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Del ciclón y el otoño Tersites Domilo
from Voces 17
E L Á N G E L Q U E S E L O L L E V Ó U N A T O R M E N T A L L A M A D A S A N D Y A N A L U I S A R U B I O A N A L U I S A R U B I O
Un ángel, sólo un ángel, eso era.
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Toda su felicidad estaba en ese abrazo con aroma simple que emana del pecho espumoso y limpio de mujer que recién amamanta.
En ese abrazo tibio, mezcla de la rudeza de los siempre pobres con la ternura de los sanos de espíritu, bastaba su universo.
Ahí encontraba su risa completa que todavía amagaba en gorgoreos improvisados.
En esa voz que lo arrullaba cantando todos los sonidos del agua, se mecían en un compás el almizcle y la canela de sus sueños ni siquiera definidos.
Era un ángel, eso era, sólo un ángel.
No sabía de tormentas, no entendía del peligro. Sólo de colores del arco iris de lluvia y vientos de cigüeñas le habían dicho.
Todavía los centímetros de su vida no habían crecido sin gotearse.
Cómo podía saber de diferencias de cunas olvidadas, cómo explicarle de un poder podrido y harapiento de alma, si no conocía más letra que la que susurraba en aquella tonada dulce que apenas le brotaba: ma-má...
Era muy temprano para enseñarle de llantos y de lobos; su nana le escondía la tristeza y el odio debajo de un pañal usado.
Todo lo que sabía le cabía en dos puñitos.
Su nana sólo le contaba de baños templados de colonias, de salpullidos sin talco y, si el cuento era muy largo, él lo terminaba con la expresión soez de un eructo cantarino de barriga llena y satisfecha de tantos besos de amor.
Era un ángel, sólo eso, ángel era.
No le alcanzaron los días para recorrer la tierra descalzo y pararse sobre ella y descubrir su calor mojado, ni para sentirse importante con aquellos zapaticos de estreno que brillaron en esa vidriera de pueblo y que no pudo alcanzar a ver bien, porque andaba metido y enredado en aquel aparato que iba colgando de la espalda de su nana.
Había que haberle dicho, había que haberlo asustado grande con pitos y matracas agoreras, para que esa noche sedienta, no extendiera sus pequeños brazos hacia esa sombra mala que como él no sabía, como era aún muy temprano, al ver sus ojitos alumbrando la noche en un relámpago, se enamoró de su inocencia y lo cargó en un ala y se lo llevó bien lejos, para jugar con él a las escondidas, allá, donde viven los ángeles.
Para un niño de 4 meses que se ha ido: para Roldán Barrio Colomé.