Memorias desde la ausencia

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30 dĂ­as: Memorias desde la ausencia Oliver Behrmann


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30 dĂ­as: Memorias desde la ausencia Oliver Behrmann

BerlĂ­n, febrero 2013


Índice Pág. 7:

Prólogo

Pág. 11:

Capítulo I - Paderborn

Pág. 13: Pág. 19: Pág. 29: Pág. 35: Pág. 45: Pág. 49: Pág. 51: Pág. 55:

Día 1: Día 2: Día 3: Día 4: Día 5: Día 6: Día 7: Día 8:

Huída Pesadillas, vómitos y Facebook Edipo debe naufragar Dormir, comer, jugar (y Marina Abramović) Oda a las cacas Recaida (I) Socialización Business as usual

Pág. 61: Pág. 67: Pág. 71: Pág. 75: Pág. 81: Pág. 89: Pág. 93:

Día 9: Día 10: Día 11: Día 12: Día 13: Día 14: Día 15:

Nixdorf vs Sertürner Entrenamiento Agujetas y fantasmas Noticias de Berlín A todas mis ex Problemas técnicos El atractor de Lorenz


Pág. 97: Pág. 101: Pág. 103: Pág. 111: Pág. 115: Pág. 119:

Día 16: Día 17: Día 18: Día 19: Día 20: Día 21:

Sangre al correr(me) Después de la tormenta ¿Godzilla dice usted? La evidencia física de lo invisible Un dinosaurio en el jardín Quince minutos de fama

Pág. 127: Capítulo II - Berlín Pág. 129: Día 22: Berge auf Rügen Pág. 135: Día 23: Recaida (II) Pág. 141: Día 24: Mi Agfa Clack Pág. 145: Día 25: De Saturno al Jardín de las Delicias Pág. 151: Día 26: Reverencias espartanas Pág. 155: Día 27: Detrás del escaparate Pág. 159: Día 28: Lo quiero ahora, no luego Pág. 165: Día 29: La modernidad líquida Pág. 169: Día 30: El amor nos destruirá otra vez Pág. 173: Epílogo



Prólogo Amigos, me marcho mañana a Alemania. Me muero de desamor y no resisto un día más aquí. Quiero volver a dormir, comer, pensar... en fin, vivir. Lo dejo todo, no se cuando volveré. Esta noche desactivaré temporalmente mi cuenta de Facebook, necesito un tiempo para recomponerme. Tampoco estaré disponible vía email. Si me queréis decir algo, hacedlo ahora. Por favor, disculpad mi actitud, es necesario. No os preocupéis, se lo que hago, había previsto que esto pudiese ocurrir. Os quiero.

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CapĂ­tulo I: Paderborn

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La calle que lleva a casa de Ralf, en Paderborn. 12


Día 1: Huída Volar con Ryanair no es agradable pero, al menos, económico. Allí no cabía ni un alma más. Era uno de esos vuelos de regreso de Fin de Año, repletos de parejitas enamoradas de Holanda, Alemania y, no se por qué, de Rusia, que habían pasado las fiestas en Tenerife. Cuando se besaba alguna, tenía que cerrar los ojos. Al final, opté por no volverlos a abrir hasta el aterrizaje. Tenía los cascos puestos. Escuchaba en bucle, una y otra vez Love will tear us apart (El amor nos destrozará) de Joy Division. Huía. escapaba lo más lejos posible de seguir siendo destrozado por el desamor. Había llegado a un punto sin retorno en donde solo tenía dos opciones: la primera era esperar solo unos cuantos días más, hasta que mi cuerpo se desmayase por desnutrición aguda y mi mente empezase a alucinar por el insomnio permanente al que estaba siendo sometida. Luego, me intubarían en el hospital y me atiborrarían de medicamentos y drogas sintéticas que superasen los efectos de los compuestos químicos generados por mi propio organismo. Desestimé esa opción. Anular una droga tomando otra más fuerte contradice toda lógica. Perdería mi lucidez mental y me convertiría en un zombie feliz pero anestesiado por un colorido cóctel de antidepresivos, orexígenos, sedantes, tranquilizantes, ansiolíticos, barbitúricos... No quería vivir así. 13


La segunda opción era huir ahora, que todavía disponía de la fuerza física y mental suficiente, hacia un refugio seguro y lejano. Un escondite totalmente aislado del entramado de personas, lugares e imágenes mentales relacionadas con Ella. Un lugar en el que ya había vivido antes, en donde había establecido un círculo de buenas amistades, de trabajo y de ocio. Un mundo paralelo, en Alemania. Y eso fue precisamente, lo que hice: huir, salir por patas. Aterrizamos en Düsseldorf Weeze. Por supuesto, estaba lloviendo. Me esperaban otras cuatro horas en tren para llegar a Paderborn, una pequeña y tranquila ciudad en Renania del Norte-Westfalia, la ciudad de mi primer destino. En uno de los tres transbordos, creo que en Dormund, entré en una tienda de la estación. Después de dar una vuelta para ver lo que tenían, compré un refresco y un paquete de pastillas de goma Phantasia, de Haribo. Eran las que más me gustaban. Me comí un cocodrilo rosado, y esperé a ver lo que pasaba. A los dos minutos tuve que vomitar, mi estómago seguía en Tenerife. En el último transbordo se sentaron a mi lado varias quinceañeras haciendo botellón. Hoy era viernes, el último fin de semana de las vacaciones de Navidad. Venían de un pueblo pequeño y bebían en ronda de varias botellas de Sekt (Cava). Hablaban de chicos, de quién se enrollaba con quién, de enamorarse. Me puse de nuevo los cascos, pulsé play y me recliné hacia la ventana. 14


Recordé la sensación que tuve, al desactivar mi cuenta de Facebook, horas antes de huir. Era como sentir la muerte, o mejor dicho, como aniquilar un mundo. Posiblemente la misma sensación que tiene un piloto del drone MQ-9 Reaper sentado frente a su monitor en la Creech Air Force Base de Nevada, al lanzar con tan solo un click una pareja de misiles Hellfire hacia una aldea en Afghanistan para liquidar a un líder insurgente. Yo también acababa de desactivar a 1400 personas para poder olvidar a una sola. Acababa de eliminar todo mi pasado de un click. El tren llegó puntual, a las diez de la noche estaba allí. Recorrí a pie los tres kilómetros hasta la casa de uno de mis mejores amigos en Alemania, Ralf. Yo era una delgada silueta negra con chupa de cuero, vagando por una oscura callejuela mientras iba arrastrando mi maleta sobre los mojados adoquines. Los árboles hacía meses que perdieron todas sus hojas y la interminable lluvia brillaba como fina purpurina a la luz de las farolas envueltas en la niebla. Me abrió Silke, su mujer. Los tres niños estaban ya durmiendo en sus respectivos cuartos. Me dio un abrazo de bienvenida. — “Que flaco estás“ — “Si, lo sé“ Respondí. Entré. Él estaba sentado en el sofá, nos abrazamos. — “¿Quieres una cerveza de bienvenida?“ 15


— “Mejor no. ¿Tienes algo con azúcar?“ — “Solo tengo Coca-Cola, pero tu la sigues boicoteando, ¿no?“ — “Hoy haré una excepción“ Le respondí. Dieciséis años atrás, yo llegué a Paderborn en busca de una chica de la que me había enamorado, pero que no me correspondió. Pasé cinco años intentando en vano borrarla de mi mente, sin resultado, hasta que un día ya no pude más. Dejé mi isla, mi trabajo, mi piso, mi perro, la chica con la que estaba saliendo (ella sabía que podría ocurrir) y me fui, solamente para verla, para poder sentir de nuevo su presencia. Cuando llegué a la ciudad, llevaba sobre mi monopatín dos maletas. Se me cayeron justo en medio de un cruce y todo su contenido terminó rodando por el asfalto. Un coche frenó, su conductor bajó y se apresuró a ayudarme. Era Ralf. Tras un par de días quedándome en un hostal, me ofreció su antiguo cuarto en casa de sus padres. Acepté. Resultaron ser los vecinos de la chica por la que lo dejé todo. Al poco tiempo, la vi y pude hablar con ella (entretanto vivía en otra ciudad, aunque en esos días se estaba quedando en casa de sus padres). Se asustó cuando le conté la historia y me prohibió retomar el contacto con ella. Nunca jamás la volví a ver. Ralf y yo, en cambio, nos hicimos muy buenos amigos en los siguientes seis años de mi estancia en Paderborn y conservamos esa amistad hasta hoy en día. 16


— “¿Te acuerdas lo que me pasó hace dieciséis años?“ Le pregunté. “Pues ahora me volvió a pasar, solo que esta vez vengo huyendo. ¿Me puedes acoger por unos días, hasta poder ir a Berlín?“ — “Claro que sí, no te preocupes. Quédate aquí el tiempo que necesites“ Dijo Ralf. Hablamos esa noche de lo que había pasado. Le conté bajo lágrimas que mi cuerpo se negaba ya a ingerir comida. Mi tráquea estaba destrozada de tanto vomitar, mi mente cansada de no poder dormir. Mientras, mi corazón bombeaba frenéticamente la sangre cargada de opiáceos corporales a más de cien pulsaciones por minuto, a veces muchísimo más. Desde hace un año había pasado muchas veces por etapas parecidas, duraban un tiempo y se iban. Pero esta vez era distinto. Llevaba ya más de diez días así, y cada nueva jornada que pasaba, iba a peor. Era, como si mi propio cuerpo hubiese decidido su autoterminación, en dejar de existir. Pero yo, no estaba de acuerdo. Por eso estaba allí. Tenía la cama preparada, un sofá en el sótano. Ya era tarde, sobre la una. Me hice otra manzanilla, nos despedimos y bajé a mi nuevo hogar, a 6000 kilómetros de distancia de mi obsesión. Me metí en la cama tapándome por completo con el edredón, me puse los cascos y escuché una última vez Love will tear us apart. ¿Podré dormir esta noche? ¿Algo? 17


El espejo del cuarto de ba単o. 18


Día 2: Pesadillas, vómitos y Facebook Sobre las cuatro de la mañana, se me empezaron a cerrar los párpados. Sin pasar por la fase previa al sueño, entré directamente en mi primera pesadilla. Me desperté temblando. Estuve un rato con los ojos abiertos, se me volvieron a cerrar y entré en la siguiente pesadilla. Así me pasé toda la noche. Las pesadillas solían ser cortas, pero muy intensas. Casi todas se me han olvidado ya. Recuerdo especialmente una, en la que la piel de mi barriga era tan fina que se rompió y se salieron todas las tripas. Había otras relacionadas con Facebook, con el perfil de Ella, o con mensajes de amigos que me criticaban e insultaban y yo no podía responder. En otra, me salían de los brazos extraños y dolorosos bultos del tamaño de mandarinas. Al despertarme, tuve que comprobar si realmente estaban allí. No tenía nada y me volví a dormir. Por la mañana, Ralf abrió la puerta, los niños correteaban por la habitación, me vi los brazos y ahí estaban los bultos de nuevo. ¿Era un sueño o no? Al lado de Ralf estaba el padre de otros niños que jugaban junto a los de mi anfitrión. Era un tipo muy forzudo. Le enseñé mis brazos, me inmovilizó, y con las dos manos presionó uno de los bultos hasta que estalló, pringando de una pus amarilla y fétida toda la habitación, a los niños, y a nosotros mismos. En ese momento se volvió a abrir la puerta. Era Ralf con los niños que me venía a traer el desayuno. Me miré los brazos, no tenía bultos. 19


El desayuno consistía en una especie de pan pulguita alemán y una taza de té con miel. Me tomé el té primero. Cuando iba por medio pan, comenzaron las arcadas. Junto al sofá, tenía preparado un viejo caldero para los vómitos. Sabía que durante los primeros días, lo tendría que utilizar regularmente. Después de mi no-desayuno, subí a darme una ducha. Me desnudé y me miré al espejo. Mi cuerpo, famélico, ya nada tenía que ver con el que había reflejado ese mismo espejo unos meses atrás, cuando había estado trabajando en Paderborn. Durante diez semanas trabajé como técnico en impermeabilizaciones para una empresa del sector de la construcción, manejando a pulso maquinaria especial de hasta catorce kilos de peso durante diez horas diarias, cargando sacos de mortero de dos en dos... Muchas veces tenía que llevar un traje de protección integral, a veces con máscara de oxígeno. En ocasiones, incluso dentro de lugares con temperaturas superiores a los 50 grados. Era algo parecido al trabajo de un exterminador en Fukushima, pero con moho tóxico en vez de radiaciones nucleares. Solo quería los trabajos más duros, sabía lo que me esperaba de nuevo en Tenerife. Necesitaba entrenarme a fondo para soportar física y emocionalmente los tres, cuatro o cinco meses que pensaba estar de nuevo en la isla. Aguanté solo dos. Me subí a la pesa. Cuando salí de Alemania, la aguja llegó a alcanzar los 71 kg, ahora marca 59,5 Kg. 20


Me miré la cara en el espejo, claramente se veían los pómulos y como el cráneo se transparentaba. Parecía un retrato de El Greco. Me duché, bajé al sótano y me metí de nuevo en la cama. Me preguntaba si hice bien o mal al escribir ese post en mi muro de Facebook antes de desactivar mi cuenta. Creo que sonaba demasiado a carta de suicidio. En las seis horas que lo dejé colgado, recibí más de doscientos comentarios, entre los públicos y los privados. Ya se que no es normal publicar ciertos estados, pertenecientes exclusivamente al ámbito de lo privado, pero tampoco era normal lo que me estaba pasando. Me derrumbaba físicamente e intentaba evitar una tragedia. Muy pocos amigos sabían lo que me pasaba, y sentí una necesidad vital de explicárselo a todos los demás antes de cortar la comunicación con el mundo exterior. Una especie de última expiracion o eyaculación final como paso previo a convertirme, temporalmente, en un cadaver digital. Normalmente utilizo esta red social como una herramienta más para la promoción de mis proyectos artísticos. No publico fotos de platos de comida, gatitos o de mi vida privada, por lo que reconozco que mi anuncio resultaba más bizarro todavía. “Facebook te ayuda a comunicarte y compartir con las personas que forman parte de tu vida” Reza en la página de inicio de la red social. Suena bien, pero tiene trampa. 21


El conflicto entre lo público y lo privado se ha agigantado con la irrupción de las redes sociales en nuestra vida cotidiana. Todo el mundo está ahora pendiente de su pantallita. Lo que antes ya de por sí era complicado -el sistema de relaciones interpersonales del ser humano- ha adquirido todavía mayor complejidad al tener que duplicarnos en el Yo físico de toda la vida, y en nuestro nuevo Yo virtual. En el mundo de Facebook, todos somos celebrities y estamos rodeados de nuestro club de fans. El muro se convierte en la portada de la prensa rosa y amarilla que publicamos. Las redes sociales han conseguido democratizar la fama y ahora, tenemos que aprender a convivir con ella. Nuestro Yo digital es la autoimagen ideal de nosotros mismos, una representación de lo que queremos ser, pero nunca de lo que somos realmente. Un Superyó de las redes que habita en un mundo en el cual no se sabe bien dónde acaba la realidad y dónde empieza el Photoshop. En cierta forma, es lógico que nuestro avatar no muestre nuestros defectos. Nadie se tira piedras sobre su propio tejado. Con la interacción con los Otros virtuales (amigos, fans, gente que nos gusta, desconocidos...) y las funciones de etiquetar y compartir, se enmaraña aún más la cosa. Nuestro Superyó virtual se rompe en infinidad de pequeños fragmentos que se multiplican y navegan por las redes, muchas veces fuera de 22


nuestro control. Es algo así como un Poliyó, un ente autoreplicante cuya anatomía digital está compuesta por nuestro muro como cuerpo principal y una cantidad siempre en aumento de antenas y patas conectadas a fragmentos de nuestro Superyó en los muros de los Otros. Una especie de cienpiés virtual, un pequeño monstruito creado a nuestra imagen y semejanza que vamos alimentando con las fotos que subimos con Instamatic, videos de YouTube, textos de Wikipedia, likes, comentarios y aportaciones propias varias. Una criatura alienizada y superficial que no se debe de alimentar con material sensible extraido del ámbito privado. Existe una frontera, y traspasarla es tabú. Es como tirar un Mogway a la piscina, saldrá convertido en millones de Gremlins. El caso es que soy artista. Perdón, ensuciador multidisciplinar, y romper tabúes es una de las cosas a las que me dedico en mi profesión. Otra, es trabajar justamente con ese material sensible y traducirlo mediante un proceso creativo en imágenes que trasciendan su origen. Sin sentimientos, no existe el arte. Mientras que otra persona puede esconder sus miedos y dolores, guardándolos para siempre en una cajita en el fondo del corazón, yo no. Mi profesión exige trabajar con Monstruos y Gremlins. Las emociones son una materia prima muy valiosa para crear obra, y yo, estaba de suerte. Ahora tenía a raudales.

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Ralf entra de nuevo, son las cuatro de la tarde. Esta vez me trae un plato de sopa de gallina con estrellitas y verdura natural. Mira de reojo al medio pan sobrante de esta mañana. — “¿No te lo pudiste comer?“ Muevo repetidas veces la cabeza de lado a lado. — “Pues intenta comerte al menos la sopa. Los niños han cortado la verdura con mucho amor, y la gallina es de una granja ecológica“ Me deja el plato humeante sobre la mesa, y se marcha preocupado. Cuando desaparece el vapor, me siento sobre el sofá y miro la sopa. Tenía muy buena pinta. Me acerco el cubo para los vómitos, cojo la cuchara y empiezo a comer. Mastico concienzudamente la carne y la acerco con mi lengua hacia la garganta para poderla tragar. La masa, líquida y pastosa a la vez, baja con dificultad por el áspero tubo. Noto como se estanca en la entrada del estómago. Me arde el cuerpo desde el intestino hasta los pulmones. Siento cada órgano. Lentamente, el fluido entra dentro de la cavidad estomacal, dura como una piedra. No escucho segregar ácidos digestivos a ninguna glándula. Empiezo a toser. Me levanto y camino un poco mientras noto que la tos va en aumento. Empiezan las arcadas. Cojo el caldero, me pongo de rodillas sobre la alfombra y agacho la cabeza. Vomito dentro. Sigo tosiendo después. 24


Cuando finaliza la tos, me entra la curiosidad y miro el contenido del recipiente. Su consistencia es líquida. Los tropezones color naranja de las zanahorias me llaman la atención. No huele ácido, huele a sopa. Siento de nuevo un vuelco en el estómago, como si estuviese volando cabeza abajo en un avión de Binter que atraviesa una tormenta tropical. Vuelvo a vomitar. Toso y vomito una tercera vez, aunque ya con el estómago vacío. Permanezco unos minutos más de rodillas mientras me limpio las babas que quedaron pegadas a mi barba con la manga de la camisa. Empujo el caldero a la pared y me levanto. Tengo dolor de cabeza. Sigo tosiendo, pero menos. Una gota de sudor recorre mi frente. Me tomo el pulso. 130 latidos por minuto. Comienzo a perder el equilibrio, me sujeto a la silla, me tiemblan las piernas, me acuesto de nuevo. Pasan varias horas, el pulso ha bajado a solo ochenta. Me levanto y subo al salón. Necesito dejar mi estado autista, salir de la cueva del ermitaño y socializarme con mi familia de acogida. Estaban viendo una película recién empezada. Me siento en el sillón que quedaba libre. Era una adaptación para el cine de una novela de un escritor muy famoso que le gustaba a Silke, me enseñó incluso el libro. Trataba de un marchante de arte que conoce en un bar a una mujer, van a su casa y pasan la noche juntos. Él se enamora de ella, le hace regalos, pero la mujer le ignora, le planta verías veces. Entonces, 25


la vida laboral y social del marchante se sale fuera de control... hasta ahí resistí, demasiadas coincidencias con mi drama personal. Salí a coger aire. Aproveché para comprar un zumo en el supermercado. Hacía una noche espléndida y tranquila. El el olor a leña recién quemada se fundía con el frío viento nocturno. Las ramas caídas y los restos de las hojas del otoño crujían bajo mis pies al caminar por la senda que atravesaba un parque cercano. Entré al super por la panadería. El aroma del pan recién horneado ya no me impresionaba. Pasé sin inmutarme por la frutería, carnicería, charcutería, las neveras con pescados y mariscos, yogures y quesos. Por los estantes de comida preparada, chocolatinas y golosinas. Por los congeladores con pizzas, verduras y carnes. Por la inmensa estantería de cervezas alemanas y bebidas alcohólicas, y me paré por fin delante de la nevera de zumos frescos. Cogí dos, uno de naranja y otro de manzana, pagué y me fui en dirección a casa. Decidí dar a mi estómago una segunda oportunidad y calenté un bol con la sopa de gallina. Me preparé un té y di las buenas noches a Ralf y Silke, que continuaban viendo la película. En el sótano, me tomé la sopa muy despacio. Notaba las contracciones de mi estómago al bajar el líquido caliente. Sentía como las glándulas estomacales, que llevaban tantos días en desuso, intentaban segregar los ácidos necesarios. Procuré controlar la tos para que no se convirtiera en arcadas. Respiraba despacio, necesitaba abrir mi estómago, alimentarme, volver a ser persona. 26


Pasaron dos minutos, tres, cinco, diez... lo había conseguido, ¡Por fin había podido comer un plato de comida! Apagué la luz, me tapé con el edredón y desee poder caer en un profundo sueño y que esta noche no me visitasen más las pesadillas.

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Tumbas nevadas. 28


Día 3: Edipo debe naufragar Como en cualquier otra desintoxicación, tarde o temprano llega el Mono. A diferencia de drogas externas al organismo, como el alcohol o el caballo, en este caso es el propio cuerpo quien genera potentes opiáceos y alcaloides como feniletilamina, dopamina, norepinefrina, oxiticina, endorfina y adrenalina. Lo que se tiene que dejar de suministrar al cuerpo no es la droga en sí, sino los estímulos necesarios para que las produzca. En este caso, cortando de raíz cualquier comunicación o llegada de nueva información referente a Ella. Sin conexión a internet y enclaustrado en el sótano de una casa unifamiliar situada en una ciudad carente de cualquier referencia o vínculo con mi reciente pasado, el cuerpo patalea por volver a conseguir su ración diaria de fotos, mensajes, recuerdos, contactos, miradas, vivencias, palabras... que hagan correr de nuevo el cauce de los ríos del dulce dolor. Tras pasar cinco horas seguidas atrapado dentro mis pesadillas, me desperté con el pulso a 118 a las ocho de la mañana. A diferencia de ayer, fue un sueño ininterrumpido del que no había forma de escapar. En cuanto conseguía despertarme, me volvía a entrar el sueño y Morfeo me arrojaba exactamente al mismo punto de donde me había fugado. Fue una persecución sin tregua, en donde miles de Monstruos me acosaban dentro un paisaje onírico 29


que mezclaba trozos de mi pasado en Tenerife, Paderborn y Berlín de una forma caótica y surrealista. Todos estaban en mi contra, querían matarme de las formas más crueles y sádicas posibles. El mundo de los sueños se rebelaba contra mí, y yo no podía hacer nada. Permanecí acostado pero despierto unas horas más. Tenía un frío inusual pese a que el radiador situado al lado del sofá-cama estaba puesto al máximo. Sobre el mediodía subí a almorzar con la familia. Estaba sentado en la mesa, cuando los niños me preguntaron cuando podría jugar con ellos. — “Quizás más tarde“ Les respondí tímidamente. Me serví un plato de la sopa de ayer, puesto que pensé que mi estómago ya estaba en pleno proceso de recuperación, aunque noté que éste no era el caso. No vomité, pero tampoco me sentó demasiado bien. Con un fuerte dolor en la zona abdominal, mareos y sudor frío, tuve que bajar de nuevo y acostarme. Ralf les había dicho a los niños que yo padecía de una infección intestinal. Estaban tristes al ver que hoy tampoco podría ser su compañero de juegos. A veces, cuando estaba pensando tumbado en la cama, como entonces, jugaba a la psicología. El juego era sencillo, se cogían unas reglas o tesis ya establecidas, como por ejemplo las de Sigmund Freud, y se aplicaban a las vivencias personales. Según Freud, la mente está formada por diferentes 30


elementos que conforman nuestra psique. Algo muy parecido a lo que ocurre en el mundo de Facebook, pero esta vez en la realidad: El Ello es la expresión psíquica de las pulsiones y deseos. Su contenido es inconsciente y está en eterno conflicto con el Yo y el Superyó. El Yo es la instancia que media entre las otras dos. Intenta conciliar las normativas del Superyó y los deseos inconscientes del Ello. Desarrolla los mecanismos pertinentes que permitan obtener el mayor placer posible dentro de la realidad. El Superyó es la moral, el responsable de juzgar al Yo. Es la instancia que surge tras la resolución del complejo de Edipo y constituye la internalización de las normas, reglas y prohibiciones parentales. El complejo de Edipo designa una etapa del desarrollo sexual del niño, entre los 3 y 5 años, que es revivido nuevamente durante la pubertad y desempeña un papel fundamental en la estructuración de la personalidad del adulto. La elaboración emocional de este complejo se logra cuando el niño renuncia a la madre porque acepta que es del padre mediante el complejo de castración. Me preguntaba si mis infortunios amorosos eran tan solo el producto de una mala jugada del destino o si por el contrario, mi infancia y posterior desarrollo tendrían algo que ver en ello. Desde luego, tragedias no me faltaban. 31


Crecí con mi madre y mi abuela como única familia, sin haber conocido nunca a mi padre. Mi madre quería tener descendencia, pero no le interesaban mucho los hombres. Escogió a uno, y así vine yo al mundo. Mi abuela murió cuando tenía diez años, mi madre falleció tan solo una semana después de que hubiese cumplido la mayoría de edad, tras padecer un cancer que la retuvo durante tres largos años en cama. Vi morír a las dos. Sentí el amor por primera vez al cumplir los 18 años, por aquella chica de Paderborn, pero ella me rechazó y se fue de vuelta a Alemania con su clase de intercambio del instituto. Tres días más tarde, también se fue mi madre, aunque bastante más lejos. De repente, me quedé solo. Tuve que blindarme emocionalmente para seguir adelante y aprendí que cuando algo me tumbase, me tenía que levantar con más fuerza aún. Me acostumbré al cambio constante, a volver a empezar una y otra vez desde cero, a ser autosuficiente. Nunca me quejaba, nunca sentía tristeza ni alegría. Por supuesto, todo esto terminó labrándo mi carácter. También con las mujeres. Mis relaciones han sido la mayoría de las veces frías y distantes. Tanto, que una ex me llamaba de manera cariñosa mi piedrita de hielo. Siempre, o se enamoraba alguien de mi a quien yo no podía corresponder, o yo sentía el amor por quien por mi nada sentía. Por suerte, mis desamores han sido hasta ahora todos a distancia, 32


Ellas vivían en Alemania o Inglaterra, por lo que el flujo de drogas corporales nunca era constante. Pero esta vez era distinto. Era la primera vez que me pasaba en Tenerife y me estaba ahogando en un océano revuelto de hormonas y otras sustancias neurotransmisoras que me impedían llevar una vida normal. Bien, ya tenemos las dos premisas para el juego, ahora podemos fantasear un resultado. Se me ocurre lo siguiente: Al pasar mi infancia en una familia monoparental y no encontrar un sustituto en el cual proyectar el papel de padre, no superé completamente el complejo de castración. Cuando me quedé huérfano, perduró el deseo de seguir manteniendo incoscientemente una relación incestuosa con mi madre muerta, buscándola y venerándola como divinidad en amores tan imposibles como el que ella vuelva a la vida. Como fantasía resulta por lo menos bizarra y sorprendente, aunque dudo mucho que tenga que ver en algo con la realidad. Admito tener un cierto grado del síndrome de Peter Pan, así como principios de otros trastornos mentales que pudieron originarse durante una infancia y juventud que, pese a todas estas tragedias, la puedo calificar en general como feliz. Nada me ha impedido hasta ahora disfrutar de una vida integrada plenamente en la sociedad, aunque, como todo el mundo, tampoco soy perfecto. 33


No; personalmente creo que Edipo no tiene la culpa. Seguramente ha sido una mezcla entre la mala fortuna y una rara hipersensibilidad a las ferormonas presentes en el cuerpo de solo un reducido número de mujeres, lo que me provoca estas alteraciones físicas y mentales. Dejé mi fictivo rol de aprendiz de psicólogo a un lado y me levanté de la cama. Mi pulso seguía alto, por lo que decidí dar un paseo por la ciudad para relajarme. Me puse los cascos y el reproductor en modo aleatorio. Era una tarde de domingo, el cielo estaba gris y el suelo mojado. La lluvia hizo una pausa. Mientras caminaba con las manos en el bolsillo de mi chupa de cuero, no conseguía borrarla a Ella de ningúna forma de mi mente. Cuando atravesé el cementerio, empezó a sonar Nothing compares to you. Anduve absorto entre antiguas tumbas custodiadas por cipreses, mausoleos de mármol blanco y letras góticas, solitarios caminos de tierra y filas de jarrones con flores resecas. Debería de haberle dado al botón de siguiente, pero algo me impidió hacerlo. Me sentí de alguna forma transportado dentro de aquel videoclip musical noventero y algo ñoño de Sinhead O‘Connor. Admito que tuve incluso la tentación de coger otro avión de vuelta, de conectarme de nuevo a Facebook y proseguir autodestruyéndome hasta perder para siempre la conciencia. Entonces sonó Fight for your right to party y me volvió a despertar a la vida. El Mono no iba a poder engañarme. 34


Regresé a casa después de haber caído la noche, me calenté lo que quedaba de la sopa y bajé nuevamente a mi cuarto en el sótano. Acostado en la cama, pensé que sería una buena idea ir escribiendo lo que me iba pasando en una especie de diario, destinado en un principio a servir como autoterapia personal para documentar mis evoluciones y generar confianza en mí mismo. Estaba claro que sería un experimento con un final imprevisible. Un docu-reality formado por palabras y frases que vayan tejiendo una historia todavía por descubrir, o incluso, la posible documentación adicional para algún futuro proyecto artístico. Pero también, reflexiones más profundas, preguntas a las que intentar dar una respuesta, intentar cambiar de caminos tomando carreteras diferentes que transciendan al dolor. Escribir y correr habían sido ya en las dos ocasiones anteriores las estrategias más efectiva para recomponerme física y mentalmente. Hace tiempo autopubliqué un librito de poemas tras esas experiencias y probablemente podría considerar este texto como una continuación del anterior trabajo. Para cuando me di cuenta, la sopa ya se había enfriado completamente, aún así me la pude tomar casi entera. Continué escribiendo en la tableta hasta la una de la madrugada, cuando noté que me vino el sueño. El Mono había desaparecido y mi barriguita estaba digiriendo felizmente el caldo. Después de todo, no había sido tan mal día. 35


Mi cama en el s贸tano de la casa de Ralf. 36


Día 4: Dormir, comer, jugar (Y Marina Abramović) Me desperté alrededor de las diez. No recuerdo bien la última vez que dormí tanto de un tirón, puede que hace un mes, puede que incluso más. Tuve algunas pesadillas, pero ya no tan violentas. Cogí la segunda y última muda de ropa interior que cupo en mi maleta y subí a ducharme. Me miré al espejo, tenía mejor cara. La barba estaba creciendo mucho, hace dos semanas que no me la recortaba. Después de tomarme una manzanilla, fui al supermercado. Algo en mí había cambiado desde que entré en él hace dos días. Ya no mostraba tanta indiferencia y notaba que lentamente me volvía el apetito. Decidí no seguir más con la sopa y probar con algo más sólido ya que necesitaba recuperar mi estómago lo antes posible. En mi recorrido a través de los pasillos paré para coger un paquete de arroz, tomates cherry, un kiwi, un pomelo, galletas cracker, una chuleta de 180 gramos, jamón ahumado, un paquete de Hanuta y un zumo de naranja. Decidí cocinar luego y empezar con algo ligero: unos crackers con jamón. Hoy era el último día de las vacaciones de Navidad y toda la familia estaba ocupada en casa. Mientras los padres aprovechaban para desmontar el árbol y los últimos adornos de las fiestas, los críos corrían de una esquina a la otra del salón, se caían, se volvían a levantar, saltaban 37


sobre el sofá o tiraban alguna que otra bola del árbol en sus raudas pasadas como Luke Skywalker y ObiWan Kenobi compitiendo en sus Podracers inventados por el salón. La mujer de Ralf me puso una revista abierta sobre la mesa en la que estaba desayunando. “Mira, salió ayer domingo en el suplemento de Die Zeit. Enseguida me hizo pensar en tí, ¡léetelo!“ Miré de qué se trataba. El artículo llevaba por título: Marina Abramović - esa fue mi salvación. Me lo leí muy brevemente hasta la mitad, los niños ya estaban encima de la mesa tirándome de la ropa y de todo a lo que se podían agarrar para secuestrarme al cuarto de los juguetes. La niña mayor me mostró un objeto, un peculiar adorno del ya desmontado árbol de Navidad. Era el mismo que llevaba como tatuaje la chica de la que había huido. “Mira, este es mi adorno favorito, lo he elegido yo, ¿te gusta?“, me preguntó. No sabía que contestar, me quedé mirándolo con la mente en blanco. Menos mal que enseguida la empujó su hermano de la mesa y me enseñó el suyo: “Mira, y este es el mío, un teclado en miniatura, ¿a que es súper guay?“ Asentí con la cabeza y me fui con ellos al cuarto para jugar. Aquel paraíso de los juguetes se encontraba en el sótano, en el cuarto contiguo al mío. Mayoritariamente se componía de dos mundos: el mundo Lego y el mundo Playmobil. Solo había visto tantos juguetes juntos de estas dos marcas en las jugueterías de 38


centros comerciales. Sobre un suelo de linóleo sin muebles, se extendía un campo de juego colorista y plástico compuesto de cientos de miles de piezas, bloques, figuras, barcos, castillos, coches, naves espaciales... En las paredes colgaban pósters de las series de figuras más importantes, la de Star Wars de Lego, la de Piratas del Caribe de Playmobil... Me enseñaron lo que habían recibido por Navidad, él una nueva nave especial y una base de agente secreto, mientras que a ella le habían regalado un Pegaso, una ampliación para su castillo de princesas, y un palacio portátil. Pronto comenzamos a jugar y me acordé que jugar requiere de grandes dosis de violencia. Se juega a la guerra, a matar dragones, al abordaje pirata, chocar coches o desintegrar enemigos espaciales. En fin, me puse también a cazar a los malos y arrancarles sus cabezas. Entraron los padres: — “Oye, ¿no te importaría quedarte en el cuarto jugando con los niños mientras aprovechamos para salir a comprar algunas cosas, verdad? Tardaremos como una hora“ — “Claro que no, me quedo aquí encantado” Y mientras cogía una nave de Lego y seguía al joven Luke Skywalker que volaba en misión de rescatar a princesas en peligro en el castillo rosado de Playmobil, me preguntaba si a esa edad, la abundancia de bienes materiales -en este caso su inmensa 39


colección de juguetes superguayses y modernos- podría suplantar a las pequeñas o grandes emociones que no necesitan de espacio ni pueden valorarse en dinero. La respuesta surgió sola al poco tiempo. — “Mira, ven, te quiero enseñar una cosa“ El niño me cogió de la mano, llevándome al armario empotrado del fondo. Allí abrió la gabeta central. Estaba llena de pequeños juguetes anónimos de hojalata y plástico, algunos ya bastante deteriorados. Cogió un puñado de ellos. — “Son los juguetes con los cuales jugaba mi padre“ Los miraba como si fuesen mágicos, los tocaba con cuidado, accionaba suavemente su mecanismo, y tras unos minutos jugando con ellos en la mano, los devolvió a su sitio. Sonreí. Estaba deseando cocinarme mi primera comida de verdad en semanas. Me hice una estupenda chuleta a la plancha acompañada de arroz blanco, tomates cherry y kiwi en rodajas. Mi estómago asimiló la cena sin quejarse en ningún momento y el pulso se mantuvo siempre por debajo de los ochenta. En solo cuatro días y sin ayuda de fármacos externos, había conseguido volver a poder dormir, comer y bajar el ritmo cardiaco. El siguiente objetivo era volver a ganar por lo menos cinco de los once kilos perdidos, dormir regularmente nueve horas, bajar el pulso a 60 y finalmente, estar en forma para empezar a trabajar en la construcción en febrero. ¿Lo conseguiré? 40


El reloj de la cocina marcaba las ocho, y los niños tenían que irse a dormir. Al despedirme, me fijé en algo que sobresalía del bolsillo de la falda de la niña, lo había llevado ahí dentro todo el día. Era su adorno del árbol de Navidad, aquel que tanto me hacía recordar al tatuaje de cierta persona. Me preparé una manzanilla, di las buenas noches a Ralf y a su mujer, cogí el paquete de Hanuta y el suplemento de Die Zeit con la entrevista a Abramović, y bajé las escaleras hacia el sótano. El artículo era corto, de apenas una página, y no decía nada que no supiese ya de esta artista. Sin embargo, era también muy sincero y personal. Sus palabras, a pesar de estar enclavadas en otro contexto, encajaban sin sutura en mi situación actual y mis pensamientos sobre como poder trabajar con situaciones emocionales extremas. Marina se había pasado la vida haciendo performances que trataban sobre conflictos personales, sobre la vergüenza y el dolor en todas sus facetas. Utilizaba su cuerpo para transgredir sus propios límites físicos y mentales, inventaba mundos paralelos para poder escapar y salvarse de la destrucción del suyo propio. Poco antes de venirme la vez anterior a Paderborn, hace ya seis meses, representé en El Generador, en Santa Cruz de Tenerife, el performance Die young, stay punk, homónimo al librito de poemas que reedité un tiempo atrás. En esta representación 41


se trataba de volver a pasar por las distintas experiencias emocionales y corporales generadas por el desamor. Desnudo sobre el escenario, y con el acompañamiento sonoro de Marcos Elodiè, vomité, grité, me corté, me emborraché y le prendí fuego a mi pecho para poder transmitir de la forma más autentica posible, esas sensaciones que en su día dejé escritas como poesías. La vez anterior que estuve en Paderborn, en casa de Ralf, me tuve que curar durante dos semanas de la quemadura de segundo grado en el pecho que me había causado durante el performance. Ahora estaba de nuevo en su casa, otra vez con una quemadura en el pecho, aunque causada por otro tipo de fuego. Me recuperaré, volveré a trabajar y a ponerme fuerte. Y volveré a ser destrozado sin piedad cuando regrese a mi isla natal. He entrado en un bucle de destrucción y reconstrucción de mi mismo, de donde no voy a poder salir. Yo también me tendré que inventar un mundo paralelo. Un mundo, en donde respirar consista en el cíclico crecimiento y retroceso de mi masa corporal, en el ritmo generado por la ausencia y presencia del insomnio. Exploraré los límites de sus polos opuestos, y al tener que transitar como un péndulo entre ambos, permaneceré en equilibrio. Marina Abramović: Dígame, ¿estoy loca? Die Zeit: No, usted es artista. 42


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El water de la casa de Ralf. 44


Día 5: Oda a las cacas Me desperté y tuve la urgente necesidad de correr al baño. Por fin iba a lograr completar el proceso digestivo. El water de casa de Ralf era un modelo que antiguamente era bastante popular en Alemania, cuya peculiaridad consistía en disponer de una superficie intermedia plana para el depósito de los excrementos. Las cacas permanecían allí expuestas hasta que se tiraba de la cadena, es entonces cuando rodaban hacia el hueco que comúnmente conocemos de los wateres españoles, y de allí bajaban hacia la tubería del desagüe. Le pregunté hace ya bastante tiempo a una amiga para qué servía este sistema de ingeniería alemana. Me explicó que básicamente era para recuperar objetos tragados por los niños pequeños. No me quedé muy contento con la explicación, pero desistí de continuar hablando de ello. Estábamos cenando y no me parecía un tema de conversación excesivamente romántico. El caso es que ahí estaba yo en el baño tras finalizar mi tarea, con los pantalones bajados y admirando las tres maravillosas salchichas que había logrado expulsar de mi intestino delgado. Bueno, tengo que admitir que no eran tan maravillosas. La primera era enana, gris y de consistencia excesivamente dura. Posiblemente los restos del único langostino y las doce uvas que comí en fin de año, además de algunas almendras saladas. Una mezcla ya completamente deshidratada debido a todo este largo tiempo de espera. 45


Las otras dos, soperas, salieron deformes y deshilachadas, seguramente debido a la falta de actividad de mi flora intestinal. Las noté de tonos más ocres que marrones y bastante delicadas. No, definitivamente no se merecían un premio por su belleza, pero cuando es la primera vez que cagas desde hace once días, todo lo que salga lo quieres como a un hijo. Por lo menos, hasta que tiras de la cisterna. Me senté aliviado frente al portátil y enchufé el pendrive para copiar algunos archivos. No corté al cien por cien la comunicación con Tenerife. Dejé dos ventanas temporales abiertas para sendos asuntos pendientes. El primero era mantener el contacto con el comisario de mi actual exposición en el TEA para solucionar cualquier eventualidad que surja en estos dos meses de ausencia, hasta el desmontaje final de la instalación. El segundo, algo más urgente, era maquetar una revista de una asociación de jubilados. Evidentemente no era algo que me apasione, pero me había comprometido a ello. Me considero un profesional, y si me comprometo, lo hago. El resto del quinto día lo pasé con los ojos pegados en la pantalla de mi portátil, ensimismado frente al InDesign. Terminé harto tras nueve horas empujando bloques de texto, importando y formateando artículos, editando y recortando fotos... En fin, todas esas cosas aburridas que hace años me plantee no hacer nunca más, pero que seguí haciendo ocasionalmente por el vil dinero. 46


Ayer decidí incorporar el hacer ejercicio a mi plan de recuperación. Antes de cenar me doy una vuelta caminando por el anillo interior de la ciudad. No, no voy a pasar más por el cementerio. Es un recorrido interesante, incluso en este frío invierno. La ciudad se fundó hace 1200 años y aún conserva restos de murallas y almenas milenarias en medio de grandes superficies verdes, pequeños riachuelos (en esta ciudad nace el río más pequeño de Alemania, la Pader), casas de estilo Weserrenaissance, la enorme catedral, en parte gótica y en parte románica, o las ruinas de la Kaiserpfalz, una de las residencias de l emperador Carlomagno . Tras una hora de caminata, la mayor parte lloviendo, vuelvo a casa y entro en el baño para defecar por segunda vez en este día. Cierro los ojos y sonrío mientras aprieto fuerte la parte baja del abdómen. ¡Splash, splash, splash! sonaban las nuevas caquitas al zambullirse en el colector del water. Nunca había disfrutado tanto de una buena cagada.

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Mi cena. 48


Día 6: Recaída (I) No pude pegar ojo en toda la noche, mi corazón latía a más de 90 pulsaciones por minuto, una velocidad absolutamente incompatible para conciliar el sueño. No sabía por qué me estaba pasando esto, no me lo explicaba. Ella no era la causa esta vez. Me daba vueltas en la cama, tenía calor. Por fin me dormí, pasadas las 5:30 de la mañana. Me desperté ocho horas más tarde. Fue un sueño profundo, sin pesadillas. Tras desayunar sin ducharme, corrí para ponerme enseguida delante del ordenador, esta noche era el deadline para entregar el borrador de la revista, y me faltaban todavía doce páginas por maquetar. Eso fue lo que ayer seguramente me puso nervioso y me robó el sueño. Estoy bajo estrés, déjenme en paz. ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!!! Otras nueve horas más tarde mando el PDF de las 28 páginas para su revisión. Misión cumplida, me voy a dar mi paseo nocturno por la ciudad. Para desestresarme, ceno salmón ahumado con arroz blanco encebollado y una ensalada de brotes de soja, col, pepino, tomates cherry, jamón y kiwi. Espero poder cambiar mi horario interno, necesito levantarme pronto. 49


Vista desde el interior del invernadero hacia el jardĂ­n. 50


Día 7: Socialización Son casi las 5 de la mañana y todavía no me he conseguido dormir. Pruebo con una paja. Espero que así me entre el sueño. Negativo. A las 6 de la mañana ya está amaneciendo, pero yo sigo desvelado. En 20 minutos sonará el despertador en el piso de arriba y los niños se levantarán para ir a la escuela. Pasa el tiempo... en algún momento, me duermo. Cuando me despierto a la una y media de la tarde, abandono la cama malhumorado. Los niños ya han vuelto del cole y me observan atentos desde la mesa donde están almorzando. Me restriego los pelos, grasientos por no haberme duchado en dos días, suelto un pedo, me rasco un huevo y bostezo. Cojo una taza del armario y preparo un té. Miro por la cristalera del invernadero. Fuera está nevando, un manto blanco empieza a cubrir lentamente el jardín. Han anunciado que en los próximos días las temperaturas van a bajar bastante. Lo más crudo del invierno, aún está por venir. Hoy tenía pensado levantarme pronto ya que Gregor, el jefe de mi futuro trabajo en Berlín, estaba de visita en la oficina central de Paderborn y quería aprovechar para verle y hacer unas gestiones. Por desgracia, ya es demasiado tarde, por lo que tendré que dejar para la semana que viene, cuando me vaya a la capital germana. 51


Desayuno y bajo a escribir un poco más. He estado ocupado con la maquetación de la dichosa revista de los jubilados en estos últimos dos días, así que llevo el texto sobre lo que me ocurre en Alemania bastante atrasado. Hoy será otro día que pasaré escondido en la madriguera. Dormir, comer, cagar, escribir, comer, cagar, dormir: este es mi plan para hoy. No parece a priori demasiado espectacular, pero hace una semana hubiese vendido mi alma al diablo por poder hacer tan solo una de estas cosas. En serio, noto que necesito socializarme de nuevo, no aguanto mucho tiempo más la vida ermitaña. En la semana que he pasado encerrado en este sótano, solamente he tenido contacto con cinco seres humanos: Ralf, su mujer y sus tres niños. Bueno, y eventualmente con la cajera del supermercado, aunque me daba la impresión de que quizás sea una replicante o incluso un cyborg. Mañana quiero dar por finalizada esta fase de reclusión voluntaria para comenzar con la siguiente etapa. Empezaré a llamar a mis amigos alemanes y haré planes para los próximos días, quiero salir de este seguro y acogedor agujero para empezar a adentrarme otra vez en el apasionante y chiflado juego de la vida, con todos los riesgos que esa aventura conlleva.

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Mi mesa de trabajo en el invernadero. 54


Día 8: Business as usual No me esperaba para nada esta mañana, al chequear el buzón de entrada de mi recién creada y para casi todo el mundo desconocida cuenta de correo electrónico, encontrarme con una petición de foto del Highlife Magazine -La revista en cabina de British Airways- para un artículo sobre el arte contemporáneo en Tenerife que se iba a publicar en el mes de marzo. Iba a compartir espacio con Martín y Sicilia, Beatriz Lecuona y Óscar Hernandez, y Arístides Santana. Por suerte, antes de irme hacia Alemania, había rediccionado el correo de mi página web hacia el que tengo actualmente en Gmail. Conseguir la foto que me pedía -un retrato junto a una obra actual en Canarias- iba a ser un problema. Si bien la fotógrafa del TEA me había hecho recientemente algunos, al haber perdido el contacto con Tenerife, me iba a ser muy difícil poder localizarla. La solución me vino con el segundo email del día, la dirección del TEA necesitaba que les prestase obra para una exposición que estaban montando en la sala La Regenta, en Las Palmas de Gran Canaria. El comisario de mi actual exposición les había dado mi nueva dirección de correo electrónico. Perfecto, me pondría en contacto con la fotógrafa, o bien a través de ellos, o del comisario. 55


Sin embargo, surgio un nuevo problema logístico: las obras que me pedían estaban repartidas entre varias personas. Algunas las había prestado, otras estaban guardadas en una oficina, y otras ya estaban vendidas, por lo que tenía que encontrar a sus nuevos propietarios y pedirles la cesión temporal de éstas. Le di al museo los datos que conocía referentes a esas personas, una autorización para tramitar la recogida a mi nombre, y que ellos se encargasen de gestionarlo todo. Sin Facebook, todo parecía enormemente complicado. El tercer mail era un recordatorio para enviar una propuesta para un festival que fusionaba el arte contemporáneo con la gastronomía. Se iba a celebrar este verano en Montreal, Canadá, y resultaba un marco perfecto para otra autopsia alienígena. El chef Carlos Gamonal, mi compañero en los performances culinarios consistentes en practicar autopsias a alienígenas de gominola comestibles en plan Área 51, estaba bastante emocionado con la posibilidad de ser seleccionados y poder participar. Me quedaban tres días para que se venciese el plazo, y ni siquiera había comenzado a preparar el dossier. Apenas una semana después de romper con todos mis lazos del pasado y autoaislarme en mi pequeño escondite centroeuropeo, mi pasado laboral me volvía a alcanzar y atrapar en sus redes. 56


Este octavo día lo iba a pasar casi enteramente sentado en el escritorio, enfrente del ordenador, escribiéndo el texto en inglés para el (supuesto) alien canadiense, mientras iba contestando a los emails que me llegaban de Tenerife, Las Palmas y Londres. La gente todavía tiene esa idea romántica y absurda de que esto de intentar vivir de ser artista es divertido. Que uno se pasa todo el día manchando lienzos con pastas de colores, emborrachándose, pensando en paridas y recolectando objetos sin utilidad aparente para transformarlos luego en objetos de menor utilidad todavía. Nada más lejos de la realidad. Yo por lo menos, me paso el 60% o más del tiempo que ocupa un proyecto artístico haciendo el trabajo sucio de oficina: preparando dossiers, escribiendo textos y conceptos, haciendo listados, archivando información, mandando emails... Incluso esos momentos informales de aparente ocio nocturno, como suelen ser las inauguraciones de exposiciones, fiestas en locales de moda con ambientillo artístico, festivales contemporáneos de todo tipo y demás actividades del mundo cultural, en realidad no son más que tapaderas de obligada asistencia para que cada uno pueda montarse su trama personal. Hay que tejer una densa malla de relaciones laborales y personales, conocer a todo el mundo, ver y dejarse ver, entablar conversaciones que bordan el intento de enchufismo, tomarse unas copas con el gestor cultural pertinente para sacarle una exposi57


ción, y por supuesto, ser el más cool e interesante del momento. En fin, competir y sacar a relucir el superego para conseguir posicionarse dentro de un mercado, el del arte, que siempre ha estado rodeado de un aura de vanidad, codicia y falsa moral. No es mi estilo, pero de alguna forma me tengo que integrar. Es, en tener que mantener el delicado equilibrio entre poner el culo sin perder tu propia dignidad como persona, en dónde mejor se aprecia la cara grotesca de la industria cultural. Quería huír también de todo esto, descontaminarme unos meses de tanta modernez superficial y conceptualismo plástico. Necesitaba trabajar de nuevo una temporada entre rudos Helmuts y sudoros Igors, que no entendiesen de la Antropología de la superrealidad de Marc Augé, ni de los Color Field Paintings de Barnett Newman o Frank Stella, sino de cómo reventar paredes con una Hilti TE 1500-AVR o cómo inyectar resinas superfluidas con una Wiwa 2K-25015 en cimientos de hormigón armado. Mucho me temo que también en esta huída, los recuerdos de mi pasado más creativo me perseguirán diariamente. Tendré pesadillas con tubos de neón y peces abisales persiguéndome en paisajes de colores fluorescentes, alienígenas de gominola conduciendo coches siniestrados en pequeños asteroides color rosa chicle sobre fondo mostaza... Me vendrá a visitar el Mono y seguramente me in58


citará a coger la 1500-AVR como lápiz para dibujar sobre fachadas, para ponerme después a mezclar resinas y hormigones en retorcidas esculturas, o apilaré escombros para alguna instalación postmaterialista y rebelde a pie de obra. Pero mientras tanto, seré buen chico. Acabaré el dossier para Canadá, los preparativos para La Regenta y sonreiré -eso sí, cínicamente- desde una de las satinadas páginas de la Highlife a sus 2,8 millones de lectores, mundialmente. Si, Vuelvo a estar en el Business as usual, y lo seguiré estando, por mucho tiempo.

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El camino hacia el Ahorn Sportpark. El camino hacia el Ahorn Sportpark, de noche. 60


Día 9: Nixdorf vs Sertürner ¡Hoy es sábado! Se me ocurren varios planes de cómo pasar el día (y la noche). Ante todo, quería empezar a hacer deporte en serio. Para ello tenía la pista cubierta de atletismo en del Ahorn Sportpark, un moderno y amplio complejo deportivo construido y mantenido gratuitamente por el dinero del difunto Heinz Nixdorf, posiblemente el paderborniano más conocido por haber creado uno de los imperios informáticos más potentes del país. Tras su fusión con Siemens, había alcanzado ser la segunda empresa del sector en importancia, solamente superada por la todopoderosa IBM. Luego, la empresa matríz se desmembranó en varias compañías más pequeñas. Aún hoy en día, muchos cajeros automáticos, cajas registradoras, ordenadores y equipamiento médico siguen luciendo el logotipo de Siemens-Nixdorf. No discuto que este señor haya hecho cosas importantes en la vida y para su ciudad, pero yo personalmente le daría el título del ciudadano más ilustre a otro paderborniano, trágicamente desconocido y relegado a las cloacas de la historia por su descubrimiento: Friedrich Sertürner, el padre de la morfina. Hace ya bastantes años que incluso quitaron la placa conmemorativa de la pared del edificio en donde se encontraba antaño su botica. Allí rezaba: “En esta botica Friedrich Sertürner descubrió la morfina. En Paderborn, anno 1803”. 61


Este opiáceo lo bautizó así en honor a Morfeo, el dios griego de los sueños (morphê, forma). Morfeo se encargaba de inducir los sueños de quienes dormían y de adoptar una apariencia humana para aparecer en ellos, especialmente la de los seres queridos. Fue fulminado con un rayo por Zeus como castigo por haber revelado los secretos del Olympo a los mortales a través de sus sueños. De alguna forma, quizás esto pueda explicar la extraña e inconsciente atracción que sufro hacia esta adormilada y ensoñadora ciudad. Al fin y al cabo, la morfina es una sustancia antagónica a la feniletilamina que fluye por mi cuerpo, y hasta ahora solo Paderborn ha sido capaz de revertir sus efectos. Decidí dejar lo de ir a correr al pabellón cubierto para más tarde y aprovechar el poco tiempo que quedaba de luz diurna para visitar a algunos amigos en el centro. Primero pasé por la tienda de Ralf, Slider, el Skateboard & Snowboard-Shop más veterano de la región. Llevo ya 25 años patinando, mi primer monopatín fue un Tony Wako -la imitación china y cutre del Tony Hawk- y desde entonces siempre he mantenido un estrecho contacto con la escena skater en las ciudades dónde he vivido. Es, como una especie de hermandad indisoluble con quienes pese al paso del tiempo, han quedado de alguna u otra forma, enganchados a este estilo de vida. 62


En el Slider, efectivamente, encontré a algunos viejos conocidos. En verano, el patio interior está abierto, la gente se sienta en las mesas de picnic, bebe, charla, incluso a veces se hacen barbacoas. Hoy estábamos a -2º C y la verdad es que no apetecía abrir la puerta del patio ni un milímetro. Me acuerdo de los tours que hacíamos antaño hacia los skateparks cubiertos de la región, a veces alquilábamos una guagua entre 40 personas, patinábamos todo el día y volvíamos por la noche. Las nuevas generaciones ya no lo viven tanto. Estuve hablando con Ralf de ello hace poco. El skateboard se ha convertido poco a poco y desde mediados de los noventa en una masa uniforme, regularizada, carente de la individualidad, frescura y alegría que había caracterizado a sus inicios. Por desgracia, es un mal irremediable, estrés por envejecimiento, que afecta a todo un estilo de vida. Las nuevas generaciones nunca sentirán lo que hemos sentido nosotros. La actual resurección de los nostálgicos no se produce sin causa, es una revolución en contra de una industria cegada por los márgenes de beneficio y cotas de mercado, que ha hecho evolucionar al skate hacia un número circense. Como ya sucedió una vez a mediados de los 90, culminando con la práctica extinción del skate como deporte, es la propia industria quien lo está llevando al suicidio. Por lo que a mi respecta, la industria se puede ir de nuevo al garete, el skate siempre permanecerá en mi corazón, y nunca, nunca se atreverá a romperlo. 63


A las cinco ya era de noche. Pasé rápidamente por casa de un amigo, también skater, para saludarle. Hice una pequeña compra en el supermercado, y me fuí a casa a prepararme para salir a hacer deporte. Decidí recorrer los seis kilómetros que me separaban del Ahorn Sportpark caminando. Estábamos a -4º C y nevaba ligeramente. Debajo de un grueso manto compuesto de mi chaqueta de cuero, dos pullovers, una camisa de franela tipo leñador y una camiseta de manga larga, llevaba la camiseta térmica que iba a utilizar para correr. Bajo los vaqueros tenía puesto el pantalón corto para el mismo fin, mientras que las zapatillas las portaba en el bolso de hombro. Dentro, guardaba también el Ipad que me iba a proporcionar la banda sonora de mi recorrido a pie por la ciudad, el extrarradio y el pequeño sendero por el bosque que conducía al pabellón. Llegué a las siete menos cuarto a la puerta de entrada. Me extrañó que hubiesen tan pocos coches en el aparcamiento. No miré en internet los horarios, los leí en el vinilo rotulado al cristal de la puerta: Öffnungszeiten Ahorn Sportpark Mo-Fr: 9:00 h. - 22:00 h. Sa. und So.: 10:00 h. - 19:00 h. ¡Mierda!, cerraba en 10 minutos. Me di media vuelta y emprendí el mismo camino de regreso a casa. Nevaba intensamente, las pisadas se hundían profundamente en la nieve en polvo, sentía frío. 64


Nada más llegar, me hice una sopa china instantánea para entrar en calor. Tiritaba. La mujer de Ralf me puso sobre la mesa el borrador del primer capítulo del libro infantil que estaba escribiendo. No le presté mayor atención y lo guardé con los otros documentos que tenía sobre la mesa para leerlo más tarde. Seguí cenando una ensalada, pan negro con un variado surtido de embutidos típicos alemanes y un kiwi de postre. Ayer había hecho planes para salir. Pensé que sería bueno relajarme y socializarme un rato tras haber hecho deporte. Algo así como compartir primero una tarde matemática y deportiva con el noble y sereno espíritu del señor Nixdorf, para luego dejarme llevar por el fantasma del señor Seetürner, en una escapada nocturna a través de los alucinógenos y nebulosos mundos del lado más salvaje de Paderborn. Para ello había quedado más tarde con unos colegas en el Sappho, el pub más mítico de la ciudád. Se puede describir con bastante acierto como una especie de mezcla entre el Haring y el Blues Bar de La Laguna. Un antro de los de siempre, vamos. Pero como el espíritu del señor Nixdorf tiene la sana costumbre de retirarse pronto los fines de semana, posiblemente ahuyentado al caer la noche por el parrandero espectro del señor Seetürner y sus colegas, decidí irme a acostar temprano, correr mañana domingo con el señor Nixdorf, y no salir esta noche con ningún fantasma. 65


La pista nevada del Ahorn Sportpark. 66


Día 10: Entrenamiento

Estaba sentado en la mesa del comedor. Eran las once de la mañana de mi segundo domingo en Paderborn, y hoy por fin pude tomar el primer desayuno conjunto con mi familia de acogida. Desayuné ligero, no quería tardar mucho en hacer la digestión. Tras el intento frustrado de ayer, hoy sí quería empezar a correr en la pista cubierta del señor Nixdorf. Me empaqueté adecuadamente para otra caminata invernal hacia el complejo deportivo y una hora más tarde ya me estaba quitando la nieve y desempaquetando frente a las taquillas. Subí a la pista. En mi mejores tiempos, en 1997, antes de viajar por primera vez a Paderborn, necesitaba menos de media hora para recorrer 10 Km lisos. La última vez que corrí 10.000 metros cronometrados fue a finales de octubre, en Berlín, y tardé unos 44 minutos en completar las 25 vueltas a la pista del Friedrich Ludwig Jahn Stadion. Seguí corriendo casi diariamente en Tenerife, sobre el suelo de tierra del Parque La Granja, pero a las pocas semanas empezaron los primeros síntomas de insomnio y contracciones intestinales, y tuve que parar. Entre recaida y recaida, me dedicaba a beber bastante, lo cual aceleró aun más mi desmoronamiento físico y mental. Sucedieron una serie de acontecimientos que me precipitaron aún más al caos, mi sistema inmuno67


lógico cedía ante cualquier pequeño virus o bacteria. Estaba consumiéndome, notaba que día a día me estaba yendo un poco más. Como desahogo, metí toda la fuerza que me quedaba en la producción los tres proyectos artísticos que tenía pendientes. Estuve a punto de tirar la toalla durante el último, en fin de año. Ahora necesitaba ganar por cada semana de recuperación, un kilo de los músculos y tejidos perdidos durante los dos meses que mi cuerpo se destrozó en Tenerife. Volverlo a reconstruir en un tiempo similar me iba a costar muchísimo esfuerzo y sudor. Conseguirlo, era casi un milagro. Puse en marcha el cronómetro y empecé a correr sobre el suelo de tartán rojo con un ritmo tranquilo. La pista estaba bastante abarrotada de deportistas de todas las edades, algo por otro lado normal, en un fin de semana de invierno. Se trataba de una estructura colgante, suspendida sobre columnas encima de las canchas de minibasket y volleyball del primer piso. Me recordaba un poco a las vías en alto de los tramos en superficie del metro de Berlín, suspendidas también sobre gruesas columnas de hormigón que bordeaban los canales del río Spree. Sabía que mi corazón y mi sistema pulmonar no tendrían la menor dificultad en aguantar la carrera. De lo que ya no estaba tan seguro era de la capacidad de aguante de mis músculos y mi hígado, éstos ya sí severamente dañados por la desnutrición y el abuso 68


del alcohol. Al notar en los primeros dos kilómetros que mi cuerpo seguía respondiendo perfectamente, decidí aumentar un poco la velocidad. En realidad iba incluso un pelín más rápido que la mayoría de las personas que estaban en la pista. Algo por otra parte comprensible, al ser el domingo el día preferido por amas de casa, jubilados y pacientes en rehabilitación para ponerse el chándal y darse unas vueltas. Me seguí viendo bien a los cinco kilómetros, y decidí ir a por los diez. Mientras tanto, se había metido en la pista un tipo con una pinta de semiprofesional. Estaba corriendo a unos tres minutos por kilómetro -yo estaba tardando el doble- mientras esquivaba a la maraña de marujas, prepubertarios y viejunos que se le cruzaban por delante. Salió de la pista jadeando a los 15 minutos, corrió 5000 metros, mi distancia favorita. Me seguí sintiendo bien hasta el final, de forma que decidí apretar el acelerador a fondo en el último kilómetro. Paré el cronómetro en 00:55:34, posiblemente mi peor tiempo hasta la fecha, pero una maravillosa marca tras haber renacido.

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El cuarto de los juguetes, en el s贸tano. 70


Día 11: Agujetas y fantasmas Como era de esperar, al día siguiente vinieron unas horribles agujetas. Me levanté entre quejidos sobre las once de la mañana. Mi pulso estaba tranquilo, a menos de 60, pero en mi cabeza seguían rondando los fantasmas y Monstruos del pasado. Me perseguían y observaban en cuanto apagaba las luces y cerraba los ojos en el sofá-cama. Intentaba pensar en otras cosas, en lo que había pasado durante el día y lo que me esperaba mañana. Lo intenté con contar ovejas o imaginarme cantando canciones de cuna, pero siempre lograba colarse alguna imagen de las que tenían prohibida la entrada en mi mente, y me aguaba la nana. Mis movimientos eran lentos, notaba las piernas inflamadas por el gran número de microroturas en las fibras musculares tras el entrenamiento de ayer. Podría haberme evitado el dolor si hubiese comenzado más tranquilo para ir aumentando gradualmente, día a día, la distancia y el rítmo de las carreras. Puede que para algunas cosas sea un bruto, o puede también que inconscientemente estuviese buscando la sustitución de un dolor por otro para seguir manteniendo el mismo nivel de opiáceos corporales. Lo cierto, es que esta mañana me encontraba embriagado en el país de la mialgia. El idioma alemán define muy bien con una sola palabra lo que son las agujetas: Muskelkater (Resaca muscular). 71


Más tarde, probé llamar a mi futuro jefe en Berlín. Uno de los comerciales me cogió la llamada y me respondió que se encontraba fuera de la oficina, pero que si quería, le podría dejar un recado. Así lo hice. Esta semana tenía que solucionar el tema del contrato laboral y todo lo relacionado con el trabajo. Mañana lo intentaré de nuevo. Como las agujetas me tenían sedadas principalmente las piernas, decidí comenzar hoy los ejercicios complementarios para la espalda, brazos, pecho y abdominales. Cogí el edredón de colchoneta, calenté haciendo estiramientos y empecé a hacer flexiones. Pude hacer 8 seguidas. Lo intenté con ejercicios de abdominales. Conseguí realizar 6 hasta parar. Mi meta era conseguir hacer diariamente 500 de cada, en series de 50 o 100 repeticiones. Todavía me quedaba un largo y sufrido camino. Tras algo más de veinte minutos intentando hacer algunas más, acabé con el cuerpo plagado de calambres musculares. No podía ni tan siquiera levantarme del suelo. Tumbado, podía presagiar todas las zonas en las que me iban a dar las nuevas agujetas. Ahora sí, lo tenía todo roto. Aproveché para tumbarme en el sofá-cama, ponerme encima el edredón y leerme los siete folios del cuento infantil que había empezado a escribir la mujer de Ralf. Hasta entonces no había tenido tiempo de echarles ningún vistazo. En las primeras pági72


nas se describía a los personajes: trataba de una típica familia alemana que vivía en una pequeña casita con jardín y solían pasar sus vacaciones en las Islas Canarias. Estaba claro que ellos mismos eran quienes protagonizaban la historia, aunque con un invitado muy especial: Dschibby, el duende de la casa. Un buen día, los niños encontraron en el sótano la botella en la cual estuvo encerrado, y lo liberaron por accidente... Es curioso, yo también empecé a escribir al mismo tiempo que ella, aunque el tipo de texto y los motivos fuesen bastante diferentes. Había otras coincidencias; mi historia empieza con la misma familia, la misma casa, incluso en el mismo sótano del cuento. Y también yo tenía mis fantasmas. Como esta madrugada, por ejemplo. Aparecían allí, en el sótano, en cuanto apagaba las luces y cerraba los ojos. No, no era Dschibby y sus amigos. Eran otro tipo de fantasmas los que esperaban la caída de la noche para poder pasearse a su antojo por las grandes avenidas y amplios parques de mi mente, eran mis Monstruos.

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Neumรกticos abandonados en campo nevado. 74


Día 12: Noticias de Berlín Me levanté un poco antes para asegurarme de encontrar a mi futuro jefe todavía en su despacho. Esta vez tuve más suerte, eseguida me cogió el teléfono: — “Hola Gregor, ¿Qué tal?. Mira, te llamaba para decirte que ya he vuelto a Alemania, un poco antes de lo previsto, eso sí. ¿Cómo estás de curro en la empresa, necesitas refuerzo?” — “Hola Oliver, ¡Me alegro de volver a oirte, bienvenido al frío! (risas). Pues por mi puedes empezar desde mediados de febrero, que volveremos a estar a tope, ¿cuánto tiempo vas a quedarte?” — “Mediados de febrero me viene muy bien, mejor que a principios, así tengo un tiempo adicional para preparame. Pensaba quedarme entre cuatro y seis meses en Alemania, si te viene bien” — “Pues claro, le comento ahora a administración que vas a empezar a trabajar con nosotros para que vayan adelantando el papeleo y al jefe de obra para que te planifique durante los próximos meses, ¿sigues prefiriendo los trabajos más duros?” — “Estupendo, me alegra mucho que todo vaya sobre ruedas. Si, por favor, estaré encantado de volver a abrir zanjas, perforar paredes, arrancar 75


losetas, derribar muros, despedazar techos, tirar vigas, convertir suelos en picadillo... Y si tengo que trabajar en lugares infectados por mohos tóxicos con el traje de protección integral puesto, incluso mejor. ¡Cuenta conmigo!” — “Bien, pues le paso el OK a los departamentos corresponientes para que se pongan en contacto contigo, y llámame de nuevo cuando estés en Berlín. ¡Un abrazo!” — “Gracias Gregor, así lo haré, ¡Otro abrazo!” Bien; a mediados de febrero entonces. Ya tenía la confirmación del trabajo y la fecha aproximada de inicio. Si tuviese que empezar a principios de febrero, me hubiese tenido que ir lo antes posible a Berlín, quizás incluso en las próximas 48 horas para poder prepararlo todo. Tenía mi habitación subalquilada hasta finales de enero al amigo de un amigo de un compañero de piso, por lo que además tendría que quedarme hasta final de mes en casa de algún colega en la capital. Berlín está ahora mismo totalmente saturada de una marabunta de personas que quieren vivir allí. Cada vez que hay un piso libre medianamente económico (700 € al mes) o una habitación (300 € al mes), hay colas de hasta 80 personas en el día de la visita. Si no se tienen buenos contactos, se suele tardar meses en conseguir algo en cualquiera de los barrios centrales o periféricos de esta ciudad mundial de 3,4 millones de habitantes. De hecho, el 76


chico que ahora vive en mi cuarto lleva casi un año mudándose de piso en piso. A veces tiene suerte, como ahora, y puede quedarse por unos meses en un piso compartido, en otras ocasiones solo consigue una habitación por unas pocas semanas, Berlín lo ha convertido en un nómada urbano. Posiblemente es la ciudad en la que viven más artístas por kilómetro cuadrado. Es como si todos los estudiantes de Bellas Artes, diseñadores gráficos y de moda, fotógrafos, ilustradores, decoradores, músicos, escritores, arquitectos, escultores, pintores, galeristas, restauradores, cineastas, actores, programadores, cabaretistas, transformistas, figurantes y demás personas con aptitudes y ambiciones creativas de, como mínimo, este planeta, hubiesen decidido al unísono trasladarse y venir a Berlín. En realidad, la idea de estar rodeado todo el rato de gente cool que se creen más cool aún por vivir en la metrópoli europea del arte, es francamente horrible. Menos mal que tengo un curro en la construcción para distanciarme un poco de tanta coolnes. Hasta ahora, cuando estuve trabajando en Paderborn, lo más importante que pude destruir, ha sido el sótano de un palacete del S XVII declarado monumento nacional. A través de las paredes se filtraba el agua cuando llovía, llegando a inundar parcialmente el suelo y por consiguiente, poniendo en peligro la delicada colección de documentos que se conservaban en aquel lugar. La empresa para la que 77


trabajo tiene varios sistemas patentados y materiales especiales para impermeabilizar totalmente cualquier espacio. Pero previamente, hay que derribar todo material añadido a las estructuras básicas del edificio. Ahí es cuando entro yo y el brutal martillo demoledor Hilti TE 1500-AVR. Berlín me iba a ofrecer seguramente más edificaciones interesantes que Paderborn para poderle dar un buen uso. Fábricas y naves industriales de todo tipo, edificios históricos desde el renacimiento hasta el postmodernismo, grandes catedrales, bloques de apartamentos kilométricos de pura arquitectura soviética, instalaciones subterráneas militares, sótanos de sedes de multinacionales, embajadas, organismos internacionales, bancos, museos, rascacielos, aeropuertos, centrales nucleares... miles de posibilidades para una destrucción parcial, legal y bien remunerada de algunas de las grandes obras arquitectónicas centroeuropeas. Si, tenía ganas de irme, pero también necesitaba aprovechar al menos una semana más el resguardo que me brindaba mi actual refugio en casa de Ralf. Tenía que continuar con mi entrenamiento hasta poder alcanzar una forma física y mental lo suficientemente fuerte para resistir la sinfonía de la gran ciudad. Berlín era el paso previo necesario, la prueba de fuego para la armadura que me estaba forjando, destinada a servirme en mi futura vuelta a Tenerife.

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Busqué en internet y encontré una oferta para irme en ICE, el tren de alta velocidad, el 24 de enero. La compré sin dudar. Me quedaban 8 días de estancia en la pequeña pero encantadora ciudad de Paderborn hasta ser catapultado hacia la jungla de asfalto germana, con sus 3,4 millones de gente cool, los nómadas urbanos y tropecientas gigatoneladas de ladrillos, hormigón y pasado histórico que demoler.

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El camino hacia el Ahorn Sportpark, nevado. 80


Día 13: A todas mis ex Tuve una noche diferente a todas las demás, con sueños que nunca antes he tenido. Fue, como la primera noche que vine aquí, tras la huida, solo que no eran pesadillas esta vez lo que soñé, sino encuentros individuales con prácticamente todas las chicas con las que tuve algo, desde un furtivo beso hasta una relación de años. Cuando terminaba un sueño, me despertaba, tardaba un buen rato hasta poder dormirme de nuevo y entrar en la siguiente fantasía creada por mi mente, un nuevo encuentro con una amistad del pasado. Solo una de estas reuniones acabó en pasión y sexo. Normalmente nos encontrábamos en algún escenario fantástico, en el que nunca antes habíamos estado, hablábamos de los viejos tiempos, de como nos ha ido desde entonces, del presente... Aunque algunas no las veía desde hace muchos años, mi cerebro proyectaba una imagen con su edad actual. Las prestaciones del mayor órgano del sistema nerviosos central, son realmente asombrosas: puede generar mundos paralelos casi más reales que la propia realidad, es capaz de crear y modificar personajes a partir de unas simples imágenes o lejanos recuerdos, dotándolos de una aparente conciencia propia que permite interactuar con ellos, y finalmente, tiene el increible poder de estructurar todo ello en una calculadísima dramaturgia con decenas de actos interconectados hasta llegar a la gran apoteosis final justo antes del despertar. 81


Desde niño he podido entrar en mis sueños manteniendo la plena consciencia, lo que se suele llamar tener sueños lúcidos. Cuando sueño, se que en realidad estoy acostado en mi cuarto y todo lo que veo, oigo, huelo, como o toco, es una simulación virtual generada por mi cerebro. Es, como entrar en Matrix todas las noches. Fue divertido muchos años, simplemente dejándome llevar por las aventuras que producía mi imaginación nocturna, a sabiendas de que nada me podía hacer daño, porque nada era real. Pero una noche decidí empezar a indagar sobre el origen y función de los sueños. Paré a la primera persona con la que me tropecé en una calle onírica: — “¡Hey, Tú!” — “¿Quién, yo?” — “Si, Tú. Mírame a los ojos y contesta: Si yo soy yo, y yo estoy en mi sueño, ¿Quién coño eres Tú?

(Silencio)

— “¿Sabes que existe la realidad? ¿Que yo vivo en ella y Tú en un mundo de fantasía? ¿Sabes que tu día comienza en cuanto yo empiezo a soñar y termina cuando despierte, al igual que el mío empieza cuando me despierto y termina cuando me acuesto? ¿Sabes que ahora mismo estoy acostado en mi cama, que este sol que luce es mentira, porque en verdad es de noche?

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(Silencio)

— “¡Hey Tú, responde! ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿A dónde vas? ¡Contésta!”

(Silencio)

— “¡No dejes de mirarme a la cara, mírame! ¿Has visto alguna vez la realidad con tus propios ojos? Ven, te la voy a enseñar. Sé que me puedes leer la mente, porque Tú y yo somos el mismo ser. Mírame, he podido pasar recuerdos de contrabando sobre la frontera del estado de vigilia. Mira, son imágenes de la realidad. Este soy yo, esta mañana, desayunando. ¿Me ves? ¿Dónde estabas Tú esta mañana? ¿Estabas soñando también? ¿Con qué sueña un sueño? ¡Contéstame! ¡Por favor, contéstame! ¡Tú, contéstame...!”

(Silencio)

El viandante de mis sueños escogido al azar había permanecido quieto durante todo el tiempo, a un paso de quedarse petrificado sobre la acera. Nos mirábamos a los ojos. En algún momento, los suyos comenzaron a llorar. El paisaje detrás nuestro empezaba a desintegrarse, aleatoriamente desaparecían elementos, otros se iban quedando transparentes. Finalmente, mi interlocutor anónimo cerró los ojos, y al cerrarlos, yo los volví a abrir. Estaba acostado en mi cama, la oscuridad era total. Aquella noche, ya no pude volver a dormir, ni a soñar. 83


¿Tenía Ovidio razón y llevamos todos nosotros un Morfeo dentro que, aterrorizado por el castigo divino, se niega a revelarnos sus secretos? Sea lo que sea, esa noche sucedió algo que me alteró el sueño para siempre: mi Ello (el inconsciente) se despertó, y cobró conciencia propia. A partir de entonces, ya no pude hacer todo lo que quisiese en mis sueños. Mi Yo y mi Ello éramos ahora como dos hermanos pequeños encerrados en el cuarto de los juguetes, cada uno queriendo jugar a otra cosa, pero con los mismos muñecos. Nos íbamos a llevar fatal durante el resto de nuestra existencia. Por esta razón desde entonces casi nunca he tenido, por ejemplo, sueños eróticos. Mi Ello simplemente ya no se imaginaba verse travestido, abriéndose de patas con su coño inventado, y que mi Yo se la metiese. El sexo entre nosostros dos, se había convertido en incesto. En mis sueños solo follaban los demás, eran las grandes masturbaciones que de vez en cuando se hacía mi Ello. Cada uno de nosotros, estaba condenado a vivir su propia sexualidad de forma independiente. Mi Ello lo tenía fácil dentro de su mundo onírico, podía inventarse lo que quería, pero nunca, nunca jamás podría conseguir que una chica real le hiciese compañía. Siempre que yo estaba con alguien, mi Ello se moría de celos y se negaba rotundamente a representar en sueños una copia de la chica con la que estuviese saliendo.

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Con más razón me sorprendió que mi Ello me obsequiase súbitamente con sueños de un detallado repaso de todas aquellas personas con las cuales he intercambiado cariño. Sinceramente, a algunas casi ya ni las recordaba. De otras, en cambio, si me suelo acordar de vez en cuando. Perdí perdón a aquellas a las que le hice en algún momento daño, nunca fue mi intención. Ser un ser humano es, a veces, muy complicado*. Algunos sueños fueron demasiado cortos, otros en cambio, estaban ambientados dentro de extensas escenas en películas de acción o tranquilos días de sol y playa. Todo era muy surrealista, nada concordaba con la realidad, excepto las protagonistas. En mis sueños siempre conservo el poder de poder interrumpirlos. Si no me gustan, los paro o cambio al siguiente, como en un reproductor de mp3. ¿Porqué no lo hice? Posiblemente por la misma razón que dejé sonar el Nothing compares to you en aquel paseo por el cementerio: me vino de nuevo a visitar el Mono. El Mono es muy inteligente, esta vez ha cambiado totalmente de estrategia. El Mono es uno de los pocos instrumentos de los que dispone el Ello para interactuar conmigo en la realidad. El Mono me incita a hacer determinadas cosas. El Mono tiene la llave de varios procesos neurotransmisores y no se corta en drogarme para poder manipularme mejor. * Cita de Nebras Turdidae (Glasherz)

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El Mono puede actuar solo o venir acompañado de su panda de amigos: los Monstruos, un variado grupo de emociones perturbadoras que me intentan apartar de hacer una vida normal con métodos nada ortodoxos. Esos Monstruos son los que me hicieron huír y me continúan persiguiendo. La nueva estrategia parecía consistir en encaramelarme, haciendo en sueños un homenaje a todas mis ex, algo que yo, con toda seguridad, no iba a poder rechazar. Lo que no sabía, era que toda esa parafernalia estaba destinada a llevarme única y exclusivamente hacia un showdown que con toda probabilidad, tampoco iba a poder olvidar: mi Ello me iba a llevar a encontrarme de nuevo con Ella. Sucedió en el último sueño. Aparecí caminando de noche en Santa Cruz de Tenerife, en dirección a los bares. Había vuelto a la Isla después de estar varios meses en Alemania. Por allí estaban muchos amigos, tomándose algo. Hacía calor. La música salía de las puertas entreabiertas de los locales y se mezclaba con el bullicio de las conversaciones, risas y gritos de las personas sentadas en las terrazas o formando corrillos en medio de la calle. Estuve un rato saludando mientras me movía lentamente en dirección a la puerta. Claro que sabía que todo esto era un sueño. Seguí andando, no le prestaba mucha atención a las copias mentales de mis amigos. Sabía quien iba a estar sentada en la primera mesa frente a la puerta. Ella era la única que faltaba 86


por aparecer en mis sueños. Me abrí paso, y allí la ví, fumando, rodeada de su grupo de amigos. Estaba muy guapa, como siempre. Me quedé a una distancia prudente, no sabía si saludarla o no. Ella me miró, y nuestros ojos se quedaron pegados por unos pocos segundos. Pude ver un brillo dentro, como ese pequeño resplandor que aparece justo antes de formarse una lágrima. No estaba seguro si realmente provenía de los suyos, o si solo era el casual reflejo de una farola en los míos, a punto de dejar caer la primera gota. Arrancó su mirada de la mía y siguió conversando con uno de sus amigos como si yo no existiese. Oí mi lágrima estallar en el suelo. Decidí hacer lo mismo, me giré hacia un amigo y me empezó a hablar. Fingía escuchar, pero de reojo siempre trataba de volver a mirarla. Durante los siguientes tres minutos, nuestras pupilas se cruzaron varias veces más en esporádicas miradas, hasta que noté que el sueño se desvanecía. Antes de que la calle se desintegrase del todo, me giré de nuevo buscando su mirada y comprobar quien era el propietario de aquel pequeño resplandor. Me miró. Vi un destello desenfocado durante la suave transición de la calle de los bares hacia el techo de mi cuarto. Me desperté en la realidad con los ojos bien abiertos. Una lágrima rodaba ya en dirección a la almohada.

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Invierno en Paderborn. 88


Día 14: Problemas técnicos Comprobado: los Ipads no resisten más de una hora funcionando a temperaturas de -8ºC. Y menos si tienen el cristal fracturado. El mío, por lo menos, parecía que había muerto. No quise perder la esperanza y lo llevé a la tienda de manitas turcos que uno de los dependientes de la tienda de Ralf me había recomendado. Me dijeron que me pasase la próxima semana, que ya me dirían algo. Por lo menos, sabía que no había perdido ningún dato. Después de más de veinte años trabajando con ordenadores, me he acostumbrado a hacer las copias de seguridad regularmente y por triplicado. Al parecer las bajas temperaturas no le sientan bien a ningún cacharro con circuitos integrados. Mi pequeña µ-mini, mi fiel cámara compacta digital, también estaba a punto de pasar a mejor vida. Seguía funcionando, eso sí, pero su batería apenas aguantaba seis disparos sin flash antes de agotarse. Me traje otra cámara, pero analógica, una Canon T-90 con un 50mm f1,4. No sabía todavía para qué, pero tenía el presentimiento de que me iba a servir para algo. Por desgracia su electrónica es muy sensible a las bajas temperaturas y si la usaba en estas condiciones, seguramente también me la iba a cargar. Debería de haberme llevado la F-1, una cámara tan mecánica, que no necesitaba ni siquiera baterías. 89


Estaba sacando fotos en digital de los lugares en dónde estaba pasando la mayor parte del tiempo en Alemania. Huellas de paso, objetos inertes en ausencia de cualquier ser humano, aunque llenos de historias si se logra interpretar su significado. Los colores de Alemania en invierno solo son dos: el blanco y el negro. Desaparecen los azules del cielo y de los ríos, los amarillos y verdes de sus campos y jardines, los rojos, rosados, violetas y marrones del mobiliano urbano, coches y comercios. No hay razón para retratar en color algo que no lo tiene. Aquí mis fotos serán puro blanco y negro. Hoy me estaba recuperando de nuevo de los ejercicios de entrenamiento de ayer. Corrí diez kilómetros en 00:51:34. En esta primera semana de ejercicios voy a entrenar un día a tope y descansar el siguiente. Creo que será suficiente para adoctrinar a las fibras musculares para que soporten este nivel de esfuerzo sin romperse demasiado. Sigo jugándomela en el límite. Un desgarro muscular en estos momentos críticos me inutilizaría por lo menos una semana y sería catastrófico para conseguir reponerme totalmente hasta mediados de febrero. Siento también fuertes agujetas en toda la región del abdomen y vértebras lumbares. No noto cambios en mi físico cuando me miro al espejo. Después de llevar 14 días en Paderborn peso 61,7 Kg, 2,2 Kg más de lo que pesé al principio. Me quedan algo más de tres semanas hasta empezar a trabajar. Demasiado poco. 90


Al mediodía llegó un email de la administración de la empresa de mi futuro trabajo. Me recomendaban trabajar a tiempo flexible los 50 días libres de impuestos a los que tenía derecho como estudiante y, más adelante, ofrecerme un contrato regular. Solo necesitaba que lo confirmase con Gregor, los papeles ya estaban listos para firmar. No me pareció mala idea. Me iban a pagar 11,7 € limpios por cada hora trabajada. Dos Euros menos que en Paderborn, pero seguía siendo un bien sueldo. La jornada laboral era de diez horas diarias, multiplicada por cincuenta días, salía como resultado una cantidad nada despreciable de dinero, ese medio de intercambio de valores que tanto detestaba pero sin el cual tampoco podía subsistir. Además, podría elegir los días que quería trabajar y seguir adelante con todos mis proyectos artísticos. Me gustó la oferta, ¡la cojo!

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Huellas en la nieve. 92


Día 15: El atractor de Lorenz Para hoy habían anunciado una gran tormenta helada, decían que iban a caér hasta 20 cm. de nieve en los valles, y bastante más en las montañas. ¡Estupendo para los que vayan a hacer snowboard en este fin de semana!, pensé. Pero para mí, que hoy tenía previsto ir caminando hacia el estadio de atletismo, no me venía para nada bien. A media mañana me empaqueté en mis cinco o seis capas de ropa, y me dispuse a salir a la calle. Era la primera caminata larga sin el Ipad, y como no tengo otro reproductor de música con el cual entretenerme en mis paseos, no me quedó más remedio que conformarme con escuchar los sonidos de la tormenta. Nada más abrir la puerta, una ráfaga de copos desbocados me dio la bienvenida lanzándose contra mi cara. Apenas se veía unos metros, parecía que estaba perdido, vagando por el círculo polar ártico. Seguí caminando varios kilómetros más con la cabeza agachada debajo de la ducha de hielo que le estaba devolviendo a esta ciudad su ancestral aspecto medieval. A veces, levantaba la mirada para observar el espectáculo de danza contemporánea que estaban ofreciendo las masas de nieve en suspensión: unos copos volaban en círculos formando remolinos, otros serpenteaban en zig-zag o sobrevolaban mi cabeza como una nube de miles de mariposas blancas. 93


Observaba en el suelo las pisadas en la nieve de otras personas, las suelas de botas, de zapatillas de diferentes marcas, los rastros caninos y de otros animales que tan anárquicamente parecían entremezclarse con las huellas de los neumáticos de biciletas y automóviles grabadas sobre los diferentes tipos de firmes que iba atravesando en mi camino. Me interesaban por su geometría abstracta, por los detallados registros impresos en el interior de este efímero soporte. Me llamaba la atención las oquedades prensadas a través de las sucesivas capas de nieve, volviendo a dejar al descubierto la materialidad terrenal escondida bajo el gran manto blanco. Por allí abajo se asomaban pequeños trozos de hierba, asfalto, tierra... Todos estaban siendo ahora nuevamente sepultados por billones de copos de nieve, a momentos impactando furiosos contra el suelo. Pensaba. Pensar siempre ha sido una de mis actividades favoritas. Revivía días o situaciones pasadas para analizarlas con detenimiento, sacar conclusiones y barajar las alternativas, jugando a recorrer sus hipotéticos caminos. Pensaba particularmente sobre el futuro, en todos los posibles senderos que se bifurcan desde el presente, tan desordenados y cada uno de ellos señalando hacia una dirección diferente. Trataba de pasear por todos mentalmente, predecir lo que me iría encontrando en sus caóticas sendas, imaginar a largo plazo las alteraciones que traería de sí cualquier pequeña variación de la ruta inicial, determinar los cambios introducidos por el azar. 94


Pero sobre todo, disfrutaba el poder pensar de nuevo en todas esas pequeñas y grandes cosas de la vida diaria sin ser eclipsado por la omnipresencia de un recuerdo que se me había incrustado en la mente como una cria de Alien. Hoy quería correr en la pista cubierta los diez kilómetros en menos de 50 minutos. De nuevo, intentaba forzar mi cuerpo, procurando no romperlo. Pude mantener el ritmo requerido -menos de cinco minutos por kilómetro- sin demasiada dificultad, incluso acelerar en el último lo suficiente como para dejar el cronómetro en 00:49:29, aunque llegando a la meta bajo el fuerte dolor de los pinchazos que sentía en el hígado. Después de los estiramientos de rigor y un corto descanso, emprendí el regreso a casa. La tormenta había amainado ligeramente tras cubrir la totalidad de las huellas. Seguí observando y pensando en el camino de retorno. Buscaba una idea, una señal en clave, la pieza central que me permitiese encajar el complicado puzzle que resultaba ser esta nueva etapa en la vida. Encontrarle el sentido a ese atractor de Lorenz que me empuja y me succiona a la vez, batiendo sus alas de mariposa. Al igual que las pisadas en la nieve, que se entrecruzan aparentemente sin lógica ninguna, todo sistema dinámico muestra en conjunto una organización y estructura. Solo hay que ser capaz de verla. 95


¡Dios mío, hay sangre en el baño! 96


Día 16: Sangre al correr(me) Para recuperarme de las agujetas que padecía de cintura para arriba, había evitado hacer ejercicios en esa región durante tres días. Hoy retomé las tablas de entrenamiento desde la mañana. Me noté con más fuerza que las dos veces anteriores, pero todo mi esqueleto crujía y chirriaba como el robótico cuerpo de WALL-E al extenderme en las repeticiones. Logré completar la media hora, aunque terminé con algunos dolores en abdómen y hombros. Tenía planeado un día muy deportivo. Al mediodía iba a probar correr por segundo día consecutivo los diez kilómetros en la pista cubierta del Ahorn Sportpark. Ayer, después de la tormenta, siguió nevando ininterrumpidamente durante todo el día y la noche, por lo que una gruesa capa de nieve cubría todas las aceras. Me puse la ya habitual indumentaria invernal y emprendí el camino hacia el lejano pabellón cubierto. Para un trayecto que normalmente suelo recorrer en apenas una hora, tardé casi el doble al tener que saltar entre las masas de nieve. Si bien la mayoría de los vecinos había limpiado sus aceras (algo obligatorio tras una nevada en Alemania), y los vehículos quitanieve estaban todos en la calle, tenía que pasar por varios caminos en parajes deshabitados y por los que los servicios municipales de limpieza todavía no habían pasado, ya que por supuesto, tenían prioridad las calles comerciales. 97


Mi intención era mantener la marca de ayer, aunque ya desde el principio notaba el cuerpo muy debil. A los dos kilómetros, empezó a dolerme la rótula derecha. Se me había salido varias veces, patinando hace ya muchos años, pero nunca he vuelto a tener mayores problemas con ella. A los tres kilómetros me volvieron los pinchazos en el hígado, y tuve que aminorar la velocidad. A los cuatro noté demasiada tensión en los tendones de los muslos internos, decidí parar la carrera a los cinco y hacer una pausa. Definitivamente, no estaba preparado aún para correr a diario. Después de unos minutos de estiramientos, volví a la pista. Decidí ir a por otros 4000 metros pero a una velocidad más relajada, hacer otra pausa, y finalizar con un kilómetro rápido. A la mitad de los cuatro kilómetros noté un nuevo dolor, esta vez proviniente del abdomen izquierdo. Me extrañó, puesto que el hígado está ubicado en el derecho. Solo podía tratarse de uno de los riñones, y ese ya era en principio un tema más serio. Evalué la situación mientras seguía corriendo. No me pareció demasiado grave y me arriesgué a completar el recorrido. Hice una pausa más extensa, salí al tartán y apreté con todas mis fuerzas para conseguir terminar también el último kilómetro. Tras dos horas caminando y saltando por la nieve a -6º C, más de una hora corriendo y otras dos horas de vuelta en las mismas condiciones extremas que la ida, llegué a casa de Ralf y fuí directo al baño. Me asusté: estaba meando sangre. 98


Me volvió a la cabeza el dolor del riñón izquierdo, probablemente ese fué el punto de ruptura de algún vaso interno, produciéndose la hematuria. Sentía un dolor moderado, no apreciaba nada anómalo externamente y decidí seguir la evolución personalmente y solo acudir al médico en caso de algún signo de empeoramiento. No le dije nada a Ralf. Era un buen momento para recapitular el método de hacer ejercicio. Quizás era demasiado radical. A lo mejor, debería de aflojar un poquito. Miré el calendario y calculé la progresión para un entrenamiento más suave. No me daba tiempo, perdí demasiado peso en Tenerife, tenía que seguír así de duro. De nuevo era sábado y me iba a quedar en casa. El Sappho estaba cerrado, fuera estaba nevando a -8º C y mi magullado cuerpo ya estaba descansando calentito en la cama. Ya tendré suficientes oportunidades para salir en Berlín, me decía. Y mientras pensaba desde mi suave edredón en esos futuros conciertazos en el Wild at Heart o el Magnet Club de Kreuzberg, me venían los recuerdos de viejos tiempos, de amor y sexo en Berlín. Noté que se me estaba poniendo dura y en fin... me masturbé. Fué al correrme cuando me acordé del incidente renal. Un chingo rojo y viscoso se pegó a mi barriga... con una mano sujetaba la fuente que seguía escupiendo sobre mi cuerpo aquel pringue ensangrentado, mientras que con la otra trataba de limpiármelo con un pañuelo... Fue algo super zombie. Menos mal que esa noche no salí y no ligué. 99


Tras la tormenta de nieve. Nieve. 100


Día 17: Después de la tormenta Fuí, nada más levantarme de la cama, corriendo al baño. Tenía muchos nervios, pero también curiosidad. Oriné y me levanté para ver el color de mi pis (me acostumbré a orinar sentado desde que tuve una novia -en Berlín- cuyo cuarto de baño, compartido con su vecina, estaba en el rellano de la escalera). —“¡UFFF!”, pensé, al ver el color de la meada bastante más claro que en la noche anterior. Si seguía aclarándose en el transcurso del día, todo estaría solucionado. Hoy domingo realmente no tenía mucho que hacer. Después del todo lo de ayer, necesitaba descansar. Mis jornada se compondría de dormir y comer. Fuera hacía un día fantástico, tras el paso de la tormenta. El sol lucía espléndido sobre un paisaje albino, en donde todos sus elementos se habían fusionado en aquella interminable extensión de polvo blanco. Ya no existían fronteras, ni barreras. Todas quedaron sepultadas bajo la nieve. Ya no habían aceras ni calles, ni jardines, ni carriles-bici. Todo el estricto sistema divisor del urbanismo germano se había hundido ese día en aquél océano de albura. Me tomé un té asomado a la ventana que daba a la calle, mientras veía a los niños jugar en un mundo sin fronteras. “¡Libertad!”, gritaba, “¡Libertad!” 101


Huellas en la nieve. 102


Día 18: ¿Godzilla dice usted? Mi pis se tornó de su color usual al final del domingo y hoy no sentía grandes agujetas, así que me animé a seguir con el plan de entrenamiento y correr otros diez kilómetros en la pista cubierta. Como de costumbre, iba andando con la mirada anclada al suelo. El virginal manto blanco que después de la gran nevada había cubierto completamente la ciudad, estaba siendo poco a poco segado por las máquinas quitanieves, palas, escobas y las toneladas de sal que estaban espolvoreando sobre las calles y aceras. Mientras tanto, las áreas que quedaban en blanco, se habían ido repoblando paulatinamente de nuevas pisadas y marcas, de frescas formas de vida. Toda la dinámica urbana del paso de personas, máquinas y fauna, se había hecho visible tras la caida de la gran nevada. La inequívoca prueba de la existencia real de un objeto está en su huella. La representación de la imagen de su ausencia, su huella, es suficiente para que la mente pueda construir una copia animada del objeto real que la ha originado, aunque nunca lo haya visto antes. Y de repente, ya no vi solo huellas en la nieve. Me inventaba pájaros, atravesando tórpemente el camino, ciclistas fantasmas que hacían sonar la campanilla antes de adelantarme, imaginé a una anciana con su bastón avanzamdo muy léntamente, y en mi fantasía proyectaba un poco más lejos a una pareja 103


de novios paseando con un viejo fox terrier. Mientras estaba esperando en un cruce vacío a la luz verde de un semáforo, recreaba el bullicio pasado del tráfico rodado. Frente a mi estaba esperando un grupo de personas para cruzar, que hace muchas horas, ya había cruzado. Eran copias de sujetos hechas desde sus huellas, como las que hacía mi Ello a partir de los recuerdos dentro de mis sueños. Estaba en la frontera de soñar despierto, mezclando dentro de la realidad otro tiempo paralelo que surgía al rellenar en mi mente las ausencias que iba encontrando a mi paso. Me acordé de Yves Klein y su negación de la subjetividad de los objetos frente a la huella, los trabajos inmateriales, pero sobre todo, pensaba en las antropometrías (performances en las que dirigía a modelos desnudas e impregnadas con pintura azul, para que dejasen las huellas de sus cuerpos sobre un lienzo en blanco). Klein concibió esta idea de la pintura como una impresión directa del cuerpo tras haber visto en Hiroshima la huella de un ser humano sobre una roca: era la sombra que dejó tras arder completamente por los efectos de la bomba atómica. Sabía que estaba a solo unos pasos (nunca mejor dicho) de encontrar la pieza del rompecabezas que estaba buscando. Pero, ¿Dónde estaba escondida? Seguí caminando mientras pensaba. A mi lado se había puesto Yves Klein. Me acompañaba al paso con sus mejores zapatos de dandy. Un poco más adelante estaba esperando Marina Abramović, des104


nuda, vestida solo con unas cómodas botas de invierno. En petit comité seguimos avanzando los tres por una senda empedrada que se metía dentro de un pequeño pero denso bosque. Los animales eran cada vez más extraños. Los pájaros andaban sobre largas patas, llevaban el plumaje teñido de colores fluorescentes. Los perros eran albinos y estaban completamente tatuados. Escuché un ruido, más bien un bramor. Nos detuvimos los tres, ya no se veían animales. Eran como rugidos, provinientes del interior del bosque. Se acercaban. Miré a Marina. — ¿Son mis Monstruos? Le pregunté. Ella me miró y asentó con la cabeza. Miré a Yves, instintivamente, se puso en posición de guardia. Me alegré mucho de tener a un judoka a mi lado. Optamos por seguir hasta el final del camino, tan solo quedaban unos metros para atravesar el bosque. Los Monstruos nos perseguían, pero se mantenían ocultos tras los gruesos troncos de los árboles. Ahora se podían oír sus pisadas en la nieve, debían de ser muy grandes, gigantes, mayores que las de un dinosaurio. Me dí la vuelta e intenté verlas, pero no estaban ahí, solo unas ridículas pisadas de niños y deportistas zigzagueadas por las marcas de neumáticos de una bicicleta. Llegamos al final de la arboleda, en la cima de una pequeña montaña. Ante nosotros se abría un paisaje de enormes extensiones de campos de cultivos, ahora sepultadas bajo la nieve, de la cual sobresalía el Ahorn Sportpark. 105


Ahora lo entendía, todo encajaba, por fin sabía como transformar mi dolor y mis miedos en algo positivo a través del arte: solo tengo que sacar a los Monstruos de mi cabeza y dejar que caminen libres por la realidad, haciendo visibles sus huellas. Me despedí de Marina y de Yves, dándoles las gracias por su fantástica inspiración. Bajé eufórico campo através en dirección al pabellón de atletismo, bordeando los nevados terrenos de cultivo que veía ahora como gigantescos lienzos en blanco por donde dejar correr sueltos a unos Monstruos, de los que ya nada tenía que temer. Ese día corrí sonriendo los diez mil metros lisos. Si me dolía alguna parte del cuerpo, simplemente no lo sentía, aceleraba absorto pensando en como iba a poner en práctica este concepto. Primero habría que construir la plantilla que se hundiese en la nieve para obtener la forma. Necesitaba también algún instrumento para vaciar toda la nieve del interior de la huella. Me preocupaba el tiempo, ahora era el ideal. La nieve tenía la consistencia perfecta y habían pronosticado unos días de estabilidad hasta el próximo fin de semana. Tenía que actuar ya. La siguiente pregunta era dónde realizar la acción. ¿En los terrenos de cultivo? tenían más de 400 metros de largo, demasiado grandes. Tuve una idea, los Monstruos podrían correr atravesando la pista olímpica del mismo Ahorn Sportpark, que ahora 106


se encontraba cubierta de nieve. Las pisadas se podrían ver perfectamente desde las gradas y la tribuna cubierta. Con 150 metros de diagonal, estaría dentro de los límites de lo posible y seguiría siendo una obra efímera realmente monumental. Paré el crono a 52:34, estiré durante diez minutos y marché decidido hacia la oficina de administración del recinto deportivo. Dentro estaban sentadas dos chicas jóvenes, introduciendo datos en un ordenador. — “Hola, buenos días. Soy artista y quería pedir permiso para estampar en la nieve de la pista de atletismo una fila de huellas de monstruos, como si Godzilla hubiese paseado por allí. ¿Es posible?” — “¿Godzilla dice usted? ¿Paseando por nuestra pista de atletismo? Bueno, es una propuesta que nunca nos han hecho, tendría que consultarlo...” me respondió una de las chicas con cara de asombro. En ese momento, entró un tipo mayor perfectamente enchaquetado, y ambas chicas se levantaron al unísono, señalándome con el dedo: — “Señor Gerente, tenemos aquí una propuesta inusual a la que quizás ustéd podría responder” — “Hola, buenos días. Soy artista y quería pedir permiso para estampar en la nieve de la pista de atletismo una fila de huellas de monstruos, como si Godzilla hubiese paseado por allí. ¿Es posible?” 107


— “¿Godzilla dice usted? — “Si, bueno, algo más pequeño tal vez, quizás un dinosaurio. Se podrían ver perfectamente desde las gradas. Naturalmente, ni la pista ni la hierba sufriría con esta acción. Empezaría con ello mañana” — “¿Y cuánto tiempo permanecerían?” — “Es una acción efímera, solo unos días hasta que la nieve se derrita o caiga otra nevada, no se preocupe, en breve todo quedaría como antes, como si ningún monstruo hubiese pasado por allí” — “No, si lo digo por los niños, seguro que les encantaría verlo. Sería estupendo que las huellas se pudiesen ver hasta este fin de semana. Tenemos muchas visitas en esos días, comprende?” — “Si, creo que será posible. Muchas gracias por su aprobación, esta tarde les envío un email con una breve descripción del proyecto” Nos dimos la mano para sellar oficialmente el acuerdo, les pedí la dirección del correo electrónico a las chicas que todavía no habían salido de su asombro, y me despedí dando de nuevo las gracias de aquel amplio despacho. En realidad esperaba mayor resistencia, me asombré de lo fácil que había sido conseguir el permiso sobre la marcha, aunque naturalmente, me alegré por lo bien que todo estaba saliendo. 108


Durante el regreso, seguí ampliando el proyecto hasta llevarlo incluso a mi futuro terreno laboral: podría pasear los monstruos incluso dentro de edificios. Mi trabajo iba a consistir en derribar paredes y levantar suelos, sería cuestión de plantearle a mi jefe, el poderlo hacer de una forma algo más creativa. Con ello podría conseguir los escenarios perfectos para montar en cada nueva obra, un gran monster show. Las pisadas de las bestias reventarían las losetas del suelo, hundiéndose incluso en el hormigón. Las formas de sus cuerpos quedarían registradas al atravesar las paredes, y en un grandioso vals de majestuosa destrucción, arrasarían con todo lo que quede del mobiliario y de la decoración del interior. Incluso para el propietario sería un valor añadido que, aprovechando las reformas para la impermeabilización del edificio, se pudiese montar una instalación artística temporal dentro del inmueble. La iluminación ambiental estaría formada por luces de neón de colores y luz negra, mientras que los contornos y volúmenes de los objetos se podrían destacar con spray y pintura fluorescente. Una vez terminada la instalación, se sacaría una foto en alta resolución y se desmontaría para seguir con los trabajos de reforma normales. Me acordé de Dschibbi, el duende de la casa en el cuento que estaba escribiendo Silke. Los duendes que vemos en los sótanos siendo niños, se convierten en Monstruos cuando nos hacemos mayores. 109


Experimentando con gelatina como sangre de monstruo. 110


Día 19: La evidencia física de lo invisible Tenía que trabajar a contrarreloj para poder terminar hoy mismo la plantilla de la huella gigante y hacer las primeras pruebas en el jardín de la casa de Ralf. Lo ideal sería diseñar la huella por ordenador y obtener un modelo perfecto mediante el fresado CNC en metacrilato. Lo real es ir al centro comercial más cercano y buscar en plan Equipo-A los materiales más adecuados para que quedase medianamente funcional. El Baumarkt más cercano me quedaba a una hora caminando, así que me puse la chaqueta, gorro y guantes, y anduve hasta la zona industrial, en las afueras de Paderborn. Primero pensé en una construcción de alambre recubierta de film y cinta transparente, el método que utilizaba habitualmente para crear los esqueletos de los Aliens de las performances junto con Carlos Gamonal. Pero aquí no encontraba alambre con el grosor necesario para que aguantase la rigidez en una estructura de más de metro y medio. Aún así compré un rollo de 100 metros del alambre más grueso que vendían, de ridículos 2 mm, y un rollo de cinta para empatar los cortes. Mi idea era unir tantas vueltas como fuesen necesarias, hasta conseguir un trenzado lo suficientemente rígido para que no perdiese la forma. En casa de Ralf tuve que comprobar que, desgraciadamente, la teoría no coincidía con la práctica. Después de unir hasta ocho trozos de alambre en uno solo, se seguía doblándo con la misma facilidad que un cable de corriente. 111


Necesitaba construir un marco con un material más rígido, de madera o PVC que sirva de estructura y apoyo a la forma de alambre. Tuve que regresar a buscar otro tipo de materiales. Esta vez compré diferentes tipos de varillas, unas de madera, otras eran canaletas para cables de distintas medidas, tuberías de PVC, etc. Cuando llegué a casa con los nuevos materiales, ya era demasiado tarde. El día se había esfumado entre las caminatas al centro comercial, la búsqueda de componentes útiles para la pieza y los experimentos de construcción abocados al fracaso. Los niños ya estaban cenando, y sacar ahora el taladro y la radial no era lo más propicio. Había perdido una jornada entera de trabajo, me encontraba muy desilusionado. Me hice un té, tomé asiento en el invernadero y contemplé con cierta tristeza el contorno de alambre que yacía inconcluso y abandonado en el suelo. Me había basado en las huellas del Godzilla de la película de Roland Emmerich para darle su forma, aunque a una escala mucho menor, claro. Godzila era originariamente un monstruo ficticio japonés, concretamente un daikaijū, un enorme dinosaurio mutante de 50 a 100 metros de altura, que representaba en la cultura popular nipona del siglo XX una metáfora de las traumáticas experiencias surgidas tras las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki. 112


Mi primera idea era que combatiese contra otro Monstruo sobre la nieve del estadio, como en un ring de boxeo. Quedarían visibles las pisadas de ambos contrincantes, y las marcas de la pelea en el suelo. Esto hubiese exigido fabricar dos plantillas de pies diferentes para poder estampar las más de 200 pisadas necesarias para simular el combate. Hubiese tenido además que mover con palas u otros artilugios enormes cantidades de nieve para escenificar los rastros de las caídas de los Monstruos. Sobre el terreno de combate, se verían grandes charcos de sangre. La sangre de Godzilla sería roja, mientras que la de su oponente tendría un intenso color verde. Había comprado gelatina de fresa y menta para probar como poder aplicarla sobre la nieve, pero también ese experimento culminó en fracaso. La acción incluso ya tenía título, se iba a llamar Godzila contra un Monstruo desconocido, y representaba la lucha que todos tenemos contra nuestros miedos internos. A las ocho de la noche, estaba claro que esa primera idea quedaba totalmente descartada. Me podría dar con un canto en los dientes si mañana lograse terminar con el prototipo de la plantilla y hacer las pruebas correspondientes en el jardín de mi familia de acogida. Si todo salía bien, me pasaría mi último día en Paderborn estampando pasos de monstruo sobre la nieve. Huellas, que hacen dudar de la realidad, mostrando la evidencia física de lo invisible. 113


Una pisada de dinosaurio. 114


Día 20: Un dinosaurio en el jardín Me puse manos a la obra desde bastante temprano, la plantilla debería de estar terminada antes del mediodía para que tuviese tiempo de realizar las pruebas en el jardín. Ralf me había dejado su traje de snowboard y uns botas para que pudiese trabajar cómodamente soportando el frío siberiano que hacía fuera. Después de algunos intentos de reforzar la huella probando los diversos materiales que había comprado, me decanté por las canaletas como el más idóneo. La parte gruesa me servía para construir un sólido marco, mientras que las láminas de cierre, más flexibles, se adaptaban perfectamente a la curvatura marcada por el alambre. Con trozos de este mismo cable, amarraba entre sí los trozos de PVC previamente agujereados. La cinta de carrocero me servía para rematar las uniones y sujetar las láminas al alambre. Tras unas pocas horas de trabajo... ¡Voilá!, lista estaba mi primera huella de dinosaurio. Decidí reescribir el concepto de la acción, puesto que ahora solo habría un único participante. Me gustaba la idea de soltar allí a un dinosaurio. Y, puestos a elegir, escogí el más terrorífico, un Tyrannosaurus rex. Busqué sus huellas en internet. Prácticamente tenían la misma forma que las de Godzilla, por lo que no hubo necesidad de modificar la plantilla. 115


Envié el nuevo concepto a la dirección de email del Ahorn Sportpark. No sabía si les iba a ser útil, pero pensé que tampoco les vendría mal: Oliver Behrmann “Tyrannosaurus rex trail” (Serie: Chased by Monsters), 2013 Footprints on snow. ca.15000 x 2000 x 20 cm. Parece una broma, una divertida y a la vez terrorífica intervención en el espacio público. Recuerda un poco a los misteriosos círculos en los campos de trigo, pero también a los clásicos moldes de pisadas de dinosaurios que todos conocemos de los documentales sobre prehistoria. Naturalmente que no existen los monstruos, ni los extintos lagartos gigantes. No hay seres desconocidos que deambulen, ocultos en la noche, por las grandes avenidas y parques de la ciudad. Y sin embargo, ahí están: las huellas, las imágenes de la ausencia. Profundas pisadas en la nieve que se presentan fantasmagóricas y monumentales ante nuestros atónitos ojos. Ellos nos vigilan y nos persiguen. Ellos saben que lo sabemos. Porque los Monstruos si existen. En todos y cada uno de nosotros. Son nuestros miedos internos y emociones escondidas, el dolor. Son estos monstruos personales, los que recorren sigilosamente las grandes avenidas y amplios parques de nuestra mente, desgarrando con el peso de sus huellas, paso a paso, nuestro alma. Como enormes pisadas sobre la nieve. 116


Me puse el traje de snowboard y salí con el prototipo de huella y una pala al jardín. Tiré la construcción casera a la nieve, hundiéndose hasta la mitad y dejando perfectamente visible la silueta de la pisada del monstruo. Salté para caér en su interior. Con la pala, vacié toda la nieve de dentro hasta llegar a la hierba. Intentaba que los bordes quedasen lo más limpos posibles para conservar la forma original. Tras terminar, tiré la plantilla hasta la distancia máxima que creía poder saltar, y repetía todo el proceso de nuevo, hasta dar una vuelta completa al jardin trasero de la casa. Terminé ya casi de noche, tan solo había conseguido realizar diez huellas. Iba a necesitar mejorar bastante más mi técnica si pretendía terminar mañana las 80 huellan necesarias para atravesar la pista del parque deportivo.

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Huellas en el Ahorn Sportpark. 118


Día 21: Quince minutos de fama Me levanté a las siete de la mañana para poder estar en la apertura de puertas del recinto. La temperatura exterior era de -6º C. Era bastante incómodo caminar con las botas de snowboard puestas. Puse mi bolsa de comida y las cámaras fotográficas en la taquilla. Quise arriesgarme y llevé también la T-90 cargada con un carrete de Ektar 100, una película de color profesional con grano muy fino. Me dirigí luego directamente a la pista de atletismo y comencé con la acción. Se notaban perfectamente dos capas diferentes de nieve. La superior era puro polvo, correspondiente a la última nevada y se podía quitar perfectamente con la pala. La capa inferior estaba congelada y era muchísimo más compacta debido a que, después de las primeras nevadas, algunos corredores seguían utilizando la pista. A veces, tenía que utilizar el mango como martillo para romper los bloques de hielo. Aún así, mi avance fue rápido. Una hora más tarde, estaría por la duodécima huella, alguien en la valla me hacía señas para que viniese. Era uno de los responsables del recinto. Me preguntó si tenía algún inconveniente en convocar a la prensa. Le respondí que claro que no, una obra al fin y al cabo se hace para verla. Me dió las gracias y subió las escaleras de las gradas haciendo gestos con las manos mientras hablaba por el móvil. Yo seguí con mi trabajo, me quedaban todavía 110 metros. 119


Cuando pude llegar a la zona central, el césped, la nieve salía con mucha más facilidad, al no haber sido pisada nunca. Estaba avanzando al doble de velocidad, terminando el primer cuarto de la pista tan solo una hora más tarde. — “Señor Behrmann, aquí” Gritaba una figura detrás de la valla. Me dirigí de nuevo a la base de las gradas saltando de huella en huella. Era un redactor del Westfälisches Volksblatt, el periódico con mayor tirada de la región. — “¿Ha venido ya algún periodista del periódico de la competencia?” Me preguntó. — “No, ustéd es el primero” Le respondí. Me invitó a desayunar en la cafetería del recinto, mientras iba tomando apuntes de las historias que le contaba. Le expliqué a grosso modo mi relación con Paderborn, el origen de la idea y su realización técnica... Fue una conversación muy agradable, mis quince minutos de fama antes de marcharme. Esta ciudad siempre ha sido muy conservadora y cualquier acción que se salga fuera de los esquemas tradicionales consigue una mayor visibilidad que en otras urbes, en donde la novedad suele ser la norma. Al retomar el trabajo en mi obra pensaba en lo fácil que había sido todo. No me costó ningún esfuerzo pedir los permisos, y ahora los dos medios principales se peleaban por ser el primero en dar la 120


noticia. Funciona, eso era lo importante. Pero, ¿Y en Berlín, funcionaría tan fácil como aquí? Posiblemente no. Sus 3,4 millones de gente cool ya son completamente inmunes a cualquier alteración de la realidad objetiva. Se han acostumbrado a vivir como enanos en el país de los gigantes, en un Brobdignag cosmopolita y moderno. La ciudad ya estaba más que saturada de street art en formato XXL y la única forma de realizar arte público con cierta repercusión parecía ser el ejecutar violentas acciones de guerrilla urbana, similares a atentados terroristas. Así, IEPE & the anonymous crew pintó en 2010 el Rosenthaler Platz derramando desde varias bicicletas 500 litros de pintura biodegradable sobre el asfalto, haciendo que los coches que por allí estaban circulando, esparciesen los colores por toda la rotonda. Más recientemente, Brad Downey cometió un acto de vandalismo patrocinado por Lacoste: llenó un extintor de pintura verde y lo vació en horario comercial sobre los escaparates y la fachada de los grandes almacenes KaDeWe, los mayores de Europa. Me quedaba poco para alcanzar la mitad del campo, cuando fui nuevamente requerido desde las gradas por la prensa. Ah, si, volvía a estar en Paderborn. Era un reportero y un fotógrafo de la Neue Westfälische, el periodico de la competencia. El redactor fue más breve y conciso y me entrevistó rápidamente al borde de la pista, mientras que el fotógrafo se empeñó en buscar la foto perfecta y me tuvo casi media hora corriendo a través del campo. 121


Había quedado con la mujer de Ralf para que me recogiese. Calculé que a las cinco sería una buena hora y tendría ya el trabajo terminado. Como siempre, mi pronóstico fue demasiado positivo y cuando vino Silke con los chiquillos, me faltaban todavía treinta metros para acabar la obra. Me puse el turbo mientras ellos esperaban dentro y logré alcanzar veinte minutos más tarde la valla contraria al punto de partida. Tras ocho horas trabajando a -6º C, estaba reventado. Cuando entré al estadio cubierto, cojeaba y había perdido casi totalmente la voz. Me dolían mucho la espalda y los brazos. Después de sacar las fotos obligatorias, regresamos todos con el coche a casa antes de la hora de cenar. Me tuve que dar una larga ducha caliente para poder recuperarme. El esfuerzo de hoy era el equivalente a un día normal en mi futuro trabajo y tuve que admitir que todavía me encontraba lejos de estar físicamente preparado. Esperé a que viniese Ralf a casa para despedirme también de él y agradecerle toda la ayuda que me había prestado. Mi tren salía en escasos veinte minutos y tenía el tiempo justo para llegar a la estación. Tan justo que entré al vagón tan solo cinco segundos antes de que sonase el pitido de salida y se cerráse la puerta. Berlín, allá voy.

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Capítulo II: Berlín

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La cocina del piso compartido. 128


Día 22: Berge auf Rügen Berge auf Rügen era el nombre del trén rápido ICE que me iba a catapultar a más de 250 Km/h hacia Berlín. También es el nombre de la ciudad más poblada de la isla de Rügen, en Mecklemburgo-Pomerania Occidental. A mi, el nombre me hacía recordar a Kreidefelsen auf Rügen (Acantilados cretáceos en Rügen), el título de uno de los cuadros más emblemáticos del romanticismo, pintado en 1818 por Caspar David Friedrich con motivo de la luna de miel con su muchísimo más joven esposa, Caroline, en esta isla. Estaba preocupado porque había llamado desde Paderborn tanto al teléfono fijo de la casa como a los móviles de mis compañeros de piso y nadie me cogía la llamada. La hora prevista de llegada era las 00:30 de la madrugada y temía que nadie me abra la puerta, puesto que no tenía las llaves. El ICE llegó a la estación central con algo de retraso, posiblemente producido por la nieve. Subí un piso para hacer transbordo al tranvía y me bajé unas pocas estaciones después en Alexanderplatz. Desde allí solo tardaba unos 20 minutos en llegar a casa, en el distrito de Prenzlauer Berg. Toqué el timbre. Mi compañera de piso estaba y me abrió enseguida. Menos mal, ya casi me veía pasando la noche con toda mi ropa puesta esperando en el portal. 129


Mi otra compañera de piso se iba a quedar en Lanzarote hasta el 22 de febrero, así que me dejó utilizar su habitación y su llave hasta que la persona a la que yo tenía subarrendada mi habitación se mudase. Entré y enseguida caí rendido en la cama. Nueve horas más tarde, me desperté y me di una ducha. El tubo del cabezal se había roto y el agua salía en todas las direcciones. No le di mayor importancia, ya se reparará, como todo lo que se va estropeando en esta casa. Vivíamos en un piso antiguo reformado, una mezcla de antiguo flair soviético y alta tecnología alemana. Prenzlauer Berg era un Kiez (barrio) del este, la parte comunista hasta la caída del Muro de Berlín en 1989. Hasta hace una década, muchos bloques de edificios en las antiguas zonas socialistas permanecían inalterados desde su (re)construcción en los años 50, y era baratísimo vivir allí. A partir del nuevo milenio, Berlín toma el relevo de Bonn volviendo a ser la capital alemana. En consecuencia, todas las sedes del poder político y financiero se trasladan allí, arrastrando a su paso gran parte del tejido intelectual y cultural, hasta ese momento más uniformemente repartido a lo largo y ancho del país. Debido a este flujo migratorio, se reforman gran parte de los antiguos edificios con modernos sistemas de calefacción, electricidad, canalización, aislamiento térmico, etc. pero manteniendo muchos elementos arquitectónicos de su pasado. El precio de los alquileres, lógicamente, se dispara. 130


El nuestro era un piso de aquellos. Me encantaban sus altos techos y el suelo de madera lacado de blanco. Las antiguas ventanas habían sido sustituidas en parte por unas réplicas en aluminio y cristal térmico, mientras que todas las gruesas puertas y otros elementos decorativos en madera seguían siendo los originales. Por el piso había pasado ya mucha gente y cada vez acumulaba más objetos, recuerdos del paso de sus diferentes habitantes. La decoración era totalmente ecléctica, una mezcla abigarrada de trastos del rastro, los típicos muebles de Ikea, estanterías DIY... Tenía el punto justo entre algo no excesivamente limpio y tampoco demasiado gitano. Estaba haciéndome unas tostadas en la cocina cuando entró Lucky, el perro de mi compañero de piso subarrendado. No me recordaba, se asustó al verme y empezó a gruñir y a ladrar. Su amo se había ido, estábamos los dos solos en casa. Por suerte no era nungún pit bull asesino y al ver que no le hacía ni caso, se marchó refunfuñando a su cuarto. Al rato, mi compañero de piso abrió la puerta, entró y nos saludarnos. Lucky salió de su habitación moviendo la cola y nos hicimos nuevamente amigos. Necesitaba hacer una compra y darme una breve vuelta por el barrio. Baje los cuatro pisos por la cuidada escalera de madera y salí al frío de la calle.

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Teníamos un Lidl prácticamente a la vuelta de la esquina, y un Kaiser´s un poco más lejos que abría hasta medianoche. Después de las 22:00 horas, pinchaban a un volumen considerable grandes hits de discoteca y la iluminación multicolor proveniente de un techo repleto de robots con cabezas móviles sumía a este supermercado en un ambiente verdaderamente marchoso. Solo faltaba que en la caja te cobrase Miss Kittin o David Guetta. Este ya era mi cuarto fin de semana en Alemania y todavía no había salido de bares. Tenía un par de colegas skaters de Paderborn que se habían mudado a Berlín y me dijeron que los llamase para dar una vuelta. Ya había salido anteriormente algunas veces con ellos y siempre acababa fatal. Eso si, nos metíamos en unos antros más que interesantes. Decidí no llamarles y quedarme en casa. “Ya tendré oportunidades de salir”, me volvía a decir mientras tecleaba en el ordenador. Lo que no sabía, es que esa noche se había montado una fiesta en mi casa. Mi compañera de piso, una estudiante de derecho italiana, había invitado a sus amigos, mientras que el dueño de Lucky había hecho lo mismo con los suyos. Preferí no apuntarme a la juerga que tenía lugar en la cocina, irrigada de abudante alcohol, y quedarme en mi cuarto trabajando. La vez pasada que estuve viviendo en Berlín, a finales de verano, las reuniones caseras eran bastante habituales y solía apuntarme a todas, sobre todo 132


porque la casa se llenaba de artistas canarios. Mi otra compañera de piso era Moneiba Lemes, una pintora lanzaroteña que conocí cuando estaba estudiando en la Facultad de Bellas Artes. Hace algo más de un año, decidió probar suerte y establecerse en la capital alemana, al igual que otros creativos canarios, un heterogéneo grupo compuesto por artistas, músicos y escritores como Alby Alamo, Carlos Betancourt, Sol Calero, Francisco Castro, Kato, Javier Krawietz, Ubay Murillo, José Otero, Luis Ortiz o Jose Martín y Javi Sicilia. No es que esta noche rechazase la invitación de sumarme a la parranda por la ausencia de artistas canarios, para nada. Simplemente todavía no estaba preparado para satisfacer mi necesidad de diversión. Mi gozo todavía tendría que esperar.

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Dos tapas de cerveza Sterni. 134


Día 23: Recaida (II) Mis compañeros de piso volvieron en algún momento de la madrugada. Y ambos, volvieron acompañados. Esa noche tenía el sueño ligero y oí unos gemidos traspasar las paredes de mi cuarto. Ruidos que volvieron tras el desayuno a la mañana siguiente. Noté que me faltaba algo. Tenía todavía agujetas por la acción de las huellas de dinosaurio y hasta el día siguiente no iba a retomar mi entrenamiento. Me senté de nuevo frente al ordenador, saqué mi libreta de apuntes y puse las manos sobre el teclado. Iba por el decimotercer día, lo había titulado provisionalmente A todas mis ex. Sabía que esta era una parte delicada de la historia que estaba escribiendo, y me había reservado toda la jornada de hoy para irla contando. No tuve problemas con describir los sueños ni en contar el origen de mis experiencias oníricas, pero al llegar al personaje del Mono, empezó mi recaida. Repasé mentalmente el último sueño, bastantes veces, y noté como se iba abriendo de nuevo mi herida. El Mono había conseguido con su sucia treta fabricarse nuevas imágenes, inventarse una pseudorealidad para que fluyan de nuevo por mi cuerpo todas esas drogas corporales, contra las que me estaba blindando. Hizo algo muy inteligente, dándome de lleno en mi punto flaco: me teletransportó al futuro. 135


Pero no a un futuro cualquiera, ni hacia un lugar ficticio, como había hecho con las otras chicas. Esto, no era ninguna fantasía, era un Déjà vu en toda regla. Algo, que tarde o temprano iba a pasar en realidad. Justo allí nos encontraríamos de nuevo, inevitablemente. Mi Ello me había introducido en una escena, que no se iba a poder borrar de mi mente. El chute me estaban haciendo efecto y no pude seguir escribiendo. Me tumbé en la cama y me puse los cascos para poder escuchar música a todo volumen. Me asustaba que esta recaida pudiese llegar a ser permanente. Mi Plan B era huir a Alemania, pero no contaba con ningún Plan C en caso de que éste fallase. Sabía que me iba a costar adaptarme a Berlín, que no iba a ser tan fácil reincorporarme a la dura realidad y comenzar aquí desde cero. Conforme iban avanzando las horas, sentí que esta decaida era algo provisional y totalmente necesaria. Una válvula de escape para eliminar la acumulación de los deseos reprimidos y censurados que se amontonaban en mi mente. La terapia que utilizaba para afrontar mi problema no consistía en tratar de olvidarlo, sino en aprender a convivir con él. Con el tiempo, esto producía acumulaciones de nostalgia que quedaban embarrancadas en el subconsciente y de vez en cuando había que dejarlas salir. Mientras permanecía acostado, decidí entretenerme otra vez jugando a la psicología. 136


Dentro de mi cabeza convivían (como en todas las demás cabezas) principalmente el Yo, el Ello y el Superyó. Si bien en mis sueños me podía comunicar con mi Ello (Mi Tú onírico), en estado de vigilia eso era imposible. Menos mal, porque de haber sido así, tendría un trastorno de identidad disociativo y estaría escribiendo esto -bueno, estaríamos- desde un manicomio. Sin embargo, mi Ello había desarrollado (por lo menos en sueños) una conciencia y personalidad propia. Eso presupone la formación de un Sub-Yo y un Sub-Ello. Si hacemos caso a Freud, para la formación del Superyó (en este caso un Sub-Superyó) y que conlleva a la formación de la personalidad, hace falta superar el complejo de Edipo, a poder ser, durante la fase fálica o pregenital. Bien, ahí tenemos varios problemas. Para empezar, un Ello no tiene ni padre ni madre. ¿O si? Yo le desperté la conciencia y soy la única persona real a la que tiene acceso, ¿Seré entonces yo, su padre? Siguiendo con el juego, ¿Sería huérfano de madre? o más difícil todavía, ¿Puede haber sido mi primer amor su madre? Si yo soy su padre, y mi primer amor fue su madre, ¿Puede superar el complejo de Edipo sin haber sido nunca un niño ni tener un sexo definido, aún creyéndo pertenecer al género masculino? O bien, ¿Le produciría un dilema imposible de resolver? 137


Entonces, ¿Qué trastornos le supondría la no resolución de este complejo? ¿Celos de mi? ¿Búsqueda obsesiva de una sustituta de su madre? ¿Como influirían estos trastornos añadidos al saber que no tiene un cuerpo físico? El Ello vive en un cuerpo. Sin embargo, el que maneja ese cuerpo dentro de la realidad física, es el Yo. En cambio, el Ello, al ser responsable de muchas de las emociones, controla el flujo de los neurotransmisores y puede influir de esta forma en el estado del cuerpo y, hasta cierto punto, controlar al Yo. Más preguntas para este juego cada vez más enrevesado: ¿Se puede enamorar mi Ello independientemente de mi? Serían amores a todas luces imposibles, ya que solo tiene un acceso muy restringido al cuerpo y a la realidad, controlados por el Yo y el Superyó. Menos mal de nuevo, porque de lo contrario, sufriría una buena neurosis. Finalmente, si mi Ello se pudiese enamorar independientemente del resto de mi psique, a sabiendas de que es físicamente imposible, ¿Serán Ellas los amores platónicos de mi Ello? Varias horas más tarde, ya era de noche, puse fin a mis peculiares visiones de psicología autoanalítica y bajé a comprar dos cervezas al supermercado marchoso. De las cervezas berlinesas, me molaba la Sternburg (apodada Sterni -estrellita- por la estrella en su tapa), no porque supiese bien ni nada, sino por ser la más consumida entre los punkies. 138


Era la primera vez que iba a probar alcohol desde fin de año. Supongo que seguía sin haberme convertido en alcohólico, ya que después de todo lo que me bebí en Tenerife, durante los últimos 27 días en Alemania no había tenido el más mínimo deseo de beber ni siquiera una gota. Pero hoy tocaba. Si me iba a dar una depresión, por lo menos, que sea una bien dada. Abrí la primera de las dos cervezas y con los cascos puestos a todo volumen, tumbado desde la cama, brindé por el Ello, el Yo y el Superyó, por mis ficticios Sub-Ello, Sub-Yo y SubSuperyó, por los Otros, por Freud, por mí, por Ellas y, por supuesto, por el amor, en cualquiera de sus mil millones de formas.

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La Agfa Clack en la ventana. 140


Día 24: Mi Agfa Clack Siempre me ha gustado ir los domingos al rastro en Berlín. En mi Kiez tenemos el rastro del Mauerpark, el segundo más grande en extensión, después del de la Straße des 17. Juni, y uno de los que ofrecen más curiosidades. Después de realizar unas tablas de ejercicios, decidí dar una vuelta a ver si veía algo interesante. La última vez que pasé por allí fue a finales del otoño. En aquel entonces, el sol todavía iluminaba las doradas copas de los árboles del parque colindante y el amplio césped que subía hacia la colina en cuya cima perduraban trozos del antiguo Muro de Berlín. Hacía una temperatura muy agradable para salir a pasear y miles de berlineses y turistas se agolpaban a través de laberínticos pasillos repletos de carpas en donde se ofrecían todo tipo de enseres y objetos. Ahora, en invierno, ya no es lo mismo. Menos de la mitad de los comerciantes y un público residual pululaban por el amplio solar ahora convertido en un verdadero barrizal. Aún así, fue una mañana muy interesante. Descubrí un viejo mezclador de video Panasonic WJ-MX10 en aparente buen estado. Por solo 30 € era una ganga, pero estaba tratando de minimizar al máximo mi equipo, por lo que su adquisición hubiese terminado en ser un estorbo. Para actuaciones como VJ ya tenía el Ipad -por cierto, me lo pudieron reparar en Paderborn- y no necesitaba más trastos. Tan solo un par de puestos más adelante, vi algo que sí me llamó la atención: Una Agfa Clack. 141


La Agfa Clack era una cámara de cajón de formato medio (6x9) muy popular durante los años 50 y 60. Tanto, que se llegaron a vender más de 1,6 millones de ejemplares. Tenía una lente simple de menisco y tan solo dos velocidades de cierre (1/30 y B) y dos diafragmas (f/11 y f/16). El cuerpo de la cámara estaba ligeramente arqueado para adaptarse a la curvatura del plano de enfoque de la lente. Construida en metal, venía recubierta de baquelita con una textura que simulaba piel de cocodrilo. El nombre proviene del característico ruido que suena al sacar con ella una foto. Tuvo una hermana pequeña, la Agfa Click, de menor formato (6x6), con filtro amarillo integrado y el cuerpo fabricado enteramente en plástico. Tras haber utilizado la Canon T-90 en Paderborn a -6º C se me había estropeado y necesitaba urgentemente un reemplazo para poder sacar fotos a futuras huellas de Monstruos. Tenía que ser una cámara totalmente mecánica que funcionase a cualquier temperatura y que diese la calidad suficiente para poder ampliar una foto a tamaños hasta DIN A0. La Agfa Clack cumplía perfectamente con ambos requisitos. 20 € pedían por ella, regateé y me la llevé por 16 €. Podía comprar sin problema toda clase de negativos y diapositivas para ese formato en Fotoimpex, una tienda especializada en fotografía analógica y lomografía situada en la Schönhäuser Straße, a media hora a pie desde casa. No quiero convertir el cuarto de baño de mi piso en un laboratorio con 142


hedor a productos químicos, así que voy a prescindir del revelado en blanco y negro. Trabajaré principalmente con Kodak Ektar 100, un buen negativo en color que me pueden revelar y escanear profesionalmente en el laboratorio BFL de la Friedrichstraße. En Chased by Monsters, el título provisional que le puse a la serie de acciones consistentes en simular pisadas de Monstruos, también recurro a una huella (el velado de la emulsión fotográfica del negativo) para representar la existencia física de lo invisible. Al ser además desde el principio un proyecto low-cost, no me importaría que las imágenes resultantes tuviesen un look vintage, inevitable con este tipo de cámaras y bastante cercano a la estética de las películas de monstruos de Serie B, como por ejemplo, las primeras de Godzilla. Sin embargo, también estoy abierto a la posibilidad de utilizar alguna cámara que dé mucha más calidad como una Hasselblad o similar. Desde luego, dependerá de los resultados estéticos que pueda alcanzar con mi nuevo tesoro adquirido en el rastro. No se todavía como se comportará, pero se que me he enamorado a primera vista de esta preciosa cajita mecánica, tan fría, sencilla e insensible. Un perfecto sustituto del amor que responde al nombre de Clack.

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La S3 a su paso por la Jannowitzbr端cke. 144


Día 25: De Saturno al Jardín de las Delicias Había dejado la plantilla para las pisadas de dinosaurio en Paderborn y necesitaba fabricarme una nueva. Además, durante la prueba práctica, afloraron algunos defectos que quería corregir. Aquí no necesitaba ir tan lejos para conseguir los materiales, tenía dos tiendas pequeñas pero bastante especializadas cerca del piso, y una mayor y más profesional un poco más lejos. Esta vez compré canaletas de cables bastante más gruesas y hasta pude conseguir un alambre de mayor rigidez. En mi anterior estancia en Berlín logré juntar un set básico de herramientas, por lo que estaba lo suficientemente equipado, aquí en casa, para construir una versión 2.0 de la plantilla. Tres horas de bricolage después, estaba terminada. Era un poco más corta que la anterior, pero también más ancha. El dedo central era mayor que los otros dos, y en general tenía un aspecto más realista que el prototipo anterior. Me gustaba. Para futuros proyectos artísticos lógicamente con mi cuarto no bastaba. Allí solo podría hacer el trabajo teórico -el 60% que no se ve- por lo que necesitaba un taller en condiciones para enfrentarme con el tipo de instalaciones que he estado realizando estos últimos años en Tenerife. Mi plan era el poder utilizar para ello el almacén-taller de la constructora. No le había comentado nada todavía a mi jefe, pero 145


sabía que me apreciaba por mi condición de artista y podía contar con su ayuda para poderme saltar ciertas reglas de la empresa. Pero antes, tendría que currar muy duro y ganarme también la confianza de mis nuevos compañeros de trabajo, que seguramente tampoco sabían que el nuevo se dedicaba en su vida paralela a hacer cosas raras sin aparente sentido. Tras mi primera rutina de ejercicios del día, quise dar una vuelta por la ruta turística por excelencia de la ciudad: el céntrico eje que une el Alexanderplatz con la Siegessäule. Iba en busca de lugares propicios para pasear los monstruos también en esta ciudad. El pronóstico del tiempo no anunciaba nevadas para las semanas siguientes, pero yo seguía manteniendo la esperanza de que nevase, aunque sea una sola vez más, en lo que quedaba del invierno. Estaba dudando entre espacios céntricos o sitios apartados para volver a repetir la acción. Los lugares solitarios y abandonados tenían un punto intimista muy interesante. Todo el potente dramatismo de su estética sobrecogedora se podría captar muy bien en blanco y negro. Estaba pensando en los grandes desguaces, parques abandonados o el antiguo aeropuerto de Tempelhof como futuros candidatos. En cambio, al poner las huellas sobre superficies dénsamente transitadas situadas justo en el centro metropolitano, el individuo es reemplazado por 146


la masa. Sus Monstruos imaginarios se transforman entonces en los Monstruos que habitan en el Inconsciente Colectivo y, por extensión, en la misma sociedad. La paradoja de la coexistencia de dos mundos antagónicos situados en el mismo plano sigue existendo, adquiriendo ahora además una nueva dimensión pública. Las huellas representan un fallo en el sistema, un error en Matrix, cortocircuitando los procesos mentales que hacen que lo real nos parezca real. El Alexanderplatz (Alex para los berlineses) no era un mal sitio para empezar. Por allí transitaban hasta 10.000 personas por hora, según se anunciaba en una inmensa valla publicitaria situada justo a la entrada. Serían visibles tanto desde el nivel de calle como por los ventanales de todos los templos comerciales que rodeaban a esta plaza, aunque la vista más privilegiada sería sin duda desde el restaurante giratorio del Fehrnsehturm, que con sus 368 metros de altura es la mayor torre de televisión de Europa. Después de una nevada, los quitanieves del servicio municipal de limpieza abrían varios caminos alrededor de la fuente, pero dejando siempre gran parte de la superficie con el manto blanco. Dentro de los posibles trayectos que vi, el más interesante que me pareció era dejar salir al monstruo por la puerta del Saturn pasando sobre los raíles del tranvía y, tras cruzar la plaza en un recorrido ondulante, girar 180º para desaparecer por la boca del metro. 147


La siguiente parada podría ser el Lustgarten (Jardín de las Delicias), una amplia zona ajardinada situada a la entrada del Altes Museum (Museo de la Antigüedad) y colindante con la catedrál de Berlín. Era igualmente uno de los sitios turísticos más visitados, puesto que suponía la entrada principal a la Museumsinsel (Isla de los Museos). En verano solía estar llena de jóvenes sentados en el césped, bebiendo cerveza, tocando la guitarra o charlando. Ahora en invierno nadie pisaba encima y las huellas podrían permanecer visibles hasta que la nieve se derritiese Tras pasar por la Friedrichstrasse, una especie de Calle Castillo pero un “poquito” más grande, se llega a la famosa Puerta de Brandenburgo. Dado que allí el tráfico, tanto de personas como de vehículos de todo tipo, es excesivo, no era el lugar más apropiado. A unos cientos de metros se encuentra el fuertemente custodiado Parlamento, el Bundestag o como se llamaba hasta 1945, el Reichstag. A su entrada se expande una amplia superficie de césped, por lo que en teoría se podría dejar salir a un bicho del edificio y que tras atravesar este espacio, se perdiese en el Tierpark (Jardín Zoológico) cercano. No soy amigo de Angela Merkel y el aparecer por allí sin previo aviso con un artilugio desconocido haciendo movimientos extraños en la nieve llevaría a mi segura detención. Aunque desde el punto de vista de un marketing agresivo, tampoco era tan mala idea. 148


Con lo que había visto pensé que era suficiente, y me ahorré el camino hacia la dorada Siegessäule (Columna de la Victoria) del final del camino. Con la excursión de hoy dejaba terminados los preparativos del proyecto para llenar Berín con pisadas de Monstruos. Ya tenía la plantilla, la cámara, y los sitios seleccionados. Ahora solo faltaba esperar a que una bajada de las temperaturas trajese la última gran nevada de este invierno.

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La pista de entrenamiento del Ludwig-Jahn Sportpark 150


Día 26: Reverencias espartanas Hoy tenían happy hour en Colours, una tienda de ropa de segunda mano y vintage ubicada en la Bergmannstraße, el el distrito de Kreuzberg. De 11 a 14 horas ofrecían un 30% de descuento en toda la ropa que vendían al peso. Esto, es a 12,6 € el Kg en vez de los 18 € habituales. Necesitaba un buen chándal para poder correr también en invierno, y comprarlo allí era la opción más económica. Me había pasado por varias tiendas de deporte especializadas en atletismo y no me gustó el tipo de ropa hi-tec que todas ofrecían. Además, gastarme ahora unos 200 € en un chándal de outdoor running que me permitiese correr en temperaturas de hasta 15º bajo cero, se salía completamente de mi presupuesto. En Colours me había comprado gran parte de la ropa que tenía. El resto del interior de mi armario ropero estaba compuesto por las camisetas que yo mismo me hacía y de las prendas que me regalaba Iván Retamas: chaquetas y camisas olvidadas por los güiris en el Aeropuerto Sur, en donde él trabajaba. La Bergmannstraße era una de las calles más hipsters de Berlín, sobre todo en verano. Las terrazas de sus variados cafés se poblaban entonces de barbudos tatuados, chicas modernas y la más variopinta colección de personajes excéntricos que pueda tener una fauna urbana. En sus edificios estaban alo151


jadas multitud de tiendas que vendían todo tipo de artículos de segunda mano, desde discos hasta antigüedades, peluquerías decoradas con stencils falsos de Banksy, tiendas de bicis molonas, boutiques de moda tipo retro pero muy cool, los típicos tattoo shops o tiendas simplemente llenas de cosas raras. Colours estaba situada en un patio interior y sus 1000 m² estaban atiborrados con percheros repletos de ropa importada de los Estados Unidos. Gracias a que el hip-hop puso de moda la ropa deportiva, no tardé en seleccionar del montón varias prendas que me gustaban. Por menos de 20 € me pude llevar un chándal Nike de corte clásico y una chaqueta con capucha impermeable de la misma marca. Esa misma tarde, estrené mi nuevo equipamiento deportivo volviendo a correr 25 vueltas a la pista de atletismo del Ludwig-Jahn Soprtpark. Era un campo de entrenamiento situado al aire libre y hoy estábamos a escasos 2º C. Hacía tiempo que no corría a temperaturas tan bajas y no quise forzar mi organismo. Terminé los diez kilómetros en unos muy moderados 00:53:24. Fue también una prueba para saber si sería capaz de seguír corriendo a diario al aire libre, haga sol, llueva o truene, o si por el contrario, tendría que conformarme con entrenar en una cinta de correr dentro de un gimnasio. Decidí que sí, que incluso sería mejor correr en el frío y seguir con las rutinas en casa. 152


Esa misma noche me entó curiosidad y quería probar algunas variaciones de mayor dificultad de los ejercicios que venía haciendo. Buceé en YouTube y encontré bastantes videos al respecto. Me llamó en especial la atención la rutina espartana y algunas adaptaciones de entrenamientos supuestamente desarrollados para la preparación física de los actores de la película 300. Tenía todavía los glúteos ensangrentados del roce contra la almohadilla durante las sesiones de abdominales, y mi cuerpo estaba ya bastante cansado de la carrera anterior. Para la mayoría de los ejercicios definitivamente no estaba todavía lo suficientemente preparado, pero había algunos que me parecían un poco más asequibles y light. Probé las reverencias espartanas y después de unas 30 repeticiones algo dentro de mi pierna hizo clack. Era un clack igual al ruido del obturador de mi cámara de mismo nombre. Me senté en el suelo e intenté hacerme un masaje. Sentí dolor, bastante. Esta vez no era un músculo, parecía ser un tendón ligeramente fisurado. Adiós a correr durante por lo menos una semana. Después del accidente, me bajé la película para verla desde la cama. Una frase me quedó especialmente incrustada: “Espartano, cuanto más sudes ahora, menos sangrarás en el campo de batalla”.

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Escaparate de una tienda de antig端edades. 154


Día 27: Detrás del escaparate En Berlín siempre existe una gran oferta cultural para toda clase de públicos. Sin ir más lejos, este fin de semana empezaba la Berlinale, y terminaba la Transmediale. A este último festival si quería ir el sábado, aunque solo sea para ver la exposición. En casa, estaba navegando por las páginas de la edición digital de la Zitty -junto con el Tip una de las dos principales agendas de ocio de la ciudad- para ver si había algún concierto interesante durante este mes de febrero. Encontré dos, uno de Nick Cave & The Bad Seeds el 13 en el Admiralspalast, y el 19 tocaban los legendarios Dinosaur Jr. en el Postbahnhof. Quizás vaya a ver a los segundos, ya que desde siempre han sido uno de mis grupos de punkrock melódico favoritos. Nada contra Nick Cave, pero comprensiblemente no estaba yo para cogerme una depresión un día antes de San Valentín. Por supuesto que había muchísimos conciertos más, pero la verdad es que llevo los últimos tres o cuatro años algo desconectado de las novedades en el panorama musical y no controlo muy bien los nombres de los grupos. Desde mi llegada a Berlín he evitado llevar una vida social activa, refugiándome más bien entre la soledad de las cuatro paredes de mi cuarto. Supongo que todavía necesitaba algo más de tiempo para recomponerme y por eso no me había puesto en con155


tacto con casi ninguno de mis amigos. Además, sin Facebook es mucho más complicado saber qué está pasando y quedar espontáneamente con alguien conocido. La red social resulta ser un buen escaparate para cotillear todo lo que hace la gente. Muchas veces solo miras, porque te cuesta pasar al otro lado. Realmente tenía curiosidad por poder echar de nuevo un vistazo a través del cristal y ver lo que estaba pasando en mi isla, de volver a saber de mis amigos. Inicialmente pensaba permanecer desconectado tan solo solo diez días o dos semanas, pero Facebook es una Caja de Pandora demasiado potente para abrirla sin tener una buena armadura. Por la tarde, decidí irme a recorrer escaparates en el barrio de las galarías de arte. Cojeaba ligeramente tras la fisura del tendón de ayer. Lástima que Sol Calero y Christopher Kline tenían todavía la suya cerrada. Kinderhook & Caracas estaba situada en la Kreuzbergstraße, algo más lejos, pero me podría haber pasado. En este negocio, era normal hacer una pausa durante los primeros meses del año, por lo que muchas pequeñas y medianas galerías reanudaban su programación a principios de marzo. La mayor parte de las galerías se encuentran en Mitte, en los alrededores de la estación Weinmeisterstraße. Desde ahí solo hay que andar por las calles colindantes -Sophienstraße, Gipsstraße, Auguststraße, Tucholskystraße, etc-para atinar con la mayoría de 156


ellas. Suelen ser más bien pequeñas y están bien iluminadas, por lo que la mayoría de las veces, basta con mirar a través del escaparate para ver las obras. Realmente existe una cierta aversión por parte de los artistas en atravesar el dintel de la puerta (excepto en las inauguraciones). Yo lo sigo teniendo después de haber trabajado durante más de dos años como asistente en la Leyendecker. Es un mundo muy extraño, elitista, corrupto, y dudo mucho que tenga algo que ver con mi manera de ver el arte. Desde luego no tendría ningún inconveniente en dejar correr mis Monstruos por un white cube como el de la Gallery Sprüth Magers o Max Hetzler y demolerles todo el suelo, paredes y techo con la Hilti TE 1500-AVR. Una preciosa estela de destrucción en forma de gigantescas pisadas tridáctiles recorrería el suelo de hormigón abierto de par en par, mientras que las paredes mostrarían profundos agujeros fruto de las embestidas de una bestia posesa encerrada dentro del cubo. Los raíles de los focos colgarían de los cables del techo y los trozos de vidrios del escaparate estarían esparcidos por toda la acera. Fuera descansarían los restos de un Porsche Cayenne pisoteado por una criatura de 50 toneladas tras haber conseguido liberarse y escapar de sus cautivos. — “¡Precioso, verdaderamente precioso, muy bonito!” Avísenme pues, si conocen a algún galerista pijo que se interese por mi obra y me quiera exponer. 157


Un edificio demolido frente a la oficina de mi nuevo trabajo. 158


Día 28: Lo quiero ahora, no luego Ayer me había llamao Gregor al móvil (si, después de más de seis años sin usar un teléfono móvil, volvía a poseer uno) para que me pasase por la oficina a firmar el conrato. Cogí la Ringbahn (el tren de circunvalación) para desplazarme al barrio occidental de Charlottenburg sin necesidad de realizar transbordos. En menos de cuarenta minutos había atravesado la ciudad y subía las escaleras que llevaban a la oficina, situadas en un moderno edificio que albergaba otras sedes de empresas, como por ejemplo, el concesionario de Bugatti. Dentro, tres mesas de despacho delimitaban las diferentes áreas de trabajo. Saludé a las dos personas que ocupaban las de la entrada, y me dirigí al fondo, donde me estaba esperando mi futuro jefe. Fue una conversación distendida y relativamente breve. En esta sucursal solo habían dos equipos a los que yo debía de prestar apoyo (En Paderborn contaban ya con ocho). La jornada laboral comenzaba a las 7 de la mañana y terminaba a las 5 de la tarde, con una pausa de 30 minutos para comer a las 11. Una de las diferencias fundamentales con respecto a la sede de Paderborn, era que aquí no contaban con ningún almacén. Las herramientas estaban todas en las furgonetas y el material se entregaba a pie de obra. Adiós por tanto a mi idea de compartir taller con la empresa que me daba trabajo. 159


No tenía más remedio que ponerme a buscar otro sitio para poder seguir con mis experimentos. Además de las huellas de Monstruos, estaba trabajando en un proyecto sobre la revolución, o mejor dicho, de la delgada frontera entre la calma y la violencia de la masa durante las revueltas sociales. Quería investigar y jugar con los mecanismos que llevan a una sociedad adiestrada en la práctica del pacifismo a la pérdida de su innocencia y a rebelarse abierta y violéntamente contra sus líderes. La idea partió de una foto sacada en la prensa en la que se veía un material requisado a los manifastantes durante el 25-S en Madrid. Entre las dos docenas de objetos incautados, destacaba un caballito de peluche blanco. Resultaba chocante, casi despiadado, comparar las pacíficas manifestaciones de los movimientos europeos de indignados (a excepción de los enfrentamientos en Grecia) o los movimientos Occupy en otras partes del mundo, con las auténticas guerras libradas durante las revueltas de la Primavera Árabe, especialmente en Libia y la que está sucediendo actualmente en Siria. ¿Sería posible llegar, aquí en Europa, a un punto de no retorno, como en esos países? Desde mi punto de vista, vivimos dentro de un sistema caducado. Hemos heredado de la Revolución Francesa un modelo, que sustituyó al del absolutismo, en donde cada ciudadano tiene que de160


legar su derecho a tomar decisiones en una serie de representantes elegidos cada cuatro años. En aquel entonces, se produjeron toda una serie de cambios a nivel social, económico y tecnológico que precipitaron al Ancien Régime hacia la obsolescencia y su reemplazo por el actual sistema democrático. Pero sobre todo, fueron los avances en los sistemas de comunicación, los que hicieron tecnológicamente viable y posible esta revolución. Ahora mismo volvemos a estar ante un enorme cambio en las telecomunicaciones: redes sociales, streaming, smartphones, etc. hacen que al poder recibir y enviar información a tiempo real y desde cualquier lugar, el actual sistema de delegar individualmente el poder de decisión hacia un representante, resulte obsoleto e innecesario. Claro que tiene que seguir habiendo políticos, partidos y parlamento, pero hoy en día disponemos de la tecnología necesaria para que, quien quiera, pueda influir directamente con su voto en la toma de decisiones. Ya es hora de que nuestros representantes se conviertan en los ejecutantes de nuestro poder. El reciente slogan de Coca-Cola “Lo quiero ahora, no luego” puede interpretarse literalmente como la frase de una niña pija encaprichada. O como el mensaje subliminal de un creativo rebelde para un grito de combate. El de una generación que ha aprendido desde sus pantallas digitales, que otro mundo es posible. Y lo quiere ahora, no luego. 161


Mi nuevo proyecto artístico trata sobre ello. De instigar la próxima revolución. Violéntamente. Estaba trabajando en varios objetos a la vez sin tener todavía un concepto demasiado claro, experimentando. Miguel Ángel decía que “El trabajo de un escultor es liberar a la forma que está cautiva dentro de la piedra”. En el paradigmático mundo de la postmodernidad, incluso las piedras se ha desmaterializado y acaban almacenándose en las cabezas de los artistas. Pero como antaño, siguen conservando su forma dentro, esperando a ser liberada. En la buhardilla almacenaba los vestigios de esos experimentos. Más de 300 peluches comprados en el rastro, unos 200 Kg de adoquines variados, muchos de ellos pintados de los colores primarios, botellas tuneadas para cócteles molotóv y gominóv (una variante con gominolas derretidas), maderas de palés, un carrito de compra y material diverso. Mi intención era fabricarme un arsenal completamente funcional para la guerrilla urbana aunque con el aspecto de meros juguetes, una distorsión en la frontera entre lo pacífico y lo violento dentro del ámbito revolucionario. Sin embargo los resultados no me convencieron y tenía el proyecto en stand-by. También porque estaba esperando poder trabajar para tener acceso a materiales como hormigones especiales y herramientas de gran potencia. Esto ya no sería problema, pero el conseguir un taller en donde trabajar, me estaba causando un gran dolor de cabeza. 162


En Tenerife tenía pensado continuar mis investigaciones con pruebas prácticas de lanzamientos de bombas incendiarias, detonación de explosivos caseros y disparos de lanzacohetes. Iba a preguntar al Decano de la Facultad de Bellas Artes si me daba permiso para realizar estas pruebas con fuego real en los terrenos colindantes al nuevo edificio, cuyas obras estaban paradas por culpa de la crisis. Por desgracia, emprendí la huída antes de poder solicitar la instancia. En la oficina de Berlín, Gregor me leyó muy por encima el contrato y me dejó el original con su correspondiente copia para que lo firmase. Tras una serie de garabatos en todos los papeles, oficialmente ya formaba parte de la plantilla de la empresa. El miércoles 12 de febrero, iba a ser mi primer día de trabajo.

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La Prenzlauer Allee, con vistas al Alex. 164


Día 29: La modernidad líquida Tras dos días de descanso, la fisura de tendón resultó no ser un problema tan grave y, aunque seguía sintiendo molestias, decidí ir a correr después de mi sesión de entrenamiento. Me pesé. La aguja marcaba 63,4 Kg. Apenas había aumentado de peso, pero sí tenía los músculos mucho más duros y mejor definidos que hace dos semanas. La huelga de hambre forzada a la que me había sometido mi organismo en Canarias casi me mata, pero por otro lado, me ha servido para empezar a reconstruir mi cuerpo prácticamente desde cero. Estos casi cuatro kilos recuperados, más los ocho o diez que quiero ganar en los próximos meses, serán de tejidos orgánicos de primera calidad. Mi anatomía no contendrá ni grasas ni agua supérflua. No es ningún capricho, es una necesidad física. Preciso un cuerpo de acero para relentizar su inevitable erosión cuando vuelva a Tenerife. Y de paso, un corazón de hielo. El reciclaje de los cuerpos parece ser la última premisa para integrarse plenamente en la modernidad líquida, un planteamiento ideado por Zygmunt Bauman. Allí, las identidades son semejantes a una costra volcánica que se endurece, vuelve a fundirse y cambia contínuamente de forma. El filósofo polaco plantea que éstas parecen estables desde un punto de vista externo, pero que al ser miradas por el propio sujeto, aparece su fragilidad y el desgarro constante. 165


Bauman siempre ha dado en el clavo describiendo críticamente un mundo, el de la postmodernidad, por el que yo también me tengo que mover casi diariamente. Es la época que me ha tocado vivir, aunque nunca me he sentido plenamente integrado dentro de los circuitos que la conforman. Resulta ser una extraña contradicción que entonces haya decidido no solo establecerme dentro de ellos, sino incluso que me preste a modelar su identidad flexible con mis imágenes y acciones. En fin, siempre he pensado que soy un tipo bastante raro y que no encajo bien en ninguna parte. Sigo corriendo sobre el tartán color teja del Ludwig-Jahn Sportpark mientras pienso en las palabras de Bauman, de Freud, de Lacan, de Nebras, de Abramović o de Klein. Pienso en los conflictos existenciales entre el Yo y el Ello en mis sueños de todas las noches. Si, es verdad que existe la soledad del corredor de fondo, ese estado que permite separar la mente del cuerpo. Llega un momento, en el que el organismo se vuelve autónomo, preocupado tan solo de mantener el ritmo de las pisadas. Es entonces, cuando se entra en ese aislamiento reflexivo, en el pensamiento en estado puro. Medito también sobre cosas como la felicidad y el amor. No quiero entrar nunca en un estado de felicidad absoluta. Ser feliz es no tener más deseos, y no desear es querer morir.

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Bauman decía del amor líquido que “En la postmodernidad, el amor está caracterizado por la falta de solidez, calidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaz, superficial, etéreo y con menor compromiso”. Coincido plenamente con él y durante años me he aplicado estos mismos principios, en defensa propia. El deseo de mantener la libertad prevalecía sobre el deseo de ser cautivo de otra persona. El mundo andaba bien y el blindaje de la armadura frente a los embates emocionales permanecía intacto. Un día, por algún motivo que desconozco, ese amor líquido se solidificó, y yo, sin quererlo, me licué. Llegué a la meta exhausto después de completar las 25 vueltas en poco más de cincuenta minutos. Noté el tendón bastante fatigado, a punto de romperse. Aguantó muy bien y se reforzará por la noche, cuando duerma. Me puse la chaqueta y regresé andando a casa. El aire estaba frío y un vaho blanco salía de mi boca cada vez que respiraba. Recordaba el comentario que dejó una chica desconocida en mi muro de Facebook cuando publiqué el post de que me iba: “Prométeme que seguirás creyendo en el amor”, insistía. Claro que seguiré creyendo en el amor. En un nuevo amor que vendrá, algún día.

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Pie de foto Carteles en la Alexanderstrasse. 168


Día 30: El amor nos destruirá otra vez A media tarde había quedado con Javi Krawietz para visitar la Transmediale. Nos conocemos desde pequeños, ya que nuestros abuelos emigraron a Canarias sobre la misma época y esa amistad se mantuvo hasta nuestra generación. Además, el último empleo de mi madre fue precisamente en la empresa de su padre. Es cierto que durante mucho tiempo perdimos el contacto, pero retomarlo no fue complicado. Había llegado un poco antes de la hora al HKW (Haus der Kulturen der Welt - Casa de las Culturas del Mundo), situada en medio del Tierpark. Javi bajó de la guagua, nos dimos un abrazo y caminamos hacia la entrada. — “¿Oli, ¿te pasa algo en la pierna, estás cojeando?” — “¿Yo? No, no, seguro que es por estar esperando en el frío, mi pierna está bien.” En realidad, había ido a correr por la mañana y me dolía de nuevo el tendón isquiotibial izquierdo. Nada grave, pero iba a tener que hacer una pausa de nuevo. Entramos y fuimos a ver la exposición. Javi ya me había advertido que el plato fuerte de este festival eran las charlas, el resto podría ser algo decepcionante. En efecto, la muestra era bastante floja. Solo me gustaron unos impresos de cartas para suicidios y una instalación con viejos cachibaches electrónicos. 169


Dimos un paseo hasta el centro de la ciudad comentando lo que nos había pasado últimamente. Le dejé caer que estaba escribiendo una especie de memorias y le pedí que me diese una opinión respecto a este asunto, ya que el texto empezaba a cobrar vida propia mucho más allá de su función inicial. Necesitaba un juicio objetivo, hecho por alguien desde la distancia, que se desenvolviese bien en letras; Javi era la persona adecuada. Todavía no tenía el texto terminado, iba por la página 150 y me quedaban todavía algunos días por escribir. Al final, los apuntes diarios de esos 30 días se habían convertido en un auténtico libro, y yo veía la opción de publicarlo digitalmente como una idea cada vez más necesaria. Ciertamente me enfrentaba de nuevo al dilema entre esconder mis emociones y pensamientos o compartirlos públicamente. Personalmente no tengo ningun pudor de mostrarme tal como soy, con todos mis defectos y fallos, con mis dolores y mis angustias, pero también con mis ganas de superación y confianza en mi mismo. Soy tan humano como cualquiera, aunque lleve la mayoría del tiempo mi coraza defensiva puesta. Sin embargo, a veces me pesa demasiado y me la tengo que quitar. Durante el tiempo que estuve escribiendo este libro, pensé en volver a abril mi cuenta de Facebook al finalizar esos 30 días de ausencia. No me va a ser posible todavía, por miedo a una recaida en Alemania. Quiero mantener intactos los dos mundos bien 170


diferenciados que me he creado, sin que pueda existir contaminación del uno al otro. Es un planteamiento bastante radical pero por el momento, funciona. Es curioso, en el frío alemán destruyo edificios y reconstruyo mi cuerpo, mientras que bajo el sol de Tenerife destruyo mi cuerpo y construyo obras basadas en catástrofes y accidentes. Todo se rompe y todo vuelve a su sitio, en un extraño ciclo que dibuja círculos a través del tiempo y curvas sobre mi piel. Javi y yo terminamos por meternos en una cervecería tradicional alemana cerca del Alexanderplatz y allí sentados, seguimos charlando un buen rato. Sobre las nueve de la noche nos despedimos con un fuerte abrazo. Javi se iba a una fiesta, yo en cambio, anduve pensativo en el camino de vuelta a casa. Aquí termina mi historia, justo en donde va a volver a empezar. Todo fluye, no existe ningún final. La vida tan solo es un bucle de creación y destrucción por el que todos tenemos que rotar. Incluso al cambiar de caminos, tomando carreteras diferentes, el amor, el amor nos destruirá otra vez otra vez otra vez* etc. * Cita de Ian Curtis (Joy Division)

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Epílogo (Un mes más tarde) -ClickAmigos, mañana regreso a Tenerife. Aunque solo por un par de días, los imprescindibles para desmontar mi expo en el TEA. Durante ese tiempo, voy a tener abierto mi Facebook y lo volveré a desactivar cuando regrese a Alemania. Es la única forma de asegurarme de no recaer de nuevo. Disculpad otra vez mi actitud, sigue siendo necesario. En cualquier momento me podéis contactar bajo mi nuevo email: oliverbehrmann@gmail.com o a través de mi web: oliverbehrmann.com He vuelto a comer, dormir y hacer una vida normal. Incluso he empezado a trabajar aquí en Berlín. Me va bien y estoy contento. Subiré en estos días todo lo que me ha pasado durante mi ausencia. Y por supuesto, me alegraría un montón volveros a ver. A todos. Os quiero

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