Y esta lluvia que no para [antologĂa]
Y esta lluvia que no para [antologĂa]
consigna rechazo cualquier automatismo, cualquier pérdida de la conciencia, cualquier maquinación que trate de apartar al espíritu de su vigilia…
B
josé revueltas
orrar es nuestra manera de regresar en el tiempo. Cuando apenas ha sido escrita, la idea advierte que puede salir a la calle con mejores ropas o reencarnar con su desnudez más sincera. Entonces borramos, para volver al principio, para darle una segunda oportunidad de existencia a esos rasgos hechos de palabras (único semblante que importa cuando se intenta fraguar una presencia a través de la escritura). Por algo los editores hablan del borrador, es decir, del texto que no ha llegado a ser definitivo. Por algo también ciertos escritores juzgan provisionales todos sus trabajos, aun los que ya han sido leídos por generaciones. En la escritura nada es irrevocable y la letra impresa tan sólo brinda la ilusión de lo fijo y lo intacto. Cuando por voluntad propia borramos una parte o la totalidad de lo escrito, en cierta forma adelantamos el juicio del tiempo y quizá de los lectores. Reconocemos el error y deseamos enmendarlo, advertimos la falta de empeño y decidimos reencauzar el esfuerzo con más y mejores elementos. Admitimos
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incluso la inutilidad del empeño. Al juicio crítico sigue la borradura y la persistencia en la lucha por escribir de veras. Tal vez el genuino ejercicio de escribir comienza entonces, cuando los trazos se desvanecen por la acción lateral de la goma sobre el papel o cuando las grafías se pierden de vista en la pantalla. Borramos para volver a pensar, para abrirle un espacio limpio a la memoria, para que el deseo no se aleje de sí mismo. La antología que comienza tres páginas adelante no es por tanto el resultado de un taller sino el punto de partida de quienes tienen en sus manos la oportunidad de escribir literariamente. Sus trabajos muestran que una misma anécdota, un solo motivo o una película (en este caso de Jim Jarmusch) pueden ramificarse en innumerables realizaciones literarias, cada una independiente y legítima. Sus poemas confirman que los recursos de las vanguardias no son propiedad de unos cuantos autores, sino flujo constante de posibilidades para articular forma y sentido. Cada quien ha revisado con mayor o menor empeño y cada quien ha corregido tanto como ha juzgado necesario. Queda en su fuero interno reconocer hasta dónde lograron su deseo de convertir una sucesión de palabras en relato o poema. A ese juicio crítico seguirá el de quienes brinden su tiempo para sopesar lo escrito. De las lectoras y lectores no pedimos, pues, un trato amable, sino una mente despejada que nos diga si vamos bien o nos conviene borrar de nuevo. josé manuel mateo
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[relatos]
el perro Piensas que la lluvia es ácido que desintegra tu piel. Buscas dónde guarecerte. No encuentras refugio alguno. Entre las personas, atropellas y eres atropellado. El tráfico aumenta la cólera de aquellos que, como tú, desgraciadamente, se encontraban afuera cuando comenzó el diluvio citadino. En la esquina un perro escurre agua y mugre. Lo envidias al verlo tan contento bajo la lluvia. Hace algunas horas la ciudad semejaba un desierto. Entonces era impensable que una lluvia tan abundante cayera, aun cuando todos lo desearan. Buscas un taxi, pero todos están ocupados. Aunque los autos no avanzan mucho, parecen mejor opción que la intemperie. Decides avanzar unas calles arriba en busca de una avenida despejada y con algún taxi disponible. Al fin encuentras uno, haces la parada, se detiene y entras al auto empapado, como el perro que viste hace unos momentos. De manera automática saludas al chofer, le indicas a dónde quieres ir. Arranca el auto. A medio camino imaginas que estás en tu cama, cómodo y seco. Dos cuadras antes de llegar a casa, el taxista pierde el control del auto. Has muerto y no lo puedes creer: como el perro de la esquina esta mojado y sucio. Carlos Reyes Torres
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un filete y la vida real Piensas que la lluvia arreciará, miras el pavimento mojado y brillante, se te ocurre buscar un refugio, lo más cercano posible, pero, mala suerte, no encuentras ninguno, así que te decides por apretar el paso y caminar a lo largo de la avenida para llegar a tu casa. Aunque la lluvia parece amainar, ya estás bastante empapado. Te faltan dos cuadras para llegar a casa y agradeces que por lo menos no haya viento; sin embargo te has puesto de mal humor: la ropa pesa más de lo normal y el cabello está hecho una sopa. Una mujer te mira, camina hacia ti y parece que te habla, la ves mover los labios rápidamente. No puedes escucharla, el ruido de los autos te lo impide; te preguntas si la conoces. No, nunca antes la habías visto. Ya está cerca de ti y tú la tiras de a loca, aunque no dejas de notar que se ve muy guapa con el cabello suelto, negro, escurrido. Corres para atravesar la avenida y no hacerle caso a la mujer, lo único que quieres es llegar a casa cuanto antes. Esquivas los primeros autos que pasan rugiendo cerca de ti y casi al llegar a la otra acera un auto te alcanza. No fue un golpe importante. Un hombre te pregunta si estás bien, mientras sigues en el suelo, aturdido. Eres incapaz de responder, buscas con la mirada a la mujer; es inútil, ya estás rodeado de curiosos que no te dejan mirar más allá del pequeño círculo que han formado a tu alrededor. Logras levantarte haciendo grandes esfuerzos. —Estoy bien —le dices al hombre que antes te había preguntado, luego miras a todos y vuelves a decir que estás bien. —Espere al menos que llegue la ambulancia —dice una señora gorda 10
enfundada en un impermeable amarillo. —No, está todo bien —exclamas, y sigues tu camino. Todos permanecen atentos a tu andar, Después, poco a poco, los curiosos comienzan a dispersarse, cambian impresiones y le cuentan lo que ha sucedido a quienes llegaron tarde para presenciar los hechos. Caminas un tanto adolorido, pero fuera de eso de veras te sientes bien; has tenido suerte de que no pasara a mayores el accidente y das gracias a la fortuna. De pronto, te percatas de que alguien te sigue, vuelves la mirada hacia atrás y descubres que es la misma mujer de la que huías antes. Ahora si la observas con cuidado, es realmente guapa y lleva un libro en la mano derecha. Aminoras el ritmo del paso para que la mujer pueda alcanzarte sin mucho esfuerzo. Cuando llega a tu lado quiere saber si te encuentras bien; tú contestas que sí. —Me alegro —agrega ella. Por un momento se hace un silencio entre los dos. —¿Has leído la Biblia? —pregunta ella de repente. —Francamente no —respondes. —Te invito a que lo hagas. —Si, quizá lo haga esta tarde —comentas con burla. Luego ella te habla de Jesús, que había sido crucificado para salvarte. Se te ocurre que si esto fuera un cuento o una telenovela cualquiera, invitarías a la predicadora a pasar a tu casa para secarse el cabello y tomar un café bien caliente y ella aceptaría. Entonces le hablarías de que tu color favorito es el rojo y ella te explicaría que cuando pequeña le gustaba el rosa pero después prefirió el azul. Te quejarías de tu trabajo, comentarías que muy pronto piensas dejarlo por uno mejor. En fin, terminarías diciéndole una frase cursi y ella te creería un poeta, de esos que abundan en la calle. 11
Pero como esto es la vida real, te molesta su voz que suena como pito; es guapa pero de una voz espantosa. Por eso, cuando te pregunta si quieres que te lea un pasaje de la Biblia, tú contestas que no: pierde su tiempo contigo. Y como es la vida real, ella no insiste, se aleja, se detiene frente a la puerta de una casa y toca el timbre. Llegas a tu casa. Pones a descongelar un filete de pescado. Tomas del librero una novela policiaca. La historia te atrapa, empiezas la quinta página cuando tocan a tu puerta. Abres y un muchacho con uniforme de una empresa de pizzas está parado frente a ti. —Su pizza, señor. —Yo no pedí ninguna pizza. —Pero… Cierras la puerta con enfado. El muchacho toca insistentemente, pero decides no hacerle caso y echas un ojo al filete que sigue congelado en un plato, sobre la mesa. José Alberto Navarrete Lezama
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lluvia seca ¿Piensas que la lluvia es seca y podría lastimarte? Sabes que no es así, sin embargo, la evitas al caminar durante los días de tormenta. ¿Acaso has notado que te mira el tipo de la esquina? Sí, se burla de tus zapatos mojados; no se da cuenta de que él también está empapado, aunque de él escurra una lluvia seca. Sigues caminando, te topas con una criatura sonriente, esquivas su mirada, avanzas por la avenida, donde corren presurosos ríos de tinta imborrable. En la esquina miras hacia atrás y observas a la criatura sonriente; ves que alegre va brincando, esquivando los charcos ya formados, mientras tanto, tu escapas entre la gente, gente que te empuja, empapada de prejuicios y etiquetas, su lluvia seca. Esa lluvia te moja hasta los zapatos.
María Elena Arévalo Rangel
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renée Renée espera sentada en la cafetería; su café está perfecto, pues ya le ha puesto leche y azúcar. Le da un sorbo, toma un cigarro de la cajetilla y le da una calada, en eso, tú, mesero de nombre olvidado, te acercas a ella. — ¿Señorita le sirvo más café? —preguntas. — No, ¿qué has hecho? Ya tenía el color y la temperatura adecuada. — Lo siento, en verdad lo siento. Ella, indignada, tiene que preparar su café otra vez, le da un sorbo justo antes de probar otra vez su cigarrillo; mientras tanto, hojea una revista. Te acercas otra vez; apenado por tu error intentas sonreírle, pero ella desvía la mirada y tú sientes miedo. No era una revista. Ella hojea un catálogo de armas de fuego. — Lo siento —le dices con voz apagada. Pobrecito, te alejas de Renée desconcertado. Ella continúa hojeando su catálogo, bebe su café y fuma otro cigarrillo. Tú, mesero de nombre olvidado, te desesperas e intentas arreglar tu error conversando con la mujer. Eres un iluso, ella no conoce a ninguna Gloria, tienes que irte de allí. —¿Sabe? Café y cigarrillos no es un buen almuerzo —insistes. — No se preocupe, éste no es mi almuerzo. ¡Ay¡ Para colmo, la has ofendido con tus comentarios, tú solo esperas que ella no regrese a matarte cuando finalmente haya comprado un arma de fuego. Mauricio Anaya Rosillo
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enmudecencia —¿Qué dices? —Nada. —¿Entonces? —No dije. —¿Nada? —No. —¿Qué cuentan? —Nada. —Pregunto… —¿Qué cosa? —Si escuche… — Yo los escuche. —¿A mí? —A los dos.
Óscar Arriaga Olguín
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ficción x El sonido inundó mi oído: una voz me hizo despertar. Abrí un ojo sin percibir imagen alguna; el segundo recibió toda la luz. Junto a la cama, del lado izquierdo, una máquina mostraba coordenadas y números; al parecer se trataba de mis signos vitales. Varios electrodos están unidos a mi mano, a mi nariz, a mi pecho. Recuerdo entonces el accidente, por eso estoy aquí. Dos personas se acercan charlando, usan batas y aparatos extraños. —El experimento está terminado —dijo uno de los sujetos apuntándome con el índice—. Anote la fecha y hora —ordenó. Los aparatos alertaron a los sujetos y ambos observaron que yo había recuperado la conciencia. —El proyecto 2301188 está reaccionando —dijo uno. Retiré los electrodos de mi cuerpo, me levanté de la cama y salí de la habitación por un pasillo estrecho con múltiples puertas en cada pared. Con horror vi que dos hombres de vestiduras negras me seguían. Empujé una puerta, atravesé el umbral y la atranqué con una silla. En la habitaciónsólo había una cama. Vi otra puerta y al abrirla me encontré en un baño. Alguien acababa de salir; un periódico en el piso y un rastrillo en el lavabo así lo indicaban. Sin duda se trataba de un periódico, aunque no se parecía en nada a los que yo recordaba. 25 de febrero de 2090. Ésa era la fecha. Levanté la mirada y me vi en el espejo del baño. Toqué mi rostro, pero ése no era yo. ¿Quién era entonces? No sé que me ha pasado, pero lo voy a descubrir. continuará… Óscar Arriaga Olguín
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un día con sol Desperté y al ver que el sol iluminaba mi habitación pensé que sería un gran día. Salí de casa con rumbo a la escuela, cuando de pronto y sin saber cómo, grises nubes ocultaron el sol; unos minutos después comenzó a llover. Sin importar el inesperado cambio de clima seguí caminando; después de todo, la lluvia me refrescaba el ánimo. Al cruzar una calle me tropecé y caí en un charco. Me puse de pie enseguida, como si nada hubiera pasado, pero entonces vi a un tipo que, sin por lo menos disimular, se reía de mí, como si él no se encontrara en las mismas condiciones: completamente mojado. Continúe mi camino; junto a mí pasó una linda chica que al mirarme se detuvo, sintiéndome avergonzado y antes de que ella lograra articular palabra comencé a correr, escuche su voz a la distancia. Me detuve y mientras volteaba un automóvil me atropelló. Desperté en un cuarto de hospital. Como en la mañana anterior el sol iluminaba el espacio. Di media vuelta en la cama y entonces la vi: allí, a mi lado estaba esa linda chica. Sin lugar a dudas, éste sería un gran día. Pamela Ortega Rodríguez
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sueño de café Eran las 2 p.m. en punto y Renée no sabía qué hacer. Nerviosa, encendía su cigarro en el área de fumadores del coffee shop mientras esperaba a que se colocaran todas las estatuillas doradas y se extendiera la kilométrica alfombra roja. ¿Quién carajos iba a sospechar de ella? ¿Acaso eso no pasa también en tnt? Nadie, ni su sombra, podría saber sus planes. Ansiosa y hojeando su catálogo, indispensable para toda mujer de armas tomar, repasaba el plan una y otra vez: “avanzar lentamente y actuar como la verdadera”. La cafetería estaba casi sola, únicamente unos cuantos clientes se encontraban sentados cerca de ella: una pareja al fondo y dos mujeres cerca de la puerta del establecimiento. El ambiente dentro del Sogni di caffè era tranquilo, los grandes hits de Paul Personne sonaban seductores en la rocola. Renée se servía una taza de café más cuándo al ritmo de Disparue entraron como marabunta varios hombres vestidos de negro formando una valla humana para que Alfred Molina se deslizará entre aquel camino de centinelas. Por la reacción de la jefa de meseras, ya estaban esperándolo con una mesa reservada en la zona vip. Entretenida con el espectáculo, Renée dio un sorbo a su segunda taza de café. “Si que hay variedad en este cafecito, pseudo italiano con su blues francés y sus actores importados”, se dijo mientras el recinto comenzó a llenarse de estrellitas artificiales y de achichincles que cerraban la retaguardia de aquellos seres de un mundo peliculeramente hollywoodense. Comenzó a escuchar la plática de todos, el bullicio fue en aumento. Bien podía estar escuchando la conversación de rza, gza y Bill Murray o la charla, tipo la hora del té inglesa, acerca 18
de quién ganó más premios en el festival de Cannes y en los recientes SAG Awards que sostenían Molina y Steve Coogan. En aquel rincón que antes ocupara la pareja de tórtolos —los que de seguro tenían a Paul sonando— se encontraba ahora un grupo de rock alternativo y los que seguramente pusieron a sonar a The Strokes con su mejor indie. Eran ya las 4:30 pm y su decimoquinta taza de café se había enfriado. Todas las estatuillas habían sido colocadas, la alfombra carmesí resplandecía con su característico brillo de tela de treinta mil euros el metro. De la horda de estrellas hollywoodenses y músicos extravagantes sólo quedaban unos cuantos. Renée decidió abandonar la cafetería y poner en marcha su plan de usurpación que hasta el momento no parecía estar en práctica. Pero antes de salir dos tipos altos ataviados de negro la detuvieron. Asustada y sin saber qué hacer comenzó a balbucear, hasta que una voz gruesa que reconoció al instante, le dijo: —Renée, qué sorpresa encontrarte aquí; por cierto, llamé a Lauren hace media hora. Dijo que no podía participar en el proyecto, así que ahora es todo tuyo. Qué suerte encontrarte aquí antes de la ceremonia. Ella no contestó, Alfred y Steven la miraban con una enorme sonrisa, aún no era la hora del tradicional desfile por la red carpet y su plan ya era todo un éxito, sólo tenía que hacer una cosa más y todo iría de maravilla: impedir a toda costa que la verdadera Renée Zellweger se escapara de su cautiverio y frustrara su sueño de recorrer aquella tan soñada alfombra. Sí, fue una excelente idea entrar al Sogni di caffè. Teresa de Jesús Ramos Rivera
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lluvia sólida Mientras caminaba por la avenida Carranza, rumbo a mi reunión masónica, mi zapato derecho experimentó un contacto extraño. Sin duda había dado un mal paso: mi rostro se contrajo de dolor y, con enfado, comprobé que mi cuerpo no había sabido fijarse en dónde convenía pisar. Fue en el cruce de Carranza y Avanzada donde pasó la desgracia. Mi zapato izquierdo se incrustó en una de las alcantarillas gigantes que el municipio instaló recientemente. Tal parece que incluso cuando hacen algo bien no prevén las consecuencias de sus decisiones. Cada alcantarilla, en esta avenida, es del tamaño de la calle, con rendijas de casi veinte centímetros, donde cabe perfectamente la punta de un zapato y, por ende, puede producirse un accidente vial. Precisamente como ocurrió conmigo: todo mi cuerpo se inclinó hacia el frente y la mochila contribuyó bastante para darle impulso a la atroz caída. “Esto no es gracioso”, pensé instantáneamente cuando vi que un tipo se burlaba de mí. El sujeto, que parecía esperar el bus que va en dirección al centro, se dignó a acercarse. Era uno de esos días en donde casi nadie sale de su hogar, excepto quienes trabajan. El hombre me ofreció ayuda pero la rehúse: —Estoy bien, gracias; sólo mi ropa, al igual que la tuya, está más mojada. No dije nada más y el tipo se fue. Decidí volver a mi casa, decisión que sin duda habría de resultar perjudicial porque justo ese día iría a la reunión una de las personas más importantes de San Luis Potosí a quien le hubiera podido pedir una beca para mi viaje a Uruguay. Al bajar del taxi, vi a mi vecina, que también iba llegando en taxi a su casa. No estaba tan mojada como yo, pero, por su ma20
nera de mirarme, parece que se percató de que yo me había caído. La lluvia aún no había menguado, por eso cuando presentí que me iba a dirigir la palabra, agaché la cabeza para evitar la conversación. Mientras los taxis avanzaban y mi vecina abría la puerta de su casa, no supe cómo pasó, un Jetta me aventó hacia un poste de luz, a unos metros de donde estaba mi vecina. Realmente no recuerdo del todo lo que pasó, sólo empecé a escuchar gritos ensordecedores y después sólo un susurro. —Mamá, yo sólo quería invitarlo a la casa, para que se secara, pero por vergüenza no lo llamé a tiempo. ¿Por qué pasó esto? —No lo mires, no fue culpa tuya, ya estará con su papá. Dejé de escuchar del todo. Comencé a entrar en una obscuridad tremenda y, al instante, observé una de las luces más bellas que jamás, nadie, ha visto. Era una luz pequeña pero tan intensa que aun cuando alguien quisiera apagarla sólo conseguiría encenderla aún más. Steek Absalón Martínez Torres
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una historia corta Una mujer está sentada en la mesa de un café. Enciende un cigarrillo, hojea una revista, agrega unas cucharadas de azúcar a su taza y mira por la ventana próxima. Es de mañana y el sol tímidamente empieza a iluminar el establecimiento. La mujer es delgada, viste una blusa que deja al descubierto sus hombros, falda corta, mallas y zapatos de tacón alto. Hay una expresión de seriedad en su rostro, lleva los ojos delineados y su nariz es algo afilada. Se concentra en la revista, aunque a veces desvía la mirada hacia la calle o recorre con la vista el negocio. Un mesero se acerca a la mujer, le ofrece más café y un sándwich. Ella contesta que no quiere café ni sándwiches. Él la observa como si la reconociera. —Disculpa, ¿tú eres Gloria? —Sí. ¿Cómo sabes mi nombre? —Porque te he soñado. —¿Y si tú también eres parte de un sueño? —Eso no puede ser. ¿Cuándo se ha visto? —Está bien. Yo sólo decía. El mesero se retira, atiende a un cliente que acaba de entrar: un hombre con traje blanco. Después de un rato regresa a donde la muchacha. —¿Más café? —No, gracias. —Pero, ¿cómo está eso de que soy parte de un sueño? —Sí, claro, puede ser, no me preguntes cómo.
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Gloria despierta, toma un baño, se viste y sale a la calle sin rumbo fijo. Ernesto se prepara para salir a su trabajo, está empleado de mesero en un café. Rogelio se viste con un traje blanco y decide tomar el desayuno; tiene el tiempo suficiente para ello y luego dirigirse a su empleo. Mientras bebe su taza de café trata de recordar lo que ha soñado, pero le es imposible.
José Alberto Navarrete Lezama
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[poemas]
suena suenaresuenares suenasuenaresuenasuena resuenaasuenasuenaresuenaa suenasuenaresuenaasueanare suenasuenaresuenasuena suenaresuenares suena sonaja suena sonaja suena sonaja suena sonaja suena sonaja
María del Rocío Flores Quistán
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Teresa de JesĂşs Ramos Rivera
28
Rev贸lver T煤 y yo somos los muertos, la carro帽a de esas aves He venido darte muerte a Me han enviado cobardes los
Diana Alicia Almaguer L贸pez
29
Vivir creer
soñar
odiar
reír
amar
Confusión LA MENTE DEL SER HUMANO LA COMPONEN SIEMPRE SE COMPONE DE PALABRAS
pasión
desilusión coraje Pensar
gritar
recordar
olvidar ocultar
Alejandra Cázares
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Lo
… .. que
…..
…
escurre
...
en
mis
…
…
jugos
oídos son
de
tu
olvido.
Óscar Orlando Hernández Tristán
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1. 2 la Poca boca loca toca 1.1
toca la la boca loca
La sonaja Suena Asuena Resuena
Suena asuena resuena la sonaja
loca toca la boca Asuena resuena la sonaja suena
Resuena la sonaja suena asuena
María del Rocío Flores Quistán
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CONR RNOC ESENTI ITNESE MIENTOSIISOTNEIM NSENTIMIIMITNESN ENTOMIENNEIMOTNE TOMIENTTNEIMOT OSINSENNESNISO TIMINNEIMIT TOMIIMOT ENNE TO
MIE NTO SINRE MORD IMIENTOMI ENTOSIN SENTIM IEN
María Elena Arévalo Rangel
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sin-toma La sensibilidad cubre mi cabeza como la ociosidad plantea mis dudas acarreamos la zozobra de las noches para emigrar hacia tus palabras sin sentido. Pavorosa corrosión de lamentos lúdicos que siempre jugando con tus lágrimas secan sueño en sueño tus poros antes letras.
Óscar Orlando Hernández Tristán
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duda Si tan sólo un momento volviera, aunque se marchara después, ¡cuántas cosas de amor le dijera! Con mi llanto bañaría sus pies… Dime, luna, si esta noche con tus rayos lo puedes ver. Dime, lucero del alba, si su espíritu me ha sido fiel.
Samara Gordoa Díaz
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edades Edad tardía, edad temprana, años que pasan. Años que van y vienen. Tiempo recorrido, reloj descompuesto. Tardía edad. Correr de los días, desacompasado tiempo. Temprana edad. Añoranza dulce detenida en un suspiro. Años van. Años vienen. Tiempos que perduran. Descompás de la vida. Teresa de Jesús Ramos Rivera
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diecinueve Los 19 años son más conocidos como los casi 20. Décadas incompletas. Así como incompleta es la idea de lo que seguirá. La nostalgia abruma a una infancia que se queda atrás. Sólo en los recuerdos estará ese niño que tienes que dejar pasar. Y aviva las ilusiones de una etapa que no tardará en comenzar. A los 19 años uno vive confundido y ansioso. A la puerta de una nueva etapa a la que no se sabe si se quiere o no llegar. Pamela Ortega Rodríguez
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sola con la poesía La poesía es oír cantar a los ángeles cuando entran al infierno. Es ir a pedir paz y amor cuando estás tras rejas. Es el llanto desconsolado del asesino cuando es liberado. Es el grito descabellado de una doncella, la dulce sonrisa de una tormenta. Es dejar de amar y ceder ante el demonio de tu felicidad. La poesía es la filosofía de un loco enamorado. Es la religión de un chiflado excéntrico que vaga en busca de amor. Es el par de zapatos mojados por una lluvia seca. Es estar en el paraíso aun cuando estás en un campo de concentración. Es quitar las notas del refrigerador y por fin respirar.
María Elena Arévalo Rangel
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busco y no hallo Busco y no hallo fractura tan ácida un habla tan expuesta sólo aquí contradice al lector nunca hubo un abrazo para las palabras del aprendiz lo concreto no encuentro busco verso a favor acero y no hueso palabras ni más ni menos que nunca hubo… sólo aquí
Mauricio Anaya Rosillo
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manifiesto La poesía es una avenida azul, un joven con el caminar sombrío, la vagabunda mente que busca anclar al menos una neurona. Es la voz amarga, rebelde, pagana y suicida. Es la lengua con piel de cascabel. Es el grito imprudente de los amantes en medio de la noche estrellada. Es el canto alegre de protesta. Es el CANTO. Es el dedo índice apuntando hacia la mancha roja en la pared blanca. Es el silencio sepulcral en esta ciudad-caos. La poesía son los ojos del mendigo y su hedor de siglos. La poesía son los pies enlodados del niño famélico, y su cara manchada de tizne. La poesía es hija de la tiznada. Es la sonrisa esquiza, el llanto infinito, la desilusión instantánea de mirar al ser amado con otro amor. Como un bebé, la poesía nace libre, es el hombre quien le pone grilletes. La poesía es la mierda más pura. La mierda-diamante. La poesía no existe sin la vida, más aun, la vida no existe sin la poesía. Carlos Reyes Torres
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la comida: ellos y nosotros Qué sería de nosotros sin la comida No sentiríamos ese placer del bocado Aquellos pasteles de chocolate O el delicioso bufé de los restaurantes No comeríamos aquella carne Aquellos dulces de colores Que de niños degustábamos Sin que importara otra cosa En resumidas cuentas: es así que sin comida Enfermaríamos, moriríamos, nos comeríamos, Qué sería de ellos con la comida Ellos sentirían el placer del bocado Y de su estómago lleno a reventar Probarían los más apetitosos manjares Aquellos bufés, dulces, pasteles No pensarían jamás en el hambre No morirían, no enfermarían Si todos tuviésemos comida
Gilberto Jasso Padrón
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manifiesto Con palabras en desorden Creen escribir un mundo ordenado. Aves de rapiña con sentimientos despechados Le escriben al amor, encantados. Desdeño a quien escribe con palabras de poco alcance, Al que vive confiado en que la rima es el arte. Escriben para que no les entiendan, Creyendo que entenderás todo. Escriben incoherencias para que sentencies Que en esos balbuceos está el origen del todo. Malditos aquellos que se hacen llamar eruditos Porque nadie los entiende. Total, para hacer un pinche poema, sé incoherente, da igual. A mí la poesía me es indiferente. Michel Enrique Hernández Macías
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silencio Shshshshshshshshshshshshshs ¿Te callas? Shshshshshshshshshshshshshs Cállate Shshshshshshshshshshshshshs ¡Cállate! Shshshshshshshshshshshshshs Puuum Ahhhhhh!!!!!!!
Adriana del Carmen Zavala Alonso
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índice 4 9 10 13 14 15 16 17 18 20 22 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 40 41 42 43
Consigna El perro Un filete y la vida real Lluvia seca Renée Enmudecencia Ficción x Un día con sol Sueño de café Lluvia sólida Una historia corta Suena… Es una forma… Revólver… Vivir… Lo que… 1.2 Con resentimiento Sin-toma Duda Edades Diecinueve Sola con la poesía Busco y no hallo Manifiesto La comida: ellos y nosotros Manifiesto Silencio
© obranegra [por las características editoriales] edición y diseño: josé manuel mateo la ilustración de portada se basa en una fotografía de josef koudelka (sin título, francia, 1987). obranegra 2012 cordillera central 361 casa c lomas cuarta sección 78216, san luis potosí, s.l.p., méxico obranegra@yahoo.com
y esta lluvia que no para reúne poemas y relatos escritos entre enero y mayo de 2012, en el taller de creación literaria que forma parte del plan de estudios de la licenciatura en lengua y literaturas hispanoamericanas, de la coordinación de ciencias sociales y humanidades de la universidad autónoma de san luis potosí. en el taller participaron estudiantes de letras y de antropología. en la composición se empleó la familia filosofía en 11.5 / 16.5 puntos junio de 2012.