Letra Viva Viernes 06-11-2009

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Coro-Punto Fijo, viernes 6 de noviembre de 2009 Año 3 Nº 172

eme nuevamente entre mis papeles de trabajo. Varias cartas. Las leo. Las agradezco. Contestaré una. Es la que me ha enviado la fábula del León y del Hombre. Usted quiere escribir y tiene dieciséis años. Lo que me envía está bastante bien. Sobre todo en lo que atañe al diálogo. Pero en esta sección no podría interesar. Tiene condiciones. La forma de desar-

H

rollarlas es escribir todos los días. Y leer. Leer mucho. Pensar más. Vivir. Tratar de escribir como se habla. Analizarse de continuo en todos los sentimientos. Y escribir todos los días. Se tenga ganas o no. Eso sirve para hacerse la herramienta de expresión que, cuando algún día necesite, sobre todo para decir algo (porque ahora no tiene nada que decir), podrá utilizar.

Roberto Arlt


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2 “Para ser periodista es necesario ser buen escritor”, reclamaba el maestro de la crónica argentina Roberto Arlt, también llamado el escritor viajero, autor de una de las columnas más leídas de su época Aguafuertes Porteñas, que publicaba el diario El Mundo de Buenos Aires. Cuarenta y dos años fue todo lo que le correspondió de vida a Roberto Arlt, quien habiendo nacido en Buenos Aires el 2 de abril de 1900 murió de un ataque cardíaco el 26 de julio de 1942 en la misma ciudad. Fue novelista, dramaturgo, periodista e inventor, considerándosele el primer autor moderno de la República Argentina. Proveniente de una familia de inmigrantes centroeuropeos, Arlt abandonó temprano el hogar debido a las malas relaciones con su padre. Comenzó a trabajar como periodista e inventor; primero en la revista Don Goyo, luego en el diario Crítica y finalmente llega al diario El Mundo, en donde el 5 de agosto de 1928 comien-

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El periodismo en función de la literatura za a escribir su famosa columna que alcanzaría la fama dentro y fuera de su país. A la par de estas actividades, Roberto Arlt ejercía la dramaturgia y la crítica teatral y cinematográfica. Sin embargo, junto a sus aguafuertes, la producción cuentística fue la más fecunda e ininterrumpida e n toda su trayectoria literaria. Era muy dado a las narraciones breves, escritas en primera persona, con evidentes elementos autobiográficos. Refiere su biógrafo que la agudeza e imaginación de sus comentarios cotidianos lo convirtieron en poco tiempo en un periodista profesional de bien cotizada fama, tratando los temas candentes de la situación social y política de la época,

siendo uno de los pocos en firmar con su propio nom-

bre. Se ocupaba del problema de la ciudad, del estado de las calles y de las zonas abandonadas por la admi-

nistración política. En 1936 su columna alcanzó gran popularidad cuando denunció la carencia de los hospitales municipales. Acostumbraba a dialogar con sus lectores, contestaba sus cartas y fungía como interlocutor en sus comentarios de cada día hasta convertirse en una suerte de fiscal popular; denuncia, investiga y da sus opiniones en los debates de actualidad. Durante los sucesos de la revolución de 1930, pone al desnudo la corrupción política, el oportunismo y los viejos vicios de la política local, en donde sus simpatías socialistas reflejaban la importancia del hombre ante el capitalismo y la sociedad burguesa, imprimiéndole, como lo hacía en sus cuentos y novelas, un extraordinario vigor descriptivo y emocional. En el mismo diario El Mundo va a escribir sus crónicas viajeras en sus giras por el norte y el sur de Argentina, por Uruguay, Brasil y luego España y África, siendo las aguafuertes españolas uno de los testimonios más logrados de esa actividad de escritor viajero, crónicas recogidas en un libro en 1933. En una apretada relación de sus trabajos literarios, podemos anotar que su primera obra teatral fue Trescientos millones (1932), luego Saverio el cruel (1936), La fiesta del hierro (1936) y El fabricante de fantasmas (1936). En novelas, tenemos El juguete rabioso (1926), de corte autobiográfico; Los siete locos (1929), para muchos su obra más completa; Los lanzallamas (1931), El amor brujo (1932) y Un viaje terrible (1931). Varias de sus obras fueron llevadas al cine y sus cuentos reunidos bajo el título de El jorobadillo (1935) y El criador de gorilas (1941), que dan inicio a lo que se dio en llamar la literatura argentina de la crueldad. Urgido de toda clase de apremios económicos, acuciado por la tarea periodística y el teatro, Arlt fue reconocido como el primer escritor profesional de Argentina y sus cuentos continuaron apareciendo con regularidad en los periódicos de Buenos Aires, hasta los primeros días del mes de julio de 1942, poco antes de su último viaje, en donde lo aparente y lo real solían alternarse en un mundo fantástico y de confuso simulacro. Edgar Lugo Yamarte


Los siete locos (fragmento) –Sí, llegará un momento en que la humanidad escéptica, enloquecida por los placeres, blasfema de impotencia, se pondrá tan furiosa que será necesario matarla como a un perro rabioso... –¿Qué es lo que dice?... –Será la poda del árbol humano... una vendimia que sólo ellos, los millonarios, con la ciencia a su servicio, podrán realizar. Los dioses, asqueados de la realidad, perdida toda ilusión en la ciencia como factor de felicidad, rodeados de esclavos tigres, provocarán cataclismos espantosos, distribuirán las pestes fulminantes... Durante algunos decenios el trabajo de los superhombres y de sus servidores se concretará a destruir al hombre de mil formas, hasta agotar el mundo casi... y sólo un resto, un pequeño resto será aislado en algún islote, sobre el que se asentarán las bases de una nueva sociedad. Barsut se había puesto de pie. Con el entrecejo fiero, y las manos metidas en los bolsillos del pantalón, se encogió de hombros, preguntando: –¿Pero es posible que usted crea en la realidad de esos disparates? –No, no son disparates, porque yo los cometería aunque fuera para divertirme. Y continuó: –Desdichados hay que creer en ellos..., y eso es suficiente... Pero he aquí mi idea: esa sociedad se compondrá de dos castas, en las que habrá un intervalo... mejor dicho, una diferencia intelectual de treinta siglos. La mayoría vivirá mantenida escrupulosamente en la más absoluta ignorancia, circundada de milagros apócrifos, y por lo tanto mucho más interesantes que los milagros históricos, y la minoría será la depositaria absoluta de la ciencia y del poder. De esa forma queda garantizada la felicidad de la mayoría, pues el hombre de esta casta tendrá relación con el mundo divino, en el cual hoy no cree. La minoría administrará los placeres y los milagros

para el rebaño, y la edad de oro, edad en la que los ángeles merodeaban por los caminos del crepúsculo y los dioses se dejaron ver en los claros de luna, será un hecho. (…) –¿Y la idea? –Aquí llegamos... Mi idea es organizar una sociedad secreta, que no tan sólo propague mis ideas, sino que sea una escuela de futuros reyes de hombres. Ya sé que usted me dirá que han existido numerosas sociedades secretas... y es cierto..., todas desaparecieron porque carecían de bases sólidas, es decir, que se apoyaban en un sentimiento en una idealidad política o religiosa, con exclusión de toda realidad inmediata. En cambio, nuestra sociedad se basará en un principio más sólido y moderno: el industrialismo, es decir, que la logia tendrá un elemento de fantasía, si así se quiere llamar a todo lo que le he dicho, y otro elemento positivo: la industria, que dará como consecuencia el oro. El tono de su voz se hizo más bronco. Una ráfaga de ferocidad ponía cierta desviación de astigmatismo en su mirada. Movió la greñuda cabeza a diestra y siniestra, como si le punzara el cerebro la agudeza de una emoción extraordinaria, apoyó las manos en los riñones y reanudando el ir y venir, repitió: –¡ Ah! el oro... el oro... ¿Sabe cómo lo llamaban los antiguos germanos al oro? El oro rojo... el oro... ¿Se da cuenta usted? No abra la boca. Satanás. Dése cuenta, jamás, jamás ninguna sociedad secreta trató de efectuar una tal amalgama. El dinero será la soldadura y el lastre que le concederá a las ideas el peso y la violencia necesarias para arrastrar a los hombres. Nos dirigiremos en especial a las juventudes, porque son más estúpidas y entusias-

tas. Les prometeremos el imperio del mundo y del amor... Les prometeremos todo... ¿me comprende usted?... y les daremos uniformes vistosos, túnicas esplendentes... capacetes con plumajes de variados colores... pedrerías... grados de iniciación con nombres hermosos y jerarquías... Y allá en la montaña levantaremos el templo de cartón... Eso será para imprimir una cinta... No. Cuando hayamos triunfado levantaremos el templo de las siete puertas de oro... Tendrá columnas de mármol rosado y los caminos para llegar a él estarán enarenados con granos de cobre. En torno construiremos jardines... y allá irá la humanidad a adorar el dios vivo que hemos inventado. –Pero el dinero..., el dinero para hacer todo eso..., los millones... A medida que el Astrólogo hablaba, el entusiasmo de éste se contagiaba a Erdosain. Se había olvidado de Barsut, aunque éste se encontraba frente a él. Sin poderlo evitar, evocaba una tierra de posible renovación. La humanidad viviría en perpetua fiesta de simplicidad, ramilletes de estroncio tachonarían la noche de cascadas de estrellas rojas, un ángel de alas verdosas soslayaría la cresta de una nube, y bajo las botánicas arcadas de los bosques se deslizarían hombres y mujeres, envueltos en túnicas blancas, y limpio el corazón de la inmundicia que a él lo apestaba. Cerró los ojos, y el semblante de Elsa se deslizó por su memoria, mas no despertó ningún eco, porque la voz del Astrólogo llenaba la cochera de esta réplica salvaje: –¿Así que le interesa de dónde sacaremos los millones? Es fácil. Organizaremos prostíbulos. El Rufián Melancólico será el Gran Patriarca Prostibulario... todos los miembros de la logia tendrán interés en las empresas... Explotaremos la usura... la mujer, el niño, el obrero, los campos y los locos. En la montaña... será en el Campo Chileno... colocaremos lavaderos de oro, la extracción de metales se efectuará por electricidad. Erdosain ya calculó una turbina de 500 caballos. Prepararemos el ácido nítrico reduciendo el nitrógeno de la atmósfera con el procedimiento del arco voltaico en torbellino y tendremos hierro, cobre y aluminio mediante las fuerzas hidroeléctricas. ¿Se da

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3 cuenta? Llevaremos engañados a los obreros, y a los que no quieran trabajar en las minas los mataremos a latigazos. ¿No sucede eso hoy en el Gran Chaco, en los yerbales y en las explotaciones de caucho, café y estaño? Cercaremos nuestras posesiones de cables electrizados y compraremos con una pera de agua a todos los polizontes y comisarios del Sur. El caso es empezar, ya ha llegado el Buscador de Oro. Encontró placeres en el Campo Chileno, vagando con una prostituta llamada la Máscara. Hay que empezar. Para la comedia del dios elegiremos un adolescente... Mejor será criar un niño de excepcional belleza, y se le educará de él por todas partes, pero con misterio, y la imaginación de la gente multiplicará su prestigio. ¿Se imagina usted lo que dirán los papanatas de Buenos Aires cuando se propague la murmuración de que allá en las montañas del Chubut, en un templo inaccesible de oro y de mármol, habita un dios adolescente... un fantástico efebo que hace milagros? –¡Sabe que sus disparates son interesantes! –¿Disparates? ¿No se creyó en la existencia del plesiosauro que descubrió un inglés borracho, el único habitante del Neuquén a quien la policía no deja usar revólver por su espantosa puntería?... ¿No creyó la gente de Buenos Aires en los poderes sobrenaturales de un charlatán brasileño que se comprometía a curar milagrosamente la parálisis de Orfilia Rico? Aquél sí que era un espectáculo grotesco y sin pizca de imaginación. E innumerables badulaques lloraban a moco tendido cuando el embrollón enarboló el brazo de la enferma, que todavía está tullido, lo cual prueba que los hombres de ésta y de todas las generaciones tienen absoluta necesidad de creer en algo. Con la ayuda de algún periódico, créame, haremos milagros. Hay varios diarios que rabian por venderse o explotar un asunto sensacional. Y nosotros les daremos a todos los sedientos de maravillas un dios magnífico, adornado de relatos que podemos copiar de la Biblia... Una idea se me ocurre: anunciaremos que el mocito es el Mesías pronosticado por los judíos.


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4 Cuando me enteré que habría posibilidad de escribir sobre este escritor argentino me emocioné en grado sumo. Pensé en todas las cosas maravillosas que podría decir acerca de este escritor marginado por el canon, olvidado y a la vez tan venerado por una pequeña élite lectora. ¿Qué decir? ¿Cómo decirlo? ¿Desde qué perspectiva de la crítica literaria abordarlo? Todo, todo eso lo pensé. Y luego de un largo peregrinar decidí hablar desde el lugar del cual creo que a Arlt le hubiese gustado que lo hiciese, decidí hablar desde el afecto. Decidí hablar como lectora. Y es que desde la primera vez que leí a Arlt en una maravillosa autobiografía (la que es posible encontrar en todas sus versiones en internet) me sentí completamente flechada e identificada. Con él comprendí que en Buenos Aires de principios del siglo XX no sólo escribía Borges. Y Borges también lo supo porque con su cuento “El Indigno” le rinde homenaje al

Arlt, mi heterónimo Arlt de El juguete rabioso. Percaté que la innovación en la literatura latinoamericana no llegó sólo de la mano de la vanguardia (Huidobro y Vallejo a la cabeza). Arlt me encantó desde el principio, esa manera de escribir tan suya, tan subversiva que se permite mezclar lo inadmisible (personajes, situaciones) y trasgredir la sintaxis fue lo que, sin duda alguna, me impactó y me enamoró para siempre. Con Arlt leí el verdadero idioma de los argentinos, ese que se habla en la calle, en los conventillos, en las barras de compadritos y que es producto de una extraordinaria mezcla de culturas (alemana, italiana, criolla, gaucha). Del escritor argentino me cautivó que todos sus personajes sean marginados, seres grises que se encuentran en el border line de lo permitido con el delito. Son todos seres marginados, desahuciados sociales. Yo leí Arlt y, lo confieso, sentí una profunda envidia. Él escribió el mundo del lunfardo y lo volvió una realidad patente para que Borges pudiese ficcionarlo. Yo hubiese querido ser Arlt y como ello no es posible, he decidido el día de hoy declararlo mi heterónimo. Emilis González Ordóñez

Roberto Arlt subió el telón al siglo XX Dramaturgo por excelencia y periodista afiliado, como es natural, a los registros de la cotidianidad, Roberto Arlt le abrió el telón al siglo como si se tratara de un hecho premonitorio a lo que el género del absurdo llegaría a ser, tales como Ionesco o Arrabal. Este personaje argentino, consecuencia como la mayoría de esta población nacional de la suma de inmigrantes que tocaron pampa y la Patagonia, se desenvolvió entre las zonas más oscuras de la sociedad, respecto al reflejo de sus personajes, dándoles el tono reivindicativo que corresponde a todo creador con compromiso social. Arlt no comulgó con las complacencias y su trajinar por el mundo literario, que

luego sería asiento de las tablas y reiteración de la cinematografía, está considerado como uno de los precursores del modernismo en su país natal, sin que el reconocimiento haya surgido durante su etapa vital, sino más bien luego de comenzada la década de los cuarenta, cuando se despidiera de los espacios terrenales. Enumerar las obras escritas por este desacomodado escritor de su propio tiempo, costaría en realidad una larga cita, para lo cual nos conformaremos con dedicarle preeminencia a 300 millones, El diario de un morfinómano, El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas y sobre todo su colección Aguafuertes Porteñas que nos lo ubica humanamente en su barrio Las

Flores, donde transcurrió su infancia, sino que los derrite en las nieves eternas de Bariloche o en el mundo madrileño que le tocó vivir durante una época. Roberto Arlt tal vez no sea conocido para los lectores comunes de la creación hispanoamericana, por cuanto su demanda con avidez ha provenido más bien de quienes se ubican en el plano académico. Sin embargo, como la lectura únicamente no se refiere a la disposición clásica, es decir, a tener enfrente la placidez de un libro, muchos de sus seguidores lo han descubierto primariamente a través del cine, adonde sus obras han acudido con una frecuencia impresionante. Ariel Luna


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