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SaludableMente Inteligencia
Recuerdo de mi infancia haber escuchado a los adultos la frase “es que tiene sesos de mosquito” refiriéndose a alguien que había metido la pata en uno u otro asunto. En mi conciencia de niño, yo estaba de acuerdo, un mosquito debía ser un bicho muy tonto. Algunas experiencias posteriores con sus buenos reflejos me hicieron dudar bastante; así que, ya estudiando biología en bachillerato, descubrí a la ameba y pensé: “este es el prototipo de animal poco avispado, no tiene nada de cerebro ni siquiera un ganglio”.
Pues bien, he vuelto a constatar mi ignorancia. ¡Las amebas se construyen casas con granos de arena compactados! Dejan aberturas para emitir sus pseudópodos. Y, ¡hasta las decoran! Por ejemplo, la entrada y el techo. Se tambalea también mi idea sobre la capacidad artística. Tiembla hasta Darwin, que dijo que el arte, sin duda, derivaba de la competencia sexual. Las amebas son el ejemplo de reproducción no sexuada, espero no ofender.
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Volviendo al mosquito; mejor dicho, a la mosquita, la mosca de la fruta -que tiene por cerebro un ganglio de 0,8 mm cúbicos y menos de cien mil neuronas- planifica en milésimas de segundo la dirección que va a tomar cuando percibe una amenaza y decide, en ese tiempo, si despega o no. Ya en vuelo, cambia de dirección y toma decisiones similares, aún más rápido. Se ha comprobado que no son simples automatismos, hay coordinación y anticipación. También hay recuerdo, la segunda vez que intentas atraparla, arranca antes. No podemos hablar de pensamiento, pero ¿de qué hablamos?
Inteligencia
El nombre proviene del latín intelligentia, que a su vez deriva de inteligere. Es una palabra compuesta por dos términos: intus “entre” y legere “escoger”. El origen etimológico del concepto hace referencia a saber elegir. La RAE amplía la definición diciendo que es la capacidad de entender, comprender, resolver problemas. Además, menciona la destreza, la habilidad y la experiencia. Se extiende al concepto de inteligencia emocional y lo explica como la capacidad de entenderse a sí mismo y a los demás en sus emociones. Muchas palabras para circunscribir algo. Está claro que es un emergente complejo al que nos acercamos con dudas y lo revisamos cada varias décadas.
¿CÓMO LA MEDIMOS?
A lo largo de la escala animal se han seguido varias ideas para aproximarse a la capacidad intelectiva de una especie. Una de ellas es el tamaño del cerebro, pero esa medida se ha mostrado poco especifica. El elefante tiene un encéfalo mucho mayor que el nuestro y una gran memoria. Sin embargo, en su corteza cerebral solo dispone de 5.000 millones de neuronas. Un chimpancé tiene 7.000 millones, un gorila nueve mil y un humano actual unos 16.000. En este cálculo hay algunas sorpresas: los loros y los cuervos tienen más de mil millones, tanto como los espabilados macacos, y las orcas nos ganan a todos con 43.000 millones de neuronas en su corteza encefálica. Tampoco asombra tanto a los que vivimos cerca del Estrecho de Gibraltar, sus asaltos a embarcaciones están bien coordinados, parecen tener cierta planificación y se han transmitido culturalmente dentro de uno o varios clanes.
Las orcas, también los delfines, con sus grupos familiares amplios, abren otro campo de observación de la inteligencia: el número de interacciones sociales. Existe la conclusión de que, a mayor cantidad, mayor capacidad cognitiva. Se ha comprobado en los primates. Los monos del tipo gelada, muy parecidos a los mandriles y a los babuinos, son los que forman clanes más numerosos de estas tres especies y los que muestran un comportamiento más complejo.
Como lo queremos objetivar todo, se han realizado numerosas mediciones, tanto en humanos como en otros animales. De momento, sabemos que el cociente intelectual no se corresponde -como podríamos haber supuesto- con el número de neuronas cerebrales ni con el volumen de las sustancias gris o blanca.
Se ha buscado un cociente, el cociente de encefalización, que relaciona el tamaño del cerebro con el del cuerpo, los seres humanos tienen una cifra por encima de siete y un delfín alrededor de cinco, los córvidos están en la mitad de eso y las ovejas no llegan a uno.
Visualicemos la red neuronal del cerebro como una red eléctrica o, más actual, informática. Más poéticamente podemos verla como un denso bosque en el que, las ramas, se tocan unas con otras. Por debajo, en el subsuelo, las raíces hacen lo mismo. Se podría pensar que, a más conexiones -más sinapsis- mayor inteligencia. Sin embargo, la investigación científica no acaba de corroborarlo. ¿Dónde está el quid de la inteligencia? Ahora se valora la calidad y la especialización de los contactos. Las hipótesis a confirmar se dirigen a observar si determinados circuitos neuronales están organizados de manera más específica aumentando su densidad en una zona y disminuyéndola en otra. ¿Al final, todo va a ser, también, una cuestión de organización y calidad en la selección de la información que se transmite? Como no diría Clinton:
“es la comunicación, estúpido”
Nuestros Albores
De un simple ganglio que agrupa unas cuantas neuronas al cerebro del género Homo hay un salto enorme. La clave está en la neocorteza -literalmente, corteza nueva- que se ha ido desarrollando desde la aparición de los primeros mamíferos, hace unos doscientos millones años, sobre la Tierra. Aves tan listas como los cuervos, capaces no solo de utilizar instrumentos como palitos o piedras, sino de elegir entre ellos cuál puede ser más adecuado para obtener comida, no la poseen. Tampoco los loros, con su facilidad para aprender palabras, imitar voces o usar objetos. Tienen, eso sí, una estructura casi alternativa, llamada palio en su prosencéfalo. Sería un ejemplo de evolución convergente, es decir, cuando la función parecida acaba creando estructuras similares.
Decíamos, esta corteza nueva, sumada a la sustancia blanca, ocupa ya el 80 por ciento de nuestro cerebro. El Homo erectus apareció hace unos dos millones de años y vivió hasta hace casi cien mil, calcular su enorme éxito. El homo sapiens lo datamos con una antigüedad de unos 40 mil años. Convivimos un tiempo con neandertales y denisovanos, nos cruzamos con ellos y les sobrevivimos.
Los neandertales tenían un cerebro más grande que el nuestro, eran más densos y fuertes y, sabemos ahora, que poseían capacidades artísticas. ¿Por qué perdieron la batalla con los sapiens? Quizá, volviendo a la etimología de la palabra inteligencia, fue porque se equivocaron en algunas decisiones.