Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas Periodismo
La Guerra del Pacífico y los diarios
LA PARTICIPACIÓN DE LA PRENSA EN LAS NEGOCIACIONES DIPLOMÁTICAS DE 1895 ENTRE CHILE Y BOLIVIA. EL CASO DE EL MERCURIO DE VALPARAÍSO
Autor: Patricio Segovia Profesor Guía: Fernando Rivas Viña del Mar, noviembre de 2008
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Agradecimientos Ingrid Por entregarme una inspiradora paz interior, Mi compañera de siempre en este espinoso, incierto pero apasionante submundo periodístico Familia Papá, mamá y hermanos gracias por eliminar las distancias físicas y sentir sus brazos acogedores en cada segundo Profesores Fernando Rivas Gracias a él esta tesis nació Eduardo Cavieres Por depositar su confianza en la investigación Y a todos los profesores de Periodismo, que más que profesores, los recordaré como amigos… El Mercurio de Valparaíso Por abrirme las puertas a su maravilloso archivo histórico
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Índice Resumen...………………………………………………………. 5 Problematización……………………………………………….. 7 Prensa y lectores del siglo XIX…………………………. 9 La prensa y el (frustrado) tratado………………………. 12 Pregunta de Investigación…………………………………….. 14 Objetivo General……………………………………………….. 14 Objetivos Específicos………………………………………….. 14 Consideraciones Teóricas…………………………………….. Conceptos………………………………………………… Discurso y sociedad: consideraciones teóricas………. Editorial e ideología: (breve) discusión teórica………..
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Diseño Metodológico…………………………………………… 19 Método de aproximación………………………………… 19 Corpus……………………………………………………… 21 Método de recolección y análisis……………………………… Método de recolección…………………………………… Procesamiento del material……………………………… Análisis…………………………………………………….. Consideraciones y dispositivos………………………….
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Desarrollo Primera parte: La buena nueva………………………............ 27 Capítulo 1. Vamos a comunicar a nuestros lectores una noticia………………………………………………… 28 Capítulo 2. Un texto sin lectores puede ser literatura, pero nunca periodismo………………………………….. 34 Segunda parte: El silencio de los engranajes………………. 43 Capítulo 3. La estrategia tras un alboroto diario……… 44 Capítulo 4. Sin comentarios…………………………….. 52 Tercera Parte: Rebelando la espera………………………..... 54 Capítulo 5.Tensión en la diplomacia chilena………….. 55 Capítulo 6. La apuesta clave de Perú………………….. 63 Palabras finales…………………………………………………. 67 3
Capítulo 7. Espacio público, the elite…………..……….. 68 Capítulo 8. El Mercurio: engranaje motriz………………. 72 Bibliografía………………………………………………………. 79 Anexos y fotografías…………………………………………….. 81
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Resumen
En el presente trabajo se estudiará la participación del periódico El Mercurio1 en las negociaciones diplomáticas de 1895 entre Chile y Bolivia. Una negociación importante, pues, a fines del siglo XIX, Chile se vio enfrentado a una serie de problemas limítrofes con sus vecinos: Perú y la mencionada Bolivia por el norte y Argentina por el sur.
Chile debía impedir por todos los medios un nuevo conflicto bélico: la revuelta interna de 1891 dejó las arcas fiscales al borde del colapso, por lo que una aventura militar no habría resultado beneficiosa para el país.
Frente a un escenario económicamente desfavorable y rodeado por tres naciones que apremiaban por una pronta solución, al gobierno de Jorge Montt no le quedó otra alternativa que poner a prueba sus capacidades retóricas. ¿Qué hizo? Jugó todas sus fichas por Bolivia y alentó la creación de un tratado definitivo a cargo de su joven ministro de relaciones exteriores Luis Barros Borgoño.
La diplomacia chilena optó por la reserva en los detalles de la conversación. Ninguna otra nación debía enterarse. Si los pormenores llegaban conocerse, el gobierno creía que Perú y Argentina realizarían sus peticiones limítrofes al mismo tiempo que Chile trataba de lidiar con Bolivia, dejando en un hilo la estabilidad internacional del país.
Tal como se pensaba: Perú se enteró del acuerdo y movilizó a toda su diplomacia, logrando paralizar las conversaciones entre Chile y Bolivia. 1
En 1895 hacer una precisión entre Mercurio de Valparaíso y Mercurio de Santiago no tiene justificación. Pues el primero, se fundó en el Puerto de Valparaíso el 12 de septiembre de 1827, y algo más de siete décadas después Santiago fue testigo del surgimiento de la edición capitalina, conocida solo como El Mercurio. Entonces, para efectos del presente trabajo, cuando nos remitamos al diario El Mercurio estaremos haciendo referencia a su edición administrada, escrita e impresa en Valparaíso.
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Según Óscar Pinochet de la Barra 2 una de las razones que explicarían el fracaso del tratado estaría en que sus detalles fueron conocidos por la prensa y molestaron al Perú. A raíz de ello considera que, por primera vez, los medios (para la época solo los diarios) pudieron tener una importante participación en las relaciones diplomáticas entre un país y otro.
Es así como nuestro análisis abordará la participación de El Mercurio en la negociaciones de 1895: se estudiará el discurso del medio, de los actores políticos y del gobierno de la época.
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Diplomático e Historiador Chileno autor de Chile y Bolivia: ¡Hasta Cuándo!. Editorial LOM. 2004
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La Guerra del Pacífico y los diarios
LA PARTICIPACIÓN DE LA PRENSA EN LAS NEGOCIACIONES DIPLOMÁTICAS DE 1895 ENTRE CHILE Y BOLIVIA. EL CASO DE EL MERCURIO DE VALPARAÍSO
Problematización
“Desde 1884 en adelante, los gobiernos bolivianos no perdieron ninguna oportunidad de recordar a las autoridades de Santiago que había un asunto pendiente…” Óscar Pinochet de la Barra Diplomático e Historiador
En 1895 se cumplía algo más de una década desde el alto al fuego entre chilenos y bolivianos. El cese en las hostilidades no se traducía en buenas y prosperas relaciones entre vecinos; por el contrario, ambas naciones sabían que aún les quedaba un tema pendiente: un definitivo tratado de paz.
Después de la firma del Pacto de Treguas de 1884, que puso fin al conflicto entre Chile y Bolivia derivado de la Guerra del Pacífico, no se retomaron nuevas e importantes conversaciones entre ambos países. La razón de ello, es la incógnita que significaba para Chile el resultado del plebiscito de 1894, el cual pondría fin a los conflictos limítrofes entre esa nación y el Perú. Como es documentado en la historiografía, ese referéndum nunca se llevó a cabo, agravando, por cierto, los problemas chileno-bolivianos, debido a que sus mutuas relaciones diplomáticas dependían en gran parte de aquel plebiscito.
Pese al tema pendiente con Perú, Chile decide iniciar una ofensiva destinada a conseguir un arreglo definitivo con Bolivia. Los Plenipotenciarios de ambas naciones emprendieron conversaciones con el fin de llegar a un acuerdo. Es así como nace el Tratado de Transferencia Barros Borgoño-Gutiérrez de 1895 (llevaba los apellidos de los Ministros de Chile y Bolivia, respectivamente), el cual proponía la siguiente solución:
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Chile: “Completaba la adquisición de la porción final del litoral boliviano, luego de 16 años de haber sido administrada por Chile, y pasaba a tener dominio absoluto y perpetuo de Tocopilla y Cobija” (Pinochet de la Barra, 23).
Bolivia: Una vez solucionado el tema de Chile, “quedaba por resolver el problema de Bolivia: el traspaso de Tacna y Arica” (Ibídem).
Sin embargo, Chile ofrecía un territorio del cual aún no se definía su soberanía con el Perú, producto del fracasado referéndum entre ambas naciones. Para pasar por alto este inconveniente, los Congresos de ambos países discutirían de forma separada los correspondientes traspasos.
A Chile le urgía conseguir una pronta solución con el país altiplánico. Las razones de tal apremio son explicadas por Óscar Pinochet de la Barra quien señala que “un motivo habría sido la necesidad de resguardar la seguridad en el norte, mientras los problemas limítrofes con Argentina amenazaban el sur” (Ibídem, 21). Pinochet de la Barra explica además que las relaciones entre Chile y Perú estaban muy débiles producto del fracasado plebiscito y, por consiguiente, le convenía comenzar una buena amistad con el otro vecino del norte.
Si ampliamos el espectro de mirada al año 1895, los intentos de pacificación que comienza a desarrollar el gobierno de Chile responden a la ideología que imperaba en la política de fines del siglo XIX. Una política liberal más preocupada por el progreso de la nación que de provocar nuevos conflictos. Jorge Montt, Presidente entre 1891 y 1896, inaugura el período conocido como Parlamentarista, en donde el Congreso adquiere más relevancia en la toma de decisiones.
Una muestra del nuevo rol que adquiere el Parlamento es el hecho que cada Ministro que nombró Montt tuvo que ser aprobado por el Congreso.
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En términos generales, se aprecia un sistema político basado en los consensos. Es decir, las decisiones más relevantes para el país surgían de los pactos alcanzados entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo.
Prensa y lectores de fines del Siglo XIX
Los diarios de la época, como era de esperar, tampoco quedaron fuera de los aires liberales que se respiraban a fines del siglo XIX. “El nuevo marco legislativo permitió a la prensa configurarse como un periodismo liberal moderno, con pretensiones más informativas” (Ossandón y Santa Cruz, 2001, 23). En términos actuales, comienza a caracterizarse un ideal más mercantil que ideológico. Sin embargo, aún cuando comienza a sumergirse en el “marco de los cambios introducidos en la sociedad chilena por la modernización liberaloligárquica, se tiene la sensación que existía un agotamiento de la prensa” (Ibídem, 27). De ahí que surjan nuevos intereses en los lectores-compradores: “El deporte para sus cultores. Las leyes y los reglamentos para la burguesía emergente. El cable extranjero para las colonias foráneas. El folletín, la moda, lo domestico, la vida social y el cine para las mujeres. El arte y la cultura para los intelectuales. La publicidad para el comercio…” (Ibídem).
Bajo este escenario político, con pretensiones liberales y modernas, El Mercurio responde a las necesidades informativas de una elite letrada, la cual jugaba un significativo rol en el sistema gubernamental de la época. El diario era utilizado como una tribuna para aunar criterios dentro de un sistema que funcionaba, como lo mencionamos anteriormente, a través de los acuerdos políticos entre el Presidente y el Parlamento. Por tal razón se escogió El Mercurio: por su público lector y no por ser el diario más masivo. No estaba preocupado de los nuevos intereses que surgían en los lectores-compradores. Estaba centrado en los intereses de los políticos de la época. Quien sí estaba preocupado en los
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nuevos gustos de una emergente clase de lectores era el diario El Ferrocarril, el cual tenía un tiraje de 15.000 ejemplares diarios3.
El Mercurio no fue una tribuna sólo durante el gobierno de Jorge Montt. Su historia y existencia se explican por una dependencia entre un gobierno y un propietario determinado; y si bien no se guardan los datos de venta que tenía El Mercurio en 1895, hay ciertos eventos que entregan luces de cómo circulaba el diario. .- En 1842, cuando su dueño era Recaredo Santos Tornero, El Mercurio tenía un tiraje de 380 ejemplares, de los cuales 300 eran adquiridos por el Estado quien los repartía en todas sus oficinas administrativas a lo largo del país; el resto era distribuido entre Santiago y Valparaíso. .- En el año 1871 El Mercurio apoyó decididamente la candidatura de Federico Errázuriz desde el editorial del diario. Pero, “cuando la administración (de Errázuriz) cambió de rumbo y hasta que terminó, Blanco Cuartín (redactor de aquél entonces) la combatió sin descanso y a veces con acritud” (Silva, 157). La causa del giro fueron las reformas políticas y religiosas impulsadas al término del gobierno de Errázuriz. La orientación liberal por supuesto que no resultó ser agradable para el conservador periódico de aquél año, por lo que no causó mayor extrañeza la decisión de su dueño, Rafael Larraín Moxó, de no apoyar la candidatura de Aníbal Pinto, considerada por el diario, como una hechura del Presidente Errázuriz. “La oposición fue tanto mayor, cuanto que El Mercurio, si en alguna ocasión ha sido netamente conservador, lo fue en esos momentos, por ser su propietario un hombre que desde antiguo militaba en las filas del partido conservador” (Ibídem).
Como se desprende, El Mercurio fue un activo participante en la política del país. No obstante, a fines del siglo XIX, sus capacidades de influencia demostradas en épocas anteriores se vieron disminuidas producto del giro 3
Ossandón C. y Santa Cruz E. “Entre las alas y el plomo”, 2001, p. 70
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ideológico que experimentó la política, y sumado a una mala administración financiera, terminaron por hundir al periódico en una grave crisis. Su dueño, Larraín Moxó, no tuvo otra alternativa que vender el diario.
Sin importarle por el momento que atravesaba, Agustín Edwards Ross adquiere El Mercurio en 1879 al quedar en inmejorable posición económica y financiera tras la muerte de su padre, Agustín R. Edwards, quien era dueño del edificio en donde se imprimía el periódico.
Agustín Edwards Ross, propietario ahora de El Mercurio y del edificio en donde se imprimía, planeó la única forma de sacar adelante al diario: sumarse al vuelco ideológico que experimentó la política de la época. Raúl Silva Castro explica este cambio de la siguiente manera.
“Dueño de la imprenta el señor Edwards y disponiendo de capitales más que suficientes para una grande y segura explotación (…), le dio un gran impulso en todo sentido y aseguró completamente sus resultados mercantiles y el credo (línea editorial) y la existencia misma de El Mercurio” (Ibídem, 165). Edwards Ross volvió la mirada al público objetivo que había tenido el diario por años: la política imperante, su comprador. Para salir de la delicada situación financiera en la cual se ahogaba el diario, instauró una estrategia de orientación progresista. Sobre todo, fijó un rumbo claro: el apoyo a los candidatos que adscribiesen a tal ideología. Y en este ámbito Raúl Silva Castro comenta lo siguiente:
“Con este cambio de empresa termina en la extensa vida de El Mercurio una etapa, que podríamos llamar preliminar, y comienza una nueva, la cual será ventajosa, para la claridad de la lectura…” (Ibídem). En síntesis, y según los antecedentes presentados, es posible apreciar un escenario político que funcionaba a través de acuerdos, en donde El Mercurio, ocupó el rol de tribuna para aunar criterios e intereses de su público lector: la elite
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dominante, los políticos gobernantes. Clase social, que según lo revisado, funcionó mediante acuerdos estratégicos propios del período y ambiente político que se vivía en el Chile de fines del siglo XIX.
La prensa y el (frustrado) Tratado
Según lo mencionado anteriormente, la prensa de fines del siglo XIX inicia un despertar en la forma de entregar sus contenidos: se preocupa más de lo mercantil que de lo ideológico. O sea, está preocupada por vender. Y para ello, comienza a interesarse por los gustos e inquietudes de una clase emergente de lectores. Ya no se centra sólo en las inquietudes de la clase gobernante: la política. Se preocupa también por las inquietudes de los diversos grupos sociales que demandan información.
El Mercurio, diario tradicionalmente político, sigue fiel a su público y no se preocupa en gran medida de las nuevas demandas que comienzan a realizar los grupos sociales alejados del ambiente administrativo. Más bien define su público objetivo al igual que los diarios emergentes, escritos para un lector con gustos y necesidades determinadas.
Es por dicha razón que se escogió El Mercurio, periódico que dentro del despertar de los intereses y lectores, se mantuvo firme a las inquietudes de sus compradores.
Hay que subrayar que este ambiente de despertar no era propio solo de Chile. En general, nuestro hemisferio comienza a experimentar nuevas inquietudes en los lectores-compradores.
El gobierno de Jorge Montt, en tanto, sintió este nuevo ambiente, y por tal razón intentó mantener el Tratado de Transferencia en el más absoluto
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secretismo. Los motivos sobraban, y basta ver el resultado de las negociaciones para entender sus celos: “El tratado de Transferencia de Territorio era reservado, pero con tanto alboroto, sus términos fueron conocidos por la prensa y molestaron al Perú, que lo consideró hiriente agravio y paralizó el estudio del protocolo plebiscitario” (Pinochet de la Barra, 24).
El párrafo anterior sintetiza de espléndida manera el ambiente que se vivía en 1895, explicando el por qué de tanto secretismo:
Chile no quería que Perú y/o Argentina se enteraran de los detalles, pues la estabilidad internacional de Chile se vería amenazada.
Chile intentó mantener alejada a la prensa, sobre todo a la internacional, de los pormenores del acuerdo.
Sin embargo, los diarios -en su mayoría trasandinos- comenzaron a sospechar sobre un posible Tratado entre Chile y Bolivia. La información se filtra y Perú se entera, lo que por supuesto, tensionó las conversaciones entre chilenos y bolivianos.
Pese al fracaso de la estrategia inicial y a la filtración de información a la prensa, la administración chilena siguió adelante y trató de mantener en secreto los detalles, el tenor y características puntuales. Para ello recurrió a su viejo compañero de batallas: el diario El Mercurio. Desde sus hojas se intentó combatir las críticas que provenían de la prensa internacional, la que auguraba un posible acuerdo entre Chile y Bolivia.
Es el agitado 1895, año en el cual Chile y Bolivia intentaron conseguir un definitivo Tratado de paz.
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Desde los antecedentes presentados a continuación surge la siguiente pregunta de investigación: ¿Qué relación existió entre el discurso del gobierno y el discurso de El Mercurio durante las negociaciones diplomáticas de 1895 entre Chile y Bolivia?
Objetivo General: Caracterizar la relación discursiva que existió entre el gobierno de Jorge Montt y el periódico El Mercurio durante las negociaciones diplomáticas de 1895 entre Chile y Bolivia.
Objetivos Específicos: .-
Analizar el posicionamiento ideológico que adoptó El Mercurio, expresado
en su editorial, durante las negociaciones diplomáticas de 1895 entre Chile y Bolivia. .-
Analizar la estrategia periodística de El Mercurio, expresada, por ejemplo,
en las noticias que publicó. .-
Analizar el discurso del gobierno de Jorge Montt durante las negociaciones
diplomáticas de 1895 entre Chile y Bolivia.
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CONSIDERACIONES TEÓRICAS
Conceptos
En la presente investigación se entenderá la noción de “DISCURSO” como “un concepto de habla que se encontrará institucionalmente consolidado en la medida en que determine y consolide la acción”.4 Desde esta perspectiva se considera al discurso “como el fluir del conocimiento a lo largo de la historia”5, en tanto tales discursos “pueden comprenderse como realidades materiales sui generis”6. Los discursos son importantes para contribuir a determinados fines. “Desde ellos es posible decir y hacer y cuando se exponen a los medios de comunicación se presentan como verdades racionales, sensatas y fuera de toda duda”7.
Siguiendo la línea anterior, por POSICIONAMIENTO IDEOLÓGICO EN EL DISCURSO, comprendemos que “el significado de una palabra no es gramatical sino contextual, su propuesta de dialogicidad nos recuerda que estos significados se constituyen relacionalmente, cargados de pasiones y de contenidos ideológicos”8. Desde esta perspectiva se entenderá el posicionamiento ideológico que adoptó El Mercurio como la postura política que siguió el medio frente a las negociaciones de 1895 entre Chile y Bolivia.
La postura político-ideológica
que pudo haber adoptado El Mercurio la
buscaremos en su EDITORIAL porque es un artículo de opinión que no va firmado por ninguna persona pero que recoge la opinión institucional y colectiva del periódico o revista. Ese carácter institucional otorga a este tipo de artículos una gran trascendencia pública. Los lectores pueden conocer la opinión abierta y 4
Link, 1983, p. 60. Op. cit por Jäger, Siegfried en “Métodos de análisis crítico del discurso”, Edit. Gedisa, 2003, p. 62. 5 Ibídem. 6 Jäger, Siegfried “Métodos de análisis crítico del discurso”, Edit. Gedisa, 2003, p. 62. 7 Ibídem. 8 Rivero, Isabel. Intertextualidad, polifonía y localización en investigaciones cualitativas
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directa del medio sobre distintos temas de actualidad, así como sus planteamientos ideológicos implícitos.
Una ESTRATEGIA PERIODÍSTICA es un conjunto de objetivos y definiciones políticas, periodísticas y empresariales que, combinadas entre sí, le dan un perfil al medio. Se trata de acciones prácticas que ubican a un diario o revista dentro de un contexto sociocultural determinado, le dan una identidad y una función en el escenario de las comunicaciones y una situación dentro del mercado de la información9.
Discurso y Sociedad: consideraciones teóricas
A partir de la teoría del discurso planteada por Siegfried Jäger, discutiremos su interacción y participación dentro de la sociedad, para luego llevarlo al plano de las representaciones sociales, ya que nos interesa descifrar o conocer por qué Chile se acercó a Bolivia, cuál era la ideología que había detrás de los actores, y por lo tanto, su representación sobre lo que estaba pasando. Porque las representaciones sociales dotan de sentido a la vida cotidiana de las personas, representan la forma de conocer la realidad social y de saber cómo actuar en ella; y por supuesto: queremos saber cómo actuó la administración de Jorge Montt en las negociaciones de 1895. ¿Fue preponderante su ideología? ¿Qué se esperaba conseguir con esto, mejorar la estabilidad de Chile, conveniencias económicas, militares? ¿Cómo veía El Mercurio y el gobierno de la época lo que estaba ocurriendo? Son preguntas que surgen y trataremos de responder utilizando estas dos teorías
Para ahondarnos en la teoría de las representaciones sociales, nos pareció interesante la definición que da Sandra Araya en su texto “Las Representaciones Sociales…” al señalar que son importantes porque “posibilita entender las 9
Vilches, L 1989. op. cit. por Ossandón C. y Santa Cruz E. Entre las alas y el plomo” Ed. Lom, 2001, p44
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interacciones sociales y aclarar los determinantes de las prácticas sociales, pues la representación, el discurso y la práctica se generan mutuamente” (Araya, 12).
La realidad en los discursos no queda simplemente reflejada. Esto significa que los discursos determinan cierta parte de la realidad, o en palabras de Sandra Araya (12) “a través del discurso podemos estudiar las representaciones sociales porque permite entender las interacciones y aclarar determinadas prácticas que se generar al interior de la sociedad”.
Por consiguiente, el análisis del discurso no trata (únicamente) de las interpretaciones de algo que ya existe; y por ello, no se ocupa (únicamente) de un análisis destinado a la asignación post festum de un significado, sino del análisis de la producción de realidades que el discurso efectúa al ser trasmitido (Jäger, 67).
Al combinar ambas teorías seremos capaces de caracterizar, si existieron o no, relaciones discursivas entre el gobierno de Jorge Montt y el diario El Mercurio, pues, para Araya “las representaciones sociales emergen teniendo como denominador el hecho de surgir en momento de crisis y conflicto” (Araya, 38). Conflicto que para nuestro caso serán las negociaciones diplomáticas de 1895, y de las cuales, podremos aprehender las representaciones sociales, discursivas, ideológicas (a través de la polifonía y la intertextualidad) que mediaron entre el discurso oficial y El Mercurio.
Editorial e ideología: (breve) discusión teórica
Había que llegar a un acuerdo, o, tomar una decisión: ¿Qué sección de El Mercurio se analizará? Para dar una respuesta inicial fueron importantísimos los datos aportados por C. Ossandón y E. Santa Cruz en su texto “Entre las alas y el plomo”. En él se señala que a principios de 1890 se comienza a dar una nueva práctica al interior de los diarios: “Esta es la reproducción total o parcial de
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editoriales de otros diarios, entre los cuales se privilegia El Mercurio de Valparaíso, El Independiente, La Época” (Ossandón y Santa Cruz, 2001, 74), entre otros. Además, podemos afirmar, que El Mercurio no sólo recogía editoriales de diarios de circulación nacional, sino también, recogía un número importante de editoriales extranjeras que llegaban con una o dos semanas de desfase.
Así, se configura al editorial como un espacio de opinión y debate entre las distintas posturas ideológicas que tenía los medios. Un espacio para confrontar ideas no solo entre connacionales, también cuestiones internacionales.
Por otro lado, y siguiendo la línea del análisis del discurso, Teun van Dijk plantea en su texto Opiniones e ideología en la prensa (1996) que “en general se espera que los artículos editoriales y de opinión publicados por la prensa expresen opiniones” (Van Dijk, 9). Hay que considerar, sin embargo, que estas opiniones variaran “según la clase y la posición del periódico” (Ibídem).
Más aún, van Dijk sostiene que los editoriales o columnas de opinión “no son personales, sino sociales, institucionales o políticas” (Ibídem). Para el autor, esto requiere una explicación en términos sociales, pero también en términos de interacción discursiva, que es hacia donde apunta nuestro trabajo. “Asumiremos por tanto que la principal función social de las ideologías es la coordinación de las prácticas sociales de los miembros de grupos con vistas a la realización efectiva de los objetivos y la protección de los intereses de un grupo social” (Ibídem, 13).
Prácticas sociales de un grupo: la elite-oligárquica que administraba el país en 1895.
Realización de objetivos: formalizar un tratado de paz entre Chile y Bolivia.
Protección de los intereses: es parte de lo que investigaremos.
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“Así, en general la lectura de editoriales no sólo implica la formación de opiniones sobre lo que se dice, sino también sobre el autor o el periódico” (Ibídem, 14) y su discurso.
DISEÑO METODOLÓGICO
Método de aproximación:
Nuestra investigación se realiza a partir de antecedentes históricos aportados por el académico y diplomático Óscar Pinochet de la Barra, Raúl Silva Castro, Luis Barros Borgoño (ministro de Relaciones Exteriores de Chile en 1895), Eduardo Santa Cruz y Carlos Ossandón, quienes señalan, describen y revelan las dependencias que pudieron existir entre periódicos y política en el Chile de fines de siglo XIX.
Para nuestro caso en particular, Raúl Silva Castro señala en su texto, “Prensa y Periodismo en Chile”, que El Mercurio, de alguna u otra forma, en una u otra vereda, se relacionó con los gobiernos y la administración pública durante gran parte de la segunda mitad del siglo diecinueve. Por lo que nuestra aproximación se realiza a partir de esta afirmación, basándonos y sosteniéndonos principalmente, en los datos aportados por los distintos autores mencionados.
Debido a que nuestro objeto de estudio son las relaciones que pudieron existir entre el discurso del gobierno y el discurso de El Mercurio durante las negociaciones diplomáticas de 1895 entre Chile y Bolivia, es necesario utilizar una aproximación que permita un estudio apropiado del discurso y su interacción con otras prácticas sociales y discursivas. Así, el análisis aplicado del discurso de BrittLouise Gunnarsson10 nos permitirá dar el primer paso, en cuanto señala que “lo que caracteriza al análisis aplicado del discurso (AAD) es la preocupación por
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Texto compilado por Teun van Dijk en “El Discurso Como Interacción Social” Edit. Gedisa, 2001, p. 405-441
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diversas áreas de la vida real en las que el discurso es esencial para la interacción entre individuos”11. En otras palabras, nos permite comprender o resolver problemas relacionados con la acción práctica en contextos de la vida real. “Su objeto de estudio no es el lenguaje per se, sino la utilización del lenguaje en contextos auténticos”12, que será, para nuestro caso, una supuesta13 estrategia periodísticas (en los términos que la define E. Santa Cruz14) que pudo originarse entre El Mercurio y el gobierno de Jorge Montt frente a las negociaciones diplomáticas de 1895 con Bolivia
Por otro lado, pero siguiendo la premisa anterior, el lenguaje nos permite reconocer una dimensión subjetiva y personal del sujeto. Por otro, nos muestra una dimensión más colectiva y general. O sea, tanto la psicología como la sociología nos aportarán categorías de análisis en nuestra investigación. Porque nos interesa saber por qué se escribió tal o cual cosa, pero además, nos interesa conocer qué y quién escribió tal o cual cuestión. Desde esta perspectiva, es pertinente para nuestra aproximación lo que sostiene Dominique Maingueneau (2005) al decir que “en el marco del ‘interaccionimo sociodiscursivo’ la acción del leguaje constituye la unidad fundamental de análisis” (Maingueneau, 407).
En cuanto al tipo de texto periodístico en cual enfocaremos nuestra atención dentro de El Mercurio, van Dijk señala que “en general se espera de los artículos editoriales y de opinión publicados por la prensa expresen opiniones (…) éstas no son personales, sino sociales, institucionales o políticas. Son representaciones socialmente compartidas y su adquisición y empleo responde dentro de contextos sociales” (Van Dijk, 9). Este enfoque nos permite discriminar en favor de los editoriales que publicó El Mercurio, y que por supuesto, deben 11
Gunnarsson, Britt-Louise “El Discurso Como Interacción Social” Edit. Gedisa, 2001, p. 405 Ibídem. p406 13 Decimos “supuesta” porque aún no se ha definido del todo. Sólo contamos con aproximaciones que hacen referencia a la existencia de un discurso similar entre el gobierno y El Mercurio, pero todavía es muy apresurado afirmar la formulación de una estrategia comunicación entre ambas partes. 14 Estrategia periodística: es un conjunto de objetivos y definiciones políticas, periodísticas y empresariales que, combinadas entre sí, le dan un perfil propio al medio”. Vilches, L 1989. op. cit. por Ossandón C. y Santa Cruz E. Entre las alas y el plomo” Ed. Lom, 2001, p44 12
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hacer referencia a nuestro objeto de estudio. Pues así, podremos entender si existieron o no relaciones a nivel discursivo-ideológico entre el diario y el gobierno de la época. Pero no podemos dejar de lado el resto del contenido informativo del diario, ya que la línea editorial también fija la producción periodística final.
Corpus:
Dado el carácter cualitativo-descriptivo de nuestra investigación, ya que intentaremos caracterizar de la forma más precisa posible la relación entre El Mercurio y el gobierno de Jorge Montt, se utilizará una muestra acotada, dirigida y no aleatoria. Luego se escogerán los editoriales -sin perjuicio de otros artículos periodísticos- de El Mercurio que hagan referencia a la posición que adoptó el medio frente a las negociaciones diplomáticas con Bolivia. Producto que el fuerte de las conversaciones se llevaron a cabo desde mayo a diciembre de 1895, será éste el período cronológico que se observará.
Para conocer el discurso oficial del gobierno de Jorge Montt y luego re-leer posibles relaciones con nuestra muestra dirigida y acotada de El Mercurio, se cuenta con los siguientes textos:
Pinochet de la Barra, Óscar “Chile y Bolivia: ¡Hasta Cuándo!” editorial LOM, 2004. En el libro se repasan todas las negociaciones diplomáticas y limítrofes existentes entre Chile y Bolivia desde 1884 hasta los actuales gobiernos de la Concertación. Además, el historiador proporciona antecedentes sobre el comportamiento de las distintas autoridades frente a las conversaciones, proporcionándonos datos claves sobre el discurso oficial.
Barros Borgoño, Luis “La negociación chileno-boliviana de 1895 “. El texto resulta de suma importancia, pues, su autor fue Ministro de Relaciones Exteriores de Chile durante las negociaciones de 1895. Asimismo, es citado
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reiteradamente por O. Pinochet de la Barra. Proporciona de primera fuente, según las citas obtenidas, el discurso del gobierno, los detalles, anécdotas y comentarios que giraron en torno a las conversaciones.
La selección discriminatoria de textos y discursos será útil en cuanto podemos acceder a documentos que apunten a los propósitos de nuestra investigación, evitando así, distracciones innecesarias.
Métodos de recolección y análisis: Siegfried Jäger15 propone un método para un análisis de discurso aplicado simple, el cual nos permitirá analizar el/los discursos y su interacción.
Método de recolección
1.- Se hará una breve caracterización del plano discursivo: la prensa escrita y el discurso oficial. 2.- Se archivará el material base: editoriales de El Mercurio y el discurso oficial del gobierno de Jorge Montt. 3.- Se analizará su estructura: se valorará el material procesado en relación al hilo discursivo que ha de analizarse. 4.- Se procederá al análisis fino, por ejemplo, de uno o varios artículos o fragmentos discursivos que sean lo más característico de uno u otro sector. Además, se analizará la postura discursiva del periódico frente al tema superior. 5.- Luego de esto, se realizará un análisis global del sector estudiado: el periódico, en cuanto a la totalidad de resultados fundamentales que se hayan averiguado; el discurso oficial, ídem.
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Jäger, Siegfried “El Discurso Como Interacción Social” Edit. Gedisa, 2001, p. 89-100
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Procesamiento del material
1.- Determinar la postura discursiva del periódico en relación con nuestro tema 2.- Marco Institucional: contexto en el cual los editoriales fueron escritos. 3.- Justificar la selección del (de los) editorial(es) en relación a nuestro tema 4.- Determinar al autor y su significación tanto para el diario como para el gobierno de Jorge Montt, si es que lo hay. 5.- Motivo del editorial 6.- Analizar la estructura del editorial en cuanto a unidad de sentido 7.- Analizar tema(s) que aborda el editorial o fragmentos discursivos de éste. 8.- Analizar tipo y forma de argumentación en ambos discursos y las estrategias argumentativas. 9.- Uso de simbolismos, metáforas, etcétera en ambos discursos. 10.- Vocabulario, palabras claves. 11.- Actores. Análisis16 del material
Tras el tratamiento del material procesado, tras la justificación de los vínculos entre los distintos planos (El Mercurio, discurso del gobierno de J. Montt) en los que se ha procesado el material, tras la adición de los enfoques interpretativos, el rechazo de los enfoques interpretativos de justificación excesivamente débil, se obtendrá un conjunto completo de material procesado con el menor número posibles de lagunas. “Con esto, hemos echado los cimientos para proceder a un análisis global del hilo discursivo en cuestión”17.
En nuestra investigación se trabajará con dos elementos textuales, por lo que se agregará un análisis comparativo, ya que nuestro esfuerzo se centra en
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Ibídem p. 93 Ibídem
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hallar relaciones entre uno y otro discurso relativas a un plano discursivo mayor: las negociaciones diplomáticas de 1895 entre Chile y Bolivia.
Por lo anterior, además consideraremos dos categorías conceptuales que nos permitirán entender y analizar el resultado obtenido:
Intertextualidad: R. Barthes plantea que todo texto es un intertexto, otros textos son presentados en él, en niveles variables, bajo formas más o menos reconocibles. Por tanto, la intertextualidad supone la presencia de un texto dentro de otro18.
Así, la intertextualidad la usaremos de instrumento para “leer” los editoriales de El Mercurio, quedando visible los conflictos mediante los cuales la subjetividad, la construcción del discurso, se configura en relación (o no) con el discurso oficial.
Polifonía: esta categoría de análisis está asociada a la idea de que, a través del enunciado, pueden vincularse otros puntos de vista además del emisor19.
Esta categoría nos permitirá “leer” puntos de vista referentes al tema de nuestro estudio, complementándose con el concepto de intertextualidad, ya que si bien éste nos permitirá “leer” textos dentro de otro texto, la polifonía nos permitirá captar conceptos, ideologías, juicio, etc., que no aparezcan literalmente en los textos, pero que sí lo hagan mediante el punto de vista que se le da a tal o cual tema.
18 19
Diccionario de análisis del discurso. Ed Amorrortu, 2005, p. 337 Ibídem p. 448
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Consideraciones y dispositivos Siguiendo con Siegfried Jäger20, plantea que “los discursos no son fenómenos que tengan una existencia independiente”. Constituyen elementos y son el requisito para la existencia de los llamados dispositivos. Por ejemplo, “un dispositivo es el contexto, en constante evolución, de elementos de conocimiento contenidos en el habla y el pensamiento”, en la acción y en la materialización.
Dispositivos: a) Las prácticas discursivas que vehiculan el conocimiento primario. b) Las acciones, entendidas como prácticas no discursivas, son elementos que vehiculan el conocimiento. c) Las manifestaciones y materializaciones que representan las prácticas discursivas realizadas a través de prácticas no discursivas, razón por la cual las manifestaciones sobreviven es únicamente gracias a las prácticas discursivas y no discursivas.
Los dispositivos
-el discurso, la acción y las manifestaciones y
materializaciones- “son susceptibles de experimentar cambios históricos, por lo que se debe considerar que éstos rotan unos con otros y se hallan recíprocamente imbricados”.
Por lo tanto, el análisis de los dispositivos, dentro de un contexto evolutivo de conocimiento, debe considerar -al menos- lo siguiente:
La reconstrucción del conocimiento en las prácticas discursivas: Quién manifestaba el discurso, por qué, dónde, qué ocultó, la importancia del emisor(es), etcétera.
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Jäger, Siegfried “El Discurso Como Interacción Social” Edit. Gedisa, 2001, p. 93-96. Las citas que se presentarán a continuación fueron sacadas de las páginas 93-94-95.
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La reconstrucción de las prácticas no discursivas: Movimientos políticos y de cargos al interior del gobierno de J. Montt, al interior del diario, etcétera.
En síntesis, se trata de reconstruir el conocimiento, en un sentido muy amplio de la palabra, que se plasma en textos, la forma en que se presenta, la forma en que dicho conocimiento sale a la luz o se disfraza, la forma de su revestimiento argumentativo, etcétera.
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Primera parte “La Buena Nueva”
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Capítulo 1. Vamos a comunicar a nuestros lectores una noticia…
Desde sus inicios, El Mercurio de Valparaíso “se aparta de los usos habituales que hasta entonces habían sido habituales en la prensa chilena” (Silva Castro, 130). El alejamiento del corte doctrinario y el surgimiento de una estrategia periodística centrada en la noticia y en la objetividad, reflejan en el diario los nuevos aires modernos, liberales y empresariales que embriagan a la prensa del siglo XIX. Ahora, cuando se piense en prensa, surgirá la idea de un “mediador entre los individuos y la sociedad” (Ossandón y Santa Cruz, 2005, 128), y será el propio periodista quien asuma dicha función, relegando al olvido el uso de diarios con fines solo ideológicos o iluministas tan habituales como esporádicos durante la primera mitad de la independiente vida criolla.
Bajo esta visión del periodismo como mediación social, el periodista será el (supuesto) encargado de entregar la visión de la totalidad del acontecer -tanto de Chile como del mundo- y con ello activar las relaciones y prácticas sociales, de construir opinión y ser su portavoz y, “en un sentido tal vez más trascendente, configurar con ello un sentido común cristalizado” (Ibídem, 129).
Este giro se enmarca dentro de los cambios culturales que desarrolla la sociedad chilena, con todas sus particularidades y complejidades, al asumir un rasgo común a los procesos de modernización: la cultura desplaza su centro de la esfera privada hacía la esfera pública. En su base se encuentran los procesos de crecimiento de la población, el desplazamiento hacía centros urbanos -y por consiguiente la transformación de las ciudades- y el desarrollo del aparato educacional. Al decir de Ossandón y Santa Cruz: “La cultura sale a las calles, a las plazas y teatros, entremezclándose con la ciudad, la economía, el gobierno, los movimientos sociales y políticos…” (Ossandón y Santa Cruz, 2001, 36).
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De esta manera, ambos autores recién citados concluyen que bajo este nuevo escenario: “Se hace posible que se constituya en nuestro país, embrionariamente al menos, un campo cultural, es decir, el desarrollo de un sistema de comunicación social institucionalizado, que hace uso de medios tecnológicos para producir bienes simbólicos para públicos diversificados y en proceso de masificación” (Ibídem). Un sistema de comunicación que tendrá por base la noticia, en cuanto existen como tales, de manera objetiva e independiente y que el periodista no hará nada más que registrarlas. En otras palabras, dejará que hablen por sí mismas.
Son parte de los nuevos bríos que comienzan a apoderarse del quehacer periodístico pasada la segunda mitad del siglo XIX, y de cuyos cánones no escapó El Mercurio, logrando incluso blandir su estandarte. Ejemplo de lo que hasta ahora hemos mencionado es la entrega informativa que realizó el diario el día viernes 10 de mayo de 1895, cuando da a conocer el acuerdo alcanzado entre Chile y Bolivia, el cual pondría fin a la débil tregua de 1884.
Así comienza: “Vamos a comunicar a nuestros lectores una noticia de importancia que no podrán menos que recibir con júbilo cuantas personas aman sinceramente la paz americana…” (El Mercurio, noticia, mayo de 1895).
“Se nos asegura que la buena armonía de nuestro país con la vecina del norte ha quedado definitivamente sellada por un tratado de paz que se ha firmado últimamente por la presunta de ambos (…) Una de las cláusulas fundamentales del tratado, que se nos asegura ha sido firmado hace poco, establece la acción por parte de Chile al gobierno de Bolivia, de un puerto y una pequeña zona territorial inmediatamente al norte del territorio propio de Chile entre Tarapacá y Arica, cerca de Camarones. A consecuencia de la paz chilena-boliviana será la próxima celebración de un tratado comercial en el que estipula la liberación recíproca para la internación de mercaderías de Chile en Bolivia y Bolivia en Chile…” (Ibídem)
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Términos como “vamos a comunicar” y “se nos asegura” dejan entrever el nuevo rol que se (auto)impone la prensa. Una función que obligará al periodista a tomar cierta distancia frente a los hechos que postula como tales, a través del uso eficiente de técnicas periodísticas propias de la modernización de la prensa en su papel más bien mediador que doctrinario, y que tendrá como eje central la objetividad “que no es otra cosa que contar los hechos tales como son” (Filippi, editorial Revista Ercilla 2000 semanas).
Y es que en este desplazamiento de la cultura desde la esfera privada a la pública, las lógicas de entendimiento hacía el diario también cambian. Ya no es un mero instrumento o canal de otras lógicas (sea éstas en valoraciones netas: solo ideológicas o religiosas, o más conocida como “prensa de trinchera”), sino que ahora es un actor que opera sobre el contexto desde una estrategia propia, y desde esa perspectiva, interactúa con dinámicas que provienen de otros ámbitos o prácticas sociales que surgen de los propios intereses del potencial público lector. Es decir, durante este período “los diarios y revistas buscan su instalación en el medio sociocultural y el mercado, presentando un cierto perfil y segmentando un cierto público” (Ossandón y Santa Cruz, 2001, 46). En síntesis, en las salas de redacción rondará una pregunta clave: ¿qué le interesa leer/conocer a mi lector?
Surge entonces, y a la par, un nuevo posicionamiento del periodista: es ahora una especie de “testigo preferente de la historia” en términos de Santa Cruz (2005, 127), y que “significaba en la práctica que la noticia debía ser escrita en forma breve, precisa y escueta, sin adjetivos y opiniones” (Ibídem), asegurando la neutralidad en su relato y a la vez su compromiso con la verdad y el servicio público.
Tal es este auto-compromiso que asume el periodista, que el reporte anteriormente señalado concluye de la siguiente manera:
“Entregamos la noticia sin comentarios a nuestros lectores, que no dejarán de aplaudirla, en cuanto ella implica la superación de un factor bélico en el 30
concierto sudamericano en que los malos agoreros habían dado en imaginar” (El Mercurio, noticia, mayo de 1895). “Entregamos la noticia sin comentarios”, o sea, objetivamente, pues es ella quien está relatando por sí misma y no el periodista. Él sólo se limitó a ser un testigo de la historia, un mediador, quien se puso en el lugar de su potencial público -a nuestros lectores, que no dejaran de aplaudirla- y les informó sin más sobre “una noticia de importancia que no podrán menos que recibir con júbilo cuantas personas aman sinceramente la paz americana”, <o sea usted, mi querido lector>, habría pensado el redactor del informe.
Estos nuevos elementos, junto a la incipiente publicidad que copará parte importante del diario, “terminarán por arrinconar lo doctrinario al espacio reducido del editorial, creyendo despolitizar así el resto del cuerpo del periódico” (Ossandón, 31).
El Mercurio y la noticia
Si hoy en día nota cierta dificultad para encontrar un lugar que le permita abrir y hojear/ojear El Mercurio de Santiago sin tener alguna dificultad por su tamaño, imagine que la versión de 1895 era dos veces mayor, y si comparamos éste con su actual versión porteña las cifras se estiran a cuatro. Su interior era literalmente un mar de letras: su tipografía no superaba el tamaño ocho. Las carillas estaban divididas en ocho columnas, destinando la página uno y tres a la incipiente publicidad de fines de siglo. Y hasta ese entonces, nada de color, ni mucho menos fotografías. En cuanto a su periodicidad, el diario publicaba entre cuatro y seis páginas por día, exceptuando los domingos y festivos.
Si conjugamos los datos recién presentados, El Mercurio podría resultar un diario complejo de leer en la actualidad. Aparte de utilizar una letra pequeña, a la ausencia total de color y fotografías y a su amplio tamaño, cabe destacar que su
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contenido era ligado tema tras tema. Por ejemplo, si había una abundante batería de noticias nacionales, éstas eran puestas una después de otra en la sección denominada Interior; perjudicando al cuerpo Exterior, el cual venía a reglón seguido, pero con menos espacio para publicar. Así también podía producirse el efecto contrario. Es decir, los contenidos no estaban separados por espacios tipos, como la prensa contemporánea, sino que uno u otro quedaba a merced del tema anterior o posterior.
En síntesis, el lector se encontraba con un pantanoso charco de tinta negra al momento de abrir El Mercurio. Pero no olvidemos quiénes eran los que adquirían el diario: los políticos de la época, los funcionarios públicos, los miembros de la elite con tiempo y muebles suficientemente amplios para leerlo.
El Mercurio y el editorial
El editorial era muy parecido a lo que hoy conocemos como columna de opinión o editorial en la prensa actual. En ese espacio, el diario se jugaba su opción política por un tema, fijando el rumbo general del lineamiento ideológico de su contenido.
Tal como señala Teun van Dijk (1996, 9), los artículos editoriales o de opinión expresan, precisamente, opiniones. Sin embargo, éstas no son personales sino sociales, políticas o institucionales. En la práctica, dichos textos operan como tribuna discursiva del medio: sólo ahí se esperaría que el diario comente bajo un punto de vista-ideológico algún asunto de su interés.
La separación entre hechos y comentarios también es una práctica propia del proceso de modernización que emprende la prensa criolla de fines de siglo en su nuevo rol como mediador entre los individuos y la sociedad: “La prensa liberal moderna logró una articulación clave entre el autodesignado rol de vocero
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(noticias) y orientador de la opinión pública (editorial)” (Ossandón y Santa Cruz, 2005, 128). Sin embargo, ambos autores citados van más allá. Plantean que las estrategias comunicacionales, en el sentido amplio, operan de una manera más trascendental en, sobre y desde procesos socioculturales más profundos, tales como la formación de identidades e intercambios y producción simbólica. Pero a su vez, recalcan que la transmisión de información propia de toda estrategia es tanto transmisión de conocimientos como -y sobre todo- de formas de conocer e interpretar (Ibídem, 46).
De ahí que sea imprescindible detenerse y explicar brevemente qué función cumple el editorial, y en especial, cómo era el de El Mercurio.
Trataba temas única y exclusivamente político-económicos. Su extensión era impensada para la prensa de hoy. Con facilidad sobrepasaban los cinco mil caracteres, algo más de dos páginas tamaño carta en letra número12. En la actualidad, se escribe en promedio dos mil caracteres; incluso algunos medios de circulación nacional echaron al olvido el editorial21. ¿Y quién se dedicaba a escribir tal extensísimo cuerpo? Mención aparte merecerá el redactor de El Mercurio, Hermógenes Pérez de Arce, de quien nos detendremos con mayor atención en los próximos capítulos22.
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Las Últimas Noticias y La Cuarta no publican editorial. 2008. Antes de continuar: Consideramos pertinente comenzar el presente trabajo con la construcción de una atmósfera relativa a la prensa de fines del siglo XIX. Con los datos aportados, el lector podrá ver a la prensa desde una perspectiva retroactiva. Así, esperamos, facilitar el entendimiento del análisis que se presentará a continuación dentro de un período de estallido de formas que vive el Chile en los albores de la modernidad. 22
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Capítulo 2. Un texto sin lectores puede ser literatura, pero nunca periodismo23
Llamamos “La Buena Nueva” a la primera aproximación entre el Tratado de Transferencia de 1895 y la estrategia comunicacional que sostuvo El Mercurio. La noticia publicada el 10 de mayo es el punto inicial del período, el cual se caracteriza por la constante entrega informativa y el número importante de editoriales que se dedicaron al tema. Podemos adelantar, que hasta ese entonces, nada hacía sospechar del malogrado fin de las conversaciones.
El año 1895 se perfiló como el momento preciso para iniciar el acercamiento. En 1892 fue electo Presidente de Bolivia Mariano Baptista, quien en 1882 negoció con Eusebio Lillo el canje del litoral por Tacna y Arica. Aprovechando su lazos con Chile, envió a Santiago a uno de sus mejores plenipotenciarios, Heriberto Gutiérrez. Con el aval de ser ministro del señor Baptista:
“Tuvo el éxito que no consiguieron sus antecesores, y es así que, a principios de 1895, contando con el interés y la comprensión del ministro de Relaciones Exteriores Luis Barros Borgoño, inició negociaciones para solucionar los problemas existentes entre ambos países y estrechar una amistad gravemente dañada por la guerra de 1879” (Pinochet de la Barra, 24). Tras intensas y largas conversaciones se fijó el día 18 de mayo de 1895 para presentar los primeros borradores del acuerdo. Veamos, entonces, qué opinó El Mercurio, desde que da a conocer la noticia hasta la fecha estipulada para que ambos países presentaran sus propuestas.
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J.M Casasus y L. Núñez 1991, op. cit. por Ossandón C. y Santa Cruz E. “El estallido de las formas”, 2005, p. 129
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El periódico consideró de suma importancia la crónica, y que sus lectores desearían saber cuanto antes el punto de vista del medio. No olvidemos que El Mercurio considera a su público como “sinceros amantes de la paz americana”. El primer editorial se publica el lunes 13 de mayo bajo el título “Nuestros Negocios Internacionales” (El Mercurio, editorial, 1895).
Esto es parte de su contenido:
“Desgraciadamente los acontecimientos no han sido favorables para una pronta solución (…) Para llegar a una solución final han menester desenvolverse reposadamente, en manos de gobiernos perfectamente estables y sin hallarse conmovidos por las amenazas o temores de agitaciones interiores…” (Ibídem). Pero, ¿por qué tras 11 años del cese en las hostilidades, al menos a través de las armas, era el momento ideal para llegar a un acuerdo y no antes? ¿Son sólo motivaciones de buena crianza entre ambos países? Para el diplomático e historiador Óscar Pinochet de la Barra el apremio de Chile tenía otras razones. El cambio de la política para con Bolivia durante el gobierno del almirante Jorge Montt habría sido producto de los problemas limítrofes con Argentina en el sur, y por el norte, el conflicto pendiente y no solucionado entre Chile y Perú tras no celebrarse el plebiscito de 1894 sobre Tacna y Arica (Pinochet de la Barra, 25).
Pese a las inminentes dificultades, todo se dejó en manos del joven ministro de Relaciones Exteriores Luis Barros Borgoño de 36 años, historiador, abogado, miembro del poder judicial y diplomático; sin embargo, Chile se siente acorralado: problemas por el norte y por el sur hacían pender de un hilo su estabilidad internacional.
Así lo recuerda el propio Ministro de la época: “El Gobierno, después de detenido examen, ha resuelto en consejo adoptar la política de hacer cuanto de él
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dependa, dentro de los límites de honor internacional ya indicados, para satisfacer a Bolivia esa natural aspiración” marítima (Barros Borgoño, 8).
Las palabras de buena crianza de Barros Borgoño continúan al decir que si Bolivia se llegase a quedar sin Tacna o Arica, producirán en dicha nación “una situación gravísima y que no puede ser indiferente para Chile ni para los espíritus amantes de la paz y la tranquilidad americana” (Ibídem, 17), palabras casi calcadas a las que utilizó el reportero en su noticia del 10 de mayo. Recordemos: “Vamos a comunicar a nuestros lectores una noticia de importancia que no podrán menos que recibir con júbilo cuantas personas aman sinceramente la paz americana…” A pesar del feliz acercamiento, hay un problema que estaría preocupando aún más a la cancillería criolla:
“Definir nuestra situación clara y solidamente en el Pacífico importan facilitar grandemente nuestras cuestiones de ultra cordillera. Es verdad que, para la solución tranquila de nuestras cuestiones de límites con la Argentina, se puede confiar en la declaración de confraternidad internacional que acaba de ser solemne el Presidente de la república Argentina, pero no lo es menos que la prensa de aquél país se mantiene constantemente apasionada en contra de Chile” (El Mercurio, editorial, mayo1895). A través de estos párrafos se deja entrever cierta desconfianza en la vecina del este y en especial en sus chovinistas diarios. El nuevo posicionamiento al que escala la prensa no es propio sólo de Chile. En general, el hemisferio se empapa de los aires modernos que inundan a periódicos y revistas de fines de siglo. Y prueba de ello, es el resquemor con el cual El Mercurio hace referencia a un importante sector de la prensa trasandina en el mismo editorial:
“Puede llegar el día en que la juiciosidad e hidalguía del gobierno argentino para regir las relaciones internacionales se vean arrastradas por las influencias de los alborotos inconscientes de la multitud, extraviada y apasionada con las atrocidades, propagandas de una parte tan considerable de la prensa” (Ibídem). 36
Y este tipo de aprehensiones no corren por cuenta única y exclusiva de El Mercurio. En su estudio, Barros Borgoño comenta lo siguiente:
La prensa diaria de Buenos Aires “se hallaba empeñada en manifestar al país la conveniencia de una franca y resuelta aproximación política comercial de la Argentina a Bolivia. Toda tendencia o manifestación del gobierno en tal sentido, era motivo de aplausos y de elogio (…)” (Barros Borgoño, 19). Pero, ¿qué interés podría tener Argentina en las negociaciones chilenobolivianas? Como ya se ha dicho, la vecina del este también mantenía litigios limítrofes pendientes con Chile en el sur. Podemos adelantar, por ahora, que siempre será más cómodo sentarse a discutir con un país debilitado en dos flancos (norte y sur), que con una nación que ya solucionó al menos una diferencia territorial. Y bien lo sabía el gobierno de Buenos Aires.
Las negociaciones comienzan bajo un ambiente enrarecido. El Mercurio y el gobierno de Jorge Montt se dan cuenta de ello. Ambos emprenden un importante acercamiento en el plano discursivo, que saben cómo y por qué se inicia, pero que desconocen completamente su desenlace. Finalmente, el primer editorial que publica el diario termina señalando que una pronta solución: “Será una prenda de paz permanente para el porvenir asegurada con las garantías de convivencias recíprocas para el desarrollo comercial internacional (…)” (El Mercurio, editorial, mayo1895).
Mientras, el acorralado Ministro de Relaciones Exteriores de Chile señalaba en uno de sus tantos discursos que “es en el comercio, con sus múltiples y recíprocos intereses, el lazo más firme de unión entre los países, y la garantía más sólida de la paz” (Barros Borgoño, 110) en un claro intento por poner paños fríos a un posible acuerdo entre Bolivia y Chile, el cual, sin siquiera conocerse sus detalles, ya causaba cierto resquemor.
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El gobierno, El Mercurio y la prensa Argentina
No pasaron muchas horas para que la prensa trasandina se lanzara en picada contra la administración de Montt, en parte por las razones anteriormente señaladas, y con frases de gruesísimo calibre:
“No es humano que sus vencidos, el Perú y Bolivia, sean sus amigos: lo natural es que sean sus enemigos…” “Es humano y es racional que esas dos naciones deseen desastres para el vencedor y la reconquista de sus bienes perdidos, que enriquecen a su afortunado adversario…” La Prensa de Buenos Aires, 24 de mayo de 189524 “El hecho culminante que resalta de toda la negociación es la positiva hegemonía de Chile en el Pacífico y la consolidación de la conquista. No puede ocultarse a nadie el significado extraordinario que ese hecho tiene en el equilibrio americano” El Tiempo de Buenos Aires, Mayo de 189525
El Mercurio, que desde un comienzo apoyó la dirección del último Comandante de la Escuadra durante la Guerra del Pacífico, no puso mayores reparos a la idea de levantar una especie de contención comunicacional frente a los epítetos que bañaban los comentarios de la prensa Argentina, que al igual que su gobierno, no miraba con buenos ojos el acercamiento diplomático entre Montt y Baptista. ¿La trinchera para tal propósito? Nada más ni nada menos que el editorial del diario, cuerpo utilizado preferentemente para aunar criterios dentro de la clase política de la época. Es así como el segundo artículo de opinión fue titulado “Diplomacia Inexplicable” (El Mercurio, editorial, mayo 1895), en clara alusión a los dichos de los diarios argentinos, que sustentaban sus palabras, precisamente, en su propio gobierno:
“Desde algunos tiempos atrás vienen los diarios argentinos hablando con insistencia de un pacto boliviano-argentino, según el cual Bolivia le habría
24 25
Tomado de Barros Borgoño, 23. Ibídem.
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cedido a la República de Argentina una fracción de territorio comprendido entre las zonas ocupadas hoy por Chile…” Con respecto a los periódicos opina lo siguiente:
“Atribuyéndoles los diarios argentinos una misteriosa influencia a citado pacto, que supone gestionado secretamente y con especial cuidado de sustraerlo del conocimiento de la cancillería chilena, y se le llega dar toda importancia un triunfo a la cancillería argentina…” Pero El Mercurio no tarda en calificar como un “desacierto” tales acuerdos, argumentando que:
“No es territorio lo que le falta sino lo que le sobra a la Argentina; y siendo las cosas así, no se divisa por donde encontrarle explicación satisfactoria al anhelo de venir a buscar aventuras haciéndose representante de negocios que le son extraños y se derivan de acontecimientos en cuya solución definitiva no tienen derecho a representación otras naciones que no hayan derramado sangre en la Guerra del Pacifico”. En otras palabras, se intenta poner límite al número de actores y dejar fuera a aquellos que no intenta más que “enredarse en asuntos ajenos, harto delicados y espinosos por su propia naturaleza…” (El Mercurio, editorial, mayo 1895). O sea, así se explicaría la estrategia de la diplomacia chilena: un problema a la vez.
Pese a la punzante prensa trasandina, se mantenía la esperanza de que tal cesión no existía, pues Chile había depositado parte importante de su confianza en la nación altiplánica, y por su bien, intentaba hacer lo mismo con la administración bonaerense: “El último mensaje presidencial argentino (…) está manifestando elocuentemente, y con honrada franqueza, que en la cancillería argentina no se desconoce que lo mejor, lo más seguro y más provechosas políticas internacionales es la de cada uno su casa y Dios en la de todos”, cierra el editorial (Ibídem).
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Pero un asunto era el discurso oficial y otro muy distinto fue lo publicado por la empecinada prensa argentina. Los ataques no cesaron y el temor de un fracaso colmó la paciencia de la diplomacia chilena, obligándola a tomar una drástica medida.
Hace cinco días que El Mercurio publicó la noticia, tras lo cual el 15 de mayo se escribe un editorial titulado “Reservas Diplomáticas”. Un artículo clave y que delineará una estrategia comunicacional muy particular entre el gobierno y el periódico de Edwards. En sus primeras líneas ya se evidencia la preocupación sobre un eventual colapso de las conversaciones, producto de las agudas declaraciones de un importante sector de la prensa extranjera:
“Con algunos detalles se viene publicando, desde varios días atrás, la noticia de un arreglo diplomático entre Chile y Bolivia (…) No sabríamos hasta que punto son exactos los rumores echados a circular a este respecto; pero sean como fuesen, es indudable que las publicaciones que se están haciendo no favorecen sino que dañan la acción diplomática de nuestra cancillería…” (El Mercurio, editorial, mayo 1895). Y es que -precisamente- la confianza no brota de manera espontánea entre los países en conversación, más bien escasea por donde se mire, y cualquier comentario fácilmente podía echar por tierra los débiles lazos construidos hasta el momento. Esto bien lo sabe cancillería, quienes, se han desgastado más en el entorno de las negociaciones con Bolivia, que en la negociación misma. Según relata el mismo editorial, en el Ministerio se piensa que alrededor de los diálogos “revolotean otros intereses opuestos a los nuestros, que quizás no estarían distantes de desear la prolongación de nuestra precaria relación con aquella nación (Bolivia)” (Ibídem). El artículo de opinión continúa en la misma línea al declarar que “cuando de parte de alguno de los vecinos existen estas asechanzas o suspicacias, la acción diplomática, para no verse inoportunamente estorbada, se encuentra compelida a usar de su actividad con la mayor reserva posible” (Ibídem).
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Quizá, la comisión encabezada por Barros Borgoño jamás sospechó los alcances totales que tendrían el Tratado en el concierto internacional. De ahí que El Mercurio haga una somera crítica a la publicidad del presunto arreglo, sin siquiera saber si éste llegará a buen puerto: “En tal situación hay cierta candorosidad de nuestra parte en estar exhibiendo nuestras gestiones diplomáticas bajo techo de vidrio, cuando todavía las negociaciones no han llegado a una definitiva y final solución...” (Ibídem). Un mensaje que podría estar dirigido, más que al gobierno, a los congresistas que a esas alturas ya estaban al tanto de la existencia del Tratado.
El gobierno de la época deseaba que los conflictos limítrofes del norte se solucionaran rápidamente. Barros Borgoño consideraba a la región en pleito como una válvula de seguridad ante los problemas internacionales que aquejaban a Chile: “Es un acto de previsión patriótica (…) nos encontramos en presencia de una eventualidad trascendental para la política americana y para la paz de la república” (Barros Borgoño 17).
Mientras, El Mercurio aporta en la re-construcción de lazos al calificar de “importantísimo” el acercamiento entre los gobiernos de Baptista y Montt, y que las reservas en sus detalles son aún más necesaria:
“Cuando se trata de conciliar unas relaciones precarias cuyas relaciones resbaladizas desearían algunos de nuestros vecinos que se perpetuaran para tenernos siempre bajo la amenaza de que por ese lado podrían encontrar apoyo cualquier movimiento agresivo contra Chile” (El Mercurio, editorial, mayo 1895). Sin embargo, el diario no pierde ocasión para enfrentar a la prensa y al gobierno argentino, señalando que “afortunadamente en Chile, ningún partido explota la política interior agitando nuestros negocios internacionales, todo ello, se honra con el sentimiento más elevado de patriotismo en lo relativo a nuestras relaciones exteriores” (Ibídem), reafirmando a su vez, su rol de mediador al interior 41
de la política criolla. Por último, el editorial del 15 de mayo y clave para entender los próximos pasos de la comisión encabezada por el joven plenipotenciario Barros Borgoño concluye de la siguiente manera:
“¡Y es tan fácil ser reservado cuando la opinión pública cree tal respeto a nuestras relaciones exteriores que ni siquiera manifiesta las exigencias de la curiosidad!” (Ibídem).
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Segunda parte â&#x20AC;&#x153;El silencio de los engranajesâ&#x20AC;?
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Capítulo 3. La estrategia tras un alboroto diario Claramente, los primeros días de conversaciones entre Bolivia y Chile no fueron tal como se esperaban. Jorge Montt, Luis Barros Borgoño y compañía se vieron envueltos, sin quererlo, en un desgastante conflicto mediático con Argentina. Y en medio de esta lucha a base de retórica y tinta estaba El Mercurio como trinchera. Pero la contienda era desigual: el número de periódicos trasandinos que lanzaban sus plumas en contra de la administración chilena superaban, considerablemente, a los batallones levantados a este lado de la cordillera. Entonces, ¿qué pasos siguió la cancillería criolla ante tal escenario, considerando que en sólo tres días más, el Tratado sería conocido por los Parlamentos de cada país? Pues bien, una de las medidas adoptadas estuvo estrictamente ligada al diario dirigido por Hermógenes Pérez de Arce: tras varios días de intensa participación en la generación de opinión a través de su editorial, El Mercurio se silenció. Dejó de escribir sobre el asunto y se dedicó únicamente a recoger artículos de la prensa trasandina relacionados con el pacto de transferencia chileno-boliviano.
El día jueves 16 de mayo de 1895 el periódico de Edwards abre su sección Telegramas (espacio destinado a recoger diversos artículos de rotativos extranjeros) con una noticia del periódico La Prensa de Buenos Aires, titulada “Chile, Bolivia y la República de Argentina, un peligro desvanecido”. La nota especula en torno al Tratado, y si bien reconoce “la reserva que se mantiene en el tenor de la convención” (El Mercurio, Telegramas, 16 de mayo 1895), no mengua en sacar sus propias conclusiones acerca del destino final del hito de San Francisco, el cual Argentina reclama como suyo gracias a un acuerdo firmado entre ese país y Bolivia:
“Racional es suponer que Bolivia no ha firmado tratado alguno con Chile y con menos cabo que el suscrito con la República Argentina, y por lo tanto,
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ha de haber quedado definitivamente consagrado nuestro dominio a los territorios que nos ha adjudicado al mencionado ajuste” (Ibídem) Pero en un hecho que ya hemos calificado de recurrente y habitual, la misma noticia no malgasta la ocasión para enviar un mensaje a la administración de Montt, y recordarle que una vez solucionado su problema con la nación paceña debe voltear, obligadamente, su mirada al otro lado de Los Andes:
“Pero en lo que no cabe, y no puede caber duda, es que el Pacto chilenoboliviano deja a salvo nuestro derecho precedentes de tratado argentinoboliviano, que comprende la comarca ocupada por Chile en fuerza del pacto de Treguas y que habrá de desocupar como consecuencia del reciente” Tratado de Transferencia (Ibídem). Es sin duda un claro intento por poner presión a Santiago al mismo tiempo que discute una solución con Bolivia
Pese al desfavorable escenario que preocupa a Chile, su particular estrategia de silenciar cualquier comentario en torno al arreglo entre La Paz y Santiago estaba dando resultado: “La reserva en que se mantiene el tenor de la convención no permite avanzar apreciaciones al respecto” (El Mercurio, Telegramas, 16 mayo 1895), alega el informe de La Prensa de Buenos Aires. Pasaron un par de días26 y las agitadas aguas parecieron calmarse, entregando cierto respiro a la pluma mercurial; pero la trascendental fecha llegaría tarde o temprano. Es así como la mañana del 18 de mayo de 1895 El Mercurio publicó una extensa sección de Telegramas, la cual casi bordeó los seis mil caracteres, copando parte importante del diario. Mientras, los parlamentarios de Chile y Bolivia, en sesión especial, se enteraban de los detalles del Tratado de Transferencia Barros Borgoño-Gutiérrez.
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El 16 de mayo se recogió la noticia de La Prensa de Buenos Aires y al día siguiente El Mercurio no publicó nada sobre el arreglo.
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Esta vez, el periódico de Edwards no sólo recogió noticias, también transcribió un editorial de La Prensa de Buenos Aires titulada “La ineptitud argentina” (El Mercurio, Telegramas, 18 de mayo 1895). El tajante y crítico artículo comienza con la siguiente pregunta: “El reciente tratado chileno-boliviano es una derrota vergonzosa nuestra, ¿qué hace la diplomacia nacional?” (Ibídem).
“Las noticias telegráficas que hemos publicado ayer de Valparaíso dan cuenta del más brillante triunfo diplomático obtenido por Chile desde la Guerra del Pacífico. Nuestros vecinos acaban de asegurar la tranquilidad del Pacífico con una habilidad suma que merece el más caluroso elogio aun desde sus propios adversarios” (Ibídem). Cabe recordar que el editorial es un espacio crucial al interior de un medio: es ahí donde se juega su opción política, segmentando un perfil y fijando, ciertamente, un camino a seguir para el resto del contenido informativo. Es así como el diario La Prensa se sincera y declara en su columna de opinión que “nadie nos tachará, queremos suponerlo, como de muy tiernos para con Chile, y ¡bien! Nos sacamos el sombrero ante un país tan bien gobernado por estadistas de buena ley que lo conducen de victoria en victoria (…)” (Ibídem). Pero a no engañarse, el sarcasmo y la ironía corren por las venas negras de la tinta diaria de aquél entonces. El editorial, con más frustración hacia su propio gobierno -quien no habría hecho nada para detener el acuerdo- que con argumentos de peso, continúa señalando que: “Chile (…) resuelve un gravísimo problema: liquida los resabios de la Guerra del Pacífico, se quita de la nuca la espina punzante de un Perú irredento y en lugar de contentarse con una nueva Alsacia Lorena convierte a ésta en otra Niza y Saboya” (Ibídem). El artículo dispara en todos los sentidos, incluso se refiere ácidamente a quien, hasta ese entonces, era su socio por el norte:
“Puesto que la misión boliviana ha sido siempre el puerto de Arica que estaría cerca de la Paz y por obtener el cual, sacrificaría cualquier cosa. De ahí que el tratado haya podido firmarse sin dificultad, ratificando a Chile la 46
ocupación del litoral y cediéndole la región minera de Huanchaca y Lipez 27” (Ibídem). Según esta afirmación, Argentina perdería la posibilidad de ser quien construya el ferrocarril desde La Paz con salida a mares atlánticos, quedándose Chile con la estratégica ruta comercial. Ciertamente, las zonas de Lipez, Porcos y Chichas importaban a Santiago no sólo por su riqueza; representaban también un importante punto limítrofe para dicho país. De ser cierto su dominio en esas tierras se convertiría en el vecino de Argentina tanto por el norte como por el este, cumpliendo una de sus misiones tras el Tratado: asegurar su tranquilidad políticomilitar en aquella franja.
El editorial de La Prensa es un texto agudo, punzante, propio de un sector que se siente traicionado por Bolivia. No extraña, entonces, los duros términos utilizados para referirse a la nación gobernada por Mariano Baptista
y sus
funcionarios: “Cuando el plenipotenciario Ichazo (embajador de Bolivia en Argentina) nos cantaba amores para que nuestros congresos votaran en sesión secreta los fondos para la construcción del ferrocarril prolongación del Jujui, revelamos que en Montevideo y Paraguay había cantado respectivamente igual sonata y agregando que el proyecto argentino era una quimera” (Ibídem).
Incluso, señala que Bolivia “se echó a los brazos de Chile, su enemigo tradicional y que aguarda solo el momento para sacarle una nueva tajada (…) por caprichos que son propios de la diplomacia Coya, la cual busca su interés donde lo encuentra” (Ibídem). No obstante, los dardos no son dirigidos únicamente hacia el exterior. El periódico se guarda todas las palabras de buena crianza para referirse a su propio Ministro de Relaciones Exteriores, a quien describen como una persona que “ha demostrado ser de una candidez que rayana en otra cosa peor” (Ibídem), de ser un diplomático sin olfato y finura para encabezar negociaciones y de dedicarse únicamente a “escribir volúmenes que parecen índices de casas editoras (…). Mientras las relaciones exteriores de este país 27
Zonas ricas en el oro blanco de la época: el salitre.
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siguen, pues, manejadas de esta manera, razón tendrán en el extranjero de reírse, como hoy se ríen en lo que llaman ‘La ineptitud argentina’” (Ibídem), cierra el artículo.
La pluma tras la jugada
No es casualidad que El Mercurio haya publicado una extensa sección de Telegramas justo el día en que el Congreso de Chile se ponía al tanto del arreglo entre ese país y Bolivia. Una arriesgada jugada que buscaba informar a los parlamentarios sobre los comentarios que pululaban al otro lado de la cordillera, y que sin duda, fueron escogidos minuciosamente: los más fuertes, hirientes y ofensivos escritos de la prensa argentina. ¿La razón? Simple y sensata: construir un escenario lo más desfavorable para Chile, para así persuadir a los honorables en favor del Tratado Barros Borgoño-Gutiérrez.
Pero, ¿quién fue el encargado de armar tan magna apuesta? Pues bien, el mismo hombre detrás de los extensos y políticos editoriales de El Mercurio: Hermógenes Pérez de Arce, redactor del diario.
“En la historia de El Mercurio se cuenta la redacción de Hermógenes Pérez de Arce como una de las más importantes, y conviene explicar por qué”, relata Raúl Silva Castro, autor de Prensa y Periodismo en Chile (Silva Castro, 343). Asumió trascendental función el 1º de octubre de 1892, y sólo la muerte puso fin a su tarea el 26 de agosto de 1902.
Durante la década que estuvo a cargo del periódico, su pluma no se caracterizó por ser brillante, a diferencia de sus antecesores; pero había en él “una aptitud de adaptación que es, según parece, el secreto de su éxito” (Ibídem): “Aquilató la trascendencia que había cobrado El Mercurio como órgano decisivo en la opinión pública, y se dio cuenta del feliz enlace logrado entre
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ésta y el diario en virtud de la fidelidad con que servían las columnas periodísticas, día por día, al anhelo de progreso y el convencimiento de que es el orden quien permite alcanzarlo (…)” (Ibídem). Las coléricas editoriales escritas en los rotativos argentinos rara vez fueron contestadas con el mismo frenesí por parte de El Mercurio; aunque en ocasiones los motivos sobrasen. Y es que el señor Pérez de Arce era, precisamente, un hombre de consejo, de criterio reposado, tranquilo, de ánimo frío, partidario del consenso antes que los arrebatos (Silva Castro, 344), características que traspasó al pie de la letra en cada editorial que publicó. Si bien, los primeros meses de conversación fueron muy agitados -período que hemos denominado “La buena nueva”-, mantuvo un tranquilidad estoica. Sus palabras intentaron en todo momento conciliar los divergentes puntos de vista que estallaban en la política interna de Chile. Por ejemplo, en el primer editorial sentó las bases para que el Tratado se llevase a cabo: “Una solución final han menester desenvolverse reposadamente, en manos de gobiernos perfectamente estables” (El Mercurio, editorial, mayo, 1895), concluyó, agregando que si bien urge una “solución lo más pronto posibles”, debe ser “sobre la base de tratados que sean una prenda de paz permanente” (Ibídem).
En plena batalla de declaraciones cruzadas entre Chile y la Argentina (ver página 12), Pérez de Arce era capaz de sacar un conciliador as bajo la manga. En el editorial del 15 de mayo realizó un análisis de la situación diplomática que enfrentaba Chile a fines del siglo XIX, reconociendo sus conflictos con Buenos Aires, Lima y La Paz; sin embargo, remata sus últimos párrafos señalando que “nuestra situación diplomática no es difícil, pero sí delicada y exige mucha circunspección para llegar a la solución satisfactoria de los problemas que tenemos entre hermanos” (El Mercurio, editorial, mayo1895). ¿Entre hermanos? O sea -y pese a todo- propone el sueño de la política liberal, y que no es otra cosa que aunar criterios en el comercio: una prenda de estabilidad entre iguales.
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En la prensa actual, la regla general dice que las funciones editoriales y de dirección de un medio están en manos diferentes, consonantes en la línea, pero con obligaciones distintas. El primero, fija el rumbo ideológico-informativonoticioso; mientras que el segundo, se encarga de que esa ideología sea rentable en el mercado de la información. En El Mercurio de 1895 ambas tareas estaban a cargo del redactor, cargo único y de confianza elegido por el propietario. De ahí que el trabajo de Hermógenes Pérez de Arce, y de los redactores en general de aquél entonces, fuera titánico y de relevancia suprema para el éxito o fracaso de un diario. A fin de cuentas, eran responsables de conseguir la publicidad necesaria para costear los gastos de impresión, y por otro, decidían qué noticias publicar y a qué argumento ideológico se afiliaba el periódico.
Silva Castro recuerda que durante la administración de Pérez de Arce, el diario mantuvo una doctrina coherente entre las relaciones del periódico y su público (Silva Castro, 344). En otras palabras, apoyó decididamente las directrices de la política nacional, dejando de lado cualquier atisbo de pequeñeces partidarias. Ciertamente avanzó en primera línea en materia internacional, enarbolando el nombre de Chile como potencia sudamericana. Incluso en ocasiones, sus editoriales tenían un suave aroma a propaganda política, con un destinatario muy definido: “Chile tiene que desempeñar una gran misión en el Pacífico y para ello debe ponerse a la cabeza de un movimiento internacional encaminado a entrelazar a todas las Repúblicas del Pacífico en los vínculos de libertad comercial e industrial (…)” (El Mercurio, editorial, mayo, 1895). Pero al mismo tiempo, insiste una vez más en la disputa retórica con Argentina, que a fin de cuentas, es una disputa por el liderazgo de la parte sur del continente:
Chile velaría por “las conveniencias de todas las naciones de este lado de los Andes, (exceptuando la Argentina) desde el istmo de Panamá hasta el estrecho de Magallanes aparezcan confundidas en una comunidad interesante tan estrechamente unida que lleven a crear una solidaridad internacional capaz de hacer imposible, entre ellas las desavenencias que lleguen a resolverse por medio de las armas, la comunidad de intereses internacionales es la prenda más segura de paz para el porvenir” (Ibídem).
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Antes de iniciar la segunda parte de su estrategia comunicacional, El Mercurio da su último aliento antes del silencio, sentando por cierto, los argumentos de tal apuesta: “Nuestro deber imprescindible es combatir los malévolos propósitos con una poderosa contracorriente formada por las simpatías generadas que tienen que ganarse en toda América del Sur nuestra política internacional, ampliamente liberal y generosa…” (El Mercurio, editorial, mayo, 1895).
A esas alturas, la paciencia de Pérez de Arce no estaba para juegos retóricos, y sin muestras de condescendencias, sincera sus más íntimos pensamientos hacia la prensa argentina, señalando que el Tratado ha causado más impresión allá que en los propios periódicos chilenos y que “los insultos mal disimulados a peruanos y bolivianos y los elogios irónicos” (Ibídem) hacia la cancillería encabezada por Barros Borgoño han copado parte importante “de la prensa más belicosa de Argentina” (Ibídem). “El editorial de El Tiempo de Buenos Aires ha sido fundada para insultar a Chile y tocar la trompeta de guerra”, clama ofuscado el redactor.
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Capítulo 4. Sin comentarios…
El editorial que cierra el período denominado “La buena nueva” llevó por título “Los Estados Unidos del Pacífico” y fue publicado el martes 28 de mayo. El artículo es una respuesta directa, párrafo por párrafo, letra a letra, a un editorial escrito en un rotativo argentino, el cual afirmaba que Chile estaría detrás de la constitución de una gran confederación de los Estados Unidos del Pacífico, en la que dicha nación “representaría el papel de Prusia en el actual Imperio Alemán” (El Mercurio, editorial, mayo, 1895): Pérez de Arce señala que, sumado a estas palabras, la prensa argentina se aventura en una profecía que “ojalá fuera cierta: Chile, dados estos horizontes, estaría destinado a ser la primera nación no solo del Pacífico, sino de Sudamérica entera. Pueblo sobrio, viviendo en territorio poco feraz, honesto, trabajador y ambicioso, tiene todos los caracteres exteriores de la Inglaterra industriosa e infatigable, y que, nación de límites estrechos, gobierna, sin embargo, los más vastos territorios del mundo” (Ibídem). Frente al escenario en el que se presenta a Chile como una nación superior en medio de un barrio “no muy agraciado”, la prensa bonaerense no duda en entregar consejos a sus vecinos, para que “de países pobres, débiles, sin fuerzas navales para su respeto, sin administración seria ni organización económica correcta, se construya, en un porvenir más o menos lejano, un Estado correcto y sabiamente organizado, rico, poderoso y respetado en todo el mundo” (Ibídem).
Y es que tras el argumento está la idea de que Chile es superior en directa proporción a la precariedad de sus países limítrofes. Pero Argentina no se queda ahí y va más allá: divide a Sur América en dos, este y oeste. Al lado del Pacífico, Chile sería quien enarbola la bandera del progreso, mientras que si Bolivia, Perú y Ecuador no proponen algo que los lleve a trabajar unidos, estarían condenándose
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eternamente a la superioridad de Santiago. Salvo, claro está, que sigan los consejos de Buenos Aires.
El tenso ambiente discursivo lleva a ambas naciones a sacar a la luz pública viejos resabios de grandeza, y con el mismo argumento, Pérez de Arce responde -esta vez- desenredando los conflictos por la hegemonía en el Atlántico: (En cuanto a la insinuación que Bolivia, Perú y Ecuador solo tendrían garantizado su porvenir confederándose a Chile) “Otro tanto podría decirse de Colombia y Venezuela y aún del Paraguay y el Uruguay, si respecto de estos últimos no hubiera dos colosos interesados en que estas dos naciones sean de Suiza y la Bélgica de las América del Sur en el oriente de Los Andes y del Atlántico” (El Mercurio, editorial, mayo, 1895). Esta sería la última disputa retórica entre el diario de Edwards y los periódicos bonaerenses, tras lo cual, la discusión del Tratado de Transferencia entre Chile y Bolivia deja a El Mercurio -por largos 120 días- sin comentarios…
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Tercera parte “Rebelando la Espera”
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Capítulo 5. Tensión en la diplomacia chilena
No es casualidad ni error ortográfico el título de este apartado. Durante los meses de silencio literalmente se dejó caer un hostigamiento inusual sobre el Tratado. La prensa foránea no descansó hasta conocer sus detalles o hasta saber, a diplomacia cierta, si se llevaría a cabo o no.
En este capítulo echaremos un vistazo a los artículos recogidos por El Mercurio, a sus escasas editoriales y a la opinión del Ministro de Relaciones Exteriores de la época sobre el complejo escenario que enfrentó la diplomacia chilena.
El invierno no fue motivo para enfriar las relaciones entre la prensa argentina y la cancillería criolla. El 3 de julio, el periódico comandado por Hermógenes Pérez de Arce recogió diferentes notas de diarios argentinos que hacían alusión a Telegramas enviados de Sucre a Santiago y de Santiago a Sucre, en los cuales se señalarían los avances en las conversaciones sobre el Tratado. Curiosamente, y pese al secretismo que Chile imprimió al arreglo, el informe llega a manos de los rotativos bonaerenses.
Así comienza: “El señor encargado de los negocios de la República de Bolivia, doctor P. Moscoso y Rodas, ha recibido ayer los siguientes telegramas de Santiago y Sucre que confirman las noticias sobre el tratado chileno-boliviano” (El Mercurio, Telegramas, 3 de julio de 1895)” Con esto, se intenta graficar la veracidad de la fuente. Es decir, la información que es presentada a continuación por la prensa argentina no es inventada. Provendría de un canal oficial. De hecho ni los apartados fueron modificados:
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“Sucre 23 -Oficial- El último tratado chileno-boliviano firmado en Santiago, no modifica en nada ni el texto ni el espíritu de nuestro tratado con la República de Argentina. Santiago 24 -Oficial- Chile reconoce derechos argentinos sobre territorio que le fueron cedidos por Bolivia.” (Ibídem) Los comentarios que se suscitan a continuación son el fiel reflejo de la ofuscación que existe en la prensa diaria de Buenos Aires, y que quizá es, incluso, más fuerte que al interior de la propia administración Argentina. Se señala que mientras esto ocurre, “la diplomacia Argentina nada sabe, ni observa sobre esas negociaciones internacionales” (Ibídem). Continúa en su acto de patriotismo al decir que son únicamente los diarios quienes siguen de cerca los intereses de Argentina, puesto que el “gobierno, que tolera la ineptitud reconocida de su representación en los países en que esas negociaciones se realizan, sigue a oscuras en ese asunto” (Ibídem). Y es que al parecer, la cancillería trasandina pretende otra jugada: todavía ni siquiera nombra a su nuevo embajador tanto en Chile como en Bolivia. “Triste papel en que cabe en este momento al gobierno (argentino) en nuestras relaciones diplomáticas”, concluye con impotencia la noticia. Vale la pena hacer un alto y resumir la breve pero tensa negociación chileno-boliviana, inundada de comentarios altaneros y poco ortodoxos disparados por las trincheras comunicacionales levantadas durante todo el año 1895.
El 18 de mayo se firmó en Santiago un acuerdo encabezado por los Ministro de Relaciones Exteriores de Chile y Bolivia. En él se reconocía la soberanía chilena sobre los territorios que se extienden al sur del río Loa hasta el paralelo 23º de latitud sur. De esta forma, se completa la adquisición de los puertos de Tocopilla y Cobija, los cuales se anexarían a los de Mejillones y Antofagasta, que ya habían sido incorporados en 1879. Bolivia por su parte, quedaría condicionada al plebiscito entre Perú y Chile, el cual -de ser favorable para esta última nación- significaba el inmediato traspaso de Tacna y Arica a la
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República de Bolivia, “a excepción de la zona que va de la Quebrada de Camarones a la Quebrada de Vitor que quedarían para Chile” (Pinochet de la Barra, 23).
Todo parecía confluir en el mejor escenario: países estables y sin alborotos internos.
Las fichas estaban jugadas. Y Chile lo apostó todo. El buen ánimo en los gobernantes de aquella época se puede sintetizar de la siguiente manera:
“El resto del año 1895 se debatió en los parlamentos de ambos países una solución que, parecería, pondría punto final a tantas preocupaciones” (Ibídem).
Pero a sólo dos meses desde este ambiente de optimismo, lo cierto es que el escenario había cambiado rotundamente.
El Mercurio de Valparaíso publica el 18 de julio de 1895 una noticia de la Prensa de Buenos Aires bajo el título “Todavía el tratado chileno-no-boliviano” (El Mercurio, Telegramas). Ahí se vuelven a señalar supuestas filtraciones sobre el acuerdo, que recordemos, es de carácter secreto.
“Chile sostiene sus derechos sobre la puna de Atacama, en donde están situados Pastos Grandes, Catua y otros territorios cedidos por Bolivia a la república Argentina… Si la discusión sobre la propiedad de esos territorios concluyera por el reconocimiento de la propiedad pretendida por la Argentina, Bolivia indemnizará a Chile con la entrega de la parte de la provincia de Lipez…” (Ibídem). En los días posteriores todo comentario recogido por el diario porteño apuntaron en esa línea. La tirantez entre Chile y Argentina estaba rozando los límites de la diplomacia. Cabe recordar que Santiago viene saliendo de una guerra civil, y al poseer alicaídas arcas fiscales un nuevo conflicto militar desde luego que
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jugaría en su contra. De hecho, esta es una de las potentes razones para el acercamiento con La Paz, punto que destacamos al inicio de este trabajo.
En tanto que presionada por la propia prensa, la cancillería bonaerense decidió tomar importantes cartas en el asunto y envió a Bolivia a uno de sus mejores hombres para ocupar el cargo de embajador: Dardo Rocha. “El gobierno argentino destacó en Sucre a uno de sus más sobresalientes políticos, y no precisamente- para apoyar los convenios” (Pinochet de la Barra, 24).
Chile teme que las negociaciones queden en nada. Incluso, diarios bolivianos comentan la llegada de Rocha, quien entre aplausos y gritos de apoyo se habría asentado en la capital altiplánica. Su llegada despierta curiosidad. Los rotativos se quejan que “la prensa oficial (de Bolivia) censura la petición del vecindario de Cochabamba para que se hiciera público el Tratado” (El Mercurio, Telegramas, 17 de julio de 1895)” de Transferencia.
Y en medio de todo este alboroto, El Mercurio publica un editorial titulado “La Paz Armada”. En él se hace referencia al gasto militar que está realizando Argentina. Un gasto, que para la cancillería chilena, está llevando a la ruina los mutuos intereses económicos que existen entre ambas naciones.
Luis Barros Borgoño comienza a ver cómo su trascendental misión poco a poco se va desvaneciendo. Además, las informaciones que llegan desde Bolivia no son nada alentadoras: “Se nos asegura que existe disidencia de opiniones entre los Ministros con probabilidad de resolverse en el sentido que se devuelvan los protocolos a nuestros representantes en Santiago, para que reabra la negociación diplomática, a fin de que se modifiquen algunas de sus cláusulas” (El Mercurio, Telegramas, 13 de agosto de 1895. Diario “Comercio de la Paz”) El Ministro juega su última y desesperada apuesta. Una estrategia que buscaría hacer frente a los inusitados comentarios que revolotean alrededor de las
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conversaciones, cual éxito ya pende de un hilo muy delgado. Así lo recuerda el propio Barros Borgoño: “Se han estado dando a la publicidad, en los últimos días, artículos de diversa índole y que aprecian en términos contradictorios el alcance e importancia de los pactos de mayo (...) En el interés que una cuestión de esta entidad pueda ser apreciada justamente por la opinión pública, hemos considerado oportuno hacer una exposición detallada de los diversos antecedentes de la materia” (Barros Borgoño, 7). Cambio de planes. Los “artículos de diversa índole” son claramente las noticias escritas en diarios bonaerenses. ¿Contradictorios? Desde la lógica en que Chile ha manejado el Tratado -secretismo-, las apreciaciones recogidas carecerían de fundamento o en gran parte estarían erradas. Podríamos sostener que la estrategia de silenciar los detalles del arreglo causaron dos efectos: por un lado, se logró mantener en las penumbras; pero por lo mismo, esto provocó inventos o especulaciones en cuanto a su tenor, al no disponer de primera fuente dicha información.
A juicio de la diplomacia chilena, las “especulaciones” estarían ocasionando más daño al Tratado, que la propia apuesta de mantener sus detalles bajo siete llaves. Barros Borgoño y su equipo sinceran el Tratado de Transferencia. No en sus pormenores, pero sí en sus términos generales.
Pero el efecto dominó ya estaba desencadenado. Al tanto de la existencia oficial de un acuerdo, Dardo Rocha, embajador argentino en Sucre, puso a prueba todos sus conocimientos de buen orador y persuasor. Barros Borgoño también recuerda28 en su estudio que Dardo Rocha “fue recibido con aplausos y halagos por la corriente política boliviana que consideraba mejor negociar con la creciente Argentina para una salida soberana al mar” (Barros Borgoño, 19). El Ministro, al igual que El Mercurio, señala en sus
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memorias que “toda tendencia o manifestación del gobierno en tal sentido, era motivo de aplausos y de elogios” (Ibídem) por parte de la prensa. Todo, mientras las conversaciones estaban bien avanzadas y el Congreso boliviano sometía a la aprobación el Tratado de mayo celebrado con Chile.
Frente a un inminente fracaso, y a un escenario que cada vez se pone más cuesta arriba, Barros Borgoño justifica su decisión al creer que “la opinión pública estaba madura” para aceptar la negociación. Es él quien, a su vez, define la situación que atraviesa la cancillería como “grave y delicada”, y que de no ser solucionada a la brevedad, condicionaría la propia seguridad de Chile (Ibídem).
El Mercurio, por su parte y en la misma línea del Ministro de Relaciones Exteriores, rompe su silencio y resume los sentimientos, apreciaciones y pensamientos que hay detrás de la política chilena. En su editorial del 5 de septiembre, cuyo título fue “Diplomacia de Nouveaute”, deja en claro toda la incomodidad que existe frente al actuar de Dardo Rocha.
Su traducción sería algo así como “La nueva diplomacia” y señala que: “Muy a nuestro pesar hemos entrado en este género de comentarios, porque, dados los delicados negocios pendientes entre Chile, Bolivia y la Argentina, cúmplele a la prensa el deber de no remover tópico alguno que pudiera ser mortificante para los países vecinos o ser motivo de desagrado en el cultivo de sus relaciones internacionales” (El Mercurio, editorial, mayo 1895). Tras esta declaración de principios, sale en defensa de Barros Borgoño y su trabajo, temiendo los pasos que pueda tomar quien fuera el promotor y gestor del Tratado de Transferencia. Y si bien no señala con nombre y apellido al culpable del terremoto diplomático que enfrenta la cancillería chilena, sí califica su actuar como “lamentable y populachero” y de dejar en el olvido toda enseñanza aprendida en la academia:
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“Lamentamos que los diplomáticos salgan de Buenos Aires a Sucre y de Sucre a Buenos aires acompañados en su travesía del son de cascabeles y timbales, con que parece que algo se les trastorna la cabeza, para poner en el olvido las más elementales reglas de circunspección y discreta reserva, y dar a sus actos diplomáticos cierto colorido de populachera locuacidad que conspira contra los tradicionales hábitos de reserva de sus respectivas cancillerías” (Ibídem). Aquel hombre, sin duda, sí tiene nombre y apellido: Dardo Rocha, quien estaría poniendo en práctica una “nueva forma de hacer diplomacia”. En términos actuales, estaría realizando una especie de lobby muy desafortunado para Chile.
Para graficar lo anterior, El Mercurio incluye en su columna de opinión una nota enviada a Chile desde Bolivia, en la cual se señala que “la venida del plenipotenciario argentino ha disipado muchas nubes negras…” (Ibídem). Y es que la apuesta de Argentina estaría dando resultados caóticos para Santiago; puesto que si bien el Tratado fue aprobado por el gabinete Boliviano, un grupo de congresales juró a sus electores no aprobarlo: “Es decir, juraron sobre lo que no conocían, con una ligereza de muchachos díscolos” (Ibídem), apunta el editorial.
Frente a la decisión adoptada por un grupo de parlamentarios, Bolivia decide aplazar la discusión final para octubre, argumentando que hay que pulirlo y enmendarlo en ciertas partes poco claras (Ibídem). Pero el Presidente Baptista, quien también fue uno de los gestores del Tratado, envía un claro mensaje a sus congresales con el fin de no dilatar más el acuerdo: “¡Legisladores, aprobad el tratado chileno-boliviano, y cumpliréis un alto y sagrado deber de bolivianismo! ¡Oh! No os opongáis los del sur, porque al fin somos hermanos” (Ibídem). Pero la situación parece fuera de control incluso para el propio Presidente boliviano, luego de que su Ministro en Argentina declarara a la prensa bonaerense que en la eventualidad de una guerra entre Chile y la Argentina, Bolivia ayudaría a esta última (El Mercurio, Telegramas, 5 de septiembre de 1895).
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Un enredo de proporciones que terminaron por colmar la paciencia del cansado Ministro Barros Borgoño, quien dilapidó todos sus esfuerzos en el entorno de las negociaciones, que en la negociación misma.
A comienzos de septiembre, un desgastado Plenipotenciario decide dar un paso al costado y cede el mando de la Cancillería chilena. Un alejamiento costoso para las pretensiones de Santiago, pero más aún para el sueño boliviano de una salida soberana a las aguas del Pacífico.
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Capítulo 6. La apuesta clave de Perú Tras la salida de uno de los gestores del acuerdo, el clima comunicacional y diplomático entre Chile y Argentina no varió en nada. Incluso El Mercurio desliza cierta impotencia a través de uno de sus pocos editoriales publicados luego del alumbramiento del Tratado a la opinión pública internacional.
“Criterio político” llevó por título la columna de opinión del 16 de septiembre de 1895. En él se acusa la irresponsabilidad de la administración argentina, la cual pondría fianzas al actuar de los periódicos al “extremo de pretender que las excitaciones violentas de los diarios impriman su sello a las negociaciones diplomáticas, arrebatándolas al poder constitucional a quien le están confiadas” (El Mercurio, editorial, septiembre de 1895).
De cierta manera, toda la tensión gira en torno al nombre de Dardo Rocha, plenipotenciario argentino en Sucre, y que para El Mercurio fue nombrado por la presión ejercida por diarios bonaerenses en contra de su propia cancillería29: Los periódicos están “más atentos en agitar las presiones que a formar en el público un criterio tranquilo (…) para apreciar los negocios internacionales” (Ibídem), concluye el editorial.
Pero el rotativo de Edwards intenta, una vez más, recoger buenos comentarios acerca del Tratado. Y es así como publica un escueto Telegrama del Industrial de Antofagasta en el cual se asegura que “el gobierno (boliviano) tiene ahora la más completa seguridad de que el tratado de paz con Chile será arreglado sin oposición de los liberales” (El Mercurio, Telegramas, septiembre de 1895). Un suspiro de aliento para sus lectores, que duda cabe.
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Durante los meses de septiembre, octubre y noviembre la discusión que publicó El Mercurio fue siempre la misma: por un lado, los dardos argentinos apuntando hacia El Tratado; y por otro, los Telegramas esperanzadores provenientes del altiplano boliviano. Editorialmente, el diario volvió a silenciar sus pensamientos.
Pero todo cambió en un abrir y cerrar de ojos.
Perú -un actor un tanto tímido hasta el minuto- irrumpe en medio de las conversaciones entre chilenos y bolivianos, debilitadas, por cierto, a esas alturas del año por el intenso lobby argentino.
Óscar Pinochet de la Barra describe así la jugada: “El tratado de Transferencia de Territorio era reservado, pero con tanto alboroto, sus términos fueron luego conocidos por la prensa y molestaron al Perú, que lo consideró de hiriente agravio y paralizó el estudio del protocolo plebiscitario” (Pinochet de la Barra, 24).
¿Qué significó en la práctica? Como el Tratado estaba dividido en dos partes, Chile ya no podría ceder territorio alguno a Bolivia sin antes solucionar -primero- el destino final de Tacna y Arica. Si Santiago confiaba en un resultado positivo en el plebiscito a desarrollarse en las nortinas tierras, ahora las esperanzas quedaban en nada: Perú había congelado toda viabilidad de referéndum.
La discusión volvía, increíblemente, a foja cero. Conciente de este enorme perjuicio para el sueño boliviano, el propio Presidente de ese país, Mariano Baptista, viajó al Perú y llegó personalmente hasta el Congreso… pero nada consiguió.
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Corrían los primeros días de diciembre y otro actor relevante de la estrategia comunicacional y diplomática del Tratado de Transferencia daba un paso al costado: Hermógenes Pérez de Arce deja la dirección y redacción de El Mercurio. La frustración, el cansancio y la impotencia que manifestaba en sus comentarios de fines de año son luces claras que justifican su alejamiento.
Y es que el escenario se tornó extremadamente complejo. Si Chile no lograba anexar Tacna y Arica, no podría a su vez transformarlas en monedas de cambio con Bolivia. Aún cuando La Paz, ya había firmado un protocolo secreto que ante dicho escenario aceptaría como indemnización Caleta Vitor más otras compensaciones pecuniarias. Pero Lima aseguró lo contrario y colocó trabas drásticas a cualquier salida diciéndole a Baptista que Chile tampoco podría quedarse con Vitor (Ibídem).
De aquí en adelante, todo fue una tragicomedia de protocolos con más o menos beneficios para uno u otro país. Incluso en ocasiones, los políticos chilenos calificaron de “exorbitante” la generosidad demostrada hacia Bolivia (Ibídem). Y aún así, nada se consiguió.
No es de extrañar, entonces, que la discusión se haya enfriado rápidamente. Las mejoras al Tratado no eran discutidas con urgencia por los Congresos de ambos países. El Mercurio, por su parte, sintió la salida de Pérez de Arce y con ello también dio vuelta la página. “En cien años de negociaciones portuarias, jamás se llegó tan cerca de la meta como entonces”, recuerda Pinochet de la Barra (Pinochet de la Barra, 26).
Mientras los Congresos se ponían de acuerdo, los años pasaron y con ello los políticos que apoyaban el Tratado también. El almirante Jorge Montt dejó la Presidencia en manos de Federico Errázuriz Echaurren, quien, como péndulo de reloj, cambió la política marítima con Bolivia. Una política restrictiva y que también
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fue seguida por su predecesor, el Presidente Germán Riesco, y su ministro de Relaciones Exteriores, Eliodoro Yáñez.
En Bolivia El Partido Conservador, favorable al acuerdo, cedió el mando al Partido Liberal, “partidario de aplazar la lucha por esa salida al Pacífico para tiempos promisorios” (Ibídem, 33).
Es así como el 20 de octubre de 1904, Bolivia firmó su renuncia definitiva a una salida soberana al Pacífico. El Presidente boliviano, Ismael Montes, recuerda los pormenores del Tratado de Paz:
“El gobierno cree, pues, haber cumplido su deber, un deber doloroso y sin gloria” (Ibídem, 34).
“El Tratado de 1904 no fue obra de un negociador aislado ni de un momento infeliz de nuestra diplomacia. Fue el nudo en que se recogieron sucesos adversos, desengaños repetidos, precipitaciones angustiosas, necesidades urgentes, ilusiones muertas” Daniel Sánchez, político y escritor boliviano30
“Si todo tiene su minuto preciso para llegar e irse, no cabe duda que Chile, Perú y Bolivia dejaron pasar ese minuto. Un acuerdo habría dado a los tres países la tranquilidad que tanto necesitaban y una vida de relación amistosa y próspera” Óscar Pinochet de la Barra, diplomático e historiador chileno31
¿Habrá Bolivia renunciado para siempre a una salida soberana a los mares del Pacífico? Eso, está por verse…
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Op. Cit. Por Pinochet de la Barra, 34 Pinochet de la Barra, 27
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Palabras finales
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Capítulo 6. Espacio público the elite El Chile de fines del siglo XIX es un país en tránsito. En la década del `70 el liberalismo se consagró al mando de la política nacional. La elite oligárquica-liberal comienza a instaurar su forma de ver la política, la cultura, la economía y en general a la sociedad. No era el momento para las propuestas, sino de llevar a cabo el proyecto, podríamos sintetizar.
A través de las líneas de El Mercurio y el discurso oficial del gobierno de Jorge Montt, se va proyectando y estructurando la idea de progreso. Un plan ambicioso y que buscó modelar a la sociedad chilena. Un movimiento encabezado, precisamente, por la elite, quien propuso al país una forma de ser, nada más pretencioso -a fin de cuentas- que un ser como nosotros. Cabe destacar, sin embargo, que no fue una actitud aislada. En general, fue una conducta compartida por otros grupos dominantes latinoamericanos. La elite oligárquica estaba convencida de “haber realizado la función de clase dirigente que les incumbía al transformar sus países, de salvajes como eran, en países que sin negar su matriz latina en general e ibérica en particular, tienden a desarrollarse a la inglesa” (Ossandón y Santa Cruz, 2001, 22). La implementación de modelos económicos, culturales y políticos practicados por algunos países europeos, hizo pensar en Chile que el capitalismo consagraría la inclusión del país en la modernidad. Desde esta lógica, mantener conflictos bélicos no estaría acorde con una nación que debía dejar el salvajismo para dar el salto definitivo al progreso.
La elite comandó el proceso por el simple hecho de creer que nadie más podía hacerlo, y provocó en su clase la satisfacción de entregar a la nación un orden que ya había sido probado en otros países como Inglaterra y Francia. Es
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decir, la oligarquía miraba a Europa y copiaba sus comportamientos, para que el resto de los chilenos imitara, precisamente, esas conductas modernas.
La elite ya no discute el modelo político-social. Hay un convencimiento que el capitalismo-liberal es la forma correcta de administrar el país. Una naturalización que también modifica la práctica periodista de la época. La información comienza a ganar terreno en los diarios sobre otras problemáticas o comentarios de carácter doctrinario. Y es que al menos, en ese espacio público de debate, ya hay un consenso, precisamente porque sus propietarios son parte de la elite.
El proyecto iluminista y auto-impuesto que comenzó a desarrollar la oligarquía, trajo consigo el interés de otros grupos sociales por ser como ellos. La elite lee diarios. La elite participa de fiestas y celebraciones. La elite compra determinados productos. No obstante existe una brecha. Quiero leer periódicos tal como lo hace la elite, pero no tengo dinero para comprar, por ejemplo, El Mercurio, y en realidad no me siento atraído por los temas que trata.
Una analogía que podría ser útil para entender el fenómeno que enfrentan los diarios de fines de siglo. Surgen nuevos intereses al interior de una emergente clase de lectores que no encuentra cabida en el imperante mercado informativo de la época. Aunque no podemos desconocer que esto fue sólo el comienzo.
La implementación del modelo capitalista, respaldado desde sus inicios por la elite, provocó reivindicaciones sociales por parte de los grupos que vieron como la modernización no llegaba a su puerta. Así se configura un nuevo nicho de lectores y diarios que sí dan tribuna a sus ideas, las que no estaban enfocadas a problemas internacionales, sino a las dificultades cotidianas que debían enfrentar.
Sin embargo, el progreso no estaba en discusión. Era el camino para la inclusión de la sociedad chilena en la economía y la cultura universal. La
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educación jugaría un trascendental papel: el 68% de los chilenos eran analfabetos. Pero Santiago y Valparaíso vivían realidades distintas a las de otras ciudades del país. Por ser importantes polos comerciales y sociales, su población tenía un acceso privilegiado a nuevas formas de conocer y aprender. Y los diarios también se hicieron parte de este incipiente centralismo, ya que fueron distribuidos básicamente en estas dos urbes. Santiago, por ejemplo, en 1895 tenía una población de poco más de 250 mil habitantes, de los cuales el 50% sabía leer y escribir. Se puede inferir que el potencial público de lectores podía llegar a las 120 mil personas. Un mercado, sin duda, atrayente para los diarios, considerando que durante esa época las empresas periodísticas comienzan a interesarse por vender y satisfacer las necesidades de sus lectores.
Si en las primeras décadas del siglo XIX los periódicos surgían solo con fines político-doctrinarios, la Ley de Imprenta promulgada en 1872 instauró las más amplias libertades para comprar imprentas y edificar verdaderos talleres de tipográficos. Todo como parte del proyecto modernizador de las ciudades, y a fines de la centuria, los diarios en circulación llegaron a más de 100, aunque cada vez más condicionados por las lógicas del mercado.
En este verdadero ambiente de despertar que vivió la población chilena, la imitación de los comportamientos europeos gracias a su poder económico, generó en la elite nuevas costumbres, normas y formas de vida que tendieron a apartarla del resto de la sociedad, ya que al mantener la hegemonía de los medios, la identidad oligárquica fue la vitrina para el resto de la sociedad emergente.
Su imagen europeizada y lujosa se contradecía con los deplorables estándares de vida y educación que enfrentaba la mayoría. Si la elite intentaba comunicar que ser moderno, ser chileno, es ser como nosotros, la disonancia fue tal que provocó un verdadero estallido social, que ni la clase dirigente, ni el liberal régimen político pudieron solucionar.
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No fue mera casualidad que en Valparaíso, cuna de El Mercurio, surgieran las primeras concentraciones de obreros que lucharon por reivindicar sus condiciones laborales y de vida. Aquí la elite se había alzado como el modelo de chileno frente a los ojos extranjeros que desembarcaban en el puerto, y que provenían, precisamente, de sociedades modernas.
Se produjo una especie de efecto en cadena. Las colonias inglesas que se asentaron en el país sirvieron de espejo para la elite, quienes a su vez, lo fueron para el resto de la sociedad chilena. Salvo que, entre la primera y la segunda, las diferencias económicas no eran gravitantes como para iniciar una lucha social…
“Todos estos complejos procesos se desarrollan en una sociedad en la cual ni el tipo de economía y de crecimiento económico, ni el tipo de estado y régimen político, reconocían a la gran mayoría otro papel que no fuera el de clases subalternas, brazos desde el punto de vista económico y masas sin participación activa, desde el punto de vista político” (Ibídem, 25).
Las amplias libertades instauradas por el sistema político, permitieron el surgimiento de pequeños y medianos comerciantes; como es el caso de Recaredo Santos Tornero, que tras su fugaz paso por El Mercurio en 1842, instauró en Valparaíso la Librería Española, el primer establecimiento de este genero que se abrió en el país. Los hijos de este grupo social tuvieron la oportunidad de asistir a la universidad, que por esos años, tenía la noble misión de formar a los políticos chilenos. Una vez más, la oligarquía se transforma en un modelo a seguir por parte de una naciente clase burguesa, que a fin de cuentas, imita y quiere ser parte de la elite.
Conflictos y contradicciones que permitieron la configuración de nuevos espacios públicos y formas de sociabilidad que decantaron en circuitos comunicacionales y culturales con sus propios grados de autonomía e identidad de clase, propiamente tal (Ossandón y Santa Cruz, 2001, 26).
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Capítulo 7. El Mercurio, engranaje motriz Echada por tierra toda aspiración de un arreglo de paz entre Chile y Bolivia bien vale la pena responder ciertas preguntas que rondaron detrás de las conversaciones. Las relaciones que existieron entre el gobierno de Jorge Montt y El Mercurio no se pueden resumir únicamente al plano discursivo. Pues, comprendimos a lo largo de la presente investigación que la noción de discurso es un concepto de habla que se encuentra institucionalmente afianzado en la medida que determine y consolide la acción. Acción que para estos efectos guardó estricta relación con lo que decía El Mercurio y la visión política del gobierno de la época. Es decir, un fluir de conocimientos que tuvieron un cauce común en cuanto permitieron comprender lo que estaba ocurriendo en Chile y la trascendencia misma del frustrado acuerdo. Porque tal como plantea Siegfried Jäger (2003), los discursos son importantes para conseguir determinados fines, ya que desde ellos es posible decir y hacer, y cuando se exponen a los medios de comunicación, se presentan como verdades racionales, sensatas y fuera de toda duda” (Jäger, 62). Pero, y siguiendo esta lógica, ¿fue preponderante la ideología de El Mercurio expresada en su cuerpo informativo?, ¿qué esperaba conseguir el diario?
Vamos por parte. Para entender el posicionamiento ideológico de El Mercurio durante las conversaciones, hay que aclarar que el significado de una palabra no es gramatical sino contextual. Lo que se plasmaba en sus hojas eran significados cargados de pasiones y de contenidos, precisamente, ideológicos. No obstante, relacionados con un discurso mayor: la forma de ver la política en el Chile de fines de siglo. Por tanto, a estas alturas, no habría muchos cuestionamientos al señalar que la ideología de El Mercurio y la ideología del gobierno fueron cercanas. De hecho, cuando Hermógenes Pérez de Arce dejó el trascendental cargo de editor y director periodístico no quedó cesante. Jorge Montt propuso su nombre al Parlamento para encabezar el Ministerio de Hacienda. Simplemente no hubo reparos. Y en diciembre de 1895, cuando las esperanzas ya se las había llevado el viento, se transformó en el titular de la cartera. Podría 72
interpretarse como una especie de espaldarazo a su trabajo al mando de la trinchera comunicacional.
A través del discurso de El Mercurio se pudo (re)leer la representación social que tenía el periódico sobre el Tratado de Transferencia. Así también su ideología. Y es que, precisamente, se pensó el editorial como un espacio para que el público conociera la opinión directa y abierta del medio sobre un asunto en particular; y esta a su vez, determina el punto de vista para el resto del contenido informativo.
Analizar desde esta lógica el cuerpo discursivo de El Mercurio, nos permitió descifrar su contenido y separar los argumentos del plano mayor, como es la ideología. Es decir, cuestionarse por qué dijo lo que dijo es cuestionarse a fin de cuentas las pasiones personales y sociales que conllevaron al medio a publicar una verdad que fue presentado sin cuestionamientos y naturalizada. Y esto, a su vez, permite aplicar la ingeniería inversa y llegar a de-construir su ideología.
Por ejemplo, cuando El Mercurio apunta que:
El Tratado de transferencia “será una prenda de paz permanente para el porvenir asegurada con las garantías de convivencia recíprocas para el desarrollo comercial internacional” (El Mercurio, editorial, mayo 1895)
Y Luis Barros Borgoño, ministro de RR.EE. de la época, señala que:
“el comercio es el lazo más firme de unión entre los países, y la garantía más sólida de paz” (Barros Borgoño, 110)
No pueden considerarse meras coincidencias discursivas. Sino más bien, son prácticas socialmente aceptadas por el grupo: la oligarquía liberal.
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A fin de cuentas, intentamos justificar que durante el análisis de los dos cuerpos discursivos (El Mercurio y el discurso del gobierno de Montt) fue posible determinar ciertas relaciones e interacciones que no fueron casuales: provinieron de una práctica mayor y generada al interior de la clase social que se adhirió a una ideología determinada.
A
nuestro
juicio,
existieron
reuniones
de
coordinación
entre
la
administración de Montt y el diario de Edwards. No por nada el señor Pérez de Arce fue nombrado Ministro de Hacienda.
La asignación de significados entre ambos planos discursivos es producto de la construcción de realidades que éstos realizaron cuando fueron transmitidos. Más aún, cuando partimos de la base que la representación del Tratado fue determinada por prácticas sociales y discursivas, que generadas mutuamente, dieron forma a una matriz conceptual ampliamente compartida por los dos actores de este análisis.
Señalamos en un comienzo que los discursos no son fenómenos que tengan una existencia independiente (Jäger, 93). Constituyen, a su vez, dispositivos que vehiculan el conocimiento primario, tales como el contexto en el cual se enmarca el discurso, contenido, por ejemplo, en la acción y materialización de posibles eventos.
Ciertas prácticas no discursivas también son elementos que permiten comprender por qué se dice lo que se dice, y que sobreviven gracias a la materialización discursiva que se puede hacer de ellas. Pero hay que tomar consideraciones o estirar las desconfianzas. Por ejemplo, cuestionarse por qué los emisores ocultaron información relevante al plano discursivo mayor, que para nuestro caso fue el Tratado de Transferencia Barros Borgoño-Gutiérrez. Si bien ya reconstruimos algunas prácticas no discursivas, como la rotación de cargos de Hermógenes Pérez de Arce, también hubo otras.
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Los rotativos argentinos estaban convencidos que el acuerdo escondía, más que un interés de seguridad nacional, un interés netamente económico. El ex Presidente de Bolivia, Aniceto Arce, estaba a la cabeza del Partido Conservador, a la sazón al mando del país paceño. Arce era un empresario minero, con varios yacimientos a su haber y por tanto financista del partido. Como ya se mencionó, el Partido Conservador estaba de acuerdo con el arreglo. Quienes paradójicamente ponían trabas eran los Liberales. Los diarios argentinos argüían que el Partido Conservador solo estaba de acuerdo con el Tratado porque le convenía a su presidente, pues, mientras esos terrenos estaban bajo administración boliviana fueron letra muerta, y a penas Chile se hizo cargo de los nortinos diques mineros sus ganancias se vieron multiplicadas, gracias a la construcción del ferrocarril y a la excelente posición estratégica y comercial del puerto de Valparaíso. Simplemente, El Mercurio no se hizo cargo de esta discusión.
Si bien sólo puede ser una anécdota al interior de las conversaciones, no podemos desconocer que el gobierno de Jorge Montt realizó todo cuanto de él dependía para que el Tratado de Transferencia fuera un éxito.
Para intentar caracterizar las relaciones discursivas no basta solo con quedarse en únicamente en este plano, muy importante, pero que nos limita a la hora de comprender la forma en que fue presentada la información y su revestimiento argumentativo.
Bien vale la pena volver a reiterar que las columnas de opinión no son personales, sino sociales, institucionales o políticas. Desde esta lógica, asumimos por tanto, que los editoriales publicados tuvieron como principal función coordinar las prácticas sociales de la elite gobernante. El fin último sería, entonces, la realización efectiva de los objetivos; es decir, el acuerdo de paz. Pero a su vez, proteger los intereses del grupo social, también sería parte de las funciones, materializada por ejemplo, en el eventual beneficio económico para Chile en la explotación de yacimientos mineros del norte grande.
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La lectura de los editoriales no sólo implica la formación de opiniones sobre lo que se dice, sino también del periódico, su propietario y a fin de cuentas de su ideología. Un discurso que estuvo ligado en todo momento con una matriz mayor, consonante y preponderante con el gobierno de Montt.
El diario y algo más
La modernización de la prensa permitió la creación de verdaderas empresas periodísticas, cuyas funciones no se limitaban sólo a la impresión de diarios. Desde los talleres de El Mercurio, por ejemplo, salían folletines románticos y libros breves para regalar a sus suscriptores o venderlos a bajo precio.
Tras el alejamiento del corte doctrinario, la prensa moderna inauguró nuevas secciones: la crónica, los boletines informativos breves y la reproducción parcial o total de editoriales de otros diarios ya sea nacionales o extranjeros; una tendencia que comprobamos a los largo de este análisis. Desde esta lógica, se generaron nuevos espacios de debate e interacción discursiva entre los rotativos de fines de siglo. Los lectores, entonces, podían conocer la opinión abierta y directa de otros medios, saber sus puntos de vista y dirimir, así, sus propios argumentos.
En el caso particular de El Mercurio, sus lectores eran principalmente los funcionarios públicos. El tiraje del periódico era comprado casi por completo por el gobierno, quien lo repartía a lo largo del país y en todas sus oficinas administrativas. Un dato no menor, ya que este hecho significaba, en la práctica, la existencia misma del diario, asegurando un ingreso mensual fijo y que le permitió cubrir los gastos propios de su publicación.
Un escenario estratégicamente favorable, pues generó una opinión unívoca al interior del Estado. Los funcionarios públicos tenían un acceso libre y gratuito al
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diario, instrumentalizando sus influencias más allá del mero carácter informativo de los periódicos en general y de El Mercurio en particular.
Todo confluyó para que en 1895 el diario de Edwards diera su prueba de graduación, transformándose en un verdadero actor diplomático capaz de instaurar sus propias prácticas comunicativas al apoyar deliberadamente la acción del gobierno. A raíz de esto, se posicionó por sobre las diferencias políticas que surgían al interior de la clase gobernante, invitándolos en todo momento al consenso y la paz, necesarios para alcanzar el anhelado progreso con el cual soñaba la elite.
Por Fin
A lo largo del presente trabajo, se pudo apreciar cómo Chile vivió un verdadero estallido de formas durante los últimos años del siglo diecinueve. Período de cambios estructurales en la cultura, economía y política de la sociedad y que fue el caldo de cultivo para iniciar un importante acercamiento diplomático con Bolivia. El escenario político apuntaba al desarrollo del país, basado en un modelo que exigía buenas relaciones internacionales; ya que el libre intercambio de mercancías, se erguía como el principio fundamental del sistema capitalista. No por nada el Tratado Barros-Borgoño incluía un manifiesto comercial para la exportación e importación de productos entre ambos países.
Óscar Pinochet de la Barra realizó una importante recopilación de todos los acercamientos que han existido entre Santiago y La Paz. Unos más trascendentales que otros; sin embargo, no se amilana en concluir que fue el año 1895 cuando se estuvo más cerca de conseguir un acuerdo definitivo. Pero habría sido la misma efervescencia mediática la que clausuró toda posibilidad. Estaríamos, entonces, frente a la primera vez en que los diarios fueron utilizados no sólo como tribunas doctrinarias en lo nacional, sino que también, para enarbolar la bandera de su país cuando el momento político-diplomático lo 77
ameritase. Claro que desde esta ocasión, con prácticas periodísticas establecidas por la modernidad. El Mercurio fue parte de un engranaje motriz que se puso en marcha. Trabajó y publicó de forma coordinada y premeditada con la administración Montt. La Argentina ya lo estaba haciendo, consiguiendo buenos resultados para su administración que luchó a la par con los medios de ese país para que Chile no consiguiera la paz con Bolivia.
Sin duda fue un ejercicio desgastante para la elite de la época. Tanto Hermógenes Pérez de Arce como Luis Barros-Borgoño dejaron sus puestos claves luego de presenciar que el esfuerzo de todo un año se caía ante sus ojos. Y es que Buenos Aires levantó una verdadera maquinaria comunicacional y diplomática; y no solo al interior de su territorio. En Bolivia destacó a uno de sus mejores hombres y no precisamente para apoyar el tratado. Incluso, cuando el propio Presidente Baptista llegó al Congreso nada pudo hacer para remediar la actitud negativa de los parlamentarios.
En Chile, en cambio, observaron con estupor la actitud de Buenos Aires de gastar y gastar recurso para impedir la consagración del acuerdo. Y con justificado temor, los diplomáticos criollos veían como Argentina renovaba su poderío militar. Una desafiante estrategia a la que Montt no podía aspirar: sus reservas fiscales estaban críticas tras la revuelta interna de 1891.
Todo un escenario crítico para Chile pero atrayente para estudiar. La situación presentada a lo largo de esta investigación -que podríamos resumir como prensa-político-diplomático- marcó un antes y un después en la forma en que Chile hizo frente a sus futuras relaciones exteriores.
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Anexos
Artículos de El Mercurio Viernes 10 de mayo de 1895 Tratado Definitivo de Paz con Bolivia (Del Constitucional de Santiago) Vamos a comunicar a nuestros lectores una noticia de importancia que no podrán menos que recibir con júbilo cuantas personas aman sinceramente la paz americana. La noticia en cuestión afecta de un modo directo nuestras relaciones con Bolivia, que parecen van estar en un período definitivo de amistad pactada. Se nos asegura que la buena armonía de nuestro país con la vecina del norte ha quedado definitivamente sellada por un tratado de paz que se ha firmado últimamente por la presunta de ambos. Así, pues, en vez de concluir con la renovación de las operaciones bélicas ininterrumpidas en Tacna, que definitivamente con la paz definitiva esta tulle el pacto de tregua, este concluye con la paz afirme que debe ser nuestro más definitivo y claro anhelo. Una de las cláusulas fundamentales del tratado, que se nos asegura ha sido firmado hace poco, establece la acción por parte de Chile al gobierno de Bolivia, de un puerto y una pequeña zona territorial inmediatamente al norte del territorio propio de Chile entre Tarapacá y Arica, cerca de Camarones. A consecuencia de la paz chilena-boliviana será la próxima celebración de un tratado comercial en el que estipula la liberación recíproca para la internación de mercaderías de Chile en Bolivia y Bolivia en Chile. Por nuestra parte nos felicitamos muy sinceramente de esta solución definitiva del Estado de Guerra de 1879-80 entre Chile y Bolivia, y entregamos la noticia sin comentarios a nuestros lectores, que no dejaran de aplaudirla, en cuanto ella implica la superación de un factor bélico en el concierto sudamericano en que los malos agoreros habían dado en imaginar.
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Extractos de editoriales
Lunes 13 de mayo de 1895 Nuestros Negocios Internacionales Desde la terminación de la guerra del pacífico quedó la cancillería de Chile con no pocas cuestiones de gran interés que aguardaban su solución de los acontecimientos posteriores al tratado de Ancón y de la mayor o menor actividad que se empleara para no dejar que las cosas fueran postergadas mes a mes y año por año. Desgraciadamente los acontecimientos no han sido favorables para una pronta solución. La Guerra civil en Chile y en el Perú tenía que presentar una situación esencialmente incompatible con la gestión de negociaciones diplomáticas de primer orden, que para llegar a una solución final han menester desenvolverse reposadamente, en manos de gobiernos perfectamente estables y sin hallarse conmovidos por las amenazas o temores de agitaciones interiores. Hoy que los disturbios interiores han terminado en Perú, que Bolivia goza de un prolongada tranquilidad y que la cancillería de Chile no tiene por qué verse perturbada por circunstancias de nuestra política interior, creemos que se presenta la época favorable para iniciar las firmes gestiones diplomáticas encaminadas a definitivamente a solucionar los problemas derivados de la G.P. Definir nuestra situación clara y sólidamente en el Pacífico importan facilitar grandemente nuestras cuestiones de ultra cordillera. Es verdad que, para la solución tranquila de nuestras cuestiones de límites con la Argentina, se puede confiar en la declaración de confraternidad internacional que acaba de ser solemne el Presidente de la república Argentina, pero no lo es menos que la prensa de aquél país se mantiene constantemente apasionada en contra de Chile en que la propaganda de odiosidad está en gran parte alimentada por las confederaciones de nuestras situaciones indefinidas en el pacífico y con la esperanza de que en conflicto serio, estaría difícil encontrar apoyo en contra de Chile en el Perú y Bolivia. Lo que menos podemos hacer por ahora, es prestar muy preferente atención a las gestiones diplomáticas estables para definir, con toda claridad y solidez, nuestra situación internacional con el Pacífico, propendiendo a dar solución lo más pronto posibles sobre la base de tratados que sean una prenda de paz permanente para el porvenir asegurada con las garantías de conveniencias recíprocas para el desarrollo comercial internacional entre las tres repúblicas.
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Chile no tiene para qué pensar intereses de ningún género allende los andes. Su campo de acción de hoy y grandeza futura está en el pacífico y no por la conquista ni la absorción de intereses a sus vecinos, sino por el exonerado cultivo de las relaciones comerciales con Bolivia, Perú y Ecuador, hechas cada día más intensas, más fáciles y numerosas por medio de tratados que tienden al libre cambio de productos ya sea del Pacífico un mercado libre y común para Chile, Bolivia, Perú y Ecuador, tal como si estas cuatro repúblicas formaran una confederación aduanera o Zollverein para facilitar todos sus negocios de un territorio a otro y borrar moralmente, puede decirse, las fronteras para los movimientos mercantiles en industriales, entre ellas que tienen tantos puntos de contacto y de recíprocas conveniencias para trabajar íntimamente unidas, en el sentido de crecer y hacer poderosa para el porvenir bajo la base de la comunidad de intereses internacionales. Martes 14 de mayo 1895 Diplomacia inexplicable Desde algunos tiempos atrás vienen los diarios argentinos hablando con insistencia de un pacto Boliviano-Argentino, según el cual Bolivia le habría cedido a la república de Argentina una fracción de territorio comprendido entre las zonas ocupadas hoy por chile, con arreglos y prescripciones del tratado de tregua que puso término al tratado de guerra entre Chile y Bolivia. Atribuyéndoles los diarios argentinos una misteriosa influencia a citado pacto, que supone gestionado secretamente y con especial cuidado de sustraerlo del conocimiento de la cancillería chilena, y se le llega dar toda importancia un triunfo a la cancillería Argentina. Si tal cesión de territorio existiese, y este efectivamente estuviera ubicado en la zona actualmente ocupada por chile, por un término indefinido, según lo prescrito en un tratado internacional en que Bolivia aceptó la ocupación de Antofagasta, no habría razón para considerar como un triunfo, si no como un desacierto diplomático. No se explica que ni por parte de Bolivia ni por parte de argentina se hubiese incurrido en un acto tan desatinado como este. Vamos a ver lo que ganaría Bolivia o la Argentina con un pato de esta naturaleza y de tales condiciones como las ya indicadas. Bolivia tiene pendiente con Chile el problema de transformar el actual tratado de treguas en un tratado definitivo permanente de paz. Todo su anhelo está en que al ajustar la paz pueda conseguir un punto en el Pacífico, una puerta propia de entrada y salida para un movimiento internacional de comunicaciones de naciones soberanas. Esta es la suprema aspiración de Bolivia. Ahora bien: estando pendiente las gestiones para convertir la actual tregua en un tratado de paz ¿es verosímil que Bolivia cometiera el desatino de atarse las 83
manos para tratar con Chile haciéndole a Argentina concesiones incompatibles con los respetos debidos a las situaciones internacionales creadas por el pacto de treguas? No es posible aceptar que Bolivia hubiera incurrido en tal desacierto. No se puede creer que en la cancillería boliviana dominara una convicción tan herrada del porvenir y de los grandes intereses de aquella nación. Menos explicable es todavía que la república Argentina, es decir su cancillería, no ignorando los derechos que tiene chile de la ocupación indefinida del territorio de Antofagasta hubiera gestionado la cesión de una parte de él, y sabiendo que Bolivia tiene en este respecto compromisos contraídos con Chile, en que no sería prudente la intrusión de otra nación, ni habría por parte de ésta hidalguía en venir a perturbar pactos diplomáticos en que la argentina no es parte ni tiene comprometidos ningún interés, ni derecho alguno que se le haya desconocido. No es territorio lo que le falta sino lo que le sobra a la argentina; y siendo las cosas así, no se divisa por donde encontrarle explicación satisfactoria al anhelo de venir a buscar aventuras haciéndose representante de negocios que le son extraños y se derivan de acontecimientos en cuya solución definitiva no tienen derecho a representación otras naciones que no hayan derramado sangre en la guerra del pacifico. Ellas están obligadas, para evitar en el futuro análogos sacrificios y calamidades similares hacer toda clase de esfuerzos para conseguir la justa de tratado de paz definitivos, bajo la base de recíprocas conveniencias que sean las más estables garantías de la cordialidad de las naciones del pacífico, llamadas en tantos intereses comunes y tan estrechas las relaciones de toda clase llamadas a trabajar unidas por un progreso común que el porvenir no ha de conocer fronteras para ensancharse y pasar de nación a nación, tal como si no saliera de los propios límites de estados confederados para el desarrollo de sus riquezas, industrial y comercial. No hay como explicarse satisfactoriamente que la cancillería argentina hubiese aceptado y a un beneficio inventario la cesión de un territorio que no esté libre de compromisos internacionales, mientras esté vivo el tratado de treguas indefinido pactado entre Chile y Bolivia. ¿Qué ganaría la argentina con venir a hacerse parte de un problema que no le afecta, de un litigio que no le pertenece, y la solución aún pendiente de una guerra que no fue la Argentina sino Chile quien estuvo en el peligro de ser hundido en la ruina por dos naciones coaligadas para cerrarle el camino del norte y aniquilarla? No hay contestaciones algunas que puedan dar atestación a la pregunta. Por eso no podemos creer que exista un tratado en que la Argentina haya aceptado de Bolivia la cesión de un territorio tan gravemente comprometido en empeños internacionales, cuya solución definitiva se espera en el día no lejano. 84
Hay justificados motivos para estimar inverosímil la cesión del territorio ocupado por Chile; y si fuese efectiva, aquel tratado no debería considerarse como un triunfo, sino como un desacierto de la diplomacia Argentina del cual no deberá sacar provecho sino las dificultades propias de enredarse en asuntos ajenos, harto delicados y espinosos por su propia naturaleza, para que dejen de embolarse más con la intrusión de un tercero a quien su oficio en la aventura le había presentado como ocasión de gran provecho, está en que ciertamente no lo haría don Quijote en las bodas de Camacho. Inclinémonos a creer que no existe esta cesión de territorio tan celebrada por los diarios de ultra-cordillera, porque a más de las razones ya expresadas, el último mensaje presidencial argentino -cuya parte relativa a chile se nos ha comunicado por telégrafo- está manifestando elocuentemente, y con honrada franqueza, que en la cancillería argentina no se desconoce que lo mejor, lo más seguro y más provechosas políticas internacionales es la de cada uno su casa y Dios en la de todos. Miércoles 15 de mayo de 1895 Reservas Diplomáticas Con algunos detalles se viene publicando, desde varios días atrás, la noticia de un arreglo diplomático entre chile y Bolivia con el objeto de reemplazar el actual tratado de treguas por un pacto definitivo de paz. No sabríamos hasta que punto son exactos los rumores echados a circular a este respecto; pero sean como fuesen, es indudable que las publicaciones que se están haciendo no favorecen sino que dañan la acción diplomática de nuestra cancillería. Para nadie es un secreto que el entorno de nuestros negocios internacionales con Bolivia revolotean otros intereses opuestos a los nuestros, que quizás no estarían distantes de desear la prolongación de nuestra precaria relación con aquella nación. En tal situación, hay motivos nos escasos de fundamentos para temer que se miran con poca simpatía -sino que con malévola prevención- todo lo que tienda a afianzar nuestras relaciones con Bolivia, bajo la base de sustituir el tratado accidental de tregua por uno de paz permanente, garantizado para el porvenir en el vinculo de recíprocas conveniencias. Cuando de parte de alguno de los vecinos existen estas asechanzas o suspicacias, la acción diplomática, para no verse inoportunamente estorbada, hallase compelida a usar de su actividad con la mayor reserva posible, no porque tenga ningún plan tenebroso que ocultar a las demás naciones sudamericanas, sino porque el éxito de la gestión empeñada exige evitar una publicidad que no facilite sino que perturbe las acciones diplomáticas atisbadas con oídos mal 85
prevenidos por algunos de los que tienen alquilado balcón para estar contemplando, no con mucha indiferencia ni candor como nos manejamos con nuestras relaciones internacionales del pacífico. En tal situación hay cierta candorosidad de nuestra parte en estar exhibiendo nuestras gestiones diplomáticas bajo techo de vidrio, cuando todavía las negociaciones no han llegado a una definitiva y final solución. En todo tiempo y sobre todas las materias se ha considerado que la reserva es una condición indispensable para evitar, si no el fracaso, por lo menos los entorpecimientos en las negociaciones diplomáticas de alguna importancia. Tanto más necesaria es esta reserva cuando se trata de conciliar unas relaciones precarias cuyas relaciones resbaladizas desearían algunos de nuestros vecinos que se perpetuaran para tenernos siempre bajo la amenaza de que por ese lado podrían encontrar apoyo cualquier movimiento agresivo contra Chile. Estos puntos importantísimos de nuestra política internacional no son para lanzados a la publicidad cuando están en vía de arreglos gestiones de que se espera fundamente un éxito favorable. Por esta misma razón puede verse entorpecidas por parte de quienes contemplan con disimulada, y a veces franca complacencia nuestras dificultades diplomáticas con las naciones del Pacífico, a causa de las negociaciones que quedaron por resolver en el tratado de Ancón y en el creado con Bolivia. Nuestra situación diplomática no es difícil, pero sí es delicada y exige mucha circunspección para llegar a la solución satisfactoria de los problemas que tenemos entre hermanos. Ningunas miras misteriosa tenemos que buscar en nuestra diplomacia. Empero, aun así, necesario nos es prescindir la reserva, mientras las gestiones no lleguen al término final de compromisos ratificados por ambas partes. No hacerlo así equivaldría a facilitar nosotros mismos inmisiones extrañas que nos vendrían a allanar sino a entorpecer nuestras relaciones diplomáticas. No tenemos porqué afanarnos en dar al público conocimiento anticipadas negociaciones en vías gestiones, aún no ratificadas por los poderes públicos de ambos estados. Afortunadamente en Chile, ningún partido explota la política interior agitando nuestros negocios internacionales, todo ello, se honra con el sentimiento más elevado patriotismo en lo relativo a nuestras relaciones exteriores. Nada hay que los compela a festinar la publicidad de nuestras negociaciones diplomáticas. Guardemos la reserva necesaria para su éxito feliz. ¡Y es tan fácil ser reservado cuando la opinión pública cree tal respeto a nuestras relaciones exteriores que ni siquiera manifiesta las exigencias de la curiosidad!
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Miércoles 22 de mayo de 1895 Nuestros arreglos con Bolivia Las explicaciones dadas en el senado por el señor ministro de relaciones exteriores no dejan lugar a duda alguna respecto a estar completamente salvadas toda las dificultades que hasta ahora se habían presentado para poner, mediante un tratado de paz, término definitivo a la situación precaria creada por la tregua indefinida ajustada entre Chile y Bolivia, como medio provisional de hacer cesar el estado de guerra y tender un puente para llegar a la paz firme y permanente. El señor ministro ha anunciado al país desde el recinto del senado que la situación internacional de chile se presenta hoy mucho más despejada por estar ya firmado el tratado de paz y comercio con Bolivia con lo cual la situación anómala e incierta creada por el pacto de tregua de 1884 ha sido convertida en estado de cosa regular y definitivo, a cuya sombra podría consolidarse y estrecharse cada vez más los lazos de amistad franca y sincera. Anuncia el señor ministro que las relaciones comerciales entre los dos países queda asimismo determinadas por el principio de la más amplia libertad y goce de todas aquellas franquicias que cumple otorgarse recíprocamente a pueblos hermanos y limítrofes. Cuando del lado del Atlántico hay tanto empeño en que sus órganos de publicidad fomentar una corriente de antipatías en contra de Chile, nuestro deber imprescindible es combatir eso malévolos propósitos con una poderosa contracorriente formada por las simpatías generadas que tienen que ganarse en toda América del sur nuestra política internacional, ampliamente liberal y generosa. Chile tiene que desempeñar una gran misión en el pacífico y para ello debe ponerse a la cabeza de un movimiento internacional encaminado a entrelazar a todas las repúblicas del pacífico en los vínculos de libertad comercial e industrial, en que las conveniencias de todas las naciones de este lado de los andes, desde el istmo de Panamá hasta el estrecho de Magallanes aparezcan confundidas en una comunidad interesante tan estrechamente unida que lleven a crear una solidaridad internacional capaz de hacer imposible, entre ellas las desavenencias que lleguen a resolverse por medio de las armas, la comunidad de intereses internacionales es la prenda más segura de paz para el porvenir.
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Martes 28 de mayo 1895 Los Estados unidos del Pacífico Nada menos que este título da un diario Argentino a una pretendida hegemonía económica que se dice ejercer Chile a este lado de los Andes y de la cual, según aquél diario, no hay más que un paso a la constitución de una gran confederación de los Estados Unidos del Pacífico, “en los cuales Chile representaría el papel de Prusia en el actual imperio alemán”. Y todavía agrega estas palabras, que ojalá fuera una profecía: “Chile, dados estos horizontes, estaría destinado a ser la primera nación no solo del pacífico, sino de Sudamérica entera. Pueblo sobrio, viviendo en territorio poco feraz, honesto, trabajador y ambicioso, tiene todos los caracteres exteriores de la Inglaterra industriosa e infatigable, y que, nación de límites estrechos, gobierna, sin embargo, los más vastos territorios del mundo”. Pero en el artículo al que vamos haciendo referencia hay más que una profecía hay un consejo muy bien intencionado que les señala a las naciones del pacífico cuál es el camino que deben tomar para que, de países pobres, débiles, sin fuerzas navales para su respeto, sin administración seria ni organización económica correcta, se construya, en un porvenir más o menos lejano, un Estado correcto y sabiamente organizado, rico, poderoso y respetado en todo el mundo. ¿Hay algo más tentador? A Bolivia, al Perú, y aún al Ecuador, se les dice: sois pobre, sois débiles, estáis mal administrados; vuestra organización económica está ni siquiera en pañales; vuestro organismo político todavía no ha podido tomar la consistencia de una vida normal; no tenéis estabilidad interior ni fuerzas navales para haceros respetar en el exterior. Todas vuestras conveniencias os aconsejan uniros para formar una poderosa confederación bajo la hegemonía de Chile, haced lo que en Alemania han hecho Sajonia, Hanover, Baviera, Baden, Wnrtemberg, Brunswick, etcétera. Uníos a Chile y seréis ricos, fuertes, poderosos y respetadas en América y Europa. Esto equivale aconsejar a las América del sur que reaccionen contra el sistema de su organización política fraccionada en pequeños estados independientes pero sin personalidad apreciable en el mundo internacional, sin haber conseguido hasta hoy estabilidad en el orden interior ni un régimen normal y bien acreditado en una organización administrativa y económica. Así respecto de Chile, Bolivia, Perú y Ecuador no se divisan cuál sería las dificultades que les impedirían construir entre ellos una unidad aduanera del pacífico en el que desaparecieran las fronteras para el comercio internacional, estas cuatro naciones cuya actividad tendería atener mercados comunes, todos los puertos convenidos desde Ecuador hasta el corredor en condiciones de perfecta igualdad para todos ellos. 88
Lunes 3 de julio de 1895 Noticia recogida de la prensa de Buenos Aires del 25 de mayo El señor encargado de los negocios de la república de Bolivia, doctor P. Moscoso y Rodas, ha recibido ayer los siguientes telegramas de Santiago y Sucre que confirman las noticias sobre el tratado chileno-boliviano: Sucre 23 –oficial- el ultimo tratado chileno-boliviano firmado en Santiago, no modifica en nada ni el testo ni el espíritu de nuestro tratado con la república de Argentina. Santiago 24-Chile reconoce derechos argentinos sobre territorio que le fueron cedidos por Bolivia… Entre tanto, la diplomacia Argentina nada sabe, ni nada observa sobre esas negociaciones internacionales. El gobierno argentino, que tolera la ineptitud reconocida de su representación en los países en que esas negociaciones se realizan, sigue a oscuras en ese asunto. Nada hace tampoco por salir de esa situación deplorable. Apenas si se anuncia que piensa volver a su puesto el ministro argentino en Chile: ni se habla de llenar la legación argentina en Bolivia. Triste papel en que cabe en este momento al gobierno en nuestras relaciones diplomáticas.
Jueves 5 de septiembre de 1895 Diplomacia de Nouveaute Muy a nuestro pesar hemos entrado en este género de comentarios, porque, dados los delicados negocios pendientes entre Chile, Bolivia y la Argentina, cúmplele a la prensa el deber de no remover tópico alguno que pudiera ser mortificante para los países vecinos o ser motivo de desagrado en el cultivo de sus relaciones internacionales. Lamentamos que los diplomáticos salgan de Buenos aires a sucre y de sucre a buenos aires acompañados en su travesía del son de cascabeles y timbales, con que parece que algo se les trastorna la cabeza, para poner en el olvido las más elementales reglas de circunspección y discreta reserva, y dar a us actos diplomáticos cierto colorido de populachera locuacidad que conspira contra los tradicionales hábitos de reserva de sus respectivas cancillerías.
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Lunes 16 de septiembre de 1895 Criterio político El criterio político está expuesto a muy graves errores en la apreciación equitativa de los negocios internacionales, y por lo tanto haría una buena obra en no pretender entrar tan afondo en ellos; en no llevar las cosas, como en la argentina, hasta el extremo de pretender que las excitaciones violentas de los diarios impriman su sello a las negociaciones diplomáticas, arrebatándolas al poder constitucional a quien le están confiadas. En todos los países del mundo se encuentra discreción, reserva, sagacidad y muy circunspecta consideración de los grandes intereses internacionales. Cosa que ordinariamente falta en los arranques impetuosos a que no pocas veces obedecen los órganos de publicidad, más atentos a agitar las pasiones que a formar en el público un criterio tranquilo y circunspecto para apreciar los negocios internacionales.
Miércoles 30 de septiembre de 1895 Rivalidad fantástica El fracaso que han sufrido las pretensiones de la diplomacia argentina en Bolivia, en su inconsulto afán de perturbar la celebración de un tratado de paz con Chile, a dado lugar a que los diario argentinos hagan sobre el particular apreciaciones de buen sentido y tacto de hombre de estado por una parte, y por otra de ligereza, fantasía y superficialidad insustanciales con que se habla a la multitud. Entre los primeros está La Nación de Buenos Aires con su criterio reposado y razonable, encaminado a guiar la opinión pública por las vías propias de una nación seria y respetable. Entre los segundo se encuentra LA PRENSA de buenos aires, empeñada en inclinar a su país a las aventuras de un calavera con muy pocos adarmes de juicio para apreciar los negocios internacionales.
13 de diciembre de 1895 La paz con Bolivia La paz, he ahí lo que chile anhelaba desde hacia largos años: un tratado de paz y de amistad que viniese a reanudar los antiguos lazos de fraternidad que ligaron a los dos pueblos. Por fin el tratado Barros-Gutiérrez ha venido a reemplazar al pacto de tregua que firmaron en 1884 los plenipotenciarios Salinas y Boeto por parte de 90
Bolivia, y Vergara Albano por parte de Chile. Ha demorado largos años, es verdad, pero nunca llega demasiado tarde ¡Fuera fecundo este ejemplo! La noticia de la aceptación unánime, salvo dos votos en contra, de parte del Congreso de Bolivia del tratado de paz, llega también en momentos oportunos para contribuir a calmar y serenar los espíritus inquietos que recelaban del futuro internacional.
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