Calila y Dimna, El buey y el león

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CALILA Y DIMMA LIBRO 1 CALILA Y DIMNA, EL LEÓN Y EL BUEY

Es el caso de los dos amigos a quienes desune el mentiroso. Dijo Dabshalím, rey de la India, a Báidaba el primer filósofo: "Contadme la historia de los amigos que el falso y mentiroso desune y siembra entre ellos la enemistad". Dijo Báidaba: "Cuando dos amigos sufren la calamidad de caer en las redes del hombre falso y mentiroso, se desunen y se separan". La historia del mercader y sus hijos Y uno de estos casos es el que se cuenta de un rico mercader, de la tierra de Dástaba, padre de varios hijos, los cuales al llegar a la mayor edad se dieron a dilapidar la fortuna de su padre sin que hubieran aprendido oficio alguno que les permitiera ganarse la vida. Un día su padre los reunió, los reconvino y les dio su consejo. Entre muchas otras cosas les dijo: "Hijos míos, el hombre en esta vida busca tres cosas que no consigue sino con otras cuatro. En cuanto a las tres que busca son: una vida en la abundancia, una posición entre la gente y una provisión par la vida eterna. En cuanto a las cuatro cosas sin las cuales no consigue aquellas tres, son: ganar el dinero con honradez, administrar bien lo que consigue, hacerlo producir, y gastarlo en todo lo que pueda mejorar sus condiciones de vida y granjearle la buena voluntad de parientes y amigos, cosas con las cuales se asegura el premio en la vida eterna. Debe, además, cuidarse en lo posible de todos los vicios. A quien le falte una de estas cuatro condiciones no logra lo que busca. Porque si no tiene dinero, si no gana,, si no administra bien lo que posee, corre el riesgo de perder lo que tiene y quedar en la penuria. Y si lo gasta sin producir, el gastar poco no impide que su fortuna pronto se agote, así como el antimonio del cual aunque de él no se tomen sino ínfimas cantidades para ennegrecer los párpados, también rápidamente se gasta. Y si gana el dinero, lo administra bien, lo multiplica para abstenerse luego de gastarlo en lo que se deba y sea útil, como pobre y sin dinero será siempre considerado, y esto, además, no impedirá que su fortuna se le escape por los imprevisibles y duros golpes de la suerte,_ tal como sucede a una presa cuando el agua que a ella fluye no tiene un escape por el cual puedan salir cantidades iguales a las que entren, que se revienta con violencia, y el agua además de perderse inútilmente, no deja de causar en su desbordamiento daños incalculables". Acogieron los hijos los consejos de su padre y, poniéndoles en práctica, se dirigió el mayor de ellos hacia la ciudad de Matúr a instalar un negocio. Se marchó llevándose consigo un carro tirado por dos bueyes, llamados Chátraba el uno, y Bándaba el otro. Andando el camino llegó a un fangal en el que se empantanó Chátraba. Pero el mercader con el concurso de sus hombres logró sacarlo, ya exhausto y maltratado, sin capacidad para proseguir el viaje. Entonces el mercader lo dejó al cuidado de uno de sus hombres y le ordenó seguirlo con él en el caso de que se repusiera. Pero al siguiente día, presa del aburrimiento, el hombre decidió abandonar al buey y alcanzar a su señor a quien contó que el buey había muerto, y le agregó diciendo: "Cuando la vida de un hombre llega a su término y se le aproxima la muerte, por más que se empeñe en eludir los peligros que lo amenazan, nada consigue, y acaso todos sus cuidados y esfuerzos le atraigan las peores calamidades".


El hombre que huía de la muerte Y uno de estos casos es el que se cuenta de un hombre que un día viajaba por una selva abrupta, poblada por las fieras más feroces. Sabía ese hombre cuán duro y peligroso era su camino. Y no alcanzó a andar lejos cuando le salió al paso uno de los lobos más temibles y feroces. Al ver que el lobo avanzaba hacia él, sintió gran pavor y buscó a diestra y siniestra un asilo donde refugiarse. Vio, no lejos de él, en las márgenes de un río, una aldea hacia la cual se lanzó en veloz carrera. Pero, al llegar al río no encontró un puente para atravesarlo. Pensó entonces entre sí: "¿Cómo me pongo fuera del alcance del lobo siendo que el río es profundo y no sé nadar?". Pero, después de unas vacilaciones, decidió tirarse al río, y ya en medio del caudal, debatiéndose entre la vida y la muerte, lo vieron unos aldeanos y mandaron quien lo salvara cuando estaba a punto de perecer, y así se salvó del lobo y del caudal implacable. Prosiguió luego su camino, y más adelante, frente a una casa solitaria en las riberas de ese mismo río, dijo entre sí: "Entro en esta casa y tomo un descanso". Pero al penetrar en ella se encontró frente a una pandilla de asaltadores que habían secuestrado a un rico mercader a quien se proponían matar después de repartirse su dinero. Sintió entonces gran miedo y reanudó su marcha hacia la aldea, meta de su viaje, y una vez allí se recostó contra uno de sus muros para reponerse de cuantas angustias y fatigas había pasado, pero se le vino el muro encima y lo mató. Dijo el mercader: "Has dicho la verdad y ya conocía esa historia". En cuanto al buey, llamado Chátraba, abandonó el sitio en que fue dejado y, trasladándose a rastras, se instaló en una fértil pradera donde abundaban el pasto y el agua. Y así, gracias a tan favorables circunstancias, engordó prodigiosamente y empezó a bramar y a levantar la voz con fuertes bramidos. Cerca de él vivía un león, rey de aquella comarca, al que rodeaban muchos animales: lobos, chacales, zorros y muchos otros. Era el león de gran arrogancia y un convencido de sí mismo y no compartía sus opiniones con nadie, no obstante que era de escaso criterio. Y así, cuando oyó los bramidos del buey, y como nunca antes había conocido un buey, sintió gran estupor pero trató de ocultar a sus consejeros el desconcierto que esa voz le había infundido. Lleno de confusión y de miedo, no volvió a abandonar su sitio ni a salir a sus habituales cacerías. Entre sus vasallos habia dos chacales llamdos Calila, primero, y Dimna, el segundo. Ambos eran cultos y sagaces, siendo Dimna el más astuto y mejor enterado de todos los asuntos. El león no los conocía. Cierto día, Dimna dijo a Calila: "¿Qué opinas, oh hermano, de este león que vive siempre en un mismo sitio y que ya no lo abandona ni ejerce ninguna actividad como solía hacerlo, y sus vasallos son los que ahora tienen que traerle su diario sustento?". Dijo Calila: "No tienes por qué ocuparte de lo que no sea de tu competencia. Nuestra obligación es ser leales. Vivimos al servicio de un solo rey y tenemos asegurado nuestro sustento y, además, no pertenecemos a aquellas clases cuyos miembros sí están autorizados para ocuparse de lo que los reyes hacen y dicen. Calla, pues, y ten presente que quien se entremete, con la palabra o los hechos, en lo que no le incumbe, le sucederá lo que al mono sucedió". Dijo Dimna: "¿Y cómo fue eso?". El mono y el carpintero


Dijo Calila: "Cuéntase que un mono vio a un carpintero rajar un tablón con dos cuñas. Montado en él, cual jinete en un caballo, iba avanzando las cuñas, introduciendo una y sacando otra. De golpe tuvo que salir a uno de sus quehaceres y, entonces, el mono aprovechándose de su ausencia, quiso ejercitar un oficio que no era el suyo ni de su competencia, y así, se montó en el tablón, se sentó frente a la cuña y con sus testículos colgando entre las dos rajaduras, procedió a extraer la cuña, logrado lo cual, se cerraron las dos tablas sobre sus testículos y cayó desmayado del dolor. Tal fue la situación en que lo encontró el carpintero a su regreso, y fueron entonces más severos que el dolor que el mono sufriera, los golpes y el castigo que su dueño le diese". Dijo Dimna: "He escuchado y entendido tu historia, pero has de saber que no todos los que se acercan a los reyes lo hacen por su estómago, ya que éste puede llenarse en cualquier parte, sino porque aspiran a los honores y altas posiciones, cosas que alegran al amigo y hacen sufrir al enemigo. Es la gente baja, débil y sin energías la que se conforma y alegra con lo poco. Así como en el caso del perro que se contenta con el hueso seco cuando lo encuentra. En cambio la gente altiva y noble no se conforma con minucias sino que lucha sin cesar hasta alcanzar lo que sea digno de ella. Tal es el caso del león que caza la liebre y que al ver el asno la desecha y persigue el asno. Y hay gente mediocre y sin dignidad que vive con la mano tendida y se conforma con lo que a ella se le echa. Tiene la naturaleza del perro que se acerca al lado del que tiene y no deja de agitar la cola hasta que se le arroje el mendrugo. En cambio, el elefante reconocido por sus cualidades y fuerza, no recibe la comida si no se le acaricia y halaga. Aquel que no vive ignorado y tiene méritos ante sí mismo y sus amigos, aunque su vida sea corta se considera larga, mientras que el que vive en el aislamiento, en la estrechez y que no hace el bien a nadie ni a sí mismo, así viva mucho se le considera de corta vida. Y solía decirse: "El miserable es el que vive largamente en el infortunio". Y se dice: "Debe considerarse entre las vacas y los rebaños aquel que no tiene fuera de su estómago preocupación alguna". Dijo Calila: "Entiendo tus razones, pero de todos modos debes recapacitar, porque has de saber que toda persona tiene su posición y su valor, y si entre la gente de su clase vive respetada y en armonía, está obligada a conformarse. Y en la posición en que vivimos no tenemos motivos de quejas o descontento". Dijo Dimna: Todas las posiciones están entrelazadas, y así el que tiene talento su talento lo eleva de una posición inferior a una superior, y el que de él carece, cae de la posición superior a la inferior. El ascenso de una posición inferior a una superior j es duro y difícil, en cambio la caída del honor a la vergüenza es fácil. Tal es el caso de una pedra pesada, que es difícil alzarla del suelo al hombro, y fácil arrojarla del hombro al suelo. Somos dos amigos con méritos suficientes para aspirar al ascenso, y por lo tanto no tenemos por qué resignarnos a quedar donde estamos". Dijo Calila: "¿Y qué es lo que te propones?". Dijo Dimna: "Quiero presentarme ante el león ahora que lo domina el desconcierto. El león es de poco talento y la confusión se ha apoderado de él y de sus vasallos, y así acaso presentándome ante él con algún buen consejo, gane a su lado una posición y un buen prestigio". Dijo Calila: "¿Y qué te hace pensar que la confusión se ha apoderado de él?". Dijo Dimna: "La clarividencia y la observación me lo han indicado. El que tiene talento se da cuenta de las intimidades de su amigo con sólo observar su expresión, y muchas veces logra conocerlo por sus rasgos y su aspecto". Dijo Calila: "¿Y cómo aspiras a ocupar una posición al lado del león, siendo que no perteneces a las clases gobernantes, ni tienes práctica en el servicio ni en la compañía de los reyes, ni conoces su


cultura?". Dijo Dimna: "Al hombre fuerte y decidido no lo doblega la carga pesada. En cuanto al débil nada gana con la sagacidad. Y el hombre culto nada pierde con estar en tierra extraña. Y nadie se aparta de quien con la modestia y la sencillez se distingue". Dijo Calila: "El soberano no escoge entre los que lo rodean a los de mejores méritos, sino a los mas aIIegados a él. Se dice que en esto su caso es el de la vida que no se cuelga de los árboles de más nobleza, sino de los que están más cerca de ella. ¿Cómo puedes, pues, aspirar a ocupar una posición al lado del soberano si no eres uno de sus allegados?". Dijo Dimna: "Te entiendo y tienes razón, pero yo sé que los que están más cerca de él que nosotros, antes no lo estaban ni esas eran sus posiciones. Se acercaron a él después de estar a distancia, y así alcanzaron sus posiciones. Y yo estoy decidido a todo para conquistar esas mismas posiciones, y por lo tanto buscaré el camino que me conduzca hasta él. Se dice que todo el que sirve con devoción y lealtad y deja a un lado el orgullo y acepta el sacrificio y sabe dominar sus impulsos, acabará ocupando las más altas posiciones al lado del soberano". -Dijo Calila: "Entiendo. Supongamos ahora que llegues al león, ¿cuáles serían los méritos con que aspiras ganar una posición a su lado y conquistar su aprecio?". Dijo Dimna: "Acercándome a él, conoceré su carácter y podré adaptarme a su manera de pensar y de ser. Seré cordial y evitaré en lo posible contradecirle. Si veo que se dispone embarcarse en un proyecto que a mi juicio sea bueno, le señalaré todas sus ventajas y aspectos, y le daré muchos alientos para " que así se sienta más entusiasmado y decidido. Si en cambio su proyecto es a mi juicio peligroso, lo alertaré, le indicaré todos los peligros que entraña y los perjuicios que pueda acarrearle y, con buenas maneras, me esforzaré por disuadirlo. Confío que obrando de este modo, el león me distinguirá, cada vez más, con mayores favores, ya que descubrirá en mí lo que nunca antes había encontrado en nadie. El hombre culto y sagaz, cuando se lo propone, puede mostrar lo falso como cierto, y lo cierto como falso, tal como en el caso del pintor de talento que pinta en los muros figuras que unas veces parecen salidas y otras hundidas, sin que en ningún caso eso sea así. Y en la medida que me irá conociendo se irá dando cuenta de todo lo que valgo, y su interés por honrarme y conservarme a su lado, será cada vez mayor". Dijo Calila: "Si esta es tu opinión, yo te prevengo de la amistad del soberano en la cual residen los grandes peligros. "Los sabios han dicho: 'Entre cosas no se aventuran sino los torpes y no se salvan sino pocos: una de ellas es la amistad del soberano, la otra es tomar el veneno para probarlo, y la tercera es confiar un secreto a una mujer'. Los sabios comparan al soberano con la montaña abrupta, en la cual si bien las frutas más exquisitas, es también la mina de los tigres, los leones, los lobos y de toda fiera feroz, a la cual si el ascenso es duro lo es todavía más la permanencia en ella". Dijo Dimna: "La verdad has dicho, pero quien no se embarca en el peligro no consigue lo que desea. Y quien por timidez renuncia a aquello en que puede estar la satisfacción de su . necesidad por el temor de que no le resulte lo que quiere, o llega nunca a nada grande. Se dice que a Eres osas no se puede hacer frente sino con el concurso de gentes decididas, dispuestas a desafiar todos los peligros: la amistad del soberano, el comercio de los mares y la lucha contra el enemigo. Y los sabios han dicho: 'Al hombre noble y de elevadas virtudes no se le debe encontrar sino en dos sitios, únicos dignos de él, entre los reyes rodeado de honores, o entre los eremitas entregada al ascetismo. Así como en el caso del elefante por cuya belleza y majestuosidad sólo nos gusta ver, o salvaje en la selva o bien en la ciudad llevando al rey en sus espaldas" Dijo Calila: "Quiera Dios que el éxito acompañe tus propósitos, en cuanto a mí, estoy en desacuerdo


con tus opiniones". En este punto se presentó Dimna ante el león y lo saludó. El león preguntó a los que lo acompañaban: "¿Quién es éste?", y le contestaron: "Es fulano hijo de fulano". Dijo el león: "Conocía a su padre". Luego, lo invitó a acercarse y le preguntó: "¿Dónde estabas?". "Permanezco siempre en las puertas del rey con la esperanza de serle útil en alguno de sus problemas que suelen ser muchos, y acaso en la solución de algunos de ellos pueda resultar colaborador eficaz aquel a quien se le considera carente de importancia. Porque, nadie, por modesto que sea y por humilde que sea su posición, deja de ser de alguna utilidad, así sea pequeña, tal como sucede con el palillo abandonado en el suelo, con el cual puede beneficiarse para rascarse el oído aquel que siente la comezón en él. Es preciso aprovechar los servicios del que conoce el mal". Admiró el león a Dimna después de escucharlo y consideró que podía ser portador de buenos consejos y sanas opiniones. Y así, dirigiéndose a los que lo rodeaban, dijo: "En ocasiones ; sucede que el hombre de talento y de vasto saber se halle confinado en una humilde posición y sea ignorado, pero sus capacidades y la fuerza de su inteligencia acabarán elevándolo a las posiciones Y celebridad que a sus méritos corresponden tal como sucede con las llamas del fuego, que inexorablemente se levantan por más que se trate de ahogarlas". Al observar Dimna la admiración que causó en el león, dijo: "¡Oh rey! Vuestra comunidad y todos los que están en vuestra presencia han eludido revelaros unos asuntos que ellos bien conocen y que son de vuestro interés, porque de nada más son capaces. Esto mismo sucede con las semillas de trigo, de cebada y otras, cuyas especies nadie puede conocer en tanto no nazcan y crezcan. Es obligación del soberano llevar a cada cual a la posición que corresponde a sus capacidades a su talento, a su cultura y a la utilidad que de el se espera. Solía decirse: en dos casos, nadie, así sea él rey, debe colocar en el sitio que corresponde a la otra, una de estas dos cosas: la prenda de la cabeza y las prendas de los pies. Y quien forra con plomó las perlas y los rubíes, ningún mérito quita a las perlas y a los rubíes, sino que sólo su ignorancia y necedad revela quien así procede. También se dice: el hombre no escoge como amigo a quien no sabe distinguir su derecha de su izquierda. Los gobernantes son los que están en capacidad de hacer valer os méritos de un hombre; los conductores, los de un ejército; y en cuanto a la religión y a su interpretación es algo que sólo atañe a sus sabios y exegetas. Hay tres cosas cuyas ventajas están encontradas, así las reúna un solo nombre: la ventaja del luchador sobre el luchador; la del sabio sobre el sabio y la del expositor sobre el expositor. La abundancia de los colaboradores cuando no son eficaces, es perjudicial para una empresa. El éxito en la acción depende de la calidad y no de la cantidad de los colaboradores. El peso de los rubíes que un objetivo sólo puede ser alcanzado con la cordialidad, y no con la violencia asía ella se recurra. El gobernante está obligado a no considerar con desdén el valor de un hombre porque es humilde, ya que el pequeño puede llegar a ser importante y exaltado, tal como sucede con el nervio que se extrae del cadáver, con el cual se construye un arco que alcanza tal importancia que sólo con él puede el rey realizar sus propósitos en la lucha y en la demostración de la fuerza. Igualmente es utilizado en la confección de sillas para el transporte de reyes y nobles". Lleno de satisfacción por la acogida que el león le diera, quiso Dimna que la concurrencia supiera que los éxitos alcanzados no se originaban en las relaciones que otrora existieran ente el león y su padre, sino en su talento y valor personal. Y así dijo: "Cuando el soberano lleva a un colaborador a su lado, no lo hace porque al lado tuvo a sus padres, y cuando lo repudia no lo hace porque lejos de él los tuvo, sino que siempre obra inspirado en el valor de cada cual. Nada, por ejemplo, tiene el hombre tan próxima él como su propio cuerpo y, sin embargo, cuando una d lénci afecta uno de sus miembros, el remedió para curarla se trae de lejos. El ratón en la casa es un


constante vecino, pero cuando empezó a ser dañino, se le declaró la guerra y se le expulsó. Y el azor es salvaje, pero cuando se descubrió su utilidad, se le domesticó y hasta el mismo rey lo toma en la mano". Mayor admiración que antes, causaron en el león estas nuevas palabras de Dimna, y tras darle cordial respuesta y hacer su elogio, se dirigió a sus consejeros, diciéndoles: "El gobernante no debe persistir en el desconocimiento de los méritos de cada cual, y tener a un hombre de valor en una posición inferior a la que merece, sino que debe apresurarse, cuando en tal injusticia haya incurrido, a corregir el error. Y que no lo engañen la conformidad y el reconocimiento de quien haya sido objeto de tal omisión, porque en esto la humanidad está representada por dos hombres: uno en quien la esencia del carácter es la aspereza, y es como la víbora a la que si alguien pisa y no lo muerde, no sería prudente que volviera a pisarla, porque entonces sí lo muerde; y otro en quien la esencia del carácter es la docilidad, y es como el sándalo frío, al que si se abusa frotándolo, se calienta y se vuelve nocivo". Al comprobar Dimna que había ganado la confianza del león, se reunió con él a solas y le dijo: "He observado que de largo tiempo acá, el rey permanece en un mismo sitio sin que haya vuelto a abandonarlo, ¿a qué se debe esto?". Disgustándole que Dimna se diera cuenta de que la causa fuera la cobardía, dijo el león: "No es por ningún motivo especial". Pero en tanto dialogaban, lanzó el buey unos fuertes bramidos que hicieron turbar el ánimo del león, y así contó a Dimna todo lo que le sucedía diciéndole: "No sé qué es esta voz que oigo, pero presumo que el tamaño de su dueño es igual a su voz y que su fuerza es igual a su tamaño. Y si esto es así ya nadie puede disfrutar de la paz y la seguridad de estos lugares". Dijo Dimna: "¿Y aparte de esta voz, algo más os inquieta?". Dijo el león: "Nada más me preocupa". Dijo Dimna: "No hay razón para que esta voz induzca al rey a abandonar su tierra. Se dice que el enemigo de la embriaguez en su bajo grado es el agua; el de la inteligencia, la fatuidad; el de la nobleza del alma, la calumnia, y el del corazón débil, la voz fuerte y el bullicio. En algunas fábulas hay pruebas de que' ó todas las voces deben temerse". Dijo el león: "¿Cuál es esa fábula?".

El zorro y el tambor Dijo Dimna: "Cuéntase que un zorro hambreado iba por un bosque donde, al lado de un árbol, había un tambor que sonaba fuertemente cada vez que al soplo del viento las ramas se movían y lo golpeaban. Al oír esa voz se dirigió hacia ella y ya frente al tambor, viendo su gran tamaño, pensó: `Debe tener mucha carne y mucha grasa'. Se lanzó entonces sobre él y tras agotadores esfuerzos logró abrirlo, y al ver que era hueco, dijo: `Acaso las cosas más despreciables suelen ser aquellas de mayor tamaño y de voz más fuerte`. "Os he narrado esta historia para que sepáis que si fuéramos hasta esa voz que ahora nos espanta, encontraríamos que es mucho menos peligrosa de lo que nos parece. Y si así lo estima el rey, podía enviarme hacia ella y quedarse él en su sitio hasta que yo regrese con noticias sobre el caso". Aprobó el león la propuesta de Dimna y le dio su autorización. Y Dimna se encaminó hacia el lugar en que se hallaba el buey. Pero apenas desapareció, volvió el león a reflexionar sobre el caso y se arrepintió de haber mandado a Dimna a donde lo mandó, y dijo entre sí: "No he debido confiar a Dimna esta misión ni haberle revelado mi secreto después de haber estado abandonado a mis puertas. Porque cuando un hombre que


está al servicio del soberano, si siendo inocente se ha persistido en darle un trato duro; o si se ha incitado contra él la severidad del soberano; o si tiene fama de ser avaro y codicioso; o si ha sufrido males y dificultades sin que se le hubiera dado auxilio; o si se le ha despojado del poder y del dinero que poseía; o si habiendo estado en una posición se le separó de ella, e injustamente se le acusó de delitos cometidos por otros; o si teme la condena por algún crimen que ha cometido; o si es un malvado que no quiere el bien a nadie; o si está enterado de algún escándalo, o si ha cometido una injusticia contra alguien; o si ha luchado heroicamente al lado de otros y se ha preferido a éstos en la recompensa; o si al enemigo que lo persigue con odio se le prefiere en la posición y los honores; o si no se confia en su fe y en su moral; o si anda detrás de algún interés; o si es amigo del enemigo del soberano y amigo de su enemigo, a ninguno de éstos debe el soberano entregarse fácilmente, o creer en ellos o confiarles su secreto. Y Dimna es un astuto y un ambicioso que estuvo por mucho tiempo abandonado a mis puertas, y es quizás por esto que me guarda resentimientos que ahora lo incitan a causarme angustias y molestias. De seguro que si encuentra que el de aquella voz es de mayor poder que yo, no vacilará en dejarse atraer por lo que tiene, en unirse a él contra mí y en enseñarle mis deficiencias". Así sin cesar pensaba el león hasta que sus propios pensamientos lo sacaron del sitio en que estaba sentado. Caminaba en el recinto y se sentaba y exploraba incesantemente el camino, hasta que de pronto se le apareció Dimna de regreso. Viéndolo venir solo, se tranquilizó y volvió a ocupar su puesto a fin de que Dimna no sospechara que por alguna razón lo había abandonado. Una vez en su presencia, el león preguntó a Dimna: "¿Qué hiciste?". "Vi un buey que es el de aquella voz que habéis oído". "¿Cuál es su fuerza?". "No es hostil. Me acerqué a él, le hablé de igual a igual, sin que nada hubiera podido contra mí". "No por eso debes engañarte -dijo el león- ni considerar su caso con desdén. Los grandes vientos no quiebran la yerba débil, y en cambio echan abajo árboles gigantes y soberbios palacios. Así también sucede con los gigantes, unos a otros se buscan". "Nada de él debe temer el rey, ni conceder al caso mucha importancia. Y si el rey desea que se lo traiga para que en él tenga a un servidor atento y obediente, dispuesto estoy a hacerlo". Se alegró el león con estas palabras y le respondió: "Hazlo, que sí lo deseo". Se dirigió Dimna donde el buey y, sin temor y tartamudeando, le dijo: "Vengo de parte del león con la misión de conducirte donde él. En el caso de que te apresures a atender la orden, estoy autorizado para perdonarte la falta en que has incurrido con haber tardado en presentarte ante él. Si no, entonces tendría que regresar apresuradamente a comunicarle tu negativa". "¿Y quién es ese león que te ha enviado y dónde vive?". "Es el rey de los animales y vive en tal lugar con vasallos escogidos entre los animales". Se espantó el buey cuando oyó nombrar al león y a los animales y dijo a Dimna: "Si me garantizas la vida, voy contigo". Y Dimna le dio todas las garantías que le pidiera. Juntos se encaminaron donde el león, y una vez en su presencia, el león dio amistosa acogida al buey y le dijo: "Has venido a esta tierra, ¿y por qué razón lo has hecho?". El buey contestó narrándole toda su historia. Dijo el león al buey: "Cuenta con todo mi aprecio y mis favores". El buey, a su turno, le expresó sus votos y agradecimientos, y pasó a vivir a su lado. El león buscaba siempre su compañía, le daba muestras de aprecio y de cordialidad. Y después de observarlo por algún tiempo, descubrió que era dueño de talento y buen juicio, por lo que pasó a confiarle sus secretos y consultarle sus asuntos, y el transcurso de los días no hacía sino afirmar en él su admiración por el buey y el deseo de tenerlo siempre a su lado. El buey se convirtió en el consejero de su mayor aprecio y más elevada posición. Cuando Dimna empezó a observar que el león prefería al buey sobre él y sus amigos y que era el


compañero de su soledad y el amigo con quien conversaba y se entretenía, se apoderó de él la más viva envidia, y participó sus quejas a su hermano Calila, a quien dijo: "¿No te asombra la impotencia de mi inteligencia, la manera como he procedido conmigo mismo, mi desinterés por todo lo que podía traerme perjuicios o beneficios, así hasta traer quien me suplantara en mi posición?". Dijo Calila: "Te ha sucedido lo que al eremita sucedió". Dijo Dimna: "¿Y cómo fue eso?". El eremita, el ladrón, el zorro y la mujer del zapatero Dijo Calila: "Cuéntase que un eremita recibió de un monarca una lujosa vestimenta. Lo vio un ladrón y codició la vestimenta. Se presentó entonces ante él y le dijo: `Quisiera acompañarte, aprender de ti y adquirir tu cultura'. Anduvo en su compañía imitando la conducta de los eremitas. Le dispensaba todas las consideraciones, le servía con devoción y le daba muestras de gran respeto. Así, hasta que un día, aprovechándose de un descuido, cargó la vestimenta y se fue. El eremita, al perder de vista al hombre y echar de menos la vestimenta, no dudó de que había sido él el autor del hurto. Decidió entonces ir a buscarlo, y se dirigió hacia cierta ciudad donde sospechaba encontrarlo. Andando el camino, vio de golpe dos cabros trabados en dura lid y embistiéndose a cornadas, hasta que de ambos corrió la sangre. Vino entonces un zorro a lamer esa sangre, y en tanto lo hacía distraídamente, lo envolvieron los dos cabros, y a cornadas lo mataron. Prosiguió luego su marcha y llegó a la ciudad, ya caída la noche. No encontró allí dónde más hospedarse o pernoctar sino en casa de una mujer viuda; en la cual se alojó. Tenía esa mujer un esclavo a quien había confiado el manejo de su dinero, y había descubierto que la estaba engañando y causándole serios perjuicios. Llena de resentimiento por el proceder de su esclavo, con alguna artimaña había decidido matarlo esa misma noche en que el eremita se hospedaba en su casa. Para tal efecto dio a beber al esclavo buena cantidad de vino hasta que, vencido por el sueño, se quedó dormido. Sacó entonces un veneno que tenía listo, y lo echó en una caña para soplárselo por la nariz. Colocó uno de los extremos de la caña en la nariz del esclavo y el otro en su propia boca. Pero antes que alcanzara a soplar, sobrevino al esclavo un estornudo que llevó el veneno al paladar de la mujer, la cual, al instante cayó muerta. El eremita fue testigo de todo esto. Temprano, al siguiente día, reanudó su marcha y de noche se hospedó en casa de un zapatero, el cual dijo a su mujer: `Ve este eremita, atiéndelo con esmero y rodéalo de todos los cuidados. En cuanto a mí debo salir a atender una invitación que me formularon unos amigos. Dicho esto se fue el zapatero. La mujer era amiga de la esposa de un sangrador. Cada una de ellas tenía su amante con quienes solían encontrarse en casa de una alcahueta. Así, al salir el zapatero, su mujer mandó invitar a su amiga a cenar y a pasar unas horas de diversión en compañía de sus amantes. Y le informaba que su esposo había salido y que no regresaría sino a medianoche, ya ciego de la embriaguez. Pero, contrariamente a sus cálculos, su marido llegó en el momento en que ella salía. Sus adornos, las formas obscenas que había adoptado, la manera como iba vestida, arreglada y perfumada, no dejaron al esposo dudas respecto de sus propósitos. Ella, confundida y llena de miedo, trató de entrar de nuevo, pero antes que alcanzara a dar un paso, el esposo ya la tenía cogida del cuello. `Ramera infame-le dijo-. Ya tenía muchas sospechas acerca de tus abyecciones...'. Y después de cubrirla de insultos, de abofetearla y azotarla sin piedad, la amarró contra una de las columnas de la casa y se fue a dormir, ciego de la ira. Una hora más tarde, llegó la esposa del sangrador a pasar la velada con su amiga, la esposa del zapatero, y la encontró amarrada. `Mi esposo -le dijo la mujer del zapatero- llegó mucho antes de la hora acostumbrada y me amarró contra esta columna. Si tienes a bien, deslígame y te ato en mi lugar


mientras voy a cumplir la cita y vuelvo'. La mujer del sangrador accedió y obró de acuerdo. Pero, a poco, antes del regreso de su mujer, se despertó el zapatero, y en medio de la oscuridad la llamó repetidas veces sin obtener respuesta. Y en vista de que en vano insistía una y otra vez, se levantó con más ira e indignación que antes, cogió una navaja y le cortó la nariz y le dijo: `Tómala, que este es el premio de tu porfía'. No dudó de que se trataba de su mujer. Más tarde regresó la mujer del zapatero y al ver lo que su esposo hizo con su amiga sintió profundo dolor. Luego, la soltó y se ató ella de nuevo como lo estaba. La mujer del sangrador, profundamente desencantada, regresó a su casa cargando su nariz cortada. Todo esto sucedió ante los propios ojos del eremita. Luego, la mujer del zapatero levantó la voz, elevó una plegaria a Dios y le imploró diciendo: `¡Señor! si mi esposo ha sido injusto conmigo, devuélveme sana la nariz'. Oyéndola, su esposo le dijo: `¿Qué son estas palabras, ¡oh bruja!?'. Pero ella respondió: `Levántate, oh tirano, y observa lo que has hecho y cómo Dios te ha abandonado y se ha apiadado de mí. Sana me ha devuelto la nariz'. Se levantó, encendió un tizón y miró a la mujer, y viendo que tenía la nariz sana, se arrepintió ante Dios, se disculpó ante su esposa y le imploró perdón. En cuanto a la mujer del sangrador, llena de confusión, se preguntaba: `¿Cómo puedo ahora justificarme ante mi esposo y la gente, y qué explicaciones puedo darles acerca de mi nariz cortada?'. Al alba del siguiente día, se despertó su esposo, la llamó y le pidió que le pasara el instrumental. `Tengo -le dijo- que ir a sangrar a unos nobles de la ciudad. Pero de todo el instrumental no le pasó sino la navaja. Irritado el sangrador, le tiró la navaja en la plena oscuridad. Entonces, ella se echó al suelo y empezó a gritar y a lanzar fuertes quejidos. `¡Mi nariz, mi nariz!', gritaba desesperada hasta que la oyeron sus padres y familiares y condujeron a su esposo ante el juez. Dijo el juez al sangrador: `¿Qué razones has tenido para amputarle la nariz a tu esposa?'. Y en vista de que no pudo alegar razón alguna, el juez dio la orden para que fuera condenado. En el momento en que se le iba a aplicar la pena, se levantó el eremita, avanzó hacia el juez y dijo: `Señor juez, ojalá no os confundan las apariencias de las cosas, que el ladrón no fue el que me robó; ni fueron los cabros los que mataron al zorro; ni fue el veneno el que causó la muerte a la viuda; ni fue el sangrador el que cortó la nariz a su esposa. Todas estas cosas las hemos hecho nosotros mismos contra nosotros mismos'. El juez le pidió que explicara lo que decía, y al hacerlo absolvió al sangrador y dio la orden para que fuera puesto en libertad". Y Calila concluyó diciendo a Dimna: "Y así has procedido contigo mismo". Dijo Dimna: "Te he escuchado esa historia y ciertamente que tiene un estrecho parecido con mi caso. La verdad es que nadie fuera de mí me ha perjudicado, ¿pero qué es lo que debo hacer ahora?". Dijo Calila: "Dime, ¿qué es lo que piensas hacer?". Dijo Dimna: "Todo mi interés reside ahora en la reconquista de mi posición, porque hay tres cosas en las que debe concentrarse la atención del hombre sabio: Una de ellas es analizar cuidadosamente los hechos pasados y las razones de su fracaso, hacer un balance de los beneficios o perjuicios que le han traído, cuidarse para no volver a ser víctima de los males sufridos, y obrar con inteligencia para obtener los beneficios que se le escaparon. Otra reside en el estudio cuidadoso de la situación de su hora presente y de sus aspectos buenos y malos, explotar las buenas oportunidades en tanto pueda, y evitar todo lo que pueda causarle pérdidas y fracasos. ...Y la tercera de estas cosas reside en el estudio del futuro y de los éxitos o fracasos que a su juicio le reserva, prepararse bien para apovechar buenas oportunidades y estar atento contra todo lo que teme. He meditado mucho sobre mi caso actual y en los medios capaces de conducirme a la reconquista de mi


posición y no encuentro otra solución fuera de la de conspirar contra el buey y eliminarlo. En esto reside todo mi beneficio. Con la eliminación del buey, el león a su turno saldrá ganando ya que le seré de mayor utilidad, porque la manera tan ciega con que se ha entregado al buey le ha perturbado el juicio y ha suscitado toda clase de resentimientos en la mayoría de sus colaboradores". Dijo Calila: "Nada extraño veo en la posición que ocupa el buey ni algo que pueda causar perjuicios al león". Dijo Dimna: "Sí, el león está tan entregado al buey que ya no mira sino con desdén a sus demás consejeros a los que ha venido privando de todos sus favores. Seis peligros amenazan a un gobernante: el aislamiento, la discordia, las pasiones, la violencia, el tiempo y la torpeza. El aislamiento priva a los hombres de empresa, a los consejeros y a los rectores de la política, de la gente de talento, de decisiones y de confianza, y los aparta de todos los que con tales atributos se distinguen. La discordia es la causante de las disputas y riñas entre la gente. Las pasiones, que son las que llevan a los hombres a entregarse irreflexivamente a las mujeres, a la charlatanería, a la embriaguez, a la cacería y cosas parecidas. La violencia, que es la que lleva al abuso de la fuerza, y así, fuera de lugar, la lengua se desencadena en injurias y la mano asesta el golpe. El tiempo, cuyas vicisitudes traen tantas calamidades a los hombres, tales como la muerte, las enfermedades, los fracasos, las malas cosechas y cosas parecidas. La torpeza, que es la que lleva a unos a hacer uso de la fuerza cuando hay que obrar con benevolencia, y obrar con benevolencia cuando hay que hacer uso de la fuerza. Y el león ha caído en uno de estos peligros. Está ahora tan ciegamente enamorado del buey que ya, como te lo he dicho, por culpa de él puede sufrir muchos males y vergüenzas. Dijo Calila: "¿Y qué puedes hacer contra el buey, siendo que es más fuerte que tú, y de más amigos y prestigio ante el león?". Dijo Dimna: "No me juzgues a través de mi d debilidad y pequeñez, porque ¡cuántas veces, el débil y el peuqeño, no alcanzaron con la sagacidad, el ingenio y el saber, lo que estuvo fuera del alcance del león! ¿No te han contado cómo, con la docilidad y el buen sentido, un cuervo engañó a una cascabel y la mató?". Dijo Calila: "¿Cómo fue eso?". El cuervo, la cascabel y el chacal Dijo Dimna: "Cuéntase que un cuervo tenía su nido en un árbol en la montaña, cerca del cual tenía su cueva una cascabel que se deslizaba al nido cada vez que el cuervo empollaba, y se comía los polluelos. Después que esto sucedió varias veces, el cuervo, exasperado, fue y contó el caso a un chacal amigo suyo y terminó diciéndole: `Quiero tomar tu opinión sobre lo que he decidido hacer, a ver si apruebas'. `¿Qué es?'-preguntó el chacal. `Quiero ir adonde la cascabel y reventarle los ojos'. `¡Qué pésimo recurso te has ingeniado! Busca más bien otro que te permita triunfar sobre la cascabel sin sacrificar tu vida o exponerte a algún peligro, y cuidado te ocurra lo que ocurrió a una garza que habiendo querido matar a un cangrejo, buscó su propia muerte'. `¿Y cómo fue eso?' -preguntó el cuervo. La garza y el cangrejo


Dijo el chacal: "Una garza tenía su nido en una frondosa arboleda cerca de un estanque en el que abundaba la pesca. Allá vivió largos años, y ya vieja, no pudo seguir pescando, y así empezó a sentir gran hambre y mucho desaliento. Pensando en una solución, un día se sentó aparentando tristeza. De lejos 'la vio un cangrejo y se acercó preguntándole: ¿Por qué te veo triste?'. ¿Y cómo no estarlo, siendo que mi vida ha dependido hasta hoy de la pesca, uno o dos peces diarios, lo que me permitía vivir sin que el número de peces disminuyera mucho. Pero hoy vi pasar dos pescadores por estos parajes, uno de los cuales dijo al otro: `En este estanque veo que abunda la pesca y en él podemos ejercerla por algún tiempo. Y su amigo le respondió: `Conozco un sitio que está más adelante en donde la pesca es más abundante por el cual es preferible empezar, y una vez que hayamos terminado, volveremos y nos quedaremos hasta cogerlos todos' . Y yo sé que si una vez que realicen su propósito regresan a estos lugares no dejarán en este estanque un solo pez. Y si las cosas suceden así, eso significará mi muerte. Se fue el cangrejo donde los peces y les contó toda la historia, los cuales, después de oírlo, se presentaron ante la garza a pedirle su consejo. Le dijeron: Venimos a consultarte nuestro asunto y a conocer tu opinión, porque el hombre sensato no deja de pedir el consejo a su enemigo cuando tiene buen conocimiento sobre los hechos v puede dar una opinión sobre sus aspectos buenos y malos. Tú eres dueña de buen criterio y tienes interés en nuestra conservación, dinos, pues, tu parecer'. Dijo la garza: `En cuanto a luchar o desafiar a los pescadores, es algo que está fuera de mi alcance, y fuera de esto no veo ninguna solución. Sin embargo, os puedo informar que conozco un sitio, no lejos de aquí donde hay un estanque rodeado de un rosal cuya agua es grata y abundante, y si a él os trasladáis os salvaréis y multiplicaréis. Dijeron: `¿Cómo podemos trasladarnos si tú no nos transportas?' . Dijo la garza: `Dispuesta estoy a hacerlo, pero no sin cierta demora. De todos modos tengo plena confianza de trasladaros a todos antes que lleguen los pescadores'. Púsose entonces la garza a cargar dos peces todos los días y se iba con ellos a un morro y allí se los comía sin que los demás lo supieran. Así, hasta que cierto día le dijo el cangrejo: `Tengo temor de seguir viviendo en este lugar. Trasládame al estanque donde has ido llevando los peces'. La garza accedió, cargó el cangrejo y se fue con él hasta llegar a uno de esos sitios donde solía comerse los peces. Y así como el cangrejo vio un cerro formado por esqueletos de peces adivinó al instante la manera como la garza venía procediendo con los peces y sin dudar de que con él iba a proceder de igual manera, pensó entre sí: `Cuando alguien se encuentra con su enemigo en el sitio en que va a ser abatido, ya sea que esté en capacidad de luchar o no, está obligado a no dejarce matar, sino que por dignidad y en defensa de la propia vida debe hacerle frente e ir a la lucha'. Hechas estas reflexiones, aplicó con decisión sus mandíbulas en el cuello de la garza y lo oprimió con tal fuerza que la tumbó, cayendo él con ella. Murió la garza, y el cangrejo, trasladándose a rastras, volvió donde los peces y les contó la historia". Dijo el chacal al cuervo: `Te he narrado esta historia para que sepas que en ocasiones, el astuto resulta ser la víctima de su industria. Yo, más bien te indico una solución en la que, de poder realizarla, estará la muerte de la cascabel y tu tranquilidad'. `¿Cuál es?'. `Volarás e irás observando y mirando hasta que descubras una joya preciosa en casa de alguna mujer y entonces la arrebatarás y volarás con ella a baja altura, y alternativamente te posarás y volarás de modo que la gente no te pierda de vista y pueda perseguirte. Volarás siempre en dirección de la cueva de la cascabel, y cuando a ella llegues, arrojarás en ella la joya, y así tus perseguidores rescatarán la joya y te librarán de la cascabel'.


Voló el cuervo, y al divisar que una mujer había dejado en un aposento sus vestimentas y joyas en tanto se bañaba, arrebató de tales joyas un collar, y volando y posándose de modo que la gente pudiera verlo, llegó a la cueva de la cascabel en la que lo dejó caer, y así sus perseguidores mataron la cascabel y recuperaron el collar". Dijo Dimna: "Te he narrado esta historia para que sepas que con la astucia se logra lo que no se logra con la fuerza". Dijo Calila: "Si el buey, además de fuerte, no fuera inteligente, sería lo que dices. Pero además de su fuerza es dueño de buen entendimiento y de mucho talento, ¿cómo puedes entonces vencerlo?". Dijo Dimna: "El buey es fuerte e inteligente, pero frente a mí anda engañado y convencido de mi lealtad, por lo que estoy en capacidad de destruirlo como la liebre destruyó al león". Dijo Calila: "¿Y cómo fue eso?". La liebre y el león "Cuéntase que en una tierra donde abundaban el pasto y el agua, vivía un león. Y todos los animales que poblaban esa tierra disponían de pasto y agua en cantidades ilimitadas. Pero todo eso de poco les servía por el peligro constante que para ellos significaba el léon y el pavor que les infundía. Cierto día le dijeron: `No cazáis la bestia entre nosotros sino tras muchos esfuerzos y duras fatigas. Nosotros hemos pensado en algo que puede evitaros el esfuerzo y satisfacer al mismo tiempo vuestra necesidad. Si nos respetáis y dejáis de constituir amenaza para nosotros, nos comprometemos a apartaros cada día una bestía que os enviaremos a la hora del almuerzo'. Aprobó el león la propuesta después de obtener todas las garantías e hizo la paz con ellos. Un día, una liebre sobre la cual recayó el sorteo, dijo a sus compañeros: `Tengo para someter a vuestra consideración una propuesta que ningún perjuicio podrá traeros y cuya aprobación podrá acaso librarnos del león' . ,¿Qué quieres que te aprobemos?' -le preguntaron. `Ordenaréis a quien ha de conducirme donde el león no seguirme de cerca ni afanarme, que así llegaré tarde, y se retardará su almuerzo'. `Aprobamos' -le dijeron. Se fue la liebre despacio y dejó pasar la hora en que el león almorzaba. Y el león ya con mucha hambre y lleno de ira, se levantó de su sitio y púsose a caminar hasta que se apareció la liebre. ,¿De dónde vienes y dónde está la bestia?', -le preguntó el león. `Soy la mensajera de los animales y conmigo os enviaron una bestia, pero se me enfrentó un león y me la arrebató diciéndome: `Tengo más derecho que nadie sobre esta tierra y sus animales'. Yo le dije: `Este es el almuerzo del rey que se lo mandan los animales. No lo irritéis'. El león se enfureció y le dijo: `Acompáñame y señálame a ese león'. Se marchó la liebre con el león hacia un aljibe profundo, de aguas claras, y le dijo: `Cargadme en vuestro regazo que así sin temorpodré señalároslo'. La cargó el león, y asomándose ambos al pozo de aguas claras, le dijolaliebre: `He aquí el león y la liebre'. Sin dudar en las palabras de la liebre, la descargó, y se lanzó al aljibe a luchar con él, y así se ahogó. Libre la liebre, regresó donde los animales y les contó lo que hizo con el león". Dijo Calila: "Si puedes destruir el buey sin causar angustias al león, hazlo, porque el buey con la posición que ha ocupado nos ha perjudicado a todos, a ti, a mí y a los demás colaboradores del león. Pero si no puedes hacerlo sin causarle sufrimientos, mejor sería no obtener aquello a cambio de esto, ya que esto sería una traición y una bajeza de nuestra parte". Dejó Dimna de entrar a donde el león durante varios días, luego, fingiendo estar triste, se presentó ante


él en un momento en que estaba solo y desocupado. "¿Por qué te veo con el ánimo abatido -preguntó el león y por qué no había vuelto a verte desde hace días?". "Por algo que ignoráis". "¿Algo bueno?". "Que ojalá siempre todo sea bueno". "¿Ha ocurrido algo?". "Ha ocurrido lo que ni el león ni yo hubiéramos querido". "¿Qué es?". `'Palabras grotescas y espantosas que no pueden ser mencionadas sino a solas". "He aquí que estamos a solas y sin afanes. Cuéntame, ¿qué sabes?". "En ocasiones -repuso Dimna- por el temor de causar molestias a quien ha de escucharnos, vacilamos en decir lo que tenemos que decirle. De audaces y osados corremos el riesgo de ser acusados en el caso de ser un consejo lo que tenemos que dar, a no ser que se confíe en el buen juicio de aquel a quien nuestro consejo va dirigido. Y así, si el que lo escucha es sensato, lo tolera porque ve que el provecho que ese consejo encierra es para él, al paso que el consejero no tiene más interés fuera del de dar su consejo y decir la verdad. En cuanto a vos, ¡oh rey!, tan reconocido por el talento y el saber, lo que me anima a revelaros las cosas que pueden incomodaron, es la confianza que en vos tengo, ya que sabéis apreciar mi consejo, y sabéis que os prefiero a mí mismo. Me temo de que no hayáis de creer lo que os he de revelar. Pero si recordáis que la vida de nosotros, las especies bestiales, depende de la vuestra, os daréis cuenta de que no puedo rehuir el cumplimiento con mi deber. Y si no me habéis pedido mi consejo, o si lo callo por el temor de que no me lo habréis de aceptar, incurriría en algo contra lo cuál los sabios nos han advertido al decir: 'Quien oculta al soberano su consejo, o al médico su enfermedad, o a los amigos su necesidad, á sí mismo se traiciona`. Dijo el león: "¿Qué sucede?". Dijo Dimna: "Alguien, digno de toda mi confianza, me ha contado que Chátraba se había reunido con los jefes de vuestros vasallos y les dijo: 'He estudiado al león y probado su inteligencia, su fuerza y su sagacidad, y he descubierto que todo no es más que debilidad. Algo tiene que esperar de mí'. Al saberlo, me di cuenta de que Chátraba se estaba comportando con vos como un falso, un ingrato y un traidor, siendo que lo habéis rodeado de honores y lo hicisteis igual a vos. Ahora ya quiere tener tanto poder como vos, y de seguro que si llegáis a ausentaros, se convertirá en nuestro rey y no desaprovechará oportunidad para combatiros. Se decía: 'Cuando el gobernante se da cuenta de que un hombre lo está igualando en la posición, el conociemiento, el prestigio, el dinero y el poder, que lo destruya, que si así no procede, será él quien será destruido'. Y vos, oh rey, que conocéis y entendéis mejor que nadie estas cosas, debéis, a mi juicio, remediar la situación antes de que se agrave y no esperar que las cosas sucedan, porque yo no sé si después podréis o no remediarlas.,,... Se decía que los hombres son tres: inteligentes, dos, y mediocre, uno. De los dos primeros, uno es el que no se altera ni pierde la cabeza ante el peligro, ni le faltan recursos o inteligencia o sagacidad para ponerse a salvo de lo que sorpresiva- mente le sobreviene. Pero, más inteligente que éste, es el prevenido, el hombre de visión, el que ve lo que va a suceder antes de que suceda y le da toda la importancia; y, como si estuviera viendo con los propios ojos las cosas que van a suceder, como sucedidas, con habilidad y decisión se anticipa a cerrarle el paso al mal antes de caer víctima de él, y adopta las medidas aconsejadas para ponerse al amparo del peligro antes de presentarse. En cuanto al mediocre, es el indeciso en sus; asuntos, el negligente en sus decisiones y conforme con su stuación, y así cuando una desgracia lo sorprende, se ve solo y perdido, y así perece. Esos casos están ilustrados en la historia de los tres peces: Dijo el león: "¿Y cómo fue eso?". La historia de los tres peces Dijo Dimna: "Cuéntase que en un lugar de la tierra por donde nadie pasaba, había un charco en el que


vivían tres peces. Y aconteció que cierto día pasaron por allí tres pescadores, los cuales, viendo los tres peces, acordaron volver con sus redes a pescarlos. Los tres peces los oyeron, y así, uno de ellos, el más inteligente, se llenó de temor y recelos, y obrando con decisión se escapó por la desembocadura por la cual el agua salía al río, y se fue para otra parte. El segundo, de menos lucidez que el primero, tardó en adoptar una decisión. Pero, a la llegada de los pescadores, dijo entre sí: `He sido negligente, y éste es el resultado de la negligencia'. Los miró y se dio cuenta de lo que se proponían. Y viendo que habían tapado la salida del agua, pensó entre sí: `He sido negligente, y ¿qué será lo que en estas circunstancias debo hacer para salvarme? Porque, qué poco éxito tienen las decisiones precipitadas tomadas en los momentos de angustia. Pero, preciso es no desesperar ni ofuscarse, ni dejarde hacer lo que se pueda'. Como recurso, fingió estar muerto y flotó sobre el agua con la espalda vuelta hacia abajo. Los pescadores, creyéndolo muerto, lo cogieron y colocaron al borde del río que desembocaba en el charco, y así, saltó al río y se salvó. En cuanto al inepto, púsose a dar vueltas de un lado a otro, sin meta ni sentido, hasta que cayó en las redes de los pescadores". "Y yo considero, ¡oh rey!, que debéis remediar la fuerza con la sagacidad, obrar como si estuviereis viendo los sucesos con los propios ojos, cortar el mal antes de caer víctima de él, y cerrarle el paso a las calamidades antes de que sobrevengan". Dijo el león: "He entendido tu ejemplo, pero yo no creo que el buey me esté engañando ni buscándome ninguna desgracia, sobre todo después de todos los favores y del bien que le he hecho. El no puede recordar que he cometido con él mal alguno o que hubiera dejado de hacerle algún favor". Dijo Dimna: "Nada ha enturbiado tanto sus intenciones como el trato noble con que lo distinguisteis, así hasta llegar ahora a ambicionar vuestra posición. El hombre vbajo e incapaz, no deja de fingir ser buen concejero y buen servidor hasta llegar a la posición que no merece, y al alcanzarla pierde al interés en ella y pone los ojos ojos en otra más elevada a la cual aspira llegar valiéndose de todos los ardides, del engaño y la traición. El hombre vil e ingrato no presta su servicio al soberano, ni le da su consejo, sino por miedo o por interés, y una vez que se siente seguro o satisfecho, vuelve a lo que en su origen fuera, tal como la cola del perro que se templa para enderezarla, y sólo se mantiene recta en tanto esté templada, pero una vez que se suelta, vuelve a su forma encorvada y deforme. Y habéis de saber, oh rey, que quien no acepta de sus consejeros unos consejos por parecerle molestos, no se libra de sus errores, y su caso sería como el del enfermo que rechaza lo que los médicos le indican, para entregar , en cambio, a la satisfacción de sus apetitos. Es deber del ministro advertir con insistencia al soberano sobre todo lo quiere y mea, y disuadirlo de lo qüe puede traerle perjuicios y deshonras. El mejor de todos los colabordores es el que no adula cuando da su consejo; las mejores obras son las que dan mejores frutos; entre las mujeres la mejor es la que vive en armonía con su esposo; el mejor elogio es el que procede de la boca de la gente de bien; en el mejor amigo es el que no riñe; y entre los ricos, el más ponderado es aquel que no se convierte de la codicia en esclavo". Luego, prosiguió diciendo: "Si alguien para dormir ya la cabeza en las víboras, y se acuesta en un lecho de fuego, puede entregarse con más tranquilidad al sueño que si llega a advertir en su amigo un ánimo enemistoso contra él, y ve que unas veces lo frecuenta y otras lo abandona. Entre los reyes el más incapaz es el despreocupado y negligente. Y los que menos se interesan en sus asuntos sé parecen al elefante en la época de celo, que no pone atención a nada, y si algo le sucede lo considera con desinterés". Dijo el león: "Has hablado con brutalidad, pero las palabras de los consejeros deben ser escuchadas, así sean brutales. En cuanto a Chátraba, aunque sea enemigo mío, como lo afirmas, ningún daño puede causarme. ¿Y cómo lo puede hacer, si su alimento es el pasto, en tanto que el mío es la carne, pudiendo


así convertirse en. mi alimento? Además, no considero que él constituya peligro, ni puedo destruirlo tras haberle ofrecido mi protección y ser deudor de su leal consejo. Lo he rodeado siempre de mi aprecio y, ante todos mis vasallos, lo he exaltado siempre, y así, ante tales circunstancias, si lo mato, demostraría mi ignorancia ante mí mismo y traicionaría mi conciencia". Dijo Dimna: "Que no os engañe el decir es mi alimento', porque si el buey no puede solo contra vos, compensaría su inferioridad aliándose con otros. Solía decirse: 'Si de golpe recibes a un huésped cuyo carácter no conoces, no te fíes de él, porque de él o por culpa de él podrás sufrir algún mal, tal como ocurrió a un piojo que tuvo de huésped a una pulga"'. La pulga y el piojo Dijo Dimna: "Cuéntase que un piojo vivió largo tiempo en el lecho de un noble, sobre cuyo cuerpo se deslizaba suavemente en tanto dormía y de cuya sangre se sustentaba. Y sucedió que cierta noche visitó a dicho piojo una pulga que dio al noble una picadura tan fuerte que lo despertó. Y al ser examinado el lecho por orden del noble, la pulga dio un salto y se salvó, mientras que el piojo fue cogido y aplastado". "Os he citado esta historia para que sepáis que de los malos nadie se salva. Y cuando son incapaces de hacer el mal personalmente, por culpa de ellos se sufren las calamidades. Sino teméis al buey, yo sí temo por vos por causa de él. Además, estoy seguro de que se enfrentará a vos y que no confiará sino a su propia fuerza la ejecución de su propósito". Impresionado el león por las palabras de Dimna, le preguntó: "¿Qué quieres que haga?" , Dijo Dimna: "El que tiene una muela rota y roída, no deja de sufrir molestias y dolores hasta que la extraiga. Y cuando una comida empieza a cansar y a repugnar, el alivio está en su rechazo. Y cuando se trata de un enemigo peligroso, el remedio está en eliminarlo". Dijo el león: "Has acabado por indisponerme contra Chátraba. Lo mandaré a llamar y le comunicaré lo que empiezo a pensar de él, y le ordenaré que se vaya a donde él quiera". Pero esta actitud del león no dejó tranquilo a Dimna. Sabía que si el león llegara a hablar con el buey y a escuchar sus respuestas y razones, cambiaría de nuevo de parecer y descubriría sus mentiras y malas intenciones. Dijo entonces Dimna al león: "En cuanto a llamar al buey y hacerle inculpaciones y cargos, es algo que no considero prudente. Reflexionad, oh rey, en el caso, porque sólo estaréis en capacidad de elegir la decisión por adoptar en tanto no le habréis revelado las sospechas que os inspira, porque en el caso contrario me temo que se os anticipe en la agresión. Y entonces si os ataca lo hará preparado, y si se marcha, tendrá sobre vos muchas ventajas para traicionaron. Entre los reyes, los prudentes no revelan el castigo que se impone a quien no ha confesado su delito, porque cada delito tiene su castigo, y así para el delito ocultó, la condena oculta, y para el delito público, la condena pública". Dijo el león: "Cuando el rey castiga a alguien o lo agravia por simple presunción y sin comprobar el delito, a sí mismo se condena y a sí mismo se agravia". Dijo Dimna: "Si es así, entonces que no entre en vuestra presencia sin que estéis preparado, y que no tenga oportunidad de aprovechar una distracción de vuestra parte. No dudo de que si lo miráis en el momento de entrar, comprobaréis las malas intenciones que lo animan. Como pruebas, observaréis un cambio en su color, un temblor en sus miembros, y lo veréis mirando unas veces a su diestra y otras a su siniestra, con los cuernos listos y erguidos como quien se apronta a la embestida". Dijo el león: "Estaré prevenido, y si observo las señales que mencionas, sabré que no hay duda en sus propósitos". Al observar Dimna que había impresionado al león y logrado sembrar en su ánimo las sospechas y la


desconfianza en el buey, y que estaría preparado para hacerle frente, convino en que el buey se presentase. Y quiso ser portador de la orden del león para evitar que el buey se enterara por otro conducto y le echara la culpa de lo que sucedía. "¿Queréis -dijo al león que me traslade donde el buey a observarlo, a oírlo y a sondear su ánimo e intenciones? De seguro que algo de interés podría volver a comunicaros". El león aprobó. Se fue Dimna y se presentó ante el buey fingiendo la preocupación. Cuando el buey lo vio, le dio la bienvenida y le dijo: "No te había vuelto a ver desde hace días, ¿qué te había, pasado?, algo bueno espero". Dijo Dimna: "¿Cuándo las cosas buenas han sido la parte de quien no es dueño de sí mismo y cuya suerte está en manos de aquel en quien no se puede confiar, a cuyo lado se vive con zozobra y bajo constante peligro, y a cuya presencia no se entra sino con la sensación de estar arriesgando la vida y la sangre?". Dijo el buey: "¿Qué ha sucedido?". Dijo Dimna: "Ha sucedido lo que tenía que suceder. ¿Quién puede luchar contra el destino? ¿Quién es el que lago grande consigue y no se vuelve insolente? ¿Quién es el que se entrega a sus pasiones y no sufre daños? ¿Quién es el que anda en la compañía de las mujeres y no pierde el juicio? ¿Quién es el que tiene trato con la gente y no sufre desaires? ¿Quién es el que anda en la compañía de los malos y sale ileso? ¿Quién es el que ha tenido amistad con el soberano y no ha sido frustrado? Tenía razón aquel que decía: 'El caso del soberano en su poca lelatad con los amigos y su indiferencia cuando los pierde, es el mismo del dueño de un hospedaje, donde por cada huésped que se va, otro llega"'. Dijo Chátraba: "Oigo cosas que me hacen pensar que algo temes del león". Dijo Dimna: "En realidad, un temor me asalta, pero no respecto a mí. Bien sabes lo obligado que me siento contigo y conoces el hondo afecto que a ambos nos une, y recuerdas el compromiso que adquirí contigo, ante mi vida y mi conciencia, el día en que el león me mandó hacia ti. Y ahora no considero justo que te oculte todas las cosas graves que han llegado a mi saber y el peligro que amenaza tu vida". Dijo Chátraba: "¿Qué sucede?". Dijo Dimna: "Alguien, sincero y leal, me ha contado que el león declaró a algunos de sus amigos y colaboradores, lo siguiente: 'Me asombra la gordura de ese buey que tan poca falta me hace. He decidido, por lo tanto, comérmelo y compartir con otros su carne'. Al conocer esas declaraciones me di cuenta cuán ingrato y desleal era contigo y, cumpliendo con mi deber, me he apresurado a venir a contarte para que puedas obrar de acuerdo con tu conveniencia". Cuando Chátraba oyó las palabras de Dimna, y recordando las garantías que desde un principio le había dado, pensó en el león y le pareció que Dimna le decía la verdad y le daba el buen consejo. Dijo entonces Chátraba a Dimna: "No hay razón que explique la hostilidad del león ni su propósito de destruirme ya que no he cometido, contra él ni contra ninguno de sus colaboradores, falta alguna. Al león lo acompañan gentes perversas cuyas faltas le han alterado el juicio, y así con frecuencia confunde a los inocentes con los malos, y con facilidad cree los cargos injustos que a los inocentes se imputan. La compañía de los malos no lega a quienes en ella andan, sino angustias, y sospechas en las gentes de bien, y los conduce a la postre al error de que fue víctima el ánade que vio reflejarse en el agua la luz de un lucero, y creyendo que fuera un pez trató de pescarlo, pero tras sucesivos fracasos, descubrió que lo que viese nada era. Siguió aquella noche recorriendo el arroyo y vio de golpe un pez pero creyendo que no era cosa distinta de la que antes viera, ni lo persiguió ni lo pescó. Si he sido objeto de algunas acusaciones que otros han hecho al león, antes de tomarlas en consideración, ¿por qué no investiga y verifica y me comunica lo que por otros ha sabido? Pero si nada ha sabido, ni nada se le ha dicho, entonces lo sorprendente sería que ahora se propusiera causarme daños sin razón. Solía decirse: Desconcierta en ocaciones buscar el afecto de un amigo sin nunca


lograrlo, pero desconcierta aún mucho más conquistar ese afecto y perderlo luego sin causa que lo explique, porque cuando no hay causa que determine esa pérdida, toda esperanza para remediarla resulta vana. Porque cuando hay una razón que explica el disgusto del amigo, eliminándola se confía en la reconquista del afecto. Es en vano que trato dé examinar todos mis actos y no encuentro que haya cometido contra el león falta ninguna, ni grande ni pequeña. ¿No es acaso posible que después de cultivar por largo tiempo una amistad, evitar cualquier imprudencia, grande o pequeña, susceptible de causar disgustos al amigo? Pero el hombre sensato y leal si ve que su amigo ha cometido alguna falta o se ha equivocado, está obligado a medir las consecuencias y daños que tales faltas ocasionan, ya sea que las haya cometido deliberadamente o no, y si, perdonándolas, puede sufrir o no perjuicios y verse expuesto a peligros que teme, y así debe evitar las actitudes hostiles contra el amigo cuando al perdón haya lugar. Si el león tiene algún cargo contra mí, yo ignoro cuál podría ser. Acaso alguna vez hubo discrepancias en nuestras opiniones, lo cual habría ocurrido cuando lo he hecho convencido de estar dándole mi consejo. Entonces, quizás habrá considerado como osadía mía y desobediencia a su voluntad cuando él ha dicho no, y he dicho sí, o cuando ha dicho sí, y he dicho no. Si es esto, yo no siento culpabilidad de haberme expresado así, porque nunca le manifesté mi desacuerdo en la presencia de sus colaboradores y amigos, sino a solas y en la intimidad con él, usando para hablarle el lenguaje de quien cree en Dios y en él se fía. Porque yo sé que quien sólo busca ligereza en sus consejeros cuando los consulta, o en su médico en la enfermedad, o en los exegetas ante la duda, pierde el provecho que puede haber en un buen consejo, se extravía cada vez más en el error, e introduce las herejías en la religión. Si eso tampoco fue, las causas estarían entonces en esos trastornos que produce el poder, bajo cuyos efectos se da trato cordial a quien merece la severidad, y trato severo a quien merece la cordialidad, sin que haya razón que lo explique. Así, han dicho los sabios: Corre riesgo quien se embarca en el mar, pero mayores riesgos corre el que colabora con el soberano, porque si lo hace con lealtad, rectitud, devoción y da su buen consejo, puede caer y no salvarse, y si se salva, es después de estar al borde de la destrucción. Y si esto no es, entonces, acaso la razón de mi desgracia resida en los servicios que le he prestado, que, en ocasiones, en los propios méritos de una persona suele estar su infortunio, tal como sucede a un ro de calidad, el cual acaso sufra muchos daños por causa de sus buenos frutos, ya que sus ramas dobladas bajo el peso de los mismos, son cogidas y arrancadas, sufriendo con ello daños y desgajos. La cola del pavo real en la que residen sus encantos y belleza, se convierte en su desgrase lo impide. Y el caballo fuerte, de buena raza, acaso sus cualidades se tornen en la causa de su infortunio, cuando por ellas es sometido a duros esfuerzos hasta caer aniquilado. Así sucede también al hombre de valor cuyos méritos se convierten en la causa de su desgracia por el crecido número de envidiosos y todo lo que contra él urden los malvados. Y, en todas partes, el número de los malvados supera al de la gente de bien,. los cuales al confabularse contra el varón honrado, lo destruyen. Y si esto no es así, entonces la causa está en la fatalidad que es la que priva al león de su fuerza y vigor, y acaba llevándolo a la tumba. Es ella la que hace que el débil monte el elefante; que el encantador domine la víbora, le extraiga los colmillos y la convierta en un juguete en las manos. Ella es la que priva al inteligente de su lucidez, y da al torpe lucidez; la que hace que el hombre resuelto vacile, y que el indeciso se vuelva resuelto; la que da valor al cobarde y acobarda al valiente cuando es sorprendido por las desgracias que la suerte suele traer". Dijo Dimna: "Lo que induce al león la proceder de este modo, no son las razones que mencionas, ni su comportamiento tiene origen en las intrigas de los malvados, ni nada que se parezca, sino su ingratitud y falsedad. El león es un soberbio y un traidor, empieza ofreciendo exquisitos manjares, y acaba dando amargos bocados; o más aún, casi todo lo que da es veneno letal".


Dijo Chátraba: "La verdad has dicho la fe mía. Me he comido cosas que me parecían gratas, y ahora veo que voy camino la la muerte. Si no hubiera sido por vanidad, no hubiera acompañado al león, ya que su alimento es la carne, en tanto que el mío es el pasto. ¡Oh detestable ambición y vanas esperanzas las que me han arrojando en esta desgracia y cerrado el camino, como se le cierra la la abeja que se posa sobre la flor del loto, atraída por su grato aroma, y donde descuidando su suerte, en vez de volar antes de que sobre ella se cierre la flor del loto, queda aprisionada, y así perece! Quien en esta vida no se conforma con lo que necesita, y sin cesar se empeña en conseguir lo superfluo y en atesorar desmesuradamente sin tener en cuenta los peligros que tiene delante, le sucede lo que la las moscas que no se conforman con los árboles y los vergeles perfumados, sino que quieren tomar el agua que fluye de las orejas del elefante enfurecido, el que las golpea con ellas y mata Y quien da un consejo y pone sus esfuerzos al servicio del que no agradece, obra como quien consigna la semilla en tierra estéril, o hace señas a un muerto, o habla quedamente a un sordo". Dijo Dimna: "Deja estos discursos y procura salvar tu vida". Dijo Chátraba: "¿Cómo puedo salvar mi vida si el león ha decidido matarme? Bien conozco su carácter y manera de pensar. Yo sé que aunque él no quiera sino mi bien, si sus amigos, movidos por la falsedad y la malevolencia, quieren que me elimine, lo pueden. Porque cuando los falsos , sin escrúpulos, se confabulan contra el hombre inocente e íntegro son capaces de conducirlo ala muerte así sean ellos débiles y él fuerte, del mismo modo como el lobo, el cuervo y el chacal, destruyeron al camello cuando se unieron contra él y pusieron al servicio de sus propósitos, el engaño y la hipocresía". Dijo Dimna: "¿Y cómo fue eso?". El lobo, el cuervo, el chacal y el camello Dijo el buey: "Cuéntase que un león vivía en un bosque vecino a un camino al que acompañaban tres amigos: un lobo, un chacal y un cuervo. Y aconteció que cierto día pasaron por ese camino unos mercaderes a quienes se les retrasó un camello, el cual, desviándose hacia el bosque, fue andando hasta que llegó donde el león. Este le preguntó: `¿De dónde vienes?'-y el camello le contestó narrándole su hitoria. ,¿Y qué quieres?' -le preguntó de nuevo el león-. `Acompañar al rey y ser su amigo' -repuso el camello-. `Si es mi amistad la que deseas, cuenta con ella. Aquí podrás vivir a tus anchas y disfrutar de la fertilidad y la abundancia que brinda esta tierra' -díjole el león. Allí pasó a vivir el camello hasta que cierto día salió el león de cacería y se encontró con un elefante con el cual se trabó en violenta lid. El elefante causó al león graves heridas con sus colmillos, y así, todo cubierto de sangre se encaminó hacia su guarida de donde, reducido a la impotencia, no volvió a salir a sus acostumbradlas cacerías. Por tal razón, el lobo, el chacal y el cuervo que se alimentaban de las sobras del león empezaron a sentir gran hambre y mucha debilidad. Un día que el león observó la situación en que se hallaban sus amigos, les dijo: `Estáis sufriendo y necesitáis qué comer'. `No estamos tan preocupados por nuestra suerte, cuanto por la situación en que se halla el rey sin que esté a nuestro alcance la manera de aliviarlo'. No dudo en vuestro afecto y buena amistad. Si así lo consideráis, salid y dispersaos que acaso podáis cazar algo y me lo traéis, con lo cual habrá alivio para todos'. Salieron el lobo, el cuervo y el chacal de donde el león, y no lejos de su guarida se reunieron y después de algunas deliberaciones, todos de ecuerdo, declararon lo siguiente. ¿Qué interés tenemos en este camello que come pasto, que no es como nosotros ni piensen como nosotros? ¿Por qué, entonces, no halagamos al león con la idea de que se lo comen y comparta su carne con nosotros?'.


Sin embargo, después de reflexionar, el chacal dijo: `Esta idea no se puede proponer al león. Ha ofrecido dar protección al camello y está comprometido ante su conciencia'. A estas palabras -repuso el cuervo-: "permaneced aquí y dejadme ir en entrevistar al león'. Se fue el cuervo, y cuando el león lo vio llegar, le preguntó: `¿Habéis conseguido algo?'. Dijo el cuervo: `Sólo encuentren el que busca, y sólo ve el que goza de la vista. En nuestro censo el hambre que hemos venido padeciendo nos ha aniquilado len visten y len razón. Sin embargo, hemos encontrado unen solución que puede asegurarnos len abundancia y el triunfo sobre len necesidad. Sólo falta que lo aprobéis'. ¿Cuáles esa solución?". Este camello que come pasto y que sin razón vive entre nosotros...'. Enojóse el león y dijo: `Ay de ti ¡qué equivocado estás, mal piensas y cuán lejos de ti están len lealtad y len piedad! ¿No sabes acaso que he dado mi protección al camello y que estoy comprometido ante mi conciencia? ¿No te han dicho que el hombre justo no puede realizar unen obren de caridad de mayor valor que la de dar protección en un ser que está en peligro, o la de evitar el derramamiento de sangre? He ofrecido mi protección al camello y no lo traicionaré'. Dijo el cuervo: `Entiendo lo que el rey dice, pero con el individuo se rescata la familia; con la familia se rescata la tribu; con la tribu se rescáta la comarca, y la comarca es el rescate del rey cuando sufre alguna necesidad. Y yo puedo indicar al león una sólida que lo deje en paz con su conciencia, y no lo obligue a cometer ni ordenar una traición. La solución que hemos acordado no viola la lealtad ni el juramento del rey y nos conduce en la satisfacción de nuestra necesidad'. El león calló. Se fue el cuervo adonde sus amigos y les dijo: `He hablado con el león y ha admitido tal y tal cosen. ¿Pero qué hacemos con el camello si el león se niega en matarlo o en dar una orden en ese sentido?'. `La solución la esperamos de tu inteligencia y buen sentido" -dijeron los dos amigos. Dijo el cuervo: `A mi juicio, debemos reunirnos con el león y el camello y hacer una exposición sobre la situación en que se encuentra el león, y el hambre y los sufrimientos que viene padeciendo. Diremos: "Era bueno y generoso con nosotros, y si ahora, ante lo que le ha sucedido, no ve que le prestamos algún servicio que demuestre la preocupación por él y el interés en su vida, nos atribuirá la ingratitud y la vileza del alma". Por lo tanto, expresaremos nuestro reconocimiento por cuanto ha hecho en nuestro favor, destacando la manera en que vivíamos al amparo de su gallardía, con lo cual se ha hecho acreedor en nuestra gratitud y lealtad. Le manifestaremos estar dispuestos en hacer en su favor cuanto esté en nuestro alcance, y que en el censo que nada podamos, que disponga entonces de nuestra vida. Luego, cada uno de nosotros se ofrecerá diciéndole: "Comedme, oh rey y no perezcáis de hambre". Y cada vez que alguno diga esto, le contestarán los demás dando razones en contra de su propuesta, con lo que se salva quien ofrezca, y os salváis todos en excepción del camello, y dejamos, además, al león en paz con su conciencia'. Poniendo en efecto su plan, invitaron al camello al recinto del león, y una vez en su presencia, el primero en hablar fue el cuervo. Dijo: `Necesitáis, oh rey, de algo que os alivie, y nadie está más obligado que nosotros en rescataros con la propia vida. Gracias en vos hemos vivido, y de vos depende len supervivencia de nuestros descendientes. Si perecéis, nadie de nosotros podrá subsistir, ni nada bueno podremos esperar de la vida. Yo quiero, pues, que me comáis, ¡y qué grato me es daros len vida con ese fin!'. A estas palabras contestaron el lobo, el camello y el chacal: `Calla que ningún hambre habrá de calmar el león, comiéndote'. A su turno dijo el chacal: `Yo sí puedo satisfacer el hambre del rey'. A estas palabras contestaron el lobo, el camello y el cuervo: `Tu estómago es fétido, y tu carne es nociva, y así nos den el temor de que


si el rey te come, que tu carne nociva lo mate'. Dijo el lobo: `Yo, en cambio, no soy así. Que el rey me coma, pues'. Dijeron el cuervo, el camello y el chacal: `Los médicos han dicho que quien quiera matarse, que coma carne de lobo con la cual sufrirá la asfixia'. Creyó el camello que diciendo lo mismo, le buscarían la disculpa conforme hicieron con ellos mismos, y que así se salvaría tras haber dado satisfacción al león. Y así dijo: `Oh rey, mi carne, en cambio, es agradable, digestible y suficiente para satisfacer el hambre del rey'. Dijeron el lobo, el chacal y el cuervo: `Has dicho la verdad y has manifestado tu generosidad y has dicho lo que sabíamos'. Y se precipitaron sobre él y lo despedazaron". "Os he narrado está historia del león y sus amigos porque yo sé que si mis enemigos se han puesto de acuerdo para destruirme no podré defenderme de ellos, así no sea esta la opinión del león y así no lo anime hacia mí sino la mejor voluntad. Y se decía: 'El mejor gobernante es aquel que se parece al águila rodeada de cadáveres, y no al cadáver rodeado de águilas'. Y aunque el león no albergue en su corazón sino la clemencia y el afecto, un exceso de consejas no tarda en destruir su bondad y su piedad y en sustituirlas por la maldad y la brutalidad. ¿No ves, acaso, que el agua es más suave que la Palabra y que la piedra es más dura que corazón?; y sin embargo, si el agua corre sin cesar sobre la piedra acaba dejando en ella sus huellas". Dijo Dimna: "¿Y qué vas á hacer?". Dijo Chátraba: "No veo otro camino fuera del de la lucha, porque no consigue con sus oraciones el que ora toda la eternidad, ni el caritativo con su caridad, ni el virtuoso con sus virtudes, lo que con la lucha consiguen, sobre todo si luchan por una causa justa. Porque quien lucha por su vida, y la defiende, recibirá gran recompensa recompensa y dejará buen recuerdo así resulte vencedor o vencido". Dijo Dimna: `No estoy de acuerdo con tu propósito, que la lucha no debe tener lugar con el enemigo sino una vez que se hayan agotado todos los recursos; porque ir á la lucha sin estar preparado es una torpeza y una ligereza. Se decía: 'No desdeñes á un enemigo así sea débil e insignificante sobre todo si es sagaz, que con la sagacidad puede contra muchos'. Ahora ¿qué no será con el león con toda su audacia y empuje? El que desdeña á alguien porque es débil, le sucede lo que sucedió al guardia del mar con el Titawi". Dijo Chátraba: "¿Y cómo fue eso?". Historia del guardia del mar y del Titawi Dijo Dimna: "Cuéntase que un ave marina tenía su morada en una ribera del mar donde vivía con su hembra. Llegada la época de poner los huevos, dijo la hembra al macho: `Ha llegado el momento de poner los huevos; busca, por lo tanto, un sitio seguro donde pueda hacerlo'. Dijo el macho: `Que esto sea en este sitio ya que aquí tenemos el pasto y el agua cerca, además, en estos lugares están reunidas todas las cosas amables y placenteras'. Dijo la hembra: `Piensa mejor en lo que dices que aquí estamos en peligro, porque si el mar llega a avanzar, se llevará nuestros polluelos'. Dijo el macho: `No creo que el mar nos invada por el temor que siente de quien está encargado de su vigilancia, y quien lo vigila no se atreve contra mí'. Dijo la hembra: `¡Qué torpes son tus palabras! ¿No te avergüenzan tus amenazas contra el guardia del mar y la manera con que me porfías, sabiendo quién eres? ¡Cómo es de cierto lo que se dice, que nadie se conoce menos a sí mismo que el hombre! Escucha mis palabras y abandonemos este lugar antes de que suceda lo que no nos ha de gustar'. Pero el macho se negó a complacerla. Y tras una vana y larga insistencia le dijo: `Quien no hace caso a sus amigos y compañeros, le sucede lo que sucedió a la tortuga que no escuchó las palabras de sus amigos'. Dijo el macho: `¿Y cuál es esa historia?". Los dos patos


Dijo la hembra: `Cuéntase que dos patos y una tortuga vivían en un arroyo, entre los cuales, por razón de su vecindad, se estableció una amistad. Pero un buen día menguaron las aguas de aquel arroyo y los dos patos acordaron abandonar el lugar y emigrar a otra parte. Entonces, se despidieron de la tortuga diciéndole: "Que la paz sea contigo, que nosotros nos vamos". Dijo la tortuga: "Ha menguado mucho el agua para esta desdichada que no puede vivir sin el agua. En cuanto a vosotros, podéis vivir doquiera que vayáis. Ingeniad la manera de llevarme con vosotros". "No podemos llevarte con nosotros -dijéronle los patos- a menos que te comprometas a no contestar a nadie cuando nos elevemos contigo en el aire y la gente te vea y se refiera a ti". La tortuga aprobó y se comprometió a no proferir palabra. Luego, les preguntó: "¿Pero cómo podréis transportarme? Dijéronle: "Morderás el centro de una vara, y cada uno de nosotros la morderemos por un extremo y nos levantaremos contigo en el aire". La tortuga aceptó la propuesta, y los dos patos la cargaron y levantaron el vuelo con ella. Pero así como la gente la viera, exclamaron todos: ¡Qué prodigio! ¡Una tortuga entre dos patos en el aire! Al oír la tortuga tales palabras y observar el asombro que causaba, dijo: `Que Dios os reviente los ojos'. Pero así como abrió la boca, cayó a tierra y se murió'. Dijo el Titawi: `He escuchado tu historia, pero no tienes que temerle al guardia del mar'. Puso entonces la hembra los huevos en el sitio en que vivían. Pero, el guardia del mar que había oído las palabras del Titawi, echó las aguas del mar y se llevó los polluelos con el nido y los ocultó. Al perder los polluelos, dijo la hembra al macho: `Sabías desde un principio que esto iba a suceder, y que el poco conocimiento que tienes de ti mismo iba a volverse contra nosotros. Ya puedes ver ahora los males que hemos sufrido'. Dijo el Titawi: `Lo que en un principio sostuve, lo sostendré hasta el final. Si el mar nos ha agredido ya verá la manera con que habré de proceder'. Y con gran valor se presentó ante sus amigos y les elevó sus quejas contra el guardia del mar, contándoles lo que había hecho con él y los daños que le había causado, y terminó diciéndoles: `Vosotros sois mis amigos, y en vosotros finco mis esperanzas de ver reparada la injusticia que he sufrido. Ayudadme que acaso en el día de mañana lleguéis a sufrir los males que ahora sufro'. Dijéronle: `Dispuestos estamos a apoyarte. Pero ¿qué es lo que podemos hacer contra el guardia del mar?'. Dijo el Titawi: `¡Oh reino de las aves! Nuestra reina es el águila Fénix. Lallamaremos agrandesvocesy leelevaremos nuestras súplicas hasta que nos vea y así se vengará por nosotros del guardia del mar'. Aprobaron la petición del Titawi, y a grandes voces llamaron al águila hasta que se les apareció, preguntándoles: `¿Por qué estáis reunidos y porqué razón me llamáis?'. Expresáronle entonces sus quejas contra el guardia del mar e impusiéronle de lo que había hecho con ellos, y agregaron diciéndole: `Sois nuestra gobernante, y el rey que os ha designado es más fuerte que el guardián del mar; invocad, pues, su apoyo en nuestro favor'. Así procedió el águila Fénix y, atendiendo su petición, se dirigió aquel que la designara donde el guardia del mar para declararle la lucha. Y el guardia al comprobar su inferioridad frente al poder de aquel rey que ejerce autoridad sobre el águila Fénix, se apresuró a devolverle los polluelos". "Te he contado esta historia para que sepas que nadie debe exponer la vida cuando no es suficientemente fuerte, porque si perece, se dirá: 'Ha cavado su propia tumba', y si triunfa, se dirá: 'La suerte lo ha favorecido'. El hombre sensato hace uso de todos los recursos antes de ir a la luchó, y deja ésta para después de agotar todos los medios pacíficos a su alcance y toda la paciencia". Dijo el buey: 'No me lanzaré a la lucha contra el león; ni le declararé mi enemistad, íntima ni públicamente; ni dejaré de comportarme con él tan bien como siempre lo he hecho, en tanto no observe en él razones que me inspiren peligro a mi vida".


Convencido Dimna de que si el león no observaba en Chátraba las manifestaciones que le señalara, pondría en duda su buena fe, y se sintió molesto de oír al buey decir: 'No dejaré de comportarme con el león tan bien como siempre", por lo que le dijo: "Si observas al león te darás cuenta de lo que se propone". Dijo el buey: "¿Y cómo lo sabría?". Dijo Dimna: "Si cuando el león te esté mirando, observas que está erguido, sentado sobre sus asentaderas, el pecho levantado, la boca abierta, y golpeando la tierra con la cola, sabe que quiere matarte". Dijo el buey: "Si tales cosas observo, no me quedarán dudas de sus propósitos". Y así cuando Dimna acabó de instigar al león contra Chátraba, y a Chátraba contra el león, se fue donde Calila, el cual al verlo llegar, le preguntó: "¿En qué van tus gestiones?". Dijo Dimna: "No te quepa duda de que están a punto de ser coronadas por el éxito que tú y yo deseamos no creas que el afecto o entre dos amigos puede perdurar cuando el intrigante, con su astucia se da en destruirlo". Luego, Calila y Dimna se fueron a presenciar la lucha del león, coincidiendo su llegada con la entrada de Chátraba donde el león. Y así, cuando el león vio entrar a Chátraba, se levantó, se sentó sobre sus dos asentaderas, paró las orejas, abrió la boca, y golpeó la tierra con la cola. Entonces, no quedándole dudas de que el león iba a precipitarse sobre él, dijo entre sí: "En nada difiere la suerte del amigo del soberano en la poca confianza que puede depositar en él, en el peligro de sus impulsos y en los cambios que sufre en su corazón ante las calumnias y difamaciones de los perversos, de la que puede correr el amigo de la sierpe cuando con ella convive y comparte un mismo lecho, que nunca sabe qué puede irritarla; o de la suerte de quien convive con el león en una misma guarida; o de la suerte del que nada entre los cocodrilos, que no acierta a saber en qué momento puede ser agredido". Todas estas consideraciones se hacía el buey en tanto se preparaba para la lucha con el león si lo atacaba. El león a su turno, viendo que el buey mostraba algunas de las señales que Dimna le mencionara, no dudó de que se proponía atacarlo, y así, adelantándose, se precipitó sobre él y se trabaron en la más dura y sangrienta lucha que concluyó con graves heridas sufridas por el león y la muerte del buey. Al ver Calila todo lo que al león sucedió, y cuánta sangre había corrido, dijo a Dimna: "Observa cuán abominable es tu astucia y qué funestas han sido sus consecuencias. Ha muerto el buey y ha cundido el desconcierto entre todos los vasallos y consejeros. Y ahora, todos, con razón te señalan como el responsable de lo sucedido. Ya todos te conocen cabalmente ahora que se ha manifestado claramente tu perversidad y falsedad después de fingir por tanto tiempo ser honrado y leal. ¿No sabes, acaso, que más perverso de todos es aquel que onduce a a su amigo a la lucha sin razón que la justifique? En ocasiones aunque las circunstancias sean propicias para la lucha, el hombre sabio prefiere evitarla por el temor de exponerse a peligros y desgracias, y por la esperanza de poder contra su enemigo sin recurrir a los medios violentos. Y cuando el ministro de soberano declara la guerra para realizar,, un propósito puede alcanzar por los medios pacíficos, el soberano debe considerar que tiene a su lado un enemigo más peligroso que la propia lengua. Porque así como flaquea la lengua cuando el corazón flaquea, así también resulta equivocado el uso de la fuerza cuando el juicio que la aconseja está equivocado. Porque tanto la fuerza como el buen juicio son indispensables en la guerra, y ninguna de estas dos cosas puede sustituir a la otra; sin embargo, el buen juicio tiene evidentes ventajas sobre la fuerza. Muchas cosas pueden logarse con el concurso del buen juicio sin necesidad de recurrir a la fuerza, pero nada se logra con la fuerza si falta el buen juicio. Y quien se ve ¡impulsado por el engaño sin meditar en las consecuencias de sus hechos, le sucederá lo que acaba de sucederte. Ya sabía cuán perverso y presuntuoso eres. Desde que te he venido oyendo hablar, no he dejado de temer de que alguna desgracia habría de sobrevenirnos, a ti y a mí, por culpa tuya. El hombre sensato empieza estudiando las cosas y


proyectos antes dé embarcarse en ellos, y sólo los emprende cuando ve que se van a realizar de acuerdo con sus deseos; pero, cuando teme el fracaso, desiste de ellos sin vacilar. Nada me había impedido censurarte tu conducta desde un principio, y señalarte tus defectos, sino porque se trataba de cosas que no podían ser reveladas, y por mi empeño de evitar los testigos contra ti, y la seguridad que tenía de que mis palabras no habrían de corregirte ni desviarte de ninguna mala acción. Pero ahora que tengo plena prueba de tu torpeza, de tu mal proceder y de las funestas consecuencias de tus hechos, te diré lo que eres y te señalaré tus defectos. Entre éstos está, por ejemplo, el que hablas bien y obras mal. Y se ha dicho: Nada hay tan peligroso como un amigo que habla bien pero no obra bien lo que ha engañado al león de ti es que hablas bien, y le llevaste la desgarcia por que no sabes obrar bien. Y nadie valen las sin los hechos; ni el conocimiento sin la experiencia; ni el dinero sin la generosidad; ni el amigo sin la lealtad; ni la virtud sin la práctica; ni la caridad sin la buena intención, ni la vida sin la salud, la seguridad y la alegría. Te has embarcado en problemas tan graves que sólo un hombre de talento podrá remediar, así como en el caso de un enfermo que sufre muchos males cuya curación sólo puede hacer un médico capaz. Y recuerda que el saber libera de su vanidad al hombre culto, y torna más vanidoso al estúpido, tal como en ese caso de la luz del día, que aumenta la visión del vidente, al paso que causa daños a la visión de los murciélagos. Al hombre de talento no lo envanece una posición o un honor que conquista, su caso es como el de la montaña que no se conmueve por más fuertemente que el viento la golpee. Al hombre bajo, en cambio, lo llena de vanidad la menor posición que alcanza, siendo su caso como el de la hierba que se agita ante el menor soplo de la brisa. Y se me viene a la memoria algo que se relaciona con el soberano. Se dice, por ejemplo, que si el soberano es bueno y sus ministros son malos, nadie podrá beneficiarse de sus favores, siendo su caso frente a sus súbditos. como el del agua . límpida y grata, infestada de cocodrilos, a la cual nadie puede tener acceso, así sea un hábil nadador y tenga de ella viva necesidad. La joya que mejor luce al soberano son sus colaboradores cuando abundan y son buenos. Has querido que nadie, fuera de ti, interviniera en los asuntos del soberano, siendo que para el soberano, los colaboradores son lo que las olas para el mar. Y lo más insensato es que alguien pretenda tener amigos sin ser leal y comportándose falsamente; o conquistar a una mujer, con maneras grotescas; o buscar el propio beneficio, en detrimento del mal ajeno; o alcanzar el saber y el progreso por, los caminos de la pereza. ¿Pero qué utilidad puede haber en mis palabras y consejos, si yo sé que mi caso en todo esto es del del hombre que dijo a una vez . No pretendas enderezar lo que no puede ser enderezado, ni enseñar al que carece de razón'?". Dijo Dimna: "¿Y cómo fue eso?". Los monos, el ave y el hombre Dijo Calila: "Cuéntase que un grupo de monos que vivían en una montaña, vieron cierta noche volar una luciérnaga. Y creyendo que fuera una chispa de fuego reunieron leña, la acumularon encima de ella y se pusieron a soplar. Cerca de ellos, en un árbol, había un ave que se puso a llamarlos y decirles: `Lo que veis no es fuego'. Pero se negaron a escucharla. Entonces se bajó para explicarles. Pero en ese momento pasaba un hombre, y le dijo: `Oh ave, no intentes enderezar lo que no puede ser enderezado, ni enseñar al que carece de razón, porque quien se empeña en enderezar lo que no puede ser enderezado, se arrepiente. En la piedra que no se puede cortar, no se prueban las espadas. Y una vara que no tiene flexibilidad no se puede enderezar'. Pero el ave no quiso prestar atención a las palabras de aquel hombre, ni aprovechar sus consejos. Y así, se acercó a los monos para explicarles que la luciérnaga no era fuego, y en tanto lo hacía, la cogieron y le cortaron la cabeza".


"Y éste es tu caso en el poco provecho que puedes sacar del saber y de los consejos. Y de ti, oh Dimna, se han apoderado la falsedad y la fatuidad, siendo, tanto la una como la otra, pésimos defectos, entré los cuales el peor es la falsedad. Y qué parecido es tu caso con el bribón que se asoció con un bobo". Dijo Dimna: "¿Y cómo fue eso?". El bribón y el bobo "Cuéntase -dijo Calila- que un bribón y un bobo, andando su camino, se encontraron un zurrón que contenía mil dinares. Ambos estaban asociados en un negocio. Ante el hallazgo, acordaron emprender su regreso a sus casas, y ya cerca de la ciudad se sentaron para repartirse el dinero. Dijo entonces el bobo al bribón: `Coge la mitad y dame la otra mitad'. Pero el bribón ya había pensado en adueñarse de todo, y así dijo al bobo: No lo repartamos, que la compañía y la colaboración son pruebas de lealtad y de afecto entre los amigos. Toma, más bien, parte y yo hago otro tanto, y enterremos el resto en sitio seguro, y cuando tengamos necesidad, volveremos y tomaremos lo que necesitemos'. "Esta bian" -dijo el bobo. Tomaron del dinero una pequeña parte y enterraron la otra en el tronco de un árbol gigante. Poco después volvió el bribón y se llevó el dinero y echo tierra en su lugar. Meses más tarde, dijo el bobo al bribón: `Ya estamos necesitando una suma de dinero, vayamos a coger parte del que guardamos'. Se fueron ambos hacia el árbol, y cavaron en el sitio en que estaba depositado el dinero. Pero nada encontraron. El bribón se puso a desgreñarse, a golpearse el pecho y a gritar: `Que nadie confíe en nadie ni tenga fe en el hermano ni en el amigo. Has venido a hurtadillas y sustraído el dinero'. El bobo negaba y maldecía. Pero el bribón adoptaba, frente a él, una actitud cada vez más dura, y le decía: `¿Quién fuera de ti, pudo haberse llevado el dinero? ¿Acaso alguien fuera de los dos conocía el escondite?' . Luego el bribón hizo comparecer al bobo ante un juez y le narró la historia y le sostuvo que fue el bobo quien se llevó el dinero. Dijo el juez: `¿Tienes alguna prueba?'. Dijo el bribón: `El árbol en cuyo tronco depositamos el dinero da su testimonio'. La afirmación de que el árbol podía dar un testimonio causó asombro en el juez, si bien no la creyó. Pidió al bribón constituir una fianza y ordenó al fiador conducirlo ante él al siguiente día para que presentara el testimonio del árbol conforme alegara. Se fue el bribón a su casa y narró toda su historia a su padre, y le dijo: `Padre, no he ofrecido el testimonio del árbol por lo que de él espero, sino porque cuento contigo. Si colaboras conmigo, nuestro será el dinero y otro tanto ganaremos del bobo por indemnización'. `¿Y qué quieres que haga?', preguntó el padre. Dijo el bribón: `El dinero lo llevamos a un árbol gigante que tiene una cavidad a la cual se llega por una entrada invisible, y lo enterramos en el tronco. Después me fui solo y lo sustraje. Ahora he puesto una falsa denuncia contra el bobo a quien acuso ser el que lo sustrajo. Quiero que vayas esta noche y te internes en la cavidad del árbol, y si va el juez y pide al árbol su testimonio, contestarás desde dentro: `El bobo se llevó el dinero'. Dijo el padre: `En ocasiones la astucia conduce al astuto a su propia desgracia, cuídate, por lo tanto, de ser víctima del engaño como le sucedió a la garza'. `¿Y cómo fue eso, padre?', -preguntó el hijo. La garza y la culebra Dijo el padre: `Cuéntase que una garza tenía su nido vecino al nido de una culebra, y cada vez que procreaba iba la culebra y se comía los polluelos. La garza se sentía acomodada en el sitio en que vivía


y no podía abandonarlo, pero el comportamiento de la culebra le causaba siempre un gran dolor. Cierto día pasó un cangrejo, y observando el dolor en que estaba sumida la garza,le preguntó: "¿Porqué estás triste?'. Y la garza le contó su historia "Te he de indicar la manera de librarte de la culebra", le dijo el cangrejo. "¿Y cómo?", inquirió la garza. Señalándole una cueva que había frente al nido de la garza, le dijo: "¿Ves esa cueva?, en ella vive una comadreja que es enemiga de las culebras. Recoge una buena cantidad de pescados y espárcelos desde la cueva de la comadreja hasta el nido de la culebra, así va la comadreja comiéndose uno tras otro, hasta que llegue al nido de la culebra y la mate'. Así lo hizo la garza, y en esa forma la comadreja mató a la culebra. Pero, después de eso, siguió la comadreja recorriendo aquellos lugares con la esperanza de encontrar más pescado, hasta que cierto día dio con el nido de la garza y la devoró con todos sus polluelos'. "Y no te he narrado esta historia sino para que sepas que quien no está seguro y no medita bien en sus tramas, cae en cosas peores que las que proyecta para otros'. Dijo el bribón: "Te he escuchado esa historia, pero nada tienes que temer ya que las cosas son mucho más fáciles de lo que piensas'. Siguió el viejo detrás de su hijo, y al llegar al árbol se internó en su cavidad. Al siguiente día, a temprana hora, se fue el juez acompañado del bribón y del bobo, y ya frente al árbol, le preguntó: "¿Tienes algún testimonio?". Y el viejo le contestó desde la cavadidad del árbol: "Sí, el bobo se adueñó del dinero'. El juez, sin creer, pero lleno de más asombro que antes, se puso a dar vueltas en torno al árbol; miraba y escrutaba, a ver si alguien estaba en el árbol, y viendo la cavidad, la examinó, pero nada vio porque el hombre había ascendido en el tronco para no ser visto. Entonces, el juez hizo acumular leña frente a la cavidad y haciéndole prender el fuego, hizo que el humo penetrara por esa cavidad. Aguantó el padre del bribón una hora, luego, vencido por el esfuerzo, se puso a dar gritos, a llamar y a pedir auxilio. El juez ordenó entonces que fuera sacado, ya al borde de la muerte. Y el bribón, a quien el juez impuso un castigo y el pago de una indemnización, recogió a su padre, ya muerto, se lo echó a cuestas y se fue con él. El bobo, en cambio, se fue con todo el dinero". Te he narrado esta historia para que sepas que en ocaciones el engañador resulta ser el engañado. Y en ti, oh Dimna, están reunidos el engaño, la traición y la torpeza, y fruto de tu falsía es esto que ves, y del castigo no habrás de librarte. Porque esta es la suerte de los que tienen como tú, dos lenguas y dos caras Y las aguas de los ríos son gratas al paladar en tanto no sé suman a las aguas del mar. La paz en el hogar dura en tanto se introduce en él el hombre falso. Y la amistad entre los amigos dura en tanto no se meta entre ellos el que tiene dos lenguas. Y nada es tan parecido al que tiene dos lenguas como la víbora que también tiene dos, y de tu lengua fluye el mismo veneno que el de la víbora. Tal es la razón por la cual no he dejado de sentir miedo de tu lengua y el temor de caer, por culpa de ella, en alguna desgracia. Y ya siento repulsión de tu compañía, ya que el caso me recuerda los dichos de los sabios que nos aconsejan eludir la compañía de los perversos, así sean parientes, amigos o conocidos. Porque el perverso es para sus amigos, lo que la víbora para quien la cría y consiente, de la cual nada fuera de la mordedura puede esperar. Y se decía: 'Busca la compañía del hombre culto noble, entregate a él y procura conservar su amistad,-así sea de mal carácter; cuídate de sus impulsos y adquiere su cultura. Y no dejes de cultivar la amistad con el hombre noble, así no sea instruido, aprende de él a ser noble y dale a tu turno, de tu cultura. Pero huye lejos del que es vil y torpe. Y yo me apartaré de ti, porque ¿quién puede esperar de tí la lealtad y la nobleza del alma después de lo que has hecho con tu rey, que te ha rodeado de todo su aprecio y todos los honores? ¡Y qué parecido es tu caso en todo lo que ha sucedido con el del mercader que dijo: 'En una tierra en que los ratones se comen mil libras de hierro, no es increíble que sus gavilanes rapten los elefantes!.


Dijo Dimna: "¿Y cómo fue eso?". El mercader que confió un hierro "Cuéntase -dijo Calila- que en alguna ciudad vivía un mercader de escasos recursos, quien cierto día decidió emprender un viaje en busca de algún negocio. Tenía mil libras de hierro que confió para su custodia a un hombre conocido suyo, y se fue. A su regreso, después de cierto tiempo, reclamó su hierro, pero el hombre lo había vendido y gastado su valor, y así le dijo: "Dejé tu hierro en uno de los rincones de la casa y se lo comieron los ratones'. A esto respondió el mercader: "Ya me habían dicho que nada destrozaba más el hierro que los dientes de los ratones. Pero, qué poca importancia tiene el incidente, y yo doy gracias a Dios de haberte conservado bien'. Se alegró el hombre al oír tales palabras del mercader y lo invitó a cenar esa noche. El mercader le prometió volver. `' Al salir de la casa de su amigo, encontrándose a pocos pasos con un niño, hijo de su amigo, lo cargó, se fue con él a su casa y lo escondió. Más tarde volvió donde aquel hombre y lo encontró llorando amargamente y sumido en el profundo dolor que le causara la pérdida de su hijo, y el cual así como vio al mercader le preguntó: "¿Has visto a mi hijo?'. 'Vi -le contestó-cuando me acercaba a tu casa, un gavilán raptar a un niño, que acaso sea él'. Y el hombre exclamó: `¡Pero qué extraña cosa!, ¿quién ha visto u oído decir que los gavilanes raptan los niños?'. A esto repuso el mercader: `En una tierra en que los ratones se comen mil libras de hierro, no es imposible que sus gavilanes puedan raptar a un elefante, y con mayor razón a un niño'. Dijo el hombre: "Yo me he comido tu hierro, y es veneno lo que he comido. Devuélveme mi hijo y toma tu hierro`. "Te he narrado esta historia para que sepas que si fuiste capaz de traicionar a tu rey que tanto bien te ha hecho, no hay dudas de que serías capaz de traicionar a cualquier otro. Nadie que piensa puede creer que eres capaz de ser leal con alguien. Y ya me doy cuenta que ningún noble sentimiento puede encontrar asilo en tu corazón. y no hay nada más vano que dar la amistad al que no es leal, o prestar un servicio a quien no agradece, o dar el buen consejo a quien no entiende, confiar un secreto a un irresponsable. No hay esperanza en un cambio de tu caracter, porque yo sé que cuando un árbol es amargo, aunque se le cubra con leche y miel, sus frutos serán siempre amargos. Y tu amistad empieza ya a fastidiarme por el temor a todos los daños que puede causar a mi espíritu y a mi carácter. La amistad de los buenos lega el bien, y la de los malos, el mal, tal como sucede con el viento: si pasa sobre la podredumbre carga la podredumbre, y si sopla sobre la fragancia, carga la fragancia. No ignoro cuántas molestias pueden causarte mis palabras, porque los necios no dejan de escuchar con desdén las palabras de los sabios, y la gente baja se burla de los nobles, y a los deformes les mortifica la normalidad de quienes lo rodean". Al concluir Calila esta arenga, el león ya había rematado al buey. Pero después de matarlo, ya sosegado, volvió a reflexionar en lo que había hecho y lo invadió un gran dolor. Pensó entonces entre sí: "Era el buey dueño de mucho talento y de buen carácter, y acaso era inocente y fui injusto con él. Con su muerte sufro una pérdida irreparable". Viendo Dimna al león triste y arrepentido, interrumpió su diálogo con Calila y se dirigió hacia él, diciéndole: "¿Qué os entristece oh rey, si Dios os dio el triunfo y destruyó vuestro enemigo?". Dijo el león: "Me duele verme privado del talento y de la nobleza del alma del buey. El recuerdo de su amistad y rectitud me llena de tristeza". Dijo Dimna: "No te lamentes, oh rey, que el hombre sensato no se apiada de quien teme la traición, y un rey inteligente aunque deteste y odie a un hombre, en ocasiones lo busca y le confía sus asuntos teniendo en consideración sus riquezas y talento, así como sucede al hombre que accede a ingerir un remedio, aunque amargo y repugnante, por el provecho que de él espera; al paso que en otras ocasiones,


suele apartarse de otros, a pesar del afecto y aprecio que a ellos le unen, por los perjuicios que de ellos teme, tal como obra el hombre a quien una víbora le ha mordido un dedo, que se apresura a cortarlo y arrojarlo lejos por el temor de que el veneno se riegue por todo su cuerpo y lo mate". El león dio su aprobación a las reflexiones de Dimna. Después, sin embargo, investigó el caso del buey, las informaciones de Dimna y la manera como lo traicionó, descubrió todas sus mentiras, su mal proceder, su traición y lo mató. Esta es, pues, la historia de los amigos que desune el que es traidor y mentiroso. "Habéis observado, ¡oh rey soberano! -concluyó diciendo Bdidaba el filósofo al rey Dabshalim- ¡qué siniestras fueron las maquinaciones de Dimna! Este caso debe servir a los hombres, y particularmente a sus gobernantes para que mediten largamente antes de tomar una decisión y para que no se dejen engañar por los vistosos colores con que el hombre de mala fe suele cubrir su hipocresía, su falsía y las calumnias que tan inescrupulosamente profiere. Deben, además, pensar cuidadosamente todas las acusaciones o cargos que se formulan, agotar todos los recursos para el esclarecimiento de los hechos, y apartarse de todos los que inspiran sospechas o son reconocidos por su perversidad".

La investigación del caso de Dimna

Dijo el rey al filósofo: "Os he escuchado la historia del enemigo astuto que me acabáis de narrar, y cómo, con presunciones y calumnias, destruyó la confianza, la amistad y el afecto, y creó, entre dos amigos que se querían y apreciaban, el odio y la hostilidad. Contadme ahora, si tenéis a bien, cómo hizo el león para descubrir que fue Dimna el autor del delito, cuáles fueron las razones que éste alegó en su defensa, y cuál la pena a que fue condenado". Dijo Báidaba el filósofo: "Después que el león mató a Chátraba, recapacitó, y recordando cuán gallardo, leal y honesto era, le invadió una gran tristeza, y se arrepintió de haber obrado tan precipitadamente. Y así después de la muerte del buey, se veía, con mucha frecuencia, pasar largas horas de la noche reunido con sus amigos platicando con ellos y buscando con su compañía distraerse y ahuyentar, así fuera en parte, el dolor y pesadumbre que de él se habían apoderado. Entre sus vasallos y amigos de mayor dilección y estima, había un tigre que era su más constante compañero, tanto de día como de noche y, una vez que éste permaneció al lado del león, hasta muy avanzada la noche, al salir y tomar su camino de regreso a casa, al poco andar se vio frente a la morada de Calila y Dimna, donde pensó entrar en solicitud de un tizón con qué alumbrar su camino. Los dos hermanos se hallaban juntos. Y habiendo oído que discutían acaloradamente, en vez de entrar, e instigado por la curiosidad, decidió poner cuidado al diálogo que entre ellos se desarrollaba, y pudo en esta forma enterarse de todo cuanto decían. Pudo oír que Calila incriminaba a Dimna, le censuraba acremente su manera de pensar y obrar, le ponía de presente cuán horrendo fue su delito, y le reprochaba con tono indignado su traición. Y entre muchas otras cosas, le dijo: 'La enemistad y el odio que desataste entre el león y el buey, a quienes unía el más puro afecto, la brutalidad con que sembraste la discordia y destruiste la paz en que vivían, reflejan la vileza de tu espíritu y demuestran cuán perverso en el fondo eres. Pronto habrás de cosechar lo que has sembrado y te darás cuenta cuán


amargas son las consecuencias. La traición, aunque en un principio parezca traernos la fortuna y la gloria, es de amargas consecuencias y arrastra, a quien de ella se vale, a los más hondos, trágicos y oscuros abismos. En cuanto a mí, lo que en lo sucesivo habré de hacer, será romper mis relaciones contigo, evitar tu compañía y no seguir jamás tu ejemplo. Ya no me siento tranquilo ni seguro a tu lado, sino asediado por ese constante peligro que representan tu infamia, tu espíritu traidor y ese egoísmo que te ha enceguecido. Los sabios han dicho: "Elude los sospechosos si no quieres aparecer como sospechoso". Abandonaré tu compañía y muy lejos de ti viviré para no verme de golpe contagiado de esa mala fe con que sembraste la enemistad entre el soberano y el más leal y honesto entre todos sus ministros y consejeros, hasta llegar a fuerza de proferir calumnias y sostener falsedades, a provocar su ira, trastornar su juicio y llevarlo a matar injustamente a un inocente'. Dijo Dimna: 'Ya ha sucedido lo irreparable. Deja pues de atormentarme con tus incriminaciones y de agigantar con ellas estas angustias que tanto nos oprimen a ambos. Pondré todo mi empeño por distraer al león y desviar su atención de los hechos ocurridos. Abomino en verdad, lo que he hecho. La envidia y la ambición fueron las que me movieron a todo esto'. Después de oír el tigre este diálogo, se fue a hurtadillas y apresuradamente donde la madre del león, y después de tomarle el juramento de que no revelaría a nadie un secreto que tenía para confiarle, le contó la historia en la forma que sucedió, le repitió las palabras de Calila y la confesión que hizo Dimna. Por la mañana, se fue la madre del león a visitar a su hijo y encontrólo sumido en el dolor y la tristeza que la muerte de Chátraba le había causado. 'Tu dolor -le dijo- nada habrá de reparar de lo que ha ocurrido; ningún beneficio habrá de traerte, y ninguna necesidad tienes de convertirlo en aliado de la desgracia contra ti; ese dolor va a debilitar tu corazón, aniquilar tus energías y causar no pocos males a tu vida. Tú, a Dios gracias, sabes hacer frente a la adversidad y, mejor que nadie, sabes cómo suceden las cosas. Pero si crees que tu tristeza habrá de traerte algún alivio, echa sobre nuestros hombros tanto como dé ella sobre ti pesa. Si ella, en cambio, no ha de reparar el mal que ya ha ocurrido, ni va a traerte beneficio alguno, abandónala y pon tu atención en cosas útiles y de provecho para tu vida. En cuanto a saber si fue cierto o falso lo que acerca de Chátraba te dijeron, es, sin duda, cosa fácil de lograr'. Dijo el león: '¿Y cómo puedo lograrlo?'. Dijo la madre del león: 'Al respecto los sabios han dicho una sentencia de perpetua y recordable memoria: "Quien desea distinguir entre quién lo quiere y quién lo odia, o entre quién es su amigo o su enemigo, que lo consulte a su propio corazón". A nuestros semejantes, en efecto, los animan hacia nosotros los mismos sentimientos que hacia ellos nos animan, de manera que el testigo más veraz que tenemos sobre los demás, es nuestro propio corazón. De tus palabras surge evidente la prueba de que el corazón te censura el haber obrado precipitadamente, sin convicción y sin antes conocer y meditar. Tu grave error, cuando fuiste informado sobre las intenciones que el buey, al decir de tus informantes, tenía contigo, consistió en no contener tu ira, hasta haber consultado tu corazón sobre la verdad de los cargos, conociendo tan bien al buey como lo conocías, y si tales noticias eran ciertas o falsas. Ciertamente que en tu corazón hubieras encontrado la luz que te faltó para iluminar tu camino, orientarte hacia la verdad y convencerte de que tales acusaciones no eran más que falsos rumores destinados a destruir el afecto que te unía a ese incomparable y buen amigo que era Chátraba. ¡Qué valiosa hubiera sido esa consulta a tu corazón! porque nada se parece tanto a nuestros sentimientos hacia nuestros semejantes, como los que en ellos alientan hacia nosotros, ya sea que estos sentimientos se manifiesten o que, ocultos, permanezcan en la intimidad del corazón. Haz ahora, por ejemplo, caso omiso de estos trágicos sucesos que te apesadumbran, haz de cuenta que nada ha sucedido y que tienes al buey frente a ti. Recuerda los cargos que había contra él y que tan hondamente te preocuparon. Medita con serenidad, como si fueras a tomar ahora una decisión, ¿qué harías?'. Dijo el león: 'Es mucho lo que he cavilado y pensado después de haber dado muerte al buey. Es mucho


lo que me he esforzado por recordar, si alguna vez, mientras lo tuve a mi lado ha cometido una sola falta que pudiera en algún modo justificar mi proceder, pero cuanto más pienso tanto más lo admiro y mayor es el afecto que por él siento. No recuerdo haber observado en él ningún rasgo de mal carácter que hubiera podido explicar hostiles sentimientos hacia mí, ni alguna divergencia de opinión que me induzca ahora a pensar que el deseo de ver triunfante la suya, lo hubiera incitado a la agresión y la lucha. No recuerdo tampoco haberle hecho mal alguno que le hubiera podido dar motivo para declararme su enemistad. Así, sin ahorrar medios, quiero investigar este caso a sabiendas, no obstante, de que con ello no habré de reparar el error y la injusticia que con tanta imprudencia habría cometido. Pero sí insisto en saber qué es lo que he hecho y si he obrado justa o injustamente. ¿Has oído, al respecto, noticias que referirme puedes?'. Dijo la madre del león: 'Sí, tengo al respecto noticias que uno de tus vasallos me ha confiado después de jurarle de que guardaría el secreto. Y las enseñanzas de los sabios, en lo que al secreto se refiere, son claras y categóricas; así como ellas nos mandan a restituir a su dueño la custodia que nos ha confiado, nos mandan a no revelar jamás un secreto de que hemos sido depositarios. Todavía, si el participarte las informaciones que poseo, te librara de las angustias y del dolor que en vano te oprimen, no vacilaría, tal vez, violando sagrados principios, en contártelas'. Dijo el león: 'Los dichos de los sabios suelen tener aspectos varios e interpretaciones muy diversas y, según las circunstancias, son aplicados de una manera o de otra. No en todos los casos hay obligación de callar, e interpretando erradamente los consejos y mandatos de los sabios, ocultar la verdad. Es preciso tener en cuenta las circunstancias que en una u otra forma se presenten. En ciertos casos es un valioso servicio el que se presta revelando un secreto; en otros es un mal irreparable que da origen a muchos otros. Lo grave e imperdonable es callar lo que debe revelarse, o revelar lo que debe callarse. En este caso no hay 'razón que pueda disculpar tu silencio, ni las enseñanzas de los sabios te obligan a ocultar con él un delito o una injusticia. Tu informante, al confiarte su secreto, no buscó sino arrojar sobre ti el peso de tan grave responsabilidad, para que tú, y no él, sufrieras todas las consecuencias buenas o malas. Has de saber que ninguna ley, ni divina, ni humana, nos obliga a guardar un secreto, si callándolo ocultamos un delito y dejamos en libertad a un criminal. Estás pues, obligada a decir lo que sabes'. Dijo la madre del león: 'Entiendo lo que dices y reconozco que estás en lo cierto. De tu exposición surgen razones indiscutibles que me obligan a decir lo que sé, dado particularmente el caso que para ti significan los graves sucesos que han ocurrido. Y no he de dudar, siendo dueño de ese sano criterio que he admirado siempre en ti, que ninguna consideración a favor de un delincuente habrá de pesar en tu ánimo e impedirte de proceder enérgicamente en la persecución de los perversos y traidores, así resulte el caso insólito de que los que antes eran considerados como los más leales y honestos amigos, sean los comprometidos en tan horrendo delito. Dime si te incomodan mis sugerencias'. Dijo el león: 'En nada me incomodas. Jamás te he tenido por calumniadora, ni pongo en duda tus buenos consejos, ni veo que en nada habrá de perjudicarte revelarme tu secreto'. Dijo la madre del león: 'Por tres razones esto habrá de perjudicarme: la primera, porque revelártelo, ocasionará la ruptura de mi amistad con quien me lo confió; la segunda, porque habré traicionado a quien me hizo digna de su confianza; y tercera, por el temor y la desconfianza que inspiraré en lo sucesivo a quienes buscaban mi compañía y me hacían sus confidencias'. Dijo el león: La verdad has dicho. No es mi propósito violar tus convicciones ni obligarte a decir lo que quieres callar. No tengo la menor duda de cuán sincero es tu afecto, cuán sanas tus intenciones y cuán valioso tu consejo. Cuéntame las cosas en su conjunto si no quieres revelarme el nombre de tu informante y lo que en detalle te confió'.


Y así, sin hacer mención de su informante, le contó los sucesos en su conjunto y, entre otras cosas, le dijo: 'Ni los gobernantes, ni los jefes deben conservar a su lado a los traidores insolentes, ni a los calumniadores y astutos, ni a los que se apartan del recto camino y siembran la corrupción entre los hombres. Porque son los gobernantes los que se apresuran a apartar de los hombres a los que los corrompen y atraerles los que los corrigen. Y tú, ¡oh rey!, obligado estás a matar a Dimna, porque solía decirse: "Por dos razones se corrompen las cosas más importantes: por delatar un secreto y por confiar en un traidor". Y el que desató la enemistad entre tú y Chátraba, el amigo sin par y tu mejor consejero, hasta llevarte a matarlo, fue Dimna, con su traición, su espíritu torpe y torcido, y su hipocresía y falsía. Ya lo conozco en su intimidad, y sé lo que tú ignoras, y entiendo ahora el sentido de todo lo que te decía. Tú seguridad y la de todos tus vasallos, ahora que ha manifestado lo que ocultaba, y revelado lo que callaba, reside en su eliminación. Mátalo en castigo de su delito, para que puedas conservar a salvo a tus vasallos y tenerlos al amparo de sus peligros'. Luego, prosiguió diciendo: 'No ignoro los dichos de los sabios que exaltan los méritos que hay en perdonar a los delincuentes. Pero con esto no se alude a quienes han destruido vidas, o cometido delitos abyectos, que son siempre severamente condenados; aunque la gente vulgar y perversa trate de ampararse en tales recomendaciones, cuando incurre en graves delitos y que llegan, incluso, a comprometer la seguridad del rey. Y recuerda que perdonar un grave delito es cometer otro delito, es premiar al delincuente, estimular a los criminales y dejar en el desamparo a la gente de bien'. En este punto, el rey invitó a su madre a que se retirara, y al amanecer, convocó a un consejo de ministros al cual concurrieron los más prominentes de ellos, e invitó a su madre, e hizo comparecer a Dimna, a quien, una vez en el recinto, lo señaló con mano amenazante. Dimna quedó convencido de que la hora de su destrucción había llegado. Pero volviéndose hacia su vecino, le préguntá con disimulo: '¿Ha ocurrido algún suceso que aflige al rey, o es por cualquier razón que os ha reunido, como lo veo?'. Dijo la madre del león: 'El mayor de todos los sucesos es tu suceso, y la mayor de todas las traiciones es la que has cometido, y tu abuso de la confianza del rey, y la muerte a que has conducido a un ministro inocente'. Dijo Dimna: 'No veo que el que se ha anticipado a hablar haya dejado a otro, lugar de hacerlo. Solía decirse que los que más se cuidan por eludir el mal, son los que más a menudo caen en él. Este grave caso no se refiere naturalmente al rey y a sus consejeros, porque yo sé que con esto se alude a quienes andan en la compañía de los malos, que aún sabiendo cómo se comportan, no se libran de sus perversidades por más que se cuiden. Es por eso que los eremitas se entregan a sí mismos, y prefieren la vida solitaria en la montaña al trato de los hombres; y dedican sus obras a Dios, más bien que a sus criaturas; porque nadie fuera de Dios premia el bien con el bien. Aparte de él, las cosas siguen rumbos diferentes, y en las más de las veces están bajo el signo del error. Nadie está más obligado a obrar con justicia que un rey afortunado, que no tiene necesidad de adular a nadie por algún interés que persigue, o un temor que le inspira. Y si en algo más que todo esto se destaca la grandeza de los reyes en las cosas nobles que tiene la justicia, es en su celo de premiar a los que les prestan valiosos servicios y ningún servicio vale tanto como un buen consejo. Y él sabe como lo sé yo y lo sabéis todos los que aquí estáis presentes, que entre el buey y yo no hubo motivos que pudieron haber determinado mi odio por él, o mi interés porque cayera en alguna desgracia y en lo que ella podía haber de malo e inútil. Lo que hice fue dar al rey mi consejo, y poner en su conocimiento lo que llegué a saber en torno a sus asuntos, hasta que él pudo persuadirse de la verdad de los hechos, formar acerca de ellos el criterio más claro, firme e inteligente. Yo sé que más de uno de los que alientan el engaño y la enemistad, temen que también los delate, y así se han unido contra mí y acordado mi destrucción. No era mi temor de que el premio a mi consejo y


buenos servicios fuera a ser ese dolor que embarga al rey de haberme dejado vivo'. Cuando el rey oyó las palabras de Dimna, dijo: 'Sacadlo de aquí y entregadlo a los jueces para que investiguen su caso, porque nunca me ha gustado proferir un fallo contra un delincuente o a favor de un inocente, sino a la luz de la justicia y de la verdad'. Dimna se prosternó ante el rey y dijo: 'Nada aclara mejor lo que se ignora, ni despeja una sospecha, ni es de mayor utilidad para disipar las vaguedades que hay en las cosas, como usar oportunamente los medios indicados que a ello conducen. Sabéis, oh rey, que el fuego que está latente en un árbol o en una piedra, no surge, ni su utilidad puede ser aprovechada sino mediante el esfuerzo y el trabajo. Si yo hubiera cometido algún delito, le temería a la investigación, pero seguro como estoy de mi inculpabilidad, confío que la investigación y el estudio prueben mi inocencia. Toda cosa que huele bien o mal, el paso de los días no hace sino aumentar su olor y confirmar su presencia. Y si yo viera que sobre mí pesase alguna culpa o algún delito, ya me hubiera refugiado en cualquier otro lugar del mundo, y no estaría a las puertas del rey a la espera de un fallo. Pero, una sola petición quiero elevar al soberano, y es que ordene a quien ha de investigar mi caso, que le rinda un informe diario con las pruebas y explicaciones en que fundamento mi inculpabilidad, que así podrá formarse un criterio, hacer una confrontación de los hechos que con el caso se relacionan, y no actuará basado en sospechas, sembradas por gentes perversas, llenas de odios. El conocimiento que tuvo el soberano de la enemistad del buey, de la que tratan ahora hacerlo dudar, da razones suficientes para que no ordene mi muerte, sobre todo tras haber comprobado mi buen consejo y mi afán por su seguridad, además, él me conoce y sabe cuán humilde e inofensivo soy. No puedo negar mi condición de esclavo, ni tengo las aspiraciones de quienes me superan. Pero, así no sea sino esclavo del soberano, tengo derecho a su justicia, y seguro estoy de que no habrá de negármela ni mientras yo viva, ni después que muera. Si el soberano ha decidido entregarme a quien investigue mi caso, sólo invoco de su justicia que no se desinterese de mi suerte y que exija estar informado sobre el desarrollo de la investigación. Ahora si por razón de mi mala suerte y mi incapacidad de eludir el mandato del destino, el rey no considera mi situación, ni estudia mi caso, ni me protege del castigo a que me exponen las acusaciones de gentes falsas y perversas, sin que sobre mí pese culpa alguna, entonces no me quedará sino acogerme a Dios, que es el que nos asiste en la angustia. Y los sabios han dicho:quien cree en las cosas sospechosas en vez de dudar, le sucederá lo que a la mujer que entregó su dinero a su esclavo por una simulación'. Dijo el león: ¿Y cómo fue eso?.

La fábula de la mujer, el pintor y el esclavo.

Dijo Dimna: "Cuentan que en la ciudad de Basrún, en un país llamado Cachemira, vivía un mercader que respondía al nombre de Hubal. Era casado con una mujer muy astuta que se valía de sinnúmero de recursos para sustraerle el dinero y gastarlo en sus propios caprichos. Y vivía cerca de su casa un pintor de reconocido talento que se confabulaba con ella y le ayudaba a robarse el dinero de su marido. Cierto día que la visitaba, la mujer le dijo: "Has de ingeniarte algún recurso que me permita saber tu llegada cuando vengas a buscarme de noche, sin que tengas que llamar ni gesticular, ni hacer nada susceptible de suscitar sospechas". "Se me ocurre en verdad -contestó el pintor- un excelente recurso que te va a gustar muchísimo. Tengo


una túnica pintada con dibujos fantásticos en una de sus caras, de una blancura que semeja la claridad de la luna; la segunda cara es tan negra como las pupilas de unos ojos negros. Me la pondré todas las veces que vendré a verte. Su blancura te revelará mi llegada en las noches oscuras, y la cara negra, en las noches de luna. Cuando la veas sabrás que soy yo y me traerás el dinero". Mientras los dos platicaban, entró, sin que se dieran cuenta, uno de los esclavos del mercader y enterado de lo que la mujer y el pintor habían acordado, se hizo el propósito de ganar de mano al pintor y coger parte del dinero que la mujer sustraía a su esposo. Así, horas más tarde, se fue el esclavo a la casa del pintor, y siendo amigo de su esclava, le pidió que le prestara la túnica para enseñarla a un amigo suyo, comprometiéndose a devolverla en breve tiempo. Accedió ella a su petición y al entregársela se la puso y se fue a buscar a la mujer del mercader conforme el pintor lo iba a hacer. Cuando ella lo vio llegar no dudó por un momento de que fuera el pintor, y sin vacilar, le hizo entrega del dinero. Luego, regresó el esclavo y devolvió la túnica a la esclava del pintor, quien a su vez tornó a dejarla en el mismo sitio en que estaba. Hallábase el pintor ausente de la casa y no regresó sino a altas horas de la noche; se puso entonces la túnica y se fue, conforme lo acordado, a buscar a la mujer del mercader. Cuando ésta lo vio, salió a recibirlo y quedamente le dijo: "¿Por qué te has apresurado a regresar si acabo de entregarte el dinero no hace un momento?". Honda pena causaron estas palabras en el pintor e inmediatamente regresó a su casa y llamó a su esclava, quien bajo la amenaza de ser azotada, le contó la historia. Los hechos ocurridos causaron todavía más pena al pintor, y avergonzado y arrepentido quemó la túnica'. 'Os he citado este ejemplo, ¡oh rey!, para que sepáis que la sospecha es mentira. Y que la mentira deshonra a su dueño. Y vos no tenéis derecho a matar a un inocente que os ha dado su amistad, por las calumnias de los calumniadores, y la confabulación de los traidores contra él. No digo esto por temor a la muerte, que por temible que sea, nadie a ella escapa, y que es la parte segura de quien vive. Si tuviera cien' vidas, y llegara a saber que en su destrucción estaría la satisfacción del rey, se las entregaría complacido. Y si creéis, ¡oh rey!, que con matarme vais a disfrutar del descanso y del sosiego, habéis de saber que los sabios dicen: "Quien comete un pecado o un delito, y que para expiarlos se entrega para ser ejecutado, Dios lo perdona y se salva del castigo de la otra vida. Y yo, así convencido como estoy, de que Dios ha colocado al rey más allá de la injusticia, la agresión y la destrucción de una vida inocente, por las difamaciones de los malvados y la confabulación de los traidores, sólo os pido que antes de precipitaros a la acción, que investiguéis y meditéis`. Mientras Dimna hacía su defensa, intervino contra él uno de los concurrentes que acompañaban al rey, y dijo: '¡Oh rey!, no es el propósito de Dimna con todo lo que dice, enaltecer la justicia del rey o exaltar sus virtudes, sino defenderse de los graves hechos que ha cometido'. Dijo Dimna: '¡Ay de ti! ¿Cuándo se ha tenido como una falta el que el hombre defienda' su vida? ¿Hay algo acaso más caro que ella para él? ¿Y si él no la defiende, entonces quién lo hace por él? ¿Quién es más digno que yo de mi propio consejo? ¿Y qué vida es más digna de mi celo que la mía? Los sabios han dicho: "El hombre que siente desdén y desafecto hacia su propia vida, los siente en grado mayor hacia la vida de los demás, y lo animan hacia ella mayor' falsedad y desinterés". Deducirán de tus palabras, los aquí presentes, tu poca inteligencia y tu ignorancia de las cosas en que te has entrometido. Has dado prueba de la envidia y del odio que se han apoderado de ti; y los que te han escuchado, han podido comprobar que a nadie quieres, y que eres enemigo de ti mismo y de todos los demás. Tus iguales no deben estar sino entre los animales, pero no en el consejo del rey, ni siquiera a sus puertas'. Cuando el asistente que habló oyó la réplica de Dimna, sin intentar respuesta, se retiró avergonzado. Dijo la madre del león: 'Resulta admirable esa facilidad que tienes para expresarte, y replicar a quienes hablan, tras todo lo que has hecho'. Dijo Dimna: '¿Qué razón tenéis para mirar a mi desgracia con un solo ojo y para escucharme con un


solo oído? ¡Cómo cambian las cosas y cómo se tornan de absurdas! Ya nadie quiere decir la verdad. Ya nadie quiere obrar con justicia. Las pasiones enceguecen a todo el mundo. Ya los que están en la puertas del soberano o los que tan inmerecidamente forman parte de su consejo, por la confianza que tienen con él, por la seguridad que sienten a su amparo y por el afecto con que de parte de él se sienten rodeados, no se cuidan de hablar, dan rienda suelta a sus pasiones, y atropellan en forma brutal la verdad y la ley sin que él los llame al orden o los censure'. Dijo la madre del león: 'Ved a este perverso e ingrato, cómo quiere enredar las cosas para demostrar su inocencia'. Dijo Dimna: 'Perverso e ingrato es aquel que delata el secreto en vez de guardarlo. Es el hombre que se pone la vestimenta de la mujer o ésta cuando se pone la de aquél. Es el huésped que se declara dueño de la casa donde ha sido recibido. Es el que en consejo del soberano expresa opiniones que no le han sido pedidas'. Dijo la madre del león: '¡Oh criminal! ¿Acaso ignoras tu monstruoso delito, tu falsia y perversidad?'. Dijo Dimna: 'El perverso que hace el mal, nunca desea el bien para nadie ni se defiende ante la desgracia'. Dijo la madre del león: '¡Oh traidor! ¡Oh ingrato! ¿Cómo te atreves a decir todo esto? ¡Cómo es de extraño el que el soberano no te haya destruido todavía!'. Dijo Dimna: 'Traidor e ingrato es aquel a quien se le da el consejo para triunfar sobre su enemigo y no lo agradece, y en vez de la gratitud corresponde con la persecución, y en vez de darle protección a su consejero, busca matarlo injustamente'. Dijo la madre del león: 'Tus consejos y tus fábulas son más extravagantes que toda la astucia, la hipocresía y la envidia de que has dado prueba'. Dijo Dimna: 'Esta es la oportunidad de dar consejos a quienes tengan oídos para escucharlos, y de citar fábulas a quienes quieran sacar de ellas alguna enseñanza'. Dijo la madre del león: '¡Oh traidor! Si reflexionaras en tu monstruoso crimen te darías cuenta cuán impedido estás para dar consejos y citar fábulas'. Dijo Dimna: 'El traidor es el que se propone destruir la vida de quien se ha confiado a él y declara la guerra a quien le ha señalado su enemigo'. Dijo la madre del león: '¡Oh falaz! ¿Quieres ahora deslumbrarnos con tu locuacidad para ocultar tu crimen?'. Dijo Dimna: El falaz es aquel que recibe el bien y hace el mal, y corresponde con la ingratitud a los favores recibidos. En cuanto a mí, he cumplido con mis obligaciones y he sido leal'. Dijo la madre del león: '¿Y cuáles son los compromisos con que has cumplido y cuándo fuiste leal?'. Dijo Dimna: 'El soberano sabe que si sobre mí pesare algún delito, no me atrevería a hablar en su presencia o sostener argumentos falsos o inventar mentiras'. Observando la madre del león a su hijo, notó que las palabras de Dimna no hacían sino ablandar cada vez más su ánimo, y asaltándole el temor de que llegara a convencerlo definitivamente de su inocencia y obtuviera su absolución, con voz firme se dirigió a él y le dijo: 'El silencio ante las afirmaciones del acusado equivale a estar de acuerdo con lo que dice, de ahí es que dicen los sabios: "Quien calla otorga`, y airada se levantó para salir. El león ordenó entonces que Dimna fuera encadenado y encarcelado, y dio la orden a sus jueces para que hicieran la investigación. Y dirigiéndose nuevamente al león, dijo la madre: Tiempo ha que vengo oyendo hablar de la perversidad de Dimna, pero nunca, como ahora, he tenido pruebas tan evidentes acerca de su falsía, de ! su capacidad para inventar disculpas y de su habilidad para cubrir el delito con la mentira. Su capacidad para mentir no tiene límite. Tu seguridad y la de todos tus vasallos está en su destrucción. Obra sin


vacilación con la energía que caracteriza a todo buen gobernante. Todos tus vasallos te respaldarán en forma unánime, porque todos ellos, los prestantes y los humildes, conocen a fondo a Dimna y saben cuán peligroso es. Todos están enterados de sus escándalos, particularmente en este último en que cayó víctima el más leal de tus consejeros. Es siempre el mismo mentiroso, porque la protervidad está honradamente arraigada en su espíritu y constituye la esencia de su naturaleza'. Dijo el león: 'Habitualmente, entre los cortesanos del soberano y quienes a éstos rodean, surgen rivalidades y luchas por alcanzar posiciones superiores, y los que están abajo tratan de desalojar a los que están arriba, lo cual suele dar origen a muchas injusticias y desencadenar la envidia de unos contra otros, particularmente contra los de más valor y más prestigio. Y he sabido que la posición que ha alcanzado Dimna, ha herido el orgullo de muchos de mis colaboradores, de manera que en verdad no sé si lo que veo y oigo de ellos, y si el acuerdo unánime que hay contra él puedan tener sus raíces en la envidia. Me disgustaría por lo tanto condenarlo precipitadamente. Un buen vestido no debe desecharse sino por alguna razón que lo justifique. No podría estar tranquilo ante mi conciencia si, obedeciendo a las pasiones, obrara precipitadamente; antes de adoptar una actitud adversa contra él, prefiero investigar y convencerme. Puedes estar tranquila, y nada debe preocuparte, que ya acaba de ocurrírseme lo que debo hacer'. Tranquila y satisfecha salió la madre del león. Cuando Dimna fue introducido a la cárcel y se le aplicaron las cadenas, Calila fue informado de que había sido encarcelado de nuevo, y sintió por él gran compasión y mucho pesar, dada la larga amistad, la convivencia y el afecto que los unía. Y se fue en busca de él, y lo encontró en la cárcel. Y Calila lloró cuando vio el dolor, la tristeza y la tragedia en que se encontraba, y le dijo: 'La situación en que te hallas hace innecesarias mis prédicas, pero no por ello voy a dejar de prevenirte y darte mi consejo, que cada palabra tiene su lugar. Si me hubiera abstenido de darte mis consejos cuando los necesitabas y era todavía tiempo, hoy sería tu cómplice en el delito, pero tu arrogancia turbó tu juicio y triunfó sobre tu razón. Te citaba entonces, por ejemplo, las palabras de los sabios: "El intrigante muere antes de su tiempo", y al decir "muere antes de su tiempo" no se referían a la interrupción de la existencia, sino a las cosas que se le presentan para hacerla desgraciada, tal lo que te ocurre, en que la muerte te resulta preferible a la vida'. Dijo Dimna: 'Reconozco que siempre dijiste la verdad. Recuerdo cuán sabias y justas fueron tus prédicas, pero, como dijiste, la excesiva confianza en mí mismo y la ambición desenfrenada por conquistar más altas posiciones, me trastornaron el juicio e hiciéronme ver como necios tus buenos consejos. Fui como el enfermo, amigo del comer, que a sabiendas de que el exceso en ello agrava su enfermedad, no escucha la voz de la razón y se deja llevar por la voracidad de su apetito. Reconozco haber sembrado yo mismo mi propio infortunio: que toda semilla nace a su tiempo, así se anticipe o se retarde la siembra. Ha llegado la hora de cosechar lo que yo mismo he sembrado. Pero lo que más me preocupa es que recaigan sobre ti las sospechas y que por razón de nuestra amistad, te acusen de ser mi cómplice en el delito, y si esto llega a suceder, mucho me temo de que te capturen, te conminen y te obliguen a confesar todo cuanto sobre este caso sabes. Como nadie duda de tu honestidad o de lo que, dices, porque siempre has dicho la verdad, ninguna duda inspirarán tus palabras cuando llegues a declarar contra quien está en la situación en que me hallo'.. Dijo Calila: Te entiendo, y los sabios han dicho: "Nadie resiste la perennidad del castigo y el dolor, ni debe callar lo que puede salvarlo del castigo eterno'. Considero pues que, ya que has caído en esta tremenda desgracia, debes reconocer tu culpabilidad y confesar tu delito y buscar tu salvación en la vida eterna, y esto solo se consigue con la penitencia y el arrepenti-, miento. Estáis inexorablemente perdido y no debes permitir que al castigo de la vida presente se le sume el de la vida eterna. Preferible es que sufras en este mundo y no en el infierno eternamente todas las consecuencias de tu delito'.


Dijo Dimna: Bien has dicho y sabios son tus consejos. Sin embargo, obrar en armonía con ellos va a ser difícil, espantoso y aterrador, porque el león es implacable y mi castigo será tan severo como despiadado'. Sin decir más nada, y de acuerdo en el fondo con lo que dijo Dimna, regresó Calila a su morada con los peores presentimientos. Y presa de su angustia, sufrió un tremendo dolor de estómago y murió antes de amanecer. Había en la cárcel una pantera que dormía cerca del lugar en que Calila y Dimna se habían reunido. El diálogo que entre ellos se desarrolló la despertó, y pudo así enterarse de todo lo que se dijeron sin que ninguno de los dos se diera cuenta: las incriminaciones de Calila y la aprobación de Dimna. Al día siguiente por la mañana, visitó la madre del león a éste y de nuevo le recordó el asunto de Dimna, sus disculpas y su inusitada insolencia, y agregó diciendo: 'Perdonar al perverso es exponer y arrojar a los justos en las fauces del peligro; absolverlo es convertirse en su cómplice en el delito. Dar protección a los buenos, es colaborar con ellos en el bien que hacen. El perdón hace tanto daño en el felón, como bien en el hombre probo y de noble corazón, y corrompe al primero en la misma medida que corrige al segundo'. Cuando el león oyó estas palabras, llamó al juez y al tigre y les ordenó activar la investigación y hacer todas las averiguaciones posibles entre los que a juicio de ellos podían poseer informaciones acerca del caso; les pidió igualmente que le rindieran, con la mayor premura, un informe detallado sobre la culpabilidad directa o indirecta de Dimna, y sobre la validez o invalidez de las razones y disculpas que ha presentado. Así salieron el juez y el tigre a cumplir las órdenes del soberano. Hicieron comparecer a Dimna ante un tribunal especial integrado por los jueces más prestantes, con la misión de investigar el caso Dimna, e hicieron comparecer a éste para indagarlo y oírle sus razones. Presente Dimna en la sala de audiencia, se levantó el tigre y con su voz bronca dijo: 'Vosotros sabéis, honorables miembros de este tribunal, la profunda pesadumbre que hoy embarga y aflige al soberano por la muerte de Chátraba, y la profunda preocupación que lo atormenta ante el temor de haber obrado injustamente. Existen indicios que nos hacen creer, tanto al soberano como a nosotros, de que Dimna sea el autor del delito, que haya sido él, el que sembrando calumnias y sospechas, incitó al león para matar al buey, a fin de poder conseguir ciertos fines y satisfacer ciertas ambiciones. Hemos sido pues encargados de investigar este caso y establecer la culpabilidad o inculpabilidad de Dimna en los sucesos ocurridos. Todos vosotros estáis en la obligación de dar vuestra máxima colaboración y de no ocultar ninguna información que sobre el caso tengáis. Que diga cada quien lo que sepa a fin de evitar encubrir el delito con el silencio. Y quien tenga algo que decir que lo diga aquí públicamente, porque nadie debe ser castigado sino cuando realmente merezca el castigo; pero no por recelo o una sospecha que inspire. Vuestra colaboración en favor del esclarecimiento de la verdad nos será muy valiosa, ya que ella evitará un castigo injusto o un perdón inmerecido'. Concluida la arenga del tigre, se levantó el presidente del tribunal y dijo: 'A las sabias palabras que acabamos de escuchar, debo agregar que por tres razones todos estáis en la obligación de decir la verdad y de no ocultar nada de lo que sobre este delito sepáis: Primera: si calláis, con el silencio estaréis ocultando un delito, y ocultar un delito es cometer otro delito. Segunda: el castigo del culpable frena a los sospechosos, y sirve de lección al soberano y a sus súbditos. Tercera: si los malvados son eliminados de la tierra, las relaciones entre la gente de bien se tornan más sinceras y más cordiales, los hombres podrán disfrutar de una vida más sosegada y más feliz, y los sabios podrán cumplir más eficazmente y con mejor fortuna su misión. Que diga pues cada quien lo que


acerca del asunto sepa a fin de que nuestro fallo quede fundado en la verdad y la justicia, y no en una presunción o una sospecha'. Cuando el presidente del tribunal hubo terminado su arenga, esperó que alguien dijera algo, pero todo el mundo permaneció callado, ya que nadie de los que estaban presentes tenía un conocimiento claro y preciso sobre el caso, y les disgustaba hacer declaraciones vagas por el temor a causar una sanción injusta al acusado. Ante ese silencio y la perplejidad de todos, pidió Dimna la palabra y dijo: 'Si yo fuera culpable, cómo debería estar de satisfecho ante ese silencio de vosotros que indica que nada sabéis de un delito del que se me acusa. Si hubiera cometido algún delito, algunas informaciones vagas o claras hubieran llegado a vuestro conocimiento. Pero vuestro silencio indica que nada sabéis y ello prueba mi inocencia. Y faltando pruebas y testimonios no queda lugar ni a la condena ni a la sanción. Estáis pues obligados a declararme inocente y absuelto. Recordad que las palabras como los hechos, tarde o temprano, producen consecuencias. Y quien injustamente me exponga a algún mal o haga afirmaciones basadas en simples sospechas y conjeturas, le sucederá lo que le sucedió al falso médico que pretendía saber lo que ignoraba'. Dijo el presidente del tribunal: '¿Y cómo fue eso?'. El caso del falso médico Dijo Dimna: `Cuentan que en una de las ciudades de Sind, vivía un médico de gran talento y vastos conocimientos. Los enfermos acudían a él de todo el país porque era el más acertado en la curación de las más diversas dolencias. Cierto día murió, pero no sin dejar una extensa obra escrita de la cual los médicos pudieron sacar mucho provecho. En la comarca en que vivía, había un ignorante que pretendía ser médico y conocer las enfermedades y la forma de curarlas. Y así lo anunciaba en toda la región. Y aconteció que cierto día, cayó gravemente enferma la hija del rey de aquella tierra. Y cuando el rey averiguó por el mejor médico, se le insinuó el nombre de uno muy célebre que vivía a pocas leguas de distancia. El rey lo mandó a llamar, pero el mensajero encontró que era hombre de muy avanzada edad, que había perdido la vista y que estaba en incapacidad para viajar, ante lo cual se le describió la situación en que se hallaba la hija del rey y las dolencias que padecía. Y el médico le indicó una medicina que se llamaba zamharán, y le dijo que la falta de la vista no le permitía pesar y mezclar adecuadamente los componentes. Informado de todas estas cosas aquel falso médico, se presentó al palacio del rey y afirmó conocer muy bien aquella medicina, así como las propiedades de todos sus componentes, y ofreció prepararla. Alegó, además, en favor suyo, haber sido discípulo y colaborador durante largos años de aquel célebre médico que años atrás había muerto. Convencido el rey de las afirmaciones que el ignorante hiciera, ordenó que se le condujera al armario de las medicinas para que tomara las que fueran necesarias y preparara el remedio. Pero como no conocía las medicinas ni sus propiedades, escogió al azar y caprichosamente, sin conocimiento alguno, fundado únicamente en conjeturas y apariencias, varios productos, entre los cuales un veneno violento, y después de mezclarlos, hizo ingerir la mixtura a la hija del rey, quien a la hora de tomarla murió. Entonces el rey lo hizo prender y tomar del mismo remedio, y así a su turno, murió instantáneamente'. 'No os he citado esta historia, sino para que sepáis la suerte que corre el ignorante que no habla sino necedades, y que no obra sino fundado en conjeturas y sospechas'. Después de Dimna, hizo uso de la palabra el jefe de los cerdos, el cual solidarizándose con la madre del león, y dando respaldo a su opinión de eliminar a Dimna, dijo: 'Si hay algo que no merece investigación pública o privada, y que para los conocedores no presenta dudas de ninguna clase, es el caso de este


malhechor en quien todos los distintivos y señales de la maldad, que los sabios han descrito e interpretado, están claramente dibujados en su rostro y presentes en sus movimientos'. Dirigiéndose al jefe de los cerdos, preguntó el presidente del tribunal: '¿Y cuáles son esas señales y distintivos? Dinos qué es lo que ves de particular en el rostro de Dimna que te hace creer que es un malhechor. Con voz alta y bronca contestó el jefe de los cerdos: 'Los sabios han dicho: "Quien tiene el ojo izquierdo pequeño y constantemente le parpadea, la nariz inclinada hacia la derecha, las cejas muy separadas, los pelos de su cuerpo en grupos de tres y tres, y cuando camina tiene clavados los ojos en el suelo y de tiempo en tiempo mira a un lado u otro, en ese están reunidas todas las características de la perversidad, del delito y de la maldad". Y todas estas señales están en Dimna'. La intervención del jefe de los cerdos irritó y causó gran extrañeza en Dimna, el que con voz firme y sin titubear le replicó: 'Nuestros actos deben ser juzgados independientemente de las formas que tenga nuestro cuerpo, porque la ley de Dios está hecha para todos, para los que están formados de un modo o de otro, y sólo ella es absolutamente justa y en ella no hay sitio para el error, ni la injusticia, ni el odio o las pasiones. Si estas señales que mencionas, u otras que se les parezcan, sirvieran de base para conocer la verdad y administrar la justicia; si ellas pudieran sustituir lo que el estudio y la razón revelan en un sentido u otro, no habría entonces razón para que nadie alegue; razones en favor o en contra de nada o de nadie, ya que la recompensa de unos y el castigo de otros no se harían sino con base en esas señales. Y ellas nos librarían de toda responsabilidad ya que esas señales nacen con nosotros y viven con nosotros independientemente de nuestra voluntad y así serian ellas las que fatalmente, y por sobre toda otra consideración, determinarían nuestra conducta. Si pretendes que el bien y el mal que hacemos dependen únicamente de estas señales, ¿qué mérito tendrían entonces los que obran bien y qué culpa los que obran mal? Y si las cosas son como dices, entonces debo ser absuelto aunque sea culpable, ya que no sería más que el instrumento de una voluntad superior a la mía, determinada por unas señales que muy lejos de mí está el poder transformarlas en otras capaces de hacer el bien. Con tus palabras has hecho mi defensa sin quererlo ni pensarlo. Pero tu caso es como el del hombre que dijo a su esposa: "Mira primero tus defectos y critica después, ¡oh canalla!, los defectos de los demás`.

Preguntaron a Dimna: "¿Y cómo fue eso?".

La historia del hombre y de las dos mujeres

Dijo Dimna: "Cuentan que una ciudad, que se llamaba Bujarast, fue un día asediada y conquistada por el enemigo. Y cuando los ejércitos vencedores hicieron su entrada, violaron a todas las mujeres, se repartieron todas las riquezas, mataron a todos los hombres cultos, y tomaron como esclavos a todas sus gentes humildes. A uno de los soldados le correspondieron un labrador y dos mujeres que éste tenía. Era el soldado un déspota que daba a esas mujeres un trato de inusitada dureza: las despojaba de sus vestimentas, las flagelaba, las sometía a toda clase de privaciones y las hacía padecer hambre y sed. Cierto día condujo a esos tres infortunados a un bosque que había en las cercanías para traer leña. Iban las dos mujeres completamente desnudas, y una de ellas que se encontró un andrajo, lo recogió y cubrió con él parte de su desnudez. Viendo su compañera lo que hizo, se rió e irónicamente dijo al labrador: "¿Ve a aquella lo divertida que ha quedado con su andrajo?". "¿Acaso no te das cuenta cómo estás tú?


-contestó el labrador-; primero, cúbrete al menos como ella, ¡oh canalla! y critica después`. 'Tu intromisión -prosiguió Dimna, refiriéndose al jefe de los cerdos- y tu insolencia, son todavía más repugnantes que tu cuerpo inmundo, tu hediondez y desvergonzado descaro. Y lo que es más inaudito es que tus abominables defectos, no te inhiben acercarte al rey, tomar asiento a su mesa y obligarlo a tolerar tu desagradable compañía, como si fueras puro, inmaculado y libre de tanta abyección. Muy bien conozco toda tu miseria, tanto como la conocen muchos de los que están aquí presentes. Nada me había impedido hasta hoy revelarte tu verdad, sino la amistad que nos unía. Pero ahora que te anticipas con el agravio, que das muestras de tus malas intenciones conmigo, y que injustamente me hostilizas ante este tribunal, diré todo lo que sé de ti, y a todos diré cuán inmundo, repugnante y repulsivo eres, y cuán indigno eres para estar al servicio del soberano o siquiera al de sus últimos servidores. Los que te conocen están en la obligación de pedir al soberano que te destituya, prescinda de todos tus servicios, y expulse de su mesa a un huésped tan sucio e indeseable como tú'. Ante estas palabras de Dimna, desistió el jefe de los cerdos de intervenir nuevamente y permaneció en su sitio con la lengua trabada. Asimismo, la timidez se apoderó de toda la concurrencia, y el temor a Dimna y a su inusitada agresividad, obligó a todo el mundo a callar. A su turno el presidente del tribunal ordenó suspender la audiencia. Entre la asistencia había un chacal que el león había mandado de observador, el cual, suspendida la audiencia, regresó e informó al león sobre todo lo que había ocurrido, sin ocultarle detalle del duelo que se desencadenó entre el jefe de los cerdos y Dimna. Enterado el león de toda la arenga de Dimna, inmediatamente decretó la destitución del jefe de los cerdos, le prohibió volver a sentarse a su mesa y asomarse a su presencia. Por otra parte ordenó que Dimna fuera puesto de nuevo en la cárcel, y que se elaborara un informe de la audiencia, el cual después de ser redactado y leído, fue firmado por el tigre. Tenía Calila, entre los cortesanos del rey, un amigo que se llamaba Burzabáh a quien de mucho tiempo atrás le unía una gran amistad. Gozaba éste en la corte de un gran prestigio y de toda la estima del león. Cuando Burzabáh fue enterado de la muerte de Calila, fue donde Dimna y le dio la triste noticia, y le dijo que había muerto víctima del dolor intenso que le causó su suerte. Lloró Dimna amargamente y dijo: '¡Cómo es de cierto lo que se dice: cuando una desgracia nos sorprende, vienen en seguida las malas por todas partes y caemos abatidos por todos los infortunios!'. Y mirando a Burzabáh, agregó: 'Pero a Dios gracias, no ha muerto Calila sin dejarme un buen amigo como tú. En ti, en Dios y todas sus bondades están ahora mis esperanzas. El es el que te ha conducido a esta desolación en que estoy. ¡Cuánto sosiego me inspira tu presencia! Sólo en ti puedo ahora confiar y sólo a ti puedo pedir un favor que espero me otorgues: ve al sitio tal, allá encontrarás el dinero que mi hermano Calila y yo reunimos y ganamos con nuestros esfuerzos, nuestro trabajo y la voluntad de Dios, y me lo traerás'. Accedió Burzabáh y le trajo la fabulosa fortuna que entre él y Calila habían acumulado. De esa fortuna entregó Dimna la mayor parte a Burzabáh y le dijo: 'Tú, como jefe de los sacerdotes en la corte del león, tienes más que nadie la facilidad de entrar y salir, y gracias al respeto de que gozas, podrás quizás intervenir en mi favor. Así, muy respetuosamente te suplico hacer cuanto puedas para aliviar mi infortunio. Mucho me interesa saber también, cuál será la actitud del león una vez que se entere de la audiencia y de lo que ocurrió entre mis adversarios y yo. Desearía saber igualmente cuál es en la actualidad la actitud de la madre del león respecto a mí, y si el león está de acuerdo o en desacuerdo con ella sobre mi caso. Observa todas esa cosas y me informarás detalladamente. Guardó Burzabáh lo que Dimna le dio y se fue a casa. Al día siguiente se levantó el león y se sentó a meditar en el caso de Dimna. Cuando ya habían transcurrido unas horas de la mañana, se presentaron a sus puertas a solicitar audiencia un grupo de sus más prestigiosos colaboradores. El león los hizo entrar. Estos pusieron en sus manos un informe detallado de la audiencia en el que aparecían todas las razones que Diurna alegó en su propia defensa.


Recibió el león el informe y los invitó a retirarse. Luego hizo llamar a su madre y le leyó todo el informe. Su lectura provocó una gran indignación en ella y en voz alta gritó: 'No te enojes, ¡oh Rey!, si hablo con rudeza'. Dijo el león: 'No me enojaré, puedes decir lo que deseas. Empiezo a observar -Dijo ella- que tú no sabes discernir entre lo que puede serte provechoso de lo que puede serte nocivo. Estás excediéndote tanto en el estudio del caso de Dimna y en sus razones y disculpas, que no vas a tardar en perder el juicio y en caer en la perplejidad y la indecisión. Es por esto que te aconsejaba no oírle sus razones a este malhechor, que de tiempo atrás viene causándonos males sin cuento y abusando de nuestra confianza'. Muy enojada, y sin darle tiempo al león de hablar, se retiró del recinto. Detrás de ella, a toda prisa, salió Burzabáh y fue donde Dimna y le contó lo que la madre del león había dicho. Al día siguiente, hizo el juez comparecer a Dimna, y tras varias consultas que hizo acerca de él le dijo: '¡Oh Dimna! Una persona veraz, digna de toda confianza, me contó toda tu historia, de manera que ya no tenemos que estudiar más de lo que hemos hecho. Debes saber que los sabios han dicho que Dios.hizo este mundo para que sirviera de paso hacia la vida eterna, e hizo en él la morada de sus mensajeros y profetas que son los que nos señalan el bien, nos indican el camino del paraíso y nos invitan al conocimiento de Dios Todopoderoso. Estamos plenamente convencidos de tu culpabilidad por informaciones secretas que hemos recibido de fuentes dignas de nuestra confianza; pero el león, nuestro señor, nos ha ordenado considerar e investigar de nuevo tu caso, aunque para nosotros todo está claro y toda investigación sobra'. Dijo Dimna: veo, señor juez, que no tienes la costumbre de fallar con rectitud. No es justo que el soberano entregue a los oprimidos, libres de toda culpa, a un juez injusto. Por el contrario, cuando son acusados y van a ser juzgados, tienen derecho a que se ponga a su disposición quien les asista y defienda. Y en cuanto a mí se refiere, a nadie le consta mi culpabilidad, ni nadie ha dicho algo contra mí'. Dijo el juez: 'Aunque todos los que están aquí reunidos callen y nada digan en contra tuya, todas sus sospechas concuerdan. en que tú has delinquido; ningún favor puedes esperar más de la vida, ahora que todos, en el fondo, están convencidos de tu culpabilidad. Así, nada mejor puedes hacer que confesar tu delito. Tu confesión te librará del castigo eterno y por dos razones te hará merecedor del aprecio y de los elogios; primero: por tu incomparable capacidad de ingeniar recursos y forjar pruebas en tu defensa; segundo: porque habrás demostrado preferir sacrificar tu vida en aras de tu alma. Los sabios han dicho: es preferible morir por algo digno que vivir en la deshonra". Dijo Dimna: 'Los jueces nunca pueden fundar sus fallos en sus presunciones ni en las del público o los particulares. Vos, sabéis muy bien, señor juez, que la presunción no sustituye la verdad. Aunque cuando todos crean que soy el autor de este delito, nadie más que yo conoce la verdad de mí mismo, y el conocimiento que tengo de mí mismo es claro, absoluto y libre de toda duda. Ni una sola de las acusaciones contra mí ha sido probada. Todas están en el terreno de la conjetura y de sospechas malévolas que mis enemigos han sembrado. Sólo en ellas están fundadas las falsas convicciones sobre mi culpabilidad y la gravedad de los cargos que me hacen. Y si siendo inocente, callo y acepto como ciertos los cargos que me hacéis y la sanción que inevitablemente habrá de seguir, estaría agraviándome a mí mismo. ¿Cuál sería entonces mi disculpa ante mí mismo si contra mí mismo obrara mal, engañándome deliberadamente y aceptando mi destrucción a sabiendas de que soy inocente? ¿No es acaso mi vida lo que tengo de más caro en este mundo y lo que con mayor celo estoy obligado a defender? Si en vez de ser el reo fuera el acusador, e


imitando vuestro ejemplo quisiera obrar con vos o con los que aquí están presentes como procedéis conmigo, ni mi conciencia me lo permitiría, ni sería un acto que haría honor a mi carácter. Retirar pues, señor juez, vuestras palabras y reflexionad y meditad en vuestras afirmaciones. Si lo que pretendéis es aconsejarme, habéis equivocado la oportunidad; y si lo que os proponéis es engañarme, estaríais violando los más sagrados principios de la justicia, porque nunca es tan abominable el engaño como cuando es premeditado. El engaño y la mentira deben ser siempre ajenos al espíritu de los jueces honestos. Habéis de saber que procediendo como lo hacéis, estáis sentando funestos antecedentes en la administración de la justicia. Todo el mundo obra y procede como proceden los jueces que administran justicia y cuyos procedimientos son imitados, aplicados y considerados como normas y leyes de conformidad con las cuales se sigue procediendo, y así el error puede convertirse en norma y ley que los envidiosos y malvados podrán invocar para cometer a su amparo toda clase de abusos. Y ya va a tal extremo mi infortunio, que no obstante que habéis sido siempre honesto, sincero y justo, ahora, en mi caso, de muy distinta manera estáis obrando; y así, de un lado dejáis los principios fundamentales de la ley, que es inmutable, y la justicia que con tan insospechable pulcritud habéis administrado, para obrar ahora fundándose en conjeturas que según las circunstancias, que son variables, son interpretadas de una manera u otra. Los sabios han dicho: quien pretende conocer lo que ignora o hace falsos testimonios, le sucede lo que le sucedió al halconero que quiso hacer expulsar al esclavo de su señor'. Dijo el juez: '¿Y cómo fue eso?'.

El halconero y el esclavo

Dijo Dimna: "Cuentan que en una ciudad vivía un sátrapa muy nombrado que tenía a su servicio un esclavo, muy leal y honesto, a quien había confiado la custodia de sus caudales. Tenía el sátrapa también, un halconero, muy hábil en su oficio que poseía vastos conocimientos en las enfermedades de los halcones y en su tratamiento. El sátrapa lo tenía en un aprecio tan alto que con frecuencia lo invitaba a su casa y a departir con su familia. Y sucedió que cierto día el halconero sintió envidia hacia uno de los esclavos del rey al que pensó hacer caer en una celada para que su patrón lo expulsara. Pensó y caviló durante muchos días, pero no se le ocurría el recurso que había de garantizar el éxito de sus designios. Un día, como solía hacerlo, salió de cacería y logró coger dos loros polluelos; los trajo, los crió y, ya grandes, los separó dejando cada uno en una jaula. A uno de ellos le enseñó decir: "He visto al guardián acostado con la esposa de mi patrón". Y enseñó al otro decir: "Es cierto". Cuando ya tenía los loros bien amaestrados los llevó al sátrapa. ¡Y qué maravillado quedó éste con las dos avecitas y con qué visible admiración las oía cuando hablaban. Nada entendía, sin embargo, de lo que decían, porque el halconero se lo había enseñado a decir en persa, lengua ésta que el sátrapa ignoraba. Día a día los quería más y nada lo divertía tanto como oírles hablar su idioma exótico. Encargaba de su cuidado a su mujer y le encarecía su especial interés en darles de comer y beber. Cierto día, dio la casualidad que llegaron a visitar a aquel sátrapa unos hombres de los más ilustres de Persia, a quienes recibió con todos los honores que al caso correspondía, les ofreció un suntuoso banquete y les obsequió con frutas y joyas en cantidades enormes. Cuando terminaron de comer y pasaron a la conversación, ordenó el sátrapa al halconero que trajera los loros. Cuando éstos gritaron con sus voces y los oyeron los huéspedes y entendieron lo que decían, se miraron extrañados, sin decir palabra, unos a otros. Les preguntó el sátrapa el sentido de lo que decían, pero éstos se negaban a decir. Pero al fin ante su reiterada insistencia le dijeron: "Dicen y tal cosa contra tu esclavo, guardián de tus caudales". Les solicitó que hablaran con las dos aves cosas distintas; lo hicieron pero encontraron que


nada más sabían, con lo cual quedó claramente demostrada la inocencia del guardián, la falsedad de los cargos que se le imputaban y la mala fe con que el halconero procedía. Así con tono enérgico se dirigió a él el guardián y le preguntó: "¡Oh enemigo de ti mismo! ¿Es cierto que tú me viste acostado con la esposa de mi señor?". "Que sí te vi" -contestó el halconero. A esa respuesta saltó un halcón y le reventó ambos ojos. Ante esto dijo el esclavo: "Bien mereces esta desgracia. Es el castigo de Dios por tu falso testimonio`. No os he citado esta fábula, señor juez -prosiguió Dimna sino para que sepáis cómo son de funestas las consecuencias de los falsos testimonios en esta vida y la otra. Cuando el juez y sus colaboradores oyeron estas protestas de Dimna, redactaron un nuevo informe, consignaron en él todas las razones de Dimna, y lo entregaron al león, el cual después de leerlo, llamó a su madre y se lo leyó. Esta, entre otras cosas, le dijo: Ya mi mayor preocupación, es que Dimna, tan perverso para hacer el mal y tan recursivo para eludir el castigo, llegue a maquinar contra ti, y caigas muerto víctima de su malévola industria. Más me preocupa ya tu suerte y tu seguridad que el delito de ese malhechor, que su perversidad, su perfidia y su acción criminal contra el mejor de tus consejeros y amigos, a quien, incitado por él, mataste injustamente. El león, hondamente impresionado por estas palabras dijo a su madre: 'Revélame el nombre del que te informó sobre Dimna y el delito que cometió; así, si lo mato, tendré razones para justificar mi decisión'. Dijo ella: 'Me disgusta delatar un secreto del que fui confidente y violar así los mandatos de los sabios que nos prohíben la indiscreción. Prefiero, más bien, pedirle su autorización a quien me confió tales informaciones para revelar su nombre, o si él prefiere, te informará directamente y te dirá lo que vio y oyó'. Luego se retiró, hizo llamar al tigre y una vez presente, le hizo recordar la alta posición que ocupa en la corte, la gran estima en que lo tiene el león, la obligación que tiene para cooperar en el triunfo de la justicia, lo cual no se consigue sino dando su testimonio en el caso de Dimna. Le recalcó igualmente que su nobleza no podía permitirle persistir en el silencio porque de él dependía la suerte de los oprimidos y las razones que invocarían en su favor el día del juicio final. Después de mucha insistencia, accedió el tigre y dio su testimonio contando todo lo que había oído a Calila y Dimna. Cuando el tigre acabó de rendir su testimonio, la pantera que estaba presa y que días atrás había oído el diálogo que se desarrolló entre Calila y Dimna, pidió que se le diera permiso de rendir su testimonio. El león accedió y la hizo comparecer. Así la pantera hizo sus declaraciones e informó en detalle con qué severidad Calila había incriminado a Dimna y censurado su intromisión entre el león y el buey, la perversidad con que había obrado, las mentiras de que se había valido, las sospechas que había sembrado y sus incitaciones que acabaron por indisponer tanto al león contra el buey hasta llegar a matarlo y, finalmente, la aprobación de Dimna a todo esto. Dijo el león: '¿Y qué te había impedido hacer estas declaraciones después de haber oído lo que dijeron?'. Dijo la pantera: 'Me lo impidió saber que un testimonio solo es insuficiente para que se profiera una sentencia o para convencer y callar a un adversario, y así me disgustaba hablar inútilmente'. Ordenó el león que los dos testigos fueran llevados ante Dimna y reiteraran en cara de él sus testimonios. Hecho esto, dio orden de ajustar las cadenas a Dimna. Cumplida la orden del león, Dimna fue abandonado en la cárcel donde a los pocos días murió de hambre. Este fue el final de Dimna y las consecuencias funestas e inevitables a que conducen la mala fe, la envidia y la mentira". Y dirigiéndose al rey de la India, concluyó diciendo Báidaba el filósofo: "Los hombres que conozcan esta historia, si meditan y entienden los hechos en ella narrados, no


tendrán dificultades en descubrir, cuántos peligros no entrañan los empeños de los malvados que por medio del delito, de la mentira y la traición buscan la satisfacción de sus intereses y de sus ambiciones; y cómo el que mata o injustamente provoca la muerte de un inocente, no escapa al castigo merecido, y cómo, tarde o temprano, paga con su propia vida el precio de su delito".


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