Una semilla de Amor

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Una Semilla de Amor

Una Semilla de Amor

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Mª MAGDALENA MARCUZZI PASIONISTA




UNA SEMILLA DE AMOR VENERABLE Mª Magdalena Marcuzzi Pasionista

Mª ASUNCIÓN GRANDA VALBUENA C.P. RR. PASIONISTAS OVIEDO - MADRID 2017


A tantas semillas de Amor, sembradas con Pasión por el Único Sembrador que es Cristo.

© 2017 by NOTICIAS CRISTIANAS Ctra. de Vallvidrera al Tibidabo 102-104. 08035 Barcelona Depósito legal: B 23623-2017 Impreso por: Celia Serveis Gràfics Printed in Spain


ÍNDICE CAPÍTULO I. La Semilla Giussepina…………………………………………. 7 Conocer la tristeza…………………………………. 9 El despertar del “primer abrazo”……………… ….10 “Me entregué ciegamente al amor”…………… ….12 CAPÍTULO II. Los Primeros brotes Giussepina quiere ser Magdalena………………… 17 Una blanca paloma……………………………….. 18 De Jesús Crucificado……………………………... 20 CAPÍTULO III. Tierra nueva para crecer Pasión más grande que el océano…………….. …..25 Las palomas regresan a España…………………... 28 CAPÍTULO IV. Un apóstol no puede echar raíces Ermitañas, como S. Pablo de la Cruz………….. 31 Poseída por el Amor……………………………… 33 No un director, sino una directora: María……….. 35 CAPÍTULO V. El primer nido En el árbol de la Cruz………………………….. … 39 “Ponme como un sello sobre tu corazón”…….. …...41 CAPÍTULO VI. Los cuidados del jardinero El P. Juan G. Arintero………………………… ….. 45 A velas desplegadas con un experto timonel…….. ..49 Una misión en la tierra y en el cielo………………. 53 CAPÍTULO VII. El nombre de la flor Se esconde bajo otro nombre………………………. Más flores para Jesús………………………………. Un nombre nuevo: “Apóstol del Amor”………….. ¿Qué nombre esconde ese nombre?........................... “Padre mío, basta una mirada y un beso”…………..

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CAPÍTULO VIII. Frutos que se dan y que se viven Al desvivirse……………………………………….. 71 Mis raíces sólo en el Calvario………………………. 73 ¿Otra vez a Luca?...................................................... 76 CAPÍTULO IX. Inviernos y estíos Tierra amada y hostíl……………………………….. 81 Una flor con espinas: Gema………………………... 85 Las palomas emigran otra vez……………………… 87 CAPÍTULO X. Por fin ¡la primavera! En Madrid, de rama en rama………………………. 91 “Espera y verás”…………………………………… 94 Un jardín para Magdalena y Jesús……………….. 97 Presagios de Bodas Eternas…………………….. .100 “En alas de María, volar al Eterno Amor”………… . 102 “Amando, jamás se muere”………………… ……... 106 EPÍLOGO …………………………………………. 109 BIBLIOGRAFÍA…………………………………. .113


Capítulo I LA SEMILLA Giuseppina A unos diez kilómetros de la ciudad de Luca, entre suaves colinas y junto al plácido fluir del río Serchio, se encuentra San Gemigniano Ponte a Moriano. Pequeñas calles, antiguas iglesias, casas diseminadas en el verde paisaje que en primavera florece como un mosaico de vivos colores. Y aquella primavera, la de 1888, germinaba en S. Gemigniano una nueva semilla: el 24 de abril nacía, en el hogar de los Marcucci, Giuseppina. Era la tercera hija de Casimiro y Sara, casados seis años antes. Casimiro Marcucci tuvo que emigrar en su juventud buscando en América un horizonte más amplio para el futuro. Aún no había comenzado el fuerte desarrollo sociolaboral que, a partir de 1880, hará de aquella comarca una de las zonas más industrializadas de la provincia de Luca. Trabajando en América Latina y en Brasil en el comercio de tapicerías, al cabo de unos años regresaba con algunos ahorros y los invirtió en la compra de tierras, adquiriendo una buena posición. Casimiro se había enamorado de Sara, una muchacha culta e inteligente que pertenecía a la acomodada familia de los Simi, y confiado en su nueva situación económica, más desahogada, se animó a pedirla en matrimonio. Vivían en una bonita casa de tres pisos, cerca de la iglesia parroquial. Un esbelto ciprés destacaba en el jardín como centinela permanente sobre la propiedad. Al otro lado, el camino por el que tantas veces correrá Giuseppina hacia la escuela. De su pequeño entorno familiar, de su querida parroquia, de sus amigas, nos contará ella misma lo suficiente para darnos cuenta de la profunda relación entre el escenario de sus primeros años y la configuración


espiritual que se manifestará en la plenitud de su vida. Dos nacimientos la habían precedido: Assunta Angelina y Mª Elisa Teresa, y otro la seguirá: la pequeña Lucindina. El padre, como la mayoría de los padres, esperaba ilusionado que el tercer fruto de su matrimonio fuera un varón. Dña. Sara compartía las esperanzas de su marido. Sumamente piadosa, devota de la Stma. Virgen, acudía con frecuencia a la iglesia para rezar el rosario y ofrecerle la criatura que llevaba en su seno. Pero cuando llegó el alumbramiento y le dijeron a D. Casimiro que había nacido una niña, no pudo ocultar su desilusión: no quería verla. Los familiares le insistían: -“¡Ven! Seguro que cuando la veas, no te desagradará que haya sido una niña”. Efectivamente, al tomarla en sus brazos exclamó: - “¡Tenéis razón!”. Y no solo la besó, sino que la recibió como un don del cielo. Nunca sabremos lo que sucedió en el interior de su padre, pero la pequeña Giuseppina le conquistó de tal manera que, en adelante siempre será su preferida. Vivía por entonces, como inquilina en el tercer piso de la casa, una señora llamada Dña. Teresa Montaldo. Casimiro y Sara le pidieron que fuese la madrina de bautismo de su nueva hijita. Ella aceptó complacida. Como se llamaba Teresa, y la santa española tenía gran devoción a S. José, quiso que la pequeña se llamase María Josefina Teresa, aunque familiarmente todos la llamarán “Beppina” (Pepita). En el registro parroquial encontramos el nombre completo deseado por su madrina: “Marcucci María Teresa Giuseppina, hija de Casimiro y de Sara Simi, conyuges legítimos, ambos de S. Gemingniano de Moriano, nació el 24 de abril de 1888 a las seis de la mañana, y en el día 26 del mismo mes y año, fue bautizada


por el Rev. D. Antonio Giuliani, siendo padrinos el señor D. Bartolomeo Turri y la señora Dña. Teresa Nieri, esposa de D. Giovanni Montaldo, ambos de Luca.” Dña. Teresa Montaldo desempeñará responsablemente su misión. Amaba sinceramente a la pequeña Beppina, la colmaba de regalos y se preocupaba por su educación cristiana. De la generosidad y piedad de la bondadosa madrina dan testimonio los documentos de la Archicofradía de la Misericordia, en Luca, donde aparece como presidenta de la llamada “Congregazione delle Consorelle” en el año1908. Allí se recuerda que proveía de ropa de abrigo para el invierno a los reclusos de la prisión, y que visitaba a los pobres de la ciudad, aliviando sus necesidades y miserias. Años después la señora Montaldo dejará definitivamente S. Gemigniano para irse a vivir a Luca, pero seguirá manteniendo con su ahijada una estrecha relación. Y cuando más adelante ésta entre en el monasterio para ser Pasionista, Dña. Teresa la ayudará a superar muchos escollos. Por eso M. Magdalena conservará siempre de ella un recuerdo afectuoso y agradecido.

Conocer la tristeza Sobre la pequeña Beppina, vivaracha y traviesa, nos dice su hermana Mª Teresa: “era un diablillo de una vitalidad incontenible, no podía estar parada ni unos minutos.” Sin embargo, las nubes de la tristeza iban a inundar pronto su cielo infantil. En 1894 su padre cae gravemente enfermo; el dolor se hace presente en el hogar de los Marcucci y todo cambia. Afectado por una parálisis progresiva con solo 43 años, D. Casimiro se ve reducido a la inmovilidad. Permanecerá clavado en el lecho hasta su muerte, el 30 de noviembre de 1896. Unos meses antes fallece la más pequeña de las hermanas, Lucindina, de 4 años. Todos están desconsolados, pero su pa-


dre, ya muy débil, queda sumido en una profundísima tristeza. M. Magdalena narra en su Autobiografía las dificultades económicas que siguieron a la muerte de D. Casimiro, y recuerda especialmente la entereza de su madre que, con una confianza inquebrantable en la Providencia Divina, afrontó numerosas pruebas y humillaciones. Esta fe profunda y vital de Dña. Sara ejercerá una influencia decisiva en el desarrollo espiritual de Giuseppina. Muchos años después escribe: “¡Qué bien me hicieron estas cosas cuando empecé a entender y a reflexionar! repercutieron tanto en mi alma, tuvieron tanta influencia en las decisiones que luego tomé con la gracia del Señor, que no me ha parecido bien silenciarlas”.

El despertar del “primer abrazo” El eco de estos acontecimientos se dejará sentir con una rápida maduración personal. “Decidida y voluntariosa como era – dice su hermana Mª Teresa estaba desconocida, sobre todo después de la Primera Comunión”. M. Magdalena llamará a este encuentro con Jesús en la Sagrada Eucaristía “el primer abrazo de Amor”, y hablará de él comparándolo con la llegada de una persona amada después de una larga ausencia. Con este íntimo abrazo, Jesús llena el vacío de la orfandad; en adelante Giuseppina ya no sentirá del mismo modo la ausencia de su padre. Entre 1897 y 1906, atravesando la crítica edad de la primera adolescencia y asomándose a un mundo diferente del pequeño ambiente familiar, comienza también a descubrir en su interior - sobre todo a raíz de una grave enfermedad - una nueva dimensión desconocida. Se entrega entonces a una precoz e intensa vida espiritual. Las largas permanencias en la Iglesia Parroquial, junto al


Sagrario, la necesidad que experimenta de acercarse al Sacramento del Perdón y de participar en la Eucaristía, van dando forma y expresión concreta a la llamada del Amor Divino que ha empezado a sentir. Durante esos años, además de las tareas de la casa y la escuela, encontrará tiempo para realizar sus primeros ensayos de “apostolado”, dedicándose a la catequesis y a las obras de caridad. Giuseppina poseía una fina sensibilidad espiritual y en el despertar consciente a la interioridad y a la autonomía de la propia existencia, sentía el atractivo de los grandes ideales: “…He amado y buscado lo grande, lo hermoso, lo mejor; y me he sentido siempre dispuesta a conseguirlo, con ánimo para cualquier cosa”. A ello le ayudaba, sin duda, su temperamento ardiente; el estar dotada de un natural vivo, aunque dócil y cariñoso. Desde temprana edad advierte en sí una gran capacidad de amar, de poseer un Bien Infinito. Amaba, y se sentía amada. A su alrededor descubría la hermosura de la creación, regalo y testimonio de un Amor más grande que todo lo humano: “¡Cuanta hermosura en los prados, en las flores, en los frutos!”. Aunque en el fondo tiene un ardiente anhelo de eternidad, todavía se deja llevar por los pasatiempos y distracciones propias de estos años. Pronto se da cuenta, sin embargo, de que no la llenan ni satisfacen:


“¡Con qué afán buscaba, en medio de los placeres mundanos, saciar el hambre de infinito que Jesús había despertado en mí el día de la Primera Comunión!”.














































































































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