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Semana del 3 al 10 de Mayo del 2014 wwwlsemanariopalestralcom

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“De Libros”

ice una bella sentencia que el mejor amigo del hombre es el hombre. Sin embargo, sobre este particular existen muchas discrepancias. Sobresale la que asegura que, el mejor amigo, es un buen libro. Y efectivamente, una buena lectura es un excelente regalo para los sentidos y un reconfortante bálsamo para el espíritu. También viene a ser, como un maestro y el guía para el entendimiento y el saber. Por eso, los libros han sido el faro de la inteligencia en todas las épocas de la civilización y la base firme de la cultura general. Escuetos razonamientos que, aunque abarcan una fracción pequeña de lo mucho que significa la lectura, nos dejan ver por esa rendija, la importancia que reviste el contenido de un buen libro y, por consiguiente, la necesidad de contar con un sitio donde poder adquirirlos. En el San Andrés de la década de los años treinta se adolecía librerías y únicamente en las tlapalerías podrían adquirirse, aparte de los reglamentarios libros de textos. Algunos de los libros más divulgados entre la gente del pueblo eran: Malditas sean las mujeres, Genoveva de Brabante, Bertoldino y Cacaseno, y párele de contar. Estrecha condición para los lectores que propició la venta de folletines por entregas, en forma de capítulos semanales compaginados que, por la módica sima de veinte centavos, podían adquirirse para no perder la continuación del relato. Fue Don Miguel García, quien tenía su agencia en su domicilio de 20 de Noviembre, junto al extremo oriente del puente, y que, con publicaciones como Excélsior y las revistas infantiles Pepín y Paquín, como puntales del negocio, puso a disposición de

su clientela algunas novelas de las mas en bogas por aquella época. Posteriormente, Adalberto Moreno González, al tomar la distribución del diario Excélsior al fallecimiento de Don Miguel, fue quien, junto con las revistas. Sucesos para todos, mujeres y deportes, y algunas otras exclusivas para damas, comenzó poco a poco a introducir libros varios, principalmente novelas, mostrando toda su mercancía extendida sobre el piso en una de las entradas del viejo mercado municipal. Y así siguieron las cosas hasta el año de 1942, cuando Salvador Cabada Isla, con esa su inquietud por todas las corrientes culturales, aprovechando que la refresquería de Don Diamante Bouchás se encontraba disponible. Previas adaptaciones, inauguró la que habría de ser la primera papelería y librería que tuvo San Andrés. Llevando el nombre de América, como también la compañía impresora que en sociedad con algunas personas del lugar fundó, en un local correspondiente a la parte posterior de la casa de sus señores padres, que en ese entonces colindaba con un terreno baldío, en donde años después construyó su residencia Don Gonzalo Hernández Sobrevals. El expendio fue todo un éxito pues, aunque su principal objetivo era abastecer al numeroso alumnado de la Escuela Landero y Coss de cuadernos, lápices y demás útiles necesarios para el estudiante, los libros de inme-

diato ganaron terreno imponiéndose como cabeza del negocio. Aun cuando el local era pequeño podían encontrarse, dentro de los aparadores y estantes, libros de todos los sabores y tamaños, ya que lo mismo había sitio para Balzac. Flaubert, Godd, Blasco Ibáñez, Goethe, por citar algunos, que para otros de muy diferente condición y contenido, como: Magia negra, El libro de los sueños, El oráculo o Cómo ganar en la lotería. Por supuesto, la colección Austral y la mayoría de las editadas por Espasa Calpe y Thor de Argentina, Zic Zac, chilena y la editorial mexicana Diana, dominaban el surtido, así como las obras de la editorial Molino, de Barcelona, que acaparaba, el gusto de la juventud con toda su colección de libros de aventuras y policiacas. Hay que considerar que el gusto de los libros apenas comenzaba pero, paulatinamente, el público se fue interesando hasta convertirse en un hábito ya difícil de desterrar, con la facilidad de que, entonces, los libros costaban de uno a dos pesos a lo sumo, y la ventaja de que podían adquirirse en cómodos abonos semanales, facilidad que mucho se le agradeció a su dueño. Visitar la librería resultaba verdaderamente interesante y grato porque, por su tamaño, se podía a simple vista, localizar los ejemplares, el título y el autor; además, turnándose atendían a la clientela

SEMANARIO PALESTRA

con diligencia y amabilidad las hermanitas de Salvador: Teresa, Graciela, Marina, Yolanda y María, hermosas criaturas por donde quisiera que se les contemplara, razón por la que el negocio parecía un soberbio escaparate de lindas modelos; o más bien, un espléndido ramillete de esculturales concursantes para la elección de Miss Universo. La papelería y librería América, duró hasta el año de 1952, en que por decreto municipal, todos los puestos y kioscos alrededor del parque Lerdo, fueron retirados. Y como en ese tiempo ya Salvador radicaba en la ciudad de Córdoba, Veracruz, no tuvo interés en conservarla. Y con esta eventualidad se terminó tan buen comienzo de fortalecer al ámbito cultural de San Andrés. Sin embargo, la semilla ya estaba depositada en el surco y, en consecuencia, el lector buscaba libros. Así es que, cuando comenzaron a difundirse por correo los catálogos de librerías de la capital de la República, muchos amantes de la lectura aprovecharon el medio para solicitar por C.O.D., aquellas obras de su preferencia e interés. Cabe señalar que, hasta la fecha, una librería verdaderamente en forma, con surtido suficiente y las novedades editoriales del momento, no la tenemos: Alberto Moreno González, por algunos años, cuando ya tuvo un sitio propio para exhibir su mercancía en estantes y mostradores, mantuvo una colección de libros muy aceptables entre sus revistas y periódicos pero, por cambio de local, dejó de trabajar ese ramo, y el perro sabio, aunque cuenta con un regular surtido, su refundida ubicación, junto a fondas, movimientos de camiones de pasaje y el tránsito de la gente del mercado, la forman de muy molestoso acceso. Sería en beneficio de todos su traslado a un local más viable y abierto.


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