"La palabra 'Padre' es el secreto en la oración" El Papa el domingo en el Ángelus «¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días! El Evangelio de este domingo se abre con la escena de Jesús que reza solo, apartado; cuando termina los discípulos le dicen: "Señor enséñanos a rezar". Y él responde: "Cuando rezan digan Padre...". Esta palabra es el secreto de la oración de Jesús, es la llave que él mismo nos da para que podamos entrar también nosotros en esa relación de diálogo confiado con el Padre que ha acompañado y sostenido su vida. Al nombre de "Padre", Jesús asocia dos peticiones: "sea santificado tu nombre, venga tu reino". La oración de Jesús, y por lo tanto la oración cristiana, es antes de todo hacerle un lugar a Dios, dejándole manifestar su santidad en nosotros y haciendo avanzar su reino a partir de la posibilidad de ejercitar su señoría de amor en nuestra vida. Otras tres peticiones completan esta oración que Jesús nos enseña, el Padre Nuestro. Son tres preguntas que expresan nuestras necesidades fundamentales: el pan, el perdón y su ayuda en las tentaciones. No se puede vivir sin pan, no se puede vivir sin el perdón y no se puede vivir sin la ayuda de Dios en las tentaciones. El pan que Jesús nos hace pedir es aquel necesario, no el superfluo; es el pan de los peregrinos, del justo, un pan que no se acumula y no se desperdicia, que no vuelve pesada nuestra marcha. El perdón es sobre todo el que nosotros mismos recibimos de Dios: solamente la conciencia de ser pecadores perdonados por la infinita misericordia divina puede volvernos capaces de cumplir gestos concretos de reconciliación fraterna. Si una persona no se siente pecador perdonado, nunca podrá hacer un gesto de perdón o de reconciliación. Se inicia del corazón donde nos sentimos pecadores perdonados. La último petición "no nos dejes caer en la tentación", expresa la conciencia de nuestra condición, siempre expuesta a las insidias del mal y de la corrupción. ¡Todos conocemos qué es una tentación! La enseñanza de Jesús sobre la oración sigue con dos parábolas, con las cuales Él toma como modelo la actitud de un amigo hacia otro amigo y el de un padre hacia su hijo. Ambas nos quieren enseñar a tener plena confianza en Dios, que es Padre. Él conoce mejor que nosotros mismos nuestras necesidades, pero quiere que se las presentemos con audacia y con insistencia, porque este es nuestro modo de participar a su obra de salvación. ¡La oración es el primero y principal 'instrumento de trabajo' en nuestras manos! Insistir con Dios no sirve para convencerlo sino para robustecer nuestra fe y nuestra paciencia, o sea nuestra capacidad de luchar junto a Dios por las cosas realmente importantes y necesarias. En la oración somos dos: Dios y yo para luchar juntos por las cosas importantes. Entre estas hay una, la cosa importante que Jesús nos dice hoy en el Evangelio, pero que casi nunca nos planteamos, y es el Espíritu Santo. "¡Dóname el Espíritu Santo!". Y Jesús lo dice: "Aunque ustedes sean malos, saben dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre vuestro del
cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden". ¡El Espíritu Santo! Tenemos que pedir que el Espíritu Santo venga a nosotros. ¿Pero para qué sirve el Espíritu Santo? Sirve para vivir bien, para vivir con sabiduría, con amor, haciendo la voluntad de Dios. ¡Que linda oración sería que en esta semana cada uno de nosotros le pidiera al Padre: "Padre, dame el Espíritu Santo". La Virgen nos lo demuestra con su existencia, toda animada por el Espíritu de Dios. Nos ayuda Ella a rezar al Padre unidos a Jesús, para vivir no de manera mundana, sino de acuerdo al Evangelio, guiados por el Espíritu Santo». El Santo Padre reza la oración del ángelus y después dirige las siguientes palabras: «En estas horas nuestro ánimo se encuentra una vez más turbado por las tristes noticias relativas a los deplorables actos de terrorismo y de violencia que han causado dolor y muerte. Pienso en los dramáticos hechos de Múnich en Alemania y de Kabul en Afganistán, donde han perdido la vida numerosas personas inocentes. Estoy cerca de las familias de las víctimas y de los heridos. Les invito a unirse a mi oración, para que el Señor inspire a todos propósitos de bien y de fraternidad. En la medida que las dificultades más parecen insuperables y oscuras las perspectivas de seguridad y de paz, tanto más insistente tiene que volverse nuestra oración"». El Papa reza un Ave María, acompañado por todos los presentes. «Queridos hermanos y hermanas, en estos días muchos jóvenes desde cada parte del mundo se están encaminado hacia Cracovia, donde se realizará la XXXI Jornada Mundial de la Juventud. También yo partiré el miércoles próximo para encontrar a estos muchachos y muchachas y celebraré con ellos y para ellos el Jubileo de la Misericordia, con la intercesión de Juan Pablo II. Les pido que me acompañen con la oración. Desde ahora saludo y agradezco a todos los que están trabajando para recibir a los jóvenes peregrinos, con numerosos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas. Un pensamiento especial lo dirijo a tantísimos jóvenes de su edad, que no pudiendo estar personalmente seguirán el evento a través de los medios de comunicación. ¡Estaremos todos unidos en la oración!». Y ahora les saludo a ustedes, queridos peregrinos provenientes de Italia y de otros países. En particular los de São Paulo y de São João de Boa Vista, en Brasil; al coro "Giuseppe Denti" de Cremona; a los particular a la peregrinación en bicicleta de Piumazzo a Roma, enriquecido por un empeño de solidaridad. Saludo a los jóvenes de Valperga y Pertusio Canavese, Turín: sigan intentando vivir y no sobrevivir, como han escrito en sus camisetas. A todos les deseo un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mí. "¡Buen almuerzo y hasta la vista!"». Ansa (ZENIT - Ciudad del Vaticano). El papa Francisco rezó este domingo la oración del ángelus desde la ventada de su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, donde se encontraban miles de fieles y peregrinos. A continuación las palabras del Santo Padre, texto completo
viernes, 22 de julio de 2016 En las manos del Padre ENRIQUE DÍAZ DÍAZ XVII Domingo Ordinario Génesis 18, 20-32: "No se enfade mi Señor, si sigo hablando"Salmo 137: "Te damos gracias de todo corazón"Colosenses 2, 12-14: "Les dio a ustedes una vida nueva con Cristo, perdonándoles todos sus pecados"San Lucas 11, 1-13: "Pidan y se les dará" Con frecuencia me preguntan qué es lo que más me ha sorprendido de los pueblos indígenas. Es cierto que es maravilloso su sentido de comunidad, su amor a la madre tierra, sus danzas, ritos y cantos, sus ceremonias tan llenas de signos y significados... pero lo que más me sorprende es su sentido de Dios. Viven en el ambiente de Dios. Todo se encuentra en relación con Dios. Y así la milpa, la lluvia, el terremoto, el sol... por todo hay que alabar y bendecir al Señor. En todo momento hay que pedirle y ofrecerle. Nuestra vida está en sus manos. Aunque ahora con el ataque despiadado del neoliberalismo, las nuevas generaciones desconcertadas van perdiendo estos sentimientos. "Nuestra vida toda está en manos de Dios y todo el día estamos haciendo oración al Señor". El pueblo judío, igual que nuestros pueblos, tenía un especial sentido de la presencia de Dios. Como lo podemos deducir de la primera lectura, Dios está detrás de todos los acontecimientos. Los fenómenos naturales, el día o la noche, la lluvia o la sequía, todo tiene sentido delante de Dios y todos nuestros actos están en relación con Dios. No se entiende la vida sin Dios. Pero no es un Dios lejano, es un Dios con el que se puede dialogar, discutir, pedir, rogar. Ha llegado la modernidad y hemos perdido ese sentido de Dios y su providencia. No es que pretendamos ignorar los avances científicos o nos pongamos irresponsablemente en manos de Dios cuando debemos actuar nosotros. No es el sentido mercantilista del que prende una veladora y espera un milagro, no es comprar a Dios o renunciar a las propias responsabilidades, es vivir en la presencia y en manos de Dios lo que nos enseña esta actitud. Sin darnos cuenta hemos ido expulsando a Dios de nuestra vida, nos llenamos de cosas, de actividad, de preocupaciones y evadimos disimuladamente a Dios. Siempre tenemos otra cosa más importante que hacer, algo más urgente o más útil. ¿Cómo ponerse a orar cuando uno tiene tantas cosas en qué ocuparse? Y así, nos acostumbramos a vivir "cómodamente" sin la necesidad de orar, pero llevando una vida cada vez más apagada e ineficaz. San Lucas en su Evangelio nos da una rica enseñanza: Jesús siempre y en todos los momentos hace oración. Y no es que tuviera pocas cosas que hacer. Antes de escoger a sus discípulos, hace oración; antes de curar un enfermo, hace oración; antes de iniciar su vida apostólica, hace cuarenta días de oración. No es raro que el pasaje de este domingo nos lo presente haciendo oración. Y esto llama la atención de sus discípulos. ¿Qué verían en el rostro de Jesús que también quieren hacer oración? Cierto que había maestros de oración, como los hay ahora. Pero este ejemplo de Jesús mueve a
los discípulos, y debería despertar en nosotros el deseo de aprender a orar. Quizás sabemos alguna oración aprendida de pequeños que rezamos de vez en cuando. Está bien, como una fórmula de inicio, pero no basta, se requiere mucho más. Y esto es lo que Jesús nos enseña. La oración no es una fórmula, la oración es la experiencia más hermosa de Dios que podemos tener. Por eso inicia así su oración "Padre"."PADRE" es la palabra con la cual Jesús nos enseña a llamar a Dios. La noticia más bella que nos trajo Cristo es que Dios es nuestro Padre y que le agrada que lo tratemos como a un papá muy amado. San Pablo dirá: "no hemos recibido un espíritu de temor sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! (Rom 8,15). No tenemos a un Dios lejano, es un papá cercano. Ninguno de nosotros es un huérfano. Ninguno de nosotros se sienta desamparado; todos somos hijos del Padre más amable que existe. Y si tenemos un mismo Padre, somos todos hijos de Él, por lo tanto debemos reconocernos y amarnos como hermanos. Si lo llamamos "Padre", amémoslo como a un buen Padre y no seamos faltos de cariño para con Él. Dios, pues, es un Padre que conoce muy bien todo lo que necesitan sus hijos y se deleita en ayudarlos y siente enorme satisfacción cada vez que puede socorrerlos. Él nos ayuda no porque nosotros somos buenos, sino porque Él tiene un corazón lleno de misericordia y generosos sentimientos. Quizás no nos habríamos atrevido a llamar a Dios, Padre, si Jesús no nos hubiera enseñado a llamarlo así. No lo olvidemos, la oración es el medio más seguro para obtener de Dios las gracias que necesitamos para nuestra salvación. La experiencia de Dios como Papá sólo Cristo nos la puede enseñar. La oración a Dios como Padre, Él nos la compartió. Él es el maestro, por eso necesitamos hoy también nosotros decirle: "enséñanos a orar". Pero, a caminar se aprende caminando, a nadar se aprende nadando y a orar se aprende orando, cada día, a cada momento, en toda ocasión. ¿Acaso no podemos sentirnos amados a toda hora y en todo momento por Papá Dios? Pues hacer consciente este amor, es inicio de oración. Pero sumergirnos en el amor de Dios no excluye el compromiso con los hermanos, sino todo lo contrario, nos compromete a pedir por ellos. Muy acorde con este texto el papa Francisco nos descubre la riqueza de la intercesión: "Interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño. Es un agradecimiento constante por los demás... Cuando un evangelizador sale de la oración, el corazón se le ha vuelto más generoso, se ha liberado de la conciencia aislada y está deseoso de hacer el bien y de compartir la vida con los demás. Podemos decir que el corazón de Dios se conmueve por la intercesión, pero en realidad Él siempre nos gana de mano, y lo que posibilitamos con nuestra intercesión es que su poder, su amor y su lealtad se manifiesten con mayor nitidez en el pueblo". Nos quejamos de nuestro mundo, criticamos a toda institución, renegamos de cómo van las cosas, pero si el tiempo que dedicamos a renegar o a quejarnos sin sentido, lo dedicáramos a hacer oración, seguramente el mundo iría mejor y cada unos de nosotros también, porque nos sentiríamos más amados por Dios. Padre, que a través de tu Hijo nos enseñaste a pedir, buscar y llamar con insistencia, escucha nuestra oración y concédenos la alegría de sabernos
amados y escuchados, de sentirnos seguros en tus manos. Amén. "La palabra 'Padre' es el secreto en la oración" El Papa el domingo en el Ángelus «¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días! El Evangelio de este domingo se abre con la escena de Jesús que reza solo, apartado; cuando termina los discípulos le dicen: "Señor enséñanos a rezar". Y él responde: "Cuando rezan digan Padre...". Esta palabra es el secreto de la oración de Jesús, es la llave que él mismo nos da para que podamos entrar también nosotros en esa relación de diálogo confiado con el Padre que ha acompañado y sostenido su vida. Al nombre de "Padre", Jesús asocia dos peticiones: "sea santificado tu nombre, venga tu reino". La oración de Jesús, y por lo tanto la oración cristiana, es antes de todo hacerle un lugar a Dios, dejándole manifestar su santidad en nosotros y haciendo avanzar su reino a partir de la posibilidad de ejercitar su señoría de amor en nuestra vida. Otras tres peticiones completan esta oración que Jesús nos enseña, el Padre Nuestro. Son tres preguntas que expresan nuestras necesidades fundamentales: el pan, el perdón y su ayuda en las tentaciones. No se puede vivir sin pan, no se puede vivir sin el perdón y no se puede vivir sin la ayuda de Dios en las tentaciones. El pan que Jesús nos hace pedir es aquel necesario, no el superfluo; es el pan de los peregrinos, del justo, un pan que no se acumula y no se desperdicia, que no vuelve pesada nuestra marcha. El perdón es sobre todo el que nosotros mismos recibimos de Dios: solamente la conciencia de ser pecadores perdonados por la infinita misericordia divina puede volvernos capaces de cumplir gestos concretos de reconciliación fraterna. Si una persona no se siente pecador perdonado, nunca podrá hacer un gesto de perdón o de reconciliación. Se inicia del corazón donde nos sentimos pecadores perdonados. La último petición "no nos dejes caer en la tentación", expresa la conciencia de nuestra condición, siempre expuesta a las insidias del mal y de la corrupción. ¡Todos conocemos qué es una tentación! La enseñanza de Jesús sobre la oración sigue con dos parábolas, con las cuales Él toma como modelo la actitud de un amigo hacia otro amigo y el de un padre hacia su hijo. Ambas nos quieren enseñar a tener plena confianza en Dios, que es Padre. Él conoce mejor que nosotros mismos nuestras necesidades, pero quiere que se las presentemos con audacia y con insistencia, porque este es nuestro modo de participar a su obra de salvación. ¡La oración es el primero y principal 'instrumento de trabajo' en nuestras manos! Insistir con Dios no sirve para convencerlo sino para robustecer nuestra fe y nuestra paciencia, o sea nuestra capacidad de luchar junto a Dios por las cosas realmente importantes y necesarias. En la oración somos dos: Dios y yo para luchar juntos por las cosas importantes. Entre estas hay una, la cosa importante que Jesús nos dice hoy en el Evangelio, pero que casi nunca nos planteamos, y es el Espíritu Santo.
"¡Dóname el Espíritu Santo!". Y Jesús lo dice: "Aunque ustedes sean malos, saben dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre vuestro del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden". ¡El Espíritu Santo! Tenemos que pedir que el Espíritu Santo venga a nosotros. ¿Pero para qué sirve el Espíritu Santo? Sirve para vivir bien, para vivir con sabiduría, con amor, haciendo la voluntad de Dios. ¡Que linda oración sería que en esta semana cada uno de nosotros le pidiera al Padre: "Padre, dame el Espíritu Santo". La Virgen nos lo demuestra con su existencia, toda animada por el Espíritu de Dios. Nos ayuda Ella a rezar al Padre unidos a Jesús, para vivir no de manera mundana, sino de acuerdo al Evangelio, guiados por el Espíritu Santo». El Santo Padre reza la oración del ángelus y después dirige las siguientes palabras: «En estas horas nuestro ánimo se encuentra una vez más turbado por las tristes noticias relativas a los deplorables actos de terrorismo y de violencia que han causado dolor y muerte. Pienso en los dramáticos hechos de Múnich en Alemania y de Kabul en Afganistán, donde han perdido la vida numerosas personas inocentes. Estoy cerca de las familias de las víctimas y de los heridos. Les invito a unirse a mi oración, para que el Señor inspire a todos propósitos de bien y de fraternidad. En la medida que las dificultades más parecen insuperables y oscuras las perspectivas de seguridad y de paz, tanto más insistente tiene que volverse nuestra oración"». El Papa reza un Ave María, acompañado por todos los presentes. «Queridos hermanos y hermanas, en estos días muchos jóvenes desde cada parte del mundo se están encaminado hacia Cracovia, donde se realizará la XXXI Jornada Mundial de la Juventud. También yo partiré el miércoles próximo para encontrar a estos muchachos y muchachas y celebraré con ellos y para ellos el Jubileo de la Misericordia, con la intercesión de Juan Pablo II. Les pido que me acompañen con la oración. Desde ahora saludo y agradezco a todos los que están trabajando para recibir a los jóvenes peregrinos, con numerosos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas. Un pensamiento especial lo dirijo a tantísimos jóvenes de su edad, que no pudiendo estar personalmente seguirán el evento a través de los medios de comunicación. ¡Estaremos todos unidos en la oración!». Y ahora les saludo a ustedes, queridos peregrinos provenientes de Italia y de otros países. En particular los de São Paulo y de São João de Boa Vista, en Brasil; al coro "Giuseppe Denti" de Cremona; a los particular a la peregrinación en bicicleta de Piumazzo a Roma, enriquecido por un empeño de solidaridad. Saludo a los jóvenes de Valperga y Pertusio Canavese, Turín: sigan intentando vivir y no sobrevivir, como han escrito en sus camisetas. A todos les deseo un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mí. "¡Buen almuerzo y hasta la vista!"». AnsaEl papa Francisco rezó este domingo la oración del ángelus desde la ventada de su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, donde se encontraban miles de fieles y peregrinos.
A continuación las palabras del Santo Padre, texto completo En las manos del Padre ENRIQUE DÍAZ DÍAZ XVII Domingo Ordinario Génesis 18, 20-32: "No se enfade mi Señor, si sigo hablando"Salmo 137: "Te damos gracias de todo corazón"Colosenses 2, 12-14: "Les dio a ustedes una vida nueva con Cristo, perdonándoles todos sus pecados"San Lucas 11, 1-13: "Pidan y se les dará" Con frecuencia me preguntan qué es lo que más me ha sorprendido de los pueblos indígenas. Es cierto que es maravilloso su sentido de comunidad, su amor a la madre tierra, sus danzas, ritos y cantos, sus ceremonias tan llenas de signos y significados... pero lo que más me sorprende es su sentido de Dios. Viven en el ambiente de Dios. Todo se encuentra en relación con Dios. Y así la milpa, la lluvia, el terremoto, el sol... por todo hay que alabar y bendecir al Señor. En todo momento hay que pedirle y ofrecerle. Nuestra vida está en sus manos. Aunque ahora con el ataque despiadado del neoliberalismo, las nuevas generaciones desconcertadas van perdiendo estos sentimientos. "Nuestra vida toda está en manos de Dios y todo el día estamos haciendo oración al Señor". El pueblo judío, igual que nuestros pueblos, tenía un especial sentido de la presencia de Dios. Como lo podemos deducir de la primera lectura, Dios está detrás de todos los acontecimientos. Los fenómenos naturales, el día o la noche, la lluvia o la sequía, todo tiene sentido delante de Dios y todos nuestros actos están en relación con Dios. No se entiende la vida sin Dios. Pero no es un Dios lejano, es un Dios con el que se puede dialogar, discutir, pedir, rogar. Ha llegado la modernidad y hemos perdido ese sentido de Dios y su providencia. No es que pretendamos ignorar los avances científicos o nos pongamos irresponsablemente en manos de Dios cuando debemos actuar nosotros. No es el sentido mercantilista del que prende una veladora y espera un milagro, no es comprar a Dios o renunciar a las propias responsabilidades, es vivir en la presencia y en manos de Dios lo que nos enseña esta actitud. Sin darnos cuenta hemos ido expulsando a Dios de nuestra vida, nos llenamos de cosas, de actividad, de preocupaciones y evadimos disimuladamente a Dios. Siempre tenemos otra cosa más importante que hacer, algo más urgente o más útil. ¿Cómo ponerse a orar cuando uno tiene tantas cosas en qué ocuparse? Y así, nos acostumbramos a vivir "cómodamente" sin la necesidad de orar, pero llevando una vida cada vez más apagada e ineficaz. San Lucas en su Evangelio nos da una rica enseñanza: Jesús siempre y en todos los momentos hace oración. Y no es que tuviera pocas cosas que hacer. Antes de escoger a sus discípulos, hace oración; antes de curar un enfermo, hace oración; antes de iniciar su vida apostólica, hace cuarenta días de oración. No es raro que el pasaje de este domingo nos lo presente haciendo oración. Y esto llama la atención de sus discípulos. ¿Qué verían en el rostro de Jesús que también quieren hacer oración? Cierto que había maestros de oración, como los hay ahora. Pero este ejemplo de Jesús mueve a los discípulos, y debería despertar en nosotros el deseo de aprender a
orar. Quizás sabemos alguna oración aprendida de pequeños que rezamos de vez en cuando. Está bien, como una fórmula de inicio, pero no basta, se requiere mucho más. Y esto es lo que Jesús nos enseña. La oración no es una fórmula, la oración es la experiencia más hermosa de Dios que podemos tener. Por eso inicia así su oración "Padre"."PADRE" es la palabra con la cual Jesús nos enseña a llamar a Dios. La noticia más bella que nos trajo Cristo es que Dios es nuestro Padre y que le agrada que lo tratemos como a un papá muy amado. San Pablo dirá: "no hemos recibido un espíritu de temor sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! (Rom 8,15). No tenemos a un Dios lejano, es un papá cercano. Ninguno de nosotros es un huérfano. Ninguno de nosotros se sienta desamparado; todos somos hijos del Padre más amable que existe. Y si tenemos un mismo Padre, somos todos hijos de Él, por lo tanto debemos reconocernos y amarnos como hermanos. Si lo llamamos "Padre", amémoslo como a un buen Padre y no seamos faltos de cariño para con Él. Dios, pues, es un Padre que conoce muy bien todo lo que necesitan sus hijos y se deleita en ayudarlos y siente enorme satisfacción cada vez que puede socorrerlos. Él nos ayuda no porque nosotros somos buenos, sino porque Él tiene un corazón lleno de misericordia y generosos sentimientos. Quizás no nos habríamos atrevido a llamar a Dios, Padre, si Jesús no nos hubiera enseñado a llamarlo así. No lo olvidemos, la oración es el medio más seguro para obtener de Dios las gracias que necesitamos para nuestra salvación. La experiencia de Dios como Papá sólo Cristo nos la puede enseñar. La oración a Dios como Padre, Él nos la compartió. Él es el maestro, por eso necesitamos hoy también nosotros decirle: "enséñanos a orar". Pero, a caminar se aprende caminando, a nadar se aprende nadando y a orar se aprende orando, cada día, a cada momento, en toda ocasión. ¿Acaso no podemos sentirnos amados a toda hora y en todo momento por Papá Dios? Pues hacer consciente este amor, es inicio de oración. Pero sumergirnos en el amor de Dios no excluye el compromiso con los hermanos, sino todo lo contrario, nos compromete a pedir por ellos. Muy acorde con este texto el papa Francisco nos descubre la riqueza de la intercesión: "Interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño. Es un agradecimiento constante por los demás... Cuando un evangelizador sale de la oración, el corazón se le ha vuelto más generoso, se ha liberado de la conciencia aislada y está deseoso de hacer el bien y de compartir la vida con los demás. Podemos decir que el corazón de Dios se conmueve por la intercesión, pero en realidad Él siempre nos gana de mano, y lo que posibilitamos con nuestra intercesión es que su poder, su amor y su lealtad se manifiesten con mayor nitidez en el pueblo". Nos quejamos de nuestro mundo, criticamos a toda institución, renegamos de cómo van las cosas, pero si el tiempo que dedicamos a renegar o a quejarnos sin sentido, lo dedicáramos a hacer oración, seguramente el mundo iría mejor y cada unos de nosotros también, porque nos sentiríamos más amados por Dios. Padre, que a través de tu Hijo nos enseñaste a pedir, buscar y llamar con insistencia, escucha nuestra oración y concédenos la alegría de sabernos amados y escuchados, de sentirnos seguros en tus manos. Amén.