Los Cavernicolas de Ellora Cuentos Legendarios I

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Una publicación de Ellora’s Cave

www.ellorascave.com Los Cavernícolas de Ellora: Cuentos de Legendario I. ISBN # 1-4199-9009-8 RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS El impostor © 2005 Callista Arman Rompiendo las reglas © 2005 B.J. McCall Abducción © 2005 Lynn LaFleur La novia del piloto de la oscuridad © 2005 Cricket Starr El Club de los Miréecoles © 2005 Charoltte Boyette-Compo Eeposas de amor © 2005 Elizabteh Lapthorne Editado por Raelene Gorlinsky. Arte de portada Darrell King. Traducido por Mondial Translations and Interpreting, Inc. Publicación del libro electrónico: mez de 2005 Publicación del libro electrónico en Espanol: mez de 2006 Este libro no se puede reproducir total ni parcialmente sin autorización.de Ellora’s Cave Publishing @ 1056 Home Avenue, Akron, OH 44310-3502. Ésta es una obra de ficción y cualquier semejanza con personas, vivas o fallecidas, o lugares, eventos o escenarios es puramente fortuita. Todo es producto de la imaginación de los autores y se emplea en forma ficticia.

Advertnecia: El siguiente material incluye contenido sexual gráfico para lectores adultos. Esta historia ha sido calificada como una obra de contenido S (sensual) y E (Erótica) por un mínimo de tres críticos independientes. Ellora's Cave Publishing ofrece tres niveles de lectura Romantica™ de entretenimiento: S (sensual), E (erótica) y, X (extrema). Las escenas de amor sensuales son explícitas y no dejan nada librado a la imaginación. Las escenas de amor de contenido erótico son explícitas, no dejan nada librado a la imaginación y el volumen de las palabras es elevado por la frecuencia de las mismas. Además, es posible que algunos títulos calificados como E incluyan material de fantasía que ciertos lectores podrían considerar objetable, como: prácticas sexuales sadomasoquistas, sumisión, encuentros homosexuales y lésbicos, seducciones forzadas, etc. Los títulos calificados como E son nuestros títulos más gráficos; es habitual, por ejemplo, que el autor utilice palabras como “coger”, “pija”, “concha, "verga", "cogiendo", etc., en su obra. Los títulos calificados como extremos se diferencian de los eróticos sólo en cuanto a la premisa argumental y la ejecución del guión. A diferencia de los títulos calificados como eróticos, las historias señaladas con la letra X tienden a incluir contenido controvertido no adecuado para personas tímidas.


LOS CAVERNÍCOLAS DE ELLORA: CUENTOS DE LEGENDARIO I El Impostor

De Callista Arman

Rompiendo las reglas De B.J. McCall2

Abducción

De Lynn LaFleur

La novia del piloto de la oscuridad De Cricket Starr

El Club de los Miércoles

De Charlotte Boyette-Compo

Esposas de amor

De Elizabeth Lapthorne


EL IMPOSTOR Callista Arman


El impostor

Capítulo uno La boca de él cubrió el pezón de ella, chupando intensamente a través de la barrera de la sábana blanca. El cuerpo de ella se arqueó hacia su calor, aun cuando su mente luchaba para resistirse. Él era un marginado. Ella era la hija de su enemigo. Ésta era su venganza. Unos dedos ásperos marcaban los muslos desnudos de ella, exploraban entre sus rizos. Invadían su concha, desparramaban su humedad por su clítoris. Ella respiraba con pequeñas bocanadas mecánicas mientras él rodeaba su sensible protuberancia con sus dedos fuertes y callosos. El vientre de ella ardió en llamas. Estas se esparcieron velozmente por sus venas, encendiendo el deseo en cada fibra de su ser. Ella se mordió el labio, para no humillarse al rogar por más. “Abre más tus piernas, muchacha”. “No”, susurró ella. Quien habló por ella fue su último dejo de orgullo. Los dedos de él entraron en ella lentamente, se retorcieron y se flexionaron, haciéndola boquear por el exquisito placer que le daba. Un extraño indicio de una sonrisa torció los labios de él. Luego retiró la mano, dejándola vacía. La puso de pie, agarrándola de la muñeca. “Desvístete, muchacha”. Sus ojos, oscuros y pecaminosos, la desafiaban a que se rehusara. Ella obedeció con las manos temblorosas. Nunca se había desvestido completamente en presencia de un hombre, y ahora… Su mirada oscura nunca titubeó mientras sus prendas se deslizaban, una a una, hacia el piso de tablones mal cortados. Ella se estremeció, pero no fue el miedo el que la hizo temblar. Ni el frío. Fue la expectativa.

***** “¿Crees que deberíamos bajar nuestros precios?”. Raye MacLeod movió las caderas hacia la embestida de su marido, haciendo lo mejor de sí por ignorar su pregunta en voz baja. Desentonaba tanto con su fantasía. “Bueno, ¿lo crees?”. Ella abrió un ojo. Ian soportaba el peso de su delgado cuerpo con sus rígidos brazos y la miraba. Él arrugó el ceño mientras movía las caderas. “Una reducción del diez por ciento nos daría la ventaja que necesitamos. Por otra parte…”. El se apartó hasta que la cabeza de su verga excitaba los labios externos de su concha.

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Raye lo agarró del trasero, empujándolo otra vez hacia su cuerpo. “No puedo creer que me estés preguntando esto justo ahora”. “Me ha estado dando vueltas por la mente”. “¿No podemos dejarlo para después?”. Raye cerró fuertemente los ojos, desesperada por recapturar la intensidad de su fantasía. Una fantasía en la que Kieran MacKenzie —terrateniente desposeído del Clan MacKenzie y dueño de la verga más grande y más mala de toda la Escocia medieval— desfloraba a Tess, la hija virgen de su enemigo más odiado. Era una escena de la novela erótica favorita de Raye, Pasiones en las Montañas Escocesas. Ian se deslizó hacia afuera. “El texto del aviso estará listo en la imprenta esta tarde”. Las esperanzas de Raye de tener un orgasmo se derritieron como su desvaneciente ensoñación. Muy bien, así que después de cinco años y medio de matrimonio, el sexo con Ian era un poco rutinario. Eso era de esperarse. ¿Pero tenía que sacar el tema del bar justo ahora? Había estado tan cerca de acabarse. Maldición. Kieran MacKenzie jamás hablaría del trabajo durante el sexo. “Si no hacemos algo para seducir a nuestra clientela para que vuelva”, dijo Ian, “sería casi mejor ni abrir”. “Bueno, bueno”. Los últimos arrebatos de excitación de Raye se esfumaron. Ella e Ian habían puesto los ahorros de toda su vida en ‘Café y Panecillos’, un café muy moderno en el límite del distrito histórico. El tema escocés había sido idea de Raye; Ian había sugerido una decoración de selva tropical. Les fue muy bien durante un par de meses, hasta que la cadena nacional ‘Café Estrella’ abrió un megabar a menos de una milla de distancia, justo en la esquina de Broad y Main. Con estacionamiento. Así como así, el resultado del balance de ‘Café y Panecillos’ se había vuelto de un brillante y desagradable color rojo. Si Ian y Raye no podían dirigir un parte del tráfico sediento hacia el interior de sus puertas con picaportes de bronce, iban directo a la bancarrota. “Sí, tendremos que bajar nuestros precios”, dijo ella. “¿Qué te parece hacer un día en el que si compras uno te llevas otro gratis, para el grupo de estudiantes?”. Preguntó Ian. Él dejó caer la cabeza en el doblez del hombro de Raye y aceleró el ritmo de sus embates. “Quizás hasta podría sacar la gaita de mi abuelo”. Raye gimió, pero no de placer. Ella amaba todo lo escocés —a su marido, más que nada— pero Ian no tenía ningún talento para la gaita. “Queremos atraer clientes, no hacer que se vayan”, le dijo ella. Ian rió por lo bajo. Ella le acarició el costado del cuello con la nariz. “Olvida la gaita. Pero sí podrías vestirte con la ropa típica de las montañas escocesas que te compré”. Él gruñó. “De ninguna manera. No me voy a poner una falda”. 6


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“Es una kilt, no una falda”. “Es lo mismo”. Un delicado estremecimiento reverberó por el cuerpo de él. “Dios, Raye, estoy cerca”. Entonces él dejó de hablar, gracias a Dios. Raye se concentró en coincidir con el ritmo de sus embates cada vez más profundos. Una sensación suavemente placentera la invadió, pero no se parecía en nada a lo que solía ser. Cuando ella e Ian estuvieron juntos por primera vez, él le dio un estremecedor orgasmo tras otro. Pero ahora… Ahora necesitaba fantasear con Kieran MacKenzie para ayudarse a acabar. Pasó los dedos por entre los oscuros rizos de su marido. Era una pena que no se pudiera acabar sin una fantasía. Cerró los ojos y trató de perderse en la sensación de la verga de Ian deslizándose dentro de ella. Unos pocos embates más tarde, se dio por vencida. Simplemente no sucedía. Tess nunca tuvo este problema con Kieran en Pasiones en las Montañas Escocesas. Pero Raye no estaba casada con un guerrero de las montañas de la Escocia medieval. Ni remotamente. Ian era un contador. Pero en este momento, sus lentes de marco de metal estaban lejos sobre la cómoda y su camisa siempre abrochada estaba en el suelo. Con el orgasmo viento en popa que afilaba los rasgos de él, ella casi podía imaginar la pasión de sus temibles ancestros escoceses ardiendo en sus venas. Los ojos de él se pusieron vidriosos. Sus brazos se flexionaron alrededor de ella y su torso se puso rígido. Luego cobró vida, bombeando dentro de la concha de Raye con embates cortos y profundos, gimiendo su nombre mientras chorreaba de placer. Luego sus brazos cedieron y todo su peso tibio colapsó sobre ella, hundiéndola en el colchón. Raye le besó el cuello y acarició sus hombros brillosos de sudor, pero no pudo reprimir un diminuto suspiro. ¿Por qué era que el hombre podía acabarse siempre, sin importar qué pasara? No era justo. Ian rodó hacia un lado y le hizo una breve sonrisa de lado. “Siento que no lo hayas logrado a tiempo”, le dijo. “¿Quieres que te haga acabar con el vibrador?”. Raye se incorporó sobre los codos y miró el reloj. “No. Abriremos tarde si no salimos de aquí pronto”. Y sólo Dios sabía que no podían darse el lujo de perder ni un solo cliente. “Más tarde, entonces”. Ian se levantó de la cama y caminó hacia el baño. Raye lo miró. Su esposo tenía un lindo trasero. Además era alto, lo resultaba ser era otra ventaja, y su torso era sólido, pero no demasiado musculoso. No mucho tiempo atrás, el sólo pensar en ponerle las manos encima a Ian la excitaba como loca. Ahora se pasaba catorce horas al día de pie, vendiendo café de marca. Preferiría una hora de sueño a una hora de sexo cualquier día de la semana. Pero para ser honestos, una hora de lectura le ganaba a cualquiera de las dos opciones. No importaba qué tan estresada estuviera; una novela erótica bien escrita siempre la hacía sentir mejor. Especialmente cuando el héroe era Kieran MacKenzie.

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Ian abrió la ducha. Ella jugueteó con la idea de unirse a él. Ella podría convencerlo de que le diera ese orgasmo que le había prometido. O… Abrió el cajón de la mesita de luz y deslizó su copia con las páginas marcadas de Pasiones en las Montañas Escocesas. El hambre en la mirada de Kiernan hizo que el corazón de Tess latiera con fuerza. Tardíamente, ella se cuestionó si había sido prudente haber ido a encontrase con él en la casa de campo abandonada. Trató de cubrir su desnudez con las manos. Kieran la tomó de las muñecas y le separó bien los brazos. “No, muchacha. No dejaré que te escondas. Tú me perteneces ahora”. Raye dio un pequeño suspiro. Tú me perteneces ahora. ¡Qué increíblemente romántico! ¿Cómo sería pertenecer a un hombre así? Sonriendo, dio vuelta la página. Kieran arrojó su manta escocesa. Tess casi se quedó sin aliento al verlo. Sus fuertes brazos estaban endurecidos con músculos y tendones. Su pecho era ancho y musculoso, cruelmente marcado con lo que parecía una vieja herida de cuchillo. Ella bajó la mirada. ¡Santo cielo! Las muchachas de la cocina no habían exagerado. La verga de Kieran era enorme. “Sobre la cama, muchacha”. Ella no pudo más que obedecerle.

***** “Eh, chica, ¿qué tienes ahí abajo? ¿Una revista porno?”. Raye levantó bruscamente la cabeza mientras deslizaba Pasiones en las Montañas Escocesas sobre una repisa debajo del mostrador. “Angie. Disculpa. No te escuché entrar”. La mejor amiga de Raye golpeteó sus uñas arregladas a la francesa sobre el mostrador. “No entiendo cómo puedes no haber oído el barullo. Tienes más campanillas en la puerta de tu negocio que Santa en su trineo”. “Sí, lo sé. Ian las puso allí para que podamos escuchar cuando se abre la puerta si estamos en el fondo”. Angie sonrió con suficiencia. “¿En el fondo, haciendo qué?”. “No lo que tú estás pensando, eso es seguro”. “Qué mal. ¿Está allá atrás ahora tu apetecible marido?”. “Sí”. “Bueno, ¿por qué no lo arrinconas detrás de una pila de cajas y…?”. “Ah, claro”. “¿Por qué no? Ustedes solían ser salvajes. ¿Te acuerdas de esa vez en el lago, cuando estaban de novios?”.

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“Ya no es más así”. Raye hizo una mueca mientras le servía a Angie su sacudón regular de cafeína: tostado de Edimburgo, sin leche. Levantó la vista para ver que su amiga la miraba con una expresión compasiva. “¿Quieres hablar de eso?”. “No. Estoy bien. Es sólo que…”. “¿Qué?”. Ella apoyó los codos sobre el mostrador. “Amo a Ian, no me malinterpretes”. Angie levantó sus cejas depiladas. “¿Pero?”. “Pero es tan tolerante. A veces sólo desearía que fuera, tú sabes, más macho. Que tomara la iniciativa”. Raye meneó la cabeza. “Él me pregunta qué opino para todo”. “Pensé que te gustaba eso de él”. “Me gustaba. Es decir, me gusta. Algunas veces”. Tres terrones de azúcar se hundieron en el café de Angie. “¿Y las otras veces?”. “Las otras veces siento ganas de gritar. Hay días en que vendería mi alma por un tipo que se imponga”. Su amiga resopló. “Tu odiarías eso”. “No, no lo haría. Me encantaría”. Raye hizo una seña con la cabeza hacia la bandeja de pasteles. “¿Deseas algo con tu cafeína?”. “Sí. Los panecillos cubiertos de chocolate se ven buenos. Comeré dos”. “No sé cómo haces para mantenerte tan esquelética”, se quejó Raye mientras depositaba los pasteles en un plato. “Está en los genes. ¿Cuánto te debo?”. “Olvídalo”. “De ninguna manera. No puedes darte el lujo de regalar tu inventario”. Raye suspiró. “Dudo seriamente que dos panecillos salven o hundan el resultado del balance”. Ella hizo una pausa. “¿Pasaste por ‘Café Estrella’ en el camino?”. “Sí”. “¿Repleto?”. “Hasta la manija”. Angie miró su reloj. “Ay, mierda, son casi las nueve y no puedo darme el lujo de llegar tarde al trabajo, otra vez”. Se dirigió a la puerta. Raye se quedó mirando el café vacío por un instante, luego sacó Pasiones en las Montañas Escocesas. Casi podía sentir el marcado acento escocés de Kieran MacKenzie haciéndole cosquillas en la oreja. “Eres un sueño, muchacha”. Kieran le dio un beso caliente justo debajo de la oreja de Tess. Ella tembló. Él había extendido su manta sobre el colchón relleno de paja. La lana, aún tibia por su cuerpo, raspaba la piel desnuda de ella y le enviaba oleadas de placer caliente al dulce lugar entre sus piernas. Le besó el

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costado del cuello. Su áspera barba incipiente le raspaba la suave piel. Las manos de él cubrieron sus senos y levantaron uno, luego el otro. Él la miraba a la cara mientras sus pulgares pasaban sobre los sensibilizados picos. “Te gusta eso, ¿no, muchacha?”. “Sí”, dijo ella jadeando. Sus caderas se levantaron, invitándolo. Él tiró de ella para acercarla, mientras sus manos posicionaban el cuerpo de ella para la invasión. A ella la sacudió un escalofrío de aprensión. Su verga era tan grande, tan dura. Las muchachas del servicio se reían tontamente porque Kieran tenía el miembro más grande de toda Escocia. Mirándolo ahora, a Tess le hizo acordar al semental favorito de su padre. ¡Santo cielo! ¿Entraría la verga de Kiernan por su pasadizo virgen? “Ah, no te preocupes por eso”, murmuró Raye en voz alta. “Entrará. Siempre lo hace. Sólo espera y verás”. Ella se movió, sintiendo calor de repente. Y sintiéndose excitada. Sus muslos estaban húmedos debajo de su pollera tableada de tartán. Aturdida, levantó la vista del libro y miró la puerta que llevaba a la habitación trasera del bar. Ian estaba allí adentro, pegado a su computadora portátil, tratando de trazar el rumbo por un mar de tinta roja. Ella miró hacia la puerta que daba a la calle. No había clientes a la vista, y era probable que no hubiera ninguno antes del almuerzo. E incluso si alguien sí entraba, estaban todas esas campanillas que le harían saber. Guardó Pasiones en las Montañas Escocesas debajo del mostrador. Rápidamente, se desató el delantal y se fue para el fondo en puntas de pie. Cuando llegó a la puerta al final del área de ventas, hizo una pausa. No había ventanas en el depósito, y hacer el amor debajo de unas estridentes luces fluorescentes no le pareció demasiado sexy. Volviendo sobre sus pasos, tomó una vela votiva de un exhibidor y un encendedor del cajón cercano a la caja. Así armada, empujó la puerta a la habitación del fondo. Ian estaba de espaldas. Estaba encorvado sobre su escritorio de segunda mano, golpeteando sobre el teclado de su computadora portátil, con boletas y otros papeles desparramados por todos lados. Raye encendió su vela y la puso sobre una pila de cajas. Luego apagó las luces, dejando sólo el destello de la llamita de la vela. Ah y también el destello de la computadora portátil de Ian. No lo había tenido en cuenta. La cabeza de él giró hacia ella. “¿Qué…?”. Ella pasó los brazos sobre los hombros de él desde atrás y recurrió a su mejor susurro provocativo. “Olvida la conciliación trimestral. Hagamos el amor”. Él volvió a girar hacia la pantalla con un gruñido evasivo. Ella abrió los dos botones superiores de la camisa de él y deslizó sus manos hacia adentro. Su pecho desnudo se sentía tibio debajo de sus manos frescas. Ella apretó sus senos contra la espalda de él e hizo girar su lengua dentro de su oreja.

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Él se encogió de hombros, como tratando de sacudirse una bandada de jejenes. “Ahora no, Raye. Estoy registrando boletas”. Ella levantó la cabeza y enfocó la pantalla, luego deseó no haberlo hecho. Las pérdidas del último trimestre eran peores de lo que ella había pensado. Sumando eso a lo que ya debían… Dios, haría cualquier cosa por olvidar en qué lío estaban. Incluso por unos pocos minutos. Y sabía exactamente cómo hacerlo. “Puedes tomarte cinco minutos”. Le sacó los lentes a Ian de la nariz y los dejó caer sobre el escritorio. “Vamos, hagámoslo”. Ian le frunció el ceño. “¿Aquí?”. “Seguro, ¿por qué no?”. “Bueno, primero, éste es un armario de depósito glorificado. Además, se supone que el negocio está abierto”. “Ésta es la hora más tranquila. Además, escucharemos las campanillas si alguien entra”. Ella se dejó caer de rodillas y comenzó a desabrocharle el cinturón. “Acabamos de coger esta mañana”. “¿Y?”. “Y eso fue hace menos de tres horas”. “Bueno, yo no acabé”. “Pudiste hacerlo”, dijo él, poniéndose a la defensiva. Ella se desabotonó los pantalones y tiró se bajó la cremayera. “Esta vez acabaré”. “Raye…”. Ella deslizó su mano por debajo de la cintura de sus calzoncillos y cerró los dedos alrededor de su pene. Incluso semiduro, llenaba su mano. El equipo de Ian no era tan impresionante como la verga monstruosa de Kieran MacKenzie, por supuesto, pero su marido realmente no tenía nada de qué avergonzarse. La emoción de hacerlo en el café, con la puerta de adelante abierta, hizo que se le disparara una corriente de excitación hasta su concha. La humedad cubría sus muslos. Esto iba a ser bueno. Y lo fue, durante más o menos dos segundos, hasta que Ian le tomó la mano y la alejó de su entrepierna. “Mira, Raye. Éste no es un buen momento. Estoy tratando de pensar a qué distribuidores les vamos a pagar este mes”. “Al demonio con los distribuidores”, dijo Raye, sacudiéndose para soltarse de su mano. Se sentó sobre los talones y comenzó a desabotonarse la blusa. “Mejor aún, cógeme”. Miró a su alrededor buscando un buen lugar. “Allí. Sobre ese cajón de servilletas”. La excitación la apuñalaba mientras se imaginaba a sí misma con su falda tableada amontonada sobre la cintura y sus piernas envolviendo las caderas de Ian. Kieran le

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había hecho el amor a Tess así, en un asiento junto a la ventana en el Castillo Dunhardie. Cualquiera los podría haber pescado. “Y quizás…”, dijo ella en voz baja, atrapada en la fantasía, “quizás podrías hablar con acento escocés”. “Soy de Cincinnati”, dijo Ian. “No de la maldita Edimburgo”. “Solo simula”, dijo Raye, deslizándose la blusa por los hombros. “Para mí”. Los ojos de él se entrecerraron. “¿Esto tiene algo que ver con el libro que siempre estás leyendo?”. “No”, mintió ella. Se desabrochó el sostén por adelante y levantó los senos, ofreciéndoselos. “¿Por favor?”. Él bajó la vista hacia ella y la miró por un largo rato, luego se puso de pié y se abrochó los pantalones. “Abróchate la camisa, Raye. Te dije que éste no era un buen momento”. Ella se sintió como si la hubieran abofeteado. “¿Estás rechazándome?”. “Por supuesto que no. Lo haremos más tarde. Vamos, levántate”. Él agarró sus lentes del escritorio y se los puso. Raye se levantó lentamente, apretando su blusa abierta contra su cuerpo. “Tendrás suerte si hay un ‘más tarde’”. “¿Qué demonios se supone que significa eso?”. “¿A qué te suena? Quizás estoy harta de ser tu muñeca inflable. ¿Sabes?, no es emocionante que te coja alguien que no está ahí”. La confusión revoloteaba por la cara de él. “¿Qué quieres decir con ‘que no está ahí’?”. “No conmigo”, dijo Raye lentamente. “Que no presta atención. Estás en piloto automático cada vez que hacemos el amor, Ian. Es lo mismo que si te hicieras una paja. En lo único que piensas es en este maldito café”. Él apretó la mandíbula. “Si no pienso en el café, estaremos en un juicio por bancarrota. Madura, Raye”. Él se dejó caer en su silla y giró hacia su computadora. La visión de Raye se cubrió de manchones rojos. “¡No me des la espalda, Ian MacLeod! Empezamos esta pelea y la vamos a terminar”. Él se aferró al mouse y desplazó la página hacia abajo. “Yo no empecé esta pelea, Raye. Tú lo hiciste. Y yo no tengo ninguna intención de continuarla”.

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Capítulo dos “No lo sé, Maggie. Quizás Ian ya no me ama más”. Raye se hundió en una acolchada banqueta detrás del mostrador en ‘Magia de las Montañas’, el negocio de al lado de ‘Café y Panecillos’. La propietaria, Maggie Dunstan, era una mujer mayor, escocesa, simple, con un prolijo cabello blanco y anteojos para leer. Se veía como la abuela de cualquiera, pero aun así, Raye siempre pensó que había algo un poco extraño en Maggie. Algo relacionado con la brujería. Ian insistía que era sólo la imaginación demasiado activa de Raye. Maggie palmeó la mano de Raye. “Ah, vamos, muchacha. El muchacho te ama. Puedo verlo en sus ojos”. Raye encogió los hombros. “No puede ser tan malo”, dijo Maggie amablemente. “Lo es”, dijo Raye. “Creo que… ay, Maggie, me temo que Ian y yo ya no andamos bien. Nos hemos distanciado tanto. No sé si podremos arreglar las cosas”. La mujer mayor chasqueó la lengua. “No puedes darte por vencida en tu matrimonio, muchacha”. “¿Qué matrimonio? Ian y yo ya casi ni hablamos, excepto sobre el café. Y él casi nunca está interesado en…”. Raye cerró la boca abruptamente, mientras el calor fluía por sus mejillas. Maggie sólo rió por lo bajo. “Entonces así están las cosas, ¿eh?”. “Así y peor”, respondió Raye desanimadamente. “No te preocupes, muchacha. Tu hombre volverá a ti”. “Eso espero”. Maggie apoyó su bastón delante de sí y se levantó con dificultad del asiento, con unos brazos que se veían notablemente fuertes para una mujer de más de ochenta. “¿Podrías cuidarme el negocio por un ratito? Siento la necesidad de estirar mis viejas extremidades. Me iré aquí al lado yo misma para tomarme una taza de tu rico café”. Raye apoyó su bolso sobre el mostrador. Cuidar el negocio de Maggie no sería nada difícil. En ‘Magia de las Montañas’, con su enmohecida colección de libros viejos y objetos de arte de segunda categoría, había incluso menos movimiento que en ‘Café y Panecillos’. Lo extraño era que Maggie nunca parecía tener problemas de dinero. Ah, claro. Quizás tenía pedidos por correo. Maggie se acomodó el chal de tartán sobre los hombros.

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“Espera”, dijo Raye. “Se te está cayendo”. Ella se estiró sobre el mostrador para acomodar el chal de Maggie. Al mover su brazo hacia atrás otra vez, tocó su bolso con el codo y lo tumbó. Pasiones en las Montañas Escocesas cayó sobre el mostrador. Antes de que Raye pudiera meter el estropeado volumen otra vez en su bolso, Maggie lo levantó. Lo mantuvo a cierta distancia. “Ay, ay, ay”. Raye reprimió un gemido de vergüenza. Kieran MacKenzie apareció en toda su gloriosa desnudez en la portada; la empuñadura de su espada apenas cubría su legendaria joya de familia. Estaba parado sobre una ondulada colina de las montañas escocesas, con su cabello negro agitándose sobre su cuello. El Castillo Dunhardie, su hogar de la niñez, se encaramaba en un lejano acantilado justo por encima de su hombro. Sus ojos eran oscuros y torturados, pero su mentón denotaba la decisión de recuperar su derecho de nacimiento que le habían robado. Tess se aferraba a él, con sus bucles rojizos cayendo por la espalda y sus grandes senos sobresaliendo de un vestido demasiado ligero para un invierno en las montañas escocesas. “Ah, que muchachito tan guapo es éste”, dijo Maggie. “Estoy pensando que su muchacha no tiene quejas en el dormitorio”. Raye tosió para disimular que se había quedado sin aliento por el impacto. “No”, graznó. “Ella no tiene ninguna queja”. “Una pena que él no sea real”, dijo la anciana suavemente, mientras miraba a Raye. “Más quisiera yo”, dijo Raye. “¿Sí? ¿De verdad querrías tener a este hombre de amante?”. “Sííí”, dijo ella. “Sí que querría”. Raye tocó la imagen de Kieran. “Él es valiente. Fuerte. Busca a la mujer apropiada para que cure su alma atormentada”. Un suspiro se escapó de sus labios. “Y su cuerpo… ¿Qué mujer no desearía a un hombre así?”. La brillante mirada de Maggie se posó en Raye. “Los deseos tienen poder, muchacha. No deben pedirse con ligereza. A veces traen cosas que no esperamos”. Miró a Kieran MacKenzie y luego dijo: “¿Te molestaría prestarme tu libro? Sólo por un ratito. Estoy pensando que este muchacho sería un buen compañero mientras descanso y me tomo un café. Raye casi se ahogó. “Pero esa… em… no es la típica novela romántica. Es…”, ella bajó la voz, aunque no había nadie en el negocio a excepción de ellas dos. “Erótica. No creo que…”. Maggie rió por lo bajo. “Soy una vieja, muchacha, pero fui una esposa joven una vez y no lo he olvidado aún”. Ella deslizó el libro dentro de la bolsa adosada a su bastón. Sin poder hacer nada, Raye la miró arrastrar los pies para salir del negocio. Era difícil imaginar a Maggie leyendo Pasiones en las Montañas Escocesas mientras se tomaba un café. Aun así, una mujer tenía que estar muerta para no disfrutar leer sobre Kieran MacKenzie. Y Raye tenía la sensación de que Maggie, anciana como era, todavía estaba muy lejos de la tumba.

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Privada de su material de lectura, Raye se acomodó en la banqueta de Maggie. ‘Magia de las Montañas’ era un negocio diminuto, más pequeño aún que ‘Café y Panecillos’. Los libros cubrían las paredes desde piso hasta el techo, y Raye hubiera apostado de buena gana que ninguno tenía menos de cincuenta años. Un olor a moho fácilmente distinguible se aferraba a las repisas. El tema era completamente escocés: historia, castillos, arte, folklore. Un tomo, más grande que el resto, estaba apoyado sobre el mostrador, al lado de la caja, como si Maggie lo hubiera estado leyendo. Estaba encuadernado con un ajado cuero verde y el título dorado que tenía grabado era apenas legible. Impostores. Con curiosidad, Raye abrió la cubierta, cuidando de no ajar las antiguas páginas interiores. El libro estaba impreso con un tipo de letra muy antiguo, que exudaba un aire de misterio. Intrigada, comenzó a leer. Impostor: una criatura de la especie de las hadas que toma el lugar de un humano, generalmente un niño. Un deseo malicioso le da el poder. El cambio se realiza al amanecer, acompañado por la risa de las hadas. Los habitantes de la casa no saben que el cambio ha tenido lugar, ya que el Impostor toma el aspecto del ser amado. Sin embargo, éste es un aspecto falso. El encantamiento de las hadas oculta los verdaderos rasgos del Impostor. No obstante, pronto el hada se hará ver. Un Impostor hace magia con la gaita o el violín, hechizando a todos los que lo escuchan. Encanta todo lo que toca. Su hambre es enorme y nunca se satisface, ya que un Impostor no tiene alma. Para deshacerse de un Impostor en su hogar, usted debe… Raye miró hacia arriba cuando se abrió la puerta del negocio de Maggie, dejando pasar a una pareja de mediana edad que quizás serían los únicos clientes de Maggie ese día. Raye cerró el libro y se levantó para saludarlos, con una gran sonrisa en el rostro.

***** ¿Entraría la verga de Kiernan por su pasadizo virgen? Tess se estremeció de sólo pensarlo. La boca de él cubrió la de ella en una posesión carnal, sin darle tregua. Los temores de doncella de Tess se liberaron con toda la furia, como hojas atrapadas en un vendaval. Unos labios ásperos la saqueaban, exigiendo entrar. Éste no era el beso tierno que habían compartido en el jardín. Ese beso había sido sólo un señuelo; Tess ahora se daba cuenta. Él la había estado persiguiendo, como a una corza o una zorrita, y ahora ella estaba en su poder. Él la poseería ahora, lo deseara ella o no.

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Ella lo deseaba. Él reclamó su derecho al cuerpo de ella, con su boca descaradamente erótica sobre la de ella. Su beso encendió el fuego en el interior de Tess y atizó las llamas hasta que ella pensó que sería consumida por el deseo que sentía por él. ¡Santo cielo, cómo le encantaba! La humedad chorreaba de su centro mientras la lengua de Kiernan dominaba la de ella. Antes de que saliera el sol, su verga dominaría su concha. Gimoteó desde lo más profundo de su garganta. Las manos de Kieran se paseaban por sus hombros, sus senos y su trasero, y de una manera nada suave. Él se movió, poniéndose sobre ella, la funda del colchón, hecha de paja, crujía debajo de su peso. Su enorme verga examinaba sus suaves pliegues. El miedo afloró, haciendo que su corazón latiera muy fuerte. ¿Cómo podría recibir a la verga más grande de toda Escocia? “Me va a doler”, lloriqueó ella. “Eso no lo voy a negar, muchacha”, respondió Kiernan. Pero su voz áspera sonó extrañamente gentil. “¿Vas a venir a la cama?”. Raye levantó la cabeza bruscamente. Ian estaba parado en la puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho desnudo. Llevaba puestos los pantalones del pijama que su madre le había comprado el año pasado para navidad. No era un buen signo. Generalmente él dormía desnudo. Con un movimiento suave, ella cerró Pasiones en las Montañas Escocesas con la cubierta hacia abajo, pero no antes de que él pudiera verlo. Él afinó los labios, pero no dijo nada. Ella suspiró. Raye quería solucionar las cosas, como la había instado a hacer Maggie, pero Ian ni siquiera la había mirado desde que volvió a ‘Café y Panecillos’. Cenaron por separado, luego cerraron y condujeron a casa en silencio. Dentro de su diminuto departamento, Ian se dirigió al dormitorio, mientras Raye huyó al living comedor para refugiarse en Pasiones en las Montañas Escocesas. Miró el libro disimuladamente, deseando que Ian se fuera para poder seguir con el primer encuentro sexual entre Tess y Kieran. No había forma de que Raye pudiera leer sobre Kieran ensartando su enorme verga dentro de la concha virgen de Tess mientras Ian estaba parado ahí, mirándola. Ella se movió en su asiento. “En un rato vengo a la cama”. Los oscuros ojos de Ian la miraron fijamente por un par de segundos más. “Es pasada la medianoche, sabes. Tenemos que levantarnos a las cinco”. “Sé a qué hora nos tenemos que levantar”. “Buenas noches, entonces”. Él desapareció por el corto pasillo hasta el dormitorio.

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Raye suspiró. Ian tenía razón. Si no se iba a la cama pronto, no podría levantarse a tiempo para abrir el café. Cerró el libro y pasó un dedo por la fotografía de Kieran MacKenzie. La verga más grande de Escocia tendría que esperar hasta la mañana.

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Capítulo tres Raye se dio vuelta, mientras su mente registraba vagamente el hecho de que Ian ya no estaba en la cama. La ducha estaba abierta a más no poder. Maldición. Eso quería decir que eran entre las cinco y diez y las cinco y veinte. Ella podía poner el reloj en hora siguiendo la rutina mañanera de su marido. Volvió a darse vuelta y puso la almohada sobre su cabeza. Dios, qué no haría por otra hora de sueño. Ella se quedó recostada allí, inmóvil, hasta que Ian cerró el agua. Fue entonces cuando la escuchó. Una risa femenina, que venía del baño. ¿Qué dem...? Raye se sentó. ¿Ian estaba escuchando la radio en el baño? Él nunca había hecho eso. Desconcertada, bajó las piernas por el costado de la cama y caminó descalza hasta la puerta. La risa se escuchó más fuerte. No era una mujer, sino varias, susurrando y riendo. Había palabras también, pero por más que quiso, no pudo entenderlas. Era casi como si estuvieran hablando en otro idioma. Una creciente sensación de un mal presagio se deslizó por la columna de Raye. Se dio a sí misma un sacudón mental. Tenía que ser la radio. Una estación extranjera, pero sólo Dios sabía por qué su marido estaba escuchando algo así. Él prefería el rock clásico. “¿Ian?”. No hubo respuesta. Ella puso la mano sobre el picaporte. “¿Ian?”. La risa se detuvo y quedó sólo el silencio. Extraño. Muy extraño. Raye movió el picaporte y abrió la puerta. Ian estaba parado frente al lavabo, con una toalla envuelta alrededor de la cintura, frunciéndole el ceño a su afeitadora eléctrica. No había ninguna radio allí, al menos por lo que ella podía ver. “¿Escuchaste eso…?”. La pregunta murió en sus labios cuando él se dio vuelta hacia ella. Por un minuto que pareció durar una eternidad, Raye no pudo más que mirar. Había algo diferente en él. Su cara era la misma, pero a la vez no lo era. Sus bellas facciones eran más afiladas, sus ojos oscuros brillaban con un extraño destello. Él parecía más alto, de alguna manera, y más corpulento. ¿Los músculos de Ian siempre se abultaban sobre su pecho con un ritmo tan sensual? Nunca lo había notado. Unas brillantes gotas de agua colgaban y se deslizaban por sus pectorales y sus abdominales.

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Ella observó cómo una gota caía en su ombligo, luego más abajo, hacia el bulto debajo de su toalla. “¿Ian?”. Sus ojos oscuros rastrillaron el cuerpo de ella. Una sonrisa estirada, casi dolorosa, apareció en sus labios. Apoyó la afeitadora sobre el neceser y dio un paso hacia ella. “Te poseería ahora, muchacha. Quítate ese camisón”. Raye se quedó sin aliento. Debió haber intentado unas mil veces que Ian haga el papel de una escena de Pasiones en las Montañas Escocesas. Y justo ayer, en el depósito, se negó rotundamente a fingir un acento escocés. A él simplemente no le interesaba agregar un poco de chispa a su vida sexual de esa manera. Al menos no le había interesado. No podía creer que hubiera cambiado de parecer. Ella necesitaba volver a escucharlo. “¿Qué dijiste?”. “Me escuchaste”, gruñó Ian. “Desvístete”. Un cosquilleo de excitación provocó a su concha. “¿Ahora?”, preguntó ella, mientras su pulso se aceleraba. “¿Estás seguro? Tenemos que salir para el trabajo en unos minutos”. “Muchacha, no irás a ninguna parte, excepto a mi cama”. Sus manos cayeron sobre los hombros de ella. Ejerciendo una firme presión, la hizo caminar hacia atrás, fuera del baño. Hacia la cama. La humedad goteaba por los muslos desnudos de Raye. “Muy bien”; dijo ella, en tono elevado, de repente. La parte trasera de sus piernas golpeó contra el colchón, y ella cayó, desparramada sobre su espalda. Ian se alzaba imponente sobre ella; la expresión en su rostro era un exquisito estudio de la lujuria pura. ¡Ah, sí! “Te voy a marcar como mía, muchacha. Para cuando haya terminado contigo, no moverás un músculo sin recordar quién es tu amo”. Ella rió. Esa forma de hablar de macho la excitaba como loca. A Ian no le gustaba hacer eso tampoco; apenas podía creer que él había creado esta fantasía para ella ahora. Quizás era su manera de decirle que lamentaba que hubieran peleado. Él se paró en el borde de la cama y paseó su mirada caliente por el cuerpo de ella. “Te dije que te desvistas”, dijo, con una voz con un matiz duro y delicioso. “No toleraré ninguna desobediencia”. Tomando la tela del camisón de Raye entre sus manos, desgarró la prenda desde el escote hasta el ruedo. De la concha de Raye chorreaba crema. Ian se alzaba imponente sobre ella. Una risita histérica burbujeó en su garganta. “Esto es una locura”, dijo ella.

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“¿Qué hombre podría permanecer cuerdo frente a tu belleza?”. Raye se quedó sin aliento. Kieran MacKenzie le había dicho exactamente las mismas palabras a Tess. ¿Cómo supo Ian…? “¿Has… has estado leyendo mi libro?”. La mirada de Ian rastrilló su cuerpo; sus ojos se oscurecieron. Un sonido que Raye sólo podría describir como un gruñido salió violentamente de la garganta de él. “Eres un sueño, muchacha”. Ay, Dios. También Kieran le había dicho eso a Tess. El corazón de Raye se agitó. Era completamente demente, pero estar aquí recostada, con el amplio cuerpo de Ian llenando su visión, era casi como si Kieran MacKenzie hubiera cobrado vida. Ella tragó saliva. Quizás había leído Pasiones en las Montañas Escocesas demasiadas veces. Ian se enderezó, mientras su mano se movía para desatar la toalla alrededor de su cintura. La mirada de Raye siguió sus movimientos, mientras contenía la respiración, esperando que la tela de toalla, formado una tienda, cayera al suelo. ¿Era su imaginación o la erección de Ian parecía más grande que otras veces? La toalla cayó sobre la alfombra. Ay. Dios. Mío. El corazón de Raye casi dejó de latir. Ella debía estar alucinando. O eso, o su marido había estado respondiendo a los correos masivos que prometían agrandar el pene a espaldas suya. La verga de Ian era fácilmente dos veces más grande de lo que debía ser. Era más larga que su consolador más largo, y estaba segura de que su pulgar y su dedo mayor ni se acercaban a tocarse si la envolvía con su mano. Y la cabeza… Tragó saliva. La pulposa y brillante cabeza era casi del tamaño del puño de ella. A la mierda. No había forma de que esa cosa cupiera dentro de ella. La cama se hundió bajo el peso de Ian al ponerse encima de ella, y su engrandecido pene punzaba el muslo de Raye. Ella se enterró en el colchón, sin estar segura de estar lista para un round con el Sr. Pene Sobredimensionado. “Tan hermosa”. Ian enrolló en su dedo un mechón del cabello de Raye. “Es del color de…”. Frunció el ceño. Raye contuvo la respiración. El cabello de Tess era rojizo y brilloso, el de ella era ensortijado y marrón. “… de un campo recién arado”, concluyó Ian.

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¿Un campo recién arado? En Pasiones en las Montañas Escocesas, Kieran MacKenzie comparaba los abundantes rulos rojizos de Tess con un incendio arrasador. Pero, por supuesto, eso no combinaba. Y además, quizás Ian no leyó ese pasaje. La mirada de él descendió hacia sus tetas. “Tus senos son como… em…”. Volvió a fruncir el ceño. “Como mandarinas maduras”. Ella lo miró furiosa. De verdad. ¿Eso era lo mejor que podía hacer? Kieran había dicho que los senos de Tess eran como “melones maduros, dulces como la miel de verano”. Aunque uno forzara la imaginación, las tetas de Raye no eran del tamaño de unos melones, pero igualmente. ¿Mandarinas? ¡Por favor! “Basta verte para que un hombre pierda la razón”. Ian inclinó la cabeza y metió un pezón dentro de su boca. Bueno, ya. Eso estaba mejor. El deseo atravesaba el estómago de Raye como la hoja de un puñal bien afilado. Sus dedos se enredaron en el cabello de Ian y ancló la boca en su seno. Habían pasado meses —no, años— desde la última vez que se sintió así de excitada. Ian dejó un pezón y puso su atención en el otro. Su mano se deslizó sobre el vientre de Raye y luego viajó hacia la empapada concha. Ella retorció su culo, levantando sus caderas hacia la mano de él. Sus largos dedos la penetraron, retorciéndose y palpitando. Una serie de convulsiones explotaron en su vagina. Ella gimió cuando su pulgar encontró el clítoris. La humedad chorreaba de su centro y goteaba por la raya de su culo. Las sábanas estaban empapadas. Iba a tener que cambiarlas, pero no le importaba. Ian mordió suavemente sus pezones: primero uno, luego el otro, sin quebrar el ritmo de su dedo y su pulgar ni una vez. Raye se aferró a sus hombros. Se estaba acercando, mucho, y sabía cuando estaba por acabar: iba a ser bueno. Apretó las caderas contra su mano. “Ay, Dios, sí, Ian. Sí. Más duro”. Normalmente, Ian respondía a sus demandas. Pero no esta mañana. Como disparada por su súplica, la mano de él se deslizó del cuerpo de ella. Un instante después, la boca de él dejó su seno. Raye gritó al sentir que su clímax retrocedía. “Vuelve”, le rogó. “Estaba tan cerca. ¿Por qué te detuviste?”. “¿Detenerme?”. Él rió en voz baja. “Ah, muchacha, acabamos de empezar”. Él acarició la piel sensible de la parte interior de sus muslos con las palmas de sus fuertes manos. Empujó sus piernas para separarlas y las levantó sobre sus hombros. Ray respiró profundo. Hacía siglos que Ian no se la chupaba. El último pensamiento de ella, antes de que su lengua la tocara, fue que había pasado demasiado tiempo. Ella se estremeció mientras él se la comía. Sus caderas se sacudieron cuando sus labios atraparon su clítoris. Él excitó su sensible pepita con la lengua, luego levantó la capucha sobre la cabecita y chupó. Sus dedos amasaban el interior de sus muslos, luego se deslizaban dentro de su concha, flexionándose y retorciéndose.

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El placer crecía. Retrocedía. Crecía de nuevo. Ian redobló sus esfuerzos, enloqueciéndola más. Las caderas de ella se movían para acomodarse al ritmo de él. La cabeza de ella se sacudía hacia atrás y hacia delante. Ella estaba en la meseta, ese lugar terrible donde todo se sentía tan bueno, pero no era suficiente. Ella estaba perdida en un mundo de sensaciones que se arremolinaban y tambaleaban, satisfecha pero al mismo tiempo necesitada. Pero se acercaba el fin. Sólo unos pocos segundos más… “Ay, Dios”. Raye cerró el puño alrededor del cabello de Ian y se agarró fuerte. Sus caderas se sacudían. De su garganta salían sonidos sollozantes. Ian levantó la cabeza. “¡Nooooo!”. Raye gritó. “¡No te detengas! ¡Hazme acabar!” Él se subió sobre ella. “Sí, haré que acabes, muchacha. Llenaré tu dulce concha con mi dura verga”. Su verga. ¡Mierda! ¡Se había olvidado de su monstruosa verga! Ella se retorció, tratando de retroceder en la cama, pero no llegó lejos. Los brazos de él la rodearon como un tornillo de banco. “Ian, no estoy tan segura…”. “Cállate, muchacha”. “Mira, hagamos una pausa, ¿sí? Hablemos de esto. ¿Qué tomaste para hacer que tu pene creciera así? ¿Cuánto va a durar? Porque no estoy segura de querer coger hasta que no vuelva a su tamaño normal”. Él hundió una rodilla con firmeza entre los muslos de ella, abriéndola. “Cállate”, repitió. Su voz era más firme ahora, como si esperara que ella obedeciera. ¿Estaba loco? Leer sobre la dominación de Kieran sobre Tess en Pasiones en las Montañas Escocesas era divertido, pero Raye tenía sus límites en la vida real. “Escucha, Ian…”. Él la hizo callar con un beso. Se subió sobre ella, sosteniendo su peso con sus brazos rígidos y con la cabeza de su verga caliente sobre la concha de ella. Las caderas de él se movieron de nuevo, y su asta le invadió la vagina. Sólo una pulgada, pero ella ya se sintió llena hasta el tope. Ella liberó su boca de un tirón. “Ian”, susurró. “Me va a doler”. Él rió en voz baja. “Eso no lo voy a negar, muchacha”. Maldición. Él debió haber leído la escena de la consumación en Pasiones en las Montañas Escocesas. No la sorprendía, considerando lo doblada que estaban las hojas. Sin duda, el libro se había abierto justo en esa página. Ian la volvió a besar, acomodándose una pulgada más dentro de su cuerpo. Raye se obligó a relajarse. Después de todo, Tess se había sometido a la increíble verga de Kieran y bastaba con ver lo que había sucedido. Había acabado hasta que le explotaron los sesos. Otra pulgada. Había un dolor ardiente, pero también ardientes oleadas de placer. Se aferró a los hombros de Ian. 22


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“Ya casi, amor”. Los dedos de él excitaban sus senos, distrayéndola momentáneamente. Luego, con un brusco movimiento de sus caderas, él se hundió hasta las bolas. Ella quedó ensartada. Empalada. Casi partida al medio. Total y completamente poseída. Ian se quedó quieto por un momento, con su frente apretada contra el doblez del cuello de ella. “Vaya, muchacha. Hacía un año que no estaba con una virgen, y nunca con una tan estrecha”. Y luego comenzó a moverse. Dios bendito, fue increíble. Cada embestida era puro placer. La enorme cabeza de su verga estimulaba terminaciones nerviosas que Raye nunca supo que existían. Fue como si toda su vagina se hubiera convertido en un gran punto G. Ella gritó. Ian aceleró el ritmo, deslizándose hacia dentro, luego hacia afuera, empujándola más al éxtasis. Ella se aferró a las sábanas; respiraba con jadeos y gemidos. Lo intentó, pero era imposible moverse con él. El placer era demasiado. Era como si él hubiera tomado el control de su cuerpo, dominándolo hasta lograr respuestas afiebradas. Ella estaba en la cresta de un maremoto, colgando sobre las oscuras profundidades de un mar arrollador, lista para zambullirse en lo desconocido. Su cerebro dejó de funcionar. Era un ente de placer crudo y doloroso, que vivía sólo para los embates y tirones de la enorme verga dentro de ella. Ella gimió de nuevo, con un sonido largo y parecido a un lamento. “Eso es, muchacha. Deja que venga. Deja que venga con fuerza”. La ola rompió, arrojándola por encima de su rompiente. El corazón de ella latía con fuerza. La sangre se le arrebató en las orejas. Sus músculos internos se apretaron en un exquisito espasmo. El grito de Raye retumbó contra las paredes cuando se zambulló en un salvaje mar de sensaciones. Ian golpeaba dentro de ella, moviéndose como un hombre poseído. Su orgasmo parecía no terminar nunca. Ola tras ola de agudo placer atravesaron su cuerpo, se precipitaron por sus venas, hasta que estuvo segura de que cada célula en su cuerpo estuvo repleta de él. El cuerpo de Ian estaba tenso. Su verga se endureció dentro de ella, disparando un segundo orgasmo explosivo en la sensibilizada concha de Raye. Él gritó y su leche caliente se disparó dentro de ella. Ella se aferró a él cuando su ritmo se desaceleró, conteniendo la respiración, como también lo hacía él. Finalmente se desplomó, aplastándola contra el colchón, todavía semi-rígido dentro de ella. Ella sonrió, quitando suavemente el cabello húmedo de la frente de él. “Eso fue increíble”, susurró ella. “Deberíamos hacerlo de nuevo alguna vez”. Él levantó un poco la cabeza. “Ay, muchacha, no pensarás que ya estoy hecho, ¿o sí?”.

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Los ojos de Raye se agrandaron. ¿Ian seguía en el personaje, aun después de ese increíble clímax? ¿Y quería volver a hacerlo, ahora mismo? Aparentemente, el efecto de la fórmula que sea que hubiera tomado no se había ido aún. Él se levantó, y con una mano fuerte sobre la cintura de ella, la hizo dar vuelta sobre su estómago. “A gatas, muchacha”. Por Dios. La posición del perrito era su favorita. ¿Cómo se sentiría con la verga agrandada de Ian? La palma de su mano le pegó en el culo, y la palmada la atravesó como un rayo. “Más levantada, muchacha”. Ella boqueó, totalmente excitada. Apretó su frente contra una almohada y meneó su culo en el aire. “Cógeme, Ian”. “Será un placer, muchacha”. Él agarró sus caderas y penetró con una embestida larga y dura. “Ay, Dios”. Él impuso un ritmo rápido, sus caderas pistoneaban, sus dedos se aferraban a los huesos de la cadera de ella tan fuertemente que ella estaba segura que le dejaría moretones. No le importó. El dolor agregó una arista increíble a su placer, y la verga de Ian, bueno, simplemente no había palabras para describirla. Él la cogió intensamente, sus bolas golpeaban contra su concha en cada embestida, sus dedos exploraban la raya entre los cachetes de su culo. Otra maravilla, Ian generalmente evitaba su ano. Ahora le metía los dedos en la apretada abertura como un profesional. La sensación era increíblemente erótica. “Sí”, gimió ella. “Ah, sí”. El dedo de él se deslizó por el agujero de ella, apretando y girando, en contraste con el ritmo de la verga en la concha. Raye levantó sus caderas, y un segundo dedo se unió al primero, causando una breve sensación de dolor cuando el nudillo se deslizó más allá de su esfínter. La incomodidad se esfumó cuando sus dedos se flexionaron dentro de ella. Cada terminación nerviosa de su cuerpo se estremeció de placer cuando su clímax se salía de control hasta su punto máximo. Casi se ríe a carcajadas. ¿Cuándo fue la última vez que se acabó dos veces en un mismo encuentro amoroso? Hace muchísimo tiempo, eso era seguro. Gritó cuando la arrasó el orgasmo. Ian siguió bombeando con su verga y sus dedos, generando una serie de sacudidas tardías. Ella se montó en cada una de ellas, jadeando y gimiendo, con su concha mamando la increíble verga, y su ano contrayéndose alrededor de los dedos de él. Finalmente, él dejó su cuerpo y la acomodó sobre las almohadas, donde se recostó débil, saciada y exhausta. Ian se acurrucó al lado de ella. Permanecieron así durante lo que pareció ser un largo rato, hasta que Raye juntó la suficiente fuerza como para abrir un ojo. El reloj de la mesa de luz brillaba con una luz roja de desaprobación. 6:57.

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Mierda. Se les pasó abrir el bar. Sin ganas, se dio vuelta y le dio un codazo a Ian. Él no se movió. “¡Ian! ¡Levántate! Tenemos que ir a trabajar”. Él abrió un ojo y la miró. “¿Trabajar?”. “Sí, trabajar. Se suponía que debíamos abrir a las seis. Son casi las siete. La chica nueva que contratamos vendrá a las ocho”. Ian la miró con los ojos en blanco. “¿Me sigues?”, dijo ella. “¿Café y Panecillos? ¿Recuerdas?”. Finalmente, llegó el entendimiento. “Ah, sí. El café”. Él sonrió, como esperando un premio. Raye se levantó de la cama, ignorando las protestas de sus músculos. Ian realmente la había apaleado. Ella sonrió, repitiendo la escena en su mente mientras entraba al baño y abría la ducha. Un minuto después, él se le unió. Ella le hizo su sonrisa más brillante. “Eso fue fantástico”, le dijo ella. “Tú estuviste fantástico”. “Ah, muchacha, tú eres especial”. Él la tomó entre sus brazos, abrazándola mientras el agua caía sobre sus cabezas. Su verga se endureció otra vez —¡otra vez!— punzando contra su estómago. En Pasiones en las Montañas Escocesas, Kieran y Tess lo hicieron debajo de una cascada. ¿Eso quería decir…? Aparentemente sí. Ian enjabonó sus senos, su estómago, su concha. “No me canso de ti, muchacha. Apenas dejo tu cuerpo, ya quiero estar dentro de ti otra vez”. Él la besó, profundamente, luego se apartó para mirarla a los ojos. “He soñado contigo, muchacha”. Su mirada se desplazó lentamente hasta su boca. “He soñado con tus labios…”. Raye cerró los ojos y dejó que su cabeza cayera hacia atrás, lista para el beso cautivador que Kieran le dio a Tess bajo la cascada. Nunca llegó. En cambio, sus grandes manos se cerraron sobre sus hombros, empujándola hacia abajo. “Desliza mi verga entre tus labios, muchacha”. Las rodillas de ella golpearon contra el resbaloso mosaico. “¿Quieres una mamada?”, preguntó ella, mirando hacia arriba a través del vapor del agua. “Sí, muchacha”. Bueno, no estaba en el guión, pero supuso que un poco de improvisación era bueno. Se agarró de sus caderas, abrió la boca y se lo puso adentro. O trató, en tal caso. La cabeza de su verga era tan endemoniadamente grande que fue una tarea difícil. Ella se apartó un poco. “No lo sé, Ian…”.

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Él la agarró de atrás de la cabeza y la guió para que volviera a intentarlo. “Hazlo, muchacha”. Ella abrió la boca tanto como pudo, tratando de acomodarlo. Era terriblemente incómodo, sin embargo. El agua seguía entrándole en los ojos y la nariz, haciendo que se ahogara. Ian no pareció notarlo. Siguió deslizando su gran verga, enredando los dedos en su cabello, inmovilizándole la cabeza. Él cogía su boca duramente, empujando profundo. Raye hizo lo mejor de sí para mamarlo hasta la garganta. Fue una tarea difícil. Pero después de los devastadores orgasmos que Kieran le había dado, era lo menos que podía hacer. Después de lo que pareció una eternidad, él la sacó. La levantó enganchando las manos debajo de sus brazos. Empujando su columna contra la pared de la ducha, empaló su concha en su verga. “¿Otra vez?”, dijo Raye jadeando. Ella se estaba quedando sin fuerzas, pero Ian no mostraba el más mínimo signo de querer detenerse. Lo que sea que hubiera pagado por ese producto engrandecedor, estaba sacándole provecho a la inversión. El problema era: ¿sobreviviría ella hasta que se fuera el efecto? Él la cogió hasta enloquecerla. Ella gritó cuando su tercer orgasmo estalló, caliente, duro e interminable. Su verga bombeaba dentro de ella, golpeando contra la entrada a su útero. Su orgasmo se partía y multiplicaba, sacudiendo su cuerpo maltrecho. El placer parecía no tener fin; ella estaba segura de que seguiría hasta el infinito. Debió haberse desmayado, porque cuando se dio cuenta, estaba recostada en la cama, con gotas de agua todavía colgando de su piel. Ian la secó con una toalla suave, causando una puntada de dolor de tanto en tanto, cuando la felpa frotaba sus inflamadas tetas y concha. Ella estaba demasiado agotada para protestar, sin embargo. Cuando él terminó finalmente, ella se levantó de la cama, a pesar de la queja de sus músculos. La hora de la fantasía había terminado. El mundo real —también conocido como ‘Café y Panecillos’— los esperaba. Él se levantó mientras ella cojeaba por la habitación. “¿Donde crees que vas, muchacha?”. Ella se dio vuelta y le sonrió compungida. “Realmente me encantó el juego de roles, Ian, pero creo que ya podemos dejarlo”. Señaló el reloj con su cabeza. “Son las siete y treinta y cinco. Tenemos que irnos”. “No irás a ningún lado”. Ella resopló. “Ah, déjate de pavadas”. Ella abrió el placard. Él la tomó de la muñeca. “Lo digo en serio, muchacha. Tú no dejarás mi cama. No hasta que tu padre firme el contrato de compromiso matrimonial”. Raye parpadeó mientras lo miraba. ¿Había leído tanto de Pasiones en las Montañas Escocesas? Un estremecimiento de aprensión vibró en su vientre. En el capítulo anterior

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a la escena de la cascada, Tess, acosada por la culpa, declara su intención de volver a la casa de su padre. Kieran, enfurecido, la ata a su cama. Pero seguro que Ian no llegaría a ese extremo. “Tú eres mía”, le dijo él con un gruñido. “No te dejaré que lo olvides”. Él agarró rápidamente el cinturón de su bata del suelo. Antes de que Raye supiera qué había pasado, su muñeca derecha estaba atada a la cabecera de bronce de la cama. Raye le habló sin aliento. “¡Déjame ir!”. Él le hizo una amplia sonrisa. “No.” “¡Qué tonto!”. Raye gritó, tirando del cinturón. No cedió una pulgada. Él se dio vuelta y caminó hasta la cómoda. Ella le clavó las uñas al nudo, sin ningún resultado. “¡Ian! ¡Vuelve aquí y desátame!”. Él apareció a su lado, con tres corbatas colgando de sus dedos. Los ojos de Raye se agrandaron. “Ah, no, no lo harás”. La mano de él se cerró sobre su tobillo, tirándolo hacia los pies de la cama. Ella le dio una patada salvaje, tratando de tirar de su pierna para liberarse, sin éxito. Ian ató fuertemente su tobillo, luego repitió el proceso con la otra pierna. Hizo lo mismo con su brazo libre, riendo mientras esquivaba los puñetazos de Raye. Cuando terminó, ella quedó acostada sobre la cama con los brazos y las piernas abiertas, y jadeando por el esfuerzo de luchar con él. Él se le acercó. Su verga estaba — increíblemente— dura otra vez. Tenía una expresión acalorada en los ojos. Y, ay, cariño, la estaba calentando. “¿Qué vas a hacer conmigo ahora?”, preguntó ella sin aliento, repitiendo la línea de Tess en Pasiones en las Montañas Escocesas. Kieran había respondido con otra cogida devastadora. Luego desataba a Tess, la abrazaba fuerte en sus brazos y le declaraba su amor eterno. Pero la mirada de Ian se desvió al reloj. “Tendrás que esperar para descubrirlo, amor”. “Espera un minuto”, protestó Raye. “Así no es como se supone que suceda”. Su mirada volvió a ella, acariciando su cuerpo, permaneciendo en su concha expuesta. Se le asomó una sonrisa juguetona en los labios. “Los deseos rara vez resultan como tú lo esperabas, muchacha”. “¿Qué demonios se supone que significa eso?”. Él no respondió. Para sorpresa de Raye, él revolvió el fondo del placard, sacando la kilt y el tartán que ella había comprado en el negocio de Maggie, el disfraz de escocés que hasta ahora se había negado a usar. Una vez vestido, se estiró hasta una repisa alta y tomó la gaita de su abuelo. Raye lo miró, entretenida, mientras Ian examinaba el instrumento, haciendo ajustes como si realmente supiera lo que hacía. Llenó los pulmones de aire y sopló una nota

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experimental, un tono exquisitamente quejumbroso. Luego, guardando el instrumento debajo del brazo, se dirigió a la puerta. A ella le salió la voz. “Ian, no te atrevas a dejarme así”. Ella tiró de sus ataduras. “Desátame. Ahora mismo”. Él se dio vuelta y sonrió. Él no llevaba sus lentes puestos; todavía estaban sobre la mesa de luz, donde los había dejado la noche anterior. Sus ojos oscuros ardían, y por un instante Raye pudo ver algo detrás de ellos. Algo frío y sin alma. Instintivamente, se encogió hacia atrás. “Muchacha”, dijo él. “En caso de que no lo hayas notado, no estás en posición de exigir nada”.

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Capítulo cuatro Fue un milagro que el enojo de Raye no quemara las cuerdas. ¿Cómo se atrevía Ian a dejarla aquí, atada a la cama? Esto no era para nada sexy. Era más incómodo que la mierda. Le picaba la pierna y no se la podía rascar. Tiró tanto de las cuerdas que sus manos se le dormían. Tenía que ir al baño y apretar las piernas definitivamente no era una buena opción. ¿Y si mojaba la cama antes de que Ian regresara? Esa idea era demasiado humillante para considerarla. ¿Podría desatarse sola? El cinturón de la bata que ataba su muñeca derecha parecía un poco menos ajustado que las corbatas que sujetaban sus otras extremidades. Quizás ella podría desatarlo. Flexionó la mano y trabó las puntas de los dedos en el nudo. Lentamente, los movió debajo de la tela rugosa. Pasó una hora. Hizo un pequeño progreso, aflojando el nudo lo suficiente como para deslizar un dedo dentro de él. Pasó otra hora y ella había desatado el lazo exterior del nudo. Para la hora del almuerzo, su estómago hacía ruidos y su vejiga estaba a punto de explotar. Maldito Ian. ¿En qué diablos estaba pensando al dejarla así? Otra hora y finalmente liberó su muñeca. Sonó el teléfono. ¿Ian? Eso esperaba. Estaba lista para hacerlo volar desde aquí hasta el Lago Ness. Estiró el brazo hasta donde llegó y se las arregló para levantar el auricular. De la línea salía una voz de mujer. “¿Raye? ¿Eres tú?”. “¿Angie?”. “¿Dónde demonios estás, chica? Pensé que estarías aquí, justo en el medio de todo”. “¿En el medio de qué?”. “De la multitud, muchacha. Me llevó una hora sólo para llegar a la puerta. Te llamo desde mi celular”. “¿La puerta? ¿Qué puerta?”. “La puerta de ‘Café y Panecillos’, pedazo de idiota. El lugar está atestado”. “Pero, no lo entiendo. ¿Por qué hay tanta gente en el café?”. “Es tu esposo”, dijo Angie, enunciando cada palabra como si estuviera hablando con una niña de cinco años. “Lleva puesta una apetecible kilt y está tocando la gaita”. “Eso debería correr a los clientes, no atraerlos”, dijo Raye con tristeza. “Ian tocando la gaita suena como una vaca con asma”. “¿Cómo puedes decir eso?”. Toca divinamente. Escucha”. 29


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Se escuchó un murmullo cuando Angie movió su celular. La música se arremolinó en su oreja. Gaitas, sí, pero no como la tocaba Ian. El tono era rico, seductor. Sensual. Erótico. Su concha palpitaba. Quería tirarse de cabeza dentro del teléfono, ser absorbida por ese sonido. La voz sin aliento de Angie volvió a la línea. “¿Ves lo que te digo? Es increíble. Ian es como el maldito Flautista de Hamelin, sólo que no está atrayendo niños. La mitad de las chicas de la universidad están luchando por una oportunidad de comprar café”. Ella bajó la voz. “La otra mitad se le está proponiendo. Una putita hasta alcanzó a meterse debajo de su kilt. Creo que deberías venir aquí, Raye. En este preciso momento”. “Em…”. Raye echó un vistazo a los nudos que quedaban atándola a la cama. “Estoy un poco atada en este momento. Y además, Ian no es así. Nunca atacaría a una estudiante universitaria”. “Yo tampoco lo habría pensado”, contestó Angie. “Pero viéndolo ahora… Mira. Mi consejo es: ven aquí. Hay una chiquilla detrás de la otra lanzándose a los pies de tu marido. Hasta a un buen tipo como Ian se le agota la fuerza de voluntad”. Mierda. Raye dejó caer el teléfono y volvió a trabajar sobre los nudos.

***** Angie no había estado bromeando. ‘Café y Panecillos’ estaba atestado de gente y la multitud consistía mayormente de núbiles estudiantes universitarias. Raye empujó entre la masa de cuerpos, abriéndose camino hacia la puerta. Una mujer joven con múltiples perforaciones de aros bloqueó su paso. “Ey, espera tu turno”. “¿Para qué?”. “Para tener una oportunidad con el bombón de la kilt”. Una horrible sensación le revolvió el estómago a Raye. Se paró en puntas de pie, estirándose para poder ver la puerta. Surgió una muchacha, llevando una taza de café sobre su cabeza como si fuera un trofeo. La multitud empujaba. “¿Lo viste? ¿Lo tocaste?”. La chica sonrió con suficiencia. “Él me besó”, dijo. “En los labios. Y quiere verme luego”. De la multitud salió un chillido colectivo. Raye se paralizó, atónita, mientras toda la gente arremetía alrededor de ella, empujando para llegar a la puerta. Ian nunca la engañaría. Ella sabía eso con la certeza que sabía su propio nombre. Al menos lo sabía hasta ayer. Después de esta mañana, no estaba tan segura. Hubo algo diferente en Ian e iba más allá del juego de roles sexuales que habían tenido. Era como si se hubiese convertido en otra persona.

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Frunciendo el ceño al pensar eso, Raye dio media vuelta y se abrió paso a codazos por el mar de estrógenos. Cuando llegó al final de la cuadra, se dio vuelta y se abrió camino hacia el callejón que corría por atrás de los negocios. Un minuto más tarde, pescó la llave de la puerta trasera del negocio de su cartera y abrió la puerta de atrás. Cautelosamente, caminó en puntas de pie por el depósito y espió dentro del negocio a través de la puerta. Ian estaba tan rodeado de mujeres que bien podría haber sido un castillo sitiado de las montañas escocesas. Tres muchachas que ella no reconocía estaban entregando frenéticamente café y pasteles. La caja sonaba como loca. El cajón del dinero rebalsaba con billetes. Raye caminó con largos pasos y agarró a la expendedora de café más próxima. “¿Qué crees que está haciendo?”. La muchacha levantó las cejas. “Trabajando en el mostrador”. Ella hizo una seña con la cabeza en dirección a Ian. “Como él me pidió que hiciera”. “Bueno, ya puedes dejar de hacerlo”. “¿Y quién diablos eres tú?”. “Su esposa”, le dijo Raye. La muchacha la miró y claramente no le creyó. “Él no lleva un anillo”. “Eso no significa na…”. “No puedes engañarme”, dijo la muchacha enojada. “Sólo quieres emplear subterfugios para conseguir un poco de acción. Bien, olvídalo. Yo llegué aquí primero. Ella tiró la cabeza para atrás y volvió a la caja registradora. Raye la miró sin aliento. “Pero pedazo de…”. Ella se interrumpió cuando Ian levantó repentinamente su cabeza, buscando en la multitud, con ojos sorprendentemente agudos a pesar de que no tenía puestos los anteojos. ¿La estaría buscando a ella? Siguiendo un instinto que ni sabía que tenía, Raye volvió a esconderse en el depósito. Apretó su columna contra la puerta; su corazón golpeaba con fuerza. ¿Qué demonios estaba pasando? Apenas ayer, Ian estaba sentado justo allí, en su inestable escritorio, absorto en las cuentas a pagar y a cobrar, y el sexo era lo más alejado de su mente. Ahora, después de coger a Raye hasta el hartazgo, estaba listo para empezar con el resto de las mujeres de la ciudad. Vio la vela que había dejado en la caja después de su pelea. Algo no estaba bien. De alguna manera, su esposo tolerante, fiel, corto de vista se había transformado en un demonio sexual insaciable, machista y con ojos de águila. Igual que Kieran MacKenzie. ¿Ella realmente había fantaseado con una transformación como esa? Debió haber estado loca. Una sensación extraña creció en su estómago. El suave acento de Maggie retumbó en su mente. Los deseos tienen poder, muchacha. No deben pedirse con ligereza. A veces traen cosas que no esperamos. 31


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¿Y qué había dicho Ian esta mañana? Los deseos rara vez resultan como tú lo esperabas, muchacha. Se le vinieron a la mente más palabras condenatorias, esta vez del libro que había leído en el negocio de Maggie. Impostor: una criatura de la especie de las hadas que toma el lugar de un humano… un deseo malicioso le da poder. Raye frunció el ceño. No. No era posible. El cambio se realiza al amanecer, acompañado por la risa de las hadas. Ella había escuchado risas. Ella pensó que era la radio, pero… Cerró los ojos, visualizando a Ian como lo había visto esta mañana. Era Ian pero, de alguna manera, no era él. El Impostor toma el aspecto del ser amado. Sin embargo, éste es un aspecto falso. El encantamiento de las hadas oculta los verdaderos rasgos del Impostor. Ella respiró hondo. Unos acordes de música de gaita se filtraban por la puerta cerrada. La melodía era cautivante, tan hermosa que la hacía penar. Hacía que su estómago se estremeciera. Hacía que su concha se humedeciera. Un Impostor hace magia con la gaita, hechizando a todos los que lo escuchan. Encanta todo lo que toca. Ian —su Ian— no podía tocar la gaita, ni aunque de ello dependiera la salvación de su alma. Su hambre es enorme y nunca se satisface. Un sonido como el de una cascada rugiente resonó en los oídos de Raye. No era posible… ¿o sí? ¿Podía ser que el hombre en el negocio, el que se parecía tanto a Ian, fuera realmente un Impostor? Ella caminó sigilosamente hasta la puerta y la abrió un poquito. Allí, rodeado de ansiosas mujeres, estaba el hombre que ella pensó que era su marido. Era alto, de hombros anchos y guapo. Sus facciones duras hacían un contraste tentador con sus sensuales labios. Y debajo de su kilt… Raye se estremeció. Las suaves palabras de Maggie cruzaron su mente. ¿De verdad querrías tener a este hombre de amante? Raye había dicho que sí. Sí. Ay, Ian, ¿cómo pude haberte despreciado así? Una cabeza oscura se levantó y unos ojos perforaron los de ella. No eran los ojos de Ian. Mirándolos ahora, Raye se preguntó cómo pudo haber pensado que lo eran. La expresión en ellos era apagada, vacía. Privada de emoción o cualquier otro destello de humanidad. Un Impostor no tiene alma… Ella se agarró del marco de la puerta, luchando por evitar que sus rodillas se doblaran. Ian —¡no, no era Ian!— levantó una mano e hizo una seña para que se acercara. Raye sintió la fuerza de su orden en su vientre, y más abajo, en el cosquilleo que subió, sin quererlo, entre sus muslos.

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Ella miró hacia otro lugar, respirando con bocanadas cortas. No ayudó en nada a debilitar el hechizo que la tenía atrapada. La bañó la lujuria, que también trajo unas gotas de sudor a su frente. Sus pezones y su clítoris hormigueaban. Su concha se contraía, penando por ser llenada. Quería cogérselo. De nuevo. Luchó por controlar su cuerpo. No podía ir hacia la criatura que había tomado el lugar de Ian. No lo haría. ¿Dónde estaba Ian ahora? ¿Dónde lo había mandado su deseo malicioso? De sus ojos brotaron lágrimas. Daría cualquier cosa por ver la sonrisa tranquila de su marido, por escuchar su risa suave y sensual. Había sido culpa de ella tanto como de él que su vida sexual se hubiera estancado. Ella lo había reemplazado por una fantasía. Los ojos del Impostor emanaban luz. A Raye la atravesó un rayo de intensa excitación, qué arrancó un jadeo de sus labios. Sus caderas giraron, buscando más. ¿Podía llevarla al orgasmo con sólo mirarla? Ella no podía controlar su respuesta. Unos pocos segundos más y estallaría en un orgasmo. Una estudiante universitaria frotaba sus senos contra el pecho del Impostor, envolviendo su cuello con sus brazos y poniéndose en puntas de pie para besarlo. Los ojos del Impostor se apartaron de Raye por un instante; fue la oportunidad que necesitaba. Trastabillando hacia atrás, cerró la puerta de un golpe, mientras su pecho jadeaba. Estaba en serios problemas. Tenía que deshacerse de esa cosa antes de que la atacara otra vez. Maggie. Ella tenía algo que ver con esto; Raye podría apostar que así era. Tenía que encontrar a Maggie, preguntarle qué hacer. Corrió a la puerta trasera. No se movía. La cerradura estaba trabada, o rota, o —la idea congeló la sangre en sus venas— embrujada. Se le aflojaron las rodillas. Se desplomó lentamente hasta el suelo, deslizando su espalda sobre la fría puerta de metal. Ella no iría a ninguna parte.

***** El Impostor vino por ella cuando la última cliente se había ido y el negocio estaba oscuro. “Ah, muchacha, estabas allí”. Él se paró en la puerta al depósito, con sus ojos oscuros destellando. Raye luchó para que no se le notara el pánico en la voz, mientras el fuego volvía a arder en su concha. “No me toques”. Él dio un paso hacia ella, luego otro. “Ay, muchacha, no me rechaces. Tú eres mi núcleo, mi hogar. Mi vida”.

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“Un lindo discurso”, dijo ella, moviéndose apenas hacia atrás. “Pero ya lo he escuchado antes. Es un diálogo de Pasiones en las Montañas Escocesas”. “Sin embargo”, dijo él, “es verdadero. No puedo vivir sin ti”. Él la acorraló contra la pared, enjaulándola entre sus brazos. Él tenía un leve olor a humo, que no era el agradable olor a madera, sino el hedor de un tronco podrido que de alguna manera habían logrado que se quemara. “¿Qué eres?”, ella preguntó sin aliento. Su mirada fría la consumía. “Tu sueño, muchacha. Tú me llamaste al mundo superior, ¿no lo recuerdas?”. Él sonrió. “¿No soy todo lo que tú deseabas?”. Raye estaba rígida, con los nervios vibrando de calentura y los muslos resbalosos por la crema. Ella lo deseaba. Que Dios la ayudara, pero ella deseaba a la criatura. Un minuto más y le estaría rogando para que la cogiera. No podía permitirle hacer eso. Su mano, escondida detrás de su espalda, agarraba la única arma que pudo encontrar en el depósito: el encendedor que había usado el día anterior. Cuando él bajó su boca hasta la de ella, ella atacó. Movió bruscamente su brazo hacia delante, con la llama encendida, mientras empujaba el encendedor hacia sus tripas. El Impostor saltó hacia atrás, mientras su respiración producía un silbido entre sus dientes. Demasiado tarde. Las llamas se dispararon por la lana de su kilt, y se extendieron por las tablas de su tartán. Encendieron el lino blanco de su camisa. Chasquearon en su cara. Un chillido agudo, más animal que humano, salió de su garganta. Raye se apuró a huir hacia un costado, movida por el calor y el terror. El Impostor no hizo ningún movimiento para seguirla. Se quedó parado, con los brazos abiertos, como una grotesca cruz ardiente. Sus ojos ardían negros, encendidos por unas pequeñas y danzantes llamitas. Sus facciones se transformaron y los bellos rasgos de Ian empezaron a tomar la forma de un espantoso semblante. La piel se le oscureció. La nariz y las orejas se le alargaron. Sus dientes se volvieron puntiagudos. El aire se volvió pútrido. Ella miró horrorizada la verdadera cara del Impostor durante lo que pareció una eternidad. Luego, con un estallido ensordecedor y una explosión de humo y llamas, la criatura se esfumó. Raye permaneció allí, mirando fijo el lugar donde había estado, con el cuerpo congelado y la mente adormecida. Increíblemente, el depósito estaba intacto. No se había quemado nada, no quedó un rastro de humo ni una marca de hollín. Hasta el olor a descomposición había desaparecido, reemplazado por el familiar aroma del café. ¿Había funcionado? ¿Se habría ido realmente el Impostor? “¿Raye? ¿Estás ahí dentro?”. La puerta al salón de adelante rechinó. Se abrió de par en par, revelando la figura de un hombre vestido con la ropa típica de las montañas escocesas. 34


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Ay, Dios. La pesadilla no había terminado. “Aléjate de mí”, gritó Raye. Se apresuró a ponerse detrás del escritorio de Ian y lo puso entre ella y el Impostor. “Ni un paso más”. “¿Qué diablos…?”. El Impostor se frotó la nuca, con el ceño fruncido detrás de sus lentes. ¿Lentes? Raye sujetó el escritorio con menos intensidad. ¿Podía ser que…? “¿Ian?”. ¿Eres tú?”. “Hasta lo que yo sé…”. Él miró hacia abajo con una risita. “Pero quizás tenga que hacerme revisar la cabeza por dejarte convencerme de usar este disfraz”. “Oh, Dios. ¡Ian!”. Raye se lanzó a sus brazos. “¡Estoy tan feliz de verte!”. Él la atrapó, trastabillando hacia atrás por la fuerza de su peso, casi riendo. Él pasó sus manos por la espalda de ella, estabilizándola mientras ella le prodigaba muchos besos sobre el cuello y el pecho. Ella cayó de rodillas y le levantó la kilt. De su garganta salió una burbujeante carcajada de pura felicidad. La verga de Ian, ya medio dura, era justo del tamaño que debía ser. Envolvió sus dedos alrededor de ella, acariciándola. Él rió en voz baja. “Me alegro de verte también, Raye, pero ya ves, no me fui tanto tiempo. Sólo lleva cinco minutos cerrar”. Ella le besó la cabeza del pene. “Pareció una eternidad. Lamento que peleáramos. ¿Me perdonas?”. Los oscuros ojos de Ian eran inescrutables. “No hay nada que perdonar. Tú tenías razón. Te estaba descuidando. Estaba descuidándonos a ambos. No me concentraba en ti mientras hacíamos el amor”. “No importa”. “Sí importa”. Se inclinó y la alzó en sus brazos, mientras sus dedos buscaban debajo de su falda. “Te mostraré cuánto importa”, murmuró mientras deslizaba su bombacha por sus caderas hasta sus muslos. Acomodando el culo de ella sobre el escritorio, él dio un paso entre sus piernas y se levantó la kilt. Raye encontró su mirada. “¿Quieres hacerlo aquí? ¿En el depósito? Pensé que…”. Él la penetró con una fuerte embestida. “No pienses”, dijo. “Sólo siente”.

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Epílogo Para deshacerse de un Impostor en su hogar, condúzcalo hacia el fuego. Bueno. Había hecho una cosa bien, al menos. Raye cerró el antiguo volumen y miró hacia arriba, directo a los ojos de Maggie. “Vamos, Maggie”, trataba de persuadirla Raye. “Dímelo. ¿Lo hiciste tú? ¿Tú enviaste al Impostor?”. La anciana levantó las cejas. “¡Ay, muchacha, cómo hablas! Ese viejo libro no es más que una colección fantasiosa de leyendas, escritas hace mucho tiempo. No tiene ningún sentido”. Raye meneó la cabeza. Tenía el presentimiento de que Maggie sabía más de lo que decía sobre el Impostor, pero después de tres meses preguntándole, Raye concluyó que ya podía abandonar el tema. Maggie no iba a admitir nada. Salió de ‘Magia de las Montañas’ y volvió a ‘Café y Panecillos’. Saludando con un gesto de la cabeza a la nueva muchacha del mostrador, se dirigió a la habitación del fondo. Ian levantó la vista de su computadora portátil, sonriendo ampliamente. “Ven aquí”, dijo él. “Mira esto”. “¿Qué?”. Raye preguntó, inclinándose para ver la pantalla. Él hizo girar la computadora para que pudiera ver mejor. “La conciliación del trimestre pasado”, dijo. Ella pestañeó. “¿Hicimos todo ese dinero?”. “Los números no mienten”, dijo Ian con aires de suficiencia. “Otra vez tenemos ganancias, y con revancha”. Él se frotó el mentón. “Pero no estoy seguro de qué ocasionó el cambio”. “Fuiste tú y esa kilt”, dijo Raye, con un dejo de fastidio en su voz. “Desde que empezaste a usarla en el café, has atraído un culto que te sigue. Puedo jurar que las universitarias pasan más tiempo en ‘Café y Panecillos’ que en clase. Apuesto que vuelven a sus dormitorios y simulan que sus vibradores son tú”. Ian hizo una mueca. “Qué idea. Sí, bueno, mientras sigan comprando café, lo acepto”. Él levantó la vista para mirarla, repentinamente serio. “¿No crees que te engañaría, o sí?”. “No”, dijo Raye. “Sé que no lo harías”. Él tocó sus mejillas; sus ojos eran suaves. “Te amo, Raye”. “Yo también te amo”. Él la sentó sobre su regazo. “Entonces, ¿dónde quieres ir de vacaciones?”.

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Ella lo miró sorprendida. “¿Vacaciones? ¿Quieres decir que podemos pagar unas vacaciones?”. “Por supuesto. Dos semanas. Donde tú quieras”. Hizo una pausa. “¿Qué te parece Escocia?”. ¡Escocia! Raye siempre quiso visitar las tierras de Pasiones en las Montañas Escocesas. Por supuesto, no había pasado tanto tiempo con su libro últimamente. Cada minuto libre parecía estar ocupado por Ian. La vida sexual entre ellos había revivido enormemente. En la última semana, habían cogido sobre el piso del dormitorio, la mesa de la cocina, en el asiento trasero del auto, y en el depósito del café, ¡dos veces! Ella dudó. “No lo sé. ¿Hay algún lugar al que tú quieras ir?”. “A Escocia no”, dijo él rápidamente. “El clima es horrible a esta altura del año. Yo voto por un lugar cálido y soleado. ¿Qué piensas del Caribe? Podríamos recostarnos en la playa todo el día y coger como conejos borrachos a la noche”. Raye lanzó una carcajada. “Eso suena tan romántico”. Él la besó en el cuello, justo debajo de su oreja. “Así será”, dijo él. Se inclinó y sacó algo de su maletín, y lo deslizó entre las manos de ella. “Especialmente si llevamos esto”. Los ojos de Raye se agrandaron. Ian le había dado un libro. Y no cualquier libro: un volumen de la misma editorial que Pasiones en las Montañas Escocesas. La portada mostraba una pareja desnuda en un escenario de selva tropical. Su ritmo cardíaco se aceleró al leer el título. Pasiones en el Trópico. “¿Te gusta?”. Preguntó Ian. Ella encontró su mirada y sonrió. “Me encanta”. Sus mejillas se ruborizaron un poco. “Leí un poco. Es bastante caliente”. Él tragó saliva. “Pensé que quizás… si tú quieres, eso es… podríamos actuar algunas de las escenas”. Una lujuria caliente explotó en la concha de Raye. “¿En serio?”. “Sí”. Ella empezó a desabotonarse la blusa. “Bueno, entonces… ¿qué estamos esperando?”.

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Acerca de la autora Callista Arman explora el lado oscuro de la psiquis humana en historias de amor dulce y posesi贸n ardiente. Sus historias pueden tener lugar en mundos lejanos o al lado de su casa. De cualquier manera, ella espera que usted disfrute del viaje. Callista agradece comentarios de los lectores. Usted puede encontrar su sitio Web y direcci贸n de correo electr贸nico en su autor p谩gina bio en www.ellorascave.com


ROMPIENDO LAS REGLAS B.J. McCall


B.J. McCall

Capítulo uno Ri Anzer revisó la angosta cinta de agua que serpenteaba a través del valle cubierto de bosques, buscando insurgentes Indar. Hacia el sur de donde ella estaba, el río se sumergía en el valle en un escenario impactante. La neblina de las cataratas cubría su casco y su uniforme, mientras ella se movía por el sendero. Desde las cataratas, tenía una vista panorámica del valle. Río abajo, más allá de las cataratas, el agua cambiaba de color, de cristalina a marrón barrosa. Ri entendió por qué los Indar habían protestado por la presencia de la Compañía Minera Wath. A pesar de que la Confederación mitiana había dado el permiso para excavar y había garantizado compensaciones para los Indar, el daño al río era atroz. Bajo sus pies, la tierra temblaba. Los pesados taladros golpeaban contra la ladera de la montaña, perforando la roca y desgarrando la tierra, mientras desechaban los restos de la masacre en el río prístino. Ri insultó en voz baja. A veces la misión era un asco. Los robots extraían valiosos cristales mitianos, y la bien armada unidad de seguridad de Ri brindaba protección a la maquinaria. Wath pagó por los mejores de Seguridad Elite y el equipo de Ri se había ganado ese título. Treinta misiones sin haber perdido un hombre. Una pequeña y tintineante luz roja en el rincón izquierdo de su visor le indicó que había movimiento en dirección a las cataratas. Ri se dio vuelta. “Identificar”. Su visor se ajustó y enfocó la entidad. Entre el ruido de las cataratas y las perforaciones, un ejército podía marchar por el valle sin ser escuchado. Ella confiaba en su casco de alta tecnología y su visor para advertirle sobre posibles amenazas. Humano. Hombre. No es una amenaza. Ri respiró profundo. Más abajo, Jac Dancer se sacó las botas y el uniforme, revelando una ancha espalda, unas caderas delgadas, unas piernas bien formadas y un culo maravillosamente firme. Los músculos de Dancer se abultaban mientras caminaba descalzo sobre varias rocas en dirección al vapor del agua. Bañarse con agua era un lujo, y su equipo aprovechaba el único placer que les brindaba esta misión. La Estación Espacial VN2845, el centro de operaciones de Elite para este sector, restringía a todo el personal a las duchas sónicas. Dancer dudó y giró lentamente para mirar en dirección a ella. A pesar de que su uniforme se camuflaba automáticamente para combinar con cualquier terreno, Ri se agachó. Ri miró a través del follaje y dejó salir una torturada bocanada de aire. Debió haber desviado la vista y alejarse por el sendero, pero la gruesa y protuberante erección de Dancer la cautivó.

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Demasiadas noches, ella había especulado, soñado, imaginado a Dancer, desnudo y excitado, pero nada más. Ahora lo sabía. Desnudo, Jac era increíble. Erecto, era magnífico. Se paró debajo del vapor de agua y cerró el puño alrededor de su erección. Unos escalofríos de necesidad se deslizaron por la columna de Ri; el calor se acumuló entre sus piernas mientras Dancer se acariciaba la carne firme. Con cada caricia de su mano, el deseo la quemaba en su centro. Desde el momento en que le puso los ojos encima, dos años atrás, lo había deseado. Misión tras misión, su necesidad crecía. Ahora, todo su cuerpo ardía mientras la mano de él llevaba a cabo la sensual tarea que ella penaba por hacer. Sus caricias se volvieron más rápidas. A ella se le hizo agua a la boca. Unas llamaradas de deseo lamían su concha. Ella debía respetar su privacidad, dejarlo aliviar la tensión de la misión y buscar algo de satisfacción, pero la necesidad la superó. Se acarició el pecho, frotando su palma contra el pezón endurecido, acariciando la suave y deseosa carne. Su verga era larga y gruesa, más grande de lo que había imaginado. El cuerpo de ella irradiaba calor. Suplicando por acabarse, su concha se relajó. Había permanecido célibe demasiado tiempo. Deseaba a Dancer. Trabajar con él era educativo. Tenerlo en su equipo era un honor. Desearlo era una mierda. Incapaz de resistirse a su necesidad, Ri apagó su audio y abrió el cierre de los pantalones de su uniforme. Ella se chupó los dedos y deslizó su mano por debajo de la cintura de su ropa interior. Si el equipo escuchaba sus gemidos, podrían creer que estaba muriendo. Cuando sus dedos húmedos tocaron su caliente concha, ella boqueó. Su carne sensible quemaba debajo de sus dedos. Hundiéndose en su carne húmeda, Ri bombeó con la misma furia deliciosa que Dancer imponía a su verga. Ella sintió un estremecimiento. La palma de su mano acariciaba su deseoso clítoris. Su dedo cogía su concha. Gimiendo, se imaginó la gruesa verga de él en su boca, el calor de su rígida carne sobre su lengua y la sensación de su cuerpo temblando mientras ella lo chupaba. Su concha se acaloró, respondiendo como un soldado bien entrenado a sus dedos, a su imaginación y a las manipulaciones eróticas de Dancer. Ri respiraba de manera entrecortada mientras golpeaba dentro de su concha, deslizándose por el límite, esperando a Dancer. Cuando su espesa crema chorreó de su verga, Ri gritó. El alivio vino como un pico empinado y dulce, seguido de una ola paralizante. Todo el cuerpo de ella vibró con el orgasmo. Dancer se acercó al vapor del agua para lavarse la acabada de su verga. Ri se abrochó los pantalones. Apreció la descarga, pero reconoció que tenía que hacer algo. A pesar de haber acabado, quedó penando e insatisfecha. Temerosa de que sus sentimientos hacia Dancer hubieran progresado más allá del deseo físico, Ri meneó la cabeza y cerró los ojos. Tonta. 41


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Los líderes de las unidades no se enamoraban de los miembros del equipo. El centro de su atención debía ser la misión, no un breve momento de placer físico. Como una de las pocas líderes de unidad mujeres y la única en este sector, Ri se negaba a dejar que sus sentimientos personales interfirieran con su trabajo. Olvídate de él. Hauser Wath, el presidente de la Compañía Minera Wath, la deseaba. Rico y guapo, Hauser le ofrecía lujos y fortuna, pero Ri prefería enfrentarse a una vida de misiones peligrosas con Dancer a convertirse en la mujer de Hauser. Una luz roja parpadeante penetró a través de sus párpados cerrados. Ri abrió los ojos y activó el audio. “Identificar”. Ri se levantó y giró a la izquierda. Enemigos. Dos. Armados. Dos insurgentes se aproximaban a las cataratas desde río abajo. Parado debajo del vapor, Dancer estaba expuesto y desprevenido. Ri corrió por el sendero para interceptar al enemigo y sacó su rifle láser del portafusil que llevaba sobre la espalda. Se detuvo, bajó su rifle y eliminó a los insurgentes con dos tiros limpios. Cayeron a menos de veinte yardas de Dancer. Enemigo eliminado. Ri bajó la colina hacia la cascada. Para cuando llegó hasta Dancer, él se estaba abrochando los pantalones. No mires. Ri levantó su visor cuando él alcanzaba sus botas. Después de cerrarse las botas, él se paró. Su ancho pecho y sus hombros estaban cubiertos de gotas de agua. Ri penaba por lamer cada gotita de su piel. Míralo a los ojos. Su mirada se fijó en la de ella. “Me alegra que pasaras por aquí”. ¿Sabía él que ella lo había estado mirando? Él se puso la camisa del uniforme y se calzó su sobaquera. Levantó su casco y estuvo armado y listo. “Trae refuerzos la próxima vez. Es una orden”. “Comprendido”. Él le estiró la mano. La misma que había usado para darse placer. “Gracias, LU. Le debo la vida”. Los miembros del equipo se dirigían uno a otro usando sus apellidos, pero para Dancer ella era la LU. Lo que quería decir que, a pesar de todas sus misiones, las horas que pasaron planeando misiones y relajándose en la sala de estar de la base, ella era la Líder de la Unidad. No era una mujer, ni una amiga: era la jefa.

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Su respeto hacía más fácil su trabajo, pero la distancia le provocaba muchas noches sin dormir, penando, con sólo una herramienta de placer mecánica para satisfacer sus necesidades. Su mano se deslizó contra la de él. La misma mano que ella había usado para llegar al orgasmo. Los dedos de él envolvieron los de ella por un momento. Él sonrió y se puso el casco. Ri giró y se apresuró a cruzar las rocas. Dancer la siguió hasta el campamento. Ella debía estar agradecida. Con la reputación de Dancer, su equipo podría tomarlo a él como la autoridad; pero aunque más no fuera por una vez, ella querría escucharlo llamarla por su nombre.

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Capítulo dos “Gracias otra vez por la cena”. Ri le estiró la mano a Hauser Wath, el presidente de la Compañía Minera Wath. Los labios de él rozaron la mano de ella sugestivamente. Su mirada se paseó por su provocativo vestido de fiesta. “¿Está segura de que no puede quedarse? Me gustó escucharla hablar sobre su trabajo. Sus misiones son tanto más interesantes que los estados de resultados y que lidiar con los inversores”. Ri sonrió. Él no quería saber sobre su trabajo o qué hacía falta para liderar uno de los mejores equipos de seguridad intergaláctica. Él quería cogérsela. Como cualquier miembro de su equipo, ella podría matar a Wath en pocos segundos, y a menos que él escondiera una pistola de rayo láser debajo de su traje de ejecutivo y disparara, no podría hacer nada para detenerla. “Gracias, pero debo reunirme con mi equipo. Tengo una misión que planear. Saldremos en menos de doce horas”. Él todavía sostenía la mano de ella. “Usted es diferente a cualquier otra mujer”. Un desafío. Más rico de lo que se podía imaginar, Wath podía comprar cualquier cosa. Quizás lo excitaba saber que Ri lideraba cuatro de los hombres más duros y mejor entrenados del sector exterior. Su equipo se había ganado la reputación del modo más arduo. Cuando otros equipos fallaban, Ri y sus muchachos o les salvaban el culo o traían de vuelta sus cuerpos. Algunas de las misiones eran escalofriantes. Las puntas suaves de los dedos de él se deslizaron por sus brazos desnudos. Sus dedos eran largos, con manicura y sin un solo callo. Las manos de ella eran las de una obrera. “Hermoso vestido”. Su vestimenta de trabajo usual, de uniforme camuflado y botas pesadas, escondía las curvas femeninas que el provocativo material de su vestido resaltaba. La suave tela negra con caída se amoldaba a sus senos y se ceñía maliciosamente en los muslos. Además del vestido, Ri no llevaba nada más que sus zapatos de tacos con tiras de cuentas, que hacían juego con las delicadas tiras de su vestido. Ella tenía planes para después de la cena. Esos planes no tenían nada que ver con Wath, y la ropa interior sólo se entrometería. Ri planeaba bien las misiones. Fallar no se le pasaba por la cabeza. La misión de esta noche era de placer y Jac Dancer se lo iba a proveer. “Gracias, Sr. Wath. Buenas noches”. “Déjeme acompañarla hasta el ascensor”. 44


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“No es necesario, estaré bien”. Cuando Wath cerró la puerta, Ri respiró con alivio. Caminó lentamente por el pasillo. Al dar vuelta la esquina, vio a Dancer parado delante del ascensor. ¿La había estado esperando, o quería saber si Wath había renovado el contrato con Elite, garantizando futuras misiones para el equipo? Mientras ella entraba al ascensor, la mirada de él se deslizó lentamente sobre ella. Una sonrisa excitaba las esquinas de su boca. “Lindo vestido, LU”. Dancer estaba para comérselo. Tenía puestos unos pantalones negros, una camisa negra que se amoldaba a su pecho musculoso y sandalias. Él nunca usaba medias, a menos que estuviera de uniforme. El corazón de Ri latía con fuerza. “Usted se ha limpiado bien, también”. La última vez que ella había puesto los ojos en él, ambos estaban cubiertos de lodo de Oliri. Aun cubierto de esa sustancia marrón, pegajosa y maloliente, Dancer era sexy. A pesar de sus cicatrices, su cuerpo era una refinada obra de arte. Ese día en las cataratas de Indar había acechado los sueños de Ri. El entró y se paró junto a ella. “Nivel de Habitación Tres”, dijo, dirigiendo el elevador al piso designado para los empleados de Seguridad Elite en la Estación Espacial VN2845. La mirada de él se quedó un rato sobre los pies de ella. “¿Wath nos retuvo para otra misión?”. “Para dos”. “Eso debería poner contento a Payts”. Su jefe, Silus Payts, estaba a cargo del sector exterior de la galaxia. Ri y su equipo corrían los riesgos. El ascensor se detuvo y se abrieron las puertas. Dancer la tomó del brazo y la condujo por el pasillo. Los dedos de él se cerraron sobre el codo de ella. Las manos de Dancer eran grandes y ásperas, sus brazos abultados con duros músculos, pero Ri lo había visto limpiar heridas, reconfortar con ternura a víctimas y rezar con los moribundos. Dadas las reglas de conducta de Elite, las relaciones entre miembros del equipo eran vistas como una infracción, y aquellas entre líder y subordinado, como una infracción grave. A pesar de que las reglas se rompían, los que atrapaban eran degradados, se les sacaban todos los créditos que habían ganado y se los suspendía de la acción. Las unidades de seguridad estaban compuestas por dos tipos de personas: los que amaban la misión y los que amaban el dinero. Como ella, Dancer era de los que amaban la misión. La aventura lo hacía sentirse vivo. Perder créditos no le significaría mucho a él, pero la suspensión significaba un trabajo detrás de un escritorio, y eso nunca funcionaría para un hombre como Dancer. Después de esta noche, Ri entendió que tendría que dejarlo fuera de su equipo; trabajar con él se había tornado imposible. Cuando estuvo segura de que Payts tenía

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intenciones de ascender a Dancer a Líder de Unidad y darle el control total de sus misiones, Ri planeó su seducción. Ella deseaba a Dancer, ¿pero Dancer la deseaba? Tenía que hacer algo. Se había dado la cabeza contra la pared muy duro ese día en las cataratas. La manera en que deseaba a Dancer había comenzado a interferir con su desempeño y concentración. A interferir seriamente. Ella no le había salvado la vida. Ella había fallado en su deber. Las reglas y su respeto por Dancer habían evitado que Ri cediera a sus impulsos, pero no éstos podían evitar que su corazón latiera muy fuerte cada vez que lo miraba. Los ojos de él eran azules y su cabello oscuro y grueso. Lo usaba corto. Su mentón era fuerte y su sonrisa, devastadora. Valía la pena romper las reglas por Dancer. Es sexo, no amor. El deseo sexual, una vez satisfecho, generalmente perdía el encanto, pero el amor tenía esa manera de cavar dentro de uno y permanecer allí. Haz lo tuyo y sigue tu camino. “¿Cuando salimos?”. “En veinticuatro horas”. La mentira le salió con facilidad. Su equipo saldría para Lak en pocas horas. Payts informaría a Dancer sobre su nueva tarea. Dancer lideraría otro equipo a Borliz. Quizás cuando volvieran a encontrarse, en la estación, entre misiones, algo podría desarrollarse entre ellos. Ri trató de no pensar en cuánto ella deseaba que ese algo sucediera. Cuando llegaron a la habitación de ella, Ri puso la palma de la mano contra el panel de la cerradura. La puerta se abrió. Dancer soltó su brazo. “¿Hacia dónde nos dirigimos, a Borliz?”. Ri dio un paso hacia dentro de su habitación y se dio vuelta. Dancer permaneció en el pasillo. “Sí”. Dancer leía todo lo que se publicaba respecto a las exploraciones científicas, públicas y privadas del sector. Pocas tareas lo sorprendían. “A Borliz y a Lak”. Sus ojos se agrandaron. “¿Lak?”. “¿Quieres pasar a beber algo?”. Dancer le hizo un pequeño gesto con la cabeza y entró en la habitación. “Hace tres días que no se sabe nada del equipo de perforaciones exploratorias de Wath”, dijo Ri. “Un mensaje urgente de emergencia, luego un completo silencio”. Unas líneas arrugaron el ceño de Dancer. “Esperaba no volver a ver ese lugar nunca más”. Ri le habló a su espalda. “¿Lideraste la misión de rescate?”. Él dijo que no con la cabeza. “La misión falló”. Después de que dos equipos de exploración fueron atacados y asesinados, la Federación puso una restricción sobre el planeta hasta que la Compañía Minera Wath

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escudriñara el cielo y proveyera evidencia de que, tal como suponían, existían depósitos de racth bien profundo bajo la superficie. Dancer se dio vuelta y metió las manos en los bolsillos de sus pantalones. “Wath debe tener a varios políticos en el bolsillo a fin de obtener el permiso para excavar”. “¿Pero para qué molestarse haciendo excavaciones profundas en Lak? Un gran depósito acaba de ser descubierto en Tinyan. El clima en la superficie de Tinyan es mucho más amigable que el de Lak. No lo entiendo”. “Si puede probar que los depósitos existen con una muestra de excavación, a Wath le darán los derechos exclusivos de minería en Lak”. “Eso es porque no hay ninguna otra empresa minera interesada. La temperatura diurna hace casi imposible excavar y los nativos son hostiles. Sacar el racth costaría mucho más que en Tinyan”. “Wath quiere que se excave en Lak”. Dancer insultó en voz baja. “¿Y nos quiere a nosotros?”. “Así es”. Ri cruzó la habitación y tomó una botella de bebida mitiana de la mesada de la cocina. Los empleados de Elite compartían unos pequeños cuartos con dos cuchetas, una superior y otra inferior, una ducha y un lavabo. A los líderes se los premiaba con una habitación privada compacta, con cocina empotrada en lugar de una cucheta inferior, con un escritorio, computadora y accesos de comunicación. “Wath hizo una mega-oferta a la oficina central. Payts no pudo negarse”. Ella sirvió dos vasos de la singular pero potente bebida y le alcanzó uno a Dancer. “Si los depósitos son tan ricos como informaron, Wath dijo que explotar Lak daría una ganancia de mil por ciento. Cuéntame sobre Lak”. “Es mayormente rocas y arena. El aire es respirable, pero seco. Sólo unas pocas plantas y pequeños animales que se han adaptado al calor extremo sobreviven sobre la superficie. Si el sol no te mata, los lakianos lo intentan durante la noche. Parecen humanos, excepto por la elevada cresta a lo largo de su espina dorsal y la corta cola en la base. Sus ojos son grandes y con múltiples facetas, y su visión nocturna es parecida a la infraroja, lo que les da una ventaja sobre los grupos que aterrizan sin estar preparados. Su piel es oscura y les sirve como un camuflaje excelente a la noche. Sus armas son primitivas, pero sus lanzas y dardos con puntas envenenadas causan una parálisis inmediata. “Unos uniformes de armadura livianos y nuestros cascos deberían ser suficientes. Tendremos que llegar al atardecer, asegurar un área para el grupo de excavadores, establecer un perímetro de defensa e irnos antes del amanecer”. Dancer tragó saliva largamente mientras meneaba la cabeza. “Deja que otro equipo se haga cargo de esto”. A Ri se le pusieron los pelos de punta. “Yo puedo manejarlo”. “Los lakianos ejecutan a los hombres, pero violan a las mujeres”. “Eso escuché”.

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“No viste a Dansi Larii. Después de una noche de violación, ellos la dejaron estaqueada afuera, expuesta al calor abrasador. Ella murió en mis brazos”. Incapaz de salvar a su amante, el equipo de Dancer había eliminado a la banda de lakianos que había capturado a la Dra. Larii y a su grupo de inspección geológica. A pesar de que Larii había muerto siete años atrás, la voz de Dancer era fría como el hielo. “¿Oí que renunciaste después de esa misión?”. “Lo hice durante un tiempo, pero Payts me rastreó”. Ri esperaba que él se explayara, pero en cambio, él miraba fijamente su bebida. “Ningún miembro femenino debería ser asignado a Lak”. “Payts aceptó la misión”. Dancer se bajó el resto del trago y apoyó el vaso vacío en la mesada. “Déjame tomar esta”. “Debido al éxito de las misiones a Mitia y Oliri, Wath le dio la tarea a mi equipo. No puedo negarme”. Él se estiró para tocar la mejilla de ella. Las puntas de sus dedos se sentían tibias contra su cara. Sus miradas se encontraron. “No puedo correr el riesgo”. “Yo sé que apreciabas a la Dra. Larii”. “Dansi no tiene nada que ver con nosotros”. Él rozó los labios de ella con los suyos. A Ri se le atoró la respiración. “¿Nosotros?”. La mirada de él perforó la suya. “Nosotros”. Él la agarró de la cintura y la acercó fuerte contra él, apretó su boca contra la de ella y metió la lengua por entre sus labios abiertos. Él acariciaba sus labios, sus grandes manos agarraban tiernamente su culo, sus dedos de repente se hundían en su carne, acercándola a él aún más. La hinchazón de su verga empujaba el vientre de ella, encendiéndola con un calor y una necesidad que le derretía los huesos y los músculos. Con el corazón latiendo como loco, Ri rodeó el cuello de Jac con los brazos y frotó sus deseosos senos contra su musculoso pecho. Ella lo besó con fuerza, haciéndole saber que lo deseaba. Cuando Dancer pasó una mano por debajo de su vestido y tocó su culo desnudo, un gemido torturado salió de su garganta. Él agarró un puñado del cabello de ella y le tiró la cabeza hacia atrás. A pesar de que él agarraba su cachete izquierdo con una fuerza de hierro, Ri no sentía dolor. La mirada de él, intensa y ardiente, sostuvo la de ella. “El vestido, ¿no era para Wath?”. “No”. “¿Para quién, entonces?”. “Para ti”. Una sonrisa excitó las esquinas de su boca. “¿Sólo para mí?”. “Sólo para ti”. 48


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“Tú eres mía”. Él le acarició el culo. “Esto me pertenece, ¿entendido?”. “¿Somos posesivos, o me parece?”. “Sí, lo soy”. La mano de él se deslizó entre los muslos de ella; la punta de su dedo índice patinó por su concha húmeda, encontró su centro y se hundió. Ri boqueó. Él respiró hondo. “¿Esto es mío?”. Ri sonrió. Desde que Dancer se unió a su equipo, ella había sido más célibe que un monje. Había ansiado este momento con cuerpo y alma. “Tuyo”. Él la agarró con menos fuerza. Cuando sus labios tocaron el cuello de Ri, ella se estremeció. Él la besó hasta la suave curva de su cuello y le bajó del hombro la tira del vestido con los dientes. El vestido cayó, exhibiendo su seno. Él le levantó el culo con ambas manos y la alzó hasta que su pezón encontró la boca de él. Lo chupó en abundancia y profundamente, complaciendo a su deseosa carne. El calor fluía y se acumulaba en su concha. El deseo y la necesidad ardían en sus venas y arterias. “Por favor, Jac. Por favor”. Aferrándose a ella, la condujo hasta la angosta escalera que subía a su cucheta. La dio vuelta y le levantó el ruedo del vestido hasta la cintura. “Ahhhh. Mierda”. Él empujó los hombros de ella hacia delante. “Agárrate de la escalera, Ri”. Él tomó el culo desnudo en sus manos y se arrodilló detrás de ella. La acarició desde la cadera al muslo y le mordió un cachete. “He estado pensando en tu culo durante dos años”. Él lamió la raya entre sus cachetes, excitándola con movimientos suaves y húmedos. La combinación de lengua, labios y dientes sobre su carne le hizo sentir un estremecimiento en su columna. “Me has vuelto loco, Ri”. Su mano se deslizó entre las piernas de ella y las puntas de sus dedos tocaron su concha húmeda. “Ábrete para mí. Déjame probar tu miel”. Su lengua se deslizó más abajo para reemplazar a sus dedos. Ri separó un poco los pies para darle acceso, deseando a su lengua bien adentro de ella. Él amasó su culo y lamió su concha. Con cada exuberante lamida, ella quedaba más húmeda y más caliente. Él lengüeteaba sobre su clítoris, hacia delante y hacia atrás, llevándola hasta el dulce extremo. Luego se hundió en su interior para cogerla con su caliente lengua. Ri gritó de placer. Él le dio una suave cachetada en el culo y se levantó. Cuando escuchó el crujido del cierre del pantalón de él, Ri retorció el culo anticipándose, y arqueó la espalda. “Es la cosa más hermosa que he visto”. A Ri le encantaba la aspereza de su voz. “¿Qué cosa?”.

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“Tu culo con forma de corazón invitándome. Tu concha, preparada y expectante, deseándome”. Su gruesa verga se deslizó entre sus cachetes abiertos. Los muslos desnudos de él tocaron los de ella. Los dedos de Ri se aferraron al escalón aún más cuando la gruesa punta de su verga se posó sobre su húmeda concha. La gruesa cabeza exploró, una vez, dos veces. Ri lo miró por sobre el hombro. Él estaba mirándole el culo. “Cógeme, Dancer”. Él hundió su verga dentro de ella. Él afirmó las caderas de ella con sus grandes manos y la embistió, una y otra vez. Con cada embate caliente, se deslizaba más profundo dentro de su concha húmeda. “Cógeme, duro”. Empapada de necesidad, Ri recibió con agrado toda su longitud. Largo y duro, él la llenaba, respondiendo a sus necesidades, satisfaciendo su carne palpitante. Sus gemidos se mezclaban con los gruñidos entrecortados de él. El calor fluía de sus cuerpos mientras la piel golpeaba con la piel. Una verga caliente se clavaba en su concha húmeda, haciendo exuberantes sonidos de succión. Los dedos de él se hundieron en su piel, aferrándose a ella mientras el cuerpo de él se aquietaba, se estremecía. Su verga latía, llenándola de crema, y la concha se contraía con oleadas cálidas y exuberantes. Él se apartó, embistió y bombeó con sus caderas hasta que el cuerpo de ella cesó en su sensual agitación. Él dejó las caderas de ella y se aferró a la escalera. Después de un largo minuto, respiró de forma audible un par de veces y se apartó. “Debí haberlo sabido”. Ri se dio vuelta, dentro de los brazos que la rodeaban, para mirarlo a la cara. Su frente estaba cubierta de sudor. “¿Qué cosa?”. Una sonrisa salaz tiraba de sus comisuras. “Que me dejarías arruinado para que no sirva con otras mujeres”. Él estaba parado delante de ella, desnudo de la cintura para abajo, con los pantalones amontonados alrededor de sus pies. Ri dejó caer la mirada hasta su verga y se relamió. La leche se deslizaba lentamente por el muslo de ella. “Apenas estoy empezando”. Después de soltar la escalera, él se sacó las sandalias. Se sacó los pantalones y los pateó hacia un lado. “¿Lo prometes?”. Cuando se sacó la camisa empapada de sudor, Ri contuvo la respiración. De cerca y desnudo, Dancer parecía más grande y fuerte que nunca. Sus poderosos hombros y brazos se afinaban en una estrecha cintura y en las caderas. Sus muslos eran musculosos; sus piernas, largas. La verga parcialmente erecta que colgaba entre sus piernas la hizo estremecer. Ri se arrodilló. Tocó su verga con la punta de la lengua. “¿Has soñado con esto, Dancer?”. Sus ojos azules se entrecerraron y su mano se deslizó por el cabello de ella. “Ay, sí”.

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Cerrando los ojos, Ri se lo llevó a la boca. Cuando pasó la punta de su lengua alrededor del grueso borde de su cabeza, él gimió. Ella agarró su verga de la base, tirando con firmeza de su creciente longitud mientras se la chupaba. La metió profundamente en su boca y la lamió lentamente, con exuberancia, excitando el lado inferior de su verga, buscando el punto sensible en la base hasta que los dedos de él se hundieron en la cabellera de ella, y sus caderas se movieron bruscamente. Yendo de arriba a abajo por su longitud, Ri le hizo el amor. Ahora que había cruzado la línea de compañera de trabajo a amante, Ri no quería dejarlo ir. Él volvió a empujarle la cabeza hacia atrás. Ella soltó la hinchada verga. Él se agachó, enrolló su brazo libre alrededor de la cintura de ella y la puso de pie. Luego le acomodó la espalda contra la escalera. La agarró por el muslo, posicionó la pierna a la altura de la cintura de él y la verga en la entrada de su concha. “Hazme el amor, Ri”. A ella le encantó cómo sonaba su nombre en los labios de él. “¿El amor?”. Él la miró fijo por un largo rato, penetrándola con la mirada. “¿He esperado todo este tiempo y tú sólo deseas coger?”. “Deseo algo más que coger. Te deseo a ti, Jac”. Él levantó el ruedo del vestido de ella y se lo sacó por la cabeza. Lo dejó caer suavemente sobre una silla y luego fue por ella. Levantó sus senos con sus grandes manos y frotó sus pezones con los pulgares. “He soñado con esto”. Con cada dulce caricia, ella penaba por él. “Por favor, Jac”. Él inclinó la cabeza, le besó un pezón y luego el otro. Luego la besó. Su lengua se deslizó entre los labios de ella. Exploró su boca, tomándose su tiempo, encendiendo sus necesidades hasta que un volcán ardía en su centro. Ella se aferró a sus hombros, adorando la sensación de la piel caliente de él bajo sus manos. Él levantó la cabeza y lentamente, la penetró. Su mirada permaneció clavada en la de ella mientras se deslizaba más profundo dentro de ella. Sus ojos cambiaron a un azul oscuro e intenso, lo que hizo que el estar juntos fuera erótico y tierno a la vez. Asegurando una mano sobre la escalera a la altura de la parte más fina de su espalda, él dijo: “Hazme el amor, Ri. Ámame con tu concha”. Ella cerró los ojos y contrajo los músculos alrededor de su gruesa longitud. Apretó, relajó, se aferró y tiró de él. Él la llenaba, perfectamente. “Mírame”. Ri abrió los ojos. “Deseo que sepas quién está dentro tuyo”. El tiempo pasaba más lentamente y la realidad se condensaba en este momento, en esta unión. Ri supo que había encontrado a su pareja, el hombre que se adueñaría de su corazón para siempre. Su corazón se llenó de amor al deslizarse por el límite del orgasmo. Su concha se inundaba, caliente y deseosa. 51


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Entonces él se movió. Sus caderas empujaron dentro de ella, llevando su verga aún más profundamente. Su concha se agitó, llegando al orgasmo con fuertes contracciones. Ella boqueó y arqueó la espalda. Él acarició su seno, amasando su deseosa carne. Gimiendo, pistoneó con sus caderas. Los tendones de su cuello se tensaron, su pecho se sacudía, pero su mirada nunca titubeó. Su verga embestía dentro de ella, dándole a Ri lo que necesitaba y deseaba. Jadeando, hundió sus dedos en el hombro de él. Su orgasmo vino como una ráfaga caliente, rodeando su verga. “Eso es”, dijo él, embistiéndola otra vez. “Sí”. Él se quedó quieto, abrazándola con fuerza. Debajo de los dedos de ella, los músculos de él se abultaban. Él relajó la mano sobre el seno de ella. La punta de sus dedos le rozó la carne. Los labios de él se curvaron en una sonrisa. “Soy capaz de correr durante horas, pero tú me agotas en minutos”. Ri desenrolló su pierna, relajando el agarre mortal que ejercía sobre las caderas de él. De la cabeza a los pies, los músculos de ella estaban calientes y relajados. Ella miró la angosta cucheta. “Ahora pagaría un millón de créditos por una cama grande y blanda”. “¿Me quedo a pasar la noche?”. “Te quedas.” Él dio un paso hacia atrás y miró para arriba. “¿Qué te parece si arrastramos tu colchón y tus frazadas hasta el suelo?”. Ella asintió con la cabeza. Luego se estiró para acariciar su suave y afeitada mejilla. “Qué lindo”. Él rozó la parte inferior de su seno con la punta de sus dedos. “No quise rasguñarte”. Ri se dio cuenta de que él había planeado seducirla a ella. “¿Agua?”. “Podría tomarme un galón”. Mientras Jac tiraba de las sábanas de la cucheta, Ri sacó dos contenedores de agua de su unidad de frío. Sentado sobre el colchón de ella con las piernas cruzadas, él se tomó todo el contenedor y lo dejó a un lado. Ri se unió a él. “¿Por qué esta noche?”. “Como dije, tú me estabas enloqueciendo. Al seguirte a través de esa fisura en Oliri, supe que me daría la cabeza contra la pared”. La fisura era tan angosta que se tuvieron que sacar la sobaquera. Las paredes estaban húmedas y tan resbalosas con lodo que se sacaron los uniformes también. “Estaba cubierta de lodo. Apestaba”. Una sonrisa inclinó una comisura de él. “No podía pensar en otra cosa que no fuera cogerte. Allí fue cuando supe que era una causa perdida”. “Yo estuve a punto de meterme en tu bolsa de dormir”.

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“¿Por qué no lo hiciste? Hacía un frío terrible la noche antes de que encontráramos el campamento de los asaltantes”. “Lo pensé”, admitió ella. “No dormí pensando en eso”. Él se estiró y la agarró de la cintura. “Si estás pensando en patearme fuera del equipo, ¡no lo hagas! No irás a Lak sin mí”. “¿Cómo podremos trabajar juntos?”. “Lo hemos estado haciendo bien”. Él la acomodó boca arriba y se inclinó sobre ella. “Sólo porque estamos juntos no significa que no podamos hacer nuestro trabajo”. “No puedo permitir que se cuestionen mis decisiones, ni puedo mostrar favoritismo”. Él la besó en la frente. “¿Me he negado a una orden alguna vez? ¿He sido irrespetuoso?”. “Nunca”. Él le besó la punta de la nariz y apoyó la cabeza sobre el vientre de ella. “Entonces confía en mí”. Ella le despeinó los cortos mechones de cabello con los dedos. “Confío en ti, Jac. Te he confiado mi vida muchas veces”. “Tú podrás ser la LU, pero yo no dejaré que te pase nada, jamás”. Su respiración se estabilizó. A los pocos minutos, él dormía. Ri confiaba en él, pero ahora que había puesto en práctica su plan, no le iba a negar la oportunidad de liderar su propio equipo. Ella ordenó que se apaguen las luces, cerró los ojos y cayó en un dulce y saciado sueño. Un rato más tarde, Ri se despertó. Acurrucado contra la espalda de ella, Jac le acariciaba los senos y el vientre. Su gruesa verga estaba acuñada entre los muslos de ella. Deslizaba los labios por el cuello de ella, dejando un rastro caliente y mojado. Ella susurró su nombre. Haciéndola girar sobre su espalda, él acomodó su gran cuerpo entre las piernas de ella. Tomó su concha en las manos y deslizó un dedo dentro de ella, acariciándola tiernamente. Mientras bombeaba lentamente y estiraba su carne, él agregó un segundo dedo. Cuando ella estuvo resbalosa y caliente y lista para recibirlo, él sacó los dedos y exploró su calor con la verga. Ri boqueó cuando su gruesa cabeza empujó dentro de su deseosa carne. Ella levantó las piernas y le envolvió el torso con sus tobillos. Ri se aferraba con fuerza a él mientras la embestía, empujando cada vez más profundo en cada movimiento. Sus cuerpos emanaban calor. Debajo de los dedos de ella, los bíceps de él se abultaban. Él deslizó una mano por debajo de su culo, levantándola del colchón. Él aún se introducía en ella, enterrando su verga más y más profundo con cada largo y exuberante movimiento. La cogía intensamente. El sueño húmedo de Ri.

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Él se quedó quieto y apoyó la espalda de ella contra el colchón. Luego se tiró hacia atrás, dejando la punta de su verga dentro de ella. Se estremeció. “Si te mueves, voy a acabar”. Después de un largo rato y varias respiraciones profundas, él la agarró de la cintura y deslizó sus rodillas flexionadas por debajo de los muslos de ella. Arrodillado, la levantó hasta que ella lo montó. La abrazó fuertemente y la besó con intensidad. Su lengua atacó la boca de ella. “Móntame, Ri. Móntame con ganas”. Ri acomodó sus pies contra el colchón, levantó las caderas y lo montó. Él dejó que ella controlara el ritmo, y Ri se dejó ser, golpeando la verga de él contra su concha. La caliente fricción y el calor húmedo casi la hacen explotar. Él la abrazó fuerte, besándola mientras ella tocaba el cielo con las manos. Su verga se relajó y le dijo que él también había encontrado el placer. Después de un largo rato, él la acomodó boca arriba y se estiró entre sus piernas. Envolvió sus muslos con las manos y le lamió la concha. “Quiero saborearte, Ri”. Quiero saborear tu concha cuando está llena de mi leche”. Él metió la lengua dentro de su calor. Su concha aún vibraba por el orgasmo. Él se estiró y agarró su seno. Lentamente, hizo girar su pezón entre el pulgar y el dedo mayor, mientras cogía tiernamente su concha con la lengua. Al sentir el calor que ondulaba en su centro, Ri levantó las caderas. La boca caliente de él cubrió su concha, sus labios y lengua chupaban y bañaban su ansiosa carne. Él chupó, mientras le cubría el clítoris con los labios. Con su mano libre, exploró su concha caliente con los dedos. Ri bombeaba con las caderas y se arremolinaba hacia el orgasmo. Cuando su concha dejó de estremecerse, Jac levantó los labios y sacó los dedos. Se estiró a su lado. Luego se durmió, usando su seno de almohada.

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Capítulo tres Jac se dio vuelta. Se estiró para tocar a Ri. Pero su mano solo encontró el colchón. Abrió los ojos y la llamó. La habitación estaba oscura y silenciosa. Jac ordenó que se prendan las luces y caminó hasta la unidad de lavado sónico. Se vistió, peinó su cabello con los dedos y fue en busca de Ri. Pensó que la encontraría en el centro de comando, tomando café delante de una unidad Intel, aprendiendo todo lo que podía sobre misiones anteriores a Lak. Analizaría las fallas de las misiones y planearía cómo evitarlas. Ri. Él se había roto el culo trabajando y había mantenido su corazón separado de su trabajo hasta que lo reasignaron al equipo de ella. Con una mirada, él ya la deseaba, terriblemente. Después de unas pocas misiones, ella se le había metido bajo la piel. Jac miró la hora. Sólo tenía unas horas para trabajar sobre Payts antes de que al equipo tuviera que salir para Lak. Decidido a evitar que Ri liderara esa misión, Jac entró al centro de comando de Elite. Para entonces, Ri y el equipo debían estar en la oficina de estrategia, pero el lugar estaba vacío. Varios empleados que no reconoció estaban sentados frente a las unidades Intel. Uno de ellos miró hacia arriba y se puso de pie de un salto. Jac lo saludó y golpeó la puerta de la oficina de Payts. Payts le dio permiso para entrar. Con doce años más que Jac, Silus Payts seguía estando en forma. Levantó su mano y observó la pantalla de telecomunicación en la esquina de su escritorio. Un mensaje se movía hacia arriba en la pantalla. Payts apretó un botón que oscureció la pantalla y levantó la vista. “Dancer. Te esperaba hace horas. Toma asiento”. “¿Dónde está la LU Anzer?”. Payts lo miró extrañado. “A tres horas de Lak”. Jac alejó su silla, puso las manos sobre el escritorio de Payts y se inclinó hacia delante. “¿Qué?”. “El equipo salió a horario”. “¿Sin mí?”. “Tu equipo ha estado esperando”. Sugiero que muevas el culo hasta esa habitación de estrategia. Borliz no es tan cálido como Lak, pero será un desafío para esos reclutas inexpertos”.

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Jac apretó los puños. Ri lo había jodido de todas las maneras posibles. “¿Mi equipo?”. “¿Anzer no te lo dijo?”. Aparentemente, no le había dicho muchas cosas. “¿Decirme qué?”. “Anzer te recomendó como Líder de Unidad después de la misión a Mitia. El comité ha estado revisando tus registros de desempeño. Estás listo, Jac. Te hemos ascendido. Te restituimos a tu puesto anterior, pero esta vez el incentivo es mayor”. “Me niego”. “Han pasado siete años, Jac. No pasa un día en que no piense en ella, pero Dansi conocía los riesgos”. Payts amaba a Dansi Larii. Ella había compartido su cama hasta que transfirieron a Jac al sector. Sin saber sobre su relación con Payts, Jac se había encontrado con Dansi y encamado con ella a pocas horas de su llegada. La última vez que ellos la habían nombrado en una conversación fue el día de su funeral. “El equipo de ella fue sin la inteligencia apropiada”, dijo Jac. “Les habían dicho que el planeta no estaba habitado”. “Gracias a Dansi y a ti, sabemos qué esperar. Anzer está preparada. El equipo lleva armaduras. Las lanzas de Lak no pueden penetrar los trajes de Hevar”. “Si los agarra el sol en esos trajes, se freirán”. “Llegarán al atardecer. Todo lo que tienen que hacer es defender el perímetro mientras los robots excavadores toman una muestra. El equipo saldrá al amanecer”. “Líder de Unidad o no, Ri no debería estar liderando un equipo de aterrizaje. Si Wath necesita el racth, entonces deja que el ejército ataque el lugar de noche. Eso hará que los Laks se mantengan a raya lo suficiente para excavar”. “Wath podrá tener poder político, pero no tanto como para usar el ejército. Una vez que haya probado que Lak es rico en racth, la Federación le dará lo que él quiera”. “¿Por qué Wath está tan empecinado con Lak? El descubrimiento en Tinyan es más prometedor”. “La Asociación de Comercio de la Federación necesita este recurso. Han dado permiso para actuar como sea necesario”. “En tanto las tropas de la Federación no estén involucradas”. Payts asintió. “Esto no cierra. A menos que la Federación dé el permiso para exterminar a los Laks, los costos sobrepasan las ganancias. No voy a partir para Borliz hasta que el equipo de Ri esté a salvo”. “¿Ri?”. “Las cosas ocurren, Silus”. Payts meneó la cabeza. “Debí haberlo sabido”. “Yo debí haber liderado el equipo”. 56


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“Tienes toda la razón, debiste haberlo hecho tú, pero Wath es el que decide”. La imagen de Dansi muriendo en sus brazos llenó la mente de Jac y le estrujó el corazón. Si perdía a Ri, no podría soportarlo. “Retrasa la misión a Borliz. Tengo que saber si Ri está a salvo”. “De acuerdo”. “Gracias , Silus”. Jac se dio vuelta al llegar a la puerta. “Si algo le pasa a ella, el culo de Wath es mío”. Una pequeña sonrisa tiró de las comisuras de Payts. “Yo nunca escuché eso”.

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Capítulo cuatro Ri trató de moverse. Sus manos y piernas estaban atadas, y el dolor le partía la cabeza. Trató de ver con claridad y luchó contra la espesa neblina que tenía a su cerebro de rehén. ¿Dónde estoy? ¿Qué mierda pasó? Ella pestañeó varias veces, enfocó la vista y retrocedió. Unos ojos grandes y brillantes se le acercaban. Un nativo lakiano se inclinó sobre ella. Un dedo largo y oscuro con una uña negra en la punta rozó su cara. Un delgado hilo de baba colgaba de la amplia boca. Maldito asqueroso. El lakiano deslizó una uña por la garganta de ella hasta su pecho, deteniéndose sobre su seno para punzar su pezón. Hizo un sonido como un gruñido. Las voces subieron, hablaban rápidamente en un lenguaje que ella no entendía. El área estaba iluminada por antorchas parpadeantes. Ri contó más de veinte nativos masculinos y se encogió. Todos estaban desnudos, con sus vergas largas colgando entre las piernas. ¿Cómo la habían capturado? Su equipo había asegurado el perímetro. Sus armas eran muy superiores. ¿Cómo terminó en un altar de piedra, con las piernas abiertas, a merced de una banda de lakianos primitivos? Cris. Balder. Yung. ¿Qué le había pasado a su equipo? ¿Y qué fue de los robots excavadores? Todo estuvo bien hasta que lograron acceder a una veta de racth. El aire se cubrió de una nube. Ahogándose, jadeando, trató de dar órdenes, enviar una señal de alarma. ¿La estación habría recibido su mensaje de emergencia? Jac, ayúdame. El lakiano se movió alrededor del altar para pararse entre sus piernas abiertas. Pasó los dedos por los apretados y oscuros rulos de su vello púbico. Examinó su concha con la punta de los dedos. Ella se retrajo, tratando de resistirse, pero las ataduras la tenían bien amarrada. Él ensartó su dedo bien adentro de su concha, como probando qué tanto podía penetrarla su dedo. Cuando lo sacó, lo levantó hasta sus anchos orificios nasales. Se dio vuelta hacia los de su especie y habló. Al no poder entender, ella escrutó sus caras. Aunque varios hablaron, ella no pudo descubrir el significado de sus palabras. Los lakianos eran más grandes que el macho humano promedio, medían más de siete pies. Cuando varios se acariciaron los penes, Ri entendió su destino y lo que habían estado hablando. Estaban decidiendo el orden. Todos la violarían, pero quién 58


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sería el primero fue motivo de disputa. Ri se estremeció y se endureció para prepararse para lo inevitable. Ella sobreviviría hasta que llegara Jac. Él no la dejaría morir en Lak. Te amo, Jac. Ayúdame. En vez de acercarse a ella, los lakianos se alejaron y rodearon un brasero. La disputa continuó. Finalmente, dos se enfrentaron. El grupo se movió hacia atrás y tuvo lugar una pelea. Los puños se conectaban y los cuerpos se golpeaban uno contra el otro, llevando la pelea lejos de ella. Ri probó sus ataduras. Insultó al no poder moverse. “Ri, háblame”. La voz familiar le apretó el corazón. “ Jac”. “Sí, amor”. La voz de Ri era apenas un susurro. “¿Los muchachos?”. “Están muertos”. Ella cerró los ojos para evitar el dolor mientras Jac cortaba sus ligaduras. “No muevas los brazos ni las piernas”. “Dame tu palabra, Jac. Tú acabarás con…”. “Silencio”, le ordenó. “Todo este lugar explotará… Maldición, terminó la pelea. Al primer fogonazo que veas, corre hacia tu izquierda. Yo estaré esperando”. “Te amo, Jac Dancer”. Su declaración en un susurro encontró el silencio. Los lakianos se aproximaron y se reunieron en un amplio semicírculo. Cuando el ganador caminó orgulloso hasta ella, Ri se preparó mentalmente para atacar. Dio un paso entre las piernas abiertas de ella y se acarició la verga. El rugoso apéndice era largo, de color rosado y puntiagudo. En lugar de penetrarla, el nativo se dio vuelta y exhibió su erección al grupo. Gruñendo, el grupo comenzó a saltar hacia arriba y abajo. Algunos tocaban tambores. El lakiano volvió su atención a ella, posicionando su pene para penetrarla. Ri tomó aire y se preparó para el estruendoso fogonazo que señalaba la serie de explosiones que Jac había preparado. El cielo se encendió con una explosión. El lakiano desvió la mirada, dándole ventaja a Ri. Ella incrustó el talón en el costado de la cabeza del lakiano. Lo dejó atontado y siguió con otra poderosa patada justo sobre su ancha nariz. Él cayó como una roca. Ri recordó las órdenes de Jac y saltó hacia la izquierda de la plataforma. Aprovechando la confusión y la matanza ocasionadas por las explosiones, Ri corrió para salvar su vida. Unos brazos poderosos la atraparon, y sus senos chocaron contra una sobaquera. Una lanza aterrizó cerca. “Tenemos que salir de aquí, ¡ya!”. Él se movió, agarrándole la mano con la firmeza del hierro. A pesar de las espinas que cubrían la tierra y se clavaban en sus pies descalzos, Ri corrió. Cayó otra lanza, que 59


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no le dio por poco. Jac se movió hacia la izquierda para esquivarla, forjando un sendero alrededor de las piedras que cubrían el paisaje. “¡Corre! ¡No te detengas!”. Las pocas plantas que podían sobrevivir al furioso sol de Lak cortaban los pies desnudos de Ri. La cobertura de la tierra se afinó hasta desaparecer, y fue reemplazada por rocas. El arco de un pie se chocó contra el borde de una roca. Ella trastabilló y casi se cae. Jac la agarró de la cintura y la tiró hacia delante. Su corazón amenazaba con estallar cuando Jac aminoró el paso. A pesar de que el dolor subía por su pierna, Ri se obligó a seguir moviéndose. El ritmo que imponía Jac era agotador. Corrieron al menos otra milla hacia una formación de rocas enormes. El ritmo entrecortado de la respiración de ella y el feroz latido de su corazón eran los únicos sonidos. No había tambores, ni gritos, ni lanzas. ¿Los habían dejado atrás? El terreno rocoso dejó lugar a la arena. Estaban a la intemperie, expuestos y vulnerables. Las rocas se alzaban imponentes. Dos explosiones más encendieron el cielo. Casi tres. Sigue corriendo. Los músculos de ella ardían cuando Jac comenzó a correr a toda velocidad. Finalmente, Jac disminuyó la velocidad, guiándola por el estrecho espacio entre dos grandes rocas. Ella se inclinó contra su pecho y respiró profundo varias veces. Él le agarró la cabeza. “¿Estás bien?”. “Viviré. ¿El transporte?”. “Una cápsula para dos personas. ¿Ves esa formación rocosa?”. Las cápsulas estaban diseñadas para soportar temperaturas extremas, pero tenían una limitada reserva de combustible. Ri miró a través de la planicie. Otro grupo de enormes rocas se recortaba contra la tenue luz de la luna. “¿A qué distancia?”. “Más lejos de lo que parece. Una vez que salimos, no podemos detenernos. Tenemos una sola oportunidad para salir de este lugar. No podía correr el riesgo de que los Laks lo descubrieran”. “¿Te envió Elite, a ti solo?”. “Como tu monitor era el único que emitía una señal, supusimos lo peor. Yo esperé al equipo la última vez y Dansi pagó por ello”. Cada miembro del equipo tenía un monitor implantado. Mientras uno estuviera vivo, no importaba en qué condiciones, emitía una señal. Él se quitó el chaleco y la camisa del uniforme. Luego cubrió los hombros de ella con la camisa. “No te perderé, Ri. Juntos, podemos lograrlo”.

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Ella deslizó los brazos por las mangas y enrolló los puños para dejar salir sus manos. Al menos su camisa era lo suficientemente larga para cubrir su culo desnudo. “Odio dejarlos aquí”. Después de ponerse el chaleco, él la atrajo entre sus brazos y le besó el cabello. “Yo también. Quizás ahora Wath presione al ejército”. “Los perdí”. Ella apretó los pulgares con fuerza contra el puente de su nariz para retener las lágrimas. No podía perderlo. Nada tenía sentido. “No nos atacaron. No recuerdo haber sido capturada”. Jac le acarició la espalda. “¿Qué es lo que recuerdas?”. “Cuando los robots excavadores tomaron la muestra, salió una nube de polvo de racth. Recuerdo que me ahogaba. Todos tosíamos y nos ahogábamos. Por la atmósfera, no sentimos la necesidad de sellar nuestros cascos y usar respiradores. Recuerdo que les pregunté a los muchachos su condición. Cris comenzó a tararear. Balder se reía entre ataques de tos. Yung logró decir que se sentía excitado”. “¿Excitado?”. “De hecho, cuando yo dejé de toser, me sentí eufórica. Cris comenzó a cantar. ¿Recuerdas esa noche que festejamos luego de la misión a Crotis?”. “Sí. Él estaba tan borracho que no podía ni caminar. Yo lo tuve que llevar. Cantó todo el camino hasta su cuartel”. “Lo último que recuerdo es su voz. Cuando desperté, estaba atada en ese altar con un importante dolor de cabeza. Como si hubiera tenido la peor de las resacas”. “Yo encontré sus cuerpos. Les habían cortado la garganta. Ninguno de ellos había activado sus armas”. “¿Tú crees que ellos simplemente dejaron que los lakianos se les acercaran y los degollaran? ¿Nuestros muchachos?”. “Así es como se veía”. Ri sintió como si un puño gigante le apretara el corazón. La ira se acumulaba dentro de ella. No podía creer que hubiera perdido a los tres. Ellos eran experimentados, los mejores. “No me puedo imaginar cómo nos pudo haber inmovilizado una nube de racth”. “No puede ser. Yo he trabajado antes en excavaciones de racth. El polvo de la excavación no te excita”. Dancer insultó. “Yo sabía que las cosas no cuadraban. Dansi no fue…”. Él insultó otra vez. “Voy a volver a buscar la muestra”. A Ri le latía la cabeza. “¿La muestra?”. “Las últimas palabras de Dansi fueron sobre la muestra. Yo no le presté atención en ese momento. No me importó la muestra, pero ella sabía que el racth no era el objetivo”. Los hechos empezaban a tener sentido. “Wath no está buscando racth”. “Aquí no. Tengo que conseguir la muestra”.

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Ella lo agarró de los brazos. “Voy contigo”. “Ni lo pienses. Tú sólo me retrasarás”. “Aquellos son –eran– mis muchachos”. “Y mis amigos. Piensa como una LU. Si no queremos perder otro equipo, debemos averiguar qué es lo que Wath está explotando realmente”. La boca de él se posó sobre la de ella. A pesar de que sus labios eran firmes y el contacto fue breve, su beso decía que ella le importaba. Él la soltó, tiró de la unidad en su muñeca y la apoyó sobre su palma. “Ahora tu tarea es sobrevivir”. Los dedos de él se cerraron alrededor de los de ella. “Si en veinte minutos no estoy de vuelta, corre hacia la cápsula. Y no mires hacia atrás”. A pesar de la temperatura cálida, Ri se sintió fría y vulnerable sin los brazos de Jac a su alrededor. Ella no iría a ninguna parte sin él. “Ten cuidado, Jac. Y date prisa. Por si no lo has notado, no llevo puestos pantalones”. “Me di cuenta”. A pesar de la situación, la voz de él era sensualmente ronca. “Encontrarás una mochila de supervivencia en la grieta. Con comida y agua”. “Estaré esperándote”. “Medio desnuda y esperándome. Eso me gusta”. Él se dirigió hacia el borde de las rocas. El corazón de Ri se hinchó. Trató de tragar saliva, pero su garganta estaba seca. “Ten cuidado, Jac”. Después de que él desapareció de la vista, Ri se metió más profundamente en la grieta de la roca. Ella encontró la mochila. Tenía agua, barras nutritivas, una pistola de rayos y un botiquín de primeros auxilios. Sedienta, bebió un paquete de agua. Poniendo su peso sobre su pie izquierdo, probó su fuerza. Su pie ya se hinchaba, lo que entorpecería su habilidad para correr. Abrió el botiquín de primeros auxilios y buscó al tanteo hasta que encontró varios paquetes pequeños. Abrió uno y desparramó el gel que contenía por su tobillo y arco. El gel se calentó, se estiró y se amoldó al pie y al tobillo. Después de que se enfrió el gel, Ri probó el refuerzo temporario. Ella debía estar en condiciones de correr. Con la pistola de rayos en la mano, se deslizó bien abajo entre las rocas, envolvió sus rodillas con sus brazos y esperó. “Ri”. Despertándose bruscamente, Ri levantó la cabeza y se sacudió el letargo. Su dolor de cabeza había disminuido. “Jac”, susurró. “¿Estás bien?”. Él todavía hablaba en voz baja. Ella se levantó. El muslo de él tocó el de ella.

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“Tengo la muestra. Nos están buscando pero en cuanto amanezca, forzosamente tendrán que meterse debajo de la tierra. Podemos irnos ahora, o esperar hasta el amanecer. Tendremos poco tiempo. Si nos atrapan a la intemperie, nos asamos”. Ella puso la pistola de rayos en la mochila. “Tú estás en mejor posición para decidir”. “Si salimos corriendo, ellos podrían pensar que nos obligaron a salir a la intemperie. Si tenemos suerte, no nos seguirán. Pensarán que estamos atrapados aquí afuera y moriremos cuando salga el sol”. “¿Cuánto falta para que amanezca?”. “Menos de una hora. Si nos vamos a mover, tenemos que irnos ahora”. “ “¿Y si nos quedamos?”. “Hay una fisura abierta más adentro entre las rocas. El espacio es pequeño y bajo, pero el sol no da directamente. Fuera de la cápsula, es nuestra única oportunidad de sobrevivir”. Después de un día en el extremo calor, su habilidad de mantener un ritmo rápido era cuestionable, y los lakianos habrían tenido todo el día para descansar y reagruparse. “Corramos”. Él le agarró la cabeza y bajó su boca hasta la de ella. Su beso rápido pero poderoso le dio coraje y la reconfortó. “Lo lograremos, Jac”. Ri le alcanzó la mochila de supervivencia a Jac. Se deslizaron fuera de su escondite entre las rocas y comenzaron a correr. La luz en el horizonte obligó a Ri a acelerar el paso. A pesar del dolor que subía por su pierna, y el latido en su tobillo, ella siguió corriendo. Pronto la temperatura subiría junto con el sol. Si eran atrapados a la intemperie, no durarían mucho. El pie de Ri se deslizó debajo de ella y se cayó hacia delante, aterrizando sobre sus manos y rodillas. Sin decir palabra, Jac la puso de pie y la levantó sobre su hombro. Enganchó un brazo por detrás de los muslos de ella, le dio una palmada sobre su trasero y arrancó. El cielo se puso rojo, brillando con el sol saliente. El corazón de Ri latía fuerte, al ritmo de las rápidas pisadas de las botas de Jac. Con los puños cerrados, Ri imploró que lo lograran. Jac había puesto en peligro su vida para salvar la de ella y no quería perderlo ahora por nada. El rojo cambiaba a naranja brillante cuando Jac lanzó su peso y el culo de ella contra un objeto sólido. Absorbiendo el aire caliente en grandes bocanadas, Jac soltó sus muslos. Ri se deslizó hasta el suelo y se apoyó contra la cápsula. Jac abrió la compuerta y la empujó en su interior. Tan pronto como Ri se dejó caer sobre un asiento, Jac le lanzó la mochila. Ri la atrapó.

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Él se arrancó la sobaquera, la empujó a un lado y se subió detrás de ella. Una vez que había asegurado la compuerta, las luces interiores los bañaron con un brillo amarillo verdoso. Como no se podía parar dentro de la compacta cápsula, él permaneció de rodillas. Sacó la lata con la muestra de un profundo bolsillo lateral de los pantalones del uniforme y abrió un pestillo empotrado en la pared de la cápsula. Después de deslizar la lata por una ranura, él cerró la compuerta. Ri sacó dos paquetes de agua. Después de tomar, Ri dejó caer los paquetes vacíos dentro de la mochila y la sujetó para el vuelo. En lugar de acomodarse en el asiento libre, Jac se desplomó hacia adelante y apoyó su cabeza contra los muslos de ella. Los hombros de él subían y bajaban. “Creo que me va a explotar el corazón”. Ella se estiró y pasó los dedos por entre los cortos mechones de su cabello empapado de sudor. No pudo hablar por varios minutos. Finalmente, su corazón y sus pulmones se calmaron. “Eso estuvo cerca. Gracias, Jac”. Aún de rodillas, él levantó la cabeza. Su mano subió por los muslos desnudos de ella. “Abre tu camisa y agradéceme de verdad”. “Apenas si puedes respirar y estás pensando en tener sexo”. Él sonrió. “Desde que te puse los ojos encima, no he pensado en otra cosa. Hace dos años que la tengo parada”. “Pobrecito, mi amor”. Ella envolvió su cuello con los brazos y lo acercó. La punta de su nariz tocó la de él. “Sexo en una cápsula para dos, ¿es posible?”. Él le rozó los labios con los suyos. “¿Quieres que lo averigüemos?”. “Un calce apretado”. “Sí, eso eres”. La diminuta cápsula dejaba poco lugar para moverse. Diseñada para dos, cualquiera podía pilotear la nave, pero ninguno podía pararse. Él le abrió la camisa y se la sacó por los hombros, revelando sus senos. Le besó la cabellera, la frente y las dos mejillas. “Quiero quitarte el daño, hacerte olvidar el dolor. Si pudiera, te besaría como corresponde, de la cabeza a los pies”. El corazón de Ri dio un tumbo. Ella amaba a este hombre, su poder y su ternura. A pesar de su entrenamiento y sus habilidades, Jac la hacía sentir protegida. Durante años, Ri se había sentido obligada a esconder su feminidad detrás de un uniforme y una actitud ruda y práctica. Tenía que competir en un ambiente laboral dominado por hombres y probar que era capaz de liderar un equipo experimentado en situaciones peligrosas.

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Con Jac, Ri se sentía verdaderamente, completamente femenina. Si quería llorar, él la besaría para que sus lágrimas desaparecieran. Si ella necesitaba un hombro, él la abrazaría. Él le rozó los labios con los suyos. “Tú eres lo más dulce que conozco”. Ningún hombre le había dicho dulce antes. Perra sí lo había escuchado más de una vez. “Me gusta cómo mientes, Jac Dancer”. Él se tiró hacia atrás. “Nunca miento”. “¿Dulce?”. Él le levantó el mentón con su gran mano y se le acercó. “No hay un hombre en la estación que rechazaría una noche en tu cama”. “Ahora sí que estás mintiendo. Ninguno de ellos intentó tirarse un lance siquiera”. “No si querían vivir”. “Tú… Tú no…”. “Sí. Tú me perteneces. Sólo llevó un tiempo para que tú me desees lo suficiente como para aceptarlo”. “¿Tú lo sabías?”. Él le puso la mano en el hombro. “Me pareció que había dado un gran espectáculo en Mitia”. A pesar de que la iluminación no le permitió verlo, Ri supo que sus mejillas se ruborizaron de la vergüenza. “¿Tú sabías que yo estaba mirando?”. “Yo estaba usando mi mano, pero mentalmente te estaba haciendo el amor a ti”. Él deslizó la mano y la colocó sobre su seno. Su mano era grande y estaba tibia. El pezón de ella se estiró con anticipación. “Me hubiera metido dentro de tus pantalones en aquel momento”, dijo él, amasando la carne de ella lenta y deliberadamente. “Pero tú no estabas lista para aceptarnos. Yo tenía la intención de esperar hasta que vinieras a mí”. Ella se arqueó, empujando sus senos contra la palma de la mano de él. “¿Qué te hizo cambiar de parecer?”. “Ese vestido”. La voz de Jac era apenas un susurro. “Te veías tan bien en ese pequeño vestido negro”. “Me lo puse para seducirte”. “Funcionó”. Él se inclinó hacia delante y le lamió el pezón. La sensación de su lengua húmeda y su respiración caliente hizo que un fuego la quemara por la mitad. Unas llamas de deseo la lamían entre las piernas, haciéndola humedecer. A pesar de su cansancio, ella se arqueó, deseando, penando, necesitándolo. Su piel ardía por el contacto de las manos y la boca de él. Su concha se contrajo. Ella le levantó la cabeza y lo instó a que chupara. Ella necesitaba que Jac borrara los recuerdos del manoseo de los lakianos. Ajustándose contra su pezón, Jac la bañó con

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caricias dulces y fuertes de sus labios y su lengua. Él tiró y tironeó, la complació, a la vez satisfaciéndola y volviéndola loca de deseo. Luego dejó su seno y deslizó la lengua hasta el hombro. “Ámame”. La tomó de las caderas, la empujó hacia adelante y acomodó sus muslos alrededor de la cintura de él. Ella le raspó la cara con los pezones. Ri se quitó el pelo se su sudada frente. “Debo verme espantosa”. Él enredó sus dedos entre el cabello de ella. “Te ves hermosa. Podría quedarme mirándote por siempre”. El corazón de ella golpeaba fuerte contra sus costillas. “Por siempre es mucho tiempo”. Con la cabeza inclinada, él tocó los labios de ella con los propios, rozándolos suavemente. “No es suficiente”. Su tono ronco envió estremecimientos por su columna y un fuego que le quemaba la piel. El rígido bulto de su erección apretaba el interior del muslo de ella. Ella se estiró para acariciarlo. “Tócame”. Ella abrió el cierre de los pantalones de Jac. Cuando agarró toda su caliente longitud, él gimió. Los dedos de él se tensaron y se aferraron al cabello de Ri. “Me encantan tus manos sobre mí, cómo me hacen sentir”. Ella acarició su dura longitud, tironeando suavemente de la amplia cabeza y pasando la punta de un dedo por la gruesa elevación de su corona. Su verga se sacudió. La concha de ella palpitaba por él. “Hazlo otra vez”. Ella volvió a deslizar la punta de su dedo a lo largo de la elevación. “¿Esto?” Su verga se sacudió. “Sí”. Ella acarició la suave punta, la gruesa elevación y la larga extensión de su asta. Su larga y dura verga se dobló. “Te deseo, Ri”. Los labios de él capturaron los de ella, los frotaron lentamente y le hicieron sentir su necesidad. Las manos de él se deslizaron desde la cabeza de ella, por los hombros, hasta los senos. Él los tomó, amasó su carne y rozó los tensos pezones con sus pulgares. Ella cambió de posición el culo para acomodar su verga. Movió las caderas, instándolo a que la penetrara, la llenara, la amara. Los dedos de él se aferraron a sus senos, como si los estuviera reclamando como suyos. Los labios de Jac se endurecieron, tomaron posesión de la boca de Ri y la arrastraron dentro de su fuego. El lugar era tan pequeño que apenas podía moverse. Ella movió las caderas para llevarlo más adentro de su calor, estirando su carne húmeda y agonizante con una lenta y exuberante parsimonia. Cuando estuvo bien adentro, él se estremeció.

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Deslizó su mano hasta el culo de ella y tomó un cachete. Envolvió un brazo alrededor de su cintura y la abrazó fuerte contra él. Los senos de ella se achataron contra su musculoso pecho. Él levantó la cabeza. “Es tan lindo sentirte”. Ri sonrió y rozó su quijada ensombrecida con la palma de la mano. “El enfrentarse con la muerte aumenta el impulso de procrear. El miedo le da un toque delicioso al sexo”. “Tú le das un toque delicioso al sexo”. Ella apretó su verga, imitando suavemente cómo lo haría con su boca. Concentrada, tiró ávidamente de su carne dura y caliente. La respuesta de él hizo vibrar las paredes. Su concha se agitó y se aferró a él con intensidad. Unas olas rítmicas recorrieron todo el largo de él. Su pecho se agitó y los músculos de su espalda temblaron debajo de las manos de ella. La piel de él se encendió y se tornó resbalosa por el sudor, mientras los latidos se volvían más fuertes. Ella se prendió a él, acariciándolo y chupando su verga con la concha. Seda húmeda aferrada a acero caliente. Los músculos de los brazos de él se sacudían. Ella respiraba con jadeos ardientes, debido al ansioso calor que aumentaba en su centro. Ella tenía apretada la cadera de él con sus muslos, con un agarre mortal, y los dedos hundidos en su espalda. Ri apretaba y aflojaba, mientras el fuego la cubría y la consumía, de una forma tan absoluta que se sacudió. Su corazón latía con fuerza; su orgasmo se fragmentó y desparramó por todos sus músculos y huesos. La verga de Jac se contrajo, bombeando contra su humedad, llenándola con su placer. Exhausta, con los músculos gomosos y débiles, Ri se desplomó nuevamente en su asiento. Jac tomó aire y se apoyó sobre el pecho de ella. Ella lo acunó en sus brazos, con su cabeza acolchonada por sus senos. Él permaneció en sus brazos hasta que su respiración se normalizó. Le dio un beso en cada seno y levantó la cabeza. Cerró su camisa y dijo: “Encendamos esto y larguémonos de aquí”. Después de abrocharse los pantalones, se deslizó sobre el asiento al lado de ella. “Ponte en posición”. Ri giró hacia la derecha y Jac hacia la izquierda. Sentados espalda contra espalda, se prepararon para despegar. Ri se estiró para colocarse el casco. Luego, bajó la pantalla de control. Con la facilidad de un profesional, Jac los condujo por los pasos a seguir. “Vayámonos a casa”. Aunque la cápsula era una bola de fuego tironeando para librarse de la fuerza de gravedad de Lak, Ri sonrió. La fuerza de gravedad le apretó el pecho al entrar en una órbita de alta velocidad. Dieron un violento giro alrededor del planeta antes de que Jac utilizara los propulsores. Lak liberó la cápsula hacia el espacio, igual que una honda. 67


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El rugido de los propulsores cesó y reinó el silencio. La cápsula tambaleaba lentamente en el espacio. “Fijé el curso. ¿Estás bien? ¿Cómo está tu pierna?”. Dolía pero para cuando llegaran a la estación, estaría bien. “Estoy bien”. “Cuando las autoridades se enfrenten a Wath, él tratará de desacreditarnos y nos perseguirá en nuestros trabajos”. “Si esa muestra es una droga tan fuerte como creemos, es probable que venga por nosotros”. “Cierto. ¿Estás dispuesta a enfrentarlo?”. “Él tiene que pagar por los muchachos y la Dra. Larii. No podemos dejar que envíe otro equipo a Lak. Jac, vamos en la dirección equivocada”. “El puerto espacial del ejército está más cerca. Una vez que la muestra esté en manos de los militares, el motivo por el que Wath quiere los derechos de explotación exclusivos en Lak quedará expuesto. Wath podrá tener a los políticos en el bolsillo, pero no tiene al Coronel Wotring. Yo serví bajo las órdenes de Wotring y él me escuchará”. “¿Qué hay de Payts? ¿Podemos contar con su apoyo?”. “Nos pondremos en contacto con él desde el puerto espacial. Cuando sepa por qué murió Dansi, será la peor pesadilla de Wath. No te preocupes, Ri. Estamos juntos en esto. Nunca dejaré que nada ni nadie te haga daño”. Si Wath los perseguía, Jac estaba listo para pelear. “¿Qué te parece un trabajo permanente, conmigo, en el planeta?”. El corazón de Ri se contrajo. “¿En la Tierra?”. En casa. “Me han ofrecido una sociedad en una firma de seguridad que recién comienza. Es una muy buena oferta. Podríamos trabajar juntos y criar a nuestros hijos”. Niños. Los niños de él. “¿Tú estás listo para dejar Elite?”. “Después de descubrir a Wath, Elite nos dará licencia a ambos. Finalmente, nos dejarán ir. Quiero casarme contigo, Ri. Oficialmente. Irrevocablemente”. La práctica de casarse oficialmente casi había desaparecido en el último siglo. “Payts dijo que tú eras tradicionalista”. “Tú sabes cómo soy con mis armas”. Jac tenía la reputación de ser insoportable respecto a la condición de sus armas. Nadie se atrevía a tocarlas. “Tú significas más para mí que cualquier otra cosa. Quisiera significar lo mismo para ti”. “Así es, Jac. Así es”. “¿Eso es un sí?”.

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Ella deseó poder tocarlo, mirarlo a los ojos. Tendría que conformarse con la felicidad que percibió en la voz de él. “Definitivamente, es un sí”.

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Acerca de la autora B.J. McCall es la menor de siete hermanas nacidas en las colinas de Virginia occidental. Actualmente vive bajo las secuoyas del norte de California. Ella combina su amor por la novela romántica y por la ciencia ficción, e invita al lector a explorar su universo. B.J. es una autora que ha publicado numerosas novelas románticas contemporáneas y de ciencia ficción. Visite su página web: www.bjmccall.com.

Otras obras de B.J. McCall Deep Heat Icy Hot Short, Tight & Sexy Slumber Party, Inc.


ABDUCCIÓN Lynn LaFleur


Lynn LaFleur

Capítulo uno Michaela Ware cruzó los brazos debajo de sus generosos senos y movió su pie con impaciencia. Algún día aprendería a decir que no cuando Jax la invitara a una fiesta. Él festejaba vigorosamente mientras ella tomaba una simple Coca Cola, porque siempre se ofrecía a ser la conductora designada. Eso no le molestaba, ya que el alcohol no la atraía mucho de todas formas. Lo que sí le molestaba era siempre tener que esperar hasta que su amigo decidiera que era hora de irse. Ella no se involucraría para nada con él si no lo amara tanto. A veces el corazón podía ser tan estúpido. Mike sabía que tenía más chances de que la partiera un rayo que de tener una relación seria con Jaxon Greene. Con seis pies y dos pulgadas, cabello marrón oscuro largo hasta los hombros, un grueso bigote, ojos penetrantes color gris plateado y un cuerpo increíble… todo se combinaba para hacer de él un magnífico espécimen masculino. Alguien tan guapo, tan seguro de sí mismo, debería ser desagradablemente engreído. En cambio, él era una maravillosa persona además de ser bien parecido. La vida simplemente no era justa. Ella miró a Jax hablar con una rubia esbelta con los senos chatos. Él siempre buscaba mujeres altas, delgadas y sin busto, generalmente rubias. Mike se tocó un rulo de su largo cabello rojizo. Con su cabello ensortijado, su aspecto común y su cuerpo relleno, nunca sería más que una amiga de Jax. Ella lo había aceptado hacía meses. Sólo deseaba que no le doliera tanto. Jax tomó un pedazo de papel de la rubia y lo deslizó dentro del bolsillo de su camisa. Probablemente era su número de teléfono o dirección de correo electrónico. El Gran Semental anota de nuevo. Como no soportó más quedarse ahí parada para verlo flirtear con otras mujeres, Mike enderezó los hombros y caminó hacia él con paso firme. Ella ignoró a la rubia parada junto a Jax y lo miró directo a la cara. “Jax, me voy”. “Está bien, Mike, no hay problema”, dijo él, con los ojos aún puestos en la cara de la rubia. “En unos minutos”. “No, en unos minutos no. Ahora”. Jax dio vuelta la cabeza y miró a Mike. Frunció el ceño levemente y ese gesto le juntó las cejas. “¿Qué sucede?”. “Estoy lista para irme. Si quieres que te lleve a casa, será mejor que busques tu chaqueta”. La rubia tocó el brazo de Jax. “Yo te puedo llevar”. 72


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Seguro que sí. “Bueno. Como quieras. Nos vemos, Jax”. Ella no esperó a ver si él aceptaba el ofrecimiento de la rubia o no. Mientras buscaba las llaves del auto en el bolsillo delantero de sus jeans, Mike se dirigió a la puerta del frente. El viento pegaba contra su cara y la hacía tiritar. Una semana antes de Noche de Brujas siempre hacía temperaturas templadas y agradables en el norte de Texas. Pero no este año. Un frente frío había bajado a gran velocidad desde Canadá y había hecho que las temperaturas descendieran a los niveles más bajos registrados. El pesado suéter que llevaba puesto había estado bien en la cálida casa, pero no le alcanzaba para estar afuera. Mike se apuró para llegar a su pequeño auto deportivo, se deslizó en su interior y encendió el motor. La bendita calefacción salió de las ventilaciones a los pocos instantes. Mike miró la casa mientras maniobraba marcha atrás. Jax salió por la puerta del frente, metiendo los brazos dentro de su gruesa campera de jeans. Una pequeña parte de ella se alegró de que no hubiera aceptado el ofrecimiento de la rubia. Él se deslizó en el asiento del acompañante con el ceño fruncido. “¿Quién te corre?”. Mike maniobró su auto entre dos camionetas y salió marcha atrás hacia la calle. “Nadie me corre. Estaba lista para irme, es todo”. Jax apenas se había abrochado el cinturón cuando Mike arrancó. Apretó el acelerador más de lo necesario. El auto salió disparado hacia adelante con un chillido de cubiertas, lo que tiró a Jax para atrás en su asiento. “¡Por Dios, Mike, tómalo con calma!”. Esta no es la carrera de 500 millas de Indianápolis”. “Si no te gusta cómo conduzco, deja que la rubia tonta te lleve a casa”. “¿Por eso estás enojada, porque estaba hablando con Tiffany?”. Mike desvió la mirada. Tiffany. Un nombre estereotípico para una rubia tonta. “No seas estúpido”. “Bueno, algo te hizo enojar. Tú no eres así”. “¿Ah? ¿Y cómo soy yo generalmente?”. “Eres dulce y bondadosa. No te enojas con facilidad”. “En otras palabras, soy aburrida”. “Yo no dije eso. No pongas palabras en mi boca”. “Ey, si quieres perder tu tiempo con otro pony de exhibición, es tu problema”. Él rió en voz baja. “¿Pony de exhibición?”. Mike lo miró enojada por atreverse a reírse de las palabras que había elegido. “¿Te parece gracioso?”.

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Jax se tocó el bigote. Ella pensó que lo hizo para esconder una sonrisa. “Hace menos de un año que vivo en Texas, Mike. Todavía no conozco todas las expresiones locales. ¿Quieres explicarme qué quieres decir con ‘pony de exhibición’?”. Mike apretó el acelerador cuando llegó a un semáforo que se estaba poniendo en amarillo. Logró cruzar la intersección justo antes de que la luz se pusiera en rojo. “Te involucras con una mujer –generalmente rubia– que es pura belleza y nada de cerebro. La sacas a desfilar como un pony en una exhibición equina. Cuando te cansas de ella porque no logras mantener una conversación inteligente durante más de treinta segundos, te buscas otra y repites el ciclo. Es bastante estúpido, Jaxon”. “¿Y supongo que tú tienes la solución perfecta para mí?”. “Tú podrías intentar involucrarte con una mujer que sea inteligente y rápida para conversar, no sólo rápida para encamarse. Sal con una mujer que no sea rubia. ¡Sal con una con busto, por el amor de Dios!”. “¿Como tú, Michaela?”. Él dijo su nombre completo con esa voz baja y ronca y le hizo sentir un estremecimiento que bajó por su columna. Ella lo miró rápidamente. Él se apoyó contra la puerta, acariciándose el bigote, y la estudió detenidamente. Mike apretó las manos sobre el volante y volvió a prestar atención al camino. “Te estás portando como un estúpido otra vez”. “¿Por qué?”. “Porque somos amigos”. “Los amigos pueden ser amantes, también”. Él le acomodó el cabello detrás del hombro y le acarició la nuca. El lento contacto del pulgar de él contra su mandíbula hizo que a Mike se le cruzaran los ojos. Él nunca la había tocado, no así… como un hombre toca a su amante. Ella podría volverse adicta a su contacto en un abrir y cerrar de ojos. Mike se reprendió mentalmente por dejarse llevar por una fantasía tonta y abrió la boca para decirle que dejara de embromarla. Una extraña luz en el cielo la hizo detenerse antes de decir palabra. Parecía una estrella brillante, sólo que el cielo estaba cubierto esta noche y no se veía ni una estrella. La luz parecía latir, pasando del amarillo al rojo al verde y repitiendo otra vez el ciclo de colores. “Mira eso”. Jax se inclinó hacia delante y miró a través del parabrisas. “¿Que mire qué cosa?”. “Esa luz. ¿Qué es?”. “No lo sé, pero parece como si viniera directo a nosotros”. Mike quedó boquiabierta cuando la luz se volvió más brillante y pareció tragarse su auto. Un segundo después, la luz había desaparecido. Mike sacudió la cabeza y siguió conduciendo hacia la casa de Jax. Ella se sentía… diferente, pero no sabía por qué. “¿Estás bien, Michaela?”, preguntó Jax suavemente.

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“Sí, eso creo. Eso fue extraño, ¿no?”. “Muy extraño”. Él tiró de un rizo de ella que estaba cerca de su oreja. “Quizás era un OVNI”. “Ja, ja”. Mike se metió en la entrada de la casa de Jax. Dejó el motor encendido mientras él se desabrochaba el cinturón de seguridad. “¿Quieres pasar a tomar un café?”, preguntó él. No era extraño que él le ofreciera pasar a su casa o que ella aceptara la invitación. Por alguna razón que no comprendía, ella se sintió incómoda al pensar que estaría a solas con Jax esta noche. Dijo que no con la cabeza. “Mejor me voy a casa”. “Ey, todavía es temprano. Son sólo…”. Él se detuvo al mirar el reloj del tablero. “¿Qué mi…? ¿Está bien ese reloj?”. “Por supuesto que sí”. Mike echó un vistazo al reloj. Sus ojos se agrandaron por el impacto. Decía 5:48. “No puede ser, Mike. Dejamos la casa de Tim a eso de las once. Son sólo veinte minutos en auto desde su casa hasta aquí”. Jax se movió en su asiento para mirarla de frente. “Tu reloj debe estar mal. No puedo ver el mío. Enciende la radio”. La expresión seria en su rostro hizo que Mike se estremeciera. Con la mano un poco temblorosa, giró la perilla del volumen. “… altas hoy con cuarenta y cuatro grados y vientos del norte a una velocidad de entre quince y veinte millas por hora. En este momento, son las 5:49 y la temperatura es de treinta y tres grados”. Comenzaba a sonar la canción “Hotel California”, mientras Mike trataba de comprender lo que había escuchado. Las siete horas simplemente se habían esfumado. No era posible. A Mike le empezaron a sudar las palmas de las manos. “No lo entiendo”, susurró. “Michaela, ven aquí adentro conmigo”. Mike dijo que no con la cabeza. “Necesito irme a casa”. “Tú necesitas quedarte conmigo así pensamos qué pasó”, dijo Jax, con voz firme. “No. Quiero irme a casa. Bájate, Jax”. El dudó un rato y luego dejó salir un gran suspiro y se bajó del coche. Con su mano sobre la puerta, se inclinó hacia abajo y la miró. “Te llamaré más tarde”. Como no quería discutir con él, Mike asintió con la cabeza. Tan pronto como Jax cerró la puerta, ella puso marcha atrás y salió arando de la entrada.

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Capítulo dos Jax, parado en la entrada de su casa, miró el auto de Michaela hasta que desapareció de su vista. Él deseaba que ella no se hubiera ido. Algo les había pasado, algo que él no entendía. Necesitaban hablar de ello, a pesar del obvio temor de ella. Siete horas habían desaparecido. Jax buscó las llaves en el bolsillo de su chaqueta y se dirigió lentamente hacia la puerta de entrada. No tenía sentido. Todo ese tiempo no pudo simplemente desvanecerse, pero así fue. Con quince años de periodista, nunca había visto nada igual. Jax colgó su chaqueta en el perchero detrás de la puerta del frente y se dirigió al sofá. Se desparramó sobre el suave cuero y se quitó el largo cabello de la cara con ambas manos. Él había trabajado en periódicos grandes, conocidos en todo el país, en Nueva York, Boston, Washington D.C. y Chicago. A pesar de que había cubierto muchas historias, incluyendo “sucesos paranormales”, él nunca había conocido a nadie que hubiese perdido horas de su tiempo. Cuando trabajaba para los grandes periódicos, llevaba un ritmo agitado, trabajaba en horarios extravagantes y no tenía ningún tipo de vida social. Todo eso lo decidió, casi un año atrás, a mudarse a Texas y trabajar para un periódico de una pequeña ciudad. Le gustaba el ritmo más lento del lugar, la interacción con las personas, muchas de las cuales ahora conocía por el nombre. Habían compartido muchas historias con él… historias de su vida, de sus familias. Sin embargo, ninguna como la que él y Mike acababan de vivir. Jax suspiró profundamente y descansó su cabeza en el espaldar del sofá. Al pensar en Michaela siempre se sentía… cálido por dentro. A él le gustaba, le gustaba de verdad, de una manera que ninguna otra mujer le había gustado. Ella era diferente de todas las que había conocido… dulce, graciosa, considerada. Nunca la había escuchado decir algo malo sobre otra persona. Aun así, él percibía un fuego dentro de ella, un fuego que quemaba sin llama esperando que el hombre indicado lo hiciera revivir. Él valoraba su amistad como un tesoro, pero eso era todo lo que tenían en común. Él había bromeado diciéndole que los amigos también podían ser amantes. A él le gustaba provocarla y ver cómo sus ojos se agrandaban y sus mejillas se sonrojaban. Ellos eran amigos, compinches. Él sentía que podía hablar de cualquier cosa con ella. Nunca había tenido ese tipo de relación, esa camaradería, con una mujer. Por preservar esa amistad especial con Michaela, acudía a otras mujeres para tener sexo. Y sí, tenía que admitir que sus posibilidades con las mujeres últimamente habían sido… nulas, excepto por el sexo. Eso nunca faltaba. ¿Entonces qué importaba si las mujeres no lo podían mantener entretenido en una conversación por más de unos minutos? Para el sexo no hacía falta conversar. 76


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Tu argumento suena poco convincente, Greene. Odiaba admitir que Michaela tenía razón, que había escuchado más a su verga que a su cerebro últimamente. Metió la mano en el bolsillo de su camisa y sacó el pedazo de papel con los números de teléfono de la casa y el celular de Tiffany. Ella había dejado bien en claro que estaría feliz de salir con él. Demonios, ella prácticamente le metió la mano en los calzoncillos en la cocina de Tim. ¿Fácil? Ah, sí, ella sería realmente fácil. Él no sintió ningún deseo en absoluto de llamarla. Arrugó el papelito y se inclinó hacia delante para tirarlo sobre la mesa ratona. Él hizo una mueca cuando sus jeans apretaron su dolorido pene. “Maldición”, murmuró. Jax se echó hacia atrás en el sofá otra vez y acomodó la ajustada tela de jeans sobre su ingle. Si no supiera que no fue así, juraría que había pasado la noche cogiendo como loco. Como sabía que eso era imposible, no tenía idea por qué le podía doler la verga. La curiosidad hizo que se desabrochara los jeans y sacara el asta de sus calzoncillos. El fuerte olor a sexo llegó a su nariz. “¿Qué diablos...?”. Jax siguió investigando como lo haría cualquier buen periodista, levantó las manos hasta la nariz y olió. Tenían olor a concha. En algún momento en estas últimas siete horas, era obvio que había tenido sexo y no lo recordaba. Sintió que unos escalofríos galopaban por su espalda. Eso simplemente no era posible. Debió haber sido una especie de sueño desquiciado o alguna broma pesada. A Tim le encantaba hacerles bromas a sus amigos, especialmente en sus fiestas. Debía ser eso. De alguna manera, su amigo había armado todo esto para hacer que Jax pensara que se había olvidado de siete horas de su vida –siete horas que incluían una cogida salvaje–. Jax se pasó la mano por el cabello. Ni siquiera Tim le podría haber hecho una broma semejante y definitivamente no tenía el conocimiento suficiente para hacerlo. ¿Qué nos pasó, Michaela? El periodista dentro de él bramaba por investigar, descubrir qué pasó. Especialmente quería saber si Michaela estaba bien. Debió haber insistido para que ella entrara a su casa y se quedara hasta estar seguro de que estaba bien. Una noche sin dormir debió haberlo agotado, pero él estaba demasiado excitado como para dormir. Primero se ducharía, luego comería algo antes de ir a la casa de Mike. Jax dejó caer su ropa en el canasto y se puso debajo de la lluvia cálida. Inclinó la cabeza hacia atrás y dejó que el agua se deslizara por su cuerpo durante un rato, disfrutando de la sensación que producía el agua sobre su piel desnuda. Se quitó el agua de los ojos y alcanzó la botella de shampoo. 77


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La sensación de sus dedos sobre su cuero cabelludo lo hizo detenerse. Alguien había tocado su cabeza poco tiempo atrás. Alguien se había agarrado de su cabello mientras lo besaba. Pero eso no era posible. No había estado con nadie más que Mike, y ella no lo había besado. Jax se quedó quieto mientras se le formaba una imagen en la mente… La luz se filtraba por el vidrio y resaltaba el cabello rojizo de Mike. Jax le pasó la mano, una y otra vez, mientras disfrutaba de su peso y su textura. Tan suave. Jax se inclinó hacia delante, hundió su nariz en los mechones enrulados cerca de su oreja. Flores. El cabello de ella olía a flores. El ritmo rápido de la respiración de Mike hizo que Jax se alejara y la mirara a los ojos. Sus ojos verdes lo miraron, grandes y llenos de inseguridad. “¿Tienes miedo, Michaela?”, susurró él. “Sí”, le respondió ella en voz baja. “¿Por qué?”. “Porque yo no… me temo que te desilusionarás conmigo”. Jax rió en voz baja. “Nunca podría desilusionarme contigo, Michaela, ¿es que tú no lo sabes?”. “No tengo mucha… experiencia”. “Yo tampoco, contigo. No sé qué es lo que te gusta y qué no”. Él le acarició la mandíbula y le levantó la cara para mirar más profundo dentro de esos ojos increíbles. “Aprenderemos juntos”. Sus labios cubrieron los de ella con un tierno beso. La boca de ella le pareció como un suave y cálido terciopelo. El beso de ella fue dubitativo al principio, con los labios cerrados. Jax esperó, para darle tiempo a relajarse y responderle. Él mordió suavemente, después alivió el efecto de las mordidas con una suave barrida de su lengua. El gemido desde lo más profundo de la garganta de ella le hizo hervir la sangre. Aún sin querer apurarla, Jax hizo que el beso fuera lentamente más profundo. Inclinó la cabeza hacia un lado y deslizó su boca sobre la de ella, mientras introducía su lengua por la abertura de sus labios. Sus acciones fueron premiadas por un incremento en su ritmo respiratorio. Ella se aferró a la cintura de él, amontonando su camisa en sus puños, y abrió esos labios carnosos y seductores. Él aprovechó inmediatamente y lanzó su lengua dentro de la boca de ella. Ella se relajó en sus brazos y separó los labios aún más. La lengua de ella tocó la de él, sólo un poquito, antes de tirarse hacia atrás. Jax habría sonreído si no hubiera estado tan absorto en devorarle la boca. Él quería estar dentro de ella… de todas las maneras posibles. Jax se le acercó y pasó una mano por su cabello para sostenerle la cabeza como él quería. Lentamente, deslizó la otra mano por su espalda hasta que descansó sobre la curva de su redondeado trasero. Finalmente, pudo tocarla como él quería, como había ansiado hacerlos durante meses.

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El siguiente paso puso su ingle en contacto con el estómago de ella. Él movió sus caderas de lado a lado y la rozó con su creciente erección. Ella se tensó por un momento, pero enseguida volvió a relajarse y se aferró a la cintura de él con más fuerza aún. Jax se apartó de la boca de Mike lo suficiente como para susurrar: “Envuélveme con tus brazos”. No esperó a estar seguro de que ella obedecería su orden y la volvió a besar. No se cansaba de esa deliciosa boca. Sólo la necesidad de oxígeno lo hizo mover sus labios hasta el cuello de ella. Un suave mordisco de sus dientes, un golpecito de su lengua y la escuchó gemir. A él le encantó ese sonido… el sonido de que ella se rendía a sus sentimientos. Jax sintió que las manos de ella subían por su torso. Ella le agarró el cabello, como para mantenerlo en el lugar a fin de que no la soltara. Como si hubiera una remota posibilidad de que eso sucediera. Su respiración se tornó más entrecortada. Jax agarró su trasero con ambas manos y la acercó a su ingle. El agudo jadeo de placer de ella hizo que su control se quebrara. Sin poder esperar más, buscó con torpeza el cierre de sus jeans… “¡Dios!”. Jax gimió en voz alta cuando el orgasmo se aferró de sus bolas. No se dio cuenta de que había empezado a bombear con su verga hasta después de acabar. Incapaz de pararse derecho sobre sus piernas temblorosas, se apoyó contra la pared de la ducha para sostenerse. Guau. ¿De dónde salió eso? Jax cerró los ojos, respiró hondo y exhaló lentamente. No entendía qué le acababa de pasar. Él no soñaba despierto con Michaela regularmente. Y no parecía una fantasía, sino un recuerdo. No era posible. Nunca había intimado con Mike, nunca la había besado. Y sin embargo, podría jurar que vio la luz del sol reflejada en el cabello de Michaela. Él pudo escuchar su gemido de placer. Él pudo saborear sus besos, sentir sus dedos aferrándose a su cabello, acariciando su espalda… Jax dejó salir su propio gemido de placer. Dejó que el recuerdo continuara y vio la cabellera rojiza de Mike. Ella generalmente usaba el cabello recogido en una cola de caballo, pero algunas veces –como esta noche– lo llevaba suelto y caía sobre sus hombros. Esa piel de marfil, esa simpática nariz respingada, esos labios carnosos… todo se combinaba para hacerla hermosa. Pero Mike no parecía darse cuenta de lo bien que se veía. No hacía mucho por atraer la mirada de un hombre, por hacer que la notara como mujer. Su maquillaje era prácticamente inexistente, su ropa simple y poco sentadora para su figura. Su figura sexy y voluptuosa. Podrían ser sólo amigos, pero eso no quería decir que Jax no hubiera notado ese cuerpo increíble, que no hubiera fantaseado con tocar esos senos exuberantes. Su verga se agitó al imaginarse quitándole el sostén a Mike, para que sus senos cayeran en sus manos. Él los acariciaría, frotaría sus pezones con los pulgares, mientras ella arqueara su espalda y cerrara los ojos de placer.

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Él no se detendría después de sacarle el sostén. Él le sacaría toda la ropa, poco a poco, hasta que pudiera sentir su piel contra la de él. Se arrodillaría delante de ella y abriría los labios de su vagina con los dedos. Jax tragó saliva al imaginarse pasando su lengua por la cremosa concha hasta encontrar su clítoris. Él se lo chuparía hasta hacerla acabar. Cuando estuvo seguro de poder moverse sin que sus piernas lo abandonaran, Jax cerró el agua y abrió la puerta de vidrio. Agarró una toalla y se secó el cuerpo rápidamente. Planeaba conducir hasta la casa de ella tan pronto como estuviera vestido. Tenía un montón de preguntas, y Mike era la única que tenía las respuestas.

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Capítulo tres Mike se dio vuelta hacia la derecha y le dio un puñetazo a su almohada, tratando de acomodar el bulto en algo que realmente se pareciera a una almohada y no a una roca. No recordaba que su almohada fuera tan incómoda. Tampoco recordaba que su cuerpo estuviera tan incómodo. Mike hizo una mueca al moverse en la cama. Sentía pequeños tirones en sus músculos. Sentía la zona entre los muslos hinchada y dolorida, casi como si hubiera estado varias horas teniendo sexo. Como estaba segura de que eso no había pasado, no entendía el por qué de esa sensibilidad. Toda esa noche había sido un misterio. Siete horas habían desaparecido. Simplemente no podía suceder, pero sucedió. Jax y ella habían estado juntos, y él había experimentado lo mismo. Ambos habían visto el reloj en el tablero del auto. Ambos escucharon al disc jockey anunciar la hora. Mike no se asustaba con facilidad. Esto la asustaba. Dormir sería imposible, no importaba cuánto deseara sólo perder la conciencia durante un rato. Mike suspiró y se dio vuelta para ponerse de espalda. Boqueó al sentir que las cobijas raspaban sus sensibles pezones. Se tomó los senos con las manos y frotó suavemente las protuberancias con los pulgares. Estaban duras y muy sensibles. Su experiencia sexual incluía un total de tres hombres. Sólo uno de ellos había sido un buen amante y había sido increíble. Le había enseñado a disfrutar de su cuerpo… cómo tocar, dónde tocar, para darle más placer. Sus pezones estaban muy arriba en la lista. Siempre había querido que ellos recibieran mucha atención, por eso generalmente quedaban sensibles después de hacer el amor. Como en este momento. Ella volvió a pasar los pulgares rápidamente sobre sus duros pezones. No entendía por qué estaban tan sensibles. Hacía meses que no tenía sexo con un hombre y hacía días que no se tocaba los pezones. Mientras continuaba acariciándose, se le formó una imagen en la mente… una imagen de unos labios gruesos envueltos alrededor de un duro pezón… Mike tiró su cabeza hacia atrás, apoyó las manos sobre el escritorio detrás de ella y suspiró de placer. Podía sentir cómo Jax le chupaba suavemente el pezón en todo su cuerpo. ¡Ay, lo hacía tan bien!”. Él no solamente se prendía de su pezón y trataba de chuparlo hasta desprenderlo, sino que le hacía el amor, usando toda su boca. “Dime si hago algo que no te guste”, susurró él contra su seno. “Lo haré. Hasta ahora no hay problema”. 81


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Ella sintió que los labios de él se curvaban. Jax levantó la cabeza y le sonrió. “Me gusta la mujer que sabe lo que quiere”. “Yo sé exactamente lo que quiero”. Mike hundió sus dedos en el cabello de él y tiró hasta acercarlo de vuelta a su seno. “Más”. Él obedeció instantáneamente, tomando ambos senos con las manos mientras lamía su pezón derecho. Su pezón izquierdo recibió una larga lamida de su lengua antes de que él volviera a pararse. “He pensado en ti, me preguntaba cómo te verías debajo de la ropa suelta que siempre llevas puesta”. Las manos de él amasaban sus senos, mientras sus pulgares hacían círculos alrededor de las aureolas una y otra vez. “Son hermosos, Michaela”. Su halago le entibió el corazón… y el resto del cuerpo. Hasta ahora, ella había recibido todas las atenciones de Jax. No se quejó de sus besos apasionados, ni de cuando le sacó el suéter por la cabeza. Definitivamente no se quejó cuando le sacó el sostén y comenzó a tocarla. Pero ahora le tocaba a él mostrar un poco de piel. “Quítate la camisa”. Jax siguió acariciando sus senos. “Quítatela para mí”. El aspecto sexy y humeante de sus ojos plateados hizo que Mike tragara saliva. Ella cerró los puños un momento antes de alcanzar el botón superior de su pulóver Henley. Lo había visto sin camisa muchas veces, pero nunca de tan cerca, tan... íntimamente. Al abrir el botón superior pudo ver un vello oscuro sobre el pecho. Vio más vello cuando él se desabrochó lentamente los tres botones restantes hasta la mitad del pecho. Ella se lo abrió y le dio un beso sobre la piel tibia. “Michaela”, dijo él con voz profunda. “¿Mm?”. Ella tomó aire profundamente. El olor a almizcle y a hombre le hizo dar vueltas la cabeza. “Quítame la camisa”. “Estoy ocupada”. Ella lo lamió desde el centro del pecho hasta el cuello. Él apretó sus dos pezones entre los pulgares y los índices. “No deberías provocarme cuando te tengo literalmente en mis manos”. Ella se sintió traviesa y sonrió mientras tiraba de su camisa para sacarla de adentro de los jeans. “Si quieres lastimarme, esa no es la manera de hacerlo. Me gusta que me aprieten los pezones”. Ella le pasó las manos por debajo de la camisa y sobre su estómago. El vello crespo le hacía cosquillas en las manos. Mike decidió que ya lo había provocado demasiado cuando escuchó gruñir a Jax. Nunca había oído gruñir a un hombre. Él se sacó la camisa por la cabeza y la dejó caer al suelo. Sólo tuvo un momento para admirar ese glorioso pecho antes de que lo aplastara contra sus senos. Ella no tuvo ninguna queja al respecto. Jax envolvió sus brazos alrededor de ella y la besó ávidamente. Él disparó la lengua por entre sus labios para enredarla con la lengua de ella. Mike no podía respirar, las sensaciones eran tan poderosas. Nunca había sentido un deseo tan abrumador, tanta necesidad de unirse a un hombre. Ella se aferró a su cabeza y se hizo un festín con su boca.

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Sentía sus manos entre los dos cuerpos. Él ya le había desabrochado los jeans, pero no había bajado el cierre. Eso cambió rápidamente. Cuando sintió que el cierre le raspaba, Mike contuvo la respiración. Jax levantó la cabeza y le hizo una sonrisa maliciosa. “Ahora es mi turno de provocar”. Los golpes en la puerta de adelante hicieron saltar a Mike. Confundida, miró a su alrededor en el dormitorio, esperando ver a Jax. Él no está aquí. Estabas soñando despierta. Pero parecía tan real. Su cuerpo todavía vibraba con deseo insatisfecho. Sus senos se sentían pesados, sus labios vaginales estaban húmedos e hinchados. Podría jurar que estuvo con Jax… besándolo, tocándolo… Los golpes se escucharon otra vez, seguidos por tres cortos timbrazos. Mike tiró las cobijas, se levantó precipitadamente de la cama y agarró su gruesa bata de felpa del suelo. Envolvió su cuerpo desnudo con ella mientras se apuraba para llegar a la puerta principal. Al espiar por la mirilla descubrió a un Jax con cara de enojado parado en su pequeño porche. Un rayo de deseo zigzagueó por su cuerpo y terminó en su clítoris. Ella no podía dejarlo entrar, no después de la intensa fantasía que acababa de tener. Quizás podría regresar a su dormitorio y esconderse debajo de la cama. “Abre, Mike”, dijo Jax en voz alta. “Sé que estás en casa”. Basta de esconderse. Mike se ajustó el cinturón de la bata y abrió la puerta. Jax estaba parado con los hombros encorvados expuesto al fuerte viento del norte. “Te llevó bastante”, dijo él con el ceño fruncido. “Estaba acostada”. Mike se hizo a un lado para dejar entrar a Jax. “Pasa. El viento es frío”. “¿Me lo vas a decir a mí?”. Jax cruzó el umbral y Mike cerró rápidamente la puerta. Ella respiró hondo para juntar coraje, se dio vuelta y se apoyó contra la puerta para sostenerse. “¿Qué estás haciendo aquí?”. Jax se sacó la chaqueta de tela de jeans y la lanzó sobre el sofá. “Necesitamos hablar”. Mike temía que dijera eso. “¿De qué?”. “De lo que nos pasó esta noche”. Con las manos en la cadera, él la enfrentó. “Tengo que lograr comprenderlo, Mike. Me está volviendo loco. ¡Perdimos siete horas!”. “Eso no es posible”. “Entonces explícame dónde se fue el tiempo”. Mike no pudo hacerlo, entonces permaneció callada. Jax se pasó una mano por el cabello mientras comenzaba a ir y venir por el pequeño living-comedor. “Pensé que Tim quizás nos estaba haciendo una de sus bromas

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pesadas. Luego me di cuenta de que Tim no es tan listo como para pensar en algo tan grande”. Mike no creía que Tim fuera lo suficientemente listo como para partir un huevo, pero no se lo iba a decir a Jax. Él dejo de caminar y la miró. “Ayúdame, Mike. Tenemos que descubrir qué pasó”. “Tú eres el periodista de investigación de fama mundial. Yo soy sólo una fotógrafa”. Jax frunció nuevamente el ceño. “Eres una fotógrafa increíblemente talentosa, además de una mujer inteligente. No te tires abajo”. Su halago le hizo cosquillas a su ego, pero ella no se sentía demasiado inteligente en este momento. Ella no podía explicar esas siete horas perdidas. Las distintas posibilidades la aterraban. “No sé qué pasó, Jax”, dijo ella suavemente, “y me da miedo pensarlo”. Su ceño fruncido desapareció. Cruzó la habitación para pararse frente a ella. Levantó una mano y le rozó la mejilla con el pulgar. “No tengas miedo, Michaela”. Mike contuvo la respiración. Ella le había escuchado decir esas mismas palabras hacía poco tiempo… “No tengas miedo, Michaela”. “No tengo miedo”. “Entonces, ¿por qué estás temblando?”. “Porque te deseo tanto”. Jax sonrió. “Esas son las palabras que le encanta escuchar al hombre”. Él acarició sus senos otra vez y le besó el cuello. “Yo también te deseo”. Mike sacudió la cabeza para desterrar la fantasía y concentrarse nuevamente en el verdadero Jax. Las cejas de él se juntaron al fruncir el ceño nuevamente. “¿Estás bien?”. Mike estaba molesta por los pensamientos sexuales que seguían irrumpiendo en su cabeza y dijo lo primero que se le ocurrió. “No, no estoy bien. Tengo constantemente…”. Ella se detuvo y se mordió el labio. Casi le contaba su fantasía erótica. Eso era algo que nunca podría admitírselo. “¿Tienes constantemente qué cosa?”. “Nada”. Mike pasó por al lado de él y se dirigió a la cocina. “Voy a hacer café”. “No quiero café, Mike”. Él la agarró del brazo y la atrajo bruscamente hacia él. “Quiero hablar”.

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Ella estaba lista para regañarlo por tratarla con violencia, pero se detuvo antes de hablar cuando notó hacia dónde miraba. Ella miró hacia abajo para ver que su bata se abría. La mitad de un seno color crema se asomaba. Jax levantó la vista lentamente hasta llegar a la cara de ella. “¿Estás desnuda debajo de esa bata, Michaela?”.

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Capítulo cuatro El adorable rubor que se asomó a sus mejillas respondió la pregunta de Jax. Mike no tenía nada debajo de esa bata. Ella dijo que había estado en la cama. Eso debía querer decir que ella dormía desnuda. Mike, que se vestía con ropa que no era sentadora y usaba poco maquillaje, no usaba nada para dormir excepto el traje con el que nació. El esbozo de una sonrisa se dibujó en las comisuras de Jax. “¿Duermes desnuda, Mike?”. Ella cerró las solapas de su bata bruscamente y se ajustó el cinturón. “Eso no es asunto tuyo”. “En mi experiencia, como un periodista de investigación de fama mundial, cuando alguien evita responder una pregunta, es generalmente porque la respuesta es sí”. “A veces puedes ser tan fastidioso, ¿lo sabías?”. Jax sonrió. “Sí”. “Necesito café”, murmuró Mike. Jax rió por lo bajo y la siguió a la cocina. Se sentó en el desayunador entre la cocina y el comedor y la miró mientras preparaba el café. De tanto embromarla, casi olvidó el verdadero motivo de su visita. Casi. “Necesitamos descubrir qué nos pasó, Michaela”. Ella miró fijamente el oscuro líquido que caía dentro de la jarra de vidrio, como si escondiera las respuestas para lograr la paz mundial. Jax pensó que ella lo hacía para evitar mirarlo. “¿Me estás escuchando?”. “Sí”. “Mírame, entonces”. Él vio cómo el pecho de ella subía y bajaba con una respiración profunda cuando dio vuelta su cabeza hacia él. “Así está mejor”, dijo él suavemente. “Quiero mirarte a los ojos cuando hablo contigo”. La garganta de ella se movió al tragar saliva. Sacó la lengua rápidamente para lamerse el labio inferior. Una imagen mental lo sacudió, un recuerdo de esa lengua sobre su cuerpo… Mike empujó el pecho de Jax hasta que tuvo que dar un paso hacia atrás. “¿Qué estás haciendo?”.

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“Quiero que cambiemos de lugar”. Ella saltó del escritorio. Jax disfrutó de ese movimiento porque hizo que sus senos rebotaran. “Siéntate”. “Estaba de lo más contento parado entre tus piernas”. “Dame el gusto”. Deseoso de satisfacerla –y a la vez extremadamente curioso por saber qué planeaba hacer– Jax obedeció. Se irguió sobre el escritorio, con las piernas abiertas, y las palmas de las manos sobre la madera, que todavía conservaba el calor del cuerpo de ella. Mike avanzó entre las piernas de ella. Ella le tocó los muslos y se miró las manos mientras las subía y las bajaba por sus piernas. La respiración de Jax se aceleró cuando esas manos suaves se acercaron a su ingle, pero no se movió. La atención de él iba y venía entre las manos de ella y ese seductor pedazo de piel que se veía a través de sus jeans abiertos. Él quería coger ese precioso ombligo con su lengua. Su mirada se paseaba de las manos de ella a la entrepierna de él. La punta de un sólo dedo recorrió el largo de su erección. “Debes estar incómodo con esos jeans ajustados”. “Desnudo estaría mejor.” Esos increíbles ojos verdes se clavaron en la cara de él. “¿Te gusta estar desnudo?”. “A mí me encanta estar desnudo”. ¿A ti no?”. Ella no respondió su pregunta. En cambio, se inclinó hacia delante y le besó el centro del pecho otra vez. Jax inhaló profundamente y cerró los ojos. Los labios de ella se sentían tan suaves y cálidos contra su piel. Ella sacó la lengua y le acarició la tetilla izquierda. “Michaela”, dijo con voz ronca. Lentamente, la lengua de ella recorrió su pecho hasta su tetilla derecha. Ella rodeó la dura protuberancia, luego hizo el viaje de vuelta hasta la tetilla izquierda. Jax pasó una mano por debajo del cabello de ella y le masajeó suavemente el cuero cabelludo mientras su boca lo amaba. La mano de él se aferró a su cabello cuando sintió que el dedo de ella estaba en la cintura de sus jeans. Conteniendo la respiración, él esperó a que ella liberara su verga del estrangulador material. Mike siguió moviendo la boca por su cuerpo mientras le desabrochaba los jeans. Jax se inclinó hacia atrás y apoyó su mano libre sobre el escritorio detrás de él. Miró cómo esa rosada lengua daba vueltas entre el vello de su estómago. Se hundió en su ombligo. Jax se olvidó de cómo respirar cuando le lamió la piel entre la abertura de sus jeans. El sonido de su cierre lo hizo tomar aire. Se apoyó un poco más y levantó las caderas. Si ella no le tocaba la verga pronto… La mano de Mike se deslizó en sus calzoncillos y le tocó la dura carne. Jax gimió, apretó el cabello de ella en su puño y trató de acercar más su boca a su palo. Ella le quitó los calzoncillos. Su verga saltó libre, dura y palpitante, contra su abdomen. “Lámela, Michaela”. Ella lo miró a los ojos mientras le pasaba la lengua desde la base de su asta hasta la cabeza...

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“¡Jaxon!”. Jax se sobresaltó cuando Mike dijo su nombre estridentemente. “¿Qué?”. “Te pregunté si querías café”. “Ah, sí. Seguro”. Jax se movió en la banqueta y tiró de la bragueta de sus jeans. Se alegró de estar detrás del desayunador, así Mike no podía ver su erección. No entendía por qué tenía constantemente recuerdos eróticos de Mike cuando nunca habían hecho el amor. Él siguió los movimientos de ella mientras llenaba dos jarras con café y tomaba crema líquida de la heladera para él. La bata se le abrió un poco, dejando a la vista su pecho y un indicio de la hendidura entre sus senos. Él sabía que los pezones de ella eran color rosa oscuro, las aureolas mucho más pálidas y del tamaño de una moneda plateada de un dólar. Tenía un pequeño lunar marrón debajo de su seno derecho y uno en la curva del cachete izquierdo de su trasero. Él no podría saber esas cosas a menos que hubiera visto su cuerpo. Ella apoyó un jarro frente a él antes de tomar del de ella. En lugar de tomar su café, él envolvió el jarro cálido con sus manos. “¿Estás lista para hablar de lo que nos pasó?”. “No sabemos qué nos pasó”. “Y eso te asusta”. Ella asintió con la cabeza. “Entonces averigüémoslo”. “¿De qué manera?”. Ella apoyó su jarro en el desayunador con tanta intensidad que el café se derramó. “¿Cómo lo averiguamos? No tenemos idea de dónde se fueron esas siete horas. Todo lo que sé es que he tenido…”. Ella se detuvo. Abrió grandes los ojos y se mordió el labio inferior. Su desliz lo intrigó. “¿Qué has tenido qué?”. “Nada”. “No, no. Esa respuesta no es lo suficientemente buena”. Jax se levantó de su banqueta y rodeó el desayunador. Se paró delante de ella, a no más de seis pulgadas de distancia. “Termina la oración”. Ella dio un paso hacia atrás, hasta que su trasero chocó contra el desayunador y no pudo retroceder más. “No es importante”. “Para mí sí lo es”. Ella desvió la mirada. Jax le tocó el mentón. “Sea lo que sea, puedes contármelo. Tú lo sabes”. Mike miró hacia abajo un rato antes de mirarlo. “No es nada. En serio”. Él no le creyó, pero no la presionaría si no estaba lista para hablar. En cambio, le pellizcó la punta de la nariz. “De acuerdo. Tú me dices cuando estés lista, ¿sí?”. Ella le sonrió sin fuerzas. “Muy bien”.

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Quizás necesitaban distraer sus mentes del misterio, al menos por un rato. “Tengo una idea. Vístete que te llevaré a desayunar afuera”. “Yo puedo cocinar algo…”. “¿Para qué cocinar si no tienes que hacerlo? Ve a vestirte”. “Necesito darme una ducha primero”. “¿Quieres que te lave la espalda?”. Jax la embromó, con la esperanza de hacerla sonreír de nuevo. Ella levantó un poco el mentón. “No lo creo”. Jax sonrió cuando Mike salió de la habitación con pasitos cortos. A él le encantaba molestarla. Su sonrisa desapareció. Mike y él tomarían un relajado y tranquilo desayuno, luego tenían que hablar sobre esas siete horas que perdieron. De alguna manera, descubrirían qué pasó. Jax no podría descansar hasta que resolviera el misterio.

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Capítulo cinco Mike se paró debajo de la ducha cálida y dejó que golpeara sobre su cabeza. No podía creer que estuvo a punto de contarle a Jax sus fantasías sexuales. Se habría sentido absolutamente mortificada si él descubría que ella había soñado despierta con él de una forma tan real esta mañana. O fue un recuerdo. Se quitó el cabello mojado de la cara. No, no fue un recuerdo. Una persona no podía tener un recuerdo de algo que nunca pasó. El agua le pareció un poco fría a Mike. Levantó la barra de jabón y la sostuvo entre sus senos mientras se inclinaba para ajustar la temperatura. Al mirar el jabón, una imagen vino a su mente… la imagen de algo más entre sus senos… Ella lo miró a los ojos mientras le pasaba la lengua desde la base de la verga hasta la cabeza. Ella casi sonrió al ver que los ojos de él quedaron desenfocados. “¿Te gusta eso?”, preguntó ella antes de pasarle la punta de la lengua alrededor de la cabeza. “Ah, sí”, dijo él con voz ronca. “Mucho”. “Levanta las caderas”. Él la obedeció instantáneamente. Mike tiró de sus jeans y calzoncillos hasta la mitad de los muslos. Ahora las dos manos de ella estaban libres para acariciarlo. Ella envolvió su asta con los dedos y los movió lentamente hacia arriba y hacia abajo por toda su longitud. “Eres grueso”. “Sí”. Su voz sonaba estrangulada. Ella siguió acariciándolo mientras él bombeaba con sus caderas. “¿Puedes acabar si te toco así?”. “Ay, sí”. Mike quería verlo desnudo, entonces le quitó la ropa y la dejó caer en el piso. Siguiendo un impulso, ella se inclinó hacia delante y acomodó la verga entre sus senos. “¿Así qué te parece?”. Él respiró profundo. “¡Por Dios, Mike!”. “¿No te gusta?”. “No puedo…”. Él se detuvo y tiró la cabeza hacia atrás. “Dios, qué bien se siente”. Mike no podía creer que esos movimientos valientes y atrevidos salían de ella. Ella no era virgen, pero nunca había sido tan descarada con un hombre. Esta nueva libertad se sentía bien.

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Mike juntó aún más sus senos. Ella acarició toda la longitud de la verga de Jax durante unos segundos, luego lo soltó para tomarlo con la boca. La lengua de ella humedeció su asta exhaustivamente antes de volver a colocarlo entre sus senos. Ella repitió la secuencia una y otra vez, hasta que Jax la agarró de la cabeza y alejó su boca de él. “¡Detente!”. Mike frunció el ceño. Ella estaba disfrutando demasiado para detenerse. “¿Por qué?”. Jax tomó su cara entre las manos y la besó con intensidad. “Porque estaba por acabarme”. “Eso quiero”, dijo ella suavemente. “¿Y qué hay de ti, Michaela?”. Ella le echó un vistazo a la pequeña habitación. El único mueble que tenía era el escritorio donde Jax estaba sentado. “Bueno, no es que vayas a darte vuelta y a dormir”. Jax rió en voz baja. “No. No lo haré”. Él pasó la mano por el cabello de ella. “Quiero acabar. Créeme, quiero acabar. Pero quiero que tú acabes primero”. Él la volvió a besar y susurró en su oído: “Quiero meter la lengua en tu concha”. Sus palabras hicieron que su cara se sonrojara. Hasta aquí llegó su nueva libertad. Con veintinueve años, la palabra “concha” todavía la hacía ruborizar. “¿Me dejarás hacer eso?”, Jax preguntó antes de besarla una vez más. Su clítoris latía y una tibia crema humedecía su bombacha al pensar en su boca sobre ella. Mike dijo que sí con la cabeza. Jax le dio otro beso ardiente que dejó sus piernas débiles antes de que él se deslizara hasta el suelo. Se dejó caer de rodillas, agarró sus jeans y los bajó lentamente por sus piernas. Cuando llegaron a sus pantorrillas, él fue por sus bragas. Ellas también recorrieron lentamente el camino de sus piernas. Mike se sacó los zapados con los pies y se aferró a los hombros de Jax mientras él le sacaba la ropa. Ella supuso que él se pondría de pie una vez que ella estuviera desnuda. En cambio, se quedó arrodillado delante de ella y deslizó sus manos hacia arriba y hacia abajo por la parte exterior de sus piernas, mientras su mirada la recorría. “Tienes un cuerpo hermoso, Michaela”. Él inclinó su cabeza hacia atrás y la miró a la cara antes de concentrar su atención entre sus muslos. Despeinó sus rojizos rulos púbicos con la punta de un dedo. Las comisuras de él se curvaron en una mueca. “Creo que no hay duda de que eres una colorada natural”. Su broma la hizo sonreír. “No, no. No hay dudas sobre eso”. “Creo que las coloradas son muy sensuales”. Él se inclinó hacia delante y le acarició la vulva con la nariz. “Tú eres muy sexy”. Mike no podía creer que ese era Jax –el hombre que adoraba, el hombre que había amado desde el primer momento que lo vio– quien le estaba diciendo esas palabras maravillosas. Ella no podía creer que era Jax el que la tocaba, abría sus labios con los pulgares y le pasaba la lengua por el clítoris. Ella gimió.

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Él la lamió lentamente; su lengua exploraba los pliegues para encontrar todos los lugares que le daban placer. Mike cerró los ojos y simplemente centró su atención en el momento. Abrió más sus piernas, y levantó las caderas para acercar su clítoris a esa lengua increíble… Mike dejó de frotarse el clítoris y metió dos dedos en su concha cuando el orgasmo le subió rápidamente por la columna. Su cuerpo se sacudió, sus piernas temblaron. Tuvo que morderse el labio inferior para no gritar. Ella no quería que Jax supiera que se estaba masturbando en la ducha. No tenía idea de cuánto había estado bajo el agua, fantaseando con el hombre en su cocina. Debieron ser varios minutos. Si ella no se apuraba a vestirse, Jax estaría golpeándole la puerta pronto. La idea de que Jax entrara en su baño, viera su cuerpo mojado y desnudo, hizo que su clítoris palpitara a pesar de su reciente orgasmo. Mike enjabonó su piel y se enjuagó en la refrescante agua. Se secó rápidamente, se envolvió con su bata y abrió la puerta. Jax estaba parado en el pasillo, apoyado contra la pared. “¿Necesitas ayuda para vestirte?”, preguntó él arrastrando la voz. El vapor salió del baño y los envolvió. Verlo tan pronto después de su fantasía erótica hizo que el cuerpo de Mike se calentara, pero el vapor no tuvo nada que ver. Él la embromaba con frecuencia. Mike siempre le respondía con otra broma. A ella le encantaban sus amigables bromas, las risas que compartían. Esto no se parecía a las bromas de costumbre. Esto parecía ser… de verdad. Estás deseando cosas que no existen. Él no siente por ti lo mismo que tú sientes por él. Mike se acomodó el cabello mojado detrás de las orejas. “Hace mucho tiempo que me visto sola, gracias”. “Apuesto que no es ni la mitad de divertido que si yo te ayudara”. “Pensé que a los hombres les gustaba desvestir a una mujer, no vestirla”. Él bajó la mirada hasta sus senos por un instante. “Desvestir también es divertido”. Ella se preguntó, por un instante de locura, qué haría él si ella aceptara su ofrecimiento. ¿Qué pasaría si ella se estiraba y le tocaba el pecho, dejaba que su mano se deslizara por su estómago hasta el borde de su buzo de los Osos de Chicago? ¿Qué pasaría si ella deslizaba la mano por debajo de ese buzo y tocaba su piel desnuda? Mike cerró los puños justamente para no hacerlo y dio un paso atrás. “Me vestiré así nos vamos a desayunar. Dame quince minutos”. Ella se apresuró hacia su dormitorio antes de que él pudiera hacer un comentario y cerró la puerta detrás de ella.

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Capítulo seis Jax apoyó la mano suavemente sobre la parte más fina de la espalda de Mike mientras la mesera los conducía a una mesa en un recinto reservado en el fondo del restaurante. Él había pedido privacidad, o toda la privacidad que pudieran conseguir en el restaurante grande y familiar que le gustaba a Mike. Él esperó que ella se deslizara en el cubículo, luego se sentó enfrente. La mesera hizo una gran sonrisa y les alcanzó el menú, primero a Mike, luego a Jax. Él pidió café para ambos, suponiendo que eso haría que la mesera se fuera. Pero en cambio ella siguió allí, como si tuviera todo el día para esperar su pedido, antes de que miraran el menú siquiera. “¿Qué pasó con ese café?”, preguntó Mike. La sonrisa desapareció de la boca de la mesera al mirar a Mike. “Ah, sí, por supuesto. Enseguida vuelvo”. Volvió a sonreír cuando miró nuevamente a Jax antes de retirarse. Mike meneó la cabeza. “No importa dónde vayamos. Las mujeres se agolpan a tu alrededor como los buitres con una zarigüeya muerta”. Jax no pudo evitar reírse de la analogía. El acento tejano de ella siempre era un poco más pronunciado cuando usaba lo que él llamaba “sureñismos”. “Bueno, no estoy seguro de que me guste ser comparado con una zarigüeya muerta”. “Sabes qué quiero decir. Eres tan guapo que las mujeres no pueden evitarlo”. Ella nunca le había dicho que era “guapo”. Aunque la imagen de Jax no rompía ningún espejo, él nunca le había prestado mucha atención a su aspecto. Lo había heredado de sus padres. Él simplemente trataba de verse lo mejor posible. Al escuchar el halago de Mike, su corazón se hinchó. “¿Tú crees que soy guapo?”. Sus mejillas se ruborizaron levemente y luego ella levantó ese obstinado mentón. “No seas modesto, Jaxon. Tú sabes que eres apuesto”. Él se encogió de hombros. “No lo había pensado. No soy yo el que debe mirarme”. “Créeme, mirarte no es ningún sacrificio para nadie”. “A mí me importa lo que tú piensas, Michaela. No me importa lo que piensen los demás”. Eso era cierto. Jax no se había dado cuenta hasta este momento cuánto le importaba la opinión de Mike. Él apoyó el codo sobre la mesa y descansó la cabeza sobre su puño. La estudió mientras ella estudiaba el menú. El cabello de ella caía enrulado hasta sus hombros. Llevaba puesto poco maquillaje, pero él se dio cuenta de que se había puesto máscara

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para pestañas. Eran largas de todas formas, pero la máscara color marrón oscuro las hacía ver más largas, más gruesas. Su mirada se desplazó lentamente hasta su boca. Labios suaves y carnosos, el inferior húmedo porque se lo acababa de mojar. Un cuello largo de marfil. Lindos hombros, ni anchos, ni angostos tampoco. Unos senos exuberantes, con esos pezones rosados… Él todavía no entendía por qué sabía el color exacto de sus pezones. Mike cerró el menú y lo dejó cerca del borde de la mesa. “Yo voy a comer un wafle acompañado con jamón”. “Tú siempre comes un wafle acompañado con jamón”. Ella sonrió. “Me gustan los wafles”. Él lo sabía. Él sabía tantas cosas sobre ella. Lo que no sabía era por qué perdieron siete horas de su vida la noche anterior. “Tenemos que hablar de lo que nos pasó, Mike”. Su sonrisa desapareció rápidamente. “Lo sé”. “¿Tienes alguna teoría?”. La mesera volvió antes de que Mike pudiera responder su pregunta. Jax pidió wafles y jamón para ambos, ya que no quería perder tiempo mirando el menú, así la mesera se iba de nuevo. Él apreciaba su obvio interés en él, pero tenía cosas más importantes en mente ahora que una conquista. Cuando la mesera se fue, él repitió la pregunta. “¿Tienes alguna teoría?”. Mike dijo que no con la cabeza. “Quisiera tener una, pero es un total misterio para mí. Esas siete horas simplemente se esfumaron”. “Mierda”. Jax se pasó la mano por el cabello. “Quizás sí era un OVNI, y nos raptaron. Eso sí que tiene más sentido que cualquier otra cosa que se me pueda ocurrir”. Cuando Mike no se rió de su chiste, Jax frunció el ceño. “Ey, no hablaba en serio”. Mike se acomodó el cabello detrás de las orejas. Miró a su alrededor, como vigilando para estar segura de que no podían oírla. Se inclinó hacia delante y apoyó los antebrazos sobre la mesa. “¿Y si eso es realmente lo que sucedió? ¿Y si realmente fuimos raptados?”. Jax se reclinó lentamente en su asiento, con la boca abierta. No podía creer lo que acababa de decir Mike. “No puedes estar hablando en serio”. Las mejillas de ella se ruborizaron levemente. “Sé que suena alocado. Me siento como una loca al decirlo. ¿Pero qué otra explicación hay?”. “Tiene que haber alguna”. “Tú me contaste que has cubierto historias sobre abducciones extraterrestres”. “Bueno, sí, pero nunca las creí”.

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Mike inclinó la cabeza. “¿Por qué no? ¿Quién puede decir que no hay vida en algún lugar allá afuera? ¿Realmente crees que la Tierra es el único planeta habitado en este universo enorme? ¿No sería eso… arrogante?”. Dicho de esa manera, Jax no supo cómo contestar sus preguntas. Siempre había pensado que la gente que entrevistaba sobre sus “abducciones” simplemente buscaba atención. Nunca creyó que alguien –o algo– los hubiera llevado en una nave espacial. “¿Estás de acuerdo con que podría haber otras formas de vida allá afuera?”, preguntó Mike. “Estoy de acuerdo que es posible. El universo es grande”. Él se inclinó hacia adelante y apoyó las manos sobre los antebrazos de ella. “Eso no significa que fuimos abducidos. ¿Por qué elegirnos a nosotros? No somos especiales”. “No lo sé. Sólo sé que tengo continuamente…”. Ella se detuvo y abrió grandes los ojos. Alejó los brazos de él y se reclinó sobre su asiento. Por tercera vez esta mañana, ella no había terminado la oración. Los ojos de Jax se entrecerraron. Él tenía que averiguar qué escondía ella. “¿Tienes constantemente qué cosa?”. “Nada”, dijo ella rápidamente, sin mirarlo. “Michaela, contéstame. ¿Tienes constantemente qué cosa?”. La mesera llegó con sus desayunos antes de que Mike dijera nada más. Jax maldijo la interrupción en silencio. Mike comenzó a comer con voracidad, obviamente sin ningún apuro por hacerle una confidencia. Bien. Él comería su desayuno también y luego la volvería a interrogar. Mike pudo sentir que Jax la observaba mientras comía. Trató de actuar con normalidad, haciendo como que los ojos de él no estaban perforando un agujero en su cuero cabelludo, como si tratara de leerle la mente. A mitad del desayuno, Mike dejó de comer. Su wafle se había comenzado a agrandar en su estómago y no le dejó lugar ni para una miga más. Una mirada al plato de Jax le mostró que él no tenía el mismo problema. Él sumergió el último bocado de wafle en el jarabe de arce en su plato y se lo llevó a la boca. Jax corrió el plato vacío a un lado y levantó su jarro de café. “¿Por qué piensas que fuimos abducidos?”. “No dije que fuimos abducidos, dije que era una posibilidad”. Las cejas de él se juntaron al fruncir el ceño. “Está bien, de acuerdo. ¿Por qué piensas que es una posibilidad que nos hayan abducido?”. “Porque realmente pienso que hay otras formas de vida fuera de la Tierra. Y creo que es una posibilidad que las otras formas de vida sean más avanzadas que nosotros, que puedan viajar a través del espacio, cuando nosotros no hemos desarrollado la

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tecnología para hacerlo todavía. Quizás sienten curiosidad sobre nosotros, entonces ellos… nos toman prestados durante un tiempo para ver cómo nos… funcionamos. O quizás algunos hasta vivan aquí con nosotros”. Jax no dijo nada. Mike se encogió en su asiento. Ella no se avergonzaba de sus ideas, pero quizás éste no era el momento apropiado para compartirlas con Jax. Él apoyó el jarro sobre la mesa con un fuerte ruido. “Vámonos”. Ella quedó boquiabierta al verlo juntar su chaqueta del asiento al lado de él. “¿Irnos?”. “Sí”. Él se puso de pie y sacó la billetera del bolsillo trasero. “Esa mesera viene hacia aquí otra vez”. Él sacó un billete de veinte dólares, lo puso sobre la mesa y se estiró para agarrar la mano de Mike. Él la puso de pie de un suave tirón. “Quiero hablar de esto en privado”.

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Capítulo siete Jax permaneció en silencio durante el trayecto de vuelta a la casa de Mike. Ella lo miraba con frecuencia, preguntándose si debería tratar de empezar una conversación. Él tenía el ceño fruncido, como si estuviera concentrado en sus pensamientos. Ella decidió no molestarlo, se acomodó en su asiento y miró el paisaje por la ventana. Mike notó una pareja parada cerca de un auto estacionado cuando Jack disminuyó la velocidad por un semáforo. El hombre le agarraba la cara a la mujer y la besaba. La imagen frente a ella se desvaneció. Otra imagen atravesó velozmente la cabeza de Mike… Jax le pasó la lengua por el clítoris una y otra vez, hasta que el orgasmo galopó por el cuerpo de ella. Se le debilitaron las piernas y las rodillas se le aflojaron. Sólo los fuertes brazos de Jax alrededor de ella evitaban que se cayera. De pie, Jax la agarró de la cintura, la dio vuelta y la acomodó sobre el escritorio. Jax tomó su cara entre las manos y la besó con intensidad. Su bigote estaba húmedo con los jugos de ella. Mike podía sentir el sabor de sí misma en sus labios, en su lengua. Era tan erótico, sentir el sabor de sí misma y de él al mismo tiempo. Ella sintió los dedos de él entre los muslos. Mike separó sus piernas un poco más y le dio lugar para que la tocara como él quisiera. “Me encanta lo mojada que estás”, él susurró contra los labios de ella. “Tu lengua me dejó así”. “Mi lengua ayudó, pero esto es más que nada tuyo”. Él levantó la cabeza y la miró a los ojos mientras empujaba dos dedos dentro de su concha. Mike respiró con un siseo y arqueó la espalda. Se sentía tan bien cuando él la tocaba. “¿Te estoy lastimando?”. “No, no. Es maravilloso”. “En ese caso…”. Por los labios de él cruzó una sonrisa maliciosa. “Veamos cuántas veces puedo hacerte acabar”. Él empujó sus dedos más adentro de ella y los hizo girar un poco antes de presionar hacia arriba. Mike boqueó de placer. “Encontré tu punto G, ¿no?”, preguntó él, con un dejo de arrogancia en la voz. “Ay, sí”. Mike se inclinó hacia atrás y apoyó su peso sobre su mano, dejando su cuerpo completamente abierto para él. “Frótala más duro”. Él la obedeció al instante y aplicó más presión con movimientos circulares. “¿Cómo se siente esto?”.

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Mike suspiró. “Perfecto”. “Levanta tus pies y apóyalos en el escritorio”. Ella lo hizo y dejó que sus piernas quedaran bien abiertas. Jax le acarició el pezón derecho con su mano libre mientras seguía moviendo sus dedos dentro de ella. Mike cerró los ojos y se mordió el labio inferior para no gritar. Otro orgasmo se acercaba, ya casi llegaba… Llegó a la cima cuando Jax tiró de su pezón izquierdo con sus labios y chupó con fuerza. “¡Jaxon!”. Ella no pudo evitar gritar cuando el placer inundó su cuerpo. Ella sacudió sus caderas y se montó sobre las olas hasta que se desvaneció la última ondulación. Sólo entonces pudo abrir los ojos otra vez. Jax estaba parado frente a ella, con la verga dura y los ojos feroces de deseo. Él se veía como si se la quisiera devorar por completo. Mike se apoyó en el escritorio. “Tómame”, susurró ella. Jax sacó los dedos del cuerpo de ella. Deslizó los brazos por debajo de sus muslos, levantó sus caderas y condujo su asta dentro de ella con una sola embestida. La falta de movimiento en la camioneta trajo a Mike de vuelta de su fantasía. Sacudió la cabeza y pestañeó para poder enfocar la vista de nuevo. Deseó poder controlar su cuerpo con facilidad. Su piel estaba caliente, pegajosa. Su corazón latía con fuerza. Su concha lloriqueaba. Sus pezones penaban. Mike supo que una lamida sobre su clítoris la haría acabarse. Como no podía conseguir ningún alivio ahora, respiró hondo y exhaló lentamente. Cuando estuvo segura de que podía hablar sin comerse ninguna palabra, dio vuelta la cabeza y miró a Jax. Él estaba sentado con el brazo izquierdo alrededor del volante, el brazo derecho sobre el espaldar del asiento, mirándola. Mike tragó saliva. Él no podía saber cómo se sentía justo ahora… cómo ansiaba hacer realidad sus fantasías. Deseó poder llevarlo dentro de su casa y conducirlo al dormitorio. Lo empujaría sobre su cama y no lo dejaría levantarse por el resto del día. Él abrió la puerta y se bajó de la camioneta antes de que Mike pudiera decir nada. Ella lo vio rodear el capó hasta llegar de su lado. Siempre un caballero, donde fuera que iban juntos en auto, él le abría la puerta y le estiraba la mano para ayudarla. En lugar de soltar su mano una vez que ella se había bajado de la camioneta, él la siguió agarrando mientras caminaban hasta la puerta trasera de la casa de ella. El corazón de Mike comenzó a latir con fuerza otra vez. Algo tan simple como tener los dedos de él entrelazados con los suyos se le subió a la cabeza. Mike abrió la puerta y dejó pasar a Jax a la cocina. Ella se quitó la chaqueta y la colgó de una de las sillas de su pequeño rincón para desayunar, mientras miraba a Jax que hacía lo mismo. Su cuerpo todavía vibraba con deseo. Pararse cerca de él no ayudaba.

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Ella decidió que debía hacer algo normal para calmar sus hormonas, se dio vuelta y caminó hasta la cafetera eléctrica. Lo hizo en no más de dos pasos. Jax la empujó contra la mesada y la acorraló entre sus brazos. “¿Qué te pasó en mi camioneta, Michaela?”, le preguntó suavemente. Mike miró fijo los ojos tempestuosos de él. Como no podía decirle la verdad por nada, buscó frenéticamente en su cerebro una mentira convincente. “No me pasó nada”. “No me vengas con tonterías, Mike. Te vi mirar a esa pareja que se besaba. Te vi frotándote los brazos, moviéndote en el asiento”. Él bajó la vista hasta sus senos. “Vi cómo se te endurecían los pezones”. Él volvió a mirarla a los ojos. Las emociones en los ojos de él habían cambiado. Aún tempestuosos, también reflejaban calor… y deseo. “¿Mirar a la pareja te hizo acordar de algo?”. “No sé de qué estás hablando”. Despegó su mirada de la mirada de sabelotodo de él y le empujó el brazo izquierdo para tratar de liberarse. “Suéltame”. “De ninguna manera. No hasta que hayamos aclarado esto”. Era lo mismo que si empujara una vara de acero. Su brazo no se movió. Ella siguió intentando, decidida a escapar de él antes de que se le escapara algo de lo que se arrepentiría. “Estábamos en una habitación blanca”, dijo Jax suavemente. Sus palabras hicieron que ella se congelara. Lentamente, ella lo miró a la cara. “¿Qué?”, dijo ella sin fuerzas. “Todo era blanco: el suelo, las paredes, el cielorraso. No había puertas. No había ventanas. Había un gran tragaluz en el cielorraso. El único mueble en la habitación era un escritorio grande. Creo que era de caoba”. El corazón de Mike comenzó a latir con fuerza. Él estaba describiendo su fantasía. No era posible. “¿Cómo…?”. “Estábamos parados en el centro de la habitación”, siguió él antes de que ella pudiera terminar la pregunta. “Yo no estaba seguro de qué hacer. Creo que tú tampoco lo sabías. Tú estabas parada quieta, con los brazos cruzados sobre tu estómago, mirando frenéticamente cada rincón de la habitación. “Buscando una salida”, susurró ella. Jax asintió con la cabeza. “Eso es lo que me imaginé. Luego de unos minutos, supimos que no había forma de salir. Comenzamos a hablar…”. “Sobre nuestros trabajos…”. “Y nuestra amistad. Yo te hice una broma sobre tu cabello ensortijado”. Él tocó el cabello de ella y envolvió un grueso rulo alrededor de su dedo. “Tu cabello es hermoso, Michaela, no ensortijado”. Ella sintió los párpados pesados cuando él le pasó la mano por debajo del cabello y comenzó a acariciar su cuello.

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“Yo te tocaba así…”. “Tú me besaste…”. “Tú también me besaste”. Él se le acercó. “Por el tragaluz entraba la luz del sol. Resaltaba tu cabello, lo hacía ver brilloso. Yo seguía pasando mi mano por él. No me cansaba de tocarlo”. “Tú me preguntaste si tenía miedo”. Jax asintió con la cabeza. “Tú dijiste que sí, que temías que yo me desilusionara contigo. Yo te dije que nunca podría desilusionarme contigo”. En el estómago de Mike se habían alojado mil mariposas que luchaban por su propio espacio. Fue real. No había sido una fantasía, ni había soñado despierta. Ella realmente estuvo con Jax en esa habitación. Ellos en realidad habían… “Hicimos el amor”, dijo ella, con voz temblorosa. Él la agarró más fuerte del cuello. “Sí, lo hicimos”. “Bueno, por supuesto que lo hicieron”, dijo una estridente voz masculina. “Así lo planeé exactamente”.

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Capítulo ocho Jax se dio vuelta, empujando a Mike automáticamente detrás de él para protegerla con su cuerpo. Había un hombre parado a seis pies de ellos. Tenía cabello oscuro peinado hacia atrás y cara redonda. Su generosa contextura estaba cubierta por un traje blanco. Jax notó con una mirada a su cuerpo que hasta los zapatos del hombre eran blancos. Algo en él se veía familiar… Mike tocó el brazo de Jax al inclinarse hacia un lado de él. “¿Claud?”, preguntó ella, con la voz llena de descreimiento. El hombre sonrió. “Hola, Michaela”. “¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo entraste?”. Jax miró a Mike por encima de su hombro. “¿Lo conoces?”. “Él es uno de los porteros del periódico. ¿Tú no lo conoces?”. Jax se encogió de hombros. “Se ve algo familiar”. “No te sientas mal por no reconocerme, Jaxon. Hoy me veo un poco diferente de cómo me veo en el periódico. Además no te veo con la frecuencia que veo a Michaela”. El hecho de que él sabía sus nombres no hizo sentir nada cómodo a Jax. Acercó a Mike más cerca de su cuerpo. “Veo que todavía tienes dudas sobre mí”, dijo Claud. “Déjame presentarme formalmente”. Él golpeó sus talones, uno contra el otro, y bajó la cabeza. “Claudius Ulysses Pervis Ichabod Derryberry Oswald, a su servicio”. “Claudius Ulysses Per… ¿C U P I D O? ¿Tú eres Cupido?”. Esta vez, Claud se inclinó cortésmente. “Sí, lo soy”. Jax resopló de la risa. “Sí, claro”. Claud frunció levemente los labios. “¿Dudas de mí?”. “Bueno, discúlpame, Cupido”, dijo Jax mientras sacudía la mano en dirección a Claud, “pero tú no te ves en absoluto como un querubín que lleva un arco y una flecha”. “Patrañas. Una imagen que crearon para vender tarjetas el día de San Valentín. Te lo aseguro, soy Cupido. Y soy el responsable de que ustedes dos estuvieran juntos en esa habitación”. Mike dio un paso desde atrás de Jax antes de que él tuviera oportunidad de detenerla. “¿Tú eres el responsable? ¿No nos raptaron unos alienígenas?”. Claud sonrió con ternura. “Fueron abducidos, Michaela, pero no por alienígenas. Los he observado desde que Jaxon vino a trabajar al periódico. Sé cuánto lo amas”. 101


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Jax giró rápidamente la cabeza para mirar a Mike. Toda su cara se ruborizó. “¿Tú me amas, Michaela?”, preguntó él suavemente. Ella cruzó los brazos debajo de sus senos, pero no lo miró. “Sí, ella te ama”, dijo Claud, “tanto como tú la amas a ella. Como ustedes dos no tenían apuro por llevar adelante su relación hacia donde debería estar, decidí que era tiempo de… darle un empujoncito a la cuestión”. Jax quedó boquiabierto. Seguro, quería a Mike. La quería mucho y valoraba su amistad. Pero ¿amarla? “Bueno, espera un minuto…”. “Ah, no te veas tan conmocionado, Jaxon. Piénsalo. Ella es la primera a la que acudes cuando has escrito un artículo que te enorgullece. Ella es la única mujer con la que has podido compartir tus verdaderos sentimientos. Ella es la única que llamas cuando simplemente necesitas hablar. ¿No llamarías a eso amor?”. Jax miró a Mike. Ella estaba de pie, inmóvil, mirándolo con los ojos llenos de aprensión. Él miró ese glorioso cabello rojizo que le encantaba tocar, sus hermosos ojos verdes, su simpática nariz respingada. Miró sus labios carnosos y recordó cuántas veces se había preguntado qué gusto tendrían. Pensó en lo que dijo Claud, sobre cómo siempre era Mike con la que él hablaba primero, era Mike a la que acudía cuando necesitaba que le levantara el ánimo. Siempre era Mike la que lo escuchaba sin juzgarlo, sin criticarlo… aun cuando probablemente necesitaba una crítica. Él se acercó y tomó la cara de ella entre sus manos. Su corazón golpeaba al ver la mirada de adoración en los ojos de ella. “Sí”, respondió en voz baja. “Yo lo llamaría amor”. Él la besó suavemente, en un mero cruce de respiraciones. Cuando terminó, la envolvió con sus brazos. Apoyó el mentón sobre su cabeza y absorbió la sensación de su cuerpo contra el de él. Ah, sí, era definitivamente amor. Claud sonrió con felicidad. “Me encantan los finales felices. Lo supe, cuando ustedes dos pasaron casi siete horas haciendo el amor, que todo saldría bien”. Él sonrió ampliamente. “Buen trabajo, Jaxon”. Un calor no acostumbrado subió por las mejillas de Jax. Mike enterró la cara en el cuello de él. Ella tenía que estar tan avergonzada como él al pensar que Claud sabía todo sobre cuando hicieron el amor. “No se sientan avergonzados”, dijo Claud. “Yo no los estuve mirando”. Y el sexo es algo maravilloso. Especialmente entre dos personas que se aman”. Él se hamacó sobre los talones. “Bueno, mi tarea aquí ha concluido. Y justo a tiempo, ya que me tengo que encontrar con Betsy para almorzar”. “¿Betsy?”, preguntó Jax. “Tú la conoces como el Hada de los Dientes”. “Por supuesto”, dijo Jax, luchando por no reírse. 102


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“Sean felices el uno con el otro. Ningún problema es tan grande que no se pueda resolver con amor”. Con ese comentario, desapareció. Jax abrazó a Mike antes de moverse hacia atrás para verle la cara. “¿Yo estaba soñando o había un tipo aquí con un traje blanco que decía ser Cupido?”. Mike sonrió. “No estabas soñando. Claud estuvo aquí realmente”. “¿Y tú estás enamorada de mí?”. Ella deslizó los brazos alrededor de su cuello y hundió los dedos en su cabello. “Estoy enamorada de ti”. “Ah, Michaela”. Él pasó las manos por su columna, hacia arriba y hacia abajo. “¿Por qué tardé tanto en darme cuenta de que te amo?”. Él bajó la cabeza y le dio un beso debajo de la oreja. “Podríamos haber estado haciendo el amor todos estos meses”. La respiración cálida de ella le acarició el cuello cuando suspiró. “Sí, podríamos haberlo hecho”. Jax rodeó su lóbulo con la lengua. “Entonces, ¿crees que debemos empezar a recuperar el tiempo perdido?”. “Definitivamente”. Jax levantó la cabeza y le sonrió. “Me gusta tu forma de pensar”. Él deslizó su mano por debajo del suéter de ella para poder tocar su piel desnuda. “¿Si comenzamos aquí y vamos pasando por todos los lugares de tu casa?”. Mike dijo que no con la cabeza. “Te quiero en mi cama primero”. Mike tomó la mano de Jax y lo condujo hacia el dormitorio. Ningún hombre le había hecho el amor en su propia cama. Había tenido sexo, pero nunca había hecho el amor. En su corazón, había una diferencia enorme. Ella se detuvo al lado de la cama. Se puso frente a Jax, agarró el borde de su buzo y se lo sacó por la cabeza, y luego lo dejó caer al suelo. El poder tocarlo, tocarlo libremente, hizo que sus manos temblaran. Ella no pensó que era posible necesitar tanto a alguien. Mike tocó su pecho. Al principio ella no movió las manos, pero simplemente disfrutó de la tibieza de su piel salpicada de vello. Pronto la abrumó el deseo de más. Deslizó los dedos por su pecho y hasta su estómago, y se detuvo al llegar a la cintura de sus jeans. “No te detengas ahora”, dijo Jax con voz ronca. Ella lo miró a los ojos, puso una mano sobre su erección y apretó. Jax hizo un silbido al respirar entre los dientes. “Ah, nena, eso es tan lindo”. Sí, lo era, pero Mike tenía que tener más. Tenía que poder tocarlo todo.

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Él debió haber leído su pensamiento, porque se desabrochó los jeans. Mike lo miró sacarse los zapatos con los pies y quitarse los jeans y las medias al mismo tiempo. Él se paró delante de ella desnudo y muy excitado. Cada parte femenina de ella ansiaba por él. “Tienes puesta demasiada ropa, Michaela”. Él tomó el borde de su suéter con las manos, pero lo soltó antes de sacarle la prenda. En cambio, se sentó en el borde de la cama. “Yo te saqué la ropa anoche. Ahora desvístete para mí”. Una oleada de excitación maliciosa atravesó su cuerpo. Mike nunca se había desvestido delante de un amante mientras miraba cada movimiento que hacía. Nunca amaría a un hombre como amaba a Jax. Eso le dio el coraje para hacer lo que le pidió sin dudarlo. Mike tiró de su suéter sobre su cabeza y lo dejó caer sobre la pila de ropa de Jax. Él bajó la vista hasta sus senos. “Lindo sostén”, dijo él con voz áspera. Mike pasó las manos por las tazas azules del sostén que cubría sus senos. “Tengo una debilidad por la ropa interior bonita”. “Eso pensé, ya que anoche llevabas puesto un sostén rosa y unas bragas haciendo juego”. Él limpió su garganta. “¿Tus bragas hacen juego con tu sostén otra vez?”. “¿Quieres que te muestre?”. “Ay, sí”. Un strip-tease lento sería divertido… la próxima vez. Ahora, ella deseaba demasiado a Jax como para hacer algo lentamente. Ella miró su magnífica verga dura y se quitó el resto de la ropa rápidamente. Cuando estuvo tan desnuda como él, se acercó a Jax. Envolviendo su cuello con los brazos, ella lo besó ávidamente. Ella sintió que sus manos se aferraban a su trasero mientras le devolvía el beso. Mike separó sus labios de los de él. “Recuéstate”, susurró ella. Jax se movió en la cama hasta que se recostó en toda su longitud, con la cabeza apoyada en la almohada de Mike. Ella gateó sobre su cuerpo y se montó sobre sus caderas. Tomó su verga entre las manos y se empaló a sí misma con un movimiento descendente de su pelvis. Jax dejó salir un largo gemido. “Por Dios, Michaela”. Ella levantó las caderas hasta que su asta casi se sale de su cuerpo, luego volvió a empalarse. “¿No te gusta?”. “¡Demonios, sí que me gusta! Pero pensé que querrías un poco de juego erótico antes”. “He tenido juegos eróticos toda la mañana. Ahora quiero esto”. Ella impuso un ritmo sobre él… un ritmo que pronto tendría a ambos cubiertos de sudor y respirando intensamente. Ella quería que dure lo más posible, pero también quería acabar desesperadamente.

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Jax hizo la elección por ella. Deslizó el pulgar entre sus piernas y le frotó el clítoris con movimientos circulares. Sólo tomó tres círculos. Mike lanzó su cabeza hacia atrás y gimió cuando el orgasmo se apoderó de su cuerpo. Jax se estremeció debajo de ella. Lentamente, Mike se estiró sobre él. Cruzó los brazos sobre el pecho de él y descansó el mentón sobre sus manos. Un suspiro de satisfacción se escapó de sus labios. “¿Feliz?”, le preguntó él. “Intensamente”. Jax sonrió. “Yo también”. Sus manos subieron y bajaron por la espalda de ella en lentas caricias. “Eres una amante maravillosa, Michaela”. “Tú también”. Ella sacó una mano de abajo su mentón para poder tocarle el pecho. “Te das cuenta de que no habrá más rubias tontas en tu vida, ¿no? Ni castañas, tampoco”. “La única mujer que deseo en mi vida es una hermosa colorada con una simpática nariz respingada”. “Buena respuesta, Jaxon”. Él sonrió. “Eso pensé”. Sus manos se paseaban por el trasero de ella. “Hablando de respuestas, me debes una”. “¿Ah, sí?”. “Sí. Antes te pregunté si dormías desnuda. Nunca me lo dijiste”. Mike dejó que una lenta sonrisa estirara sus comisuras. “Supongo que tendrás que quedarte aquí y averiguarlo”. Fin

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Acerca de la autora Lynn LaFleur nació y creció en una pequeña ciudad de Texas en el área de Dallas y Fort Worth. Lleva en la sangre la escritura, ya que a los ocho años escribió su primer “cuento” para una tarea de Lengua. Además de escribir cada vez que puede, a Lynn le encanta leer, coser, atender el jardín y aprender cosas nuevas con la computadora. (¡Está decidida a dominar los programas Paint Shop Pro y Photoshop!) Luego de vivir en distintos lugares sobre la costa oeste durante 21 años, está de vuelta en Texas, a 17 millas de su ciudad natal. A Lynn le encantaría saber qué dicen sus lectores sobre lo que escribe, sus libros, su impresión sobre su página web… ¡lo que sea! Los comentarios, elogios y críticas son todos igualmente bienvenidos. Lynn agradece comentarios de los lectores. Usted puede encontrar su sitio Web y dirección de correo electrónico en su autor página bio en www.ellorascave.com

Otras obras de Lynn LaFleur Enchanted Rogues anthology Happy Birthday, Baby Holiday Heat anthology Two Men and a Lady anthology


LA NOVIA DEL PILOTO DE LA OSCURIDAD Crickett Starr


Cricket Starr

Capítulo uno Caía la noche. El sol se ponía a su derecha, y Josia tuvo que girar dolorosamente la cabeza para ver cómo se hundía el disco rojo verdoso detrás del contorno marrón del bosque. Como sus manos estaban atadas a la rama de un árbol sobre su cabeza, no había mucho más que pudiera hacer. Un pequeño destello y se habría ido. La sacudió una sensación de desesperanza cuando la luz que quedaba se desvaneció en el cielo y dio paso al oscuro púrpura de la noche. Su última puesta de sol, la última vez que vería el sol de este mundo mal parido en donde había nacido. Mañana a esta hora estaría muerta… o se habría ido. O peor. Josia suspiró. Su vida hasta ahora no había sido emocionante, pero lamentaba ver que terminara; de ahí, las ataduras. Los mayores de la colonia no correrían ningún riesgo con la última “novia” para entregar a cambio de provisiones de las colonias interiores. La guerra en otra parte del sector había desbaratado varias visitas esperadas, lo que convirtió lo que debía ser un corto intervalo en más de quince años hasta hoy. Si esta transferencia fallaba, podía significar que no recibirían más apoyo de afuera. Hacía mucho tiempo, se hizo un trato con la Liga de los Pilotos de la Oscuridad, que controlaba el tráfico espacial en este cuadrante. Una nave vendría una vez cada varios años con correspondencia de los planetas de origen, además de las muy necesarias provisiones médicas y técnicas, que sólo se podían fabricar fuera del planeta. Se llevaría los productos artesanales que producía la colonia: figuras talladas a mano y tela tejida con materiales nativos. Algunos de los mejores tejidos de Josia estaban apilados en canastos en el borde del claro en el bosque. A cambio, la Liga pedía alguna que otra cosa como pago: un donante de sangre humana para el Piloto de la Oscuridad que controlaba la nave, alguien para picar durante su largo viaje por las estrellas. Josia no pudo evitar estremecerse, los Pilotos de la Oscuridad eran vampiros. Como las donantes eran generalmente de sexo femenino y los pilotos, masculinos, se había inventado el término novia para el sacrificio, pero todos sabían que las esperaba un destino más negro. Ninguna novia había vuelto jamás, y Josia sólo podía imaginarse lo peor. Aun así, recordó la voz del piloto a través de la unidad de comunicaciones de la colonia después de que entró en el sistema solar Demma dos semanas atrás. Profunda, rica y masculina, su sonido la hizo estremecerse de deseo más que de terror mientras él daba las últimas instrucciones para la entrega. No sonaba como un demonio en absoluto.

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Una brisa nocturna atravesó el claro donde la habían dejado y agitó los bordes de la bata abierta que llevaba puesta. Ella se estremeció, sólo en parte por el frío. Tan pronto como le ataron las manos al árbol, los bastardos desataron la liviana prenda, dejando sus senos al desnudo, haciendo de ella un “sacrificio” apropiado para el Piloto de la Oscuridad que venía a reclamarla. No importaba que ella estuviera demasiado pesada y vieja para esa prenda de seducción. Bueno, quizás vieja no… después de todo, sólo tenía treinta y dos años regulares. Pero la tradición decía que la novia del Piloto de la Oscuridad debía ser una mujer joven y atractiva, preferentemente virgen. Esto último fue la única razón por la que pudo convencer al comité de que la dejara reemplazar a Kissa cuando a su hermana menor le tocó el azulejo con el emblema del Piloto de la Oscuridad en el sorteo. Josia no tuvo opción. Discutió con ellos, y les señaló que su hermosa hermana era una posesión más valiosa para la colonia que ella. Aunque la tela que Josia tejía era considerada la mejor, existían otras tejedoras para reemplazarla, y, a diferencia de otras mujeres de la colonia, nunca había encontrado marido. Como sus padres habían muerto mucho tiempo atrás, nadie extrañaría a Josia además de su hermana. La bata abierta había sido diseñada para alguien de figura más delgada. Apenas le cerraba cuando se la dejaron atar, y ahora se abría, revelando cada falla física que tenía. Le habría quedado bien a Kissa, pensó Josia. Pero ella no podía dejar que se llevaran a su hermana menor, que ni siquiera tenía veinte años. El azulejo que le había tocado a Kissa ahora estaba atado alrededor de su cuello, como una etiqueta en un pedazo de carne en la carnicería. Eso es lo que era: carne para un monstruo. Josia se estremeció ante lo que le haría el piloto cuando viera su triste apología de novia. Quizás estaría demasiado enojado para hacer otra cosa que simplemente beber toda su sangre y matarla inmediatamente. Eso no era gran consuelo. Josia trató de estirar su espalda contra el tronco del árbol detrás de ella para aliviar la tensión en sus muñecas. Ella ansiaba que la liberaran de sus ataduras. De hecho, casi deseaba que el demonio apareciera y pusiera fin a su sufrimiento… Un destello de luz iluminó el rabillo de su ojo, y Josia escuchó el constante zumbido de una nave espacial que se aproximaba. Una delgada aguja descendió del cielo y se posó en el césped en el límite opuesto del claro, a suficiente distancia para que los bienes recolectados y Josia estuvieran a salvo de la estela del motor. Un poco después, se abrió una puerta en el costado, que dejó ver una figura masculina delgada. Josia gimió en voz alta. Realmente debía tener más cuidado con lo que deseaba.

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Dimitri bajó de la nave y respiró hondo el fresco aire de Deema 7. Por la puerta abierta sobre su hombro salieron las últimas instrucciones de su fastidiosa computadora. “Ahora recuerda, esta gente no ha visto a un Piloto de la Oscuridad en años. Seguramente han surgido todo tipo de ideas extrañas. Tú representas su primer contacto con el exterior en más de una década”. Los tonos entrecortados de la computadora siguieron monótonos hablando sobre el protocolo de la Liga, y Dimitri tuvo que reprimir el impulso de decirle dónde meterse sus consejos. Esta no era la primera vez que hacía uno de estos aterrizajes. “Ah, una cosa más”. La voz de la computadora se tornó lastimera. “Si no te gusta la hembra, trata de dejarla caer suavemente esta vez. No queremos otro incidente como el de Londas 4”. Dimitri hizo una mueca. “Lo recordaré, Arthur. Pero no tuve demasiadas opciones”. Londas 4 había sido un error, pero más que nada culpa de la gente de allí, no suya. La mujer de Londas, hermosa a la vista aunque un poco demasiado delgada para excitarlo, había tomado el ritual de la alimentación con una predisposición excepcional, hasta que él le explicó cuál sería su rol en el mundo de los Pilotos de la Oscuridad. Después de no poder seducirlo, se horrorizó al descubrir que todo lo que él quería era su sangre… y él ni siquiera quiso eso después de leerle la mente. De alguna manera se le había metido en la cabeza que su mordida la convertiría en un vampiro y planeaba toda una campaña de venganza sobre los miembros de su colonia una vez que se volviera como él. Justo lo que los Pilotos de la Oscuridad necesitaban, una ofrenda lunática. La devolvió a su gente pateando y llorando, y se mantuvo a artiheme para el viaje a Demma. Dimitri se estremeció. Se suponía que la sangre fabricada era tan saludable como la real, pero estaba cansado de su sabor. A decir verdad, estaba cansado de algo más que de eso. Ser un capitán en la Liga de los Pilotos de la Oscuridad le permitía ver el universo, pero él pasaba la mayoría del tiempo solo en el espacio. Seguro, tenía la compañía de Arthur, pero necesitaba algo más que algún que otro juego de ajedrez astral para quedar satisfecho. Necesitaba a alguien a quien tocar, a quien abrazar. Alguien para besar y acurrucarse en la larga oscuridad del espacio. Alguien de sangre dulce y caliente y una concha estrecha… La verga de Dimitri saltó y él casi gime en voz alta. Arthur podía ser buena compañía, pero un hombre no podía cogerse a una computadora. Con la guerra, ¡hacía casi veinte años que no estaba con una mujer! Aun si la hembra que los Deemanos le prometieron resultaba ser una perra malintencionada, fea como el pecado y esquelética como un riel, él tenía la intención de llevarla con él. Ella le daría sangre y compañerismo hasta que pudiera dejarla en el próximo planeta en su

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recorrido. Y sexo también, si podía soportar estar tan cerca de ella. Si era necesario, mantendría los ojos cerrados y la mente anulada. La brisa en el claro aumentó y pasó cerca de él, y eso le hizo percibir el olor a vegetación fresca y otros aromas exóticos. Respiró hondo y luego otra vez, cuando un olor atrapó su atención. Mujer. Había olor a una mujer en el aire, único, cálido, rico y tentador. Con los ojos brillosos, el estómago de Dimitri rugió mientras su verga se endurecía debajo de los pantalones del uniforme. Ese olor prometía, y él no podía esperar para probarlo. Trató de serle indiferente. “Seré amable con ella, Arthur. Tú prepara las provisiones para la colonia para descargarlas”. La risa de la computadora le dijo que no había podido esconder su ansiedad, pero él lo ignoró mientras seguía el leve rastro hacia donde sus sentidos le indicaban que la mujer estaba esperando. Dimitri se detuvo impactado cuando se acercó lo suficiente para verla. ¡La habían atado a un árbol! Horrorizado, miró de reojo los brazos casi desnudos de la mujer estirados sobre ella, hecho que la dejaba indefensa contra cualquier cosa que podría haber salido del bosque para atacarla. Indefensa ante él también. El susurro insidioso de su subconsciente no lo puso de mejor humor, especialmente cuando su verga se endureció más aún ante la sugerencia. Él se puso en contacto con su ira. No estaba bien que sus mayores la hubieran atado. Atada para él, dijo el susurro otra vez. Sí, bueno, eso no quería decir que él iba a jugar su juego. Dimitri caminó a grandes pasos, con la intención de liberarla. Ellos sin duda la habían atado bastante antes del atardecer, así que ella probablemente estaba realmente dolorida. Ella levantó la cabeza cuando él se acercó, y él nuevamente se detuvo en su camino. Ella giró la cara hacia él, redonda como la luna, con una piel suave y pálida que parecía porcelana. Él encogió los dedos al mirar su carne, ya anticipándose a cuando acariciara a esa belleza. Parecería satén al tacto. Un cabello oscuro caía en ondas sedosas por los costados de su cara, sobre los hombros y más abajo para cubrir casi por completo sus senos pulposos y pesados. Dimitri casi dejó de respirar. Senos pulposos, pesados y desnudos. Con la bata desatada y abierta, sólo un trozo de encaje sobre su monte de Venus la cubría ante sus ojos. La bata blanca enmarcaba su cuerpo relleno, su suave vientre y sus redondeadas caderas. Sus tetas eran enormes. Un hombre podría perderse en la hendidura entre los senos de esta mujer. En la luz que se desvanecía, él pudo divisar unas aureolas oscuras y unos pezones puntiagudos encima. En esos senos habría venas, venas sustanciosas. La boca de Dimitri se secó al mirar esas esferas que se meneaban y se imaginó lo tierna que sería su carne, lo sustanciosa que sabría la sangre en ellas. Él se le acercó embelesado. Sus ojos se agrandaron cuando se acercó, y una voz resonó en su cabeza. Qué hombre hermoso. Nunca lo había visto antes. ¿Vino con el demonio? 111


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Toda esa mujer, ¿y con poderes mentales también? Una vez que atrajo su atención, Dimitri la miró a los ojos. Ojos oscuros, asustados, pero también curiosos. Curiosos por saber de él. Ella no creía que él fuera el “demonio” que ella esperaba. Ella había elegido dirigirle la palabra; él respondería de la misma manera. Él probó con una sonrisa, cuidando esconder sus colmillos. ¿Crees que soy hermoso? Estaba pensando lo mismo de ti. ¿Puedes leer mis pensamientos? Su voz mental estaba teñida de emoción. Nadie más puede hacerlo, sólo mi hermana algunas veces. ¿Pero, hermosa?, su voz mental reprendió. Yo no soy hermosa. Pero eres de lo más hermosa. Él se le acercó. ¿Por qué te ataron aquí? Ella sacudió las muñecas, indicando la cuerda sobre ella. Soy la novia del Piloto de la Oscuridad. Yo me ofrecí, pero ellos pensaron que cambiaría de parecer. Una voluntaria. Dimitri tuvo una sensación de desconfianza. Quizás esta voluptuosa belleza era como la última mujer y buscaba el poder de su mordida. ¿Por qué elegirías entregarte a un demonio? Era yo o mi hermana. Ella es tan joven. Eso estaba mejor. Ella pensó que estaba salvando a su hermana de un destino terrible. Hmm, lo que quería decir que ella pensaba que ser la “novia” de un Piloto de la Oscuridad era un destino terrible. A Dimitri no le importó mucho eso, a pesar de que sí le gustó la idea de que ella fuera su novia. A su verga le gustó la idea aún más, porque se agitaba ávida al anticipar su noche de bodas. La noche de bodas de ambos, él le dijo con firmeza, de él y de ella también. Él tendría la sangre y el sexo de ella, pero no hasta que la mujer estuviera de acuerdo con ambas cosas. Su subconsciente se unió a la discusión. Pero ella es agradable… te está esperando y no puede resistirse a ti. ¡Suficiente! Él discutió consigo mismo. ¡No la tomaré estando así de desprotegida! La voz mental de la mujer se entrometió en su debate interno. ¿Me harías un favor? Por ti, cualquier cosa. ¿Qué quieres? Ella sacudió sus manos atadas. Deberías irte antes de que llegue el Piloto de la Oscuridad, pero, ¿podrías desatarme antes? No quiero que él me vea así –estará tan enojado de todas maneras–. ¿Por qué habría de estar enojado? Hay algo muy atractivo en que estés así atada. ¡No hay nada atractivo en una cerda gorda atada a un árbol! Él no pudo evitarlo, ella se veía tan apetecible y tan exasperada… él se rió y dejó a la vista los colmillos que había mantenido ocultos con tanto cuidado. Los ojos de ella se agrandaron por el impacto. “¡Tú eres el Piloto de la Oscuridad!”. Era la primera vez que escuchaba su voz y le gustó inmediatamente. Rica y dulce, como toda ella. Melódica. Ella podría cantar con él durante su viaje. 112


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Él le hizo una reverencia de cortesía. “Me declaro culpable”. El rubor en sus mejillas se intensificó. “¿Siempre bromeas con tu cena de esta manera?”. “¿Me veo como alguien que hace bromas?”. “No…”. Él notó una confusión en ella al admitirlo. “Te ves hambriento”. Dimitri se acercó a una distancia como para llegar a tocarla, pero la idea de soltarla se le había ido. La exploró con la mirada de arriba a abajo, y el rubor en las mejillas de ella se esparció al resto de su cara y hasta su cuello. Ella tenía un cuello largo, perfecto. No tenía una mancha, ni en ninguna otra parte de su piel. Él se estiró para acariciarle la cara, le pasó la mano por el borde de su mentón y luego hacia abajo, por el cuello hasta el hombro. Fuertemente aferrada por las muñecas, la mujer no se podía ir, y a él su indefensión le resultaba más y más interesante. Ella tenía una piel perfecta. Se sentía como seda debajo de sus dedos, y ansiaba probarla. Los rincones de sus ojos se llenaron de una bruma rojiza cuando un deseo de sangre largamente reprimido se apoderó de él. Hacía demasiado que no se alimentaba de un ser viviente. Él iba a tener que ser muy cuidadoso para no lastimarla. La mujer levantó los ojos para mirarlo. Su pose era desafiante, y lo hizo sonreír. “¿Qué quieres?”. Ella tenía una voz preciosa y él podría quedarse a escucharla toda la noche, de no ser porque tenía otras cosas en mente. “Tenías razón, estoy hambriento”, le dijo. “Hambriento de ti”.

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Capítulo dos El miedo brotó en los ojos de ella, y él habló rápidamente con su voz mental. No sentirás dolor. Tocaré tu mente y quitaré el dolor y el miedo. Ella todavía temblaba cuando él se acercó, deslizó las manos por su espalda y la inclinó hacia él. A pesar de que trató de reafirmarla, pudo percibir que su terror crecía cuando le envió una caricia mental para alejar sus temores. Algo de su tensión se alivió, incluso cuando le acomodó el cabello hacia atrás y lamió la piel sobre la vena en su cuello con ternura. Ella era deliciosa. El sabor de su piel casi lo deshizo, y le hizo falta todo su control para ser dulce, para aliviar la piel con su lengua a fin de que los pinchazos de sus dientes no le dolieran. A medida que su conexión mental se profundizaba, él podía leer cómo aumentaba la excitación de ella, mientras sus lentas lamidas enviaban una electricidad sensual por todo su cuerpo. En ella surgió una deliciosa confusión por encima de su excitación. Fuera lo que fuera, ella no era muy experimentada. Cerró los ojos y se inclinó para alejarse de él, desnudando inconscientemente su cuello más aún, listo para él. Él la mordió una vez, intensamente, perforando la vena, e incluso a través de la bruma en su mente, él la sintió hacer una mueca por el momentáneo dolor. Pero luego él inundó la mente de ella con lo que él estaba experimentando, el glorioso gusto de su sangre, la dulce sensación de chuparla de su cuello. Él tragó y ella gimió como él lo hubiera hecho si su boca no hubiera estado ocupada con otra cosa. Dimitri la trajo más cerca entre sus brazos y empujó contra el cuerpo relleno y suave de ella. Todo lo que él intentaba hacer era tomar su sangre, pero su verga se puso dura como una piedra, ansiosa por tener más. Las manos de él buscaron sus senos y disfrutaron de su gloriosa carnosidad. Mientras él los amasaba, ella se contoneaba contra él y experimentaba en su cuerpo la lujuria que él ahora le enviaba a través de su vínculo. Él permitió que una mano dejara su seno para explorar la delgada tela que cubría la abertura de su sexo. Encontró su tierno clítoris, lo masajeó a través de su ropa interior y la sintió jadear. Sus dedos se deslizaron por los suaves pliegues y encontraron humedad allí. Él no pensó más… él la deseaba, ella lo deseaba a él… ¿qué más se necesitaba? Él tenía que poseerla, tomar su cuerpo además de su sangre. Veinte años era mucho tiempo para cualquiera, aun para un Piloto de la Oscuridad, para ser célibe. Sólo con un tirón le arrancó la ropa interior de la entrepierna. Con otro tirón abrió la bragueta de sus pantalones y liberó su verga para que saltara por la abertura. A pesar de la conexión, él percibió cierta debilidad en ella, debido a la sangre que le había

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sacado; entonces dejó de alimentarse y selló los orificios en su cuello. Los selló pero no los hizo desaparecer… ahora no, todavía no. Quizás nunca lo hiciera. Dimitri la agarró del trasero y la levantó. Por su fuerza, le resultó fácil empujarla contra el árbol detrás de ella y levantar sus piernas para abrirle la concha para él. Ella entendió su intención justo antes de que su verga arremetiera, y sus ojos se agrandaron en su hermosa cara con forma de luna. “Pero yo soy...”. Él no esperó hasta escuchar lo que seguía, sólo se metió profundamente dentro de ella; su voz denunció a gritos la invasión de él. El himen que desgarró a su paso lo sorprendió… ella no era tan joven… pero ya era demasiado tarde. Él le envió imágenes reconfortantes a la mente, para calmarla y sacarle el dolor de su primer ataque. La manera casi dolorosa en que su centro se aferraba a él se relajó un poco cuando el cuerpo de ella se acostumbró a su presencia dentro de él, y luego la comenzó a disfrutar. Su concha se volvió una tibia estrechez, envolviendo su verga, alentando su caricia. Él salió y ella gritó en protesta por su retirada, luego con alegría cuando él la llenó otra vez. Pronto, ella sólo emitía gritos de felicidad mientras él la tomaba contra un árbol. Sus pulposos senos lo embestían, y él volvió a hundir sus colmillos en su carne: atrapó la vena y chupó su sangre por los diminutos orificios. Ella se estremeció contra él y llegó al clímax, tanto porque le chupaba la sangre como por la presencia de su verga dentro de ella. El calor de su sangre encendió el fuego dentro de la boca de él. ¿Se cansaría alguna vez de esta mujer? Posiblemente no. ¿Sería ella la elegida? Las preguntas se formaban en su mente, luego pasaban, demasiado rápido para que él hiciera otra cosa que reconocerlas. Eran preguntas viejas, que habían estado dentro de él desde que era un joven Piloto de la Oscuridad, y se dio cuenta por primera vez de qué solitario sería su nuevo mundo. Pareja de la Oscuridad. Mientras todavía tomaba su sangre y su cuerpo, Dimitri le puso ese nombre. La única mujer que necesitaría, su amante por la eternidad, el fin de la búsqueda que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba realizando. Su nueva pareja tiró su cabeza hacia atrás y gritó al alcanzar el clímax nuevamente, mientras su concha latía alrededor de él, mamando su verga. El orgasmo de ella alimentó el de él, y él tomó un último trago antes de tomar su propio placer. Le soltó el seno, respiró pesadamente y miró sus ojos llenos de aturdimiento mientras se sacudía una, dos veces; luego gritó al acabarse, bombeando su leche dentro de ella. Agotado, Dimitri se apoyó pesadamente sobre su suave cuerpo, todavía sosteniéndola contra el árbol. Lentamente la liberó para que se parara sobre sus piernas temblorosas. Ella respiraba con dificultad, su corazón latía vertiginosamente, pero no tanto como para alarmarlo. A él le había sucedido que otras mujeres se desmayaran sobre él después de hacer el amor... esta no parecía estar corriendo ese riesgo. Él sonrió ante su fortaleza. “Eso fue realmente asombroso”. Ella asintió con los ojos vidriosos, luego señaló las sogas que ataban sus manos. “Ahora que… que terminamos con esto, ¿te importaría desatarme?”. 115


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Riendo, Dimitri tiró de la soga y la rompió con facilidad. Él la ayudó mientras ella luchaba por liberar sus manos y cloqueaba en voz baja por el daño que había sufrido su suave piel alrededor de las muñecas. “Se ven mal… déjame ayudar…”. Un fuerte golpe contra su nariz lo tomó por sorpresa, pero se las arregló para atrapar el segundo puñetazo antes de que aterrizara. “¿Por qué me golpeas? Yo no soy el que te ató”. Ella irradiaba furia. “Pero tú te aprovechaste bien de la situación. ¿Cómo te atreves a hacer eso?”. Dimitri se frotó la nariz lastimada. “¿Aprovecharme de ti de qué manera, cuándo? ¿Cuando te hice acabar? ¿Dos veces? ¿Eso fue aprovecharme de ti?”. Ella rasgó el resto de la soga de sus brazos y la tiró al suelo. “Sabes qué quiero decir. No podría haberte detenido…”. “Podrías haberlo hecho en cualquier momento. Con sólo decir ‘detente’. ‘No lo hagas’. O algo así. Yo no escuché ninguna protesta”. “Tampoco estabas prestando atención a ver si escuchabas una”. “No escuché ninguna porque no hubo ninguna. Realmente, ¿esa es forma de tratar a tu esposo?”. Ella se sobresaltó. “Tú no eres mi esposo”. Generalmente Dimitri sólo reconocía de manera simbólica las costumbres locales, pero quería quedarse con esta mujer. Si lo podía hacer reclamándola como su esposa, así sería. “Pero lo soy, dulzura. Te dejaron aquí para mí… tú estuviste de acuerdo en ser mi novia. Mi verga todavía está manchada con tu sangre de virgen, algo a lo que no hiciste objeción, debo agregar”. Sus palabras encontraron un silencio incómodo. “Tenía toda la intención. Pero me… distraje”. Él sonrió aún más. “Yo también tenía la intención de desatarte antes de alimentarme. Compartimos la misma distracción, creo. Quizás deberíamos presentarnos. Yo soy Dimitri Devana, capitán de la nave Anochecer, representante de la Liga de los Pilotos de la Oscuridad. Tengo otros títulos, pero por ahora al que alego es al de ser tu esposo”. “Tú no eres mi esposo…”, ella se interrumpió al ver que él meneaba la cabeza y que la situación lo divertía. “Está bien, tu novio, entonces. Quiero tu nombre, dulzura”. “Josia Ashen”. “Un nombre adorable para una dama adorable”. Él tomó su mano, con la intención de besarla, y luego volvió a ver las heridas sangrantes y en carne viva sobre sus muñecas. Con un leve chasquido, aplicó su lengua a sus rasguños abiertos y usó su saliva curativa para hacerlos desaparecer y aliviarle el dolor. El sabor de su sangre asaltó sus sentidos, agitó su verga y tuvo que luchar contra el impulso de aparearse con ella otra vez. Era demasiado pronto para eso, él debía esperar al menos una hora antes

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de hacer el amor con ella. Después de todo, la sangre sobre su asta ni siquiera se había secado aún. Ella quizás estaba muy dolorida… Ah, pero él podía arreglar eso, ¿o no? Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios con ese malicioso pensamiento mientras dirigía su atención a la otra muñeca.

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Capítulo tres Josia miró al Piloto de la Oscuridad quitarle las marcas de su lucha con las sogas de sus muñecas y sintió que su dolor se aliviaba inmediatamente. “¿Cómo lo haces?”. Él se detuvo para sonreírle; sus dientes se veían blancos en la oscuridad. Tenía una sonrisa fantástica, ella notó, cálida y seductora. Era evidentemente un hombre con sentido del humor, una rareza en su mundo. Era difícil no retribuirle la sonrisa. Pero él no era un hombre, era un vampiro. Había tomado su sangre y su cuerpo, pero ahora era tan atento. También era difícil mantener la compostura, especialmente después de que él la había reclamado como suya como lo hizo. De todo lo que ella esperaba de su Piloto de la Oscuridad, que quedara encantado era lo menos probable. Ella esperaba que él se diera vuelta disgustado al verla, no que demostrara deseo. Por otra parte, pensó ella, quizás él simplemente había estado en el espacio un tiempo realmente largo. “Hay un agente curativo en mi saliva”, dijo él. “Es bueno para sellar heridas y quitar marcas. Es práctico para cuando me alimento”. “Puedes quitar el dolor también. ¿Lo haces al tocar la mente de tu víctima?”. Dimitri se estremeció. “Víctima es una palabra un poco dura. Rara vez he tomado sangre de alguien que no lo quisiera. Yo quito el dolor y ofrezco una experiencia placentera cuando puedo”. Él le agarró la mano para examinar la muñeca curada. “Eso está terminado. No duele más, ¿verdad?”. Ella dijo que no con la cabeza. Él dejó caer su mano y luego abrió su bata para tocar las marcas que le había dejado en el seno, pequeños puntos que todavía sangraban. Josia interceptó su mano y la alejó. “Puedes dejarlos tranquilos”. Su sonrisa era exasperante. “Ah, no. Siempre limpio lo que ensucio. No puedo dejarte andar por allí chorreando así”. “Se curarán…”. Ella no terminó porque él la empujó contra el árbol y agarró sus manos entre las de él mientras ella luchaba inútilmente contra él. Aunque no era un hombre robusto, era más fuerte que cualquiera que ella hubiera conocido. Ella recordó cómo él la levantó sin ningún esfuerzo mientras tomaba su virginidad contra ese mismo árbol y se sonrojó con furia. Su rubor creció cuando él se inclinó para pasar su lengua tiernamente por los finos chorritos de sangre, limpiando su carne y disfrutándolo claramente, y luego selló y quitó las marcas por completo. Cuando terminó, ya no había rastros de su mordida, ni dolor alguno. 118


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Él la soltó y dio un paso hacia atrás, exudando satisfacción consigo mismo. Ella quería sacarle la sonrisa arrogante de la cara de una bofetada, pero en cuanto lo pensó, él frunció el ceño. “No me vuelvas a golpear, Josia. No me gusta”. Ruborizada, ella dejó caer sus manos y se ató la bata bien apretada. “A mi tampoco me gusta que me toquen sin permiso”. Dimitri se cruzó de brazos y la miró fijamente. “Tú eres mía para que te toque, mi novia. Aun así, sólo estaba tratando de hacerte sentir mejor. No quería dejar marcas sobre tu seno”. Ella tocó las selladas marcas sobre su cuello. “¿Y qué hay de estas, no me las vas a quitar?”. En la oscuridad, los ojos verde pálido de él parecían brillar, con una radiación sensual que ella sintió hasta su todavía deseosa concha. “No, todavía no. No hasta que tenga que hacerlo”. Él dio un paso atrás y se dio vuelta, y ella se quedó deseando que él la siguiera manoseando. Él caminó para inspeccionar los bienes apilados en el claro. “Lindo”, dijo al levantar un trozo de material tejido. En la oscuridad, los colores eran apagados, pero la tela tenía un brillo cautivante. “Realmente bonito. Esto sólo habría pagado mi viaje”. Josia le sonrió complacida. “Yo lo tejí”. Él arqueó las cejas con sorpresa. “¿Tú lo hiciste? Tienes mucho talento. Me sorprende que te dejaran ir”. Josia se encogió de hombros, escondiendo la vieja herida. “Mi hermana es casi tan buena como yo, y además es bonita. Deseable, no como yo”. Dimitri dejó caer la tela y cruzó el claro en un abrir y cerrar de ojos. La tomó de los brazos y la acercó a él. “¿No como tú?”, dijo entre dientes, con los ojos en llamas. “Escucha esto, novia mía, tú eres una mujer muy deseable y yo puedo probarlo en cualquier momento que lo desees”. Él inclinó la cabeza hacia ella y capturó sus labios en un beso, el primero que recordaba en muchos años. Fue un beso de posesión, intenso y apasionado, y ella se derritió ante su ataque. Ella abrió la boca y él metió y acomodó su lengua. El gusto de él era masculino, con un dejo de cobre, y se le subió a la cabeza; se dio cuenta de que era el gusto de su propia sangre. Continuó un largo rato, y cuando se separó de él, respiraba de un modo entrecortado. “¿Por qué no me crees cuando digo que te deseo?”. Ella evitó su mirada intensa. “Porque soy una virgen vieja y gorda, no la novia que mereces”. Él la agarró con más intensidad y la sacudió, una vez. “Para alguien de más de quinientos años de edad, tú no eres nada vieja, y el tema tu virginidad ha sido solucionado satisfactoriamente. En cuanto al resto, a mí me gustan las mujeres que no las voltea un viento fuerte. Hay tanto en ti de que agarrarse, dulzura”.

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Él la soltó tan inesperadamente que casi se cae realmente, pero se sostuvo en el último segundo. Los dedos de él capturaron su mentón y la obligaron a levantar la cara y mirarlo a los ojos. “No me siento insultado en absoluto por el regalo de tu gente, Josia. Eres hermosa para mirar y es divertido conversar contigo”. Él le sonrió ampliamente. “Eres aún más divertida al hacerte el amor. Espero ansiosamente nuestro largo viaje juntos”. “¿Largo viaje?”. “Al siguiente sistema estelar. Creo que son cuatro años más o menos”. Su corazón latió con fuerza. “¿Iré contigo?”. “Por supuesto. Tú eres mi novia, ¿recuerdas?”. ¿Este hombre hermoso y apasionado realmente quería su compañía? “Pero yo pensé que sería sólo por un par de días. De hecho, yo pensé…”. Él le soltó la cara; la suya se veía dolida. “Puedo leerte el pensamiento, Josia. Tú pensaste que te iba a matar”. Todo lo que ella pudo hacer fue asentir con la cabeza en silencio. El suspiro de él fue tan profundo que pareció que había juntado el aire durante los quinientos años que decía tener. Cuando habló, su voz era tan baja que ella tuvo que hacer un esfuerzo para escuchar qué decía. “Eso no es lo que hacen los Pilotos de la Oscuridad, Josia. Necesitamos sangre para sobrevivir y mantenernos sanos, pero no matamos. No somos tan diferentes a los demás. Tenemos pensamientos y almas. He estado solo durante mucho tiempo, el suficiente como para pensar en caminar al rayo del sol y terminar con esta soledad. Hubo una razón por la que elegí el servicio de la Liga, para mantenerme alejado de hacer justamente eso. Los largos períodos en el espacio, donde la luz solar es débil, ayudan a curar de la depresión que todos los Pilotos de la Oscuridad enfrentan, y siempre esperé encontrar a alguien a quien unirme”. Él puso dos dedos sobre las marcas en su cuello, las que no había quitado. “Quiero dejar estas marcas sobre ti, Josia, porque quiero que seas mi pareja de la oscuridad”. “¿Qué es una pareja de la oscuridad?”. “Una compañera que es tanto sangre como cuerpo para un Piloto de la Oscuridad, que satisface todas sus necesidades”. Alguien de quien alimentarse, alguien con quien vivir. Alguien a quien amar, para siempre”. Ella dio una carcajada corta. “Por siempre debe significar algo diferente para ti. Los humanos envejecemos y morimos”. Él sonrió con ternura. “Las compañeras de la oscuridad no. El envejecimiento se retrasa, es el resultado de la marca. Tiene el ADN del Piloto de la Oscuridad. Tú envejecerás más lentamente, de diez a cien veces más lento, y estarás más saludable de lo que has estado jamás. Producirás más sangre, la suficiente para que yo pueda tomar un poco cada día sin secarte. Tu sangre ayudará a curarme a mí también”.

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Ella no podía creer lo que estaba escuchando. “¿Si voy contigo, viviré más, estaré más saludable y produciré más sangre? ¿Y esto tiene alguna desventaja?”. “Un par…”. Él dudó. “Yo no puedo darte hijos y no me haría feliz verte buscar a otro hombre para tenerlos. Además, lo que llaman el período menstrual muy probablemente se te retire”. “No hay problema”. Ella nunca pensó en tener hijos de todas formas y no iba a extrañar su período. “¿Cuál es el otro problema?”. “Bueno…”. Ahora él se veía realmente reticente. Debía ser algo muy malo. Josia lo agarró del brazo. “Por favor, dime, Dimitri. ¿Cuál es el otro problema?”. Ella debió haberlo sabido al ver el destello travieso en sus ojos. Él la agarró de la cintura y la levantó en el aire como si pesara poco más que una muñeca. Ella dio un grito ante el repentino cambio de altitud. Su bata se abrió, dejando su entrepierna expuesta frente a él. Dimitri le sonrió desvergonzadamente. “¡El otro problema es que tendrás que soportar que te haga el amor varias veces al día!”. Dicho esto, le acomodó las piernas sobre sus hombros y enterró la cabeza entre sus muslos. Josia gimió bajo su tierno ataque. Primero parecía estar concentrado en limpiar el semen y la sangre de sus muslos, pero tan pronto como hizo eso, encontró la pequeña protuberancia de su clítoris y empezó a chuparlo sin piedad. De ese pequeño punto salían ráfagas de sensaciones, hasta que pudo sentir las cosquillas de su boca sobre la punta de los dedos de las manos y de los pies. Cada lamida de su lengua hacía que otros escalofríos la atravesaran, hasta quedar casi inconsciente. Encaramada sobre los hombros de él, Josia tenía miedo de caerse, pero una rama de un árbol se extendía a dos pulgadas de su cabeza; entonces se aferró a ella para estabilizarse. Él se apartó para sonreírle. “Agárrate si te hace sentir mejor, pero debes saber que nunca te dejaría caer. Preferiría caminar al sol antes que verte lastimada, mi Josia”. Luego redobló los esfuerzos, y ella se colgó de la rama de todas formas, aunque fuera para tener algo sólido de qué aferrarse. Al poco rato, ella se estremecía cuando la atravesaba una ola tras ola de placer. Ella tiró la cabeza hacia atrás y gritó de alegría. Unas sacudidas tardías después de su clímax dejaron sus extremidades débiles cuando él la bajó de sus hombros por su cuerpo hasta quedar de pie y temblorosa sobre el suelo. Su erección se sentía dura y rígida dentro de sus pantalones, una dura vara esperando empalarla. Mientras la sostenía, frotó su verga contra ella. Él le susurraba al oído. “Déjame hacerte el amor, Josia. Dime que quieres que lo haga”. Ella asintió con la cabeza, pero él le respondió con un gruñido. “Quiero las palabras, Josia. Dime que me deseas”. “Te deseo”, dijo ella, con la voz casi tan temblorosa como las piernas. “Quiero que me hagas el amor”.

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El levantó la cara para mirarla a los ojos. “Muy bien, ven conmigo”. Él comenzó a arrastrarla por el sendero. Confundida, Josia lo siguió. “¿Por qué? ¿Adónde estamos yendo?”. Él le hizo una sonrisa de felicidad por sobre el hombro. “A mi nave, dulzura. A mi cabina, donde hay una cama para que podamos disfrutar más cómodamente de este apareamiento. No te tomaría sobre el suelo frío y duro, y contra un árbol, una vez es suficiente. Tú eres nueva en el amor y me gustaría mostrarte apropiadamente cómo debe ser”. Era difícil cuestionar esa lógica, sin considerar lo fuerte que la tenía agarrada. Josia lo siguió.

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Capítulo cuatro La nave era más alta de lo que esperaba, al menos diez veces la altura del edificio más alto de Deema 7. No es que el edificio más alto del que se jactaba la colonia podía ser considerado muy alto. Pero aun así, la nave de Dimitri superaba al árbol más alto en al menos cincuenta metros. La base era ancha, con largas aletas que debían estabilizarlo cuando volaba a través de la atmósfera. Todo allí era lustroso y elegante. “Es hermosa”, dijo Josia. Dimitri la miró con un evidente orgullo. “La Anochecer ha sido mi hogar durante mucho tiempo. Me alegro de que te guste”. Cuando llegaron a la angosta abertura que era la compuerta de la nave, Dimitri alzó a Josia en sus brazos. Nuevamente se asombró de lo fuerte que era cuando la llevó dentro de la nave. “Una vieja costumbre terrestre. Cruzar el umbral con la novia en brazos”. Una costumbre que ellos también tenían allí, pero que ella no esperaba experimentar. Josia lo miró a la cara, maravillada con este guapo extraño que la había reclamado. Él sonrió, revelando sus angostos colmillos. Por alguna razón, esta vez no la asustaron. Ella apenas los sintió cuando él inclinó la cabeza para reclamar sus labios en otro de esos besos que le llegaban al alma, y una nube rosada de pasión le nubló la vista. Ella escuchó la voz mental de él. Mía, mía. Él comenzó a cruzar el vestíbulo, pero se detuvo de repente cerca de una arcada. Después de dudar un momento, se agachó y cruzó. Josia miró a su alrededor en el abarrotado espacio. “¿Ésta es tu cabina?”. “Éste es el puerto de carga”. Él se dirigió a una pila de aspecto suave en un rincón. La apoyó suavemente sobre ella, y Josia descubrió que la pila era de una especie de pesadas alfombras tejidas a mano. Él se quitó la ropa de inmediato y se recostó sobre ella. “Tengo demasiados deseos de hacerte el amor como para esperar”. La excusa sonó débil, pero él la continuó con besos tan adictivos que Josia no tuvo la capacidad mental para quejarse. En cambio, se rindió a sus insistentes manos y boca y gimió cuando él se prendió a sus pezones con los labios, los chupó y los lamió, y luego la dio mordió levemente con sus colmillos. Quizás le sacó sangre, pero si lo hizo, lamió la evidencia demasiado rápido para que ella lo notara. Un rato después, él se alzó sobre ella y abrió sus muslos para prepararla para que su verga se adueñara de su concha. Él arremetió hacia delante para unirse a ella, y Josia volvió a experimentar esa conexión íntima con un hombre. Esta vez aún más, ya que la

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mente de él se unió con la de ella, y sus pensamientos se deslizaron alrededor de los de ella hasta no estar demasiado segura de quién pensaba qué cosa. Benditas sean las estrellas, me siento tan bien contigo, tan bien… ¿Eso lo pensó ella o él? Probablemente él, pero ella sentía lo mismo. Josia se abrió más para él, de cuerpo y de mente. Dimitri respondió empujando más duro, más profundo y más rápido, hasta que Josia estuvo segura de que iba a gritar. Necesito tu dulzura. Ella sintió que sus colmillos se hundían sin dolor en su cuello y luego hubo un grito que cortó su nebulosa sensual, un grito que salió de su garganta. Josia acabó con intensidad, justo cuando Dimitri dejó de alimentarse, gruñó y su mente pareció explotar en la de ella. Ideas, imágenes y fragmentos de sensaciones de sus cientos de años llenaron su mente, y ella quedó con la cabeza dándole vueltas por un rato. Cuando volvió a ser algo parecido a sí misma, lo primero que vio fue la muy masculina sonrisa de satisfacción de Dimitri. “Bueno, eso fue definitivamente espectacular”, dijo. Ella estaba por asentir cuando otra voz interrumpió. “Espectacular, por cierto. ¿Ya terminaste de arruinar las alfombras de Goeron?”. La voz ácida destrozó lo que quedaba de su nebulosa sensual y la trajo de vuelta al presente de un tirón. ¿Alguien más vivía en la nave del Piloto de la Oscuridad? ¿Qué pensarían de ella? La risa por lo bajo de Dimitri le dijo que él había escuchado su preocupación no expresada. Arthur no puede juzgar a nadie... que no sea yo, terminó irónicamente. Por alguna razón, le gusta encontrarme defectos. “Las alfombras están bien, Arthur. Tuvimos cuidado”. La respuesta fue un bufido incorpóreo. “Obviamente has encontrado a una mujer que te viene bien, finalmente. ¿No vas a presentarme, Dimitri, o entregaste tus modales junto con tu corazón?”. Ahora sabes por qué no fuimos directamente a la cabina. Dimitri se paró con un suspiro y ayudó a Josia a cerrar su bata; después se vistió. Él la condujo hasta lo que debe haber sido la sala de controles de la nave, y ella daba vueltas, tratando en vano de encontrar el origen de la voz entre los paneles de luces parpadeantes. “Por supuesto que te voy a presentar. Arthur, te presento a Josia, la dama que me entregaron como novia”. Él hizo un gesto con la mano señalando el interior de la habitación. “Josia, éste es Arthur… mi nave”. “¿Tu nave?”. “Bueno”, corrigió él. “No la nave completa, creo. Arthur es la computadora que maneja la nave”. ¿Una computadora? En Deema tenían computadoras, pero ninguna que pudiera hablar. Asombrada, Josia hizo un paso más dentro de la habitación. “¿Me hablará?”.

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“Dulzura, una vez que lo dejes empezar, tendrás problemas para hacer que se calle”. “Bueno, no es amable decir eso”, irrumpió la computadora. Dimitri llevó a Josia donde había una gran silla delante de uno de los paneles parpadeantes y la sentó en su falda después de dejarse caer en ella. “Discúlpame, Arthur. Tú sólo hablas cuando tienes algo que decir, o sea prácticamente todo el tiempo. Pero ahora tienes a alguien más para fastidiar… es decir, para conversar. Di hola a Josia, Arthur”. “Hola, Josia”, dijo la nave afectadamente. “Es un placer conocerla”. “También estoy encantada de conocerte”. Ella miró a su alrededor, tratando de ignorar la mano de Dimitri que le masajeaba el seno a través de su fina bata. “Pero no sé dónde mirar cuando le hablo”. “Ah, quizás una ayuda visual sería de ayuda”. En el rincón apareció de repente un holograma, la imagen de un hombre alto, delgado, moderadamente calvo, con una nariz fina, labios más finos y ojos oscuros y sabios. Llevaba una vestimenta poco común: pantalones negros con una raya más negra a los lados y un saco haciendo juego que era mucho más largo atrás que adelante, sobre una camisa blanca inmaculada con una corbata delgada atada en un moño. Después de arquearle una delgada ceja a Dimitri, hizo girar su penetrante mirada hasta ella y curvó sus labios en una sonrisa al inclinarse. “Yo soy Arthur, estimada señora, y estoy encantado de que haya decidido unirse a nosotros”. “¿Arthur? Ese es un nombre poco común”. Dimitri rió socarronamente. “Le puse ese nombre por una de mis películas favoritas del siglo veinte, dulzura. Tú sabes, entretenimiento visual bidimensional. Él me recuerda al mayordomo de la película”. El holograma miró para arriba. “Ha sido inútil recordarle que Arthur era el personaje principal y no el nombre del mayordomo”. Imperturbable, Dimitri mordisqueó la parte de atrás del cuello de ella, y ella sintió las puntas de sus colmillos arañar suavemente su piel. “Es un muy buen nombre, sin embargo. Él se ve como un Arthur, ¿no lo crees, Josia? Bueno, con el tiempo lo creerás. Arthur puede ser un poco intimidante al principio, pero te acostumbrarás a él. Pronto estarás cumpliendo sus órdenes tal como lo hago yo”. Un bufido de disgusto salió de la computadora. “¿Tú cumples mis órdenes? ¿Cuándo llegará el día…? Le ruego, no lo escuche, estimada señora. Mi única preocupación será hacer su estadía lo más placentera posible”. Dimitri encontró el pezón de ella debajo de su bata y lo pellizcó suavemente. “Su estadía será permanente, Arthur, y yo me aseguraré de que la encuentre placentera”. Josia no podía hacer esto con alguien mirando, aun alguien tan inhumano como una computadora. Además, había algo en la manera que Arthur la miraba que le hacía pensar que era algo más que un mero programa. Ella atrapó la mano desobediente de

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Dimitri y la apartó del seno que estaba acariciando, a pesar de lo mucho que disfrutaba lo que hacía. “Este no es el momento, Dimitri”. Él la miró con desaliento. “¿Por qué no?”. Antes de que ella pudiera contestar, el estómago de Josia rugió, y sintió que se derretía de la vergüenza. A pesar de que le habían ofrecido un gran banquete de “despedida” esa tarde, el miedo a su inminente destino no le permitió probar bocado; había pasado mucho tiempo desde su nervioso desayuno esa mañana. Había estado demasiado asustada de su futuro para comer. El hecho de que le volviera el apetito era una prueba de lo cómoda que se sentía con Dimitri. Arthur levantó sus cejas holográficas. “¡Creo que nuestra huésped tiene hambre, Dimitri!”. ¿Por qué no la llevas a la sala y yo preparo algo rápido?”. Con una mirada de inmensa satisfacción, él se frotó las manos virtuales y desapareció de la vista. Dimitri rió. “Ah, ahora sí que lo has hecho feliz. Él se cree que es un chef de categoría, pero conmigo solo para prepararme comida, no ha tenido oportunidad de practicar con nadie”. Él la levantó en sus brazos, se puso de pie y salió por la puerta. Josia puso una mano sobre su cara. “Por favor, bájame, Dimitri. Me debo estar poniendo pesada”. Él la miró con una expresión de perplejidad. “No eres para nada pesada para mí, dulzura. Para mí, no pesas nada, y me gusta llevarte”. “Sí, pero…”, su voz comenzó a apagarse cuando él apretó su culo suavemente. “Sí, también tu culo es realmente lindo”. Él la dio vuelta de cara a la pared interior del pasillo y frotó la verga contra la raya de su culo. “Realmente disfrutaría de tomarte aquí…”, él le susurró en el oído, inclinado hacia delante. “No creo que nadie te haya cogido por el culo antes, ¿verdad?”. Era poco probable, dado que había sido virgen hasta hacía una hora. Aun así, ella se calentó de sólo pensarlo. Ella notó que estar con Dimitri le daría una cantidad de experiencias interesantes. Por el pasillo llegó la voz incorpórea de la inteligencia artificial: “Por favor, Dimitri, ¿podrías traer aquí a la joven antes de que caiga redonda delante de nuestros ojos? Ella necesitará de toda la fuerza que pueda conseguir para seguirte el ritmo”. Dimitri rió apesadumbrado en su oreja, se inclinó hacia atrás y la soltó. “Arthur tiene razón en eso. Veamos qué te ha preparado para comer”. Josia no estaba segura si lo que estaba comiendo era de alta cocina, pero era realmente sabroso, y se sirvió por segunda vez bajo la aprobación holográfica del reaparecido Arthur. Dimitri se sirvió un vaso de algo espeso y de un extraño color carmesí. Ella palideció. “Parece sangre”. Con un suspiro, Dimitri hizo girar el líquido en su vaso. “En realidad, no. Ni tampoco tiene el gusto, pero tiene la habilidad de mantener vivo a un Piloto de la

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Oscuridad. Se llama Artiheme, un derivado artificial de la sangre”. Él tomó otro trago e hizo una mueca. “Puedes vivir con esto, pero muchos de mi especie preferirían morir”. “Si no te gusta, ¿por qué lo tomas?”. “Dulce, porque por más que tu sangre es deliciosa, no puedo realmente tomar tanto como necesito en este momento”. Él se terminó el vaso. “Esto es necesario por ahora”. “¿Será necesario más adelante?”. Él sonrió y tocó las pequeñas heridas en el costado de su cuello. “No lo será la mayor parte del tiempo. Tenerte aquí será una delicia”. Arthur limpió su garganta virtual. “Dimitri, éste sería un buen momento para concluir con la carga”. Dimitri asintió reticentemente con la cabeza. “Si lo hago ahora”, le dijo a Josia apenado, “podremos pasar el resto de la noche haciendo el amor”. Josia lo vio irse, de repente temerosa de no tenerlo a la vista. “No te preocupes, Dimitri. Yo cuidaré bien de ella”, le dijo Arthur antes de volver su atención a ella. “Quizás después de que termine la cena, ¿le gustaría darse un baño y vestirse con algo más cómodo?”. Un baño sonaba como los dioses, y cualquier cosa sería mejor que la bata demasiado pequeña que todavía llevaba. “¿Tendrá algo de mi tamaño?”. La imagen osciló un poco, y Josia casi podría jurar que la inteligencia artificial se estaba riendo. “Oh, estoy seguro de que encontraré algo”. Él frunció los labios como si estuviera absorto en sus pensamientos. “¿Quizás un vestido verde esmeralda? ¿Y una tela de seda, diría yo, algo al cuerpo?”. Él chasqueó los dedos. “Sí, sé exactamente qué”. Arthur desapareció con una explosión de estática y Josia comió su deliciosa cena con voracidad y renovado interés. ¡Ser la novia de un Piloto de la Oscuridad se ponía cada vez mejor!

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Capítulo cinco Josia se recostó en el agua profunda y caliente, y dejó que el calor aliviara su cuerpo cansado y dolorido. A ella le sorprendió ver qué grande era la bañera, lo suficientemente grande como para que dos personas entraran con comodidad. Por un momento, Josia pensó en compartir la bañera con Dimitri. Hacer el amor en el agua, ¡qué divertido sería! Aun sin él, ella lo disfrutó. Todavía estaba un poco sensible donde Dimitri le había quitado la virginidad. Él le demostró tanto cuidado después, particularmente cuando la sostuvo sobre su cabeza y usó su boca sobre ella. Él le había prometido que la próxima vez que hicieran el amor sería en una cama… ella esperaba eso ansiosamente. De hecho, a pesar de su dolor, su cuerpo reaccionó a la idea de que su firme y dura verga explorara sus espacios íntimos. Se preguntó qué gusto tendría ese órgano largo y firme… probablemente de maravillas, a juzgar por el sabor de los labis de Dimitri. Los tonos entrecortados de Arthur interrumpieron su ensueño. Ella le había dicho que se estaba acostumbrando a su voz incorpórea, entonces él no se molestó en materializarse en el baño. Le daba una sensación de privacidad el no tenerlo físicamente allí; aunque fuera parte de la nave, él estaba allí, de alguna manera… Era confuso cuando lo pensaba, entonces trató de no hacerlo. “¿La señora Josia querría probar los chorros de la bañera? Son excelentes para relajarse”. “Seguro, Arthur”. Inmediatamente, unos chorros de agua tibia que latían suavemente golpearon su espalda y su parte delantera a la vez. Se sentían divinamente sobre sus dolores, particularmente en su espalda, tensionada por haber sido dejada atada casi toda la tarde, además de haber sido sostenida contra un árbol cuando Dimitri la tomó por primera vez. No es que se estuviera quejando. Pero los chorros se sentían realmente bien. Particularmente ese. Había un chorro en el piso de la bañera que estaba orientado justo entre sus piernas. Josia se deslizó hacia delante lo suficiente como para dejar que el chorro golpeara su sensible clítoris. ¡Ah, eso se sentía bien! Soltó un pequeño gemido. Podría jurar que escuchó que Arthur se reía por encima de los sonidos de los chorros de la bañera. Inmediatamente, el chorro entre sus piernas se volvió más animado, y la golpeaba con olas rítmicas que ella encontró aun más interesantes. Ella se dio cuenta de lo que pasaba al instante. ¡Por todos los cielos, Arthur estaba controlando los chorros! Consciente de que la computadora de la nave sabía exactamente qué hacía, y peor aun, la ayudaba, Josia trató de alejarse del chorro seductor de la mitad

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de la bañera, sólo para que otro se enciendiera, directamente apuntado a su ano. La combinación de los dos casi la hizo salirse de la bañera. “¿Hay algún problema, mi señora?”. El tono solícito de la IA desmentía su anterior risita. “¿Estás controlando los chorros de la bañera?”. “Por supuesto”. Se detuvieron de inmediato y el agua alrededor de ella se aquietó. “¿Quería que ellos hicieran alguna otra cosa? Tienen muchas funciones. Sólo dígame qué quiere y se lo brindaré gustoso”. Su entusiasmo la tomó por sorpresa. “Los chorros… ¿tienen muchas funciones?”. “Seguro”, siguió Arthur con sus tonos entrecortados. “Son buenos para aliviar los dolores musculares, para relajar cuerpos cansados y para estimular órganos sexuales. Me han dicho que son particularmente buenos para eso. Como no tengo órganos sexuales, tengo que creer lo que dice Dimitri al respecto”. “¿Dimitri usa los chorros de la bañera de esa forma?”. Ella no podía creer que el Piloto de la Oscuridad buscaba placer de las manos… bueno, del programa de una computadora. “Bueno, después de todo, señora mía, él ha estado en el espacio durante mucho tiempo. Eso puede ser muy duro para cualquiera, incluso para un Piloto de la Oscuridad. Él tiene que encontrar algo de alivio”. Josia se puso a pensar en eso. Desde luego que Arthur tenía razón. ¿Por qué Dimitri no podía programar chorros especiales en su bañadera? “¿Crees que a él le importará si hago lo mismo?”. “Mi estimada, Dimitri nunca le negará ningún placer. Él se preocuparía más si usted se los negara a sí misma”. Dicho de esa manera, parecía que no haría ningún daño. “Entonces vuelve a encenderlos, Arthur, particularmente los del fondo”. “Como usted lo desee”. La voz de la IA sonó engreída, pero a Josia no le importó ya que los chorros volvían y unas olas de agua tibia y estimulante golpeaban sus puntos sensibles, y enviaban ola tras ola de sensación a través de ella. Se recostó y dejó salir un sentido gemido mientras el agua hacía su trabajo. “Eso se siente tan bueno, Arthur”. “Por supuesto, señora Josia. Así debe ser”.

***** Después de cinco orgasmos extremadamente placenteros, Josia se probó el vestido nuevo que Arthur le había encontrado, verde esmeralda como le había prometido y hecho de la tela más sedosa que jamás había sentido sobre su piel. Le quedaba precioso y al girar frente a la superficie espejada en la que Arthur había convertido una de las paredes, se sintió complacida con su aspecto.

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Ella se veía… ¡hermosa! Bueno, quizás no exactamente, pero al menos estaba bonita, y eso era mucho mejor de lo que se había visto antes. Además, se sentía diferente. Se sentía bonita, y eso era completamente maravilloso. Dimitri pensaba que ella era hermosa. Josia se acaloró de sólo pensar en él, dio un paso hacia atrás del espejo y la pared volvió a ser de simple metal. Se preguntó cuánto tiempo pasaría hasta que Dimitri volviera a buscarla. Ella quería mostrarle su nuevo vestido y decirle lo maravillosa que se sentía. También quería probar hacerle el amor en esa cama que él le había prometido. Sus experiencias en la bañera sólo le habían abierto el apetito por más sexo. Suficiente de los deportes acuáticos. Ella quería un hombre. O un Piloto de la Oscuridad con una erección. Ella se hundió en el almohadón cómodo y suave de la sala. “Arthur, ¿cuánto falta para que vuelva Dimitri?”. “Creería que muy poco”. La inteligencia artificial no sonaba preocupada, pero había un dejo de duda en su voz. “Debería haber terminado ya”. “Quizás alguno de los bienes necesita un trato especial y él necesita ayuda”. “Quizás tenga razón. Enviaré una sonda espacial espía para buscarlo. Mientras tanto, deberíamos prepararnos para su partida con nosotros. ¿Hay algo que desearía traer con usted?”. Ella realmente iba a dejar su planeta natal y no vería a su hermana nunca más. Josia ignoró la puntada que le ocasionó pensar en eso. “La mayoría de mis objetos personales estaban con los bienes de intercambio. Había una pequeña valija con ellos”. “Hmm. Creo que puedo verla. ¿Una pequeña y azul? La llevaré a la cabina principal”. “Gracias, Arthur. Estaba pensando que, como estaremos tanto tiempo en el espacio, me querría traer mi telar. Y un poco de hilo para tejer”. “Una idea soberbia”. La IA sonó realmente entusiasmada. “Eché un vistazo a la tela que Dimitri me dijo que usted había hecho y debo decir que estoy impresionado”. Los halagos de la IA la hicieron sonreír con orgullo. “¡Gracias, Arthur!”. “Por nada, señora Josia. Ahora, querrá despedirse mañana a la noche antes de que despeguemos. Quizás podríamos traer a su familia a la nave y a algunos amigos para una fiesta de despedida. ¿Para cuántos preparo refrescos?”. “Sería sólo mi hermana. No hay necesidad de hacer una verdadera fiesta”. “¿Fiesta no?”. Josia pensó que él sonaba desilusionado, pero luego la voz de Arthur pareció muy lejana de repente, como si ella mantuviera sólo una fracción de su atención. “Su hermana, ¿cómo la describiría físicamente?”. “Como yo. Con cabello oscuro y ojos marrones”. “¿Cabello largo, quizás? Pero ella es más joven y su cara y su cuerpo son más delgados, ¿verdad?”. 130


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Josia se sentó, de repente preocupada. “Sí, así es ella. ¿Por qué preguntas?”. “Porque mi sonda espacial espía ha encontrado a Dimitri, ¡y a una mujer, que concuerda con esa descripción, que le está apuntando con una especie de arma mientras hablamos!”.

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Capítulo seis A pesar de las protestas de Arthur sobre lo que Dimitri le haría si algo le pasaba a ella, Josia buscó sus pantuflas y salió corriendo de la nave, en dirección a su hermana y Dimitri. Ella no podía imaginar qué tipo de arma podría haber encontrado Kissa que pudiera mantener prisionero a un Piloto de la Oscuridad, pero su hermana era bastante imaginativa. No era muy descabellado pensar que ella hubiera encontrado algo que fuera una amenaza. Llegó para ver que Arthur no había exagerado. Sentado totalmente quieto sobre una valija con provisiones supuestamente para la colonia, la mirada de Dimitri se fijó en el rayo de luz púrpura azulado que tocaba el suelo justo frente a sus pies… y con un buen motivo. La luz emanaba de un pequeño cilindro en la mano de Kissa, y Josia lo reconoció como una de las pocas linternas ultravioletas de la colonia. La luz se usaba para curar enfermedades leves de la piel, pero podía ocasionarle una quemadura fea a la piel sensible de Dimitri. Desde atrás de un árbol, observó a Kissa levantar su arma improvisada; el rayo ahora pegaba contra la valija entre las piernas abiertas de Dimitri. Josia hizo una mueca cuando la vio acercarse lentamente a su entrepierna, y se preguntó que daño le haría si le pegaba en la verga y las bolas. “Pregunté dónde estaba Josia. No lo preguntaré otra vez”. Dimitri frunció el ceño. “Te dije que mi dama está a salvo y donde nadie le hara daño”. “Nadie más que tú, querrás decir”. “Sólo tengo buenas intenciones para con ella. Tengo la intención de hacerla mi pareja”. Kissa dijo no con la cabeza. “¿Tú esperas que yo crea eso? Nadie quiere a Josia. A nadie le importa más que a mí”. La verdad no le dolió poco, a pesar de que sabía que su hermana la quería de verdad. Dimitri meneó la cabeza. “Si te importa, entonces sabes qué persona maravillosa es. Yo también la amo, pequeña. Por eso quiero que venga conmigo”. ¿Dimitri realmente la amaba? Fue todo lo que Josia pudo hacer para no correr a él. Por la expresión en su cara, Kissa no estaba convencida. Miró con furia al Piloto de la Oscuridad. “Tú sólo quieres alimentarte de ella. ¡Tomarás toda su sangre y ella morirá!”. “No por mis manos”. Dimitri se puso de pie y levantó una mano como para jurar. “Nunca le haré daño”. 132


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El rayo se sacudió cuando la linterna tembló en su mano. “No te acerques más. Sólo estás tratando de engañarme. Quiero que la dejes libre, ¡ahora!”. “No lo haré. Ella es mía”. “¿Porque la ataron y te la dieron como forma de pago?”. Ellos no tenían derecho a hacer eso. ¿Tú la esclavizarías por eso?”. “Ya te dije. Ella no es una esclava. Ella se ha entregado a mí”. “Ella no tuvo opción”. Los ojos verdes del Piloto de la Oscuridad brillaron. “Ahora la tiene. Le daré la opción”. “Entonces, si ella quisiera quedarse, ¿tú la dejarías? ¿No la harías ir contigo si no lo quisiera?”. “Yo…”. Por un momento, Dimitri se vio inseguro, luego enfrentó directamente a su hermana. “Así es. Si ella quiere quedarse, entonces no la obligaré a irse conmigo”. Josia contuvo la respiración. ¿Ella podía quedarse? ¿La quería tanto, como para dejarla libre si ella lo deseaba? Ella salió de atrás del árbol. “No lo lastimes, Kissa”. Kissa giró torpemente, bañando a Josia con un brillo púrpura oscuro. Horrorizada, Kissa dejó caer la linterna y corrió hasta ella. “¡No! No quise quemarte”. Se echó a llorar y lanzó sus brazos alrededor de Josia. “¿Estás bien? ¿Él no te obligó a que te guste?”. Josia no pudo evitar reírse mientras acariciaba la espalda de su hermana para reconfortarla. “Una lámpara de rayos ultravioletas no me va a lastimar a menos que pase varias horas debajo de ella. Todavía soy humana, Kissa”. “¡Ah, gracias al cielo!”. A su hermana se le cayeron las lágrimas. “¿Lo oíste, Josia? Dijo que te dejaría ir”. Josia miró a Dimitri y vio que la observaba abrazar fuerte a su hermana. “Lo oí”. Él dudó, luego dejó caer los hombros. Aun sin tocar su mente, ella pudo sentir su desesperación. “Prometí no hacerte daño, Josia, y eso incluye a las penas del corazón. Nunca te separaría de alguien que amas”. “Lo sé, Dimitri”. Ella dudó, luego hizo girar a su hermana hacia ella y la besó en la frente. “Ve a casa, Kissa”. Su hermana aún tenía lágrimas en los ojos. “¿Tú no vienes conmigo?”. “Ahora no. Fui entregada a Dimitri al menos durante el tiempo que estuviera aquí”. “Pero Josia… ¿dices que quieres quedarte con él?”. La cara de Kissa se oscureció como cuando era pequeña y le negaban un caramelo, y Josia recordó lo joven que era. “Tengo intención de cumplir con mis obligaciones con él por ahora. Respecto a más tarde…”. Su voz se apagó. “Tengo mucho que pensar”. “Ah. Bien. Creo que es justo”. Kissa no pareció decirlo en serio, pero empezó a caminar hacia el borde del claro. “Te veré mañana, ¿verdad?”. “Mi nave no se irá hasta mañana a la noche”, Dimitri dijo. “Regresa entonces”. 133


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Con una última mirada de desconcierto a Josia, Kissa hizo un gesto con la cabeza y partió. Después de dudar un momento, Dimitri cruzó el espacio entre ellos, la tomó en sus brazos y la besó, y Josia volvió a sentirse bajo su hechizo. “Gracias por quedarte, por esta noche al menos”. Ella se apartó y le sonrió. “Estoy demasiado distraída para decirte que no, ¿recuerdas?”. La abrazó más fuerte. “Y yo comparto tu distracción. Aunque no creas nada más, cree eso”. “Lo creo”. Ella necesitaba distraerlo de alguna manera. “Ahora, ¿no me prometiste una cama para la próxima vez que hiciéramos el amor?”. La risa de él sonó forzada, pero la besó otra vez y la levantó en sus brazos, agarrándola como si pudiera desaparecer de su agarre. “Sí, lo hice, ciertamente”.

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Capítulo siete Y era una cama increíble. Suave, cálida y con la cantidad justa de resortes, además de que llenaba todo el rincón de la cabina de Dimitri, lo cual les daba mucho lugar para todo tipo de actividades sexuales. Hacer el amor iba a ser bueno en esta cama. Hacer el amor con Dimitri iba a ser fabuloso. Desvestida una vez más por un impaciente Piloto de la Oscuridad, Josia estaba recostada sobre las almohadas y lo miraba quitarse su propia ropa, casi arrancando los cierres por la necesidad de librarse de ellos. De Arthur salió una queja acerca del daño, recordando a Dimitri que alguien tendría que arreglar su ropa, pero duró poco, ya que el piloto dijo a la computadora que apagara todo el monitoreo en el dormitorio. Ante el suspiro de alivio de Josia, Arthur murmuró algo sobre la falta de respeto, luego los únicos sonidos fueron los de las respiraciones dificultosas de Dimitri y de ella. Él estaba parado frente a ella, desvestido y despreocupado; era el hombre más hermoso que había visto jamás. Su cuerpo era todo duro músculo, tonificado por horas de ejercicio que hacía para reducir los síntomas de la pérdida de gravedad. El cuerpo de ella hormigueaba ante su fuerza y su deseo de ella, obvio por la manera en que su verga, larga y pesada, la apuntaba. Ella no podía creer lo afortunada que era por estar con él. La lotería que había elegido a Kissa y la había obligado a ella a tomar el lugar de su hermana, la había entregado a un hombre que la deseaba. Más que eso, en realidad él la amaba. Ella se sintió como la mujer más afortunada del universo. “¿Te vas a quedar ahí parado mirándome toda la noche?”. “A pesar de que me gustaría mucho, no puedo. Amanecerá en un par de horas, y yo duermo mientras hay sol”. Él se arrodilló en la cama junto a ella y se arrastró hacia delante entre sus piernas. “Ansío pasar ese descanso contigo en mis brazos. ¿Te quedarás conmigo hasta mañana en la noche?”. Una nota de melancolía se deslizó por su voz. “Me quedaré contigo durante tu descanso, Dimitri”. Ella acarició su cara. “Por favor, hazme el amor ahora”. Esta vez, cuando él la besó, hubo algo más, menos posesividad y más ternura. Ella no escuchó más ese mía, mía en su mente. Quizás la idea de que podría perderla lo hizo valorarla más, como a un tesoro, como lo que fuera, Josia sintió la profundidad de su necesidad de ella y se zambulló dentro. Ella lo buscó con la mente y le hizo ver cuánto lo deseaba. Él se inclinó sobre ella y le rozó el cuello con sus labios. Ella pudo apenas sentir las puntas de sus colmillos. “Será un placer para mí, Josia”. “No… para los dos”, dijo ella sonriéndole. 135


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Ya habían tenido sexo. Pero esto era diferente. Dimitri mostró entusiasmo, y fue casi feroz en su interés la primera vez; la segunda vez le hizo el amor con la dicha de la posesión. Él ahora dudó antes de reclamar su cuerpo. Esto era menos sexual, la unión de dos cuerpos, y más la unión de dos mentes, dos corazones y dos almas. Esto era amor, no sexo. “Tú le dijiste a mi hermana que me amabas. ¿Crees que es posible amar a alguien la primera vez que lo ves?”, Josia preguntó en voz baja. “Yo solía no creer en el amor a primera vista. Pero eso era antes de conocerte”. Los labios de él se torcieron para formar una sonrisa. “Pero debo admitir que el amor no fue lo primero en mi mente. Tú te veías simplemente tan apetecible atada a ese árbol”. Él bajó su mano para tocar su seno, acercó el pezón y su lengua saltó fuera para acariciarlo. La punta se endureció, y él se acercó para chupar cuidadosamente de ella. Josia apenas pudo sentir las puntas de sus colmillos sobre la suave piel. “Sabes tan bien, dulce dama. Como…”, su voz se apagó y él se rió. “Qué gracioso, no puedo pensar en nada que sepa tan bien como tú”. Ella se sentó y lo empujó para dejarlo boca arriba. “Esta vez yo quiero probarte a ti”. La cara de Dimitri mostraba una profunda apreciación mientras Josia envolvía su mano alrededor de su asta y le daba la primera lamida tentativa a su verga. Ah, era tan adorable como ella lo había supuesto. Usó su mano libre para acariciar la suave bolsa debajo y exploró las partes de este hombre con tanta curiosidad como pasión. Los gemidos de satisfacción de él le dijeron que estaba tocándolo bien, pero cuando se llevó la punta a la boca, él casi explota. ¡Detente allí, Josia! Quiero esperar para acabar dentro de ti. Él se sentó, se arrodilló detrás de ella, y le abrió bien los cachetes del culo para darle a su boca un mejor acceso a su concha y a su clítoris. Al darle la primera chupada, él abrió su mente a ella y le dejó ver cuánto disfrutaba de su sabor. En respuesta, Josia compartió los sabores que había tomado de él, con la sal de su fluido pre-eyaculatorio todavía sobre su lengua. Compartir sus experiencias, sumado a la boca de Dimitri sobre su concha, hizo que Josia ardiera hasta casi rogarle que se metiera dentro de ella. Dimitri la penetró lentamente desde atrás; y su larga y gruesa verga la llenó y la hizo estremecer. Ella lloriqueó, primero por el tamaño de él, luego por la forma en que se movía: cada embestida era firme y fuerte. Josia miró hacia atrás y vio su cara, la intensidad casi dolorosa que mostraba. Él la envolvió con su cuerpo y le lamió la piel sobre su hombro antes de morder y tomar sólo unos sorbos, para luego sellar los orificios. En ella brotaron la duda y la inseguridad. Él la necesitaba por su sangre y su sexo, eso era ella para él. Pero él había escuchado sus pensamientos. Te necesito para vivir, Josia. Tú me das amor y risas y un futuro por el que vale la pena vivir. 136


La novia del piloto de la oscuridad

Como antes en el puerto de carga, en tanto crecía su pasión y se acercaban al clímax, sus mentes se mezclaron. Josia volvió a ver sus pensamientos, esta vez sobre cuánto la deseaba, cuánto significaba para él tenerla… y qué solo se quedaría cuando ella se fuera. Fue suficiente para romperle el corazón, especialmente cuando se dio cuenta de que, igual que él, ella había estado sola casi toda su vida. Su tejido había sido su trabajo, y su hermana la había necesitado, pero pronto Kissa elegiría uno de los tantos jóvenes que la pretendían. Nadie había pretendido ni pretendería la mano de Josia, y ella también tenía largos y vacíos años por delante. Dimitri aceleró y la mente de ella se vació de todo pensamiento excepto de lo maravilloso que se sentía tenerlo detrás de ella. Delante de ella, la pared se volvió brillante, probablemente obra de Arthur, y pudo ver el reflejo de ambos. El bello rostro de Dimitri sobre su hombro, sus ojos cerrados con pasión, sus manos amasándole amorosamente los senos, sus caderas empujando su verga en el trasero de ella. Él abrió los ojos, que se le encendieron de amor al verlos juntos a ambos. Sus imágenes combinadas se unieron con las otras sensaciones y la empujaron hasta el clímax. Josia volcó la pasión resultante en su vínculo para ahogarlo antes de que la ahogara a ella. Atrapado en la vorágine, Dimitri perdió el control y acabó con ella; sus mentes estaban mezcladas, aun cuando sus cuerpos alcanzaban el punto culminante con orgasmos simultáneos. Con gemidos combinados, colapsaron sobre la cama. Sus mentes se separaron gradualmente en los momentos que siguieron, a pesar de que el vínculo todavía existía. Josia estaba recostada en sus brazos, repleta, escuchando los pensamientos ociosos en la cabeza de su Piloto de la Oscuridad. La satisfacción sexual les daba un brillo cálido, pero aún había una sensación de un mal presagio, su miedo de que ella lo abandonara. Ella misma se sentía somnolienta, al haber relajado sus propias tensiones sexuales y ante la falta de sueño. “¿Cuánto falta para que amanezca?”. Él dio una carcajada corta. “Aun después de todos estos años en el espacio, todavía puedo sentir cuando se acerca el sol. Quizás tengamos unos cinco minutos, luego me dormiré hasta que termine el día”. Ella, recostada a su lado, dio vuelta la cara para mirarlo. “Si quisieras escapar durante ese tiempo, podrías hacerlo. Yo no podría detenerte”. “Estoy demasiado cansada. Además, podrías decirle a Arthur que despegue conmigo a bordo mientras dormimos si quisieras”. “Podría… pero eso no estaría bien. Dije que dejaría que tú decidas si te quedas, Josia”. En ese momento, Josia supo cuánto amor sentía por ella. Ella había visto qué tipo de vida llevaba él… el hombre tenía chorros especiales en su bañadera para satisfacer su pasión y tomaba sangre artificial que no le gustaba. Ella también sabía qué solo se sentía, los largos años que había pasado con la única compañía de su computadora.

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Durante mucho tiempo, había buscado a alguien como ella. Ella había notado la dicha de él por estar con ella. Aun así, si ella lo deseara, él la dejaría libre. Él la amaba tanto así. “Dimitri, tú prometiste que nunca podrías separarme de alguien que amo”. Los ojos de él perdieron la somnolencia y se volvieron atentos. “Eso dije, sí”. Ella no pudo resistirse a bromear un poco con él. Josia se permitió un sentido suspiro y sintió que Dimitri se ponía tenso, como esperando una mala noticia. “Bueno, supongo que eso significa que tú tendrás que quedarte conmigo. Te amo demasiado para ser separada de ti. Pero con una sola condición”. Ella abrió su mente para él durante un instante para que él pudiera saber cuál era la condición. Dimitri se sentó y se arrodilló al lado de ella. Su mano parecía sudar cuando tomó la de ella. “Josia, ¿te casarías conmigo?”. Después de toda una vida sin opciones, finalmente alguien le había dado la que ella más deseaba. “Sí, lo haré, Dimitri”. Él pegó un grito y la levantó en sus brazos, y luego la besó contundentemente. “¡Soy el Piloto de la Oscuridad más afortunado del universo!”. “Por supuesto que lo eres”, interrumpió Arthur, con un dejo de arrogancia en su voz. “Lo he dicho todo el tiempo; después de todo, hace décadas que me tienes contigo. Ahora, ¿hago planes para que el casamiento tenga lugar esta noche?”. “Sería sólo mi hermana…”. “Tonterías”, dijo Arthur, con un tono que no permitía discusión. “Un Piloto de la Oscuridad no se casa todos los días, debemos invitar a toda la colonia”. Un sonido profundo irrumpió por las paredes de la cabina mientras la computadora giraba a máxima velocidad. “Está la comida, la bebida, la decoración… debemos tener una torta con una porción de artiheme para Dimitri. ¡Ah, y un vestido de novia, algo gloriosamente sexy! Tanto que hacer… Yo me haré cargo de todos los preparativos… ¡Ustedes dos descansen bien!”. Hubo un graznido abrupto y luego se hizo silencio. Riéndose, Dimitri se volvió a dejar caer sobre su almohada y trajo a sus brazos a una repentinamente exhausta Josia. “No creo haber escuchado a Arthur tan feliz antes. El pasará el resto del día con los preparativos para el casamiento y el año siguiente quejándose de lo duro que trabajó. Que descanses, Josia… lo vas a necesitar”. Ella bostezó. “Que descanses tú también, Dimitri. Te amo”. Un último pensamiento se deslizó por su vínculo mientras el sol arrastraba el cuerpo de él a dormir. Yo también te amo, novia del Piloto de la Oscuridad. Fin

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Acerca de la autora Cricket Starr vive en la zona de la Bahía de San Francisco con su marido de hace más años de los que le gusta contar. Le encantan las fantasías, en particular las fantasías sexuales, y considera lo que ella escribe como una oportunidad para probar los límites. La ambición que la impulsa es divertirse más de lo que nadie debió o pudo hacerlo. Ha publicado en otros lugares con su nombre verdadero, pero ha encontrado un hogar para sus novelas eróticas aquí en Ellora's Cave Cricket agradece comentarios de los lectores. Usted puede encontrar su sitio Web y dirección de correo electrónico en su autor página bio en www.ellorascave.com

Otras obras de Cricket Starr Divine Interventions 1: Violet Among the Roses Divine Interventions 2: Echo In the Hall Divine Interventions 3: Nemesis of the Garden Memories To Come The Doll Two Men and a Lady anthology


EL CLUB DE LOS MIÉRCOLES Charlotte Boyette-Compo


El Club de los Miérocoles

Capítulo uno Eran hombres extraordinariamente guapos y mientras andaban por el angosto camino que llevaba a la habitación donde mantenían sus reuniones quincenales, las mujeres se daban vuelta para mirarlos y suspirar y fantasear con cómo se sentirían al estar en los brazos fornidos de esos guerreros. “Esos hombres tienen su reputación”, comentó una mujer de mediana edad. “Es un secretito sucio lo que hacen los miércoles”. “Ellos pueden hacer lo que les guste sin nadie que los contradiga”, señaló su compañera. “Corydon es el más hermoso, ¿no creen?”, preguntó la dueña de la tienda a sus clientes. “Sí”, acordó la mayor de las dos clientas con una sonrisa soñadora sobre su arrugada cara. “Él puede dejar sus botas bajo mi catre cuando quiera”. “Yo agarraría cualquiera de los seis”, dijo la hija de la clienta, “pero con Brion se me hace agua la boca”. “¡Kaia, por favor!”, la reprendió su madre. Ella se abanicó con energía. “Esas palabras son muy inadecuadas para una doncella”. Brion miró a su alrededor y cuando sus ojos encontraron los de Kaia, levantó una ceja rubia y maliciosa. Una pequeña sonrisa estiró sus labios. “No la alientes, Brion”, contestó rápidamente Keltyn, codeando a su compañero. “¿Quieres que se meta en la habitación? ¡Éste es el primer miércoles, no el tercero!”. Brion suspiró. “Sí, lo olvidé”. Él frotó su mandíbula sin afeitar. “Da igual, creo”. Corydon había empezado el club tres años atrás para darles algo que ocupara su tiempo cuando no tenían obligaciones militares. Se encontraban dos veces al mes para cometer en privado algunos de los pecados sobre los que les habían advertido durante la niñez: la gula, el juego y la lujuria. Las mujeres que traían a su club eran para el placer solamente, sin malentendidos respecto al compromiso y esas cosas. Era estrictamente para el entretenimiento de los hombres, sin que hubiera ninguna posibilidad de caer en la trampa del bichito del matrimonio. Lo que sucedía en el club, se quedaba en el club. “Tengo intenciones de volver a ganar el dinero que me quitaste con trampas el mes pasado”, se quejó Jubil. “Entonces mantén tu mente en el tema de esta reunión”. Los mellizos, Owun y Timun, intercambiaron miradas. Sus bolsos estaban llenos hasta el borde, y de acuerdo con el adivino, éste era su día de suerte. Timun le guiñó el ojo a su mellizo. 141


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“¿Qué quiso decir esa mirada, Timun?”. Corydon preguntó al estirarse para ajustar la coleta de cabello atada sobre su nuca. Timum se dio vuelta hacia su líder. “Loxias dijo que ganaríamos mucho hoy”, dijo el joven, que gritó cuando su mellizo se estiró y lo pellizcó. “¡Hay algo que se conoce como ser demasiado honesto, hermano!”, gruñó Owun. “¡No digas todo lo que sabes!”. “No le llevaría mucho tiempo hacerlo”, comentó Jubil con una risita. “Loxias es un joven estafador”, señaló Corydon. “Mejor juega con tus cartas cerca de tu pecho”. Timun asintió con la cabeza. “Lo tendré en cuenta, Capitán”. “¡Corydon!”, Owun dijo entre dientes. “¡Los días miércoles, él prefiere que lo llamemos por el nombre que le dieron!”. Corydon estuvo a punto de acordar, pero el brillo de unos hilos dorados sobre un largo de tela que levantaban al sol en uno de los puestos del mercado al aire libre atrapó su atención. Los hilos atrapaban la luz del sol, la reflejaban y hacían que la tela pareciera tomar vida. Detrás de la tela, estaba la silueta de una mujer. “¿Quién nos proveerá la comida hoy?”, preguntó Keltyn. “Nuestras fabulosas proveedoras, las hermanas del infierno”, respondió Brion con una mueca. “Es bueno que esas mujeres puedan cocinar, porque seguro que no tienen nada más que hacer”, dijo Jubil. “Ah, no lo sé”, dijo Keltyn mientras sacudía una pelusa del hombro de su túnica. “Yo me cogí a Helia una vez”. Los otros cinco hombres se detuvieron en sus pasos al mismo tiempo y giraron para mirar a su amigo. Jubil agarró con fuerza la parte superior del brazo de Keltyn. “¿La mayor? Keltyn, por favor, dime que estás bromeando”, le exigió. Keltyn se encogió de hombros. “No estaba tan mal, en realidad. Es un poco rellenita, pero bueno, a mí me gustan las mujeres con un poco de relleno de donde agarrarme”. “¿Un poco rellenita?”. Brion preguntó con un tono de descreimiento. “¡La perra es grande como una choza pequeña!”. “Eso pasa por probar demasiado lo que ella misma cocina”, dijo Jubil. Él miraba fijamente a su primo. “¿Has perdido el juicio, Keltyn?”. Keltyn resopló y sacudió el brazo para soltarse de Jubil. “Ella tiene una lengua muy talentosa”, dijo él. “¡La perra es una cerda!”, Brion afirmó. “¡Y también huele como una!”. “Caballeros”, dijo Corydon en voz baja.

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Los otros cinco hombres miraron a su líder, luego siguieron la mirada del hombre alto. “¡En el nombre de Altascia!”, Owen susurró. “¿Quién es ésa?”. Si hubiera bajado la diosa en persona del Monte Laoch para caminar entre sus súbditos, Corydon sospechó que la belleza legendaria de Altascia habría palidecido al lado de la criatura exquisita cuya sonrisa brillaba más que la tela de hilos dorados que estaba comprándole al mercader de telas. El tintineo de su risa sonó como la campanilla de plata más dulce, y el sonido se metió bien adentro de la ingle del guerrero. “Ella debe ser una mujer de placer”, sugirió Jubil. “Es demasiado hermosa para ser la esposa del algún hombre”. Él hizo un gesto hacia dos hombres robustos que estaban parados cerca de la belleza, con los brazos cruzados sobre unos pechos muy musculosos. “Ellos parecen ser sus guardias”. “Daría un mes de mi paga para meterme debajo de ese vestido”, dijo Keltyn con un suspiro. “Si ella es una prostituta, tendrías que pagar más que eso”, dijo Brion. “Eso es carne de calidad, mi amigo”. Corydon desvió su atención de la conversación que mantenían sus amigos. Su mirada estaba fija sobre la magnífica mujer cuyos delgados brazos estaban adornados con espirales de oro forjado y cuyos elegantes pies estaban cubiertos con sandalias muy costosas. Su cabello era marrón oscuro, con reflejos rojizos que brillaban al sol como si unas luciérnagas aletearan por entre los mechones elegantemente a la moda de ella. Varias hileras de perlas habían sido tejidas por entre esa lustrosa melena amontonada en la parte más alta de su cabeza y espiralada en una larga trenza que se meneaba de un modo tentador sobre su hombro derecho desnudo. El vestido que llevaba puesto iba con su bien formada figura tan dulcemente como el abrazo de un amante, pasaba por debajo de su brazo derecho para fluir graciosamente sobre el hombro izquierdo en delicadas pliegues. La fina tela de seda se ajustaba a sus curvadas caderas y moldeaba sus generosos senos tan ajustadamente que las puntas de sus pezones sobresalían en un atrevido desahogo. “Ella es imponente”, declaró Jubil. “Mi verga palpita de sólo mirarla”, Timun, el menor de los mellizos, les dijo. Otra risa musical se escapó de la garganta de la hermosa mujer, y ella desvió la mirada de lo que fuera que el mercader había dicho para observar a alguien que pasaba. Su escrutinio pasó por los hombres, luego les quitó la vista rápidamente. Unos ojos violeta pálido, enmarcados por pestañas largas y gruesas, se toparon con los de Corydon, y la sonrisa se deslizó de su hermosa cara mientras estaba allí parada con los labios separados y lo miraba fijamente. Al poner la punta de su lengua sobre el labio inferior para humedecer esa superficie seductora, todos los hombres mirándola sintieron que los envolvía un profundo remolino de lujuria. “Has hecho una conquista, Cory”, dijo Jubil. 143


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Corydon había conocido a muchas mujeres hermosas en sus treinta y nueve años. Él se había acostado con más de las que quería admitir, excepto cuando estaba borracho y en un típico estado masculino de alarde. Él había conocido los placeres de mujeres cuya carne era tan pálida como la leche recién ordeñada y de aquellas cuya piel estaba entre los tonos más morenos. Él había mirado ojos verdes, azules, marrones y negros, y todos los tonos intermedios, pero nunca había visto ojos del color de los de esta mujer. Aun a la distancia de veinte pies, esos ojos hermosos brillaban como las más preciosas amatistas de Tranoliun. “Timun”, susurró Brion. “Ve y pregunta su precio”. Corydon puso un rígido brazo delante del muchacho cuando él comenzó a avanzar. Con un leve movimiento de la cabeza, el guerrero bajó su brazo. “Iré yo”, les dijo. Como un hombre en trance, Corydon se acercó a la exquisita belleza, sin quitar los ojos de los de ella. Cuando estaba a sólo seis pies, los hombres robustos parados a un costado caminaron lentamente hacia delante para bloquear su paso. Lo miraron con furia, con caras de piedra, labios apretados, brazos cruzados sobre sus enormes pechos y miradas duras como la piedra. Acostumbrado a que los hombres se hicieran a un lado para él en lugar de ponerse en su camino, Corydon frunció el ceño. Era un hombre respetado y admirado, no para ser ignorado o contrariado. “Yo soy Corydon Lesartes”, anunció Corydon. “Soy…”. “Quizás el hombre más guapo que haya visto jamás”, la hermosa mujer dijo con una voz suave y melódica. Ella tocó el enormemente musculoso brazo del más bajo de sus dos guardias, y el hombre se hizo a un lado inmediatamente, mientras inclinaba la cabeza. “Es un honor que me haya notado, milord”. Ella le extendió la mano. Corydon hizo un paso hacia ella, tomó su mano y se la llevó galante a los labios. Él la miró a través de la curva de sus largas pestañas. “El honor es mío, ¿Lady…?”. “Soy Rosalyn”, le dijo ella y retiró suavemente su mano de la de él. Ella miró lentamente a sus compañeros. “¿Caballeros, ustedes están buscando compañía para el día?”. Una parte del alma de Corydon se marchitó, ya que él esperaba sin mucha esperanza que esta hermosa hembra no fuera una mujer de placer. Él asintió, ya que no confió en su capacidad de habla al darse cuenta de que estaba apretando los dientes. “¿Los seis?”, presionó ella. Él asintió una vez más. La desilusión se posó en sus hombros, y él trató de sacudírsela. “¿Cuánto?”, preguntó él, más bruscamente de lo que debió. Rosalyn puso la uña de su dedo índice con perfecta manicura entre sus muy blancos y parejos dientes y pareció considerarlo. Ella paseó la mirada entre él y los hombres parados juntos observándolos, luego volvió su atención a Corydon y levantó la cabeza mientras lo estudiaba.

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“Bueno, no traje tanto dinero conmigo hoy”, dijo ella. “¿Cuánto cobran normalmente?”. Corydon parpadeó y sus cejas se levantaron bruscamente. “¿Perdón?”, preguntó. “Lo más probable es que tenga suficiente para cuatro de ustedes –depende de cuánto cobren, por supuesto– pero no para todos”. Sus labios se fruncieron en un simpático pucherito. “A pesar de que realmente habría disfrutado de la experiencia con los seis de ustedes, me temo que no puedo pagarlo”. Ella se puso más animada. “Bueno, al menos hoy no. ¿Quizás más tarde esta semana?”. El Capitán de la Guardia Imperial de Dorschia quedó boquiabierto. Era muy consciente de que no estaba respirando, y de que una parte de su anatomía estaba dura como una roca mientras observaba a la hermosa criatura parada delante de él. Sus hermosos ojos tenían un calor que él no podía dejar de mirar, y el olor de ella era embriagador. “¿Cree que nosotros somos hombres de placer?”, logró preguntar, haciendo mala cara al escuchar la voz lastimosa que le salió. Ella frunció el ceño. “¿No lo son?”. Corydon abrió la boca para decir que desde luego que no lo eran, pero su mirada cayó hasta su exuberante pecho y sintió un hormigueo en todo el cuerpo. Él ansiaba tanto pasar sus manos por esos encantadores globos, acariciar los pezones que sobresalían por la suave tela. Él deseaba tener a esta preciosa mujer debajo de él, con sus piernas envueltas alrededor de la cintura, y tuvo que esforzarse para quitar su atención de su exquisito pecho. “¿He cometido un espantoso error?”, preguntó Rosalyn, con un bonito tono de rosa cubriendo sus mejillas. “Si lo he hecho, me disculpo. Porque ustedes son todos tan guapos…”. “¿Cuánto dinero hay?”, la interrumpió él. Ella se encogió de hombros con elegancia y miró al más bajo de sus guardias, obviamente, en el que confiaba más. “Davon, ¿cuánto me queda?”. Los ojos del guardia se entrecerraron peligrosamente. “Un poco más de novecientos quesones, milady”, le contestó con una voz áspera. “Entonces tiene suerte”, dijo Corydon. “Es miércoles y tenemos dos al precio de uno en oferta”. Corydon escuchó gruñir al guardia y lo miró. Había intención de asesinato en un par de ojos grises que lo miraban con furia, como si fuera una sabandija. El labio superior del hombre estaba levantado de una manera que sugería que él no sólo pensaba que Corydon era una sabandija, sino que también olía como una. “Trescientos quesones por un par de nosotros, milady. Novecientos por los seis, para darle el placer de su vida”, dijo Corydon, mientras desviaba la mirada del guardia, ya que pensó que el hombre lo iba a atacar. “El miércoles es…”, Corydon revoleó una mano al descuido, ya que no sabía cómo terminar.

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“El día del polvo”, respondió por él el guardia. Corydon le echó al guardia una mirada brutal, pero el hombre no se paralizó por la mirada que muchos habían considerado letal. “¡Encantador!”, dijo Rosalyn. “Davon, págale”. Davon empujó una mano dentro de su jubón y sacó una sustanciosa bolsa de monedas. Con una mirada devastadora, se las lanzó a Corydon, quien las atrapó contra su pecho. Ella dio un vistazo a su alrededor. “¿Dónde vamos?”. Corydon sólo pudo apuntar al segundo piso del edificio frente al cual sus amigos estaban parados. Él le ofreció el brazo. “¿Me permites?, le preguntó. “Gracias, milord”. Rosalyn apoyó graciosamente su brazo sobre el de él, entrelazando sus dedos hacia abajo con los de él. Ella se levantó el ruedo del vestido de un lado y caminó con él hacia el grupo de cinco hombres. Los hombres sonreían de oreja a oreja y se codeaban unos a otros al ver a Corydon y a Rosalyn acercarse. Sus ojos estaban calientes de deseo. “Lady Rosalyn”, dijo Corydon, “permíteme presentarte a mis compañeros, hombres de placer: Keltyn, Jubil, Brion y los mellizos Timun y Owun”. “¿Hombres de placer?”, repitió Jubil. La confusión arrugó las caras de los hombres, que miraron a Corydon. Él les sonrió rígidamente, con un músculo que se contraía en su delgada mejilla. “¡Mellizos!”, dijo Rosalyn con un suspiro profundo. “Nunca antes había recibido placer de mellizos”. “Uno para cada lustroso seno, milady”, dijo Corydon mientras pasaba la mirada por cada uno de los hombres. “Garantizamos brindarte placer; de lo contrario, devolveremos el dinero”. Jubil quedó boquiabierto. “¿Ella nos va a pagar?”. “No nuestra tarifa habitual”, dijo Corydon, mirando fijamente a la sorprendida cara de Jubil. “Como es la mujer más encantadora que hemos encontrado, le ofrecí dos hombres al precio de uno por hoy”. Keltyn se puso una mano sobre la boca para reprimir la carcajada que hizo que su cara se volviera de un tono de rojo muy poco sentador. Las cejas de Brion se perdieron en el contorno de su cabello rubio pálido. Timun se balanceaba sobre un pie y el otro con anticipación, y su atención pegada al pecho de Rosalyn. Owun se veía como si estuviera por desmayarse, y sus manos, de hecho, temblaban. “¿Vamos?”. Preguntó Corydon e hizo un gesto con la mano hacia las escaleras que llevaban hasta la habitación del club de los hombres. Rosalyn inclinó la cabeza y lo precedió por las escaleras, con su vestido levantado por ambas manos de manera que revelaba sus bien formados tobillos.

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Jubil disparó una mano y agarró a Corydon del brazo. “¿Ella piensa que somos hombres de placer?”. “¿No lo somos?”, preguntó Corydon en voz baja. Se desligó del brazo de Jubil y comenzó a subir las escaleras. “Ella nos va a pagar”, dijo Brion, y sus palabras caían como piedras. La mirada en su bello rostro sugería que no sabía si sentirse insultado o reírse. “Sí, pero no nuestra tarifa habitual”, Keltyn se mofó mientras empujaba a Brion a un lado y subía los escalones de a dos. La habitación estaba cubierta de sombras, ya que las ventanas daban al oeste. Estaba fresco dentro de las paredes de piedra, y una suave brisa se filtraba desde el balcón. “Bienvenida al club de los miércoles, milady”, dijo Corydon. “Pasarás un muy buen momento”. “Qué elegante”, dijo Rosalyn mientras examinaba la habitación. Había una mesa larga y baja, alrededor de la cual habían colocado diez almohadones altos. A lo largo de las paredes había cinco catres lo suficientemente grandes para dos personas cada uno. En cada uno de los cuatro rincones, un brazo de altos candelabros de bronce sostenía unas velas blancas y gruesas, sin encender, y había dos candelabros de cobre de tres brazos sobre la mesa, a los lados de un bol lleno de fruta. Sobre una pared había un inmenso mueble que tenía copas de cristal y jarras altas llenas de bebidas de distintos tonos. “¿Desearías un poco de coñac?”, Corydon preguntó. Rosalyn dijo que no con la cabeza. “El sol no se ha puesto aún, ¿verdad, milord?”. “En alguna parte del mundo, sí”, Keltyn respondió por su Capitán. La hermosa mujer sonrió con dulzura. “No tengo necesidad de beber, caballeros. Ya estoy embriagada de vida”. Corydon escuchó que la puerta de abajo se cerró y miró a su alrededor. Sus hombres estaban en la habitación con él. Frunció el ceño. “Davon custodiará nuestra privacidad”, explicó Rosalyn. “Él se toma su trabajo muy en serio”. Corydon tuvo una momentánea visión de los dos guardias musculosos parados delante de la puerta, prohibiendo la entrada. Él tiró de su mentón. “Hay dos mujeres que nos traerán la comida. Ellas…”. “Davon las dejará pasar”, le aseguró Rosalyn. Ella caminó hacia uno de los almohadones altos, corrió la falda de su vestido a un lado y antes de que cualquiera de los hombres pudiera adelantarse para ayudarla, se hundió elegantemente hasta el piso con sus piernas encogidas hacia un lado. Le concedió una amable sonrisa a cada uno de los hombres. “¿Quién será el primero?”, preguntó ella. “¿El primero?”, repitió Brion.

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“¿Si comenzamos con el más joven y vamos subiendo?”, Rosalyn preguntó, inclinándose hacia atrás para apoyarse sobre un delgado codo. “Y por favor, caballeros, tómense su tiempo”. Jubil le habló a Corydon de lado. “¿Tomarnos nuestro tiempo para qué?”. Corydon había saciado sus deseos con los dispuestos cuerpos de muchas mujeres de placer y sabía qué se esperaba de ellas. “Timun”, dijo él, “ve tú primero y quítate la ropa muy lentamente”. Timun se estremeció, y su cabeza giró rápidamente hacia su mellizo. Se miraron el uno al otro por unos instantes, pero como eran de lo más dispuestos que existe cuando de fornicar se trataba, el joven puso la mano sobre su camisa y comenzó a desabotonársela. “Lentamente, y ¿no deberías sacarte las botas primero, milord?”, instruyó Rosalyn. “El placer es el mismo que abrir regalos en mi día de cumpleaños. Es la anticipación la que hace fluir los jugos, ¿no crees?”. Cada hombre allí sintió que su verga saltaba ante sus palabras, y era todo lo que podían hacer todos ellos para evitar gemir. Evitando cuidadosamente no mirarse entre sí, los hombres se dirigieron a diferentes partes de la habitación, mezclándose con las sombras más oscuras mientras Timun tomaba el centro de la escena y saltaba por allí mientras tiraba de sus botas para sacárselas. Las botas golpearon contra el suelo con un estruendo, y en seguida las cubrieron las medias del joven. “¿Por qué no se sacan las botas todos ustedes?”, Rosalyn sugirió. “Aceleraría las cosas”. Todos menos Corydon cayeron al suelo y se sacaron a tirones las botas y las medias antes de incorporarse de un salto, con la respiración ruidosa en la quietud de la habitación. Corydon se inclinó contra la pared y se quitó las botas, pero su mirada no se movió de Rosalyn. “Ahora”, dijo Rosalyn, apartando los ojos de Corydon. “¿Dónde estábamos?”. Le sonrió a Timun. “Continúa”. Los labios de Timun estaban levemente separados mientras se desabrochaba los botones de su fina camisa de linón tan lentamente como podía. Él abrió los botones con pequeños golpecitos, con una gallardía que contradecía al leve estremecimiento de sus largos dedos. Cuando la camisa colgó libremente sobre su finamente contorneado pecho, él puso las manos sobre el cuello y se quitó la prenda por sobre los hombros. “Tienes un pecho bello, joven Timun”, Rosalyn halagó al muchacho que había cumplido sólo veinte años unos meses atrás. Timun sonrió con orgullo, y pasó la palma de su mano por el escaso vello que crecía entre sus pectorales en desarrollo, luego deslizó los dedos hasta la cintura de sus pantalones. Abrió rápidamente el botón de su bragueta y desató el cordón, con pequeños incrementos en un ritmo que sólo él podía escuchar. Todo el tiempo, sus labios estuvieron fruncidos y sus caderas se meneaban de lado a lado. “Fanfarrón”, murmuró Jubil. 148


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Con los botones desabrochados, Timum empujó lentamente sus pantalones hacia abajo por sus caderas, contoneándose para quitárselos mientras doblaba las rodillas. Una gran erección empujaba la delgada tela de su ropa interior. El joven pateó sus pantalones y le dio la espalda a Rosalyn, para luego mirarla por sobre su hombro y estirarse para bajar la ropa interior por sobre la marcada curva de su trasero. “Ah, qué bien”, comentó Rosalyn. Timun empujó su ropa interior hasta los tobillos e hizo un paso para salir de ella. Mientras la prenda aún estaba enganchada a su tobillo izquierdo, levantó la pierna, lanzó el calzoncillo hacia arriba, y estiró bruscamente el brazo para atraparlo en el aire. “¡Bravo!”, Rosalyn gritó y aplaudió. Cuando se movió para enfrentarla, Timun se cubrió sus partes privadas con las manos, y su cara estaba cubierta de un brillante color carmesí. “Quiero ver”, le ordenó ella. Con timidez, Timun se quitó las manos lentamente y se quedó allí parado con los brazos a los lados y la verga completamente erecta. “Muy impresionante”, lo halagó Rosalyn; luego su mirada se deslizó hasta el mellizo de Timun y levantó una delicada ceja. Siempre el más cauto de los dos, Omun se desabrochaba la camisa muy lentamente. Su mirada estaba posada justo por encima de la cara de la adorable mujer mientras seguía con su tarea en la parte inferior de su camisa. Primero dejó ver un lado de su pecho desnudo al tirar de la tela, luego dejó ver el otro lado, antes de quitarse la camisa por completo y dejarla caer al suelo. Él, igual que su hermano, no tenía ningún cinturón que quitar, entonces desató lentamente su cordón. Bajó un tramo, luego volvió a tirar del cordón. La próxima vez, el cordón bajó un poco más antes de cerrarse casi hasta arriba. La última vez, bajó por completo, y Omun se agachó y bajó la cintura de sus pantalones hasta las rodillas. Con una habilidad de acróbata, sacó una pierna del pantalón y luego la otra, para lanzar la prenda a un lado, como lo había hecho su hermano, y atraparla justo antes de que tocara el piso. Aunque Omun no era tan robusto como su hermano, su pecho era sólido, proporcionado y musculoso. No había vello sobre su esternón, pero justo arriba de la cintura de su ropa interior, su vientre estaba densamente cubierto de un vello enrulado color castaño claro. Él contrajo los pectorales en un dulce bailecito que hizo que Rosalyn tirara la cabeza hacia atrás y riera. “¡Encantador!”, declaró ella. Omun enganchó un pulgar en la cintura de su calzoncillo y lo tiró hacia abajo con un poco de dificultad, debido a que su gran erección complicaba el movimiento de la tela hacia abajo. Cuando liberó su asta –el calzoncillo colgaba de sus delgadas caderas para remarcar el rígido músculo– él deslizó sus manos hacia abajo para exhibir su mercancía. “Ah, Dios mío”, dijo Rosalyn. “Ustedes señores ciertamente están muy bien dotados”. 149


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Omun rió y terminó de quitarse los calzoncillos. Dio un paso al costado y levantó su mentón para desafiar a Brion. Con una pequeña sonrisa que se dibujaba en sus labios, Brion dio un paso adelante. La túnica que llevaba puesta se cerraba en el lado izquierdo de su pecho y abrió lentamente los botones, empujando la tela hacia los costados para dejar ver unos anchos pectorales con pequeñas y duras protuberancias. Dejó que su túnica cayera abierta libremente y luego desvió su atención a su cordón, que desajustó lentamente. Cuando sus pantalones colgaban precariamente bajos de sus caderas, se quitó la camisa y la lanzó a un lado. Con una sonrisa traviesa, caminó lentamente hasta uno de los catres, se sentó, levantó las piernas y se quitó los pantalones de un tirón. Se puso de pie, abrió la bragueta de su ropa interior y dejó libre su verga. Con esa enorme arma en la mano, zangoloteó el duro músculo, y rió al ver que Rosalyn se quedó boquiabierta y luego comenzaba a aplaudir otra vez. “¡Me encanta!”, exclamó riendo la bonita mujer. Jubil no sería superado y empujó a Brion a un lado. Se frotó la erección a través de la tela de sus pantalones, primero rápidamente y luego, mientras se relamía, lentamente. Con su mano libre, abrió los botones de su camisa con el pulgar y cuando estuvo abierta, pasó la palma de su mano de lado a lado por sus pectorales sin vello. Tenía tetillas grandes para ser hombre y sobresalían contra el bronceado de su piel. Él puso las manos sobre su cinturón, desabrochó rápidamente el accesorio y luego lo lanzó a un lado, tiró hacia abajo del cordón y buscó adentro para sacar su verga. Rosalyn silbó suavemente, porque el músculo enmarcado por la V de la abertura de los pantalones de Jubil era el pene más grande que había visto. La bulbosa cabeza era enorme, roja y una diminuta gota de jugo colgaba de la punta. Apenas notó que el hombre se sacaba los pantalones y la ropa interior, ya que su escrutinio estaba fijo en esa masa de acero tubular. Lo blandía como si fuera un pincel, y ella el lienzo que lo esperaba. “A un lado, mequetrefe, déjame mostrarle cómo se ve un hombre de verdad”, gruñó Keltyn. Reticente, Rosalyn arrastró los ojos de la impresionante asta de Jubil y le prestó atención a Keltyn. Si ella creía que la verga de Jubil era grande, tuvo que mirar la de Keltyn con la boca abierta, porque cuando se bajó los pantalones con un diestro movimiento y sacó su asta, ella no pudo evitar quedarse sin aliento. El pene que sobresalía de las caderas de Keltyn dejaba al de Jubil como un enano, y debía tener al menos un pie de largo. No sólo era más largo que el de Jubil, sino que este pene tenía mayor diámetro. Al mirar la formidable pija, a Rosalyn se le hizo agua la boca, y su vientre se agitó. Vagamente consciente de que Keltyn se desvestía para revelar un torso bien torneado y fuerte y unas piernas bien formadas, ella se pasó las manos por debajo de la falda, y las manos le picaban por tocar ese protuberante misil. Parados en una línea irregular, los cinco hombres se parecían a un perchero, con las vergas sobresaliendo hacia fuera. De diversos tamaños y colores, las vergas tenían una cosa en común: estaban completamente erectas y latían. Cada hombre estaba parado 150


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con una sonrisa en su bello rostro y los brazos en jarras para que Rosalyn pudiera echar un buen vistazo a lo que tenían para ofrecer. Rosalyn bajó la cabeza solemnemente como tributo a las dotes superiores de estos hombres, pero cuando levantó el mentón, fue a Corydon a quien miró. Durante un largo rato, se miraron el uno al otro y algo intangible y peligroso pasó entre ellos. Corydon caminó lentamente hasta Rosalyn y se paró ante ella, sus ojos fundían con los de ella. Su camisa no tenía botones y el oscuro pulóver colgaba ajustado de su ancho pecho y sus brazos extremadamente musculosos. Unos pantalones negros moldeaban su alto físico y acentuaban la longitud de sus largas piernas y la extensión prolijamente curvada de su parado trasero que parecía cincelado en piedra. Su respiración era lenta, medida y su postura, calma, pero emanaba una sensualidad vibrante y cruda que ninguno allí –hombre o mujer– pudo dejar de reconocer. Con movimientos lentos y deliberados, Corydon tiró del pulóver dentro de su pantalón hasta que el borde inferior quedó libre. Cruzó los brazos sobre su pecho, agarró el ruedo de su camisa y tiró lentamente hacia arriba y sobre su cabeza. Se quedó ahí parado con la camisa agarrada en un puño cerrado a un lado de su cuerpo por un momento, luego dejó caer la prenda. Él contrajo los pectorales, primero uno y luego el otro. Rosalyn tomó aire lentamente, porque la amplitud del pecho de Corydon comenzaba a hacerle doler entre las piernas y le aflojaba las rodillas. De cerca, ese cuerpo atractivo era digno de verse. Un denso pelaje de vello oscuro y grueso se extendía sobre la parte superior de su pecho desde la clavícula hasta justo encima del diafragma, cubriendo sus masculinos pectorales, y luego disminuía en el medio en una encrespada línea que se hundía más allá de la cintura de sus pantalones. El vello de su pecho se veía como si hubiera sido amorosamente tejido a mano sobre el cuerpo de Corydon por un artista brillante. Los gruesos rulos se desparramaban a los costados de la parte central de sus costillas menos abultadamente que sobre la parte superior de su pecho, sólo para remarcar los duros cordones de músculos que bordeaban su abdomen. Sin darse cuenta de que lo hacía, Rosalyn se relamió el labio superior, y luego curvó la lengua hacia abajo para humedecer el inferior. Corydon puso las manos sobre su cinturón y lentamente retiró la punta de la presilla de cuero, y tiró hacia atrás hasta que el ojal plateado quedó libre de la lengua metálica. Despreocupado, usó el pulgar de su otra mano para sacar la lengua de metal y poder aflojar el cinturón de su hebilla. Con infinita lentitud, tiró de la cinta de cuero negro de los ojales en su cintura, lo dobló una vez alrededor de su puño derecho, luego, con la punta de metal en su mano izquierda, se agachó frente a Rosalyn, enlazó su cabeza con el cinturón y tiró de él para acercarla. Rosalyn estaba cautivada por el bello rostro que se le aproximaba. El cinturón se hundía suavemente en los músculos de su cuello mientras él tiraba de ella hacia delante, pero ella no sintió ninguna incomodidad. Su mirada estaba fija sobre los labios carnosos a pocas pulgadas de ella. Ella levantó las manos para apoyarlas sobre las de él y tembló cuando los erizados vellos sobre las manos de él le hicieron cosquillas en las palmas. 151


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La boca de él se posó levemente sobre la de ella, y su lengua se deslizó suavemente por entre sus labios. Él mordisqueó su labio inferior, su mentón. Cuando se movió hacia atrás, ella gimió profundamente en su garganta, porque su beso era embriagador y ella quería más. El Capitán de La Guardia Imperial se puso de pie, se colgó el cinturón sobre un hombro desnudo, y luego puso las manos sobre el botón de su bragueta. Aún tenía cautiva a Rosalyn con su mirada y comenzó a desabrochar los botones de perlas que sostenían sus pantalones. “¿Cuántos de nosotros deseas tener a la vez?”, gruñó mientras el último botón se liberaba de su ojal. La mirada de Rosalyn cayó hasta la V de esa abertura y tragó saliva. Los encrespados rulos que atrajeron su atención la hechizaron, y ella apenas podía respirar, mucho menos hablar. “¿Dos?”, susurró él mientras se aflojaba la cintura de sus pantalones y se los bajaba por sus delgadas caderas. “¿Tres?”. Completamente consciente del limpio olor a hombre que salía de él, –a aceite de canela y cuero y un vago olor a almizcle que le hacía hervir la sangre– Rosalyn sintió un dolor en los senos y las entrañas que la hizo retorcer en el almohadón. “¿Cuatro?”, inquirió y los pantalones bajaron más. Sólo con un vistazo del pálido brillo de la cabeza de su verga, Rosalyn sintió que se le formaban gotas de transpiración sobre su labio superior. “¿Cinco?”. Su voz era profunda, llena de pasión, e hizo estremecer su columna. Él no llevaba puesta ropa interior, y eso no la sorprendió en lo más mínimo. Un hombre tan sensual como Corydon Lesartes no querría que nada se interpusiera entre él y la rasposa tela de sus pantalones. Mientras la prenda se deslizaba lenta y seductoramente por sus caderas, su verga saltó libre. ¿Ella había pensado que Jubil y Keltyn estaban bien dotados? Abrió la boca bruscamente al ver la carnosa espada de Corydon, porque seguramente ninguna mujer tenía lugar suficiente para un órgano tan rígido. Cubierto de venas y palpitando con vida propia, la verga de este hombre envió un escalofrío de alarma por el pecho de Rosalyn. “Entrará”, le dijo Corydon. “Puedo garantizar que lo hará”. Ella levantó los ojos lentamente de ese delicioso instrumento de placer y miró a Corydon a la cara. Ningún hombre le había parecido tan tentador. Era algo más que la mirada ardiente en sus ojos color ámbar, o los labios carnosos y el mentón partido. Iba más allá de la seductora inclinación de sus cejas, que tenían la forma y el ancho perfecto para su gusto. Sus pómulos eran altos y bien ubicados en una cara ovalada y suave, que llevaba un indicio de barba aunque todavía era temprano. Una nariz majestuosa, que no era ni demasiado larga ni demasiado ancha, indicaba que tenía una herencia más elevada que la del típico campesino.

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“¿Quizás sólo uno a la vez?”, le preguntó y se estiró para quitarse la banda alrededor de su cabello. El deseo envolvió a Rosalyn cuando su cabello atado quedó suelto. Al soltarlo se veía largo –apenas pasaba sus hombros, pero no tanto como para llegar a sus tetillas– y grueso. Era de color castaño oscuro, con reflejos dorados mezclados entre los mechones ondulados. Libre de sus ataduras, cayó de su cabeza en capas que se veían como si lo estuviera soplando el viento. “Por la diosa”, susurró Rosalyn y tuvo que tragar la salvia que se le formaba en la boca cuando se sacó los pantalones y se paró delante de ella con toda su gloriosa masculinidad. Corydon le dio un momento para que pasara su intensa atención por su cuerpo desnudo. Una pequeña sonrisa estiró sus labios. Pestañeó perezosamente; tenía la respiración calma y estable aunque su verga saltaba cada vez que tomaba aire. “Levántate”, le ordenó él y estiró una mano. Rosalyn puso la mano en la de él y le permitió ponerla de pie. Ella se sentía como si estuviera atrapada en un delicioso ensueño. Los otros hombres se acercaron. Sus ojos estaban calientes, sus cuerpos duros como el acero y palpitando de necesidad. Ellos miraron cómo su líder ponía las manos sobre la hermosa mujer parada frente a ellos y permanecieron en silencio. Corydon agarró la parte superior del vestido de Rosalyn y rasgó la tela por la mitad, dejando a la vista el encaje color crema de su ropa interior. Los ojos de Rosalyn se agrandaron y comenzó a levantar las manos, pero Corydon no permitiría nada de eso. “Jubil”, dijo él. “Mantenle los brazos detrás de ella”. Jubil no era de cuestionar las órdenes del capitán, así que se apresuró a hacer lo que le había dicho. Agarró los brazos de Rosalyn suave pero firmemente y tiró de ellos hacia atrás, lo que hizo que sus senos empujaran hacia delante. “Has arruinado mi vestido”, protestó ella, con una vena que le latía en la base del cuello. “Te compraré una docena de vestidos”, respondió Corydon. Mientras Jubil le sostenía los brazos, Corydon desgarró todo el vestido de Rosalyn, hasta el ruedo. La tela de seda colgaba sólo de su hombro izquierdo. “Owun, dame un cuchillo”, ordenó él. Rosalyn se mordió el labio inferior cuando Owun trajo un arma de aspecto malvado, que fue usada para cortar lo que quedaba de su vestido sobre su persona. La prenda se deslizó formando un charco de seda a sus pies. Corydon deslizó el filo suavemente entre sus senos y cortó la camisola desde busto hasta la entrepierna, y la peló como a la piel de un exuberante durazno. Parada allí delante de los hombres con sólo sus medias, Rosalyn sintió que un oscuro rubor cubría todo su cuerpo. 153


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Corydon tomó el cinturón de su hombro y lo pasó alrededor de la cintura de ella. Pasó la punta por la hebilla y ajustó el cinturón. “¿Demasiado apretado?”, le preguntó. Rosalyn se pasó la lengua por los labios “No”. Él ajustó el cinturón alrededor de ella un poco más y levantó una ceja. “No”, dijo ella, apenas pudiendo respirar, porque sus zonas bajas se sentían pesadas y plenas y necesitadas de atención. Fue el latido entre sus muslos que la hizo hundirse contra Jubil. “¿No puedes permanecer de pie?”, Corydon preguntó mientras abrochaba el cinturón. Él miró a Jubil. “Recuesta a nuestra dama, guerrero”. Lloriqueando como una niña asustada, Rosalyn bajó hasta el suelo, donde Brion había acomodado unos almohadones con el pie para sostener su peso. Ella sintió la frescura del algodón contra su espalda y trasero, y se dio cuenta de que Jubil se había agachado detrás de ella para que su cabeza descansara sobre el regazo desnudo de él. Pudo sentir que su verga latía al lado de su hombro y gimió. Agachado a los pies de Rosalyn, Corydon enrolló sus medias para bajárselas, lentamente y con extremo cuidado. Dejó que su mano permaneciera sobre su tobillo izquierdo y luego lo frotó con sus dos manos. “Keltyn, agarra su tobillo izquierdo”, ordenó. “Yo tomaré el otro”. Keltyn se dejó caer al lado de su amigo. “Abre sus piernas y sus brazos”, dijo Corydon. Tiraron de sus piernas para separarlas de manera de que quedara abierta para que todos miraran la humedad entre sus muslos. Las manos de Jubil estaban a los lados de la cara de ella, manteniendo firme su cabeza. Uno tras otro, ante una orden de su líder que nadie más vio o escuchó, los mellizos se estiraron perpendicularmente hacia ella, cada uno con un seno para acariciar o chupar y aferrándose al suelo con un brazo. “¡Ay, Dios mío!”, Rosalyn se quedó sin aliento cuando unas lenguas lavaron sus pezones y unos labios tiraban de ellos. Ella estaba con las piernas y los brazos abiertos debajo de seis gloriosos hombres que estaban convirtiendo su cuerpo en un enorme estremecimiento de puro deseo. Brion se acomodó entre sus piernas, e hizo una pausa sobre ella con las manos apoyadas a los lados de su cintura. Se inclinó hacia delante y pasó la lengua por encima y alrededor de su ombligo, investigó la profunda entrada con su lengua, y luego deslizó ese húmedo músculo por su vientre hasta encerrar su clítoris con la boca. Rosalyn se sacudió debajo del agarre que la apretaba contra las almohadas y abrió su boca para gritar, pero Jubil deslizó la palma de su mano con firmeza sobre su boca. Ella le echó una mirada tempestuosa, pero él simplemente sonrió y meneó la cabeza. El mágico espiral de la lengua de Brion rozó el tierno capullo de su clítoris y envió escalofríos por las piernas de Rosalyn. El hombre sabía lo que hacía porque su lengua se lanzó dentro de ella, investigó allí, dio vueltas en otro lugar –cada movimiento perfectamente sincronizado y hecho con la cantidad justa de presión–. Él lengüeteó su

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humedad, chupó sus labios inferiores, mordisqueó sus temblorosos muslos y luego se sentó para meterle primero el dedo índice y luego el mayor, lentamente y con infinito cuidado. Los duros apéndices entraban y salían, exploraban lenta y experimentadamente su humedad y se hundían más con cada embate. Cuando él hizo girar esos dedos para que su palma mirara hacia arriba y la punta de su dedo mayor presionara firmemente hacia arriba, ella gimió tan fuerte que todos los hombres rieron por lo bajo. “Yo diría que la dama está disfrutando lo que le haces allí, Bri”, dijo Jubil. “Todavía tiene que experimentar el resto”, Brion respondió mientras movía su pulgar hacia delante y hacia atrás sobre su clítoris inflamado. Sus caderas se retorcían sobre las almohadas, sus talones se hundían en su redondez, y Rosalyn cerró los ojos e hizo entrar aire por sus orificios nasales en ráfagas cortas y poco profundas. Los mellizos estaban torturando sus senos con sensaciones duales de manos suaves que acariciaban y lenguas conocedoras que lamían. Cuando quitaron sus bocas de esos gloriosos globos, la pellizcaron suavemente e hicieron girar sus pezones turgentes entre pulgares e índices para causar un delirio de pasión que inundó el cuerpo sobreexcitado de Rosalyn. “Ella es un bocadillo delicioso, ¿eh? Sólo uno de nosotros debería tomarla”, dijo Keltyn suavemente. Él miró a Corydon. “¿Tendrás el placer, Capitán?”. Corydon asintió con la cabeza. Él ardía de deseo, su verga estaba más dura de lo que recordaba que hubiera estado alguna vez. Nunca había disfrutado de los placeres de una mujer al unísono con sus hombres. Aunque muchas veces lo habían alentado a ser parte de una de las descabelladas orgías después de la batalla, había renunciado a esas tentaciones y salido por su cuenta, para encontrar una mujer con la que compartir sus deseos, silenciosamente y lejos de los demás. Ni siquiera cuando él y sus hombres traían a una “amiga” para compartir la reunión del tercer miércoles con ellos, él prestaba atención a lo que sucedía en los otros catres. Ahora se excitaba al mirar a Timun y Owun chupar los senos de Rosalyn. Él sintió que la pasión fluía por sus venas cuando Jubil se inclinó hacia delante para darle a Rosalyn unos suaves besos sobre la frente y las mejillas, reemplazando sus manos con unos labios buscadores que se acercaron a los de ella y apagaron los sonidos de su pasión. Al ver a Keltyn al lado de él masajeando una delgada y bien formada pierna y unos dulces dedos de los pies doblados hacia arriba, él también puso sus manos en movimiento y sus acciones reflejaron las de Kel. Los suaves murmullos de Brion mientras ensartaba los dedos dentro y fuera del vibrante cuerpo de Rosalyn le agregaban sabor al momento. Y cuando Brion dio vuelta su mano e insinuó un pulgar dentro del encantador ano de la mujer, Corydon no pudo evitar reírse del chillido que fue parcialmente ahogado debajo de la experimentada boca de Jubil. “Está casi lista, Cory”, dijo Brion, al mirar hacia atrás sobre su hombro. “Termina con ella”, ordenó Corydon. “Luego comenzaremos de nuevo”.

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Con una sonrisa dispuesta, Brion se inclinó hacia delante y, con sus dedos dentro de la concha y el culo de Rosalyn, apretó su boca sobre su clítoris y comenzó a excitar la inflamada protuberancia. Rosalyn se sacudió contra los hombres que la sostenían. Estaba esclavizada por las maravillosas sensaciones que sacudían su cuerpo, incapaz de liberarse de esas manos fuertes y firmes que pertenecían a esos hombres guapos y poderosos. Su mirada iba de un atractivo hombre al otro y, cuando finalmente encontró los ojos calientes de Corydon, sintió las oleadas de su orgasmo abriéndose paso hasta la superficie. Corydon le envolvió los dedos de los pies con sus dedos y los masajeó intensamente, arqueando sus pies hacia arriba y hacia abajo al tiempo que se ponía rígida; las caderas de ella casi no tocaban las almohadas cuando acabó. Su gruñido de culminación hizo sonreír a todos los hombres, pero no la soltaron. En cambio, cambiaron de lugar, sin darle tiempo a escabullirse de ellos. Keltyn y Brion reclamaron un seno cada uno. Owun y Timun tomaron posesión de sus largas piernas y comenzaron a trabajar sobre los dedos de sus pies y los chuparon uno a uno. Jubil se había ubicado entre sus piernas, y fue su caliente boca la que chupó los jugos de pasión que fluían sin control por su abertura. Corydon le sostenía la cabeza y cuando se inclinó para tomar sus labios, sacó de ella el más dulce de los sonidos: el murmullo de la rendición que todo hombre anhela escuchar de su mujer. “Ella lo ha reclamado”, dijo Owun. “Sí, y él a ella”, acordó su mellizo. Su beso fue largo, duro y posesivo. Tomó posesión no sólo de su boca, sino de su corazón y su alma y su cuerpo también. Colocó sobre ella su sello de posesión. Fue un beso experimentado que selló el trato entre ellos, porque la lengua de ella se deslizó hacia fuera para aceptar la suya y tirar de ella con una ternura que al guerrero le pareció embriagadora. Bien entrenado en el arte de hacer el amor, Jubil hizo su magia bien y profundamente en el húmedo orificio de Rosalyn. Él hundió sus dedos calientes dentro de ella, luego los sacó, mantuvo su mirada y luego deslizó los dedos brillosos dentro de su boca para chupar el jugo. Rosalyn tembló ante ese acto descarado y carnal. Las bocas que tiraban de sus pezones, los dientes que mordían las inflamadas puntas, y la firme presión de los masajistas mellizos trabajando sobre sus pies empujaron a Rosalyn más allá del límite, y antes de que se diera cuenta de qué sucedía, cayó de cabeza en otro orgasmo que la dejó respirando con dificultad. “Tómala, Capitán”, dijo Jubil con una voz áspera y autoritaria. “Hazle saber qué se siente ser tu mujer”.

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Jubil se puso de pie y dio un paso atrás cuando Corydon se acercó para pararse entre las piernas bien abiertas de Rosalyn. “Sostenle la cabeza”, ordenó Corydon. “Tiene el cabello en los ojos”. Jubil se agachó una vez más, puso sus manos sobre la frente de Rosalyn y empujó el cabello húmedo que se enredaba hasta su mejilla. Él le sonrió mirándola a los ojos, mientras ella lo miraba con ojos debilitados por el deseo, con párpados pesados y levemente vidriosos. “He escuchado que él es un notable espadachín, milady”, le dijo Jubil. “Su verga es muy buscada”. Corydon se dejó caer de rodillas entre las piernas de ella y pasó una mano por su vientre, mientras sus labios se retorcían al ver que la carne de ella temblaba al tocarla. Él pasó las yemas de los dedos por la parte interior de sus muslos, luego dio vuelta la mano para acariciar las sedosas partes superiores con las palmas. Él puso la mano en la unión de sus muslos y usó los pulgares para abrirlos y las uñas de los pulgares para atravesar los valles de los labios exteriores de su vulva, arañando suavemente esa zona sensible donde a muchas mujeres parece que les picara, primero hacia arriba y hacia abajo a la vez, luego con movimientos alternados. Rosalyn ardía de pasión. La dulce sensación de los pulgares de Corydon que se arrastraban por sus labios exteriores la hizo comenzar a jadear. Ella estaba sudando debajo de los brazos, sobre su labio superior, en los pliegues detrás de sus rodillas. Todo su cuerpo temblaba. “Lo que necesitas”, dijo Corydon con voz entrecortada, “es una buena cogida”. Él se inclinó hacia delante, deslizó sus palmas por debajo de su culo y levantó su concha hasta su boca. Él estiró sus largas piernas detrás de él, trabó su boca sobre sus labios inferiores y comenzó a chuparla como si fuera un bebé recién nacido en la teta de su mamá. Lloriqueando de necesidad, Rosalyn enterró sus uñas en las palmas de sus manos y se habría lastimado si Keltyn y Brion no la hubieran detenido al entrelazar sus dedos con los de ella. Los labios de ellos estaban sobre sus senos, sacándole pequeños gemidos de placer mientras mordisqueaban y chupaban. Ninguno sintió el fuerte agarre de su mano sobre la de ellos, porque estaban absortos en la situación. Owun y Timun le chupaban los dedos de los pies. Jubil la besaba una vez más con un abandono que le hizo tambalear los sentidos. Parecía que cada uno de ellos chupaba de alguna parte de su anatomía al unísono, y la embriagadora sensación sacudía el centro de Rosalyn y la hacía chocar contra una barrera de cristal que enviaba unas astillas tintineantes a arañar su cerebro. “Ahora”, sugirió Jubil. Corydon se subió sobre ella y le empujó todo el peso de su masculino cuerpo encima. Él la miraba a los ojos y la sostenía con la fuerza de su personalidad, de su autoridad. Su verga estaba acuñada entre los muslos abiertos de ella y presionaba con urgencia contra su centro. 157


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“¿Me deseas?”, preguntó con esa voz áspera, como de lobo, que le hizo sentir escalofríos en la columna. Rosalyn se humedeció los labios secos. “Sí”, logró responder ella. Corydon dejó caer la cabeza hacia un lado. “¿Estás segura?”. “Como el d-demonio”, tartamudeó ella. Todo alrededor de ella, los hombres reían por lo bajo, pero fue un sonido de carcajada el que ella escuchó con más claridad. El peso de su cuerpo se sentía delicioso sobre ella. La sensación de él era tan emocionante, tan complaciente, que quería permanecer debajo de él por siempre. El vello de su pecho le hacía cosquillas en los sensibles pezones. Ahora Keltyn y Brion le sostenían sólo las muñecas maniatadas contra las suaves almohadas, mientras Owun y Timun sostenían sus tobillos. “¿Crees que podrás tomarlo todo, milady?”, preguntó Jubil y atrajo su mirada hacia él. “Bien puedo intentarlo”, dijo ella con los dientes apretados. “Bueno, veamos si puedes”, declaró Corydon al acomodarse en la unión de sus muslos. Su asta parecía de acero cuando lo empujó dentro de ella. Suave, caliente y brilloso con la filtración de sus propios fluidos, empujó suavemente dentro de ella hasta que estuvo metido hasta donde cabía, presionando suavemente contra su útero. Él se paralizó con su dura verga envainada en sus aterciopelados pliegues y fusionó su mirada con la de ella. “Quédate quieta”, le dijo, porque ella había comenzado a retorcerse debajo de él. Rosalyn necesitó de cada onza de su autocontrol para hacer lo que le ordenó. Ella permaneció allí recostada, con esa enorme arma enterrada profundamente dentro de ella, y sintió el palpitar de la sangre congestionada a lo largo de su maliciosa longitud. Ella pudo ver otra vena que latía en la gruesa columna de la garganta de Corydon, y las dos fluían al unísono. Él estaba apretado contra su útero, y la idea causó una profunda sensación de contracción en su vientre inferior. “¿Has obtenido lo que pagó tu dinero ya, muchacha?”. Corydon preguntó sin sacarle los ojos de encima. “No”, dijo Rosalyn. “Quiero sentir cómo acabas. Entonces estaré satisfecha”. Los ojos de Corydon se agrandaron. La primera vibración de su orgasmo se hacía sentir en sus bolas y le costaba permanecer inmóvil. Todo su cuerpo emanaba sudor, que goteaba por su mentón para aterrizar sobre el pecho de ella. Él puso las manos debajo de ella y le levantó las caderas mientras se incorporaba hasta quedar de rodillas. “Suéltenla”, ordenó, y casi inmediatamente las piernas de Rosalyn se levantaron y envolvieron su cintura y sus brazos se aferraron a sus anchos hombros. Sus manos se hundieron en los poderosos músculos de los hombros de él, luego se deslizaron hasta los contraídos bíceps que se sentían como si fueran de granito debajo de sus pequeñas manos.

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Corydon bombeaba dentro de ella y la embestía con la pelvis como si fuera un fuego que necesitaba apagar. En la habitación se escuchaba el ruido del golpeteo de sus cuerpos. Rosalyn se deslizaba hacia delante y hacia atrás mientras él la embestía con fuerza, pero se aferraba a él y apretaba fuerte las piernas alrededor de su cintura. Corydon gruñía brutalmente con cada arremetida. La presión aumentaba dentro de él y cuando se liberó, gruñó con un sonido que provenía de las profundidades de su pecho. Rosalyn también acabó en voz alta, con un agudo grito de salvaje abandono cuando su clímax se disparó sobre ella en una ola tras ola de delicioso placer. Entre el peso pesado del guapo hombre sobre ella y la presión que la limitaba de su ancho cinturón de cuero alrededor de su centro, había escalado hasta la cima del disfrute carnal y se deslizaba lentamente en dirección opuesta. Allí recostados y jadeantes, ni Corydon ni Rosalyn eran conscientes de los otros hombres en la habitación. Ninguno vio a los cinco hombres moverse discretamente a un costado para liberarse de las duras erecciones que se habían vuelto dolorosas los últimos dos minutos. Ninguno escuchó los gemidos de saciedad que salían de los hombres mientras se hacían cargo de la cuestión que tenían entre manos. Corydon estaba desparramado entre los dulces muslos de Rosalyn, con la cabeza apoyada sobre el pecho de ella. Los dedos de Rosalyn se mezclaban con el largo cabello de él y lo retiraban de su sudada frente, tirando de un mechón errático sobre sus ojos. Ella había soltado su cintura y sus piernas estaban estiradas junto a las de él, y los dedos de su pie izquierdo acariciaban su tobillo perezosamente. “Me podría acostumbrar a esto”, susurró Corydon con una voz somnolienta. “Eso se podría arreglar, milord”, susurró ella. Unos leves golpes sobre la puerta hicieron que ambos levantaran la cabeza en dirección al sonido. “Ese debe ser Davon”, dijo Rosalyn y puso una mano sobre su boca para tapar un bostezo. “Sin duda, su comida ha llegado, caballeros”. Jubil se levantó los pantalones de un tirón, saltó para acomodárselos y casi pierde el equilibrio un par de veces antes de poder levantar la prenda por sus caderas. Caminó descalzo hasta la puerta y la abrió apenas un poco. El más bajo de los guardias de Rosalyn quedó enmarcado en la angosta abertura. “Sus mujeres están aquí con la comida”. Jubil hizo un gesto con la cabeza. “Danos un momento”, dijo y dejó afuera la salvaje y enojada cara del guardia. Dio un vistazo alrededor. “Ese hombre no es un soldado feliz”. “Los hermanos raramente lo están cuando su hermana hace lo que ellos creen que no debería hacer”, dijo Rosalyn con una risita. Corydon parpadeó. “¿Hermanos?”. Se apartó de ella y se sentó para pasarse una mano por su despeinada melena.

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“Davon y Lyle”, dijo ella. “Davon es el mayor y lejos el más peligroso, a pesar de su tamaño”. Los hombres se miraron entre sí, con sus bellos rostros arrugados con preocupación. “No se preocupen”, dijo Rosalyn, estirándose. “Se portan bien, casi siempre”. Unos pesados pasos en las escaleras alertaron a los hombres sobre la inminente llegada de las hermanas del infierno: Helia y Audra. “Mira”, dijo Keltyn mientras se acercaba a Rosalyn. “No tenemos ningún vestido disponible, pero tú pareces ser más o menos de la talla de Timun”. Rosalyn tomó los pantalones y la camisa que le alcanzaron y se puso de pie. Metió sus elegantes pies en las piernas de los pantalones y luego se recostó, levantó las caderas y se contoneó para meterse en la ajustada prenda. “Ah, me gusta como se sienten”, dijo y volvió a sentarse. Los hombres miraban sus exuberantes senos y se sintieron desilusionados por un instante cuando se colocó la camisa de Timun sobre los hombros y metió los brazos por las mangas. La miraron abrocharse cada botón y luego suspiraron cuando sus seductores encantos ya no estuvieron a la vista. Corydon estaba parado a un lado, vestido una vez más –como lo estaban todos, en alguna etapa del proceso u otra– y miraba a Rosalyn anudarse la camisa de Timun en la cintura. “Aún llevas puesto mi cinturón”, él le recordó. “Y lo seguiré llevando hasta que ustedes vengan a buscarlo”, dijo descaradamente. “¿Dónde?”, preguntaron los hombres al unísono, pero no fueron premiados con una respuesta, ya que hubo otro golpe, más fuerte esta vez, en la puerta. Jubil abrió la puerta y se hizo a un lado cuando las hermanas del infierno, junto con Davon y Lyle, entraron trayendo bandejas cargadas con comida que olía deliciosamente. Helia y Audra ni siquiera miraron a los hombres y casi ni notaron a Rosalyn. Llevaron sus bandejas a la mesa baja y las dejaron ahí. Sin decir palabra, se dieron vuelta y salieron de la habitación. Davon apoyó el pesado plato de pato al horno que traía, luego miró a su hermana. Sus ojos se entrecerraron. Se enderezó, miró la habitación a su alrededor y cuando detectó el vestido desgarrado, se le empezó a contraer un músculo en la mejilla. “Estoy bien y muy satisfecha, Davon”, dijo Rosalyn mientras se estiraba para que Keltyn le tomara la mano y la ayudara a pararse. “Lo que llevas puesto es indecoroso”, dijo Davon con la voz áspera y los dientes fuertemente apretados. “Entonces ve y búscame un vestido”, dijo Rosalyn en un tono petulante. “Yo iré”, se ofreció Lyle. Aunque su cara carecía de expresión, sus ojos estaban en llamas cuando le disparó una mirada a Jubil al salir. Davon cruzó los brazos sobre su pecho y miró con furia a su hermana.

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“Nos gustaría que nos acompañen en el almuerzo”, sugirió Keltyn, pero desvió la mirada cuando Davon lo miró con ojos enojados y entrecerrados. “¿Davon?”, Rosalyn preguntó con una voz suave. “¿Podrías dejarnos solos?”. Davon resopló violentamente por la nariz, giró sobre sus talones y se fue, pisando fuertemente con los tacos de sus botas contra las escaleras mientras las bajaba. “¿Tendremos problemas con él?”, Jubil preguntó. “No”, dijo Rosalyn con un suspiro. “Pero yo muy probablemente los tenga”. Corydon dio un paso hasta ella y se estiró para tomarla suavemente del mentón y levantarle la cara hacia él. “¿De qué manera tendrás problemas con él?”, preguntó. Rosalyn le puso una mano en la mejilla. “No te preocupes por mí, milord”, lo apaciguó ella. “Davon bramará y hará pucheros, pero se cortaría la mano antes de levantármela”. Corydon estudió su cara y buscó la verdad detrás de sus preciosos ojos violeta. “¿Juras que él no te hará daño?”. “Por mi honor”, respondió ella, y sus dedos se cerraron alrededor de la fuerte muñeca de él. Ella bajó su mano hasta su seno y la paseó alrededor de ese exuberante globo. “Te he elegido”. Corydon levantó la ceja izquierda mientras acariciaba su seno a través de la tela de la camisa de Timun. “¿Elegido para qué, milady?”. Ella simplemente le sonrió y luego se dio vuelta para mirar la gloriosa comida dispuesta sobre la mesa. Ella se alejó, se dirigió a la mesa y se dejó caer graciosamente sobre uno de los almohadones. “Tengo hambre”, dijo. Los hombres tomaron los almohadones que habían usado para el improvisado boudoir de amor de Rosalyn, los colocaron alrededor de la mesa una vez más y se sentaron para comenzar a llenar un plato para ella. Además del suculento pavo al horno, había espárragos frescos y calientes; remolachas en picle con pepinillos y rodajas de cebolla en una salsa de aceite dulce; manzanas asadas cubiertas con una salsa de caramelo tibio; un bol con una mezcla de verduras de hoja, tomates cherry mezclados, ajíes, aceitunas negras y trocitos de queso de cabra, todo rociado con aceite y vinagre; pan crocante recién sacado del horno y una variedad de quesos y frutas que aturdían la mente y dejaban pasmada la vista. Brion sirvió vino helado para cada uno y lo trajo hasta la mesa. A Rosalyn y a los hombres se les hacía agua la boca y empezaron a comer. Hablaron sobre sucesos corrientes y se sorprendieron al descubrir que la hermosa mujer estaba tan bien informada sobre política y sucesos locales como ellos. Su discurso inteligente fue una agradable sorpresa, porque normalmente las mujeres que traían al club tenían poco y nada de cerebro dentro de sus preciosas cabezas.

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“A mi entender”, dijo Rosalyn, “deberían pedirle al señor Reynolds que deje su cargo”. Ella sacudió un muslo de pato para subrayar lo que decía. “Ha estado en ese puesto demasiado tiempo”. “¡Precisamente!”, Keltyn estuvo de acuerdo. “El hombre es una burro arrogante. ¿No se da cuenta de que el pueblo está cansado de sus tácticas despóticas?”. “¡Sí!”, dijo Rosalyn. “¡Pienso lo mismo!”. Corydon se reclinó sobre su almohadón e hizo girar el contenido color rubí de su copa de vino. Escuchaba atentamente las opiniones de Rosalyn. La mujer era una verdadera fuente de sabiduría sobre muchos hechos de la actualidad, y escucharla hablar era entretenido y educativo a la vez. Obviamente, había tenido una buena educación y había leído mucho además de ser hermosa. Por primera vez en su vida, Corydon contempló la idea de casarse. Al mirarla por sobre el borde de la copa mientras tomaba un sorbo del embriagador vino de ciruela, se sintió bien acerca de la decisión que estaba tratando de tomar. “Bueno, esto ha sido realmente divertido”, dijo Rosalyn. Se limpió la boca elegantemente con una servilleta de lino. “Pero Davon se pondrá impaciente y querrá llegar a casa antes del ajetreo del mediodía”. “¿Dónde es ‘casa’ exactamente?”, Brion preguntó por todos. Rosalyn abrió la boca para hablar, pero se escucharon unos fuertes golpes en la puerta, y ella apretó los labios en una sonrisa angustiada, torció la cabeza hacia un lado y encogió los hombros como diciendo: “Vieron, ¿qué les dije?”. Owun se levantó para abrir la puerta. Apenas tuvo tiempo de hacerse a un lado antes de que Davon se abriera paso a los empujones y entrara a la habitación. “¡Es hora de irnos!”, dijo el hombre fornido precipitadamente. Él no esperó que su hermana hablara antes de acercarse y extenderle la mano. Rosalyn suspiró en voz alta, luego tomó su mano. Ella le sonrió dulcemente a su hermano, pero no dijo nada mientras la conducía a la puerta. “¿Cuándo podremos volver a verte?”, Keltyn preguntó. “¡Cuando la vean!”, Davon respondió abruptamente y escoltó a su hermana fuera de la habitación. Cerró la puerta de un golpe. Los otros hombres miraron a Corydon. “¡No sabemos su apellido!”, Timun dijo por todos. “La volveremos a encontrar”, dijo Corydon y vació su copa. La apoyó, luego buscó en su bolsillo y sacó la bolsa de novecientos quesones que Davon le había dado. Puso la bolsa sobre la mesa. “¿Jugamos para ver quién se queda con nuestras ganancias, caballeros, o las distribuimos por partes iguales?”. “Sólo tú la serviste”, protestó Brion. “Por derecho, tú deberías quedarte con el pozo”. “Todos la servimos”, Jubil dijo en desacuerdo. “Deberíamos dividir el pozo entre nosotros”.

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“¿Por qué no lo jugamos a la carta más alta?”, sugirió Keltyn. Hizo a un lado los platos frente a él y sacó un mazo de cartas. “¡La carta más alta gana el pozo y el próximo encuentro con nuestra dama!”, Brion corrigió. “La dama es mía”, dijo Corydon con un tono de voz inflexible que no admitía discusión. “¿Y el pozo?”. Él se encogió de hombros. “Cortaremos para verlo”. Brion mezcló las cartas como un experto, luego dejó el mazo en el centro de la mesa. “Timun, tú primero”. Al sacar el guerrero del amor, Timun se sintió bastante confiado, pero cuando su mellizo sacó la guerrera del placer, la expresión del joven se entristeció. Keltyn sacó después y frunció el ceño cuando el diez de trébol destrozó sus esperanzas. De la misma manera, Brion y Jubil quedaron fuera de la competencia, porque uno sacó un tres de árbol y el otro un seis de pozo. Corydon sonrió. “¿Quieren hacer una apuesta paralela a que yo sacaré la carta más alta?”, preguntó. Brion resopló. “¿Qué te hace pensar que lo harás?”. “Rosalyn fue destinada a ser mía. Los dioses no me dejarán perder”. Jubil miró para otro lado. “Pendejo arrogante”. Señaló el mazo con el mentón. “Sí, yo haré una apuesta paralela contigo. Te daré el doble del pozo si sacas la carta ganadora”. Corydon buscó y sostuvo la mirada de cada hombre, uno a uno, y todos estuvieron de acuerdo en tomar la apuesta de Jubil. “Muy bien”, dijo Corydon y se estiró despreocupadamente para tomar la carta de arriba del mazo. Sin mostrarla, se la llevó al pecho y la sostuvo allí. “¡Veamos!”, exigió Jubil. “Si la carta es un alto rey o una fortaleza, los dioses le han puesto el sello de su aprobación a mi decisión”, dijo Corydon. “¿Cuál sería esa decisión?”, Brion preguntó. “Que le pediré a la dama que se una a mí”. Los hombres quedaron boquiabiertos. “¿Tú?”, dijo Brion de manera entrecortada. “¿Casarte?”. “Owun ganará el pozo con su reina”, protestó Jubil. “Nuestro glorioso líder no tiene de qué preocuparse. ¿Casarse él? ¡Tonterías!”. “Eso tendrá que decirlo Rosalyn”, dijo Corydon y apoyó su carta sobre la mesa. El alto rey los miró con una mirada de superioridad. “Por todos los dioses”, susurró Keltyn. Corydon se inclinó hacia atrás y cruzó los brazos sobre su pecho. “Los dioses han tomado una decisión, amigo mío”. 163


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“¡Pero tú ni siquiera sabes su apellido!”, Jubil exclamó. “¡No sabes nada acerca de ella!”. Corydon se encogió de hombros. “Para cuando termine esta semana, sabré todo lo que necesito saber sobre nuestra exuberante Rosalyn”.

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Capítulo dos Pero pasó la semana, y aun con su red de experimentados espías, Corydon no pudo descubrir nada sobre la hermosa Rosalyn. Nadie en el mercado la conocía y aun después de una búsqueda puerta a puerta en el pueblo, sus hombres no pudieron presentar ninguna pista acerca de su identidad o su paradero. Nadie admitió verla a ella o a sus formidables hermanos. Un Corydon Lesartes abatido salía de la habitación de reuniones del Club de los Miércoles dos semanas más tarde. Los otros se habían ido hacía mucho tiempo a sus cuarteles o habitaciones individuales y lo habían dejado solo para mirar pensativamente su copa de vino. Con pasos desanimados, bajó las escaleras y se dio vuelta para poner llave a la puerta. “¿Me extrañaste?”. Corydon se dio vuelta para encontrar a Rosalyn que salía de las oscuras sombras en el fondo del edificio. Sus hermanos estaban a los costados, pero se quedaron donde estaban cuando ella se adelantó. “¿Dónde has estado?”, Corydon preguntó y extendió un brazo para agarrar el de ella y acercarla a él. Su corazón galopaba, y le apoyó la cabeza contra su pecho. “Ahora estoy aquí”, respondió ella. “Eso es todo lo que importa”. La alejó de él para poder mirar su adorable cara. “Pensé que te había perdido”. Rosalyn sonrió. “Nunca, milord. Te elegí. ¿Recuerdas?”. “Pero...”. “Toma”, dijo ella y metió la mano en el bolsillo para sacar un pedacito de papel. Se lo metió en el bolsillo de su camisa. “Allí está mi dirección. Debes estar allí mañana bien temprano”. “Rosalyn, yo…”. Ella lo cortó apoyándole sus delgados dedos sobre los labios. “Ve allí”, repitió, luego se apartó, evitando su mano exploradora. Corydon dio un paso hacia adelante, con la intención de seguirla, pero Davon bloqueó su camino. “Harás las cosas a su manera o no las harás”, anunció el enojado guerrero. Bajó la mano hasta la daga en su cinturón. “¿Está claro?”. Corydon miró por encima del hombre parado en su camino y frunció marcadamente el ceño. Rosalyn y Lyle no se dejaban ver en ninguna parte. No tuvo otra opción que sacudir su cabeza una vez para mostrar que estaba de acuerdo.

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Davon fijó los ojos en los de Corydon durante un momento más, luego se dio vuelta y caminó con pasos largos hacia las sombras.

***** Corydon no había dormido bien la noche anterior. Ni siquiera se molestó en desvestirse, se lanzó sobre el catre y observó casi toda la noche la delicada letra sobre el pedacito de papel que Rosalyn había metido en su bolsillo. Se descubrió caminando hacia la puerta para investigar la dirección en el papel y volviendo a sentarse, alternativamente; se enojó por tener tan poco control de sí mismo de repente. El amanecer lo encontró con los ojos borrosos; se quitó la ropa arrugada a los tirones y se pasó la esponja antes de vestirse con una camisa de linón recién planchada y pantalones de cuero. La calle anotada en el papel estaba del otro lado del pueblo, lejos de la mayoría de las casas y los establecimientos. Tuvo que buscar la dirección correcta y pasó adelante de la puerta tres veces antes de darse cuenta de que había llegado a destino. Con las palmas sudorosas y el corazón galopando en su pecho, marchó hasta la puerta y dio unos rápidos golpecitos. “Ella será mía”, se repetía a sí mismo sin cesar mientras escuchaba que unos pasos se acercaban a la puerta. “Ella será mía y de nadie más”. En lugar de Davon, quien Corydon esperaba que abriera la puerta, estaba la misma Rosalyn. Ella le sonrió y dio un paso atrás para dejarlo entrar. La habitación era luminosa y aireada, y el sol de la mañana entraba por una larga hilera de ventanas. Una decorada mesa donde podía caber una multitud estaba puesta con vajilla muy cara y copas de cristal. Un hermoso y gran arreglo de flores otoñales estaba dispuesto en un centro de mesa hábilmente preparado. A lo largo de una pared había seis puertas talladas vistosamente, tres a cada lado de un mueble que tenía hornillos de plata, que emanaban vapor y unos aromas que hicieron que a Corydon le crujiera el estómago. “¿Esperas visitas?”, preguntó con el ceño fruncido. “No”, respondió ella. “Sólo a ti”. Rosalyn se le acercó y rodeó su cuello con los brazos. “Te he esperado dos largas semanas, mi amor”. Ella lo apretó contra su cuerpo. “¿Me echaste de menos?”. “Sí”, dijo con voz áspera y pasó los brazos alrededor de su cintura para llevarla contra él. Rosalyn se paró en puntas de pie y tomó su cara con las manos para bajarla hasta ella. En el instante en que los labios de ella tocaron los suyos, Corydon estuvo duro como una piedra. Gimió por lo bajo en su garganta y la levantó en sus brazos. “¿Dónde?”, le preguntó él. “La puerta del fondo a la derecha es mi habitación”, dijo ella.

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Él la llevó hasta la puerta y la abrió de una patada, luego la empujó con el talón para cerrarla. La habitación olía a gardenias cuando la llevó hasta la suntuosa cama emplazada entre dos ventanas altas. La apoyó sobre el suave acolchado de piel y comenzó a desabrocharse la camisa, pero ella se sentó. “No”, le dijo, mientras se deslizaba de la cama. “Esta vez tú te recuestas y yo me desvestiré”. Corydon sonrió. Saltó sobre la cama y se recostó boca arriba, con las manos detrás de la cabeza. Rosalyn dijo que no con la cabeza. “Lo vamos a hacer a mi manera”, dijo ella y se estiró para sacarle el brazo derecho de abajo de la cabeza. Se estiró hasta el poste de la cabecera de su cama, tomó algo de abajo del cubre colchón y lo levantó. El clic de unas esposas sobresaltó a Corydon, y sus ojos se encendieron. Tiró en sentido contrario a la atadura y la habría agarrado con la otra mano, pero Rosalyn estaba encima suyo, con las piernas abiertas sobre su pecho y agarrando su brazo izquierdo para estirarlo hasta el poste de la cama. Ella era mucho más fuerte de lo que habría imaginado, porque él no se pudo liberar de su firme agarre. “Muchacha, ¿qué estás por hacer?”, preguntó, con un desacostumbrado temor que enviaba estremecimientos de alarma por su vientre y le apretaba las bolas. “Yo te elegí”, dijo ella. “No hay nada de qué preocuparse, milord. Sólo recuéstate aquí y disfrútanos”. “¿Disfrútanos?”, preguntó él con voz insegura. Apenas sintió que las ataduras se deslizaban por sus tobillos cuando Rosalyn se bajó de la cama. “Tú y yo estábamos destinados a ser uno”, dijo ella. “Quizás nos casemos o quizás sigamos siendo amantes sin el beneficio de la unión. ¿Quién sabe? Aunque por hoy y por siempre, sólo yo conoceré lo más dulce de tu robusta verga envainada dentro de mí, pero…”. Corydon escuchó que se abría la puerta y levantó la cabeza para ver quién había entrado. Temía ver a Davon y a Lyle parados allí, con sus ojos inflexibles salpicados de venganza. Pero ellos no eran los que se le acercaban. Quedó boquiabierto. Su corazón se detuvo por un instante y su verga saltó. “Bienvenido al club de los jueves por la mañana, Capitán Lesartes”, dijo a modo de bienvenida la más alta de las cinco mujeres desnudas que acababan de entrar. “Pasarás un muy buen momento”.

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Acerca de la autora Charlee es la autora de más de treinta libros, el primero de los cuales es la Saga Leyendas del Viento, que comenzó con EL CUIDADOR DE LOS VIENTOS. Casada desde hace 39 años con su noviecito de la secundaria, Tom, es madre de dos hijos ya crecidos, Pete y Mike, y orgullosa abuela de Preston Alexander y Victoria Ashley. Es una esclava de su casa por elección, con cinco exigentes felinos que la mantienen como rehén en su hogar y sólo le permiten salir para comprarles comida. Nacida en Sarasota, Florida, creció en Colquitt y Albany, Georgia, y ahora vive en el medio oeste. Charlotte agradece comentarios de los lectores. Usted puede encontrar su sitio Web y dirección de correo electrónico en su autor página bio en www.ellorascave.com.

Otras obras de Charlotte Boyett-Compo Desire’s Sirocco Longing’s Levant


ESPOSAS DE AMOR Elizabeth Lapthorne


Dedicatoria Para mi Martha, que siempre soporta mis mierdas, sin importar qué tan dramática me ponga. Y que parece poder hacerme sonreír aun cuando sólo quiero agitarle el puño a Aquel de Allá Arriba (está bien, puede ser que no sean todos idiotas, imbéciles retardados…). Con amor.


Esposas de amor

Capítulo uno El año 2201

Ma´ra estaba parada en la puerta del sórdido bar. Un humo que no quiso identificar formaba espirales que subían hasta el cielorraso cubierto de numerosas manchas en la habitación mal iluminada. Quizás oficialmente no estaba de guardia, pero como había aprendido una y otra vez por el camino difícil, una merc nunca parecía saber cuándo desconectarse. Ahora que lo pensaba, esa había sido una de las quejas más grandes de Steven acerca de ella cuando su breve relación terminó. Darse cuenta por sí misma de la cuestión fue uno de los motivos más fuertes detrás de su decisión de no contactarlo esta vez durante su corta estadía. Apoyó su mano sobre su pequeña pistola de electrochoque y tragó al recordar el otro motivo para no contactarse con su ex amante. Ella podría necesitar ayuda para lidiar con el hombre que estaba persiguiendo esta noche, pero lo que había planeado rozaba lo ilegal, por cualquier ángulo que se lo mirara. También entraba en la categoría de total y completamente ilegal de otras numerosas maneras imaginables. Ma´ra enderezó su columna; su rostro llevaba la marca de la determinación. Elise podría ser delicada, podría ser joven y prácticamente incapaz de hacerse cargo de sí misma, pero aun así ella era la única pariente sanguínea que Ma´ra tenía en todo el universo. Ella se había sentido tentada hacía mucho tiempo de dejar que Elise se hiciera cargo de sí misma y aprendiera algunas cosas por el camino difícil. Pero siempre recordaba el parentesco entre ellas y una vez más salvaba a Elise de sus propias acciones. Ma´ra tomaba sus responsabilidades con seriedad, sin importarle cuánto deseaba que las cosas fueran de otra manera. Elise se quejaba de que Ma´ra viajara a otros planetas y galaxias constantemente, pero nunca se quejaba sobre la parte considerable que Ma´ra siempre le daba de sus créditos. Ma´ra sonrió socarronamente. Elise podía lloriquear, pero sin duda sabía bien qué le convenía. Ma´ra se hizo levemente a un lado cuando la puerta detrás de ella se abrió y dejó entrar a otra prostituta apenas vestida. Al sentir que le brotaba la compasión desde adentro, resistió el impulso de hacer a un lado a la jovencita apenas púber, llenarle las manos de créditos y decirle que volviera a casa y regresara con sus padres y a sus estudios. Aunque las nuevas reglas para las prostitutas señalaban que la edad del

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consentimiento legal eran los diecisiete, Ma´ra nunca pudo tolerar la juventud de esas prostitutas. Pero sabiendo que darle créditos a la criatura y tratar de sobornarla para que volviera a su casa no resultaría en nada más que en el desprecio de la muchacha, Ma´ra suspiró tristemente y trató de concentrarse en el otro lado del humeante bar. El resquicio de luz de la puerta abierta ayudó a Ma´ra a ver a su presa. Paul Sullivan. El nombre le dio escalofríos en la columna, y no por lo que había planeado para él en el corto viaje desde el pequeño departamento de Elise, donde había dejado a la muchacha hecha un mar de lágrimas. El hombre medía fácilmente más de seis pies de altura, tenía una contextura robusta y estaba definitivamente hecho para prevalecer en cualquier cometido que hubiera planeado. Un cabello rubio oscuro enmarcaba su cara, cortado simplemente y crecido en la parte de atrás. Ma´ra sabía, por escuchar a medias las historias y las anécdotas de lujuria que Elise contaba entre suspiros, que él se recogía el pelo para trabajar. Paul estaba sentado con un grupo de otros hombres jugando a las cartas, con su musculosa contextura amontonada en un asiento, y aparentemente cómodo. Mientras Ma´ra vigilaba una pequeña mesa y una silla y pidió un café. Necesitaba observarlo, para esperar el momento preciso. Ella lo quería lo suficientemente ebrio para que su plan funcionara, pero lo suficientemente sobrio como para que todavía pudiera moverse por sus propios medios. Ella era fuerte, ciertamente más fuerte que muchas mujeres, pero no tanto como para llevar alzado a Paul sin levantar sospechas. Ella dudaba que él quisiera ir con ella voluntariamente, borracho o sobrio, si ella le daba siquiera un indicio de sus verdaderas intenciones. Ma´ra sonrió a la mesera y le pagó sin apuro, mientras mantenía su atención concentrada exclusivamente en Paul. Él parecía estar bebiendo vodka azul a un ritmo alarmantemente continuo. O estaba tratando de ahogar sus penas, o simplemente estaba derrochando su dinero. En menos de media hora, había perdido una impresionante cantidad de dinero y había bajado la mayor parte de una botella de la costosa bebida. Mientras tambaleaba para ponerse de pie y divagaba incoherencias sobre buscarse una acompañante bien predispuesta, se reía y bromeaba con los hombres alrededor de la mesa y luego caminó serpenteante hasta las puertas del bar. Ma´ra se puso de pie en silencio, mientras observaba cada paso que daba Paul y se aseguraba de que nadie le estuviera prestando atención al borracho. Cuando empezó a cantar una melodía obscena, empujó las puertas para abrirlas, y Ma´ra suspiró aliviada. Se apresuró para seguirlo; le tomó menos de doce pasos alcanzarlo. Tomó su pistola de electrochoque y, esperando tomarlo por sorpresa, la apretó contra su arteria carótida.

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“Súbete al patrullero rojo justo enfrente”, murmuró suavemente en su oído. Sintió un arrebato de pánico cuando él se dio vuelta, la miró a la cara, con bastante sobriedad, y luego se sacudió por la sorpresa. “¡Ma´ra!”, dijo entre dientes. “¿Qué demonios crees que estás haciendo? ¿No te dijo Elise que...?”. Ma´ra lo interrumpió, pues no quería que él dijese algo que quizás le quitara el coraje. “Cierra la boca y haz lo que te digo o encenderé este rayo a máxima potencia y al demonio con tus chances”. Habían dejado de caminar cuando él la reconoció. Parada en la sucia vereda en una de las zonas más sórdidas de la ciudad, Ma´ra sintió por primera vez esa noche el filo helado del viento. Sórdida sería una descripción generosa para la calle y el vecindario completo en el que estaban. Una descripción más exacta sería decir que era un tugurio, o una cueva. Estaba sólo un escalón más arriba que el peor rincón de la pequeña ciudad. Ma´ra esperó mientras Paul examinaba su cara y luego enfocó su mano, que sostenía firmemente la pequeña pistola de electrochoque. El tamaño no tenía que ver con la potencia en estos días, y ambos eran muy conscientes de eso. Por lo que Elise había insinuado, Paul ya no trabajaba para el departamento legal para la prevención del delito, pero seguía teniendo el conocimiento de sus más de veinte años en la Fuerza. Ambos sabían que él no tenía esperanzas si ella hablaba en serio. Por suerte para ella, ninguno de los dos podía estar completamente seguro de qué tan enojada se sentía ella en ese momento. Murmurando otra vez, Paul se subió a su auto, luego de dejar que ella le abriera la puerta y la cerrara de un golpe detrás de él. Ma´ra corrió rápidamente alrededor del patrullero y se subió al asiento del conductor. Luego de cerrar de un golpe su propia puerta, respiró hondo. Desafortunadamente para ella, el aire que respiró tenía tanto del olor del Paul como para llenar sus pulmones. Una masculinidad salada y un leve olor a pino, que ella siempre se lo adjudicó a su loción para después de afeitar. Con una simple y potente respiración de Paul, su concha ya se calentaba, chorreándose por él con expectativa por lo que había planeado. ¡Ella no podía darse el lujo de distraerse hasta que estuvieran de vuelta en su casa! “Me estoy imaginando que la buena de Elise ha reaccionado exageradamente una vez más. Déjame adivinar, ella se comunica contigo apenas llegas de tu tarea de dos años y comienza a berrear como loca. ‘No es justo’, se lamenta. ‘Es tan hijo de puta’, grita ella. ¿De qué acciones viles me ha hecho cargo esta vez?”. Ma´ra sintió una pausa de un segundo. Elise siempre había recurrido al truco de las lágrimas cuando algo no salía como ella quería. De niñas, en una fiesta de cumpleaños

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una vez, cuando Elise pensó que Ma´ra había tomado el pedazo de torta más grande, hizo un berrinche y se ganó dos pedazos de torta para ella. Cuando Ma´ra llegaba a casa con un resultado perfecto en su prueba de matemáticas, Elise lloraba hasta que sus padres la premiaban a ella, su propia hija, tanto como a la pobre prima huérfana. ¡No! Su mente gritó. Ella no se iba a basar en sus peleas infantiles. Esta vez ella había visto la evidencia. Alguien había retirado todos los fondos de Elise, y Paul ahora tenía miles de créditos por el valor de un auto nuevo, casa nueva, todo nuevo, y había sido echado de la Fuerza por corrupción. Era todo lo que necesitaba saber para vengar a la pobre Elise. Ma´ra se dio vuelta hacia Paul y se sorprendió de lo pequeño y apretado que parecía su patrullero con los dos en el asiento de adelante. “Mira, Ma´ra”, continuó él. “No tengo tiempo para esta mierda, aunque sea divertida. Tengo trabajo que hacer…”. Otra vez, ella lo interrumpió, porque no quería que él la hiciera dudar de su prima una vez más. “Elise me dijo cómo te echaron de la Fuerza por corrupción. Así que cierra bien la boca, no te estoy escuchando”. “Ma’ra…”. Hábilmente, sabiendo que un movimiento incorrecto, o el más mínimo instante de duda y él la desarmaría, y ella estaría en peores problemas que por simplemente cuestionar si su prima le mentía o no, Ma´ra sacó su pistola de electrochoque y le disparó. Ella esperaba poder darle en el nervio principal de su cuello. Pero en el espacio apretado de su auto, con los sentidos de ambos exaltados, ella sabía que podría fallar, y realmente no quería lastimarlo. Entonces, en cambio, apretó la pequeña pistola contra el costado de su vientre. Casi no había nada blando allí tampoco, pero era el lugar más seguro para que ella lo alcanzara y aún tuviera esperanza de derribarlo. Había dejado la pistola cargada antes de entrar al bar, porque no quería tener que embrollarse con ella más tarde. Había calculado muy cuidadosamente, por el tamaño y la fuerza de Paul, hasta qué punto lo dejaría inconsciente sin lastimarlo o dañarlo. Ella podía querer venganza, podía querer quedar satisfecha y satisfacer su curiosidad sobre él, pero no quería quemarlo ni dejarle cicatrices, en absoluto. Paul se desplomó en su asiento, la caída de su cuerpo, como si no tuviera huesos, le mostró que ella había calculado exactamente la fuerza de la potencia necesaria. Ella se inclinó sobre él, le controló el pulso, revisó su respiración y se aseguró de que no tuviera marcas de quemaduras en su piel. Sólo quedaba un leve enrojecimiento donde le había disparado. Él estaba bien. Ma´ra sonrió al volver a poner la pistola de electrochoque en su bolsillo y luego encendió su patrullero. Ella quería tenerlo en su casa y apropiadamente contenido antes

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de que se despertara. Durante tres años había fantaseado con este hombre y esta noche ella iba a tener una pequeña muestra de esos sueños. Mañana tendría que entregarlo, aunque no iba a hacer necesariamente una gran diferencia, si la Fuerza estaba realmente plagada de corrupción. Pero por esta noche, él era suyo, solamente suyo.

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Capítulo dos Paul abrió los ojos para sentir que le dolía el cuello, que tenía un sordo dolor de cabeza y una visión con la que había soñado durante años. Ma´ra estaba parada sobre él, con su equipo negro de merc voluminoso en todos los lugares femeninos correctos. Su cabello rojizo largo hasta el hombro estaba suelto y se enrulaba libremente en su aspecto natural como volado por el viento. Su amplio busto estaba casi al alcance de su boca y su lengua. La parte de adelante de su blusa se abría y ofrecía un cautivante vistazo del paraíso que lo esperaba. Paul bajó los ojos, reticentemente, y los apartó de la saludable exhibición de su escote. Sentado como estaba, no podía ver su culo, por lo que sintió una sincera desilusión. Los pantalones de cuero de imitación levantaban sus cachetes de una manera que hacía que todos los hombres jadearan y quisieran agarrarle la carne enfundada en su uniforme. Paul recordó el primer día en que su prima menor, Elise, los presentó. Paul sabía que Elise tenía un metejón infantil con él. Aunque tenía veintitrés, Elise era más una niña que una mujer. Él le había seguido la corriente, porque no quería molestarla y ofenderla al verbalizar su interés no sexual en ella. Además de su deseo de no molestarla, su trabajo generalmente lo ponía en contacto con Elise, una tipógrafa legal. Hasta que le presentó a Ma´ra, no parecía sensato ser grosero con la muchacha o más firme de lo necesario. Aunque desde el momento en que vio a Ma´ra, quiso llevarla a la cama. Desesperadamente. Con Elise pululando a su alrededor, riendo y conversando, nunca había tenido oportunidad. Elise, con sus miradas pegajosas y de admiración, obviamente reclamaba su parte –no importaba qué tan falsa– y Ma´ra se había ido a lugares mayormente desconocidos al poco tiempo. Lo que lo dejó con sus pensamientos eróticos, sus acompañantes baratas y sus compañeros en el cumplimiento de la ley. Y sus sueños. Sus sueños eróticos, de clasificación triple equis. Paul frunció el ceño y sintió una puntada cuando Ma´ra se sentó a su lado sobre la cama, luego trató de poner sus ideas en orden. No sólo Ma´ra no debería estar aquí sobre su cama con él, sino que además se suponía que él estaba en una tarea. ¡Tarea!

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La palabra reverberó en su cráneo, e hizo que el dolor apagado disminuyera, y el recuerdo del bar, el golpe, el trabajo encubierto que había estado haciendo durante los últimos seis meses, todo volviera como una ráfaga para que él pudiera enfocarse en ello. ¡Maldición! Con los ojos cruzados, queriendo enfocar su atontada atención, recordó cómo esta noche debía ser el principio del fin. Durante meses, él y la Fuerza habían estado preparando el terreno, simulando una corte marcial falsa por corrupción, su estilo de vida lujoso y su integración al sórdido bajo mundo. Durante seis meses había estado viviendo en una mentira permanente, decidido a apartar todos sus pensamientos de Ma´ra y enterrarse en su trabajo. Lo había estado haciendo espléndidamente, hasta esta noche. Esta noche, el plan era que afuera del bar lo contactara la red en la que quería infiltrarse. En cambio, lo dejó mudo ver que Ma´ra le apuntaba una pistola de electrochoque al cuello. Lo dejó atontado verla en esa calle decadente, siguiéndolo sigilosamente. No estaba tan ebrio como actuaba. Había deslizado casi todo el alcohol por su manga con el viejo truco de magia que había perfeccionado, pero también había tomado un trago para apaciguar el efecto de la pequeña cantidad de aguardiente que tuvo que consumir. Podía oler como borracho y parecer borracho, pero su cabeza estaba perfectamente limpia. Había quedado tan pasmado ante la sorpresiva aparición de Ma´ra que no dudó en entrar en su patrullero. Él no quería atraer la atención hacia sí, pero sobre todo, no quería atraer atención innecesaria hacia Ma´ra. Sentado derecho, boqueó al descubrir que sus manos hacían un ruido metálico contra la estructura de metal de la cama. “¡Qué demonios!”, exclamó, completamente pasmado al ver que un par de esposas rodeaban sus muñecas. Tiró de ellas, sin poder creerlo, y luego giró hacia la bruja colorada sobre su cama. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que no era su cama, ¡y esto ni siquiera era su cuartel! “¿Dónde demonios estoy y qué crees que estás haciendo?”. Miró a Ma´ra, que estaba allí parada, quitándose una pelusa imaginaria de sus pantalones de cuero falso. “Te traje aquí para que me des algunas respuestas”. Paul levantó una ceja y se recostó en la cama. Ma´ra no iba a hacer que a él se le parara de ninguna manera. “¿Has estado leyendo mi diario íntimo, Ma´ra? Debes haber hojeado las mejores partes y las más pervertidas. Se supone que tú deberías estar encadenada a la cama, no yo. ¿Se activa con la palabra, supongo?”.

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Paul sonrió. El rubor que se esparcía sobre los rasgos de Ma´ra, el acaloramiento que por lo que él sabía era en parte por vergüenza, pero también en parte por excitación, lo calentó. Cuando ella asintió con la cabeza, él supo que era en respuesta a su última pregunta, no al hostigamiento anterior. “No estoy aquí para satisfacer tus perversas fantasías, Paul. Estoy aquí para que me devuelvas el dinero de Elise. Ella me informó cuando regresé qué bajo has caído. Que tuviste una corte marcial por corrupción, que robaste todos sus créditos y que has estado viviendo a lo grande. Y no, no le creí instantáneamente, pero ella me mostró los comunicados de prensa y sus resúmenes de cuenta electrónicos. Un retiro enorme de todos sus fondos. Entonces te dejaré para que pienses cómo explicarme todo eso, y cuando vuelva, mejor que estés listo para devolverle el dinero, o lo lamentarás”. Paul levantó las cejas de la manera burlona que él sabía que la hacía enojar. “¿Vas a torturarme, querida?”. “Si necesito hacerlo”, respondió ella, con la suficiencia viveza para hacerlo reír. “Tú fuiste el que trajo las fantasías sexuales a colación. Apuesto a que nunca pensaste que serías tú el que perdería el control. Te haré rogarme que te deje libre, hasta que estés listo para darme algo, sin mencionar devolverme los créditos que le robaste a Elise”. La promesa gutural y ronca de hacerlo rogar hizo que su risa se le desvanezca en la garganta. Esa era la voz con la que había soñado, fantaseado, con la que se había hecho la paja más veces de las que podía contar. Antes de que él pudiera pensar en una respuesta ingeniosa, una réplica fantástica, ella se dio vuelta, sacudió su culo seductor y salió de la habitación. Paul se reclinó y respiró hondo. Cerró los ojos y pensó en los bocadillos de información que Elise le hacía saber de vez en cuando sobre su prima mayor. Ma´ra había cumplido treinta años hacía unos meses, la edad perfecta para los treinta y seis de él. Al filtrar mentalmente toda su información, recordó que Elise había mencionado que Ma´ra generalmente mantenía las mismas tres o cuatro contraseñas. “Ah, ella nunca tuvo una buena memoria, mantiene las mismas dos o tres y simplemente las va rotando. De esa manera, ella siempre puede adivinar cuál es su contraseña, aun si no la recuerda”. Él giró la cabeza para que su voz llevara la palabra claramente hasta las esposas, hizo lo mejor de sí para recordar las tres palabras que Elise le había enumerado. “Shakespeare”, dijo claramente y esperó. No pasó nada. Paul frunció el ceño, contrariado. El famoso dramaturgo, una lectura favorita que ambos compartían, fue lo que recordó con más facilidad. Ambos tenían una debilidad por las tragedias que ese hombre había escrito varios siglos atrás. Él volvió a fruncir el ceño, mientras se devanaba los sesos. De repente recordó algo que tanto Elise como Ma´ra le habían dicho la primera vez que se vieron.

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“Patético, pero real”, ella le había dicho con una sonrisa. “Mi primer amante me compró violetas en una de nuestras primeras citas. He tenido debilidad por ellas desde entonces”. “Violetas”, dijo claramente, con la voz tintineante de convicción. Las esposas se sacudieron y se abrieron, dejando sus brazos libres. Paul se sentó en la cama y se sintió más cómodo de lo que se había sentido en años. Levantó las pesadas esposas de metal y las sopesó en sus manos. Ma´ra no creería que él se las lograría sacar, mucho menos que daría vuelta la tortilla. La sorpresa que él imaginaba que vería en su cara, seguida rápidamente por la imagen mental de él cerrando súbitamente las esposas sobre las muñecas de ella y maniatándola a ella a la cama, hicieron que su erección se alargara como nunca antes. Ma´ra esposada a la cama. Completamente a su merced. Abierta a todos sus deseos y fantasías. Paul se movió al sentir que sus pantalones se habían vuelto muy apretados. El sólo pensar que él, sin saber, le había advertido de lo que se venía lo hizo poner más duro. Él le había dicho que había fantaseado con sus posiciones cambiadas y que lo había hecho más de una vez. El calor que hacía hervir su sangre al poder finalmente hacer realidad esta fantasía lo hizo gemir por la presión que ahora se acumulaba en su verga. Él sonrió de felicidad y se bajó de la cama. Necesitaba pensar en algo más o acabaría en los pantalones antes de que Ma´ra regresara. De pie, mientras estiraba las piernas, se llevó las esposas cerca de la boca. Necesitaba cambiar la palabra de cierre –una tarea bastante simple– y con suerte lo suficientemente buena como para desviar su atención de sus pantalones y hacer fluir un poco de sangre nuevamente hasta su cerebro y lejos de su erección. Las esposas eran de edición estándar. Muchos mercs y todos en la Fuerza sabían cómo usarlas. Paul sonrió. Él podría esposarla y llevar a cabo sus viles intenciones con ella, hacer que sus fantasías se hicieran realidad. ¿Ella lo había llamado pervertido? Ella no tenía idea de qué tan pervertido podía llegar a ser. ¿Pero por qué palabra cambiar la contraseña? Paul arrugó el ceño mientras pensaba. Algo que a ella nunca se le ocurriera decir, alguna palabra que ninguno de los dos gritaría mientras él le estuviera dando placer. Su cara se iluminó, su sonrisa regresó. Tenía la palabra perfecta. “Que la palabra de cierre cambie a…”, comenzó con una voz clara, seguro de lo que estaba haciendo. En el dormitorio vacío, él dijo la única palabra prohibida de cuatro letras que se sintió seguro de que ninguno de los dos diría. Hecho eso, dejó caer las esposas sobre la cama. Paul se dio vuelta y comenzó a inspeccionar la habitación. Quería estar completamente preparado para cuando ella

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regresara, no sólo para esposarla a la robusta cama, sino también para empezar con su fantasía “perversa”. La mera imagen mental de esas fantasías pervertidas hizo que su verga se pusiera más dura y más caliente. Su sonrisa, por no mencionar otras partes de su anatomía, se agrandó al pensar en eso.

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Capítulo tres Ma´ra apretó la frente contra el fresco vidrio de imitación. Había elegido a propósito la pacífica escena de una selva tropical para que apareciera a través de la “ventana”. De alguna manera, la idea de tener una escena de la playa o un río que corre no ayudaban a apaciguarla. Sólo la selva lograba ayudarla a aclarar su mente. ¡Y qué imagen que quería borrar desesperadamente! Paul, con el pecho expandido y las piernas abiertas, esposado a su cama. ¡Ella nunca pensó que tendría unas fantasías tan… bueno, tan extravagantes! Ella nunca había sido de las que gustaban de las fantasías o las relaciones de sadomasoquismo. Nunca le había admitido a nadie que tenía el más remoto interés en ser atada, o atar a un hombre a su cama. Pero en lo que se refería a Paul, la idea de tenerlo a su merced, de poder tomarse su tiempo para tocar, probar, hacer cualquier cosa y todo lo que deseara, era inmensamente atractiva. Más atractiva de lo que imaginó jamás. Estaba tan embriagada por los pensamientos que cruzaban su cabeza como ráfagas que le pareció necesario salir a su sala principal y ajustar la pantalla con las tranquilizadoras imágenes que siempre la hacían sentir cómoda y en calma. Para respirar pausada y profundamente, y no saltar simplemente sobre el pobre hombre y comérselo de un bocado. Mmmm… Su mente ronroneó, y se fijó un instante en la imagen de ella comiéndose su enorme pene. Ferozmente, quitó la mente de esa imagen. ¡Se suponía que ella estaba aquí para deshacerse de esa clase de imágenes! Lo que realmente deberías hacer, insistió su condenada consciencia, que decía su opinión en voz alta, es llevarlo directamente a sus jefes en la fuerza y al demonio con esta venganza. Seguramente, presentar una queja formal y un pedido de reembolso a sus superiores sería suficiente para que inicien una investigación. ¡Elise puede rastrear su maldito dinero de allí en más! Ma´ra suspiró. El problema con ese curso de acción, se informó a sí misma, sería que ella no podría seducir a Paul, nunca más tendría la oportunidad de tocarlo o probarlo. Ese pensamiento fue suficiente para cerrar su conciencia inmediatamente. Durante más de dos años, se había escapado y escondido del hombre que su prima había reclamado como suyo. No importaba que no estuviera interesado en Elise en lo más mínimo y, de hecho, hubiera rechazado las proposiciones de su prima durante meses. El sólo hecho de que Elise lo hubiera reclamado primero quería decir que Ma´ra podía mirar pero nunca, nunca tocar. 181


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Y eso era lo que le causaba rencor. ¿Por qué demonios no podía tocar ella, aunque fuera sólo una vez? Elise había tenido docenas de amantes mientras Ma´ra estuvo lejos y ocupada. Obviamente, la muchacha no había olvidado a Paul por completo, pero nadie se enteraría nunca de lo de esta noche. Al pensar en el tiempo que desperdiciaba, Ma´ra apagó la pantalla y enderezó su columna. Ella había elegido esta ruta y no se iba a hacer a un lado ahora por nada. Paul esperaba recostado en la cama, aunque esposado a dicha cama, y pensar en el delicioso bocadillo que él le presentaba fue más que suficiente para dejarla sin aliento de excitación. Su concha palpitaba con la ráfaga de sangre y sus pezones estaban erectos y se raspaban contra el encaje de su corpiño. ¿Quién necesitaba un arrebato de conciencia cuando una tenía un semental bien dispuesto esposado a la cama? Ella nunca había pensado siquiera en tener a un hombre, a este hombre en particular, atado y a su merced. La cantidad de cosas que podía hacerle, que deseaba hacerle, a este hombre hicieron que sus pasos se aceleraran de vuelta hacia su habitación. Ella se detuvo fuera de su dormitorio. Ella se acomodó el cabello y luego sonrió ante su propia idiotez. ¿A quién le importaba cómo se veía su cabello? ¡Ella tenía el control ahora! Apretó el discreto botón y vio cómo se abría la puerta, con la sonrisa de la expectativa en su boca. Ella dio un paso dentro de la habitación, con la satisfacción que se filtraba por cada pulgada de su cuerpo. Hasta que se dio cuenta de que no había nadie sobre su cama. Su boca se abrió; tenía una pregunta sin hacer en los labios. La tomó por sorpresa la sensación de un cuerpo masculino duro y cálido apretado contra su espalda. Antes de que pudiera pensar siquiera en articular una de las muchas preguntas que flotaban en su mente, se encontró con que la habían dado vuelta y la hacían caminar para atrás hacia la cama. “¡Paul!”, logró decir, sin estar segura siquiera si estaba molesta, enojada o simplemente aturdida. Con movimientos rápidos y concisos, la empujó hacia abajo para que cayera sobre la cama. La sensación cálida pero sólida de unas esposas cerrándose sobre sus muñecas hizo que se quedara sin aliento por del impacto. “¿Cómo diablos…?”, comenzó a chillar de una manera completamente vergonzosa cuando él comenzó a sacarle la camisa y los pantalones, el sostén y las bragas. Terminó desgarrando el delicado encaje de su sostén y su delgada camisa de merc, para sacárselos por los brazos. El sonido de la tela que se rasgaba la impactó como nada lo había hecho antes.

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Ella nunca usaba zapatos dentro del cuartel y por un segundo deseó haber tenido la barrera de los zapatos para proteger sus pies, que ansiaban patearlo. Sintió una gran conmoción y la superó la confusión de que las cosas no fueran como ella lo había anticipado. Ella nunca se sentiría realmente amenazada por este hombre, aun estando esposada a su propia cama. Aun así, mientras su mente procesaba el impacto de que se hubiera dado vuelta la tortilla con tanta facilidad, sintió que su concha se mojaba de calor y de humedad. Ella boqueó, tanto su deseo como la sorpresa aun encendían su organismo. Su jadeo se convirtió en un gemido cuando los labios de Paul se apretaron contra los suyos. Unos labios cálidos y suaves, demasiado seductores. Su beso se sintió aun mejor de lo que imaginaba. Él se sentía como seda caliente que pasaba sobre sus labios y la seducía hasta tentaciones incalculables. Él se puso de pie y se alejó de ella, y ella se mordió el labio. Aun así, se le escapó un lloriqueo y ella se reprendió severamente por eso. Ella decidió tomar la ofensiva finalmente, en lugar de simplemente reaccionar, y se limpió la garganta. “¿Supongo que averiguaste la contraseña de cierre?”. Ella tragó, y Paul sonrió mostrándole los dientes. ¡Hombre, él podía tentar a una monja al pecado! Ella trató de esconder su expresión cuando él comenzó a quitarse la camisa. Reveló unos abdominales esculpidos y luego un pecho suave y bronceado que le hizo agua la boca Ma´ra se preguntó dónde se había ido su juicio. Se quedó recostada desnuda y atada en su propia cama, donde hacía menos de cinco minutos se había estado felicitando por capturar y tener bajo control al hombre que ahora arrojaba su ropa en el suelo de su casa. “Realmente deberías buscar nuevas contraseñas, Ma´ra, querida”, la regañó suavemente y la hizo sonrojar. “Me aseguraré de que la próxima vez que establezca la palabra de cierre, encuentre una particularmente oscura. Ahora que te has divertido, ¿te importaría soltarme antes de empeorar aún más tu situación deplorable?”. Ma´ra sabía que sus posibilidades eran mínimas, pero la sonrisa y el brillo posesivo de sus ojos le dijeron más claramente que cualquier palabra simplemente qué vanas eran esas posibilidades. “Bueno, bueno. Tú estabas toda dispuesta y preparada para seducir a un cautivo atado. Creo que sólo es justo que yo te devuelva el favor. Además, querida, yo sí te avisé que todas mis fantasías giraban en torno a que tu magnífica persona era la que estaba atada, no yo”. Ma´ra luchaba mientras él hablaba y comenzaba a quitarse los pantalones, aunque sabía que contonearse para sacarse las esposas no tenía sentido. Muchos otros más fuertes que ella habían luchado contra esas esposas. Nada se liberaba jamás de estas malditas cosas. Fue por eso que las eligió en primer lugar. “Mira, Paul…”. 183


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Ma´ra gimió al sentir una carne caliente y desnuda que se frotaba contra la suya. Ella no entendía cómo esta situación se le había ido de las manos tan rápidamente. No podía creer que su cuerpo fuera tan traicionero y estuviera mojándose tan salvajemente de sólo pensar que Paul podía hacerle cualquier cosa y de todo. Pero el simple hecho era que ella se sentía salvajemente excitada, más caliente de lo que se había sentido antes. Ella sabía que una gran parte de eso residía en el hecho de que Paul era el que tenía el control. Era la carne de Paul la que ella sentía cerca de la suya, la piel de Paul la que se deslizaba sobre la suya, la enorme erección de Paul la que empujaba contra sus muslos. “Sólo déjame hacer realidad esta fantasía, Ma´ra”, la tentó él, con su voz sensual y ronca que la arrullaba como si ella fuera un animalito asustado. “Puedo explicártelo todo mañana, una vez que ambos nos sintamos satisfechos. Es obvio que los dos tenemos las mismas fantasías”. “¡Lo dudo realmente!”, gritó ella. Ella no podía decir si sentía enojo o impotencia, todo lo que sentía era la sangre caliente que le corría por el organismo, y la calentaba más de lo que había estado jamás. “Yo nunca he fantaseado con estar atada”. Ma´ra se contoneaba mientras Paul se subía a la cama en cuatro patas. La masa de cabello largo hasta el hombro de él caía sobre la piel de ella y la acariciaba. Sólo ese simple hecho la hacía retorcerse de placer. Al mirar para arriba, decidida a defender su posición, Ma´ra se sintió ahogarse en los estanques cálidos y marrones de sus ojos. Ella siempre había tenido una debilidad por sus ojos y los asociaba con el chocolate derretido. Más que buenos como para nadar en ellos por siempre. Ma´ra gimió y abandonó la lucha cuando Paul comenzó a darle besitos por el cuello, la mordisqueaba y lamía seductoramente al recorrer su piel. “Paul”, gimió ella, insegura de lo que pedía exactamente. “Tú sabes”, comenzó él y la besaba entre el erótico atractivo de sus palabras, “tu piel es tan suave como el satén y tiene exactamente gusto a ti. Salada, dulce y muy femenina”. “Soy una merc”, dijo entre dientes. “Nunca soy femenina”. Unas risas roncas salieron de la boca de él y los nervios de ella sintieron escalofríos cuando él se acercó a su piel. “Tú tienes un pecho con el que los hombres sueñan, una piel suave como la de un bebé. Tienes un agudo ingenio y puedes manejarte sola. Eres el material de los sueños mojados, mi querida”. “Si yo puedo… em… manejarme sola –¡por favor no dejes de hacer eso!– entonces, ¿por qué estoy atada a mi propia cama, cautiva?”. Ma´ra trató de no lloriquear cuando Paul se apartó. Cuando él le abrió las piernas, sintió pánico por un momento.

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“Ah, sí”, dijo entre dientes, mientras miraba su concha con una mezcla de deseo y recelo, “húmeda y cremosa, justo como yo te quería”. Paul hundió la cabeza por un instante, incapaz de detenerse. Ma´ra sintió que una corriente eléctrica atravesaba su cuerpo cuando él le dio una lamida larga y lenta a sus labios. A sus labios de abajo. De alguna manera, su lengua logró cubrir y tocar cada nervio, cada punto de su carne que gritaba, se contraía y deseaba tan desesperadamente ser tocada. El gemido bajo y casi lastimero que salió de su boca impactó a Paul. Él se sentó sobre su trasero y se parecía increíblemente al gato que se robó la leche. Lo que, de hecho, él podía ser –considerando gato también a una pantera gigante o a un leopardo–. Ma´ra se dio cuenta de que ella estaba simplemente recostada allí, boca arriba, desnuda como el día que salió del útero, mirando al hombre que lamía delicadamente los jugos de sus labios. “Tú puedes manejarte sola, mi querida”, él continuó su conversación como si nunca se hubiera cortado. Como si no hubiera acabado de hacer la cosa más íntima que un hombre le había hecho. “Es sólo que no estoy convencido de que puedas manejarme a mí”. Ma´ra sintió que su espalda se arqueaba cuando él se relajó una vez más entre sus muslos, y mantuvo su mente firme en la conversación, no en los chorros eléctricos que se disparaban en su cuerpo y que ella sentía cuando él la tocaba. “Creo que lo estaba haciendo bien hasta que descubriste la contraseña”. La sonrisa engreída y completamente masculina que le mostró le hizo apretar los dientes, pero hizo que el fuego en su vientre ardiera con más intensidad. ¿Cómo era posible que este hombre la irritara y la excitara al mismo tiempo? Seguramente, esa era la paradoja más grande de la galaxia. ¡Hombres! Cuando Paul volvió a lamer su carne, lenta y reverentemente, e hizo que la espalda de Ma´ra se arqueara y los dedos de los pies se le encogieran, ella supo que estaba ingresando en la zona de los grandes problemas. “¡De acuerdo!”, gritó ella. “¡Me rindo! ¿Qué demonios quieres?”. “Sólo te quiero a ti, querida”, ronroneó él contra la concha de ella y le hizo cerrar los ojos en éxtasis. Solamente las vibraciones de sus palabras enviaron calor y deseo que se desparramó por todo su cuerpo. El significado que esas palabras ocultaban envió una clase totalmente distinta de calor que la recorrió velozmente. Si él realmente fuera una pantera, parecía casi listo para dar el zarpazo. “Te quiero así, abierta y desparramada delante de mí, aceptando con agrado cada una de mis lamidas y embestidas. Quiero que grites cuando acabes, y quiero que digas mi nombre tan fuerte que las paredes de tu dormitorio tiemblen”.

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Ma´ra se encontró jadeando ante sus palabras, ante las gráficas imágenes que provocaban en su cabeza. Ella podía ver cada lamida, cada caricia. Ella se podía ver a sí misma gritando y contrayéndose contra su delicioso cuerpo, gritando su nombre al acabar con estremecedores espasmos. Ella no era una mentalista, ni una vidente, pero demonios, tenía la sensación de que todas esas imágenes, más muchas otras que su cerebro no había visto, estaban a punto de suceder de verdad. En una fracción de segundo, igual que como tomaba casi todas sus decisiones, Ma´ra sopesó las ventajas y desventajas de su situación. Ella no se sentía amenazada físicamente por este hombre, sabía que nunca le haría daño. Ella también le había mentido al decirle que nunca había fantaseado con que la ataran. Era una de esas cosas que una mujer, y particularmente una merc, nunca le decía o le admitía a otro ser viviente. Ella era una mujer normal, y, por supuesto, tenía docenas de fantasías. Esta era simplemente una que ella nunca pensó que sucedería en la vida real. Con esos dos datos importantes, ella tomó su decisión. Podía volver a ganar el control la mañana siguiente. Entregar a Paul como pensaba, recuperar el dinero de Elise, si era que realmente él lo había robado. Cuanto más lo pensaba, menos probable le parecía. Por ahora, ella iba a ser egoísta por primera vez en su vida. Ella se tomaría para ella esta noche de pasión y placer con Paul y recurriría a los recuerdos por el resto de su vida. Relajó su cuerpo y respiró hondo. Ella supo por el brillo del conocimiento en los ojos de Paul, que él sabía que ella le estaba entregando el control, aceptando su situación y su tiempo juntos. “Adelante, Paul. Veamos si realmente me puedes hacer gritar, o si tu ego está simplemente inflado como el de la mayoría de los hombres”. La sonrisa que se dibujó en su cara se veía tan maliciosa, tan experimentada, que ella sintió que se le aceleraba el corazón. Él era todas las fantasías de chico malo que ella había tenido, todos los sueños mojados, todas las fantasías eróticas que una muchacha podía pedir. El hecho de que estuviera en la Fuerza, del lado de los chicos buenos, lo hacía mucho más seductor. Y sólo por esta noche él era de ella. Completamente. Inequívocamente. Totalmente de ella. “¿Tú sabes lo que estás diciendo, mi Ma´ra? ¿Me entregarás el control total?”. “Por esta noche, seguro. Me has hecho unas promesas bastante impresionantes, ¿eh, Vaquero?”, lo provocó ella con el antiguo sobrenombre con el que lo solía llamar. Un Llanero Solitario de la Ley, así se había descrito él con ella. Ella, y no Elise, había entendido la anticuada referencia al libro. Desde entonces, ella lo había provocado con su auto-descripción de un vaquero. Hasta ahora, ella había estado demasiado enojada, demasiado molesta con él como para relajarse y azuzar a la fiera. 186


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“Entonces hagamos realidad algunas de esas promesas, mi querida. Empezando con esto”. Ma´ra se arqueó en la cama y se mordió el labio negándose a gritar tan temprano en el juego. Paul había bajado su cabeza y ahora la lamía y lengüeteaba con determinación. Ella lo había considerado experimentado cuando la había comido antes. Esto era consumirla, no simplemente morderla con delicadeza. Su lengua la lavaba, sorbía su jugo y luego se metía como una lanza en su concha, lo que hacía que produjera más jugo saliendo de ella. Ma´ra apretó su concha contra la cara de él y gimió por más. Ella se preguntó por una fracción de segundo si debió haber desafiado al hombre a hacerla gritar. Luego el placer intenso, el total abandono y la dicha la inundaron, y no le importó si gritaba hasta quedar afónica. Valía bien la pena perder la voz por ese placer.

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Capítulo cuatro Paul lengüeteaba a Ma´ra y se maravillaba de haberse contenido durante tanto tiempo. Ella sabía a ambrosia, el dulce y picante sabor de las mujeres de la galaxia. Pero parecía haber un matiz de almizcle en sus jugos, un sabor sutil que era de Ma´ra y de nadie más. Él no era un santo. Se encamaba con mujeres con frecuencia y gran placer. Disfrutaba de sus formas, texturas y, lo más importante de todo, sus gritos de placer al acabar. Rara vez, sin embargo, se hacía necesario atar a una mujer. La posesividad innata del acto siempre le hacía evitar hacer esos pedidos. Con Ma´ra, simplemente parecía natural. Aquí estaba su mujer, provocándolo y seduciéndolo y simplemente rogando por una deliciosa cogida. Ella se sentía lista, completamente vibrante del deseo de acabar una y otra vez. Ella se arqueaba, consciente o inconscientemente, hacia sus caricias, sus lamidas, su cuerpo y prácticamente vibraba de necesidad de él. Como ella no estaba nada lista para comprometerse con él, para someterse a su verga y a su cariño, el uso de ataduras, esposas o no, parecía algo tan correcto. Por su propio placer, por su propio bien, atarla y seducirla parecía la mejor idea que él había tenido en tres años. Paul se recostó y disfrutó de la sensación celestial de descansar entre sus muslos abiertos. Se mordió la parte interior de su mejilla para asegurarse de que no estaba dormido y soñando. Unos muslos pálidos y cremosos se abrían, y un rocío brillaba sobre sus rulos, que hacía señas para indicarle al hombre su destino. Paul lengüeteaba suavemente su clítoris y disfrutaba de cómo se hinchaba y se volvía carnoso, y rogaba por su lengua y sus dientes; luego enterró su boca contra su abertura y embistió bien dentro de ella con su lengua. Él recibía con alegría sus gemidos y sus movimientos bruscos tanto como sus jugos. Ella gritó cuando acabó. Ciertamente no fue el alarido de placer al que él estaba acostumbrado, pero él los llevaría a ambos hasta allí. Con apenas una pausa para respirar, él le disparó una mirada de orgullo y ego engreída y completamente masculina, y continuó dándole placer, jugando con su clítoris y disfrutando al sentirla. Él le metió tres de sus dedos y ella lloriqueó por la sensación de saciedad, lo que aumentó el placer de él. “Apuesto a que si te hago acabar de nuevo puedo meterte todo el puño adentro”. Ma´ra gimió, y apretó su cabeza sudorosa contra su brazo levantado. “Apuesto que no puedes”, lo provocó ella, jadeando intensamente.

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Paul apenas sonrió y continuó dándole placer, excitando su clítoris y lamiendo su chorreante concha. Después del segundo orgasmo, como lo imaginó y la provocó gentilmente, él metió sus cinco dedos dentro de su concha húmeda y envolvente, pero no todo su puño aún. Lo cautivó la imagen de su cuerpo totalmente extendido, completamente abierto para él y sus dedos. Él nunca había deseado concederse el gusto de mirar a su amante. Seguro, disfrutaba ver cómo sus caras se ensanchaban de felicidad mientras cogían hasta quedar exhaustos, pero con Ma´ra parecía haber algo más. Él disfrutaba ver cómo sus dedos recorrían su piel, disfrutaba sentir su clítoris palpitar de deseo contra su lengua. Disfrutaba observar cómo su cuerpo chupaba sus dedos como si no quisiera soltarlos nunca. Perdió la noción del tiempo, concediéndose ese gusto. La tocó, la acarició, la volvió salvaje y le encantó el rubor de calentura sexual que oscureció el color de su cuello y la parte superior de su pecho. Un tiempo después, cuando comenzó a sudar y sentir que la presión en sus bolas aumentaba hasta un nivel incómodo, supo que necesitaba conseguir un poco más de tiempo. Ma´ra ciertamente se sentía lista para recibirlo bien dentro de ella, pero él quería que esta primera vez, que esta vez tan especial, durara. Retiró sus dedos y sonrió mientras ella gemía. “¡No! Por favor, no me dejes así…”. “Shh”, la calmó él. “Sólo estoy buscando algo más. ¿Qué secretos esconde el cajón de tu cómoda?”. Se deslizó por la cama y se inclinó hacia el sencillo mueble, abrió el cajón de arriba, esperando encontrar algo con lo que pudiera extender su tiempo un poco más. Cuando el pesado cajón se abrió, sus ojos se agrandaron. ¡Bueno! ¡Su Ma´ra estaba llena de sorpresas! Él sintió que una sonrisa malvada y gozosa cruzó por su cara. Al darse vuelta y verla, atada a su propia cama y encendida con su propia calentura, extendida y ansiosa de que él la poseyera, sintió que todo encajaba por el resto de la noche. ¡Definitivamente llena de sorpresas!

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Capítulo cinco Ma´ra gimió mentalmente cuando Paul abrió su cajón de arriba. Bien, ella podía ser una merc, pero eso no significaba que no tuviera deseos sexuales como todo el mundo. Hacía dos años, cuando decidió aceptar el “contrato extendido”, supo que las posibilidades de enganchar un amante relativamente decente eran casi nulas. De hecho, supo que las posibilidades de tener sexo real serían casi inexistentes. No se dormía con los compañeros de tripulación y no se le pedía al capitán que se detuviera para una cogida rápida a fin de aliviar la tensión. En cambio, Ma´ra eligió convertirse en una experta en juguetes sexuales. Y se sorprendió a sí misma cuando le encantó cada minuto de lo que hacía. En cada parada que hacían, la tripulación tenía el día libre. Muchos de los hombres iban a los bares y tomaban algunas cervezas y a algunas mujeres. La mayoría de las mujeres se unían a los hombres en sus intereses, simplemente para probar que podían hacerlo. Ma´ra se sentía lo suficientemente segura de sí misma y de sus propias habilidades como para no necesitar probar su valor, entonces, en cambio, se divertía comprando juguetes sexuales. Después de los primeros, se dio cuenta de que le encantaba husmear y encontrar juguetes nuevos y cada vez más exóticos. Aun mejor era aprender a usarlos y disfrutarlos. Los meses y los años pasaban, y ella acarreaba consigo una valija llena de juguetes. No tenía sentido dejar que todo el mundo supiera sobre su placer secreto. Pero ahora que había vuelto a casa, aunque fuera temporalmente, ella descargó su gran valija de juguetes y los colocó en el cajón de arriba de la cómoda, como lo haría cualquier mujer con respeto por sí misma. Mirar a Paul, boquiabierto por el impacto, y examinando sus juguetes, le causó algo extraño. Él levantó un vibrador de gelatina tipo hombre elefante, de apariencia real, y lo extendió para mostrárselo, con el susto y el descreimiento grabados en su magnífica cara. “¿Tú usas esto? ¿Y te quejabas de mi puño? ¡Querida, esto es más grande que mis dos puños juntos!”. Antes de que ella pudiera responder, él se dio vuelta otra vez, lo volvió a poner en su lugar mientras sacudía la cabeza y continuó la búsqueda. Máscaras, más esposas, “Shakespeare” dijo él, con confianza y conocimiento absoluto que brillaban en sus ojos al observarla a ella, y no a las esposas, que se abrían

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como por arte de magia. Ella resolvió de verdad cambiar las contraseñas de cierre. Paul removió otra selección de parafernalia mientras hurgaba en su cajón más privado. “¡Ajá! ¡Absolutamente perfecto!”, dijo e hizo que Ma´ra se estirara para ver qué había encontrado que capturó tanto su atención. Él giró y se volvió a subir a la cama junto a ella. Lo que fuera que había encontrado, cabía en su mano grande y cerrada. “Broches para los pezones y el clítoris”, se regocijó y abrió la mano. Ma´ra sintió que la sangre se iba de su cara. Su cuerpo se sonrojó, caliente y luego frío como el hielo. “Esos no son broches comu…”. “Sé exactamente qué son, y qué vergüenza, jovencita, que nunca me hayas contado sobre tu fascinación por los juguetes sexuales. Podríamos haber tenido esta fiesta hace mucho tiempo”. Ma´ra respiró hondo. Él sabía qué eran. Y obviamente sabía cómo usarlos. Ay, hombre, ella estaba en serios problemas. Ma´ra miró cansada cómo Paul accionaba la discreta llave de los pequeños broches. No parecía haber ningún cambio aparente en ellos. Pero Ma´ra sabía, y obviamente Paul también sabía, que los había encendido. Ma´ra arqueó la espalda cuando Paul tomó uno de sus pezones en su boca húmeda. El calor rodeó el pedacito de carne, encendió el fuego que ya consumía su cuerpo. La presión que su boca creaba al chupar, el calor y la intensidad que generaba que se supiera sobre su vicio secreto –¡y que se usara tan eficazmente!– la hizo mojarse furiosamente. Ella lloriqueó mientras el calor de su boca la dejaba y luego gritó cuando él cerró el brochecito de manera penetrante alrededor de su pezón erecto. Por un momento, la consumió un rayo de dolor, luego el placer cayó estrepitosamente sobre ella y casi hizo que acabe nuevamente. El broche calentaba su frío pezón. Se sentía diferente del calor envolvente de la boca de Paul, pero se sentía una tibieza alrededor de su pezón erecto. Ma´ra respiraba con dificultad. Y luego la pequeña patada de electricidad hizo que se arqueara de placer otra vez. Ella abrió los ojos, sin saber cuándo los había cerrado, al sentir el calor ahora familiar de la boca de Paul que se cerraba sobre su otro pezón. Su pezón abrochado latía al ritmo que su sangre bombeaba. Los pequeños y erráticos latidos la excitaron aún más que el calor húmedo sobre su boca. Ma´ra cerró los ojos otra vez, mientras enloquecía de placer. La boca de Paul chupaba mejor que la bomba de succión que había probado hacía unos meses, y los sonidos de chupadas húmedas le agregaban a la intimidad del acto. Cuando él retiró su boca, ella se apretó a sí misma. 191


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Y entonces, por supuesto, él la sorprendió y volvió a poner la boca sobre su pezón. Ma´ra gimió, y el erotismo del acto elevó su temperatura aún más. El broche casi parecía ser sensible a lo que hacía. Las patadas eléctricas, inofensivas y placenteras, eran esporádicas, no tenían un ritmo fijo, ni seguían un patrón, descubrió Ma´ra. Mezclaba el calor con una sensación de succión, entremezclados con las pequeñas patadas que la hacían mojarse y rogar por la verga gruesa y dura de Paul. “Te necesito dentro de mí”, dijo ella jadeando. Paul simplemente gruñó y sus ojos brillaban con su maliciosa diversión. En un instante, se enderezó, colocó el broche sobre su pezón y bajó hasta estar entre sus muslos. “Ay, no”, dijo ella jadeando, “no en mi clítoris. Acabaré”. “Esa es la idea, mi querida”, contestó él, engreídamente masculino. El segundo que su boca se cerró sobre el palpitante y erecto clítoris, ella gritó. Los broches sobre ambos pezones enviaban sus golpes eróticos y el calor y la presión sobre su clítoris la hicieron gritar el orgasmo. Tal como lo había prometido. Pero a él parecía no importarle una mierda haber hecho lo que prometió. El hombre tenía un brillo en los ojos, una conciencia maliciosa de que ni siquiera había comenzado con ella aún. Jadeando, Ma´ra rogó tener fuerza, resistencia y una oportunidad de devolverle al menos la mitad de su provocación erótica antes de que terminara la noche. Uuuh, ella lo haría pagar. Ella inventaría una contraseña de cierre, una que él nunca averiguaría y ella nunca recordaría. Ella lo mantendría atado a su cama por el resto de sus vidas y lo provocaría hasta que él le rogara ser liberado. Sí, pensó, mientras otro orgasmo la desgarraba y la dejaba tratando de recuperar el aliento. Ella se la devolvería por cada boqueada, jadeo y orgasmo. Y cuando ambos quedaran completamente saciados y totalmente exhaustos, ella averiguaría lo que fuera que había querido averiguar. Esa idea le devolvió una pequeña parte de su capacidad cerebral. ¿No había algo que ella quería? Mientras otro orgasmo la desgarraba, decidió dejarlo ir. Lo que diablos fuera, su mente no estaba en forma para tratar de averiguarlo. Francamente, no le podía importar menos. Pensaría más tarde, cuando su cuerpo no se sintiera como si se estuviera incendiando, y su clítoris y pezones no dolieran positivamente de deseo y lujuria no consumada. Sí… más tarde.

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Capítulo seis Paul deseó como el demonio que su pequeña gatita salvaje tuviera espejos en el cielorraso del dormitorio. No era un voyeur y nunca había apreciado por completo la necesidad de tener espejos para ayudar a la gratificación sexual. Pero al estar entre las piernas abiertas de Ma´ra, chupándole el clítoris como si fuera un chupador, no podía hacerlo y al mismo tiempo apreciar completamente las expresiones de la cara de ella. No se podía reclinar y disfrutar de su cuerpo, atado y desparramado, con los pezones seductoramente abrochados, una verdadera ofrenda para su cuerpo y sus ojos. Ajá, definitivamente necesitaba agregar algunos espejos estratégicos a este lugar. Así puedo hacer esto y hacer una pausa intermitentemente para observar el espectáculo. Para una mujer con juguetes sexuales, esposas, tapones anales y otras cosas que podían mantener a un hombre ocupado durante meses –por el valor de cientos de créditos– a él ciertamente le sorprendió no ver espejos que forraran las paredes y el techo de su dormitorio. Aunque él deseaba esto, una parte de su mente se sintió aliviada. Si pudiera ver toda su cara, pudiera probar tocar y ver sus reacciones simultáneamente, entonces más que seguro se habría acabado mucho antes. ¡Y por primera vez desde su juventud, no dentro de una mujer, tampoco! Qué degradante. No había hecho eso en, ¿cuánto?, ¿veinte años? En cambio, él la mordisqueó y la chupó, disfrutando intensamente acostarse con la mujer que aparentemente no podía sacar de su mente. Esta noche de sexo fantástico, que le voló la cabeza, podría ser suficiente para sacarla de su sistema. Pero mientras pasaban los minutos y las horas, él se sentía más y más seguro de que una noche de puro placer que le volara la mente no sería suficiente. Cuando él sacó un orgasmo más de Ma´ra y escuchó que la voz de ella comenzaba a ponerse afónica del cansancio, supo que esta primera contienda estaba llegando a su fin. Sus bolas positivamente se sentían azules por la presión de aguantarse, como que si posponía esto mucho más él sí haría un papelón. Le había encantado verla acabar múltiples veces, pero cuando él lengüeteó su clítoris otra vez y ella se estremeció, él supo que era el momento preciso para finalmente penetrarla. Se arrodilló sobre la cama y se inclinó, apoyando la punta de sí mismo en su entrada. Sintió los jugos de ella deslizarse por su verga, sintió su líquido preeyaculatorio gotear en la punta. Gentilmente, reverentemente, apretó sus labios suavemente contra los de ella.

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“¿Te sientes bien con esto?”, le preguntó suavemente. Por más que había fantaseado con esto durante tres años y la había estado seduciendo y provocando, él prefería meterse debajo de la ducha helada y hacerse una paja –varias veces– antes de tomarla por la fuerza. Cansadamente, Ma´ra abrió un hermoso ojo. El sentido de alerta estaba muy arraigado en ella. “¿Es esta una pregunta tramposa?”. Él sonrió y luego dio una carcajada. “Por supuesto que no, sólo quiero que tú te hagas cargo de algo esta noche”. “¿Ah sí?, no me digas. ¿Qué?, ¿casi tiro abajo el lugar con mis gritos?... muy bien, no me respondas eso”, protestó ella cuando él se rió y desparramó besos por su nuca. “Sí, estoy bien con esto, si no te ensartas dentro de mí en cualquier momento, tramaré personalmente una venganza malvada y no descansaré hasta tenerte rogando por misericordia…”. A él le encantó el quiebre en su voz, la manera en que él la abrumaba tanto que ella perdió el hilo de su pensamiento. Ella gimió con el maldito dolor del placer cuando él la embistió hasta las bolas, y su dolorida asta quedó envuelta tal como lo había soñado durante una eternidad. Él hizo una pausa dentro de ella, para recuperar un poco de aire, desesperado por mantener el control de sí mismo. Pero la calidez de su concha, las succionadoras paredes y la simple excitación de escucharla gritar su nombre, rogándole que la hiciera acabar, probó su paciencia como nunca antes. Él se retiró un poco y luego volvió a zambullirse dentro de ella. Él se aferró fuertemente a su desesperada necesidad, pero sólo por pura fuerza de voluntad. Hacer que Ma´ra finalmente grite por él, grite de felicidad y abandono sexual, era definitivamente material de sueño mojado. Ahora él sólo necesitaba escucharla gritar su orgasmo otra vez antes de explotar dentro de ella. Al tocarla, él la sensibilizó en todos los rincones de su cuerpo y del de él, donde sus pieles desnudas se encontraban. Disimuladamente, él tocó ambos broches de los pezones y los puso al máximo. Ma´ra gimió con la estimulación extra, levantó sus caderas de la cama completamente, y abrió más sus piernas para dejarlo entrar más profundo, más lejos. Paul la sacó hasta la punta, provocando y torturando a ambos. “Paul…”, gritó ella, rogando sin necesidad de decir las palabras. Él estiró una mano, y con un movimiento rápido y conciso, le quitó el broche del clítoris. Ma´ra gritó, y la ausencia de la estimulación acentuó el acalorado y violento palpitar de sus latidos y de su placer. Paul quería que esta última vuelta durara por siempre y se lanzó otra vez dentro de ella hasta el fondo, deseando poder empujarse aún más profundo en su interior.

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Él le mantuvo firmes las caderas y las inclinó justo como le encantaba, decidido a darle y darse el mejor momento de sus vidas, para que ninguno olvidara jamás esta noche. Él quería hacer durar esto, pero un hombre sólo tenía una limitada cantidad de auto-control. Al zambullirse más y más profundo, más y más rápido, estableció un ritmo intenso. Ma´ra comenzó a jadear, a gritar su nombre. Él sintió que ella perdía el control y se deshacía. “Ay, sí, Paul, sigue así... justo así... ay hombre, ¿cómo se puede sentir tan bien estar contigo? Ay, sí, amor, más duro, más duro…”. En su nebulosa roja de pasión y deseo, sólo cuando sintió que los brazos de ella se deslizaban por su espalda y sus uñas se hundían en la piel y lo acercaban aún más a ella, se dio cuenta de que ella había dicho la contraseña de cierre. Aun en su furioso apareo, con su verga a escasos segundos de explotar, él sintió que se congelaba. Ella lo había llamado amor.

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Capítulo siete Ma´ra apenas recordaba las palabras que habían salido de su boca, tan desesperada estaba por sentirlo hundirse más y más profundo dentro de ella. Pero no estaba tan ida como para no recordar haberlo llamado amor. No era lo más inteligente que había hecho, pero ni loca lo iba a admitir ahora. Todo lo que quería era acabar una vez más, el límite brillante y resplandeciente del mayor y mejor orgasmo del mundo estaba allí en el horizonte, y ni loca dejaría que él se detuviera ahora para hablar de sus sentimientos. Una muchacha debía tener prioridades. “Podemos hablar de tu elección de contraseñas de cierre más tarde”, insistió ella, mientras agarraba el delicioso culo de él y le hundía las uñas, dejándole marcas. “Justo ahora, tienes promesas que cumplir, Paul, y yo te haré una enorme cantidad de daño si no terminas esto ahora mismo”. Agradecido, él volvió inmediatamente su atención al pequeño pinchazo de las uñas y al levantamiento de las caderas de ella. Su verga dura como el hierro se hundió increíblemente una pulgada más dentro de ella, y ambos gimieron. “Tienes toda la razón”, gimió él mientras apretaba los labios contra los de ella. “Habla más tarde”. Ella lo besó, agradecida y levemente molesta a la vez. Ella no era estúpida, a pesar de cómo había actuado en las últimas horas. Ella sabía que él debió haber elegido la palabra amor porque no esperaba que ninguno de los dos dijera esa palabra en el transcurso de la noche. Sólo dolía un poquito. De todas maneras, el increíble placer que su pecho, brazos, labios y verga le daban más que compensaban la mínima porción de agravio femenino. Más rápidamente de lo que podía haberse imaginado, sus toques y besos la calentaron una vez más, y ambos estuvieron en el afilado límite del orgasmo. Sus broches para pezones eran realmente asombrosos, y funcionaron más eficientemente de lo que lo hicieron jamás en el silencio y la santidad de su cuartel a bordo de las naves crucero. El hecho de que tenía un hombre de verdad y una verga dura como el hierro –pero igualmente cálida– entre sus muslos debía tener algo que ver con eso. “Vamos, nena”, escuchó a Paul murmurar seductoramente, “grita para mí una vez más cuando acabes”.

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“No creo…”, dijo ella jadeando y cerrando los ojos. El pequeño resplandor de su lámpara, que no iluminaba casi nada, fue suficiente, sin embargo, para que ella lo notara, con todos sus sentidos exaltados y en alerta roja. “Por supuesto que puedes hacerlo”, insistió él. Cómo diablos supo lo que ella iba a decir estaba más allá de su entendimiento. “Quiero decir”, dijo ella respirando con dificultad y tratando de expresarse entre boqueadas y gemidos, “no creo que pueda gritar… aaaaay aaaaay…”. Ella no pudo evitarlo. Con la garganta en carne viva, los ojos apretados, la espalda y el cuello arqueados, ella sintió que sus dedos se hundían más profundamente en su espalda cuando el orgasmo más intenso de todos la partió al medio. Escuchó ese zumbido blanco dentro de sus oídos, que quería decir que todo dentro de ella estaba momentáneamente fuera de servicio. Ella no podía oírse a sí misma, no tenía idea de qué ruidos estaba haciendo o si estaba haciendo alguno siquiera. La luz chocaba contra sus párpados cerrados, y ella podría jurar que pudo ver estrellas y una exhibición de rayos detrás de ellas. Sintió que su concha se prendía al asta de Paul y luego lo sintió acabar, convulsionarse entre sus apretadas paredes y hacer erupción. Fue lo más grande y lo más intenso que había sentido jamás, y apenas podía comprender lo que estaba pasando. Todo parecía apagarse y acelerarse al mismo tiempo. Después de lo que pareció ser horas, pero probablemente fue sólo unos segundos más tarde, su sentido del oído regresó y ella abrió los ojos. Ella escuchó los sonidos de las respiraciones jadeantes de ambos y sintió que sus músculos se destrababan y cayó sobre el colchón, dejando libre a Paul. Él cayó mitad sobre ella, mitad a su lado. Ella trató de recobrar su juicio, trató de calmar su respiración y decir algo ingenioso. Lo único que pudo pensar fue Guau, y de alguna manera eso le pareció un poco demasiado adolescente para un momento tan increíble. “Guau”, dijo Paul a su lado. Ella se dio vuelta hacia él, segura de que su cara reflejaba el impacto tanto como la de ella. Ella sonrió, y luego rió socarronamente. “Tú me quitaste la palabra de la boca”, se quejó ella somnolienta. Toda esa energía acumulada, molestia y desilusión habían desaparecido con los múltiples orgasmos. Ella siempre supo que los hombres se cansaban después del sexo, pero ella misma se sentía como si hubiese corrido una maratón. “Eso no fue todo lo que te quité de la boca”, comentó él con desenfado, mientras movía una mano perezosa para quitarle los broches de los pezones. “Gran inversión”, comentó ociosamente ella. “No puedo esperar para volver a usarlos”, dijo y se preguntó de dónde diablos le habían salido esas palabras. El timbre ronco y crudo de su voz también se sentía nuevo y extraño. Era sorprendente lo arenosa que sonaba la voz después de media docena de orgasmos escandalosos y abrumadores.

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Paul se arrastró por la cama, dejó caer los broches en el cajón que seguía abierto y apagó la lámpara. “Vamos a dormir un poco”, insistió él, haciéndole cucharita desde atrás, “luego hablaremos”. “Hablaremos”, repitió ella adormecida, y la palabra le recordó algo en la profundidad de su cerebro. “Quería hablarte de lo que pasó y de Elise…”. “Shh…”, la calmó él. “Hablaremos cuando nos despertemos. Te lo prometo”. Ma´ra lo escuchó pero desde muy lejos: ya se había dormido.

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Capítulo ocho Ma´ra se despertó con la sensación más deliciosa. Un hombre, caliente y excitado, estaba acostado entre sus muslos. Él le lamía y mordisqueaba el estómago, el ombligo, los pezones y el clítoris. Ella gimió y movió las piernas para abrirlas y darle un mejor acceso. Cuando él la embistió profundamente, ella se terminó de despertar. “Paul”, gritó, abriendo los ojos. “¿Quién otro?”, la embromó él y la acarició profundamente dentro de ella. Ma´ra gimió y dejó que sus manos descansaran sobre el pecho de él y jugaran ágilmente con el cabello y las tetillas de él. “¿Y qué pasó con hablar?”, murmuró ella, obviamente sin quejarse. “Esta es tu llamada para despertarte”, insistió él con voz ronca. Ma´ra sonrió. “La mejor llamada para despertarme que he tenido en años”, le aseguró. Mientras se volvían a explorar el uno al otro lentamente, hicieron el amor despreocupados y relajados. Se tomaron su tiempo para tocar y probar, y Ma´ra sintió una ráfaga de deseo al empujar a Paul boca arriba y montarse sobre él. “Mi turno”, insistió ella entre risas. Paul sonrió indulgente. “Adelante”, insistió él, “haz lo mejor que puedas”. Ma´ra disfrutó montándolo e impuso un ritmo tranquilo. Cuando comenzaron a calentarse más y a perder el control, ella se movió más rápido y con más intensidad, excitando a ambos más y más. Cuando ambos llegaron juntos a la cima, gritando al unísono, Ma´ra sintió que una sonrisa de satisfacción se le dibujaba en los labios y se dejó caer sobre el pecho de él, débil, saciada y sudorosa. Después de darse un momento para estabilizar su respiración, Ma´ra hizo dibujitos ociosamente sobre su pecho y jugó con una tetilla. “No conseguirás ninguna respuesta si empiezas de nuevo, corazón”. Ma´ra se bajó rodando de él y lamentando la pérdida de contacto con su cuerpo, se sentó con las piernas cruzadas sobre la mesa. “De acuerdo”, dijo ella mientras pasaba una mano por sus rulos despeinados. “Comencemos por el principio y avancemos desde allí”. Paul se frotó la cara con la mano e hizo una mueca ante la necesidad de “hablar”, luego se cubrió la mitad de su cuerpo desnudo con la sábana. Se acomodó sobre las almohadas, miró el cielorraso y comenzó a hablar.

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“Siempre hubieron traficantes de drogas y proxenetas. Eso no es novedad. Pero el año pasado, se estableció un círculo nuevo y mucho más organizado. Muy silenciosamente, muy discretamente. Para cuando la Fuerza lo descubrió, la organización florecía y no se podía desmantelar fácilmente. Entonces necesitaban un par de voluntarios para infiltrar”. Ma´ra sintió que se le partía el corazón. Aun con sólo este bocadillo de información, pudo adivinar casi todo el resto. “Ay, mierda”, dijo, sabiendo lo que seguía. Paul la miró a los ojos, con una mirada firme, seria y completamente honesta. “Yo me ofrecí de voluntario. No puedo darte detalles, amor. Tú conoces demasiado bien las reglas. Es suficiente decir que a Elise no la hizo feliz que yo no me comunicara, de hecho, que haya desaparecido de su vida. Nunca tuve nada serio con ella, nunca quise alentarla. Tú lo sabes, pero es cierto que yo le seguí un poco el juego y su ego sufrió. La Fuerza dejó que se filtrara información falsa sobre la corte marcial, la corrupción y todo eso. Supongo que cuando tú regresaste, Elise decidió tratar de sacarle el jugo a la situación”. Ma´ra sintió que el rubor le subía por el cuello y deseó desesperadamente poder taparse con las sábanas. “¿Entonces hice el papel de una terrible idiota?”. Paul sonrió, con esa sonrisa vivaz y aniñada que nunca dejaba de derretirla. “Eso y un poco más”, rió él. “Anoche se suponía que sería el principio del fin. En lugar de un sórdido contacto intermedio, fuiste tú la que se me adelantó y estoy muy agradecido por eso”. Ma´ra frunció el ceño. “¿Arruiné tu emboscada?”. Hizo un gesto con la mano, como restándole importancia. “Para nada, aún tengo esta noche. Probablemente pensarán que eras una prostituta que hacía un levante para la noche. Sin daños, no hay faltas”. Ma´ra se encogió de hombros, sin saber realmente qué decir. “Entonces volverás esta noche”. Por primera vez, Paul la miró profundamente a los ojos. Ella esperaba que él no pudiera ver dentro de su alma, su deseo y su necesidad. Ella igual podía volver a irse al espacio por un par de años. Los recuerdos de la noche anterior le durarían un largo tiempo. Antes de que ella terminara el pensamiento siquiera, Paul la había hecho rodar debajo de su cuerpo cálido y erecto. “Conozco esa mirada, y de ninguna manera te irás de nuevo. Esto sólo debería llevar tres, quizás seis meses como máximo para terminarlo, y luego cambiaré por un trabajo de escritorio. De ninguna manera huirás de mí, señorita”. Ma´ra frunció el ceño. 200


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“Tu odiarías las tareas de escritorio”. Paul se encogió de hombros. “Bueno, tareas normales entonces. No más trabajo encubierto. Sólo estaba pasando el tiempo hasta que regresaras, de todas formas”. Ma´ra lo miró profundamente a los ojos y pensó. Elise podía ser realmente gruñona, pero se sobrepondría al perder la pelea por Paul. Él nunca estuvo interesado en ella en primer lugar, y Ma´ra se había mantenido alejada antes sólo por nervios e inseguridad. Todo eso parecía haber cambiado. Ella sonrió. “La mitad de tu encanto anoche provenía de tu mala reputación”, rió ella. “Me gustaba el atractivo de un tipo bueno que se volvió malo”. Paul le acarició el cuello con la nariz y le corrió el cabello a un lado. “Seré tan malo como tú quieras detrás de la puerta”, insistió él. “Podemos revisar ese cajón lleno de esos traviesos juguetes tuyos. Cuando termine con este caso. ¿Puedes esperar?”. Ella sonrió, sintiéndose feliz y despreocupada por primera vez desde antes que se fuera a la misión. “Sí, puedo esperar. Tres meses, seis como máximo, ¿eh?”. “Como máximo”, prometió él y se inclinó para besarla en la base del cuello. “Mmmm…”, murmuró ella. “¿Y cuándo tengo que volver a dejarte en ese sórdido bar?”. “Mmm…”, Paul la acarició con la nariz y miró su reloj. “En unas cuatro o quizás cinco horas”. “Excelente”, se regocijó y lo acercó a ella. “Espera un minuto”, insistió él, con un tono urgente. Ma´ra frunció el ceño y se sentó, y él le pasó por encima y se bajó de la cama. Cuando abrió el cajón al lado de la cama, ella sintió que su sangre bullía y sus palmas comenzaban a sudar. ¿Qué juguete tenía en mente ahora? Ella tenía un látigo suavemente acolchado que estaba guardando hasta que encontrara un compañero para probarlo, y después estaba el vibrador hombre elefante… Paul sacó algo pequeño y negro, que su palma cubría casi por completo. Volvió a treparse y se sentó en la cama, reluciente de la emoción. Ma´ra frunció el ceño y miró hacia abajo cuando abrió su palma. Tenía un objeto pequeño y con forma de bala en la mano, todo cubierto de chichones, estrías y nodos. Ella lo reconoció inmediatamente. El mejor y más usado tapón anal vibrador para mujeres de la Galaxia, proclamaba su título. Ma´ra sintió que se mojaba. “Cinco horas, ¿eh?”, ella sonrió y se estiró para alcanzar el gel lubricante. 201


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“Por lo menos”, prometió su amante.

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Epílogo

Seis meses después Ma´ra se sentó en su cómoda silla preferida y leyó el comunicado de prensa más reciente. Paul estaba reventado en su cama en la habitación contigua, exhausto después del bombardeo de notas con los medios y de terminar el papelerío y el archivo. “¡Héroe de Fuerza local no es corrupto!”, gritaba la tapa del comunicado. Ma´ra sonrió. ¡Idiotas! Al leer rápidamente el artículo, sonrió ante la mezcla de realidad y ficción, secretamente aliviada de que todo el lío hubiera terminado. El círculo fue desbaratado, la organización desmantelada con dolorosa lentitud y la galaxia estaba bien una vez más. Ah, y Paul y ella se dirigían a lugares desconocidos para unas muy merecidas vacaciones de descanso y relajación. Ma´ra sonrió. Elise había admitido finalmente ante la presión nada amable de Ma´ra que había retirado sus propios fondos en un desquiciado ataque por construir algo que finalmente colapsó, dejándola sin créditos. Reticentemente, Ma´ra le prestó lo suficiente como para mantener a los lobos a raya hasta que el trabajo de Elise le pagara lo suficiente como para ser solvente otra vez. Como Ma´ra imaginó, a Elise no le había caído bien que ella y Paul estuvieran juntos, pero la muchacha podría manejarlo. Elise se mantenía ocupada con tres amantes, un trabajo de tiempo completo y otro de medio día. La muchacha ya tenía mucho de que ocuparse. Ella se sobrepondría a lo de ella y Paul. Además, Ma´ra tenía que atender a peces más gordos. Como la barracuda gigante que ahora roncaba en su cama. Ma´ra se puso de pie y caminó hasta su pequeña mochila. Al abrir el cierre, sintió una ráfaga de éxtasis que la atravesaba y buscó entre los tapones anales, broches, vibradores y pequeños látigos de felpa hasta que encontró el nuevo par de esposas. Esta vez estaba preparada. Esta vez le pidió al empleado adolescente de la tienda que eligiera una contraseña de cierre.

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El muchacho sonrió socarrón y condescendiente, de una forma demasiado adulta para sus supuestos dieciocho años. Él insistió que un adminículo de hacía muchos siglos llamado cinturón de castidad era su mejor opción de palabra. Los hombres parecían haberse olvidado de ellos, y por la descripción que le dio el muchacho, ¡con un buen motivo! Pero le prometió que ningún hombre moderno pensaría en esa palabra, mucho menos pensar en ella en los términos que pasaban por la mente de ella. Ma´ra caminó descalza y en silencio hasta el pequeño dormitorio de su nave. Allí, exactamente donde lo había dejado desparramado seductoramente, estaba su hombre. Su pecho, bronceado y desnudo, la llamaba. Sus piernas estaban extendidas, su verga medio dura. Sus brazos por suerte, ya estaban levantados sobre su cabeza. El hombre era la imagen de la elegancia y la masculinidad. Exactamente como ella lo quería. Ma´ra llevó las esposas cuidadosamente, se sacó los pantalones y la camisa y agradeció no haberse puesto ropa interior. Se subió a la cama y encima de él, y se montó con facilidad sobre el hombre gloriosamente desnudo. Tomó sus cálidos brazos entre las manos, besó sus labios abiertos y maniobró con sus manos hasta la cabecera de la cama. “Mmm…”, gimió él con voz ronca, aún medio dormido. Ma´ra siguió besándolo mientras cerraba las esposas alrededor de sus muñecas y lo encadenaba a la cama. “¿Eh?”, preguntó él, despertándose. “Mi turno”, insistió ella suavemente. Sus ojos se abrieron, color chocolate caliente, y reflejaban molestia y deseo a la vez. “Ma´ra”, le advirtió, pero ella sólo rió y se deslizó sobre su cuerpo. “Nunca me dejaste probar lo suficiente”, se quejó ella. “Nunca me dejas tomarme mi tiempo. Siempre tomas el control. Ahora quiero mi turno, el tiempo que necesite”, insistió ella, mientras lamía la punta de su inflamada verga. “¡Ay, mujer!”, gimió él. “Pagarás por esto”. Ma´ra rió y comenzó a chuparlo con determinación. “Espero ansiosamente el momento, pero por ahora, eres mío”. “Error”, insistió él. “Tú eres mía”. Ma´ra rió alrededor de su ahora completamente inflamada asta. “Es lo mismo”, murmuró ella, y disfrutó de las vibraciones de sus palabras alrededor de su verga. Esta noche podía ser el turno de ella, pero tenían el resto de sus vidas para reñir por la dominación. Ella esperaba con ansias ese desafío.

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Acerca de la autora Elizabeth Lapthorne es la mayor de cuatro hermanos. Creció entre mucho ruido, peleas y cuentos. Su madre, una periodista y crítica literaria, inculcó en ella un gran placer por la lectura con las intrigas de un buen argumento. Elizabeth estudió ciencias en la escuela, y cuando acababa de dejar un empleo, se quejó con amargura con una buena amiga de que no había buenos libros actuales para pasar el rato. Mientras ambas buscaban páginas web para nuevos escritores, se topó con Ellora´s Cave. Se zambulleron de cabeza en este sitio doblemente nuevo (era no solamente el primer sitio de libros electrónicos que había visitado, también fue su primer encuentro con la novela erótico-romántica) y se devoraron más de la mitad de los títulos de Ellora´s Cave en menos de un mes. Mientras esperaba que se publicaran más títulos (además de esperar ese empleo relacionado con la ciencia que siempre se le escapaba), Elizabeth comenzó a interesarse en escribir nuevamente. A Elizabeth siempre le encantó leer, siempre será su pasatiempo favorito. Ella compra libros nuevos constantemente y repisas nuevas para llenar. También le encanta ir a la playa, sentarse al sol, comer nachos con sus mejores amigas, tomar café (o, mejor, CHOCOLATE y café) con amigos nuevos y, en general, disfrutar de la vida. Es extremadamente curiosa, por eso estudió ciencias; suele contar historias “interesantes” y le encanta ponerles un toque de humor. Es una adicta confesa al correo electrónico y le encanta leer lo que otras personas piensan y tienen para decir en la casilla de mensajes de Ellora´s Cave; siempre se ríe de sus historias y sus ideas. Recientemente ha desarrollado un gusto por la gimnasia. Está segura de haber leído en algún lugar que era buena para ella, pero se reserva la opinión hasta ver cuánto dura. Elizabeth agradece comentarios de los lectores. Usted puede encontrar su sitio Web y dirección de correo electrónico en su autor página bio en www.ellorascave.com.


Otras obras de Elizabeth Lapthorne Behind the Mask anthology Lion in Love Payback Rutledge Werewolves 1: Scent of Passion Rutledge Werewolves 2: Hide and Seek Rutledge Werewolves 3: The Mating Game Rutledge Werewolves 4: My Heart’s Passion Rutledge Werewolves 5: Chasing Love


Descubra usted mismo por qué los lectores no se cansan nunca de la editorial Ellora´s Cave, ganadora de muchos premios. Independientemente de que prefiera libros electrónicos o impresos, asegúrese de visitar EC en Internet: www.ellorascave.com, para vivir una experiencia de lectura erótica que lo dejará sin aliento.

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