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CAMINO ESTRECHO Y SEGURO (Una interpretación con base en el libro “En la escuela de Santa Teresita del Niño Jesús”) 1º Edición 1998 Nueva Edición corregida

© 2017 by NOTICIAS CRISTIANAS. Carretera de Vallvidrera al Tibidabo 106 08035 Barcelona www.noticiascristianas.es Depósito Legal: B 26674-2017 Impreso por: Celia Serveis Gràfics Printed in Spain.

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CAMINO ESTRECHO Y SEGURO Teresa de Lisieux entró en clausura a los quince años. Comprendió con toda verdad cuán vana es la vida de ajetreo que llevamos en el mundo. Y que los hombres famosos y potentes ayer... son ceniza hoy. Teresa se consagró a la oración y al sacrificio: para salvar almas. Decía: “Las almas se pierden como copos de nieve... y Jesús llora. Nuestra misión es la de olvidarnos, la de anonadarnos... ¡Somos tan poca cosa! Y, no obstante, Jesús quiere que la salvación de las almas dependa de nuestros sacrificios, de nuestro amor.” Cada lector tiene potencia de santo, y, sin duda, lo será si se deja llevar de la mano de Santa Teresa de Lisieux. No se trata de renunciar a nada: se trata de ganar al Todo. La Santa escribía: “La vida... es verdad que para nosotras no tiene ya atractivo... pero me equivoco: verdaderamente los atractivos del mundo se han desvanecido para nosotras, pero eso es humo... y nos queda la realidad. Sí, la vida es un tesoro... Cada instante es una eternidad, una eternidad de gozo para el cielo”. Este libro quisiera ser una invitación a vivir esta vida de gozo. 1. Teresa de Lisieux moría a las siete y unos minutos de la tarde del 30 de septiembre del año 1897. Había vivido 24 años sin cometer nunca un pecado mortal. Es cierto que la conversión de un gran pecador es una gracia grande de Dios que llena el cielo de alegría, pero mayor gracia es mantener el alma intacta, pura desde el bautismo. Así Teresa de Lisieux pudo ser siempre la dulce estancia de Dios, descanso para

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un Jesucristo incesantemente crucificado por los pecadores, que busca y halla alivio en el corazón de las almas puras que tienen horror al más leve pecado consentido. El alma para mantenerse alejada del pecado tiene que acercarse al dolor: Teresita del Niño Jesús vivió intensamente la cruz. Con abandono filial, es cierto, pero con inmenso dolor. Que nadie se engañe ante la aparente fácil santidad de esta niña, ante su “lluvia de rosas”. Las rosas, de las que tanto habla, le servían para esconder los clavos de la cruz: los dolores. Las rosas de Santa Teresa son el culmen de las palabras de Cristo: “Cuando ayunes, te sacrifiques, cuando tengas dolor... escóndelo, unge tu cabeza, lava tu cara... para que tu dolor sólo sea contemplado por Dios”. En santa Teresa, las rosas escondían sus llagas. Desde el principio conviene tener claro que la infancia espiritual es mucho más que un simple e infantil abandono en manos de Dios. Infancia espiritual es abnegación propia y unión a Dios. Dejar de usar aquello que quiero y puedo usar hasta desprenderme de mí mismo, para estar libre para ir donde Dios quiera; y así, unirme a Dios y en Él, a todos los hombres que quieran ser hijos -niños- de Dios. El camino de la Santa es arduo, pero, paradójicamente, fácil. Los hombres necesitamos ver -sentir- que Dios escucha nuestras oraciones, y nos llena el alma de optimismo comprobar que, por medio de santa Teresita, Dios nos escucha: es más, Dios se agota de tantos favores como nos da para contentar a su Santa. Por tanto, toda la ascética de la renuncia queda aliviada por la comodidad de poner los pies en las huellas que ella nos dejó. Avancemos con brío. Verán que el ascenso está desbrozado: camino estrecho pero seguro.

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2. ¿Qué es la infancia espiritual? Una humillación voluntaria que Dios nos inspira o que Él mismo obra en nosotros... para elevarnos a un estado de gracia que nos haga parecidos a niños. Un día los apóstoles preguntaron al Maestro quién sería el mayor en el reino de los cielos y Jesús les contestó: “Si no os volvéis, si no os hacéis como los niños no entraréis en el reino de los cielos”. La esencia, pues, de la infancia espiritual es la humildad. Y la puerta de entrada al cielo. Tan clave es el devenir niños que no sólo es exigencia para la perfección de la vida cristiana sino también para salvarse. Por tanto, el listón de la salvación está puesto muy bajo: a la altura de los niños. La perfección, la santidad no va a depender, como enseña santa Teresita, de la sublimidad de nuestras obras sino de la sinceridad de nuestro amor a Dios, nuestro Padre. Y aunque es cierto que por nosotros mismos no podríamos producir nunca este amor, también lo es que esta gracia Dios nunca la niega a todo hombre. 3. ¿Qué le contestaría la Santa de Lisieux a un alma que realmente quisiera seguir sus pasos? A pesar de que es conocida como la santa de los pequeños y de los débiles, leyendo su vida uno se da cuenta de que refleja heroísmo y se tiene la impresión de que no es fácil imitarla, seguirla; que su santidad está por encima del común de las fuerzas del hombre. Y es así. Pero Teresa contestaría seguramente que ella era la primera en sentirse pobre y débil, y que esta debilidad la experimenta toda persona que sea sincera consigo misma. “Lo que parece heroico y sublime en mi vida, diría, no es obra mía sino únicamente del amor misericordioso de Dios”: Dios lo hizo todo en Teresa, pero ella le permitió hacerlo todo. Aquí está la razón de su

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santificación sencilla y heroica. Es como si la Santa dijera: “Las almas pequeñas también pueden ellas, a pesar a veces de la oscuridad o del fracaso de sus esfuerzos, igualarme en amor; basta que se abandonen sin reservas al fuego de la caridad de Dios. La humillación de sus fracasos, la misma oscuridad, será un tesoro que presentarán a la hora de la muerte”. Sentirse pobre y débil es algo más que emotividad. Es la realidad propia del niño que necesita confiar en sus padres. Por eso es buen inicio del camino para seguir a Teresa en su infancia espiritual: luego vendrán injusticias, fracasos, difamaciones... que serán fáciles de aguantar, porque el niño las pondrá a las espaldas de su padre. Es el modo más ligero de llevar la cruz, llave que abre el cielo. Santa Teresita es el ejemplo a seguir de cómo los pequeños llevan heroicamente las cruces más pesadas: el amor a Dios, su Padre, es su cirineo. 4. Santa Teresita del Niño Jesús hizo suyas las palabras de san Francisco de Sales. “Dios no ha puesto nuestra perfección en una multitud de cosas que podamos hacer para agradarle, sino en la manera de hacerlas, y esto quiere decir que lo poco que hagamos, cada uno en su vocación, ha de ser puramente con amor y por amor.” Cierto que Dios mira la materia de nuestros actos: si son conformes a sus mandamientos, pero sobre todo examina el principio que los inspira, porque a Dios se le glorifica según la disposición de nuestro corazón. El anhelo de aquella monjita de Lisieux era esforzarse en hacer

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todo lo que podía, dándose siempre, practicando la virtud en toda ocasión y demostrando el amor con delicadezas y afectos. Hacer bien las cosas que estaban a su alcance... y dejaba de preocuparse: todo había quedado en manos de Dios que es el que santifica las obras. Obras que no son nada si no van llenas de amor. Por esto se sentía discípula de san Juan de la Cruz que afirmaba que el más pequeño acto de puro amor vale más a los ojos de Dios y es de más provecho para la Iglesia y para la misma alma que lo hace, que todas las demás obras reunidas. 5. Santa Teresita del Niño Jesús contemplaba extasiada la vida de la Virgen María en Nazaret y la tomó por modelo. Copió su sencillez de espíritu. Ejercitó como su modelo la perfección mediante pequeños actos de virtud nada aparatosos. La vida de la Virgen, dejando aparte su Inmaculada Concepción y la Maternidad Divina, privilegios que mantuvo bien ocultos, fue parecida a la nuestra, pero llena de sencillez, de amor y de fe. Una vida que irradia más amor que grandeza, más bajura que magnanimidad. La perfecta imitación de la Virgen María consistirá en apropiarnos, como hizo la Santa de Lisieux, del bajo sentimiento que ella tenía de sí misma, de su amor a la pobreza, al silencio, al retiro, del atractivo por las cosas pequeñas, de su fidelidad a la gracia, al recogimiento y a la oración. Así cumplía la voluntad de Dios. La imitación de María fue el camino seguro que desbrozó santa Teresita. Por esto no buscó la utilidad del amor a Dios: le amó sin otro motivo que el amor. Amar a Dios sin la menor muestra de egoísmo.

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Obrar con tal amor, con tal limpieza de corazón que nuestros ojos vean a Dios en todo, cada vez con más claridad. Agradecer la recompensa eterna, pero como añadidura al amor. 6. Preguntémonos sobre qué medios utilizó Teresa para santificarse. No fueron nada complicados: no se entretenía en hacer exámenes muy minuciosos ni demasiado frecuentes sobre sí misma. Daba con humildad una mirada sobre sus defectos o negligencias para quemarlos en un acto de amor a Dios. Así ella simplifica su conducta. Procuraba no negligir, pero si en algo caía, miraba de compensarlo con un pequeño sacrificio o una mortificación. Buscaba la voluntad de Dios en las circunstancias. Algunas veces este anhelo de hacer la voluntad divina le llevó a hacer actos que parecen salirse del camino de la sencillez, como la costosa mortificación de sufrir un frío intenso sin quejarse. Al dejarse llevar por el amor a Dios, al abandonarse a Él, el Señor le correspondía dándole una gracia especial para ser heroica. Teresa comprendió muy bien las palabras de Nuestro Señor a santa Gertrudis: “Cuando haces, en mi honor, alguna cosa que es superior a tus fuerzas te lo agradezco como si aquel acto fuera necesario para mi gloria. Si por el contrario, te resguardas el cuerpo del frío, también te lo agradezco como si dieras a mis propios miembros un alivio necesario.” La enseñanza es clara: amar a Dios intensamente, tanto en la adversidad como en el gozo. Tanto al sufrir un frío intenso como en el gozo de poder calentarse. 7. La gran lección de Santa Teresa es que nada nos impide ser santos. Basta tan sólo con la voluntad firme de agradar en todo a

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Dios. La santidad no es el resplandor de la virtud que vemos en algunas personas y que nos hace descubrir su heroísmo. Ese resplandor puede deslumbrar muchas veces: es más para admirar que para imitar. La verdadera santidad es una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en manos de Dios; conscientes de nuestra flaqueza admitimos nuestros fallos y fracasos; nuestra fuerza es la confianza total en la bondad del Padre que nos lleva a la generosidad de obedecerle y darle gusto en todo. Esto es la santidad. Esta disposición se mantiene muchas veces escondida en el secreto del alma, entonces sólo Dios la aprecia... No está al alcance de las miradas de la gente. Como ocurre con el firmamento: nosotros vemos unas pocas estrellas y sin matices debido a la gran distancia que nos separa. Pero Dios conoce y capta toda su belleza. Así hay almas que no vemos o aparentemente nos parecen insignificantes pero que a los ojos de Dios tienen una belleza incomparable. “Hay muchos santos, escribe el P. Caussade S.J., que Dios se complace en hacerlos resaltar para el bien de las almas. Es como si salieran rayos de sus rostros para iluminar a las más débiles: los profetas, los apóstoles y todos los santos que Dios escoge para colocarlos a la vista... pero en cambio hay una infinidad de otros santos, en la Iglesia, ocultos, que están para brillar en el Cielo; en este mundo no dan ningún resplandor, sino que viven y mueren en la más profunda oscuridad.” En el cielo tendremos muchas sorpresas porque los santos canonizados no son siempre los más grandes. La canonización es una aureola que Dios coloca en la frente de algunos de sus hijos para gloria de Él, para la edificación de los hombres que aún militamos, para reafirmar una misión que les haya encomendado... según la obra que Dios previó hacer por medio de ellos en la tierra. Dios es

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como un pintor: escoge en cada momento el pincel que conviene para cada trabajo... Los que aparta no es que sean mejores ni peores; es que no es necesario usarlos de momento ... 8. Este es el programa de la verdadera santidad que enseña Santa Teresita: -Estar siempre al acecho, vigilante. Porque “nuestro adversario, el demonio, ronda a nuestro alrededor mirando a quien devorar” (S. Pedro) -Tan pronto como caigamos por flaqueza estar prestos a levantarnos con humildad. -Caminar, avanzar sin parar y aunque el camino esté lleno de polvo, no ceder: ya nos purificará el fuego del amor y los sacramentos que nos mantienen unidos a Dios. -No cansarnos de ofrecer a Jesús nuestros esfuerzos, la buena voluntad de la propia santificación. San Francisco de Sales en su Tratado del Amor a Dios escribe: “Si no vemos el progreso y el avance de nuestros espíritus en la vida devota según quisiéramos, no nos turbemos, permanezcamos en paz y procuremos que siempre la tranquilidad reine en nuestros corazones. Es deber nuestro cultivar nuestras almas y por consiguiente es menester que nos empleemos fielmente en ello. Pero en cuanto a la abundancia de la cosecha y de la mies, dejemos el cuidado a nuestro Señor. El labrador nunca será reprendido por no tener una buena cosecha, sino por no haber arado y sembrado bien las tierras. No nos inquietemos si siempre nos vemos novicios en el ejercicio de las virtudes; porque en el monasterio de la vida devota, cada uno se ha de tener por novicio siempre y con un noviciado que dura toda la vida; y no hay señal más evidente de ser, no ya novicio sino digno de expulsión y de reprobación, que el creerse profeso y tenerse

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por tal, porque según la regla de esta orden, no la solemnidad de los votos sino el cumplimiento de los mismos hace profesos a los novicios.” “Conviene, prosigue el Santo, entristecerse por las faltas cometidas, pero con un arrepentimiento fuerte y sosegado, constante y tranquilo, nunca turbulento, inquieto, desalentado. ¿Pensáis que vuestro retraso en el camino de la virtud es debido a vuestras culpas? Pues bien, humillaos delante de Dios, implorad su misericordia, postraos en el acatamiento de su divina bondad, pedidle perdón, reconoced vuestra falta, solicitad su gracia al oído mismo de vuestro confesor y recibiréis la absolución; pero una vez hecho esto, permaneced en paz, y después de haber detestado la ofensa, abrazaos amorosamente con la humillación que sentís por vuestro retraso en el progreso espiritual”. 9. Si la oración tiene tanta importancia para la vida espiritual, debemos preguntarnos cómo era la oración que hacía la Santa. Rezar era para ella tan sencillo como el respirar. Orar era hacer vida de familia con Jesús ya aquí en este mundo por la fe de la misma manera que haremos vida con Él en el cielo por la visión beatífica. Consecuencia de la oración es la fidelidad a Dios, mediante las luces que en la oración nos comunica. La oración, decía santa Teresa de Ávila, no es otra cosa que un trato íntimo y amistoso en que el alma habla ella sola a Dios, y no se cansa de expresarle su amor pues se siente amada por Él. Como si Dios estuviera pendiente sólo de ella. Oración en el Paraíso terrenal, en el inicio de la vida humana, era la conversación de Dios con Adán al relente del atardecer... Oración eran las dulces y sencillas pláticas de la Sagrada Familia en Nazaret; o los

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diálogos de Jesús con la samaritana o con Nicodemo. Las estancias en Betania con Lázaro, María y Marta, el sermón de la montaña, la contenida emoción de las palabras de Cristo después de instituir la Eucaristía, las súplicas de Getsemaní… En todas estas conversaciones divinas no hay método ni forma. Así era, pues, como Teresita se dirigía a Jesús por la fe, a veces con una sencilla y amorosa conversación, a veces manteniéndose en silencio. Toda forma es buena cuando el amor es grande. No hay mejor método para orar que tomarlo del Evangelio. Contenido y forma: todo se encuentra en la vida y doctrina de Jesús de donde sacaba Teresa cuanto su alma necesitaba. Decía Santa Teresita del Niño Jesús que no pasaban ni tres minutos sin pensar en el buen Dios. ¿Cómo llegar a obtener esta unión tan íntima? No se refería la Santa a que hiciera un acto de amor en cada uno de estos períodos de tiempo sino a que podemos vivir habitualmente bajo la injerencia del amor de Dios. Un comentario sobre la Regla de San Benito de Solesmes explica: “Dios es simplísimo, tiene una agilidad como de perfume y puede penetrar dentro de todo nuestro vivir... Con un poco de entrenamiento, el contacto con Dios deviene familiar. “Donde está nuestro tesoro allí va nuestro corazón”, y nuestro espíritu vuelve con naturalidad a Dios tan pronto como no se encuentra atado o absorbido por otra ocupación”. Santa Teresita quería significar con aquella exclamación que su corazón estaba tan dado a Dios que el pensamiento se le iba a Él con toda naturalidad y en cualquier circunstancia. No se trataba de formular actos de amor cada tres minutos ni siquiera de esforzarse para ello; bastaba una sencilla mirada interior, ya que el

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Señor adivina los buenos pensamientos y las agradables intenciones que le queremos dar. En definitiva, Él es Padre y nosotros somos sus hijos. 10. A veces el hombre intenta “tener fe”, y piensa que rezando fervorosamente, se cumplirán las palabras de Jesús, de remover montañas, o sea de que el milagro se producirá, y al no cumplirse lo esperado, se siente como defraudado, como si hubiera hecho el ridículo... Enseña la pequeña santa de Lisieux que con nuestras oraciones siempre se obtiene de Dios que se cumpla su amorosa voluntad; que no es lo mismo que la realización de nuestros deseos por buenos que sean, en la forma o tiempo que queríamos. Pero en modo alguno puede haber tristeza o depresión por creer que Dios Padre no ha escuchado nuestras oraciones. Este desánimo sería el triunfo del demonio. Como muy bien dice el P. Scheijvers en “El Amigo divino”: “Toma al pie de la letra la promesa del Amigo divino. Es de fe que toda oración es atendida y lo es en la misma proporción en que es plegaria. Cualquier petición por liviana que sea, que surja del corazón de un hombre, es infaliblemente escuchada. Tiene una repercusión igual a su intensidad, sea en el alma orante, sea en el corazón de un pecador, o donde más convenga a la Iglesia. Esta repercusión puede ser al momento, dentro de veinte años o de un siglo... Puede ser atendida según el deseo del alma o bien puede ser interpretada por la sabiduría y bondad de Dios”. Otras veces, Dios que es más humano de lo que podemos concebir nos hace desear lo que nos quiere dar. Y entonces el alma se siente más agradecida... En cualquier caso, la perfección está en no pedir con deseo ardiente otra cosa que la voluntad de Dios se cumpla en nosotros. Es el abandono total tan deseado por Santa

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Teresita. 11. ¿Buscaba santa Teresita aquellas gracias extraordinarias, los éxtasis, por ejemplo, que tan a menudo han tenido los santos? ¿Los deseaba, quizá? Nos respondería que no. Buscar el amor de Dios no es desear los estados de oración y las gracias extraordinarias. Conocía ella bien que todos los éxtasis no se pueden comparar en la mente de Dios a la más pequeña virtud adquirida por el trabajo de una humilde plegaria. Buscar, aspirar, cercar gracias extraordinarias, sin una profunda sencillez de corazón, puede ser un abuso de almas imprudentes. Por esto la madre santa Teresa de Jesús, cuando Dios se le comunicaba por caminos extraordinarios, ella le pedía que no la ensalzara tanto, que suspendiera un poco los efectos de las divinas operaciones para que ella pudiera seguir llorando con gran pesar sus pasadas faltas para no perder su recuerdo. Una de las hermanas de Teresa de Lisieux le insinuó que los ángeles vendrían en el momento de su muerte para acompañarla a la presencia de Jesús, y que allá los vería resplandecientes de luz y de belleza. “Todas estas fantasías, replicó la Santa, no me aprovechan. Nunca he deseado tener visiones. En la tierra no se puede ver el cielo, ni a los ángeles como son. Prefiero esperar hasta después de mi muerte”. Tampoco se inquietaba por conocer en qué grado de vida mística se hallaba porque había comprendido que la santidad no está en estos deseos e indagaciones, que a menudo no son más que ilusiones, sino que la santidad está en la humilde y sencilla confianza que tiene el niño cuando acude presuroso a los brazos de su padre. 12. ¿Deseos de martirio? ¿Grandes favores divinos? ¿Es esto

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santidad? Los transportes sublimes, ciertas impresiones sensibles que hacen batir fuertemente el corazón de celo por la gloria de Dios son buenas si el alma no deposita en ellas su confianza. Pero la perfección no está en querer conquistar almas cuando se viven estos bonitos sueños, sino precisamente cuando el alma se encuentra llena de amargura, o se siente repudiada como Jesús en el Huerto de Getsemaní. Decía Santa Teresita que a veces había tenido transportes y sublimes aspiraciones pero que eran consuelos que Jesús concede a las almas débiles como la suya. Si Jesús no las da, mejor, porque demuestra que el alma que no las recibe es una alma más predilecta; que se parece más al agonizante Jesús de Getsemaní. “Medita, insiste la Santa, en que a Jesús le complace mucho más que estos arrobos, la esperanza ciega que yo tenía en su misericordia. Este era mi único tesoro”. No anhelar estos favores extraordinarios, pero tampoco mostrarse indiferente ya que no dejan de ser gracias de Dios. Estos fervores nos impelen a tener más prontitud para hacer el bien, y en este caso el bien mayor que es adorar a Dios hasta desear dar la vida por Él, teniendo muy en cuenta que el Señor no va a quererme más por ser fervoroso sino porque Él es bueno. Por eso las sublimes aspiraciones han de aceptarse con humildad como pruebas del amor de Dios... nunca como recompensa por nuestras acciones. Nadie debería descansar en estas riquezas espirituales creyendo que es algo grande ... 13. Mejor que tener éxtasis de amor a Dios, es saber abandonarse en las manos de Dios. En esta dejación podría resumirse una gran parte de la espiritualidad de la Santa. La debilidad de los pequeños encuentra su fuerza precisamente en

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el abandono, en la entrega total de su alma a Dios. Teresita del Niño Jesús aceptaba la humillación de caer a menudo rendida de sueño en la oración, pues Dios, no buscando en ella nada extraordinario, no le concedió como a otros grandes santos la gracia de poder resistir a la debilidad de no dormirse cuando el sueño la apremiaba. También Dios se complació en el estado de sequedad que durante años soportó la Santa. En la humilde conformación de su voluntad con la de Dios estaba su afán. Este deseo vehemente demuestra que el abandono a las manos de Dios no es una actitud pasiva, sin esfuerzo, sino una entrega a veces costosa, una acción siempre empapada de fe. Porque es innegable que se necesita mucha fe para librarse a Dios sin mantener aguante alguno en los soportes terrenos. Es el desprendimiento total de las cosas, de los afectos y de la propia personalidad. Cabe pensar que el abandono de Santa Teresita a las manos de Dios alcanzó la heroicidad. 14. Se comprende que santa Teresita pudiera decir en las luchas contra las tentaciones y en toda clase de pruebas: “¡Qué oscuridad! Pero estoy en paz... Lo que el buen Dios escoge para mí es lo que más me gusta”. El alma que vive abandonada en las manos de Dios vive de fe. Escribe Mons. Gay: “Cada deseo divino la encuentra libre, disponible: mandar, obedecer, verse humillada, olvidada o pobre; vivir mucho, morir pronto o de repente, todo le place. Lo acepta todo porque no quiere nada, y no quiere nada porque lo quiere Todo. Su docilidad es activa; su indiferencia, amorosa. Para Dios, su vida es un sí viviente. Este bienaventurado y sublime estado se llama vida de hijos

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de Dios, la santa infancia espiritual. Es un estado más perfecto que el amor a los sufrimientos, ya que nada inmola tanto al hombre como el ser sincera y pacíficamente pequeño. La razón está en que el espíritu de la infancia mata el orgullo con mucha más seguridad que el espíritu de penitencia.” Por eso Santa Teresa escribe: “Jesús no nos pide grandes obras sino solamente el abandono y el agradecimiento”. “Jesús no necesita de nuestras obras sino únicamente de nuestro amor”. 15. Teresita del Niño Jesús pedía a Dios que las criaturas no fueran nada para ella y que ella no fuera nada para las criaturas. Era la forma concreta de entender el desprendimiento. El trato con las criaturas nos puede llevar a afectos demasiado humanos, son lazos que impiden que el alma pueda volar hacia Dios. Ese desapego es necesario también para superar las punzadas que inevitablemente se reciben en las relaciones diarias de una vida de comunidad. Ese desprendimiento sobrenatural es necesario para que el alma se mantenga unida a Jesús en todo momento y por encima de cualquier contrariedad. Para que nada pueda turbar la paz interior. Indiferencia, pero no insensibilidad ante el dolor o las preocupaciones de los hermanos. A mayor desprendimiento de las criaturas más posibilidad de hacer propios los dolores ajenos: mayor sensibilidad, mayor interés por el prójimo. San Juan de la Cruz ve así esta correspondencia de amores. “Cuando el amor que se tiene a una persona es un afecto del todo espiritual que se funda sólo en Dios, a medida que va creciendo, también va creciendo el amor de Dios en nuestra alma; y así cuanto más el

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corazón se acuerda del prójimo más también se acuerda de Dios y lo desea, de modo que estos dos amores crecen haciéndose la competencia el uno al otro”. Es así como Santa Teresita podía amar a sus hermanas, familiares, amigos... Eran prolongación inevitable del amor a Jesús: quería ser para ellos lo que era para Jesús. 16. Se ha hablado mucho sobre las tinieblas de la fe que durante algún tiempo invadieron la vida de Santa Teresita. Las tomó con conformidad pensando que solamente tenemos esta vida para vivir de fe y que, por tanto, era bueno, e incluso dulce, servir a Dios en la noche de la fe y en la prueba. En el fondo este era el motivo por el cual ella no deseaba ver a Dios ni a los santos en esta vida. Quería seguir caminando sin nada extraordinario. No deseaba visiones ni alocuciones con que sostener su creencia. De san Juan de la Cruz había aprendido que la luz es necesaria en este mundo visible para que no caigamos: pero en las cosas de Dios, al contrario, vale más no ver, y el alma se encuentra más segura. Pero esta falta de visiones y de éxtasis no le privaba de conocer que Jesús trabajaba en su alma sin el susurro de las palabras. Y Jesús se lo enseñaba día a día mediante la abnegación de su personalidad, la mortificación de los sentidos y en la conformidad completa y amorosa de su voluntad a la de su superiora tanto en las cosas grandes como en las pequeñas. Tuvo realmente el don de la ciencia para discernir que en esta abnegación de su persona, mediante la entrega de su voluntad a otra, que representaba a Dios, estaba la verdadera unión con Dios.

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Por esto avanzó valiente y decidida entre las oscuridades de la noche de la fe. Sin visiones, apariciones ni nada semejante. 17. ¿Cómo conservar la paz en las grandes pruebas? Teresita contestaría que la confianza en Dios lleva a la generosidad de la total entrega, o sea a abandonarse en las manos de la Providencia. Es lo propio del niño. “El barco se hunde”, le decían a un niño que jugaba tranquilamente en la cubierta. “¿No corres a salvarte?” “¿Por qué?, replicaba el niño, mi padre es el capitán del barco y no dejará que se hunda sabiendo que su hijo está en el barco... “ El abandono supone aceptar lo que Dios manifiesta que le place: el alma no considera lo que tiene de penoso o difícil a la naturaleza sensible. La regla única es la complacencia de Dios. El jesuita P. Smedt remata esta idea: “Esta disposición nos da una conformidad admirable de ideas y sentimientos con Dios, y por esto apreciamos todas las cosas tal como las apreciaremos cuando estemos en el Cielo cerca de Él. De aquí deviene generalmente un sentimiento de paz divina que sobrepuja a todos los gozos naturales... Ni las faltas por sorpresa, ni con mayor motivo las faltas de omisión u olvido, ni siquiera las faltas conscientes, cometidas por debilidad, impiden este grado de perfección; basta humillarse con arrepentimiento en cuanto puede hallarse alguna participación culpable de la voluntad, y ponerse de nuevo en una disposición de absoluta conformidad con la voluntad divina”. 18. “Tengo el corazón destrozado. Sin embargo, Dios no puede mandarme pruebas que estén por encima de mis fuerzas. Él me ha dado ánimo para soportar esta prueba.” En la desolación las almas se dicen: “No me importaría seguir así,

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sin ver nada, si supiera seguro que estoy en las manos de Dios... “ “No temas, pequeño rebaño... “ dijo en una ocasión Jesús. Si un niño teme la oscuridad de la noche, si se queja de no ver, lo mejor es que cierre los ojos: es el único sacrificio que le pide Dios. ¿Qué quiero decir? Pues que no tienes ninguna necesidad de entender lo que Dios hace en ti, precisamente porque eres un alma pequeña. Medita esto y verás cómo la paz y el gozo renacerán en tu corazón. Durante mucho tiempo santa Teresita estuvo envuelta en grandes oscuridades. Deseaba ver el Cielo, pero se mantenía oculto. Entonces, con una gran paciencia, aceptaba aquella oscuridad, la aridez, sin intentar analizar nada. Daba a Dios la miseria de su deplorable estado de ánimo; cuanto más hundida se encontraba más gloria a Dios. Dice san Pedro Eymard: “Cuando Dios permite tentaciones se quedan hasta que Él las obliga a retirar. Humillaos y tened paciencia: os aseguro que evitaréis muchas penas. Si uno se pone a luchar se vuelve violento, irritable, y entra en un estado de ira o de impaciencia... ¿Qué hacer? Permanecer como el santo Job en el basural hasta que Dios quiera... “ La sumisión que es la coronación de la paciencia, es la prueba de que en la oscuridad sigues en las manos de Dios. 19. “Ella también pasó por el martirio de los escrúpulos, pero Jesús le concedió, sin embargo, la gracia de comulgar aun en los casos en que creía haber cometido grandes pecados... Pues bien, te aseguro que se convenció de que era el único medio para desembarazarse del demonio, porque cuando éste ve que pierde el tiempo, te deja tranquila...”

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Muchos y grandes santos han padecido las sugestiones del demonio. Santa Teresita no se libró de ellas, pero siguiendo su camino de sencillez optó por no dar importancia a las turbaciones malignas. Ella se abandonaba pacientemente a los brazos de Jesús hasta que la tempestad pasara. Dice el libro del Eclesiástico: “Humilla tu corazón y espera pacientemente. Soporta los términos de Dios y no te precipites en tiempo de oscuridad”. San Francisco de Sales escribía a la Madre Chantal: “Ya veo el gran horror y odio que tenéis a estas sugestiones y comprendo cuánto os molestan, e incluso la ventaja que dan al demonio, pero debe contentarse con molestaros, inquietaros porque otra cosa no puede hacer ni lo hará si Dios quiere. Tened valor... El mejor remedio es tratar con desprecio estas turbaciones”. 20. “Tome la buena voluntad”... suelen decir las personas humildes cuando ofrecen un regalo, algo para mostrar su agradecimiento. Exactamente esto hacía Santa Teresa de Lisieux cuando se esforzaba en ofrecer a Dios los pequeños sacrificios de cada día. Venía a decirle. “Soy un alma tan pequeña que solamente puedo ofrecer a Dios la buena voluntad de las cosas muy pequeñas...” Alguna vez se olvidaba de ofrecer a Dios estos pequeños obsequios. Tampoco entonces se inquietaba. “Me conformo y procuraré vigilar más en adelante”, le decía a Jesús. Conocía bien que es Jesús quien levanta las almas, quien las atrae a Él. Solamente precisa que el corazón sea suave y manejable, dócil y dúctil. Decía san Irineo: “Conserva siempre en la tierra de tu alma

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un poco de humedad para que siempre te queden impresas las manos divinas... El hacer, el perfeccionarte es propio de la bondad de Dios. En cambio, el recibir, el aceptar es lo que pertenece a la naturaleza humana”. Esta es la enseñanza de la Santa: sabiendo que lo nuestro es el aceptar, ofrecer a Dios nuestra buena voluntad de recibirlo. Aunque no tuviéramos otras virtudes, esta buena voluntad de complacerle en todas las pequeñas cosas de cada día, seguro que nos llevará al cielo. Son muchas las almas que quieren tener virtudes, pero son pocas las que aceptan ser débiles, verse caídas, y que los demás las vean así... Incluso a menudo aceptamos ser unos fracasados, pero se nos hace difícil aceptar que los demás nos vean fracasados. Complacer a Dios en todo: incluso aceptando nuestras caídas. Ofreciéndoselas con una breve oración: “Toma, Señor, mi pobre voluntad”. Esta es la regla de oro de la santidad según Santa Teresita del Niño Jesús: Serás más o menos santo según sea la intensidad de la buena voluntad que pongas en el esfuerzo diario de aumentar el amor a Dios, de corresponderle. Valora, pues, en primer lugar, la energía física pero especialmente moral que pongas en los afectos a Dios. Pon en ellos toda la viveza y el ímpetu de tu corazón. La buena voluntad capta la benevolencia de Dios. Has elegido ser de Dios. Serás más santo en cuanto tus impulsos confirmen y santifiquen la decisión. Debes incrementar tu disponibilidad a Dios, sin cansancio, cada

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día, empleando el entendimiento y la voluntad en esta sumisión de persona utilizable. En definitiva, buena voluntad para aplicar todas tus fuerzas en amar más cada día a Jesús. Buena voluntad que no es sinónimo de propia voluntad; al contrario, son antitéticas en tanto la propia voluntad no está sometida,identificada, unida a la absorbente voluntad de Dios. Ser santos según la propia voluntad sería serlo a nuestro gusto: debe ser al gusto y voluntad de Dios. Y para que se dé esta fusión de voluntades, la propia debe haber cedido mucho antes, como hizo Santa Teresita, que hizo donación de su voluntad en manos de una superiora... Esta es la heroicidad que requiere la santificación. 21. Santa Teresita fue una enamorada de ofrecer a Dios las contrariedades y las alegrías de cada día como pruebas de su “buena voluntad”. Así, de una manera tan fácil, le fue posible obtener de Dios todo lo que quería, caprichos de una niña incluidos. Son las “debilidades” de Dios. No hay flaqueza alguna ni falta que pueda alejar a Dios de un alma llena de “buena voluntad”. Es posible que nuestro orgullo no nos deje comprender que somos sinceros cuando prometemos a Dios no volver a caer o cuando le prometemos algún obsequio o sacrificio... y unos momentos después volvemos a tropezar con aquella falta o ya se nos ha olvidado la promesa. Nuestro orgullo no entiende este contraste entre sinceras promesas y caídas. En cambio, la humildad o la sencillez del niño sabe muy bien que seguirá necesitando la comprensión y ayuda de su padre. Que estas pequeñas manchas no hacen disminuir nuestro amor a Dios.

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Cierto que la humildad hace entender perfectamente el misterio de la compasión de Dios ante la flaqueza humana. El humilde sabe que no tiene ninguna parte personal importante en la santificación. Que casi todo es gracia de Dios. Nosotros sólo podemos contribuir con el reconocimiento humilde de nuestra inconstancia, sin cansarnos nunca de levantarnos de nuestras caídas, o recaídas. Por esto es tan aconsejable meditar a menudo en las recaídas de Jesús en el corto camino del Calvario. Camino corto, largas caídas. Presentar a Dios nuestras caídas como prueba de la “buena voluntad” de mantenernos algo niños aún ... 22. Santa Teresita entendía muy bien aquella aparente, difícil parábola de los jornaleros. El dueño de la viña los envía a trabajar a distintas horas del día y luego a todos les paga por igual. La explicación que da la Santa es sencilla y alentadora. Viene a decir que, si nos abandonamos en las manos de Dios, haciendo por nuestra parte todos los pequeños esfuerzos necesarios y esperándolo todo no de nuestras pobres obras sino de su misericordia, seremos recompensados y pagados igual que los santos más grandes, o sea como los jornaleros que han trabajado duro desde principio del día. Para esto es esencial soportar con mansedumbre las propias imperfecciones. Dice san Pedro Eymard: “La perfección y sus progresos se hallan en la humildad, que nos hace soportar el estado humillante propio de nuestra naturaleza, con sus faltas e imperfecciones, y además nos hace vivir y obrar en este estado... Mirad un niño, está lleno de defectos, es ignorante, no sabe hacer nada, todo lo estropea, cae a menudo en las mismas faltas; y con todo este niño es inocente, está tranquilo, se entretiene y duerme en paz.

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¿Sabéis por qué? Tiene la sencillez interior, sabe que es así, acepta con paz la humillación de su estado, confiesa su ignorancia, inexperiencia y demás defectos. A todo dice “es verdad” y cuando lo ha reconocido, en vez de avergonzarse, de llorar y lamentarse, se va a jugar o bien habla de otras cosas, como si nada. Este es el secreto de la paz interior: la sencillez de la infancia. Creedme, poned vuestra paz interior en esta sencillez que tiene el niño...” Mientras el jornalero que trabajó duro todo el día se muestra quejoso ante el dueño de la viña, porque ha puesto en sí mismo el mérito de su progreso y corrección, porque se cree merecedor de la paga, en cambio se muestra inalterable el hombre que ha puesto en manos de Dios su nada y miseria. Porque lo ha dejado todo a su misericordia. 23. “¿Qué importa, Jesús mío que yo caiga a cada instante? Veo en ello mi debilidad y esto es para mí una ganancia grande. Vos veis en ello lo que puedo hacer, y por eso os sentiréis más inclinado a llevarme en vuestros brazos... Si no lo hacéis es que os gusta verme por el suelo.” Sigamos vislumbrando un poco cuál fue la espiritualidad de Santa Teresa de Lisieux que ha permitido considerar a la santita como una de las personas que más influencia han tenido durante el s. XX. Ella vivía una intensa vida de intimidad con Dios: por esto podía comprender cosas difíciles de captar para la inmensa mayoría de hombres. Por ejemplo, que hay faltas, pequeñas faltas, que no apenan a Dios. Esta certeza le daba una gran confianza. Viene a decir que el Señor ve, conoce nuestra fragilidad y se acuerda de que somos polvo. Nos compadece hasta que consigue levantar a todos los que son humildes.

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Dice san Alfonso María de Ligorio que hay dos modos de tibieza: una que es inevitable de la que ni los santos han estado exentos. Y consiste en ciertos defectos que se cometen por pura fragilidad natural, sin plena voluntad, como son las distracciones en la oración, las pequeñas turbaciones interiores, las palabras inútiles, las vanas curiosidades, los deseos de aparentar, un poco de sensualidad en el comer y beber, ciertos movimientos de concupiscencia que no se reprimen tan pronto como convendría y otras faltas semejantes. Hemos de intentar evitar estos defectos, pero teniendo en cuenta la fragilidad de nuestra naturaleza, alterada por el pecado, nos es imposible evitarlos del todo. Estas son, pues, las pequeñas faltas que según santa Teresita no dan pena a Dios y que deben servirnos para humillarnos más y más. 24. Aún más, santa Teresita nos enseña que conviene sacar partido de las verdaderas caídas, aquellas faltas más evidentes y voluntarias. Tampoco deben ser obstáculo para una verdadera vida de amor con Jesús y la Virgen María si las sabemos aprovechar. Fue san Juan de la Cruz quien enseñó que el amor sabe sacar provecho de todo, tanto del bien como del mal que se halla en nosotros. Por esto un escritor ascético dice que “en los planes de Dios las faltas en que permite que caigamos han de servir para nuestra santificación y que a nosotros nos toca sacar provecho. No son los más santos los que hacen menos faltas sino los que tienen más valentía, más generosidad, más amor, los que más se esfuerzan en la lucha contra ellos mismos, y que no temen tropezar y caer y mancharse un poco siempre que sigan avanzando. San Pablo dijo que todo va en bien de los que aman a Dios. Sí, todo redunda en su bien, incluso sus faltas y a veces faltas muy graves...

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No te desanimes cuando caigas en alguna falta, al contrario, afírmate y di: aunque cayese veinte, cien veces cada día me levantaré siempre y continuaré mi camino. ¿Qué importancia tendrá al fin el haber caído por el camino si felizmente llegas al término? Dios no te lo tendrá en cuenta.” 25. Avanzar por el camino espiritual sin preocupaciones. Aunque encontremos estorbos, trabas, corrimientos que nos pongan en peligro. Son faltas que tenemos que aprovechar como hacía la Santa: se alegraba por la humillación que le causaban. Se molestaba por alguna tontería que había hecho o dicho; entonces reflexionando se decía: “¡Qué lástima! Me encuentro en el mismo lugar que antes...” Pero lo decía con gran suavidad y sin tristeza. Incluso sentía una cierta dulzura ante su debilidad y pequeñez ... Decía San Ambrosio: “Era del número de los pequeños aquel que dijo: “Señor, yo no he levantado mi corazón ni mis ojos son altaneros. No he buscado grandes cosas ni maravillas que me sobrepasan.” Porque ser débil no quiere decir ser niño en el sentido de no tener edad o inteligencia poco desarrollada sino ser pequeño por la humildad y por la ausencia de ostentación. Por esto, el auténtico pequeño ante Dios añade: “Pero he levantado mi alma”, para demostrar que era grande por rechazar al mundo, que era sublime por sus elevadas virtudes.” Tenemos que ser débiles y pequeños para asumir humildemente nuestras faltas, sin que nos hagan perder la alegría ni la confianza de nuestra grandeza de hijos de Dios. Santa Teresita meditaba esta reflexión de san Francisco de Sales: “Cuando ocurre que caemos en alguna imperfección o pecado, ¿por qué nos extrañamos, turbamos o impacientamos? No hay

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duda de que pensábamos ser algo mejores, fuertes o firmes, y de golpe descubrimos que no somos nada de eso, que hemos topado con la frente en el suelo... Nos quedamos confusos, turbados, ofendidos e inquietos. Si supiéramos bien lo que somos, en vez de sorprendernos de encontrarnos en el suelo, nos extrañaría ver que aguantamos en pie. El problema está en que vivimos la vida espiritual buscando consuelos y nos quedamos parados cuando vemos y tocamos nuestra miseria, nuestra flaqueza”. Y la sabía poner en práctica. Cuando había cometido alguna falta que la ponía triste, bien conocía que aquella tristeza era consecuencia de la infidelidad, pero no se detenía aquí. En seguida se reponía y le decía a Jesús: “Ya sé que merezco este sentimiento de tristeza, pero deja que te lo ofrezca como si fuera una prueba de amor... me sabe mal haber faltado, pero estoy contenta de poder ofrecerte este sufrimiento”... Así son los santos. Saben dar a Dios sus faltas y sus arrepentimientos. 26. Confesión frecuente es forja de santos. Santa Teresa de Lisieux hallaba una gran suavidad al confesarse porque, si bien el sacramento fue instituido principalmente para perdonar los pecados mortales, comprendía que le era muy provechoso confesarse con regularidad, con frecuencia, de las pequeñas faltas. Por esto se acercaba al confesionario sin escrúpulos, sólo con un sentimiento de humildad y de puro amor a Dios. Como explica santo Tomás de Aquino, no estamos obligados a confesar los pecados veniales que se nos pueden perdonar sin confesión, pero es un acto de perfección el confesarlos, ya que el sacramento de la penitencia es de mucha ayuda para todos, santos

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incluidos. Si un hombre está ya en gracia de Dios, la confesión purifica más y más sus antiguos pecados si tuvo la desgracia de que fueran mortales, a la vez que le ayuda a purificarse mejor de los veniales: incluso ayuda a prevenirlos tanto por el dolor y propósito de enmienda como por el aumento importante de gracia sacramental. Al preparar la confesión, tampoco se trata de hacer una larga lista de faltas o pecados veniales sino de concentrarse en algunas para así sentir una mayor contrición. Como enseñan los moralistas, vale más poner nuestro esfuerzo en el arrepentimiento y en el propósito de enmienda que en la preparación de una acusación minuciosa de los pecados veniales. 27. “Experimentaba también el deseo de no amar más que a Dios, de no hallar alegría fuera de él. Con frecuencia repetía en mis comuniones estas palabras de la Imitación: ¡Oh Jesús, dulzura inefable, cambiadme en amargura todos los consuelos de la tierra!” Santa Teresita del Niño Jesús se preguntaba cómo conseguir que esta debilidad nuestra, este fango de que estamos hechos llegue a ahornar, tome fortaleza para aguantar las contrariedades de cada día. Y ella misma se respondía que la fuerza está en Jesús, en el sacrificio que Él mismo renueva cada día en la santa Misa donde se hace alimento para fortalecer nuestra fragilidad. Decía que la comunión diaria es precisamente donde se realiza la fusión entre nuestra debilidad y la fuerza divina; esta unión nos permitirá o bien triunfar en la lucha o bien humillarnos en el fracaso, pero en cualquiera de los casos siempre será una amorosa victoria.

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Jesús, explica nuestra Santa, no baja del cielo para quedarse en un precioso copón de oro sino para penetrar en otro cielo: el cielo del alma que de verdad le quiere, el alma que vive la adopción de hijo de Dios, y que es consciente de ser templo del Espíritu Santo. Por esto, Jesús, en un alma así no halla diferencia con el otro cielo. Este pensamiento nos puede ayudar en la preparación de la comunión diaria, nos debe aumentar el anhelo para recibirle. Si asumimos esta enseñanza de santa Teresita del Niño Jesús también nos iremos empapando de la vida y doctrina de Jesús sin apenas darnos cuenta. Y seguiremos por el camino estrecho pero recto y seguro a pesar de nuestra flaqueza. Si nuestra debilidad encuentra su fortaleza en la comunión diaria, de la doctrina de santa Teresa de Lisieux se deduce claramente que sólo el pecado mortal no perdonado es el único obstáculo que debe privarnos de recibir el Pan de la Vida, o sea de ir a comulgar. Fuera, pues, de este desgraciado supuesto, en ningún otro caso se debe alejar al alma recta y de buena voluntad, por muy miserable que se encuentre, de la santa Eucaristía que tiene precisamente el efecto de perdonar los pecados veniales y ayudar a curar nuestras miserias. Pero el sacramento de la comunión está muy unido al de la penitencia. El alejamiento de la confesión suele ser el triunfo del demonio. Cuando consigue alejar a un alma de la confesión lo tiene ya todo ganado, porque o bien dejará el alma de ir a comulgar y entonces ciertamente carecerá de fuerzas para aguantar las tentaciones de cada día o bien comulgará sacrílegamente haciéndose culpable de muerte eterna.

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Por esto la santa de Lisieux no recomendaría nunca la comunión frecuente si no fuera precedida de la confesión frecuente. 28. El desánimo, la tristeza son de los peores males que atacan la vida espiritual. Cada día es una nueva lucha; no nos dejemos vencer por las caídas, ni por las recaídas. Conviene mantener la ilusión de nuevos proyectos de mejora, ensayar nuevos caminos, quitar como sea la rutina de nuestras oraciones. Fijémonos en lo que dice el Evangelio: “Dichoso será el servidor si a cualquier hora que llegue el dueño lo encuentra velando, vigilando, despierto...” No nos exige encontrarnos victoriosos, triunfantes... sino vigilando lo que no va a la hora, o sea nuestros defectos y poniéndoles continuamente la cura precisa. Este debe ser nuestro mérito ante Dios. Él sabe que somos muy débiles, conoce la pasta de que estamos hechos... y por esto nuestros pequeños esfuerzos para corregirnos -nuestra “buena voluntad”- son muy grandes a sus ojos. Al empezar cada día conviene destinar un buen rato a confirmar los propósitos para tenerlos lo más presentes que podamos durante toda la jornada. Por ejemplo, hacer mejor la oración, no quejarse, callar más, no buscar ser siempre el protagonista o tener la última palabra, escuchar y dejar hablar sin interrumpir, hacer el trabajo sin distracción... una cantidad grande de pequeñas faltas que todos tenemos y que esperan ser corregidas. Esta buena voluntad es la que agrada a Dios. Llegaremos al fin del día y quizá contemplemos desolados que casi nada se ha avanzado, que todo se ha reducido a un montoncito de escombros. Entonces hay el peligro del desánimo, del cansancio. Es la hora de la tentación. Pero también la hora del vencimiento fácil si le decimos a Dios: “Toma, Señor, mi buena voluntad “...

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29. Santa Teresita del Niño Jesús tuvo el don de la sabiduría que es calibrar el verdadero valor de las cosas. La Santa se dio cuenta muy pronto de que los bienes espirituales, los bienes de Dios tienen un valor inconmensurablemente más grande que el de los bienes terrenos. Por esto ya decía a los quince años: “No tenemos que poner el corazón en nada de la tierra, ni tan sólo en las cosas más inocentes, pues acaban faltándonos cuando menos se espera. Solamente lo que es eterno nos puede contentar”. A los 16 años se preguntaba: “¿Por qué buscar la felicidad en la tierra? Confieso que mi corazón tiene una sed fuerte, ansío la felicidad, pero conoce bien este pobre corazón mío que ninguna criatura es capaz de apagar aquella sed”. Y a los 18 años reflexionaba así: “No tenemos más que unos breves instantes para amar a Jesús en esta vida. Bien lo sabe el demonio, por esto procura que la consumamos, que la pasemos con trabajos inútiles”. En un mundo que nos envuelve por todas partes con ofertas de consumo, bueno es meditar sobre el desprendimiento de todas las cosas, discernir sobre su valor para reconocer que sólo trasciende la palabra de Cristo, la única que se mantendrá más allá de los años. 30. La vida comunitaria es forja de santos que obliga a un ejercicio continuo de paciencia y aguante, de humildad en la obediencia, de dulzura en la mortificación, de sencillez en no hacerse ver... y así toda una retahíla de trazos que hacen que este tipo de vida sea considerada superior incluso a la vida eremítica. La unión de temperamentos muy diferentes es fuente a menudo de heroicas renuncias, como pudo ocurrir entre las carmelitas de

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Lisieux. Basta contemplar una fotografía de la comunidad para darse cuenta de las aristas. Hay personas que se han estremecido ante la severidad de la Madre María de Gonzaga con la pequeña Teresa sin pensar que a menudo Dios se vale de defectos reales o aparentes de las personas con que convivimos para una mayor purificación. Sin el crisol de la Madre Gonzaga ¿habría sido Teresa la luz, el ejemplo que después ha sido para tantas personas que la imitan? Los superiores de comunidades religiosas, los buenos padres de familia, siempre con rectitud de intención, buscan mantener el corazón recto y humilde de las personas que tienen confiadas, y no sería ciertamente laudable hacer dejación de este deber. Sin juzgar la santidad de la Madre Gonzaga, podemos establecer una reflexión que puede ayudarnos: A algunas almas el contemplar y admirar las virtudes de los santos -como Teresa de Lisieux- les causa ánimo porque les es como un desafío. Son almas santamente ambiciosas. Pero también hay otras almas a las que les hace bien meditar sobre la flaqueza y las faltas de los santos -Madre Gonzaga-, para acabar en definitiva de admirar más la bondad de Dios. 31. Santa Teresita del Niño Jesús, como todos los santos, había puesto su confianza en Jesús. Pero era una confianza activa, un abandono meritorio, porque ella tenía mucho más de asceta que de mística. La Santa sometía enérgicamente sus instintos a su voluntad, su voluntad a su entendimiento, y su entendimiento a la obediencia de la regla del Convento. Se forjó, pues, en el más vigoroso ascetismo.

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Por tanto, cuando ella habla de confianza y de abandono ilimitado a las manos de Dios es después de haber hecho su alma todos los esfuerzos de abnegación, cuando se encuentra cansada, agotada y con las manos vacías después del esfuerzo. Llevada por esta realidad podía decir sin temor: “Por más que hubiera hecho todas las obras de San Pablo me creería un siervo inútil”. Siervo inútil después de haber trabajado firmemente en la propia santificación. Redundando en la idea: su gozo estaba en no tener nada, en tener que recibirlo todo de Dios, pero después de haber hecho ella todo lo que en su mano estaba. Así, se daba la realidad sobrenatural de que ella no valorara sus obras, pero Dios sí que las valoraba. Ella podía pensar en verdad, sin fingimiento, lo que decía: “No tengo obras... no sé cómo se las arreglará Jesús para premiarme... Mejor, así me dará el premio según las obras de Él.” Así son los santos: hacen grandes obras como si no las hicieran: No las valoran porque no son suyas. Pero Dios sí que las apunta en su haber. 32. ¿Por qué se enternece nuestro corazón cuando miramos la cueva de Belén y admiramos la indefensión del Niño Dios recién nacido y de sus padres? La emotividad da calor, el sentimiento aflora. Esto se hace particularmente sensible en Navidad. Pero a lo largo del año, en el quehacer de la vida diaria, se hace difícil seguir manteniendo el fuego de este sentimiento: es la hora de destinar a Dios otro tipo de amor, un amor mucho más fácil: es el amor de agradecimiento. El primer amor, el sensible, es fácil cuando los sentidos juegan su

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carta, la atracción. Pero el amor espiritual, el que va a Dios, Espíritu puro, se nutre de agradecimiento. Entonces es fácil ver la mano bondadosa de Dios en todas las cosas, incluso en las adversas, y por esto también es fácil darle las gracias y actuar como hijos verdaderamente agradecidos. Estamos así muy cerca de aquella confianza que tenía santa Teresa de Lisieux, bien reflejada en las palabras del jesuita P. Grou: “¿Hasta dónde ha de llegar nuestra confianza en Dios? Tan lejos como su omnipotencia y bondad, tanto cuanto necesite nuestra flaqueza y miseria. O sea, nuestra confianza en Dios no ha de tener límites”. El amor de agradecimiento tiene su base y apoyo en las palabras de san Agustín: “Considerad, Señor, lo que vos habéis hecho por mí, y no lo que yo he hecho por Vos, porque si miráis lo que he hecho yo, me condenaréis, pero si miráis lo que Vos habéis hecho por mí me coronaréis”. Si meditamos cuánto debemos agradecer a Dios, el amor aflorará a nuestros ojos en forma de lágrimas. 33. Es fácil encontrar pobres, necesitados de las obras corporales de misericordia. Cuando llegas a casa cansado y crees que ya es justo que tomes el descanso, piensa aún en todos los que no has podido ayudar durante el día y no te excuses en tus limitaciones, porque tus bienes, tu tranquilidad y tu reposo no son tuyos... Esto es compartir el pan y el techo. Pero hay muchísimos más pobres del alma. Son los esclavos del demonio. Dar la libertad a los oprimidos por el pecado es la suma

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caridad. Jesús toma sobre sí su carga de pecado, para que puedan sentirse libres. La imitación de Cristo comporta asumir la lucha contra el pecado, o sea contra el demonio, a lo largo y a lo ancho de todo el día. Así cuando ante ti escuches que se murmura sobre defectos de otros no sólo no añadas nada, sino que pon el contrapeso de las virtudes del criticado: estás rompiendo las cadenas del pecado que se forjaba. Cuando ores medita que en el día del juicio no nos juzgarán por las palabras buenas sino por las obras que hayamos hecho. El amor no es decir: Señor, Señor... sino hacer, en el bien entendido que el hacer incluye los deseos, las santas ilusiones, los rezos, las obras e incluso muchas veces los fracasos. 34. “Siento que Jesús nos pide que apaguemos su sed dándole almas, almas de sacerdotes, sobre todo. Siento que Jesús quiere que yo te diga esto porque nuestra misión es la de olvidarnos, de anonadarnos... ¡Somos tan poca cosa!... Y, no obstante, Jesús quiere que la salvación de las almas dependa de nuestros sacrificios, de nuestro amor.” La caridad rectamente entendida como libramiento a Dios de todo nuestro ser, en agradecido servicio, es el verdadero ayuno, el auténtico sacrificio que rinde a Dios. Pero el espejo donde se comprueba que este amor a Dios es auténtico es en el amor al prójimo. Amar al prójimo como a uno mismo. Algunos quieren que nos apliquemos la sentencia del Señor de amar al prójimo como Él mismo nos amó, infravalorando, quizá, la gran dificultad que ya representa cumplir el mandamiento de amarlo como a uno mismo.

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Santa Teresita cuanto más unida estaba con Jesús más amaba a sus hermanas, se olvidaba de ella misma, se abnegaba sirviéndolas y complaciéndolas. “Me edificaba con sus virtudes, viene a decir, procuraba estar siempre en una disposición indulgente y de excusa ante sus errores y defectos”. Amar a Dios es imitarle, ser, por tanto, indulgentes. Examinemos cuánto cuesta excusar, y sobre todo, perdonar cuando suponemos que hay mala intención. La virtud natural puede alcanzar a perdonar el error, incluso la negligencia, pero se necesita amor sobrenatural para perdonar la malicia. El reflejo más patente del amor a Dios se halla en el hombre que practica las obras de misericordia espirituales: corregir, dar buen consejo, enseñar, rezar, perdonar las injurias... sin dejar las obras corporales de dar techo al que lo necesita, vestir, atender enfermos y presos... Dice el profeta Isaías: “¿Creéis que el ayuno que os pido consiste en que un hombre aflija su alma todo un día vistiéndose de saco y ceniza? ¿A esto llamáis un día agradable al Señor? El ayuno que pido es este: Romped las cadenas de la impiedad, aligerad el peso de los afligidos, devolved la libertad a los oprimidos, suprimid todo lo que sea cargoso para los demás. Compartid vuestro pan, haced entrar en vuestra casa a los pobres y todos los que no saben dónde descansar. Cuando veáis un hombre desnudo, vestidlo. No menospreciéis a los que son de vuestra propia carne”. De nuestro amor depende la salvación de las almas. 35. Si por un imposible ni el mismo Dios viere mis buenas acciones, no por eso me sentiría en modo alguno afligida. Le amo tanto, que quisiera poder complacerle sin que Él mismo supiera que soy yo. Sabiendo y viéndolo está como obligado a pagármelo; no quisiera causarle esa molestia...

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En la Última Cena Jesús nos dio el mandamiento nuevo de amarnos los unos a los otros como Él no amó. Este es el signo del discípulo de Cristo. Jesús no hizo otra cosa que llevar a término en sí mismo el precepto de amar al prójimo como a sí mismo. Por amor al Padre, -por tanto, por amor a sí mismo amó a todos los hombres. Por tanto, los amó como al Padre. Mayor amor es imposible. El amor no es una entelequia. Es extraordinariamente concreto. Es practicarlo en el hermano. Por esto escribe san Jerónimo: “Por lo que afecta a algunas obras buenas, se puede alegar a veces que se tenga alguna dificultad en cumplirlas... pero al tratarse de la caridad que siempre hemos de tener, nadie puede excusarse. Alguno dirá: “Yo no puedo ayunar, me es imposible”... Pero ¿cómo podrán decir “me es imposible amar”? Porque amando los pies no se cansan de andar ni los oídos de escuchar ni las manos de trabajar, de modo que no hemos de buscar la manera de no amar mediante una u otra excusa. No se nos dice:“Id al Oriente a buscar el amor, o id por mar al Occidente para encontrar el amor”, sino que se encuentra en lo íntimo de nuestro corazón. No es en lejanos países donde se halla lo que a todos y a cada uno se nos exige”. San Jerónimo no quiso precisar más. Quizá habría podido añadir que si hay verdadero amor uno puede ayunar, puede andar sin rendirse, puede trabajar de sol a sol hasta quedarse agotado. En fin, puede hacer como San Francisco Javier, ir a Oriente a llevar el amor. 36. ¿Cómo se puede mantener la presencia de Dios en medio de las ocupaciones diarias? A una novicia que le preguntaba cómo podía Teresa conservar la intensidad de la presencia de Dios, le respondió: “No te atormentes ¿Qué le dirías a un trabajador lleno de buena voluntad que habiendo entrado a servir a un buen dueño continuamente le dijera: “Este trabajo que hago es para Ti, este

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trabajo que hago es para Ti ...” El dueño le diría sin duda “No me lo repitas tanto, ya sé que es así”. Basta la intención recta y pura de hacerlo todo por sólo el amor de Dios.” Conviene tener presente que el amor se demuestra en el combate diario, en el fragor de la lucha y del cumplimiento de los deberes, más que en la tranquila lasitud de un trabajo poco esforzado. Escribe Beaudenom que algunas almas demasiado formalistas se conturban cuando no pueden renovar continuamente la intención. Van erradas. El amor de Dios tiene como el corazón latidos regulares que se suceden uno tras otros sin darnos cuenta. Antes que nada, enamorémonos con un gran amor. Será este amor el que pensará por nosotros, actuará por nosotros y llenará, mucho mejor que una intención penosamente renovada, el conjunto de nuestros actos. 37. Santa Teresa del Niño Jesús constataba en sí misma el hecho patente de la fragilidad de la criatura humana, pero no para “encontrarse bien”, no “para recrearse” en su debilidad, ni por supuesto, para aceptar la comodidad de sentirse frágil, hundirse en la meditación de su flaqueza... sino para levantar la mirada hacia Dios. Ella enseña que no se trata de conformarse con ser débiles sino de buscar la fuerza de Dios mediante la oración y el sacrificio personal: debemos superar nuestra fragilidad con la fuerza de Dios. Viene a decir la Santa: “que nadie se engañe creyendo que Dios quiere que mirando el pozo de nuestra debilidad nos quedemos dentro del pozo. Tenemos que trabajar para ser alegres, a pesar de que a veces pueda ser costoso. Salir del pozo de la tristeza.”

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Concretamente hallaremos la fuerza en el santo sacrificio de la Misa, “que Jesús renueva cada día para ti, haciéndose alimento. En la diaria comunión es donde se realiza la fusión entre tu debilidad y la fuerza divina”.Así, hechos uno con Él, tendremos una alegría profunda nacida de la confianza ilimitada en que Jesús, Dios, nos ama. Comprenderemos entonces que la virtud no está en la aceptación resignada de nuestra fragilidad sino en ponernos incondicionalmente en las manos de Jesús que decía a santa Margarita: “Sólo te faltará mi ayuda cuando a mi Corazón le falte el poder”: Y si Dios es esencialmente Bondad, energía y fuerza, ¿por qué nos quejamos tan a menudo de nuestra debilidad? ¿por qué tanto desánimo? 38. “¡Oh qué bueno tiene que ser Dios para que yo pueda soportar todo lo que sufro! Nunca hubiera creído poder sufrir tanto. Y sin embargo no creo haber llegado aún al colmo de mis sufrimientos. Pero Él no me abandonará.” “Cuanto más desconfiemos de nosotros mismos más confianza tendremos en Dios. Y cuanta menos desconfianza tengamos en nuestras fuerzas menos confiaremos en Dios; y si nada esperamos de nosotros mismos entonces la confianza la tendremos toda entera en Dios”, viene a decir el Espíritu de san Francisco de Sales. Este pensamiento queda completado por otro de san Juan de la Cruz: “La tenacidad de la esperanza es la que conmueve y gana al Señor”. Por esto, santa Teresita que había aprendido bien las lecciones de estos maestros de la vida espiritual, lo temía todo de su propia flaqueza para esperarlo todo de la bondad de Dios. Ella se aplicaba las palabras de santa Margarita: “Corazón de amor, en Ti pongo toda mi confianza porque todo lo temo de mi debilidad, pero todo lo

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espero de tu bondad”. Teresa desconfiaba siempre de sus propios sentimientos. Así cuando se le decía que seguramente tendría miedo de la muerte, ella que tanto la deseaba, se decía: “Quizá sí... ¿por qué he de estar más segura que otra de no tener miedo a la muerte?” Ella no decía como san Pedro: “¡No te negaré nunca!” porque el conocimiento de sí misma y de la naturaleza humana le advertía que por mucho ardor que se sienta, la verdad es que hay que temerlo todo de la flaqueza humana. Pero inmediatamente reaccionaba: “Todo lo espero de tu bondad”... La confianza es el vaso o medida con que sorbemos a Dios: cuanto más grande, mayor es nuestra posesión de Dios. 39. Volar por encima de las nubes es sólo para las grandes almas. Por lo general la mayoría tiene que contentarse con sufrir el tormento de las tempestades, quedar anegadas o empapadas de pequeñas infidelidades. Por esto Santa Teresita conocedora de cuán débil es el común de los hombres, recomienda amar las propias debilidades... por amor a Jesús, y conformarnos con el pensamiento de que Él se contenta con pequeños actos de amor y con nuestros deseos. En la vida espiritual una sola cosa debe preocuparnos: “¿Está contento Jesús de mí?”. Lo mismo que Teresa pidió a la Madre Ana de Jesús, en uno de los escasos sueños reveladores. La santa Carmelita aseguró a la pequeña Teresa que Dios estaba contento de ella y que no quería otra cosa que sus deseos y pequeños actos de amor. “Es cierto que Jesús se olvida de nuestras infidelidades y sólo tiene en cuenta los deseos de perfección”.

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¡Cuán grandes son ante Dios nuestros deseos! San Agustín llega a decir: “Todo lo que nuestro corazón quiere y desea, en orden al bien, -o sea al amor de Dios- aun cuando jamás llegue a cumplirse, Dios nos lo mira y cuenta como si ya lo hubiéramos ejecutado”. Son tan importantes los deseos de agradar a Dios que el P. Scheijvers llega a escribir: “Persuádete de que en la vida espiritual Dios tiene más en cuenta la inmensidad de tus deseos que la perfección de tus obras... El hombre es verdaderamente fuerte cuando desea agradar a Dios, y este deseo es tenido por Dios como si hubiera sido ya una realidad”. ¿Qué dueño o señor sería tan magnánimo con su siervo? ¡Qué buena y fácil oración es desear agradar a Dios! Y si este deseo es sincero, le será llevadero convertirlo en realidad, cuando Dios quiera. 40. “Hagamos de nuestro corazón un pequeño tabernáculo donde Jesús pueda refugiarse. Así Él se verá consolado y olvidará lo que nosotras no podemos olvidar: la ingratitud de las almas que le abandonan en un tabernáculo desierto.” En el Sagrario el alma va a consolar a Jesús... o a ser consolada. La santidad de la infancia espiritual es ir a llorar delante del Buen Dios como los niños pequeños que, sin fuerzas, se ponen a llorar en los brazos de su padre o de su madre. Es, sin duda, una muestra de amor el confiarle a Jesús que está esperando en el Sagrario que estamos tristes, que no tenemos fuerzas, que estamos cansados ...Necesita el alma descargar al pie del Sagrario el peso que lleva cuando ya no puede más, o simplemente cuando está caída. Decía Jesús: “Venid a Mí los que estáis cansados y fatigados que yo os aliviaré”. Dejarse aliviar el alma es permitirle a Dios que manifieste su bondad.

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Y en el Sagrario, las almas pequeñas encuentran a un Dios que también se ha hecho pequeño. Un Dios que se ha hecho paciente: horas de soledad y espera, para que al fin llegue el alma abatida para escucharla sin prisas ni interrupciones. Un Dios que se muestra débil, frágil como un trozo de pan, para que el alma sencilla no encuentre dificultad en confiarse. Por esto los niños, cuanto más pequeños, mejor entienden el misterio del Sagrario. Consolar o ser consolados, poco importa. Lo que importa es tener la inteligencia limpia de los niños para comprender el amor de Jesús hecho Eucaristía. 41. Ante los grandes sufrimientos que padeció santa Teresa de Lisieux, las almas pequeñas se preguntan un poco atemorizadas: “¿Son necesarios grandes sufrimientos para salvarse?”. Es innegable que el dolor tarde o temprano acaba asentándose en cada una de las personas, y con preferencia en las que Dios ha elegido como víctimas adecuadas, redentoras. Dolores que son superiores a la capacidad de cualquier alma, pero la gracia de Dios, como sombra, cubre y ayuda, atempera y alivia en el momento de la prueba. Nuestra confianza ha de ser tanta que aceptemos el dolor convencidos de que recibiremos la gracia de aguantarlo. No confiar en nuestras fuerzas sino en el amor y abandono absoluto a las manos de Dios. Escribía la Santa: “Creía firmemente en su inmenso amor y que no permitiría nunca que tuviera sufrimientos

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que no pudiera soportar. En una palabra, yo estaba segura de Él. Nuestro Señor me anima en proporción a lo que sufro. A veces pienso que no voy a poder soportar dolores más grandes, pero no tengo miedo porque si aumentasen también aumentaría al mismo tiempo mi valentía. Cuando una ha comprendido el abandono total y confiado del niño a los brazos de su padre, puede repetir con serenidad lo que decía el santo Job: “Aunque Dios me matase, yo mantendría en Él mi esperanza”. 42. “No retiremos nuestros labios de este cáliz preparado por la mano de Jesús. Veamos la vida bajo su verdadera luz... Es un instante entre dos eternidades. ¡Suframos en paz!” Si Jesús deseó sufrir por amor nuestro la Pasión, el alma puede preguntarse “¿Conviene desear ardientemente el dolor?” Santa Teresita lo deseó e incluso lo pidió por considerarlo un tesoro de gran precio, pero es una gracia especial que Dios da cuando Él quiere. El sufrimiento por sí solo no constituye la santidad, pero es el puente que habitualmente une al alma con Dios. Preciosamente explica el P. Bernardot el sufrimiento cristiano. “No todo dolor es bueno; los hay inútiles y los hay que estorban en vez de favorecer. Encontramos almas buenas que tienen una tendencia enfermiza a buscar el sufrimiento por él mismo, lo aman y se complacen. Estas almas van contra los designios de Dios porque olvidan que el dolor no es nunca un fin sino un medio, un procedimiento para hacer que en nosotros nazca el amor. Lo que santifica al alma es la disposición íntima del que sufre... En el Calvario se hallaban dos ladrones a cada lado de Jesucristo, a uno, el dolor

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le abrió el Paraíso, al otro le sirvió para consumar su malicia y le fue preludio de eterna desgracia. Por tanto, no se trata de sufrir sino de sufrir bien en conformidad con el querer de Dios, como lo hizo Cristo y con Él”. Pero el dolor padecido como lo sufrió Cristo, conviene quererlo, desearlo. Jesús mismo dijo “he deseado con gran deseo sufrir por amor a vosotros.” El Padre atendió su ruego y Jesús pasó las angustias más crueles durante toda su Pasión. A veces las almas buenas dicen: “Acepto el dolor y elgozo que Dios me envíe ...”, y no se atreven a pedir abiertamente a Dios grandes sufrimientos. Es una pena porque complace al Padre que sus hijos quieran parecerse al Hijo y aunque muchas veces no llegue a aceptar el ofrecimiento, les quedaría imputado como realidad para siempre. 43. Es humano tener miedo al sufrimiento. Porque nos imaginamos lo que es el dolor y en cambio no entra en nuestra capacidad vislumbrar siquiera la fuerza de la gracia. Por esto uno tiene a menudo la sensación de no poder cargar con una cruz mayor. “La que llevo me basta”... se piensa. A veces el alma se siente débil, inconstante, incapaz sin la gracia de Dios de aceptar con alegría el más pequeño dolor, la más mínima humillación. Este sentimiento es bueno, resguarda de la soberbia, es una gran riqueza y una gracia tan preciosa como la de desear el sufrimiento y soportarlo con alegría.

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Otras veces parecerá que la copa del dolor está ya para rebosar, que está a punto de explotar o de quebrarte... Piensa que Dios es Padre, que no vas a tener que aguantar tú solo, que será Él quien te dará la virtud de la paciencia. Por esto la Santa de Lisieux decía a sus hermanas: “Yo no he tenido ni un minuto de paciencia... No es mía, ¡cómo os equivocáis!”. Cada uno de nosotros puede sufrir dolores mayores que los que sufrió santa Teresita. Para soportarlos sólo falta abandonarnos a Él. “No creemos bastante en que nos ama; no estamos lo bastante seguros de su amor”. San Efrén cita un ejemplo un tanto casero pero lleno de encanto. Dice: “Si los hombres más rústicos conocen la carga que los caballos o mulos pueden soportar y no los cargan más de la cuenta para no rendirlos; si el alfarero sabe cuánto tiempo ha de permanecer en el horno la arcilla para que se fragüe, sería muy irreflexivo el hombre que osara decir que Dios que es la misma Sabiduría y que nos ama con inmenso amor va a cargar nuestras espaldas con un peso demasiado gravoso o que nos dejará más tiempo del preciso en el fuego de la tribulación. Estemos tranquilos porque el fuego no será ni más ni menos fuerte o de mayor duración que lo que nuestra arcilla haya de menester para obtener el grado que convenga”. 44. “El pensamiento de la felicidad celeste no sólo no me causa gozo alguno, sino que hasta me pregunto, a veces, cómo me será posible ser feliz sin sufrir. Jesús sin duda, cambiará mi naturaleza, de lo contrario, echaré en falta el sufrimiento y el valle de lágrimas.” ¿Es posible sonreír en el dolor? Contemplad esta escena: Una madre amorosa procura con

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caricias calmar las lágrimas de su hijo mientras le cauterizan una herida. La madre sonríe. Este dolor es un remedio para que recupere la salud. Y el hijo acaba también sonriendo agradecido... El hijo confiaba en el corazón de su madre que quiere para él sólo el bien. Así era Santa Teresita, para quien la sonrisa ante el dolor era una correspondencia al desvelo de Dios por ella. Abandonada en Dios no podía sino sonreír ante la voluntad divina. Jesús no se deja ganar en generosidad, luego “puedo estar contenta de este dolor que, por su misericordia, ha pasado de ser un castigo por el pecado a ser un tesoro inestimable”. Dolor para Teresa era la forma de devolver amor con amor. “Entonces Teresa, ¿no tenía nunca tristeza? Esto tan humano ...” Pues claro que sí. Pero se esforzaba en desterrarla. “Quiero lo que Tú quieres, Jesús. Y Tú quieres que yo sonría a pesar de que mi alma no siente ningún gozo sensible. Sufro en paz, por esto puedo sonreír. Y sufro en paz porque en este sufrimiento está Tu voluntad”. 45. Una buena hija descubrió entre los papeles de su madre una palabra que la aterró: se había ofrecido como víctima a Dios. Ofrecerse como víctima, ¿no es algo propio de almas consagradas, que asusta especialmente a los seglares? La palabra víctima suele asustar porque no se conoce bien lo que significa ser víctima, ofrecerse. Escribe el P. Scheijvers que “ser víctima juntamente con Jesús no quiere decir que se hayan de soportar necesariamente grandes tribulaciones o aguantar penas extraordinarias. No es esto. Significa sólo que el alma debe estar

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presta, pronta, para aceptar de la mano de Jesús cuanto le envíe, sea dulce o amargo, la salud o la enfermedad, consuelos interiores o arideces... El alma víctima tiene en su simplicidad una vida sublime: ha pasado enteramente al servicio de Jesús. Sin tener que sufrir más que las otras almas, ella siempre se está inmolando por su amor. Continuamente está celebrando con el Padre Eterno el Sacrificio del Calvario. Así su vida es una Misa continua, y su muerte será el golpe final que inmolará a la víctima”. Ser víctima es, pues, la inmolación al amor misericordioso de Dios. ¿Qué escalofrío puede dar la Misericordia divina? ¿Qué alma puede temer ser atraída por las olas infinitamente amorosas que recalan en Jesús? ¿Qué alma temerá ser dulcemente consumida por el amor de Jesús? El camino de la infancia espiritual que enseña Santa Teresa de Lisieux conduce inevitablemente a darse totalmente al Amor de Dios: o sea a aceptar ser víctimas. En un momento u otro de este camino estrecho pero seguro se encuentra “el acto de amor perfecto” para desagraviar a Dios y consolarlo de la ingratitud de los hombres. Jesús acepta y obra en el alma víctima la unión amorosa. El Papa Pío XI terminaba la homilía de la Misa de Canonización de la Santa el 17 de mayo de 1925 con estas palabras tomadas del libro de su vida: “¡Oh Jesús! Os pedimos que queráis volver vuestra mirada sobre el gran número de almas pequeñas y escoger una legión de pequeñas víctimas dignas de vuestro amor”. No temamos, pues, pedir a Dios que nos acepte como víctimas; la recompensa está en la donación del mismo Dios; ni siquiera, viene a decir la Santa, habrá juicio para estas almas porque “Jesús se dará prisa en recompensar con delicias

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eternas su mismo amor que verá arder en el corazón de las almas víctimas”. El acto de ofrecimiento como víctima puede revestir diferentes formas. En el apéndice ofrecemos el que la santa compuso para la Fiesta de la Santísima Trinidad el 9 de junio de 1895. Pero lo esencial es DARSE de todo corazón a Jesús para que su Amor misericordioso tome plena posesión del alma a fin de que obre en ella a su antojo. Para ser víctima de amor, el alma ha de sentirse frágil, débil, necesitada. “Comprended, escribía a su hermana María del Sagrado Corazón, que, para amar a Jesús, para ser su víctima de amor, cuanto más débil se es sin deseos ni virtudes tanto más cerca se está de las operaciones de este amor consumidor y transformante. El solo deseo de ser víctima basta, pero es necesario consentir en permanecer siempre pobres y sin fuerzas, y he ahí lo difícil, porque ¿dónde encontrar al verdadero pobre de espíritu?” La Santa enseña que el pobre de espíritu se encuentra en la bajeza de la nada. Por esto afirma: “Permanezcamos muy lejos de todo lo que brilla, amemos nuestra pequeñez, deseemos no sentir nada; entonces seremos pobres de espíritu y Jesús irá a buscarnos por lejos que estemos y nos transformará en llamas de amor”. San Francisco de Sales recomendaba a la Madre Chantal: “Estimad vuestra condición miserable; glorificaos en ser nada, gozaos de que vuestra miseria sirva de objeto para la bondad de Dios, para que Él pueda mostrar su misericordia. Entre los mendigos, los misérrimos, los que tienen las úlceras más grandes y lastimosas, son los mendigos más socorridos. Nosotros no somos nada más que mendigos; y los más miserables son los de mejor condición porque la

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misericordia de Dios los mira compasivo”. Una vez más vemos que la vida de la infancia espiritual se reduce a confianza en Dios. Somos su obra. Aceptemos ser pobres para que Él pueda socorrer nuestra insignificancia. Dios se complace más en su misericordia que en su omnipotencia, te prefiere a ti, débil pecador, antes que los millones de estrellas que tachonan la inmensidad del firmamento. 46. Morir de amor no es siempre morir en medio de transportes de gozo. Jesús murió de amor en la cruz y tuvo la agonía más dolorosa que cualquier otro hombre. Agotado física y moralmente por la pérdida de las fuerzas y por la donación que hizo de su madre, por el abandono del Padre, por el desagradecimiento de todos los que había ayudado ... Pero, se pregunta Santa Teresita, ¿no es la muerte más hermosa que jamás se haya visto? Tres meses antes de morir les decía a sus hermanas: “No os apenéis si sufro mucho y no veis en mí ninguna señal de bienaventuranza en el momento de mi muerte. Nuestro Señor murió ciertamente víctima de amor, y ya veis cuál fue su agonía... Todo eso no significa nada”. “Deseaba sufrir y he sido escuchada. Sufro mucho desde hace varios días. Una mañana, durante mi acción de gracias, después de la comunión, me pareció sufrir las angustias de la muerte... y sin ningún consuelo”. Pero los cristianos no vemos la muerte de Jesús desgarrada, sino apacible.

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¿Cómo mantener la serenidad, la paz, mientras la angustia turba el alma? Es un misterio de la gracia. Decía santa Teresita: “Si por angustias de muerte entendéis los sufrimientos terribles que se manifiestan en el último momento con señales que causan horror a los demás, nunca las he visto aquí en las que han muerto en mi presencia.” 47. Dios tiene un designio de amor sobre cada uno de sus hijos. Esto quiere decir que conviene -debemos- ser santos, pero al gusto de Dios. Lo describe así el jesuita P. Caussade: “Quizá Dios quiera habitar en nosotros pobremente y sin accesorios de santidad que hacen admirables a las almas. Puede ser que Dios quiera ser Él solo el único alimento de nuestro corazón, el único objeto de nuestras complacencias. Somos tan débiles que, si viéramos el resplandor de la austeridad, del celo, de la limosna, de la pobreza brillar sobre nosotros, se convertiría en una parte de nuestro gozo... Dejemos que Dios cuide de nuestra santificación: Él sabe cómo hacerlo... Nosotros vayamos en paz tras los pequeños deberes de nuestra fidelidad activa, sin desear grandes cosas, porque Dios no anhela entregarse a nosotros a cambio del miramiento que le tengamos. Él, en su Providencia, sabe la categoría que nos quiere dar; dejémosle hacer y sin formarnos falsas ideas y sistemas inútiles de santidad, contentémonos con amarle continuamente, caminando con humildad por el camino que nos ha señalado, en el que todo es pequeño...” Ésta es la mejor disposición del corazón: mantenernos oscuros y siempre ignorados. Aceptar gozosos que las flores de nuestros deseos caigan al suelo sin producir nada, para que ningún recuerdo quede de nosotros. Para esto es inmejorable la regla de la Santa de Lisieux: “Pongámonos humildemente en la fila de los imperfectos”.

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Situarnos en el último puesto del convite sin pensar que cuando llegue el dueño nos hará pasar al primer sitio, sino que nos mantendrá donde convenga más a su gloria. El alma que vive la infancia espiritual, dice un importante autor, no quiere parecer cosa diferente de lo que es, ni mira de ocultar los defectos que tiene. Con la misma sencillez reconoce lo bueno que Dios le ha dado que las faltas en que incurre. Jesús ama la autenticidad y rechaza la hipocresía. Conoce bien de qué clase de madera estamos hechos. No ignora la debilidad y la impotencia de la criatura humana. Por eso la lección constante que nos da Santa Teresita del Niño Jesús es la conformidad en la voluntad de Dios: ser como Él quiere que seamos. Si quiere, por ejemplo, que pasemos toda la vida sintiendo repugnancia por el sufrimiento o por el temor de ser humillados, si quizá permite que todos nuestros esfuerzos o deseos caigan al suelo sin dar fruto, no tenemos de qué inquietarnos. Porque, en un abrir y cerrar de ojos, cuando llegue la hora de la muerte bien sabrá hacer madurar los frutos del árbol de nuestra alma, que es en definitiva lo que importa. El abandono, la confianza en Dios nos puede aprovechar más que si nos hubiéramos lanzado a realizar actos heroicos que nos habrían podido llenar de orgullo y de satisfacción personal. Dice el libro del Eclesiástico que la bendición de Dios cuida de premiar al justo y de dar fruto en su momento. La bendición de Dios es la oración intensa, la alegría profunda, el trabajo y el fuerte dominio de los sentidos. El premio del justo en este mundo es este programa racional de amor a Dios. Otros frutos y consolaciones son secundarios.

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48. Santa Teresita del Niño Jesús contó esta anécdota a una de sus novicias que se desconsolaba a causa de sus imperfecciones: “Había una mujer muy pobre que quería contribuir a la construcción de una basílica que un señor muy rico había emprendido con gran ostentación; y dentro de su pobreza no encontró otra forma mejor que llevar un manojo de alfalfa y darlo a los animales de carga que acarreaban los materiales. Cuando el templo fue terminado, y mientras el gran señor pretendía con razón que él lo había construido, se produjo un milagro del cielo y quedó patente ante la admiración de todos que, a los ojos de Dios, el templo lo había hecho aquella pobre mujer.” Así enseñaba Teresa que en la construcción de la Iglesia de Cristo, las acciones pequeñas, minúsculas, las oblaciones de las almas frágiles, débiles, hechas con gran amor tienen un valor inconmensurable. Porque a los ojos de Dios no cuenta la grandeza o la santidad aparente sino el amor con que se hace cada cosa: contestar al teléfono cuando no apetece, sonreír cuando se está malhumorado, disculpar cuando ninguna disculpa existe... son innumerables los actos de cada día, pequeñas nadas, que están al alcance de todos y que, hechos por puro amor de Dios, son pilares fuertes, enhiestos de la Iglesia. Sólo en el cielo sabremos la multitud de almas pequeñas que han sostenido el edificio espiritual de la Iglesia.

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APÉNDICE Acto de ofrenda al amor misericordioso A fin de vivir en un acto de perfecto amor, yo me ofrezco como víctima de holocausto a vuestro AMOR MISERICORDIOSO, suplicándoos que me consumáis sin cesar, dejando que se desborden en mi alma las olas de ternura infinita que están encerradas en Vos, para que así llegue yo a ser mártir de vuestro amor, ¡oh Dios mío!... Que este martirio, después de haberme preparado a comparecer delante de Vos, me haga por fin morir, y que mi alma se lance sin demora al eterno abrazo de vuestro misericordioso amor... Quiero, ¡oh Amado mío! renovaros esta ofrenda a cada latido de mi corazón, un número infinito de veces, hasta que, habiéndose desvanecido las sombras, ¡pueda yo repetiros mi amor en un cara a cara eterno!...

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Que toda la tierra sea, con la Virgen María, Gloria de Dios.

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