Edades de Sevilla

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Edades de Sevilla

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Edades de Sevilla Hispalis, Isbiliya, Sevilla

Hispalis, Isbiliya, Sevilla

Asociaci贸n para el Estudio y la Promoci贸n de la Arqueolog铆a Hist贸rica

Sevilla, 2002


Asociaci贸n para el Estudio y la Promoci贸n de la Arqueolog铆a Hist贸rica


Edades de Sevilla Hispalis, Isbiliya, Sevilla

Coordinado por: Magdalena Valor Piechotta Autores: Salvador Ordóñez Agulla Magdalena Valor Piechotta Miguel Angel Tabales Rodríguez Antonio Collantes de Terán Sánchez Víctor Fernández Salinas

Sevilla, 2002


© Área de Cultura y Fiestas Mayores. Ayuntamiento de Sevilla © Los autores I.S.B.N.: 84-95020-92-0 Depósito Legal: SE2136-2002 Diseño y maquetación: www.optika.info Imprime: Europrinter-ag, S.A.


Sumario

Presentaci贸n . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

Sevilla Romana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

De Hispalis a Isbiliya . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41

El Real Alc谩zar de Sevilla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61

De ciudad isl谩mica a centro econ贸mico mundial (siglos XIII-XVII) . . . . . . . . . . . 77

Luces de modernidad. De la Sevilla amurallada a la metropolitana . . . . . . . . . 101



El Área de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Sevilla dedica una gran atención a las publicaciones sobre la Historia de Sevilla, basta hojear el catálogo del Servicio de Publicaciones para comprobar los muchos títulos existentes dedicados al estudio de nuestro pasado. En esta nueva cita con la Historia, el Área de Cultura y Fiestas Mayores en colaboración con “Archaeologia Mediaevalis. Asociación para el Estudio y la Promoción de la Arqueología Histórica”, organizó un ciclo de conferencias titulado Tres Edades de Sevilla, impartido en el monasterio de San Clemente durante los días 25, 26 y 27 de febrero. Los conferenciantes y quiénes hicieron de presentadores en esta ocasión son profesores de la Universidad de Sevilla, concretamente de la Facultad de Geografía e Historia. A los textos de aquellas tres conferencias, se han añadido otros trabajos relativos a la Sevilla islámica y a las investigaciones arqueológicas del Real Alcázar. Este libro Edades de Sevilla quiere ser una síntesis actualizada de la historia de la ciudad. Así, los autores exponen desde distintas perspectivas y metodologías -la del historiador (Antonio Collantes de Terán y Salvador Ordóñez), la del arqueólogo (Miguel Ángel Tabales y Magdalena Valor) y la del geógrafo (Víctor Fernández)-, el resultado de sus investigaciones durante estos últimos años. Este libro tiene como objetivo fundamental llegar al mayor público posible, transmitiendo la imagen de la evolución de la ciudad durante los dos últimos milenios de su existencia. Hispalis, Isbiliya, Sevilla, una ciudad recreándose continuamente a lo largo de los milenios de Historia, viviendo y conviviendo sobre un mismo espacio geográfico. Ojalá que esta publicación sirva para que el sevillano de hoy comprenda un poco mejor sus raíces históricas y su relación vital con la ciudad que hoy podemos contemplar.

Paola Vivancos Arigita Primera Teniente de Alcalde Delegada de Cultura y Fiestas Mayores Portavoz del Grupo del Partido Andalucista



Archaeologia Mediaevalis. Asociación para el Estudio de la Promoción y la Arqueología Histórica, a pesar de tener una vida muy corta -desde febrero del 2001-, ya cuenta con un pequeño curriculum de publicaciones e informes técnicos sobre temas relacionados con la Arqueología Medieval. La investigación y la difusión de los resultados de ésta es la tarea que nos interesa y la que dedicamos nuestro esfuerzo. En esta ocasión, en colaboración con una institución tan eficaz como es el Área de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla, hemos coordinado y co-organizado el ciclo de conferencias Tres Edades de Sevilla y la publicación Edades de Sevilla que hoy prologamos. El objetivo de esta publicación colectiva es el de difundir aquellos aspectos más relevantes de la historia de nuestra ciudad durante los dos últimos milenios. Sin duda, hay multitud de aspectos que se quedan en el tintero, pero la meta que perseguimos es trazar una línea evolutiva de la ciudad tal y como hoy en día -con los datos que tenemos- se puede interpretar. Cada capítulo tiene también bibliografía que permitirá a los interesados profundizar sobre tantos aspectos que apenas quedan esbozados. Las maquetas de Sevilla construidas para el futuro Museo de la Ciudad tienen en este libro un complemento necesario, claro y conciso a la vez.

Dra. Magdalena Valor Piechotta Presidenta de Archaeologia Mediaevalis



Sevilla romana

Salvador Ord贸帽ez Agulla



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Sevilla romana Salvador Ordóñez Agulla

El primer contacto directo del solar sevillano con el mundo romano tiene lugar en el contexto de la Segunda Guerra Púnica (218-204 a.C.), cuando el entorno de Sevilla se convierte en escenario clave en la resolución del conflicto entre Roma y Cartago por la hegemonía en el Mediterráneo occidental. En este entorno ya existía anteriormente una red de grandes asentamientos de tipo urbano a orillas del Guadalquivir controlados por unas élites que importaban productos de lujo griegos, púnicos y romanos y que administraban la producción agrícola de las campiñas cercanas. Por entonces Sevilla, la Spal turdetana, receptora de una tradición que se remontaba a mediados del siglo VIII cuando los colonizadores fenicios dan inicio a su trayectoria urbana, ya daba muestras de las ventajas de su privilegiada ubicación, como puerto de intermediación del mineral de la Sierra Morena y junto a unas campiñas muy fértiles. De ello se tiene un eco lejano en las estructuras constructivas localizadas en la Cuesta del Rosario, la calle Aire y Argote de Molina. No se puede dilucidar cuál fue el peso de Sevilla en la resolución final del conflicto ante la ausencia de referencias a Hispalis, pero los datos arqueológicos apuntan a que la conquista por Roma de la ciudad en 206 a.C. tuvo consecuencias traumáticas, como refleja el nivel de incendio visible en las excavaciones realizadas en varios puntos de la ciudad turdetana así como el brusco descenso en el nivel de importaciones foráneas. Ambos hechos invitan a pensar que la ciudad pasó bruscamente de manos bárcidas a romanas, y que asimismo el asentamiento sería una más de las muchas ciudades indígenas muy punizadas que son características del sur peninsular de la época. No debe ser casual que el establecimiento de Itálica como primer centro de control romano del Bajo Guadalquivir -muy cercano a los grandes cotos mineros de las sierras de Sevilla y Huelva, los verdaderos objetivos del interés romano por entonces- esté al margen de la realidad que debía suponer este núcleo y puerto comercial indígena. Como consecuencia del conflicto bélico y de la fórmula legal de la rendición (deditio) Hispalis quedaría configurada como ciuitas stipendiaria, estatuto que describe a las ciudades formalmente autónomas en el plano político local y religioso mediante sus órganos y oligarquías propias, y que gestionan libremente sus tierras, pero que al mismo tiempo se encuentran sometidas al pago anual de tributo (stipendium) y al control del gobernador romano, que garantizaba el pago de los impuestos y la paz exterior. Por medio de este expediente Roma, carente de un aparato burocrático desarrollado, podía controlar eficazmente el heterogéneo 11


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conglomerado de ciudades autónomas del sur peninsular, apoyándose en la práctica en las oligarquías urbanas locales mediante un sistema en el que ambos poderes se beneficiaban mutuamente. Estas condiciones, que caracterizarán a la Hispalis de época republicana hasta mediados del siglo I a.C., darán la pauta para que la ciudad comience a integrarse en el marco de referencia del Estado romano, mientras se iniciaba la implantación rural a la romana en todo el entorno, coexistiendo así con las durante un tiempo aún predominantes formas indígenas de explotación del territorio basadas en núcleos urbanos con hábitats concentrados localizados en lugares estratégicamente relevantes y protegidos con recintos amurallados. El creciente impacto en las economías locales de la importación de productos itálicos, conforme se afianza la urbanización en toda la región circundante, fue resultado de la creación de un mercado de bienes de prestigio de alto valor simbólico que las elites turdetanas demandaban con fruición como forma de consolidar su posición social en unos medios progresivamente desiguales. La recepción de las cerámicas finas de mesa de barniz negro, las ánforas vinarias y la cerámica griega del sur de Italia refleja esta situación de forma acelerada desde mediados del siglo II a.C., indicando el inicio de la presencia de grupos de gran capacidad adquisitiva. Es muy posible que al calor de esta situación se asentasen ya por entonces grupos de ciudadanos romanos e itálicos atraídos por el calor de los intercambios y por los beneficios que posibilitaba el arrendamiento de servicios del Estado romano, emprendedores privados cuya presencia iba a contribuir sin duda al fermento romanizador, sin necesidad de ver por ello la presencia de nutridos contingentes de romanos asentados en la ciudad. Por el contrario es cada vez más patente que la evidencia arqueológica, aquí como en otros lugares, señala una continuidad -en el ámbito material- de las formas indígenas en tradiciones constructivas, patrón de consumo y estilos artísticos, y consiguientemente no se detectan cambios drásticos en sus estructuras sociales y económicas. Paralelamente la documentación arqueológica disponible parece indicar que durante el siglo II a.C. aún el núcleo hispalense no constituía un núcleo relevante de la trama de intercambios regionales, algo quizá vinculable con su papel secundario en relación con otros núcleos mejor situados como el Cerro Macareno, Laelia, Ilipa o Caura. Aún por entonces las posibilidades geoestratégicas de Sevilla no estaban en disposición de ser explotadas a gran ritmo. Durante la primera mitad del siglo I a.C. la situación iba a cambiar drásticamente conforme Hispalis, asiento de inmigrantes y negociantes romanos e itálicos, fue convirtiéndose en centro de redistribución de los productos itálicos, acentuando la tendencia que venía de antiguo, mientras comienzan a hacerse patentes los primeros excedentes agrícolas de la provincia, el crecimiento de la actividad minera y el transporte del mineral. En esta tesitura la desaparición a comienzos del siglo I a.C. del Cerro Macareno tuvo un evidente impacto en el engrandecimiento de Sevilla, cuyo peso específico en la red de intercambios indígena del Bajo Guadalquivir se incrementó decididamente, heredando el papel de intermediación que aquella población tenía. La mejor descripción del salto cualitativo que experimenta la ciudad de Hispalis durante la primera mitad del siglo I a.C. se encuentra en el cuadro que presentan los textos relativos a la Guerra Civil entre cesarianos y pompeyanos, entre los años 49 y 44 a.C. Se trata del único episodio en la trayectoria romana de 12


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Sevilla en el que ésta tiene un protagonismo importante en las fuentes literarias, y de las que emerge con la apariencia de una gran ciudad provincial cuyo epicentro fundamental estaba en su puerto, vital para la red de intereses romanos de la provincia. Son varios los aspectos de índole urbanística que este conjunto de referencias nos ha transmitido. En primer lugar el mismo grado de desarrollo urbano que implica la posesión de unas murallas lo suficientemente sólidas como para soportar el asedio de varias legiones, así como un espacio interno abierto con amplitud suficiente para alojar a una legión, realidades ambas que no necesariamente han de comprenderse bajo fórmulas y parámetros romanos, a la vista del predominio generalizado de las formas culturales indígenas. Se señala también la presencia de un importante contingente de ciudadanos romanos residentes que tenían sus casas y que conformaban un barrio propio organizado bajo fórmulas peculiares que constituyen los denominados conuentus ciuium Romanorum. Cabe considerar a estas agrupaciones como uno de los principales beneficiarios del emporio comercial del lugar y testimonio de la existencia efectiva de una colonización espontánea previa a los momentos de las guerras civiles, contribuyendo activamente a la extensión de las formas económicas propias del mundo romano. Otro aspecto que incide en la consideración de Hispalis como gran ciudad es el papel que se le atribuye como centro de recaudación y almacenamiento de las contribuciones del trigo provincial así como espacio de actuación de los arrendadores de impuestos por cuenta del Estado. En fin, sin duda uno de los ámbitos más característicos de la ciudad es su puerto y sus astilleros, señalados éstos por su capacidad técnica para construir barcos de gran porte capaces de surcar los mares, y no únicamente las piraguas que hasta entonces habían sido las embarcaciones características del río. No sólo de cuestiones urbanísticas nos informan los textos del momento. También nos indican que la oligarquía dirigente de la ciudad se encontraba dividida, como ocurría en otras ciudades de la provincia, entre una facción pompeyana, tendente a la resistencia al asedio, y otra cesariana, partidaria de la rendición bajo negociación, un desequilibrio interno producto de la irrupción de las formas culturales y económicas romanas y que ocasionaban conflictos internos y desajustes sociales en las comunidades béticas. El temporal triunfo de la facción pompeyana, con la expulsión de la guarnición y la búsqueda del apoyo de los mercenarios lusitanos, desencadenó el episodio final de la contienda en esta área. El resultado fue la conquista de la ciudad por César, en la que las operaciones parecen estar guiadas por el deseo cesariano de mantener incólume en lo posible el puerto y el emporio comercial. Es posible que la ciudad no sufriera urbanísticamente en la misma medida que Córdoba u otros lugares donde la conquista se hizo a sangre y fuego, y el mismo hecho de que se celebrara en Hispalis la reunión de los notables de las ciudades indígenas de la provincia en la que César dio rienda suelta a su rencor por la traición de los provinciales a su persona y la sublevación contra el Pueblo Romano es una muestra indicativa de la relevancia que la ciudad ya tenía como lugar central en la provincia. La consecuencia fundamental del episodio de las Guerras Civiles fue la formalización de una colonia de ciudadanos romanos en el contexto de la política de asentamientos a gran escala impulsada por el Estado Romano como instrumento de solución de los gravísimos problemas socioeconómicos que desde el siglo II a.C. atenazaban a la Península Itálica. Con grandes masas de población proletarizada y 13


Sevilla romana

arruinada por la crisis agraria y los importantes contingentes de soldados que implica la aparición del ejército profesional y que demandaban tierras tras su licencia al fin del periodo bélico, César hubo de volverse hacia las provincias en busca de tierra pública abundante. Se crea así el clima favorable para los asentamientos masivos de ciudadanos romanos en tierras provinciales, entre las que la Bética proporcionaba grandes posibilidades gracias a la presencia de comunidades indígenas sublevadas a las que había que castigar por su beligerancia, en uso del derecho de conquista. El establecimiento colonial supondrá la implantación de una nueva estructura organizativa y territorial que desmantelaba el previo sistema de poder, un cambio radical en el paisaje político y socioeconómico mediante la imposición de un aparato simbólico, unas gentes y unas formas sociopolíticas que dislocaban todos los planos de la vida de la comunidad indígena, suprimiendo sus usos y costumbres ancestrales, perdiendo sus tierras y propiedades colectivas e incluso llegando a la venta como esclavos de los antiguos habitantes. La desvertebración y el desarraigo de estas poblaciones indígenas era, pues, el resultado de la implantación colonial, una medida punitiva y no, como suele mantenerse desde una perspectiva deformada ideológicamente del concepto de Romanización, el reconocimiento de un alto grado de dignidad y beneficio. Por el contrario, el estatuto municipal reconocía la integridad territorial y el mantenimiento de los usos y costumbres organizativas y de gobierno, y el apoyo romano a las elites de aquellas comunidades que se habían manifestado a favor de la causa cesariana. César, pues, es el responsable de la fundación colonial de Hispalis y de la asignación de su nombre oficial romano, Colonia Iulia Romula Hispalis, como lo fue de Corduba, Urso y Hasta, y como además confirma explícitamente un pasaje de Isidoro (figura 1). La temprana muerte del dictador le impidió llevar a cabo personalmente este gran proyecto de colonización, que seguramente desarrolló en su formulación legal y en su vertiente práctica sobre el terreno su lugarteniente Marco Antonio en el año 44 a.C. No es posible conocer la componente social de la fundación; cabe pensar en que junto a los militares habría también una determinada participación civil -los proletarii- de la propia Roma, así como algunos de los romanos del conuentus previamente asentados, e incluso ciertos elementos de la aristocracia indígena afectos a la causa cesariana. Fig. 1. Retrato de Julio César D.E.E. Kleiner. Roman Sculpture New Haven - London. 1992. 46 nº 27

Si esta es la situación con César, poco después, hacia 16-14 a.C., y ya bajo Augusto, se procede a un segundo asentamiento de soldados licenciados en Hispalis, como nos informa puntualmente Estrabón en un complejo pasaje de su obra en el que se entrelazan las consecuencias beneficiosas de la navegabilidad fluvial con las dificultades que todo proceso de colonización implica en sus inicios. Se trató de una asignación complementaria de colonos aprovechando las posibilidades del asentamiento y continuando las directrices puestas en práctica por su antecesor, quien sólo tuvo tiempo de esbozar las bases del gran programa colonizador. Si bien las necesidades inmediatas eran similares -la deducción de soldados veteranos de las campañas de conquista del noroeste hispano- el prisma bajo el que se enfocó el nuevo programa de colonización buscaba ahora unas bases menos traumáticas y más estables que las de su predecesor, con unos intereses donde lo comercial primaba especialmente, facilitado en el caso presente por la existencia de un gran número de tierras públicas que Augusto podía utilizar para sus fines. Se trataba de una medida más en todo un proceso de reorganización administrativa y militar del Estado que afectó a múltiples parcelas 14


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y que pudo ser financiado activamente gracias a la existencia de cuantiosos fondos que proporcionaban las conquistas de Egipto, el Nórico e Hispania, en una excepcional coyuntura económica facilitada por la inyección de fondos públicos, los intensos movimientos de capitales y la bajada de los tipos de interés. El proceso de colonización de Hispalis no se haría sin solventar un cúmulo de dificultades que hubo que superar con decisión. Por una lado se ha de contar con la previsible situación de inestabilidad propia del conflicto bélico, los problemas de adaptación de los soldados a su nueva vida como agricultores en un medio hostil y extraño y las dificultades poblacionales de los primeros momentos de las que se hace eco Estrabón. Frente a este cúmulo de circunstancias adversas se encontraba la determinación del Estado Romano de potenciar un área estratégicamente situada y con una enorme potencialidad, como el curso de la historia se encargaría de demostrar. La promoción de Hispalis se ha de ver en este sentido como una respuesta a los intereses estratégicos romanos de amplio radio de acción, y que se centraban básicamente en la creación de una gran base productiva y comercial en Hispania que permitiera afrontar con garantías la integración de los territorios atlánticos -Britannia, la Gallia, el Norte de África- y las rutas comerciales de Occidente que la acción de César y Augusto iba haciendo entrar en la órbita romana. En este esquema el control de las rutas oceánicas a través de Cádiz y su círculo permitía el desarrollo del sistema de comunicaciones marítimas entre el norte y el sur del imperio, lo que significaba a su vez la potenciación de la Bética y sus campiñas, con Hispalis a la cabeza, como base de aprovisionamiento de los suministros para las fuerzas romanas combatientes en aquellas regiones. La puesta en valor del solar hispalense por Roma se hace sobre la base de su peculiar y excepcional situación geoestratégica, en el fondo del gran golfo marino formado por el Baetis y su gran delta, junto a la llanura de inundación surcada por numerosos canales y paleocauces fluviales que rodean al cabezo originario sobre el que se asentaba la ciudad indígena. Como oportunamente recuerda Estrabón, este puerto interior constituye el punto de máxima penetración de las grandes naves marítimas y al mismo tiempo el lugar óptimo para el control de la navegación fluvial, como punto de ruptura de carga entre la navegación fluvial y la marítima, y centro de las comunicaciones terrestres que articulan la red de contactos de la rica región agrícola. Hispalis se convierte así en el núcleo que enlaza las cuencas mineras de Huelva y Córdoba, las comarcas agrícolas del Aljarafe, Carmona y Tejada, centralizando en un segundo nivel la producción de las campiñas sevillana y cordobesa y por extensión toda la cuenca media y baja del río. La decisión política que supone la fundación colonial romana conseguirá que las posibilidades que el medio geográfico ofrecía -ya en funcionamiento al menos desde mediados del siglo VIII a.C.- se puedan aprovechar en toda su dimensión, superando los obstáculos y desventajas -en particular el río y su dinámico y mutable paisaje- que esa misma ubicación presentaba. En este sentido hemos de contar con las muy probables obras de bonificación de terrenos cercanos a la ciudad, labor imprescindible en la proyección del asentamiento como capital económica de la provincia, como lo fue la intervención estatal mediante la aplicación de técnicas para adecuar el cauce fluvial a la navegación, regulando los caudales, solventando los problemas de pendientes y protegiendo los asentamientos urbanos a las orillas del río, posibilitando de esta manera la navegación hasta Córdoba y Écija por medio de lanchones y barcas de ribera. 15


Sevilla romana

Como resultado de todo ello Sevilla se fue convirtiendo en cabeza del estuario y gran puerto marítimo de transbordo, especialmente a partir del momento en que con su inserción definitiva en la órbita romana, en un marco político y económico de mayor envergadura, y con su integración plena en las estructuras sociales y económicas imperiales, le sea adjudicada la función de aprovisionamiento y distribución al ejército y a la propia Roma de productos agrícolas de primera necesidad y recursos minerales, asentando las bases para su transformación progresiva en capital económica de la provincia la que hasta entonces había sido una comunidad más de la cuenca baja del río. Desde el punto de vista del desarrollo urbanístico apenas hay información que permita ilustrar este proceso. Por comparación con otras ciudades donde el registro arqueológico es más accesible y la documentación más expresiva se sabe que la época cesaroaugústea impulsó decididamente la monumentalización de ciertos ámbitos edilicios de las ciudades allí donde mejor se podía expresar la imagen del régimen y el dominio ideológico y cultural de Roma, así como de las nuevas elites coloniales dirigentes. En lo que se refiere a la ciudad que el romano hereda no sabemos más de lo que se ha indicado anteriormente: una sólida muralla; un puerto que la flota romana frecuentaba y con unos astilleros especializados en la construcción de grandes naves; un espacio libre capaz de dar alojamiento a una legión romana sin dificultades; por fin, un conjunto de casas en donde habitaba la población romana del lugar. De ninguno de estos espacios tenemos referencias arqueológicas como para ubicarlos sin dudas sobre el plano. Así, el trazado de la muralla indígena es absolutamente desconocido, no habiéndose localizado aún ninguno de sus paramentos, y aunque no han faltado propuestas de reconstrucción de su trazado en función de criterios diversos, generándose varias formas urbanas, su constatación arqueológica está aún por establecer. La misma indefinición presentan las propuestas de trazado de los ejes viarios principales así como la ubicación del foro republicano en la intersección de las calles Bamberg y Argote de Molina; se ha sugerido que este espacio incluiría las edificaciones más significativas de la ciudad, un templo en Mármoles que perpetuaría una tradición constructiva desde época ibérica y del cual se ha postulado su dedicación a Hércules, así como otras edificaciones en Argote de Molina (basílica) y San Alberto. La escasez de excavaciones arqueológicas en estos niveles más antiguos de la ciudad romana hace que las reconstrucciones de su urbanismo sean sumamente precarias, sujetas como están al principio generalmente asumido de la continuidad de las líneas maestras del urbanismo antiguo en el planteamiento del parcelario actual -lo que ha condicionado todas las hipótesis sobre la disposición de los conjuntos edilicios-, así como a la contingencia de la aparición de nuevos datos. Es significativo en este sentido, por ejemplo, cómo las últimas intervenciones en el sector de los Reales Alcázares -en su muralla norte y en el Patio de Banderas- han puesto de relieve la presencia de materiales que remontan a fines del siglo VIII a.C. al igual que la existencia de indicios suficientes como para plantear la existencia de estructuras de amurallamiento en forma de talud, todo lo cual podría hacer pensar en la extensión hasta ese sector de la terraza sobre la que se asentaba la ciudad prerromana. Muy recientemente se han localizado restos constructivos de época republicana, del siglo III a.C. en adelante, bajo la antigua Escuela Francesa, en el cruce de Abades con Ángeles, lo que permite prolongar con certidumbre el urbanismo de la ciudad indígena hasta ese sector al menos, y considerar así unas 16


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dimensiones mínimas de ésta posiblemente superiores a las 10 hectáreas. Ello no obstante no debiera significar, como se ha señalado anteriormente, que la forma urbana de la ciudad previa al establecimiento colonial sea identificable con los modelos urbanísticos romanos, dado que las formas indígenas en la cultura material son las predominantes hasta el cambio de Era, al margen de la posible presencia de algunos elementos más o menos cercanos o receptores del influjo romano, que en cualquier caso la arqueología no ha detectado aún con garantías. La imposición de la colonia romana hubo de significar notables cambios en este apartado, como es sabido que ocurría también en estos procesos coloniales en el territorio y el paisaje rural. En el ámbito urbano las nuevas forma políticas se reflejaban especialmente en la panoplia de edificios públicos, que constituían el mejor exponente de la remodelación a todos los niveles a que se sometía la ciudad. La coyuntura económica era muy favorable y la disposición de las nuevas elites ciudadanas a actuar como transmisoras de los intereses de la casa imperial conllevó que las ciudades provinciales comenzaran a dotarse de las edificaciones que reflejaban la nueva realidad sociopolítica. Es en este momento cuando definitivamente se observa la transformación material de los asentamientos del mundo turdetano. Conjuntos forenses con sus sectores aledaños y murallas resultan ser por estas fechas los espacios privilegiados para la exhibición del dominio ideológico del nuevo régimen de Roma sobre la realidad provincial y adecuado escaparate de la voluntad de representación de las elites locales, que ven en la monumentalización de las urbes la mejor expresión por un lado de su riqueza y capacidad y por otro de su lealtad hacia el poder. El uso de los nuevos símbolos culturales -como las monedas, factor fundamental en la difusión de la propaganda monárquica (figura 2)- y la imposición del nuevo paisaje urbano acorde con la modificación política del núcleo y la mentalidad que se iba imponiendo tenían además importantes consecuencias en el mantenimiento del control social y la continuidad del poder de las nuevas aristocracias. Este panorama, no obstante, es difícil de apreciar en Sevilla. No hay indicación alguna en las fuentes del momento en que se procedió a erigir el circuito amurallado de época imperial, una compleja operación que exigía vastas inversiones, aunque a la vista del interés que en el discurso propagandístico augusteo se asignaba a las puertas y paramentos murarios como símbolos del prestigio cívico y la autonomía de las ciudades (la idea de la muralla urbana está unida a los conceptos de Urbanitas y Romanitas) cabe pensar en que hubiese alguna intervención decidida en ese sentido. El mismo trazado concreto de la muralla de época imperial solamente se encuentra refrendado en parte por la aparición sin control arqueológico de contados lienzos de la muralla, que no permiten establecer ninguna acotación cronológica sobre su construcción ni sobre su mismo trazado. Tampoco existen datos referentes a actuaciones conducentes a la monumentalización del espacio forense que debió elevarse como lugar central de la ciudad. La excepción la supone la construcción en estos momentos de un importante complejo termal en la Cuesta del Rosario cuya relevancia estriba en el papel emblemático que se otorga a los baños, como lugares de sociabilidad y romanización, en el cambio cultural de adaptación a las formas urbanísticas romanas. De otros espacios urbanos contemporáneos solo se tienen noticias de la edificación de viviendas en el ámbito de Conde de Ibarra y de la dedicación a usos industriales del área de la Plaza de la Encarnación. El resto de espacios públicos imprescindibles, como el puerto -del que se ha postulado su ubicación al norte de la ciudad republicana-, son absolutamente desconocidos en estos momentos. 17

Fig. 2. Moneda de Colonia Romula conmemorativa del emperador Augusto y de Livia como genetrix orbis A. Burnett, M. Amandry, P. P. Ripollés. Roman Provincial Coinage. London. 1992. vol. I, part II, plate 6, nº 73


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La planificación urbana de la colonia de Hispalis se complementó con una intervención igualmente radical sobre el territorio de la ciudad indígena vencida. Con la conquista militar se implantaron unas formas nuevas de ocupación del espacio mediante la fijación de un catastro y un sistema de parcelación que aseguraba la transformación de las campiñas y su control político mediante su geometrización. El sesgo ideológico de esta actuación es también muy evidente puesto que la nueva estructura catastral que construía y organizaba el espacio dominado también era el medio de difundir ese dominio mediante la jerarquización de caminos, vías y asentamientos rurales. El territorio fue, pues, delimitado mediante complejos procedimientos que articulaban los campos de una manera racional y ordenada, y que conllevaban distintas operaciones de bonificación de tierras, fijación de redes de caminos, delimitación de los diferentes tipos de tierras y su situación jurídica, generando una realidad muy diversa en la que coexistían las tierras privadas otorgadas a los colonos, las tierras sagradas, los comunales, las tierras dejadas vacantes, y, sobre todo, las tierras públicas. En este contexto de reorganización territorial hemos de situar también la creación de la red de infraestructuras viaria, particularmente la fluvial, en la que mediante diferentes técnicas se realizaron obras de drenaje y se construyeron los necesarios diques y canales que iban a permitir aprovechar la potencialidad de la navegabilidad del río y salvaguardar las ciudades a sus orillas. De forma paralela se adecuó la red de vías terrestres que articulaban el territorio y vinculaban la ciudad con los centros vecinos, particularmente la Via Augusta, que la enlazaba con la capital provincial Córdoba- y con Cádiz, y que actuó como eje articulador de los territorios béticos occidentales. Esta actuación material ha de ser relacionada igualmente con la promoción de Sevilla a capital de convento jurídico, lo que suponía una medida clave en la estabilidad del proceso de reordenación administrativa de la provincia por la cual se creaban cuatro distritos o circunscripciones cuyas cabeceras -Écija, Cádiz y Córdoba- se situaron en puntos estratégicos por su accesibilidad, y que tenían también una funcionalidad religiosa de integración de las elites locales en la ideología oficial mediante la difusión del culto imperial. Partiendo de las condiciones jurídicas que se habían creado en el territorio en el proceso de asignación de tierras a los colonos el paisaje rural anejo a la ciudad experimentó cambios sustanciales centrados en la transformación radical del modelo de asentamiento en la comarca, de forma paralela a como las estructuras socioeconómicas de las que deriva también lo estaban haciendo. Por ello se observa cómo desde mediados del siglo I a.C. se produce la imposición de un modelo de poblamiento disperso, distinto del indígena de hábitats concentrados. La consecuencia será la multiplicación de asentamientos rurales y la inserción definitiva de la zona en las formas romanas de explotación del territorio mediante la extensión del régimen de la uilla (explotación agrícola de vocación excedentaria) y la creación de aglomeraciones urbanas que actúan de cabecera de los distritos (pagos) en la ordenación rural del territorio. La emergencia del régimen de uillae en el entorno de Sevilla, en las comarcas de la Ribera, el Campo y el Aljarafe, sentó las bases de la masiva ocupación del campo que será la tónica característica de los siglos I y II d.C. y que es uno de los fenómenos que están a la base de la proyección económica de Hispalis en esas fechas. Las prospecciones arqueológicas apuntan a que aproximadamente un tercio de las explotaciones agrícolas conocidas de época romana surgen como tales en relación con el movimiento colonizador cesaroaugústeo. El impacto de esta política no dejó de afectar evidentemente a las 18


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ciudades indígenas de las comarcas circundantes, pero sobre todo a los sectores aristocráticos coloniales, que comienzan a aprovechar en su propio beneficio, mediante la concentración de la propiedad y las ocupaciones de tierras públicas, las circunstancias y expectativas generadas en el proceso. El gran proceso de colonización cesaroaugusteo creó las condiciones para la proyección política y económica de Hispalis en la época de la dinastía julioclaudia. El resultado fundamental de esa activa transformación del paisaje urbano y rural fue la conversión de la provincia de la Bética en una región exportadora, a través de Sevilla, de productos indispensables como metales, trigo, vino, pero sobre todo aceite, que por su gran rentabilidad en los mercados exteriores iba a convertirse en el licor por excelencia de la región. Y en relación con ello algunas medidas tomadas por los primeros emperadores iban a favorecer sobremanera las posibilidades de esta ciudad, particularmente la creación por Augusto del servicio administrativo encargado del abastecimiento a Roma y a los destacamentos militares en provincias y fronteras, especialmente a raíz de la implantación de la política de expansión atlántica. El sistema de la Annona, que alternaba los impuestos en especie y la compra de productos de forma obligatoria, permitió a los emperadores garantizar la provisión de estos productos básicos que se ofrecían gratuitamente o a precios subvencionados, y en este contexto la inserción de las provincias en una economía de mercado mundial estable y pacificado iba a favorecer especialmente a aquellas regiones productoras, como la Bética, consideradas imprescindibles para el sistema de suministros estatales. Que las ventajas de Sevilla iban poniéndose en juego lo indica taxativamente Pomponio Mela cuando nos dice que en época de Tiberio Hispalis era, tras Córdoba y Cádiz, la tercera ciudad de la provincia. Y es que las medidas que el Estado fue tomando para impulsar una organización eficaz del mundo del transporte pronto tuvieron directa incidencia en estas regiones, especialmente en lo referente al comercio del aceite, que experimentó un incremento progresivo desde el impulso notable dado por Claudio al tráfico annonario. Ante la inexistencia de una flota de transporte comercial propia el Estado iba a optar por el recurso a una iniciativa privada siempre remisa a colaborar con la burocracia imperial por razones de tipo moral -negativa consideración de la actividad mercantil a ojos de la mentalidad aristocrática de base agrícola- y práctico -lentitud y complejidad de la burocracia oficial, así como los riesgos que implica la navegación-. El desarrollo legislativo romano refleja claramente la política imperial de favorecimiento a la inversión de los capitales privados en la construcción de navíos y su puesta a disposición de la Annona mediante la acumulación progresiva de beneficios fiscales e inmunidades para sus poseedores. La pretensión era incentivar la inmersión de los sectores adinerados y con capacidad económica, la elite terrateniente, en el mundo del negotium y las inversiones productivas, frente a las tendencias morales imperantes en la mentalidad antigua (otium) que privilegiaban la adquisición de tierras como elemento de prestigio social. Esta política impulsada desde el poder indudablemente repercutía en las zonas productoras, particularmente en aquellos puertos y astilleros provinciales concebidos como cabecera de salida de la producción de una materia considerada de primera necesidad. De esta manera Hispalis resultó directamente beneficiada del creciente proceso de industrialización y planificación de la producción de envases olearios a partir de Claudio (figura 3) y del tirón de la producción que imprimía un Estado con numerosas 19


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necesidades de abastecimiento por su política atlántica de conquistas en Britannia, Mauritania y Germania así como por las necesidades de avituallamiento de la plebe romana. Desde época flavia Hispalis, en correlación con el control que el Estado establece sobre la producción de aceite, fue centralizando las instituciones y corporaciones vinculadas con las actividades annonarias y las transacciones comerciales relacionadas con este producto, combinándose los beneficios que esta actividad reportaba con el trasiego privado de otros productos (vino, mostos cocidos, metales, mármoles, cerámicas, productos de lujo). La consecuencia, especialmente a partir de que con Adriano el Estado se hiciera cargo de asegurar la regularidad del aprovisionamiento de aceite mediante un sistema de ventas forzosas de parte de la producción, fue la conversión de Sevilla en directa beneficiaria de la demanda estatal y de las disposiciones imperiales que favorecen a los envasadores de aceite así como a las elites provinciales con riqueza suficiente como para poder realizar grandes inversiones de capital en instalaciones industriales de fabricación de ánforas y en navíos de transporte. No es casualidad, pues, que sean los senadores del círculo del Bajo Guadalquivir quienes logren proyectar al principado a gentes de su ámbito a fines del siglo I, ni tampoco que la expansión de Hispalis como mercado de exportación y el traslado del eje de la producción desde la desembocadura del Baetis hacia su cuenca media se hicieran a expensas del otro gran puerto provincial, Gades, adelantado por Sevilla a partir de estos momentos.

Fig. 3. Ánfora olearia Dr.20 Dibujo de F. Salado a partir de E. Rodríguez Almeida, Il Monte Testaccio. Ambiente, storia, materiali. Roma. 1984

Un episodio relevante en la trayectoria de afianzamiento de Hispalis como centro estratégico en la provincia radica en las disposiciones que en 69 d.C. tomó el emperador Otón durante las primeras semanas de su reinado, tras la muerte de Galba. Según refiere Tácito entre sus decisiones destinadas a ganarse el apoyo de provincias y ciudades destaca la de acrecentar la población de Emerita e Hispalis con la inclusión de nuevas familias. Esta medida se mantenía en la línea julioclaudia de favorecer la creación de clientelas urbanas municipales que le garantizaran prestigio y poder financiero, bases sobre las que Augusto y sus sucesores habían construido su edificio político. A su vez se conseguía favorecer a una comunidad que iba convirtiéndose en un elemento imprescindible en el sistema de abastecimientos del Estado, tras la crisis económica que había derribado a la dinastía julio-claudia. Se procedió pues a una adición suplementaria de colonos, la tercera tras las de César y Augusto, mediante el establecimiento de nuevos habitantes que procedían de los sectores de indígenas avecindados desde la época de la fundación en el territorio de la colonia, a los que se integra en estos momentos, quizá como reconocimiento de un grado de romanización suficiente y como medio de incrementar el número de personas sujetas a las contribuciones fiscales en la localidad. Para ello, como ocurrió en Mérida, era preciso disponer de tierras suficientes en manos del Estado que no habían sido asignadas en el proceso de colonización anterior y que habían permanecido en su poder tras los procesos de asignación previos. Particularmente se disponía de los denominados subseciua, tierras públicas estatales bajo la administración del emperador que muy posiblemente estaban arrendadas de antiguo a estos grupos de indígenas, y cuya conversión ahora en colonos no afectaba los intereses ni de la colonia ni de sus oligarquías. Con esta medida la colonia lograba incrementar su población, acrecentando el número de habitantes sujetos a prestaciones en beneficio de la ciudad y capaces de integrarse entre sus aristocracias rectoras. 20


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El surgimiento de senadores en una comunidad provincial certifica la existencia de una oligarquía propietaria de tierras y fortuna personal paralela al prestigio, rango y antigüedad de la ciudad misma. El peso específico de los senadores hispanos en el Senado de Roma se venía incrementando desde época de Claudio, pero esta tendencia se acelera en la segunda mitad de siglo, como consecuencia de la proyección económica de la provincia de la que ellos son uno de los sectores más beneficiados: es ahora cuando tenemos noticias del primer individuo de rango senatorial del que se pueden rastrear vinculaciones con Hispalis, L.Helvio Agrippa, procónsul de Cerdeña en 68-69. La política de los emperadores flavios de conceder la ciudadanía latina a las provincias hispanas va a tener también notables repercusiones sobre el destino de Hispalis. Desde Vespasiano la concesión del derecho latino y la trasformación de los estatutos jurídicos de las ciudades indígenas mediante la extensión del modelo municipal dio lugar a una gran floración de municipios, completando el paisaje geopolítico iniciado con César y Augusto. Ello suponía el reconocimiento por Roma de una situación de desarrollo institucional y social en esas comunidades, que les permite integrarse sin dificultades en el sistema político romano, en una práctica administrativa regularizada y en una auténtica vida urbana. Con el definitivo triunfo de ésta se asiste a un incremento en las demandas financieras sobre las elites locales, a las que se reconduce, mediante la competitividad social, la intensificación de los programas constructivos urbanos y el desempeño de cargos y magistraturas locales, hacia las formas de comportamiento propias de la mentalidad urbana romana. Puesto que únicamente la tierra podía proporcionar medios de obtención de riqueza y de aceptación del código de valores romano, no es extraño que desde estos momentos el campo bético conozca una creciente intensificación en la explotación del agro, con importantes inversiones en las uillae, que se extienden ampliamente por las campiñas. La economía del Imperio se va a ver muy beneficiada con estos movimientos de capitales que los nuevos ciudadanos invierten en su promoción política, en los asuntos públicos de sus ciudades y en sus propiedades rústicas; ello repercute tanto sobre el sistema productivo de la provincia, que incrementa su impacto en los mercados, como en la hacienda pública, al ampliarse la base fiscal del Estado con nuevos elementos que se integran en su mecánica y ponen en circulación grandes cantidades de riqueza. Y, en fin, el reflejo de todo ello es determinante en los grandes y antiguos centros de intercambio como Hispalis, beneficiados directamente del salto cuantitativo en la capacidad productiva de la región y de la apertura de numerosas posibilidades de inversión en los nuevos municipios. En su entorno se procede a la conversión en municipios de un numeroso grupo de ciudades a lo largo del río Guadalquivir, lo que constituía un signo del decidido interés estatal por potenciar una región que cada vez más iba convirtiéndose en base logística de aprovisionamiento a las legiones acantonadas en las fronteras. El significado económico y político de Hispalis no dejó de acrecentarse durante el siglo II. Con las medidas de Claudio y la repoblación de Otón, pero especialmente cuando a partir de Adriano el Estado se haga cargo a través de la Annona del abastecimiento en aceite a Roma y al ejército, Hispalis se convierte decididamente en el mayor centro comercial hispano en detrimento de Gades, en el momento en que ya las inversiones de capitales se desplazan decididamente del mercado libre propio 21


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de los circuitos económicos gaditanos hacia los productos del Guadalquivir subvencionados por el Estado. Beneficiaria directa de la política cada vez más intervencionista del Estado en los circuitos de la producción y la distribución y con una creciente complejidad en los sistemas organizativos, en esta etapa su puerto alcanza el máximo en el nivel de exportaciones tanto por vía fiscal como por el comercio privado. La arqueología extrapeninsular detecta la presencia del aceite bético en puntos tan alejados como Escocia, Arabia, Israel, la cuenca del Egeo y Anatolia, Alejandría, Dalmacia, la costa occidental del Mar Negro o los fortines militares de la frontera germánica, generando una red de circuitos comerciales cuyos nodos principales se articulaban a través de las rutas marítimas atlántica y mediterránea, y las vías de acceso fluvial al continente a través del Garona, Ródano, Sena, Rin o Mosela. Excepcionalmente, y ya como producto de lujo, el aceite bético alcanzará hasta Arikamedu, en la costa oriental de la India. Los cimientos económicos sobre los que se había construido su preeminencia dan en este momento claras muestras de su solidez y tienen su reflejo social y así, en el siglo que entra los senadores procedentes del círculo del Bajo Guadalquivir (Hispalis e Italica) serán mayoritarios frente a los originarios de Córdoba, que aunque más antigua y contando con unos cotos mineros que permitieron la fortuna de sus grandes familias de comienzos del Imperio, no disponía de la situación de Sevilla ni de la apertura al mundo del negocio y las grandes oportunidades económicas que ello conllevaba. Era un claro síntoma de que las potencialidades llegaban a su madurez, por lo que el peso de sus aristocracias se iba haciendo notar cada vez más en Roma.

Fig. 4. Ara funeraria de D. Cutio Balbino Foto S. Ordóñez

Las élites provinciales que acceden a la dirección del Estado con los Antoninos suponen el reconocimiento del papel de la provincia bética en la apertura del comercio al exterior, de su riqueza y de la fuerza de sus estructuras productivas, en las que el centro capital por excelencia era Hispalis. La base del poder económico y político de estos sectores aristocráticos provinciales radica en la propiedad de la tierra, el préstamo de dinero y las inversiones de grandes capitales en las empresas marítimas cuya actividad alentaba el Estado romano, lo que generaba nuevas fortunas a través de su gestión mediante libertos, esclavos e intermediarios, gentes más emprendedoras y libres de ataduras sociales y de las restricciones ideológicas y morales impuestas a las actividades comerciales de las elites. Únicamente estos sectores adinerados estaban en condiciones de realizar las importantes inversiones iniciales que requieren el comercio marítimo y la construcción y explotación de barcos de gran tonelaje. Entre ellos están las grandes familias senatoriales hispalenses que conocemos a través de sus inscripciones como los Messii Rustici, originarios de la zona de Utrera e integrantes del círculo del emperador Adriano, de uno de cuyos parientes se han conservado sendas inscripciones erigidas en su complejo funerario (figura 4); los Fabios, uno de cuyos integrantes, la orgullosa Fabia Hadrianilla, se jacta de ser hija, esposa, madre y hermana de senadores, y que hace un legado testamentario a favor de una fundación alimentaria destinada a niños hispalenses en la que se establece 22


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la distribución entre ellos, dos veces al año, de las rentas de un capital de 50.000 sestercios, a la manera de cómo lo hacía el emperador Trajano en Italia; en fin, los Helvii Agrippae, a uno de cuyos miembros el esplendidísimo senado de la ciudad le decretó los máximos honores fúnebres. La epigrafía de estos momentos muestra claramente la eclosión del mundo de los negocios que está a la base de esa importante transformación y la proyección social de las grandes familias. Sin duda uno de los mejores referentes de la importancia de Hispalis está en Italica, el escaparate ideológico de la provincia y donde con mayor evidencia, tanto material como social, se hace patente el nivel alcanzado por las aristocracias urbanas del Bajo Guadalquivir. Es el centro de acción de los cargos del culto imperial provincial, de la expresión del poder y la autoridad imperial y de la ligazón de las elites locales béticas que logran encumbrarse en el Imperio. Como sede de la aristocracia política, de carácter conservador, es el foco de la exhibición honorífica del prestigio de estos círculos sociales que proyectan a las más altas cúspides del poder a algunos de sus miembros, como Trajano y Adriano. Su ascenso no puede entenderse desligado de las condiciones favorables que ofrecía el gran centro mercantil hispalense, con el que presenta una singular complementariedad funcional: prueba de ello es que con el paso del tiempo, y conforme las circunstancias políticas y económicas se iban alterando Italica fue perdiendo peso, pasando de ser una magnífica ciudad residencial para volver a ser la ciudad provinciana que siempre había sido. El desarrollo económico y la vitalidad que muestra el comercio oleícola se manifiesta en la transformación urbanística desarrollada a partir de mediados del siglo I y especialmente durante la segunda centuria, al calor de la posibilidad de acumulación de capitales. Así Hispalis vendría a reflejar la situación de madurez que en general se aprecia en la Península Ibérica desde época flavia con respecto a la difusión de estilos arquitectónicos y tipos urbanos plenamente romanos. Y si bien es posible distinguir ciertos sectores fundamentales de actuación a nivel general (figura 5), el conocimiento preciso del desarrollo urbano de la ciudad durante la época altoimperial está condicionado por problemas de profundidad de los niveles arqueológicos y de los mantos freáticos y por el grado de reutilización y alteración de los restos monumentales en los distintos periodos constructivos posteriores; se han de señalar, en fin, las dificultades que presenta la epigrafía para este cometido, dado que del conjunto de textos actualmente conocidos más del 60 % corresponde a inscripciones que no pueden ser empleadas para la ubicación de espacios ni conjuntos edilicios por corresponder a reutilizaciones de época posterior o desconocerse el lugar concreto de hallazgo. La disposición del trazado de la muralla de época imperial se ha realizado a partir de algunos escasos lienzos localizados en Santa Catalina, Orfila, Villasís, Martín Villa y Gallegos; el trazado concreto es una cuestión sujeta a discusión dado que éste se ha establecido sobre la base de la topografía actual y el análisis del 23

Fig. 5. Sectores de la ciudad altoimperial Elaboración propia


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parcelario. Tampoco el hecho de que esta cerca se mantuviera en uso hasta época emiral aporta información añadida con la excepción de los nombres de algunas puertas. La propuesta más extendida hoy día presenta una curiosa forma triangular cuyos vértices se sitúan en la Iglesia de San Martín, Archivo de Indias y San Esteban; en el trazado solamente Santa Catalina, San Esteban y la Plaza de la Alianza presentan indicios de existencia de puertas. A juzgar por la reconstrucción de su recinto murado Hispalis parece situarse entre las más grandes ciudades de Hispania, ocupando una extensión en torno a las 65 hectáreas. La misma indefinición presenta la disposición de las líneas maestras del urbanismo. El cardo máximo se ha establecido sobre el recorrido de Alhóndiga, Cabeza del Rey Don Pedro, Alfalfa, Corral del Rey y Abades-Alianza, mientras que el decumano máximo se ha hecho discurrir por Águilas, Alfalfa, Alcaicería y el Salvador-Gallegos. Del viario interno solo se han podido localizar en alguna ocasión algunos restos en Mateos Gago, Abades y Palacio de San Leandro, ofreciendo este último una encrucijada viaria de dos calles pavimentadas con su infraestructura de saneamiento y con edificaciones porticadas flanqueándolas; en cualquier caso estos escasos testimonios parecen apuntar a la existencia de una organización ortogonal bien definida a partir del siglo I. En el cruce de los dos ejes viarios principales se sitúa el foro de época imperial, construido hacia el cambio de Era, y que queda así descentrado; se ha sugerido que el ámbito abarcado por este espacio público, de gran valor representativo en la ciudad romana, estaría delimitado por las calles Alcaicería, Cuesta del Rosario, Tres Caídas y Plaza del Salvador, un sector por otro lado que detentó la primacía urbana hasta época almohade. Noticias sueltas procedentes de la Plaza de la Pescadería y de la misma Cuesta del Rosario permiten intuir la presencia de construcciones de calidad a juzgar por los restos de edificaciones con decoración musivaria y pictórica en ellas encontrados, y cuya ubicación topográfica contribuye a configurar esta área como una de las más relevantes de la ciudad romana. De todo este conjunto solo las termas de Cuesta del Rosario presentan restos suficientes que permitan determinar su funcionalidad y el grado de monumentalización del área forense, en una actuación que conduce a su remodelación y ornamentación con un repertorio de gusto adrianeo. En las inmediaciones de este conjunto, y usualmente reutilizados, se ha localizado un conjunto de epígrafes de carácter honorífico alusivos a magistrados de la ciudad, personajes relevantes y miembros de la familia imperial casi todos de los siglos II y III d.C.-, y que en buena lógica deben provenir de las diferentes edificaciones y espacios que integraban el foro. Es en este ámbito donde se encuentran las dedicaciones a magistrados locales como L.Blatio Ventino, que fue uno de los primeros magistrados de la colonia; Horacio Víctor, dos veces magistrado y honrado por el pueblo sevillano por su munificencia hacia su patria; Pomponio Clemente, quien como pontífice del culto imperial resulta ser el único sacerdote conocido hoy por hoy en Hispalis; en fin, Calpurnio Séneca, miembro del orden ecuestre que en época de Adriano ostentó un alto cargo de la flota imperial en Miseno y Rávena y a quien el senado sevillano le erige una estatua. Con excepción de las citadas termas, del resto de la panoplia de edificios que componen un recinto forense -según el esquema clásico de templo, plaza y basílica- no se tiene ninguna confirmación arqueológica, por lo que sobre la base del parcelario moderno se ha postulado la presencia de una basílica bajo la Iglesia del Salvador, un templo entre Tres Caídas, Alfalfa, Plaza de la Pescadería y A. M.Camacho, un conjunto de tabernae (tiendas) delimitadas por la manzana de Alcaicería y Herbolarios, mientras que la manzana entre Huelva y Cuesta del Rosario ocuparía el espacio libre del foro. 24


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La construcción del foro de época imperial tuvo consecuencias importantes sobre el otro espacio privilegiado de la ciudad, el denominado foro republicano. Tras el abandono de la gran edificación de Argote de Molina a fines del siglo I d.C., se procede a una importante labor de reorganización urbanística de todo ese ámbito durante el siglo II, bajo los Antoninos, que incluye la construcción de una gran plaza porticada y enlosada de piedra de la que forman parte las tres columnas de la calle Mármoles (figura 6) y las dos que hoy se yerguen en la Alameda de Hércules, así como la presencia de un santuario dedicado a Liber Pater, que actuaba como local de reuniones y culto de algunas corporaciones profesionales como los centonarii (bomberos y transportistas) a los que encontramos honrando con una dedicación a Antonio Pío. Es posible que durante la obra de reorganización edilicia del viejo recinto forense republicano se incluyera la construcción de un teatro, o su ornamentación, con lo que se podría hablar de la existencia de un gran complejo monumental y socio-religioso en ese sector. En un ámbito cercano, bajo la Iglesia de San Alberto, en una edificación de tipo monumental se ubicaba la sede de la rama administrativa encargada de los asuntos mineros de los dominios imperiales en Sierra Morena, a uno de cuyos gestores, el procurator Flavio Polychryso, los confectores aeris o trabajadores del bronce le dedican una inscripción a comienzos del siglo II en el lugar de su residencia oficial y puerto de embarque y control fiscal de los lingotes. Un conjunto de inscripciones de funcionarios imperiales en Hispalis permiten establecer que, mientras que la sede del gobernador estaba en Corduba, muy probablemente la administración procuratoria de la provincia de la Bética tuviera en esta ciudad su asiento por las facilidades que su ubicación ofrecía para el adecuado desempeño de las funciones de aquellos. A través de un nutrido cuerpo de libertos y esclavos imperiales esta rama de la administración gestionaba en la provincia los asuntos fiscales relativos al patrimonio y a la res priuata del emperador. La ubicación concreta del complejo procuratorio es desconocida aunque la localización aludida puede hacer pensar en la Iglesia de San Alberto como lugar al efecto. En cualquier caso es seguro que en época de Septimio Severo se erigió en él una suntuosa edificación dedicada a la casa imperial, ornamentada con estatuas de la familia reinante y revestimientos marmóreos, y que se conmemora en una inscripción reutilizada hallada en la calle Gallegos y elevada por dos procuradores de la provincia, uno de ellos llamado Lucrecio Juliano. En ese complejo desempeñarían sus funciones los funcionarios encargados de la caja del patrimonio imperial como Félix, a quien sus vicarios le elevaron una dedicación funeraria, o aquel Lycomedes que en 205 dedicó una estatua a Caracalla, y quizás también Pío, un esclavo del fisco imperial encargado de la gestión de las contribuciones de trigo procedentes de los arrendamientos de tierras públicas a mediados del siglo II. Las intervenciones arqueológicas permiten establecer una funcionalidad residencial para algunos determinados sectores de la ciudad como se detecta especialmente en la casa de la calle Guzmán el Bueno, ubicada muy cerca del foro, 25

Fig. 6. Columnas de Mármoles Arqueología urbana en Sevilla. 1944-1990 Sevilla 1996. 133.


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en una tendencia conocida en las elites antiguas de localizar sus viviendas en los lugares centrales. Se trata de una magnífica mansión (domus), muestra de la eclosión económica de las grandes familias hispalenses, y que permite hacerse una idea sobre el estilo de vida de estas oligarquías y la adopción de las formas arquitectónicas y símbolos culturales romanos dentro del ámbito privado. Menos vistosas son las edificaciones domésticas del barrio de San Bartolomé y de las calles Laraña e Imagen, con restos de calidad constructiva y ornamental, y quizá también en la Plaza de la Encarnación, donde la remodelación de un viejo sector alfarero dio paso a un edificio construido a fines del siglo I aunque de funcionalidad desconocida. Semejantes dificultades ofrecen otras edificaciones como por ejemplo la detectada en Calle Vírgenes / Conde de Ibarra, de época tiberiana o el edificio público monumental con pilastras adosadas localizado en un adarve de la calle Francos, de magnífica conservación, y cuya ubicación no lejos del río permitiría pensar en algún tipo de vinculación con el tráfico fluvial.

Fig. 7. Mosaico de las termas del Palacio Arzobispal con escena de pesca T. Falcón Márquez, El Palacio Arzobispal de Sevilla Sevilla. 1997. 39]

El ámbito meridional de la colonia resulta ser uno de los espacios privilegiados que reflejan la acción en Hispalis de ese otro gran proceso de reordenación urbanística que tiene lugar en el siglo II y al que se viene denominando “segmentación de los espacios públicos”, por el que nuevas edificaciones públicas toman el relevo en el esfuerzo de monumentalización de las ciu-dades tras el efectuado durante la centuria anterior y que afectó básicamente a foros, templos y teatros. Ahora son termas, edificios colegiales, santuarios y zonas viarias frecuentadas los receptores de los programas edilicios, que conllevan una descentralización de la actividad constructiva. En Sevilla esto se aprecia tanto en la citada reorganización del conjunto de Mármoles, como en la construcción del monumental complejo termal del Palacio Arzobispal / Abades, erigido en época antonina (figura 7). Además de ello, tanto la arqueología como la epigrafía muestran un importante esfuerzo constructivo en la zona de los Alcázares, donde la información arqueológica y epigráfica está apuntando a la presencia de un gran complejo portuario. Se viene señalando desde hace tiempo que el lugar idóneo para la ubicación del puerto era la confluencia del paleocauce del río y el arroyo Tagarete. La presencia de un espacio de funcionalidad mercantil en el sector que comprenden la Catedral y los Reales Alcázares apoya esta localización, donde la escasas excavaciones y los sondeos geotécnicos han podido documentar en ocasiones estructuras interpretadas como almacenes, en consonancia con el entorno donde se recoge la documentación relativa al tráfico fluvial y a las corporaciones con él relacionadas, y en otras sólo atestiguar la existencia de estructuras diversas de difícil interpretación. Se trata de un ámbito de grandes dimensiones; se ha de tener presente que el trajín fluvial en Hispalis tuvo unas dimensiones que difícilmente 26


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podemos imaginar hoy día, a la vista de la capacidad de almacenamiento de los navíos de tipo medio, unas 2.000-3.000 ánforas, y la cantidad de envases que se movían anualmente. Las estimaciones que se han realizado a partir de la exploración reciente del Monte Testaccio en Roma, compuesto por casi 25 millones de ánforas en un 80 % olearias béticas, apuntan a una media anual de 100.000 ánforas anuales durante los 250 años de vida de este vertedero; ánforas que se concentraban en los muelles de Sevilla durante una parte del año, la del mar abierto a la navegación, entre Marzo y Octubre, y a las que habría que añadir las que se distribuían para el ejército de las fronteras y las que se encauzaban por el comercio libre, amén del resto de productos de comercio. Se precisaba pues un ingente número de barcos que necesitan puntos de atraque, oficinas de contratación de fletes, expedición y cambios, centros de recaudación de impuestos y tasas portuarias, almacenes, depósitos, hospedaje y en general todos los servicios que se requería para el buen funcionamiento de su actividad. El espacio implicado debió ser pues bastante amplio, algo que puede intuirse a partir de la comparación con los grandes puertos de recepción de las mercancías béticas como Ostia, Pozzuoli o el mismo emporio de Roma (figura 8). Si bien algún autor antiguo indica expresamente que el Baetis estaba canalizado por todas las ciudades a su paso, hoy por hoy las únicas áreas urbanas de las que se tiene constancia expresa de su funcionalidad portuaria son el gran embarcadero de pilotes de madera, con restos documentados tanto en la calle Sierpes como en la Plaza de San Francisco, y los varios pecios de la Plaza Nueva, que permiten pensar que en estos puntos se situaban los lugares de atraque, carga y descarga y fondeaderos, sobre distancias considerables. Junto a estos espacios, hay que señalar igualmente el embarcadero de la factoría alfarera del Hospital de las Cinco Llagas. Muy recientemente se ha obtenido la confirmación epigráfica de la existencia en Sevilla de una statio Romulensis, la sede común de las representaciones comerciales de los colegios profesionales que se ocupan del abastecimiento de Roma, y que posiblemente estaría situada en el sector de los Reales Alcázares. Recientes excavaciones en este recinto han puesto de relieve la presencia de restos constructivos y epigráficos de gran calidad, cuyo tenor indica la ubicación en ese ámbito del Patio de Banderas de un sector especializado en el aspecto organizativo y fiscal del tráfico comercial, particularmente el del aceite. De este complejo, que presenta una disposición en terrazas, pudieron proceder las dedicaciones que los barqueros y bateleros fluviales (scapharii y lyntrarii) que operaban en Hispalis elevaron tanto a emperadores (figura 9) como especialmente a algunos funcionarios imperiales responsables de la buena adecuación del río para la navegación, piezas todas ellas halladas encastradas en la Giralda o 27

Fig. 8. Escena de descarga de ánforas en el puerto de Ostia R. Meiggs, Roman Ostia London-New York. 1985. Plate XXVI

Fig. 9. Pedestal erigido por los scapharii qui Romulae negotiantur en honor del emperador Antonio Pío Foto J. Beltrán


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Fig. 10. Pedestal de Sexto Julio Posesor, procurator ad ripam Baetis Foto S. Ordóñez

Fig. 11. Inscripción relativa al corpus oleariorum hallada en el Patio de Banderas M. A. Tabales y A. Jiménez Sancho, “Hallazgo de una nueva inscripción referente al cuerpo de olearios en el Alcázar de Sevilla”, Habis 32. 2001. 379.

reutilizadas en el espacio ocupado primero por la mezquita almohade y luego por la Catedral. Tales son los casos del ingeniero militar Castricio Honorato y especialmente el de Sexto Julio Posesor, un verdadero especialista en las tareas de organización de los suministros oficiales, y que tras su responsabilidad en Hispalis como “Procurador para la ribera del Baetis” entre los años 161 y 169 d.C. aún desempeñaría en Ostia y Alejandría una notable carrera en el servicio estatal de aprovisionamientos. Previamente a su llegada a Hispalis Posesor había sido responsable del pago de las compensaciones a los productores que vendían su aceite al Estado así como del abono a los armadores de los fletes del transporte (figura 10). Es en este conjunto donde cabe situar el local en el que a mediados del siglo II tenía su sede el splendidissimum corpus oleariorum, corporación de envasadores de aceite que trabajan para la Annona y a cuya cabeza estuvo M.Julio Hermesiano, honrado por su hijo con una estatua erigida en este recinto. Una edificación que fue ornamentada por Valerio Valente y a la que su hija Valeria añadió una estatua de Minerva Augusta, la diosa del olivo a la que la corporación de comerciantes de aceite tanto debía (figura 11). La dedicación de una estatua de una divinidad en un entorno de eminente funcionalidad comercial es algo lógico en un mundo en el que las esferas religiosa y comercial están íntimamente unidas, algo a lo que parece apuntar también la presencia de alguna edificación dedicada a Isis en este mismo entorno, quizá interpretable como un santuario empórico, confirmando la necesidad de los recintos religiosos vinculados con la navegación. La arqueología nos indica que las operaciones de reforma de todo este sector portuario (figura 12), al que puede considerarse plenamente como el emporio de la ciudad y por tanto con una entidad urbanística claramente diferenciada con respecto al resto de la ciudad, tienen su comienzo desde comienzos del siglo I d.C., culminando en el siglo II, algo que podría también apoyarse en los testimonios literarios y epigráficos que señalan la preocupación de Trajano y Adriano por dotar de acueductos, infraestructura portuaria y obras de interés público a ciertas ciudades y regiones en atención a las necesidades estratégicas y económicas del Imperio. En cualquier caso las medidas que los emperadores de la dinastía antonina tomaron con respecto a las necesidades del Estado en materia de suministros, el tenor de la información epigráfica aparecida en el área, así como la evolución del comercio oleario apuntan a estas fechas de la segunda centuria, coincidentes en suma con la que se considera como momento de mayor esplendor material de las ciudades de la Bética, aunque no se puede descartar que ya desde mediados del siglo anterior la infraestructura portuaria hispalense requiriese importantes cuidados. La ubicación de los edificios de espectáculos de la ciudad en la topografía urbana es por ahora irresoluble por la total ausencia de evidencia estructurales de ningún edificio de este tipo. La única información textual conocida es la referente a la existencia del anfiteatro a comienzos del siglo IV, a juzgar por las actas del martirio de Justa y Rufina. El anfiteatro es uno de los símbolos consustanciales a una colonia militar, muy identificada con este tipo de espectáculos. Y aunque la epigrafía aparecida en Sevilla apunta a la existencia del 28


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anfiteatro, son sin embargo piezas controvertidas y difíciles de utilizar desde la óptica de la reconstrucción del urbanismo antiguo. En todo caso no ha quedado nada en absoluto de la evidencia estructural del anfiteatro, y consecuentemente tampoco sabemos nada sobre las fechas ni el contexto de su construcción. Se le ha venido buscando en diversos lugares de los alrededores, en la fachada oriental del casco antiguo, hacia el oratorio de las santas Justa y Rufina, el Campo de los Mártires y el Prado de Santa Justa, sin que se pueda aducir por ahora ninguna prueba arqueológica en favor de esta hipótesis. En el espacio periurbano, caracterizado por la diversidad funcional, las necrópolis constituyen unidades neurálgicas que conforman auténticas ciudades de muertos. La combinación de los hallazgos funerarios con la aparición de inscripciones sepulcrales permite establecer la disposición de un cinturón de áreas de enterramiento que rodea el circuito amurallado de la ciudad por su ámbito sur, oriental y septentrional. En la parte meridional se sitúa la necrópolis de la Fábrica de Tabacos, San Telmo y Prado de San Sebastián, que combinaba enterramientos hipogeos de notable porte -como en Roma, erigidos para ser vistos desde el río- con otros más humildes, y que se mantiene en uso desde comienzos del Imperio hasta época árabe. La necrópolis este es muy mal conocida por la intensa reutilización de los restos que se hizo en época islámica y el grado de indefinición de la muralla por ese ámbito. Se conoce la presencia de estructuras y epígrafes funerarios de momentos altoimperiales en la Casa-Palacio de Mañara, Iglesia de S.Bartolomé, Convento de S. María de los Reyes (ss.II-III) y entorno de las calles Imperial (I-II), Santiago y Leoncillos. Esta área parece que se extiende a ambos lados del curso del Tagarete a juzgar por la aparición de algunas piezas epigráficas en S.Bernardo y S.Benito y de alguna tumba de comienzos del siglo I d.C. Pero sin duda el área funeraria mejor definida corresponde al sector septentrional de la ciudad, donde, en atención a la disposición de los restos resulta factible pensar en la existencia a partir de la puerta de Santa Catalina de una gran zona funeraria que se articularía mediante dos “Gräberstrassen” o calles funerarias, dispuesta una a lo largo de la calle San Luis, como indican los estructuras funerarias halladas localizadas en sus márgenes, que muestran su uso desde mediados del siglo I d.C., o las estructuras constructivas, ornamentales e hidráulicas detectadas en diferentes puntos de todo ese área, usualmente tenidas por uillae suburbanae, y que pueden responder bien al modelo de proastia y cepotaphia (huertos y jardines funerarios rodeados de muros y estructuras para el culto, y cuyos productos sirven para financiar el mantenimiento de éste) que se ve en otros lugares del mundo romano. Por su parte la otra vía, con restos documentados a partir de comienzos del siglo I en un posible mausoleo en la calle Matahacas, parece insinuar su curso a lo largo de la calle Sol, según indican los hallazgos de inscripciones en Enladrillada, S.Lucía, y Bazar España, extendiéndose hacia el este extramuros de la muralla islámica a tenor de lo que indican los epígrafes funerarios del Colegio de la Trinidad y calle Arroyo. 29

Fig. 12. Áreas relacionadas con el sector portuario Elaboración propia


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Fig. 13. Reconstrucción del conjunto alfarero del Parlamento de Andalucía M. A. Tabales Rodríguez, “Algunas aportaciones arqueológicas para el conocimiento urbano de Hispalis”, Habis 32. 2001. 393

También forman parte de los espacios periurbanos más cercanos a las murallas los vertederos y escombreras, de los que existen testimonios en los conventos de Santa María de los Reyes y de San Agustín y, desde época muy temprana, en la Diputación Provincial. En lo que respecta a las áreas de funcionalidad industrial se conoce por ahora la existencia de talleres de artesanos de vidrio y hueso en el sector oriental de la ciudad (calles Imperial y Lanza), así como alfarerías en la Plaza de la Encarnación, en momentos previos a su urbanización en el siglo I d.C. Se desconoce, por el contrario, la ubicación de las industrias en las que operan los negociantes de hierro -como aquel T.Rufonio Broccino que se avecindó en Hispaliso los trabajadores del bronce que nos mencionan las inscripciones. Sin duda el área industrial mejor representada es el gran centro alfarero recientemente detectado bajo el Parlamento de Andalucía y Don Fadrique, que funciona desde época de Claudio conformando un complejo industrial de talleres, almacenes y vertederos de los hornos de fabricación de ánforas para almacenar aceite, vino, mostos cocidos y derivados de la uva y quizá también conservas saladas (figura13). Se trata de un conjunto especialmente importante porque supone la confirmación del papel económico de Hispalis no solo como estación fiscal y puerto de exportación e importación, sino también desde el punto de vista de la producción, lo cual aún no contaba en esta ciudad con un adecuado refrendo arqueológico. Poca información de las condiciones imperantes en la ciudad tenemos a partir del siglo III. Desde Septimio Severo el sistema annonario se generaliza en una clara tendencia a su conversión en impuesto regular, y con ello la relación de las municipalidades frente al poder central se va alterando progresivamente en beneficio de una cada vez mayor injerencia de éste frente a aquellas y de un incrementado grado de responsabilidad de cada ciudad. Es claro que ante esta tesitura Hispalis, por sus relaciones de tipo oficial con el poder, estaba ubicada en mejor situación que otras comunidades del entorno cuyas aristocracias parecen haber sufrido de forma más radical las confiscaciones y cambios de propiedad de tierras, barcos y fortunas que tuvieron lugar a raíz del ascenso al poder de la dinastía Severa, si atendemos a la práctica desaparición de las familias senatoriales tradicionales. Las posibilidades que ofrecía Sevilla ante la nueva coyuntura de aparición de una flota imperial para el transporte de los productos hubo de beneficiar directamente a la misma ciudad y a parte de su aristocracia. No obstante, la situación, en diversos niveles, se iba degradando. El peso cada vez mayor de la financiación del ejército profesional, la plebe frumentaria de Roma y la compleja burocracia funcionarial, el aumento progresivo de la presión impositiva y especialmente el fin de la expansión territorial y la incapacidad tecnológica de aumentar los niveles productivos para generar excedentes son fenómenos que expresan claramente el desarrollo desigual de unas estructuras 30


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políticas de perfiles modernos cuyo ritmo de evolución divergía ya sustancialmente de las económicas, más arcaicas. Así el poder estatal comenzó a dar muestras de su preocupación por la economía ciudadana y la propiedad pública mediante el envío de funcionarios de control de las finanzas locales, de alguno de los cuales se tiene noticias en Hispalis, de igual manera que el cambio de status de la provincia a mediados de siglo, de senatorial a imperial, parece estar reflejando alteraciones sustanciales en las estructuras administrativas del Imperio. El comercio interprovincial se reduce progresivamente a la par que los productos oficiales y fiscales van ganando terreno al comercio privado por las acuciantes necesidades militares del Estado y la ampliación del aparato estatal, que progresivamente va dejando de ser un conglomerado de ciudades autónomas para ir evolucionando hacia un estado de corte moderno. Así durante el siglo III, paralelamente a la creciente competencia del aceite africano, los niveles de exportación del aceite bético se reducen considerablemente. El Estado intentará en vano reconducir la situación por medio del sistema coercitivo aplicando, ya bajo Galieno, las propiedades inmuebles de los transportistas a la prestación navicularia; también la protección legal y las ventajas jurídicas concedidas a los armadores hispanos adscritos al servicio de la Annona iba encaminada en ese sentido de garantizar el aprovisionamiento estatal a Roma, al ejército y a la burocracia imperial. La aristocracia hispalense pudo ser una de las grandes beneficiadas por las medidas imperiales tomadas desde Marco Aurelio, y herederas de las determinadas por Adriano, que garantizaban la exención de las cada vez más onerosas y pesadas obligaciones municipales a aquellos elementos que ponían a disposición de la Annona barcos que desplazasen 400 toneladas o más. Posteriormente, bajo Constantino, se ampliarán las ventajas fiscales -y el controlconcedidas a mercaderes y armadores hispanos para asegurar el abastecimiento del Estado, en un intento de estimular el cambio de mentalidades de aquellos que disponían de recursos suficientes como para encuadrarse al servicio de Roma. Una de las consecuencias de esta política será la concesión del rango ecuestre a los implicados en el servicio de la Annona, lo que no hacía sino aumentar de hecho los grandísimos privilegios fiscales de que ya disfrutaban y parejamente venía a refrendar la zanja social que se venía abriendo entre los más pudientes y esos otros sectores que aparecen denominados como humiliores. Ello puede a su vez contribuir a entender en cierta manera la desaparición progresiva de Itálica como escenario de las manifestaciones del prestigio de la aristocracia de la zona; junto a ello fenómenos de tipo político con repercusiones sociales como la represión severiana de la vieja aristocracia senatorial bética pudo coadyuvar a alterar aquella situación de simbiosis en beneficio de una Sevilla mejor dispuesta que la vieja colonia para la nueva situación y en la que era posible la vinculación del otium cum dignitate con el negotium que proponía el Estado con su legislación. Para ello la obligatoriedad de poseer y mantener una flota para el transporte por parte de los armadores cuyas fincas estaban adscritas al abastecimiento de Roma debió de tener un peso no desdeñable en ese cambio favorable a Hispalis. Se ha transmitido usualmente una visión pesimista y deformada de la realidad urbana de los siglos III y IV en Hispania proveniente de una valoración sesgada de los restos arqueológicos que privilegia un panorama desolador de colapso y ruina de la vida ciudadana en contraste con el sistema altoimperial, identificando la transformación de la cultura material con la falsa idea de la desaparición del concepto de ciudad y del sentido cívico. Desde diferentes ámbitos se viene insistiendo en la 31


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necesidad de modificar la extendida imagen de decadencia urbana que caracteriza a la ciudad tardorromana, para lo que se hace preciso evaluar grados y ritmos de adaptación de la vida urbana, de sus funciones y espacios, a las nuevas condiciones históricas, y determinar la consiguiente alteración del modelo de ciudad proveniente del siglo I d.C. Como reflejo de los cambios políticos y socioeconómicos de la época, las ciudades van a ir dejando de ser los centros de representación de las elites ciudadanas, con lo que se genera un conjunto de fenómenos de notable impacto en la imagen de las ciudades a través de los cuales se produce la modificación paulatina de los hitos urbanísticos fundamentales sobre los que se había erigido el modelo altoimperial, sin que ello implique su desaparición o ruina completa. Como reflejo de esta redefinición de la ciudad es posible detectar expresiones de la continuidad y mantenimiento de usos y sectores urbanos de momentos anteriores, mientras de forma paralela se conforman nuevos modelos urbanos que responden al fuerte cambio de las estructuras ideológicas y a las nuevas necesidades del hombre de la época.

Fig. 14. Pedestal del emperador Constancio J. Laso de la Vega, “Extracto de la disertación escrita con motivo de una inscripción antigua descubierta en Sevilla”, Memorias Literarias de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras I. 1773. 80

Este auténtico “renacimiento urbano” sobre nuevas bases se produce básicamente en el siglo IV, aunque hunde sus raíces en la centuria anterior, y es difícil de apreciar con nitidez en Hispalis. Así, si en líneas generales los grandes espacios públicos continuaron en uso hasta el siglo V, aunque progresivamente perdiendo peso con respecto a otros conjuntos edilicios, en Sevilla los núcleos forenses parecen mantener su continuidad como centros de representación durante todo el siglo III y comienzos del IV a juzgar por las dedicaciones de inscripciones al emperador Aureliano en Cuesta del Rosario y al tetrarca Constancio en la zona foral de Mármoles/Abades, donde la república hispalense elevó una estatua a su numen y majestad (figura 14). Bajo la iglesia del Salvador unos monumentales restos localizados en el siglo XVII se han relacionado con la basílica del foro, quizá adaptada al culto cristiano en época teodosiana. La evidencia arqueológica y musivaria muestra que el edificio termal de Cuesta del Rosario continuó en uso hasta fines del siglo V, mientras que por su lado el conjunto termal de Abades/Palacio Arzobispal, aunque irá experimentando cambios importantes a lo largo del siglo IV, aún estará en funcionamiento bajo Teodosio. La continuidad de ambos edificios y su funcionalidad es un claro síntoma de la vitalidad de la vida ciudadana. Se aprecia también la continuidad de ciertos ámbitos residenciales como los ubicados en la zona de San Bartolomé y Aire, mientras que áreas de servicio y producción como los vertederos del Cuartel de Intendencia, los edificios de producción de vidrio en c/ Imperial o el conjunto alfarero del Hospital de las Cinco Llagas mantienen su funcionamiento hasta fines del siglo III y probablemente continúan en el siguiente. De forma análoga ciertas áreas de enterramiento como las necrópolis de San Telmo, San Agustín (con tumbas de los siglos V y VI ), la Buhayra, el Colegio de la Trinidad o las mismas calles funerarias de San Luis y Sol, que prolongan su uso en algún caso hasta los siglos V-VI, mantendrán su funcionalidad desde época altoimperial. En fin, y a pesar de que se desconozca su ubicación, las actas del martirio de Justa y Rufina permiten saber que el anfiteatro, uno de los espacios capitales en la vida comunitaria y que ya por entonces había suplantado en popularidad al teatro y a los juegos escénicos, se mantenía en uso a fines del siglo III. 32


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Por su parte la línea que incide en las novedades y rupturas con respecto a la tradición permite señalar un conjunto de fenómenos que terminarán por alterar sustancialmente la imagen urbana de las ciudades romanas en estas fechas tardías. Por un lado el desmantelamiento y desaparición de conjuntos edilicios de los centros monumentales al perder su funcionalidad y sentido cívico originarios, y poco más tarde, a partir del siglo V, la desaparición del poder político romano, traerán como consecuencia urbanística la innecesariedad de basílicas, templos y curias, y en general la pérdida de significado de los conjuntos forales y de otros tipos de construcciones. Nuestra realidad es por ahora modesta y difícil de cualificar: es el caso del edificio del Corral de Tromperos de época tiberiana, desmontado en el siglo III y que conocerá otra fase constructiva en el VI. También las edificaciones de Argote de Molina del siglo II, de carácter público, son abandonadas en estos momentos, para esperar a la construcción de otro edificio, probablemente de carácter doméstico, a mediados del V, como ocurre igualmente con las construcciones del siglo I del Mercado de la Encarnación y con la domus de Guzmán el Bueno. Es también el caso de algunas zonas de necrópolis que son abandonadas, como la detectada en c/ Matahacas, que pasa a ser un vertedero durante el siglo III. Otro de los fenómenos característicos es el de los enterramientos intramuros, testimonio de la quiebra de la norma que separaba tajantemente a los vivos de los muertos en el Alto Imperio: esto se ha constatado en Sevilla en el Palacio del Conde de Ibarra en la Plaza de S.Leandro, con tumbas de inhumación de los siglos III y IV, en este caso combinado además con otro rasgo común en las ciudades tardoimperiales, el de la amortización de espacios públicos mediante la privatización del viario urbano, pues se construye un edificio de sillares sobre la vieja calle altoimperial. Mucho más tarde, a mediados del siglo VI, las crónicas de los reyes visigodos indican que se erigen edificaciones para acoger las dependencias de representación de la realeza, como el palacio en que el rey Teudiselo fue asesinado durante un banquete. Las más recientes intervenciones arqueológicas en Sevilla han introducido en su metodología la aplicación de análisis geoarqueológicos y sedimentológicos que han puesto de relieve la necesidad de valorar adecuadamente la incidencia del factor ecológico en la transformación de la ciudad tardorromana. De resultas de ello se ha sugerido la existencia de una regresión urbana en ciertos ámbitos de la ciudad producto de la reactivación de la dinámica fluvial en los siglos IV y V con el consiguiente incremento de las inundaciones y el grosor de los depósitos de limos. Esta circunstancia se aprecia especialmente en los sectores oriental afectado por el Tagarete- y meridional, donde en el área de los Reales Alcázares, Catedral y Plaza Virgen de los Reyes, se ha podido constatar el abandono de importantes zonas que habían constituido espacios nucleares de la ciudad altoimperial, en particular el complejo edilicio portuario del Patio de Banderas. También en el sector norte parece insinuarse el abandono generalizado de amplios sectores funerarios a partir del siglo IV que no serán reocupados hasta época islámica. Sin duda uno de los fenómenos más trascendentales en la mutación de la ciudad antigua y en la perturbación de su fisonomía es el que acertadamente se ha denominado “cristianización de la topografía urbana”, que origina el surgimiento de edificaciones religiosas y espacios sacrales cristianos cuando desde Teodosio la nueva fe se convierta en el credo oficial del Imperio. El cristianismo llenará de 33


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nuevas funciones y revalorizará la vida comunitaria sobre bases diferentes con la generación de nuevos focos de atracción urbana, sean intraurbanos o extramuros: basílicas, martyria e iglesias pasarán a constituir los puntos nodales en torno a los que se articularán las nuevas relaciones sociales, especialmente cuando una nueva figura, el obispo, se incorpore como personaje relevante en la vida urbana como intermediario entre los fieles y los santos patrones, y con ello se coloquen las bases sobre las que se va a erigir el predominio ideológico y sociorreligioso de las oligarquías ciudadanas de época visigoda. En Sevilla el primer obispo conocido es Sabino, al que vemos acudiendo en representación de su sede al concilio de Elvira en los primeros años del siglo IV y que aparece mencionado por las mismas fechas en el acta del martirio de Justa y Rufina procediendo al enterramiento de la primera de ellas “en el cementerio hispalense”. Estos dos episodios muestran la efectiva consolidación de una importante comunidad cristiana durante el siglo III, que solo se mostrará activa en el ámbito urbanístico a partir de fines del siglo IV o comienzos del V, cuando se construye un edificio basilical extramuros, en el Patio de Banderas de los Reales Alcázares, con una piscina bautismal que es reformada en dos ocasiones durante época visigoda en función de los cambios de rito. Hay que señalar no obstante que no existe unanimidad sobre la consideración de estos restos como pertenecientes a una basílica, y recientemente se ha señalado que su imagen cuadraría mejor con la de una domus. En Sevilla la transformación física se testimonia además en la aparición de una serie de espacios cristianos de los que tenemos noticias literarias durante los siglos VI y VII sin refrendo arqueológico. Así, la sede catedralicia de la Santa Jerusalén, donde se celebraron los concilios de 590 y 619, y que disponía de un atrio, se ha buscado tradicionalmente bajo la iglesia del Salvador. La basílica de San Vicente, profanada por el rey vándalo Gunderico en 428, se ha situado en ocasiones en el Alcázar, en el Patio de Banderas, mientras que de una tercera iglesia dedicada a Rufina se tienen noticias a través de las fuentes árabes, que indican que a inicios del siglo VIII, ya convertida en mezquita y residencia de uno de los hijos de Musa, se situaba en las cercanías de Sevilla, dominando el campo sevillano. También en sus inmediaciones, pero cruzando el río, se situaba la basílica de San Geroncio, que visitó Fructuoso de Braga hacia 650 d.C. y que quizá era el centro de un arrabal suburbano, otra variante de la transformación física de la ciudad tardoantigua. En esta línea el surgimiento de monasterios y comunidades suburbanas dedicadas a la observación de sus reglas resulta ser otra de las novedades urbanísticas que contribuyen al cambio de la imagen urbana. En Sevilla la correspondencia de Leandro nos informa de la existencia de un monasterio en algún lugar indeterminado en los aledaños de ésta a fines del siglo VI, y en el que profesaba su hermana Florentina. Durante toda la época tardorromana Hispalis continuó siendo la metrópoli del área rural circundante, mientras el poblamiento rural certifica el mantenimiento de un dinamismo bastante similar en líneas esenciales al de épocas anteriores. Y aunque ocasionalmente algún gobernador se encuentre en la ciudad en el momento de recibir las leyes -como fue el caso del vicario A.Tiberiano en 336- y no se pueda considerar, como a veces se ha mantenido, a Hispalis como capital administrativa de la diócesis de las Españas en el siglo IV, ello no significa que la ciudad no mantuviera e incluso incrementara su peso específico a nivel regional. Diferentes estudios han mostrado cómo existe una situación ambivalente en esta centuria en la que las grandes capitales y ciudades, símbolo de la ciuilitas y asiento de comodidades y ventajas tanto para clases superiores como proletarios, ven crecer su población y su 34


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peso específico en la región, en perjuicio de las pequeñas ciudades, amenazadas por la despoblación y la falta de asistencia, y tal esquema puede vislumbrarse en la provincia bética y en el Bajo Guadalquivir. A ello contribuyó, como en otros lugares, la presencia de la Iglesia, que toma ahora el relevo de las instituciones imperiales en la función redistributiva y en la protección de los más débiles: las ciudades con comunidades cristianas importantes se convierten así en un foco de atracción y en un marco nuevo de integración y promoción de las aristocracias. En el caso de Sevilla estamos muy mal informados de las uillae suburbanas de carácter lujoso que se situaban en cinturones alrededor de la ciudad, habiéndose detectado establecimientos en Huerta del Rey (necrópolis del siglo V), La Corza (necrópolis del siglo VII), Miraflores, La Fontanilla, La Cartuja (necrópolis de los siglos IV-V), Colegio Paulo Orosio (necrópolis del siglo III) y Hacienda Su Eminencia. La conocida ruralización de la Bética por estas fechas no es incompatible con el mantenimiento de una floreciente vida urbana en ciertas capitales, si bien bajo presupuestos ya un tanto diferentes, puesto que las ciudades pasan a ser escenario del poder de los honestiores y potentiores de base rural nacidos del cambio social y de la concentración de la riqueza y la propiedad rural en menos manos. En la tardorromanidad, se hacen patentes la reducción de los intercambios comerciales en el Estado y la restricción y detraimiento de las actividades económicas conforme la gestión centralizada se iba deteriorando, con la consecuencia del desplazamiento de los ejes comerciales y económicos al interior peninsular, en una situación en la que prima la atención a la producción frente a la distribución. Con todo, si bien nunca se alcanzarán los niveles de las dos primeras centurias y la reducción del volumen de comercialización es evidente, la producción olearia para la exportación se mantiene en la Bética hasta la conquista bizantina del SE peninsular a comienzos del siglo VI, y consecuentemente el puerto de Hispalis continuará ocupando, aunque sobre bases diferentes y menos articuladas, un lugar relevante entre las grandes metrópolis peninsulares. Su función como puerto encauzador del comercio y las relaciones exteriores del mediodía peninsular se mantiene a la par que su importancia geopolítica se acrecía como queda de manifiesto en su activa presencia en las estrategias de los distintos soberanos germanos, su función de sede real en ciertos momentos de la etapa visigoda y la presencia de un potente episcopado muy activo en el ámbito intelectual y eclesiástico. Todo ello justifica la consideración de Hispalis como uno de los puntos fundamentales de acceso a la Península de los grandes comerciantes orientales, los transmarini negotiatores mencionados en la legislación visigoda. Menudean a lo largo de los siglos IV al VIII las noticias que confirman la vitalidad del puerto hispalense y el mantenimiento de las viejas redes marítimas de relaciones tanto con las zonas más inmediatas, caso del Norte de África, como con el extremo oriental del Mediterráneo. Es el caso de la presencia de una comunidad de comerciantes extranjeros, sirios y griegos fundamentalmente, cuya presencia, que se puede remontar según los testimonios de epígrafes griegos al siglo II, está bien testimoniada desde fines del III en la existencia de cultos de origen sirio que se practicaban públicamente en Sevilla, tal como demuestra el episodio del martirio de Justa y Rufina con respecto a Baal y la fiesta de las Adonías. A estos activos grupos pertenecía aquel Aurelio Heliodoro procedente de Tarso y residente en Sevilla a fines del siglo IV, y que vino a morir en Tarragona. La actividad marinera de la Hispalis de época visigoda está avalada por la existencia de la evidencia material que supone el 35


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hallazgo de un ancla de un pecio bizantino localizado en la Plaza Nueva, como es muy factible que sus astilleros fuesen empleados para aprestar la flota que Geiserico y sus vándalos asdingos utilizaron para pasar a África, lo que significa que las capacidades de movilizar una flota de gran calibre eran aún muy notables. El contacto con Oriente por vía marítima está atestiguado tanto arqueológicamente, en la recepción de aceite bético en Judea a mediados del siglo V, como por la literatura, que nos refiere la llegada al puerto de Hispalis de comerciantes orientales que en 456 arriban con la noticia de la victoria del emperador Marciano sobre los caucásicos lazas, lo que supone que la ciudad estaba al tanto de lo que ocurría en las lejanas fronteras del imperio. La persistencia de los contactos de la ciudad con el norte de África para fechas de mediados del siglo VI queda señalada en el testimonio de Procopio de Cesarea en el que se menciona a comerciantes de Cartago que se dirigen a la sede de Teudis. Y fue precisamente la voluntad de la monarquía visigoda por controlar el Estrecho de Gibraltar una de las razones que explican el interés del poder real por hacerse presente en Sevilla desde mediados del siglo V, que llegó a plasmarse cuando con Teudis, Teudiselo y Atanagildo Sevilla se convierte en una de las sedes regiae del reino, cuya importancia se reforzará cuando los bizantinos creen la provincia de Spania a lo largo de las costas meridionales de la península. El viaje de Leandro de Sevilla en 582 a Constantinopla en búsqueda del apoyo del emperador Tiberio para Hermenegildo y la nutrida correspondencia que resultó de su amistad con el futuro Papa Gregorio, confirman el mantenimiento de los ejes de comunicación con el Mediterráneo central y oriental, como asimismo lo corrobora el intercambio de correspondencia entre los papas Simplicio y Felix con el obispo hispalense Zenón en fechas poco anteriores (fines del V), y más tarde, a principios del VII (619), la presencia en el II Concilio de Sevilla de un obispo monofisita sirio que arriba a Hispalis por vía marítima para asistir a la reunión. La existencia de una activa colonia de comerciantes orientales es un testimonio relevante del mantenimiento de las bases comerciales que habían hecho la fortuna de Sevilla en momentos anteriores, y que a pesar de los grandes cambios operados en el Estado que las había generado mostraba aún su vitalidad como centro mercantil y de exportación. El Ajbar Maymu'a recuerda la grandeza de Sevilla en el momento de la conquista musulmana: Después marchó Muça a Sevilla, que era la mayor y más importante de las ciudades de España, notabilísima por sus edificios y monumentos. Antes de la invasión de los godos había sido capital del reino, hasta que, vencedores éstos, trasladaron la sede a Toledo, quedando, sin embargo, en Sevilla, la nobleza romana y los jurisconsultos y sabios en letras sagradas y profanas. El pasaje es un claro testimonio de la existencia en los momentos finales de la monarquía visigoda de una potente aristocracia de origen romano, epígonos de la vieja nobleza senatorial bética tardorromana, como aquellas Paula y Ceruella, clarissimae feminae enterradas en la necrópolis de San Bernardo en el siglo VI (figura 15), o Aurelia Proba, de su mismo rango, por no mencionar la potentísima familia de Severiano, con sus hijos Isidoro, Leandro y Florentina, emigrados desde Cartagena ante la invasión bizantina. En fin, el activo papel que la sede sevillana desempeñó en los concilios toledanos refleja el definitivo trasvase de la antigua aristocracia senatorial del Bajo Guadalquivir a Sevilla y su conversión en centro cultural y religioso donde se hace efectiva la fuerza de los poderes locales autónomos. El creciente protagonismo que mostraron estas noblezas urbanas hispanoromanas a partir del 36


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Fig. 15. Necrópolis de San Bernardo, con los sepulcros visigodos de Paula y Ceruella y otros romanos Iconografía de Sevilla 16501790. Madrid. 1989. 12, fig.4, recreación decimonónica del original de G.Hoefnagel en Civitates Orbis Terrarum, 1572.

siglo V se apoyó especialmente en el control de las sedes episcopales de las grandes ciudades como Sevilla, en los símbolos urbanos de su poder (murallas y santos locales) y en el dominio territorial que ejercían a través de los grandes centros señoriales rurales de tipo fortificado y con ejércitos personales propios reclutados entre el campesinado dependiente. Cuando en 409 suevos, vándalos asdingos y silingos y alanos irrumpieron en Hispania inauguraron un período de inestabilidad y confusión política, derivadas del debilitamiento de la presencia imperial romana. Sevilla, situada en una zona de alto valor estratégico para los diferentes contendientes, comenzó desde 425 a experimentar las consecuencias propias de una época de transformaciones radicales, cuyo resultado fundamental fue la desvinculación de la provincia bética de la estructura estatal romana. Ante la ciudad, libre ahora de un poder estatal fuerte que reprimiera las ansias expansivas de sus aristocracias, ansias parejas a su celosa independencia, se abría un período nuevo.

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BIBLIOGRAFÍA J. L. Escacena - A. Padilla, El poblamiento romano en las márgenes del antiguo estuario del Guadalquivir. Écija. 1992. G. Chic García, La navegación por el Guadalquivir entre Córdoba y Sevilla en época romana. Écija. 1990. J. González Fernández, Corpus de Inscripciones Latinas de Andalucía. Vol. II.1 Sevilla. 1989. S. Ordóñez Agulla, Primeros pasos de la Sevilla romana. Sevilla. 1998. S. Ordóñez Agulla, “El puerto romano de Hispalis”, IV Jornadas de Arqueología Subacuática. Valencia (en prensa). M. A. Tabales Rodríguez, “Algunas aportaciones arqueológicas para el conocimiento urbano de Hispalis”, Habis 32. 2001, 387-423.

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De Hispalis a Isbiliya

Magdalena Valor Piechotta



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De Hispalis a Isbiliya Magdalena Valor Piechotta

La ciudad de Sevilla fue durante cinco siglos y medio una ciudad musulmana. Desde el año 711 ó 712 hasta 1248 fue una ciudad que sufrió un proceso de islamización, para de nuevo después de la conquista cristiana de 1248 sufrir un nuevo proceso de cristianización. Los cinco siglos y medio de la etapa islámica, en los que la ciudad se llamó Isbiliya, los podemos dividir en dos grandes etapas cronológicas, que son, desde la conquista musulmana (711 ó 712) hasta el año 1147(año de la ocupación de la ciudad por los Almohades), y desde 1147 hasta 1248, centuria en que Isbiliya estuvo dominada por los Almohades (dinastía norteafricana). La reconstrucción de estas dos grandes etapas de la ciudad andalusí es posible gracias al estudio de las fuentes escritas (árabes y castellanas), a la historiografía, la iconografía (planimetría, dibujos, grabados, etc.) y la investigación arqueológica. Es evidente el gran desequilibrio que existe entre las dos etapas mencionadas. La primera etapa, abarca algo más de cuatro siglos, mientras que la segunda sólo un siglo. Durante esos cuatro primeros siglos se suceden distintas situaciones políticas: Emirato dependiente de Damasco (712-756), Emirato omeya (756-931), Califato de Córdoba (931-1023), Reinos de Taifas (1023-1091), Almorávides (1091-1147). Es impensable que en un periodo tan dilatado estemos hablando de una única fase en Isbiliya. Sin embargo, la carencia de datos, tanto procedentes de las fuentes escritas como de los vestigios arqueológicos, no nos permiten diferenciar con claridad cuestiones vitales, como son: el proceso de islamización de la ciudad, el grado de conservación de la muralla de Hispalis, la transformación de la cerca urbana, el crecimiento de la ciudad, la transformación de la red de calles y otras tantas cuestiones que esperamos conocer en el futuro a través de la arqueología urbana. [figura 1] Actualmente, estamos en condiciones de afirmar que de forma general la ciudad romana subsiste en la ciudad islámica al menos hasta el año 1000 y que es a partir de los Reinos de Taifas cuando se produce una transformación decisiva del urbanismo y del caserío, así como del Alcázar o castillo urbano. 41

Fig. 1. Isbiliya entre el 712 y 1147 la ciudad de la cota 14


De Hispalis a Isbiliya

La segunda etapa arranca desde 1147 y supone una renovación tan radical de la ciudad, que su influencia se puede ver con claridad todavía hoy. De este momento fue la gran ampliación de las murallas, la reconstrucción de un acueducto antiguo, la construcción de una nueva mezquita aljama (mezquita mayor o mezquita de los viernes), una nueva alcaicería, nuevos baños y nuevos recintos murados palatinos. Ello supuso una gran operación urbanística que se produjo desde mediados del siglo XII hasta comienzos del siglo XIII. La ciudad medieval que nosotros percibimos hoy es fundamentalmente la Isbiliya almohade y la gótico-mudéjar de los siglos XIV y XV.

ISBILIYA PRE-ALMOHADE Apenas tenemos información sobre las características de la ciudad en estas fechas. Los temas que debemos tener en cuenta son: la muralla urbana, los palacios, las mezquitas, el centro comercial, las viviendas, las infraestructuras (baños, atarazanas, puentes, muelles, abastecimiento de agua, alcantarillado, las necrópolis), y el urbanismo.

LA CERCA URBANA No conocemos con seguridad el trazado de la muralla romana, ni tampoco el de la muralla pre-almohade. La hipótesis que todavía hoy continua vigente fue la propuesta por el Prof. Francisco Collantes de Terán en su tesis doctoral del año 1957, publicada en 1977. Este autor traza un recinto amurallado de forma triangular que abarca aproximadamente la zona del casco histórico por encima de los 12 m de altura. Varios han sido los puntos donde se han localizado restos de esta muralla que corresponden a materiales constructivos diversos: sillares, tapial y aparejos mixtos. En las fuentes escritas se mencionan hasta siete puertas, de las que sólo podemos localizar cuatro: - Bab Hamida en el oeste - Bab al-Hadid y Bab Qarmuna en el este. - Bab al-Najil y Bab al-Faray en el sur. Tampoco sabemos nada de la tipología de estas puertas, salvo en el caso de Bab Qarmuna, donde la crónica de Ibn Hayyan nos describe un acceso flanqueado por dos torres y precedido por una explanada.

LOS PALACIOS En época omeya podemos diferenciar dos palacios, el palacio del gobernador que se hallaba inmediato a la mezquita aljama; y, el palacio del príncipe que se encontraba en la periferia de la ciudad. El palacio del gobernador estaba junto al flanco meridional de la mezquita de Ibn Adabbas, en la zona que conocemos hoy como Cuesta del Rosario. En el año 889/890 como resultado de una revuelta, el gobernador de la ciudad decidió amurallar su palacio abarcando buena parte de la sala de oración (haram) de la mezquita. Este recinto conectaba con el exterior por el oeste y tenía una única puerta llamada Bab Hamida. De todo ello, no queda nada, salvo los textos cronísticos en lengua árabe. 42


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El palacio del príncipe se encontraba en un extremo de la ciudad, que puede ser o bien el área en torno a la Cartuja y el monasterio de San Clemente o, el primer recinto del Real Alcázar de Sevilla (alcázar fundacional). En el segundo emplazamiento posible, recientes excavaciones arqueológicas han datado este recinto como la Dar al-Imara (casa de gobierno) construida por Abd al-Rahman III a comienzos del siglo X. En cuanto a las fuentes de época Taifa, las poesías del rey abbadí al-Mutamid mencionan numerosos palacios, de los que apenas se habían propuesto algunas hipótesis y que sólo hace pocos años se han detectado vestigios materiales en las excavaciones del Real Alcázar de Sevilla. Se mencionan diversos palacios cuya identificación, hoy por hoy, es pura hipótesis, caso de Qasr al-Mubarak, Hisn alZahir, Qasr al-Mukarram, Qasr al-Wahid, Qasr al-Zahi y Dar al-Muzayna. No sería de extrañar, teniendo en cuenta la costumbre de yuxtaponer palacios en el Islam, que algunos de ellos estuvieran en los recintos amurallados que conformaban el primitivo Alcázar de Sevilla.

LAS MEZQUITAS Tampoco tenemos muchos datos de las mezquitas de esta etapa prealmohade, aunque gracias al hallazgo del epígrafe fundacional de la mezquita de Ibn Adabbas, situada en el emplazamiento de la actual iglesia del Divino Salvador, sabemos que ésta era la mezquita mayor de Sevilla desde el año 829 hasta el 1182 fecha en que el sermón de la jutba pasó a pronunciarse en la nueva mezquita aljama almohade, actual catedral de Sevilla. El templo fue construido durante la égida del emir omeya Abd al-Rahman II (año 214H/829). El epígrafe fundacional labrado en un fuste de mármol gris, es el más antiguo de los encontrados en al-Andalus, y dice así: Dios tenga misericordia de Abd al-Rahman b. al-Hakam, el emir justo, el bien guiado por Dios, el que ordenó la constrcción de esta mezquita, bajo la dirección de Umar Ibn Adabbas, qadi de Sevilla en el año 214 (11 de marzo de 829/27 de febrero de 830). Y ha escrito Abd al-Barr b. Harun. [Traducción de M. Ocaña Jiménez]. En la incursión vikinga del año 844 en Sevilla, esta mezquita fue duramente atacada con flechas incendiarias. Al no haber logrado que ardiera, el templo adquirió un halo de santidad que lo convirtió en un lugar venerado en la ciudad y fuera de ella. Ello explica la atención que los diferentes monarcas le prestaron y las distintas reparaciones que conocemos a través de la epigrafía y de las crónicas. Así, bajo el reinado de al-Mutamid en el año 472H/1079-1080 se reparó la parte alta del alminar que se había desplomado como consecuencia de un terremoto; algo más de un siglo después, 592H/ 1196-1197 bajo la égida del califa almohade Abu Yusuf Yaqub, se reparó la techumbre del haram y se adosaron contrafuertes a los muros perimetrales del templo, también se soló el patio de abluciones (sahn) y se reparó todo lo que amenazaba ruina. Esta mezquita fue demolida en el año 1671 para construir en su solar la iglesia barroca que conocemos con el nombre de Divino Salvador. No obstante, del antiguo templo subsistieron algunas columnas y capiteles situados en el patio al norte de la iglesia y el alminar, junto a la puerta principal de acceso al mencionado patio. El alminar [figura 2] es de planta cuadrada, en la actualidad es la torrecampanario de la iglesia, superponiéndose en ella tres fases constructivas diferentes, que son: 43

Fig. 2. Alminar de Ibn Adabbas según F. Hernández Jiménez


De Hispalis a Isbiliya

- Los primeros 11,5 m de altura (2 m permanecen soterrados) corresponden al alminar emiral de 5,85 m de lado. Es de sillería, tiene un machón central circular sobre el que se desarrolla la escalera en forma de cañón rampante. - La torre se cristianiza y a partir de una cornisa perimetral se construye un cuerpo de campanas que datamos como Alfonsí (1248-1284). - La última fase corresponde al campanario actual, que es barroco y por tanto coetáneo a la obra del templo. En cuanto a los capiteles y las columnas del patio, corresponden a materiales de acarreo que debieron ser reutilizados ya en la mezquita omeya. Los capiteles son fechados como tardo-romanos y visigodos y probablemente procedían del entorno inmediato -la Alfalfa- donde se supone debió estar el foro de Hispalis. Otra evidencia de mezquita pre-almohade la encontramos en la torrecampanario de la actual iglesia de Santa Catalina. De nuevo es una torre de planta cuadrada, en la que se perciben tres fases constructivas diferentes: La base, que gira en torno a un machón circular y que tiene una cubierta en forma de cañón rampante; una segunda etapa constructiva en la que la escalera se desarrolla en torno a un machón central de planta cuadrada con cubierta en formas de pequeñas bóvedas escalonadas; y, finalmente el campanario cristiano. La conclusión más destacable en este epígrafe es la cronología tan avanzada en la que se construyó la mezquita aljama de una de las ciudades más importantes del al-Andalus omeya, como fue Sevilla. Había pasado más de un siglo desde la conquista musulmana ¿dónde habían orado hasta entonces los musulmanes? Debemos suponer que al igual que en Córdoba se había llegado a un acuerdo en el uso compartido de las iglesias para ambos cultos, siempre teniendo en cuenta que los cristianos rezaban orientados hacia el este y que lo musulmanes en al-Andalus desde el principio debieron hacerlo hacia el sur.

LOS MERCADOS No tenemos evidencias físicas de un aspecto tan transcendental de una ciudad andalusí como es el área comercial y artesanal, sin embargo se conserva una fuente del mayor interés que es el tratado de hisba (de mercado) de Ibn Abdun. Obra en la que encontramos multitud de referencias a este tema. Sabemos que extramuros de la ciudad se encontraban mercados de carácter periódico (productos del campo, ganado, carbón). También extramuros ordena Ibn Abdun que se instalen los artesanados que generan polución (alfarerías) y malos olores o suciedad (tenerías, tintorerías). En cuanto a los mercados intramuros, el principal tenía lugar en torno a la mezquita mayor. Ibn Abdun menciona p.e., las alhóndigas que correspondían a edificios de planta centrada en torno a un patio donde se almacenaba y se vendían productos de primera necesidad (cereales, sal, etc).

LAS INFRAESTRUCTURAS Precisamente a raíz de la incursión de los vikingos en el año 844 comenzó la reconstrucción de la muralla de la ciudad y se construyó también una atarazana (astillero) para fabricar “grandes” navíos. 44


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El abastecimiento de agua lo conocemos a través del tratado de Ibn Abdun y en él vemos que, el principal sistema era el de la captación de aguas del río o de algún manantial que eran transportada a lomos de caballería. Pozos y cisternas aparecen documentados en las excavaciones urbanas. En cuanto a la eliminación de aguas sucias, en el tratado de hisba se mencionan pozos negros, alcantarillas a cielo abierto; encontrándose también cloacas de origen antiguo reutilizadas todavía en época almohade, en las excavaciones arqueológicas. Las necrópolis en las ciudades islámicas se encuentran normalmente extramuros de la ciudad. A comienzos del siglo XII, según Ibn Abdun, Isbiliya contaba con dos cementerios, que eran: el de la ciudad y el situado junto a la mezquita de los Alfareros. En algunas fuentes se mencionan otros topónimos, cuya localización desconocemos. En el Museo Arqueológico de Sevilla se conservan dos epígrafes funerarios prealmohades [figura 3], uno es de procedencia desconocida y otro se encontró en la actual Plaza Nueva, en lo que fue la huerta del convento de San Francisco, éste último datado en el año 1022. En este mismo lugar en el año 1982 se localizaron unos potentes paquetes de desechos de testar (cerámicas mal cocidas, rotas y pasadas de horno) que cegaban el antiguo cauce del río, donde a una profundidad de 11 m por debajo de la cota actual se localizó un ancla fechada como bizantina. Probablemente en esta zona debía encontrarse la antes mencionada mezquita de los Alfareros.

ISBILIYA ENTRE EL 1147 Y 1248 No cabe duda de que desde el primer califa almohade, Abd al-Mumin, se prestó un gran interés a las obras públicas. Las crónicas de la época destacan la renovación de cercas urbanas, de mezquitas, mercados, la construcción de barrios enteros extramuros y la dotación de las infraestructuras urbanas más avanzadas de la época, al tiempo que la reordenación de los territorios del Imperio con la erección de numerosas fortificaciones. Esta actividad constructiva fue especialmente intensa durante los califatos de Abu Yaqub Yusuf y Abu Yusuf Yaqub (1163-1199). No obstante, en el caso de Isbiliya, la definida como etapa de decadencia del Imperio Almohade (1199-1229) -desde el punto de vista histórico, sin embargo significó la construcción de importantes elementos defensivos para la ciudad. (figura 4). Sevilla es un ejemplo significativo de expansión urbana pleno medieval, no sólo a nivel del Magreb, sino también de la Europa Occidental, dónde especialmente desde la segunda mitad del siglo XII, las ciudades registran un proceso de crecimiento tan radical que va a ocasionar la necesidad de construir nuevas murallas, castillos urbanos, templos y edificios públicos. Proceso que finalmente va a desembocar en núcleos urbanos totalmente renovados que en numerosos casos han sobrevivido hasta hoy constituyendo los cascos históricos actuales. 45

Fig. 3. Epígrafe funerario del fatá Safi Museo Arqueológico Provincial de Sevilla. Foto A. Torres Barranco

Fig. 4. Sevilla entre 1147 y 1248 según F. Collantes de Terán Delorme


De Hispalis a Isbiliya

La operación urbanística que tuvo lugar en la Isbiliya de la segunda mitad del siglo XII fue tan importante que no se puede equiparar más que con intervenciones de pleno siglo XX, es decir a las llevadas a cabo a propósito de la Exposición Iberoamericana de 1929 o a la Exposición Universal de 1992. Esta afirmación la podemos fundamentar en las crónicas, tanto árabes como castellanas; en la arquitectura monumental que prevalece y en los hallazgos fruto de las intervenciones arqueológicas. Las crónicas de la época mencionan el programa de obras, que lo podemos esquematizar de la siguiente manera: En la medina: - La nueva cerca urbana, mencionándose explícitamente la muralla del lado del río y el muro de la puerta de Yahwar. - La adición de nuevos recintos amurallados a la Dar al-Imara omeya y abbadí. Cercas que las fuentes denominan alcazabas. - La construcción de la nueva mezquita aljama y de su alminar. Obra en la que los califas Abu Yaqub y Abu Yusuf no sólo edificaron un templo que en su tamaño era equiparable a la aljama cordobesa, sino que además significó un desplazamiento del centro religioso y comercial hacia el área meridional de la ciudad. - Rehabilitación de edificios importantes de la medina, caso de la mezquita de Ibn Adabbas (aljama pre-almohade). - Modernización del bazar, siguiendo las últimas tendencias del Oriente. Se trata de la nueva alcaicería que formaba un conjunto de calles con cuatro puertas de acceso. Fig. 5. La cerca urbana de época almohade según M. Valor Piechotta

La periferia urbana, registra también un nuevo ordenamiento que se concreta en: - La construcción de puentes: la obra más importante es la del puente sobre el río Guadalquivir, el puente de barcas; a la que hay que añadir la construcción de puentes sobre el río Tagarete. - Las calzadas a ambos lados del río Guadalquivir. - La construcción de residencias en las afueras de la medina, caso de la Buhayra en tiempos de Abu Yaqub y del Hisn al-Faray en tiempos de Abu Yusuf. - La traída de aguas desde Qalat Yabir, el acueducto llamado Caños de Carmona.

LA CERCA URBANA Las defensas de Isbiliya fueron erigidas durante el califato Almohade. El circuito de muralla que es representado por primera vez en el año 1771 tenía unos 7.000 m de perímetro, de los que se conservan hoy emergentes y exentos no más de 2.000 m. Esta cerca tiene en común el material constructivo -que es el tapial-, la tipología de las torres-técnica constructiva, cubiertas, vanos, verdugadas de ladrillo- y el trazado de la planta adaptado a la topografía. Este segundo recinto plenomedieval que abarca 273 Hc, supone la delimitación de una espacio urbano tan amplio que no llegará a colmatarse prácticamente hasta la contemporaneidad. De este recinto prevalecen numerosos vestigios a lo largo de la ciudad. [figura 5] 46


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- A partir de la toma de la ciudad por los almohades (1147), casi de inmediato comienzan las intervenciones en la cerca de Sevilla. Así, en el año 1150 hay un texto en el que expresamente se cita la construcción de una alcazaba para mantener apartados a los nuevos dueños de al-Andalus de los sevillanos. - Las siguientes referencias con las que contamos corresponden ya al momento en el que el antiguo gobernador de Isbiliya Abu Yaqub es proclamado califa, con el objetivo de convertirla en la capital indiscutible de al-Andalus, este amir al-muminin emprende una intensa labor constructiva en la ciudad. Las crónicas de Ibn Sahib al-Sala y de Ibn Abi Zar nos informan con un nivel de detalle excepcional de la importante operación urbanística que se inició en Sevilla bajo la égida del califa Abu Yaqub y que terminó durante el reinado de su hijo el califa Abu Yusuf. Estas obras consistieron, entre otros, en la reconstrucción de la muralla urbana por el lado del río y de las puertas o zalaliq (con rampas cubiertas). Muralla que los textos nos informan que estaba hecha de guijarros y cal viva. Además se construyeron hasta cuatro alcazabas, trasladándose de forma definitiva la zona palatina de la ciudad al sector meridional. En los años de decadencia del imperio almohade en alAndalus (1212-1229), todavía se producen importantes obras en Isbiliya como en la restauración de las murallas, la construcción del antemuro y del foso alrededor de todo el perímetro fortificado, y la edificación de la torre del Oro. En cuanto a los elementos de las murallas que podemos destacar, habría que hacer referencia a los siguientes:

El muro de la puerta de Yahwar Se localiza entre la puerta de la Carne y la “Torre del Agua o del Enlace”, situada en el límite meridional del segundo recinto del Alcázar (abbadí). Este lienzo mide aproximadamente 379 m de longitud, de él se conservan visibles unos dos tercios solamente. Se trata de cuatro torres y cuatro lienzos. Estructura de tapial, que presenta en su composición abundantes guijarros. Especialmente destacables son las “verdugadas” de ladrillo que recorren las torres desde el arranque de la cámara hasta el coronamiento [figura 6].

La muralla por el lado del río Corresponde al flanco oeste de la cerca urbana, es decir, desde el postigo del Carbón hasta la puerta de Bib-Arragel. Esta muralla fue (re-) construida en dos ocasiones, la primera en el 564H/1168-1169 después de una gran riada y la segunda en 1201, como resultado también de una inundación. En 1998 tuvo lugar una intervención arqueológica en la puerta de la Macarena, en esta ocasión aparecieron dos líneas de muralla; una al sur, fundamentada en sillares reutilizados, y, otra al norte de tapial desde la base de obra muy sólida y de gran dureza. La primera es la más antigua, que podemos datar bajo el gobierno de Abu Yaqub. 47

Fig. 6. Torre con verdugadas de ladrillo del muro de la puerta de Yahwar Foto M. Valor Piechotta


De Hispalis a Isbiliya

La ampliación del recinto amurallado hacia el norte y hacia el oeste, probablemente en los años en que Abu Yaqub fue gobernador de Sevilla (11561171), significó la incorporación de unos espacios palustres donde había lagunas y humedales y fue la construcción de esta muralla la que propició las condiciones necesarias de aislamiento del río que permitirían algún tiempo después su plena urbanización.

Fig. 7. Arco exterior de la Puerta de Córdoba Foto M. Valor Piechotta

Fig. 8. Postigo del Aceite según Gerencia Municipal de Urbanismo

Las puertas de la cerca urbana De las doce puertas que había en la cerca urbana, se conservan en un estado muy próximo al original dos, que son: la Puerta de Córdoba y el llamado “Postigo del Aceite”. Puerta de Córdoba [figura 7]: Responde al tipo de puerta en recodo simple en torre saliente. El cuerpo de escalera se encuentra en el lado norte de la torre y desde ella se accede al terrado que cuenta con un adarve perimetral con parapeto y paradós, desde este punto se flanquea el patio. El material constructivo es el tapial y los arcos de la puerta son de piedra. Se trata de arcos túmidos con alfiz muy alto que termina en la imposta; las puertas cuentan con doble mocheta. Estos arcos son idénticos a los que se conservan en el sahn (patio de abluciones) de la mezquita mayor almohade, en la zona levantada por Abu Yaqub. Esta puerta actualmente no conserva decoración externa ni interna alguna. “Postigo del Aceite” [figura 8]: Se trata de una puerta de estructura totalmente distinta. Un arco central -hoy ensanchado y por tanto irreconocible- flanqueado por dos torres. Las torres de la puerta conservan una cámara cada una a la altura del adarve. También en este caso las torres tienen las “verdugadas” de ladrillo en su fachada exterior. Puerta de la Macarena [figura 9], totalmente alterada en el siglo XVI hoy es irreconocible su aspecto original. Parece tratarse de un tipo similar a la puerta de Córdoba, por tanto, puerta en recodo simple donde además el antemuro obligaba a realizar un segundo quiebro para entrar. La muralla entre las puertas de la Macarena y Córdoba Se trata del único ejemplo que se conserva de cerca urbana entre dos puertas. 536 m de muralla que tienen un trazado sinuoso y que se compone de ocho torres, nueve lienzos y dos puertas (Macarena y Córdoba) más el antemuro que se conserva en la totalidad del recorrido [figura 10]. Las torres, dependiendo del emplazamiento que tengan, tienen una estructura diferente. Aquellas que están retranqueadas, o bien no tienen cámara o tienen una a la altura del adarve; las torres en posición adelantada, tienen dos cámaras superpuestas. Todas ellas tienen la característica decoración a base de “verdugadas” de ladrillo. En cuanto a las fases constructivas, en lo que podemos ver, hay que hablar de dos momentos distintos, que son: - La muralla, de construcción almohade y fecha indeterminada en la segunda mitad del siglo XII. - El antemuro, recrecido de la muralla (en cuatro tapiales) y el foso. Todo ello datado por las fuentes árabes en 1220/1221. El foso es el único elemento que no pervive y del que prácticamente no hay testimonios iconográficos, por tanto ignoramos absolutamente su forma y profundidad. 48


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Las torres monumentales Los ejemplos que nosotros podemos observar actualmente no son más que un número reducido, teniendo en cuenta que apenas subsiste un tercio de la muralla de la ciudad. Esto significa que se han perdido numerosos testimonios y que nuestra visión no deja de ser parcial. En cuanto a los diferentes tipos de torres en la cerca sevillana habría que insistir en que a pesar de la similitud de los materiales y técnicas constructivas hay una variedad de soluciones en lo que se refiere a su desarrollo vertical -sin cámara, con una cámara con dos cámaras superpuestas. La decoración exterior en todos los casos es a base de “verdugadas” de ladrillo, haciéndose especialmente compleja esta decoración en el llamado “muro del Agua” o “muro de Yahwar” y en la llamada “torre Blanca”. En la muralla de Isbiliya hay cuatro torres que por su peculiaridad merecen un tratamiento específico, se trata de: Torre del convento de Santa Marta [figura 11]. Estructura embutida en un convento de clausura, de la cual sólo podemos ver su parte superior, que está muy encalada. Esta torre estaba incardinada en el lienzo de muralla que partía desde el alcázar y que entestaba en el alminar de la mezquita mayor almohade. Es el muro que dividía la explanada de Ibn Jaldun. El remate superior de esta torre conserva una decoración de arcos ciegos de medio punto, que en la misma Sevilla podemos ver en el Patio de Crucero de la Casa de Contratación y que en Jerez de la Frontera en una torre del alcázar. “Torre de la Plata” [figura 12], de planta octogonal, experimentó una profunda reforma en tiempos de Alfonso X lo que hace difícil reconocer su estructura almohade. La torre contaba con tres cámaras superpuestas. La más baja a la altura del suelo (del siglo XII), la segunda algo más baja que el adarve y la tercera sobre él. Las dos cámaras superiores debieron hundirse y fueron reconstruidas en la segunda mitad del siglo XIII con una cubierta de bóvedas de crucería, del más puro estilo gótico. La única cámara que conserva la estructura almohade es la inferior. Se trata de un pilar central ochavado del que parten ocho arcos fajones que sostienen bóvedas de arista triangulares. La cámara tiene los muros de mampostería y sillarejo hasta la altura de la imposta del arco fajón, a partir de aquí es de tapial y sillares en las esquinas. Esta cámara no tiene vanos hoy reconocibles, por lo que su función debió ser seguramente de calabozo o aljibe. El conjunto del recinto en que se inscribe parece tener un papel esencialmente militar, ya que se trata de los muros más anchos de las fortificaciones de Sevilla y los únicos que tienen parapeto y paradós con merlatura y saeteras. Los vanos de arco de medio punto de la cámara superior, pertenecen a la reconstrucción gótica, éstos daban acceso a balcones amatacanados de madera, que conocemos a través de la iconografía (grabados y óleos). La “torre Blanca”: Es con diferencia la torre de mayor tamaño del conjunto de la cerca urbana que hoy se conserva (las torres de la Plata y del Oro formaban parte de las murallas del alcázar). Edificio concebido como un auténtico fortín, defendía el acceso a la ciudad desde el norte, ya que la puerta de la Macarena estaba desplazada hacia el oeste con respecto a la antigua vía romana. La torre es de proporciones monumentales, cada una de sus dos plantas está 49

Fig. 9. Puerta de la Macarena Foto M. Valor Piechotta

Fig. 10. Lienzo de la Macarena Foto G.M.U.


De Hispalis a Isbiliya

Fig. 11. Torre en el convento de Santa Marta Foto M. Valor Piechotta

Fig. 12. Torre de la Plata Foto M. Valor Piechotta

concebida con saeteras que cuentan con unas cámaras de tiro amplias, de las que sólo encontramos paralelos en la torre del Oro. Tanto en el exterior como en el interior cuenta con vestigios de una decoración muy cuidada, aunque ya casi imperceptibles, se trata de: - Al exterior: restos de aparejo falso, que todavía se detectan en el lado este. Y, “verdugadas” de ladrillo que recorren en el exterior las dos cámaras de la torre. - En el interior: vestigios de un enlucido que oculta las llagas verticales de los ladrillos, habiendo por el contrario un rehundimiento en las llagas horizontales. Conjunto de imposta en nacela de yeso que tiene por debajo decoración de lacería también en yeso. La torre del Oro [figura 13]: Es en sí misma un castillo, tratándose junto con el llamado “Arquillo de Mañara” y la torre Blanca de los tres únicos ejemplos de arquitectura militar de carácter monumental que se conserva en Sevilla. La torre, que es albarrana, tiene cuatro cámaras superpuestas: - La inferior cegada después del terremoto de Lisboa (1755), sólo hemos sabido de su existencia a través de unos sondeos geo-técnicos practicados en el año 1976. Esta cámara se encontraba a la altura del suelo. La cota de la ciudad actual ha subido en este punto unos 12 m. - La cámara a la que se accede desde la calle está a la altura del adarve. Su estructura consiste en un cuerpo central hexagonal donde queda inscrita la escalera, quedando el espacio entre muro maestro y escalera cubierto con bóvedas de arista cuadradas y triangulares. - Esta misma estructura la encontramos en las tres cámaras, aunque las bóvedas se hacen algo más complejas a medida que ganan altura. - El segundo cuerpo de la torre es una prolongación del cuerpo de escalera. Aunque muy restaurado, está decorado con arcos ciegos y geminados que apoyan sobre columnas y capiteles de barro cocido, junto con una decoración de cerámica aplicada en las albanegas, hoy totalmente reconstruida.

Los recintos amurallados palatinos Este aspecto es tratado de forma monográfica en otro artículo de este libro. No obstante estimamos necesario incluir un breve comentario para transmitir la importancia de los Almohades desde el punto de vista urbanístico en la ciudad de Sevilla. En el momento en el que Abu Yaqub efectúa las obras de explanación y reurbanización del área meridional de la ciudad a inicios de los setenta del siglo XII, el centro militar y palatino se trasladó definitivamente hacia la zona que hoy ocupa el Real Alcázar. Es posible que durante un siglo 50


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(períodos abbadí y almorávide) la antigua fortaleza situada en el centro desde el emirato omeya, permaneciera con algún uso pese a sus múltiples transformaciones. Sin embargo la reurbanización almohade terminará por hacer desaparecer cualquier vestigio de ésta. En el sur, y sobre el importante núcleo palatino culminado por al-Mutamid, se van a edificar nuevas alcazabas, siguiendo un complicado programa de superposiciones en el que en pocos años desaparecerá cualquier vestigio de edificios previos (salvo las murallas) para surgir en su lugar un elevado número de palacios regidos por principios urbanísticos diferentes a los que primaban hasta entonces. El resultado, a mediados del siglo XIII, tras una dinámica ininterrumpida de continuas incorporaciones y ampliaciones, sería la de una complejidad tan solo comparable a la de otras ciudades importantes del imperio almohade, como Marrakech o Rabat.

Conclusión Las fortificaciones de Isbiliya debieron ser el paradigma de la fortificación en al-Andalus, la mayor parte de las obras se efectuaron desde 1156 hasta 1184 (desde que Abu Yaqub Yusuf fue gobernador hasta que murió como califa). Durante el reinado de Abu Yusuf Yaqub -hijo del anterior- (1184-1198) se completan algunos proyectos y se inicia en Marrakech y en Rabat un nuevo programa de arquitectura militar monumental que tendrá una enorme influencia a partir del siglo XIII, tanto en alAndalus (dinastía nazarí), como en el Magreb (dinastía meriní). Las características generales que habría que destacar son: - El material constructivo: que es el tapial. Ciertamente a lo largo de los casi 7.000 metros de muralla se observan calidades distintas tanto por la propia tierra (cuyo abastecimiento era a pie de obra), como por la proporción de cal usada (dependiendo de la mayor o menor proximidad al río). Los cajones de tapial tienen una altura media entre 0,80 y 0,85 m. y una longitud variable que alcanza como máximo los 2,50 m. El ladrillo se usa para las cubiertas y enmarcando los vanos (saeteras y puertas). - La tipología de la cerca. Las torres, en los lienzos que se conservan emergentes, se distribuyen a una distancia rítmica. Son en la mayor parte de los casos de planta cuadrada y sólo hay algunas excepciones que son: la Torre Blanca (octógono irregular), la Torre de Santo Tomás (hexagonal), la Torre de la Plata (octogonal) y la Torre del Oro (dodecagonal). Las cubiertas de las torres son a base de bóvedas de cañón, arista o vaídas. También en las torres de más de cuatro lados vemos soluciones semejantes a base de bóvedas de arista triangulares y arcos fajones (torre Blanca y torre del Oro). El otro elemento común son las “verdugadas” de ladrillo que recorren las torres a la altura de las almenas, del pavimento de la terraza y, en los casos más complejos enmarcando las saeteras. - La muralla islámica pervivió como límite de la ciudad hasta pleno siglo XX. En el momento de la conquista cristiana, 1248, ya existían tres barrios extramuros que eran: Triana, la Macarena y Benialofar (aproximadamente San Bernardo). En los años 20 del siglo pasado apenas se habían sobrepasado estos límites, 51

Fig. 13. Torre del Oro Foto M. Valor Piechotta


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consolidándose la urbanización del espacio a partir de la ciudad en torno a la Exposición Iberoamericana del año 1929. La muralla almohade fue adaptándose a los nuevos tiempos que le tocó vivir. Durante la Baja Edad Media no debieron ser necesarias grandes obras y lo que sí encontramos son reparaciones y adaptaciones a nuevas necesidades o gustos, este es el caso de: la torre de la Plata, el “arquillo de Mañara” en la segunda mitad del siglo XIII; también las obras de tiempo de Pedro I para la construcción del nuevo palacio (1364) y la transformación de algunas torres del Alcázar, como la torre del Agua. También a la Baja Edad Media debe corresponder el forrado de ladrillo de algunas torres con el objetivo de consolidarlas. Un primer cambio decisivo se produjo en el siglo XVI, cuando muchas de las puertas fueron alteradas ampliándose los arcos o convirtiéndose puertas en recodo en acceso directo. Ejemplo de estos dos casos lo tenemos en el “postigo” del Aceite y en la puerta de la Macarena. También el antemuro quedó absorbido o fue demolido, desapareciendo en buena parte de su recorrido en una fecha tan temprana. La muralla a partir del siglo XVIII tenía sentido como protección frente a las riadas, aunque también en diferentes conflictos bélicos de la modernidad recuperó su antiguo papel como defensa militar. Desde mediados del siglo XIX y en aras de la renovación comenzaron a caer bajo la piqueta las puertas de la muralla, algunos lienzos y muchos otros que quedaron embutidos entre el caserío. Desde los años 80 del siglo XX, la Gerencia Municipal de Urbanismo del Ayuntamiento de Sevilla desarrolla una destacable actuación para recuperar, consolidar y poner en valor todos aquellos lienzos embutidos en el caserío, al tiempo que restaurar aquellos otros que se encuentran exentos.

LA NUEVA MEZQUITA ALJAMA Las obras de la nueva mezquita aljama comenzaron en el año 1172, en cuatro años ya estaba construido el haram (sala de oración). Las obras quedaron interrumpidas cuando el califa volvió a Marrakech y sólo seis años después (1182) se instauró este templo como mezquita aljama de la flamante capital de al-Andalus, el primer sermón o jutba se pronunció el viernes 30 de abril de 1182. [figuras 14 y 15]

Fig. 14. Vestigios de la mezquita aljama almohade en la catedral de Sevilla. según M. Vera Reina

En 1184 se reanudaron las obras, quedando la sala de oración integrada en una de las alcazabas del área palatina y, construyéndose el alminar (Giralda) en la confluencia de la muralla con el templo en el lado este del edificio. El califa Abu Yaqub murió ese mismo año, quedando paralizadas las obras. Su sucesor Abu Yusuf, reemprendió la construcción de la aljama en el 1188, a partir de esta fecha se completó el alminar y el sahn (patio de abluciones), además se repararon las naves este, norte y oeste del oratorio, ordenándose también el exterior del edificio. En el año 1196, el califa Abu Yusuf mandó ensanchar el patio de abluciones, ya que para entonces parece que el oratorio se había quedado pequeño y la gente sólo podía asistir a la oración en el patio. Dos años después, las obras estaban definitivamente concluidas. 52


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La crónica de Ibn Sahib al-Sala, además de múltiples detalles en torno a la construcción de este edificio, nos informa también de los arquitectos que intervinieron en sus dos etapas constructivas almohades. Se trata de Ahmad b. Baso en tiempos de Abu Yaqub y de Alí Gomarí durante el reinado de Abu Yusuf. En cuanto a las evidencias de este templo excepcional, hoy en día se conserva de forma parcial el sahn -patio de los Naranjos- y el alminar -Giralda-; la sala de oración subsiste debajo del templo gótico. La mezquita estaba orientada de norte a sur. La qibla (muro que orienta la oración) se encontraba en el muro meridional, hallándose el mihrab (nicho) debajo de la actual capilla de Ntra. Sra. de la Antigua. Las naves estaban separadas por pilares muy potentes, de los que se conservan varios ejemplares idénticos en el patio de abluciones. El sahn conserva las galerías (riwaq) originales en los lados este y norte, del lado septentrional se encuentran los pilares recrecidos en restauraciones del siglo XX y, la galería oeste sobre la que se construyó en época moderna la parroquia del Sagrario. La galería oriental es doble y está formada por siete arcos gemelos de herradura túmidos apoyados sobre pilares. En restauraciones recientes se han encontrado en algunos de ellos restos de las yeserías originales que debieron cubrir sus muros. Este flanco tiene tres puertas, dos de ellas cegadas en la actualidad. El flanco septentrional tiene una sola galería, encontrándose en el eje axial del edificio almohade, una puerta de carácter monumental que se llama, la puerta del Perdón [figura 16]. La fachada externa no es la original, sin embargo los arcos interiores conservan yeserías almohades. La puerta de madera chapada en bronce también es original de la mezquita. Bajo el patio hay un gran aljibe, que se abastecía de agua a través de un ramal procedente del acueducto de la ciudad los llamados Caños de Carmona, que a través del Alcázar llegaba hasta aquí. En cuanto al alminar, es un edificio excepcional no sólo por sus dimensiones, que en el momento de su construcción era prácticamente único, sino también por su originalidad artística que ejemplifica un cambio estético radical en este época. La base de la torre de sillares, es atribuida a Ahmad b. Baso, mientras que el resto es de ladrillo, a Ali Gomarí. El alminar estaba rematado por un yamur formado por cuatro bolas de oro. Una vez conquistada la ciudad por los cristianos en el año 1248, la mezquita mayor se convirtió en templo catedral, llamándose iglesia de Santa María. La conversión de mezquita a iglesia significó: - La eliminación de todos los objetos muebles propios del culto musulmán, esto es, maqsura, mimbar, coranes, etc. - El templo cambió su orientación, que originalmente era norte-sur y que cambió a este-oeste. El edificio quedó dividido en dos partes: la mitad este convertida en capilla real y la mitad oeste en parroquia. 53

Fig. 15. Vista aérea de la catedral de Sevilla Foto Banco Atlántico


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- Otros cambios significativos fueron: la creación de capillas en las naves extremas del oratorio y del patio, la pintura de muros y pilares donde fueron representados santos, vírgenes y personajes venerados. El único elemento que no se cristianizó hasta fecha avanzada fue el alminar, donde la estructura permaneció igual hasta que en el año 1356 se cayeron las manzanas del remate a causa de un terremoto. Las campanas del templo cristiano habían estado en diversos puntos del oratorio, y sólo a mediados del siglo XV pasaron a la torre.

Fig. 16. Puerta del Perdón. Patio de los Naranjos Foto M. Valor Piechotta

En cuanto al resto de las mezquitas de Isbiliya, el número total de topónimos que conocemos después de cinco siglos y medio de historia andalusí no rebasa las veinticinco. Tampoco sabemos la localización de las mismas, salvo en el caso de las dos aljamas sucesivas (Ibn Adabbas desde el 829 al 1182 y la aljama almohade desde 1182 a 1248). La información más abundante sobre esta cuestión la encontramos en la documentación posterior a la conquista cristiana, ya que las mezquitas fueron donadas en bloque salvo tres- a la recién constituida Iglesia de Sevilla. Los mejores templos fueron dedicados a iglesias parroquiales, produciéndose cambios similares a los antes descritos: eliminación de objetos muebles del culto musulmán, cambio de orientación, erección de altar en el este, pinturas, capillas, etc. No obstante, de aquellas mezquitas apenas quedan evidencias en la actualidad y es que a partir de mediados del siglo XIV se produjo una renovación sistemática de estos edificios. Por tanto, el único medio de descubrir este precedente constructivo es a través del estudio arqueológico tanto del subsuelo como de los vestigios emergentes.

LOS MERCADOS, LOS BAÑOS Y LAS VIVIENDAS La información con la que contamos por el momento es muy escasa, esto se debe a que los estudios que hasta ahora se han realizado proceden básicamente de crónicas y como única excepción nos encontramos con el tratado de hisba de Ibn Abdun, de comienzos del siglo XII, es decir, del período almorávide. Los datos sobre la época almohade son por ahora muy escasos. Sabemos que a la hora de construir el sahn de la nueva mezquita aljama tuvieron que demoler un pequeño mercado de barrio (suwaiqa) que se hallaba en este punto. La única estructura de mercado que detectamos con claridad es la nueva alcaicería erigida frente a la fachada norte del patio de abluciones de la mezquita mayor. Según el cronista de la época, al-Sala: (...) se construyeron los mercados y las tiendas (...) Con la más sólida obra y el más hermoso estilo de su clase, para admiración y novedad de los tiempos. Se le colocaron cuatro puertas grandes, que lo cerraban por los cuatro lados. Las mayores eran las de oriente y del norte, que se enfrentan con la puerta norte de la mezquita. Cuando se terminó la construcción de estos mercados con sus tiendas, se trasladaron a ellos el mercado de los perfumistas y de los comerciantes de telas y de los marcatín y de los sastres [Trad. A. Huici (1969), 203]. 54


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La alcaicería almohade de Sevilla se conserva todavía hoy, aunque muy parcialmente. La razón de esto es que este lugar continuó con la misma función aún después de la conquista cristiana (1248) y que sólo fue a fines del siglo XVII cuando entró en un proceso de degradación y abandono irreversible. Este mercado de productos de lujo se localizaba en el rectángulo definido por las calles actuales de: Alemanes, Álvarez Quintero, Rodríguez Zapata, Cabo Noval y Florentín. Formaban un recinto de aproximadamente 65 x 55 m, por lo tanto 3.575 m2 de superficie. Este espacio estaba subdividido en calles, que funcionaban como suqs, con un eje central más amplio que es la calle actual de Hernando Colón. Si tomamos un plano de la Sevilla actual y nos fijamos en este sector detectamos un parcelario trazado prácticamente a cordel partiendo del eje central que es la Puerta del Perdón del sahn de la antigua mezquita, hoy catedral [figura 17]. Tampoco las fuentes árabes son muy explícitas en lo que a los baños se refiere. Conocemos los nombres de dos hamman, que son el de alRakkakin y el de al-Sattara. No obstante, a través de las fuentes castellanas y especialmente de los vestigios que subsisten podemos añadir algo más. Nos consta la subsistencia de cinco baños, de algunos de los cuales conocemos los topónimos medievales. Se trata de: - Los baños de la Reina Mora, que se encuentran en la confluencia de la calle Baños con la calle Jesús de la Veracruz. Edificio que desde mediados del siglo XVI se dedicó a convento, hasta que en 1886 se trasformó en la Comandancia de Ingenieros. Desalojado desde 1976, se han realizado en él diversas campañas arqueológicas a partir del año 1983. El edificio es de tapial, los vanos y bóvedas de ladrillo y las columnas y capiteles de mármol. Se compone de un amplio espacio central porticado, rodeado de galerías perimetrales cubierto con bóvedas de cañón horadadas por lumbreras en la clave. El conjunto del edificio es datado en época almohade teniendo en cuenta los capiteles del patio y una decoración en forma de sebka en una se las salas que preceden este espacio que corresponde a la sala templada del baño. El baño es de planta centrada, es uno de los mayores que se conservan; así, los únicos paralelos están en el palacio de Villardompardo en Jaén y en el Bañuelo de Granada. - Baños de García Jofre en calle Mateos Gago (actual bar Giralda) [figura 18]. Su tamaño es mucho menor que los baños de la Reina Mora. Se conserva lo que debió ser la sala templada del baño y otra sala adyacente cubierta con bóveda de cañón. La sala central conserva un interesante programa de bóvedas, aunque los antiguos soportes -pilares probablemente- fueron sustituidos por columnas genovesas. - Baños de la Judería en la calle Mesón del Moro. Se conserva una sala longitudinal que podemos interpretar como sala caliente y dos alhanías donde hay sendas piletas con agua. 55

Fig. 17. La Alcaicería de la Seda según M. Valor Piechotta

Fig. 18. PLanta de los baños de García Jofre (actual Bar Giralda) según M. Valor Piechotta


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- Baños de Santa María la Blanca, en la calle del mismo nombre. En el sótano del mesón el Cordobés prevalecen dos salas longitudinales cubiertas por bóveda de cañón que debieron formar parte de los baños mencionados en las fuentes castellanas medievales. Son muy numerosas las viviendas excavadas en el casco histórico de Sevilla datadas en época almohade. Por citar algunos ejemplos publicados en el libro Sevilla Almohade, habría que mencionar: el palacio Arzobispal (actual hotel Los Seises), diversas intervenciones en el barrio de San Bartolomé (palacio de Altamira, casa de Miguel de Mañara, Conde de Ibarra nº 18), palacio bajo el monasterio de San Clemente, calle Imperial nº 41-45. Todos estos edificios tienen en común los materiales constructivos, que en los muros son habitualmente de acarreo, por tanto de mampostería, sillares y sillarejo, ladrillos de diversos módulos y tapial. Estos paramentos están revestidos de argamasa fina y en ocasiones conservan restos de pintura roja (almagra) y amarilla (calamocha) [figura 19]. Los pavimentos son de argamasa, de cal, de ladrillos colocados a palma o a tresbolillo y en los exteriores de cantos rodados.

Fig. 19. Pintura de alberca en barrio de San Bartolomé Foto R. Ojeda Calvo

Fig. 20. Plano topográfico de Sevilla y sus cercanías. 1832

Las viviendas están organizadas en torno a un patio, cuyo espacio está ajardinado. El agua es la protagonista de estos patios en forma de surtidor, canalizaciones y alberca. Los patios tenían pórticos sustentados por pilares, situados normalmente en los lados norte y sur. Un ejemplo de estos patios puede ser el de los Andenes encontrado bajo la casa de Miguel de Mañara, que situado al oeste del solar ocupaba una superficie de 48 m2.

LA REORDENACIÓN DE LA PERIFERIA URBANA Aspecto poco tratado que ofrece un campo de investigación impresionante, teniendo en cuenta que la importancia de un núcleo urbano también la podemos medir teniendo en cuenta su área de influencia en el entorno inmediato. Las crónicas árabes recogen diversas intervenciones que podemos interpretar como la nueva ordenación de una gran ciudad. La intervención en el espacio extramuros se inicia al mismo tiempo que las obras de la medina, el califa Abu Yaqub dispone en el 1171 la construcción de dos infraestructuras que debían ser absolutamente necesarias para la mejora de la ciudad [figura 20], que eran: - El puente de barcas sobre el río Guadalquivir. La necesidad de su construcción está justificada por el movimiento de tropas hacia Cáceres y Badajoz y por la comunicación con el Aljarafe, que constituye el iqlim (distrito) que abastece a la ciudad de gran parte de los productos agrícolas. Este puente continuó en uso hasta el reinado de Isabel II, en que fue sustituido por el actual de piedra y hierro. Los otros puentes a los que se refieren las crónicas debieron construirse sobre el arroyo Tagarete que rodeaba la ciudad por el este y el sur. También las “pontanillas”, se construyeron en los caminos que salían 56


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desde las puertas de la muralla. Muchos de ellos los conocemos a través de la iconografía, especialmente de los grabados; no obstante el año 1996 se descubrió uno de ellos sobre el Tagarete en la Huerta de Miraflores, puente de ladrillo datado por sus descubridores como del siglo XVII [figura 21]. - La traída de aguas desde Alcalá de Guadaira hasta Sevilla. Tipo de obra hidráulica a las que los almohades prestaron gran atención, como nos consta también en el Magreb. Se trata de 17 km de acueducto en el que unos 10 km transcurren subterráneos, unos 5,30 km en forma de canal a cielo abierto -una gran curva que permite el desarrollo de espacios irrigados- y un tramo final de 1,7 km sobre arcos, que van ganando altura a medida que nos aproximamos a la ciudad.

Fig. 21. Puente de Miraflores Foto M. Valor Piechotta

- Las residencias de recreo erigidas por los califas almohades fueron dos; una de ellas al este de la ciudad que es la Buhayra y otra en el borde del Aljarafe, al oeste de la medina. Las dos tienen un carácter completamente distinto. La primera, la Buhayra, corresponde a una almunia asociada a una huerta de gran tamaño, que debió tener además el papel de jardín botánico. Es un gran jardín organizado en torno a una alberca de 43 x 43 m. de lado, a la que está asociado un pequeño pabellón de 6,77 x 6,77 m. en su lado meridional [figura 22]. Hisn al-Faray es un caso completamente distinto. Se trata de un castillo con alcázar, construido en el borde del Aljarafe al oeste de la capital, situado en una eminencia desde la que se domina el acceso a la ciudad por el río, la dehesa de Tablada y la propia ciudad de Sevilla. La planta del edificio es prácticamente rectangular, aprovecha una plataforma explanada semi-artificial. También asociado a este lugar se desarrollaban huertas y jardines con norias, que llegaban hasta el río. Todos estos elementos descritos contribuyeron sin duda a articular la periferia de la ciudad. Ámbito extramuros que a través de la documentación cristiana posterior a la conquista (1248) sabemos que contaba con: - Una serie de espacios irrigados, entre las puertas de la Macarena y del Sol y en Triana. - La creación de la Buhayra a partir de un ramal que parte desde los Caños de Carmona. - Huertas y molinos hidráulicos que se desarrollan especialmente en el lado meridional del canal a cielo abierto de los Caños de Carmona. - A ello hay que añadir el llamado Prado de Santa Justa, Prado de San Sebastián y Dehesa de Tablada. Espacios que pasaron al nuevo concejo sevillano con un uso de carácter comunal. - También las fuentes castellanas nos informan de la existencia de tres arrabales extramuros, que son el de Triana, la Macarena y Benialofar. 57

Fig. 22. Vista aérea de la Buhayra Foto C. Delgado López


De Hispalis a Isbiliya

BIBLIOGRAFÍA J. Bosch Vilá. La Sevilla islámica. 712-1248. Sevilla. 1988. F. Collantes de Terán Delorme. Contribución al estudio de la topografía sevillana en la Antigüedad y la Edad Media. Sevilla. 1977. Sevilla Almohade. Ed. M. Valor, A. Tahiri. Madrid. 1999. Sevilla a comienzos del siglo XII. El tratado de Ibn Abdun. Ed. y Trad. E. García Gómez, E. Levi Provençal. Sevilla. 1981. Ibn Sahib al-Sala. Al-Mann bil-Imama. Trad. A. Huici Miranda. Valencia. 1969.

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El Real Alcテ。zar de Sevilla

Miguel テ]gel Tabales Rodrテュguez



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El Real Alcázar de Sevilla Miguel Ángel Tabales Rodríguez

La palabra alcázar para el español de a pie rezuma romanticismo y sensaciones épicas; en sí misma resume gran parte de nuestra historia política pues son muchas las ciudades que hunden sus cimientos en hechos bélicos, conflictos fratricidas o misterios ancestrales acaecidos entre los muros medievales de sus antiguas fortalezas. Desde el punto de vista militar el alcázar se fundamenta en una concepción del urbanismo que refleja una sociedad militar y atomizada en constante fricción; algo habitual en la Edad Media Hispana pero también en otros momentos de nuestra protohistoria. En los tratados de poliorcética el término alcázar tiene un sentido más sociológico que arquitectónico, enfatizándose su condición de morada para personas de calidad sin aportar precisión alguna sobre sus características o cualidades defensivas. Debe entenderse por tanto que se le atribuya a esta fortificación palaciega la denominación de alcázar al haber sido residencia real durante cientos de años aunque sus estructuras más bien deberían identificarse de manera más correcta con el término alcazaba que designa un recinto amurallado, parte de un núcleo urbano mayor al que suele dominar en altura, con accesos a los aproches y a la ciudad aunque sea a través de corachas o albacaras y que habitualmente sirve de núcleo administrativo y reducto poliorcético, según el Prof. Mora-Figueroa. El conjunto militar y palatino del Real Alcázar de Sevilla se ubica en el extremo meridional de la ciudad histórica. Su monumental presencia se manifiesta al viandante de un modo confuso y sorprendente debido sobre todo a su inserción en un entorno urbano envolvente y sinuoso que llena el sector de encanto pero dificulta la comprensión de un sistema de murallas notablemente conservado; miles de turistas y tal vez de sevillanos penetran cotidianamente en su interior dejándose atrapar por una sugerente profusión de palacios y jardines cargados de arte, embrujo y leyendas. Sin embargo pocos, a pesar de los esfuerzos pedagógicos emprendidos, captan la entidad militar y el volumen de lienzos, torres, adarves, antemuros, corachas y puertas que aún hoy se mantienen en pie satinando la mayor parte del centro monumental hispalense, desde la Giralda a la torre de Oro. La confusión es mayor todavía a causa del carácter visitable que tiene tan sólo una parte de lo que antaño fuera alcazaba de la capital del imperio almohade, lo cual provoca una 61


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disociación natural entre el monumento turístico y unas estructuras militares circundantes descontextualizadas y atrapadas por un caserío que las fagocita y anula visualmente. Muchos son los que identifican la torre del Oro o la Giralda con la ciudad de Sevilla, pero pocos los que comprenden su vinculación con el sistema defensivo islámico para el que fueron creadas. Torres como las de la Plata, Abdel Aziz, murallas del Cabildo o de Santo Tomás, puertas de la judería, arquillo de la Plata, etc.. son elementos de ese sistema que solo algunos asocian al alcázar. Sin duda, este fenómeno de absorción de estructuras militares se ha producido frecuentemente en aquellos centros históricos de ciudades con un crecimiento económico continuo en períodos posteriores, pero son muy pocas las que, manteniendo en pie una gran parte de los recintos originales, han perdido todo su recuerdo, pasando éstos a formar parte de medianeras y traseras de nuevos palacios y espacios que a su vez han gozado de la categoría de monumentos. Otros amurallamientos de la alcazaba yacen perdidos bajo metros de relleno y de cimientos de edificios como la Catedral, el Archivo de Indias o la Casa de la Moneda, determinando no ya con su presencia pero sí con su recuerdo las orientaciones y niveles que hoy sorprenden al visitante. El primer alcázar fue levantado en las afueras de la antigua ciudad romana de Hispalis, junto al rio Baetis y a la via Augustea, arterias vitales para la existencia de la urbe desde tiempos inmemoriales. Se ubicó al Sur, junto al río, que siempre fue el lugar de donde vinieron los ataques más feroces (vándalos, visigodos, vikingos, cordobeses, almorávides, almohades, castellanos). En el siglo X todavía se mantenía en pie, aunque muy desfigurada por siglos de rapiña y acarreo, gran parte de la estructura urbana romana altoimperial; el mismo río debía encontrarse muy cerca de la muralla, en las inmediaciones de la actual catedral y Archivo de Indias. La elección de esta zona portuaria y comercial como solar para una fortificación resulta sorprendentemente lógica desde el punto de vista estratégico por lo que no deja de extrañar que no existiera allí ninguna fortaleza hasta las postrimerías del emirato omeya, máxime si tenemos en cuenta la importancia militar de Hispalis en el Bajo Imperio y durante el reino visigodo. Sin embargo los resultados de las excavaciones arqueológicas hasta el momento parecen confirmar la ausencia de estructuras de carácter militar anteriores al siglo X. En su lugar aparecen restos de ocupación humana desde el siglo VIII a.C., dibujándose una sorprendente topografía definida por un brusco desnivel que nada tiene que ver con la horizontalidad actual y que separaba en dos zonas el área del actual alcázar; una de ellas, al nordeste, mucho más alta, mantenía cierta vinculación con el interior de la ciudad desde la Protohistoria; la otra, extramuros, fue ganando terreno al río con el paso de los siglos, urbanizándose y abandonándose en algunos períodos de declive. Estaban separadas en el centro del Patio de Banderas por una muralla de la cual ignoramos todo salvo su existencia, recientemente constatada mediante pruebas físicas. No podemos descartar la posibilidad, mantenida desde antaño, de una presencia militar romana y visigoda en el más alto de los sectores citados pero las excavaciones realizadas hasta ahora en dicha zona apuntan hacia otro tipo de función, tal vez comercial; han salido a la luz los restos de un gran edificio del siglo I d.C. probablemente relacionado con el influyente Colegio de Olearios hispalense. 62


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Sobre las ruinas de este inmueble, que se extendía muy al interior del actual alcázar, se edificó un templo paleocristiano, identificado por algunos como la basílica de San Vicente, uno de los tres templos principales durante la época visigoda; de él se conservan algunos muros y un baptisterio bajo el Patio de Banderas, así como un pedestal romano dedicado a Minerva y reconvertido como mesa de altar que fue localizado a escasos metros en la cercana puerta del Alcázar. Otros restos procedentes tal vez de la misma iglesia fueron localizados dentro del alcázar, como la lápida del obispo Honoratus, hoy en la Catedral o algunos capiteles y fustes visigodos del palacio de Pedro I.

LA EVOLUCIÓN DEL ALCÁZAR Proceso: 1. Fundación omeya Cronología: 914 Justificación: Alcazaba Descripción: Recinto cuadrangular fortificado Vinculación urbana: Extramuros, “tal vez” añadido a la muralla romana Proceso: 2. Ampliación abbadí Cronología: s. XI Justificación: Alcazaba-Palacio Real Descripción: Duplicación del primer recinto.Cambio de acceso. Ampliación muralla urbana Vinculación urbana: Determina ampliación urbana al Este Proceso: 3. Ampliación norteafricana Cronología: 1/2 s. XII Justificación: Recinto militar añadido Descripción: Añadido del Recinto III al oeste. Subida de cotas. Sustitución de edificios previos Vinculación urbana: Reurbanización del sector englobado Proceso: 4. Reconstrucción almohade Cronología: Segunda mitad del s. XII Justificación: Refundación palatina y ampliación militar Descripción: Destrucción completa de todos los palacios previos. Subida de cotas. Cambio de accesos y tránsitos. Ampliación de recintos. Levantamiento de una decena de nuevos palacios Vinculación urbana: Cambio de orientaciones en el interior y en el entorno ampliación muralla urbana Proceso: 5. Reconstrucción parcial alfonsí Cronología: Segunda mitad del s. XIII Justificación: Sustitución del palacio principal Descripción: Destrucción completa del sector palatino habitacional principal Elevación de cotas y creación de palacio gótico Vinculación urbana: Sin cambios respecto a organización almohade Proceso: 5. Reconstrucción parcial de Pedro I Cronología: 1366 Justificación: Construcción de un nuevo palacio principal 63


El Real Alcázar de Sevilla

Descripción: Destrucción de cuatro palacios almohades.Subida de cotas y construcción del palacio mudéjar Vinculación urbana: Cambio de orientación del sector occidental del alcázar y de su entorno

Fig. 1. Murallas de la alcazaba omeya

Fig. 2. Planta hipotética del alcázar omeya

La alcazaba omeya Sin descartar algún tipo de presencia militar menor en esta zona durante el I milenio d.C., lo cierto es que la primera piedra del alcázar actual fue colocada por orden de Abd el Rahman III en el año 913. Los motivos fueron varios aunque el más importante pudo ser el mantenimiento de una guarnición que controlase a la rebelde población sevillana, recién derrotada y humillada con la destrucción de sus murallas. Se ha querido retrotraer la fundación seis décadas, justificando su levantamiento como consecuencia del saqueo e incendio provocado por los vikingos en el año 844, pero las cerámicas extraídas de sus cimientos parecen afianzar la primera atribución. (figuras 1 y 2) Dentro de esta fortificación existirían dependencias no demasiado destacadas adosadas a los muros mientras que caballerizas, almacenes y cuarteles completarían un panorama arquitectónico poco significativo. En excavaciones recientes se exhumaron algunos muros de mampuesto que reflejaban una disposición ortogonal respecto a los lienzos exteriores. La casa del gobierno o dar al-Imara omeya, se asemejaría bastante a otras fortificaciones urbanas altomedievales como la de Mérida; su forma sería cuadrangular, de unos cien metros de lado, conservándose en la actualidad los frentes norte y oeste. Respondería al esquema omeya clásico de torres macizas hasta el adarve, estrechas y altas, con evidencias de la existencia de escarpas poco pronunciadas en sus primeras hiladas, etc.. lienzos y torres permanecerían unidos por el adarve sin cámaras ni merlatura. Los muros primitivos eran de sillares de roca alcoriza dispuestos en hiladas horizontales con aparejo irregular y tizones intercalados dentro de una tónica general de sogas. El único acceso conocido lo garantizaba una puerta situada bajo la casa nº 16 del Patio de Banderas, es decir hacia el este. Estaba formada por un arco, del que se conserva la jamba norte, luego reutilizado como paso directo dentro del intrincado recodo creado en el siglo XI. Estaba flanqueada por una extraña torre maciza adaptada a la muralla urbana que disponía de un raro achaflanamiento.

El alcázar Abbadí La pérdida del control cordobés sobre Isbiliya tras la fitna supuso una transformación de la taifa de los Banu Abbad en una dinastía real con rápida implantación en la mayor parte de al-Andalus; la nueva monarquía tradujo sus pretensiones en una notable actividad constructiva cuyo exponente máximo fue 64


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la ampliación de la alcazaba hacia el sur y el este duplicando el espacio previo. Contará con un nuevo acceso en recodo que sustituirá al anterior, abierto en la cara oriental, para lo cual se levantó un castillete de control presidido por una doble puerta de herradura. La idea de la existencia de un segundo recinto al sur de la alcazaba antigua no está presente en la tradición historiográfica. Así, algunos autores (Tubino, Guerrero, Manzano, Valor, Comes) extienden el palacio omeya hasta los jardines; otros como Jiménez que sí advierten la cuadratura de éste, uniformizan el área situada entre la judería y el arquillo de la Plata dentro de un gran recinto que coincidiría con el alcázar de la bendición cantado por al Mutamid (figuras 3, 4, 5 y 6). De la muralla occidental de esta segunda alcazaba se mantienen en pie una parte de la torre central y el segundo lienzo, que se conserva en alzado en la cara oeste del patio del palacio gótico. Su fábrica refleja un aparejo pétreo tosco e irregular algo distinto al del recinto primitivo. Desde el punto de vista formal la ampliación al sur no significa realmente la creación de una nueva área cerrada, ya que el límite sur debió desaparecer a juzgar por la uniformidad del nuevo frente oriental, levantado originalmente en tapial. Lo más importante tal vez de esta operación es la ampliación de la cerca urbana hacia el sur, datable a finales del siglo XI o inicios del XII. El alcázar resultante comenzó a colmatarse con estructuras palatinas de reducidas dimensiones; innumerables unidades habitacionales abigarradas por todo el conjunto; probablemente no existirían espacios abiertos a juzgar por los restos detectados en el Patio de Banderas y en otras zonas. Salvando el nuevo y complejo acceso en recodo del extremo nororiental, el resto del espacio conformaría una suerte de qasba sin demasiada representatividad arquitectónica, si exceptuamos el posible palacio principal, situado según creemos -provisionalmente- bajo el actual palacio gótico. Las excavaciones confirman un nuevo proceso de ampliación hacia el oeste de las murallas, en el sector ocupado en la actualidad por el Patio de la Montería, jardines del Príncipe y palacio mudéjar. Se elevaron en los momentos centrales del siglo XI varios edificios palatinos tal vez identificables como el “alcázar Mubarak” o de la Bendición, imaginado por Guerrero Lovillo en los años setenta. Bajo el pavimento del patio de la Montería, fue localizado un gran edificio con patios y albercas de este período; en él aparecieron pinturas de lacería roja muy arcaicas y un epígrafe marmóreo alusivo al rey al-Mutamid. Disponía de un patio con andenes, arriates y pila lateral, y de otro alargado con una alberca con una hornacina decorada con almagra y líneas blancas. 65

Fig.3. Planta hipotética del alcázar abbadí

Fig. 4. La Primitiva puerta abbadí


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Fig. 5 y 6. La Primitiva puerta abbadí

El acceso a este recinto es una doble puerta con cuatro jambas, construida en un período posterior o coetáneo al reinado de Abd el Rahman III. La herradura está conformada por dovelas pétreas con trasdós e intradós no concéntricos, lo que podría situarla teóricamente en un período avanzado o posterior al califato. Por su parte el centro de la herradura está a un tercio de radio sobre la línea de imposta y las dovelas apuntan levemente sobre dicha horizontal, lejos en cualquier caso del centro del arco. Se trata de un arco muy estilizado y con una luz excesivamente corta en relación a la flecha. Por su parte, la altura de la bóveda de medio cañón situada entre las dos herraduras es superior a lo normal.

La reorganización almohade Tras dos siglos de existencia el alcázar islámico había sufrido ya dos grandes ampliaciones que respondían a impulsos prioritariamente civiles y palatinos y en menor medida militares. El tercer proceso de ampliación, desde el punto de vista militar, se produce a mediados del siglo XII y para ello se suprimen los múltiples edificios taifas preexistentes, estableciéndose un programa edilicio que culmina con la erección de varios palacios perfectamente ordenados (figura 7).

Fig. 7. Plano de la ciudad almohade y su alcázar

La nueva alcazaba se formó uniendo la torre sudeste del recinto II -hoy bajo el palacio góticocon la torrecilla hexagonal de Abd el Aziz, situada en la Avenida de la Constitución; en este lienzo se abrió tal vez en ese momento el arquillo de la Plata, constituido como acceso principal. Al Norte, el recinto estaba formado por la coracha de Santo Tomás, muro que partía de la segunda torre del lado occidental del alcázar primitivo. Para penetrar en el área palatina debía salvarse el apeadero (Patio del León) en el que se abría una gran portada monumental con dos accesos diferentes en recodo que repartían el tránsito hacia el sector antiguo (palacios Omeya y abbadí) y hacia el nuevo (palacios de la Contratación, Montería, Asistente, Príncipe y los dos situados bajo el del Rey Don Pedro). En los momentos de esplendor almohade, bajo los califas Abu Yaqub y Abu Yusuf a fines del siglo XII, apenas quedaban algunas estructuras aisladas como recuerdo de la primera alcazaba. En su interior se construyó una retícula de palacios independientes orientados con sorprendente homogeneidad; una decena de núcleos palatinos distribuidos en torno a patios de crucero deprimidos 66


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formando parte de un programa prefijado que supuso la destrucción casi completa de cualquier vestigio previo salvo las murallas. Sus dimensiones eran muy similares, incluidos los de la Montería y el del Crucero, destacando entre ellos el del Caracol, o de los Baños de Doña María, sin duda el mayor y más importante, localizado en el segundo recinto del alcázar. Las comunicaciones entre los distintos palacios se realizaban mediante pasajes alargados y estrechos así como de recodos y a veces participando de naves comunes. En el interior del nuevo recinto amurallado bajo el patio de la Montería se erigió un magnífico conjunto palatino compuesto por un palacio con patio de crucero completo y parte de otro, hoy bajo el edificio mudéjar. En el extremo occidental de ambos se definía una potente alineación junto a la que discurría un estrecho pasillo de un metro separándolos de otros edificios situados en la zona oeste del alcázar. En el espacio hoy ocupado por el Patio de la Montería se levantaba un amplio edificio construido sobre las ruinas del palacio abbadí. Esta gran obra de nueva planta fue comenzada a mediados del siglo XII, sufriendo desde entonces múltiples reformas que culminarían con su amortización definitiva en 1356 al construirse el palacio mudéjar del Rey Don Pedro que, aunque sólo afectó físicamente a otro núcleo palatino contiguo, supuso su derribo para crear un patio escénico acorde con su fachada. Se trata de un patio de crucero cuadrangular -hoy inscrito en el centro de la Montería- de 16'70 x 18 mts. al que abren sus puertas cuatro estancias alargadas que ocupan cada flanco. Se orientaba ortogonalmente de manera idéntica a los palacios de la Contratación y el Asistente. El conjunto limita al oeste con un pasillo longitudinal al que abriría una pequeña puerta. Al norte, los vestíbulos laberínticos de acceso en recodo a la Contratación y el Yeso; al este cocinas y letrinas aprovechaban los ámbitos irregulares. Los tres límites citados coinciden en lo básico con los del patio actual, lo que evidencia que la creación del patio mudéjar consistió en una eliminación unitaria por parte del rey Pedro I del citado palacio almohade, a la par que mantenía en pie los restantes. Sin embargo, al sur, y manteniendo la misma organización, fábrica, cota y orientaciones, se localizaba otro núcleo palacial dispuesto también mediante estancias alargadas con alhanías o alcobas entorno a un patio con andenes que penetra bajo la fachada del palacio mudéjar con orientación antagónica a la de éste. Aquí también, junto a la antigua muralla pétrea y a la torre localizada al este del palacio mudéjar, los muros corregían la irregularidad adaptándose a lo preexistente, lo que provocaría una morfología poligonal en algunas dependencia de esta zona. El patio del palacio excavado bajo la Montería disponía de un andén perimetral de 1'40 mts de anchura en los lados sur, este y oeste, mientras que al norte se estrechaba hasta los 0'50; su pavimento, 67

Fig. 8. Plano del alcazar almohade


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Fig. 9. Palacio almohade de la Montería

a base de losas rectangulares de 19 x 28 cms apareció retocado, al igual que los muros, en el tercio norte del patio, en lo que debió ser una gran reestructuración de ese sector quizá ya en época cristiana. Junto al andén, y también de manera perimetral, aunque a una cota levemente inferior discurría un canalillo con baquetón hidráulico; en las esquinas los conductos remataban en una media caña de gran anchura que bajaba casi un metro bajo la cota del andén. El agua, por tanto, discurría sin trabas por el canalillo, que se alimentaba desde un sistema de tuberías de plomo en la esquina noroeste, procedente del sector del palacio de la Contratación, donde quizá existiese alguna noria. Desaguaba finalmente por la esquina sudeste, donde se localizan las letrinas, a las que podría alimentar (figuras 8 y 9) En el centro de cada andén un pequeño puente de 0'80 mts de anchura salvaba el canal perimetral y bajando mediante cinco peldaños daba paso a paseos normales que dividían en cuatro arriates iguales el espacio interior ajardinado. El resultado era un gran patio de crucero de andenes muy pequeños y escalonados que confluían a una cota un metro menor que la del andén perimetral; en la confluencia, en el centro del patio, debió existir una taza de tamaño reducido, ya desaparecida. Si el patio es relativamente atípico, no lo son en absoluto las estancias aledañas; se trata de naves alargadas de 2'5 mts de ancho en cuyos extremos se localizan alcobas de dos metros de fondo separadas del resto por pilarillos de ladrillo muy bien aparejados; éstos, estaban adosados al muro y soportarían bíforas, probablemente de herradura, como sucede en el palacio del Yeso y en la mayoría de edificios islámicos coetáneos (figura 10).

Fig. 10. El Patio del Yeso

A la par que el alcázar se renovaba radicalmente en su interior, durante la segunda mitad del siglo XII se procedió a la erección de varios recintos defensivos junto al río. El programa de ampliación urbana consistió en la incorporación de lo que al Sala denominó alcazabas exterior e interior y que básicamente separaban, por un lado los espacios situados entre el Recinto III y la muralla urbana meridional, y por otro, el recinto situado hacia la medina en el que se habrían de levantar la gran mezquita aljama y nuevos barrios adosados a sus murallas que colmataron paulatinamente el espacio libre. El espacio meridional de la Sevilla islámica se fortificaba hasta extremos insospechados, tal vez con 11 ó 12 recintos diferentes, configurándose al final de su constante renovación como un complejo palatino en el que se combinan las dos prioridades del nuevo poder califal: por un lado, la creación de una gran capital encabezada por un alcázar militar fuerte, y, en segundo lugar, una reorganización drástica de los palacios 68


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interiores que incorporaba una nueva arquitectura, mucho más ordenada que la abbadí. El sevillano de a pie que accediera a esta ciudadela desde el centro de su ciudad en las primeras décadas del siglo XIII se encontraría, tras cruzar la alcaicería, con una imponente muralla tras cuyas puertas se abría un complejo institucional precedido por la nueva mezquita aljama que quedaba dentro del área cercada; en la misma base de la Giralda, su alminar, se interponía la puerta principal de ingreso a palacio desde la urbe. En el lado del río otras puertas complicaban el tránsito hacia el área portuaria y las atarazanas. El visitante que intentara acceder desde el sur (puerta de Jerez) hacia el interior de la ciudad se encontraba al menos con tres impedimentos controlados antes de verse liberado de los pertinentes controles fiscales y militares; pero si quería penetrar en el núcleo de palacios del califa, sus problemas se multiplicaban, ya que antes de acceder a las puertas principales, situadas en la actual calle Miguel de Mañara, debía franquear pasos angostos y controles aún más severos. Al llegar al Patio del León, verdadero centro neurálgico de la distribución del conjunto, comenzaban los palacios privados sólo accesibles para un número reducido de cortesanos y administradores. El califa, por su parte podía permitirse el lujo de acceder directamente a la mezquita mediante un pasaje privado, el sabat, recientemente localizado tras la fachada meridional de la Catedral, que se sitúa directamente sobre la qibla almohade. Entre los vestigios de palacios almohades hay que destacar el Patio del Yeso, que debe su nombre a la labor de yesería de sus paños en sebka. Es uno de los escasos espacios mantenidos en pie desde el siglo XII en el Alcázar. En sus muros se puede apreciar una larga historia de añadidos y transformaciones que se inicia en el siglo XI y perdura hasta nuestros días. Otras zonas del Alcázar aún pueden esconder bajo tapias y revocos modernos, pinturas murales y yeserías islámicas.

La yuxtaposición castellana La conquista castellana en 1248 no se tradujo en principio en ninguna reforma digna de mención; durante algunas décadas la corte se adecuó a los múltiples espacios almohades. Alfonso X concentró sus esfuerzos en la ejecución de una obra emblemática y moderna en la que se mostraría la mejor arquitectura gótica de su tiempo. Las excavaciones realizadas en 1998 exhumaron el testero meridional del palacio islámico sobre el que luego se elevaría el impresionante conjunto alfonsí del palacio gótico (o de Carlos V, o del Caracol). El edificio musulmán disponía de un patio a dos alturas desde el momento de su construcción dividiéndose en cuarteles del mismo modo que en la actualidad pero con la superficie ajardinada a considerable profundidad; al incorporarse el edifico gótico, sus naves se superpusieron sobre las estancias meridionales del palacio almohade (figuras 11 y 12). 69

Fig.11. El Palacio Gótico


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El resultado fue un palacio fortificado sobre los restos aterrazados del conjunto almohade principal sin opción al reaprovechamiento ni de murallas ni de crujías previas. El nuevo palacio se “impuso” sobre lo recién conquistado permitiéndose incluso el sacrificio de toda la planta baja que sería rellenada para homologar los pavimentos del antiguo alcázar omeya. Del espectacular juego a dos niveles producidos en el patio almohade eliminado se recuperarán previo acondicionamiento sólo dos tercios del original.

Fig. 12. Reconstrucción hipotética del Palacio Gótico

El palacio gótico conserva en la actualidad gran parte de su estructura original. Las principales reformas afectan al salón de los Tapices, sus bóvedas y al pórtico, reconstruidos durante el siglo XVIII tras el terremoto de 1755, aunque gran parte de su apariencia se debe a la presencia del rotundo zócalo renacentista de azulejería polícroma atribuido a Cristóbal Augusta así como a las ménsulas modernas que soportan las nervaduras originales. La apertura de los ventanales hacia los jardines en el siglo XVI eliminó la posibilidad de contemplar el edificio bajo el prisma ambiental medieval lo cual, junto a la riquísima ornamentación renacentista y barroca, provoca en el visitante una clara confusión que por lo general se traduce en una incomprensión del modelo primitivo. Para entender el palacio medieval en su volumen y contexto original, conformado como un gran castillo rectangular almenado, con sus cuatro esquinas dotadas de torres con escaleras de caracol y lienzos exteriores ribeteados por los estribos de las bóvedas, debemos alejarnos de él y observarlo desde los jardines de la Danza o de las Damas; su inmensa mole aparece emergiendo sobre el alcázar junto al palacio mudéjar del Rey Pedro I, adosado a su cara occidental cien años más tarde. En el resto de los edificios almohades del conjunto se seguirán manteniendo las estructuras palatinas principales, aunque se advierten obras cristianas de acondicionamiento consistentes en la tabicación y compartimentación de las grandes alhanías, repavimentaciones, etc.

El alcázar mudéjar Durante los cien años que siguieron a la incorporación de Sevilla a la corona castellana, los sucesivos monarcas fueron alterando el viejo conjunto, dotándolo de nuevas construcciones como el hermoso salón de la Justicia, levantado a inicios del siglo XIV sobre el antiguo palacio del Yeso; sin embargo se inició con ellos un abandono imparable del uso militar de las alcazabas reduciéndose el área de palacio a los límites previos a la reforma almohade (en la actualidad el conjunto visitable del alcázar es aún menor). Paulatinamente la degradación arquitectónica de los espacios, constatada en las excavaciones, se iría complementando con una nueva visión de los revestimientos y de los acabados de suerte que en pocos años lo gótico sería suplantado irrefrenablemente por un gusto islamizante, a veces fruto del influjo de los mudéjares autóctonos, pero otras motivado por la combinación de estilos foráneos como el toledano o el nazarí. El máximo exponente de esa nueva arquitectura será el palacio mudéjar del Rey Pedro I, finalizado en 1366. Con su construcción se completó un ciclo de 70


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atenciones al alcázar de la mayor ciudad del reino que nunca, salvo obras puntuales notables a comienzos del siglo XVI, volvería a contar con el apoyo exclusivo de la realeza. Lo que había sido un centro de esplendor militar, religioso y cortesano en el imperio almohade, se redujo en un siglo a una cuarta parte de su extensión; primero se dotó de extraños elementos góticos ajenos al ambiente musulmán dominante pero finalmente se vio rejuvenecido en su arabismo por un desarrollo ornamental que, a su vez, encubrió reformas drásticas al ser suprimidos un buen número de palacios para abrir grandes espacios arquitectónicos. Desde el punto de vista de la organización del alcázar, el establecimiento del palacio de Pedro I supuso un notable cambio de orientación respecto al urbanismo precedente. Al diseñar su imponente obra, el monarca optó por adaptarse al palacio gótico, adosando sus crujías a la capilla del palacio alfonsí y para ello simplemente destruyó los tres palacios musulmanes preexistentes, cambiando la orientación de los edificios una vez más. En definitiva, una impronta castellana impregnada en lo que al tránsito y los espacios se refiere por el marchamo cristiano con su regularidad clásica, acceso directo y visualmente prolongado en contraste con el reflejo estético hispanomusulmáan mantenido en la decoración mudéjar interior. El palacio mudéjar o del Rey Pedro I (figura 13) se convirtió desde el primer momento en referencia para otros edificios palaciegos sevillanos y andaluces. En él participaron alarifes de diversa procedencia, destacando por su maestría los mudéjares toledanos, sevillanos o los procedentes del vecino y aliado reino nazarí. Yeserías, azulejerías, artesonados, puertas, bóvedas, arcos, etc. se conjugan de manera magistral en una recreación idealizada de la arquitectura andalusí, creada más para impresionar a los embajadores de otras cortes hispanas y europeas que para ser habitada. Aunque en su interior, alhanias, capilla, salón de Embajadores, etc. aún se percibe la ambientación bajomedieval, la imagen actual del gran patio de las Doncellas, se ha visto alterada por diversas reformas entre las que destacan la sustitución de los pilares mudéjares por columnas de mármol genovesas en 1560, la construcción del cuerpo superior, en época de los Reyes Católicos y del emperador Carlos V, o la más reciente incorporación del alero de protección de las yeserías, colocado por Rafael Manzano.

El alcázar actual Las transformaciones se sucedieron ininterrumpidamente desde la reforma mudéjar hasta fines del siglo XVIII, época en la que se dará un último retoque al antiguo palacio del Caracol debido a los destrozos provocados por el terremoto de Lisboa de 1755. Desde entonces y pese a continuos retoques menores el abandono de palacios y murallas se hizo imparable hasta que a mediados del 71

Fig. 13. Palacio del Rey Pedro I


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siglo XX se inició un lento pero inexorable programa de recuperación en el que actualmente se halla inmerso.

Fig. 14. Vista aerea del alcázar

En la actualidad (figura 14) ya no queda gran cosa de la alcazaba original, prácticamente suplantada por los palacios taifas en el siglo XI. A su vez éstos fueron derribados para satisfacer el proyecto califal almohade a lo largo del siglo XII. Existe una vigencia de las orientaciones almohades en el ámbito de la alcazaba omeya y de su añadido taifa (área conocida en la bibliografía como dar al-Imara), donde se observan vestigios de reaprovechamiento en los palacios del Yeso, casas Toro Buiza, Becerril, Alcaide, etc..). Lo mismo sucede en el palacio de la Contratación, cuyo patio, recuperado por Rafael Manzano, constituye uno de los mejores exponentes de cruceros ornamentales. El caso más significativo es el crucero del Caracol -los llamados baños de María de Padilla-, cerrado al público, y aún por investigar a fondo, cuya estructura parece haber sufrido cambios mínimos desde el período alfonsí. En las murallas exteriores la perduración es casi completa a pesar de los apósitos e invasiones del caserío reciente; es de destacar la reciente labor de recuperación de la puerta abbadí de la calle Joaquín Romero Murube, oculta desde el siglo XII por una edificación del Patio de Banderas. Han llegado en pie hasta nuestros días las murallas omeyas exteriores norte y oeste (de la que se seccionó una torre), las murallas abbadíes este y parcialmente la oeste. Se conserva una importante representación de las murallas norteafricanas en los distintos recintos del alcázar y del sector meridional de la ciudad. En resumen, lo que hoy disfrutamos al visitar el alcázar no es más que un lejano y confuso vestigio de la última organización islámica muy matizada por la intrusión de los palacios gótico y de Pedro I. El recuerdo de la primera alcazaba sólo se mantiene en las murallas pétreas del sector septentrional aunque el urbanismo circundante aleja al espectador de su significado. Pero, siendo positivos es precisamente esta serie de incongruencias arquitectónicas, yuxtaposiciones, alteraciones incomprensibles y rupturas continuas de perspectiva lo que convierten la visita de este monumento en algo original y sugerente a la vez que difícil de entender; es probable que el verdadero valor de este magnífico conjunto estribe precisamente en el embrujo de su desorden.

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De ciudad islรกmica a centro econรณmico mundial (siglos XIII-XVII)

Antonio Collantes de Terรกn Sรกnchez



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De ciudad islámica a centro económico mundial (siglos XIII-XVII) Antonio Collantes de Terán Sánchez

El 23 de noviembre de 1248, después de 16 meses de asedio, se formaliza la rendición de Isbiliya a Fernando III con la entrega del alcázar por parte de los gobernantes andalusíes de la ciudad, mientras se iza el estandarte real en el alminar de la mezquita mayor. A este primer acto de carácter militar, seguirá otro de carácter religioso. Tras procederse al desalojo de los vencidos, tiene lugar la purificación y consagración de la mezquita como catedral. Finalmente, el 22 de diciembre, aniversario (185 años) de la traslación del cuerpo de San Isidoro desde Sevilla a León, se lleva a cabo la entrada del monarca y de los castellanos en la ciudad conquistada, que se rubrica con un acto en la catedral. Es decir, con una serie de decisiones y ceremonias de claro valor simbólico se pone fin a otra etapa en la historia de la ciudad -la de Isbiliya-, y se inicia una nueva, la de Sevilla. Aunque el cambio aparentemente es radical, solo lo es en parte, como ocurre en tantos procesos históricos, porque en esta nueva etapa se conjugan factores de continuidad y de ruptura. Teniendo en cuenta el enfoque de esta obra, hay que retener dos datos que condicionan la historia posterior: primero, que en el aspecto físico no se parte de cero, sino que los conquistadores ocupan una ciudad plenamente conformada y, al parecer, sin importantes destrucciones como consecuencia del propio proceso de conquista; segundo, la sustitución de la población vencida por otra nueva. Estos nuevos habitantes, mayoritariamente castellanos, poseen una cultura y una religión distinta, y configuran una sociedad con rasgos diferenciales de la andalusí, todo lo cual contribuye a una paulatina transformación de la ciudad que han ocupado. Ahora bien, dicho proceso de transformación, además, está condicionado por un factor estructural de la ciudad, su condición de centro regional.

Bases socioeconómicas Como se ha visto en los capítulos precedentes, la ciudad se ha definido históricamente como un gran centro urbano. Dicho carácter no solo se mantiene tras su integración en la Corona de Castilla, sino que ese valor de centralidad se incrementa considerablemente a lo largo de las centurias posteriores gracias a varios factores estructurales e históricos. En primer lugar, las riquezas naturales de la región, que habían sido objeto de gran demanda internacional, demanda que en estos siglos experimenta un notable crecimiento. En segundo lugar, su posición estratégica; de un lado, en las conexiones comerciales entre el Mediterráneo y el Atlántico, que a partir del siglo XIII adquirieren unas dimensiones hasta entonces desconocidas; de otro, en las relaciones con el continente africano, primero con el 77


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inmediato Magreb y luego con el África atlántica y las islas españolas y portuguesas; en fin, el convertirse en cabecera de las relaciones con América. En tercer lugar, el estar situada a orillas del río Guadalquivir, que al ser navegable, le permite ser un puerto del comercio internacional, con proyección sobre gran parte de Andalucía e incluso del resto de Castilla.

Fig. 1. Plano mandado levantar por el asistente Olavide. 1771

Como consecuencia de esta conjunción de factores, tras superar las dificultades subsiguientes a la conquista castellana, Sevilla se convierte en una de las ciudades más importantes de la Corona de Castilla, siendo la mayor por el número de habitantes, pues a fines del siglo XIV o comienzos del XV tiene 20.000 aproximadamente, que se transforman en unos 40.000 a finales de la decimoquinta centuria. Dicha condición la conserva hasta el siglo XVII. Hacia 1530 cuenta con más de 50.000 habitantes, y a partir de dicha década, gracias a las conexiones con América, el crecimiento experimenta una gran aceleración, hasta alcanzar su tope poblacional de 125.000 más o menos al finalizar el siglo XVI [figura 1]. Este prolongado crecimiento de la población, unido a la acumulación de riquezas que la ya citada función de centralidad genera, permite a miembros de varios sectores sociales efectuar inversiones urbanas, que es uno de los factores de transformación de la ciudad. En este cometido destacan las diferentes élites que van a ir surgiendo. En primer lugar, una élite sociopolítica, que comienza a configurarse tras la conquista, compuesta por una aristocracia de orígenes nobiliario y urbano, cuyas bases económicas descansan en su condición de grandes propietarios. Una aristocracia que, en una proporción importante, va a saber aprovechar las ventajas económicas de la región, y de la posición estratégica de la ciudad, incentivando los cultivos más rentables, como son sobre todo los de olivar y viñedo, cuyos productos tienen una gran demanda, lo que les genera rentas considerables. Pues bien, una parte de dichas rentas las invierten en la ciudad, ya sea en la construcción y dotación de sus residencias, ya en fundaciones piadosas, ya en otras manifestaciones propias de sus formas de vida nobiliarias. Por otro lado, la expansión comercial, permite la consolidación de una élite económica integrada por gentes vinculadas al comercio, en parte extranjeros pero también sevillanos y de otras procedencias, y aunque muchos solo temporalmente residen en Sevilla, otros se asientan e invierten igualmente en la ciudad. El siglo XVI es una etapa clave en la mencionada transformación, porque a la conversión de la ciudad en centro de las relaciones con América, 78


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con el consiguiente incremento de la riqueza, se suma la difusión de las nuevas corrientes estéticas promovidas por el Renacimiento. Como es rasgo dominante en los centros urbanos coetáneos, probablemente la mayor parte de la población sevillana vive de unas actividades artesanales, cuyos productos están destinados al consumo local y de un área más o menos extensa. Algunos de dichos artesanos no desdeñan la aventura del comercio, primero con Canarias y luego con América, aunque sea a una escala muy modesta. Entre estas actividades de transformación, las relacionadas con el tráfico comercial tienen una especial relevancia, tanto las referidas a la construcción naval y equipamiento de los barcos, como a la fabricación de los envases necesarios para el transporte de las mercancías. En este sentido, aunque sea conocida la importancia de la alfarería, radicada en su mayor parte en Triana, sin embargo, no se destaca demasiado el que una parte muy importante de dicha producción son ánforas para el transporte de aceite, vino y otros productos. Así mismo, el sector vinculado a los servicios se ve potenciado por este papel de la ciudad, y en este sentido habría que destacar, por un lado, las actividades vinculadas al transporte (patrones de barcos y marinería, carreteros, recueros, etc.) y, por otro, las de criados y servidores, a los que habría que añadir los esclavos. Completan esta radiografía de la sociedad sevillana los grupos minoritarios. De un lado, el estamento eclesiástico, cuya presencia en la ciudad no hace más que crecer durante todo el período aquí estudiado, en especial, por lo que se refiere a las comunidades de religiosas y de religiosos, como se refleja en el siguiente cuadro, en el que se recoge el número de conventos fundados en la ciudad:

Siglos XIII XIV XV XVI XVII Total

Masculinos Femeninos 10 4 3 1 2 6 15 16 16 5 46 32

Total 14 4 8 31 21 78

En cuanto a la comunidad judía, en un principio es numéricamente importante, ocupando un barrio de grandes dimensiones. Tras el asalto sufrido por este en 1391, su número desciende considerablemente, hasta quedar reducido a medio centenar de familias aproximadamente a lo largo del siglo XV. Dicha reducción se debe sobre todo a las conversiones masivas al cristianismo a raíz del citado asalto. A partir de este momento, pierde gran parte del protagonismo financiero que dicho colectivo había tenido, que sí conservan los judeoconversos. Finalmente, en 1483, los judíos son puestos ante la disyuntiva de convertirse o tener que emigrar, desapareciendo dicha comunidad. En cuanto a los mudéjares o musulmanes que residen en la ciudad, su número es muy reducido durante estos siglos, hasta el punto de que en 1502, cuando son puestos ante la misma disyuntiva que los judíos dos décadas antes, están en torno a las treinta familias. La mayor parte de este colectivo se dedica a actividades relacionadas con la construcción y con el trabajo del barro. 79


Sevilla Mudéjar

Una estructura consolidada Se sabe muy poco de cómo se distribuye y organiza la población inicialmente, en el momento de ocupar la ciudad, pero se pueden destacar dos rasgos: la temprana implantación de una estructura administrativa y el comienzo de un proceso de jerarquización del espacio urbano, vinculado a la consolidación de las áreas de centralidad heredadas de la ciudad andalusí. (figura 2).

Fig. 2. Plano de Sevilla donde se señalan todos aquellos topónimos mencionados en el texto según A. Collantes de Terán

Probablemente, una de las primeras novedades implantadas por los castellanos es la división de la ciudad en una serie de unidades administrativas. Es una novedad porque, debido a la concepción del poder en el mundo islámico, con anterioridad carecía de ella, al margen de que pudiesen existir barrios concretos con caracteres socioeconómicos específicos. En esa organización administrativa lo religioso aparece como un factor fundamental. Un rasgo de las ciudades medievales bastante extendido es que las parroquias cristianas se convierten en elementos vertebradores de la población, hasta el punto de que sobre la citada división parroquial se organiza en muchos casos la división administrativa de la misma. Esto es lo que ocurre en Sevilla. El Libro del Repartimiento pone de relieve que desde los primeros momentos la ciudad está dividida en circunscripciones o collaciones, ya que sirven para el asentamiento de los nuevos pobladores, al constituirse comisiones de partidores por cada una de ellas y, a su vez, cada una designa sus jurados. Son veinticuatro, que es el número inicial de parroquias, y además se identifican por el nombre de sus advocaciones. La única excepción es Triana, que, a pesar de coincidir sus límites con los de la parroquia, no utiliza el nombre de esta. A finales del siglo XIV, tras la desaparición de la Judería en 1391, se crean otras tres collaciones. En el caso de la de la Catedral, debido a sus dimensiones, se subdivide en una serie de barrios (Castellanos, Francos, Génova, Mar y, a partir de 1391, Nuevo) [figura 3]. Además de estas circunscripciones, existe el barrio de la Judería hasta el mencionado año de 1391, a partir de esta fecha, aunque hay varios intentos, los judíos no son agrupados en un barrio hasta 1480, poco antes de su expulsión, ubicándolos en el Corral de Jerez. En cuanto a los mudéjares, aunque la historiografía tradicional y los eruditos se han referido a un barrio mudéjar o morería, la documentación conocida no justifica actualmente su existencia hasta finales del siglo XV, y reducido a un modesto adarve próximo a San Pedro, como se deduce del escaso número de miembros con que cuenta la comunidad.

Fig. 3. Collación de Santa María y Reales Alcázares desde la Giralda. Foto M. Valor Piechotta

Aparte de la existencia de los citados barrios, no se observa una diferenciación sociológica de las collaciones, más allá de la que pueda derivarse de una localización de actividades económicas. En este sentido, conviene destacar el hecho de que no va a existir una concentración de las casas de la 80


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aristocracia sevillana en barrios específicos, sino que se encuentran distribuidas por todas las parroquias. El ejemplo más claro es que las casas-palacios de la gran nobleza sevillana medieval están situadas fuera de las zonas centrales de la ciudad (duque de Medina Sidonia, en la plaza del Duque de la Victoria; duque de Arcos, en la plaza de Ponce de León; adelantado de Andalucía, en la plaza de Pilatos; y la de su mujer, Catalina de Ribera, en la calle Dueñas), otro tanto se puede afirmar de cargos importantes de la administración (calle del Relator). Solo tardíamente, en los siglos XVI y XVII, como consecuencia de la promoción social de miembros procedentes del mundo del comercio y de las finanzas, se observa una mayor tendencia a instalar sus grandes casas en esas zonas centrales. La calle San Isidoro es uno de los mejores ejemplos de estos comportamientos. Esto no excluye un proceso de jerarquización de las collaciones como consecuencia de la localización de funciones que definen áreas de centralidad. En este sentido, la decisión de los califas almohades de construir una nueva mezquita aljama en el extremo meridional, y crear así un nuevo centro urbano, fue una decisión que marcó la evolución de la ciudad hasta la actualidad, porque cuando los castellanos la conquistan no innovan en este aspecto. Desde el primer momento, tras consagrar la mezquita al culto cristiano y convertirla en catedral, en torno a ella se van ubicando las distintas funciones de centralidad urbana: administrativas, culturales y económicas. Por lo que se refiere a las funciones administrativas, las relacionadas con la Iglesia están representadas por las casas del Arzobispo y frente a ellas las del propio Cabildo Catedral, en el Corral de los Olmos, hasta que en el siglo XVI se construyen las nuevas dependencias al mediodía de la Catedral [figura 4]. A esto hay que añadir el que en sus proximidades -en la calle de Abades y colindantes- reside una parte del clero vinculado a la Catedral. En el lado opuesto de esta se encuentra el conjunto conocido como Colegio de San Miguel, en el que, además de la actividad docente, se localiza la carnicería de los clérigos y su cementerio. Casi todas las instituciones vinculadas a los poderes central y local se ubican así mismo en su entorno. El Alcázar real, a cuyas puertas, además, imparten justicia los alcaldes mayores municipales. Entre este y la Catedral están la Casa de la Moneda y la Herrería del rey, en el solar que hoy ocupa el Archivo de Indias, y algo más alejadas las Atarazanas reales y, en ellas, la Aduana. En las inmediaciones del Colegio de San Miguel se encuentra el Almirantazgo, la sede de los oficiales y jueces de esta institución en Sevilla. El gobierno municipal comparte residencia con el cabildo catedralicio en el Corral de los Olmos -al que paga un alquiler anual-, hasta que en el siglo XVI se traslada al nuevo edificio levantado en la cercana plaza de San Francisco. En esta se instala, ya en el siglo XIII, la “cuadra” de la justicia y en la centuria decimosexta la Audiencia; mientras que al comienzo de la calle Sierpes está la cárcel; por tanto, las distintas instituciones vinculadas a la administración de justicia. Solo van a quedar fuera de este espacio de centralidad el corral de los alcaldes ordinarios y de la Hermandad, en las inmediaciones de San Pedro, y el Tribunal de la Inquisición, en el castillo de Triana. 81

Fig. 4. Palacio arzobispal y estructuras arquitectónicas bajo la Plaza del Cabildo. Foto M. Valor Piechotta


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En cuanto a las funciones culturales, el centro más antiguo es el Colegio de San Miguel, ya mencionado, al que siguen en los inicios del siglo XVI, el Colegio Mayor de Santa María de Jesús, germen de la futura universidad, y el Colegio de Santo Tomás, de los dominicos. En fin, funciones y centros económicos de primera importancia se concentran en este espacio, sobre todo los relacionados con el comercio internacional. Un hecho que contribuye a consolidar esta centralidad económica es su proximidad a la zona portuaria, de la que está separada solo por la calle de la Mar (actual García de Vinuesa).

Fig. 5. Patio de los Naranjos desde la Giralda. Foto M. Valor Piechotta

Frente a la Puerta del Perdón de la Catedral está la Alcaicería, donde tienen sus tiendas los vendedores de artículos de alto coste, sobre todo tejidos de seda, y artesanos relacionadas con este sector textil, así como en la inmediata calle de Francos y Escobas (Álvarez Quintero); lindando con aquella están los plateros. En las inmediaciones de Francos tienen sus lonjas respectivas los mercaderes catalanes y los placentines y milaneses, y en la esquina de la calle de la Mar los genoveses, mientras que las propias gradas de la Catedral se convierten en la gran lonja comercial de la ciudad, pues a ella acuden todos los mercaderes que tienen algo que vender o comprar. Estas se hacen famosas en el mundo entero en los siglos XVI y XVII, pero ya cumplían dicha función en el siglo XV. Además, en el propio patio de los Naranjos [figura 5] tiene lugar hasta 1432 una feria o mercado anual, coincidiendo con la fiesta de la Asunción. Entre la Catedral y la plaza de San Francisco se encuentran las tiendas de la mayor parte de los cambiadores y de los pregoneros -encargados de las subastas y ciertas ventas-, así como de varios escribanos públicos o notarios. El mercado del aceite se sitúa en el cercano postigo de su nombre, donde se vende este artículo al por mayor, a los comerciantes que lo destinan a la exportación, y al por menor, para el consumo local. Junto a él, el Alfolí de la Sal, que, al igual que el del aceite, es un mercado para el consumo local, pero que también atiende a otras necesidades, como las de los pescadores, que adquieren aquí la que necesitan para salar sus capturas en el mar. A todo esto hay que añadir la gran cantidad de almacenes, en especial de aceite, en las plantas bajas de las casas del sector entre la Catedral y el río. Como se ha podido observar, este conjunto de funciones de centralidad se localiza desde los primeros momentos en el entorno de la Catedral. Ahora bien, el desarrollo de la ciudad a lo largo de los siglos bajomedievales y modernos contribuye al crecimiento de sus instituciones y a la creación de otras nuevas, lo que trae consigo una ampliación de este espacio de centralidad. Desde este punto de vista, la operación de mayor envergadura tiene lugar en el extremo meridional, porque supone la integración del mismo en la ciudad. Aquí se encuentran una serie de recintos que habían formado parte de los complejos palatinos levantados por los almohades. Durante la Baja Edad Media parece un sector infrautilizado y marginal, como denuncian algunos textos. Aquí radica la cárcel de los caballeros, se instalan hornos para la fabricación del bizcocho destinado al abastecimiento de las flotas, y en el Corral de Jerez, en el “alcázar 82


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viejo”, se concentra a los judíos poco años antes de su expulsión en 1483. Todo esto cambia en el siglo XVI, con la instalación de instituciones de distinto contenido. Primero, la creación de los colegios de Santa María de Jesús y de Santo Tomás, así como la de la Casa de la Contratación; luego, a finales de la centuria, la construcción del edificio de la Lonja de los Mercaderes (actual Archivo de Indias). Esto trae consigo el traslado al emplazamiento en el que en la actualidad se ubica el complejo de edificios de la Casa de la Moneda y el de la Herrería Real, en la segunda mitad del siglo XVI. Hasta aquí el área de centralidad que se organiza en torno a la Catedral, pero próxima a esta, existe otra que también gira en torno a una iglesia, en este caso, la del Salvador [figura 6]. Su característica esencial es ser el espacio del mercado de abastecimiento sevillano desde el siglo XIII al XIX, ya que en las calles del entorno -desde San Isidoro hasta la plaza de San Francisco- se ubican las carnicerías, los puestos de la caza, de la alfalfa, de las hortalizas, de la fruta, los del pan, los del pescado, etc., aparte de otras actividades de carácter artesanal. Más hacia el norte, frente a la iglesia de Santa Catalina, se instala la Alhóndiga, donde se vende la mayor parte del trigo que se consume en la ciudad; y en sus inmediaciones se consolidan en el siglo XVI dos mercados semanales el de las bestias en San Leandro y el del carbón en las inmediaciones de Santa Catalina. La única actividad económica de cierta importancia, al menos en los primeros momentos, que se instala fuera de este sector es el mercado semanal de los jueves, creado en el siglo XIII, en las inmediaciones de Omnium Sanctorum, y que da nombre a la calle de la Feria. Aunque se mantiene a lo largo de todos estos siglos, su papel inicial se va diluyendo. Sin embargo, en torno a él se consolida un mercado permanente para abastecer a la población del sector norte de la ciudad. Algo que también ocurre en otros lugares, con la cristalización de mercados destinados a cubrir las necesidades de zonas urbanas concretas, como Triana. Esta confluencia de funciones administrativas y comerciales en las collaciones de la Catedral y del Salvador, atraen hacía ellas una parte importante del conjunto de las actividades económicas, hasta el punto de que casi todos los sectores artesanales están aquí representados ya en los siglos medievales. Desde el siglo XV se puede observar una tendencia a la concentración de actividades artesanales en dichas collaciones, de lo que se benefician algunas colindantes, como la de San Isidoro. En efecto, oficios inicialmente ubicados en otras más al norte acaban abandonándolas para trasladarse a las citadas, como hacen los silleros, albarderos y correeros. Otros oficios asentados en ellas de antiguo incrementaron su presencia, como los sastres y distintas especialidades del calzado. Todo esto trae consigo un aumento del número de tiendas y de talleres en las partes bajas de las casas ubicadas en las mencionadas parroquias; así mismo, la proliferación de corrales aquí probablemente también tenga que ver con el citado fenómeno. Sólo los oficios 83

Fig. 6. Iglesia del Salvador y Alcaicería de la Loza según Gerencia Municipal de Urbanismo


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relacionados con las actividades marineras y fluviales se concentran en las collaciones próximas al río y en Triana. El resultado de todos estos procesos, es que se configura una ciudad dividida en dos por una línea imaginaria que va desde la Puerta Osario a la Puerta Real. Al sur de la citada línea se encuentran todos los centros de poder y los económicos; además, hay una mayor concentración de la población, pues en conjunto la densidad aquí es más alta. Por el contrario, al norte de dicha línea, la densidad es menor, la ausencia de instituciones públicas total, y lo que predomina es la función residencial, compaginada con cierta actividad artesanal, que se incrementa en los siglos XVI y XVII, en la que tiene una especial presencia la relacionada con el textil. Esta estructuración urbana tiene su reflejo en el espacio público, y se manifiesta fundamentalmente a través de una jerarquización del viario y de la aparición de la “plaza mayor”.

Fig. 7. Plaza de San Francisco

En toda ciudad occidental medieval, esas áreas de centralidad tienen como referente una plaza que se configura como espacio simbólico y representativo de la misma. En el caso de Sevilla dicha condición corresponde a la de San Francisco [figura 7]. Se ubica en el punto central de la mitad meridional de la ciudad en la que se acumulan funciones administrativas, culturales y económicas, además, sirve de elemento articulador de los sectores de la Catedral y del Salvador. Dicha condición la adquiere ya en el siglo XIII, quizás porque -además de su posición central- es el único espacio amplio intramuros debidamente urbanizado. Desde el primer momento se instala en ella la administración de justicia, y es el escenario de la mayor parte de las manifestaciones de la sociabilidad pública. Aquí se celebran torneos y corridas de toros, forma parte del recorrido de la procesión del Corpus Christi, tienen lugar los ajusticiamientos y son expuestos los reos, y más adelante los “autos de fe”, además de formar parte del área del mercado. De ahí que, en la transición del siglo XV al XVI, esta actividad ya se considere impropia de su función simbólica y se excluya de ella, como refleja Luis Peraza: “Es esta plaza la más principal que hay en toda la cibdad. Será su longura de dos tiros de ballesta, y de un tiro de naranja, de anchor. En ella se hacen las fiestas más principales de reyes, o duques, o grandes señores, que hacen en Sevilla. Es toda aportalada con mui altos y buenos portales a la redonda. Hay muchas puertas, y munchas y mui buenas ventanas, y miradores, y azoteas de donde suelen mirar [...] Ay al un lado de esta plaza un grande y mui hermoso pilar de agua, que sale por dos caños, y él es muy grande, donde todos pueden ir a beber. Antiguamente se vendió en esta plaza pan, y carne, y pescado, y hortaliza, pero viendo que era más decente estar desocupada la más real plaza que havía en Sevilla, mandáronla estar toda vacía, como agora está”. Para estas fechas dicha función se ha reforzado con la construcción del nuevo edificio del Ayuntamiento. Pero, a diferencia de las plazas mayores de muchas ciudades españolas, está no completa ese papel con una estética adecuada a su valor de representación, pues salvo las fachadas del Ayuntamiento y de la Audiencia, remodelada en la segunda mitad del siglo XVI, así 84


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como la fuente monumental rematada por Mercurio, el resto de los edificios, que son viviendas, responden a una arquitectura de tipo popular, quedando claramente reflejado en sus fachadas la regularidad de su parcelario. Es más, los distintos intentos de la citada centuria por hacerla más regular acaban en fracaso. Por lo que se refiere a la jerarquización del viario, la configuración de distintas áreas de centralidad, así como la integración de la ciudad en el territorio, permiten identificar tres ejes principales. En primer lugar, la calle de la Mar, que comunica las dos áreas neurálgicas de la ciudad a través de la Puerta del Arenal: su puerto y la zona de las gradas de la Catedral; además, en la mencionada puerta desemboca, después de cruzar el puente de barcas y el propio Arenal, el camino del Aljarafe, comarca básica de la economía sevillana. En segundo lugar, la calle que une la Puerta de Carmona con la zona del Salvador -la actual Águilas-, donde están los mercados, por otro lado, la citada puerta es el punto de llegada de los caminos de la comarca de la Campiña. Finalmente, la que parte de la Puerta de Macarena, ya que en esta puerta desemboca la principal ruta que comunica Sevilla con la Meseta, de ahí que sea por donde habitualmente hacen su entrada los reyes. El último en hacerlo es Carlos V, pues Felipe II entra por la de Goles, denominada a partir de este momento Puerta Real. Mal-lara, en su descripción de la entrada de dicho monarca, afirma que la calle que parte de la Puerta de la Macarena hacia el centro de la ciudad carece de condiciones para el paso del cortejo regio.

Hacia una nueva forma urbana La incorporación de Sevilla a la Corona de Castilla, supone su inserción en un marco cultural diferente del andalusí, con las consiguientes repercusiones en los distintos órdenes de la actividad humana. Uno de estos órdenes es el urbanístico. Probablemente, desde los primeros momentos, es decir, ya en el siglo XIII, se deben de tomar una serie de medidas, cuya intención es transformar la ciudad heredada. Otra cosa es que se haga realidad esa intención. En cualquier caso, se trata de un proceso lento, y que nunca llegará a ser completado, como se puede observar en el plano actual. Sin embargo, en los espacios que no fueron urbanizados en la etapa andalusí, sí que se adoptan desde el primer momento los rasgos de las ciudades europeas. De ahí que, desde el punto de vista de la morfología urbana, se puedan distinguir grosso modo dos ciudades: la que hunde sus raíces en Hispalis y en Isbiliya, es decir, la parte más antigua, y la nueva que se configura en la zona de expansión intramuros. A la hora de analizar los distintos elementos que configuran la morfología de una ciudad, el primero debe ser la muralla, porque es la que define el espacio urbano. En el caso de Sevilla, la que la va a delimitar durante los siglos bajomedievales y modernos es la construida en el siglo XII. Los barrios que se forman fuera de la misma en los siglos XIV y XV (Carretería y Cestería) obedecen a razones de naturaleza funcional, ya que surgen vinculados a la actividad portuaria, y no porque falte espacio en el interior de la muralla. Otro tanto se puede afirmar de Triana, vinculada al puente y al castillo que lo defiende, y que, como consecuencia de su relación con el río, conoce uno de los crecimientos más importantes de la ciudad desde el siglo XV. En cuanto a los nacidos o desarrollados en los siglos XVI y XVII (Humeros, Macarena, San Bernardo y San Roque), en parte, como consecuencia del incremento demográfico, tienen poca entidad. 85


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Aunque con el paso del tiempo la muralla va perdiendo su función militar, no por eso desaparece su importancia. En estas etapas históricas su razón de ser no es exclusivamente militar, sino que posee otros valores y funciones: en primer lugar, un alto valor simbólico, ya que no se concibe una ciudad sin este elemento; en segundo lugar, su condición de límite entre el mundo urbano y el rural: constituye la frontera entre un área privilegiada -la urbana-, y otra que carece de ciertos privilegios; en tercer lugar, su papel fiscal, al facilitar el control de la entrada y salida de las mercancías, por sus puertas; en fin, su función defensiva, por un lado, frente a los constantes desbordamientos del Guadalquivir; por otro, ante la amenaza de epidemias, pues con el cierre de las puertas se pretende evitar que sus habitantes se contagien, aunque lo normal es que la medida se tome demasiado tarde. Por todas estas razones, la muralla es un elemento fundamental de la ciudad, que es preciso conservar, si bien los cuantiosos gastos que esto implica hace que no siempre se puedan destinar los recursos necesarios. Especialmente sensible en este sentido es el frente del río, ya que es el más afectado por los desbordamientos, y el que requiere más intervenciones -en varias ocasiones, las aguas la rompen por algunos puntos-, aunque con el fin de aminorar estos efectos se comienzan a levantar taludes a lo largo de las orillas. Pero la degradación de las murallas es también consecuencia de la conjunción de la falta de control de las autoridades y de la ausencia de espíritu cívico de los habitantes. Ambos comportamientos dan como resultado que las partes exteriores, sobre todo las más próximas a las puertas, se conviertan en “muladares” o depósitos de basura. En ocasiones estos alcanzan tal envergadura, que en la riada de 1435 muchos vecinos se refugian en uno existente a la afueras de la Puerta Real, quedando a salvo de las aguas; en otros casos, permiten burlar los controles de los agentes del fisco apostados en las puertas, al permitir meter las mercancías por encima de ellas.

Fig. 8. Edificios adosados a la muralla en la calle Santander, con torre de la Plata al fondo

De todas formas, la pérdida de su función defensiva ante un enemigo exterior va a hacer que poco a poco se vayan adosando casas [figura 8], y que acabe siendo utilizada como medianera, algo que se denuncia en 1597. Sin embargo, para el período aquí contemplado, este proceso afecta sobre todo a la parte interior del encintado, pues al menos a comienzos del siglo XVII por el exterior dicha utilización parece un hecho puntual. Según un informe de 1612 (AMS, Varios Antiguos, nº 385), prácticamente se reduce al sector del Arenal, pues aparte de este, solo se cita la huerta de Colón en el sector de los Humeros, y la iglesia de San Hermenegildo, junto a la Puerta de Córdoba, que se está levantando en el momento de redactarse el informe. Pero si no hay edificios adosados a la muralla, sí que desde el propio siglo XIII se está produciendo una ocupación de la periferia. Se trata de un proceso multisecular, anárquico, que al llegar al final del período aquí analizado ofrece la 86


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imagen de un espacio sin organizar. En el se mezclan centros eclesiásticos dispersos por toda la periferia, que habían sido los primeros en instalarse y los más numerosos; cementerios, algunos permanentes y otros improvisados en años de epidemias; el “quemadero de los herejes”; instalaciones de servicios, como el matadero, en las inmediaciones de la Puerta de la Carne, o el hospital de las Cinco Llagas; o instalaciones industriales, como la Fundición de cañones, a alguna distancia de la citada puerta, y la fábrica de salitre. En fin, una serie de modestos barrios, situados en los cuatro puntos cardinales, entre los que destacan por su población y antigüedad -desde el siglo XIV- los ubicados en las inmediaciones del puerto. Rodeando esta variedad de edificios, sobre todo por el norte y nordeste, se encuentra la zona de huertas, con la que lindan los prados en el frente oriental. Cuando Fernando III conquista la ciudad, esta muralla encierra un caserío compacto, pero también amplios espacios palatinos y militares, que, en parte, entran en un proceso de degradación como consecuencia del abandono de los mismos, así como amplias zonas ocupadas por huertas, sobre todo en los sectores que habían quedado intramuros tras la ampliación de la muralla en el siglo XII. Comenzando por estos sectores, como se ha visto en el capítulo precedente, se había iniciado una ocupación de los mismos, aunque solo de manera parcial. Si las zonas correspondientes a las parroquias entre San Román y Omnium Sanctorum están ya ocupadas cuando tiene lugar la conquista castellana, a medida que se avanza hacia el norte y hacia el oeste, es decir, en dirección al río, su grado de urbanización es cada vez más reducido. El hecho de que poco después de la conquista se establezcan a lo largo del frente occidental una serie de instituciones eclesiásticas, conventos de órdenes mendicantes y casas de órdenes militares, y que apenas existan mezquitas, da a entender que se trata de una zona prácticamente vacía, lo que corroboran las prospecciones arqueológicas. En cualquier caso, las características que presentan ciertos sectores, como el situado entre la Plaza Nueva y la calle Alfonso XII, y entre la Alameda y Feria por la Europa y Correduría, hacen pensar en que ya en el exterior de la muralla del siglo XI se han formado algunos barrios. Por tanto, y con independencia de posibles intentos o proyectos previos, es a lo largo de los siglos XIV y XV cuando se van urbanizando aquellos sectores como consecuencia del crecimiento de la población sevillana. Este hecho conlleva que su morfología sea diferente de la de la ciudad histórica. Aquí el rasgo dominante es la presencia de calles rectas, con una orientación norte-sur, en el sector entre la Alameda de Hércules y San Luis [figura 9], apoyándose en los caminos que partían de la ciudad antigua. Por su parte, en las collaciones de San Vicente y San Lorenzo, esta configuración se hace mucho más regular y clara, dando a entender procesos de planificación. Se trata de calles que se cortan en ángulo recto, conformando manzanas rectangulares, que en San Vicente, son más 87

Fig. 9. Detalle de la Alameda de Hércules del plano de Olavide


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estrechas y alargadas, como consecuencia de una subdivisión de aquellas, conservándose restos de un parcelario bastante uniforme. Algo similar ocurre con los otros barrios periféricos (Carretería, Cestería, Macarena, etc.). Por lo que se refiere al de Triana, se articula sobre dos ejes longitudinales que corren paralelos al río, las calles Pureza y Castilla, y que, posteriormente, cuando el crecimiento del barrio lo requiera se reproduce en Alfarería y Rodrigo de Triana. Al finalizar el período aquí estudiado, este arrabal está definido por la “cava” que corre a lo largo de la actual Pagés del Corro, y que se extiende aproximadamente desde la zona de Chapina hasta las cercanías de la actual plaza de Cuba. Frente a estas tendencias hacia la regularidad y la simetría, la ciudad consolidada por siglos de existencia presenta una morfología totalmente diferente, en la que la calle recta es la excepción, frente al predominio de los quiebros y los cambios de dirección; en la que proliferan los adarves, barreras o callejones sin salida, por lo general cortos y estrechos. Esto hace que las manzanas de casas sean totalmente irregulares. Todo ello, producto de la lenta configuración de una ciudad de rasgos orientales durante los siglos de civilización islámica. Esta forma urbana, sin lugar a dudas, choca a los castellanos, y aunque no hay datos directos, por analogía con lo que ocurre en otras ciudades conquistadas por los mismos años, cabe sospechar que pronto se comenzarían a tomar medidas tendentes a la transformación de la urbe. Sin embargo, esta operación será muy lenta, se lleva a cabo no mediante grandes operaciones urbanísticas, sino a través de pequeñas intervenciones realizadas de forma puntual, que a pesar de su reiteración no consiguen borrar la impronta de una ciudad orientalizada, lo cual todavía en la actualidad es reconocible. Es más, cabría plantearse si el crecimiento poblacional del siglo XVI no va a contribuir no solo a detener dicho proceso, sino quizás a acentuarlo, a través de ocupaciones del espacio público por las nuevas construcciones. En cualquier caso, en varias sesiones capitulares de finales del siglo XVI, se plantea la necesidad de tomar medidas para ensanchar y enderezar las calles, lo que refleja que los capitulares son conscientes de la pervivencia de las formas heredadas. Aparte de las medidas intuidas, las primeras documentadas, en los inicios del siglo XV, manifiestan una preocupación por hacer más diáfanas las calles, mediante la supresión de todo aquello que dificulta el tránsito de las personas y la circulación del aire, lo que contribuía a la humedad de las mismas. Se alude específicamente a arquillos, saledizos y pisos volados o que cruzan de una acera a otra. Más de cien años después, por tanto ya entrado el siglo XVI, se vuelven a reiterar medidas similares, pero la terminología ha cambiado. Aparte de la mención de los saledizos, ahora se alude a balconajes y corredores, lo que da a entender un cierto cambio en la imagen exterior de las casas. En esta centuria se toma también otra medida de bastante importancia, la de suprimir los soportales, cuando parece que estos constituyen un elemento característico del paisaje urbano, sobre todo en las zonas centrales de la ciudad. Si estos mecanismos de transformación se deben a la iniciativa pública, otros son consecuencia de actuaciones de los particulares. Dicho protagonismo es muy evidente en la desaparición paulatina de uno de los elementos característicos de la 88


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ciudad andalusí, los adarves o barreras. Se trata de un proceso lento y con avances y retrocesos, como consecuencia de la confrontación entre lo público y lo privado, y con alternativas a lo largo de los siglos. De una parte, están los intereses de los particulares, quienes, con los argumentos de que en ellos se acumula la suciedad o se ofende a Dios por los atentados contra la moral, solicitan su cerramiento y la incorporación a la vivienda, aunque a veces haya que anular dichas autorizaciones. Así, en 1403 se pregona la siguiente orden municipal: “Manda Sevilla, e tiene por bien, que qualquier o qualesquier persona o personas de qualquier ley o estado o condiçión que sean que tienen fechas casas y otros hedefiçios algunos, o çerradas calles o callejas, solares que les fueron dados por los ofiçiales pasados que los dexen e desanparen para Seuilla”. (AMS, Sec. 16, nº17, VIII, o). Ahora bien, a juzgar por la frecuencia con que el asunto se trata en las reuniones capitulares a lo largo del siglo XV, parece que lo más frecuente es que los propietarios colindantes actúen al margen de la legalidad y los incorporen sin demandar el correspondiente permiso, a pesar de que el concejo defiende el carácter público de los mismos. Sin embargo, en otros momentos, con el fin de hacer frente a las penurias económicas, es el propio concejo el que toma la iniciativa de enajenarlos, como ocurre a finales del siglo XVI, obteniendo para ello la autorización regia. Muchos de estos adarves son aun reconocibles en la trama viaria y en el parcelario.

Hacia una nueva imagen En paralelo con la transformación morfológica de Sevilla tiene lugar el cambio de imagen. Como aquella, también se escalona a lo largo de los siglos medievales y modernos, presentando distintas fases en función de los sectores que lo protagonizan y, por tanto, los elementos urbanos que se ven afectados por los mismos. Por razones de cronología, importancia y simbolismo son los relacionados con la religión los que hay que comenzar a analizar. En la configuración de la ciudad medieval y moderna lo religioso juega un papel de primera importancia, de ahí que uno de los rasgos que la definen es la proliferación de edificios destinados al culto, a acoger comunidades religiosas, o a instituciones vinculadas a este ámbito. Sevilla no solo no va a ser la excepción, sino que, como consecuencia de las funciones desempeñadas en estos siglos, dicha característica se va a ver potenciada. En ella proliferan las parroquias, los conventos, las capillas y ermitas, los hospitales, que al responder -salvo casos excepciones- a movimientos de carácter religioso, hay que considerar en este apartado. Como consecuencia de la proliferación de estos edificios, ningún sector de la ciudad queda exento de dicha presencia religiosa. Incluso la zona más meridional, la que había formado parte de los recintos palatinos andalusíes, solo tardíamente integrada en la ciudad, dicha integración se va a iniciar precisamente a través de la creación de los colegios mayores de Santa María de Jesús y Santo Tomás. Debido a la fuerte carga simbólica que comporta, hay que referirse en primer lugar a las parroquias mudéjares. Desde el mismo siglo XIII, las mezquitas habilitadas para acoger las funciones parroquiales, comienzan a ser sustituidas por edificios de nueva planta y de mayores proporciones, este proceso se acentúa entre los siglos XIV y XV. Solo dos de dichas mezquitas sobreviven a la 89


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citada operación, la que se ha convertido en colegiata del Salvador y la parroquia de San Ildefonso, derribadas en los siglos XVII [Fig. 10] y XVIII, respectivamente. Esta pérdida de los elementos de referencia islámicos se completa con los cambios de uso que sufren las restantes mezquitas que no están destinadas al culto cristiano, y que se transforman en tiendas, almacenes, casas, etc., además de las destinadas a sinagogas. Por otro lado, la práctica de sepultar en sagrado hace que, a diferencia de los que había ocurrido en las etapas precedentes, en que las necrópolis estaban fuera de la ciudad, ahora se habiliten espacios aledaños a las citadas parroquias para cumplir con esta función, contribuyendo así probablemente a la aparición de los primeros espacios abiertos en un caserío bastante denso. Fig. 10. Plano de Sevilla donde se señalan hospitales, parroquias, capillas, y casas religiosas A. Collantes de Terán

Fig. 11. Fachada del palacio del Rey don Pedro. Dibujada por Ch. Davillier. 1874

Pero si las parroquias son importantes por su valor simbólico, las que realmente contribuyen a configurar una imagen de la ciudad medieval y moderna son las fundaciones conventuales, tanto por su número como por las dimensiones que llegan a alcanzar la mayor parte de estos complejos. Es posible hacerse una idea de dichas dimensiones gracias a los ejemplos que todavía quedan, a pesar de que, como consecuencia de las desamortizaciones del siglo XIX y de otros factores, en los dos últimos siglos han desaparecido partes a veces importantes de estos conventos. Por lo que se refiere a su extensión, hay que tener en cuenta dos factores que inciden en ella; de un lado, el momento de su fundación y, de otro, su integración en la sociedad sevillana. En relación con el primer aspecto, porque según el momento en que se fundan pueden disponer de mayor o menor espacio. Los creados en la etapa inmediatamente posterior a la conquista de la ciudad, cuando en esta hay amplios espacios vacíos por falta de pobladores, las mencionadas instituciones están en condiciones de contar con amplias extensiones; por el contrario, los fundados intramuros en los siglos XVI y XVII, en una ciudad densamente poblada, no tienen las mismas posibilidades. Esto afecta probablemente sobre todo a la disponibilidad de espacios sin construir como huertas y jardines en el interior de los recintos, y al número y dimensiones de los claustros [figura 11]. Basta con comparar el convento de San Clemente con el de las Teresas, por ejemplo. A parte de esto, otro dato que hay que tener en cuenta es que, sobre todo a partir del siglo XV, al establecerse en casas de sus patronos o fundadores, o cedidas por ellos, los compases, ese espacio semipúblico -o semiprivado- por el que se accede a los conventos, es también de dimensiones mucho más reducidas que los de los creados en el siglo XIII, como ponen de relieve los datos que se poseen de los de San Francisco y San Pablo. Por citar algunos que 90


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se conservan, y que pueden ser conocidos por bastantes sevillanos, existe una considerable diferencia entre el compás de Santa Clara [figura 12] y los de San Leandro o Santa Paula. La abundancia de espacios dedicados a huertas en muchos de los citados conventos permite que, como consecuencia de la creciente demanda de viviendas a lo largo de estos siglos, varios se embarquen en operaciones inmobiliarias. Algunas de dichas huertas acaban transformadas en solares destinados a la construcción de casas, como en toda la parte final de la Alameda hasta la Puerta de la Barqueta o de Bibarragel, que pertenece al convento de San Clemente. Otro rasgo de estos complejos conventuales es su tendencia a crecer a lo largo de estos siglos, y lo normal es que lo hagan a costa sobre todo del caserío de su entorno, que va quedando integrado en aquellos. La importancia del citado proceso en cada caso concreto está condicionada por la capacidad que la respectiva institución tiene para insertarse en el tejido social, ya que en la medida en que lo consiga, le permitirá contar con un número mayor o menor de benefactores y donaciones que posibiliten la adquisición de dichos inmuebles. Pero también la citada tendencia supone la apropiación de espacios públicos por una doble vía. En primer lugar, mediante la incorporación de calles o de parte de las mismas, como ocurre con los conventos del Carmen, de Santa Inés o de San Clemente. En segundo lugar, el de la construcción de capillas adosadas a las iglesias, sobre todo por parte de particulares y cofradías. Este proceso, que afecta también a las parroquias, aunque es menos llamativo que el precedente, sin embargo es relevante, como consecuencia del elevado número de operaciones de esta naturaleza que se hacen a través de los siglos, y que hace que en la mayor parte de las iglesias sevillanas la forma básica del cuerpo de las mismas quede enmascarado por las capillas que se le adosan. El otro elemento configurador de la imagen de la ciudad es la volumetría de estos edificios, tanto de las parroquias como de los complejos conventuales. La época dorada de estos últimos, tal y como han llegado hasta la actualidad, son los siglos XVI y especialmente el XVII, durante los cuales se transforman los elementos fundamentales de los mismos: iglesia, claustro, refectorio, dormitorios, etc. La importancia de este proceso en la configuración de la imagen de la ciudad es consecuencia de la diferencia de escalas entre dichos edificios y el caserío. Es la de una ciudad dominada por la altura de estos edificios conventuales y parroquiales, acentuada por la verticalidad de las torres y espadañas, frente a unas casas de una o dos plantas y, si acaso, un soberado; lo mismo si se trata de la vivienda modesta como de la de la aristocracia. 91

Fig. 12. Planta del convento de Santa Clara


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Desde la perspectiva del espacio público, en la segunda mitad del siglo XV hace su aparición en el lenguaje administrativo el término “ornato”. Cada vez con mayor frecuencia, y de forma continuada a lo largo de los siglos siguientes, los miembros del gobierno municipal cuando deliberan o toman decisiones que afectan al mismo, las van a justificar recurriendo a la citada expresión, lo que indica una nueva forma de encarar los problemas de la ciudad. A partir de aquí, se inicia un proceso de transformación urbana que no solo se refleja en el espacio público, sino también en el privado. Este cambio de imagen de la ciudad se simboliza en tres procesos, cuya cronología se escalona entre las décadas finales del siglo XV y la segunda mitad del siglo XVI: la proliferación de plazas, la renovación de la casa y las nuevas puertas de la ciudad. Por lo que se refiere a las plazas, la ciudad medieval se caracteriza por la escasez de las mismas y por su vinculación al mercado. Aparte de esa “plaza mayor” ya aludida y a los cementerios aledaños a las parroquias, pocos más espacios abiertos se pueden encontrar. Este rasgo se acentúa en las ciudades de pasado islámico. A este esquema responde Sevilla en la citada etapa. A su vez, estos pocos espacios desde el punto de vista funcional se identifican con el mercado. La relación entre plaza y mercado queda claramente expresada en el razonamiento que, en 1502, efectúa el procurador del duque de Medina Sidonia, para enfatizar que la plaza existente delante de sus casas no es pública sino privada: “y es de creer que si la dicha ciudad algún derecho tuviera en la dicha plaza y delantera della, que usara de ella como usaba y usa de las otras plazas de la Feria, y de la Laguna, y sant Saluador, y sant Françisco, para que en ella se vendieran y compraran cosas, como se suele hacer en las otras plazas que son y se tiene por de la dicha ciudad.” (AMS, Sec. 1, c. 78, nº 178). Pues bien, este concepto de plaza comienza a cambiar en las últimas décadas del siglo XV. Cuando el concejo decide comprar en 1480 la lonja de los placentines y milaneses, situada frente a la Catedral, en la esquina de Placentines, para derribarla, lo justifica “porque segund el logar do ella está, se alargaua la plaça de las dichas Gradas, de forma que se ennobleçían las dichas Gradas e plaça della, e la dicha calle” (AMS, Sec. 1, c. 16, nº 2). Por su parte, el ya citado procurador del duque de Medina Sidonia se expresa en los siguientes términos al referirse a las casas que estaban delante de la fachada de su casa-palacio: “las quales las conpraron para que las casas de su morada, seyendo como eran de señores tan grandes, no estouiesen enbaraçadas e syn uista con las que estaban ante ellas y cabe ellas” (AMS, Sec. 1, nº 178). Es decir, en estos momentos a la plaza se la empieza a otorgar un valor nuevo, el de contribuir a embellecer un espacio y la propia ciudad, así como a realzar los edificios que tienen fachadas a ellas. Como consecuencia de esta concepción, tanto los poderes públicos como los particulares llevan a cabo numerosas intervenciones que suponen la proliferación de plazas. En los años finales del siglo XV tiene lugar una serie de operaciones en esta línea: en 1487, las monjas de Madre de Dios solicitan ayuda para adquirir unas casas con el fin de abrir una plaza delante de su convento; en 1490 se efectúa una operación similar ante la Alhóndiga. De estas mismas fechas son las primeras operaciones de particulares conocidas, la ya mencionada del duque de Medina Sidonia, al abrir la plaza denominada comúnmente del Duque, y la del adelantado de Andalucía, al hacer otro tanto con 92


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la de Pilatos. A lo largo del siglo XVI, la actividad de los particulares es incesante, con el fin de dar realce y prestancia a las fachadas de sus casas-palacios, hasta el punto de que Luis Peraza, que escribe aproximadamente medio siglo después de aquellas primeras operaciones, llega a afirmar que no existe casa principal o iglesia que no esté precedida de una plaza. Aunque con un carácter diferente y en fecha más tardía, una intervención de primera importancia, desde el punto de vista del espacio público, es la urbanización de la Laguna de la Feria para convertirla en la Alameda de Hércules. En este caso, la función de la plaza no es servir de marco sino de paseo, por tanto, para ser usada y disfrutada por los sevillanos. La operación tiene lugar en 1574, bajo el gobierno del asistente conde de Barajas. Se abren dos grandes zanjas a todo lo largo del citado espacio, para recoger las aguas que antes lo convertían en una laguna, y derivarlas hacia el río. Dichas zanjas separan tres paseos, comunicados por medio de pasarelas, en los que, según Morgado, se plantan 1.700 árboles. Además, se instalan tres fuentes, cuya agua se trae de un manantial extramuros (Fuente del Arzobispo). Como pórtico del nuevo paseo se trasladan dos grandes columnas del edificio romano de la calle Mármoles, que se rematan con las estatuas de los patronos míticos de la ciudad, Hércules y Julio César. El segundo paso en el cambio de imagen de la ciudad es la transformación de la casa sevillana. En un primer momento, por razones de tiempo y de economía, la casa heredada de la etapa andalusí es la que configura dicha imagen. Los nuevos pobladores del siglo XIII la adoptan, y quizás la adapten. A juzgar por referencias de otras ciudades, en las que se conoce mejor el proceso de poblamiento, parece que llama la atención a los recién llegados su pequeñez, lo que unido a la ya mencionada escasez de pobladores, llevaría a una concentración de la propiedad, al posibilitar la unión de varias casas y, consecuentemente, a una remodelación de las mismas. Los pocos ejemplos de nuevas construcciones en esta primera hora se circunscriben al ámbito del poder. Es el caso del palacio construido por Alfonso X dentro del Alcázar, o la torre levantada por su hermano don Fadrique [figura 13] , actualmente en el interior del espacio que formó parte del convento de Santa Clara. Pasados estos primeros momentos, siguen manteniéndose los rasgos de la casa musulmana. Entre ellos, la ausencia de vanos, es decir, de ventanas al exterior, que contribuye a configurar calles formadas por muros prácticamente ciegos, como todavía es reconocible en algunas de pueblos sevillanos. De hecho, en descripciones de casas de finales del siglo XV solo excepcionalmente se alude a dichas ventanas, normalmente ubicadas en la planta superior. Otro elemento de ese pasado es la pervivencia de los espacios no construidos en el interior de la vivienda. En primer lugar, el hueco de patio, con 93

Fig. 13. Torre de don Fadrique Foto M. Valor Piechotta


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morfologías muy diversificadas, pues no todos están porticados, o no lo están en todos sus frentes, ni ocupan una posición centrada. En segundo lugar, lo que los documentos denominan corral y trascorral, que alude a la presencia de numerosos huertos o jardines, dotados incluso con norias, en el interior de las manzanas. A pesar del tiempo transcurrido y del incremento en la densidad de la construcción, todavía es posible encontrar bastantes muestras de estos en el interior del casco histórico, por ejemplo, el de la casa de los Bucarelli, por la calle Teodosio. Por lo demás, como ya se ha señalado, se trata de casas por lo general de una o dos plantas, con una diversidad de soluciones, pues no siempre toda la planta superior está construida. En esta pervivencia, al menos parcial, de la casa musulmana no hay que ver solo razones económicas, sino también de reconocimiento de valores estéticos y formales. De todos es conocido que Pedro I manda construir su nuevo palacio en el Alcázar conforme a patrones mudéjares y granadinos [Figura 9], y esto debería de influir en los sevillanos, porque cuando más de medio siglo después se remodelan las dependencias del concejo en el Corral de los Olmos se toma como modelo el citado palacio. Por otro lado, las excavaciones que se vienen realizando en los últimos años están poniendo de manifiesto que las casas construidas en los siglos XIV y XV siguen respondiendo a patrones mudéjares, corroborando así las descripciones que se conservan de esos siglos e incluso de comienzos del XVI. Esto no quiere decir que todas las casas sevillanas respondan al citado esquema, al menos por lo que se refiere a la presencia de los espacios interiores sin construir. La ausencia de estos es algo que se observa sobre todo en las zonas de urbanismo planificado. Por otro lado, nuevos elementos, propios de esta sociedad castellana, se han venido a sumar a estas casas de inspiración oriental. En unos casos, se trata de las torres de carácter militar que construyen los miembros de la aristocracia en sus residencias urbanas; en otros, la proliferación de soportales, sobre todo en las calles de mayor actividad económica, que se completa con la creciente apertura de tiendas en las plantas bajas de las viviendas. La imagen básicamente oriental que ofrece el caserío sevillano entrado el siglo XVI va a experimentar un cambio en dicha centuria. A juzgar por las referencias que los contemporáneos hacen al fenómeno, especialmente Luis Peraza y Pedro Mexía, debe presentarse como una eclosión hacia el segundo tercio de la centuria. Peraza dirá: “así las casas adornan, hermosean y hacen graciosas las plazas, calles y viviendas..., de aquí colijo yo cuánto sea la vivienda de la real ciudad de Sevilla alegre, por las muchas y muy buenas casas que en ella hay”. Por su parte, Pedro Mexía, en uno de sus coloquios, se expresa en los siguientes términos al referirse a la que está construyendo un mercader: “Bien decís; más ¡qué buena delantera ha hecho a su casa! Cierto, en grande manera se ha enmendado esto en Sevilla, porque todos labran ya a la calle, y de diez años a esta parte se ha hecho más ventanas y rexas a ella que en los treinta de antes.” Alonso Morgado, que escribe más tarde, dice: “Todos los vezinos de Sevilla labran ya las casas a la calle, lo qual da mucho lustre a la ciudad. Porque en tiempos passados todo el edificar era dentro del cuerpo de las casas, sin curar de lo exterior, según que hallaron a Sevilla de tiempo de moros. Mas ya en este hazen entretenimiento de autoridad tanto ventanaje con rejas y 94


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gelosías, de mil maneras, que salen a la calle, por las infinitas damas nobles y castas que las honran y autorizan con su graciosa presencia. [...]Los patios de estas casas, que casi en todas los ay, tienen los suelos de ladrillos raspados, y entre la gente más curiosa, de azulejos; con sus pilares de mármol. Ponen gran cuidado en lavarlos y tenerlos siempre muy limpios, que con esto y con las velas que les ponen por lo alto, no ay entrarles el sol ni el calor en verano, mayormente por el regalo y frescor de las muchas fuentes de pie de agua de los Caños de Carmona que hay por muchas de las casas en el medio de sus patios”. Los tres textos aportan las dos claves de dicha transformación, que afecta tanto al interior como al exterior. Por lo que se refiere a este, el hecho más importante es el cambio en lo que constituye la frontera entre lo privado y lo público de la vivienda, es decir, la fachada. En este sentido, dichos textos transmiten la idea de cómo la mejora de las casas contribuye al “ornato” de la ciudad. Por tanto, reflejan una concepción radicalmente distinta de la que ha venido dominando hasta este momento. ¿Se trata solo de planteamientos estéticos o hay algo más? Hay que tener en cuenta que en estas centurias se asiste a una elevada actividad edilicia, estrechamente vinculada al incremento de la actividad económica y a la promoción social de gentes relacionadas con el comercio y las finanzas, y lo más probable es que estos quieran manifestar a través de su vivienda las cualidades de su propietario. Curiosamente, en el coloquio de Pedro Mexía se refiere a un comerciante y no a un aristócrata, cuando también miembros de este colectivo en estos momentos están remodelando sus residencia. Así, la casa hermética, como consecuencia del predominio de muro ciego, comienza a dar paso a una fachada, es decir, a una escenografía en la que el hueco adquiere protagonismo. Según los textos, proliferan las ventanas y balcones, y más arriba se ha aludido a la prohibición de construir balcones y corredores. Dado que dicha prohibición está fechado en 1538, quiere decir que por entonces esta práctica está bastante extendida. Pero es que, además, esas fachadas se diseñan conforme a una estética nueva. Los huecos adoptan una distribución regular y simétrica, como se puede contemplar en la casa de los Mañara o en la de los Bucarelli. Las ventanas se dotan de rejas y celosías, para que las mujeres puedan ver sin ser vistas, porque la calle es ya además un escenario. Esta escenificación se completa con la utilización del mármol en los elementos más emblemáticos de esas fachadas, es decir, en las portadas, muchas concebidas como auténticos arcos triunfales. Como último eslabón de esta cadena de transformaciones, probablemente aquella torre medieval, con sus reminiscencias militares, da paso al mirador, como ocurría en las ciudades italianas con los corredores volados. Pero la renovación no es solo epidérmica, no se reduce a las fachadas, sino que afecta también a su interior. La casa mudéjar va dando paso a la casa renacentista. El símbolo del cambio es la sustitución del ladrillo agramilado por el mármol. A lo largo del siglo XVI las piezas de este material llegan por docenas en las bodegas de los barcos procedentes de los talleres italianos, a los que pronto se suma el mármol de las canteras de Macael. Los pilares de ladrillo de los patios son sustituidos por columnas de mármol, al tiempo que dichas arquerías se reproducen en la planta superior, hasta ese momento inexistente en muchos casos. Estos patios se embellecen con fuentes del mismo material, que además 95


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comienza a ser empleado en las escaleras y en menor medida en las solerías de los mencionados patios. La llamada casa del Rey Moro de la calle Sol puede servir de ejemplo de casa mudéjar, las de Pilatos y de Dueñas representan la fase de transición, en las que conviven formas y elementos mudéjares, góticos y renacentistas, mientras que la de Mañara, en la calle Levíes, es un ejemplo del final de la evolución. Obviamente, esta revolución estética no queda limitada a la casa sino que se extiende a la arquitectura conventual, y así surgen los grandes claustros, como los de Santa Paula o San Clemente. La tercera fase en este cambio afecta a la propia imagen exterior de la ciudad, a sus puertas. Llama la atención que sea la última en acometerse, pues no tiene lugar hasta la segunda mitad del siglo XVI. Hasta este momento, y salvo casos excepcionales, las puertas siguen presentando las características islámicas, es decir, su forma acodada, que aun se puede observar en la única que se conserva de aquella época, la Puerta de Córdoba, gracias a que se convirtió en capilla, pues según la leyenda en ella estuvo preso San Hermenegildo. Su trazado en ángulo recto dificulta el tráfico de carruajes, por lo que ya en el siglo XV en varias se abrieron portillos en el lienzo de muralla colindante, entre otras, en la de Triana. Con el tiempo, a las razones de carácter utilitario se suman las estéticas, como se deduce de la orden del asistente: “se abran otras puertas de nuevo, y se cierren las que ahora están, porque por ellas se va rodeando para salir de la ciudad, y será más el ornato de la misma si se abren las puertas aludidas en derecho de las calles, como está en la de Triana”. La Sevilla convertida en gran centro mundial no puede ofrecer al viajero que se aproxima a ella esa imagen medieval. De ahí que las puertas, como símbolos que son de la ciudad, deban adoptar una forma acorde. En consecuencia, se emprende la tarea de sustituirlas por entradas directas, concebidas formalmente en más de una ocasión como arcos triunfales, que proclaman la grandeza de una de las ciudades más notables del orbe y predisponen al visitante. Casi todas sufren dicha transformación, si bien la riqueza de su ornato depende de la importancia de cada una en el contexto urbano. De ahí que, en función de esos ejes de comunicación más arriba aludidos, las más monumentales y de mayor valor artístico son las de Triana, Arenal y Carmona. En conclusión, a lo largo de casi un siglo -el que va de finales del XV a la segunda mitad del XVI-, Sevilla ha emprendido una serie de actuaciones, que suponen una nueva forma de entender y ver la ciudad, que se completan con nuevas dotaciones, que van en la misma línea, como el proceso sistemático de pavimentación de las calles -en unos casos, a base de ladrillo y, en otros, de empedrados-, obras de alcantarillado y nuevas disposiciones para acometer la limpieza pública. Sin embargo, este conjunto de iniciativas choca con la tozuda realidad. De una parte, la conservación de las infraestructuras deja bastante que desear, incluso en los espacios más emblemáticos de la ciudad, como la propia plaza de San Francisco (figura 14). De otra, se asiste a un considerable incremento de la construcción, en la que participa tanto la iniciativa privada como instituciones eclesiásticas, hasta el punto de que a finales del siglo XVI en las reuniones capitulares se multiplican las consideraciones sobre este hecho, así como las alusiones al incremento del precio de los materiales de construcción, a consecuencia de la citada demanda, al coste de la vivienda, a la ocupación de espacios públicos, etc. Pero ese caserío, a pesar de las 96


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innovaciones introducidas, sigue estando dominado por una arquitectura de carácter popular, de muy poca altura, y en la que la imagen exterior solo parcialmente ha roto con el pasado musulmán, gracias a la apertura de alguna ventana o a sus mayores dimensiones. Las fachadas siguen presentando una imagen totalmente asimétrica en la distribución de esos pocos huecos, como se puede comprobar a través de los numerosos alzados de comienzos del siglo XIX, que se conservan en el Archivo Municipal. Esta situación se mantiene hasta mediados del siglo XVII. La epidemia de peste de 1649, a la que se atribuye la desaparición de casi la mitad de la población sevillana, en unos momentos en que la ciudad ya no atrae tanta población, hace que un elevado número de viviendas queden abandonadas y comiencen a degradarse como consecuencia de la falta de inquilinos. Pero, una vez más, dicha imagen tiene su contrapunto en las nuevas realizaciones emprendidas en el momento final de la centuria, como la construcción del nuevo gran edificio de la colegiata del Salvador; la creación del Hospital de los Venerables o la gran ampliación y reforma del de la Caridad; las nuevas fundaciones conventuales o la construcción de sus respectivos edificios, como los clérigos menores (actual parroquia de Santa Cruz), los Terceros, Buen Suceso o Santa Rosalía, algunos de los cuales se terminan ya en el siglo XVIII; en fin, también nuevas casas de la nobleza sevillana, como la de los Bucarelli o la de los Ibarburu.

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Fig. 14. Casa consistorial desde la Giralda Foto M. Valor Piechotta


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BIBLIOGRAFÍA A. Collantes de Terán Sánchez, Josefina Cruz Auñón, Victor Fernández Salinas: Sevilla, en Atlas de Ciudades Históricas Europeas, I. Península Ibérica, dir. M. Guárdia, F. Monclus, A. García Espuche, Salvat. Barcelona. J. González: El Repartimiento de Sevilla, 2 vols. (1951), reimp. Ayuntamiento. Sevilla. 1998. A. Collantes de Terán Sánchez. Sevilla en la Baja Edad Media. La ciudad y sus hombres. Ayuntamiento. Sevilla. reimp. 1984. V. Lleó Cañal. Nueva Roma. Mitología y humanismo en el Renacimiento sevillano. reimp. ABC, Biblioteca Hispalense. Sevilla. 2001. C. Martínez Shaw (dir.). Sevilla, siglo XVI. El corazón de las riquezas del mundo. Alianza Editorial. Madrid. 1993. Mª T. Pérez Cano. Patrimonio y ciudad. El sistema de los conventos de clausura en el Centro Histórico de Sevilla. Universidad de Sevilla y Fundación Focus. Sevilla. 1995.

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Luces de modernidad. De la ciudad amurallada a la metropolitana

VĂ­ctor FernĂĄndez Salinas



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Luces de modernidad. De la Sevilla amurallada a la metropolitana Víctor Fernández Salinas

Sevilla y modernidad En algunos foros y para muchos estudiosos, parece existir una especie de contradicción imposible entre los términos Sevilla y modernidad. Naturalmente esto no ha sido siempre así en la evolución de la ciudad, pero sí se puede afirmar que entre el siglo XVIII y los inicios del tercer milenio, la historia sevillana, como de alguna forma puede extrapolarse a la historia española, ha sido una sucesión de fuerzas contrapuestas entre el peso de la tradición y las tendencias conservadoras, de un lado, y la continua aparición de ideas, propuestas, y también realizaciones, modernizadoras, progresistas, incluso vanguardistas, de otro. Éstas, aunque a menudo se estrellaron en fracasos o declives inmediatos, dejaron a la larga un marchamo especial en la personalidad sevillana. Nuestra ciudad es en ese sentido, como tantas ciudades amadas -Roma, Jerusalén, Lisboa, Buenos Aires, La Habana, Oporto, Palermo...- una ciudad imposible. Sin embargo, frente al carácter de imposible de estas ciudades, entendiendo por tal la convivencia de una ciudad ideal y de otra real tan opuestas que se podría decir que se habla de dos ciudades distintas; pues bien, frente a aquellas ciudades, Sevilla es imposible porque, como diría Ortega y Gasset del conjunto de los andaluces, sus ciudadanos han construido una ciudad paralela a base de lirismo y que para ellos es tan real como aquella que manejan cada día de la forma más prosaica que se pueda imaginar. Para conocer la relación entre Sevilla y la modernidad, o mejor, para relacionar las épocas en las que la modernidad asomó a la ciudad, se proponen los principales fulgores de vanguardia, o al menos de renovación, que se producen en la ciudad entre la época en que se realiza el primer plano de la ciudad (1771) y el siglo XXI; a saber: las Sevillas de Olavide, la del ferrocarril y la de las exposiciones: la Ibero-Americana y la Universal. En cada una de ellas se impuso un aliento de ilustración, positivismo, racionalidad y modernización; casi siempre traído desde el exterior, pero que siempre terminó cristalizando en un lenguaje genuinamente sevillano. Sólo una ciudad como Sevilla podía, en menos de tres siglos mal contados, crear un escenario urbano barroco; sacudirse, sin conseguirlo, su endiablada trama islámica; hacer estallar el corsé de su muralla; disfrazarse de sí misma durante los años de apogeo del regionalismo; expulsar poco a poco al río que le dio origen y convertir el cauce antiguo en una gran calle mayor de fachadas modernas y puentes elegantes y, finalmente, asomarse al 101


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siglo XXI trepando por alcores y aljarafes. Claro está que se trata de un proceso en el que la ciudad ha dejado mucho de sí en el camino; pero también es cierto que nadie como los habitantes de esta ciudad para consolarse simplemente con las fotos de aquella Sevilla que fue y se nos fue. Hay ciudades imposibles, pero Sevilla lo ha sido siempre: río y riada, pagana y cristiana; atlántica y mediterránea, y eso por no mencionar todas las dicotomías presentes en el deporte y cofradías. Sólo en la alegría del caos y del barroco se puede entender la personalidad de esta ciudad sin solución.

Sevilla y Olavide: por fin un plano Sevilla comienza un largo y penoso declive durante el siglo XVII que quizá tiene su punto más terrible en la peste de 1649. Esta epidemia no sólo diezmó la población urbana, sino que inició una época de pérdida de protagonismo interior y exterior. En 1717 se desplaza a Cádiz el control del comercio con América y en 1755 la ciudad sufre las secuelas del devastador terremoto de Lisboa, siendo afectada más de la mitad de sus casas. Sevilla afronta pues una segunda mitad del siglo XVIII con una población que debió de oscilar entre los 60.000 y los 80.000 habitantes, muy por debajo de los 150.000 que habría alcanzado a finales del siglo XVI.

Fig. 1. Iglesia de San Nicolás

Fig. 2. Vista parcial de la Real Fundición de Artillería

Sin embargo, pocos años después del sismo se inician los síntomas de un cierto renacer urbano que se identifica con la aparición de nuevos y notables edificios, todos ellos importantes en la creación de nuevas imágenes y perspectivas urbanas, amén del revulsivo económico que significaron las instituciones o actividades que les dieron origen. Así, se termina la iglesia de San Nicolás en 1758 (figura 1), aunque en realidad no se había interrumpido la creación de grandes e importantes templos en toda la edad moderna, o se construye la Cilla del Cabildo en 1770. Los cambios más profundos se dan en la periferia del inmediato extramuros. De un lado, los arrabales medievales del puerto (Cestería, Carretería) y Triana experimentan un notable crecimiento, al tiempo que se consolidan como tales otros núcleos que habían tenido una presencia urbana menos relevante: Humeros, Macarena, San Roque y San Bernardo, éste último muy relacionado con las instalaciones de la Real Fundición de Artillería o de Cañones (figura 2), construida sobre una antigua fundición de bronce en 1770, y del cuartel de Intendencia (1780); todas ellas dependencias levantadas en las inmediaciones de la puerta de la Carne, en donde ya se habían realizado las obras del matadero a finales del siglo XV (1489) y las del Rastro Viejo en el siglo XVI. En 1761 se comenzó a construir, extramuros y en los aledaños del puerto, sobre el vertedero o muladar del Malbaratillo, la Maestranza. Un año después se termina la Real Fábrica de Salitres, también extramuros, entre las puertas del Sol y Osario. Entre 1764 y 1765 se realiza la reforma de la Alameda, al igual que se había hecho con los paseos entre la Barqueta y la torre del Oro; e incluso más allá 102


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entre ésta y la desembocadura del Tamarguillo, donde se encontraban los jardines o paseo de la Bella Flor. Una vez ganado el arroyo, y hasta la venta de Eritaña, se prolongan bien al sur las zonas de asueto y ocio de los sevillanos. No obstante, la obra que significa un cambio cuantitativo y cualitativo más importante en la ciudad es la creación de la Real Fábrica de Tabacos (figura 3), cuya construcción se inició al final de los años veinte, pero que pasó por numerosas vicisitudes hasta su terminación ya en los inicios de la segunda mitad del XVIII. Por su volumen, función y ubicación, la fábrica de Tabacos se constituye en un referente urbano de primera magnitud, creando un cierto orden en el entramado viario meridional de la ciudad y dando lugar, desde entonces, aunque quizá con una huella más marcada en el siglo XIX, a la aparición de un arquetipo sevillano nuevo y de gran trascendencia en la sociología ciudadana, pero también en la leyenda de Sevilla: la cigarrera. Además, el espíritu optimista de la época se plasma en la creación de proyectos que permitiesen recuperar la navegación del Guadalquivir para barcos de gran calado e, incluso, de hacerlo navegable hasta Córdoba. Pablo de Olavide tomó posesión de la asistencia de Sevilla en septiembre de 1767. Limeño de nacimiento, llega a la península en 1752 con veintisiete años. Adquiere un gran reconocimiento como intelectual ilustrado, conocedor de primera mano de la aportación francesa al siglo de las Luces y racional administrador territorial como demostró en su aplicación de la política de las Nuevas Poblaciones en Sierra Morena y otras zonas andaluzas. Estas localidades absorberán gran parte de su tiempo y hará que alterne con ellas su dedicación a la capital del Reino de Sevilla. Olavide es reclamado en Madrid en 1775 a causa de pleitos que contra él había emprendido la Inquisición y ya no vuelve a Sevilla. No llega por lo tanto ni siquiera a un decenio la relación del asistente con la ciudad, y ello además intercalado con duraderas estancias en las Nuevas Poblaciones; sin embargo, fue una época en la que, tras más de un siglo de decadencia, la ciudad vuelve a tener un proyecto que la conecta con las ideas más avanzadas de Europa. Respecto a la administración urbana, el hecho más señalado es la aparición de la Real Cédula de 13 de agosto de 1769 que estructura la ciudad en cinco cuarteles (cuatro en la margen izquierda del Guadalquivir y un quinto en Triana), con sus respectivos barrios y manzanas. Con los cuarteles surgen los alcaldes de barrio, investidos de amplias competencias y responsabilidades de orden, seguridad y ornato público y elegidos democráticamente entre los vecinos de cada cuartel. Si bien esta disposición fue derogada al finalizar el siglo, es de destacar el temprano prurito democrático atribuido a la administración vecinal que, obviamente, entró a contrapelo respecto de la estamental sociedad sevillana y española de la época. Otro aspecto destacado de la administración de Olavide fue el encargo del primer plano de la ciudad. Hasta 1771 existían representaciones de la población que la describían y que mostraban sus hitos más importantes, pero ninguna 103

Fig. 3. Patio central de la Real Fábrica de Tabacos hoy edificio central de la Universidad de Sevilla


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puede ser calificada de plano moderno. La necesidad de organizar y controlar la ciudad para su mejor administración motivó este encargo que abre un período nuevo en la historia de la ciudad, puesto que a partir de él es más fácil establecer los cambios y transformaciones urbanas que han devenido finalmente en la Sevilla actual. Entre las reformas urbanísticas más importantes realizadas durante la asistencia de Olavide destaca el saneamiento de la Laguna de la Pajería, en el antiguo barrio de la Mancebía, junto a la puerta del Mar, comenzada en 1772 y culminada en 1778. También con Olavide se realizó la ordenación del muelle, murallón y paseo de la margen trianera del Guadalquivir. Después de la marcha del asistente, el siglo XVIII todavía verá aparecer obras notables, tales como la fachada norte de la Casa de la Moneda o la Atahona -o Atahonas- del Pumarejo, en la plaza que lleva este nombre y que también se abre en estos años a raíz de la construcción del palacio de Pedro Pumarejo (figura 4). En la segunda mitad del siglo XVIII algo comienza a moverse en Sevilla que anticipa, ya en aquellos años, lo que son las grandes preocupaciones, proyectos y realizaciones de la Sevilla contemporánea.

Fig. 4. Palacio del Pumarejo

Sevilla sin murallas y con ferrocarril En los años centrales del siglo XIX se inicia una serie de procesos urbanos que terminará alterando y constituyendo una realidad urbana nueva en la Sevilla que se desarrolla en los decenios siguientes. La primera gran intervención, además de las actuaciones previas del asistente Arjona en los paseos a lo largo del río, será la creación de la ronda en 1840 a partir del proyecto del arquitecto municipal Balbino Marrón. La ronda, que ya existía en numerosos tramos, se completa, ensancha y consolida, utilizando los múltiples nombres que la identifican en su recorrido a lo largo de las murallas (figura 5). En la zona del puerto se adapta a los paseos junto al río, de forma que se distancia del recorrido amurallado englobando hacia el interior los arrabales del Arenal; hecho éste que condicionará en lo sucesivo que la población de la ciudad identifique estos barrios como si fuesen de origen intramuros. También es notable la reordenación que la nueva vía impone al arrabal de San Roque segregándolo en dos.

Fig. 5. Detalle de la ronda en el sector nororiental de la muralla

La ronda organiza el nuevo espacio urbano y, a medida que se inicie el derribo de las murallas, que se prolongará durante toda la segunda mitad del siglo XIX, condicionará un tejido especial surgido del loteamiento del espacio 104


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liberado y que genera una fachada urbana de características específicas a lo largo de todo su recorrido. Es difícil imaginarse en la actualidad el impacto que supuso en la época este cambio de imagen, sobre todo desde el exterior y para una ciudad que, desde tiempos inmemoriales, había sido identificada por la potente obra de sus muros defensivos. No obstante, y de tanta importancia como el derribo de las murallas, hasta el punto de constituirse en factor impulsor y condicionante de buena parte de las transformaciones urbanas desde los años centrales del siglo XIX, es la llegada del ferrocarril y su complejo sistema de infraestructuras. Obra de gran calado, tuvo un efecto desorganizador en la periferia inmediata de Sevilla, al tiempo que supuso la creación de una nueva barrera construida, paradójicamente, al tiempo que se derribaban las antiguas murallas. La causa hay que buscarla en el hecho de que los trazados ferroviarios y la instalación de las estaciones estuvieron muy influidos por las vicisitudes e intereses de las compañías de ferrocarril y de las instalaciones portuarias. Lo que pudo ser un crecimiento planificado se convirtió en una ocupación anárquica del espacio de expansión natural de la ciudad y en la creación de un dogal ferroviario que constreñirá la expansión urbana de Sevilla hasta finales del siglo XX (figuras 6 y 7). A falta de un plan de ensanche definido, al modo de otras ciudades españolas, la organización de los nuevos tejidos urbanos de la Sevilla de la segunda mitad del XIX se centra en determinados ámbitos, siempre cercanos al sector intramuros, y que se desarrollan con independencia unos de otros o, en todo caso, buscando la articulación con la ronda de los nuevos tejidos urbanos. Éste es el caso de la reordenación de la zona externa de la puerta de Triana y de la urbanización de la antigua plaza de Armas. Sevilla reorganiza sus bordes, aunque sea con un diseño bastante caótico, más allá de la ronda y experimenta un refuerzo de las actividades industriales a lo largo de buena parte de esta vía, aunque no comparable al que se da en otras ciudades españolas y europeas (calles Torneo, Resolana, Ronda de Capuchinos, calles María Auxiliadora, Recaredo y buena parte de Menéndez Pelayo). Entre tanto, intramuros, se realiza un importante proceso de reforma interior, muy ligado a los derribos de edificios religiosos durante el período napoleónico o después de las desamortizaciones. Poco articulado también, generará un importante número de plazas y ensanchamientos viarios. Durante los años centrales del siglo XIX se abren o adecentan las plazas del Museo, Magdalena, Santa Cruz y, sobre todo, las del Cristo de Burgos y la Plaza Nueva. También de la segunda mitad del siglo XIX data el inicio de la política de alineamientos, que pretende ampliar la latitud de las calles mediante el 105

Fig. 6 y 7. La estación de San Bernardo antes y después de la remodelación ferroviaria


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ensanchamiento puntual que se obtiene al retranquear los edificios de nueva planta y adaptarse éstos a los proyectos de alineación aprobados por el Ayuntamiento. El resultado es la conocida sucesión de tacones y retranqueos en buena parte de las calles de la ciudad. A finales de siglo se realizan operaciones de más envergadura en la reforma interior; así, la más significativa es la reordenación entre la Campana y la Plaza Nueva (calles O´Donell, Velázquez y Tetuán). Sevilla rompe las murallas y abre sus calles para respirar, al tiempo que construye las modernas redes ferroviarias que se lo impedirán. Modernidad y contradicción se contrapusieron en el primer intento serio de expansión urbana en la ciudad del XIX.

La Sevilla del 29 Hay un antes y un después de la Exposición Ibero-Americana de 1929, aquella que transforma la ciudad entre 1900 y 1930, y que todavía hoy sigue encarnando un cierto espíritu urbano de personalidad inconfundible y el que más ha contribuido a la imagen que desde el exterior se tiene de Sevilla. Los valores de aquella Sevilla se basan en un nuevo optimismo que se contrapone al desastre moral nacional del año 98. Sin embargo, no es fácil hablar de optimismo en una ciudad que posee unas condiciones higiénicas, sociales y urbanísticas muy difíciles; que es la capital de una región de base económica rural y desarticulada y cuya industria, escasa y muy volcada a la agroindustria y a la construcción, tiene graves problemas para crecer y diversificarse. Sevilla es al comenzar el siglo XX una ciudad en la que domina una sociedad oligárquica y conservadora, sin capacidad para articular el capital económico, humano y social de su provincia, cuanto menos de la región que encabeza. El paro, la marginación, la mortalidad infantil, entre otros posibles indicadores, expresan la realidad cotidiana de la ciudad, cuya población crecía gracias a las remesas de inmigrantes que acudían a ella. Esta atracción no se debía tanto a la posibilidad real de mejora de la calidad de vida en Sevilla, como a las paupérrimas condiciones de vida en la sociedad rural andaluza y del sur de Extremadura durante aquellos años. El crecimiento demográfico es acelerado: entre 1900 y 1930, la ciudad pasa de 148.315 habitantes a 228.789. El resultado es la expansión de la infravivienda, ya que se contabilizaron más de 1.200 chozas en el entorno de la ciudad, viviendo en ellas una cifra próxima a las 6.000 personas en los años anteriores a la Exposición Ibero-Americana. Todo esto se expresa en una gran inestabilidad en los poderes públicos municipales, cuyo mejor dato es el hecho de que en el período que media entre 1900 y 1930, veintiséis alcaldes presidieron la corporación municipal. Respecto al desarrollo urbanístico de la ciudad, las lecturas son múltiples y a veces antagónicas. Ya hacía años que se habían derribado las murallas, salvo los lienzos que se decidió mantener como testigo de su historia, y se hacía notoria la necesidad de un nuevo modelo de crecimiento que estableciese un crecimiento unitario y ordenado o, al menos, similar al de otras ciudades españolas del mismo 106


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rango e incluso menores que Sevilla y que llevaban ya varios años conformando sus ensanches (Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Gijón, San Sebastián, Alicante, Cartagena, Tarragona, etcétera). Los principales planes y propuestas de transformación son: · 1901. Enrique Lluria publica su Proyecto de Ensanche y Estación Invernal de Sevilla. Implantación en España de los Juegos de Sport · 1909. Aníbal González escribe su Necesidad y conveniencia del estudio de un proyecto de Ensanche de Sevilla · 1911. Se aprueba el proyecto de Aníbal González de urbanización del Cortijo del Maestrescuela · 1912. Tras el Anteproyecto presentado años antes por Aníbal González de Reforma Interior y Ensanche de Sevilla, Miguel Sánchez Dalp plantea su Plan General de Urbanización de los Alrededores de Sevilla y de Prolongación y Ensanche de Algunas de sus Calles (propuesta particular)

· 1913. Se hace explícita la necesidad de contar, no ya con un plan, sino al menos con un plano riguroso de la ciudad, documento cartográfico que no se conseguirá hasta la República · 1917. Proyecto de Ensanche de Talavera · 1924. Proyecto de Saneamiento, Mejora Parcial y Ensanche Interior de Triana de Secundino Zuazo · 1926. Plan General de Obras Conexas a la Exposición Iberoamericana, impulsado en parte por Cruz Conde, y asumible en virtud de los arbitrios 107

Fig. 8. Recinto de la Exposición Ibero-Americana


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especiales que le fueron concedidos al Ayuntamiento de Sevilla y que se invirtieron fundamentalmente en la reforma de la Puerta de Jerez, en la edificación de hoteles y alojamientos para la Exposición Ibero-Americana (Alfonso XIII, Cristina, Eritaña, Heliópolis y Ciudad Jardín), amén de obras de pavimentación de las calles próximas al emplazamiento del certamen. · En 1929, y por la obligación que constaba desde la aprobación del Estatuto Municipal de 1924 de que todos los municipios con más de 10.000 habitantes debían contar con plan de ensanche, se convoca un concurso de proyectos con tal objeto. A él se presentan el arquitecto García Mercadal, de un lado, y, de otro, el ingeniero Eduardo Carvajal y los arquitectos Saturnino Ularguí y Pedro Sánchez. El concurso que fue declarado desierto en 1931. A esta nutrida iniciativa corresponden unos resultados también importantes, aunque poco adecuados a un proyecto unitario de ciudad. Entre estos resultados cabe destacar, sobre todo, el proceso urbanizador de la Exposición, que tuvo sus principales escenarios en el parque de María Luisa, sus zonas anejas e inmediaciones (destacando la plaza de España, obra cumbre de Aníbal González, el arquitecto ganador y autor del proyecto de la Exposición. Ver figura 8) y el Sector Sur (actual zona universitaria y aledaños de la avenida de Reina Mercedes).

Fig. 9. Imagen del puente de Hierro antes de su desmantelamiento

Por otro lado, se reforzó la obra hidráulica en el entorno de Sevilla, lo que permitirá una mejor protección contra las avenidas del río tanto del sector de Triana como de la margen izquierda del Guadalquivir, y, sobre todo, el resguardo del puerto al construirse la corta de Tablada, proyecto de Luis Moliní, director de la Junta de Obras del Puerto, que al inaugurarse en 1926 con el regreso de los héroes del Plus Ultra señala uno de los momentos más eufóricos de la Sevilla de la época. Sin embargo, con esta medida, el puerto inicia un desplazamiento hacia el sur de su centro gravitacional que lo aleja del sentir cotidiano de la ciudad y que se prolongará durante los decenios siguientes y del que el desmantelamiento del puente de Hierro no es sino un ejemplo más de la eliminación de los referentes portuarios históricos (figura 9). También como resultado del antes citado proyecto de urbanización del Cortijo del Maestrescuela, se compone una amplia pieza que, entre la vereda del Juncal (actual avenida de Ramón y Cajal) y Luis Montoto, dará lugar al barrio de Nervión, hoy muy transformado respecto a su configuración original. Esta operación, que cambiará en buena medida el sector oriental de la ciudad y que se conectará además con la construcción más allá del Juncal del barrio del Cerro del Águila, es de iniciativa privada. No obstante, la operación urbanística se planteó al Ayuntamiento como la fórmula para resolver el emplazamiento de dos dotaciones fundamentales para la ciudad: el matadero y la cárcel, que se construyeron en sus extremos. La avenida de Eduardo Dato se proyecta y conecta al proyecto anterior en 1913 por el arquitecto municipal Antonio Arévalo, aunque también sufre muchas modificaciones hasta 1924, año en el que adquiere el trazado, que no la imagen, que hoy presenta. 108


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Una de las tipologías residenciales predominantes en el Nervión original fue la de ciudad jardín, que también proliferó en otros sectores burgueses. Al margen de Heliópolis o la Ciudad Jardín, promovidas por la propia Exposición, se construyen barrios como El Porvenir y, sobre todo, la avenida de la Palmera y su entorno (figura 10), zonas a las que se desplazó buena parte de la oligarquía sevillana de la época. El cambio en lo que respecta al modelo de vivienda es un vuelco total si se compara esta tipología, que ya fuera ensayada por Arturo Soria en Madrid y luego elevada a rango de paradigma socio-urbanístico por el británico Ebenezer Howard, con el modelo tradicional de palacio estructurado en torno a un patio central. Sin embargo, este proceso de desplazamiento espacial de la burguesía y aristocracia local y de extraversión del modelo residencial, se realiza con el mismo lenguaje regionalista-historicista que se empleaba en las nuevas construcciones del interior de la ciudad y que se comentará más adelante.

Fig. 10. Chalet en la avenida Manuel Siurot

Más lenta fue la creación de grupos escolares, mercados y otros equipamientos urbanos en la inmediata periferia y extrarradio, si se exceptúan las ya mentadas construcciones de la cárcel y el matadero. Uno de los ejemplos más significativos es el mercado de la Puerta de la Carne, siguiendo a Trillo, obra de Aurelio Gómez Millán y Gabriel Lupiáñez que se presentaron al concurso en el año 26 y que, con alguna modificación a partir del año siguiente, se construyó en claro contraste con el paisaje de la zona donde se levanta, también en aquellos años, el puente de San Bernardo (figura 11) y la estación de Bomberos, ambos de Talavera. Tampoco puede ser calificado ni siquiera de incipiente el proceso de construcción de viviendas obreras. La producción es tan escasa comparada con la creciente demanda de la época, que sólo puede decirse que se trató de un conato. Las más significativas fueron las viviendas construidas a principios de siglo en Ramón y Cajal según proyecto de Aníbal González. Presentan una disposición lineal y siguen la tipología de casa unifamiliar adosada. Ya en el interior del casco urbano, lo que se hace patente durante estos años de la Exposición Ibero-Americana es la sustitución de buena parte del caserío tradicional sevillano, de corte popular y ruralizante, por otro de porte, si no más consmopolita, sí al menos más urbano, más retórico en su lenguaje compositivo y de sesgo regionalista; proceso al que contribuyeron en buena medida las ordenanzas municipales aprobadas en 1900. El exponente máximo de esta tendencia a la autocomplacencia en la imagen arquitectónica es el barrio de Santa 109

Fig. 11. Puente de San Bernardo y el mercado de la Puerta de la Carne


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Cruz, donde el regionalismo alcanza incluso al diseño de los jardines y espacios públicos (figura 12). También en el interior, la ciudad continúa con su política de reforma interior, prolongando hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX los auspicios de propuestas decimonónicas tales como el Proyecto General de Reformas de José Sáez y López. Los resultados, a su vez, también son obras segmentadas, proyectos fraccionados, en una difícil búsqueda de la ruptura del casco histórico a la bocanada de aire fresco que se le pretende insuflar desde la periferia. El único proyecto que plantea una cierta presencia urbana es el de la actual avenida de la Constitución; eje que une, a través de la también reformada Puerta de Jerez, con los revalorizados espacios del sur urbano y, por supuesto, con el emplazamiento del certamen ibero-americano. Esta avenida, aunque en buena medida solapada por la imponente presencia de los pies de la Catedral y del Archivo de Indias, es un espléndido muestrario del modelo de ciudad regionalista ideado en la Sevilla de comienzos del XX. Fig. 12. Plaza de Doña Elvira

Fig. 13. Edificio de José Espiáu en la calle Feria esquina Cruz Verde

Menos integrados son otros proyectos de reforma interior de la época, tales como la urbanización del antiguo solar del convento de San Pablo (entorno de la calle Canalejas) o las reformas de Conde de Colombí de 1914 en el ensanchamiento entre la Campana y la plaza de Villasís. Respecto a la propia obra arquitectónica, su coincidencia con el evento iberoamericano y el extraordinario éxito del estilo regionalista, ya anticipado líneas arriba, motivan los calificativos de una nueva edad de oro sevillana. La producción de arquitectura de calidad se basa en un grupo de profesionales de cuantiosa y valiosa obra, de los que siempre se destaca la tríada de Aníbal González, José Espiáu, y Juan Talavera, pero que se completa con un vasto elenco como los Gómez Millán, Arévalo, Barris, Traver y un largo etcétera, entre los que se incluyen verdaderas sagas de arquitectos que, más allá de la época de la que se habla, cubren casi todo el siglo XX (figura 13). Fuera de esa ciudad esbozada en los párrafos anteriores, marcada por una incipiente y desorganizada periferia y un casco consolidado objeto de realineaciones y proyectos de reforma interior desarticulados, se conforma también otra ciudad, aunque casi sería mejor denominarla no ciudad. Es el escenario de los asentamientos marginales, de las villalatas, de las chabolas, de la carencia absoluta y de la vivienda que se levanta de la noche a la mañana con materiales de desecho y cartones. La ciudad de la miseria, que aunque concentrada en Amate durante los años de la Exposición, volvió a expandirse en las cuatro direcciones una vez terminada aquélla. Ésta era 110


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la única posibilidad de lograr alojamiento para muchos inmigrantes procedentes de las zonas rurales que sólo cuando alcanzaban una renta mínima podían asentarse en los corrales y casas de vecindad modestas del interior del casco o de los arrabales; en los que, a pesar de las malas condiciones de habitabilidad (dado que en una o dos habitaciones se apiñaban familias de siete, ocho o más miembros), al menos suponían una mejora respecto a los asentamientos clandestinos por cuanto que en ellos existían piletas de agua corriente, letrinas y un techo más estable (figura 14). Aunque, sobre todo, lo que tenían estas casas de vecindad era una calle y un barrio, y en consecuencia resultaba mucho más fácil a sus inquilinos integrarse en la vida de la ciudad, a la que aportaron el mestizaje de su cultura rural. No es de extrañar que la personalidad actual de Sevilla se apoye en barrios como Triana o Macarena, en ellos existía una gran cantidad de este tipo de edificios. Por último, y aunque ya hayan transcurrido más de setenta años del certamen, hay que destacar que buena parte de la magia, también se le puede llamar glamour, de la Sevilla actual surgió precisamente de aquellos años. Sevilla construyó en buena medida su leyenda en aquella época y se puede afirmar que ha tenido y tiene más peso que el recuerdo de la Exposición Universal que se celebró bastantes años después y que se comentará en el punto siguiente. No se trata sólo de que los pabellones del 29 sean más sólidos y estables que la mayor parte de los construidos en el 92; es más, para la Exposición Universal, Sevilla sí fue realmente ordenada desde el punto de vista urbanístico y el resultado final fue mucho más coherente que el de la Exposición anterior; sino que se afirma a menudo que Sevilla se enamoró de sí misma en aquel evento de confraternización con América y, ya se sabe, nada más difícil que analizar con frialdad los recuerdos idealizados de cualquier relación amorosa; sobre todo cuando ésta se corresponde con un pasado lejano y pretendidamente feliz.

Sevilla y la Exposición Universal de 1992 Después del período oscuro de la postguerra y autarquía, Sevilla inicia desde finales de los años cincuenta un crecimiento descontrolado y cuantitativamente importante. De los 312.000 habitantes de 1940 se pasa a 442.000 en 1960. Pocos años después se supera el medio millón y, al terminar el siglo, Sevilla, sin incluir su área metropolitana, ronda los 700.000 habitantes. La ciudad, que hasta entonces se concentraba en sus límites históricos si se exceptúan las zonas poco densas edificadas con motivo de la Exposición Ibero-Americana-, ocupa con rapidez la periferia inmediata, especialmente el cinturón de huertas más próximo, de forma que la población da entonces su primer y gran salto más allá de sus murallas. Pero el crecimiento explosivo, que se prolonga bastante más allá de 1970, es un crecimiento cuantitativo, que no cualitativo. Se construyen viviendas, pero no se hace ciudad. Los nuevos barrios, en su mayor parte, sufren un déficit o total ausencia de los servicios públicos básicos (salud, educación, transporte, zonas verdes, etcétera). 111

Fig. 14. Corral de San José, calle Jimios nº22


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Esta realidad, hace muy contrastadas las diferencias entre un centro urbano relativamente dotado (de comercios, servicios, instituciones, lugares de ocio, espacios simbólicos, etcétera), frente a una periferia desdotada y anónima, sin personalidad y sin recursos para crear identidades entre sus nuevos moradores. Además, los entramados o tejidos urbanos que se crean están desarticulados, a menudo son producto de la rápida conversión de un espacio de huerta en barriada sin los documentos urbanísticos adecuados; lo que provoca una ciudad que semeja un puzzle hecho con piezas fuera de lugar, que no encajan y que en su conjunto no ofrecen una estructura urbana reconocible. La Sevilla de los años ochenta, la que se prepara para celebrar un nuevo certamen internacional, aprovecha la ocasión para acometer un nuevo ciclo modenizador, más integral que los anteriores, que eliminará o aminorará los graves problemas que la ciudad ha ido acumulando a lo largo del siglo XX: el transporte, tanto interior como exterior, la dotación de los barrios y la recuperación de su patrimonio, largamente olvidado y castigado. Al mismo tiempo, las obras suponen la puesta en valor o revaloración de amplios sectores urbanos, hasta entonces marginales o infrautilizados. Fig. 15. Estructura radioconcéntrica de la Sevilla del 92

Se trata de unos años en los que Sevilla afianza su posición y control territorial, puesto que, además de contar de nuevo con un ayuntamiento democrático desde 1978, es designada capital de Andalucía durante el proceso de constitución de las autonomías. La coyuntura económica, sobre todo en la segunda mitad del decenio de los ochenta, es buena y aunque hasta entonces se podía poner en duda, desde este momento el área metropolitana toma cuerpo y se consolida en un amplio espacio en torno a la capital; puesto que adquiere características de unidad funcional, de mercado de trabajo, de precios de usos del suelo, etcétera. Sin embargo, esta expansión no es sólo un signo de prosperidad urbana, sino que en buena medida supuso un crecimiento desordenado hacia el Aljarafe, hacia el sur, hacia los Alcores y hacia el norte, aunque no en todas las direcciones con la misma intensidad. El resultado práctico fue la proyección a la periferia de los problemas, agudizados, que había sufrido la ciudad durante buena parte del siglo XX y que pueden ser calificados como el cuarteto de las cuatros de: desorden, déficit, despilfarro y degradación. En cuanto a los aspectos positivos, uno de los más notables del cambio urbano sevillano de finales de los ochenta e inicios de los noventa es la revolución en sus sistemas de comunicación: tanto en la perspectiva interna de la ciudad, como en la exterior. Respecto a la primera, cabe señalar que la situación del tráfico, público y privado, se había convertido en caótica dado que la estructura viaria de la ciudad, apoyada en los tradicionales caminos de acceso y que desembocaba invariablemente en la ronda histórica, se saturaba y se congestionaba con enorme facilidad; al tiempo que obligaba a que buena parte del tráfico pesado, e incluso peligroso, que atravesara la ciudad tuviera que hacerlo por zonas muy pobladas y céntricas. El modelo de estructura viaria que se impone, y que viene señalado por el plan general de ordenación urbana de 1987, presenta una disposición racioconcéntrica 112


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(figura 15), de forma que buena parte de los movimientos que se registran en la ciudad o en sus inmediaciones evitan el centro mediante las nuevas rondas de circunvalación (ronda de Los Remedios-María Auxiliadora, ronda del Tamarguillo, SE-30, etcétera). No se trata de una idea nueva; de hecho, los planes anteriores (1946 y 1963) ya ofrecían soluciones similares para la estructura urbana. La falta de recursos económicos, y la ausencia de una voluntad política decidida en acometerlas, provocó que Sevilla careciese de estas rondas hasta casi el final del siglo. El plan se aprobó a finales de diciembre de 1987 y a principios de 1992, es decir en poco más de cuatro años, la mayor parte de su armazón estaba completa. La síntesis del proceso de la concreción de la estructura viaria de Sevilla es la siguiente: 40 años en fase de proyecto y cuatro de realización. Paralelamente, se mejoraron los accesos desde el Aljarafe, y se ampliaron y acondicionaron, entonces o en los años inmediatos, vías metropolitanas hacia Dos Hermanas, Utrera y Alcalá de Guadaíra. Más allá de ellas, y ya en la escala de la comunicación interurbana, se culminaron autopistas y se ejecutaron desdoblamientos de numerosas vías, lo que significó una situación de comunicación muy ventajosa, como anteriormente sólo se había disfrutado hacia Cádiz, con Córdoba y Madrid, hacia el centro de la península; con Málaga, Granada, el oriente andaluz y el levante; y con Huelva y Portugal hacia occidente. Por si esto fuera poco, se renovaron todas las infraestructuras de comunicaciones interurbanas: se inauguró una nueva terminal aeroportuaria (figura 16), se edificó una estación de autobuses y se reestructuró profundamente el sistema ferroviario a su paso por la ciudad. En efecto, la creación de la primera línea de alta velocidad española, AVE, entre Madrid y Sevilla con ocasión de la Exposición, llevó acompañada la creación de una estación nueva de viajeros, la estación de Santa Justa. Esta obra de Antonio Cruz y Antonio Ortiz mereció el Premio Nacional de Arquitectura en 1993 y sustituyo a las antiguas estaciones de plaza de Armas y de San Bernardo. También se reorganizó el sistema de las terminales de carga: Majarabique y la Negrilla, principalmente. Sevilla no sólo se incorporó a la vanguardia de los sistemas de comunicación ferroviarios, sino que la acompañó de tales cambios en su disposición dentro de la ciudad, que a partir de ella se liberaron numerosos espacios que pudieron ser incorporados al mercado inmobiliario y se rescataron paseos, avenidas y fachadas urbanas (calle Torneo, paseo del Rey Juan Carlos I -figura 17-, avenida Alcalde Manuel del Valle). En lo que respecta a los espacios que se incorporan a la ciudad, el más importante es el de la Cartuja; y esto por dos motivos. Por un lado, porque aquí se desarrolla la propia Exposición Universal y, por otro, porque el desplazamiento del cauce vivo del Guadalquivir hacia la corta de la Cartuja, inaugurada en 1984, supuso la separación definitiva entre la ciudad y su río. La relación, que había sido difícil desde los mismos orígenes de Sevilla, se rompió creando dos espacios fluviales de interés: la dársena histórica, nuevo eje articulador de la ciudad y de sus más nuevas y nobles 113

Fig. 16. Vista parcial del aeropuerto de San Pablo

Fig. 17. Paseo del Rey Juan Carlos I


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fachadas urbanas, y el auténtico cauce del Guadalquivir, desplazado hacia el oeste y relegado a la forma y función de un canal de desagüe atravesado por las vías de comunicación e infraestructuras que unen la capital con el Aljarafe.

Fig. 18. Puente del Alamillo

Una vez desplazado el río hacia el oeste, al tiempo que los sistemas de defensa contra el mismo, la ciudad conquista la mal llamada isla de la Cartuja, puesto que aunque sí cartuja no es tal isla. La ocupación inicial se realiza directamente con la Exposición Universal, el último gran evento que marca la historia de Sevilla en el siglo XX. En las abundantes 400 hectáreas del sector se instalaron a modo de ciudad efímera pabellones, infraestructuras, sistemas hidráulicos y dotaciones que revolucionaron la historia de la ciudad durante unos meses. Aunque la celebración fue un empeño y compromiso de rango estatal, la ciudadanía sevillana hizo suyo, tal vez tardíamente, el proyecto, y la Expo se desarrolló como una larga fiesta que, además, legó a la ciudad un sector muy organizado y perfectamente dotado, al menos para aquellos años, de las últimas técnicas de la teleco-municación y los servicios. Pero la Expo no sólo fue técnica, fue sobre todo diseño y fantasía, un trasunto idealizado del mundo en un espacio reducido, y la cultura sevillana se identificó rápidamente con el evento y con su huella. La ciudad, una vez más, demostró que sus épocas más radiantes son aquellas en las que se combina lo propio con las ideas modernizadoras externas. El genio de la Exposición se expresa, como de ninguna otra forma, en la elegancia y casi espiritualidad de los seis nuevos puentes (figura 18); puentes entre Sevilla y occidente, occidente geográfico y occidente cultural; y aunque luego, durante mucho tiempo, algunos de ellos no han llevado a ningún sitio, porque occidente en buena medida continúa siendo una terra incógnita para la Sevilla de acá del Guadalquivir, marcan al menos una dirección hacia la que ir. Volviendo a un lenguaje más prosaico, la ocupación de la Cartuja puede ser interpretada como el logro más significativo en la escala urbana de la Exposición Universal; sin embargo, hubo otros sectores urbanos que también se incorporaron a la ciudad o que, ya formando parte de ésta, se cualificaron. Tal es el caso de Pino Montano en el norte, Los Bermejales en el sur, y sobre todo Sevilla-Este. Esta última gran pieza, es la que representa la principal estrategia del Ayuntamiento de Sevilla de lanzar suelo al mercado inmobiliario para competir con los municipios de su área metropolitana, que desde los años ochenta ofrecían nuevas y lucrativas oportunidades urbanísticas, todas ellas basadas en un precio del metro cuadrado bastante inferior al del municipio central. Se obtuvieron así 900 hectáreas de suelo urbanizable que aún a principios del siglo XXI no han sido colmatadas. Por otro lado, y con la reorganización del ferrocarril (soterrado entre la estación de Santa Justa y la avenida de Felipe II) se crea una larga franja, muy central dentro de la ciudad, que alcanza en la actualidad los precios más caros por metro de cuadrado: la avenida de la Buhayra y su entorno (figura 19). 114


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De todo lo anterior, se deducen procesos creativos, incorporación de nuevos sectores, imágenes y fachadas urbanas recién estrenadas: la modernidad de nuevo instalada en Sevilla. No obstante, sería muy incompleto referirse a la etapa de la Exposición Universal sin hacer alusión a una actividad que se desarrolló con gran impulso sobre la Sevilla de siempre: la recuperación del patrimonio. Muy alterados por los procesos especulativos de los años sesenta y setenta, el casco y arrabales históricos habían conocido un largo período de abandono y ruina, especialmente acusada en barrios como San Bernardo, San Luis o el entorno de la Alameda. La aparición de las leyes de patrimonio (la Ley de Patrimonio Histórico Español en 1985 y la Ley del Patrimonio Histórico de Andalucía en 1991), unida a una mayor sensibilidad social respecto de la necesaria rehabilitación de la memoria colectiva, aprovecharon también parte de las sustanciosas inversiones que se realizaron en la Sevilla que preparaba su Exposición. Además, muchas de éstas rehabilitaciones, aunque no todas, han tenido como objeto edificios públicos o que se han restaurado para un uso público. Así se recuperaron grandes inmuebles, como el antiguo hospital de las Cinco Llagas (hoy Parlamento de Andalucía), el monasterio de la Cartuja (sede del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico -Figura 20-, del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo y de la Universidad Internacional de Andalucía), el Ayuntamiento, el convento de San Clemente, Los Terceros -parcialmente-, la Casa de las Columnas o el cuartel de Intendencia (hoy Diputación Provincial), entre otros.

Fig. 19. Avenida de la Buhayra

Algunas intervenciones recuperaron edificios pertenecientes a la arqueología industrial o de la obra pública, indicando que también se ha consolidado un cierto respeto en la ciudad hacia este tipo de patrimonio: la antigua estación de Plaza de Armas fue uno de los pabellones de la ciudad de Sevilla; los Almacenes Sínger de la calle Lumbreras son hoy un teatro municipal; la fábrica de Enrique Ramírez y Pérez es sede del Instituto de Fomento de Andalucía, el antiguo Matadero Municipal de la calle Ramón y Cajal se ha convertido en delegación provincial de Educación; la fábrica para la Comisaría Algodonera del Estado de la calle Genaro Parladé es Consejería de Agricultura y Pesca; y así podrían citarse algunos ejemplos más, no muchos. Además, esta sensibilidad creciente no ha podido evitar que se perdiesen inmuebles industriales de gran interés. La promoción de vivienda privada también ha rehabilitado numerosos inmuebles, aunque en esta ocasión se puede hablar de un peso excesivo de la adaptación de edificios históricos a la tipología de inmueble de apartamentos. Por otra parte, muchas de las promociones desarrolladas en el conjunto histórico han supuesto la prolongación hasta el final del siglo de un proceso bien conocido en la ciudad: el desplazamiento de las clases modestas hacia los barrios del extrarradio. Pocos son los corrales y otras tipologías de vivienda colectiva similares, que tanto han significado en la personalidad de Sevilla de los últimos siglos, que han llegado al siglo XXI. 115

Fig. 20. Rehabilitación de la Cartuja


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Por último, también cabe destacar que se mejoró la red de espacios culturales: Teatro Maestranza, Teatro Central; amén de abrirse nuevos centros cívicos y bibliotecas, con lo que se consolidó una oferta estable de servicios y programación cultural en la ciudad.

Sevilla, balance y futuro Hace casi diez años que se celebró la Exposición Universal de 1992. Al igual que en 1929, aunque acentuado, se produjo una pulsión o crecimiento que permite hablar, otra vez, de un antes y un después de aquel evento. No obstante, y a pesar de este nuevo escenario, existen muchos procesos urbanos que no parecen haber dado el mismo paso de gigante e, incluso, en otros, se puede hablar de un cierto retroceso. Sevilla es una ciudad que en el siglo XX creció en función de dos fuertes excepcionalidades, en tanto que en el resto del siglo, lo hizo al albur de decisiones menos globales, más mezquinas y especuladoras y, en cualquier caso, siendo expresión de la escasa capacidad de la ciudad por imponer y controlar un modelo urbanístico equilibrado y propio. La ciudad sólo ha generado estructuras y tejidos más claros desde el punto de vista de la lectura urbanística cuando se ha visto impulsada por proyectos e inversiones directamente, o al menos muy mayoritariamente, promovidos por el Estado. Por si todo esto no ofreciese ya un panorama poco optimista respecto a la iniciativa de la ciudad, hay que señalar que después del 1992 se inicia un largo período de ausencia de grandes inversiones estatales, de alguna forma justificadas por el importante esfuerzo que se hizo con la Exposición. Estructuralmente el plan de 1987 estaba hecho. Es más, estuvo hecho muy pronto para lo que es la ejecución ordinaria de un plan general. Por esto, se habla de un letargo prolongado después de la Exposición, del que la ciudad está despertando en los últimos años, sobre todo a golpe de fuertes presiones urbanísticas que en forma de recalificaciones y convenios amenazan la futura conformación urbana y que enturbian el proceso de elaboración del nuevo plan general. Valoración general de la aplicación del P.G.O.U. de 1987 Obras y proyectos en el Conjunto Histórico Aspectos positivos: - El plan dio pie a un Avance de Plan Especial para el conjunto histórico que debe ser desarrollado por sectores Aspectos negativos o inconclusos: - Elaboración tardía o inexistente de planeamiento especial específico por zonas. - Pérdida de una importante parte del caserío tradicional, especialmente del anterior al siglo XIX Obras y proyectos relacionados con la reforma de las infraestructuras de comunicaciones Aspectos positivos: - Consecución de una conectividad general aceptable, tanto interna como 116


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externa, a través de las nuevas rondas y puentes. - Conclusión de la tradicional saturación de la ronda histórica. - Eliminación de muchas barreras a la expansión urbana, creando zonas de recrecimiento urbano de gran calidad Aspectos negativos o inconclusos: - El desarrollo efectivo de las infraestructuras se hizo en ocasiones con planes posteriores y con criterios de dimensión distintos Obras y proyectos relativos a la reincorporación del río a la ciudad Aspectos positivos: - Creación de un arteria o calle mayor de la ciudad a lo largo del cauce histórico Aspectos negativos o inconclusos: - Negación de protagonismo al cauce vivo del Guadalquivir Obras y proyectos de la urbanización de la Cartuja Aspectos positivos: - Espacio de representación de la ciudad durante la Expo´92 Aspectos negativos o inconclusos: - La planificación autónoma de la Cartuja (400 hectáreas junto al centro histórico) y sus consecuencias, que la aíslan del resto de la ciudad

En términos de la ciudad de uso cotidiano, se puede hablar de un déficit en la gestión y mantenimiento de sus espacios públicos. En este aspecto influye, tanto una política bastante negligente por parte del Ayuntamiento, que no duda en muchas ocasiones en efectuar una gran inversión para mejorar un espacio público y que después no efectúa un mantenimiento adecuado, como algunas prácticas sociales ligadas a un uso excesivo del coche privado o las movidas juveniles de los fines de semana (figura 21). Todo ello deteriora uno de los principales aspectos con los que se mide el bienestar urbano en la actualidad: la calidad de los espacios públicos. La recuperación del gran patrimonio ha continuado, pero con algunos puntos negros. Entre ellos, la falta de adecuación a los principios y cartas internacionales en la recuperación de algunos monumentos (tales como las iglesias de San Andrés o San Vicente); también se incumple la legislación vigente de patrimonio al permitir con mucha frecuencia los remontes de edificios en sectores del conjunto histórico que no tienen planeamiento especial aprobado y algunas plazas son horadadas para construir aparcamientos rotatorios en el mismo corazón de la ciudad, como actualmente ocurre en la Encarnación y amenaza ser construido en la Alameda. La ciudadanía sensible a su patrimonio vive siempre los nuevos procesos de rehabilitación con un cierto recelo. El problema de los años setenta era que no se rehabilitaba la ciudad; el problema hoy es que las rehabilitaciones son de tal calado, o con criterios tan sui géneris, que pueden llegar a desvirtuar la autenticidad de un bien cultural. Por eso muchos sevillanos temblamos cuando nos hablan de la futura rehabilitación del Patio de San Laureano o del palacio de San Telmo. 117

Fig. 21. La plaza del Pan (oficialmente de Jesús de la Pasión), un sábado por la mañana


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La asignatura pendiente es la del paisaje urbano. Se trata de que la mirada a Sevilla siga siendo en la medida de lo posible amable y con perfiles tradicionales y no que, de forma también ilegal en muchas ocasiones, las azoteas se llenen de estaciones de telefonía móvil (figura 22), de antenas parabólicas o de paneles de energía solar, que pueden resultar ser, estos últimos, ambientalmente correctos en otros contextos urbanos, pero que en los sectores históricos deterioran gravemente su aspecto. También deberían situarse con más recato los contenedores para el reciclaje de papel o vidrio. Nadie ignora su utilidad, pero tampoco nadie defiende que se conviertan en los elementos protagonistas y estructurantes del escenario urbano de plazas como las de Pilatos (figura 23) o Cristo de Burgos.

Fig. 22. Instalaciones de telefonía móvil sobre edificio de la calle Almirante Apodaca

La vivienda también sigue siendo un problema importante en la Sevilla que se abre al siglo XXI. Se construye un número anual aproximado de 3.000, cuando para cubrir la demanda habría que alcanzar las 4.000. Esto tiene como consecuencia la expulsión de la población desde el municipio de Sevilla a otros cercanos y el encarecimiento de los precios, aparte de que el déficit se acumula año tras año. El plan general de 1987 preveía la construcción de unas 60.000 viviendas (53.000 viviendas en suelo programado y 6.500 en no programado), de las que se habrán construido unas 35.000. Hay pues una reserva actual, según los cálculos del nuevo plan, de unos 25.000 hogares. Por otro lado, Sevilla es hoy menos distinta a otras ciudades que en el pasado. El nuevo modelo urbano se caracteriza por el asalto de las grandes superficies comerciales a las distintas orlas de expansión (desde la corona más inmediata a otras más alejadas). Las nuevas pautas de ocio y consumo, unidas a una falta total de restricciones a este tipo de instalaciones, producen una competencia entre el centro tradicional, tanto como lugar de compra, como de ocio y paseo, con estos nuevos enclaves comerciales a los que, como islas en el mar, sólo se puede llegar en muchos casos mediante el transporte privado. Estos macrocentros, en un recinto cerrado, standarizado y franquiciado, plantean el mismo modo de vida que el llevado a cabo en Toronto, Marsella o Estocolmo; y que no es otro que la identificación del tiempo de ocio con el tiempo de compra y el gusto por las comidas rápidas, las marcas internacionales y las películas norteamericanas acompañadas de palomitas.

Fig. 23. Plaza de Pilatos

Nada contrarresta esta tendencia. El Ayuntamiento y otras instancias ciudadanas tratan de reconducir la ilusión ciudadana hacia proyectos como las Olimpiadas; aunque esto pueda parece un poco contradictorio en una ciudad con tradición en casi todo, menos en deporte. Tal vez debería plantearse una política más modesta y realista, pero que sin duda redundaría más en la calidad de vida urbana: menos Sevilla ciudad del deporte en general, y a ver si se consigue, al menos, que sea la ciudad del ciclismo. No parece muy creíble un proyecto olímpico en una ciudad en la que no hay apenas carriles para las bicicletas. Las capitales competidoras con Sevilla por su rango en España, Bilbao y Valencia, han hecho un importante esfuerzo de renovación en los últimos años, basado en buena medida en la reestructuración de su sistema de comunicaciones, 118


Víctor Fernández Salinas

EDADES DE SEVILLA

tanto interno (metro, mejora en las redes metropolitanas), como externo (especialmente en sus conexiones aéreas), y, sobre todo, se apoyan en proyectos culturales de gran talla: Guggenheim, Ciudad de las Ciencias... Sevilla necesita de ese proyecto cultural, instrumento sin el cual es difícil desencadenar y atraer proyectos de desarrollo de largo alcance. La experiencia de tantas ciudades europeas así lo avala. Casi todos los análisis sobre el futuro de la ciudad coinciden en la necesidad de que ésta se integre como elemento protagonista bisagra entre los ejes de dinamismo económico europeos: el arco atlántico y el mediterráneo. Los sectores que siempre se citan son el turístico, entendiendo como tal no sólo el tradicional, sino también el de convenciones, exposiciones y congresos; el comercio; el ocio y la moda. La ciudad ha de hacerse pues atractiva a estos sectores, a sus responsables, a sus clientes, a sus demandantes. Sevilla se ha transformado repetidamente en los dos últimos siglos. Fue compacta, después radiocéntrica, se convirtió en radioconcéntrica y hoy tiende al modelo de ciudad difusa hacia los cuatro puntos cardinales. Las contradicciones se mantienen en ese difícil equilibrio que mantiene entre capital cosmopolita y ciudad provinciana; entre ciudad que está perfectamente conectada con Madrid, pero desastrosamente con su área metropolitana; entre ciudad con poder legislativo y político, pero de escaso alcance económico, con un tejido empresarial incapaz de generar proyectos económicos que atajen el paro; entre ciudad de cultura arrebatada y arrebatadora y, al mismo tiempo, sin un proyecto cultural ambicioso y moderno. La maqueta de la Sevilla del siglo XVIII es fácil de hacer, de ver y comprender; la que se construya sobre la Sevilla del XXI necesita de muchas claves para su interpretación y además, será necesario ir bastante más allá de sus límites municipales para referirse a ella (figura 24). Con todo, lo más importante del ánima urbis será siempre imposible de resumir en una maqueta. Lo que salva a una ciudad no está en este tipo de representaciones, ni siquiera en los planos que nos son tan queridos a los geógrafos. Lo que salva a Sevilla, le da vida y fuerza está en la cabeza de sus habitantes. Esta ciudad tiene tanta seguridad en sí misma que hace siempre presentes sus momentos de gloria y olvida con rapidez las decadencias y miserias. Esta seguridad es un potencial que ya quisieran para sí tantas ciudades en crisis y hace que el valor de Sevilla trascienda su historia, su patrimonio y todas las estadísticas posibles que sobre ella se hagan. Volviendo al principio, hay una Sevilla ideal que pesa más que la real y la única pregunta que cabe hacerse, al margen de todos esos retos grandilocuentes sobre su futuro que asaltan las portadas de los periódicos con regularidad, es la de si alguna vez la Sevilla tangible, la que se puede recorrer a pie y tocar con las manos, llegará a poder compararse con la Sevilla inaprensible de su leyenda. Con Sevilla, ciudad imposible, es difícil teorizar, o en todo caso, es preciso hacer con ella lo mismo que con el aroma de la rosa de Juan Ramón: apreciarla, quererla y atraparla en su sinrazón. 119

Fig. 24. El escenario de la Sevilla metropolitana


Sevilla moderna

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Edades de Sevilla Hispalis, Isbiliya, Sevilla

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Sevilla, 2002


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