El poder y las relaciones de dominación Por: Oswaldo Reyes
El poder existe en la naturaleza y, al ser humano como hijo de aquella no le es desconocida esta fuerza, al contrario, tiene una cierta fascinación hacia el poder que puede alcanzar proporciones desmesuradas. El momento en que el hombre toma consciencia de sí mismo y de su finitud, toma, a la vez, conciencia del poder que le es inherente tanto para crear como para destruir. Cada individuo guarda dentro de sí la posibilidad de moldear tanto a su entorno como a su propio ser, el hombre es a la vez creador de una realidad y de un destino así como también es el aniquilador de todo cuanto está a su alcance. Sin embargo, el individuo aislado tiene un poder limitado, que es limitado en cuanto al área de influencia en la que puede ejercerlo. Hay que tener en cuenta que el individuo aislado si no poco común es casi inexistente y difícilmente entra en el alcance del presente estudio. El hombre nace en una condición que es para algunos “prematura”, y para otros es sencillamente parte de una evolución neoténica. El proceso de neotenia tiende a la prolongación de ciertas etapas del desarrollo; esto en un principio podría ser muy desventajoso y a la vez peligroso para la supervivencia de la especie. Pero a la larga termina siendo la mayor ventaja para la propagación del homo sapiens. Esa desventaja o desvalimiento inicial hace que el hombre tenga la necesidad de protección por parte de un Otro u otro, dependiendo del punto de vista que se quiera utilizar, pero al fin y al cabo alguien que pueda dar los cuidados iniciales mientras se va adquiriendo mayor autonomía. Cabe aclarar que dicha autonomía es según algunos catedráticos relativa ya que la autonomía absoluta es, al igual, que la libertad un mero ideal. En fin el hombre nace como parte de un grupo, dependiendo de la extensión puede llamarse grupo familiar, tribu, ciudad, nación o más sencillamente dentro de una sociedad. Lo que esta sociedad le brinda a dicho individuo es una serie de normas, valores y en definitiva le brinda un cierto marco de referencia que lo precede en el cual él se va a ver contenido, o no, y de donde va a sacar el material para después construir su propia realidad, entiéndase mejor, su propia subjetividad. Una vez que una persona nace, indefectiblemente viene a formar parte de la sociedad y la cultura que lo rodea, así que tendrá que ajustarse forzosamente o pasivamente a las normas preestablecidas si quiere mantener la seguridad y comodidad que la tradición y las buenas costumbres le brindan. Habrá algunos pocos que decidan aventurarse hacia el emeritazgo, pero al ser la excepción y no la norma los dejaremos de lado. En fin el hombre es un ser social y como tal, su vida está regida por las
normas que ha construido alrededor de las relaciones interpersonales que, a su vez están atravesadas por el poder. Desde tiempos remotos el hombre ha sentido la necesidad de controlar todo aquello que está a su alcance como medio para apaciguar el incontenible temor, causado por la toma de consciencia de la fragilidad de su existencia y en última instancia de su finitud. Esta necesidad de control se alimenta del poder que le es dado y está en una búsqueda constante del mismo. La expansión de sus esferas de control le permite aminorar la incertidumbre que le surge al tener conciencia de su propia existencia y finitud sin saber la verdad acerca de su origen o de su destino. El control que ejerce sobre el mundo externo parece ser que es un intento fallido de ordenar aquel caos interno que esta situación le genera. Así ha sido capaz, o por lo menos tiene la sensación, de tener un mayor dominio sobre la naturaleza. Tomemos como ejemplo la agricultura y la ganadería que le permitieron ser más autónomo y, al liberar gran parte del tiempo que se abocaba a la consecución de alimento para la supervivencia, pudo desarrollar aún más herramientas que acrecentaron su esfera de control y por consiguiente su poder sobre la naturaleza y sobre sí mismo. Pero, regresando incluso antes en el tiempo podemos ver como éste desarrolló armas que le sirvieron para la cacería y curiosamente también le sirvieron para doblegar a tribus ajenas, individuos de su misma especie sin embargo de distinta procedencia y por ende de distintos modos de pensar y actuar. Este evento, el choque con seres foráneos, introduce un cuestionamiento más profundo acerca de su propia existencia y de la realidad circundante lo cual acentúa aún más el miedo y la incertidumbre. Ahora el peligro no proviene solo de la naturaleza sino de la humanidad misma. El hombre se desconoce, no sabe de donde viene ni a donde va, intenta armarse esquemas que representen este universo ambiguo y, en gran parte, desconocido. Intenta enmarcar en esos esquemas todo lo que se le presenta. Así en un primer momento el hombre buscó dominar a la naturaleza ya que le era amenazante y en simultáneo buscó dominar a aquellos sujetos de su entorno incluyendo a las relaciones que se dan entre los individuos dentro de esta nueva agrupación normada de personas llamada sociedad, que viene a asimilar a cada hombre dentro de un esquema representacional proveniente de experiencias comunes anteriores, de manera que se logre aquietar el mundo interno constantemente desequilibrado por los ataques de la realidad externa. Sin embargo no todos los hombres tuvieron la capacidad de cuestionarse con respecto a estos asuntos, o si lo hicieron generó una gran angustia que prefirieron tomar como verdaderas las explicaciones dadas por otros a quienes les atribuyeron mayor autoridad sobre el terreno de la verdad que les atañe. Y aquí partimos con la cuestión de las relaciones humanas, del poder y el ejercicio del mismo en las relaciones entre los hombres, que en última instancia las convierte en relaciones de dominación. Esta forma vincular
tiene su origen en la acumulación y administración del saber. Tantas veces se ha jactado este primate superior de su intelectualidad y hay que reconocer, en alguna medida, que su capacidad intelectual y su acumulación incesante de saber le han dado un poder inconmensurable que tiende a acrecentarse. Se podría incluso decir que en un principio el poder estaba dado por la fortaleza o la aptitud física, aquél equipado con la maquinaria corporal que mejor le sirviese para hacer frente a las adversidades del ambiente, era quien tenía mayores oportunidades de reproducirse y, por ende, de propagar en sus atributos físicos. Junto con el desarrollo del ser humano desde la bestialidad hacia la intelectualidad, la lucha por la supervivencia se trasladó también al plano intelectual. No es casualidad que
el nombre que utilizó para
clasificarse a sí mismo como especie sea el de homo sapiens. Podemos pasar a hablar de la ley que Darwin plasmó en su obra magna acerca de la supervivencia del más apto, no del más fuerte sino del más apto. Destacando la palabra más en la enunciación de esta ley y extrapolarla al campo del hombre y en última instancia del poder. El más apto es el que más poder tiene, poder para modificar su entorno o a sí mismo y el “mono desnudo”, como lo denomina Desmond Morris, ha demostrado ser hasta ahora el más poderoso de todas las especies que han caminado por sobre la Tierra, ya que conjuga la capacidad de modificarse con la capacidad de modificar su entorno con gran presteza y de manera que se obtiene una combinación hecha para el éxito. Sin embargo muchas de las modificaciones que logró en su medio, tomando como medio tanto a todo lo que es parte de la naturaleza como a lo social que suele decirse que es propiamente humano, han superado con creces la capacidad innata del ser humano para asimilarlas dentro de su código genético, lo cual crea un desbalance que puede resultar trágico para la especie. Interpretándose esto como un desfasaje entre la velocidad de adaptación biológica y la capacidad de adaptación intelectual, queriendo decir que los cambios sociales, que a la vez son cambios intelectuales y que mucho tienen que ver con los avances tecnológicos han superado considerablemente las posibilidades biológicas de la especie, llevando a la humanidad a un estado de crisis aguda cuyos síntomas se multiplican al mismo ritmo acelerado que va la locomotora del progreso. Vale preguntarse ahora ¿qué ha hecho el hombre con este poder? Una de las cosas que ha hecho es encontrar la forma más elaborada para someterse a sí mismo bajo su propio control, el hombre se ha domesticado del mismo modo que domesticó a las bestias en la revolución agrícola. Enunciación de leyes jurídicas, normas sociales y mandatos divinos regulan y someten a un gran número de hombres a la voluntad de unos pocos. Tal como las bestias fueron sometidas para servir a la voluntad del amo, la voluntad de gran cantidad de sujetos fue sometida al capricho de
unos pocos que utilizaron tanto la fuerza como el saber para lograr su acometido. La lucha por el poder es la lucha de voluntades, deseos individuales caprichosos que pugnan por ser reconocidos como legítimos y más que eso como los únicos que merecen ser satisfechos. La toma de conciencia del hombre como ser finito en un espacio y tiempo lo confronta con la inevitabilidad y la impotencia. Una vez que uno descubre esto puede aceptarlo y enfrentar ese destino fatal y superarlo o bien puede negarlo y rechazarlo o incluso puede no ser conciente de ello. Aquél que logra tomar conciencia de la muerte como realidad y la supera deja de temer ese destino porque su propia existencia ya lo vuelve real y presente; aquellos que o bien lo negaron o jamás tomaron conciencia de ese destino se vuelven presas del temor al fin y de este modo la conciencia superada con su saber se encuentra en amplia ventaja a la hora de enfrentar su voluntad contra la voluntad de otra conciencia en un estado menos desarrollado y así logra imponer su deseo con poca dificultad, puesto que en la lucha de imponer su voluntad está ya dispuesto a morir por ver cumplido su deseo, acepta a la muerte como pre-requisito para la satisfacción del deseo de su voluntad mientras que aquellas conciencias aún somnolientas y temerosas siguen aferradas a su deseo de vivir, pero, más que deseosas de vivir, temerosas de morir. Están dispuestas a resignar su propio deseo con tal de mantener la ilusión de mantener su permanencia en la tierra. Al igual que toda relación es necesario que haya más de un individuo para que se establezca y para que se consolide hace falta que aquellos partícipes acepten su posición dentro de ella. Un individuo asume el rol dominante y el otro asume el rol pasivo, entrega su voluntad a cambio de una permanencia ilusoriamente prolongada en la vida. Se dice que la permanencia es ilusoria en cuanto que está sujeta al capricho de la voluntad superior y por esa razón se encuentra amenazada constantemente. Aquello que detiene a la voluntad que se considera superior de terminar con la vida de sus subordinados es la necesidad de la permanencia de éstos para asegurar su posición. Sin otro que afirme su posición superior el sujeto es semejante a cualquier otro individuo de la sociedad y es por eso que la vida de la voluntad entregada tiene una razón de ser y de continuarse. Para enaltecer la dignidad y el orgullo del amo, el siervo presta sus hombros y su fuerza para que el otro, a quien considera su superior, se yerga por sobre su ser. Se piensa muchas de las veces que el hombre tiene una cierta particularidad en su manera de conformar su mundo y de comportarse en él, y que hay ciertas conductas específicas del ser humano que por su desarrollo superior no pueden ser observadas en ninguna otra especie. A estas conductas, tanto positivas como negativas, que se cree sólo se pueden observar en el hombre se les atribuye un carácter artificial. Artificiales en el sentido de que se encuentran contrapuestas a las que uno puede encontrar en la
naturaleza. Por ejemplo se tiende a creer que el esclavismo es una particularidad humana y que no se puede encontrar nada parecido en condiciones naturales, sin embargo esto se aleja de la verdad. Darwin había encontrado en algunas especies de hormigas lo que él llamó, “instinto esclavista”. En él observó distintas maneras de relacionarse entre hormigas de diferentes especies, por ejemplo una especie se volvió tan dependiente de sus “esclavas” que necesitaba de ellas para que construyan el hormiguero y además las alimentasen al punto en el que si no habían esclavas, aún teniendo suficiente alimento, morían de hambre. Así mismo se puede observar otro tipo de hormigas que si bien esclavizan a las de otra especie no son totalmente dependientes de sus subordinadas, delegan la alimentación de larvas y parte del trabajo de construcción del hormiguero. Cabe destacar que una colonia independiente de hormigas se defenderá frente al intento de subordinación luchando hasta la muerte. Las esclavistas, muy ingeniosamente, eligen las especies más pequeñas y una vez derrotadas se llevan sus larvas para criarlas como esclavas. Este ejemplo demuestra claramente que la esclavitud dista por mucho de ser un fenómeno particularmente humano. Esta conducta no difiere en lo absoluto del modo en el que se realizó la esclavización durante miles de años, las hormigas al igual que el hombre, saben que es más fácil configurar un individuo para que satisfaga sus necesidades si moldea su subjetividad desde pequeño, ya que un individuo libre desde su nacimiento tenderá a luchar hasta la muerte por mantener su libertad, al menos idealmente. Si desde su infancia el niño es moldeado como esclavo, esa será su realidad conformada y por más de que sepa que existe otro modo de existir, su conciencia ya se estructuró para seguir órdenes. Al igual que un animal salvaje criado en cautiverio si es puesto nuevamente en libertad y arrojado a la naturaleza tendrá pocas posibilidades de sobrevivir ya que se habrá acostumbrado a los cuidados del hombre. Con los humanos esto no es necesariamente así, por lo general el esclavo es el que realiza las tareas que aseguran la supervivencia, tales como la agricultura, la ganadería, la cocina y la confección de indumentaria. Con lo que tiene una gran ventaja, sin embargo en su cabeza sigue siendo un esclavo y una vez liberado probablemente buscará figuras dominantes que guíen su vida, sean personas de otras razas, de su misma raza o inclusive seres transmundanos. Pareciera ser que existe una tendencia natural a la conformación de figuras de liderazgo y su contra parte, los seguidores. Dominadores y dominados. La figura del macho alfa subsecuentes
de la manada y su evolución en el padre de la horda, con sus refinamientos
en
los
diferentes
líderes
políticos,
religiosos,
económicos, mediáticos, etc. Si la administración del saber es la precondición que permite que se establezca una relación de poder entre dos individuos, es la mala administración del saber lo que lleva a una relación de dominación. Desde que
surgieron las sociedades primitivas hubo siempre unos pocos que se destacaron frente al resto de individuos que conformaban estas sociedades debido a su peculiar curiosidad y capacidad de inventiva y asociación de ideas y retención de memoria que les permitió posicionarse como miembros de especial importancia. Aquél que logró dominar el fuego, la producción de herramientas que facilitaran la agricultura, la caza, el transporte y todos los demás avances tecnológicos que han permitido el desarrollo de la sociedad actual. Con el tiempo el saber acumulado se extendió a un nivel en el que resultaba imposible que un solo individuo pudiese obtenerlo, y surgió así una división cada vez mayor del saber, la especialización en las distintas áreas del saber y del hacer. Y así como se dividieron las tareas y los distintos saberes referentes a cada área, se fueron perfeccionando y ampliando los cúmulos del conocimiento. Algunos aprovecharon para expandir los límites de su conocimiento y una vez obtenida la mayor cantidad posible, supieron utilizarlo para demostrar al resto de individuos la necesidad de tenerlos como personas importantes y extraordinarias que se merecían los más altos honores dentro de la sociedad, y que además eran los más capaces para guiar al resto por el buen camino. La ignorancia es el mejor amigo del amo y es la prisión del esclavo. Aparecieron
toda
clase
de
administradores
del
saber,
nobles,
senadores,
emperadores, sacerdotes, reyes, presidentes y toda clase de autoproclamados líderes que a punta de espada de filosos discursos lograron convencer al mundo entero de la necesidad que el hombre tiene de ser guiado hacia el recto camino hacia la virtud, y que son ellos los enviados especiales de la divinidad o los elegidos por el pueblo quienes se deberán encargar de realizar tan honorable y desinteresada tarea debido a la gran acumulación de virtud que han logrado a lo largo de su vida. Se formaron instituciones en las que pocos hombres se especializaron para comandar a las masas. El Estado y la Iglesia fueron las más importantes y las que más ejercieron su influencia en el desarrollo de la humanidad y las que mejor supieron adaptarse a las circunstancias para mantener su influencia en la vida de los hombres. La Iglesia tuvo una gran importancia debido a que se encargó de administrar la esfera de la vida eterna que nos espera después de la muerte, predicando que la vida terrena es solo una prueba ardua para ganarse la eternidad. Desplazando al Estado a un segundo plano ya que el Estado se concentraba en la vida terrena que por ser efímera no merecía tanta importancia. Con el paso del tiempo la Iglesia fue cediendo gran parte de su poder al Estado, que le fue arrebatando de a poco seguidores. Cabe incluir aquí que “El Estado es aquello que se llama el más frío de todos los monstruos fríos, y miente fríamente, y he aquí la mentira que sale de su boca: Yo, el Estado, soy el pueblo.” (Nietzsche, 1892, p.49). El valor que más se ha difundido desde el tiempo de la Grecia clásica, que se nombra incansablemente al mismo modo de una publicidad
acerca de un producto de poca calidad que debe ser repetida constantemente para que la gente empiece a creer que es un buen producto, es el de la Democracia. Es decir el poder que el pueblo tiene para elegir a su tirano, con la ilusión de que la titularidad del poder reside en la totalidad de los miembros que componen a la sociedad que toma las decisiones que rigen su destino, y que en una democracia sus miembros son libres e iguales entre sí. Sería importante aclarar que en la cuna de la democracia, Grecia, la democracia se limitaba a un 10% de la población y excluía a mujeres, campesinos, gran parte de los trabajadores y a los esclavos. Y que uno de sus más grandes defensores consideraba que “No hay que cuidarse de ser justo, y sí solo de parecerlo” (Platón, 380a.C., p.24). En todo caso el tipo de democracia actual es la democracia representativa que supone hay un delegado del pueblo responsable de tomar las decisiones que mejor se ajusten para el bienestar del mismo. Está claro que se ve muy bien en papel, sin embargo una vez llevado a la realidad difícilmente es algo tan agradable como puede llegar a creerse. En gran parte porque los miembros no son libres e iguales entre sí. A través de la historia las diferencias se han acentuado constantemente, la categorización de grupos de seres humanos en castas y clases antagónicas, grupos de referencia, que luchan por sus propios intereses y se antagonizan. Se dice que la historia es la historia de la lucha de clases, clases que a su vez se subdividen y en el transcurso del tiempo van adoptando nuevas formas (Marx, 1890). “Todavía hoy, la Historia Universal que nuestros hijos estudian no es en lo esencial, más que una serie de asesinatos de pueblos” (Freud, 1915, p.15). Los monopolizadores de la verdad han sido a lo largo de la historia la Iglesia y el Estado y al igual que las especies van evolucionando y tomando nuevas formas y nombres. El nuevo heredero de estas instituciones tradicionales es la gran Corporación, cuyo portavoz es el burgués capitalista. Las religiones proponen una serie de normas y ritos que deben cumplir sus seguidores para mantener la simpatía de su dios. Curiosamente en la cultura occidental este dios que es el responsable de la existencia de todos los seres que transitan por el mundo, es por lo general una figura paternalista que creó al hombre a su imagen y semejanza y todos son iguales ante sus ojos. Los hombres son hermanos y Él los ama incondicionalmente, claro que a
condición
de
que
se
sigan
ciertas
normas
que
son
impartidas
por
sus
representantes aquí en la tierra. El valor que el Estado promulga es la democracia, del mismo modo la Iglesia tiene un valor fundamental y que es precondición indispensable para caer en la gracia divina, y ese valor es la fe. Hecho que hace irrebatible cualquier argumentación que pueda hacerse para cuestionar cualquier postulado que se haga desde la fe. “Lo que la plebe aprendió en otro tiempo a creer sin razones; ¿Quién podría destruírselo mediante razones?” (Nietzsche, 1892, p.252).
Este dios paternalista exige fe y por sobre todo que se lo reconozca como el único Dios, llámesele Alah, Yavé, Señor, Dios o como quieran sus seguidores llamarlo. En el judaísmo Dios dice “Yo soy tu Dios, no tendrás dioses ajenos delante de mí”, en el cristianismo dice “Amarás a Dios por sobre todas las cosas” y en el Islam dice “No existe dios verdadero sino Allah, y Mahoma es el mensajero de Allah”. Si bien Dios no es humano se puede decir que tiene un narcisismo exacerbado lo cual podría dar la impresión de que tiene ciertos rasgos similares. “Nuestra fe en los otros denuncia la fe que quisiéramos tener en nosotros mismos” (Nietzsche. 1892, p. 55). Es llamativo como se toma a Cristo como pastor del rebaño y se toma a los clérigos y se los llama Padre y ellos se refieren a su rebaño como hijos. Asume el rol de encargado de Dios Padre y se posiciona como padre, olvidándose que el mismo es hijo de Dios, hermano del resto. Puede suponerse que la incertidumbre y la angustia que genera la desilusión traída a mano por la madurez y la caída de los padres desde el ideal que se les atribuyó en la infancia llevó al hombre a un estado de negación en el que resignó mentirosamente al ideal paterno y se armó otro a medida en la figura de Dios. “Sólo hasta el sentimiento del desvalimiento infantil uno puede rastrear el origen de la actitud religiosa”. (Freud, 1930). La Iglesia como tal se encarga de dictaminar lo que está bien y está mal ante los ojos de Dios y de recordárselo constantemente a los hombres, buscar las fallas humanas, compararlas con el ideal divino que surge de las ideas de los jerarcas y después imponerlas al género humano como la verdad absoluta. Por otro lado tenemos al Estado que es otra institución de corte paternalista dedicada a la imposición de leyes y dictamen de lo que está bien y está mal dentro de las relaciones que se dan entre las distintas partes que conforman a la sociedad y que establecen un vínculo relacional. Y como se expuso anteriormente el valor principal que se imparte es el de la democracia. Es más fácil lograr la conformidad y la aceptación cuando se hace creer que todos son parte de las decisiones que se toman con respecto a sus vidas. Tantos siglos se ha ido tejiendo la mentira de que las inclinaciones del hombre lo llevan hacia su destrucción, la noción de que no es capaz de auto gobernarse y necesita de un dirigente que haya sido entrenado en el “arte” de gobernar a los individuos que conforman a la sociedad. Los políticos cumplen el mismo rol que los clérigos en la Iglesia, son los portadores y defensores de la verdad, una verdad confeccionada a medida de la clase dominante. El bienestar es siempre el bienestar de la clase dominante que determina cual es su bien y se lo transmite a la clase dominada. Esta última incorpora el bien de la clase ajena como el bien propio y así se pone al servicio de la élite que detenta el poder, siguiendo y defendiendo valores que en nada se ajustan a sus condiciones reales de existencia. El Estado al igual que la Iglesia busca conciencias adormecidas que sigan las leyes emitidas sin
que haya un cuestionamiento sobre cuál es la verdadera procedencia de dichas leyes y de cuál es el significado o sentido que éstas tienen aplicadas en sus propias vidas. Si todos los individuos que conforman a una sociedad hicieran un examen minucioso acerca del razonamiento del que proceden muchas de estas leyes se darían cuenta de que no existe una explicación válida para que dichas normas rijan sus vidas, salvo que nacen del capricho de aquellos que las crean para satisfacer su deseo de dominar a las conciencias de aquellos que se les someten y les entregan sus voluntades. “Y es aún más antiguo el placer de ser rebaño que el placer de ser un yo; y mientras la buena conciencia sea llamada rebaño, sólo la mala conciencia dice yo” (Nietzsche, 1892, p. 58). Los sistemas dominantes tienden al mantenimiento del status quo. Y se conforman de ciertos defensores acérrimos de las “buenas costumbres”, aquellos que se catalogan a sí mismos como conservadores, y pretenden conservar las tradiciones y los buenos valores. Es curioso que lo que determina la bondad de una costumbre o un valor es la funcionalidad que le presta a la clase dominante. El bien y el mal dentro de la humanidad está determinado por la clase dominante, el bien es el bien de su clase y desde ese lugar mira hacia el otro extremo y determina que aquello que está fuera de sí es lo malo, los dominados y lo perteneciente a ellos es lo malevo. Así la nobleza, el clero, la burguesía, los patriotas y así mismo su cultura es lo bueno y todo aquello que está por fuera de ellos, la plebe, los infieles, los proletarios y los extranjeros y sus costumbres son lo perverso, lo ajeno, lo desconocido, lo que debe ser regulado y combatido mediante la ley. “La explotación no es consecuencia de una sociedad corrompida, imperfecta o primitiva; es el hecho inherente a la naturaleza misma de la vida; es la función orgánica primordial, una consecuencia de la voluntad de poder propiamente dicha, que es la voluntad misma de la vida” (Nietzsche, 1886, p.161). Nietzsche permite notar un cierto determinismo biológico que justifica las relaciones de dominación, podría ser que haya sido influenciado en parte por las ideas que Darwin había plasmado tiempo antes. “Podemos echar una mirada profética al porvenir, hasta el punto de predecir que las especies comunes y muy extendidas que pertenecen a los grupos mayores y predominantes, serán las que finalmente prevalecerán y procrearán especies nuevas y predominantes” (Darwin, 1859). Darwin formó su teoría de la selección natural al observar que si las variaciones biológicas sucesivas que se presentaban en los distintos individuos de cada especie, le eran útiles para sobrevivir en su entorno se conservarían y serían transmitidas a la progenie. Al tener una ventaja por sobre los otros individuos de la especie, se incrementan las probabilidades de que esas características particulares sean transmitidas en un futuro y que aquellos que carecen de esa ventaja se extingan más rápidamente, dando paso, en el largo plazo, a una
especie nueva y mejor adaptada. Se puede, y ya se ha hecho, extrapolar esta idea al campo social y creer que existen ciertos individuos o grupos de individuos que tienen ciertas particularidades que podrían analogarse a las variaciones específicas de las que hablaba Darwin, que presenten una ventaja en la vida social y los individuos que sean poseedores de estas características sean los que sirven como modelos a seguir. Al estar en ventaja se los posiciona automáticamente como los líderes de la sociedad y son puestos bajo la lupa y son estudiados minuciosamente por todos los miembros que tienen una fuerte voluntad de poder, para extraer esas características únicas y asimilarlas dentro de sí mismos y volverse parte de la nueva clase dominante. Muchos de los hombres pretenden llegar a lo más alto, buscan jerarquizarlo todo, armar una estructura vertical y posarse en la cima y mirar desde arriba al resto del mundo que está bajo sus pies; despreciando a aquellos que están por debajo del altar que se construyeron para sí mismos. “Todos los seres han creado hasta ahora algo por encima de sí mismos…Han recorrido ya el camino que lleva desde el gusano hasta el hombre y muchas cosas en ustedes continúan siendo un gusano” (Nietzsche, 1892). Según este gran pensador el hombre es algo que debe ser superado y debe convertirse en el puente que lleve al Superhombre y para que esto suceda debe armarse con la voluntad de poder, volverse creador de su propia ley y apartarse de la multitud. Los hombres deben aniquilar la moral, destruir todas aquellas valoraciones acerca del bien y el mal que les son impuestas por las tradiciones que los hombres anteriores construyeron para ellos y crear sus propios valores. “Sólo a través de la valoración existe el valor, y sin esta valoración la nuez de la existencia estaría vacía” (Nietzsche, 1892). Todo sistema tiende a la perpetuación del mismo, y los sistemas dominantes no son la excepción y para perpetuarse se han valido de distintos mecanismos de control. Estos mecanismos los hay de dos tipos, los que se utilizan para persuadir a través de la adhesión libre a las ideas impartidas, y aquellos que se utilizan para persuadir de manera brutal a través de la fuerza. Maquiavelo (1532) decía: …hay dos modos de combatir: uno con las leyes, el otro con la fuerza; el primero es propio de los hombres, el segundo de las bestias; pero, puesto que el primero muchas veces no alcanza, conviene echar mano al segundo… el príncipe necesita saber ser una y otra cosa; y que sin ambas naturalezas no podrá conservar su poder. (p.125).
Al primer orden pertenecen la escuela, la religión, las leyes y varias instituciones más. Cómo se había mencionado anteriormente, la forma más fácil de lograr un dominio sobre un individuo es criarlo desde pequeño para que aprenda a obedecer. Se puede tomar al niño como una tabula rasa en la que se pueden gravar los valores que para quienes manejan la educación sean pertinentes y útiles a sus fines. La educación ha
pasado por las manos del Estado y de la Iglesia, puesto que ambas entidades han disputado
largamente
por
dominar
a
los
hombres.
“Para
los
fuertes,
los
independientes, para los que están preparados y predestinados al mando, la religión es un medio más para superar las resistencias y llegar a dominarlas; es un lazo de unión entre señores y súbditos, siendo estos últimos los que entregan a los primeros sus propias conciencias y todo lo que tienen de más último y oculto” (Nietzsche, 1886, p.61)
Las leyes y todo lo demás que sirva para mantener el orden establecido se
enseñan y se repiten en todas las instituciones sociales, empezando por la familia, pasando por la escuela, la universidad, el trabajo y en última instancia el Estado o la Iglesia. Son todos modelos a escala de lo que se quiere lograr en el individuo. Si lo que se pretende es establecer un modelo jerarquizado de sociedad en la que existen aquellos quienes lideran y aquellos que se consideran sus seguidores, pues habrá de igual manera un modelo de familia, escuela, universidad y de trabajo que reafirme esto. Y no es difícil dar cuenta del modelo jerarquizado que se presenta en todas estas áreas. Padres, maestros y jefes autoritarios que manejan muy bien los imperativos y así mismo hijos, alumnos y empleados sumisos que desde siempre han sabido recibir órdenes. Llevado esto a un nivel macro pues tenemos una sociedad en la que existe una gran mayoría de buenos seguidores y, pues para que existan seguidores necesariamente debe haber líderes que los guíen. “Todo ser viviente es un ser obediente. Y esto es lo segundo, se le imparten órdenes a quien no sabe obedecerse a sí mismo” (Nietzsche, 1892, p.103). Por el otro lado existen los mecanismos brutales que, una vez que fallan los argumentos entran en acción. Con esto nos referimos al ejército y a la policía que se encargan de mantener el orden por medio de la fuerza. Son las instituciones más rígidas y jerarquizadas de todas donde “la obediencia ha sido lo mejor que se ha ejercitado y cultivado entre los hombres” (Nietzsche, 1886, p.89). El cuestionamiento no existe, el acatamiento de la orden es lo único que vale, siempre y cuando provenga de arriba en la escala jerárquica. No existe un bien y un mal obrar, solo obedecer. Y cuando el pueblo desobedece o atenta contra el equilibrio del sistema, toman las armas para persuadir mediante la violencia de que el sistema es el bien del pueblo, aun cuando el pueblo no lo considere así. El pueblo no sabe lo que le conviene y muchas veces obra en su propio perjuicio, así habla el Estado. “El ciudadano individual comprueba con espanto que el Estado ha prohibido al individuo la injusticia, no porque quisiera abolirla, sino porque pretendía monopolizarla” (Freud, 1915, p.5). Los eslabones más bajos de la cadena son los que, en última instancia, ejecutan las órdenes más funestas que provienen de la mano invisible. Son ellos a quienes se les atribuye la responsabilidad de la acción ejecutada, y no podría ser de otra manera puesto que son individuos “libres”. Cuando una acción de los altos mandos es condenada por el pueblo debido a la ofensa que
significó, rápidamente se desligan de la responsabilidad de dicha acción y ponen en el paredón a quienes no conocen otra voluntad mas que la voluntad de sus superiores. Son los eslabones más bajos de la cadena quienes reciben la descarga de la ira popular. “No se es buen observador cuando solamente se observa la mano que mata y no quien la dirige.” (Nietzsche, 1886, p.65). Tan acostumbrado a ver lo que le es presentado y tan necesitado de creer en lo que se le diga, el pueblo se satisface fácilmente viendo que alguien es condenado y paga por sus penas, sin importar que el condenado sea realmente responsable de haber infligido dicha pena o no. “’Yo sufro: alguien tiene que ser culpable de esto’- así piensa toda oveja enfermiza” (Nietzsche, 1887, p.152). Históricamente la disputa por el poder siempre se dio entre la Iglesia y el Estado y entre los actores sociales que participaban en el teatro aristocrático. Sin embargo a partir de la aparición de la burguesía comerciante y su subsecuente acumulación de capitales, la disputa se transformó en tripartita. La nueva clase media empezó a ascender y a reclamar su parte del pastel. Las clases tradicionales se vieron amenazadas, ya que para que una nueva clase obtenga poder tenía que necesariamente sacárselo a las anteriores. Y no por nada son llamadas las clases tradicionales, puesto que están en contra de cualquier innovación. “La antigüedad y prolongación del dominio oscurecen el recuerdo y los motivos de innovación. Porque un cambio prepara el terreno a otro”. (Maquiavelo, 1532, p. 17). Es entonces indispensable para el mantenimiento del poder que las grandes estructuras no se modifiquen y que las personas se acostumbren a la continuidad y a la seguridad de lo conocido, alejándolos de la posibilidad de la mejora por medio del cambio, ya que el cambio solo le favorece a aquellos que lo propician y si lo hacen es precisamente porque el funcionamiento actual no les es favorable. Los que incitan al cambio buscan obtener el poder para generar el cambio en cuanto que no lo poseen y tienen que luchar por obtenerlo, mientras que la clase acomodada pre-establecida difícilmente lo entregará sin una lucha tenaz. La crisis generada por el cambio que suscitó esta nueva clase burguesa dio origen a la sociedad moderna. Sin embargo como toda nueva clase, así como toda nueva especie, que llega a tener una ventaja competitiva para las circunstancias que el entorno presenta, va acrecentando sus filas y reduciendo las posibilidades de sus competidores. “Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes” (Marx, 1890, p.35). La clase comerciante se instaló en la sociedad y el mundo cambió y tomó al comercio como su guía. El capital comenzó a circular y a acrecentarse y se tornó en la nueva forma de sujeción de conciencias. La burguesía capitalista se encontraba aventajada en la escala social debido a su capital
excedente. No surgió de las clases bajas, sino de las clases acomodadas, y no es casualidad dado que la batuta del poder siempre se pasa entre manos de semejantes. El ser humano tiene ciertas necesidades básicas que una vez satisfechas aseguran su supervivencia, el capital viene a ser el dinero excedente cuando las necesidades básicas ya han sido cubiertas, a condición de que sea utilizado para generar plusvalía. En la época en que la esclavitud era aceptada abiertamente el amo debía hacerse cargo de la manutención del esclavo, claro está que muchas veces los recursos dedicados a ello eran bastante mezquinos ya que el esclavo era considerado infrahumano.
Una
vez
abolida
la
esclavitud
las
necesidades productivas se
mantuvieron y se requería de gran cantidad de mano de obra para suplir la necesidad de producción que la industria requería. Ahora que los hombres se volvieron “libres” para decidir sobre sus destinos, hacía falta algo que los ate a las estructuras de poder predecesoras. Y en vista que la clase explotada carece de los medios necesarios para valerse por sí misma, depende inevitablemente de la clase acomodada para asegurar su subsistencia. Más allá de la libertad que se supone es la condición de la vida en el mundo moderno, se tiene la libertad de elegir morir de hambre o entregar su fuerza de trabajo a la explotación capitalista. Los que tienen los medios de producción pretenden dedicar la mayor parte de su tiempo a la recreación y a disfrutar del tiempo liberado. Sin embargo para que puedan lograr este estilo de vida hace falta que el proletariado dedique su fuerza de trabajo y su tiempo a realizar las tareas productivas. El burgués al igual que el amo es ocioso. “En la sociedad capitalista, si una clase goza de tiempo libre, es a costa de convertir toda la vida de las masas en tiempo de trabajo” (Marx, 1867, p.153). El capitalista necesita fuerza de trabajo comprable y el que tiene la fuerza debe carecer de medios de producción, materia prima, instrumentos de trabajo de manera que su única mercancía sea su fuerza de trabajo. El obrero le fía su fuerza de trabajo al capitalista por el tiempo determinado en el contrato y cobra una vez finalizado este tiempo, mientras que el capitalista cobra el dinero de la mercancía al momento de la venta, incluso antes de pagarle al obrero. Al obrero se le paga lo necesario para que su fuerza de trabajo se continúe y pueda seguir siendo explotado, sin que se corra el riesgo de que logre acumular dinero suficiente como para convertirse el mismo en un nuevo capitalista. “Ni la salud ni la vida del trabajador forman parte de las preocupaciones del capitalista, solamente piensa en la formación de plusvalía” (Marx, 1867, p.79). El proletariado es la evolución del esclavo adaptado a las circunstancias económicas modernas, los amos encontraron una salida perfecta a las limitaciones que traía aparejada la esclavitud. El costo de la manutención además de la molestia constante de los intentos de fuga que con los que muchos esclavos buscaban liberarse de su condición. Curiosamente al intento de búsqueda de la libertad se lo clasificó en algún momento como una
enfermedad
mental
llamada
drapetomanía,
cuyo
síntoma
patognomónico
era
precisamente el intento de escape del esclavo, y para curarla se aconsejaba castigarlos de manera severa hasta que cayesen en el estado de sumisión que les fue asignado para ocupar. Con el capitalismo estas cuestiones hallaron su solución al dar a los hombres la ilusión de creerse dueños de sus destinos al poder elegir a quien someterse. Por un salario que les permite no morirse de hambre y, en algunos casos, también cierto esparcimiento, logran mantenerse a sí mismos a costa de entregar su fuerza vital a otro. Y puesto que se consideran libres no intentan escaparse de sus ataduras económicas. “Lo que en un polo es acumulación de riqueza, es en el otro acumulación de miseria, de tormentos, de trabajo, de esclavitud, despotismo, ignorancia y degradación” (Marx, 1867, p.203). Marx decía que lo nuevo nace de lo antiguo y esto es así dado que sirve como modelo a seguir, parece ser más sencillo tomar algo preexistente y adaptarlo a la contemporaneidad, pero muchas veces la comodidad de tomar algo anterior incluye un elevado costo humano. La conducta seguida se asemeja a cuando una prenda gastada por el uso comienza a quebrarse por diversos lados y se empieza a remendarla y parcharla maníacamente en un intento por salvar aquello que fue alguna vez, pero con el paso del tiempo termina siendo un collage de remiendos ad-hoc que dejaron de ser útiles mucho tiempo atrás y la prenda dejó de ser lo que alguna vez fue. Así actúan los sistemas dominantes dentro de una sociedad. “Cultivando con mano delicada lo que ha existido desde siempre, de conservar, para los que vendrán después, las condiciones en las cuales se ha nacido” (Foucault, 1980, p.27). De esa manera se priva a los hombres de toda identidad. Se constituye el fenómeno de las masas. Con la proliferación del capitalismo sucedió también la concentración masiva de personas en los emergentes centros urbanos, en ellos buscaron una forma de subsistencia que prometía ser mejor que en las áreas rurales. Así el hombre se fue confinando a sí mismo en lo que luego llamó “grandes ciudades”, que de grandiosas muy poco o nada tienen, y en cambio si tienen una gran cantidad de individuos que habitan en ellas
y siguen vidas que fueron pre programadas. Imponentes edificios
que contienen cientos e incluso miles de individuos en áreas minúsculas, que pretenden ser viviendas, aunque se asemejan más a celdas carcelarias o jaulas zoológicas que separan a los individuos de los otros miembros de su especie así como del mundo que los rodea. Desde siempre el miedo a las inclemencias de la madre naturaleza ha hecho que se busque refugio y protección de la potencia de Gaia. Una protección que termina muchas veces siendo un encierro tanto físico como psicológico y espiritual. Se dice muchas veces que la ciudad es una jungla de cemento, sin embargo esto difiere bastante de lo que en realidad es. La gran ciudad más se parece a un zoológico
humano, el comportamiento humano dentro de ella se asemeja al del animal cautivo y no al del animal libre. Los animales en libertad no se masturban, no se mutilan a sí mismos ni se suicidan y si luchan entre ellos no llegan al punto de matar a otro de la propia especie, al menos no intencionalmente. Es curioso que la conducta observada en animales dentro del zoológico sí presenta estas características y es aún más triste que estas son conductas muy difundidas entre los monos desnudos. (Morris, 1969). Las patologías que surgen a medida que la sociedad “avanza” son, al igual que las modificaciones que se suceden en ella, permanentemente variables. La “inhumanidad” del hombre para el hombre alcanzó proporciones excesivas a medida que las multitudes se volvieron más impersonales. El ritmo acelerado de vida y la regulación constante de las conductas sociales han logrado que la ansiedad y la frustración se eleven
vertiginosamente
y
estas
energías
tienen
que,
inevitablemente,
ser
descargadas de algún modo. “El prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo” (Freud, 1930, p.108). El otro sirve a este propósito únicamente cuando se lo considera más débil, el hombre es facilista en este aspecto, busca una salida que le permita descargar su agresividad sin temor a que ésta le sea devuelta. Sin embargo se puede llegar a casos más extremos en los que la persona se perciba impotente totalmente y que no exista otro más débil en quien descargar esta agresión pero la pulsión sigue ahí y debe ser descargada. Cuando no encuentra alguien que sirva como objeto de descarga la moción agresiva se vuelve para sí mismo y aparece la autoagresión en sus distintas presentaciones, cortes auto infligidos, intentos de suicidio, úlceras, pérdida de cabello y un sinfín más de síntomas que denotan el malestar de la cultura. Para Adler el neurótico es un individuo inseguro que se preocupa más por él que por el resto y a esto debe su incapacidad de resolver conflictos en la vida social, al sentimiento de inadecuación que tiene puesto que ha creado una visión fallada del mundo. (Adler, 1964). Se puede decir que esta visión alterada se fue conformando desde el nacimiento, dependiendo del estrato social en el que nació y el rol que le fue asignado en su familia. Si a la persona le enseñaron desde siempre que debe seguir las leyes que fueron escritas antes que él, que el funcionamiento del mundo y la naturaleza del hombre es, ha sido y será siempre así, no es casualidad que se crea impotente frente a la posibilidad de lograr un cambio. Se le ha educado a creer en el determinismo, pero “El determinismo no es más que un mito” (Nietzsche, 1886, p.29). Esa es sólo uno de las caras de la moneda pues existe también su contraparte, el dominante. Para el que la realidad se configura desde el imperativo y el sentimiento de superioridad y desde la búsqueda por el poder. “The striving for power is only the
distorted aspect of the striving for perfection” (Adler, 1964, p.212). “Grande es la verdad, pero más grande todavía, desde un punto de vista práctico, el silencio sobre la verdad” (Huxley, 1932, p.15). Se habla mucho acerca de la verdad, sin embargo se sabe poco sobre ella. La verdad se produce desde lo alto y se reproduce en lo más bajo sin cuestionamiento puesto que es la Verdad. Sin embargo la verdad no tiene dueño y no necesita defensores ni intermediarios. “¡Cómo si la verdad fuera tan ingenua y tan torpe que tuviera necesidad de defensores!” (Nietzsche, 1886, p.34). La dominación se disfraza de verdad, el poder dice “esta es nuestra verdad, esta es vuestra verdad”, la ideología de la clase dominante se le impone a la dominada carente de los recursos necesarios para armar su propia ideología, y así se instala como verdad y se construye como realidad. El pasado tiende los rieles hacia el futuro, el futuro es la continuidad y continuación del pasado, el presente no existe como realidad. “Who controls the past, controls the future: who controls the present controls the past” (Orwell, 1949, p.34). El presente inaccesible para los subordinados es acción, es construcción, es posibilidad. La apropiación y el poder no existen más que en acto, el poder existe en el presente que es siempre en acto. Sin embargo el presente es exclusivo de la clase dominante, la clase creadora de valores, de leyes, de restricciones, de realidades, de antagonismos. “Estamos sometidos a la producción de la verdad desde el poder y no podemos ejercitar el poder más que a través de la producción de la verdad” (Foucault, 1980, p.140). Pero como ya se ha visto la verdad última está oculta y es la razón de ser de la dominación. La única verdad del hombre es que no es realidad sino posibilidad, y es esto por lo que se quiere cegar al pueblo para así poder hacer las veces de perro guía, pues eso es la clase dominante, un perro hambriento de poder, un accesorio que pretende instaurarse como necesidad. “La verdad es que hoy el hombre no se encuentra en ninguna parte consigo mismo, es decir con se esencia” (Heidegger, 1953, p.22). Mientras su esencia le sea ocultada el hombre carece de propósito, de sentido, es un ser superfluo. Da tumbos por la vida siendo llevado por aquellos astutos que han sabido sacarse la venda de sus ojos para ponérsela a otros y dar así un propósito a sus vidas, arrebatándole el sentido a las de otros. Mientras existan dominadores la humanidad jamás será libre puesto que tanto dominantes como dominados están sometidos al ocultamiento de su verdadera esencia, los primeros por voluntad propia y los últimos por imposición. “La libertad es lo que oculta despejando, y en su despejamiento ondea aquel velo que vela lo esenciante de toda verdad y hace aparecer el velo como lo que vela.” (Heidegger, 1953, p.20). Podemos decir entonces que el hombre, siempre orgulloso de su cerebro superdotado, camina erguido sobre sus dos patas con la mirada altiva y, cubierto de oropeles, pretende alzarse sobre la Tierra como amo absoluto, adjudicándose una
especie de derecho divino. Sin embargo parece ser que los mismos dioses, a los que alguna vez rezó fervientemente, decidieron jugarle una broma. La tragicomedia humana comienza el momento en que el hombre toma conciencia de sí mismo, cuando enfrentado a un espejo puede dar cuenta de que aquél reflejo es él mismo. Y así se convierte tanto en sujeto como en objeto, esto le abre una posibilidad que, difícilmente será rechazada, esa mirada que se devuelve a sí misma tiene la capacidad de amar; en calidad de amante de sí mismo sale al mundo con desprecio, discriminando todo cuanto encuentra en su camino. El mundo por lo tanto existe fuera de la subjetividad y representa la alteridad, lo ajeno, lo desconocido, lo incontrolable y por lo tanto lo intolerable. Es así que comienza la empresa del hombre por asimilar y apropiarse del mundo que lo rodea, que lo supera y que lo asusta, necesita conocer ese mundo, volverlo más pequeño, más familiar, más inteligible. En un intento desesperado por lograrlo se aventura a nombrar cuantos objetos encuentra y al hacerlo cree apropiarse de ellos. Esconde su fragilidad tras una máscara y la llama saber, se avergüenza de la debilidad de su desnudez, la cubre con una túnica y la llama progreso. Provisto de sus artificios vuelve una vez más a buscar aquel reflejo que un día le prometió amor, alberga la esperanza de que su amante no dé cuenta del engaño. Sin embargo, frente al espejo encuentra una imagen que lo obliga a apartar la mirada inmediatamente, en el fondo de su pompa sigue estando aquella mirada frágil, que no puede más que avergonzarse de sí misma. Abatido da la vuelta y emprende nuevamente la búsqueda de elementos que oculten su debilidad. ¡Ha nacido Dios! ¡Ha nacido el Estado! ¡Ha nacido la Ciencia! Miles de años han pasado desde que comenzó la tarea de diseñar prótesis cada vez más elaboradas que le sirvan de amuletos para enfrentar sus temores y, es en verdad digno de admiración puesto que ha tenido logros sorprendentes; un ejemplo de ello es el vertiginoso crecimiento en el número de ciencias que, casualmente, recuerda al desarrollo
exponencial
de
las
sectas
religiosas.
Aunque
a
pesar
de
su
inconmensurable esfuerzo sigue siendo incapaz de controlar su destino fatal, pero su empeño no ha sido en vano. Dada la imposibilidad de evitar la tragedia que lo acecha encuentra un ligero consuelo en la utilización de sus complejas herramientas y técnicas para intentar dominar lo que le sea posible antes de que su tiempo se agote. No permitirá jamás ver a nadie su esencia, pues la oculta incluso de sí mismo. Convierte a la negación en su escudo y a la vanidad en su espada, protegido por la soberbia sale dispuesto a aniquilar a cualquiera que ponga en duda su dignidad y potencia. En tan alta estima se tiene que tiende, muy a menudo, a separarse del resto de criaturas que habitan
el planeta.
Largos años se ha dedicado
a clasificar
minuciosamente las especies que ha encontrado y no debería presentarse como casualidad que dicha clasificación obedezca a un orden jerárquico. Dividió al mundo en “reinos” y; a pesar del disgusto que esto le podría generar a algunos, se ubicó a sí mismo dentro del reino animal. Aunque en el fondo quisiera crear un reino únicamente para sí, y de hecho parecería que lo está haciendo. Es pues la impotencia que lo aqueja la que termina por convertirse en una fuerza compensatoria que lo empuja a la búsqueda maníaca del poder. Alguien tendrá que ser el depositario de su frustración, una vez que ha subyugado a la naturaleza es momento de dom(in)arse a sí mismo. “El hombre está atrapado por su propia inteligencia” (Morris, 1969, p.11). O podría decirse por su estupidez que es lo mismo. La soberbia no le permite ver más allá de sus propias narices; y la mentira que ha construido como realidad y que dice es su única verdad lo mantiene prisionero, aún cuando no se dé cuenta de su condición de encierro. El hombre necesita, desesperadamente, ser salvado. “Salvar es: ir a buscar algo y conducirlo a su esencia” (Heidegger, 1953, p.22). Ahora la cuestión fundamental es quién va a ser el salvador, acaso debe ser un hombre o quizás un grupo de hombres. En realidad es la humanidad misma quien se debe salvar a sí misma, liberarse de las cadenas del mando. La opresión parte del sí mismo y se traslada a la sociedad. Mientras la mentira que el hombre es un ser vicioso y de inclinaciones torcidas por naturaleza, que su esencia está determinada y se inclina hacia el mal; mientras siga creyendo que nació en el pecado y que necesita de las leyes para controlar su espíritu dañado, estará perdido y carecerá de meta. “Todavía no tiene la humanidad meta alguna. Mas decidme hermanos: si a la humanidad le falta todavía la meta, ¿no falta todavía también ella misma?” (Nietzsche, 1892, p.41). Si la esencia del hombre permanece oculta, el hombre mismo permanece oculto y aquello que se esconde debe ser encontrado y develado. Y para ello debemos cuestionar, puesto que la obediencia es sin cuestionamiento y mucho tiempo la humanidad ha obedecido a mandatos vacíos. Y mientras más comience la humanidad a cuestionarse acerca de la realidad, más se abrirá en su camino la posibilidad; las conciencias dormidas y abatidas comenzarán a despertar y a levantarse y el velo que oculta a la verdad se caerá y entonces podremos ver y crear. Pero aquellos beneficiarios de la mentira, se aferrarán y lucharán por mantenernos en las tinieblas y cuestionarán al cuestionar. Sepamos también que mientras mayores sean los ataques defensivos más cerca de la libertad estaremos, puesto que solo lucharán en la misma medida en que sienten que sus intereses están en riesgo. “Cuanto más nos acerquemos al peligro, con mayor claridad empezarán a lucir los caminos que llevan a lo que salva, más intenso será nuestro preguntar. Porque el preguntar es la piedad del pensar” (Heidegger, 1953, p.37). El primer cuestionamiento que debemos plantear es ¿Quis custodiet ipsos
custodes?, ¿quién vigilará a los vigilantes? La preocupación permanece en observar y controlar la mala conducta de nuestra naturaleza humana desviada, y para ello hemos designado guardianes que nos cuiden de nosotros mismos, sin embargo estos custodios parten de las mismas filas de las que sale el resto de la humanidad. Se piensa que por el solo hecho de nombrarlos como tales y de entregarles un disfraz que sea reconocible para todos, ellos se convierten en súper hombres, modelos de rectitud y conciencia moral, virtuosos que gracias a su sacrificio desinteresado por el bienestar social y su natural virtud están por encima de la corrupción del espíritu. Se les otorga un gran poder con la sola condición de que se ciñan a la estructura normativa social y sirvan a los propósitos de la clase dominante. Son los edecanes de la aristocracia disfrazados de servidores públicos y se encargan de coartar los deseos de las voluntades sometidas. Al mismo tiempo que esto sucede, pareciera ser que los vigilantes están en su pabellón disfrutando de los placeres de la vida y haciendo y deshaciendo las cosas a su antojo. Sin embargo su humanidad no se ha alejado de ellos, aún cuando se vistan de súper hombres y pretendan olvidarse de su procedencia; puesto que son propensos a caer en los mismos errores que el resto. Podría pensarse que lo más sensato sería crear nuevos mecanismos de control que sirvan para regular a aquellos que nos custodian. A la larga el cuestionamiento acerca de quién cuida las acciones de los vigilantes de los vigilantes volvería a surgir, cayendo en una espiral descendente paranoica en la que la mayoría de la población humana se dedicaría a controlarse los unos a los otros, en un intento por restringir cualquier tipo de acción inaceptada socialmente. “Lo que ningún alma humana desea no hace falta prohibirlo” (Freud, 1915, p. 18). Demasiado tiempo se ha educado al hombre en el arte de la guerra y la dominación, demasiada importancia se le ha dado hasta ahora a la estructura que a la vez que encierra y protege, separa. Mucho hincapié se ha hecho en buscar la identidad a través de la diferenciación con el otro. La ficción determinista de la estructura que nos rodea ha ejercido su influencia de sobremanera en la existencia humana. Largo ha sido el sueño en que se ha sumido el espíritu y fuerte el nudo que ha atado al velo que oculta la luz de la verdad. Muchos hombres han cruzado ya la Tierra mirando hacia abajo con desprecio a los que allí caminan, y se llaman a sí mismos grandes hombres porque ven a gran distancia las siluetas de sus semejantes en proporciones diminutas. Unos han llegado a las alturas subiendo por el armazón de la estructura que construyeron con el solo propósito de ver empequeñecido al resto, valiéndose de la distorsión perceptual para engrandecerse, y con esto creen que su esencia divina es la causante de dicho fenómeno. A la vez hay otros que, sin necesidad de una escalinata al cielo, surcan los aires con gran ligereza y se consideran seres profundos, pero lo único profundo que hay en ellos es el vacío de su alma y la
ligereza proviene de la nada con la que alimentan su ego. Creen en la superioridad y con eso matan de hambre a su espĂritu y a la bondad del hombre. “Emancipate yourselves from mental slavery, none but ourselves can free our mindsâ€? (Marley, 1980).
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