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Herramientas para afrontar la Farsa Electoral Preámbulo del libro La Farsa Electoral, del profesor Javier Loaiza

Este libro surge como resultado de una faena en que estoy embarcado, que aspiro a culminar cuanto antes. Se trata de la tarea de escribir un libro de mayor alcance, que le he llamado “El Fracaso de la Política”, en el que desarrollo algunas ideas sobre la inconsistencia del pensamiento político desde sus orígenes en La República, de Platón, cuando afirma que la forma ideal del Estado, es decir el “Estado perfecto” es un reinado de los hombres más sabios y más parecidos a los dioses. Por ello, entonces, se pregunta Platón ¿Quiénes deben gobernar el estado?, la que resulta ser es eslabón fundacional de todo el pensamiento político occidental. A partir de esa pregunta, que ha funcionado como paradigma central del manejo de lo público y que en los tiempos modernos se extendió a todas las latitudes, se ha armado el arquetipo de la política, con las formas de gobiernos, la legitimidad, el modo de ejercerlo, en fin. Está demostrado que ni aún los más “sabios”, necesariamente gobiernan bien o de manera justa. Karl Popper afirma que “Platón promovió una seria y duradera confusión en la filosofía política al expresar el problema de la política bajo la forma “¿Quién debe gobernar?, o bien “¿La voluntad de quién ha de ser suprema?” (Popper), y agrega que deberíamos cambiar el enfoque del problema de la política y remplazar la pregunta ¿Quién debe gobernar? por la nueva pregunta “¿De qué forma podemos organizar las instituciones políticas a fin de que los gobernantes malos o incapaces no puedan causar tanto daño?” (Popper). Este planteamiento tiene serias consecuencias en la manera de entender la política, pues para decirlo de una vez, el problema hace tiempos ha dejado de ser quién nos gobierna, pues está probado hasta la saciedad que ni el gobierno de uno, ni el de algunos, ni el de “todos”, nos ha garantizado que, al menos, como dice Popper, los malos e incapaces nos hagan tanto daño. El asunto entonces sería ¿Cómo nos gobiernan? Y aún, más allá, en esta sociedad urbana, interconectada y con, al menos un tercio de la población mundial en nivel clase media, con todas las herramientas y avances de la ciencia, la pregunta sería ¿Cómo nos


gobernamos? Es decir, ¿Cómo convivimos reconociendo nuestras diferencias y nuestras coincidencias? En fin, en este proceso de leer, releer, meditar, me encontré con toda la carpintería de los procesos electorales que tratan de determinar quién nos gobierna, cómo sustituirlos, y todo el complejo proceso de elecciones, sistemas de partidos, sistemas electorales, mecanismos de persuasión y manipulación, abuso y corrupción, por los cuáles quienes acceden al poder se embriagan, actúan como si fueran seres superiores, dotados de quién sabe qué especie de númen, y pretenden quedarse hasta que los echen. Todo ese arsenal de conocimientos de ese complejo armazón, cada vez más enredado, ahora agregado con medios masivos de comunicación, ríos de dinero para campañas y el uso de nuevas tecnologías, darían para un enjundioso tratado, que además debería ser presentado de manera amigable para los no políticos y estudiosos de la política, sino para los ciudadanos comunes y corrientes. De las recopilaciones y algunos escritos en un blog personal sobre casos específicos de esa política cotidiana en mi país y otras partes, surge este texto sin más pretensiones que las de permitir a los electores entender cómo abusan, manipulan y engañan, como retuercen las verdades y los procedimientos, con tal de conquistar el poder, mantenerse y hacer lo que se les antoje. A ello se agrega mi trabajo en el diplomado “Cómo Ganar las Elecciones” de la Escuela de Gobierno Tomás Moro, EGTM que desde su fundación me ha correspondido dirigir. En nuestra experiencia en la Tomás Moro, hemos encontrado que los políticos de carrera, ya acomodados, no tienen mayor interés en capacitarse, pues están en su espacio de confort y ya saben los modos y maneras de reelegirse y mantenerse, en tanto que los nuevos llegan como ciegos a un mundo bien complejo y competitivo que, incluso, tiene severos problemas de ética pública. Las elecciones se volvieron una farsa en la que prácticamente lo único que no se mueve son ideas, ni propuestas para solucionar los problemas de la gente. Las campañas se convirtieron en un mercado de dinero. Ha hecho carrera la idea de que sólo es posible ser un candidato con opción si se tienen millones y millones para gastar, poderosas maquinarias partidistas, y la posibilidad de comprar de costosas campañas publicitarias. La forma de elegir es como un bingo, una lotería, pues una cosa es lo que prometen y otra muy distinta cuando están en el poder. Las campañas parecen un galimatías de números, colores, fotos y “frases de cajón”, slogans, que se repiten en carteles y vallas, en la radio y la televisión.


Los medios de comunicación sólo entrevistan y reseñan a los mismos, aquellos que les compran pauta publicitaria. El mercado es de compra de medios, de presión indebida, de abuso de poder. Los costos de las campañas se disparan y crecen desaforadamente. Lo que ha quedado en el imaginario de la gente es que gana quien más ruido haga. Lo que significa que resulta elegido quien más dinero distribuya en los medios y entre los dirigentes locales para que les lleven gentes a votar. El que más mentiras diga y más promesas incumplibles haga, casi siempre en nombre del pueblo, en nombre de los pobres. Incluso, chantajeando y amenazando con que si llega el adversario va a desmantelar todo el asistencialismo que de manera abusiva, populista y muchas veces innecesaria se ha creado para mantener la dependencia de los pobres hacia el Estado, bajo la falacia de la ayuda social. Y todo ese ruido cuesta, y cuesta ríos de dinero. Dejo en claro que la descripción de características y anomalías de los procesos electorales que se presentan en este libro, lejos de ser una queja contra la democracia, representan todo lo contrario. Se trata de contribuir con una advertencia para que los ciudadanos reconozcamos cómo los abusadores del poder se han inventado las maneras de burlar a los ciudadanos y quedarse con la “torta” del poder. La principal herramienta para darles legitimidad, para lavarles la cara a los déspotas y autócratas en el poder, se volvió el proceso electoral. Es claro que la democracia no se agota con la realización de elecciones, más aún si no son limpias, transparentes y competitivas, de un lado, y que luego de elegidos, en el día a día validen su actitud democrática respetando la oposición y garantizando las libertades en pleno ejercicio. Nos hemos preguntado en varios escenarios y durante ya largos años, cómo pretendemos tener sociedades democráticas integradas y dirigidas por personas formadas en un paradigma competitivo, excluyente y depredador, cómo tener democracias dirigidas por autócratas, pues todos hemos sido formados en un entorno autocrático y competitivo. Las elecciones brindan pues un aire de legitimidad a quien se establece en el trono del poder y, si bien pretenden garantizar la alternancia, generalmente se manipulan para permitir que se reciclen las élites, las “roscas” y las mafias de todo pelambre. Esas élites, mafias y roscas actúan a su “leal saber y entender”, en beneficio de sus propios intereses y los de sus patrocinadores. Vaclav Havel, el intelectual expresidente de la República Checa lo explicaba en formidables palabras: “Todos los que afirman que la política es un asunto sucio mienten. La política es sencillamente un trabajo que requiere personas especialmente puras, porque resulta muy fácil caer en la trampa. Una mente poco perspicaz ni siquiera se dará cuenta. Por lo tanto, tienen que ser personas especialmente vigilantes las que se dediquen a la política,


personas sensibles al doble sentido de la auto-confirmación existencial que de ella se desprende. Ignoro totalmente si pertenezco al grupo de personas vigilantes. Sólo sé que debería pertenecer, ya que acepté mi cargo”. (Rodriguez-Arana Muñoz)

La pregunta entonces es: ¿Contamos con esa clase de personas sensibles? Infortunadamente no pareciera ser así, pues como afirma el profesor Yehezkel Dror: “Sólo unas pocas personas de las más morales, inteligentes y preparadas eligen la política como carrera. Y si lo hacen suelen desilusionarse y dejarla enseguida”. (Dror). El paradigma con el que la inmensa mayoría de políticos y gobernantes se conformaron es que en política si no se está a la ofensiva, se tiene que estar a la defensiva: “la imagen del empresario se ha convertido en la principal habilidad requerida a los políticos con ambiciones” (Dror). La política es descarnadamente competitiva y lo único que importa es ganar a como dé lugar. Si hay que “venderle el alma al diablo”, mentir, aliarse con el que sea, se da por aceptado. Tanto que en el comentario popular sobre cualquier situación o escándalo político la conclusión inmediata de la gente es, que “la política es así”. Al fin y al cabo los electores no han sido sino eso, apáticos al nivel del cinismo, actúan como idiotas (Ghehenno); cuando votan, lo hacen por quien mejor se presenta o satura los medios, o más tonterías les ofrecen y luego se desentienden. Lo asumen como un juego de apuestas en el que a pesar de encontrar un candidato serio y con buenas propuestas, si no tiene inundado el espacio de publicidad, la más fácil conclusión es que “no tiene chance” y por supuesto, lo desechan. Los electores de manera facilista casi siempre terminan decidiendo a favor de quien parece que definitivamente va a ganar o simplemente votan “en contra”. Y todas las quejas se excusan en que la política es así, sucia. King y Schneider afirman que “De poco servirán las reformas estructurales, las de procedimientos y actitudes, a menos que los hombres y mujeres capacitados y calificados estén dispuestos a servir a los ciudadanos (…) y estos, a su vez, estén dispuestos a votarlos” (Dror). A pesar de ello, se mantiene y refuerza “la idea falaz de que las elecciones son una vía garantizada para encontrar los políticos adecuados” (Dror), lo que hace que los procesos electorales se conviertan en una auténtica farsa, más aún con los medios masivos de comunicación que tienen un poderoso impacto y convierten cada vez más la política en un circo (Dror). Ahora, veamos por qué nuestra afirmación del título del libro: El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, RAE define la palabra “farsa” como una: “Obra dramática desarreglada, chabacana y grotesca” (…) “Enredo, trama o tramoya para aparentar o engañar” (RAE). Los políticos y gobernantes manipulan el lenguaje y cuando


no compran las elecciones de manera abierta y descarada, se hacen elegir con discursos llenos de mentiras, para luego hacer lo que les venga en gana. Si no es una farsa, cómo se explica que “Adolfo Hitler se convirtió en canciller de Alemania por la vía electoral (Zakaria)” al igual que se reeligen Chávez en Venezuela y Bashar al Asad en Siria, este último quien gana con el 99% de los votos; sólo por poner tres ejemplos, ofreciéndoles a los ciudadanos resolverles los problemas y, en cambio terminan generando más líos de los que encontraron. John F. Kennedy en su libro “Perfiles de Coraje” afirmaba que “los votantes nos eligieron porque confiaban en nuestro juicio y nuestra habilidad (…), debemos dirigir, informar, corregir y, a veces, hasta ignorar la opinión pública por la que fuimos elegidos” (Zakaria). Las elecciones están diseñadas para que ganen los más cercanos a los dueños de los partidos, se reelijan o reciclen los mismos y, excepcionalmente, alguno logre posicionar un mensaje de “cambio”; que cuando acierta, cambia las personas, incluso el estilo, pero al final, termina gobernando con el mismo espíritu autocrático de sus “odiados predecesores” como decía Havel (Rodriguez-Arana Muñoz). No hemos sabido construir un sistema de evaluación del desempeño de políticos y gobernantes, pues debería haber una regla mínima y es que nos devolvieran el país al menos como lo encontraron y no peor, pues como afirma Savater “Los gobiernos no pueden hacer feliz a nadie: basta con que no le hagan desgraciado” (Savater). Es una farsa electoral no solo por la manera como se hacen elegir, sino porque, no hacen lo que se comprometieron, buena parte de las veces por incompetencia; otras porque no cuentan con las herramientas, posibilidades y el equipo para hacerlo; otras por absoluta estupidez, pues los desbordan problemas sobrevinientes que no habían sido capaces de prever; otras porque a pesar de que lo hagan no lo comunican bien; y otras, infortunadamente en gran proporción, por descaro total, por cínico desinterés en resolver los problemas de la sociedad y sólo se preocupación por sus propios intereses. Todo ello funciona en medio de un profundo desprecio de las élites por el ciudadano, como afirma Jon Ralston Saul (Ralston Saul), ciudadano al que se refieren: “el no entendería esto”, “ella no tiene por qué enterarse de aquello”, “él votará por cualquier político si le presentamos un paquete atractivo”, “ella se asusta fácilmente”, así que no conviene difundir noticias desagradables”; actitudes que son menos positivas cuando se trata de mujeres, en desarrollo del precepto del Cardenal Richelieu quien reclama la necesidad de desarrollar “la virtud masculina de tomar decisiones racionalmente” (Ralston Saul).


Es una farsa el proceso electoral porque han reducido la democracia a un ritual mecánico basado en la ley de las mayorías, que termina siendo la colección transitoria de ínfimas minorías que votan por determinado candidato, quien, como ya expresamos, al llegar al poder se cree un auténtico soberano dueño de vidas y bienes. Una ley de mayorías que se resuelve aritméticamente en la mitad más uno de los presentes, o el mayor número obtenido entre los distritos, en los que quien gana “se queda con todo”. La democracia terminó, por cuenta de los debates políticos, convertida en una técnica aritmética manipulable en la cual, casi nunca, dos más dos es cuatro. La democracia fue creada en Grecia, en Ciudades-Estado pequeñas de no más de 10.000 habitantes (Finley), en los que la participación popular se reducía a un pasatiempo por el hecho de que la élite monopolizaba el liderazgo. Distino a lo que tendemos a creer, el “Régimen electoral es una etiqueta completamente errónea para Grecia, e inadecuada para Roma. Tuvieron elecciones, con sus elementos rituales, sus pretensiones y convenciones, sus votantes apáticos” (Finley). Los líderes políticos, cualesquiera que fuesen y como quiera que hubieran adquirido su status, se veían obligados no sólo a maniobrar entre sí, sino también a maniobrar de tal modo que asegurasen el apoyo popular para diversos fines. Desde Grecia, pasando por la República romana, hasta hoy, la controversia, el modelo adversarial sigue siendo el eje de la política, en la cual se han valido toda clase de excesos, y cuando no fue en nombre de Dios, lo hacen en nombre del pueblo. La política se basó muchos años en la fuerza y después en el dinero. “La recaudación de fondos se ha convertido en la actividad fundamental de una campaña política” (Zakaria), al punto que campaña sin dinero no es posible. Al fin los norteamericanos dicen que el dinero es “la leche materna de la política”. “En política no sólo faltan dirigentes sino que la independencia espiritual y el sentido de justicia de los ciudadanos ha disminuido” (…) “¿Podemos imaginar a Moisés, a Jesús, a Gandhi subvencionados por el bolsillo de Carnegie?” (Einstein) Parafraseando a Einstein, podemos decir pues, que es un acto de locura pretender algo distinto haciendo las mismas campañas, de la misma manera y sobre todo, con la misma gente. En el mundo urbano, con una clase media creciente educada, informada e interconectada, el asunto se les complica cada vez más. Las protestas en la Plaza de Tiananmen, en China; los gritos de los argentinos “Que se vayan todos”; de los jóvenes en la Primavera Árabe; de los Indignados españoles coreando “no nos representan”, de los Occupy Wall Street “Somos el 99%”, de los estudiantes en Chile exigiendo cambios en la educación, de los


jóvenes en Hong Kong reclamando democracia, muestran que la nueva clase media no se contenta con tener cosas, si no tiene libertad, democracia, participación, transparencia. Como dice Francis Fukuyama “La nueva clase media no representa sólo un reto para los regímenes autoritarios o las democracias nuevas. Ninguna democracia establecida debería dormir en los laureles, simplemente porque lleva a cabo elecciones y cuenta con líderes populares en las encuestas. La clase media impulsada por la tecnología exigirá mucho de sus políticos en todos lados” (Fukuyama). Me he declarado un activista democrático y, en tal virtud, estoy convencido que, lo que falta es democracia y lo que sobra es política, de esa vieja política, de la manipulación, el abuso, el engaño, el miedo y la violencia. Hay que construir una nueva política que supere todas estas perversidades de un modelo diseñado, con procesos y herramientas de varios siglos atrás (Calame), como un vestido viejo hecho para el invierno y que no nos funciona en esta primavera, ni mucho menos nos servirá para el verano de la sociedad del Siglo 21, de la era del conocimiento. Hay que construir una nueva política, antes que los desesperados fanáticos, fundamentalistas y terroristas nos pongan en escenarios peores, pues al fin y al cabo “las revoluciones políticas sustituyen a unas clases dominantes por otras o trastocan (sic) instituciones, a menudo dejan intactas las representaciones y las formas de ejercicio del poder” (Calame 27), además que “la violencia atrae a individuos de escasa moral, y es ley de vida que a tiranos geniales sucedan verdaderos canallas” (Einstein). De hecho, la historia de la política ha sido la lucha entre los varones por tomarse, mantener e imponer el poder sobre el resto, entendido en poder como la capacidad de dominar y someter. Se llega a casos excesivos y aberrantes de personalismo y narcicismo en que “el sueño de unos pocos que llega a convertirse en pesadilla para todos los demás” (Savater). Y lo que es peor, como en la cita de Marat: “así nos llega la Revolución y creen que ella va a darles todo: un pez, un zapato, un poema, un marido nuevo y una mujer nueva; y asaltan todas las bastillas y luego se encuentran con que todo es como era: el caldo pegado, los versos chapuceros, el cónyuge en la cama, maloliente y gastado, y todo aquel heroísmo que nos hizo bajar a las cloacas podemos ponérnoslo en el ojal, si es que aún tenemos” (Savater). Se trata pues de reflexionar sobre los verdaderos problemas, no sobre los síntomas y debatir sobre la construcción de una nueva política para el Siglo Veintiuno, de modo que no sigan siendo unos pocos individuos – como ha sido hasta ahora en la historia de la humanidad- los que sigan apoderados de los procesos de expedición de reglas, control y sanción, hechos dueños el oficio de mandar, someter y oprimir al resto; ocupados de


“administrar” los recursos del Estado, usándolos privilegiadamente para beneficiar sus intereses y los de sus patrocinadores, como aprovechadores de las herramientas que brinda la democracia. Sino, todo lo contrario, que se avance en la construcción de una verdadera democracia, en la que todos podamos asumir formas de ciudadanía activa para intervenir y participar en la toma de decisiones públicas sobre el desarrollo y el futuro de nuestras comunidades. Este libro, está escrito no desde la política que el dirigente conservador colombiano Álvaro Gómez llamaba la “alta política”, y que en Inglés se describe con la palabra policy; sino desde la mecánica, desde los políticos, del cómo se hace la política, que podríamos llamar la carpintería, sobre el modo y las maneras para hacerse elegir, en Inglés politic. Y, es que esa “carpintería” tiene severos problemas que hay necesidad de resolver, pues como se ha dicho, “el diablo está en los detalles”, las formas determinan en manera importante el fondo. Ya el escritor francés Albert Camus decía que “en política, son los medios los que deben justificar el fin” (Savater). Mis estudios y mi trabajo de formación en Escuela de Gobierno Tomás Moro y en la coordinación del programa de postgrados en Ciencia Política de la Universidad Politécnica de Madrid durante varios años, además de tres decenios largos de experiencia en el la real politic con asesorías en el congreso, en campañas y procesos de renovación de partidos políticos, seminarios y conferencias por toda Latinoamérica, me han dado elementos para presentar estas reflexiones. Pues bien, el libro se compone de 23 capítulos o secciones repartidos en cuatro partes. La primera, el Contexto, presenta aspectos del proceso democrático, su historia, las características, es un tanto teórica sobre los procesos electorales. La segunda parte, la Farsa, presenta formas de abuso del poder y manipulación de los procesos electorales mediante el manejo de las reglas, el dinero y la persuasión, hasta identificar la generalizada práctica de elecciones sin democracia, elecciones autocráticas. Incluso La tercer parte, el Fraude Global reseña algunos casos sobresalientes de falta de integridad electoral en América Latina y otras partes del mundo. La cuarta parte, Qué hacer, reseña algunos intentos en la lucha actual por la integridad electoral entre ellas la Comisión Global sobre Elecciones, Democracia y Seguridad que lidera el exsecretario de la ONU Kofi Annan y algunas sugerencias para hacer activismo democrático, sin más pretensión que estimular el debate y la acción. Al final, se presenta un anexo que incluye la reseña del menú de 123 formas de hacer fraude electoral, del Manual de Observadores Electorales del Ministerio de Exteriores de


España publicado en 2014 (Ministerio de exteriores), que puede servir para hacer una especie de test de fraude en su país, estar alerta y reaccionar. Bogotá, abril de 2015


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