Melitensia

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Jorge Ordaz

MELITENSIA

2006

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MELITENSIA Notas de un viaje a Malta (2001)

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Duerme tranquilo el mar, pérfido esconde Rocas aleves, áridos escollos, Falso señuelo son, lejanas lumbres Engañan a las naves. DUQUE DE RIVAS, El faro de Malta

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“Un peñasco aislado en medio del Mediterráneo, abrasado por el sol de África, ofreciendo a los ojos tristes llanuras sin sombras, y extenuándose para alimentar, durante algunos meses del año, una población condenada a la miseria, he aquí Malta…”. Así empieza la Historia de Malta y el Gozo, de Federico Lacroix (Barcelona, 1850). Desde entonces, en Malta, algo ha llovido y las condiciones de vida han mejorado; pero continúa siendo un secarral desforestado en el que ni siquiera corren los conejos que antaño la hicieron famosa.

Malta es un crisol de culturas y civilizaciones. Por aquí pasaron, en tiempos históricos, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, árabes, piratas berberiscos, los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, franceses, ingleses…. Todos ellos dejaron, en mayor o menor medida, su impronta. Resultado: un melting pot típicamente mediterráneo.

En Malta el peso de la religión se hace notar de continuo. Donde menos se espera salta una iglesia.

El lienzo de la decapitación de San Juan Bautista, de Caravaggio, en el oratorio de la catedral de La Valeta, es impresionante por sus dimensiones y por el dramatismo de la escena recreada. Pero no deja de ser de una truculencia rayana en el sadismo.

El pavimento de la catedral de San Juan está lleno de tumbas de otrora famosos caballeros hospitalarios. Andar sobre ellas es como pasar por encima de oscuros fragmentos de historia.

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En la terraza del café Crodina, fundado en 1837, en el centro de La Valeta, tomando un kinnie –una especie de naranjada, con fondo herbal, amargo-, y viendo pasar la gente, me vienen a la mente escritores célebres que por aquí pasaron, como Byron, Coleridge y Walter Scott. Éste último, que había ido a la isla por motivos de salud y cuyos secos aires al parecer le sentaron muy bien, llamó a Malta “isla de ensueño”. Esto es ser agradecido. A todos ellos pudo leer, durante su estancia en la isla, nuestro duque de Rivas. Me lo imagino deambulando por estas calles, junto a su amigo al diplomático y escritor John Hookham Frere, que habría de descubrirle a los poetas románticos ingleses. Luego, tal vez se fuera solo a alguna taberna a ahogar las penas del exilio con vino de Delicata.

Desde la Upper Barracca se goza de una majestuosa vista del otro lado del Grand Harbour y de la Cottonera, el conjunto de las “tres ciudades” -Victoriosa, Cospicua y Senglea- que mandara construir en 1670 el gran maestre de la Orden, el mallorquín don Nicolás Cotoner. Durante la Segunda Guerra Mundial este escenario fue objeto de intensos bombardeos. La novela El cura de Malta (1973), del escritor inglés Nicholas Monsarrat, transcurre en aquellos angustiosos días y se ha convertido en la novela ambientada en Malta más conocida.

“Embriaguez de luz y color, el Gran Puerto de Malta forma todo él, encima de la tierra y encima del agua, con sus cuatro ciudades, un solo aglomerado urbano. Docenas de barcos de vapor, centenares de coloridas góndolas, delgadas, largas y de esbelta proa, van y vienen de unos barrios a otros, y de los buques a los muelles. Bello espectáculo, cuando los remos, chapoteando el agua densamente azul del mediodía, alzan chispas de luz; más bello aún cuando al atardecer, desde el mirador Barracca, nos parecieron luciérnagas corriendo alocadas por un campo de estrellas.” (L. Nicolau d’Olwer, El pont de la mar blava, 1928).

Entrar en la National Library de La Valeta es como adentrarse en una biblioteca del siglo XIX. El edificio es de 1796, el último que constryuuyeron los Caballeros antes de ceder la isla a los franceses. Dentro, miles de añejos volúmenes esperan a que alguien les saque el polvo acumulado.

En el Museo de Bellas Artes de La Valeta puede verse una numerosa muestra de pinturas maltesas del siglo XIV a la actualidad. Mattia Preti, llamado El Calabrés, el pintor preferido de los Caballeros, está muy bien representado, así como A. de Fouvray. Dominan, como es de esperar, las telas de temas bíblicos e históricos. Y en ellas hay sangre a raudales.

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Mdina. Casas viejas, vetustos palacios. Se respira un aire antiguo, venerable. Apenas hay gente -solo unos turistas- y ningún coche. No en balde la llaman la “ciudad silenciosa”.

El transporte público en Malta es el mejor del mundo, exceptuando todos los demás. En un vehículo de la línea 62, de St. Julian a La Valeta, leo el lema que impera en la cabina del conductor: “Verbum Dei Caro Factum Est”. El autobús es un cascajo antediluviano que se mueve desballestado por el serpenteante camino de la costa, con trote rústico entre botes, frenazos, atascos y demás incomodidades.

Por entre los gruesos sillares de piedra de Fort St. Angelo, en Victoriosa, se asoman las lagartijas para tomar el sol. El robusto fuerte se halla descuidado, pero la sensación de plaza fuerte inexpugnable aún impregna a la capital maltesa. La Valeta es un compendio vivo de fortificación

La piedra que predomina en las construcciones de Malta es una caliza de globigerinas, cuyo color va del amarillo pálido al pardo claro; es decir, tonos entre helado de vainilla y crema catalana.

Los ciclópeos bloques de las ruinas de Ggantija, Tarxien, Ha Qarim, son algunas de las construcciones megalíticas más antiguas de la humanidad, pero muy poco sabemos de quienes las construyeron. Venimos de un pasado remoto y desconocido.

La vecina isla de Gozo es más verde que la de Malta y su paisaje más ameno. También es más tranquila. En Gharb, a las dos de la tarde, hace un calor inclemente. En el pueblo no se ve a nadie. Las casas permanecen cerradas. El sol cae a plomo. El reloj del campanario de la iglesia marca las horas en un tono cansino. Los gatos hacen la siesta a la sombra de los muros.

Es la hora de la misa vespertina en Victoria, capital de Gozo. La iglesia está llena de feligreses, en su mayoría hombres. (Al parecer las mujeres van a misa por la mañana).

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La cueva de Calipso, junto al mar, en la isla de Gozo, es una gruta kárstica más bien cutre. Se hace difícil pensar que éste sea, según dice la tradición, el lugar donde Ulises quedó retenido durante siete años por los irresistibles encantos de la ninfa Calipso.

Xlendi es un pequeño pueblo marinero al fondo de una recoleta bahía de aguas verdiazules, destrozada por una urbanización feísima. Estoy sentado en la terraza de un bar y en mis manos tengo un libro adquirido en una librería de lance de La Valeta. El libro se titula A Book of Verses y su autor es Roger Scicluna. Se imprimió en la imprenta de Joe Grech Cassar de Victoria, Gozo, en 1937. Son poemas que hablan de la naturaleza y del paso de las estaciones. Uno de ellos se titula “Sonnet to Xlendi Bay, Gozo”. Empiezo a leer: The bay still woos me with its charming face! The vales, the hills, and cliffs are clear and bright, The breezes roll away the shades of night, And gentle tides the bulging reef embrace. Luego alzo la vista y vuelvo a mirar el paisaje. Si Scicluna levantara la cabeza…

En Gozo los fantasmas gozan de buena salud. Según parece, cada caserón tiene el suyo, sobre todo de damas dolientes y desventuradas.

Cerca de la bahía de Dwejra, en la isla de Gozo, se encuentra la llamada “Roca de los Hongos”, donde antaño crecía una especie de seta que se consideraba eficaz contra la disentería y otras dolencias. Los caballeros de la Religión hicieron de su cosecha monopolio, lo que les granjeó pingües beneficios. Ahora, esquilmada desde hace tiempo, la roca no es más que un pedrusco sin importancia, de los muchos que festonean la costa gozitana.

El maltés es una lengua semítica, de origen púnico y árabe, con elementos italianos, españoles y franceses. Es difícil entender algo. De cara al turista, los malteses suelen hablar el maltinglés, que es el maltés traducido al inglés con un deje italiano y resabios arabizantes.

Las Islas Maltesas tienen de todo en abundancia, excepto agua y sentido del humor. (Joseph H. Abela, Malta and Gozo explained to extraterrestrials and other aliens, 1996).

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Cuenta la leyenda que cuando San Pablo, camino de Roma, naufragó en las costas de Malta, no solo maldijo a las serpientes que infestaban la isla, sino que las desposeyó de su dañino poder transformando su lengua en piedra alexifármaca, es decir, en antídoto contra veneno. De aquí las glosopetras que tanto abundan en la isla, también llamadas Linguae Melitenses y Lapillus Sancti Pauli. Otra versión de la leyenda nos la da Pompeyo Colonna en su Histoire naturelle de l’Univers (1734), quien dice que San Pablo execró a las serpientes después de haber sido mordido por una de ellas. Como consecuencia, el país dejó de producir semejantes bestias y la naturaleza “pour se divertir” comenzó a criar gran número de lenguas pétreas. Reischius reproduce dos informes malteses de 1654 en los que –“permissu superiorum”- certifican la veracidad de lo dicho por Colonna, así como los poderes sanadores de las “piedras de San Pablo”. Pero las famosas glosopetras de Malta, como bien barruntara un siglo antes el naturalista suizo Conrad Gesner, en De rerum Fossilium, Lapidum et Gemmarum maxime figuris et simmilitudinibus Liber (1565), son en realidad, para desengaño de crédulos, dientes de tiburón fosilizados.

Esta especie de pícaro alastriste que fue el capitán Alonso de Contreras recaló en Malta repetidas veces a principios del siglo XVII. En su libro Discurso de mi vida narra Contreras que, en cierta ocasión, frente al cabo Silidonia, tuvieron un encontronazo el galeón en el que viajaba y un bizarro caramuzal turco, con cargamento de jabón de Chipre. El galeón embistió al caramuzal y los turcos se echaron en la barca a tierra para salvar la libertad. Ordenó entonces el capitán del galeón que fueran tras ellos, con ofrecimiento de diez escudos por cada esclavo. Contreras fue uno de los soldados que saltaron a tierra en persecución de los turcos. Sigue el relato de Contreras: “Llevaba mi espada y una rodela y sin pelo de barba. Embósqueme en el pinar y topéme con un turco como un filisteo, con una pica en la mano y en ella enarbolada una bandera naranjada y blanca. Llamando a los demás yo enderecé con él y le dije “Sentabajo, perro”. El turco me miró y rió diciéndome “Bremaneur casaca cocomiz”, que quiere decir “Putillo que te hiede el culo como un perro muerto”. Yo me emperré y embracé la rodela y enderecé con él, con que ganándole la punta de la pica le di una estocada en el pecho que di con él en tierra y quitando la bandera de la pica me la ceñí”.

Sahha, Malta

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