Cajabaja - Número 4

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Cajabaja · Otoño 2017


ESPECIAL

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Diles que no me maten

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El último discurso de los muertos

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Clásico cuento de Juan Rulfo con grabados de Leopoldo Méndez ilustrando.

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La muerte y otros misterios ARTÍCULOS

Tres metros bajo tierra

Entrevista con el rockero Jaime López en su primera visita a la ciudad de Mérida.

Enrique Metinides

Repaso a la vida del fotografo de nota roja, objeto de libros y documental

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Abort, Retry, Fail?

Reproducción de poemas de Carlos Camargo para evadir el sueño y el amor.

Cuento de Ricardo Guerra de la Peña ganador del concurso de cuento homenaje a Tamayo

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Publicando la novela

a veces para publicar una novela se requiere algo más que una buena idea ¿qué más?

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El vivo al gozo y el muerto al pozo

Noticias propagadas

Reseña de Horror al Vacio, libro sobre la historia del efecto de las noticias en la sociedad.

Breve compilación de poemas mexicanos con 64 Conversación muda la muerte como tema principal. Recopilados con la enfermedad por Sergio Lasso. Comentario del nuevo libro de Jorge Comensal que aborda desde una optica más 26 66 historias acerca ligera una enfermedad como el cancer. de la muerte. Portafolio con algunas ilustraciones del nuevo 65 Épica de la precariedad libro de Dianner Ruz en el que toma un giro Reseña de Obra Negra, crónica sobre uno de silente y lúdico al más allá. los suburbios a las afueras de la capital, en el estado de México. 34

CREACIÓN

CRÍTICA

Pre-Rupestres

Adelanto de un nuevo libro sobre el origen de uno de los sonidos populares más icónicos de Méxcio en los 80s

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El nuevo canon de la ilustración

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Segunda vuelta de la nostalgia

Reseña de la segunda temporada se Stranger Things de Netflix. ¿Es realmente necesaria una continuación al hit de 2016?

Reflexión sobre los alcances de la ilustración en el contexto editorial, en especial sobre lirbos como álbumes y novelas gráficas.

Directorio Ernesto Medina Director editorial

Alessandra Argaez Redacción

Cesar Sansores Director de arte

Ilka Martínez

Correción y Estilo

José M. Méndez Administración

Carlos Camargo Ignacio González Andrea Macias Carlos Dzul Katia Rejón Consejo editorial

Marco Ramírez Distribución

Alexis Bas

Asistente de Producción

Cajabaja número 4. Octubre-diciembre de 2017. Cajabaja es una publicación trimestral de SosLal Ediciones S.A. de C.V. Persmiso de publicación de la SEGOB en trámite. Todas las opiniones expresadas en esta publicación solo reflejan la opinión de sus autores y no la de esta casa editorial, lo mismo con la publicidad publicada, es responsabilidad del anunciante su contenido. Ninguna parte de esta publicación, gráfico o texto, puede ser reproducido o almacenado de ninguna forma sin el permiso por escrito de su editor. Solo se permiten fragmentos exclusivamente para fines educativos. Publicado por SosLal Ediciones S.A. de C.V. Calle 24 número 264 Colonia Montebello, Mérida, Yucatán, México. Frase de Contraportada: Elena Garro, Los recuerdos del porvenir (1963)



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C a r ta d e l e d i t o r

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a muerte es uno de los temás favoritos del mexicano, es incluso uno de nuestros grandes orgullos hacia el mundo, la manera en la que enfrentamos a la muerte. Aquí no se rehuye de la muerte, se le ve a la cara, se le invita a pasar a la casa y le invitamos nuestra comida. Esta en todos la dos, está ironicamente más viva que en cualquier otro lado. Por esto le dedicamos el cuarto numero de Cajabaja a la calaca, a las distintas expresiones que causa la muerte en los creadores de nuestro país. Aquellas que van desde tensas historias sobre la incertidumbre, las fotografía de sucesos macabros y hasta el lado más ludico y burlon con unas bellas ilustraciones que ocultan algo bajo esa amigable apariencia. Mas no puedo ignorar el resto de la revista en la que en esta ocasión se nos presentan interesantes articulos del almbito editorial como la ilustración y las dificultad de encontrar a alguien que publique nuestra novela. También nos ponemos bien rupestres con una crónica sobre los origenes del movimiento musical rupestre y una entrevista con Jaime López en su primera visita a la ciudad de Mérida. Espero estén listos para entrar a esta danza macabra que es el cuarto número de Cajababa. Por cierto, ¿sabían que el número cuatro se asocia con la muerte en varias culturas de Asia?

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Ernesto Medina

Editor en jefe, octubre 2017

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Especial de Cajabaja Número 4 · Otoño 2017

Cajabaja · Otoño 2017

Especial

La muerte y otros misterios

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La muerte es originadora de varias de las más famosas representaciones artísticas de México. No hay manera de escapar de ella, es omnipresente. Por eso en Cajabaja nos dedicamos a buscar algunas de las mejores creaciones sobre la muerte. Desde textos clásicos hasta creaciones más contemporaneas como ilustaciones.


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Especial


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Cuento

Diles que no me maten

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Texto: Juan Rulfo Grabados: Leopoldo Méndez

Con motivo de nuestro especial de la muerte, decidimos abrir la edición con un cuento clásico de Rulfo del ya legendario “Llano en Llamas”. La muerte en México tiene distintos matices, desde los alegres hasta los trágicos como este cuento de tiempos post-revolucionarios que en el centenario de su autor nos debe dar en que pensar.

—¡

Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad. —No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti. —Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios. —No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá. —Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues. —No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño. —Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles. Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo: —No. Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato. Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir: —Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos? —La Providencia, Justino. Ella se encargará de


Cuento

puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo. Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo: —Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato. Y él contestó: —Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata. “Y me mató un novillo. “Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después, se pagaron con lo que quedaba nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se

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ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge. Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba: Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales. Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se

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Cuento Cajabaja · Otoño 2017

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nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo está. “Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo. “Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robándome. Cada vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban: “—Por ahí andan unos fureños, Juvencio. “Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida.” Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la gente; creyendo que al menos sus últimos días los pasaría tranquilos. “Al menos esto —pensó— conseguiré con estar viejo. Me dejarán en paz”. Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos. Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No podía. Mucho menos ahora. Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera. Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron. Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el estómago que le llegaba de pronto siempre que veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia

por los ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran. Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que era él. Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos. Sus ojos, que se habían apenuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último. Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran que se fuera: “Yo no le he hecho daño a nadie, muchachos”, iba a decirles, pero se quedaba callado. “Más adelantito se los diré”, pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía a su lado ladeándose y agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino. Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en esa hora desteñida en que todo parece chamuscado. Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y él había bajado a eso: a decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se detuvieron. Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del todo. Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no volver a salir. Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo habían oído. Dijo:


Cuento

que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber nacido nunca”. Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo. Después ordenó: —¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y luego fusílenlo! —¡Mírame, coronel! —pidió él—. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me mates…! —¡Llévenselo! —volvió a decir la voz de adentro. —…Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!. Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando. En seguida la voz de allá adentro dijo: —Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros. Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía. Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del difunto. —Tu nuera y los nietos te extrañarán —iba diciéndole—. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron.

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—Yo nunca le he hecho daño a nadie —eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos. Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del pueblo en medio de aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro de la noche. —Mi coronel, aquí está el hombre. Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz: —¿Cuál hombre? —preguntaron. —El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos mandó a traer. —Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima —volvió a decir la voz de allá adentro. —¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? —repitió la pregunta el sargento que estaba frente a él. —Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco. —Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros. —Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros. —¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió. Entonces la voz de allá adentro cambió de tono: —Ya sé que murió —dijo—. Y siguió hablando como si platicara con alguien allá, al otro lado de la pared de carrizos: —Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso pasó. “Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su familia. “Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el

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El último discurso de los muertos

Para apoyar al talento joven en el marco de nuestro especial de la muerte, publicamos este texto que mereció el segundo lugar en el 17º Concurso de Cuento Letras Muertas 2016 organizado por la UNAM en homenaje a Rufino Tamayo,

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Cuento

Texto: Ricardo Guerra de la Peña Grabado: H. L. Stephens

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y será publicado en la antología de dicho certamen

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scuché a mi esposa intentar decir algo desde su ataúd, un débil susurro que no alcancé a entender. Sus palabras eran amordazadas por el olor a rosas y cempasúchil. Conforme llegaban más familiares, aumentaban las coronas de flores apiladas detrás y a los lados del féretro. Cada vez iba a ser más difícil entender qué quería decirme. Por ello ordené a mis hijos sacar todos los arreglos del cuarto. Intentaron disuadirme con pretextos sobre buenos modales y religión, hasta que dijeron “Mamá apesta”. Desde que me despertó el frio de su cuerpo entre mis brazos, empezó a expedir un hedor tan intenso, que aún sin darles aviso a las autoridades, llegó una patrulla a mi casa. Vecinos de hasta tres cuadras de distancia, habían reportado el olor a muerto, preocupados que durante la noche hubieran asesinado a la colonia entera. El médico encargado de levantar el acta de defunción, recomendó cremarla inmediatamente. Lo mandé a la mierda, me tendrían que meter al horno junto a ella para impedirme velarla. Durante la procesión el olor se esparció por todo el barrio. Nos mentaban la madre. Nos llamaban “apestosos”, “sádicos”. En las voces reconocí a amigos de toda la vida, algunos gritaban desde sus ventanas y escondían la cabeza, otros lo hacían de cerca, escupiéndome en la cara. Sólo las arcadas interrumpían sus maldiciones. Mientras cargaba un extremo del féretro sobre mi hombro, Jazmín, la joven que mi esposa acogió la noche en que su marido amenazó con matarla, me metió una zancadilla. Me fui de bruces junto con mis hijos y el


Cuento Ricardo Guerra de la Peña (Ciudad de México, 1992). Ganador del Premio Estatal de Cuento Corto El Espíritu de la Letra, Yucatán, 2015. Segundo lugar en el 17º Concurso de Cuento Letras Muertas 2016 organizado por la UNAM en homenaje a Rufino Tamayo. Premio Nacional de Cuento Joven FILEY 2015.

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ataúd, que al caer, cual granada que en cualquier momento explota, ahuyentó a los traidores. Mi esposa no era política ni cantante de rancheras para que la laurearan con tanto arreglo. La desmesurada cantidad de flores era el resultado de un acuerdo tácito, entre los familiares, para soportar el velorio. Los más discretos disfrazaban con bostezos los espasmos que anuncian el vómito. Todos festejaban la llegada de más rosas, cempasúchil, lilis y crisantemos; había quienes aplaudían y echaban alaridos como si hubiera anotado su equipo de futbol. A mí lo único que me importaba era que mi viejita no se fuera con el pendiente de decirme algo. Era una orden indiscutible, cada una de las flores debía ser retirada. Cuando los asistentes advirtieron lo que ocurría, pronto encontraron pretexto para despedirse. Conforme iban saliendo de la sala los arreglos, entendí que lo que gritaba mi esposa, una y otra vez, era mi nombre. Al final sólo quedé acompañado por mis hijos. Hasta que uno de ellos vomitó y salió berreando de la habitación junto a sus hermanos. Me acerqué al ataúd, mi esposa no dejaba de llamarme. Intenté abrirlo, pero los de la funeraria habían sellado con cinta las ranuras para intentar atrapar la hediondez. Se escuchaba totalmente desesperada. Mi viejita no se moría del miedo. Descubrí en uno de los cirios una cruz metálica incrustada, estaban nuevos, nadie se atrevió a encenderlos creyendo que el fuego junto al tufo podía volar la colonia entera. Arranqué la cruz y con ella corté la cinta. Al abrir la caja, su grito salió con tanta fuerza que contuve la respiración por un instante. Besé su frente, la abracé, y aun así siguió chillando mi nombre. Le acaricié las sienes como tanto le gustaba, pero no se calmó. Vociferé las peores blasfemias, ¡Sólo tú, hijo de tu divina putísima madre, eres capaz de hacerla agonizar ya muerta! Le sacudí los hombros y la cabeza hasta que su quijada se zafó con un fuerte crujido, como si se partiera una rama. Su boca quedó tan abierta que su tiesa y morada lengua se le escapó entera, parecía un demonio burlón. ¡Vieja, carajo, aquí estoy! El llanto me venció sobre su pecho. Si tan sólo pudiera hablar el idioma del último discurso de los muertos… Me incorporé, me quité el saco y arranqué la camisa, estaba empapado en sudor. Olí mis axilas que destilaban un aroma podrido, cítrico, chillante y puse la más hedionda pegada a su rostro desfigurado, y así me mantuve. Hasta que… Tranquila, amor, puedo escucharte. Se calmó mi viejita. Platicamos de todo y nada un largo rato, como siempre nos gustó. Bromeamos con que ella le iría a jalar los pies a la ingrata de Jazmín, hasta que se le quitó el miedo y la peste no fue más que eso, peste.

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Enrique Metinides

Fotografió las escenas del crimen en la Ciudad de México durante 50 años. ¿Cómo es que no sabíamos de su existenciat? Ahora, Metinides platica con Cajabaja

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Artículo

Texto: Santiago Steley Retrato: Eunice Adorno

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sobre su vida y su trabajo. Imagínate si fuera tu abuelo.


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Artículo

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uando tenía diez años, mi papá tenía una tienda que, entre otras cosas, le vendía cámaras y rollos a los turistas. La tienda estaba en el centro de la ciudad, en Avenida Juárez, frente a la Alameda Central. En los cuarenta, cuando derribaron el edificio en el que estaba la tienda de mi padre para construir una tienda departamental, él me regaló una cámara que no había vendido y una bolsa llena de rollos. Empecé a tomar fotos en el centro de la Ciudad de México. Fue por esos tiempos que empecé a tomar fotos de autos chocados. Cuando había un accidente en la ciudad, la policía remolcaba los autos a la estación de policía en el centro. Yo me iba para allá a tomarles fotos. Era un gran fanático de las películas de gángsters, Al Capone, y cualquier tipo de película policiaca. Solía ir a ver películas en los cines del centro. Esas películas me fascinaban. Un año después de que empecé a tomar fotos, mi papá abrió un restaurante y los policías de la zona iban a comer ahí todos lo días. Conocí a muchos de ellos, y empezaron a llevarme a la estación para tomar fotos de las personas a las que habían arrestado, y de los cadáveres que recogían. Recuerdo que un día, cuando tenía 11 años, fui a la estación y acababan de llevar a un tipo que había sido decapitado en las vías del metro. Alguien había amarrado su cuello y la llanta del metro le pasó encima. Era la primera vez que veía un cadáver de cerca. Le tomé una foto con su cabeza en sus manos. Después, cuando empecé a trabajar En aquellos tiempos en las escenas de crimen como asistente de fotógrafo, veía 30, 40, 50 cadáveres al día. En ese entonces realmente quería ser periodista y te dejaban subirte cubrir los crímenes, y me gustaba recolectar historias a sus camiones, te de crímenes que salían en las noticias de todo el mundo. Las recortaba del periódico y las pegaba en un áldejaban entrar a la bum que tenía. Un día, hubo un choque junto al restaurante de mi papá en San Cosme. Salí corriendo a tomar escena del crimen. fotos. También llegó un fotógrafo de La Prensa a tomar y cuando me vio ahí, me invitó a trabajar como su Ahora no te dejan fotos, asistente en el periódico. Así obtuve mi primer trabajo. Empecé a tomar fotos por toda la ciudad, y el periódico ni acercarte siempre usaba mis imágenes porque les parecían las mejores tomas. En ese entonces todavía estaba en la escuela. Cuando cumplí 14 años ya era asalariado de otro periódico importante: Zócalo, y trabajaba para revistas importantes de nota roja como Alarma!, Crimen, y Nota al Crimen. En aquellos tiempos la policía y los bomberos te ayudaban, no como ahora. En aquellos tiempos te dejaban subirte a sus camiones, te dejaban entrar a la escena del crimen. Ahora no te dejan ni acercarte porque no quieren que la gente sepa lo que está pasando en México. Trabajé como fotógrafo de nota roja durante 50 años. Empecé a tomar estas fotos cuando tenía 10, y lo dejé a mis 59 años. He visto más cuerpos que cualquiera. Me atrevo a decir que he visto más cuerpos que Weegee, y adoro a Weegee. Soy un gran fan. Tengo siete libros suyos en mi casa. De hecho, publicaron un libro en Francia con trabajos suyos y míos. Weegee tenía un radio de policía en su auto. Yo fui el primer fotógrafo en México en hacer lo mismo. En cuanto se avisaba a la policía sobre un crímen yo ya sabía el lugar exacto y a veces llegaba antes que ellos. Cuando llegaba a la escena del crimen tomaba fotos de la casa, el arma, los testigos, los curiosos, las fotos de las víctimas cuando estaban con vida... de todo. Incluso le daba mis fotografías a la policía para sus investigaciones.

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Artículo Página anterior: Esta mujer fue al parque de Chapultepec, y preguntó cuál era el árbol más viejo. Fue hasta ese árbol, sacó una soga de su bolsa y se colgó. Cuando bajaron su cuerpo, encontraron una fotografía de su hija en su bolsa con una nota que decía: “Mi esposo me dejó y se llevó a mi hija cuando tenía nueve años, y hoy, en sus 15 años y todavía sin verla, ya no puedo soportar el dolor y me quitaré la vida”.

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En las afueras de la Ciudad de México había un pista de aterrizaje para los aprendices de piloto. De vez en cuando, se estrellaban y tanto el maestro como el alumno terminaban muertos. Probablemente fui a ver 70 accidentes en esa pista.

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Artículo Cajabaja · Otoño 2017

Adela Legarreta Rivas, atropellada por un Datsun. Uno de sus iconos. Fue tomada el 29 de abril de 1979, en el cruce de la avenida de Chapultepec con la calle de Monterrey (Ciudad de México). La fallecida es una famosa periodista. Esa mañana acudía a casa de su hermana para que la acompañase a presentar su último libro. Al cruzar la calle, dos coches chocaron y, de carambola, la empotraron contra un poste eléctrico. Su cuerpo está quebrado, inerme, pero el sol ilumina su rostro

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Artículo Cajabaja · Otoño 2017

Los comandos asaltaron un banco y mataron a tres policías. Después de matar a los policías huyeron con el dinero. Cuando empezaron a llegar las patrullas y las ambulancias, los asaltantes se metieron a un supermercado en Avenida Universidad. Ahí adentro hubo una balacera y varios de los clientes resultaron heridos. Los asaltantes escaparon por la puerta trasera. Nunca los atraparon.

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“El vivo al gozo y el muerto al pozo”

Poesía

Selección: Sergio Lasso Grabados: Kreg Yingst

La muerte tiene muchas maneras de aparecer y de hacer presencia. A veces se puede decrir que hasta actua de manera poética. Pero cuando la muerte se vueleve poesía en sí misma pasan cosas más interesantes. El escritor y dramaturgo tapatío Sergio Lasso reune algunos poemas de su antología de textos mexicanos

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dedicados a la muerte, publicada

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en 2001. Podemos ver como la muerte es un tema muy presente en el imaginario nacional. Adentrese a los versos tenebrosos.


Cajabaja Caj a abaj aj a a · Otoño 2017 aj


Sigue la Muerte Jaime Sabines

II

I

Poesía

No digamos la palabra del canto, cantemos. Alrededor de los huesos, en los panteones, cantemos. Al lado de los agonizantes, de las parturientas, de los quebrados, de los presos, de los trabajadores, cantemos. Bailemos, bebamos, violemos. Ronda del fuego, círculo de sombras, con los brazos en alto, que la muerte llega. Encerrados ahora en el ataúd del aire, hijos de la locura, caminemos en torno de los esqueletos. Es blanda y dulce como una cama con mujer Lloremos. Cantemos: la muerte, la muerte, la muerte, hija de puta, viene. La tengo aquí, me sube, me agarra por dentro. Como un esperma contenido, como un vino enfermo. Por los ahorcados lloremos, por los curas, por los limpiabotas, por las ceras de los hospitales, por los sin oficio y los cantantes. Lloremos por mí, el más feliz, ay, lloremos.

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Lloremos un barril de lágrimas. Con un montón de ojos lloremos. Que el mundo sepa que lloramos aquí por el amor crucificado y las vírgenes, por nuestra hambre de Dios (¡pequeño Dios el hombre!) y por los riñones del domingo. Lloremos llanto clásico, bailando, riendo con la boca mojada de lágrimas. Que el mundo sepa que sabemos ser trágicos. Lloremos por el polvo y por la muerte de la rosa en las manos de los mendigos. Yo, el último, os invito a bailar sobre el cráneo del tiempo. ¡De dos en dos los muertos! Al tambor, a la Luna, al compás del viento. ¡A cogerse las manos, sepultureros! Gloria del hombre vivo: ¡espacio para el miedo que va a bailar la danza que bailemos! Tranca la tranca, con la musiquilla del concierto ¡qué fácil es bailar remuerto!

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¿Vamos a seguir con el cuento del canto y de la risa? ¡Ojos de sombra, corazón de ciego! Pirámides de huesos se derrumban, la madre hace los muertos. Aremos los panteones y sembremos. Trigo de muerto, pan de cada día, en nuestra boca coja saliva. (Moneda de los muertos sucia y salada, en mi lengua hace de hostia petrificada). Hay que ver florecer en los jardines piernas y espaldas entre arroyos de orines. Cráneos con sus helechos, dientes violetas, margaritas en las caderas de los poetas. Que en medio de este cante el loco pájaro gigante, aleluya en el ala del vuelo, aleluya por el cielo. ¡De pie, esqueletos! Tenemos las sonrisas por amuletos. ¡Entremos a la danza, en las cuencas los ojos de la esperanza!


Cajabaja · Otoño 2017

Hay que mirar los niños en la flor de la muerte floreciendo, luz untada en los pétalos nocturnos de la muerte. Hay que mirar los ojos de los ancianos mansamente encendidos, ardiendo en el aceite votivo de la muerte. Hay que mirar los pechos de las vírgenes delgados de leche amamantando las crías de la muerte. Hay que mirar, tocar, brazos y piernas, bocas mejillas, vientres deshaciéndose en el ácido de la muerte. Novias y madres caen, se derrumban hermanos silenciosamente en el pozo de la muerte. Ejército de ciegos, uno tras otro, de repente, metiendo el pie en el hoyo de la muerte.

Poesía

III

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Monólogo del viudo Alí Chumacero

Cajabaja · Otoño 2017

Poesía

Abro la puerta, vuelvo a la misericordia de mi casa donde el rumor defiende la penumbra y el hijo que no fue sabe a naufragio, a ola o fervoroso lienzo que en ácidos estíos el rostro desvanece. Arcaico reposar de dioses muertos llena las estancias, y bajo el aire aspira la conciencia la ráfaga que ayer mi frente aún buscaba en el descenso turbio.

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No podría nombrar sábanas, cirios, humo ni la humildad y compasión y calma a orillas de la tarde, no podría decir “sus manos”, “mi tristeza”, “nuestra tierra” porque todo en su nombre de heridas se ilumina. Como señal de espuma o epitafio, cortinas, lecho, alfombras y destrucción hacia el desdén transcurren mientras vence la cal que a su desnudo niega la sombra del espacio. Ahora empieza el tiempo, el agrio sonreír del huésped que en insomnio, al desvelar su ira, canta en la ciudad impura el calcinado són y al labio purifican fuegos de incertidumbre que fluyen sin respuesta. Astro o delfín, allá bajo la onda el pie desaparece, y túnicas tornadas en emblemas hunden su ardiente procesión y con ceniza la frente me señalan.


Instrucciones para no morir

Cajabaja · Otoño 2017

De repente hay que desabrochar el porqué de las apariencias y escupir blasfemias para alcanzar lo inalcanzable De repente se traba el cículo de asfixia el bienestar imaginario y se acuerda uno de la vida de componer lo apachurrado plancharlo darlo forma alimento quizá explosiones también y de repente existir

Poesía

Silvia Eugenia Castillero

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Portafolio Cajabaja · Otoño 2017

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66 Historias acerca de la muerte Dianné Ruz es ilustradora y diseñadora. Trabaja para la industria editorial y ama los libros. El martes comenzó a difundir su primer libro de ilustraciones Muertos: 66 historias silentes sobre la muerte en Kickstarter, para el miércoles ya era una de las favoritas de la plataforma, para el jueves ya había superado la meta. Aquí en Cajabaja te prersentamos un adelanto de lo que podrás encontrar en el libro.


Octubre-Diciembre 2017

Cajabaja número cuatro

Dianné Ruz · 2017

Muertos: 66 Historias acerca de la muerte (Fragmentos)







Portafolio

Portafolio

Cajabaja · Otoño 2017

Dianne Ruz (Ciudad de México, 1989). Ilustradora y diseñadora. Socia de Pildorita Studio. Acaba de publicar su primer libro de dibujos luego de una insucitada fama en instagram. Junto con Hector Turriza “Turrilandia” lanzan la plataforma Killer Quake para promocionar el trabajo de otros jovenes artistas.

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Historia Pre-rupestre Texto: Alejandro de la Garza*

Cajabaja · Otoño 2017

Un testigo cercano de la biografía rupestre es Alejandro de la Garza quien en este relato, fragmento del libro Rupestre de Jorge Pantoja , nos asoma a una época que la lejania no ha disuelto, si no que ha hecho más nitida desde sus vibrantes resonacias

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asé buena parte de 1982 viajando por Nueva York y Europa. A lo largo de ese viaje fui escribiendo una serie de textos que eran como sketches o algo muy semejante a los Artefactos, de Nicanor Parra, muy neuróticos y angustiantes, para representarse más que para leerse. Algunos los había leído en el hoy célebre Foro Tlalpan, donde hicimos varios ciclos musicales y teatrales. La historia del Foro Tlalpan es interesante porque se volvió un catalizador cultural y musical de insospechadas consecuencias; sin duda un antecedente claro del Movimiento Rupestre. En 1981, Jaime López, Eblen Macari, Maru Uthoff y yo (que, por cierto, veníamos regresando después de pasar diez alucinantes días de concierto en Jamaica, celebraciones de su independencia y primer aniversario de la muerte de Bob Marley; pero esa es otra historia...), nos acercamos al Salón 81⁄2, donde Sergio García daba funciones de cine, al sur del DF. De esa reunión acordamos utilizar el Foro Tlalpan para presentar el ciclo ‘La respuesta está en el viernes’. Estaban de base Roberto González, Emilia Almazán, José Cruz, Jorge Luis El Cox Gaitán, Cecilia Toussaint y Maru Enríquez. Entre 1981 y 1982 el Foro funcionó muy bien y reunió a muchísimos de los músicos que luego cobrarían importancia, como Rafael Catana o Rodrigo González, en ciclos diversos como ‘Sólo los viernes vienes’. Fue una experiencia enriquecedora que nos nutrió a todos. Yo regresé de Europa al inicio de 1983 con mis textos y me encontré de nuevo con Jaime López, que estaba trabajando ahora con el poeta Ricardo Castillo, a quien ya leíamos desde que su primer libro El pobrecito señor X, a finales de los setenta. Es curioso que esa edición la hiciera el Centro de Estudios del Folklore Latinoamericano (CEFOL) y la poesía de Ricardo es todo menos eso: es estridente, rupestre, ácida, crítica y cuestionadora, tristísima a veces, pero celebratoria y divertida también. El CEFOL realizaba muchos encuentros y conciertos, pero sólo publicó dos libros de poesía: el de Ricardo y Ciudad tan personal, de José Joaquín Blanco. López y Castillo presentaban un espectáculo de música y poesía bastante bueno y fuertemente tramado, con

base en el libro Concierto en vivo, de Ricardo, y en las potentes y muy líricas canciones de Jaime. Yo pulí mis textos y pensé en pre- sentarlos también con música. La oportunidad se dio en marzo de 1983, cuando estaba programada una presentación de Concierto en vivo en la Sala José Martí, junto a la Alameda Central de la ciudad y, por no recuerdo qué causas, Ricardo no pudo regresar de Guadalajara para la presentación. Ya armado el evento me tocó sustituirlo y presentar mis textos junto con Jaime y sus canciones. Era algo que ya habíamos hecho en el Foro Tlalpan e incluso para el Canal 11 de televisión, así que no fue complicado. Ahí fue cuando ese conjunto de mis textos se titularon finalmente ‘El poeta rupestre’. A la presentación llegó mucha gente; recuerdo bien a Catana y a la que fue su esposa, Elina Cariño, quien por cierto hizo un pequeño dibujo, unos trazos rupestres sobre una hoja que aún atesoro pegada en una pared de mi casa. De esto se están cumpliendo ahora, en marzo de 2013, exactamente 30 años. Éramos veinteañeros aún, llenos de rabia, poesía, música y talento... Luego de ese “éxito” seguí presentando mis textos, acompañado ahora por el mismo Ricardo Castillo y por la poeta Beatriz Stellino. El espectáculo era circense y locochón, se llamaba ‘Borrachos y semilocos’, con tres personajes: El pobrecito señor X (Ricardo), La mujer lagarto (Beatriz) y El poeta rupestre (tu seguro servibar). Hicimos varias presentaciones con este material y luego un espectáculo con Tepito Arte Acá. Era la presentación de unos carteles-cuentos que venían en un paquete y que eran leídos (el actor-lector fue Rolando Isita); había música de Catana, Fausto Arrellín y yo también cantaba canciones de Jaime y del Cox. Ese espectáculo lo presentamos en varios lugares y llegamos a la Sala Manuel M. Ponce en 1984. Para entonces, Catana, Rodrigo González, Nina Galindo, Fausto Arrellín y ahora sí que toda esa banda andaban ya en lo que llamaron Movimiento Rupestre, con su manifiesto y todo. Así que como antecedente pueden incluirse entonces esos textos y las presentaciones varias de lo que fue El poeta rupestre. (Escritos que acaso hoy me daría

Página anterior: Fotos instantaneas del grupo Un Viejo Amor en 1978. En ellas aparecen Jaime López, Roberto González y Emilia Almazan quienes dos años después grabarían Sesiones con Emilia en Discos Foton (Imágen: Archivo de Roberto González)

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Éramos veinteañeros aún, llenos de rabia, poesía, música y talento...

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Izquierda: Primera edición del Pobrecito Señor X de Ricardo Castillo de 1976 publicado por CEFOL Arriba: Portada de Sesiones con Emilia de Roberto González y Jaime López editado por Discos Foton del PSUM en 1980

pena mostrar de tan elementales, aunque conservan su fuerza original).

¿Yo rupestre? Yo he escrito siempre, y casi digo que es lo que mejor hago, aunque me gusta la música. Toqué varias veces y compuse algunas canciones (siempre apoyado por mi carnalazo Catana), pero decidí dedicarme a escribir y eso he hecho. En cuanto al Movimiento Rupestre, yo no me sentía parte de un grupo, y pienso que Jaime menos, porque no es muy gregario que digamos. Además, Jaime confrontó entonces otros retos mayúsculos y por muy distintos caminos, como presentarse en la OTI con el Blue Demon Blues y aparecer en Siempre en Domingo cantando Bonzo, Ella empacó su bistec y El mequetrefe. Muchos lo atacaron por eso, sin darse cuenta cómo abrió brecha.

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El saber callejero y popular de los Rupestres

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Su espíritu independiente, el recrear una sensibilidad urbana contemporánea, veraz, real, y saberlo hacer con gran manejo lírico, con canciones que te llevan de sorpresa en sorpresa, de hallazgo en hallazgo. La mezcla del saber callejero y popular, alburero y rocambolesco con refinadas metáforas urbanas y sofisticado conocimiento poético. El modo de vivir la ciudad y de cantarla con tal fuerza radical es una aportación inconfundible e innegable de los Rupestres.

Sesiones con Emilia Veníamos de la represión al rock y la presentación de espectáculos que se derivó luego de Avándaro. Fue el momento en que, más allá de la trova y el folklore, el rock y la música pesada regresaron de los hoyos fonqui y volvieron a cobrar aliento. Un primer impulso fue, sin duda, el disco Sesiones con Emilia, de Roberto González, Emilia Almazán y Jaime López, que les editó Discos Fotón, del PSUM. Esa música trascendía lo trovero y lo folklórico para convertirse en una expresión urbana genuina de la Ciudad de México. Emilia Almazán era muy buena compositora, hacía coros con una imaginación sorprendente y tenía una voz cálida muy sabrosa. En el disco Sesiones con Emilia se puede apreciar el papel de equilibrio y balance que jugó entre dos compositores fuertes y diferentes, como son Roberto González y Jaime López. Muchas sutilezas corales muy bluseras, la intención en su fraseo al cantar la hacían un músico completo, porque además tocaba la lira con eficacia y placer. No sé si ella dejó la música, pero se cansó de todos estos ambientes (que también son pesaditos). Con José Cruz hizo cosas memorables en el Foro Tlalpan y una canción de ellos, Don Diablo, anda por ahí en YouTube. Alejandro de la Garza Periodista cultural, crítico literario y ensayista. Ha publicado Espejo de Agua. Ensayos de literatura mexicana (Cal y Arena, 2011) y tiene en preparación La brújula y el mapa. Una crónica de la narrativa mexicana contemporánea.


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El nuevo canon de la ilustración Cajabaja · Otoño 2017

Texto: Abril Castillo Herrera Ilustraciones: Leslie Herman

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No todo dibujo es para niños ni todos los libros infantiles son ilustrados. ¿Qué es un libro álbum? ¿Qué hace que un libro sea para niños? ¿Existen reglas básicas? ¿Son inamovibles? ¿Quién las determinó?


das que parecerían ocurrir simultáneamente, comunicarse a cada paso y a veces prescribir mientras se escribe una obra. El papel que juega la ilustración en el mundo del libro infantil y del libro en general reporta grandes cambios en los últimos años. La ilustración es un discurso que siempre ha estado al servicio del textual, subordinada y menor. Pero hoy en día resulta innegable que representa un discurso que cada vez le pide menos a otros. Que los ilustradores son artistas completos, aunque siempre lo hayan sido, quizá hoy más porque el medio los reconoce como tales. Desde hace décadas se producen libros álbum sin texto, en congresos y encuentros a algunos ilustradores ya se les llama autores sin aclarar que sólo dibujan, los adultos son consumidores de libros ilustrados y hay editoriales que publican para un público general álbumes y novelas gráficas. No todo dibujo es ilustración, ni toda ilustración es infantil. Pensemos en dos géneros altamente estudiados y que aun así, parecen resbalosos, difíciles de contener en un solo cajón: la novela y el álbum ilustrado. Ambos géneros han sido espacio de exploración y artistas de todas las épocas han hecho de esos

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ay autores que reflexionan sobre su propia poética desde el quehacer creativo, pero son sobre todo los críticos, los promotores, los especialistas quienes determinan los cánones actuales de literatura infantil y juvenil (LIJ). Muchos de ellos deciden también qué se publica y qué llega a los lectores en forma de planes escolares o listas de fin de año. Más que hablar desde la prescripción, desde el deber ser, dada la proliferación del mercado editorial de LIJ, cada día surgen tan diversas propuestas que es posible estudiarlas desde sus particularidades, sorprendernos con las novedades y, también, aburrirnos con las réplicas, las copias, los lugares comunes y los discursos moralizantes y vacíos. Se puede abordar la crítica de la LIJ desde el punto de vista pedagógico, histórico o literario. En el mundo de los libros para niños por lo general intervienen especialistas en la infancia, en la promoción de la lectura, en la narración oral, la literatura, la divulgación científica, la ilustración, el diseño, la edición. Unos prescriben los libros y otros los escriben. Resulta más claro que afirmar qué fue primero, si el huevo o la gallina, que saber si la escritura antecede a la lectura y a la crítica. Sin embargo, las tres están tan intrinca-

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formatos campo de juegos múltiples que, a pesar de su diversidad, pueden contemplarse como géneros. Como me parece que si partimos de su contenido ambos géneros son difíciles de aprehender, quizá lo más sencillo sería tratar de explicarlos por su forma. Pero, de nuevo, ambas se enredan constantemente. Recuerdo que aprendí el concepto de género literario por los formalistas rusos. Al releerlos encontré fascinante los puentes que pueden tenderse entre cosas quizá tan dispares como un análisis formal de la literatura y este no-género formato que es el álbum ilustrado. Porque, para empezar, ¿qué es un género? Boris Tomachevschi, hace casi cien años, afirmaba que “la escala de los géneros es compleja: las obras se distribuyen en vastas clases que a u vez se diferencian en tipos y especies. Si descendemos en la escala de los géneros pasaremos de las clases abstractas a las distinciones históricas concretas hasta llegar a las obras particulares”.1 Para abordar el libro álbum moderno bien podríamos partir de Donde habitan los monstruos (1963) de Maurice Sendak, quien fue uno de los pioneros en utilizar la doble página y dar un nivel imperante a la ilustración en la construcción del discurso narrativo. Páginas donde no hay texto pero la narración continúa y se teje de manera contundente. Se podría hablar de casos particulares de autores que vienen de esos cincuenta años a la fecha haciendo cuña, como Peter Sis, Kveta Pacovska, Tomi Ungerer, Roberto Innocenti, hasta la actualidad con propuestas como Isol, Oliver Jeffers, Javier Sáez Castán, Shaun Tan, entre tantos otros. En cincuenta años ha cambiado mucho el panorama y las propuestas. Lo que era un álbum en 1963 y lo que es hoy, con todas las coincidencias que compartan, debería haber cambiado, en tanto forma de arte. En sus estudios, publicados hace casi cien años, los formalistas rusos ponían énfasis en la función poética del lenguaje y no tanto en sus autores o lectores, aunque evidentemente estaban implícitos.

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En la evolución de cada género llega un momento en que después de haber sido utilizado con objetivo enteramente serio o “elevado”, degenera y adopta una forma cómica o paródica. El mismo fenómeno se produjo con el poema épico, la novela de aventuras, etc. Las condiciones locales o históricas crean diferentes variaciones, pero el proceso conserva esta acción como ley evolutiva: la interpretación seria de una fa1 Tomashevski, “Temática” [1925], en Tzvetan Todorov, Teoría de la literatura de los formalistas rusos. México: Siglo XXI, 2002, p. 232.


¿Para qué se evidencia un artificio? Cuando se intenta enmascarar un procedimiento perceptible, produce una impresión cómica, en detraimiento de la obra … Por lo visto, los procedimientos nacen, viven envejecen y mueren. A medida que se aplican se vuelven mecánicos, pierden su función y dejan de ser activos. Para combatir su mecanización se los renueva mediante una nueva función o un sentido nuevo: la renovación del procedimiento es análoga al empleo de una cita de un viejo autor en un contexto nuevo y con un nuevo significado.3 Muchos definen un álbum como dos discursos, texto e imagen, perfectamente intrincados, de tal manera que uno sin el otro no sería lo que es, como dos voces que construyen una única voz. Uno puede analizar varios álbumes clásicos del siglo XX y comprobarlo, el problema surge cuando no se hace la prueba del termómetro del álbum una vez que el autor lo ha terminado, sino que se vuelve prescripción o receta del éxito. Los procedimientos de construcción se agrupan y se crean clases particulares de obras (géneros) caracterizadas por un agrupamiento de procedimientos a los que llamamos rasgos del género … Estos rasgos son polivalentes, se entrecruzan y no permiten una clasificación lógica de los géneros con base en un criterio único. Los géneros viven y se desarrollan: en las obras que aparecen posteriormente se ha de observar una tendencia a asemejarse a las de ese género o, por el contrario, a diferenciarse de ellas.4 2 3 4

Eichenbaum, “Sobre la teoría de la prosa” [1925], en op. cit., p. 156. Tomashevski, op. cit., p. 228. Tomashevski, op. cit., p. 229.

Si la primera novela moderna fue El Quijote y el primer álbum Donde habitan los monstruos, ¿qué ha ocurrido al día de hoy? trata de explicar. Porque el arte no tiene una única función y no hay recetas para conmover. El mejor arte es el universal, atemporal. Los mejores libros para niños no son sólo para niños, son para cualquier lector. Y los mejores artistas no están preocupados en ser publicados o no es su máxima, sino que quieren entender el mundo y verlo por primera vez siempre, tal como en El pintor debajo del lavaplatos, novela del portugués Afonso Cruz: cuando el hijo nace y lo miran con un ojo cerrado, la partera afirma que el niño será artista. La madre tirita de tristeza y afirma que “no hay nada más triste que ser un artista y ver todo por primera vez. Cuando vea las cosas quiero que me sean familiares. Solo se es feliz cuando ya no se sienten los zapatos en los pies”.5 El gran arte nos sorprende porque siempre es diferente; es una cuña que modifica paulatinamente los modos de ver el mundo. Los libros para niños desde siempre han estado parados en la parte de hasta abajo del escalafón, 5 Afonso Cruz, El pintor debajo del lavaplatos. Medellín: Tragaluz, 2013, p. 14.

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Borges desdeñaba las novelas porque decía que estaban llenas de paja. Las novelas son casi por excelencia misceláneas, extensas, aburridas o divertidas, exhaustivas o inacabables. Dentro de una novela cabe todo, hoy en día hasta dibujos, quizá de ahí ese más o menos nuevo término de novela gráfica que muchos dibujantes de cómic tomen con recelo. Se habla de que la novela gráfica es simplemente una historieta en pasta dura, un cómic nombrado desde un esnobismo que ha puesto a ciertas obras por encima de otras, lo independiente por encima de lo comercial, lo artístico por encima de lo mainstream.

La solución más fácil sería dejar de llamarle álbumes a ciertos libros, pero hay un cierre de fronteras entre aquellos libros que a todas luces no son álbumes y otros que para unos sería álbum y para otros no. Y esos libros frontera son quizá los que más rompen actualmente los paradigmas de lo que es el álbum. Su relevancia está en que es la imagen quien pone todo a temblar. Las ilustraciones cobran relevancia y ganan terreno día a día en el ámbito editorial y no lo hacen como meras acompañantes del discurso del otro. Por otro lado, ¿qué hace que un libro sea infantil? ¿Los temas, las imágenes, el manejo del lenguaje, los colores para cada edad, el público al que va dirigido? Parecería que ese análisis que funciona con la lectura, mata el arte con la creación. No es lo mismo desbaratar un reloj para entender su funcionamiento que seguir esas mismas reglas para generar una obra de arte. Como dicen, la poesía es del cielo cuando se lee y del infierno cuando se

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bulación motivada cuidadosa y detalladamente, cede lugar a la ironía, a la broma, a la imitación. Así se produce la regeneración del género: se hallan nuevas posibilidades y nuevas formas.2

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junto con la infancia, pero ganan terreno poco a poco al ser leídos por todos. Y así los escritores como los ilustradores ganan estatus, junto con las editoriales que los publican:

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El proceso de canonización de los géneros vulgares no constituye una ley universal, pero es frecuente que cuando un historiador de la literatura busca las fuentes de un fenómeno literario, debe dirigirse a los fenómenos insignificantes y no a los grandes fenómenos literarios precedentes. Los grandes escritores se apoderan de los géneros vulgares y los elevan a cánones de los géneros cultos en los que determinan efectos estéticos inesperados y profundamente originales. El periodo de expansión creadora de la literatura está precedido por una lenta acumulación, en las capa literarias inferiores, de medios aún no canonizados que luego renovarán la literatura entera. La aparición de un genio equivale siempre a una revolución literaria que destrona el canon dominante y otorga a una revolución literaria el poder a artificios hasta entonces subordinados.6 El problema está en pensar en los libros para niños como medios para discursos y no como un fin estético en sí mismo. Si bien tiene que haber un equilibrio entre todas sus partes, pues si no hay un afán de lectura la obra de arte no es tal. Para Barthes siempre será necesario estudiar a los clásicos, pero también entender y darle lugar a las vanguardias:

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Nada tiene de asombroso que un país retome periódicamente los objetos de su pasado y los describa de nuevo para saber que puede hacer con ellos, esos son, esos deberían ser los procedimientos regulares de valoración. Pero he aquí que bruscamente se acaba de acusar a este movimiento de impostura, lanzando contra sus obras los interdictos que definen comúnmente por repulsión toda vanguardia: se descubre que son obras vacías intelectualmente, verbalmente sofisticadas, moralmente peligrosas y que solo deben su éxito al esnobismo.7 En la literatura infantil se gesta la crítica literaria, pero, tal como le ocurría a Barthes en los años sesenta del siglo XX, se cuelan comentarios que no tienen esa objetividad necesaria de la crítica. Con todo, para aspirar a una crítica objetiva y casi científica, no quiere decir que eliminemos las listas de libros que se hacen cada fin de año, las recomendaciones de mano a mano, los premios. Pues todo esto constituye un termómetro que nos acerca a esa objetividad. Todo esto para darle un 6 7

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Tomashevski, op. cit., p. 231. Barthes, Crítica y verdad. México: Siglo XXI, 2000, p. 9.

lugar también a las nuevas propuestas, que pueden no entrar en esas reglas básicas y al parecer inamovibles de lo que es un álbum, pero que rompen y quedan como libros inclasificables, que ya un crítico buscará darle nombre. En la actualidad se leen libros impresos en ferias del libro, en bibliotecas escolares y públicas, en librerías. Se lee en papel y en pantalla, hay imágenes que se mueven al tocarlas en físico y en luz, pop-ups, interactivos, libros ilustrados de divulgación, álbumes para adultos, historietas y novelas gráficas. Y todas son lecturas, unas mejor aceptadas socialmente que otras. Recupero el género del álbum porque dentro cabe la diversidad, sobre todo de mano de los creadores. Los géneros de libros para niños están en movimiento, cambian y se renuevan constantemente. Hoy encontramos ilustración en fanzines, cómics, novelas gráficas, todos son libros ilustrados, y ni ellos ni la LIJ es menor a ningún arte mayor. Porque el arte busca generar conocimiento, no sólo en quien lo lee, sino también en quien lo hace. Y en tanto arte, los lectores también son artistas en potencia. El secreto del arte como creadores y como lectores es no temerle a la ruptura, a la desviación, a lo diferente. No entrar en silencio. Es necesario leer como ruido, como voz y como identidad. El mundo de la crítica y el de la creación se separan en caudales y luego se juntan. La crítica y la teoría del arte, después de todo, también tienen un afán creativo. Uno prescribe y otro debe resistir para crear. Lo que dijeron los formalistas hace cien años es cierto: el arte sobrevive cuando da la vuelta al discurso oficial, cuando se burla de él y consigue finalmente un lugar privilegiado en el poder. Porque la ilustración ha pasado de ese lugar bajo tierra a un montículo donde se escucha por fin su propia voz.

Abril Castillo Herrera (Morelia, 1984) Es gestora cultural, ilustradora, editora y escritora. Coordina el diplomado Casa: Ilustración Narrativa de la UNAM. Forma parte del comité organizador de El Ilustradero y del Catálogo Iberoamérica Ilustra.


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Publicando la novela

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Texto: Roberto Frías Ilustración: Joseph Sattler

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¿Porque no basta con tener una buena idea para publicar un texto? Desgraciadamente los autores suelen estar tan involucrados en su creación que se olvidan de conocer todo el mundillo editorial que yace bajo nosotros.


Lo esencial es encontrar una voz, un género y una propuesta propia y abismarse ahí. Si el resultado es bueno, habrá un editor

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autor publicó su primera novela a los 21 y fue un éxito inmediato. Esos son casos inusuales, aislados, que confirman la regla (aunque, de nuevo, es justo insistir en que no las hay), y pertenecen a la muy particular circunstancia de cada autor. Lo que un escritor joven necesita crear, o encontrar o dejar que lo encuentre, es su propia circunstancia benéfica. Aquí entra una tentación a la que aludí en la entrega anterior (La escritura de la novela), escribir con una agenda, pensando que si se cuenta una historia plagada de muertos, policías, el narco y quién sabe qué otros elementos sensacionalistas se puede lograr que el editor ponga mayor atención a nuestra novela. No juzgo géneros, sólo creo entonces pertinente volver a llamar la atención del escritor para decirle que ahí también, en la arena romana de los escritores de thrillers, los codazos son innumerables y se propinan a traición, como en todo el espectro literario. Lo esencial es encontrar una voz, un género y una propuesta propia y abismarse ahí. Si el resultado es bueno, habrá un editor interesado. Y, de nuevo, mi aparente pesimismo: o no. Recordemos a escritores como John Kennedy Toole, que no logró publicar en vida y cuya novela La conjura de los necios, rechazada por casi todas las editoriales, fue publicada póstumamente gracias a las gestiones de su madre y se volvió un éxito crítico y de ventas, y luego una novela de culto. Una cosa que sí puede allanar un poco el camino es tener un padrino literario, un escritor con carrera andada que quiera recomendar la novela con un amigo editor. Esto no garantiza la publicación pero ayuda a distinguir el manuscrito del autor joven un poco más en la enorme mesa de manuscritos inéditos con la que se enfrenta un editor cada día. Mejor escribir sin pensar en publicar. Escribir para la nada. Y, eso sí, una vez que se ha escrito,

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n busca de una editorial se podría titular un libro de 1000 páginas con algunas de las peripecias reales por las que pasaron muchos escritores antes de publicar su primer libro. En México, la situación es particularmente compleja por varias razones: 1) Se escribe mucho y se lee poco. 2) De los pocos que leen, la gran mayoría no son lectores de literatura «pura y dura», «seria» o, para que todos me entiendan, de literatura que se reconoce a sí misma como heredera de una tradición en donde reinan los clásicos contemporáneos y modernos. Eso no quiere decir que las editoriales no estén interesadas en publicar a jóvenes autores, sino que las editoriales desarrollan todo tipo de esquemas para encontrar autores jóvenes que tengan futuro (entre más inmediato el futuro mejor) y que el espacio que se le puede dar a estos autores ocupa un margen muy reducido en la generalidad de un catálogo que necesita orientarse en mayor medida a la venta de libros más comerciales que hagan rentable la operación general de la editorial, lo cual permite, justamente, que exista ese espacio para autores que no venderán mucho. 3) Por lo tanto, la competencia es muy reñida. Este esquema de las circunstancias se puede aplicar, aunque con distinta proporción, tanto a sellos de los grandes grupos como a editoriales independientes medianas o pequeñas, todo en el horizonte mexicano. Publicar en las editoriales españolas se ha visto siempre como la panacea, aunque en realidad se conducen de forma similar y es igual o más difícil conseguir que hagan caso de la propuesta de un autor joven. Pero no imposible. En otro lado del espectro están las editoriales relacionadas con el gobierno mexicano (pienso en la Dirección General de Publicaciones de la Secretaría de Cultura, con su programa Tierra Adentro, o en el Fondo de Cultura Económica), donde hay muchas posibilidades de publicar, aunque a veces los tiempos de dictaminación de un manuscrito se vuelven épicos. En gran medida eso se debe al enorme volumen de títulos y al plan editorial de largo aliento con los que deben lidiar estas editoriales. Ahora, hay varias ecuaciones que considerar antes de enviar el manuscrito (y después de registrarlo debidamente), una de ellas, la más obvia pero error frecuente entre jóvenes autores, es saber si la editorial en mente recibe manuscritos no solicitados. Muchas anuncian su negativa con claridad en sus sitios web, pero con otras en necesario cerciorarse. Hecho esto, es tiempo de enviar ese manuscrito a quien se deje y sentarse a esperar las cartas de respuesta (muy probablemente negativa), y no lo digo por desanimar sino al contrario, por situar con claridad las posibilidades. Y no me digan que tal o cual

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hay que cambiar de traje y volverse el vendedor de la propia obra. Como decía arriba, el mercado mexicano es difícil y el español casi utópico, pero hay dónde publicar. Una buena estrategia para empezar son los concursos literarios (si se tiene la paciencia para someterse a esa lotería), pues en caso de resultar ganador, el libro puede verse publicado, al menos así lo estipulan muchos concursos de no poca seriedad. Y cada vez hay más concursos para escritores que comienzan, algunos incluso señalan que no se recibirán obras de escritores que hayan publicado, o que hayan publicado más de una novela. ¿Buscar un agente literario? Aún más absurdo si se está comenzando en el oficio. Los agentes sirven cuando uno tiene por lo menos dos libros publicados y no tiene ya tiempo (entre el trabajo que le da de comer y escribir es sus ratos libres) para pelearse con los editores, mejorar contratos, buscar invitaciones a ferias del libro, un contrato para que se adapte el libro a película, editores extranjeros que quieran traducir el libro, etc. Cuestiones que sencillamente no suelen sucederle al escritor que a duras penas está tratando de vender su primer libro. Y otra cosa, la mayoría de los

agentes tampoco aceptan manuscritos no solicitados. ¿Autopublicarse? Parece sensato sólo en principio. Y sólo si el escritor quiere ser el próximo rey del thriller histórico, o de la novela rosa, o de la novela policíaca. Si consultan ustedes quiénes son los escritores autopublicados más vendidos de Amazon o los ganadores de su concurso para escritores «indie», como erróneamente les llaman, verán que no me equivoco. Si lo que escribe el autor incipiente es una novela con un poco más de pretensión artística, es muy probable que venda unos cuantos ejemplares y nada más. Cumpliendo el dictum de un artículo que leí al respecto: «el 70% de cero es cero». Cada época ve surgir promesas de atajos para el autor que comienza, pero desgraciadamente, al final, sólo quedan el trabajo duro frente a la máquina, leer mucho y pensar más, escribir poco. Sin embargo, insisto, hay editoriales interesadas en buena literatura y en autores nuevos. El camino sigue siendo muy pedestre: insistir e insistir hasta que nuestras mentiras verdaderas, nuestro entendimiento de lo que es o debe ser la literatura comienzan a resonar como algo cierto y digno de publicación en los oídos del editor.

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Roberto Frias (Ciudad de México, 1969) es escritor, traductor, editor y crítico literario. Fue por más de una década lector de varias editoriales españolas. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y colabora en Confabulario.

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Current date is: Sun 12-11-2017 Enter new date: Current time is: 9:42:24 pm Enter new time: Revista Cajabaja Número 4.0 (c) 2017. Edición octubre-diciembre

Abort, Retry, Fail? Cajabaja · Otoño 2017

Texto: Carlos Camargo Pinzón Ilustraciones: Nikolai Lutohin

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En la noche a veces es más facil pensar ¿o más difícil? Depende de nuestro estado de animo el poner en su lugar aquellos pensamientos que nos aquejan y evitar que penetren más de lo que queremos. Carlos Camargo nos comparte su más reciente compilación poética editada por Colectivo SosLal


Error 404: Rima no encontrada

Por Carlos Camargo



Presentación Los zapatos viejos y gastados dicen más de uno que la voz porque son el paso de los años y del camino que se crea a diario. Los zapatos hablan cuando callas, padecen modas, padecen estilos y son los dibujos de lo que uno siente de lo que uno hace. Y luego… aquí estoy yo lento, creativo, cansado creando un camino a diario, dibujando sonrisas a mi paso. Pero no tengo zapatos, ni nuevos ni gastados… no tengo zapatos para que escuches, de mi voz quién soy yo.



Mínimas adormiladas I Tras una cama desierta Y tres cigarros al hilo Me descubrí amaneciendo II ¿Será que me odias tanto como tanto me amo? III El insomnio resulta medicina cuando es mi enfermedad tu mirada estreptococo. IV Al final En la duermevela Es mejor sueño que insomnio



V ¿Será que me odio tanto como tanto me ama? III Me consumo total y completamente, consumo mis fuerzas, mi voz, mi espíritu acompañante, mi amor. Y me consumo por gusto que como excusa es poco creíble pero sí, me consumo por gusto para que la vida siga este curso. Me quedan fuerzas para escribir solamente para eso y luego morir al final del verso que me da vida.



XII Me pregunto a veces ¿Qué hubiera sido entre tú y yo? Entre mis sueños bohemios y tus realidades calmas. Esas dualidades, extrañas y no sé, quizás tus labios hubieran sido el mejor refugio de mis besos… Porque mis palabras son palabras y no recuerdos en el tiempo que es lo que hoy nos une, hoy y siempre.


Cajabaja número cuatro · Octubre-diciembre 2017


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Carlos Camargo (Mérida, 1996). Nació en la racista ciudad blanca en enero del 96. A veces poeta, a veces cuentista y, siempre, académico de clóset. Presenta su obra en cualquier micro abierto/congreso/ noche de copascon la que se cruza. Muy chairo.

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Poesía

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Tres metros bajo tierra

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Texto: Sandra Gayou Soto Fotografía: Rodrigo Guzmán

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El rockero rupestre nos recuerda que para no haber pisado nunca tierra yucateca en todo su carrera, el norteño Jaime y nosotros no somos tan diferentes como podríamos llegar a pensar.


De su estancia en Mérida “Uno es un fuereño forever y aquí afortunadamente tuve aliados que me hicieron más leve la ruta madre, no me sentí fuereño forever del todo porque en primera, gracias a Emiliano Buenfil, Frederick Hatchondo y a un tal Fabrizio León, que aunque no se presente en cuerpo sí está en alma, creo que ustedes han sido, junto con la gente del DeLorean y Luis Sánchez, los que me desbrozaron el camino. “Yo no había estado en Mérida, pero de broma platicaba alguna vez con Jorge Buenfil, que era el otro norte, pareciera que estamos ‘casimente’ a la misma latitud, Santiago de Cuba, Matamoros y Mérida, el trópico de Cáncer está de por medio, no por nada ‘Rigorinsky Tovarovich’ es junto con Matamoros la frontera tropical, no por nada hacía cumbias fronterizas, pero pues la cumbia es de quien la trabaja.

“Conocer Mérida, me hace ver, si no la redondez de México, si la redondez del Golfo de México y ser de una tierra que es más bien agua, para mí es un orgullo, de Matamoros a Mérida, pasando obviamente por Tuxpan de Rodríguez, Tampico, al infinito y Nueva Orleans, cada vez entiendo más por qué esa música sigue siendo navegable en el aire, más allá de la gente que vive del pasado, el pasado es importante, pero no como un factor de nostalgia, porque la nostalgia es estéril”. “Hay gente que se escandaliza porque hay música norteña que se mezcla con otras cosas, igual que la música yucateca se mezcla con otras cosas, los puristas casi rayan en eso que algunos han llamado Hitler. “Mi padre que era mixteco me enseñó pregonando con el ejemplo que los genes se preservan a través de la mezcla y eso veo, ha sido rotundo venir a Mérida, con buenas compañías y tocar en un lugar en el que la gente que asistió, más allá de ser iniciados en lo que hago, sabían empíricamente sobre mi trabajo, por lo que le dieron más dimensión a mi música; gran parte de ésta me la imagino y veía que hay gente que se imagina la música que hago. Esa fue, es la gran experiencia yucateca, compartir e imaginar conjuntamente.

¿Te gusta la música de Yucatán? “No soy un experto, pero por principio siempre recuerdo al gran Guty Cárdenas, que es el que se adelantó al “grupo de los 27”, al necrófilo grupo de los 27, murió a los 27 años igual que Janis, Hendrix, Kurt Cobain, yo lo ubico dentro del panorama del “rock”. “Guty Cárdenas se me hace como el rock antes del rock, es más que nada lo que conozco, muy a vuelo de pájaro Ricardo Palmerín, gracias a la familia Buenfil, a Pastor Cervera que afortunadamente lo pude conocer como persona, es lo que más conozco. “La comida, la música a través de Guty Cárdenas, de Jorge Buenfil y Emiliano Buenfil que me ponen al día de lo que se hace por acá, sigo siendo un néofito, pero estoy dispuesto a aprender. Al día siguiente de la presentación, Jaime López fue a comer a Puerto Progreso, entre lluvia, vivió una noche de fiesta en el centro de la ciudad para dejar las tierras del Mayab.

Sandra Gayou Soto (Ciudad de México, 1982) Egresada de comunicación social en la UAM, es reportera cultural y editora digital de La Jornada Maya. Alterna esa labor con ser manager de Emiliano Buenfil y la Chancil Tropical a parte de abanderar cualquier causa justa.

Entrevista

Hablando de música y Yucatán

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espués de una tarde por demás lluviosa, entrada la noche el compositor oriundo de Matamoros, Tamaulipas, Jaime López, inició la prueba de sonido en el “Front stage” del Delorean Bar. En punto de las nueve de la noche las puertas se abrieron, el agua cedió y la gente comenzó a entrar al recinto. Jaime aguardaba en una sección acondicionada a modo de camerino, la gente entraba y lo primero que veía era a López sentado en un sillón. Por la puerta pasaron periodistas, fotógrafos, moneros, caricaturistas, músicos, amigos, pero sobre todo, verdaderos fans ansiosos de ver a una leyenda del rock mexicano por primera vez en la capital yucateca. Jaime López preparó un repertorio de cuarenta y dos canciones con el “Front Stage” del DeLorean a su máxima capacidad, ofreció un show de más de tres horas donde interpretó lo más rico de su repertorio, hasta temas poco conocidos. Inició con En una nube, después interpretó Fuereño forever, la cuarta canción fue Vagón de vagabundos, mientras aplausos y gritos inundaban la sala. Acompañado sólo por su guitarra y armónica, López ofreció un concierto más que memorable; los asistentes gritaban las canciones que querían escuchar, siguió al pie de la letra el set list que tenía planeado, fueron muchos momentos de clímax durante la noche: al cantar a “capella” con su armónica o al interpretar temas como A la orilla de la carretera, Es tan poco el amor, Desenchufado, Corazón de cacto, Caite cadáver, Espantapájaros, La chilanga banda, Alma de tabique, Sácalo, finalmente Bonzo y Materia tóxica. La gente interactuó con él durante el concierto, cantaron, corearon, aplaudieron, gritaron y disfrutaron, en tanto Jaime se deleitó, de principio a fin. Todo terminó entre abrazos, aplausos, fotografías y decenas de gracias por haber estado finalmente en esta tierra.

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Noticias Propagadas

Pese a ello, del Twitter al MoMA, de Constantinopla a la Suprema Corte de Justicia, e incluso de lo «cool» al «horror vacui», la crítica de Delgado adolece de una circunstancia: su contexto de producción la reblandece. El barniz contingente propio del género periodístico que abunda en sus reseñas (todos los textos presentes aquí fueron antes columnas del Excélsior) jamás conlleva una reflexión ensayística profunda, una «crítica del juicio», como quería Kant. Cierto que las teorías contemporáneas se han distanciado de todo absolutismo del gusto, sobre todo, del que se presume categórico. Cierto también que incluso algunos de los ya citados papas del quehacer estético han incurrido varias veces en el lujo de un compendio articulista por aquí y otra antología periodística por allá. Y, sin embargo, sin poner en duda el valor documental de una antología de esta naturaleza, como lectores es lícito preguntarnos, a coro con el bardo de Machuelo Abajo, en dónde exactamente reside el mérito de leer el periódico de ayer. Horror al vacío Arturo Delgado Textofilia México, 2016 204 páginas ISBN: 9786078409235

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n la época de la segmentación y la hiperespecialización, el arte contemporáneo se abre paso como un caballo desbocado que corre en contrasentido: para apreciar el trabajo de Merce Cunningham no hace daño saber un poco de Léon Bakst, para hablar de arquitectura nunca sobran las referencias a la teología o al constructivismo ruso, de la misma forma en que, para sacar del lugar común la obra de Louise Bourgeois se necesita algo más que rezarle fervientemente a la cofradía de santos patronos de la crítica actual con todo y su advocaciones locales: Danto, Debord, Benjamin, Paz y un amplio «et al», internacional, actualizado y de rigor. En ese sentido, Arturo Delgado juega con ventaja; no sólo se mueve con soltura entre distintas disciplinas, sino que su circunstancia biográfica como galerista, diplomático y flâneur le ha permitido forjarse una visión crítica privilegiada, a partir de la multiplicidad barroca propia de nuestro tiempo. En Horror al vacío, la pluma de Delgado intenta transcribir las notas casi estridentistas de la abigarrada sinfonía de este mundo post-neo-barroco. Y aunque la mayoría de los textos remiten a la Ciudad de México, el autor logra ampliar el tránsito de estas páginas desde París o Sidney hasta Londres o Bangkok. Al fin y al cabo, cualquier cultura urbana dibujada sobre la panza del globo terráqueo, como en el patrón asimétrico de una vasija micénica, es un buen ejemplo de ese «horror al vacío», donde «puede suceder todo menos el aburrimiento».

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Texto: Redacción Cajabaja Ilustración: Gorka Olmo

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Conversación muda con la enfermedad Texto: Aura García-Junco

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l cáncer es omnipresente. La palabra por sí sola evoca simultáneamente las ideas de sufrimiento y optimismo por superarlo, cubiertas con un velo de ignorancia y superstición. Jorge Comensal decide alejarse de estos lugares comunes y conjuntar en su primera novela elementos aparentemente incompatibles: enfermedad y comedia, comedia y ciencia. Este no es un libro de víctimas ni de lucha contra monstruos impalpables. Tampoco es un libro con un final feliz pero sí uno que consigue propiciar la risa a partir las situaciones más dolorosas. Los personajes que habitan las mutaciones tienen que vérselas de frente con el cáncer de maneras distintas. Ramón Martínez, un abogado prolífico, independiente, cacique de su hogar y de su mundo entero, se encuentra en la aterradora posición de perder la lengua. Sin opción alguna, una cirugía salva su cuerpo pero condena todos los demás aspectos de su existencia. Su vida y la de su familia se parten en dos. Su forma de subsistencia se viene abajo y la deuda adquirida con su mezquino hermano lo aplasta como una losa de concreto. A cambio, se transforma en el observador que nunca pudo ser desde su lugar de privilegio. Para compensar el silencio, Elodia, la diligente señora al servicio de los Martínez, le regala un perico, con todo un repertorio de insultos incluidos. Este perico es el receptor telepático de los monólogos de Ramón, que, encerrado en sí mismo, tiene que encontrar nuevas maneras de articular su personalidad, con todos los cambios que ésta experimenta. Incapaz de defenderse hasta en los conflictos más cotidianos, Ramón comienza a tener reacciones que jamás habría imaginado. En una escena hilarante, desesperado por las afrentas de su hermano que no puede contestar, le asesta un golpe con una botella, una actitud impropia del ciudadano ideal que se presumía antes de la cirugía que le robó el habla.

La profundidad de los personajes, sus fallos, anhelos y obsesiones son explorados mediante el narrador en tercera persona que los sigue en sus monólogos interiores en momentos clave. Juntos, estos mundos constituyen el entramado más amplio del cáncer, ése que relaciona lo privado de la enfermedad con lo político; un hecho físico y particular con nuestras concepciones y juicios sobre él, así como la ambición de la ciencia, la capacidad sanadora de la palabra en el psicoanálisis, la legalización de la marihuana, la justicia de los sistemas de salud, y la pretensión clasemediera. Comensal tiene una capacidad para hacer orgánico este amplísimo muestrario humano sin perder de vista la individualidad de las personas. Los hábitos de la clase media citadina se ven reflejados de manera nítida, y es en esta caracterización donde se ve una de las grandes virtudes del autor. Los detalles en el habla y el comportamiento de los personajes crean un ambiente realista y cotidiano. La familia Martínez se aferra a no perder un estilo de vida, a tomar lo que se puede de la poca fe que sostienen de manera relajada, a negar lo inevitable. Simultáneamente, vemos una radiografía del doctor que atiende el inaudito tumor de Ramón, Joaquín Aldama, un oncólogo, como todos, se nos dice, sumergido en la melancolía, que encuentra aquí la posibilidad de escalar en la jerarquía del mundo médico. Disquisiciones sobre tumores, sobre fe y ciencia y sobre música rondan la cabeza del doctor que, a fuerza de estar expuesto de común a la muerte, se ha vuelto casi insensible. Las Mutaciones Jorge Comensal Antílope México, 2016 206 páginas ISBN: 9786079707026


La épica de la precariedad

ser propiedad comunal a botín de funcionarios, luego mercancía de timadores, hasta llegar a ser colonia sujeta a los vaivenes de la política reciente. Para responder a la pregunta de cómo nace una colonia periférica, marginal, el autor de Obra negra entra en contacto con los pioneros de Golondrinas, en su mayoría mujeres que han estado en pie de lucha desde los últimos años del siglo pasado, cuando hizo su aparición en la zona el fraccionador, mercachifle por lo común fraudulento que, tras ofrecer una bicoca a los ejidatarios por las hectáreas que no pueden trabajar, las divide para vender cientos de lotes irregulares a personas necesitadas de vivienda. Así, amasa una fortuna antes de desaparecer dejando a sus clientes sepultados en una montaña de problemas legales y a merced de los partidos políticos que exigen vasallaje total y votos a cambio de servicios básicos. Según testimonio de los colonos más antiguos de Golondrinas, ellos llegaron ahí con un título de propiedad espurio a levantar una choza entre maizales, en un territorio sin calles ni luz ni drenaje ni agua, a iniciar la eterna lucha de David y Goliat con las autoridades. Obra Negra Emiliano Ruiz Parra Fondo Editorial Tierra Adentro México, 2017 108 páginas ISBN: 9786077456148

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os citadinos de zonas céntricas tenemos contacto con los barrios periféricos sólo cuando tomamos carretera para emprender un viaje, y contemplamos tales asentamientos de lejos, por segundos y a velocidad. No nos preguntamos cuál es la historia de esas colonias, mucho menos cómo viven ni cómo arribaron ahí sus pobladores. Si acaso, nos congratulamos por no vivir como ellos, quienes diario invierten dos o tres horas en llegar al trabajo y otras tantas de regreso. Esos barrios y su gente son invisibles para nosotros. Lo deja claro Emiliano Ruiz Parra en su crónica Obra negra. Invisibles debido a que desconocemos sus circunstancias, pero sobre todo a ese silencio al que nuestra indiferencia los ha condenado. Pero cada uno de los residentes en las orillas de la megalópolis tiene su propia historia, que al sumarse con las de sus vecinos deviene gesta colectiva, lucha multitudinaria por la vida y la tierra, donde se ven involucradas los vicios más oscuros del carácter nacional: ambición y rapiña desmedidas, corrupción en todos los niveles de gobierno, abuso de los poderosos sobre los indefensos, delincuencia generalizada y ausencia total de justicia. Con el fin de abrirnos los ojos a lo que no queremos ver, Ruiz Parra se ha internado entre los solares y las callejuelas de la colonia Golondrinas, en el municipio de Ecatepec, en los márgenes de la mancha urbana de la Ciudad de México, con los oídos bien atentos a la voz de los colonos, para transmitirnos el devenir de unos terrenos que pasaron de

Reseñas

Texto: Eduardo Antonio Parrat Ilustración: Ernesto García Cabral

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Segunda vuleta de la nostalgia Texto: James Poniewozik Ilustración: Netflix

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teven Spielberg alguna vez pensó en hacer una secuela de E. T., el extraterrestre. En una propuesta escrita en 1982 para lo que habría sido E. T. II: Nocturnal Fears, Elliott, el amigo del ser de otro planeta, es secuestrado y torturado por alienígenas malvados. Es una película que nuca se vio, y demos gracias por ello. Sin embargo, podría argumentarse que Stranger Things de Netflix es, en espíritu, como una secuela de E. T., una mescolanza de ciencia ficción spielberguiana mezclada con motivos del horror ochentero. Y, como E. T., parecía no necesitar una secuela. Pero ya está aquí la segunda temporada. La primera temporada, ambientada en 1983, fue una sorpresa encantadora porque era más que la suma de todas las referencias Sí, tenía a niños que jugaban Calabozos y Dragones (o D&D) y andaban en bici, que rescatan a su amigo Will Byers (Noah Schnapp) del “Mundo del Revés”, una dimensión paralela llena de monstruos. Sí, había un ser de tamaño pequeño pero poderes inmensos y misteriosos: la telepática Eleven (Millie Bobby Brown). Y, sí, en el elenco estaban aquellas estrellas de los años 80 y 90 como Matthew Modine y Winona Ryder (como la madre angustiada de Will, Joyce). Pero se sentía como algo con vida propia; la fantasía era aceptada como si ya fuera verídica –con los niños enfrentándose a una realidad más aterradora que la de Calabozos y Dragones– y los sustos eran de película palomera. Era un mundo desarrollado y no solo una representación o idea de 1983 como se lo imaginarían los fanáticos del cine en 2016. (Es un logro destacable, ya que los creadores, Matt y Ross Duffer, nacieron en 1984). La nueva temporada, que se estrena el 27 de octubre, empieza justo después del Halloween de 1984 y pasa buena parte de la primera mitad recreando versiones distintas de los conflictos de la primera. Will está de

regreso, pero lo atormentan visiones del Mundo del Revés que, como sugiere la escena que cierra la primera temporada, todavía parece tenerlo atrapado. Aún no hay rastro de Eleven, quien desapareció al final del capítulo ocho. Por tanto, los amigos con los que Will juega D&D –Mike (Finn Wolfhard), Lucas (Caleb McLaughlin) y Dustin (Gaten Matarazzo)– se hacen amigos de otra nueva chica cool, Max (Sadie Sink), y enfrentan a una nueva amenaza extradimensional. Ahí es donde el científico conspirativo interpretado por Modine es remplazado por el Dr. Owens (Paul Reiser, que usualmente hace comedia, lo interpreta muy seriamente). La mayor fortaleza de la nueva temporada es cómo lidia con el trauma de Will. Es un niño algo frágil que sobrevivió una experiencia horripilante y Noah Schnapp, que ahora aparece más, realmente no deja que lo olvides. Su sentimiento constante de no sentirse a salvo en su propio cuerpo es probablemente lo que más miedo da de la serie. El rol de Ryder es algo reducido en comparación a la primera temporada, pero su temor de perder a su hijo –otra vez– es igual de convincente. Pese a que fue un éxito sorpresivo en su inicio, Stranger Things 2 en buena medida evita quedarse atorado en cuanto a elementos que fueron muy comentados.


No estoy seguro de que Stranger Things realmente necesitara una segunda temporada, y durante varios episodios se siente como si Stranger Things 2 tampoco

Cuando los protagonistas deciden disfrazarse como los Cazafantasmas para Halloween incluso hay un comentario sobre la dinámica social de ese clásico ochentero y de la cultura pop de esa década. Lucas, quien es de tez negra, no quiere ser Winston, el único cazafantasmas negro. “¡Nadie quiere ser Winston!”, dice Lucas. “Se suma al equipo hasta después, no es gracioso y ni siquiera es científico”. La nueva temporada incluso bromea sobre lo tanto que hace referencias en un momvento en el que Lucas le cuenta a Max todo lo que sucedió hace un año. Y ella, claro, cree que es puro invento. “Realmente me gustó”, dijo, “solo siento que fue poco original en algunos momentos”. Esa es una crítica que también aplica para Stranger Things 2, al repetir varios de los componentes de la trama de la primera temporada, y sorpresas similares. (Aquel recurso ingenioso de que Will se comunicara por medio de las luces navideñas es remplazado por… pues, ya verán). No estoy seguro de que Stranger Things realmente necesitara una segunda temporada, y durante varios episodios se siente como si Stranger Things 2 tampoco estuviera muy convencida. Pero aún así la pasas bien. Con nueve episodios todo se mueve a buen ritmo y logra esa mezcla idónea del romance y el terror ochenteros. Puede que sean los caramelos de Halloween del año pasado, con otro empaque. Pero eso no significa que no sean dulces. Stranger Things 2 Duffer Brothers Netflix EE UU, 2017 9 episodios 45 min.

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La muerte de Barb (Shannon Purser), quien se volvió toda una sensación en redes, sí tiene repercusiones que son cimentadas por medio de la historia y de los personajes, ya que preocupan a los personajes adolescentes durante buena parte de la temporada. Y aunque podría parecer frustrante el que Eleven esté alejada de la acción, hay que darle crédito a los Duffer de resistirse a la tentación de volver el programa entero, gracias a esa mirada cautivadora de Brown, en “El programa de Eleven”. Finn Wolfhard como Mike y Noah Schnapp como Will en una escena de la segunda temporada Stranger Things tiene un muy buen elenco (se suma también Sean Astin, de El señor de los anillos y Los goonies, como el novio de Joyce), pero la verdadera estrella es el mundo que logra crear. Hawkins, Indiana, se siente como un lugar verdadero a pesar de que está compuesto de películas. Partes de la nueva temporada hacen recordar a Encuentros cercanos del tercer tipo, a Gremlins, a El imperio contraataca y, claro, a la secuencia de E. T. en la que Elliott atrae al extraterrestre con Reese’s Pieces. En uno de los episodios, algo desafortunado, el programa se convierte en Los marginados, con todo y la pandilla dizque punk con vestimenta seudoapocalíptica.

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estuviera muy convencida.

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