Tabla de Contenido La Princesa Comprada del Jeque Capítulo Uno Capítulo Dos Capítulo Tres Capítulo Cuatro Capítulo Cinco Capítulo Seis Capítulo Siete Capítulo Ocho Capítulo Nueve Capítulo Diez Capítulo Once Capítulo Doce Capítulo Trece Capítulo Catorce Capítulo Quince Capítulo Dieciséis Capítulo Diecisiete Capítulo Dieciocho Capítulo Diecinueve Epílogo OTRA HISTORIA QUE PUEDES DISFRUTAR La Prometida del Jeque Capítulo Uno Capítulo Dos Capítulo Tres Capítulo Cuatro Capítulo Cinco Capítulo Seis
Capítulo Siete Capítulo Ocho Capítulo Nueve Capítulo Diez Capítulo Once Capítulo Doce Epílogo
La Princesa Comprada del Jeque Por Sophia Lynn Todos los Derechos Reservados. Copyright 2016 Sophia Lynn.
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Capítulo Uno El eco de la canción de Emily se apagó solo para encontrarse con el aplauso entusiasta del público de la cafetería. No había mucha gente, pensó con una sonrisa, pero era mejor que el mes pasado y era mucho mejor que lo que había habido el año anterior. Ella estaba mejorando, su presencia escénica estaba mejorando y, sobre todo, las cosas estaban mejorando. Bajó saltando del pequeño escenario para recoger sus propinas, sonriendo a las personas a las que les había gustado su puesta en escena y evitando a los hombres que creía que quizá querrían tener un poco más. Emily Dorne era una mujer bajita, pero a ella le gustaba pensar que caminaba con la cabeza alta. Su madre siempre le decía que no era más larga que un minuto, y aunque era cierto que apenas medía un metro cincuenta de estatura, su esponjoso y corto cabello rubio y sus ojos casi negros hacían de ella una mujer sorprendente, incluso en Nueva York. “¿De dónde podría sacar alguien un aspecto como el tuyo?” le preguntó una vez un borracho en Times Square. “Supongo que de las hadas,” replicó ella mientras le esquivaba. Era cierto, de alguna manera. Nunca se había parecido mucho a nadie de su familia, y cuando tenía diecisiete años, había recogido sus cosas y escapado de casa. Ahora, cinco años después, la pequeña cambiada por las hadas estaba comenzando a prosperar realmente. Ahora mismo, sin embargo, no estaba pensando en nada de eso. Pensaba en cuantas propinas estaba obteniendo, repartiendo tarjetas para explicar dónde comprar su música online y tratando de imaginarse si el hombre que quería grabarle un disco era legal o era un timo.
Decidió que era un timo cuando le dio una dirección residencial en Bed-Stuy1 como emplazamiento de su estudio. Emily le presentó sus excusas, presentó al próximo músico y se deslizó hacia la puerta. “Hey, ¿quieres llevarte algunas sobras contigo?” preguntó Josh, que trabajaba tras el mostrador. “Me encantaría,” dijo ella con una sonrisa. Él retuvo la bolsa de bollería, ligeramente dura pero perfectamente comestible, manteniéndola sujeta durante un momento. “Si estuvieras interesada, hay una pandilla portándose mal en Manhattan…” “No lo estoy,” dijo secamente. “Si este es el precio por los bollos…” Para reconocerle el mérito, Josh pareció avergonzado, dándole inmediatamente la bolsa. “Oh, diablos, sal de aquí,” murmuró. “Tienes demasiada buena opinión de ti, muchacha.” “Si no la tengo yo, nadie más lo hará,” dijo ella, y desapareció. Probablemente debería mantenerle vigilado, pensó, saliendo a la cálida noche otoñal. Ha estado muy insistente últimamente… Sin embargo, era difícil pensar en amenazas y baristas gilipollas cuando la noche era tan maravillosa. La calle estaba más vacía de lo que debería haber estado. La mayoría de la gente que había salido a dar una vuelta durante el día habían regresado ya a sus casas, mientras que las pandillas de borrachos aún no se habían puesto en marcha. Había un agradable paseo de vuelta hasta su apartamento, con su bolsa del concierto colgada de su hombro y una bolsa de comida en la mano. Realmente había tenido días bastante peores.
De hecho, sonaba como si la mujer del callejón estuviera teniendo uno de esos días bastante peores. Emily se detuvo un momento. La mujer estaba llorando, un lamento fuerte e histérico que hizo que a Emily se le erizara el pelo de la nuca. El resto de los escasos transeúntes la ignoraron y realmente no los culpaba. En Nueva York había tal multitud, estaba tan densamente poblada que, si no aprendías a rodearte de un muro alto que te aislara de las otras personas de la calle, podías sentirte superado con mucha facilidad. Por supuesto, eso no era cómodo para nadie que estuviera llorando de esa forma. Emily casi continuó su camino. Había tenido una noche tan buena, y estaba tan hambrienta. Entonces la golpeó el recuerdo de estar igual de asustada y de descompuesta en una de sus primeras noches en la ciudad, y finalmente, no supuso una elección real. Entró en el callejón con precaución, acercándose a la mujer que estaba desplomada contra la pared con las manos tapándole la cara. “¿Perdone? Perdone, señorita, ¿qué le ocurre? ¿Está usted bien?” La mujer era alta y delgada, sus ropas estaban andrajosas y ligeramente rasgadas. Emily se preguntó si la habrían atacado y su instinto de protección afloró. “¿Puede oírme? ¿Puede entenderme?” preguntó ella amablemente, acercándose. Los hombros de la mujer solo se agitaron con más fuerza. Sus sollozos se hicieron más fuertes. Emily se mordió el labio. No había mucha ayuda que ella pudiera ofrecer sobrepasado cierto punto. Decidió intentarlo una vez más. “Perdone, señorita, pero…” Ella tocó amablemente el codo de la mujer y la mujer miró hacia arriba. La primera cosa de la que Emily se dio cuenta de que la mujer no había estado llorando en ningún momento. Su cara estaba completamente calmada cuando se estiró y
cogió la muñeca de Emily con un violento apretón. “¡Qué demonios…!” La exclamación de sorpresa de Emily se vio cortada por alguien que la agarró por detrás, una mano agarrándola para mantenerla quieta y otra que le acercó un trapo maloliente a la cara. Muerta de miedo, Emily aspiró profundamente para gritar, llenando sus pulmones con vapores punzantes. Su cuerpo entero se volvió pesado e indefenso. No podía pensar, pero todavía se daba cuenta de que dos personas la estaban bajando hasta el suelo. Oyó el ruido de su bolsa de conciertos, que contenía su adorada guitarra, golpeando contra el suelo y después, haciendo que su corazón se parara, la madera haciéndose astillas. Emily debería haber estado aterrorizada, fuera de sí. Debería haber estado furiosa con sus atacantes, temerosa de lo que pudieran hacerle después, pero en su cabeza en todo lo que podía pensar era en su guitarra y en qué cruel había sido que se rompiera. *** Adnan al-Mahsi levantó la mirada de su trabajo cuando el esbelto hombre vestido de negro entró en su oficina. En el rascacielos más alto de Nahr, las plantas altas eran exclusivas para el uso del jeque y sus empresas. El número de personas que tenían acceso a ellas era estrictamente limitado y muy pocos podían recorrer al camino hacia el despacho privado y el apartamento del ático de Adnan. Este hombre era uno de ellos. “Roja,” dijo él con una sonrisa, rodeando su escritorio para saludarle. “No me han dicho que venías.” La sonrisa del hombre fue como un cuchillo afilado. “No lo sabían. Tu seguridad es inquietantemente negligente, viejo amigo. Es casi como si tus leales súbditos quisieran que te asesinen.”
“¿Eres tú el que va a cometer el asesinato?” preguntó Adnan, con un ligero destello en sus ojos oscuros. “Si es así, realmente no estoy muy preocupado.” “Aun así deberías estar en guardia…” Las últimas palabras apenas habían salido de la boca de Roja antes de lanzarse por la habitación, con la mano vacía pero dirigida directamente contra la garganta de Adnan. O al menos, se dirigía directamente hacia donde la garganta de Adnan había estado antes de que Adnan se hubiera agachado y esquivado, sujetando la mano de su amigo y empujándole de forma que perdió el equilibrio. Roja juró mientras Adnan lo arrastraba hacia atrás, clavando su brazo detrás de su espalda y empujándole de nuevo contra la pared. “¿Te quedas satisfecho con mi seguridad?” preguntó Adnan con una sonrisa. Roja hizo un sonido de satisfacción de mala gana cuando el jeque le dejó ir. “Supongo que debo estarlo”, dijo encogiéndose de hombros, “Si tu gente no puede defenderte, al menos puedo estar contento de que tus reflejos sean todavía buenos, si bien no tan agudos como fueron una vez.” “Hoy en día, culpo de ese asunto a tenerme que dedicar por completo a cumplir con mis obligaciones de jeque, en lugar de poder jugar a los espías contigo y los demás,” dijo Adnan, volviendo a su silla. “¿Realmente necesitas algo o solo has venido para comprobar mis defensas?” Había esperado una broma ligera o quizá algún pequeño favor o algo parecido. Roja era el jefe del servicio secreto de Nahr, un hombre en el que Adnan confiaba totalmente. Habitualmente operaba de forma autónoma, y estaba más allá de los reproches, pero a veces, cuando las cosas se complicaban especialmente, acudía a hablar con Adnan. Hoy, sin embargo, los ojos de Roja eran tan oscuros como diamantes negros, igual
de duros y brillantes. Se sentó en la silla frente a la de Adnan y no había nada alegre o entretenido en él en esos momentos. “He venido a pedirte un favor,” dijo. “Él ha vuelto.” Por un momento, Adnan no tuvo ni idea de qué le estaba hablando. El trabajo de Roja le hacía perseguir a algunos de los hombres más poderosos y malvados de la península arábiga. Una vez también había sido el trabajo de Adnan, pero cuando su padre murió, fue llamado a servir a su país de otra forma: gobernándolo. “Él…te refieres a el Jabalí.” Roja asintió secamente, con los ojos negros fijos en los de Adnan. “Eso es. Finalmente ha resurgido y de nuevo ha vuelto a sus antiguos trucos. Esta vez…esta vez, no dejaré que se me escape entre los dedos, y necesito tu ayuda.” Adnan asintió inmediatamente. “Lo que quieras y más,” prometió. “Dime de qué se trata.” Roja se relajó ligeramente, pero Adnan podía ver que estaba impaciente por empezar la operación, “Mis informantes me han hecho saber que ha aparecido en Mirago y que su operación es mayor que nunca. Ha roto su vieja regla de no dejar que se le vea la cara, lo hace cuando el premio es lo bastante grande. “ Roja hizo una pausa y Adnan se dio cuenta de lo que su amigo le estaba pidiendo que hiciera. “Él aparecería… ¿si quizá el premio fuera un jeque que quisiera ver su mercancía?” Roja asintió de nuevo bruscamente. “Sí. Entiendo que supone un riesgo para ti. Necesitarías estar implicado. Estarías en peligro…”
“Creo que el tiempo que he estado lejos de los juegos secretos ha nublado tu memoria,” dijo Adnan, levantándose. “Por supuesto que te ayudaré. Solo hazme saber cuándo empezaremos.” A Roja, un hombre poco dado a la emoción, pareció por un momento que se le iban a llenar sus ojos de lágrimas. “Pronto,” dijo él, poniéndose de pie. “Muy pronto. Te lo haré saber tan pronto como pueda. Gracias, jeque.” Adnan rodeó su mesa para darle un apretón a su amigo en el brazo. “No necesitas agradecérmelo ni llamarme jeque,” dijo cálidamente. “Soy tu amigo… y quizá, después de todo este tiempo, tu hermana pueda descansar tranquila.” Roja tomó la mano de Adnan, el apretón de un amigo y camarada. “Tal vez.” Cuando él se fue, Adnan reflexionó sobre la operación venidera. Se sentía un poco culpable por estar tan ansioso por abandonar sus deberes como jeque para jugar a juegos secretos, los juegos de espionaje y batalla en los que había sido tan bueno apenas dos años antes. No podía negar, sin embargo, que le proporcionaba la excitación que había ansiado sentir durante más de dos años. Todo irá bien, pensó, volviéndose para mirar el horizonte de Nahr por sus ventanales. Por supuesto que todo irá bien. Nahr era su ciudad, su patria, pero no era estúpido como para ignorar el hecho de que había algo oscuro que se cernía sobre ella. Mirago, una ciudad sin ley cercana al pie de las montañas, era una de las caras de la oscuridad. Sólo había ido una o dos veces, pero sabía qué era un lugar muy peligroso. Debería estar sopesando la seriedad del empeño, pensando sobre lo que significaba estar en peligro. Pero en lugar de ello, solo podía sentir una creciente excitación en su
interior. 1 N. de la T.: Bed-Stuy es un barrio del distrito de Brooklyn, en Nueva York.
Capítulo Dos Emily se despertó gradualmente y cada grado era desagradable. Primero fue consciente del terrible dolor de sus hombros y después se dio cuenta de que la boca le sabía fatal. Mientras se iba arrastrando hacia la consciencia, se dio cuenta sobresaltada de que estaba tumbada sobre su costado con las manos atadas delante de ella. “¿Qué…?” Ella se levantó de golpe hasta quedar sentada, haciendo que su cabeza diera vueltas. Cuando la sensación de mareo hubo pasado, Emily miró alrededor, confundida. Tenía el recuerdo de haber sido atrapada en una calle de Nueva York. Ahora se despertaba en lo que parecía un sótano. Una bombilla desnuda iluminaba el cuarto, no dejándole concebir ninguna ilusión en absoluto respecto al sitio al que había ido a parar. Aparte de un desagüe en mitad del suelo, no podía ver nada más que hormigón, lo que explicaba por qué estaba tan dolorida. Justo cuando se dio cuenta de que había una cámara de seguridad colocada en lo alto de una esquina de la pared, la puerta que había al otro lado de la habitación se abrió y entró una mujer. Fue un extraño choque para Emily que la mujer estuviera vestida con normalidad, con una femenina falda larga y una camisa ligera. Tendría unos cinco años más que los veintidós de Emily y había algo que era al mismo tiempo maternal y triste en su actitud. En sus brazos, llevaba una gran caja. “No sé dónde…” “Cállate ahora,” dijo la mujer con voz suave, poniendo la caja en el suelo y yendo a sentarse en el duro suelo cerca de Emily. La boca de Emily permaneció cerrada y miró a la mujer cautelosamente. La mujer asintió aprobando la rápida obediencia de Emily. “Bien,” dijo la mujer. “Podrías durar hasta que lleguemos a Mirago después de
todo.” “¿Puedo preguntar…?” “No puedes,” contestó la mujer lúgubremente. “Preguntas… saber mucho, esa es la forma de terminar muerta y enterrada en las arenas movedizas. Les ha pasado a otras como tú.” El corazón de Emily latió más rápido ¿Qué demonios le había ocurrido? “Soy Oma,” continuó la mujer. “Mi trabajo ese estar segura de que estás presentable, pero créeme cuando te digo que quiero lo mejor para ti. Quiero que sobrevivas y, si haces exactamente lo que te digo, podrás hacerlo. ¿Lo has entendido?” Algo en esta mujer le dijo a Emily que confiara en ella. De todas formas, atada y encerrada en un cuarto de hormigón, tenía poco donde elegir. Asintió. “Estás callada, eso es bueno. El silencio es obediencia y eso es lo que les gusta a los hombres por aquí” ¿Hombres? “Cualquiera que sea la vida que has llevado anteriormente, debes olvidarla. Como dice un refrán de las abuelas en mi país, “el pasado de una mujer es dolor y su futuro son problemas. Sólo aquí y ahora podemos tener un poco de alegría.” Quizá haya algo de alegría para ti, pero antes… antes hay esto.” “¿Que me ha pasado?” preguntó Emily con la voz tan baja como pudo. Mantenía la cabeza inclinada de forma que la cámara no pudiera captar el movimiento de sus labios y Oma asintió en señal de aprobación. “Lo has entendido,” dijo amargamente. “Has sido secuestrada por tu buena apariencia y tu juventud, y vas a ser vendida al mejor postor cuando lleguemos a Mirago dentro de unos días.”
“¿Vendida?” su voz no sonó más que su respiración, y podía sentir el pánico atenazando su garganta. Esto no era real. No era posible que fuera real. Esto era algo que pasaba en las películas, no podía pasarle a alguien como ella. “Sí,” dijo Oma. “Vendida. Eres un gran premio para el Jabalí y conseguirá mucho dinero por ti. Sin embargo, no pienses que eso te protegerá. Si eres desobediente, si haces algo para avergonzarle o para estropear tu valor… desaparecerás como muchas otras chicas antes que tú.” “Entonces, o soy una esclava o moriré,” dijo Emily, todavía incrédula. “Mejor piensa en ello como estar viva o estar muerta,” replicó Oma. “Después de todo, donde hay vida hay esperanza. Ahora mismo, muchacha, quiero que elijas. ¿Vivir o morir?” “Vivir,” dijo Emily, con algo de fuerza volviendo a su voz. Tenía que sobrevivir, sin importar cómo. Ya había tenido hambre y había estado en peligro antes. Podría sobrevivir a esto. Oma sonrió, lo que la transformó en una belleza. De repente Emily se preguntó quién era esta mujer, por qué estaba allí. Sin embargo, antes de que pudiera preguntar, Oma se estiró y cortó sus ligaduras. Sus manos hormiguearon cuando la sangre volvió a circular por ellas, pero estaba tan agradecida por volver a tener las manos libres que podría haber llorado. “Bien. Recuerda que sobrevivir no siempre es sencillo. No tienes permitidas las cosas que la gente libre si puede hacer. No tienes dignidad. Nada te pertenece, ni siquiera tu cuerpo. Ahora, tienes que quitarte la ropa.” Emily había pensado que estaba preparada para cualquier cosa, pero su cerebro se cortocircuitó ante las calmadas palabras de Oma.
“¿Qué…?” La mano de Oma arremetió y la abofeteó en la mejilla. Ella sofocó un aullido y se giró hacia la mujer más mayor, sobresaltada por la traición. “La primera lección es cumplir las órdenes sin preguntas,” respondió Oma. “Esa bofetada es el tratamiento más amable que vas a recibir. Si hubieras desafiado a tu amo de esa forma, podría haberte sacado fuera y haberte azotado con un látigo hasta que tu sangre hubiera corrido por la arena. ¿Lo entiendes?” “Sí,” suspiró Emily. La magnitud de su situación finalmente la golpeó. Se cubrió la boca para contener los gritos que luchaban por escaparse. “Entonces, quítate la ropa.” Mordiéndose el labio con tanta fuerza que le extrañó que no sangrara, Emily se puso de pie lentamente. Oma la miraba con ojos oscuros y tristes, pero no le presto ningún apoyo. Tenía que hacer esto por sí misma. Lentamente, se despojó de su ropa, tratando de mantener la mente apartada de la terrible realidad de lo que estaba haciendo. Es como si me estuviera cambiando en el gimnasio, se dijo a sí misma. Solo es como un grupo de personas preparándose para ducharse después de un partido, o de nadar o de hacer algo de ejercicio. Eso ayudó un poco. Sus ropas estaban arrugadas y asquerosas, pero cuando finalmente se las quitó, nunca se había sentido más desnuda. Empezó a preguntar a Oma qué tenía que hacer a continuación, pero la otra mujer también se puso de pie. “Gírate hacia la cámara,” dijo. “Baja las manos.” Con un suave grito y los ojos fuertemente cerrados, Emily hizo lo que Oma le decía. De repente, podía sentir cientos de ojos sobre ella, recorriéndola como si fueran insectos.
Le pareció que pasaba una eternidad hasta que Oma volvió a hablar. “Bien. Túmbate boca arriba.” Emily se preguntó si estaba en estado de shock. Era como si los pasados minutos hubieran sido demasiado y ahora fuera una muñeca que solo se movía si se lo decían. Todo lo sentía como si estuviera lejos, incluso cuando Oma abrió sus piernas, tocándola de forma amable pero firme. “¿Eres virgen?” Una ola de calor invadió su cuerpo. “Sí.” Cuando Oma comenzó a tocarla de forma más invasiva, Emily solo gimió y giró la cabeza. “No veo ninguna prueba de lo contrario. Eso es bueno para ti. Puedes sentarte.” “¿Por qué es bueno?” preguntó Emily débilmente, encogiéndose sobre si misma. “Porque eso significa que alcanzarás un precio mucho más alto,” replicó Oma, su voz brutalmente práctica. “Eso significa que en nuestro viaje a Mirago, estarás a salvo.” Emily se dio cuenta de que ahora esa era su vida. No era más que lo que valía para sus amos. No era más que un trozo de carne a la venta. “¿Qué va a pasar ahora?” preguntó Emily mientras Oma abría la caja. “Ahora vas a lavarte y a ponerte esta ropa. Ya has pasado lo peor por el momento. Tenemos unos días antes de irnos a Mirago, y para ese momento, te enseñaré lo que necesitas saber.” En la caja había una pequeña palangana y un jarro de agua para que ella se lavara, además de un montón de tela que parecían más bufandas de encaje que ropas. Antes de cogerlas, Emily miró a la otra mujer.
“¿Has ayudado así a muchas chicas?” Oma asintió, y un mundo de dolor apareció en sus ojos. “¿Por qué? ¿Por qué lo haces?” Oma se tomó tiempo para responder. “Porque desearía que alguien hubiera hecho lo mismo por mí,” dijo Oma tranquilamente, y Emily supo, más allá de toda sombra de duda, que no tenía esperanzas de huir, al menos por ahora. “Está bien,” dijo suavemente. “Está bien.” Dubitativa, alargó una mano para tocar la de Oma y Oma se la apretó ligeramente antes de soltarla. “Ven. Vamos a lavarte. Hay más cosas importantes que tienes que aprender.”
Capítulo Tres Adnan planificó cuidadosamente su llegada a Mirago. La ciudad fronteriza estaba expandiéndose de forma descontrolada, un refugio del pecado y la iniquidad donde todas las perversiones podían ser satisfechas. Convocaba a gente procedente de todo el mundo entre los ricos y famosos, los poderosos, la élite. Hizo el propósito de eliminar cualquier cosa que pudiera identificarle como el jeque de Nahr, pero sacó las prendas más caras de su armario y el más caro de los deportivos de su colección. Cuando se miró en el espejo, tuvo que sonreír abiertamente. Adnan era un hombre grande, y coronaba su metro ochenta de estatura su cabello oscuro, muy corto. Con su piel oscura y sus ojos casi negros, había algo intimidante en torno a él, pero ahora mismo, vestido con sus ropas bien cortadas, no parecía nada más que un hombre rico que salía a divertirse. Sin embargo, nunca en su vida había estado más serio. “Bueno, ¿qué parezco?” preguntó a Roja, que vestía de negro, como habitualmente. “Un hombre rico que quiere que otros sepan que lo es,” respondió Roja. “¿Tienes el itinerario?” “Memorizado,” dijo Adnan. “Haremos el circuito y, con suerte en ese tiempo, alguien avisará a el Jabalí de que hay un cliente potencial para él.” “Sí. Ver su mercancía, aparentar estar insatisfecho, salir. Después de eso, podremos cogerle.” El plan era bastante simple. El riesgo para sí mismo no era muy alto en general, pero Adnan no podía evitar que su corazón latiera un poco más rápido cuando salió a la cálida noche con sus guardaespaldas a su lado. Podía cuidar de sí mismo con bastante
facilidad, pero esa noche necesitaba mostrar a la ciudad que era un hombre con recursos, uno que necesitaba guardaespaldas. Mientras recorría la ciudad, se encontró deseando poder tomar una o dos copas. Mirago funcionaba al margen de la ley y la ciudad se revolcaba en una desesperación que le ponía enfermo. Vio a hombres golpeándose entre sí hasta sangrar por dinero; vio mujeres mirándole con ojos sin brillo, desprovistos de esperanza. Era un lugar diabólico y él deseó de nuevo, por encima de todo, poder borrarlo del mapa. No obstante, si esta misión tenía éxito, al menos habría una victoria que celebrar, así que decidió mantener su mente en el momento presente. Solo hizo un par de paradas antes de que un hombre flaco avanzara furtivamente hacia él, con un gesto obsequioso en el rostro. “Creo que es usted un hombre que conoce la calidad,” dijo el hombre, con un lloriqueo chillón. “Me gusta pensar que lo soy,” dijo Adnan, aunque instintivamente quiso pegar al hombre. Tenía ese tipo de cara. “¿En qué clase de calidad cree que estoy interesado?” El hombre hizo un gesto con sus manos que dejaba muy poco a la imaginación, y Adnan se permitió a si mismo hacer una mueca. Era muy fácil. “No soy un hombre que quiera rebajarse a la altura de la basura por una noche,” bufó él. “Creo que me merezco más que eso.” Hizo ademán de continuar su camino, pero el hombre flaco no le dejó. “Ah, el gran señor desea comprar mejor que alquilar,” dijo con una risita bastante enervante. “Bueno, todo es posible en esta gran ciudad bajo las montañas.” Adnan se encogió de hombros, tamborileando con el dedo sobre su teléfono, impaciente. Cada centímetro de él parecía ese señor mimado y aburrido que ese hombre
suponía que era. Mantuvo la tensión un poco más de tiempo. “Y supongo que crees que tienes algo que yo quiero.” La sonrisa del hombre flaco se volvió más astuta y repugnante que antes. “Podría ser, sí, podría ser, gran señor…” Adnan explotó de la emoción. En solo un segundo, había acortado el espacio entre ellos sujetando con el puño la camisa del hombre. Le levantó con una sola mano hasta que los dedos de los pies del hombre apenas tocaban el suelo, y lo hizo todo manteniendo la cara de aburrimiento. “Si no me dices en diez segundos algo que yo realmente quiera oír, voy a dejar a mis hombres que hagan ejercicio dándote una paliza que te haga pedazos,” dijo, manteniendo la voz superficial. Era difícil hablar de esta manera a un ser humano, incluso a uno que hacía que la piel se le erizara, pero Adnan se preguntó si había una parte de él a la que esto simplemente le gustaba. “Lo haré, lo haré,” dijo el hombre con un chillido. “Oh gran señor, sí que lo haré, solo es que es difícil hablar de estas cosas en público, ¿verdad? Se necesita un poco de discreción.” “Discreción… Habría dudado incluso de que pudieras pronunciar la palabra si no lo hubieras hecho ahora mismo.” Adnan dejó caer al hombre descuidadamente, buscando en su bolsillo un pañuelo para limpiarse las manos. “Está bien. ¿Dónde puedo encontrar la mercancía que me estás prometiendo?” El hombre estaba sacudiendo la cabeza. “No, no, se la traeremos nosotros, al menos, lo haremos así la primera vez,” dijo él. “Después, si el gran señor quiere otra…”
Adnan entornó los ojos. “Eso me parece una estafa como no he oído antes.” “Es solo la forma en la que el Jabalí hace negocios,” dijo el hombre flaco, encogiéndose de hombros. La primera vez, lo había dicho de forma que había conseguido que Adnan le creyera y, para sus adentros, el jeque blasfemó. El plan había sido encontrarse en la posición de seguir a un contacto hasta dónde quiera que el Jabalí tuviera su escondite, pero la precaución de encontrarse en un lugar elegido por Adnan daba al traste con sus planes. “De acuerdo,” dijo él, como si no le importara en absoluto. “Habla con mi guardaespaldas. Te dirá dónde nos hospedamos. Estoy disponible esta noche. Si no puedes proporcionarme algo interesante para entonces, no estoy interesado.” El hombre flaco fue todo sonrisas de repente y mientras se dirigía, inclinándose, a hablar con un guardaespaldas Adnan pudo sentir como se le revolvía el estómago. ¿Qué diablos estaba ocurriendo? ¿Cómo podía la gente decidir que otras personas les pertenecían? Incluso cuando se hacía esa pregunta a si mismo, sabía la respuesta demasiado bien. La gente hacía esto porque sabían que podían salirse con la suya. Él tendría que interpretar su papel o terminar completamente con la operación. Cuando pensaba en la venganza de Roja, sabía que tenía que quedarse. Solo esperaba que todo terminara pronto. *** “Espero que esto termine pronto,” dijo Emily, tragando con dificultad. Oma tarareó mientras daba el toque final al maquillaje de Emily. “Es mejor esperar que encontrarás un puerto seguro,” corrigió. “La muerte es un
final, después de todo.” A lo largo de los últimos días Emily se había dado cuenta de qué afortunada era de tener a Oma. Cuando llegaron al lugar donde otra media docena de chicas estaban retenidas, estaba claro que sus captores no habían sido ni de cerca tan cuidadosos con ellas. Ellas lloraban, se mecían a sí mismas con estupor y no podían creer que les había pasado a ellas. Emily nunca se habría llamado a si misma feliz, pero al menos estaba tristemente decidida a hacer lo que tenía que hacerse. Habían esperado varios días en aquel oscuro lugar, y finalmente había bajado uno de los hombres armados y enmascarados. Tras una rápida conversación con Oma, las metió a ella y a Oma en un coche y las llevaron a una habitación de hotel. Los nervios de Emily estaban agotados por la vigilancia constante, pero Oma le dijo que se calmara. “Aquí será donde te pruebes a ti misma,” dijo ella. “Si consigues una buena venta, puedes verte libre de estos monstruos.” Emily podía haber bufado. Libre de estos monstruos y con alguien que estaba deseando gastar dinero para poseer a una mujer. No conseguía ver cómo podía ser mejor. No obstante, estaba aprendiendo a mantener sus observaciones mordaces para sí misma. En su lugar, había decidido ser observadora e inteligente. En cualquier momento podría tener una oportunidad de escapar, y cuando se presentara, tenía que estar lista. Oma cerró la caja de maquillaje con un chasquido final. “Bueno, ya estás lista.” Emily se había mostrado sorprendida el ver el sencillo vestido blanco de verano que le habían dado para que llevara, junto con unas bailarinas. Con su pelo rubio húmedo y ligeramente rizado y el perfilador de ojos que hacía que sus ojos parecieran enormes, había algo sorprendentemente inocente y dulce en ella. Para sorpresa de Emily, Oma le dio un abrazo. “Esta no es la vida con la que había soñado,” dijo, “pero es una a la que puedes sobrevivir. Sé valiente, ¿de acuerdo?”
“Gracias, Oma,” dijo ella, devolviéndole el abrazo. “Yo…yo lo haré lo mejor que pueda.” Cuando un hombre flaco con cara agria vino a recogerla, su valentía casi desfalleció. Entonces ella recordó las historias de Oma sobre chicas golpeadas hasta que obedecían, y fue con él lo bastante dócilmente. El hombre que la escoltaba hacia el lugar al que iban le parecía que era bastante amargo. Habló bruscamente al conductor y al hombre que estaba con ellos ostensiblemente como guardaespaldas, pero realmente estaba allí para evitar que Emily escapara. Cuando ella no se movió lo bastante rápido, el escolta le pellizcó la carne bajo el brazo, haciéndole gritar un poco. Ella podía sentir un moretón empezando a formarse, uno que probablemente quedaría escondido mientras ella mantuviera el brazo bajado. “Esto es lo que pasa cuando no obedeces lo bastante rápido,” le dijo con desprecio, empujándola a través de la puerta lateral de un hotel de lujo. “¡Ahora muévete!” Lo hizo como él decía, furiosa pero callada. Si tenía una forma de salir de esta situación, pensó que debía ser aquí con él. El espíritu de Emily se apagó un poco cuando se dio cuenta de que el guardaespaldas iba a entrar con ellos. Miró hacia arriba cuando su escolta envió al guardaespaldas a la habitación que tenían asignada. “Tú no,” le dijo él con desprecio. “Tú vas a ir derecha al cliente, y deberías rezar a Alá para que te encuentre aceptable.” Emily esperó el momento propicio mientras subían en el ascensor hacia la planta del “cliente”. Cuando salieron, ella vio una señal de salida a lo lejos, al final del pasillo. Las escaleras. Emily se permitió avanzar un poco por el pasillo antes de tropezar. “¡Ay!” “¿Qué pasa?” gruñó él.
“No lo sé,” dijo ella, con inquietud. “Creo que algo no va bien con mi zapato. Puedo notar que me pincha el pie de alguna forma…” “Vosotras, las chicas americanas, sois unas consentidas,” dijo él burlándose. “Espera a encontrarte con este jeque, te dará algo más por lo que llorar que un zapato.” “En serio, está muy mal, creo que estoy sangrando”, dijo ella con la voz trémula y asustada. Ceñudo, se paró cerca de ella y se agachó para mirarlo. Sin hacer ningún ruido, Emily levantó el pie hacia atrás y le golpeó tan fuerte como pudo. No pudo pegarle en la cabeza, como había planeado, pero le lanzó un fuerte golpe al pecho. Oyó el satisfactorio gemido del hombre al escapársele el aire, y después saltó por encima de él y corrió hacia la salida al final del pasillo. Si tan solo pudiera llegar a la escalera, si consiguiera bajar hasta la calle, si pudiera encontrar un lugar donde la ayudaran… Los pensamientos de Emily volaban, yendo tan rápido que no se dio cuenta de que la puerta se abría delante de ella ni del hombre alto allí parado. Ella le vio en el momento justo en el que chocó con él, todo el peso de ella no consiguió que él retrocediera ni un paso. “¡No!” gritó ella, pero él la agarró del brazo y la sacudió la como si fuera una muñeca mirando por encima de su cabeza al hombre flaco, que se estaba recuperando en el suelo. “He cogido esto que me traías,” dijo el hombre que la sujetaba, arrastrando las palabras. El hombre flaco se levantó, respirando fuerte y tambaleándose hacia ellos. A pesar de su anterior bravuconería, se apartó de él. Tenía una mirada asesina. “Es ella, gran señor…”
“Entonces, ambos, entrad aquí.” El hombre la agarraba por la muñeca con mano de hierro, y a pesar de que trató de apartarse, él ni siquiera lo notó mientras la arrastraba dentro de la lujosa habitación del hotel. El hombre flaco les siguió, todavía mirándola como si pudiera romperle el cuello y no sentir ni una pizca de lástima. “No…” suspiró ella, pero entonces la puerta se cerró detrás de ella con un portazo.
Capítulo Cuatro La mente de Adnan estaba trabajando frenéticamente y, mientras trataba de imaginarse qué hacer, se maldijo a sí mismo. Había un plan. Era un buen plan, lo había estado elaborando con Roja más temprano ese mismo día. “Cuando venga, pretenderé estar a disgusto con la chica. Le diré que no es mala, pero que necesito ver más. Después de eso, podremos ir a su base y entonces podremos sacarlas.” Roja frunció el ceño. “No es ideal,” dijo él, “pero realmente es lo mejor que tenemos. Si rechazas a la chica, pueden pensar que no eres serio, pero es bastante mejor rechazarla que mantener a una espía potencial.” Así era como se suponía que tenía que ir el plan, pero entonces un simple choque y un grito lo habían estropeado todo. Él se había parado en el pasillo y una chica rubia con un vestido blanco se había estrellado contra él. Cuando levantó la vista para mirarle, sus ojos mostraban furia y desesperación y Adnan había sentido que algo en su pecho se retorcía con fuerza. Fuera lo que fuera, no tenía tiempo para considerarlo adecuadamente en ese momento, no cuando al arrastrar a la chica a su habitación, el hombre flaco había entrado detrás de ella. “Mis disculpas, gran señor,” dijo el hombre, tan furioso que incluso su gimoteo habitual había desaparecido de su voz. “Está mal entrenada, es nueva en todo esto, pero le garantizo que es virgen…” “No puedo decir que esté impresionado,” dijo Adnan, arrastrando las palabras y
dejándola ir. La chica le dirigió una furiosa mirada, sus ojos más negros que los fuegos del infierno, pero no trató de huir. En cambio, simplemente se quedó de pie, en silencio, frotándose la muñeca y mirando a su alrededor. “De nuevo, mis disculpas. Ha sido entrenada, pero parece que lo ha olvidado. Puedo hacer que recuerde.” Antes de que Adnan pudiera detenerle, el hombre se acercó a la chica y le cruzó la cara de una bofetada, haciéndola jadear. “Muestra el apropiado respeto hacia los hombres,” siseó, y el corazón de Adnan se retorció cuando la chica cayó al suelo de rodillas. Sabía que no era por accidente que sus rodillas estuvieran bien separadas o que la cara de ella se hubiera vuelto hacía él de manera suplicante. Sin importar cuál fuera su postura, sin embargo, tenía una mirada furiosa que prometía que habría alboroto tan pronto como pudiera encontrar una oportunidad. Aunque no era necesariamente prudente, una parte de él no consiguió dejar de admirar su valentía. “De nuevo, mis sinceras disculpas, mi señor,” dijo el hombre flaco con una profunda reverencia. “Así es como usted debería haberla visto.” “Admitiré que realmente, su aspecto es de mi gusto, pero su comportamiento no lo es,” dijo él informalmente. “¿Qué tipo de operación estás haciendo cuando la mercancía piensa que es un ciervo y que puede ir cuando le apetezca?” “Ha sido un fallo momentáneo y estoy seguro de que bajo la mano de un hombre como usted aprenderá pronto…” “¿Y si yo no tengo interés en enseñarla?” preguntó Adnan. “¿Si hubiera querido algo que me complaciera inmediatamente?”
El hombre flaco se acobardó de manera notable, mirando con los ojos entrecerrados a la chica que estaba en el suelo. A pesar de la gravedad de su situación. Adnan se dio cuenta de que no se inmutaba. Se negó a bajar la mirada y el brillo desafiante en su mirada hizo que le doliera el corazón. ¿Qué clase de dolor tendría que soportar por lo que había pasado esa noche? ¿Habría tenido que soportar otras cosas antes? “Entonces, por supuesto, no necesita quedársela,” dijo el hombre flaco suavemente. “Nunca habríamos insistido que se quedara con alguien tan poco apropiado…” “Estás totalmente en lo cierto sobre eso,” dijo Adnan, tratando de sonar aburrido. “Hasta el momento, no estoy impresionado con lo que tienes para ofrecerme…” El hombre flaco asintió. “Quizá, entonces, al gran señor le gustaría examinar el resto de nuestra mercancía,” dijo el hombre flaco, esperanzado. “Quizá dentro de dos noches…” “Al sitio donde están guardadas,” insistió Adnan. “Deseo ver todo lo que tienes y también ver si hay algo relacionado con vuestro… método de vigilancia que haya permitido este flagrante desafío.” Por fuera, Adnan parecía igual a cualquier otro cliente aburrido. Por dentro, estaba conteniendo la respiración. En este punto era donde el plan avanzaría o se vendría abajo. Aquí era donde Roja podría vengarse o se vería obligado a dejarlo correr… “Por supuesto, gran señor,” dijo el hombre con un suspiro. “Le enviaré un mensaje a su hombre con la ubicación y dentro de dos noches estoy seguro de que encontrará algo que le gustará más. Mientras tanto, déjeme que quite a esta de su vista.” Adnan vio con el rostro endurecido como el hombre tomaba a la chica por el brazo. Podía ver que el modo en el que la sujetaba era doloroso, pero la chica no emitió ningún sonido, solo le miró con un odio indisimulado. No, no era solo odio… había aparecido una desesperación nueva.
“Eres una vergüenza,” siseó el hombre, lo bastante bajo para que él pensara que Adnan no podía oírle. “No nos has traído más que vergüenza con todo lo que hemos hecho por ti. Bueno, aprenderás la lección esta noche. Tenemos hombres que saben cómo hacer daño sin dejar marcas…” Lo que quiera que dijera a continuación, Adnan no podía oírlo, pero la cara de la chica se puso blanca. No puedes ayudarla, trató de decirse a sí mismo. Si las cosas van bien, de todas formas, la salvarás en menos de tres días… Pero eso no quería decir que no tuviera que soportar lo que se le venía encima esa noche. No significaba que no fuera a ser lanzada a los infiernos y, aunque su cuerpo no resultara dañado, su mente y su valiente espíritu quedarían destrozados. “Me la quedo,” dijo Adnan, de mala gana. “Puesto que la has traído hasta aquí todo el camino, y si me dices que las tienes mejores, me la quedaré. Como un gesto de buena voluntad.” El hombre flaco le miró con el ceño fruncido. “Ni el Jabalí ni yo deseamos ofrecerle a un gran señor como usted nada que no sea lo mejor…” “Soy yo el que tiene que decidir, ¿verdad?” dijo Adnan cortante. “Seguramente no me estás diciendo qué tengo que hacer.” “Por supuesto que no, mi señor,” dijo el hombre flaco, todavía dudando. “Por supuesto, no pagaré el precio completo,” dijo Adnan altivamente, y fue esta muestra de codicia humana lo que convenció al hombre flaco de que había vuelto a pisar suelo firme. “Ah, sí, bueno, todavía es una mercancía valiosa…”
“La mitad,” dijo Adnan, y mientras él y el hombre regateaban por la vida y el espíritu de la chica que estaba entre ellos, pensó que nunca había estado tan disgustado con el mundo. Roja estaba en lo cierto. Cuanto antes pudieran detener a el Jabalí y su operación, mejor. Finalmente se pusieron de acuerdo en el precio y su guardaespaldas le dio al hombre el dinero en efectivo. Los ojos de la chica se abrieron de par en par, pero él pudo ver como su ira se cocía a fuego lento. Bien, pensó. Ódiame todo lo que te apetezca. Más pronto que tarde, te sacaremos de esto. Después de su intento de huida fallido, Emily pensó que estaría entumecida durante horas, si no días. Había visto como castigaban a las otras chicas, pero el jefe de los esclavistas que había ido al área donde las tenían retenidas había dicho que tenía que ser tratada lo más amablemente posible. “Su piel es demasiado perfecta para estropearla… a menos que no pueda ser entrenada de ninguna otra forma.” Ahora, más allá de toda duda, había demostrado que era recalcitrante, y Emily sabía que, si hubieran vuelto al recinto, ella habría sido a la que ataran a la caja, a la que le hubieran quitado la ropa y cuya suave carne hubiera sido golpeada… Entonces empezaron a regatear por ella como si fuera un rollo de tela o un barril de miel y su rabia alcanzó su punto de ebullición. El hombre en cuyo cuarto estaban, el “gran señor” que hacía a su secuestrador quejarse y engatusar, era un hombre alto vestido con ropas que valían más que cualquier cosa que ella tuviera. Dos guardaespaldas enormes estaban alerta en segundo plano, pero
en este momento, no estaba segura de por qué los necesitaba. Había podido sentir su auténtica fuerza cuando había chocado contra él. Era un hombre que podía superar a la mayoría de los que pudieran desafiarle y el pensamiento la hizo temblar. Puesto que no podía ponerse de pie para escuchar lo que estaban hablando por encima de su cabeza, se permitió preguntarse quién era el, qué le habría hecho creer que podía comprar y vender a otro ser humano… peor aún, que podía discutir su valor como si se tratara de algún tipo de animal. Ella se sorprendió de ver que él era extremadamente guapo. Era oscuro de una forma que la hacía pensar en una estrella de Hollywood y, bajo esas refinadas ropas, podría afirmar que su estructura era esbelta y musculosa. Sus rasgos quizá eran un poco más severos de lo que la belleza convencional permitiría, pero eso le daba un aspecto más afilado, lo que le confería más autoridad y dignidad. Si no fuera porque estaba regateando por ella como si fuera una especie de animal, podía pensar que era más que guapo. No tan guapo como para no necesitar comprar mujeres, pensó amargamente, pero tenía suficiente experiencia mundana para saber que eso no importaba. Los monstruos pueden ser muy guapos, y podría sobrevivir un poco más si lo recordaba. No, ella se hubiera sentido totalmente fría si no hubiera habido algo extrañamente familiar en torno a él. Había algo en su cara, en la forma en la que estaba de pie, en la cadencia de su voz, que intentaba abrirse paso en su mente, conduciéndola a un momento diferente, pero eso era una estupidez, ¿o no? No había manera de que ella se hubiera encontrado con un hombre como él anteriormente. Emily se obligó a dejar aparte la idea de que conocía a ese hombre; tenía cosas más importantes de las que preocuparse. Necesitaba centrarse en sobrevivir para posteriormente poder escapar. Se dijo que necesitaba olvidarse de las cosas que no fueran vitales para conseguir para esos objetivos.
Cundo se volvió a centrar en la conversación que tenía lugar literalmente sobre su cabeza, se dio cuenta de que los hombres estaban terminando el regateo. El hombre flaco parecía entusiasmado, el señor parecía aburrido, como casi todo el tiempo que ella le había visto. Una parte de ella estaba extrañamente molesta por ello, pero lo dejó pasar. El hombre flaco se giró hacia ella con una mirada cruel. “Vas a pagarme lo que me has hecho,” siseó. “Y este hombre no necesita mantener intacta tu fina piel en absoluto.” Sin una palabra más, se fue. Con un gesto, el señor hizo salir a sus hombres, no era como si los necesitara. Estaba sola con él. Ella se tensó, lista para luchar y arañar, para gritar, en el momento en el que él la tocara. En el fondo de su mente se formaba la idea de que eso era exactamente lo que se suponía que iba a hacer, pero la desechó. “Bueno,” dijo él fríamente. “¿Realmente crees que mereces la pena?” Los hombres con los que había pasado los últimos días apenas habían hablado con ella, y cuando lo habían hecho, había sido para amenazarla. En este momento otra amenaza, sin importarle cómo hubiera sido de horrible o de grotesca, simplemente le hubiera resbalado. Sin embargo, una pregunta era otra cosa, y por un momento, ella se quedó simplemente mirándole. “Soy un ser humano,” dijo, poniéndose de pie y levantando la barbilla. “No tengo precio. Está mal que me tengas retenida.” El echó para atrás una pierna, se apoyó sobre ella y cruzó los brazos sobre su pecho. Incluso en esa postura tan relajada e incluso estando ella lo más derecha que podía, era mucho más alto que ella. Emily se dio cuenta, furiosa, de que él no pensaba en absoluto que ella pudiera suponer una amenaza.
“Tienes una idea muy excesiva de ti misma,” observó él, y ella pudo discutir. “Si piensas que puedes llevar pegado un precio, no importa si muy alto o muy bajo, debes tener una idea muy pobre de ti mismo,” dijo ella fríamente. Para aumentar su enfado, eso solo provocó la risa del hombre. “¿Eres americana?” “Sí,” admitió ella, sorprendida. “Me lo imaginaba. Solo una americana hablaría así.” “Me alegro de que eso te divierta,” espetó ella. “Lo hace. Pero americana o no, estás aquí, has sido comprada y he pagado por ello. En este mundo, eso te hace mía.” Ella ignoró la extraña vocecita que le decía que había peores destinos y peores amos. En lugar de hacerle caso, se quedó mirándole tan desafiante como pudo. No se doblegaría. No se rompería, no importa lo que ocurriera, y más pronto que tarde, se escaparía. “Eso es lo que tú dices,” dijo Emily, manteniendo la voz tan equilibrada como pudo. “¿Y qué vas a hacer conmigo?” “No te voy a hacer daño,” dijo él, pero no había disculpas en su voz. “Pero he pagado por ti, y eso significa que eres mía para hacer lo que yo desee.” Emily abrió la boca para responderle, pero, de repente, de alguna manera, él había cruzado la habitación para pararse delante de ella. Ella se había dado cuenta antes de que él era fuerte; ahora se daba cuenta de que también era rápido, más rápido de lo que ella hubiera soñado. Emily jadeó cuando se encontró empujada hacia sus brazos. Era como un hombre
hecho de acero y no importaba cuanto pudiera haber luchado ella simplemente porque él era demasiado fuerte. Cuando ella miró hacia arriba para verle, alarmada, él utilizó ese movimiento en su beneficio. De repente, la boca de él se abalanzó sobre la de ella, reclamándola en un beso como ella nunca había conocido antes. A Emily la habían besado antes. Por supuesto que sí. Sin embargo, cualquier beso previo palidecía en comparación con este. Los hombres la habían robado besos en fiestas y la habían dejado fría. La habían besado en algunas citas y le había parecido insípido. Esto era completamente diferente. Había pasión en este beso y una corriente subterránea de fuerza y oscuridad que la arrastró. En ese momento, ella no tenía elección. Todo lo que pudo hacer fue permitirse a si mima dejarse llevar por la sensación y la ola de placer que le trajo. Cuando él finalmente apartó su boca, ella miró hacia arriba, más aturdida por un beso de lo que hubiera creído posible. “Así,” dijo él suavemente. “He querido hacerlo desde que te vi.” Sus palabras dejaron a Emily sin habla. Había apartado su mente conscientemente de lo que pasaría con el hombre sin rostro que presumiblemente la compraría. Nunca, en toda su vida, se habría imaginado un beso que dejara sus nervios bailando, que la hiciera sentir como si hubiera un fuego en su interior. Lentamente, él la besó de nuevo y esta vez, ella le dio la bienvenida. Su cuerpo reclamaba las sensaciones que él le había producido y quería más. La boca de él exploraba la suya suavemente, mostrándole nervios que ella nunca había sabido que tenía. Podría haberle dejado besarla así para siempre. Cuando la lengua de él pasó sobre sus labios, ella los abrió y el placer de su lengua acariciando la de ella la hizo sentirse débil. Después del miedo y el estrés de los pasados días, Emily sintió que se elevaba muy alto gracias al placer, que la apartaba de la situación y de lo que significaba. Se sentía
como si estuviera flotando por encima de su cuerpo, pero entonces, cuando sintió la erección de él presionando contra su estómago, se derrumbó. De repente, irrumpió la realidad de lo que estaba pasando y una marea roja de ira la cubrió. Con un gruñido que parecía brotar desde lo más profundo de su interior, cerró los dientes con fuerza. Él la empujó con un grito, pero no antes de que ella pudiera probar la sangre en su boca. “Eres una pequeña desagradecida…” Él se apartó, dejándola ir y dándole el tiempo suficiente para que corriera hacia el dormitorio detrás de ellos. Él la persiguió, pero la sorpresa le dio a ella la ventaja que necesitaba, que fue apenas suficiente. Ella se metió en el dormitorio, cerrando la puerta de golpe delante de él antes de que la alcanzara. Sus dedos alcanzaron la cerradura y la cerró frenéticamente. El cerrojo entró en su sitio con un satisfactorio clic al final y ella sollozó aliviada. Se apartó de la puerta, todavía temiendo que él pudiera atravesarla. Después de un momento, se dio cuenta de que no estaba intentando tirar la puerta, ni golpeándola. De hecho, ni siquiera estaba llamando. “Eso era innecesario,” afirmó él. “Creo que era completamente necesario,” replicó ella. “No te he dado permiso para besarme.” “Diría que, puesto que soy tu dueño, permiso es lo ultimo que necesito,” dijo él. “No obstante, no creo que que sepas exactamente lo que estás haciendo”. “Por supuesto que lo sé,” replicó Emily, pero su única respuesta fue reírse. Cuando ella se dio cuenta de que él no iba a atravesar la puerta, aspiró profundamente y miró a su alrededor en la habitación. Con el corazón encogido, se dio
cuenta de que las ventanas estaban bloqueadas, por seguridad o para impedir una huida como la que ella acababa de intentar. Entró en el baño anexo y se dio cuenta de que allí la ventana estaba instalada de la misma forma. “Oh Dios,” suspiró y de una forma en la que nunca le había pasado antes, la realidad de su situación la hundió. Sin pensar en lo que estaba haciendo, fue a sentarse en la cama. ¿Qué iba a hacer ahora?
Capítulo Cinco Adnan todavía podía sentir el latido de dolor provocado por el mordisco de la chica. Supuso que tendría que estar furioso, pero en cambio, después de todo lo que había pasado, solo quería reírse. No importaba qué le hubiera pasado o lo que hubiera tenido que afrontar, ella todavía tenía espíritu y el fuego de sus ojos hizo que quisiera reclamarla para sí mismo. Después de verificar que estaba tranquila y al menos no se estaba haciendo ningún daño, cogió su teléfono. “Hola, Roja. Las cosas han salido de una forma un poco extraña…” Su amigo le escuchó con una paciencia apenas serena, y él podía imaginar al hombre más bajo sacudiendo la cabeza, fumando cigarrillo tras cigarrillo mientras paseaba por el piso franco. “No confíes en ella,” dijo Roja al final. “No la pierdas de vista.” Adnan frunció el ceño. “Había asumido que simplemente la calmaría y luego la dejaría ir.” “¿Y dejar que la cojan de nuevo? Es una chica americana asustada. No tiene ni idea de cómo desenvolverse en Mirago. Los hombres de el Jabalí, o incluso alguien peor, podrían atraparla de nuevo y entonces, ¿qué?” Maldiciendo suavemente, Adnan tuvo que admitir que su amigo tenía razón. Simplemente no tenían tiempo para poner a la chica a salvo, no realmente. Tenían que mantener la ilusión de que él era alguien que quería tratar con el Jabalí y eso significaba que no dejaría ir a una mujer por la que hubiera pagado. Terminó de hablar con Roja. Estaba solo, con una chica guapa que no quería tener
nada que ver con él encerrada en el dormitorio. No podía explicar el beso. Si hubiera estado pensando con claridad, él mismo tendría que haberla llevado hasta el dormitorio y haberla encerrado dentro. No había motivo para molestarla o asustarla más después de todo, pero había algo en ella, algo que él nunca se había encontrado antes. Se había sentido atraído por ella de una forma que él no podía explicar, como la forma en la que una brújula señala el norte de forma certera. Sabía que simplemente debería dejarla sola. También sabía que no lo iba a hacer. Sacó la llave del dormitorio de su bolsillo y se lo pensó solo un momento. *** Emily nunca pensó que se dormiría. Sin embargo, en algún momento, se había deslizado en la cama, el colchón más tentador de lo que ella hubiera creído posible. En los últimos días había tenido suerte de tener un montón de mantas en el suelo. La cama era sorprendentemente blanda y ridículamente grande. Solo había tenido intención de tumbarse unos pocos minutos, quizá para ordenar sus pensamientos. Pero en vez de eso, en el momento en el que su cansada cabeza se apoyó en la almohada, cayó en un profundo sueño. Mientras dormía, Emily soñó con un lugar oscuro, un laberinto donde parecía como si los monstruos la estuvieran esperando al doblar cada esquina. Podía oírles respirar, oírles reír, oírles hablar sobre lo que querían hacer con mujeres como ella. Cuando consiguió entrever a uno de ellos en un callejón oscuro, extrañamente sintió que su corazón se rompía al darse cuenta de que era una persona como ella. Las voces a su alrededor se hicieron más altas y más cercanas, como si estuvieran alcanzándola. Emily echó a correr, tropezando con arbustos que rasgaban sus ropas y su piel. Pudo sentir
un profundo miedo, el que no se había permitido sentir durante días. Subió desde su estómago a través de su garganta y, durante unos horribles momentos, pensó que iba a estrangularla. Justo cuando estaba convencida de que los monstruos iban a atraparla, se precipitó de cabeza a los brazos de un hombre vestido de oscuro. Ella no podía ver su cara, pero cuando él la envolvió con sus brazos, casi podría haber llorado de alivio. Era cálido y era seguro. Supo en ese momento que nunca había estado tan segura ni tan bien cuidada en su vida. Sabía que tenía que darle las gracias a su protector, pero solo podía enterrar la cabeza en su pecho y llorar muy fuerte. Ella sintió que él se agarrotaba durante un momento, peor después la sujetó incluso con más fuerza, acariciando su corto cabello rubio, murmurando palabras dulces en un idioma que no conocía. De cualquier forma, estaba bien; no necesitaba entender las palabras para saber su significado. Estás a salvo, estás en casa, vas a estar bien… Ella lloró hasta que no pudo llorar más y después cayó en un profundo sueño, en un lugar en el que pudo realmente descansar sin que nada la perturbara. Cuando Emily se despertó, pudo ver la luz de la mañana entrando a través de las ventanas enrejadas. Durante un momento de aturdimiento, solo pudo pensar en lo bonito que era y después, sucedieron dos cosas. Primero, recordó qué le había sucedido. Su secuestro y su venta no habían sido malos sueños y estaba lo más lejos de su casa que había estado en su vida. En segundo lugar, se dio cuenta de que no estaba sola en la cama. Un cuerpo cálido
se apretaba contra su espalda y un pesado brazo descansaba sobre su cintura. ¿Qué diablos…? Ella debió hacer algún tipo de sonido o gemido porque el brazo la sujetó más fuerte, con ademán protector. Cuando se giró para mirar a su compañero de cama, él se despertó con un gruñido. Era el hombre que la había comprado y la miró con una aprobación somnolienta completamente complacida y totalmente masculina. “Así que por fin te has despertado,” dijo y una parte de ella se puso furiosa de oírle hablar como si realmente fueran amantes, como si se despertaran en la misma cama cada día. “¿Qué demonios estás haciendo aquí?” preguntó ella. “Te encerré fuera…” “Las cerraduras tienen llaves,” observó él. “Y voy a puntualizar que esta es mi habitación, que la he comprado y pagado. Por agradable que sea, solo tiene una cama, y desde luego, no iba a dormir en el suelo. “ Sus palabras fueron tan sensatas que, en aquel momento, ella solo tenía ganas de abofetearle. Con un gruñido, ella se levantó de la cama. pero de alguna forma, a lo largo de la noche, la sábana se había enrollado a su alrededor. Eso hizo que se parara de repente y empezara a caer al suelo con un chillido. Se hubiera dado un buen golpe si, desde detrás de ella, él no se hubiera precipitado hacia delante, sujetándola antes de que pudiera tocar el suelo. Dios mío, es rápido, le dio tiempo a pensar antes de ponerse de pie correctamente. Empezó a darle las gracias automáticamente, y entonces miró hacia abajo. Para su sorpresa, él estaba completamente desnudo. “¿Has…has dormido conmigo así?” preguntó ella con la voz chillona, y él se rio. Si no se hubiera estado riendo de ella, hubiera sido una risa bastante agradable.
“Duermo desnudo cada noche,” dijo él encogiéndose de hombros. “No vi ningún motivo para dejar de lado mi costumbre la noche pasada.” “Pero yo estaba en la cama contigo…” dijo ella tímidamente, en voz baja. “Pues menos motivo aún para interrumpir mi costumbre,” dijo él y había amabilidad en sus palabras bajo la broma. Ella volvió por un momento a su sueño de la noche anterior, recordando de pronto la presencia cálida y reconfortante que la había protegido. ¿Habría sido este hombre? “Pareces menos inclinada a morder esta mañana,” observó él, y Emily trató de ocultar su vulnerabilidad encogiéndose de hombros. “No he conseguido nada con ello,” dijo ella, y el asintió. “Esas es una decisión muy sabia,” dijo él. “No soy un hombre peligroso. Para ti no.” Ella inclinó la cabeza para mirarle con ironía. “Podría creerte si te cubrieras un poco…” Encogiéndose de hombros, él cogió la sábana y se la enrolló alrededor de las caderas. Emily estaba ligeramente sorprendida de que haberse cubierto con ese rico tejido solo lo hiciera más guapo. Ahora parecía un desnudo de la Antigua Grecia que hubiera cobrado vida, todo músculo duro y magnifica complexión. “Esta será tu vida durante un breve tiempo,” dijo él. “Puedes luchar y te mantendré encerrada en la habitación o puedes aceptarlo. Tú eliges.” Ella se mordió el labio, dándole vueltas, pero él no había terminado. “Sin embargo,” dijo él mientras su voz se volvía un poco más oscura, “te diré claramente que soy bastante más poderoso y bastante más terrorífico que un simple comerciante de esclavos.”
“¿Me estás amenazando?” preguntó ella, y él sacudió la cabeza. “No, simplemente te estoy diciendo como son las cosas. Haz lo que te digo, y saldrás sana y salva. Eso te lo juro. Haz cualquier otra cosa…” Ella asintió. No quería oír cuál era la alternativa. “Ahora mismo, quiero que vayas al baño y te laves. Después, desayunaremos.” Emily parpadeó. “¿Esas son tus órdenes?” ¿Darme una ducha y luego comer algo?” Él sonrió. “No soy poco razonable por lo general,” dijo él, volviéndose al armario. “Te darás cuenta de que incluso puedo bastante agradable.” “¿Quién eres tú?” Las palabras le salieron como si estuviera maravillada y cuando él se volvió para mirarla especulativamente, tosió para ocultarlo. “Quiero decir, ¿quién eres? ¿Cómo debo llamarte?” “Ah, vale, de momento, soy simplemente Adnan. ¿Y tú eres?” A ella se le ocurrió que podía darle un nombre falso, algo que pudiera interponerse entre los dos. En un sentido que Emily no había creído posible, le pertenecía, tanto como un ser humano puede pertenecer a otro. “Emily,” dijo suavemente, sorprendiéndose a sí misma. Por un momento, él pareció asombrado, pero entonces lo ocultó. ¿Es que no esperaba que ella tuviera nombre? “De acuerdo, Emily. Creo que ya has recibido las órdenes.” Ella se preguntó si era así como empezaba. Él le daría órdenes que a ella no le importaría seguir hasta que estuviera tan acostumbrada a ellas que no le importara lo que él le ordenara. Sin embargo, era duro perderse el encanto del agua caliente después de días de lavarse en una palangana. Le lanzó una última mirada de sospecha antes de entrar en el
baño y cerrar la puerta tras ella. Él debía tener la llave, pero de algún modo, el hecho de poder cerrar la puerta le produjo una especie de sentimiento de seguridad, una especie de privacidad que que había echado de menos dolorosamente. Retiró rápidamente las ropas de su cuerpo, mirándose en el espejo un momento. La parte de ella que todavía pensaba de sí misma que era una niña flaca y mal alimentada que recorría al barrio con ropas baratas estaba totalmente impactada de que él hubiera pagado tanto por ella. Cuando Emily se puso bajo el agua caliente de la ducha, se preguntó qué intenciones tenía él. Lo peor no había ocurrido, pero ¿qué quería un hombre de una mujer por la que había pagado tanto dinero? Realmente no sería que estuviera limpia y servirle el desayuno, pero eso era exactamente lo que él parecía querer. De momento. Cuando terminó de ducharse, no tuvo más opción que volverse a poner sus viejas ropas. El desagrado que le producía sentir el tejido barato fue disipado por los deliciosos aromas que venían del salón. Cuando echo un vistazo, vio a un hombre con uniforme de servicio sacando platos de un carrito y poniéndolos sobre la mesa. Estaba asombrada por cuánto estaba sacando y Adnan―se le hacía extraño acostumbrarse a llamar a su captor por su nombre real―levantó la mirada y la sonrió. “No sabía lo que querías, así que he pedido una selección. Ven y come. Debes estar hambrienta.” Una terca parte de ella quería rechazarlo por rencor, pero entonces su estómago gruñó. La resistencia estaba bien, pero si cuando le llegara la oportunidad estaba demasiado hambrienta para aprovecharla, nunca escaparía. Después de que se fuera el camarero, ella se sentó en el sofá a su lado, muy nerviosa. Él la miró un momento y después sacudió la cabeza. “Ven aquí,” dijo él, tendiéndole el brazo y, llevada más por la curiosidad que por
cualquier otra cosa, ella obedeció. Emily chilló de sorpresa cuando él la levantó para subirla en su regazo, moviéndola como si no pesara nada. Cuando aterrizó en su regazo, lo primero que pensó fue que nunca había tenido una silla más cómoda. Después le miró levantando una ceja. “¿Estás pensando en darme de comer?” preguntó y él sonrió ligeramente. “De donde yo vengo, así es como domesticamos a los halcones,” dijo él. “Cada bocado de comida que toman durante tres meses viene de nuestras manos. Al principio son salvajes, con tendencia a arañar… o a morder. Pero al final de esos tres meses…” “Son los esclavos que quieres que sean,” dijo Emily cortante, pero en lugar de enfadarse, él solo sacudió la cabeza. “No. Al finalizar los tres meses, se dan cuenta de que no les haremos ningún daño. Ellos nos pertenecen, pero nosotros les pertenecemos a ellos, y ha sido así a lo largo de nuestra larga historia.” Por algún motivo, la imagen que se formó en su mente parecía absurdamente adorable. El pájaro salvaje y el hombre paciente, cada uno parte del otro y ambos viviendo y trabajando juntos. “¿Alguna vez has domesticado a un halcón tú mismo?” preguntó ella, su voz extrañamente ronca. Él asintió. “Cuando era un niño, mi tío, que era un famoso halconero, me llevó con él durante seis meses. Él mismo tenía un bonito pájaro, uno que podía arrancar tiras de un hombre que no le gustara pero que podía ronronear y gorjear cuando él le rascaba la cabeza. Me hizo trepar por los barrancos para conseguir un huevo para mí, y después hizo que lo mantuviera junto a mi pecho durante un mes hasta que rompió el cascarón.” “El halcón pensaba que eras su madre.”
“No,” la corrigió él. “El halcón pensaba que yo era el mundo. Cazamos juntos durante casi diez años hasta que murió.” Una parte de ella que había quedado sepultada por todo el dolor y el estrés de los últimos días resurgió ahora y lo único que quería era su guitarra. Quería escribir una canción sobre ello, sobre la caza salvaje de hombre y pájaro, de confianza y de un tipo de amor incontenible que solo termina con la muerte. “Y ahora, pequeño halcón, es hora de que comas.” Emily no había notado que él había estado preparando un pequeño plato de comida mientras hablaba. Estaba tan sorprendida por sus palabras que se comió el pequeño bocado que él la ofrecía. Era huevo con algo picante y un suave queso de cabra, y estaba segura de no hacer probado nada tan bueno en su vida. Su estómago, que había olvidado que llevaba hambrienta días, ahora se despertó y pidió más, y él se sentía feliz de alimentarla, poquito a poquito. Ella estaba contenta de que él fuera despacio, su estómago vacío necesitaba un tiempo extra para acostumbrarse de nuevo a la comida de verdad. Si alguien le hubiera dicho a Emily qué iba a suceder, lo habría encontrado extraño, quizá incluso humillante. En ese momento, sin embargo, sentada en el regazo de Adnan y alimentada con la comida más deliciosa que nunca había probado, no lo encontró extraño en absoluto. Como Oma le había enseñado, solo tenía el momento, las sensaciones y la incontenible sensación de paz y seguridad que sentía. Cuando hubo acabado, Emily descansó la cabeza sobre el hombro de él como si lo llevara haciendo años. “¿Estás bien, Emily?” preguntó él. Su nombre sonaba natural viniendo de él. De repente, se dio cuenta de que nadie se había preocupado por llamarla por su nombre durante días y, por algún motivo, eso hizo que aparecieran lágrimas en sus ojos. “Sí, estoy bien,” dijo ella, luchando con las lágrimas. “O bastante bien, realmente
no, pero al menos estoy caliente y saciada…” Él hizo un suave sonido de simpatía, bajando el tenedor y envolviéndola con sus brazos. Ella se dio cuenta, en el fondo de su mente, de que había sido él quien la había consolado por la noche. Una parte de ella le había reconocido y no podía negarlo. “Esto terminará,” le dijo él, lo que era una extraña promesa para que un hombre le hiciera a la mujer a la que acababa de comprar, pensó ella después. “Te lo juro, esto terminará pronto y estarás a salvo.” “Quiero creerte,” dijo ella con voz suave y cuando le miró a los ojos, pudo ver algo en ellos, una tristeza, una lástima por ella que nunca hubiera esperado. “Puedes,” dijo él. Ella empezó a contestarle, pero de repente su boca estaba allí, animando a la de ella a abrirse en un profundo beso. Si ella hubiera podido pensarlo, habría pensado que era muy valiente por parte del hombre al que ella había mordido salvajemente ni siquiera doce horas antes, pero en ese preciso momento, todo en lo que ella podía pensar era en su propio placer y en la dulzura de su beso. No había nada forzado en el beso. No había nada vulgar o no deseado en él. Todo en lo que ella podía pensar era en los destellos de necesidad que parecían extenderse por su cuerpo como fuegos artificiales. Una necesidad que latía en ella de una forma que no había experimentado antes, de una manera que la hacía gemir de deseo. Cuando él la apartó, dejó sus labios cosquilleando por su caricia. Cuando se lamió los labios, pudo probarle. “Te deseo,” dijo simplemente. Sin pensar en lo que estaba haciendo, Emily le rodeó con sus brazos, acercándole a ella. Esta vez, cuando ella sintió su cuerpo moverse debajo de ella, no pudo evitar que un
suave suspiro escapara de sus labios. Había algo magníficamente auténtico en ello. Este hombre podía hacerle olvidar los problemas y el dolor de los últimos días. Simplemente con una caricia, él podía hacerle olvidar todo. Ese poder la sorprendió, y simplemente se dejó llevar. Como en un extraño destello, se dio cuenta de que ella tenía tanto poder sobre él como él sobre ella, al menos en este juego. Cuando ella presionó suavemente la lengua contra sus labios, pudo sentir las manos de él apretando más sus caderas. La forma en la que se tensó su cuerpo, la forma en la que él tuvo que contenerse para alzarse al encuentro de ella con necesidad la aturdieron. Ella nunca se había sentido menos como una esclava; se sentía como una reina con todos los ojos puestos en ella, con un poder que era suyo por derecho. “Por todas las estrellas del cielo,” gimió él, “¿Tienes idea de lo me estás haciendo, preciosa?” Las palabras enviaron un escalofrío de placer a través de ella, pero era más que eso. También era su tono, la llamada del deseo que parecía hacerse presente entre ellos. “Yo quiero… quiero…” Ella se quedó sin palabras, confundida, y todo en lo que podía pensar era en besarle. Instintivamente, Emily enredó su puño en el oscuro cabello de él, sujetándolo mientras le besaba. Él era solo pura fuerza bajo ella. Podía partirla por la mitad, pero ahora mismo, se sentía indefenso bajo sus manos. La risa de él sonó cansada, aunque sus manos cogían con fuerza sus caderas. “Puedes hacerme exactamente lo que desees,” prometió él y su corazón latió más deprisa. Ella se movió en su regazo y, al hacerlo, sintió su excitación aún más claramente.
Esta vez, no le hizo sentir como un animal acorralado. En lugar de eso, envió un relámpago de puro fuego a través de ella. “¿Todo lo que quiera?” preguntó ella suavemente. “¿Y qué vas a hacer tú?” Él se detuvo. Era un hombre con fuerza. Ella no podía imaginar que renunciara fácilmente. Pero cuando él se encogió de hombros, parecía que no había nada más sencillo en el mundo. “Haré lo que tú desees.” Una parte de ella gritó que debería estar pidiendo su libertad, que debería pedir que la dejara ir, que la enviara a casa, pero justo entonces todo lo que ella quería era la libertad de tocar a ese hombre, de hacerlo jadear, de hacer que sus ojos se desorbitaran con el placer que ella pudiera darle. “Te deseo a ti,” suspiró ella, porque era la cosa más real en la que ella pudo pensar. Ella deseaba a ese hombre. Quería su fuerza, su belleza, su poder. Quería que le hiciera olvidar todo lo que había ocurrido en los últimos días. Cuando Emily miró a los ojos de Adnan, pudo ver como de negros y de profundos eran. Ella se preguntó qué le parecería a él, si él podía ver en ella la necesidad y el miedo que había estado guardando durante lo que parecían años. “Cielo santo, te deseo,” murmuró él. “Más de lo que debería…” De nuevo, Emily se preguntó sobre el extraño sentimiento de ese hombre que la había comprado, pero lo apartó de su mente. Era demasiado pensar en ello ahora. Todo lo que le preocupaba era el guapísimo hombre que la miraba como si tuviera estrellas enredadas en el pelo. Ella se inclinó para besarle, y esta vez, esta vez, pensó que simplemente se lo entregaría todo a él, todo… “Maldita sea.”
Esa fue toda la advertencia que Emily recibió antes de que las manos de él se cerraran en sus caderas, levantándola de su regazo. Ella graznó de una forma muy poco digna cuando él la levantó y la sentó en el sofá a su lado. “¿Cuál es el problema?” Un pensamiento horrible pasó por la mente de ella. “¿He hecho algo mal? ¿Qué…?” “No, no has nada malo…” replicó Adnan pasándose las manos por el pelo. Sólo ese movimiento despertó una necesidad en ella. Ella quería tocar ese pelo, estar seguro de que aún era real. Ahora mismo, él era la única cosa estable de su mundo, y solo de pensarlo se sentía mareada. “Tú,” dijo él, levantándose y apartándose de ella, “estás hecha para tentar a los hombres para el mal.” “¡No puedo evitarlo!” dijo ella sin pensarlo. Tan pronto como lo dijo, se dio cuenta de qué tonto sonaba. Se ruborizó violentamente, pero Adnan solo sonrió. En algún rincón de su mente, ella se dio cuenta de qué dulce era su sonrisa y algo apenas visible hizo que sonara una campana en algún lugar profundo de su memoria. “No, no creo que puedas,” dijo él, y su voz estaba también al borde del arrepentimiento. “Lo eres tal y como ocurre, eres demasiado tentadora y de lejos, pero francamente…no estoy interesado.” Emily sintió como si su mundo hubiera pasado en estampida por debajo de ella. Si no estaba interesado en ella, ¿qué había ocurrido? ¿Debía volver al lugar donde estaban prisioneras las otras chicas? “Entonces, ¿por qué me compraste?” Esa era posiblemente la peor pregunta que una chica podía hacer a su captor y se dio cuenta después de hacerla. Este era el hombre que se había gastado una cantidad enorme
de dinero para hacer exactamente lo que quisiera con ella, sin importar lo que fuera, no estaba en posición de preguntar. Oma lo había dejado inequívocamente claro. Adnan hizo una pausa. Quizá por primera vez, ella se preguntó que ocurría en la cabeza de él, cuáles eran sus motivaciones. Había parecido muy sencillo cuando él simplemente había sido el hombre malo que la había comprado, cuando podía verle solamente como a un villano. Ahora las cosas eran mucho más complicadas y Emily se dio cuenta de que no tenía ningún guión para lo que fuera a ocurrir a continuación. “Eso no es algo que tú necesites saber,” dijo él, mirando hacia fuera, y ese genio que siempre le había metido en problemas se encabritó de nuevo. Se levantó del sofá de un salto para poder enfrentarse a él de pie, con la cara ardiendo. Durante toda su vida había tenido que luchar por lo que necesitaba, aunque ese instinto había estado necesariamente bloqueado durante días. Ahora volvía a surgir furiosamente. “¿Qué demonios te crees que estás haciendo?” siseó ella. “¿A qué clase de juego estás jugando? Esta es mi vida. ¿No lo entiendes? No puedes decirme que no necesito saber qué está pasando con mi vida.” Hubo un destello en sus ojos y de repente pareció mucho más grande. Él se alzó sobre ella como una nube de tormenta e incluso cuando una pequeña parte de ella le decía que le iba a caer un rayo, permaneció erguida, levantando la barbilla y desafiándole a hacer lo que el creyera que podía hacer. “Creo que estoy haciendo exactamente lo que me gusta,” dijo él, su voz sonaba como un gruñido sordo. “Que es por lo que he pagado. Me dijeron que eres virgen… ¿debo comprobarlo?” Emily podría haberle clavado los dientes. “Ellos ya lo hicieron,” dijo ella, con la voz solo un poco temblorosa. “Ellos ya lo hicieron y al menos tuvieron la… la cortesía de decirme qué estaban haciendo. No me
mantuvieron en la oscuridad. ¡No importaba lo terrible que fuera lo que iban a hacerme, me lo decían! Lo que tú me estás haciendo, colgar mi destino sobre mi cabeza como si fuera algún tipo de premio que tuviera que alcanzar, ¡es peor!” El acortó el espacio que había entre ellos con una única y gran zancada, y ella nunca se había sentido tan pequeña y vulnerable como entonces. En lugar de acobardarse, Emily levantó la barbilla y le miró a los ojos. Maldita sea si iba a encogerse ante él como si fuera una especie de animal maltratado. “Puedo ser peor,” gruño él, con un trueno amenazante en su voz. “Puedo ser mucho, mucho peor, preciosidad…” Esta vez, cuando él la envolvió con sus brazos, no hubo nada amable ni tierno en ello. Él la aplastó contra su cuerpo y ella no pudo escaparse de su respuesta hacia ella. Su erección se apretaba contra su vientre, haciendo casi doloroso darse cuenta de cuanto la deseaba él. Cuando la boca de Adnan se abalanzó contra la de ella, su beso fue brutal. Podría haberla magullado si hubiera sido solo un poco más duro, y pudo sentir en él tanto sus dientes como su desgarradora necesidad. “Podría desnudarte,” gruñó él en su boca. “Podría clavarte en la cama y abrirte sin preocuparme de cuánto te iba a doler o que pensarías de ello. Podría abrir cada parte de ti, podría reclamarte como mi posesión…” Ella debería sentirse asustada. Debería estar aterrorizada. Sin embargo, sentía como el desafío ardía incluso más. “No lo harías,” suspiró ella. “No así.” En el momento en que lo dijo, supo que era verdad y le rodeó con sus brazos. Él le había enseñado como besar tan brutalmente, y ahora ella se lo devolvería. Apretó sus
labios con fuerza contra los de él. Quería enseñarle que ella no se dejaría intimidar ni se asustaría, que no guardaría silencio. Más allá de ese pensamiento, en lo más profundo, ella le deseaba. Cuando estaba en sus brazos se sentía segura y se dio cuenta de que no había nada que pudiera cambiar eso. Ella le sintió flaquear. Podía sentir la pasión en el límite de su piel, como el deseo podía superar al enfado o al buen juicio en solo unos momentos. En solo unos momentos, todo podría cambiar. El pensamiento la hizo encogerse un poco y, tan conectados como estaban en ese momento, él también podía sentirlo. Esta vez, cuando él se apartó de ella, hubo en ello una caballerosidad y un control que él había perdido previamente. “Podrías tentar a un ángel para que pecara,” dijo él, “pero no lo vamos a hacer ahora.” Ella abrió la boca para discutir, aunque no habría sabido por qué discutir, pero él se estaba volviendo. “Quédate aquí,” dijo severamente. “Hay hombres de guardia en la puerta. No te gustará lo que te pasará si intentas pasar entre ellos.” Sin decir nada más, atravesó la puerta, dejándola atrás en silencio. *** Adnan no recuperó el aliento hasta que estuvo en el pequeño café de la planta baja del hotel. Cuando lo hizo, se preguntó si su cara estaba tan roja como la sentía. No había mentido cuando la había llamado tentadora. Si era sincero consigo mismo, nunca habría esperado tener tanta dificultad para apartarse de ella, de Emily. Cuando la vio la primera noche, de rodillas delante de él, había sentido lástima por ella. Era una niña perdida lejos de su hogar, que necesitaba su ayuda y la necesitaba inmediatamente. También había pensado que era bastante guapa.
Entonces, cuando ella le mordió, había discutido sus amenazas, escapado y luchado, algo había cambiado. Se había convertido en una luchadora vital, una que había evitado caer en silencio y cuyo aspecto humilde había sido, en todo caso, una fachada para sobrevivir. La esclava que él había comprado, por la que sentía lástima. La mujer a la que él había despertado, a la que deseaba. Cuando Adnan pensó en su seducción de esa mañana, la forma en la que había disfrutado de ella, se sintió tan rastrero como una serpiente. No importaba qué fuerte o qué valiente hubiera sido, todavía estaba aterrorizada. Estaba mal que le fuera imposible evitar su cuerpo tembloroso. Estaba ml desear a la mujer que había sido robada de todo lo que había conocido. No importaba lo equivocado que estuviera, sin embargo, la deseaba. No estaba segura de si alguna vez había deseado más a una mujer. Él había asumido la pasada noche, en la penumbra de la habitación, que sus ojos eran azules, al ver cómo era. Ahora que los había visto con buena luz, podía ver que eran de un gris puro, un color que le hacía pensar en ríos y lluvia. Incluso aunque hacía poco que la conocía, había quedado impresionado con sus recursos y su fuerza de voluntad. No estaba seguro de si alguna vez había conocido a una mujer como ella, una que fuera tan apasionada, incluso que fuera tan valiente como podía ser. Él sabía que no podía aprovecharse de ella. No así, no ahora. Quizá en unos pocos días, cuando todo hubiera acabado… Sacudió la cabeza. Necesitaba permanecer centrado. Necesitaba estar seguro de que iba a mantenerla a salvo. Después, y solo después, podrían ver si era posible que hubiera algo entre ellos.
Capítulo Seis Emily sopesó sus opciones. Durante un momento, ella albergó la fantasía de sobrepasar a los guardias, huir, prender un fuego y gritar pidiendo ayuda. Sin embargo, cuanto más pensaba en ello, más se daba cuenta de que no era nada más que una agradable fantasía. Podía intentar escapar, pero sabía que no solo podría ser que nunca lo consiguiera, sino que podía ser castigada por sus esfuerzos. Durante un breve instante, pensó en Oma y se preguntó si la vida había sido así también para ella. ¿Habría sido una cuestión de tiempo hasta que su atención se hubiera desviado de la huida para centrarse en la supervivencia? Oma le había dicho que simplemente se mirara los pies para contar cada paso dado como un paso más sobrevivido. Respiró profundamente y se dijo, que, por ahora, era eso lo que debía hacer. La habitación carecía de medios para contactar con el exterior. El ordenador, ridículamente desactualizado, no podía conectarse a Internet y la televisión de pantalla plana no mostraba otra cosa que programas en árabe. En una gran estantería había libros en varios idiomas. Las horas pasaban y Adnan todavía no había vuelto. Cuando sus pensamientos le llevaban hacia él, aparecían cosas extrañas y rotas. No se entendía a si misma cuando acudía a él, pero era más que eso. A veces, cuando estaba tranquila, venía a su mente el pensamiento de que le conocía de antes. Había algo en él que le resultaba tan familiar que se frustraba muchísimo cuando el recuerdo la esquivaba una y otra vez. Emily se dijo a si misma que no era nada más que un fallo de las sinapsis, una conexión de la memoria rara y equivocada, pero parte de ella se negaba a creerlo. No importaba cómo de intensamente lo intentara, o en qué pensara, no había manera de encajar a este hombre en su vida anterior y entonces tenía que dejarlo correr.
Deambuló por la habitación, preguntándose si los prisioneros nobles, antiguamente, se hubieran sentido de la misma forma. Todas las necesidades estaban cubiertas. Uno de los guardas de la puerta le había dicho que podría pedir comida si quería. No iba a pasar hambre. No la iban a hacer daño, al menos hasta donde ella veía. Realmente, la única cosa que se le negaba era su libertad. Vacilante, pidió un sándwich de queso a la plancha y fue casi divertido que le llevaran un sándwich de alguna clase de queso que nunca había probado junto con un plato de ensalada amarga aliñada con zumo de limón. El queso estaba fuerte pero no era desagradable y se lo comió todo, tratando de no sentirse agradecida por un placer tan pequeño pero incapaz de evitarlo. Se preguntó por un momento si Adnan intentaba dejarla allí, pero seguramente entonces los guardias habrían sido retirados, ¿o no? No podía simplemente dejarla en la habitación del hotel como una princesa en su torre, pero entonces se dio cuenta de que podía hacerlo si era lo que deseaba. Por la discusión que había tenido con el hombre flaco, ella se dio cuenta de que tenía más dinero del que ella podía imaginar. El hecho de comprarla fue un asunto atendido de forma descuidada para demostrar que también era poderoso. No, él podía muy bien dejarla donde estaba, y ella no podría hacer nada al respecto. Hacía unos días, habría sentido pánico ante la idea. Podría hacer gritado o llorado o intentado destrozar la habitación en la que estaba. En vez de eso, se quedó muy quieta. Se obligó a respirar profundamente varias veces como Oma le había enseñado y trató de dejar la mente en blanco. En cierto modo, funcionó. Al menos ya no sentía ese miedo animal aferrado a lo más profundo de su mente. Al final, buscando algo mejor que hacer, se acercó a la librería. Después de una ligera búsqueda entre los libros que ella sospechaba que simplemente se
habían comprado por lotes en algún lugar que hubiera cerrado, se decidió por una maltrecha copia de Orgullo y Prejuicio. Había adorado ese libro desde que era pequeña, y ahora mismo, le parecía que era la mejor manera de evadirse del mundo durante un rato. Se tumbó en la cama y empezó a leer. Cuando se sumergió en las palabras que habían sido su refugio durante años, algo volvió a tirar de su memoria, pero lo apartó. Emily leyó durante horas. Cuando dejó de haber luz natural, encendió la luz y continuó leyendo, incluso al sentirse entumecida de estar echada sobre su vientre, incluso cuando las palabras se volvían borrosas delante de sus ojos. Continuó leyendo incluso sintiendo lo pesados que tenía los párpados y solo lo dejó cuando finalmente el sueño se apoderó de ella. Ella estaba teniendo el sueño de nuevo. Estaba en el laberinto y ahora podía verlo mejor. Las paredes eran de hormigón como la celda en la que ella se había despertado y a su alrededor, todo eran risas de hombres crueles, sollozos de chicas heridas. Aunque una parte de Emily solo quería agazaparse y esconderse para siempre, sabía que necesitaba continuar moviéndose. Necesitaba estar segura de que no iban a encontrarla y para eso tenía que mantenerse en pie. Sin embargo, estaba muy cansada. Se sentía como si el mundo la estuviera aplastando, haciendo que sus pasos fueran pesados, empujándola contra el suelo. Aun así, había caminado a través de lo peor. Había continuado cuando estaba tan exhausta que pensaba que podría caer, y se había hecho más fuerte. Continuó andando. En algún momento, oyó pisadas detrás de ella. En el momento en el que lo notó,
oyó también una risa. Alguien la estaba siguiendo. Alguien iba a saltar sobre ella y la iban a herir. Incapaz de pararse, echó a correr. No le importaba si corría de cabeza hacia algo terrible, simplemente necesitaba escapar de quién quiera que le estuviera siguiendo. Corrió hasta que pensaba que los pulmones le estallarían y entonces corrió un poco más. La cosa seguía estando detrás de ella. Ni siquiera estaba segura de si era un hombre. Cada vez estaba más convencida de que era un monstruo. Chilló cuando su pie desnudo se atascó en algo. Cayó hacia delante. Ahí estaba. Estaba cayendo y la cosa estaría sobre ella, destrozándola, hiriéndola. En lugar de golpearse contra el suelo, Emily se encontró a si misma recogida en el aire, tan ligera como una pluma. Los fuertes brazos la rodearon y, de repente, ella se sintió a salvo. Supo que todo iba a estar bien y, cuando abrió los ojos, no tenía ni idea de donde acababa el sueño y empezaba la realidad. Estaba en la enorme cama del hotel, y, en algún momento, Adnan había vuelto. La sujetaba con fuerza entre sus brazos y ella le oyó susurrándole el mismo torrente de palabras reconfortantes que había susurrado en su sueño la primera noche. Esta vez, ella no luchó con él. En cambio, simplemente tembló, enredándose en él con todo lo que podía. Esta vez, no había nada entre ellos y ella supo cuánto la necesitaba. “Continúas teniendo pesadillas,” dijo él. “Es natural después de lo que has pasado,” Ella lanzó una carcajada, que al menos demostraba un poco más de humor que un sollozo. “Lo siento si te he despertado,” dijo ella cuando recuperó el aliento. “Yo… yo lo siento tanto, no sé cuándo van a parar…” “Pararán cuando paren”, dijo él encogiéndose de hombros. “Sé de hombres que han
entrado en combate a los que nunca se les quitan del todo los sueños y conozco hombres que los sufren todas las noches. En cualquier caso, no es nada vergonzoso. Cuando has pasado miedo y dolor, el horror de estar indefenso, puedes permitirte sentir todo lo que venga después.” Ella no se permitió preguntarse qué clase de hombre podía decir una cosa como esta y después todavía comprar una mujer. No le encontraba sentido a Adnan, y la última vez que trató de buscarlo, él la dejó sola en el hotel todo el día. En ese momento, todo lo que sabía era que le necesitaba e hizo lo que le salió con naturalidad. Le echó los brazos al cuello y cuando le besó, hubo una amabilidad que nunca había estado allí antes. “No quiero estar sola,” dijo ella, al desnudo, y, en la oscuridad, pudo sentir que él asentía. “No lo estarás, te lo prometo,” respondió él. Empezó a decir algo más, pero ella le besó de nuevo. Pudo sentir como sus dudas se derretían y se convirtieron en certezas cuando él la envolvió con sus brazos y la sujetó fuerte. “Por favor,” susurró ella, sin ni siquiera estar segura de qué era lo que estaba pidiendo. “Por favor…” No importaba a qué decisiones hubiera llegado él anteriormente, ahora estaban destrozándose. Algo en la forma en la que él la sujetaba, en la tensión que los unía como un cable, le dijeron que no podía resistirse a ella. “De acuerdo,” dijo él finalmente, dándole un amable beso en la comisura de la boca. “Pero vamos a hacerlo a mi manera.” Ella se preguntó si debía ponerse nerviosa por ello, pero él ya la estaba besando de nuevo. Había ansia en ese beso, pero también contención. Él la besó despacio, siguiendo
su camino desde su boca hasta su mandíbula y la sensible piel de su garganta. Cuando ella sintió que le sujetaba el lóbulo de la oreja con los dientes, se estremeció, enredándose más en él y pudo sentir como él sonreía en la oscuridad. “Cosita bonita,” murmuró él. “Tan adorable y perfecta.” Sus brazos la sujetaron con más fuerza, pero fue solo para mantenerla quieta mientras él mordisqueaba su oreja. Como músico, ella siempre había pensado que sus orejas eran su parte más sensible. Ahora él estaba demostrando que era verdad, puesto que enviaba estremecimientos de cálido y puro placer a través de su cuerpo simplemente lamiendo la curva de su oreja. “Oh, no puedo soportarlo más,” gimió ella, retorciéndose contra él. Incluso cuando los escalofríos de placer la sacudían, una parte de ella esperaba que él no parara, esperaba que la empujara hacia el próximo nivel, fuera cual fuera. En lugar de eso, él solo se rio, el suave y oscuro sonido hizo que ella se apretara contra él con una clase de necesidad que apenas entendía. “Ahora, deje que te muestre algo bueno…” Ella se sentó mientras él le quitaba el vestido por la cabeza. Dudó un momento cuando sintió que alcanzaba su ropa interior, pero cuando él la besó en la nuca, perdió toda su resistencia. Con retraso, ella se dio cuenta de que él se había acostado desnudo de nuevo. Con nada entre ellos excepto la sábana, podía decir que él estaba tan excitado como ella. Se estiró hacia su erección, cubierta por la sábana y él se estremeció ante su caricia. Fascinada, ella lo envolvió con su mano, pero Adnan la apartó. “Eso no es exactamente lo que tenía en mente,” dijo él, y antes de que ella pudiera preguntarle qué tenía en mente, la había subido a su regazo. Ella chilló por la sorpresa,
pero ahora se encontraba de espaldas a él, con las piernas de él abiertas a ambos lados de ella y su espalda contra su amplio pecho. Le recordó brevemente lo que habían hecho juntos esa mañana y sintió una explosión de placer abriéndose paso a través de ella. “No creo que tengas ni idea de lo hermosa que eres,” dijo él, haciéndole cosquillas en la oreja. “Pero quizá me dejes mostrártelo…” Bajó sus grandes manos desde sus hombros hasta sus pechos, hasta la curva de sus caderas y hacia arriba de nuevo. Cuando él paró para tomar sus pechos en las manos, ella gimió suavemente, cerrando los ojos ante el placer que le producía. Nunca había pensado antes que sus pechos fueran tan sensibles, pero ahora, mientras él pasaba las encallecidas puntas de los dedos por los sensibles laterales y apretaba suavemente sus pezones hasta que formaron tensos picos, se dio cuenta de qué equivocada había estado. “Eres una mujer tan hermosa, y ahora mismo, eres mía, ¿verdad?” “Sí, sí,” murmuró ella y, como recompensa, las manos de él se deslizaron por su plano vientre. Trazó dulces dibujos sobre sus muslos y cuando sintió que ascendía hacia su carne más secreta, abrió las piernas instintivamente, ella podía sentir la dureza de su excitación presionando contra su trasero, y sin pensar en lo que hacía, se movió, haciéndole gruñir. “Bueno, si eso es lo que quieres, supongo que yo también podría enseñarte qué puedo hacer…” Cuando él deslizó un dedo explorador por su hendidura, enrojeció al sentirse ya tan húmeda y deseosa. Adnan pareció disfrutar de su respuesta, sin embargo, repitió el movimiento hasta que ella estuvo gimiendo de necesidad. “Necesito más que eso,” susurró, sonrojándose por lo había dicho y el la besó en el lateral del cuello.
“Te lo prometo, tendrás todo lo que necesites,” susurró él. Un suave dedo probó en su entrada, mientras el otro se movía en círculos hacia arriba. Cuando ella sintió la callosa punta de su dedo rozando su clítoris, podría haber huido de un salto a causa de la sorpresa si él no hubiera estado acariciándola con la nariz, diciéndole suavemente qué hermosa era y lo mucho que él la deseaba. Un brazo se enroscó en torno a su cintura, manteniéndola quieta y calmada, mientras la otra mano se deslizaba suavemente hacia su hendidura. Ella pudo sentir como él recogía la humedad de su excitación en su entrada y después la hacía subir hacia su clítoris, suavizando el camino para una caricia más intensa. “Dime si esto es algo que no deseas,” susurró en su oído. “Oh, Emily, hay tantas formas de hacer esto… y yo quiero hacerlas todas contigo…” Ella no podía imaginarse no queriendo esta caricia, esta suave y tensa necesidad desde que él había empezado a tocar su sensible carne. Podía sentir cada músculo de su cuerpo tenso a causa del placer que los estaba haciendo apretarse más y más. Ella empezó a retorcerse, pero no podía ir mucho más lejos con el brazo de él rodeando su desnuda cintura. Entonces, clavó las uñas en su musculoso antebrazo porque necesitaba algo, cualquier cosa a lo que pudiera aferrarse mientras el placer vibraba a través de ella. “Córrete para mí, preciosa,” susurró él. “Quiero que tengas esto…” Sus dedos eran incansables, pero era más que eso. Era estar sentada encima de él, rodada por él, sujeta por él. Él era el hombre que ella había estado buscando toda la vida y, ahora mismo, todo lo que quería era explotar en su abrazo. “Alcánzalo,” murmuró Adnan. “Te lo daré.” Ella pudo sentir su cuerpo elevarse hacia un placer que nunca había sentido antes. Era más alto y más fuerte y más rápido que nada que ella hubiera sentido con anterioridad.
En el último momento, se asustó, pero era demasiado tarde. El placer la estaba empujando por encima de todo lo demás y mientras sus músculos se apretaban fuerte, explotó a través de ella. Gritó con las sensaciones empujando a través de ella y se sintió como si hubiera sido lanzada hacia el sol. Su placer fue tan intenso, que por un momento se preguntó si habría muerto. Lo siguiente que supo fue que estaba echada sin fuerzas sobre el fuerte cuerpo de Adnan, sus poderosos brazos todavía sujetándola en su lugar. “Adnan,” intentó decir, pero su voz sonó tan ronca que tuvo que intentarlo de nuevo. “Adnan… esto ha sido… nunca había sentido nada como esto antes.” Su risa sonó cálida y sensual a sus oídos. “Me alegro de haber sido el primero para ti.” “Pero…” dudó ella por un momento. Sentía su cabeza como un remolino de planetas, cometas y estrellas. “Pero no ha sido realmente mi primera vez, ¿verdad? Tú pagaste por…” “Ha sido una primera vez. Era nuestra primera vez,” dijo él con firmeza, besándola en la frente. “Esto es lo que yo deseo y, después de todo, yo soy quién manda aquí.” Una parte de ella quería pelearse con él por eso, pero por alguna razón, su clara declaración solo envió un profundo sentimiento de calor y satisfacción a través de ella. Se acomodó contra él y podría haberse quedado frita si no hubiera notado las marcas rojas en los brazos de él. “¡Oh Dios, creo que te he hecho sangrar!” Perezosamente, el levantó el brazo para inspeccionarlo mientras Emily se mordía el labio. “Ha estado cerca,” dijo él, con una ligera sonrisa. “Si hubieras apretado un poco
más fuerte, si te hubiera dado un poquito más de placer, quizá lo habrías hecho.” Ella no estaba segura de cómo tomarse eso, pero entonces él besó su oreja. “No me importaría darte un poco más de placer la próxima vez,” susurró él, enviando de nuevo escalofríos de placer por su cuerpo y, ante la sorprendida mirada del rostro de ella, él solo se rio. “Tengo muchísimo que enseñarte, preciosa.” Emily estaba tan cansada que, en lugar de que se duchara, Adnan trajo una palangana de agua caliente y una toalla del cuarto de baño. Mientras ella dormitaba, él deslizó el tejido por sus miembros, suavemente y con cuidado. Cuando llegó a la zona entre sus muslos, tuvo que contenerse de gruñir ante lo deseosa que ella los abrió para él. Se preguntó de nuevo si había hecho lo correcto. Pero cuando volvió a la cama y ella se acurrucó más cerca de él, no estuvo seguro de si le preocupaba. Ahora ella había caído en un profundo sueño, uno que le parecía, al menos a él, más tranquilo que cuando él había llegado a la cama. Cuando Adnan pensó en su pesadilla y en sus angustiados gritos, algo frío y profundo se despertó en su interior. Se dijo que podría matar a los hombres que le habían hecho esto sin pensarlo dos veces. Algo en esta chica le atraía como ninguna otra. En el breve tiempo desde que se habían conocido, él se había vuelto absolutamente protector con ella. Quería que ella tuviera placer antes de tenerlo él. Adnan se preguntó si debería preocuparse por ello, si estaría perdiendo su perspicacia. Expulsó ese pensamiento, porque la operación del día siguiente no dejaba espacio para esas dudas.
En su corazón, sabía que Emily solo se pertenecía a sí misma, pero en la penumbra de la habitación que compartían, él podía fingir. Podía fingir que ella le pertenecía a él y solo a él, y en ese lugar, él podía curarla, sacar todo ese dolor y sustituirlo por placer. “Yo te protegeré,” murmuró él suavemente y se preguntó si, en algún lugar, en sus sueños, ella le había oído y se sentía reconfortada.
Capítulo Siete A la mañana siguiente, Emily se despertó para encontrar la cama vacía y a Adnan vistiéndose. Adormilada y contenta, simplemente se quedó mirándole, pero entonces sus ojos captaron un reflejo de algo oscuro. “¿Llevas un chaleco antibalas?” soltó ella, la sorpresa clara en su voz. Le pareció como si Adnan se encogiera antes de girarse hacia ella. “Esperaba haberme ido antes de que te despertaras,” dijo él y ella frunció el ceño. “Esa no es una respuesta,” dijo ella. “¿Dónde demonios vas que necesitas un chaleco antibalas?” “Eso no es de tu incumbencia,” empezó él, pero ella alzó la mirada hacia él, indignada. “Eso no es algo que que puedas decirme,” replicó ella. “No después… no después de todo lo que ha pasado.” “Te cuidarán,” dijo él, y, por alguna razón, a ella le hirvió la sangre de pensar que eso era por lo que él se estaba preocupando. “He hecho arreglos…” “No es eso lo que me preocupa,” soltó Emily. Ella estaba fuera de la cama y se lanzó contra él, rodeándole con sus brazos. Ella sabía que si él quería podía soltarse de ella como si fuera una lapa, pero en el momento, solo podía aferrarse fuertemente a él. Una parte de ella se preguntó si estaría sufriendo síndrome de Estocolmo, pero no le importó. El pánico que sentía ante la posibilidad de que Adnan estuviera en peligro era real y le quitaba la respiración. “No me preocupa eso,” repitió ella. “No quiero que te hagan daño.”
Él se puso rígido cuando ella se acercó a él, pero después se relajó, tomándola suavemente en sus brazos. Había algo diferente hoy en él, pero ella no podía entender realmente de qué se trataba. “Yo nací en Nahr,” dijo él en tono familiar. “He vivido en todo el mundo, pero Nahr es mi hogar, donde está mi corazón. Me gusta decir que soy un hombre muy moderno, pero hay veces en las que creo que es mejor la tradición.” “¿Qué quieres decir?” preguntó ella. Emily se dio cuenta, extrañamente horrorizada, de que estaba empezando a tener los ojos llenos de lágrimas. Se las quitó con la mano y volvió a levantar la vista hacia él. La mirada de su rostro era inesperadamente suave. “Cuando un hombre de Nahr se encaminaba a la batalla, daba igual si era un soldado de a pie o un jeque, era su deber despedirse de su esposa. Esta es una antigua tradición, una que se remonta cientos de años atrás. No obstante, no hay una ceremonia, no hay un traspaso de la autoridad en el hogar, nada que tenga que ver con eso. La gente lo ha hecho de diferentes formas a lo largo de los años, pero el objetivo es el mismo. El marido dice a su mujer que va a estar fuera un tiempo y la mujer simplemente contesta “vuelve pronto a casa”.” Emily parpadeó. “¿Eso es todo?” preguntó ella. “¿Incluso cuando él se va a combatir?” “Sí. Incluso cuando la campaña pudiera llevarles a cientos de millas de su hogar. Incluso cuando sabían que podrían pasar años antes de que volviera a casa. Ella le decía que se diera prisa en volver a casa, sonreía y él se iba.” Emily sacudió la cabeza, dudosa. “No lo entiendo…” “Siempre he pensado que era muy importante. No se estaban ocultando la verdad de
lo que podía pasar. Muchos de estos maridos no volverían. Muchos de ellos morirían en tierra extraña, morirían tratando de volver a un hogar que siempre les estaría esperando. Pero por largo que pudiera ser, ellos estarían en casa. Compartieron la vida que vivieron con sus esposas y ambas partes entendían que eso era una parte de la vida que habían elegido juntos.” Él hizo una pausa. Emily se preguntó con qué estaría luchando él. “¿Me dirías adiós así?” Ella no entendió por qué le estaba pidiendo eso. No entendía qué estaba pasando, dónde iba él, que estaba ocurriendo. Sin embargo, él se lo había pedido, y sabía que no debería negárselo. Cuando él la hizo retroceder para que se quedara de pie, estuvo lista. Por un momento, ella se sintió mareada por la larga historia de las esposas de Nahr que habían estado donde ella estaba, que habían mirado al hombre que amaban y se habían dado cuenta de que nunca más verían sus adorados rostros. De alguna manera, se sentía capaz de extraer su fuerza de la de ellas. Permaneció de pie derecha y erguida, mirando a Adnan. En ese momento, pensó que él nunca parecería más guapo. Él terminó de vestirse, sus manos seguras y firmes en sus ropas. Cuando terminó, parecía un hombre rico con buena ropa; ella nunca habría adivinado que llevaba un chaleco antibalas o una cartuchera debajo de la chaqueta. “Bueno, preciosa, ha llegado el momento en el que tengo que irme por un tiempo.” Emily tomó una profunda bocanada de aire, mirándole. Intentó expresar con su mirada todo lo que no podía decir, pero cuando habló, sus palabras fueron tranquilas y seguras. “Entonces, vuelve pronto a casa. Te echaré de menos mientras no estés.”
La sonrisa que le dedicó él fue breve, pero auténtica, y él se acercó para besarla suavemente en la parte superior de la cabeza. “Gracias,” murmuró y después se fue. Después de que se marchara, Emily se sentó de nuevo en la cama. Tras un momento, cogió la almohada de él entre sus brazos, abrazándola con fuerza. Todavía olía a él y, por un momento, las lágrimas casi la superaron. ¿Por qué estoy haciendo esto? se preguntó Emily. ¿Por qué tengo el corazón tan destrozado por un hombre que me ha comprado, literalmente? No importaba de qué forma hubiera llegado hasta aquí, no tenía motivos para sentirse tan unida a su captor, excepto el miedo de ser entregada a alguien peor. Sin embargo, no importaba cuál era el camino por el que había llegado hasta allí, esto no era solo egoísmo. Sabía que había algo dentro de ella que lloraría por él. Podía entenderlo, pensó, el ritual de decir adiós como si fueran a verse de nuevo en pocas horas. Al menos, había impedido que ella se derrumbara como casi había ocurrido. Emily se limpió las lágrimas furiosamente. Debería alegrarme que se haya ido, pensó en silencio, pero no pudo mantener esa actitud mucho tiempo. En lugar de ello, cuando miró por las enrejadas ventanas, vio como salía el sol, bañando la ciudad con una dorada luz extrañamente benevolente. Mantenle a salvo, suplicó. Ella no sabía a quién le estaba rezando, pero al final, decidió que no importaba mientras él estuviera a salvo. *** En su coche, de camino hacia la fortaleza de el Jabalí, Adnan encontró que le resultaba muy difícil mantener la cabeza donde debía estar. No importaba lo que pensara, sus pensamientos volvían a Emily y sus claros ojos grises, mirándole como si estuviera
aterrorizada. Volveré a ti, juró en silencio. Nada me apartará de ti. Roja le miró frunciendo el ceño. “Si no puedes mantenerte centrado no deberíamos hacer esto en absoluto,” gruñó él. Estaba vestido de guardaespaldas, y su deber era únicamente proteger a Adnan en este asalto. El comprobó por tercera vez la pistola de su costado, una de las muchas que llevaba con él en todas las ocasiones. “Estoy centrado,” dijo Adnan secamente, pero entonces casi le pareció que esa afirmación era mentira cuando dudó. “La mujer que está en la habitación del hotel… Si no vuelvo, o si no vuelvo en condiciones… entérate de quién es y envíala a casa.” Roja resopló. “Hazlo tú mismo si estás tan preocupado. Apártala de tu mente.” Adnan sabía que su amigo tenía razón. Entrar en una situación como esta con la mente en otra parte podría ser peligroso, no solo para él mismo, sino también para todos a su alrededor. Sin embargo, él no pudo dejar de pensar una última vez en Emily. Su tristeza, su pasión, la dulzura de su boca y el calor de su deseo. Pronto, prometió él y entonces, el coche se detuvo.
Capítulo Ocho Emily se quedó dormida en algún momento. No se había quedado en la cama. Se sentía demasiado sola estando en el lugar donde él le había dado tanto placer, demasiado asustada de estar allí sola mientras las sombras se acortaban y después se volvían a alargar mientras la mañana iba avanzando hacia la tarde. En lugar de quedarse allí, se trasladó al salón, intentando leer y fallando estrepitosamente. Ella sabía que debería comer, pero en el momento en el que pensó en comida, su estómago se rebeló. Se acurrucó en el sofá con los dedos deseosos de tener una guitarra delante de ella. Al menos, si pudiera tocar, habría tenido algo de compañía en la tranquila habitación. En cambio, simplemente se sentó e intentó alejar su mente de Adnan y de lo que estaba haciendo, en qué peligro podía estar para, posiblemente, necesitar un arma. Nunca hubiera pensado que sería capaz de dormir en esas condiciones, pero de alguna forma, entre el miedo que se alimentaba en su mente y el miedo que amenazaba con volverla loca, lo hizo. Ella se despertó para encontrar la habitación sumida en la oscuridad y el sonido de unos hombres ruidosos en el pasillo. Esto es una sorpresa, pensó ella, estirándose para encender la luz. Habían estado casi en silencio desde que estoy aquí. El ruido se hizo mayor, y antes de que ella pudiera imaginarse como quería reaccionar, la puerta se abrió de golpe. Por un momento, se quedó paralizada de terror, pero cuando se dio cuenta de que dos hombres tenían los brazos de Adnan alrededor de sus hombros y su peso suspendido entre ellos, perdió toda precaución.
“Oh, Dios mío, Adnan,” gritó ella, corriendo hacia él. Seguramente, estaba demasiado débil. ¿Le habrían herido? “¡Ah, la preciosidad!” dijo él, y arrastraba las palabras de tal forma que ella se apartó. “Ponedle en el sofá,” dijo brevemente uno de los hombres. “Es condenadamente pesado para acarrearle más lejos.” Por alguna razón, Adnan parecía pensar que era divertido, protestando que podía caminar solo. Cuando se puso derecho, tiró de los dos hombres que lo estaban sujetando y ellos pudieron contenerlo, aunque con dificultad. Cuando aterrizó en el sofá parecía contento de estar allí, dejando caer la cabeza hacia atrás. El que había hablado antes sacudió la cabeza antes de dirigirse a Emily. “Ha pedido que le trajéramos aquí. El médico le ha dicho que podía irse después de curarle allí mismo y darle un calmante para el dolor, pero en este momento, estamos muy complacidos de convertirle en tu problema.” “Mi problema…” dijo Emily, indefensa. “¿Quién eres? Por cierto, ¿quién es él?” El hombre que había hablado se la quedó mirando con el ceño fruncido. “Entre los hombres que estamos delante de ti, algunos somos militares y otros pertenecemos al servicio secreto de Nahr. El hombre que ha hecho de la operación de hoy un éxito haciendo algo tan peligroso como podía haberlo sido para él es Adnan ibn Arif alMahsi, jeque de Nahr.” Emily estaba tan segura de que estaba tan paralizada como se sentía, pero los hombres aparentemente habían tenido tanto de Adnan como querían soportar por el momento. Asegurándole que dejaban dos guardias en el exterior se la puerta, se fueron, aparentemente a celebrarlo con una bien merecida juerga. Lo que la dejaba a solas con …
Cuando se volvió, en la repentina tranquilidad, Emily se dio cuenta de que Adnan la estaba mirando con una sonrisa en la cara. “Bueno, entonces, jeque Adnan”, dijo ella, rodeándose a sí misma con los brazos, “has vuelto.” Él la sonrió, haciéndole gestos para que se acercara más. Cuando fue, él se inclinó hacia delante y la abrazó por las caderas. A pesar del calmante, se movía casi tan rápido como siempre, con una velocidad que podría haberla desconcertado si se sintiera amenazada por él por algo. “He vuelto a ti, pequeña preciosa mía,” dijo él, de forma extravagante. “¿Estás contenta de verme?” “Lo estoy,” dijo ella, sin molestarse en esconder el alivio en su voz. “¿Por fin me vas a contar que has estado haciendo hoy?” Él se encogió de hombros y, por un momento, ella se sintió atrapada por la amplitud y la fuerza de esos hombros. Parecía que era un hombre poderoso, en cada sentido de la palabra. “El Jabalí. Un esclavista. Sabíamos que podíamos hacerle salir. Después de que pensara que se podía confiar en mi con una chica, estaba deseando enseñarme otras.” Los ojos de Emily se abrieron de golpe cuando se dio cuenta de lo que estaba diciendo. ¿Realmente ella no había sido comprada? ¿Había sido un truco de alguna clase? “Adnan…” “Te habría comprado,” dijo él, alzando la mirada hacia ella con una extraña luz en sus ojos. “¿Qué quieres decir?” preguntó ella, sorprendida. “Si te hubiera visto. Como los antiguos jeques. Si te hubiera visto en una caravana
de esclavos, habría visto tu pelo, y después tus ojos, y entonces…entonces tú probablemente habrías abierto tu suave boca para morderme… y yo habría estado perdido.” Emily comenzó a responder a sus palabras de forma bastante mordaz, pero entonces él se inclinó hacia atrás, arrastrándola encima de él. “Estaba asustado,” dijo él suavemente. “Estaba asustado de que hubiera una posibilidad de no volver a verte más.” “No me he ido a ninguna parte,” dijo ella, de forma ligeramente absurda. En aquel momento, todo lo que ella podía hacer era mirarle a los ojos. Eran tan oscuros que podrían haber sido negros. Quizá hace algún tiempo, ella podría haber pensado que eso hacía que un hombre pareciera frío, pero ahora solo le hacía sentir que podía ahogarse en él, como si pudiera caer dentro de él y no ser vista nunca más. El fantasma de una sonrisa cruzó la cara de él. “Bien,” susurró. Ella sintió la larga mano de él curvándose en la parte de atrás de su cabeza, acercándola más a él. Parecía algo importante, como un puente entre dos almas que no fueran otra cosa más que diferentes. Por su propia voluntad, ella agachó la cabeza para besarle. Hubo una extraña solemnidad en ello, y a ella le hizo pensar en ceremonias de matrimonio paganas, donde no había más celebrante que el silencio, no había más comunidad que el otro. Sin embargo, después de un momento, ella sintió una ligerísima caricia de su lengua en los labios, amable, dulce e inquisitiva. Estaba listo para escuchar un no, y por eso era tan fácil para ella decirle que sí. Por su propia voluntad, ella profundizó el beso, abriendo su boca de forma que él pudiera deslizar la lengua en su interior. Ella esperaba un deseo casi violento, algo que podría iluminarla como si fuera una tormenta de rayos. En lugar de ello, fue suave y dulce, algo en lo que había un fuego poderoso, pero reprimido.
Después de un momento de duda, Emily se entregó al beso, descansando su cuerpo contra el de él… y fue entonces cuando sintió el vendaje. “¡Dios, estás herido!” exclamó ella, saltando hacia atrás. Él se estiró hacia ella, pero no pudo alcanzarla y solo eso le dijo hasta qué punto estaba medicado. “No es más que un arañazo,” dijo él magnánimamente. “El condenado doctor se negó a escuchar cuando le dije que había otros que necesitaban su ayuda más que yo.” Emily resopló. “He conocido a muchos hombres que decían cosas parecidas y sé que ellos pensaban que podían caminar sobre sus piernas rotas.” Él empezó a contestar, pero para entonces las manos de ella estaban en los botones de su camisa, desabrochándolos rápidamente y con seguridad. Ella podía ser virgen, pero en lo que se refería a heridas, no era momento para ser tímida. “Podría acostumbrarme a esto,” dijo con una sonrisa, pero ella ya estaba mirando el gran montón de gasa que vendaba su hombro con seguridad. “¿Te han disparado?” preguntó suavemente ella, horrorizada. Se sintió aliviada cuando él sacudió la cabeza, pero lo que dijo a continuación eliminó por completo ese alivio. “No. El cabronazo vino hacia mí con un cuchillo. Me giré directo hacia él, iba a apuñalarme en la espalda.” Emily quería cubrirse la cara con sus manos. Era demasiado horrible para ser verdad, pero demasiado fácil de imaginar. La figura oscura yendo detrás de Adnan, su giro repentino que salvó su vida, pero hizo que le hirieran. “Deberías estar descansando,” murmuró ella, y él se rio. Sin embargo, a pesar de su buen humor, ella podría afirmar que él era más lento de lo que debería haber sido, que estaba menos alerta. Lo que quiera que fuera a pasar entre ellos, no podría pasar ahora.
“Tendré tiempo para descansar cuando esté muerto,” dijo él, pero al menos no se opuso cuando ella le condujo al dormitorio. Si Emily tenía que ser sincera consigo misma, no habría tenido opciones, literalmente, si él hubiera decidido luchar contra ella. Él la miró con una sonrisa mientras ella le quitaba la camisa, dejándole con el torso desnudo. Después se detuvo, insegura sobre cómo proceder. “Estarás más cómodo si no llevas nada en absoluto, creo,” afirmó ella y la sonrisa de él, a pesar de la confusión de los calmantes, se volvió ligeramente más depredadora. “Cualquier cosa que te apetezca quitarme, estará bien,” dijo él. “Realmente no voy a pararte.” Una mujer racional le hubiera dicho que estaba bien así, podría simplemente dormir con los pantalones esa noche. Cuando ella había estado tan cerca de perderle, sin embargo, no estaba segura de poder soportar decir eso. Emily supo que no era solo eso. Cuando ella le quitó los zapatos y los calcetines antes de bajarle los pantalones, pudo sentir que sus manos temblaban. Con cada centímetro de piel bronceada que revelaba, Emily quería más. Al final, cuando le hubo quitado hasta los calzoncillos de seda, ella se forzó a dar un paso atrás. “Ya está,” dijo ella, consciente de que su cara estaba roja por algo más que por el esfuerzo. “Ahora, acuéstate.” El levantó una ceja hacia ella, y fue dolorosamente obvio que incluso en este estado debilitado no había forma en absoluto de que ella le obligara a hacer algo. “Sólo si tú te acuestas conmigo,” replicó él y ella se mordió el labio. “¿Si me acuesto contigo, prometes que intentarás dormir?” preguntó ella. “Y no es… no es solo un truco para…” “¿Arrebatarte tu inocencia?” preguntó él. “Lo he pensado…un buen trato, pero no.
Si te acuestas a mi lado, trataré de descansar, de buena fé.” Eso le pareció bastante sensato y Emily ya estaba trepando a la cama cuando el habló de nuevo. “Siempre y cuando tú también te quites la ropa. Lo siento, te desvestiría yo mismo…” “Es suficiente,” dijo ella, y por un momento, simplemente le miró. Solo veinticuatro horas antes, ella hubiera sentido una amenaza de peligro recorrerla. Se conocían desde hacía muy poco tiempo. Ella hubiera dicho que no había forma de que se sintiera tan segura con él como lo hacía… Pero así era. Se sentía segura con él, y por este motivo, sin romper el contacto visual, empezó a desvestirse. Los oscuros ojos de él se abrieron de par en par cuando el blanco vestido cayó al suelo, y después, con toda la elegancia que pudo exhibir, se desbrochó el sujetador. Quedó de pie frente a él sin nada encima más que sus braguitas, resistiéndose a la necesidad de cubrirse los pechos redondos y suaves con las manos. En lugar de eso, levantó la barbilla hacia él, forzándose a hablar con calma y claridad. “¿Y bien?” preguntó. “¿Estás listo para cumplir con tu parte del trato?” Sus oscuros ojos se deslizar sobre sus curvas. Adnan se pasó la lengua por los labios, pero asintió. “Dios de los cielos, eres una negociadora dura, pero sí. Ahora podemos dormir. Ven aquí.” El humor ya no estaba presente en su voz y, cuando ella fue a echarse a su lado, suspiró con placer y se giró para acurrucarse con ella. Era como si llevaran años compartiendo cama. Ella sintió el peso de su brazo sobre su cintura, el calor de su aliento contra su oreja.
“Buenas noches, Adnan” susurró ella, y cuando no obtuvo respuesta, supo que se había quedado dormido. Está a salvo, está a salvo, pensó ella como una oración y, exhausta por su propia preocupación, se quedó dormida ella también. Emily fue consciente de la abrumadora sensación de calor cuando empezó a salir hacia la consciencia. De alguna manera, en esos momentos en los que se sentía flotar antes de abrir los ojos, supo que estaba a salvo. No había nada en el mundo que pudiera herirla en ese momento. Parpadeó adormilada y, cuando pudo enfocar la mirada, se llenó de Adnan, incorporado sobre un codo y mirándola. “Buenos días” dijo ella suavemente, pero, en respuesta, él solo le acarició el pelo, recorriendo con un dedo el camino hacia si cara. Había algo extrañamente posesivo, aunque tierno en el movimiento, como si lo llevaran haciendo años. “He soñado contigo,” dijo él en un suave ronroneo. “He soñado con despertarte. ¿Es raro soñar con despertarse?” “Una vez escuche que da buena suerte,” murmuró ella. Sin pensar en lo que estaba haciendo, se estiró para deslizar las puntas de los dedos por el lateral de su cara, imitando su caricia. Ella pudo sentir la suavidad de su piel, el roce de la incipiente barba bajo sus dedos, su pulso latiendo con el ritmo de la vida bajo su suave caricia. Después, ella no podría asegurar quién hizo el primer movimiento. Todo lo que supo fue que el espacio entre ellos se redujo a nada cuando se movieron el uno hacia el otro. Existía una especie de gravedad que no podía negarse y ella estaba cansada de luchar
contra ello. La boca de él sobre la de ella era amable, pero no había forma de parar lo que estaba pasando entre ellos esta vez. Ella no podía imaginarse deteniéndolo. El beso se hizo más y más largo. Emily se apretaba contra Adnan, la sensación de calidez y seguridad mezclándose con las primeras chispas de un placer que estaba allí para que ella lo tomara. Habían bailado el uno alrededor del otro demasiado tiempo y ahora que estaba ocurriendo realmente, ella tuvo miedo de poderse quemar en ello. Con un suave gruñido de aprobación, Adnan la hizo rodar bajo él. Apoyó el peso sobre sus codos para no aplastarla, pero eso solo la hizo más consciente de él, de su cuerpo, de su gran corpulencia y de su fuerza. “No puedo creerme como de bien te siento,” murmuró él, bajando la mirada hacia ella. “Quiero devorarte…” “Quiero que me devores,” suspiró ella, y fue como liberar a una bestia de sus cadenas. De pronto, la boca de él estuvo en la suya, brusca y demandante, y cuando se estiró para tocarle la cara, él le sujetó los brazos a la cama por detrás de ella. En lugar de asustarla, eso solo la excitó más, haciéndola apretarse contra él con necesidad. “Tan bella,” murmuraba él entre besos. “Tan completamente perfecta y totalmente mía…” Él no se contentó solo con besarle la boca. En lugar de ello, sus labios se movieron hacia su garganta y después más abajo, hacia la suave cima de sus pechos. Fue como si su carne recordara lo bien que él la hacía sentir. Podía sentir esos hormigueos de placer empezar de nuevo, viajando hacia su núcleo más profundo. Su caricia parecía despertarla de una forma que nunca había tenido en cuenta anteriormente, y todo lo que podía hacer era gemir y elevarse para apretarse contra él.
“He querido hacer esto desde hace tanto tiempo,” murmuró él. “Me preocupa no poder ser tan considerado como necesites.” “No necesito que seas considerado. Solo te necesito a ti,” murmuró Emily y su recompensa fue una mano que se deslizó por su costado, sobre la curva de su cadera. Adnan trabajó su camino hacia abajo por su cuerpo, besando su suave piel allá por dónde pasaba. Ella podía oír su avalancha de palabras, alabando la suavidad de su piel, la dulzura de su carne. Solo quería tocarle, hacerle sentir lo que ella sentía, pero su experta caricia la llevaba a tales niveles de placer que era todo en lo que podía pensar. No podía hacer nada más que retorcerse bajo él mientras le besaba su plano vientre, las redondeadas curvas de sus caderas. Apenas sabía qué estaba haciendo él cuando convenció a sus piernas para que se abrieran, separándolas suavemente de forma que podía alcanzar el calor de su deseo. Emily pensó vagamente que él la tocaría como lo había hecho antes, pasando sus dedos a lo largo del interior de sus muslos y aún más arriba, pero cuando sintió su boca rozando su montículo, ella se quejó sorprendida, intentando cerrar las piernas. “¡No… no puedes!” murmuró ella sorprendida, mirándole con los ojos tan abiertos como platos. Tenía una idea de lo que él intentaba hacer, pero, de alguna forma, su mente se había cortocircuitado. “¿Por qué no?” preguntó él, levantando la vista para mirarla. “Porque… porque…” balbuceó ella, pero era más que simple vergüenza. Cuando más pensaba en la boca de él ahí, más sentía el calor de su pasión crecer entre ellos. Había algo que la contenía, recuerdos de otras chicas diciéndole que había cosas que las buenas chicas no hacían, su falta de experiencia con lo que su cuerpo quería, pero estaban ardiendo, probándose a sí mismos que eran las cosas efímeras y frágiles que siempre habían sido.
“Esto me pertenece,” dijo él, curvando una de sus grandes manos sobre la carne entre las piernas de ella. “Todo esto es mío, y si te estoy haciendo daño, pararé. Sin embargo… si no te hace daño, y yo quiero, lo haré. ¿Me has entendido?” Sus posesivas palabras sonaron como una campana, enviándole un eco de necesidad por todo su cuerpo. Cuando el eco pasó, se llevó con él todo el miedo y la preocupación, y todo lo que pudo hacer fue asentir con la boca seca. “Sí,” susurró ella. “Sí… lo entiendo.” “¿Esto te hará daño?” Su respuesta fue rápida y totalmente libre de dudas. “No.” Su sonrisa fue lobuna, blanca y brillante y envió un estremecimiento de placer por su columna vertebral con solo doblar la cabeza entre sus piernas. A la primera caricia de la boca de él sobre su carne, ella corcoveó en sus manos. No tenía intención de hacerlo, pero lo que él hacía era tan intenso, tan íntimo, que no pudo dejar de hacerlo. Incluso el placer que le había dado con los dedos la otra noche palidecía en comparación con lo íntimo que se sentía esto. Por un momento, ella pensó que sería incapaz de relajarse con ello, de sentir las cosas que él quería que sintiera, pero entonces, cuando él la besó suavemente en su bajo vientre, dulce y cómodamente, ella supo que podría. Él empezó lentamente, pasando su lengua plana hacia arriba y hacia abajo por su hendidura como si tuviera todo el tiempo del mundo. Emily se entregó a las suaves ondas de placer que la recorrieron sin ser consciente de lo húmeda que se estaba poniendo hasta que su lengua se deslizó un poco más profundamente. “Tu sabor es increíble,” murmuró él, “como el néctar prometido en el paraíso de los paganos…”
Ella trató de responder a eso, pero entonces él se deslizó hacia arriba, y su inquisitiva boca encontró el clítoris. Ella jadeó, segura de que nunca había estado tan sensible o tan preparada. En el momento en el que su lengua pasó sobre ese sensible nódulo, sus ojos se abrieron y su cuerpo se arqueó para salir a su encuentro. Cuando Adnan se rio, ella pudo sentir la vibración en todo su cuerpo. “Oh, ya veo que te da placer,” canturreó él. “Solo échate y quédate quieta, quédate quieta, amorcito, y yo te daré lo que más te gusta…” Ella gimió, moviendo la cabeza de un lado a otro. Su boca la estaba volviendo loca, e incluso cuando intentó quedarse quieta, se dio cuenta de que no podía. Sin fuerza de voluntad, su cuerpo se movía hacia arriba, hacia él, queriendo y necesitando más. Finalmente, con una suave risa, las manos de Adnan bajaron a sus caderas. Ella tuvo un momento para darse cuenta de lo fuerte que era él en realidad, sin importar como ella se girara o se retorciera, no podía liberarse. Entonces su boca descendió sobre ella de nuevo y, esta vez, no tenía escapatoria. Ella no se podía mover, así que gimió. El placer aumentó, más fuerte y más caliente, mientras él trabajaba con la paciencia de un habilidoso artesano lamiendo su clítoris o rozándolo con los sientes. La primera vez que él acarició con los dientes su carne más sensible, se quejó, pero después el ligero acercamiento al dolor la hizo gruñir de necesidad. Él aceleró sus movimientos, pero ni siquiera se acercaba a lo rápido que ella quería, que ella necesitaba. No podía moverse, pero podía enredar sus manos en su pelo, tratando de conducirle hacia delante. “Por favor, por favor, Adnan, por favor, te necesito…”
Sus palabras enviaron un profundo estremecimiento a lo largo del gran cuerpo de él, pero si le hizo trabajar más duro, ella no podría haberlo dicho. En lugar de ello, el continuó a su propio ritmo, creando una cresta de placer que ella apenas podía creer. Cuando empezaron los primeros estremecimientos, la sacudieron hasta el núcleo. Entonces no importaba qué pensara o necesitara, la recorrían en cascada, un placer y un calor tan intensos que ella no podía hacer nada más que permitirles llevarla más alto y más rápido. Pronto, estuvo gritando de placer, pero Adnan no paró. Una parte de ella se dio cuenta de que él estaba suavizando su movimiento, pero manteniéndolo, haciendo más largo su placer. Las otras partes de ella simplemente se vieron desbordadas con la sensación, incapaces de hacer nada excepto experimentarlo. “¡Oh, Adnan, Adnan, por favor!” “Mi chica bonita, esto es todo para ti, todo para ti, tan perfecta…” Lenta, incluso muy lentamente, el placer que él había creado para ella se calmó, retrocediendo como las olas de la playa. Al final ella quedó jadeando y suspirando en la cama, en carne viva y abierta de una forma como nunca antes había estado. Todo su cuerpo estaba temblando. Nadie la había hecho nunca sentirse así anteriormente. A ciegas, se estiró para tomar la mano de Adnan, y él le apretó la mano suavemente antes de levantarla para besarla dulcemente. “Eres hermosa en tu placer,” dijo él roncamente, “pero ahora, Emily, voy a tomarte.” Estaba tan desbordada con las sensaciones que él le había proporcionado que no entendió al principio qué quería decir. Cuando las palabras penetraron finalmente en la neblina de su placer, su corazón latió más deprisa. “Lo quiero,” dijo ella suavemente. “Solo… es que no estoy segura de saber cómo
hacerlo.” La mirada que le dirigió él fue maravillosamente tierna y él se estiró para acunar la mejilla de ella en su mano. “Te enseñaré,” prometió él. “Te enseñaré cualquier cosa que desees aprender.” Él se inclinó para besarla y ella pudo probar su propio sabor en sus labios. Era un sabor salvaje, algo que se parecía al mar y algo más que le pertenecía totalmente a ella y pudo ver por qué él había querido hacerlo, porqué le había dado placer a él. Él tomó la mano de ella en la suya y, cuando se tumbó junto a ella en la cama, guio su mano hacia su miembro. “No es nada de lo que estar asustado,” dijo él con la voz gruesa por el deseo. “No, solo está hecho para complacerte, para hacerte sentir bien, mira…” Fascinada, ella acarició con la mano su virilidad enhiesta, maravillándose por la sedosa sensación de su piel y la dureza de hierro con la que respondía rápidamente a su más ligera caricia. Ella jadeó de sorpresa cuando él cerró la mano sobre la suya, mostrándole como le gustaba ser tocado y acariciado. Ella escuchó los suaves gruñidos que hizo él y, en ese momento, todo lo que quiso hacer fue darle placer. Finalmente, él apartó la mano de ella, sacudiendo ligeramente la cabeza. “Eres demasiado deseable, de lejos,” murmuró él, arrepentido. “No puedo resistirme a ti… pero tengo algo más en mente…” Ella empezó a preguntarle qué quería decir, pero entonces la tumbó sobre su espalda y se puso sobre ella. “Te necesito,” gruñó él, sus ojos tan negros como la medianoche y le estaba separando las piernas, haciendo que las abriera para él. Una sombra del placer que él le había dado la hizo temor por el súbito movimiento, pero entonces él estaba entre sus
piernas, sus caderas contra las de ella y la cabeza de su miembro empujando la piel que él había besado tan suavemente. Ella había oído hablar de lo que podía ser la primera vez de una mujer, con sangre y dolor, pero antes de que pudiera dedicarle al asunto más de un pensamiento pasajero, la boca de él descendió de nuevo sobre la suya, su lengua presionando entre sus labios. Estaba tan absorbida por el beso, que cuando él puso la redondeada cabeza de su masculinidad en su entrada no pudo dedicarle más que un pensamiento. Se perdió en el beso de un modo tan absoluto que cuando él presionó hacia delante, fue una sorpresa total. Todo su cuerpo se sacudió hacia atrás, pero no había ningún sitio a donde ir. Él entró en ella rápida y seguramente, profundizando con toda su longitud en su cuerpo anhelante hasta que no quedo espacio entre ellos. Emily fue consciente de que su respiración se había acelerado. El breve dolor por la estrechez de su entrada ya se había disipado, pero la sensación hizo que ella levantara la cabeza para mirarle. El la besó de nuevo, un beso casi más reconfortante que sensual. “La extrañeza pasará,” murmuró. “Te lo prometo. Pasará y después te haré sentir tan bien, cariño, tan bien… Te lo prometo, te lo prometo…” Él se sostuvo sobre ella, depositando suaves besos por su cara hasta que su cuerpo se adaptó a él. Ahora Emily notaba una profunda y primitiva plenitud, algo que la hacía suspirar por lo bien que la hacía sentir. Entonces, él empezó a moverse, y, para su virginal sorpresa, ella pudo sentir el placer en su núcleo comenzar a crecer de nuevo. “Oh… Oh, Adnan,” gimoteó ella, rodeándole con los brazos. No podía creer de lo que su cuerpo era capaz con este hombre, lo que él era capaz de sacar de ella. Sus movimientos eran lentos y constantes, dejándola que se fuera acostumbrando a su contorno, a la sensación de tener a alguien unido tan íntimamente a ella. Al menos, sus movimientos fueron lentos hasta que ella se dejó llevar por el instinto y envolvió con las
piernas las caderas de él. Necesitaba hacer algo para acercarle más a ella, y cuando él lo sintió, ella le oyó gruñir. Sus movimientos se hicieron más rápidos, menos tranquilos y eso solo consiguió que ella ardiera aún más para él. Solo quería que él entrara más profundamente, llevarle más cerca. “Adnan, yo quiero… quiero…” Él pareció saber qué era lo que quería, porque descendió sobre ella para besarla apasionadamente en la boca. “Cógelo, preciosidad. Te lo daré,” susurró él. Ella pudo sentir como se elevaba hacia él y como él le había pedido, se estiraba hacia el placer que había alcanzado tan recientemente. Sintió el fuego recorrer de nuevo su cuerpo, haciéndola temblar, y ahora él temblaba también, moviéndose sobre ella como un semental. “Oh… ¡oh, por favor!” Ella apenas pudo dejar escapar las palabras antes de comenzar a temblar de nuevo. Sus uñas se clavaron profundamente en los brazos de él, y echó la cabeza hacia atrás mientras los gritos salían de sus labios sin control. Esta vez el placer fue menos intenso, pero fue interminable, haciéndola gritar por lo bueno que había sido. Sentía como si su cuerpo entero estuviera temblando, más allá de su control y cuando ella se estiró hacia Adnan, le sintió entrar en ella una última vez, tan profundamente como pudo mientras derramaba su calor dentro de ella. Él cayó en parte sobre ella, sus codos soportando la mayor parte de su peso mientras le llena la cara de besos cansados. “Ha sido alucinante,” susurró ella, sintiéndose extrañamente tímida después de todo lo que habían hecho juntos. “No había sentido antes nada como esto.”
“Yo tampoco,” susurró Adnan, apartándole el pelo de la cara. Emily deseó que pudieran estar así echados para siempre, pero finalmente, con un ligero gruñido, Adnan tuvo que apartarse. Cuando él dejó su cuerpo, ella tuvo una extraña sensación de pérdida. Él entró en el baño. Cuando salió, tenía una pequeña palangana con agua muy caliente y una toallita. “¿Qué estás haciendo?” preguntó ella. La ronquera de su voz la sorprendió. Enrojeció cuando se dio cuenta de que se debía a lo mucho que la había hecho gritar ese hombre. “Cuidarte,” dijo él, y la ternura de su voz la hizo sonreír. Él la instó a que se tumbara sobre su espalda y, cuando lo hizo, él le abrió de nuevo las piernas. ¿Intenta… lavarme? pensó Emily con incredulidad. Ella intentó cerrar de nuevo las piernas, pero, como antes, Adnan simplemente apartó a un lado su resistencia. Sus piernas se abrieron para él. Se resistió a su primera caricia, pero cuando él pasó la toallita cálida y humeante por sus muslos y por la carne entre ellos, toda la rigidez huyó de sus miembros y se relajó en el colchón con un suspiro. La limpió con una ternura que hizo que le doliera el corazón y, en ese momento, no estuvo segura de si alguna vez se había sentido tan protegida. Tan cuidada. Emily casi se había dejado llevar por el sueño cuando se le ocurrió algo, “¡Oh, tu hombro!” dijo, sentándose un poco. “¿Está bien?” Él se rio, moviendo la cabeza ante su preocupación. “Está bien. Probablemente me quitaré mañana el vendaje y seguiré adelante. Realmente, el médico ha montado más escándalo con esto que yo.” “Mañana”, suspiró ella suavemente, golpeada por la idea. “¿Qué pasará mañana?”
La mirada que él le dirigió la llenó de calor desde la cabeza a los pies. De alguna manera, ella se preguntaba si era algo que quisiera ver durante toda su vida. “Mañana… bueno, supongo que mañana descubriremos qué viene a continuación” Empezó a preguntarle qué quería decir, pero él la tomó de nuevo en sus brazos, besándola suavemente. Después de lo que habían estado haciendo, ella habría pensado que estaría demasiado cansada o demasiado dolorida para continuar. Cuando su beso envió destellos por su cuerpo de nuevo, ella supo sin sombra de duda que había estado equivocada. Esta vez él fue lento, había desaparecido toda la urgencia. Fue reemplazada por una paciencia profunda y duradera, y cuando ella se tumbó sobre su espalda, los dedos de él bailaron por su tierna piel, haciendo que se excitara de nuevo. “Dímelo si es demasiado,” murmuró él. “Pararé cuándo me lo digas…” “No creo que nunca quiera que pares,” suspiró Emily. “Bien. Cierra los ojos.” Sorprendida, hizo lo que él decía. La siguiente vez que él la tocó, las endurecidas puntas de sus dedos rozando su plano vientre y las erectas cimas de sus pezones, se estremeció por la intensidad de lo que sentía. Con los ojos cerrados, todo parecía mucho más sensible. “¿Podría… podría hacer esto contigo también?” preguntó ella y él se detuvo. “¿Hacer qué?” “Taparte los ojos y tocarte. ¿Te haría sentir tan bien como a mí?” Su carcajada fue tan oscura y cálida como el whisky. “No creo que haya una manera de la que puedas tocarme que me disgustara, querida
mía,” dijo él. “Pero por ahora, simplemente recibe lo que te estoy dando.” Ella no sabía cuándo sus suspiros se habían convertido en jadeos, y realmente no se había dado cuenta de que había abierto las piernas para recibir su caricia. Cuando él deslizó los dedos por su húmeda hendidura, ella jadeó por el placer que le proporcionaba, dándose cuenta del ligero dolor que sentía a causa de su primer encuentro. No obstante, cualquier pensamiento sobre el dolor huyó, cuando él utilizó la yema del pulgar para hacer círculos en su clítoris, haciéndola lanzar su cabeza hacia atrás en la almohada. “¡Oh! Oh, Dios, Adnan, quiero más, por favor…” “Más tarde…” dijo él firmemente y ella supo que, si miraba, él estaría de nuevo duro como una roca. “Ahora mismo, amor, solo disfruta este placer. Úsalo. Déjame hacer que te sientas bien.” Se sintió indefensa ante ese comentario. Sus caderas empezaron a moverse de nuevo y, pronto, estaba clavando los talones en el colchón, elevándose hacia su mano. Cuando su placer explotó detrás de sus ojos, ella gritó su nombre, tendiendo hacia él sus manos suplicantes. Cuando los gritos de Emily se apagaron, Adnan se tumbó a descansar junto a ella. “Adorada mujer hermosa,” dijo él y ella sintió una calidez despertar en su interior que no se parecía a nada que hubiera conocido antes. *** Adnan no podía recordar otro día como el que había pasado con Emily. Hicieron el amor de nuevo, y cuando tuvieron hambre, pidieron comida. Hablaron y aprendieron cosas del otro. Él descubrió su música y como había alcanzado finalmente el estatus de artista de éxito empezando como artista hambrienta. Ella averiguó como la muerte de su padre lo había convertido en el jeque, y también sobre sus años en el ejército con Roja.
Se deleitaron el uno en el otro, y cuando él le habló sobre Nahr, su adorada ciudad natal, ella se quedó quieta, con sus bonitos ojos grises abiertos de par en par. Nahr era una ciudad moderna con profundas raíces en el pasado que despertaba el orgullo de sus habitantes. “Quiero verla,” dijo ella, con una voz tan suave como la seda y él no pudo evitar que una sonrisa se extendiera por su cara. “Lo harás,” prometió él y empezó a besarla de nuevo. No podía mantener las manos apartadas de ella, pero se refrenaba. Cuando quería ser rápido y salvaje, se mantenía amable. Era difícil creer que una chica que nunca había hecho nada antes podría ser tan entusiasta, estar tan necesitada. Él sabía que era un antiguo instinto, pero una parte de él se deleitaba al pensar que había sido el único hombre que la había tocado, el único que había explorado su cuerpo exuberante. A Adnan se le pasó por la cabeza que se había emborrachado de ella. No podía tener suficiente de ella y si no era cuidadoso, ciertamente podía ser un lugar muy peligroso para estar. Era hermosa, dulce y aguda como un látigo, y él ya podía decir que le había dado una parte de su corazón. Los hombres sabios de antaño podrían decir que era un error enamorarse más profundamente de esa mujer de lo que ya había hecho. Los matrimonios se arreglaban entre hombres y mujeres de igual poder y familia, donde la riqueza y el linaje jugaban la parte más importante. La pasión se reservaba para las concubinas, mujeres entrenadas en el arte de la belleza o la seducción. El corazón de Adnan latió más deprisa. Emily había llegado a Nahr por casualidad, una caprichosa hoja arrastrada por un viento efímero, pero no había nada que le previniera a ella de quedarse, de ver qué le podía ofrecer este lugar.
Para sí mismo, admitió que le ofrecería el mundo, si ella solo dijera sí.
Capítulo Nueve Emily no estaba segura de cuando se había quedado dormida. Todo lo que sabía es que se había acurrucado junto a Adnan, segura en el círculo de sus brazos y agotada por el placer que habían compartido. Una o dos veces durante el largo día juntos, ella se había preguntado sobre el futuro, pero había apartado ese pensamiento de su mente. Habría tiempo para pensar en el futuro al día siguiente, cuando ella le dijera lo que sentía, lo que necesitaba. El pensamiento de dejar Nahr para volver a los Estados Unidos enviaba una punzada a través de ella, pero realmente no había nada que pudiera hacer, ¿verdad? Si él le pidiera que se quedara, sin embargo… Ella apartó ese pensamiento de su mente. Hoy, simplemente había demasiado placer y demasiadas risas envolviéndola, despertando partes de ella que habían estado dormidas desde su secuestro. No podía pensar en el futuro ahora mismo, ni siquiera quería hacerlo. Cuando se fue a dormir esa noche, con una ligera sonrisa en sus labios y la cabeza apoyada en el grueso brazo de Adnan, no fue el futuro quién vino a visitarla, sino el pasado. Cuando era adolescente, había formado parte de un programa acelerado, uno que la llevaba durante medio día a la Universidad, a compartir clases con los universitarios de los primeros años. Se había vestido con su conjunto favorito, que era barato y estaba ligeramente raído, y con una rebeldía típica de adolescente, se había teñido el pelo de rojo. Pero una vez en el campus, se había sentido intimidada por completo por las estilosas chicas y los ruidosos chicos de sus clases. En su sueño, un grupo de chicas se reían de sus ropas y de su tinte de supermercado lo suficientemente alto para que ella las oyera. “Oh, Dios, parece como si se hubiera ido de compras a un contenedor de basura o
algo así. No puedo sentarme demasiado cerca de ella porque podría acabar igual.” En su sueño, en el que se veía más pequeña, más flaca y fuera de lugar, Emily huyó, corriendo por el vestíbulo con los libros apretados contra el pecho y los ojos llenos de lágrimas. Podría haber corrido todo el camino de vuelta a casa para no volver a cruzar las puertas de una Universidad nunca más, pero entonces corrió directamente hacia unos fuertes brazos, y alzada en tan breve tiempo que jadeó. En su sueño y en su memoria, se quedó mirando a un par de ojos negros como la noche. “¿Estás bien?” preguntó el hombre y ella pudo sentir su mirada compasiva como si la iluminara una estrella. Debió dejar escapar un grito de sorpresa, porque Adnan se despertó inmediatamente detrás de ella. Antes de que él hubiera podido buscar a tientas el interruptor de la lámpara, ella había saltado de la cama y estaba temblando. Cuando la luz se encendió, inundando el cuarto a oscuras con una rica luz ambarina, Emily se preguntó de repente si veía doble. En la cama estaba el jeque que la había rescatado, el que la había arrancado de la pesadilla y le había dado más placer del que nunca podría haber imaginado. En la cama estaba también el hombre que había cambiado su vida para siempre, su primer amor, el que había desaparecido. “Amor, ¿cuál es el problema?” preguntó él mirándola desde lejos. Ella se alegró de que no intentara bajar al suelo y llegar hasta ella. En su estado, no sabía que podría hacerle a él o a sí misma. “Daniel,” susurró ella y por la mirada de reconocimiento que afloró a su rostro, ella supo de una vez y para siempre que él era el hombre que había conocido. Y que había bloqueado en su memoria para evitar el dolor.
“Sí, eso fue… Oh, Dios, ¿Emily? ¿Tú eres esa Emily?” Ella empezó a reír, con un extraño sonido, herido y demente. “Claro que lo soy,” dijo ella, sacudiendo la cabeza. “Oh, Dios, por supuesto tendría que ser secuestrada al otro lado del mar por unos criminales y después lanzada al regazo de mi primer… mi primer… ¡Dios, no me lo puedo creer!” Él empezó a acercarse a ella, con una mano extendida tentativamente, pero cuando ella retrocedió, se paró. A ella se le pasó por la cabeza que estaban los dos desnudos, y con movimientos erráticos, le dio la espalda. Sus ropas, olvidadas en la pasión compartida, estaban sobre la silla y fue hacia ellas, poniéndoselas con brusquedad. Podía sentir la mirada de Adnan sobre ella, lo que la hacía sentir ansiedad y nerviosismo de una manera que no había sentido antes, cuando estaban compartiendo tanta intimidad con el otro. Sin embargo, ahora mismo el hecho cierto es que ella estaba inundada por los recuerdos y sacudió de nuevo la cabeza, tratando de situarlos correctamente. “¿Por qué dijiste que tu nombre era Daniel?” preguntó ella, abrochándose el vestido. “Porque un amigo me sugirió utilizar un nombre inglés en un país en el que se habla inglés. Después de tener una cola de cuatro personas preguntándome de dónde provenía mi nombre y como se escribía, vi por qué me había dado ese consejo. Emily, por favor, ¿puedes volver aquí?” “No,” dijo ella, volviéndose para enfrentarse con él por fin. Algo en el rostro de ella hizo que él emitiera un sonido de dolor, pero cuando se estiró de nuevo hacia ella, sacudió la cabeza. “¿Qué estabas haciendo en Boston?” le preguntó ella, con la voz fina pero firme. Necesitaba esas respuestas; más que eso, se las merecía. Había pasado sin ellas media
década. “Estaba viendo mundo, hasta cierto punto,” dijo él. “También estaba visitando a un amigo, un expatriado que estaba dando clases en la Universidad.” “Siempre eras tan misterioso,” susurró Emily. “Nunca supe qué esperar de ti, no realmente.” La sonrisa que le dedicó él fue de arrepentimiento, con auténtico sentimiento en ella. “He aprendido que cuando la gente sabe que eres jeque, o como en ese momento, el hijo de un jeque, algunas cosas resultan mucho más difíciles,” dijo él suavemente. “Algunos viajes. Algunos encuentros. Algunas personas… a veces, solo quieres que te conozcan por lo que eres.” “Ni siquiera supe nunca tu nombre real,” dijo ella, acusadoramente, su rostro encendido. Para reconocerle el mérito, Adnan parecía estar agonizando, pero no era suficiente. “No sabía que era importante para ti,” dijo él y se preguntó si era posible que ella viera en rojo. “Entonces no sabías nada en absoluto sobre mi después de todo…” *** Cinco años atrás Ella no había querido estallar en lágrimas. No lo había querido en absoluto, pero eso era exactamente lo que había ocurrido. El hombre guapo que la había cogido en sus brazos la miró sorprendido y después, sin pensarlo dos veces, la envolvió con sus brazos. Durante un largo momento, ella simplemente mojó la camisa de él, sin preocuparse de qué parecía o qué le estaba pasando. Se sentía tan bien simplemente dejándolo pasar,
pero el problema con dejarlo todo pasar era que finalmente, tenías que cogerlo de nuevo. “Oh, Dios, lo siento tanto,” dijo ella, dando un paso atrás y limpiándose las lágrimas. “No fue mi intención…” “No hay problema en absoluto, eso seguro,” dijo el hombre, mirándola con curiosidad y una compasión que parecía no tener fin. “Lo único, ¿por qué no te vienes conmigo? Pareces un poco acalorada y puedo invitarte a un té helado en aquella pequeña cafetería de allí. El primer impulso de Emily fue rehusar, pero entonces, por algún motivo, se encontró a si misma caminando a su lado. Él era mayor que ella, eso podía afirmarlo, aunque no podía arriesgarse a decir cuánto. Suponía que sería uno de los estudiantes más mayores o, como mucho, un profesor muy joven. Con sus raídas ropas y su pinta de estudiante de instituto, se sentía muy joven sentada a su lado, pero cuando él habló con ella con amabilidad y paciencia, ella perdió parte de su nerviosismo y sus miedos. Cundo él se sentó de nuevo con un brillo apreciativo en sus ojos y le dijo que quizá era la persona más lista con la que había hablado en todo el día, ella sintió que su pecho iba a reventar de orgullo. “¿Vienes aquí a menudo?” dijo ella, sintiéndose muy audaz. “Quiero decir, ¿aquí, a esta cafetería?” “Sí,” dijo él, con una sonrisa cruzando por sus ojos. “A decir verdad, estaré aquí mañana, si te interesa…” *** “Solo nos conocimos unas pocas semanas. Llevabas el pelo rojo en esa época,” dijo Adnan, y ella sintió esas lágrimas traidoras en sus ojos de nuevo; si no tenía cuidado, iba a
empezar a llorar como la niña de dieciséis años que había sido. Una parte de ella odiaba a esa niña, la que había regalado su corazón tan fácilmente, pero una parte de ella también la protegía fieramente. De la forma en la que había madurado, había tenido poco tiempo y energía para dedicar a nada tan adorable y frívolo como un asunto amoroso. “Podrían haber sido solo unas semanas para ti,” susurró ella, “pero lo fue todo para mí. Mis padres se estaban divorciando. No tenía amigos. Estaba luchando con un currículo diseñado para estudiantes dos años más mayor que yo… tú eras todo lo que tenía.” Adnan se estiró hacia ella de nuevo, pero ella se apartó. “¿Por qué te fuiste?” exigió Emily. “¿Por qué decidiste que era alguien a quién ni siquiera valía la pena decir adiós?” Algo parpadeó en el rostro de Adnan y se fue de nuevo. Sintiéndose hundida, ella se dio cuenta de que cualquier cosa que le dijera a continuación no iba a ser verdad. “Había asuntos que me presionaban para que volviera a Nahr,” dijo él al final. “Cosas de las que no podía huir. Emily, eras y eres una joven brillante. Nunca pensé, ni por un momento, que mi ausencia se te haría cuesta arriba o que…” “¿Nunca pensaste?” explotó Emily. “Estaba aguantando por los pelos. Apenas estaba anclada a la cordura, y ¿nunca pensaste que te echaría de menos?” Adnan se encogió como si ella le hubiera tirado fuego. Bien, pensó ella enfadada. Hazle saber cómo se siente al estar tan confundida, tan asustada… “Te quería,” continuó ella. “Desde el momento en que te vi…” Él levantó la mirada hacia ella, sorprendido. “Apenas eras más que una niña,” protestó él, pero ella sacudió la cabeza.
“Eso no importa,” gritó ella. “Estaba enamorada de ti, con todo mi corazón y verte era lo único que me mantenía con ánimos para continuar con todo. Hubiera hecho cualquier cosa por ti. Hubiera escuchado cualquier cosa, te habría aceptado totalmente…” “No tenía manera de saberlo,” dijo Adnan en voz baja. “Pensaba que era solo otro adulto para ti, alguien con quien pasabas tiempo porque… porque…” “¿Porque estaba sola?” se rio Emily, con un sonido tan áspero como el graznido de un cuervo. “Oh, Adnan. He estado sola toda mi vida. Nunca he sabido qué era no estar sola hasta que te conocí. Sin embargo, era mucho más. Era amor, incluso siendo joven y estúpido, era amor y tú me mentiste. Ni siquiera me dijiste nunca cuál era tu nombre real.” Se encogió de hombros. “Pero eso ahora no importa, ¿verdad? Eso acabo cuando te fuiste de los Estados Unidos y esto ha terminado ahora que te has dado cuenta de lo que ha pasado aquí.” El silencio de él fue toda la respuesta que necesitaba. “Todavía es de noche,” dijo ella, consciente de que su voz sonaba rara y sin inflexiones. “Me voy a dormir al sofá.” Pasó por su lado, y, esta vez, él no intentó retenerla. Podría haber dicho que eso le había roto el corazón, pero, aunque se estuviera dando cuenta ahora, su corazón se rompió muchos años atrás. Solo ahora podía explorar la magnitud de la herida. *** Horas después, cuando la aurora estaba empezando a despuntar sobre la ciudad, Adnan se despertó y abrió la puerta del dormitorio. Emily estaba acurrucada en el sofá, haciéndose lo más pequeña posible. Cuando él vio los surcos en su rostro, evidencia de sus lágrimas, se le rompió el corazón. “Te he tratado muy mal,” murmuró. Lo que quería más que nada era alzarla en sus
brazos y mantenerla allí hasta que todo fuera mejor, pero él sospechaba que tendría que tomar medidas más drásticas que eso. Se vistió y salió de la habitación del hotel, rebasando a los fieles guardaespaldas que todavía le vigilaban. Se dirigió al balcón que había al final del pasillo, inclinándose sobre la barandilla de piedra mientras salía el sol. Una parte de él apenas podía creer que ella fuera la Emily que había conocido cuando estuvo en Estados Unidos. Otra parte de él se preguntó si lo había sabido todo el tiempo, a pesar del cambio de color del pelo. Esa chica había sido, al mismo tiempo, demasiado joven para él, tímida y nerviosa. Le había mirado como si fuera un caballero que podía vencer a sus dragones por ella. Esta Emily tenía toda la inocencia de esa otra, pero era una luchadora. Había aprendido a librar sus batallas y eso solo la había hecho más hermosa. Lo más correcto sería enviarla a casa, pensó él. En casa, ella podría empezar a curarse, empezar a olvidar la pesadilla que se había apoderado de ella una noche oscura. Podría olvidarse de Nahr, olvidarse de él, seguir adelante como se merecía. En el momento en que se le ocurrió esa idea, la rechazó. Era egoísta, incluso podía haber sido cruel, pero nada en él le permitía dejarla ir. La idea de decirle adiós era como clavarse un cuchillo en el corazón. Los dos impulsos gemelos tiraron de él, haciéndole descansar la cabeza entre las manos. No podía dejarla ir. No quería verla infeliz. Adnan no estaba seguro de cuánto tiempo había pasado así, pero en algún momento, empezó a tomar forma un plan. En el centro del mismo estaba su amor por ella y, llegados a este punto, lo único que podía esperar era que fuera suficiente. Se enderezó, mirando hacia el este, donde se encontraba su querida ciudad. Solo
veinticuatro horas antes, él había soñado que quizá ella llegaría a amarla tanto como él. Quizá todavía era posible. Entró de nuevo en el hotel con el teléfono ya en la mano. Tenía planes que poner en marcha.
Capítulo Diez Emily se despertó en un apartamento vacío, pero los últimos días habían estado tan llenos de giros y vueltas tan extraños que estaba perdiendo la capacidad de sorprenderse. Acababa de terminar de ducharse y vestirse cuando llamaron a la puerta. Durante un momento, se quedó helada. Las llamadas eran para la gente que tenía poder, cuya intimidad es respetada por los demás. Las llamadas no habían sido para ella desde hacía un tiempo que le parecía una eternidad y se movió lentamente hacia la puerta. En el último momento, recordó mirar por la mirilla y, para su sorpresa, quién esperaba en el pasillo eran dos mujeres. Ambas tenían aproximadamente su edad e iban vestidas con las coloridas túnicas, pantalones y los ligeros pañuelos que ella sabía que eran habituales entre las mujeres de la región. “¿Quiénes sois?” preguntó ella al abrir la puerta. “¿Qué estáis haciendo aquí?” Con cierto desasosiego, ella se dio cuenta de que los guardaespaldas todavía estaban allí. Dondequiera que estuviera Adnan, todavía intentaba estar pendiente de ella. “Estamos aquí por usted,” dijo la primera mujer cálidamente. “Yo soy Bina y esta es Masha. Estamos aquí para tomarle medidas. Tan pronto como las tengamos, podremos empezar a preparar un vestuario para usted.” “Algunas de nuestras clientas necesitan tallas especiales, pero creo que lo que tenemos le quedará perfecto,” gorjeó Masha. Emily se sintió como si se hubiera deslizado en una especie de extraño país de las maravillas cuando ambas mujeres sacaron cintas métricas. Sin embargo, mientras avanzaban hacia ella, volvió a la vida y retrocedió, interponiendo el sofá entre ellas. “No,” dijo, sintiendo como si todas las indignidades que había sufrido estuvieras
volviendo a su cabeza. “No, no voy a hacer nada a menos que me digáis para qué es. ¿Qué demonios está ocurriendo ahora?” Ambas mujeres la miraron con curiosidad, sus cabezas inclinadas en un ángulo tan idéntico que Emily pensó que deberían haber sido hermanas. “Estamos aquí para tomarle medidas para su vestuario,” dijo Bina cuidadosamente, como si estuviera hablando con una niña. “El jeque nos ha traído hasta aquí para ello. Si está usted interesada en trabajar con alguien más prestigioso…” “Le aseguramos que no existe,” terminó Masha, gorjeando. “Le proporcionaremos túnicas y pantalones, por supuesto, pero también la equiparemos con ropa deportiva, vestidos de alta costura y, por supuesto, lencería y zapatos…” Emily sacudió la cabeza. “No, quiero decir, ¿por qué estáis haciendo esto?” “Porque el jeque nos pidió que lo hiciéramos,” exclamó Bina. Masha le dirigió una mirada penetrante. “Él nos pidió que la equipáramos para cualquier ocasión que se nos pudiera ocurrir. Acudió a nosotras porque somos las mejores. ¿Lo pone en duda?” Emily se sentía como si estuviera ahogándose bajo algún tipo de marea. En ese momento, bajo la mirada de las dos mujeres que parecían saber mejor que ella lo que estaba ocurriendo, se rindió. “De acuerdo,” dijo impotente, y con radiantes sonrisas, ellas la ayudaron a situarse en el centro de la habitación Mientras trabajaban, charlaban la una con la otra y con ella, elogiando su pelo, su cuerpo, diciéndole que sus creaciones iban a quedar alucinantes en ella. Con retraso, se le ocurrió a Emily que esto debía ser una especie de petición de disculpas y regalo de despedida por parte de Adnan. Después de todo, era rico. Quizá
quería regalarle un vestuario antes de que se fuera de Nahr. La idea de no volver a verle le estrangulaba el corazón, pero se forzó a si misma a ignorarla. Estaba hasta de desperdiciar lágrimas en él. Si quería reglarle un vestuario de lujo que ella vendería tan pronto como la enviara a los Estados Unidos, así sería. Cuando Bina y Masha terminaron de tomarle medidas, aún había otra sorpresa para ella. A una palabra suya, uno de los guardaespaldas de Adnan entró, llevando tras él un perchero lleno de ropa. “Son muestras, pero creo que le quedarán bastante bien,” explicó Masha. A pesar del enfado y la pena en las que se estaba cociendo a fuego lento, Emily quedó impresionada con las ropas que llevaban. Si en algún momento ella había dudado de si Adnan era realmente el jeque de Nahr, la riqueza allí expuesta habría despejado esas dudas. Las prendas que las dos mujeres tiraban a su alrededor tan desordenadamente, eran de seda pura. Los trajes tradicionales estaban tachonados de lo que parecían auténticas piedras preciosas en las mangas y el cuello. Emily no había podido ni siquiera tocar ese tipo de ropa en toda su vida anterior, y ahora la estaban animando a probársela. Al principio, solo lo hizo porque Bina y Masha eran muy insistentes, pero cuando se puso el primer conjunto, jadeó. Emily siempre había sabido que era bastante bonita, más cerca de ser llamada “mona” que “bella”. Ahora, fue consciente de que tenía que ver con la ropa que llevaba. Era mona cuando correteaba por la ciudad en vaqueros y camiseta. Cuando estaba vestida con una magnífica túnica tradicional, bordada de seda y adornada con zafiros, o con un vestido de mangas largas que se pegaba a ella como una segunda piel, apenas se reconocía. “Hacéis un trabajo fascinante,” dijo ella y las dos mujeres sonrieron. “Es más bien que usted es una preciosa joya que siempre había necesitado una
montura adecuada,” dijo Bina. “Estas son las ropas que debería haber estado llevando toda la vida, las que mejor se ajustan. Cogeremos sus viejas ropas y las tiraremos, no hay ninguna razón para conservarlas.” Al mirar las ropas que le habían dado los esclavistas, fue más que feliz de verlas por última vez. Sin embargo, una parte de ella aún no entendía que esas ropas eran suyas, incluso cuando se puso un adorable conjunto de pantalones y túnica verdes. Era sencillo, pero la calidad de la seda y de los ligeros bordados en los dobladillos era obvia. Cuando su pelo fue cubierto a medias con un pañuelo transparente, ella parecía sencilla pero totalmente a la moda. “¿Todo esto para que pueda irme a casa?” se preguntó ella. Justo entonces, uno de los guardaespaldas llamó a la puerta. “¿Está lista?” preguntó educadamente. “El avión despega en menos de dos horas y no quiero que sea molestada.” “No, por supuesto que estaré lista,” dijo ella. “Solo…solo déjeme que recoja mis cosas…” No era como si tuviera mucho equipaje. Bina y Masha le aseguraron que el resto de la ropa se le enviaría y ella podía salir simplemente con lo que llevaba puesto. Cuando el guardaespaldas la condujo hasta el coche que la esperaba, se dio cuenta con el corazón encogido de que Adnan no iba a mostrarse. Después de lo que había pasado entre ellos, no podía decir que le sorprendiera, pero una parte de ella no podía creerlo. Dos veces en su vida él había tenido un impacto inimaginable en lo que ella era y en lo que le había pasado. La primera vez, él había aparecido y había tomado su corazón tan fácilmente como un hombre que arrancara una flor en el campo, y después despareció. Esta vez, el apareció, la rescató de un oscuro destino y… había desaparecido otra vez, casi
más rápido. Ella pensó irónicamente que tal vez la tercera vez se quedaría, pero entonces tendría que tener una importante mala suerte para necesitar que él interviniera de nuevo. No, se dijo a sí misma, esto era lo mejor. Después de todo, él era un jeque y ella era, bueno, era una doña nadie. La pasión que había surgido entre ellos había sido increíble para ella, algo que recordaría el resto de su vida, pero si era sincera consigo misma, para él debía haber sido un día como cualquier otro. Emily decidió que ciertamente estaba siendo muy adulta y muy madura respecto a este asunto, y se habría sentido incluso más orgullosa de si misma si hubiera podido dejar de llorar. En el coche, los ojos le picaban a causa de las lágrimas, pero la idea de perder la compostura delante del chófer la había ayudado a controlarlas. Podía no tener mucha dignidad que perder, pero todavía tenía algo. Había conseguido contenerse hasta que embarcó en el brillante y pequeño avión que esperaba en el aeródromo privado. Solo había seis asientos en el avión, pero también había una sonriente asistente que quería saber si necesitaba algo o si teñís hambre. Cuando la mujer volvió a su propio compartimento privado en el avión, Emily dejó que, finalmente, las lágrimas cayeran. Empezaron despacio al principio, saliendo desde detrás de sus pestañas cerradas. Era capaz de limpiarlas, pero después, como si se hubieran animado, empezaron a caer más y más deprisa, hasta que terminó sollozando en la servilleta de tela que encontró metida en el arcón del lateral de su asiento. Emily apenas noto que el avión empezaba su carrera por la pista de aterrizaje o cuando finalmente estuvo en el aire. La siguiente vez que miró por la ventana no pudo ver nada más que nubes bajo ella, nada más que el cielo azul por encima de ella. Me voy a casa, pensó Emily y supo que debería estar exultante, pero sintió un resonante vacío en su interior donde debería haber estado su corazón.
Adnan… Ella le amaba. Lo supo en ese momento, pero el conocimiento no le trajo alegría ni consuelo. El suyo sería el rostro que ella imaginara por las noches y seria su encanto, su fuerza y su atractivo lo que utilizaría para juzgar a otros hombres. Quizá eso fuera lo que más le dolía, que él sería siempre parte permanente de su mente y de su corazón cuando ella había sido una parte tan temporal del suyo. Sacudió la cabeza. Emily sabía que tenía todo su futuro por delante y que no incluía a Adnan. Sería mejor que se acostumbrara a ello ahora.
Capítulo Once Las sospechas de Emily aparecieron cuando aterrizaron en Nahr. Ella había esperado que aquello fuera un vuelo de conexión con el que la llevara de vuelta a los Estados Unidos. Sin embargo, en lugar de guiarla hacia un vuelo comercial, dos hombres de traje la escoltaron al aparcamiento, donde les esperaba un elegante sedán negro. “No, esto es un error,” dijo ella, confundida. “Se suponía que iba a ir de vuelta a los Estados Unidos.” Los hombres la miraron con educación, pero no había nada que les hiciera ceder. “Nuestras ordenes son conducirla seguramente a la residencia del jeque en el Plaza,” dijo uno, y por la forma tan seria en la que le miró, podía afirmar que lo decían en serio. “No,” repitió ella como si hablando más alto y más claro pudiera ayudarlos a entender. “Fui secuestrada. Fui vendida. El jeque Adnan… me rescató. Se supone que debería volver a América.” El hombre que había hablado con ella sacudió la cabeza. “Lo siento. Mis órdenes vienen directamente del jeque. Él dijo que había que llevarla a su residencia.” Emily había derramado tantas lágrimas durante el viaje en avión que no podía encontrar lágrimas frescas para lo que viniera después. En lugar de ello, todo lo que pudo encontrar en su interior fue rabia. “No,” dijo ella, lo bastante alto para que un grupo de hombres de negocios que pasaban miraran con preocupación. “No, me niego. No me iré de aquí a no ser que sea para subirme a un avión que me lleve de vuelta a los Estados Unidos. No me importa lo que diga el jeque.”
El hombre la miró incómodo. “Entonces quizá sea mejor que hable con él sobre eso,” dijo el, y en ese momento, Emily entendió que podía entrar en el coche libremente, por sí misma, o la cogerían y la meterían dentro. “Bien,” dijo ella, forzando en la palabra cada partícula de helada cortesía que pudo encontrar. “Iré.” Entró en el coche con dignidad, notando el alivio del conductor. Después de todo. con él no estaba enfadada y no quería hacer su vida más dura. No, el que le había hecho esto era Adnan y cuando llegara al Plaza, fuera eso lo que fuera, iba a exigir respuestas. Al menos, así es como se suponía que tenía que ir. El Plaza resultó ser el rascacielos más alto de Nahr, un hermoso monumento a la prosperidad de Nahr construido en acero y cristal. Los niveles más bajos eran un derroche de tiendas exclusivas y boutiques, vendedores de comida y proveedores de lo raro y lo exótico. Sobre ello estaban los negocios más poderosos de Nahr, además de algunas oficinas gubernamentales. Aún más arriba estaba el ático de dos alturas reservado exclusivamente para el uso del jeque. Mientras subía en el ascensor, todavía bajo el vigilante ojo del guarda, Emily no estaba segura de porque se sentía tanto como una impostora. Con sus ropas de seda verde, parecía como cualquier otra de las otras elegantes compradoras que poblaban el Plaza, excepto por su cabello rubio. Ella sabía en el fondo de su corazón, sin embargo, que estaba fuera de su elemento, completamente perdida en medio de tanta opulencia. Este era el mundo de Adnan, no el de ella, así que, ¿por qué la había llevado allí? En el ático no la esperaba ninguna respuesta. En lugar de eso, cuando las puertas del ascensor se abrieron con un zumbido, rápidamente se dio cuenta de que Adnan no estaba allí. El guarda se marchó, y todo lo que ella pudo hacer fue deambular por allí,
maravillada. Las enormes ventanas del comedor, que ocupaban toda la pared, miraban hacia la amplia extensión de la ciudad. El cielo ya estaba tomando unas pinceladas de color lavanda mientras el sol comenzaba a descender, podía decir que la vista debía ser espectacular. Emily encontró una nota doblada con su nombre escrita en el medio de la mesa de café de mármol. Durante un momento, solo la sostuvo en sus manos. Era como si todo estuviera cubierto por una profunda magia y en el momento en el que leyera lo que la nota tenía que decir, todo cambiaría. Emily, Desearía haber podido estar allí para saludarte, pero desafortunadamente, los negocios me han reclamado en el parlamento. He sido negligente en mis deberes mientras estaba en Mirago y ahora debo hacerme cargo de ellos de nuevo. Sin embargo, estaré libre hacia las ocho de esta noche y me encontraré contigo en El Cisne y la Espada, un restaurante que ha recibido a los miembros de mi familia desde tiempo inmemorial. Bina y Masha me han dicho que tendrías algo que ponerte a esa hora. Estoy deseando verte con la belleza que te mereces. Estoy deseando verte. —Adnan Emily entornó los ojos. La orden era implícita, pero estaba allí. ¿A qué estaba jugando, reteniéndola en Nahr? ¿Quién se creía que era? La respuesta estuvo clara en el momento en el que la pregunta se formó en su cabeza. Era el jeque de Nahr, y ella sabía que aquí, en la ciudad que él gobernaba, ni una sola voz podría contradecirle. Miró al ático a su alrededor. De alguna manera, era simplemente una jaula más
bonita. “Bien,” dijo en voz alta. “Si cree que puede darme órdenes, le animo a intentarlo.” Una parte de ella quería entrar en El Cisne y la Espada arrastrando los pies con las ropas más sucias y harapientas que pudiera encontrar. Sin embargo, habían tirado su ropa vieja, y sus ropas nuevas, que llegaron en un baúl plateado empujado por un empleado discreto, eran demasiado para resistirse. Después de un momento de duda, ella cayó en la tentación y sacó un conjunto de color rosa del baúl. La seda cruda crujía contra su piel y cuando se miró al espejo, vio con sorpresa que parecía una señora, alguien que muy bien podría ir a cenar con un jeque. “No tengo ni idea de lo que está pasando,” le confesó Emily a su reflejo, pero no obtuvo ningún consejo. Al final, cuando llegó la hora, bajó las escaleras con sus elegantes ropas regaladas y fue conducida al mismo sedan blanco que la había llevado desde el aeropuerto. El Cisne y la Espada era un lugar sorprendentemente humilde, o al menos eso fue lo que ella pensó viendo el pequeño establecimiento de piedra. Había unas pocas mesas en la planta principal, todas vacías, pero el solícito propietario la condujo hacia abajo, por las amplias escaleras del sótano, y ella jadeó. Una gran gruta de piedra se escondía bajo el restaurante, con paredes irregulares de piedra y techo de madera iluminado por la parpadeante luz de las velas. Mesas cubiertas con resplandecientes manteles blancos punteaban el espacio, pero estaban todas vacías excepto una en un hueco de la piedra, ligeramente oscurecido por unas finas cortinas rojas. Adnan la esperaba en esa mesa, impecablemente vestido con un brillante esmoquin. Emily tragó saliva con dificultad y, por un momento, todo lo que quiso hacer fue huir, correr escaleras arriba y salir a la calle. Él era el hombre que había sido la causa de mucho dolor para ella. Él la había salvado cuando su vida había estado sumida en la
oscuridad, pero también había sujetado su corazón en sus manos y había apretado. Ella empezó a caminar hacia él, y cuando estuvo cerca, él se levantó y tomo su mano, inclinándose sobre ella y besándola ligeramente los nudillos. Viniendo de otro hombre, podría haber sido cursi y falso, ridículo como mínimo. Viniendo de Adnan, parecía perfecto. Por un momento, Emily simplemente quiso abandonarse a esta fantasía, a la idea de que era una noche normal para ella. Él era el jeque, y en lugar de ser músico o incluso una esclava, ella era una señora, una mujer comparable a él en riqueza y educación. Hablarían de todo y de nada por encima de su cena, impecablemente servida y después, más tarde, serían solo ellos mismos, rodando desnudos entre las sábanas. Sin embargo, ella no era nadie excepto ella misma y sabía que no pertenecía a ese lugar. “Adnan,” dijo ella con la voz controlada. “Pensé que ibas a enviarme a casa. ¿Qué está pasando aquí?” Ella pudo ver que le ocurrieron a la vez varias cosas. Finalmente, llegaron a algún tipo de decision para sí mismo y, en lugar de responder, empujó una silla para ella. “Siéntate,” dijo él. “Te lo explicaré todo a su debido tiempo.” Emily entornó los ojos. “No lo haré,” dijo ella. Su voz era baja, pero estaba llena de furia. “Durante la última semana, no he tenido nada que decir respecto a lo que estaba pasando en mi vida, ninguna elección. Tú me rescataste, pero ahora mismo, la única diferencia entre tú y la gente que me secuestró es el dinero y un rostro atractivo. Adnan, estoy harta de ser un bulto que la gente pueda coger y mover a su antojo.” “Lo entiendo,” dijo él. “Lamento lo que te ha ocurrido. Ahora, siéntate y te contaré todo lo que necesites saber.”
“¡No!”, dijo ella, subiendo lo suficiente la voz para que produjera eco en las paredes de piedra. “¡No! Ya he estado callada tiempo suficiente. Me has mantenido a oscuras, me has trasladado de un sitio a otro como… como un cargamento y…” No tenía ni idea de lo que iba a decir, pero entonces Adnan la rodeó con sus brazos. Eso debería haberla hecho enfadar. Este hombre la avasallaba y, ahora, él quería enviar su enfado fuera a través del tejado. Pero era Adnan y no había otro hombre como él en el mundo. En el momento en el que sus brazos la rodearon sintió una profunda paz recorrerla de arriba a abajo y a pesar de que sabía que debería haber luchado, simplemente descansó su cabeza contra su amplio pecho mientras la mano de él se ahuecaba en la parte de atrás de su cabeza. “Lo siento,” murmuró él, con arrepentimiento sincero asomando en su voz. “Por todo lo que has sufrido. Por todo lo que te ha pasado por mi culpa. Querida mía, lo siento mucho. Lo que espero… lo que suplico es que, cuando esto termine, me perdones.” “Ya te he perdonado,” dijo ella, dolorosamente consciente de que estaba de nuevo al borde de las lágrimas. “Parece que siempre lo hago.” “Eso es bueno,” dijo él con esa sonrisa torcida que le resultaba hermosamente familiar. Durante todo el día, ella había evitado pensar en la posibilidad de nunca volver a verle y a pesar de todo lo que había pasado, sintió un estallido de alivio. “Por favor, siéntate conmigo. Te prometo que te lo explicaré todo.” Emily asintió, porque en realidad, no había nada que deseara más que sentarse con Adnan. Le permitió empujar la silla por detrás y cuando se sentó en su sitio, frente a ella, su corazón latió más deprisa. “Sabes, solía soñar con esto,” dijo ella. El tiempo y el dolor habían oscurecido su memoria dejándola sentir un poco más de simpatía hacia su antiguo yo, pero todavía era
doloroso. “¿De verdad?” preguntó Adnan. “Sí. Cuando nos conocimos yo soñaba con crecer para ser así, esta elegante mujer con bonitas ropas que se encontraría contigo en lugares como este. Hablaríamos sobre cualquier tema, una pareja perfecta para el otro, y tú me mirarías y…” “¿Y?” Ella sacudió la cabeza con el rubor acudiendo a sus mejillas. Tu dirías que me querías. Que nunca encontrarías otra mujer como yo. “Solo era una niña,” dijo ella en cambio. “Tenía un montón de sueños, un montón de cosas que nunca van a hacerse realidad.” “Tienes tu música,” dijo él. “Es una música hermosa y tienes verdadero talento para componer. Eso no es cualquier cosa.” “¿Conoces mi música?” preguntó Emily, demasiado sorprendida para ser precavida. “La conozco. Mientras escuchaba a hombres viejos decirme cómo debería hacer mi trabajo, he encontrado alguna de tus piezas de demostración en Internet. Eres una artista fabulosa, Emily.” Ella se preguntó si debería mostrarse precavida por su alabanza, pero justo en ese momento, lo único que pudo hacer fue ruborizarse con una ligera sonrisa en su rostro. “Me da de comer y pago la casa,” dijo ella. “Espero que en el futuro me dé más cosas. Ellos… ellos me cogieron justo después de un concierto.” Un músculo saltó en la mandíbula de Adnan cuando ella mencionó su secuestro. Se preguntó si era alguna especie de ofensa que compatriotas suyos la hubieran tratado tan brutalmente, pero después él tomo la mano de ella.
“Eso nunca debería haberte pasado,” dijo él. “Siento mucho que te pasara y, si pudiera volver atrás en el tiempo para evitarlo, lo haría.” “No fue culpa tuya,” dijo ella, bajando la mirada. “La culpa es de las personas que me cogieron. Ni tuya, ni de tu país. Eso lo sé.” Ella se preguntó si había visto a Adnan relajarse ligeramente. En ese momento, sin embargo, llegó su comida. Parte de su estrés se esfumó cuando la olió. De repente, estaba hambrienta y a pesar de que ella sabía que tenía que hablar con Adnan y enterarse de qué demonios estaba pasando, no se pudo resistir a hincar el diente al cremoso estofado de pollo con arroz. “Todavía quiero saber qué está pasando,” le avisó ella y Adnan sonrió. “Podemos mantenerlo al margen mientras comes, seguramente,” dijo él y ella tuvo que asumir que tenía razón. La comida estaba deliciosa, una mezcla perfecta de comodidad y excitantes especias y, cuando ella terminó finalmente, suspiró. “Lo has hecho muy bien,” dijo ella, haciendo que Adnan levantara una ceja. “¿Y eso que significa?” preguntó él. “Me has traído aquí, me has regalado bonitas ropas para que me vista, me has dado una deliciosa comida y no importa qué es lo que vayas a decirme porque quedará suavizado por todo esto. Bien hecho.” “Suenas menos enfadada de lo que creí que estarías,” dijo Adnan. “Lo admito, quizá tenía eso en mente.” Ella le dirigió una mirada vagamente entretenida o, al menos, una bien alimentada. “De acuerdo,” dijo ella. “¿Qué está pasando? ¿Por qué estoy aquí en lugar de en un avión con destino a América? ¿Por qué te estás gastando tanto dinero en vestirme como si
fuera una especie de muñeca?” “Es muy sencillo,” dijo él, sin levantar la voz. “Porque me perteneces.” Pareció como si el aire entre ellos se congelara. Durante unos diez segundos, Emily pensó sinceramente que no había oído bien a Adnan, que había algo que no había oído y que ella sabía que él tenía. “¿Qué?” preguntó con la voz plana como una tabla. “Pagué dinero por ti, una gran cantidad y, según una antigua ley, me perteneces.” Ella sonrió como si el mundo se estuviera derrumbando bajo ella. “Adnan, no puedes hacer esto. No te pertenezco, no pertenezco a nadie.” Adnan dudó un largo tiempo antes de hablar de nuevo. “Hay algo entre nosotros,” dijo él por fin. “Hay algo profundo y duradero entre nosotros. No entiendo qué es, pero sí sé algunas cosas. Sé que cuando te miro, algo se apodera de mi corazón. Cuando hablas, te escucho y cuando estás satisfecha, mi espíritu se ilumina.” Emily se le quedó mirando, preguntándose en qué extraño país de las maravillas había caído. “¿Qué estás diciendo?” “Estoy diciendo que no voy a dejarte ir hasta que nos hayamos dado cuenta de qué hay entre nosotros. No me estás diciendo que no sientas lo mismo. Estás aquí sentada, Emily, y puedo ver tu espíritu en tus ojos. No puedo dejar escapar eso. No todavía.” “¿No me vas a dejar irme?” preguntó ella. “No tienes derecho a decidir eso. No lo tienes. Soy un ser humano, no algo que puedas comprar, con lo que comerciar.” Su mirada se hizo más afilada y ahí ella pido ver un auténtico guerrero de acero en su espíritu, la parte que no se rompería, que seguiría adelante incluso si estaba herido, enfermo o hambriento. Ese era el espíritu que había forjado un país a partir del desierto. y una parte de ella sintió escalofríos al verlo dirigido a que se quedara.
“Intentas huir,” dijo él, ominosamente. “quieres escapar, volver a lo que conoces, y ahora mismo, por nuestro propio bien, por el de ambos, no es algo que yo pueda permitir.” La mente de ella sopesó las posibilidades, intentando encontrar algo que le convenciera, una salida. Al final, al mirarlo desde todos los ángulos, se dio cuenta de que no había nada que ella pudiera hacer. “Así que es eso,” dijo ella, mirándole por encima de los restos de su cena. “Eres mi propietario, así que se hace lo que tú dices.” Él la miró con algo parecido a la desconfianza, pero ella podía ver también en sus ojos un brillo posesivo que envió un relámpago de calor a través de ella. Involuntariamente, pudo recordar la caricia de sus manos en su cuerpo y el sabor de sus labios en los suyos. Si tengo que pertenecerle a alguien, que sea a él, pensó, antes de desechar violentamente ese pensamiento. Emily cruzó los brazos sobre su pechó, levantando la barbilla. “¿Debería llamarte amo?” preguntó. “¿Cuáles son exactamente las reglas de esta propiedad?” Él tuvo al menos la elegancia de encogerse ante eso. “No hay reglas,” murmuró, descontento. “Solo que te quedes conmigo. Exploraremos esto. Veamos qué es lo que podemos ser para el otro. Al final, si no encajamos, te dejaré seguir tu camino.” Emily se sintió con ganas de enseñarle los dientes. ¿Es que pensaba que esto era algún tipo de programa, de reality show? ¿Pensaba que todo lo que les llevaría escapar de las largas sombras de Mirago era tiempo suficiente? “Es mi vida,” insistió ella. “Me estás pidiendo…” “Sé muy bien lo que te estoy pidiendo,” dijo él con la voz grave. “Estoy preparado para compensarte.”
“¿Y eso?” preguntó Emily sarcásticamente. “Creí que no se compensaba a los esclavos.” Él sacudió la cabeza. “Puede que me pertenezcas, pero no eres una esclava,” dijo él, pero antes de que ella pudiera preguntar qué quería decir con eso, él continuó. “Si realmente vemos que no tenemos nada que ver el uno con el otro, estoy preparado para ofrecerte un millón de dólares.” Incluso aunque hubiera querido, Emily no pudo mantener su desdén ante esa cantidad de dinero. Sintió que sus ojos se abrían totalmente. Ese dinero cambiaría su vida para siempre. Le evitaría mucho miedo, muchas dudas y muchas preocupaciones. “¿Me estás tomando el pelo?” soltó ella. “¿Vas a hacer qué, mandar un giro de un millón de dólares a mi cuenta si me quedo por aquí un tiempo?” “No exactamente.” Por supuesto. Eso hubiera sido de locos, e incluso si el dinero era atractivo, ella sabía que él no la dejaría ir tan fácilmente. “Quiero decir, el dinero ya está allí.” “¿Qué significa eso?” Él le pasó su teléfono, y después de un momento, ella lo tomó, confundida. En la pantalla estaban los detalles de una transferencia bancaria, pasando un millón de dólares de la cuenta de Adnan en Suiza a su banco del barrio en Queens. El dinero que podía cambiar su vida ya estaba allí y ella se volvió a Adnan con los ojos muy abiertos. “¿Qué estás haciendo?” preguntó ella con la garganta tan seca como el desierto. “Te estoy dando el dinero que vales,” dijo él tranquilamente. “Es una muestra de buena voluntad. Quiero que te quedes… digamos, un mes. Si al final de ese tiempo no hemos podido aprender qué es lo que hay entre nosotros, puedes irte a casa, con ese dinero
como seguridad. Pero… te pediré que te quedes aquí hasta entonces. Para estar conmigo. Para ser mía, aunque sea por un pequeño periodo de tiempo.” Emily tragó con dificultad, porque de alguna manera, eso era también lo que ella quería. Desde su cargado encuentro hasta la pasión que habían compartido recientemente una parte de ella anhelaba a Adnan. Él era todo lo que ella siempre había querido, con una fuerza, una belleza y una pasión que la dejaban sin aliento. “Está bien,” dijo ella por fin, asintiendo. “Durante un mes, soy tuya.” En el momento en el que ella dijo esas palabras, se sintió como si alguien en alguna parte hubiera cerrado una puerta de hierro, dejándola encerrada. ¿Qué es lo que voy a hacer? se preguntó Emily. Él ya posee gran parte de mi corazón. ¿Cómo puedo permitirme darle más durante el siguiente mes? Incluso mientras albergaba ese miedo tan real, sin embargo, una parte de ella se sentía bien ante la idea de quedarse con él. Ella supuso que era su parte infantil, que realmente nunca había abandonado su amor de cachorrito por el misterioso Daniel. Quizá… quizá las fantasías no sean tan malas después de todo…
Capítulo Doce Volvieron juntos al ático, pero según entraron en la suite, el teléfono de Adnan sonó. “Tengo que contestar,” dijo él, haciendo una mueca. “El dormitorio principal es el que está justo enfrente, es el mío. Por supuesto eres bienvenida si quieres compartirlo, pero hay otros dos dormitorios que puedes elegir también.” Ella identificó el dormitorio principal fácilmente. Era minimalista hasta el extremo, con paredes completamente blancas y una enorme cama blanca en el centro de la habitación. Por un momento, Emily no quería nada más que acostarse en la cama, hundiéndose en el colchón. Pensó en echarse en medio de toda esa suavidad y mirar hacia arriba para ver a Adnan agachado sobre ella, sus ojos oscurecidos por la pasión. Ella vaciló y entonces pensó en todas las otras mujeres que también habían estado echadas allí y se volvió sobre sus talones para salir. El dormitorio más cercano al dormitorio principal estaba decorado en un pálido tono salvia y tenía una encantadora pintura de un amanecer en el desierto sobre la más pequeña, pero aún impresionante, cama. “Aquí, esté será el mío,” dijo en voz alta, y se sintió bien. Había tenido muy pocas oportunidades de decir que una cosa era suya y ahora ella podía creerlo al menos un poco. La habitación tenía su propio y lujoso cuarto de baño y cuando abrió las cortinas fue obsequiada con una vista de la ciudad que corta la respiración. Por primera vez en lo que le parecía un largo tiempo, era parte del mundo de nuevo y tenía que admitir también que se sentía bastante bien. Silenciosamente, pendiente de la voz de Adnan mientras hablaba, recorrió el camino hacia el salón y se llevó el baúl de ropa a su cuarto. Para su alivio, el baúl tenía un camisón, aunque era una cosa larga y sedosa que parecía pertenecer a una estrella de cine
de los años cuarenta. Después de una ducha rápida, se deslizó en él, maravillándose lo suave que era y lo bien que se ajustaba a ella. Bina y Masha conocían su negocio y lo que quiera que Adnan les estuviera pagando, no parecía lo suficiente. Para placer de Emily, había una estantería baja llena de libros cerca de la cama, una ecléctica colección de clásicos y ficción moderna que sugería que se había ido dejando atrás por varios ocupantes. Por un momento, Emily se preguntó quién más se habría quedado en el ático, pero ella apartó a un lado el pensamiento. A falta de otra cosa que hacer, se estiró en la cama, cogiendo uno de las novelas para empezar a leerla. Antes de que hubiera pasado del primer capítulo de la novela de espías, sus párpados se estaban cerrando. Cuando la puerta hizo clic para abrirse, ella se sorprendió un poco y levantó la cabeza para ver qué estaba ocurriendo. Adnan cruzó la habitación para sentarse en la cama cerca de ella. Ella ronroneó cuando él le acarició el pelo, pero todavía le gruñó. “Deberías haber llamado,” dijo ella, incapaz de mantener el sueño alejado de su voz. Se sentía como si hubiera estado despierta durante años. Supuso que tenía sentido. Habían pasado un montón de cosas desde esa mañana. “¿Oh?” preguntó él, divertido. “¿Incluso cuando este espacio me pertenece?” Ella le miró de reojo. “Estamos tratando de conocernos mejor, mi señor,” dijo ella, explícitamente. “Cuando entras sin llamar, eso me dice algo de ti,” Él paró por un momento antes de asentir solemnemente, “Lo lamento,” dijo él. “En el futuro, llamaré” “Eso está…” Emily bostezó sonoramente. “Eso está bien. Sin embargo, ahora mismo, ven a la cama.”
Adnan pareció quedarse congelado por sus palabras. “¿Ir a la cama?” preguntó él con cuidado. Emily estaba demasiado cansada para pensar qué había querido decir con su pausa. En ese momento, ella no quería nada más que meterse en la cama con este hombre y que la abrazara hasta que se durmiera. Ella no podía ver cuál era el problema o por qué estaba dudando él. “Sí,” murmuró ella, consciente de lo rara que parecía. “Estoy exhausta, A menos que vayas a quedarte levantado.” Hubo una pausa y, evidentemente, entonces, Adnan tomó una decisión. “No, no me voy a quedar levantado,” dijo él. Ella fue vagamente consciente de él levantándose de la cama y del suave sonido de sus ropas golpeando el suelo. Cuando él la tomó en sus brazos para meterla debajo de las mantas con él, ella solo se sintió adormiladamente agradecida. “Eres una auténtica maravilla,” dijo él y ella pensó que podía oír algo de afecto real en su voz, algo que la hizo pensar que ella no era una esclava o una mujer a la que él deseaba, sino ella misma. El pensamiento la reconfortó inmediatamente y mientras se deslizaba hacia el sueño, se acurrucó contra él. Emily se despertó rápida y fácilmente, parpadeando en la luz de la mañana. La suavidad de la cama y el reconfortante sonido del hombre que respiraba junto a ella le hicieron desear volver a dormirse, pero, por primera vez en mucho tiempo, estaba bien descansada. Ella siempre había sido una persona de mañanas, después de todo, y había mucho que ver y que hacer. Empezó a salir de la cama, pero una mirada a Adnan la detuvo. Estaba durmiendo
sobre su espalda, con un brazo estirado y el otro doblado bajo su cabeza. La sábana de seda se había quedado en sus caderas, dejando al descubierto los poderosos músculos de su pecho y sus abdominales. Con los ojos muy abiertos, ella observó que estaba medio duro bajo la cobertura de seda. Eso la hizo ruborizarse un poco, y una parte de ella quiso apresurarse hacia el baño, ignorarlo y no hacer nada. Pero ver el contorno de él bajo la sábana hizo que se encendiera un calor profundo en el centro de su vientre y no pudo apartar la mirada. Mordiéndose el labio, Emily se estiró hacia él, no lo bastante valiente para dejar que su mano se deslizara bajo las sábanas…todavía. En cambio, ella pasó la parte de atrás de sus dedos contra el endurecido contorno de su virilidad, sus ojos muy abiertos cuando su cuerpo respondió. Cuando ella le miró a la cara, ella vio que sus oscuras cejas se unían en un ceño que solo duró un momento antes de volver a deslizarse en el sueño. Ella se preguntó que habría pensado de su caricia, como habría reaccionado y eso hizo que le tocara de nuevo. Una ligera caricia parecía suficiente para excitarle hasta estar totalmente duro, pero después de un momento aquello no era suficiente para ella. En cambio, rodeó su pene cubierto de seda con sus dedos, dibujando ligeramente su asta y haciendo que todo su cuerpo se estremeciera. Sus ojos estaban todavía cerrados, sin embargo, y se obligó a si misma a mantener su respiración tranquila. Él había sido su primer amante, pero eso no quería decir que fuera totalmente ignorante. Había leído novelas románticas y por supuesto había escuchado las historias de amigas más mundanas. Ella nunca había entendido antes donde estaba el atractivo de de tocar la carne de un hombre o sentir que le respondía. En privado, ella se preguntaba si el atractivo estaba sobreestimado o si era algo que a nadie le gustaba realmente. Pero tocarle la hacía inflamarse. Era como mordisquear en un banquete antes de que le fuera permitido
atiborrarse. Ella respiró profundamente, mirándole de nuevo a la cara. Después de reasegurarse de que estaba dormido, deslizó la mano bajo la seda, pasándola a lo largo de su verga. Enseguida, el tejido de seda cayó y pudo ver su orgullosa virilidad, erecta a la luz de la mañana. Se lamió los labios al verla, sorprendiéndose de lo atractiva que la encontraba. El grueso mástil, la cabeza purpurea con una gota de rocío en la punta, que ella sabía cómo podía hacerla sentir y cómo la podía llenar para que se sintiera completa. Lentamente, incluso tímidamente, ella pasó la mano a lo largo del mástil, estremeciéndose como si latiera bajo su caricia. Cuando ella apretó la mano para probar, las caderas de Adnan se movieron hacia arriba. Fascinada, Emily lo hizo de nuevo, pero entonces la mano de él se cerró como las suyas, dura como una piedra. “¡Adnan!” “Parecías tan fascinada que no he podido soportar pararte,” dijo él, con una amplia sonrisa en su rostro. “¿Quién iba a decir que mi pequeña virgen iba a ser tan curiosa, ¿eh?” “Puedo haber sido virgen, pero no era estúpida,” dijo ella, mirando hacia otro lado. Dios, ¿Es que el rubor de sus mejillas nunca iba a irse?” “Ya veo… puesto que eres el espíritu de lo mundano, ¿qué desearías hacer ahora?” Por alguna razón, la idea de tenerlo todo para elegir la sorprendió. La primera vez que se acostaron juntos, él llevaba el control, incuestionablemente dominante. Eso le había proporcionado más placer del que creía posible, pero esto era algo totalmente diferente. “Yo… quiero probarte…” dijo ella, cerrando los ojos a causa de la vergüenza. “¿Te parece bien?” La risa de Adnan fue grave y ronca.
“Está mucho mejor que bien, pequeña,” canturreó él. “Adelante… creo que podré soportarlo…” “¿Te va a doler?” preguntó Emily sorprendida, dirigiendo la mirada hacia él. “Quiero decir, que…” Él se rio, más alto esta vez. “No, me has malinterpretado,” respondió él. “Simplemente no quiero correrme en esos bonitos labios tuyos. Tengo otros planes.” Ella sintió un pinchazo de calor recorriéndola ante esas palabras tan directas. Nunca había oído a un hombre hablar de forma tan directa. Ni habría pensado que se sentiría tan excitada al oírle hablar así. Las sencillas palabras de Adnan no dejaban que se hiciera ilusiones sobre su control o su fuerza, y se relajó. “¿Me… me detendrás si lo hago mal?” Sus ojos negros eran infinitamente cálidos. “Creo que no hay absolutamente ninguna manera de que puedas hacerlo mal.” Ya tranquilizada, ella se retorció sobre su vientre acercando la cara a su pene. Estando tan cerca, pudo oler su esencia masculina, cálida y ligeramente especiada, de una forma que la intoxicaba. Dubitativa, ella pasó los labios a lo largo de su mástil, disfrutando la forma en la que él se estremeció. Envalentonada, empezó a explorar cuidadosamente su carne con la boca, lamiendo y besando casi delicadamente. Se dio cuenta de la tensión que recorría el cuerpo de él como si fuera un cable de acero. Podía no tener ni idea de lo que estaba haciendo, pero él respondió a cada movimiento. Buscó la forma en la que el cuerpo de él se estremecía, esperó la sensación de su mano sujetando su pelo antes de que él la relajara. Cuando ella se estiró para tomar la ancha punta entre los labios, él gruñó en voz alta
y eso envió olas de deseo caliente que se derramaban a través de ella. Además de cualquier otra cosa que hubiera entre ellos estaba este placer, esta excitante necesidad. Antes de que Emily pudiera provocar de nuevo esa respuesta, él la estaba apartando. Con su fuerza y velocidad, le llevó menos de un momento antes de que estuviera tumbada sobre su espalda, levantando la vista hacia él ligeramente aturdida. “¿He… he hecho algo malo?” susurró ella y su sonrisa fue breve y nítida. “Nunca,” juró Adnan. “No. solo pienso que es hora de darte a probar tu propia medicina.” Sin más aviso que ese, él apartó sus piernas y entonces su boca descendió sobre su hendidura. Cuando él golpeteó su clítoris con la lengua, los destellos de deseo se convirtieron en llamas y ella fue incapaz de hablar. En cambio, todo lo que pudo hacer fue gritar mientras él usaba su lengua y sus labios con una eficiencia brutal, llevándola más y más alto hacia su orgasmo. “Te deseo, te deseo,” lloriqueó ella y el redobló sus esfuerzos. En algún momento, las piernas de ella se habían puesto encima de sus hombros y él estaba realmente levantando las caderas de ella hacia su boca anhelante. Cuando el orgasmo la golpeó fue como haber sido golpeada por un rayo. Cada músculo de su cuerpo pareció tensarse a la vez, antes de aliviarse en una sollozante riada de placer y fue vagamente consciente de haber gritado el nombre de Adnan mientras le clavaba las uñas en los hombros. Se sintió como si la hubieran sacado de sí misma, convertida en cenizas por la pura fuerza de su necesidad de él y de que la llenara. Adnan se apartó y antes de que el orgasmo de ella acabara, la montó con una fuerza que era poco menos que salvaje. Levantó sus caderas y se enterró profundamente en ella, saliendo parcialmente para volver a enterrarse de nuevo.
La sensación de estar completamente llena la consumió y comenzó a gritar de nuevo. Se alzó ella misma para empujarle más profundamente y cuando él se agachó para besarla, ella echó los brazos alrededor de sus hombros y envolvió las caderas de él con las piernas. Él la montó con una pasión que la dejó sin aliento y cuando finalmente estalló dentro de ella, gritó su nombre. Ella escuchó los ecos que permanecían en el aire y, en ese momento, supo lo que era estar completamente satisfecha. Adnan cayó sobre ella por un momento antes de rodar hacia un lado. La arrastró con él, y cuando depositó besos por toda su cara, no pudo evitar soltar una risita. “Bueno, entonces, buenos días,” dijo Emily. Después de todo lo que habían hecho, ella se preguntó porque todavía se sentía un poco tímida. “Buenos días a ti también, preciosa,” ronroneó él. “Ha sido una buena manera de despertarme.” “Sinceramente, creo que podría acostumbrarme a esto,” dijo ella, bajando la mirada. “Es mejor que un despertador o, al menos, eso creo.” “Mucho mejor que un despertador,” aseguró él, dándole un beso en la frente. Tumbada tan cerca de él, con sus cuerpos entrelazados, Emily se medio preguntaba si volverían a caer en brazos de la pasión, pero entonces sonó el teléfono de Adnan, haciéndole gruñir. “Nada me gustaría más que que quedarme en la cama contigo, pero desgraciadamente, el deber me llama.” “Oh,” dijo Emily, más que un poco decepcionada. “¿Hay algo con lo que pueda ayudarte?” Adnan estaba mirando su teléfono, y a pesar de que no había dejado la cama, ya lo
sentía a kilómetros de allí. “No te preocupes por eso,” dijo, ausente. “Volveré tarde por la noche. Quizá podamos pedir cena. Necesito ducharme y estar en el coche en media hora.” Ella le miró mientras se iba a la ducha sin mirar atrás. De alguna manera, a pesar de las circunstancias de su encuentro, ella nunca se había sentido abandonada hasta este preciso momento. Era una estupidez, después de todo, ¿no? Tenían un acuerdo, uno que la haría rica sin importar lo que ocurriera, ¿por qué se sentía tan sola de repente? “¿Hay algo que debería ir haciendo aquí?” preguntó ella cuando salió. Sintiéndose un poco como un niño molesto, le siguió a su cuarto, donde se vistió con prendas occidentales que le sentaban como un guante. Con su traje color carbón, el parecía cada centímetro un hombre que gobernaba su país y todavía envuelta en una sábana, ella se sentía cada centímetro una chica andrajosa de Queens. “Nada en absoluto,” dijo él, mirando él a su teléfono. “Haz lo que quieras.” Le dio un beso ausente en la frente antes de salir por la puerta y después ella se quedó sola. “Bueno,” le dijo ella al apartamento vacío. “¿Y ahora qué?” Cuando el conductor le recogió, Adnan se sentó en el asiento trasero, dejando su teléfono a un lado. Con todo derecho, debería sentirse maravillosamente. Levantarse bajo la curiosa mano de Emily había sido más placentero de lo que él nunca hubiera soñado que podría ser algo tan inocente. Cuando se abandonaban a la pasión, nunca había conocido a una mujer con la que se acoplara tan bien. Pero cuando ella había ido detrás de él como un
cachorro perdido, él había tenido un extraño sentimiento de culpabilidad, seguido de una resolución de hierro. Emily tiraba de él de forma peculiar, de una forma que él no podía explicar. El sentido común le dictaba que la enviara a casa, donde ese apego no podría herirle, pero él se había demostrado incapaz de hacerlo. En cambio, quería mantenerla cerca, pero necesitaba asegurarse de que ella no lo iba a dominar por completo. Los límites eran la clave, decidió él. Podía disfrutar con ella, llegar a conocerla, disfrutar del paraíso de su deseo, pero no le permitiría hacerse un hueco en su vida entera. Era la única decisión sensata. Todo eso tenía sentido, pero según pasaba el día, Adnan se encontró dirigiendo sus pensamientos hacia ella. Cuando el ministro de finanzas recitó a toda prisa los números del año, él pensaba en sus preciosos ojos grises y cuando alguien le estaba haciendo una presentación sobre el gasto militar él no podía parar de pensar en sus manos, elegantes y de movimientos graciosos. Al final del día, él estaba más que frustrado consigo mismo y hablando bruscamente a la gente que se suponía que le ayudaba a gobernar su país. Era un alivio que el día de trabajo se hubiera acabado y cuando el conductor le preguntó si quería parar en su club favorito le dijo al hombre en términos muy claros que quería volver al ático. Seguramente no era una debilidad, pensó Adnan, estar ansioso por verla. Su suave cuerpo le llamaba, pero si era sincero consigo mismo, era más que eso. Echaba de menos su humor, su sonrisa, su gentileza y su belleza. Cuando él atravesó la puerta, estaba listo para apartar al resto del mundo a un lado para encontrar refugio en sus brazos. Al menos eso hubiera sido lo que habría hecho si ella hubiera estado allí. Después de un breve momento de sorpresa, una búsqueda bastó para revelar que el
ático estaba completamente vacío. Durante un momento, fue golpeado por un carámbano de miedo directo a su corazón, pero entonces su vista se posó en una nota, una que había sido dejada justo donde él había dejado la destinada a ella la noche anterior. Adnan, Espero que todo te haya ido bien hoy. Por si estás leyendo esto, he decidido salir a dar un paseo para ver lo que se pueda ver. Como ya sabes, ¡nunca he estado antes en Nahr! ¡Hablamos pronto! —Emily Durante un momento, simplemente miró a la nota con una completa falta de comprensión hacia lo que significaba. Entonces, con la mandíbula apretada, volvió al ascensor, ya deslizando el pulgar por su lista de contactos en el teléfono.
Capítulo Trece La gente es la misma sin importar donde vayas, decidió Emily feliz. Prácticamente todo el mundo adora el café y los dulces, y casi todo el mundo tenía tiempo para escuchar buena música. Había pasado unas cuantas horas recorriendo arriba y abajo las calles del centro de Nahr, quedando impresionada en cada giro por el tamaño y la elegancia de la ciudad. Era un lugar realmente cosmopolita, con gente vestida con cualquier cosa, desde el atuendo occidental más de moda hasta las túnicas más tradicionales. Emily se dirigía de vuelta al ático cuando vio una pequeña cafetería fuera del paso, situada en una tranquila callecita lateral. Estaba contenta de darse cuenta de que era muy parecida a aquellas en los que ella tocaba, incluso con un barista adolescente, malhumorado y sin interés por su trabajo y un músico con una guitarra en el escenario. El guitarrista era un hombre que quizá tenía unos años más que ella, con una amplia sonrisa y el oscuro cabello rizado alborotado. Él se dio cuenta muy pronto de que ella estaba mirando el escenario y después de eso, parecía como si le dirigiera cada canción que cantaba directamente a ella. Emily no pudo evitar una secreta sonrisa y no se sorprendió cuando él vino a hablar con ella después de la actuación. “Entonces, ¿te gusta la música?” dijo él con una sonrisa. “Sí, me gusta,” replicó ella, inocentemente. “Justo estaba pensando que tu guitarra es espléndida.” Él asintió, con una pincelada de orgullo auténtico en el rostro. “Toma, ¿quieres cogerla?”
“Oohh, ¿puedo?” Ella murmuró con admiración sobre la guitarra un momento y después levantó la mirada hacia él. “¿Te importa si toco un ratito?” “Por supuesto que…” Ella asumió que él se estaba preparando para decirle que podía tocar todo lo que quisiera en su lugar, pero no le dio la oportunidad de terminar. “¡Gracias!” Sin decir nada más, estaba yendo a toda prisa a subirse al escenario… ¡Oh Dios, cuanto lo había echado de menos! En el último par de semanas, había tenido que ser muchas cosas: mujer, superviviente, esclava y algo más, pero debajo de todo ello, estaba la músico que siempre había sido, como comprobó con alivio. En el momento en que sus dedos tocaron las cuerdas, todo su conocimiento y su práctica volvieron corriendo y ella empezó a rasguear una canción sobre el hogar y los corazones. Ella mantuvo los ojos medio cerrados mientras tocaba, pero estaba siempre pendiente de su público. Podía sentir como respondían a su canción, atraídos por el tirón de las notas y su resonancia en el aire inmóvil. Ella podía sentir al músico cuya guitarra estaba sosteniendo contra el pecho, mirándola primero con desconcierto y después con una aprobación profesional que le caldeó el corazón. Aquí era a donde ella pertenecía, haciendo las cosas que le habían dado un objetivo durante años. No importaba qué pasara, eso nunca se lo podrían quitar. Durante su improvisada actuación, empezó a pensar en Adnan, en su cálida sonrisa, su protectora constitución, la forma en que él la besaba, tan dulcemente como si su alma fuera a salir volando de su cuerpo. En algún momento, en lugar de tocar para sí misma, empezó a tocar para él.
Fue la actuación más sincera que jamás había ofrecido y, en ese momento, ella supo más allá de cualquier sombra de duda que estaba completamente enamorada de él. En el fondo de su mente, estaba aterrorizada. Era una mujer en un país extranjero con un hombre que parecía verla como una especie de diversión de categoría superior y no estaba segura de qué iba a pasar. Sin embargo, en ese momento, perdida en el aturdimiento de su propia música y sus dedos seguros en las cuerdas de nylon, parecía sencillo. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Cuando abrió los ojos ante el estruendoso aplauso, le pareció lo más natural del mundo encontrarse los ojos de Adnan al otro lado de la habitación llena de humo. Ella le sonrió como un acto reflejo, pero con el corazón encogido se dio cuenta de que estaba yendo hacia ella con ojos que presagiaban tormenta. Ella le devolvió la guitarra al músico, que miró a Adnan y se quitó de su camino. Tenía que admitir que el músico sabía lo que hacía. Ahora mismo, Adnan parecía tener instintos homicidas. “Si sabes lo que te conviene, entrarás en el coche ahora mismo,” dijo él severamente. Una parte de Emily quería levantar la cabeza y desafiarle. Después de todo, ella fácilmente podría haber argumentado que nada de lo que habían hablado la había impedido salir ni hacer las cosas que ella amaba. Pero una mirada a su rostro le dijo que era una mala idea, así que siguió sus pasos incluso cuando estaba hirviendo de irritación. Una vez que estuvieron en el coche, Adnan se giró hacia ella de forma amenazante. “¿Qué diablos pensabas que estabas haciendo?” le gritó tan pronto como el coche se sumergió en el tráfico. “¿Tienes alguna idea de cuantos hombres tenía buscándote?”
Ella empezaba a gritarle de vuelta, pero las palabras la cogieron por sorpresa. “¿Hombres?” preguntó ella. “¿Pero a cuanta gente tienes buscándome?” “Mi propio personal de seguridad,” replicó él. “Los he sacado de todos los sitios que he podido y les he enviado fuera, a buscarte.” “Ya veo,” replicó ella y entonces se volvió hacia él. “¿Y cuánto tiempo les ha llevado encontrarme?” Él hizo una pausa, mirándola con cierta cautela. “Menos de una hora.” “Correcto. ¿Así que podemos estar de acuerdo en que no es como si estuviera intentando que fuera difícil encontrarme? ¿Y que estaba en un sitio público bien iluminado y con un montón de gente a mi alrededor?” “No tenía ni idea de dónde estabas,” dijo él, su voz dura como una piedra. “Podrías hacer estado herida o algo peor. Podrías haber sido secuestrada.” Bueno, no es como si no me hubiera pasado antes, pensó ella. Por un momento, quiso empezar una pelea allí, en ese momento, pero en cambio, suspiró y se echó hacia atrás en el suave asiento del coche. “Realmente, no quiero pelearme,” dijo ella después de un momento. “Pero hasta donde yo sabía, no había ningún problema en que dejara la casa porque después de todo, no soy una esclava ni una prisionera. ¿Que debería haber hecho en cambio?” “Llevar a un guardaespaldas contigo,” dijo él rápidamente y ella le dedicó una mirada entre los párpados entornados. “¿Llevas contigo un guardaespaldas allí dónde vas?” Ella se sintió extrañamente gratificada por su mirada de sorpresa. “Yo no…”
“Y viendo que no soy, ni por asomo, tan importante como el jeque de Nahr, no veo por qué podría necesitar uno. ¿Podemos intentar otra cosa?” “¿Qué propones?” “Me das un móvil y así puedo escribirte lo que estoy tramando. Así tendré una forma de estar en contacto contigo y también de ver qué está pasando en el mundo. Me siento como si me hubiera perdido un montón de cosas.” Por un momento, ella no pensó que Adnan fuera a ceder en eso, pero entonces asintió a regañadientes. “Era algo que quería darte de todas formas y los teléfonos que tengo tienen un botón de pánico. Si algo va mal, puedes apretarlo y tendrás un dispositivo de seguridad desplazado a dónde estás inmediatamente.” Emily soltó una risita irónica. “Eso es más de lo que realmente necesito, pero seguro, el pensamiento es agradable. ¿Está todo bien? ¿Hemos arreglado esto?” Adnan asintió cautelosamente. Ella estaba empezando a preguntarse si él era del tipo que mantenía viva una discusión pasado el tiempo en el que debería hacer sido historia, pero entonces él se apoyó contra el respaldo y suspiró también. “Si, ya está,” dijo él. “Siento haberme enfadado tanto. Es solo que cuando no he podido encontrarte… estaba aterrorizado de que te hubiera podido pasar algo.” “Pero no me pasó nada,” dijo ella suavemente, sonriéndole. Casi por instinto, ella le tomó la mano y recorrieron el resto del camino hasta el ático de esa forma. “Tienes que admitirlo, realmente hubiera sido una esclava muy mala,” comentó ella mientras entraban en la habitación. “Por el contrario, creo que habrías sido excelente.” Él pronunció las palabras
casualmente, quitándose la chaqueta y dejándola sobre la silla. Emily le miró con curiosidad. “¿Qué quieres decir? Hasta donde yo sé soy desafiante, me gusta seguir mi propio camino y soy contestona. Por lo que me dijeron durante mi secuestro, eso me hace tan mala esclava como ninguna que hubiera puesto allí los pies…” “Necesitas el propietario adecuado, claro,” dijo él perezosamente, mirándola desde el otro lado de la habitación con las manos cruzadas sobre su pecho. “Pero para el hombre correcto, el hombre que encontrara tus travesuras entretenidas más que irritantes y que se tomara el tiempo… para disciplinarte adecuadamente… podrías ser un buen premio.” Ella se erizó ante la palabra disciplina, pero parte de ella se sintió emocionada ante la idea de ser su premio. Dios mío, ¿qué le estaba haciendo este hombre? “Entonces, ¿crees que tú eres el hombre adecuado para disciplinarme, mi señor?” Ella puso un duro énfasis en las palabras, pero, para su sorpresa, él solo sonrió ampliamente. “¿En qué estás pensando?” preguntó él, suavemente. “¿Crees que soy tan ordinario como para recurrir a látigos y palizas, hacerte pasar hambre y otras barbaridades?” Ella no pudo dejar de fijarse en qué afilados y blancos tenía los dientes y eso le trajo recuerdos de él mordisqueándole la piel, encontrando todos los lugares perfectos para hacerla arder. “No tengo ni idea de qué esperar de ti día a día,” confesó ella y él se rio. “Bueno, está bien saber que no estoy siendo predecible de ninguna manera. No, eres un caso especial e incluso si pienso que tu trasero podría adquirir un adorable tono rojo si le aplico la mano, necesitas algo más si quiero mantenerte a raya.” Emily se dio cuenta de que había perdido el control de la situación. Retrocedió
apartándose de él mientras se acercaba con la elegancia señorial de una pantera. Era como si él supiera que ella no iba a huir, que tenía todo el tiempo del mundo para atraparla. “No,” continuó él. “Creo que en lo que se refiere a disciplina, tú respondes más a la zanahoria que al palo. Puedo imaginarme atándote y después besándote por todas partes, pasando mi lengua por cada parte de tu cuerpo…” “Eso no suena mucho como un castigo,” protestó ella, pero él sacudió la cabeza. “Apenas he empezado. No, te excitaría. Pondría cada partícula de mi ingenio en encender ese fuego que quema tan hermoso entre nosotros. Utilizaría mis dedos, mis labios, mi cuerpo entero para hacerte sentir bien. Te tocaría como tú tocas la guitarra. Querría que cantaras en cuanto te tocara.” “Sigue sin sonar mucho como un castigo…” En algún momento, Emily había dejado de retroceder. En cambio, se había sentido hipnotizada, mirándole mientras se acercaba a ella caminando tranquilamente. Cuando estaba lo bastante cerca como para que ella pudiera besarle solo con estirarse hacia arriba, él se paró, todavía sonriendo. “Querría sentir lo húmeda que puedes estar para mí. Querría sentir tu cuerpo lanzándose contra las ataduras, desesperada por lo que pudiera hacer para ti. Querría que gimotearas suplicando por el alivio que te he dado antes y que te daré otra vez…” “¿Y entonces?” preguntó ella, quedándose ligeramente sin aliento. Las palabras de él eran como una caricia entre sus piernas. Casi podía sentir las puntas de sus dedos deslizándose por su cuerpo, haciéndola estar ansiosa de necesidad. “¿Y entonces? Entonces viene el castigo. Te dejaría allí. Quitaría mis manos de encima de ti y entonces dejaría que el fuego te acariciara sin quemarte. Girarás y te retorcerás de necesidad, pero con las manos y los pies atados, no habría nada que
pudieras hacer al respecto.” Emily dejó escapar un gemido en voz alta antes de darse cuenta. Podía sentirlo, el calor de su caricia y después el insoportable frío cuando él se apartó. En algún momento, ella había crispado los puños con fuerza y ahora, mirando a Adnan, se forzó a aflojarlos. “Eso ha sido mezquino,” dijo ella, acusadora, y él se rio, un sonido oscuro y rico. “Se supone que tenía que serlo, pequeña,” dijo él alegremente. “Quizá la próxima vez, te lo pensarás dos veces antes de portarte mal.” Hubo una especial de seguridad y tranquilidad en su sueño esa noche. Ella se unió a él en su habitación, y aunque se quedó decepcionada cuando él tuvo que irse pronto otra vez, encontró un regalo para ella en el salón. La funda de la guitarra era vieja y estaba maltrecha, pero ella jadeó al sacar el instrumento que contenía. Resplandecía con la pureza de una guitarra muy querida y, cuando ella punteó en una cuerda perfectamente afinada, la suave resonancia de la nota la hizo estremecer. Amor mío, Tocas maravillosamente. Me he levantado esta mañana y no podía dejar de pensar en ello. Así que le pedí a mi ayudante que sacara esta vieja maravilla del almacén y la preparara para ti. Era de mi abuelo, que en su día fue concertista de guitarra clásica. Creo que se sentiría conmovido si tú quisieras conservar su guitarra. Yo sé que me sentiré honrado. Quizá pienses en mi cuando la toques. —Adnan Ella sonrió y tomó la guitarra en sus brazos reverencialmente, maravillándose de lo bien que la sentía en sus brazos.
Ella siempre sabría que, cuando la tocara, pensaría en él y cuando sus dedos se deslizaron por las tensas cuerdas, ya estaba escribiendo una canción.
Capítulo Catorce Después de aquello, sus días cayeron en una rutina. Por la noche, hacían el amor y quizá por la mañana, desayunaban juntos. Después Adnan se iba y, por la tarde, quizá acudían a algún tipo de evento juntos. La primera vez que Emily se vio en el periódico, brillando como una estrella del brazo de Adnan, sintió un aguijonazo de pánico. “No pueden publicar esto,” dijo ella, agitada. “¡Nunca dije que pudieran!” Adnan la miró por encima de su desayuno y se encogió de hombros. “En realidad, pueden, puesto que es el periódico. Soy una figura pública, y eso me hace noticia, y por extensión a ti también. En general, mi familia está en buenas relaciones con ese fotógrafo y esa publicación. Puedo pedir que se retracten, pero no veo el motivo para hacerlo.” Emily miró a la foto, estaba mirando a algo que Adnan señalaba con una ligera sonrisa en su rostro. El pie de foto la llamaba “la deslumbrante nueva acompañante del jeque,” una frase que la hacía sentirse extrañamente ansiosa. “Les gustas,” dijo Adnan, dejando de lado el tema. “Ahora mismo, todo el mundo está nervioso por saber quién me acompaña. El interés decaerá al final.” Ella se mordió el labio. La fotografía le parecía una mentira, decidió finalmente. En ella parecían una pareja despreocupada saliendo una noche por la ciudad. Técnicamente era cierto, pero no contaba la historia completa, la de su secuestro y el rescate de Adnan y su heroísmo. Ella podría haber dejado de lado el asunto si Adnan no hubiera comentado una cosa más. “Sinceramente, es probable que estén excitados por tener algo interesante que
publicar sobre mí.” “Oh, ¿el hecho de que hagas rescates en el desierto no es suficiente?” se burló ella. Él se rio. “Esas noticias son viejas en lo que respecta a Nahr,” dijo él con una sonrisa irónica. “He estado haciendo esa clase de cosas desde que tenía veinte años. No, están excitados porque estoy saliendo de nuevo con una mujer. Tenía una cierta reputación, pero después de la muerte de mi padre… bueno, simplemente parecía menos importante.” Emily parpadeó. De alguna manera, se había formado la impresión de que Adnan era una especie de donjuán. Realmente su estilo de vida parecía garantizarlo, pero cuando lo pensaba, no había visto señales de que él estuviera ansioso por volver a la vida nocturna que ella imaginaba que tenía. “Así que, dime,” dijo ella, esforzándose por mantener la voz neutral. “¿Cuántas mujeres has traído aquí?” “Ninguna,” dijo él inmediatamente, y después dudó como si tuviera miedo de haber revelado demasiado. “Eres la primera en venir aquí.” Emily no entendía la explosión de placer y alivio en su interior, aunque, al mismo tiempo, la entendía muy bien. Suponía que era natural para una mujer querer ser especial; era solo que con un hombre como Adnan, parecía el colmo de la locura esperarlo. Él era un hombre que tenía el mundo en la palma de su mano y ella ya había visto la forma en la que le miraban las mujeres cuando estaban fuera, en el mundo. Mientras ella estaba pensando, Adnan se levantó de su silla y la besó delicadamente en la frente al pasar a su lado. “Nunca dudes de que eres especial para mí,” susurró y se fue del ático. Emily deseaba poder estar segura de algo. El final del mes estaba acercándose más
rápido de lo que ella hubiera pensado, y al finalizar, ambos tenían que tomar una decisión. ¿Qué pasaría entonces? ¿Se conocerían el uno al otro suficientemente bien? ¿Qué habrían aprendido? Todo lo que Emily había aprendido es que cada día que pasaba, su amor por Adnan crecía más y más. Era más que la pasión entre ellos, que podía encenderse por la más breve caricia. Era más que lo guapo o lo generoso que era. Había una atracción primaria entre ellos. Era la forma en la que no importaba cuanta gente hubiera en un sitio, ella podía levantar la mirada y saber exactamente en qué punto de la habitación estaba Adnan. Era la forma en la que él la tocaba, dulce y cariñosa incluso cuando estaban demasiado cansados para continuar jugando. Emily lo sacó de su mente. La duda y el miedo iban a estar allí sin importar qué pasara y si se centraba demasiado en ellos, simplemente iba a arruinar el tiempo que pasara con él. En lo más profundo de su corazón, sabía que no había manera de que él eligiera quedarse con una pequeña doña nadie de Queens. Necesitaba disfrutar de este extraño periodo de su vida mientras pudiera, atesorando los momentos que pasara con Adnan. En este momento, en este precioso momento, él era su hombre y eso era suficiente. *** Esa noche, Adnan entró y se encontró a Emily cortando con mucho cuidado la foto del periódico. “Si quieres una impresión mejor, estoy seguro de que podremos conseguir una,” comentó él y ella le sonrió, lo que siempre hacía que su corazón latiera más deprisa. “No, no es necesario,” dijo ella. “Siempre está el archivo digital si quiero hacer una impresión mejor cuando llegue a casa. Yo… solo quería algo tangible, algo real, que pudiera guardar por el momento.” El asintió como si entendiera, pero sus palabras se le quedaron clavadas esa noche
entera, durante la cena que compartieron y durante la obra de teatro que fueron a ver. Cuando ella se puso de puntillas para besarle él le devolvió el beso, pero retrocedió. Se sentía totalmente extraño al apartarse de ella y podía afirmar, a partir de la confusión que veía en sus ojos, que no estaba segura de qué estaba ocurriendo. “Las cosas han estado tensas en el parlamento,” le explicó. “Tengo demasiadas cosas en la cabeza para servirte de mucho ahora mismo.” La sonrisa que ella le regaló fue irónica y comprensiva. “Podrías estar envuelto en trabajo para los próximos quince años y todavía encontraría gran cantidad de usos para ti,” dijo ella. “Pero lo entiendo. Vuelve pronto, ¿de acuerdo?” Cuando ella dormía parecía un ángel, acurrucada tan confiadamente en sus brazos. Él también debería estar durmiendo, pero algo no le dejaba. No podía sacarse las palabras “cuando vuelva a casa” de la cabeza. No importaba que hiciera él o qué le ofreciera, Nahr nunca sería su hogar, no en realidad. Ella todavía estaba ansiosa por volver a Queens al acabar mes. Él se dijo a si mismo que no importaba, que era como si las cosas tuvieran que haber sido exactamente así desde el principio. Descubrirían que eran incompatibles en todos los sentidos, o quizá simplemente se habrían acabado cansando el uno del otro. Sin embargo, él no había esperado que su vida cambiara tanto teniéndola en ella. Todo parecía más brillante y de alguna forma, lo era, cuando ella estaba cerca. El hecho de que ella no sintiera lo mismo era más devastador de lo que él hubiera creído. Él se había dicho a si mismo al principio que no importaba, que el tiempo con Emily nunca podría desperdiciarse, pero ahora que parecía que ese tiempo estaba llegando a su fin, podía sentir la desesperación al acecho tras la esquina, esperando para
abalanzarse sobre ĂŠl.
Capítulo Quince Emily tendría que haber sido una tonta para no darse cuenta del cambio que había sufrido Adnan. Pasaba fuera más tiempo que nunca y cuando se dignaba aparecer, estaba absolutamente ausente, como si deseara estar en cualquier parte excepto allí con ella. Mientras parte de ella estaba triste por cómo se estaban desarrollando las cosas, el resto de ella estaba simplemente resignada. Era natural que él perdiera interés, que se hubiera dado cuenta de que incluso pasar un mes con ella como única compañía sería demasiado largo. Sin embargo, su parte orgullosa estaba resentida con él por mostrárselo tan obviamente. Si realmente quiere que esto acabe, podría enviarme antes a casa, pensó ella en silencio. No hay nada que pueda impedirlo. Una o dos veces, jugó con la idea de pedirle que la enviara a casa, con dinero o sin él. Le ahorraría las últimas semanas de duda y ansiedad prolongadas. Le mostraría que no era alguien con quien se pudiera jugar, manteniéndola engañada hasta que se sintiera con ganas de ir a jugar con ella. Sin embargo, no importaba cuánto le doliera el corazón, no podía dar el paso de terminar las cosas, no cuando su alma todavía saltaba al verle. En cambio, trataba de ignorar el naufragio de su alma y centrarse en el placer que todavía se daban el uno al otro, las sonrisas y las caricias incluso cuando sentía que él estaba alejándose. El problema era que no siempre sentía que él estuviera alejándose. Algunas veces, cuando él volvía a casa, podía estar ausente y preocupado, pero otras veces, la cogía en sus brazos, besándola como si no la hubiera visto en años. Entonces la pasión que corría a través de él hacía que su corazón latiera como loco y pensaba, no, no puedo continuar sin él.
A veces, después de estar ausente la mayor parte de la noche, de repente acudía a ella, atrapándola en una tormenta de pasión que la dejaba sollozando de necesidad y placer. Era algo que nunca podría predecir, ni siquiera anticipar, pero cuando ocurría, ella se entregaba por entero, necesitándolo de una forma que iba más allá de su piel, más allá de su corazón. Le dolía tanto pensar en un tiempo en el que no le tendría que el placer se había convertido en su propia y extraña fuente de dolor. No había nada mejor en el mundo que estar en sus brazos, pero ella sentía en su corazón que tarde o temprano terminaría. Una noche, mientras estaban recuperando el aliento, Emily no pudo evitar estallar en lágrimas. Alarmado, Adnan la tomó entre sus brazos, reconfortándola con palabras dulces y besos amables, pero le llevó casi una hora hasta que pudo calmarse. “¿Cuál es el problema?” le preguntó él mientras ella bebía un poco de agua, “¿Qué te inquieta, pequeña?” Tenía en la punta de la lengua decírselo, rogarle que la dejara ir o que se quedara con ella, pero algo la echó para atrás. Ella se sentía como si estuviera atrapada entre un remolino y un acantilado, no importa en qué dirección fuera, sería destruida. En cambio, solo sacudió la cabeza, yendo a descansar contra su costado. Él la apoyó contra su cuerpo como si después de eso fueran a dormir como cada noche y Emily tuvo que luchar contra otra punzada que la recorrió. “Creo que solo estoy cansada,” dijo ella suavemente. “Siento como si no hubiera estado descansando demasiado en los últimos tiempos.” Podía decir que Adnan todavía estaba preocupado. Una sutil tensión le recorrió y pudo leerla tan claramente como el día. Él solo asintió, sin embargo, dándole otro beso en la frente.
“Deberías dormir mañana,” decidió él. “Quizá me tome medio día libre y venga a comprobar cómo estás.” “Me gustaría,” dijo ella sinceramente. Ninguno de ellos habló de los pocos días que quedaban del mes o que vendría después de ellos. *** Emily podía decir que Adnan estaba tenso en el momento en el que ella entró en el comedor. Él solo la miró un momento antes de devolver su atención a los archivos que tenía delante. El silencio opresivo se mantuvo incluso cuando los sirvientes trajeron el primer plato y Emily tuvo que respirar profundamente antes de poder abordarle. “No pareces feliz,” dijo ella, y se quedó impresionada por lo sorprendido que parecía al mirarla. Era como si hubiera olvidado que estaba allí. “Estoy muy preocupado con algunas cosas que están pasando en el parlamento,” replicó él, pero en lugar de contarle esas cosas, se sumergió de nuevo en el silencio. “Si me hablaras sobre esas cosas, quizá podría ayudarte,” dijo ella pacientemente, y esta vez, hubo un parpadeo de irritación en sus ojos cuando la miró de nuevo. “Este es un asunto bastante complicado,” respondió él y Emily sintió un cosquilleo de irritación recorriéndola. “¿Es una emergencia?” preguntó y él ni siquiera la miró cuando dijo que no. “Muy bien, entonces, es momento de dejarlo,” dijo Emily, poniendo mucha firmeza en su voz. “Al menos, para y saborea realmente la comida. Se supone que vamos a ir a la gala del museo esta noche y no creo que nos den de comer más que unos canapés.”
La mirada que le dirigió fue realmente fulminante. “¿Sabes hasta qué punto suenas como una esposa gruñona?” se burló él. “Hay cosas que son mucho más importantes que la cena o una condenada gala.” Emily se levantó de la mesa tan rápido que su cubierto de plata repiqueteó contra la vajilla de porcelana. Eso sorprendió a Adnan, que levantó la mirada hacia ella con asombro y sorpresa. Bien, pensó ella. Al menos soy capaz de sorprenderle de vez en cuando. “Eres un tonto con la cabeza hecha un lío,” le dijo ella y no sé qué parte del trato te daba derecho a tratarme como al servicio, pero te digo aquí y ahora que no estoy de acuerdo con eso. “Voy a comer en mi habitación. A las siete, el coche pasará a recogerme a mí para llevarme a la gala, y realmente eres bienvenido. Sin embargo, si no estás interesado, entonces por supuesto quédate aquí y rumia, si crees que es la mejor manera. Realmente no te echaré de menos. No si estás sí.” Antes de que poder oír qué tipo de respuesta cortante iba a darle él ante eso, salió de la habitación, dando un portazo tras ella. Su corazón se aceleró y sintió como le ardía la cara. No importaba lo que Adnan hiciera o no hiciera, ella decidía. Lo importante es que ella le había dicho lo que tenía en la cabeza. Si piensa que iba a ser una pequeña esclava acobardada que le permitiera mandar en todo, estaba muy, pero que muy equivocado, pensó para sí misma. En el clamoroso silencio que siguió a la salida de Emily, finalmente Adnan sacudió la cabeza y empezó a reírse.
Cuando llegó a casa procedente del edificio del parlamento, había estado caminando bajo una nube oscura, sintiéndose como si el mundo fuera una puerta cerrada. Con solo unas pocas palabras bien puestas, sin embargo, Emily lo había sacado de allí y lo había puesto en su sitio sonoramente. Para una chica de otro país que había sido comprada y vendida, su espíritu era incomparable y Adnan se dio cuenta de que, si no lo disfrutaba, iba a perdérselo. Había tenido toda la intención de saltarse la gala de esa noche. Como fuera, había todavía unas pocas cosas de las que quería encargarse antes de irse. Si su encantadora Emily iba a estar allí, sin embargo, él no podía permitirse privarla de una escolta. No, iría. Como mínimo, sería interesante.
Capítulo Dieciséis La gala del museo era un evento repleto de estrellas, y cuando Emily salió del coche en la alfombra roja, una docena de flashes centellearon en dirección a ella. La dejaron deslumbrada y después entró un poco triste al evento, extrañamente mareada. Había esperado contra toda esperanza que Adnan viniera, incluso esperando con el coche quince minutos más, pero mientras pasaban los minutos y él todavía no llegaba, finalmente tuvo que reconocer la derrota y dirigirse sola hacia el museo. No es problema, pensó Emily, sacudiendo la cabeza. Sabía cómo pasármelo bien por mi cuenta antes. Seguramente no se me habrá olvidado del todo por el camino. Estaba decidida a pasar un buen rato en la gala, incluso aunque la mitad de sus conversaciones fueran sobre su relación con Adnan y donde estaba esa noche. “Indispuesto,” continuaba repitiendo ella con una sonrisa alegre. “Decidí que quería venir y pasar un buen rato y a él le pareció bien.” Ella sabía que la gala dell museo era sobre un personaje de la etapa medieval en Nahr. Lo que no se había esperado era que fuera sobre una de las grandes jequesas de Nahr, una mujer que había sido una líder. Mientras pasaba de expositor en expositor, aprendió sobre la vida de la vida de la jequesa Tamar, desde sus humildes orígenes como pastora hasta su ascenso a los poderes del estado. Para sorpresa de Emily, Tamar había sido secuestrada de su hogar cuando era solo una niña y había sido rescatada por un jeque que dirigía un ejército que era poco más que una pandilla de jinetes. Tamar había crecido para recibir a su marido y su lugar en su nueva patria con los brazos abiertos, dirigiéndola hacia la grandeza. Ella había fundado la primera universidad en Nahr y se debía a su intervención que las mujeres de Nahr tuvieran tantos derechos en comparación con sus hermanas de otros países del Medio Oriente.
Emily miró las ricas ropas que había llevado la jequesa y se preguntó qué habría pensado de su situación aquella mujer que había muerto tanto tiempo atrás. Se preguntaba si los primeros días de Tamar viviendo con su marido habían sido tan tensos como sus primeros días con Adnan. Ella se preguntaba cuando había decidido quedarse la jequesa. Si habría conocido la paz o la alegría. “Era una mujer excepcional.” Emily miró hacia arriba, a los ojos oscuros de un hombre solo unos años mayor que ella, vestido con el clásico esmoquin negro que era tan común entre la nobleza de Nahr. Ella no le reconoció, pero había estado en suficientes veladas sociales para darse cuenta de que era miembro de una de las familias nobles, un hombre que probablemente tenía más dinero que algunos países y que tenía un lugar en el parlamento. “¿Estás familiarizado con su historia?” preguntó Emily, tratando de descifrar si conocía a este hombre. Le habían presentado a tanta gente durante las pasadas semanas que le resultaba imposible retenerlos correctamente. “Bueno, se nos enseña una versión en la escuela,” dijo guiñando un ojo. Había algo ligeramente conspiratorio en él, como si estuviera dignándose a dejarla entrar en una gran broma. “¿Una versión?” “Sí. Cuando somos pequeños en Nahr, nos enseñan que ella fue una de las grandes madres de nuestro país, que superó grandes dificultades para convertirse en una mujer que había aupado a Nahr por encima de los otros poderes en su momento. Por supuesto, todo eso es verdad. Pero…” “¿Pero…?” El hombre se inclinó hacia ella, lo bastante cerca como para que pudiera oler su
colonia. Era algo almizclada, ligeramente empalagosa. Había algo en ella que hizo a Emily dar un paso atrás. “Pero lo que los libros escolares nunca nos cuentan es que fue una mujer muy apasionada,” murmuró él. “Tanto con hombres como con mujeres. Fue fiel a su marido hasta el día que él murió, pero después de eso, tomó amantes de la corte, acomodándoles en espléndidos apartamentos donde su única ocupación era entretenerla. En un tiempo en el que las mujeres de todo el mundo debían permanecer en silencio, ella proclamaba orgullosamente sus necesidades y tomaba lo que deseaba.” “Oh,” dijo Emily suavemente, dándose cuenta de que un cosquilleo de pánico estaba ascendiendo por su vientre. “Eso es…eso es… es muy interesante. No conozco mucho la historia de Nahr…” “Podría enseñarte…” sugirió el hombre. “Es un tema fascinante, uno que ofrece una gran satisfacción a aquellos que lo estudian cuidadosamente.” Emily se dio cuenta de dos cosas a la vez. La primera era que, de alguna manera, se habían quedado solos en la pequeña alcoba en la que se exponía el vestuario de la jequesa. La segunda fue que su espalda estaba contra la pared y que el hombre que quería darle una improvisada lección de historia estaba acortando el ya pequeño espacio que había entre ellos. “Realmente no creo que esté lista para una lección de historia justo ahora,” dijo ella. “Si me disculpas…” “Quizá quieras quedarte solo un poco más…” Para su sorpresa, su mano se curvó sobre las de ella. No la sujetaba muy fuerte, pero no parecía como si pudiera quitárselo de encima. Emily actuó totalmente por instinto. Arrancó su muñeca de entre las de él y, al
mismo tiempo, le pisó con el afilado tacón de su zapato, haciendo que él se apartara y gruñera de dolor. En el momento en el que se apartó de él, se giró hacia la entrada, consciente de que estaría detrás de ella solo unos momentos después. Ve hacia otras personas, pensó ella, con la mente sorprendentemente clara. Ve hacia otras personas, haz como si nada de esto hubiera pasado… Ese era el plan, en cualquier caso, o al menos lo era hasta que ella se golpeó directamente contra Adnan. Levantó la mirada hacia él y ella vio que su cara pasaba de un atolondramiento neutral a un oscuro ceño. “¿Cuál es el problema?” preguntó él con la voz tensa y ella sacudió la cabeza. “Ah, Adnan…” El hombre que la había acosado salía de la habitación en ese momento y a pesar del ligero brillo de dolor en sus ojos, parecía totalmente calmado. “Samir,” dijo Adnan, su voz completamente desprovista de placer. “Qué sorpresa verte aquí.” “Ah, bueno, todos debemos poner de nuestra parte para apoyar las artes,” dijo Samir, encogiéndose ligeramente de hombros. “Y que bella obra de arte es tu acompañante.” Emily sintió que se ruborizaba mientras Samir salía y después miró ansiosa a Adnan. Con su crujiente esmoquin negro, estaba casi increíblemente guapo y cuando ella se inclinó hacia él pudo oler la colonia que le encantaba. “No creí que estuvieras aquí.” Él levantó una ceja, examinándola con una mirada cáustica.
“Ya lo veo.” Por un momento, ella no supo de qué estaba hablando y después se quedó mirándole impactada. “¿Qué estás…?” “Parece que trabajas muy deprisa, querida,” dijo él con tono ligero, pero de alguna forma amenazante. “¿Samir te ha hecho pasar un buen rato?” Estuvo a punto de negarlo todo. Él no tenía derecho a cuestionarla de esa manera, especialmente cuando ella no había hecho nada malo. Ser culpada por el mal comportamiento de Samir la aguijoneó y ella nunca había llevado bien que la acusaran injustamente. “¿Y qué pasa si digo que sí?” preguntó ella, alzando la voz lo justo para que llegara a los oídos de él. “Al final, Samir pudo haberse escabullido para asistir.” Ella pudo ver la oscuridad en la mirada de Adnan y cuando él le ofreció su brazo, ella pudo sentir la tensión corriendo a través de él. Ella se encontró con que la estaba paseando por todo el museo, mirando ostensiblemente todo el arte. Ella se maravilló brevemente de lo calmado que estaba, de lo natural que parecía. “Creo que estabas intentando burlarte de mí,” dijo él familiarmente. “Me preguntó por qué estás haciéndolo.” Ella levantó la mirada, desafiante. Él no iba a amedrentarla, incluso cuando tenía todas las cartas en su mano. “Puede que crea que necesites que se burlen de ti,” replicó ella. “Puede que crea que al final del día, si nadie lo haces, te puedas convertir en un hombre aburrido que hace poco por sí mismo o por la gente que le rodea.” Para su sorpresa, él se rio un poco ante eso. “Puede que tengas razón,” dijo él y ella
se llenó de cariño al oírle sonar mucho más como él mismo. “Ha sido… una temporada extraña para mí.” “¿Crees que has sido el único?” murmuró ella, y se sorprendió al oír otra risa procedente de él. “No, realmente no. Lo que has pasado daría para llenar un libro. He olvidado que ahora las cosas debían ser muy extrañas para ti también. ¿Me perdonas? “Sí,” dijo ella sorprendida. “Por supuesto que sí. Solo es que no siempre es fácil.” “¿Oh?” “Estar aquí. Estar rodeada por este… este mundo que es tan extraño para mí y que sé que tendré que dejar.” Le sintió tenso. Por un momento, ella deseó que él la corrigiera. Ella quería que él le dijera que ella era suya y que no podía irse, que no le permitiría irse. Ella quería oírle decir que su sitio estaba a su lado, justo como si él le perteneciera´. En cambio, solo comenzaron a caminar de nuevo. “Nahr es un hermoso lugar, lleno de misterio y maravillas, pero para un extranjero, imagino que puede ser duro. Sin embargo, ha sido un placer tenerte aquí.” Ella se encogió al oírlo, su mano apretando su brazo. No quería discutir el final de sus días en Nahr. Mientras estuviera allí, quería fingir que era para siempre. “Bueno, no importa cómo haya pasado, estoy muy contenta de que hayas salido esta noche. No me hubiera gustado pasar el resto de la noche esquivando a Samir y tengo el presentimiento de que eso es exactamente lo que hubiera hecho.” “Bien.” Ella oyó un tono oscuro en su voz. Notó que la mano de él se cerraba sobre la suya justo al darse cuenta de que habían
llegado a una parte del museo que estaba más oscura y menos concurrida. Con nadie a la vista, la apretó contra la fría pared de mármol, atrapándola simplemente gracias a su mayor peso. “Dentro de poco, estarás a miles de kilómetros de aquí,” murmuró él. “Ahora mismo, sin embargo, eres mía y yo no comparto lo que me pertenece.” Ella empezó a responderle, pero entonces su boca bajó en picado sobre la de ella, capturándola con la intensidad de su beso. Había una docena de razones por las que ella podía haber necesitado que él parara, pero el calor de sus pasiones girando alrededor del otro los quemaban. No se podía resistir a este hombre, nunca. Emily lanzó los brazos para rodearle, rindiéndose al beso sin pensarlo dos veces. No importaba que ella pudiera no volver a verle de nuevo en solo unos pocos días. No importaba quién pudiera entrar allí o que podrían decir si les encontraban de esa manera. En ese momento, todo lo que importaba eran ellos dos y la pasión que compartían. Cuando finalmente él se apartó, tenía una mirada de satisfacción en los ojos y una sonrisa bastante engreída. “Qué hermosa estás cuando te han besado bien,” ronroneó él, y ella le sonrió. “Qué adorable manera de hacerte un cumplido a ti mismo, mi señor.” “Podría llevarte a casa,” gruñó él. “Podría hacerte rodar debajo de mí, tenerte abierta y después, cuando te vieras a ti misma después, sabrías exactamente que hermosa me pareces.” Por un momento, ella estuvo completamente capturada por sus palabras. En ese momento, ella pudo verse a sí misma como la veía él, bella y apasionada, consumida por el deseo y la belleza.
“Pero…” “Pero ¿qué?” murmuró él y ella supo que iba a besarla de nuevo. Si lo hacía, estarían perdidos. “¡Pero quiero ver el resto de la exposición!” exclamó ella, apartándose justo cuando dos personas más entraron en la habitación. La mirada que él le envió estuvo llena de pura frustración y ella se hubiera reído en voz alta si hubieran estado solos. En cambio, simplemente le sonrió, enroscando su brazo con el de ella de nuevo. “Ven por aqui,” dijo ella. “Hay algunas piezas de arte que debes ver…” “Vas a pagar por esto cuando volvamos al ático,” murmuró él suavemente. “Cuento con ello,” dijo dulcemente y le condujo más dentro del museo.
Capítulo Diecisiete La exposición sobre la jequesa Tamar era fascinante y Emily realmente no fingía lo que disfrutaba con cada nueva pieza. A medio camino, un optimista guía el museo se fijó en su interés y les ofreció una visita privada a algunas piezas que no estaban expuestas. “¡Eso sería estupendo!” dijo Emily alegremente y durante los siguientes veinte minutos, encontró un gran placer en el gruñido casi audible de Adnan. Cuando al final estuvieron a solas en la limusina, él subió la mampara de privacidad y la tomó en sus brazos. “¿Tienes idea de los que les pasa a las mujeres que hacen esperar a los jeques?”, gruñó él con la boca enterrada contra la suave piel de su cuello. “Huma, no tengo ni idea, pero si se parece a esto, puedo ver porque lo hacen…” Podía haber dicho más, pero él estaba chupando la delicada piel de su garganta, mordisqueando y mordiendo de una forma que la hacía jadear de necesidad y deseo. Ella podía burlarse todo lo que quisiera, pero al final del día, este hombre la excitaba de formas que ella apenas podía entender. Este hombre había hecho que su cuerpo se despertara de lo que parecía una vida entera de sueño, y ella nunca se negaba a él. La subió a medias a su regazo, moviendo las manos bajo su larga túnica, buscando piel desnuda. Ella pudo sentir sus manos en su suave carne y nunca había odiado más la ropa de lo que lo hizo en ese preciso momento. No quería más que estar completamente desnuda para él, tumbarse y dejarse devorar. “Te deseo,” murmuró ella. “Por favor, te deseo…” Él gruñó ante sus palabras y Emily se excitó ante la respuesta que podía obtener de él. En momentos como ese, cuando él la miraba con algo cercano a la desesperación, ella
sentía como si fueran iguales. No le importaba si el mundo entero la estaba mirando. En ese momento, todo lo que quería era estar con ese hombre. Se besaron el uno al otro con una lentitud y una profundidad agónicas, simplemente incapaces de tener suficiente. Cuando la limusina se paró frente al edificio, ambos se tensaron y, por un momento, Emily no tuvo ni idea de cómo iba a sobrevivir al viaje hasta el ático. Entraron juntos en el ascensor, dándole a Emily justo el tiempo suficiente para recuperar el aliento. Podía sentir los ojos de Adnan sobre ella. La rastreaba como un gato grande rastrea su presa, fijándose en cada uno de sus movimientos. En el momento en el que las puertas del ático se cerraron tras ellos, él la tomo en sus brazos, llevándola hacia la cama. “Ha sido una noche agradable,” dijo ella alegremente, saltando de sus brazos. “Estoy lista para dormir, ¿tú no?” La expresión de su cara fue de pura conmoción y ella no pudo mantener la broma durante más tiempo. Rompió a reír mientras se apartaba de él. “Eres una mujer singularmente frustrante,” dijo Adnan, mirándola desde el otro lado de la habitación. Con la chaqueta del esmoquin abierta y el pelo alborotado por sus caricias, ella pensó que nunca había parecido tan atractivo. “¿Lo soy?” preguntó ella, estirándose mientras se burlaba. “¿Y qué piensas hacer al respecto?” Ella había olvidado lo rápido que podía moverse, no del todo, pero todavía fue un shock cuando él cruzó el espacio entre ellos a tanta velocidad. En lo que dura un suspiro, él la atrapó, su boca abalanzándose sobre la de ella en un beso hambriento. Parecía como si hubieran pasado años y no horas desde la última vez que se habían abrazado, y desechando todo el cuidado y los miedos sobre lo que el viento les pudiera llevar al día siguiente, ella se entregó al beso.
Él reclamó su boca con una urgencia ansiosa que hizo que su cabeza diera vueltas y entonces sus labios calientes se movieron por su mandíbula, mordiéndole el lóbulo de la oreja y haciéndola jadear con la sensación. Sus manos la agarraron fuerte, como si tuviera miedo de que ella se pudiera desvanecer. Cuando las manos de ella se dirigieron al borde de su túnica, él las apartó. En cambio, la giró, apoyándoselas en la pared. “Mantenlas ahí,” susurró él, su voz convertida en un gruñido bajo. “No te atrevas a moverlas.” Ella tensó sus palmas contra la fría superficie, gimiendo cuando sintió las manos de él deslizarse por sus costados. Había algo absolutamente autoritario en él, perfectamente controlado… excepto para ella. Era un hombre que controlaba un país entero, pero cuando sus manos estaban en ella, ella podía sentir un lado salvaje que nunca aparecía en ningún otro sitio. Él estaba de pie detrás de ella, tan cerca que ella podía sentir sus piernas apretando contra las suyas, la dura elevación de su erección contra la parte de abajo de su espalda. Ella gruñó cuando sus manos apretaron sus pechos a través de la fina seda, encontrando sus pezones con infalible precisión y haciéndolos rodar entre sus dedos hasta que estuvieron duros. “Oh, por favor,” murmuró, apretándose contra él. “Por favor…” “Es bueno que lleves tacones,” gruñó él. “De otra forma, podría romperme la espalda.” Ella empezó a preguntar a qué se refería, pero entonces jadeó de sorpresa cuando él le enrolló la túnica por encima de las caderas. Debajo llevaba unos pantalones finos y él los desabrochó, dejándolos caer hasta sus tobillos.
“Bueno, bueno, veo que has estado haciendo buen uso de tu asignación,” ronroneó él. Ella enrojeció, consciente de lo que él había visto. Naturalmente, se había comprado ropa interior, pero había sido incapaz de resistirse a las cosas bonitas, de encaje, que nunca habían tenido la oportunidad de comprarse antes. Le parecía una lástima ponerse cosas tan bonitas encima de algodón sencillo. Sus braguitas eran más encaje negro e imaginación que tela. Emily contuvo el aliento cuando él dibujó el borde del tejido donde cruzaba sus nalgas. Sabía qué oscuro era, qué pálida parecía ella al llevarlo puesto. Creía que él simplemente la dejaría caer al suelo con sus pantalones, pero en cambio, lo agarró con firmeza. Sin más aviso que ese, él arrancó el tejido de su cuerpo con facilidad. “Creo que deberías llevar cosas como estas todo el tiempo,” gruñó él. “Hacen un ruido tan satisfactorio cuando se rompen, ¿no crees?” Antes de que ella pudiera recuperar el aliento para responder, su manó apretó entre sus piernas, deslizándose a lo largo de su hendidura y animándola a abrir las piernas. “Ah, perfecto,” canturreó él, “puedo ver que estás de acuerdo.” Emily pensó que, si se ponía más caliente, estallaría en llamas. Ambos podían sentir su humedad caliente entre sus piernas. Ella se había excitado increíblemente con su beso, con sus movimientos rápidos y poderosos, con las puras cualidades físicas de ese hombre. Él movió su mano por debajo de ella, deslizando primero un dedo dentro de ella y después otro. Justo cuando se estaba acostumbrando a esta invasión intima, su otro brazo la rodeó por delante, echándole la túnica a un lado para tocar su clítoris. Ella había estado esperando su caricia y gruñó, presionando la frente contra la fría pared.
“Me… me estás volviendo loca,” gimió Emily, y entonces se tragó un aullido agudo cuando sus dedos se movieron más rápido y más duramente. “Bien,” gruñó él. “Entonces te harás una vaga idea de cómo me siento, viéndote encantar a todos esos hombres, viendo todos esos ojos en ti y sabiendo que yo soy el hombre con el que te vas a ir a casa… sabiendo que tan pronto como estemos a solas, esto es exactamente lo que te voy a hacer.” Él no tuvo ninguna compasión de ella, y no lo hubiera querido de otra manera. Se apoyó contra la pared, forzándose a sí misma a tomar las olas de placer cuando pasaban sobre ella, cada vez más altas hasta que supo que tenía que llegar a la cresta de la ola o simplemente se volvería loca. Ella podía sentir el calor de su respuesta crecer, pero justo cuando pensaba que estaba a punto de caer por el precipicio, Adnan retiró las manos. Ella se quedó temblorosa y agitada, sin posibilidad alguna de llevarse a sí misma por encima del límite y su gritó fue de rabia y sorpresa. “¡Adnan!” “Hermosa, tan hermosa y tan cautivadora cuando estás justo al límite. Te debería mantener así durante noches sin fin. Te mantendría apartada hasta que apenas recordaras lo que es un orgasmo, aunque lo desearas mucho, muchísimo.” Ella pudo sentir como surgía el calor en su interior al oír sus palabras, pero él ya estaba moviendo la cabeza. “No te preocupes, cariño, nunca podría ser tan cruel. Ahora mismo, lo que quiero es tu placer y lo vas a encontrar cuando me entierre profundamente en tu interior.” Sus manos se desplazaron a sus caderas, levantándolas ligeramente para que ella estuviera en la posición perfecta. Por un breve momento, ella pudo sentir la redondeada
punta de su virilidad presionando contra su caliente entrada y después él empujó en su interior. Entró en ella con un único empujón, largo y suave, y no paró hasta que estuvo enterrado hasta el final. Durante un momento, simplemente respiraron juntos. Ella podía sentir sus manos apoyadas contra la pared. Al agarrarla de las caderas, Adnan hacía que se sintiera absurdamente pequeña y delicada. Él la inundaba y ella adoraba cada momento de ello. “¿Se siente bien?” preguntó él, su voz sonaba ruda y oscura. “¿Se siente bien tenerme tan cerca, tan profundamente dentro de ti?” Ella sabía con una especie de instinto que salía de lo más profundo de su corazón que él no se movería, que pararía completamente si ella no decía que sí. Su amor por este hombre creció y estuvo a punto de escaparse entre sus labios. Hubiera ocurrido si no se hubiera refrenado a sí misma. “Sí,” gimió ella. “Sí, sí, sí, se siente condenadamente bien…” Ella sintió más que oyó su suspiro cuando comenzó a empujar dentro de ella sujetándola quieta y preparada incluso cuando él estaba perdiendo lentamente el control férreo que siempre había tenido desde que ella le conocía. Ahora podía ver su interior, el hombre apasionado que la había salvado de un terrible destino. Este era el hombre al que amaba, el hombre sin el que ella no podría vivir y mientras él empujaba dentro de ella una y otra vez, sabía que no habría nada que él le pidiera que ella no fuera a darle. Esto era lo que ella necesitaba. Esto era lo que amaba. Los movimientos de Adnan aumentaron de forma desigual y, con cada nuevo empujón, él amenazaba con meterla en la pared. Ella podía sentir como crecía el placer en él, la forma en que él se agitaba de necesidad y deseo. Sus manos le sujetaron las caderas hasta el punto del dolor y ella disfrutó con la idea de ver moratones allí por la mañana.
“Por favor, por favor, te necesito,” susurró ella. “Dios de los cielos, te deseo más de lo que nunca he deseado otra cosa…” Sus palabras le llevaron más allá del límite. Él empujó dentro de ella una última vez, derramándose profundamente dentro de su cuerpo. Ella podía sentir como él se estremecía, y la forma en que le mordía el hombro; todo era perfecto, completamente perfecto. No supo que estaba llorando hasta que sintió las lágrimas corriendo hacia abajo por su rostro, cayendo de la punta de su barbilla. “¿Emily?” “No, todo está bien,” murmuró ella, pero, aun así, él salió de ella cuidadosamente, alzándola en sus brazos para llevarla a la cama. “Esto está ocurriendo con demasiada frecuencia” dijo él, yendo a acostarse junto a ella. “¿Cuál es el problema?” Había miles de cosas que ella quería decir, miles de formas en las que pudo haberle respondido, pero al final, solo movió la cabeza. “Mañana,” susurró. “Podemos hablar de ello mañana.” Él la miro escéptico cuando lo dijo, pero finalmente asintió, dándole un suave beso en la frente. “De acuerdo. Mañana.” Permitió que él le quitara la ropa y cuando deslizó el camisón sobre su cabeza y se acurrucó en la cama junto a Adnan, sintió como si las cosas pudieran ir bien. Mañana le diré la verdad, pensó ella. No tengo nada que perder, y al menos, volveré a Nueva York sabiendo que he hecho todo lo que podía.
A pesar de su resolución, sus sueños fueron agitados, oscuros y con acechantes sombras. Buscaba a alguien que pudiera ayudarla, pero no importaba cuanto gritara, nadie acudía nunca… *** Adnan no solía enfrentarse a problemas que no pudiera resolver. Cuando su lógica calmada y su fuerte personalidad fallaban, su riqueza y su posición como jeque casi siempre arreglaban la situación. Sin embargo, la verdad era que no importaba cuantas victorias hubiera en su haber, no había nada que pudiera hacer para resolver este problema, el que estaba creciendo para consumirle más y más. Tratándolo como él podía, no conseguía encontrar una solución para el dilema en el que se encontraban Emily y él. Un mes no había hecho que se sintiera menos atraído por ella, en cualquier caso, solo había consolidado su salvaje necesidad de tenerla cerca. La necesito, pensó, y su corazón se retorció de amor. Sí, amor. Le había llevado mucho tiempo darse cuenta de ello, pero mirando ahora a su rostro dormido, con las huellas de lágrimas, tenía que admitir que estaba enamorado de la músico de Queens. Ella era todo lo contrario de lo que él hubiera esperado que fuera la mujer que él amara. Él había asumido en algún momento que se casaría con una mujer de rango y riqueza adecuados, alguien que pudiera aportar contactos a sus negocios y a su país. ¿Cómo iba a saber que la mujer que capturaría su corazón sería una chica casi sin dinero de los Estados Unidos?
Era ridículo, pero había ocurrido y ahora él estaba consumido por la idea de una boda entre ellos, el felices para siempre que prometen los cuentos y que tan pocas personas tienen en realidad. Parecía la broma más cruel del mundo que ella no le quisiera. Él lo había sospechado desde el principio, pero sus lágrimas de esta noche se lo habían demostrado. Incluso cuando todo estaba yendo bien, algo en ella extrañaba su hogar. Él se había arriesgado a ser capaz de sacarla de su interior en un mes y, en este momento, solo podía maravillarse de cómo había perdido. Mientras la miraba, vio lágrimas saliendo de detrás de sus ojos cerrados. Había estado haciendo eso durante las últimas noches, llorar sin hacer ningún ruido. Con el corazón roto en pedazos, la sujetó, murmurándole una y otra vez que iba a mantenerla a salvo. “No, no,” gimió ella. “No quiero eso. No lo quiero. Por favor.” “Entonces no tendrás que hacerlo más,” susurró él. “Te lo prometo, amorcito, te enviaré a casa. Te lo juro. “ Ella se quedó tranquila después de aquello, incluso cuando lágrimas esporádicas seguían cayendo por su cara. Adnan tomó aire profundamente, lo mantuvo y después lo dejó escapar. Lo hizo una y otra vez hasta que estuvo calmado. Tenía que estar calmado y tenía que hacer lo que estuviera bien para ambos. No importaba cuánto le costara. No importaba cuánto le doliera.
Capítulo Dieciocho Cuando Emily se despertó, le pareció que tenía la cabeza llena de algodón. La cama estaba vacía, pero eso no era raro. Adnan era un hombre ocupado y no importaba cuánto le hubiera gustado que se quedara con ella, tenía muchas responsabilidades. Se dio una ducha, preguntándose qué estaba haciendo, sus pensamientos llenándose de lo que iba a decirle. Cuanto más pensaba en ello, más se daba cuenta de que había tomado la decisión correcta. Él podría echarla, podría incluso reírse de ella, pero al final, lo único que estaría haciendo sería decirle la verdad. Emily se puso unos vaqueros negros y una camiseta y cuando terminó de pasarse la camiseta por la cabeza, se dio cuenta de que no estaba sola en el apartamento. Sorprendida, salió de su habitación y vio a Adnan de pie junto a la ventana, mirando fuera, por encima del horizonte de Nahr. Por un momento, ella simplemente pensó en qué guapo estaba, allí de pie, vestido con ropa informal. Solo mirarle hacía que su corazón latiera más rápido, y sospechaba que eso continuaría así sin importar cuanto tiempo hiciera que se conocían. Estaba respirando profundamente antes de empezar a hablar cuando él se dio la vuelta. Había una expresión educada en su rostro que por algún motivo la hizo sentir escalofríos. Le recordó las noches en las que Adnan solo estaba presente físicamente; en las que su cabeza y su corazón estaban en otra parte. Las palabras que ella iba a decir murieron en sus labios. “Estás despierta, eso es bueno,” dijo él asintiendo. “Solo tengo unos minutos antes de irme, así que esto será rápido.” “No,” dijo Emily suavemente, con la voz pequeña y herida. Ella sabía que era lo que venía a continuación e incluso después de todo el tiempo que había estado pensando en
ello, ahora que había llegado el momento, se sintió enferma. “He decidido que, a partir de esta mañana, eres libre para irte. Este experimento ha llegado a su fin. Al final de la semana estarás de vuelta en Queens siendo una mujer mucho más rica.” Frenéticamente. Emily buscó en la cara de Adnan cualquier señal de que estaba bromeando, pero no había ninguna. En cambio, parecía como si estuviera cerrando un acuerdo de negocios, uno con el que no estuviera totalmente satisfecho. “Adnan, no podemos…” “Entiendo que el mes no ha terminado todavía, pero no consigo ver ninguna razón para posponer lo inevitable,” dijo él con voz suave e incluso aburrida. “¿Lo inevitable?” preguntó ella. Él asintió. “Sí. Este… experimento ha sido indigno para ambos y por eso, debo disculparme. Estaba equivocado y… y lo siento si te he hecho daño.” Emily se le quedó mirando, sus ojos brillantes por las lágrimas. “Me estás haciendo daño ahora,” fue todo lo que pudo decir. Él se encogió al oírla, y, a pesar de la situación, una parte de ella se conmovió. Al menos, todavía se preocupaba lo bastante por ella como para querer evitar herirla. “Pasará,” dijo él confiadamente. Ella se sintió como si el mundo se estuviera inclinando bajo sus pies. Instintivamente, se estiró hacia él, pero se había dado la vuelta. Estaba mirando por encima de la ciudad. A ella se le ocurrió que quizá estuviera demasiado asustado para mirarla. “Eres muy joven,” dijo, y ahora estaba más calmado, como si estuviera
pronunciando un discurso que hubiera memorizado. “Estas cosas… estas cosas adquirirán más sentido para ti cuando seas más mayor.” “No te atrevas,” gruño ella. “No te atrevas a decirme que estás haciendo lo mejor para mí. No eres mi padre. No tienes que decirme qué está bien y qué está mal como si fuera una niña.” “Has pasado una experiencia traumática,” continuó él como si ella no hubiera hablado. “Y lo quiera o no, yo he contribuido a ello. La vida nunca es fácil, y lo sé, pero para ti ha sido muy difícil en los últimos tiempos.” “¿Crees que estar contigo es difícil?” preguntó ella. “¿Crees que necesito que me protejas…de ti?” Él se volvió hacia ella y la tristeza y resignación de sus ojos le quitaron el aliento. Ella le había visto furioso, apuñalado, golpeado y salvaje, pero nunca pensó que el orgulloso jeque de Nahr podría parecer tan derrotado. “¿En este momento? Sí. Necesito tomar la decisión correcta para ambos. Te irás mañana.” “No,” susurró ella, pero él o no pudo oírla o se negó a escucharla. En cambio, él solo asintió a distancia antes de salir dando zancadas. Las puertas del ascensor se abrieron para él con un suave zumbido y, un momento después, se había ido. Durante lo que le pareció una eternidad, Emily permaneció quieta, de pie. Miraba al sitio donde había estado Adnan como si pudiera hacer que volviera a aparecer. Mientras esté aquí, supongo que podría hacer que me quiera, pensó ella, ligeramente histérica, pero en lugar de reírse, empezó a sollozar. Él tenía razón, había pasado por mucho en las últimas semanas, pero ahora mismo, se sentía como si esto fuera lo peor de todo. ¿Era así como se sentía que te arrancaban el
corazón del pecho? ¿Era así sentir que estaba completamente destrozada? Emily estaba terriblemente asustada por no poder dejar nunca de llorar. En cambio, solo podría sollozar siempre por su pérdida. Pero cuando las lágrimas disminuyeron, fue al baño a echarse agua fría en la cara. Se vio horrible en el espejo, con los ojos hinchados y la cara abotargada. No le importaba en absoluto. Se fue al dormitorio, dándose cuenta con cierto desconcierto de que no podía hacer el equipaje porque no tenía maleta. Probablemente, Adnan tendría algo para ella. Después de todo, él se había hecho cargo de todo lo demás. Nunca podré decirle que le quiero, pensó y, por un momento, estuvo a punto de volver a caer en la desesperación. Respiró profundamente, mirando al techo hasta que las lágrimas retrocedieron. No importaba. En este momento, se dijo a sí misma, simplemente no importaba. Su amor no tenía nada que hacer frente a los hechos y los hechos estaban claros. Adnan estaba cansado de ella. Iba a volver a los Estados Unidos. Trataba de consolarse a sí misma con el hecho de que iba a volver convertida en una mujer rica, pero todo sonaba hueco. Se sentía un poco como una campana a la que le hubieran quitado el badajo. No importaba lo fuerte que tocara, nadie acudiría. Nadie podría oírla. Ella se preguntó débilmente si Adnan volvería, pero mientras el reloj seguía avanzando, se dio cuenta de que no lo haría. *** En el momento en el que Adnan se fue del apartamento, bajó en el ascensor hasta la planta baja, despidió bruscamente al chófer y se sentó detrás del volante. Era un buen conductor, entrenado durante su servicio militar, pero los riesgos que asumió aquel día en la carretera hubieran hecho que sus viejos profesores movieran la cabeza.
No parecía importar lo lejos que condujera o lo que hiciera. No importaba, no podía escapar del recuerdo de los ojos gris claro de Emily, abiertos y llenos de dolor. Me estás haciendo daño ahora, había dicho ella y una parte de él se había encogido al oírlo. Quería gritarle, decirle que no podía aguantar el dolor para siempre. Cuando era tan obvio que ella deseaba irse, no podía detenerla, ni por un trato ni por nada. Intentó decirle que era joven. El dolor que ella sentía hoy apenas sería un recuerdo mañana. Algún día, Nahr y él mismo solo serían un recuerdo. Era inimaginablemente doloroso. Finalmente, paró a un lado de la carretera, solo vagamente sorprendido de haber llegado a los límites de la ciudad. Cuando él miró al lugar en el que comenzaba el desierto, se preguntó cómo habían llegado a esto. Hacía un mes, él ni siquiera sabía que estaba viva. Había sido un recuerdo lejano de una chica muy joven que estaba al mismo tiempo asustada y sorprendida por su propia situación en la Universidad. Él recordaba vagamente haber pensado que cuando esa niña creciera iba a ser una belleza y ahora, años después, había demostrado que tenía razón. Se habían conocido el uno al otro tan poco tiempo, y ahora él perdía la mitad de su corazón con ella. Se hubiera reído si no hubiera sido tan doloroso. En ese momento, Adnan pudo ver su vida extenderse ante él, su carrera política, la bella y recomendable esposa que tomaría algún día. Sería una buena vida en algunos aspectos, o al menos, sería una buena vida si a él le preocupara lo más mínimo. Sacudió la cabeza. Esta era su vida ahora. Y sabía que, para bien o para mal, necesitaba aprender a vivirla.
Capítulo Diecinueve Emily se había quedado dormida en algún momento, pero la suave campanilla del ascensor la despertó. ¿Adnan? Esperando contra toda esperanza que hubiera cambiado de opinión, que se hubiera dado cuenta de que había algo que salvar, se apresuró hacia el salón. Emily jadeó al ver la familiar silueta esperándola. La última vez que había visto a Oma, la mujer mayor parecía tan triste y sosa como un pedazo de masa. Ahora, sin embargo, se erguía más derecha y Emily pudo sentir su fuerza vital. Sin detenerse para una pausa, Oma entró en la habitación y tomó a Emily en sus brazos. Emily se abrazó fuertemente a ella, pegándose a ella y sorprendiéndose ante la maravilla del mundo que le había devuelto a la mujer que la había ayudado a sobrevivir a su cautiverio. “No sabía que te había pasado después de que me vendieran,” exclamó Emily. “¡No tenía ni idea!” “Fui rescatada,” dijo Oma con una amplia sonrisa. “Mi hermano fue uno de los hombres que dirigieron el operativo. Casi se desmayó al verme y fue bueno que yo le viera, porque pude moverme por el recinto y encerrar a algunos de los hombres dentro antes de la gran lucha.” Emily se estremeció. “En la que apuñalaron a Adnan.” Oma asintió. “Sí, el jeque fue herido en aquella pelea. Luchó como un león y es fácil ver porqué tantos hombres están deseando luchar para él, incluso morir por él.” Emily dudó. No tenía ni idea de lo que Oma sabía sobre su situación, de lo que
había pasado con Adnan, pero la mujer más mayor la estaba llevando al sofá y tranquilizándola mientras se dirigían allí. “Tu relación con el jeque es algo que conocemos algunos de nosotros, en el círculo más íntimo. Sabemos que te ha permitido tomar tu propia decisión, que eres una mujer libre.” Emily se encontró sujetando las manos de Oma, como había hecho en los primeros días de su cautiverio. Esta mujer la entendía. Si no hubiera llorado tanto que creía que se había secado y marchitado, hubiera estallado en lágrimas allí, en ese mismo momento. “Sin embargo, no lo ha hecho,” dijo ella amargamente. “Él ha decidido que sabía que es lo mejor para mí. Creo…creo que hubo algo que le fascinó en aquellos primeros días después de… después de que me comprara. Estaba obsesionado. Eso se ha acabado y ahora…ahora me envía a casa.” Oma frunció el ceño, moviendo la cabeza. “El jeque es un hombre poderoso, pero no es tan sabio como debería. A veces piensa demasiado y siente demasiado poco.” Emily asintió tristemente, pero ¿quién podía llevarle la contraria a un hombre como Adnan? No importaba cuanto pensara ella que estaba librando una guerra interna en la que no había ganador. Él era el jeque y lo que decía, se hacía. “Debes pensar que soy terriblemente tonta,” dijo ella con voz suave y triste. “No, eso lo dejo para el hombre que me ha enviado aquí,” dijo Oma, moviendo la mano. “Roja, mi hermano, cree que podría tener alguna influencia, tratar de que te quedaras.” Ella resopló de forma poco elegante. “Si piensa que voy a negarle a cualquier mujer su libertad después de todo este tiempo, es aún más tonto que cuando era un niño. No, he venido a ver a una joven de la que cuidé en un tiempo difícil y quizá para decirle adiós. Sé que el jeque te ha dado tus papeles y los billetes para volver a tu hogar en los Estados Unidos.”
“Hogar,” repitió Emily. “Ni siquiera sé si lo siento como mi hogar. Han pasado menos de dos meses desde que me fui, pero siento como si todo hubiera cambiado…” “No, eres tú la que has cambiado,” dijo Oma. “Ahora eres una persona diferente, y no vas a volver a ser la que solías. Esto solo va hacia delante.” “¿Qué harías tú en mi lugar?” preguntó Emily y Oma la miró pensativamente. Otra mujer hubiera visto la riqueza y los privilegios que Adnan ofrecía y le hubiera dicho que se quedara, pero Oma lo pensó. “Seguiría a mi corazóm,” dijo finalmente. “Donde fuera mi corazón, lo seguiría.” “Eso suena demasiado fácil,” protestó Emily, pero Oma solo se encogió de hombros. “Ahora eres una mujer libre,” dijo ella, como si fuera la cosa más sencilla del mundo. “Eso es lo que hace una mujer libre.” Esas palabras se le quedaron grabadas a Emily, incluso cuando ella y Oma siguieron hablando. Ella escuchó como era la vida de Oma ahora, como estaba viviendo con su hermano y llegando a conocer a su nueva cuñada y a sus sobrinos, como estaba descubriendo qué quería hacer con el resto de su vida. Como estaba recuperándose. Cuando Oma se puso de pie, para darle a Emily un último abrazo que hizo que le crujieran los huesos. Emily pudo sentir una profunda felicidad entrando en ella procedente de la otra mujer. Había encontrado a una amiga para toda la vida, lo sabía, sin importar qué más ocurriera. “Recuerda,” dijo Oma. “Eres una mujer libre. Actúa como tal.” Emily vagaba por el apartamento. Las sombras iban creciendo y ella empezaba a sentirse como una pantera enjaulada. No podía pensar en Adnan, porque si pensaba
demasiado en él, simplemente perdería su genio o empezaría a llorar otra vez, y no quería que ocurriera ninguna de las dos cosas. “De acuerdo,” dijo bruscamente. “Es el momento de cambiar.” Ella dio un paso hacia el armario, de donde sacó un vestido negro clásico. Había llevado pequeños vestidos negros anteriormente, pero siempre habían sido de serie. Este había sido hecho para ella y el tejido negro se ajustaba a ella como una segunda piel. Cuando se miró en el espejo, apenas reconoció a la mujer de ojos salvajes que le devolvió la mirada, pero eso le produjo una fea sensación de satisfacción. Esta noche, no quería ser ella misma, así que tendría que ser otra persona. Llamó al coche y cuando entró en el ascensor, no pudo resistir un momento de pena. Mañana, todo podría cambiar, pero esta noche… esta noche estaba todavía en Nahr y le sacaría el mayor partido posible. El chófer parecía ligeramente alarmado por su petición de ir a un club, pero asintió cautelosamente. “¿Quizá prefiera llevar a uno de los guardaespaldas con usted?” preguntó él, y ella sacudió la cabeza. “No sé si lo ha oído, pero soy una ciudadana de a pie. Nada de guardaespaldas para mí. Puedo hacer lo que me plazca.” Él le dirigió una mirada vagamente desaprobadora a través del retrovisor interior, pero se incorporó al tráfico con el coche. Ahora que estaba bien y verdaderamente en camino, ella sintió un toque de excitación hormigueando a través de ella. Esto podía no ser lo que ella quería hacer en su última noche en Nahr, pero puesto que no quería dejar Nahr ni a Adnan en absoluto, esto se convertía en un problema menor. Si tenía que irse, realmente iba a hacerlo bajo sus
propias condiciones. El club al que la llevó el conductor tenía una larga cola de gente esperando en la acera. Armada de una confianza que no sentía, caminó directa hacia la puerta. No tenía ni idea de si era porque el portero la había reconocido del periódico o porque le gustó como le sentaba el ajustado vestido, pero la permitió entrar. Una fuerte ola de ruido golpeó a Emily y pudo sentir que una parte de ella volvía a la vida. La música siempre había sido parte de ella y ahora podía sentir como se balanceaba con el ritmo. Era definitivamente un sonido más pop de lo que ella generalmente prefería, pero la verdad era que no le importaba. Este era un lugar donde podía perderse en la oscuridad y bailar como ella quisiera. No es que no viera a los hombres que la miraban desde fuera de la pista de baile, pero les ignoró. En cambio, se dirigió a un grupo de mujeres que parecían estar celebrando un cumpleaños o quizá una despedida de soltera y se unió a ellas en los límites del grupo. En un tiempo sorprendentemente corto, entró en el grupo, bailando con ellas y, se dijo a sí misma, divirtiéndose como nunca en su vida. Siendo sincera, su pena por Adnan la esperaba en los límites. Ni siquiera todo el baile del mundo podía sacarla, pero quizá la embotaría. Por un momento, ella se dejó llevar por la música y en como la hacía sentir salvaje y poderosa. Se había perdido en la música, moviéndose como siempre había querido cuando una mano fuerte la agarró de la muñeca. Ella se giró para ver la cara del hombre que la había agarrado y cuando vio que era Adnan algo se derritió en su interior. “¿Qué demonios crees que estás…?” Ella no quería escuchar lo que quiera que fuera que iba a decirle. Ella rodeó sus hombros con los brazos, tirando de él para darle un profundo beso. Pudo sentir la sorpresa en el cuerpo de él, y entonces sintió que se perdía cuando la cogió en sus brazos,
sujetándola mientras el beso se hacía más profundo. Al ritmo de la música y en medio de los otros bailarines, ella se entregó a él. Él era el hombre que quería. Le amaba y, en ese momento, no importaba que pasara después, le tenía. Lo sentía perfecto envolviéndola entre sus brazos. Cuando él se apartó, ella hizo un sonido de decepción. No le dio mucho tiempo para protestar. En cambio, giró sobre sus talones y la sacó directamente del club. Ella pensó que podría parar cuando llegaran a la calle, pero en vez de eso, la introdujo en el asiento del copiloto de su coche. “No te muevas,” gruñó él. Se dio la vuelta hacia el asiento del conductor, pero no arrancó el coche. En cambio, cerró la puesta y solo la miró de manera amenazante. “No creo haberte dado permiso para dejar el ático.” “Yo tampoco creo que lo hicieras,” dijo ella, mirándole desafiante. “Como has decidido que nuestra asociación se ha terminado, soy libre para hacer lo que me guste.” “¿Y resulta que lo que te gusta es bailar provocativamente en un club lleno de gente?” “No lo rechaces hasta que lo pruebes,” le gritó ella. “No es muy diferente de lo que estaría haciendo en casa.” Esto era cierto en cierta forma. En casa, nunca había tenido el tiempo y la energía de salir por los clubes, pero, aun así, podía haberlo hecho si hubiera querido.” No parecía entender nada de esto. Adnan solo sacudió la cabeza. “Te queda poco tiempo en Nahr. ¿De verdad es así como quieres pasarlo?” “No del todo,” dijo ella. Su voz tembló y él la miró. “No, no era así como me
hubiera gustado pasar el tiempo que me queda en Nahr.” “¿Emily?” “Quería pasarlo contigo,” dijo ella con la voz tan controlada como pudo. “Quiero estar contigo y no quiero que me digas qué joven o qué pequeña soy, lo sé por mí misma. Quiero estar contigo y quiero hacer el amor contigo.” Adnan la miró como si su corazón estuviera desgarrándose. Ciegamente, él cogió su mano y ella se aferró a él como si fuera un salvavidas. “Quiero… quiero tanto contigo,” dijo ella, tratando de sonar lo más razonable que pudo. “Quiero levantarme contigo por las mañanas. Quiero irme a dormir contigo por la noche. Quiero verte reír y quiero consolarte cuando estés triste. Te amo, Adnan, y no soy demasiado joven o demasiado estúpida. Cuando pienso en abandonarte a ti y Nahr, siento como si un peso de plomo se hubiera alojado en mi vientre.” “Te quiero, y a veces creo que pasó cuando me rescataste, y a veces creo que ocurrió cuando puse mis ojos en ti por primera vez hace tantos años. Te amo, Adnan y quizá tú creas que soy solo una… una niña tonta, pero es verdad. Es la cosa más real que nunca he sentido y no me importa lo que sientas o no sientas por mí. Te quiero.” Durante su confesión, él no soltó su mano. En la penumbra, ella todavía podía ver el ligero brillo de sus ojos oscuros. Por un momento, Emily pensó que él simplemente arrancaría el coche, demasiado agobiado por su necesidad como para hablar con ella de nuevo. “Eres tan joven…” “¡No lo soy!” “Déjame acabar. Eres tan joven y, cuando te tome por primera vez, eras virgen. Te miro y veo una especie de fantasía, un tipo de amor del que solo se habla en los cuentos de
hadas, ¿me entiendes? Cuando estoy contigo, siento que mi vida entera se ha abierto. Sabes quién soy yo, y qué tipo de vida llevo por el bien de mi país. Hay responsabilidades que me desgastan, pero cuando te conocí, sentí como si se hubieran levantado. No era una responsabilidad que quisiera poner en ti, no cuando eras tan insegura.” “No soy insegura,” insistió Emily, mirándole desesperadamente, pero él continuó. “Sé que no lo eres. Y por eso te quiero. Te amo, Emily. Te quiero con todo lo que tengo. No sé cuándo empezó, pero sé que continuará hasta el día que muera, y si el mundo es justo, continuará después de eso. Emily… ¿te quedarás en Nahr? ¿Serás mi esposa?” “Sí,” susurró ella. “Oh sí, sí, sí…” Ella se vio medio alzada de su asiento cuando él la cogió en sus brazos. Las lágrimas aparecieron en sus ojos mientras la besaba, pero cuando se apartó, había una enorme sonrisa en su cara. “Quiero oírlo otra vez,” dijo ella suavemente. “Necesito oírlo. He pensado en esas palabras tanto tiempo…” Adnan no tuvo que preguntarle a que se refería. “Te quiero,” dijo él solemnemente. “Te lo diré cada día durante el resto de nuestra vida juntos. Te quiero, te quiero…”
Epílogo Seis meses después La cafetería rompió en aplausos cuando ella terminó su canción. Emily inclinó la cabeza, agradecida por el reconocimiento, pero también agradecida por no tener que vivir de las propinas nunca más. Adnan esperó hasta que bajó del escenario, y después se acercó a ella, ofreciéndole el brazo. En vaqueros y con una camiseta gris que se le ajustaba en el pecho no podía parecer menos el jeque de Nahr. En la cálida noche otoñal se parecía a cualquier otro neoyorquino de camino a disfrutar la noche con su esposa del brazo. “Entonces, ¿cuánto has ganado?” preguntó él, cuando estuvieron en la calle. Cuando Emily se lo dijo, él hizo una mueca. “Los artistas en tu país están significativamente mal pagados,” se quejó. “Eso no es siquiera un sueldo que alcance para vivir.” “Lo llamaba triunfo cuando no recibía proposiciones después de la actuación,” dijo ella encogiéndose de hombros. Caminaron bajando la calle, disfrutando de las vistas y los sonidos de la ciudad que ella una vez había llamado hogar. ¿Todavía era realmente su hogar? Ella y Adnan habían venido desde Nahr para unas vacaciones de un mes. El parlamento se encontraba en un receso y ellos habían decidido que sería el mejor momento para ver un poco de los Estados Unidos. Cuando ella miraba estos edificios y a la gente que la rodeaba, casi sentía como si los estuviera mirando a través de un panel de cristal. Ellos estaban allí y podía verlos con bastante claridad, pero cuando se acercaba a tocarlos, los sentía lejanos y extraños.
Quizá Nahr pudiera ser su hogar algún día, con su espléndida mezcla de tradición y modernidad, pero no lo era todavía. De muchas formas, todavía se sentía como una extranjera allí y sospechaba que la sensación sería permanente, incluso si se hacía más fugaz en los años venideros. “Un penique por tus pensamientos, mi amor,” dijo Adnan, bajando la mirada hacia ella. Se agarró con más fuerza a su brazo. “Estaba pensando en el hogar,” dijo ella. “Y miro alrededor y no sé si Nueva York sigue siendo mi hogar.” “¿Oh?” Ella se acurrucó más cerca. En la víspera de su viaje, él le había confesado que estaba un poco preocupado. “¿Qué pasa si vas a Nueva York y te das cuenta de que nunca deberías haberte ido?” había preguntado él. “Ha sido tu hogar durante años y, a veces, pienso que lo echas de menos.” En ese momento, ella le había asegurado que eso no era posible, pero ahora pensaba que podía entender su miedo. Nueva York todavía la abrazaba de alguna manera, pero era más débil ahora. Ella le miró sonriéndole. “Creo que he descubierto que el hogar no es un lugar para mí. Es una persona, y esa persona eres tú” Él la apartó de la corriente de gente para quedarse de pie junto a un edificio, y en ese punto resguardado, él puso las manos a los lados de su cara y la besó cuidadosamente. “Gracias,” susurró él, y ella se estiró para tocarle la cara. “Sabes, después de que volviéramos de Mirago, hui de ti. Por tres veces me fui sola del apartamento y las tres veces viniste detrás de mí.”
“Sí, y la última vez, te hice mía.” “O podemos decir que yo te hice mío a ti, ¿verdad?” dijo ella, mirándole con una sonrisa. “Nos pertenecemos el uno al otro,” dijo finalmente. “No hay otra forma de explicarlo.” “Estoy contenta,” dijo ella, y luego dudó. “¿Esto es para siempre?” preguntó Emily. “Tú y yo, no importa donde vayamos o lo que hagamos, ¿esto es para siempre?” Él retrocedió lo suficiente para que ella pudiera verle la cara. Su expresión era completamente seria, pero había estrellas en sus ojos. “Para siempre,” se mostró de acuerdo él. “Para ti y para mi, esto es solo el principio.” “No solo para ti y para mí,” dijo ella suavemente y, por un momento, él simplemente bajó los ojos hacia ella, confundido. “¿Qué quieres…?” “Quiero decir,” dijo ella, tocando ligeramente su estómago, “que no creo que seamos solo nosotros dos mucho más tiempo.” Cuando ella vio que él se había dado cuenta, empezó a reír, y después, mientras Adnan la sujetaba en sus brazos, él empezó a reírse también. “Sí, para siempre,” dijo él, justo antes de besarla. “Para siempre, y las canciones que escribes sobre nosotros lo continuarán en mi corazón.”
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Capítulo Uno Alice Winter apoyó la cabeza en el borde de la bañera de porcelana e intentó disfrutar del momento. Después de todo, tenía los doloridos músculos sumergidos en agua perfumada con aroma a jazmín y, en cuestión de horas, iría del lado de su mejor amiga en su boda con el que probablemente fuese uno de los solteros más codiciados del planeta. Aun así, resultaba algo complicado hacerlo teniendo en cuenta que mujer le estaba enjabonando la cabeza enérgicamente, otra le estaba exfoliando la cara y una tercera le estaba preparando las uñas para hacerle la manicura. Según Sheridan, aquello formaba parte de la tradición: en las bodas islámicas no era habitual que hubiese damas de honor, pero sí que bañasen, mimasen y preparasen a la novia antes de la ceremonia. Así que Alice estaba recibiendo el mismo trato. —¿Estás segura de que no soy yo la que va a casarse? —dijo Alice en voz alta, un poco molesta. La risa gutural de Sheridan retumbó en la habitación contigua. —Segurísima. Al menos la que lleva el anillo de compromiso soy yo. —¡Puf! —Alice habría dicho algo más, pero la mujer que le estaba lavando la cabeza le indició con un gesto que metiera la cabeza en el agua. Alice suspiró y obedeció. La mujer deslizó sus hábiles dedos entre los mechones rojizos de Alice, le aclaró el cabello y tiró de ella hacia arriba de nuevo para ponerle acondicionador. Alice volvió a suspirar. Por fin consiguió librarse de las garras de las Tres Furias, como ella las llamaba (¡cualquiera intentaba moverse sin su consentimiento!), y aprovechó para escapar de la bañera en cuanto las mujeres se retiraron un momento. Sin embargo, no tardaron en
secarla, ponerle por encima un esponjoso albornoz blanco y cubrirle el pelo con una toalla perfumada de microfibra para que se le secase más rápido. Al menos no tendrían que perder mucho tiempo con el pelo. Al llevarlo cortado a la altura de la barbilla, lo único que podía hacer era alisárselo con la plancha o echarse gomina y peinárselo en rizos desordenados, y Alice ya había decidido que lo llevaría liso. Dubái era más abierto que la mayoría de países del Oriente Medio, pero aun así eran bastante conservadores y Alice necesitaba dar la talla. Ya llamaba la atención bastante al llevarlo tan corto y de ese color rojo fuego. Las Furias la acompañaron hasta la habitación, donde Sheridan estaba sentada en el tocador vestida con una colorida ghaagra. La voluminosa falda plisada se extendía por el suelo y le cubría los pies. Llevaba una blusa larga a juego con unos complejos bordados de color dorado. Ya la habían maquillado. Los labios los llevaba pintados de un llamativo color rojo y los ojos enmarcados en kohl negro. —Madre mía —bromeó Alice al ver que otra de las ayudantes le ponía a Sheridan una elaborada gargantilla de oro a juego con el resto de joyas de oro que colgaban de sus muñecas y cuello—. Llevas encima suficientes joyas para pagar el rescate de un rey. —En realidad es mi dote —dijo Sheridan, sacando la lengua—. No voy a casarme con las manos vacías. A Alice se le escapó una risita. —Ah, claro. Porque estarías desamparada si no fuese por la generosidad del jeque. —Las dos sabían que aquello no era cierto. Sheridan provenía de una familia adinerada, y ella misma había conseguido una fortuna trabajando en el mercado inmobiliario antes que decidiera vender el negocio y dedicarse a tiempo completo a ejercer como reina al lado de Kahlid. Alice se preguntó si alguna vez conocería a alguien que la amase lo suficiente como
para estar dispuesta a tirar su carrera por la borda. Llevaba tiempo buscándolo, pero todavía no había encontrado a ningún hombre al que amase más que a la moda… o más bien, que se mereciese ese amor. La mayoría no servían más que para tener una aventura de una noche. Una de las ayudantes le tiró de la manga y la alejó de Sheridan. La envolvió con un sari y le ajustó los voluminosos pliegues del tejido verde oscuro con brocados en plata alrededor del cuerpo para cubrirla con modestia. Alice se giró y se contempló en el espejo. Tenía que reconocer que el sari no le quedaba nada mal. Si no fuese por lo poco práctico que resultaba llevar los hombros cubiertos por el tejido y tener que ir apartándoselo a cada paso, se plantearía volver a ponérselo. Aunque prefería los vestidos cortos y ajustados que le permitían moverse con más libertad. «Sabes que los saris de diario son más cómodos que este». Eso era verdad. Había visto suficientes desfiles y revistas de moda para saber que el que llevaba puesto era el que se usaba en las ocasiones especiales, no a diario. Un sari normal probablemente tuviese menos tela. «¿Qué más dará? Ni que fuese a mudarme aquí». Alice sacudió la cabeza mientras la mujer la acompañaba al segundo tocador (colocado para la ocasión) para empezar a maquillarla. Se estaba dejando llevar por la situación. En breve volvería a Estados Unidos y a su vida ajetreada y frenética de la industria de la moda de Nueva York, donde no había lugar para saris ni bodas de tres días. ¡Pero es que los hombres estaban tan buenos!, admitió mientras miraba fijamente al espejo y dejaba que las mujeres le empolvasen el rostro. Ayer, durante la ceremonia del Mehendi, una especie despedida de soltera y una de las celebraciones que tenía lugar durante los tres días de los que constaba una boda musulmana, conoció a Karim, el
hermano del jeque Kahlid. A Alice se le aceleró el corazón al recordar su sonrisa y cómo se le iluminó la mirada de color ámbar cuando se presentó. No había pasado mucho tiempo con él, pero era atractivo y encantador, lo cual era un buen comienzo. Si Sheridan no le hubiese dicho que estaba comprometido, habría tonteado con él. Pero Alice huía de los hombres casados y con pareja como de la peste. Le gustaban los desafío más que a nadie, pero no quería dramas. Bastantes relaciones había visto rotas por culpa de las infidelidades. Además, teniendo en cuenta lo estrictas que eran las leyes islámicas, no le sorprendería que tener una aventura con un príncipe de Dubái conllevara que le cortasen la cabeza o algo por el estilo. —Listo —dijo una de las mujeres con un marcado acento—. Ya hemos terminado. Alicia parpadeó varias veces y se miró en el espejo. Sus párpados estaban adornados con una delicada sombra de color bronce y le habían delineado los ojos con kohl. Una ligera capa de rubor cubría sus pómulos afilados. La base de maquillaje le daba un toque uniforme a su piel de porcelana, y un dramático toque de color rojo, parecido al de Sheridan, adornaba sus labios. Sonrió y se giró para mirar a su amiga. —¿Qué te parece? —Estás preciosa —dijo Sheridan, poniéndose de pie. Los voluminosos pliegues de la falda se movían al compás de sus pasos, y los brazaletes de oro que llevaba en las muñecas tintineaban alegremente—. Bueno, ya podemos marcharnos, ¿no? —Todavía no —le informó una de las mujeres—. Queda el dupatta. Trajeron un enorme tela de color rojo y detalles en dorado. Era tan larga que fácilmente podrían haberle hecho otro vestido con ella. Las mujeres se la colocaron con cuidado, de manera que cubriese su corona y le envolviese el cuerpo para transmitir recato sin que le cubriese el pelo o la cara ni escondiese las lujosas joyas que llevaba puestas.
—Guau —murmuró Alice al mirar a Sheridan. No sabía si era porque el dupatta se parecía a un velo de novia, pero de repente, y por primera vez, fue consciente de que su mejor amiga iba a casarse. Los ojos se le llenaron de lágrimas y parpadeó con fuerza—. Esto va en serio. —Sí. —Los ojos azules de Sheridan brillaron a causa de las lágrimas, y unas cuantas cayeron rodando por sus mejillas—. Me voy a casar de verdad. —¡Nada de llantos! —se lamentó una de las mujeres, y corrió rápidamente a su lado para secarle las lágrimas con un pañuelo—. ¡Voy a tener que maquillarte de nuevo! —Es verdad —le recordó Alice, como si ella misma no hubiese estado a punto de llorar también—. Y no quieres llegar tarde a tu propia boda, ¿verdad? —No. —Sheridan se sorbió las lágrimas, se puso derecha y adoptó un gesto de determinación—. No voy a permitir que unas cuantas lágrimas me detengan. Hoy me caso, pase lo que pase. —Así se habla. *** Karim se miró el reloj una última vez antes de salir de sus aposentos y dirigirse al jardín para el Nikah (el segundo día de celebraciones, y el día en el que tenía lugar la ceremonia en sí). Ese día, su hermano y su prometida se unirían y se convertirían en uno solo. Los nervios recorrían todo su cuerpo como un rayo a medida que avanzaba por el laberinto de salones de palacio. Era como si él fuera el que iba a casarse. Aunque, evidentemente, no era el caso: su prometida ni siquiera había podido llegar a tiempo para ir a la boda, así que no podría casarse aunque quisiera. Además, aquel día el protagonista era su hermano, al que le esperaba una felicidad
eterna que hace tiempo que se merecía. El murmullo de las voces lo guió hasta la habitación que había justo al lado del pasillo principal de la casa, donde los invitados esperaban a que diese comienzo la ceremonia. Karim respiró hondo y entró en la habitación. Kahlid ya estaba allí junto al padre de Sheridan y su mejor amiga, Alice Winter. Cuando Alice se giró para mirarlo se le cortó la respiración. Su llamativa melena pelirroja se movió suavemente alrededor de su rostro anguloso y sus ojos verdes se iluminaron al mirarlo. Llevaba un sari de color verde oscuro que realzaba sus delicadas curvas y que hizo que el corazón le latiera con más rapidez de la de que debería. —Hola, Karim. —Alice le sonrió, y sus labios, pintados de un llamativo color rojo, se curvaron en una sonrisa. —¡Por fin! —exclamó Kahlid, rompiendo el hechizo antes de que Karim pudiera decir algo—. Justo a tiempo —añadió cuando la música empezó a sonar fuera. Tras el ventanal habían colocado varias hileras de sillas atravesando el jardín y formando un pasillo que llevaba hasta un arco blanco adornado con lazos. En breve, Karim se situaría bajo el arco al lado de Kahlid cuando este le entregase su corazón a la mujer a la que amaba. —Supongo que debería ir en busca de la novia —dijo Daniel Hawkins, el padre de Sheridan. Era un hombre corpulento con una espesa mata de pelo rubio platino. Al igual que Karim y que Kahlid, llevaba un sherwani y un salwar en lugar del tradicional traje de chaqueta occidental. —Y tú deberías salir ya —le dijo Alice a Kahlid—. ¡Imagínate que sale la novia y ve que se prometido no está en el altar! —Tienes razón. —A Kahlid se le escapó la risa por la nariz y se inclinó para
plantarle un cariñoso beso a Alice en la mejilla. A continuacíon, miró a su hermano—. Te veo fuera. —Por supuesto. —Karim le sonrió de modo alentador—. No me lo perdería por nada del mundo. Kahlid puso rumbo al jardín y Karim observó cómo se dirigía hacia el altar por el pasillo cubierto de pétalos. Las hileras de sillas estaban llenas de invitados procedentes de todo el mundo, entre ellos, dignatarios de los países vecinos, incluyendo los Emiratos, además de familia y amigos. La mayoría de esas personas vendrían un día de todas partes del mundo para asistir a su boda. —Creo que nos toca —dijo Alice en voz baja, sacando a Karim de sus pensamientos. Bajó la mirada y vio que estaba a su lado, mirando también hacia el jardín. De repente cayó en la cuenta de que había empezado a sonar la siguiente estrofa de la canción que sonaba de fondo, lo cual indicaba que era su turno de dirigirse al pasillo. —Tienes razón —le contestó Karim con una sonrisa. Le ofreció el brazo y Alice lo aceptó. Curvó la muñeca y colocó la palma de la mano en su antebrazo. Al hacerlo, rozó con el tríceps el costado de Karim y el corazón volvió a darle un vuelco. Se preguntó si le habría pasado lo mismo si su prometida hubiese estado allí. Apartó esos pensamientos y acompañó a Alice fuera de la habitación en dirección al pasillo, donde Kahlid estaba esperando. Notó las miradas de la multitud posándose sobre ellos, especialmente las masculinas recorriendo el vestido de Alice. En respuesta, atrajo a Alice hacia sí de manera protectora. Notó el roce de sus caderas, pero mantuvo la mirada fija firmemente en su hermano e ignoró el impulso de mirarla de reojo. Cuando por fin llegaron al arco, Karim soltó a Alice con un ligero suspiro de alivio.
Se colocó al lado de su hermano y Alice se situó al otro. Entonces se giraron hacia la entrada y observaron cómo Daniel Hawkins guiaba poco a poco a Sheridan por las puertas para reunirse con su futuro marido. Kahlid ahogó una exclamación que arrancó una sonrisa de los labios de Karim. La belleza de la novia lo había dejado sin palabras, como tenía que ser. Estaba preciosa con el ghaagra y dupatta y, al acercarse a Kahlid, sus ojos azules brillaron de esa manera que solo el amor y la felicidad podían inspirar. «Algún día», pensó Karim mientras acariciaba el anillo que tenía en el bolsillo y que pronto iría a parar al dedo de Sheridan. Algún día él también se casaría y sería feliz para siempre.
Capítulo Dos —Karim, ¿va todo bien? Karim soltó un improperio cuando la pelota de tenis pasó botando por su lado. Se dio media vuelta y salió corriendo detrás de ella. Estaba en la pista con Kahlid por la mañana temprano, como era habitual. Cuando estaba en casa, siempre comenzaban la mañana con un partido amistoso de tenis para activarse y pasar tiempo juntos antes de empezar el día. —Perfectamente —refunfuñó Karim al agarrar la pelota. Volvió a la pista y lanzó la pelota al aire para pasársela a Kahlid. Kahlid le devolvió la pelota sin esfuerzo con un grácil backswing, y Karim se lanzó hacia atrás a toda velocidad para golpear la pelota antes de que saliera volando por encima de su cabeza. Por desgracia, no calculó bien y se fue más atrás de la cuenta. Aunque consiguió golpear la pelota con el filo de la raqueta, perdió el equilibrio y cayó al suelo dando un inesperado batacazo. —Bueno, se acabó. —Kahlid frunció el ceño, dejó la raqueta a un lado y se acercó a su hermano. La pelota se alejó botando por detrás Kahlid, que la ignoró para ofrecerle la mano a su hermano—. No te veo tan torpe desde que teníamos catorce años. ¿Qué te pasa? Karim lanzó un suspiro, se agarró a la mano de su hermano y se incorporó con su ayuda. —Nada. Solo que… Azira me ha dicho que no va a poder venir hoy. Le han prolongado el contrato que tiene en China como modelo. —Ah. —Kahlid lo miró con cautela—. ¿Y eso te molesta? Karim volvió a suspirar.
—Imagino que no debería hacerlo. Sabía que tendríamos problemas para cuadrar horarios por su trabajo como modelo; aun así, como no pudo venir a la boda, esperaba que por lo menos pudiera estar para el Valima. En realidad… lo que temo es que se vea como un desaire a nuestra familia. —Yo no me preocuparía mucho por lo que piense la gente —dijo Kahlid—. Lo importante es lo que pienses tú. Karim apretó los dientes. —Pienso que es una mujer hermosa y sana. Un buen partido. Eso es lo más importante en una esposa. —Cierto. —Kahlid inclinó la cabeza y decidió no enzarzarse en la discusión que venían teniendo durante los últimos dos meses. Karim suspiró. —En fin. Vamos a dejar el tema si no te importa y a seguir con el tenis. —Como quieras, hermano. —Kahlid se dio la vuelta y saltó por la red para ir a por la pelota. Sin embargo, mientras Karim observaba cómo se alejaba su hermano, no pudo quitarse de encima la sensación de que las palabras que Kahlid no le había dicho, no tardarían en cobrar sentido. *** —Madre mía —le murmuró Alice a Sheridan cuando entraron en el salón de bodas —. Hay que ver lo bien que huele la comida de aquí. Sheridan rió disimuladamente al pillar a Alice recorriendo con la mirada las mesas de bufé repletas de fuentes de plata y bandejas de comida. —¡Quieta ahí! Te estás poniendo el vestido perdido de saliva.
—No puedo evitarlo —Alice hizo como si se limpiara la barbilla y se acercó a la mesa con Sheridan. Era el tramo final de la boda, el Valima. Ese día, la familia del novio organizaba un copioso banquete que conmemoraba la consumación del matrimonio, que se suponía que había tenido lugar la noche anterior. A juzgar por brillo en el rostro de Sheridan cuando se despertó por la mañana, y el destello en la mirada de Kahlid cuando se levantó de su asiento para recibir a su esposa, habían consumado el matrimonio de sobra. Alice sintió una punzada de celos. Habían pasado dos semanas desde la última vez que había echado un polvo. No había tenido tiempo de más a causa de los preparativos del viaje y querer dejarlo todo cerrado en el trabajo antes de partir a Dubái. Desde luego, un buen polvo le levantaría el ánimo. —¡Mira quien viene por ahí! ¡Mi preciosa esposa! —exclamó Kahlid acercándose a Sheridan con los brazos abiertos. Sus ojos oscuros brillaron cuando la abrazó—. Estás espectacular, como siempre. —Muchas gracias, maridito —bromeó Sheridan antes de plantarle un beso en la mejilla. Llevaba puesto una abaya de color azul oscuro con bordados en plata a juego con sus ojos. El pelo lo llevaba recogido sobre la cabeza y le caía en una cascada de rizos que hizo que, por un momento, Alice deseara no haberse cortado el pelo para que le hubiesen hecho algo parecido. —Y tú también estás preciosa, por supuesto —le dijo Kahlid a Alicia, abrazándola. Retiró una silla para que Sheridan se sentase a su lado y luego señaló a otra silla situada en el otro extremo de la mesa—. Tenía pensado sentarte al lado de Sheridan, pero su padre ha insistido en tener ese honor. ¿Te importa sentarte allí? Alice parpadeó al ver dónde estaba situada la silla. Estaba justamente en frente de la silla en la que tenía pensado sentarse; a dos de la de Kahlid… y al lado de la de Karim, que la estaba mirando fijamente. El pulso se le aceleró y sus mejillas se sonrojaron al notar
la intensa mirada color ámbar de Karim. —Esto… Claro, sin problema —soltó abruptamente. —¿Estás segura? —El padre de Sheridan le puso la mano en el hombro—. No quiero quitarte el sitio. —No pasa nada. —Alice sonrió y le dio un beso en la mejilla. El hombre le devolvió una sonrisa—. Seguro que Karim no muerde. Le guiñó un ojo a Karim, y este los abrió sorprendido. Aun así, no tardó en recobrar la compostura y le sonrió mientras retiraba la silla que había a su lado. —No muerdo, a no ser que haya comida —le dijo al oído mientras acercaba la silla a la mesa. Alice volvió a sonrojarse. —Pues yo aquí veo comida —señaló ella mientras él tomaba asiento a su lado. Karim se rió. —Sí, y una comida estupenda, además —dijo cuando los criados se aceraron para servirles la comida. A Alice le pusieron pollo a la mantequilla, una especie de puré de espinacas con especias, arroz basmati, y un bol pequeño con pepinillos en salsa de yogur para mojar pan. Se pasó la mayor parte del tiempo conversando con los miembros de la familia que había sentados a la mesa (que no eran pocos: al parecer, la familia real tenía primos y familiares lejanos en abundancia). Todos eran agradables y educados y tenían un don especial para contar historias. A Alice le preocupaba no caerles bien por ser extranjera, pero en realidad, todos sentían curiosidad por ella y le hacían muchas preguntas sobre sus costumbres al tiempo que le hablaban a ella de las suyas. En cuanto el banquete llegó a su fin, recogieron las mesas y Kahlid y Sheridan se
dispusieron a bailar junto a otras parejas. Alice observaba con envidia desde un rincón cómo Sheridan se paseaba por la pista de baile con su recién estrenado marido. Le encantaba bailar, pero estaba en territorio desconocido y no sabía cómo acercarse a un hombre para pedirle que la acompañara a la pista de baile. Normalmente, cuando le decía algún chico que bailasen, era porque tenía intención de acostarse con él y, a menudo, acababan pasando la noche juntos en su casa. Aquí, en cambio, se encontraba perdida. —Me da la impresión de que necesitas urgentemente un compañero de baile. — Alice dio un respingo al oír la voz de Karim tan cerca. Levantó la vista y se lo encontró a su derecha, mirándola con un brillo pícaro en sus ojos color ámbar, pero con gesto serio. En lugar del sherwani del día anterior, llevaba puesto un traje de chaqueta oscuro que se ajustaba a la perfección a su complexión alta y esbelta, y una camisa de color blanco impoluto que contrastaba con su piel morena. Sus facciones eran perfectas, como las de su hermano: pómulos altos, mandíbula marcada… Sin embargo, tenía la nariz más pequeña, los ojos más claros, los labios un poco más llenos. Y unas largas pestañas que rodeaban aquellos ojos con ese brillo tan especial… «Para ya, Alice. Está pillado». —No te equivocas —le contestó ella mientras sus labios se curvaban en una sonrisa —. ¿Te estás ofreciendo? —Digamos que como mi prometida no está aquí para bailar conmigo, yo también necesito una compañera de baile. —Karim le ofreció su mano. Alice sintió mariposas en el estómago al mirar la mano extendida de Karim. ¿Sería buena idea? ¿Debería bailar con él? «¿Por qué no? No te pediría que bailases con él si supusiera un problema… Y menos en la boda de su hermano». —No será inapropiado, ¿no?
Karim sacudió la cabeza. —En absoluto. No tienes que ser pareja de tu compañero de baile para poder bailar siempre y cuando se mantengan las formas. —Vale. —Alice tragó saliva y apoyó la mano en la suya. La calidez que emanaba de la palma de su mano la invadió cuando Karim entrelazó los dedos con los suyos, le levantó el brazo y se lo apoyó en el pecho. La multitud se apartó ligeramente cuando él la acompañó hasta la pista. Alice contuvo la respiración a la espera de que alguien se opusiera. Pero nadie lo hizo. De hecho, Sheridan le dedicó una sonrisa deslumbrante desde el otro extremo de la habitación, dándole así su aprobación. «Bueno, imagino que con eso ya basta». Alice levantó la cabeza para mirar a Karim a los ojos cuando él le puso una mano en el hombro y la otra en el hueco de la espalda. Por los altavoces empezó a sonar una melodía alegre y exótica, y Karim unió sus manos a las de ellas. Una sacudida, de la misma intensidad que una descarga eléctrica, recorrió el cuerpo de Alice. —Relájate —le susurró él, sonriendo—. Estás muy tensa. Alice respiró hondo, expulsó el aire poco a poco por la boca e intentó relajar los hombros. Bailaron al compás de la música en perfecta sincronía hasta que Alice se olvidó de cohibirse y de las sensaciones que despertaban en ella el contacto de las manos de Karim en su cuerpo, y se dejó llevar por la música. —La música de aquí es tan diferente… —comentó—. Es mucho más teatral que la música occidental. Karim le sonrió. —Esta canción es arabesca —le dijo mientras le daba vueltas sobre la pista—. Uno de los muchos estilos de música que tenemos en Oriente Medio. Los estilos de música
cambian mucho de una cultura a otra. —Ya me imagino —le dijo Alice—. ¿Te gusta la música? —Tengo algún que otro álbum. —Sus ojos centellearon—. La próxima vez que vengas puedo enseñártelos si quieres. Las mejillas de Alice se encendieron. En su mundo, cuando un chico la invitaba a su casa para enseñarle su colección de discos, en realidad la estaba invitando a algo más que a escuchar música. Sin embargo, Karim no la estaba acariciando de manera impropia, y su actitud era agradable más que lasciva. «Relájate, chica» se regañó. «Seguramente solo esté intentando ser simpático». Bailaron en silencio unos minutos más hasta que ella por fin sacó el tema que no dejaba de rondarle la cabeza. —Me han dicho que tienes novia, ¿no? Karim perdió el ritmo por un momento. —Sí. Se llama Azira Shahaad. —¡Ah! —Alice abrió los ojos de par en par al venírsele a la cabeza la imagen de una preciosa mujer árabe de piel morena—. ¿La modelo? Karim arqueó las cejas. —Sí. ¿La conoces? —En persona, no —dijo Alice—. Pero trabajo en la industria de la moda, así que he oído hablar de ella. Es una joven promesa. —¿Tú también te dedicas a la moda? —Karim esbozó una sonrisa—. Qué irónico. —Bueno, no soy modelo —le dijo Alice—. Trabajo como encargada de compras para Armani.
—Ah, ¿sí? —Karim la recorrió de arriba abajo con la mirada. En sus ojos color ámbar brilló un inconfundible destello de deseo—. Pues yo diría que podrías desfilar en cualquier pasarela del mundo. Al oír semejante cumplido acompañado de aquella mirada Alice notó una oleada de ardiente calor en el vientre. Karim cambió de dirección con movimientos gráciles y espontáneos y un cosquilleo recorrió el cuerpo de Alice cuando sus torsos se rozaron. La calidez que emanaba de su cuerpo fue creciendo hasta convertirse en un calor sofocante. El corazón le latía de nuevo a toda velocidad y el aire se volvió asfixiante hasta el punto que le costaba respirar. Nunca había sentido nada igual al bailar con un hombre, y mucho menos con uno al que no estaba intentando seducir. Por Dios, ¿qué le estaba pasando? ¿Por qué le costaba tanto apartar esos pensamientos? La canción por fin terminó y Karim la acompañó fuera de al pista de baile. Notó una oleada de alivio cuando él la liberó de su peligroso abrazo. Le daba la sensación de que, si hubiesen seguido bailando, quizás habría cruzado un límite del que se arrepentiría. Y, aunque Alice tuviese pocos límites en su vida, se sentía orgullosa de ser capaz de no cruzar aquellos que había establecido. —Gracias por permitirme el honor de bailar contigo. —Karim hizo una ligera reverencia. Sus ojos de color ámbar seguían centelleando. —Ha sido un placer —dijo Alice, devolviéndole la reverencia lo mejor que pudo a pesar de llevar puesta la abaya. —El placer ha sido mío. —Karim inclinó la cabeza, se dio media vuelta y Alice lo observó desaparecer entre la multitud. Tendría que obligarse a no quedarse a solas con él bajo ninguna circunstancia, se
dijo mientras lo observaba marcharse. Un hombre que despertaba esos sentimientos en ella era peligroso. Si no se andaba con ojo, perderĂa el control.
Capítulo Tres Cuatro meses más tarde. Karim estaba sentado en su despacho mordisqueando un lápiz mientras contemplaba el plano del nuevo proyecto en el que estaba trabajando. Como había estudiado arquitectura, Kahlid siempre lo dejaba a cargo de todas las nuevas construcciones. En este caso, un nuevo hotel que iban a construir sobre el agua en Dubái. Como si necesitaran otro hotel. Sin embargo, confiaba ciegamente en la visión para los negocios de su hermano. Ese era su punto fuerte. Al igual que Kahlid nunca cuestionaría la calidad de sus diseños, él nunca cuestionaría las decisiones de Kahlid en lo referente a los negocios. Lo cual tampoco quería decir que los hermanos se cortaran al señalar los defectos o falta de pragmatismo del otro. Si Kahlid pensaba que un diseño de Karim era un desastre, no dudaba en decírselo. Y Karim hacía lo mismo si pensaba que Kahlid se estaba involucrando en un acuerdo desastroso. Aunque, por regla general, los hermanos confiaban plenamente en las decisiones del otro. Un suave golpe en la puerta desvió su atención del plano que tenía sobre el escritorio. Levantó la vista, sorprendido, y se preguntó quién querría hablar con él. ¿Sería uno de los constructores? No tenía ninguna reunión hasta por la tarde… —Adelante —dijo. La puerta se abrió y Karim parpadeó con sorpresa al ver entrar a Azisa subida a unos zapatos de tacón de color crema. Llevaba puesta una abaya de color aguamarina que fluía con gracia por su cuerpo, y el pelo negro y brillante le enmarcaba el rostro perfecto y caía en cascada por la espalda, realzando su delicada estructura ósea y sus ojos de espesas pestañas. Era la viva imagen de la elegancia; la belleza personalizada. Como era habitual,
atrajo toda su atención, como solía pasar con todos los hombres cada vez que entraba en una habitación. —Amor mío. —Karim se levantó de la silla. Estaba sorprendido. No esperaba verla hasta la semana siguiente—. ¡Qué agradable sorpresa! —No hace falta que te levantes. —Los labios esculpida de Azisa se curvaron en una sutil y educada sonrisa tan perfecta como toda ella—. No voy a quedarme mucho tiempo; solo he venido porque tenía que hablar contigo. —De acuerdo. —Karim volvió a sentarse en la silla lentamente, con el rostro marcado por la confusión. Asize se sentó grácilmente en una de las sillas situadas en el otro extremo del escritorio, cruzó sus manos bien cuidadas sobre el regazo y alzó la barbilla. Clavó sus ojos negros en él, y Karim notó una extraña sensación recorriéndole la espalda de arriba abajo. Lo miraba como si fuese a discutir un acuerdo comercial… o tal vez uno personal. —¿Es sobre la boda? —soltó él. —Sí. —Azisa descruzó las manos y, para espanto de Karim, se quitó el anillo de diamantes que llevaba en el dedo anular de la mano izquierda—. Me gustaría romper el compromiso. Dejó la sortija de diamantes sobre la mesa de cedro con un sonoro clic. El sonido sacó a Karim de su estupefacción y levantó la mirada para mirar a Azisa, que parecía tan tranquila y serena como la superficie de un estanque. —¿Por qué? —exigió él—. ¿Por qué haces esto cuando queda solo un mes para la boda y ya hemos enviado las invitaciones? Algo parecido al sentimiento de culpa alteró por unos instantes la expresión llena de calma de Azisa. Parpadeó ligeramente.
—Me he dado cuenta de que aún es pronto para casarme. Karim miró a Azisa con incredulidad. ¿Le decía eso ahora? ¿Después de meses de cortejo y compromiso? —¿A qué te refieres con que es pronto para casarte? Tienes casi veintiséis años, Azisa. Edad de sobra para que una mujer se case en nuestra sociedad. Y yo… —Tú necesitas una esposa —concluyó Azisa por él. Lo miró con firmeza a pesar del sentimiento de culpa que desprendían sus ojos negros—. Entiendo que estás en una situación complicada, Karim, pero no me puedo atar a ti para ayudarte a solucionar tus problemas e ignorar mis propias necesidades. Todavía no estoy preparada para abandonar mi carrera como modelo y sentar cabeza. —No lo entiendo. —Karim se pasó la mano por la espesa mata de pelo e intentó controlar el impulso de darse un tirón—. Nunca te he dicho que tuvieses que abandonar tu carrera como modelo para casarte conmigo. Podrías seguir viajando y trabajando como siempre… —¿Hasta cuándo? —le preguntó Azisa con calma—. ¿Hasta que nuestras familias empiecen a preguntarse por qué no hemos tenido un hijo todavía o por qué no hemos sentado cabeza ni formado una familia? ¿Hasta que crean que somos estériles o que nos hemos separado? Karim sacudió la cabeza. —¿Qué más da lo que opinen? No soy el heredero al trono —insistió—. No estamos obligados a tener hijos hasta que estemos preparados para hacerlo. Y yo nunca te obligaría a tenerlos hasta que no estés lista para sentar cabeza. Me dijiste que querías tener hijos, ¿te acuerdas? —Sí. —Azisa suspiró—. Y los tendré cuando llegue el momento.
—Entonces, ¿dónde está el problema? —le preguntó Karim. La cabeza le daba vueltas intentando comprender lo que estaba pasando. No entendía por qué Azisa le estaba haciendo eso justo cuando estaban a punto de dar el sí quiero. —Karim. —Azisa cruzó las manos sobre el regazo y su voz adquirió un tono paciente, como el de una madre que habla con un hijo reacio—. ¿Cuánto tiempo hemos pasado juntos en los diez meses que hace que nos conocemos, y en los ocho que llevamos comprometidos? Karim intentó calcularlo antes de hablar. —Yo diría que nos hemos visto una vez al mes —dijo finalmente—. Los dos tenemos unas vidas muy ajetreadas, es normal… —Exacto. —Azisa se inclinó hacia delante, clavándole la mirada—. Los dos llevamos unas vidas muy ajetreadas. De hecho, estamos tan ocupados que apenas podemos pasar tiempo juntos para cultivar y mantener una relación. Seguramente te pareceré poco más que una escultura, Karim, pero soy una mujer como otra cualquiera, y sueño con poder sentar cabeza algún día con un hombre con el que compartir cariño y lealtad. Cuando llegue el momento y esté preparada. Tanto tú como yo estamos tan ocupados con nuestras carreras y aspiraciones que no hemos tenido ni la energía ni el tiempo necesarios para cultivar nuestra relación. A este paso, nuestro matrimonio acabaría falto de pasión y de amor, y eso es lo último que quiero. Karim abrió la boca y volvió a cerrarla de nuevo. ¿Qué iba a contestar a eso? Por mucho que detestara admitirlo, Azisa tenía razón. No se había esforzado demasiado en cuidar la relación con ella. Evidentemente, cada vez que venía de visita, le prestaba toda su atención. De hecho, durante el poco tiempo que habían pasado juntos habían descubierto que tenían varios intereses en común; pero lo cierto era que había dado el compromiso por hecho desde el momento que lo anunciaron. Sobre todo teniendo en
cuenta que los había emparejado una respetada casamentera. Había confiado ciegamente en la intuición de la mujer y había asumido que, como la relación había sido aprobada y bendecida, saldría adelante sin mucho esfuerzo. Al parecer, se había equivocado. —Ojalá me lo hubieses dicho antes —murmuró. —A mí también me hubiese gustado haberlo hecho antes—reconoció Azisa—. Pero me di cuenta hace tan solo unos días. —Su rostro recuperó la serenidad, y Karim percibió esa extraña sensación de desasosiego que sentía siempre que estaba con ella. Llegó a la conclusión de que se debía a halo de perfección que siempre emanaba de ella. La conversación que acababan de tener era probablemente la interacción más honesta y sincera que habían tenido hasta la fecha… pero, por desgracia, también sería la última. —¿Estás segura de que no puedo hacer nada para que cambies de opinión? —le preguntó Karim. —Sí. —Azisa esbozó una breve sonrisa y se levantó de la silla. Karim hizo lo mismo—. Me temo que esta decisión es definitiva. Te deseo mucha suerte en tu búsqueda de una nueva prometida y en todo lo que te propongas en la vida. —Gracias —dijo Karim lo más amable que pudo. Contuvo las ganas de apretar los puños y, en su lugar, agarró el pomo de la puerta y la abrió para que su ex saliera por la muerta—. Yo también te de seo lo mejor. Ella desapareció por el pasillo y se llevó con ella el aroma a perfume de flores junto con la esperanza de Karim de contraer matrimonio. Tras soltar un improperio, apoyó la cabeza sobre la puerta cerrada y apretó los dientes mientras intentaba pensar a toda velocidad qué hacer. Tenía que casarse dentro de cuatro meses. De lo contrario, sus sueños se
desvanecerían. Pero, ¿cómo iba a encontrar a una novia con tan poco tiempo de antelación? Incluso si lo hiciera, ¿cómo haría para que aceptase casarse con él? *** —Venga, Alice. Por lo menos deberías plantearte mudarte a Dubái. Alice suspiró y colocó la cabeza entre los brazos para adoptar la postura del perro cara abajo. El sol de la tarde golpeaba la espalda de Alice, y el sudor resbalaba por sus brazos y caía en la estera de yoga. Al coger aire, el dulce aroma a jazmín y a rosas procedente de los árboles y arbustos del jardín le acarició la nariz. —Me lo he planteado —contestó Alice—. Pero eso no quiere decir que tenga que dar ya una respuesta, ¿no? Sheridan puso los ojos en blanco y cambió de la postura del perro cara abajo a la del niño doblando las piernas y estirando los brazos hasta que los dedos rozaron la estera. Alice acababa de salir de una reunión y Sheridan la había invitado a practicar yoga en el jardín con ella. Estaba en Dubái por un asunto de negocios de Armani. Se trataba del tercer viaje de negocios a Oriente Medio que había realizado en los últimos cuatro meses y, al ser amiga de Sheridan, siempre se quedaba en la casa de la familia real. —Eres tonta —le dijo—. A este paso pronto será como si vivieras aquí. —Desde que en Armani se habían enterado de que era amiga de la familia real, cada vez la mandaban con más frecuencia a Oriente Medio porque su relación con Sheridan resultaba una ventaja. —Ya —dijo Alice—, pero mi jefa me ha dicho que van a ascenderme y que podría elegir irme a cualquier parte del mundo. —Por eso mismo deberías mudarte aquí. —Sheridan levantó la cabeza e hizo un puchero—. ¿O es que ya no me quieres?
Ahora fue Alice la que puso los ojos en blanco. —Venga, Sheri. Sabes que eres mi mejor amiga. ¡Pero es que tengo el mundo a mis pies! —Se incorporó poco a poco hasta sentarse y extendió las manos—. Podría vivir en Roma, en España o incluso en París, ¡la capital de la moda! No es por ti, es que estamos hablando de mi vida, y las posibilidades son infinitas. —Supongo que tienes razón —admitió Sheridan. Se puso bocabajo y se incorporó poco a poco hasta adoptar la posición del perro ascendente. Alice la imitó y levantó la cabeza hacia el brillante cielo azul. De sus labios escapó un gemido al estirar la espalda baja—. Además, podríamos visitarnos, sobre todo si te mudases a Europa. Aunque sigo pensando que sería genial que te vinieras aquí. Alice abrió la boca para contestar, pero dio un respingo cuando las puertas de dos hojas que llevaba a palacio se abrieron de par en par. Por ellas apareció Karim, y Alice notó que el pulso se le aceleraba al ver la expresión de enfado en su rostro. —¡Karim! —Sheridan se incorporó de un salto con rostro de preocupación—. ¿Qué ha pasado? Karim se detuvo de golpe delante de las esteras. Respiró hondo y las fosas nasales se le ensancharon. Alice se incorporó poco a poco y notó el aleteo de miles de mariposas en el estómago al ver que los ojos color ámbar de Karim se posaban en ella. Habían pasado cuatro meses y él seguía causándole el mismo efecto que la noche que bailaron juntos. Con el tiempo desaparecería, ¿no? Karim volvió a mirar a Sheridan, que lo observaba con preocupación. —Azisa ha venido a verme —dijo él. La piel alrededor de los ojos se le tensó—. Ha decidido cancelar el compromiso.
—¡No! —Sheridan se llevó las manos a la boca y abrió sus luminosos ojos azules de par en par—. ¿Por qué? Alice sabía que tenía que decir algo, pero la repentina declaración de Karim la dejó sin palabras. ¿Que Azisa lo había dejado? ¿Qué la habría llevado a tomar una decisión tan estúpida? Sí, era una modelo preciosa que podría conseguir a cualquier hombre, pero de entre todos los solteros de oro disponibles, Karim era una elección más que excelente. Su mirada recorrió el cuerpo de Karim. Llevaba una camisa de color rojo sangre de toro y unos pantalones de vestir negros que se ajustaban a la perfección a su cuerpo alto y atlético. Llevaba las mangas de la camisa remangadas, dejando al descubierto sus fuertes antebrazos, y la hebilla metálica del cinturón atraía la atención a su esbelta cintura. Las facciones de su rostro se habían endurecido a causa del enfado, pero seguía estando increíblemente guapo. ¿Quién narices querría dejar a alguien así? —Al parecer, Azisa ha llegado a la conclusión de que no podría combinar una exitosa carrera como modelo con un matrimonio feliz —dijo Karim, emitiendo un profundo suspiro—. Por eso ha tomado esta decisión. —Lo siento mucho —dijo Sheridan, poniéndole la mano en el hombro. La compasión había suavizado sus facciones—. ¿Puedo hacer algo para ayudarte? —Pues sí. —Karim volvió a respirar profundamente y miró a Alice. Al notar la intensidad de su mirada, experimentó una sacudida en el pecho y el vello de los brazos se le erizó a causa del desasosiego—. Si no te importa, me gustaría hablar unos momentos con Alice Winter a solas.
Capítulo Cuatro «¡No! ¡No puedes quedarte a solas con él!». Alice abrió la boca para protestar, pero Sheridan se le adelantó. —¿Puedo preguntarte para qué? —preguntó ella, frunciendo el ceño con confusión. Alice se hizo la misma pregunta mientras se mordía el labio. ¿Por qué narices querría Karim hablar con ella a solas con tanta urgencia como para interrumpir la sesión de yoga de las dos amigas? —Si no te importa, prefiero no decirlo todavía —dijo Karim, mirando a Sheridan con expresión imperturbable—. Lo único que puedo decir ahora mismo es que necesito preguntarle una cosa. «¿Que necesita preguntarme una cosa?», Alice se quedó aún más confundida. ¿A ella? Se conocían desde hacía unos meses y se llevaban bien, pero Alice había hecho todo lo posible por mantener las distancias cada vez que iba de visita para evitar cualquier situación comprometida. La verdad es que no tenían una relación especialmente cercana, así que Alice no comprendía por qué de repente la veía como su confidente. —Vale. —Sheridan seguía con el ceño fruncido, pero decidió dejarlos a solas—. Me voy a mi habitación a seguir con el entrenamiento. —Se volvió para mirar a Alice—. Ven a verme cuando acabéis, ¿vale? «Y cuéntamelo todo». —De acuerdo —dijo Alice, esbozando una sonrisa tensa a su amiga. Entonces se quedaron a solas. Karim se sentó en un banco de piedra situado bajo un naranjo y dio unos golpecitos en el asiento para que se sentara a su lado.
—¿Por qué no te sientas aquí? —sugirió él. Su voz grave y exótica seguía cargada de tensión, pero aun así fluyo sobre ella y la atrajo hacia él… O tal vez no fuese más que la libido, reconoció. Sin embargo no pudo evitar vacilar por unos instantes. No sabía si era buena idea acercarse tanto a él. «¿Qué más dará? Ahora está soltero». «¡Es verdad!». Notó una oleada de excitación al recordarlo. Ya no tendría que preocuparse de lo poco aceptable que sería acabar en la cama con Karim. Estaba libre. Ya no había ningún peligro si se quedaba a solas con él, ¿verdad? «No sé qué decirte», susurró una voz en su cabeza. Karim tendría un polvazo, pero no parecía el típico tío con el que tener una aventura de una noche. Alice sabía que si acababan acostándose, no podría marcharse tan fácilmente. Lo cual significaba que, si lo hacía, tenía que estar muy segura de la decisión. Después de todo, se había prometido a si misma que nunca pondría a ningún hombre en la situación en la que ella había estado años atrás cuando Jason le rompió el corazón. Se negaba a convertirse en ese tipo de chica. Jamás haría algo así. —¿Y bien? —Karim arqueó una ceja—. ¿No te sientas? —Claro. —Alice se sentó con cautela lo más alejada de él que pudo intentado que no pareciera que lo estaba evitando. Respiró hondo y le llegó el perfume cítrico a azahar mezclado con el aroma especiado y penetrante de Karim. Notó una oleada de calor en el vientre y se movió con incomodidad sobre el duro asiento de piedra—. Dime. Karim se giró para mirarla con aquellos penetrantes ojos color ámbar. —Alice, ¿qué piensas de mí? Alice se enderezó en el asiento, sorprendida por la pregunta. —¿A qué te refieres?
—¿Crees que soy un buen hombre? ¿Te gusta hablar conmigo? ¿Te parezco atractivo? —preguntó con voz suplicante mientras tomaba sus manos entre las suyas y buscaba su mirada con desesperación. —Sabes de sobra que sí —le dijo Alice frunciendo el ceño e intentado ignorar la calidez que emanaba de sus manos y ascendía por las suyas hasta llegar a sus brazos. El contacto con su piel resultaba, cuanto menos, distractor—. ¿Por qué me lo preguntas? No me puedo creer que ahora dudes de tus encantos porque Azisa haya roto el compromiso. Es una mujer de tantas. —Sí, pero se iba a casar conmigo. —Karim exhaló un suspiro exasperado y desvió la mirada. Se quedó mirando pensativo a los jardines, con las facciones endurecidas—. Nos emparejó una reputada casamentera. Nos hicieron pruebas de ADN en busca de marcadores genéticos que pudiesen dar como resultado hijos con alguna tara y no encontraron ninguno. Éramos perfectos… y ahora no somos nada —concluyó con amargura. Alice se encogió al oír lo de «hijos con alguna tara». Era como si los niños fuesen el resultado de un proceso de fabricación, no fruto del amor y la pasión. Hablaba del fallido matrimonio como si se tratase de una especie de receta o del plano de una fábrica, más que de algo creado a partir del amor y del respeto. —A lo mejor ese era el problema —dijo Alice despacio, intentado buscar las palabras adecuado sin que resultase ofensivo—. A lo mejor estabas tan obsesionado por que fuese perfecto, que no te preocupaste de que funcionase. —¿A qué te refieres? —Karim le soltó la mano y alzó los brazos en el aire—. Si haces todo lo posible por que algo sea perfecto, ¿no estás asegurándote de que funcione? —A veces, las imperfecciones son las que hacen que las cosas funcionen —dijo Alice al tiempo que se preguntaba desde cuándo se dedicaba ir dando consejos sabios. No
es que ella fuese el modelo a seguir en lo que a relaciones se refería. Analizaba y desechaba hombres de manera habitual porque les faltaba algo o no quería seguir adelante porque temía verse envuelta en una relación que acabaría siendo un desastre. Probablemente hubiese leído la frase en algún libro o algo por el estilo… La cuestión es que le sonó sincera y le pareció apropiada para la situación —. Creo que si dejases de ver el matrimonio como un acuerdo de negocios y lo empezaras a ver como una relación entre dos personas de carne y hueso, las cosas habrían ido mejor. —Pero es que es precisamente eso, Alice. —Karim dejó caer las manos sobre sus… increíblemente musculosos muslos, observó Alice al ver cómo se tensaban bajo sus pantalones negros—. Para mí, en estos momentos, casarse es como una propuesta de negocios. Alice frunció el ceño. —¿A qué de refieres? Karim se volvió para mirarla con expresión grave. —Cuando Kahlid y Sheridan se comprometieron, empecé a darme cuenta de que yo también quería una esposa. Acababa de salir de una relación de dos años que creía que iba a alguna parta y al final acabó en nada. Sentía que había estado perdiendo el tiempo y que necesitaba recuperar el tiempo perdido y formar una familia. Así que busqué a una casamentera para que me ayudase a buscar una esposa. Fue entonces cuando descubrí que me esperaba una herencia de parte de la familia de mi madre cuya existencia desconocía: un terreno y una cantidad nada desdeñable de dinero si me caso antes de que acabe el año. —Ah. —A Alice se le encogió el estómago. Estaban a mediados de septiembre—. Resumiendo: que estás a punto de perder el terreno y el dinero porque Azisa ha esperado hasta el último momento para cancelar la boda. —Exacto. —Karim dejó escapar un suspiro de frustración y volvió a desviar la
mirada—. Ella también lo sabía, así que podría habérmelo dicho antes para poder hacer los arreglos necesarios. Pero, al parecer, no descubrió que las cosas entre los dos no iban a funcionar hasta hacer un par de días. —Ya. —Alice frunció los labios—. Entonces, ¿vas a perder la herencia? Karim se giró para mirarla. Sus ojos centelleaban. —No si encuentro una esposa antes. —Ah, no. —Por fin cayó en lo que Karim estaba sugiriendo y empezó a retroceder mientras el corazón le latía de manera irregular—. Imposible, Karim. No pienso… Se acercó al extremo del banco y por poco choca contra el árbol, pero los fuertes brazos de Karim la cogieron por la cintura y tiraron de ella, acercándola tanto que sus caderas chocaron bruscamente y sus pechos rozaron los duros músculos de su torso. Alice contuvo la respiración mientras miraba fijamente los brillantes ojos color ámbar de Karim, apenas a unos milímetros de los suyos. —Alice Winter —dijo en voz baja, el suave aliento acariciándole el rostro—, ¿vas a decirme… que no hay química entre nosotros? —Yo… —Alice se sonrojó y apartó los ojos, intentando escapar de la intensa mirada de Karim para poner en orden sus pensamientos. Ya había vislumbrado con anterioridad breves destellos del deseo que sentía por ella, sobre todo durante la noche de la boda, pero no de esa manera. Jamás de esa manera. Como estaba prometido y ella solo iba de visita de vez en cuando, hasta ahora habían conseguido mantener las distancias. Pero ahora que volvía a estar soltero y que ella estaba prácticamente sentada sobre su regazo, cada vez costaba más resistirse. —Que nos sintamos atraídos no quiere decir que tengamos que casarnos —susurró Alice, mirando a Karim de nuevo—. He estado con muchos hombres con los que tenía
mucha química, pero luego no teníamos nada en común. —Yo creo que no somos tan incompatibles —murmuró Karim, inclinando la cabeza para rozarle las mejillas con los labios—. Podría decirse que los dos somos diseñadores, ¿no te parece? Tenemos más o menos la misma edad, somos ambiciosos, gozamos de buena salud… —Pareces un anuncio de eHarmony. —Alice intentó cortarlo, pero la voz apenas le salió del cuerpo. Karim dejó una ristra de suaves besos desde sus mejillas hasta la mandíbula y a continuación subió hasta el lóbulo de su oreja, encendiendo un fuego en lo más profundo de su ser. Karim apretó los dedos con firmeza en su cintura y la atrajo más hacia así cuando las piernas le fallaron. —Es que estoy intentando venderme. —Karim le dio un mordisco suave en el lóbulo. De los labios de Alice escapó un gemido al notar una sensación que recorrió su cuerpo en descargas eléctricas. El calor y el deseo inundaron todo su ser; un calor que no tenía nada que ver con el sol abrasador ni con el hecho de que hubiese interrumpido su sesión de yoga. Karim la había encendido con simples susurros y caricias… y eso que aún no la había besado. —Siempre me he preguntado cómo serían tus gemidos —le murmuró al oído—. Supongo que ya tengo la respuesta. Alice se sonrojó y se separó del pecho de Karim, intentando poner alguna distancia entre ellos. ¿Acaba de reconocer que él también había fantaseado con ella? Por Dios, la situación se les estaba yendo de las manos. —No puedo casarme contigo así por las buenas, Karim —dijo ella con firmeza, intentado recobrar la compostura—. Tengo mi vida y mis preocupaciones… Me han ascendido en el trabajo y…
—Ya lo sé —la interrumpió Karim—. Podrías venirte a vivir a Dubái y continuar aquí con tu carrera. Yo no interferiría con tu trabajo, al igual que tú tampoco lo harías con el mío como arquitecto. —¡Lo que faltaba! —Ahora fue Alice la que levantó las manos, como dándose por vencida—. Primero Sheridan, ¡y ahora tú también! Karim se cruzó de brazos. —Es que sería lo lógico. Alice frunció el ceño. —A ver, ¿por qué es esa herencia tan importante? —le preguntó—. Eres miembro de la familia real. Vives aquí, en palacio. Tienes una carrera de éxito y acceso a todo el dinero que te de la gana. —Hizo un gesto con la mano, señalando el palacio y todo el terreno que se extendía ante ellos. El gesto de Karim se ensombreció. —Puede que tengas razón, pero quiero algo que sea mío. —Dirigió su mirada color ámbar hacia el palacio, y en lo más profundo de sus ojos apareció por unos instantes la sombra de la tristeza—. No me malinterpretes, Alice. Me encanta el palacio; amo a mi hermano y a su esposa. Pero soy el hijo pequeño, no me quedará mucha herencia, y mi carrera depende por completo de las decisiones comerciales de mi hermano. A lo mejor te parece que no es más que estúpido orgullo masculino, pero quiero mi propia casa, mi propia carrera y mi propia familia. No tengo intención de cortar la relación con mi hermano ni de negarme a ofrecerle mi ayuda, pero estoy cansado de ser una extensión de su familia. Quiero mi propia vida. ¿Me entiendes? Karim volvió a mirarla y, a pesar de todo, Alice no pudo evitar que se le encogiera el corazón al ver el destello de desesperación en sus ojos.
—Te entiendo —le dijo ella con suavidad—. Lo que no entiendo es por qué me lo pides a mí, cuando lo más sencillo sería proponérselo a cualquier mujer soltera de la ciudad. Estoy segura de que cualquiera se te tiraría a los brazos solo de pensar en formar parte de la familia del jeque. Si te vale cualquier mujer, ¿por qué me lo pides a mí? —Es evidente —le dijo Karim, bajando la voz y cogiéndole la mano de nuevo. Al presionar los labios en el dorso de su mano, miles de mariposas volvieron a aletear en el estómago de Alice—. Porque me gustas, Alice. Eres hermosa, inteligente y tienes un sentido del humor excelente. Fuiste la primera mujer en la que pensé. —En ese momento, Alice volvió a sentir una oleada de calor en el pecho. Aunque esta vez era de orgullo. La estaba halagando y, aunque le costase reconocerlo, estaba funcionando—. Además, aunque es verdad que podría elegir a cualquier mujer de esta ciudad, no estaría bien visto que nos casáramos de la noche a la mañana. Nuestro pueblo es muy tradicional. Esperarían que tuviésemos todos esos meses de preparativos que sus hijas se merecen. Tú, en cambio, no tienes una familia islámica a la que contentar. —Ah. —Alice se mordió el labio. No se le había pasado eso por la cabeza—. Crees que es difícil encontrar a alguien de aquí con tan poco tiempo de antelación, ¿no? —Claro. —Karim asintió. Se quedaron mirando el jardín en silencio durante un buen rato, con el susurro de las hojas en el viento y el zumbido de las abejas como único sonido que acompañaba a la respiración acompasada de ambos. De la fronda de ramas situada sobre sus cabezas cayó una flor de azahar. Alice la recogió entre sus manos ahuecadas y se la acercó para inhalar el aroma cítrico de la flor. «Hermosa, pero perecedera». Como todo en la vida, aquella preciosa flor se acabaría marchitando y muriendo. De ella, solo quedaría el recuerdo. —¿Qué pasa si las cosas no funcionan entre nosotros? —le preguntó ella en voz
baja sin retirar la vista de la flor—. ¿Y si acabamos odiándonos? —Me cuesta hasta imaginarlo. Jamás podría odiar a una persona tan encantadora como tú —dijo Karim con voz callada mientras le ponía los dedos bajo la barbilla para que lo mirase a los ojos—. Pero, si te quedas más tranquila, estoy dispuesto a liberarte de nuestro matrimonio si después de un año no soportas estar conmigo. Alice dio un respingo. —¿Un año? —repitió. Karim asintió. —Una vez reciba la herencia, ya no podrán quitármela a menos que el matrimonio no sea consumado. Un año es más que suficiente para convencer a mi familia y a la opinión pública de que nos hemos casado de verdad. El divorcio está mal visto en mi cultura, especialmente en matrimonios tan jóvenes… pero al ser americana, imagino que serían más indulgentes. A Alice se le escapó la risa por la nariz. —Contigo, ¿no? Porque a mí me verán como a una bruja codiciosa que solo se casó contigo para llenarse los bolsillos y salir pitando a la primera oportunidad. Karim se encogió de hombros. —Solo si te marchas. De todas formas, incluso si lo hicieras, ¿qué más daría? Volverías a Estados Unidos, a Italia, o a dondequiera que eligieras irte. Podrías hasta dejar de trabajar si quisieras. No permitiría que te quedases sin recursos después de hacerme un favor tan grande. La cabeza empezó a darle vueltas al intentar sopesar los pros y los contras. Sí, iba a aceptar casarse con un hombre del que no estaba enamorada; pero le gustaba y lo iba a hacer para ayudarlo temporalmente. ¿No se casaba la gente con extranjeros cada dos por
tres para ayudarlos a obtener el visado y poder salir y entrar de un país con normalidad? ¿No se divorciaban luego y seguían con sus vidas? ¿Por qué no iba a hacer ella lo mismo por Karim, un hombre que no solo le gustaba, sino que además era de la familia? También era verdad que tendría que estar un año sin salir con otros hombres ni acostarse con nadie… pero podría hacer el amor con Karim todas las veces que quisiera y, a juzgar por las chispas que habían surgido entre ellos, seguro que no la dejaría insatisfecha. Además, podría seguir trabajando para Armani. ¿Qué tenía que perder? —De acuerdo —le dijo—. Acepto. A Karim se le iluminó la mirada. —¿En serio? —Sí. —Alice exhaló un suspiro de alivio ahora que por fin había tomado la decisión. Todas las emociones que se le arremolinaban en el pecho se fueron apagando poco a poco y dieron paso a algo parecido a la resignación—. Lo voy a hacer por ti y por tu familia, porque me caes bien y quiero ayudarte. Pero cuando pase un año, a no ser que estemos locamente enamorados, cada uno se va por su lado. ¿Está claro? —Como el agua. —Los labios de Karim se curvaron en una sonrisa, le rodeó la cintura con un brazo y la acercó—. Solo nos queda una cosa. —Ah, ¿sí? —El pulso de Alicia se aceleró cuando Karim la atrajo hacia sí—. ¿El qué? Karim acercó su rostro al de ella. —Tenemos que sellarlo con un beso.
Capítulo Cinco Cualquier protesta que Alice pudiera tener en mente desapareció en cuanto Karim presionó sus labios sobre los de ella. Sus cálidos y suaves labios rozaron los de ella con delicadeza, encendiendo un fuego en su vientre que ascendió hasta su pecho y la dejó sin aliento. Las barreras que Alice había levantado con tanto cuidado durante los últimos meses cayeron en cuanto Karim la apretó contra su cuerpo con firmeza y ella le rodeó el cuello con los brazos para devolverle el beso con los ojos cerrados, saboreando la sensación de sus labios. Resultaba placentero sentir sus brazos rodeándole el cuerpo y los latidos de su corazón en el pecho, tan fuertes y violentos como los de ella. Su aroma especiado y masculino inundó sus sentidos, y Alice abrió la boca deseosa de más… Karim se apartó y la sentó de nuevo en el banco con delicadeza. Los ojos le brillaban con una luz dorada parecida a la del sol que se ponía a sus espaldas. ¿Ya era tan tarde? ¿Cuánto tiempo llevaban hablando? —Creo que esto ha sido más que suficiente para sellar el trato —dijo con suavidad al tiempo que se levantaba del banco. Alice levantó la vista y se quedó mirándolo sin decir palabra mientras él le sonreía—. Te dejo con tus pensamientos. Nos vemos mañana para hablar de los preparativos de la boda. Buenas noches. Karim se alejó y Alice lo observó marcharse, levantando ligeras nubes de polvo a cada paso con sus relucientes zapatos negros. Desapareció por las puertas de dos hojas y se adentró en el palacio. Ahora que ya no lo tenía delante, casi podía imaginarse que no había aceptado una propuesta de matrimonio. Casi. Cuando se aseguró de que se había marchado, se puso de pie, y puso rumbo a los
interiores de palacio medio aturdida en dirección a la habitación de Sheridan, situada en el mismo pasillo que la suya. Se lo contaría todo a su mejor amiga y Sheridan decidiría si darle una torta para que entrase en razón o darle unas palmaditas en la cabeza por haber hecho una buena obra. Abrió la puerta sin pensar y se quedó muda cuando vio a Sheridan y a Kahlid tirados sobre el sofá. El jeque estaba encima de su mejor amiga, tenía la americana tirada en el suelo y los dedos enredados en la mata de pelo rubio de Sheridan mientras la besaba apasionadamente y presionaba las caderas entre sus piernas… —¡Mierda! —exclamó Alice al darse cuenta de que había pillado a su mejor amiga dándose el lote con su marido—. Lo siento, debería haber llamado antes de entrar… —¡Alice! —Sheridan se incorporó inmediatamente y apartó a su marido a un lado aunque él ya se había retirado de un salto. Por suerte todavía estaban vestidos. Kahlid llevaba unos pantalones de vestir y una camisa verde (ahora arrugada), y Sheridan llevaba unas mallas y una camiseta de tirantas—. Joder, me había olvidado de ti. Vino Kahlid a la habitación y… —No hace falta que lo expliques —dijo Kahlid secamente. Se pasó una mano por la mata de pelo negro rizado, se sentó en el sofá al lado de Sheridan y le pasó el brazo por los hombros—. Creo que Alice se hace una idea. —Sí, no os preocupéis. —Alice se aclaró la voz con incomodidad. No es que fuese una mojigata (no eran los primeros que pillaba enrollándose; de hecho, había visto a gente en situaciones mucho más comprometidas), pero Kahlid se parecía tanto a Karim, que verlo restregándose con su mejor amiga mientras le metía la lengua hasta la campanilla la había alterado un poco—. Si queréis lo dejamos para otro momento. —¡Qué dices! —Sheridan frunció el ceño—. Quiero saber qué era eso tan importante como para echarme de mi propio jardín que tenía que decirte Karim. —Señaló
con el dedo una de las cómodas sillas bajas de la habitación—. Siéntate. Kahlid arqueó las cejas cuando Alice obedeció a Sheridan y se sentó en una silla blanca de mimbre. —¿Que Karim quería hablar contigo a solas? ¿De qué? Alice decidió que lo mejor sería no andarse con rodeos. —Me ha pedido que me case con él. —¿Qué? —exclamó Sheridan. —¿Que te cases con él? —Kahlid frunció el ceño—. ¿Pero no iba a casarse con Azisa? —Sí, pero ha roto el compromiso esta mañana. —Sheridan contestó antes de que lo hiciera Alice—. ¿Cómo es que quiere que las sustituyas? Y tan pronto, además. ¿Tenéis una aventura y yo no me enterado? —¡No! —contestó Alice acaloradamente. Las mejillas le ardían. Era irónico que su amiga la acusara de algo que le habría gustado hacer, pero que había hecho todo lo posible por evitar. —Yo sé por qué —dijo Kahlid con pesar—. Es por la herencia. —¿La herencia? —repitió Sheridan—. ¿Qué herencia? Alice se recostó en la silla y Kahlid le habló a Sheridan de la cantidad de dinero y el terreno que Karim recibiría si se casaba antes de que acabase el año. Por suerte, había alguien para explicárselo, porque ella no estaba en condiciones de hacerlo. —¡Joder! —exclamó Sheridan cuando Kahlid terminó—. Pero eso es una locura. ¿De verdad te vas a casar con Karim para que reciba la herencia? —le preguntó, dirigiendo la mirada azul hacia su amiga.
—Sí. —Alice se movió con incomodidad en la silla—. Supongo que voy a ser una buena samaritana. —¿Estás segura? —insistió Sheridan—. Sé lo que piensas de salir con tíos que… —Sheri, no pasa nada. —Alice la interrumpió antes de que se pusiera a hablar de Jason. No le apetecía compartir esa parte de su pasado con Kahlid, por mucho que fuese como de la familia—. No es para tanto. Karim dice que si la relación no funciona, podremos dejarlo dentro de un año. Sheridan arqueó las cejas. —Sabes que eso no puede ponerlo en un contrato, ¿verdad? Si quiere que sigáis casados, vas a tener que enzarzarte en una batalla legal con él. La cosa podría ponerse fea. —Sheridan —dijo Kahlid en tono reprobatorio poniéndole la mano en la rodilla. A Alice se le encogió el estómago—. Mi hermano es un hombre decente. Jamás le haría algo así a Alice, y mucho menos después de haberle hecho un favor tan grande. Lo que importa es si a Alice le parece bien estar casada solo durante un año. —Kahlid dirigió su mirada astuta hacia Alice—. ¿Estás segura? Alice dudó por unos momentos. —Claro. No veo dónde está el problema. Me mudaré aquí, seguiré trabajando para Armani y, si pasado un año las cosas no funcionan, pediré un traslado. Y aquí no ha pasado nada. —El latido acelerado de su corazón se fue apaciguando al decirlo en voz alta. La verdad es que, visto así, tampoco sonaba tan mal, ¿no? —¡Ah! ¡Es verdad! —Sheridan se puso a dar saltitos en el sofá—. ¡Te mudarás a Dubái cuando te cases con Karim! Olvídate de lo que he dicho antes, me parece perfecto. ¿Cuándo dais el sí? Seguro que si llamamos ya a la mezquita podrán mandar a un madhun para mañana…
—¡Para el carro! —dijo Alice soltando una carcajada—. Que lo haga por hacerle un favor no quiere decir que no quiera una boda en condiciones. ¿Y si es para siempre? Es una decisión muy importante, se merece una celebración en toda regla. —Bueno, vale —suspiró Sheridan, volviéndose a echar sobre el sillón—. Pero seré la dama de honor y te ayudaré con los preparativos, ¿no? —Pues claro. —Alice esbozó una amplia sonrisa—. Como no podría ser de otra manera.
Capítulo Seis Tres semanas más tarde. Alice cerró la puerta de la suite del hotel tras de sí con un dolor de cabeza monumental y unas ganas locas de beber alcohol. Tiró el bolso en el sillón, cruzó la habitación, y se agachó delante del mini bar para sacar una botella de vino y una copa. Se sirvió una copa generosa, se la bebió de un trago y apoyó la frente en la pared. Dejó que la copa colgara de sus dedos mientras el líquido ardiente le bajaba por la garganta y aliviaba el horrible dolor de cabeza. Estuvo a punto de servirse otra copa, pero pensó que estaría feo aparecer con el aliento oliéndole a alcohol en la cena del día antes de la boda en un país donde consumir alcohol en público era ilegal. Y más teniendo en cuenta que iban a casarse en una mezquita. Alice tomó aire de nuevo e intentó recobrar la compostura. Volvió a poner la botella y la copa en la vitrina y se metió en el enorme baño recubierto de mármol situado al lado de la habitación para darse un baño. Una vez llenó la bañera, sacó del vestidor el vestido que iba a ponerse para la cena y lo colocó sobre la cama con dosel. Sacó también los zapatos a juego y las joyas y los puso con el vestido. Madre mía, tenía cero ganas de ir. Se metió en el agua perfumada hasta la barbilla y, al hacerlo, le inundó un sentimiento de tristeza. Echó la cabeza hacia atrás y sumergió la nuca para que el agua caliente le relajara los músculos engarrotados del cuello y los hombros. No era tanto la cena previa a la boda lo que le estresaba, sino todo el jaleo que suponía casarse y la lista interminable de actividades que habían comenzado tres semanas antes cuando aceptó casarse con Karim. Había tenido que ver a abogados, firmar documentos, ir a la oficina de inmigración,
y hacer innumerables llamadas para hablar con los directores y jefes de su empresa para llevar a cabo el traslado. Había viajado a Nueva York para vender lo que no quería y empaquetar las cosas que quería conservar. De hecho, estaba esperando que le llegasen dos cajas y no le quedaban uñas que morder. También había ido a varias pruebas del vestido de novia, había elegido las flores y la decoración y, por último, había hecho varias pruebas de menús. Hoy mismo también había visitado sus nuevas oficinas en Dubái, completando así el traslado. Ya no había vuelta atrás. Incluso aunque no se casara con Karim, ya se había mudado oficialmente a Dubái. Eso no podía cambiarlo; si no quería cambiar de trabajo, tendría que estar allí un año por lo menos. Y, aunque a veces el trabajo le resultaba estresante, le encantaba trabajar en Armani y no se le pasaba por la cabeza dejarlo a no ser que no le quedase más remedio. Lo único que quería era un respiro, poder sentarse y no hacer absolutamente nada, excepto mirar al vacío y reflexionar sobre los cambios tan importante que estaban teniendo lugar en su vida. Pero estas últimas semanas habían sido tan frenéticas que apenas había tenido tiempo de pensar en el futuro, y mucho menos en el pasado. De repente, sonó el teléfono. Era la alarma que le recordaba que en breve tendría que marcharse. Suspiró, se obligó a salir de la bañera y se secó. Se envolvió el pelo en una toalla de microfibra , salió del cuarto de baño desnuda y se dirigió a la habitación con pasos delicados. Se puso la ropa interior y se colocó la abaya que había elegido para la ocasión: un traje azul oscuro con cuentas plateados y mangas transparentes que llegaban hasta el suelo. Los zapatos de tacón no eran cuestión de moda, sino necesidad: no se veían, pero sin ellos estaría toda la noche pisándose el dobladillo de la falda. No había hecho más que terminar de maquillarse, cuando Sheridan llamó a la
puerta. —¿Estás lista? —preguntó, echándose sobre la jamba de la puerta. Llevaba una abaya de color púrpura y el cabello rubio recogido en tirabuzones sobre la cabeza, que llevaba cubierta con un pañuelo transparente del mismo color. —Sí. Voy a coger el pañuelo. —Alice volvió a toda prisa a su habitación y cogió la prenda, se cubrió la cabeza con ella y se la pasó por el cuello por recato, al igual que Sheridan. —¿Segura? —le preguntó Sheridan, buscando su mirada cuando Alice se dio la vuelta—. Pareces agotada. A Alice lo único que le apetecía era echarse en el diván o en los brazos de Sheridan, pero tan solo le dedicó una sonrisa a su amiga. —He tenido un día largo en la oficina. Me recuperaré en cuanto coma algo. —Vale. —Sheridan le pasó el brazo por los hombros y le dio un apretón reconfortante—. Dime si necesitas algo, ¿vale? Casarse puede resultar estresante. Te lo digo yo. Alice soltó una carcajada. —Sí. Me acuerdo de cuando te pusiste a llorar a lágrima viva cuando viste que el catering había traído las flores que no eran. ¡Y pensar que han pasado solo cinco meses! —Calla, petarda. No me lo recuerdes. —Sheridan le cogió la nariz entre los dedos, como si fuera una niña pequeña—. Sigues tan latosa como siempre, así que paso de preocuparme. Tras decir aquello, sacó a Alice de la habitación y se fueron a la cena. ***
Todo había salido a la perfección, pensó Karim cuando se sentaron en la mesa rectangular y alargada del restaurante que habían elegido para la cena de la pre boda. Alice estaba espectacular con la abaya. Aunque no llevaba puesto el traje que se pondría en la boda, Karim se quedó boquiabierto cuando la vio aparecer por el pasillo en dirección a él acompañada por Kahlid, ya que no tenía padres que hicieran los honores. Cada paso, cada palabra y cada sonrisa habían sido perfectos. « A lo mejor estabas tan obsesionado por que fuese perfecto, que no te preocupaste de que funcionase». Karim parpadeó cuando la voz de Alice resonó en su cabeza, y la buscó con la mirada. Estaba situada en el otro extremo de la mesa. No había dicho nada. Estaba mirando el plato vació mientras los demás tomaban asiento. La deslumbrante melena de color rojo le tapaba la cara, así que no podía ver la expresión de su rostro, pero de repente le dio la sensación de que no estaba disfrutando. Pero, ¿por qué? No había hecho nada que le molestase, ¿verdad? La había dejado que se encargase de todos los preparativos de la boda; había hecho todo lo que le había pedido. Y la pre boda estaba yendo a la perfección. ¿Por qué no estaba contenta? Los invitados se sentaron, y el camarero no tardó en aparecer para tomar nota. Habían elegido el restaurante de uno de los hoteles más exclusivos de Dubái, situado en plena costa. Se trataba de un lugar espacioso, al aire libre. Estaba rodeado por tres paredes de cristal y ofrecía una vista espectacular del océano. El techo y los suelos enmoquetados imitaban el mar que ondeaba y destilaba por las ventanas, creando un efecto que dejaba sin palabras. El personal iba vestido con elegancia y tenía unos modales exquisitos. Los atendían con respeto, pero sin miedo. Estaban acostumbrados a tratar con las personas con poder y riqueza, ya que se alojaban en aquel hotel de manera habitual. Cuando sirvieron la comida, Karim mantuvo la esperanza de que Alice se hubiese
relajado. Sin embargo, aunque estaba charlando con Sheridan y Kahlid, evitaba mirar a Karim a los ojos. Se fue cohibiendo cada vez más, hasta dar la impresión de que iba a caerse en un agujero negro. Cuando Karim estaba a punto de abrir la boca y preguntarle si todo iba bien, Alice echó la silla para atrás y se levantó. —Necesito ir al baño —anunció—. Vuelvo enseguida. Alice desapareció, la abaya ondeando con gracia a cada paso, y Karim suspiró, esperando que cuando volviese se hubiese despejado. Sin embargo, pasaron cinco minutos, diez minutos, veinte minutos… y Karim empezó a preocuparse. Cuando pasaron treinta minutos, Sheridan dejó el tenedor en el plato y clavó la mirada en Karim, como echándole la culpa. —Voy a buscarla. —No. —Karim se levantó antes de que lo hiciera Sheridan—. Voy yo. Sheridan frunció el ceño. —¿Seguro? —Es mi prometida —dijo Karim con firmeza, intentando ser lo más respetuoso posible. Se negaba a que Sheridan lo mirase y lo tratase como si no le importase Alice o como si la estuviese tratando mal—. Y, por lo tanto, responsabilidad mía. Voy a ver dónde está. No tardó en descubrir que no estaba en el baño de señoras. Solo tuvo que preguntarle a su asistente para confirmar que hacía veinte minutos que había salido del baño. Karim se quedó pensando unos instantes y cogió el ascensor para subir a los jardines de la azotea con la esperanza de encontrarla allí y de que no hubiese salido del edificio. La cálida brisa nocturna le acarició el rostro cuando salió del ascensor para ir a la
azotea. Decir que aquello era un jardín era quedarse corto. Se trataba más bien de un espacio abierto decorado con algunos muebles, palmeras y otras plantas tropicales. En aquellos momentos estaba cerrado al público, así que no fue difícil encontrar a Alice sentada en una de las sillas situadas al lado de una pared contemplando las luces titilantes de la ciudad. Karim se acercó a ella y colocó las manos en la pared en lugar de hacerlo sobre sus hombros, como le habría gustado. No estaba seguro de cómo reaccionaría si la tocaba, y quería solucionar las cosas con ella, no empeorarlas. —Unas vistas preciosas, ¿verdad? Alice se giró para mirarlo. Las luces se reflejaban en sus ojos verdes cuando levantó la vista para mirarlo. La expresión de su rostro era indescifrable, pero aquello no restaba un ápice de la belleza etérea de sus rasgos élficos. —Sí —dijo ella en voz baja. Sus ojos centelleaban cuando lo miró. —¿Tanto como para perderte la cena? —la presionó. Alice desvió la mirada. —Aquí se está más tranquilo —murmuró en voz tan baja que casi se pierde en el viento—. Aquí no tengo que sonreír ni hablar con nadie, ni fingir que no estoy agobiada o asustada. No soy de esas personas a las que les gusta la soledad y se suben a las azoteas o se van a las montañas a perderse en sus pensamientos; pero después de estas tres últimas semanas, empiezo a verle la gracia. —¿Agobiada? —Preocupado, Karim se sentó a su lado en el sofá de dos plazas color crema—. ¿Por qué? ¿Por la boda? ¿Necesitas ayuda? —Por la boda, por la mudanza, por trabajar aquí, por dejar atrás mi vida… ¡Por todo! —Alice se levantó del sofá y se puso a dar vueltas por la azotea mientras sus tacones
repiqueteaban en el suelo. El viento le desordenaba el pelo y sacudía los mechones que enmarcaban su rostro anguloso. Sus ojos verdes resplandecían a causa de la emoción contenida—. Vaya a donde vaya, siempre pasa algo nuevo y no me da tiempo a acostumbrarme. No puedo seguir con esto, Karim. Me sobrepasa. —Claro que puedes —la tranquilizó Karim tras ponerse de pie y darle un abrazo mientras intentaba aplacar el pánico que amenazaba por subirle por la garganta, a sabiendas de que no le haría ningún bien. Necesitaba calmar a Alice, no empeorar la situación—. Eres una mujer fuerte, Alice —le susurró al oído, atrayéndola hacia sí—. Y yo estoy aquí para ayudarte. Si necesitas cualquier cosa, no tienes más que decírmelo. Tenemos que apoyarnos el uno al otro. Alice levantó la cabeza para mirarlo. Los ojos le brillaban. —Sí, pero apenas nos conocemos, Karim. ¿Cómo voy a apoyarme en ti, como si fueses mi alma gemela, si casi ni nos hemos besado? —¿Que no? —Karim arqueó una ceja—. Yo recuerdo haberte besado en el jardín cuando aceptaste casarte conmigo. —Sí, hace tres meses —soltó Alice—. Desde entonces no has vuelto a besarme. Y apenas hemos pasado tiempo juntos quitando las comidas familiares. Además, que yo recuerde, el beso fue sin lengua. —¿Quieres un beso con lengua? —susurró Karim mientras la abrazaba con firmeza y presionaba las suaves curvas de su cuerpo contra el suyo—. No tenías más que haberlo pedido. Entonces la besó y apretó su boca contra la suya. De los labios de Alice escapó un gemido ahogado y lo agarró por la solapa. Él deslizó la lengua en su boca cuando ella la abrió, ofreciéndose por completo a él. La probó por primera vez y no pudo evitar soltar un gruñido de deseo al percibir el dulce sabor a miel y fresas que inundó sus sentidos.
Alice le devolvió el beso con la misma pasión y enredó la lengua con la suya. Él se aferró a ella con fuerza y saboreó hasta el último rincón de su boca. Por Alá, ¿cómo había podido aguantar tanto tiempo sin besarla ni probar el exquisito néctar que de sus labios? Era como un postre delicioso: dulce, suave y adictivo. El fuego que encendió en su vientre no se parecía a nada que hubiera experimentado hasta ahora. —Más —gruñó en su boca—. Quiero más. La tumbó en el sofá, se colocó sobre ella y volvió a besarla, ahogando con la boca los jadeos ahogados que escapaban de sus labios. Buscó el filo de la abaya y se la subió hasta las caderas. Notó una punzada de anticipación cuando recorrió por primera vez la piel tersa y suave de su vientre con las manos. No pudo evitar sonreír contra sus labios al notar cómo los músculos de Alice se estremecían bajo su cuerpo. Deslizó las palmas de las manos sobre su abdomen lentamente, acunó sus pechos y acarició con los pulgares los pezones que se erguían bajo el tejido de encaje. Alice gimió y arqueó la espalda, apretando su cuerpo contra el de Karim, que le dio un mordisco en el labio inferior. Le desabrochó el cierre frontal del sujetador y no pudo evitar soltar un gruñido de lujuria cuando sus pechos se derramaron en sus manos. Se moría por ver sus pezones turgentes, pero sabía que era arriesgado desnudarla por completo en un lugar público, así que se conformó con acariciar las puntas endurecidas de arriba abajo e intentar imaginar cómo serían, como si de un ciego se tratase. Eran firmes, redondeados y algo más grandes de lo normal. Alice gimoteó y se retorció de placer cuando deslizó los pulgares por las puntas. —Por favor, Karim —consiguió decir entre un susurro y un jadeo. Karim separó los labios de los de ella para recuperar la respiración. —¿Por favor qué? —murmuró él, mirándola en la oscuridad. Las antorchas situadas de manera estratégica por la azotea ofrecían la luz suficientes para que pudiera vislumbrar
el color de sus hermosos ojos, aunque sus facciones estaban ocultas por la sombra de su cuerpo situado sobre el de ella—. ¿Quieres más? ¿Quieres que pare? —Van… Van a echarnos de menos —exhaló ella mientras él bajaba la mano poco a poco y la introducía bajo el elástico de las braguitas. —Ya se han dado cuenta de no estabas —le recordó al tiempo que rozaba los rizos de su entrepierna con los dedos—. ¿Qué más darán unos minutos más? Bajó la mano aún más y atrapó su boca en otro beso al tiempo que sus dedos entraban en contacto con la cálida humedad. Alice gimió cuando acarició los pliegues ardientes y mojados y buscó el dulce punto que sabía que tenían todas las mujeres. No tardó mucho en encontrar la escurridiza perla. Al hacerlo, Alice no pudo evitar sacudir las caderas de manera involuntaria. Sonriendo contra sus labios, la acarició con dedos expertos, masajeando en círculos la dulce punta con la almohadilla del pulgar, avanzando y retirándose hasta que ella no era más que un manojo tembloroso de deseo. —Karim —gruñó, poniendo la mano rápidamente sobre la suya y presionándola con firmeza contra su cuerpo—. No me hagas sufrir más. —¿O qué? —le dijo, dándole un mordisco en los labios—. ¿Vas a gritar? Los guardias subirían en cuestión de segundos y dudo mucho que quieras que pase eso, ¿verdad? —Le acarició el clítoris con la punta del pulgar, y Alice no pudo evitar estremecerse; pero los ojos le brillaban, desafiantes. —Yo creo que serías tú el que saldría peor parado si vinieran los guardias —lo retó. Sus labios perfectamente esculpidos se curvaron en las comisuras—. Si quieres, lo comprobamos. Se disponía abrir la boca para ponerse a gritar cuando Karim la cubrió con las suya y le metió la lengua hasta el fondo para sofocar el sonido al tiempo que introducía dos dedos hasta lo más profundo de sus ser. Él engulló un grito de sorpresa y un profundo
gemido mientras él metía y sacaba los dedos una y otra vez, llevándola al borde del éxtasis. Finalmente, hundió las uñas en su cuero cabelludo y se puso rígida, arqueando el cuerpo contra el de él al tiempo que las paredes de su sexo oprimían sus dedos. Su cuerpo se estremeció en sus brazos cuando se corrió, y él la dejó que se aferrase con fuerza a él mientras montaba sus dedos y gritaba en sus labios. Segundos después, se dejó caer en los cojines del diván y él liberó su boca para que pudiera recuperar el aliento. El pecho le subía y le bajaba rápidamente y lo miraba con ojos brillantes y abiertos de par en par. —Ha sido… —Alice sacudió la cabeza—. Madre mía… ¿Qué ha sido eso? —Creo que lo llaman orgasmo —bromeó Karim con orgullo. —Sí, bueno… No te creas que con esa jugada ya me tienes satisfecha. Vas a tener que darme muchos más. —Eso ni lo dudes —dijo Karim, riéndose por lo bajo—. Pero ahora será mejor que volvamos.
Capítulo Siete —Esto es surrealista —murmuró Alice mientras alzaba los brazos para que una de las Furias le arreglase la falda. —¿El qué? —le preguntó Sheridan. Estaba sentada frente al tocador sin moverse mientras una de las mujeres la maquillaba y llevaba puesto un sari celeste y plateado. —Todo. —Alice señaló con las manos a su alrededor y las campanillas de su falda emitieron un ligero tintineo. Había escogido un vestido verde oscuro para su boda en lugar del rojo que eligió Sheridan, pero por lo demás, todo era exactamente igual: el tipo de traje, la boda de tres días y las Tres Furias ayudándola a prepararse—. Es una repetición prácticamente exacta de tu boda, con la diferencia de que nos estamos arreglando en mi habitación en lugar de la tuya. —Sí, y que vas a casarte con Karim, no con Kahlid —señaló Sheridan. —Ya. —Alice sintió mariposas en el estómago al pensar en Karim, en cómo la había besado en la azotea y cómo había puesto tanto ahínco en darle placer que casi había contemplado la opción de quedarse tumbada allí arriba en lugar de bajar a proseguir con la cena en el restaurante. Habían pasado dos días, pero tenía el recuerdo grabado a fuego en la memoria, en su piel, en su lengua… Una calidez se extendió por su vientre y no pudo evitar encoger los dedos de los pies. —¿Señorita? —Una de las ayudantes movió la mano delante de su cara—. Señorita, es hora de ponerle el maquillaje. —¡Ah! Es verdad. —Alice parpadeó y volvió de la azotea a los preparativos de la boda. Sheridan ya había dejado libre la silla del tocador y observaba a Alice con una
expresión de perplejidad en el rostro mientras las asistentes la acompañaban hasta la silla. —¿Qué pasa? —le preguntó Alice, mientras una de las mujeres sacaba la base de maquillaje. —Nada —dijo Sheridan inocentemente. Se echó en la pared y cruzó los brazos mientras miraba a Alice con un brillo travieso en los ojos. —Ya, claro. —Alice también habría cruzado los brazos si no temiese despertar la ira de las Furias—. Conozco esa mira. Desembucha. —Nada… que te he visto hace un rato con la mirada perdida y roja como un tomate —señaló Sheridan con una sonrisa felina curvando sus labios—, y me he acordado de que la otra noche, cuando Karim fue a buscarte, tardo un poco más de la cuenta en volver. Alice no pudo evitar sonrojarse al percibir el tono de burla en la voz de Sheridan. —Ah, no. Me niego. No pienso decir nada. Y menos delante de las Furias. A Sheridan se le escapó la risa por la nariz (Alice ya le había contado lo del mote). —Venga ya. Nunca has tenido ningún problema en contarme estas cosas. ¿Por qué te da vergüenza ahora? —Porque… —La voz de Alice se apagó cuando una de las mujeres levantó la barra de labios para indicarle que abriera la boca. Alice obedeció y esperó unos segundos a que la mujer hiciera su trabajo antes de continuar—. Se me hace raro, ¿vale? —Ya, creo que sé a lo que te refieres. —Sheridan se dejó caer en la cama de Alice con un suspiro—. Pero no te creas que vas a escaparte tan fácilmente. No volvieron a hablar hasta que las Furias por fin terminaron de maquillar a Alice. Cuando las mujeres recogieron las cosas y se marcharon, Alice se plantó delante del espejo de cuerpo completo y admiró la forma en que la colorida falda acariciaba sus tobillos y rodeaba sus caderas. El tejido verde esmeralda realzaba el color de sus ojos, y el
bordado dorado resplandecía como el fuego a la luz de las lámparas. El dupatta a juego que le caía por los hombros y le cubría el pelo. Lo justo para dejar al descubierto su brillante mata de pelo rojo y las lujosas joyas de oro que le adornaban los lóbulos de las orejas, el cuello y las muñecas. —Estás preciosa —dijo Sheridan con dulzura a sus espaldas. Las pulseras tintinearon a juego con las campanitas de la falda cuando se giró para mirar a su mejor amiga. —¿De verdad? —le preguntó. La ansiedad que tenía acumulada en el estómago se le coló en la voz—. Es que… no sé… Me siento tan fuera de lugar… Sheridan asintió con empatía. —Te entiendo —le dijo, al tiempo que se levantaba para darle un abrazo. Alice cerró los ojos y se lo devolvió, buscando consuelo—. Cuando empecé a ponerme las abayas a mí también se me hacía raro. La única diferencia es que yo tuve más tiempo de acostumbrarme y que los años de universidad los pasé en Oriente Medio, así no se me hacía tan raro. Te acostumbrarás con el tiempo, confía en mí. —¿Y Karim, qué? —se preguntó Alice en voz alta—. ¿Me acostumbraré a el? ¿Y si las cosas no funcionan? ¿Y si acaba convirtiéndose en otro Jason? Sheridan suspiró y levantó la mano para pasársela por el pelo. Por suerte, se detuvo cuando cayó en la cuenta de que iba a despeinarse. —Esto es totalmente diferente. Sabes dónde te estás metiendo y, si las cosas no funcionan, tienes una cláusula de excepción. —En teoría también la tenía con Jason —dijo Alice con amargura—. Lo que pasa es que desperdicié tres años de mi vida antes de darme cuenta de que tendría que usarla. —Cielo. —Sheridan la abrazó de nuevo—. ¿Es eso lo que te preocupa? ¿Crees que
vas a desperdiciar otro año de tu vida con un hombre que no te ama? Alice dudó por unos segundos. En realidad no estaba desperdiciando su vida. No había otro hombre mejor esperándola , y seguiría adelante con su carrera y sus ambiciones, como siempre. —Supongo que simplemente me preocupa acabar en la misma situación que con Jason. Me da miedo enamorarme de Karim y que él no lo haga. O peor aún, que se enamore de mí y yo no me enamore de él. —Alice enredó los dedos en el filo de su dupatta. La apretó con tanta fuerza, que arrugó la tela. Las Furias la matarían si la vieran. —Sabes que Karim nunca te obligaría a quedarte si tú no quisieras —le dijo Sheridan con dulzura—. A pesar de lo que te dije cuando me contaste lo que ibas a hacer, Karim es un buen hombre. Jamás te trataría mal. —Ya lo sé —susurró Alice—. Pero es que no quiero que nadie salga herido. Sheridan suspiró. —La experiencia me ha demostrado que no se consigue nada que merezca la pena sin arriesgarte a salir malparado —le dijo—. Míranos a Kahlid y a mí. Si me hubiese negado a ayudarle a comprar aquella casa, ahora mismo estaría a más de once mil kilómetros de distancia vendiendo propiedades en Nueva York y rompiendo corazones por la vida. Sí, tuve que arriesgarme a que me rompieran el corazón, pero si no lo hubiese hecho, no habría conocido a mi alma gemela. —Dudo que Karim sea mi alma gemela —replicó Alice, intentando no dejarse influenciar por las palabras de Sheridan. Le daba un poco de envidia ver lo enamorados que estaban Sheridan y Kahlid, pero tampoco quería engañarse pensando que a ella y a Karim les pasaría lo mismo. Lo único que conseguiría sería acabar decepcionada. —Pero tampoco sabes si lo es. —Sheridan le acarició el rostro—. He visto cómo os
miráis a espaldas del otro. A ti te pasa desde que os conocisteis. ¿Vas a negar que tenéis química? —Pues… —La voz de Alice se fue apagando cuando vio que se había quedado sin argumentos. —Por cierto. —Los ojos de Sheridan volvieron a brillar—. Todavía no me has contado lo que pasó en la azotea. Alice soltó un resoplido. —Nos enrollamos. —Decidió que lo mejor sería ceder—. Subió a hablar conmigo, me desahogué y le dije que no nos conocíamos, que apenas nos habíamos besado… y cuando me di cuenta me había metido la lengua en la boca y estábamos abrazados. — Volvió a sonrojarse al recordarlo. —¿Y qué…? ¿Besa bien? —Bien es poco —murmuró Alice—. Y de los orgasmos que sabe dar ya ni hablamos. —¡Lo sabía! —exclamó Sheridan—. ¡Sabía que habíais echado un polvo! —Bueno, no hubo penetración —dijo Alice con algo de indiferencia. No entendía por qué estaba Sheridan tan emocionada—. Solo usó los dedos. —Pues serán dedos mágicos, porque no veas la cara que traías. Parecías un gato que acaba de zamparse un bol de leche. Alice volvió a ponerse roja como un tomate. —Madre mía. ¿Se notaba mucho? Sheridan se encogió de hombros. —No creo. Pero como eres mi mejor amiga, de momento me doy cuenta de si te has
acostado con alguien. Alice se disponía a hacerle más preguntas, cuando empezó a sonar la alarma del teléfono móvil —Anda, mira —dijo, agarrando el aparato para silenciarlo—. Hora de reunirnos con el chófer. No queremos llegar tarde a la boda, ¿verdad? —¿Boda? ¡Qué boda! —dijo Sheridan cuando cogieron sus cosas para marcharse. Sin embargo, ambas iban sonriendo, y cuando Alice salió de la habitación, se sentía un poco más optimista que antes.
Capítulo Ocho Karim respiró hondo cuando se adentró en la sala de oraciones de la mezquita en la que iba a casarse. Sentía el frío del colorido suelo de azulejos bajo sus pies desnudos, y caminó sin hacer ruido al atravesar el amplio salón, donde muchos musulmanes se encontraban arrodillados sobre alfombras de oración mientras estaban en contacto con Alá. No era hora oficial del rezo (que siempre era anunciada por el imam), pero aun así, era habitual encontrar a ciudadanos allí a todas las horas del día. Aquella mezquita era uno de los lugares más hermosos de Dubái, en opinión de Karim. Aunque la sala de oraciones era bastante sencilla y apenas contaba con adornos aparte de las alfombras, los muros se elevaban a decenas de metros hasta confluir en la cúpula del centro. Fuera de la sala de oraciones había otras muchas habitaciones que se usaban como salas de estudio, tutorías y eventos. —Salaam —les dijo al imán Faraj y al imán Kahn, que esperaban en un pequeño podio situado en la parte frontal de la sala. Ambos líderes llevarían a cabo la pequeña ceremonia. —Wa’alaykum —respondieron, sonriendo. Los dos tenían la misma edad, unos cincuenta años, y llevaban sendas barbas largas y oscuras y patas de gallo alrededor de los ojos. Ambos llevaban thobes, aunque el del imán Faraj era blanco con bordados dorados en los puños y en el cuello, y el del imán Kahn era azul oscuro con los puños y el cuello de color blanco. —Me alegro de que hayas encontrado una buena esposa para sentar por fin cabeza —dijo el imán Faraj en voz baja para no molestar a aquellas personas que estaban rezando. —Gracias, imán —Karim se tragó el nudo de nervios que se le había formado en la
garganta. Todavía no había sentado cabeza, pensó mientras echaba una mirada a la entrada de la sala de oraciones. Y no lo haría hasta que la ceremonia y el banquete hubiesen terminado y consumieran el matrimonio. Un sentimiento de lujuria muy poco apropiado teniendo lugar en el que estaba le invadió las entrañas al imaginar a Alice tumbada por fin en su cama, desnuda bajo su cuerpo, donde podría hacerla gemir y gritar de placer sin tener que preocuparse de que nadie los oyese. Tenerla entre sus brazos la otra noche había sido indescriptible, y besarla y darle placer con los dedos había despertado una ansia en su interior totalmente diferente a nada que hubiera sentido hasta ahora. Necesitaba sentirla de nuevo cuanto antes. Kahild entró en la sala en aquel momento. Llevaba puesto un sherwani de color verde con detalles dorados algo menos llamativo que el de Karim. Los imanes lo saludaron y se inclinaron ante él en señal de respeto, ya que Kahlid era su gobernante. A continuación entró Mirwais, el abogado de la familia, que actuaría como segundo testigo y también para ofrecer apoyo jurídico en caso de que fuese necesario. Los segundos se alargaron hasta convertirse en minutos y, aunque Karim sabía que aún era pronto para que llegase su futura esposa, no pudo evitar sentir una punzada de ansiedad en el pecho. ¿Iría? No se habría echado para atrás, ¿verdad? La noche que se la encontró en la azotea tenía pensado ofrecerle consuelo, pero lo habían dominado sus deseos más carnales. ¿La habría asustado, quizás? ¿Y si se había vuelto a Nueva York? Se moriría si lo dejaba plantado en el altar. No sabía si sería capaz de soportar la pérdida y la humillación. «No seas ridículo. Ya ha llevado a cabo todo el papeleo, ha vendido su apartamento, se ha traído todas sus cosas. No se va a ninguna parte, al menos, no en una temporada». Aun así, cuando entró en la mezquita al lado de Sheridan, por poco se desmaya del alivio. Aunque el temor se esfumó con la misma rapidez cuando vio lo increíblemente
hermosa que estaba con el ghaara de color verde y dorado. Alice había insistido en llevar esos colores el día de su boda, y Karim tuvo que reconocer que estaba espectacular. El colorido tejido envolvía su cuerpo de manera recatada y provocativa al mismo tiempo. Cubría sus formas, pero a la vez daba una pista del premio que se encontraba justo debajo de los ropajes. El brillante cabello de color rojo resplandecía bajo el dupatta, y sus ojos verdes resultaban hipnóticos cuando lo miraron a través de las espesas pestañas pintadas de negro y enmarcadas en kohl. Le pareció que tardaba una eternidad en cruzar la sala de oraciones del brazo de Sheridan, pero fin llegaron hasta donde estaba, y Sheridan le entregó a su futura esposa. —Como soy yo la que te la entrego, he pensado que debería decirte que en Estados Unidos es tradición que los hombres amenacen a sus yernos con quitarles la vida si alguna vez le hacen daño a sus hijas —dijo Sheridan en voz baja, para que solo él la escuchara—. Pero como estoy segura de que Alice es capaz de encargarse de ti por sí misma, lo único que voy a hacer es desearte buena suerte. Le guiñó un ojo, y se colocó en su sitio, al lado de Alice. «Sin presiones». En lugar de mirarse frente a frente, como sucedía en las bodas occidentales, Karim y Alice se giraron para mirar a los dos imanes. El imán Khan representaba a Alice, y el imán Fariq a Karim. Tampoco serían ellos los que recitasen los votos, sino que serían los líderes religiosos quienes lo harían por ellos. Mientras los dos sacerdotes se turnaban para leer en árabe los ayats matrimoniales del Corán, Alice se movió ligeramente en dirección a Karim, Karim por poco da un respingo cuando le rozó la mano y notó un como si una descarga eléctrica le atravesara el cuerpo. Por Alá, aquella mujer le afectaba como ninguna otra lo había hecho jamás. La miró de reojo y sus labios dibujaron una mueca involuntaria, como conteniendo una
sonrisa, al ver el brillo de sus ojos verdes. Le rozó los dedos a escondidas, sin llegar a entrelazar las manos, sin apartar la mirada de los imanes mientras terminaban de leer los votos. Finalmente, el imán Khan se giró hacia Karim. —Karim Bahar, ¿aceptas a Alice Winter como esposa? —Khabul Hai —contestó él, asintiendo. Por el rabillo del ojo vio que Alice sonreía. Entonces, el imán Fariq se dirigió a Alice. —Alice Winter, ¿aceptas a Karim Bahar como esposo? Karim contuvo la respiración al ver que Alice dudaba. Esperaba que diese la respuesta correcta. —No —dijo ella. Karim soltó un suspiro de alivio. En las bodas musulmanas, era tradición que el sacerdote le preguntase a la novia tres veces si aceptaba a su esposo, y resultaba extremadamente maleducado e irrespetuoso que la novia dijera que sí al primer intento. El imán Fariq sonrió y volvió a preguntarle. —Alice Winter, ¿aceptas a Karim Bahar como esposo? —No. Karim notó otra punzada de ansiedad en el pecho y tuvo que controlar la expresión de su rostro. No tenía que decir que no la segunda vez, solo la primera. ¿Estaba jugando con él? ¿O tenía pensado rechazarlo? Era imposible interpretar la expresión de su rostro, así que no tenía ni idea. «Alá, por favor, haz todo lo posible por que me acepte»—Alice Winter —preguntó el imán por última vez—, ¿aceptas a Karim Bahar como
esposo? Tras un largo silencio, Alice sonrió y dijo: —Khabul Hai. Karim soltó un suspiro de alivio y Alice sonrió ligeramente. ¡Estaba jugando con él! ¡Sería…! Ya se vengaría después, eso que lo tuviese claro… pero en aquel momento, simplemente se alegraba de que lo hubiese aceptado. —Muy bien. Ahora debemos firmar los documentos, para que seáis marido y mujer. *** Alice y Karim firmaron los documentos y pusieron rumbo a la sala de banquetes de la mezquita, donde iba a tener lugar el mayor banquete que Alice había visto en su vida. Había unas quinientas personas apiñadas en la mezquita bailando, riendo y cantando mientras sonaba de fondo una música llamativa y ruidosa. Alice y Karim también se unieron a la celebración, y aunque Alice aún se encontraba algo apabullada por el hecho de que acababa de casarse, no tardo en dejarse llevar por el ambiente festivo y se puso a bailar, a reír y a cantar como una más. Al final de la noche, había hecho un millón de amigos y había quedado para tomar té con unas treinta mujeres para cuando volviese de la luna de miel. Estaba preocupada de no encontrar su sitio por ser blanca, pero no tardó en dejar atrás todos sus miedos al ver que todo el mundo era tan simpático y receptivo con ella. Horas más tarde, cuando ya estaba hasta arriba de comida y agotada, Alice y Karim por fin fueron acompañados fuera de la mezquita para salir de allí en limusina. Los invitados los regaron con pétalos de flores y felicitaciones, y Alice y Karim salieron corriendo hacia el coche entre risas y despidiéndose de ellos con la mano. Cerraron la puerta tras de ellos y, todavía riendo, se dejaron caer en los asientos
traseros del coche. Estaban agotados, pero felices. —Tienes pétalos de flor en el pelo —bromeó Alice mientras le quitaba un pétalo de rosa blanca de los mechones morenos y ondulados. —Tú también —dijo él. Sus ojos de color ámbar centellearon cuando se acercó para quitárselos. Su mirada se enterneció—. Aunque estás guapísima con ellos. Bajó la mano hasta sus mejillas y acarició la suave piel de su rostro sin apartar la mirada de sus ojos. El corazón de Alice comenzó a latir más deprisa cuando la limusina se alejó del bordillo y se incorporó al trafico nocturno. Era la primera vez que se quedaban los dos solos desde la noche que se encontraron en la azotea y la tumbó en el sofá para darle placer como ningún hombre se lo había hecho hasta entonces a pesar de su amplia experiencia. —Tú también estás guapísimo —susurró ella mientras pasaba los dedos por la espesa mata de pelo—. Como tienes el pelo tan negro, da la impresión de que están flotando en el aire. —Se supone que los hombres no somos guapos —dijo él fingiendo estar molesto, pero sin perder ni un ápice de calidez en su mirada—. Somos atractivos. —Pues entonces tú eres las dos cosas: guapo y atractivo. —Se inclinó hacia él y le dio un beso en la nariz. Cuando se dio cuenta, la había rodeado con sus brazos y estaba sobre su regazo. Le cubrió la boca con la suya y Alice emitió un gemido ahogado al notar que la tensión sexual iba aumentando. La besó con ganas, cada vez más apasionadamente, y deslizó la lengua dentro de su boca hasta cortarle la respiración. Pero Alice estaba tan abrumada por las sensaciones que estaba experimentando que no pareció importarle. Su sabor, su aroma, sus caricias… se impregnó de ellos con avaricia y se aferró a él, ansiosa por sentir más.
Al cabo un rato, se retiró y la sentó con delicadeza a su lado. —Deberíamos esperar a llegar a casa —dijo con la respiración entrecortada. Su amplio pecho subía y bajaba bajo el sherwani a causa de la respiración agitada—. No me gustaría consumar el matrimonio en el asiento trasero de una limusina. «Es verdad». —Vale —dijo Alice con suavidad. Tomó su mano entre las suyas y notó un subidón de adrenalina cuando él entrelazó sus dedos cálidos y fuertes con los suyos. Por Dios, ¿quién le habría dicho que alguien a quien apenas conocía despertaría esas sensaciones en ella? Observó por la ventanilla del coche los rascacielos que se alzaban alrededor y su mente volvió a la ceremonia de la boda. El alivio y la admiración que había visto en los ojos de Karim no dejaba lugar a dudas: quería casarse a toda costa, de eso no había duda, pero también parecía encantado con ella. Como tampoco había duda de lo sexualmente atraídos que se sentían el uno por el otro. Pero, mas allá de eso, cuando habían intercambiado los votos, a pesar de haber coqueteado con él, Alicia había sentido como si algo hubiese encajado en su pecho. Como si hubiese recuperado una pieza que hace tiempo que le faltaba y de repente hubiese vuelto al lugar que le correspondía. Tal vez el matrimonio no resultase una farsa. Tal vez sí que tuviesen posibilidades de encontrar el amor juntos. Mientras seguía mirando por la ventada, se dio cuenta de que conforme se alejaban, iba habiendo cada vez menos rascacielos y de que, en lugar de girar a la izquierda de camino a palacio, cogieron el camino de la derecha, justo al otro lado de la costa. —¿A dónde vamos? —le preguntó a Karim, girándose para mirarlo. Él le dedicó una sonrisa cómplice. Había un brillo especial es sus ojos.
—A casa. —Pero al palacio se va por allí. —Alice señaló en dirección contraria. —No te preocupes. —Karim le dio un ligero apretón en la mano—. No tardarás en descubrirlo. Un escalofrío le recorrió por la espalda al oír esa frase. ¿Es que Karim no era consciente de que eso era lo que decían los villanos en las películas justo antes de revelar sus planes para destruir el mundo? ¿A dónde la llevaba? «Relájate. Estás con Karim, tu marido. No un maquinador diabólico. No va a hacerte daño». Alice dejó escapar una bocanada de aire. Pues claro que no iba a hacerle daño. Su imaginación extremadamente activa le estaba jugando una mala pasada. Probablemente tan solo quisiera darle una sorpresa en su noche de bodas. Notó una calidez en su interior al pesarlo. Si esas eran sus intenciones, se trataba de un gesto muy mono por su parte. La limusina continuó su camino por otra calle empinada y fue subiendo poco a poco hasta que se dio cuenta de que iban por un acantilado. Alice miró por las ventanillas y divisó las olas a sus pies rompiendo en la orilla. De sus labios escapó un suspiro al ver cómo la luz de la luna se reflejaba en el mar. En la distancia se apreciaba la forma de barco de vela del hotel en el que había tenido la cena de la pre boda y no pudo evitar sonrojarse al recordar lo que había hecho con Karim en la azotea. Según iban ascendiendo por el camino, la vistas del océano fueron sustituidas por hileras de casas de campo situadas sobre terrenos vallados entre hojas de palmera y piscinas. Alice abrió los ojos de par en par al ver que aparcaban delante de una gigantesca situada en la cima del acantilado. Se trataba de un edificio de dos plantas con tejados a cuatro aguas y arcos árabes. Había palmeras a ambos lados de la entrada de baldosas, un suelo de azulejos que desaparecía al llegar a un garaje para tres coches que sobresalía a un
lado, lo cual indicaba que en la parte trasera aún quedaban cosas por ver. —Madre mía —susurró Alice al caer en la cuenta—. Karim, ¿esta es la finca que la familia de tu madre te había dejado en herencia? —La misma. —Karim le apretó la mano. No podía ocultar la alegría serena que emanaba de su voz grave—. ¿Te gusta? —¡Me encanta! —Alice le devolvió el apretón y lo sacó de la limusina prácticamente de un tirón cuando el chófer abrió la puerta para que salieran—. Dios mío, tienes que enseñármelo todo. ¿Tú ya la has visto? —Sí —contestó divertido mientras caminaba detrás de ella—. He estado trabajando estas últimas semanas en hacer que la casa fuese habitable para que pudiéramos pasar aquí nuestra noche de bodas. —¿La casa? —A Alice se le escapó la risa por la nariz al mirar el enorme edificio —. Esto es una mansión. Karim le puso las manos sobre los hombros y le dio un beso en la cabeza. —Da igual como quieras llamarla, lo que importa es que ahora es nuestro hogar. Alice se quedó inmóvil, asimilando lo que acaba de decirle, mientras Karim se acercaba a la casa para abrir la puerta y desconectar el sistema de seguridad. Ahora era su hogar. Sabía que Karim iba acompañado de aquel terreno. De hecho, se había casado con Karim precisamente por aquella finca. Lo que no sabía era allí era donde iban a vivir. «Pues claro», se reprendió mientras entraba en la casa tras Karim. Él le había dicho que una de las razones por las que quería aquel terreno era para tener algo propio y poder comenzar allí su nueva vida y formar una familia independiente del palacio y de su hermano. —¿Y bien? —le preguntó él, cerrando la puerta tras de sí—. ¿Qué te parece?
Alice recorrió el enorme espacio del recibido con la mirada. El suelo era de cuarzo blanco y los techos eran alto para darle al espacio una sensación de amplitud. Al fondo divisaba el comedor, el salón y la cocina; separadas sutilmente para delimitar los espacios, aunque se trataba fundamentalmente de una planta libre. —Es precioso —murmuró, adentrándose en el salón. Las baldosas de cuarzo blanco estaban cubiertas por una gruesa y lujosa alfombra de color rojo, mientras que los muebles de madera de cedro estaban tapizados del mismo color, pero interrumpido por rayas de colores brillantes para que no resultase monótono. A la izquierda, a unos diez metros, se alzaba una barra de mármol negro que separaba la cocina del salón. Y en la pared de enfrente había un hilera de ventanales que ofrecían unas amplias vistas de los jardines, que comprobó que incluían una piscina rectangular alargada y una especie de glorieta. Lo mejor de todo es que se divisaba el océano desde donde estaba situada. —El Océano Índico se ve prácticamente desde cualquier parte de la casa —dijo Karim, rodeándole la cintura con los brazos y atrayéndola hacia sí. Alice inhaló el aroma especiado y misterioso de Karim cuando se echó sobre él y disfrutó de la sensación de estar entre sus brazos—. Es una de las cosas que más me gustan de la casa. —Me da la sensación de que la piscina va a ser la mía —dijo Alice mientras miraba la superficie rectangular. Le encantaba nadar—. Podría añadirla a mi rutina matutina. —También hay un jacuzzi, que en las noches de invierno puede resultar un verdadero placer. —Karim depositó un beso en la cabeza de Alice, se apartó y le tiró de la mano—. Ven, voy a enseñarte el resto de la casa. Dieron una breve vuelta por la cocina, dominada por una isla de mármol negro. Los fregaderos estaban encajados en una encimera de color negro, y los electrodomésticos y la estantería estaban iluminados de manera que pudieras moverte con tranquilidad en la oscuridad sin tener que encender las luces si se te antojaba comer algo en mitad de la
noche. Justo al fondo había una espaciosa y luminosa sala para desayunar desde la que se podía disfrutar de las vistas del jardín. Salieron al jardín a través de una puerta de cristal de dos hojas, y Alice aspiró el aire cálido y perfumado por el dulce aroma a plumeria y otras flores. A sus oídos llegó el sonido del agua procedente de los diferentes espejos de agua esparcidos por el jardín junto a esculturas de mármol. Alice se dio cuenta de que aquellos elementos decorativos delimitaban las zonas más discretas del jardín, donde cualquier pareja podría sentarse a disfrutar de un poco de privacidad… y quizás hacer algo más. Había luces de colores situadas a lo largo de varios senderos para asegurarse de que nadie se perdía en la oscuridad al tiempo que había suficiente espacio en las sombras para aquellos que lo desearan. —Parece sacado de un sueño —dijo Alice, mirando una elegante fuente tallada en mármol negro. Tomó asiento en un banco de piedra también de mármol negro, y Karim se sentó a su lado—. Veo que merecía la pena casarse conmigo, ¿verdad? —Alice —dijo Karim con voz suave mientras le ponía las manos en los hombros. La giró para que lo mirase a los ojos, y Alice se quedó sin aire al ver la ternura con la que la miraba—. Puede que gracias a la boda haya conseguido este maravilloso terreno, pero también te tengo a ti. Y aunque haya hecho esto para obtener mi propia independencia, tú eres mucho más valiosa que cualquier cosa material que pueda tener. Los ojos de Alice se llenaron de lágrimas. Los cerró cuando Karim la besó, y las gotas diminutas resbalaron por su mejilla. El día había comenzado con nervios y tensión, pero había terminado de una forma tan hermosa que resultaba hasta doloroso. En aquel momento pensó que, si así era cómo iban a comenzar su matrimonio, con aquellas palabras tan emotivas y rodeados de una belleza tan increíble, quizás les esperaban cosas aún mejores por las que merecía la pena esperar más de un año.
Sin embargo, cuando Karim movió la boca sobre la suya, aquellos pensamientos fueron sustituidos por un deseo carnal que había estado cociéndose a fuego lento desde el día que conoció a Karim y estalló en aquel momento recorriéndole las venas como si de fuego líquido se tratase. Le rodeó el cuello con los brazos y lo acercó a ella, abriendo aún más la boca para sabor el sabor exótico y enigmático de su marido. El pañuelo que le cubría los hombros y la cintura cayó al suelo dejando su vientre al descubierto, al contacto de la cálida brisa nocturna. Karin la atrajo aún más hacía si y presionó su cuerpo contra la piel desnuda. —No quiero esperar más —gruñó en sus labios. —Pues no lo hagas —susurró ella—. Hazme tuya. Karim deslizó las manos bajo sus nalgas, y Alice ahogó un grito de sorpresa cuando la cogió en brazos. Se agarró a él con fuerza cuando interrumpió el beso e inclinó la cabeza sobre so pecho y escuchó los latidos acelerados de su corazón, justo como los de ella. Sus músculos se tensaron bajo la ropa mientras la llevaba hasta la casa y subían unas amplias escaleras que conducían a un vestíbulo a lo largo del cual se encontraban lo que Alice supuso que eran los dormitorios. Alice levantó la cabeza para depositar un camino de delicados besos por la mandíbula y el cuello de Karim. No pudo evitar sonreír al notar que se le aceleraba la respiración y que buscaba con dificultad el pomo de la puerta situada al final del pasillo. Cuando por fin consiguió dar con él, abrió la puerta de un golpe y quedó al descubierto la espaciosa habitación principal. Alice vio de pasada las baldosas de cuarzo blanco, el mobiliario de madera de cerezo y las alfombras rojas mientras Karim la dejaba encima de la cama king-size con dosel, pero se olvidó de todo en cuando él se quito el sherwani. «¡Joder!», pensó al tiempo que se incorporaba sobre los codos y lo miraba con la boca abierta. La luz de la luna se colaba por la ventana de la habitación y acariciaba todas
y cada una de las líneas de sus músculos… y no había pocas. Sus hombros, sus brazos, sus pectorales… todos cubiertos por unos músculos esbeltos y bien definidos que descendían por unos abdominales esculpidos y unas caderas rectas y firmes. El amplio torso estaba cubierto por un suave vello oscuro que bajaba por sus caderas y se perdía bajo la cintura con cordón de sus pantalones sueltos… —¿Te gusta lo que ves? —le preguntó en un susurro ronco. Los ojos le brillaban cuando se acercó a ella. Un escalofrío de anticipación recorrió la espalda de Alice. —Sí —le dijo. Fue incapaz de decir nada más. El deseo que le recorría el cuerpo entero no le permitía responder con algún comentario ingenioso. Tenía el cerebro nublado por el deseo; un deseo que solo él podía satisfacer. Karim asintió al captar la súplica muda en su voz. Tiró de los pantalones y se los quitó. A Alice se le secó la boca al verlo: no llevaba ropa interior bajo los pantalones, a la luz de la luna pudo apreciar sus piernas musculosas en toda su gloria. Su erección se erguía orgullosa y gruesa; una de las más grandes que había visto jamás, y no pudo evitar pasarse la lengua por los labios, muerta de ganas de rodearla con las manos. Karim se acercó a paso lento, como un depredador. Alice retrocedió. Una corriente de nervios y anticipación recorría todo su cuerpo. Él la cubrió con su cuerpo fuerte y desnudo y la besó apasionadamente. Luego la incorporó para sentarla sobre la cama y quitarle la blusa. La prenda de seda cayó al suelo y, poco después, la acompañó el sujetador; quedando la parte superior de su cuerpo desnuda ante la hambrienta mirada de Karim. —Eres preciosa —susurró. La mirada color ámbar abrasaba su piel mientras la observaba. Recorrió con las manos su abdomen y fue subiendo poco a poco por la piel tersa de Alice hasta acunar sus pechos y apretarlos suavemente. Alice jadeo cuando acarició sus pezones con los pulgares. Al tacto con la piel de sus dedos, se endurecieron.
Arqueó la espalda y él tomó una de las sensibles protuberancias en su boca. La chupó con suavidad y ella gimió al notar cómo miles de sensaciones recorrían su cuerpo. Karim jugueteó con sus pechos utilizando la boca y las manos durante un buen rato; les prodigó atención a cada uno de manera individual hasta la respiración de ella se volvió entrecortada a causa del deseo. Ansiosa por sentir mucho más, deslizó las manos bajo su abdomen firme y rígido y sintió como sus músculos se tensaban al sentir las caricias de sus manos. Rodeó la erección con la mano y él se quedó inmóvil, tras lo cual dejó escapar un jadeo entrecortado cuando ella la apretó ligeramente. —Más —dijo con voz ronca, levantando la mirada de sus pechos para mirarla con pasión. Alice hizo lo que le pedía y subió y bajo la mano a lo largo del miembro con movimientos lentos y firmes. Observó cómo entrecerraba los ojos y se oscurecía su mirada a causa del placer que estaba experimentando. Los músculos de su rostro se tensaron a causa de las sensaciones que recorrían todo su cuerpo. La polla latía en su mano mientras ella la apretaba y la acariciaba hasta que notó una calidez resbaladiza parecida a la humedad que se había formado entre sus piernas. Karim se estremeció y cerró los ojos. —Para —jadeó, bajando la mano para apartársela. Se la acerco al rostro y le besó los nudillos lentamente, con los ojos aún cerrados. Alice notó algo en el pecho; una especie de calidez y ternura que pocas veces había experimentado. Era como si la conexión entre ellos se hubiese hecho más profunda, más fuerte y segura en aquél momento robado en la oscuridad. Sin mediar palabra, Karim le colocó las manos sobre el colchón y deslizó la falda y las braguitas por sus muslos. La seda y el encaje resbalaron por su piel y Alice sintió una oleada de anticipación cuando Karim terminó de quitarle la ropa. Su mirada de color
ámbar le abrasó la piel cuando la vio desnuda por primera vez. Y, también por primera vez en mucho tiempo, Alice se sintió cohibida. —Pero cómo se puede ser tan perfecta —susurró el, trazando sus caderas con los dedos. Alice sintió un escalofríos seguido de más calidez y no pudo evitar esbozar una sonrisa. —Lo mismo digo —dijo ella, acercándose a él y rodeando con los brazos. Lo besó profundamente y tiró de él mientras abría las piernas y anclaba los talones en sus nalgas. Cuando él se introdujo dentro ella, ambos gimieron al mismo tiempo. Alice levantó las caderas para recibir las embestidas de Karim, que cada vez eran más profundas, y cerró los ojos, disfrutando de la sensación de tenerlo dentro de ella. No recordaba haberse sentido tan llena jamás, alcanzaba lo más profundo de su ser. El punto de placer situado en lo más profundo de su vientre creció al sentirlo dentro de ella. Enredó los dedos en su pelo y lo besó apasionadamente cuando él comenzó a penetrarla, saboreándolo por completo. El sabor, la sensación, y el aroma de hacer el amor con su marido por primera vez era algo que quería grabar a fuego en su memoria. Un recuerdo al que aferrarse cuando las cosas se pusieran difíciles. Pasara lo que pasara entre ellos, siempre podrían volver a ese momento. Las nubes se movieron fuera de la ventana y la luz de la luna se coló por el cristal, iluminando el glorioso cuerpo de Karim con pinceladas de color plata. Ella deslizó las manos del pelo hasta su cara para acariciársela mientras observaba cómo la luz iluminaba sus pómulos afilados y fuerte mandíbula. Había estado con muchos hombres atractivos a lo largo de su vida, pero pocos tan hermosos y exóticos como él. Le encantaba contemplarlo. El brillo en sus ojos color ámbar se oscureció y aceleró los movimientos de su caderas. Su rostro se tensó a causa del esfuerzo a medida que ambos se acercaban al
clímax. Se formaron unas gotas de sudor en su piel morena, sobre las cejas, resbalando por sus brazos y a los lados de la cara, que se mezclaban con el sudor que cubría la piel de ella de manera que sus cuerpos se resbalaban el uno sobre el otro. El placer que se estaba formando en el cuerpo de Alice por fin llegó a lo más alto y echó la cabeza hacia atrás y gritó cuando las oleadas de éxtasis inundaron todo su cuerpo. Se aferró a Karim con fuerza, el cuerpo le temblaba, y él se quedó inmóvil entre sus brazos, su sexo latiendo dentro de ellas al tiempo que él también se corría. Cuando terminaron, enterró la cabeza en su cuello mientras aguantaba todo el peso de su cuerpo en las rodillas para no aplastarla. La respiración entrecortada de ambos era el único sonido que flotaba en el aire mientras ambos estaban tumbados en la camba. Alice acarició la espalda sudorosa de Karim mientras miraba el tejido transparente que se extendía sobre la cama con dosel. —Ha sido increíble —dijo ella finalmente, cuando el aliento de Karim se volvió más lento y ella recuperó la respiración. —Sí. —Karim levantó la cabeza, y Alice percibió un destello en sus ojos. Sonrió en la oscuridad y Alice notó que el corazón le palpitó con más fuerza al tiempo que una calidez volvía a extenderse por su pecho. Parecía un muchacho cuando sonreía de esa manera. Estaba tan guapo y tan despreocupado, que sintió un tirón cerca del corazón. —Podríamos repetirlo algún día —sugirió Alice, arqueando la espalda y estirando los brazos. Tenía las extremidades relajadas a causa del orgasmo. —¿Algún día? —repitió Karim, dándose la vuelta de manera que ella acabó encima de él—. ¿Por qué no ahora? Entonces la besó, y Alice no encontró ninguna razón para negarse.
Capítulo Nueve —Bueno, cuéntame: ¿cómo va la luna de miel? —preguntó Sheridan cuando Alice descolgó el teléfono. Alice soltó un suspiro de felicidad y se reclinó sobre la silla mientras veía el río Sena por la ventana brillando a la luz del atardecer. Estaba sentada en la terraza de una cafetería cerca del Triangle d’Or, una de las zonas de compras más exclusivas de París disfrutando de una taza de café y un cruasán mientras esperaba que Karim se reuniera con ella para la cena. Una cálida y suave brisa que traía con ella los aromas de la ciudad jugueteó con su brillante melena pelirroja. —Está siendo perfecta —dijo con una sonrisa en los labios—. Paso las mañanas en el Louvre y las tardes de compras en el Triangle d´Or. Menos mal que he pedido que me lleven las cosas a la habitación del hotel; de lo contrario, ahora mismo estaría enterrada bajo una montaña de bolsas de la compra. Sheridan se rió. —Conociéndote, no me extrañaría. Eres jefa de compras. Es tu trabajo. —Ya, pero normalmente, cuando compro al por mayor, lo hago para Armani, no para mí —dijo Alice, sofocando la risa—. La verdad es que no habría gastado tanto si Karim no me hubiese dado su tarjeta de crédito y no me hubiese dicho que comprara todo lo que quisiera. —Ah… Así que tu recién estrenado maridito además de atractivo es generoso, ¿no? —bromeó Sheridan—. Te ha tocado la lotería. Alice suspiró. —Bueno, más bien he ayudado a Karim a que le toque la lotería. —La verdad es
que aquello ya no le molestaba tanto como antes—. Pero bueno, en las últimas semanas no nos hemos sacado los ojos, así que quizás haya esperanza para nosotros. El día después de la noche de bodas, la familia de Karim, como era tradición, había organizado un banquete enorme. Después habían partido de luna de miel, un tour por Europa de dos semanas que habían organizado sobre la marcha porque Alice no quería seguir el itinerario que Azisa había planeado. Puede que se hubiese casado con Karim para hacerle un favor, pero al fin y al cabo era su boda, así que quería tener su propia luna de miel. Ya tenía suficiente con tener que soportar ver la cara sonriente de Azisa sonriéndole desde las portadas de casi todas las revistas de moda con las que se topaba. Tampoco es que tuviese razones para estar celosa de la mujer, pero aun así no la necesitaba en su matrimonio. Karim no había puesto impedimento alguno; de hecho, estuvo encantado de relajarse en el asiento de su jet privado y dejar que Alice le fuese indicando al capitán a dónde volar. Habían estado en Italia, Holanda, Alemania, España, y ahora Francia, que era uno de sus últimos destinos antes de volver a casa. Estaban pasando mucho tiempo juntos, pero él tenía reuniones de vez en cuando, bien por teléfono, bien en persona si se encontraban en alguna ciudad donde tuviese algún contacto, como en aquel momento. Entonces, Alice no tenía ningún problema en pasear por la ciudad sola, yendo de compras, haciendo de turista o disfrutando de las vistas. —Ojalá las cosas funcionen entre vosotros —dijo Sheridan, bajando la voz al ponerse más seria—. Los dos os merecéis ser felices y, por lo que veo, os lleváis bastante bien. —Es verdad —reconoció Alice. Dio otro sorbo de café. El sabor intenso y potente, atemperado con un poco de nata y azúcar, fluyó en su boca con suavidad—. Y el sexo ha sido increíble hasta ahora. No me importaría seguir con él si las cosas funcionan—. Al
recordarlo, volvió a sentir mariposas en el estómago y cambió de postura en la silla. ¿Funcionarían? ¿Podría confiar en Karim con todo su corazón? No tenía razones para pensar lo contrario, pero… —Ah, ¿sí? —La voz de Sheridan adquirió un tono pícaro—. Tiene imaginación, ¿no? —¡Sheridan! —exclamó Alice, fingiendo escandalizarse—. ¿No te parece inapropiado pensar esas cosas de tu cuñado? —Venga, mujer —se burló Sheridan—. Dejar de hacerte la mojigata y cuéntamelo todo. ¿Habéis probado a hacerlo en un jacuzzi? La primera vez que Kahlid y yo… —¡Uy! ¡Tengo que colgar! —canturreó Alice cuando vio que Karim se acercaba a la cafetería en medio de una multitud de compradores—. Karim ya ha llegado. Hablamos luego, Sheri. Le colgó a su mejor amiga, que seguía parloteando, y esbozó una sonrisa al tener la última palabra. Una sonrisa que se hizo más amplia cuando Karim se la devolvió. Se reclinó en la silla y se recreó mientras él se acercaba. Llevaba puesto un traje oscuro con una camisa blanca con los primeros botones desabrochados, mostrando un poco de su torso amplio y musculoso. Sus ojos se ocultaban tras unas gafas de sol de montura curva, lo que le proporcionaba un aire de misterio; y el viento le había desordenado la mata de pelo moreno y ondulado, dándole una aspecto sexy y travieso a la vez. —Mi querida esposa —canturreó cuando ella se incorporó para saludarlo—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal llevas esta tarde tan maravillosa? Alice soltó una carcajada cuando él la rodeó con los brazos, la levantó y le dio vueltas. Ella le rodeó el cuello y lo besó con entusiasmo, disfrutando de la sensación de sus labios sobre los suyos y el aroma especiado y penetrante de Karim mezclado con el aire perfumado de la ciudad.
—Pues estaba siendo una tarde maravillosa hasta que tú has llegado —bromeó tras pellizcarle la nariz cuando la dejó en el suelo. —Me ofendes, mi amor. —Karim se llevó la mano al pecho, fingiendo estar dolido —. Voy a tener que compensarte esta noche. —Bueno, supongo que no pierdes nada intentándolo —bromeó Alice, tomando el brazo que le ofrecía. Subieron por la Plaza de la Madeleine y entraron en el Caviar Kaspia, una de las marisquerías más famosas de Paris. El exterior era encantador. Se trataba de un edificio blanco con un toldo azul y blanco que se extendía sobre la acera para que los comensales lo encontraran con facilidad, y con una cristalera que permitía que aquellos que se sentaran en las mesas situadas al lado de la ventana disfrutaran de las vistas de la iglesia neoclásica de la Madeleine, que se encontraba justo cruzando la calle. Cuando entraron, el maître los acompañó hasta una de las mesas situadas al lado de la ventana. Alice recorrió con la mirada la decoración tradicional del restaurante. Estudió la luz, las paredes cubiertas de madera, las alfombras y los asientos estampadas de color gris topo, y los muebles decorados con obras de arte y figuras de porcelana. La amplia mesa cuadrada en la que los sentaron estaba cubierta por un mantel de lino de color verde aguamarina a juego con la decoración. Había unos delicados platos de porcelana y cubiertos de plata esperándoles. —¿Qué te parece el sitio? —le preguntó Alice a Karim después de que el camarero tomase nota de las bebidas y tomaran asiento. —¿Cómo? —dijo Karim, levantando la copa de vino. Alice sonrió con suficiencia. —Ya sabes a lo que me refiero —dijo, mirando alrededor—. ¿Qué piensas del
diseño del edificio? Siempre preguntaba lo mismo cada vez que iban a un sitio nuevo; ya fuesen iglesias, hoteles o museos. Le gustaba preguntarle qué le parecía la arquitectura del lugar y qué cambios haría si le pidieran que lo diseñara de nuevo. Generalmente, él le explicaba animadamente lo que haría y ella lo escuchaba atentamente, pues le encantaba aprender sobre el diseño de los edificios y ver la emoción y pasión reflejada en su rostro. Sin embargo, esta vez se reclinó en el asiento y le sonrió con orgullo. —Aunque me encanta hablar de arquitectura, creo que es hora de que hablemos de ti. A Alice por poco se le cae la copa de vino. —¿Qué? —Que hablemos de ti. —Karim se inclinó hacia delante y le clavó la mirada de color ámbar—. Me lo he pasado genial estas dos semanas contigo, Alice, pero cada vez que nos sentamos y tenemos una conversación, soy yo el que acaba hablando la mayor parte del tiempo. —Extendió el brazo sobre la mesa y le cubrió la mano con la suya, acariciándole los nudillos con el pulgar—. Quiero conocer mejor a la mujer con la que me he casado. Sé que te gustan los Beatles, que te fascina la moda y que sientes una pasión por la vida que resulta digna de admiración. Pero también sé que no tienes familia y, aunque podría indagar cualquier cosa que quisiera saber sobre ti, prefiero que me lo cuentes tú. Alice notó un peso en el pecho ante la mención de su familia y de su pasado, pero Karim la miraba con tanta ternura que le resultaba imposible alejarlo, al igual que hacía con el resto de hombres cuando le preguntaban por su pasado. Además, era su marido. Aun así… —No me resulta fácil hablar del tema —le aseguró.
—Vale. Pero me gustaría que al menos lo intentaras. —Karim le ofreció un apretón reconfortante en la mano—. Por favor. No voy a juzgarte. De eso puedes estar tranquila. Alice suspiró. —Perdí a mi madre cuando tenía nueve años —le dijo, mientras miraba por la ventana hacia la iglesia. Pensó que parecía más un templo griego que una iglesia mientras recorría con la mirada la hilera de columnas de piedra y las esculturas neoclásicas del frontón—. No conocí a mi padre, abandonó a mi madre antes de que yo naciera. Mi madre trabajaba como costurera en un taller. No ganaba mucho dinero; lo suficiente para que saliéramos adelante. Aunque no pudo ofrecerme mucho dinero ni posesiones materiales, me daba todo el amor del mundo. Alice se tragó el nudo que se le había formado en la garganta y parpadeó. Por el rabillo del ojo veía que Karim la estaba observando, pero si se topaba con su mirada llena de compasión, sabía que no podría contener las ganas de llorar, así que continuó mirando hacia la iglesia y trazando el contorno de las columnas con los ojos. »Un día, cuando tenía siete años, mi madre llegó a casa con lágrimas en los ojos. Yo estaba en la cocina haciendo los deberes, y recuerdo levantarme de un salto y abrazarla con mis bracitos y preguntarle qué le había pasado. Estaba ojerosa, llevaba el pelo revuelto a causa del viento y la cara pálida marcada por el estrés y la fatiga, pero me sonrió y me dijo que no me preocupase y que la ayudase a preparar la cena. Una semana después, me enteré de que tenía cáncer. —Oh, Alice. —Karim le apretó la mano—. Lo siento mucho. Alice sacudió la cabeza. —Nadie tiene la culpa —le dijo con serenidad, retirando la mirada de la iglesia y dirigiéndola a sus manos entrelazadas—. Cuando murió, pasé mucho tiempo intentando culpar a alguien: a los médicos, a mi padre, a Dios, a cualquiera. Pero, a veces, estas cosas
pasan y no se le puede echar la culpa a nadie. —Alice suspiró—. Murió un año después, pero ella seguía intentando vivir. Cuando no estaba trabajando en la sastrería o cuidándome, se quedaba levantada delante de la máquina de coser haciendo sus propios diseños. Le encantaba la moda, tenía un buen ojo. Creo que si hubiese vivido lo suficiente, habría conseguido ser alguien importante en la industria. —¿Por eso decidiste dedicarte a la moda? —le preguntó Karim con delicadeza—. ¿Por tu madre? Alice asintió. Una sonrisa curvó ligeramente sus labios. —Yo no tenía la habilidad de mi madre con la máquina de coser, pero sí tenía su ojo para la moda y estaba decidida a hacer que se sintiera orgullosa de mí. Esa determinación me permitió mantener la cabeza en alto todo el tiempo que pasé en centros de acogida de menores. Trabajé duro, conseguí unas buenas prácticas, y al final acabé en Armani. —Me parece digno de admiración. —Karim se llevó su mano a la boca para besarle los nudillos. Como siempre, sentir sus labios en la piel hizo que una calidez recorriese sus venas y no pudo evitar sentirse mejor—. Ante tragedias como esa, mucha gente se viene abajo y es incapaz de salir adelante. Sin embargo, tú lo utilizaste para impulsarte y coger fuerzas. No sé si habría sido capaz de hacer lo mismo si hubiese estado en tu situación. —No sé qué decirte —le dijo Alice, sonriendo—. Por lo que he visto, eres bastante ambicioso. Y he visto en tu cuaderno de bocetos los diseños en los que estás trabajando. Tienes mucho talento. Las mejillas de Karim adquirieron una tonalidad rosada. —Eres muy amable. —¿Te da corte? —Alice soltó una carcajada—. No sabía que la gente morena de piel también se sonrojaba.
Karim arqueó las cejas. —Otra persona habría tachado ese comentario de racista. —Pero tú no eres «otra persona». Por cierto, usar el racismo como argumento me parece una soberana gilipollez. —Sonriendo, Alice también se acercó su mano a sus labios y le plantó un beso en los nudillos. Karim se rió. —Cierto. Les sirvieron la comida, y Alice y Karim hundieron los tenedores en las enormes fuentes de blini (una especie de tortitas rusas cubiertas de mantequilla; una verdadera delicia). También había fuentes de patatas al horno con caviar, pez ahumado, y foie gras. Todo estaba delicioso. —Madre mía —dijo Alice al probar el vodka que el camarero les sirvió en una cubitera. Sabía a hierbas y tenía un toque a especias. Le entró tan bien que le costaba creérselo—. ¡Es el mejor vodka que he probado nunca! —Es vodka polaco con hierba de bisonte —le dijo Karim al tiempo que bebía de su copa—. Mi favorito. —Vaya, pues ya tendría que ser un buen bisonte para poder hacer vodka con él. Karim soltó una carcajada. —No está hecho de bisonte. —Ya lo sé, estaba de broma —dijo ella, sonriendo. —Creo que nunca te he visto así de relajada —señaló Karim cuando estaban acabándose el último plato—. ¿Por fin te has hecho a la idea de que nos hemos casado? Alice se encogió de hombros.
—Supongo que sí —dijo, pinchando una baya con el tenedor. El postre se lo habían servido en un bol enorme acompañado de nata montada—. He tenido tiempo suficiente de acostumbrarme. —¿Te cuesta adaptarte? —le preguntó Karim—. Me refiero en tus relaciones. Alice se metió la baya en la boca y la masticó, pensativa, mientras decidía cómo contestarle de la mejor forma posible. —Para serte sincera, hace unos cuantos años que no salgo con un hombre el tiempo suficiente como para tente que adaptarme. —¿Unos cuantos años? —Karim arqueó las cejas—. Me cuesta creer que una mujer tan atractiva como tú haya estado tanto tiempo sin estar con un hombre. Alice sonrió algo avergonzada. —A ver, tampoco es que me hubiese vuelto célibe —dijo, bajando un poco la voz —. Pero no he salido con nadie en serio. —Ah. —Karim se quedó atónito—. Que solo tenías ligues de una noche. —Hombre, tampoco es eso. —Las mejillas de Alice adquirieron un tono carmesí y se le pusieron rojas hasta las orejas de la vergüenza—. Con todos los hombres con los que he estado tenía expectativas de que las cosas siguieran adelante, pero ninguno me convencía lo suficiente como para ir más allá de la primera cita. Y claro, llegó un momento en el que, después de estar tanto tiempo sin acostarme con alguien, me costaba resistirme y no acabar en la cama con algunos de ellos. Una tiene que hacer algo cuando está desesperada por echar un polvo. Y, desde luego, yo no soy de las que pagan por acostarse con alguien. Karim arrugó la nariz. —Menos mal —dijo. A continuación, la miró con curiosidad—. Lo que no sé es
cómo podías saber en la primera cita que esos hombres no eran para ti. En mi experiencia, normalmente hace falta más de una cita para conocer bien a una persona. ¿Por qué no les dabas otra oportunidad? Alice se mordió el labio. La pregunta le resultaba incómoda. —Digamos que tengo problemas para confiar en los demás. —¿Y eso? Alice suspiró y se pasó la mano por el pelo. —Hace un par de años, antes de que me diesen por las aventuras de una noche, conocí a un hombre llamado Jason Trevayne. Trabajaba como corredor de bolsa en Wall Street y provenía de una familia acaudalada. Era increíblemente atractivo e inteligente. Y una pobre huerfanita como yo cayó rendida a sus pies. Me enamoré perdidamente de él. Él no sabía al principio que yo había sido una niña en acogida. Para él era una hermosa e inteligente apasionada de la moda. Alguien perfecta para un hombre como él. »Salimos alrededor de un año. Con el tiempo se enteró de mi pasado, pero aún así nos gustábamos mucho, así que aquello no tuvo importancia y me fui a vivir con él. A los dos años, esperaba que me propusiera matrimonio en cualquier momento. El tercer año, cuando me llevó a un restaurante para celebrar nuestro tercer aniversario y me regaló un collar en lugar de un anillo de compromiso, me planté firme y se lo dije. »Cuando le pregunte que por qué no me había propuesto matrimonio todavía, me dijo que creía que yo ya lo sabía, que pensaba yo sabía que lo nuestro era una especie de acuerdo, que estábamos juntos por su dinero y por que él necesitaba una tapadera, una especie de mariliendre —dijo Alice con amargura—. Al parecer, había estado teniendo relaciones todo el tiempo, y yo fui tan estúpida y estaba tan desesperada que no caí en ningún momento. Me sorprende que no me hubiese contagiado de VIH u otra enfermedad del estilo.
—¿Una mariliendre? —Karim parpadeó—. Me temo que no lo entiendo. Alice se rió. —Ojala yo fuese tan inocente como tú —dijo antes de beberse de un trago el resto del vodka. El hielo tintineó en el vaso cuando lo depositó en la mesa. Alice se reclinó en el asiento—. Una mariliendre es una mujer heterosexual que se relaciona con hombres homosexuales. Muchos de ellos las usan como tapadera para ocultar su condición de homosexual y así hacer creer a los demás que es un «hombre de verdad» mientras continúa follando con otros tíos. Básicamente, para mantener las apariencias si no se atreven a salir del armario. Karim se quedó boquiabierto. —¿Estabas saliendo con un homosexual? ¿Y él no te dijo nada en ningún momento? Alice sacudió la cabeza. —Al parecer, él creía que yo acabaría imaginándomelo, o que habíamos llegado a una especie de acuerdo no escrito o algo así. La verdad es que no era más que un mentiroso de mierda. Yo creo que se convenció a sí mismo de aquello para justificar el haber estado utilizándome todo el tiempo. Siempre me llevaba a eventos y fiestas de empresa y cosas por el estilo. El ambiente laboral de un bróker está dominado por los hombres, así que ir con una mujer del brazo le hacía sentirse mejor. Imagino que no se le pasó por la cabeza que desperdicié tres años de mi vida y que nunca los recuperaré. —Qué cabrón. Hay que ser egoísta. —Los ojos de Karim brillaron de ira, y cerró en un puño la mano que tenía sobre la mesa—. No me puedo creer que te usara para su propio beneficio y que luego fingiera que creía que tú sabías lo que estaba pasando. Conozco a alguien en Nueva York que me debe un favor y que estoy seguro de que podría hacerle la vida muy incómoda.
Alice soltó una carcajada. La rabia que había sentido al recordarlo se había esfumado. —Por muy dulce que me parezca por tu parte, a estas alturas de mi vida no busco venganza. Lo único que quiero es olvidarme de él. Ya he pasado página. —Si realmente hubieses pasado página —dijo Karim con suavidad—, no te habría dado tanto miedo tener segundas citas. —No me daba miedo —insistió Alice. —¿Seguro? —Karim se cruzó de brazos—. ¿Entonces qué era? ¿Alergia? Alicia frunció el ceño. —Qué gracioso. —Aunque se mordió el labio mientras pensaba cómo explicárselo —. No es que pensara que los hombres podían hacerme daño… Era solo que ya no confiaba en mis decisiones. Me daba miedo acabar en otra relación en la que creyese que el hombre me amaba y en realidad no lo hacía. Tampoco quería verme atrapada en una situación en la que él me amase y yo no lo hiciera. No quería que nadie acabase con el corazón roto, como Jason me hizo a mí. No me parece justo. —Alice. —Karim volvió a besarle la mano y la miró con dulzura—. Eres mejor persona de lo que te crees. Alice notó una calidez en el centro de su pecho que se extendió por todo su cuerpo y no pudo evitar encoger los dedos de los pies. El halago y la mirada de Karim hacía que se sintiera increíblemente bien. —Tan solo intento ser un ser humano decente. —Eres más que decente —le dijo Karim, acariciándole la cara—. Para mí eres perfecta.
Capítulo Diez Las palabras de Karim resonaban en sus oídos mientras iban cogidos del brazo subiendo la Rue Godot de Mauroy de camino al Hotel Triangle d’Or, donde se estaban alojando. Tenía el estómago lleno e iba feliz del lado de Karim, pero las palabras giraban una y otra vez en su mente, como si de un guijarro bajo las sábanas de una cama se tratara: molesto, pero al mismo tiempo fuera de su alcance. Sabía que no era ni mucho menos perfecta, pero no tenía sentido discutirlo con Karim; aunque tampoco sabía por qué le molestaba tanto aquel halago. «Tal vez sea porque no crees que te lo merezcas». Alice apretó los labios. La forma que tenía Karim de mirarla, con aquel afecto tan profundo, hacía que sintiera algo culpable por el hecho de seguir aferrándose al límite de un año como el del fin del matrimonio. Vale, era una estupidez esperar que cambiase de idea tan pronto, después de tan solo dos semanas, pero Karim no dejaba de mimarla ofreciéndole toda su atención y cariño, cosa que le hacía plantearse si es que ella no estaba poniendo tanto de su parte como él. ¿Estaba él poniéndole más ganas? ¿Iba a enamorarse antes que ella? O, peor aún, ¿y si él se enamoraba y ella no? Se negaba a que eso sucediese. Pero, por otra parte, tampoco quería que fuese al revés. Estaba hecha un lío. Sheridan le diría que necesitaba dejarse llevar y confiar en él. Lo cual tenía gracia, teniendo en cuenta cómo era Sheridan antes de conocer a Kahlid. Pero había cambiado, al igual que podía hacerlo Alice. Al menos en su opinión. Pero es que era tan difícil. —Te noto tensa —murmuró Karim cuando entraron en la suite del hotel. Le quitó la chaqueta y la colgó en un perchero del espacioso salón—. ¿Por qué no te tumbas en la cama y me dejas que te de un masaje?
Una oleada de cálida anticipación le recorrió las venas y no pudo evitar sonreír a pesar de los nervios. —Me encanta la idea. Entró en la habitación, que, al igual que el salón, estaba decorada en blanco y púrpura. Se quitó los zapatos de tacón de una patada y se colocó sobre el edredón de color morado oscuro. La falda y la blusa no tardaron en caer al suelo. Solo llevaba puestos un sujetador y unas braguitas de encaje blanco. Se puso boca abajo sobre la cama y estiró las piernas y los brazos, suspirando. Agobiarse dándole vueltas a todo lo que podría pasar no serviría de nada. Ahora necesitaba vivir el momento, y el momento consistía en disfrutar de la luna de miel con su marido. A sus oídos llegó el sonido de Karim haciendo algo en el cuarto de baño, pero no se giró. Apoyó las mejillas en el edredón y cerró los ojos. Momentos después, notó que se hundía el colchón y oyó el sonido de una bote sobre la mesita de noche. —Bueno, veo que ya te has relajado —bromeó Karim mientras le desabrochaba el sujetador—. A lo mejor no hace falta que te de un masaje. —Esparció aceite en la espalda desnuda de Alice. —Uy, no sabes lo bien que me vendría —comenzó a decir. Un gemido escapó de sus labios cuando Karim hundió los nudillos justo en medio de la espalda. Había dado con un punto dolorido. Arrastró los nudillos hacia abajo y rodeó los músculos de sus caderas. La tensión fue desapareciendo poco a poco—. Dios, me encanta. Qué bien lo haces — gruñó. —Me alegro de que te guste —le susurró al oído. Le plantó un beso justo debajo de la oreja y ella sintió un escalofrío. Era una sensación diferente. Continuó masajeándola, acariciando sus hombros y bajando por la espalda hasta dejarla casi inmóvil. La tensión había desaparecido de sus músculos y estaba tan relajada que pensó que no sería capaz de
moverse aunque quisiera. Pero entonces, aquellas manos enormes ascendieron hasta las redondeadas curvas de sus nalgas y Karim hundió los dedos en la carne. —Ohhhh —gimió, retorciéndose de placer—. No sabía que esa parte del cuerpo también podía estar dolorida. —Todas las partes del cuerpo pueden estarlo —dijo Karim con voz ronca. Depositó una ristra de besos por las curvas de su trasero, le bajó las braguitas hasta la rodilla, y le separó las piernas. Una ola de calor recorrió su cuerpo cuando notó su aliento en su sexo. Pero no la tocó. Tan solo continuó amasándole las nalgas con los dedos hasta que por poco se cae de la cama. —¡Ostras! —exclamó, retorciéndose mientras sofocaba un ataque de risa—. ¡Me haces cosquillas! —Eso es por la tensión —la tranquilizó, inmovilizándola con una mano mientras continuaba masajeando el tendón de la corva derecha con la otra—. Pronto desaparecerá y ya no te hará cosquillas. Deja de moverte. Alice contuvo la respiración e intentó hacer lo que le pedía, pero resultaba complicado. Finalmente, como él le había dicho, la tensión y las cosquillas desaparecieron, y ahora solo sentía zonas doloridas mientras él seguía hundiendo los dedos en los músculos. Suspiró y volvió a relajarse sobre el colchón mientras dejaba que él continuara bajando por la pierna. Le bajó las braguitas del todo y llegó hasta los tobillos. Al parecer, ahí también había zonas sensibles. Y en los pies desde luego sí que había algo, porque cuando le presionó el puente fue como entrar en el cielo. —Deberían pagarte por hacer esto —gimió. —Oh, créeme… Voy a exigir el pago en breve —le dijo Karim sonriendo por lo bajo.
Un escalofrío erótico le recorrió el cuerpo al oír aquella palabras. Alice abrió la boca para preguntarle cómo quería que le pagase, pero se quedó sin palabras cuando él empezó a ascender por la pierna derecha dejando una ristra de besos a su paso. El calor empezó a formarse en el centro de su cuerpo y se extendió por sus nervios cuando recorrió con los labios humedecidos la parte trasera de sus muslos y en las nalgas. Su sexo comenzó a palpitar cuando volvió a separarle las piernas y la puso de rodillas. De su boca escapó un jadeo ahogado cuando él acarició los pliegues con la punta de la lengua. —Qué buena estás, Alice —susurró sobre su piel. Alice gimió de deseo cuando le dio un lametazo lento y prolongado. Volvió a pasarle lengua una y otra vez y, la cuarta vez, encontró el clítoris. Ella gritó de placer y él volvió a hacerlo. Entonces, sustituyó la lengua por la mano y deslizó el pulgar dentro de ella mientras masajeaba el clítoris con dos dedos. —Sí —gimió Alice, moviendo las caderas al ritmo de su mano—. No pares. —Se rozaba contra él sin reparo. Dios, si seguía así, iba a correrse… —Creo que es hora de recibir mi pago —le dijo. Su voz había adquirido un tono grave y ronco. Se separó de ella y Alice se estremeció al notar la ausencia de su cuerpo, pero inmediatamente ahogó un grito cuando él le cogió un puñado de pelo con una mano y clavó la otra en sus caderas al tiempo que hundía la polla hasta el fondo. Alice gritó cuando un orgasmo sacudió todo su cuerpo al instante, catapultándola al más absoluto éxtasis. Mientras ella se recuperaba del clímax, Karim comenzó a empujar las caderas contra su trasero una y otra vez, llenándola con su sexo. Alice se aferró con fuerza al cabecero de la cama para amortiguar el impacto de los movimientos. Aunque los tirones de pelo resultaban dolorosos, era placentero sentirlo dentro de ella, y la mezcla de placer y dolor resultaban en una experiencia increíblemente erótica. Le habría gustado verle la
cara, pero había algo excitante en saber que estaba detrás de ella, sentir las manos en su pelo y la polla golpeándole el interior sin poder verlo. Cuando se corrió gritando su nombre, Alice cerró los ojos y se imaginó su cara. Sus ojos de color ámbar se habrían oscurecido, su cara se habría tensado, y habría entreabierto aquellos hermosos labios esculpidos gimiendo de placer. Con esa imagen en la mente y oyendo como se corría a sus espaldas, no pudo evitar volver a alcanzar el clímax mientras se agarraba al cabecero con fuerzo y le temblaba todo el cuerpo. Él no dijo nada cuando terminaron. Simplemente la cogió entre sus brazos y la abrazó por la espalda. Alice cerró los ojos y disfrutó de la sensación de sentirse acunada contra su cuerpo mientras pensaba que, si este era el pago que le exigía, podría permitirse ser una buena esposa.
Capítulo Once Alice suspiró cuando se dirigió a la entrada de su nueva casa con Karim en su recién estrenado Mercedes plateado. Karim se lo había dado como regalo de bodas. Se lo había dejado en la entrada por sorpresa y, cuando lo vio, no pudo reprimir la emoción porque era la primera vez que le regalaban un coche. Sin embargo, tres semanas después, el glamour y la emoción de la luna de miel y la espectacular casa y los regalos había empezado a desvanecerse y, en su lugar, había sido sustituido por un agujero creado por la ausencia de Karim. Vale, pensó al salir del Mercedes y dirigirse a la casa. Dormía con ella todas las noches y desayunaban juntos por las mañanas antes de que los dos se marcharan al trabajo, Pero no se veían muy a menudo por las noches. A veces era porque ella tenía que quedarse más tarde en el trabajo o coger algún vuelo, pero la mayoría de las veces era porque él se quedaba en su despacho, hablando con directores de proyecto y Dios sabe con quién más, aparte de ayudar a su hermano. Alice empezaba a sentir que su ausencia estaba afectando negativamente al matrimonio. «Si estamos así solo un mes después de habernos casado, ¿cómo vamos a aguantar un año?». No. Se negaba a pensar así. No tenía sentido ser derrotista, y menos tan pronto. Había llamado a Karim al mediodía y le había preguntado si iba a llegar tarde. Después de que le dijera que llegaría a tiempo, había llamado al supermercado y había encargado la compra por teléfono para que le llevasen algunos productos a casa. Iba a preparar una cena increíble y se iban a sentar en el jardín a cenar y a beber vino mientras reían y charlaban. A lo mejor hasta echaban un polvo. Con el ánimo levantado, cogió la caja de que le habían llevado del supermercado,
encendió el horno, y comenzó a trocear, laminar, sazonar y asar. Una hora después, había preparado una fuente de filetes, un poco de risotto con setas, rollitos de primavera con mantequilla y un bol de ensalada israelí para acompañarlo. Pero Karim no aparecía. Esperó alrededor de una hora antes decidir servirse la cena y sentarse fuera, al lado de la piscina, en silencio y disfrutando del menú. Estaba bueno, pensó para sí mientras masticaba un trozo de filete. Pero que muy bueno. Y su marido no estaba allí para probarlo. «A lo mejor llega dentro de un rato. Puedo sentarme con él mientras cena. Algo es algo, ¿no?». Pero pasaron otras dos horas y, finalmente, decidió apartar la comida y subió las escaleras con un nudo en la garganta. «Qué tontería», pensó con enfado mientras se quitaba los zapatos y ponía el pijama. ¿Por qué se esforzaba tanto cuando estaba claro que Karim ni si quiera lo intentaba? Era evidente que su trabajo como arquitecto era más importante que cualquier otra cosa, incluido su matrimonio. Quizás Alice también debería hacer lo mismo y centrarse en su trabajo al cien por cien. Así no se arriesgaría a que le partieran el corazón ni la decepcionaran. Pero si iba a hacer eso, entonces quizás debería buscarse también un apartamento e irse a vivir sola. ¿Qué sentido tenía vivir con un hombre y estar casada con él, si ni siquiera iba a disfrutar de los beneficios que tenía pasar tiempo juntos? Llevaban casi dos semanas sin hacer el amor. Echaba de menos su cuerpo y sus besos. Que fuese un buen amante hacía que el rechazo le doliese aún más. Encendió la televisión de pantalla plana y se puso a ver Netflix durante un rato (de las cadenas locales no entendía nada). Finalmente, apagó las luces y se fue a la cama.
No lloró hasta que oyó llegar a Karim en silencio, pero no lo suficiente como para que no le llegase el sonido de la puerta al cerrarla. Unas gotas saladas cayeron sobre la almohada. Se mordió el labio y aspiró un poco. Se negaba a que él viera lo dolida que estaba. No iba a rogarle atención. No estaba tan necesitada. No iba a caer tan bajo. Alice sabía que se merecía mucho más. Si Karim no era capaz de verlo, era problema suyo. Cuando llegó a la cama, se metió bajo las sábanas sin hacer ruido, la abrazó por la espalda y se la acercó al pecho, como siempre hacía. Como si no hubiera pasado nada y fuesen una pareja enamorada que se abrazaban en la oscuridad. Sin embargo, esta vez Alice encontró las fuerzas necesarias para rechazarlo y se abrazó a la almohada que había al otro lado de la cama. La agarró con fuerza y finalmente, cayó dormida. *** Karim miró a su mujer frunciendo el ceño cuando la ayudó a salir de la limusina aparcada frente las escaleras del Burj Al Arab, el hotel más exclusivo de Dubái, donde estaba teniendo lugar una gala benéfica. Se habían distanciado desde que tres noches antes lo rechazase cuando él intentó abrazarla por la espalda. La verdad es que no tenía la más remota idea de cuál era la causa. Le sonrió ofreciéndole el brazo, pero ella tan solo lo aceptó y le dedicó una mirada indescifrable. Karim suspiró. Cuando subieron las escaleras que llevaban al vestíbulo, decorado con una fuente danzante y enormes columnas doradas, empezó a darle vueltas a la cabeza intentando averiguar qué narices podría hacer para solucionar las cosas entre ellos. Había intentado hablar con ella a la mañana siguiente mientras desayunaban, pero ella tan solo le había dedicado una mirada taciturna con los ojos hinchados a causa del sueño. Entonces, decidió que lo mejor sería no hablar con ella cuando estaba falta de
sueño. Sin embargo, las dos noches siguientes, al llegar a casa, se la había encontrado en la cama viendo la televisión mientras lo ignoraba intencionadamente. La situación se había vuelto tan incómoda, que no había sabido cómo romper la tensión entre ellos; así que desde entonces, cada uno se había quedado en su rincón de la casa y de la cama, cruzándose solo cuando no quedaba más remedio y evitándose el resto del tiempo. Pero aquella situación no podía durar eternamente. Después de todo, de vez en cuando tendrían que hacer cosas juntos, como aquella misma noche. Si actuaban con tanta frialdad hacia el uno y el otro, la gente acabaría dándose cuenta, y lo último que quería es que unos desconocidos especulasen sobre el estado de su matrimonio. Karim intentó mirarla a los ojos cuando atravesaron el vestíbulo, pero ella iba con el cuello estirado y los ojos clavados la rejilla en forma de panal de la planta del hotel. Parecía extenderse hasta el infinito. Subía tan alto que ni siquiera podía verse el techo desde donde estaban. Las capas de hielo se agrietaron por momentos cuando sus ojos se llenaron de admiración al observar el diseño del hotel. —Increíble, ¿verdad? El rostro de Alice volvió a adquirir un gesto imperturbable. —Supongo que sí —dijo cuando se subieron al ascensor. Karim contuvo un suspiro. —Yo colaboré en el diseño del hotel. —Ah, ¿sí? —Un destello de interés cruzó su mirada por unos instantes, pero Alice tan solo se miró las uñas, como si estuvieran hablando de algo intrascendente. Karim sintió como si le hubieran dado una puñalada en el corazón. A ella siempre le gustaba escucharlo cuando hablaba de arquitectura, y ahora estaba actuando como si ni él ni su gran pasión le importaran lo más mínimo. Tenía que hacer algo para solucionarlo.
—Alice… —comenzó a decir. Las puertas del ascensor se abrieron y Karim cerró la boca cuando vio que se subían otras seis personas. Estaba molesto por la interrupción, pero se tragó las palabras. No podía hablar de aquello delante de unos desconocidos. En realidad, delante de nadie. Era algo privado, entre él y Alice, y necesitaban solucionarlo a solas. Finalmente llegaron a la última planta, donde se organizaba el banquete de la gala. Karim entró con Alice de la mano. Su mirada ya no era distante. La había sustituido por una expresión serena y calmada, pero sería ignorándolo mientras recorría con la mirada el numeroso grupo de invitados, la decoración extravagante, las filas de mesas con comida, y el enorme escenario situado al fondo de la sala donde tendrían lugar la subasta y las actuaciones. No hubo tiempo de hablar con Alice después de aquello, puesto que una multitud de personas se arremolinaron alrededor de ellos para saludarlos. Como hermano del jeque, Karim no podía permitirse ser descortés ni ignorarlos. Por suerte, Alice representó a la perfección su papel de esposa de la realeza, hermosa y sonriente, riendo y lanzando cumplidos cada vez que hablaban con ella. Todos los que se acercaban a hablar con ellos no tardaban en caer rendidos a los encantos de Alice y le daban la enhorabuena por haber encontrado a una esposa tan bella y elocuente. Algo que le habría hecho henchir el pecho con orgullo de no ser porque su mujer lo estaba tratando como a una mierda. La cena y gran parte de la noche pasaron sin incidentes. Karim se rindió y dejó de intentar interactuar con Alice, así que se dedicó a charlar con los políticos, los diplomáticos y los empresarios, mientras que Alice hablaba con sus esposas y algunos de los hombres que querían oír hablar de su vida en América. Le ponía un poco nervioso ver la atención que recibía de los hombres solteros. Pero ninguno estaba siendo irrespetuoso,
así que no podía hacer nada, tan solo intentar no preocuparse y que los celos no se apoderasen de él. Finalmente, se disculpó para ir al baño y, cuando terminó, apoyó las manos en la encimera y se miró en el espejo durante un rato. ¿Estaría enfadada porque él pasaba muchas horas en el trabajo? ¿Se sentiría desatendida? Sabía que pasaba mucho tiempo fuera de casa, pero ella sabía que él estaba muy atareado, y ella también tenía su trabajo, ¿no? Seguro que entendía que no siempre podían pasar tiempo juntos. Aun así, si el problema era que se sentía desatendida, estaba decidido a hacer algo para solucionarlo. Quizás debería organizar un horario que les permitiese pasar tiempo juntos sin que perjudicase sus respectivas carreras. Decidido, salió del baño y se dirigió a la mesa en la que estaban sentados. Las luces eran tenues y había una actuación en el escenario. Un grupo de bailarinas árabes estaban actuando al ritmo de una música animada y luces coloridas, así que no se dio cuenta de que Alice no estaba hasta que llegó a la mesa. —¿Sabes dónde está mi mujer? —le preguntó a una de las mujeres en voz baja para no molestar. —Creo que ha ido a por más bebidas a la mesa del buffet —respondió la mujer, sonriendo. —Gracias. —Se habría sentado, pero se moría por encontrarla y asegurarse de que estaba a su lado, así que puso rumbo a las mesas del buffet situadas en el otro extremo de la habitación. No tardó en encontrarla. Tenía una copa de vino en la mano y no estaba sola. Le hirvió la sangre cuando vio que estaba charlando y riendo con Nabil Ali, un rico propietario de fábricas de bloques de hormigón y, para colmo, con mala reputación de ser un donjuán. Cuando se acercó, se dio cuenta de que el muy desgraciado le había puesto la
mano a Alice en el hombro, un gesto íntimo e increíblemente inapropiado. —Buenas noches, Nabil. —Karim le puso la mano a su mujer en el brazo y la atrajo hacia sí, alejándola de Nabil, mientras enseñaba los dientes con una sonrisa feroz—. Veo que ya conoces a Alice, mi esposa. —Oh, hola, Karim. —Nabil abrió los ojos de par en par, y aunque le dedicó una breve sonrisa, retrocedió incómodo—. Encantado de volver a verte. Le estaba contando a Alice que… —Sí, bueno. Tengo que hablar con mi esposa, así que vas a tener que disculparnos. —Karim inclinó la cabeza ligeramente y lo retó con la mirada—. Buenas noches. Sacó a Alice (que iba protestando en voz baja) de la sala donde estaba teniendo lugar el banquete y la llevó una pequeña habitación mientras ignoraba sus intentos por librarse del apretón de su mano. —¿Qué coño te pasa? —exclamó cuando la metió en la pequeña sala de reuniones y cerró la puerta. Tenía las mejillas enrojecidas y los ojos le brillaban de rabia—. ¿Cómo te atreves a tratarme así? —¿Y tú? ¿Cómo te atreves a tontear con otro hombre en público a mis espaldas? — gritó Karim, preso de la ira—. Voy un momento al baño y cuando vuelvo te encuentro en una esquina apartada con Nabil. ¿Te crees que soy tonto? —¡Tonteando! —Alice se llevó las manos a las caderas y le clavó la mirada con rabia—. ¿Pero qué dices? ¡No estaba tonteando con él! Fui a servirme más bebida y comida, él estaba allí, y nos pusimos a hablar. —Alice —gruñó Karim, caminando hacia ella. Ella dio un paso atrás abriendo los ojos de par en par, y él la apoyó contra la pared. El pulso retumbaba en sus oídos—. Nabil tiene fama de conquistador, y tú estabas hablando y riendo con él a solas, en la oscuridad.
Has dejado que te toque. Si alguien os hubiese hecho una foto, aparecerías en las noticias y yo sería el hazmerreir del país. Esperaba que Alice se arrepintiera, pero por el contrario, echó la cabeza hacia atrás y lo desafió con la mirada. —No me digas. Pues mira, si pasara eso, a lo mejor te plantearías empezar a tomarte nuestro matrimonio en serio. —¿Qué me tomaría nuestro matrimonio en serio? —exclamó Karim—. ¿A qué te refieres? —¡A que pasarías tiempo conmigo! —gritó Alice, fulminándolo con la mirada—. ¡Llegarías a tiempo casa, cenarías conmigo, veríamos la tele juntos! ¡Joder! ¡A lo mejor hasta haríamos el amor! Si pasaras tiempo conmigo, seguramente no tendrías que preocuparte de si tonteo o no otro hombre. —¿Eso es lo que te pasa? —le preguntó Karim en voz baja, presionándola contra la pared de nuevo al notar como la rabia volvía a apoderarse de él. No podía creerse lo que estaba oyendo—. ¿Eso es lo que tengo que hacer para asegurarme de que no vuelves al salón y te pones a tontear otra vez con Nabil? ¿Tengo que follarte aquí y ahora? La incertidumbre atravesó la mirada de Alice. Se mordió el labio, pero el deseo que sentía era indiscutible. —Yo… Karim la besó apasionadamente mientras la agarraba del pelo con firmeza. De sus labios escapó una protesta en voz alta, pero el la apretó con fuerza contra la pared, le metió la lengua hasta el fondo y la silenció. La rabia que recorría sus venas se transformó rápidamente en lujuria, y una rabiosa erección se endurecía contra la tela tirante de sus pantalones y se presionaba contra las caderas de Alice. Iba a poseerla allí, en aquel mismo
momento, para recordarle que era suya y de nadie más, pasara lo que pasara. Las protestas de Alice no tardaron en desvanecerse y fueron sustituidas por un deseo feroz mientras se aferraba a él desesperadamente. Le rodeó las caderas con las piernas y lo besó con pasión, luchando por dominar la situación. Pero él se negaba a ceder y seguía sujetándola contra la pared sin permitirle que se moviera. Finalmente, le agarró el trasero con fuerza, la tumbó en la mesa alargada de caoba y se quitó la chaqueta. No tenía que preocuparse de que escapase: Alice se incorporó, lo agarró del cinturón y tiró de él para desabrochárselo. Todavía enfadado, la empujó y la tumbó sobre la mesa. La necesidad de estar en control era demasiado grande como para permitirle libertades. Aun así, no podía evitar que la ardiente chispa que brillaba en sus ojos y sus mejillas encendidas lo excitaran. Le gustaba que luchase por el control, que intentase dominarlo, aunque no estuviese dispuesto a dejarla ganar. Apretó los dientes, le bajó las braguitas que llevaba bajo la abaya de un tirón y le metió lo polla hasta el fondo de una embestida. Alice gritó y Karim gruñó al sentir su sexo prieto aferrándose a su miembro. La sensación era exquisita. Se moría de placer al sentirla tan húmeda y tan cálida. Pero apretó los dientes para evitar que aquellas palabras salieran de sus labios y le clavó los dedos en las caderas, liberándose de la frustración con empellones bruscos y severos. Ella se llevó una mano a las piernas y comenzó a masajearse el clítoris con brusquedad en movimientos circulares, dándose placer mientras lo provocaba con la mirada, como si sus embestidas no fuesen suficiente para ella. Karim emitió un gruñido, se inclinó sobre ella, apoyó las manos sobre la mesa y cambió de postura para acariciarle el clítoris con los movimientos de sus caderas. Entonces ella comenzó a gemir con más intensidad, retiró las manos de su sexo y le clavó los dedos en la espalda a través de la camisa de lino, provocándole punzadas de dolor en la
piel. Cuando se corrió fue espectacular: se aferró a él con desesperación y gritó su nombre con tanta fuerza que tuvo que taparle la boca con la mano para que los invitados a la fiesta no la oyesen. Las paredes de su sexo se aferraban a su polla con fuerza, y él mismo soltó un gruñido ahogado cuando alcanzó el clímax. El placer recorrió todo su cuerpo, llevándose con él toda la rabia y la energía que había sentido unos instantes antes y tuvo que apoyar las manos en la mesa para no caerse cuando sus músculos se relajaron. Se miraron el uno al otro durante un rato, con la respiración entrecortada, y Karim no supo qué decir. Alice fue la primera en moverse, apartándolo a un lado para poder bajarse de la mesa, ponerse las braguitas y arreglarse la abaya. —Preparé la cena, ¿sabes? —le dijo en voz baja sin volverse. Karim se quedó inmóvil. —¿Cómo? —La noche que te rechacé. —Ni siquiera lo miraba a la cara. Tenía la mirada perdida—. Te llamé para preguntarte si llegarías tarde. Como me dijiste que no, llamé al supermercado y preparé la cena. Pero llegaste tarde y no me llamaste ni me mandaste un mensaje ni nada, así que cené sola y guardé los restos. Estaba todo muy bueno. Creo que te habría gustado. No dijo más. Abrió la puerta y salió de la habitación, dejando a Karim plantado sintiéndose el hombre más idiota del mundo.
Capítulo Doce A Alice por poco se le cae la bandeja con salmón que estaba sacando del horno cuando oyó que abrían la puerta principal. Estaba preparándose la cena y no esperaba a nadie, y más teniendo en cuenta que eran las seis de la tarde. —¿Hola? —preguntó en voz alta. Sabía que solo podía ser una persona, pero quería asegurarse. —Soy yo —respondió Karim. A Alice se le paró el corazón de la alegría. Se giró y lo vio colgando la chaqueta en el perchero mientras la miraba sonriendo—. Veo que has preparado la cena. —Ah —dijo sonrojándose mientras dejaba la bandeja en la encimera—. Solo he preparado comida para una persona —le dijo, arrepentida, aunque realmente no tenía razones para estarlo—. Creía que hoy tampoco llegarías a tiempo. —No te preocupes. —Karim movió la mano, como quitándole importancia, y se sentó en uno de los taburetes situados al otro lado de la encimera de mármol negro—. Debería haberte dicho que llegaba temprano. Después de todo, no tengo por costumbre venir a la hora de la cena. —Karim esbozó una débil sonrisa, avergonzado. —No, nunca lo haces. —Alice quería decirlo con tono acusatorio, pero le salió sin energía. Soltó un suspiro. Estaba cansada de discutir con Karim. Habían tenido una discusión enorme en la cena benéfica que había resultado en un polvo agresivo como ninguno que hubiese tenido hasta entonces. A pesar de que él la había dominado por completo, fue ella la que tuvo la última palabra. ¿Qué más iba a hacer? Karim la siguió con la mirada mientras ella se servía judías y puré de patatas como guarnición. Puso el plato en la encimera y lo miró a los ojos. Él la estaba mirando pensativo. No había ni un rastro de la ira de la noche anterior.
Alice resopló, cogió otro plato y lo puso en la encimera. —Toma. Lo comparto contigo. —No hace falta —protestó Karim, alzando las manos—. Ya me preparo yo otra cosa. —No, no. —Alice partió el salmón por la mitad, se lo puso en el plato y le sirvió más puré de patatas y judías. Había hecho más de la cuenta, de todas formas—. Quería que cenaras conmigo. Ya que estás aquí, sería una estupidez no ponerte de comer a ti también. Karim contuvo una sonrisa. —Bueno, pues si vamos a cenar juntos, podríamos hacerlo en el patio. ¿Qué te parece? Una calidez se extendió por el pecho de Alice. —Me encantaría —contestó con suavidad. Karim cogió los dos platos y salió por la puerta de cristal. Ella lo siguió con una botella de vino en la mano y dos copas. Se sentaron en la mesa que había entre la piscina y los jardines y comieron en silencio mientras observaban cómo se ponía el sol en el horizonte, pintando el océano con hermosas pinceladas de color rosa, rojo y dorado. —Qué bonito, ¿verdad? —murmuró. —Sí —contestó Karim—. Pero no tanto como tú. Alice le gustó oír el cumplido, pero no dijo nada, tan solo tomó otro sorbo de vino y esperó que Karim dijera algo. Dudó durante unos instantes, pero finalmente, depositó la copa sobre la mesa. —Ayer no debería haberme enfadado tanto contigo —dijo con calma. Su mirada se
había suavizado y era sincera—. No estás familiarizada con nuestras costumbres. Seguramente no eras consciente de lo ofensivo que fue lo que hiciste. Alice desvió la mirada y se quedó mirando las profundidades azul celeste de la piscina. —No —discrepó—. Tal vez no fuera consciente de la gravedad de mis acciones en público, pero sabía que aquel hombre estaba tonteando conmigo. Debería haberlo cortado inmediatamente y haber vuelto a nuestra mesa. Pero estaba enfadada contigo. Me daba la impresión de que no te importaba, así que por unos momentos fue agradable tener la atención de otro hombre. —Y fue culpa mía —reconoció Karim—. Si te hubiese estado prestando más atención, si me hubiese esforzado por pasar tiempo contigo, no habría sucedido nada de aquello. —Alargó el brazo y le dio un ligero apretón en la mano—. Aquella noche debí haberte dicho que iba a llegar tarde para que no te quedaras despierta esperándome… No, miento. Debería haber venido a casa a tiempo. Me quedo hasta tarde porque el trabajo me absorbe, pero la mayoría de las veces no es necesario que lo haga. Debería venir a casa a tiempo a no ser que se trate de una emergencia. Te prometo que, a menos que tenga una fecha de entrega ajustada o que tenga que hacer algo importante en la oficina, a partir de ahora llegaré a casa a las seis y media todos los días. Alice sonrió de felicidad. La tensión que notaba en el pecho fue desapareciendo y fue sustituida por una sensación de alivio. —Te tomo la palabra. —Si sigues preparando estas cenas, no me importa que me tomes nada —dijo Karim sonriendo. Ella soltó una carcajada y terminaron de cenar en silencio. Después, Karim la ayudó a fregar los platos mientras se contaban qué tal les había ido el día. Por primera vez en
semanas, Alice se sentía satisfecha, como si hubiese conseguido tener cierta normalidad en su vida: llegar a casa al final del día, hablar y charlar con su marido… Hacer lo que hacen las familias normalmente. Cuando terminaron, Alice se disponía a subir las escaleras, pero Karim la detuvo. —¿Y si nos damos un baño en la piscina desnudos? —¿Desnudos? —Alice arqueó una ceja—. A ver si nos van a lapidar por romper una ley contra la decencia pública o algo por el estilo. Karim se rio y la atrajo hacia sí para darle un beso. —No si lo hacemos en propiedad privada. Salieron corriendo hacia el patio en la oscuridad de la noche mientras iban quitándose la ropa. Karim fue el primero en meterse en el agua tirándose en bomba con el bóxer aún colgando del tobillo. Alice, todavía con la blusa puesta, dio un grito cuando le salpicó el agua y, cuando quiso darse cuenta, Karim había salido de un salto del agua y la había agarrado por la cintura. El agua la recibió de un golpe cuando él saltó de espaldas con ella en la piscina. Karim la soltó inmediatamente y, cuando Alice salió para recuperar el aire, hablando a borbotones, él ya estaba flotando de espaldas. —¡Serás capullo! —le gritó, riendo—. ¡Me has estropeado la blusa! —Se quitó la prenda y se la tiró a Karim, a quien le cayó de lleno en la cara con un golpe húmedo. —Ya te compraré otra —le dijo Karim sofocando la risa mientras se quitaba la prenda de seda de la cara y la echaba a un lado. Dio una brazada en el agua y la miró de arriba abajo con intensidad—. Por cierto, se supone que íbamos a bañarnos desnudos y tú todavía estás en ropa interior. La atrajo hacia sí y Alice notó una sacudida eléctrica al sentir su cuerpo firme
presionado contra el de ella. La erección le rozaba el muslo y una calidez inundó todo su interior. El enfado ya se le había pasado. Se quedó sin aire cuando él dirigió las manos a su espalda y le desabrochó el sujetador sin apartar la mirada de sus ojos. La prenda de encaje desapareció con la corriente, y sus pechos flotaron directamente hasta las manos expectantes de Karim. —Pero mira que son perfectos —murmuró, apretándolos con suavidad. Dirigió la mirada a sus pezones, que se endurecieron bajo la intensidad de su mirada. Sin mediar palabra, la apoyó contra la rugosa pared de piedra de la piscina y agachó la cabeza para probar uno de sus pechos. Alice emitió un gemido cuando le rodeó el pezón con la lengua. Le rodeó la cintura con las piernas, rozando el núcleo de su cuerpo contra la erección tirante. Un gruñido escapó de la garganta de Karim y le dio un mordisco en el pezón. Alice gritó de dolor y placer. Él tenía un aspecto salvaje en la oscuridad: los ojos color ámbar le brillaban y la luz de la luna se reflejaba sobre su cuerpo esbelto y musculoso, dándole aspecto de haber sido esculpido por la luz de color plata. Pero su piel era más cálida y hermosa que la luz de la luna o el mármol y, al presionar su cuerpo contra el suyo, notó como si le ardieran las venas y despertó un fuego en ella que jamás había sentido con otra persona. Karim la provocó hasta tenerla a su merced. Le rozaba con la polla la tela que cubría su sexo mientras seguía acariciándole los pezones con la lengua y los dientes hasta que Alice se derritió de deseo y necesidad. Karim por fin le quitó las braguitas, y Alice se sorprendió de que el agua que les rodeaba no estuviese hirviendo. Cuando finalmente la penetró, no pudo evitar gritar de placer y alivio. —Sí —gimió mientras se aferraba a él y le clavaba las uñas en la amplia espalda. Él la besó y le llenó la boca con la lengua mientras movía las caderas hacia dentro y hacia fuera con una cadencia lenta y firme. Alice le devolvió el beso con pasión y se dejó
llevar. El agua se movía bruscamente siguiendo el ritmo de cada embestida, acariciando sus pezones con cálida humedad mientras la follaba lenta pero concienzudamente. No era como el sexo desesperado y agresivo de la noche anterior, cuando ambos se habían arrancado la ropa y habían luchado por dominar al otro. Esta vez era como si él estuviese reclamándola y marcándola como suya. —Te quiero —le dijo con voz ronca sobre su boca mientras la penetraba con tanta fuerza que la llevaba al límite. Alice se aferró a él con fuerza y tembló a causa de la intensidad del orgasmo mientras el placer ascendía en oleadas por todo su cuerpo y aquella declaración de amor resonaba una y otra vez en su cabeza. Cuando el placer se desvaneció, supo que, pasara lo que pasara entre ellos, había una cosa de la que sí estaba segura. —Yo también te quiero —le susurró al oído mientras lo abrazaba con fuerza y él alcanzaba el placer dentro de ella.
Epílogo Diez meses después. Una sensación de paz invadió a Karim cuando se adentró en la sala de oraciones de la mezquita. No porque los imanes estuviesen frente a él sonriéndole, ni porque hubiese varios feligreses arrodillados en sus alfombras de rezo. Ni si quiera porque se tratase de un lugar sagrado. No. La paz surgía del hecho de que el lugar estaba exactamente igual que hace un año cuando entro en él y su vida cambió para siempre. —Karim —dijo el imán Fariq con serenidad cuando Karim se acercó—. Veo que te ha sentado bien el matrimonio. —Sí. Mucho —le dijo Karim, abrazándolo. Luego repitió el gesto con el imán Khan —. Y yo os veo muy bien a los dos. —Alá nos ha bendecido —dijo el imán Khan con un destello en los ojos al mirar a Karim—. Veo que esta vez has optado por una vestimenta menos tradicional. Karim esbozó una sonrisa ladeada y se miró el traje de color oscuro y la corbata roja que llevaba puestos. —Alice ha insistido —dijo—. Como la boda fue tan tradicional, ha decidido que tenga un punto más occidental esta segunda vez. —Ah, es comprensible —dijo el imán Fariq, dirigiendo la mirada hacia la puerta—. Y parece que tu esposa tiene muy buen gusto. Karim se giró y se quedó sin aliento al ver a Alice entrar por la puerta. Llevaba un vestido fluido de color verde con cuello a la caja y corte imperio que atraía la atención a su redonda barriguita de embarazada. Como le pasaba cada vez que la veía, le invadía una
oleada de orgullo al pensar que iba a ser padre, que dentro de menos de un mes tendría entre los brazos a una hermosa niña. Había pasado un año desde que habían intercambiado los votos matrimoniales, y Alice podría haber elegido abandonarlo hoy mismo, volver a Estados Unidos o a cualquier parte del mundo que quisiera. En cambio, iba camino de la sala de oraciones en dirección a él, radiante en ese vestido, con su hermosa melena de color rojo cayéndole sobre los hombros. Se lo había dejado más largo por él, porque sabía lo mucho que le gustaba el pelo largo, y le caía en una cascada de ondas sueltas, cogiendo la luz que entraba por las ventanas de cristal tintadas. Sus ojos de color verde resplandecían con amor y salud, y notó que su propio corazón se le hinchaba de felicidad. Cuando por fin llegó a su lado, tomó su mano entre las suyas, y esbozó una sonrisa tan amplia que por un momento pensó que le iba a estallar. Los ojos de Alice brillaron de alegría cuando lo miró. —Me temo que, si sigo mirándote a la cara, tu sonrisa va a acabar cegándome — bromeó ella. —Entonces, quizás deberías girarte y mirar a los imanes —murmuró él. Aun así, se resistía a soltarla. El imán Fariq se aclaró la voz pasado un momento. —¿Procedemos con la ceremonia? —¿Estás lista? —le preguntó Karim a Alice en voz baja. Él la miró a los ojos en busca de una respuesta. Por supuesto que sabía que no iba a decir que no, que siempre estarían unidos por su hija sin importar el camino que escogieran en la vida. Pero ella podría haber escogido decirle que no, haber desaparecido de su vida. Jamás habría dado por hecho que escogería quedarse y luchar por el matrimonio.
—Estoy lista para lo que sea, siempre que sea contigo —dijo Alice con dulzura. Lo tomó de la mano y se giraron hacia los imanes con amor y esperanza en sus corazones y un brillante futuro por delante. Pasara lo que pasara, siempre se tendrían el uno al otro y, por mucho que Karim hubiese pensado lo contrario al principio, aquello era realmente lo que siempre había querido.
¡FIN!
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