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SaludableMente

ANOREXIA NERVIOSA I

Es un nombre engañoso. No existe inapetencia, muchas veces, todo lo contrario. Tampoco es nerviosa sino psicológica, con potentes influencias sociales. Podemos definir la anorexia nerviosa como un trastorno de la conducta alimentaria que lleva a un intenso deseo de pesar menos, incluso a costa de la salud o la vida. ¿Cómo lo hacen? Restringiendo drásticamente lo que comen. A menudo lo acompañan de ejercicio y, a veces, practican purgas.

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Historia: Santas, sexo, influencers.

Ya en el siglo V, la abstinencia alimentaria era común en la práctica cristiana. El cuerpo humano y la sexualidad eran considerados secundarios a la voluntad y al espíritu. En la baja Edad Media surgió la mujer “mística” que veía a Dios. Dotada de profunda fe, también practicaba autocastigos y privaciones físicas.

ÉPOCA MEDIEVAL. SANTA CATALINA DE SIENA(1347-1380).

Catalina Benincasa era la penúltima de 25 hermanos. Desde pequeña mostró comportamientos religiosos extremos, habituales en la época, como ayunar o flagelarse. A los siete años, tras la muerte de su hermana durante un parto, prometió castidad a Cristo y se cortó el cabello para alejar a posibles pretendientes. En la adolescencia, sus padres deciden casarla y ella se niega. Se encierra en la habitación y aumenta el ayuno. Sus padres la obligan a ejercer de criada para el resto de la familia. A los diecisiete años de edad aceptan su negativa al casamiento y ella ingresa, como laica, en la orden dominica. Tuvo una vida atormentada. Confesó que estaba invadida por visiones demoníacas y tentaciones, las combatía con actos de penitencia: flagelándose, aislándose o dejando de hablar durante años. En enero de 1380, tras meditar sobre la circuncisión de Jesucristo, decidió no beber más agua. Muere tres meses después. Tenía 33 años y numerosas imitadoras. Fue la punta del iceberg de un fenómeno que afectó a su región de La Toscana y al norte de Italia. En menor medida, a toda la cristiandad. En 1461 fue canonizada por el Papa Pío II.

SIGLO XVII. SANTA ROSA DE LIMA (15861617).

Primera santa latinoamericana, muestra un cambio en la espiritualidad de la época ya que incorpora el voto de pobreza y la entrega a los necesitados. Desde los once años ayunaba tres veces a la semana y a los quince dejó de comer carne y se alimentó exclusivamente de agua y pan. Dormía entre dos y tres horas diarias. Mostraba gran hiperactividad y dedicaba su vida a la oración, al trabajo en el huerto y al asilo de pobres y enfermos. Rechazaba el sexo y esperaba que las flagelaciones borrasen su atractivo. La “anorexia santa”, no tomar más alimento que la hostia consagrada, se atribuye a una búsqueda incansable de la pureza espiritual. En ningún caso, se busca un ideal de belleza físico. Comer es algo impuro, incompatible con el alimento espiritual que viene de Dios.

EDAD CONTEMPORÁNEA. SIGLO XIX.

Aunque el ideal de belleza del siglo XIX y primera mitad del XX era muy distinto al actual, la proliferación de estudios médicos al respecto indica que el número de casos

aumentó y la religiosidad quedó en un plano secundario.

La obsesión se traduce en mantener una cintura de avispa. Se propaga el uso del corsé.

ACTUALIDAD

Se han impuesto las figuras delgadas y, sobre todo, usar el cuerpo como mensaje.

La Medicina.

Richard Morton describe, en 1689, el cuadro clínico de una joven de dieciocho años: bajo peso, amenorrea, estreñimiento e hiperactividad. Elige el nombre de “consunción nerviosa” que estaba claramente relacionado con el gran problema médico del siglo XVII: la tuberculosis.

En 1764, Robert Whytt, observa a una paciente con síntomas parecidos y habla de “atrofia nerviosa”. Cinco años más tarde, Charles Nadeau realiza la primera asociación de la anorexia nerviosa con la histeria.

Sin embargo, mayoritariamente, se considera que Charles Laségue en 1873 y William Gull en 1874 son realmente los primeros que dieron informes médicos completos sobre anorexia nerviosa. Quizá la razón de esto es que, por primera vez, en sus informes, la anorexia nerviosa se distingue del ayuno místico. Laségue, además, supo diferenciarla de la anorexia que aparece en algunos tipos de depresión.

Freud relacionó la anorexia histérica con la melancolía y, a su vez, con temas sexuales. Años después también habló de masoquismo y necesidad de autocastigo.

Desde 1930 hasta 1950 se pensó que la anorexia nerviosa era solo una enfermedad endocrina. En 1979, G. F. M. Russell distinguió entre la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa.

A partir de los años 70, se valoran los aspectos socioculturales y familiares hasta llegar al concepto multidimensional actual.

Reflexión:

La opinión social interviene en la percepción de nuestro cuerpo, estamos culturalmente mediatizados. El ayuno místico mostraba la entrega a los valores religiosos de su época. Algunos investigadores sostienen que estas mujeres utilizaron su cuerpo para subvertir las rígidas normas de su momento histórico. Una rebelión de lo femenino que afirma la santidad y la esbeltez como estados ideales. Cuando llega la Contrarreforma religiosa, mediado el siglo XVI, cambia la opinión sobre esas santas y se las empieza a considerar ejemplos de brujería o locura. Decaen esas formas de misticismo y se busca la santidad a través de la práctica de buenas obras y la entrega a los demás.

Hay autores que afirman que no existe distinción física entre la anorexia santa y el trastorno alimentario actual. Su diferencia radicaría solo en que la sociedad de antes y la de ahora las valoran de forma distinta: respetada en un principio por la sociedad medieval como método de purificación espiritual y vista como una enfermedad, sujeta a la moda, en nuestros días.

Si mujeres del siglo XIV y del siglo XXI alteran su conducta alimentaria hasta la muerte, en contextos socioculturales totalmente diferentes, ello debe hacernos pensar que dichos trastornos no dependen solo de las ideas o las creencias.

En la revista de enero seguiremos hablando de todo ello.

MICRORRELATOS

EL CÓDICE Ángel Gómez Rivero Apareció en las ruinas de un antiquísimo monasterio, por lo que fue a parar a manos de la Iglesia. El gobierno eclesiástico intentó callar el hallazgo, pero alguien anónimo filtró información desde dentro y la prensa se hizo eco. Al parecer, se trataba de un manuscrito de mucha antigüedad, redactado en tinta negra por un monje; jamás en la historia se había tenido conciencia de un texto semejante. El códice estaba compuesto por unas cien hojas de pergamino atadas con una cinta negra que, al intentar desprenderla, se convirtió en polvo. Los folios, sin embargo, parecían muy resistentes, aunque fueron manipulados con sumo cuidado por los técnicos responsables. El códice estaba escrito en una lengua arcaica desconocida, con caracteres sumamente extraños. Esto motivó que la Iglesia recurriera a los mejores expertos para descifrar el contenido. Lo curioso fue que, el primer versado en lenguas muertas que tuvo acceso al texto, procedió a leerlo bajo una luz estudiada, entendiéndolo como si se tratara de castellano actual. En su tarea fue apoyado por un colega francés, al que le ocurrió lo mismo. La intriga generada hizo que se recurriera a un tercer perito, esta vez británico. También leyó como si fuera escrito en su lengua nativa. En un intento de dilucidar el alcance de aquella revelación —porque así fue considerada por parte de las autoridades eclesiásticas—, permitieron que lo leyera un analfabeto. De manera milagrosa, leyó en voz alta los primeros párrafos, a pesar de no saber leer. El paso siguiente fue que un demente, suficientemente protegido el códice, accediera al mismo. Ante el asombro de los allí presentes, comenzó a pronunciar palabras después de años de mutismo absoluto. A partir de ahí, cesaron las noticias y, durante mucho tiempo, no se volvió a referir nada sobre el misterioso códice hasta pasar al olvido, convirtiéndose en una fábula urbana más, incluso en una invención periodística. Solo unos pocos seguían interesados en el mismo. Mientras unos suponían que seguía siendo motivo de estudios con el fin de sacar partido a un descubrimiento tan maravilloso, otros consideraban que había sido destruido, por ser obra del mismísimo Satanás. Nos obstante, la vida discurrió como siempre, con las mismas luces y sombras.

LUZ Y PROXIMIDAD

Lo encontré en el Polo Norte, después de haberlo buscado durante varios años. En una taberna portuaria llena de borrachos, oí a un marinero llamado Robert Walton narrar un relato que terminaba con estas palabras: «Y se perdió en la oscuridad y la distancia». Por esa razón supe dónde buscar y, por ende, pude al fin dar con él. Y, afortunadamente, no se había suicidado, como temía. Había construido un iglú y, a la manera de los esquimales y alejado de la humanidad que lo rechazó, había aguantado el inexorable paso de los años. Cuando me vio, se alejó temiendo que fuera un ser humano más que viniera a enturbiar su existencia. Pero, cuando me quité la prenda de lana que me cubría la testa, y él vio las cicatrices de mi rostro, comenzó a entender. Minutos más tarde, dentro del iglú, le conté una historia que nadie conoció jamás: el doctor Frankenstein me construyó igual que a él, y asimismo me abandonó a mi suerte, aunque se relatara lo contrario. Cuando tuve conciencia de mí misma, cuando pude investigar sobre mi origen, solo tenía en mente encontrar al único de mi especie. Y ese único, por fin, estaba frente a mí. Era el momento de compartir mi vida con él, alejados de una humanidad que nos aniquilaría solo por pensar en el peligro que significábamos. Aquella oscuridad y aquella distancia referidas por Walton ahora eran luz y proximidad. NOVIEMBRE 2021

POESÍA

Fernando Blanco Pradas

Pasado con pájaros

“Y estaban los pájaros picoteándole el pecho para dar de comer a sus crías.”

Ese podría ser el final de una novela sobre la vida. La vida de los pájaros. De los memoriosos. Su vida.

Porque compartimos la misma creencia sobre la verdad de los recuerdos. La certeza de que llegaron antes que el futuro y se quedarán hasta adelantarle. Le dirán “nosotros lo hicimos primero” y se reirán en sus narices, pobre ingenuo que se cree novedad, quizá sorpresa, no sé si reír. Cualquier paseo por el campo nos enseña que hay pájaros contentos con su nido, un hoyo o un agujero les vale si están camuflados. Es un nido no nido, se esfuerzan poco en eso pero ponen más huevos, por si acaso. Se descubren con la escasa sutileza de la casualidad y su saqueo es una tentación a cara o cruz. Fácil y evidente la pequeña sorpresa. Amortizada desde el principio.

Otros se ven de lejos, casi fortalezas, continuamente reparados. Inaccesible es su condición. Llaman a probar tu energía y ese valor que precisan las maldades sin hambre, los desafíos porque sí, que ya ha llegado la hora, que voy y lo hago, a ver si me miráis, bueno, me miro yo solo.

Siempre me cuento la misma historia: Henry Fonda, en blanco y negro, miraba igual que mi padre. Mi madre contaba que se parecía a Tyrone Power. Los recuerdos son así, como nidos de pájaros; disimulados o escandalosos, siempre necesitados de un descubrimiento, temerosos de cualquier asalto. Viendo alas cuando sopla el aire. Regalando gotitas de sangre a los picos a cambio de un poco de misterio.

EL DISEÑO URBANO DE ALGECIRAS

Transcurrido un cuarto de siglo desde la pérdida de Gibraltar, los nuevos núcleos urbanos surgidos en su entorno no dejaban de crecer, especialmente Algeciras que, por su condición de ciudad portuaria y enclave estratégico militar, no dejaba de atraer a nuevos repobladores. La población procedía de casi todas las regiones de España y muy especialmente de los cercanos territorios andaluces. A ellos habría que añadir dos importantes grupos: uno de italianos, procedentes de la ribera de Génova, en su mayoría, y otro de franceses.

Mario Ocaña Era el momento de iniciar la planificación de la red viaria de la ciudad. En opinión de algunos investigadores, la primera vía de comunicación intraurbana era la que unía la Puerta de Gibraltar con la Puerta de Tarifa. Esta conservaba un trazado de origen medieval y ahora, en el siglo XVIII, discurría, de norte a sur, atravesando las plazas Alta y Baja, y, desde esta última, trazando un ángulo de aproximadamente 90o, giraba en dirección oeste, encaminándose, por la actual calle Tarifa, hasta dejar atrás los viejos muros de Algeciras.

Hacia 1725 habitaban la ciudad unas 1.700 personas que vivían en aproximadamente 400 viviendas. Ya se habían levantado casas de buena fábrica, casi todas ellas en el entorno de la Plaza Alta, aunque predominaban los habitáculos humildes hechos de muros de piedra seca y muchos patios de vecinos.

La población generaba demandas, básicamente alimentos. Las riberas del río de la Miel se hallaban circundadas por huertas que abastecían a la ciudad de verduras y frutas frescas, abonadas naturalmente con estiércol de caballo. Más lejos, en las colinas de Getares, decenas de pequeñas propiedades cultivaban viñedos. Los cereales panificables se producían en cortijos o eran introducidos en la ciudad por vía marítima. Los molinos harineros, cuyos restos carcomidos por el tiempo y el olvido pueden contemplarse aún en el curso medio y alto del río de la Miel, dan fe de una incesante actividad de transformación de los cereales panificables, que constituían la base primordial de la alimentación de la población en aquella época. La pesca constituía una fuente significativa de alimentos para la población. Es a partir de este eje viario desde el que el ingeniero militar Jorge Próspero de Verboom realiza el proyecto urbanístico de la ciudad. Este se caracterizará por intentar ser un plano reticulado, es decir, en forma de red, con manzanas, más o menos, cuadradas y calles que se cruzan en ángulos rectos. La presencia de construcciones levantadas con anterioridad a la elaboración del proyecto dará lugar a que la retícula sea, en algunos lugares, un tanto irregular. A pesar de ello, la planimetría dieciochesca se ha conservado parcialmente hasta la actualidad, tal y como puede apreciarse en algunas calles del centro histórico, como las calles Ancha y Convento, y las que descienden desde el barrio de San Isidro.

El principal problema que encontró Verboom para que la realidad se ajustase a los planos diseñados por él en torno a 1725 fue la anarquía constructiva imperante entre la población que seguía edificando a su antojo y donde le parecía oportuno. Sus esfuerzos, que no fueron pocos, resultaron incapaces para ordenar un desarrollo urbano ajustado a los criterios del racionalismo dieciochesco. NOVIEMBRE 2021

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