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Los jesuitas en el Paraguay, el legado que nos dejaron

Los jesuitas en el Paraguay, el legado que nos dejaron

La charla organizada por la Comisión de Adultos Mayores, el día 28 de marzo, a las 20:00, en el Salón Fundadores, se denominó Los jesuitas en el Paraguay, el legado que nos dejaron. Dio la bienvenida a los presentes, la presidenta de la Comisión de Adultos Mayores, Clementa Alegre. Hizo lo propio el presidente de nuestra entidad social, Eduardo Livieres Guggiari, quien expresó que dicha Comisión es la única que depende de la Presidencia del Club Centenario. «Esto es para que tenga un acceso directo a la Comisión Directiva».

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Anunció que esta conferencia es la primera de muchas otras que vendrán, apoyando la gestión de los mayores.

Seguidamente, el arquitecto e historiador Jorge Rubiani saludó a los asistentes y luego agradeció la propuesta proveniente de los socios para hablar de los jesuitas. «Me alegré cuando supe, porque mucho sabemos de los jesuitas, pero muy poco en profundidad. Existen discrepancias con relación a este tema; algunos dicen que artificializaron la civilización indígena, mientras que otros afirman que, sin ellos, los indígenas hubieran desaparecido y la identidad social paraguaya».

La instalación de las Misiones Jesuíticas en el Paraguay fue una situación destacable tanto por sus características como por sus proyecciones. Hasta la fecha, se plantea en torno a ellas una tensa confrontación que procura establecer si la Compañía de Jesús

ayudó a gestar —o a impedir— el progreso de la Colonia instalada desde 1537. Los debates sacaron a relucir diversas teorías, así como un gran número de publicaciones, a favor y en contra.

En 1564 llegan los primeros jesuitas de diversas procedencias: José Ortega, Tomás Fields y Juan Saloni. En 1610 crean la primera reducción jesuítica en Loreto y a partir de ese momento comienza la larga lucha para combatir todos los vicios que tenían los nativos. A medida que avanzaba la catequización y se consolidaba el rigor de la disciplina, los indígenas fueron abandonando progresivamente sus vicios. El único que quedaba firme era la bebida. En procura de que cesaran las borracheras, los misioneros consiguieron que los acólitos rompieran los recipientes en los que se fabricaba el kaguy, aguardiente resultante de la fermentación del maíz. Pero no pasaba un día que no mereciera un festejo en la toldería y allí la bebida no podía faltar.

Rubiani se refirió a la vida que llevaban. «Vivían, como toda sociedad fatalista, al compás de la naturaleza. En el día se planteaban qué iban a comer. Cuando no tenían caza, comían frutos y cuando no tenían nada se sentaban a esperar porque la naturaleza les iba a proveer. No sabían de cultivos, no sabían de la previsión, para épocas duras».

En otro momento de la conferencia, señaló que las indígenas eran sirvientas, en realidad, y «recién cuando los españoles reconocen a sus hijas mestizas, se les obliga a un matrimonio religioso y de esa manera se difunde la cimiente indígena entre nosotros».

Los sacerdotes se autoflagelaban al ver a una mujer indígena con el torso desnudo. «Hubo un caso que avivó un hormiguero para que las hormigas le picaran».

Alrededor de 1640 y tras, aproximadamente, 30 años de vida en las reducciones, las indígenas habían abandonado la ancestral desnudez, comenzando a vestir sus cuerpos de acuerdo con las maneras españolas.

Los jesuitas disfrutaron de ciertas actitudes proclives a la cooperación que plantearon los indígenas. «Consideraban un honor que alguien los visitara y un honor acompañarlos en el siguiente tramo del viaje. De esa manera, los jesuitas fueron abriendo caminos con otros grupos que también eran catequizados, aunque con mucha dificultad».

Con diapositivas, Rubiani fue relatando las vivencias, logrando captar la atención del público presente. Habló de las especiales aptitudes de los indígenas para la música. Podían interpretar cualquier pieza, especialmente los niños. Poseían un variado repertorio, basado en compositores europeos de la época.

Finalmente, la incapacidad del gobierno para garantizar la seguridad de las misiones, justificó la disposición militar para su defensa. Y el entrenamiento no se limitó a orientar a las indígenas a la defensa, sino también en el uso de las armas de fuego para atacar. La autonomía militar de las reducciones fue una de las fuentes de inflación entre jesuitas y colonos, y una de las razones que justificaron la expulsión de la orden, en 1767.

Al final de la disertación, los asistentes compartieron un ameno brindis.

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