Contraluces
AntologĂa de poesĂa y narrativa joven
Presentación Es un hecho que las primeras historias que emergen de las que serán las próximas generaciones de escritores, obedecen a una estructura donde las vivencias personales llevadas a cualquier género literario son frágiles por su capacidad de asombro; a ello se debe que el contenido es vertido desde una contemplación demasiado simple y cotidiana. En el mejor de los casos, el estilo incipiente emerge desde una situación pura de la realidad, pero tal pureza dista mucho de ser exacta en el planteamiento, de alcanzar la aspiración narrativa, lo cual conlleva también a la “obra de corto aliento” cuando de narrativa se trata. Sin embargo es indudable que el oficio del escritor se forja y desde esta perspectiva siempre existirá la obra que será superada por las generaciones posteriores, donde el autor es cada vez más verdugo de sí mismo, porque como dice Huidobro “en la mesa del escritor no hay un tapete para jugar a los dados”, lo cual significa que la literatura no es cuestión de suerte, no es el azar ni las circunstancias lo que nos va a enviar tres o cuatro ases: es la creatividad y el esfuerzo dispuestos a llegar a su fin ultra; es la voluntad y gusto de utilizar la vida en el hallazgo literario lo que hará escritores. No obstante cuando un literato amateur no logra incluirse de la cotidianidad en su primera obra, la misma se reivindica ante la condición de su origen. Este proyecto es una motivación así como también cumple la función de plasmar nuestra época actual: refleja incertidumbre, miedo, reclamo, falta de valores y fe. Quienes hoy inician el largo y escabroso camino de las letras como un anhelo personal, son una promesa humana ante la literatura venidera; pertenecerán a la generación que para bien o para mal, hablarán sobre los acontecimientos del nuevo siglo. Sólo resta incitarlos a seguir adelante, a que se conviertan en consumidores de las letras de tiempo completo, única forma de llegar a la meta en el quehacer de la palabra.
Osvaldo García García, Editor Victoria de Durango, Junio 2016
Angélica Natalia De La Cruz en busca de las luciérnagas precocidad
Aldair Quintero
estamos acostumbrados a la muerte justo hoy nos recuerdo el ahogo de los amantes
Jesús Edmundo Núñez Salas las golondrinas
Jonás Quintanilla palabras del alma
Daniela Sánchez una flor
CONTENIDO
Esthela Jímenez ojos color serpiente
Jesús Loza
la jardinera carmesí sin piedad
Diana Escajeda Franco ojos color camuflaje
Javier Alejandro Pereda González el regreso del capitan
Isis Castillo Venegas imhotep
AngĂŠlica Natalia De La Cruz en busca de las luciĂŠrnagas precocidad
En busca de las luciérnagas “Nuna pasará nada”, pensé, he seguir en estos brazos equivocados, esperando a que las luciérnagas aparezcan. La oscuridad devoraba las montañas, desdibujaba en sombras y en tenues motas de luz el perfil del valle, confundiendo las líneas de los árboles. Todo se empequeñecía, haciéndose más y más lejano; la fogata era mi salvación, aquello que me llevaría de regreso. El cuerpo delgado de la luna se dibujaba a mis espaldas y los fantasmales ramajes de los robles, los troncos severos y confusos reaparecieron como una amenaza. Seguíamos allí, buscando en aquella oscuridad donde incluso los insectos temían de ella. Sólo quería llegar a casa, que todo fuese ya un recuerdo desagradable. -Dicen que es de buena suerte sobarle la cabeza a un pelirrojo antes de que muera. Y más si es de orejas puntiagudas y nariz ancha- Dije con la acides del sarcasmo en la punta de mi lengua. De inmediato, el aludido se llevó una mano a la cabeza, pretendiendo comprobar algo que sabía de sobra. -¿Y deseas hacerlo luego de terminar?, preguntó confundido. Desinteresada a su patética pregunta, reí y continué caminando. -¿Sabías que los hombres de cabellos rojos son elegidos por Dios? Sus peculiares cabellos encierran mitos de Ángeles y de hombres Santos. Pero yo no creo en eso: eres como cualquier hombre, arrastrando su lengua bífida y hambrienta de sexo, buscando con alguna chica desconocida y desafortunada-contesté sin mirarlo. -Yo no estaría tan seguro, al contrario: creo que has tenido la dicha de conocerme, eres afortunada. Recuerdo el brazo sobre la cintura, esa noche el brillo de la luna había absorbido todas las luces y más allá sólo estaba el espacio, el frío y profundo vacío de los incrédulos que piensan que nunca pasará nada. Una botella de cerveza, un par de cigarrillos, el crujido de las pisadas sobre el pasto y una plática sin sentido que termino en besos insistentes Los grillos pedían compañía con su canto, mientras el pelirrojo se excitaba con el roce de mi piel joven. Debajo de ese vestido de flores había un cuerpo intacto que gritaba desesperado ¡No sigas más! -Después de todo, su cabeza de fuego no desaparece, desechada por los dioses por haber nacido de una virgen menstruando- le dije para que detuviera sus manos.
-¿Qué? ¡Basta! Dejemos de hablar-repuso. Sostenía en mi mano derecha el pene y en la izquierda su cabeza, mientras él besaba aquellos labios apretados, aquel cuello perplejo de asco. Es verdad que las luciérnagas vuelan de noche para hacerse notar entre los demás bichos, también es verdad que la noche es de las prostitutas y los gatos, pero en realidad el día no es de los pelirrojos, no deberían de andar enseñando sus cabezas a modo de victoria, ¿ganar? -Tú también la amarías cuando la conozcas- seguí diciendo–sentirás su roce entre las piernas: es como el viento. La amarás sí eso pasa te miraré igual que los demás y pronto buscarás huir. -Cállate- me grito algo fastidiado. Sus manos eran ágiles, y sus labios suaves pero llenos de aquella miseria tan conocida. Sus gemidos y sus palabras hirientes llenaban el tiempo; pero venimos a herirnos al amor y a la siembra de cosas, a que la vida nos golpeé y nos levante de entre la sociedad que es Dios. Mientras tanto yo sólo quería llegar a casa: él dijo que me llevaría. Decir algo no bastaba, las palabras no resuenan donde no hay eco. -Vamos- volví a insistir - prometo que al llegar haremos lo que tú quieras, sólo hay que irnos de aquí. -Me dijiste que querías buscar luciérnagas eso es lo que hacemos. -Pero aquí no hay, vamos con los demás, ya es tardedije tranquilamente. Tomó mi mano y no la soltó. Caminamos sin decirnos nada, al poco rato había luces anunciando que estábamos cerca ¿Pero qué tan cerca? Se miraban muy pequeñas: no podía más con ese olor a saliva entre mi cuello, sus manos oprimiendo las mías, la sensación de suciedad, mi vestido roto y mis pies casi descalzos. Allí está él, sin mirarme, ni saber que le importo a alguien más, que no soy sólo un cuerpo con vagina y dos pequeños pechos a los cuales utilizar. Siempre había pensado que sería bueno hacerlo en el campo con algún desconocido, la idea era algo descab ellada, loca, pero haría algo importante de mi vida por primera vez. Aunque no recuerdo adónde fui, ni cómo. Recuerdo bien el paisaje, los olores, los sonidos, pero soy incapaz de recordar el nombre del lugar. Tampoco recuerdo el nombre del chico.
Sólo recuerdo su cara al mirarme por última vez. Una noche soñé que él y yo habíamos llegado a casa, que nada había pasado. Soñé que nos casábamos bajo el naranjo de la abuela, él iba tan guapo que parecía un gato blanco con moño negro, se veía tan feliz a la espera de una caricia. Yo con un vestido de rosas blancas y lentejuelas que brillaban con la luna fingiendo ser luciérnagas. Nos sumergíamos en las hojas del naranjo, todo aquello era un mover de felicidad que se terminó con estrepitoso ruido. Soñaré con el siempre, será mi aliento, mi secreto. Recuerdo que seguimos yendo esa noche, era casi el final de un camino lleno de piedras, cuando de pronto me tiró del brazo hasta el suelo. -Espera, aún no; hasta que lleguemos- le dije asustada. -Ya no quiero esperar, el final ya está cerca y ya no aguanto- alegó sin decir más. Eran sus manos, su lengua, su respiración su olor a cigarrillo mezclado con el de la tierra, todo encima de mí. Me conformaba con aún tener alma, soportar en el alma el peso de la culpa. No sé si le gritaba, o murmuraba pero recuerdo diciendo que ella era el vacío, el viento y ahora su aliada. Me parecía tan conocida la sensación, nada cambiaba excepto el tamaño y el lugar. Podría decir que este era mi final o el de ambos. Un beso, luego dos, después perdí la cuenta de cuántos y dónde; todo bajaba deprisa, el latido de mi corazón, la ropa. Me sentí como una taza de café a punto de terminar.Luego tomé una piedra entre tantas y lo golpeé fuerte, muchas veces hasta confundirse los colores rojos de su cabeza. ¿De dónde vendrá tanto silencio?, me pregunté.
Precocidad Frío, cansancio, el ardor en la piel de los labios. Todo era agua en el regazo de la angustia, agua en mis labios y mejillas, agua que alimenta el alma ansiosa de vivir. El tiempo estancado en mis días de marzo, la noche inacabable, el dolor que no abandona el cuerpo adolorido. Aferrada a aquello sobre mi entumecido cuerpo, como si eso pudiera ayudarme a retener la pequeña vida que quería abandonarme. Esto pasará, ciertamente sucederá. Pero ni la virgen pudo hacerlo, Dios no existe, sólo hay ángeles guardados en anfiteatros oscuros lejos del calor de sus madres, de miradas vacías y extrañas respuestas. Finalmente, el tormento terminó en una oleada caliente de sangre, continuaba manando: era un fluir placentero, grato, la debilidad aumentaba. Sus pequeñas manos, su corazón tibio dejo de latir. ¿Dónde está mi bebé? Alguien me lo arrancó, lo puso en un frasco como si fuera una aceituna. Ahí quedaron mis sueños y el coraje de no arrullarlo nunca. Me duele el vientre, útero sin esperanzas. Lo amé, lo acarició mi faz como un murmullo. ¡Vida todo me debes! Hay tormentos rabiosos que no llegan a ningún lado. Si la pena durara cada vez menos optaría por salir volando, pero algo duele.
Aldair Quintero
estamos acostumbrados a la muerte
justo hoy nos recuerdo el ahogo de los amantes
Estamos acostumbrados a la muerte Estamos acostumbrados a la muerte, a las calles solitarias, buscando una voz que nos pronuncie, mirando la esperanza de los que se han ido a través de aquella puerta. Estamos acostumbrados a que nos duela la existencia, como arrancados de la tierra y el tiempo, mirando siempre la soledad de las aves que nunca miraron el cielo. Nos hizo falta volar muy alto, para poder mirarnos a los ojos al caer en llanto. Nos quitaron las alas, las plumas, dejando los huesos de algo que no puede mantenerse en pie, sin que el viento lo arrastré en su dermis insoluble. Estamos acostumbrados a morir todos los días, a nombrar la distancia, como cifrando el tiempo con las manos. Seguimos a la espera en esta cruz invisible que llevamos en la frente, en la espalda, en el sexo, mirándonos el rostros como si fuéramos santos colgando de una pared que nadie mira. Algo duele en el instante, en poder escapar de esta vida como de muerte, de mártir, o de árbol sin raíces. Algo duele junto a estas caricias que nunca dijimos, acumulándose, marchitas, en la espina dorsal, acostumbrando los labios al silencio, a las manos asfixiándose en los pulmones. Estamos listos para morir sobre nuestras mejillas trémulas, a no tener nombre, y regresar a la muerte que nos eligió al nacer. Algo duele en esta vida que nos dejó aquí, sin poder mirar el cielo, o conocer la noche Nos hizo falta volar más alto, y morir en el silencio.
Justo hoy nos recuerdo En la lluvia, en la cadencia de las hojas al caer rendidas en el suelo. Aceptamos nuestro final, recordando en esta hora, donde miro el borde e imagino posar la mejilla sobre tu hombro desvalido, es fácil no llorar con las manos atadas sobre la espalda. Es fácil caer de rodillas frente al cielo y verter lágrimas sobre la tierra, por eso hoy te imagino, reconstruyo tu cuerpo, tus brazos, tu mirada arrastrando la tristeza de la lluvia. Suelo regresar a este sitio embrujado, a recordar, a imaginar en el viento tus palabras, lo hago para no morir, para no sentirme solo al mirar el infinito de arriba. Frente a todos tus fantasmas, oculto mi tristeza de años, mi añoranza de nacimiento. Me gusta vivir en aquellos recuerdos inexistentes, de niños sin infancia mirando el vacío de un tronco hueco. No puedo regresar a esta presencia que no me pertenece, a estos labios que nunca supieron pronunciarme. Estoy a punto de morir, de caer al borde de esta oscuridad en la dermis aterradora, abrir nuestras pieles como sepulcros a punto de estallar sobre la tierra. Es bueno que me hayas olvidado, que mis huesos y mi espíritu te provoquen una mueca de repudio en el rostro, porque soy una persona amputada de la vida, sin alas, sin ojos que puedan mirar donde antes solíamos volar, inventando la libertad de los otros, e imaginándola en la nuestra.
El ahogo de los amantes Siento el ahogo de los amantes cuando por amor mutuo se hunden en el mar, siento la deriva, donde ni troncos naufragan, ni albatros posan sus plumas en un pedazo de algo. Donde ni la espuma perlada del mar entra quemándonos los pulmones, las arterias, ¿por qué no podemos hundir nuestros dedos en la arena? Así, despacio, hasta desaparecer en un caricia tan vieja como el mar. ¿Por qué no podemos llevar nuestra desnudez a la orilla y ver el ocaso? Así, despacio, mirándonos como los amantes cuando quieren culminar en el otro, muy despacio, muriendo de todas las formas posibles. ¿Por qué no podemos desaparecer en el infinito del otro? Desaparecer entre la niebla. Dime, ¿cuánto más soportaré de todo este silencio junto al corazón? Siento el ahogo de los amantes, la melancolía de los reflejos difusos en el agua, el ahogo de las huellas que dejamos sobre la arena. Siento la lobreguez del mar en nuestros dedos, en estas manos que alguna vez fueron largas promesas de amor. Me entregaré al vapor de las rocas, al odio del mar contra el peñasco. Por amor mutuo, deshilaré mi dermis sobre la superficie del cielo, para algún día, regresar al mar en forma de lluvia o de insecto sobre una hoja.
Jesús Edmundo Núñez Salas las Golondrinas
Las Golondrinas Con el tiempo Edmundo y Adela se enamoraron más y más, comenzaron al poco tiempo a dormir en el mismo nido, hasta hicieron un boto de amor; en el árbol en el cual tenían su nidito marcaron sus patas derechas, una pata al lado de otra. Ella se encargaba de sus hijos como si fueran suyos y así la querían a ella. Por las noches ella les cantaba una canción tan hermosa que hacía que varias golondrinas se pararan en ese árbol para admirarla cantar. Así fue como se dieron cuenta del amor que Edmundo y Adela llevaban a escondidas, los pajaritos se empiezan a contar cosas y el chisme se recorre de pico en pico. Un día llegaron los jefes de la parvada de golondrinas a hablar con Edmundo, las normas eran muy claras, le dijeron que no podía seguir con Adela porque ya había perdido su primer amor. Habían condenado a Edmundo al peor castigo, quitarle las alas y ser un humano. Él quiso guardar el secreto a su Adela pensando que así el dolor sería un poco más llevadero para ella, sin embargo no se dio cuenta de que ella estaba escuchando todo desde dos ramas más abajo de la que él se encontraba. La golondrina me contó que fue una decisión muy difícil, pero optó por tomar ella el castigo que a su amor correspondía. Un día frío y nublado le llevó una rosa a Edmundo y le pidió amor eterno, ambos se juraron su amor sin importar lo que pasara. Esa misma noche del diecinueve de enero de mil novecientos ochenta y ocho Adela fue a hablar con los jefes de la parvada y les dijo que ella tomaría el castigo en lugar de Edmundo. La llevaron a la orilla de la isla en donde estaba una barca de madera negra con dos remos del mismo material y una cruz en medio. Ella subió y la parvada comenzó a empujar la barca hacia el mar. Adela comenzó a transformarse en humano, le salió un cuerpo completo y joven encima, tenía un cabello castaño oscuro y una tez blanca que la hacía lucir mejor el nuevo color de su cabello. Adela se veía linda en su nuevo cuerpo. Seguía teniendo el mismo color de ojos pero había cambiado la forma de su iris. Su cuerpo no se asemejaba para nada a su figura pasada, pero en el pecho seguía estando la misma golondrina en una jaula en el lugar del mecanismo que a los humanos nos gusta llamar corazón.
Adela vagó por todo México con los pies amarrados al suelo y la mirada dirigida hacia el cielo, llegó hasta Durango en donde encontró una casa en la que solía hospedarse. Por las noches se le escuchaba sollozar y rogarle a dios para que la dejara ver a su amor una vez más. La primera vez que fui a ver a Adela me topé con la sorpresa de que no tenía una pierna, iba en silla de ruedas. Me quedé viendo su pierna por un momento. –Tengo diabetes, la pierna se me comenzó a gangrenar y tuvieron que quitarla antes de que pasara algo peor. –Dijo al notar que prestaba mucha atención al detalle. –Debe de odiar al doctor que le hizo eso. –No, por dos razones, la primera es que yo no necesito piernas, hijo, yo tengo alas dentro. La segunda es que, no sé por qué, a pesar de que ese doctor me quitó la pierna, yo le tengo mucho cariño. Me sorprendió su manera de ver ese problema, al principio tomé el comentario de las alas como una forma bohemia de ver su pérdida, no sabía en realidad lo que pasaba. Esa noche le dejé una carta a Adela diciéndole lo fuerte que era, al recordar su frase le dibujé dos golondrinas colgadas de un alambre. Al otro día mandó a llamar a un pequeño que siempre pasa por la casa cuando va a comprar tortillas. –Es la mejor carta que me han escrito. –Dijo para iniciar la conversación. –Me gustan mucho esas dos golondrinas que dibujaste, ¿sabes? Aquí llegan las golondrinas año con año... Dios escuchó las plegarias de Adela y un día vio llegar por el cielo una golondrina que llegó directamente a su casa, y se paró en su pierna buena, Adela comenzó a llorar en cuanto vio a la golondrina. –Ay, golondrina presumida, ¿cómo me encontraste? Ya van varios años desde que no te veo. No me veas así mi amor, ya envejecí y cada arruga que me salió fue por esperarte, pero no perdía mis esperanzas. El cielo me nevó el cabello, pero tú sigues igual de joven, ingrato. Me has traído mi vida.
–Adela seguía hablándole a la golondrina en medio de lágrimas, sin poder entender lo que esta le respondía. –Perdón por dejarte, escuché de qué vil manera te iban a castigar y mejor que me castigaran a mí, mi Edmundo, ¿recuerdas el juramento de amor? Sigo cumpliéndolo, mi vida. ¿Cómo están nuestros hijos? De seguro ya hasta saben volar, ¿Por qué no vinieron contigo? La golondrina lagrimeaba y cantaba la misma canción que Adela les cantaba en el árbol a sus hijos, Adela me contó que sentía una gran desesperación al no poder entender lo que su golondrina quería decirle. –Llevo años pidiéndole a Dios que te traiga aquí conmigo. Mira, aquí hasta las piernas te quitan y para moverme necesito una silla, ya no me voy a poder parar en el alambre, mi chiquito, no se enoje conmigo. –Adela no pudo hablar más por el llanto y se limitó a acariciar a su golondrina. Por varios días cuidó a su golondrina, la alimentó y le contaba pedacitos de lo que había sido su vida en tierra. Llegó el tiempo de frío y Edmundo tuvo que emigrar, Adela sabía exactamente a donde se dirigía. –Vuelve un día amor, te amo. –…Año con año vienen a visitarme, pero ya van varios años que no vuelven, como las extraño. ¿Te cuento algo? –Dijo mirándome a los ojos. –Por supuesto, la escucho. –Una de esas golondrinas era el amor de mi vida y cuando lo vi llegar a mi casa mi corazón volvió a aletear de nuevo en su jaula. –Me contó la historia de cómo se había vuelto humana, pero de nuevo pensé que era una alegoría a los sucesos de su vida. –Vivo sentada esperando el día en el que pueda volver a volar a lado de mi Edmundo, cada año que venía intentaba con todas mis fuerzas sacar a la golondrina de la jaula pero no podía, sé que al final va a venir para guiarme, pero hace años que no vuelve mi golondrina presumida. –Hablaba y notaba como se le ponían los ojos cristalinos. Todos los días iba a su casa a escuchar su música y hablar de su vida, cosa que no contaré aquí porque un amor tan puro merece quedarse en el corazón de los oyentes como el secreto más profundo.
Cada vez que la veía se veía más deteriorada, pero siempre con la misma alegría, siempre en su silla. Una noche que llegué a verla, ella estaba recostada en su cama me dijo que me sentara a un lado suyo. –Hijo, ya casi sale mi golondrina de su jaula, puedo sentirlo, ya estoy viejita y usted es joven, no se me vaya a poner triste. Ya casi vuelvo a lado de mi Edmundo y no sabe lo mucho que me emociona, podremos marcar nuestras patas en nuevos árboles y cantar nuevas canciones, mostrarle las canciones que aprendí. Podremos casarnos de nuevo en el cielo, en donde solíamos volar. –Dijo con una emoción que se podía ver en sus ojos. –No diga eso, si usted sigue siendo joven, le quedan muchos años y cosas por contarme. Sí, me voy a poner triste, pues la quiero mucho, si se me vuelve golondrina la pongo en una jaula para que se quede aquí conmigo, ¿para qué me quiere dejar solo? –No lo quiero dejar solo, pero usted es joven, yo ya estoy más para allá que para acá. Comencé a dormir en su habitación por miedo a que algo le pasara. Una noche, a las dos de la mañana me despertó. –Ya es hora. –Me pidió que me agachara para que besara mi frente y se quedó recostada en su cama. Creí que ahí había quedado y comencé a llorar recostado en su pecho, pero noté que se escuchaba un aleteo dentro, vi como dos alas se asomaban por la boca de Adela, después salió la golondrina completa, fue ahí cuando comprendí que todo lo que me había contado era cierto. El cuerpo de Adela se había ido desintegrando en pequeñas luciérnagas que aleteaban en busca de una salida. Tome la golondrina con las manos y la saqué al nido que Edmundo había construido en el patio de la casa una de las veces que había emigrado para ver a Adela. Ahí observé como esperaba Adela a que llegara su amor a guiarla. Todas las tardes volvía a ponerle una cacerola de agua y de alpiste, y le cantaba una canción que ella me había enseñado. Una tarde, cuando llegué a poner el alimento de siempre, noté que en el nido había dos golondrinas, tomé con las dos manos a Adela. –Cuídeseme mucho allá a donde vaya, no se olvide de mí y dígale a Edmundo que la ayude a escribir historias nuevas, así como las que me contó aquí. Muchas gracias.
– No pude decir más porque el llanto me ganó, así fue como los vi alejarse por el cielo, juntos cantando una melodía que siempre se quedará grabada en el corazón. Aquí llegan las golondrinas año con año, y año con año le canto una canción nueva a Adela, después les cuento mi vida a esas dos felices golondrinas presumidas. Esta historia es real, Adela Blanco falleció en un hospital de Durango el primero de junio del año dos mil quince, justo después de que terminara de cantarle su canción y decirle que podía irse tranquilamente. A las golondrinas no se les puede privar de su libertad en una jaula. Que en paz vuele mi golondrina.
“Nací en la hora misma en que nació el pecado y como él, fui llamada soledad.” -Rosario Castellanos
Jonรกs Quintanillla palabras del alma
Palabras del alma
-Contemplando sin cesar el inicio de la noche ella habló de sus errores y rompió el silencio, pero se desconcertó con la última línea: Mi promesa está hecha, pero mi corazón es tuyo. Así habló aquella princesa derrochando suspiros entre tanta confusión… -Ahora sólo intento abrazarme a tus recuerdos. -Viajé queriendo encontrar una respuesta y encontré más preguntas sin responder. -Todo el mundo quiere encontrar ese algo o ese alguien con quien sentirse lleno y pleno. -2:52am: Sentimientos y nostalgia en una sola habitación, no es insomnio es una simple rebeldía entre mis pupilas y yo. -Escuchaba la misma canción varias veces, varias veces, varias veces… esperando que aquello no fuera decreto y en lugar de deseo, fuese realidad-Encontré en nuestros besos la mejor manera de decirte sin palabras lo mucho que hoy te quiero-Tengo acumulados en las manos y en la garganta infinidad de te quieros para ti. -Aprendí gracias a ti a olvidarme de los kilómetros que nos separan por instantes de pensamientos eternos donde tú y yo somos felices. Vencí la angustia de tu ausencia para darme alegría infinita con tu presencia. He comprobado que la distancia no significa nada cuando tú eres todo lo que yo esperaba. -Déjame llenarte de besos el alma -Mírame y verás en mis ojos el reflejo de todo el amor que estoy guardando para ti. -En tus besos encuentro abrigo para el frio que llevo por dentro -Te quiero y si no te lo digo con palabras, mírame cada vez que sonrío cuando estoy contigo.
-Mis sentimientos siguen siendo tuyos. Cada línea de mis versos, llevarán tu nombre. Y es que cuando uno está enamorado, la poesía brota del alma. -Necesito pedirle al tiempo que no avance de prisa cuando estoy contigo; es que vuelo en tus brazos, sueño con tus besos, me encanta tu amor, ese amor real que solo lo encuentro contigo. -Todo insomnio vale la pena si te tengo entre mis noches. -Arráncame los miedos a besos, quítame las dudas con caricias y entenderé porque no se quedaron esos amores efímeros, la respuesta está conmigo ahora, has sido tú, siempre tú, mi complemento perfecto. -Cada amanecer y cada anochecer se llenan de locura, de esa locura casi incontrolable capaz de envolvernos en un solo mundo, en un solo ser… en una misma alma. -Yo dejaría mi camino por seguir tus huellas, es más la vida contigo, que yo solo con ella. -Cómo no amar tus besos… El sutil contacto de tu pasión y mi deseo. -Eres la tentación de lo dulce, de lo hermoso… Eres la pasión que me desborda y me asombra… Tú me tocas… yo te beso… nos comemos la boca. -Mientras duermas yo te cuido. Soy el insomnio y tu abrigo… -No sé dónde queda la felicidad… pero sé que en tus ojos puedo buscar. -La caricia de tu beso, la noche inmortal… somos el deseo, y no sabemos parar. -No quiero estar con nadie que no tenga tu nombre, tu color de ojos, tu peinado, tu sonrisa o tus labios. No quiero estar con nadie que no haga las cosas como las haces tú, que no me mire como tú, que no me trate como tú, que no sonría como tú. No quiero estar con nadie que no seas tú.
Daniela Sรกnchez una flor
Una flor Fue mera falta de decisión.Las luciérnagas habían sido hasta entonces, un mito. Aparecieron en el pasto, parpadeos de la oscuridad, brillaron sólo una vez, suficiente para mantener a Alejandro Caraveo a la espera, sedujeron. Pero, que el perro persiguiera su cola, desconociéndose, ajeno, era también digno de verse y entonces el cuerpo reaccionó con sabiduría y un ojo al perro y el otro al cerro. Se desvió el derecho, expectante, en el izquierdo estaba el animal persiguiéndose. Luego hubo luces, situadas tan al azar, como accidentes, porque las luciérnagas son eso, secretos. Todo lo percibía Alejandro, acá los pelos, allá las luces, de repente superpuesto, un perro que luego de tantas vueltas ya no brillaba, que se lo llevaba la noche y luego, fulguroso, regresaba. De vez en cuando se reían de él, apodos tuvo bastantes y sólo alcanzó a sospecharlos, a decir verdad lo atormentaba no saber sus tantos nombres. Existían también, ventajas. Podía sacar de quicio a las personas, la duda de estar siendo observado es poderosa, y con esto se divertía; además, si los ojos se le hacían remolino sobre un libro, leía entre líneas y no se diga de los caminos. Los atajos. Fueron mostrándose poco a poco, requerían más concentración. Al principio de gran ayuda en las escondidas, el futbol, en el trayecto a la escuela, todo mezclando, imposible saber sobre qué caminaba. Luego para esconderse, pero ya sin la parte divertida. Una noche de luciérnagas anduvo algunas horas caminando por puro gusto, usándolas de mapa, aquellos bichitos que tenían al suelo constelado. Eran amigos, después de tantos años y la costumbre. La noche y él. Tal vez por eso le fueron finalmente reveladas, tan espontáneas, las flores del rincón. Sí, casi las pisa y no se culpe, a veces el derecho le jugaba bromas, lo hacía terminar en el baño de damas, se mandaba solo para ver entrepiernas y, en éste, el mejor de los casos, lo trajo hacia las flores. Por acá había de esas amarillas, por éste otro lado de esas color flor, en seguida se le mezclaron los pétalos y nomás hubo negro. Le disgustaba ser víctima de sus ojos, sobre todo ahora, habiendo encontrado un paisaje agradable, pero en un momento recobró el control y regresó a las flores. Por acá de esas amarillas y por allá… Adria Pacheco. Mutuamente intrusos, se les notaba ya en la mirada el celo de las flores, del rincón, un poco en la piel la alergia al polen y al otro. Por allá Adria,
por acá Pacheco. Qué sorpresa, en los dos. Ella se le acercó, manteniéndole la mirada, poniendo la mano sobre su hombro a manera de indicación para hincarse y descendieron hasta simular el tamaño de una flor, porque de esta forma era más fácil jugar a no pestañear. Así un rato hasta que el hastío los llevó a voltear, como con premeditación, a la flor blanca, la de enfrente, para acercar el rostro y robarle el alma oliéndola. La flor no cedía. Y se miraban, envueltos en perfume. Parecía eterna. Imposible en dicho momento imaginar que se irían, que una noche sólo restaría el pasto violentado. Adria era de esas mujeres hechas de agua pero no lo sabía. Iba al rincón cada noche a sentarse en el pasto para helarse. Es extraño. Padecía de una desorientación increíble y en toda su vida sólo había aprendido dos caminos, uno de ellos el más usual, el cual con pequeñas variantes servía para los lugares cotidianos, y el otro, útil en cuanto a las flores. Con éste último se consolaba, pues parecía ser la única en conocerlo. De momento le asustaba tener a Alejandro Caraveo cerca, verle los ojos que de tan girados se le habían vuelto tristes, después, aspirando la flor, lo supo perdido. Fue como un pacto, lleno de polen, mas a fin de cuentas, un pacto. Otra noche, al término del ritual de los ojos, Caraveo arrancó una azul y se la dio. Adria le quitó un pétalo para en seguida devolvérsela y se entretuvieron viendo el aterrizaje de cada uno, cómo se tomaba su tiempo batallando con el aire. Él los desprendía titubeante, le inquietaba sostener semejante fragilidad. El último lo arrancó ella. Se sintieron muy culpables cuando jugaron a enterrar una flor. En el momento la emoción les ganó e hicieron un agujero sin importarles las uñas llenas de tierra y, sin siquiera dedicar un discurso honroso a la florecilla, la sepultaron. Quedó en secreto, no volvió a tratarse el asunto. El misterioso origen de las flores no lo descifró precisamente observando. Una noche sin luciérnagas, mientras esperaba a Caraveo con cierta angustia a causa de la hora, el pasto la tenía irritada, se metía donde no lo llamaban, bajo la falda, por lo cual, en gesto ansioso, fueron muriendo poco a poco entre el pulgar y el índice, varias aspas de césped. Como deshojando el tiempo. Ver morir el suelo le dio tranquilidad.
Entonces sintió el primero. Un tallo pequeñito que cómo dolía, ahí creciendo en desafío a la oscuridad. Los otros llegaron a continuación, por las costillas, las cuerdas vocales, ahí adentro tan arbitrarios y saltándose el proceso de las raíces. Que cómo dolían. Adria supo que eran verdes aunque no podía verlos y supo que eran tallos porque todo el cuerpo lo sentía ya fértil, insoportable y repleto de tierra. Los primeros en salir los confundió con caries, pequeñas torturas en las muelas, y eran rojos e inodoros. Los sacó uno por uno y le dieron lástima, separados dejaron de ser flor. Unos amarillos se los hallo entre las lagañas remanentes de una pesadilla y los rosas venían a veces menstruados. Sólo cuando le adornaron los senos se sintió agradecida. El suelo de su cuarto se iba tapizando y se le veía agradable, marchito. Alejandro Caraveo jamás lo sospechó porque Adria parecía siempre alegre entrando y saliendo en sus ojos tristes, tocando flores que él después se comía a escondidas. De esas cosas a recordar, la única ocasión que fueron por la mañana e hicieron mutuo reconocimiento de la palidez, se rieron y observaron las plantas descubriendo el verdadero color flor. Anduvieron persiguiéndose, Alejandro con sus ventajas, desapareciendo por segundos para volver con otros olores y otra tierra en los zapatos, se carcajeaban, él la alcanzaba con premura, no le daba tiempo ni de ocultarse tras las flores. Les dolía por respirar mal, pero la risa era prioridad. Con el cansancio fue natural que procedieran a recostarse sobre las flores, total, entonces se veían muy seguras de su eternidad, además lo hicieron con la idea de impregnarse de aquellos aromas preferibles al sudor. No reconocían el cielo. Caraveo pudo ponerle varias estrellas porque sus ojos eran tal lío que cargaban una confusión temporal. Suspiraban con el agotamiento de pretexto. Y el vaivén comenzó, rodaron sobre las flores para liberarse, para dejar de apestar, a cada contacto las plantas les rompían la barrera de la piel, algunas atoradas en el cabello. Ambos parecían jardín. Los rostros llenos de polvo y las manos ocupadas tocando pétalos, purificándose. Estaba la ansiedad de entrar, de ser flor y eclosionar. Mas al terminar el revuelo percibieron los perfumes escapando y gritaron juntos. Ahí las flores ya olían a humano.
El rincón quedó devastado y se rieron porque también ellos estaban hechos un desorden. Que al cabo las flores se recuperaban rápido, para la siguiente noche estarían intactas. Así fue y brindaron con pétalos. A ella cada vez le amanecían más flores. La respiración se presentaba como un reto e imposible hablar sin saborear las rosas. Desde los primeros pétalos estuvo consciente, fue previsora y todos los sucesos coincidían, el rincón cada noche menos florido. Cuando la golpeaban en su ascenso Adria Pacheco ponía los ojos en blanco para verse el interior, horrorizada ante el paisaje de flores lloronas. Llegó la luna tan absurda, ir ahora no tenía ningún caso, sin embargo tomó uno de los dos caminos conocidos, el que la hacía especial y llegó al rincón. Supo también que a Caraveo se le haría tarde. Vaya suerte, así pospondría la desdicha, porque la ausencia de las flores mataba y el suelo con ese aspecto desolador, de víctima, de tierra sin sentido. El contraste de Adria tan floreciente. Las lágrimas le corrían dentro y las flores se abrían, muchas, salían como tumores. Tarde y él perdido, ningún camino le funcionaba, los sabía todos pero esta noche no bastaban. Se desprendió las amarillas, luego las azules, las rosas, e intentó sostenerlas en pie ayudándose con montoncitos de tierra, en un remedo de jardín. Un jardín espantapájaros. Ya muy tarde y seguiría siéndolo. Adria Pacheco regresó a casa. Al menos aún le quedaba otro camino, el usual, e intuía la finitud de sus tallos, lo cual era consuelo. Todo le pareció más secreto que las luciérnagas. Fue el fin de los mapas, del polen, de las raíces. Como quiera aún permanecían las noches, el frío, se despertaban de súbito, sospechando el sueño interrumpido del otro, les daba un insomnio producto de la intolerancia al propio cuerpo, abandonaban las sábanas, como quiera había ventanas, escapes para arrojar ese olor a flor sudada presente hasta en las uñas mugrosas. Que no se iba. Que cómo dolía.
Esthela JĂmenez ojos color serpiente
Ojos color serpiente Una serpiente se arrastra en una habitación vacía, mirar oscuro, conspiratorio, en su centro palpita un color parecido al de la ceguera, al de la sangre desnuda sobre huesos dorados. Un aroma similar al del ocaso se adhiere entre los dedos, en las hebras blancas de cuerpo desnudos. Se arrastra entre ángeles heridos, y suya es toda la angustia del cielo rasgando la piel enferma. En su lengua se pronuncian todos los idiomas, y el sopor es un sueño endurecido sobre la tierra, es la esperanza insomne, caminando luminosa sobre cuerpos maldecidos. Su boca succiona la piel derramada en el suelo, el llorar del silencio en una esquina helada, se arrastra entre árboles heridos, en la ausencia de la muerte, y lo eterno.
“Quisiera no tener memoria o convertirme en el piadoso polvo para escapar de la condena de mirarme� -Elena Garro
JesĂşs Loza
la jardinera carmesĂ sin piedad
La jardinera carmesí Día otoñal: un grupo de primos habían salido a acampar en la que era la mejor estación del año (decían ellos) pues el viejo bosque apenas estaba comenzando a dormitar: sus neutras y crujientes hojas, los viejos árboles y hasta el sol se postraban somnolientos, daba una sensación de paz interior el pisar aquel pedacito de paraíso, descansar de la ciudad, del humo, de las malas noticias, la política y los molestos ruidos de los autos: todo quedaba atrás al entrar en el arbolado. Los cuatro primos (todos universitarios) caminaban campantemente por el llano donde lo único que podía escucharse eran los sonidos de los animales, el murmurar del río y el crujir de las hojas secas al caminar. Los primos eran Lars, un chico feliz y optimista a quien siempre le gustaba acampar, Sadie, una chica comprensiva y baja de estatura, Alexis, serio pero que sabía escuchar y que de alguna manera hacía reír a Sadie y a Lars (tal vez por su acné) y por último la callada y repelente Lisa, de quien no se sabía mucho y que fue encontrada un día en ese bosque aunque de una forma algo extraña, ella: en un charco de sangre, riendo y chapoteando, dentro de lo que semejaba una gran llaga hecha en el suelo de la arboleda, la cual conducía a la entrada de una oscura cueva, donde nadie se atrevió a adentrarse. Lisa fue creciendo, oscura, con esa aura y mirada repelente que helaba la sangre; delgada, pálida de piel, con enormes ojos color carmesí y un extraño cabello blanco y labios morados: parecía como si la calidez de su cuerpo se hubiera desvanecido. Lisa, a pesar de tener familia no hablaba con ella: nunca les dirigió la palabra, ni el más calificado psicólogo pudo sacarla de su voto de silencio, pero sus padres adoptivos la obligaban a salir con la familia: todo cambió el jueves de la semana anterior, cuando los cuatro primos estaban en el parque. -¿Chicos, tienen planes para este domingo? – preguntó Sadie. -Podemos entretenernos en exprimir los granos que tiene Alexis en la cara – dijo Lars burlonamente. Ambos rieron. -Eso tomaría más de un domingo. -Aunque pudieran no deben, el doctor dijo que desaparecerían solos.
Al escuchar esto, el dúo de comediantes soltó otra carcajada. -Tu doctor lleva diciéndote lo mismo desde hace 3 años. -Ja, ja, que gracioso – respondió con indignado sarcasmo Alexis, confirmando que el par de cómplices había ganado. Una vez más el grupo de primos entró en aires de aburrimiento, ya era extraño que Lars no hubiera propuesto su idea de ir a acampar. -Vamos a acampar – dijo con voz apagada y de forma espontánea ¡Lisa! Todos estaban sorprendidos: después de 18 largos años Lisa pudo dirigir una palabra a un grupo de personas. Al instante comenzaron a planear, la comida, el día, la hora, los días que se quedarían pero lo más importante lo dejaron al final: el lugar. Hablaban y discutían del lugar donde se quedarían: la sierra, unas cataratas, hasta que Lisa interrumpió a los primos diciendo: -Rose Ville. Rose Ville era un bosque grande caracterizado por ser el único ecosistema en el mundo que producía rosas negras; Lisa siempre había querido ir ahí, dijo que era como si el lugar siempre estuviera de luto por todos los animales que eran cazados en el mundo. Lisa siempre fue espeluznante incluso desde pequeña: a los ocho años, en una de las paredes de su cuarto escribió con su propia sangre una frase que atemorizó a sus tutores y que evitó que sus padres volvieran a entrar en su cuarto: “La humanidad es un parásito en la Tierra; aborrezco su especie como me aborrezco a mí misma. Lloraría por la muerte de un animal, pero jamás por la de un ser humano. Todos los humanos deben morir: si la naturaleza me puede despojar de mi humanidad, matándola, entonces…eso es lo que haré”. La caminata de los chicos siguió hasta que llegó a campo abierto, pero Lisa cambió el lugar del campamento: la llaga en la tierra de su nacimiento. Fijaron las tiendas justo al lado de ésta, la que era conocida como “La boca de la catrina”; debía su nombre a que el lugar estaba lleno de rosas negras y se había creado un leyenda .
Para sembrarlas, los antepasados en Rose Ville ponían las extrañas semillas y para que crecieran en condiciones aptas, aplanaban la tierra con una gran bola de acero encadenada a los esclavos, quienes mientras avanzaban por todo el terreno, recibían escupitajos de las personas que pasaban junto a ellos: su sufrimiento hacía crecer las flores. El sol se estaba poniendo cuando Alexis y Lars habían instalado el campamento y encendido la fogata, mientras que Sadie y Lisa habían se fueron a recoger leña. Mientras Lars avivaba el fuego con la leña, Sadie preguntó: -¿Y Lisa? -Estaba aquí hace un segundo – dijo Alexis. -Tal vez fue a ver las rosas, iré a ver – respondió Lars. Cuando Lars bajaba lentamente por las paredes de “La boca de la catrina” de repente escuchó un grito desgarrador: era Lars ¡estaba siendo apuñalado por Lisa! El homicidio fue rápido: Lisa le había arrancado los ojos y luego le cortó la cabeza. Llenos de horror Alexis y Sadie corrieron pero por alguna razón no podían ver: su vista estaba distorsionada; era una droga alucinógena proveniente de un hongo del bosque que Lisa había puesto en la leña y que al momento de ser incinerada comenzaba su efecto. Alexis trató de correr, pero su huida fue interrumpida por un dolor sofocante. Una vez más Lisa había ganado: la asesina colocó trampas de oso en todo el lugar. En medio de las sombras apareció con una máscara hecha con la piel de Lars, la cual evitaba que los efectos del hongo la afectaran; su cuchillo, hecho de huesos, degolló a Alexis de un solo tajo. Sadie, en un intento para salvar su vida, corrió hasta ponerse fuera de su alcance. Mientras tanto en el campamento, Lisa tomó los cadáveres de Alexis y Lars, lanzándolos a “La boca de la catrina”, luego, se recostó al fondo de la grieta, chapoteando entre risas en la sangre de sus difuntos primos: deja vu. Al día siguiente Sadie fue encontrada en la entrada de “Rose Ville”, contusionada y aún bajo los efectos de la droga: terminó en un manicomio y dos años después se suicidó, dejando solo una carta de su experiencia en “La boca de la catrina” y en la pared, escrita con sangre, la frase de Lisa.
Nadie habló de los asesinatos y Lisa nunca fue vista de nuevo; lo único que quedó fue un campo lleno de rosas negras, las cuales crecieron regadas con la sangre de los humanos que murieron desangrados por los tormentos de sus esclavizadores: cientos de generaciones que abonaron la tierra desde el inicio… hasta el final de los tiempos.
Sin piedad Ahí estaba, mi respiración: agitada, todo era oscuro, en un espacio reducido, olía mal y el aire era húmedo. No sé dónde estoy. ¿Qué pasó?, de pronto la caja que me aprisionaba comienza a moverse, luego frena, esta abre una compuerta, la luz me cega, no quiero salir, siento que algo va a pasarme si salgo así que no me muevo pero la caja me obliga, la pared en la que estaba apoyado comienza a empujarme al exterior, conforme iba saliendo más fuerte estaba la luz, veo todo blanco y luego aparezco en una habitación, la examiné, no era nada más que un pequeño cuarto sin muebles, sin televisión, sin ventanas, un piso sucio y cubierto con paja y al fondo de este unas cuantas jeringas, luego note otro detalle que me dejo impactado; como puerta había barrotes, ¿una prisión? Pensé. Luego de reflexionar me percaté de que este lugar es muy callado, se podría escuchar hasta el más mínimo sonido, pero podría ser incierto a la vez, pues no podía escuchar mi respiración, tal vez estaba en un estado de sordera, pero, ¿cómo podría comprobarlo?, comencé a silbar, no podía escuchar nada, mi vista también se ha visto afectada pues no podía ver bien más allá de los barrotes, entré al instante en un estado de pánico, ¡Me quedaría así para siempre! Comencé a hiperventilarme, me apoye en la pared más cercana y llore, no sabía qué hacer ni donde estaba, luego en mi mente recordé algo, las jeringas, rápidamente tomo una de las jeringas, era un poco extraña ya que el líquido de su interior era morado pero den-
tro de este había pequeños brillos, tenía una etiqueta, esta decía “oídos” no lo pensé dos veces y me la puse en la pierna derecha, lentamente incorpore el extraño líquido a mi torrente sanguíneo. 5 minutos después podía escuchar y supe que no era un lugar nada callado se escuchaban gemidos y gritos desgarradores, pero aún seguía miope, así que me dirijo de nuevo hacia las jeringas al instante encontré una con un líquido color rojo escarlata con pequeños diamantes dentro de esta con la palabra “vista”, en un instante me la inyecté y en un abrir y cerrar de ojos podía ver bien. Pero cuando me libré de mi ceguera vi algo realmente perturbador había más gente aparte de mí en jaulas, encerrada y desnuda, como animales, todos gordos, amontonados en sus celdas, de pronto suena una alarma y unos hombres uniformados llegan con bandejas repletas de comida estas son pasadas por debajo de las celdas, todos se lanzan hacia ellas, menos uno de ellos, un hombre de uniforme se percata y entra a la celda, luego toma al ayunador, lo sujeta por el pelo y le mete un embudo en la boca mientras le vacía la comida. Yo estaba asustado, ¿me harían lo mismo?, ¿por qué estoy aquí? De pronto un hombre uniformado llega a mi celda, no me quede callado y enseguida le pregunte: -¿Por qué estoy aquí? Él sonríe y de la bolsa de su saco sale una jeringa con la etiqueta “recuerdos” me la inyecta en la cabeza y de pronto muchas visiones aparecen, luego regreso a la realidad, después me pone una placa de cristal en el pecho, la retira y en mi pecho aparece el número 490. -¿Qué significa este número? El hombre solamente mueve su mano y señala su cabeza, luego se retira, ¿qué significa ese gesto? Lo comprendí al instante, está en mis recuerdos. Comencé a accionar mi memoria y da resultado, hace dos años del cielo había caído un extraño espejo de cristal, en el cual, si te reflejabas también se podía ver tu fecha de muerte. Ante esto el mundo enloqueció nadie quería morir, entonces unos científicos encontraron la manera de extender tu tiempo de vida, descubrieron la forma de extraer el alma de un ser vivo;
y con esta elaborar una droga la cual extiende tu tiempo de vida, pero si padecías una enfermedad incurable esta no la eliminaba, con el tiempo todo se calmó, hasta que los animales estaban al borde de la extinción, luego comenzaron a sustituirlos por indigentes, conforme estos desaparecían la gente se volvía loca, después comenzaron a secuestrar personas y luego en público, nadie salía de sus casas pues sería capturado. Ahora lo entiendo, soy la cuatrocientos novena persona que mataran, la celda se abre, me amarran a una cruz de cristal y enfrente de mí una gran jeringa me limito a gritar, todo acaba al instante, y ahora desde arriba veo como poco a poco nuestro mundo se va desmoronando y luego digo:-Vivir ahí en ese momento sería un asco.
Diana Escajeda Franco ojos de camuflaje
Ojos de camuflaje Encontré unos ojos de camuflaje ojos del color de su propio nombre donde no todo hombre lograba reflejarse. Encontré un par de oídos que sin quejas y con tiempo solían encontrarme cada vez que crujían los sentimientos. Construimos un puente para evitar caer y una escalera para subir y ver que no todo estaba perdido que situados incluso en lo más jodido, tus ojos y los míos podían volver a sentirse algo. Que sin la presencia de aquellos hombres, de aquellos días, quienes nuestros corazones aún tenían, hacíamos creer que no existían circunstancias ni mujer que pudiese completarles su ser. Ahora vivo entre ecos de tu nombre del color de tus ojos, de ti. Sabía yo que había fecha límite presente porque nada es para siempre y después de todo yo me quedo ausente. Encontré unos ojos de camuflaje... para perderlos al instante.
Javier Alejandro Pereda Gonzรกlez el regreso del capitรกn
El regreso del capitán Habían pasado veinte años terrícolas desde que el capitán Henry Smith salvó a los habitantes del planeta Merdin al derrotar al tirano Dertek que buscaba, con su ejército de guerreros de la raza Kamurak, conquistar las veinte galaxias pertenecientes a la Federación Intersolar. Condecorado como un héroe interplanetario y reconocido por su gran valentía, Smith era querido por todo mundo, ¿y cómo no iba a ser de esa forma si había salvado millones de vidas? Realmente Smith nunca entendió como había llegado ahí, en un momento estaba sobrevolando Gales junto con el novato Gallagher como una prueba más para validar los recientes modelos de aviones de caza desarrollados por la armada británica y al siguiente estaba aterrizando en las costas de un territorio totalmente desconocido para él donde el mar tenía un color magenta. Pasaron veinte años en los que sin importar todos los reconocimientos que le habían sido otorgados por su gran labor para preservar la paz… nada de eso le hacía olvidar su hogar, su planeta natal. Smith quería regresar a casa. Se reunió presidente de la Federación Intersolar, su gran amigo y compañero durante la resistencia Dom Banguerston, para contarle sus inquietudes. —Presidente —dijo Smith. —Por favor Henry. Tenemos años de conocernos, deja los formalismos —replicó Banguerston. —De acuerdo, te seré honesto Dom: quiero regresar a casa. — ¿Qué pasa? ¿No te gusta Merdin? No te preocupes por eso, si quieres puedes mudarte a cualquier otro planeta. Es más, hazlo y los cargos correrán por mi cuenta. —No es eso amigo. Tú sabes a lo que me refiero-dijo Smith mientras miraba por la ventana hacia el horizonte, podía ver el atardecer del tercer sol verde. —Sí, lo sé amigo —respondió serio Banguerston. —Por favor, tenemos a los mejores científicos y la tecnología ha avanzado en los últimos años, sé que la primera vez que te lo pedí no podíamos ni localizar mi galaxia de origen pero estoy seguro de que si lo intentamos una vez más lo lograremos —la voz de Smith empezaba a quebrarse y de sus ojos comenzaban a brotar lágrimas. —De hecho de eso quería hablarte. Hace unas horas tuve una reunión en el centro de investigaciones secretas y parece ser que lo encontramos. Creo que después de tanto tiempo encontramos tu sistema solar.
En la cara del capitán se dibujó una sonrisa que muchos no habían visto nunca. Comenzó a saltar de felicidad y abrazó al presidente Banguerston. — ¡Cielos, pudiste habérmelo dicho antes! —Sin embargo-dijo en un tono muy serio el presidente mientras Smith desconcertado recobró la compostura. — ¿Qué pasa? —Todavía no sabemos cómo llevarte hasta allá. Los teletransportadores no están verificados para una distancia tan grande sin riesgo de accidentes y la distancia es demasiada. — ¿Qué quieres decir, Dom? —Que si nos arriesgamos a teletransportarte podrías no llegar o llegar incompleto. Y si te mandamos en una nave espacial, tomaría muchísimo tiempo para que llegues hasta allá incluso a su máxima velocidad. — ¿Cuánto tiempo aproximadamente?-preguntó Smith muy serio. —En ciclos solares de tu planeta… alrededor de 291 años. La expresión facial de Smith se convirtió en una de total decepción. No podía creerlo. ¿Sería acaso que el capitán Smith jamás volvería a sobrevolar el espacio aéreo británico? ¿Ya no tendría más oportunidades de festejar con sus camaradas los triunfos del Newcastle United? ¿No volvería a comer la tarta de zarzamoras que su madre preparaba con tanto amor? ¿Nunca más podría ir de pesca con su padre? ¿No podría viajar a París con su prometida Sophie para casarse? Muchas preguntas viajaban a la velocidad de la luz por la mente de Smith… —Entendido, presidente. —Hay otra opción… no quería hablar de esto porque apenas está en desarrollo. Una unidad de investigación especializada está desarrollando una máquina capaz de teletransportar cualquier objeto a distancias recónditas e inclusive a través del tiempo. — ¿De qué hablas, Dom? —Estoy tratando de decirte que hay una posibilidad de que logremos regresarte a casa… hasta podríamos regresarte al momento exacto que dejaste la tierra. — ¿Podría volver a casa? —la cara de Smith volvió a tener una sonrisa.
—Hay un inconveniente Henry. A pesar de que ya logramos estabilizar los parámetros y pudimos transportar máquinas y objetos sin mayor problema… no se han realizado pruebas con seres vivientes. Los científicos temen que la actividad molecular de un ser vivo intervenga con el proceso de teletransportación y altere el resultado. En otras palabras, existe el miedo de que ocurra lo mismo que con los teletransportadores. —No me importa. Estoy dispuesto a correr el riesgo. Reunámonos con los científicos. — ¿Estás seguro de eso Henry? Es algo muy arriesgado. —Tan seguro como de que el nombre de mi madre es Emily. El presidente y el capitán se reunieron con los científicos encargados del proyecto “hogar del capitán”. Las mentes más brillantes de la Federación Intersolar habían aceptado desarrollar la idea pues admiraban al capitán Smith y para ellos era una muestra de gratitud ya que de no haber sido por él, muchos de los investigadores estaría muertos o desarrollando armas de destrucción masiva, lo cual era una idea aberrante para los científicos pues se regían por el viejo principio de la comunidad científica: “el conocimiento es poder y el poder debe ser usado para ayudar a los más débiles, para mejor las condiciones de vida de todos”. El grupo de expertos expuso ante el capitán cómo se llevaría a cabo el experimento, tratarían de hacerlo regresar al mismo día en que viajó al planeta Merdin. La máquina funcionaba bajo el mismo principio que los teletransportadores usados comúnmente, descomponer el objeto en partículas y hacerlas viajar a una velocidad tan alta que hiciera que al llegar a su destino las partículas se reordenaran. Mencionaron los riesgos que podían ocurrir como el hecho de que las partículas no se reordenaran del todo, que no todas las partículas llegaran al destino, que la velocidad provocara que los átomos del capitán se desintegraran. Smith respondió que no le importaban los riesgos, estaba dispuesto a tomarlos. Al escuchar esto, los científicos expusieron el siguiente punto. En caso de que el experimento fuera un éxito y el capitán regresara, seguía existiendo el mayor riesgo: al encontrarse dos entidades iguales en el mismo espacio y tiempo podía crearse una paradoja interdimensional que hiciera colapsar la realidad conocida.
Había una pequeña esperanza de que esta paradoja no sucediera y ambas identidades se unieran para que solamente hubiera un individuo, es decir que los recuerdos del capitán que salvó a la Federación serían transferidos al joven capitán Smith. Era arriesgado pero todos sabían que merecía la pena hacer el intento. Una semana después tomó lugar el experimento. Smith había seguido al pie de la letra las instrucciones de los investigadores. A medida que Smith se dirigía al teletransportador su corazón aceleraba el ritmo, en verdad estaba nervioso por lo que pudiera llegarle a pasar pero confiaba en que todo saldría bien y que en un abrir y cerrar de ojos estuviera nuevamente piloteando su avión caza mientras bromeaba con Gallagher sobre las apuestas de fútbol que habían hecho los chicos de la tropa. Smith se puso en posición y mientras esperaba la señal de los encargados de encender la máquina empezó a recordar su última plática con el presidente Banguerston minutos antes mientras se ponía el traje especial para la misión. —Esta podría ser la última vez que conversemos, Henry —dijo el presidente en un tono entre serio y triste. —Lo sé, Dom. Espero que entiendas que es algo que necesito hacer. —Te entiendo perfectamente, debes de estar en paz contigo mismo y no podrás lograrlo hasta haber intentado una última vez regresar a tu hogar. Creo que yo lo haría también. —Gracias por entender, presidente-respondió Smith con una sonrisa en su rostro. —Vamos, capitán. Sabes que es lo menos que podemos hacer por ti. Además, todo saldrá bien. Los científicos avisaron a Smith que ya estaba todo preparado para comenzar, por lo que él solamente asintió con la cabeza demostrando que estaba listo. El proceso comenzó, el acelerador de partículas que activaba el teletransportador empezó a girar tan rápido que podían verse rayos de energía girando alrededor de Smith. Nunca se había visto un poder igual al que estaba siendo presenciado por el equipo de encargado del proyecto. Los focos empezaron a bajar su intensidad mientras que se formaba un torbellino de aire en medio de la sala q producto del proceso de teletransportación. El cuerpo del capitán comenzó a separase en moléculas a la par de que los científicos procuraban que los parámetros de control no se salieran de los límites.
En un último gesto de camaradería, Banguerston y Smith se miraron a lo lejos, sonrieron y levantaron el pulgar derecho como señal de que todo iba de acuerdo a lo establecido. El acelerador de partículas siguió girando hasta que de un momento a otro dio la impresión de que Smith había hecho implosión dentro de la habitación. Todos los miembros del equipo se miraron fijamente y solamente se podían escuchar frases como “esperemos que todo salga bien”, “madre, perdóname”, “ojalá el capitán llegue a casa” o “hasta aquí llega nuestra misión”. El capitán abrió los ojos y pudo mirar nuevamente el cielo azul de su planeta de origen. No lo podía creer, estaba a punto de romper en llanto cuando escuchó por el intercomunicador “creo que debemos de regresar, la base ha solicitado regresar de inmediato”. Smith tardó en reconocer la voz que le habló pero cuando se dio cuenta simplemente sonrió. Era la voz de Gallagher. —Entendido, Gallagher. Regresemos a casa.
Isis Castillo Venegas imhotep
Imhotep Cuando volví a casa estaba empapada, había tenido que nadar bastante. El olor a condimento invadía la cocina, giré la perilla y vi la sopa apenas flotando, como asustada en la poquísima agua que rescaté. Me encontraba descalza y comprendí que todas las enfermedades entran por los pies. Ícaro vino a mí, estaba desapareciendo. Los ojos se movían paralelamente: el izquierdo hacia arriba, el derecho hacia mí. Con las manos sostenía una pelota de estambre que años atrás había sido mía. Tomó de la mesa un par de películas. L preguntaba porqué me lastimaba, dónde había dejado al verdadero Ícaro. Se erguía cada vez más y se concentraba en el material de las películas. Sentí un odio demoniaco, se las arrebaté y las doblé hasta que se quebraron en cientos de añicos. Ícaro quiso acercarse con violencia, pero se contuvo. Se quedó de pie, con los brazos totalmente sueltos, las puntas de los dedos buscando el suelo, Se quedó de pie, con el ojo izquierdo mirando hacia arriba, supongo que a Dios; y el derecho fijo en mi rostro. Ese cuerpo cadavérico, con la piel llena de manchas, esos labios blancos, las clavículas idénticas a las mías: la misma sangre. Ícaro me espantó, me hizo sentir malvada. Tuve que huir, salí corriendo esperando que lloviera. Mientras avanzaba disminuía la velocidad de mis pasos y sentí como mis uñas desgarraban mis hombros, mis brazos enteros. La luna estaba tan fea que tuve que cerrar los ojos. Las casas me abrazaban silenciosas y de vez en cuando un niño corría cerca de mí. Por mi cabeza pasó la idea de que alguien estaría buscándome, pero era imposible. Le hablé a Dios, al Dios de mi abuela Esther. Le hablé de la belleza, de Ícaro, de la luz. Le pregunté porqué tenía tantas ganas de doblarme hasta que mi frente tocara mis rodillas, porqué Roberto se había ido. Dios estaba inconsciente. A veces se cansa y bebe, o se va a dormir. Está enfermo. No me enfadé con Dios, al fin que somos lo mismo. Mi humor había mejorado y aún era de noche. Me levanté de la piedra. Vi la piedra detrás de mí y pensé que Roberto me había traído, pero Roberto estaba enterrado justo debajo de mis pies. Me cansé de pensar, seguí caminando. Caminé hasta el amanecer y las pestañas del sol me condujeron por un sendero lleno de pinos.
Entre el susurro de las ramas escuché mi nombre, era una voz familiar. La busqué y cuando supe que estaba por encontrarla, me agaché a tomar agua. Un río me mostró mi cara cubierta de mugre. Es increíble no poder reconocer mi propia voz, pensé. Cuando volví a casa estaba empapada, había tenido que nadar bastante. El olor a condimento invadía la cocina, giré la perilla y vi la sopa apenas flotando, como asustada en la poquísima agua que rescaté. Me encontraba descalza y comprendí que todas las enfermedades entran por los pies. Alguien abrió la puerta. Era mi padre. Mi pecho se llenó de felicidad, corrí a abrazarlo, pero justo en el momento en que mis brazos se alzaron alrededor de su cuello, algo en su frente comenzó a moverse. Me alejé. Arriba de las dos cejas y en el centro, debajo del nacimiento del cabello (del cabello negro de ese hombre que ¿era mi padre?) se abría poco a poco lo que sin duda era un ojo. Completamente humano, muy parecido a los dos originales, con dos lagrimales y sin pestañas inferiores. El hombre me explicó cómo él mismo lo había creado, había perforado su piel y… sentí repulsión. Traje el sartén y les pedí que se sentaran. El plato de mi padre estaba lleno, seguro tendría hambre. Quiso tomar entre sus dedos mutilados una cuchara, pero le fue imposible. Le ayudé a comer. El plato de Ícaro casi no tenía nada. Me deleité al pensar que en algunos años podría comer como lo hace un hombre. Que recuperaría su peso, su color, su risa. Me senté y me di cuenta que no había sopa para mí, pero no tenía hambre. Incluso estaba satisfecha. Con mi ojo izquierdo contemplé a mi padre, evaporándose. Con el derecho vi a Ícaro jugar con mi pelota de estambre. Y luego vi a Dios. Lo vi con eso que había salido de mi frente. Vi a Dios como una luna fea, como la más triste de las criaturas. Ast, me dijo. Ámame porque soy viejo, soy Ícaro, soy el hombre que es tu padre. Porque te llamo desde el río y reconoces mi voz. Porque tengo frío en esta sala. Ast, me dijo. Ámame porque yo también morí en Egipto y nadie quiso reconstruir mi cuerpo.
Contraluces
AntologĂa de poesĂa y narrativa joven