El espacio público y su lugar en la contemporaneidad
A través del tiempo, en la historia de la evolución del espacio público, desde el ágora griega, hasta las propuestas renacentistas y barrocas, pasando por la plaza medieval y la plaza europea del siglo XVI; cada uno de estos periodos ha influido a manera propia en la concepción del espacio público, principalmente del mundo occidental. No obstante, existió un punto de inflexión en la historia que influyo en prácticamente todos los ámbitos de la civilización humana, donde todo dio un vuelco y los cambios drásticos fueron la constante en la manera de vivir del hombre del siglo XIX y sus sucesores, para bien o para mal (Redondo, citado en Göbel, 2013). Específicamente en el caso del espacio público, Redondo (c. p. en Göbel, 2013) plantea lo siguiente:
La Revolución Industrial altero el concepto de desarrollo que las ciudades precedentes traían. Los nuevos elementos relacionados con la producción se apropiaron del espacio de una manera violenta, ocasionando caos en la estructura e imagen de la ciudad. Las factorías y todos los elementos que de ella se derivaron, inundaron el suelo urbano y suburbano conformando los barrios obreros, necesarios para albergar la mano de obra (p. 25).
Por lo tanto, este punto fue el inicio de un nuevo concepto de ciudad. Y como una de las consecuencias de esta situación acarreada por la Revolución Industrial surgió el urbanismo como una nueva ciencia destinada a organizar a las masas y corregir los profundos desequilibrios de las transformaciones económicas y sociales de la primera mitad del siglo XIX.
Figura nº 7. Ilustración de 1870 de Gustave Doré donde muestra el ambiente densamente poblado y contaminado de los barrios obreros de Londres. Fuente: búsqueda en Google (2016).
A partir de este momento, entrarían en escena los urbanistas, quienes serían los investigadores y estudiosos de los nuevos problemas que asolaron a la ciudad a raíz de la Revolución Industrial; de esta manera aparecerían figuras como Schinkel (Berlín), Haussmann (Paris), Cerdá (Barcelona), entre otros; los cuales desarrollarían planes urbanos monumentales en distintas ciudades de Europa aplicando e introduciendo nuevos métodos y elementos al urbanismo del momento lo que posteriormente daría pie al urbanismo moderno. Tras el fin del siglo XIX, la ciudad quedo marcada y ampliamente transformada a través de planes urbanísticos que buscaban principalmente la organización bajo esquemas, en muchos casos, de control de masas con intenciones políticas. Uno de los cambios más resaltantes fue el nuevo rol de la calle ahora como lugar de encuentros y de eventos espaciales, y no la plaza, que solo se quedaba con la simple función de proveer aire a los edificios monumentales. Este concepto que evoluciono hacia el siglo XX, hizo que los espacios urbanos para la colectividad adquirieran una imagen
monótona, suprimiendo todos los excelentes motivos del urbanismo artístico, borrándose el recuerdo y el significado de las plazas antiguas (Redondo, citado en Göbel, 2013). Ahora bien, con conocimiento de lo anteriormente expuesto y con la finalidad de contextualizar los criterios de las nuevas demandas en función de los atributos, actividades y servicios que se esperan encontrar en el espacio público contemporáneo (el del siglo XXI) por el ciudadano actual, tenemos que, como precedente del urbanismo actual estuvo el urbanismo moderno el cual se enfocó en la promoción de la calle como espacio para el encuentro, la plaza se ubicó a un segundo plano; y esto tuvo lugar en gran parte por la iniciativa de emplear el urbanismo como medio de control de las masas, ya que se buscaba coartar las relaciones humanas y manifestaciones populares que propiciaba y propicia la plaza. Aunque esta situación fue la constante durante casi todo el siglo XX, la realidad actual es un tanto diferente. Para un gran número de autores y estudiosos del urbanismo y las ciencias sociales el pensamiento posmoderno de las últimas décadas del siglo XX, como lo son el individualismo y la pasión por la propiedad privada han dejado una consecuencia urbana directa, tal como lo expresa Garcia-Domenech (2013) de la siguiente manera:
Dos de los resultados que –al menos en términos sociales- ha dejado el pensamiento posmoderno de las últimas décadas del siglo XX, son el individualismo y la pasión por la privacidad (Jameson, 1995; Lyotard, 1999; Amendola, 2000; Verdú, 2001; Popelka, 2009; Sequera & Janoschka, 2012). Desde comienzo de los años ochenta del pasado siglo, ha aparecido una consecuencia urbana directa de ello: la proliferación por toda Europa de modelos urbanos residenciales, por lo común importados de la cultura norteamericana, basados en la preferencia de la propiedad privada sobre el espacio público (Rogers & Gumuchdjian, 2000). Estos modelos se caracterizan por el aislamiento del individuo frente a la sociedad, promoviendo viviendas unifamiliares aisladas, donde la base de la propiedad privada es la norma: los espacios públicos quedan relegados a la simple vialidad, con la única función de
la movilidad rodada, que además es igualmente privada. La tradición europea de ciudad compacta –sobre todo en la Europa Mediterránea-, basada en el protagonismo del espacio público y de la vida colectiva, se ha visto radicalmente desplazada por estos modelos de ciudad. De esta manera, el espacio público urbano entraría en una crisis funcional y de identidad… (p. 304).
Es así como el modernismo y el posterior pensamiento posmoderno han dejado como herencia esterilidad en los planteamientos del espacio público en distintas ciudades del mundo y como de la misma manera, ha surgido de la mano del fenómeno de la globalización y la doctrina del consumo como representación de la naturaleza mercantilista del hombre posmoderno un fenómeno que autores como Borja y Muxi (2000) han denominado como la “privatización del espacio público” y en el cual hacen referencia al poderío económico por encima del desarrollo urbano de inclusión y la fuerza económica de la iniciativa privada ante la debilidad política de la iniciativa pública. Por otro lado, además de Europa, el resto del continente americano y otras partes del mundo han visto como los modelos residenciales posmodernos importados de Norteamérica han ido apareciendo en sus ciudades, ocasionando consecuencias similares a las de las ciudades europeas. Por consiguiente, uno de los planteamientos que ha logrado alcanzar un lugar preponderante en la conformación de las ciudades contemporáneas como producto de la sumisión al mercado y el fenómeno de la privatización del espacio público, es sin lugar a dudas, el Mall, o centro comercial. Esta tipología edilicia propia de las ciudades contemporáneas, surgida en las últimas décadas del siglo XX y con raíces históricas en los mercados populares de antaño pero elevado a un cierto nivel de hermetismo social ha logrado traspasar la dimensión de lo privado o de lo público para situarse si se quiere, en un punto medio donde se caracteriza por ser una edificación de carácter privado, pero que su uso, es de carácter público, y es capaz de ofrecer alternativas para satisfacer no solo las necesidades de bienes y servicios sino también de ocio, usurpando de alguna manera el papel protagónico del espacio público (Rossi, Vargas, García y Pérez, 2012), aun así, la propuesta del centro comercial como nuevo “espacio público” se queda muy
lejos de cumplir a cabalidad el propósito más importante del espacio público real de carácter exclusivamente público, -que no es otra cosa que acoger y propiciar las relaciones humanas y expresiones y manifestaciones populares en todos sus niveles y dimensiones- al ser esencialmente excluyente y pensados no para el ciudadano como tal sino para el cliente, además de no dar cabida a expresiones espontaneas de ningún tipo ya que solo están previstas las actividades reguladas para las que fueron específicamente concebidos (Garcia-Domenech, 2013). Es entonces que, con la llegada del nuevo siglo XXI y al transitar del mismo, el papel del centro comercial como centro de interés para las masas ha logrado consolidarse ampliamente como equipamiento urbano casi vital y en algunos casos incluso se presentan como polos de desarrollo, ya que son capaces de establecer patrones de crecimiento, desarrollo y valorización urbana (Rossi, y otros 2012). El centro comercial ha logrado adquirir una identidad propia y los ciudadanos han llegado a desarrollar cierta apropiación a estos espacios a distintos niveles, sumado a la proliferación de su esquema en todas las ciudades del mundo, todo esto indica que el centro comercial llego para quedarse, y es que esta tipología de edificación forma parte ya de la imagen urbana estándar de la ciudad del siglo XXI. Sin embargo, el centro comercial no representa en sí mismo un problema para la ciudad, y es que para Moreno (2016) la situación crítica se plantea en cuanto a la no apropiación de los espacios públicos existentes en las ciudades, situación que puede ser ocasionada por la violencia, la delincuencia, mal estado de sus instalaciones y abandono derivados de procesos económicos, intervenciones privadas, diferencias sociales, diversidad cultural, procesos de globalización, ausencia del estado en la toma de decisiones y hasta fenómenos naturales como terremotos, huracanes, inundaciones o tornados. Sin importar cuál sea la causa, es evidente que existe un problema.
Figura nº 8. Vista interna del Centro Comercial Santa Fe, en Bogotá, Colombia. Se puede apreciar una gran afluencia de usuarios. Fuente: búsqueda en Google (2016)
De acuerdo a lo anteriormente planteado, una consecuencia directa de la no apropiación de los espacios públicos existentes en las ciudades es la de un degradamiento sistemático de dichos espacios, transformándolos en espacios poco aprovechados por los ciudadanos y de alguna manera acentuando el deterioro de la imagen urbana; donde se convierten en campo propicio para actividades dudosas, cercando las posibilidades de aprovechamiento de estos espacios, haciendo mayor las diferencias sociales y disminuyendo de gran manera la calidad de vida urbana de las ciudades (Moreno, 2016). Es así como, en el transcurso de este siglo XXI, la situación negativa que se ha venido originando en los espacios públicos urbanos ha hecho eco en las sociedades a distintos niveles y casi siempre con un carácter internacional como efecto de la difusión masiva de la información impulsada por el fenómeno de la globalización y las telecomunicaciones. Sin embargo, gracias a ese carácter global de la sociedad actual han surgido a su vez distintas motivaciones para personas, profesionales y entes gubernamentales con el fin de contrarrestar la envión negativa de los espacios públicos pobres en identidad, deteriorados, descuidados, carentes de función clara e imposibilitados a satisfacer necesidades de la población actual en sus ciudades.
Es oportuno resaltar entonces, que el desperdicio del espacio y la imagen de la ciudad han cobrado cada vez más interés en un ciudadano que quiere vivir y experimentar completamente su ciudad, y de gobiernos que quieren promover sus ciudades como destinos turísticos agradables con el propósito de competir (en el sistema globalizado), explotar al máximo los recursos y bondades de sus ciudades y obtener el beneficio económico que representa actualmente el turismo, ya que “el espacio público es la ciudad” (Borja y Muxi, 2000), un espacio público de calidad conduce a una ciudad de calidad, una buena calidad de vida y, por supuesto, un turismo saludable. Este nuevo pensamiento nacido al igual que el centro comercial de la vocación economicista posmoderna ha sido denominado como “marketing urbano”, o “marketing territorial” y se ha planteado como una manera de abordar estratégicamente la recuperación de las ciudades, potenciar la imagen urbana y el mejoramiento de la calidad de vida a través del espacio público como principal eje de acción, y a su vez encontrar cierta rentabilidad económica al vender la ciudad como producto, tal como lo han venido haciendo muchas ciudades en el mundo y en Latinoamérica, principalmente ciudades como Curitiba en Brasil, Rosario en Argentina y Medellín en Colombia (Chacón, 2012). En este mismo orden de ideas y bajo el enfoque del marketing urbano Chacón (2012), explica que las ciudades y regiones deben hacer aquello que el mundo empresarial viene realizando hace mucho tiempo con la formulación de estrategias de marketing para “diseñarse a sí mismas como un sistema que puede absorber las dificultades y adaptarse rápidamente a nuevos desarrollos y oportunidades” (Kotler, Haider y Rein, 1992: 87; citado en Chacón, 2012). Así mismo, durante los últimos 30 años del siglo pasado y lo que va del siglo XXI, la inquietud por el desenvolvimiento y el papel del espacio público dentro de las urbes contemporáneas ha ido tomando cada vez más relevancia y ha llamado cada vez más la atención de personas, comunidades y profesionales urbanistas y arquitectos, proyectando ese interés real en estudios destinados a entender las dinámicas actuales de apropiación y desenvolvimiento de la gente en espacios públicos efectivos con la
finalidad de establecer ciertos parámetros a la hora de pensar y concebir un nuevo espacio y de recuperar aquellos que se encuentran desperdiciados. Dentro de estos estudios destacan los de Projects for the Public Space, un grupo que se ha encargado de estudiar las conductas de la gente dentro del espacio público bajo la premisa de reactivar, conectar y revitalizar la vida urbana a través del espacio público. En este punto resulta vital resaltar la importancia de las actividades como facilitador de las relaciones humanas, ya que en un mundo súper poblado, globalizado y tan conectado a la libre información como es el actual, el simple hecho de la comunicación entre individuos no parece suficiente para la proliferación de la vida urbana, es por esto que ha surgido la necesidad de plantear las relaciones humanas bajo otro tipo de actividades. Por lo tanto, no es extraño entonces, que uno de los aportes del grupo Projects for the Public Space para revitalizar la vida urbana a través del espacio público sea el de El poder del 10. Tal como lo explica Vivas (2010) este aporte se basa en que:
Cualquier gran lugar en si debe ofrecer al menos 10 cosas que hacer o 10 razones para estar allí. Esto podría incluir un lugar para sentarse, zonas de juegos para disfrutar, arte para tocar, música para oír, que comer, una historia que experienciar, y gente que se reúna. Lo ideal sería que algunas de estas actividades sean exclusivas de ese lugar en particular y lo suficientemente interesantes como para que la gente regrese (p. 1).
Es posible ver entonces, como la vocación del espacio público ha cambiado a través del tiempo al ser concebido como un mero espacio para el encuentro ha necesitado ser adaptado a muchas más funciones con el propósito de satisfacer las necesidades de sus usuarios, reconociendo actividades comerciales y recreativas como parte de su oferta. Este cambio de paradigma resulta comprensible si se toma en cuenta la orientación social de las personas a través del tiempo y en la actualidad, donde han surgido alternativas como el centro comercial para abordar la necesidad de recreación y consumo, por consiguiente, el espacio público debe reinventarse desde sus propias dimensiones para suplir estas necesidades bajo su propio concepto de pluralidad,
democracia y sin olvidar su papel como campo para las manifestaciones populares de todo tipo y por el contrario potenciar estas características que marcan la amplia diferencia con cualquier otro elemento de una ciudad.
Autor: Arq. Orlando José Burgos Chacón. Ensayo que forma parte del trabajo especial de grado para optar al título de arquitecto: Anteproyecto de intervención urbano-arquitectónica de la plaza Francisco de Miranda en el municipio San Cristóbal Edo. Táchira. Universidad Nacional Experimental del Táchira. San Cristóbal, Táchira. Venezuela. Julio de 2017.