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SILVANA AMOROSO

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Rafael Correa Presidente de la República del Ecuador Ramiro Noriega Ministro de Cultura Francisco Salazar Viceministro de Cultura Glenda Calvas Subsecretaria Técnica Esteban Gallegos Subsecretario de Planificación Tania Navarrete Directora de Cultura de Tungurahua Pablo Álvarez Rodolfo Analuisa José Andrade Alberto Masaquiza Patricia Sevillano Activistas de la Dirección de Cultura de Tungurahua www.ministeriodecultura.gov.ec http://mctungurahua.blogspot.com Dirección Provincial de Cultura de Tungurahua Av. de los Shyris y Pasaje Luis Cordero Esq. 03 - 2417 - 487 ISBN 978-9978-92-763- 2 Diagramación: Andrea Lara Portada: Diego Lara Impreso en Ecuador Ambato – Ecuador 2009


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Presentación Nos complace presentar esta primera colección de libros, fruto del proyecto “Incentivar la creación a través de la edición de obras literarias en la provincia de Tungurahua”, estamos muy satisfechos con la calidad de las obras seleccionadas y muy agradecidos con los autores por confiar en el Ministerio de Cultura del Ecuador para la edición de sus obras. Conscientes de que “La literatura y las artes son por excelencia expresión de las identidades iberoamericanas y de la riqueza de nuestra diversidad cultural, y representan una inmensa posibilidad de expresión que debe ser estimulada. La creatividad artística es fuente de sentidos, de identidad, de reconocimiento y enriquecimiento del patrimonio, de generación de conocimiento y de transformación de nuestras sociedades. Por ello, es fundamental el fomento de la producción literaria y artística, su disfrute por toda la ciudadanía y el acceso universal a la educación en las artes”. (Ámbitos de aplicación de la Carta Cultural Iberoamericana de la XVI Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno de Montevideo, Uruguay, 2006, pag. 12). Compartimos con ustedes amigas y amigos lectores estos frutos deliciosos en contenidos, que esta hermosa tierra nos ha entregado. Dra. Tania Navarrete C. Directora Técnica de Área Dirección Provincial de Cultura de Tungurahua Ministerio de Cultura del Ecuador 2009


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Nos quedamos mirando, segundero sin detenerte, ambos dos

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…. una línea recta, no correcta, solo larga, sin perturbaciones, angosta y luego angosta; no más ni menos, solo eso, por siempre, como se supone que son las líneas. Se abre en círculo y se vuelve a cerrar desde su fin, es eterna, los puntos que la construyen son eternos. Un círculo es más perverso, más nocivo, gira en rededor de sí mismo, por toda su terca vida, ya nada escapa de él. La línea nunca vuelve sobre sí, el círculo si no vuelve se pierde, deja de serlo; la línea no regresa, solo sabe extenderse. Círculo tiene un fondo, una profundidad distinta cada vez, vez. Se repasa. Se renueva. No se parece. Mi vicio es Círculo, el círculo vicioso en el que estoy por vos. La línea todo lo demás, lo que ya no existe a pesar de la memoria y que mi cerebro, por voluntad propia, irá recordando menos. …d

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Los niños de las hojuelas de maíz. Dieciocho de octubre, el año 1698, Malacai camina por los suburbios, sobándose en las piedras, tropezando en círculos enrojecidos, perdido en la tierra que fue suya, ya no están los maizales, en el granero hoy funciona una zapatería, solo la madera suena como antes: los gemelos, la niña con pulgas, el obeso de las bananas, la de los senos enormes, la novia de tu hermano, todos desaparecieron, nadie podrá seguir tus pasos, quisieron olvidarte. Has llegado a los corredores de la urna, palpando algún resto en los crujidos del pajonal, regresan a tu cabeza, golpeándose, las noticias en los diarios, a quién enamorará ahora tu biblia de avispas. El maíz rodea tu pequeña estatura, allí está el espantapájaros, cosido a las mazorcas de sus huéspedes decapitados, una tormenta de plaza grande ahuyenta sus noches de humedad, quiere tenderte en el techo junto a los moscos, quiere ser tuyo una vez más, como el año pasado, volteado hacia tu ropa

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vieja, remiendos que le pusiste para el frío, quiere que su pequeño le regale un beso de día nuevo, de hembra fresca, que entres en su boca con la lengua cremada, quiere que lo acaricies; pero eso no pasará, eres conocedor de tus acequias, te salvarás del hombre de paja y de sus liendres, aprietas el escapulario y te salvas, igual que la noche de las tinas de hielo, cuando te sentaste en la madera y diste calma a mi gemido, te lanzaste espinoso por la baranda, atrancándote en la vieja mirada, entramos juntos a la boda, éramos ligeros, mostramos nuestros dientes a los lobos y germinamos victoriosos en enebros de tul; los padres nos dejaron a la suerte, herederos de sus venas calientes, también tú nos abandonaste, te fuiste con sus hachas y sartenes, estuvimos solos en la fiesta de los celestes, apareándonos con la paja, haciéndonos polvo, traicionados, brindando ridículos por el día del resplandor; pegaste con esparadrapo nuestros fanales, te quedaste dormido, no nos avisaste, te llevaron entre sus lloros, no era tu deber dejarnos, ni el nuestro la revancha.

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Cuando entres al campanario, los ojos miserables de tus santos arderán de horror tu buche desaguado, el aire cubierto de esperma te rascará el rostro. Puedes caminar sin prisa, el ruido levanta los fantasmas de la madera, has girado la cabeza hacia el vitral, un naipe roído te persigue, no será la hoz de los magos la que te quiebre, no será la gente que regresó de la muerte, ni su letra final, yo vi el destello en mi borde, no encendió nada, me dejó ciega, no regresé, tú sí. Escuchas la misma voz burbujeante, intoxicada de licor, no confías en nosotros, los niños del maíz, momificados en carachas de almíbar; te escondes tras el pozo, esperas algún tizne de sol, juegas a que eres niño de nuevo, a que tomas una pelota, la pateas torpemente, juegas a hacer barcos de papel y a envolverte en la sotana. Tú no vas a salir de aquí, es otra la clave secreta, nos perteneces aunque tus amantes no terminan en la esquina, bajo los bloques puedes tocarte, sabes que las larvas no te dirán nada, que ni siquiera te verán; vos eres así, así de simple.

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Augusto Tu miedo me tuvo desde la columna, ensortijado en hierro caliente, rectangular, pelando con sus garras mantecosas los ojos, tarasqueando la nariz, un miedo deslenguado, parecido al hombre arrugado que no querías ser y que fuiste a los veinte; el miedo de ser la madre del niño sin manos, sin puños fuertes, cortado en jeringuillas de cal, niño sin cadenita de oro. Eras mi mujer, a la que mordí la placenta amarga, arrinconándote contra el huerto, inundando el aire volcánico con tus bailes de infanta; pude tenerte, cremosa, viva, chupando el sexo de tus caudillos de goma, vivir en vos, mentir para que me lleves a pasear y te vean cara redonda, cara de loca y no recuerdes a nadie, ningún tacto anterior, ningún cuerpo fregándose en tus nalgas pequeñísimas, nadie que pueda extraerte de mí, de mi tiempo en vos; sin embargo huiste de mi pecho, no fue más que mirarte con desprecio y te largaste, llenando de astillas los párpados, tostando el beso, nuestro beso de escamas

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azules; sentí que podía llorar para vos, que sería tu caballero valiente, el que haría explotar los corazones bravos de tus guardaespaldas, no fue así, me quedé erguido, esperándote, el cráneo hecho añicos en microbios de oro, pero ya sabía que los muertos se quedan en la mesa, a las doce, cuando las abejas mutan en amapolas de vidrio. Tuviste ese amigo, un soldado con gabardina lacre, no había gorra, ni metralleta, lo hiciste parecido a mí, estuvo en mi lugar. Vivía en el ático, lo cubrías con tu vagina hecha de carboncillos, “pulpo” nunca me quiso, Terfos cerró sus puertas tras tu muerte, los aprisioné con candado, tapicé con lápiz labial las paredes, no podrán encontrarla, inventé un hueco en el baño, no escaparán de mi celda oxidada, yo lo sé, siguen con las pupilas trastornadas, meciéndose en el jugo de mis tetillas, contaminados de ti, abriéndose paso para encerrarte en las estrías delgadas del minúsculo sonido; se pusieron tu quijada, la masa de tu cabeza, se volvieron dinamita, un trozo de carnecilla malograda, una imitación turbia de fone-

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mas prohibidos. Nada ha cambiado desde tu última niñez, los cascabeles de tu cuello, como tarros, siguen raspando el paladar de tus huérfanos frondosos. Ese día caminabas con tus zapatos apretados, sin cordones, zancudos plateados tosieron sus patas viscosas en tu frente, apretaste los labios contra la vereda, querías darte el último aliento, que fuera tuyo; pero eras tierna, mi deseo partido en dos bebió de tu casa laureada, un ejército endriago vestido de salvajes se enredó en los genes momificados de tu árbol inmundo, lijando sin cesar las líneas de mi firma, martillando con más fuerza las cuerdas miserables que cargo en la espalda. El veneno te puso de porcelana, el resplandor ajeno de tu cuerpo, saltando en horribles mariposas de levadura, se esparce por los juncos del palacio, un coágulo blanco embarrado de polen se posó en tu labio espumoso, pájaros de heno entraron en la abertura de tu lengua, teñida con cocuyos de amoníaco; se colgaban de tu pecho, como cuerdas de estiércol, las manchas amargas que hundí en tus senos para que no

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olvides el aliento fláccido del que fuera tu padre, el amante codicioso que lamía en su cieno los restos de tu exilio. No supe escapar vivo, roseado aún de la hiel de Livia comprimí con pinzas de madera las pústulas ácidas que te poblaban, espuelas de carne cincelaban tus codos blancos, me divertí mucho, y tú conmigo. A veces veo un estallido de manos cogiéndote el rostro, manoseando el falo pequeñito que escondes entre las piernas, agarrándote, y me vuelvo loco, como cuando mis muñecas no querían jugar conmigo y torcían los ojos y se volvían bálsamo; ellas hicieron lo mismo que vos, me dejaron, el espacio está vacío, por las rejillas de las tablas se derriten tus retinas de aceituna; tu pubis mordido me encierra en un armario de franela, aruñando un nuevo día en tu traje de mujer, tragando cobarde la habitación donde cocimos con tu piel el piso, las galletas de avena, la mugre de las uñas. Después de vos nadie puede dormir, los niños de tu velorio se despiertan y van enfriándose por las ramas

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del bosque, cabalgando en arneses de sal, buscando los caramelos que no llegaron de tus manos; fuiste mala, no me tocabas, no sabías cuentos, no sabías mi nombre; les obligaste a acostarse con sus hermanas, batidos por el lodo, húmedos, con la boca en las luciérnagas, las risillas humeantes, alcoholizadas en la semilla de los perros se enroscaron los corchetes calientes de tu diario, cataratas de melaza penetraron los granos de su adolescencia y el fin de tus rayuelas. Ya es tarde. La muerte babosea en mi alcoba, en la tierra del riñón; mi orina ya no me sabe tan amarga, puedo leer en sus piedras la fecha exacta, el aullido de niebla que me ajustará con lástima las cicatrices del abdomen, mi redención no se ofrecerá en el periódico, me siguen las noches de fiebre a tu lado, ánimas ennegrecidas en el hollín de mis almuerzos engullen bocanadas de leche calostra. Apenas percibo su canto rugoso, un cáliz de rostros se esparce con el gas, enraizándose en el frío del cerebro, destornillando las membranas de los pies. El revólver se derrama por los miembros, los rastros de

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un pellejo sostenido por la pólvora, nada ha de detenerme cuando el gallo entone su madrugada, santos inocentes esculpirán penes de sebo en mi cuerpo, atado a 77 caballos me arrastraré por las calles incendiadas. Quise salir, podar las gardenias, limpiar la entrada…no tuve tiempo, ella lo detuvo con su cutícula de bronce, el disparo acertó en mi nuca; no tiemblo a pesar de la puerta abierta, ahora soy puro, un dios, el hombre divino; no nos detendrán, ven, siéntate, siéntate, levanta los muslos y crúzame las piernas, en el congelador no hay espacio para ti, aquí estás mejor, los bárbaros se han ido.

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Calisto A mi hombre le rompieron la cabeza, tenía una corona de botellazos adherida al cráneo, más adentro del hueso, donde ya no duele y la sangre es una manguera taponada, tuvo espejos trizados deslizándose como verano por su pequeña mandíbula, le creyeron muñeco de trapo y le cosieron como tal, otra vez el crack viscoso, crujiente, de un palillo punzando el filo gordo de la frente, se torcía deliciosamente en el cuero cabelludo, ya no tenía más diecisiete, se convirtió en mayor y pude recordar al conejo que asaron para mi cumpleaños, era mi conejo, abuela lo mató para mí, todos se lamieron viciosos la lana de sus dedos, me obsequiaron su cola para llavero de mi caja de habichuelas, me estropearon en sucesos sonreídos. Desde entonces no cierro los ojos, se dilataron en enormes charcos de agua empozada. Él a mis pies parecía un saquillo roto en claveles, quise pisotearlo, dañarlo, guardármelo en el sostén; aquel instante fue feliz, se quedó con la diadema de

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cicatrices, dibujada de sien a sien, se veía bello, brillaba como si se diluyera en agua de matico, no parecía un monstruo, le pusieron una placa de metal con mi nombre en ella, ése día reí, mucho, como si me fuese a acabar.

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Roger Rab. Yo no sabía qué significaban esas palabras enormes, y aunque eran de un lustre intenso huí, huí a la próxima página, escapando de sus a punto. e punto., solo las lentejuelas me cubrieron, en sus líneas estuve seguro, rescatado. Sucedió hace unos días y debe ser el mismo sentimiento de los conejos cuando escapan del cazador y llegan agotados a un lago de cocodrilos.

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Evabraun Alquilamos una caja con cenefas de panela, langostas en cloroformo vigilaban nuestra entrada, me dijo que nos entregáramos a los peces del lago en donde creceríamos, que todo había terminado; me pidió matrimonio, yo se lo di, le regalé su lucha final. Esa noche durmió conmigo, otra vez; lloraba mucho, los soles del nervio danzaban violentos en la punta del guante, acariciaba la hiena que vivía en su bolsillo, la sacudía, le sacaba las barbas, se calmaba luego, se dormía luego. Recuerdo que era imposible, me ataba al escritorio esperando que su lluvia de oro se desprenda, mi beso negro al pie del reducto le traía paz. Hacía el amor como un aprendiz, me acariciaba poco, ensalivándose de latidos desechaba mi cuerpo por la puntilla de su antojo; no sabía cuando volverse espeso, cuando disolverse en ungüento guardado, me pedía permiso para hacerlo; el cuarto tragaba su esplendor, los inciensos derretidos, el corpiño desparramado en sus mejillas, una piltra

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que aún suena para no hacer de la calma un cuerpo vestido. Capturados en su máquina de alas gaseosas hilvané su demonio roto, violé el lado izquierdo de su cerebro incorrupto, la ceniza de un cigarro que siempre será el último. Nunca quiso ser famoso, no supo cómo, nació para cagarse en los pantalones ennegrecidos por los biberones de su diosa, estancado infinitamente en la braga apestosa de su reina; hubiese querido ser yo el cáncer que acabó con sus pezones mentolados; ella me lo quitó, con frecuencia me decía madre, me ansiaba arrugada, yo lo quería vivo, sin callos en los pies, sin el brazo estirado; su raza agria terminó en mis dedos, ardió primero que la fotografía de su infancia. Batidos en hierro se acercaron los besos humeantes hasta la carótida, esperaron en el cuarto de tubos, no se salvó de las zancadas profundas escurriéndose por el comedor, le pedí que no desayunara, no había tiempo para masticar por ambos lados, para exprimirse fijador en el cabello, fue ingenuo, los hombres no tocan las puertas, entran, te

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llevan y se marchan. Yo lo esperé, metida en la bata de arandelas amarillas, no olvidé la almohada, sabía que necesitaba dormir, llegar al día siguiente, porque lo único que importa es levantarse, ir al lavador y cepillarse los dientes, las señoras sin arrugas suelen cepillarse los dientes con frecuencia.

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Fedra Fui un apenas, una risa anoréxica con las piernas forradas en lana de carnero, lancé mi cuerpo al abismo de los lagartos, aterrada de insectos las encías, odiarle hasta mojarme era buen precio, la ira me iba endureciendo los senos, me arrastraban sus hojas de arrayán, era un hervor en ciénagas de esperma, me metí entre sus pantalones, aborrecía su cremallera abierta, pero nada me haría renunciar a sus brazos hundidos en mis brazos. Caminé con su nombre taladrándome la vagina, sintiendo el fulgor del desprecio, infectando de furia las muelas, las ganas de fregarme, ningún atisbo de su olor en mis vellos, en los pliegues seniles, llevaba los pechos estirados por la calle cilíndrica, congestionada, alborotada por el virus, buscando su lengua puntiaguda emerger en algas de coral; nadie hubo que me viera correteándole a los sarcófagos, ni gusanos, ni válvulas de cuajo mordiendo la rampa; él nunca estuvo, no lo encontré en el buque de los sordos, ni

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en los nichos de salmuera, ni corriendo por la hierba con sus órganos negros al aire, agitándose como marioneta mamada. Emboqué su pene grueso más de una vez, hasta que se deshizo en mis mejillas huesudas; acostumbré bailar en su rostro tieso cuando se apretaba, cuando tenía frío, cuando sudaba trozos de piel. Era un alguien tendida en la cocha, destinada a mancharme, gritaba para reconocer su tacto; él desconocía todo: el clítoris de alambre paseando por sus ancas, las horcajadas raspando su espinazo; no veía, era ciego, un infeliz alimentándose de rincones. Esperé su pie enredado en mujercitas de mazapán. No estuvo. Hoy cada intento es necio; no aparecerán sus ojos titilando en las veredas; no embriagará con besos el hedor fluorescente de las mulas, no lamerá sus húmeros torcidos, ni rasgará las úlceras de mi barriga… La calle de brisas sigue viva, sus argollas lo cautivan; números tísicos se posarán en mí uno de estos días, los veo paralizarse en el cerebro como una cuerda

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envolviendo el cuello, quieren abrazarme fuerte, me dejo, el muérdago se pasea por mis ingles, tarasquea el sexo filosamente, no espero menos, en las estaciones venti no hay pactos, el deseo y la locura no lo admiten; si aún lo quisiera reventaría mis pezones y te los ofreería en botellas de zumo caliente.

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Frederik (carta de no amor) Los niños de alambre salen en la tarde, suben a los campanarios, se pasan los dedos por la humedad de las líneas erosionadas, escupen a las palomas y saltan; sienten el lengüetazo de la locura fruncirse en las ingles, quieren correr, escapar de los grillos chocándose en la ceguera del cuerpo remendado, quieren huir y no huyen, se quedan dormidos, picoteando las ojeras de la alfombra, sonámbulos entre el maniquí, ribeteados al brazo ademanes eléctricos como pánico derramado en las tripas. Pero hay otras crías, de otro torcer, codos y piernas colorados, con dedos carnosos en la voz. Amanecen pegados a la noche pasada, comiendo fetos de lumbre, ansiedad envuelta en azúcar morena, cabizbajos entre cucarachas “corti”, a horcajadas en algún ronquido de alcantarilla; lamiendo rostros diminutos, costras de cometas en la calle, consumados, como queriendo bautizar con su nombre la jornada que les viene,

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urdiendo besos de pan a la orilla de la tisis nocturna, delinean con magnolias las fibras del labio. A veces deciden morirse sin dejar rastro ni pasos vueltos a la escena del crimen, y aparecen como ahora, igual que vos, niño cadáver, suerte de cicatrices exactas, sin cabeza de helio ni pelos asomándose por las orejas, no tienen eco ni codos torcidos, solo dedo y crepé pajizo para que no se los distingan de las rodillas, como vos y tu vientre de caminos sin salida, todo hecho de abismos, encabritado, para no tragarse los arañazos del occipital. Tu cama ya no huele a nicho desocupado ni tiene cuervos corriendo en las pupilas de tu luna. Los de alambre juegan a hacerse daño como lo hacías a tus once, se creen amor y se angustian, se creen ganas y se quedan callados, secretan poemas de cartulina y no los recogen, llegan sus ojos a la hora zero, con las manos embarazadas de tinta, pezuñas contraídas de letras ajadas, verrugas en la garganta. Se vuelven polvo negro enhebrado a la quijada, a las lacras del cuello, tienen vocales en sus yemas de

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aguja, no se guardan en baúles de gas los lunes, ni se esconden, no dicen, saben que si amanecen mudos las hadas les lamerán los huevos y succionarán inocentes los jugos salados, agua coagulada desde adentro, adentro de los desbocados, y terminan siendo papá y mamá, extraviados debajo de la mesa, jalándose las vergas enanas, pellizcan cavernitas de hule, convierten sus caricias en efigies calcinadas, se divierten –el papá y la mamá es siempre para corromperse- se prensan, tinguetean los olores terminales, emanan suspiros rancios, inventan biberones que laten y los tascan, los dejan secos, con vida apenas para encogerse. Creen que son uno solo, hijos tuyos: ancianos primero, luego torpes; armando un esqueleto de chaquiras rojas, objeto sin forma… te construyeron; liman los huesos de la muerte y tuestan dragones de fiebre en tu sala blanca. En domingo tus niños oxidados son sarpullido de sed, de sal, de manteca líquida en mi vagina, confundiéndose con el cuerpo empinado, envejecido

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por sus encías, ventosas de carne succionándome, despellejando carcajadas anónimas, suspendiendo el ruego. Los ojos blanquiabiertos transpiran líneas de anilina, vomitan porciones de insomnio; desgraciados, van tanteando el secreto lúbrico del ombligo estirado, de la piel blanca tendida en el mesón, espigada, sin latidos, sin estampidas internas, nada de axilas inferiores, nada de glandecito enorme, hinchado, perturbado, ningún insulto de burdel a mitad del torso; no te licuas en ángeles de esperma, ni siquiera los muslos contraídos, abiertos entre su nacimiento y el manoseo de tu dios. Todo un silencio ganglionar, igual al animal incrustado en tus sesos, la tumba clavándose al espinazo de su dueño.

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Gustav Piensas si esta noche dormirás y cuidas que tu madre no penetre, como ángel de la guarda, bigudíes turquesa a las diez treinta y es seguro, mañana no te freirá los chorizos ni liberará el hielo en tu cabeza. Cubres las ventanas cian, tiras de celofán acomodadas en pie de lucha, pones esponja al lado derecho de la cama, te conoces, sabes que al dar la vuelta caes; junto a la foto de un primer partido está la bandeja con parches, esperando tus arrojos de la semana, enciendes incienso de canela para lidiar con los olores encarroñados, en tus dedos silenciosos se cosen dos tabacos, esperarás a que suene la alarma y los fumarás, desesperado, atolondrándote en tus juegos de colegio, esperando que la arcada venga a salvarte con su ardor en la garganta, llevas la cuenta, diez días del mes noveno, el festejo se hierve como gusano ardiente en la boca. Desprecias el agua de vieja, las harinillas, te escarbas en el piso, hierba dura jadeando en la vejiga, no

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escuchas música, esta noche no tragas los tres platos de arroz ni la cáscara de huevo. Aguardas en tus miedos de gago, sudores etílicos cambian el tinte de las vigas, los calzoncillos se mojan en la baldosa, tu miembro, desconocido para ti, ayuda a que tiembles más deprisa, no quieres que lleguen las mujeres sin enagua ahora que limpias la cabeza del huésped extrañado, sabes que vendrán, ellas nunca faltan cuando estás borracho. Te haces armaduras de caucho y arrimas tus culo de niña en el ángulo favorito de los castigos infantiles, clavas los ojos llenos de luces-discoteca en el punto de la televisión, ya suena la melodía empedrada de los tachos municipales, tamborcitos apretados en el zinc anuncian tus minutos de chacras oscuras, se acercan las sin enagua, marimachos desportillados, su olor a gres de baño público, sus penes atrofiados, sus dedos redondos comienzan, les encanta sacarte trozos de hígado. A ti no te gusta y lloras. Ensucias con babas de contrabando la sábana, te mueres de hambre, de sed,

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demonios de la masturbación acechan los cronómetros duros de la frente. Usar la lógica a estas alturas no es saludable, te vuelve loco, te estrangula, imaginas la cuna de la menor moviéndose a tu lado, el hombre del otro día tiene su cara embarrada de migas, adherida al vidrio, le temes, ya no le convidas, comienzas a faltarte, se supone que debías ser feliz pero eres idiota, igual que yo, ahora más que de costumbre; las sombras te devuelven un pecho envenenado de uñas necro, cortilargas, no quieres amanecer despescuezado, entrepiernas depiladas, no se te ocurre nada para tranquilizar tu cara roja, el ingenio te abandona a mitad del amoníaco, estás ebrio, sólido, madejas de frío en la sien, vuelves arrastrándote del vómito, deforme, cobijado de zombis , los ojos enterrados en chuspas de plástico, adentro. Tienes una enfermedad difícil de pronunciar; a veces no se sabe si hay muerto o eres tú meneándote con tu careta de seis de diciembre, hueles a humo, pudiste encender el primero.

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Shopán Yo escuché la que es su tos, funcionando como un escarabajo boca arriba, acurrucada en su víspera, igual que el útero frío de mi madre, parecía migaja enredada en las gargantas del gato, melodiosa, combinaba con su traje y con sus manos y con su cabello, tosió todo el día, para mí, en privado, solos los dos.

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Julia Esta es la casa vieja, nacida el día en que yo nací, los árboles bañados de laca se mecen en la oscuridad, la candela es horrible, imposible que alguien pronuncie palabra. No vienen a ver si como, si ya limpié el retrete, si estoy sola, atestada de vello en las axilas, paralizada, mirando el pavor incrustarse en las panzas esféricas de las tarántulas, no sé cuál es la mano que me masturba ni la boca que se abre, los dientes de los escarabajos rechinan, chupan mi tiempo, estoy en blanco, cero igual a cero, en espiral, punto, murciélagos transparentes mordisqueándole la médula a la aguja del toca discos. Debo enredar mi piel en las ramas, el cuartel de desencarnados no debe mirarme, nunca miran a los árboles, hay que zafarse del campanario, los despierta, vagan por las hierbas del pantano, tienen reloj en su tercer ojo, están en celo, las lechuzas no les harán el favor, nadie debe fornicarlos o les saldrá un cuerno en la espalda.

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Los duendes no tienen novia, se enamoran de sus pasos estrechos, consumen orgías chillonas en los altares de la capilla, beben níspero y hacen gestos de vejiga repleta, amanecen con cara de momia, me visitan, se van orinando en mis platos de miel, durmiendo en mis zapatos, jugando en los graderíos, nunca crecen, es su pretexto, me manosean las tetas, abren y cierran mis muslos, son unos dementes con la nariz desaguada, danzan junto a los helechos, ingresan sus falos chiquitos en mis orejas, mi fosa les da miedo, podrían perderse. Sus himnos a la luna son asquerosos zumbidos de colores. Van por las carreteras, confundiéndose con payasos gordos, se sacan los sueños y se los dan a los chanchos. Aún no llegan, desaparecieron sus caricias rugosas, el gozo de su saliva, un dibujo de quijadas triangulares, pies de hilo. Esta noche vendrán, lo puedo oler, se estrellan con frecuencia en los vidrios de la estancia, pero hoy no dejaré que sus uñas de esmeril me rocen, no balbucearán en mi carota sus nombres obscenos ni

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sus tiernas piernitas se confundirán con las mías. Esta noche no es posible derramar gritillos en las esteras, no dejaré que entren, mi té para dormir no lo permitirá, nadie puede con el té, la casa vieja tampoco.

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Lady Mab No sé muy bien como sucedieron las cosas, tres meses antes dormimos juntas, ella hablaba de todos los desconocidos, luego se durmió, yo después, se enojó por mi falta de atención, no me importó que se enojara, escapó de su casa, los caudillos de su padre la buscaron entre mis dedos, debajo de mis piernas, tras las cortinas; mi padre no me buscó, mi padre era un buen hombre, no cedía su asiento en el bus, no decía permiso ni buenas noches, me enseñó a matar y el arte de limpiar la escopeta por dentro, me la acomodaba en sus botas de leñador, las hacía piel invisible adaptada a mi canilla, fumaba en la ducha conmigo y me enseñó a fabricar aros de niebla, en el desayuno le gustaba hacerme beber su humo, él era bueno, me quería más que a sí mismo, rezaba por mí cada cumpleaños, él me salvó de mi primera vez, de la combustión interminable, de las pailas del infierno, de ese objeto largo que ellos tienen y que no se toca, que no se mira; papá me lo decía antes de hacerme dormir;

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luego, él murió, se llevó sus secretos, sus instrucciones, su cosa mala y la escopeta, me quedé con la ducha. No recuerdo el calor de las pailas a la entrada del puente de San José, a pesar mío, a pesar de todas las cosas que no se tocan y que toqué con tanta insistencia, golosamente, incrustándolas en mi ombligo como huellas digitales, creo que las extinguió para que nunca me cojan porque soy buena como él, ella no lo cree, a mí me da igual, aunque sea su única amiga. No la vi por algunos días, supo ocultarse o no la supieron buscar, estaba ayunando en su recámara, refugiada en el closet, cuando fui a su cuarto le llevé de comer, se atragantaba como saliva de la cárcel, su manera de comer era repulsiva, pelo graso, pegajoso, olor a panal de abejas. A eso de la merienda vino conmigo, no le pedí que me siguiera pero lo hizo, me compró ropa, le di su primer beso como parte de pago, la besé tiernamente no quería tocarla tanto; con torpeza pasaba sus dedos rosados por mi cara, tuve terror de corresponderle. Llegamos a la plaza de los tuertos, piel de gato

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alfombrando la entrada a la pequeña cantina, chamizas de oraciones enlodadas rozaban el filo amarillo de nuestras vértebras, de nuestro hocico herumbrado; al pie de cada casa había un trébol marino para desviar a los visitantes, los tuertos odian las visitas pero a las mujeres les brindan un jarro de aguardiente, yo no era una mujer y ella tampoco, no bebimos, nos echaron a la calle con el loco de la carretilla, en el cemento curtimos la piel que nos quedaba floja, un fruli gritaba cada segundo de las horas, siete y un segundo, siete y dos segundos, su ronquera interminable perforó todo el espacio, la señora de la plaza, una enana divina, los cabellos amasados en centeno y manteca de avestruz, envuelta en paño húmedo, nos ofreció comida, -hubiese querido comer de ella-, era de esperarse que estuviera malograda, ella se la comió toda, eso también lo esperaba. Entramos en una casa de esquinas verdes, un jardín enorme en la mitad, me sentí carnada y eso fui apenas cerramos la puerta, enterramos las llaves en la

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garganta del albatros guardián; nos perdimos en las anteras de las flores, nos hicimos transparentes, sin reflejo, sin sombra, huérfanas de nosotras. Lo peor vendría después, entró el comisionado con su iguana, tenía gorra de cuero, en el brazo llevaba tatuado un peludo y un girasol, el tatuaje le daba aire de arlequín, aruñado por toda la mala suerte del mundo; ella abrió su boca hinchada de esporas, nos defendió, creyeron cual niños en su historia, dijo que yo era muda, que por eso no decía nada, fue muy hábil aquella vez, ojalá hubiera durado; con el comisionado vino también su secretaria, fofa, hueca, vulgar, delgadísima, cabía en mi cuerpo y en todo el edificio, se agachó para verme las mejillas, me las tocó y a ella el pecho, sus gafas veían a través de mis dientes, la forma abierta del paladar, mi lengua moviéndose; esperó a que el tatuado se fuera y nos entrevistó, tenía una liga en la mano y un parche verde cubría favorablemente la cicatriz en la nuca, me miró con desdén, no creía en mí, pensó que la tenía presa, atrapada en mis pies; la abofeteamos juntas, como

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si nos amáramos, fuimos corriendo al otro lado, el césped crecía con cada gramo de su respiración, vislumbramos una caseta, pasamos allí una vida, nos freímos poco a poco. En la ciudad de los tuertos ya no se habla de las extranjeras, la secretaria renunció y se convirtió en cazadora de niños, nos adueñamos del césped y la caseta. Nunca sospecharon de nosotras, mucho menos de su cara, fuimos casi sigilosas, un poco descuidadas, a pesar de ello todo salió como en el manual, se vistió con un cintillo blanco, yo tenía botas hasta los muslos, no podía dejar de mirarlas, eran las que me faltaban.

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Manuela Tengo 19 años y un amigo, lo llevo en mi bolso como franela higiénica, nací en este lugar, rodeada de cólicos infecciosos, esperé mi menstruación ansiosa, ingenua; hoy es mi primer día, soy oficialmente una mujer. Me observas con desprecio, no te soporto, te siento en mi respiración, te odio, quiero enrollarte, arrancarte un pedazo; duele, me late, debo llorar, las caderas se desprenden. Fuiste en vano, no eres ese hombro del que hablan, te escurres como rata entre mis senos, los aplastas, los muerdes, te sacas las cejas, te niegas, me pegas; a mí no me importa, yo sé que sin mí no quieres estar, nunca libre, nunca solo, yo te di la vida, los botines azules, yo te puedo borrar, tengo el poder, nos somos irremediables; te embarras los pulgares con mi sangre irritada, posas en mi labio un sabor amargo, un jugo de frutas enlatado, te quedan las uñas sucias, empalagosas, pronto pasará, encontrarán las llaves y me llevarán al río, de niña me llegaba hasta las rodillas, cada piedra, cada

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musgo que me picaba lo guardé en mi mochila, la escuela era nuestra excusa, el río yo y la escuela; un ático perdido me descompuso, todos me buscaron, por todas partes: bajo las bancas, tras la puerta, en los inodoros; el reservorio fue mi hogar, no recuerdo más que el pórtico, Piter estuvo allí, no quiso ayudarme, al otro día empacó. Cantaron con ropa negra en mi honor, no hubo silencio, nadie supo quién era, lo entonaron mal, retapizaron mi nombre pero yo regresé y me escondí del baño que solían darme al lastimar el vestido, le arranqué su lacito rosado, delator, chismoso, no pudieron encontrar las llaves. Quiero salir, moverme, quiero ir al río, ellos tras de mí, todos iremos, Piter no, él es malo, él mató a Croquet, porque le quería más, le dejaba dormir, parecía un pez acariciando la carnada, tocaba el piano, se estiraba prodigioso en mi tacto, le arrancó las extremidades de las mías, yo lo amaba, nadie pudo moverlo de mi membrana. Siento cosquillas en los muslos, son los drums que vienen a matarme, nacieron del incendio, el escritorio ardía

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desesperado, como si fuera su última oportunidad, traté de sofocarlo, el fuego no se quiso ir, me agarró de las orejas, tenía una cara fea, aullé sin pausa, me quedé sorda, inanimada; comí de ellos mientras dormían, igual que los rufianes, fueron como mermelada de mora, tuve pesadillas, una blanca, enlucida de bond, yo no estaba en ella, una mujer hecha de mullos recogía sus cabellos, me hizo un nuevo carril, vino a mí, le dibujé labios grandes, tenía una sonrisa bonita, más bonita que mi mamá.

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Bobi (primer intento de reconciliación) Que llevo mi vida en un espiral de cristales y una enorme panza en el centro, me pulsa, me estorba, no se detiene, mi espalda encorvada sigue; soporto más los malos olores que mi día a día, soy un anacronismo, un buen vivir, para mí no están, de nada vale mi jeta gruesa, nada me sirve. No hay más que cenizas sin limpiar y esa mujer amarilla en el escritorio, su lunar como huella escondida se aprieta entre los glúteos, un rizo de cabello negro clava sus dientes en las fauces del ladrillo, la mujer amarilla, sagrada, ramera, infectando la costra de una hoja, mujer sin movimiento. Debo descender, dejar de sostenerme, las uñas me queman, el foco quema; quisiera merodear en sus pestañas hoy que no moja sus labios dulces en sorbos de jabón, penetrar en sus ojos mi inocencia reptilínea hasta que ya no quede borde, restregando incesante,

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las noches completas. No tengo paz, su coro en mi cabeza intenta dormirme, mujer de papel periódico, seguramente estás planeando otro viaje al muro, o devorando los tamales fétidos de la vieja de los tamales. 8peeme, no he comido, no comerás. Siempre te quedas trepada en verde, mostrando las caries, abofeteando mi rostro con tu chupete robado; a mí, que te raspo la espalda con mis patas hediondas, que tengo la cola enredada en tus sueños de escamas; nada de eso te gusta, no sonríes, no sabes decir gracias, eres un bulto de hielo, de cigarrillo y otra vez de periódico. Toda mi vida observándote: vos con tu bigote prematuro y el fragor comprimido en tu cabello grasoso, vos que me quieres cuando duermo, cuando no puedo verte, custodiando tus manos que asustan, tu fluido endurecerse en el tablero, el aroma naranja, demasiado olor para una bestia con la jeta abierta como enfermedad. Nunca me mueles trigo, a mi plato nada más acude el agua de la gotera. No eres buena para mí, debería engullirte, trenzar tu piel en el

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alambre rojo y convertirla en un soplete contra tus parientes, darme un regalo navideĂąo de alitas polares. Tu ingle de escarcha no me deja, el gusano de tu lengua se me quiebra en los cartĂ­lagos; basta de mover tus palabrotas en mis mejillas, no me duelen, y tu nariz rodolfa no absorbe siquiera el esqueleto subterrĂĄneo de mis pulgas. Eres un bicho.

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Mina H. Te chuparon la sangre, en tardanza, jalando del avispero la fragancias, olvidaron calzarte los pies, tus hijos metálicos pasaron sobre ti, crujen las ampollas, los pensamientos de triptanol te pesan, siempre se te hizo difícil cargar con tus posturas rectas. Nadie te quiere. Andas rancia. Espantada. En tus ojos se filtran las noches pasadas, el esperma endurecido, las eyaculaciones precoces de tu criatura fucsia. Un loto perlado se esparce con la baba. Nada te espera. Las fibras de tus ácidos llegan tarde, mejor no hubiesen llegado, amaneciste fea, estampada, sorbiendo espigas hediondas por las ojeras, no hueles, olvidaste el zarandeo al caminar, el filamento del tacón, dibujas números en la tina con tus pelos sedosos, enjabonados de lagañas, ya no da vuelta el raso del cielo, tus papeles en orden, no lo puedes soportar, ya nada se detiene, las cápsulas desaparecieron, la pipa, el laxante, las uvas de dieta; no puedes jugar con tus óvulos de plástico, faltan las piruetas, tus juguetes te

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cedieron. Nada te espera. Ni te quiere. Ni el bienvenido. Aplacar las hormigas es mala idea, los cojines no bastan, amanecerás poblada de puntos rojos, diminutos como tu realidad, infeliz, incondicional a la desgracia, fiel a la mala suerte, solo él nos quedará, menos triste, menos miserable, bordado de puntos, estás dañada, adornando de esferos tu cabellera, abrasada, masticando brócoli, enmohecida, insertando tus dedos flacos en el hoyo sin fondo. Se nos vino con él la puerta, reclamando su falo espumoso. Qué harás. Llevarle a la ducha, culparle de todo, nutrirte de sus líneas púberes, dejarlo ir; en qué te convertirás hazmerreír de glaciales pipones, horrenda, insaciable, con los pliegues mordisqueados. No te apures, los callos en la puerta llegan a cinco, saca tus tazas de té, a Juanita y las manos sucias de la muñeca de trapo; desvalija tus galletas piel gruesa, los cubiertos los guardan los soldados de polvo, es tu turno de fraguar el té y las pastillas, es tu turno de ser mamá de muñecas, no vaya a ser que mañana te

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den ganas de vivir. En los rincones desapareció tu mentón enconado, la muñeca de plomo abrió sus ojos como perro en celo, de tus días claros ha quedado un tufo a borraja y fundas de plástico. Permaneces en el centro, aplastando los pulmones, no duermes ni amaneces con las cortinas abiertas, derrites tu fémur en la silla heredada, nadie te salvará del juego negro, recuerdos que se chocan en las paredes como babosas raspándote la vulva; no podrás vomitar ni saltar en puntillas, no se mecerán en tus monólogos las turbas violentas, nunca más tu mano tullida le dará cuerda a la música terrible, carnívora, te niegas, elegiste la posición fetal, elegiste esa túnica.

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Esmigol A los niños de la cueva ya no se les ve el color de los ojos, de solo llorar ya no lo tienen, algunas veces paran, retienen el aire, el gemido, la tirisia; se guardan en regalitos, durante 24 horas se ausentan y preparan su próximo alacrán de retinas. Luego del día, los niños vuelven a la cueva y se dedican a borrarse, felices.

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Morgana El rey murió con los ojos abiertos. A sus pajes les falta la lengua y llevan alfileres cabezones incrustados en los lacrimales; son ciegos; no saben de la muerte, por el griterío piensan que es el alma errante del cuervo en el faro, solo yo supe que eran las cuerdas bucales de su majestad explotando en chillidos puntiagudos, arrastrándose incapaz sobre la seda, aún se rasgan en mi paladar nogales encendidos en tinieblas. En palacio nadie llora, un rayo se derrite en hornillas de lodo, las neuronas comienzan a borbotear, la saliva explota por las cáscaras de los labios. Está tieso. Incrustado en la hiel del vientre, embalsamado de nieve tóxica, líquido amniótico corriendo por las anginas. Amarrado con saquillos de piel lo arrojé a la quebrada. Cuando el susto se le clavó en el gañote dijo mi nombre, quiso verme. Su mirada jamás fue tan gloriosa. Mis dedos no fueron los que le envolvieron el 57


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pescuezo, tampoco le unté de manchas las pupilas, no murió cuando aplasté como bombas de harina sus testículos. Ni los garfios en sus nasales le pudieron. El rey reía cuesta abajo, ungido por su coronilla pringosa, rallándose las piernas de espigas, cayó entre el penco y sus lagartijas, se trozó con delicia frente a mí, comiéndose de miedo, de ganas de mear. Poco después se estiró inflamado de violeta y abrieron sus enormes poros las amebas de la carne. En palacio todos lloran, el cuervo cesó el chillido.

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Otilia Es el deseo; el morbo de llorar, de arrastrarme a tu cama y decirte que me abraces porque el insomnio me está perforando, mentir que escucho voces de sierra junto a los duraznos, quedarme contigo, teñir tu sueño de ojeras moradas mientras te cuento que este día fue de niebla, que el humo de la chamiza me raspa la garganta, decirte que mi vos deja huellas de sangre en los camisones, que en la calle hay muertos persiguiendo siluetas en uniforme, que hoy no ingerí calorías y que te extraño a ti y al que te sigue, que quisiera obstruir tu camino, deshacerme de los globos de favus, traspasar lentamente alfileres enmohecidos por tus dedos y dejarte con los ángeles tartamudos, entonando un Tantum Ergo sin pelos, rasurado.

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Escaliborn Contenida en una silla, ahora, sostén de cualquier cosa. de tu voz. Pronto llegarás, revisarás que las llaves del gas no estallen y te rascarás los huevos, dibujarás alguna vez mi nombre, tomarás un vaso con agua, orinarás y luego a la cama, extendido de par en par, talvez mi señora dowina te erice la barba; o quizá, nada de eso pase: ni te acuerdes de mí, ni te dejes amar por mis dedos, ni le susurres a tu felpa en donde estoy, ni te mojes; talvez solo te quedes dormido, con la piel colgando de las manos, sin escuchar cuajar mi piel sobre tu vientre, ya no soy tu victoria, nunca más disputarás mi brillo, estoy fuera de riña, de bajas intenciones, tu muerte ya no es mi muerte, fue más simple hincarme en esa piedra infecciosa entre insoportables infantes de pecho, pude atravesarlos, pude ser criminal, bella, un racimo de fuego, de buenos modales y no lo fui, por tu culpa: el piadoso, el bondadoso; ya no querré temerte más, odiarte más. Estaré quieta, entre pelusas,

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gallos matones, y tus manos perfectas me acariciarán el cuello, y tus uñas perfectas tratarán de arrancarme los pezones, tú no lo sabes, ignoras que ahora juego en tus rodillas, que pronto subirá mi boca obtusa por tus ingles de mujer y te arrancará los vellos, la cicatriz de las arpías sangrará en mi nariz, carne para la carne, no me detendré, un ligero ruido angosto te chupará, remojarás tu lujuria en tazas de leche caliente, romperás en ladridos de loca, de novia ultrajada; no sabes que hoy eyacularás carcajadas siniestras en mis mejillas, que tu falo se levantará hasta besar el lago de mandrágora internado en mis senos, ignoras que esta noche estaré penetrándote con mi agalla sucia, mi lengua roja que te arderá en las orejas; tú no sabes, querido, cuando se convertirán tus gemidos borrosos en esporas de hielo.

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Su-yeon Sus caras se derritieron en pulpos de anillos petróleo, estábamos todos, los que no me querían también, el sitio era blanco, no mostraba mucho, la luz se regaba en los cabellos, les llenó los sesos de ángel, los rubores desaparecieron, todos se miraban extraviados, sin saber qué decir. Así fue por mucho tiempo, el murmullo se hizo molla y la molla se hizo comestible; probaron de mí en un antojo de malacrianza, luego del bramido nuestra avaricia se detuvo; empaquetado en su piel de raso se me cayó de los brazos, su nariz no asfixiaba, sus pequeñas uñas fibrosas no nos marcaron, era un harapo y lo quería, pero resbaló, inútil, estúpido. Su risa seca me llevó a la primera crisis, el día ochenta y seis, el intocable, por el que ahora resucité en flamas de hiedra otra y otra vez en línea sólida, el retorno inevitable, la entrada perfecta. Una nube de escarlatina se le posó en la cabeza, su cara la de una tira vidriosa delgadísima, como dos cabellos enredados, tensa, toda ella una punta brillante, se 62


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fue volando, no lo supe controlar, traté de detenerlo, estaba muy lejos, cada vez, de mí, roto en caricias arenosas, las latas le crujieron el estómago, ningún tal fue a salvarlo, salió disparado por el agua de fuente; le extrañé tanto que me volví caricatura, deshermanada, deshecha, destruida, destructiva, intentando pisar el freno, no, la calzada no, arrojada por el parabrisas, me amarré a la parca como piojo, su imagen iba entre mi rueda, no pude ver, se escuchaba en el gemido un culto de flautas divinas, sedantes; tras de mí pequeños querubes recogían con sus papilas el lóbulo aguado de la furia, la carretera perdida en gasolina, gotas de cutis adornaron los árboles, ardieron en un pedazo único los alaridos de las sirenas, un estallido de paz infinita azotó el cuerpo, los ojos se me abrieron.

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Susana Yo quería ser un niño, con los ojos grandes, blando, que me digan mariquita; quería ser un niño de pantimedias, usar un abrigo rosado y mover mis caderas imitando a Marlen. Ser un fugitivo, fumar las colillas de mi hermano mayor y que me golpeen por nerd en la escuela de hombrecitos donde estuvieron los padres de mi padre. Mientras miro por las gafas del conserje puedo divisar que no tengo los ojos negros, enormes pestañas alargadas por un tonel de rimel caducado dificultan mi visión y mi anular deja borrones en la boquilla del pantalón; tengo un corsé que no me deja respirar, apenas una especie de protuberancias aparecen pegadas como solitarias a mi pecho, no tengo un juguete entre mis piernas, y no soy un niño pequeño, maldita la hora, maldita.

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Etelvina Detrás de la cascada se extiende la oscuridad, aguda como un hoyo en la barriga, más grave que la hernia del pecho, un botón de luz se amalgama con las puntas, espinosas, cuadras de horror latiendo. En un santiamén se pudo, a duras penas, sacar el grito, subido desde el aliento profundo; el tieso del Mañungo, menudo, fornido, como él ninguno, nadie, ni el monstrro de la quebrada….. decía que la vieja estaba embrujada, ella y toda su cara, sacudida por alarmadas moscas negras, dispersas, en montón, por los tres círculos de la nariz, husmeaba ruidosamente en las artes de hacer chillar a los niños, criaturas pavorosas atascadas en la vereda, todos en diástole y sístole, el mínimo movimiento y nos jodemos, era el castigo para los curiosos, jugando primas con tapas de cola-costa, peleados hombres con mujeres, balanceados en la oscuridad de la escuela vacía, junto al hedor nokaut de las letrinas, todos trompa de

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serpiente, tentando a la superstición, más peligroso que tentar a la muerte, haciendo hoyos con piedrecillas de lastre, escupiendo al aire, embarrando el rostro de bacterias; cada risa fue un sepulcral aliento inmundo amarrado al adefesio, apretado de vicio, cólera, rojo 40 en la esclerótica, labios, caderas; a lo lejos, la vieja, vieja loca, riendo con desesperación, perdida en la tierra de su ventana, alejando cada, cada rastro de cordura en nuestra estúpida mirada paralítica, dos veces más, se escurrió desde el vacío hacia nuestros pies, el gimoteo ese, engrosado en latas de durazno, batiéndose en nuestra espalda, algo en nosotros se echó a correr, algo fuera de nuestro alcance y bien cerca de este mundo, el Mañungo, como siempre, se dio la vuelta y siguió jugando, para que vea, vieja de mierda.

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Gladis Su cuerpo apestó religiosamente durante los 5 días en los que la semana transcurrió absoluta, tranquila. Ningún ser vivo pudo traspasar la maraña que cubrió su rostro inhóspito, caído como melaza derramada, ridículo, apremiado de cemento-contacto, una máscara de máscara, vogue, base, cada frasco en las retinas. La vaciaron toda, no le dejaron ni la bacinilla.

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MárgareT No pude sino hasta ayer volver a verte la cara, mala sangre, sangre de judas, envuelta en tulipán, gargajo encendido, trepadora, garganta agujereada, oleaje asesino, calma, despreciable, moretón hundido en el golpe bajo, cascajo despilfarrado de la noche del lahar, hambrienta, hedionda, mosca muerta, envuelta en miel de hombre, podredumbre en babia, casi espina, cara, cara mía, vos, querida, hermosa, amante, vida de mi vida, ombligo escarpado en el fin del mundo, casi un roce.

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Sylar Colapsaron en tu frente instrumentos curvilíneos, colados, desperfectos, pirograbando tubos indisolubles sobre el hemisferio hermoso del cráneo, trasladando en plasma todo objeto visible desde los trescientos sesenta bolita cero que te agudizaron por segunda vez como cualquier segunda vez aguda. Hundiste amorosamente, como un padre, dioses de dios, cada centímetro de su oculto hueco sangre de toro, justo allí, en el sector de telaraña, pudiste comer de las sombras, de la resina del chirrido capilar de la rubia, la cada vez menos rubia y más roja.

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Tatú Pudiera haber sido que en toda su corta estatura y en sus cizañeras ganas de vivir “hubiera” alcanzado la meta máxima, el toque último que una criatura de cincuenta y cinco centímetros puede pedir, y digo hubiera, porque en esas tres sílabas y diptongo emergen, nada incipiente, el odio, la repugnancia, el disgusto que aquel exitosamente bêbado, ínfimo, pudo imaginar en esa veintiúnica noche que logró colarse en la hendidura repleta de vello y calostro que implica la pollera amplísima de una mujer hecha y derecha, todo este signo insignificante del más grande deseo solo prueba una cosa, la última relación histriónica del hueco carcoso que esto y aquello significa: hubiera existe, a pesar del condicional, presente como el hombre o la gula.

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Anakín Las mamas gotearon en la gema hirviendo, cada susurro se abre a la cojera de la pierna, un año más y no sabrás de ti, te habrás engullido por su gloriosa cuerda, quién eres tú para sobrevivirte, aburrido, cobarde, simplemente acalorado, la suerte odiosa que te vio ser semilla y plaga, comerás tus mollejas conchosas algún día, serás del hombre, del cielo y la fauna, del rastro escaso que caminó vaporoso el cordón gelatinoso de la que fue, sin lugar a dudas tu germen, pasarás a su pulso como un latido fraco, y aún así, (así, así) no querrás irte, escogerás el lado oscuro, la fuerza bruta, deshacerte del género, la capa, el escudo, de hermés, cartier y manolo, vivirás eternamente limpio, sin rastro de vos.

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Flores de Muguet

Rorschach Hemos visto crecer dos ángulos embudo, camuflados en su hielo, interrogantes a ciento ochenta grados de mí, animándose a la grieta del escarabajo. Puercos hemos nacido, sedientos, muertosdehambre, vagabundos; solo el asco nos comerá vivos, el deseo, buitre de su carroña se relame en úlceras fugaces, nos hemos engordado siniestros, amargos, remojados de almizcle en el sexo; una mamada de insectos sin madre, a-fecundados, holgazanes, hipócritas, come cadáveres; les fuimos una bocanada de almidón, cada quien una espuela purulenta arrimada en la laringe. Desaparecimos la sombra, como bravos escoltas del cemento, nos perdimos en el fósforo, una directriz de escorbuto a este, nuestro piso 21, donde estuviste tendido boca al techo, victorioso, cortándote las uñas, tanto disolvente en un cuerpo tan pequeño, seremos un calambre en la cabeza, un hábitat defectuoso, nulo, deslumbrados, más que un signo en el tris del espacio. Cara de Camello. 72


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Lucrecia El muérgano de su marido murió hace unos meses, atrincherado en los muslos de la cerda del pueblo, fue el único ser vivo que se le fue de las manos. Estuvieron los nietos de paseo, las vecinas huyeron a la despedida del mizhiojos, así como vino, se fue sola, escoltada por granizo violento, el aire torciéndose en la tierra asfaltada, piedras de río le picotearon las axilas, cavaron rendijas salvajes en las pisadas de los entierros, quedó descubierta la fosa cuadrada, mató, como a cuyes, a sus nueras, ninguna fue digna de su mano hechizada, les golpeó la cabeza hasta que los ojos atinaron el bote de leche, las bendijo con su gallo aguarico, enterró sus cabezas cocolas, hilvanadas una tras otra bajo los cilindros de gas. Ahora solo son rapiña de la memoria. En las noches, como en la mayoría de las noches, se cuecen murmullos entre las polillas del cajón, por la celdilla de la bodega, escapan, atontadas, risas de los recreos montoneros, galones de ratas trotan indefini-

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das en el tumbado, el absoluto olor del fango se oculta en el puño, todo fue ardor, dolor trigémino, puñetazo en los chuchos, vejiga irritada. Los maldijo, les hizo el mal, les heredó la tirria, el esputo en el caldo, borregos trasquilados; les jala los uñeros hasta convertirlos en harina, el ruidito lerdo de las perillas se esparce haciendo picadillo el susurro de la hendidura, punza la cresta, su plumaje negro intenso se golpea en el calzón, el grueso pico emerge de la pelvis; un dedo rígido puede, finalmente, acariciar el interruptor, alcanzar la cadena amarilla, porque las luces son vitales, nunca se apagan, si el foco se quema es la muerte, si el foco se apaga, nos lleva.

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Lucho Calla mudo, tonto, Tonto Lucho, ahijado de las putas, de las pitusas malas, tú y tu hocico de amalgama gris, perforado por las chambas del camino largo, restregado en abscesos, en mal de ojo, con ese palo siguiéndote a cualquier parte, correteándonos, perro ciego, tarascándonos las chompas, sin dientes, vago, pelo hecho trapos, enfriado, colado por el sereno, de tu pantalón de tela se estremece un inmenso recuerdo de hilo y lana, siempre riéndote, esfumando de tus colmillos canchapalas flameantes, andando viejo hacia abajo con tus piernas tembleques, enseñando tu funda de kraft almacenada de elástico viejo, trozos de hojas, los tablones de popelina; horrible, miedoso, gusarapo; no reloj, no cordura, te botaron aceite hirviendo en las patas, bombas de carnaval congeladas, mientras más viejo más verde, dedos torcidos, feo, tus órganos apenas moviéndose, acariciados, mangoneados día y noche, sin parar, no descanso, ni para ti, ni para las shuyas, ni la escuela. Hoy volviste, estás más cerca, doce y treinta acopio 75


Flores de Muguet

en la puerta, voy a caerte a tablerazos, por qué no sé manejar bicicleta, por qué no tengo novio con bicicleta, por qué se necesita cruzar la avenida y chocarme con tus mocos pastosos, siento tu cuerpo frente a mí, casi puedo palparte, podría estamparte la cara, embutirte las bolas, reventarte, justo ante mi falda plisada y sello rojo de los héroes de diciembre, cercano, podría pisarte, salir corriendo… - permiso - siga niña.

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CasiĂŠ-lĂĄj Sudando, veo fantasmas inclinarse a mi espalda, un, dos, tres, mi nombre escaldado en tu agujero. no ocurre nada para seguir ni punto para terminarme. esta noche me sigue a lo largo, mapaches en la ventana.

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