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LA FIESTA DANZARÍA DE LOS TEJORONES

Texto: ROQUE JACINTO CARRASCO PARADA

Introducción

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Para hacer un somero bosquejo de los antecedentes que dieron origen a esta danza, que en forma clara procede de las danzas coloniales, es necesario hacer esta breve introducción para explicar lo siguiente.

El abigeato, practicado en diferentes regiones del país, es una actividad delictiva que daña profundamente el desarrollo pecuario de la nación.

Esta actividad, propia de forajidos, desde la época colonial sentó sus reales en los territorios pertenecientes a Nueva España; y entonces, tal como ahora, los robadores de ganado se situaban al margen de las disposiciones legales por la práctica de esa ilícita labor que perjudicaba a las encomiendas y a los hacendados de la época.

Los delincuentes eran, como los demás colonizadores, procedentes de España. Los indígenas no tenían esas malas costumbres ya que sobre ellos pesaban las cadenas del esclavismo.

Cuando desapareció la colonia y reapareció la patria ya libre después de haber sido sojuzgada por tres centurias, los abigeos continuaron sus latrocinios e indujeron a los indígenas a unirse a sus gavillas y en esta forma el mal cundió y tuvo arraigo en la naciente república.

Los indígenas dedicados al trabajo, acosados por estas partidas de malhechores, se las ingeniaron para protestar y combatir a aquella lacra social que corroía la organización comunal de entonces y así fue como nació en el distrito de Jamiltepec, Oax., propiamente de Pinotepa Nacional, la danza denominada de “Los Tejorones”, que es una joya que enriquece el joyerelo del folklore oaxaqueño y nacional.

La danza

En esta danza netamente colonial, el indígena se mofa, con habilidad, de las malas costumbres de la “gente de razón” (los blancos y mestizos), y con la sensibilidad de su arte improvisado malos ridiculiza. El conjunto danzario, con gran emotividad, escarnece justificadamente por la ausencia de la justicia o colusión de los encargados de aplicarla, a quienes le perjudican.

La melodía, a ritmo de música popular de la Costa oaxaqueña, es objetiva para que los danzantes de manera improvisada y sin orden secuente y subsecuente, externen su protesta pública en contra de los abigeos.

Un danzante representa al tigre, felino fuerte, ágil y sanguinario, el que simboliza al abigeo. Mediante un diálogo abierto, con sutil disimulo, sin dejar de danzar con elegancia y donaire en las entradas llenas de movilidad, surge la copla improvisada en los labios del danzante por medio de la cual se revelan los nombres de los hábiles y temibles matarifes de la comarca, los que por sus fechorías son odiados por los vecinos que viven con honradez.

El perro, fiel guardián, amigo y compañero menor del hombre, bestia de presa y educado para el combate contra toda clase de alimañas, interpretado por otro danzante, desempeña un lugar importante en el desarrollo de la fiesta danzaría.

A un cambio tonal, el can es lanzado en persecución de la presa (el tigre), seguido en vistosos giros por los demás danzantes que integran la comparsa; husmea en todas direcciones con los belfos pegados a la tierra localiza las huellas del felino, con cautela las sigue y de pronto descubre al tigre oculto en los breñales del campo que circundan la dehesa; la fiera, al verse acorralada por los demás danzantes, se decide a luchar; el tigre es atacado por el robusto y bravo can, el que lo vence con sus acerados colmillos.

El hombre y su amigo menor (el perro) han acabado con el sanguinario merodeador. El bien, una vez más, ha triunfado sobre el Mal.

Otro cambio tonal en la música indica que la danza está próxima a concluir. Como colofón danzario, otro intérprete en cadenciosos movimientos, a veces violentos, otras pausados, llega hasta el felino yacente en el suelo y ejecuta la operación de la castra del tigre (el abigeo) para dejar constancia de que esta mutilación representa o significa el mayor castigo al que pueden someter al culpable de tantos latrocinios, como medida extrema para evitar la reproducción y propagación del abigeato. La danza concluye bajo un acompasado taconeo que repiquetea en la tarima.

La escenografía representa el medio rural campirano; el supuesto ganado pasta en la dehesa a la que llega el tigre atraído por el olor que despiden los animales, representados por danzantes. El atuendo es simple: camisa al estilo de la región, calzón de manta, guaraches, sombrero de palma, paliacate anudado al cuello; a veces los danzantes se cubren con bocamangas de lana en tejidos de vistosos colores y el rostro lo retraen bajo una máscara; o lucen cabellera, bigote y barbas postizos. También los participantes en esta danza pueden vestir pantalón blanco, calzado negro, camisa blanca, paliacate anudado al cuello y sombrero de palma; pueden llevar, asimismo, el rostro cubierto con una máscara o usar cabello largo, bigote y barba postizos, o bien lucir chaparreras y sobre el calzado las espuelas con grande estrella y en las manos la soga de lazar; como complemento indispensable, los danzantes deben llevar pendiente del hombro izquierdo la vaina o funda que guarda el filoso machete, mismo que es desenvainado y hecho juguetear con destreza en la lucha de los ganaderos (los danzantes) contra los abigeos (el tigre).

El conjunto musical se integra de los siguientes instrumentos: Melódicos: violín y trompeta o cualesquier otro instrumento propio para llevar la melodía. Armónicos: vihuelas séptimas, sextas, jaranas y requintos. Percutivos: bule, marimbel, tamborín o cajón.

Fuente: Tres danzas del Folklore Oaxaqueño, Roque Jacinto Carrasco Parada, Colección Tintero Nocturno, 1990.

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