A 33 años de malvinas

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A 33 años de Malvinas Prólogo a LA IZQUIERDA Y LA GUERRA DE MALVINAS, Ediciones RyR “Miseria del nacionalismo” por Fabián Harari “En la medida en que hemos vuelto al principio a través del liberalismo y del radicalismo, hemos compartido estas simpatías por todas las nacionalidades oprimidas y sé perfectamente cuánto tiempo y cuánto estudio he gastado en librarme de ellas definitivamente”. Friedrich Engels “Señora, muchos son los que hablan de soberanía cuando están en el living mirando televisión. Que vengan aquí a ver si vale la pena derramar una gota de sangre por estas islas”. Alejandro Vargas, soldado muerto en Malvinas, en carta a la madre de su novia. La guerra de Malvinas fue el único enfrentamiento armado entre estados en el que intervino la Argentina durante el siglo XX. El país no participaba en una guerra de ese tipo desde 1865. 1982 fue un año crítico en nuestra historia. Sus consecuencias, sus secuelas y su imagen se arrastran hasta hoy. Fue una prueba de fuego para las fuerzas armadas argentinas, pero también para las clases, para las organizaciones políticas y para la izquierda en particular. Como ya sabemos, casi nadie pasó la prueba y lo que podría haber sido una oportunidad se transformó en un fracaso. Un fracaso de la burguesía nacional, pero que arrastró a la clase obrera y a las organizaciones revolucionarias, ya que (salvo honrosas excepciones) los más férreos opositores al régimen militar apoyaron la aventura. Ese arrastre fue lo que, entre otros motivos, permitió que la convulsión política subsiguiente no alcanzara más que para un recambio de régimen. Incluso, la salida de esa crisis encontró a la burguesía aún más fortalecida. El libro que el lector tiene en manos es un intento de explicar este problema, a saber: ¿cuál fue la actitud de las organizaciones que debían representar los intereses de la clase obrera argentina? En ese sentido, los tres artículos que presentamos no se dedican a explicar en detalle el desarrollo de la guerra, sino de analizar la intervención de las organizaciones revolucionarias ante la coyuntura. Los tres tienen una idea central y polémica: la izquierda se vio arrastrada por el nacionalismo y eso constituyó su principal debilidad. Los autores son tres marxistas reconocidos: Adolfo Gilly, Alan Woods y Alberto Bonnet. El primero, mexicano y el segundo, inglés. El hecho de que haya un solo argentino es toda una expresión de lo minoritaria que ha sido la resistencia al nacionalismo. Hasta ahora, la izquierda, cualquiera sea su tradición, reivindicó la guerra y la soberanía argentina sobre Malvinas. Inclusive, como una tarea necesaria para la liberación nacional. Pocas son las voces que se alzaron en un sentido contrario. Aquí encontramos tres trabajos de compañeros que, a contramano de lo que se viene sosteniendo, explican por qué esas posiciones constituyeron un serio error. Son un esfuerzo para sentar un precedente más adecuado a la tradición revolucionaria. Un punto de partida que logre superar al nacionalismo, una ideología extraña al marxismo y un tumor en el programa revolucionario. Los artículos invitan a repasar la historia de la izquierda argentina en un momento muy particular, ya que en 1982 la política revolucionaria se estaba rearmando luego de años de oscuridad y clandestinidad. Con todo, hay un punto que debe quedar asentado claramente: esas posiciones son parte de nuestra historia. “Nuestra”, no porque uno esté o no de acuerdo con lo dicho y hecho, sino porque se trata de aquellas organizaciones que pudo darse la clase obrera en ese momento. Eran (y son) nuestros


compañeros. Como tales, debemos saldar cuentas, revisar aciertos y errores, realizar inventarios serios. En ese sentido, el pasado es el único laboratorio que tenemos. Entender ese pasado no implica simplemente indicar errores coyunturales, sino fundamentalmente explicar las causas que los provocaron. Hacia allí se dirigen, en mayor o menor medida estos escritos: a señalar que algo no está bien en el programa de la izquierda argentina. Y que eso debe modificarse. Crisis, guerra y, otra vez, crisis

Como los artículos se concentran en discutir las posiciones de la izquierda y solo secundariamente analizan el conflicto, procuraremos recuperar el contexto, a modo de introducir al lector en el problema. El año 1981 resultó ciertamente crítico para la dictadura. En sus comienzos, Martínez de Hoz tuvo que reconocer el fracaso de su plan y hubo que realizar un recambio no solo de ministerio, sino de gobierno (Viola por Videla). A su sucesor, Sigaut, no le fue mucho mejor. Su frase “el que apuesta al dólar, pierde” se hizo tristemente famosa. Ese año, se registraron 2.712 quiebras, contra 829 de 1980. La inflación fue del 131% y el déficit presupuestario superó el 8% del PBI. Hacia fines de año, se congelaron los aumentos salariales para el sector público. Las dos CGT (Azopardo y Brasil) comenzaron una recuperación de su actividad y la segunda mitad del año fue testigo de varias huelgas, en especial, en la industria automotriz. La Multipartidaria (la congregación de los principales partidos burgueses), empezaba a reunirse con las autoridades y la diplomacia internacional (principalmente, EE.UU.) presionaba para un cambio de régimen. En términos políticos, en 1981 Argentina tuvo cinco presidentes: Videla, Viola, Liendo, Lacoste y Galtieri. Todo un síntoma de la crisis. El último de ellos accedió mediante un golpe de estado pergeñado por la Marina, el 15 de diciembre. La nueva Junta se compuso con Galtieri (que no dejó la comandancia del Ejército por temor a las internas), Jorge Anaya y Basilio Lami Dozo. Viola, a través de su ministro del Interior, Horacio Liendo, intentaba una transición hacia el sistema partidario. Sin embargo, los planes de la Marina eran diferentes, ya desde tiempos de Massera. En diciembre de 1981, su comandante, Jorge Anaya, promovió al jefe del Ejército de Viola, Leopoldo Fortunato Galtieri, a la presidencia, a cambio de que éste aceptara su proyecto político, que incluía la recuperación de las islas del Atlántico Sur. Es decir, el golpe de estado tenía como función obstaculizar la entrega del mando a los civiles y preparar una salida parecida al PRI mexicano o a la que impuso Pinochet. La ocupación de Malvinas era la pieza clave de ese entramado. Las ambiciones de la Armada sobre Malvinas son antiguas, pero la ofensiva más visible data de 1974, cuando Juan José Lombardo, quien respondía a Anaya, elaboró un plan para tomar Thule, una de las islas Sandwich, que se implementó exitosamente en diciembre de 1976, sin mayor reclamo británico. Lombardo fue el mismo que planificó la ocupación de Malvinas seis años después. En los primeros tiempos del proceso, Massera, enfrentado con Videla, le exigió a éste que se procediera a la recuperación de Malvinas. Para evadir el asunto, Viola (Jefe del Estado Mayor del Ejército) y José Rogelio Villarreal (Secretario de la Presidencia) le requirieron mayores detalles. Como el almirante no los tenía, tuvo que resignarse. No obstante, le encargó a Anaya que preparara un plan para tener a mano. El 15 de diciembre de 1981, apenas se consumó el golpe, Anaya hizo llamar a Lombardo al Casino de Oficiales. Allí le comunicó que debía poner en marcha el operativo en completa confidencialidad. Más


tarde, se le sumaría Osvaldo García (Jefe del V Cuerpo del Ejército con asiento en Bahía Blanca) y el comodoro Plessl. Entre los motivos que lanzaron a la burguesía argentina a la aventura armada hubo también un componente internacional. La posición argentina se caracterizaba por su férrea alianza con los EE.UU. La Junta pretendía convertirse en el principal baluarte norteamericano en el continente. En particular de un proyecto de una OTAN del sur (OTAS), en alianza con Sudáfrica. Para ello, había apoyado el golpe de Luis García Meza contra el presidente electo Hernán Siles Suazo, el 18 de julio de 1980 y había enviado efectivos para la lucha contrarrevolucionaria en Honduras, El Salvador y Nicaragua. Se había ofrecido para conformar el contingente que garantizaría los acuerdos de Camp David en el Sinaí, pero Washington prefirió no distraer las fuerzas en Centroamérica. En 1981, Washington levantó el embargo de armamentos contra la Argentina, votado en 1979 (enmienda Humphrey –Kennedy). En ese contexto, la Junta evaluaba que una victoria militar podía posicionar al Estado argentino como garante de la política contrarrevolucionaria. Esa posición implicaba no solo mejores acuerdos diplomáticos, sino una más fluida asistencia militar y económica. La frustración que representó la mediación con Chile, la entrega de Rhodesia (colonia británica) sin mayor combate y la sucesiva reducción del presupuesto militar británico, alentaron las expectativas del gobierno sobre la posibilidad de un golpe de mano en Malvinas. El anuncio del retiro del único buque militar inglés en el Atlántico Sur (el Endurance), terminó de convencer a la Armada de su proyecto. Como vemos, la ocupación de Malvinas no era parte de un enfrentamiento con el imperialismo, sino de una empresa reaccionaria que buscaba perpetuar un régimen de persecución a la clase obrera y convertirlo en la dirección del combate a la revolución a nivel continental. El 11 de marzo, en la que fue denominada Operación Alfa, el empresario Constantino Davidoff llevó tripulación argentina en el buque Bahía del Buen Suceso y, sin autorización británica, desembarcó en Leith (Georgias), donde se izó la bandera argentina. El incidente desató una serie de reclamos diplomáticos, disuadió a Gran Bretaña de no reducir sus esfuerzos militares y quitó el factor sorpresa a la futura ocupación. Esa isla iba a quedar bajo el gobierno militar de Alfredo Astiz, que luego la rindió sin disparar un solo tiro. El 30 de marzo se lanzó la fuerza de ocupación de Malvinas, que debía desembarcar en Puerto Stanley. El 1º de abril, contando con esa información, Ronald Reagan intentó comunicarse con Galtieri para advertirle que, en caso de guerra, EE.UU. apoyaría a Gran Bretaña. El presidente argentino decidió no atender hasta pasadas las 22, hora en que el desembarco se tornaba irreversible. El 2 de abril, se produjo finalmente la ocupación de Puerto Stanley y se arrestaron a las autoridades militares británicas. Las fotos de la bandera argentina izada y de los oficiales británicos con las manos en alto recorrieron el mundo y en Londres se desató una crisis política que agravó la que ya venía soportando el gobierno conservador. Lord Carrington, a cargo del Foreign Office, tuvo que renunciar. El contrataque británico comenzó en el campo diplomático. El 3 de abril, consiguió que el Consejo de Seguridad de la ONU emitiera la resolución 502, que ordenaba el cese de hostilidades y “un inmediato retiro de todas las fuerzas argentinas de las Islas Falkland (Islas Malvinas)”. Votaron a favor, entre otros, Gran Bretaña, EE.UU., Japón y Francia. Se abstuvieron la URSS, China, Polonia, España. Allí comienza las mediaciones para intentar llegar a un acuerdo que evite el conflicto armado. La más importante de ellas fue la que llevó a cabo el secretario del Departamento de Estado, Alexander Haig. El funcionario norteamericano, enviado directo de Reagan, fue dos veces a la Argentina y a Londres. Dos veces había estado a punto de llegar a un acuerdo. En la primera, fue la intransigencia argentina de pretender que para el 31 de diciembre se solucionase el problema de la soberanía. En medio de estas conversaciones,


Galtieri, el PJ y la CGT llamaron a una concentración en apoyo a la ocupación para el 10 de abril. Fue todo un éxito, ya que convocó a 150.000 personas. Era la primera vez que la Junta lograba llenar una plaza. Sin lugar a dudas, este hecho dio fuerza a una salida política que contemplase un partido militar, lo que requería mayor intransigencia con Gran Bretaña e incluso con EE.UU., que el 30 de abril anunció sanciones económicas contra la Argentina. En la segunda mediación, la expresa oposición de la Armada, que amenazó con provocar otro golpe de estado, frustró la posibilidad. Luego, hubo otras dos mediaciones: la de Belaúnde Terry (presidente de Perú) y la de Javier Pérez de Cuellar (Secretario General de la ONU). En ambos casos, lo que obturó el acuerdo fue la exigencia británica de contemplar los “deseos” y no los “intereses” de los isleños, lo que habría la puerta para ejercer el derecho de autodeterminación, que ponía a las islas en la órbita británica. En última instancia, el hundimiento del Belgrano (2 de mayo), fuera de la zona de exclusión, mientras se llevaban a cabo las negociaciones, terminó por sepultar cualquier alternativa. El enfrentamiento ahora sería predominantemente militar. La guerra se extendió del 2 de mayo (hundimiento del Belgrano) hasta el 14 de junio, día en el que el gobernador militar Mario Benjamín Menéndez rinde la plaza de Puerto Stanley. La ocupación argentina se concentró en la Isla Soledad, la isla más importante y la que contenía la capital (al este de la misma). Solo se dejó un contingente menor en la Gran Malvina. La ofensiva británica encontró muy poca resistencia y tuvo dos fases. La primera fue el cerco naval y aéreo, construido entre el 2 y el 21 de mayo. Mediante esta acción, se logró obstaculizar el suministro a las islas, acosar los puntos de defensa y producir un desgaste en los ocupantes. La noche del 15 al 16 de mayo el ejército inglés realizó exitosamente dos operaciones de suma importancia. En primer término, destruyó, cerca de San Carlos, el buque mercante argentino Isla de los Estados, que transportaba abastecimientos para las tropas. Un navío que llevaba a bordo una plataforma de lanzamiento de cohetes múltiples estacionados en la isla Gran Malvina. En segundo término, atacó exitosamente los aviones de la base aérea de la Isla de Borbón, que permitían cuidar y patrullar el puerto San Carlos (al oeste de la Isla Soledad). Justamente en este puerto se iniciaría la ofensiva terrestre. La noche del 21 de mayo, la infantería de marina británica desembarcó 4.000 efectivos y logró establecer una cabeza de playa. Entre el 27 y 29 de mayo, las tropas británicas avanzan sobre el estrecho Darwin-Pradera de Ganso (Goose Green) y logran derrotar a las argentinas. Esta región constituía el pasaje que comunicaba el norte con el sur de la Isla Soledad. El 8 de junio se produjo la única acción favorable a la argentina. Las tropas británicas desembarcaron en Bahía Agradable, cerca de Puerto Stanley. El ejército argentino decide, entonces, volar el puente sobre el río Fitz Roy, que comunica la bahía con las islas. Por lo tanto, las fuerzas británicas deciden desembarcar en Bluff Cove, siendo atacadas por la fuerza aérea argentina, en lo que fue su victoria más importante. Este suceso, sin embargo, no decidió las acciones y solo retardó la derrota final. Con las tropas de San Carlos y de Darwin, el general Jeremy Moore se puso al frente del asedio a Stanley. La capital está cercada por el mar al este y por una serie de montes al oeste. Entre el 12 y el 14 de junio, Jeremy Moore desistió de un movimiento de pinzas y decidió avanzar frontalmente sobre la línea de los montes Longdon-Dos Hermanas-Harriet y el Tumbledown. Los cuatro montes dieron lugar a cuatro batallas donde se trazó la derrota argentina. Cuando los británicos se acercaron a Puerto Stanley, no había nada que hacer. Analizar en profundidad las causas de la derrota militar llevaría demasiado espacio para lo que intenta ser un prólogo, pero pueden señalarse dos razones determinantes. En primer lugar, se trata de dos


estados con diferente capacidad de choque y con diferente peso en las relaciones mundiales. Las FF.AA. argentinas contaban con 230.000 hombres, en su mayoría conscriptos (que para abril no tenían siquiera la preparación necesaria). La aviación tenía 65 aviones de combate, pero solo podía coordinar seis al mismo tiempo. A Malvinas se mandó un contingente de 12.000 hombres, la mayoría conscriptos sin experiencia alguna y 20 helicópteros. Gran Bretaña poseía un ejército de 350.000 hombres, todos profesionales. El Estado Mayor argentino no tenía experiencia alguna en un conflicto de esta envergadura y pocas veces se habían realizado maniobras conjuntas entre las tres fuerzas. Gran Bretaña había peleado dos guerras mundiales y varias guerras en Asia y África durante el siglo XX. Para Malvinas, Londres armó un contingente de 28.000 hombres, movilizando todos los recursos de la flota, 110 navíos, de los cuales 33 eran de combate y 60 de apoyo, con 38 aviones y 140 helicópteros. Además, Gran Bretaña era la punta de lanza de la OTAN en momentos donde se estaba desarrollando la crisis en Polonia y la guerra del Líbano, episodios de mucha mayor importancia que Malvinas. Por lo tanto, contó con la asistencia diplomática y militar norteamericana (base de la Isla Asención y radares). Si esto fuera poco, dispuso también de la asistencia chilena. En particular, de la base en Punta Arenas (más cerca de Malvinas que Puerto Belgrano), lo que compensó la ventaja argentina por la cercanía geográfica. Pero hay una segunda razón de orden coyuntural: la Junta no se preparó para un conflicto de esta magnitud y, ante los hechos, no se resolvió a presentar mayor resistencia, por temor a una escalada bélica que implicara bombardeos al continente. Consciente de sus propios límites, prefirió minimizar las pérdidas. Por ejemplo, luego del hundimiento del Belgrano, la Marina retiró sus buques del conflicto y aceptó el bloqueo marítimo. Las islas solo pudieron ser abastecidas por aire, de allí de lo deficiente de los suministros. Se trata de una decisión inédita. Otro ejemplo que puede citarse es la decisión de priorizar los ataques a los buques de guerra antes que a los navíos logísticos y los transportes de tropa, más indefensos y de mayor importancia. De haber perdido uno de sus dos portaviones, Inglaterra hubiese estado en un serio aprieto. Un último ejemplo lo constituye una decisión sumamente curiosa. Del 2 de abril al 21 de mayo, la Argentina tuvo la oportunidad de ampliar el aeropuerto de Puerto Stanley para poder operar con aviones de alto porte (Skyhawk, Mirage), abastecidos en las islas y con gran margen de horas de vuelo. Sin embargo, no se hizo nada. Por lo tanto, se daba la paradójica circunstancia de que los aviones británicos tenían más minutos de combate en la zona de conflicto desde su portaviones que los argentinos. Lo cierto es que la derrota sumió al gobierno argentino y al régimen militar en su conjunto en una profunda crisis política. El rechazo popular al gobierno, anticipado en la huelga del 30 de marzo, se intensificó al conocerse la noticia de la rendición. Los mandos medios comenzaron un serio cuestionamiento a sus superiores por la conducción. Las tres fuerzas se vieron enfrentadas. Anaya pretendía salvar su proyecto político. Lami Dozo quería utilizar el caudal que había ganado la aeronáutica para lanzarse a la arena política y el ejército pretendía evitar las acusaciones y volver al proyecto de Viola. Galtieri intentó mantenerse a flote, pero una reunión de generales de su propia fuerza le comunicó que debía dar un paso al costado. El 17 de junio asumió Cristino Nicolaides, con el objetivo de designar un presidente interino. La Armada y la Aeronáutica se negaban a que el nuevo mandatario saliera, otra vez, del ejército y hasta preferían un civil. Sin embargo, el 22 de junio, Nicolaides pasó el mando a Bignone, un general retirado contrario a Galtieri. En el acto las otras dos fuerzas anunciaron que se retiraban del gobierno. Ante este cuadro de suma debilidad, el nuevo mandatario se reunió con la Multipartidaria para acelerar la transición. Pero la dirigencia burguesa se negó a recibir el poder a menos que el conjunto de las tres fuerzas ungiera una salida y consensuara su


lugar en un futuro gobierno constitucional, lo que incluía la revisión de la guerra contrarrevolucionaria. Luego de arduas negociaciones, el 10 de octubre, las dos fuerzas faltantes vuelven al gobierno. La movilización política a fines de 1982 fue intensa. El 6 de diciembre se realizó el mayor paro general desde 1975 y diez días más tarde una movilización “por la civilidad” convocó a 100.000 personas. La crisis política, sin embargo, fue canalizada por los partidos burgueses. En particular, por la UCR. El alfonsinismo es el producto de esa crisis, de la cual tomó su fuerza. La crisis de conciencia de amplias masas fue conducida hacia el apoyo masivo y eufórico a la constitución.

La cuestión nacional en Argentina El hecho de que la burguesía pudiera cabalgar la crisis y conducirla hacia el masivo apoyo de las masas al dominio del capital (en eso consiste la democracia burguesa) se explica por más de una variable. Una de ellas es la desacertada intervención de la izquierda, que apoyó la invasión a Malvinas. No es la única, claro. Uno podría preguntarse si, con una clase obrera saliendo de su peor derrota histórica, una política correcta hubiese bastado. El caso es que nunca podremos saberlo, justamente porque esa política no emergió. Peor aún, en caso de que Argentina hubiese ganado, se habría perpetuado un régimen de persecución a la clase obrera y a sus organizaciones (izquierda incluida), se habría profundizado la contrarrevolución en el continente y la guerra habría avanzado sobre Chile (ese era el plan original). La oposición a la invasión y a la guerra hubiera puesto a la izquierda en un sitio ciertamente impopular, pero solo hasta el 15 de junio. Luego de esa fecha, hubiese cosechado importantes adhesiones y una autoridad política que no podía exhibir ninguno de los integrantes de la Multipartidaria. Pero, por sobre todo, hubiese comenzado a educar a los trabajadores en el rechazo al nacionalismo, ideología por la cual la burguesía logra soldar sus alianzas con la clase obrera. Como sugieren los tres autores de este libro, hay un problema que excede la apreciación coyuntural sobre la guerra. Un problema que se encuentra en la mirada con que se examinó el conflicto. Un aspecto del programa que arrastra a sucesivos errores: la cuestión nacional. La izquierda, en su conjunto, sostiene que la Argentina no ha completado sus tareas nacionales y, entre los obstáculos para alcanzarlas, se halla la opresión del imperialismo (norteamericano, pero también inglés, francés y japonés, que conforman un bloque). Entre esos obstáculos, se encontraría la ocupación colonial de Malvinas. Por lo tanto, la invasión del archipiélago constituiría parte de las tareas democrático burguesas por las que el país debería transitar para su liberación. Hay aquí tres errores: de apreciación histórica, de conocimiento de la historia argentina y del peso de las Malvinas en la estructuración nacional de la Argentina. En primer lugar, debe comprenderse qué se entiende por “cuestión nacional”. En realidad, desgajado de las particularidades, la cuestión nacional es la realización de las tareas que requiere la revolución burguesa. Es decir, la constitución de un Estado nacional, la hegemonía burguesa y la unificación económica y mercantil en una economía plenamente capitalista. Nada más. Los grandes clásicos marxistas escribieron en momentos en que estas tareas estaban llevándose a cabo en el mundo. Marx y Engels vivieron el período en que estos problemas se presentaban en toda Europa, con la excepción de Inglaterra. Lenin, en cambio, fue testigo del mismo proceso en Asia y Europa Oriental. Por ello, no es extraño que intentaran reflexionar sobre la cuestión y, en ciertos casos, apoyaran los movimientos


burgueses que luchaban contra la reacción feudal (como fue el caso de Polonia). Lenin fue muy claro en su polémica con Rosa Luxemburgo: el derecho a la autodeterminación nacional culmina en la creación del Estado nacional o, lo que es lo mismo, en el dominio del capitalismo y la burguesía nacional en ese territorio. La radicación de capitales extranjeros y la competencia es parte de la dinámica económica capitalista. [1] La Argentina logró completar su revolución burguesa en el período que media entre 1860 y 1880. Logró constituir un Estado nacional, la unificación económica, un mercado capitalista y barrer con los restos de relaciones precapitalistas. En el camino, ha perdido y ganado territorio, como cualquier estado (Alemania y Francia mantienen una disputa con la región de Lorena y Alsacia y a nadie se le ocurre afirmar que no han completado sus tareas nacionales). En definitiva, la Argentina ha completado sus tareas nacionales y no tiene ninguna cuestión democrático burguesa por resolver. Entonces, la Argentina no es un país colonial ni semicolonial (si existiese algo así). Hasta que la izquierda no modifique este punto de su programa, va a seguir enlazada de una forma u otra, a la ideología burguesa. La afirmación que en cualquier guerra que enfrente a una nación con una economía de mayor tamaño contra una de menor, hay que apoyar a esta última, olvida no solo la primacía del antagonismo de clase por sobre el nacional, sino incluso la propia historia bolchevique. Para oponerse al binomio dictadurademocracia, propio de la ideología burguesa más simplona, se acude a la oposición entre naciones, que no es menos burguesa ni menos simplona. En la Guerra Ruso-Japonesa de 1904, el partido bolchevique se opuso a apoyar el combate del país “semicolonial” (Rusia) contra el “imperialismo” japonés y llamó al derrotismo. La derrota militar del ejército ruso abrió un proceso revolucionario. Ahora bien, vamos a una pregunta crucial: ¿las Malvinas son argentinas? La respuesta es antipática: no, son de los isleños. La Argentina perdió ese territorio (hoy día sin importancia alguna) hace más de 170 años, en 1833. Incluso, Rosas se lo quiso vender a los ingleses. Cinco años antes, en 1828, una provincia argentina, la Banda Oriental, se transformaba en una república independiente, guerra e intervención inglesa mediante. Con el criterio que se reclaman las Malvinas habría que reclamar también la anexión de Uruguay, EE.UU. debería devolver Texas y California a México (un saqueo saludado por Engels) y habría que hacer lugar al reclamo sionista, ya que los judíos fueron expulsados de Palestina hace miles de años. Las fronteras no están determinadas por la naturaleza ni por la gracia divina. Para decirlo más científicamente: no son ahistóricas, están sometidas a los avatares de la lucha de clases y solo desde ese punto de vista deben analizarse. ¿Cuál es el interés del proletariado argentino en las islas? ¿Cuál es el obstáculo que pone a la revolución socialista el dominio inglés en las Malvinas? Esas son las preguntas que la izquierda debe responder. El resto es caer y hacer caer al proletariado en manos del enemigo.

Tres textos, tres combates Los trabajos aquí reunidos forman parte de un intento de discutir la posición dominante en la izquierda argentina, a saber, el apoyo a la ofensiva argentina. En todos ellos se discute el nacionalismo imperante que se oculta detrás de lo que fue la intervención de las organizaciones políticas del momento. Los tres fueron publicados en diferentes momentos. El primero, de Adolfo Gilly, tiene la virtud de haber sido escrito en pleno conflicto y por lo tanto, con los materiales que tenía a mano, el autor logró construir un conocimiento agudo de la coyuntura. Además de lúcido, lo suyo fue valiente, porque enfrentó, en


minoría, no solo a toda la intelectualidad en Argentina, sino a los argentinos exiliados en México, que constituyeron la principal usina intelectual para el apoyo a la invasión (el Club de Cultura Socialista). El segundo es de 2003 y constituye parte de una polémica del autor Alan Woods con Luis Oviedo, del Partido Obrero. Mientras el PO llamó a llevar adelante la guerra contra Gran Bretaña, luego del 2 de mayo, Woods procuraba llamar al derrotismo en los dos bandos. Más allá de las acusaciones puntuales que se destilan en el texto y de ciertas consignas más bien abstractas en relación a la coyuntura, se explica allí por qué los revolucionarios deben priorizar las tareas socialistas por sobre las nacionales. El último que presentamos fue escrito en 1997, pleno auge del menemismo. A 15 años de la guerra, con mayores materiales, Alberto Bonnet pudo realizar una crítica más profunda aún. En su artículo, se cuestiona no ya tal o cual posición ante la coyuntura, sino que se advierte sobre la necesidad de una revisión profunda del programa trotskista en el cual predomina la hipótesis de que la Argentina es un país “semicolonial”, en donde la opresión nacional cumple un papel importante. Ese es un mérito indudable del autor y vale la pena volverlo a editar. El artículo fue publicado, en su momento, por nuestra revista Razón y Revolución, una de los pocos espacios donde, en esos años, la ciencia pudo resguardarse de la ofensiva posmoderna. Adolfo Gilly es Doctor en Estudios Latinoamericanos y docente de la UNAM. Nació en Argentina en 1928. En 1966 intentó unirse a la guerrilla guatemalteca, pero fue arrestado. Su juicio llegó a la Corte Suprema. La presión popular logró su liberación en 1972. Ese año pasó a México para comenzar sus tareas docentes y su militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Luego, su trayectoria lo llevó a las filas del reformismo en el Partido de la Revolución Democrática y, entre 1997 y 1999, colaboró con el gobierno municipal de la Ciudad de México de Cuhatémoc Cárdenas. También se acercó al zapatismo y formó parte de varias juntas del EZLN. Escribió varios libros entre los cuales se encuentran La revolución interrumpida (1971) y El Cardenismo: una utopía mexicana (1994). Alan Woods nación en Swansea (Gales), en 1944. Se licenció en filología rusa en la Sussex University, en la Universidad de Sofía y de Moscú. Formó parte de la resistencia antifranquista en España durante los ’70. Hasta 1992 formó parte de la corriente The Militant, que proponía el entrismo en el Partido Laborista. The Militant jugó un papel importante en las huelgas de la década de 1980. En la década de 1990, Woods junto a Ted Grant se escindieron de la organización fundando el partido Socialist Appeal y la Corriente Marxista Internacional. A la muerte de Grant, Woods tomó la dirección del movimiento. Dicha corriente se expandió hacia América Latina en los últimos años. Escribió, junto a Ted Grant, los libros Lenin y Trotsky, qué defendieron realmente (1969) y Razón y Revolución. Filosofía marxista y ciencia moderna (1995). Alberto Bonnet es Licenciado en Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales. Realizó su doctorado en la Universidad Autónoma de Puebla bajo la dirección de John Holloway. Actualmente es docente de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de Quilmes. Es autor de numerosos artículos sobre la política argentina durante la década de 1990 y compiló varios libros sobre historia reciente y marxismo en Latinoamérica. Entre sus libros, se destacan La hegemonía menemista. El neoconservadurismo en Argentina (2008) y las compilaciones Modernización y crisis. Transformaciones sociales y reestructuración capitalista en la Argentina del siglo XX (2002) y El país invisible. Debates sobre la Argentina reciente (2011).


[1] “No solo los pequeños estados, sino también Rusia, por ejemplo, dependen por entero, en el sentido económico, del poderío del capital financiero imperialista de los países burgueses ‘ricos’. No solo los diminutos estados balcánicos, sino también América en el siglo XIX fueron, económicamente, colonia de Europa, según lo señaló Marx en El Capital. Todo esto, por supuesto lo sabe muy bien Kautsky, como cualquier marxista, pero ello no tiene nada que ver con el problema de los movimientos nacionales y del Estado Nacional. El problema de la autodeterminación política de las naciones en la sociedad burguesa, de su independencia estatal, Rosa Luxemburgo lo sustituye por el problema de su autonomía e independencia económica. Esto es tan inteligente como si alguien, al analizar la reivindicación programática acerca de la supremacía del Parlamento, es decir, de la asamblea de representantes de pueblo en un Estado burgués, se pusiera a exponer su convicción, plenamente justa, de que el gran capital domina en un país burgués, cualquiera sea su régimen”, en Lenin, Vladimir Illich: “El derecho de las naciones a la autodeterminación”, en Obras Completas, Cartago, Buenos Aires, 1961, t. XXI, p. 319.

FICHA DEL LIBRO. La Izquierda y la Guerra de Malvinas - Colección Historia Argentina Adolfo Gilly, Alan Woods, Alberto Bonnet Fragmento del prólogo, por Fabián Harari, publicado en El Aromo n° 65, 2012. La guerra de Malvinas fue el único enfrentamiento armado entre estados en el que intervino la Argentina durante el siglo XX. El país no participaba en una guerra de ese tipo desde 1865. 1982 fue un año crítico en nuestra historia. Sus consecuencias, sus secuelas y su imagen se arrastran hasta hoy. Fue una prueba de fuego para las fuerzas armadas argentinas, pero también para las clases, para las organizaciones políticas y para la izquierda en particular. El libro que el lector tiene en manos es un intento de explicar este problema, a saber: ¿cuál fue la actitud de las organizaciones que debían representar los intereses de la clase obrera argentina? En ese sentido, los tres artículos que presentamos no se dedican a explicar en detalle el desarrollo de la guerra, sino de analizar la intervención de las organizaciones revolucionarias ante la coyuntura. Los tres tienen una idea central y polémica: la izquierda se vio arrastrada por el nacionalismo y eso constituyó su principal debilidad.

Índice Miseria del nacionalismo. Fabián Harari. Las Malvinas: una guerra del capital (Adolfo Gilly) Las Malvinas: el socialismo, la guerra y la cuestión nacional (Alan Woods) La Guerra de Malvinas, la izquierda y la cuestión nacional (Alberto Bonnet) Anexo Sobre los autores Adolfo Gilly es Doctor en Estudios Latinoamericanos y docente de la UNAM. Entre 1966 y 1972 estuvo preso por intentar formar parte de la guerrilla guatemalteca. En 1972 comenzó, en México, su militancia


en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. También formó parte del Partido de la Revolución Democrática y, entre 1997 y 1999, colaboró con el gobierno municipal de Cuhatémoc Cárdenas. También se acercó al zapatismo y formó parte de varias juntas del EZLN. Alan Woods se licenció en filología rusa en la Sussex University, en la Universidad de Sofía y de Moscú. Formó parte de la resistencia antifranquista en España durante los '70. Hasta 1992 formó parte de la corriente The Militant, hasta que junto a Ted Grant fundaron el partido Socialist Appeal y la Corriente Marxista Internacional. Alberto Bonnet es Licenciado en Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales. Es autor de numerosos artículos sobre la política argentina durante la década de 1990 y compiló varios libros sobre historia reciente y marxismo en Latinoamérica.


Un síntoma recurrente. ¿Es Malvinas una causa nacional? EL AROMO - El Aromo n° 65 - "¿Hay pique?"

Fabián Harari LAP-CEICS ¿Las Malvinas son argentinas? ¿Hizo bien el trotskismo en apoyar la guerra? Como adelanto del libro La izquierda y la guerra de Malvinas, de Ediciones ryr, y a 30 años del inicio de la guerra, le proponemos al lector un balance de lo actuado por la izquierda ayer y hoy. La guerra de Malvinas fue el único enfrentamiento armado entre estados en el que intervino la Argentina durante el siglo XX. Desde 1865 que el país no participaba en una guerra de ese tipo. 1982 fue un año crítico en nuestra historia. Sus consecuencias, sus secuelas y su imagen se arrastran hasta hoy. Fue una prueba de fuego para las fuerzas armadas argentinas, pero también para las clases, para las organizaciones políticas y para la izquierda en particular. Como ya sabemos, casi nadie pasó la prueba y lo que podría haber sido una oportunidad se transformó en un fracaso. Un fracaso de la burguesía nacional, pero que arrastró a la clase obrera y a las organizaciones revolucionarias, ya que (salvo honrosas excepciones) los más férreos opositores al régimen militar apoyaron la aventura. Ese arrastre fue lo que, entre otros motivos, permitió que la convulsión política subsiguiente no alcanzara más que para un recambio de régimen. Incluso, la salida de esa crisis encontró a la burguesía aún más fortalecida.

La izquierda ante la guerra La izquierda no pudo hacer frente al nacionalismo y terminó apoyando esta aventura burguesía, aunque ese acompañamiento haya sido camuflado bajo críticas a Galtieri. El origen del problema fue haber equiparado a la guerra de Malvinas con una “guerra nacional”. En esta última, el territorio donde vive el conjunto de la población es invadido y ocupado por alguna potencia (Irak, Afganistán, Palestina) y, por lo tanto, la gran mayoría, con independencia del origen de clase, se dispone a la lucha armada contra el ocupante. Quien ha puesto más explícita y honestamente esta confusión es el PTS, quien comparó la guerra de Malvinas con la primera Guerra del Golfo (1991) y a Galtieri con Sadam Hussein [1]. Efectivamente, el dictador iraquí ocupó Kuwait en una medida distraccionista, pero las semejanzas con Malvinas terminaron en cuanto EE.UU. atacó a Irak. Allí sí, la clase obrera estaba obligada a intervenir, no a favor de Hussein, sino en defensa de sus condiciones de vida. No por la Nación en abstracto (o sea, la nación burguesa), sino por su propia clase. Su victoria (no la de Sadam) hubiera abierto la posibilidad de establecer un gobierno de trabajadores. Como resulta evidente, y como explicamos, este no fue el caso de Malvinas. Así y todo, la izquierda llamó a los trabajadores a “armarse”, a “extender la guerra al continente” o a “sumarse a los soldados”, pero en los hechos nadie tomó siquiera un cuchillo, con lo que todo resultó un acto de comedia que muchos preferirían olvidar.

Galtieri, el camarada El PST fue dentro del trotskismo quien mayor apoyo brindó a la dictadura en su contienda. Puede decirse que fue, en términos nacionalistas, el más consecuente. Para justificar su posición, apeló a una


cita en que Trotsky llama a defender al Brasil “fascista” de Vargas contra Inglaterra. Que haya calificado así al Estado Novo muestra el grado de desconocimiento que el creador del Ejército Rojo tenía de la realidad latinoamericana. Trotsky allí brega por el desarrollo en los países oprimidos de la conciencia “nacional y democrática” lo cual es apoyar, hoy en día, a los Kirchner y en el 1982, a Alfonsín. Asimismo, contrariamente a lo que señaló el dirigente bolchevique, la victoria de un fascista en Brasil no favorecería a la clase obrera, sino al régimen fascista en cuestión. En cualquier caso, la cita llama a apoyar al nacionalismo de algunos países, cualquiera sea su régimen y gobierno, frente a otros más poderosos, lo que es una concesión gratuita e innecesaria a las burguesías de estos países. El partido dirigido por Nahuel Moreno sostenía que el conflicto por Malvinas constituía la principal preocupación del imperialismo yanqui y que allí se estaba decidiendo el futuro del orden mundial. Por lo tanto, la victoria argentina podría haber desencadenado algo así como la explosión revolucionaria a nivel planetario. Malvinas no sólo sería una causa nacional, sino una mundial. En consecuencia: “la acción del gobierno argentino objetivamente cuestiona la inapelabilidad de las instituciones y el orden jurídico que garantiza la conservación de la explotación y el dominio imperialista del mundo y reivindica la acción directa contra ese orden” [2]. Para Moreno, la Junta Militar se habría puesto a la cabeza de un movimiento revolucionario y nuestro Lenin no era otro que Galtieri (que tal vez bebía para eludir su destino). Ahora bien, ¿por qué la Junta Militar había cambiado su política? Por el propio desarrollo de la lucha de clases, que empujaba hacia la izquierda: “[es en] el pueblo argentino, que aterroriza a la dictadura, donde hay que buscar la explicación para esta progresiva acción antibritánica protagonizada por un gobierno pro-imperialista hasta los tuétanos” [3]. Todo esto puede parecer un disparate, pero es la explicación que brota de la posición más consecuente con el apoyo a la guerra. Si Malvinas es parte de las reivindicaciones de la clase obrera, entonces Galtieri representa, aunque más no sea parcialmente, esos intereses. Si lo que estaba en juego en el Atlántico Sur era el dominio del imperialismo, entonces se debe aceptar la centralidad de Malvinas en la política mundial. El PST llamó incluso a combatir “junto a los soldados argentinos”. Es decir, aceptando la dirección de Galtieri. El armamento obrero Política Obrera (PO), por su parte, no tenía una posición tomada sobre Malvinas y fue tratando de acomodarse a los hechos, en lugar de anticiparlos. Las consignas lanzadas en ese entonces demostraban, además de un anclaje en el nacionalismo, una dirigencia política aún en formación, todavía poco preparada para tomar responsabilidades de conducción nacional. Las caracterizaciones, las previsiones y las consignas expusieron a la organización a una serie de errores que tal vez deberían revisar. En un principio, PO afirmó que la opresión nacional es económica y no territorial. Por lo tanto, la ocupación no sería un acto antimperialista. Puede deducirse que, según el PO, aun en manos del gobierno argentino, las Malvinas (al igual que el resto del país) seguirían bajo control imperial. Pero, a renglón seguido, se indica que la ocupación inglesa de las islas sí es parte de esa opresión nacional. Por lo tanto, siguiendo este segundo postulado, su liberación sí sería un acto de liberación, es decir, antiimperialista. Por lo tanto, la opresión también sería territorial. Se trata de un escrito bastante


ambiguo como para permitirle rechazar o apoyar la guerra según la dirección del viento. Lo cierto es que no parece que hayan tenido una idea clara sobre qué lugar ocupa Malvinas en la agenda de la revolución argentina. Luego de la ocupación argentina del 2 de abril, PO denunció el hecho como una maniobra “distraccionista” de la dictadura. No obstante, a partir del hundimiento del Belgrano y la ofensiva inglesa declararon “guerra a muerte al imperialismo”. Si la ocupación era un intento de desviar la atención a la crisis, no se comprende por qué la guerra no [4]. El título de su artículo expresa una contradicción: dice que para luchar con el imperialismo no hay que dar “ningún apoyo a la dictadura”. Sin embargo, si se va a combatir a un enemigo común, algún grado de apoyo a quien comparte el campo militar debe existir. Si se va a privilegiar la guerra contra el Estado británico, no puede enfrentarse directamente a quien, por el momento, dirige las acciones contra el enemigo principal. O se combate a Gran Bretaña o se llama a no dar ningún apoyo a la dictadura. Las previsiones políticas de PO sobre los acontecimientos se revelaron desacertadas. Predijo que la dictadura iba a capitular en la etapa de las mediaciones, entregando los territorios, lo que no ocurrió (hubo una guerra). El gobierno tuvo varias oportunidades para hacerlo e incluso Galtieri estuvo a punto de sellar un acuerdo, pero la Marina estaba decidida, mucho más después de la movilización del 10 de abril. PO no contaba con las internas militares. Como dijimos, Anaya consintió que la presidencia fuera ocupada por un hombre del ejército sólo a cambio de la ocupación de Malvinas. Que la preparación fue mala, que la guerra era un horizonte lejano, es otro problema. Tampoco se reveló correcta la idea de que una guerra iba a llevar al gobierno a romper el frente con el gran capital. Las grandes empresas argentinas apoyaron la iniciativa. No hubo ninguna ruptura. Las empresas extranjeras siguieron operando normalmente. Ninguna empresa realizó ningún sabotaje. De hecho, una parte del gobierno estadounidense apoyaba la posición argentina (la representante ante la ONU Jeanne Kirkpatrick y el senador ultraderechista Jesse Helms). Como es público ahora (pero se sabía en ese entonces) EE.UU. había autorizado a la Junta la compra de armas vía Israel. Por ello, la consigna de expropiar al capital extranjero que estuviese conspirando contra la economía (que en ese entonces era capitalista) conducía a expropiar a muy pocos. No obstante, aun aceptando alguna expropiación, se dejaba indemne a todo el capital nacional y a todo capital extranjero no vinculado con la guerra. Las consignas que lanzó PO fueron, una vez desatada la guerra, la formación de un Frente Único Antiimperialista, la “guerra a muerte” extendida al continente y el armamento de los trabajadores, la expropiación de todo capital extranjero que esté “saboteando” o “especulando” contra la economía nacional (es decir, de nadie) y, por último, la satisfacción de las demandas de los sindicatos y de los movimientos de Derechos Humanos. Esta última consigna ponía en la dirección del movimiento a la CGT Brasil y Azopardo y a Madres de Plaza de Mayo. Por lo tanto, PO se ponía a disposición de un programa burgués. Más aún: las dos CGTs apoyaron la conducción de la dictadura en la guerra y declararon una “tregua”. Por lo tanto, la dictadura ya estaba dando satisfacción a sus demandas. Por su parte, Madres se opuso a la guerra. Los llamamientos de “guerra a muerte”, “extender la guerra al continente” y de “llamar a los trabajadores a armarse” parece más bien un llamado para aparentar una ánimo beligerante que no existía y ante la cual no se mostró voluntad de consecuencia. Aunque equivocada, una conducción más


decidida no hubiese esperado a nadie, hubiese armado ella misma a los obreros. Si juzgaba que la relación de fuerzas no era favorable para semejante aventura, ¿para qué lanzó esa consigna? Si la lanzó ¿por qué no la implementó? Montoneros, en ese sentido, pudo haber actuado en forma más disparatada, pero no se puede negar que lo hizo en forma más decidida. Como dijimos, una dirección más consecuente, hubiese puesto las manos en el asunto. Pero una más responsable no hubiese llamado a armarse a nadie en 1982, pleno contexto contrarrevolucionario. La clase obrera estaba recién despertando de la grave derrota y se preparaba, antes que una crisis revolucionaria, un cambio de régimen, un camino hacia la plena hegemonía. El apoyo a la guerra y el armamento obrero en el continente fueron consignas poco meditadas, lanzadas en el apuro de los sucesos, cuyas terribles consecuencias nunca se llegaron a comprobar por la sencilla razón de que la dirección no las llevó a cabo. Tal vez, porque ella intuía que se había equivocado. Si este fue el caso, hubiese correspondido (y corresponde hoy) una autocrítica. No para ser objeto de sanciones ni para satisfacer apetitos de superioridad de nadie. No se trata de eso. Se trata del necesario desarrollo del programa, que implica la discusión profunda y honesta de los principales problemas del país. Sin programa, no hay partido posible.

La cuestión nacional en Argentina [5] El hecho de que en 1982 la burguesía pudiera cabalgar la crisis y conducirla hacia el masivo apoyo de las masas al dominio del capital (en eso consiste la democracia burguesa) se explica por más de una variable. Una de ellas es la desacertada intervención de la izquierda, que apoyó la invasión a Malvinas. No es la única, claro. Uno podría preguntarse si, con una clase obrera saliendo de su peor derrota histórica, una política correcta hubiese bastado. El caso es que nunca podremos saberlo, justamente porque esa política no emergió. Peor aún, en caso de que Argentina hubiese ganado, se habría perpetuado un régimen de persecución a la clase obrera y a sus organizaciones (izquierda incluida), se habría profundizado la contrarrevolución en el continente y la guerra habría avanzado sobre Chile (ese era el plan original). La oposición a la invasión y a la guerra hubiera puesto a la izquierda en un sitio ciertamente impopular, pero sólo hasta el 15 de junio. Luego de esa fecha, hubiese cosechado importantes adhesiones y una autoridad política que no podía exhibir ninguno de los integrantes de la Multipartidaria. Pero, por sobre todo, hubiese comenzado a educar a los trabajadores en el rechazo al nacionalismo, ideología por la cual la burguesía logra soldar sus alianzas con la clase obrera. Evidentemente, hay algo en el programa de la izquierda argentina que no está bien. El nacionalismo se expresa, en cada uno de hechos de esta característica, en síntomas recurrentes. Hay un problema que excede la apreciación coyuntural sobre la guerra. Un problema que se encuentra en la mirada con que se examinó el conflicto. Un aspecto del programa que arrastra a sucesivos errores: la cuestión nacional. La izquierda, en su conjunto, sostiene que la Argentina no ha completado sus tareas nacionales y, entre los obstáculos para alcanzarlas, se halla la opresión del imperialismo (norteamericano, pero también inglés, francés y japonés, que conforman un bloque). Entre esos obstáculos, se encontraría la ocupación colonial de Malvinas. Por lo tanto, la invasión del archipiélago constituiría parte de las tareas democrático burguesas por las que el país debería transitar para su liberación. Hay aquí tres errores: de


apreciación histórica, de conocimiento de la historia argentina y del peso de las Malvinas en la estructuración nacional de la Argentina. En primer lugar, debe comprenderse qué se entiende por “cuestión nacional”. En realidad, desgajado de las particularidades, la cuestión nacional es la realización de las tareas que requiere la revolución burguesa. Es decir, la constitución de un Estado nacional, la hegemonía burguesa y la unificación económica y mercantil en una economía plenamente capitalista. Nada más. Los grandes clásicos marxistas escribieron en momentos en que estas tareas estaban llevándose a cabo en el mundo. Marx y Engels vivieron el período en que estos problemas se presentaban en toda Europa, con la excepción de Inglaterra. Lenin, en cambio, fue testigo del mismo proceso en Asia y Europa Oriental. Por ello, no es extraño que intentaran reflexionar sobre la cuestión y, en ciertos casos, apoyaran los movimientos burgueses que luchaban contra la reacción feudal (como fue el caso de Polonia). Lenin fue muy claro en su polémica con Rosa Luxemburgo: el derecho a la autodeterminación nacional culmina en la creación del Estado nacional o, lo que es lo mismo, en el dominio del capitalismo y la burguesía nacional en ese territorio. La radicación de capitales extranjeros y la competencia es parte de la dinámica económica capitalista [6]. La Argentina logró completar su revolución burguesa en el período que media entre 1860 y 1880. Logró constituir un Estado nacional, la unificación económica, un mercado capitalista y barrer con los restos de relaciones precapitalistas. En el camino, ha perdido y ganado territorio, como cualquier estado (Alemania y Francia mantienen una disputa con la región de Lorena y Alsacia y a nadie se le ocurre afirmar que no han completado sus tareas nacionales). En definitiva, la Argentina ha completado sus tareas nacionales y no tiene ninguna cuestión democrático burguesa por resolver. Entonces, la Argentina no es un país colonial ni semicolonial (si existiese algo así). Hasta que la izquierda no modifique este punto de su programa, va a seguir enlazada de una forma u otra, a la ideología burguesa. La afirmación que en cualquier guerra que enfrente a una nación con una economía de mayor tamaño contra una de menor, hay que apoyar a esta última olvida no sólo la primacía del antagonismo de clase por sobre el nacional, sino que incluso la propia historia bolchevique. Para oponerse al binomio dictadura-democracia, propio de la ideología burguesa más simplona, se acude a la oposición entre naciones, que no es menos burguesa ni menos simplona. En la guerra Ruso-japonesa de 1904, el partido bolchevique se opuso a apoyar el combate del país “semicolonial” (Rusia) contra el “imperialismo” japonés y llamó al derrotismo. La derrota militar del ejército ruso abrió un proceso revolucionario. Malvinas, más allá de la propiedad jurídica, no es una cuestión nacional: no se juega el destino de nuestra economía ni el futuro del proletariado en esas islas. No solamente eso, no es una cuestión nacional porque la Argentina no tiene ninguna cuestión de ese tipo. Ahora bien, vamos a una pregunta crucial: más allá de eso, ¿las Malvinas son o deberían ser argentinas? En un sentido estrictamente del Derecho, la respuesta es antipática: no, son de los isleños. La Argentina perdió ese territorio (hoy día sin importancia alguna) hace de 170 años, en 1833. Incluso, Rosas se lo quiso vender a los ingleses. Cinco años antes, en 1828, una provincia argentina, la Banda Oriental, se transformaba en una república independiente, guerra e intervención inglesa mediante. Con el criterio que se reclaman las Malvinas habría que reclamar también la anexión de Uruguay, EE.UU. debería devolver Texas y California a México (un saqueo saludado por Engels) y habría que hacer lugar al reclamo sionista, ya que los judíos fueron expulsados de Palestina hace miles de años.


Sin embargo, la pregunta merece una respuesta más adecuada: las fronteras no están determinadas por la naturaleza ni por la gracia divina, sino por las relaciones entre las clases. Para decirlo más científicamente: no son ahistóricas, están sometidas a los avatares de la lucha de clases y sólo desde ese punto de vista deben analizarse. En sentido estricto, la Argentina tampoco es nuestra, es de la burguesía. Por lo tanto, aunque Cristina plante la bandera en Puerto Stanley, ese archipiélago seguirá siendo de otros. Los países no pertenecen a la gente, sino a las clases. Cuando recuperemos el nuestro para nosotros, será momento de decidir qué hacer con ese pedazo de tierra pequeño y lejano. Bajo esa lógica que hay que abordar la cuestión Malvinas: ¿cuál es el interés del proletariado argentino en las islas? ¿Cuál es el obstáculo que pone a la revolución socialista el dominio inglés en las Malvinas? Esas son las preguntas que la izquierda debe responder. El resto es caer y hacer caer al proletariado en manos del enemigo. Un error persistente que se revela como un síntoma que aflora en forma recurrente. La expresión de un problema en el programa: el nacionalismo en el seno del marxismo.

Notas [1] Véase La Verdad Obrera, nº 462. [2] “La guerra de las Malvinas. En la primera fila del combate contra el imperialismo inglés”, Panorama Internacional, año VI, n° 20, mayo de 1982, en Apéndice del libro La izquierda y la guerra de Malvinas, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2012. [3] Ídem. [4] Para las posiciones de Política Obrera, véase “Malvinas: para luchar contra el imperialismo, ningún apoyo a la dictadura”, en Apéndice del libro La izquierda y la guerra de Malvinas, op. cit. [5] Sobre la base del prólogo a La izquierda y la guerra de Malvinas, op. cit. [6] “No solo los pequeños estados, sino también Rusia, por ejemplo, dependen por entero, en el sentido económico, del poderío del capital financiero imperialista de los países burgueses “ricos”. No solo los diminutos estados balcánicos, sino también América en el siglo XIX fueron, económicamente, colonia de Europa, según lo señaló Marx en El Capital. Todo esto, por supuesto lo sabe muy bien Kautsky, como cualquier marxista, pero ello no tiene nada que ver con el problema de los movimientos nacionales y del Estado Nacional. El problema de la autodeterminación política de las naciones en la sociedad burguesa, de su independencia estatal, Rosa Luxemburgo lo sustituye por el problema de su autonomía e independencia económica. Esto es tan inteligente como si alguien, al analizar la reivindicación programática acerca de la supremacía del Parlamento, es decir, de la asamblea de representantes de pueblo en un Estado burgués, se pusiera a exponer su convicción, plenamente justa, de que el gran capital domina en un país burgués, cualquiera sea su régimen.”, en Lenin, Vladimir Illich: “El derecho de las naciones a la autodeterminación”, en Obras Completas, Cartago, Buenos Aires, 1961, t. XXI, p. 319.


¿Una causa nacional? Las Malvinas, desde 1810 hasta el siglo XX EL AROMO - El Aromo n° 67 - "Fuimos"

Mariano Schlez GIRM-CEICS En el número anterior de El Aromo planteamos una crítica a la metodología del PO para conocer la Historia Argentina. El PO ha decidido no responder. No importa, el problema sigue siendo grave. Aquí, explicamos por qué las Malvinas nunca constituyeron una cuestión de peso para la Argentina. El PO, como el conjunto del trotskismo argentino, considera que nuestro país es una “semi-colonia” (yanqui, inglesa o China, no viene al caso). En ese esquema, la posesión británica de las Islas Malvinas es analizada como una de las tareas pendientes que posee la burguesía argentina para librarse del “yugo imperialista”. En su afán por esconder todo lo que vaya en contra de la “legítima” soberanía sobre las Malvinas, quien redacta la posición histórica del PO, Alejandro Guerrero, olvida (o desconoce) uno de los datos fundamentales de toda la cuestión: luego de la Revolución de Mayo, las islas fueron abandonadas por más de una década. Ya hemos visto que no implicaban una prioridad para los españoles. Estaban habitadas por una pequeña dotación que debía soportar las penurias de vivir en un paraje hostil [1]. Tan es así que su máxima autoridad solicitó abandonar las Malvinas “para evitar que la gente que allí se hallaba muriese de hambre” [2]. Teniendo en cuenta la necesidad de reagrupar fuerzas, para enfrentar a la Revolución porteña, el gobernador Vigodet ordenó el desalojo de las islas en 1811. Fue así como regresaron a Montevideo los 46 hombres que componían la dotación, junto con el armamento y la documentación. Antes de partir dejaron una placa, similar a la plantada por los ingleses 26 años antes, que sentenciaba que las islas pertenecían a la “soberanía del Sr. Don Fernando VII, Rey de España y sus Indias”. Pero no sólo los españoles descuidaron las Malvinas. Luego de este abandono, esos pequeños pedazos de tierra permanecieron desiertos durante más de una década. Recién en 1820, los porteños declararon su intención de soberanía, enviando a un coronel norteamericano (sí, leyó bien) a plantar la bandera del nuevo Estado. Sin embargo, este viaje (literalmente, un saludo a la bandera), partió sin dejar autoridades constituidas. Solo cuando el peligro de la contrarrevolución feudal ya estaba lejos, en 1823, el gobierno de Buenos Aires “tercerizó” la colonización de las islas, otorgándole a un criollo y un hamburgués los derechos de explotación económica y la autoridad política de las islas (Jorge Pacheco y Luis Vernet). Ambos fundaron una colonia, conformada por quince ingleses, veintitrés alemanes y unos pocos peones, todos empleados del proyecto de Vernet. ¿Por qué los revolucionarios tuvieron semejante actitud con un territorio que hoy algunos consideran como clave para el desarrollo nacional? Porque el triunfo de la Revolución y la constitución de un Estado burgués no dependía de la conquista de unas islas perdidas en el Atlántico. Incluso, luego de aniquilar al ejército español en América, la burguesía agraria privilegió aquellas tareas de las que dependía la constitución de una Nación su medida: la conquista del “desierto”, que estuvo férreamente controlada y dirigida por el Estado (Martín Rodríguez, Rosas y Roca) y no fue “tercerizada”, como la colonización malvinense. Todo esto da cuenta de que la conformación de la nación argentina no tuvo relación alguna


con lo que ocurría en las Islas. La “invasión” inglesa Las cosas no cambiaron mucho luego de la “invasión” inglesa a las islas. En resumidas cuentas, Vernet quiso defender su negocio frente al avance de sus competidores norteamericanos. Para hacerlo, no tuvo mejor idea que apresar tres buques y partir a Buenos Aires para realizar el proceso debido. A partir de ese hecho, los norteamericanos se pusieron en contacto con los ingleses para denunciar la situación y atacaron las islas, declarándolas libres de todo gobierno. El gobierno porteño, enterado de los sucesos en febrero de 1832, elevó una protesta a Estados Unidos, exigiendo una reparación que nunca llegó. Lo que vino después no fue más auspicioso. Vernet fue reemplazado como gobernador por el Mayor Esteban Francisco Mestivier. Su gobierno duró poco: fue asesinado en las islas por un motín de su propia tropa. Mientras se intentaba contener el estado de insubordinación reinante, en enero de 1833 llegó a las islas la corbeta inglesa “Clío”, bajo las órdenes del Capitán J. J. Onslow. Al entablar contacto, los ingleses intimaron a los porteños a arriar el pabellón argentino y evacuar las islas. El oficial a cargo probablemente no haya intentado resistir, no sólo por la situación particular que atravesaba la colonia, sino también porque buena parte de su tropa era, en su mayoría, inglesa. Para colmo de los nacionalistas, su segundo de a bordo era el teniente norteamericano Elliot. Como resultado, los ingleses desembarcaron el 3 de enero de 1833 y, sin ningún tipo de resistencia, izaron el pabellón británico y arriaron el de Buenos Aires, devolviéndolo pulcramente doblado. El 5 de enero, junto a unos pocos habitantes, los “argentinos” abandonaron las islas para no volver. Básicamente, la población que quedó fue la misma que acompañó la experiencia de Luis Vernet. Antes de partir, el jefe porteño depositó en un hombre cercano a Vernet, el francés Juan Simón, el cargo de Comandante político y militar. Aunque fue un nombramiento puramente nominal, los ingleses tampoco impusieron un gobierno externo, dejando a cargo a otro hombre cercano a Vernet, el escocés Guillermo Dickson. Una vez más, las islas quedaron sin defensa durante todo 1833, dado que la “Clío” regresó a Inglaterra el 14 de enero, y su reemplazante, la (mucho más pequeña) “Tyne” hizo lo propio unos días después. En ese interregno, el gobierno de Buenos Aires nada hizo por recuperar el control de las Malvinas. De hecho, la ausencia de una hegemonía política clara provocó nuevos enfrentamientos internos en las islas: dos gauchos y cinco indios charrúas, comandados por Antonio Rivero, asesinaron a algunos de los hombres cercanos a Vernet, incluidos los dos “gobernadores” (el porteño y el inglés), Simón y Dickson. La mayoría de los colonos se trasladó a un islote cercano para refugiarse, desde donde pidieron auxilio. Quien acudió para resolver la situación fue un buque inglés que logró rendir a Rivero y su grupo. Me importa mucho… poquito… nada Lo único que hizo el gobierno de Buenos Aires fue protestar, por medio de su representante en Londres, Manuel Moreno, en cuatro oportunidades (1833, 1834, 1841 y 1842). Luego de esto, los reclamos argentinos por la cuestión de las islas son escasos e irregulares. Recién a mediados del siglo XX el tema volverá, lentamente, a convertirse parte de la agenda política nacional. Y sólo la dictadura de 1976 y el kirchnerismo elevarán a las Malvinas a cuestión de primer orden para la Nación. El “desinterés” se expresa en que hasta el máximo héroe del panteón nacionalista, Juan Manuel de Rosas, le quiso vender las Malvinas a los ingleses: Manuel Moreno había sido enviado a Londres y, entre


sus instrucciones, figuraba la orden de explorar la posibilidad de ceder los derechos argentinos sobre las Malvinas, a cambio de la cancelación de la deuda remanente del préstamo de 1824 (Baring Brothers) [3]. Salvo un breve incidente durante la presidencia de Mitre (en relación a la llegada de colonos galeses a la Patagonia), la Argentina no volvió a protestar por las Malvinas hasta que su hegemonía estuvo completada. Entre 1884 y 1888, durante la presidencia de Roca, la burguesía argentina intentó resolver la cuestión a través de un arbitraje internacional, lo que Inglaterra no aceptó. Luego se presentaron cruces esporádicos, hacia 1910. Pero aunque la cuestión merece un estudio más pormenorizado, no parece errada una conclusión ya esbozada por la historiografía: las protestas argentinas por Malvinas crecieron a medida que la presencia económica británica en el país descendía. Contrariamente a sus deseos, como ya hemos señalado, las islas no representaron ni representan un obstáculo para la existencia y el desarrollo de la Argentina capitalista. Sin embargo, el grueso de la izquierda argentina en todas sus variantes (trotskistas, estalinistas, maoístas y guevaristas) confunde una excusa burguesa para manipular a los obreros con una cuestión nacional. En el caso del PO, la debilidad teórica de su dirección y el profundo desprecio que tiene por el trabajo intelectual, redunda en un empirismo que, en forma recurrente, lo pone al borde de una política nacionalista. Aún en lo que, fenoménicamente, aparece como la más palmaria prueba del “subdesarrollo nacional”, la cuestión Malvinas, un análisis algo más serio prueba que estamos frente a una nueva maniobra ideológica de la burguesía por encolumnar detrás de sí al proletariado. NOTAS [1] Schlez, Mariano: “¿Es el conocimiento reaccionario? Las Malvinas en la historia argentina, según el Partido Obrero”, en El Aromo, N° 66, Mayo-Junio de 2012. [2] De Marco, Miguel Ángel: La historia contemplada desde el río. Presencia naval española en el Plata, 1776-1900, Librería Histórica, Bs. As., 2007, p. 128. [3] Lynch, John: Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986. [4] Goodwin, Paul B. Jr.: "Stamps and Sovereignty in the South Atlantic", en The American Philatelist, enero de 1988, pp. 40-46.


Socialismo o liberación nacional. Una respuesta al PTS sobre el caso Malvinas EL AROMO - El Aromo n° 66 - "Nacional y patronal"

Fabián Harari Laboratorio de Análisis Político-CEICS ¿Leyó nuestra posición sobre Malvinas? Pues bien, a partir de lo que hemos escrito, se ha desatado toda una serie de polémicas. Aquí, le respondemos a los compañeros del PTS. El nacionalismo, el imperialismo y la Revolución de Mayo son los problemas a debatir. Nuestra posición sobre la cuestión Malvinas, explicada en varios lugares, ha desatado una serie de críticas que van desde el kirchnerismo al PTS. Todas, sin embargo, tienen una matriz común: la defensa del nacionalismo. Vamos a privilegiar la respuesta al PTS, porque expresa en forma más transparente los vínculos entre el llamado “antiimperialismo” y el programa burgués [1]. Por razones de espacio, nos concentraremos en el núcleo duro de la posición de los compañeros: la opresión imperialista. Volver a 1810... Gran parte de las ideas que sustentan el programa del PTS, y del trotskismo en general, se basan en una determinada evaluación de la revolución burguesa en el país. Según esta corriente, aquella no se habría completado y, por lo tanto, quedan sus tareas aún pendientes. Ante todo, es necesario ponerse de acuerdo a qué nos referimos con “tareas burguesas”. Los compañeros deciden realizar una distinción entre autodeterminación nacional y revolución burguesa. Para eso citan a Lenin. Pues bien, en ningún momento nosotros reducimos la revolución burguesa a la secesión política. Como ya explicamos más de una vez (y los compañeros harían bien en leer nuestros libros) la revolución es un proceso que no culmina con la independencia, sino que se extiende en el siglo XIX y se cierra hacia 1880, ya que abarca las tareas de unificación nacional, unificación económica, extensión del capital y eliminación de relaciones precapitalistas. La burguesía, para consolidar su dominio requiere, tal como explicamos, “la constitución de un Estado nacional, la hegemonía burguesa y la unificación económica y mercantil en una economía plenamente capitalista” [2]. Es decir, el dominio político sobre el resto de las clases y la instauración plena del sistema social que esa clase porta. Para los compañeros, en cambio, la revolución implica “mucho más”. Sin embargo, cuando enumeran los objetivos, reiteran, salvo por un elemento, la misma idea: “el pleno desarrollo del capitalismo en el campo, la eliminación de los resabios pre-capitalistas, los privilegios, el desarrollo industrial, la plena independencia no sólo formal (como un estado sólo formalmente independiente, como las ex-colonias latinoamericanas) sino real de todos los lazos económicos y políticos que ponían trabas al desarrollo económico independiente de la nación” En ese último elemento podemos ver la causa de la confusión: los “lazos económicos y políticos” que


trabarían el desarrollo capitalista. El PTS cree que antes que el socialismo, la tarea del momento es liberar a la Argentina de las trabas que impiden la acumulación de capital nacional. Es decir, hay que darle un impulso a los patrones argentinos, aunque ellos sean lo suficientemente cobardes para dar el primer paso. Si se detuvieran a estudiar la historia argentina, antes que recitar el Programa de Transición, podrían apreciar que la Revolución de Mayo barrió al Estado feudal que garantizaba la dominación colonial y la transferencia de valor por la vía extraeconómica. En todo caso, todavía estamos esperando que nos demuestren ese “lazo” en términos empíricos. Dicho en forma prosaica: deben mostrar alguna prueba tangible. El reclamo de “independencia económica” es una consigna histórica del peronismo. Es la estrategia de los capitales más chicos y expresa una utopía burguesa liberal. ¿Qué significa, en concreto, esa reivindicación? Ningún desarrollo es independiente, por la sencilla razón de que, bajo el capitalismo, las relaciones sociales se desenvuelven dentro de un mercado mundial, donde rige la competencia. En ese contexto, los capitales más chicos (como los argentinos) tienen más dificultades para reproducirse y tienden a ceder plusvalía. Pero también, ese mercado mundial permite a la burguesía argentina hacerse con una masa de renta agraria, que pagan los países centrales (quienes, según el PTS, perderían “independencia”). En realidad, lo que se oculta detrás de esta idea es lisa y llanamente el proteccionismo para la industria nacional, la única forma de que burgueses menos competitivos puedan atenuar, o incluso suspender por un tiempo, los efectos de la competencia. Claro que eso no es gratuito: lo tiene que soportar la clase obrera, ya sea pagando más caros los artículos nacionales, cediendo sus impuestos para subsidios o viendo cómo se usa la renta y/o la plusvalía generada por ella para subvencionar a sus patrones. El programa de “independencia económica” es el que ha sostenido históricamente la Unión Industrial Argentina y, con más vehemencia actualmente, la CGE y la CGRA. Decimos que es una utopía liberal, porque supone individuos atomizados que se relacionan sólo comercialmente en el marco de la llamada “competencia perfecta”. En esa trama, cada agente económico puede desarrollarse independientemente del otro y sólo parece depender de sí mismo, salvo que alguien interfiera. Ese “alguien” puede ser el Estado (para la derecha) o el “imperialismo” (para el nacionalismo). Lo que se oculta, detrás de esto, es la hipótesis de que sólo puede señalarse a una revolución burguesa triunfante allí donde el proceso dio lugar a la formación de una gran potencia. Si esto fuese realmente así, la única burguesía realmente revolucionaria habría sido la inglesa y, luego, la yanqui. Incluso, la alemana (tan denostada por Marx) se habría comportado más valientemente que la francesa, visto el tamaño y la incidencia de una y otra economía. Esto es porque confunden la tarea revolucionaria de instaurar un nuevo sistema con el tamaño que tiene una determinada economía. Le atribuyen a la política la capacidad para revertir cualquier determinación material. No dejamos de ser potencia porque Saavedra fue menos arrojado o menos burgués que Washington, sino porque los puntos de partida eran diferentes. Por ejemplo (y ya lo explicamos varias veces), para 1776, en las 13 colonias vivían 3 millones de habitantes comunicados por la vía marítima, mientras, en todo el Virreinato (incluyendo el Alto Perú, Paraguay y la Banda Oriental), en 1778, vivían 220.000 personas desperdigadas en un territorio con pocas vías de comunicación. Lo mismo vale para hoy día: la revolución socialista no va a transformar a la Argentina en ninguna gran potencia. El verdadero salto requiere de la revolución mundial.


El enemigo principal El PTS ha confesado su programa: “El principal obstáculo a la revolución socialista en Argentina es el imperialismo en general”. En cambio, la burguesía nacional es una clase “semi-oprimida”. Más allá de que no se comprende qué significa “semi” (si hay opresión, más allá del grado, es una clase oprimida), la conclusión es clara: el enfrentamiento central no debe ser con la burguesía nacional, ni siquiera con la burguesía de Brasil o Chile, sino con los capitales de los países centrales. Si el enemigo no es la burguesía en general, sino el “imperialismo” en particular, el PTS debiera abstenerse de apoyar las huelgas a empresarios nacionales, ya que esas acciones los debilitan frente a la competencia “imperialista” y, por lo tanto, desarrolla contradicciones secundarias (de clase) en detrimento de las principales (nacionales). Con ese criterio, tampoco tendría que apoyar acciones sindicales contra empresas brasileñas o chilenas. ¿Cómo describe la “opresión imperialista” el PTS? Mediante tres mecanismos: la remisión de ganancias al exterior de las empresas extranjeras, la deuda externa y las reglas comerciales. Sobre el primero, no hay mucho para decir: se trata de un mecanismo por el cual los capitales fluyen hacia destinos más rentables. Pero esa “fuga” no es un comportamiento exclusivo del capital “imperialista”, sino de cualquier capital local, incluso la pequeño burguesía suele utilizar el mecanismo de colocar sus ahorros en bancos extranjeros. No hay opresión, son las leyes del capital. Con respecto a la deuda externa, ya lo explicamos: se trata de un mecanismo de compensación ante la menor productividad con la que se opera en la Argentina. Es decir, lejos de ser un mecanismo de opresión, es una forma por la cual la burguesía nacional logra sobrevivir (a costa de la clase obrera argentina y extranjera). Con respecto a las reglas comerciales, cada Estado tiene el peso mundial que su economía le permite y no al revés. No hay ninguna regla comercial que pueda explicar el poco desarrollo del capital nacional en la mayoría de las ramas, así como la preponderancia argentina en el agro o en tubos sin costura no se explica por la voluntad política. El punto máximo de concesiones al programa burgués aparece en su defensa del parlamentarismo. El PTS nos pregunta: “¿Para RyR es ‘normal’ que, desde un punto de vista puramente burgués, el presupuesto argentino se discuta verdaderamente no en el Congreso, sino en el FMI o el Club de París?”. Sí, es normal que en un Estado burgués, los problemas fundamentales se discutan en los organismos de la burguesía. Lo contrario es creer que el Congreso representa a “todos los argentinos” y, por lo tanto, debieran escuchar a todas las clases por igual. Ahora bien, si con ello el PTS se refiere a que el Congreso es un simple despacho del “imperialismo” en el cual la burguesía nacional nada tiene para decir, también se equivocan. En primer lugar, las decisiones del Congreso se dan en el marco de una serie de disputas entre las diferentes capas y fracciones de la burguesía. Estas divisiones son más importantes, a la hora de negociar beneficios, que la nacionalidad. La burguesía agraria (nacional y extranjera) pide la baja de las retenciones. La burguesía industrial (nacional y extranjera) pide subsidios. A su vez, las empresas más grandes enfrentan a las chicas. Cuando una burguesía se encuentra debilitada y necesita créditos, es lógico que el FMI comience su intromisión. Con ese criterio, Italia y España serían países semicoloniales, porque su política está dictada por el Banco Central Europeo. Sólo EE.UU. y Alemania escaparían de esta caracterización. Inversamente, desde el 2002 hasta el 2005, la Argentina se encontraba en default y, por lo tanto, el FMI no auditó las cuentas. Hasta 2010, el FMI no pudo enviar funcionarios a evaluar el curso de la economía local. Ese año, se permitió que una delegación ingresara para fiscalizar los índices de precios. Como sabemos, la adulteración de estos datos permite al país pagar menos deuda. A pesar de las críticas, hasta ahora nada


cambió. Por lo tanto, puede decirse que el kirchnerismo cumplió con los anhelos nacionales de los compañeros. En definitiva, el PTS reproduce, en forma más cruda (y por ello más sincera), los problemas del trotskismo argentino para delimitarse del programa de liberación nacional, levantado por FORJA, Montoneros y, en la actualidad, por Pino Solanas o Patria Libre. Se trata, en última instancia, de la defensa de capitales más ineficientes, que pugnan (ellos sí) por privilegios políticos que tenemos que pagar todos. Y es tan o más preocupante que todo esto se sostenga sin ninguna evidencia que lo respalde.

Notas: [1] Las críticas del PTS pueden consultarse en http://www.ips.org.ar/?p=4999 y http://www.ips.org.ar/?p=4905. [2] En nuestro prólogo a La izquierda y Malvinas, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2012, p. 18.


¿El conocimiento es reaccionario? Las Malvinas en la historia argentina, según el Partido Obrero EL AROMO - El Aromo n° 66 - "Nacional y patronal"

Mariano Schlez GIRM-CEICS El Partido Obrero publicó una historia de las Malvinas en sucesivas entregas. Fiel a su tradición, la dirección del partido se dedica a escribir sobre lo que no sabe y no quiere saber. En este primer artículo, le mostramos el resultado de la improvisación. Preste atención, no va a querer perderse esta sucesión de bloopers... Luego de que marcáramos los gruesos errores en que incurrió un Cristian Rath devenido en historiador, el Partido Obrero decidió cambiar de aficionado y encargó al periodista Alejandro Guerrero una historia de las Malvinas, que apareció en entregas de Prensa Obrera. En este caso, se busca justificar una posición nacionalista. Otra vez, tenemos que llamar la atención no sólo acerca de su mirada burguesa del asunto, sino sobre el poco cuidado y la preocupante ignorancia a la hora de abordar el problema. El “descubrimiento” y la “colonización” A diferencia de lo ocurrido con el continente americano, las Islas Malvinas estaban completamente deshabitadas. Lo que resulta llamativo en Guerrero es que sostiene que las islas fueron descubiertas en 1540, por los españoles. Pues bien, parece que ha resuelto una cuestión que nadie había logrado dilucidar. Es una verdadera pena que el breve artículo de la Prensa Obrera no justifique por qué ya no debemos debatir si el hecho fue autoría de españoles (Américo Vespucio en 1501, Magallanes en 1520, Alonso de Camargo en 1540), ingleses (John Davis en 1592, Richard Hawkins en 1594) u holandeses (Sebald de Weert en 1600). Sobre todo, sería interesante saber por qué Guerrero cree que la hipótesis española es más sustentable que la holandesa, dado que sólo Sebald de Weert dejó pruebas que comprueban que avistó las Malvinas (de allí su primer nombre, las “Sebaldes”). Uno sospecha, en realidad, que el periodista no se detuvo en estos debates y que copió lo primero que encontró. A lo largo del siglo XVII, marinos holandeses, ingleses y franceses dejaron rastros de avistaje y desembarco en las islas. De ellos, provienen los dos nombres que actualmente se encuentran en disputa. Aunque Guerrero omita este pequeño dato (¿para no contradecir su alma españolista?), al “Sebaldes” holandés, le siguió un nombre antipático para nuestro periodista: a principios de 1690, el inglés John Strong llamó al estrecho que separa a las islas “Falkland Sound”. Pero la cosa no iba a terminar ahí. A diferencia de lo que el sentido común pudiese señalar, el nombre que hoy reivindica el Estado argentino no proviene de su tradición, sino que es la castellanización del utilizado los primeros colonizadores: los marinos franceses del puerto de Saint-Maló bautizaron a las islas “Malouinas”. En este sentido, no hay controversia histórica: los primeros en colonizar el territorio no fueron ni argentinos (que en esa época no existían), ni españoles, ni ingleses, sino franceses. Antoine Louis de Bougainville fundó Puerto Luis el 17 de marzo de 1764, tomando posesión en nombre del rey Luis XV. Pero los galos no estuvieron solos por mucho tiempo. En enero de 1765, el comodoro inglés John Byron


tomó posesión, en nombre de otro Rey, Jorge III de Gran Bretaña, de las islas “Falkland”. Lo curioso es que, establecidos en otro sector de su territorio (Puerto Egmont), ambas colonias desconocieron la existencia de sus vecinos hasta 1766. Recién entonces, cuando otras potencias ocuparon un territorio deshabitado, y a pesar de no haber mostrado el mínimo interés de colonización, fue cuando los españoles pusieron el grito en el cielo (o en Francia, mejor dicho). El reclamo fue un trámite sencillo (España y Francia eran aliadas en aquel entonces) y todo se resolvió en términos amigables. En abril de 1766, Bougainville aceptó el pago de una indemnización y, el 1 de abril de 1767, España se hizo cargo de Puerto Luis, al que rebautizó como Puerto de Nuestra Señora de la Soledad. Otro Rey (el tercero en la lista), asumía la soberanía de las islas. Los españoles lograron la posesión total de las islas en 1770, cuando atacaron Puerto Egmont y, en una fácil victoria, expulsaron a los ingleses. Semejante hecho no podía ser obviado por nuestro compañero Guerrero, ansioso de hazañas “antiimperialistas”. Pero lo que no dice (tal vez porque le quita brillo a nuestra Madre Patria) es que, un año después, Carlos III devolvió a los ingleses su base. El 22 de enero de 1771, el Rey Sol se comprometía “a dar órdenes inmediatas, a fin de que las cosas sean restablecidas en la Gran Malvina en el Puerto denominado Egmont exactamente al mismo estado en que se encontraban antes del 10 de junio de 1770”, aclarando que esto no ponía en cuestión la soberanía española en las islas. Por su parte, el rey inglés aceptaba la Declaración “como una satisfacción por la injuria hecha a la Corona de Gran Bretaña”. Aunque es muy probable que en el acuerdo haya existido una cláusula secreta que garantizaba que los ingleses abandonarían las islas, Gran Bretaña utilizó este pacto como argumento de su reclamo soberano durante mucho tiempo. Lo cierto es que los ingleses se retiraron en mayo de 1774, concluyendo que se trataba de “una isla postergada para uso humano, tormentosa en invierno, y árida en verano; una isla que por no habitarla ni los salvajes del sur han dignificado...”, no sin antes dejar una placa que rezaba que las islas pertenecían a “Jorge III, Rey de Gran Bretaña”. Por lo que vemos, no hay razones para suponer que las Malvinas correspondían “originariamente” a España. El proceso revolucionario rioplatense (1806-1810) Los ingleses, como todos sabemos, intentaron convertir al Río de la Plata en colonia británica en dos oportunidades, 1806 y 1807. Pese a que el marxismo ya dio unos cuantos pasos en el análisis del tema, Guerrero prefiere convertir a la Prensa Obrera en una sección de La Nación o Página/12, retomando el análisis de liberales y kirchneristas. Empecemos por lo más básico, pero no menos grosero: la caracterización de la economía. Es preocupante que un partido que necesita conocer la naturaleza del sistema capitalista que dice querer eliminar, se permita una afirmación del estilo “En 1806, cuando William Carr Beresford ocupó Buenos Aires, acá no se producía nada”. [1] En esto el PO ha sido realmente original: no existe corriente historiográfica medianamente seria que afirme semejante barbaridad. Los debates sobre ganadería y agricultura, sobre los diezmos, sobre el carácter de la mano de obra y sobre la producción urbana quedan abolidos de un plumazo. Recomendamos a Guerrero consultar algunas lecturas. Modestamente, podría leer nuestros trabajos. Cuando el periodista intenta explicar la “aristocracia criolla”, se envalentona y sentencia que Santiago de Liniers se casó con “la hija de Miguel de Sarratea, un comerciante porteño próspero; es decir, negrero y contrabandista, que eso eran los comerciantes locales”. El primer detalle a tener en cuenta es que Miguel de Sarratea no existe. Si Guerrero se hubiera informado, sabría que el suegro de Liniers fue


Martín de Sarratea, uno de los apoderados del comercio porteño [2]. Pero el problema no es un nombre mal copiado, sino la concepción que defiende, según la cual todos los comerciantes son iguales (contrabandistas y negreros). Pero hagamos un poco de historia real: Martín de Sarratea no fue ningún “negrero contrabandista”. Por el contrario, dedicó todos sus esfuerzos a defender el monopolio gaditano y a combatir, en alianza con otros notables monopolistas, el contrabando (que acicateaba su hegemonía social). Tampoco se especializó en el tráfico de esclavos, más bien lo combatió, dado que era el preferido de sus enemigos, los comerciantes de cuero [3]. En cambio su hijo, Manuel (que tampoco es Miguel), a diferencia de su padre, sí se preocupó por sortear el monopolio gaditano para exportar cueros y unir los Estados Unidos con Buenos Aires, convirtiéndose en uno de los principales dirigentes revolucionarios de 1810 [4]. En vez de investigar un poco, Guerrero le creyó al primer libro que cayó en sus manos. Así, repite que el proceso de Mayo fue impulsado por “la aristocracia porteña”, es decir, por un “bloque integrado por negreros, contrabandistas, hacendados, modernistas y curas”. Si esto es así, parece que todos están del lado de la revolución. Algún compañero militante podría preguntarse quiénes se oponen y dónde están las clases y fuerzas sociales en pugna. Nada sabemos, dado que comerciantes, terratenientes, hacendados y hasta burócratas y curas pueden ser esclavistas, feudales o capitalistas. Su utilización indiscriminada sólo sirve a la defensa de una hipótesis descabellada: el triunfo sobre las Invasiones Inglesas (que unió a todos en un frente) constituyó una revolución. Se confunde así el inicio de un proceso con su desenlace [5]. En su interpretación, furiosos contrarrevolucionarios (como Álzaga y Fernández de Agüero), por el solo hecho de combatir a los ingleses habrían sido, en realidad, revolucionarios. El desprecio a la ciencia Las sentencias de Guerrero son las de Alejandro Horowicz. Quien escribe en Prensa Obrera se deja llevar de las narices por un kirchnerista que también tiene el método de “cortar y pegar”. No sólo Guerrero lo cita textualmente, sino que hace suyas las hipótesis y categorías de este discípulo de Jorge Abelardo Ramos (el historiador preferido de Cristina). La pregunta es, entonces, por qué un aficionado que no puede delimitarse del oficialismo es el responsable de explicar la historia argentina. Una dirección debe estar por delante de sus militantes. En este caso, los artículos de Guerrero no resisten el análisis de cualquier estudiante de la carrera de Historia o de un docente de escuela media. Por una razón muy sencilla: no puede reconstruir el proceso en sus datos más simples. Pero eso no es lo peor: más grave es que muchos compañeros en diferentes frentes no tienen los recursos para recomponer estos errores. A ellos se les da, conscientemente, una herramienta de mala calidad. Es decir: se los desprecia. Una dirección que no sólo es incapaz de explicar ciertos problemas elementales, sino que incluso se jacta de hacerlo improvisada y desinteresadamente, está confesando su propio agotamiento. Notas: [1] Prensa Obrera, n° 1213. [2] La biografía que realizó Paul Groussac sobre Liniers en 1897 es, aún hoy, de lectura recomendada. [3] Véase Schlez, Mariano: Dios, rey y monopolio, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2010. [4] Heredia, Edmundo: Cuándo Sarratea se hizo revolucionario, Plus Ultra, Buenos Aires, 1986. [5] Véase, en esta misma edición, el artículo de Juan Flores sobre el tema.


"Las Islas Malvinas y lo verdaderamente ajeno", artículo de Fabián Harari en Tiempo Argentino, 9-04 RyR en los medios - Diarios y revistas

Por Fabián Harari. 09.04.2012 | Debate

Más allá de si es una causa nacional o no, ¿de quién son las Malvinas? He aquí una pregunta que nadie osó responder seriamente y la razón es que, inevitablemente, hay que discutir el problema de la soberanía. El aniversario de la Guerra de Malvinas ha desatado una serie de debates sobre los diversos aspectos del fenómeno. No obstante, en las discusiones que tenemos ocasión de observar en los grandes medios, se confunden dos problemas: uno, si Malvinas es una causa nacional y dos, si las islas son argentinas. En cuanto al primer problema, se llama “cuestión nacional” a aquellos fenómenos que impiden el normal desarrollo de la vida económica y política de una población en el marco del capitalismo (ya que las naciones son una creación de la burguesía). Por ejemplo, en este momento, Afganistán tiene una causa nacional muy concreta: el ejército estadounidense está ocupando dicho país y, por lo tanto, el conjunto de la vida social se ve alterada. Si Gran Bretaña invadiese Buenos Aires o alguna otra provincia, seguramente tendríamos una cuestión nacional a resolver. En este sentido, la pregunta que debemos hacernos es la siguiente: ¿la Argentina está incompleta sin las Malvinas? ¿Cuál es la importancia económica o política de esas islas que impide el desarrollo del país? La Argentina perdió las islas cuando ni siquiera se llamaba así. No obstante, logró construir un Estado Nacional y una economía capitalista. La importancia económica del territorio del que hablamos es prácticamente nula; su PBI es risible. Tampoco hay una población argentina viviendo allí bajo la tutela de un ejército invasor, como puede suceder en Palestina o en Irak. No vivimos mal por culpa de que los ingleses nos quitaron las Malvinas hace 180 años, ni vamos a vivir mejor si las recuperamos. Por lo tanto, la Argentina no está incompleta y Malvinas no es una causa nacional, más allá de lo que nos digan. Veamos el segundo problema: más allá de si es una causa nacional o no, ¿de quién son las Malvinas? He aquí una pregunta que nadie osó responder seriamente y la razón es que, inevitablemente, hay que discutir el problema de la soberanía. En un sentido puramente jurídico (burgués) del término, soberanía es, para el caso que nos ocupa, la potestad y jurisdicción de un Estado sobre un territorio. Y bien, ¿qué determina que un pedazo de tierra pertenezca a tal o cual entidad política? Durante el feudalismo, se creía que los territorios habían sido cedidos por Dios a determinada dinastía (previa mediación del Papa) y sólo por Él podían ser quitados (y de allí la justificación divina de los cambios dinásticos). En el siglo XIX, la burguesía de cada región creó su propio Estado, con fronteras muy diferentes a las medievales. Nuevas entidades, más grandes (Alemania, Rusia) o más pequeñas (Argentina), fueron creadas. La justificación divina fue derribada. En su lugar, la burguesía proclamó la legitimidad histórica y geográfica. Pero esa unidad no existía: los estados abarcaban pueblos que habían permanecido separados o separaban lo que estaba unido. En ese marco, se crearon las “historias nacionales”, con el objetivo de instalar un pasado común, que no existió, como forma de justificar la nueva soberanía.


Ahora bien, si tomamos este criterio jurídico (sumamente superficial, como vimos), las Malvinas son tan argentinas como lo es Uruguay. Las primeras fueron separadas de nuestro territorio en 1833, sólo cinco años después que la Banda Oriental (1828) y no hay ningún año que oficie como línea divisoria entre lo que se puede reclamar y lo que no. Con ese criterio histórico, debiéramos devolver nuestro país al rey Juan Carlos de Borbón o incluso a los indígenas, (lo que requeriría dar una región a cada descendiente de cada una de las tribus). Del mismo modo, los EE UU deberían devolver California y Texas a México y México debería devolverse a sí mismo a los Aztecas, así como los musulmanes deberían recuperar España y, claro está, habría que hacer lugar a la expulsión de los palestinos, ya que a los israelíes les asiste un derecho que data de hace 3000 años. Como vemos, el reclamo por las Malvinas es algo ridículo: no son argentinas, son de los isleños. No obstante, hay un problema central que no ha sido discutido y que nadie se atrevió a mencionar: si las Malvinas no fueran argentinas, ¿de quién serían? Dicho en buen criollo, ¿de quién es la Argentina? La respuesta parece fácil: “De los argentinos.” Pues bien, eso no es cierto. El país no nos pertenece a todos, le pertenece a una clase social. La clase que es dueña de los campos, de las fábricas, de las casas, de nuestro tiempo libre, la que tiene en su poder todo lo que necesitamos para vivir, la que come bien y elige su futuro, la que tiene a la justicia en sus manos, la que tiene siempre las puertas abiertas de los despachos, la que nunca va a conocer una cárcel o las miserias de un hospital público. A esta gente pertenece la Argentina. Ellos son los soberanos. El resto no. El resto no es dueño de nada, o de casi nada. El resto es la inmensa mayoría que debe vivir hacinado, sin poder curarse, trabajando más de la cuenta para poder comer, ver un rato a los chicos, la estupidez de Tinelli, dormir algunas horas y otra vez al trabajo. Argentinos a los que se les niega incluso un pedazo de vereda para dormir (porque ensucian, ¿vio?). Si algún día, algún gobierno recupera las islas, lo hará para ellos, para los propietarios del país, que correrán a hacer negocios. Nuestra vida, en cambio, no se va a alterar en lo más mínimo. Las Malvinas no van a ser nuestras, porque la Argentina no lo es. Fuente: Tiempo Argentino, 09/04/2012


¿Existe una cuestión nacional en Argentina? Debate sobre el libro "La izquierda y la guerra de Malvinas", con Eduardo Sartelli, Christian Castillo (PTS) y José Castillo (IS) EL AROMO - El Aromo n° 68 - "Sumate a la militancia"

Mucho se ha escrito y debatido sobre la cuestión Malvinas. Aquí presentamos un debate entre Eduardo Sartelli, Christian Castillo y José Castillo sobre el tema. La cuestión nacional, la guerra y el Imperialismo son problemas que fueron debatidos.

El 30 de junio de este año, en la Facultad de Filosofía y Letras, se presentó el libro La izquierda y la guerra de Malvinas, editado por nuestra editorial (Ediciones ryr), en el marco de la colección Historia Argentina de la Biblioteca Militante. La presentación consistió en un debate entre Eduardo Sartelli (director de RyR), Christian Castillo (por el PTS) y José Castillo (por IS). A continuación, presentamos un resumen de la discusión:

Eduardo Sartelli: Para pensar el tema Malvinas hay que superar algunos obstáculos que impiden toda discusión seria. El primero es el emotivo: “yo estuve ahí”. El que estuvo allí no sabe nada por haber estado, más allá de la experiencia personal. El segundo es el de “macho ofendido nacionalista”. Lo importante es cuestionar el valor real que Malvinas tiene en nuestras vidas. El otro punto que tenemos que evitar es el del “anti imperialista ofendido”, el tipo que cree que siempre que haya una bandera inglesa, hay que escupirla, no importa que el gobierno que haya llevado adelante la guerra haya sido uno de los más ultra imperialistas de la historia. La cuestión nacional es un problema. En el capitalismo, las sociedades se han organizado como estados nación. Marx y Engels saludaban las formaciones estatales como la mejor forma para desarrollar las fuerzas productivas, dando a lugar a la base material para una sociedad futura. De modo que la cuestión nacional es un problema real, lo que hay que preguntarse es si Malvinas forma parte de la cuestión nacional argentina. Si bien Argentina no tiene pendiente ninguna cuestión nacional, suponiendo que esto aún no se haya resuelto, Malvinas no forma parte de este problema. Porque este supone la posibilidad de construir un Estado que organice relaciones sociales con algún grado de independencia y permita el desarrollo de las fuerzas productivas. Cuando esto se alcanza, se acaba la cuestión nacional. Lo cierto es que la Argentina ha constituido un Estado Nación con cientos de años y en ningún momento de su historia ha necesitado de las islas. Entonces, ¿por qué luchamos? ¿Por la constitución del Estado Nación burgués o por la revolución social? Lo que debe hacer un marxista es superar estas cuestiones, preguntándose si, en términos marxistas, hay una cuestión nacional o no. El segundo punto es la izquierda y la cuestión Malvinas. ¿De qué se la acusa en este libro? De haber claudicado ante el nacionalismo, de haber hecho un frente acompañando a la dictadura a la guerra. De haber suspendido la batalla contra esa dictadura en nombre de una supuesta superación por la guerra. La izquierda demostró que no sabe de historia y no conoce el país en el que vive. La idea de que la


Argentina de Galtieri sufría una crisis de la cual iba a salir la revolución, a través de Malvinas, es no conocer la historia, es haber comprado el mito de Malvinas como cuestión nacional y es haber aceptado que Galtieri representó algún papel progresivo por llevar el país a la guerra. Las clases van a la guerra solo si hay un interés que se juega allí; de lo contrario, no van. No hay razones, salvo que uno confunda explotación con dominación nacional, para pensar que la clase obrera argentina haya querido continuar una guerra contra el imperialismo en lugar de dar por tierra a la dictadura. La razón por la cual la izquierda quedó mal parada fue porque no entendió los intereses de la clase obrera que intentaba dirigir. Este es el núcleo del problema para los que pretendemos revolucionar el mundo.

José Castillo: El planteo de Fabián Harari “las Malvinas son de los kelpers”, el mismo que sostiene Allan Woods, me obligó a arrancar por aquí. ¿Es Malvinas parte del sometimiento argentino al imperialismo o es una cuestión de dos rocas perdidas en medio del Atlántico Sur? Yo creo que es parte del primero, e incluso hoy lo es más de lo que era en 1982. Cuando discutimos hoy Malvinas no discutimos el gaucho Rivero, sino el petróleo, el área de pesca, el control estratégico del otro pasaje que existe entre el Atlántico y el Pacífico por fuera del canal de Panamá. Discutimos la Antártida y sobre un capitalismo estratégico al cual se le agotan los recursos como el agua. Evidentemente los imperialismos piensan que esto importa. De hecho, hay bases militares que durante estos años se han ido ampliando. No estamos discutiendo una cuestión sentimental o un cascote. Dicho esto, hay un segundo tema de debate sobre qué significó la guerra y cuál fue la posición de la izquierda. Creo que nadie en la izquierda, en general, asumió en su momento que Galtieri representaba una posición anti imperialista y que por eso decide recuperar las islas. La posición de Gilly tiene elementos falsos. Él dice que la clase obrera se opuso a la guerra cuando no fue así. Yo estuve -y lo reivindico como lugar científico- junto con el activismo anti dictatorial, el cual venía creciendo desde el año 1981. Un movimiento sindical en ascenso, que Gilly desconoce. Montones de procesos que se encadenan en ese momento, pero que venían ocurriendo de manera preexistente. El conjunto de ese activismo no discutió sobre lo que significaba Malvinas, sí hubo discusiones acerca de lo que podía llegar a hacer la dictadura. Posteriormente se produjo un proceso de desmalvinizacion y el alfonsinismo jugó un rol importante para esto. Creo que el fondo de este libro está en leer el prólogo de Fabián [Harari], quien trae la discusión. Eduardo dice que Argentina no tiene una cuestión nacional y nosotros diferimos. La cuestión nacional no significa ser colonia. Se puede ser dependiente sin ser colonia. El sometimiento de la Argentina al imperialismo se puede ver en la balanza de pagos, mediante el intercambio desigual, la repartición de utilidades, la deuda externa, la relación con el FMI, el Banco Mundial, los acuerdos con la OEA, la reciente ley anti terrorista, etcétera. Ahora, hay una discusión más, la existencia del imperialismo como categoría en términos de cómo lo plantea Lenin. Nosotros seguimos creyendo que la lucha de la clase obrera esta indefectiblemente unida a la lucha anti imperialista.

Christian Castillo: Yo creo que si aquí estuviese alguien de Inglaterra, a Eduardo lo contratan, es más los nombrarían Sir, porque en el debate internacional diplomático sobre la cuestión Malvinas, el Comité de Descolonización de la ONU considera que Malvinas es uno de los casos de dominación colonial que hay en el mundo. Un organismo controlado por grandes potencias ha tenido que reconocer que la situación


de Malvinas es la de un enclave internacional. Insisto, la posición de Sir Edward Sartelli está a la derecha del Comité de Descolonización de la ONU. Yo pensaba empezar por donde terminó José Castillo, entre los artículos hay dos posiciones. La de Adolfo Gilly, quien reconoce la existencia del imperialismo y la de Alberto Bonnet y Allan Woods, en donde no se reconoce la posesión imperialista de Malvinas. Hay una primer cuestión muy importante respecto a cómo pensamos el capitalismo. El imperialismo no es una política, sino que es una estructura de relaciones sociales, económicas y políticas. Esto implica que hay potencias dominantes y que usan a partir de haber llegado primero al desarrollo capitalista y dominan al mundo. Esto se expresa mediante sus empresas y su potencia militar. Más de 120 países tienen bases estadounidenses. Obama patina su deuda e impone condiciones al resto del mundo sobre los pueblos oprimidos. La burguesía argentina no gira plusvalía de otros países para acá. Cualquier estudio de tasa de ganancia en EE.UU. muestra cómo la tasa de ganancia de las empresas que están en el exterior duplica la que tienen internamente. Esto lo pueden ver en los trabajos de Dúmenil y Levy. La situación de EE.UU. no se puede entender sin esa masa de plusvalía que obtiene, no solo de explotar a su clase obrera sino también de explotar a trabajadores de otros países. No es que hay tamaños de capitalismo, sino una estructura que opera internacionalmente, más allá de las formas nacionales. Operan internacionalmente a partir del monopolio. Gran Bretaña está entre ese grupo de estados y Argentina no. La importancia que tuvo la delimitación de la III Internacional es que entre los estados hay opresores y oprimidos, y que la clase obrera en este sentido no es neutral, sino que se coloca del lado de los oprimidos. Entonces, yo no veo que sea distinto Malvinas de otros casos. ¿Qué diferencia tiene con las guerras del Golfo, en donde la coalición formada por EE.UU. luchó contra Saddam Hussein y, sin embargo, todos los sectores anti imperialistas y socialistas enfrentaron esa coalición? Lo que tienen en común los tres artículos es una enorme estrechez nacionalista. El punto era que Thatcher pudo consolidarse en el poder porque ganó la guerra de Malvinas. Si hubiese sido derrotada, no hubiesen sido derrotados los mineros ingleses dos años después. Esto era lo que se jugaba. Se plantea una visión ingenua del imperialismo, una visión cipaya que no distingue entre los nacionalismos de pueblos opresores y oprimidos, que no ve las reivindicaciones anti imperialistas, que no ve que la clases sociales deben tomar las luchas anti imperialistas como propias y que, en definitiva, no ve cómo derrotar a las direcciones nacionales. La derrota en Malvinas creó la idea de que al imperialismo no se lo puede derrotar. Creó una idea derrotista y una visión pacifista. Hoy día sería delirante prepararnos para una lucha por Malvinas. Ahora, hay que plantear la reivindicación. Piensen: ¿una revolución en la Argentina, está mejor o peor con una base de la OTAN en las Malvinas? A mí me parece elemental para una revolución no tener una base enemiga ahí.

Eduardo Sartelli: Discutamos posiciones que se han dicho aquí. La Argentina ganaría posiciones en relación al petróleo, la pesca, la cordillera... Ahora bien, ¿la pesca y el petróleo serían de los argentinos o de la burguesía argentina? No puedo creer el grado de nacionalismo que tenemos en la cabeza. Seriamente no se puede comparar Irán, Irak con Malvinas. Seriamente, si hay una base del Imperio


Británico ahí ¿estamos mejor o peor? Es una pregunta tonta que no tiene ningún valor. Estamos discutiendo sobre la cuestión Malvinas, sobre la cuestión nacional, no estamos discutiendo si estamos en contra de cualquier construcción militar capitalista. Acá los compañeros razonan como perfectos burgueses nacionalistas. La idea de que la Argentina no se apropia de plusvalía ajena: no saben lo que es la renta diferencial y que la Argentina vive de eso. No saben que sistemáticamente la Argentina se ha parado sobre la deuda externa y que este es el primer gobierno que la paga. Si ganaba Galtieri, ¿quién ganaba? ¿Una posición nacional? ¿Quién respaldaba a Galtieri? El mismo Christian lo dijo: las dictaduras latinoamericanas llegaron de la mano de EE.UU. Además, Christian le da a Malvinas una proyección internacional del tipo “el mundo se jugó en Malvinas”. Y como ganó Margaret Tatcher, vino el desastre que vino. Si hay una base británica y los obreros británicos hacen la revolución, ¿nos conviene o no nos conviene? Nos conviene. Si hay una base británica y los obreros argentinos hacen una revolución. ¿Nos conviene? No. Pero eso es hacer futurología. Además, si las Malvinas no fueran argentinas, pero ahí hubiese bases del Imperio Británico, ¿no habría que estar en contra igual? Si hay una base cuya relación social que la sostiene es el capitalismo, hay que estar en contra de eso, sea argentina o no. Estamos discutiendo la cuestión nacional, no si estamos a favor o en contra de cualquier construcción de poder capitalista. ¿No será que la mejor forma de luchar contra el imperialismo es hacer la revolución en el país de cada uno? ¿Por qué el Comité de Descolonización dirá “Malvinas en un hecho colonial”? ¿Ustedes creen que Rusia y China quieren que Inglaterra esté dónde está? ¿Quién se refuerza si las Malvinas pasan a ser argentinas? ¿Argentina? La Argentina es un país podrido por su propia estructura económica, no por Malvinas. Probablemente, las islas agreguen un problema más. ¿Quién se refuerza? Los EE.UU. y cualquiera que esté disputando posiciones con el Imperio Británico. El imperialismo no es más que lo que corresponde a la política de los capitales con mayor capacidad de acumulación. ¿Qué política se puede esperar de EE.UU.? ¿Que se quede esperando sentado que algún tribunal le diga que tiene derecho a algo? Yo diría que el problema está en el horizonte jurídico del derecho democrático burgués. Si yo tengo el poder, intento transformarlo en ley. Argentina lo hace con Uruguay y Paraguay. Brasil también. Reclamar todo el tiempo la cuestión del imperialismo es una forma de no abordar sobre los problemas reales.

José Castillo: Nosotros tenemos un texto con nuestras posiciones durante la guerra. Hubo llamamientos a la clase obrera británica, menciones comunes de solidaridad. Algunas organizaciones británicas plantearon el boicot económico a la guerra. El grupo de Allan Woods, de hecho, sostuvo esto. La autodeterminación nacional no se aplica cuando uno define a algo como enclave. En Malvinas viven 2.300 personas, más de la mitad son militares que han llegado después [de la guerra]. La población de ahí es altísimamente racista con los latinos y con los argentinos en particular. Se aprovechan de los contratos de pesca. Nosotros consideramos que esto las ubica en la posición de población de enclave. Lo que nosotros estamos diciendo es que no había ninguna posición dentro de la burguesía nacional que estuviera interesada, o en condiciones, de avanzar en ninguna tarea anti imperialista, no que no


existieran tareas de este tipo. En todo caso, tendríamos que volver a esas discusiones y no meter todo en una misma bolsa y decir que todo el habla de la cuestión nacional o de anti imperialismo es nacionalista. Me da la sensación de que me encuentro discutiendo con Antonio Gallo.

Christian Castillo: Galtieri no hizo la guerra como agente norteamericano. Quien era su agente, se transformó. Lo mismo que puede analizarse con el cambio de bando de Saddam Hussein. Este fue un agente norteamericano durante la guerra contra Irán y luego cambió de bando. Bin Laden cambió de bando, ¿o no fue un agente en la guerra contra Afganistán y luego se pasó de bando en las guerras del Golfo? No hay que tener una visión lineal. Tipos que se vanagloriaban de haber hecho la guerra contra el comunismo, se terminaron abrazando con países como Cuba [se refiere a Costa Méndez]. Se dieron contradicciones reales de acuerdo a la situación que motivaron esas peculiaridades. No entiendo por qué decir que hay una causa anti imperialista, qué el proletariado debe tomar esa lucha en sus manos, porque la burguesía local es incapaz, es nacionalista burgués. Si por x cuestiones un Estado participa en una lucha anti imperialista, participamos para ganar esa dirección para los movimientos oprimidos. Y en esto me baso en Trotsky: ¿cómo no íbamos a defender la expropiación del petróleo por parte de Cárdenas? Nosotros planteamos desde un programa integral, pero si se ataca a un país oprimido, ¿cómo no nos vamos a colocar en contra de esa agresión? Y no es “guerra o revolución”, porque nosotros esperamos hacer una revolución. La guerra no es algo que deseábamos, sino algo de la dictadura per se. Estamos discutiendo que hacemos en el transcurso de eso. Es más, la política de alinearse con la Argentina es para hacer la revolución, no para no hacerla. Nosotros no teníamos la política de ganar la guerra y discutir la revolución después. Es un programa para hacer la revolución socialista. Esta es nuestra concepción.

Eduardo Sartelli: Veamos la realidad concreta: las masas argentinas no salieron a exigir la guerra. Esto no es Irán o Irak. Si viene Bush a bombardear Buenos Aires, es una cuestión. Eso es Afganistán o Irak. Es la invasión y la destrucción de un país, y entonces toda la burguesía va a desaparecer, lo cual me preocupa poco. Pero el resultado va a ser que las masas van a sentir una tasa de explotación mayor y además van a confrontar una burguesía mucho más poderosa. Entonces, ¿cómo no nos vamos a armar para enfrentar esa situación? El problema es un hecho concreto. A mí me llama mucho la atención cómo ciertos compañeros de la izquierda argentina no pueden discutir las cosas concretas. Tuvimos una discusión hace tres años por el problema agrario y no conseguí que me dijeran nada sobre la pampa argentina, a pesar de que había dirigentes nacionales que sostenían que había que repoblar la Argentina y la pampa. ¿Las Malvinas son un problema nacional o no?, esta es la discusión. Después podemos discutir si es un enclave o no, si la población es trucha o no. No me interesa, tengo problemas más importantes, como el ajuste feroz que se viene. Entonces no puedo encolumnarme detrás de Cristina, porque la refuerzo. Lo que tengo que decir es que ahí no hay un problema, el problema es el ajuste que se viene. La gente se da cuenta de esto, ¿o alguien se acuerda hoy del asunto? Nosotros estamos discutiendo esto porque editamos un libro, pero si fuera una cuestión nacional, se hubiera planteado con o sin Cristina. Las


masas no se comieron la galletita de Cristina, sí la izquierda. Las masas lucharon contra la dictadura y contra Galtieri y, después, votaron al tipo que representaba exactamente lo contrario. El problema no es que la izquierda argentina tiene que hacerse cargo de masas irracionales. El problema argentino es que la que es irracional es la izquierda. Y acá no hago ninguna distinción entre la izquierda burguesa y no burguesa, ya que el grado de irracionalismo es muy similar. ¿De dónde viene ese irracionalismo? De no ver las cosas concretas. En toda la discusión se hizo mención al imperialismo. Como bien se planteó, esa no es la discusión. No existen dos tipos de países: los buenos y los malos. Los compañeros embellecen a las burguesías nacionales, a las cuales les hacen hacer las cosas que hacen no por sus propios intereses, sino por el imperialismo. Cristina no aplica el ajuste porque el imperialismo quiere, sino porque ella quiere. La burguesía nacional es ésta y el problema es que uno se hace ilusiones con que debería ser algo distinto. Para ver los videos del debate completo ingresa a este link: http://www.razonyrevolucion.org/ryr/index.php?option=com_content&view=article&id=2069:charladebate-la-izquierda-frente-a-malvinas-306&catid=127:ultimos&Itemid=125


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