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Yessy
Jasiel Odair Lauu LR Alex Phai Fany Stgo. Issel Miry GPE
Melii AriannysG Jane Alessandra Wilde Miry GPE Mary Nana Maddox
Alessandra Wilde Mary Mary Haynes Iraleire Zafiro Vani
Fany Stgo. Amテゥlie. LucindaMaddox Laurita PI MariaE. Ampaム出 Elizabeth Duran
ElyCasdel MaJo Villa Vane hearts Adriana Tate Nikky Josmary
SammyD Victoria Snow Q Val_17 Daniela Agrafojo Lizzy Avett'
Melii Marie.Ang
Dey Kastテゥly
Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Avance de Dorothy must die
En esta original novela, Dorothy viaja de regreso a Oz para reencontrarse con viejos amigos, pero su historia puede no tener un final feliz. No Place Like Oz es una precuela de la próxima novela de Dorothy must die. Después de regresar a Kansas, Dorothy Gale se ha dado cuenta que los tristes campos de Kansas no se comparan con los paisajes vibrantes de Oz. Y aunque ella está feliz de reunirse con la tía Em, extraña a sus amigos del Camino de Ladrillos Amarillos. Pero sobre todo, Dorothy echa de menos la fama y la aventura. En Kansas ella es sólo otra chica de la pradera, pero en Oz era un héroe. Así, Dorothy está dispuesta a hacer cualquier cosa para volver, porque realmente no hay lugar como Oz. Pero volver a la tierra que dejó tiene un precio, y después de que Dorothy lo consiga con él, Oz nunca será el mismo.
Dorothy Must Die #0.5
Traducido por Jasiel Odair Corregido por Melii
Dicen que no puedes ir a casa de nuevo. No estoy del todo segura de quién dijo eso, pero es algo que dicen. Lo sé porque mi tía Em lo ha bordado sobre una almohada en la sala de estar. No puedes ir a casa de nuevo. Bueno, incluso si lo pusieron sobre una almohada, alguien dijo que estaba mal. Soy una prueba de que no es cierto. Porque, verás, me fui de casa. Y volví. Rápidamente, golpea tus talones juntos, y ya está. Oh, no fue tan sencillo, por supuesto, pero mírame ahora: todavía estoy aquí, igual que antes, y es como si nunca me hubiese ido en primer lugar. Así que, cada vez que veo esa pequeña almohada en el buen sofá de la tía Em, con sus bordados rosa alrededor de los bordes y coloridos ramos de margaritas y flores silvestres cosidos junto a esas palabras alegres (A veces me pregunto, ¿pero incluso son alegres?), estoy a mitad de camino a caer en la tentación de reírme. ¡Cuando veo todo lo que ha sucedido! Un cierto tipo de persona podría decir que es irónico. No es que yo sea esa clase de persona. Se trata de Kansas, y nosotros, los ciudadanos de Kansas no le damos mucha importancia a algo tan tonto como la ironía. Las cosas que nos importan son: El trabajo duro. Sentido práctico. Sentido común. Rendimiento de los cultivos, ganado sano e inviernos moderados. Las cosas que se pueden tocar, sentir y ver con tus propios ojos. Cosas que hagas que por lo menos causen un pequeño efecto. Debido a que esta es la pradera, y en la pradera no hay lugar para soñar despierto. Todo lo que importa aquí es cómo atravieses el invierno.
Un invierno de Kansas triturará a un soñador y alimentará a los cerdos con eso. Como mi tío Henry siempre dice: No puedes cambiar un bote lleno de deseos por un cubo de agua sucia. (Tal vez debería bordar eso en una almohada para la tía Em, también. Me pregunto si la haría reír.) No sé acerca de los deseos, pero un cubo de agua sucia era exactamente lo que tenía en mi mano la tarde de mi decimosexto cumpleaños, un día en septiembre con una frialdad ya en el aire, mientras iba a través del campo, alejándome del cobertizo y de la granja hacia la pocilga. Era la hora de comer, y los cerdos lo sabían. Incluso desde quince metros de distancia, ya podía oírlos —Jeannie, Ezequiel y Bertha— chillando y resoplando a la espera de su próxima comida. —¡Bueno, en serio! —me dije—. ¿Quién en el mundo podría estar tan entusiasmado con un poco de agua sucia? Como lo dije, mi vieja amiga, la señorita Millicent asomó su carita roja por una brecha de alambre en el gallinero y graznó en señal de saludo. —Y hola a ti también, señorita Millicent —dije alegremente—. No te preocupes. Recibirás tu propia comida muy pronto. Pero la señorita Millicent buscaba compañía, no comida, y se escabulló de su jaula para comenzar a seguir mis talones mientras yo continuaba mi camino. Había estado ignorándola últimamente, y la vieja gallina roja empezaba a enfadarse al respecto, un sentimiento que expresó hoy graznando fuerte y a la sombra de cada paso que daba, aleteando y remedando mis pasos. Para ella estaba bien, sin duda, pero cuando sentí su duro pico pellizcando en mi tobillo, finalmente le espeté—: ¡Señorita Millie! Sal de aquí. ¡Tengo tareas que hacer! Vamos a tener un lindo rato de corazón a corazón después, te lo prometo. La gallina graznó en reproche y se lanzó hacia adelante, parando en seco justo en el lugar donde yo estaba a punto de poner mi pie en el suelo. Era como si quisiera hacerme saber que no podía alejarme de ella tan fácilmente, que iba a prestarle algo de atención, me gustara o no. A veces, esa gallina podía ser imposible. Y, sin siquiera realmente quererlo, le di una patada. —¡Shuu! La señorita Millie saltó a un lado justo antes de conectar mi pie, y sentí que perdía el equilibrio mientras la perdía, tropezando hacia atrás con un grito y aterrizando en mi trasero en la hierba. Me miré a mí misma con horror y vi mi vestido cubierto de desperdicios de cerdo. Mi rodilla se encontraba raspada, tenía suciedad en las manos, y el balde de alimentos volcado, a mi lado.
—Millie —chillé—. ¿Ves lo que has hecho? ¡Has arruinado todo! —Le di un manotazo de nuevo, esta vez aún más enojada que cuando la patee, pero ella sólo se paseó ágilmente a un lado y me dejó allí, mirándome como si ya no supiera qué hacer conmigo. —Oh cariño —dije, suspirando—. No quise gritarte. Ven acá, gallina tonta. Millie movió la cabeza arriba y abajo como si estuviera considerando la proposición antes de saltar directo a mi regazo, donde se enterró y cacareó suavemente mientras le revolvía las plumas. Esto era todo lo que ella quería, en primer lugar. Ser mi amiga. Solía ser todo lo que yo quería, también. Solía ser que la señorita Millicent e incluso la cerda Jeannie fueron algunas de mis personas favoritas en el mundo. En aquel entonces, no me importaba ni un poco que un cerdo y un pollo difícilmente fueran calificados como personas. Ellos se encontraban ahí para mí cuando me sentía triste, o cuando algo era gracioso, o simplemente cuando necesitaba compañía, y eso era lo que importaba. A pesar de que Millie no podía hablar, siempre sentí como si entendiera todo lo que decía. A veces incluso casi parecía que me estaba hablando, dándome sus consejos sensibles y sin sentido en un cacareo ronco. —No te preocupes, querida —decía ella—. No hay problema alguno en todo este mundo que no se pueda arreglar con un poco de trabajo y esfuerzo. Pero últimamente, las cosas no eran lo mismo entre mi gallina y yo. Últimamente, me sentía cada vez más impaciente con su cacareo exasperante, con la forma en que siempre picoteaba y se preocupaba por mí. —Lo siento, señorita Millicent —dije—. Sé que no he sido yo misma últimamente. Te prometo que volveré pronto a la normalidad. Abrió sus alas e infló el pecho y miré alrededor: a los campos polvorientos y de un gris verdoso, que se fusionaban en el horizonte con el cielo azul grisáceo casi combinando, todo extendiéndose tan lejos a la nada que parecía como si fuera posible viajar, viajar y viajar —sólo ir en línea recta hacia el este o el oeste, al norte o al sur, sin importar— y nunca llegarías a algún lado. —A veces me pregunto si el resto del mundo vive así —le dije—. Campos y cielos grises, y baldes de agua sucia. El mundo es un lugar grande, señorita Millicent, basta con ver ese cielo. Entonces, ¿por qué se siente tan pequeño desde donde nos hallamos sentados? Te voy a decir una cosa. Si alguna vez tengo la oportunidad de ir a otro lugar, me voy a quedar ahí. Me sentí un poco avergonzada de mí misma. Sabía cómo sonaba.
—Componte y deja de estar deprimida, Pequeña Señorita Fantasía — me respondí a mí misma, ahora en mi rasposa voz seria de la señorita Millicent, imaginando que las palabras salían de su boca en lugar de la mía—. Una niña de la pradera no se preocupa en su linda cabecita sobre lugares a los que nunca irá o cosas que nunca verá. Una niña de la pradera se preocupa por el aquí y el ahora. Esto es lo que un lugar como éste te hace. Hace que pongas palabras en los picos de las gallinas. Suspiré y me encogí de hombros de todos modos. La señorita Millie no sabía que había algo más ahí fuera. Ella sólo conocía su jaula, su comida, y a mí. En estos días, la envidiaba por eso. Porque yo era una niña, no una gallina, y sabía lo que estaba por ahí. Más allá de la pradera, de donde me sentaba con mi vieja gallina en mi regazo, había océanos y océanos. Más allá de esto había desiertos, pirámides, selvas, montañas y palacios resplandecientes. Escuché hablar de todos esos lugares y todas esas cosas en noticiarios y periódicos. Y aunque fuera la única en saberlo, vi con mis propios ojos que existían más direcciones para desplazarse que solo al norte y al sur y al este y al oeste, lugares más increíbles que París y Los Ángeles, más exóticos incluso que Katmandú y Shanghai. Existían mundos enteros por ahí que no figuraban en ningún mapa, y cosas en que nadie creía. No necesitaba creer. Lo sabía. Solo algunas veces deseaba no hacerlo. Pensé en Jeannie, Ezequiel y Bertha, todos ellos en su corral llenos de entusiasmo por la misma bazofia que tuvieron ayer y tendrían de nuevo mañana. Los desperdicios que tendría que rellenar en el cubo y transportar de vuelta. —Debe ser agradable no conocer nada mejor —le dije a la señorita Millicent. Al final, una gallina es una buena cosa para sostener en tu regazo durante unos minutos. Es una buena cosa que pretenda hablar cuando no hay nadie más alrededor. Pero al final, si quieres saber la honesta verdad, es posible que una gallina no haga la más grande amistad. Acomodando a la señorita Millicent a un lado, me quité el polvo y me dirigí hacia a la casa de campo para asearme, cambiarme de vestido, y prepararme para mi gran fiesta. Bertha, Jeannie y Ezequiel tendrían que esperar hasta mañana para su alimento. No me gusta dejarlos ir con hambre. Al menos, no era como mi vieja yo.
Pero la vieja yo se estaba haciendo mayor cada segundo. Habían pasado dos años desde el tornado. Dos años desde que me fui lejos. Desde que conocí a Glinda, la Bruja Buena, y el León, el Hombre de Hojalata y el Espantapájaros. Desde que recorrí el Camino de Ladrillos Amarillos y derrotado a la Malvada Bruja del Oeste. En Oz, había sido un héroe. Podría haberme quedado. Pero no lo hice. La tía Em y el tío Henry se encontraban en Kansas. El hogar estaba en Kansas. Había sido mi decisión y sólo mía. Bueno, había hecho mi elección, y como cualquier buena chica de Kansas, viviría con ello. Levantaría mi barbilla, colocaría una sonrisa, y seguiría mi camino. Los animales podían pasar hambre por ahora. Era mi cumpleaños, después de todo.
Traducido por Alessandra Wilde Corregido por AriannysG
“Foliz Dulcos Diocisois” decía el pastel, las letras deletreadas en el glaseado. Le sonreí a mi tía Em con mi mejor sonrisa. —Es hermoso —dije. Ya me había puesto mi vestido para la fiesta, que no era muy diferente del vestido que acababa de ensuciar en el campo, y me limpié lo mejor que pude, fregando la suciedad de mis manos y la sangre de mis rodillas hasta que casi no podías notar que me había caído. El tío Henry merodeaba a un lado, luciendo tan orgulloso y lleno de esperanza como si lo hubiera horneado él mismo. Desde luego, había ayudado, reuniendo los ingredientes de alrededor de la granja: sacando los huevos de la señorita Millicent (que nunca parecía de humor para poner otro), ordeñando la vaca, y asegurándose de que la tía Em tuviera todo lo que necesitaba. —¡A veces me pregunto si no me casé con una chef! —dijo Henry, poniendo el brazo alrededor de su cintura. Incluso Toto estaba emocionado. Me miraba desde el suelo ladrando hacia nosotros con impaciencia. —¿De verdad te gusta? —preguntó la tía Em, una nota de duda en su voz—. Sé que la escritura no es perfecta, pero la caligrafía nunca ha sido mi fuerte. —¡Es maravilloso! —exclamé, alejando el pequeño sentimiento de decepción que burbujeaba en mi pecho. Una pequeña mentira piadosa no le hace mal a nadie, y no dudaba que la torta sería deliciosa. La comida de la tía Em por lo general podría no lucir sofisticada, pero siempre sabe mejor que cualquier otra cosa. Ah, ya sé que es el sabor del pastel lo que importa. Sé que no tiene sentido preocuparse por cómo luce en el exterior cuando te lo comerás en tan solo unos minutos. Pero mientras más lo veía ladeado sobre mesa con su glaseado marrón y las palabras "Feliz dulces dieciséis", escrito con las es luciendo como os temblorosas, me encontré deseando algo más.
No podía dejar que la tía Em lo supiera. No podía dejar que se diera cuenta del más pequeño indicio de que algo andaba mal. Así que la envolví en un abrazo para hacerle saber que no importaba: que incluso si el pastel no era perfecto, era lo suficientemente bueno para mí. Pero entonces se me ocurrió algo. —¿Estás segura de que es lo suficientemente grande? —pregunté—. Va a venir mucha gente. —Había invitado a todos de la escuela, no es que eso fuera mucha gente, y a todos los de las granjas vecinas, además de los propietarios de todas las tiendas en las que estuve en mi último viaje a la ciudad. Invité a mi mejor amiga, Mitzi Blair, e incluso a la horrible Suzanna Hellman y su mejor amiga, Marian Stiles, por no hablar de un reportero de Carrier que tomó un interés especial en mi vida desde aquel tornado. Además, Suzanna traería arrastrando a su pequeña hermana horrible, Jill. Tía Em me miró nerviosamente. —Iba a hacer otra capa, querida, pero nos estábamos quedando sin huevos... —dijo, su voz apagándose, su rostro curtido de repente de color de rosa por la vergüenza. El tío Henry llegó rápidamente al rescate. —No voy a comer una segunda ración —dijo, frotando su vientre, que no es pequeño—. No me haría daño saltarme una primera ración, ahora que lo pienso. Mi tía agarró su brazo y se rio entre dientes, su preocupación olvidada momentáneamente. Todos esos duros años viviendo en Kansas habían hecho mella en ella, pero cuando se encontraba alrededor de mi tío, sus ojos todavía se iluminaban, cuando hacía una broma, ella aún le daba una risa que sonaba como si perteneciera a una chica de mi edad. —¡Te comerías toda la cosa si te lo permitiera! —Él tomó un poco de merengue con el dedo y sonrió. Verlos juntos así, felices y juguetones y todavía tan enamorados como siempre lo estuvieron, sentí una oleada de afecto por ellos, seguida inmediatamente por tristeza. Sabía que, una vez, fueron tan jóvenes como yo. La tía Em había querido viajar por el mundo, el tío Henry había querido partir a California y encontrar oro. Simplemente no tuvieron la oportunidad de hacer ninguna de esas cosas. En su lugar, se quedaron aquí, y cuando les pregunté acerca de esos días, evitaron mis preguntas como si les diera vergüenza admitir que alguna vez tuvieron sueños en absoluto. Para ellos, la finca era todo lo que había. ¿Voy a ser como ellos, algún día? Me pregunté. ¿Feliz con pasteles chuecos, cielos grises y limpiando el corral de los cerdos?
—Voy a ir a colgar las linternas afuera —dijo Henry, caminando hacia la puerta y echándole mano a su caja de herramientas—. La gente espera que este lugar se vea bien. Después de todo, ellos ayudaron a construirlo. —Solo después de que tú empezaras —le recordó la tía Em. Después de que el tornado barriera nuestra casa —llevándome en él—, todo el mundo pensó que estaba muerta. A la tía Em y el tío Henry se les rompió el corazón. Incluso habían comenzado a planear mi funeral. ¡Imagínense! ¡Mi funeral! Bueno, a veces me lo imaginé. Me imaginé a todos mis maestros de la escuela de pie uno por uno para decir cuán maravillosa estudiante era, que había algo realmente especial en mí. Imaginé a la tía Em toda de negro, llorando en silencio en su pañuelo y el tío Henry como la misma imagen de la pena estoica, solo una lágrima rodando por su rostro pétreo mientras ayudaba a bajar mi ataúd en una tumba abierta. Sí, sé que sin un cuerpo no podía haber ataúd, pero esto era una fantasía. Y fue en ese momento en mi fantasía en que la tía Em, gimiendo, correría hacia adelante para arrojarse detrás de mi cadáver, solo detenida en el último momento por Tom Furnish y Benjamin Slocombe, dos guapos peones de la granja de los Shifflett. Tom y Benjamin también estarían llorando, porque, por supuesto, ambos albergaban una secreta admiración por mí. Bueno, si uno va a soñar despierto, podría igual de bien tener una buena fantasía, ¿no crees? Por supuesto, sé que es vanidoso, y mezquino, y francamente mimado de mi parte hacer tal cosa como soñar despierta acerca de mi propio funeral. Sé que es francamente malo tomar el más mínimo placer en imaginar la miseria de los demás, en especial de mi pobre tía y tío, quienes tienen tan poca felicidad en su vida tal como es. Trato de no ser vanidosa, mezquina y mimada. Desde luego, no trato de ser mala (después de mis experiencias con maldad). Pero todos tenemos nuestros puntos malos, ¿no? Bien puedo admitir mis defectos, y solo puedo esperar para compensarlos con mis cualidades. No hubo funeral de todos modos, así que no hubo daños. ¡Todo lo contrario, de hecho! Cuando me presenté de nuevo unos días después de aquel ciclón —sin siquiera un rasguño, sentada junto al gallinero, el cual permaneció de alguna manera imperturbable a través de todo— la gente asumió que mi supervivencia fue una especie de milagro. Estaban equivocados. Los milagros no son lo mismo que la magia. Pero como quieras llamarlo, un milagro o algo más, todos los periódicos desde Wichita hasta Topeka me pusieron en la primera página. Lanzaron un desfile para mí ese año, y unos meses más tarde me pidieron
que fuera la jueza principal en el concurso anual de pastel de arándanos en la Feria del Estado de Kansas. Lo mejor de todo fue que, en vista de que volví de mis aventuras menos una casa, todos en la ciudad nos ayudaron construir una nueva. Así fue como llegamos a esta nueva casa, para reemplazar a la antigua que aún estaba de vuelta en tú sabes dónde. Era todo un espectáculo para la vista: era más grande que cualquier otro kilómetro en la redonda, con un segundo piso y un dormitorio separado solo para mí, e incluso un inodoro interior y una capa de pintura azul vivaz, aunque eso se volvió pronto tan gris como todo lo demás en Kansas. Henry y Em no parecían particularmente felices con nada de eso. Se sentían honrados, naturalmente, de que nuestros vecinos hubieran hecho todo esto para nosotros, sobre todo viendo que todos habían sufrido sus pérdidas en el ciclón, algunos de ellos más grandes que el nuestro. Por supuesto estábamos agradecidos. Pero cuando los vecinos hicieron su trabajo y se fueron a casa, mi tía y tío examinaron todas las extravagancias no familiares y llegaron a la conclusión de que la vieja casa se adaptó a ellos muy bien. —¡Un inodoro interior! —exclamó la tía Em—. ¡Simplemente no parece decente! Qué tontos estaban siendo. Quejándose del regalo que nos habían dado tan amablemente. Por otro lado, tuve que admitir que incluso sentí que la nueva casa dejó algunas cosas que desear. Nada podía compararse con lo que vi mientras estuve fuera. ¿Cómo se puede volver a una casa de campo de dos dormitorios en Kansas cuando has estado en un palacio hecho de esmeraldas? Una vez que has visto castillos, Munchkins y caminos de baldosas amarillas, una vez que te has enfrentado a monstruos y brujas y encontrado cara a cara con la verdadera magia, pues bien, no importa lo mucho que te hayan extrañado durante tu ausencia, la pradera puede parecer algo aburrida y verdaderamente triste en realidad. Todo lo que quise hacer cuando regresé fue decirle a mi tía y tío todo acerca de lo que había visto. Durante todo el tiempo que estuve en Oz, me imaginé la cara asombrada de la tía Em cuando le dijera acerca de los campos de amapolas gigantes que te ponían directo a dormir, y pensé en cómo farfullaría el tío Henry y escupiría su café de nuevo en su taza cuando se enterara de la ciudad donde todo el pueblo estaba hecho de porcelana. No me dieron la reacción que estuve esperando. De hecho, apenas reaccionaron en absoluto. En su lugar, solo intercambiaron una mirada preocupada y me dijeron que debió haber sido un sueño de fantasía que
tuve cuando me golpeé la cabeza durante el ciclón. Me advirtieron que no repitiera la historia, y que descansara un poco. Dijeron que a nadie le gustaba una cuenta-cuentos. No les importó que un golpe en la cabeza no explicara dónde se hallaba ahora la casa, o por qué nadie la había encontrado. Y no explicó cómo había llegado a casa. Cuando les hablé de los zapatos de plata mágicos que me llevaron de vuelta a través del Desierto Mortal, parecieron aún menos convencidos que antes. Después de todo, los zapatos se habían escapado de mis pies en algún lugar a lo largo del camino. Puedo ver por qué algunas personas podrían haber pensado que estaba loca, que era una mentirosa, o había inventado todo el asunto. Por aquí, que no creen en nada que no pueden ver con sus propios ojos. La tía Em y yo llevamos el pastel en la sala de estar y lo pusimos en la mesa junto a la modesta selección de comida que ya había distribuido. Mientras miraba la sala, todo arreglado y decorado con una mano amorosa y con cuidado, recordé lo mucho que estaban haciendo. La fiesta de cumpleaños había sido idea de mi tía y tío —los oí hablar hace apenas unas semanas acerca de cuán triste pensaban que parecía últimamente, y cómo una gran fiesta de cumpleaños podía ser justo la cosa para animarme. Les pedí que no lo hicieran, por supuesto. Sabía que en realidad no teníamos dinero de sobra. Aún así, debo admitir que estuve secretamente complacida cuando insistieron en hacerlo de todos modos. Cuando mi “paseo salvaje” —como tantas personas lo llamaban—, había comenzado a retroceder aún más en mi memoria, me volví más impaciente por hacer algo para romper la monotonía de la finca y la escuela y la finca de nuevo. —Dorothy, ¿qué hace tu libro de recortes afuera? —preguntó la tía Em, notando el libro con todos mis recortes de periódicos sobre la mesa al lado del buffet—. Tus invitados estarán aquí en cualquier momento. Rápidamente tomé el libro y lo moví a un lado para que no fuera víctima de cualquier mancha de hielo ni migajas. —Oh —dije—. Pensé que alguien podría querer darle una ojeada en la fiesta. Una gran cantidad de personas que vienen se citan en los artículos sobre mí, después de todo. Podría ser divertido para ellos ver sus nombres impresos. Tía Em no parecía pensar que era una muy buena idea, pero no trató de disuadirme. Sacudió la cabeza y comenzó a tararear una de sus viejas canciones de nuevo mientras se escabullía alrededor, ocupándose de tareas de última hora.
Me senté y empecé a escanear las páginas de mi libro. Toto saltó a mi regazo y leyó junto conmigo. Al menos lo tenía. Él sabía que todo fue real. También había estado allí. Me pregunté si extrañaba todo de la misma manera que yo lo hacía. LA CHICA QUE MONTÓ EL CICLÓN. Ese titular, de The Star, era mi favorito. Me gustó la forma en que me hacía parecer poderosa, como si hubiera estado en control en lugar de ser solo una niña arrastrada por fuerzas de la naturaleza. En Oz, tampoco había sido solo una niña. Había sido una heroína. Había matado a dos brujas y liberado a sus súbditos de la tiranía, había expuesto al Mago farsante y restablecido el orden en el reino al ayudar a mi amigo el Espantapájaros, la criatura más inteligente que he conocido, a reclamar el trono. ¡Si tan solo esas cosas estuvieran en mi libro de recuerdos! Aquí, sabía que nunca, jamás, haría tanto por mí como lo hice en mi corto tiempo en Oz. Simplemente no era posible. En este caso, ni siquiera era considerado adecuado pensar en esas cosas. Y no obstante, había querido volver aquí. Todas esas cosas valientes que hice: no trataba de ser una heroína. Solo trataba de llegar a casa. Hubiera sido demasiado cruel dejar al tío Henry y la tía Em solos aquí, pensando que estaba muerta. Pero no todo fue para evitar su dolor tampoco. Los habría extrañado mucho si me hubiera quedado. Toda la magia en el mundo de todos los palacios, hermosos vestidos y los campos llenos de flores mágicas —todos los amigos que había encontrado—, nunca podrían haber sustituido a las personas que me habían aceptado y criado como su propia hija después de que mis padres murieron. Nunca habría sido capaz de ser feliz con ellos aquí y yo allí. Pero a veces todavía me preguntaba. ¿Podría haber sido de otra manera? ¿Esta era siquiera mi casa en absoluto? —Oh, Toto —dije, cerrando la tapa del libro de recuerdos más duro de lo que pretendí y lo arrojé a un lado en el sofá, donde aterrizó justo al lado de cojín bordado de la tía Em. Tal vez las palabras en aquel cojín eran más correctas de lo que sabía. Tal vez no se podía ir a casa otra vez. De cualquier manera, hubiera sido un buen consuelo si me hubiera quedado con los zapatos.
Traducido por ElyCasdel Corregido por Jane
—Ten —dijo Mitzi Blair, empujando un pequeño regalo en mis brazos tan pronto como abrí las puertas delanteras y la encontré parada en pórtico—. Feliz cumpleaños. ¿Ya llegó Suzanna? Miré a Mitzi desconcertada y me miró igual en respuesta, pero con un toque de duda, como ¿Y bien? No sé lo que tratándola como Afortunadamente, brillantemente, y la
me pasó. Mitzi era mi mejor amiga y aquí estaba yo, una extraña en mi fiesta de cumpleaños. me espabilé de mi momentánea rudeza, sonreí apresuré a entrar.
—¡Gracias! —exclamé, poniendo su regalo a un lado de la pequeña mesa que tía Em puso a un lado para eso—. Suzanna y Jill están por… No tuve oportunidad de terminar mi oración. —Mamá también te manda felicitaciones —dijo Mitzi sobre su hombro, ya caminado directo hacia la esquina, donde la rara Suzanna Hellman se encontraba desplomada contra la pared, mirando directo a su vestido salido directamente de una revista con un collar de moda enorme y una faja rosa brillante mientras su hermana, Jill, tomaba por sí misma las bolas de patatas patentadas de la tía Em de la mesa de botanas. —Gracias a Dios que estás aquí —dijo Suzanna, su cara animándose con alivio cuando vio a Mitzi acercarse—. Comenzaba a preguntarme si Jill y yo éramos las únicas personas de menos de cien. Sin contar a Dorothy, por supuesto. Me reí ante la broma, probablemente más entusiasta de lo que pretendía, e intenté pretender que no era a mis expensas. Hubiera sido más sencillo dejarlo que se me resbalara si Suzanna no tuviera tanta razón. La escasa masa alrededor de la sala eran casi completamente los amigos de Henry de las granjas vecinas, y ninguno era menor de cuarenta, si acaso. Estuve esperando a algunos encargados de granjas guapos, al menos, pero supongo fueron dejados atrás para mantener un ojo en el ganado.
—Entonces, Dorothy —dijo Suzanna, volteando su mirada barrena en mi dirección—. ¿Has estado en buenos desfiles últimamente? Esta vez, no tenía sentido pretender que no se estaba metiendo conmigo. Suzanna no podía afrontar ver a alguien más tener más atención que ella, y siempre actuaba como si por el mini carnaval que me hicieron luego de haber sobrevivido al tornado me hiciera un monstruoso centro de atención. Eso fue hace años, pero nunca me dejaría olvidarlo. Francamente, yo no quería a la esnob de espíritu grosero Suzanna Hellman en mi fiesta, en primer lugar, pero Mitzi insistió que no tenía sentido dar una fiesta si no ibas a invitar a la chica más rica en la escuela, la única chica rica en la escuela, de hecho, así que cedí. Ahora miré a mi amiga, esperando vela indignada, pero solo apartó los ojos hacia el suelo, su rostro sonrojándose. Si no la conociera mejor, casi hubiera pensando que intentaba ocultar una risa. Bueno. Podría admitirlo. Cuando digo que Mitzi Blair es mi mejor amiga, lo que quiero decir es que solía ser mi mejor amiga. La mayor parte de mi vida, las dos fuimos inseparables, pero ese cambió cuando monté el ciclón. Mitzi era la única, además de mi tío y tía, que sabía la verdad de mis aventuras en Oz luego de que regresé. No fue bien. En lugar de maravillarse de todo lo que pasé, Mitzi me llamó mentirosa y exhibicionista. Nos arreglamos semanas después, pero no significó que las cosas regresarán a la normalidad. Estos días ella los pasaba más saliendo con la horrible Suzanna Hellman, sin mencionar con Marian Stiles y Marjory Mumford. Mientras yo —pasaba más tiempo sola. Oh, no me importaba. Este era mi cumpleaños, y la tía Em puso tanto esfuerzo en él, sin mencionar el dinero que, bien no podía pagar, con la granja como iba. Si ella y el tío Henry eran lo bastante amables como para darme una fiesta entonces iba a disfrutarla, aun si Suzanna Hellman quisiera o no. Si solo hubiera más personas con las cuales hablar. Por supuesto, tío Henry ya había advertido que no todos los invitados serían capaces de lograrlo. Era temporada de cosecha, después de todo, el tiempo más ocupado en una granja, y de todas formas, la mayoría de mis compañeros de clase vivían demasiado lejos como para hacer un viaje sencillo hasta aquí. Aun así, esperaba que algunas chicas más de mi edad fueran capaces de llegar. Así que, incluso cuando no fuera su mayor admiradora, inhalé un aliento de alivio cuando Marian Stiles y Marjory Mumford entraron por la puerta, felizmente les daba la bienvenida cuando Mitzi tocó mi hombro. La
hermanita de Suzanna se encontraba impacientemente de un pie al otro.
detrás
de
mí
saltando
—¿Disculpa, Dorothy? —preguntó Jill inocentemente—. ¿Cuándo supones que sea el pastel? —Luego de los regalos, especialidades de tía Em.
creo
—respondí—.
Es
una
de
las
—Bueno, entonces, ¿cuándo son los regalos? Mamá dijo que deberíamos quedarnos hasta el pastel. Suzanna bufó una risa y la silenció. Suspiré la verdad es, estuve planeando esperar a que llegara el reportero de Carrier antes de abrir los regalos. Me dijo que mis Dulces Dieciséis harían la historia perfecta para la edición del domingo. La gente seguía interesada en mis cosas, incluso si ya no me hacían más desfiles. Pero el reportero no se encontraba por aquí y la gente comenzaba a parecer aburrida. Tal vez un regalo no dañaría. Eso lo haría parecer más una fiesta. Además, tenía el presentimiento de saber exactamente cuál era mi regalo de tía Em. —Supongo que puedo dar un pequeño anticipo — dije—. Tía Em —llamé, serpenteando hacia donde se encontraba sentada sola en el sillón. (Tía Em nunca tuvo el don del tío Henry por la plática.)—. Creo que debería abrir tu regalo. Para que todos puedan verlo. —Por supuesto, cariño, si eso quieres, pero... ¿no crees que primero deberías abrir otros? —Llegaré a ellos —dije—. Solo que no puedo esperar por el tuyo. —De acuerdo, cariño. Le pediré a Henry que lo baje. —Mi tía colocó su té abajo y fue a buscar a Henry. Había estado dejando caer pistas por semanas de que quería un vestido nuevo más que nada, y por la forma en que las cejas de mi tía iban hacia arriba a cada vez que lo mencionaba, tenía el presentimiento de que tendría mi deseo. No sabía cómo iba a lograrlo, ya habían gastado más dinero del que podían en la fiesta misma, pero si alguien lo podía lograr, era la tía Em. Suzanna Hellman no sería tan presumida una vez que me viera bajando las escaleras en un vestido que seguro la ponía en vergüenza. Entre más lo pensaba, más parecía la cosa que le daría un giro a la fiesta. Unos minutos después, Toto ondeaba su cola emocionadamente y corría por la habitación mientras tío Henry salía de la cocina, cargando un gran paquete bultoso envuelto en papel. No había caja y el papel se encontraba arrugado y estirado en los lugares incorrectos, pero no me importaba.
Era lo de dentro que contaba. Y ciertamente lucía como que lo que estaba dentro era exactamente lo que yo creía que era. Henry puso el regalo con el resto, y todos comenzaron a congregarse alrededor. Lo levanté y sostuve contra mi pecho, y mientras lo hacía, mis ojos fueron a la tía Em. Miró a otro lado con una expresión que casi pareció preocupada. —¿Y bien? —urgió Suzanna—. ¿Vas a abrirlo, o no? Quité el envoltorio mientras Suzanna se acercaba, con urgencia de ver. La escuché esnifar y bufar mientras la pesada tela asargada venía a la vista. Mi corazón se detuvo. El resto del papel cayó al piso y el vestido colgó. Era largo verde con toque de café. No verde brillante, o bosque o verde azulado. No. Era verde como... bueno, era verde como el viejo vestido de la tía Em. Porque era el viejo vestido de la tía Em. Lo ajustó a mi talla, lo arregló para hacerlo lucir nuevo haciéndole arreglos en la cintura, dándole una falda más completa, y añadiendo volantes ampones en los hombros. No había rodeos. El vestido era horrible. Toda la habitación lo sabía. Incluso el señor Shifflett de la granja vecina tenía una mirada de horror en el rostro, y nunca lo vi usar nada más que un chistoso par de overoles limpios. Mis mejillas quemaron de vergüenza. El único sonido en la habitación venía de Suzanna, quien luchaba por contener la risa. Toto le gruñó ruidosamente, aun fiel, pero eso solo hizo sus risas suprimidas más fuertes. Pero lo peor, era la mirada en el rostro de la tía Em, una mezcla de esperanza y humillación que rompió mi corazón. Lo intentó, de ello no había duda. Justo como con el pastel. Pero podía ver lo que hizo: el color del vestido era desvanecido en las orillas y la tela están usada. El complemento rojo en las mangas parecía fuera de lugar, y sabía que se encontraba ahí para cubrir el hoyo que obtuvo en el gallinero. Suzanna se rindió en sus intentos de cubrir su risa una vez que el vestido estuvo completamente expuesto. —Oh, qué lindo —dijo—. Se asegurará de mantenerte cálida cuando trabajes en el campo. Y ¡no necesitarás preocuparte de que se ensucie! —Con eso, su hermana se carcajeó y enterró la cara en sus manos. Si tuviera una cubeta llena de agua sucia para lanzar al rostro de Suzanna, lo haría. Si lo tuviera, tengo curiosidad de sí Suzanna, como muchas brujas antes que ella, se derretiría justo frente a mis ojos y los de
mis invitados. Por una vez no estaría asombrada. No sería algo que no hubiera visto antes. Pero tenía las manos vacías, y sabía que la única forma de calmar las ardientes lágrimas calientes, picando las esquinas de mis ojos era mantener mi dignidad. —¡Qué vestido! —exclamé con júbilo a nadie en particular, menos a Suzanna. —Tienes que medírtelo —canturreó burlona—. Anda. Póntelo. Con eso, Marian Stiles comenzó a reírse en sus manos, también, y luego Marjory Mumford. Cuando Mitzi comenzó a reírse junto con ellas — como el Benedict Arnold que era, me di cuenta de la final y triste verdad: No tenía amigas. Ninguna de estas personas pertenecía a mi fiesta de cumpleaños. La gente que pertenecía aquí eran quienes se preocupaban por mí: el Espantapájaros y Tim Woodman y el León y Glinda y todos los otros que conocí en Oz. Ellos eran verdaderos amigos. —Bueno —insistió Suzanna de nuevo—. ¿Dónde está el desfile de modas? Tuve más que suficiente. Yo era Dorothy Gale. Yo era La Chica que Montó el Ciclón. Sin mencionar a la chica que fue a Oz, defendió a dos brujas reales sola con mi propio valor. Ella no era nada comparada con ellas. Y ahora me encontraba enojada. Una cosa era que sea cruel conmigo. Podía soportarlo. Pero no entendía por qué querría lastimar a mi tía. —No creo que sepas con quién estás hablando —le dije a Suzanna con cada onza de imperiosidad que pude mostrar. Lo que pasó a ser bastante. Suzanna solo ululó, y Marian parecía a punto de reír. —Oh, lo sé —logró responder Suzanna entre risitas tontas—. Eres la Princesa de Cuento Dorothy. Sin embargo, me pregunto: ¿por qué no están aquí tus amigos de cuento? ¿Es porque todos los inventaste? Muy mal, un hombre de paja y un tigre grande en tu cumpleaños probablemente te ganarían otro artículo del periódico para tu precioso libro de recortes, ¿o no? Me giré hacia Mitzi, cuyo rostro, más rojo que el castillo rubí de Glinda traicionaba su culpa. Les dijo. Eso era suficiente. Sin otra mirada a nadie, me giré sobre mis talones. —No importa. Iré a medírmelo ahora.
Eso era lo último que quería hacer en el mundo. Pero, ¿qué otra opción tenía? ¿Rendirme ante ellas? ¿Dejarlas tener lo mejor de mí? No les daría la satisfacción. Pero cuando llegué a las escaleras, cada paso parecía más desesperanzado y desalentador que el anterior mientras caminaba hacia mi habitación, el horror haciéndose más pesado debajo de mi brazo y Toto siguiéndome. En mi habitación, me paré frente al espejo y sostuve el vestido contra mi pecho. Era un vestido perfectamente respetable. En serio. Podía ver cómo la tía Em estaría complacida ante su ingenioso esquema de restaurarlo, podía vela feliz cortando y cosiendo, felicitándose por su ahorro y creatividad y espíritu pionero. Fue cuando mi enojo y resolución se desvanecieron, dejando solamente una sensación de triste y vacía desesperanza. Porque no importaba. Incluso el vestido más fino que el dinero pudiera comprar —¡Un vestido que encajara con la misma Majestad Suzanna Hellman!—, no sería el vestido que soñaba. El vestido que soñaba sería mágico. Vendría de Oz —Sé que estás decepcionada —dijo la tía Em con voz suave desde la entrada—. Lamento que esas chicas fueran groseras contigo. Te seguro que no sé lo que le ha pasado a Mitzi Blaire. Pero te dijimos que no compartieras tus cuentos... La miré. ¿Esta era la moraleja de la historia para ella? ¿Que esto era mi culpa, por decirle a mi amiga la verdad de lo que me pasó? —No son cuentos —espeté—. No estoy decepcionada, solo... Dejé de hablar. No sabía cómo terminar la oración si herir más sus sentimientos. —Sabes las cosas por las que hemos pasado —dijo tía Em—. Solo tenemos que pasar por este duro parche. Lo prometo, habrá un vestido nuevo un día pronto. Un vestido y un pastel más grande, y... —¿Cómo? —pregunté antes de por detenerme—. ¿Cómo vamos a tener alguna de esas cosas? ¿Qué será diferente mañana o el día siguiente? ¡Cada día es lo mismo! El rostro de tía Em cayó más de lo que ya había hecho, más de lo que parecía posible.
—Nuestra suerte va a cambiar —dijo—. Tal vez el siguiente año haya buena cosecha y seremos capaces de ir a la ciudad a comprar el vestido que quieras. Todo salió apresurado. —No se trata del vestido o el pastel, tía Em. Es todo el lugar. Nada nunca cambia por aquí, y a todos les gusta de la forma que es. Pero yo tengo dieciséis ahora, y no puedo imaginar pasar el resto mi vida aquí. Haciendo lo mismo cada día, sin querer nuca más. — Ahora estaba llorando—. Solo desearía que lo pudieras ver como es — dije—. Entonces entenderías, y también tío Henry. Hay magia ahí afuera en el mundo, tía Em. Hay cosas maravillosas que intentarías toda tu vida entender y única te acercarías. Las lágrimas en los ojos de tía Em se evaporaron en un instante. Su mirada se volvió de acero. Es un truco que tiene mi tía. No es tan fácil de convencer como parece. Lo tenía que sacar de algún lado, ¿no? —Dorothy Gale —dijo—. De hecho, ahora tienes dieciséis, y es hora de que hagas a un lado tus cuentos de hadas. No hay tal cosa como magia. Solo no había que discutir con ella así. —No me siento bien —dije, alejándome de ella—. ¿Podrías disculparme con mis invitados? Necesito recostarme. Sacudió la cabeza con frustración mientras cerraba la puerta detrás de ella. No necesitaba decirle nada a Toto mientras lo tomaba en mis brazos y colapsa a en la cama. Él entendía. Sus enormes ojos acuosos lo decían. Decían que lo extrañaba tanto como yo. Tan enojada como me encontraba —con Mitzi y Marian y Suzanna e incluso tía Em y tío Henry—, sabía que tía Em tenía razón en una cosa. No importaba que fuera real. Nunca regresaría. Kansas podía ya no sentirse como casa, pero era donde vivía, y sabía que era donde iba a vivir. Sabía que debía poner todo lo demás en el pasado donde pertenecía. Sabía todo eso, y aquí estaba una parte de mí que no lo podía dejar ir. —No hay lugar como Oz —murmuré, acercando más a Toto a mi pecho. A penas sabía que lo decía. Tal vez ya estaba dormida.
Traducido por Jasiel Odair Corregido por Alessandra Wilde
Cuando me desperté, el cielo fuera de mi ventana era negro. No sabía cuánto tiempo había dormido o la hora que era, y Toto lamía mi cara. —Oh, Toto —dije adormilada—. Tuve el mejor sueño... Déjame dormir. Mi perro no me escuchó. Se encontraba dando vueltas en círculos en el edredón viejo que la tía Em hizo para mí después de llegar a vivir con ella y el tío Henry luego de que mis padres murieran cuando yo era apenas un bebé. Trataba de llamar mi atención. —¿Qué es? —Me senté lentamente y dejé caer mis pies en el suelo cuando Toto saltó de la emoción y corrió bajo la cama. Cuando volvió a salir unos segundos más tarde, resoplaba y arrastraba algo en la boca. Era una caja. Envuelta en brillante, papel de color rojo que parecía grueso y caro, con cada esquina perfectamente arrugada. El paquete se hallaba atado con un lazo de color verde brillante. —¿Qué en el mundo? —Me quedé sin aliento. Le quité la caja y cuidadosamente arranqué el papel y descubrí la caja debajo. Era de color rosa, el color de una puesta de sol perfecta. ¿De dónde había salido? ¿Era el tío Henry tratando de animarme? ¿Había logrado colarse aquí y escondido la caja debajo de mi cama mientras estuve durmiendo? No. Supe instintivamente que esto era otra cosa. La sombra del rosa parecía tan familiar. Pero no había manera… ¿cierto? O tal vez sí. Saqué la tapa y me encontré mirando un par de zapatos. Fue cuando estuve segura.
Debido a que no eran simplemente cualquier par de zapatos. Eran los zapatos más hermosos que había visto. Eran de color rojo para que coincidiera con el papel de regalo y tenían el tacón más alto que jamás había visto, puntiagudos, lo suficientemente altos que escandalizaría a todo Kansas si los usaba fuera de mi dormitorio. Se encontraban lacados y brillantes con el charol más satinado, un resplandor cálido que parecía venir de dentro. No, no desde dentro. Parecía venir de otro lugar. De otro mundo. Sabía en mi corazón que ahí era exactamente de dónde venía. Me agaché y pasé los dedos sobre los tacones. Los zapatos eran lisos y extrañamente cálidos al tacto. Eran los tacones de una mujer joven que nunca había puesto un pie en un gallinero. Estos eran los zapatos adecuados para una princesa. Una princesa de hadas, si Mitzi Blair me escuchara decir esto, la haría feliz. Apenas pude respirar mientras los sacaba de la caja y los ponía en el suelo, deslizándome en mis desgastados pisos marrones. Oí un llamando a mi puerta, pero sonaba como si viniera de muy lejos. Me senté allí, paralizada, temerosa de que si extendía la mano para tocarlos de nuevo fueran a desaparecer, como la comida que intentas comer en un sueño. Todo lo que podía hacer era mirarlos con temor. El hechizo se rompió cuando Toto ladró una vez más y se zambulló en la caja, emergiendo unos segundos después con una hoja de color rosa en su boca. La dejó caer en mi regazo. Era una nota escrita de puño y letra cursiva, la tinta roja y brillante. Querida Dorothy, ¡Feliz cumpleaños! Espero que te gusten estos. Pensé zapatos plateados para que coincidieran con los que perdiste, pero al final decidí que el rojo era más tu color. Creo que sabrás qué hacer con ellos. G PD: Si alguien te pregunta, mantengamos esto solo entre nosotras. Cuando hubo otro llamado a la puerta, esta vez más fuerte, lo ignoré de nuevo. Temblando, levanté mis pies y, uno por uno, los puse en los zapatos de tacón rojos. Encajando perfectamente. La calidez que había sentido cuando los toqué hasta ahora corría por mi cuerpo, elevándose a través de
mis dedos de los pies, por mis piernas, y más allá. Una sonrisa se extendió por mi rostro. Sentí cómo mi corazón se expandía cada segundo. El golpe en la puerta se hizo más fuerte. —¿Dorothy? Ahora todo el mundo se ha ido. —Era la voz del tío Henry, ansioso y urgente—. ¿Puedes abrir la puerta, por favor? Me levanté. —Adelante —le dije, mi voz fuerte y dominante, resonando a través de la habitación. Sorprendiéndome hasta a mí misma con el sonido. El tío Henry abrió la puerta y entró en la habitación con la tía Em justo detrás de él. Al principio, abrió los brazos para darme un abrazo, pero luego se quedó sin aliento cuando vio mis pies. Una fracción de segundo más tarde, la tía Em jadeó también. La mano de la tía Em voló a su pecho. —Oh Señor —dijo. —¿Dónde…? —El tío Henry se fue apagando. Toto ladró y saltó en el aire. Sin siquiera pensar en ello, lo atrapé en mis brazos y lo atraje hacia mi pecho. real.
—Te equivocaste, tía Em —dije en voz baja—. Ambos lo hicieron. Es
Sabía lo que tenía que hacer. Sabía cómo podía volver. Y sabía que quería volver. Antes de que alguno pudiera responder, chasqueé los tacones juntos. Una vez. Dos veces. Tres veces. Los zapatos se estrecharon en mis pies como si quisieran ser parte de mí. Un resplandor rojo comenzó a serpentear a través de la habitación como el humo. Los zapatos dieron tres pasos hacia adelante. Tía Em y el tío Henry agarraron mis brazos, tratando de detenerme, pero no se los permití. No podía dejarlos. —¡Dorothy! —gritó el tío Henry—. ¿Qué en el mundo…? —No hay lugar como Oz —le susurré. La sala estalló en un destello carmesí.
Traducido por Lauu LR Corregido por Miry GPE
Todo alrededor de mil se desdibujó y se dobló en sí mismo, convirtiéndose en un remolino brumoso de luces brillantes y color. Tía Em gritaba. Toto ladraba enojado, retorciéndose en mis brazos. En algún lugar, escuché la voz de tío Henry—: ¡Dorothy! —bramó. No podía ver a ninguno de ellos. Todo lo que veía era rojo, azul, morado y amarillo, como si me hubiera deslizado dentro de un arcoíris liquido sin tener idea de qué camino subía y cuál bajaba. Y entonces los colores dejaron de girar, un nuevo mundo se construyó frente a mí mientras caía. Justo abrí la boca para gritar cuando golpeé el piso con un golpe seco. Toto salió volando de mi agarre. Cuando me senté un momento después, en medio de un campo, mi cabeza aun giraba, pero todo lo demás se encontraba finalmente quieto de nuevo. Froté mis ojos, tratando de comprender todo. Al parecer, Toto se recuperó más rápidamente, y ya corría por el césped hacia mí. Saltó hacia mí, ladrando salvajemente y lamiendo mi cara emocionado. El césped bajo nosotros era de color verde azulado. El cielo por encima era incluso más azul. Ni gris. Ni blanco. Ni gris blanquecino. Sino azul. El sol era cálido en mi cara, una ligera brisa agitaba la hierba alta a mí alrededor. No era un sueño o una fantasía. Lo sabía, como nunca antes supe nada. Podía sentir la magia en cada brizna de hierba. A unos metros de distancia, un bosquecillo de árboles daba una extraña y deliciosa fruta que cambiaba constantemente en un arcoíris de colores. A lo lejos, se hallaba el gorgoteo de un arroyo que podría jurar me cantaba, diciendo: “Bienvenida a casa”. En la orilla del arroyo, enormes flores se mecían con el viento, sus gigantes pétalos azules —algunos tan grandes como pelotas de playa— se abrían y cerraban hipnóticamente, como si respiraran.
Su olor flotó hacia mí con la brisa. Tomé una respiración profunda. Olía como al océano, a pastel de arándanos recién horneado y como la loción que el tío Henry llevaba en ocasiones especiales. Olía como todas esas cosas a la vez, de una buena manera. Como si todo eso no fuera suficiente para decirme que me encontraba de vuelta en el país Munchkin, la única prueba real que necesitaba miraba directamente hacia mí. A menos de diez pasos de la corriente, una pequeña y vieja casa de granja se situaba torcidamente sobre un parche de tierra. Justo donde la dejé. La madera se estaba pudriendo, el techo comenzaba a ceder, y enormes marañas de vides torcidas se asomaban por cada grieta. Las ventanas se hallaban rotas, el pórtico a punto de colapsar y todo el lugar parecía estar camino a hundirse. Solo pasaron dos años desde que aterrizó aquí, pero la casa lucía como si hubiera permanecido aquí durante un siglo. Aun así, no tenía duda. Y no fui la única que la reconoció. Escuché un grito agudo, me di la vuelta para ver a la tía Em tumbada en un banco de flores silvestres, sus ojos abiertos con asombro, una mano cubriendo su boca y la otra apuntando a la choza en ruinas. —¡Henry! ¡Mira! A su lado, tío Henry se frotó la frente mientras se sentaba lentamente. —Ahora mira esto, Dorothy —dijo irritadamente. Entonces la vio, también—. Vaya sorpresa —murmuró. Apretó los ojos y los abrió de nuevo, como si esperara una imagen diferente esta vez. Cuando nada cambió, dejó caer la cabeza hacia atrás y soltó un ruido silbante, que era como un eructo—. Oh, mi —dijo—, sabía que no debí tomar esa bebida en tu fiesta… nunca tuve gusto por las cosas fuertes. Me reí. —¿No lo ves? —exclamé— ¡Estamos aquí! Todos estamos aquí. Después del desastroso inicio de mi cumpleaños, me entristecí, ahora me hallaba segura de que nunca fui más feliz en mi vida. Me encontraba de regreso en Oz y esta vez mi familia vino conmigo. Ahora que tía Em y tío Henry estaban aquí, finalmente podíamos ser felices juntos. Nunca tendríamos que volver a casa, porque la casa vino conmigo. Tía Em se puso de pie, quitando cuidadosamente el polvo de su vestido gris. Lucia inestable, y comenzó a abanicarse con la mano. Por un segundo me preocupó que estuviera a punto de desmayarse, pero tío Henry también se levantó y pasó un brazo alrededor de su cintura.
—Aquí, aquí Emily —dijo—. Espera un minuto. Respira. —Me dio una mirada extraña—. ¿En qué nos metiste? —preguntó. Su mirada cayendo a mis pies acusadoramente—. ¿Y de dónde en la tierra conseguiste esos absurdos zapatos? Sin embargo, tía Em no parecía preocuparse por el cómo o por qué de todo esto. Una vez que logró recuperar el aliento, se alejó de su agarre, de pronto en perfecta forma, y marchó directamente hacia la vieja casa. —Solo mira. —Se maravilló—. Henry, ¿puedes creerlo? Henry se apresuró tras ella, pero no se sostenía en pie tan fácil como ella, y tropezó un par de veces mientras trataba de alcanzarla. —No, no puedo creerlo —dijo, jadeando sin aliento. Tía Em presionó su palma con cuidado en las tejas avejentadas. —¿Recuerdas cuando pintaste los marcos de las ventanas? —Sí, querida —respondió él—. Pero no creo que te encuentres en tu sano juicio en este momento. Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos. Como en dónde estamos y cómo llegamos aquí. Ella lo descartó con un gesto de su mano. Fruncí el ceño y corrí a unirme a ellos. —Disculpen —dije—. Sé que es una casa maravillosa y todo. ¿Pero no se han dado cuenta que ya no nos encontramos exactamente en Kansas? Henry volvió la cara hacia mí bruscamente. —Ciertamente lo noté, jovencita. Y vamos a hablar de eso en un momento. Pero como puedes ver, tu tía no está bien. Vamos a dejar que se oriente. —Estoy orientada —dijo tía Em—. ¡Mira! ¡Había olvidado esta aldaba! ¡La que compraste en Topeka justo después que volviste de la gran guerra! El rostro de Henry se extendió en una sonrisa involuntaria ante la mención de la aldaba. —Si —respondió suavemente—. Claro que recuerdo eso. Era como si tía Em y tío Henry estuvieran tan envueltos en los sentimientos hacia nuestra antigua casa, que ni siquiera notaban dónde nos encontrábamos. Tenía que concedérselos: mis tíos eran de buen corazón. Aun así, quería que entendieran la gravedad de la situación. Quería que estuvieran tan felices como yo. —Miren por aquí —dije, tratando de atraer su atención a un arbusto que crecía al lado de lo que solía ser la ventana de la cocina—. Este arbusto da bolitas con ojos en lugar de fruta.
Una de las bolitas estornudó justo en mi cara. Salté hacia atrás sorprendida, pero mis tíos seguían ignorándome. Tío Henry frotaba la espalda de tía Em mientras ella examinaba las molduras alrededor de la puerta, señalando con admiración la artesanía. Luego, antes que pudiera decir una palabra más, pasó algo que ni siquiera ellos podían ignorar. En el pequeño pórtico destartalado el aire comenzó a crepitar con energía. Era rosa y brillante, como un pequeño pez rosa nadando en el aire, torciéndose en pequeñas espirales, cada vez más brillante, más fuerte y más rosa, hasta que tía Em tuvo que protegerse los ojos. Henry apretó los puños a sus costados como preparándose para una pelea. Yo no estaba preocupada. Había visto cosas tan extrañas en esta tierra, que solo veía con emoción y curiosidad mientras la energía crujía, brillaba y crecía, hasta que lentamente, comenzó a formarse una silueta. Algo parecido a una persona. Su cara apareció primero, abriéndose paso a través de la luz, como emergiendo de una piscina. Luego apareció su corona de oro y, finalmente, el resto de ella. Se hallaba parada justo ahí, en el pórtico, real y brillante, tan hermosa como recordaba. Su cara era blanca como porcelana, acentuada con penetrantes ojos azules y una perfectamente roja y pequeña boquita. Se encontraba ataviada con un ceñido vestido de noche color rosa, que parecía casi líquido y abrazaba su cuerpo escandalosamente. —Mi, oh, mi —dijo Henry en voz baja. Sabía exactamente quién era. Y no podía decir que me sorprendió mucho verla. —¡Glinda! —exclamé alegremente, corriendo a abrazarla. Me detuve en seco cuando vi que no respondía. Ni siquiera me veía. Fue como si ni siquiera me escuchó. Entonces me di cuenta que su imagen temblaba y era translucida. Incluso podía ver la débil forma de la aldaba de Henry brillando en algún lugar detrás de su caja torácica. Se desvanecía, haciéndose más clara pero luego más borrosa, como si aún no estuviera del todo aquí. —Dorothy —dijo, aun sin volver su cara hacia la mía—. Ayúdame. — Su voz era un susurro ronco y urgente. —¿Qué pasa? —pregunté, instintivamente moviéndome hacia ella—. ¿Que necesitas de mí? ¿Cómo te ayudo? Ahora me encontraba parada justo frente a ella, pero sus ojos seguían fuera de foco. Aun no me escuchaba. —Ayuda —repitió—. Ayuda. —Su imagen entró plenamente en enfoque por un último y breve
momento. Me lancé hacia adelante para alcanzarla, tratando de tomar su mano. —¡Glinda! —grité. Pero antes de que la alcanzara, hubo un brillante destello de luz rosa, y con eso, se fue.
Traducido por Mary Corregido por Nana Maddox
—Bueno —dijo tía Em con voz temblorosa, como si acabara de caer en cuenta de que algo raro estaba pasando—. Eso fue inusual. ¿Era esa mujer alguna especie de actriz? —Por supuesto que no —dije. En serio trato de no perder mi paciencia con ellos, pero algunas veces es un esfuerzo—. Ella es una bruja. Les he hablado de Glinda, ¿recuerdan? Ella y Henry me miraron con una mirada de confusión. —¿Una… bruja? —La tía Em parecía dudar—. Supongo que se veía mágico…. —Se ve mágico porque estamos en Oz. ¿Puedes haber notado la flor estornudando y la fruta que cambia de color? Mi tía y tío intercambiaron una mirada. —Ahora, escucha, señorita —dijo Henry—. No me importa si esto es Oz o Shangri-la o Timbuktu. No puedes solo ir espantando a la personas tanto como siempre-lo-haces. Es el tiempo más ocupado del año y tengo trabajo que hacer mañana. Necesito tener una buena noche de sueño si voy a estar despierto antes del amanecer para ordeñar las vacas. Tía Em estaba asintiendo junto con él mientras hablaba. —No estoy muy segura de qué está pasando aquí —dijo lentamente—. Pero todo es muy extraño y, bueno, me sentiría mucho mejor si pudiera dormir en mi propia cama esta noche. ¿Tú no lo harías, querida? Ha sido un largo día para ti. Soy la primera en admitir que Oz es mucho para envolver en tu cabeza de una sola vez, especialmente para dos personas quienes siempre han estado perfectamente contentos de pasar sus vidas en la granja. Al mismo tiempo, les había contado acerca este lugar tantas veces. Se podría pensar que eso les habría dado al menos un poco de ventaja. Traté de nuevo, esta vez hablando lento y simple y tratando de mantener la creciente frustración fuera de mi voz. —Hemos sido
transportados a Oz —dije—. Mi amiga Glinda la Bruja debe haberme traído aquí. Ella está en problemas. Necesito ayudarla. Toto ladró un sostenido aullido de aprobación. Ninguno de ellos lucía muy convencido, pero antes de que pudieran protestar algo más, Toto y yo ya estábamos en movimiento, caminando a través del claro, lejos de la casa y del arroyo, en dirección de la villa Munchkin, que yo sabía que era cerca. Supongo que tía Em y tío Henry no quisieron quedarse solos en este extraño lugar que bien podría ser Timbuktu, ya que comenzaron a seguirme. Había imaginado mi triunfante retorno a Oz una miles de veces. Probablemente más. Esto no había sido exactamente como lo había imaginado. Pensé que había acabado con cada trozo de problemas la última vez que estuve aquí. Esta vez, había asumido que mi familia y yo lograríamos disfrutar todos los lujos que un reino mágico tenía que ofrecer sin que yo tuviera que ir a la dificultad de luchar contra el mal y salvar la tierra. Debí haber sabido que no sería así. Por supuesto, la única razón por la que habría sido traída de vuelta sería porque necesitaban mi ayuda. Había salvado Oz antes. Si Glinda estaba en problemas, eso significaba que Oz necesitaba rescate. De nuevo. Tengo que decirlo, era lindo sentirse especial, pero hubiera preferido ser capaz de solo relajarme y ver los monumentos con mi familia. Sabes, como unas vacaciones. Pero se me ocurrió que tal vez una búsqueda es el precio de la entrada en un reino mágico, y si ese fuera el caso no iba a quejarme. Solo esperaba que pudiera superarlo con rapidez. Y la única forma de hacer eso era mantenerse en movimiento. No nos tomó mucho tiempo divisar el pueblo de Munchkin en la distancia, y mientras nos acercábamos, recordé que era difícilmente una villa del todo, era solo un círculo de casas bajas, con cúpulas anilladas alrededor de una plaza adoquinada con una estatua en el centro de ella. Una estatua, no recordaba esa parte. Y cuando entré a la plaza empedrada de repente comprendí porqué. En el centro de la plaza, luciendo como una heroína, estaba una niña en un familiar vestido de algodón barato, con el pelo recogido en dos largas trenzas. Tenía las manos en sus caderas y estaba mirando triunfalmente a la distancia. La estatua había sido tallada en mármol y era totalmente incoloro, excepto por una característica importante: los zapatos en sus pies eran de plata, y estaban brillando en el sol de la tarde. Esto era Oz, donde lo inesperado no era inesperado en lo absoluto. Un hipopótamo en un tutú, un hombre gordo caminando sobre sus
manos, una manada de aves salvajes bailando el cha cha, podrías poner casi cualquier cosa en el centro de la plaza y yo no me sorprendería. La estatua, sin embargo, me sorprendió. Era yo. Habían construido una estatua de mí. Me hubiera gustado ver la cara de Mitzi Blair si ella estuviera aquí. Me hubiera gustado ver la expresión de mi propia cara para el caso. —Es eso… —preguntó tía Em. —No puede ser —dijo tío Henry—. ¿Puede? Caminé hacia la base y me miré a mí misma, asombrada. —AQUÍ SE ENCUENTRA DOROTHY GALE —leí en voz alta de la placa en la base, mi voz un poco vacilante mientras decía las palabras—. QUIEN LLEGÓ EN EL VIENTO. ACABÓ CON LOS MALOS, Y LIBERÓ A LOS MUNCHKINS. —Me di la vuelta para enfrentar a mis tíos. Solo me miraban, estupefactos. Una ola de triunfo se apoderó de mí. —¿Lo pueden ver ahora? Todo lo que dije era verdad. Está escrito aquí. Escrito en piedra. El tío Henry estaba frotando su cabeza. —Tal vez yo soy el que no está en su sano juicio —murmuró para sí mismo—. Tomé un buen revolcón. Tía Em, sin embargo, aún estaba mirando la estatua. Su cara arrugada con emociones. Todo estaba hundiéndose en ella. Se dio vuelta para mirarme. —Yo nunca… bueno, supongo que solo no quise creerlo —dijo tía Em, su voz aún inestable pero decisiva, también—. Aún no lo quiero creer. Todo es demasiado extraño, entiendes. Tu tío y yo… no somos como tú. Siempre hemos sido personas ordinarias. Algo como la magia… —se detuvo, maravillándose de la misma palabra—. ¡Magia! Bueno, eso no viene fácilmente para personas como nosotros. Pero todo esto también es real. No importa si no lo quiero creer. Puedo sentirlo. El tío Henry aún estaba frotándose la cabeza, pero estaba escuchando. Y tío Henry nunca, nunca dudaba de mi tía cuando ella pone su mente en algo. Giró la cabeza hacia ella, luego a la estatua, y finalmente de vuelta a mí. —En todas las generaciones de Gales, nunca ha habido un mentiroso —pensó, probando la idea. —O una persona loca —señalé. —Nunca ha habido uno de esos, tampoco —acordó. Ahora tía Em estaba emocionándose. —Oh, Dorothy —dijo—. Siento tanto que no creímos en ti. Siempre he sabido que eres algo especial,
desde el día que viniste a vivir con nosotros. ¡Y ahora! —Señaló a la estatua—. ¡Pensar que hiciste algo tan valiente e importante que ellos te hicieron un monumento! Solo desearía que tu pobre madre y padre estuvieran aquí para verlo. Estarían tan orgullosos de ti. Con eso, ella envolvió su delgados, fuertes brazos a mi alrededor y me abrazó fuerte. La abracé de vuelta, demasiado conmocionada para decir algo en lo absoluto. —Estoy tan orgullosa de ti —dijo. —Sí, estamos muy orgullosos —dijo tío Henry ásperamente—. Por supuesto —agregó—, eso no significa que no necesitamos ir a casa… Para una mujer delgada, tía Em tenía un fuerte agarre, y estaba tratando de sacarme de su abrazo cuando empecé a escuchar la charla emocionada y susurros que venían de alrededor. —¿Hola? —llamé—. ¿Munchkins? Empezaron a revelarse a sí mismos, dos a la vez, sus caritas apareciendo lentamente de arbustos y sombras y puertas y de todas partes que podrías imaginar, como ranas después de una tormenta. Pronto, estábamos rodeados por al menos dos docenas de esas personitas, de los cuales ninguno medía más de un metro y todos llevaban pequeños pantalones azules y toreras bordadas en oro y divertidos sombreros puntiagudos con campanas en el borde. —¡Declárese! —gritó una voz desde la multitud. —¡Soy yo! —respondí, sin estar segura de a quien se suponía que debía estar dirigiéndome—. He regresado. Estoy tan feliz de estar de vuelta, los he extrañado demasiado. Un hombre Munchkin dio un paso adelante, mirándome con curiosidad. Echó un vistazo a mi mano extendida, pero no hizo movimiento alguno para regresar mi apretón. —Discúlpeme, señorita —dijo—. Soy Cos, el regidor de este pueblo Munchkin. ¿Y quién es usted? Incliné mi cabeza en sorpresa, y miré alrededor. —Bueno soy yo, por supuesto. Dorothy Gale. —Hice señas a la estatua—. ¿Ve? Cos levantó la vista, de ida y vuelta entre la figura y yo, comparando la semejanza. Por un segundo hubo un silencio. Luego, un murmullo se esparció a través de la multitud. Entonces, como uno, comenzaron a rugir—: ¡Dorothy! Cos se quitó su sombrero, torciendo el ala en la mano como si estuviera avergonzado de haberme olvidado. Todavía parecía haber cierta
incertidumbre en sus ojos, mientras me examinaba atentamente. — ¿Dorothy? ¿La Cazadora de Brujas? ¿Realmente eres tú? ¿Cazadora de Brujas? Me gustaba eso. —Soy yo—dije felizmente. —Ha sido un largo tiempo —dijo Cos suavemente—. Nunca pensamos que te veríamos de nuevo. —He estado tratado de volver —dije, poniéndome de rodillas así estábamos cara a cara—. No es tan fácil, sabes. Un buen, fuerte viento solo viene una vez cada cierto tiempo. Me levanté de nuevo y busqué en la multitud creciente que nos rodeaba, todos ellos mirándome con admiración. Quería quedarme y hablar, para escuchar sobre todo lo que había pasado en Oz desde que me había ido. Pero no había tiempo para eso. Había cosas más urgentes sobre las que preocuparse ahora. Como encontrar a Glinda. No estaba segura de cuanto debía decir sobre lo que había visto en la vieja granja. Era posible que nadie supiera, aun, que Glinda estaba en problemas. Si ese era el caso, probablemente era una idea más prudente no dejar salir el gato de la bolsa en frente de un pueblo entero de Munchkins, quienes, en verdad, son conocidos por ser un pueblo ansioso y muy nervioso. En su lugar, decidí que era mejor solo tratar de conseguir tanta información como pudiera antes de decidir qué hacer luego. —¿Cómo ha estado todo últimamente? —pregunté. —¿A qué te refieres? —Cos parecía confundido por mi pregunta, y los Munchkins comenzaron a charlar entre ellos. —Me refiero, ¿cómo ha estado Oz, desde que me fui? No ha habido más brujas causando problemas, o algo así, ¿cierto? —Oh no, señorita Dorothy —respondió Cos, moviendo su cara roja y alegre arriba y abajo—. Nosotros lo Munchkins, nunca hemos estado más felices, desde que usted acabó con las brujas hace tantas lunas. Los cultivos crecen, el sol brilla, y hay buena magia en todas partes. ¡Alabado sea Ozma! Uhmm. Así que lo sea que le había pasado a Glinda, los Munchkins no parecían saber sobre ello. ¿Pero qué era Ozma? —Señorita Dorothy, ¿se quedarían usted y su familia para una celebración? —un murmullo de aprobación recorrió la multitud ante la invitación de Cos—. Nos gustaría celebrar su visita. Sonaba tentador. Una gran celebración de los Munchkins, ¡toda en honor a mí! Sin duda sería una buena manera de compensar el desastre
que habían sido mis dulces dieciséis. Y los Munchkins son conocidos por ser magos en la cocina, literalmente. Pero… —Lo siento —dije, poniéndome de rodillas de nuevo—. Pero es muy importante que vea al rey de inmediato. —Ahora, Dorothy… —intervino tío Henry. —¿El Rey? —preguntó Cos—. ¿Cuál rey? —¿Por qué? El Rey de Oz, por supuesto —dije con sorpresa. Cuando vine a Oz por primera vez, antes de que el hechicero falso hubiera empacado su globo para regresar a Estados Unidos, había elegido a mi amigo el Espantapájaros como nuevo rey, y el pueblo de Oz le había aceptado inmediatamente como su gobernante. Mi amigo el Hombre de Hojalata se había hecho gobernador del país Winkie, y el León, el rey de las bestias. Cuando me había ido de vuelta a Kansas, lo había hecho sabiendo que estaba dejando Oz en buenas manos. Pero ahora parecía que los Munchkins no sabían de quien estaba hablando. —No tenemos un rey —dijo Cos. El resto de ellos asintiendo de acuerdo. —Pero estuve aquí cuando pusieron la corona en su cabeza —dije. Todos comenzaron a murmurar confusamente entre ellos. —Oz tiene solo un verdadero monarca —dijo Cos—. Princesa Ozma. El gobernante legítimo y justo de nuestra tierra. —¿Princesa qué? —Nunca había escuchado de ninguna princesa antes. Todos empezaron a hablar uno encima del otro, tratando de explicarme cuan genial persona era esta Ozma. —¡La Princesa Ozma es amable y hermosa! ¡La Princesa Ozma es nuestra única y verdadera gobernante! ¡Larga vida a Ozma! —¿Qué pasa con el Espantapájaros?—le pregunté. La cara de Cos se iluminó. —Oh —dijo—. El Espantapájaros. Me había olvidado de él. Bueno, supongo que él era el rey. Pero eso fue por un tiempo muy corto, y fue hace años —¡Fue hace solo dos años! —¿Dos años? —Cos frunció el ceño—. No… me parece que es mucho más tiempo que eso. Tal vez su calendario en el mundo exterior es diferente al nuestro. —Me miró con una mirada seria—. Dorothy, ha pasado mucho tiempo desde la época de las brujas
El tío Henry aclaró su garganta. —Dorothy —dijo—. Todo esto es muy interesante, pero necesitamos estar en casa. Sr. Munchkin, puede recomendarnos el mejor camino para regresar a Kansas. Cos miró a mi tío y parpadeó. —¿Dónde está eso? No tenía tiempo para preocuparme por la quejas de tío Henry. Entre la súplica de Glinda en busca de ayuda y la noticia de que el Espantapájaros ya no era el rey, estaba haciéndose más y más claro que Oz había cambiado desde que me fui. Y tuve la incómoda sensación de que no eran mejoras. Si iba a poner las cosas bien, tenía que encontrar a mi viejo amigo. —Olvídate de Kansas, Cos. Es muy importante que veamos el Espantapájaros de inmediato. ¿Todavía vive en la Ciudad Esmeralda? —Oh no —dijo Cos—. Vive muy cerca de aquí, como una cuestión de hechos, en una mansión hecha de mazorcas de maíz junto a la carretera de ladrillo amarillo. Está a menos de un día de camino. —Señaló a la distancia—. Encontrarás la carretera por ese camino. Solo sean cautelosos, los árboles están inquietos hoy. —¿Los árboles? —Escuché a tía Em susurrarle a tío Henry. —Gracias, Munchkins —anuncié—. La próxima vez que los vea, espero ser capaz de poder celebrar con ustedes. —Entonces, confiada en mi camino, pero nerviosa por las otras sorpresas que Oz tenía reservadas para mí, di mi más digna despedida. Mientras las personas del País Munchkin empezaban a gritar mi nombre, sabía que no importaba lo que Oz tenía reservado para mí esta vez, una cosa estaba clara: Estaba en casa.
Traducido por Lauu LR Corregido por Mary
—¿No pudimos habernos quedado al menos al banquete? —preguntó tía Em mientras hacíamos nuestro camino desde el pueblo de Munchkin hacia donde Cos nos había dicho que empezaba el camino amarillo—. Tengo un poco de hambre. —No estoy seguro de querer ver la comida que sirven esos pequeños extraños —dijo el tío Henry, alzando la ceja con escepticismo—. Durante la guerra, nos forzaron a comer cerebros de mono y lenguas de lagarto para el almuerzo, sabes, y no me importaba ni un poco. Tío Henry siempre hablaba de sus días en la guerra, pero algunas veces era difícil creer que alguna vez había dejado Kansas en absoluto. Muchas de sus historias parecían más extrañas que cualquiera en Oz podría soñar. Por otra parte nunca había habido un Gale que fuera un mentiroso, así que, ¿quién era yo para dudar de él? —Henry Gale —tía Em lo amonestó—. No hicieron eso. De todos modos, estoy segura de que la comida ahí era muy buena. —Podrían servirme langosta Newburg y Baked Alaska y aun sería hora de volver a casa —respondió el. —Oh, ¿no lo ves? —exclamé, tratando de hacerlo entender. —¿No lo ves? ¡Ahora estamos en Oz! No tienes que preocuparte por las vacas, o los cerdos, o los cultivos, ni nada de eso. La vida aquí es mucho mejor, ¿aun no puedes ver lo hermoso que es? ¡En Oz no tienes que levantarte temprano para ordeñar a las vacas nunca más! Tía Em tocó mi hombro gentilmente, calmándome. Ni siquiera me había dado cuenta de lo agitada que me había puesto. —Ahora, Dorothy — dijo—. Es adorable aquí. Y estamos muy orgullosos de tu estatua y todo lo que hemos aprendido hoy de ti. Pero tu tío esta en lo correcto. No podemos quedarnos aquí. Este lugar no es para nosotros. —De todos modos, me gusta ordeñar a las vacas —dijo el tío Henry.
Me detuve en seco, justo ahí en los ladrillos amarillos. Por todas las risitas de Henry y el nerviosismo de tía Em, nunca se me había ocurrido que ellos aun querrían volver a casa después de probar Oz. ¿Cómo podría alguien querer volver a un campo polvoriento y seco y unos cuantos cerdos irritantes cuando aquí se encontraban cosas fantásticas en cada esquina? —Claro que nos vamos a quedar —dije—. ¿Por qué en el mundo volveríamos a casa? Mi tío me miró francamente horrorizado. —Porque es nuestra casa y es donde todos nosotros pertenecemos —dijo tío Henry—. Me alegra que la gente aquí te quiera, pero eso no cambia quien eres, señorita. —No pierdas los estribos Henry —le advirtió tía Em—. Pero tengo un circulo de costura la próxima semana, y la casa es aun un desastre por tu fiesta Dorothy. Si no volvemos a casa pronto, nunca tendré tiempo de lavar los platos. De repente quería gritar. Tenían que estar bromeando. Había deseado tanto tener una segunda oportunidad aquí, sin esperar que realmente sucediera. Y ahora sucedió, y estábamos caminando felizmente a través del país Munchkin en un día más hermoso que los que Kansas había visto o jamás vería. ¿Querían renunciar a todo para que la tía Em pudiera lavar los platos para su círculo de costura? Al menos tenía un as a prueba de tontos bajo mi manga. Ni siquiera tenía que mentir. Bueno, no exactamente. —No sé cómo volver a casa —dije irritablemente, luchando contra la ira—. ¡Ni siquiera sé cómo llegamos aquí en primer lugar! La única que puede mandarnos de vuelta a Kansas es Glinda y necesita nuestra ayuda. Una vez que la encontremos, podemos hablar de eso. Mientras hablaba, sentí mis zapatos pulsando contra mis pies con una sensación de hormigueo caliente, como si acabara de sumergirlos en un remolino de agua tibia. Tal vez era una pequeña mentira después de todo —los zapatos nos habían traído aquí, y no me sorprendería ni un poco si pudieran llevarnos a casa, también. Pero tío Henry y tía Em no necesitaban saber eso. Ninguno de ellos parecía muy emocionado con mi plan, pero no es como si tuvieran elección. Así que Toto y yo caminamos por delante y todos nos movimos. Los primeros signos de que nos acercábamos al camino eran algunos ladrillos dispersos aquí y allá —casi parecía que estaban creciendo fuera de la suciedad. Después de unos pocos minutos de caminata, había más y más de ellos, y entonces el camino surgió en el medio de un amplio campo cubierto, desplegándose en el horizonte como una cinta de oro.
Tía Em estaba tan sorprendida cuando lo vio que dejó escapar un chillido y saltó sobre sus tacones. Tío Henry movió la cabeza como si no pudiera creer lo que estaba viendo. Me había pasado una buena parte de mi tiempo en este camino, pero incluso yo me sorprendía por cuan radiante estaba en el sol de la tarde, el deslumbrante dorado en contraste con el verde azulado de la hierba y los campos de maíz y el cielo, la forma en que se retorcía y se enredaba a través de los campos y colinas, serpenteando lejos como si nos fuera a llevar a cualquier lugar que pudiésemos imaginar, si solo pudiéramos nombrarlo. Toto ya estaba unos pasos por delante de nosotros, jadeando y moviendo la cola con emoción. Ladró tres veces, listo para dirigir el camino. —Bueno, supongo que no hará daño explorar un poco —dijo tío Henry—. Ahora que estamos aquí de todos modos. Tía Em no dijo nada. Solo se adelantó y puso un pie en el camino. Miró hacia nosotros con una pequeña y juguetona sonrisa. —Supongo que los platos pueden esperar —dijo—. Por lo menos por ahora. Lo que pasa con el camino amarillo es que está encantado. Quiere que lo sigas, por ninguna razón malvada, solo porque le gusta tener un propósito. Es muy difícil resistirse a un camino con un entusiasmo tan contagioso. Lo sé por experiencia. Mis pies se estremecieron contra los ladrillos mientras nos abríamos paso por el camino, dejándolo liderarnos perezosamente a través de las colinas, campos y valles del pueblo Munchkin. Con cada paso que tomaba, era como si pudiera sentir la magia flotando del camino hacia mi cuerpo, sorprendentemente, incluso después de todo el tiempo que habíamos estado caminando — incluso en tacones más altos que cualquiera que hubiera visto antes, mucho menos usarlos— mis pies no dolían. De hecho era lo opuesto. Parecía que recibía un muy agradable masaje de pies. Caminamos durante horas sin cansarnos. Todos parecían muy contentos. Tío Henry silbaba viejas canciones que había aprendido en la guerra una tras otra, y tía Em estaba acribillándome con preguntas como —¿Dónde conociste a tu amigo el Espantapájaros? —y—. Aun no entiendo por qué ese Hombre de Hojalata tuyo quería un corazón tan desesperadamente. Sonaba como si fuera perfectamente amable cariñoso y gentil sin uno, así que ¿qué importa? A menudo jadeaba con asombro ante una extraña planta o animal, estaba prácticamente fuera de sí de alegría cuando nos encontramos con una bandada en reposo de puerquitos voladores, no más grandes que gorriones, que estaban mordisqueando unas manzanas que habían caído en el camino, pero otras veces, como cuando pasamos junto a una cascada
que caía hacia arriba en lugar de hacia abajo, se quedaba simplemente sin palabras. Cuando caminamos por el campo de amapolas que recordaba muy bien, le dije a todos que cubrieran sus narices así no estaríamos tentados a acostarnos para tomar una siesta interminable. Caminamos justo a través de él, admirando las flores rojo-rubí y las pequeñas nubes de humo color rosa que disparaban de vez en cuando. Lo pasamos sin que siquiera nuestros parpados aletearan. —En cierto modo es tan distinto de Kansas y en otros es lo mismo — dijo tía Em un poco más tarde mientras caminábamos a través de un campo de maíz floreciente que crecía por sobre nuestras cabezas a cada lado del camino. Claramente estaba tratando de darle un giro positivo a las cosas—. Quiero decir, cultivamos un montón de maíz en casa, también. —Este maíz es diferente tía Em —dije—. Viene directamente de la cascara ya con mantequilla, y no es como nada que hayas probado. —Nunca he tenido problemas poniéndole mantequilla a mi propio maíz, muchas gracias —espetó Henry. Pero me di cuenta de que estaba impresionado. En casa, la mantequilla era solo para ocasiones especiales. Cuando arranqué un tallo y le quité la cabeza, el olor se deslizó seductoramente. Tía Em tomó un nervioso mordisco y sus ojos se abrieron. Tan pronto como vio su reacción, tío Henry tomó uno para sí mismo, y pronto los tres estábamos sentados a la orilla del camino comiendo el contenido de nuestro corazón. Era tan maravilloso que casi se me olvidó que algo estaba mal. Casi olvidé la plegaria desesperada de Glinda por ayuda, y el hecho de que si Glinda se encontraba en problemas, Oz lo estaba también. Si la maldad podía estar en todas partes, los exuberantes campos de maíz probablemente serian remplazados con huertos de alambre de púas, o demolidos para dar paso a fábricas de cojines o algo incluso más terrible. No podía olvidar eso. Estaba aquí con una misión. Pero por ahora el maíz era abundante, no había nada malo alrededor, y todo parecía bien en el mundo. Eso fue hasta que terminamos nuestro adorable día de campo, nos pusimos en marcha de nuevo y avanzamos unos cuantos kilómetros más allá en el camino. Fue entonces cuando los gritos empezaron.
Traducido por MaJo Villa Corregido por Fany Stgo.
Poco después de salir del campo de trigo, el cielo se oscureció entrando al atardecer y los campos pintorescos y las tierras de cultivo por los que habíamos viajado empezaron a dar paso a un paisaje atrofiado, estéril y quemado, árboles y arbustos enfermos, que hicieron al grito constante más espeluznante. La hierba se diluyó hasta que el suelo fue más que nada solo suciedad azul y gris salpicada de manchas tristes y secaba las malas hierbas. Incluso aquí la carretera en sí misma era diferente, opaca y gastada, los ladrillos se hallaban agrietados o sueltos o faltaban por completo. Los cuervos se abalanzaron por encima de nuestras cabezas, sus alas oscuras proyectando largas sombras sobre los ladrillos de color amarillo pálido. Más adelante, se alzaba un bosque. Era profundo y negro, espeso con parras. Se extendía y seguía sin parar en cualquier dirección. El grito venía de algún lugar en lo profundo del bosque, un gemido gutural y profundo que me estremeció por dentro. Era un grito, pero también era algo como una canción. Era como si todo el dolor y la tristeza en el mundo estuviera siendo dragada desde el fondo de la tierra y se encontrara retorciéndose a sí misma en una melodía horrible y torturada. Todos dejamos de caminar. Inclusive Toto, que normalmente era valiente ante la presencia de cualquier peligro, se agachó hecho un ovillo a mis pies, temblando de miedo. —Dorothy no me gusta el sonido de eso —dijo tío Henry con una expresión seria. —No —estuvo de acuerdo la tía Em. Su rostro se tornó pálido—. No me gusta ni un poco. Tuve que darles el crédito por decirlo tan suavemente. Algunas veces las personas que crees que conoces bien pueden aun así sorprenderte. Estaban siendo valientes. O, al menos, lo estaban intentando.
No me encontraba segura de ser capaz de hacer lo mismo. Todo en mi cuerpo me decía que renunciara y saliera corriendo. De regreso al campo de maíz, hacia la aldea de Munchkin, a la granja pequeña y vieja en la orilla del río en el bosque. Incluso de regreso a Kansas. Pero cuando me di la vuelta, vi que el único camino que habíamos estado siguiendo, ahora se bifurcaba detrás de nosotros en cinco direcciones desconocidas. Alguna fuerza quería que eligiéramos uno de esos caminos con la esperanza de que nos dirigiría de regreso a donde habíamos venido. Tenía una sensación de que ninguno de ellos lo haría. En mi experiencia, cuando una fuerza oscura que no entiendes quiere que hagas algo con tanto ahínco, lo mejor es hacer exactamente lo opuesto. Miré a lo lejos. El camino se sumergía en línea recta como un cuchillo dorado a través del corazón del bosque. Sin importar lo horrible del grito, la única opción era seguir adelante. —Vamos —dije. Mi tío, mi tía y mi perro me miraron como si hubiera perdido mi cabeza. Pero cuando di un paso hacia adelante para mostrarles que era posible, vi que mis zapatos eran de color rojo ardiente en la luz espeluznante y oscura luz de la tarde, su resplandor pulsando contra los ladrillos amarrillos descoloridos al mismo tiempo con los latidos de mi corazón, y supe que era lo correcto. —Vamos —repetí, esta vez más firme. Di otro paso. Entonces Toto dio uno también, todavía temblando, y después la tía Em hizo lo mismo. El tío Henry la sujetó por el codo e hizo lo mismo. Si ella iba a ir, él también iría. Siempre podías contar con él así de mucho. Así que nos movimos lentamente hacia los árboles, juntos, y mientras nos acercábamos ese alarido gemía destrozándose y reforzándose así mismo en algo más: un chubasco rasposo y violento tan alto que todo mi cráneo vibró por su fuerza. Mis tíos se doblegaron cuando el ruido los golpeó, ambos gritando y cubriendo sus oídos adoloridos. Sin embargo, por desagradable que fuera, quería oírlo. La única forma de entenderlo era escucharlo. Era el sonido de los cuervos chillando y de los ríos secándose, el sonido de la leche cuajándose en sangre y de niños siendo arrancados de los brazos de sus madres. Era el sonido de la muerte. El sonido del mal. Di un paso más hacia delante de todas formas, sintiendo como si estuviera siendo impulsada por una fuerza en mi exterior, y ahí fue cuando vi sus rostros.
Cada árbol tenía uno, y cada rostro era peor que el último, cada uno formado de corteza gruesa color plateado y negro, nudoso y distorsionado en muecas torturadas y enojadas, frunciendo ceños y con bocas abiertas con expresiones de terror. Fue entonces cuando comprendí: el sonido no provenía del interior de los bosques. Venía del propio bosque. Los árboles estaban gritando. Y los reconocí. Algo así. —Se supone que no deberían estar aquí —dije en voz baja. No creo que nadie me oyera por encima del ruido. En mi primer viaje hacia Oz, después de que el Mago se hubiera ido a casa, el Espantapájaros, el León, el Hombre de Hojalata y yo nos habíamos encaminado hacia el País de Quadling para ver a Glinda la Buena con la esperanza de que tuviera la llave para enviarme a casa. En el camino, no habíamos tenido otra opción que viajar a través del Bosque de los Árboles Luchadores. Ese bosque había sido bastante parecido a este. Ahí los árboles habían sido malos y crueles, con rostros feos y ahuecados, y ramas que se inclinaban y se torcían a tu alrededor, lanzándote al suelo cuando intentabas pasar por debajo de ellos. Pero no habían gritado de esta forma. ¿Los dos bosques se relacionaban? Y si era así, ¿cómo? Este no había estado aquí la última vez que había transitado por este camino. ¿De dónde había salido? No importaba. Nada importaba excepto el conseguir atravesarlo. Me adentré con Toto a mi lado y mi tía con mi tío a solo unos pasos atrás. El grito se hizo más y más fuerte hasta que ya no se escuchaba para nada como el sonido, más bien era más como una desesperanza tan fuerte que podía casi sentirla como un dolor intenso, situado en algún lugar en la parte de atrás de mis entrañas. Era tan fuerte que quería arrancarme el cabello de mi cráneo, rasguñar mi rostro hasta que sangrara. Y entonces se terminó. Así como así, todo quedó en silencio. Un silencio de muerte. Miré hacia la tía Em y al tío Henry, y me miraron de regreso, tan agitados y sorprendidos como yo me encontraba. Ninguno de nosotros dijo nada por miedo de molestar al silencio. Después todos juntos levantamos la mirada, y vimos a los árboles elevándose sobre nosotros. Habíamos llegado al borde del bosque. Eran altos y delgados, apenas más anchos que la tía Em, y se encontraban casi totalmente desnudos de hojas. Los rostros crueles y
retorcidos ocupaban casi toda la longitud de sus troncos y sus nudos, ramas delgadas en forma de araña terminaban en unas garras afiladas. Dos árboles, altos y de aspecto más viejo que el resto, se colocaron de pie a cada lado del camino de ladrillo en el lugar donde desaparecía en la oscura maraña de árboles. Sus rostros estaban congelados en máscaras de gárgolas de tormento y desesperación. Me pregunté cómo habían llegado a ser de esta forma. ¿Alguna vez habían sido personas? ¿Estaban siendo castigados por algo que habían hecho en otra vida? O ¿era algo más completamente distinto? En el tiempo que había regresado a Kansas, casi me había permitido olvidar esta parte de Oz: las brujas, los monstruos y las cosas feas y peligrosas. Dejé que me olvidara de que la magia es poco de fiar e impredecible. Le gusta cambiar las cosas. Algunas veces las convierte en algo increíble y espectacular, algo que te quita el aliento. Otras veces, las tuerce y las corrompe en algo que apenas reconoces. Por todo lo que es maravilloso, hay también algo malo. Ese es el precio que pagas por la magia. Vale la pena, pensé. Inclusive aquí, de pie en la boca de un lugar que irradia maldad pura que jamás había sentido, sabía que siempre valía la pena. Porque sin magia, solo te quedarías con Kansas. Sin previo aviso, hubo un fuerte sonido de crujido, seguido por un gemido, y después un crujido mientras que el árbol grande al lado izquierdo del camino se tambaleaba hacia adelante y empezaba a arrancar su raíz de la tierra, esparciendo suciedad por todas partes. Se lanzó a sí mismo hacia nosotros con sus raíces, arrastrándose en nuestra dirección. Mis pies comenzaron a sentir un hormigueo. Estaba viniendo justo hacia mí. Silbó y chasqueó sus fauces. La única salida era atravesarlo. Así que empecé a correr. Sujeté a Toto, esquivé al árbol, y me sumergí en el bosque, sabiendo por el sonido de unos pasos que mis tíos se encontraban justo detrás de mí. El camino a través del bosque no era nada parecido al que tomamos a través del país de Munchkin. Los ladrillos aún era amarillos, pero se encontraban cubiertos con hojas y arbustos; se estaban desmoronando y deformando donde las raíces de los árboles se movían en su territorio. No me importaba. Corrí por el camino lo más rápido que pude, por estrecho y obstruido que este fuera, rezando con cada paso que mi pie encontrara un aterrizaje sólido.
El bosque era oscuro y tenía mucha vegetación. Los árboles se apretaban y arañaban; se deslizaban sobre mí con sus ramas afiladas e inclinaban sus troncos para hacerme tropezar. En vez de gritar, ahora se hallaban gruñendo, siseando y murmurando insultos en mi oído que no podía descifrar. Detrás de nosotros, pude escuchar ese sonido enfermo, raspando, crujiendo cuando el primer árbol se arrastró a sí mismo a través de los ladrillos persiguiéndonos. Cuando escuché más sonidos de chasquidos y agrietamientos, supe que ya no era solo uno: sus hermanos y hermanas ahora también se estaban desarraigando a sí mismos para perseguirnos. Corrí más rápido, todavía desconcertada por lo fácil que era en mis tacones de doce centímetros. Durante todo el tiempo, me aseguré de que estaba escuchando el sonido de mis tíos cerca detrás de mí. Podrían haber sido mayores, pero al menos todavía podían correr más rápido que algunos árboles. Y entonces la tía Em salió disparada. Dejó escapar un grito agudo y salió volando hacia el suelo delante de mí, aterrizando sobre su pecho con un golpe. —¡Em! —grité. —¡La tengo! —Tío Henry corrió por detrás de mí. Era algo bueno que mi tía fuera tan delgada y también que mi tío Henry fuera más fuerte de lo que parecía, después de todos esos años de trabajar solo en los campos. Sin detenerse siquiera en su paso, tomó a la tía Em en sus brazos, la lanzó sobre su hombro, y siguió corriendo. Eso no importó. Era demasiado tarde. Los árboles se habían cerrado entre nosotros, bloqueando el camino hacia adelante. Se encontraban también detrás de nosotros, sus ramas moviéndose estrechamente unas con otras, atrapándonos por completo. Uno de los árboles gruñó y se lanzó hacia la tía Em. Gritó de terror cuando este cortó con sus garras de madera su rostro, dejando tres líneas delgadas de sangre en la cresta de su pómulo. No lo miré, pero pude sentir que mi tío temblaba a mi lado. Debería haberme encontrado asustada también, pero no lo estaba. Solo la adrenalina, supongo. En cambio, sentí que me ponía al rojo vivo por la rabia. ¿Cómo se atreven esos árboles a amenazarme? ¿Cómo se atreven a dañar a las personas que me importan? Ni siquiera pensé que querían herirnos. Pensé que solo trataban de humillarme. Justo como Suzanna y Mitzi hicieron en mi fiesta de cumpleaños.
Tal vez eso funcionaría de regreso en Kansas, pero aquí en Oz, yo demandaba respeto. —Paren —comandé. Mis zapatos se tensaron apretadamente en mis pies, como si se hubieran hecho una talla más pequeños. Un choque de energía crepitó en donde mis talones cavaron contra los ladrillos y se propagó a través de mi cuerpo. Se sintió extraño, pero le di la bienvenida. Sentí como si otra persona se hubiera apoderado de mí. —Soy Dorothy Gale —dije. Las palabras sonaron extrañas y ajenas mientras salían de mi boca, reverberando a través de la interminable maraña de ramas. Los árboles escuchaban. —Yo soy la Cazadora de Brujas. Permítannos pasar, o sufrirán el destino de todos los que se han cruzado en mi camino. Así como así, los árboles empezaron a relajar sus ramas. Se encogieron, ahogando sus silbidos como si todo hubiera sido un gran accidente. Lentamente, se arrastraron lejos del camino y volvieron al bosque, donde, uno por uno, empezaron a colocar sus raíces de regreso a la tierra. Éramos libres de continuar. Lo había hecho de alguna manera. Todo lo que tenía que hacer era pedirlo. ¿Eran solo los árboles unos grandes peleles? O, ¿había algo en mí que los había asustado? —¿Cómo…? —dijo tía Em. El tío Henry la bajó de sus brazos y la colocó de pie de nuevo. —¿Chica qué se apoderó de ti? —preguntó mi tío—. No quiere decir que no esté agradecido, pero… ni siquiera sonaste como tú misma. —No sé cómo lo hice —dije con incertidumbre. Había encontrado un poder en algún lugar dentro de mí, y lo había usado. O, ¿este me había usado a mí? Era difícil de decir. No estaba segura de que quisiera saber la respuesta. —La próxima vez —sugirió tía Em—, podría ser aconsejable traer un hacha. —Me miró con nerviosismo. Había alivio en sus ojos por haber atravesado el bosque con vida, pero creí haber visto algo como miedo también. No miedo hacia los árboles. Miedo de mí. —No habrá una próxima vez —escupió el tío Henry—. Porque vamos a regresar a casa. Untaré mi propia mantequilla si eso significa que jamás tendré que pasar por nada como eso de nuevo, mientras viva. Nosotros cuatro atravesamos con cuidado el resto del bosque sin decir nada más sobre lo que había sucedido. Los árboles continuaban
frunciendo el ceño y haciéndonos caras de calabaza desde el lado del camino, pero no dijeron ni pío. Caminamos rápidamente. Toto saltó hacia mis brazos, donde se quedó, manteniendo una cuidadosa vigilancia de nuestro entorno. Pronto, la luna empezó a meterse por las rendijas de las ramas, y luego el camino se abrió. Habíamos logrado salir del bosque. Una vista plateada se desplegó ante nosotros, el sinuoso camino de ladrillos amarillos brillando como agua y sumergiéndose hacia abajo en un valle enorme e impresionante. A lo largo del camino, pequeñas flores iluminaban el sendero, sus centros brillaban con llamas azules parpadeantes. Me desplomé en el camino y me quedé sin aliento, finalmente capaz de bajar mi guardia. Coloqué una palma contra mi rostro y retiré la sangre en donde uno de los árboles me había arañado. Mis pantorrillas estaban tirando con dolor por haber corrido. ¿O era por algo más? Y sin embargo, no me encontraba realmente cansada. Sin aliento, sí, pero no cansada. En realidad me sentía más viva como si tuviera energía filtrándose por cada poro de mi cuerpo. Seguí el camino hacia el valle y luego hasta la cima de la siguiente colina, y vi que finalmente habíamos alcanzado nuestro destino: ahí en el horizonte se encontraba la casa del Espantapájaros, dorada y radiante contra el cielo nocturno, iluminada desde su interior. Justo como nos había dicho el Munchkins, la casa estaba hecha enteramente de enormes mazorcas tan altas como los árboles y cinco veces más ancha, cada una formando una solo torreta imponente. No era solo una casa. En verdad, era un castillo. Señalé. —Ahí es hacia dónde nos dirigimos. Ahí es en donde vive mi amigo el Espantapájaros. El tío Henry silbó. —Había escuchado sobre el Palacio del Maíz en Dakota del Sur, pero creo que es nada en comparación con eso. Seguimos el camino colina abajo, hacia el valle. La noche era fría y la brisa se sentía bien contra mi piel y todo era tan placentero que nuestra terrible experiencia en el bosque casi estaba olvidada. Casi. ¿Qué hice allí? Me pregunté. ¿Había sido la corteza de los árboles peor que su mordida? O, ¿mis zapatos tenían algo que ver con eso? Me encontraba todavía considerando la pregunta cuando un cierto sentimiento de familiarización se apoderó de mí, y entonces lo vi: en el borde del campo, un poste de madera que sobresalía de la tierra en un ángulo ladeado. Algo sobre verlo allí, como si nada hubiera cambiado, casi me hizo querer llorar. Conocía ese puesto. Era donde había encontrado por primera
vez al Espantapájaros. Sin él, jamás habría logrado llegar a Ciudad Esmeralda, jamás hubiera sido capaz de derrotar a la Bruja Malvada del Oeste. Y jamás habría aprendido cuan valiente podría ser en verdad. Al verlo allí, por primera vez supe que me encontraba de regreso. De verdad, de verdad de regreso. Fue mi amigo, y lo extrañé muchísimo. Ahora lo iba a ver de nuevo. —¿Dorothy qué sucede? —preguntó tía Em, viendo una pequeña sonrisa en mi rostro. —Nada —dije—. Solo estoy feliz.
Traducido por Josmary Corregido por Amélie.
El tío Henry y la tía Em seguían jadeando y resoplando por subir la colina cuando finalmente nos acercamos a la entrada de la mansión de mazorca de maíz. Era incluso más grande de cerca de lo que parecía desde lejos, y me sentí casi nerviosa cuando alcancé la aldaba de mazorca de maíz en la puerta. ¿Y si era diferente? ¿Y si no se acuerdas de mí? ¿Y si era viejo y gris? (¿Los Espantapájaros podían envejecer? Todavía había mucho de Oz que yo no sabía). No había mucho tiempo para preguntarse nada. La puerta se abrió antes de que pudiera llamar, y allí estaba él, delante de mis ojos, exactamente como lo había dejado; tal como lo había recordado todos los días desde que Glinda me había enviado a casa. —¡Dorothy! —exclamó el Espantapájaros. Me lancé a sus brazos de paja, me levantó y me dio la vuelta, gritando de júbilo—. Los Munchkins enviaron un pájaro azul para decirme que estabas en camino, ¡pero tenía miedo de creerlo! —Sabes que nunca te dejaría para siempre. —le dije, riendo. Todavía estaba sonriendo de oreja a oreja cuando me puso nuevamente en el suelo, pero el rostro del Espantapájaros lucía más serio. —Te extrañamos, Dorothy —dijo, y sus amables y sonrientes ojos dibujados —que yo nunca había olvidado— comenzaron a llenarse de lágrimas—. Oz no ha sido lo mismo sin ti. Nunca pensé que alguna vez volverías. —Yo tampoco —le dije, extendiendo la mano para tocarle el brazo—. Pero estoy de vuelta por Glinda. Sé que ella está en problemas, y tengo que rescatarla. ¿Sabes dónde está? El Espantapájaros ladeó su cabeza rellena. —¿Glinda?—preguntó—. ¿Qué has oído de ella? —La vi —le dije. Parecía aún más sorprendido por eso—. Estaba en mi vieja casa en el pueblo Munchkin. Bueno, no era ella exactamente. Era
más como una especie de visión. Como si estuviera tratando de enviarme un mensaje. Me dijo que necesitaba mi ayuda. El Espantapájaros lucía preocupado. Se acariciaba el mentón pensativo. Sabía que si alguien sabía qué hacer, era él, él era la criatura más sabia de todo Oz, y probablemente de cualquier otro lugar, también. —Tenemos mucho de qué hablar —dijo después de un rato—. Pero primero, preséntame a tus amigos. Me reí. Había estado tan emocionada de verlo que me había olvidado de mis tíos. Ellos aún estaban de pie en la puerta mirando como si no tuvieran la menor idea de en qué se habían metido. —No son mis amigos, tonto. Son mi familia, mi tía Em y tío Henry. — Cuando dije sus nombres, tío Henry medio saludó con la mano y la tía Em se inclinó torpemente. El Espantapájaros se iluminó —es increíble cuán expresiva puede ser una cara pintada. Golpeó juntas sus manos enguantadas y saltó hacia ellos, prácticamente derribándolos mientras envolvía sus endebles brazos alrededor de sus cinturas—. ¡Por supuesto! ¡He oído hablar mucho de ambos! ¿Cómo marcha su visita a Oz hasta ahora? Tía Em, tío Henry y yo intercambiamos miradas. —Oh, todo era magnífico hasta que llegamos a los árboles gritones monstruosos que trataron de matarnos —dijo el tío Henry. —Oh, querido —dijo el Espantapájaros—. ¿El Bosque del Miedo? No me digas que los Munchkins no les advirtieron. —¿Cómo que no pasáramos por el bosque? —le pregunté—. No hay manera de evitarlo, al menos que yo sepa. —Por supuesto que tienen que pasar a través de él, pero ¿los Munchkins realmente no les dijeron que rellenaran sus oídos con hilo de duendecillo? Negué. —Ni siquiera sé qué es el hilo de duendecillo. —Impide que escuches ese ruido infernal que los árboles aman hacer. Si no puedes escucharlos, no tendrás miedo. Y si no tienes miedo, ni siquiera saben que estás ahí. No te molestarán ni un poco. Solo lucen como árboles extremadamente feos. Lo que, al final, es lo que realmente son. Sienten el miedo. ¿Era así como había logrado deshacerme de ellos? ¿Simplemente mostrándoles que no tenía miedo? No. Tía Em y el tío Henry y Toto, todos se habían asustado. De alguna manera, yo había hecho que los árboles tuvieran miedo de mí.
El problema era que no sólo los árboles me habían temido. También me había asustado a mí misma. —No creo que vayamos a volver por ese camino en corto plazo, si podemos evitarlo —le dije—. Con o sin hilo de duendecillo. El Espantapájaros suspiró. —Una respuesta razonable. Esos árboles son una molestia. Malos para el turismo, sobre todo cuando los Munchkins son tan olvidadizos y no les recuerdan a los transeúntes que se protejan. Sigo diciéndole a la princesa que ella simplemente debe talar todo el bosque, pero no quiere oír hablar de ello. Dice que son parte de Oz, que destruirlos alteraría todo el equilibrio mágico. —Si ese es el equilibrio —dijo la tía Em, estremeciéndose ante el recuerdo de la tarde—, no me gustaría pensar como luce cuando la balanza comienza a inclinarse. El Espantapájaros inclinó el sombrero hacia ella. —Una muy buena pregunta, señora Gale —dijo—. Esperemos que nunca encuentres la respuesta. Ahora, ven, vamos a comer. Deben estar muertos de hambre después de lo que han pasado. Se volvió hacia una puerta que adentraba más profundamente en el castillo y se llevó las manos a la boca. —¡Munchkins, preparen un festín para nuestros invitados especiales! Cuando entramos en un gran comedor dos Munchkins vestidos de verde y amarillo —con sombreros puntiagudos en lo alto de sus cabezas calvas— aparecieron de la nada. Tomamos asiento en la mesa del banquete —incluso Toto tenía un lugar asignado junto a mí—, y antes de que nos diéramos cuenta, nuestros arreglos de mesa volaron delante de nosotros sólo para aterrizar suavemente en nuestros lugares: las servilletas perfectamente dobladas, las horquillas a la izquierda, ninguno de ellos siquiera un poquito torcidos. En cuestión de segundos, los vasos estaban llenos hasta el tope con una bebida de aspecto delicioso que no reconocí, y solo pasaron cinco minutos antes de que aparecieran en la mesa bandejas llenas de montones de comida caliente. —Me tomé la libertad de preparar comida con la que pensé que estarían familiarizados, en lugar de los… platos nativos exóticos de Oz — dijo el Espantapájaros, para alivio de mi tía y tío, que, a pesar de su experiencia con el maíz con mantequilla, todavía parecían preocupados ante la idea de comer el alimento mágico. —¡Y fue muy amable de tu parte! Aquí hay suficiente comida para alimentar a mi viejo pelotón del ejército. —dijo el tío Henry. Cogió una cuchara de servir y se sirvió una generosa porción de puré de patatas.
—Seguro que se ve bien. Creo —dijo la tía Em, mirando un tazón lleno de caviar, que, a pesar de que no era mágico en lo más mínimo, en lo que a ella se refería era probablemente tan exótico como cualquier otra cosa que Oz pudiera ofrecer. Al menos el tío Henry había tenido la oportunidad de ver algunos rincones dispersos del mundo, en sus días en el ejército. Esta era la primera vez que la tía Em había puesto un pie fuera de Kansas. Su viaje inaugural fue un gran paso. Nunca había comido tanto en mi vida y estoy bastante segura que el tío Henry y la tía Em tampoco. Sin embargo, de alguna forma nos las arreglamos para terminar cada bandeja en el momento en que llegaba otra más grande. Supongo que un día de viaje hace que a una niña le dé hambre. —¿No va a comer Sr. Espantapájaros? —preguntó Tía Em cuando nos trajeron una gallina rellena. —Oh —dijo el Espantapájaros, agitando su mano—. Yo no como. El Mago puede haberme dado un excepcional conjunto de cerebros, pero todavía carezco de un estómago que funcione. Ahora, Dorothy, dime lo que te trajo aquí. ¡Me muero por saber! No estaba segura de cuánto decirle por el momento. No estoy segura de por qué, pero no quería que Em y Henry supieran acerca de los zapatos, a pesar de que tenían que tener una idea. —Bueno —le dije, sonriendo alegremente—, pedí un deseo, ¡y antes de darme cuenta, estábamos aquí! —Así que fue eso. —dijo el Espantapájaros, pensativo. Me di cuenta de que no se lo creía. —Aterrizamos justo en el mismo lugar que la última vez, mi vieja casa todavía estaba allí, increíble. —Por supuesto que sigue allí —respondió con una sonrisa—. Esa pequeña casa es considerada uno de los monumentos más importantes de Oz. Tío Henry levantó la vista de su ensalada Waldorf. —Sr. Espantapájaros —dijo—. Dorothy nos dijo que usted es el personaje más inteligente de toda la tierra. El Espantapájaros asintió con modestia, y el tío Henry continuó. — Mi esposa, Emily y yo, esperábamos que tendría una idea de cómo los tres pudimos ser capaces de venir… —¡Oh, olvídalo ya! —le espeté. Tía Em quedó sin aliento, y al instante me tapé la boca con la mano. Tengo que decir que me sorprendió a mí misma. Nunca en mi vida le había hablado con tan poco respeto a mi tío. O a cualquier persona, en realidad.
Pero había sido un día tan largo, y mis tíos estaban siendo tan problemáticos. Allí estaban, comiendo la mejor comida que jamás se hubieran atrevido a soñar, y lo único que podía pensar era en cómo volver a nuestra pequeña granja triste y nuestras pocilgas polvorientas. Debo tratar de controlar mi temperamento, me reprendí a mí misma. Si quería que mi tía y tío vieran las cosas a mi manera, no debería hacer que se enojen. El Espantapájaros me lanzó una mirada de soslayo, curioso pero ignorando mí arrebato. —Es cierto que he sido bendecido con un exceso de los mejores cerebros conocidos por el hombre y la bestia, Munchkin, bruja o mago —dijo, golpeando su cabeza con un guante relleno—. Pero tristemente debo decir que viajar entre Oz y el mundo exterior no es tarea sencilla. —Ya veo. —dijo Henry. —Dorothy cree que una señora de nombre de Glinda podría ser capaz de ayudar —dijo la tía Em—. ¿Tiene usted alguna idea de dónde podemos encontrarla? Una vez más, el Espantapájaros me dio una mirada significativa que decía: Vamos a hablar de esto más adelante. —No tengo idea —dijo—. El paradero de Glinda se desconoce desde hace bastante tiempo. —¿Por cuánto tiempo? —le pregunté, poniendo mi tenedor en el plato, de repente interesada de nuevo en la conversación. —Oh, es difícil de decir —respondió el Espantapájaros. Él jugueteó con un pedazo de paja que se asomaba de su cabeza—. Sabes que no medimos mucho el tiempo aquí en Oz. Nadie envejece aquí, y celebramos las fiestas siempre que estamos de un humor para ello. Pero fue un tiempo después de Ozma tomara la corona. Glinda hizo saber que tenía importantes negocios mágicos más allá del Desierto Mortal, y que no había que preocuparse por ella, que iba a regresar cuando fuera el tiempo correcto. Eso debe haber sido, oh, hace al menos diez años, si me atrevo a adivinar. —¡Diez años! —exclamé—. Pero, ¿cuánto tiempo he estado fuera? El Espantapájaros se volvió en su asiento y fijó sus ojos en mí, serio. —No lo sé, pero me atrevería a decir que hay muchas personas aquí en Oz que no te recuerdan del todo. Yo mismo casi había olvidado cómo eras. Mi última aventura aquí había durado por lo que pareció casi un mes, pero cuando volví a casa, solo habían pasado algunos días. Aun así, la idea de que yo había estado fuera tanto tiempo que me habían olvidado era inimaginable. Todos mis recuerdos estaban todavía tan frescos en mi cabeza.
Tenía mucho que preguntarle al Espantapájaros. ¿Por qué ya no era el rey? ¿Quién era Ozma? ¿Tenía alguna sospecha acerca de dónde había ido Glinda realmente? Pero tuve la impresión de que no quería hablar de nada de eso en frente de mi tía y tío, así que terminé mi comida en silencio. Pero había tanto en mi mente que apenas toqué mi comida. Tío Henry era otra historia. Yo ni siquiera había hecho mella en mi ensalada Waldorf, y él ya había descuartizado una copa llena de cerezas al marrasquino, un pequeño pastel de carne picada, varios trozos de cordero untado con jalea de menta verde, y —pese a que no estaba segura de donde exactamente venía el marisco en Oz, donde no había océanos que yo supiera— una porción gigante de cóctel de camarones servido en una copa de cristal llena de hielo picado. Y luego nos trajeron el helado. —¡Dios mío! —dijo La tía Em cuando lo vio—. Me temo que posiblemente no puedo comer más. La comida era perfecta, señor Espantapájaros, pero me temo que ha sido un largo día. ¿Sería terriblemente grosero de mi parte excusarme? —Por supuesto que no —dijo el Espantapájaros. Dio una palmada y otro Munchkin, éste vestido de amarillo, apareció—. Este es BonBon. Él le mostrará a sus habitaciones. —Gracias, señor —dijo el tío Henry, de pie junto a Em—. Dorothy, no te quedes despierta hasta muy tarde. Mañana tendremos que estar despiertos temprano en la mañana para encontrar a la señorita Glinda, para que podamos ir a casa. BonBon se inclinó y los llevó lejos. Tan pronto como se fueron, saqué a Toto de mi regazo y me volví en mi silla para enfrentar al Espantapájaros. —Ahora dime qué está pasando aquí —le dije—. Sé que debe haber más en la historia de lo que me estás diciendo. Suspiró. —En primer lugar —dijo—. No creo ni por un momento que deseaste una forma de llegar aquí. No funciona de esa manera. Así que le conté la historia: de mi terrible fiesta de cumpleaños, de los zapatos, y la nota que vino con ellos. —Deben haber venido de Glinda —terminé—. ¿Quién más los pudo haber enviado? —Ciertamente suena como algo que ella haría —reflexionó el Espantapájaros—. Pero hasta ahora, yo creía que Glinda había muerto o desaparecido para siempre.
—No —le dije, tan enfáticamente que salió como algo parecido a un grito—. No. Alguien le ha hecho algo. Ella todavía está en Oz, y está en problemas. Es por eso que me trajo aquí. Para salvarla. —Puede que tengas razón —dijo—. Iremos a ver Ozma mañana. Ella necesita saber la situación. Cada vez que alguien decía el nombre Ozma, una terrible sensación se apoderaba de mí. Nunca la había conocido y apenas sabía quién era, pero no me gustaba como sonaba. —¿Quién es Ozma? —Finalmente pude preguntar—. ¿Y por qué ya no eres el rey? Una mirada de algo parecido al remordimiento pasó por el rostro del Espantapájaros. Él bajó la mirada hacia su plato. —Ozma es la verdadera monarca de Oz —dijo—. Ella es una descendiente directa del fundador de Oz, el hada Lurline. Ella era sólo un bebé cuando el Mago llegó al poder, y era incapaz de heredar su trono. Aun así, el Mago se preocupaba por el poder que eventualmente ella sería capaz de manejar. Es difícil hacerse con el control de un reino cuando se tiene la verdadera princesa regodeándose en la flor de la vida. Así que la envió al Norte —al país Gillikin. Lo que le pasó allá es un misterio. Sólo unas pocas personas están al tanto de todos los detalles, y yo no soy uno de ellos. Lo que sí sé es que ella finalmente logró crecer, e hizo su camino de regreso a Ciudad Esmeralda para reclamar su corona. Por desgracia para mí, eso fue sólo unos meses después de que me hubieran hecho rey. Le cedí la corona de inmediato, por supuesto —Él suspiró y se encogió de hombros—. Fue bonito mientras duró. Sonaba como un montón de tonterías para mí. —¿Así que esta Ozma puede simplemente llegar y echarte por la parte trasera? ¡Eso no es justo! —No tenía otra opción. Es norma en Oz que los herederos de Lurline deben gobernar. La gente era feliz conmigo como su rey, pero tengo que admitir que Ozma también ha sido una buena gobernante. El reino nunca había sido más pacífico, o más próspero. —Su voz sonaba alegre, pero era obvio que estaba poniendo buena cara. Fruncí el ceño. —¡No me importa! —le dije, indignada por la injusticia—. Tú habrías sido mejor. ¡Te merecías esa corona! ¿Qué hizo ella para ganarla, excepto aparecer cuando fue conveniente para ella? —Oh, no es tan malo —dijo con un gesto de la mano—. Me gusta estar aquí en medio de mis mazorcas de maíz. Aquí hay un montón de tiempo para pensar. Y Ozma me hizo uno de sus principales asesores, ella siempre me llama al palacio cuando necesita a alguien con verdadero cerebro. —¿Qué pasa con el Hombre de Hojalata? ¿Qué hizo con él? ¿Mandó a que fuera vendido como chatarra?
El Espantapájaros rio. —Ya, ya, Dorothy. No hay necesidad de eso. El Hombre de Hojalata todavía está en el último lugar donde lo viste. Todavía vive en el antiguo castillo de la Bruja Malvada, si puedes creerlo. Él lo ha arreglado bastante bien; no es nada de lo que era antes. —¿Y el León? —Todavía gobernando a las bestias, justo como siempre. Él vive en lo profundo en el Bosque Prohibido, en el país Gillikin. —El Espantapájaros suspiró—. Sin embargo, está un poco recluido. Los tres no hemos estado en la misma habitación desde que dejé el castillo. Se me rompió el corazón solo de pensarlo. Glinda desaparecida; el Espantapájaros depuesto; mis amigos dispersos en Oz. Había esperado volver a Oz para encontrarlo como lo había dejado. Pero nada era lo mismo. —Ahora vamos a echar un vistazo a estos zapatos tuyos. —dijo, después de que BonBon me hubiera servido un digestivo de cerveza de raíz. Me puse de pie, extendiendo mi pie con orgullo, y el Espantapájaros estudió los zapatos misteriosos. —¿Has probado quitártelos? —se preguntó después de examinarlos para un poco. —¿Por qué no? —le dije, sorprendida de que ni siquiera se me hubiese ocurrido. Pero por más fuerte que tiró de los talones, no dieron su brazo a torcer. —Lo que sospeché. —reflexionó. —Qué extraño —le dije—. ¿Cómo me voy a bañar? El Espantapájaros rio. —Estoy seguro de que encontrarás una manera. En cualquier caso, son mágicos, eso es evidente. Y parece que se han fusionado a ti. El rojo es sin duda la firma de Glinda. Pero ella… —Tiene que haber sido Glinda —le dije—. Nunca he estado tan segura de nada. Especialmente después de que ella se me apareció y me pidió ayuda el día de hoy. Tenemos que ayudarla. —Vamos a llegar al fondo de esto —dijo—. Mañana, vamos a viajar al palacio. Ozma habrá oído hablar de tu llegada y estará esperando. Está muy interesada en ti, ya sabes. La princesa es una ávida estudiante de historia, y ella siempre ha estado fascinada por tu historia. —No estoy tan segura de querer verla. Ella no suena muy agradable en mi opinión. La verdad era que no confiaba en como sonaba. ¿Era sólo una coincidencia que Glinda desapareciera justo después de esta nueva princesa se hubiese apoderado del palacio?
El Espantapájaros dejó de lado mis protestas. —Oh, ella es nada más que agradable. Creo que ustedes dos serán grandes amigas. Ella tiene más o menos tu edad, después de todo. —Pero... —dudé, no estaba segura si debía expresar mis preocupaciones, y luego decidí que si no podía confiar en el Espantapájaros, mi viejo amigo, todo estaba perdido de todos modos—. ¿Qué pasa si Ozma fue quien le hizo algo a Glinda? Casi había pensado que el Espantapájaros descartaría la idea como ridícula. Pero no lo hizo. —La princesa es muy poderosa —dijo, bajando la voz—. Ella es muy astuta. Pero también es muy solitaria, y necesita compañerismo. Te ruego, ve al palacio y haz amistad con ella. Ella nunca será derrotada por la fuerza, pero siempre he encontrado que la fuerza está sobrevalorada de todos modos. Si Ozma sabe algo sobre el paradero de Glinda, serás la única que puede hacer que te lo diga. Conviértete en estrecha con ella. No le des ninguna razón para dudar de tus intenciones. Asentí. Entendí. No me gustaba, pero entendía. En eso, el Espantapájaros llamó a BonBon, que apareció de la nada como si se hubiera exprimido a sí mismo de una brecha en las tablas del suelo. —Sígame a sus aposentos, señorita Gale. —dijo, extendiendo una mano caballerosa. —Una cosa más —dijo el Espantapájaros mientras recogía a Toto que ahora dormitaba en mis brazos—. Por ahora, creo que es mejor que no le digas a la princesa que has visto Glinda en absoluto. —Está bien. —Asentí. —Y Dorothy: no menciones los zapatos.
Traducido por Alex Phai Corregido por LucindaMaddox
A la mañana siguiente, el Espantapájaros y yo salimos de su mansión en un día brillante y ventoso. Cada mazorca de maíz y cada flor silvestre brillaba y resplandecía en el sol, y tomé una respiración profunda, inhalando aire cubierto de rocío de la mañana. Olía como a galletas recién horneadas. Cuando miré de cerca, vi que el aire se llenó de miles de partículas flotando en la brisa como la pelusa del diente de león. La diferencia era que estas manchas eran plateadas y resbaladizas, volando por el aire como pequeñas gotas de mercurio de un termómetro roto. Uno de ellos aterrizó suavemente en mi cara. Cuando lo busqué con la mirada, me sorprendí al ver una pequeña persona delicada con alas de mariposa y un mechón de pelo salvaje plata sentado justo en la punta de mi nariz. Y, sin ni siquiera un hola. —Oh, a ellos no les importa —dijo el Espantapájaros—. Es temporada de duendes. Pueden ser bastante irritantes, pero son inofensivos. Así como lo dijo, la criatura hundió sus pequeños dientes afilados en mi nariz. Yo estaba más sorprendida que herida, pero yo grité, golpeándola con fuerza y dando vueltas en círculo tratando de quitármela de encima. El duendecillo saltó de mi cara y zumbó alrededor de mi cabeza, dejando escapar un chillido agudo entrecortado. Se reía de mí. —Er, mayormente inofensivo —dijo el Espantapájaros. —No recuerdo esas cosas en la última vez —le dije, frotando mi lesión para comprobar si hay sangre. —Se quedaron en sus colmenas en aquellos días —explicó—. Tenían miedo de las brujas. Pero Ozma cree en dejar que vuelen, y han estado siendo cada vez más audaces. Debes ver lo que hacen a mis campos de maíz.
—Estoy a favor de que los duendecillos tengan su libertad —inhalé— . Soy americana, después de todo. Pero podrían ser un poco más agradecidos con la chica que se los dio, ¿no crees? —Ni toda la magia en el mundo podría dar modales a los duendecillos —dijo el Espantapájaros con pesar—. Si yo fuera rey, acabaría con todos ellos. Pero Ozma es de la opinión de que las criaturas de Oz incluso las más bajas merecen su libertad. Duendecillos, Árboles Gritones, incluso Nomes, por todos los cielos bien han florecieron bajo el régimen de la princesa. Podrían haber sido groseros, pero no podía dejar de estar encantada mientras veía las pequeñas cosas revoloteando por el aire. —Espero que al menos hagan algunos hechizos pequeños o algo —le dije—. Para hacer frente a la maldad y a las mordeduras. —Ciertamente lo hacen. Si atrapas uno, te otorgan exactamente un deseo —dijo el Espantapájaros. —¡Oh! —exclamé—. Entonces, ¿qué estamos esperando? —Estaba a punto de ir persiguiendo al duendecillo que hace poco me mordió — pagaría lo que hizo— pero el Espantapájaros me tomó por el codo. —No te molestes —dijo—. Solo puedes desear tres cosas y ninguna de ellas es muy interesante. Un bacalao seco, un trozo de carbón, o un equipo de costura. —A la tía Em le puede gustar un equipo de costura —le dije, pero rápidamente detuve mi persecución. Fue entonces cuando vi a nuestro carruaje junto al camino de baldosas amarillas, un vehículo que pondría al mejor automóvil de Henry Ford en vergüenza. Era una esfera verde enjoyada de vidrio grabado con patrones de remolinos delicados, casi tan grande como el cobertizo del tío Henry, y en lugar de tener ruedas, se movía en el aire a pocos metros del suelo. Se engancha a un caballo de madera compuesto por un tronco sentado encima de cuatro palos robustos. Tenía dos nudos para los ojos, una ranura para la boca, y una ramita de cola. —Hola —dijo el tronco. Ahora no sabía que no debía sorprenderme nada por aquí, sobre todo, no la conversación con un tronco en forma de un caballo. —Bueno, hola —lo saludé a él, si se le puede llamar él a un tronco—. Soy Dorothy Gale. Encantada de conocerte. Se volvió hacia mí y relinchó —Soy el Caballo de Madera —dijo—. El caballo más rápido en todo Oz, por supuesto, y el capitán de la Guardia Real de Ozma. Te voy llevar a la Ciudad Esmeralda en muy poco tiempo. Justo en ese momento, Toto salió corriendo de la casa, seguido de la tía Em y el tío Henry, que estaban mirando a su alrededor como en un
sueño, como si no hubieran esperado realmente que nada de esto siguiera aquí. Toto empezó a ladrar y saltar en el aire, tratando de atrapar a los duendecillos, quienes bajan y vuelan a su alrededor, burlándose de él con sus risitas chillonas. Esperaba que le gustara el bacalao seco. —¡Tía Em! —la llamé—. ¡Tío Henry! El Espantapájaros nos va a llevar a la Ciudad Esmeralda. ¿No es el carruaje maravilloso? —Parece un gran huevo de Fabergé —dijo la tía Em—. Siempre me pareció un poco chillón. —Pero me di cuenta por la forma en que estaba mirando que estaba más impresionada de lo que estaba dispuesta a admitir. —¿La Ciudad Esmeralda? —preguntó el tío Henry—. ¿Pensé que íbamos a encontrarnos con tu amigo Glinda? —Vamos a reunirnos con Ozma —le dije, tratando de tranquilizarlos—. Es la princesa de Oz. Ella nos ayudará a encontrar a Glinda. Además, ¿no quieres ver la magnífica Ciudad Esmeralda? El Espantapájaros era extremadamente diplomático sobre toda la cosa. —No puedes venir todo el camino hasta Oz y perderte la Ciudad Esmeralda —dijo. Cuando mi tía y mi tío lo miraron con recelo, añadió—: La princesa es una hechicera formidable por mérito propio. Si ella no los puede enviar a casa por sí misma, sin duda los ayudará a encontrar a la hechicera. Me tomó un poco convencerles, pero finalmente cedieron, y pronto el tío Henry estaba ayudando a la tía Em a subir al carruaje. Por lo menos teníamos un paseo en este momento. Creo que después de las pruebas de ayer, todos estábamos más que felices de viajar con comodidad. El interior del carruaje estaba lleno de cojines de terciopelo de felpa, y el Espantapájaros y yo nos sentamos en un lado con mi tía y tío en el otro. Un servicio de té flotando en una bandeja entre nosotros. —¿Té? —El Espantapájaros le preguntó la tía Em, entregándole una taza pequeña de color rosa. Parecía que quería decir que no, pero la tía Em nunca puede resistirse a una buena taza de té. —¿Tienes Earl Grey? —preguntó. —Tengo lo que quieras —contestó. Señaló a la tetera en la bandeja. —¿Cómo se prepara? —preguntó con curiosidad. —Solo vierte e imagina la mejor taza de té que se pueda imaginar. Tía Em parecía dudosa, pero con cautela se sirvió una porción, y cuando ella tomó un sorbo, sus ojos se iluminaron. —¡Eso es Earl Grey! — dijo en deleite. Y luego, con curiosidad—: ¿Acaso lanzó un hechizo sobre ella?
El Espantapájaros rio. —¡Un hechizo! No debo pensar. Soy un hombre de ciencia. De hecho, es la leche de la rara Quimera. A pesar de que permanece dentro de la caldera, existe en infinitas formas líquidas no es hasta que lo viertes que necesita las cualidades que deseas de él. —¿Sirve hasta whisky, también? —bromeó el Tío Henry. —No veo por qué no —dijo el Espantapájaros. Pronto mi tío estaba contento bebiendo su cosecha favorita de Glenlivet y yo me había servido una taza de rico chocolate oscuro caliente y luego partimos. El carruaje salió disparado hacia adelante por la carretera como un rayo. El paisaje azotaba mientras lo pasábamos en un borroso verde y dorado, pero estábamos perfectamente cómodos dentro de nuestra pequeña y acogedora burbuja. Cada vez que se inclinaba en una curva cerrada o íbamos a toda velocidad por una colina, nuestro vehículo se ajustaría de manera que ni siquiera nos moveríamos de nuestros asientos. —Henry Ford podría tomar una lección de quien creó esto —se maravilló el tío Henry, mirando por la ventana. Fuera del carruaje, los bosques, aldeas y ríos aparecían y desaparecían tan rápidamente como habían saltaron a la vista, mientras que el Caballo de Madera aceleró por delante, moviéndose con tal velocidad que sus pies de madera ni siquiera hacen un sonido contra el camino de ladrillos. —Es realmente rápido —le dije al Espantapájaros. —Lo es. Afirma ser el caballo más rápido en la tierra, y no lo dudo. Es también el confidente más cercano de Ozma, ya sabes. Ha estado con ella más tiempo que nadie. Es quien la trajo de vuelta a la ciudad después de su exilio, y ha sido su más fiel servidor desde entonces. Casi me hace sentir mal esta Ozma, pensar que su único amigo era un caballo de madera que parecía más como un pedazo de madera de desecho que un animal. Incluso la señorita Millicent hizo un mejor amigo para hablar con un tronco atascado junto a algunas ramitas. Cuando estuvo seguro de que la tía Em y el tío Henry no estaban prestando atención, envueltos en su propia conversación y mirando el paisaje, el Espantapájaros puso su brazo alrededor de mí casualmente y se apoyó estrechamente, susurrando: —Ten cuidado con lo que dices en presencia del Caballo de Madera. Ten la seguridad de que todo lo que le dices encontrará su camino hacia el oído de la princesa. Asentí con la cabeza lentamente, sin saber qué hacer con eso. Después de un momento, el Caballo de Madera comenzó a disminuir su ritmo, y vi que habíamos llegado a un ancho río.
—Oh, querido —dijo el Espantapájaros—. No es el camino de siempre. Es el Agua Errante. —¿Qué es eso? —preguntó la tía Em nerviosamente. —Sólo otro de muchas molestias de la tierra de Munchkin —el Espantapájaros explicó con un gesto de la mano de peluche. —Si es algo como el Bosque del Miedo, estoy regresando —dijo Henry con firmeza—. Y Emily viene conmigo. Yo no dije nada, pero tenía que estar de acuerdo en que, después de ayer, teníamos más de lo necesario en molestias aliteradas de Oz. —No te preocupes —dijo el Espantapájaros—. El Agua Errante no es desagradable, solo un inconveniente. Es un río con una mente propia, ya ves. Nunca se sabe dónde vas a encontrarlo. En unas pocas horas se habrá trasladado a algún lugar completamente distinto. No tema, sin embargo, el camino no deja de tener su propia personalidad. Nos llevará al otro lado con la menor demora posible. A medida que galopó hacia el agua, vi lo que quería decir el Espantapájaros. El río estaba en realidad en movimiento, cambiante y ondulante, serpenteando su camino a través del paisaje, sin prestar atención al hecho de que se cortó por el medio de la carretera, dejando hay manera de cruzar. Pero a medida que nos acercábamos, el Camino de Ladrillos Amarillos comenzó la reconfiguración de sí mismo, también. Como si nos detectara venir, ladrillos dorados comenzaron a flotar en el aire, uno por uno, construyendo a sí mismos en un puente curvo que muy alto en el cielo, donde tomó una serpenteante ruta curva a través del agua. El único problema era que no parecía muy estable. —No vamos sobre eso, ¿o sí? —preguntó la tía Em, estirando el cuello por la ventana y tornándose en un tono de verde pálido. —Oh, sí —dijo el Espantapájaros—. No hay que preocuparse, sin embargo. El Caballo de Madera nunca ha perdido un pasajero. Pronto estábamos a trote hacia arriba en las nubes, el río a cientos de metros por debajo de nosotros. El puente de ladrillos amarillos continuó la construcción de sí mismo mientras seguíamos nuestro camino a través de él, aleteando en la brisa como una cinta. Los ojos de la tía Em se cerraron con fuerza, y sus nudillos estaban blancos, con las manos entrelazadas sobre el regazo. El tío Henry agarró su brazo apretándolo, sin verse mucho más valiente que ella. De vuelta en Kansas nunca había estado mucho a grandes alturas por mí misma, pero ahora que estaba en Oz, descubrí que no me
importaba. Todo era parte de la aventura. ¿Por qué venir a un lugar como este y luego apartar las cosas secretas que tiene que ofrecer? Así que mientras subíamos más y más alto en el cielo, me obligué a mantener los ojos abiertos. Todo Oz se extendió debajo de nosotros como una colcha de retazos. Cuando entrecerré los ojos, casi me pareció que podía ver las ciudades rojas del País de Quadling hacia el sur y las colinas amarillas del territorio Winkie al oeste. La gama de la montaña púrpura Gillikin se extendía hacia el norte hasta donde podía ver. Es decir, hasta que vi la Ciudad Esmeralda brillante en el horizonte, y me olvidé de todo lo demás. Nunca olvidaré ese brillante horizonte. Desde lo alto del Agua Errante, la ciudad apareció por primera vez como una luz verde contra el cielo azul y luego apareció enfocada, ondulante como un espejismo más allá de una enorme pared de vidrio que se elevaba sobre los árboles. Los tejados curvos del horizonte mezclados entre sí en una serie de pendiente, las suaves olas, todo ello rodeado de un halo de luz. En el centro de todo, las agujas puntiagudas del palacio se elevaban en el aire, rozando las nubes. Me preguntaba lo que sería situarse en la parte superior de una de esas torres y mirar todo Oz. Me pregunté qué tan lejos se podía ver desde allí arriba; me preguntaba cómo sería saber que toda esta magia era tuya. ¿Acaso Ozma podía apreciar lo que le habían dado? Tenía la esperanza de que lo hiciera. Si tuviera todo eso, yo nunca dejaría de perder de vista la suerte que tenía. Ni por un momento.
Traducido por Mary Haynes Corregido por Laurita PI
Todos dimos suspiros de alivio cuando la carretera voladora comenzó a hacer su descenso de vuelta a la orilla del río, y antes de que nos diéramos cuenta, estábamos en tierra de nuevo. Después de eso, era sólo cuestión de minutos antes de que nos acercáramos a las majestuosas paredes de color esmeralda de la ciudad. Todo el mundo se hallaba en silencio mientras llegábamos a las puertas, que se encontraban intrincadamente talladas con las vides torcidas cubiertas de oro y con incrustaciones de joyas. Sin embargo, me di cuenta con cierta curiosidad, de que las puertas eran totalmente sólidas y no había ningún lugar obvio para que se abrieran o incluso un mecanismo para que se levantaran. ¿Cómo íbamos a pasar? El Caballo de Madera respondió mi pregunta golpeando su casco tres veces fuertemente contra el suelo. Cuando lo hizo, la puerta de entrada se onduló y comenzó a derretirse hasta que fue sólo un charco suave en el suelo, dejando una abertura dónde había estado. —¿Qué pasó con el Guardián de las Puertas? —le pregunté—. ¿Ese pequeño hombre divertido que solía repartir las gafas? —Ozma lo reasignó —explicó el Espantapájaros—. Eso fue sólo una de las muchas peculiaridades del Mago. Ahora que se ha ido, la gente está autorizada a ver claramente de nuevo. De todos modos, la ciudad es lo suficientemente verde sin las gafas. Ozma instaló un poco más de esmeraldas una vez que se hizo cargo y de todas formas, no cree en la vigilancia de las puertas en absoluto. —Olió lo que, obviamente, consideraba que era un vuelo de la fantasía absurda de una niña—. “Es la ciudad de todos” dice. “¿Por qué iba a querer mantener a cualquiera fuera de ella?” El ex Guardián trabaja como óptico ahora y me han dicho que es muy feliz. La mayoría de la gente en Oz tiene una visión perfecta, por lo que lleva un estilo de vida muy relajado. Miré por encima de mi hombro mientras el Caballo de Madera nos llevaba por la ciudad, y tan pronto como habíamos despejado la abertura
en la pared, la puerta apareció de nuevo y volvió a formarse, cerrándose detrás de nosotros. Mientras hicimos nuestro camino a través de las calles de la ciudad, miré el paisaje. Casas pequeñas redondas se organizaban en grupos alrededor de plazas abiertas con fuentes burbujeantes y jardines vibrantes, donde la gente del pueblo charlaba entre sí. El olor de pasteles recién horneados y flores frescas llenó mi nariz. Era extraño estar de vuelta en esta ciudad de la que tenía tantos recuerdos. Era lo mismo pero diferente. Por un lado, ahora realmente era verde, tal como dijo el Espantapájaros. Desde los más pequeños y divertidos edificios abovedados cuyos techos fueron reforzados con esmeraldas gigantes y pulidas del tamaño de platos hasta los imponentes rascacielos que parecían que se formaban en su totalidad de enormes joyas interminables, cada superficie a la vista lograba incorporar la piedra preciosa distintiva de la ciudad en una forma u otra. Incluso las losas amarillas de la carretera no eran inmunes al tratamiento: el camino no había terminado en las puertas, si no que continuaba dentro de la ciudad, hacia el palacio, y todos y cada ladrillo individualmente fueron incrustados con una sola esmeralda en el centro. Creo que me gustaban más cuando eran simplemente amarillas. Irónicamente, era sólo ahora que el Guardián de las Puertas se había ido que en realidad podría haber usado algunas gafas, no para crear la ilusión de la opulencia, sino para proteger mis ojos del resplandor. En un mercado abierto, Munchkins y Winkies vendían productos, ropa y baratijas a la gente sonriente del pueblo. Había un encantador de serpientes, como en los libros de cuentos que leí, un tragasables y un equipo de acróbatas que se volcaron y dieron vueltas en el aire como si fueran impulsados por una fuerza invisible. Todos sonreían y reían, dando vueltas sin preocupaciones en el mundo. Un sentido de vivacidad impregnaba a todo y a todos. Y sin embargo, no pude dejar de sentirme incómoda. Todo era demasiado feliz. Nada era así de perfecto, ni siquiera Oz. Mis zapatos enviaron un pulso ya familiar de energía por mis piernas y cuando miré de vuelta a la bulliciosa ciudad, la alegre escena de repente parecía siniestra: las sonrisas de la gente se volvieron miradas lascivas y los colores de caramelo brillante adquirieron un llamativo tinte desesperanzado. Glinda se fue, me recordé a mí misma, a alguna parte de la que nadie parecía saber. Algo no estaba bien aquí.
Nuestro carro finalmente se detuvo en una parada en la que el ladrillo amarillo se abría en un gran patio circular fuera de la entrada del palacio. Toto fue el primero en salir, seguido por el Espantapájaros. Bajé tras él, y luego ayudé a la tía Em y al tío Henry a bajar. El aire se encontraba quieto y había un hermoso sonido de gorgoteo del agua en las fuentes. En la distancia, podía escuchar el canto. La plaza era una explosión de azaleas que florecieron en un arco iris de colores: eran de color rosa, púrpura y azul, pero también a rayas, de lunares y de estampado de cachemira. Una gran fuente de mármol lanzaba una cascada de lo que parecían diamantes líquidos alta en el aire. La Tía Em pasó los dedos por la piscina, luego los levantó delante de ella y los vio brillar bajo el sol. —No creo que a tu amiga Ozma le importaría si tomamos algunas de sus joyas de vuelta a Kansas, ¿o sí? —me preguntó mi tía con un brillo en sus ojos—. Tienen muchos de ellos aquí y sólo uno de los grandes pagaría el costo del alimento para pollos y bazofia de cerdo por un año. Gemí. —En primer lugar —espeté—, Ozma no es mi amiga. Nunca la conocí. En segundo lugar, no quiero oír ni una palabra sobre Kansas. No mientras estamos de pie afuera del palacio real en la ciudad más bella del universo. La Tía Em cruzó los brazos en su pecho. Chasqueó la lengua y sacudió la cabeza. —Tienes mi palabra, Dorothy. Con certeza, has perdido tu sentido del humor últimamente. Por supuesto que no voy a robarle a nuestros anfitriones. Y si lo hiciera, no compraría bazofia de cerdo. Me haría un hermoso collar de diamantes tan grande que escandalizaría a todo Topeka. Sólo entonces me di cuenta que había estado bromeando. —Lo siento —dije tímidamente—. Yo sólo… —Mira esto, Dorothy —dijo—. Sé que tu tío no aprueba estar aquí, tanto como sé que tú no quieres volver nunca a casa si puedes evitarlo. Yo misma, puedo ver las dos caras de esto. Este es un país encantador, sin contar a esos terribles árboles, pero toda nuestra vida está de regreso en la granja. —Podríamos tener una nueva vida aquí. Una vida mejor. —Podríamos —aceptó—. ¿Pero sería realmente mucho mejor? ¿Qué haríamos todo el día, sin vacas que ordeñar o vallas para reparar? Nos volveríamos locos en poco tiempo. Negué con la cabeza enfáticamente. —Hay mucho que hacer aquí — le dije—. Apenas has visto algo de ello.
—Tal vez —dijo la tía Em con un encogimiento de hombros—. Y tal vez no importaría. En cualquier caso, digo que estamos aquí ahora y puede ser que también lo disfrutemos. —Estoy disfrutándolo —le dije. —Me parece que eres terriblemente amarga para alguien que está pasando el mejor momento de su vida —dijo la tía Em. Trataba de decidir cómo responder a eso cuando las enormes puertas del palacio se abrieron y una pequeña figura delicada se precipitó por las grandes escaleras tachonadas de esmeraldas. Corrió hacia mí, su vestido blanco diáfano y su cabello oscuro y ondulado fluyendo detrás de ella, todo enredado en una nube giratoria. —¡Dorothy! —gritó—. ¡Realmente eres tú! ¡He estado esperando este día desde siempre! Saltó a través del patio y me echó los brazos al cuello, dándome un fuerte abrazo antes de retroceder y dedicarme una cálida y penetrante sonrisa. No fue el saludo que había esperado. Cuando solicité una audiencia con el Mago, en este mismo palacio, fue un arduo proceso de largas horas de ser registrada por los guardias, formada en filas interminables y de estar esperando en antecámara tras antecámara antes de ser aceptada para finalmente estar diez minutos a solas con el supuesto gobernante de Oz. Ozma, al parecer, era menos formal que todo eso. Sus ojos eran de un vivo verde inquietante, llenos de kohl y con sombras de color oro y tenían una bondad detrás de ellos que me tomó por sorpresa. Su boca era un signo de exclamación de color rojo rubí en el centro de su cara redonda y pálida. También era pequeña: la parte superior de su cabeza apenas llegaba a mis hombros. Llevaba una corona de oro alta con la palabra Oz grabada en ella y tenía dos grandes amapolas rojas atadas en su pelo, una a cada lado de su rostro, sujeta con largas cintas verdes. Tenía un cetro de oro bajo el brazo con tanta naturalidad como una persona normal llevaría un paraguas. —No puedo creer que finalmente te esté conociendo —dijo— Estaba tan emocionada cuando escuché de los Munchkins que habías vuelto. La famosa Dorothy Gale. ¡La Cazadora de Brujas! Supongo que te debo un agradecimiento por salvar mi reino. —Cualquiera hubiera hecho lo mismo —le dije, apartando la alabanza. Di un rápido vistazo por encima a mis tíos y vi que el tío Henry tenía su brazo alrededor de la tía Em y señalaba varios edificios en la distancia.
—¿Son estos tus padres? —preguntó la princesa, señalando con su cetro, que ahora que vi tenía en la parte superior la misma insignia que tenía su corona: una O de oro del tamaño de la palma de mi mano que cerraba una pequeña Z estilizada. —Oh, no —dije—. Son mi tía Em y mi tío Henry. Vivo con ellos, de vuelta… Sus ojos se iluminaron. —¡Oh, sí! ¡Kansas! Suena como un lugar fantástico. ¡Dicen que allí los caminos están hechos de polvo! ¿O era la suciedad? —Bueno… —dije— ¿Las dos cosas? —No podía imaginarme el estar excitada por caminos de tierra teniendo en cuenta la opulencia que nos rodeaba aquí, pero Ozma ya corría hacia la tía Em y al tío Henry. Por su parte, parecían estar adaptándose a la idea de conocer a la realeza. Llevaban las mismas expresiones amistosas que utilizaron para saludar al primo de un vecino de visita en la ciudad en el desayuno de la iglesia. Ozma se inclinó y le dio unas palmaditas a Toto en la cabeza. Estaba tan feliz de estar de vuelta que corría en círculos. —¿Y este es el pequeño Tutu? Él le gruñó. A Toto no le gustaba cuando la gente se equivocaba con su nombre. —Toto —la corrijo rápidamente. —¡Por supuesto! —dijo—. Qué tonta soy. Supongo que le debo mi agradecimiento también. —Se arrodilló y revolvió su pelaje y aunque se erizó al principio, pronto fue feliz lamiendo su mano. La princesa volvió a prestar atención a la tía Em y el tío Henry. —Tenemos habitaciones para todos ustedes y las mejores ropas de la ciudad —dijo—. Quiero que lo sepan, durante el tiempo que estén aquí, pueden hacer uso completo de todo lo que esté el palacio. Mis criados están a sus órdenes. —Eso no será necesario —dijo el tío Henry, vacilante—. No estamos planeando permanecer mucho tiempo. Ozma inclinó la cabeza con preocupación. —¿Ah, sí? —Tío Henry... —empecé—. Sólo acabamos de llegar. —Tenemos que llegar a casa —explicó la tía Em en tono de disculpa a Ozma—. Usted tiene un hermoso reino, pero no somos del tipo mágico. Como verá, tenemos una granja en casa y responsabilidades. Ozma agitó su cetro con un aire de rechazo. —¡Por supuesto! He oído cosas sobre Kansas; no me cabe duda de que están ansiosos por volver allí. Pero he esperado tanto tiempo para conocer a Dorothy; seguramente se pueden quedar un poco.
Ozma gritó—: ¡Jellia! Muéstrale a los Gales sus cuartos, por favor. Y por favor, asegúrate que cada una de sus necesidades sea atendida. Antes de que pudieran protestar, una criada redonda, de cara alegre con el pelo rubio y un uniforme verde salió del edificio principal y llevó a la tía Em y al tío Henry por las escaleras interiores. Ellos me miraron por encima del hombro mientras salían por la puerta, con una expresión de miedo en sus rostros. —Toto —dije, sintiéndome casi culpable cuando vi cómo lucían fuera de su elemento. —¿Por qué no les haces compañía? — Con un ladrido agudo, se fue saltando detrás de ellos. Ozma trasladó su atención al Espantapájaros, que no había dicho una palabra desde que llegamos. —Estoy tan contenta de que hayan venido el día de hoy —dijo—. Hay una delegación aquí que viene desde el País de Gillikin y realmente podría necesitar a alguien con cerebro en la habitación cuando se trata de lidiar con ellos. Me miró con un aire de conspiración irónica. —Mantener a todos felices en Oz no es poca cosa —dijo—. Todos los días hay un nuevo visitante con una nueva lista de peticiones. Fácilmente se reunieron, la mayoría de ellos, pero no tienes ni idea de lo aburrido que puede ser, sentarse en esas reuniones. El Espantapájaros se inclinó. —Estoy a su servicio, princesa. —Oh, deja de hacer eso —dijo, rodando los ojos—. Sabes que las reverencias me hacen sentir incómoda. —Por supuesto —dijo. —La delegación se encuentra en la sala de recepción —dijo Ozma—. No deben darte demasiada molestia, pero ya sabes cómo los Gillikins son, siempre existen disputas entre ellos y se olvidan de lo que quieren, en primer lugar. Podría tomar algún tiempo. —Bueno, entonces es una buena señal que no necesite dormir. —El Espantapájaros se inclinó para darme un beso en la mejilla, y mientras lo hacía, susurró—: Recuerda. Tengan cuidado. Y ni una palabra acerca de los zapatos. Mientras lo veía alejarse, Ozma me agarró por el codo. —Ven al interior del castillo. Te voy a enseñar lo que he hecho. La sala principal del palacio era magnífica, pero había una sorprendente comodidad en ella también, se podría decir que alguien realmente vivía aquí. Ozma empapeló las paredes con un tapiz de patrones damasco y llenó el espacio con sofás de terciopelo de felpa que desbordan de cojines, mesitas adornadas y sillas de roble tallado tapizadas en cuero. Desde los azulejos en blanco y negro en forma de diamante en el suelo hasta las arañas de cristal a las exuberantes plantas de aspecto exótico
que brotaban de todos los rincones de la habitación, se sentía imponente y elegante, pero cálido y acogedor también. —¿Qué te parece?—preguntó Ozma, casi con nerviosismo, cuando caminamos pasando una amplia escalera dramática. Casi se sentía casi como si hubiera querido que estuviera impresionada. Me encontraba un poco sorprendida de que pareciera preocuparse mucho acerca de mi opinión, ella era la princesa después de todo, una descendiente de las hadas Lurline, supuestamente, y la heredera del reino más grande en el mundo. Yo era sólo una chica de campo ordinaria de la polvorienta y grisácea Kansas. ¿Qué iba a saber sobre la decoración de interiores? —Es muy bonito —dije, como si viera grandes y hermosas cosas todo el tiempo y esta fuera una más de ellas—. La hiciste mucho más linda que cuando el Mago vivía aquí. —Sí, bueno, tenía gusto de soltero, ¿no? En fin, todo esto es gracias a ti, Dorothy. Salvaste mi reino cuando yo estaba… —hace una pausa—… ya sabes. Indispuesta. Si no fuera por ti, ahora las brujas, probablemente, estarían viviendo aquí. —Se estremeció—. ¿Puedes imaginarte lo que habrían hecho con el lugar? No tienes ni idea de lo mucho que te debo. Miré a mi alrededor en este palacio de ensueño lleno de tesoros, belleza y lujos, y de repente tuve una muy buena idea de lo que me debía, en realidad. Tal vez, me encontraba un poquito celosa de que ella llegara a vivir así, todo gracias a mí. Había una parte de mí que se preguntaba si yo habría sido la princesa si me hubiese quedado. —Por supuesto —dije, forzando una sonrisa—, Oz estaba en peligro. Sólo hice lo que cualquier persona decente hubiera hecho. —No, Dorothy. No todo el mundo lo habría hecho. Tú lo hiciste. Eres es más especial de los que sabes. ¿Cómo podía discutir con eso? —Está bien— admití modestamente— . Tal vez soy un poco especial. Ozma echó la cabeza hacia atrás y soltó una cadenciosa, risita musical. —Creo que vamos a ser grandes amigas —dijo, envolviendo un brazo alrededor de mi cintura e inclinando su cabeza en mi hombro. Me llevó a través del gran salón de entrada hacia una serie de puertas francesas que daba a un jardín exuberante, y expansivo salpicado de fuentes y esculturas del topiario. —También lo creo —dije, recordando lo que el Espantapájaros me dijo. Si iba a encontrar a Glinda, parecía que tenía que hacer que Ozma confiara en mí. Tenía que convertirme en su amiga. Honestamente, no parecía que fuera a ser muy difícil.
—Es un día hermoso —dijo Ozma—. Bueno, siempre es un día hermoso aquí, pero aún así. Vamos a dar un paseo por los jardines. Tengo mucho que preguntarte. Empezando por: ¡Cómo diablos llegaste hasta aquí!
Traducido SOS por Lauu LR Corregido por MariaE.
En los jardines de Ozma, los arbustos eran altos y más verdes que el verde, y se encontraban esculpidos en extrañas y amenazantes figuras que eran tres veces más altas que cualquiera de nosotros. Algunas de ellas se hallaban cubiertas de extrañas flores pequeñas, otras crecieron cubiertas de vides, fragantes madreselvas, jacarandas y flores que no reconocí. Algunas de las flores tenían pequeños ojos como las divertidas bolitas que crecían en toda la vieja granja en el país Munchkin. Todas se volvieron en mi dirección y me miraron fijamente. Si nunca has tenido cincuenta plantas con ojos humanos mirándote fijamente, no tienes idea de lo desconcertante que es. Un camino se abría paso a través de los campos, bifurcándose en otros senderos que conducían a pequeños valles verdes, arboledas de naranjos, pequeñas aéreas de descanso con bancos de hierro forjado. En casa, lo que llamábamos un jardín era usualmente un par de plantas de tomate y tal vez, algunas viejas petunias ralas. Esto era algo más. Ozma vagó por el camino principal desocupado, su cetro colgando casualmente sobre su hombro y la cola de su vestido arrastrándose en el suelo detrás de ella. —No me mantengas en suspenso —dijo—. Entonces, ¿que fue? ¿Otro ciclón? Sé que no es fácil traerte de tu mundo, créeme. A decir verdad, he tratado de traerte aquí yo misma… hemos tenido algunos problemas políticos, y ya que fuiste tan buena manejándolos en primer lugar… bueno, pero ese tipo de magia es muy complicada. Solo unos pocos en Oz pueden manejarla. Una parte de mí no quería mentirle. Siempre he creído que la honestidad te lleva más lejos. Y era difícil de creer que alguien tan aparentemente dulce y cándida como la princesa podría posiblemente tener algo que ver con la desaparición de Glinda. Pero, el Espantapájaros era mi amigo más antiguo en este mundo, por no mencionar la persona más inteligente que he conocido. Si él creía que era mejor mantener algunas cosas ocultas de ella, sabía que debía confiar en él.
—Bueno —le expliqué, recordando que siempre es mejor basar una mentira en alguna versión de la verdad—, era mi cumpleaños, y verás, en Kansas, en tu cumpleaños, pides un deseo. Yo desee estar de vuelta aquí, y la siguiente cosa que supe, ¡poof! Todos aterrizamos forzadamente en el medio del país Munchkin. Ozma lucia escéptica. —¿Eso es todo? —Lo desee con mucha fuerza —aclaré. —Pero es tan extraño —dijo, tocando con un dedo sus labios rojos—. Pensé que la magia no existía en tu mundo. Parece que algo habría tenido que traerte aquí. —Era mi cumpleaños dieciséis —me apresure a detallar—. Es una especie de gran cosa por allá. Así que, probablemente por eso funcionó. Además, siempre sentí como que mi primera vez en Oz me cambió de alguna manera. Tal vez, llevé un poco de magia conmigo. —Hmmm. —Su tono aún no era convencido, pero sus ojos se hallaban abiertos y confiados. No es que ella no me creyera. Solo pensaba que había más en la historia. Decidí cambiar de tema. —Pero, quiero saber todo sobre ti —dije—, ¿realmente eres un hada? El camino que habíamos estado siguiendo terminó en una pared de gruesos setos altos, de no más de seis metros de ancho, encajados justo en el centro del patio. —Espera —dijo Ozma, de repente distraída—. Quiero mostrarte algo. Agitó su cetro en un arco amplio, y mientras lo hacía, los setos se separaron, revelando una pequeña abertura. Ozma se deslizó a través de ella. Después de un momento de duda la seguí, y mientras la apertura se cerraba detrás de nosotros, me encontré a mí misma en un laberinto de setos. A mi izquierda y derecha, estrechos caminos cubiertos de hierba se encontraban rodeados por impenetrables arbustos que crecían por encima de nuestras cabezas. En frente de nosotras había otra abertura, y del otro lado más caminos y otro muro de arbusto. Algo acerca de estar aquí me ponía nerviosa. El laberinto parecía pequeño desde afuera, pero ahora que estábamos en él, pude ver que era mucho más grande de lo que pensé, los caminos conduciendo lejos en la distancia en cualquier dirección. La atmosfera crepitaba con energía. No me gustaba la sensación de este lugar. Incluso aunque el sol era grande y brillante como siempre cuando miraba hacia arriba, su luz de alguna manera no nos alcanzaba aquí.
Podía sentir la magia en todas partes. Las hojas de los setos prácticamente vibraban con ella. Pero era una clase diferente de magia que la que corría a través de los campos del país Munchkin como un arroyo. También era diferente de la oscura magia amenazante que recorría el Bosque del Miedo. Esta magia era vieja y antigua. Estaba retorcida, degradada y fosilizada. No sé cómo lo sabía. Solo lo hacía. Y sabía que si te quedabas quieto por mucho tiempo aquí podía tragarte. Por primera vez, mis zapatos dolían. —¿Por qué camino vamos? —pregunté. —Todo es lo mismo —dijo Ozma. Ella estaba diferente aquí, también. En el jardín, fue brillante y femenina. Aquí, sin embargo, su columna se había enderezado y su barbilla estaba levantada. Su pelo obscuro lucía repentinamente salvaje y enredado, su delicada belleza de niña ahora era feroz y ardiente. Parecía más vieja. Lucía menos como una princesa y más como una reina. —Todos los caminos llevan al mismo lugar —dijo. Quería preguntar dónde era, exactamente, ese lugar, pero las palabras no salían de mi boca. Así que, caminamos sin rumbo, los arbustos crecían más espinosos y había más maleza, y pasillos se estrechaban a medida que avanzábamos. El aire se encontraba quieto y silencioso, y aunque las torres del palacio eran apenas visibles por encima de las copas de los setos si estirabas el cuello para verlas, la ciudad parecía muy lejana. Cogimos una esquina y después otra y otra. ¿Estábamos caminando en círculos? Mis zapatos quemaban mis pies, y me pregunté una vez más que tipo de magia exactamente pulsaba a través de ellos. ¿Se comunicaban de algún modo con la magia en el laberinto de setos? Ozma siguió caminando. Ella dijo que no importaba que camino tomáramos, pero comenzaba a sospechar, por la forma en que consideraba cuidadosamente cada hueco en el laberinto antes de decidir en donde dar vuelta, que había más que lo que decía. Tenía muchas preguntas que hacer, pero era como si el laberinto hubiera lanzado un hechizo sobre mí que me impedía hablar. Era una sensación espeluznante, pero me sentía extrañamente tranquila al respecto. No era difícil cuando se sentía tan pacífico aquí. Ozma fue la que finalmente rompió el silencio. —Oz está rodeado en los cuatro costados por el Desierto Mortal — dijo de la nada, cuando rodeamos una esquina dentro de una sección retorcida del laberinto, en donde los setos se hallaban cubiertos con gruesas vides marrones. Estaban salpicadas de pequeñas flores, de un
morado oscuro y más pequeñas que la uña de mi pulgar, y se extendían sobre nuestras cabezas en un pabellón que ocultaba el cielo—. Un desierto tan seco que si tocas solo un grano de su arena va a chupar toda la vida de ti. Un toque y poof, eres polvo. —Oh —dije, sin saber que más decir. —Pero, ya sabes, cuando la reina Lurline y su banda de hadas llegaron por primera vez a este lugar, hace años, Oz no era más que desierto. No era tan mortal en ese entonces; Oz no tenía ninguna magia de la que hablar en esos días, pero aún era seco, caluroso, polvoriento y plano, y seguía y seguía y seguía. No había Ciudad Esmeralda. No había ni siquiera un árbol. No era un lugar para vivir. —Suena como Kansas —dije—. Aunque, por lo menos ahí tenemos árboles. La princesa me dio una mirada curiosa. —Siempre he pensado que Kansas sonaba muy agradable —dijo—. De cualquier modo, las hadas estaban atravesando el desierto en su camino a otro lado, y habían estado viajando por mucho tiempo. Demasiado tiempo. Se encontraban hambrientas, cansadas y sedientas. Habían usado lo último de su magia. —¿A dónde trataban de ir? —pregunte. —Nadie lo sabe —dijo Ozma. Arrancó una flor de la sobrecargada vid y la puso en su cabello—. Piezas de la historia se perdieron con el paso del tiempo, sabes. Todo lo que sabemos, es que ellas venían de algún lado y se dirigían a otro lugar, y dondequiera que fuera, tenían que atravesar Oz a pie para llegar ahí. Pero, Oz es un lugar grande. Probablemente, sabes eso mejor que yo. Tengo un carruaje, después de todo, y tú has caminado mucho en Oz. ¿Puedes imaginarte haciéndolo con nada que beber o comer? Las hadas son poderosas, pero incluso ellas tienen sus límites. Después de un tiempo, Lurline y su gente se sentían demasiado cansados para ir más lejos. Ella sabía que descansar realmente significaba morir, ¿pero que más podía hacer? ››Así que, se detuvieron. Simplemente, se sentaron y se detuvieron, justo ahí en la arena. Sus viajes finalmente habían terminado. Bueno, ellos pensaron que terminaron, por lo menos. Pero justo cuando ya no tenía esperanza, Lurline bajó su mano y sintió humedad en la tierra. Cuando rascó un poco, apenas podía creer lo que veía: era agua, la primera que había visto en semanas. Era una fuente fresca y fría. Estaba mayormente cubierta por la arena, pero solo tomó un minuto de cavar para que toda surgiera burbujeando. —Alguien la puso ahí con magia —dije—, para ayudarla. —No. Fue solo buena suerte. Lurline era la mágica. Y mientras bebía de la piscina, sintió la magia volviendo a ella. Con la poca energía que el agua de la fuente le dio, fue capaz de conjurar un árbol de granadas, y ella
y el resto de las hadas comieron. La comida la hizo más fuerte, y Lurline convocó otro árbol, y otro y otro hasta que surgió todo un huerto. El camino empezó a enroscarse en una espiral. La voz de Ozma era soñadora y lejana, y me pregunté si hablaba más para ella que para mí. —Ellas descansaron ahí por ocho días, comiendo, bebiendo y bailando, recuperando sus fuerzas después de todas las dificultades que habían pasado, y en el octavo día, Lurline estaba tan agradecida y feliz que se pinchó el pulgar con su cuchillo y dejó que una gota de su sangre cayera en la piscina. No sé porque lo hizo, en realidad. Supongo que solo para decir gracias. Pero cualquiera que sea la razón, le dio a Oz una parte de sí misma, y tan pronto como su sangre golpeó la fuente, la tierra comenzó a cambiar a su alrededor. Solo así. Lustrosa y verde hierba creció donde solo había habido tierra y arena. Ríos crecieron y vagaron por donde quisieron. Valles y montañas estallaron de la llanura. En el camino que las hadas caminaron, ladrillos amarillos comenzaron a crecer como flores. La sangre de Lurline había bendecido la fuente con magia, y la magia comenzó a fluir a través de todo. La espiral que estábamos caminando se hacía más y más apretada, como si se enredara sobre sí misma hasta el centro. El camino se hizo más y más estrecho hasta que mi hombro tocaba el de Ozma. Entonces, se hacía más estrecho aun, y sentí mi nerviosismo aumentar. Me lancé detrás de ella mientras continuaba con la historia. Ni siquiera miro hacia mí. —Lo que fue alguna vez un desierto estéril, se volvió indómitamente mágico. Se convirtió en Oz. Pero, la reina sabía que ya se habían detenido por mucho tiempo con su corte. Era tiempo de que siguieran hacia donde se dirigían. Y, sin embargo, era tan hermoso. No podía simplemente abandonarlo. Así que, dejó a su hija favorita atrás, una chica no mucho mayor que yo, y la más pequeña del grupo. Era pequeña pero, dura. La dejaron para cuidar de la tierra en ausencia de Lurline. Para cuidar de ella y nutrir su magia de la forma que tu atiendes un jardín. ››Esa hija se quedó atrás, sola, para convertirse en la primera princesa verdadera de Oz. Esa hija era mi abuela. ¿O era mi bisabuela? ¿O mi tátara abuela? —Ozma se encogió de hombros, finalmente, dando un paso adelante junto a un árbol dentro de un claro donde el sol era cálido y brillante de nuevo. Los pájaros cantaban. Habíamos llegado al centro del laberinto. Y tan pronto como el sol golpeó sus ojos verdes, la risueña y femenina Ozma que me saludó en la entrada, volvió en un instante. Se rio un poco de sí misma, poniendo una mano en su boca. —¿Tátara-tátaraabuela? ¡Bueno, quien sabe! En cualquier caso, ella fue la primera princesa, sea cual sea su nombre. Honestamente, no tengo idea. Yo, soy la última. Por lo menos por ahora, antes de que venga la próxima. Algunas veces me gustaría que se diera prisa. —Dio un dramático suspiro.
El centro del laberinto era un área circular pavimentada con losas. Era de unos quince metros de ancho, con un anillo de pequeños árboles achaparrados dentro de un anillo más grande de setos altos. Justo en el centro, se ubicaba un banco individual de madera que vio días mejores: era plateado, degradado y estaba cerca de descomponerse. A los pies del banco, yacía un charco de musgo y fango. Todo tenía un aspecto descolorido y quemado por el sol, tan descolorido como las viejas fotografías en sepia que tía Em tenía de cuando era niña. —Así que —dijo Ozma—. Supongo que fue un largo camino para responder a tus preguntas. Sí, soy un hada. La verdad es que, no es tan emocionante como podrías pensar. Realmente no es tan distinto de ser una chica normal. Lo dijo como si fuera algo tan sencillo… del mismo modo en que yo diría que mi tía y mi tío eran granjeros, o que yo era de Kansas. No podía imaginarme ser una princesa hada y que ni siquiera me importara. ¿Y cómo podía pensar que era lo mismo que ser una chica normal? —Sé que es estúpido —pregunté—, pero ¿tienes alas? Las hadas normalmente las tienen, ¿verdad? A Ozma no le importaba. Ella se rio y levantó las palmas como diciendo, me atrapaste. Se levantó el cabello y lo sacudió, y mientras lo hacía, dos enormes alas de mariposa se desplegaron desde su espalda y aletearon un par de veces. Las alas eran doradas y transparentes, llenas de venas y tan delicadas que apenas parecía que estaban ahí. Se veían como nada más que las impresiones que quedan en tus ojos cuando miras la luz por mucho tiempo. —No me hacen mucho bien —admitió, batiéndolas un poco en demostración. Flotó unos centímetros por encima del suelo y se dejó caer de nuevo—. Funcionan, pero volar me revuelve el estómago, y de cualquier modo, tengo los caballos para llevarme a donde quiera que desee ir. Difícilmente las uso. La más extraña sensación se apoderó de mí. Quería alcanzar y tocar tanto esas brillantes y hermosas alas. Si solo lo hubiera pedido, ella probablemente me habría dejado, pero no quería preguntar. No me gustaba para nada, pero quería alcanzar una de ellas y sostenerla en mi puño. Quería saber cómo se sentiría si fueran mías y no de ella. Pero no lo hice. Contuve mi mano y Ozma ocultó las alas doradas. En lugar de plegarlas adecuadamente como un ave o un insecto, su cuerpo parecía absorberlas dentro de sí. Si notó mi reacción, no pareció molestarle.
La princesa caminó al banco y se sentó, dejando su cetro caer al suelo. Metió las piernas bajo su cuerpo y estiró los brazos perezosamente hacia el cielo. —Este es mi lugar favorito en toda Ciudad Esmeralda, tal vez en todo Oz —dijo Ozma—. Podría pasar días aquí, si me dejaran. Con un palacio entero, un jardín sorprendente lleno de plantas mágicas, y toda Ciudad Esmeralda como un patio de recreo personal en la cima, me pareció difícil creer que esta pequeña sala de estar, con su banco roto y su charco de barro, sus raquíticos pequeños arboles—todos rodeados por un laberinto de setos encantados con siniestras intenciones—era el mejor lugar que a la princesa hada se le ocurría para pasar el tiempo libre. —¿De verdad? —Cuidadosamente, me senté en el banco junto a ella—. ¿Por qué? Puso un mechón de su pelo perfecto detrás de su oreja con timidez. —Oh, ¿Qué puedo decir? Es tranquilo, en primer lugar. Nadie me molesta aquí, ni siquiera creo que alguien más sepa cómo llegar. Aquí, no tengo que ser una princesa. Lo extraño es que aquí estoy más sola que en cualquier otro lugar, y aun así es el único lugar en el que no me siento tan solitaria. —Oh —dije. No sabía cómo más responder a eso. ¿Quién no quisiera ser el gobernante de su propio reino mágico? Podía pensar en al menos diez chicas de vuelta en casa que con gusto desgarrarían los ojos de las otras por el privilegio. —Tal vez es por lo que paso aquí —dijo Ozma—. Tal vez por eso me gusta. Le di una mirada en blanco. No sabía de lo que hablaba. —¿No te das cuenta? Este es el lugar donde comenzó Oz. Miré al aro de pequeños árboles, sus ramas pesadas con frutos rojos. Granados. Miré el charco, y vi que no era un charco en absoluto, sino una piscina que brotaba de las profundidades de la tierra. Flotando en el centro, tan pequeña que me lo perdí al principio, estaba un verde y brillante nenúfar con una flor roja en el centro, sus pétalos tan rojos y brillantes como rubíes. Este era el claro que Lurline había encontrado. Aquí era de donde venía la magia de Oz. Estaba en el origen de todo. Mis zapatos quemaban.
Traducido por Vane hearts & Miry GPE Corregido por AmpaЯo
La peculiar visión de la tía Em y el tío Henry vestidos con algunas de las ropas más finas en Oz, me recibió en el gran salón del palacio. Se encontraban envueltos en sedas de colores y satenes, y sus cuellos eran tan altos que no podían girar la cabeza. No era sólo la ropa la que fue decorada, al parecer alguien se vio obligado a adaptarlos al estilo de los peinados de acuerdo con las últimas modas en Oz. El cabello del tío Henry fue peinado hacia arriba en un pequeño triángulo divertido y su barba, recortada afiladamente. El cabello de la tía Em, recién peinada con un gigantesco moño, fue teñido de un ridículo tono lima con peines esmeralda sujetándolo firmemente en su lugar. Ni el pobre Toto se libró. Parecía un peluche gigante, su pelaje encrespado para que fuera del doble de su tamaño normal. La mayor indignación de todo era que habían atado una cinta de color verde brillante alrededor de su cuello. No podía dejar de reír al verlos. Lucían maravillosos para los estándares de Oz por supuesto, pero no estaba acostumbrada a ver al tío Henry fuera de su mono, o a la tía Em fuera de su vestido gris de muselina. Todos me miraron. Toto gruñó. Ozma entró en la sala de estar un momento después de mí. —Vaya, ¡se ven maravillosos! —exclamó ante la vista de ellos—. Al igual que los miembros reales de la corte. —La miraron también. Esto era tan loco como cuando los vi desde la vez en que los Shiffletts, abajo del camino, dejaron las vacas sueltas y pisotearon las petunias del concurso de la tía Em. Junté las manos, cambiando rápidamente de tema. —¡Tengo algo maravilloso que decirles! —solté, con la esperanza de contagiarlos con mi emoción. —¿Me trajiste un par de monos y algunas botas viejas de trabajo? — preguntó tío Henry.
Menee la cabeza, sonriendo de oreja a oreja. —¡Es mejor! La Princesa Ozma ha invitado al León y al Hombre de Hojalata para que nos visiten en el palacio mañana. Ozma me había informado del plan después de que hubiéramos salido del laberinto, cuando nos dirigíamos hacia el castillo. Mandó a decir al León y al Hombre de Hojalata que yo me encontraba de vuelta tan pronto como lo escuchó por sí misma, y el Caballete ya estaba en camino a buscarlos. Mañana, estarían aquí. Todos estaríamos juntos de nuevo, al igual que antes. Todo era más perfecto de lo que podía haber imaginado. Era tan perfecto que, por un minuto, olvidé que Glinda estaba perdida. No tenía sentido preocuparse sobre ello ahora de todos modos, cuando mis amigos llegaran, seríamos capaces de pensar todos juntos y tratar de averiguar lo que le había sucedido. Mientras tanto, no veía el daño en disfrutar. Puede que hubiera empujado el pensamiento de volver a casa convenientemente de mi mente por ahora, pero el tío Henry y la tía Em no iban a dejar que me olvidara de él. Lucharon para mirarse el uno al otro a través de los pliegues de sus enormes vestidos. —Esa es una oferta muy encantadora de la señorita Ozma —dijo tío Henry cuidadosamente—. Pero esto ya ha sido suficiente. Es hora de que encontremos a tu amiga Glinda y nos vayamos a casa. Al oír el nombre de Glinda, Ozma giró bruscamente hacia mí. —¿Glinda? —preguntó. Por unos breves instantes, me pareció ver fuego detrás de sus ojos verdes. —Bueno —dije, pensando rápido—. El tío Henry y la tía Em si quieren volver a casa. Y Glinda fue la que me envió a casa la última vez… así que… —¡Así que, es hora de que volvamos a la granja! —dijo tío Henry, casi gritando. Tía Em le puso una mano tranquilizadora en el hombro, pero solo consiguió que se pusiera más histérico. Estiró su cuello—. ¡Basta ya de esta tonta realeza! —ladró. Luego, dándose cuenta de que Ozma seguía de pie allí, se puso aún más nervioso—.Quiero decir, suplicando su perdón, su alteza Ozma. La princesa sacudió la cabeza amablemente como si nunca hubiera pensado que sería ofendida. Como de costumbre, tía Em fue un poco más diplomática que Henry. Agarrando mis manos, dijo—: No estoy tan segura de que este es el lugar adecuado para nosotros, Dorothy. No estamos hechos para palacios y vestidos de lujo como estos. La única princesa que siempre conocí antes de
esto, fue la Princesa Girasol en la feria estatal, y no es realmente una princesa de verdad en absoluto, si piensas en ello. No, pensé. Definitivamente no lo era. —Sé que todo parece tonto para ti, Dorothy —continuó—, pero la granja es todo lo que tu tío y yo tenemos. ¿Qué crees que los pobres animales están comiendo? Ozma intervino. —El tiempo se mueve de manera diferente aquí en Oz de lo que lo hace en su mundo —explicó a mis tíos con paciencia, a pesar de que ya se lo habían explicado—. Es más que probable que los animales no se hayan dado cuenta que se han ido. —Yo no… —comenzó el tío Henry. Pero era lo suficientemente anticuado para que cuando una princesa hablaba con él, él escuchaba. Y en ese momento, Ozma actuaba un poco como una princesa. Empezaba a ver que podía encenderlo y apagarlo, así como así. —Por supuesto que no les gustaría que Dorothy no vea a sus antiguos compañeros, ¿verdad? Y sé que el Hombre de Hojalata y el León tienen tantas ganas de conocerlos, también. Por favor, sólo quédense para la cena de mañana. —¿Y luego? —preguntó el tío Henry. Ozma sonrió amablemente. —Bueno —dijo—, me temo que Glinda no podrá ayudarlos. Ha estado desaparecida desde hace algún tiempo, y ya he buscado en el reino de arriba a abajo por ella. —Me miró—. Estoy segura de que se encuentra a salvo, nada podría posiblemente herir a una bruja tan poderosa como ella… pero dondequiera que esté, se está escondiendo a sí misma muy bien. Ozma fue tan divertida, abierta y cálida, nada parecido a lo que imaginé. Había considerado las advertencias del Espantapájaros al no decirle a ella sobre los zapatos, o preguntarle directamente sobre Glinda, pero empezaba a descartar toda la idea de que podía haberle hecho algo. Ahora, no me sentía segura de nuevo. Tenía la sensación más fuerte de que me mentía. —No tengo experiencia con el tipo de magia que se necesita para enviarlos a todos de nuevo a la tierra de Kansas —continuó Ozma. Su cálida y suave voz tenía el suficiente tono de autoridad para acallar a mis tíos en sumisión, por ahora—. Pero después de mañana, voy a empezar la búsqueda de medios para enviarlos a todos ustedes de regreso. Estoy segura de que podré encontrar algo. El tío Henry y la tía Em asintieron en acuerdo, resignados, pero me sorprendí al sentir todo mi cuerpo temblando de ira, mis puños con tanta fuerza que dolían. —¡No! —grité. Los pisos de mármol magnificaron el sonido de mi voz varias veces, pero no me importó—. ¡No, no, no!
Las mandíbulas de la tía Em y el tío Henry cayeron en asombro. Me habían visto perder los estribos antes, por supuesto, pero nunca así. Incluso Ozma se giró y me miró como si me estuviera viendo por primera vez. Incluso, me sorprendí a mí misma. No era propio de mí comportarme de esta manera. Simplemente, no me importaba. —No voy a volver allí —dije—. Ni ahora, ni mañana, ni nunca. Pertenezco a este lugar. Nosotros pertenecemos aquí. No voy a cometer el mismo error dos veces. Ustedes pueden ir a casa sin mí, si quieren, pero yo no me voy. Los ojos de la tía Em se llenaron de lágrimas e incluso el tío Henry se quedó sin habla. Ozma me tomó de la mano. —Ha sido un día largo para todos ustedes —dijo—. Vamos a hablar de esto otra vez mañana. Estoy segura de que podemos resolver algo cuando nuestras cabezas estén más frías. El tío Henry y la tía Em miraban mientras Ozma me sacaba fuera de la sala. Toto dudó por un segundo, como si no estuviera seguro de qué lado se suponía que estaba, pero para el momento en que Ozma y yo subíamos la escalera hacia sus aposentos privados, nos pisaba los talones. La princesa me miró con preocupación. —Dorothy —dijo—. ¿Qué fue eso? Aunque todavía me encontraba sorprendida de lo fuerte que fue mi reacción, no cambiaría lo que había dicho. —No voy a volver allí —dije, convocando cada agalla de Kansas que tenía—. No pueden obligarme a hacerlo. —Pero pensé que amabas Kansas —dijo ella, frunciendo el ceño en confusión—. Sabes, tu historia es famosa aquí en Oz. La contamos todo el tiempo. Y en la historia que contamos, la parte importante es que querías ir a casa. Podrías haberte quedado aquí, pero querías volver a Kansas. Habrías hecho cualquier cosa por volver allí. ¿La historia está mal? Mi cara enrojeció de vergüenza. —Es sólo… —empecé—. No. La historia no está mal. Si quise ir a casa. La extrañaba. Pero una vez que estuve allí, nada era de la manera en que recordaba. Una vez que has visto un lugar como Oz, ningún otro lugar es lo mismo otra vez. ¿Cómo puede ser? —Tu tía y tío cambiarán de opinión —dijo Ozma con tranquila confianza cuando llegamos a la cima de las escaleras y bajamos a una larga y oscura sala que estaba alfombrada con terciopelo verde. Ella estrechó mi mano con fuerza entre las suyas—. Estoy segura de ello. Pero por ahora, creo que tengo justo lo que necesitas para levantarte el ánimo.
La habitación estaba llena de luces. Lámparas de araña brillaban desde el techo, y pequeñas esferas luminiscentes flotaban alrededor de la habitación. El espacio se encontraba lleno con almohadas de felpa y de terciopelo, sillas y sillones de brocado, y contra la pared del fondo, varios espejos de suelo a techo ubicados en marcos dorados elaborados. El aire olía al perfume de Ozma, bergamota y sándalo y algo más que no podía reconocer. —¿Esta es tu habitación? —pregunté con asombro, mirando alrededor de la habitación en busca de una cama. ¿Dormía en un diván? O tal vez las hadas no tenían que dormir en absoluto. Ozma rio. —No, tonta —dijo ella—. Es mi armario. Mi armario en casa apenas podía encajar un gancho de ropa, y mucho menos todo este mobiliario. Pero si era un armario, había algo extraño en él. Aún más extraño que una habitación sin cama. —¿Dónde está la ropa? Ozma sonrió con picardía. Luego cerró los ojos y movió sus manos en el aire como si estuviera tocando un arpa invisible. Las luces se apagaron, y el aire se hizo más pesado, como si estuviéramos paradas en un charco de agua tibia. La piel de gallina se apoderó de mi piel. Era magia. Magia real. Mientras movía sus manos en el aire, punteando cuerdas invisibles, sentí una oleada de energía corriendo a través de mi cuerpo. Una sensación que me recordó a los zapatos. Capturando una visión de mí misma en el espejo, vi que ella hacía magia en mí. En nosotras. Nuestro cabello cambió primero: el mío comenzó a tejerse en una compleja serie de trenzas, mientras que el de ella se dio la vuelta a sí mismo en un elegante moño desordenado. Luego, mi ropa se estremeció contra mi piel. Me sentí toda animada mientras mi vestido se hizo más corto y más ajustado, brillando con bordados de plata en el pecho. Pulseras centelleantes aparecieron en mis muñecas y un collar brillante se materializó alrededor de mi cuello. Me quedé mirándome en el espejo. —Es hermoso —dije, realmente sorprendida. Nunca creí que podía verme así de viva antes. No creía siquiera que podría volver a Kansas de nuevo, el cielo gris y las llanuras grises lavarían todo, con el tiempo—. Me veo hermosa. —Algo extraño sucedió cuando estaba haciendo el hechizo, sin embargo. Traté de darte nuevos zapatos. No funcionó. Miré mis pies. Los tacones rojos que conseguí para mi cumpleaños aún se encontraban allí. Se veían más bonitos que nunca con el impresionante vestido. Me encogí de hombros. —Supongo que es porque
ya son perfectos —dije con aire de culpabilidad, con la esperanza de que Ozma lo creería. Sonrió. —Son hermosos —dijo—. ¿De dónde los has sacado? —Regalo de cumpleaños. —Me giré, admirando mi reflejo. No podía creer siquiera que fuera yo. ¿Fue realmente solo ayer por la mañana que arrojé porquería de cerdo por el campo? Me sentía como alguien completamente nuevo. Alguien mejor de lo que fue antes; alguien que pertenecía aquí, no allí. Ozma seguía mirando mis zapatos. —¿Quién te los ha dado? — preguntó. —Mi amiga Mitzi —dije rápidamente. —Ya veo —dijo Ozma con una sonrisa tensa—. Bueno, tu amiga Mitzi tiene un gusto maravilloso. Ella sabía que algo en mi historia no estaba bien. Pero, no podía decir exactamente lo que sabía. ¿Podría decir que los zapatos habían venido de Glinda? ¿Qué pasaría si ella descubría que mentía? Y, por último, ¿por qué el Espantapájaros me pidió que ocultara la verdad en primer lugar? Pensé en decirle todo justo allí. Había sido tan agradable hasta ahora, y me pareció difícil de creer que ella era otra cosa a como se presentaba a sí misma. Pero mis zapatos quemaban en mis pies y propagaban calor a través de todo mi cuerpo. No, parecían estar diciendo. Así que, seguí el consejo del Espantapájaros y mantuve la boca cerrada. —¿Me puedes enseñar? —pregunté en su lugar. —¿Enseñarte? —preguntó Ozma. —A hacer esto. —Hice un gesto a mi ropa nueva—. A hacer magia. Ozma me miró largo y firme, analizándome como si fuera un rompecabezas para ser resuelto. Finalmente, meneó la cabeza. —No —dijo en voz baja—. No puedo. La magia es peligrosa. Incluso para aquellos de nosotros que somos nativos de Oz, es peligroso. Para las personas que no son de aquí, puede ser muy difícil de controlar. Puede hacer… cosas raras en ti. —¿Cosas raras como qué? —Me sentía molesta. ¿Cómo sabía Ozma lo que podía manejar? ¿Cómo sabía algo acerca de la gente de mi mundo, cuando era la primera que conocía en su vida? —Puede distorsionarte —dijo Ozma. Y entonces, como si estuviera leyendo mis pensamientos—: Sabes, Dorothy, no eres la primera visitante que viene aquí desde el mundo exterior. El mago no era el primero tampoco. Ha habido otros, a lo largo de los años.
—¿Quién? —pregunté. Sacudió la cabeza, como si la historia fuera demasiado triste para contar. Y entonces, se iluminó y se arrojó sobre uno de los sillones. Subió los pies, se quitó la corona, y la dejó caer descuidadamente al suelo. —Se pone pesada —explicó—. Todo se pone pesado. La corona, el cetro, este gran palacio vacío. Es tanta responsabilidad. Es tan solitario. Estoy feliz de que estés aquí. —También estoy feliz de estar aquí —dije. Pero no me gustaba la forma en que cambió de tema tan rápidamente. ¿Quiénes fueron los otros que vinieron aquí antes que yo? ¿Qué pasó con ellos? ¿Qué le pasó a Glinda? ¿Y qué me ocultaba Ozma? —He tratado —dijo Ozma—. Realmente, lo he hecho. Al principio, pensé que Jellia y yo podríamos ser las mejores amigas. Pero es tan centrada en el hecho de que yo soy la princesa y que ella es mi sirvienta. Le dije que dejara de llamarme señorita y Su Alteza y que ni siquiera me importaba si me cepillaba el cabello y me traía mi desayuno por las mañanas. No quiso escuchar. Después de eso, invité a la chica de retazos a quedarse conmigo por un tiempo. Es tan divertida, está rellena, como el Espantapájaros, pero con algodón en lugar de paja, ya sabes, lo que podría ser una de las razones de la falta de sentido común y habilidades de conversación. Sólo puedes seguir el ritmo con alguien como ella durante un tiempo antes de que te desgastes. Pero ahora que estás aquí, Dorothy, es como si por fin hubiera encontrado a alguien con quien tengo algo en común. Sólo deseo que no tuvieras que ir a casa. —No voy a casa —dije con firmeza. Ozma frunció los labios con sus pensamientos. —En realidad, ad no quieres, ¿verdad? —dijo. —No quiero y no voy a irme —dije. Mi decisión estaba tomada. Me quedaría aquí. En Oz. En el palacio. No importaba lo que pasara. —Bueno —dijo la princesa después de poco—. Tendremos que hacerles entender a tus tíos entonces, ¿no es cierto? —Se puso de pie y me miró. Tomó mis manos entre las suyas. Quería confiar en ella. Quería ser su amiga. Pero cuando miré de nuevo en sus grandes ojos brillantes, desvió la mirada por sólo un breve momento, y sabía que me ocultaba algo. Había dicho que éramos amigas y yo le creía, pero algo me atormentaba y no era sólo Glinda, o las advertencias del Espantapájaros.
El dormitorio al que Jellia me acompañó después de la cena era todo lo que había soñado. Era tres veces más grande que mi habitación en
Kansas, con un ventanal que daba al brillante horizonte de la Ciudad Esmeralda. Había un enorme tocador y una caja de joyas rebosante de pendientes, pulseras y collares, cualquiera de los cuales estaba segura de que habría costado más de lo que tío Henry ganaba en un año en Kansas. El armario de ébano en la esquina estaba lleno con cualquier tipo de vestido que pudiera imaginar, por no mencionar algunos que nunca habría podido soñar por mi cuenta. Esto era lo que yo quería. Sentada sola en el campo en Kansas, cubierta de porquería de cerdo, con la señorita Millicent en mi regazo, había pedido un deseo sin siquiera darme cuenta, y el deseo se había hecho realidad. Era demasiado bueno para ser cierto, sin embargo. Mientras estaba parada delante del armario abierto, preguntándome qué vestido probarme primero, tuve una sensación de picazón en la parte posterior de mi cabeza que me decía que Ozma me conocía demasiado bien. Como si me estuviera dando todo esto porque sabía que era lo que yo quería, y pensó que si me mantenía contenta, no la interrogaría. Había parecido tan firme cuando le había pedido que me enseñara a hacer magia. Firme, y un poco triste, como si fuera exactamente lo que había temido. Y ciertamente había estado interesada en mis zapatos. Por supuesto, los zapatos eran magia. Yo ya había descubierto que eran algo más que una llave que había abierto la puerta a Oz para mí. La forma en que había sido imposible despegar los pies del Espantapájaros, las extrañas sensaciones que habían venido de ellos a lo largo de mi viaje; todo eso había sugerido que podían hacer más de lo que sabía. Y, por supuesto, fue la forma en que parecía que me ayudaron a luchar contra los Árboles gritones en el bosque. Tal vez yo tenía miedo de ellos. Pero Glinda me los había enviado para traerme aquí, estaba segura de ello. Y realmente, parecía ridículo que Ozma estuviera en contra de que hiciera magia. Esta era la tierra de Oz. Había magia en la tierra, en el aire. Al mismo tiempo, parecía obvio que hubiera descubierto que había más en los zapatos de lo que yo decía. Estaba bastante segura de que sabía al menos parte de la verdad. Si realmente no quería que hiciera magia, ¿por qué no me los había quitado? ¿Y si sabía que no podía? ¿Y si tenía miedo de ellos, también? ¿Qué pasaba si mis zapatos eran la clave para encontrar a Glinda? Todo tenía un cierto sentido al revés. La última vez que había estado en Oz, había tenido poder en mis zapatos de plata todo el tiempo, y ni
siquiera me había dado cuenta. Sería muy estúpido cometer el mismo error dos veces. Así que me senté en el borde de mi cama y traté de llamar a la Hechicera. Golpeé mis talones uno contra el otro. Cerré mis ojos y traté de conjurar su tipo de espíritu maternal. Imaginé su imposiblemente hermoso rostro sonriente. Algo sucedía. Podía sentir los zapatos rojos intentando tan duro como yo lo hacía. Apretaban mis pies; quemaban y se estremecían, brillando con energía. Algunas veces, incluso sentí como si llegara a alguna parte: podía sentir la presencia de la Bruja Buena llenando la habitación. Una vez, incluso creí oler su perfume. Pero no importó lo que hice, no apareció. Podía sentir la magia dentro de mí. Prácticamente podía ver chispas en mis dedos mientras los ondeaba a través del aire al intentar atraerla. Aún nada. Tal vez simplemente era que tenía que iniciar con algo pequeño. Me acerqué al tocador, me senté y me miré en él. Examiné de cerca mi rostro. Pensé en lo que Ozma hizo ese mismo día; sobre la forma en que movió sus dedos por el aire y cambió mi cabello y ropa, me pregunté si podría hacer lo mismo. Así que cerré los ojos. Y sé que me suena extraño. Ni siquiera sé de dónde vino. Lo sé, pero me imaginé como un gran árbol alzándose en el centro del Camino de Ladrillos Amarillos, con raíces que se extendían saliendo de mis pies y se enterraban profundamente en el núcleo de Oz, absorbiendo magia como si fuera agua. Imaginé que Oz me alimentaba. Fue algo como lo que sintieron mis zapatos sobre el Camino de Baldosas Amarillas, como las raíces de un árbol que me conectaban a Oz. Podía sentir que funcionaba. Podía sentir el poder llenar mi cuerpo y, cuanto más lo hacía, más hambrienta me volvía. Me sentía más viva de lo que me sentí antes. Me sentí como si pudiera hacer cualquier cosa. Pero empezaría con algo pequeño. Apreté mis ojos, toqué mi cabello e imaginé la magia trabajando en él. Lo imaginé cambiando de colores, pasando entre todas las diferentes posibilidades que el arco iris tenía para ofrecer, hasta que aterricé en el color más hermoso que pude: rosa. El rosa de un atardecer. El rosa del vestido de Glinda. Y cuando me vi regresándome la mirada en el espejo, un mechón de cabello cayó sobre mi frente, y era incluso más rosado de lo que esperaba. Lo hice. Realicé magia real. Si podía cambiar el color de mi pelo, ¿qué otra cosa podía hacer? Bueno, tenía toda la noche para averiguarlo, ¿no?
Una vez que empecé, casi no pude parar. Algunas cosas se encontraban más allá de mí, pasé cerca de una hora tratando de hacerme volar y, lo más lejos que pude manejar, fue alrededor de un salto de conejo, lo que probablemente no era para nada magia. Traté de hacerme invisible, pero lo único que logré fue una inquietante palidez en mi piel. Y por mucho que lo intenté, no pude traer de vuelta Glinda. Sin embargo, había mucho que podía hacer. Oh, sólo pequeñas cosas, cosas inútiles, realmente, pero poco es relativo cuando eres una chica de la pradera. Transformé un calcetín arrugado en un pequeño ratón, al cual Toto persiguió furiosamente por la habitación antes de reaccionar con estupefacción cuando se convirtió de nuevo en un calcetín. Se giró para mirarme con reproche cuando vio que me hallaba doblada de la risa en la cama. Me di una hermosa manicura; hice que una pluma estilográfica flotara a través del cuarto. Hice que un par de pendientes desapareciera de mi joyero y volviera a aparecer debajo de mi almohada. No tenía que golpear mis talones para hacer nada de esas cosas, pero comprendí que si algo resultaba difícil, eso ayudaba. Convertí el mechón rosado de mi cabello en verde, luego púrpura y finalmente dorado antes de decidir que me gustaba mucho mi pelo de la forma en que era antes, y deseché todo con un pensamiento. Una vez que empecé, parecía que casi no tenía fin. Todo lo que tenía que hacer era pensar en algo y, si pensaba lo suficiente, por lo menos podía lograr hacerlo realidad. Con un poco de práctica; y un poco más de imaginación, estaba segura que sería capaz de lograr mucho más. Me quedé dormida, aún en mi ropa, justo cuando el sol salía, llena de felicidad. Me encontraba en Oz, y en tan sólo unas horas me reuniría con mis viejos amigos: el León y el Hombre de Hojalata. Me hallaba en mi propia hermosa habitación en el palacio Esmeralda y, por ahora, nadie, ni siquiera tía Em y tío Henry, podrían hacer que me fuera. Lo mejor de todo, tenía magia. Era mía, y ni Ozma misma podía quitármela.
Traducido por Fany Stgo. Corregido por Elizabeth Duran
Ni siquiera entré por completo en la gran sala a la mañana siguiente cuando fui atacada. Una bola de cabello de oro voló justo a mí, tirándome hacia atrás sobre el suelo alfombrado del pasillo. Una lengua grande y mojada lamió mi cara. Solo me tomó un breve momento averiguar lo que pasaba. ―¡León! ―grité envolviendo mis brazos alrededor suyo. O al menos, tanto como podía―. ¿Eres tú realmente? ―¿Quién más podría ser? ―preguntó por lo bajo, retrocediendo en sus patas traseras y lamiéndose los labios, bajando la mirada hacia mí amablemente. El León se veía diferente de lo que recordaba, más grande y más salvaje ahora, sus melena color amarrillo-marrón enredada y enmarañada y sus brazos y piernas más potentes. Cuando lo conocí por primera vez, el León fue tímido y asustadizo, sobresaltado al menor ruido. Incluso después de que el Mago le diera su coraje, lucía como si no supiera cómo ser valiente. Ahora podía ver eso, se convirtió en eso. ―No puedo creer que seas tú ―le dije sin aliento, sentándome y parpadeando. ―Y tampoco soy solo yo ―el León contestó―, mira quien más se encuentra aquí para verte. En la mesa larga del banquete dentro de la gran sala, otro rostro familiar se puso de pie, sonriendo de oreja a oreja. El Hombre de Hojalata se levantó y extendió una rosa. ―Mi querida ―dijo presentando la flor casi con timidez―. No pensé que mi corazón fuera capaz de hacerse más grande, pero al verte de nuevo, se siente a punto de estallar. Sólo corrí hacia él. No me molesté en tomar la flor; solo me lancé contra él y besé su mejilla. Y si piensan que el estaño no se podía sonrojar, bueno, debieron ver su rostro en ese momento.
Tía Em y tío Henry se encontraban sentados en la mesa, mirando la escena cortésmente. Me dio vergüenza ver que se hallaban de vuelta en sus ropas viejas y cutres, aunque el cabello de Em todavía era verde, ambos convirtieron sus nuevas ropas en casi las que normalmente utilizan. Ellos simplemente no aceptarían ningún cambio. Ozma dijo que tendríamos que dejarlos acoplarse, pero no veía como ellos alguna vez lo harían. Mientras Toto y León lucharon juguetonamente en el suelo de mármol, me uní a todos los demás en la mesa. ―Es muy agradable ver a viejos amigos reunidos ―dijo Ozma, levantando la copa de champán, llena con algo púrpura, en un brindis―. Por Dorothy, querida por todos las que la conocen. ―Creo que cierta Bruja Malvada no estaría de acuerdo contigo en eso ―dije, pero brindé con todo el mundo, incluyendo Em y Henry. La mesa se hallaba cubierta en todo lo que puedas desear para el desayuno, y muchas cosas que nunca pensé que querría. Había frutos fantásticos que cantaban encantados, fascinantes canciones cuando no te encontrabas mirándolos y huevos frescos con motas de color amarillo brillante que se cocinan ellos mismos, sin embargo, las querrías tan pronto se abrían en tu plato. También hay pasteles con formas extrañas, y un arcoíris de jugos en pequeñas jarras de cristal. Algunas cosas de la comida parecían molestas como: los bollos pegajosos que no soltarían la bandeja, y los panqueques se volteaban fuera del camino cuando intentabas tomar uno solo, pero sin duda el más emocionante desayuno que he visto en mi vida. Me serví un poco de todo, charlando con entusiasmo mientras amontonaba comida en mi plato. ―¡Tienes que decirme todo! ―dije―. Todo lo que ha pasado desde que no estuve aquí. El Espantapájaros me dijo un poco, pero León, ¿realmente has estado viviendo en las montañas con todas esas bestias? Y… ¡Ah! ―Dejé escapar un grito a medida que un pedazo de tostada cayó en mi plato y estalló en llamas. Todos se echaron a reír, inclusive mis tíos. ―Me sucedió lo mismo ―dijo Henry cuando la llama crecía―. Me atrevo a decir que mi grito fue aun más agudo que el tuyo. Solo espera. Esperé, y cuando la llama despareció, una dona glaseada caliente se encontraba en mi plato. Prácticamente se derritió en mi boca al morderla. ― Hombre de Hojalata ―pregunté todavía masticando―. ¿Cómo se encuentra el país Winkie ahora que la Bruja Malvada del Oeste no está? Espero que hayas encontrado una mujer que te haga compañía, ahora que tienes un corazón y todo.
Las mejillas del Hombre de Hojalata se sonrojaron incluso más que antes. ―No puedo decir que tengo una ―dijo―. Pero me he sentido muy feliz de todos modos. ―Dorothy, más feliz ahora que Espantapájaros―. Todos te extrañábamos.
estás
aquí
―dijo
el
―Todos te hemos echado de menos ―dijo finalmente León volviendo su atención hacia todos en la mesa. Tomó a Toto en su mandíbula y lo llevó por la piel del cuello hasta mí, dejando caer al perro jadeando en mi regazo. ―Y hay mucho para que veas y hagas ―dijo el Hombre de Hojalata―. Oz ha cambiado mucho desde que te fuiste. Con las brujas muertas y el Mago ido, es un lugar más feliz ahora. No creerás lo que verás cuando visitemos Policroma y Las Cascadas Arco Iris. Y a tus tíos les encantará La Isla de Cielo. ―Uh, no lo creo ―interrumpió Henry. Sabía lo que venía antes de que las palabras incluso salieran―. Nosotros no vamos a tener tiempo para turistear. Tenemos que volver a Kansas tan pronto podamos. Rodé mis ojos indiferentemente y tomé un bollo de arándano de la bandeja en el centro de la mesa. Tan pronto estuvo en mi mano, otra apareció en mi plato tomando su lugar. ―¿No tienen ustedes algo más importante con que molestarnos que hablar de Kansas? ―pregunté con cada pedacito de dulzura que pude fingir―. Tal vez haya algunas cubetas vertidas en el jardín, que pueden transportar durante el día. ¿O un campo para arar? La mandíbula de Henry cayó sorprendida ante mi súbita rudeza. Tengo que admitirlo, yo también me encontraba sorprendida, pero realmente no comprendía porque seguía con eso si sabía lo mucho que me molestaba. Aun así, no quería avergonzar a todos con otro argumento desagradable. Decidí probar algo. Lo miré a los ojos y me enfoqué en mis pies, sintiéndolos calentarse. Usar magia para controlar a otro ser humano no era algo que se me haya ocurrido cuando lo estuve practicando la otra vez en mi cuarto. Por supuesto, sabía que no estaba bien, me prometí que no lo haría un hábito. Pero si podía utilizar el poder para hacer que mis tíos vieran que permanecer en Oz era la única opción sensata para nosotros, bueno, ¿ese no era un caso en donde todos obteníamos lo que queríamos? Con cada pedazo de confianza de que me encontraba haciendo esto justificadamente, dejé entrar la magia. Con sólo un pensamiento, tiré de
ella a través de mi cuerpo y la dirigí a mi tío, imaginando decirle las palabras que quería escuchar. ―Creo que tu tía y yo vamos a ir a dar un paseo ―murmuró con rigidez, justo como lo pensé. Bueno, lo hice, ¿no?―. Después de todo hay mucho que no hemos visto en esta hermosa tierra, y quiero disfrutar de cada pedacito aun así me tome todo el año. Tía Em parecía demasiado sorprendida para interrogarlo cuando se alejó de la mesa de banquete y tomó su mano. Sin siquiera decir adiós, caminaron mecánicamente fuera de la sala. El Espantapájaros, el León y el Hombre de Hojalata, todos viéndolos salir, confundidos con lo que acaba de pasar. ―¡Encantado de conocerte! ―dijo el Hombre de Hojalata, pero ya se habían ido. Ozma era la única sin ver a mis tíos. Ella se encontraba mirándome. ―Dorothy… ―dijo. La corté. ―Gracias a Dios ―suspiré―. Al fin podemos tener una verdadera conversación sin las quejas molestas. Ozma asintió suavemente, frunciendo el ceño, preocupada. Frustración comenzó a hervir bajo mi piel. Era tan mala como ellos, pero de otra forma. Pero dejó pasar el tema, al menos por ahora, y silenciosamente tomó un sorbo de su delicada bebida púrpura efervescente. No le iba a dejar arruinarme mi reunión con mis mejores amigos, mis únicos amigos, de verdad. En realidad, quería saltar de alegría. Acababa de hacer magia. Real, en vivo, ¡magia realmente! Ni siquiera fue difícil. Solo imaginé lo que quería que Henry dijera, y lo hizo, como si fuera una marioneta y yo estuviera de pie sobre él tirando de los hilos. Si eso era todo lo que tomaba, ellos nunca serían capaces de hacerme regresar a Kansas. E imaginen qué más podía hacer. Lo supe de repente, que los zapatos no eran simplemente para que regresara a Oz. Tenían la intención de enseñarme cosas. Para mostrarme lo que Ozma, ¡la aguafiestas! no haría. Ahora el Hombre de Hojalata se encontraba hablando de la belleza de la Isla de Cielo con sus ríos de limonada y sus montañas de nube y como deseaba que la visitáramos juntos. El Espantapájaros escuchaba detenidamente, interrumpiendo de vez en cuando con algún detalle que el Hombre de Hojalata haya olvidado, y el León vagó por la habitación sin descanso, con Toto siguiéndolo después como: bueno, como un cachorro en realidad. Durante todo, Ozma estuvo alegre y con ojos brillantes, feliz de ser parte de la conversación, pero a cada rato me miraba inquisitivamente, como si estuviera buscando algo.
Seguí deseando que se fuera de la habitación. Tenía que hablar con mis amigos. A solas. El Espantapájaros lo sabía también. Le siguió sugiriendo cosas como: “Oh, se está haciendo tarde, ¿no es hora de que busques a Jellia para discutir el horario de hoy?” Pero Ozma no mordió el anzuelo. Me pregunté si ella se encontraba solo pasando un buen rato o si había más allí, si tal vez no confiaba en dejarnos solos. Era arriesgado usar la magia en ella. Hacer un pequeño hechizo en mi tío tenía que ser diferente que hacérselo a un hada quien ya sabía dos o tres cosas de esto. Por otra parte, mis zapatos eran poderosos. Cuando me dio mi cambio de imagen el día de ayer, ni siquiera su magia fue capaz de tocarlos. Si eran poderosos, quería decir que yo también era poderosa. Quizás más de lo que ella era. Así que le di una oportunidad. Cambié su opinión. Esta vez, traté de ser más precisa en lo que me encontraba haciendo, así no sería capaz de captarlo y luchar. Imaginé la magia como un zarcillo de humo de color rojo rubí, tan delicado y delgado como los anillos de humos que Henry a veces soplaba para hacerme reír cuando fumaba su pipa. Levanté mis zapatos y lo envié a la deriva, invisible sobre la mesa para que entrara por el oído de Ozma. Una mirada distante y distraída cruzó por su rostro. Lucía como si estuviera tratando de recordar algo. ―Yo… ―dijo. Vete, ordené en silencio. Tan pronto como pensaba la palabra, la expresión de Ozma pasó a una mirada de realización. ―Por favor, excúsenme ―dijo―. Creo que dejé algo en mi recamara. Denme solo unos minutos. ―Con eso, se puso de pie, dejó su servilleta y se apresuró a salir. Él no dijo nada, pero me encontraba Espantapájaros me sonrió con aprobación.
segura
de
que
el
No estaba bien. Me di cuenta de eso. Las personas no son pequeñas marionetas que puedas tirar de esta manera y sin poder decir no. Por otra parte, solo porque no esté bien no significaba que no fuera divertido. Tan pronto como Su Alteza Real estuvo fuera de alcance, se volvió hacia mí. ―¿Aprendiste algo? ―preguntó―. ¿Sabes dónde se encuentra Glinda? Todos me miraron impacientemente. Aparentemente Espantapájaros los llenó de sus sospechas. Ahora nuestras sospechas.
el
―Hemos estado esperando para escuchar ―rugió León―. Todos hemos tenido nuestras dudas sobre la princesa desde el primer momento. La forma en la que simplemente se manifestó aquí y actuó como si fuera la
dueña del lugar. Como si el Espantapájaros no hubiera estado gobernando perfectamente durante su ausencia. El Hombre de Hojalata puso el tenedor en la mesa. ―¿Y de dónde vino? ¿Cómo sabemos siquiera si es la verdadera princesa? ¿Sólo porque ella lo dice? Debe ofrecer una explicación de donde ha estado. Soy el gobernador de país Winkie y el alma más gentil de toda la tierra, pensarías que al menos me debe a mí una explicación. Con mi corazón, me encuentro seguro de que la entendería. Me incliné y le susurré―: Me encuentro bastante segura de que la princesa me está ocultado algo ―confesé―. No sé qué, pero… ―¡Dios mío! ―dijo el Hombre de Hojalata, una expresión seria en su rostro. ―Mi cerebro casi nunca me falla ―dijo el Espantapájaros―. Y realmente creo que Ozma tiene que ver con la desaparición de Glinda. Nunca mostró más preocupación por el paradero de la Hechicera. Dorothy, estas de vuelta por una razón. Tienes que encontrar a nuestra amiga. Pero mantén tu inteligencia para ti. Ozma puede parecer dulce. Pero todo lo que sé me dice que es peligrosa. ―Estoy de acuerdo ―dijo el Hombre de Hojalata―. Puedo sentirlo en el fondo de mi corazón. El León sólo gruño suavemente. Sabía que tenían razón. Pero… No le tenía miedo. De repente ya no le tenía miedo a nada. Hay poder real en mis zapatos. Podía sentirlo. Cada vez que los utilizaba para lanzar un hechizo, podía sentirme cada vez mejor, más fuerte. Y quiero más. ¿Por qué debería tener miedo? Ella era quien debería tenerme miedo.
Traducido por Vani Corregido por SammyD
Pasamos horas sentados alrededor de la mesa del desayuno. Mucho después de que los platos se limpiaran solos y la mañana pasara a la tarde, reímos y compadecimos, volviendo a contar historias de nuestras viejas aventuras y algunas nuevas historias, también. El León me contó todo sobre sus aventuras en las tierras del Norte —exótico incluso para los estándares de Oz— y el Hombre de Hojalata me contó todo acerca de sus experiencias rigiendo la popular Winkie ingobernable. Les conté la historia de mi fiesta de cumpleaños decimosexto, y vi que mi amigo de hojalata se conmovía tan grandemente que una lágrima le corría por el rostro de metal. —Dios mío —dijo, cuando vio que lo había atrapado en su momento de ternura. Se secó la cara con una servilleta—. Mi corazón es un regalo maravilloso, pero hace que la oxidación sea una preocupación significativa. Poco después, él y el Espantapájaros decidieron que era hora de irse. El León se aventuró al bosque a las afueras de la ciudad para su trote de la tarde. Todavía trataba de decidir lo que iba a hacer con lo que quedaba de mi día cuando Jellia Jamba, sierva de Ozma, apareció, convocándome para reunirme con la princesa en el jardín. El día era soleado y cálido, y la encontré sentada en un banco forjado de hierro junto a una fuente tintineante. Miraba con cariño a un pequeño duendecillo que se posaba sobre su dedo extendido. Parecía que se hallaban en una profunda conversación. —¡Oh! —exclamó Ozma cuando me vio acercándome. El duendecillo se fue revoloteando lejos—. La pequeña cosa me contaba la broma más tonta. Todo el mundo piensa que estos duendecillos son tan irritantes, pero creo que son divertidos. De todos modos, son parte de Oz, ¿no es así? Y todo aquí tiene su lugar en el orden de las cosas. ¿Bromea? Me pregunté. Este acto de Pequeña Señorita Luz del Sol haría a la propia Shirley Temple querer zapatear directamente a un acantilado.
—De todos modos —dijo alegremente—. Quería hablar contigo sobre algo. Crucé los brazos y me preparé para la conferencia altiva que se hallaba a punto de darme. Acerca de cómo le mentí sobre los zapatos, cómo me advirtió que no hiciera magia, y cómo tuve el valor de desobedecerla. Sobre cuán imprudente pensaba que era. Tal vez no lo sabía, pero incluso si me encontraba en Oz, todavía era un ciudadano de los Estados Unidos, y de dónde vengo nosotros no poníamos mucho crédito en monarcas autoproclamados, sin importar si su sangre era azul o púrpura o espolvoreada con polvo de hadas. A veces, incluso una princesa puede sorprenderte, sin embargo. — Creo que me gustaría hacer una gran fiesta —dijo—. ¿Qué piensas sobre eso? Me atrapó con la guardia baja. —¿Qué clase de fiesta? —pregunté, intrigada. ¿Una fiesta? Estaba segura de que vio lo que hice en la mesa del desayuno. Incluso si no me sintió hechizándola, tenía que haberme notado hechizando a Henry. Vi la expresión en su cara. ¿Ahora quería hacer una fiesta? Tenía que haber algún tipo de truco. Se puso de pie e hizo una pequeña pirueta lúdica a través de la hierba, y me recordó de pronto que, princesa de hadas o no, era realmente sólo una chica. Una chica que se hallaba sola, una chica que estuvo esperando y esperando a alguien como yo para hacerle compañía. Me necesitaba. Tal vez se encontraba dispuesta a dejar que un hechizo aquí y allá se deslizara. Qué es un poco de magia entre amigas, ¿no? —Oh, una fiesta maravillosa —dijo soñadoramente—. Supongo que no te sientes harta de tu cumpleaños ya, ¿verdad? —Dieciséis es un gran número —contesté vacilante. —¡Perfecto! —exclamó—. Ha pasado mucho tiempo desde que realicé una fiesta. Pocas veces tenemos la ocasión. Ni siquiera sé cuándo es mi propio cumpleaños, ¿no es terrible? Pero todos en Oz aman una fiesta, y toda la ciudad ya es un hervidero con tu regreso. ¡Una celebración se halla en el orden! Tuve que admitir que me gustó el sonido de eso. —La fiesta que la Tía Em realizó para mí fue... bueno, no fue mucho lo que cualquiera de nosotros esperábamos —dije—. Tal vez esto puede ser un hazlo-otra-vez. Estoy segura de que la haría feliz, también, hacerlo bien esta vez. Aplaudió. —¡Por supuesto! ¡Un hazlo-otra-vez! —dijo la palabra como si nunca la hubiera oído antes, como si estuviera saboreando cada sílaba mientras salía de su lengua—. Vamos a invitar a todos —dijo—. Los Munchkins, los Winkies, incluso los Nomes y Duendes y los Monos Voladores y todas las personalidades más importantes de Oz. Policroma
vendrá desde Cascadas Arco Iris; y espero que Calapatillo pueda apartarse de sus clases en la Universidad. Incluso vamos a invitar al General Jinjur, aunque estoy segura de que no vendrá. No es de venir a bailes. —Rodó los ojos—. Tengo que decirte sobre Jinjur y su chica del ejército en algún momento. Me senté en el banco y la estudié mientras se quedaba en su ensueño de planeamiento de fiesta. Y pensar que casi simpaticé con ella cuando se quejó sobre las cargas de la realeza. Si este era el alcance de sus funciones, no parecía tan malo en absoluto. Sin embargo... una fiesta. Para mí. ¿Qué mejor manera para mí para anunciar mi regreso a Oz para siempre? Ozma se deslizó en el banco junto a mí y cubrió mi hombro con su delgado brazo. Los brazaletes en su muñeca se reflejaban en la luz del sol. —Y —dijo, levantando las cejas en conspiración—, va a ser la manera perfecta de mostrarle a tu tía y tu tío lo divertido que es aquí. Una vez que vean un baile real, nunca pensarán en ir a casa. Ni siquiera tendrás que usar esos zapatos especiales para convencerlos. Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Así que ahí estaba. Casi me dejé engañar por su acto. —No sé qué quieres decir —resoplé. No engañaba a nadie, naturalmente—ella sabía, y yo sabía que ella sabía, y ella sabía que yo sabía que ella sabía—pero no quería darle la satisfacción de oírme confesándome. —Oh, Dorothy —dijo—. No es necesario ocultarlo. Sabía que esos zapatos se hallaban encantados desde el momento en que puse los ojos en ellos. Y no te culpo por experimentar con ellos. La magia puede ser bastante embriagadora. —Sus ojos se oscurecieron—. Demasiado embriagadora —dijo, el sonido de su voz dando paso a la severidad—. Así que, vamos a dejarlos de lado, ¿de acuerdo? De esa manera no serás tentada. Hizo girar un dedo y apuntó a mis pies, a mis hermosos zapatos brillantes. Una chispa verde chisporroteó desde la punta del dedo, zigzagueó por el aire, y rebotó justo al lado de mi talón. Los zapatos brillaron en respuesta al insulto, pero no se movieron. Frunció el ceño, al ver que su hechizo no funcionaba. Ya me encontraba de pie. Me di la vuelta y la miré con rabia. —Son míos —dije—. Ella me los dio, y no puedes hacer nada al respecto. La sonrisa leve de Ozma no parpadeó. Era un pepino fresco cuando fijaba su mente en ello, tenía que darle eso. —¿Ella? —preguntó la princesa, ladeando la cabeza hacia un lado.
—No te hagas la inocente —susurré—. Ninguna de nosotras nació ayer. Sabes quién es ella. Glinda. Qué, ¿te sentías celosa? ¿La querías fuera del camino así puedes mantener el poder para ti? Se llevó una mano a la mejilla como si hubiera sido abofeteada. Negó. —No te encuentras en tu sano juicio. Esos zapatos. La magia ya empieza a retorcerte. La forma en que lo hiciste con... No me importó dejarla terminar. Me encontraba demasiado molesta. Con razón, ¡debería decir! Glinda fue la que veló por Oz, mientras se hallaba donde fuera que estuviera, y Ozma fue y acabó con ella sin siquiera un “cómo estás”. Tenía valor para jugar a la inocente conmigo ahora, como si fuese algo más que una toma de poder digna de un verdadero tirano. —Una cosa de Espantapájaros —dije, burlándome abiertamente—. Seguramente lo sacaste del palacio con la suficiente rapidez. Una hechicera, sin embargo, esa es otra historia, ¿no? No podrías tenerla limpiando las cosas para ti, ¿no? Se mordió el labio y miró hacia otro lado como si no pudiera creer lo que oía. —Glinda no tenía los mejores intereses para Oz en el corazón — murmuró—. Confía en mí, Dorothy. Sé que fue amable contigo, pero las Brujas no son todo lo que parecen. Yo no tenía opción. Es mi deber mantener Oz seguro. —Naturalmente —dije—. Después de todo, eres el verdadero gobernante, y todos los demás sólo pueden caer en línea. Por qué, te llamas a ti misma un hada, pero no eres mejor que una bruja malvada. Y conoces mi historia con ellas. La mirada de Ozma se volvió inflexible en mi amenaza, y sabía que había terminado de discutir. Se puso de pie. —Necesito los zapatos. Ahora. —Alcanzó su cetro del banquillo—. Es por tu propio bien. No le di la oportunidad de llegar a ellos. Fue realmente fácil en este momento. Apenas tenía que pensar en lo que hacía. Con cada hechizo, me volvía más poderosa. Era como si los zapatos hicieran el trabajo para mí. Esta vez, podía ver realmente la magia con mis propios ojos cuando se extendió desde la palma de mi mano como un hilo escarlata vaporoso y rizado en su dirección. Ozma podía verlo, también: sus ojos se ampliaron en consternación y dio un paso inestable. Creo que no esperaba eso. Eso debería enseñarle a no subestimarme a mí, Dorothy Gale, la Cazadora de Brujas. No existía nada que pudiera hacer. Mi magia ya torcía su camino en su cráneo como un sacacorchos. Su mirada se ablandó. El lado de su boca se inclinó un poco.
Sentí una alegría enferma en mi pecho mientras usaba la magia como un pedazo de hilo dental, tirando de un lado a otro con mi mente, cuidadosamente raspando la memoria de Ozma, para limpiarla de nuestra conversación. Cuando cambié la mente del tío Henry hacía apenas unas horas, me juré a mí misma que no lo haría de nuevo. Pero entonces lo hice, sólo unos minutos más tarde. Y, ahora, cambiaba literalmente la mente de Ozma. Decorándola y haciéndola presentable de la misma manera en que uno cambiaría las sábanas de la cama. En algún lugar en el fondo de mi mente, tenía la vaga idea de que yo era malvada. Pero me di cuenta que no me importaba. De hecho, casi lo disfruté. Le hice olvidar los zapatos, y nuestra conversación sobre Glinda, y el incidente con el tío Henry en la mesa del desayuno. Cuando terminé, sólo era Dorothy Gale, su querida amiga y confidente, una chica testaruda, valiente de Kansas a quien el pueblo de Oz—sus leales súbditos—tenía una deuda de gratitud. O tres. Una chica con un par inusualmente precioso de zapatos de tacón rojo. Le dejé mantener la idea de la fiesta, sin embargo. No tenía sentido borrarlo todo, ¿verdad?
Traducido por iraleire Corregido por Victoria
Durante la siguiente semana, Ozma dejó de lado todas sus ideas sobre dirigir el castillo para preparar lo que ella me prometió que sería el más grande evento que Oz hubiera visto en los años en los que la mayoría llevaba vivos. Cada día, cocineros, panaderos, costureros, y organizadores de fiestas visitaban el palacio, cada uno de ellos rebosante de locas ideas y rogando por el favor de la princesa. Estaba feliz de notar que también sentían un especial interés por mí. Cada visitante nuevo que pasaba por el palacio paraba para sacudirme la mano, o para darme un beso en la mejilla y maravillarse de lo extraordinario que era que la famosa Dorothy Gale hubiese vuelto a Oz. Medio esperaba que Ozma se pusiese celosa por la atención que recibía. Pero ella lo escondía muy bien, y nunca fallaba al parecer encantada cuando uno de sus súbditos me trataba como si yo fuese tan importante como ella—tal vez incluso más importante. Un día, cuando un pequeño y peludo Nome que vendía cálices enjoyados me agradeció haber desocupado la tierra de brujas, casi tuve ganas de guiñarle el ojo y susurrar en su oído—: Solo espera. Mi trabajo aún no ha acabado. Excepto por una cosa: desde que había cambiado el cerebro de Ozma, se me estaba haciendo difícil odiarla. Es más, cuando dejé de lado el infortunado hecho de que encarceló a Glenda y que intentó robarme mis zapatos, nos llevábamos bien. Nos pasamos los días planeando el menú y escogiendo las decoraciones: brillantes y botones en flor que cambiaban de color cada vez que apartabas la mirada; puñados de polvo de estrellas espolvoreados por encima de todo—incluso engatusamos al Agua Errante para formar un chapurreante arroyo alrededor de las afueras del salón de baile. Tenía que admitir que avergonzaría a los banderines y velitas que podían ser pomposos en Kansas. Pasamos incontables horas tumbadas en la hierba del jardín, poniendo flores en nuestro pelo, especulando sobre quién iba a venir a la fiesta, y fantaseando con la posibilidad de que viniesen algunos adecuados príncipes.
Mi hechizo había hecho el truco—ella no se acordaba de nuestra pelea en la fuente, o sobre la controversia por mis zapatos mágicos. Todo lo que ella sabía es que éramos amigas. De hecho, Ozma empezaba a ser lo más parecido que tenía a una mejor amiga. Había pasado mucho tiempo desde que tuve una amiga así. Claro, el León, el Hombre de Hojalata y el Espantapájaros eran mis leales amigos, y los más maravillosos compañeros que alguien podría desear, pero ellos eran diferentes. No era como tener a una amiga de mi edad. De todo de lo que el Espantapájaros quería hablar era sobre su magnífico cerebro, lo que me hacía preguntarme si era realmente algo bueno ser la persona más brillante del reino si no podías pensar en nada más que en tu propia inteligencia. El Hombre de Hojalata pasaba la mayoría de su tiempo en la vieja y rancia biblioteca del palacio, con su nariz metida en aburridos libros viejos de poesía romántica. Cuando acepté que me leyese una en voz alta, acabé tan mortificada de lo romántica que era, que casi no podía mirarle a la cara después. Y hablando del León—bueno, él normalmente estaba en los bosques, cazando o haciendo cualquier cosa que hagan los leones en su tiempo libre. Cuando se dignaba a pisar el palacio, casi no podía aguantar ni diez minutos antes de que su recientemente descubierto coraje pudiese con él y empezase a buscar pelea con el primer sirviente del palacio que se cruzase en su camino. Con solo ellos tres como mi única oportunidad de estar acompañada, ¿quién podía culparme por preferir pasar mis días fantaseando y planeando fiestas con la pequeña y dulce déspota de Oz? Al menos ella era capaz de mantener una conversación real. Y parecía que realmente quería pasar tiempo conmigo. Solo tenía que tener cuidado de no usar magia delante suyo. Ahora sabía que podía cambiarla, si fuese necesario—solo tendría que borrar cualquier tensión entre nosotras de su mente. Pero, siendo honesta, me sentía un poco aprensiva por tener que volver a hacerlo otra vez. ¿Por qué ir al problema?
—¿Puedo hacerte una pregunta? —me preguntó una tarde Ozma, justo unos días antes que mi baile, cuando nos encontrábamos en su armario probándonos conjuntos de fiesta por enésima vez. Asentí distraídamente, intentando decidir entre la ceñida seda o los dramáticos tul y gasa—me estaba decantando por la seda.
Tenía que admitir que se sentía como una dulce victoria pensar que iba a celebrar mis dulces dieciséis otra vez, así, después del desastre de la primera fiesta. Ozma se giró y me miró con una penetrante mirada. —¿Por qué vives con tu tía y tío? —preguntó, sin razón. —¿Qué pasó con tu madre y tu padre? Me detuve por la sorpresa. —Oh —dije silenciosamente. No era la clase de pregunta que me esperaba. —Lo siento. No debería haber… debe ser una historia muy triste. No tienes que hablar de ello. Me encogí de hombros. —No —dije—. Está bien. Ni siquiera los recuerdo. Mi madre murió cuando dio a luz, y mi padre murió unos pocos meses más tarde. Hubo un accidente con un arado. Sé que debería echarles de menos, pero es difícil estar triste por gente a la que nunca has conocido. Ozma sonrió en simpatía. —¿Y qué pasa contigo? —pregunté— Nunca has mencionado a tus padres, no lo creo. Solo Lur-whoozit. Ozma pasó su mano por el largo de su cuerpo y su vestido esmeralda se convirtió en rojo sangre. —¿Tal vez ponle una cola? —sugerí. —Tal vez. No, son tan fáciles para tropezarse con ellas. Piensa en lo vergonzoso que sería eso. —Puedes hacer que un grupo de Munchkins te lo agarre —dije, y las dos nos reímos de lo absurda que era la idea. —La verdad es —dijo Ozma, cuando nos recuperamos—, que no tengo padres. Nunca los he tenido. —Debiste de tener, en algún momento. Todo el mundo tiene padres. —Todo el mundo, menos las hadas —dijo—. Nací en el lago del centro del laberinto. ¿Te acuerdas de esa pequeña flor roja, la que flotaba en la piscina? —Sí —dije, recordando vagamente. —Es de allí de donde vine. La próxima princesa está en algún lugar de allí, aguardando su momento. Cuando la flor es grande, plena y a punto de derramar sus pétalos, significa que ella va a nacer pronto, y yo sabré que es mi hora para volver a unirme a Lurline y a mi gente. Iré a buscarles, y mi sucesora saldrá de esa flor para tomar mi puesto. Claro está, eso toma mucho tiempo, y después de que nazca ella será un bebé
por un tiempo—es entonces cuando Oz es más vulnerable. Es así como el Mago pudo conmigo la primera vez. —Qué extraño —dije—. ¿Pero a dónde te envió? Me lo he estado preguntando. —¿Importa? —preguntó. —¿Por qué no lo haría? —¿Importa que tú seas de Kansas? Estás aquí ahora. El pasado ya se ha ido. Especialmente en Oz… es así como el tiempo funciona. En Oz, siempre es ahora mismo. Pensé en ello por un momento. Sí importaba. Necesariamente, no me gustaba pensar de dónde venía, y realmente no quería volver, pero eso me hizo la persona que era, tanto como lo hizo mi viaje a Oz. Donde quiera que Ozma estuvo, la hizo quién era. ¿Cómo no podría hacerlo? ¿Y quién era ella realmente? ¿Era la dulce y encantadora nueva amiga que había hecho—una chica que no quería hacer otra cosa aparte de probarse vestidos y planear fiestas—o era la regia y majestuosa princesa hada que vi aquél día en el laberinto de setos? ¿Era la chica que haría lo que fuera para ser una buena gobernante para un reino que ni siquiera quería? ¿O estaba tan desesperada por poder que desterró a Glinda a un horrible sitio lejano para sacarla de su camino, de la misma forma que un día el Mago hizo con ella misma? No se me había ocurrido que tal vez pudiese ser ambas. Todo lo que sabía es que tenía que descubrir la verdad. Por lo que, aunque supiese que era arriesgado, hice un hechizo. Sabía que no podía ser demasiado obvia esta vez. Ozma podía parecer dulce e inocente, pero también podía ser peligrosa. Era un hada. Si le había hecho algo a Glinda, podría hacérmelo a mí también, si no tenía cuidado. Le di el más pequeño empujón. Había estado practicando en las noches, sola en mi habitación, y estaba mejorando en usar la magia. Ya no tenía que golpear mis zapatos juntos; ni siquiera necesitaba sentir el hormigueo en mis pies. La magia no se hallaba solo en los zapatos. Se encontraba en cada parte de mi cuerpo, y todo lo que necesitaba era coger una pequeña parte, y sacarla a este mundo para que me trajese de vuelta lo que quería. Allí, en el vestidor de Ozma, miré la punta de uno de mis dedos, y vi una pequeña mariposa roja apoyada en ella, brillando y moviendo sus enjoyadas y pequeñas alas.
Dime, le dije, sin decir ni una palabra en voz alta. Y la mariposa empezó a volar. Aleteó por el aire, y dio vueltas alrededor de la cabeza de Ozma, haciendo una dispersa aureola. —¿Dorothy? —dijo Ozma— ¿Estás bien? Tienes una mirada muy rara. La mariposa se apoyó en su frente. Ella no reaccionó. No parecía haberlo notado. —¿En qué estás pensando? —preguntó Ozma, mirando profundamente en mis ojos—. Parece que estás a millones de kilómetros. Dime, pensé. Dime dónde está Glinda. La mariposa se arrastró por su pestaña, como si estuviese encontrando una forma de entrar en su mente, y luego desapareció— simplemente se evaporó en un pequeño soplo de polvo rojo. Lo había perdido. Ozma no parecía saber qué acababa de pasar, o al menos eso creía. Pero su mente seguía siendo suya. Su magia era más poderosa de lo que dejaba ver. Supe entonces, sin ninguna duda, que fue ella la que le hizo algo a Glinda. No guardas secretos que no tienes, en primer lugar. Y claramente había algo en su mente que estaba guardando fielmente. —Sí —dije—. Estaba pensando en mi madre. Era mentira, y no lo era. Pensaba en Glinda, que era lo más cercano a una madre que conocí. Más cercana de lo que mi propia madre fue, eso seguro. Incluso más cercana que la tía Em. Glinda me trajo aquí. Me ayudó a volver a Kansas, hace mucho tiempo, cuando eso era lo que más quería en el mundo. Tenía que encontrarla. Tenía que ayudarla. Ni siquiera Ozma—siendo una adorable amiga como podía ser—se pondría en mi camino.
La noche antes del baile, entré en mi habitación. Sabía que era importante tener un buen sueño reparador, pero había tanto en mi mente que era imposible callarlo. Toto se encontraba acurrucado en una esquina, dormido, soñando sobre lo que sea que los perros sueñen. Sin tener siquiera que pensar sobre ello, usé mi magia para quitarme el vestido; para desabrochar los lazos que mantenían mi pelo en una trenza. Envié los lazos a la deriva a una esquina de la habitación, donde los dejé caer en una desordenada pila. Dejé que un etéreo camisón
bajase por mi cabeza. Mis zapatos, claro está, se quedaron puestos. Nunca me los quitaba. No podría, ni aunque lo intentara. Levité del suelo, y floté hasta la cama, dejándome caer suavemente en el colchón, que era tan suave como las nubes. Empecé a dormirme, sin siquiera molestarme en taparme con las sabanas. En cambio, me envolví en magia, como si fuese una pesada colcha. Mientras me envolvía, me sentí feliz y contenta—y más vacía de lo que nunca me había sentido. Mañana era la fiesta. Me encontraba en Oz, y habría una fiesta por mí. Había conseguido exactamente lo que quería, y aun así, no era suficiente. Había querido. Y ahora, quería más. Esa era yo, me di cuenta, mientras me dormía. La cosa de querer más debía de ser una clase de magia—una que tuve desde que fui una niña pequeña. Desde mucho antes que estuviera en Oz. Incluso antes de tener un par de zapatos mágicos, plateados o rojos. Siempre había querido más. Eso es lo que trajo el tornado a mí. Fue lo que me trajo a Oz, en primer lugar. Fue lo que me llevó de vuelta a casa, también, y fue lo que hizo que Glinda me volviese a encontrar, que pasase por las paredes que separaban Oz de nuestro mundo para traerme de vuelta. Ahora que estaba aquí—ahora que tenía mis zapatos, mi magia, mi fiesta—el querer más seguía estando conmigo. Siempre lo estaría. Quería más. Quería lo que Ozma tenía. Lo quería todo.
Traducido por Adriana Tate Corregido por Snow Q
Ozma envió a Jellia Jamba a buscarme en la mañana, para que pudiéramos prepararnos juntas, pero rechacé su ayuda. Este era mi gran día, y quería estar sola, quería tomarme el tiempo para pensar en todo lo que me había traído hasta este lugar, y en lo que el futuro tenía para mí. Para mí. No para la tía Em y el tío Henry. No para Ozma, o para Oz, o para el Espantapájaros o para el Hombre de Hojalata o para León e incluso para la pobre Glinda perdida, sino para mí sola. Así que, pasé el día en mi habitación. Utilizando magia, hice un desayuno ligero de esos maravillosos Huevos de Nada y un poco de leche de Quimera, y después, para el almuerzo, ambrosia y frutas esmeraldas. Me detuve delante del espejo, intentando decidir cómo debería verme para la fiesta. Toto se sentó en la esquina, simplemente observándome, entendiendo, supongo, que me encontraba en mi propio mundo. Me probé cada vestido en mi armario, pero ninguno de ellos se sintió especial. Llamé a Jellia y pedí más, pero todavía sabía que ninguno de ellos sería lo suficientemente bueno. El vestido correcto provendría de la magia, no de la magia de Ozma, sino de la magia de los zapatos. La magia que me pertenecía. Una hora antes de la fiesta, Jellia trajo un vestido más a mi puerta. Este era de Ozma. La falda era verde y holgada, hecha del chiffon más fino, con un corsé adornado con un arcoíris de joyas. Mi querida Dorothy, decía la nota. Mi nueva amiga. Estoy tan feliz de tenerte a mi lado. Coloqué la nota en mi tocador y miré el vestido que Ozma me había regalado, antes de arrojarlo a un lado, a la esquina donde mi pila de los desechados se iba convirtiendo en una montaña. El vestido de Ozma era hermoso, pero no era el vestido que tenía que usar en mi cumpleaños número dieciséis, el día que anunciaría mi regreso oficial a Oz. Ese vestido era lo que ella quería para mí, no lo que yo
deseaba. No quería estar a su lado mientras gobernara a Oz. No era la dama de compañía de nadie. Y, de repente, supe exactamente lo que quería. Ya no me preocupaba por esconder mi magia de ella. ¿Por qué tendría que esconder lo que me pertenecía? Esto era Oz. Todo lo demás era mágico. ¿Por qué yo no debería ser mágica, también? Así que, la invoqué. Ahora, usar magia era una segunda naturaleza para mí. Todo lo que necesitaba hacer era desear y era mío. La habitación se sacudía con energía mientras me detenía delante del espejo. Átomos se reinventaban a sí mismos a mí alrededor. Sentí al mundo dar vueltas ante mi orden silenciosa. La tela se tejió contra mi cuerpo; mi cabello creció aún más, ondulándose, tomando la forma que quería hasta que cayó alrededor de mi rostro en dos perfectas trenzas cobrizas con rizos que rozaban mis hombros. Sentí mi piel hacerse más lisa y más suave. Mis ojos se iluminaron; mis labios se enrojecieron. Mis mejillas se sonrojaron con un resplandor rosado perfecto. Mi vestido tomó forma. Cuando terminé, Toto ladró en señal de aprobación. Me veía justo como quería verme. Lucía como yo misma y a la vez como algo más genial. Alguien llamó a mi puerta. La abrí para encontrar que la tía Em y el tío Henry me esperaban afuera. Jadearon de sorpresa cuando me vieron. —¿Por qué, Dorothy…? —comenzó el tío Henry. Lo vi sonrojarse, y cerró los ojos con fuerza. —Te ves… —comenzó a decir la tía Em. Se quedó sin palabras, también. Una mirada de escándalo apareció en su rostro. Colocó la mano nerviosamente sobre su boca. —Me veo como una princesa —dije. Sabía que era a eso a lo que se referían—. Y no sólo como una princesa. Me veo como la Princesa Dorothy. La Cazadora de Brujas. La Chica que Viajó en el Tornado. La Verdadera Princesa de Oz. Ambos apartaron la mirada. No dijeron nada. No tenían por qué. Era en lo que estaban pensando. —Ahora vayamos a mi fiesta —dije.
—¿Dorothy? —preguntó Ozma con sorpresa cuando entré en el salón de baile, donde la gala recién comenzaba—. Ese no es el vestido que te envié. —Su rostro se veía herido y suspicaz mientras me estudiaba.
Mi vestido era azul de cuadros, justo como el azul de cuadros que llevaba el día que aterricé en Oz. Pero también era diferente. En lugar de ser hecho de esa tela barata e irregular, era de la mejor seda. Los cuadros azules se encontraban cosidos tan sutilmente con brillante hilo dorado, que apenas podías verlo hasta que lo mirabas de cerca. Era corto, más corto que nada de lo que nunca antes usé. Era más corto que cualquier otro vestido que hubiera visto antes, revelando mis largas piernas desnudas. Todo ello no hacía nada más que dirigir la atención hacia los zapatos en mis pies. Brillaban más que cualquier cosa en la habitación: más brillante que la corona de Ozma, o su cetro, o las pequeñas joyas que se encontraban trenzadas a través de su oscuro cabello. —Tu vestido era adorable —dije, despreocupadamente—. Pero no era lo que me imaginé. Hoy es mi día. —Pero, ¿dónde…? —preguntó. Antes de que pudiera terminar la pregunta, pasé a su lado, en dirección al salón de baile, en donde todo el mundo esperaba. Me esperaban a mí. Apenas se veía como un salón de baile en absoluto. El cielo era una brillante galaxia de estrellas adornado con amapolas rojas gigantes, que abrían y cerraban al mismo tiempo que la música, emitiendo una luz celestial reluciente. La pista de baile era una profunda puesta de sol púrpura. La multitud de hadas volaba por todo el salón, llevando bandejas de bebidas y aperitivos. Todo el lugar se hallaba lleno de personalidades extrañas y destacadas en Oz. Algunos de ellos los reconocí por haber escuchado a Ozma hablar de ellos: Se encontraba Policroma, la hija de Arcoíris, envuelta en un vestido diáfano que se veía como si estuviera tejido con el mismo cielo. Retales, la Chica de los Retazos, dando volteretas por el suelo como un derviche girando, riéndose ruidosamente mientras iba. Había una majestuosa rana gigante en un traje de tres piezas, y un hombre con una lámpara de calabaza en lugar de una cabeza. Había Nomes, Munchkins y Winkies, y un hombre y una mujer hechos completamente de porcelana, bailando cuidadosamente separados del resto de la multitud para así no correr el riesgo de quebrarse en pedazos. Giré alegremente a través del salón, deslizándome de un ciudadano de Oz al otro, sonriendo y besando a cada uno en la mejilla a modo de saludo antes de girar al siguiente. Cada uno de ellos me miraba con amor y gratitud. Significaba tanto para ellos. Había hecho tanto por ellos,
muchísimo más de lo que Ozma pudiera alguna vez pensar en hacer. Y todos me querían conocer. Era famosa. Era su héroe. Cuando llegué al Espantapájaros, ya estaba listo para mí. Me tomó entre sus rellenos brazos y me giró alrededor y yo reí, dejando mis pies en el aire mientras la multitud se separaba para darnos paso. La orquesta tocaba un alegre y energético número, y las trompetas resonaron a la vez que el Espantapájaros me lanzaba sobre su cabeza como si fuera ligera como una pluma. Me atrapó, riendo, entre sus brazos cuando descendí antes de girarme por la pista hacia donde el Hombre de Hojalata me esperaba. Mi amigo de metal agarró mi mano, y su palma metálica se sintió más suave y cálida de lo que jamás habría imaginado que fuera posible. Me acercó a su pecho, y la orquesta ralentizó su ritmo a algo más tierno y sentimental. Bailamos el vals recorriendo la pista de baile. Todos los demás detuvieron su propio baile para observarnos. Nos rodearon en un círculo, encantados. Me sentía tan feliz que bailaba en el aire. Literalmente: cuando bajé la mirada, vi que mis pies sobrevolaban a unos centímetros del suelo, mis zapatos mágicos envueltos en una neblina roja, manteniéndome en alto. Nadie lo notó. Se encontraban muy distraídos por el gozo. El León se hallaba sentado en su trasero, listo para tomarme en el próximo baile. Extendió una enorme pata, interrumpiéndonos, e iba a tomarla cuando algo chocó contra mi hombro, con fuerza. Líquido frío y efervescente se salpicó contra mi espalda, y luego escuché el sonido de cristales estrellándose contra el suelo del salón de baile. Cuando me di la vuelta, vi a la tía Em de pie allí con una mirada culpable en su rostro, una copa de cristal quebrada yaciendo en un charco líquido púrpura en el suelo. Volví a la tierra. —Oh, Dorothy, lo siento —dijo tía Em—. No prestaba atención hacia donde iba, y simplemente choqué justo… Levanté una mano para interrumpirla. —Detente —le dije—. Fuiste desconsiderada. Descuidada. Estaba bailando, y tú ni siquiera me mirabas. Todos los demás me observaban. —Extendí mi mano hacia atrás y sentí la humedad en mi vestido—. Pudiste haber arruinado mi vestido. —Estoy segura… —comenzó tía Em. Sus labios comenzaron a temblar. Lágrimas llenaron sus ojos. Siempre odié ver a la tía Em llorar, y ahora lo odiaba aún más. Era como si lo estuviera haciendo para fastidiarme. Como si intentara hacerme sentir culpable en un día en el que debería sentirme nada más que feliz. —Límpialo —le dije.
Me miró con horror sorprendida, sus lágrimas todavía corrían por sus mejillas. —Bueno… estoy segura de que la señorita Ozma le puede pedir a alguien más… —No —dije—. Quiero que tú lo limpies. Inmediatamente. El tío Henry se encontraba a su lado ahora. —Veamos, Dorothy — dijo, tomando el brazo de mi tía—. Esto ha ido demasiado lejos. —Por un momento, parecía que iba a estar enojado, pero luego vio la mirada en mis ojos y la expresión en su rostro cambió rápidamente a una de temor. Se quedó en silencio. —Lím. Pia. Lo —le ordené a tía Em de nuevo. Cuando no hizo ningún movimiento para hacer lo que se le dijo, le quité la decisión de sus manos. Las cosas cambiaron, y los dos necesitaban aprender eso. Yo era su sobrina, y ellos me criaron, pero nos encontrábamos en Oz ahora. Aquí en Oz, no era sólo otra niña de la pradera: exigía respeto. Mis zapatos me insistían que lo hiciera. Podía escucharlos susurrándome al oído en una voz que casi era la de Glinda, pero no del todo. Era baja, insistente y dulce. Era la voz de Oz; la voz de la magia. Era la voz de mi madre. Hazlo, me decía. Enséñales una lección o nunca aprenderán. Muéstrale quien eres. Muéstrales que aquí es donde perteneces. Muéstrales que eres la del poder aquí. Mi cuerpo completo ardía; no sólo mis pies. Cada parte de mí cantaba con el poder del que los zapatos hablaban, y la música de la orquesta se desvaneció a simplemente un murmullo distante, mientras la canción de mi verdadero yo tomaba su lugar. Para esto fue que nací. Todo lo que sucedió antes había estado preparándome para este momento, preparándome para mi destino. Para quien era realmente. Tiré de las cuerdas que controlaban a mi tía, y se inclinó hasta el suelo, a sus manos y rodillas, y comenzó a limpiar el desastre que creó con un trapo mojado que materialicé para ella. —Lo siento tanto, Dorothy —dijo—. Eres tan sabia y hermosa. Soy afortunada de conocerte. De haber sido capaz de haberte mantenido a salvo todos estos años. Por favor, imploro tu perdón. —Y ahora el vestido —dije, y tía Em se levantó, y comenzó a frotar mi espalda con el trapo. Podía haberme limpiado yo misma, con sólo un pensamiento, pero no quería. —Es un gran honor —decía tía Em—. Ser capaz de servirte de esta manera. Luego, Ozma se encontró de pie delante de mí. No la vi acercarse. Se veía diferente de lo que nunca antes la había visto. Esta era mucho más que la Ozma que vi en el laberinto, el día que la conocí. Era
como si hubiese estado escondiendo una parte de sí misma de mí. Ya no se veía como la chica que conocía. Ya no se veía como una chica en absoluto. Su piel ardía y brillaba como el sol; sus ojos verdes eran enormes e iridiscentes. Su cabello aureolaba su rostro en bucles de un negro aceitoso que se enroscaban y torcían como serpientes. Las alas que me mostró en el jardín ese día se revelaron nuevamente, pero eran más grandes ahora, dos veces más grande que su cuerpo, y crepitaban con energía mágica. Parecía un hada, y ni siquiera una princesa de hadas. Se veía como una reina. —Dorothy —dijo. Su voz resonó a través del salón de baile—. Es hora de que te vayas. —No —comencé a decir. Pero las palabras no salieron. Junté mis talones, intentando desesperadamente usar mi magia contra ella. No funcionó. Nada sucedió en absoluto. Mis pies se sentían fríos. Demasiado fríos. Como si la magia hubiera sido drenada de ellos. Y entonces, con todo el mundo en el salón de baile mirando, sentí que me giraba y me alejaba. La había perdido. Había perdido mi magia, perdido todo por lo que trabajé tan duro. No podía defenderme… Ozma me contralaba. —¡Espera! —gritó el Espantapájaros. Descubrí que no le podía responder. Antes de que supiera lo que sucedía, me encontraba de regreso en mi habitación, donde caí en un sueño profundo.
Traducido por Issel Corregido por Daniela Agrafojo
Me levanté para encontrar a la tía Em sentada al borde de la cama. Había abierto las ventanas, y penetraba la luz, emitiendo su silueta. La brisa golpeó mi cara. Olía como grama, suciedad y lluvia. Olía a casa. Por un segundo, pensé que nos encontrábamos de vuelta en Kansas, y que todo había sido un sueño. Siempre odié cuando las historias terminaban de esa forma. —Dorothy —dijo tía Em. Me froté los ojos, aun desorientada, y traté de recordar la noche pasada. Se hallaba borrosa en mi memoria. Hubo algún tipo de fiesta, y bailaba con el León y… Oh. Coloqué la almohada sobre mi cabeza y gruñí, tratando de bloquearlo todo. Si tan solo pudiera volver a dormir, quizás todo estaría bien. —Dorothy —dijo tía Em de nuevo. Alejó la almohada. Traté de agarrarla, pero la sostuvo a un brazo de distancia—. Es casi mediodía. —Necesito dormir —dije—. Creo que comí algo que no debía anoche. No me siento bien. Puso un mechón de cabello detrás de mi oreja y me miró. Esperé que estuviera enojada, pero había algo tierno en su expresión. —Lo sé, cariño —dijo—. Sabes, no estás en problemas. Me senté lentamente y me desplomé contra el cabecero tapizado de seda. —¿No lo estoy? —pregunté cuidadosamente. —Claro que no. Todos sabemos que no querías hacer nada de eso. —¿Lo saben? —Sí, cariño. Tu tío y yo hemos tenido una larga conversación sobre esto con Ozma, todos estamos de acuerdo en que no eres culpable. Que son esos zapatos. Te han estado haciendo algo. Algo terrible. —No son…
—Solo pensamos que es momento de que volvamos a casa. Ya nos hemos quedado aquí por mucho tiempo. —¡No! —Salté de la cama y tiré de la bata de brocado que cubría el sillón junto a la ventana—. ¿No lo ves? —pregunté molestamente—. Es ella. Ozma. Los está haciendo pensar que hay algo mal conmigo, cuando la verdad es que tiene miedo de que sea más poderosa de lo que ella es, y ahora quiere deshacerse de mí, justo como se deshizo de Glinda. Bueno, la princesa no siempre puede conseguir lo que quiere. No me iré a ningún lado. Cuando me giré, Ozma se encontraba de pie en la puerta. A la luz de la mañana, usando un simple vestido blanco recto, lucía como una niña pequeña más que nunca. —Tienes razón —dijo con tristeza—. Sobre una cosa, al menos. Tenía miedo de Glinda. Ella estaba acostumbrada a conseguir lo que quería aquí, sabes. Trataba de manipularme. Tenía que enviarla lejos. Oz ya ha visto demasiados gobernantes crueles. Si Glinda hubiera conseguido lo que quería, yo habría sido otra. No podía dejar que eso pasara. —Ahórratelo —dije—. No creo nada de lo que dices. Me has estado engañando todo el tiempo. Tratando de hacerme pensar que eres esta pequeña niña buena e inocente, cuando en realidad eres justo como las brujas, solo quieres Oz para ti misma. Ozma negó tristemente. —¿No lo ves? Cuando no pudo controlarme, pensó que podría ser capaz de controlarte a ti. Así que, te envío esos zapatos, y te trajo aquí para que hicieras el trabajo por ella. Y está funcionando. —¡Estás mintiendo! Glinda me envió los zapatos porque sabía que yo era la única que podía salvarla. Que es exactamente lo que voy a hacer. No sabía por qué siquiera me molestaba en hablar con ella. Todo podía resolverse con un simple golpe de mis zapatos. Todo lo que tenía que hacer era limpiar la mente de Ozma. Lo hice una vez, y podía hacerlo de nuevo. Traté de evocar un hechizo, pero donde se hallaba mi magia una vez, todo lo que encontré fue un profundo y doloroso vacío. Un hambre. Me había acostumbrado a tenerla, incluso si no siempre podía usarla, siempre se encontraba ahí. Consolándome, protegiéndome. Alimentándome. Ahora no estaba. Miré hacia abajo, con pánico. Mis zapatos aún se hallaban en mis pies. Eran tan rojos, brillantes y hermosos como siempre. Pero donde una vez se sintieron vivos—como una parte de mi cuerpo, tan importantes como mis brazos y piernas—ahora tan solo se sentían pesados y separados. Solo dos zapatos ordinarios con tacón alto.
Ozma me dio una media encogida de hombros y apartó la mirada cuando vio la expresión perturbada en mi cara. —Lo siento —dijo ella—. No puedo quitarte los zapatos. Cualquier hechizo que te une a ellos ya está completo, y magia como esa es irreversible, incluso para mí. Pero puedo bloquear tu acceso al poder que poseen. Y lo he hecho. No quería. Pensé que quizás serías capaz de manejarlo, que quizás eras lo suficientemente fuerte para resistir la corrupción. Eres Dorothy, después de todo. Si alguien puede luchar contra la manipulación de Glinda, eres tú. Pero la Hechicera es poderosa y despiadada. No sobrevivió a las otras brujas jugando limpio, sabes. —Nadie podría haberse resistido —dijo tía Em. Se había levantado de mi cama y caminado hacia mí, colocando una mano en la parte baja de mi espalda. Suponía que con esto quería consolarme, pero la aparté—. Es demasiado tentador —dijo—. No es tu culpa, Dorothy. Lo veras, algún día. Esto es por tu propio bien. Es momento de regresar a Kansas. —¡No! —grité, girándome con ira, buscando algo, cualquier cosa, que pudiera usar contra la princesa. Pero era demasiado tarde. Ozma movió su cetro y mi alcoba de palacio se desvaneció.
Cuando el mundo se formó de nuevo, me encontré de pie en medio de un interminable campo de ondulante grama verde. Me sentía mareada y con nauseas, y luchaba para mantenerme de pie. ¿Era esto Kansas? ¿Fue tan sencillo deshacerlo todo? No. Todavía estábamos en Oz, Ciudad Esmeralda aún era visible en la distancia, y Ozma aún se encontraba de pie en frente de mí. La tía Em también estaba aquí, tropezando un poco a mí alrededor por la transición, y tío Henry se hallaba a unos pasos de distancia, sosteniendo a Toto en sus brazos. Tan pronto como mi pequeño terrier me vio, se sacudió del agarre de mi tío y corrió hacia donde yo me encontraba, luchando por mantenerme en pie. Toto rodeó mis tobillos, olfateando mis zapatos con confusa preocupación. Podía ver que faltaba algo. —Me siento en verdad terrible —dijo tío Henry—. No vas a creerme, pero sé lo mucho que querías estar aquí. Espero que puedas entenderlo, algún día. —Enviarte a casa no es sencillo —dijo Ozma—. En verdad, no supe cómo hacerlo por un tiempo, es poco lo que se conoce sobre las paredes que separan tu mundo del nuestro. Necesitaba encontrar algo que ya conociera el camino. No sabía de lo que hablaba, y no me importaba. Todo lo que quería era encontrar una manera de detenerla.
—Cuando llegues a Kansas, ninguno de ustedes recordará nada de esto. Creo que es mejor así. Solo parecerá un placentero y lejano sueño. Algo que le sucedió a alguien más en una historia. —¡No! —grité una vez más, arremetiendo hacia ella. Podía haber cortado mi magia. Pero aún tenía dos manos, y las usaría para estrangularla si eso era lo que necesitaba para quedarme aquí. Pero antes de poder alcanzarla, levantó su cetro, y me estrellé contra una pared. La golpeé y la arañé, pero mis puños se movieron inútilmente contra la barrera invisible. —Siempre te estaré agradecida, Dorothy —dijo Ozma, ignorando mis gritos—. Salvaste Oz. Y siempre pensaré en ti como una amiga. Con eso, Ozma lazó su cabeza hacia atrás y levantó su cetro hacia el cielo. Sus alas se materializaron, y se levantó en el aire mientras una columna de luz cegadora caía desde las nubes, y surgió a través ella. Comenzó a brillar tanto que era apenas visible, solo era una vaga bola ardiente de radiación. Incluso en mi furia, no pude evitar sentirme impresionada. Había conocido brujas, hechiceras y magos, pero nunca había conocido a alguien que se pudiera convertir a sí misma en una estrella. El tío Henry puso su brazo alrededor de la tía Em. Incluso Toto se sentó sobre sus patas traseras y miró hacia arriba, maravillado Mientras Ozma emitía su hechizo, el viento azotaba a través de las copas de los árboles. Nubes oscuras se arremolinaron. Parecía como si viniera una tormenta. La luz cambió; el cielo a nuestro alrededor era ahora una enfermiza tonalidad verde pálida. En ese momento, sentí algo sucediéndome. Mis pies comenzaron a hormiguear, y luego el resto de mi cuerpo hormigueaba también, hasta que estuve casi vibrando con poder. Nadie se dio cuenta de lo que pasaba. Ozma debía estar demasiado consumida con su propio hechizo para darse cuenta de que cualquiera que fuera la barrera que colocó en mis zapatos, se estaba derrumbando. No debía ser capaz de mantener los dos hechizos a la vez. Mi magia regresaba. En la distancia, la vi acercándose. La vieja casa—la choza que me trajo a Oz—volaba a través del cielo, girando como un trompo mientras se acercaba, haciéndose más grande y cercana a cada segundo. A eso era lo que Ozma se refería por algo que ya supiera el camino. Iba a colocarnos a todos de vuelta en esa horrible y destartalada casa e iba a hacerla llevarnos de nuevo a Kansas.
No iba a espera por esto. Mis zapatos apretaron mis pies tan fuerte que dolían. Todo sucedió muy rápido. Las cosas importantes siempre parecían hacerlo, ¿o no? La casa se inclinaba a través del cielo, viajando más rápido de lo que creí posible, y luego se encontró justo sobre nuestras cabezas y comenzó a revolotear en su lugar mientras hacía su descenso. Mi cabello azotaba contra mi cara; todo mi cuerpo se retorcía de miedo, ira y poder. Más poder del que jamás había sentido. Más de nada que hubiera sentido antes. No sabía por cuánto tiempo duraría. Tenía solo una oportunidad. Y, en realidad, ni siquiera pensé en lo que estaba haciendo. Sólo sabía que tenía que hacer algo. Así que, me agarré de la furia y la desesperación. Evoqué cada onza de magia que pude encontrar, y la tomé. Así era como se sentía en verdad. Se sentía como si estuviera alcanzando la casa con manos gigantes y la estuviera alejando de los embragues mágicos de Ozma. Era sencillo. Solo la levanté y la lancé hacia ella, envié la casa precipitándose hacia la princesa como si estuviera lanzando un puñado de alimento de pollo en el suelo para la señorita Millicent. Ozma la vio venir un segundo demasiado tarde. Justo antes de que estuviera a punto de golpearla, la columna de luz que la sostenía se disipó, y su cuerpo regreso a ella. Gritó, con su cabello negro moviéndose a su alrededor mientras sus alas aleteaban furiosamente. Actuando por instinto, colocó sus brazos al frente para protegerse. Un escudo verde brillante se materializó en frente de ella. Como dije, sucedió rápido. Demasiado rápido para que yo pudiera reaccionar. La casa se estrelló contra el campo de fuerza de Ozma. Pero no se rompió. En vez de eso, rebotó con un estruendoso choque y se fue navegando graciosamente por el aire, directo a donde mi tía y mi tío se hallaban de pie, congelados en su lugar. —¡Dorothy! —grito la tía Em, viéndola venir hacia ella. —Has alg… —gritó el tío Henry. Toto dejó escapar un aullido, y levanté mi mano, preparando otro hechizo para detenerla, pero incluso mientras lo hacía, supe que fui un segundo demasiado lenta. Cuando el polvo se aplacó, la casa se había estrellado contra la tierra, aun en una pieza, y todo lo que era visible de mi pobre tía Em eran sus dos pies saliendo de debajo de nuestro viejo porche delantero.
Traducido por Zafiro Corregido por Val_17
Silencio. Terrible, espantoso, horrible silencio. Sólo era interrumpido por el sonido de mi voz quebrándose. —¡Tía Em! —grité—. ¡Tío Henry! No hubo respuesta. Sabía que no la habría. Caí al suelo delante de la casa, los sollozos atravesando mi cuerpo. ¿Qué he hecho? Ella estaba muerta. El tío Henry estaba muerto. Las lágrimas rodaban por mi cara. Mi garganta se cerró. Dolía tanto. Ellos eran mi única familia. Me habían amado, a pesar de todo. Me atraganté con mis lágrimas. ¿Por qué incluso los había traído aquí? Debería haberlos dejado en Kansas, donde habrían estado a salvo. Y felices. No pidieron venir. Todo lo que habían deseado era volver a casa y no se los permití. No. No fue mi culpa. Era de ella. Ella les había hecho esto. Me estremecí con rabia cuando vi a Ozma, de espaldas en el suelo, arrastrándose para levantarse desde donde hizo su propio aterrizaje forzoso. Las nubes se espesaron, poniéndose más oscuras sobre mí. Mis zapatos abrazaban mis pies como una prensa, brillando como si estuvieran hechos de un rayo rojo. Ozma me miró aturdida. —Tú hiciste esto —chillé—. ¡Tú los mataste! Caminé hacia ella, la rabia quemándome viva. Se sentía bien odiarla tanto. Natural. Pequeñas horquillas de relámpagos parpadeaban fuera de los zapatos mientras vibraban con un pulso mágico. Pero los tacones no estaban vivos. Yo sí. El pulso eran los latidos de mi corazón. Su magia era parte de mí ahora.
Se me escapó un grito cuando otra oleada mágica atravesó mi cuerpo. Me sentí como si estuviera a punto de estallar en llamas mientras caminaba constantemente hacia Ozma, gritando más fuerte y con más angustia que los Árboles Gritones en el Bosque del Miedo. Se tambaleó hacia atrás mientras me apresuraba hacia ella. Su rostro se contrajo con miedo. —¡No, Dorothy! ¡Por favor! ¡No dejes que te controle! ¡No cedas a ello! —Demasiado tarde para eso, Princesa —grité. A medida que lo decía, sentí a todo Oz gritando conmigo. —Por favor, cálmate. No tienes idea de lo que estás haciendo. Aún puedes salvarte. Piénsalo. Con un rugido más fuerte que el de León, desaté hasta la última gota de magia que estuvo construyendo imparablemente dentro de mí desde que llegué a Oz. Era maravilloso. Surgía de mi cuerpo, fluyendo violentamente como mil ríos en cascada y rompiendo en la orilla. Se drenó desde la tierra y el cielo, a través de mí y directo hacia ella. Gritó cuando la golpeé con pura energía, corrientes de rayos púrpura, verde y rojo impactando y chispeando al chocar contra el suelo a nuestro alrededor una y otra y otra vez. No se defendió. Tal vez no podía, tal vez había usado todo lo que tenía convocando mi casa. O tal vez no quería. Tal vez estaba demasiado asustada. No lo sabía y no me importaba. Sólo la quería muerta. La quería herir. Pero no murió. Cuando había utilizado todo lo que pensé que tenía, estaba segura de que la vería tendida en el suelo en un destrozado montón sangriento. Pero Ozma se puso de pie. Fácilmente, de manera fluida, como si no fuera nada. Era más poderosa de lo que me di cuenta. Ella había cambiado. No la lastimé ni un poco. Podría incluso haberla hecho más fuerte. Todo el cuerpo de Ozma adquirió el color de la medianoche y las sombras. Se veía viva, como si hubiera humo negro agitándose justo debajo de su piel. Sus ojos eran huecos, cuevas doradas; su cetro era un rayo que se extendía en las espesas nubes por encima. —No tienes idea de lo que soy —gritó con un centenar de voces—. Soy la sangre de Lurline y la hija de la Antigua Flor. Soy la primera y la última, y la intermedia. Soy Oz.
Golpeó su cetro en la tierra, y un enjambre de polillas negras salieron estallando de él. Volaron hacia mí, golpeándome, aferrándose a mi piel, tratando de succionarme la vida. Pero, los zapatos me protegieron. Sin siquiera intentarlo, me envolvieron con una luz roja, y las polillas se quemaron como si yo fuera una vela por cuya llama fueron atraídas en la oscuridad. Recobré mi compostura. Ozma me lo había quitado todo. Todo lo que me importaba, o que alguna vez me importaría. Se había llevado a Glinda, a mi tía y tío, y mi magia. Había tratado de arrebatarme mi reino. —Soy Dorothy —grité de vuelta. Cerré los ojos y golpeé mis talones tres veces, pidiéndole a la Tierra de Oz que me llenara de oscuridad y poder y todos los encantos que poseyera. Lo hizo. Todo salió rebosando de mí. Esta vez, fue algo más que magia. No eran sólo los zapatos trabajando. Era yo. Era la razón por la que fui traída aquí en primer lugar. Era la razón por la que había sido traída de regreso otra vez. Era ese anhelo que conocí toda mi vida. Toda esa esperanza de que había algo mejor por ahí, algo que podría ser mío y sólo mío. Ozma no era rival para ello. Ella nunca había sentido nada igual, no lo creo. Tuvo todo esto, y ni siquiera le importó. Pero a mí me importaba. Lo quería. Quería más. Mi deseo era un tornado que se retorció para salir de mi cuerpo y bailó hacia la princesa, atrapándola en su embudo, levantándola en el aire tan fácilmente como si fuera una pluma. Ella gritó y luchó contra eso, pero no existía nada que pudiera hacer. Era inútil. Era impotente frente a mí. Podría haber sido la Verdadera Princesa, la delicada flor de durazno y la sangre de cómo-se-llame, pero yo era la chica que montaba el ciclón, la chica que asesinó a las brujas. Me habían traído aquí en contra de todo pronóstico, no una vez, sino dos veces. No me negaría. Dentro del cono del torbellino, observé tranquilamente como la forma oscura de Ozma comenzó a desmoronarse en una espantosa explosión de negro y dorado. Era como si se estuviera desenredando. Como si se estuviera derritiendo. Y entonces, se había ido. Por tercera vez, Oz me había elegido.
El cielo volvió a la normalidad. Todo se hallaba tranquilo. La tormenta que convoqué, se desvaneció en la distancia. Era como si nada hubiera ocurrido, excepto que mi cabeza palpitaba y todos mis miembros dolían por el agotamiento. Y la vieja casa de campo aún se encontraba allí, invencible y mayormente imperturbable, con los pies de mi pobre tía todavía sobresaliendo por debajo. Aparté la vista. No podía soportar la visión de ello. Entonces mis ojos la vieron. Ozma yacía en el suelo, su corona golpeada de su cabeza y su cetro a tres metros de distancia. Su vestido manchado de sangre y suciedad, su cara amoratada e hinchada. Pero respiraba. Se sentó y miró a su alrededor. Di un paso hacia delante, dispuesta a seguir luchando. Lista para hacer lo que fuera necesario. Entonces, vi que sonreía. Tampoco era una sonrisa normal. Era aturdida y desierta y sus ojos estaban vacíos, como viejos mármoles deslucidos. Me miró y ladeó la cabeza. —¿Quién eres tú? —preguntó estúpidamente. Bajé los brazos. —¿Ozma? Soltó una risita tonta. La señalé y traté de llamar más magia. Sólo un poco más, lo suficiente para extinguirla de una vez por todas. Pero todo lo que salió de mis dedos fueron algunas inútiles chispas rojas que se desvanecieron tan rápidamente como llegaron. Lo había usado todo, por ahora, me imaginé. Necesitaría un tiempo para recargar. Ozma no parecía entender que no era exactamente su amiga. Aplaudió. —¡Oh, eso es bonito! —exclamó—. Hazlo de nuevo. Antes de que pudiera intentar cualquier cosa, un agudo ruido de ladridos llenó mis oídos. —¿Toto? —Me di la vuelta. En toda la conmoción, me había olvidado de mi perro, y cuando lo busqué, vi a Glinda de pie allí, al lado de la casa de campo. Su vestido rosa parecía que estaba hecho de la misma puesta de sol; sus ojos eran amables y gentiles. Se agachó para acariciar a mi Toto, que saltaba arriba y abajo con alegría a sus pies, y cuando se levantó, me vio y sonrió, recogiendo la falda de su vestido y corriendo a través de la hierba para saludarme.
—¡Dorothy! —gritó, su voz fuerte, dulce y alegre—. Mi hermosa, poderosa y enojada Dorothy. Sabía que podía contar contigo, y no me equivoqué. ¡Solo mira cuánta razón tenía! Hizo un gesto hacia Ozma, que tenía los brazos extendidos y daba vueltas alrededor, mareándose mientras se reía y tropezaba, ajena a todo lo que pasaba. —¿Qué le hice? —pregunté. —Oh, hiciste lo que tenías que hacer —dijo Glinda con un encogimiento de hombros—. No podías matarla. No creo que sea posible matarla, al menos no sin destruir Oz. ¡Pero aun así, ding dong, como dicen! Glinda echó la cabeza hacia atrás y soltó una larga y melodiosa carcajada. Estaba un poco confundida. —¿Qué quieres decir? —le pregunté. —Piénsalo de esta manera —dijo Glinda, cuando dejó de reír—. Has tomado el poder de Ozma y lo has devuelto a la tierra. De regreso a Oz, donde pertenece. Ella trataba de acaparar todo para sí misma, ya sabes, ese ha sido su objetivo desde el principio. Es por eso que me odiaba, y por lo que quería tanto tus zapatos. Sólo quería acaparar la magia, como las hadas siempre lo hacen. —Pensé que las hadas le dieron su magia a Oz. —Oh, te dijo esa vieja tontería, ¿verdad? Estoy segura de que no le creíste. Estas hadas son pequeñas criaturas codiciosas. Ella simplemente no podía soportar ver a alguien más con una sola gota de magia. Hiciste lo que tenías que hacer. Hiciste lo correcto. Y Oz te lo agradecerá, algún día. Por ahora, tendrás que conformarte con mi agradecimiento. Me salvaste, Dorothy. No puedes imaginar lo horrible que fue para mí ser encerrada así. —¿Cómo lo hice…? —Una vez que te encargaste de Ozma, la prisión en la que me había mantenido dejó de existir. ¡Puff! Sólo así. Por supuesto, vine a buscarte de inmediato. He estado muy preocupada por ti todo este tiempo. Es un milagro que fuera capaz de conseguirte esos zapatos en absoluto. Pero ya sabes, incluso toda encadenada, incluso en la más oscura de las mazmorras, esta vieja chica tenía algunos trucos bajo la manga. —Meneó una ceja hacia mí y se echó a reír de nuevo, pero esta vez extendió los brazos y me hizo un gesto. ››Oh, ven aquí, querida tontita. —Tan pronto como lo dijo, caí sin esfuerzo en su abrazo y de repente, me encontré sollozando mientras me apretaba contra su pecho. —Mi tía —logré decir a través de mis lágrimas—. Mi tío…
Glinda me sostuvo. Besó mi cabeza y me apretó con más fuerza. Tía Em me había abrazado antes, y por supuesto sabía que me amaba, pero siempre hubo cierta distancia entre nosotras. Ella nunca quiso tener hijos, y a pesar de que hizo su mejor esfuerzo conmigo, siempre supe que no era gran parte de su plan. Ahora, mientras Glinda me besaba, abrazaba y acariciaba mi cabello, me pregunté si finalmente sabría lo que era tener una madre. —Cariño —dijo amablemente—. Lamento tanto lo que les sucedió. Pero simplemente no se pudo evitar. Y, ¿sabes qué? —¿Qué? —pregunté, mientras me soltaba y daba un paso atrás. Tomó mis brazos, manteniéndolos a mis costados, y miró amorosamente mis ojos. —Ahora tendrás una nueva familia. Una familia que te ama más de lo que imaginas. —¿Quién? —pregunté. —¡Quién, yo, por supuesto, gansa tonta! Y el Espantapájaros, el León, el Hombre de Hojalata, y, oh, casi todo el mundo en Oz, me imagino. Estás por ser su nueva princesa, sabes, y seguro serás la chica más querida de la tierra, en poco tiempo. ¡Si ya no lo eres! —¿Voy a ser princesa? —pregunté. —¿Quién más podría ser? —preguntó Glinda—. ¿Ella? —Apuntó a Ozma, que estaba arrodillada en la hierba, olfateando con curiosidad un parche de ranúnculos—. Bueno, ellos todavía la llamarán su princesa, supongo. Todo eso de la magia de hadas hace que sea inevitable. ¡Bla-blabla! Pero como puedes ver, no va a ser buena para mucho a partir de ahora. Cuando volvamos al palacio, me encargaré de que emita un decreto haciéndote Princesa Adjunta y Protectora de la Corona. No será demasiado difícil. La pondremos con algunas muñecas y juguetes y la dejaremos correr libre en sus propios aposentos mientras tú te sientas en el trono y haces todo el importante trabajo principesco. Con mi ayuda y orientación, por supuesto. La olvidaran por completo muy pronto; la gente de Oz tiene mala memoria, benditos sus corazones. Y absolutamente adoran un nuevo monarca. ¡Oh, la coronación que haremos para ti! Miré a Ozma y Glinda, y luego hacia la granja. No estaba segura de nada de esto. Los pies de la tía Em apuntaban lejos el uno del otro en ángulos extraños. Vestía las mismas ordinarias botas de cuero que había llevado en la granja, pese a todos los nuevos zapatos lujosos que le fueron ofrecidos aquí, se negó a renunciar a ellas. Glinda vio la duda en mis ojos. Frunció el ceño con simpatía. — Pobre de ti. Siempre fuiste un gorrión sentimental.
Agitó su mano hacia la casa. —¡Puf! —dijo, y tan pronto como la palabra salió de sus labios, mi antigua casa—junto con mi tía y mi tío— desaparecieron en una lluvia de burbujas rosadas, como si nunca hubiera habido nada allí. Sentí un peso levantarse de mis hombros. Sentí que mis sollozos se suavizaban. —Ya está, ¿no se siente mejor? —Lo hace —dije. Tan pronto como los recordatorios se fueron, todo lo que sucedió en el último par de semanas se sintió muy lejano. —No importa de dónde vienes —dijo Glinda—. También vengo de algún lugar, sabes. Algún lugar no muy diferente de Kansas. Te contaré la historia algún día, ¡si puedes posiblemente soportar el aburrimiento! —Me gustaría eso —dije en voz baja. Glinda me sonrió. —Bueno. Muy bien. Ahora, ¿por qué no dejamos toda esta inútil tristeza atrás y volvemos al palacio? Tenemos que escogerte una linda corona. —Puso su brazo a mí alrededor—. ¿No suena como una buena idea? Lo hacía. Realmente lo hacía. Glinda se giró hacia Ozma. —Tú también, querida —dijo, y la princesa correteó hasta nosotras, casi tropezando con sus propios pies—. ¡Ustedes dos pueden ser como maravillosas hermanas! Ozma asintió con entusiasmo y tomó mi mano. Glinda guiñó un ojo con complicidad. —Bueno, tal vez más como primas lejanas —me dijo en un susurro. Puso su brazo alrededor de mi hombro, y comenzamos la caminata de regreso a la Ciudad Esmeralda. ››Ahora —dijo Glinda—, debes contarme todo acerca de tus aventuras. Tuve la oportunidad de ver algunas de ellas mientras las tenías, pero tengo que decir que todo llegó un poco confuso. Como escuchar una radio con una antena rota. Miré por encima del hombro. La casa se había ido. Mis tíos se habían ido. Ozma aleteaba los brazos mientras saltaba sin rumbo por los campos. Ella no sería mucha compañía. Pero Toto corría detrás de nosotras. Y tenía a Glinda y todos mis amigos en el palacio. Tenía mi reino. Mis zapatos enviaron una feliz ola de magia a través de mi cuerpo, y, en un impulso, agarré un puñado de ella y la arrojé hacia el cielo azul, donde estalló en fuegos artificiales rosados y dorados.
—¡Esa es mi chica! —exclamó Glinda con orgullo—. Oh, no puedo esperar para mostrarte lo que realmente puedes hacer con eso. Naciste para ser una hechicera, sabes. Era demasiado bueno para ser verdad. Era casi como si Kansas fuera sólo un sueño y estuviera despertando en una maravillosa nueva mañana donde todo era brillante, soleado y lleno de vida. Dicen que no puedes volver a casa. Bueno, soy la prueba de que no es cierto. El hogar no es solo donde naces, es donde perteneces. Encontré mi hogar y lo dejé ir. Pero volví. Ahora estaba en casa indefinidamente, y nunca, jamás cometería el error de dejarla de nuevo. El pasado se había ido para siempre. No había ningún lugar como aquí.
Traducido por Nikky & Issel Corregido por Lizzy Avett’
La primera vez que descubrí que era basura fue tres días antes de mi noveno cumpleaños—un año después de que mi padre perdió su trabajo y nos mudamos a Secaucus para vivir con una mujer llamada Crystal, y cuatro años antes de que mi madre tuviera un accidente de auto, comenzara a tomar pastillas, y empezara a llevar solamente pantuflas en lugar de zapatos normales. Fui informada que era una basura en el patio de juegos por Madison Pendleton, una chica en un conjunto rosado que pensaba que era importante porque su casa tenía un baño y medio. —Basura de remolque de Salvación Amy —dijo a las otras chicas en las barras mientras yo estaba colgada boca abajo por mis rodillas y sin molestar a nadie, mis coletas raspando la arena—. Eso significa que no tiene nada de dinero y que todas sus ropas están sucias. No deben ir a su fiesta de cumpleaños o también se ensuciaran. Cuando llegó mi fiesta de cumpleaños ese fin de semana, resultó que todo el mundo había escuchado a Madison. Mi mamá y yo estuvimos sentadas en la mesa de picnic en el Área de Recreación Dusty Acres de la Comunidad Móvil usando nuestros tristes pequeños sombreros de fiesta, nuestra torta de hoja acumulando polvo. Fuimos apenas las dos, igual que siempre. Después de una hora esperando que alguien finalmente apareciera, mamá suspiró, me sirvió otro vaso grande de Sprite, y me dio un abrazo. Me dijo que, no importaba lo que alguien en la escuela dijera, un remolque era donde vivía, no quién era yo. Me dijo que esa era la mejor casa en el mundo, ya que podía ir a cualquier sitio. Incluso desde niña, fui lo suficiente inteligente como para señalar que nuestra casa se hallaba sobre bloques, no ruedas. Su movilidad resultó gravemente exagerada. Mamá no tuvo una respuesta ingeniosa para eso. Le tomó hasta cerca de Navidad de ese año, cuando estábamos viendo El mago de Oz en la gran televisión de pantalla plana—la única
cosa física que quedó de nuestra vieja vida con papá—para llegar con una mejor respuesta para mí. —¿Ves? —dijo, señalando hacia la pantalla—. No necesitas ruedas en tu casa para llegar a un lugar mejor. Todo lo que necesitas es algo para darte ese empujoncito extra. No creo que ella creyera eso incluso entonces, pero al menos en aquellos días todavía se preocupaba lo suficiente como para mentir. Y a pesar de que nunca he creído en un lugar como Oz, creí en ella.
Eso fue hace mucho tiempo. Mucho ha cambiado desde entonces. Mi mamá casi no era la misma persona ya. Por otra parte, tampoco yo. No me moleste en intentar hacer que le gustase a Madison ahora, y no iba a llorar por una torta. No iba a llorar, y punto. Hoy en día, mi mamá estaba demasiado perdida en su propio pequeño mundo como para molestarse en animarme. No dependía de nadie y llorar no valía la pena el esfuerzo. Lágrimas o no lágrimas, sin embargo, Madison Pendleton todavía encontraba la forma de hacer mi vida miserable. El día del tornado— aunque no sabía que el tornado se acercaba aun—ella se encontraba encorvada contra su casillero después del quinto periodo, frotando su enorme panza de embarazada y susurrando con su mejor amiga, Amber Boudreaux. Descubrí hace mucho tiempo que era mejor simplemente ignorarla cuando pudiera, pero Madison era el tipo de persona que era bastante imposible de ignorar, incluso en circunstancias normales. Ahora que se encontraba embarazada de ocho meses y medio, era realmente imposible. Hoy, Madison llevaba una diminuta camiseta que apenas cubría su vientre. Decía, ¿Quién es tu mami? sobre sus tetas en un cursivo rosado brillo. Hice mi mejor esfuerzo para no mirar mientras me escabullía de ella en mi camino a Español, pero de alguna manera sentí mis ojos deslizándose hacia arriba, más allá de su vientre a su pecho y luego hasta su rostro. Algunas veces, no podía evitarlo. Ya me miraba fijamente. Nuestras miradas se encontraron por un pequeño instante. Me congelé. Madison miró. —¿Qué estás mirando, Basura de Remolque? —Oh, lo siento. ¿Estaba mirando? Sólo me estaba preguntando si eras tú la madre adolescente que vi en la portada de Star esta semana. No era así como intentaba ir tras Madison, pero a veces mi sarcasmo tomaba vida propia. Las palabras simplemente salían. Madison me dio una mirada vacía. Resopló.
—No sabía que podías permitirte una copia de Star. —Se volvió hacia Amber Boudreaux y dejó de frotar su estómago sólo el tiempo suficiente para darle una palmadita—. Celos de Salvación Amy. Siempre ha tenido un flechazo por Dustin. Desea que este fuera su bebé. No tenía un flechazo por Dustin, definitivamente no quería un bebé, y absolutamente no quería al bebé de Dustin. Pero eso no impidió que mis mejillas enrojecieran. Amber explotó su goma de mascar y sonrió con una malvada sonrisa. —Sabes, la vi hablando con Dustin en el tercer periodo —dijo—. Estaba siendo toda coqueta. —Amber hizo un puchero y empujó su pecho hacia adelante—. Oh, Dustin, te ayudaré con tu álgebra. Sabía que estaba enrojeciéndome, pero no sabía sí era por vergüenza o ira. Era cierto que dejé que Dustin copiara mi tarea de matemáticas más temprano ese día. Pero tan lindo como Dustin era, yo no era tan estúpida como para pensar que alguna vez tendría una oportunidad con él. Era Salvación Amy, la chica plana basura de remolque cuyas ropas eran siempre un poco demasiado grandes y muchas veces de tiendas de segunda mano. Quien no tenía un verdadero amigo desde tercer grado. No era el tipo de chica por la cual Dustin iba, con o sin la existencia de Madison Pendleton. Él había sido mi "préstamo" de algebra casi todos los días durante todo el año. Pero Dustin nunca me miraría así. Incluso con veinte kilos de embarazada, Madison brillaba como las palabras sobre su gran pecho. Había brillo incrustado en su sombra de ojos, en su brillo labial, en su esmalte de uñas, colgando de sus orejas en aros hasta los hombros, colgando de sus muñecas en ostentosas pulseras. Si las luces se apagaran en el pasillo, ella podría iluminarlo como una bola de discoteca humana. Al igual que un destello humano. Mientras tanto, el único color que yo tenía para ofrecer estaba en mi cabello, que lo teñí de color rosa hace apenas unos días. Era toda bordes afilados y pronunciados ángulos—palabras que salían demasiado rápido y en los momentos equivocados. Y encorvada. Si Dustin estaba en las cosas brillantes como Madison, nunca estaría interesado en mí. No sé si me encontraba exactamente interesada en Dustin, tampoco, pero teníamos una cosa en común: ambos queríamos salir de Mission, Kansas. Durante un tiempo, había parecido como que Dustin iba a hacerlo, también. Todo lo que necesitas algunas veces es un empujoncito. A veces es un tornado; a veces es el tipo de brazo derecho que te consigue una beca de futbol. Él había estado listo para irse. Hasta hace ocho meses y medio, es decir.
No sabía lo que era peor: tener tu oportunidad y meter la pata, o nunca haber tenido una oportunidad en primer lugar. —No estaba... —protesté. Antes de que pudiera terminar, Madison se encontraba toda sobre mi rostro. —Escucha, Dumb Gumm —dijo. Sentí una gota de su saliva golpear mi mejilla y resistí el impulso de limpiarlo. No quería darle la satisfacción—. Dustin es mío. Nos vamos a casar tan pronto como el bebé llegué y yo pueda caber dentro del vestido de novia de mi tía Robin. Así que, mejor te mantienes lejos de él, no es que alguna vez estaría interesado en alguien como tú de todos modos. A estas alturas, todo el mundo en el pasillo había dejado de buscar en sus casilleros, y miraban, en su lugar. Madison utilizó los ojos en ella— pero esto era nuevo para mí. —Escucha —le murmuré en respuesta, sólo esperando que esto terminara—. Era solo tarea. —Sentí mi temperamento empeorar. Sólo intentaba ayudarlo. No porque tenía un flechazo por él. Sólo porque él se merecía un descanso. —Ella cree que Dustin necesita su ayuda —intervino Amber—. Taffy me dijo que escuchó a Amy ofrecerse a darle clases después de la escuela. Sólo un poco de asesoramiento académico uno-a-uno. —Se rio en voz alta. Dijo "darle clases" como si yo le hubiera dado un baile erótico a Dustin delante de todo el cuarto periodo. No me había ofrecido de todos modos. Él me preguntó. No es que eso importara. Madison ya estaba furiosa. —Oh, lo hizo, ¿verdad? Bueno, ¿por qué no le doy a esta perra un poco de mis propias clases? Me di la vuelta para alejarme, pero Madison me agarró por la muñeca y me tiró hacia atrás para mirarla. Se encontraba tan cerca que su nariz casi tocaba la mía. Su aliento olía a dulces ácidos y brillo de labios de kiwi-fresa. —¿Quién diablos te crees, tratando de robar mi novio? ¿Por no mencionar el papá de mi bebé? —Él me lo pidió —dije en voz baja para que sólo Madison pudiera oír. —¿Qué? Sabía que debería callarme. Pero no era justo. Todo lo que había intentado hacer era algo bueno. —No hablé con él. Él me pidió ayuda —dije esta vez más fuerte.
—Y, ¿qué pudo él encontrar tan interesante en ti? —espetó de vuelta, como si Dustin y yo perteneciéramos totalmente a distintas especies. Esa fue una buena pregunta. El tipo que te llega donde más te duele. Pero una respuesta apareció en mi cabeza, justo a tiempo, no dos segundos después de que Madison se tambaleara por el pasillo. Sabía que era mala, pero voló fuera de mi boca antes de que tuviera la oportunidad de pensar en ella. —Quizás él sólo quería hablar con alguien de su tamaño. La boca de Madison se abría y cerraba sin decir nada. Di un paso atrás lista para irme con mi pequeña victoria. Y entonces, giró sobre sus talones, se dio impulso, y—antes de que pudiera agacharme—me golpeó en la mandíbula. Sentí mi cabeza palpitar mientras tropezaba hacia atrás y caía sobre mi trasero. Fui mi turno para estar sorprendida, mirándola aturdida, mareada y confundida. ¿Eso acababa de pasar? Madison siempre había sido una completa perra, pero—aparte del ocasional choque de hombros en los vestidores de chicas—ella no era por lo general del tipo violento. Hasta ahora. Tal vez eran las hormonas del embarazo. —Retráctate —exigió mientras comenzaba a ponerme de pie. Por el rabillo de mi ojo, vi a Amber un segundo demasiado tarde. Siempre tomando el ejemplo de su mejor amiga, me tiró del pelo y me empujó hacia el suelo. El cantico de "¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!" explotó en mis oídos. Comprobé por sangre, aliviada al encontrar mi cráneo intacto. Madison dio un paso adelante y se alzó sobre mí, lista para la siguiente ronda. Detrás de ella, pude ver que una gran multitud se había reunido a nuestro alrededor. —Retráctate. No estoy gorda —insistió Madison. Pero su labio tembló un poco en la palabra G—. Puedo estar embarazada, pero sigo siendo talla dos. —¡Patéala! —siseó Amber. Me deslicé lejos de su sandalia adornada con diamantes falsos y me levanté mientras el subdirector, Sr. Strachan, aparecía, seguido por un par de guardias de seguridad. La multitud comenzó a dispersarse, quejándose porque el espectáculo hubiera terminado. Madison rápidamente dejó caer su brazo golpeador y volvió a frotar su vientre y susurrar. Arrugó su cara poniendo una mueca dolorida, como si estuviera luchando por contener las lágrimas. Rodé los ojos. Me pregunté si realmente lograría producir lágrimas.
El Sr. Strachan miró de mí hacia Madison y de nuevo a través de sus monturas de alambre. —Sr. Strachan —dijo temblorosamente Madison—. ¡Ella sólo me atacó! ¡A nosotros! —Acarició su vientre de manera protectora, dejando claro que estaba hablando por dos estos días. Él cruzó sus brazos sobre su pecho y bajó la mirada hacia donde yo todavía me encontraba agachada. Madison lo tuvo con el "nosotros". —¿En serio, Amy? ¿Peleando con una chica embarazada? Siempre has tenido dificultades para mantener la boca cerrada cuando es bueno para ti, pero esto es bajo, incluso para ti. —¡Ella dio el primer golpe! —grité. Eso no importaba. El Sr. Strachan ya me ponía de pie para llevarme a la oficina del director. —Pensé que podrías ser la adulta en un momento como este. Supongo que te sobrestimé. Como siempre. Mientras me alejaba, miré por encima de mi hombro. Madison levantó la mano de su vientre para darme un pequeño y engreído saludo. Como si supiera que no iba a volver.
Cuando me fui a la escuela esa mañana, mamá llevaba sentada en el sofá durante tres días seguidos. En esos tres días, mi madre había tomado cero duchas, estuvo casi muda, y—por lo que yo sabía—consumió sólo la mitad de un paquete de cigarrillos y algunos puñados de Bugles. Ah, y cualquier pastilla que tenía encima. Ni siquiera estoy segura cuando se levantó para orinar. Ella sólo se encontraba sentada allí viendo televisión. Antes, siempre intentaba averiguar qué estaba mal con ella cuando se ponía así. ¿Era el tiempo? ¿Pensaba en mi padre? ¿Eran sólo las pastillas? ¿O algo más la convirtió en una persona lenta? Hasta ahora, sin embargo, estaba acostumbrada a eso lo suficiente para saber que no era nada de eso. Simplemente es de esta manera a veces. Era su versión de despertar del lado equivocado de la cama, y cuando sucedía, sólo tenías que dejar que se le pasara. Cada vez que sucedía, me pregunté si esta vez se quedaría así. Así que, cuando empujé para abrir la puerta de nuestro remolque una hora después de mi encuentro con el director, llevando todos los libros de mi casillero en una bolsa de basura negra—estaba suspendida por el resto de la semana—me sorprendí al ver que el sofá se encontraba vacío, salvo por una de esas mantas con mangas que mama ordenó de la televisión con dinero que no teníamos.
En el baño, pude escucharla haciendo ruido: el grifo abierto, el golpeteo del maquillaje de farmacia en una pequeña barra. Supongo que se le pasó otra vez. No es que eso fuera siempre una cosa buena. —¿Mamá? —pregunté. —¡Mierda! —gritó, seguido por un sonido de algo cayendo en el fregadero. No salió del baño, y no preguntó qué hacía en casa tan temprano. Dejé mi mochila y mi bolsa de basura en el suelo, me quite los zapatos, y miré hacia la pantalla. Al Roker estaba apuntando a mi ciudad natal en uno de esos grandes mapas falsos. Tenía el ceño fruncido. No pensé que alguna vez hubiera visto fruncir el ceño al Hombre del tiempo de América antes. ¿No se supone que él debe ser tranquilizador? ¿No era, como, su trabajo hacernos sentir como que todo, incluyendo el clima, pronto mejoraría? Si no mañana, entonces en algún momento durante el pronóstico extendido de diez días. Tome el mando a distancia e hice clic para sacar de mi vida el pesimismo de Al. —Oye —dijo mamá, finalmente saliendo del baño—. Estaba viendo eso. ¿Has oído? ¡Hay un tornado viniendo! No me preocupaba demasiado por eso. Siempre estaban prediciendo desastres por aquí, pero a pesar de que pueblos cercanos fueron golpeados varias veces, Dusty Acres siempre se había salvado. Era como si tuviéramos un estereotipo protegiéndonos—Tornado Barre A Través Del Parque De Remolques, Deja Sólo una Barbacoa Volcada. Eso es algo que sucede en una película, no en la vida real. Mamá salió del baño, quejándose por su cabello. Me sentía contenta de verla vertical de nuevo, rostro limpio con todo arreglado, pero tuve que hacer una mueca al largo de su falda. Era más corta que cualquier cosa que yo tenía. Era más corta que cualquier cosa que Madison Pendleton tenía. Eso sólo podía significar una cosa. —¿A dónde vas? —pregunté, aunque sabía la respuesta—. Por tres días, estabas a un paso del coma y ahora, ¿te diriges al bar? No era una sorpresa. En el mundo de mi madre, sólo habían dos partes del paisaje: el sofá y el bar. Si no estaba en uno, se hallaba en el otro. Dejó escapar un suspiro acusatorio. —No empieces. Tawny acaba de romper con Billy. Necesita una oreja. Pensé que estarías feliz de que esté de vuelta en mis pies otra vez. ¿Preferirías que simplemente este tumbada en el sofá? Bueno, es posible que tú estés contenta andando desanimada alrededor de la casa todo el día, pero algunos de nosotros tenemos una vida. —Ahuecó su ya arreglado cabello y comenzó a buscar su bolso.
Había tantas cosas mal con todo lo que acababa de decir que no podía ni siquiera comenzar a procesar todas las formas en que era exasperante. En cambio, me decidí a intentar el argumento razonable. — Eres la que me acaba de decir que hay un tornado en camino. Es peligroso. Podrías recibir un golpe por un árbol o algo. ¿No entenderá Tawny? —Es una fiesta tornado, Señorita Sabelotodo —dijo mamá, como si eso explicara las cosas. Sus ojos inyectados en sangre se iluminaron cuando vio su bolso tirado en el suelo al lado de la nevera y se la echó al hombro. Sabía que no tenía sentido discutir cuando se ponía así. —Necesitas firmar esto —demandé, sosteniendo la hoja de papel que Strachan me había dado. Era para demostrar que ella entendía lo que supuestamente hice hoy, y cuáles fueron las consecuencias. —Me suspendieron —dije. Tardó unos segundos en reaccionar, pero cuando lo hizo, su cara no registraba sorpresa o enojo, sino molestia pura. —¿Suspendida? ¿Qué hiciste? —Mamá pasó junto a mi otra vez para alcanzar sus llaves. Como si fuera sólo una cosa que se encontraba en su camino de algo que quería. Si viviéramos en una casa normal, con un baño y medio, me pregunté, ¿seguiría ella odiándome tanto? ¿Era el resentimiento algo que crecía mejor en espacios pequeños, como esas flores que mamá solía forzar a florecer dentro de pequeños jarrones? —Me metí en una pelea —dije uniformemente. Mamá se quedó mirando—. Con una chica embarazada. Con eso, mamá dejo escapar un largo y ruidoso suspiro, y levantó la mirada hacia el techo. —Eso es simplemente genial —dijo mamá, su voz llena de algo más que preocupación maternal. Podría haberle explicado. Podría haberle dicho exactamente lo que sucedió; que no fue mi culpa. Que ni siquiera golpeé a alguien. Pero la cosa es que, en ese momento, en cierto punto me gustó dejar que pensara que hice algo malo. Si era el tipo de chica que se mete en peleas con chicas embarazadas, significaba que fue por ella. Y su estelar falta de habilidades de crianza. —¿Quién era? —demandó mamá, con su cartera plástica golpeando contra el mostrador de nuevo. —Madison Pendleton.
Entrecerró los ojos pero, no hacia mí. Estaba recordando a Madison. —Por supuesto. Esa pequeña perra rosada que arruinó tu fiesta de cumpleaños. Mamá se detuvo y mordió su labio. —¿No lo ves verdad? Ya ella está consiguiendo lo suyo. No necesitas ayudarla. —¿De qué estás hablando? Fui yo quien fue suspendida. Mamá movió su mano y agarró el aire haciendo mímicas de una barriga embarazada. —Le doy un año. Máximo dos antes de que tenga un remolque de su propiedad al rodear la esquina. Ese chico con el que está no se quedará. Y será abandonada con una pequeña barriga de karma. Negué. —Camina por ahí como si fuera un regalo de Dios. Como si ella y Dustin fueran a ser el rey y la reina del baile. —¡Ja! —mamá silbó—. Ahora. Pero en el segundo en que ese niño venga, su vida estará acabada. —Hubo una pausa en la podría conducir un camión. Por un segundo. Pensé en como las cosas solían ser. Mi mamá de antes. La que secó mis lágrimas y me retó a un concurso de comer pasteles en esa fatídica fiesta de cumpleaños. —Más pastel para nosotros —había dicho ella. Eso fue cuando tenía diez. Después de que papá se fue, pero antes del accidente y las píldoras. Esa fue la última vez que ella siquiera se molestó en recordar mi cumpleaños. No sabía qué hacer cuando actuaba de esta manera. Cuando estábamos casi teniendo una conversación normal. Cuando casi parecía como si le importara. Cuando casi veía una luz tenue de lo que ella solía ser. Lo sabía mejor que eso pero, de cualquier manera me incliné contra la cocinilla. —Un segundo, tienes todo, toda tu vida frente a ti —dijo, esponjando su cabello en el reflejo de la estufa—. Y luego, boom. Ellos solo te lo chupan todo como pequeños vampiros hasta que no te queda nada. Estaba claro que ya no hablaba sobre Madison. Estaba hablando sobre mí. Yo era su pequeño vampiro. El enojo pinchó en mi pecho. Dejaba a mi madre que convierta cualquier situación en otra excusa para sentir lástima por sí misma. Para culparme. —Gracias mamá —dije—. Tienes razón. Soy quien arruinó tu vida. No tú. No papá. El hecho de que he estado cuidando de ti cada día desde que tenía trece… eso solo fue mi esquema maligno para arruinar todo para ti. —No seas tan sensible, Amy —resopló—. No siempre es todo sobre ti. —¿Todo sobre mi? ¿Cómo podría ser, cuando es siempre sobre ti?
Mama me miró de mala manera, y luego hubo un bocinazo desde afuera. —No tengo que quedarme aquí y escuchar esto. Tawny está esperando. —Se dirigió a la puerta. —¿Tan solo vas a dejarme en el medio de un tornado? No era como si el clima me importara. No estaba esperando que este fuera un gran problema. Pero quería que a ella le importara; quería que solo estuviera corriendo alrededor recogiendo baterías para linternas y asegurándose de que teníamos suficiente agua para una semana. Quería que me cuidara. Porque eso es lo que las madres hacen. Solo porque había aprendido como cuidar de mi misma no significaba que no sentía el pánico estableciéndose cada vez que me dejaba de esta manera: sola, sin una idea de cuándo regresaría, o si alguna vez regresaría. Incluso, sin un tornado en camino, siempre era una pregunta abierta. —Es mejor allá afuera que aquí —espetó. Antes de que pudiera pensar en una respuesta lo suficientemente buena, ya se había ido. Abrí la puerta mientras ella se deslizaba en el asiento delantero del Camaro de Tawny; vi a mamá ajustar el espejo para mirarse y, en vez de eso, la vi captar un vistazo de mí, justo antes de que el carro se alejara. Antes de poder tener la satisfacción de lanzar la puerta por mí misma, el viento lo hizo por mí. Así que, quizás el tornado si estaba viniendo después de todo. Pensé en Dustin y su beca perdida, y en mi padre, quien me dejó atrás solo para salir de aquí. Pensé en lo que este lugar le hacía a las personas. Tornado o no tornado, no era Dorothy, y una estúpida tormenta no iba a cambiar nada para mí. Caminé hacia mi vestidor, tiré la cadena contra la estufa de la cocina, y abrí la gaveta de arriba, tanteando por la media de gimnasio roja y blanca que estaba llena de dinero… el alijo de dinero que estuve ahorrando para una emergencia durante años: 347 dólares. Una vez que la tormenta pasara, eso podría comprarme boletos. Que podrían llevarme a un lugar más lejos que a Topeka, que era lo más lejos a donde había ido. Podía dejar que mi madre se cuidara por sí solo. Ella no me quería. La escuela no me quería. ¿Que estaba esperando? Mi mano golpeó la parte de atrás de la gaveta. Todo lo que encontré fueron las medias. Saqué la gaveta y revolví a través de esta. Nada. El dinero no estaba. Todo lo que pasé mi vida ahorrando. Se había ido.
No era un misterio quien lo había tomado. Era menos un misterio en que lo había gastado. Sin dinero, sin carro y sin nadie que tuviera una varita mágica, me encontraba atrapada donde estaba. No importaba, de cualquier manera. Irme era solo una fantasía. En la sala, Al Roker se hallaba de vuelta en la televisión. Su ceño fruncido ya no estaba, casi, pero incluso aunque en su cara ahora se encontraba plasmada una sonrisa gigante, su barbilla temblaba y lucía como si pudiera comenzar a llorar en cualquier momento. Siguió hablando, hablando y hablando sobre isótopos, sistemas de presión y esconderse en el sótano. Qué lástima que no hay sótanos en los parques de remolques, pensé. Y luego pensé: Tráelo. No hay lugar como cualquier lugar sino aquí.
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