Teoría de la jovencita

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TIQQUN

Primeros materiales para una

teoría de la Jovencita seguido de «Hombres-máquina: modo de empleo»

Traducción de Diego L. Sanromán (<<Primeros materiales para una teoría de la Jovencita») Carmen Rivera Parra (<<Hombres-máquina: modo de empleo»)

ACUARELA LIBROS

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© de la presente edición: 2012 Ediciones Acuarela y Machado Grupo de Distribución, S.L. Titulo de los textos originales:

Premiers matériaux pour une théorie de la Jeune-Pille (VLCP, 2006) Hommes-machines: mode d'emploi (Michel Baverey, 1999)

Autor: Tiqqun Traducción de «Primeros materiales para una teoría de la Jovencita»:

Diego L. Sanromán

Traducción de «Hombres-máquina: modo de empleo»:

Carmen Rivera Parra Imagen de portada: Joaquín Secall. Imágenes interior: Tiquun l' Rev\sión:

Acuarela Libros, Ana Chicote e Iván Martín Maquetación:

Antonio Borrallo Edición:

Ediciones Acuarela info@acuarelalibros.com acuarelalibros.blogspot.com Machado Grupo de Distribución, S.L.

CI Labradores, 5 - Urb. Prado del Espino 28660 Boadilla del Monte (Madrid) machadolibros@machadolibros.com

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Impresión:

Top Printer Plus Móstoles. Madrid ISBN: 978-84-7774-209-8 Depósito legal: M-S.132-2012


ÍNDICE

Nota editorial y pequeña guía de viaje Primeros materiales para una teoría de la Jovencita Preliminares I. La Jovencita como fenómeno II. La Jovencita como tecnología del yo III. La Jovencita como relación social IV. La Jovencita como mercancía

V. La Jovencita como moneda viviente

VI. La Jovencita como dispo sitivo político compacto VII. La Jovencita como máquina de guerra VIII. La Jovencita contra el comunismo IX. La Jovencita contra sí misma: la Jovencita como imposibilidad X. Acabar con la Jovencita

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Hombres-máquina: modo de empleo

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Advertencia

157 159 165 168 176 181 184 186 188 193 194

La Ason;.brosa Hipótesis De suj etos a pacientes

Viagra, biopolítica y placer de saber

Del deseo indiferente De la reificación Del post-feminismo

Quasi unum C01PUS

Joyas indiscretas y She khiná Biopolítica y moneda viril

La comunidad que viene

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NOTA EDITORIAL Y PEQUEÑA GU ÍA DE VIAJE Una primera versión de «Primeros materiales para una teoría de la Jovencita» y «Hombres-máquina: molio de empleo» apareció en 1999 en el primer número de la revista Tiqqun. La editorial Michel Baverey publicó una versión aumentada de «Hombres-máquina ... » en el mismo año 1999. Y en 2006, las ediciones VLCP publicaron una versión modi­ ficada y aumentada de los «Primeros materiales para una teo­ ria de la Jovencita». Amb'a,s están recogidas en la página web «oficiab> de Tiqqun (bloom0101.org) . Y son estas dos versio­ nes las que traducimos y presentamos aquí. ¿Por qué reunir estos dos articulo s precisamente? Se trata seguramente de los dos textos donde Tiqqun analiza más directa y ampliamente el biopoder contemporáneo: la reduc­ ción de la vida humana a simple carne que vigilar y gestionar según parámetros estandarizados de belleza, salud o placer. Desde el poder médico al mercado de las sensaciones, el bio­ poder se arroga toda competencia sobre lo que tenemos de más intimo, ya sea nuestro sufrimiento o nuestro deseo. Los expertos y especialistas del biopoder nos definen y describen lo que sentimos verdaderamente. De ese modo, nos queda­ mos sin lenguaje (físico o verbal) para nombrar nuestros malestares o expresar lo que queremos. Ya no somos capaces de hablar, sentir o desear por nosotros mismos. Pasamos de sujetos a pacientes, de cuerpos apasionados a autómatas emo� cionales. Nos transformamos en cosas. La Jovencita y los Hombres-máquina son las figuras a través de las cuales 7


Tiqqun piensa estos cuerpos extranj eros a sí mismos y some­ tidos a la tiranía del «buen funcionamiento» (en la salud, el amor o el sexo) . En el número 1 de la revista Tiqqun se pueden leer algu­ nos artículos dedicados a otros conceptos clave de este no­ grupo, como Bloom, Partido Imaginario o el mismo término Tiqqun. Quizá por esa razón son conceptos que aparecen mencionados aquí y allá en los dos textos que ahora presen­ tamos por separado sin ninguna explicación especial. Dejamos caer aquí algunas claves para su comprensión: Metafísica occidentaly metafísica crítica: La metafísica occidental encuentra su consistencia en el presupuesto de un punto de vista soberano sobre el mundo. No se trata de un pensamiento sin consecuencias, sino de una filosifía práctica: Occidente está hecho a imagen y seme­ janza del esquema metafísico por el cual un suj eto soberano (Hombre, Razón o Progreso) se opone o gobierna todo 10 que no es él (<<dueños y señores de la naturaleza») . Ese suje­ to o presencia soberana asume la forma de una fortaleza absoluta, separada, sin relación, auto suficiente y autocentra­ da. De la distinción entre suj eto y mundo, base de la metafí­ sica occidental, se derivan luego otras muchas separaciones desgarradoras: entre cultura y naturaleza, contemplación y acción, libertad y apego, sí mismo y otro, humano y no humano, etc. La ftlosofía de Tiqqun recibe el nombre de «metafísica crí­ tica» porque parte de preguntas radicales sobre el sentido de la vida que hunden la frontera que nos separaba nítidamente del mundo. A través de ellas nuestro ser-en-el-mundo se vuel-


ve problemático, pierde el control sobre la realidad y se abre así a la posibilidad de crear otros modos de existencia.

Podetj espectáculo) imperio: Tiqqun se esfuerza en analizar el poder, no tanto como la acción de un agente extranjero o un sujeto que nos hace fren­ te, sino como un conjunto de relaciones en las que estamos involucrados. De ese modo redefinen y usan dos conceptos relevantes de la teoría crítica contemporánea: espectáculo (Guy Debord) e imperio (Toni Negri) . «El espectáculo no es una cómoda síntesis del sistema de los mas s-media. Consiste también en la crueldad con la que todo nos remite sin tregua a nuestra propia imagen. El imperio no es una especie de entidad supra-terrestre, una conspiración planetaria de gobiernos, de redes financie­ ras, de tecnócratas y de multinacionales. El imperio está allí donde no pasa nada. En cualquier sitio donde esto funciona. Ahí donde reina la situación normal.» (Llamamiento;y otrosfogonazos)

Partido Imaginario: Tiqqun llama así a la multiplicidad de prácticas, existen­ cias y mundos dis-conformes. No se trata de una clase social ni de un segmento concreto de la sociedad, sino más bien de un movimiento difuso de deserción de las formas de vida y los papeles impuestos Góvenes, obreros, muj eres, víctimas). El Partido Imaginario no plantea un antagonismo dialéctico o una relación de fuerzas clásica (clase contra clase), sino un movimiento de secesión creativa y separ/ acción de la sociedad. 9


La tarea política es articular esas deserciones heterogéneas en un plano de consistencia, sin totalizarlas ni unificarlas. Nuda

viday jormas-de-vida:

Son dos conceptos que Tiqqun retoma del ftlósofo Giorgio Agamben. La nuda vida es la vida concebida como mera fun­ ción biológica. Se opone a la vida del ser político que tiene lugar en el espacio de una comunidad política. En su trilogía Homo sacer, Agamben analiza el poder en Occidente como ges­ tión de la vida reducida a nuda vida: personas sin ningún dere­ cho que habitan un espacio de excepción o cobayas humanas convertidas en objetos experimentales de la tecnociencia. Por el contrario, una forma-de-vida es esa intensidad apa­ sionada que polariza nuestra existencia y deshace la distinción entre público y privado, existencial y político, interioridad y acción. Según Tiqqun, «cada cuerpo está afectado por su forma-de-vida como por un clinamen, una inclinación, una atracción, un gusto». La inclinaciones de las formas de vida no definen una identidad (qué soy) , sino por el contrario una sin­ gularidad, una presencia y un ser-en-situación (cómo yo soy lo que soy) . La inclinación se puede conjurar o asumir. La nuda vida sería el resultado de la primera opción. La segunda abre el camino a la posibilidad política: la elaboración del libre juego entre formas de vida. Bloomy «mala sustancialidad)x El Bloom es una figura ambivalente. Por un lado, sustituye al «proletario» de Marx, al «espectador» de Debord y al «ITmsul10


mám> de Agamben como representación de la alienación y la desposesión extremas. El Bloom es una nada. Pero una nada que puede serlo todo. Expropiado de cualquier inscripción en una comunidad, el Bloom es también <<pura disponibilidad para dejarse afectan>. Pura humanidad desnuda. Eso le abre la posi­ bilidad de reapropiarse de su no-pertenencia esencial y recrear lo común y la comunidad fuera de los moldes tradicionales: nación, clase, comunidad de oficio, etc. En el Bloom habita la promesa de una comunidad abierta e incluyente, no definida por una identidad. Pero no es fácil hacerse cargo de tanta des­ nudez: la «mala sustancialidaro> es la adhesión ciega del Bloom a cualquier identidad postiza desde el miedo al vacío. Como explica Agamben hablando de Tiqqun, «denomi­ nan Bloom a los nuevos sujetos anónimos, a las singularida­ des cualquiera, vacías, dispuestas a todo, que pueden difun­ dirse por todos lados pero permanecen inasibles, sin identi­ dad pero reidentificables en cada momento. El problema que se plantean es: '¿Cómo transformar el Bloom? ¿Cómo opera­ rá el Bloom el salto más allá de sí mismo?'»

Existencia impropia (palabrería) equívoco) se-dice) curiosidad): «Prisionero en la trivialidad de la existencia cotidiana, el hombre vive bajo el imperio impersonal del 'se' (das man) : yo me veo obligado a trabajar, a vivir e incluso a sostener deter­ minados puntos de vista porque así se trabaja, se vive y se pien­ sa» (Heidegger) . Los rasgos de la existencia impropia, inau­ téntica y banal según Heidegger son tres: la falsa curiosidad o afán de novedades por la que el suj eto salta de una cosa a otra incapaz de detenerse y sin profundizar en nada; la palabrería que consiste en hablar de las cosas sin entenderlas y asumir11


las, repitiendo simplemente lo que se dice y se oye; y el equívo­ co en el cual no se sabe qué se comprende y qué no se com­ prende, todo tiene aspecto de genuinamente comprendido, cuando en el fondo no lo está. Recordemos que el ON francés, usado por Tiqqun así en mayúsculas, puede significar tanto SE como UNO. Hemos pre­ ferido traducirlo generalmente por SE, en el sentido expuesto en esta nota, pero en ocasiones hemos dejado UNO para suge­ rir otro sentido: el UNO de la organización social autoritaria. Tiqqun: En la Cábala de Isaac Luria (1534-1572), el término 'Tiqqun' denomina el proceso de redención, de la restaura­ ción de la unidad del sentido y de la vida, de la reparación de todas las cosas por la acción de los hombres mismos.

Comunismo: La realización del 'Tiqqun' en el terreno de la historia. «Nuestra única preocupación es el comunismo. No hay nada previo al comunismo. Los que creyeron lo contrario, a fuerza de perseguir la finalidad, zozobraron con cuerpos y bienes en la acumulación de medios. El comunismo no es otra manera de distribuir las riquezas, de organizar la produc­ ción o de administrar la sociedad. El comunismo es una dis­ posición ética: una disposición a dejarse afectar, en contacto con otros seres, por lo que nos es común. Una disposición a compartir lo común. El otro estado de Musil se le parece mucho más que la URSS de Jruschov» (Teoría del Bloom) . 12


Primeros materiales para una

teorĂ­a de la Jovencita



- 1 did loveyou

once. Hamlet

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PRELIMINARES

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Bajo las muecas hipnóticas de la pacificación oficial se libra una guerra. Una guerra de la que, a fuerza de ser total, no puede decirse que sea simplemente de orden económico, ni siquiera social o humanitaria. Mientras que cualquiera pre­ siente que su existencia tiende a convertirse en el campo de ma batalla en el que las neurosis, las fobias, las somatizacio­ nes, las depresiones y las angustias son otros tantos toques de retirada, nadie hay que logre captar ni su discurrir ni lo que . tá en juego. Paradójicamente, es el carácter total de esta guerra, total en sus medios no menos que en sus fines, el que para empezar le habría permitido ocultarse bajo semejante manto de invisibilidad. Frente a las ofensivas de fuerza abierta, el Imperio pre­ fiere los método s chinos, la prevención crónica, la difusión 111 lecular de la coacción en lo cotidiano. Aquí el autocon­ I rol individual y colectivo viene a relevar adecuadamente al ('outrol policial general. A fin de cuentas, es la omnipre­ , encia de la nueva policía la que acaba por hacerla imper­ I I'ptible. 17


II Lo que está en juego en la guerra en curso son las formas­ de-vida, es decir, para el Imperio, su selección, gestión y ate­ nuación. El dominio del Espectáculo sobre el estado de expli­ citación público de los deseos, el monopolio biopolítico de todos los saberes-poderes médicos, la contención de toda des­ viación por un ejército cada vez más nutrido de psiquiatras, coaches y otros benévolos «facilitadores», el fichqje estético-poli­ cial de cada cual según sus determinaciones biológicas, la ince­ sante vigilancia más imperativa, más cercana, de los compor­ tamientos, la proscripción plebiscitaria de «la violencia», todo esto entra dentro del proyecto antropológico o, más bien, antropotécnico del Imperio. Se trata de perfilar a los ciudadanos. Salta a la vista que el bloqueo de la expresión de las fbr­ mas-de-vida -las formas-de-vida no como algo que vendría a moldear desde el exterior una materia que sin ellas sería infor­ me, <da nuda vida» , sino por el contrario, como lo que afecta a cada cuerpo-en-situación con una cierta inclinación, con una . cierta moción Íntima- no puede ser el resultado de una pura política de represión. Existe todo un trabajo imperial de dis­ tracción, de difuminación, de polarización de los cuerpos en torno a ciertas ausencias, ciertas imposibilidades. Su alcance es menos inmediato, pero también más duradero. Con el tiempo y por tantos efectos combinados, SE termina por obtener el deseado desarme, en especial inmunitario, de los cuerpos. No es tanto que los ciudadanos hayan sido derrotados en esta guerra como que, negando su realidad, se han rendido desde el principio: lo que SE les dej a a modo de «existencia» ya no es más que un esfuerzo de por vida para hacerse compa18


tibIes con el Imperio. Pero para los demás, para nosotros, cada gesto, cada deseo, cada afecto encuentra a cierta distan­ cia la necesidad de aniquilar al Imperio y sus ciudadanos. Cuestión de respiración y de amplitud de las pasiones. Nos sobra tiempo por esta via criminal; nada hay que nos empuje a buscar el enfrentamiento directo. Sería incluso dar pruebas de debilidad. Con todo, se lanzarán asaltos que importarán menos que la posición desde la que se lancen, pues nuestros asaltos socavan las fuerzas del Imperio, mientras que nuestra posición socava su estrategia. Así, cuanto más crea acumular victorias, más profundamente se hundirá en la derrota y más irremediable será esta. Ahora bien, la estrategia imperial con­ siste en primer lugar en organizar la ceguera en cuanto a las formas-de-vida, el analfabetismo en cuanto a las diferencias éticas; en hacer que el frente sea irreconocible, cuando no invisible; y en los casos más críticos, en camuflar la verdadera guerra mediante todo tipo de falsos conflictos. La reanudación de la ofensiva por nuestra parte exige hacer que el frente se vuelva de nuevo manifiesto. La figura de la Jovencita es una máquina de visión concebida a tal efecto. Algunos se servirán de ella para constatar el carácter masivo de las fuer­ zas de ocupación hostiles en nuestras existencias; otros, más vigorosos, para determinar la velocidad y la dirección de su avance. En lo que cada uno hace se ve también lo que merece.

III Entendámonos: el concepto de Jovencita no es, evidente­ mente, un concepto sexuado. No le cuadra menos al chulito 19


de discoteca que a una árabe caracterizada de estrella del pomo. El alegre relaciones públicas jubilado que reparte su ocio entre la Costa Azul y el despacho parisino donde aún tiene sus contactos, responde a él al menos tanto como la sin­ gle metropolitana demasiado volcada en su carrera de consulting para darse cuenta de que ya se ha dejado en ella quince años de vida. ¿Y cómo daríamos cuenta de la secreta correspon­ dencia que liga al horno conectado-hinchad o-empaquetado del Marais con la pequeña burguesa americanizada e instalada en las zonas residenciales con su familia de plástico si se tratase de un concepto sexuado? En realidad, la Jovencita no es más que el ciudadano-modelo tal como lo redefine la sociedad mercantil a partir de la Primera Guerra Mundial, como respuesta explícita a la amena­ za revolucionaria. En cuanto tal, se trata de una figura polar, que orienta el porvenir más que predomina en él. A comienzos de los años 20, el capitalismo se da perfecta cuenta de que no puede mantenerse como explotación del trabajo humano a no ser que también colonice todo lo que se encuentra más allá de la estricta esfera de la producción. Frente al desafío socialista, también tiene que socializarse. Deberá crear, pues, su cultura, su ocio, su medicina, su urba­ nismo, su educación sentimental y sus costumbres propias, así como la disposición a su renovación perpetua. Tal será el compromiso fordista, el estado del bienestar, la planificación familiar: el capitalismo socialdemócrata. A la sumisión por el trabajo, limitada puesto que el trabajador aún se distinguía de su tarea, le sustituye en el presente la integración mediante la conformidad subjetiva y existencial, es decir, en el fondo, mediante el consumo. 20

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En principio formal, la dominación del Capital pasa poco poco a ser real. Desde ese momento, la sociedad mercantil irá a buscar sus mejores sostenes entre los elementos margi­ nados de la sociedad tradicional: mujeres y jóvenes, en primer lugar; homosexuales e inmigrantes, después. Gracias a quienes hasta ayer se mantenían en minoría y que, por este motivo, eran los más ajenos, los más espontáneamen­ le hostiles a la sociedad mercantil, pues no se plegaban a las nor­ mas de integración dominantes, esta puede darse aires emanci­ patorios. <<Los jóvenes y sus madres han abastecido al modo de vida ofrecido por los anuncios de los principios sociales de la ética del consumidoD> (Stuart Ewen, Capitanes de la conciencia) . Los jóvenes, porque la adolescencia es el <<periodo de la vida deftni­ (lo por una relación de puro consumo con la sociedad civil» (Stuart Ewen, ibid) . Las mujeres, porque es precisamente la esfera de la reproducción, que aún dominaban ellas, la que enton­ (es se trataba de colonizar. La Juventud y la Feminidad hipos­ lisiadas, abstractas y recodificadas como juvenilitud y Feminitud 'IV verán desde ese instante elevadas al rango de ideales regula­ ¡I, )res de la integración imperial-ciudadana. La figura de la 1, lvencita realizará la unidad inmediata, espontánea y perfecta1 I 1 l'I1 te deseable de estas dos determinaciones. La garfonne se impondrá como una modernidad mucho 111:ís escandalosa que todas las estrellas y starlettes que tan rápi­ ,l.llllente invadirán el imaginario globalizado. Albertine, re en­ "llltrada sobre la esclusa de un balneario, con su vitalidad 111 '1 'rtinente y pansexual, volverá caduco todo el ruinoso uniliSO de En busca del tiempo perdido. La estudiante de secunda11.1 Impondrá su ley en Fercjydurke. Ha nacido una nueva figu1.1 ¡ I la autoridad que degrada a todas las demás. a

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IV En la hora presente, la humanidad reformateada por el Espectáculo y biopolíticamente neutralizada cree desafiar a alguien al proclamarse «ciudadana». Las revistas femeninas compensan una falta casi centenaria al poner finalmente su equivalente a disposición de los varones. Todas las figuras pasadas de la autoridad patriarcal, desde los políticos al patrón, pasando por el poli y llegando hasta la última de ellas, el papa, se han visto j ovencitizadas. Son muchos los signos en los que se reconoce que la nueva fisonomía del Capital, no esbozada hasta el periodo de entreguerras, alcanza ahora su perfección. «Cuando se gene­ raliza su carácter ficticio, la 'antropomorfosis' del Capital es un hecho consumado. Es entonces cuando se revela el miste­ rioso sortilegio gracias al cual el crédito generalizado que rige todo intercambio (del billete de banco a la letra de cambio, del contrato de trabajo o de matrimonio a las relaciones 'humanas' o familiares, de los estudios, carreras y diplomas posteriores a las promesas de toda ideología: todos los inter­ cambios son a partir de ahora intercambios de apariencias dilatorias) acuña a imagen de su vacío uniforme el 'corazón de las tinieblas' de toda 'personalidad' y de todo 'carácter'. Es así como crece el pueblo del Capital, allí donde parece desapare­ . cer toda distinción ancestral, toda especificidad de clase y de etnia. Es un hecho que no deja de maravillar a tantos inge­ nuos que aún piensan con la mirada perdida en el pasado» (Giorgio Cesarano, Cronaca di un bailo mascherato) . La Jovencita aparece como el punto culminante de esta antropomoifosis del CaPital. El proceso de valorización, en la fase imperial, ya no 22


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es solo capitalista: COINCIDE CON LO SOCIAL. La inte­ gración en este proceso, que ya no es distinto de la integra­ ción en la «sociedad» imperial y que ya no reposa sobre base «objetiva» alguna, exige más bien de cada cual que se autovalo­ rice permanentemente. El momento de la socialización final de la sociedad, el I mperio, es por lo tanto también el momento en el que se llama a todo el mundo a relacionarse consigo mismo como !Jalor, es decir, siguiendo la mediación central de una serie de abstracciones controladas. La Jovencita será, pues, ese ser tlue ya no tenga intimidad propia más que en cuanto valor y cuya :\ tividad, siempre y hasta en los más mínimos detalles, con­ e! uya con su autovalorización. En cada instante se afirmará ( omo el s11ieto soberano de su propia reificación. Todo el carác­ (t"I" incuestionable de su poder, toda la aplastante seguridad ,1 este ser plano, urdida de forma exclusiva por las conven­ ( iones, códigos y representaciones fugitivamente en vigor, I lIda la autoridad de la que se impregna en el menor de sus �:{'stos, todo esto se ajusta a su absoluta transparencia ante la '11 ·iedad . A causa precisamente de su nada, cada uno de sus juicios Ilelle la carga imperativa de la organización social al comple111; y ella lo sabe. '

v

I,a teoría de la Jovencita no surge de manera fortuita en el

en que concluye la génesis del orden imperial y en I I (lile este empieza a ser aprehendido como tal. Lo que sale "" 111 1

'nto

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F a la luz se encamina hacia su final. Y es preciso que, por su parte, el partido de las Jovencitas se escinda. A medida que se generaliza el formateo jovencitista, se endurece la competencia y decrece la satisfacción ligada a la conformidad. Se revela necesario un salto cualitativo; la urgencia exige que nos equipemos con atributos tan nuevos como inéditos: hay que dirigirse a algún espacio todavía vir­ gen. Una desesperación hollywoodiense, una conciencia política de telediario, una vaga espiritualidad de tipo neo bu­ dista o un compromiso con cualquier proyecto colectivo para tranquilizar la conciencia servirá para resolver la cues­ tión. Así nace, trazo a trazo, la Jovencita orgánica. La lucha por la supervivencia de las Jovencitas se identifica desde este momento con la necesidad de superación de la Jovencita industrial, con la necesidad del paso a la Jovencita orgánica. Al contrario que su ancestro, la Jovencita orgánica ya no hace alarde del impulso de no sé qué emancipación, sino de la obsesión securitaria de la conservación. El Imperio está herido en sus cimientos y debe defenderse de la entropía. Llegado a la plenitud de su hegemonía, ya no puede más que derrumbar­ se. La Jovencita orgánica será, pues, responsable, «solidaria», ecológica, maternal, razonable, «naturab, respetuosa, ,más autocontrolada que falsamente liberada; en dos palabras: atrozmente biopolítica. Ya no imitará el exceso, sino, al con­ trario, la mesura en todo. Como vemos, en el momento en el que la evidencia de la Jovencita adquiere la fuerza de un lugar común, la Jovencita ya está superada, al menos en su aspecto primitivo de produc­ ción en serie groseramente sofisticada. Sobre esta coyuntura crítica de transición es sobre la que hacemos palanca. 24


VI El fárrago de fragmentos que viene a continuaclOn no constituye en modo alguno una teoría, a no ser en términos impropios -que bien podrían ser los que quisiéramos utili­ zar-o Se trata de materiales acumulados al azar de los encuen­ tros, del trato y la observación de las Jovencitas; de perlas extraídas de su prensa; de expresiones recolectadas sin orden en circunstancias a veces dudosas. Se reúnen aquí en rúbricas provisionales, tal como se publicaron en Tiqqun 1; haría falta poner en ellos algo de orden. La elección de exponer así, en su inacabamiento, en su origen contingente, en su exceso ordinario, elementos que, pulidos, recortados, afilados, habrí­ :tn compuesto una doctrina completamente presentable, es t lOa opción, esta vez, por la trash theory. La astucia cardinal de los teóricos reside, en general, en el hecho de presentar el resultado de su labor de tal modo que elproceso mismo de elabo­ mción ya no aparezca. Nosotros aventuramos que, frente a la fragmentación de la atención bloomesca, esta astucia ya no f mciona. Hemos elegido otra. Los espíritus inspirados por el ronfort moral o el vicio de la condena no hallarán en esta dis­ p 'rsión más que caminos que no llevan a ninguna parte. Se I rata menos de convertir a las Jovencitas que de señalar todos I()s rincones de un frente fractalizado de j ovencitización. Y de ';uministrar las armas de una lucha que se libra, paso a paso, v,olpe a golpe, allá donde te encuentres.

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1. La Jovencita como fen贸meno


La Jovencita es vieja ya por el hecho de saber.re joven. l':" consecuencia, para ella siempre es cuestión dc tlpro/I/'r;',,!" 'SIC aplazamiento, es decir de cometer los p o cos excesos razonables, de vivir las pocas «aventuras» pre7Jis!r/s para su edad y esto con vistas al momento en el que debení sosegarse en la nada final de la edad adulta. Así pu ·S, la ley social contiene en sí misma, durante el tiempo el1 (11I la juventud se pudre, sus propias violaciones, quc, por lo demás, no son más que derogaciones. •

La Jovencita ama lo auténtico porque es una mentira. La Jovencita masculina tiene de paradójico que es el produc­ to de una suerte de «alienación por contagio». Si bien la Jovencita femenina aparece como la encarnación de un cier­ to imaginario masculino alienado, la alienación de dicha encarnación no tiene en sí misma nada de imaginario. De forma completamente concreta, ha escapado de aquellos cuyos fantasmas poblaba para alzarse frente a ellos y oprimir­ les. A medida que la Jovencita se emancipa, eclosiona y pro­ lifera, es un sueño que convierte en pesadilla lo más cotidia­ no. y es su antiguo esclavo el que regresa en cuanto tal a tira­ nizar al amo de ayer. Al final, uno asiste a ese epílogo irónico en el que el «sexo masculino» es víctima y objeto de su pro­ pio deseo alienado.

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La Jovencita es la fi gura del consumidar total y soberano; y se comporta como tal en todos los ámbitos de la existencia. La Jovencita conoce muy bien el valor de las cosas. A menudo, antes de descomponerse de forma demasiado

visible, la Jovencita se casa. La Jovencita no sirve sino para consumir, ocio o trabajo, tanto da.

La intimidad de la Jovencita, al hallarse puesta en equivalencia con toda intimidad, se ha convertido en algo anónimo, exterior y objetual.

Al investir a los

La Jovencita nunca crea nada; en todo se recrea.

j óvenes

y a las muj eres de un

absurdo plusvalor simbólico, al hacer de ellos los exclusivos portadores de dos saberes esotéricos propios de la nueva organización social -el del consumo y el de la seducción-, el Espectáculo ha

libertado sin duda a los esclavos, pero los ha liber­ tado

EN CUANTO ESCLAVOS.

La más extrema banalidad de la Jovencita consiste en comprarse un o una «original». 29


El carácter raqu�ico del lenguaje de la Jovencita, si bien represen­ ta un innegable estrechamiento del campo de la experiencia, en modo alguno constituye una minusvalía práctica, pues no está hecho para hablar, sino para complacer y repetir.

Palabrería, curiosidad, equívoco, se-dice, la Jovencita encarna la plenitud de la existencia impropia, cuyas cate­ gorías dedujo Heidegger.

La Jovencita es una mentira cuyo rostro es el apogeo. Cuando el Espectáculo pregona que la mujer es el por­ venir del hombre, es naturalmente de la Jovencita de quien quiere hablar y un porvenir de esclavitud ciberné­ tica total lo que predice.

«¡Está claro!»

La Jovencita consigue vivir con una decena de conceptos inarticulados por toda ftlosofía, conceptos que son categorías morales inmediatas; es decir, que toda la extensión de su vocabulario se reduce en definitiva al par Bien/Mal. Ni que decir tiene que, para poner el mundo al alcance de su mirada, es preciso simplificarlo de forma aceptable; y para permitirle vivir feliz en él, producir un buen número de mártires. Para empezar, ella misma. 30


«Las imperfecciones físicas muy visibles , incluso si no afectan en modo alguno a la aptitud para el trabajo , debilitan socialmente a las personas a las que transforman en inválidos involuntarios del trabajo» (Dr. Julius Moses , Afa-Bundeszeitung, febrero de 1929)

En la Jovencita, lo más ligero es también lo más penoso, lo más «natural» lo más falso, lo más «humano» lo más maquinico. La adolescencia es una categoría reciente creada por las exigencias del conSUDlO de Dlasas. La Jovencita llama invariablemente «felicidad» a todo aquello a lo que SE la encadena. La Jovencita no es nunca sencillamente desgraciada, es también desgraciada por ser desgraciada.

En última instancia, el ideal de la Jovencita es doméstico.

El Bloom es la crisis de las sexuaciones clásicas y la Jovencita es la ofensiva mediante la cual la dominación mercantil le habría dado respuesta. Del mismo modo que no hay castidad en la Jovencita, tampoco hay depravación. Sencillamente, la Jovencita es ajena tanto a sus deseos como a su cuerpo. El tedio de la abstracción fluye con la lefa. 31


N o hay nada que la Jovencita no pueda introducir en el hori­ zonte cerrado de su irrisoria cotidianidad: la poesía tanto como la etnología, el marxismo tanto como la metafísica.

(�lbertine no es de lugar algunoyeso la hace mf9 moderna: revolotea, viene, va, de su ausencia de vínculos obtiene una inestabilidad, un carácter imprevisible, que son los que le dan su poder de libertad)) a acques Dubois, Pour Albertine: Proust et le sens du socia�. Cuando se dirige de forma clara a la Jovencita, al Espectáculo no le repugna un poco de bathmología. Así, las bqys band y las girls band tienen como único contenido poner en escena el hecho de que ponen en escena. La mentira consiste aquí, por medio de tan grosera ironía, en presentar como mentira lo que no es más que la verdad de la Jovencita. A la Jovencita a menudo le dan

mareos cuando el mundo cesa de girar en torno a ella.

La Jovencita se concibe como detentadora de un poder sagra­ do: el poder de la mercancía.

«Adoro a los niños, son hermosos, honestos y huelen bien.» 32


La madre y la puta, en el sentido de Weininger, están igual­ mente presentes en la Jovencita. Pero apenas es más digna de respeto por lo uno que de reprobación por lo otro. Con el transcurso del tiempo, podrá observarse incluso una curiosa reversibilidad de la una en la otra. La Jovencita es fascinante al modo de todas las cosas que expresan una clausura sobre sí mismas, una autosuficien­ cia mecánica, una indiferencia hacia el observador, tal como hacen el insecto, el lactante, el autómata o el péndulo de Foucault. ¿Por qué la Jovencita debe fingir siempre cierta actividad? Para mantenerse

inexpugnable

en su

pasividad.

La <<libertad» de la J ovencita rara vez va más allá del culto

ostentatorio a las más irrisorias producciones del Espectáculo; tal libertad consiste exclusivamente en oponer la huelga de celo a las necesidades de la alienación.

El. PORVENIR DE I.A JOVENCITA: NOMBRE DE UN GRUPO DE JOVENCITAS «COMUNISTAS» CREADO EN LA ZONA SUR DE PARÍS EN 1936 PARA LA . «DISTRACCiÓN, I.A EDUCACiÓN Y I.A DEFENSA DE SUS INTERESES», La Jovencita quiere ser deseada sin amor o bien amada sin deseo.

En cualquier caso, la desgracia está asegurada.

La Jovencita tiene

sus

HISTORIAS de amor. 33


Basta con recordar lo que entiende por la palabra «aventura» para hacerse una idea bastante justa de lo que la Jovencita puede temer de lo posible. La vejez de la Jovencita no es menos repugnante que su juven­ tud. De un extremo al otro, su vida no es más

que

un progresi­

vo naufragio en lo in form e y jamás la irrupción de un porvenir.

La Jovencita se pudre en el limbo del tiempo.

Respecto a la figura de la Jovencita, tanto las diferencias de edad como las de género son insignificantes. No hay edad para verse afectado dejuvenilitud, ni sexo que prohíba agregar­ se una piel de feminitud. Al igual que esas revistas que SE le reservan y que ella devora tan dolorosamente, la vida de la Jovencita se encuentra dividida y ordenada en otras tantas secciones, entre las cuales reina la más grande separación. LA. JOVENCITA ES LO QUE, NO SIENDO OTRA COSA, OBEDECE ESCRUPULOSAMENTE A LA. DISTRIBUCIÓN AUTORITARIA DE LOS ROLES.

El amor de la Jovencita no es más que un autismo para dos. 34


Eso que aún se llama virilidad no es más que el infantilismo de los hombres, del mismo modo que la feminidad es el infantilismo de las mujeres. Por lo demás,

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tal vez debería hablarse de virilismo y de ({feminismo», cuando tanto voluntarismo se mezcla con la adquisición de una identidad.

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La misma obstinación desengañada que caracterizaba a la mujer tradicional, confinada en el deber de asegurar la supervivencia, se desarrolla hoy en la Jovencita, aunque esta vez emancipada tanto de la esfera doméstica como de todo monopolio sexuado. En lo sucesivo se expresará por todos lados: en su irreprochable impermeabilidad afectiva al tra­ bajo, en la extrema racionalización que impondrá a su «vida sentimental», en su forma de caminar, tan espontáneamen­ te militar, en su forma de follar, de ponerse de pie o de teclear en su ordenador. No será de otro modo como lave su coche. «Resulta particularmente instructiva esta información que recojo de unos conocidos grandes almacenes de Berlín: "A la hora de contra­ tar personal de ventas y administrativo", dice un influyente caballe­ ro del departamento de personal, "nos fij amos ante todo en su aspecto agradable". Desde lej os recuerda un p oco a Reinhold Schünzel, en las viejas películas . Le pregunto qué entiende él por "agradable": ¿picante o atractivo? "No exactamente atractivo. Es más decisivo el color de piel moralmente rosado, usted ya me entiende . . . "

35


Entiendo. Un color de piel moralmente rosado . . . esta combinación de conceptos hace que se torne súbitamente transparente la vida cotidiana que se halla saturada de escapa­ rates decorados, de empleados y de revistas ilustradas . Su moral debe ser de color rosado, su color rosado debe estar matizado moralmente. Esto es lo que desean aquellos que se ocupan de la selección. Querrían recubrir la vida con un bar­ niz que oculte su realidad, que no es de ningún modo rosada. ¡Ay, si la moral se manifestase a través de la piel y el rosado no fuese lo suficientemente moral como para impedir la irrupción de los apetitos . . . ! La lobreguez de la moral sin afei­ tes resultaría tan peligrosa para el statu quo como un rosado que comenzara a arder inmoralmente. Con vistas a compen­ sarse mutuamente, ambos se acoplan entre sí. El mismo sis­ tema que necesita del examen de aptitud, produce también esta mezcla cortés y amistosa, y cuanto más avanza la racio­ nalización, tanto más prolifera la presentación moralmente rosada. No es excesivamente osado afirmar que, en Berlín, está formándose un tipo de empleado que se uniformiza en dirección al color de piel anhelado. Lenguaj e, vestimentas, gestos y fisonomías se asemej an y el resultado del proceso es precisamente aquel aspecto agradable que puede ser reprodu­ cido ampliamente con la ayuda de fotografías. Una selección natural que se consuma bajo la presión de las relaciones socia­ les y que forzosamente se sustenta por la economía a través de la producción de necesidades de consumo correspondien­ tes. Los empleados deben contribuir a esto, quieran o no. La afluencia a los muchos salones de belleza responde también a cuidados vitales; el uso de productos cosméticos no siempre es un lujo. Por miedo a ser retirados de la circulación como productos viejos, las damas y los caballeros se tiñen los cabe36


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llos y los cuarentones hacen deporte, a fin de mantenerse esbeltos. "¿ Qué debo hacer para embellecerme?", reza el títu­ lo de un folleto lanzado recientemente al mercado, con el cual se corresponde la publicidad insertada en diarios que muestra medios "a través de los cuales uno puede parecer joven y her­ moso de momento y de forma duradera". Moda y economía se benefician mutuamente. Por cierto, la mayoría no está en condiciones de visitar a un médico especialista. Uno se con­ vierte en botín de falsos médicos o se contenta forzosamen­ te con preparados que son tan baratos como dudosos. En su interés, el ya mencionado diputado doctor Moses lucha, desde hace algún tiempo, en el Parlamento para incorporar a la Seguridad Social la asistencia para defectos físicos. La reciente "Comunidad laboral de médicos alemanes dedicados a la cosmética" se sumó a esta justificada demanda.» (Siegfried Kracauer, Los empleados, 1930)

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Lo pérdida del sentido metafísico no se distingue, en lo Jovencito, de lo «pérdida de lo sensible» (Gehlen), en lo que se verifico lo extremo modernidad de su alienación.

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La Jovencita se mueve en el olvido del Ser no menos que en el olvido del acontecimiento.

Toda la incomprensible agitación de la Jovencita está gober­ nada en cada uno de sus puntos, a imagen de esta sociedad, por el desafío oculto de hacer efectiva una metafísica falsa e irrisoria cuya sustancia más inmediata es tanto la negación del paso del tiempo como, igualmente, la ocultación de la finitud humana. 37


la Jovencita se parece a su foto. En tanto su apariencia agota enteramente su esencia su representación su realidad, la Jovencita es lo enteramente decible; así como lo perfectamente predecible y lo absolutamente neutralizado. y

La Jovencita no existe más que en proporción al deseo que SE tiene de ella y no se conoce más que por lo que de ella SE dice. La Jovencita aparece como el producto y la principal salida a la formidable crisis de excedentes de la modernidad capitalis­ ta. Es la prueba y el soporte de la persecución ilimitada del proceso de valorización cuando el proceso mismo de acumu­ lación se revela limitado (por la exigüidad del planeta, la catás­ trofe ecológica o la implosión de lo social) .

La Jovencita se complace en recubri r con u n segu ndo grado falsamente provocativo el pri m e r grado, económico, de s u s motivaciones. Toda la libertad de circulación de la que goza la Jovencita no le impide en absoluto ser una prisionera, ni manifestar en cual­ quier circunstancia automatismos de enclaustrada. La forma de ser de la Jovencita consiste en no ser nada.

38


Llegar a «tener éxito al m ismo tiempo en la vida sentimen­ tal y e n l a vida profesional » : alg u n as Jove ncitas ostentan este lema como u n a ambición d i g n a de respeto .

El ((amor)) de la Jovencita no es más que una palabra en el diccionario. La Jovencita no exige solo que la protej áis ; además quiere poder educaros .

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El eterno retorno de las mismas modas basta para con­ vencerse de ello: la Jovencita no juega con las aparien­ cias, son las apariencias las que se la juegan. Más aún que la ] ovencita femenina, la ] ovencita masculina manifiesta con su musculatura de cartón piedra todo el carácter absurdo, es decir de stifrimiento, de lo que Foucault llamaba <da disciplina de los cuerpos»: «La disciplina aumen­ ta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utili­ dad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos politicos de obediencia) . En una palabra: disocia el poder del cuerpo; de una parte, hace de este poder una "aptitud", una "capa­ cidad" que trata de aumentar, y cambia por otra parte la energía, la potencia que de ello podría resultar, y la convier­ te en una relación de sujeción estricta.» (Michel Foucault, Vigilary castigai) . 39


«¡ Oh, la Jovencita, ese receptáculo de la vergüenza, cerrado con la llave de la beldad!» (Gombrowycz,

Fercfydurke, 1 937) .

No hay, sin lugar a dudas, sitio en el que uno se sienta tan cruelmente 5010 como entre 105 brazos de la Jovencita. C u a n d o l a J oven c ita se aban d o n a a s u

i n s ignifi cancia, a ú n o bti e n e c i e rta gl o ri a y es q u e se d ivierte .

«Esto justamente era lo que me hechizaba en ella, la madurez soberanía en la juventud, la seguridad del estilo. Mientras a nosotros, en la escuela, nos salpicaban sin cesar diversos gra­ nitos e ideales, mientras la indolencia nos perseguía en nues­ tros movimientos y, a cada paso, nos acechaba una metedura de pata, su exterior era magníficamente acabado. La juventud no era para ella una edad transitoria; para la moderna, la juven­ tud constituía el único aceptable, cabal y debido período de la vida humana [ ] Su juventud no necesitaba ningún ideal por­ que por sí sola era un idea]» (Gombrowycz, Fercfydurke) . y

. . .

La Jovencita jamás aprende nada. No está aquí para eso. La Jovencita sabe demasiado bien lo que quiere en detalle como para querer cualquier cosa en general. 40


El triunfo de la Jovencita tiene su origen en el fracaso del feminismo.

La Jovencita no habla, al contrario: es hablada por el Espectáculo. La Jovencita lleva la máscara de su rostro.

La Jovencita reduce toda grandeza al ni v el d e s u c u l o . La Jovencita es una depuradora de negatividad, un perfilador industrial de unilateralidad. En todo separa lo negativo de lo positivo y no se queda, por lo general, más que con uno de los dos. De ahí que no crea en las palabras, que en efecto no tienen, en sus labios, ningún sentido.

Basta p ara convencerse de ello con ver lo que entiende p or <<romántico» y que, a firi de cuentas, tiene bastante p oco que ver con H6lderlin. 41


«Por lo tanto, conviene contemplar el nacimiento de la Jovencita ' como la construcción de un ol?jeto, a la cual contribl!Yen diferentes disciplinas (de la medicina a la psicología, de la educación física a la moral, de la fisiología a la higiene))) Oean-Claude Caron, Le corps desjeunesfilies) .

La Jovencita quisiera que la simple palabra «amor» no implicase el proyecto de destruir esta socie dad .

«¡AH, EL CORAZÓN!»

«¡ No hay q u e m ezclar el cu rro con los senti­ m ientos!» En la vida de la Jovencita, los opues­

tos i nactivados y reducidos a la nada se comple­ tan, pero n o se contrad icen en modo algu no. El sentimentalismo y el materialismo de la Jovencita no son más que dos aspectos solidarios , aunque opuestos en apa­ riencia, de su nada central .

La Jovencita se complace en hablar con emoción de su infan­ cia para sugerir que aún no la ha superado, que en el fondo sigue siendo una ingenua. Como todas las putas, sueña con el candor. Pero a diferencia de estas últimas, ella exige que se la crea y que se la crea sinceramente. Su infantilismo, que 1)0 es a fin de cuentas más que un integrismo de la infancia, hace de ella el vector más retorcido de la infantilización general. 42


Los sentimientos más mezquinos aún tienen para la s

Jovencita el prestigio de su sinceridad. La

J ovenc i t a

c omo a m a

su

ama

sus

i l us i ones

rei f i cac i ón :

p roc l amándolo .

La Jovencita conoce todo como desprovisto de consecuencias, incluido su sufrimiento. Todo es divertido, nada es grave. Todo es guay, nada es serio. i-

La Jovencita quiere ser reconocida n o por lo que es, sino por el simple hecho de ser. Quiere ser reconocida en términos absolutos.

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Cuando la Jovencita ha llegado al limite de edad del infantilis­ mo, momento en el que se vuelve imposible no plantearse la cuestión de los fines so pena de encontrarse de golpe corta de medios (lo cual en esta sociedad puede sobrevenir bastante tarde) , entonces se reproduce. La paternidad y la maternidad constituyen una forma como cualquier otra, y no menos vaciada de sustancia que todas las demás, de permanecer BAJO EL IMPERIO DE LA NECESIDAD. 43


LA ] OVEN CITA NO

OS BESA,

OS BABEA ENTRE LOS DIENTES . MATERIALISMO DE LAS SECRECIONE S .

La Jovencita adopta sobre cualquier asunto, ya sea ella misma o el curso del mundo, el punto de vista de la psicología. Es así como puede presentar una cierta conciencia de su reificación, conciencia ella misma reificada por estar disociada de todo gesto.

La Jovencita conoce las perversiones estándar.

«¡DE LO MÁS MAJA!»

La Jovencita tiene interés en el equilibrio, lo que la aproxima menos al bailarín que al experto contable. La sonrisa jamás ha servido de argumento. También las calaveras tienen su sonrisa. La afectividad de la Jovencita no está hecha sino de signos y en ocasiones incluso solo de senales. Dondequiera que el ethos se echa en falta o se descompone, la Jovencita aparece como portadora de las costumbres fugaces e incoloras del Espectáculo.

No hay que dar por supuesto que la" Jovencita os comprenda. 44


La predilección de la Jovencita por los actores y las actrices se explica según las leyes eÍementales del magnetismo: en tanto ellos son la ausencia positiva de toda cualidad, la nada que adquiere todas las formas, ella no es más que la ausencia negativa de cualidad. Por eso, cual su reflejo, el actor es lo mismo que la Jovencita, y su negación.

LA JOVENCITA CONCIBE EL AMOR COMO UNA ACTIVIDAD PARTICULAR,

La Jovencita lleva en su risa toda la desolación de las discotecas. La Jovencita es el único insecto que acepta la

de las revistas femeninas.

entomología

Idéntica en esto a las desgracias, una Jovencita nunca viene sola. Ahora bien, dondequiera que dominen las Jovencitas, su gusto debe dominar también; y esto es lo que determina el gusto de nuestro tiempo. La Jovencita es la forma más pura de las relaciones reificadas; es, pues, su verdad. La Jovencita es el condensado antropológico de la reificación. El Espectáculo remunera generosamente, si bien de forma indirecta, la conformidad de la Jovencita.

En el amor más que en cualquier otro ámbito, la Jovencita se comporta como un contable que siempre sospecha que ama más de lo que es amada y que da más de lo que recibe. 45


H ay entre las Jovencitas u n a com u n i dad de gestos y de expresiones qu e no res u lta conmovedo ra.

La Jovencita

es

ontológicamente virgen, virgen de toda experiencia .

La Jovencita p uede dar pruebas de solicitud, siempre que uno sea verd¡tderamente desgraciado . He aquí un aspecto de su resentimiento. La Jovencita nO concibe el paso del tiempo, todo lo más se conmueve por sus consecuencias . ¿ Có mo podría, si no, hablar

del envej ecimi en to con tal indignación, como si se tratase de un delito come tido contra ella?

Incluso cuandO no trata de seducir. la Jovencita actúa como seductora. Hay algo de profesio,�a¡ en todo lo que hace la ] oven cita.

La Jovencita nunca deja de jactarse de tener «sentido práctico». En l;t Jovencita, hasta el más insípido de los monJismos se da aires de chica de vida alegre. La Jovencita tiene la severidad de la economía. y sin embargo, la Jovencita no ignora nada tamo como el abandono.

la Jovendta e� to�a � reali�a� �e lo� (ó�i� o� a��trado� �el ���e(fá(Ul o.

46


La Jovencita ocupa el nudo central del presente sistema de deseos. :ia . e J

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Toda la experiencia de la Jovencita se ha replegado en la representación previa que se hacía de ella. La Jovencita no conoce todo el desbordamiento de la concreción, toda la parte viva del paso del tiempo y de las cosas más que en calidad de imperfecciones, de adulteración de un modelo abstracto.

La Jovencita es el resentimiento que sonríe. H ay seres q u e p rovocan el deseo de mori r lentam e nte ante sus ojos, pero la Jovencita solo prod uce ganas de vencerla y d isfrutar de el la.

LA JOVENCITA NO SE EMPAREJA POR UN ARREBATO HACIA EL OTRO , SINO PARA HUIR DE SU INSOPORTABLE NADA .

La supuesta liberación de las mujeres no ha consistido en su emancipación de la esfera doméstica, sino más bien en la extensión de dicha esfera a la sociedad entera. Ante cualqu iera que pretenda hacerla pensar, la Jovencita no ta rda rá en pres u m i r de rea l is m o . E n la medida en que l o que esconde n o e s s u secreto, sino su vergüenza, la Jovencita detesta lo imprevisto, sobre todo cuando no está programado. 47


« Estar enamorada: u na d roga que red uce el estrés» La Jovencita no ha dejado de repetirlo: quiere que se la ame por ella misma, es decir, por el no-ser que ella es. La Jovencita es la introyección viva y continua de todas las represiones.

El «yo» de la Jovencita es grueso como una revista.

Nada, en la conducta de la Jovencita, tiene en sí mismo su razón; todo se dispone co nforme a la definición dominante de la felicidad. La extrañeza hacia sí misma de la Jovencita raya en la mitomanía. En última instancia, la Jovencita fetichiza «el amor» para no tener que elevarse a la consciencia de la naturaleza íntegra­ mente condicionada de s us deseos.

«¡Mientras sea feliz, me importa un hueyo ser libre!» «LA QUíMICA D E L A PASiÓN: Hoy en d ía todo s e explica, ¡ hasta e l hecho d e

enamorarse! Adiós a l roma nticismo, pues dicho 'fenómeno' no sería mós que una serie de reacciones químicas.»

En su d ivorcio, el amor y el culo de la J oven cita se han convertido en dos abstracciones vacías. 48


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El modelo de los héroes cinematográficos se interpone como un espectro

en el abrazo de los adolescentes e incluso en el adulterio» (Horkheimer I R dorno, Dialéctica de la ilustraciónl .

La Jovencita nada en lo consabido . En ella, lo vivido por primera vez es siempre una segunda vez de la representación .

Naturalmente, en ninguna parte ha habido «liberación sexual» -¡menudo oximoron!-, sino tan solo la pulverización de todo lo que suponía un obstáculo para la movilización total del deseo con vistas a la producción mercantil. La «tiranía del pla­ cer» no incrimina al placer, sino a la tiranía.

La Jovencita tiene en consideración los sentimientos . En el mundo de la Jovencita, el coito aparece como la sanción lógica de toda experiencia. La Jouencita está « satisfecha de la uida», al menos eso es lo Que dice.

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L a Jovencita no establece relaciones más que sobre la base d e l a alienación y d e la mala sustancialidad, donde UNO está seguro d e que aquello que une no hace más que separar.

La Jovencita es optimista, radiante, positiva, alegre, entusiasta, feliz;

en otros términos , sufre.

49


La Jovencita se presenta dondequiera que el nihilismo comience a hablar de felicidad. La Jovencita no tiene nada de especial ; en esto precisamente consiste su «belleza» .

La jovencita es una ilusión óptica. Desde lej os, es un ángel y de cerca, una bestia.

La Jovencita no envejece, se descompone. En términos generales, se sabe lo que la jovencita piensa del cuidado. La educación de la jovencita sigue el curso inverso a todas las demás formas de educación: para empezar, la perfección inmediata, innata de la ju�entud; después, los esfuerzos para mantenerse a la altura de esa nulidad primera y, finalmente, la debacle ante la imposibilidad de volver más acá del tiempo. Vista de lej o s , la nada de la Jovencita parece relativamente habitable y, por momentos , incluso confortable.

«&lnor, Trabalo, Salud))

La «belleza» de la jovencita no es nunca una belleza particu­ lar o que le sea propia. Es, por el contrario, una belleza sin contenido, una belleza absoluta y libre de toda personali<;lad. La «belleza» no es más que la forma de una nada, la forma de aparición asociada a la jovencita. Y esta es la razón de que 50


pueda hablar sin atragantarse de «la» belleza, pues la suya no es jamás la expresión de su sustancia singular, sino una pura y espectral obj etividad.

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«La confusión fundamental entre la mujer y la sexua­ lidad [ . . . ] solo adquiere hoy toda su amplitud , puesto que la mujer, ayer avasallada en cuanto sexo , hoy está ' LIBERADA' en cuanto sexo [ . . . ] Las mujeres , los jóvenes , el cuerpo , cuya aparición después de mile­ nios de servidumbre y de olvido constituye en efecto la virtualidad más revolucionaria y, por lo tanto , el riesgo más grave para cualquier orden establecido , se presentan integrados y recuperados como ' mito de emancipación ' . A las mujeres se les da a consumir la Mujer, a los jóvenes se les dan a consumir los Jóvenes y, en esta emancipación formal y narcisista, se consi­ gue conjurar su liberación real» (Jean-Trissotin Baudrillard , La sociedad de consumo) .

La Jovencita ofrece un modelo no-equivoco del ethos metropolitano: una conciencia refrigerada que vive en el exilio de un cuerpo vitrificado.

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«¡De lo más genial !» En lugar de decir «muy» , la Jovencita dice «de lo más» , cuando de hecho ella es tan poco. 51



11. La Jovencita

como tecnologĂ­a del yo


« El placer� ¿qué es eso?» No hay nada, en la vida de la Jovencita, ni siquiera en las zonas más ocultas de su intimidad, que escape a la reflexivi­ dad alienada, a la codificación y a la mirada del Espectáculo. Esta intimidad sembrada de mercancías está entregada por entero a la publicidad, por entero socializada, pero socializa­ da en cuanto intimidad, es decir que está sometida de un extre­ mo a otro a un común ficticio que no le permite decirse. En la Jovencita) lo más secreto es también lo más público.

El cuerpo le estorba a la Jovencita; es su mundo y su prisión. La fisiología de la Jovencita es el glacis ofensivo de su mala sustancialidad . La Jovencita desea a la Jovencita. La Jovencita es el ideal de la Jovencita .

«¿Cansada de machos? ¿Por qué no probar con un hombre obieto?)) La retórica de la guerra de los sexos y de momento, en consecuencia, de la revancha de las muj eres, opera como la astucia última media�te la cual la lógica viril habría vencido a las muj eres sin que estas se dieran cuenta: encerrándolas, a expensas de una simple inversión de los roles, en la .alter­ nativa sumisión/dominación, con exclusión de cualquier otra cosa.

54


las íClVl­ ulo. por lza­ tre­ En

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«¿Qué e x i g e l a m o r t i f i ca c i ó n d e l cuerpo? Que a l i m e n t e m o s un odio s a n t o e i m p l acab l e h a c i a nues t ro c u e r p o . » ( Instrucci ones Espiri tual es para l as Hi jas de l a Cari dad de San Vi cente de Paúl , 188 4 ) La Jovencita trata de expresar la clausura autorreferencial sobre sí misma y la ignorancia sistemática de la falta. Por eso no tiene defectos, del mismo modo que carece de perfección. En esa prehistoria bastante reciente en la que no había revistas femeninas más que para las muj eres, corrió el rumor de primavera de que aquellas tenían sobre sus lectoras un efecto depresivo. Se oyó decir por aquí y por allá lo que se convirtió en el último chisme de la época con base en un «estudio científico americano»: que cuando una muj er cerraba una de esas revistas, se encontraba sensiblemente más triste que cuando la abrió -en efecto, producía menos serotonina-. Y es cierto, para cualquiera que haya intentado sorprender a una Jovencita en tal ejercicio, que entonces asume un aire interesado, una seriedad angustiada, y pasa las páginas con tal urgencia que se diría está desgranando el rosario de una religión detestada. Parece que el acto de contrición, en la religión biopolítica del Imperio, ciertamente ha sobrevivido, solo que volviéndose más inmanente.

«¡Hago lo que quiero con mi pelob

55


La Jovencita reinvierte metódicamente todo aquello de lo que ha sido liberada en pura servidumbre (sería bueno, por ejem­ plo, preguntarse lo que la m,,!/er actual, que es una especie bas­ tante terrible de Jovencita, ha hecho de la <Jibertad» que los combates del feminismo habían ganado para ella) . La Jovencita es u n atri buto de su propio

programa, e n e l que todo debe o rdenarse .

((A MIS DOC� AÑOS, H� D�CIDIDO S�R BnlA.)) La naturaleza tautológica de la belleza de la Jovencita se debe a que no contempla alteridad alguna , sino solamente su representación ideal . Así es como expulsa a su presunto destinatario hacia unos límites terribles , aunque él sea libre de creer estúpidamente que ella le está reservada. La Jovencita instaura pues un espacio de poder tal que , a fin de cuentas , no existe medio alguno de aproximarse .

La Jovencita tiene una sexualidad en la exacta medida en que toda sensualidad le es extraña. «En consecuencia, la biologización del sexo en particular y del cuerpo en general va a erigir el cuerpo de la j ovencita como laboratorio ideal de la mirada médica.» Qean-Claude Caron,

cops desjeunesji/les) 56

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La «juventud» y la «feminidad» de la Jovencita,

de hecho su juvenilitud y su feminitud,

es aquello mediante lo cual el control de las apariencias se transforma en disciplina de los cuerpos.

El culo de la Jovencita basta para fundamentar su sentimiento de una incomunicable singularidad. La Jovencita es tan psicóloga . . . Ha logrado volverse tan insípida como el objeto de la psicología .

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La Jovencita es aquel para quien forma parte de su propio ser reducir la tragedia metafísica de la finitud a una simple cuestión de orden técnico : ¿cual es la crema antiarrugas más eficaz? La característica más conmovedora de la Jovencita es , sin duda , ese esfuerzo maniaco por alcanzar, en la apariencia, una impermeabilidad definitiva tanto al tiempo como al espacio , tanto a su medio como a su historia, por estar impecable siempre y en cualquier lugar.

La ética protestante, venida a menos con el fin de la «moral de los productores» tanto como principio general del funcio­ namiento de, la sociedad cuanto como norma de comporta­ miento, se ha visto al mismo tiempo, y de manera acelerada después de la Segunda Guerra Mundial, recuperada a escala individual: desde entonces gobierna de forma masiva la rela­ ción que los hombres mantienen con sus cuerpos, con sus pasiones, con sus vidas, que deben economizar. 57


Sin duda porque el erotismo se le presenta a la Jovencita en toda la incuestionable positividad que se asocia inevitablemente a la sexualidad y la propia transgresión se ha transformado en una norma tranquila, aislable y cifrada , e l coito n o e s de esas cosas que , en las relaciones que uno mantiene con la Jovencita, permiten avanzar fuera de una cierta exterioridad , sino por el contrario una de esas cosas que os solidifican en dicha exterioridad .

«Unos pechos nuevos para mi 1 8 cumpleaños.» Es un regalo muy amargo esa «juventud» con la que el Espectáculo ha gratificado a la Jovencita, pues esa «juventud» es lo que, incesantemente, SE PIERDE. Lo que vive no tiene ad emás n ecesi d ad de deci rse. Lo q u e se m u e re d i s i pa al borotando l a evidencia de su fi n próxi mo. Sin duda es l a agon ía de las sexuaciones clásicas , es deci r

su base material, lo q u e pone d e man ifi esto l a afi rmación a u ltranza de la sexu ación en l a Jovencita. El espectro d e l Hom b re y de la M ujer recorre l as cal les de l a metrópo l i s . S u s

m ú sc u l os s a l e n del g i m nasio y sus pechos

son de s i l icona.

Entre la Jovencita y e l mundo hay u n escaparate . Nada toca a la Jovencita y la Jovencita no toca nada.

58


De la identidad de la Jovencita no hay nada que le pertenezca

a

en exc l u s iva , su j uventud a ú n menos que su fem i n id a d . No es e l l a

se ida,

la q u e posee sus atri butos, s i n o l o s atri butos l o s que la poseen y los q u e generosa mente

no

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de do la cir la la la us JS

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se

le h a n prestado.

La Jovencita habla de la sal ud como si se tratase de la salvación. El sentimiento d e s í como carne, como un montón de órga­ nos o bien trufado de óvulos, o bien provisto de cojones, es el fondo sobre el cual se destaca la aspiración de la Jovencita, y más tarde su fracaso, de darse una forma o cuando menos de simular una. Este sentimiento no es solamente una conse­ cuencia vivida de las aberraciones de la metafísica occidental -que quisiera que lo informe precediese a la forma que llega del extenor-, es también lo que la dominación mercantil debe · perpetuar a cualquier pre Cio; y que p roduce permanentemen­ te mediante la igualación de todos los cuerpos, la denegación de las formas-de-vida y el ej ercicio continuo de una confusión indiferenciadora. La pérdida del contacto consigo mismo, la aniquilación de toda intimidad, que determinan el sentimien­ to de sí como carne, constituyen las condiciones sine qua non de la adopción renovada de las tecnologías del yo que el Imperio ofrece al consumo. El índice de penetración de toda la pacotilla mercantil se lee en la intensidad del sentimiento de sí como carne.

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i nsopor rOe i ed a d d e e O� c u r po� o � p

59


E l senti m ie nto de l a contrad icción entre su existencia e n cu anto ser social y s u existe ncia e n cuanto ser sin­

g u l ar,

que desgarra al

Bloo m ,

no atraviesa a la

Jove ncita, q u e no tiene existe ncia s i n g u lar y a ú n m e n o s senti m i e ntos e n gen e ral .

« Yo &

M I S P E C H O S , M I OM B L I G O ,

M I S N A LGAS, M I S P I E R N AS : E L DIAR I O D E M I CU E RPO.» La J o v e n c i ta e s l a c a rcel e r a d e s í mi sma , p r i s i o n e r a d e un c u e rpo hecho de s i g n o s en un l en g u a j e hecho de cuerpos .

«¡oh, este culto, esta obedíencía, esta esclavítud de la j ovencíta trente a la colegía la � a la moderna! [ ] ¡oh, la esclavítud hasta la autoaní9uílacíón trente al estílo, oh, la . . .

obedíencía de laj ovencíta!» (Gombrow�cz,

FerdJdurke) .

« Ese i nsti nto p rofundamente arraigado en l as m uje­ res que las e m puja a util izar perfu mes es la m a n ifes­ tación de una ley de la biología.

una mujer es resultar atractiva

El primer deber de

. . .

Poco i m porta su

g rado de i ntel igencia o de i ndependencia, si no con­ sigue infl u i r, de forma conscie nte o no, en los hom­ bres a los que conoce , usted no cu m ple con su deber fundamental de m ujer . . . » (An u ncio de perfu­ m e en los Estados U n idos, años 20) . 60


9.

La Jovencita concibe su propia existencia como un problema de

9.

1

que espera de ella su

.

/

g e s tl O n

resolución .

Antes de designar una relación con el otro, una relación social o una forma de integración simbólica, la Jovencita designa una relación consigo misma, es decir, con el tiempo. Contra toda apariencia, la Jovencita no se ocupa de sí misma. No es, hablando con propiedad, egoísta, ni siquiera egocéntrica y es por este motivo central por el que su <<yo» es también otro. Aquello a lo que consagra todos los cuidados de una piedad intransigente es para ella, de hecho, una realidad exterior: su «cuerpo». La apl i cación de la forma-capital a cual q u i e r cosa -capital-sal ud, capital-sol, capital-sim patía, etc .-, y del modo más s i ngular al cuerpo, sign i­ fica q u e la med iación por la total idad social ali enada se ha i ntrod ucido en u nas relaciones hasta entonces regidas por la i n mediatez.

E;.n la Jovencita, la tensión entre convención y naturaleza se ha diluido aparentemente en la aniquilación del sentido de cada uno de estos términos, de modo que el uno no parece violentar nunca al otro. 61


La Jovencita es como el capitalismo, los criados y los protozoarios: sabe adaptarse y encima se jacta de ello. A l c on t ra r i o de l o qu e o cu r r e en l a s s o c i edade s

t ra d i c i ona l e s ,

qu e

r e c ono c en l a ex i s t enc i a d e c o s a s abye c t a s y l a s exponen en c u an t o l a Jovenc i t a n i e g a s u

t a l es ,

ex i s t en c i a y l a s d i s i mu l a .

La apariencia de la Jovencita es la J ovencita m isma ; entre am bas no hay nada. Como todos l o s esclavos, l a J ovencita se cree más vigilada d e l o que en realidad lo está.

La ausencia de sí de la Jovencita no queda desmentida por ninguno de los «cuidados» que parece dedicarse.

Pa ro su gusto, la Jovencita nu nca es lo bastante plástica. A la Jovencita no le gustan las arrugas ; las arrugas no son apropiadas ; las arrugas son la escritura de la vida; la vida no es apropiada . La Jovencita teme tanto a las arrugas como , por lo demás , a toda EXPRESIÓN auténtica. 62


A gu i sa de conciencia d e s í, la J ovencita n o ti ene más que u n vago senti m i ento d e l a vida.

Q �e 3

Para l a J ove n c ita, la vi da n u da h ace aú n l as veces d e háb ito. La J ove n c ita vive secuestrada e n su propia

«

bel leza» .

la Jovencita no ama, se ama amando. {{len, speed, orgánico: 3 regímenes, 3 modos de vida .»

le en

por

La Jovencita nunca llega a exigir que las fugitivas convenciones a las que se somete tengan un sentido. La Jovencita comprende toda relación conforme al modelo del contrato y, más precisamente , de un contrato revocable en todo momento en función de los intereses de los contra­ tantes . Se trata de un regateo en tomo al valor diferencial de cada cual en el mercado de la seducción , en el que es preciso , en definitiva, que uno se embolse sus beneficios .

« ¿ Está usted a gusto con su cuerpo? ¿ S u joven osa m e nta a d o r n a d a d e graciosas c u r­ vas está b i e n m a n te n i d a ? ¿ S u c o n st it u c i ó n es só l i ­ d a ? ¿ Es sedoso s u revest i m i e nt o ? E n s u m a , ¿ e stá u sted en b u e n esta d o ? »

63


La Jovencita se produce

cotidianamente

en cuanto tal mediante la reproducción maniaca del

ethos dominante.

« Cómo ganar diez años con un buen modo de u i da » . Recientemente, una multinacional de cosméticos lanzaba con gran despliegu� publicitario una crema antiarrugas que respondía al nombre de É thique. De este modo quería dar a entender que, recién levantado, nada hay más ético que embadurnarse de mierda para conformarse al imperativo categórico de la juventud y, al mismo tiempo, que no podría haber otto ethos que el de la Jovencita. La «belleza» es �l modo de desvelamiento propio de la Jovencita en el Espectáculo. Por eso la Jovencita es también un producto genérico que incorpora toda la abstracción de quien se ve en la obligación de dirigirse a un cierto segmento del mercado sexual, en el seno del cual todo se asemr!/a. El capitalismo verdaderamente ha creado riquezas, pues las ha encontrado alli donde nadie las veía. Es así cómo, por ej em­ plo, ha creado la belleza, la salud o la juventud en cuanto rique­ zas, es decir, en cuanto cualidades que os poseen. 64


La Jovencita jamás está satisfecha con su sumisión a la metafísica mercantil, ni con la docilidad de todo su ser, y visiblemente su cuerpo, a las normas del Espectáculo. Por eso siente la necesidad de exhibirse.

n

«Me han herido en lo más preciado: mi imasen)) rSilvio BerlusconiJ. La Jovencita vive siempre-ya en pareja; es decir, con su lmagen.

lle ra

dría

)PlO

la que c:n la I del

o

rnf!Ja.

;; las em7que-

La Jovencita confirma el alcance fisiológico de la semiocracia mercantil .

«¿CUÁNTA B E LLEZA POS E E USTED? N o ,

LA

B E L L E ZA N O E S U N A A P R E C I AC i Ó N S U BJ ET I VA. A D I F E R E N C I A D E L E N CA NTO , U N A N O C i Ó N BASTA N T E M Á S F L U I DA, L A B E L L E ZA S E CA L C U LA E N C E NT í M ET RO S , S E D I V I D E E N F RACC I O N E S , S E P E SA, S E E XAM I N A CO N L U PA, S E EVA L ÚA M E D I A N T E M I L D ETA L L E S T RA I C I O N E RO S . ¡ ¡ ¡ D E J E . P U E S , D E E S CO N D E R S E T RA S P R I N CI P I O S B U E N R RO L L l STAS D E L T I P O ' L O Q O E C U E NTA E S LA B E L L E ZA I N T E R I O R', 'YO T E N G O M I E ST I LO', Y AT R ÉVAS E A J U G A R E N LA L I G A D E L O S G RA N D E S ! ! ! »

La belleza de la Jovencita e s un producto. A ella misma no le repugna decirlo: «la belleza no cae del cielo»; es decir, que es fruto del trabajo. 65


El autocontrol y la autocoacción de la Jovencita se obtienen mediante la introyección de dos «necesidades» incuestionables: la reputación y la salud .

«�0If e4,

eH-

día,

(1f)

eüe �, »

. (1f) e4, eüe tajo,

La Jovencita ha preferido convertirse en una cosa que siente a ser un Bloom que sufre.

La Jovencita persigue la perfección plástica bajo todas sus formas, especialmente la suya.

!

Desde �a musc� ación a las cremas antiarrugas, pasando por la lipOSUCClOn, por todos lados se da en la Jovencita el mismo encarnizamiento al hacer abstracción de su cuerpo y de su cuerpo una abstracción.

«Todo lo que una puede hacer para reconcílíarse con su ímagen.»

Por muy amplio que sea s u narcisismo, la Jovencita no se ama a sí misma; lo que ama es «su» imagen, es decir, algo que no solamente le es extraño y exterior, sino que, en el sentido pleno del término, la posee. La Jovencita vive bajo la tiranía de este ingrato amo.

EN ÚLTIMA INSTANCIA, LA]OVENCITA SE RECUBRE CON SU AUSENCIA DE MISTERIO. 66


lades»

referido e siente e sufre .

; sus

ldo ta el rpo y

e que cido ía de

).

lA JOVENCITA ES, EN PRIMER LUGAR, UN PUNTO DE VISTA SOBRE El PASO DEl TIEMPO,

PERO UN PUNTO DE VISTA QUE SE HA ENCARNADO.



111. La Jovencita

como relaci贸n social


La Jovencita es la relación social elemental, la forma central del deseo del deseo en el Espectáculo.

y entretanto el amor se ha sumido en el más infecto de los j uegos de rol espectaculares.

La Jovencita jamás se da a sí misma; da lo que tiene, es decir, el conjunto de las cualidades que se le prestan. Es también esta la razón por la que no se puede amar a la Jovencita, sino sola­ mente consumirla.

«NO ES CUESTIÓN DE ENCARIÑARSE, ¿SABES?» La seducción es una forma de trabajo, el trabaj o de la Jovencita. La impotencia o la frigidez de la Jovencita manifiestan de forma concreta que su propia potencia erótica se ha separa­ do de ella y se ha autonomizado hasta dominarla.

Cuando la Jovencita suelta sus risitas, también trabaja. La reificación de la Jovencita ocupa tan bien su lugar en el mundo de la mercancía autoritaria que debe ser considerada como su competencia profesional fundamental. La sexualidad es tanto más central para la Jovencita cuanto que cada uno de sus coitos es insignificante. 70


'al

:, el �sta )la-

y son realistas hasta en el amor. La Jovencita no se contenta con creer que la sexualidad existe, ella jura que se la ha encontrado. A dioses nuevos, supersticiones nuevas.

�.9»

« ó·2a¿ e1/ tul/ �

No olvides j amás que la J ovencita que te ama también te ha

la de ra-

elegido.

« Las pe n as d e a m o r pe r m i t e n pe rd e r t re s k i l o s . » Para la Jovencita, la seducción nunca tiene fin, es decir que la Jovencita llega a su fin con la seducción.

Toda relación con la Jouencita consiste en ser elegido de nueuo a cada i n stante . RQuí. como en el trabajo. se impone la misma precariedad contr-actual . el da

La Jovencita no ama a nadie , es decir, que no ama más que l a impersonalidad del SE. Logra revelar el Espectáculo allá donde esté y dondequiera que lo encuentre , lo adora.

lto

y

en este mundo, incluso la «tmión carnab> llega oportuna­ mente a acrecentar la separación. 71


«CREER EN LA B ELLEZA» La «dictad u ra de l a belleza» e s tam bién la d i ctad u ra d e la feal dad. N o s ign ifica la h ege m o n ía violenta de cierto parad igma de bel l eza, s i n o de forma mucho más rad ical la h ege m o n ía del simulacro físico como forma de obj etividad de los seres. As í ente n d ida, puede verse q u e n a d a p ro h íbe a semejante d i ctad u ra extenderse a todos, guapos, feos e i n d iferentes.

A la Jovencita no le repugna imitar la sumisión aquí y allá: pues sabe que ella domina. Hay algo en esto que la aproxima al maso­ quismo enseñado durante tanto tiempo a las mujeres y que les hada ceder a los hombres los signos del poder para recuperar interiormente la certeza de mantener su realidad.

La sexualidad no existe.

Es una abstracción, un momento separado, hipostasiado y convertido en espectral de las relacwnes entre los seres. La Jovencita no se siente en casa más que en las relaciones de pura exterioridad. La Jovencita es una producción y un factor de producción . Es decir, que es el consumidor, el productor, el consumidor de productores y el productor de consumidores . /

72


1

L a «femi n i d a d » d e l a J oven c it a n o d e s i g n a m á s q u e e l h e c h o d e q u e e l E s pe ct á c u lo h a t ra n s ­ fo rma d o l a l e ge n d a r i a i n t i m i d a d d e « l a m u j e r » con

la

n a t u ra l e z a

l a « s eg u n d a

en

absoluta

i nt im i d a d

con

n a t u r a l e z a » e s pe c t a c u l a r .

«¡0iAtíioJOfJJ!BÚU¡" (J¡ 0fJJ!BÚU¡medido;!» La parda: petrificar toda la incontrolable fluidez de las distancias ent;e l�s cu.epos recortando un territorio apro­ Piable de la zntzmzdad

'ues

;0-

les rar

La Jovencita da al término «deseo» un sentido muy singular. Que nadie se equivoque, en sus labios no designa la inclina­ ción que un ser mortal podría sentir por otro ser mortal o por lo que sea, sino tan solo una diferencia de potencial en el plano impersonal del valor. No es la tendencia de tal ser hacia su objeto, sino una tensión en el sentido llanamente eléctrico de una desigualdad motriz. La seducción no es, en origen, la relación espontánea entre hombres mujeres, sino la relación dominante de los hombres entre si. La seducción siempre tuvo, pues, a la sexualidad como centro vacío,

de

pero este fue repulsivo antes de que su efecto se invirtiera. Lo I nconfesable y la exhibición son los dos polos opuestos de una f icción idéntica.

Su . lor

esde los Dios de la Jovencita, s el Espectáculo el que os mira. 73


La postura existencial de la Jovencita no tardó en irradiar a todos los ámbitos de la actividad humana. En arquitectura, por ejemplo, es lo que se llama fachadismo. La Jovencita tiene su realidad fuera de sí misma, en el Espectáculo, en todas las representaciones adulteradas del ideal con el que Espectáculo trafica, en todas las convencio­ nes fugitivas que este decreta, en las costumbres cuyo mime­ tismo ordena. No es más que la concreción insustancial de todas estas abstracciones, que la preceden y que ella sigue. En otros términos, es una criatura puramente ideológica.

« la cerebral controlada, el frío apaSionado, la competitiua estimulante, el inestable creati uo, la estimulante controlada, el sociable afecti uo, la tím i da sensible, la afectiua uoluntariosa .

t ijuién es uste� realmente � »

LA ESENCIA DE LA JOVENCITA ES TAXONÓMICA. La seduccíón es la relacíón más contarme con su esencía 9ue las mónadas p'uedan tener entre sí. La com p letítud � la ím p ermeabílídad de los dos p'artídos son su hí p ótesís tunda mental. Lsta ím permeabílídad, a la 9ue sín embargo abraza, la Jovencíta la llama «res p eto». El ligoteo es el dominio más evidente del funcionamiento mecánico de las relaciones mercantiles . 74


a

a,

«la moda es el terreno de juego propio de los individuos que carecen interiormente de autonomía y tienen necesidad de puntos de apoyo, pero que al mismo tiempo necesitan que se les distinga, que se les preste atención y se les ponga aparte. f ..] la moda eleva lo insignificante convirtiéndolo en representante de una totalidad, la encarnación particular de un espíritu común. Se caracteriza por hacer posible una conformidad social que es, a la vez, diferenciación individual f ..] Es la mezcla de sumisión y de sentimiento de dominio la que entra aquí en acción.» (Georg Sirnrnel, Philosophie de la modernitel

Existe un chantaj e a la parej a que, cada vez más, se enuncia como chantaje a la sexualidad. Aunque esta exigencia se desdobla a su vez: la Jovencita no deja que se le acerquen de verdad más que aquellos / as de sus «mejores amigos / as» en los que previamente se extinguió toda latencia sexual; a nadie mantendrá a una distancia más definitiva que a aquel al que ha admitido en su cama. Es la experiencia de esta distancia la lue sustituyó al amante por el / la compañero/a. Todos los com po rta m i entos de la Jovencita traicionan l a obsesión por el cálculo.

«Si· fuese mío, no sería nunca sola mente mío, ni debería serlo. lo belleza existe po ro lo mirado de todos: es u n o institución público» (Cario Dossi, Amores,

1887).

75


pu

A su manera, la Jovencita aspira al «cero defectos». De este modo, extiende primero a sí misma el régi­ men en vigor en la producción de cosas. Su imperia­ lismo no es ajeno a esa intención de servir de ej em­ plo al resto de los Bloom.

Toda la actividad que despliega la Jovencita, en provecho de la cual ha abdicado de tod9 I!bertad y en la que n unca acaba de perderse, es de natu­ raleza cosmel/co. Por ello también se asemeja al conjunto de esta sociedad, que tanto cuidado pone en mantener limpia su fachada. La Jovencita ha adqu i rido la costu m bre de llamar su « per­ sonal idad» al conju nto reificado de sus l ím ites. De esta manera, puede hacer valer su derecho a la n u l idad como derecho a «ser ella misma» , es decir, a no ser más que eso ; un derecho, por cierto, que se conquista y se defiende.

Para que la sexualidad pueda difundirse por todas las esferas de la existencia humana, ha sido preciso primero que se la disocie fantasmáticamente como un momento separado del resto de la vida. El cuerpo de la Jovencita no es más que una concesión que SE le ha hecho de forma más o menos duradera, lo cual esclarece las razones del odio que le inspira. No es más que una residencia de alquiler, algo que solo tiene en usufructo, del que solo el uso es libre, y ni siquiera, pues las paredes, su corporeidad proyectada en capital, factor de producción y de consumo, son propiedad de la totalidad social autonomi­ zada. 76


«uPero este quién se ha creído que esl!» la Jouencita es una forma del « uínculo social", en el sentido primario de lo que os ata a esta sociedad.

«La Relación Sexual Perfecta no se improvisa: j se decide , . se orgamza, se planifica ! » Los amores d e l a Jovencita son u n trabajo y , como todo trabaj o , s e han vuelto precarios . En cuanto identidades insustanciales, la «virili­ dad» y la «feminidad» no son más que útiles de fácil manej o en la gestión espectacular de las rela­

a

ciones sociales . Son abstracciones necesarias para

:l

la circulación y el consumo de otras abstracciones . El Espectácu lo se ama, se m i ra y ad m i ra en la Jovencita, que es su Pig mal ión. To mada e n s í m i s m a , l a Jove n cita n o expresa nada; es

;u

u n s i g n o cuyo sentido está e n otra parte . La Jovencita es un aparato para degrad ar a Jovencita to do

aquello que entre en contacto con ella.

cc CJivir juntos y cada uno para sí." 77


La

J ove n c i t a

soc i a l i z a c ión

es

el

p u nto maXlmo d e

a l ienad a )

la

donde el más

soc i a l i zado e s t a m b i é n e l má s

asocial .

En la sexualidad, al igual que en el dinero, es la relación la que se autonomiza de aquello que pone en contacto.

Es precisamente confiriendo a su cuerpo o, en términos más generales, a todo su ser la condición de capital, cómo SE ha expropiado a la Jovencita. La sexualidad es un dispositivo de separación. En ella, se ha hecho admitir socialmente la ficción de una esfera de verdad de todas las relaciones y de todos los seres en la que la distan­ cia de uno consigo mismo y entre uno mismo y el otro se habría por fin abolido, una esfera en la que estaría depositada la coincidencia pura. La ficción de la sexualidad plantea la alternativa verdad / apariencia, sinceridad / mentira de tal manera que todo lo que no es ella se ve expulsado a la men­ tira. Así socava, de manera preventiva, toda posibilidad de ela­ boración de las relaciones entre los seres. El arte de las distan­ cias en el que se experimenta la salida de la separación se construye contra el dispositivo «sexualidad» y su chantaje binario.

La Jovencíta es un elemento del decorado, un bastídor ínestable en las condícíones «modernas» de exístencía.

Incluso en el amor, la Jovencita habla el lenguaje de la economía política y de la gestión . 78


n

la

do.

más � ha e ha �dad tan­ J se tada :a la tal nen­ � ela;tann se

Todo el mundo del Espectáculo es un espejo que devuelve a la Jovencita la imagen de su ideal. En el seno del mundo de la Jovencita, la exigencia de libertad reviste la forma de exigencia de seducción.

la Jovencita es la anécdota del mundo v la dominación del mundo de la anécdota. «Trabajo.

Entra usted en un periodo de i ntensa creación

que la p ropulsa con energía hacia el futu ro. Todo está a su favor: suerte, c reatividad, popu laridad.

Amor. Su capac idad de seducción rec ibe

mucho feed back

pos itivo.»

Pa ra la Jovencita , el leng u a j e de los h o róscopos es t a m bién e l « leng u a j e d e la vida rea l » . La JovenCita presenta la

3ble

facultad propiamente mágica de con­ \ ntir las «cualidades» más heterogéneas (fortuna, belleza, I1 l i cligencia, generosidad, humor, origen social, etc.) en un t 1 1 1 ico «valor sociab> que controla sus elecciones racionales. 1 I Bspectáculo cree poder despertar a la Jovencita I"l' dormita en cada uno . Es la un\formidad cuyo

I lIl I t asma persigue . 79


La mentira del porno está en pretender representar 10 obsceno, en pretender mostrar el punto de desvaneci­ miento de toda representación. En realidad, cual­ quier almuerzo de familia o cualquier reunión de eje­ cutivos son más obscenos que una escena de eyacu­ lación facial.

No hoy sitio poro d os en el cuerpo d e lo Jovencito. La aspiración de la Jovencita a convertirse en signo no es más que su deseo de pertenecer, cueste lo que cueste, a la sociedad de la no-pertenencia. Lo cual significa un esfuerzo constante por mantenerse en consonancia con su ser físico, con su ser-visible. El reto explica el fanatismo. El amor es imposible en las c ondiciones modernas de producción. Dentro del modo de desvelamiento mercan­ til, el don aparece bien como una absurda debilidad, bien como integrado en un flujo de otros intercambios y gobernado, en consecuencia, por un «cálculo de desinte­ rés». Como se supone que el hombre no ha de tener inti­ midad sino con sus intereses, siempre que estos no apa­ rezcan al descubierto, solo la mentira y la simulación resultan posibles. Reina aquí, pues, una sospecha para­ noica en cuanto a las intenciones y las motivaciones rea­ les del otro; el don resulta tan sospechoso que ahora habría que pagarpara dar. La Jovencita lo sabe mejor que nadie. 80


lo

:i­ ll-

El

sucio j uego de la seducción. Cuando la propiedad privada se vacía de

e-

toda

u-

muere inmediatamente. Se sobrevive, pero

sustancia

metafísica

propia ,

no

su contenido ya no es más que negativo: el derecho a privar a los otros del uso de nuestros bienes . Cuando el coito se libera de toda significación inmanente , se pone a proliferar. Pero ya no es más , a fin de cuentas, que el efímero monopolio del empleo de los órganos genitales del otro. En la J ove n c ita, la s u perfi c i a l i dad de tod as l as re l ac i o n es es cau sa de la superfi c ial i d ad d e l ser.

de til­ len ; y te­ lti­ p a­ ión lra­ 'ea­ ora iue

81



IV. La Jovencita

como mercancía

36 15

UlLA _..... ...

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La Jovencita no se preocupa tanto por poseer el equivalente de lo que vale en el mercado del deseo cuanto por confirmar su valor, el cual quiere conocer con certeza y precisión a tra­ vés de esos mil signos que le quedan por convertir en lo que ella llama su «potencial de seducción». Entiéndase: su maná.

« M ujer hay que se vende y que no h u biera val ido para darse de balde.» (Stendhal).

« Cómo tener perro s i n pasar por u n� perra. » El valor de la Jovencita no se asienta sobre suelo interior alguno o simplemente intrínseco; su fundamento reside únicamente en su intercambiabilidad. El valor de la Jovencita no aparece más que en su relación con otra Jovencita. Por eso nunca va sola. Al hacer de la otra Jovencita su igual en cuanto valor, aquella se pone en relación consigo misma en cuanto valor. Al ponerse en relación consigo misma en cuanto valor, la Jovencita se diferencia al mismo tiempo de sí misma en cuanto ser humano. «Representándose de esta manera como algo en sí mismo diferenciado, empieza a representarse realmente como mercancía» (Marx) . La Jovencita es la mercancía que exige ser consumida a cada instante, pues a cada instante caduca . 84


lente rmar 1 tra­ ) que

La jovencita no encierra en sí misma aquello por lo que es deseada: la Publicidad.

má.

Tautología de la mercancía.

La Jovencita es un absoluto: uno la compra porque tiene valor, tiene valor porque uno la compra.

lo Jovencito es aquel que ha preferido convertirse en mercancía antes que sufrir lo tiranía de esto.

era al). ar

Tanto en el amor como s o c i edad ,

ya n a di e

en

el

es t á

res to

de

es ta

exen t o de

i gn ora r su propi o va l or .

La jovencita es el lugar en el que la mercancía y lo humano coexisten de forma aparentemente no contradictoria. LCita r 1.

�n

El mundo de la jovencita manifiesta una singular sofistica­ ción, en la que la reificación ha aumentado un grado suple­ mentario: en él, son las relaciones humanas las que enmascaran las relaciones mercantiles que enmascaran las relaciones humanas.

« Te mereces algo mejor que ese tío/esa piba.))

le sí

La j ovencita es en el Espectáculo lo que la muj er en el mundo pri­

mitivo: un

oljeto de la Publicidad.

Pero la j ovencita es también suje­

to de la Publicidad, que se intercambia a sí misma. Esta escisión en 1;, j ovencita es su alienación fundamental. A esto se añade el

s iguiente drama: mientras la exogamia mantiene efectivamente las r

-laciones permanentes entre las tribus, a la j ovencita su

,-�capa entre los dedos , su Publicidad falla, y es

maná se le ella misma la que

-, u fre las consecuencias . 85


A la Jovencita la ha engullido su precio. Ya no es más que eso , y le duele el estómago .

Para la J ovencita, la ve rg ü e nza no consiste e n e l hecho de s e r com prad a , s i n o , p o r el contrario , e n e l hecho de no serlo. L a Jovencita no solo

se

enorg u l lece de su valor, s i n o tam b i é n de q u e s e l e pon g a precio . N a d a h ay m � s p e r s o n a l q u e e l « v a l o r p e r s o n a l » d e l a J ove n c i t a .

No es extraño, por un abuso del lenguaje que, lentamente, se va convirtiendo en un abuso de realidad, que los propietarios de un obj eto único o precioso le tomen afecto a una cosa y pretendan finalmente «amarla», e incluso «amarla mucho». De la misma manera, algunos «aman» a una Jovencita. Por supuesto, llegado el caso, morirían por ella de pena. La Jovencita pone en práctica la automercantilización de lo no-mercantil, la autoestimación de lo inestimable.

«

Etú"'

.

.

IUJ-;

lUJo

tv¡rÚtt.ertb �)

El «valor personab> de la Jovencita no es más que el «precio» por el cual ella acepta el intercambio; y por eso, después de todo, se intercambia tan poco: para incrementar su valor. La Jovencita vende su existencia como un servicio especial. Lo incalculable que la Jovencita da, también lo cuenta. 86


En el intercambio que establece la Jovencita, es lo personal lo que se canjea por lo personal en el terreno de la impersonalidad mercantil.

se JS

y )e or lo le.

'"

»

La Jovencita, a la que el amor perturba por naturaleza, no deja que se le acerquen salvo bajo ciertas condiciones: con vistas a un negocio o para cerrarlo. Incluso cuando parece abando­ narse por completo, la Jovencita no abandona de hecho más que aquella parte de ella misma que está baj o contrato, pre­ servando o reservando la libertad que no aliena. Pues el con­ trato nunca puede someter a toda la persona que se vende, ya que una parte de ella siempre debe mantenerse fuera del con­ trato, precisamente para poder contratar. No se puede expli­ car de forma más clara y más verosímil el carácter abyecto del amor en su versión actual. «De donde se podría concluir que, desde el origen, el absoluto de las relaciones ha sido perverti­ do y que, en una sociedad mercantil, hay ciertamente comer­ cio entre los seres pero nunca una 'comunidad' verdadera, nunca un conocimiento que sea algo más que un intercambio de 'buenos' modos, aunque fueren tan extremos como se los pueda concebir. Relaciones de fuerzas donde quien paga o mantiene está dominado, frustrado por su mismo poder, el cual no mide sino su impotencia» (Maurice Blanchot) .

«/���/»

La J ovencita sig ue siendo e n tod o momento ferozmente propietaria de su cuerpo .

Ya sea camarero, modelo, publicitario, ej ecuti­ vo o animador, la Jovencita vende hoy su «fuer­ za de seducción» como antaño se vendía la «fuerza de trabaj o » . 87


Todo éxito en materia de seducción es esencialmente un fracaso, pues así como no somos nosotros los que compramos una mer­ cancía, sino la mercancía la que quiere ser comprada, del mismo modo nosotros no seducimos a una Jovencita, sino que es la Jovencita la que quiere ser seducida. Intermediaria en una especie un tanto singular de transacción, la Jovencita pone todo su empeño en la realización del buen polvo. La d iversidad de l as coacciones sociales, geog ráficas o m o rfológ icas q u e pesan sobre cada u no de los lotes de órg anos h u manos con los q u e s e encuentra l a Jovencita n o basta para exp l icar su e m p l azam i e nto d ife rencial e ntre los prod u ctos concu rre ntes . Su valor de cam bio no puede descansar sobre expresión partic u l a r alg u na , ni sobre n i n g u n a dete rm i n ación sustancial , que no pod rían ser puestas adecuadamente e n eq u ivalencia n i siq u ie ra por l a pote nte mediación d e l Espectác u l o . Dicho valo r no está d ete rm i n ad o , pues, por q u i méricos facto res n atu rales, s i n o , al contrari o , por la suma de trabajo s u m i n i strada por cad a cual para h acerse reconocible ante los ojos vidriosos del Espectác u l o ; es deci r, para aparece r com o signo de l as cual idades reconocidas por l a P u b l icidad a l i e n ad a y q u e n o s o n n u nca, e n defi n itiva, más q u e s i n ó n i mos d e l a s u m isió n .

L a pri mera habi l idad de la J ovencita :

organ izar su propia escasez.

La tranquilidad consiste. para la Jouencita. en saber eNaetamente lo que ella uale.

88


un fracaso, os una mer­ L, del mismo o que es la �

:ión, la lO/VO. "

>bre cada n los q u e exp l icar rod u ctos �de luna, ni que no

ediación e rm i nad o , s i n o , al itrada po r ! los ojos aparece r as por l a , en isión .

ita : z. ber eNaetamente

« ¡Qué afrenta ! ¡ Rechazada por u n viejo !» La Jovencítaj amás se ín9uíeta por s í mísma, síno solamente p or s u valor. Por eso, cuando se to pa con el odío, le asaltan las dudas: ¿habrá bajado su cotízacíón? Si tuviesen a l g ú n i nterés en hablar, las Jovenc ita s d i ría n : « S i las merca ncías pud iera n hablar d i ría n : bien puede i nte­ resa r a los hom bres n uestro va lor de uso; pero, a nosotras, que somos objetos, esto no nos i m porta . Lo que nos interesa es n uestro va lor. Nuestras relaciones como objetos de com­ pra y venta lo demuestra n . Nosotras solo nos enfrenta mos unas a otras como va lores de ca m b io . » (Ma rx, El Cap ita� .

«Seduzca con ulilidad. No se canse excilando a cualquiera." La Jovencita se relaciona consigo misma del mismo modo que con todas las mercancías de las que se rodea.

« ¡ No

h?y q u e

me nospreciarse así ! »

Para la Jovencita, en primer lugar se trata de hacerse valer.

Así como el objeto que se ha adquirido por una cierta suma de dinero es irrisorio respecto de las infinitas virtualidades que contenía dicha suma, así también el obj eto sexual efecti­ vamente poseído por la Jovencita no es sino una decepcio­ nante cristalización de su «potencial de seducción» y su coito actual, nada más que una pobre objetivación de todos los coi­ tos que igualmente podría permitirse. Esa ironía en los ojos de 89


la Jovencita ante cualquier cosa presente es la marca de una intuición religiosa que ha caído en el mal infinito. La Jovencita es la mercancía más autoritaria del mundo de la mercancía autoritaria, aquella que nadie puede poseer, pero que os espía y que en cualquier momento os puede ser arrebatada.

La J ovencita es la mercancía q u e q u isiera poder designar soberanamente a s u comprado r.

la Jouencita está

en familia entre las mercancfas..

h

que son sus ermanas.

El triunfo absoluto de la Jovencita revela que la socialidad es ahora la mercancía más preciosa y la más preciada.

Lo que caracteriza, pues , a la época del Espectáculo y de su Biopoder es que su propio cuerpo adqu iere para la Jovencita la forma de una mercancía que le pertenece. «Por otro lado , solo en ese i nstante se genera l i za la forma mercanti l a los seres humanos» (Marx).

Hay que explicarse el aspecto vitrificado del rostro de la Jovencita por el hecho de que en cuanto mercancía, es la cris­ talización de una cierta cantidad de trabajo consumido para someterse a las normas de cierto tipo de intercambio. Y la forma de aparición de la Jovencita, que es también la de la mercancía, se caracteriza por la ocultación, o al menos el olvi­ do voluntario, de ese trabajo concreto. 90


una ldo ede ) os

s. iU

ta o,

: la cns-

lara T la : la lvi-

En los «amores» de la Jovencita, es una relación entre cosas la que toma la forma fantasmagórica de una relación entre seres singulares.

Con la Jovencita, no es solo que la mercancía se adueñe de la sub­ jetividad humana, es en primer lugar la subjetividad humana la que se revela como interiorización de la mercancía. Hay que considerar que Marx no pensaba en la Jovencita cuando escribía que «las mercancías no pueden ir por sí solas al mercado ni intercambiarse por sí mismas». La «originalidacl» forma parte del sistema de banalidad de la Jovencita. Es este concepto el que le permite poner en equivalencia todas las singularidades, precisamente en cuanto singularidades vacías. A sus ojos, toda no-conformidad viene a ocupar su lugar en una suerte de conformismo del no­ conformismo.

Jf:[;; �

¡6o-etcv.

« e1/ tul/ » Siempre resu lta sorprendente ve r cómo la teoría de las

ventajas comparativas desarrol lada por Ricardo se verifica de forma más completa en el comercio de las Jovencitas que en e l de los bienes inertes.

Solo en el intercambio la Jovencita realiza

su

valor.

De provincias, de barrio baj o o de barrio bien, en cuanto Jovencitas, todas las Jovencitas son e quivalentes. 91


La mercancía es la materialización de una relación, la jovencita es su encarnación. En nuestros días, la jovencita es la mercancía más demandada: la mercancía humana. Dentro del modo de desvelamiento mercantil, en el que la «belleza» no revela nada personal, pues en él la apariencia se ha autonom izado de la esencia, la jovencita no puede, haga lo que haga, sino entregarse a quien seo.

« ¡ B ah ! Ella o cualquier otra Las «l eyes d e l m e rcado» se han

.

individualizado

.

.

»

en

l a J ove n cita.

Lo que aún se llama «amor» no es más que el fetichismo aso­ ciado a una mercancía particular: la mercancía humana. El ojo de la Jovencita lleva en sí la puesta en equivalencia efectiva de todos los lugares, de todas las cosas y de todos los seres. Así, la Jovencita puede reducir concienzudamente todo lo que entra en su campo de percepción a algo ya conocido en la Publicidad alienada. Es lo que traduce su lenguaje, reple­ to de «tipos», «estilos», «maneras». La Jovencita es un aspecto central de lo que los seguidores de Negri l laman « poner a trabajar el deseo y los afectos » , eternamente cegados por ese mundo de la mercancía a l cual nunca encuentran nada que reprochar.

92


«5educóón: conozca el marketíng del amor.

Sueña con él, pero él la ígnora . Atrápelo gracías a las le�es del marketíng. N íngú n hombre podría resístírse a un p'lan de campaña bíen pensado. Sobre todo, sí el producto es usted . » A L L í D O N D E D OM I N A E L E S P E CTÁC U LO , E L VA LO R D E LA J OV E N C ITA E S I N M E D IATAM E NT E E F E CT I ­ VO : S U B E L L E ZA M IS MA S E E NT I E N D E COMO U N

PODER EJECUTI VO. Lo Jovencito, poro conservar su «valor de escasez», debe venderse o un pre­ cio elevado, lo que significo que, en lo mayoría de los ocasiones, debe renunciar o venderse. Por eso, como vemos, lo Jovencito es uno oportunis­ ta hasta en lo abstinencia.

« ¡ Po rq u e yo l o valgo ! » En los términos de la economía clásica, hay que considerar que la Jovencita es un «bien de Giffem> o «bien giffeano», es decir, un objeto que, al contrario de lo que ocurre «de ordinario», es tanto más demandado cuanto más oneroso es. Dentro de esta categoría destacan las mercancías de lujo, de las que ciertamente la Jovencita es la forma más vulgar. La Jovencita jamás se deja poseer como Jovencita, del mismo modo que la mercancía j amás se deja poseer como mercancía, sino solo como cosa . 93


«UNA PUEDE SER BONITA, VERSE RODEADA, ACOSADA POR PROPOSICIONES INDECENTES Y, SIN EMBARGO Y EN EL FONDO, ESTAR

SOLA.»

La Jovencíta no exíste como Jovencíta más 9ue en el seno de un sístema de e9 u ívalencía general � de su gígan­ tesco movímíento círculatorío. Jamás es p oseída p or la mísma razón p or la 9ue es deseada . en el momento mísmo en el 9ue uno se convíerte en su com p rador) el es p� ísmo se dítumína � ella se des poí a del aura �ágíc� ; de la tras­ cendencía 9ue la aureolaba . LS una gilipollas �

apesta.

«!E(mundó moderno no es uníversafmente;prostíliufárío ;por fí1uría. Sería íncqpaz de e/ló. !Es uníversafmente yrostiliufárío;porque es uníversafmente íntercamliíalité.» (Pé8uy, rNota cor!funta). La Jovenci ta es l a l egatari a universal de l a pseudo-concreci ón d e ese mundo y , e n pri mer l ugar, de l a pseudo-obj etividad del coi to. La Jovencita querría ser una cosa, pero no ser tratada como una cosa. Todo su desasosiego deriva de que, no solo es tra­ tada como una cosa, sino que, por añadidura, ni siquiera con­ sigue ser verdaderamente una cosa. ceNo. mi cuerpo no es una mercancía. es una herramienta de trabaio.)) 94


Lo i nfecto no está e n q u e la J ovencita sea fu n d a m e n ta l mente u n a puta , s i n o en q ue reh ú se a prehenderse como ta l . Pues l a puta , al no ser sol a m e n te l a q u e u n o com pra , s i n o ta m b ién la q ue se vende, es u n a fig u ra m axi m a l i sta de la l i bertad en e l terreno d e la merca n cía .

La Jovencita es una cosa en la medida exacta en que se tiene por un ser humano; es un ser humano en la medida exacta en que se tiene por una cosa . La puta es la santidad más elevada q u e pueda concebi rse dentro del m u n d o de la m e rcanc ía.

«¡Sea usted mismal (sale a cuenta J.» Una astucia de la razón mercantil quiere que sea precisamen­ te lo que contiene de no-mercantil, de «auténtico», de «biero>, lo que determine el valor de la Jovencita. la Jovencita es una crisis de coherencia que sacude los intestinos de la sociedad mercantil durante su cuarto menguante. Responde al imperativo de una mercantilización total de la existencia en todos sus aspectos, a la necesidad de hacer que nada quede va fuera de la forma­ mercancía en eso que aún se llama, de forma eufemística, las IIrelaciones humanasll. 95


La Jovencita ha recibido como misión reencantar un mundo de la mercancía por todas partes deteriorado y prorrogar el desastre con alegría y despreocupación. En ella se inicia una

forma de consumo de segundo grado: el consumo de consu­ midores. Si nos fiásemos de las apariencias, algo que en muchos casos se ha vuelto legítimo, deberíamos decir que, con la Jovencita, la mercancía ha logrado anexionarse total­ mente lo no-mercantil. E L C U LO DE LA J OVE N C ITA R E P R E S E NTA E l Ú LTIMO BAST i Ó N D E L A I LU S i Ó N D E U N VA LO R D E U S O QU E , D E FO RMA TAN MAN I F I E STA, H A D E SAPA R E C I DO D E LA S U P E R F I C I E D E LO EX I S­ T E NT E . LA I RO N íA E STÁ, PO R S U P U E STO, E N QU E D I C H O VA L O R E S D E N U EVO UN INTERCAM BIO.

En el seno del Espectáculo, se puede decir de la Jovencita lo que Marx señala del dinero: que es <<una mercancía especial que es apartada por un acto común del resto de las mercancías y sirve para exponer su valor recíproco».

96


do ' el na ;u 路 en Je, al 路

)N \N I S颅 -1 0

v . La Jovencita

como moneda viviente


La Jovencita se deprecia desde el momento en que sale de la circulación. Y cuando pierde la posibilidad de volver al mercado, comienza a pudrirse.

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El valor jamás ha me di do nada, pero aquello que ya no medía lo mide cada vez peor.

La moneda viviente representa la última respuesta de la sociedad mercantil a la impotencia del dinero para servir de equivalente y, en consecuencia, para comprar las producciones humanas más elevadas, esas que son al mismo tiempo las más preciosas y las más comunes. Pues a medida que el imperio del dinero se ha extendido hasta los confines del mundo y a la expresión de toda la vida humana, ha perdido todo valor pro­ pio, se ha vuelto tan impersonal como su concepto y, en con­ secuencia, tan irrisorio que su equivalencia con cualquier cosa personal se ha vuelto por ello evidentemente problemática. Es esta absoluta desigualdad entre el dinero y la vida humana la que siempre ha aparecido en la imposible retribución de la prostitución. Con la moneda viviente, la dominación mercan­ til ha logrado la anulación de esas dos impotencias -por un lado, la incapacidad de comprar la vida humana como tal, es decir, la potencia; por otro, la incapacidad de comprar sus más elevadas producciones- multiplicándolas entre sí. La moneda viviente logra poner en equivalencia lo inconmensurable de las producciones personales de los hombres -transformadas entretanto en preponderantes- y lo inconmensurable de la vida humana. A

partir de ahora, el Espectáculo calcula lo incalculable por incalculable en valores «objetivos». 98


<Moneda viviente, la esclava industrial vale a la vez como signo garante de riqueza y . como esa misma riqueza. En cuanto signo vale por toda suerte de riquezas materiales; en cuanto riqueza excluye, sin embargo, cualquier otra demanda, a no ser la demanda cuya satisfoc­ ción representa. Pero la satisfocción propiamente dicha queda igual. mente excluida por su cualidad de signo»

(Klossowski, La

moneda

viviente) . En cuanto mercancía, se atribuye a la Jovencita un carácter de exclusión ligado al hecho de que ella es también y de forma irre­ ductible un ser humano , es decir, algo que es, al igual que el oro , su propio fin para sí mismo . Y en virtud de esta situación de excep­

ción le corresponde el papel de equivalente general . La m o n eda viviente , y en especial la J ovencita, constituye u n a so l u c i ó n bastante verosím i l a l a cri s i s d e l val o r, q u e s e h a vuel­ to i n capaz d e m ed i r y re m u n erar l as p ro d ucciones m ás carac­ te rísti cas de esta sociedad: aq u e l l as q u e están l i gadas al «i nte­ lecto general»,

La conservación de unas mínimas convenciones socia­ les está condicionada por el hecho de que un exceso de moneda viviente la desvalorizaría y la haría incapaz de con­ formar una contrapartida seria a lo inapreciable que ella está destinada a comprar. Al mismo tiempo, al volver apreciable lo inapreciable mismo, socava sus propios fundamentos. El fantasma de la inflación recorre el mundo de las Jovencitas. La Jovencita es la causa final de la economía espectaculalj sU primer motolj inmóviL El culo de la Jovencita no es portador de un nuevo valor, sino solamente de la desvalorización inédita de todos 99


los valores que lo han precedido. La potencia devastadora de la Jovencita habría consistido en liquidar todas las produccio­ nes que no son convertibles en moneda viviente. En el seno del fin del nihilismo, toda noción de grandeza o de prestigio habría desaparecido hace tiempo de no haber sido inmediatamente convertible en Jovencitas. La Jovencita no pierde ocasión de hacer aflorar la victoria de la moneda viviente sobre el vil dinero; de este modo, exige a cambio de sí misma u n contra-don infinito .

El dinero ha dejado de ser el último término de la economía. Su triunfo lo ha depreciado. Rey desnudo que ha abandonado todo contenido metafísico, el dinero ha perdido todo valor. Nadie, en el rebaño biopolítico, le muestra ya ningún respeto. La moneda viviente es lo que viene a ocupar su lugar como equivalente gene­ ral, aquello en vista de lo cual él vale. La moneda viviente es su valor y su concreción. El poder adquisitivo de la moneda viviente, y a fortiori de la Jovencita, no tiene límites; se extiende a la tota­ lidad de lo existente, pues en ella la riqueza goza doblemente de sí misma: como signo y como hecho. El alto n ivel de «individuali­ zación» de los hombres y sus producciones, que había convertido al dinero en algo incapaz de servir como mediador en las relacio­ nes puramente personales, se transforma en condición de la difu­ sión de la moneda viviente.

Se diría que toda la con creción del mundo se h ubiese refugiado en el culo de la Jovencita. 1 00


e )-

la 10

tU lo el la iU e, a­ ie li­ io ()u-

Del mismo modo que la organización de la miseria social se volvió necesaria después del 68 para devolver a la mercan­ cía su honor perdido, así también la miseria sexual es necesa­ ria para el mantenimiento de la tiranía de la jovencita, de la moneda viviente. Pero la miseria que se revela aquí no tiene ya nada de coyuntural; es, por el contrario, la miseria esencial de la «sexualidam> la que aparece por fin.

((En materia de bienes muebles la posesión equivale a título.)) EL DINERO NO ENTRA EN ABSOLUTO EN CONTRADICCiÓN CON LA MONEDA VIVIENTE; ES UN MOMENTO SUPERADO QUE ELLA CONSERVA CON TODA SU CONTABILIDAD, QUE YA NO MIDE NADA. Al volverse imposible la traducción a dinero de la vida humana altamente diferenciada, se inventó a la jovencita, que restituyó su valor al dinero devaluado. Pero en el mismo movimiento por el que degradó al dinero, por el que hizo de él un factor de segundo rango, la jovencita lo regeneró, le res­ tituyó una sustancia. Y es por esta astucia por la que el dine­ ra se sobrevive desde entonces. La impersonalidad de la Jovencita posee la misma sus­ tancia ideal , impecable y lustrosa que el dinero . La Jovencita misma no tiene olor. Al igual que el «valor de uso» carece de relación con su valor de cambio, la emoción que procura la moneda viviente no es susceptible de contabilidad, no es conmensurable con cosa alguna. Pero ni el valor de uso existe independientemen­ te del valor de cambio, ni la emoción que procura la moneda viviente existe al margen del sistema en el que esta se inter­ cambia. No se disfruta más de la jovencita de lo que se dis­ fruta del oro, sino tan solo de su inutilidad y de su escasez. La 1 01


indiferencia y la insensibilidad del Bloom eran una condición previa necesaria para la formación concreta de la ilusión de una emoción tal y de su objetividad. Cuando Marx sostiene que el valor de cambio cristaliza el tiempo de trabaj o que ha pre cisado la producción del obj eto, afirma solamente que el valor no está constituido, a fin de cuentas, sino por la vida que se ha anulado en la cosa; es decir, que la moneda viviente es anterior a cualquier otra forma de pago .

«Desde el momento en gue la presencía corporal de la esclava índustríal se íntegra absolutamente en la compo­ sícíón de la rentabílídad evaluable de lo gue puede pro­ ducír -síendo su físonomía ínseparable de su trabaj o-, la dístíncíón entre la persona � su actívídad se vuelve enga­ ñosa. La presencía corporal �a es mercancía, índepen­ díentemente � además de la mercancía gue dícha presen­ cía contríbu�e a producír. En adelante, la esclava índus­ tríal o bíen establece una estrecha relacíán entre su pre­ sencía corporal � el dínero gue le aporta, o bíen reempla­ za la funcíán del dínero, síendo ella mísma el dínero: a la vez el eguívalente de rígueza � la rígueza mísma» (Klossowskí, La moneda vívíente) . En francés, el verbo «joder» sirve para designar de forma genérica, si bien con un matiz despreciativo, todas las activi­ dades. <<¿ Qué andas jodiendo?» Y es verdad que, en todas las sociedades en las que el hombre no puede acceder a una acti­ vidad libre,joder se presenta como el equivalente general abs­ tracto, como el grado cero de todas las actividades. 1 02


Ha habido que esperar a la aparición de la Jovencita para poder experimentar concretamente lo que es «follar», lo que es follarse a alguien sin follar a nadie singular. Pues joder a un ser tan realmente abstracto, tan efectivamente intercambiable, tan perfectamente nada, es joder en lo absoluto. Si el d i nero es el rey de las m e rcanc ías, la Jovenc ita es la rei na. SE p r e f i e r en

las

s i l en c i o s a s ,

e nmu d e c i da s ,

no

p o rqu e

lo

que

i n s op o r t ab l e s i no

al

qu e

la

verdad

di cen

v i t am i n a s

de

de

toda

para

en

la

dec i r

cuando no

un es

Es

s ea

c rudo ,

p orque

h ab l an ,

e s má s

qu e

« T omo

cabe l l o boni to ; para

n o rma l .

ap a r i en c i a , de

p o rn o d i s cu r s o ;

m i sma s

t en e r

f í s i co

t i ene

que

Jovenc i t a .

c o t i d i an o .

t r ab a j a r una

t en g a n

del s in

ex c e s i vamen t e

de

ej e rc i c i o

t r ab a j o qu e

o

c on t ra r i o ,

lo

el

es tre l l a s

m i s ma » ,

en

un Hay qu e la

imagen

conf i e s a

una

ellas .

En la fase final del Espectáculo, todo está sexualmente mediado; es decir, que el coito ha sustituido como su fin último a la utilidad de las cosas particulares. Hacia él tiende exclusivamente , en adelante, la existencia del mundo de la mercancía .

«En tanto no se generalíce el amor líbre, seguírá síendo necesario un cíerto número dejovencítas que cum plan la funcíón de las actuales prostítútas» (Georg Símmel, phílosophíe de I'amour) . 1 03


Las Jovencitas del sector terciario, del marketing, de las tiendas y los servicios sociales. En un futuro próximo y previsible, toda la plusvalía del régimen capitalista será producida por Jovencitas. Lo que se monetiza en el coito es la autoestima . Cada Jovencita se presenta como u n conversor automático y estándar de la existencia en valor mercantil.

La

Joven c i t a

suj eto

ni

no

es ,

ob j e t o

de

pre t ex t o .

No

Jovenc i t a n i

de

d i s f ru t a r

de

ella .

de

hecho ,

emo c i ón ,

ni s i no

se d i s f ru t a d e l a su

d i s f ru t e ,

Una

s i no

apue s t a

de

se

reve l a ne c e s a r i a .

En distintas culturas tradicionales, la moneda sirve como metáfora de la muj er, de la fertilidad. En el tiempo de la J ovencita, es la muj er la que se convierte en la metáfora de la moneda.

Como el dínero) la Jovencíta es equívalente a sí mísma) no se relacíona más que consígo mísma.

La Jovencita es el auténtico oro, el numerario absoluto.

Es un punto de vista unilateral-fetichista aquel que afirma que «el objeto viviente fuente de la emoción, desde el punto de vista del intercambio, vale su coste de mantenimiento» (Klossowski, La moneda viviente) . El tiempo liberado por el perfeccionamiento y la efica­ cia aumentada de los instrumentos de producción no se h� saldado con una disminución del tiempo de «trabajo», sine por la ampliación de la esfera del «trabajo» a la totalidad de 1: vida y sobre todo con la constitución y el mantenimiento d 1 04


una masa suficiente de moneda V1V1ente, de Bloom y de Jovencitas disponibles, que genera un mercado sexual paralelo y ya regulado. El carácter fantasmático de la Jovencita repite el carácter fantasmático de la participación en esta sociedad, cuya remuneración es también la Jovencita. La moneda viviente revela por fin la ver­ dad del intercambio mercantil , es decir, su mentira : la imposibilidad de poner en equivalencia lo inconmensurable de la vida humana (clásicamente coagulada en <<tiempo de trabaj o») y de lo inerte, el

dinero o cualquier otra cosa , cualquiera que sea su cantidad . Pues la mentira de la sociedad mercantil no habría finalmente consistido más que en hacer pasar por un intercambio reglado lo que es siempre un

SACRIFICIO y pretender de este modo

liquidar una DEUDA INFINITA.

1 05



VI . La Jovencita como

dispositivo polĂ­tico compacto


De forma más clara, pero no menos fundamental que cualquier otra mercancía, la Jovencita constituye un neutralización ofensiva. Cómo habría conseguido el capitalismo movilizar los afectos y molecularizar su poder hasta colonizar nuestros sentimientos y nuestras emociones si laJovencita no se hubiese ofrecido como

relevo.

Del mísmo modo c¡ue la economía, la Jovencíta cree tenernos por íntraestructura .

«fYOmad fa, oicfa,po/" el � ÓtLenb»�

porque la h i storia avanza por el malo.

El Biopoder está disponible en cremas, píldoras y aerosoles. La seducción es el nuevo opio de las masas . Es la libertad de un mundo sin libertad , la alegría de un mundo sin alegría . El terrible ej emplo de algunas muj eres libres en el pasado ha basta­ do para convencer a la dominación de la oportunidad de conjurar toda libertad femenina.

Mediante el sentimiento, mediante la fisiología, mediante la familia, mediante la «sinceridad», mediante la «salud», mediante las apetencias, mediante la obediencia a todos los determinismos sociales, por todos los medios,

la Jovencita se defiende contra la libertad.

Bajo l a apariencia de una desterni l l ante neutralidad, en l a Jovenci ta se ofrece a nuestra mirada el más temible de los dispo­ si tivos políticos de opresi ón. 1 08


La jovencita surge como una máquina viviente dirigida por y dirigiéndose en dirección al Espectáculo. La dominación ha descubierto aquí un sesgo mucho más potente que el simple poder coactivo: la atracción dirigida.

La Jovencita es una individualidad biopolítica elemental.

Históricamente, la jovencita aparece, en su extrema afinidad con el Biopoder, como el destinatario espontáneo de toda biopolítica; aquel al que uno se dirige. «AUMENTARSE MAL ES UN LUJO, UN SIGNO DE OCIOSIDAD. EL DESPRECIO DEL CUERPO ES UNA RELACI6N

CONSIGO

MISMA

PERFECTAME NTE

CONDESCENDIENTE. PARA LA TRABAJADORA, SE TRATA DEL MANTENIMIENTO DE SU CAPITAL COR­ PORAL

(GIMNASIO,

)

PISCINA , MIENTRAS

QUE,

PARA LA ESTUDIANTE, ES LA ESTÉTICA LO QUE PRIMA

( DANZA)

O BIEN EL GASTO FíSICO AGO­

TADOR POR EXCELENCIA: LA DISCOTECA.))

La función de la jovencita consiste en transformar la prome­ sa de libertad contenida en el acabamiento de la civilización occidental en un excedente de alienación, en profundización del orden mercantil, en nuevas servidumbres, en statu quo político. La jovencita vive en el mismo horizonte que la Tecnología: el de una espiritualización formal del mundo. 1 09


En el seno de la dominación mercantil , la seducción se presenta inmediatamente como el ejercicio de un poder.

La Jovencita no tiene ni opinión ni postura propia. En cuanto puede, se resguarda bajo

la sombra de los vencedores.

El tipo de trabaj o «nlOderno», en el que ya no es una cierta can­ tidad de fuerza de trabaj o la que se explota, sino el dócil ejercicio de ciertas «cualidades humanas», conviene admirablemente a las competencias miméticas de la J ovencita. La Jovencita es la piedra angular del sistema de mantenimiento del orden mercantil. Ella se pone por sí misma al servicio de todas las restauraciones, pues

quiere la paz de lajodienda.

La J ove n cita es

la colaboradora ideal.

L a Jovencita concibe la libertad como la posibili­ dad de elegir entre mil insignificancias .

La

J ov e n c i ta

n o

q U I ere

h is to rias . La Jovencita as pira a

la reglamentación de todos los sentidos.

En el mundo de la mercancía autoritaria, todos los ingenuos elogios del deseo son de forma inmediata elogios de la servidumbre. No hay esclavo de la semiocracia que no obtenga también un cierto poder, de juicio, de censura, de opinión. 110


La Jovencita m aterial iza la forma en la q u e el capital ismo ha retomado todas las necesi dades de las q u e había l i berado a los hombres mediante un aj uste i nterm i nable del m u n d o h u mano a l a s n o rmas abstractas del Espectácu l o y median­ te el enaltec i m i e nto de tales normas. Ambos comparten la obsesión mórbida de permanecer, al p recio d e u n a activi­ dad desenfrenada, idénticos a sí m i s mos. El estrecho control y la excesiva solicitud con respecto a las mujeres de l as que esta sociedad hace alarde no expre­ san más que su preocu pación por rep roducirse de fo rma idéntica y por d o m i nar s u perpetuac ión.

«la Academia Americana de Ciencias Políticas y Sociales, en una publicación referida al papel de las mujeres en la América moderna ( 1929t concluía que el consumo de masas ha hecho del "ama de casa moderna [ ... ] mucho menos una obrera especializada que una empresaria de las formas de vida"» (Stuart Ewen, [apitones de lo conciencio). El programa del Biop oder se resume en el proceso de sumisión de los hombres a y por medio de su prop io cuerpo .

El Espectáculo conjura el cuerpo en el exceso de su evocación, del mismo modo que la religión lo evocaba por el exceso de su conjuración. La Jovencita estima la ((sznceridam)) la ((bondad de corazónJ)) la (�entileza))) la ((sencille�)) la (franqueza))) la ((modestia))y) en genera4 todas las virtudes que) consideradas unilateralmente) son sinónimos de servidumbre. La Jovencita vive en la ilusión de que la libertad se encuentra en el extremo de una sumisión total a la ((Publicidam) mercantil. Pero al final de dicha servidumbre) no hqy más que la vf!jezy la muerte. 111


U1A liBERTAD NO EXISTEII, DICE lA JOVENCITA y ENTRA EN LA FARMACIA. La Jovencita quiere ser «independiente»; es decir, ser, en su mente , solo dependiente del SE.

Tod a grand eza q u e n o sea al m i s m o ti e m p o un signo d e l someti m i e nto al m u n d o de l a m e rcan cía auto ritari a está, p o r la

m isma

razó n , c o n d e n ada al

rep u d i o

absol uto

de

la

J ove n cita, q u e e nto n ces n o tem e hablar d e «arrogancia», d e «sufi c i e n c i a» e i n c l uso d e «des p reci o».

La Jovencita es el principal artículo del consumo permisivo y del ocio mercantil. El acceso a la libertad en el Espectáculo no es más que el acceso al consumo marginal en el mercado del deseo, que constituye su centro simbólico. La preponderancia del mercado del entretenimiento y del deseo es un momento del proyecto de pacificación social, en cuyo seno se le ha encomendado a la Jovencita la función de ocultar de forma provisional las contradicciones vivas que atraviesan cada punto del tejido biopolíti­ ca imperial.

Los privilegios simbólicos que el Espectáculo otorga a la Jovencita los recibe como contrapartida a la absorción y la d ifusión de los códigos efímeros, de los usos renovados, de la semiolog ía general que se han dispuesto para volver políticamente i nofensivo el tiempo liberado por los «progresos» de la or� anización social del trabajo. 112


La Jovencíta como p ívote central del «adíestramíento permisIvo».

La Jovencíta como anímador

� vígílante del entomo en la

gestíón díctatoríal del 000.

La Jovencita, en el fondo de sí misma, encierra un alma de bayeta; lo que la convierte en portadora de toda la apropiada indiferencia, de toda la necesaria frialdad que exigen las condiciones de vida metropolitanas .

Importa poco al Espectáculo que la seducción sea odiada por todas partes, siempre que los hombres no consigan concebir la idea de una plenitud que la superaría. CUANDO EL ESPECTÁCULO SE LANZA AL « ELOGIO DE LA FEMINIDAD •• O CONSTATA MÁS BANALMENTE LA «FEMINI­ ZACIÓN DEL MUNDO •• , NO CABE ESPERAR

MÁS

QUE LA

PROMOCIÓN HIPÓCRITA DE TODAS LAS SERVIDUMBRES

Y DE LA CONSTELACIÓN DE «VALORES•• QUE LOS ESCLA­ VOS PRETENDEN TENER.

ttjAh. Pero qué asquerosa eres!" La J o vencita representa ya el más com pe­ tente de los agentes de control de los com­ portamientos. Con el la, la domi nac i ó n se ha i nt rod ucido hasta en los ú lt i m os resq u i­ cios de cada u no . 1 13


La vi o l e n c i a con l a q u e l a fem i n itu d es ad m i n i s ­ trada en e l m u n d o d e l a m e rcan c ía autoritaria recu e rda cómo l a d o m i nación se s i e nte l i b re para maltratar a s u s esclavos, por más q u e l os n eces ite para garantizar s u rep ro d u c c i ó n . La Jovencíta es el

poder co ntra el cual resulta bárbaro,

índecente e índuso rotundamente totalítarío rebelarse.

En el mundo de la mercancía totalitaria, los vivos reconocen en sus deseos alienados una demostración del poder que sobre ellos ej erce el enemigo.

PERO, ¿POR QUÉ GUARDAN LUTO ESAS VIUDAS DE QUINCE AÑOS? POR El GRAN AMOR. No ES PRECISO QUE LO HAYAN CONOCIDO PARA BASAR EN SU LUTO LO ESENCIAL DE SU APLOMO Y EXTRAER DE ÉL TODA ESA AMARGURA DE DIENTES BLANCOS.

1 14


VII . La Jovencita como

mรก q uina de guerra


La Jovencita concede un asentimiento espontáneo a todo lo que pueda significar el sometimiento a una necesidad cualquiera -la «vida», la «sociedad», el «trabaj o», la educación de un niño, otra Jovencita-. Pero dicho asentimiento está determinado de forma exclusivamente negativa: no se dirige a tales cosas más que en la medida en que se imponen a toda expresión singular.

.ta,

66te"t6a, ()tt"t¿tea,tta, tte ea, p6()eteetta, 6efl,eta, 6te_lpee ""tea, e6e6teta, petetteteeta,,,ta,.

La Jovencita no conoce otra legitimidad que la del Espectáculo. Cuanto más dócil es la Jovencita a lo arbitrario del se, más tiránica es con respecto a los vivos. Su sumisión a la impersonalidad del Espectáculo le concede el derecho de someter a cualquiera al Es p ectáculo. En la jodienda, como en los demás sectores de su existencia, la Jovencita actúa como un formidable mecanismo de anulación de la negatividad . Pues la Jovencita es la presencia viva de todo lo que, huma­ namente, quiere nuestra muerte. No solo es el producto más puro del Espectáculo: es la prueba plástica del amor que le profesamos. Ella es aquello por lo que nos encami­ namos hacia nuestra propia pérdida. Todo lo que ha conseguido neutralizar ocupa su lugar en el mundo de la Jovencita a título de accesorio. La seducción como guerra. Se habla de estar como un «cañón», con una metáfora que pertenece cada vez menos al registro de la estética y cada vez más al de la balística. 116


las J ovencitas forma n la i nfa ntería de las tropas de ocupación de l a visi bilidad, los g u ripas de la actu a l d icta d u ra de la a p a rienci a . La Jovencita s e halla e n una relación de inmediatez y de afinidad con todo lo que contribuye al reformateo de la humanidad.

Cada Jovencita constituye a su manera un puesto avanzado en el imperialismo de la insignificancia. Desde la perspectiva del territorio, la Jovencita aparece como el más potente vector de la tiranía de la servidumbre. ¿Quién puede saber qué furor la arrebata ante cualquier manifesta­ ción de insumisión? En este sentido, cierto tipo de socialde­ mocracia totalitaria le cuadra a las mil maravillas. L a v i o l enc i a d e l a Jovenc i t a es tá

en p r op o r c i ón con s u f r á g i l vacu i da d .

Ha sido esencialmente por medio de la Jovencita como el capitalismo ha podido extender su hegemonía a la totalidad de la vida social. Ella es el peón más tenaz de la dominación mercantil en una guerra cuya apuesta sigue siendo un control total, tanto de la vida cotidiana como del tiempo de «producción», 117


Precisamente porque simboliza una total aculturación del yo, porque se define a sí misma en términos fijados por un juicio aj eno, la Jovencita constituye el portador más adelantado del

ethos espectacu­

lar y de sus normas abstractas de comportamiento.

<171. c¡ete � «It 9IZM � �

(� � al � � (J de tM � ItbjM)/ eI1 ea � de � de tMiap eI1 tM c¡ete tM � �/ dap tM a«4ftido4 de m«fe'ze4 �/ tM � '1 � de ea fJida �, » La insignificancia de la J ovencita reflej a bien una situación de minoría y de opresión, pero al mismo tiempo tiene un carácter imperialista y triunfante. Es que la Jovencita combate por su amo, la Publicidad alienada. Al contrario que las j ovencitas de Babilonia, que, según Estrabón, cedían al templo lo obtenido gracias a la prostitución, el Espectáculo explota a la Jovencita sin que ella lo sepa.

« Además -y aq u í em pezaba e l verdadero pandemón i u m de la coleg i a l a- había todo u n montón de ínti mas cartitas de parte de los j ueces, abogados y procu radores, farmacéuti cos, comerc i antes, estanci eros, méd i cos, etc . i De todos aq uel los b ri l l antes e i m ponentes personaj es q ue tanto me i m pres ionaran s i empre ! Me asom b raba. [ . . ] .

¿ E ntonces e l los tam b ién, a pesar de l as apari e n c i as,

118


mante n ían rel ac i ones con l a moderna coleg i a l a ? ¡ I ncreíb l e -repetía- i n creíb l e ! ¿ Entonces l a Mad u rez l es resu ltaba tan pesada qu e, en secreto para l a esposa y l o s h ij os, mandaban l a rgas epísto l as a l a moderna coleg i a l a d e l 2° a ñ o ? [ . . ] Esas cartas m e .

evidenci aron de go l pe todo e l poder de l a moderna co l eg i a l a . ¿ Dónde n o se encontraba su encanto ? » ( G o m b rowycz, Ferdydurke) . La Jovencita es un proceso de secuestro metafísico; es decir, que uno no es jamás prisionero de ella, sino siempre en ella. La Jovencita es un requerimiento lanzado a cada cual para que se mantenga a la altura de las imágenes del Espectáculo . La Jovencita es un instrumento

Idéntica en esto

al servicio de una política

a la totalidad social alienada,

general de exterminio

la Jovencita

de los seres

detesta la desgracia,

capaces

pues dicha desgracia la condena,

de amor.

al igual que condena a esta sociedad. LA J OVENCITA TRABAJA PARA PROPAGAR UN CIERTO TERROR DE LA DIVERSIÓN.

- ¿ Cuántos antidisturbios son necesarios para permitir que l a Jovencita sonría con todo su infantilismo?

- Más , TODAVÍA MÁS ,

TODAVÍA MÁS . . . 119


E l voca b u l a ri o p ro p i o d e l a J ove n cita es ta m b i é n e l d e l a M ovi l i za c i ó n Tota l .

«La fidelidad tIene su lnteres .» .

.

"

La Jovencita pertenece a la nueva policía de costumbres, que vela por que cada uno cumpla con su función y se dedique en exclusiva a ella. De ese modo, la Jovencita no entra nunca en contacto con un ser singular, sino con un conjunto de cua­ lidades obj etivadas en un rol, un personaje o una situación social a la que se supone uno ha de conformarse en cuales­ quiera circunstancias. Así, aquel con quien ella comparte su pequeña cotidianidad alienada en ningún momento dejará de ser, en definitiva, «ese tío» o «esa piba». La Jovencita mima la mercancía con una mirada llena de envidia, pues ve en ella su modelo; es decir, lo mismo que ella, pero más perfecto. Lo que le queda de humanidad no es sola­ mente lo que le falta desde la perspectiva de la perfección mercantil, es también la causa de todo su sufrimiento. Es también esto, pues, lo que hay que erradicarle. Con amargura no fi ngida la Jovencita reprocha a la rea l i ­ d a d el no encontrarse a la altu ra del Espectácu l o.

La ignorancia en la que se mantiene la Jovencita con respecto a su papel de piedra angular en el actual sistema de dominación

también forma parte de dicho papel.

La Jovencita es un peón en la guerra a ultranza que la domi­ nación ha emprendido con vistas a la erradicación de toda 1 20


alteridad. Por lo demás, la Jovencita lo declara sin ambages: ella tiene «horror a lo negativo». Y cuando dice algo así, está persuadida, como la piedra de Spinoza, de que es ella misma la que habla. La J ove n cita l l eva u n a m áscara y, cuando lo confi esa, es i nvariab l e m e nte para sugeri r que tiene un «ve rdad e ro rostro» q u e n o muestra o q u e n o pod ría m o strar: Pero ese «verdad ero rostro» es tam b i é n una m áscara, un m áscara espantosa: el ve rdadero rostro de la d o m i n ac i ó n . Y d e h e c h o , c u a n d o l a J ove n c ita «dej a caer l a m áscara», es e l I m perio e l q u e os habla en directo.

� fL¡ � � � dJplmzetaP ó.fZb,., t¡o6 � crear- Io- naeoo- fL¡jxu'fü- � lo- oi¡fo-fJ 11/fL¡ eBáb � � �/ I V� rúpido-/ 1� 1a­ «. . .

tiY 8i-

e&C06a-/ & üuUiI�� por- otro- /mk. k&-­ � � ha-jxMado- et tiempo- dJ � ¿t.wliro-8e/abe"¡xz.w-fzae«p Ia-&aliclm» Cada Jovencita es, en sí misma, una modesta empresa de depuración. Tomadas en conjunto, las Jovencitas constituyen el cuerpo franco más temible que se haya desplegado contra toda heterogeneidad, con­ tra toda veleidad de deserción, hasta el día de hoy. Paralelamente, señalan a cada momento el puesto más avanzado del Biopoder, de su i nfecta solicitud y de la pacificación cibernética de todo. Ante la mira­ da culinaria de la Jovencita, toda cosa y todo ser, orgánico o inorgá­ n ico, aparece como si pudiera ser poseído, o cuando menos consu­ mido. Todo lo que ve, lo ve como mercancía y, en consecuencia, lo l ransforma en mercancía. Es también en este sentido en el que cons­ t ituye un puesto avanzado en la infinita ofensiva del Espectáculo. 121


La Jovencita es la nada que d

e

l

a

SE manipula para rechazar el embarazo

n

a

d

a

.

LA]OVENCITA ES LA ESCLAVITUD FINAL, AQUELLA POR LA CUAL SE HA OBTENIDO EL SILENCIO DE LOS ESCLAVOS. No basta con constatar que la Jovencita habla el lenguaje del Espectáculo, hay que señalar además que es el único que puede oír y que, en consecuencia, obliga a que lo hablen todos aquellos que no lo execran.

Las autoridades semiocráticas, que exigen de forma cada vez más torpe un asentimiento estético a su mundo, se j actan de poder hacer pasar, en adelante, por «bello» lo que deseen. Pero ese «bello» no es más que lo deseable socialmente controlado. «¿HARTA DE LOS Tíos? i CÓMPRATE UN PERRO! ¿Qué edad tienes, 18, 20 años? ¿Empiezas unos estudios que prometen

ser largos y arduos? ¿Crees que es el momento de reducir la

velocidad buscando desesperadamente el afecto de un chico que, a fin de cuentas, no tiene nada que ofrecer? i O incluso peor! Cargar con un compañero que no es perfecto, no muy amable y no siempre lo que se dice limpio

• • •

»

La Jovencita transmite la conformidad a todas las normas fugitivas del Espectáculo y el rjemplo de tal conformidad. 1 22


Como todo lo que ha alcanzado una hegemonía simbólica, la Jovencita condena como

bárbara toda violencia física dirigida contra

su ambición de una pacificación total de la sociedad. La Jovencita comparte con la dominación la obsesión por la seguridad.

El carácter de máquina de guerra que llama la atención en toda Jovencita deriva del hecho de que el modo en que hace su vida no se distingue del modo en que hace la guerra. Pero por otro lado, su vacío neumático anuncia ya la militarización que viene. No defiende solamente su monopolio privado del deseo, sino, en general, el estado de explicitación público, alienado, de los deseos. N o es por s u s «pulsiones instintivas» por lo que l o s hombres son prisioneros del Espectáculo , sino por las leyes de lo deseable , que se les han inscrito directamente en la piel .

La Jovencita ha declarado la guerra a los microbios. La Jovencita ha declarado la guerra al alar. La Jovencita ha declarado la guerra a las pasiones. La Jovencita ha declarado la guerra al tiempo. La Jovencita ha declarado la guerra a la grasa. La Jovencita ha declarado la guerra a lo oscuro. La Jovencita ha declarado la guerra al cuidado. La Jovencita ha declarado la guerra al silencio. La Jovencita ha declarado la guerra a la política. y para terminar,

LA JOVENCITA HA DECLARADO LA GUERRA A LA GUERRA. 1 23



VII I . La Jovencita

contra el comunismo


La Jovencita privatiza todo lo que toma. Así, para ella, un filósofo no es un filósofo , sino un objeto erótico extravagante ; del mismo modo que , para ella, un revolucionario no es un revolucionario , sino bisutería . La Jovenci ta es un art ículo de consumo , un di s ­ pos i t ivo de mantenimi ento del orden , un produc ­ tor

de mercancías

sof i s t i cadas ,

un propagador

inédi to de códigos espectaculares , una vanguar ­ dia

de

la

a l i enación y

también

un

entreteni ­

mi ento .

El sí que la Jovencita da a la vida no expresa más que su odio sordo hacia lo que es superior al tiempo. Cuando la Jovencita habla de comunidad, piensa siempre en última instancia en la comunidad de la especie, e incluso en la de los seres vivos al completo. Jamás en una comunidad determinada: estaría necesariamente excluida de ella. Incluso cuando cree comprometer todo su «yo» en una relación , la Jovencita se engaña, pues le falta comprometer también su Nada . De ahí su insatisfacción . De ahí sus «amig @ s » . Puesto que descubre el mundo con los ojos d e l a mercancía, la Jovencita no ve en los seres más que lo que tienen de seme­ jante. Y a la inversa, considera como lo más personal aquello que en ella es más genérico: el coito. 1 26


La Jovencita quiere ser amada por ella misma, es decir, por aquello que la aísla. Por eso mantiene siempre, y hasta el fondo de su culo, la distancia de evaluación.

la Jovencita resume ella sola la nada, la paradoja v la tragedia de la visibilidad.

La Jovencita es el vehículo privilegiado del darwinismo social-mercantil.

La continua persecución del coito es una manifestación de la mala substancialidad. Su verdad no ha de buscarse en el «placer», el «hedonismo», el «instinto sexual» o en cualquiera de esos conteni­ dos existenciales que el Bloom ha vaciado tan definitivamente de sentido, sino más bien en la furibunda búsqueda de un

vínculo cual­

quiera con una totalidad social que se ha vuelto inaccesible. Se trata aquí de dar una sensación de participación mediante el ej ercicio de la actividad más genérica que existe, aquella que está más íntimamen­ te ligada a la reproducción de la especie. Esta es la razón por la que la Jovencita es el obj eto más corriente y más socorrido de dicha per­ secución, pues ella es la

encarnación del Espectáculo

o cuando meno s

aspira al título.

De e s c u c h a r a la J ovenc ita. la c u estió n de los

fines últimos

sería s u p e rfl ua.

I�n términos generales, todas las malas substancialidades cuentan \.:spontáneamente con el favor de la J ovencita. Algunas, sin embar­ go,

obtienen su preferencia. Así ocurre con todas las p seudo-iden­

t idades que pueden sacar provecho de un contenido «biológico» (la edad, el sexo, la talla, la raza, las medidas, la salud, etc.) . 1 27


..

La Jovencita postula una irrevocable intimidad con todo lo que comparte su fisiología. Su función es, pues, mantener la llama moribunda de todas las ilusiones de inmediatez sobre las cuales el Biopoder viene en lo sucesivo a asentarse. La jovencita es la termita de lo «materia!» , la maratoniana de lo «cotidiano». La dominación ha hecho de ella la portado­ ra privilegiada de la ideología de lo «concreto». La jovencita no se contenta con enloquecer con lo «no complicado», lo «simple» y lo «vivido»; juzga además que lo «abstracto», la «comida de tarro» son males que sería juicioso erradicar. Pero eso que ella llama lo «concreto» es en sí mismo, en su feroz unilateralidad, la cosa más abstracta. Se trata más bien del escudo de flores marchitas tras el cual surge aquello por lo que ha sido concebida: la negación violenta de la metafísica. Ante aquello que la supera, la jovencita no solo enseña los dientes, sino " u na boca repleta de colmillos que rezuman rabia. Su odio contra todo lo que es grande, contra todo lo que no está al alcance del consumidor, no tiene medida.

la J ouen cita tiene lo « con creto » para no sucumbir al sentimiento metafísico de su nada .

«El mal es todo lo que distrae» (Kafka). El «amor a la vida» al que la jovencita rinde tantos honores no es, en realidad, más que su odio por el peligro. Con él no profesa más que su determinación a mantener una relación de inmediatez con lo que ella llama «la vida» y que, hay que pre­ cisarlo, designa tan solo «la vida en el Espectáculo». 1 28


De entre todas las aporías cuya pretenciosa acumulación con­ forma la metafísica occidental, la más duradera parece ser la constitución por repudio de una esfera de la «nuda vida» . Habría, más acá de la existencia humana cualificada, política, presentable, toda una esfera abyecta, indistinta, llcualificable de la <muda vida»; la reproducción, la economía doméstica, el mantenimiento de las facultades vitales, el apareamiento hetero­ sexual o incluso la alimentación, cosas todas ellas que se han asociado, en la medida de lo posible, a la «identidad femeni­ na», confluirían en esa ciénaga. Las Jovencitas no han hecho más que invertir los signos de una operación que han dejado inalterada. Y así han forjado un muy curioso espectro de lo común, que uno debería llamar ser-para-la-vida si no supiera que lo común se identificó tardíamente en la metafísica occi­ dental con el ser-para-la-muerte. Hasta tal punto y así de bien se han persuadido las Jovencitas de estar unidas en lo más profundo de sí mismas por la fisiología, la cotidianidad, la psi­ cología y el se. El reiterado fracaso tanto de sus amores como de sus amistades no parece bastar para abrirles los ojos y hacerles ver que es esto, precisamente, lo que las separa. La Jovencíta opone a la Hnítud el bullícío de sus órganos. A la soledad, la contínuídad de lo vívo. Y a la tragedía de

la exposícíón, la ídea de �ue es bueno hacerse notar.

Del mismo modo que lo s seres que constituyen sus elementos, las relaciones que se entablan en el Espectáculo están tan privadas de contenido como de sentido -si al menos la falta de sentido, tan fácil­ mente constatable a lo largo de toda la vida de la J ovencita, la vol­ viese ins ensata; pero no, no hace otra cosa que dej arla en su estado 1 29


de absurdez definitiva-o Su aparición no está dictada por un uso real cualquiera -las Jovencitas, hablando con propiedad, no tienen nada

que hacer juntas- o

por un gusto, aunque fuera unilateral, de una por

otra -ni siquiera sus gustos son suyos-, sino por la simple utilidad simbólica, que hace de cada miembro de la pareja un

cidad

signo de

la feli­

del otro, completitud paradisíaca que el Espectáculo tiene

como misión redefinir sin cesar.

De forma completamente natural, al con ­ vertirse en un argumento de la M ovil iza­ ción Total, la seducción ha tomado la forma de una entrevista de trabajo y el amor, de u n a suerte de contratación mutua y privada, de duración i ndetermi ­ nada para los más favorecidos.

«¡No te comas e/ . tarro!» No HAY TRAICiÓN QUE LA JOVENCITA ESTÉ DISPUESTA A CAS­ TIGAR MÁS SEVERAMENTE QUE LA DE LA JOVENCITA QUE ABANDONA EL CUERPO DE LAS JOVENCITAS O PRETENDE LIBE­ RARSE DE ÉL. La actividad esencial de la Jovencita no consiste solamente en separar lo «profesionab> de lo «personab>, lo «sociab> de lo «privado», lo «sentimentab> de lo «utilitario», lo «razonable» del «delirio», lo «cotidiano» de lo «excepcional», etc., sino sobre todo en personificar en su «vida» dicha separación.

�moc/urfJUR/fa,�/tabb tle- fa,maert;e; concIuúvb � � � tle- bxIo; «e&' 1 30

fu oitlm>.


La Jovencita «ama la vida» , por lo que hay que entender que odia toda forma-de-vida .

�� e& CODlO' � r¡ue-1uz6Ia, � «amor?> eA/ fUIU/ .wciedod r¡ue-� todo-j.xuvP r¡ue8eU � �· � at� �k� La «juventud» de la jovencita no designa sino un cierto empe­ cinamiento en la negación del ser-para-la-muerte.

El culo de la Jovencita es una aldea global. Cuando habla de « paz» y de «felicidad » , el rostro de la Jovencita es el rostro de la muerte. Posee la negatividad no del espíritu , sino de lo i nerte.

La jovencita dispone de una singular conexión con la nuda vida, bajo todas sus formas. La jovencita ha reescrito enteramente el título de los pecados capitales. En la primera línea, ha caligrafiado con mucho mimo: «La soledad».

La Joven«:ita bu«:ea a pulmón libre en la inmanen«:ia.

131



IX. La Jovencita contra sĂ­ misma:

la Jovencita como imposibilidad


Que el Espectáculo habría realizado por fin la absurda con­ cepción metafísica según la cual toda cosa procedería de su Idea y no al contrario , constituye una visión superficial de las cosas . En la Jovencita, vernos bien cómo se obtiene una realidad tal que parece no ser sino la materialización de su concepto: se le amputa todo 10 que la vuelve singular hasta hacerla semejante en indigencia a una idea .

Es la extrañeza humana con respecto al mundo de la mercancía la que persigue sin descanso a la Jovencita y constituye la amenaza suprema para ella; «amenaza que no tiene hacientemente nada de incompatible con una completa seguridad y una completa ausencia de necesidad en el orden de las preocupaciones cotidianas» (Heidegger) . Esta angustia, que es el modo de ser existencial de quien ya no logra habitar su mundo, es la verdad central, universal y oculta de los tiempos de la Jovencita, así como de la Jovencita misma; oculta, porque en la mayoría de las ocasiones solloza sin parar, lejos de todas las miradas, herméticamente encerrada en su casa. Para quien corroe la nada, tal angustia es el otro nombre de esa soledad, de ese silencio y de ese disimulo que son su condición metafísica, a la cual finalmente tanto le cuesta hacerse. En el caso de la Jovencita. como en el de todos los demás Blo­ oms. el ansia de diversión hunde sus raíces en la aneustia. La J ovencita tan pronto es la nuda vida como la muerte vestida. De hecho, ella es lo que mantiene a las dos constantemente juntas. La Jovencita está cerrada sobre sí misma. Al principio es algo que fascina, pero después empieza a pudrirse . 1 34


LA A N O R E X I A S E I NT E R P R ETA COMO U N FA N A­ T I SMO D E L D E SA P E G O Q U E , A N T E LA I M P O S I B I L I ­ DA D D E TO DA PA RT I C I PAC i Ó N M ETA F í S I CA E N E L MU N D O D E LA M E RCA N c íA, B U S C� E L ACC E S O A U N A PA RT I C I PAC I Ó N

FíS I CA Y, P O R S U P U E STO ,

F RACASA.

lila espiritualidad, cnuestra nueva necesidad;' cHav en cada uno de nosotros un místico ignorado;'" El interés no es más que el motivo aparente de la conducta de la Jovencita. En el acto de venderse, es de hecho ella misma la que quisiera quedar saldada o cuando menos que s e la saldase. Pero es algo que no ocurre j amás. I ,a anorexia expresa en las mujeres la misma aporía que se manifiesta en los hombres bajo la forma de la búsqueda del poder: la voluntad de dominio. Solo que, debido a una codi­ ficación cultural patriarcal más severa para las mujeres, la ano­ I t'xica traslada a su cuerpo la voluntad de dominio que no puede imponer al resto del mundo. Una pandemia semejante .\ la que en nuestros días constatamos entre las Jovencitas ', obrevino en plena Edad Media entre las santas. Al igual que 1 . \ J ovencita anoréxica opone al mundo que quisiera reducirla . 1 su cuerpo su soberanía con respecto a este, la santa oponía 1 la mediación patriarcal del clero su comunicación directa 1 1 ) 11 Dios, y a la dependencia en la que se la quería mantener, 1 1 independencia radical con respecto al mundo. En la ano­ I n ia santa, <<la eliminación de las exigencias físicas y de las 1 35


sensaciones vitales -la fatiga, las pulsiones sexuales, el ham­ bre, el dolor- permite al cuerpo proezas heroicas y al alma comunicarse con Dios» (Rudolph Bell, La anorexia santa) . En nuestros días, en los que el cuerpo médico ha sustituido al clero tanto en el orden patriarcal como en el altar de la Joven­ cita anoréxica, las tasas de curación de lo que apresuradamente se llama «anorexia mental» son todavía excepcionalmente bajas, a pesar de un encarnizamiento terapéutico que, ahora como entonces, resulta de lo más consecuente; y la tasa de mortalidad cae, en un menguado número de países, por debajo del 15 %. Y es que la muerte de la anoréxica, ya sea santa o «mental», no hace más que sancionar la victoria fmal de esta sobre su cuerpo, sobre el mundo. Como en la embriaguez de una huelga de ham­ bre llevada hasta su término, la Jovencita encuentra en la muer­ te la afirmación última de su desapego y su pureza. «Las anoré­ xicas luchan contra el hecho de verse reducidas a la esclavitud, de ser explotadas y no vivir una vida de su elección. Prefieren privarse del alimento antes que continuar una vida de compro­ misos. A lo largo de esta búsqueda ciega de su identidad y del sentimiento de sí mismas, no aceptan nada de lo que sus padres o el mundo que las rodea puedan ofrecerly s . . . [en] la anorexia mental auténtica o típica, lo que las enfermas quieren principal­ mente es luchar por adquirir el dominio de sí mismas, su iden­ tidad, por hacerse competentes y eficaces.» (Bruch, Eating Disorders) «De hecho», concluye el epílogo de La anorexia santa, «la ano­ réxica podría representar una caricatura trágica de la mujer liberada, autónoma, pero incapaz de intimidad, impulsada por la idea del poder y la dominación» . 1 36


Hay s i n duda una obj e t ividad de la Jovenc i ta , t a l obj e t ividad e s una ob j e t i v i dad f i c t i c i a .

pero No e s

má s que u n a cont radi c c i ón que h a quedado f i j ada en una i nmovi l i dad s epu l c ra l .

Diga lo que diga, no es el derecho a la felicidad lo que se le niega a la Jovencita, sino el derecho a la desgracia.

Cualquiera que sea la felicidad de la Jovencita en cada uno de los aspec­ tos separados de su existencia (trabajo, amor, sexo, ocio, salud, etc.), debe seguir siendo esencialmente desgraciada

precisamente porque

esos aspectos están separados. La desgracia es la tonalidad fundamental de la existencia de la Jovencita. Lo cual está bien . La desgracia empuja a consumir.

El sufrimiento y la desgracia intrínsecos de la Jovencita demuestran la imposibilidad de cualquier fin de la Historia, en el sentido de que los hombres se contentarían con ser la más inteligente de las especies animales, renunciando a todo cono­ cimiento discursivo, a todo deseo de reconocimiento, a todo ejercicio de su negatividad; la imposibilidad, en una palabra, del american wqy of lije. C u a n d o oye h a b l a r d e n e g a t i v i d a d , l a J o v e n c i t a l l a m a a s u p s i c ó l o g o . P o r l o d em á s , d i s p o n e d e t o d a s u e r t e d e p a l a b r a s p a r a n o h a b l a r d e l a me t a f í s i c a c u a n d o e s t a t i e n e e l m a l g u s t o d e h a c e r s e o í r c o n d e ma s i a d a c l a r i d a d : «p s i c o s omá t i c o» e s u n a d e e l l a s .

137


Como el maniqui en que, forzosamente, en uno u otro momento, ha soñado con convertirse, la Jovencita aspira a una inexpresividad total, a una ausencia extática, pero la ima­ gen se mancha al encarnarse, y la Jovencita no logra sino expresar la nada, la nada viviente, hirviente y supurante, la nada húmeda; y esto hasta la náusea.

El Cyborg como estadio supremo e inmunodeficiente de la Jovencita. La Jovencita se deprime porque quisiera ser una cosa como las otras -es decir, como las otras vistas desde el exterior- y no lo consigue; porque quisiera ser un signo y circular sin fricciones en el seno del gigantesco metabolismo semiocrático. Toda la vida de la Jovencita coincide con lo que ella quiere olvidar. La aparente soberanía de la Jovencita es igualmente la abso­ luta vulnerabilidad del individuo separado, la debilidad y el aislamiento que en ninguna parte encuentran ni el amparo, ni la seguridad ni la protección que parecen busc 1r por todos lados. Y es que la Jovencita vive continuamente «pisándose los talones», o sea: presa del miedo. La ] ovencita nos ofrece el auténtico

enigma

de la

servidumbrejé¿ii;

en el que no llegamos a creer. Misterio del esclavo radiante.

La persecución de la felicidad resume, como su efecto pero también como su causa, la desgracia de la Jovencita. El frene­ sí de apariencia de la Jovencita manifiesta una sed de ser que no encuentra donde saciarse. 1 38


N i toda la elegancia d e la Jovencita consigue jamás q u e se olvi de s u i n destronable vu lgari dad.

«iTodos bellos� todos bio!» La Jovencita quiere el m% r de los mundos; desgraciadamente, el «mejor de los mundos» no es posible. La Jovencita sueña con un cuerpo que sería pura transparencia ante las luces del Espectáculo. En todo, desearía no ser más que la idea que se tiene de ella. La frigidez es la verdad de la ninfomania; la impotencia, la del donjuanismo; la anorexia, la de la bulimia. Pues en el Espectáculo, en el que la apariencia de la felicidad funciona también como condición sine qua non de esta, el deber de simular la felicidad constituye la fórmula de todo sufrimiento.

La inexistencia traslúcida de la Jovencita da testimonio de la falsa trascendencia que ella encarna. L o que demuestra l a Jovenci ta es que no hay superfi c i e bel l a s i n una pro fundi dad terrib l e . La J ovencita es e l emblema de u n a angustia existen c i al q u e se exp resa en l a sensac i ó n i n m otivad a d e u n a i n segu r i d ad permanente . El Espectáculo consiente en hablar de la miseria sexual para estigmatizar la incapacidad de los hombres de intercambiarse como mercanCÍas perfectas . Es cierto que la obstinada imperfección del mercado de la seducción da motivos para preocuparse .

La anoréxi ca desprecia l as cosas de este mundo de la úni ca forma que puede hacerl a más despreciab l e que e l las . 139


Como tantas otras de nuestras desgracias contemporáneas, la Jovencita se ha tomado la metafísica occidental al pie de sus aporías.Y en vano i ntentará darse forma en cuanto nuda vida. La extrema magnitud de la imp otencia masculina , de la frigidez de las mujeres o incluso la sequedad vaginal se interpretan de forma inmediata como contradicciones del capitalismo .

La anorexia expresa, sobre el terreno mismo de la mercancía, el más inmoderado de los ascos contra ella y también contra la vulgaridad de toda riqueza. En todas sus manifestaciones corporales, la Jovencita refleja la rabia impaciente por abolir la materia y el tiempo. Es un cuerpo sin alma que se sueña alma sin (cuerpo.

«La anorexia de Catalina de Siena fue una consecuencia de su voluntad de dominar las exigencias de su cuerpo, que ella veía como un obstáculo abyecto para su santidad» (Rudolph Bell, La anorexia santa) . En la anorexia hay bastante más que una patología de moda: el deseo de liberarse de un cuerpo enteramente colonizado por la simbología mercantil, el deseo de reducir a polvo una objetividad física de la que la J ovencita ha sido completamente desposeída. 1 40


Pero esto, finalmente, no lleva más que a hacerse un nuevo cuerpo a partir de la negación del cuerpo. EN lA JOVENCITA ANORlxlCA SE DA, COMO EN El IDEAL ASCITICO, ESE ODIO A lA CARNE Y El FANTASMA DE RESOLVERSE TENDENCIAlMENTE EN lO FISICO PURO: El ESQUElOO.

La Jovencita está aquejada de lo que podría llamarse «com­ plejo de ángel» : aspira a una perfección que consistiría en ser sin cuerpo . La unilateralidad de la metafísica mercantil puede leerse en su báscula. La anoréxica busca a su manera el absoluto, es decir que busca el peor de los absolutos de la peor de las maneras.

tI deseo del Bloom, y en consecuencía el de la Jovencíta, no se retíere a hombre o cosas, sí no a esencías.

La absoluta vulnerabilidad de la Jovencita es la del comerciante, al que cualquier fuerza incontrolada pueda arrebatar su mercancía.

La Jovencita es una criatura «metafísica» en el sentido adulte­ rado, moderno del término. No sometería su cuerpo a seme­ jantes pruebas, a tan crueles penitencias, si no luchase contra él como contra el demonio, si no quisiera someterlo por com­ pleto a la forma, al ideal, a la perfección muerta de la abstrac­ ción. Dicha metafísica no es, a fin de cuentas, más que el odio a lo físico, concebido como simple más-acá de lo metafísico, 'laro está.

«¿CÓMO VESTIRSE ORGÁNICO?»

la Jovencita es l a última tentativa d e la mercancía para superarse a sí misma, pero fracasa lamentablemente.

1 41



x. Acabar con la Jovencita


La Jovencita es una realidad tan masiva y desmenuzable como el Espectáculo.

Como todas las formas transitorias, la Jovencita es un oxímoron.

Es, de este modo, el primer caso de ascetismo sin ideal, el primer caso de penitencia materialista.

Cobardemente consagrados a los caprichos de la Jovencita, hemos aprendido a despreciarla obedeciéndola. La presente miseria sexual no se asemeja en nada a la del pasado, pues son ahora cuerpos sin deseo los que arden por no poder satisfa­ cerlos. En el curso de su desarrollo metastático, la s educción ha perdido en intensidad lo que ganaba en extensión. Jamás el discurso amoroso ha sido tan pobre como en el momento en el que todo el mundo se ha visto en la obligación de cantar sus alabanzas y de comentarlo.

T

La Jovencita no tiene el rostro de una muerta, como podría llevar a pensar la ledura de las revistas femeninas de vanguardia, sino de la mt.erte misma.

odo lo

el

mundo

l ogra

de

bu s c a

f o rma

vend e r s e ;

na d i e

c o nv i n c en t e .

Contrariamente a lo que podría parecer al primer vistazo, el violador no se enfrenta con un hombre o una mujer, sino con la

sexualidad misma en cuanto instancia de control .

Al irrumpir, el cuerpo desnudo de la Jovencita pudo producir una sensación de verdad. Desde entonces, busca uno en vano semejante poder en cuerpos que, sin embargo, cada vez son más jóvenes. 1 44


Los encantos que ya no encontramos en la Jovencita dan la medida exacta de lo que ya conseguimos liquidar en ella. La cuestión no es la emancipación de la Jovencita, sino más bien la emancipación con relación a la Jovencita. n ciertos casos extremos, se verá a la Jovencita d i rigi r la

E nada q u e la habita contra e l m u n d o q u e la ha p rod uci­

do así. El p u ro vacío d e su forma y su p rofunda h osti l idad

hacia todo lo que es se concentrarán en bloq ues explosi­ vos de negatividad. Ten d rá q u e arrasar todo lo q u e la rodea. La extensión desierta q u e hace las veces de su i nte­ rioridad arderá por red u c i r cualq u i e r pu nto del I m perio a una igual desolac i ó n . «Dadme una bomba, es p rec iso q u e muera», se exaltaba en e l pasado s iglo u n n i h i l i sta ruso, supl icando q u e se l e confiara el atentado su icida contra e l G ran Duque Sergio. Tanto para la Jovencita como para el hombre de poder -que, por otro lado, se corresponden rasgo p � r rasgo, cuando no coinciden-, la desubj etivación no puede ahorrar el hundimiento, un hundimiento en

sí mismo.

El desnivel de la caída no hará sino medir

el abismo abierto entre la amplitud del ser social y el extremo raquitismo del ser singular; o sea, finalmente, la pobreza de la relación consigo mismo.

Pero hoy, igualmente, se da en

la indigencia del uno toda la potencia que falta al acabamiento del otro .

<<Mas me era preciso despejar ese nimbo con el que el hombre pretende aureolar esa otra figura femenina que es la j ovencita aparentemente inmaterial y despojada de toda sensualidad, revelando que es precisamente del 1 45


mismo tipo que la madre y que la virginidad le es, por definición, tan aj ena como a la cortesana. Asimismo, el análisis muestra que al propio amor maternal no se le asocia ningún mérito moral particular» (Otto Weininger, Sexoy carácter) . Raramente una época se vio tan violentamente agitada por los deseos, pero también rara vez estuvo el deseo tan

vacío.

La J ovencita hace pensar en la monumentalidad de las arquitecturas platónicas de las que se han cubierto estos tiempos y que no dan sino una idea muy pasaj era de la eternidad, pues ya comienzan a agrietarse. Puede darse también el caso de que haga pensar en otra cosa, pero entonces se trata, invariablemente, de un cuchitril.

{{POOlA TAMBltN ANIQUILAR EL MODERNISMO DE LA COLESIALA, REllENANDOLA CON ELEMENTOS AJENOS Y HETEROStNEOS, MUCLANDOLA CON TODOII lSOMBROWYCl, FERDYDURKEJ. Baj o el aparente desorden de los deseos del Cuartel Babilonia, reina soberanamente

e! orden de! interés.

Pero el orden del interés

mismo no es más que una realidad secundaria que no tiene su razón de ser en sí misma, sino en el deseo del deseo que se encuentra en el fundamento de toda vida fallida. Las mutaciones en el seno de la figura de la J ovencita siguen de forma simétrica todas las evoluciones del rpodo de producción capitalista. Así hemos pasado, poco a poco, en lo s últimos treinta años , de una seducción de tipo fordista, con sus lugares y momentos designados , su forma parej a-estable y protoburguesa, a una seducción de tipo posfordista, difusa, flexible, precaria y desritualizada, que ha extendido la fábrica de la parej a a la totalidad del cuerpo y del espacio-tiempo social. En este estadio particularmente avanzado de la Movilización Total, cada cual está llamado a mantener su «fuerza de seducción», que ha sustituido a la

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«fuerza de trabajo», de tal forma que en cualquier instante se le pueda dar de baj a y, en cualquier instante, se le pueda volver a contratar en el mercado sexuaL La J ovencita mortifica su cuerpo para vengarse del Biopoder y de las violencias simbólicas a las que el Espectáculo lo somete. Los trastornos que la Jovencita presenta de forma cada vez más masiva revelan, finalmente, bajo su pasado aspecto de inquebrantable positividad, el goce sexual como el más metafísico de los goces físicos . «Algunos fabrican revistas sofisticadas, modernas, "de tendencias ". Nosotros hemos conseguido una revista sana, fresca, oxigenada, salpicada de cielos azules y campos orgánicos, una revista más autén­ tica que la naturaleza.»

lA JOVENCITA ESTÁ ENTERAMENTE CONSTRUIDA;

POR ESO PUEDE SER ENTIRAMENTE DESTRUIDA. Solo en el sufrimiento es amable la Jovencita. Salta a la vista aquí una potencia subversiva del trauma. El éxito de la lógica mimética que ha llevado a la Jovencita hasta su actual triunfo conlleva también la necesidad de su extinción . Y finalmente será la inflación de Jovencitas la que , con mayor seguridad , merme la eficacia de cada una de ellas . La teoría de la Jovencita participa de la formación de una mirada que sabe odiar el Espectáculo dondequiera que se oculte, es decir, dondequiera que se exponga. 1 47


¿Quién, aparte del último de los bobos, puede todavía emo­ cionarse seriamente ante «la picardía, la astucia con la que sabe insinuarse en el corazón de la Jovencita, el dominio que sabe imponerle, en pocas palabras, el carácter fascinante, cal­ culado y metódico de la seduccióm>? (I<ierkegaard) .

La difusión de la relación de seducción al conjunto de las acti­ vidades sociales marca también la muerte de lo que de ella quedaba de vivo. La generalización de la simulación es lo que la vuelve también cada vez más manifiestamente imposible. Llega entonces el momento de la mayor desgracia, en el que las calles se llenan de vividores sin corazón, de seductores de luto por toda seducción, de cadáveres de deseos con los que no se sabe qué hacer. Se trataría tanto de un fenómeno físico como de una pérdida de aura. Como si la separación de los cuerpos que habría engendrado una intensa separación se pusiera en comunica­ ción hasta desaparecer. De aquí saldría una nueva proximidad y también nuevas distancias. Un agotamiento total del deseo significaría tanto el fin de la sociedad mercantil como, por 10 demás, de toda sociedad.

El paisaje de un eros arrasado. «En térm i n os generales, los progresos sociales y

cam bios de época se operan en p roporción al pro­ greso de las mujeres hacia la l i be rtad» (Fo u rier). 1 48


Cuando la Jovencita ha agotado todos los artificios, aún le queda uno: renunciar a los artificios. Pero este es de verdad el último. Al convertirse en caballo de Troya de una dominación planetaria, el deseo se ha despojado de todo lo doméstico , hermético y privado que lo flanqueaba. El preludio a la redefinición totalitaria de lo deseable fue , en efecto , su autonomización de todo objeto real , de todo contenido particular. Al aprender a dirigirse hacia las esencias , se ha convertido sin saberlo en un deseo absoluto , en un deseo de absoluto que nada terrestre puede saciar. Esta insaciabilidad es el resorte central tanto del consumo como de su subversión.

Es de prever una comunización de los cuerpos.

El acontecer coti diano de la Jovencita ¿todavía es algo evidente?

1 49



ADVERTENCIA

El Espíritu se proletariza. Cierto prestigio que todavía se asignaba a la «cultura» acaba de romperse en pedazos. Una determinada lógica publicitaria de corto aliento quiere que se continúe hablando de «poetas», de «filósofos» y, a partir de ahora con cualquier pretexto, de «artistas», cuando desde hace mucho tiempo no hay, en esos roles de figuración, sino Bloom que producen mercancías culturales en cantidades inflacionis­ tas. La proliferación contemporánea de escritos y «obras» da la medida de la insignificancia a la que se ha reducido el géne­ ro y el gesto. En esta grotesca carrera, las mejores ventas se consiguen regularmente con libros considerados, según diver­ sos grados de falsificación, como «crítica sociab>. Todo suce­ de como si, habiendo caído el curso de las palabras al nivel más bajo, la virulencia y el quién-da-más pudieran compensar por sí solos esta usura. Poco a poco, la «conciencia crítica» va ocupando un lugar en la economía general de la sumisión, en la que ha tomado el relevo de los antiguos signos de distin­ ción social, que se han vuelto tan desmesuradamente obsce­ nos. En estas condiciones, las circunstancias necesitan un sis­ tema de dominación más próspero que nunca y en el que cada sl!Jeto se declararía en su fuero interno, y en proporción a su 'excelencia, hostil a la «globalizacióm>, al «neoliberalismo» o, más espontáneamente, a «esta sociedad repugnante»; un 1 57




orden que se mantendría por un perpetuo proceso de auto­ implosión. Es tan cierto que las sociedades no existen tanto por aquellos que parecen excluir, como por aquellos que dicen cues­ tionarlas. Un cierto régimen de la verdad ha pasado; es decir, todo discurso que no elucida con claridad la relación en la que está con la vida, tanto del que lo enuncia como del que- lo recibe, todo discurso que pretende permanecer en la ignorancia de la práctica del mundo en la que necesariamente toma lugar, se reduce a una forma de charlatanería y es como tal exasperante. La publicación del texto «Hombres-máquina: modo de empleo» en el marco del primer número de TiqqunJ ór;gano cons­ ciente del Partido Imaginario, no dejaba apenas lugar para el equí­ voco en cuanto a la perspectiva que en él se expresaba. Su publicación por separado ha hecho necesario un cierto núme­ ro de añadidos, para que esta perspectiva no se pierda com­ pletamente. Nosotros, metafísicos-críticos, somos un contagio cuyo objetivo es extenderse siempre más lejos, bajo formas más irreconocibles. No consentiríamos en escribir si no fuera para encontrar hermanos. Nuestros textos esbozan la base sobre la que el encuentro, la amistad y la cooperación vuelven a ser, más allá de toda mutilación, posibles. El anonimato es el más ordinario de los medios que utilizamos para desbaratar las insospechadas tentativas de dominación desplegadas contra nosotros. Otro consiste en el rechazo constante del rol de rebelde o de sublevado, que en nuestros días se distribuye tan complacientemente. Por regla general, al Partido Imaginario le repugna considerar a esta «sociedad» como un enemigo a su altura, por la buena razón de que esta «sociedad;) no existe. Como mucho, es un ectoplasma producido por la doble con­ minación del biopoder a integrarse o cuestionarla. La fracción 1 58


consciente del Partido Imaginario que formamos no está ni «a favor» ni «en contra» de esta «sociedad», ni dentro ni fuera de ella: trabqja en las fronteras para extender el contagio. Sin embargo, si tuviéramos que designar un enemigo -pues a buen seguro hay uno-, sería la dominación mercantil definida como relación de complicidad entre dominadores y dominados mediada por la mercancía. En otras palabras, nos hemos establecido en la implosión de todas las relaciones sociales. Y es en este espa­ cio peligroso donde nos es preciso construir con nuestros hermanos el Contra-Mundo, el «mundo de verdad», cuya sola existencia anulará por corrosión ese «mundo de mentiras», volviendo insostenible la menor veleidad de participación en su nada. Dejando aparte toda cobardía, no hay por qué «bus­ car una alternativa al capitalismo» -vivimos siempre-ya en la única alternativa al capitalismo que es su infatigable moderni­ zación-, sino que hay que edificar hic et nunc el mundo del que somos portadores. Como se ve bastante bien, nuestra pers­ pectiva es puramente práctica. La Asombrosa

Hipótesis!

«La "Asombrosa Hipótesis" consiste en que "vosotros", vuestras alegrías y vuestras penas, vuestros recuerdos y vues­ tras ambiciones, vuestro sentido de la identidad y del libre albedrío, todo esto no es en realidad más que el comporta­ miento de una vasta reunión de células nerviosas y de las moléculas que están asociadas . a ellas. Como habría podido

I

L 'f?ypothese stupéftante es el título de una obra de Francis Crick, tradu­

cida al francés por Héléne Prouteau. Su versión original en inglés llevaba por título

The Astonishing Hypothesis (NdE). 1 59




formularlo la Alicia de Lewis Carroll: "¡Usted no es más que un paquete de neuronas!"» Los premios Nobel no son siempre tan explícitos en lo que concierne a sus asuntos como Francis Crick, aquí, con su «Asombrosa Hipótesis». Es cierto que la inmensa campaña de expropiación del género humano, que todavía llamamos comúnmente la «ciencia moderna», ya no oculta que se dispo­ ne a franquear en bastantes puntos la línea decisiva, más allá de la cual nadie puede ignorar su toma de partido. Hasta ahora, la «ciencia moderna» se había contentado con profana­ ciones menores en materia médica: tratar, en sus operaciones, nuestros cuerpos como cadáveres, reemplazar nuestros órga­ nos defectuosos como las piezas de un autómata o convertir, en sus ratos libres, nuestros festines en cantidades de calorías y nuestra embriaguez en tasas de alcoholemia. Pero, galvani­ zada por la extensión inusitada del desastre que ha llegado a producir de este modo, ahora se siente limitada por sus viejas pretensiones. Necesita territorios nuevos por los que pasear su orgullosa ceguera. La inspección de lo que se creía más inaprensible, propiamente lo metcifísico en nosotros -nuestras emociones-, le parece un desafío a su medida. Ciertamente, la psiquiatría clásica ya había avanzado mucho en este senti­ do demostrando que hay un comportamiento normal y des­ pués todos los demás, que son patológicos. Pero esto no son más que niñerías respecto de la maniobra en curso; y que comienza por explicarnos doctamente en la prensa «cómo reconocer y aceptar nuestro placer» (P!)'chologies, julio de 1 999) , «la química de la pasión» (Quo, julio de 1 999) o «¿qué es el placer?» ((:a m 'intéresse, agosto de 1 999) . Desde el siglo XVIII , generaciones sucesivas de utilitaristas marchitos no han cesado de establecer con una firmeza cientí­ fica que el placer era el fin último de todas las acciones huma1 60


nas, la causa final de toda existencia. Durante mucho tiempo, los impíos se contentaron con estos camelos. Esto sin contar al impío contemporáneo, que tiene la barba recia, la lengua bífida y guiña el ojo. Él no se conforma con palabras. Espera explicaciones. Quiere saber para qué sirve sentir placer. Quiere oírse decir, por ejemplo, que el amor es (<una sustancia que reduce el estrés» (Quo, julio de 1 999) y sentirse astuto, a con­ tinuación, por enamorarse. Por encima de todo, quiere que se le dispense de su empobrecimiento afectivo asegurándole que «el amor no es eterno: dura, en efecto, entre 1 8 y 30 meses, después se convierte en otra cosa» -debemos este luminoso descubrimiento a un profesor de psicología de la Universidad de Cornell de Nueva York, que además ha demostrado que «el amor es un cóctel químico de dopamina, feniltamina y osi­ tocina que proporciona un increíble sentimiento de felicidad que dura como máximo dos años y medio» (La Repubblica, 2 1 de agosto d e 1 999) . Así encontramos e n el mundo a todo tipo de expertos cretinos que se ofrecen a dar buena con­ ciencia al impío contemporáneo. El psicólogo David Byrne, por ejemplo, se cree ciertamente muy malicioso cuando proclama haber hallado la fórmula matemática del amor: (1 ,7xA) + (1 ,5xB) + (1 ,5xC) + (1 ,5xD) + (1 ,3xE), donde A es la atracción por el compañero, B el agrado de su compañía, C el deseo de intimidad, D la necesidad de ser aceptado y E el miedo a ser abandonado. El mismo artículo del periódico ita­ l i ano, manifiestamente escrito bajo el control de un desbor­ lante espíritu de geometría, nos permite saber que Donatella Marazziti, psiquiatra de la Universidad de Pisa, habría proba­ do finalmente la analogía entre el amor-pasión y las obsesio­ n es patológicas. Para confirmar su hipótesis, la audaz científi­ ca ha analizado la composición sanguínea de diecisiete chicas cuatro chicos, todos «obsesionados por el amor desde hace 161



Hombres-mรกquina: modo de empleo


no más de seis meses, por la persona amada durante al menos cuatro horas al día y que no la han conocido bíblicamente». El resultado de estos análisis viene a asentar definitivamente la evidencia de que los enamorados no son sino una subespe­ cie ignorada de los obsesos compulsivos: ambos grupos ten­ drían un porcentaj e de serotonina un 40% inferior a la norma. Habrá hecho falta la conjunción de un analfabetismo emocional en adelante general y de una pobreza de mundo que se endurece año tras año para que los hombres lleguen a devorar semanarios en los que se puede leer que, en caso de penas amorosas, se aconsejan encarecidamente las lágrimas ya que «contienen una gran cantidad de neuro-hormonas de estrés» pero que, si llorar es una operación demasiado com­ pleja para nosotros, podemos orientarnos hacia una tableta de chocolate «porque contiene PEA, cafeína, magnesio y gluco­ sa» (Quo, julio de 1 999) . O más aún, para perfeccionar el deli­ rio, que «para las mujeres, engañar a su pareja sirve para hacer competir los espermatozoides de varios hombres con el fin de que el más competente y robusto se imponga; ( ) la prue­ ba es que las mujeres son mucho más infieles en el momento de la ovulación, es decir, en el momento en el que son fecun­ das». (Ibid.) Pero la pseudo-naturaleza a la que la «ciencia moderna» se propone reintegrarnos no es sino una suerte de animalidad sin instinto, a buen seguro la prisión más humillante y más abstracta que se pueda imaginar. Y de hecho, esta naturaleza existe tan poco que los científicos, apoyados por toda la arti­ lleríafina de la dominación, están obligados a trabajar sin des­ canso en su construcción. Sexólogos, nutricionistas, genetis­ tas, pedagogos, investigadores y «especialistas» de todas las confesiones están involucrados a millares en una minuciosa empresa de desfamiliarización de nuestra fisiología, de nuestros o o .

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sentIm1entos, de nuestra vida. Cada sensaClOn debe pasar -el placer, por supuesto, no es una excepción- por la mesa de disección del «experto», quien nos dirá lo que se siente verda­ deramente y qué consecuencia puede tener sobre nuestra «s alucI». Es un moralismo fisiológico de masas que se organiza bajo el auspicio del biopoder. Ya no se trata del «pecado», sino de hacer tal cosa que es buena para la salud o de no hacer tal otra que constituye un gesto de lesa majestad hacia nuestro cuer­ po, esa concesión extraña que se nos hace de manera tempo­ ral y de la que deberíamos asumir la responsabilidad. Y es ese cuerpo glorioso el que, habiéndose separado de nosotros en una instancia independiente, en un espectro, nos gobierna actual­ mente en fragmentos contradictorios. Quiere cremas para no envejecer, pues nuestros ojos se cubren de arrugas. Reclama un gel para nuestras piernas, puesto que ya nos pesan. Este producto le hace falta para broncearse, ese otro para no que­ marse y aquel, sobre todo, para mantenerse firme. Solo nos queda reunir la profusión de decretos así emitidos y después ejecutar las órdenes, todo por nuestro bienestar. Hasta tal punto llega esta tiranía que sus esclavos necesitan creerse los amos: «No le dejo hacer nada, lo controlo todo el tiempo, siempre soy dura con él», dice la top model Carla Bruni de su cuerpo, creyendo ocultar así las proporciones de su servidumbre. La astucia consiste en transformar toda verdadera intimidad con uno mismo en comportamiento de riesgo, en daño potencial para nuestra «salud», que no nos pertenece, por supuesto, más que cuando hay que preservarla. La enfermedad figura enton­ ces como un justo castigo. «Me doy cuenta», se inquietaba ya La Mettrie, «de todo lo que exige el interés de la sociedad. Pero sin duda sería desea­ ble que los únicos jueces fueran excelentes médicos. Solo 1 63

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ellos podrían distinguir al criminal inocente del culpable» (El Hombre-máquina) . El brazo armado del poder que viene es la medicina. Es esta, a partir de ahora, la que decide sobre la muerte y la vida, último vestigio de una soberanía que ya no encontramos por ningún lado en la politica clásica. Se prepa­ ra una revolución que trata de impedir toda revolución futu­ ra. Trata de hacer de nuestro cuerpo un agente exclusivo de separación; quiere que cada uno se convierta en la excepción a una regla médicamente definida. Nosotros seremos enton­ ces los pacientes, los anormales. La medicina en gestación es una medicina genética, en absoluto terapéutica. Es una técnica que sabrá establecer qué enfermedades podríamos padecer, sobre la base del análisis del ADN. Por esta vía, la relación entre presente y pasado se encontrará invertida, habiendo ya decidido to.do en nuestro lugar la combinación única de genes que nos constituye. Será una medicina de la culpabilidad, de la certeza, de la separa­ ción. La enfermedad, en todo lo que ha tenido de conforta­ ble y de imprevisible, desaparecerá, dando lugar a la responsa­ bilidad que cada uno acarreará por el peso de su sufrimiento. y como «más vale prevenir que curar», nuestras enfermeda­ des potenciales se alinearán en un siniestro cortejo de precau­ ciones a tomar en el camino de la existencia. Habrá de un lado la comunidad de «sanos» y del otro la de los «enfermos». Prestando atención al Nietzsche más dudoso, la primera huirá de la segunda como de la peste. La vida de los sanos estará constelada por los plazos de un inelu­ dible calendario de prevención, pero los sanos serán los sumisos, los pacientes eternos que llevarán una vida de enfermos para no serlo . Los enfermos, por su parte, serán «los que lo habrán querido». Pues, una vez dados todos los consej os, cada uno se encontrará frente a su deber, hacia sus 1 64


cónyuges, hacia sus amigos, hacia sus médicos. Y habrá que elegir un bando. Adivinos sin misterios, los médicos tendrán un papel de una omnipotencia inquietante, pretenderán conocerlo todo y, sobre todo, p reverlo todo. Ya no serán la inquietud y la duda las que envenenarán nuestra alma, sino la dura certeza de la pre­ disposición, la ley inmutable de lo hereditario. La potencia de los males que nos acechan servirá para acabar de raíz con cada uno de nuestros gestos, para minar de entrada todos nuestros actos. De sZ!jetos a pacientes

Así, bajo los escombros de las democracias corrompidas del siglo xx y de su subversión abortada, vemos surgir ahora una nueva forma de dominación, una relación de complicidad inédita y perversa entre dominadores y dominados: el biopo­ der. Este poder alcanza al mismo tiempo a lo que hay de más expuesto y más oculto en nosotros, la nuda vida, y produce una formación social donde todo lo que está fuera del domi­ nio abstracto de la «economía» no participa de nada. El Bloom es el nombre de esta vida sin defensa, sin valor, sin forma y, por decirlo todo, por debaj o de lo humano. Lo que se juega aquí no es indigno de nuestra atención: implica tal destruc­ ción del sujeto occidental que lo político mismo se ha vuelto radicalmente imposible en su forma clásica. La ausencia de este sujeto, que había habitado tanto la filosofía como las ciencias y las costumbres, ha dejado una brecha que es el Bloom. Con él, tenemos que vérnoslas con una vida humana disminuida, con una criatura incapaz de deseo, de voluntad y de autonomía. Lo político no puede sino ser trágicamente 1 65


denegado a tal ser, cuy� destino es el de una espera sin fin ni objeto. En definitiva, esta sociedad se asemeja a un hospital donde cada enfermo estaría poseído por el único deseo de cambiar de cama. La dominación apenas nos pide ser más que pacientes, en el doble sentido del término: deberíamos soportar y sufrir pasiva­ mente su desastre sin exigir nunca reparación y, al mismo tiem­ po, tolerar ser dependientes de ella, no como se podría depen­ der de un padre o de un patrón -relaciones que siempre reser­ van la posibilidad de una emancipación-, sino como un pacien­ te depende de su médico, es decir, en una relación cuya inte­ rrupción provoca la muerte del paciente mismo. Patior, en latín, significa generalmente sufrir, pero de la misma raíz deriva tam­ bién pasión. Ahora bien, la pasión, en lo que implica de relación activa con la vida, se opone a padecer como su contrario. Es pre­ cisamente esta relación activa lo que la dominación ha hecho desaparecer poco a poco, por el «bien» de los sujetos, es decir, para que hagan de buenos sf!jetos dependientes de ella para sobre­ vivir, en una suerte de encarnizamiento terapéutico a escala mundial. Y mientras los cuerpos humanos invaden el planeta en una proliferación sin precedentes, garantizada por los «progre­ sos» de la medicina, el espíritu termina por abandonar estos cuerpos desapasionados, extranjeros a sí y al otro. Sector tras sector, la realidad se aplana en una trama contingente, donde todo habla de todo salvo de nosotros y nuestro destino. Entre nosotros y nosotros mismos se ha abierto un abis­ mo de extrañeza que debe ser colmado de cualquier manera por esas figuras expertas que pretenden enseñarnos cómo ser­ virnos de nosotros mismos. Tal es la política por venir de la domi­ nación, la biopolítica: una política que gestiona los cuerpos como continentes de almas. Se trata de hacer que nos reduzcamos a aquello por lo que el poder nos sujeta. ¿Y qué hay más nece1 66


sario, más inmediato, qué hay más inalienablemente nuestro que nuestro cuerpo? Todo lo que somos, todo lo que hace­ mos, se desarrolla en los limites de nuestro cuerpo. Nuestra alma está, decíamos, enclavada en él. Es aquello que nos pone en comunicación con el mundo, con los otros, también es lo que nos separa irremediablemente. Pero sobre todo, es por el cuerpo por lo que somos «individuos», slfietos distintos, seres identificables; y es precisamente esto lo que sirve de blanco pri­ vilegiado a toda opresión. Dicho de otro modo: NUESTRO CUERPO ES PRISIONERO DE UN ALMA PRISIONE­ RA DEL CUERPO. Todo ha sido dispuesto, desde que el platonismo reina en los lugares comunes, para hacernos incapaces de comprender que no tenemos un cuerpo, como tampoco somos uno. Y en efecto, ¿cómo reconocernos en ese «envoltorio carnab>, en esa masa intrincada de órganos y de funciones? ¿Cómo sustraer­ nos a él? Esta doble imposibilidad la experimentamos en la vet;güenza. La vergüenza es la prueba dolorosa de nuestra impotencia para . liberarnos de la determinación física. Nuestro e spíritu, que se complace tanto en concebir el infini­ to, no logra ni siquiera concebirse a sí mismo como unido a la «carne». Peor aún: toma su única posibilidad de existencia por una limitación que le vendría del exterior. Elevándose sobre dos milenios de perfeccionamiento continuo de las técnicas de opresión, el biopoder saca la con­ clusión de nuestra debilidad; se arroga toda competencia sobre lo que tenemos de más íntimo: nuestros sentimientos, nuestras «pulsiones». La luz demasiado cruda de la realidad podría, dice, herirnos. ¿Y quiénes somos, después de todo, para pretender que sabemos conducirnos? ¿El hombre moderno no es, según Kant, un niño que no puede caminar sin su andador? 1 67


En esta existencia, nos limitamos sin comprendernos. El oráculo de Delfos recitaba su «conócete a ti mismo» y, curio­ samente, la primera cosa que nos evocan estas palabras, es el conocimiento de nuestro <<yo», de nuestra «personalidad» y no de nuestra persona viviente, en carne y hueso. ¡Tenemos un imaginario de horóscopo! Pasados los tiempos del cristianismo, del alma y sus peca­ dos, no faltan aventurados encubridores, razonables profetas para despej ar la vía de un nuevo callejón sin salida: esa neo­ espiritualidad sincrética que se encuentra en venta al por menor en la sección «New Age». Gimnasia igualmente bene­ ficiosa para el ama de casa y para el gerente, el conocimiento del «aliento encantado» que nos ha dado la vida presenta en primer lugar el interés de no ofrecer salida practicable fuera de las redes del poder que nos mutila, que nos sueña como «paquetes de neuronas» y que ha deformado tanto nuestra imagen a nuestros oj os que ya no logramos reconocernos en ningún espejo. Llenar nuestra prisión de flores y velas no nos ayudará más a evadirnos que analizar la composición del cemento de sus muros. Viagra} biopolíticay placer de saber

¿Por qué la Viagra? ¿Qué más decir sobre esta nueva fron­ tera de la aberración que la humanidad acaba de franquear? Lo que se ha dicho sobre la Viagra ha arrojado una luz púdica sobre su historia y a veces, entre estadísticas y eslóga­ nes, ha aflorado la realidad presente; aunque nunca se haya aventurado más allá. No se ha realizado ninguna tentativa para revelar las razones profundas de su aparición: sobre lo que el capitalismo avanzado ha hecho de la vida humana y 1 68


sobre la forma que esta debe tomar para mantenerse, la omer­ td fue efectiva. Que la humanidad futura, nuestros contempo­ ráneos, la gente que nos cruzamos en la escalera o en el super­ mercado, esté aquejada de impotencia -o crea estarlo, lo que viene a ser lo mismo-, no es la cuestión. Tampoco nos incumbe preguntarnos si la impotencia que afecta a la pobla­ ción masculina de los países industrializados corresponde a una astucia schopenhaueriana de la especie para provocar la extinción de esa parte de ella misma que se ha hundido más profundamente en la abyección y la desgracia. Lo importante no es tanto la mutación antropológica que opera la Viagra, como el terreno preexistente a su aparición, desde hace mucho tiempo colonizado por las formas más insidiosas de la opresión. La Viagra no es el resultado de una investigación científi­ ca apremiada por manifestaciones públicas a favor del sexo­ por-fin-accesible-a-todos y sería erróneo analizar su historia desde «la base», desde el punto de vista de sus usuarios. En efecto, los consumidores de la Viagra no son verdaderos con­ sumidores o, mejor dicho, lo son en la medida en que com­ pran el efecto, la consecuencia de la mercancía, no la mercan­ cía misma; pero este efecto, por primera vez, no es ni una sensación privada que se consuma más o menos colectiva­ mente, ni la condición previa para nuevas relaciones (un boni­ to coche, vacaciones donde conocer eventuales compañeros sexuales, etc.) . La desmaterialización de la pornografía y de la prostitución, su devenir-metafísico, ya las había hecho colar­ se en nuestros teléfonos a través de las líneas eróticas, pero todavía no se deslizaban entre nuestras sábanas. Con la Viagra, los hombres compran la modalidad de la relación y su condici6n de realización; su único dominio de elección -el com­ pañero, el otro- pasa automáticamente a la sombra, pues en 1 69


verdad no han comprado nada más que la intercambiabilidad humana potencial. La biopolítica, como la ha definido Foucault, es el «poder de hacer vivir y dejar morir» y se aplica no solamente a cada uno en particular, sino también al cuerpo múltiple y policéfa­ lo de la población, instalando «mecanismos de seguridad que conciernen a todo lo que hay de aleatorio en cada población de seres vivos» con el fin de «optimizar un estado de vida», de «gestionar la vida» (M. Foucault, Hqy que defender la sociedad) . Nuestra sexualidad, antes de parecernos insuficiente o patológica, ya había sido medicalizada, no solamente en sus aspectos desviados, sino como tal, «como si fuera una zona de fragilidad patológica particular en la existencia humana» (Foucault, «Las relaciones de poder penetran en los cuer­ pos») . Somos nosotros mismos quienes adoptamos el estilo farmacéutico, quienes interiorizamos la norma médica y la aplicamos a todo aquello que es humano. Nos encontramos definitivamente movilizados como «activos», sobre todo en nuestras actividades lúdicas y eróti­ cas, donde de otro modo nos arriesgaríamos a encontrarnos con la imagen descolorida de nosotros mismos y de nuestra libertad perdida desde siempre. Es justamente aquí donde la dominación instala sus espej os deformantes. Y todo lo que habla verdaderamente de nosotros, nuestra carne y nuestros sentimientos, nuestros deseos y nuestros dolores, todo aque­ llo que en nosotros es pasión y no pasividad, nos es extraño como un empleo que no hemos elegido: «Si el poder hace blanco en el cuerpo no es porque haya sido con anterioridad interiorizado en la conciencia de las gentes. Existe una red de bio-poder, de somato-poder que es al mismo tiempo una red a partir de la cual nace la sexualidad como fenómeno históri­ co y cultural en el interior de la cual nos reconocemos y nos 1 70


perdemos a la vez» (M. Foucault, «Las relaciones de poder penetran en los cuerpos») . «Una buena erección comienza por la relajación del mús­ culo eréctil que constituye el tronco del pene. Esta relajación facilita la dilatación de las arterias, por tanto la afluencia san­ guínea en el cuerpo cavernoso, lo que permite al miembro ponerse enhiesto. Es ahí donde interviene la Viagra» (Cosmopolitan, julio de 1 995) . Aun no teniendo recuerdos de tal crudeza, ni en nuestros libros de ciencias naturales del colegio, no debemos sorpren­ dernos de encontrarla en los diarios y revistas, con su aspec­ to perturbador, unheimlich, a la vez extraño y familiar. En nuestra época, el ars erotica se ha convertido en una scientia sexualis que, para comprender, necesita clasificar: una erec­ ción en sí puede ser «buena» o «menos buena» y lo que medi­ rá su valor será la «cantidad de gozo» que se podrá obtener. Nos sep aran siglos de alienación de la sencilla sabiduría de Rufus de Efeso, que anotab a en su tratado de medicina: «Lo mejor para el hombre es entregarse a las relaciones sexuales cuando es espoleado a la vez por el deseo del alma y por las exigencias del cuerpo». He aquí el tiempo de la «farmacología cosmética» (Le Monde, 4 de septiembre de 1 998) , en el que los medicamentos reafirman los tejidos, detienen la calvicie, hacen esbelto, borran los estigmas del tiempo. «Ciertamente», afirma Richard Friedman, director de la clínica de psicofarmacología del hospital de Nueva York, «el límite no es evidente: si usted es impotente o calvo y esto s e vuelve una obsesión, lo que no es más que un simple síntoma puede transformarse en enfer­ medacD>. Y Marian Dunn, directora del centro de estudios de sexualidad humana en la Universidad Estatal de Nueva York, añade: (<La impotencia se transforma rápidamente en un 171


círculo vicioso. Es un factor de depresión que puede tener consecuencias graves sobre el comportamiento y el trabajo» (Le Monde, 14 de octubre de 1 998) . La humanidad futura debe ser funcional y funcionar en todos sus aspectos, incluso si a veces opone resistencia a la penetración masiva del control en la vida privada, como en el caso de esos hombres de finanzas de Wall Street tan reticentes a coger la publicidad que los publicistas tuvieron que recurrir a hombres-anuncio que enarbolaban paneles con la inscripción «¿Es usted candidato a la Viagra?» seguida de un número de teléfono, lo que supu­ so inmediatamente la prescripción de centenares de recetas al mes (Ibid.) . Segunda en ventas después del Prozac, la Viagra -cuyo nombre ha generado ya varias leyendas (vendría de la combi­ nación de <<viril» y de «Niágara» o provendría del castellano «Viej a agradecida»)- habría sido así bautizada con ese nombre por su connotación <<vigorosa y todo-terreno, ni masculina n i femenina, internacional y n o exclusivamente médica». (Ibid.) Ella sola acaba de escribir un nuevo y aflictivo capítulo de l a historia de la sexualidad en la civilización occidental, en el qUl' cuarenta y cinco millones de parejas lamentan «la imposibil i dad d e una vida sexual normab>. Por retomar la expresión de Michel Foucault, es nuestr insaciable <<voluntad de saber» la que nos abre las puertas d esos penosos dormitorios donde reina la «normalidad» -1 cómo!-, cifrada en dos relaciones sexuales por semana que 41 % de las parejas logran «felizmente» consumar. Estas cifras, en verdad, no se limitan a satisfacer la sidad mórbida de los lectores de diarios o a servir de dor de un control social generalizado de las costumbres, s i que están al servicio de una nueva empresa de inquisición de miseria humana. 1 72


Los seguros médicos americanos2, que corren con parte del gasto en medicamentos cubiertos, se han situado de buen grado del lado de la Iglesia y colaboran con urólogos y médi­ cos generalistas para someter a interrogatorio a quien se declare impotente. Así, se han apresurado a prescribir contro­ les y verificaciones minuciosas, exigiendo saber cuándo y cuántas veces ha aparecido el problema, si se ha manifestado antes o después de la puesta en el mercado del medicamento, para seguidamente, sobre la base de una norma media estima­ da en ocho veces al mes, restituir a los desgraciados un «pla­ cer en píldoras», artificial y racionado. Pero, a pesar de sus interrogatorios, los médicos no logran establecer con certeza quién miente y quién dice la verdad, de modo que «para Pfizer, las exigencias son contradictorias: el interés del labo­ ratorio es a la vez de sobrepasar, por razones comerciales, la clientela de enfermos "serios", y de mantener oficialmente una línea estrictamente médica para convencer a las compa­ ñías de seguros de enfermedad de proceder al pago del fárma­ co» (Le Monde, 1 4 de octubre de 1 998) . Además, los ricos están dispuestos a pagar por las enfermedades de los pobres, pero ciertamente no por su placer; la estructura social no está rodavía dispuesta a redistribuir las nuevas cargas asociadas a la gestión de los dolores y de los divertimentos, como lo exige le hecho la dominación. Así, algunas compañías privadas de

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«Una sociedad californiana, la Health Network, exige un informe

m édico que confirme los trastornos de la erección; la Cigna Healthcare, g rupo de aseguradoras al que están afiliados 1 5 millones de americanos, n ige documentos que no solo describan el síntoma, sino que confirmen ',u

aparición antes de la llegada de la Viagra al mercado; la Kaiser

l ' 'rmanente pide una documentación clínica y de todas formas reembol­ ' . I rá de la Viagra el 50% Y no el 70% como para los demás medicamen­ I I I S » (L'Espresso, n0 1 9 .) .

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seguros de enfermedad rechazan cubrir el gasto y la podero­ sa asociación americana de jubilados, la AARP, se indigna porque el gobierno federal haya pedido a los estados que cubran el coste de la Viagra para los más pobres a través del régimen público de seguridad sociaL y sin embargo, el Estado americano debe, «en este nuevo sistema de confusión de las esferas privada y pública en el que los asuntos de sexo se transforman en asuntos de Estado» (Ibid) , promover nuevas inversiones para sus pacientes, sobre todo para aquellos que han sido más sumisos a su disciplina, cuyos cuerpos se han mostrado más eficazmente dóciles y dispuestos a la obediencia. De ese modo se han desbloquea­ do cincuenta millones de dólares para reerotizar a golpe de Viagra los cuerpos de las tropas de los Estados Unidos, así como de los militares retirados. Son extrañas esas entrevistas que leemos en los diarios, en las que se nos da a conocer la edad, el oficio, el estado civil y el número de hijos de simples desconocidos llamados Marius o Patrick y, de repente, se nos introduce clandestinamente en sus miserias más íntimas. No conocemos sus casas, tampoco el color de sus oj os o el rostro de su muj er, pero lo sabemos todo de sus hábitos sexuales, de sus trastornos y sus patolo­ gías; sabemos si un urólogo se los ha tomado o no en serio, nos enteramos de las frustraciones resultantes de sus penetra­ ciones fallidas. Creeríamos encontrarnos mirando esas fotos pornográficas en las que se puede distinguir el mínimo deta­ lle del pene o la vagina de los personajes representados, pero cuyas miradas nos disimula un irónico rectángulo, que nos oculta la visión de su ser propio y prohíbe así la irrupción de todo aquello que trasciende dolorosamente lo físico. Nos encontramos aquí en el dominio indistinto en el que la intimi­ dad y la extrañeza se desbordan la una a la otra, en una con1 74


fusión por la que el Bloom pasea una existencia mutilada entre equívoco y curiosidad. <<A menudo se dice que no hemos sido capaces de imagi­ nar placeres nuevos. Al menos inventamos un placer diferen­ te: placer en la verdad del placer, placer en saberla, en e1CpO­ nerla, en descubrirla, en fascinarse al verla, al decirla, al cauti­ var y capturar a los otros con ella, al confiarla sec retam �nte, al desenmascararla con astucia; placer específico en el di scur­ so verdadero sobre el placer.» (M. Foucault, La voluntad de saber) Naturalmente, las víctimas de esta guerra química de clara­ da a la ineficiencia sexual, de esta cruzada por el s exo a cual­ quier precio, no se han hecho esperar: el 26 de agosto de 1 998, la Food and Drug Administration cuenta s e senta y nueve «muertos de la Viagra»; todos, entre cuarenta y o cho y ochenta años, sufrían afecciones cardiovasculare s, to maban regularmente uno o varios medicamentos y, p odem os añ adir, aspiraban además a <<una vida sexual normal» . En su discurso -que no sabemos escuchar- nuestro cuer­ po, definitivamente separado de nosotros, no nos reenvía sino nuestra insoportable ausencia a nosotro s mis mos. Cada «disfunción» representa una falta de eficacia que debe ser corregida, cada somatización no es sino un ob stácu­ lo molesto a superar. La enfermedad es un c aso p articular del mal funcionamiento de ese sistema de comunic ación en el que se ha convertido nuestro organismo, un proceso de des­ conocimiento o de transgresión de los límites d el aparato estratégico que constituye el yo. No podemos concebirnos como un «organis mo» del que la suma de las partes no igualaría nunca el todo. La medicina mecanicista nos explica que to do síntoma - conoce su tratamiento propio, que no es indi spen sable b uscar 1 75


la causa de un trastorno porque nuestra enfermedad está pri­ vada de sentido y de raíces, a imagen del Bloom que la sufre; basta entonces con aprender de memoria, como una letanía profana, la lista de los efectos secundarios y, si olvidamos ren­ dir homenaje al biopoder que nos domina con su presencia inquietante en nuestros cuidados cotidianos, recibiremos la muerte como esos diabéticos que soñaban con volver a poder hacer el amor. Texto sintético del que no sabemos descifrar los caracte­ res, nuestro cuerpo debe ofrecerse dócilmente a la hermenéu­ tica de los «especialistas»: no estamos llamados a leerlo, sino solamente a reescribirlo. El peligro que tiende a conjurar este dispositivo articula­ do de expropiación reside en esto: todo aquello que nuestro cerebro de esclavo alcanza a tolerar, nuestro cuerpo, insufi­ cientemente dócil, lo rechaza, porque en él algún residuo ancestral del instinto de rebelión se oculta todavía; ¿pero dónde? He aquí lo que los conquistadores de la industria farma­ céutica se han jurado descubrir.

Dei deseo indiferente Nuestra época, en la que se superponen una sobreabun­ dancia de imágenes y la coexistencia de diversos órdenes sim­ bólicos, ha podido ser definida como neo-barroco. Pero esta aparente proli er�&ión de ocasiones que se ofrecen al desplie­ gue del dese � no es sino la máscara de su posible agonía. El deseo s e ha hecho indiferente, en el doble sentido de que puede desear un obj eto privado de marcas de especificidad, no particular -el ser-cualquiera de la ] ovencita, tan sorpren­ dente en las últimas generaciones, que logran ajustarse cada

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vez más a él-, o simplemente permanecer insensible y negli­ gente, es decir, dejar de responder a las solicitudes perpetuas, pero privadas de intensidad propia. Para toda esa gente, Bloom perdidos tanto para sus cuer­ pos como para sus deseos, no existen todavía remedios y los médicos les desaconsejan tomar la Viagra para evitar decepcio­ nes: «no se trata de un afrodisíaco», no se cansan de repetir. Pero el deseo pasional se agota y se debilita inevitable­ mente en una época en la que «la opacidad de las diferencias sexuales ha sido desmentida por el cuerpo transexual, la extrañeza incomunicable de la prysis singular abolida por su mediatización espectacular, la mortalidad del cuerpo orgánico puesta en duda por la promiscuidad con el cuerpo sin órga­ nos de la mercancía» (G. Agamben, La comunidad que viene) . Entre los polos de la anorexia y de la bulimia sexual, surge una suerte de sentimiento ciego e indiscriminado, un deseo ind!forente, que ya no se encuentra forzado a afirmar su existen­ cia contradictoria: la química ha controlado todas sus debili­ dades, la prensa lo ha marcado como patológico, la industria farmacéutica ha fijado sus nuevos parámetros. Empalmarse cuando toca o desaparecer. Podemos situar la aparición del deseo indiferente en el nacimiento de Don Juan, en pleno triunfo del barroco y de su obsesión por las máquinas. Entonces se pusieron en marcha dis­ positivos sorprendentes; poleas y carretillas animan lo que no tenía alma; la prodigiosa exhibición del monstrum escenifica lo sagrado y a la vez convierte a la fe. Es la época en que en las ciudades lo sagrado se mezcla con lo profano en una conti­ güidad a menudo física y en la que entra en la leyenda un monj e napolitano que, viendo a las muchedumbres acudir a una representación de la commedia dell'arte cuyo protagonista era el personaje cómico Polichinela, comienza a blandir el 1 77


crucifijo sobre la escena sagrada gritando: «¡Venid a ver: he aquí el verdadero Polichinela!» Frase que no era tan gratuita como podría creerse, pues también Polichinela, símbolo del cuerpo vil y del cómico trivial por excelencia, era en realidad un habitual de la muerte, un psicopompo, uno de esos demo­ nios que acompañan a las almas. Aquel barroco, a diferencia del nuestro, era un espectácu­ lo que restituía la presencia de la muerte en todas partes, que la exorcizaba por su exhibición misma, en lugar de relegarla siempre a lo impensado. En el seno de este perpetuo memento mori, Don Juan ve la luz bajo la pluma de un monje español dedicado a demostrar que el deseo mecánico, eternamente inquieto, indiferente (((che sia brutta, che sia bella, purchéporti la gonnella voi sapete quel che fa)))\ no es un pecado contra la comunidad de los vivos, sino contra la de los muertos, contra la trascendencia. Don Juan, en realidad, no desea otra cosa que la muerte. Sus provoca­ ciones continuas haciendo como si la muerte no existiera, su irrisoria invitación a cenar lanzada a un espectro, no testimo­ nian sino la naturaleza mecánica de su movimiento en el mundo de los vivos. Sin trascendencia, no hay seducción. Don Juan no es libre, sino esclavo de la unidimensionalidad de un tiempo que se olvida de la muerte y, por tanto, del amor. La muerte abandonará lentamente la escena occidental e n un movimiento de «descalificación progresiva» , <da gran ritua lización pública de la muerte ha desaparecido o, en todo caso, se ha borrado gradualmente, desde fines del siglo XVIII has t a hoy. Hasta tal punto que ahora la muerte -al dejar de ser una de las ceremonias brillantes en las que participaban los indiv i

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«Sea fea o sea hermosa, con tal de que lleve enaguas ya sabe usted

que ella hace» (Mozart, Da Ponte, 1 78

Don Giovanm) .


duos, la familia, el grupo, casi la sociedad entera- se ha con­ vertido, al contrario, en lo que se oculta [ . . . ] Y, en el limite, el tabú recae hoy menos sobre el sexo que sobre la muerte» (M. Foucault, Hqy que defender la sociedad) . Antaño pasaje del reino terrestre al reino celestial, el acto de morir se torna irre­ presentable en el marco del nuevo paradigma tecnológico del poder y su desaparición muda, su ritualización fallida, abre el camino al deseo indiferente, indiferente a la vida, luego tam­ bién a la muerte. <<Allí donde no impera el poder, ni la iniciativa, ni la capa­ cidad de decisión, el morir es vivir, la pasividad de la vida, escapada de sí misma, confundida con el desastre de un tiem­ po sin presente y que soportamos esperando, espera de una desgracia no por venir, sino siempre ya sobrevenida y que no puede presentarse: en este sentido, futuro y pasado están con­ denados a la indiferencia, por carecer ambos de presente» (M. Blanchot, La escritura del desastre) En este tiempo que no discurre, los deseos niegan la vida, rozando una contigüidad con lo no-vivo casi necróflla . La sola existencia del deseo indiferente no puede, por otro lado, sino sumarse a la tabula rasa de las pasiones, a la degradación del Ser humano en máquina-sin-ahna. No es el deseo auténtico lo que se opone al deseo indiferente, pues cuando este último apare­ ce, es el espacio mismo del deseo lo que en realidad ha desapa­ recido. Y esa desaparición, en estas condiciones de producción, no podría traducirse por la ataraxia griega, por la fuerza de la indiferencia al dolor, como tampoco por la noción budista de IIjJata o desapego. El deseo auténtico es entonces únicamente n;emplazable por el deseo indiferente, que constituye la fronte­ ra última de la pasión en la que el deseo se torna no deseante y s escinde en dos polos: el de una astenia flácida, de una casta n:í.usea, y el de una bulimia mórbida, que ya no aspira a los .

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cuerpos animados, sino que repite compulsivamente un gesto de consumo. Esto es el deseo mecánico. El deseo auténtico no nace de la privación, sino que echa raíces en la esencia profunda del Yo y existe como aspiración, como esfuerzo para acrecentar su propia potencia de ser reconocido por otro; y -a diferencia del deseo de la cosa- es el deseo humano por excelencia. Deseo activo, auxiliar de las pasiones, cuyas metamorfosis son las de la historia. Enemigo tanto de lo «privado» como de la propiedad, el deseo auténti­ co, el deseo del deseo, revela la verdad secreta del deseante, lo que le hace propiamente humano. «El deseo (cupitidas)>>, escribe Spinoza, «es la esencia misma del hombre en cuanto es concebida como determina­ da a hacer algo en virtud de una afección cualquiera que se da en ella» (Ética, III) , y es de su «esencia», si queremos decirlo en términos spinozianos, de lo que el hombre se encuentra exiliado cuando habita la indiferencia del deseo. Su Yo se vuelve un aparato estratégico y está, como tal, privado de organicidad, expuesto al peligro de devenir cosa, de ser ente­ ramente objetivado. Pero de ese Yo-aparato estratégico no pueden nacer sino hombres sin cualidades, sin «afecciones del Yo», seres cuales­ quiera que no alcanzan nunca «el otro estado», sino que que­ dan confinados al vado de su unidimensionalidad, máscaras sin rostro cuya ausencia de sí mismos no puede describir nin­ guna palabra: Bloom. «Los hombres destruidos (destruidos sin destrucción) son como sin apariencia, invisibles incluso cuando se les ve, y si hablan, es a través de la voz de otros, una voz siempre otra que de algún modo les acusa, los compromete, obligándoles siempre a responder de una desgracia silenciosa que portan sin consciencia.» (M:. Blanchot, La escritura del desastre) 1 80


Pero la indiferencia del deseo -en lo sucesivo restringida a su polo mecánico, que se adapta mejor a una sociedad de consumo frenético y que actualmente controla el devenir­ cosa del hombre y su pérdida de sí- contiene también las posibilidades de su inversión, en nombre de una reapropia­ ción que pasa necesariamente por el cuerpo, la única cosa que el Yo está aún obligado a habitar. Esta reapropiación también adviene necesariamente a través del lenguaje, que antes de decir lo que sea, nos dice siempre en tanto que cuerpos, en la medi­ da en que lo no-lingüístico, lo inmediato, es lo presupuesto del lenguaj e, pues, como lo explica Hegel, «el elemento per­ fecto, en el que la interioridad es a un tiempo exterior, como la exterioridad es interior, es nuevamente el lenguaj e» (Hegel, La fenomenología del espíritu) . Es por ello que <da singularidad cualquiera, que quiere apropiarse de la pertenencia misma, de su ser mismo en el lenguaj e, y declina por esto toda identidad y toda condición de pertenencia, es el principal enemigo del Estado» (G. Agamben, La comunidad que viene) .

De la reificación Desde luego hay un modo de empleo de los Hombres­ máquina, pero él mismo no tiene nada de maquínico. Por el contrario, la colonización de la humanidad del hombre es lo único que ha podido asegurar a la dominación mercantil su continuidad en el estado de máquina. Pero las modalidades de la producción presente ya no pueden satisfacerse con tales esclavos, tan amenazantes como disminuidos. Por tanto, ha habido que disolver la cadena de montaje, en la que la comu­ nidad obrera tenía una fastidiosa tendencia a permanecer pal181


pable, y extenderla de manera difusa a la totalidad del cuerpo social, con el riesgo de revelar el carácter metafísico de toda esclavitud, tanto la del cuerpo como la del espíritu. Nuestro tiempo ha tenido que poner el alma a trabaj ar. Alma que debe estar suficientemente socializada, es decir, tener suficientes relaciones sexuales, pero que al mismo tiempo debe perma­ necer lo bastante aj ena a sí misma para no desear lo que podría realmente liberarla, es decir, un uso diferente del cuerpo. Desde esta perspectiva, el control de la comunicación entre la interioridad humana y el mundo se vuelve central y dicho control se logra a través de los deseos, deseos de con­ sumo, de evasión, de éxito profesional, pero sobre todo deseos de humanidad, de encuentro con otros, que no sean sin embargo pura conexión. «Las particularidades históricas de la versión moderna y cartesiana de la subjetividad, han sido simplemente reempla­ zadas por una nueva configuración post-moderna del desape­ go, una nueva idea de incorporeidad: un sueño de ubicuidád, ( . . ) pero, ¿qué tipo de cuerpo es libre de cambiar a placer de forma y de lugar, devenir cualquiera y viajar a cualquier parte?» (S. Bordo, Feminism-Postmodernism) «No body» , nadie, y es esto lo que el deseo indiferente desea del otro: su persona, su máscara. El deseo indiferente no puede salir a escena sino como deseo de nadie. Un simple deseo del envoltorio, una «libido sartorial», esto experimentan los hombres que se sienten cosa-que-sien­ te. «En lugar de la viscosidad hormigueante y perturbadora de la vida y de la muerte, la sexualidad neutra abre el hori­ zonte intemporal de la cosa» (M. Perniola, Jl sex-appeal dell'i­ no rganico) . El hombre convertido en cosa considera sus sen- . saciones con un curioso desapego: nada le pertenece excep­ tuando las cosas y solamente puede desear las cosas o a los .

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otros en la medida en que ellos mismos son cosas. Perniola, quien decididamente es corto de ' vista, presenta aquí como horizonte ineluctable una sexualidad indolente entre cosas. En su tranquila fe en el fin de la historia, quiere creer igual­ mente que la humanidad futura está llamada a liberarse de la obsesión por los resultados liberándose simplemente del deseo de ser humano, intercambiado a buen precio por la excitación reconfortante y ociosa de las cosas. Macabra pers­ pectiva la de un éxodo general fuera de la vida viviente donde hombres cosificados se extraviarían entre las cosas y las mercancías, no siendo ya uno para otro sino el obj eto de un deseo de objeto. «Si una vagina no fuera más que una vagina y no una alegoría del paisaj e terrestre, la excitación no podría ser ilimitada; y del mismo modo si el paisaje terrestre no remitiera sino a sí mismo, la arquitectura no sería sino la construcción y la representación del territorio. Se va de la vagina al cosmos por un camino que va de lo mismo a lo mismo, porque ni la vagina, ni el mundo, ni siquiera nuestro cuerpo son ya lugares habitables.» (Ibid.) Perspectiva errónea sobre todo porque «nunca me transformo íntegramente en una cosa dentro del mundo, siempre me falta la plenitud de la existencia como cosa, mi sustancia huye de mí y alguna intención siempre se perfila. En tanto que entraña órganos de los sentidos, h. existencia corporal no reposa nunca en sí misma, está siempre trabajada por una nada activa, me hace constantemente la proposición de vivir y el tiempo natural, siempre que adviene, esboza sin cesar la forma vacía del ver­ dadero acontecimiento» (M. Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción) . Incluso si la hipótesis koj eviana del «fin de la Historia». parece realizarse por momentos en nuestra época -la música se modela sobre el nudo cotidiano, el trabajo se vuelve más lúdico que antaño, el «arte» se prodiga extensa1 83


mente en el cuerpo social-, es desmentida en este punto cen­ tral: los hombres, lej os de pasar su tiempo haciendo el amor en una despreocupación satisfecha y campestre, se vuelven al contrario incapaces. Todavía no hemos logrado aislar el elemen­ to que alumbra el amor, no en mayor medida, por otro lado, que el sentido de la historia.

Delpostfeminismo La muj er se ha transformado en su relación con el deseo masculino en la realización terrestre de un arquetipo de belle­ za estéril y de autosuficiencia. Cada mujer no es más que un ser sintético, manipulado por la industria farmacéutica y cosmética cuando no por la de la cirugía estética. Su modelo no es otro que el cll;erpo sinté­ tico publicitario y sus consejeros en reformateo son las revis­ tas femeninas, sistemas de producción semiótica cerrados y autorreferenciales, paradójicamente impermeables a la inje­ rencia masculina. La caída del orden patriarcal y el devenir-mujer del mundo encuentran parcialmente su explicación en el proceso de autonomización del cuerpo de la mujer en relación al deseo masculino y al deseo en general: a medida que el cuer­ po femenino es obj eto de reformateo y de remo delación, pierde la capacidad sensible de experimentar placer y de expresar metafísicamente la sensualidad. A la mZ!Jer actual le importa ser deseable, no ser deseada. La lógica de la Jovencita reina aquí sin parangón. Al orden patriarcal caído no lo ha sustituido ningún otro orden, sino un contradictorio imperativo categórico hedonista que marca la carne con los estigmas del dolor y la impotencia. 1 84


Con la Viagra, es la relación sexual lo que se autonomiza definitivamente de los sujetos, es la industria farmacéutica la que copula consigo misma, en la forma de una mujer quími­ camente modificada por la píldora anticonceptiva y los susti­ tutos dietéticos de comidas. La Viagra no es realmente un medicamento para el hombre, porque el problema no es tanto comprender qué ineficiencia masculina remedia, sino a qué inquietud femenina pone fin, si debemos creer a Erica Jong\ en cuya opinión para la mujer «el último dilema es encontrarse frente a un pene flácido». En la polis griega, la diferencia entre el ámbito doméstico y el ágora era implicita y fundadora, porque correspondía a la separación entre el ámbito de la ausencia de libertad, de la vio­ lencia que se ejercía sobre esclavos y criaturas no libres -muje­ res y niños-, y el ámbito de la libre discusión y del uso de la per­ suasión que los hombres-ciudadanos aplicaban entre iguales. Pero, como escribe Hannah Axendt (La condición humana), «para nosotros esta linea divisoria ha quedado borrada por completo, ya que vemos el conjunto de pueblos y comunidades politicas a imagen de una familia cuyos asuntos cotidianos han de ser cui­ dados por una administración doméstica gigantesca y de alcan­ ce nacional. El pensamiento científico que corresponde a este desarrollo ya no es ciencia politica sino "econOITÚa nacional" o "econoITÚa social" o Volkswirtschqft todo lo cual indica una especie de "administración doméstica colectiva"». Aunque la salida del ámbito doméstico habría podido tra­ ducirse para la muj er en una liberación del oikou nomos, de la ley de la casa, hoy vemos esta ley, al contrario, extenderse ai funcionamiento entero de la sociedad.

4 a

Autora de la novela-biblia de la revolución sexual femenina, El 17lied7

volar.

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Puede entonces hablarse de una feminización del mundo en la medi­ da en que vivimos en una sociedad de esclavos sin amos. La muj er no ha estado nunca tan lejos de su liberación sexual y, por tanto, corporal, como en la era de la Viagra. Es en el éxodo de su propio cuerpo donde debe buscarse la razón de la caída del deseo masculino.

Quasi unum corpus El cuerpo femenino no ha sido nunca tan público y ha estado tan desierto al mismo tiempo como en los años del post-feminismo: ya no es sino un embalaj e en el que cada diferencia no codificada por los lenguaj es publicitarios es una imperfección que borrar, donde tOGO distanciamiento respec­ to de los parámetros conocidos es un handicap si tenemos en cuenta la norma de lo deseable. La amarga verdad del Espectáculo parecería revelarnos una evidencia que no ha sabido encontrar el lugar para afir­ marse: no es la belleza lo que enciende el deseo; el deseo es una enti­ dad metafísica. Platón escribia: «Eros no es ni feo ni guapo, ni joven ni viejo»; en otros términos, no habita el espacio efí­ mero de la carne. Los cuerpos no son hoy sino tristes edificios habitados y construidos por la química. Los cuerpos de los Bloom son arquitecturas inhabitables. El hundimiento de un orden simbólico, en lugar de anun­ ciar un periodo de libertades nuevas, se ha resuelto en la des­ composición del cuerpo mismo de la sociedad y en conse­ cuencia de los cuerpos de los individuos que la componen. Como ya nos lo explicaba Tito Livio con la apología de los miembros y del estómago desarrollada por Agripa 1 86


Menenio y tal y como lo ha retomado una vasta literatura tanto en la Edad Media como durante el Barroco, el vínculo entre el cuerpo político de la sociedad y el cuerpo personal de los suj etos va mucho más allá de una bella metáfora. Para Santo Tomás, los hombres formaban quasi unum copus, un solo cuerpo por así decirlo, y toda la Antigüedad insistirá en la igual necesidad de los miembros para el bienestar del orga­ nismo. Rufus llegará a decir que si el espíritu se pierde en vanas imaginaciones es preciso «someter al alma y hacerla obedecer al cuerpo». De hecho, «lo que hace tan difícil de soportar a la socie­ dad de masas no es el número de personas o al menos no de manera fundamental», sino el hecho de que los individuos estén como sumergidos en una sesión de espiritismo en la que, por el efecto de un prodigio inexplicable, la mesa se des­ vanecería y en la que todos se encontrarían «sentados, unos frente a otros sin estar ya separados, pero tampoco unidos, por alguna cosa tangible» (H. Arendt, op. cit.), miembros sepa­ rado s del cuerpo, órganos sin cuerpo expuestos a una inevi­ table descomposición. Frente a la exigencia económica de que los cuerpos sobre­ viva!} a la necrosis de un bios po!itikos que los abandona, asis­ timos a una reconstitución artificial de los límites de los orga­ nismos, una delimitación de su forma física y de sus aptitudes para la praxis. El reformateo consiste en esto: reproducir en el interior de una nueva forma domesticada, privada de memoria, pul­ s i on e s y potencialidades puramente inmanentes, casi com­ pletamente desprovistas de espesor psicológico y metafísi­ co; hacer de los hombres inteligencias artificiales siempre más previsibles y de sus cuerpos, dispositivos siempre más dóciles . 1 87


Jqyas indiscretasy Shekhiná Los movimientos feministas de los años setenta decían que lo «personal es político», es decir, reivindicaban para la economía individual de los deseos un lugar alejado de los reflectores del Espectáculo; evocaban un ámbito público que no fuera publicitario y que produjera un sentido diferente de la normatividad que funda toda cosa «privada» por muy singu­ lar que se crea. El acontecimiento que constituye la Viagra prueba no solamente el fracaso de este proyecto, sino también lo que es la consecuencia directa, que todo aquello que crecía a la som­ bra de la intimidad de los sentimientos que se profesaban las gentes ha sido sacado a la luz inmisericorde de una confesión mediática general. Lo que ha vencido la Viagra no es tanto la impotencia como el residuo de lo que Foucault llamaba la «latencia esen­ ciab> de la sexualidad, es decir, lo que toda forma de domina­ ción tiende a desenmascarar y que no es lo que el suj eto que­ rría ocultar, sino lo que le permanece oculto a él mismo. La pretendida <Jiberación sexuab> se ha traducido, en sus últimas consecuencias, por una liberalización del sexo y de sus secretos, en un mercado del deseo autonomizado tanto de su objeto como de su sujeto; mercado para el que el coito, nueva forma del equivalente general abstracto, debe tener lugar, como un comercio entre tantos otros, independientemente de las personas que se encuentren implicadas en él, de los sentimien­ tos que experimenten, de la atmósfera y del humor en el que se encuentren. La erección mecánica, pagadera a la vista del portador, ha prevalecido sobre toda metafísica del Eros. La scientia sexualis que, a partir del siglo XVIII, sustituye al ars erotica, es un saber construido y producido para desactivar 1 88


el potencial inquietante que el sexo, en tanto manifestación física de lo metafísico, porta en sí: «el punto frágil por donde nos llegan las amenazas del mal; el fragmento de noche que cada uno lleva en si» (M. Foucault, Hqy que difender la sociedad) . S i antes bastaba, para volver inofensiva la sexualidad, con ahogarla en una elocuente censura, todo el problema está hoy, para la dominación, en saber cómo resucitarla, en un tiempo en el que se muere, vaciada de su sentido oculto, exi­ liada de su parte maldita. Lo que debe evitarse es que su silencio suscite preguntas y que la sombra de su ausencia aparezca en la iluminación forza­ da del eterno mediodía del Espectáculo. Lo que hay que ocul­ tar a todo precio es que la <<metafísica -la emergencia de un más allá de la naturaleza- no está localizada al nivel del conocimien­ to intelectual, sino en este conocimiento carnal, sexual, con el cual nos abrimos originariamente al otro sin dejar de ser nosotros mismos» (M. Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción) . En Las Jqyas indiscretas de Diderot, el genio Cucufa descu­ bre en el fondo de su bolsillo, entre granos benditos, peque­ ñas pagodas de plomo y otras píldoras enmohecidas, un ani­ llo de plata que, cuando se gira el engaste, hace hablar a lo s órganos genitales con los que se encuentra. En nuestra época, la dominación, tras haber abandonado su antigua lógica de conminación a la inexistencia, a la no manifestación y al mutismo, ha hecho suya la lógica del anillo de Cucufa. y lo que le ocurre al lenguaje sexual vale para el lenguaje a secas: más seguros que el silencio, donde el p ensamiento siempre puede refugiarse, son los teléfonos móviles que rea­ l izan plenamente el reino heideggeriano del parloteo . El obj etivo d e este impalpable mercado de las sensaciones -en el que entran de pleno derecho todas las mercancías cul1 89


turales- es poder hacernos consumir imágenes y palabras en todo momento y en todo lugar de nuestra vida, para romper la continuidad y el sentido, para convencernos de que esta no tiene ni fin ni forma. Se ha vuelto evidente, ahora que el consumo de signos se ha apoderado de la totalidad del ser humano, que la mercan­ cía y el consumo eran desde el comienzo, esencialmente, un modo de comunicación. Los modos de producción llamados «postfordistas» no se han contentado con añadir a la expropiación de la actividad productiva la alienación de la naturaleza lingüistica y comuni­ cativa del hombre, el logos -con el que Heráclito identificaba, no por azar, lo Común-, sino que han revelado sobre todo, en el movimiento mismo en el que desmaterializaban el tra­ bajo, que esta expropiación se ha efectuado siempre sobre el plano metafísico. Algunos cabalistas dan cuenta del divorcio del sentido y de la palabra con el tema clásico del «exilio de la Shekhiná». La Shekhiná es la última de las diez Sefirot o atributos de la divinidad, la que expresa su presencia misma, su manifesta­ ción sobre la Tierra, la palabra. Una historia talmúdica narra que cuatro rabinos fueron admitidos en el paraíso: uno de ellos quebró las ramas del árbol de las Sefirot, gesto que simboliza en la Cábala el peca­ do de Adán separando el árbol de la Vida del árbol del Conocimiento. Como resultado de esta separación, «el univer­ so cae, Adán cae, cada cosa es afectada, perturbada, [ . . . ] nada permanece donde debía estar y como debía ser; nada, en con­ secuencia, ha estado en lo sucesivo en su lugar propio. Todo está en exilio. La luz espiritual de la Shekhiná fue arrastrada a la oscuridad del mundo demoníaco del mal. De ello resulta la mezcla del bien y del mal que deben separarse cuando el ele1 90


mento de la luz retome su posición primera. Es así como vino a la existencia, no el mundo material en el que vivimos, sino el hombre, en parte espiritual, en parte materiab> (Gershom Scholem, Las grandes tendencias de la místicajudía) . La carne, en la visión de los Cabalistas, es el atavío del hombre místico, exi­ liado de sí mismo desde el pecado original; antes de esto, el hombre poseía una condición espiritual más elevada que la del ángel más elevado en la jerarquía celeste. Si Adán no hubiera pecado, el Tiqqun, la Reunificación, se habría consumado; cada cosa habría reocupado su lugar y el universo habría sido salvado. Y sin embargo, esta caída en la confusión del bien y del mal, que debían permanecer separa­ dos, y este desgarrarse en separaciones artificiales de lo que debía permanecer unido, no nos condena a un exilio definiti­ vo y a una irreversible impotencia. El infierno en el que hemos caído es nuestro vagar y el desierto que hoy atravesa­ mos es la historia; en cierto sentido, (<!lO solamente somos dueños de nuestro destino y en el fondo responsables de la prosecución del exilio, sino que cumplimos también una misión que tiene finalidades más lejanas» (Ibid.) . La falta del Bloom re side en su incomprensión del camino que está reco­ rriendo, en su ausencia de punto de vista sobre la historia que vive, en su ignorancia del lugar que ocupa entre los hombres y las cosas. La Cábala dice que el hombre cae en el aislamien­ to cuando quiere ponerse en el lugar de Dios, en otros térmi­ nos, cuan do pretende que la libertad debe servirle y no que es él quien debe servir a la libertad. A me dio camino entre trascendencia e inmanencia, la Shekhiná se asoma a la ventana que se abre sobre nuestra pro­ pia nada, sobre nuestra propia libertad. Este lenguaje por medio del cual el hombre místico, el hombre que estaba más alto que lús ángeles , vuelve a su atavío terrestre y se reconci191


lia con su cuerpo, es un lenguaje que narra al individuo, que le hace redescubrirse a sí mismo, que le abre al reconocimien­ to de los otros. Ciertamente, tal lenguaje es diferente para cada uno, pero es comprensible para aquellos que siguen el mismo camino, es decir, «desde el momento en que cada indi­ viduo tiene una tarea particular en la lucha por la realización del Tiqqun, según el grado y el estado propio de su alma» (Ibid.) Marx decía en sustancia la misma cosa, pero con más precisión: «Solo cuando el hombre real individual ha retoma­ do en sí al ciudadano abstracto [ . . . ] cuando el hombre ha reconocido y organizado sus fuerzas propias en fuerzas socia­ les y por tanto ya no separa de sí la fuerza social bajo la forma de la fuerza política, solamente entonces concluye la emanci­ pación humana» (K. Marx, Sobre la cuestión judía) . La Shekhiná, por íntima que sea de la esfera celeste, se mantiene amorosamente al Iado de todos los hombres, como lo estaba al Iado de Israel dondequiera que estuviera en el exi­ lio; y del mismo modo, «cuando dos hombres se sientan a interpretar las palabras de la Torah, la Shekhiná se encuentra entre ellos» O . Abelson, The immanence rf Cod in Rabbinical Literature) , pues no hay lugar donde la Shekhiná no esté, donde no sufra el mismo dolor que el hombre, «ni siquiera en la zarza ardiente» (Éxodo rabba, en Éxodo 2:5) . «Cuando el hombre soporta sufrimientos, ¿qué dice la Shekhiná? "La mano me duele; la cabeza me duele"» (G. Scholem) . Incluso si la Shekhiná no nos abandona jamás, a causa de su exilio, nos deja constantemente expuestos al riesgo de que «la palabra -esto es, el desocultamiento y la revelación de toda cosa- se separe de esto que revela y adquiera así una consis­ tencia autónoma. [ . . . ] En esta condición de exilio, la Shekhiná pierde su potencia positiva y deviene maléfica (los cabalistas dijeron que "bebe la leche del mal")>> (G. Agamben, op. cit.) . 1 92


Pero algo puede poner fin a este exilio y es la consciencia de que «la p alabra, en su esencia original, es un compromiso ante un tercero con nuestro prójimo: acto por excelencia, ins­ titución de la sociedad. La función original de la palabra no consiste en designar un obj eto para comunicar con otro en un juego que no tiene consecuencias, sino en que alguien asuma una responsabilidad hacia alguien. Hablar es comprometer los intereses de los hombres. La responsabilidad sería la esen­ cia del lenguaj e» (E. Levinas, Cuatro lecturas talmúdicas) .

Biopolíticay moneda viril En estos dias en los que una erección se compra, se pro­ grama, y en que el emblema histórico de la dominación mas­ culina se vuelve algo reproductible in vitro, separado de su aci­ cate y de su sentido, todos los obstáculos a la prostitución universal son suprimidos. El sexo ya no tiene solamente un mercado, es un mercado; último fragmento de noche que portábamos en nosotros, cede a la pura positividad del cuerpo desnaturalizado y susti­ tuible de nuestro tiempo. El «umbral de modernidad biológica» de una sociedad se sitúa en el momento en el que la nuda vida se convierte en lo que está en juego en las estrategias politicas -suponiendo no obstante que una vida separada de su forma sea todavía una vida. <<Durante milenios, el hombre siguió siendo lo que era para Aristóteles: un animal viviente y además capaz de una existencia política; el hombre moderno es un animal en cuya politica está puesta en entredicho su vida de ser viviente» (M. Foucault, Historia de la sexualidad I) . Ya no es la muerte la que 1 93


es instrumento de dominación, sino la administración de lo que está vivo en un dominio de <<valor y de utilidad», dominio en que el comercio es perfectamente inmaterial y cuya mone­ da es la facultad de deseo que inviste la totalidad de la vida biológica y cultural. Imaginemos, escribe Klossowski, que «nos encontrásemos en una época industrial en que los productores tuvieran los medios de exigir como modo de pago objetos de sensación por parte de los consumidores. Estos objetos son seres vivos. Según este ejemplo de trueque, productores y consumidores vienen a constituir colecciones de "personas" destinadas pre­ tendidamente al placer, a la emoción, a la sensación. ¿Cómo puede cumplir la "persona" humana la función de moneda? ¿Cómo los productores, en lugar de "pagarse" mujeres, se harían pagar "en mujeres"? ¿Cómo pagarían entonces los empresarios O los industriales a sus ingenieros, sus obreros? "En muj eres." ¿Quién mantendrá esta moneda viviente? Otras mujeres. Lo que supone la inversa: las muj eres que ejercen un oficio se harán pagar "en chicos". ¿Quién mantendrá, es decir, quién sustentará esta moneda viril? Aquellos que dispongan de moneda femenina» (p. Klo ssowski, La moneda viviente) . La

comunidad que 1)iene

«En otras palabras, la persecución que me abre a la pacien­ más larga y que es en mí la pasión anónima, no solamente tengo que responder por ella, cargando con ella fuera de mi consentimiento, sino que también he de responderle con la . negativa, la resistencia y la lucha, volviendo al saber (volvien­ do, si es posible -porque puede que no haya retorno), al yo que sabe y que sabe que está expuesto.» (M. Blanchot, op. cit.) cia

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La comunidad que viene es una comunidad que se libera­ rá gracias al cuerpo y en consecuencia gracias a las palabras para hablarle. Mientras que, en el modelo de producción fordista, el cuerpo estaba condenado a la cadena de montaje por sus ges­ tos repetitivos y el espíritu quedaba «libre» para pensar las formas de emancipación, hoy, siendo el trabajo en las socie­ dades capitalistas avanzadas casi enteramente intelectual, es el cuerpo el que asiste, incrédulo y olvidado, a esta nueva explo­ tación. Olvidado durante las horas de trabajo, pero constan­ temente presente en el tiempo libre en forma de obsesión, el cuerpo es la más material de nuestras determinaciones y, al mismo tiempo, la tarj eta de visita que permite acceder al mer­ cado de trabaj o desmaterializado. Es la persona, la máscara que debe ser cuidada al detalle, para que no pueda expresarse en su lenguaje, el lenguaje de la insumisión. En este inmenso mercado de la «deseabilidad», es al deseo abstracto y vacío de la sociedad mercantil a lo que debemos entregarnos si queremos «insertarnos socialmente» y trabajar. Este nuevo mercado no constituye un espacio que habitaría­ mos oficialmente como singularidades, sino un parámetro general según el que debemos conformarnos. Stuart Ewen cita un folleto comercial ej emplar de los años veinte que ya hacía el reclamo de productos de belleza feme­ ninos: en la portada figuraba un desnudo impecablemente límpido, empolvado y maquillado, acompañado de la siguien­ te leyenda: «Su obra maestra. Usted misma». (Stuart Ewen, Capitanes de la conciencia) «La publicidad», explica Ewen, «había tomado prestada de la psicología social la noción de yo social y había hecho de ella una pieza esencial de su arsenal. De ese modo, cada uno se definía a sí mismo en los términos fijados por el juicio de los 1 95


otros», así «en medio de su cocina-sala de máquinas, se supo­ ne que la esposa moderna pasaba el tiempo preguntándose si su "yo", su cuerpo, su personalidad, eran competitivos en el mercado socio-sexual que definía su puesto de trabajo». (Ibid) Lo que le ocurría a las esposa la víspera de su salida del hogar para entrar en la fábrica, le ocurre hoy a la sociedad al completo transformada en una «gigantesca administración doméstica». (Ibid) El cuerpo de la mujer es, como ya lo testimonia el mito de Pigmalión, el vehículo privilegiado del biopoder. Muñeca capaz de desear, es así cómo la sociedad la desea y acompa­ ña, cómplice, su devenir-cosa-que-siente. Si bien es cierto que la frigidez femenina no sorprendía a Occidente, tácitamente de acuerdo sobre este triste supuesto, la impotencia masculina sorprende siempre, habla una lengua de sufrimientos hasta ahora inéditos. La invención de un remedio para obtener un orgasmo finalmente simulado por las dos partes no detendrá el discur­ so del cuerpo indócil, sino que no hará más que apremiarlo y reprimirlo en una actividad forzada que no podrá tardar en buscar una vía propia para liberarse. «La disciplina es una anatomía política del detalle» que «disocia el poder del cuerpo; de una parte, hace de este poder una "aptitud", una "capacidad" que trata de aumentar, y cam­ bia por otra parte la energía, la potencia que de ello podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta. Si la explotación económica separa la fuerza y el producto del trabajo, digamos que la coerción disciplinaria establece en el cuerpo el vínculo de coacción entre una aptitud aumentada y una dominación acrecentada.» (M. Foucault, Vigilary castigar) En una sociedad en la que las clases sociales han sido reemplazadas por una «pequeña burguesía planetaria» (G . 1 96


Agamben, op. cit.) , se anuncia una nuevaforma de conciencia. El terreno de lucha que se perfila es metafísico en el sentido de su inmanencia al cuerpo, y por ser simbólico e inmaterial libe­ ra lo concreto y lo material. Es el cuerpo que la microfísica de la dominación mantiene a raya a través de técnicas minucio­ sas, «pequeños ardides dotados de un gran poder de difusión, acondicionamientos sutiles, de apariencia inocente, pero en extremo sospechosos, dispositivos que obedecen a inconfesa­ bles economías o que persiguen coerciones sin grandeza». Contra esta forma sutil de expropiación se implicarán las luchas por venir; la nueva liberación de la dominación de la micro física será metafísica o no será. *

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y

esto es lo que hay: hasta ahora hemos sido víctimas de una trampa. Hemos creído que, pronunciadas ciertas pala­ bras, escritos ciertos vocablos, enunciadas ciertas teorías «radicales», se producirían efectos más o menos directos en la realidad. Nos figurábamos que manejábamos armas, cuando se trataba solamente de conceptos, y la conciencia nos pare­ cía una sustancia explosiva. Pero, al igual que el vínculo entre la dominación y los discursos que la legitiman ha dejado de ser perceptible desde hace tiempo, el mundo del Espectáculo se atraviesa en estos tiempos como un bosque de signos y de señales que ya no designan realidades concretas, sino que pre­ fieren dibujar infiernos virtuales y paraísos publicitarios, mundos fabricados de los que el sentido se ha retirado defi­ nitivamente. Las nuevas estrategias de dominación son más refinadas, menos mecánicas, más inaprensibles que las del pasado, here­ dadas de las sociedades de soberanía. Pero también por esta 1 97


razón hieren más profundamente y como de manera quirúrgi­ ca: una simple hoja de papel, hábilmente manipulada, puede tener el efecto de un escalpelo. Ha pasado, en nuestras zonas bqjo control, el tiempo de los grandes destripamientos. La tác­ tica consiste, al contrario, en dejarnos vivos, pero impercep­ tiblemente disminuidos. Aquí, el poder se ha hecho pequeñi­ to, muy mono: se ha convertido en una cabeza de Mickey; apenas lo sospechamos, deslizándose ágilmente en las fibras ópticas, calculándoos tras la sonrisa vitrificada de la Jovencita, reclamando la transparencia de todo, prometiendo el encuadra­ miento del mundo. Quiere mostrarlo todo y que todo sea mos­ trado. Es hora, dice, de que todo el mundo sepa. Cada uno debe ser consciente cada instante, desde el fondo de su sole­ dad atómica, de cuán difícil es mantener en vida una maqui­ naria tan policéfala, tan perfeccionada, tan considerable y tan contradictoria como esta «democracia» que amenaza en todo momento con dejarse hundir o volar en pedazos si tratamos de modificarla en un solo detalle. Pues allí donde toda comu­ nidad ha sido liquidada y, por tanto, toda praxis se ha hecho imposible, la consciencia dej a de ser una amenaza para el poder: se transforma en factor de producción. Viviríamos pues, desde el hundimiento del bloque sovié­ tico, «en la hora de la globalizacióID>. Comprended: trabaja tanta gente para hacer posible nuestro bienestar que sería indecente privarles de nuestra comprensión, discutirles nues­ tra solicitud. Aquí reside la cuestión: arrastrarnos al rango ínfimo que supuestamente sería el nuestro: el de una rueda minúscula en un mecanismo gigantesco y de una complejidad inalcanzable. Ciertamente, se nos ruega que juguemos con nuestros juguetes sin hacer preguntas, pero en compensación hemos ganado el derecho a «explorar el ciberespacio», a «pasarlo bomba» de mil maneras o a desplazarnos a los cua1 98


tro confines del globo en algunas horas. Se pretende incluso que los «excluidos», los «rebeldes» y otros inadaptados forma­ rían a fin de cuentas parte del «sistema», puesto que el biopo­ der, caritativo con los ingratos, estaría bien dispuesto a encar­ garse de ellos. Decididamente, creemos en las fábulas. Más exactamente, quemamos creer en ellas. No es por descuido o por desgracia por lo que hemos olvidado la infinita posibilidad de sabotaje que contiene cada instante de nuestra existencia, sino por cobardía. Por esa cobardía de buena calidad que la dominación mercantil llama <<libertad» y que no recubre sino una confor­ table ausencia del mundo. Los espacios que la mercancía se apresura a colonizar se reconocen en que en ello s se prodiga en primer lugar un concepto determinado de la libertad que tiene por vocación hacerla imposible. La libertad designaría, se dice, la facultad de un s1!/eto para elegir soberanamente entre varios objetos equivalentes, la igual posibilidad de estar aquí o allí, de hacer esto o aquello. Todo compromiso, todo vínculo la disminuiría. Es esta idea de la libertad la que susurra al oído de sus víctimas que ciertamente están con tal persona, pero que podrían igualmente estar con tal otra, que no se encuentran verdaderamente donde están, puesto que podrían igualmente encontrarse en otra parte. Así, se hace que todas las prisiones resulten tolerables procurando a cada uno la ilusión de que podría cambiar de celda. Poniendo el mundo a distancia, se nos anestesia contra sus suplicios y, tal y como ocurre siem­ pre con la anestesia, se nos paraliza. Porque se ha empezado por liquidar ese otro lugar al que huir. Así, la búsqueda de la libertad, en el mundo de la mercan­ cía, reviste la forma de una búsqueda de la indeterminación. Se flota en medio de mil solicitudes sin contenido. Todo vale para mantenerse por debaj o de la cuestión de los fines, por 1 99


debajo del momento en el que habrá que asumir una forma. Se prefiere esperar pacientemente ese momento que no viene. A partir de ahí, se trabaja sin trabajar, se participa sin participar, se lucha sin luchar. Y mientras tanto, nuestra simple existen­ cia le hace los honores al biopoder. Ahora bien, es necesario un gesto. Un gesto de sabotaje. Un gesto de ruptura con aquello que en el fondo recusamos. Ser libre no significa desarrollar todas nuestras virtualida­ des, sino ir hasta elfinal de un posible. La libertad se concibe úni­ camente a partir de mi situación hic et nunc, en el itinerario que hay entre mi determinación y la sustracción a esta determina­ ción. Sobrecogidos por una parálisis de masas, los hombres viven en el terror. Bajo la forma de angustias diversas, que exigen cada temporada cambiar de monstruo, nos tememos los unos a los otros. Y se conjura en vano la culpabilidad ence­ rrándose en complej os residenciales privados o en un cuida­ do maníaco de su cuerpo y de sus neurosis. Pues la falta es obj etiva aunque sea muda, omnipresente aunque cautiva: quien es culpable sabe que tiene buenas razones para tener miedo. También, a pesar de los «progresos de la medicina», las enfermedades dan pruebas de una rara inventiva y, curiosa­ mente, la muerte no deja de sobrevenir en versiones a menu­ do inéditas. Si las razones de vivir faltan cada vez más visible­ mente, las razones de morir todavía no faltan. El único rasgo verdaderamente nuevo, entre tanto desamparo, es que el capi­ talismo ha renunciado a cubrir con un velo púdico su rostro criminal y caníbal. En este punto, ya no podemos permitirnos ignorar cuál es la suerte reservada a quienes no hayan sabido adherirse al des­ propósito general sin haber sabido sin embargo rechazarlo: 200


serán liquidados por un sistema hecho para los Hombres­ máquina que aquellos no han llegado a ser. Quizá no se habrán dado cuenta, hasta el final, de que el mundo se ensombrecía poco a poco, de que la luna nadaba en las «falsas brumas de la polución», de que el agua se volvía densa y opaca, y de que nuestras comidas estaban hechas de venenos. Una debilidad comprensible puede habernos con­ ducido a soportar una educación que se fij aba como tarea hacernos desconocer nuestros deseos. Pero si hemos cambia­ do toda libertad por un porvenir radiante retocado con Photoshop, o más comúnmente por la supervivencia en un mundo que se hunde, esto solamente significa que hemos sido demasiado cobardes y demasiado escépticos para abrazar una rebelión en la que no teníamos nada que perder, que otra vez hemos preferido depender centralmente del Espectáculo y poder en todo momento traicionar a nuestros amigos, en lugar de establecer con ellos relaciones tales que hagan otra cosa posible. O que simplemente estábamos demasiado fatigados para recordar que teníamos fantasía. Pero ser mediocre es un derecho que se acompaña de ser­ vidumbres. Un día, es el hígado lo que revienta, otro es la cabeza, tomamos un comprimido, después dos, está esa pequeña neuralgia, esos trastornos aquí y allá, todas esas dis­ funciones ínfimas que no sabemos de dónde vienen. El médi­ co, además, tampoco lo comprende: somatizamos, dice. Tenemos el mal de mundo: insensiblemente, la vida se ha vuel­ to tóxica. Llegados aquí, si todavía tenemos la fuerza de no querer morir, hemos de admitir que nos hemos equivocado. No habría que haberse resignado, aceptarlo todo y creer tantas pamplinas, incluso aunque lo necesitáramos. Habría que haberse opuesto, negarse a esto, a aquello ... pero la cadena de ·ausalidades es entonces demasiado larga para remontarla y, 201


por añadidura, no coincide con las posiciones políticas que hemos podido tomar. Ahora bien, el «paso al noroeste» no está oculto en otra parte: llegar a concebir que lo que es ver­ daderamente político es la manera en que vivimos, la dosis de ver­ dad que nuestra existencia puede soportar y, por tanto, irra­ diar. En este caso, nuestro cuerpo hace el efecto de una pie­ dra de toque, pues en nuestra experiencia indescifrable y dis­ locada, este se mide solo con nuestras contradicciones, que se hallaban en nuestras elecciones antes de estar en nuestra carne. Ningún saber del presente o del pasado puede ya ayudar­ nos: lo que nos hace falta es un saber de lo posible que de nuevo haga existir la historia. No se trata aquí de la expresión de un anhelo, sino de una exigencia que se busca por todos lados. El famoso «fin de la Historia» es de hecho el fin de algo: de una concepción de la historia que era precisamente su glaciación. Incluso si las palabras para expresar nuestro estupor por no estar ya en el mundo nos faltan horriblemente, incluso si los sonidos que salen de nuestras bocas están más gastados que cantos rodados, no es un nuevo lenguaj e lo que nos hace falta inventar, para añadirlo a la lista ya demasiado larga de malen­ tendidos, sino una nueva práctica. La libertad por venir comienza a existir cuando nosotros existimos, cuando un gesto, un movimiento separa en forma de fractura el presente del pasado y el futuro. Se trata de hacer irrupción en el curso vaciado del tiempo. Lej os de marginarnos de la humanidad, el acto de sabota­ je es lo que permite a nuestros hermanos reconocernos, lo que nos une a ellos. Una constelación legible de acciones relám­ pago dibuja así, para quien sabe adivinar aquello de lo que son el rastro, el éxodo general fuera del mundo de la mercancía autoritaria. Este éxodo es el último espacio habitable, como 202


también la condición primera de toda amistad, de toda coo­ peración. En él se descubre la lengua extranjera, la lengua sen­ sible en la que estamos escritos. Pues' hemos de perdernos por completo para finalmente reencontrarnos. Por lo demás, el sabotaj e que viene es silencioso, pues no es sino el otro nombre de la vida. *

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Pero todo lo que precede todavía forma parte de la tram­ pa' si no lo comprendéis como un llamamiento a disolverlo en un gesto práctico, como un llamamiento a sumarse al Partido Imaginario. Además, lo que acabáis de leer se resumiría con gusto, si hubiera que ser completamente grosero, en el pro­ yecto contagioso de organizar nuestra propia deserción, desde ahora, y en el desprecio de la «sociedad». Dejar de defender la sociedad significa también: comen­ zar a concebir la posibilidad de comunidades, comenzar a inven­ tar la libertad a partir de nuestra situación propia. Por eso, la ruptura con el Espectáculo y el biopoder no se opera en un gesto, sino sometiendo de manera metódica el conjunto de relaciones que mantenemos a dosis crecientes de verdad, a una elucidación aún más rompedora de miles de; pequeñas comodidades, de las cobardías innumerables que las marcan. Igual que sería absurdo y falso negar que las relaciones que tenemos en el seno de esta sociedad nos determinan íntima­ mente, sería insensato no ver lo que, en esas relaciones, nos limita y nos encierra. La experimentación de la que hablamos no es otra cosa que la prueba de esos l ímites, de ese encierro. En el curso de este proceso de se/Jar{/ctón, se constatará rápi­ damente en qué reside l� men ti nt n t ra.l de las relac iones sociales: la cooperación entre los hombr ' $ 'xcl u yc en Sf.t princi203


pio, por una denegación fanática, la afección entre ellos, de manera que el trabajo designa justamente un instrumento de tortura; la afección ignora la exigencia de la cooperación, de manera que las «amistades» y los «amores» nombran en este mundo la cosa más irreal, la más vacía y por tanto la másfalsa. La comunidad, entonces, significa: realizar el potencial de insurrección y de invención de los mundos subyacentes a todo vínculo verdadero entre seres humanos, instaurar modos de ser tales que la afección y la cooperación se fundan sin confundirse nunca. La comunidad no es lo que vamos, en el futuro, a construir. Es lo que se encuentra siempre-ya aquí, en todas nuestras relaciones, pero en una forma alienada. Detrás de cada mirada de amor u odio, entre colegas de oficina, entre pasaj eros de metro o simples desconocidos en la calle, se ocultan mundos, se asfixian mundos para que toda esta vida en potencia confluya en el espacio estrecho y mezquino de las relaciones compatibles con la dominación mercantil. Es la enormidad de esta mutilación social lo que nos aplasta y nos corroe. Finalmente, es la ignorancia de lo posible lo que anula el presente. Lentamente, nos encaminamos hacia un conflicto abierto, a todas luces necesario, entre el mundo de la mercancía auto­ ritaria y los «mundos de verdades» en formación. Solo este enfrentamiento final podrá dar plena fuerza a los diversos ethos de la libertad. En este camino, nada es más dudoso que aquellos a los que Musil llama los «hombres del por», aquellos que viven «por su ideab> porque no tienen la valentía de ima­ ginar un ideal en el que pudieran vivir. Esos hombres que «prefieren querer ser buenos, bellos y verídicos, a serlo», que disimulan, con el pretexto de que el ideal es inaccesible por naturaleza, la difícil cuestión de saber por qué es así, esos hom­ bres llevan vidas de traidores a la sombra de la reVuelta. El 204


asunto ya no es por tanto convertirse en «militante», «rebel­ de» o «revolucionario»: hay que ser libre primero para volver­ se cualquier cosa. La reanimación de la historia no depende más que de nos­ otros, de la fuerza de nuestros cuerpos vivos, de la intensidad de nuestros deseos. Si hemos desaprendido el amor, el len­ guaje físico y agridulce de la pasión, el único que cuenta lo que las palabras no saben decir, ninguna invención milagrosa de la quimica nos lo devolverá. Aqui comienza.

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