La sociedad abierta, un reclamo de Popper Por Javier Loaiza Partimos del hecho que nada está permanentemente dado y establecido. No hay cuestiones solucionadas definitivamente; siempre aparecen problemas sobre los que nuestra perspectiva sobre ellos y sus soluciones permiten el cambio y la movilidad no solo del conocimiento, de las sociedades y de las actitudes de los individuos sobre ellos. La sociedad no puede funcionar alrededor de una teoría política. Las teorías deben tratar de describir la realidad e incluyo la filosofía política que se preocupa del deber ser, debe hacerlo en relación con cómo se mejora la sociedad, no necesaria o exclusivamente como se mejoran los procedimientos para lograr que los medios y herramientas se ajusten a una determinada teoría filosófica o política. Por ello, como afirma Karl Popper en su obra “La Sociedad abierta y sus enemigos”, una determinada política o manera como funciona o debería funcionar la sociedad, una determinada política no puede considerarse como un plan infalible, sino como una hipótesis sometida a la prueba de la experiencia para ser confrontada y corregida. En consecuencia, no podemos hacer concesiones a teorías que no funcionan en la práctica, de un lado, y que a partir del reconocimiento de la disfuncionalidad de algunas teorías, podemos aprender de los errores y las fallas y ensayar otras propuestas. Más aún con los cambios actuales y las grandes transformaciones de la sociedad en el siglo 21, seguimos funcionando con teorías de ayer, y con herramientas y prácticas sociales y políticas de anteayer. Y cuando digo anteayer, estoy diciendo de al menos 26 siglos, cuando no más. De hecho la política inventada por platón y Aristóteles lleva al menos 24 siglos y el ejercicio autocrático del poder lo reconocemos desde siempre y ambas, no
funcionan ni satisfacen las necesidades del mundo urbano, interconectado e informado de esta nueva era. Necesitamos una sociedad organizada de tal forma que permita y promueva el pensamiento crítico y la posibilidad de cambio. Por ello debemos confrontar permanentemente nuestras instituciones. Siguiendo con Popper la sociedad política de ser abierta y permitir la crítica, como la base de la construcción de sociedades abiertas, es decir, en realidad democrática, que sean capaces de ensayar soluciones a los problemas que enfrentan y permitir el cambio y la movilidad. Una sociedad abierta es aquella en la que no existen soluciones definitivas y en la que los gobernantes se encuentran siempre sujetos y abiertos a la crítica, no como narcisos, sensibles e intolerantes a cualquier reparo. Esas actitudes de individuos centrados en el poder, que rechazan cualquier crítica, no sólo niegan la posibilidad de cambio sino que abren la puerta y navegan a sus anchas en el ejercicio totalitario negando la posibilidad de construir auténtica democracia. Para Popper, Sócrates es la figura relevante de la sociedad abierta, el primero en postular los principios de un racionalismo crítico que acepta que no hay un saber seguro, y que además, cuando los hombres eligen libremente, se hacen responsables de sus acciones. “yo puedo estar equivocado y tú puedes tener la razón, con un esfuerzo, podemos acercarnos los dos a la verdad”. Nadie está en posesión de la verdad, se rompe todo dogmatismo y se rechaza la represión totalitaria, aceptando la libertad y la tolerancia. Por ello, la sociedad cerrada, le cobró a Sócrates sus posturas haciéndolo beber la cicuta por corromper las nuevas generaciones. Y desde ahí se ha dado la tensión entre quienes se sienten cómodos en la sociedad cerrada y los que eventualmente se atreven a apartarse y proponer la sociedad abierta. Los primeros, amigos de las interpretaciones definitivas del mundo inventan estrategias para eludir o extirpar la crítica. Para Popper los adversarios de la sociedad abierta son enemigos de la libertad y la
tolerancia, promotores de la sociedad cerrada, postulan fines y modelos ideales impuestos a la sociedad, basados en el dogmatismo y la intolerancia, rechazan la crítica y la controversia para protegerse del cambio y asegurarse el monopolio de la verdad. Los constructores de la sociedad cerrada tratan por todos los medios de estandarizar la vida de la sociedad imponiendo comportamientos para controlar la diversidad del pensamiento, que supuestamente evita la necesidad de las diferencias. Para la sociedad cerrada, es imposible que se discuta el proyecto, por lo que no caben la diversidad y la pluralidad de opiniones y la gente debe dedicarse a hacer lo que el proyecto político establece y determina, se trata de un control personal que niega cualquier resquicio de libertad humana. Para Popper quien mejor ejemplifica la sociedad cerrada, a diferencia de su maestro Sócrates, es la filosofía platónica que proporciona los elementos para la construcción del Estado totalitario y se opone a la apertura predicada por su mentor. Mientras que los defensores de la sociedad abierta, deben luchar contra las posiciones que pretenden establecer y mantener el orden y la armonía, ni permitir crítica ni debate y cuyo fin último es establecer Estados totalitarios. Los seguidores del pensamiento socrático, de la sociedad abierta, piensan en buscar un Estado en que la razón se abra camino, discuta sus problemas, aprenda a resolverlos ensayando y equivocándose, es decir, Estados democráticos, basados en el debate y la deliberación, no de uno consigo mismo, ni de unos pocos entre ellos por sabios o entendidos que se pretendan, sino entre los distintos miembros de la comunidad. La democracia como opción de un tipo de sociedad se funda en una apertura crítica a través de la cual se pueden ir creando instituciones cada vez más confiables, abierta a las innovaciones y los cambios, se opone al totalitarismo, construido sobre la seguridad del inmovilismo, que se entiende a sí mismo como el mejor, el único.
Popper, plantea que la sociedad abierta y el racionalismo crítico promueven la preservación de las ideas de imparcialidad, tolerancia, responsabilidad, que son en última instancia la preservación de la libertad. Sociedades libres para hombres libres, con acceso real a los cambios, sin necesidad de recurrir a la violencia pues “no se mata a un hombre cuando se adopta la actitud de escuchar primero sus argumentos”. Por ello, no acepta la vieja expresión del paradigma de la guerra “dispare primero y pregunte después”. Por tanto, la opción por la sociedad abierta es por la libertad, la tolerancia, basada en la experiencia, en una actitud humanitaria, pues si bien los hombres son desiguales en muchos aspectos, no se oponen a la exigencia de que todos, tengan iguales derechos, por lo que “la igualdad ante la ley no es un hecho sino una exigencia política basada en una decisión moral”. Popper reconoce que esta opción tiene sus riesgos, pues un proyecto construido con base en los conflictos implica inseguridad, pero ese es el precio que se debe pagar por la libertad. Esta concepción tiene por centro al individuo y su libertad. Entonces, lo fundamental de la política no puede surgir de preguntas como las que se hizo Paltón ¿qué es el Estado?, ¿Cuál es su naturaleza ¿Quién debe gobernar?, pues conducen a construcciones totalitarias y cerradas. Platón al intentar responderlas termina viendo al individuo en función del Estado y centrando su atención en la persona del gobernante descuidando a los gobernados. Si se quiere construir una visión de Estado en función del gobernado, se debe enfocar la política más en asuntos de carácter institucional y formularse otro tipo de preguntas ¿Qué exigimos de un Estado? ¿Cómo podemos controlar a quienes nos gobiernan? ¿Cómo nos gobiernan? El estado debe ser para el individuo y no al revés, lo que promueve la emancipación del individuo y condujo al derrumbe del tribalismo y al advenimiento de la democracia. Por tanto, no es viable como propone Platón suprimir el carácter privado en aras de lo común, ni negar la iniciativa ni la independencia personal en
función del orden y la seguridad, es decir, de un gobierno, pues al fin, no se genera sino un estado totalitario. Por ello, como plantea Popper a la pregunta ¿qué exigimos de un estado? La respuesta “Lo que exijo de un Estado es protección, no sólo para mí sino también para los demás”. El estado debe garantizar nuestra libertad, de modo que establezca una proporción entre la libertad de los individuos y la protección del Estado. Para Popper no hay oposición entre control y libertad, no hay oposición excluyente, sino complementariedad: “No puede haber libertad si esta no se halla asegurada por el Estado, e inversamente, solo un estado controlado por ciudadanos libres puede ofrecerles una seguridad razonable”. Entonces, ¿cómo podemos sujetar a quienes nos gobiernan? Es decir “¿En qué forma podemos organizar instituciones políticas a fin de que los gobernantes malos o incapaces no puedan ocasionar demasiado daño? Aquí, de nuevo se opone a Platón, pues su pregunta de quién debe gobernar conduce a que el poder político se encuentra libre de todo control y nos lleva a la teoría de la soberanía incontrolada. Y peor aún, cómo podríamos construir democracias dirigidas por autócratas, por personas formadas en nuestras casas, en nuestras familias, escuelas, empresas y en la sociedad en general como autócratas y ególatras?, tal como nos han formado a todos. “Ningún poder político ha estado nunca libre de control, y mientras los hombres sigan siendo hombres, no podrá darse el poder absoluto e ilimitado. Mientras un solo hombre no pueda acumular suficiente poderío físico en sus manos para dominar a todos los demás, deberá depender de sus auxiliares”. Por ello, nos encontramos ante la obligación de oponernos a cualquier gobierno, con excepción del de la mayoría, y sólo aceptar la decisión tomada por la mayoría, de lo que resulta que cuando un pueblo le cede el mando al tirano, nos ponemos en aprietos. Para Popper sólo hay dos tipos de gobierno: los tiránicos y los democráticos. Los tiránicos “son aquellos de los cuales los gobernados sólo pueden liberarse por medio de una revolución”. A su vez,
los gobiernos democráticos son “aquellos de los cuales podemos librarnos sin derramamiento de sangre”. Para Popper el problema político fundamental es el control institucional de los gobernantes y el equilibrio de sus facultades, no el quién nos gobierna. Las instituciones son entonces el centro y el eje de toda su concepción política, lo que implica desplazar el interés de la política de las personas a las instituciones, “hasta la aceptación de una mala política en una democracia (siempre que perdure la posibilidad de provocar pacíficamente un cambio de gobierno), es preferible al sojuzgamiento por una tiranía, por más sabia o benévola que esta sea”. Así, pues, a pesar de que no lograremos una sociedad perfecta, libre de conflictos “debemos producir una reducción del conflicto”. Por tanto, es posible conseguir cambios graduales en la sociedad, de modo que nos permitan ir evitando el conflicto y el sufrimiento, de manera gradual y fragmentaria. De ese modo, Popper cuestiona un proyecto político a futuro basado en el supuesto de una sociedad “perfecta” en la que todos los hombres sean iguales, que desaparezcan las clases sociales y no exista necesidad de un Estado. Marx, para Popper es otro amigo de la sociedad cerrada, que cierra toda posibilidad de cambio, anula la crítica, la libertad, la tolerancia, sembrando las semillas del totalitarismo. Marx concibe la impotencia de la política frente al poder económico y que todo gobierno es una dictadura de clase. Un caso típico ha sido el de Cuba, donde los revolucionarios comunistas se tomaron el poder, cerraron la isla y la alejaron de cualquier dinámica y relación con el resto del mundo, fueron tan exegéticos en el precepto marxista de sociedad cerrada, que traicionaron su discurso revolucionario, pues la revolución significa cambio, no paralizar la sociedad. Popper señala que el poder político es lo fundamental y que puede controlar al poder económico, como lo acaban de demostrar Acemoglu y Robinson en
su obra “Por qué fracasan los países”, al demostrar que es el poder político el que determina quién, cómo y hasta dónde se enriquece. Para Popper es claro que la democracia, la democracia real, no es una dictadura, sino al contrario, es la protección contra el empleo incorrecto del poder político. La intervención del Estado debe limitarse a lo que es realmente necesario para la protección de la libertad”. Por ello, entonces, insiste que la política es institucional no personal. Así, el arte de la política reside en el reacomodo, en la reforma, hechas de manera racional y humanista, para lograr los cambios sociales. La libertad, tiene un precio que consiste en vivir en sociedades inestables y plurales, que no nos prometen la felicidad sino la oportunidad de ser menos infelices, que no solucionan todos nuestros problemas y, sin embargo, nos permiten participar en la búsqueda de sus soluciones, y que no nos dan la seguridad de una vida sin conflictos, en tanto que sí tienen a aumentar nuestra libertad para vivir como queremos. “Es el precio que debemos pagar para ser humanos”. No es la propuesta de un Estado ideal, sino la aceptación de una política real. “Si queremos seguir siendo humanos, entonces solo habrá un camino, el de la sociedad abierta”.