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EL PANFLETO
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EL PANFLETO (O DE CÓMO ENCONTRAR EL TUBO INFINITO) En la Biblioteca del Hospital Psiquiátrico de Santa Bárbara, donde doctores y pacientes comparten un poco común espacio comunal, trayendo cada uno consigo su propio mundo, quedando entonces bastante –si no del todo- ajeno al del otro, hay tres pasillos etiquetados de la A a la E. Casa pasillo está numéricamente dividido en seis secciones de la 1 a la 6, de las cuales cada una corresponde a un estante y género, tres de un lado, tres del otro. A su vez, cada sección está dividida del I al IV del estante superior al inferior. Los libros están colocados por orden del uno en adelante. En el pasillo D, sección 5 (Cuentos Fantásticos), estante III entre una rara edición en Inglés de “El Aleph” de Jorge Luis Borges y un oscuro cuento Veda de Swami Badrishiwatta, se encuentra un libro, un panfleto más bien, apenas unas pocas páginas impresas de forma muy simple y encuadernadas en un folleto tan fino en espesura que no solo pasa desapercibido sino que se esconde entre los libros mencionados. No está etiquetado y dudo que ella (ellos) siquiera sepan de su existencia. Así debe quedar, y debe quedar donde está. No es para que sea prestado ya que no pertenece a la biblioteca, y no es para que sea robado ya que no
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pertenece a nadie. El panfleto en cuestión, contiene uno de los –tantos, sospecho- nexos a la eternidad absoluta: el tubo infinito No me lo topé por casualidad. Apenas supe de su existencia, concienzuda y específicamente hice una pausa en mis viajes de exploración de olas a través de las islas de Indonesia y volví a California para desentrañar las pistas que me abrirían el camino al objeto de mi presente y pasada obsesión. Se ha dicho que ciertas personas, eventos, ideas, u objetos materiales pueden llegar a convertirse en una obsesión para la mente idónea – obsesión a tal punto que uno no puede pensar en nada más que pueda considerarse importante o relevante para su existencia. El objeto de nuestra obsesión lo precede todo. Nuestras vidas dependen de él. No habiendo conocido ninguno, vivimos como entre borrosas sombras de una burda y nimia existencia; cuando poseídos por él, nada ni nadie, más que el mismo objeto, nos podrá satisfacer; de haberlo tenido y perdido, la locura es el solo escape a nuestras almas en pena, la muerte la única cura. Hechizados, nos cerramos al mundo y el mundo se nos cierra a nosotros. Puede que (ellos) nos llamen genios o puede nos llamen dementes. Estamos, ya que yo (ahora estoy seguro) soy uno de ellos, más allá de su limitado mundo. No nos entienden y nunca jamás (lo sé) me entenderán a mí. No mientras sus mentes sigan atrapadas en el espaciotiempo. No mientras no sepan por sí mismos lo que yo sé. Dejaré que sea el lector quien decida si desechar mi cuento cual ensueño de demente o si seguirme en el camino de la eternidad que se oculta abiertamente a todos nosotros los surfers. Aunque no puedo decir exactamente cuándo ni dónde supe del tubo infinito, si sé que estaba en Bali, ya que la ola es en Bali (eso lo sé), y estoy casi seguro de que fue durante una de mis primeras visitas a la Isla 2
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de los Dioses. Tal vez debido a los incontables años que han pasado, la vida a veces parece un rompecabezas roto de imágenes, pensamientos, sentimientos y experiencias que estaban aún aquí conmigo esperando a ocurrir. Y sin embargo, todo puede volverse tan claro y vívido, que con solo una pizca de voluntad puedo volver a ese momento en el cual caí en la cuenta de la realidad de la existencia de esta extraordinaria, fantástica, excepcional ola que se transformó desde entonces en mi objeto de obsesión. Obligado a ella, salí en su búsqueda. El autor de de este panfleto que se esconde en el pasillo D, sección 5, estante III, en la no tan ajetreada biblioteca del Hospital Psiquiátrico de Santa Bárbara, nos dice que la ola es en Bali, en algún lugar de la costa sur del Bukit. El autor se guarda de dar coordenadas exactas, nombrar puntos de referencia o proveer algún tipo de descripción espacial definida y detallada, limitándose a pintar una vaga caracterización de un paisaje cualquiera de la vasta área de esta costa del Bukit. Porque en la eternidad (argumenta él), no hay un marco temporal o espacial, por lo tanto, cualquier tipo de coordenadas más que servirle al lector, lo confundiría. Si hubiera de especificar un marco temporal y espacial –así sostiene–, no haría más que desorientar y desanimar la búsqueda a aquéllos que no se encuentran dentro de tal marco. Por mi parte, he argüido en contra: El tubo infinito (ahora sé que existe) es un enlace entre la vida sensorial, encasillada tal cual está en el marco mental espacio-temporal, y la intuitiva vida omnipresente del más allá; es un canal entre dos mundos, un tubo conectando dos planos de existencia diferentes, por ende, está conectado y enlazado (aunque sea vagamente) al mundo del arrecife, del pueblo debajo los altos acantilados, a la orilla de arena blanca salpicada de conchas marinas, y a los granjeros de algas
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marinas balineses y sus sombreros de cono. Está conectado a la luna llena, al sol del mediodía, a las nubes húmedas y a las mareas entrantes. El autor parece percibirlo. Nos dice que incontables veces había surfeado la ola antes de verse envuelto, de hecho, en el tubo infinito. Con todo, no queda muy claro si lo estaba buscando, como lo hice yo, o si simplemente se metió de casualidad. Me inclino a creer en una combinación de las dos. Así es como lo explico: El autor es un surfista de talento literario limitado. (Su prosa es, en verdad, forzada y pedante y casi inteligiblemente rebuscada –ampulosa hubiera usado él). Frecuentemente viaja a Indonesia en búsqueda de olas vacías y perfectamente alineadas. Infiero, le gustan las olas largas y de tubos huecos, y de modo amargo y obstinado le desagrada la compañía de otros surfistas, prefiriendo largas sesiones en spots secretos y desconocidos. Durante sus viajes al archipiélago repite varias escalas en Bali donde surfea las aisladas olas sin nombre de la costa sur del Bukit. Varias veces había surfeado el mismo spot a solas durante horas –según asevera- antes de encontrarse envuelto en el tubo sin tiempo. Sin embargo, en ninguna parte del panfleto menciona una fuente de información que lo haya guiado en su descubrimiento. Eso me desconcertó. Poco después de leer su panfleto caí en la cuenta de que no importa cuántas veces se haya surfeado la ola, seguramente uno nunca se toparía con el tubo infinito si no se tuviera alguna pista previa. Si el tiempo no es más que una ilusión creada por la mente del hombre, entonces la eternidad y un único momento de existencia son lo mismo. Se puede vivir la eternidad en un momento y un momento en la eternidad. Si el tubo es el nexo entre dos planos de existencia como sostiene el autor, está sujeto, entonces no solo al tiempo y el espacio sino que también a la ley inherente de causalidad. Ese único momento en 4
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tiempo y punto en espacio que conecta y conduce a la eternidad no puede más que ocurrir –así nos dice- en un tiempo y lugar específicos. Más aún, insiste, el tubo infinito estará estrechamente ligado a condiciones específicas y por ende podrá ser causado por dirección, tamaño y período de swell específicos, tamaño de ola, vientos, y hasta la formación del arrecife y acumulación de arena en el fondo serán una parte esencial de la ecuación. La más pequeña e imperceptible a los sentidos humanos de las rafaguitas de viento puede crear o destruir las condiciones necesarias para que ocurra el tubo infinito. Aún más, dropear en el lugar exacto de la ola en el momento exacto sería crucial; más aún, seguir una línea precisa para posicionarse dentro del caño en el preciso instante, es, en verdad, lo que nos mete en el tubo infinito. Si todo esto es verdad, es bastante improbable que el autor pueda haberse topado con el tubo infinito sin algún tipo de conocimiento previo o pista. Con todo, sin embargo, debo conceder que la fortuna y el azar son la otra cara de la moneda de la causalidad; poco probable significa probable, y un suertudo es un suertudo. Una vez dentro y surfeando el tubo infinito, tuvo –literalmente– todo el tiempo del mundo para sacar las condiciones exactas del marco causalidad espacio-temporal. Tuve que argüir –aún– un par de puntos. El autor de este maldito panfleto (¡si tan solo pudiera quemarlo!), creo, quiere desanimar a los surfistas de ir en búsqueda del tubo infinito. Lo quiere todo para él y – ahora me doy cuenta– no quiere salirse. Se ha transformado en el objeto de su obsesión y no puede zafar. No quiere compartir el éxtasis que nos aguarda en el tubo infinito y más allá. La eternidad, estoy de acuerdo, está ligada al plano sensorial de la existencia si ha de abrir un nexo entre los dos mundos. También estoy de 5
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acuerdo que el punto de inflexión es justamente eso: un momento en un punto, ya que un momento es eternidad y lo infinito está contenido en la más pequeña de las partículas. Pero, ¿por qué sólo un momento? Si la eternidad está contenida en un momento, entones la eternidad es uno y todos los momentos. Se argumentará entonces, que nuestras mentes nos impiden ver esto, confinadas tal cual están, en la ilusión espaciotemporal. De ahí la excepcionalidad de ese punto de inflexión. Al mismo tiempo, si un punto espacial en particular en un preciso momento, enmarcado como es debido en condiciones particulares precisas, crea un nexo, otros momentos en el mismo lugar espacial, durante las mismas condiciones particulares, pueden también causar una abertura al mundo más allá. Puede que un reef break reproduzca en esas condiciones de swell y viento deseados, exactamente la misma ola una y otra vez. Una y otra vez. Aferrado a esta clave, salí en pos del tubo infinito. Increíblemente, no fue difícil de encontrar. Y hasta me parece que aún lo estoy encontrando. Es una ola rara. Se puede ver lo rara que es mirándola desde la playa. Es una derecha tubular extremadamente poco profunda y corta (no más de diez metros) que escupe sobre el hombro de agua profunda. El punto de take off es tan suave y fácil como chico en área. A la derecha, una izquierda rompecoco deja caer –al mismo tiempo– todas las partículas de agua que le delinean el labio a lo largo de la cara de treinta metros en el arrecife apenas cubierto por agua, escupiendo con todo la energía hecha trizas. Así que no se puede remar mucho hacia la izquierda. Si remás un poco por demás a la derecha, la zona suave del take off se transforma en un labio mutante que te manda sin remordimientos –y peor aún, lentamente– por arriba y contra el arrecife, reventándote como para 6
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asegurarse de que te salís y no volvés. Así que la zona del take off es de unos dos a tres metros de ancho. El drop es más bien suave permitiendo un buen y cavado bottom turn, requerimiento forzoso para darle tiempo a la ola para que se transforme en esa ola mutante de labio grueso, y para que vos te encuentres en la posición correcta con el ángulo adecuado para meterte en el tubo. Observar la ola desde el canal es una experiencia alucinante y sobrecogedora. La que parece una ola fácil en el take off y bottom turn inicial, se metamorfosea en un monstruo. Mirándola bien, vas a ver como la pared rápidamente se verticaliza y luego se arquea contra la presión del océano como intentando resistir cuanto más su majestuosa fuerza. El mar suave y rítmicamente cede para –con aún más poder– volcarse sobre sí mismo, como si desdoblando el plasma de la realidad para finalmente romper sus límites en los confines del mundo. Pero, claro, no es así. No es el fin del mundo, simplemente el fin del océano. La ola lanza el labio cuando empieza a caer, y justo cuando está por remacharse en arrecife, sucede algo rarísimo. El autor de este falaz panfleto tiene toda la razón. El punto de inflexión es solo uno. He tenido tiempo de estudiarlo. ¡Vaya si lo he tenido! El momento en el que la ola muta y empuja hacia adentro es el momento cuando se vuelve un semicírculo perfecto, un momento después, la izquierda escupe todo lo que tiene dentro, creando un vacío momentáneo en su vientre. Un momento más, es cuando el labio-océano que cae a punto de estrellarse contra el arrecife, impulsado por la fuerza del vacío, desafía la gravedad y gira en dirección al océano cerrando un círculo perfecto –¡perfecto!– de agua cristalina y resplandeciente, desbloqueando y desvelando la realidad y exponiendo así con toda crudeza la ilusión al surfista lo suficientemente afortunado para estar 7
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dentro y surfeando el tubo infinito. El círculo perfecto de ola se vuelve el tubo infinito. El tubo infinito se vuele la realidad, la ilusión se vuelve el tubo que conecta esta realidad al más allá real omnipresente. Un momento después, si no encontraste el punto de inflexión, es el turno de la derecha de escupirte en el hombro de agua profunda. Para colgarse del tubo infinito, se tiene que estar dentro y surfeándolo antes de que la izquierda le dé con toda al arrecife liso salpicando toda su energía. Se tiene que estar dentro y surfeándolo antes de que la derecha metamorfoseé. Se tiene que estar dentro y surfeándolo antes de que la ola transmute esta realidad –Maya– en lo real omnipresente. Ver a un surfista entubarse bien adentro hasta el punto de constantemente –eternamente– desaparecer y aparecer de vista, mientras las millones de pequeñas gotitas de agua lo devoran desde atrás, es como mirar un holograma de un surfista en una ola. Conociendo –¡conociendo!–, y solo conociendo su iluminado éxtasis en ese preciso momento, ese preciso momento eterno de solitud armoniosa y unificadora dentro del tubo, te hace compartirlo con el mundo, con tus colegas surfers. Porque lo sabés, el éxtasis no es total, si no es compartido. Los sentimientos más egoístas y territoriales dan lugar al júbilo que se siente al percibir el éxtasis del otro que no es más que el tuyo cuando en su (¿mi, nuestro?) lugar percibís el sobrecogimiento del que te mira desde el canal y su alegría al pensar en el turno que le toca. Él conoce el éxtasis y amor que le aguardan. Los dos nos gritamos el uno al otro y a nosotros mismos. Y siento el éxtasis y el amor. Estoy dentro, balanceándome en ese delicado limbo entre la mortal y dura como el arrecife realidad de este mundo y el éxtasis omnipresente del mundo eterno del más allá.
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Apareciendo y desapareciendo a través de la maraña de pequeñas gotas de agua. Como un holograma. El mundo, como lo veo, más allá del tubo, destella frente a mis ojos, enmarcado por una guadaña circular de agua que rasga el plasma. Todos los momentos pasados y todos los momentos por venir devienen uno y todos. Mi visión, sin embargo, está limitada a todo lo que fue, es y será visto desde dentro del tubo infinito, esto es, todo lo que fue, es y será visto desde dentro del tubo infinito mientras quebró, quiebra, y quebrará. Veo el impresionante acantilado enfundado en verde, y lo veo marrón y seco; veo las tormentas que refrescan y el sol que me brilla en la cara. Veo la playa vacía debajo del despoblado acantilado que se yergue majestuosamente hacia el cielo y veo las modestas casuchas debajo, veo las dispersas mansiones minimalistas arriba, y ahora el azul, ahora gris y ahora carmesí de cielo reflejado en las hileras de ventanales de vidrio de los grandes hoteles alineados encima del acantilado. Veo a los mismos hoteles tomando forma desde el suelo, y veo a los trabajadores deconstuyéndolos de vuelta al suelo. Veo el cielo lejos explotando en llamas volcánicas y nubes pesadas, y veo la lluvia negruzca goteando en el agua fuera del tubo infinito. Toda y cada imagen imponiéndose armoniosamente una sobre la otra al mismo tiempo. Veo los grandes trozos de acantilado lentamente rodando cuesta abajo para reventarse en una nube de polvo y arena, y veo la misma nube de polvo y arena empujando de vuelta los mismos trozos de acantilado a su lugar en lo alto sin dejar trazo detrás. Veo el agua cual manto sobre el arrecife acariciando la orilla de arena y la veo desvelando el mismo arrecife que cubre. Veo a los pescadores parados sobre el arrecife, o a los granjeros de algas marinas agachados sobre él, o a los caminantes paseándose despacio, despacito, con la mirada gacha en el arrecife como si buscando 9
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un secreto guardado y escondido por mucho tiempo. Lo veo desolado y sé que comparte un secreto. Veo al surfista mirándome desde el canal, gritando alucinado, la cara iluminada de alegría y demencia al tiempo que rema por sobre el hombro de la ola. Veo el acantilado aparecer a la luz del alba, y lo veo desaparecer en las sombras del atardecer. Veo ahora el Sol y luego la Luna brillando inalcanzables en la suave y curva pared del hombro de la ola en frente mío y los veo resbalar hacia mí y volverse una brillante e incandescente franja en el azul que me rodea, que es ahora verde claro, o verde profundo, o naranja parpadeante. Tengo todo el tiempo del mundo y no lo necesito para sentirme cómodo en el tubo: lo estoy desde el momento en que me colgué en él, lo he estado siempre. Lo estaré siempre. Lo veo todo, lo he visto todo, y lo veré todo desde y hasta ese momento, el momento (siempre el mismo eterno momento) que veo al surfista desde atrás, siendo escupido hacia afuera desde donde estoy yo, surfeando el tubo infinito, aunque surfeándolo hacia afuera y dentro de la miserable realidad espacio-temporal. Y siento nada más que éxtasis y amor al tiempo que suavemente, fácilmente, parado sobre mi tabla, me deslizo en el mundo más allá, viendo a mi hermano surfista remar hacia la orilla sin mirar hacia atrás. Y qué raro, un pensamiento, un resto de pensamiento en realidad, un dejo de resto de pensamiento, ni siquiera, una palabra, o más bien, un vago eco de una palabra débilmente centellea en algún lugar de mi mente: panfleto. (Maldito).
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