientos de Irlanda; italianos meridionales; pescadores portugueses; labriegos polacos; alemanes, franceses y suizos calvinistas; sefaraditas de Holanda; protestantes huyendo de las persecuciones de los papistas o católicos escapando de la inevitable revancha de los protestantes. Guerras interminables; explotación, epidemias y hambrunas. Todos sufrieron a su tiempo resistencia y segregación por parte de los que habían anticipado su arribo: pero supieron integrarse en el marco de las leyes; aprender el idioma común y procurarse un lugar en la nueva tierra donde los protegerían las instituciones republicanas y el muro infranqueable que separaba la religión (cualquiera fuera) del Estado. Así, Chicago es la segunda ciudad del mundo en número de residentes polacos, después de Varsovia; en New York hay más irlandeses que en Dublín y más italianos que en Roma, grupos nacionales que llegaron hasta a la conducción de los asuntos superiores del país de adopción. ¡Notable! En buena parte estos inmigrantes eran católicos y llegaron a constituirse como la principal minoría religiosa (27%) de Estados Unidos, inclusive alcanzando, en algún estado, mayoría plena. Y hasta la Presidencia del país. Cabe preguntarnos: ¿Caería sobre ellos también el anatema del Papa León? El cardenal Spellman debió meter ―violín en bolsa‖. Se dirá que del mismo modo afluyeron multitudes de judíos europeos u orientales, sefaraditas 66
o asquenazis y es verdad, así fue (volvamos a New York: hay allí más judíos que en Tel Aviv). Chinos japoneses y coreanos; budistas, sintoístas, taoístas y confucionistas; musulmanes árabes, sikhs e indios. Cada uno con sus templos y asociaciones. Pero sus legiones no son las de Loyola, marchando tras las banderas de la Contrarreforma. No contaron ni cuentan con un Estado extranjero –como el Vaticano– que los represente y respalde; ni con una organización jerárquica vertical totalitaria con embajadores ante todos los países del mundo (hasta en las Naciones Unidas, aunque no tenga voto). Ni mucho menos con un jefe de estado reputado de infalible (al menos en cuestiones atinentes al dogma) heredero no de Jesucristo, sino de Constantino, del Imperio Romano y el Concilio de Nicea. Sin duda con razón, claman aún por la persecución de los cristianos en Roma, pero ocultan que, al fin y al cabo, éstos se quedaron con el Imperio.
* * * A consecuencia de la revolución en las comunicaciones, aquella que iniciara la televisión en blanco y negro y multiplicara la radio ―Spica‖ de siete transistores, la gente simple de todas partes tuvo noticias de la existencia de un mundo diferente, con mejores perspectivas de vida y abundancia de bienes físicos. Creció la demanda y se alentó la lenta –pero constante– invasión de multitudes procedentes de los países subdesarrollados del Centro y Sur del continente americano y de Medio y Extremo Oriente a Europa y a EE.UU., en procura de opor67
tunidades de trabajo y condiciones de vida más humanas, en la tierra del progreso y el desarrollo económico, sin detenerse en formalidades legales, ni formularios consulares. La vecindad o cercanía de grupos humanos con desarrollo desigual establece una relación de ―vasos comunicantes‖ entre ambos. Las personas procuran siempre sacar el mejor partido de las ocasiones que se les presentan. Esto es axiomático. Así, la emigración en los países pobres es la inmigración en los ricos, debido a las carencias de unos y la abundancia de otros en materia de trabajo, alimentos, salud y hasta educación y seguridad. Centenares de miles, millones, de extranjeros arribarían entonces a EE.UU. desde Sud América, África, el Sudeste asiático, Medio y Extremo Oriente, en persecución del ideal de iniciar la aventura de una nueva vida pero… (y aquí surge el conflicto fundamental) los recién llegados –en buena parte– comienzan por ignorar o burlar una ley básica del país de elección: su ley de migraciones, que atañe primordialmente a aquellos en su condición. La clave de la situación actual radica, precisamente, en la Ley de Migraciones de 1965. Los desplazamientos de multitudes esperanzadas hacia los EE.UU. fueron razonablemente fluidos, bastando –por lo general– una oferta laboral, un proyecto colonizador del país huésped, o simples vínculos familiares que permitieran suponer que el inmigrante no sería carga pública.
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Durante un siglo, legiones de fugitivos de las guerras europeas –primero– y más tarde disidentes de los regímenes comunistas en el Este: alemanes, polacos, húngaros, checos, pero también italianos, armenios, yugoeslavos y griegos, se volcaron a las playas de América. Trabajadores de los oficios más simples y duros, artesanos, campesinos u obreros industriales; sumados a científicos, profesionales, profesores universitarios y artistas, pintores, músicos y escritores que enriquecieron – en sus respectivos rubros de actividad– la cultura y la economía del país. No obstante, había limitaciones discriminatorias, que era necesario subsanar. Un nivel de discriminación y segregación es de carácter social y cultural: la reacción de los grupos establecidos ante la llegada del extranjero diferente: diferente en las tradiciones, en el idioma, en el vestir y en la religión. Este problema tiene que ver con la educación y la tolerancia de la sociedad receptora y suele ser desagradable y en ocasiones hasta trágico; pero no reviste la gravedad del racismo y discriminación por parte de las organizaciones gubernamentales: el racismo de Estado, cuyo ejemplo –por antonomasia– habría sido el nazismo alemán, pero del que diariamente tenemos noticias en los medios. Con frecuencia periodistas y políticos aluden, en una interpretación retorcida de la realidad, a la circunstancia de que ―este país‖ (dicho con un énfasis particular) fue construido por inmigrantes; afirmación que es cierta, pero es una verdad a me69
dias e intencionada. Y la verdad cuenta cuando es toda la verdad y nada más que la verdad. Entre 1892 y 1954 por Ellis Island ingresaron unos doce millones de inmigrantes. El récord corresponde a 1907 con algo más de un millón de inmigrantes30, cuyos nombres y datos personales pueden consultarse en los registros abiertos al público, o por Internet. Está claro que no fueron indocumentados ni anónimos, y debieron cumplir con trámites y exámenes médicos que, en caso de duda, se completaban con un período de cuarentena previo a su ingreso al país y las mujeres que llegaban solas debían ser recibidas por alguna persona que se hiciera responsable por ellas (affidavit). Sin duda deben haberse cometido injusticias. Estas corrientes migratorias no requerían ser estimuladas. Revestían ciertas características de regularidad y los EE.UU. constituían y constituyen una suerte de destino dorado, la ―Tierra Prometida‖. Claro está que el arribo por vía marítima o aérea facilita los controles migratorios y permite, tanto a los funcionarios actuantes cuanto a los pasajeros, ajustarse a los ordenamientos legales. Caso diferente es el de aquellos países con extensas fronteras terrestres desprotegidas, sin barreras naturales, donde la llegada es poco menos que imparable y requiere métodos de control, por enérgicos, impopulares. 30
Cerca de cien millones de norteamericanos pueden remontar su ancestría en los registros de Ellis Island.
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La legislación vigente hasta 1963 respondía a un conjunto de normas reunidas en el ―Acta de 1924‖, claramente racista y –como ya he señalado– discriminatoria. Esto favoreció el predominio de inmigrantes ―blancos‖ europeos, sobre todo del Norte de Europa occidental, aceptados en función de sus capacidades o aptitudes de oficio o profesión, y postergando a los migrantes de Italia, España, Portugal, Grecia y sobre todo a los judíos, sometidos a cuotas reducidas, originando reclamos de los perjudicados. Apoyándose en esta situación, círculos intelectuales inspirados en el egalitarismo francés llegaron a la conclusión de que la legislación vigente entrañaba una ―injusticia histórica‖ para con los pueblos de los países americanos de habla hispana y los orientales, ignorando u olvidando que los desplazamientos migratorios no se comportan como los gobiernos involucrados quieren, sino obedeciendo a una dinámica intrínseca y un balance de factores concurrentes. La actual legislación refleja los cambios introducidos por el Acta de 1964, propuesta por el Presidente Kennedy y promulgada en la presidencia de Johnson, con la aprobación mayoritaria de ambas cámaras en el Congreso. Establece una total ruptura con la política que regía en la materia hasta entonces, llevando a profundos cambios demográficos. Las reformas fueron introducidas en atención a coyunturas electoralistas, contra las advertencias de funcionarios y expertos que alertaron sobre sus consecuencias. 71
La pretendida solución al conflicto, fue una redistribución de las ―cuotas‖, para modificar la afluencia de inmigrantes. Esta medida, sin alterar en esencia el carácter racista del Acta de 1924 y con lamentables antecedentes desatendidos, redujo el número de inmigrantes de los países europeos, que pronto llenaron sus cuotas y agotaron las posibilidades de emigrar legítimamente. Son numerosos los extranjeros de esa procedencia que se encuentran en situación irregular (overcuota) esperando su inclusión (esto, cuando no arribaron ya como ―turistas‖ y se quedaron ilegalmente). De continuo se debate en el Congreso y en los medios de comunicación social la cuestión de los extranjeros indocumentados, con clara intencionalidad política, refiriéndose exclusivamente a la situación de ilegales de habla española, pero rara vez se menciona en las discusiones y reportajes a los otros tres o cuatro millones de personas de terceros países que permanecen ―en la fila‖, aguardando su oportunidad para radicarse legalmente; y otro tanto de canadienses, franceses e italianos tan ilegales como los primeros. Mientras tanto, se introdujo el concepto de la ―reunificación familiar‖ que permite, a quienes hayan logrado su radicación, traer a los demás integrantes de su familia (en cierto orden determinado por el vínculo), sin límite, con efecto multiplicador sobre la estadística poblacional. Por otro lado, hay países que jamás cubri72
rán la ―cuota‖ asignada, por razones culturales, nacionales o religiosas que no fueron tenidas debidamente en cuenta, como Nigeria o Kenia. En Argentina, hasta los años ´70, eran contados quienes emigraban, ya no a EE.UU. sino a cualquier otro país del mundo que fuera, y si bien hoy (como resultado de sucesivas crisis económicas y políticas, la criminal acción del último gobierno peronista y a la sangrienta represión militar que le siguió) se han incrementado, aún son minorías entre minorías. En su mayor parte, inmigrantes de ―cuello blanco‖. Hay más argentinos radicados en España que en Norteamérica31. Claro que esta realidad tiene un componente cultural determinante, pero habla de lo arbitrario e inconsistente de la ―cuotificación‖ del problema. A punto tal que –en cierto momento– los argentinos fueron relevados del requisito de visa consular para turistas (waiver) porque (en términos de economía de procedimientos) no se justificaba el trámite, dada la ínfima parte de viajeros que se quedaban más allá del término autorizado por el Servicio de Migraciones, en el momento de su ingreso al país. Poco después se restableció el requisito de la visa consular previa, porque los aviones ―llegaban llenos y se volvían vacíos‖32 obedeciendo a cambios económicos o políticos circunstanciales, fuera del control del volun-
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En su mayor parte establecidos en el Estado de Florida.
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El Nuevo Herald, Miami, FL, 12-30-2011, pág. 1A
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tarismo de los administradores de las ―cuotas‖. Claro está que los aviones siguen regresando vacíos. La situación de aquellos extranjeros que ingresaron a los Estados Unidos legalmente, pero cuyo tiempo de permanencia (otorgado por Migraciones en el acto de ingreso) hubiera vencido sin que abandonaran el país, es aún más delicada, porque en caso de ser detenidos por las autoridades no tendrán derecho a presentar su caso en la Corte y la deportación sería poco menos que automática. Los miles de visas de inmigrante que componen las cuotas de radicación asignadas por Estados Unidos para postulantes de los países hispano parlantes, sólo se cubren parcialmente, tras prolongados y engorrosos trámites, con aspirantes que llenan los requisitos mínimos establecidos. Sin embargo, quienes no alcanzan las calificaciones establecidas –sumados a muchos más que ni siquiera se postulan– emigrarán de todos modos, burlando las exigencias legales: en balsas precarias desde Cuba, Haití o Dominicana o en lanchas veloces directas a las playas de Miami (quienes puedan pagar el viaje); los centroamericanos y mexicanos, caminando el desierto, en una travesía impiadosa llena de vicisitudes y padecimientos; o en vuelos regulares, con visa de turista o ―de negocios‖, con plazos de permanencia acotados que se ignoran, descartando el pasaje de regreso.
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Los cubanos Un párrafo aparte merece la inmigración procedente de Cuba, por sus características singulares. Si bien es muy antigua, nunca registró cifras significativas hasta la revolución castrista en 1959. Hacia 1910, después de la guerra entre EE. U.U. y España que derivó en la independencia de Cuba, los cubanos eran unos quince mil, radicados particularmente en el Sur del país, desde Nueva Orleans hasta La Florida. Los establecidos en Tampa, a fines del s.XIX, habían contribuido en un grado importante al proceso independentista de su tierra natal. Sin limitaciones inmigratorias y en procura de una vida mejor, siguieron llegando hasta constituir, en vísperas de la revolución del 1959 –y según estadísticas oficiales de La Florida– una comunidad de unas ciento veinticuatro mil personas radicadas permanentemente. Hasta 1985 la afluencia de inmigrantes cubanos continuó sin mayores alternativas. La crisis interna derivada del derrumbe del bloque soviético y el deterioro de la situación interna de la isla produjo una virtual invasión pacífica, masiva de la Florida33 que alcanzó cifras no muy precisas pero que pueden ser estimadas en unas treinta y tres mil personas. Esto creó una serie de situaciones políticas y administrativas que llevaron a un acuerdo entre los gobiernos, estableciéndose una ―cuota‖
33
El éxodo de Mariel.
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de veinte mil inmigrantes por año. Medida burocrática inútil en la práctica, porque el mero acto de inscribirse (ante las autoridades de la isla) anunciando su voluntad de emigrar, acarrea serios problemas y dificultades a los postulantes; en tanto las leyes domésticas norteamericanas garantizan los mismos o similares beneficios si su ingreso al país es ilegal. Sólo deben denunciarse, al llegar a tierra firme, como ―exiliados‖, cualquiera fuese el procedimiento empleado o la vía para su traslado. En consecuencia la ―cuota‖ queda año tras año sin ser satisfecha o al menos no totalmente. A diferencia de las personas procedentes del resto de los países sudamericanos, los cubanos gozaron y gozan de beneficios y ventajas de privilegio, irritativas, derivadas del enfrentamiento político entre el gobierno de los EE.UU. –presionado por la poderosa comunidad cubana34 de La Florida– y el de Cuba, desde que éste se proclamara ―marxista-leninista‖ y estrechara lazos con el entonces bloque soviético. La llamada ―Ley de Ajuste Cubano‖ de 1966 otorga –exclusivamente a los inmigrantes de Cuba– la radicación permanente en EE.UU., previa residencia legal en el país de un año y un día. Una vez más, esta situación es injusta y discriminatoria. Con una argumentación retorcida se arrojaron por la borda las consideraciones igualitaristas tradiciona34
Con “peso” electoral.
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les de la diplomacia norteamericana y se aplicó un criterio maniqueo, diferenciando a los emigrantes de países con regímenes ―autoritarios‖ de aquellos ―totalitarios‖; a resultas de lo cual extranjeros procedentes de terceros países, con dictaduras militares tanto o más criminales que la de Cuba (pero autoproclamadas como cristiano-occidentales), eran procesados y deportados por el Servicio de Migraciones sin consideración alguna por su condición; en tanto los originarios de Cuba, el único país ―comunista‖ del hemisferio, entraban (y continúan entrando hasta hoy) sin dificultad, aun habiendo sido destacados funcionarios o colaboradores del gobierno ―comunista‖. Esto sólo se entiende a la luz de la ―Guerra Fría‖ y de intereses estratégicos circunstanciales. El procedimiento se complementa con el extraño ―principio jurídico‖ de ―pies secos/pies mojados‖ que establece que los cubanos en viaje a los EE.UU., interceptados en el mar por la guardia costera durante su traslado (pies mojados), se devolverán a Cuba; en tanto aquellos que logren alcanzar territorio norteamericano (pies secos), serán automáticamente admitidos como ―exiliados‖ con el sólo requisito de expresar de viva voz su condición de tal. Recibirán un permiso de residencia ―bajo palabra‖, tarjeta del Seguro Social, y –en algunos casos– hasta vivienda económica, unos dólares de bolsillo y vales para compra de alimentos. En pocas 77
semanas el exiliado dispondrá de un ―permiso de trabajo‖, status que le permitirá alcanzar –al año y un día– los beneficios de la Ley de Ajuste sin sobresaltos; y con ella, vendrá la radicación permanente, el seguro Medicaid y hasta la jubilación –si el inmigrante fuera mayor de 65 años– beneficio que a un residente o ciudadano le lleva una vida de trabajo y aportes de su salario, alcanzar. Lanchas rápidas de tipo off shore procedentes de Cuba depositan a sus pasajeros en alguna playa floridiana (como lo hemos visto aquí, en Hallandale Beach y en Hollywood), eliminando los riesgos de alta mar y simplificando la introducción al país mediante el pago de unos diez mil dólares por cabeza, que habitualmente pagan los familiares –radicados ya en el país– a la mafia privada u oficial que regentea el singular tráfico humano. Los puertorriqueños Otro caso singular es el de los puertorriqueños. No son exactamente inmigrantes, en tanto ciudadanos norteamericanos por nacimiento y como tales, todos los nacidos en la Isla del Encanto pueden trasladarse sin impedimento al continente. Nueva York y Chicago han dejado de ser su destino tradicional, y a partir de los años 80 con la creciente desocupación en la isla, sumada al proceso de desindustrialización en el Norte promovió un desplazamiento importante, concurrente, de antiguos resi-
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dentes (a los que se suman nuevos migrantes procedentes de Puerto Rico), hacia la región central de La Florida, para radicarse preferentemente en el área de Orlando (en los condados de Orange, Seminole y Osceola) constituyendo una comunidad estimada en unas 300.000 personas. El traslado en un sólo sentido, que caracterizó el flujo migratorio hasta mediados del s.XX, se ha convertido en un flujo de migración interestatal. También ha habido cambios en la composición social y política de estos migrantes: Originariamente campesinos de las áreas rurales de Puerto Rico –mano de obra no calificada– han sido reemplazados gradualmente por una nueva generación de clase media con estudios secundarios y universitarios. Por otra parte, al reconocer Puerto Rico dos ―idiomas oficiales‖, inglés y español, que son utilizados regular e indistintamente, quedaron los isleños al margen del conflicto y de las reclamaciones planteadas por el resto de las naciones hispanoparlantes en torno a la cuestión idiomática. Sin embargo, siguen siendo llamados ―latinos‖. Actualmente la población de origen puertorriqueño radicada en el territorio continental de los EE.UU., con poco más de 4 millones, supera en número al de habitantes de la isla misma y constituye el segundo grupo más numeroso de habla hispana, muy lejos por cierto, del primero, los mexicanos, que exceden los 31 millones.
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Los haitianos Aún antes del terremoto del 2010, incrementándose luego de modo espectacular, numerosas embarcaciones provenientes de Haití –sobrecargadas de gente hambrienta y desesperada– han sido devueltas a su país de origen por los guardacostas, sin ninguna consideración relativa a su seguridad en el mar (centenares, miles, perecieron intentando llegar a La Florida o de regreso al punto de partida en la isla, en embarcaciones inverosímiles), ni en cuanto al drama que pretendían dejar atrás en su tierra. No obstante, EE.UU. ha sido y es quien mayor volumen de ayuda ha prestado y presta a Haití: en alimentos, agua potable, medicinas, asistencia médica, materiales de construcción, profesionales, hospitales de campaña y carpas para alojar centenares de miles de víctimas del devastador terremoto de Port-au-Prince. Pero las autoridades migratorias insisten en que los ayudan y ayudarán en Haití, no en La Florida, porque el éxodo hubiera sido fenomenal.
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Webster´s vs. Larousse
Es indudable que la mayoría, sino la totalidad de la población de los países americanos, ha sido configurada por verdaderos tsunamis migratorios. Eso está fuera de cuestión. Lo que cabe preguntarse es: el ―cuándo‖ y el ―cómo‖. ¿Deben tenerse en cuenta las posibilidades y necesidades del país receptor? ¿O sólo cuenta la urgencia y la desesperación de los migrantes, ante el desmadre en sus respectivos países? Para ello hay (o debiera haber) leyes regulatorias. No es simple, ni tema para discutir improvisadamente. Más allá de los sentimientos caritativos, el respeto, la moral y las normas de convivencia humana, es la Ley y el Derecho lo que establece la diferencia entre un extranjero ilegal y un inmigrante. El problema no gira en torno de los inmigrantes sino de los intrusos. Y no son éstas cuestiones de forma, sino de fondo. La inmigración es materia legislada. Por más que la costumbre lo consagre, el uso abusivo de la palabra ―inmigrante‖ seguida del adjetivo ―ilegal‖ que la califica, lleva a la confusión. 81
Una contradicción en términos, un oxímoron. Decir ―inmigrante‖ presupone legalidad; si no es así, no será inmigrante sino ―extranjero ingresado ilegalmente‖ o ―intruso‖35 y no hay dialéctica jesuítica que lo redima. Un extranjero ilegal no será ―inmigrante‖ hasta haber sido aceptado por el país huésped y disponer de la documentación pertinente, más allá de las tretas, argucias y artimañas que le permitan prolongar su estado, en constante agonía, hasta ser alcanzado –más tarde o más temprano– por los organismos de ley. Más aún, los medios de prensa en español, conjuntamente con organizaciones civiles aplicadas al tema, llevan adelante campañas políticas acusando a determinados gobiernos estaduales (a aquellos más afectados por la situación y su condición de fronterizos), de impulsar ―sentimientos antiinmigrantes‖ o reiterando un supuesto ―conflicto con los inmigrantes‖, etc., llegando a suprimir toda mención a su condición de ―ilegales‖; lo que no deja de ser un truco más para desplazar la atención pública lejos del problema fundamental: el ingreso al país de extranjeros indocumentados y sus consecuencias legales y sociales. El significado de algunas palabras que reconocen su etimología en el latín o el griego, difiere con frecuencia del castellano al inglés. Porque las palabras representan ante todo, ideas. 35
Que se introduce sin derecho en alguna parte.
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Bastará buscar en un buen diccionario castellano, y simultáneamente en uno equivalente del idioma inglés36 la palabra democracia, para darse cuenta de que ambos definen conceptos diferentes, hablan de ideas distintas; del mismo modo como crimen, que en castellano se reserva en el uso para designar el asesinato o grave violencia física37 y en inglés equivale a delito o falta. No pagar una deuda en el término acordado (por ejemplo la factura telefónica, a su vencimiento), en castellano es ser moroso (por ―morosidad o falta de puntualidad‖); en inglés suena a algo más serio: se dirá delincuent (por delicuency), una palabra mucho más dura para nuestros oídos, sin más gravedad que la necesidad de ponerse al día con los pagos, con algún recargo financiero preestablecido. Todo esto me sugiere una derivación perversa del mito bíblico de la Torre de Babel y la confusión de las lenguas, en este caso con una aplicación estratégica concreta. Así, el ingreso clandestino, ilegal, será un ―crimen‖, en tanto implica la violación de una ley y sea expresado en correcto inglés, aunque no en castellano, pues palabra reviste connotaciones estremecedoras. Ignorar deliberadamente estas diferencias es, sin duda, señal de mala fe. No se trata entonces de que las autoridades hayan ―criminali36
No un ―inglés-castellano‖ o viceversa, que sólo sirven para turistas y alumnos de escuelas secundarias. 37 Aunque tiene una acepción más leve.
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zado‖ a la inmigración, acusación malévola y mendaz de la prensa gráfica y televisiva en español (que responde a intereses políticos y económicos concretos), pulsando la cuerda cordial y devota de los Derechos Humanos, para agitar la cuestión y conmover las almas piadosas. En tanto el status jurídico del indocumentado es el de ―illegal alien‖ o ―extranjero ilegal‖, todo está suficientemente claro. El ingreso no autorizado de extranjeros a los EE.UU. como a Francia, Alemania o cualquier otro país del planeta38, es sin duda un crimen, expresado que sea en inglés. Sin duda un ―delito‖ (de menor o mayor cuantía) si calificamos la acción en castellano. Y todo país puede y debe darse las leyes que establezcan los límites que estime conveniente, en tanto cumpla con los recaudos y derechos que la Constitución de una República establece para todas las personas que se encuentren en su territorio.
* * * La Iglesia Católica, en los Estados Unidos, ayuda, apoya y hasta proporciona ―santuario‖ (una figura que la legislación norteamericana no prevé) a estos extranjeros ilegales, es decir a aquellos ―criminales‖, que violan las leyes de inmigración del país, lo que la coloca automáticamente en la categoría de ―cómplice‖ o ―partícipe necesario‖ en una conspiración. Y éste no es un problema semántico. 38
O a institución privada de cualquier carácter, que requiera asociación o membrecía para el ingreso.
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El lugar de reunión para iniciar las manifestaciones es, por lo general, una iglesia parroquial. Los noticiarios televisivos y la prensa escrita nos muestran sacerdotes, frailes y monjas que encabezan mítines y marchas en favor de los derechos de los inmigrantes (refiriéndose a los extranjeros ilegales), portando estandartes con imágenes de las vírgenes nacionales respectivas (la de la Caridad de El Cobre, la de Guadalupe, la Inmaculada, la Altagracia o la de Luján), agitando las banderas de sus países de origen, en abierto desafío a las autoridades locales. Debemos preguntarnos: ¿qué derechos reclaman cuando su presencia en el país es ilegal? ¿Puede acaso legalizarse el contrabando? La grey católica in totu compone prácticamente el 27% de la población de los EE.UU., frente a un 61.4% de cristianos no católicos repartidos en unas veinte iglesias diferentes. En ambos grupos –en los últimos diez años– se ha experimentado una disminución en el número de fieles que ronda el 8.5%. Las religiones no cristianas, en cambio, han visto crecer su concurrencia en un 1.7%39. La mayor expansión se observa entre quienes se identifican como ateos o agnósticos, con un aumento real del 6.6%, totalizando un virtual 20% en las estadísticas. La simple radicación permanente, de lograrse, implica la inclusión del inmigrante (que dejaría 39
Información provista por el Pew Hispanic Center. Centro de estudios para la migración. http://www. pewhispanic.org/
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de ser extranjero indocumentado) en el censo poblacional, lo que modifica a su vez el número de electores por circunscripción, algo fundamental en el voto indirecto. Pero esto no basta. Aspiran –más aún– a la nacionalidad, que encierra el derecho al voto: Ahí está entonces ―la madre del borrego‖. Los residentes, por permanente y legal que sea su situación, no votan. Es menester reclamar entonces la ciudadanía de pleno derecho, y hete aquí que el voto católico es mayoritariamente propiedad del Partido Demócrata (65%). California, Texas, Nueva México (mexicanos); Illinois (italianos y polacos); Nueva York (irlandeses, italianos, puertorriqueños y dominicanos); Nueva Jersey (Italianos); Massachusetts (irlandeses, portugueses, italianos); Florida (cubanos, mexicanos, dominicanos, nicaragüenses) definen el mapa electoral. Sólo un 34% de los católicos vota por los republicanos. La excepción que confirma la regla es La Florida, porque los cubanos del Sur del Estado se llevan mal con el Partido Demócrata desde el nefasto episodio de Bahía de los Cochinos; pero no faltan mexicanos, nicaragüenses, dominicanos, puertorriqueños y haitianos que hacen la elección reñida, de todos modos. Hay otro aspecto, malévolamente ausente del debate: Más allá de los tremendos y atendibles dramas personales de los protagonistas involucrados, los países del Sur se benefician extraordinariamente con las remesas de dinero que estos en86
vían a sus hogares, porque desde Estados Unidos se puede exportar dinero sin cortapisa40. Sólo para México –en tiempos pre-crisis– significó la tercera fuente de ingresos del Tesoro (después del petróleo y el turismo), una suma cercana a los que veinticinco mil millones de dólares anuales. En el caso de El Salvador, alcanza casi al 40% de la recaudación fiscal. ¿Frenar la emigración? Tendrían que estar locos. Si fuese necesario –y posible– lanzarían la gente con catapultas por sobre el Río Grande, con barrera y todo, sacándose de encima al pobrerío y recibiendo dinero en retribución. Dos pájaros con un sólo tiro. Y ésta no es una idea peregrina, puesto que la catapulta ya está en uso para la ―exportación‖ de droga desde México, según las últimas informaciones de los organismos de seguridad. También existe, en la frontera mexicana, una red de túneles ―multiuso‖, a seis metros de profundidad, debidamente apuntalados, con ventilación forzada, luz eléctrica y hasta rieles para facilitar el desplazamiento de vagonetas. A su vez, los chinos traen los suyos en containers, hasta los puertos del Pacífico, que van desde San Francisco hasta Canadá. Claro está que no viajan en los containers; sólo se meten en ellos al ingresar en aguas de los EE.UU. para eludir la vigilancia aérea de la Guardia Costera y ―facilitar‖ su desembarco clandestino. 40
Western Union tiene más de treinta agencias activas en Cuba.
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Los efectos de la crisis norteamericana, con el consecuente enfriamiento de la actividad económica y el crecimiento del desempleo, han mermado las remesas de sus ciudadanos a México, afectando la situación de quienes viven –en el área de frontera– de los giros en dólares de sus familiares radicados en los EE.UU., a punto tal que ha originado reclamos (!) del Presidente de México Felipe Calderón ante las autoridades de Estados Unidos. Es decir, que Estados Unidos resulta ser responsable de los problemas económicos del Norte mexicano, como de la desocupación creciente y el aumento de la prostitución y trabajo infantil, e indirectamente del crecimiento de la violencia, en simultáneo con la prosperidad de los carteles de la droga, como forzada alternativa para sus indigentes. Un delirio, (¿y el ministro de Economía de México que hace?¿Y del desarrollo de El Salvador o Nicaragua, quién se ocupa?) El Presidente Barak Obama y el vice-Presidente Joseph Biden aplaudieron de pie al mexicano al término de su insolente reprimenda, en la mismísima Casa Blanca, y ahora están pagando el precio, entre otras facturas, en las variadas estadísticas que circulan. El problema de la migración clandestina es grave. Afecta al país y a los propios actores, que por su condición quedan al margen de beneficios sociales y de protección jurídica, dejándolos a merced de explotadores (por lo común tan ―latinos‖ como los explotados). Es habitual que en los peque88
ños y medianos comercios y fábricas propiedad de sudamericanos, a mexicanos y centroamericanos se paguen salarios inferiores al mínimo legal y se omitan los seguros de salud, a cambio de hacer ―la vista gorda‖ en cuanto a la situación migratoria de éstos, en detrimento de la situación de los trabajadores del país, o de los inmigrantes radicados legalmente. El flujo constante de indocumentados favorece el contrabando de toda índole y especie, comenzando por el tráfico humano en el sentido más amplio, que va junto con la introducción de personas que no son precisamente inocentes o ingenuos trabajadores. Es un grave problema para los estados fronterizos, pero también para los estados distantes que requieren mano de obra no calificada. En los estados limítrofes y particularmente en Arizona, los vecinos –radicados hasta a varios centenares de millas del límite con México– se arman y fortifican sus casas, como en los viejos filmes del Far West, ante el constante y amenazador deambular nocturno de extraños, ilegales los más, pero también contrabandistas de drogas y armas, soldados, sicarios y delincuentes comunes huyendo del Sur, o dispuestos a cometer sus fechorías del otro lado de la frontera. Y terroristas musulmanes, vía Cuba o Venezuela. El problema de fondo nunca fue la inmigración ―golondrina‖, los wetbacks que acuden a levantar las cosechas en California y contribuyeron 89
–hasta cierto punto– a definir el perfil cultural del Estado y a consolidar su economía; sino que la complicidad y la corrupción de los organismos que debían efectuar los debidos controles sobre los migrantes condujo a una situación límite, con el crecimiento de un desplazamiento de personas que nada tienen que ver con la imagen del bracero de las novelas y cuentos de Steinbeck. Esto ha creado serias dificultades en una sociedad principista, que procura resolver los conflictos en el marco de las leyes y así –salvo en casos flagrantes que no dejan margen para la duda– genera infinitos e interminables juicios y trámites de costosa administración, que no concluyen con la eventual legalización de los extranjeros susceptibles de ser incorporados al sistema, sino con el destino de aquellos que no están en condiciones de serlo. La realidad obligó al Estado de Arizona a crear su propio cuerpo legal ante la indiferencia o el oportunismo político de Washington, que debería ocuparse, constitucionalmente, de la seguridad de las fronteras. El ejemplo ha sido seguido por una veintena de estados, que secundan a Arizona en su acción. En cuanto al meneado argumento de la persecución racial que desataría la nueva legislación, sobre una base de caracterización física ―lombrosiana‖ de los inmigrantes, también es mendaz y racista, ―al revés‖. Arizona como Texas, Florida o California no es Boston ni Minnesota; si se quisiera detener e investigar a todos los bajitos de piel oscura y apellido español que circulan por sus calles 90
no quedaría nadie, incluyendo a quienes tienen trescientos años de antepasados enterrados en el lugar, funcionarios, senadores y hasta a la familia de algún gobernador del Estado. Los rubios de ojos celestes son muy escasos en estas latitudes. Las presiones políticas forzaron la intervención de la Corte Suprema Federal, que se ha pronunciado en sentido de suspender la aplicación de algunos artículos de la ley estadual, poniendo en evidencia, por otra parte, la ineficiencia del gobierno federal, en la materia. Mientras tanto, la irrupción de numerosos convictos de origen centro, sudamericano y mexicano (por delitos cometidos en los EE.UU. o fugitivos, identificados en sus respectivos países de origen) alteró el equilibrio poblacional de las cárceles, creando conflictos internos que generalmente derivan en explosiones de violencia, para mayor zozobra de los habitantes de poblaciones aledañas que reclaman su derecho a vivir en paz. La administración de un Estado en dos o más idiomas es onerosa, y la pagan los contribuyentes que están al margen del problema o que –al menos– no se benefician con la consideración oficial. En los Estados Unidos el inglés no es ―idioma nacional‖ (aunque sí el más hablado); el país carece de tal instrumento por un prurito romántico de los Padres Fundadores, que consideraron no era correcto invitar a todos los habitantes del mundo a venir a América a curar sus heridas, para luego 91
maltratarlos forzándolos a hablar inglés. No podían entonces imaginar cómo derivaría la cuestión. Así, en la Florida, California o Texas, entre otros, los mensajes públicos, carteles, papelería oficial, circulares, documentación, etc. se redactan simultáneamente en inglés, español, y –eventualmente– creole (que es la lengua de los haitianos) y si se solicita un servicio por teléfono se puede elegir en qué idioma ser atendido o, más aún –si el organismo o empresa carece de servicio multilingüe–, puede reclamarse el concurso de un intérprete, sin cargo alguno para el interesado. Es un derecho. La dispersión geográfica del sistema telefónico hace que grandes y medianas empresas, reparticiones del Estado, hospitales, entidades bancarias, corporaciones y comercios importantes deban prever la atención bilingüe, aunque en el estado o área donde se encuentren establecidas no existan comunidades de habla castellana significativas, en cuyo caso habilitan centrales de atención en lugares donde sí disponen de personal hábil en más de un idioma, en competencia ruinosa con los pequeños emprendimientos locales que no pueden prestar el oneroso servicio. Pero el problema no concluye allí. Las colectividades también demandan la educación primaria o elemental en español, laosiano, vietnamita o cualquiera sea el idioma dominante en la comunidad de que se trate, para garantizar ―los derechos del alumno a recibir educación en su idioma mater92
no‖ (!). No ya en instituciones privadas, fundadas, dirigidas y administradas por las respectivas comunidades (aunque con aportes del Estado), sino en las escuelas del sistema de educación pública.
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¿Hispanos?
Queda por analizar la introducción de otro vocablo, mal usado, cuya amplia difusión no le otorga mayor sentido: me refiero al calificativo de ―hispano‖ para calificar a los hispanoparlantes, sea su presencia en el país legal o no. El origen de esta calificación se remonta a 1964 (Nixon), cuando con el propósito de convocar a los votantes de habla española, que demostraban cierta apatía o desinterés en cuanto a la política y al sistema electoral americano (consecuencia de la ignorancia o de penosas experiencias propias o familiares en los países de origen) y expresada por muy bajos índices de participación en un acto político eminentemente voluntario (la participación en la votación no es obligatoria), las autoridades del rubro decidieron incorporar al censo poblacional una categoría que permitiría identificar y enviar –al votante inscripto– información o elementos promocionales relacionados con las elecciones, en su lengua materna. De tal modo, quien se identificara como ―hispano parlante‖, recibiría el material informa-
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tivo electoral en español castellano, esperando vencer así su reticencia. Después del inglés, no hay en Norteamérica idioma tan hablado como el español castellano. La clasificación establecida de: ―ciudadanos americanos que hablan español‖ dio lugar, en la jerga administrativa, a la calificación de ―hispanos‖, por apócope de ―hispano parlantes‖ (un recurso utilizado frecuentemente en el idioma inglés) aludiendo con ella a los candidatos a recibir la documentación electoral en castellano: Es decir, que para ser calificado como “hispano” era condición sine-equa-non estar inscripto para votar, es decir, ser ciudadano americano. El cambio se implementó recién en los años ´70 y la medida –en términos generales– no dió el resultado esperado. La comunidad más numerosa, los mexicanos, interpretó que su inclusión en el grupo era cuando menos capite deminutio, si no algo peor: una bofetada, una patada en el trasero, un insulto. Su profundo e histórico aborrecimiento de todo lo español, los llevó a preferir no recibir la información en su idioma, antes que ser identificados con el afrentoso nombre de ―hispanos‖, los aborrecidos gachupines. Esto me recuerda una anécdota personal: En el edificio en que vivo actualmente había, y hay aún, una minoría importante de vecinos hispano-
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parlantes. Ante la evidente dificultad de comunicación entre la Administración –que obviamente se conducía en inglés– y los copropietarios e inquilinos que no lo hablaban, me ofrecí para traducir las circulares, boletines, etc., originados en la Gerencia, y editar una versión ―en español‖ de los mismos, que facilitara la comunicación en temas de interés general. Lo pusimos en práctica y el resultado fue un fracaso rotundo, porque los supuestos beneficiarios de mi voluntaria contribución insistían mayoritariamente en recibir las comunicaciones en inglés (que debían serles leídas por sus hijos o personas capaces de hacerlo), antes que confesar que sólo hablaban castellano. No me resulta difícil entender entonces lo sucedido en el orden nacional electoral. En un segundo intento se modificó el recurso y se estableció la categoría de ―hispano o latino‖ que sí, tuvo relativo éxito en cuanto a la conscripción de futuros votantes. Del apelativo ―hispano‖ se apoderaron entonces quienes, siendo de origen sud o centro americano, residentes legales o nacidos en el país, vieron el potencial mercado comercial y político que encerraba la creciente comunidad, y pasaron a identificar con él a ―La Raza‖ (¿de qué raza me hablan?). Desde el ―National Council of La Raza ― o el grupo radicalizado ―MEChA‖ cuyo lema ―Por la Raza todo, fuera de la Raza, nada‖ –grosero exabrupto fascista– los hispano-parlantes comenzaron 97
a batir frenéticamente el parche de ―la hispanidad‖, de ―la familia‖, transformando una calificación administrativa electoral en un epíteto racista, auto adjudicado, convocante, ampliamente difundido…y sobre todo lucrativo para un sector empresario que valora la ―comunidad‖ como a un coto para desarrollar sus actividades comerciales especializadas, olvidando los límites originales de la apelación y pretendiendo ampliar los márgenes de un multiculturalismo ―a la mode‖. Para el gran Samuel Johnson (1709-1784): ―El patriotismo es el último recurso de un canalla‖. A esto habría que agregar las variantes nacionaloides contemporáneas, como las doctrinas separatistas, las autonómicas y el manido principio de autodeterminación de los pueblos, que engendran inevitablemente formas racistas y discriminatorias allanando el camino al fascismo. Por cierto que el término ―hispano‖ no define nada. No existe tal cosa como la ciudadanía ―hispana‖ sino –en todo caso– la ―española‖, para los nacidos en España. Llamar genéricamente ―hispanos‖ a los sudamericanos y mexicanos, es una proyección al menos poco feliz, como si la comunidad idiomática estableciera los parámetros de una etnia o una cultura unitaria y diferente. Aplicando el mismo criterio, a las personas procedentes de países de habla inglesa: norteamericanos, canadienses, australianos o neozelandeses (pero también a nigerianos y zimbabweans) debiera llamárselos ―anglos‖ o ―británicos‖. Un disparate. Por otra parte cabe preguntarnos: ¿Qué hay de los brasileros, de la 98
gente de Guyana y Belice o de las islas del Caribe británicas, holandesas y francesas? ¿Qué pasa con los que hablan lenguas aborígenes con exclusividad? ¿Qué hay de los haitianos? Estoy refiriéndome a millones de personas que, por cierto, son etiquetadas impunemente como ―hispanos‖.
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Derechos humanos e inmigración
¿Cuál es –entre tanto– el destino de los inmigrantes guatemaltecos que acuden a Chiapas, el estado fronterizo de México41, para la cosecha del café?: La violación, el saqueo de sus pobres pertenencias y hasta la devolución violenta y compulsiva a su tierra; o la muerte (en complicidad con autoridades locales corruptas), para evitar pagarles un salario miserable, en beneficio de los productores, terratenientes mexicanos, que reclaman la construcción de una barrera fronteriza entre los dos países y poder así regular el flujo de trabajadores. En el primer semestre del 2012 –en curso– las autoridades de migraciones de México llevan deportados 45.764 migrantes. De ellos 22.804 corresponden a guatemaltecos (49.82%); 15.637 son hondureños (34.2%); 7.089 de El Salvador (15.5%); de Nicaragua aporta sólo 234 personas. De Costa Rica no se dispone de datos comparables. La cifra total del período resulta así un 20% mayor que la del mismo lapso del año anterior (36.666) y casi i41
La tierra del ―Comandante 2°‖.
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gual a las deportaciones llevadas a cabo entre los meses de enero y noviembre del 2011, en cuyo transcurso se deportaron desde México 46.716 ilegales, que ascienden a 60.242 personas, si ampliamos el período al año calendario. Estos parecen números menores, pero se agigantan cuando los relacionamos con la población total de los países respectivos. Es el mismo México, y son los mismos funcionarios que se rasgan las vestiduras invocando ―derechos humanos‖ por las ―vicisitudes‖ sufridas por los iberoamericanos ilegales en Estados Unidos. Sin caer en relativismo y sólo para fijar el marco del problema: ¿Cuál es el destino de los inmigrantes africanos en España o Italia, o el de los turcos en Alemania, de los musulmanes en Francia (que deben hablar ―fluidamente‖ francés, para aspirar a su radicación) o de los trabajadores españoles no calificados, sirvientas y peones, en la ultra democrática Suiza? De eso no se habla, o se habla poco y lo poco que se habla no tiene difusión. ¿Qué pasa con las aterradoras denuncias de centroamericanos y cubanos que transitan por México hacia la frontera con Estados Unidos y son secuestrados, saqueados, torturados y asesinados, antes de cumplir su sueño, por milicos de provincia o sicarios de los carteles de la droga?
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Recogemos historias de violaciones y abusos brutales. La mayor parte de los emigrantes de Centroamérica son mujeres, quienes antes de emprender su odisea se inyectan anticonceptivos42, con un efecto preventivo del embarazo de hasta 90 días y de venta libre en las farmacias de Nicaragua, Guatemala, El Salvador y Honduras. Otro ―pasaporte‖, más barato, es una buena provisión de preservativos (entregados gratuitamente por las organizaciones internacionales que promueven campañas por la planificación familiar y contra el SIDA), porque ellas saben adónde van y en qué se meten; aunque siempre existe el riesgo de que los ―muy machotes‖ mexicanos se nieguen a ponérselos. La demanda sexual proviene de los coyotes que organizan los traslados, pero también de las autoridades locales (para permitir el paso), o de un ―protector‖ alzado por el camino como precaución o mal menor. El peligro más serio lo encarnan los miembros de los carteles de la droga. Capturados por ―los Zetas‖, los que no tengan quién responda por ellos son asesinados y sus cuerpos descuartizados y quemados, sepultados43 o arrojados a las calles, en lugares públicos, con total impunidad. Se han encontrado fosas colectivas de hasta un centenar de cadáveres. En los últimos cuatro años se esti-
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Progesterona. Depo-Provera de Laboratorios Pfizer. Buenos Aires, Diario La Nación,14-11-2011: ―Maltratos y violaciones en la ruta hacia el ya famoso ―Sueño Americano‖. 43
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man las víctimas en cifras superiores a las cincuenta mil, y siguen creciendo.
* * * Pero no. El problema de los ―derechos humanos‖ resulta circunscribirse ahora a unos once millones de sudamericanos indocumentados residentes ilegales en los Estados Unidos, sin mencionar para nada otros cuatro millones de canadienses, alemanes, franceses e italianos ―fuera de cuota‖, eternos viajeros que vinieron de visita y se quedaron, en infracción a las leyes, en su mayoría con años de radicación en el país y familias constituidas. En China se organizan ―excusiones turísticas‖ de embarazadas, para dar a luz en California o estados del Norte del Pacífico y poder reclamar después que sus hijos son ―nacidos en los Estados Unidos‖, pensando allanar así dificultades para su posterior radicación y obtención de los beneficios del ―estado de bienestar‖ americano, incluyendo la posterior inmigración de los restantes miembros del grupo familiar. Esta ―ley de nacimiento‖ se remonta al período inmediato posterior a la Guerra Civil y fue instituida entonces para garantizar los derechos de aquellos cuya documentación o registros fueran destruidos o perdidos durante la conflagración; o de los esclavos libertos que ingresaban a una nueva categoría social, estableciéndose entonces que 104
bastaba haber nacido en territorio americano para ser ciudadano del país (ius soli), muy lejos de la interpretación falaz y especulativa que hoy se da a esta disposición –administrativa de emergencia– de un siglo y medio atrás, mal aplicada ahora en beneficio de la descendencia quienes ingresaron ―por la ventana‖. En cualquier momento esta situación, que le hace ―el caldo gordo‖ a chauvinistas y nacionalistas de todo pelaje y color deberá resolverse (ya son catorce los estados que reclaman la adopción de la ―Ius Sanguinis‖ 44), y entonces los gritos de los perjudicados rasgarán los cielos en tanto sus hijos, nacidos en territorio norteamericano no podrán ser ciudadanos porque ellos no lo son, como sucede en buena parte de los países europeos. Si hoy se deporta a un indocumentado, o a un matrimonio de extranjeros ilegales, con hijos nacidos en Estados Unidos (nada sencillo por otra parte), después de costosos juicios, abogados y audiencias y dilaciones, no faltará un periodista del ―progresismo‖ (de aquellos que reclaman que el gobierno se meta en todo, lo que los beneficie), para plantear en primera plana de los diarios, noticieros y programas televisivos que el gobierno ―divide‖ a las familias. Bien: que entonces el padre o la madre o ambos deportados por intrusos se lleven consigo al hijo nacido
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―Ius Sanguinis‖ o ―ley de sangre‖. Es decir, que sólo podrían ser ciudadanos los hijos de ciudadanos. Se entiende en sustitución de la ―Ius Soli‖ actualmente vigente.
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en Estados Unidos, estando éste aún sometido a la patria potestad, y la familia permanecerá unida. Si uno de los cónyuges fuese residente legal, podría solicitar la radicación del otro y congelar así la situación; de ser ambos ilegales deberán irse. Cuando el hijo nacido en los Estados Unidos alcance la mayoría de edad –esté donde estuviera– podrá presentarse en cualquier consulado del exterior invocando su condición de americano nativo y hacer valer su derecho, sin trámite alguno, instantáneamente: Con sólo el certificado de nacimiento se solicita el pasaporte, porque la ciudadanía, para los nativos, no se pide ni se otorga, se ejerce. Pero es individual, no familiar. Inclusive el flamante ciudadano podría pedir la residencia definitiva para sus padres, que es expeditiva, sumaria. Aún así, esos padres optarán mayoritariamente por dejar a la criatura (con frecuencia más de una) con incierto destino, en manos de abuelas, tíos, parientes o meros connacionales ―con papeles‖, contando con regresar más tarde por la misma vía de la vez anterior y corriendo una vez más los riesgos señalados. Entonces: ¿Quién divide la familia? ¿La Ley americana o su incumplimiento? Las leyes se instituyen para protección de las personas, de aquellas que se amparan en ellas, no las que las ignoran. Alumnos de escuelas y universidades internacionales que alcanzan su graduación y deben regresar a sus respectivos países para aplicar lo a106
prendido (de acuerdo con generosos convenios de intercambio vigentes, subvencionados por el mecenazgo de instituciones privadas de los EE.UU. y favorecidos por la libérrima visa de residencia temporaria de estudiantes) para más tarde, eventualmente aplicar para una visa permanente, en el consulado de USA en su país (con evidente ventaja sobre otros candidatos, por sus antecedentes), deciden en cambio quedarse, promueven disturbios, agitan a los medios de prensa y reclaman una ―ley especial‖ que regularice la situación creada (?). En el campo educativo se plantea la situación de los menores de 16 años ingresados ilegalmente con sus padres (que hubiesen residido en el país no menos de cinco años), quienes contra toda adversidad han logrado concluir el High School (educación secundaria) pero cuya condición les impide aspirar a los créditos blandos de estudio que les facilitarían proseguir carreras universitarias en muchos estados de la Unión, así como obtener legalmente Licencia de Conductor, tarjeta de Seguridad Social o trabajo. Una ley especial (Dream Act) impulsada por los demócratas, les otorgaría un status provisional (por seis años) permitiéndoles ―ganarse‖ la residencia permanente y continuar su capacitación. No todos estarían en condiciones de cursar estudios superiores y en tal caso, una alternativa planteada en la Ley es la de servir en las Fuerzas Armadas por dos años. Transcurrido el tiempo establecido y 107
mediando conducta intachable del interesado, podría éste solicitar su residencia permanente; de lo contrario quedaría sujeto a deportación. La promoción y apoyo de este proyecto de Ley ha dado lugar a manifestaciones callejeras y a declaraciones de políticos y dirigentes de grupos sociales, que contribuyen a ―enturbiar el agua‖ en torno al problema de los extranjeros ilegales.
* * * Por otro lado, la mera idea de la deportación masiva de diez millones de personas, propuesta por quienes lanzan consignas xenófobas es inmoral, aterradora, impensable. El operativo es materialmente impracticable, demencial. La única finalidad de su meneo es política, de la peor especie. No saben de qué hablan. O sí. Superaría todo dato histórico de acciones semejantes. Todavía persigue a Turquía el anatema universal por la expulsión de los armenios a comienzos del s.XX. Una gran mayoría de los involucrados han establecido lazos con el país de adopción, que deben tenerse en cuenta pese a su condición de indocumentados45. Habrán de pactar. El problema está planteado y es menester buscarle solución. Por lo pronto y ante todo, extremar la protección de las fronteras, para terminar con el flujo constante de ilegales. De otro modo cualquier medida que se a-
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Ver: ANEXOS ESTADÍSTICOS
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plique sería inútil. Simultáneamente resolver la situación de los ya establecidos (85%), posiblemente con un estatus especial para su condición (una letra más para las tarjetas ―verdes‖) que otorgue a los beneficiarios su radicación permanente, aunque sin derecho a la ciudadanía. No, al derecho al voto en la presente generación, para terminar con la especulación política crecida al amparo de la cuestión fundamental. Una eventual amnistía deberá atender al análisis de cada situación particular: la deportación efectiva e inmediata de quienes registren antecedentes penales o conductas delictivas. Tal vez multas. Pero será menester tener en cuenta la experiencia de la Ley de Ajuste Cubano y su liberalidad irresponsable. Y no permitir que un estado extranjero como el Vaticano se entrometa en la cuestión y pretenda convertirse en abogado defensor de sus ―fieles‖, derivando un problema eminentemente civil y administrativo hacia un conflicto político Iglesia-Estado
* * * Mientras tanto, la Contrarreforma seguirá su curso, impertérrita. Roma jamás admitirá que el mayor país del mundo occidental, el más poderoso militar y económicamente de la Tierra, fundado por masones y librepensadores, permanezca ajeno a su tutela, y que sus autoridades asuman cargos sin 109
Te Deums ni misas inaugurales. Para eso cuenta con ilimitados recursos humanos en la América latina, la América católica, subdesarrollada, pobre, crédula, doliente, con sus arcaicos conflictos irresueltos y sus elevadas tasas de analfabetismo, natalidad (y mortalidad).
Y además, con todo el tiempo de la historia por delante, insisto.
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Anexos estadísticos
Datos poblacionales de los Estados Unidos. Año 2009 46 Población total:
304.000.000 habitantes
Total de origen hispánico:
48.348.000
mexicanos:
31.674.000
puertorriqueños:
4.412.000
salvadoreños
1.736.000
cubanos
1.677.000
dominicanos
1.360.000
guatemaltecos
1.077.000
colombianos
917.000
hondureños
625.000
ecuatorianos
611.000
peruanos
557.000
haitianos
419.000
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La información ha sido desglosada del Pew Hispanic Center. Centro de estudios para la migración. http://www. pewhispanic.org/. Los datos sobre la permanencia de los hispanos en el país responden a la investigación de marzo de 2010.
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Permanencia de extranjeros no autorizados, adultos, en los Estados Unidos: más de 15 años de 10 a 14 años de 5 a 9 años
35% 28% 22%
menos de 5 años
15%
Aproximadamente dos tercios de los 10.2 millones de extranjeros con residencia ilegal en los EE.UU. han vivido en este país por más de 10 años, y cerca de la mitad del total (4.7 millones) son padres o madres de niños nacidos en su territorio. En los últimos años se evidencia un incremento en los nacimientos de hijos de residentes indocumentados, impulsando el crecimiento de la comunidad de origen mexicano más allá del aporte de nuevos inmigrantes no autorizados, que creció hasta 7,2 millones entre el año 2000 y el 2010 y de los cuales sólo 4,2 corresponden a recién llegados. Sobre este tema se formulan predicciones, poco probables, relacionadas con la mayor fertilidad de las familias de habla hispana, fenómeno íntimamente vinculado a la cuestión religiosa y a la ignorancia: la actitud de la iglesia latina en cuanto al uso de productos y procedimientos anticonceptivos y a la interrupción del embarazo, pero los argumentos son meras especulaciones carentes de base científica. Casi la mitad de quienes ingresaron ilegalmente a EE.UU. no lo hicieron subrepticiamente, embozados u ocultos en las sombras de la noche 112
del desierto de Arizona; lo hicieron a través de un puerto de entrada sujeto a controles de los agentes de Migraciones, con visas de turista o de negocios que burlan. Expirado el plazo concedido, se quedan en el país. Este procedimiento se ve favorecido por la ineficacia de controles comparados eficaces entre ingreso y egreso de viajeros. Así, el gobierno tiene perfecta cuenta de los pasajeros que arriban al país, pero no de cómo ni cuándo lo abandonan, si es que lo hacen, salvo desde algunos puntos de intercambio críticos.47 A los trabajadores temporarios y a aquellos que viven y trabajan en la zona de frontera se les otorga una tarjeta que permite su desplazamiento frecuente y regular entre EE.UU. y los dos países limítrofes involucrados (México y Canadá), válidos en áreas geográficas restringidas (hasta 25 millas de la frontera) y con limitaciones temporales de permanencia, que también son frecuentemente ignoradas, aunque en menor proporción que los del párrafo anterior. El resto de los indocumentados, alrededor de un 50% del total, entran al país eludiendo los controles de aduana y migraciones, escondidos en vehículos de carga; cruzando desiertos; en lanchas y botes, evitando los guardacostas; saltando la barrera internacional donde la hubiera (en el caso de
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Informe del U.S. General Accounting Office. GAO-04-170T
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México); vadeando (en ciertos lugares, caminando) el Río Grande, o mediante túneles excavados por los carteles de la droga. La proporción de los distintos grupos nacionales de los migrantes se mantiene aproximadamente constante desde 1982, con una ligera disminución para el caso de México y aumento entre los centroamericanos. En síntesis: desde 1970, más de 30.000.000 de inmigrantes de toda clase de han establecido en los EE.UU., superando en una tercera parte el total de personas que alguna vez llegaran a sus costas. El número de extranjeros que permanecen en el país, después de finalizar la legalización del Acta de Reforma y Control sobre Migración de octubre de 1988 era de 2.775.000, mucho más alto que el de las estimaciones previas de las autoridades. Cada año se suman 420.000 migrantes indocumentados a las cifras anotadas. Teniendo en cuenta las defunciones, el retorno a sus países de origen y las legalizaciones, el número se reduce a 275.000 al año. No obstante, el cambio en la situación económica del país introdujo un correlato sustancial en el flujo de personas, producto de la caída del mercado laboral en general y en particular a la crisis de la construcción; el endurecimiento de los controles fronterizos; el incremento de las deportaciones; los crecientes peligros relacionados con el cruce ilegal de la frontera y la reducción de los índices de natalidad en la comunidad, determinantes de que las ci114
Grรกfico demostrativo del cambio introducido en el origen de los inmigrantes a los EE.UU.
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fras de ingreso y egreso de personas, desde y hacia México, se nivelen y casi lleguen a revertirse ligeramente. El informe de Pew Hispanic Center, actualizado a mayo de 2012, señala una pequeña diferencia a favor del número de individuos que regresan a México sobre el de los ingresados en el año. Esta coyuntura ha determinado que –por vez primera– el ingreso de asiáticos ha superado al de iberoamericanos, agudizado por una mayor demanda de trabajadores de alta especialización sobre aquellos de mano de obra no especializada, favoreciendo a una comunidad, la asiática, que compone un 6% de la población de EE.UU. Entre los inmigrantes de este origen se cuentan inversores y profesionales altamente calificados. Los estudiantes asiáticos, tanto aquellos nacidos en el extranjero como en los EE.UU. de ascendencia asiática, obtuvieron el 45% de todos los títulos universitarios en Ingeniería; el 38% de los doctorados en Matemáticas y Ciencias de la computación y el 33% de los doctorados en Física. Pese a la retórica preelectoral –que incluye la suspensión de las deportaciones de ilegales– las cifras oficiales, según reporte de la organización RMJ (Reforma Migratoria Justa), indican que en el primer año del gobierno demócrata de Barak Obama las deportaciones crecieron un 61.8%: Contra los 240.000 deportados del gobierno republicano de George W. Bush, las repatriaciones treparon a
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387.790 con Obama. Un récord de casi 1.000 expulsiones diarias, en promedio. El 54% de la población de extranjeros no autorizados corresponde a mexicanos, y un 40% de éstos viven en el Estado de California. A despecho de las afirmaciones de quienes impulsaron y apoyaron políticamente el Acta de 1965, las fuentes de inmigración han cambiado por completo. Las razones son complejas y concurrentes. Por un lado el desarrollo económico de Europa de postguerra y el mejoramiento del nivel de vida de sus habitantes redujo el número de aquellos que buscaban, en la emigración, una solución a sus problemas de supervivencia. Por otra parte, la reducción de las cuotas establecidas para los europeos y la eliminación de limitaciones al ingreso de migrantes procedentes de Asia y de América de habla castellana, sumado al énfasis oficial en la política de reunificación familiar (al asegurar al inmigrante la posibilidad de traer luego al país al resto de sus parientes cercanos) favoreció el ingreso masivo de gente de estas regiones, frenando el ingreso de potenciales inmigrantes de Europa oriental y otras naciones en vías de desarrollo. Entre 1980 y 2000 la población de origen haitiano en EE.UU. creció de 92.000 a 419.000, alcanzando el 1.4% de los de los habitantes nacidos en el extranjero, de los cuales 184.000 (34%) corresponden al Estado de La Florida, más precisamente a los condados del Sur de la península.
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Es interesante seĂąalar el crecimiento de Bolivia como receptor de migrantes haitianos indocumentados (en trĂĄnsito), y de Brasil como destino final de los desplazados, arribados desde el vecino territorio boliviano.
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